Can Roca
Can Roca
Can Roca
Can Roca es el reino de fuego de Montserrat Fontané, que en abril de 1967 lo abrió
como bar de carretera con Josep Roca padre, alias 'El Jefe', alias 'MacGyver', entonces,
conductor de autobús. Sirven un menú de 12 euros, un precio insólito en el mundo
cuando se está emparentado con un triestrellado.
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En 1986, Joan y Josep Roca –Jordi se sumó mucho más tarde– construyeron El Celler
pared con pared con Can Roca y al irse en el 2007 al emplazamiento actual –a solo 100
metros– dejaron vacío ese espacio, que ahora forma parte del territorio
materno. Regresar al comedor donde fuimos tan felices siempre es un 'shock'.
Can Roca
He comido varias veces en Can Roca y pido, como parte del ritual de retorno,
los calamares a la romana de Montse, que situé hace algunos años como el plato cero
de El Celler. Los hermanos Roca están unidos por esas anillas. Ruedas esponjosas y
crujientes y que, recién hechas, son uno de esos placeres por los que estás dispuesto al
castigo, que es la indigestión. Comer calamares hasta morir.
Aparte del menú, aparece en la mesa una mini carta de vinos y la elección no puede ser
mejor: Dido 2017, tinto con una serenidad impropia de su juventud.
Como entrante, un huevo poché con patatas cerilla (en el que se nota la mano de
Daniel) para seguir con un 'trinxat' (¡demasiado ajo!) con butifarra negra. La 'llata' de
vedella con setas y cebollitas es otra cosa. Una obra maestra de bolsillo. Preparan 15
kilos de fricandó a la semana. Se deshace en la boca y permanece en la
mente. ¿Acaso no es esa una condición para ser gran plato? Así, tengo nuevo favorito
roquiano junto a los calamares.
LO+
LO-
Que no se pueda reservar (a menos que sea un grupo) y el exceso de ajo en el ‘trinxat’.
Recomendaría a los turistas gastro que antes de esforzarse en conseguir una reserva en
El Celler, comieran en Can Roca. Entonces comprenderán.