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Don Bosco

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El Colegio “Don Bosco” de Valencia

1. El Primer Director, Héroe o Conspirador


2. La Peste Española nos visita
3. Las Bodas de Platas del Colegio
4. Las Bodas de Oro del Colegio
5. Los Directores de la Comunidad Salesiana del Colegio “Don Bosco”

Valencia: 22 de Noviembre de 1.894 llegan los primeros salesianos a Valencia, la ciudad


del Cabriales les había esperado ansiosamente desde 1.895 cuando se hacen los primeros
contactos con el propio Don Bosco y se le pide que envié a la primera expedición misionera, el
ambiente reinante producto de la era Guzmancísta fue un fantasma que mantuvo alejados a los
hijos de don Bosco durante algún tiempo.
Los salesianos conforman un internado que pronto contó con un número significativo de
alumnos, su costo inicial fue de 15 bolívares y se mantuvo abierto hasta 1.968 cuando por
órdenes de los Superiores el P. Ricardo Alterio como Director le corresponde decretar su cierre y
se mantiene el externado.
Ese internado venía desenvolviéndose desde el año de 1895; a pocos meses apenas de la
llegada de los Padres Salesianos a Valencia. Setenta y tres Años de ininterrumpido
funcionamiento. Setenta y tres Años viendo llegar al inicio de la segunda quincena de septiembre,
jóvenes escolares cargados de maletas, con la cara apesadumbrada, y con el ánimo en suspenso
frente a las posibles sorpresas del internado. Setenta y tres Años en que, por los últimos días de
julio, la muchachada se dispersaba, con la alegría reflejada en el semblante, jubilosa y
dicharachera ante la vuelta al regazo paterno.
El internado que se clausuró dio fisonomía, y fue componente de sabor muy especial para
el colegio “Don Bosco” de Valencia. Su historia se confunde con la historia del plantel.
Comencemos ahora pues a revivir las crónicas de este templo educativo.
En las postrimerías del año de 1894 se integraba la comunidad en la casa de la propiedad
de la familia Fontainés, en la esquina de El Vapor. La presidía el Reverendo Padre Félix Andrés
Bergeretti, con los clérigos Savoia y Montanari. Todos nativos de Italia. Habían llegado de la
mano del Presbítero bachiller Víctor Julio Arocha, Vicario de Valencia, y contaban con el respaldo
y la simpatía de un grupo de matronas valencianas. A la cabeza de ellas, Doña María de la Paz
Pérez Santander, cuya escarcela se abrió con generosidad para sufragar los gastos inherentes a
la atrevida empresa.
El inmueble, con frente a la calle de La Fortuna, hoy Avenida Anzoátegui, era estrecho e
incómodo. Los Padres abrieron operaciones, a sabiendas de que allí actuarían por breve tiempo.
A los pocos meses, con más de doscientos alumnos inscritos, el día 1° de abril de 1895, se
instalaban en una vieja casa de arquitectura colonial, con frente a la calle de El Sol, hoy calle
Páez; adquirida por la cantidad de Veintiséis Mil Bolívares. Fue entonces cuando pudieron
respirar a sus anchas, y entrar a hablar de relativa comodidad.
Es que Valencia les había respondido ampliamente. La sencillez, el espíritu de trabajo, la
llaneza y cordialidad en el trato, el comportamiento uniforme frente al alumno rico y al escolar
pobre. Todas esas virtudes habían originado excelente impresión en el ánimo de la sociedad
valenciana. Convencidos del arraigo, seguros de que habían llegado a hogar hospitalario y a
puerto seguro, los Padres atrevían comprometerse en inversión de tanta cuantía. Inversión que
envolvía años de privaciones y hasta de sinsabores.
En el puesto de comando estaba un hombre de una gran entereza, con un acopio
invalorable de experiencia. Un superior que le imprimiría a la nueva casa rumbo certero; al mismo
tiempo que ganaba a diario adhesiones y simpatía para la causa que personalizaba.
El Primer Director, Héroe o Conspirador

FELIX ANDRÉS BERGERETTI había nacido en Italia en el año de 1835. Llegaba a


Valencia de cuarenta y ocho años. Hombre de excelente salud, muy ágil, y muy despierto, había
ingresado a la Congregación Salesiana apenas hacía un año. Misionero vocacional, se había
enrolado antes a una orden de Padres evangelizadores, y había actuado en Australia. Estuvo en
Sydney, Melbourne, Palestina, y por último en Ceylán, donde actuó durante catorce años.
Hablaba español, italiano, inglés, francés, latín y griego. Conocía bien el árabe; tenía
conocimientos muy avanzados de agrimensura e ingeniería. Sus dotes así como su actividad le
habían valido el ofrecimiento de la Mitra, que el incansable misionero se había negado a aceptar.
A Valencia llegó maduro, para regalarnos con la preciosa simiente de su experiencia, así
como para estrenar su devoción y su mística por el pabellón de Don Bosco. El 6 de junio de 1897,
en efecto, ya celebraba sus Bodas de Plata Sacerdotales.
Bergeretti le dio a la casa salesiana de Valencia la orientación precisa. Enseñanza en el
aula, y enseñanza en los Talleres. Escuela primaria. Educación Secundaria. Y Enseñanza
Artesanal. Sastrería. Artes Gráficas. Carpintería. Con la colaboración estupenda de dos jóvenes
clérigos, Jacinto Piana y José María Grazzini, como el Hermano Coadjutor Falletti, todos llegados
para reforzar el elenco de la nueva casa; la enseñanza de la música, y los diferentes conjuntos
que ella envuelve, cobrarían expresión y fuerza. La Banda del Colegio sería, al cabo de poco
tiempo, el conjunto que animaría los programas de fin de curso, así como muchos otros actos de
la vida y del discurrir de la ciudad.
Sin embargo, sería la tragedia colectiva la que tallaría el perfil definitivo de Bergeretti. La
espantosa epidemia de Viruela del año 1898, que clausuró su Colegio, y lo aventó hasta el
degredo. En el Hospital “San Roque”, y en el recién abierto Hospital Civil. Fue entonces heroico y
abnegado. Dio la cara sin miedo a la muerte. Llevó el consuelo a miles de moribundos. Y fue
Cristo. Samaritano. Figura de bondad y misericordias, en los propios lugares donde la muerte se
había instalado con despliegue de crueldad.
Esa epidemia de Viruela cierra la primera etapa de la Casa Salesiana de Valencia. De la
ejemplaridad de su Director quede, para grabar en el bronce, condensada en frase feliz, la viva
emoción del Obispo Adam: “¡Qué inmenso, señores, me resulta Félix Andrés Bergeretti!”
Había pasado el Siglo XIX con el ingrato recuerdo de la Viruela. Alegría y esperanza en el
despunte del nuevo siglo. Sin embargo, para los Padres Salesianos de Valencia, apuntaron nubes
cargadas de negras amenazas. A las ocho de la mañana del ocho de enero de 1900, en efecto,
dos delegados del Jefe Civil y Militar de la Plaza comunicaban al Director Félix Andrés Bergeretti,
y a sus colaboradores inmediatos, Inocencio Montari y Juan Bautista Voghera, la orden del
General Cipriano Castro, jefe triunfante de la Revolución Liberal Restauradora, de presentarse en
Miraflores “en el término de la distancia”
Al día siguiente, a las once de la mañana, tomaban el tren que los conduciría a Caracas,
los mencionados superiores. Los Padres habían sido acusados de redactar y distribuir, a través
del alumnado, un folleto de contenido revolucionario.
Se trataba de un infundio perverso. El General castro los retendría en la capital hasta el
día 18 de febrero, habiendo regresado a Valencia al día siguiente, en medio al contentamiento de
la ciudadanía, y el entusiasta alborozo de los alumnos.
Aquel penoso incidente pareció superado con la presencia del Director en la Misa de
Difuntos que se celebrara en Tocuyito, el día 14 de septiembre, en sufragio de las almas de los
soldados caídos una año antes, en la batalla que selló la victoria del general castro. Acompañado
de su esposa, Castro había presenciado la ceremonia, y había tenido la oportunidad de apreciar
las excelencias de la Banda del Colegio. Cinco días después, el diecinueve de septiembre, el Jefe
Supremo del Gobierno, y Doña Zoila de Castro, dispensaban atenta visita al Colegio Salesiano de
Valencia, y dejaban una limosna de dos mil bolívares en manos del Reverendo padre Bergeretti.
Además, el 5 de julio de 1901 se le había conferido el Busto del Libertador en la 2da Clase; por
disposición desde luego del Jefe del Poder Ejecutivo.
Pero los viajes del jefe de la comunidad hasta Curazao en donde funcionaba una casa
salesiana, despertaban la suspicacia del Gobierno. Al regresar de uno de ellos, verificado en la
compañía del padre Inspector, el 9 de febrero del año de 1902, no se le permitió desembarcar.
Huérfana quedaba la comunidad salesiana de Valencia. Inflexible y empecinado, Castro no
levantaría la orden de expulsión, y el gran misionero e insigne salesiano moriría siete años
después en Ockland, EE.UU. de Norte América. El 17 de junio de 1957 sus cenizas llegaban, en
una urna de bronce, a las puertas de la ciudad. Los Antiguos Alumnos Salesianos, capitaneados
por Don Ramón Chazzin, alma y paladín de aquella cruzada, sembraban, definitivamente, al gran
apóstol en la tierra valenciana. Se le enterró en el Santuario de María Auxiliadora, e hizo su elogio
Monseñor Dr. Gregorio Adam, Obispo de Valencia.
Elemento de mucho valimiento llegaría a ser el entonces acólito Juan Schonewolf, quien
seguía estudios en la Universidad de Valencia, y el 4 de noviembre de 1900 optaba al Grado de
Bachiller en Ciencias Filosóficas, recibiendo calificación de sobresaliente. El 5 de julio del año
siguiente, recibiría las Órdenes Menores de manos del Obispo de Calabozo, Monseñor Felipe Neri
Sendrea. Este Prelado fue un grande y consecuente amigo de la Congregación Salesiana. Todos
los años solía pasar temporada de salud y descanso en la casa de sus familiares, situada apenas
a una cuadra del Santuario de María Auxiliadora. Él prestaba un valioso concurso prestigiando las
solemnidades, y confiriendo las órdenes sagradas a los clérigos que componían el personal de la
casa. El día 5 de febrero del año 1902 se registró la muerte del alumno Víctor Manuel Juárez, del
taller de Sastrería, quien formaba parte del personal de la Banda del Colegio. Estaba residenciado
en la Parroquia de San Blas.
Entre los primeros alumnos de la Casa Salesiana de Valencia cabe recordar a ALBERTO
J. WALLIS, auténtico gentilhombre, con linaje que siempre honrara a través de la diafanidad de su
vida, residenciado en Guacara, población que supo de su largueza y de su bonhomía. CARLOS
J. BELLO, que llegó a ser médico famoso, brillante por sus investigaciones en el dominio de la
Patología Tropical. A PEDRO REFAEL TINOCO, a ESTEBAN FERNANDEZ, a LERMIT
BORGES, TULIO TOMAS SALVATIERRA, MARTIN J. GORNES MC PHERSON, JOSE RAFAEL
POCATERRA, CARLOS SAGARZAZU Y LUIS TROYA, de quien dijo Monseñor Adam “que
cautivó por más de tres décadas a esta ciudad”. RAMON CAZZIN, “vórtice inevitable de
diligencias y amor a Valencia”, en el elogio del mismo Prelado; tomaría matrícula en el Colegio
“Don Bosco”, en el año de 1902; cuando ya había dejado de actuar el Padre Bergeretti. Y
concluiremos esta primera crónica sobre la Casa Salesiana de Valencia recordando un hecho de
verdadera trascendencia para el Instituto. El 21 de noviembre de 1902 tocaba a sus puertas el
Reverendo Padre Pablo Albera, acompañado de su Secretario. Este sacerdote formaba parte del
alto gobierno de la Orden Salesiana, y representaba directamente a Don Rúa, sucesor de Don
Bosco.
Ocho días se estuvo en la casa salesiana de Valencia el Padre Albera; quien andando el
tiempo escalaría el altísimo cargo de Rector Mayor de la Congregación, y sería el Tercer Superior
General de la Orden.
Valencia le tributó muy elocuentes homenajes. Por cierto que en el banquete que se le
ofreciera, con presencia de todo el Clero de la ciudad, llevó la palabra Presbítero doctor Hipólito
Alexander.
El injusto y sorpresivo ostracismo del Padre Bergeretti, fundador y primer Director del
Colegio Salesiano de Valencia, llevó la desorientación al ánimo de sus inmediatos colaboradores
en el gobierno de la casa, Reverendos Padres Montanari y Voghera.
Ya nos referimos a la magnífica orientación conferida por Bergeretti al plantel. Enseñanza
Primaria y Bachillerato. Enseñanza de Artes Manuales. A la Tipografía, Sastrería y Carpintería,
agregaba poco después el Taller de Ebanistería.
Valencia había respondido muy generosamente a los enviados de Don Bosco. Pero era
muy raquítica la economía del país. A nivel local, la situación se volvía a veces dramática, como
consecuencia de las guerras civiles, y el estallido de Viruela. El General Cipriano Castro había
iniciado su gobierno con medidas y disposiciones muchas veces fundamentadas en la
arbitrariedad y en el capricho. La Casa Salesiana de Valencia pagaba un pesado tributo a las
veleidades y pretensiones del Cabito.
A las siete de la noche del 10 de junio de 1902 el Superior Provincial comunicaba a la
comunidad salesiana de Valencia, el nombre del nuevo director. Juan Bautista Voghera había
sido escogido para comandar los destinos del Colegio. Lo acompañarían Juan Avaro y Jacinto
Piana, como Prefecto y Catequista, respectivamente. Enrique De Ferrari seguirá cumpliendo las
funciones del Consejero Escolástico.

El nuevo Director era hombre joven, de una excelente formación, con estupenda dicción;
a tal punto que solía escalar la Catedral Sagrada en sermones de compromiso. Tenía dotes
organizativas de primer orden. La sacaría a relucir, colocando el colegio dentro de la órbita del
mayor rendimiento: procurando un creciente intercambio con los Padres y Representantes de los
alumnos; llevando a aquellos la confianza en la labor educativa del plantel, a través de los
exámenes de fin de año, y de los actos de fin de curso.
Pero no se conformó el Padre Voghera con proseguir los trabajos de adaptación que
iniciara el Padre Bergeretti, ni con satisfacer, puntualmente, los graves compromisos de la casa.
El 7 de febrero de 1904 reiniciaba los interrumpidos trabajos del Santuario, colocándolos bajo la
dirección del famoso arquitecto Antonio Malaussena. Para estos efectos, promovió una
recaudación en el comercio de la ciudad, que produjo Bs. 763, e instaló una Junta de Damas
Cooperadoras, que se encargarían de recoger un centavo por persona, entre los simpatizantes de
la Obra Salesiana en Valencia.
Estos detalles nos ponen de manifiesto como las obras de la Iglesia crecían y prosperaban
entonces gracias a la mística de los directivos, y a la colaboración decidida de la feligresía, que
antes que el dinero, aportaba la mano de obra en un esfuerzo común, que por igual se repartían
hombres y mujeres.
Antes de seguir adelante queremos recordar que el Arquitecto Malaussena había ganado
laureles en esta ciudad, con la construcción del teatro Municipal; que él dirigiera desde el Decreto
del Encargado de la Presidencia, señor general Hermógenes López, quien dispuso la realización
de la obra.
Los trabajos del Santuario habían comenzado desde el 24 de abril de 1900, fecha en que
se colocó y bendijo la primera piedra, actuando en solemne ceremonia el Obispo de Las Pampas,
Monseñor Felipe Neri Sendrea.

El nuevo Santuario sería de estilo gótico. Con una nave central de cuarenta metros de
largo por dieciséis de ancho. Después se le agregarían hasta ocho capillas laterales, cuatro a la
derecha y cuatro a la izquierda de la nave central.
El 29 de enero de 1905 procedía el Vicario de Valencia, presbítero Víctor Julio Arocha, a la
solemne bendición del nuevo santuario, dedicado a María Auxiliadora. Escalaba la Cátedra
sagrada, el Dr. Ricardo Arteaga, Deán de la Santa Iglesia Metropolitana; quien viniera de Caracas
con tal objeto. Este sacerdote se encontraba muy estrechamente vinculado a la Orden Salesiana.
Había cruzado correspondencia, en diferentes oportunidades, con Don Bosco, acerca de la posible
instalación de los Salesianos en Venezuela. Y por designación del propio Don Bosco tenía rango
de Director de los Cooperadores Salesianos en Venezuela.
El año escolar 1906-1907 clausuraba, en la segunda quincena de julio, con exámenes
brillantes rendidos entre los examinadores más calificados. Antonio Sandoval, Faustino Figueredo
Herrera, Miguel Bello Rodríguez, doctor Fco. Caballero, Manuel Napoleón Barrios, Jesús María
Briceño Picón, R.A. Torres Coronel, Marcos Sergio Godoy, y el Bachiller Aquiles Antich. Entre los
examinados acaparaban los primeros puestos, y recibían los Primeros Premios: Germán
Vizcarrondo Rojas, José Gregorio Ponce Bello, Manuel Delvalle, Juan Vicente Lecuna, J.J. París,
Roberto carvallo, Carlos Amaré, Ramón Roberto Chazzím, Agustín Fernández, Miguel Enrique
González Zárraga, Alfredo Carvallo, Francisco Ríos, Simón Rojas Galea, Pedro Antonio Maninat y
Francisco Rey. Oscar Gutiérrez Betancourt era cursante de la clase de Lectura, y su hermano
Alfonso, que tan alto espigaría en los dominios de la Poesía, recibía El Premio Único de Música
Instrumental.
¿Se podrá confeccionar una nómina más ligada a la vida valenciana? ¿Se podrán dar en
sucesión, nombres con más vinculación y arraigo al movimiento científico, cultural, profesional y
económico de la ciudad?
El domingo 4 de agosto de 1907, presidía el Padre Voghera la última distribución de
Premios a que alcanzaría con rango de Director. Gobernaba en el Estado el doctor Samuel
Eustaquio Niño, quien concurrió acompañado del Tesorero general, doctor Raúl Crespo. La
Oración de Orden corrió a cargo de Don Santiago González Guinán. Egregio tribuno; quien se
produjo en un brillantísimo discurso: “Derroche de ingenio, de erudición, de elocuencia y de
poesía, en honra de la obra de Don Bosco”.
El 24 de febrero de 1908 embarca el Padre Voghera en La Guaira, rumbo a Europa.
Dejaba encargado de la dirección de la casa, al Presbítero Jacinto Piana; cuya popularidad en
valencia adquiría dimensiones especiales. Regresaría a fines de noviembre, para hacer entrega
de la dirección que tan gallardamente desempeñara durante seis años.
El 19 de diciembre de 1907 visitaba las obras salesianas de Valencia, Su Señoría
Monseñor Dr. Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas y Venezuela; quien se encontraba en
Valencia, en Santa Pastoral Visita.
Profesores y alumnos de la casa salesiana recibieron al insigne Prelado, quien después de
estar en el Santuario, fue objeto de un programa especial en el salón de actos del Colegio.
El P. Enrique La Riva

A las once de la mañana del 22 de enero de 1909 comunicaba el Padre Inspector a la


comunidad salesiana de Valencia, el nombre del nuevo Director. Lo era presbítero Enrique Rivas,
quien al mes siguiente, el día siete de febrero, reabría el Oratorio Festivo, con una asistencia de
cuarenta niños. Al mismo tiempo, daba muestras de viva preocupación por rematar las obras del
Santuario. Concluyó su ornamentación, y construyó el altozano, que fue siempre motivo de
admiración y complacencia para los católicos valencianos.
Simultáneamente cuidaba e incrementaba la obra de los Cooperadores; seguro de que
eran los simpatizantes de la obre de Don Bosco quienes podían comunicarle empuje y proyección.
El Padre Rivas había nacido en Milán el 12 de mayo de 1863. El propio Don Bosco le
había hacho entrega de la sotana, cuando contaba veintidós años de edad. Lo ordenaron de
sacerdote en Sevilla, España, el 25 de mayo de 1888. Fue el Fundador de la casa salesiana de
Caracas, donde trabajó con gran denuedo. Era un salesiano genuino, y un virtuosísimo sacerdote.
Silencioso, introvertido, era amigo de observarlo todo y aplicar el remedio precozmente. Muy
discreto y muy diligente, jamás provocaría un conflicto, y buscaría siempre las fórmulas salidas
del espíritu mismo del Santo Fundador. Con su grueso manojo de llaves en la mano derecha, era
a través del ruido de las mismas como se lo llegaba a presentir.
Celebró entre nosotros sus Bodas de Plata Sacerdotales, y aquellas efemérides hirió su
modestia, por cuanto dio margen para que Valencia le testimoniara aprecio y veneración. Desde
la cátedra Sagrada cantó entonces las glorias de aquellos Veinticinco Años, el Padre Galilea, el
agustino de la elocuencia, y de la convicción, figura apostólica en los anales de Puerto Cabello.
Entre los alumnos más destacados de la época del Padre Rivas, mencionaremos a Jorge del
Castillo, Miguel Enrique González Zárraga, Leopoldo López, José Delfín Ponce Bello, Matías Feo,
Francisco Esteban Caballero y Federico Arroyal.
Insigne benefactora de la Obra Salesiana, para aquellos tiempos, DOÑA MARÍA DE
BETANCOURT FIGUEREDO, poetisa y escritora, calzaba sus artículos unas veces con su propio
nombre, y otras apelando al seudónimo. Divulgó las iniciativas salesianas, exhibiendo en todo
momento la fe más acendrada en el triunfo de la obra de Don Bosco.
Eran los años de la pobreza. Aparte del Oratorio Festivo, enteramente gratuito, los libros
de la Prefectura registraban un alto porcentaje de alumnos insolventes. Pero aquella pobreza era
un fiel reflejo del malestar económico que doquiera se palpaba entonces.
El primero y más decidido bienhechor de la causa salesiana, se llamó Monseñor Víctor
Julio Arocha. El Vicario de Valencia no se limitó a traer al País los Padres Salesianos. Siempre
les dispensó Paternal protección, y en todo momento lo hizo objeto de las más deferentes
atenciones. Para Monseñor Arocha el Santuario de María Auxiliadora, y el Colegio de los Padres
Salesianos, eran prolongación de su Iglesia Matriz, y extensión de su propio hogar.
Como Bergeretti, el Padre Voghera no volvería al País. De Europa pasaría a los Estados Unidos
de Norte América. En la ciudad de Nueva York desempeñaría la Parroquia de La Transfiguración.
Pero su admirable trabajo organizativo continuaría dando frutos. Así, para septiembre del
año 1912 habían egresado del plantel: treinta y cinco bachilleres, dos de ellos titulados
posteriormente médicos; tres de doctores en Ciencias políticas, tres de Farmaceutas, y tres habían
abrazado la carrera sacerdotal.
Y encontramos en la nómina de alumnos fundadores a SALVADOR CARVALLO
ARVELO; quien andando el tiempo llegaría a ser una figura integralmente representativa, en lo
intelectual, en lo social, en lo político, y en lo económico.

Monseñor Enrique de Ferrari

La primera etapa de la Casa Salesiana de Valencia concluye con la epidemia de Viruela


del año 1898, que cierra el colegio por más de siete meses. La segunda se completa con el año
de 1913, al separarse de la Dirección el Padre Enrique Rivas, quien se traslada a Caracas con
rango de Delegado Inspectorial.
La tercera era gira alrededor del Presbítero Enrique de Ferrari. Se trata de una década,
que cubre el tiempo transcurrido entre 1914 y 1924. Durante esos diez años De Ferrari es la
figura central y el personaje por excelencia. La obra salesiana se va a extender, inclusive entrará
a cubrir nuevos aspectos, invadirá otros campos y patrocinará otras derivaciones.
Enrique De Ferrari había llegado a Valencia en calidad de acólito, el 19 de noviembre de
1895, acompañado de los clérigos Pedro Opalski, polaco y Antonio Mónaco, italiano. Desde
entonces había permanecido en la casa salesiana de la calle El Sol.
Había nacido en Novara, el 18 de noviembre de 1875. Apenas contaba, por consiguiente,
veinte años cuando arribaba a las costas de nuestro país. Era hijo de Gaudencio De Ferrari y
Virginia Molgora. Había estudiado la escuela elemental en su pueblo y luego se había trasladado
a Turín como alumno del Instituto Técnico.
Fue en Turín donde De Ferrari visitó por primera vez las casas salesianas. A poco ingresó
al Seminario de Vocaciones Extranjeras de Valsálice, habiendo recibido la sotana de manos de
Monseñor Cagliero, el primero de los Obispos Salesianos. Allí inició y adelantó sus estudios de
Filosofía. Escogido para evangelizar en América, se lo destinó para la Provincia de Venezuela.
En el Colegio de Valencia, el clérigo De Ferrari comenzó su trabajo bajo la dirección y
asesoramiento del Padre Beregeretti. A poco de llegar, se interesó en la formación de un Museo
de Historia Natural. Trabajó incansablemente en ese sentido, hasta conseguir piezas valiosísimas
de Mineralogía y las más diversas especies zoológicas y botánicas. Tuvo la satisfacción de
inaugurar su Museo, al iniciarse el curso 1896 – 1897.
El Museo del clérigo De Ferrari tenía significación muy especial. Él abría una etapa de
objetivización de la enseñanza, en el ámbito de las aulas de Educación Primaria y Secundaria.
Aquella nueva dependencia envolvía un considerable progreso. Era el primer peldaño en la
renovación de la enseñanza, hasta entonces cubierta de un ropaje puramente memorístico.
De Ferrari asimilaba, por otra parte, las recomendaciones de Bergeretti, y llegaba a
hacerse acreedor de su confianza. Desempeñaba funciones de Consejero Escolástico y tenía a
su cargo la jefatura y control de los Talleres. Cuando el incidente de la prisión de los superiores
de la casa salesiana de Valencia, en enero de 1900, había quedado encargado de la dirección.
El intenso trabajo a que se diera sin reservas, minó el organismo del joven acólito. Una
grave afección pulmonar lo puso al borde de la muerte. La gravedad se intensificó cuando
repetidas hemoptisis agregaron un aspecto dramático a la enfermedad.
Cuando se recuperó, el joven acólito promovió una peregrinación de acción de gracias a la
vecina población de Puerto Cabello. Y volvió para darse íntegro como en antes, y como se daría
siempre mientras estuviera al servicio de la casa de Valencia.
Mientras tanto adelantaba en el estudio y conocimiento de la Teología, valido de la licencia
que entonces permitía estas disciplinas desde el lugar donde se prestara servicios. Ya ordenado
de sacerdote, el 24 de mayo de 1899, festividad de María Auxiliadora, cantaba su primera misa, a
las nueve de la mañana, en el salón que servía de Capilla. Ese mismo día, a las siete de la
mañana, subía, igualmente, al altar, por la primera vez, Pedro Opalski; cuatro años antes. Este
último no había cumplido veinticuatro años de edad.
Su posición rectora de las Escuelas Profesionales llevó a De Ferrari a asumir rengo de
periodista. El día 2 de febrero de 1899 aparecía el primer número de la revista semanal “El amigo
del Hogar”, que circulara bajo su inmediata dirección, para cumplir función divulgativa del
quehacer de los salesianos en Valencia.
En el año de 1911, bajo la dirección del Padre Riva, el Padre De Ferrari viajó a Italia,
después de dieciséis años de permanencia en valencia. Aquel viaje debió hacer mucho bien a su
organismo, regresando el día 23 de septiembre, para reasumir sus funciones de Consejero
Escolástico y Director de las Escuelas Profesionales. En realidad, había recorrido toda la escala
del profesorado, ya que había desempeñado hasta la cátedra de Declamación. Uno de sus
alumnos más aprovechados en esta disciplina se llamaba Ramón Roberto Chazzím.
Dos años después, el 15 de diciembre de 1913, era oficialmente anunciado el
nombramiento del Padre De Ferrari como Director del Colegio “Don Bosco” de Valencia,
sucediendo al Padre Riva, designado Delegado Inspectorial en Venezuela, con sede en la capital
de la República.
El nuevo Director afinaría sus dotes extraordinarias de maestro. Empeñado en la
elevación de la Enseñanza Secundaria, llegaría a cubrir diversas asignaturas del Bachillerato.
Enseñaría Matemáticas, Física y Química. En Álgebra y Geometría llegaría a desenvolverse con
la soltura y habilidad de un profesor especializado. Los problemas más intrincados adquirirían
características de pasatiempos cuando, desde la pizarra, el nuevo Director escribía, borraba y
comenzaba de nuevo a escribir. Fórmulas. Guarismos. Igualdades. Binomios y Trinomios. Todo
desfilaba ante los ojos del alumno, dentro de una precisión y un orden rigurosamente didácticos;
sin llegar nunca a originar la confusión. A la hora de la enseñanza de la Física y la Química,
prefería el Laboratorio, utilizando muy poco el aula. Gracias a sus contactos y habilidades había
logrado el traslado hasta el Colegio, de las vitrinas de Historia Natural y de los Gabinetes de la
antigua Universidad de Valencia.
Bien estaban aquellos instrumentos, traídos desde Norteamérica por el profesor O´Daly,
en las salas del Colegio “Don Bosco”. Aquí debían seguir cumpliendo la función de ser útiles para
las nuevas generaciones. Posteriormente serían reintegrados en excelentes condiciones.
El Doctor Fabián de Jesús Díaz escribe la siguiente nota a “ Muy difíciles de olvidar las
lecciones prácticas de Física y Química del Padre De Ferrari. Cuando ya matriculados en la
Escuela de Medicina, asistíamos, en los destartalados laboratorios de la Universidad de Caracas,
a las clases prácticas de Química Médica, echábamos muy de menos aquellas pruebas precisas y
contundentes de nuestro maestro de Valencia!!... Y todo se sucedía con la mayor fluidez y
espontaneidad, sin despertar fatiga en el Profesor, ni cansancio en el Alumno. Cuando alguien
alcanzaba a distraerse, y perdía el hilo de la explicación, el ojo avizor del catedrático lo llamaba a
la pizarra; desde donde ya no le era permitida la distracción. Los temas se sucedían, y el
programa íntegramente alcanzaba a explicarse. No había capítulos mal vistos. Todos habían sido
comentados “in extenso”. No había oportunidad, en consecuencia, sino de una leve recapitulación
para el momento de la prueba final.
Verdadero artífice de las relaciones públicas, el Padre De Ferrari sabía exponer a cada
uno de los padres de sus alumnos, la situación real de éstos; sin llegar a despertar sentimientos
encontrados y adversos. Bajo su Dirección el internado creció considerablemente, ya que el buen
nombre del plantel anduvo en la boca de las gentes de Cojedes. Portuguesa, Yaracuy, Falcón y
estados del Oriente de la República. Las comunicaciones eran para entonces muy difíciles.
Exceptuando los que provenían de las poblaciones foráneas de Carabobo, y los del vecino Estado
Aragua, los alumnos internos apenas recibían las visitas de sus familiares dos veces en el año.
Pero bien se cuidaba el Padre De Ferrari porque en el ambiente de la casa se conservaran el trato
y el intercambio que rigen las buenas relaciones familiares. Él estaba en todas partes.
Consolando a los unos. Reconfortando a los otros. Aplaudiendo a los estudiosos. Estimulando a
los retrasados. Unas veces mitigaba y reducía la severidad de algunos castigos. Otras veces, se
colocaba él mismo al frente de una causa, para encausarla mejor, y darle un sabor más
acusadamente didáctico.
Era, por otra parte, un hombre verdaderamente múltiple. A poco de llegar a la Dirección,
acometía la erección de la torre del Santuario; construcción que él mismo dirigía, cuando no
acometía directamente los trabajos. Extendió el dominio y propiedad de los salesianos sobre la
totalidad de la manzana en que aquéllos se instalaran. Pudo establecer, como puerta de entrada y
fachada principal del Colegio, la esquina suroeste del cruce de las calles de Colombia y
Anzoátegui. En esa forma habría cruzado, en forma diagonal, el vasto terreno que delimitaban las
calles El Sol, Colombia. Anzoátegui y Briceño Méndez, de hoy. Inició nuevas dependencias e
instalaciones, lo mismo en el antiguo terreno, como en el recién adquirido. En éste se atuvo a un
tipo de aulas, frescas e iluminadas. El mismo sembraba las columnas en compañía de Francisco
Ríos e Higinio Seijas, dos maestros de obras que bien merecían título de Arquitectos.
La extensión de la obra salesiana en Valencia, durante el decenio en que el Padre De
Ferrari comanda sus destinos, sobrepasa todos los cálculos, y anula todas las previsiones.”
Como la enseñanza de Artes Manuales se le viniera abajo, por diferentes motivos y
razones, intuyó el porvenir de la enseñanza agrícola. Interesó en sus planes a uno de sus más
insignes benefactores, y así el 15 de septiembre de 1920, el Dr. José Berrizbeitia firmaba la
donación de los terrenos donde hoy funciona la Escuela Agronómica Salesiana. Subido sobre su
caballo zaino, se le vió desde entonces cruzar las calles de la ciudad, y enrumbarse hacia el norte
hasta tocar a las puertas de su nuevo plantel. Pero, muy antiguo y muy moderno, a poco adquiría
un flamante automóvil, que conducía con habilidad y soltura de veterano del volante,
aprovechando en esta forma el escaso tiempo de que disponía.
Tenía siempre el buen deseo de colaborar. Fue ese sentimiento generoso el mismo que lo
llevó a instalarse en el antiguo Liceo de la Divina Pastora, dispuesto a proseguir la obra de Hipólito
Alexander. El 1° de enero de 1917 abría aquella escuela gratuita, que consideraba también
semillero de vocaciones sacerdotales. Allí permanecería izado el pabellón de Don Bosco hasta el
año de 1924, en que, erigida la Diócesis, debieron volver los salesianos a su cuartel principal.
No obstante la multiplicidad de funciones, y la diversidad de actividades, De Ferrari
conservaba incólume su espíritu sacerdotal. Ni el trato con los poderosos, ni el auge y esplendor
de sus obras, ni el ascendiente vigoroso que cobrara sobre subalternos, discípulos y amigos. Ni el
éxito sistemático que siempre lo acompañaba, y parecía haberse vuelto su vasallo fiel y sumiso.
Nada. Absolutamente nada lograba envanecerlo, y borrarle siquiera fugazmente de su ánimo la
imagen de sacerdote de Cristo. Por eso pensaba en los humildes y en los desposeídos, se
atrincheraba en la virtud, acicateaba la convivencia y el intercambio con sus hermanos, y en todo
sus actos, desde el amanecer hasta la noche, procuraba prodigarse con aquel darse íntegramente
que San Pablo reputaba como la expresión más elevada de la Caridad.
- Apenas se desenvolvía el segundo año de Dirección del Presbítero Enrique De Ferrari, cuando
ya comenzaban las manifestaciones de su dinamismo y competencia.
En el mes de mayo de 1915 organizó un nutrido programa para conmemorar los Cien
Años del establecimiento de la festividad de María Auxiliadora, así como el Centenario del
Nacimiento de Don Bosco, en “Becchi”, pequeña aldea de Italia. Los periódicos de la época se
hicieron eco del despliegue de fervor, y en especial del desfile ininterrumpido de fieles hasta el
Santuario de María Auxiliadora, desde el 21 hasta el 30 de mayo, inclusive, en que se clausuraron
las festividades.
Día tras día plenaron la iglesia de los salesianos nutridas romerías provenientes de todas
las Parroquias de Valencia. Primero concurrieron los devotos de la Parroquia Matriz. Al día
siguiente, 25, desfilaron los de La Candelaria. El 26, los de San José. El 27 estuvo adjudicado a
la Parroquia de San Blas. Luego siguieron los de la Divina Pastora y, por último, la peregrinación
partida de la Iglesia de san Francisco.
El domingo 30, un coro de Cincuenta Voces cantaba el Himno a María Auxiliadora, con letra de la
inspirada poetisa e insigne benefactora de la Obra Salesiana en Valencia, Doña María de
Betancourt Figueredo, y música del Maestro Manuel Betancourt. Ya desde el día 23, en horas de
la mañana, había quedado solemnemente inaugurada la hermosa Torre Campanario, que el
Presbítero De Ferrari construyera apenas en poco más de cinco meses. Bien pudo decir un
cronista de EL ECO PUBLICO, a propósito de esta Torre: “De ordinario se vió el señor Director
apostado en la cumbre de los andamios, bajo el sol del mediodía, dirigiendo a los artesanos, y
muchas veces le sorprendió la noche, incansable en sus faenas”.
Bien podemos decir hoy, que De Ferrari asombraba a los valencianos con su capacidad
de trabajo, y con la acabada planificación de sus obras. Se andaría muy equivocado quien se
pensara que aquellos triunfos llegaban al azar. Su labor frente a los Cooperadores Salesianos, y
cerca de las socias de la Archicofradía de María Auxiliadora, era producto de un trabajo inteligente
y tenaz. Los primeros le habían asegurado la construcción de la Torre, y las segundas le habían
repletado el Santuario durante diez tardes consecutivas.

La Peste Española nos visita


El día 2 de octubre de 1918 se registraba el primer caso de “peste” entre los superiores y
alumnos del Colegio “Don Bosco”, de Valencia, era la temida PANDEMIA ESPAÑOLA,
que tantos estragos y muertes originó en esta ciudad. Muy pocos alumnos se retiraron a
sus residencias. La gran mayoría permaneció en el Colegio. Uno tras otro fueron
presentando los síntomas del mal. Hasta cuarenta y cuatro pacientes llegaron a ocupar
las camas del dormitorio. El Padre De Ferrari dio entonces muestras de un temple y una
abnegación a toda prueba. Solícito, preocupado, en ningún momento dio manifestaciones
de cansancio. Asesorado por el Dr. Rafael Manuel Iturriza, trató todos los enfermos; ni un
solo caso llegó a fatalizarse. El propio Director servía los medicamentos, y llevaba la
confianza al ánimo de todos.
Las puertas del Santuario, como las de todos los Templos de la ciudad, permanecieron
cerradas durante la epidemia. El Liceo de La Pastora, para entonces a cargo de los Padres
Salesianos, fue habilitado como Hospital de emergencia, llegando a cobijar hasta cuarenta
enfermos.
La “Gripe” Española del año dieciocho había llegado para demostrar que al frente de la
comunidad salesiana de valencia, estaba un hombre que era heredero directo del bienhechor de
los Variolosos: Félix Andrés Bergeretti. De él había aprendido la más heroica abnegación.

Las Bodas de Platas del Colegio


...Y Valencia, calibró el gesto de Enrique De Ferrari y se aprestó a corresponderle. En el
año de 1919 se cumplían veinticinco años de haber abierto sus puertas el Colegio “Don Bosco”, en
su sede de la calle El Sol. Se conmemoraba, igualmente, un cuarto de silo de la presencia entre
nosotros del Presbítero De Ferrari. Intégrese una Junta bajo la Presidencia de Monseñor Víctor
Julio Arocha, de la que formaban parte los siguientes caballeros: Dr. Emiliano Azcúnez, Dr. José
Berrizbeitia, Padre Torres Coronel, doctores Pedro Castillo, Alejo Zuloaga, Atilano Vizcarrondo,
Ricardo Zuloaga E., José Luis Arcay, Rafael Manuel Iturriza, Pedro Manuel Castillo, Luis Felipe
López, Francisco Iturriza, Don Eduardo Berrizbitia, Don Martín Gornés y Don Joaquín Alvarado.
Era Valencia entera, en sus hombres más representativos, que se ponía de pie para
premiar a los hijos de Don Bosco, y tributar un aplauso muy sonoro a la cabeza de la comunidad:
Enrique de Ferrari.
Fueron cuatro días de solemnidades litúrgicas a toda pompa, comenzando el viernes 5 de
diciembre. El domingo 7 a las 8 p.m., en el Salón Teatro del Colegio, se cumplió un brillantísimo
acto literario, en que hubo derroche de oratoria, poesía y buen teatro; pronunciando el Discurso de
Orden, el Vicario de Puerto Cabello, Fray Eugenio de Galilea, tribuno y conferencista de muchos
quilates.
El Presidente de la República, Dr. V. Márquez Bustillos, concedió, por Decreto especial, al
Presbítero Enrique De Ferrari, la medalla de Honor creada el 18 de febrero de 1894, para que la
usara en nombre de la gratitud popular. El General Emilio Fernández, Presidente Constitucional
del Estado Carabobo, por Decreto de 13 de noviembre de 1919, que refrendara su Secretario
General de Gobierno, Dr. Lisandro Lecuna, le ofrendó una pluma de oro. El Consejo Municipal del
Distrito Valencia, por Acuerdo del 18 del mismo noviembre, se unió al regocijo de la sociedad de
Valencia, y designó una comisión para que hiciera de presente los votos del Cuerpo. Presidía
entonces el Ayuntamiento, Don Ricardo Montenegro, y junto con él firmaron el Acuerdo, los ediles:
Gustavo Minguett, Mariano Páez, Mariano Paz, Matías Manrique, Carlos Betancourt G., Pablo
José Acosta. El Síndico Procurador Municipal, Pedro Manuel Castillo, y el Secretario, Don Juan
Seidel.
Debió el Padre De Ferrari con afrontar la grave contingencia originada por la primera
Guerra Mundial. Como una primera consecuencia dejó de llegar el contingente humano, y
debieron fusionarse las Inspectorías Salesianas de Venezuela y Colombia, con sede en Bogotá, y
abastecerse de su propio material humano.
El Padre De Ferrari, ni corto ni perezoso, salía el 27 de diciembre de 1918, al frente de un
primer contingente de cuatro jóvenes aspirante. Viaje largo y penoso, hasta Mosquera, cerca de
Bogotá; lleno de peripecias e incomodidades, realizado bajo la impresión de aquellas primeras
vocaciones salesianas.
Fue para De Ferrari consigna sumisamente acatada y fielmente cumplida, poner a palpitar
su Colegio al unísono con el corazón de Valencia. Todo cuanto representaba un motivo para grato
para la ciudad, encontraba repercusión en el seno del plantel. Los personajes de significación que
visitaban a Valencia, iban a dar, y eran espléndidamente recibidos en el Santuario y en el Colegio
de los Salesianos.
Para el año Centenario de la Batalla de Carabobo, en 1921, recibió y brindó albergue a
todo el alumnado del Liceo “San José”, de Los Teques. Puso a la orden el Comité Organizador
del Tercer Congreso Nacional de Medicina, los salones del Colegio, y así le cupo la satisfacción de
ver como las sesiones de la magna asamblea, promovida por la Academia Nacional de Medicina,
se sucedían bajo las arcadas de su Instituto.
Era respetuoso y sumiso frente a la Superioridad Eclesiástica, lo mismo que ante la
Jerarquía de la Orden en que militaba. Recibió, en varias ocasiones, como huésped de honor, al
Internuncio, y después al Nuncio Apostólico. Uno de ellos, Monseñor Felipe Cortessi, destacado a
la Provincia en relación al establecimiento de cuatro nuevas Diócesis, permaneció durante una
semana en el seno de la comunidad salesiana de Valencia.
La múltiple actividad de de Ferrari lo llevaba a invadir terrenos extraños a su radio de
Director de una casa salesiana. Así fue como actuó por varios años como Maestro de Ceremonias
de la Iglesia Mayor de Valencia. Con ese carácter dirigió las ceremonias de Consagración de la
Santa Iglesia Matriz, presididas por el Arzobispo Rincón González, y se desempeñó, igualmente
durante el episcopado de Monseñor Granadillo.
A la hora de mencionar sus colaboradores más entusiastas y fervorosos, debemos citar a
los Presbíteros Crispín Pérez y César Lucio Castellanos, y a los doctores José Berrizbetia,
Francisco Iturriza, Miguel Gerónimo Ocando, Pedro Manuel Castillo y Rafael Manuel Iturriza.
Como su brazo derecho, en el gobierno de la casa, estuvo el Presbítero José María Grazzini, el
administrador del Colegio, eficiente, callado, respetuoso. Heredero directo e inmediato de las
dotes y posición del Padre Piana, llegó a hacerse insustituible en el coro del Santuario, y al frente
de los conjuntos líricos del Colegio.
Fue generoso colaborador de las obras del Padre De Ferrari, el General Juan Vicente
Gómez, Presidente de la República; quien le tendiera, decidido, la mano, en más de una
oportunidad. Le visito en varias oportunidades y durmió en el Colegio, además de visitar a sus
hijos que eran internos del Colegio Y a la cabeza de su brigada de Cooperadoras, Bienhechoras y
dirigentes de la Archicofradía de María Auxiliadora, uno de los conjuntos mejor estructurados que
haya conocido la vida eclesiástica de esta ciudad, recordemos a Enriqueta Rojas, Delia Sandrea,
Doña María de barrios, las hermanas Feo caballero, las señoritas hermanas Burgos y a Doña
María Betancourt Figueredo, quien plasmara en hermosos poemas y en crónicas vibrantes su
devoción de primera línea por la causa de Don Bosco.

Llegado a Valencia desde el año de 1912, fue colaborador muy directo del Padre De
Ferrari, el Presbítero Luis Frassatto; para esta época miembro de la comunidad salesiana de
Valencia. Este honorable decano del Colegio “Don Bosco” es, para profesores y alumnos, una
verdadera reliquia. Suerte de lazo de unión entre este presente, a ratos contradictorio y absurdo, y
el ayer esplendoroso, cargado de días de gloria, que conoció la Congregación Salesiana entre
nosotros.
Antes de terminar el año de 1924, el Padre De Ferrari entregaba la Dirección del Colegio
de Valencia, y se trasladaba a Caracas, donde fijaría su residencia, como jefe de la Familia
Salesiana, con jurisdicción en todo el país.

El Padre Rodolfo Fierro

En el año de 1924 tomó posesión de la Dirección de la Casa Salesiana de Valencia, el


Reverendo Padre Rodolfo Fierro Torres, de nacionalidad colombiana.
Por seis años consecutivos actuaría en aquel alto destino, produciéndose su separación
en el año de 1930. Sin embargo, volvería a actuar cinco años después, permaneciendo, en esta
nueva ocasión al frente de la comunidad salesiana, de 1935 a 1939.
Se trataba de un sacerdote de mentalidad celosamente cultivada. Con largos años de
permanencia en Europa; escritor de brillante estilo literario; conferencista de excelentes recursos y
valiosas disciplinas. Después de una esmerada formación, vino a dar sus frutos y a iniciar
programas de trabajo en esta ciudad.
Supo conservar la institución en el elevado nivel a que la llevaran sus predecesores.
Mereció toda la confianza del Obispo Francisco Antonio Granadillo, quien lo hizo objeto de
señaladas distinciones. Este prelado amaba la Historia, y en el Padre Fierro Torres encontró al
grato compañero de tertulia, enamorado permanente de los personajes y sucesos del pasado.
Obispo y clérigo llegaron a complementarse en el afán de la investigación histórica.
En una ocasión, cuando en el vecino Puerto se develaba la estatua del Padre de la Patria,
debía Monseñor Granadillo pronunciar oración de compromiso. Su quebrantada salud no le
permitió satisfacer aquel requerimiento. Y en su lugar envió a Fierro Torres; quien lejos de
amilanarse ante el peso de la representación, salió airoso, con una pieza oratoria de estupendo
contenido. Fue el Padre Fierro confesor del Obispo Montes de Oca, sucesor de Monseñor
Granadillo. En el orden material, realizó la construcción del brazo del Colegio que se extiende a lo
largo de la calle de Colombia, entre las Avenidas Anzoátegui y Briceño Méndez.
El Padre Fierro Torres falleció en una de las casas salesianas de Barcelona, España;
desde donde se le recuerda por la labor intelectual de gran envergadura que siempre acometiera.

Un Polaco Director P. Máximo Piwowaezik

Un sacerdote polaco de exquisita educación y buen trato, el Reverendo Padre MAXIMO


PIWOWARZIK, asumió la Dirección del Colegio “Don Bosco”, en el año de 1930. Había actuado
durante varios años bajo la Dirección del Padre De Ferrari, y se había caracterizado por su celo y
su fervor. Sin embargo, no llegaría a gobernar hasta el término de su período de tres años,
separándose de la jefatura de la Casa, en el de 1932.
Fue, justamente, en ese año cuando entró a comandar el Colegio “Don Bosco”, de
Valencia, por la primera vez, un salesiano de nacionalidad venezolano.
El Primer Venezolano en asumir una Dirección

ISAIAS OJEDA, nacido en Acarigua, discípulo de Francisco Antonio Granadillo, en el Liceo de la


Divina Pastora, y de Enrique De Ferrari, en la casa salesiana de Valencia. Formado en el
noviciado de Mosquera, en la República de Colombia; contó siempre con el afecto y la confianza
de sus maestros y superiores.
Haciendo gala de su genuina vocación salesiana, a poco de tomar las riendas de la casa de
Valencia, se empeñó en la reorganización de la Escuela Gratuita DOMINGO SAVIO, a la que
dispensó siempre paternal protección. De su largueza y generosidad conoció, igualmente, la
Escuela Agrícola de Naguanagua, que para entonces ya planteaba la necesidad de sus primeras
edificaciones.
Correspondió al Padre Ojeda promover los actos conmemorativos de la Canonización de
San Juan Bosco. En el viejo Santuario levantó una amplia capilla, destinada al culto del nuevo
Santo; en ella erigió un hermoso retablo, y colocó en él imagen del Fundador.
Fue un gran amigo de los Antiguos Alumnos, y a todo lo largo de su gestión exhibió viva
preocupación y singular interés por la Asociación que los agrupa.
Como encargados de la Dirección figuran los Presbíteros Juan Vernet (1937-1938) y
Jesús de Corcuera (1938-1939). Este ultimo era un reputado profesor de Matemáticas, Física y
Química. Ejercitó La docencia en el Colegio Federal de Varones, donde su presencia fue siempre
vista con los mejores ojos, ya que ejercía y daba muestras de un conocimiento cabal de las
asignaturas que enseñaba.
Para el año de 1939 se encargaba de la Dirección el Reverendo Padre José María
Wolbers, de nacionalidad alemana. Le corresponderá actuar hasta el año 1944. Su gestión habrá
de caracterizarse por un considerable incremento del alumnado. La vida del Colegio adquiere un
tono muy subido. Fomenta las reuniones de loa Antiguos Alumnos, e impulsa las actividades de la
Archicofradía de María Auxiliadora. De esta suerte mantiene encendida la llama del culto en el
Santuario, y se muestra muy solícito en las relaciones e intercambio con los padres,
repre4sentantes y cooperadores de la obra salesiana en Valencia. El nombre del Padre Wolbers
es motivo de recuerdo muy especial en los anales de la Casa Salesiana de esta ciudad.

Las Bodas de Oro del Colegio


. . . Y así llegamos al año de 1944. Es el año cincuentenario de la llegada de los
salesianos a Carabobo, y a Venezuela. Hay un consenso unánime, en el Colegio y en la ciudad,
en torno a las efemérides. Todos están de acuerdo en que se la debe celebrar rumbosamente.
Los representantes del Poder Público; el Obispo y el Clero de la ciudad; la Asociación de Antiguos
Alumnos, que para entonces lucía como auténtica fuerza viva de la población, bajo la presidencia
de Don Ramón Chazzím; la sociedad y el pueblo de Valencia.
Es entonces cuando llega con carácter de Director, y se encarga de la jefatura del Colegio,
el Presbítero Ricardo Alterio. Valenciano por los cuatro costados. Formado en las mismas aulas y
bajo las mismas arcadas que entrarían a conocer de su austera silueta de Director. Quienes lo
vieron llegar, y meterse de lleno en su trabajo rutinario, jamás pensaron que con él se iniciaba una
nueva etapa en la vida del Colegio “Don Bosco”, de Valencia. Era el noveno Director, en el orden
sucesoral, descartando las interinarías de los años de 1937 y 1938. Pero en realidad venía para
llenar y encarnar toda una era en la vida del plantel. Treinta Años antes se había iniciado la
actuación de su maestro, Enrique De Ferrari. De aquel hombre extraordinario, había captado todo
un cortejo de virtudes, y había aprendido los métodos de trabajo. Llegó cuando ya, virtualmente,
se habían programado los actos cincuentenarios, y le correspondió sólo presidirlos.
Aquel programa incluyó una exposición de antigüedades que se remontaban a los
orígenes mismos del Colegio. Al lado de la figura de los fundadores estaba, unas veces en la
fotografía, y otras en la más acertada reproducción, mobiliario, material de enseñanza, diplomas y
medallas, voceros periodísticos, libro de matrícula, cuadros de honor, instrumentos musicales,
etcétera. Esta exposición, que se apuntó un éxito muy sonado, fue inaugurada con un hermoso
discurso de Antonio Oswaldo Marvez Sosa, muy destacado intelectual carabobeño.
Previamente se había promovido un concurso para el Himno de los exalumnos. Fueron
los vencedores: el poeta Roque Muñoz y el Maestro Joaquín Quintero N., quien desempeñaba la
Dirección de la Banda del Estado.
En el Teatro Municipal se llevó a cabo un acto de gran solemnidad, en que se adjudicaron
e impusieron medallas y botones, a antiguos Directores y Profesores del plantel. Correspondió
pronunciar el Discurso de Orden al Dr. Donato Pinto, una de las más prestigiosas figuras de la
Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos.
En los corredores del Colegio se sirvió un banquete a varios centenares de alumnos y
exalumnos, y la fachada del Instituto, durante varias noches, lució una iluminación especial a
colores, que impresionó profundamente a los valencianos y a los visitantes.
El motorizador de los festejos cincuentenarios fue Don Ramón Chazzím, quien para la
fecha presidía la Asociación de Exalumnos. El gran valenciano desplegó una febril actividad, la
misma que tantas veces él ha sabido desarrollar cuando se trata de un compromiso de honor. No
omitió detalles, supo estar en todas partes, tremolar con singular vigor el pabellón salesiano, y
hacer de aquellas festividades un punto de referencia en la vida de Valencia.
Capítulo especial ha de corresponder en este relato a la Asociación de Antiguos Alumnos,
instalada el 17 de enero de 1924; durante el gobierno del presbítero Enrique de Ferrari. Su vida
ha sido muy accidentada llena de altibajos y claroscuros que le han impedido el cumplimiento de
su misión. Ha sido una verdadera lástima, ya que de esa vida irregular y entrecortada solo ha
podido surgir la dispersión, el vacío y el desconocimiento mutuo. Su funcionamiento fue regular en
su primera década (1924-1944), y a continuación copiamos la nómina de sus Presidentes: Don
Pablo José Acosta, Don Luis Rafael Acevedo, Don Ramón Chazzím, Don Hermógenez López
Lugo, Dr. Fco. Ignacio Romero, Doctor Darío Hoffman, Ramón Chazzím, Don Rafael Eduardo
Romero. Entre sus mejores realizaciones se cuentan los famosos equipos que importara de
Alemania para los laboratorios de Física y Química, así como el instrumental que donara para una
posible reinstalación de los talleres de Artes Manuales (Años de 1930 y 1944).
Y aquí damos por terminadas nuestras crónicas sobre la Casa Salesiana de Valencia.
Ellas se extienden y cubren, en consecuencia, desde la llegada de los primeros salesianos a
Valencia, hasta 1944, cincuenta años después.
A través de este relato hemos puesto de manifiesto, y demostrado a plenitud, los nexos y
vinculaciones que con Valencia contrajeran los hijos de Don Bosco.
Ha correspondido al Reverendo Padre Alterio el triste privilegio de dirigir el Colegio a la
clausura del internado. Jugarretas y hasta crueldades del destino. Él, que demostró siempre
audacia y acometividad impresionante, para jalonar toda una etapa de la vida del Colegio. El que
proyectó y levantó edificaciones de amplitud, confortabilidad, presentación y durabilidad a toda
prueba. El que ha legado a Valencia un santuario moderno de dos plantas vasto, funcional, fresco
e iluminado; capaz de alojar hasta un millar de alumnos, y, simultáneamente, más de un millar de
feligreses. Ahora deplorará la pérdida de sus internos, por quienes tanto se preocupó, y a quienes
dio esfuerzos, vida y energías. !!! Pero bien sabemos que seguirá adelante en el puesto de
combate que se le señale, dispuesto a librar nuevas batallas, y listo para ganar otros prosélitos a
la causa a la que se ha dado por entero.
El Padre Ricardo Alterio

En el año de 1944 escalaba la alta posición. Era el año en que se conmemoraba el


Cincuentenario de la llegada a Valencia de los Padres Salesianos. Le correspondió presidir
aquellos festejos, aún cuando no tomara participación activa y efectiva en los distintos números
programados. Era el noveno Director en el orden sucesoral, de la Casa Salesiana de Valencia.
Veinticuatro años han transcurrido desde entonces. En diferentes oportunidades, y en
acatamiento a las estipulaciones estatutarias, debió separarse de la Dirección. Pero fueron
separaciones a breve tiempo, más o menos fugaces.
Él seguía, por otra parte, gravitando como eje y centro de la vida y los destinos del
Colegio. Era un obligado punto de referencia. Cuando surgía una situación difícil, todos trataban
de hacer memoria. En una ocasión el Padre Alterio había confrontado una situación más o
menos parecida. . . Y la había resuelto en tal forma. Y aquella solución era de nuevo aplicada.
Se tenía la impresión de que hubiera, en cada caso, sentado jurisprudencia.
Razón sobrada me asistió para afirmar en la última de mis crónicas sobre la Casa Salesiana de
Valencia, que cuando Ricardo Alterio tomó posesión de la Dirección, en el año de 1944, se
iniciaba una nueva era en la historia del instituto. No solamente las obras materiales, que ya
veremos cuanta monta alcanzaron. Ni tampoco la larga sucesión de Promociones egresadas
mientras él ejercitará el comando de la casa. Lo que verdaderamente marca y señala su paso por
la Dirección del colegio, es el estilo que le imprimiera a la propia función rectora.
Señal clara y precisa de su robusta personalidad. Exhibió, en todo momento, la misma
tónica, idéntico procedimiento, igual e inalterable comportamiento. No se mostró una vez
sonriente, y apesadumbrado y compungido en la ocasión siguiente. Complació cuantas cosas fue
posible complacer. Supo decir no, aún cuando esa actitud negativa le doliera en lo más hondo del
espíritu!!!
Un buen día quiso matricularse como alumno de la facultad de derecho, en la recién abierta
Universidad de Carabobo. Anhelaba un conocimiento cabal de códigos y leyes. Muy apurado
andaba de tiempo disponible que entre las obligaciones de la Dirección, y las enseñanzas en las
aulas de su Colegio, le copaban la mañana como la tarde. Pero se propuso hacer el esfuerzo y
salió avante.
Puntualmente concurrió a oír a sus maestros. Llenó apuntes como los muchachos que se
sentaban a su lado. Rindió exámenes, y fue habitual cliente del sobresaliente. Y en la tarde del 13
de noviembre de 1964, Paraninfo de la Universidad de Carabobo, de las manos del Rector Giugni,
recibió el título de Abogado de la República.
Era el primer sacerdote salesiano que optaba a un título universitario, en la historia de la
Inspectoría Salesiana de Venezuela. Era también el primer sacerdote regular, valga decir el
primer miembro de comunidad religiosa, que entre nosotros escalaba las grandes del Paraninfo en
demanda de un diploma. Debería remontarnos hasta los últimos años del siglo pasado o los
primeros de la actual centuria, cuando la primera etapa de la Universidad de Valencia. Solamente
entonces encontraríamos figuras muy respetables del Clero de Carabobo, pertenecientes todas al
clero secular como cursantes regulares a nivel de la Facultad de Ciencias Eclesiásticas.
En todo salesiano debe anidar la vocación didáctica. Sentirse bien entre los niños;
observar y clasificar sus tendencias y aptitudes. Encausar sus reacciones y sentimientos desde la
edad temprana. Y enriquecer sus conocimientos en el aula. Ricardo Alterio recibió esa formación
como quien recibe un legado, de las propias manos del Padre Enrique De Ferrari. El ejemplo
luminoso de aquel maestro inolvidable es guía permanente de sus actos y constante punto de
referencia en sus diarios exámenes de conciencia.
Egresado del Instituto pedagógico Nacional encausó sus actividades docentes en el
sentido de la especialización. Física y Matemáticas. Al dictarlas, evita a todo trance el
atiborramiento y la sucesión de conocimientos; repetidos sin hacer huellas en el cerebro y en el
ánimo del alumnado. Conocimientos básicos, sustantivos, fundamentales; haciendo siempre
impacto en el ánimo del auditorio. Todo de acuerdo con la máxima de Graf: “Es un maestro
excelente aquél que sin enseñar muchas cosas, hace nacer en el discípulo un afán grande de
aprender”.
Porque es un Profesor excelente sus discípulos lo recuerdan y se acercan para percibir
otra vez su acento de maestro. De los catedráticos anodinos y oscuros sólo un recuerdo muy vago
conservan sus discípulos. Su fama de buen profesor lo ha llevado en los cuadros docentes de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. A cuatro años escasos de haber recibido el
título académico, el Padre Alterio ya ostenta rango de profesor universitario.
La etapa de más de dos lustros que él ha encarnado, al frente del Colegio “Don Bosco” de
Valencia, lo ha aureolado como famoso administrador. Así lo pregonan sus grandes realizaciones.
Buscarlo en sus obras, en la seguridad de encontrarlo crecido y enhiesto, como quien concibe y
realiza proyectándose hacia el futuro. Allí estaba todo el brazo del colegio. Con frente a la Calle
Briceño Méndez. Edificio de cuatro pisos. Aulas, dormitorios, comedores, cocina, enfermería, y
residencia para el personal. Todo de una impresionante solidez, cómodo, higiénico, confortable.
Realizado con durabilidad de centurias, como para soportar la dura prueba del golpeteo de la
muchachada.
Pero capítulo aparte merece su nuevo santuario. Iglesia de dos pisos, capaz de alojar mil
alumnos en el piso alto, y más de mil feligreses en la planta baja. Templo moderno, vasto,
iluminado, y funcional.
Se podrá no estar muy de acuerdo con su línea arquitectónica, y hasta añorar las góticas
ojivas de la iglesia vieja. ¿Quién podrá dudar que abunda más el motivo artístico en los santuarios
semioscuros del siglo pasado? Pero no se habla acaso de una iglesia nueva? De un nuevo rito y
de un nuevo orden? Para tales planteamientos esta como la mejor respuesta, este santuario
esbelto, semicircular, escueto, audaz y sólido a la vez que el Padre Alterio eligiera a la Virgen
Auxiliadora.
Ahí queda, en el ángulo noroeste del cruce de las calles Páez y Anzoátegui. Dotados de todos los
implementos que el culto católico requiere y señala. Obra que anda por encima del millón y medio
de bolívares, totalmente pagados para la fecha. En una de las capillas laterales de la derecha, el
osario; que guarda cenizas muy preciadas. Las de Félix Andrés Bergeretti, en primer término. Las
de Enrique De Ferrari, de imborrable memoria. Las de María de la Paz Pérez Santander, la
insigne bienhechora, que concibiera y sufragara la avenida de los primeros salesianos. Las de
otras beneméritas benefactoras, como Doña Ninfa Pérez de Bermúdez Coussin. Y las de Don
Cayetano Alterio progenitor del ilustre sacerdote, y gran amigo de la obra salesiana. . . Y en la
parte frontal del Santuario, el Bautisterio que anuncia y aguarda los catecúmenos, que alguna vez
habrán de llegar.
Pero salgamos del nuevo Santuario, y trasladémonos al extremo suroeste de la ciudad. En el
barrio “El Boquete” centenares de muchachos concurren a las aulas del Oratorio Festivo
“Monseñor Víctor Julio Arocha”. Allí encontraremos la capilla, y comedor escolar, el cine, las
diversiones apropiadas para la infancia. El germen de una futura gran escuela de artes manuales.
Todo integrado por un ambiente grato y reconfortante. Es la obra prohijada por el Colegio “Don
Bosco” de Valencia. Es la punta de lanza de esta casa salesiana, en una de las barriadas
proletarias de la ciudad. Es también la obra del Padre Alterio y recordemos después como el
profesor de las más ejemplarizantes disciplinas, terminada la lección, mientras la muchachada
grita y corre en el patio principal, abre el piano, y se deleita con las más variadas partituras. Es el
discípulo de José María Grazzini y de Luis Troya. Es el sucesor del famoso Jacinto Piana, quien
fundará los primeros grupos orquestales del colegio. Y es también el compositor, para quien el
Pentagrama parece no guardar secretos.
Pero para quién cubre tantos aspectos, y exhibe tantas aristas, un solo plano recóndito. El
espíritu genuinamente sacerdotal, que rige su austeridad, preside su mundo anterior, alienta y
sostiene muy viva su fe. Más de treinta años lleva vistiendo la sotana del sacerdote. Nadie lo ha
visto vestido en otra forma. Es que vive abrazado a su sotana, con toda la fuerza y el aliento de su
intensa vocación sacerdotal!!
Este es el Padre Alterio, a quien el Dr. Fabián de Jesús Díaz bautizó como “Un hombre y
capitán para las empresas de envergadura”. Fiel observante de la regla, es salesiano enchapado
a la antigua. Pertenece, en consecuencia, a la misma estirpe de aquellos apóstoles que, a fines
del siglo pasado, levantaron su tienda en la casa de la calle Anzoátegui, a media cuadra de la
esquina de “El Vapor”. Uno de aquellos pioneros modeló su perfil de hijo de Don Bosco. ¿Cómo
puede extrañar que él, leal y consecuente para con sus maestros, exhiba sus mismas virtudes, y
ejercite igual comportamiento? . . . Valencia puede sentirse orgullosa de este valenciano de
auténtico valimiento, que quiso y que la vivió y soñó muy digna de su pasado, pero también muy a
tono con su radiante porvenir. Y así, muy antiguo y muy moderno para quien lo observo desde
afuera, Ricardo Alterio vivió su presente inmutable como hijo de Don Bosco.
Las anécdotas y las historias del Colegio son innumerables, son cuartos que esconden un
tesoro y por lo corto del tiempo hemos debido restringir nuestra investigación a lo que serian los
primeros setenta y cinco años, quedando para futuras investigaciones el pasado que un día fue
presente.

Los Directores de la Comunidad Salesiana del Colegio “Don Bosco”


P. Andrés Félix Bergeretti 1894-1902
P. J. Baustista Voghera 1902-1908
P. Enrique La Riva 1908-1913
P. Enrique de Ferrari 1913-1924
P. Rodolfo Fierro Torres 1924-1930
P. Máximo Piwowarczyr1930-1932
P. Isaías Ojeda 1932-1939
P. José M. Wolbers 1939-1944
P. Jesús A. Díaz 1950-1952
P. Antenor Fontana 1946-1947
P. Cosme Alterio 1945-1946
P. Ricardo Alterio 1944-1969
P. German Delgado 1969-1972
P. Eugenio Monetti 1973-1976
P. Adrian Scurato 1976-1979
P. Ignacio Velasco 1979-1983
P. Moisés Consonni 1983-1986
P. Eligio Moretto 1987-1990
P. Fulgencio Sánchez 1990-1993
P. Marío Fantín 1993-1994
P. Jonny Reyes 1994-1999
P. José Romualdo Godoy 2000-2001
P. Ramón Alfredo Oliveros 2001-

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