El Sacerdocio
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El Sacerdocio
SACERDOCIO MINISTERIAL
EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA*
RICARDO BLÁZQUEZ
SUMARIO
Todos los fieles de la Iglesia, tanto los que han recibido la inicia-
ción cristiana, como los que además han profesado los consejos evangéli-
cos, y los que han recibido la ordenación sacramental poseemos la misma
dignidad de cristianos; somos realmente hermanos en Cristo. Por esto, de-
bemos sentirnos todos sujetos de derechos y responsabilidades, personal y
orgánicamente miembros activos en la vida y misión de la Iglesia. Debe-
mos dar gracias a Dios por el camino recorrido en el posconcilio y conti-
nuar cubriendo las etapas pendientes. Sin duda, en este aspecto, la recep-
ción del Concilio Vaticano II ha sido muy honda en la conciencia de los
cristianos, en la acción pastoral y en las instituciones canónicas.
El prefacio compuesto hace algunos decenios para la misa crismal
expresa con claridad y belleza en el ámbito de la «lex orandi» lo que se-
gún la «lex credendi» reconocemos acerca del sacerdocio de Jesucristo,
del sacerdocio común y del sacerdocio ministerial.
Nos ha parecido conveniente que este texto litúrgico presida
nuestra reflexión. Por ello lo transcribimos a continuación:
«Dios Padre santo, todopoderoso y eterno,
que constituiste a tu único Hijo
Pontífice de la Alianza nueva y eterna
por la unción del Espíritu Santo,
y determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real
a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano,
elige a hombres de este pueblo,
para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo
el sacrificio de la redención,
preparan a tus hijos el banquete pascual,
presiden a tu pueblo santo en el amor,
lo alimentan con tu palabra
y lo fortalecen con tus sacramentos.
del laico en la Iglesia y en el mundo», Burgos 1987, pp. 165-215. J. PEREA, El Laicado: Un
género de vida eclesial sin nombre, Bilbao 2001, pp. 153 ss.
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2. «El prefacio canta la excelencia y las funciones del sacerdocio ministerial, la natura-
leza de su servicio, y su inserción en el contexto de la misión de Cristo y del sacerdocio de
los fieles» (A. BUGNINI, La reforma de la liturgia [1948-1975], Madrid 1999, p. 103). Por su-
gerencia de Pablo VI, que ya en Milán había acentuado el carácter sacerdotal del Jueves san-
to, se convirtió la misa crismal también en una celebración de los sacerdotes. Por esto, se in-
trodujeron en la misa revisada la renovación de las promesas sacerdotales y el prefacio
propio, que hemos transcrito. Este prefacio puede remitirse en su encuadramiento al decre-
to Presbyterorum ordinis 2.
3. Recojo la oración del rito copto: «Envía tu Espíritu sobre esta unción gloriosa y ben-
dita, para que sea unción santa y sello perfecto, aceite de gozo, de misericordia y de salva-
ción, manifestada por la Ley y otra vez de esta manera en el Nuevo Testamento, a fin de que
por él fueran ungidos los reyes, los sumos sacerdotes y los profetas, de Moisés a Juan... Por él,
en efecto, han sido ungidos los apóstoles y todos los santos hijos que nacen en nombre de
Cristo para venir a la unción de la regeneración. Por él también son ungidos los obispos y
los otros sacerdotes, hasta el día de hoy... Márcalos con tu sello... para que sean por nuestra
unción un pueblo santo para ti». (P. DABIN, Le sacerdoce royal des fidèles dans la tradition an-
cienne et moderne, París 1950, pp. 622-623). Cfr. ibid. en p. 619, la oración de la liturgia de
san Basilio. Cfr. Caeremoniale Episcoporum, n. 274. Decreto de la Sda. Congregación para el
Culto divino, Ritibus Hebdomadae Sanctae (3 de diciembre de 1970), en Enchiridion Vatica-
num 3, p. 1701.
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4. Y. M.-J. CONGAR, Jalones para una teología del laicado, Barcelona 1965, 3.ª ed., p. 148.
IDEM, Sacerdoce et laïcat, París 1962. IDEM, Laïc et laïcat, en «Dictionnaire de Spiritualité»,
1975, cols. 79-108. J. L. ILLANES, Laicado y sacerdocio, Pamplona 2001.
5. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el nuevo testamento, Salamanca
1984, pp. 181-219. Cfr. F. VARO, Santidad y sacerdocio. Del Antiguo al Nuevo Testamento, en
«Scripta Theologica», XXXIV (2002) pp. 13-43.
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8. «Es colectivamente como los bautizados poseen esta realeza y este sacerdocio, en vis-
ta de la adoración debida a Dios y de la alabanza que le es dirigida» [P. GRELOT, Le sacerdo-
ce comun des fidèles dans le Nouveau Testament, en «Esprit et Vie» 94 (1984) p. 142]. «Por
una parte, la Iglesia tiene por vocación esencial la vida en comunión con Dios, en un acce-
so inmediato por el Espíritu de Cristo. Por otra, en esta Iglesia el cristiano no puede vivir au-
ténticamente más que insertándose en la gracia y la misión del todo». (J.-M.R. TILLARD, Sa-
cerdoce, en «Dictionnaire de Spiritualité» 14, París 1988, col. 9). «La expresión “sacerdocio
común”, sería sin duda más justo substituirla por “sacerdocio de comunión”, comunión en el
sacerdocio de Cristo, comunión de todos en el único sacerdocio bautismal» (ibid. col. 21).
Sobre la terminología más adecuada cfr. G. PHILIPS, La Iglesia y su ministerio en el Concilio Va-
ticano II, t. I, Barcelona 1968, pp. 177 ss. Aunque los títulos de los números, que aparecen
ordinariamente en las ediciones de los documentos conciliares no forman parte del texto de-
finitivo, preferimos el que figuró en esquemas previos, a saber, «sacerdocio común». Cfr. B.
MONSEGÚ, El sacerdocio común de los fieles, en «Comentarios a la constitución sobre la Igle-
sia», Madrid 1966, pp. 264-316.
9. Cfr. PHILIPS, op. cit., pp. 186 s. «Es necesario subrayar... que este sacerdocio del bau-
tismo y de la confirmación no es un sacerdotium laicorum, al cual haría frente el “sacerdocio
ministerial”. Es el sacerdocio del que todos los cristianos tienen la calidad y el título y sin el
cual ningún obispo o presbítero podría ser ordenado al ministerio. Porque... el ministerio lla-
mado “sacerdotal” está en el cuerpo eclesial sacerdotal (en el sentido de 1 Ped 2,4-10) y pa-
ra él» (TILLARD, a.c., col. 17). La ordenación sacerdotal no desplaza ni elimina el sacerdo-
cio bautismal.
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10. Cfr. Lumen gentium, 34. Semejante dualidad, sacerdocio común y función sacerdotal
de los laicos, aparece igualmente en el Código de Derecho Canónico, cc. 204 ss. y 212 ss. Se
parte de la radical igualdad existente entre todos los cristianos y se pasa a los derechos y obli-
gaciones específicos de los laicos. También puede observarse el mismo deslizamiento de la
gracia común bautismal a la existencia específica laical en la Exhortación apostólica Chris-
tifideles laici 14. «Laico» puede significar etimológicamente todo miembro del pueblo (laós)
de Dios y también el cristiano, que además de estar incorporado a Cristo por el bautismo y
ser partícipe de las funciones sacerdotal, profética y real, posee como propio y específico el
carácter secular (cfr. Lumen gentium 31). De alguna manera podemos decir que el laico es el
cristiano sine addito, cfr. K. RAHNER, Sobre el apostolado seglar, en «Escritos de Teología» II,
Madrid 1961, pp. 337 ss. IDEM, Fundamentación sacramental del estado laical en la Iglesia, en
«Escritos de Teología» VII, Madrid 1967, pp. 357 ss.
11. Cfr. P. DABIN, Le sacerdoce royal de fidèles dans les livres saints, París 1941, p. 197. La
1 Ped une con «una relación de finalidad el ejercicio de este profetismo a la dignidad del sa-
cerdocio real», a saber, es un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que
los llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa (2,9). M. SCHMAUS, Ämter
Christi, en «LTK» 1, cols. 457-459. Calvino influyó decisivamente para que la doctrina de
las tres funciones de Cristo fuera introducida en la teología protestante; entró en la teología
católica en el gozne de los siglos XVIII y XIX, aunque ya el Catecismo del Concilio de Tren-
to se refiere a ellas. Cfr. J. SALAVERRI, La triple potestad de la Iglesia, en «Miscelánea Comi-
llas», 14 (1951) pp. 7-84. El Vaticano II la utiliza en los diversos lugares de modo más siste-
mático: Lumen gentium, 10-17, 12 y 13 (pueblo de Dios); Lumen gentium 25, 26 y 27 (los
obispos); Lumen gentium 28 (los presbíteros); Lumen gentium 34, 35 y 36 (los laicos). Ade-
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más, en los decretos correspondientes Christus Dominus 12-14, 15 y 16; Presbyterorum ordi-
nis 4, 5 y 6, etc.
12. Para la consagración del crisma propone el nuevo ritual dos textos: El tradicional y
otro de nueva redacción. «Ambos insertan la acción sagrada en el misterio de salvación a
través de las figuras bíblicas que ilustran la acción de Dios por medio del óleo» (BUGNINI,
op. cit., pp. 699 ss.). La referencia de la oración solamente retocada a «sacerdotes, reyes, pro-
fetas y mártires» procede del Pontifical Romano (cfr. P. DABIN, Le sacerdoce royal des fidèles
dans la tradition..., p. 603). Pueden verse las respectivas bendiciones del Sacramentario Ge-
lasiano y del Sacramentario Gregoriano en p. 606. La palabra «mártires» no significa un
nuevo título de los ungidos por el crisma, sino que han sido consagrados los cristianos y for-
talecidos con la unción del Espíritu Santo para ser testigos del Señor hasta la muerte, es de-
cir, para dar el supremo testimonio con la rúbrica de la sangre. La trilogía —reyes, sacerdo-
tes y profetas— es tradicional, patrístico, litúrgico y teológico, con base en la Sagrada
Escritura. La Tradición apostólica de Hipólito contiene la siguiente oración: «Si alguien
ofrece aceite, que dé gracias a Dios como para el pan y el vino, no en los mismos términos,
sino en el mismo sentido: “Al santificar este aceite, oh Dios, por el cual has ungido a los re-
yes, los sacerdotes y los profetas, otorga la santidad a quienes lo usan y reciben”» (B. BOTTE,
La Tradition apostolique, París 1946, pp. 33-34).
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mosis vital. Una de las exposiciones más brillantes del sacerdocio común
publicada en 1926, que sin duda tuvo su influjo en Lumen gentium, la de-
bemos a K. Adam; pues bien, en el desarrollo del sacerdocio universal in-
troduce la participación de los laicos en la vitalidad y custodia de la fe,
que asignaríamos hoy a su función profética13.
13. Cfr. K. ADAM, Das Wesen des Katholizismus, Düsseldorf 1936, 8.ª ed., pp. 156-175. La
exposición específica forma parte de un capítulo dedicado a «la comunión de los santos»;
aunque, por lo que dijimos arriba, identificar de hecho «sacerdocio laical» y «sacerdocio uni-
versal» pueda ser matizado (cfr. p. 159), no podemos menos de percibir la hondura teológi-
ca y también el aliento espiritual y el entusiasmo de J.A. Möhler, su precedesor en Tubinga.
Después de citar el texto clásico de la carta primera de san Pedro (2,9 ss.) afirma: «De este
vínculo sacerdotal de todos con el único Sumo Sacerdote Cristo brota la comunidad solida-
ria de todos en la oración, la fe y el amor» (p. 160). Y a continuación desarrolla breve pero
vigorosamente cada uno de estas formas de solidaridad entre jerarquía y comunidad. Cfr. J.A.
MÖHLER, La unidad en la Iglesia, Pamplona 1996, pp. 402-415, en que trata de la condición
sacerdotal común a todos los cristianos, representada en el ministro como su sinécdoque (p.
415).
14. P. DABIN, Le sacerdoce royal des fidèles dans les livres saints, pp. 394-425. He aquí su
enumeración: La oblación de hostias espirituales y de la alabanza (cfr. Heb 13,15-16); co-
munión con los sufrimientos de Cristo (cfr. 1 Ped 4,13); el martirio (cfr. Act 22,20; Apoc
17,6); la persecución y los sufrimientos apostólicos (cfr. Jn 15,13; Fil 2,26-30); la «comuni-
cación litúrgica del evangelio y de la fe» (cfr. Rom 15,16; Fil 1,27; 4,3); la oblación de la vir-
ginidad y la viudedad 1 Cor 7,35 (cfr. 2 Cor 11,2-3); la ofrenda de la castidad y de la conti-
nencia conyugales (cfr. 1 Cor 7,5); el sacrificio de la limosna (cfr. 1 Cor 16,1; 2 Cor 9,12;
Fil 2,230); el sacrificio de la mortificación (cfr. Rom 12,1; 1 Cor 9,24-27; Col 1,24; Fil 3,7-
8). Es comprensible que habiendo sido publicado el libro en 1941 necesitaría una actualiza-
ción exegética, pero muestra cómo la vida entera del cristiano es culto espiritual. Otras pre-
sentaciones más actuales, cfr. P.J. LECUYER, Essai sur le sacerdoce des fidèles chez les Pères, en
«La Maison-Dieu», 27 (1951-3) pp. 7-50. Y CONGAR, Jalones..., pp. 218-269. Es muy rico en
datos, perspectivas y sugerencias, J-M.R TILLARD, Sacerdoce, a.c., cols. 22-26.
15. Lumen gentium, 10.
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18. Cfr. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 50, 3-4, en «PG» 58, cols. 507-510. El
que ha sido socorrido por la comunidad, es «considerado como altar de Dios» (Constitucio-
nes Apostólicas IV,3,2, en «Sources Chrétiennes» 329, p. 175). A.G. HAMMAN, Riches et
pauvres dans l’Église ancienne, París 1982.
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19. Cfr. Presbyterorum ordinis, 2. «El verdadero sacrificio es toda obra hecha para unirnos
con Dios en santa alianza, es decir, referido a la meta de aquel bien que puede hacernos fe-
lices»... «De ahí viene que el mismo hombre, consagrado en nombre de Dios y ofrecido a
Dios, en cuanto muere para el mundo a fin de vivir para Dios, es sacrificio»... «Los verda-
deros sacrificios, pues, son las obras de misericordia, sea para con nosotros mismos, sea para
con el prójimo; obras de misericordia que no tienen otro bien que librarnos de la miseria y
así ser felices; lo que no se consigue sino con aquel bien, del cual está escrito: Para mí lo bue-
no es estar junto a Dios (Sal 72,28). De aquí ciertamente se sigue que toda la ciudad redimi-
da, o sea, la congregación y sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un sacrificio univer-
sal por medio del gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en su pasión, para que
fuéramos miembros de tal Cabeza, según esta forma de siervo. Ya que ésta ofreció y en ésta
es ofrecido; ya que según ésta es mediador, en ésta es sacerdote, en ésta es sacrificio. Por eso
nos exhortó el Apóstol a ofrecer nuestros propios cuerpos como sacrificio vivo, consagrado,
agradable a Dios, como nuestro culto auténtico, y a no amoldarnos a este mundo, sino irnos
transformando con la nueva mentalidad; y para demostrarnos cuál es la voluntad de Dios,
qué es lo bueno, conveniente y agradable, ya que el sacrificio total somos nosotros mismos»
(Rom 12,1-2)... Y más adelante: «Nosotros, con ser muchos, unidos a Cristo formamos un
solo cuerpo, y respecto de los demás, cada uno es miembro, pero con dones diferentes, según
el regalo que Dios nos ha hecho (cfr. Rom 12,5-6). Éste es el sacrificio de los cristianos: unidos
a Cristo formamos un solo cuerpo. El cual celebra también la Iglesia en el sacramento del al-
tar, conocido por los fieles, donde se le indica que debe ofrecerse ella misma en lo que ofre-
ce» (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, X, 6, Madrid 1977, 3.ª ed., pp. 609-612). El sacrificio
más grato a Dios que podemos ofrecer los cristianos es nuestra unidad en Jesucristo; no de-
bemos acercarnos al altar con enemistades ni orar levantando las manos, los ojos y el cora-
zón sin disponibilidad al perdón y a la reconciliación (cfr. Mt 5,23-24; 6,9-15). «El sacrifi-
cio más importante a los ojos de Dios es nuestra paz y concordia fraterna y un pueblo cuya
unión sea reflejo de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (SAN
CIPRIANO, Sobre el Padrenuestro, 23-24, en «Oficio de las Horas» III, p. 314).
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pos como hostia viva. ¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: El
hombre es a la vez sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que bus-
car fuera de sí la ofrenda que debe inmolar; lleva consigo y en sí mismo
lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote perma-
necen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que
presenta el sacrificio no podría matar a esa víctima. Misterioso sacrificio
en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre es
ofrecida sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de
Dios, dice, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. Este sacrificio,
hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo,
inmoló su cuerpo por la vida del mundo; Él hizo efectivamente de su
cuerpo una hostia viva, porque, a pesar de haber sido inmolado, conti-
núa viviendo... Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sa-
cerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y con-
cedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu
ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu fren-
te, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que
tu oración arda continuamente, como perfume de incienso; toma en tus
manos la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar, y así, afianzado
en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio. Dios te pide la fe,
no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca no
con la muerte, sino con tu buena voluntad»20. Como vimos más arriba,
la existencia entera del cristiano, su vida diaria, debe ser sacrificio espi-
ritual. La plegaria, la abnegación, el trabajo cotidiano, la profesión de-
sempeñada con hondez y dedicación, las cruces de la vida, el seguimien-
to fiel de Jesús, etc., son sacrificios que debemos ofrecer en el altar del
corazón como víctima obediente a Dios, personal, libre y consciente (cfr.
«logikén latreian» de Rom 1,1).
20. Sermón 108: PL 499-500. Oficio de las Horas II, pp. 657-658. El templo es casa de
oración, y cada cristiano es piedra viva de esa casa espiritual; por eso, debe «dedicarse a la
oración para ofrecer a Dios día y noche las víctimas de sus súplicas» (ORÍGENES, Homilía 9,1-
2, en «Oficio de las Horas» IV, p. 1410). «El cristiano debe “ofrecer su cuerpo”, es decir, en
estilo semítico, su persona viviente entera, en tanto que es activa y se manifiesta viviente
en el mundo. Es el sacrificio espiritual del cual cada uno es el sacerdote y que es coextensi-
vo a toda la vida» (Y. CONGAR, Laïc, en «Encyclopedie de la Foi» II, p. 454). En el «altar de
la historia» debe ofrecer sacrificios cada cristiano, uniendo las dimensiones interior y exte-
rior, personal y comunitaria, existencial y cultual. Dios quiere el sacrificio del corazón con-
trito (cfr. Sal 50,18-19). «El sacrificio visible es el sacramento o signo sagrado del sacrificio
invisible» (SAN AGUSTÍN, op. cit., X,5, p. 607).
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21. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, El ministerio sacerdotal, Salamanca 1971, 3.ª ed.,
p. 44.
22. Cfr. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos 2,2; 4,1-5,3; 6,3. Martirio de
san Policarpo 14,3.
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25. Cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica III, q. 63, a. 2. El bautismo es la «puerta de los
sacramentos» (ibid. a. 6). Cfr. F.M. ROMERAL, La penitencia hoy. Claves para una renovación,
Madrid 2001, pp. 31 ss. Estudia, siguiendo Lumen gentium 11, el ejercicio del sacerdocio co-
mún en el sacramento de la penitencia.
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(cap. 2): “Sois una estirpe elegida, sacerdocio real, reino sacerdotal” (1
Ped. 2,9). Por consiguiente, todos los que somos cristianos somos tam-
bién sacerdotes. Los que se llaman sacerdotes son servidores elegidos de
entre nosotros para que en todo actúen en nombre nuestro. El sacerdo-
cio, además, no es más que un ministerio»26.
A la luz de este texto se comprende por qué Lumen gentium 10 ha-
ble de «sacerdocio ministerial o jerárquico». Ciertamente los obispos y
los presbíteros son ministros de Jesucristo y de la Iglesia, ya que están al
servicio de la actualización del sacerdocio y del sacrificio únicos de Jesu-
cristo para bien de la comunidad cristiana y de la humanidad entera; «en
nombre de Cristo renuevan el sacrificio de la redención y preparan el
banquete pascual» (prefacio de la misa crismal). Pero su servicio se fun-
damenta en la potestad sagrada que han recibido en la ordenación sa-
cramental; por eso, en nombre de Cristo presiden la comunidad cristia-
na en la Palabra, en los Sacramentos y en la Caridad. La autoridad
recibida del Señor se despliega en todo el ámbito de la vida y de la mi-
sión de la Iglesia.
Me permito citar a un maestro, excelente conocedor de la histo-
ria y profundo renovador de la eclesiología católica, que influyó decisi-
vamente en el Concilio Vaticano II: «Es preciso no engañarse: la cons-
titución de la Iglesia es fundamentalmente jerárquica, no democrática.
La Iglesia es, ante todo, una institución: se forma parte de ella por el bau-
tismo y solamente así puede gozar uno de ciertos derechos. No es una
asociación que formarían los fieles agrupándose y que como tal tendría
los derechos que ella misma se daría. Por eso, a través de todas las dis-
tintas formas jurídicas por donde ha podido discurrir la vida de la Iglesia,
26. La cautividad babilónica de la Iglesia, en «Obras», ed. T. Egido, Salamanca 1997, p. 146.
Tertuliano, cuando se convirtió al montanismo, opuso la Iglesia con jerarquía a la «iglesia
espiritual», y apoyándose en el sacerdocio bautismal pretendió restituir a ésta lo que aquélla
le habría sustraído, a saber, la capacidad de ser sacerdotes ministros; pero esta postura quedó
aislada en la Iglesia de los primeros siglos. La reforma protestante la hizo resurgir, a veces con
virulencia (Cfr. TILLARD, Sacerdoce, a.c., col. 27). E. SCHILLEBEECKX, El ministerio eclesial.
Responsables en la comunidad cristiana, Madrid 1983, pp. 98-100. Cfr. R. BLÁZQUEZ, La teolo-
gía de una praxis ministerial alternativa, en «Salmanticensis» 31 (1984) pp. 113-135. Cuando
se ha reivindicado el derecho de la comunidad cristiana a la Eucaristía, no siempre se ha res-
petado la distinción entre sacerdote ministro y pueblo sacerdotal, ya que con el derecho a la
Eucaristía se ha unido en ocasiones el derecho a que alguien la presida, aunque fuera un sim-
ple delegado de la comunidad.
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27. Y. CONGAR, Jalones..., p. 309. Cfr. IDEM., Ministerios y comunidad eclesial, Madrid
1973. D. BOROBIO, Ministerio sacerdotal. Ministerios laicales, Bilbao 1982. O. GONZÁLEZ DE
CARDEDAL, El obispo en la Iglesia, Madrid 2002, pp. 141 ss.
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28. «“Los ritos y oraciones del sacrificio eucarístico significan y muestran que la oblación
de la víctima es hecha por los sacerdotes juntamente con el pueblo”... “No es de admirar que
los fieles sean elevados a tal dignidad, pues por el bautismo los cristianos, a título común,
quedan hechos miembros del Cuerpo místico de Cristo sacerdote, y por el ‘carácter’ que se
imprime en sus almas, son consagrados al culto divino, participando así, según su condición,
del sacerdocio del mismo Cristo”» (DS. 3851; cita de Mediator Dei). Cfr. Y. CONGAR, Jalo-
nes..., op. cit., p. 213. B. BOTTE, L’idée du sacerdoce des fidèles dans la Tradition, I. L’antiquité
chrétienne, en «La participación active des fidèles au culte», Lovaina 1934, pp. 27-28. J.
GALOT, Sacerdote en nombre de Cristo, Bilbao 2002, pp. 155-190. Pasando a la testificación de
la fe, citamos de nuevo a K. Adam: «La comunidad de los miembros de Cristo es el lugar,
donde la fe cobra vitalidad, donde la semilla sembrada echa raíces y produce fruto. Nunca es
el espíritu de la fe un espíritu segregado o separador, sino es siempre un espíritu que impulsa
también a la comunidad, porque procede del Espíritu de Dios, Espíritu de unidad y de amor»
(K. ADAM, op. cit., p. 163). «La vida de la fe se nutre de la verdad de la fe, y la verdad de la
fe se testifica a través de la vida de la fe. Y como la portadora de la vida de fe es (toda) la co-
munidad, ministerio y comunidad no pueden separarse uno de otra. Existen en íntima reci-
procidad. No es que dentro de la comunidad únicamente ejercite el ministerio la verdad de
la fe en la vida de la fe, sino también inversamente, la vida de la comunidad creyente prote-
ge al mismo ministerio y pone su verdad siempre en nueva luz» (ibid., pp. 165-166).
29. DS 3852; cita de Mediator Dei. Cfr. Lumen gentium 10 b.
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30. «En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con
mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda com-
prenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y co-
munitaria» (Sacrosanctum Concilium 21; cfr. 41, 48 etc.).
31. Presbyterorum ordinis 6: La sincera, fructuosa y plena participación en la Eucaristía,
raíz y quicio de toda comunidad cristiana, conduce al amor y a la evangelización.
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