El Mal de La Taiga Hiper
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Resumen
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El mal de la taiga de Cristina Rivera Garza
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Lf 42.2 Cluster: Cristina Rivera Garza
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que se inserta en una lógica multimedial Wolfgang Iser o Stanley Fish, quienes
(distintos medios que convergen en una recalcan el rol de la interpretación en los
interface, en un solo entorno). La nove- procesos intra e intertextuales presentes
la apela a la concentración, a un movi- en toda obra literaria. La interactividad,
miento centrípeto para atraer lenguajes por su parte, genera otro tipo de usuario
y gramáticas. Las menciones explícitas a “mucho más poderoso”, razona Carlos
los cuentos maravillosos no saltan como Scolari (97). Cada quien decide cuán-
un hipertexto ni remiten a liga alguna do, cómo, durante cuánto tiempo o con
que conduzca a una fuente dada de Han- quién responderá a la apelación inter-
sel y Gretel o de Caperucita roja. Tampoco puesta en El mal de la taiga. Rivera Garza
hay conexión inmediata con el sofistica- consiente en perder la autoridad que su
do “Playlist” que constituye el capítulo rol de escritora le concede, en cuanto al
XXIII del libro ni es posible apreciar el control que posee en la fase de la prefi-
segmento minuciosamente descrito de guración narrativa, y se transforma en
la película de François Truffaut, L’Enfant un agente que intenta crear un entorno
Sauvage (1969), título que también nom- mediático —y, por ende, perceptivo y
bra al capítulo XIII.5 Sin embargo, la es- sensorial— que desborda las páginas
pecificación de dichas fuentes, la men- escritas. Por otra parte, los dibujos a lá-
ción de sus autores, la explicación de piz de Carlos Maiques que se intercalan
tramas, contextos y versiones no se des- en todos los capítulos, los anteceden o
empeñan como meros adornos intelec- incluso se presentan como un apartado
tuales o simples marcos referenciales de en sí mismos (es el caso del “XXIV: Co-
la anécdota. A diferencia de las entradas lofón”), establecen correlaciones de na-
de su blog No hay tal lugar, la apertura turaleza varia con la anécdota escrita, lo
e inmediatez de El mal de la taiga son li- cual implica que por lo menos el medio
mitadas aunque varios de los rasgos de escrito y el visual conviven gracias a una
aquél están presentes en la novela. Ésta, misma plataforma electrónica.
por lo tanto, puede considerarse como la No queda duda, pues, de que la in-
consumación de la práctica digital que teracción entre texto y recepción cobra
la autora formalmente ha emprendido vida en virtud del dispositivo (compu-
desde 2004.6 tadora, Kindle, tableta, teléfono, etc.). En
Hay en todo esto, pues, una invita- otras palabras, del canal que vincula a
ción, una probable demanda que ensan- uno y otro elemento. El contacto es de
cha la noción de cómo leer ficción litera- orden extradiegético y corresponde más
ria en el siglo XXI. Implica la presencia a los nuevos modos de lectura, adquisi-
de un diseño interactivo que conlleva, ción y comprensión de la información
forzosamente, una convivencia entre el que del sentido generado por la configu-
libro impreso y un dispositivo digital ración de la obra en sí. A pesar de ello,
que permite la búsqueda de, por lo me- creo que no hay ingenuidad alguna en
nos, esas piezas musicales, ese filme, esas la composición de esta novela y menos
distintas versiones de los cuentos tradi- dada la proximidad de fechas de pu-
cionales. Verlos y escucharlos diferen- blicación entre ésta y su provocador li-
ciaría la construcción teórica del recep- bro de ensayos Los muertos indóciles, en
tor activo desarrollada por H. R. Jauss, el que toca la relación entre las nuevas
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cortan con el espacio en blanco que da Una de las razones que aporta la
paso a otro espacio dentro de una misma narradora sobre qué la indujo a tomar el
temporalidad. La subjetividad narrativa caso (y que aparece en uno de los pri-
se desplaza a la cabaña, a una exteriori- meros párrafos del volumen) es: “por-
dad compartida. El tiempo sigue sien- que siempre he sentido una debilidad
do el mismo, el del recuerdo, tal vez el achacosa por formas de escritura que ya
evocado por la narradora para poder están en desuso: el radiograma, la taqui-
integrar el informe que le entregará al grafía, los telegramas” (13). El mal de la
hombre que la contrató. Narrativamen- taiga, por lo tanto, se define en sus pro-
te, Rivera Garza acude a los rasgos más pios términos: toma del pasado aquellas
subrayados de la ecología mediática: la tecnologías donde la mano, el contacto,
multiplicación de asociaciones y crea- el dispositivo como prótesis del ser hu-
ción de redes (informativas, de indi- mano está presente. Elige de las pan-
viduos, de saberes y percepciones), el tallas digitales aquello que le permite
borramiento de fronteras espaciales y la motivar otro tipo de interacciones con
simultaneidad. No obstante, a diferencia sus lectores, de tal forma que en su for-
de ésta, no le teme al vacío, a los espacios mato de libro electrónico no reproduce
en blanco. Si en los medios digitales esos el ritmo de lectura del libro impreso y a
silencios pueden ser interpretados como la inversa: éste adopta los rasgos inter e
un error de programación, un problema intramediales que podría poseer aquél.
de diseño, una falta de imaginación, en
El mal de la taiga se favorecen como espa- El mal de la taiga: un bosque abierto
cios de inflexión que dan pie a la inter-
vención lectora.9 Independientemente de que el tér-
Pero si todo lo anterior posibilita mino “intermedialidad” sea menos per-
el texto que tenemos entre las manos o tinente que el de “intramedialidad” para
ante los ojos, la anécdota de la novela acercarme al diseño textual de esta nove-
se desentiende de tanta ultra contem- la, es un hecho que El mal de la taiga apela
poraneidad.10 El lugar más relevante a un escenario contemporáneo cada vez
de la historia es el bosque, uno de los más normalizado. Me refiero al de la cul-
espacios de la tradición maravillosa y tura de la convergencia, analizada con
fantástica por excelencia. Sin importar esmero desde los campos de la comuni-
que la búsqueda inicie en el siglo XXI, cación y los estudios culturales. A la luz
la detective realiza un viaje en múltiples de este término es más evidente la obsti-
sentidos, como la misma autora ha se- nación de los cánones literarios en erigir
ñalado. Se desplaza a un sitio donde el fronteras y marcar deslindes entre los
contacto con el resto del mundo sólo es media tradicionales y nuevos (cine y tele-
posible después de desandar doscientos visión; internet y redes sociales) y el pres-
kilómetros de distancia, donde se sitúa tigio de la palabra impresa como ejercicio
el poblado más próximo. Y el envío de de la razón, la imaginación y el respeto a
noticias no es a través de la computado- la subjetividad frente a un supuesto ocio,
ra o el teléfono sino mediante el invento entretenimiento y masificación de aqué-
que revolucionó la cultura del siglo XIX, llos. En cambio, Rivera Garza singulariza
el telégrafo. su novela, al aprovechar varios recursos
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en la formulación de textos híbridos mar- verá llorar de Cristina Rivera Garza”. Lite-
cados por una pluralidad de voces y, luego ratura Mexicana 17.2 (2006): 147–68. Web.
entonces, por una subjetividad múltiple” 26 junio 2016.
(Dolerse 129). Tales estrategias, visibles en Keizman, Betina. “El blog de Cristina Rivera
gran parte de la obra de la autora, se rede- Garza. Experiencia literaria y terreno de
finen, potencializan e impactan en la confi- contienda”. Chasqui: Revista de Literatura
guración de la experiencia lectora, desde la Latinoamericana 42.1 (2013): 3-15. Web. 4
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cambiar opiniones en forma más nutrida y Lynam, Jessica. “Un palimpsesto renuente:
Reescribiendo a la mujer y el futuro en
sostenida que las tradicionales asociaciones
Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Gar-
que se reunían cada cierto tiempo.
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