Vivir El Celibato en Tiempos de Crisis
Vivir El Celibato en Tiempos de Crisis
Vivir El Celibato en Tiempos de Crisis
No parece que existan dudas serias sobre el cambio que, respecto a lo sexual, se ha producido. Quizás
de manera especial en este ámbito de la experiencia humana se manifiesta la fuerte transformación
cultural y ética que ha tenido lugar en bastantes sociedades. Las actitudes que jóvenes y adultos
manifiestan en la conducta secual son muy permisivas. Parece que del rigorismo moral se ha pasado a
la permisividad más extrema; de un sentido impositivo y represivo, a una vivencia subjetivista y
arbitraria; del "todo pecado", al "todo está permitido".
Pero ¿todo son dificultades, ambigüedades y condicionamientos?, ¿todo resulta negativo y perjudicial?
Es nuestro objetivo, como apuntaba al principio, analizar el actual contexto sociocultural y referirnos
expresamente a las dificultades que conlleva para una vivencia serena y gozosa del celibato. Pero,
quizás, el primer fenómeno importante que ha desencadenado y que ha acompañado a lo: cambios
producidos en el comportamiento sexual ha sido la reflexión sobre la misma sexualidad humana y
sobre lo: fundamentos normativos. No se trata de simples "reformas". En la comprensión de la
sexualidad humana nos encontramos con una verdadera “transformación revolucionaria” 'Cf. C.
T-1FYWARD, "Nota sobre la fundamentación histórica: más allá del esencialismo sexual", en
AA.VV., La sexualidad y lo sagrado, Desci6e de Brouwer, Bilbao 1996, p. 50; C. PUERTO, "Las
tendencias antropológicas de la sexualidad ante las puertas del nuevo milenio", en AA.VV. Revisión
de la comprensión cristiana de la sexualidad, Nueva Utopía, Madrid 1997, pp. 19-64). Frente al tabú o
miedos del pasado se ha abierto paso una actitud muy diferente que busca sustituir el temor por la
verdad del sexo.
En relación al celibato, esta nueva cultura aporta aspectos de interés que pueden resultar benéficos
para religiosos) religiosas. Cito simplemente algunos que podrían ser objeto de un mayor co-
mentario: la caída de tabúes represivos, h superación de una concepción negativo de la castidad
(identificada simplemente como negación, continencia y renuncia) el redescubrimiento del cuerpo, la
preocupación por progresar en madurez afectiva, por llegar a relaciones más íntimas a una
comunicación más personal, la visión positiva de la amistad y la búsqueda de una mayor expresividad
del amor, la ternura y el cariño. Vivir tales valores en la vida celibataria constituye el auténtico desafío
del valor de la
castidad entendida ya como "la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor, de
integrarlo y armonizarlo en el desarrollo de la persona" (CONGREGACIÓN PARA LA
EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano, n. 18)
TIEMPOS DE CRISIS
Para asimilarlos y para vivir gozosamente el celibato en el umbral del siglo XXI, hemos de situarnos
de manera crítica, con una auténtica actitud de discernimiento ante esta época de cambio, de crisis
cultural, de inestabilidad económica y de incertidumbre política. Para describir la situación de la
sociedad actual los sociólogos hablan de cambio social. Quizás ninguno de los cambios ha sido más
decisivo que los que surgieron con la revolución industrial. Es allí, como destaca Moser, donde se
encuentra el eje del paso de una sociedad cerrada a una sociedad abierta (A. MOSER, "Sexualidad",
en Mysterium liberationis, UCA, San Salvador 1993, p. 110). La sociedad industrial, más todavía en
su fase postindustrial, deviene una sociedad pluralista, refleja el sistema capitalista-liberal y avanza
hacia un secularismo en el que la religión y todo lo que implica y significa queda reducido a un asunto
privado. Todo ello se manifiesta y conlleva múltiples implicaciones en el ámbito sexual.
No resulta extraño, en esta visión liberal, la pérdida de la dimensión social de la sexualidad humana.
La actual cultura sexual está marcada por el individualismo: "es cosa mía", "en mi vida íntima no
tiene que meterse nadie". Para muchos, el individualismo constituye uno de los logros más admirables
de la civilización moderna: garantiza a las personas el derecho a elegir sus propias reglas de vida, a
decidir en conciencia las convicciones y valores que desean adoptar, a determinar la configuración de
sus vidas desde una amplia variedad de formas. Se defiende la dignidad de la persona y el ejercicio de
sus derechos. Sin embargo, al mismo tiempo, el individualismo, al llevar al yo a centrarse en sí mis-
mo, estrecha nuestras vidas, empobrece su sentido y le hace perder el interés por los demás. Pero,
sobre todo, tiende a desembocar, como ocurre en el ámbito sexual, en el relativismo, el narcisismo y el
permisivismo, elementos propios de la cultura actual.
Finalmente, en esta breve descripción del contexto sociocultural en que vivimos el celibato
consagrado, adquiere una relevancia particular el fenómeno del secularismo. Según Pablo VI,
constituye "la marca característica" del mundo contemporáneo y representa "una concepción del
mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios" (EN
55). De ello han hablado, por ejemplo, lo obispos españoles denunciando en diversas ocasiones la
difusión de un modelo cultural laicista: "lo que está en la entraña de nuestra situación actual es la
suplantación de una vida humana vivida sólo ante el mundo, el yo y su entorno inmediato, sin
horizonte de absoluto ni de
futuro. La difusión de un modelo ateo de vida ha cambiado las actitudes morales de muchos" (6
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La verdad os hará libres, Madrid 1990, p. 27; ver
también La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, Madrid 2001, p. 16)
El influjo de esta cultura secular y laicista alcanza no solo a los modelos sexuales sociales; repercute
también en la vida consagrada, presentando unas dificultades radicales a la vivencia carismática del
celibato por el Reino.
Las nuevas tendencias culturales sobre la sexualidad son herederas del antropocentrismo y de la
reivindicación de la libertad que propone la modernidad. Desde este clima cultural, el sexo ha sido
reivindicado, exhibido y magnificado. Pero ¿se ha humanizado? Cuando se piensa que "hacer el amor
es bueno por sí mismo, y tanto mejor cuantas más veces se haga, de cualquier manera posible o
imaginable, entre el mayor número de personas y durante la mayor cantidad de tiempo posible (D.
COOPER, La muerte de la familia, Ariel, Barcelona 19804, p. 55), la libertad y la sexualidad van
perdiendo contenido humano, se devalúan y deshumanizan; pierden su verdadera calidad. P. Ricoeur
alertaba en los años sesenta sobre la deshumanización de un sexo genitalizado, vaciado de contenido
humano. Se despersonaliza y banaliza el sexo porque se hace insignificante, es decir, pierde el sentido
y el mensaje humano del que es portador (P. Ricoeur, "La merveille, l'errante, l'enigme", Esprit
11(1960)1665-1676). Hoy, la cultura imperante banaliza la sexualidad humana, uniéndola únicamente
al cuerpo y al placer egoísta, interpretándola y viviéndola de una manera reductiva, como un simple
producto de consumo, como algo que no tiene otro sentido que el ejercicio placentero y gratificante.
Resulta así, que su absolutización y la pretensión de una libertad sin limitaciones, la conducen a una
mayor deshumanización (Cf. Familiaris Consortio 37; Pastores dabo vobis 44).
Por otra parte, desde este clima superficial, despersonalizador y hedonista, se tiende a deslindar la
sexualidad de cualquier norma moral objetiva ((Cf. Vita Consecrata, 88). Es un hecho que los
movimientos de liberación sexual han transformado de arriba abajo la moral sexual tradicional. En
realidad, se ha llegado socialmente a la disociación del sexo de la moral, reemplazando el sexo-peca-
do por el sexo-placer. En vez del rostro moral del pasado, el sexo en nuestra sociedad presenta una
definición funcional, erótica y psicológica; ya no se debe vigilar, reprimir, sublimar; al contrario, debe
expresarse sin limitaciones, frenos ni tabúes. Sobre todo, no hay ya una ética homogénea: "El proceso
individualista ha minado el consenso sobre lo digno y lo indigno, lo normal y lo patológico; el
absolutismo del bien y del mal ha cedido paso a la indulgencia sexual de las masas" (G.
LIPOVETSKY, El crepúsculo del deber: La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos,
Anagrama, Barcelona 1994, p. 61). Por ello, respecto a la sexualidad todas las actitudes parecen tener
igual dignidad y validez, todas pueden elegirse, nada debe ser reprimido u obligatorio. Lo que en otro
tiempo era una obligación moral, ahora no es más que una posible elección individual. El deber moral
queda restringido al deseo de no depender del otro o de protegerse contra los riesgos del sida.
Desde esta perspectiva de anomia moral se tiende a legitimar en los comportamientos cotidianos, la
separación entre sexo y amor, amor y fidelidad, sexualidad y procreación; separación que produce
múltiples carencias porque el amor y la fidelidad sacralizan la calidad de la vida y lo relacional;
expresan no sólo la vocación de la persona, sino también el espacio donde no es manipulada o
traicionada.
Finalmente, quiero aludir a un fenómeno generado también por el actual contexto social, y
especialmente importante en la vivencia de la castidad consagrada. Tiene sus raíces en el derrumbe de
las certezas, en ese difuso nihilismo que proclama la posmodernidad y el llamado "pensamiento
débil", en el desencanto y desplome de la esperanza. Junto a algunos efectos frecuentemente
señalados, como el oscurecimiento de los grandes valores o la confusión ética, hay otros en los que
apenas se fija la atención, como, por ejemplo, la banalización de la belleza o la crisis del sentido
estético. Que la belleza está lejos de la cultura actual y del saber tecnológico fragmentado, que el valor
estético se encuentra indefenso y que corre el riesgo de perder su valor espiritual y su vinculación al
bien y a a la verdad, es algo que hoy se viene manifestando desde distintos frentes.
Cencini asegura que, en nuestra sociedad, está en crisis en el mismo célibe la unión entre belleza y
celibato, está en crisis la certeza y la convicción experimentada de que entregarse a Dios en la virgi-
nidad no solamente es santo y funcional en la realización del ministerio, sino también "bello". Por ello
disminuye progresivamente el valor y el deseo de buscar la plenitud y el gusto por la vida como cen-
tro de la propia experiencia celibataria.
Vivir la virginidad sin relación a la belleza, sería deformarla y traicionarla (12 Cf. A. CENCINI, o. c.,
pp. 152-158). Sería como vivirla simplemente como una obligación moral o ascética. Es cierto que el
celibato implica compromiso y renuncia, obligación y dominio de sí. Pero si no se expresa la dimen-
sión carismática, simbólica y estética, si no llega a estimarse como la "perla" preciosa encontrada en el
campo, es posible que no llegue a alcanzar y testimoniar su auténtico valor. Por ello, también la crisis
estética, junto a la deshumanización y banalización, la anomia moral, la corriente hedonista y
narcisista, o la separación de los grandes valores del amor y la procreación, constituye un fuerte
condiciona-miento para la vida celibataria.
Todos estos fenómenos configuran la atmósfera del actual contexto cultural. En medio de ellos
vivimos el celibato; y de tal manera nos vernos implicados que, con frecuencia, los mismos célibes
nos preguntarnos si sigue mereciendo la pena y si resulta realmente testimoniante para los hombres y
mujeres de nuestro mundo.
ESCOGIDOS PARA UN SERVICIO DE AMOR
La actual crisis del celibato se manifiesta no sólo en el hecho de que sociológicamente haya dejado de
ser considerado como valioso y aceptable, de tener que vivirlo en un clima poco propicio o de
exaltación de la sexualidad; cuenta también el conocimiento de los numerosos abandonos del
compromiso celibatario por parte de sacerdotes, religiosos y religiosas, la publicidad que se da a los
escándalos sexuales de las personas consagradas, así corno la polémica sobre la vinculación del
celibato al ministerio presbiteral. Todo ello está en el fondo de la crisis actual, motiva el interrogarse
por su sentido y estimula a la revisión y renovación.
La exhortación apostólica Pastores Babo vobis señala a propósito del consejo evangélico de la
virginidad algunas pistas valiosas para su vivencia que, de algún modo, responden también a nuestro
interrogante. Dice Juan Pablo II: "En la virginidad y el celibato, la castidad mantiene su significado
original, a saber, el de una sexualidad humana vivida como una auténtica manifestación y precioso
servicio al amor de comunión y de donación interpersonal (...). El Sínodo solicita que el celibato sea
presentado y explicado en su plena riqueza bíblica, teológica y espiritual, como precioso don dado por
Dios a su Iglesia y corno signo del Reino que no es de este mundo (...). Por tanto, el celibato ha de ser
acogido con libre y amorosa decisión que debe ser continuamente renovada" (PDV 29).
De manera muy precisa el texto resalta algunos aspectos que pueden resultar especialmente significati-
vos en la comprensión y vivencia positiva del celibato: el sentido carismático ("don precioso dado por
Dios a su Iglesia"), la opción libre ("ha de ser acogido con libre y amorosa decisión") y el amor de
comunión y donación. Se trata de aspectos que siempre han sido considerados esenciales, pero que en
el actual contexto social recobran una significación decisiva.
Por una parte, quizás, no debería preocuparnos tanto el clima adverso al celibato. Ningún valor del
Reino es reconocido y aceptado fácilmente en la cultura actual. Por otra, el celibato abrazado por
religiosos y religiosas sirve a una finalidad totalmente diferente del celibato eclesial. Éste es una
norma canónica impuesta para provocar una mejor calidad del servicio sacerdotal al pueblo. En la vida
religiosa alcanza una dimensión profética: irradia unos valores a la comunidad humana y es una
llamada a encarnar el reto y el esfuerzo por vivir en el amor. Se podría decir que la llamada al celibato
más que un proyecto y empeño personal es realmente una elección; es decir, más que escoger nosotros
el celibato, él nos escoge a nosotros. Lo abrazamos porque somos atraídos por el Espíritu de Jesús
hasta el punto de querer identificamos con su vida. De manera que el celibato no es, ni puede ser
nunca, un status social, una forma de vida, un compromiso ético o ascético. Es don de Dios, gracia,
donación del amor de Dios, un amor sin límites, y es vocación al amor. El celibato en la vida consa-
grada no es, pues, huida de una realidad hostil, voluntad o proyecto humano; no es simple renuncia o
continencia; no es comodidad o desprecio de la sexualidad; no es motivo práctico de eficacia
apostólica. Es un camino de gracia y amor, que viene del Amor y conduce al Amor. Es necesario, por
tanto, si nos preguntamos por su sentido, depurarlo de todas las adherencias espúreas que lo
empobrecen; y es necesario volver a enraizarlo en los auténticos motivos evangélicos: Cristo y el
Reino.
Desde esta perspectiva carismática, la misma cultura actual estimula a vivir el celibato como vocación.
A la llamada, la persona ha de responder libremente. ¿Cómo no enfatizar el sentido del celibato como
opción libre y la necesidad de vivirlo siempre en una gran libertad? Aceptada, deseada y abrazada
libremente, la virginidad puede significar para los célibes un valor positivo y digno de aprecio.
Asegura Rondet que la crisis actual del celibato demuestra que muchos de los que lo abandonan, no lo
habían querido realmente. Para ellos representaba simplemente una condición requerida para ser
sacerdotes o para entrar en un instituto religioso, cuyo ideal les seducía. Veían entonces el celibato
como una especie de contrato, como una renuncia y un peso que había que asumir (Cf. M.
RONDET-Y. RAGUIN, El celibato evangélico en un mundo mixto. Sal terrae. Santander 1980, pp.
100-102). Si no constituye la vocación en que ha de realizarse la propia vida, si no es positivamente
apreciado, si no es la "perla" escondida, en los momentos de dificultad fácilmente se desmorona.
No es este el momento de valorar tal propuesta. Pero sí parece conveniente fijarse en su afirmación
esencial: la consagración virginal es un acto de amor a Cristo, respuesta a la seducción de su amor, un
amor inseparable del amor a los hermanos. Por ello, viviendo la castidad consagrada tenernos la
ineludible tarea de integrar la propia vida afectiva en la vida celibataria.
Integrar la experiencia humana de ser plenamente sexuados y la experiencia de gracia y de amor que
es la virginidad, sigue constituyendo el más grande desafío de la vida celibataria. El reto es siempre
actual y se vive en un preciso contexto social. Será necesario romper con una tradición que ha
despreciado el cuerpo, ha temido y recelado de la mujer y ha reprimido la sexualidad. Será preciso
alentar una mayor sintonía con la cultura contemporánea sin prescindir nunca de la profecía
evangélica. Habrá que buscar más la armonía, la belleza, la plenitud, que la renuncia, la obligación y
la perfección. Y tendremos que seguir de cerca los movimientos culturales para percibir la densidad de
la sexualidad humana no simplemente orientada a la procreación, sino también a la comunicación, la
relación y el amor.