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La Sexualidad Como Dimensión Fundamental Del Ser Humano

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La Sexualidad como dimensión fundamental del ser humano

La sexualidad en nuestro mundo

Es un hecho que nuestra sociedad se ha sexualizado. Desde épocas no demasiado lejanas de represión
del sexo, hasta la actual comercialización del mismo, hemos experimentado ciertamente un cambio
notable en la concepción y vivencia de la sexualidad.
Este paso de la clandestinidad a la publicidad ha dado a la sexualidad un mayor clima de espontaneidad,
pero también le ha hecho perder calidad y profundidad humanas. Si sexualidad y amor vienen
tradicionalmente unidos, hoy asistimos a la disociación de ambos, quedando reducida la sexualidad
solamente a sexo. Lo importante ya no es la expresión amorosa que implica la sexualidad; esta queda
reducida a genitalidad, a búsqueda constante de meras sensaciones, cada vez más difíciles de
conseguir.
El sexo es hoy sexo-consumo o sexo-mercancía. Como bien afirman algunos especialistas, esta situación
es signo o síntoma de regresiones a etapas infantiles de la sexualidad o, hasta incluso, un signo
patológico. Dicho en otras palabras, la sexualidad hoy, en muchos casos, no un medio de realización
personal y de edificación de la persona, sino un instrumento de evasión o alienación.
El hombre, para Ortega y Gasset, es un ser en circunstancias: yo soy yo y mis circunstancias. Y este
contexto socio-cultural actual condiciona nuestra idea de sexualidad, nuestra vivencia como seres
sexuados. Nos referimos a la posmodernidad.
No es fácil definir la posmodernidad. Más que una ideología, más que una corriente filosófica, es un
sentimiento, una vaga sensación de frustración. La nota dominante de la posmodernidad es el
desencanto, el aburrimiento y la falta de horizontes y de motivaciones. Ha entrado en crisis todo el
credo modernista: todo es progreso, la razón todo lo puede, desde ella es posible el crecimiento sin
límites…
Dentro de los rasgos de la posmodernidad, según el trabajo del hno. Eugenio Magdaleno titulado “Hijos
de la posmodernidad”, podemos encontrar un punto de especial interés para nuestro trabajo. Lo llama
“Apología del sexo”. Expresa lo siguiente: “Frente a la sexualidad, la posmodernidad ha subido los
decibeles a muy altas cuotas de promoción y de consumo, dosis fuertes de erotismo y de vulgar
genitalidad. El sexo es el alfa y el omega que polariza el goce de nuestra sociedad. Hay toda una apología
del hedonismo focalizado en la sexualidad todo muy bien estudiado, programado y ofrecido con
persistente desenfado.” (Obra citada, pág. 19)

Ricoeur analizó profundamente esta pérdida de sentido que está sufriendo hoy la sexualidad.
- Por un lado, la sexualidad ha caído en la insignificancia, se ha reducido a una función biológica sin
misterio alguno;
- En segundo lugar, el sexo se ha exacerbado de tal manera que aparece como compensación de las
frustraciones sociales;
- Finalmente, el sexo ha sido desligado de su sentido humano y se ha quedado en placer instantáneo.

Los jóvenes

Donde más claramente se pone esto de manifiesto es en el mundo juvenil. El desconcierto, la crisis de
valores en la que están sumidos muchos jóvenes, tienen, en el terreno de la sexualidad, un escaparate
más llamativo. Se da en ellos, precisamente, donde el sexo, entendido en clave del consumo, adquiere
sus rasgos más sobresalientes:
 Amor total como una exigencia normal
 Éxito sexual entendido en clave de prestigio, al mismo nivel que el éxito social o económico
 Reducción de la sexualidad a la genitalidad
 Disociación radical de la sexualidad y la fecundidad
 Aceptación de la situación y de la estadística como criterios morales

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Los jóvenes de hoy quieren vivir a tope, experimentarlo todo, probarlo todo. Tener todo tipo de
experiencias, y entre ellas, con un lugar destacado, las eróticas. Es el fruto del contexto de permisividad
social en el que los jóvenes se desenvuelven, contexto del que no son los últimos responsables.
Instalados en la ética del todo vale, el posicionamiento de los jóvenes ante la sexualidad está marcado
por un subjetivismo radical, una privatización absoluta que rechaza toda posible interferencia exterior y
un presentimiento que le hace ocuparse sólo del momento presente. No es difícil explicarse desde aquí
el choque frontal de los jóvenes con las normas y criterios morales de la Iglesia.
Quizá se podría pensar que este retrato que hemos dibujado es muy pesimista. Es cierto que no faltan
aspectos positivos y valores muy importantes en la vivencia actual de la sexualidad, entre otros, el
haber desterrado tabúes ancestrales que propiciaban una vivencia angustiosa y culpabilizada del
mundo afectivo. No obstante, creemos que el panorama actual pide una educación adecuada de la
sexualidad que ayude a los jóvenes a descubrir y asumir las dimensiones profundas del amor humano.

Acercándonos al concepto de sexualidad…

Podemos definir a la sexualidad como el conjunto de aspectos


que abarcan a todo la persona humana, en la unidad de su cuerpo
y de su espíritu, y que la configuran como hombre o como mujer.
De aquí se deriva una fuerza interior que está referida a la
afectividad, a la capacidad de amar y a la aptitud para
relacionarse con los demás. Es la expresión de la totalidad de la persona, maneras determinadas de sentir,
amar y reaccionar que tanto en el hombre como en la mujer son distintas. Nuestra felicidad depende del
buen desarrollo de todos estos aspectos.

El contenido de la sexualidad en nuestra especie supera, por mucho, la pura dimensión corporal.
Explicarla desde esta exclusiva mirada es asumir un enfoque reduccionista de una realidad compleja y
se traduce, en definitiva, en no entender la riqueza de contenido que ella involucra. Es necesario evitar,
también, el error contrario: “espiritualizar” tanto la reflexión que se omita su raíz biológica. En ambos
extremos se termina por deformar el sentido de la sexualidad humana. Es necesario recordar, de
inmediato, que el punto de arranque de la significación de la sexualidad humana se encuentra en su
base física. La corporalidad sexuada de un macho y una hembra es el basamento sobre el cual se
despliega la condición de ser varón o ser mujer, de lo masculino o de lo femenino. Un ser puramente
espiritual no posee sexualidad porque no tiene genitalidad.

Sexo y género

Sustituir en nuestro vocabulario el término "sexo" por "género" no es algo accidental ni algo menor
para no tenerlo en cuenta. Hoy se ha puesto en boca de muchos el término "género" que sustituye a la
palabra "sexo". Así, por ejemplo, cuando uno llena una solicitud de empleo, pudiera ser que ahí
aparezca la pregunta: "¿cuál es su género?" en vez de "¿cuál es su sexo?" Utilizar la palabra "género" en
nuestro lenguaje no es simplemente un signo de moda. Detrás de ese término se esconde una ideología
que intencionalmente busca abrirse paso en las conciencias para instalarse en nuestra cultura.
Es importante que sepamos diferenciar un término de otro. El sexo hace referencia al fundamento
biológico, a lo dado, nacemos siendo hombres o mujeres. El género hace alusión a la expresión cultural
que se basa en el sexo, es la construcción que hace una determinada sociedad sobre el rol que
ejercemos en ella.
La ideología de género es una postura de pensamiento que intenta asimilar y reemplazar el sexo por el
género. La raíz de la ideología de género: el feminismo. Buscando defender la condición de
subordinación de la mujer termina produciendo nuevamente una asimetría desventajosa para ambos
sexos. Se termina negando las diferencias (evidentemente existentes) y tiñendo las mismas con una
connotación negativa, como si ser diferentes fuera algo a ocultar en lugar de enriquecernos de ello.
Este proceso lleva a una rivalidad entre los sexos, en el que la identidad y el rol de uno son asumidos en
desventaja del otro.

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En este intento de nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión
estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria.
Esta ideología confunde, nubla la concepción de sexualidad trayendo varias consecuencias, entre ellas:

 Deconstrucción de la diferencia sexual: cada uno puede “construirse” sexualmente de acuerdo a los propios
deseos, niega lo biológico-natural. No se habla ya de “diferencia sexual” sino de “diversidades sexuales”.
Cuando en realidad lo que viene dado no se puede construir sino desarrollar.
 Deconstrucción de la familia: que deja de ser algo natural para ser una construcción cultural, c uando en
realidad tiene en su base la diferencia sexual, que nos abre a la complementariedad y a la posibilidad de
procreación.
 La sexualidad no tiene orden ni fines: El sujeto construye su sexualidad dirigida a su satisfacción personal:
fundamentalmente el placer.
 Se introduce el derecho a la salud reproductiva como un derecho de la mujer solamente. Esto incluye el
derecho a la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Se presume que todo/a niño/a o adolescente que
requiere atención en un servicio de salud está en condiciones de formar un juicio propio y tiene suficiente
razón y madurez para ello; en especial tratándose del ejercicio de derechos personalísimos (tales como
requerir información, solicitar el test del VIH —virus de la inmunodeficiencia humana solicitar la provisión de
anticonceptivos). Asimismo, la mujer tiene el “derecho” de decidir sobre la vida que gesta en su vientre,
pudiendo dispensar de ella si así lo considera.

“El género se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente que
se asignan a uno u otro sexo". La ideología de género afirma que no existe el hombre natural ni la mujer
natural, y que no hay una conducta exclusiva de un solo sexo. Esto quiere decir que no hay una esencia
femenina o masculina, y que tampoco existe una forma natural de sexualidad humana.”

Muy relacionado con lo anterior, se habla de "preferencia sexual" para decir que existen diversas
formas de sexualidad incluyendo homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales y travestis, todos
equivalentes a la heterosexualidad.
En la persona humana, el sexo y el género –el fundamento biológico y la expresión cultural–,
ciertamente, no son idénticos, pero tampoco son completamente independientes. Para llegar a
establecer una relación correcta entre ambos, conviene considerar previamente el proceso en el que se
forma la identidad como varón o mujer. Los especialistas señalan tres aspectos de este proceso que, en
el caso normal, se entrelazan armónicamente: el sexo biológico, el sexo psicológico y el sexo social.

1. El sexo biológico describe la corporeidad de una persona. Se suelen distinguir diversos factores.
El “sexo genético” (o “cromosómico”) –determinado por los cromosomas XX en la mujer, o XY en el
varón– se establece en el momento de la fecundación y se traduce en el “sexo gonadal” que es
responsable de la actividad hormonal. El “sexo gonadal”, a su vez, influye sobre el “sexo somático”
(o “fenotípico”) que determina la estructura de los órganos reproductores internos y externos.
Conviene considerar el hecho de que estas bases biológicas intervienen profundamente en todo el
organismo, de modo que, por ejemplo, cada célula de un cuerpo femenino es distinta a cada célula
de un cuerpo masculino. La ciencia médica indica incluso diferencias estructurales y funcionales
entre un cerebro masculino y otro femenino.
2. El sexo psicológico se refiere a las vivencias psíquicas de una persona como varón o como mujer.
Consiste, en concreto, en la conciencia de pertenecer a un determinado sexo. Esta conciencia se
forma, en un primer momento, alrededor de los 2 o 3 años y suele coincidir con el sexo biológico.
Puede estar afectada hondamente por la educación y el ambiente en el que se mueve el niño o la
niña.
3. El sexo sociológico (o civil) es el sexo asignado a una persona en el momento del nacimiento.
Expresa cómo es percibida por las personas a su alrededor. Señala la actuación específica de un
varón o de una mujer. En general, se le entiende como el resultado de procesos histórico-culturales.
Se refiere a las funciones y roles (y los estereotipos) que en cada sociedad se asignan a los diversos
grupos de personas.

Estos tres aspectos no deben entenderse como aislados unos de otros. Por el contrario, se integran en
un proceso más amplio que consiste en la formación de la propia identidad. Una persona adquiere

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progresivamente, durante la infancia y la adolescencia, la conciencia de ser “ella misma”. Descubre su
identidad y, dentro de ella, cada vez más hondamente, la dimensión sexual del propio ser. Adquiere
gradualmente una identidad sexual (se da cuenta de los factores biopsíquicos del propio sexo, y de la
diferencia respecto al otro sexo) y una identidad genérica (descubre los factores psicosociales y
culturales del papel que las mujeres o varones desempeñan en la sociedad). En un correcto y armónico
proceso de integración, ambas dimensiones se corresponden y complementan.
Hay que distinguir la identidad sexual (varón o mujer) de la orientación sexual (heterosexualidad,
homosexualidad, bisexualidad). Se entiende como orientación sexual comúnmente la preferencia
sexual que se establece en la adolescencia coincidiendo con la época en que se completa el desarrollo
cerebral. Tiene una base biológica y es configurada, además, por otros factores como la educación, la
cultura y las experiencias propias. Aunque los números varían según las diversas investigaciones, se
puede decir que la inmensa mayoría de las personas humanas son heterosexuales.
Otra cosa todavía distinta es la conducta sexual. En el caso normal, designa el propio comportamiento
elegido, puesto que hay un margen muy amplio de libertad en el modo en que tanto la mujer como el
varón pueden conducir su sexualidad.

Varón y mujer, dos modos particulares de expresar lo humano

Afirmar que los sexos se distinguen, no significa discriminación,


sino todo lo contrario. Si exigimos la igualdad como condición
previa para la justicia cometemos un grave error. La mujer no
es un varón de calidad inferior, las diferencias no expresan
minusvalía. Antes bien, debemos conseguir la equivalencia de lo
diferente. La capacidad de reconocer diferencias es la regla que
indica el grado de inteligencia y de cultura de un ser humano.
Según un antiguo proverbio chino, “la sabiduría comienza
perdonándole al prójimo el ser diferente.” No es una armonía
uniforme, sino una tensión sana entre los respectivos polos, la
que hace interesante la vida y la enriquece.
Por supuesto, no existe el varón o la mujer por antonomasia,
pero sí se diferencian en la distribución de ciertas facultades.
Aunque no se pueda constatar ningún rasgo psicológico o espiritual atribuible a uno solo de los sexos,
hay características que se presentan con una frecuencia especial y de manera pronunciada en los
varones, y otras en las mujeres. Es una tarea sumamente difícil distinguir en este campo. Quizá nunca
será posible decidir con exactitud científica lo que es “típicamente masculino” y aquello que es
“típicamente femenino”, pues la naturaleza y la cultura, los dos grandes moldeadores, están
entrelazadas desde el principio muy estrechamente. Pero el hecho de que varón y mujer experimenten
el mundo de forma diferente, solucionen tareas de manera distinta, sientan, planeen y reaccionen de
un modo desigual, es algo que cualquiera puede percibir y reconocer, sin necesidad de ninguna ciencia.

La riqueza en la diferencia

El varón y la mujer no se distinguen por supuesto a nivel de sus cualidades intelectuales o morales, pero
sí en un aspecto mucho más fundamental y ontológico: en la posibilidad de ser padre o madre. Es esta
indiscutiblemente la última razón de la diferencia entre los sexos. Sin embargo, no podemos reducir la
maternidad al terreno fisiológico.
Aparte del sexo existen, sin duda, otros muchos factores responsables de la estructura de nuestra
personalidad. Cada uno tiene su propia manera irrepetible de ser varón o mujer. En consecuencia, es
una tarea importante descubrir la propia individualidad, con sus posibilidades y sus límites, sus puntos
fuertes y débiles. Cada persona tiene una misión original en este mundo. Está llamada a hacer algo
grande de su vida, y sólo lo conseguirá si cumple una tarea previa: vivir en paz con la propia naturaleza.
El desarrollo de una sociedad depende del empleo de todos los recursos humanos. Por tanto, mujeres y
varones deben participar en todas las esferas de la vida pública y privada. Los intentos que procuran

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conseguir esta meta justa a niveles de gobierno político, empresarial, cultural, social y familiar, pueden
abordarse bajo el concepto de “perspectiva de género”, si esta igualdad incluye el derecho a ser
diferentes.

¡SOMOS PERSONAS SEXUADAS!

Hemos visto que toda nuestra vida se expresa a través de nuestro cuerpo. Cuerpo que no sólo es
materia, sino la posibilidad de existir conectándonos con los otros, gozando, sufriendo, aprendiendo,
creciendo... Lo corporal es la instancia donde vivimos situaciones físicas (dolor, frío, sed, hambre) y
experiencias espirituales (afectos, deseos, proyectos). Así es que somos una unidad: Materia
espiritualizada que da lugar a un espíritu corporeizado.
De esta forma el cuerpo es lo que nos permite “estar en el mundo”, y hacerlo de una manera concreta,
con características específicas. Todo hombre es un ser sexuado, es decir varón o mujer en su forma de
vivir, de pensar, en su cuerpo... “Lo femenino” y “lo masculino”, evidente en la genitalidad, es mucho
más que un rasgo físico, implica dimensiones que nos permiten complementarnos, enriquecernos,
manifestarnos, y que están presentes en todas las personas. No implican tanto “roles” dentro de un
grupo social, los cuales son variables en las diversas culturas, sino “modos de vivir” la realidad.

Sexualidad como fuerza y motivación:

La sexualidad humana representa en nuestra especie una fuerza, energía y motivación. Es verdad que
no constituye la única fuerza que motiva al ser humano, pero ésta es una fuerza importante y
abarcativa de toda la persona. Siempre nuestra conducta es sexuada. La sexualidad, en ese sentido
integral, se nos impone por sobre nuestras opciones y nos define nuestro modo de ser y existir.
Pero… ¿por qué tiene tal fuerza en la especie humana esta realidad? Una respuesta inicial será: porque
responde al deseo de reproducción. Es una contestación verdadera pero insuficiente. Es cierto que tras
esa fuerza está el deseo de transmitir la vida, anclada en la genética de todo ser viviente. Es lo que
llamamos el instinto de reproducción. Por ello estamos en condiciones de hablar de una “cierta base
común” en el ámbito de la sexualidad, que se expresa en la existencia de seres anatómicamente
diferentes (varón y mujer en la especie humana; macho y hembra en el mundo animal); en la emisión de
productos sexuales masculinos (espermatozoides) y femeninos (óvulos); en preponderancias
hormonales específicas según los sexos; en una cierta “atracción” a partir de la diferenciación
anatómica, glandular y hormonal; en la posibilidad de un encuentro heterosexual gobernado por un
conjunto de reflejos innatos.
No obstante, esta respuesta inicial es insuficiente por dos motivos: no sólo el ser humano se reproduce
ni tampoco todo miembro de la especie humana transmite la vida desde el punto de vista biológico y,
sin embargo, todos los seres humanos poseen sexualidad. Carentes de inteligencia -al menos hasta el
nivel al cual puede llegar la especie humana- y de capacidad de elección entre alternativas para superar
sus dificultades, los animales suplen esta circunstancia con un instinto perfecto que se va adecuando a
las necesidades de su existencia.
El ser humano, en cambio, no tiene tal perfección del instinto, pero ello no es una carencia ni un
defecto, ya que supera largamente, con elementos específicos de orden superior, esa ausencia. Su
inteligencia y su libertad le permiten ser no programado, reconstruir en forma nueva, ser irrepetible e
imprevisible. La superación de las dificultades del medio, la posibilidad de establecer lúcidamente sus
elecciones, suponen en nuestra especie, un desarrollo gradual, personal y consciente de la inteligencia
y libertad. Este desarrollo, además de la maduración biológica, se lo proporcionará especialmente la
educación hasta el punto que cada uno de nosotros estará toda su vida sujeto a situaciones de aprendizaje.

Amar en cuerpo y alma

Así es que el sexo en el ser humano, es diferente al sexo en el resto de las criaturas... Porque además
del cuerpo el hombre tiene la capacidad de amar, la voluntad, la libertad y la inteligencia. Para los
animales la cuestión sexual se vincula sólo con la vivencia de la genitalidad como función reproductiva,
es un modo más de preservar la especie, y por supuesto el instinto no está regido por una elección, o

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una decisión voluntaria. En el hombre, la vivencia de la sexualidad debe ser reflejo de su naturaleza
libre, voluntaria, de su capacidad de amar y ser amado.
De ahí que además de aprender a ser varón o mujer, el hombre aprende a encaminar sus impulsos
sexuales hacia un proyecto de vida, dentro de una escala de valores, hacia una determinada vocación.
La vivencia de una genitalidad plena, es una elección de una pareja humana, dispuesta a unir sus
cuerpos, sus almas, sus proyectos, en un vínculo indisoluble...

Dos conceptos muy importantes en relación a esto:

INTIMIDAD: La intimidad es la zona espiritual reservada de una persona o de un grupo, especialmente de


una familia. Se trata del espacio exclusivo que todas las personas tienen derecho a gozar sin la
interferencia de nadie. El concepto de intimidad es opuesto al sentido de publicidad de nuestros actos.
Intimidad, por su propia esencia, se refiere a lo que está dentro de una persona, lo más profundo, es
decir, en la antítesis de lo público. Al formarse para el español, como para otras lenguas desprendidas
del latín, con la base léxica intus, que significa dentro, y su superlativo intumus, la etimología misma de
intimidad nos remite a lo más interior.

PUDOR: El pudor protege la propia intimidad. El pudor es propio de la persona humana. Los animales no
tienen pudor. Por eso hacen en público sus funciones más íntimas.
Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la
intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal.
El pudor no indica miedo irracional a exponer el cuerpo. Supone más bien respeto a lo más personal del
hombre. El pudor se expresa en: la casa, el vestido y el lenguaje.

AMOR, PLACER Y SEXUALIDAD:

Es casi innecesario decir que la cultura contemporánea es fuertemente “hedonista” (busca el placer y
evita el dolor). El “goza ahora, paga después” es uno de los lemas de nuestra cultura. En la misma línea
se imponen ciertos spots publicitarios: “obedece a tu sed” o la letra de algunas canciones populares:
“Dale alegría a tu cuerpo, Macarena”. Una cosa, en efecto, es que reconozcamos que el placer no lo es
todo (absolutización) y otra que digamos que no es nada (anulación). Además, en este proceso de
represión y anulación del placer, en el fondo, se sigue pensando que es un absoluto.
Como reacción a una visión puritana, se ha llegado al extremo opuesto: hacer de la búsqueda del placer
sexual un absoluto, un verdadero ídolo, sacrificando la comunicación interpersonal y la apertura a la
vida a este dios. Estas visiones opuestas demuestran que el placer es una realidad ambigua. En efecto,
el deseo de felicidad que se anida en el corazón humano no tiene límites, toda persona aspira a ser feliz,
y la mayoría de los humanos viven para satisfacer ese deseo. Ahora bien, la persona espontáneamente,
cuando quiere ver colmada su aspiración de felicidad, piensa en el placer. Pero el placer presenta una
ambigüedad: si corona y culmina un acto particular aislado no es capaz de satisfacer la permanente
aspiración a la felicidad que busca el ser humano. Este deseo, como se dijo, no tiene límites, es algo
insaciable, nunca se da por satisfecho. Si el deleite dura un instante no está en condiciones de
extenderse en una duración prolongada siempre. El error es identificar, entonces, placer con felicidad
pretendiendo que aquel pueda satisfacer plenamente nuestra capacidad de ser felices. De ahí que
absolutizarlo sea un camino equivocado para colmar aquella aspiración. Queda necesariamente corto.
Teniendo en cuenta, entonces, el equilibrio para no idolatrarlo ni olvidarlo, cabe preguntarse, ¿qué
sentido tiene el placer sexual? Contra lo que pretenden algunas corrientes de pensamiento
contemporáneo que lo explican como la satisfacción de los impulsos instintivos del ser humano,
planteamos que su sentido se encuentra en su apertura a la corporeidad. En efecto, gracias al placer
sexual la persona se siente identificada con su propio cuerpo. Ante la expresión placentera de la
sexualidad, la persona se goza en su corporalidad. Éste le revela su propia realidad. Pero hay más. El
placer sexual no se queda en el descubrimiento centrado en la propia corporalidad sino que abre a la
persona hacia la proximidad corporal del otro. Cuando se trabaja con otra persona, no hay
comunicación directa sino que mediada por la obra que se hace en común. En cambio, en las relaciones

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sexuales se establece un encuentro inmediato, de tú a tú, de piel a piel, gracias a la comunicación
corporal que suprime las barreras.
Sin embargo, no hay que idolatrar el placer sexual sino vivirlo simplemente como lo que es: una
modesta introducción al encuentro con la otra persona. Quedarnos en el exclusivo placer, como si fuera
todo, y no abrirlo a dimensiones más profundas de comunicación integral con otra persona, sería
pretender del deleite sexual algo que no puede dar, lo que no quita que tenga valor en sí mismo.
Siguiendo la propuesta antropológica de unidad, es necesario no quedarse en el cuerpo de la otra
persona sino llegar hasta lo más hondo de ella, hasta “tocar” su ser profundo donde es único. De lo
contrario, se toma contacto con un cuerpo anónimo, con una epidermis (piel) cualquiera. Sin embargo,
el camino que llega hasta la singularidad irrepetible de la persona pasa necesariamente a través de su
cuerpo. Desconocer esta realidad es quitar a esa persona su peso específico.

MOMENTOS EN EL PROCESO DE FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA PAREJA

La atracción: De la relación de una persona con los valores corporales de otra surge la atracción. Para
notar la profunda materialidad de este valor, sólo basta recordar que atractivos también pueden ser
una manzana, un auto, etc... La palabra atracción es sacada del mundo de la física. Por magnetismo un
cuerpo atraerá otro; solamente necesita que lo atraído tenga algunas con características. Del mismo
modo, el hierro tampoco elige ser atraído, tiene unas determinadas características, “pasa cerca” e
inevitablemente es atraído.
La emoción de atracción que una persona ejerce sobre otra depende de la corporalidad y de la
cercanía. Al igual que en la física, la atracción es una fuerza muy grande que “llama” a unirse a dos
personas. El centro de esta reacción es el que yo, no el otro: el otro es un medio para satisfacer al yo,
aunque esta actitud no sea consciente.

Algunas características:

 es una fuerza original y primaria, ya que es lo primero que surge cuando nos enfrentamos a otro de
sexo complementario que nos gusta. Su intensidad es variable
 posee poca persistencia del tiempo, ya que no tiene capacidad de durar más allá del impacto físico;
la ausencia prolongada del otro, la pérdida de alguna de las cualidades que motivaron la atracción, la
aparición de otro que atrae más e incluso el aburrimiento, son desencadenantes de la pérdida de la
atracción
 no posee capacidad de consolidación de vínculos estables, ya que una persona “atada” a otra por la
atracción, cambia cada vez que percibe a alguien más atractivo que el primero
 no posee ninguna racionalidad, ya que impera el impacto hormonal
 es una reacción superficial, ya que la persona no se agota en su cuerpo

El enamoramiento: De la relación del dinamismo psicológico con los valores sexuales o de


complementación surge el enamoramiento. Este es el segundo momento en el proceso de
acercamiento amoroso entre dos personas, ya que no depende simplemente de la cercanía física de
una persona atrayente por sus valores corporales: lo que se capta es el mundo de la afectividad.
Cuando alguien experimenta un sentimiento profundo de satisfacción al estar con otro, soñando
que él o ella “lo harán la persona más feliz del mundo”, solemos decir que está enamorado.

Factores que posibilitan el enamoramiento:

1. una reacción espontánea, en continuidad con la atracción física que en la persona despierta
sentimientos y la necesidad de estar con el otro
2. una búsqueda de complementación y la sensación que produce el saber que otro complementa
nuestro ser. Esta búsqueda y sensación de complementación es absolutamente egocéntrica y parte de
las necesidades y carencias de la persona. Hay como una fijación casi exclusiva en aquello que aparece
como “bueno” justamente por ser exactamente lo que se necesita. Esto puede conducir a la persona a
la falsa seguridad de que ha encontrado a la persona correcta para formar una pareja

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Algunas características:

 está centrada en el yo: “¡qué bien me siento con vos!”


 es fuerte por su carga afectiva
 es inestable y variable como los propios estados de ánimo
 no se centra en el valor de la persona, por lo tanto, le da igual cualquiera del sexo distinto, a
condición de que cubra las expectativas y necesidades.

El amor: ¡Cuánto se ha dicho, se dice y se dirá sobre esto! ¡Y cuán distintas son las interpretaciones y
experiencias al respecto! ¿Qué es el amor?
Los antiguos griegos, para referirse a lo que nosotros llamamos amor, empleaban diversos términos,
especificando de esta manera alguna particularidad de esta experiencia profundamente humana y
multifacética.

- Amor Eros: es la atracción sexual psicológica, esa orientación afectiva de un sexo al otro, ese deseo
sensible del otro sexo. Una proyección hacia el otro para estar con él, no tanto para engendrar, sino
porque se experimenta un placer especial. Su dinamismo va desde la necesidad hacia la satisfacción. Este
es un amor-deseo, en el que entran en juego los valores de la atracción, una llamada al espíritu del otro a
través del cuerpo y, en general, a través de la calidad de la persona total. El centro de gravedad, por así
decirlo, es el “yo”, y no el “tú” (egocéntrico)
- Amor Ágape: se manifiesta a nivel espiritual, el de la comunión profunda. El eros debe evolucionar hacia
la entrega desinteresada, el ágape, la oblatividad. Incluye el descubrimiento de la originalidad de la otra
existencia, el respeto absoluto por su persona. Incluye el deseo de promoverlo, ayudarlo a realizarse: que
el otro sea, por amor, más plenamente él/ella. Ya no se le ama por lo que tiene ni por lo que provoca en
mí, sino por lo que es…

Explica el Dr. Viktor Frankl que el amor es algo más que un estado emotivo: es un acto intencional, ya
que es percatarse de la existencia de un tú en su “ser así y no de otro modo”, que se encuentra a salvo
de la temporalidad que pesa sobre los simples estados de la sexualidad corporal o de erotismo anímico.
Por eso, para este autor, el amor es aquella relación de persona a persona que nos hace capaces de
descubrir toda la peculiaridad e irrepetibilidad de la persona amada. Éste se caracteriza por su carácter
de encuentro.

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