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Mitologia Japonesa

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Mitologia Japonesa 

El Kojiki 

La principal fuente de la mitología japonesa es el Kojiki, nombre de la obra


que generalmente se traduce al castellano como "Crónica de Asuntos
Antiguos", "Libro de los Hechos de la Antigüedad" o "Anales de Hechos
Arcaicos". Este texto fue recopilado por Hieda-no-Are, y redactado, en su
forma final, por Ô-no-Yasumaro, a partir de varios escritos anteriores -que ya
no existen-, y de las tradiciones orales que circulaban por Japón, en aquella
época, en boca de los kataribe. Ambos personajes eran cortesanos del
palacio imperial, y a principios del siglo VIII recibieron la orden de redactar
un texto que recogiese la historia de Japón desde sus orígenes. En realidad,
el deseo de reunir las antiguas memorias y crónicas circulaba en la corte
desde décadas antes: el emperador Tenmu (672-287) había ordenado, hacia
681, la creación de una Junta que reuniese por escrito las pasadas
tradiciones; al parecer, el objetivo de tal decisión era impedir que las viejas
familias aristocráticas, en sus luchas, deformasen las arcaicas crónicas con
el objeto de mejorar sus privilegios, ya que de este modo también podían
lesionar los intereses de la familia imperial. Sin embargo, la muerte del
emperador detuvo el trabajo de recopilación, que sólo fue reemprendido 15
años después. Así, la emperatriz Genmei decretó a finales de 711 la
continuación de la obra, que sería presentada formalmente en la corte unos
meses después, a principios del año 712. En cualquier caso, la forma que se
conoce en la actualidad es una versión corregida, escrita en la segunda
mitad del período Heian (794-1185). 
El Kojiki está concebido bajo la forma de anales, es decir, crónicas que
narran los acontecimientos año tras año, relatando, como hemos dicho, la
historia de Japón, desde la creación del mundo hasta el fin del reinado de la
emperatriz Suiko (628 ó 641). La obra se divide en tres libros: el Libro I trata
de la "época de los dioses", y contiene toda la mitología propiamente dicha;
el Libro II aborda en teoría la "época humana", aunque en realidad la leyenda
todavía domina el relato; finalmente, el Libro III, aborda la historia real. Estos
tres volúmenes, sin embargo, carecen de subdivisiones por capítulos. Pese a
ello, para facilitar la lectura, los expertos japoneses, poco a poco, fueron
dando a los diversos episodios de la "época de los dioses", algunos títulos
con carácter informativo. Estos epígrafes adquirieron un valor reconocido
desde que el intelectual japonés Motoori Norinaga los emplease en su
estudio sobre el Kojiki (Kojiki-Den) en el s. XVIII (y en parte también los
usaremos nosotros). 
Desde el punto de vista filológico, el Kojiki está escrito en una extraña
mezcla de japonés y chino arcaicos; ello se debe a que Ô-no-Yasumaro
redactó el texto en caracteres chinos, que empleaba tan pronto con su
sentido ideográfico original como con un valor puramente fonético (los
estudiantes de japonés comprenderán pronto que este hecho refleja ya la
doble lectura de los ideogramas). Puesto que el primer método no permitía
recoger los nombres propios, las poesías autóctonas ni todas aquellas
expresiones que carecían de equivalente en chino, mientras que el segundo
hubiera exigido por cada palabra polisilábica japonesa tantos ideogramas
como sílabas por reproducir, Ô-no-Yasumaro decidió resolver el problema
desarrollando una escritura inventada que no era, en suma, ni la del japonés
ni la del chino. Por ello, el Kojiki está redactado en una lengua heterogénea,
que incluye desde el japonés puro más primitivo (sobre todo en los poemas
incluidos) hasta textos en prosa con un marcado carácter chino, pasando por
la mezcla de ambos. 
El Kojiki es tratado en la actualidad como un material de primera calidad,
siendo estudiado por historiadores, historiadores de las religiones,
etnólogos, antropólogos, filólogos, etc. El Kojiki no sólo constituye la más
antigua evidencia de la literatura japonesa; además, fue durante mucho
tiempo la base esencial de la religión y de la historia nacionales, hasta el
punto de que llegó a ser considerada como una "biblia", que debía tomarse al
pie de la letra, durante el período nacionalista de preguerra, antes de la IIª
Guerra Mundial (1939-1945) -si bien la censura tachaba de sacrílegos los
pasajes donde se describían complots o atentados contra los emperadores-. 
El Kojiki tiene, en definitiva, un estatus religioso, histórico-político y literario
a la vez. Pero, como dijo Michel Revon, para nosotros será, ante todo, "el
tesoro de los mitos, leyendas, ideas y emociones del Japón primitivo". 

1. Génesis del mundo y aparición de los primeros dioses 

Orígenes del cielo y de la tierra 

En lo más profundo de los tiempos, el Cielo y la Tierra estaban mezclados,


como si los hubieran batido los siglos en una materia espesa e informe.
Repentinamente, el silencio de aquella masa se rompió con sonidos
extraños, cuyo origen era el movimiento de las partículas. Pronto, la luz y las
partículas más ligeras se elevaron; pero no todas estas eran tan rápidas
como las de la luz, y no pudieron seguirla en su ascensión. De este modo, la
luz se acumuló en la parte superior del Universo, y por debajo de ella, las
partículas formaron, primero, las nubes, y luego, un Paraíso llamado
Takamagahara [Llanura de los Cielos Altos]. Abajo, muy abajo, las partículas
y átomos más pesados permanecían en una masa enorme, informe y oscura
que fue llamada Tierra.. 
En aquellos tiempos en el Cielo y la Tierra tuvieron su origen, las divinidades
se formaron en Takamagahara. Sus nombres eran: Ame-no-mi-naka-nushi-no-
kami [Señor del Augusto Centro del Cielo], Taka-mi-musuhi-no-kami
[Augustísimo engendrador o Divinidad de la Augusta Energía Vital] y Kami-
musuhi-no-kami [Divino engendrador o Divinidad de la Divina Energía Vital].
Estas tres deidades, todas ellas formadas espontáneamente, se ocultaron. A
continuación, cuando el mundo, joven y parecido al aceite flotante, se movía
como una medusa, de algo que surgió parecido a un brote de caña, nacieron
en el cielo dos divinidades cuyos nombres eran: Umashi-ashi-kabi-hikoji-no-
kami [Antiguo príncipe encantador brote de caña] y Ame-no-toko-tachi-no-
kami [El que permanece eternamente en el cielo]. 
Estas dos divinidades, todavía formadas espontáneamente, también se
ocultaron. Las divinidades mencionadas constituyen las cinco “Deidades
Celestiales Independientes” primordiales. 
Las siete generaciones divinas 

Los nombres de las divinidades que se formaron a continuación fueron: Kuni-


no-toko-tachi-no-kami [El que permanece eternamente sobre la tierra] y Toyo-
kumo-un-no-kami [Señor íntegro]. Estas dos divinidades, también formadas
espontáneamente, se ocultaron. 
Los nombres de las divididades que se formaron a continuación fueron: el
dios ¬U-hiji-ni [Señor del limo de la tierra], luego su joven hermana [=esposa],
la diosa Su-hiji-ni [Señora del limo de la tierra]; luego el dios Tsunu-guhi [El
que integra los orígenes], luego su joven hermana, la diosa Iku-guhi [La que
integra la vida]; luego el dios Ô-to-no-ji [El antepasado de la gran región],
luego su joven hermana, la diosa Ô-to-no-be [La antepasada de la gran
región]; luego el dios Omo-daru [El perfectamente hermoso], luego su joven
hermana, la diosa Aya-kashiko-ne [La venerable]; luego el dios Izanagi-no-
mikoto [Varón Augusto o Primer Hombre] y luego su joven hermana, la diosa
Izanami-no-mikoto [Mujer Augusta o Primera Mujer]. 
Las divinidades antes mencionadas, desde el dios Kuni-no-koto-tachi hasta la
diosa Izanami, son llamadas en su conjunto las “Siete Generaciones
Divinas”. 

La creación del archipiélago y la pareja primordial 

Entonces los dioses se reunieron y deliberaron largamente sobre la Tierra,


que continuaba siendo una mezcla de materias, aguas y tierras, informe y
blanda. Decidieron enviar a una pareja de ellos a organizar la Tierra y
eligieron a los más jóvenes. Así, las divinidades celestes dirigieron un
augusto mandato a las dos divinidades Izanagi e Izanami: “Arreglad,
consolidad esta tierra en movimiento”. Mandándoles así, les confirieron la
orden y les entregaron la lanza celestial Ama-no-Nuboko, que estaba cubierta
de piedras preciosas. Entonces las dos divinidades, estando sobre el Puente
Flotante del Cielo [= ¿el arco iris?], dejaron caer lentamente la lanza de
gemas y agitándola, resonó el agua salada koworo-koworo. Cuando hubieron
retirado y levantado la lanza, el agua salada que caía de su extremo se
acumuló y se convirtió en una isla. Esta fue la isla de Onogoro
[Espontáneamente Coagulada]. 
Descendiendo luego del cielo y situándose en esta isla, en un abrir y cerrar
de ojos levantaron un augusto altar, llamado Yashidono, una augusta
columna celeste, llamada Ama-no-mi-hashira [Sagrado Pilar del Cielo], y
edificaron alrededor una augusta sala de ocho brazas 
Entonces Izanagi preguntó a su augusta compañera Izanami “¿De qué modo
ha sido formado tu cuerpo?” Ella respondió: “Mi cuerpo está completamente
formado, pero hay una parte que no ha crecido y está cerrada”. Entonces
Izanagi dijo: “También mi cuerpo está totalmente formado, pero tengo una
parte que ha crecido excesivamente. Así, si metemos allí la parte de mi
cuerpo que ha crecido excesivamente, procrearemos las tierras. ¿Qué
solución mejor que procrear?”. Izanami respondió: “Ciertamente estará bien
hecho”. Entonces Izanagi repuso: “Tú y yo giraremos alrededor de esta
augusta columna celeste, y cuando nos hayamos encontrado yaceremos
juntos”. 
Así hablaron y se pusieron de acuerdo. El dijo “Tú para encontrarme girarás a
la derecha; yo para encontrarte giraré a la izquierda”. Cuando dieron la
vuelta tal como habían convenido, Izanami fue la primera en hablar y
exclamó: “¡Oh, en verdad eres un joven hermoso y amable!” Luego Izanagi:
“¡Oh, qué joven más hermosa y amable”. Cuando así hubieron hablado, él le
dijo a su compañera: “No está bien que sea la mujer quien hable primero”. 
No obstante, finalmente se unieron en el lecho y engendraron un hijo, Hiru-ko
[Niño Sanguijuela]. Lo depositaron sobre una lancha de juncos y la corriente
lo arrastró. Después engendraron a Awa-Shima [Isla de Espuma], pero éste
tampoco entra en la relación de los hijos. 
En aquel momento, las dos divinidades tuvieron una consulta: “Los hijos que
hasta ahora hemos engendrado no son buenos. Por lo cual debemos
comunicarlo a la augusta morada de las divinidades celestes”. Entonces
subieron y preguntaron a las augustas divinidades qué mandaban que se
hiciese. Las divinidades [recurriendo a la Gran Adivinación] se pronunciaron
con gran acierto y dijeron: “La mujer es la que ha hablado primero, y por eso
no han ido bien las cosas”. 
Entonces ellos partieron de nuevo y giraron otra vez como antes, alrededor
de la augusta columna celeste. Esta vez fue Izanagi el primero en hablar:
“¡Oh, qué joven más hermosa y amable!”. La segunda en hablar fue la
augusta esposa Izanami, que exclamó: “Oh, en verdad eres un joven hermoso
y amable”. Cuando terminaron de hablar, tuvo lugar la augusta unión y
engendraron un hijo, la isla de Awaji [Camino de Espuma]. 
De la misma forma engendraron a las demás islas del archipiélago, a las que
fueron poniendo nombre según iban naciendo: Honshû, Shikoku, Kyûshû, las
islas gemelas de Oki y Sado, y, finalmente, Iki. Luego engendraron a una
serie de dioses y diosas, entre ellos los del viento, las montañas y los
árboles. 

 
 
 

Muerte de Izanami y odisea de Izanagi en los Infiernos 

Por desgracia, Kagutsuchi [Dios del Fuego, también conocido como


Homusubi] , último hijo de Izanami, al nacer, causa a su madre terribles
quemaduras en los genitales, de tal manera que enferma y muere tras unas
fiebres terribles. Sin embargo, Izanami siguió engendrando deidades en plena
agonía, en las heces, la orina y los vómitos; la última de estas divinidades
fue Mizuhame-no-mikoto, cuyo nacimiento marca la aparición del dolor y la
muerte en el mundo.. Izanagi, desesperado, se arrastra gimiendo alrededor
del cadáver y de sus lágrimas nacen otros dioses, entre ellos la diosa del
Arroyo Afligido. Luego da sepultura a su esposa en el monte Hiba, en los
confines de la tierra de Izumo 
Inmediatamente, la tristeza de Inazagi se convierte en cólera, y mata al Dios
del Fuego, despedazándolo, por ser el culpable de la muerte de su amada
esposa. La sangre y los miembros del matricida se transforman también en
nuevas divinidades, que simbolizan a diversas montañas. Finalmente, Izanagi
desciende al País de las Tinieblas, en busca de su Izanagi. 
Izanagi, deseando ver a su joven hermana, la augusta Izanami, la siguió a
Yomi-tsu-kuni [País de las Tinieblas], y cuando ésta, tras abrir la puerta del
palacio, salió para encontrarse con él, el augusto Izanami le habló, diciendo:
“Oh, mi augusta joven y encantadora hermana, los países que tú y yo
creamos aún no han sido terminados, ¡es preciso que vuelvas!”. Entonces la
augusta Izanami respondió: “Lástima que no hayas venido antes, pues ya he
comido en el interior del País de las Tinieblas! Sin embargo, oh, mi augusto y
encantador hermano mayor, conmovida por el honor que mas conferido
viniendo, yo también quisiera regresar y voy a consultarlo con las divinidades
del País de las Tinieblas. ¡De ningún modo debes mirarme!”. Y diciendo esto,
entró en el palacio. Pero he aquí que pasaba el tiempo y su hermana no salía
y él no pudo esperar más. A Izanagi le consumía un deseo tan ardiente de ver
a su amada esposa, que rompió uno de las púas de la peineta que llevaba en
el augusto moño izquierdo de su cabellera, y le prendió fuego a modo de
única luz. Entró en la tierra de los muertos y vio que Izanagi era un cadáver
putrefacto, cubierto por un hormiguero de gusanos. En su cabeza se
encontraba el Gran Trueno, en su seno el Trueno de Fuego, en su vientre el
Trueno Negro, debajo el Trueno Cortante, en su mano izquierda el Joven
Trueno, en su mano derecha el Trueno de la Tierra, en su pie izquierdo el
Trueno Rugiente y en su pie derecho el Trueno Durmiente. En total se habían
formado y se hallaban allí ocho categorías de dioses del trueno. 
Entonces, cuando el augusto Izanagi, aterrorizado por esta visión, retrocedía
huyendo, su joven hermana, la augusta Izanami, exclamó: “Me has cubierto
de vergüenza”, y, diciendo esto, lanzó inmediatamente en su persecución a
las horrendas mujeres del País de las Tinieblas. De modo que el augusto
Izanagi, tomando la negra guirnalda de la flor de kazura de su cabeza, la tiró
al suelo e inmediatamente ésta se convirtió en un racimo de uvas silvestres.
Mientras ellas los arrancaban y se los comían, él huyó; pero en vista de que
seguían persiguiéndole, tomó y rompió la peineta del moño derecho de su
caballera, la tiró al suelo, y esta se transformó inmediatamente en brotes de
bambú. Mientras ellas los arrancaban y se los comían, continuó huyendo.
Acto seguido, la diosa lanzó en su persecución a las ocho categorías de
dioses del trueno, con mil quinientos guerreros del País de las Tinieblas. Sin
embargo, esgrimiendo el sable de diez palmos de longitud que ceñía
augustamente y blandiéndolo tras él, continuó huyendo. Como seguían
persiguiéndole, cuando llegó a Yomi-no-horakaza [Pendiente que desciende
-desde la tierra de los vivos- al País de las Tinieblas], tomó tres melocotones
de un árbol que había madurado en aquel lugar, se detuvo y les golpeó con
ellos, y todos huyeron. Entonces, el augusto Izanagi dijo solemnemente a los
melocotones: “Del mismo modo que me habéis socorrido a mí, socorred a
todas las personas visibles de este País Central de la Llanura de Juncos
cuando estén cansadas y se hallen en dificultades”. Y habiendo pronunciado
estas palabras, les otorgó el nombre de “augusto gran fruto divino”. 
Finalmente, y en último lugar, su joven hermana, la augusta Izanami, se lanzó
personalmente en su persecución. Entonces él levantó una roca, que mil
hombres no habrían podido transportar, para bloquear la Pendiente que
desciende al País de las Tinieblas y la colocó entre ellos. Mientras se
encontraban uno frente al otro intercambiando sus adioses, la augusta
Izanami habló: “¡Oh, mi augusto y encantador hermano mayor, si te
comportas de este modo, estrangularé y haré morir en un solo día a un millar
de hombres de tu tierra!”. Entonces el augusto Izanagi pronunció las
siguientes palabras: “¡Oh, mi augusta y encantadora hermana menor, si
haces eso, levantaré en un solo día, ciertamente, mil quinientas casas de
alumbramiento. Así en un solo día, ciertamente, mil hombres morirán y en un
solo día, ciertamente, mil quinientos hombres nacerán”. 
Por esta razón, la augusta Izanami es llamada la Gran Divinidad del País de
las Tinieblas. Y como ella persiguió y alcanzó, dicen que también se la llama
la Gran divinidad que llega a la ruta. Y la roca con la cual el dios bloqueó la
Pendiente del País de las Tinieblas es llamada la Gran divinidad que hace
desandar lo andado y también la llaman la Gran divinidad que bloquea la
Puerta del País de las Tinieblas. Y lo que llamaban la Pendiente del País de
las Tinieblas, ahora se llama la Pendiente de Ifuya, en el país de Izumo. 

Purificación de Izanagi y nacimiento de la última generación 

Tras escapar de los horrores de la región subterránea, Izanagi tiene prisa por
deshacerse de las impurezas con las que se ha contaminado y decide
limpiarse de una forma típicamente japonesa: con un baño. Al llegar a un
arroyo de Hyuga, al noroeste de Kyûshû, llamado Tachibana-no-Odo, se
desnuda y se baña en sus aguas. De su bastón, de las diversas piezas de su
traje y de sus brazaletes, nacen doce divinidades, a medida que va tirándolos
al suelo; luego, otras catorce, de las diversas fases de su baño. Por último,
dio a luz a las tres divinidades más importantes del shintoismo: la diosa del
sol, Amaterasu-no-mikoto [Augusta Persona que Hace Brillar el Cielo]
apareció cuando se lavó el ojo izquierdo; Tsuki-yomi-no-mikoto [Augusto Dios
de la Luna] apareció de su ojo derecho, y Take-Haya-Susano-wo-no-mikoto [El
Augusto Varón Colérico, Rápido y Bravo] apareció de su nariz. A estas tres
divinidades, la diosa del sol, el dios de la luna y el dios del océano, que
pronto se convertirá en el dios de la tempestad, Izanagi concederá la
investidura del gobierno del universo. 

2. CICLO DE AMATERASU Y SUSANO 

Investidura de las tres divinidades 

En ese momento, el augusto Izanagi se regocijó en gran manera y dijo: “Yo,


engendrando hijo tras hijo, por última generación he obtenido tres vástagos
ilustres”; inmediatamente, alzando y repicando y sacudiendo el cordón de
joyas que formaba su augusto collar, se lo otorgó a Amaterasu-no-mikoto,
diciendo: “Que tu augusta persona gobierne la Llanura de los Altos Cielos”. Y
con este encargo, se lo entregó. Y este augusto collar era llamado el Dios de
la tablilla de la augusta cámara de los tesoros. Luego dijo al augusto Tsuki-
yomi-no-mikoto: “Que tu augusta persona gobierne el reino de las noches”. Y,
así, le concedió este cargo. Luego, dijo a Susano-wo-no-mikoto: “Que tu
augusta persona gobierne la Llanura de los Mares”. 
Amaterasu y Tsuki-yomi aceptan sus tareas obedientemente, tomando
posesión de sus respectivos dominios. Pero Susano se pone a llorar, aullar y
gritar. Izanagi le pregunta la causa de su aflicción, y Susano contesta que no
quiere gobernar las aguas sino ir a la tierra en la que vivía su madre, Izanami.
Encolerizado, Izanagi destierra a Susano y a continuación se retira, tras
haber terminado su misión divina. Según una versión del mito, subió al cielo,
donde vive en el “Palacio Más Joven del Sol”. Se dice que está encerrado en
Taga (prefectura de Shiga, Honshû). 
Mientras, Susano anuncia que va a despedirse de su hermana, Amaterasu, y
se lanza hacia los cielos creando la confusión en toda la naturaleza. 
 

El desafío de las deidades hermanas 

Entonces, Amaterasu, alarmada por este alboroto, dijo: “La razón por la cual
ha subido hasta aquí mi augusto hermano no procede, ciertamente, de un
buen corazón. Unicamente pretende arrebatarme el territorio”.
Inmediatamente, tras soltar su cabellera, la trenzó en augustos moños; y al
mismo tiempo enrolló un cordón lleno de magatama, de ocho pies de largo y
con quinientas joyas, en los augustos moños izquierdo y derecho, como
también en su tocado e igualmente en sus brazos izquierdo y derecho; y tras
colgar a sus espaldas un carcaj de mil flechas además de otro carcaj de
quinientas, y tomar y ceñir asimismo a su costado un poderoso y sonoro
protecor del codo, blandió su espada y sostuvo el arco, cuya parte superior
temblaba, bien derecho, y golpeando con el pie, hundió el duro suelo hasta la
altura de sus muslos abiertos, aplastándolo como si se tratara de nieve, y se
mantuvo firme valientemente como un hombre poderoso, y en la espera le
preguntó: “¿Por qué has subido hasta aquí?”. 
Los preparativos parecen anunciar una formidable batalla; sin embargo,
Susano asegura que no alberga malas intenciones, y para probarlo propone a
la diosa un juramento que establecerá su mutua fe. El texto no aclara el
juramento, pero a juzgar por lo que sucede luego, y también recurriendo al
Nihon Shoki, podemos esclarecer la apuesta: un concurso de reproducción,
en donde vencería aquel que diese a luz deidades masculinas, o bien, aquel
que engendrase más divinidades. Si Susano ganaba, su hermana debería
admitir la pureza de sus propósitos. 
Las dos divinidades, separadas por Amanogawa [El Río del Cielo],
intercambian las palabras de compromiso e inician la competición. Para
empezar, Amaterasu le pidió a su hermano la espada; la rompió en tres
trozos, los masticó y al escupir aparecieron tres hermosas diosas. A
continuación, Susano cogió las largas hileras de magatama que Amaterasu
llevaba alrededor de los moños, de la frente y en los brazos, y las dispersó
soplando, creando de este modo cinco dioses, entre ellos aquel llamado
Oshi-homimi. 
Amaterasu expresa entonces, cuáles de estos dioses, según su origen,
deberán ser considerados como hijos del uno o del otro. Susano se
autoproclama vencedor, pero Amaterasu indica que los dioses masculinos
han sido creados a partir de sus pertenencias y que, por tanto, ella era la
ganadora. Este hecho reviste una gran trascendencia, ya que los
emperadores japoneses eran “descendientes” de Ame-no-Oshi-homimi y por
tanto, se consideran nietos de Amaterasu, y no de Susano. Este, sin
embargo, se niega a aceptarlo, y desencadena inmediatamente mil
violencias, cuyo resultado conforma el episodio central de esta mitología. 

Las devastaciones de Susano 

Entonces, Susano dijo a Amaterasu: “Gracias a la pureza de mi corazón, yo,


al engendrar hijos, he alcanzado la victoria”. Y con estas palabras y la
impetuosidad de la victoria, destrozó las separaciones de los arrozales
divinos que había dispuesto Amaterasu, cegó los canales de irrigación, y
además vertió excrementos en el palacio donde ella degustaba el Gran
Alimento. Y aunque él se comportó de este modo, Amaterasu, sin hacerle
ningún reproche, le dijo: “Esto, que parece que son excrementos, debe de ser
algo que mi augusto hermano mayor habrá vomitado en su embriaguez. Por lo
que respecta a las separaciones de los arrozales y a los canales, sin duda las
ha hecho porque le duele la tierra que estas cosas ocupan”. A pesar de que
ella le excusaba con estas palabras, Susano siguió perpetrando sus malas
acciones y se volvió violento en extremo. 
Hallándose Amaterasu sentada en la hilandería sagrada, Susano perforó el
techo de la sala y arrojó por la abertura un caballo celestial que había
despellejado. Al ver esto, las tejedoras de los augustos ropajes, asustadas,
se clavaron las lanzaderas de los telares en lo más profundo de sus cuerpos
y murieron. Entonces, Amaterasu, aterrada con esta visión, cerró la puerta
de Ama-no-iwato [Cueva de las Rocas Celestiales], la fijó sólidamente y se
recluyó en su interior. 

La crisis divina 
Inmediatamente, Takamagahara quedó sumida en la más completa oscuridad
y lo mismo le ocurrió al País Central de la Llanura de Juncos. A causa de
esto, reinó la noche eterna. Allí en lo alto, con el ruido de diez mil dioses
pululando como las moscas de la quinta luna, diez mil calamidades surgieron
simultáneamente. Por ello, las ochocientas miríadas de divinidades se
reunieron en divina asamblea en el lecho seco de Amanogawa, para discutir
la forma de convencer a Amaterasu de que abandonara su escondite. 
El sabio dios Omoi-kane-no-kami [El que acumula los pensamientos], hijo de
una de las divinidades primordiales, Taka-mi-musuhi, ofreció una solución:
reunieron a las aves de largo canto de la noche eterna y las hicieron cantar.
Como aquello no dio solución, las divinidades concibieron una complicada
estratagema: tomaron duras rocas del río Amanogawa, y hierro de las
celestes Montañas de Metal, y convocaron al forjador Ama-tsu-ma-ra;
encargaron al augusto Ihi-kori-dome que fabricara un espejo con esos
materiales; encargaron al augusto Tama-no-ya que fabricara un collar de
joyas de quinientas magatama y una longitud de ocho pies; mandaron llamar
al augusto Ame-no-koyane y al augusto ¬Futo-tama y les ordenaron arrancar
los omóplatos de un gamo del celeste monte Kagu y extraer la corteza de los
árboles del celeste monte Kagu para practicar una adivinación; arrancaron
de raíz un augusto árbol de sakaki del celeste monte Kagu, y colocaron
sobre sus ramas superiores el collar de quinientas magatama, sobre las
ramas intermedias el espejo de ocho pies, y en sus ramas inferiores sedosas
ofrendas blancas y azules. 
El augusto Futo-tama tomó y guardó todo aquello con las grandes y augustas
ofrendas, y el augusto Ame-no-koyane pronunció con ardor unas palabras
rituales, mientras el dios Ama-no-tachikara-wo [Varón de fuertes manos] se
mantenía oculto cerca de la puerta de Ama-no-iwato; entonces, la diosa Ame-
no-uzume [Mujer temible del cielo], hizo una guirnalda con flores para su
cabeza, formó con hojas de bambú enano del monte Kagu un ramillete para
sus manos, subió sobre una “tabla sonora” y pateó hasta hacerla retumbar y,
comportándose como poseída por un dios, dejó al descubierto sus pechos,
haciendo deslizar luego el cordón de su traje por debajo de su cintura. 
Entonces, las ochocientas miríadas de dioses rieron al mismo tiempo y
Takamagahara tembló. Al oírlo, Amaterasu, sorprendida, tras entreabrir la
puerta de Ama-no-iwato, habló así desde su interior: “Pensé que debido a mi
retiro, Takamagahara quedaría oscurecida, y el País Central de la Llanura de
Juncos resultaría igualmente oscurecido; ¿Cómo es posible, pues, que
Uzume se regocije y que además las ochocientas miríadas de dioses se
rían?”. Uzume respondió entonces: “Estamos alegres y nos regocijamos
porque hay una divinidad que aventaja a tu augusta persona”. 
Mientras ella hablaba de esta manera, Ame-no-koyane y Futo-tama dirigieron
el espejo hacia la puerta entreabierta. Amaterasu, sorprendida por lo que
estaba ocurriendo, salió poco a poco, y mientras se miraba intensamente en
el espejo, quedó por un instante deslumbrada. Ama-no-tachikara-wo, que
permanecía escondido, la cogió de la mano y la obligó a salir. Entonces,
Futo-tama, sacando y colocando una cuerda tras la espalda de Amaterasu,
dijo: “¡No retrocederás más allá de este punto!”. Y así, cuando Amaterasu
hubo salido, Takamagahara y el País Central de la Llanura de los Juncos
quedaron, de forma natural, iluminados con su brillo. Una vez fuera de la
cueva, Amaterasu consintió en no volver a su encierro, siempre que Susano
fuese desterrado. 
La expulsión de Susano 
Allí en lo alto, las ochocientas miríadas de dioses, tras mantener consejo,
impusieron a Susano un castigo consistente en entregar un millar de tablas
de ofrendas y además le cortaron la barba, las uñas de los dedos de las
manos y los pies, y le expulsaron mediante un divino mandato. 
Así perseguido, Susano acude a solicitar comida a Ogetsu-hime-no-kami [la
diosa del alimento], quien se saca de la boca, de la nariz y del recto, todo
tipo de manjares exquisitos para ofrecérselos; indignado por el insulto,
Susano la mata inmediatamente. Pero la muerte de Ogetsu tiene resultados
positivos en la mitología japonesa, pues del cadáver de la diosa nacen los
“cinco cereales”, esto es, los alimentos básicos con los que siguen
subsisteniendo los japoneses en la actualidad: en sus ojos crecen semillas
de arroz, en sus orejas mijo, en sus genitales trigo, en su nariz judías pintas y
en su recto soja. El dios Kami-musubi mandó recoger y sembrar estas
semillas, para el bien de los mortales. 
3. EL CICLO DE IZUMO 

El descenso de Susano y sus aventuras en Izumo 

Así pues, habiendo sido expulsado, Susano descendió a cierto lugar llamado
Tori-kami, a orillas del río Hi, en el país de Izumo. En aquel momento pasaron
flotando en el agua unos palillos para comer. Entonces Susano, pensando
que debía de haber gente en las fuentes del río, lo remontó en su búsqueda
hasta que encontró un anciano y una anciana, que estaban sentado a ambos
lados de una joven y lloraban. Entonces se dignó preguntarles: 
-¿Quiénes sois? 
El anciano respondió: 
-Tu servidor es un dios del país, hijo del dios Señor de la gran montaña. Me
dan el nombre de Ashi-nazu-chi, y dan a mi mujer el nombre de Te-nazu-chi, y
dan a mi hija el nombre de Kushi-nada-hime [Princesa del Arrozal y del
Peine]. 
-¿Cuál es la causa de vuestros lamentos? -preguntó de nuevo. 
-Antes tenía ocho hijas jóvenes, pero la serpiente de ocho cabezas, llamada
Yamata-no-Orochi, y que viene del país de Koshi, ha devorado a una cada año
y ahora lloramos porque es el momento en que le corresponde volver
-respondió el anciano. 
-¿Qué aspecto tiene? 
-Sus ojos son como alquenquejes y tiene un único cuerpo con ocho cabezas y
ocho colas. Además, en su cuerpo crece musgo, tuyas y cedros gigantes. Su
longitud alcanza más de ocho valles y ocho colinas, y si se observa su
vientre, puede verse que está siempre sanguíneo e inflamado. 
Entonces Susano dijo al anciano: 
-Puesto que es tu hija, ¿querrías ofrecérmela [si mato a la serpiente]? 
A lo que el anciano respondió: 
-Me siento muy honrado, pero no conozco tu augusto nombre. 
-Soy Susano, el hermano mayor de Amaterasu-no-mikoto, la augusta
divinidad que hace brillar los cielos, y he aquí que acabo de descender del
cielo -respondió. 
Entonces las divinidades Ashi-nazu-chi y Te-nazu-chi dijeron: 
-Siendo así, nos honrará ofrecértela. 
Y he aquí que Susano, tomando inmediatamente a la joven y transformándola
en un peine, que plantó en el moño de su cabellera, dijo a las divinidades
Ashi-nazu-chi y Te-nazu-chi: 
-Preparad sake ocho veces refinado. Además, construid un cercado circular;
a este cercado ponedle ocho puertas; a estas puertas unid ocho plataformas;
en cada plataforma colocad una tinaja de sake y en cada tinaja verted el
sake ocho veces refinado y esperad. 
Mientras esperaban, tras haberlo dispuesto todo de este modo, llegó la
serpiente de ocho lenguas, tal como el anciano había dicho, y al instante
sumergió una cabeza en cada tinaja, y se bebió el sake; entonces,
emborrachada por la bebida, se quedó durmiendo. Susano, saliendo de su
escondrijo, sacó el sable de diez palmos que ceñía, y cortó la serpiente en
pedazos, de tal modo que el Hi fluyó transformado en un río de sangre. Y al
cortarle la cola por la mitad, el filo de su sable se rompió. Asombrado, vió
que en el interior de la cola había una gran espada. Tomó este gran sable y,
maravillado, se lo ofreció respetuosamente a Amaterasu. A este sable se le
conoce con el nombre de Kusanagi-no-Tsurugi [Cortacesped o Sable
dominador de las hierbas], y también Ameno-no-Mura-Kumo-Tsuragi [Espada
de las Nubes Celestiales]. 
Después, Susano devolvió a Kushi-nada-hime a su forma humana, y buscó
entonces en aquel mismo país un lugar para construir un palacio, donde
pudiese vivir con la joven a la que había salvado; este lugar lo encuentra en
Suga, y en esta ocasión improvisa un canto famoso: 
Ocho nubes se levantan: 
la óctuple valla de Izumo 
alrededor de los esposos 
compone una óctuple valla 
¡Oh, que óctuple barrera! 

Los descendientes de Susano y Kushi-nada-hime 

El relato continúa con la enumeración de los descendientes de Susano y


Kushi-nada-hime. Entre ellos figura el dios llamado Ô-kuni-nushi, también
conocido como Dai-koku-sama, esto es, el Señor del Gran País [de Izumo],
descendiente de Susano por sexta generación. Con Ô-kuni-nushi se inaugura
el Ciclo de leyendas de Izumo, propiamente dicho. La primera de estas
leyendas, titulada “La liebre blanca de Inaba”, a pesar de haber sido
suprimida en el Nihon Shoki por ser demasiado ingenua, no ha perdido su
antigua popularidad y así la reproducimos. 

La liebre blanca de Inaba 

He aquí que el dios Ô-kuni-nushi tenía a ochenta dioses por hermanos, pero
todos cedieron el país en sus manos. La razón de este hecho es la siguiente:
los ochenta hermanos deseaban cortejar a Ya-gami-hime, princesa de la
provincia de Inaba, y juntos se dirigieron allí. Llevaban como sirviente a su
hermano Ô-kuni-nushi, que iba por detrás del gran grupo. 
Cuando llegaron al cabo de Keta encontraron una liebre despellejada que
yacía en el suelo. Los ochenta hermanos le dijeron: “Deberías bañarte aquí,
en el agua del mar, luego acostarte en la ladera de una montaña cuando
sople un gran viento”. La liebre siguió sus consejos, y entonces, al secarse el
agua del mar, la piel de su cuerpo se agrietó por todas partes al soplo del
viento, y empezó a gritar de dolor. 
Cuando llegó Ô-kuni-nushi, que iba detrás de los demás, vio la liebre y dijo: 
-¿Por qué estás aquí acostada, llorando? 
La liebre respondió, diciendo: 
-Me encontraba en la isla de Oki, y deseaba cruzar hasta este país, pero no
tenía ninguna barca. Por esta razón, engañé a los cocodrilos del mar,
diciendo: “Vosotros y yo vamos a comparar cuál de nuestras tribus es más o
menos numerosa. Así pues, id a buscar a cada uno de los miembros de
vuestra tribu y pedidles que se pongan en fila desde esta isla hasta el cabo
de Keta. Entonces yo andaré sobre ellos y los contaré mientras corro. De
este modo sabremos cual es la tribu más numerosa”. Cuando hube así
hablado, resultaron engañados, se pusieron en fila y anduve sobre ellos y los
conté al cruzar. Y estaba a punto de llegar a tierra cuando dije: “Habéis sido
engañados por mí, pues sólo pretendía cruzar el mar”. Apenas hube acabado
de hablar cuando el cocodrilo que estaba el último de la fila me agarró y me
arrancó la piel. Y mientras lloraba y me lamentaba a causa de esto, los
ochenta dioses que acaban de pasar me hablaron, diciendo: “Báñate en el
agua salada y acuéstate expuesta al viento”, y como seguí sus consejos, mi
cuerpo entero ha quedado herido. 
Entonces, Ô-kuni-nushi aconsejó a la liebre, diciendo: 
-Ve ahora rápidamente a la desembocadura del río, lava tu cuerpo con agua
dulce, luego toma el polen de la hierba de kama de la desembocadura,
extiéndelo y revuélcate sobre él. Con ello tu cuerpo recobrará su piel
original. 
Así lo hizo, siguiendo estos consejos, y su cuerpo volvió a ser como antes.
Entonces, la liebre, que en realidad era una deidad, le recompensó con la
siguiente promesa: 
-Estas ochenta dioses no tendrán a la princesa Ya-gami. Será tu augusta
persona quien la obtendrá. 

Las ordalías de Ô-kuni-nushi 

Como la princesa Ya-gami, había, en efecto, rechazado a los ochenta


malvados hermanos, y se había decantado por Ô-kuni-nushi, éstos, furiosos
contra el rival que ella había preferido, intentan matarle por diversos medios.
De hecho, consiguen darle muerte en dos ocasiones, pero en ambas, su
madre, que intercede por él ante los dioses, le devuelve a la vida. 
En primer lugar, los hermanos calentaron al rojo vivo una gran roca y la
echaron a rodar por una montaña. Le dijeron a Ô-kuni-nushi que se trataba de
un jabalí, y le pidieron que lo detuviera. Así lo hizo, paró la roca, pero se
abrasó y murió. En la segunda tentativa, los hermanos aplastaron a Ô-kuni-
nushi con las ramas de un enorme árbol. Tras esta experiencia, a instancias
de su madre, Ô-kuni-nushi decidió poner fin a la rivalidad buscando el
consejo de Susano, que por entonces se había trasladado al infierno. 
Cuando Ô-kuni-nushi llegó a la casa de Susano, en el lejano País Inferior, la
hija de este último, Suseri-hime, salió, le vio, intercambiaron miradas y se
casaron; y, volviendo a entrar, ella dijo a su padre: 
-Un dios muy hermoso ha llegado. 
Entonces Susano salió, miró y dijo: 
-Es el Rudo Varón de la Llanura de Juncos. 
Susano, ofendido por la impetuosa conducta de Ô-kuni-nushi, decide
deshacerse de él. Para ello, simula aceptar a su nuevo yerno, y le prepara
una serie de trampas mortales: 
Inmediatamente, tras llamarle al interior, le hizo acostarse en la cámara de
las serpientes. Allí en lo alto, su esposa, la princesa Suseri, le entregó un
pañuelo mágico, diciendo: “Cuando las serpientes estén a punto de morderte,
persíguelas agitando este pañuelo tres veces”. Y tras seguir estas
instrucciones, las serpientes se calmaron. 
De nuevo, llegada la siguente noche, Susano le introdujo en la casa de los
ciempiés y las avispas; sin embargo, la princesa le entregó otro pañuelo
mágico, y de igual modo, pasó la noche tranquilamente. 
Enfurecido Susano, disparó una nari-kabura [flecha sonora] en medio de un
vasto páramo, y le ordenó que la recogiera. Cuando hubo entrado en el
páramo, Susano prendió fuego a la hierba que crecía en la llanura. Ô-kuni-
nushi buscó en vano una salida, hasta que acudió en su ayuda un ratón y le
dijo: “El interior es hora-hora; el exterior es subu-subu”. 
Al oir estas palabras, dio una patada al suelo, que se abrió, y pudo refugiarse
en su interior, mientras el fuego pasaba por encima de su cabeza. Mientras,
el ratón trajo en su boca la flecha sonora y se la entregó. Las plumas de las
flechas las llevaban en sus bocas los hijos del ratón. En esto, su esposa llegó
lamentándose, con todo lo necesario para el funeral. Su padre, Susano,
creyendo que el esposo de su hija estaba muerto, se dirigió al páramo; sin
embargo, Ô-kuni-nushi apareció portando la flecha y se la entregó. 
Al día siguiente, Susano le ordenó que le quitara los piojos de la cabeza y, si
se le miraba la cabeza, lo cierto es que tenía en ella abundantes ciempiés. Y
he aquí que la joven entregó a su esposo bayas y tierra roja. El trituró las
bayas masticándolas y las escupió con la tierra roja, de modo que Susano
creyó que masticaba y escupía los ciempiés; así, empezó a cogerle cariño a
Ô-kuni-nushi, y pensando que le quería bien, se durmió. 
Entonces, Ô-kuni-nushi, agarrando la cabellera de Susano, la ató solidamente
a las distintas vigas de la casa; luego, bloqueando el techo de la casa con
una roca que no habrían podido levantar ni siquiera quinientos hombres y
tomando a su esposa, la princesa Suseri, sobre sus espaldas, se llevó la gran
espada, el arco y las flechas de la vida, así como la celeste arpa parlante, y
huyó. Sin embargó, el arpa rozó las ramas de un árbol y resonó. Susano, que
dormía, se sobresaltó con el ruido y se dio cuenta de lo que sucedía. Derribó
la csa, pero cuando consiguió soltar su cabellera atada a las vigas, el
fugitivo ya estaba lejos. 
Les persiguió hasta la Pendiente que desciende al País de las Tinieblas;
pero, llegados a este punto, decidió dejarlos en paz, y, mirándole de lejos,
dijo a Ô-kuni-nushi: “Con el gran sable de la vida y el arco y las flechas de la
vida, persigue a tus hermanos hasta que se estrellen contra las pendientes
de las colinas, y persígueles hasta que sean barridos en toda la extensión de
los ríos y tú, ¡miserable!, te conviertas en el dios Señor del Gran País. Tras
convertirte en el dios Espíritu del país vivo y hacer de mi hija, la princesa
Suseri, tu legítima esposa, planta sólidamente los pilares tu palacio al pie del
monte Uka hasta los cimientos de los más profundos roquedales y levanta
las vigas entrecruzadas de su techo hasta Takamagahara y habítalo tú,
¡miserable!”. 
Y portando el gran sable y el arco, persiguió y dispersó a los ochenta dioses,
les persiguió hasta que se quedaron tendidos contra las augustas pendientes
de todas las colinas y les persigió hasta que resultaron barridos en todos los
ríos, y entonces comenzó a construir el país. 

Otros relatos sobre Ô-kuni-nushi 

Siguen luego otras historias, que se apartan un tanto de la línea anterior de


la narración. Ô-kuni-nushi hace la corte a la princesa de Nuna-kaha,
mediante el intercambio de poesías, lo cual despierta lógicamente los celos
de la esposa principal, Suseri, quien protesta por la actitud de su marido. El
dios responde, amenazando con abandonarla, prediciéndole que, cuando él
haya partido “ella inclinará la cabeza como un susuki solitario en la montaña,
y su llanto se elevará al cielo como la neblina de un aguacero matutino”. La
princesa se resigna: “Oh, tú, augusto dios de las Ocho mil lanzas, mi Señor
del Gran País, en verdad, siendo hombre, tienes sin duda en los diversos
cabos de las islas que ves, en cada promontorio de las playas que observas,
una mujer parecida a la hierba tierna, pero yo, ¡ay de mí¡, siendo mujer, no
tengo otro hombre más que tú, no tengo otro esposo más que tú!...”. Y como
prenda de reconciliación, ella le entregó la copa de sake. “Entonces se
comprometieron por medio de la copa, se abrazaron y la paz ha seguido
reinando entre ellos hasta hoy”. 
Ô-kuni-nushi, encontrándose en el cabo de Miho, ve llegar en un barco
minúsculo “sobre la cresta de las olas” a un pequeño dios vestido con
plumas de pájaro que no responde cuando se le pregunta por su nombre.
Este enano misterioro, cuya identidad es revelada por el dios de los
Espantapájaros, a quien se han dirigido por consejo del Sapo, fraterniza
pronto con Ô-kuni-nushi, y le ayuda a “construir y consolidar esta tierra”.
Pero desgraciadamente, no tardará en pasar al País Eterno. 
Mientras Ô-kuni-nushi se lamenta de este abondono, se le aparece un dios
cuyos rayos iluminan el mar. Este dios también le promete su ayuda para
acabar la obra emprendida, denominada kuni-zukuri [Edificación del país], a
condición de que luego le permita reposar en un templo del monte Mimoro. 
Las embajadas de Amaterasu 
Los conflictos de Ô-kuni-nushi redujeron Izumo a la anarquía, circunstancia
que aprovechó la astuta Amaterasu. Como quería extender sus dominios
hasta aquella región, envió a Oshi-ho-mimi, uno de los hijos que había
concebido en la competición con Susano, para que gobernase aquella tierra.
Sin embargo, el joven dios volvió pronto, anunciado que el país era
demasiado tumultuoso. En consecuencia, las ochocientas miríadas de
divinidades, convocadas por Amaterasu y Taka-mi-musuhi, mantuvieron una
asamblea en el lecho seco del río Ama-no-gawa, y por consejo del dios Omoi-
kane, deciden enviar a un dios que someterá a las “violentas y salvajes
divinidades del país”. Sin embargo, Ame-no-Hohi, que es designado para esta
misión, se convierte en amigo de Ô-kuni-nushi, y no vuelve a dar señales de
vida. 
Tres años después, se celebra una nueva asamblea, y se decide el envío de
otro dios, Ame-no-waka-hiko [Joven príncipe celeste], para averiguar lo
sucedido. Pero este también les traiciona, se casa con la hija de Ô-kuni-
nushi, y decide convertirse en gobernante de aquellas tierras. 
Pasados ocho años, Amaterasu le envió un faisán divino a Ame-no-waka-hiko,
para que le preguntase la razón de su prolongada ausencia del cielo. Este, al
ser interrogado por el faisán, le disparó una flecha, que, después de
atravesar al ave, llegó hasta el cielo y cayó sobre los pies de Taka-mi-
musuhi. Este, indignado, relanza la flecha con tal fuerza y puntería, que
alcanza directamente a Ame-no-waka-hiko, y lo mata. 
Exasperadas ante tantos fracasos, Amaterasu envió a dos de las deidades en
las que más confiaba, Taka-mi-musuhi y Kami-musuhi, para que le dijeran a
Ô-kuni-nushi que debía entregar las tierras a la diosa del sol. Sentados en la
punta de las espadas, que se habían incrustado en la cresta de una ola frente
a la playa de Inasa, en Izumo, los dioses comunicaron el ultimatum de
Amaterasu, y el ya anciano Ô-kuni-nushi, impresionado ante semejante
despliegue, le pidió opinión a uno de sus hijos. Este le aconsejó que
capitulara, a lo que Ô-kuni-nushi accedió, a condición de que se le reservara
un lugar entre las grandes deidades veneradas en Izumo, y Amaterasu se lo
concedió. Después de Ise, Izumo es el santuario sintoísta más importante de
Japón. 

Espero q les guste, y disculpen, pero no encontre muchas imagenes para


adornar el post.. 

Si les parecio bien diganme asi posteo la segunda parte! 

suerte!

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