Reflexión
Reflexión
Reflexión
platos. Sin embargo, me sorprendo, como siempre, de lo poco que me perturba mientras la
realizo. Al terminar me acuesto en la cama y viene a mi memoria lo siguiente: Me
encuentro habitando por un instante en una inercia física desprendida, aunque no por
completo, de mis vaivenes mentales. Observo el paisaje desde la ventana del autobús,
navego en un intersticio al que arribo atravesando las calles con la mirada, e inundándome
en el sonidero que se escucha desde la estridente bocina del chofer construyen mis sentidos
otro plano, otro habitáculo. Mi vista regresa, observa el estacionamiento que se encuentra a
calles de mi casa, mis manos buscan un plato más. Me pasé de estación. Ya no quedan más
platos. Bajo del camión. Salgo de la cocina. Por un momento me percato, aquí estoy.
Hace unos días, leyendo Fenomenología del paisaje de Watsuji, pensé en lo interesante que
es hacer una fenomenología a partir del cuerpo como “entre”; un análisis de la existencia
humana desde nuestra relación con el clima y el paisaje. Después de esto me encontraba
trapeando la sala, y con mi ya controlada técnica de fregado dejé a mi cuerpo danzar con la
fregona y a mi cabeza moverse con las ideas. Después de un rato largo llegué a la última
esquina. La recorrí con el trapeador y me senté. Quedé por un momento pensando en cómo
había pasado el tiempo mientras me ocupaba de una actividad tan cotidiana. Me puse a
pensar en la mil veces discutida tesis sobre cómo se hace un mundo en la ocupación, cómo
es que precisamente “estamos” al encontrarnos en medio de un mundo en el cual nos
ocupamos. Pero lo interesante es cómo cuando trazamos una relación entre objetos, por
ejemplo el martillo con el clavo al martillarlo en la pared y la pared con el cuadro que
pondremos; o en la relación que trazamos entre la mopa, el jabón de piso, la losa, el
contenedor de agua, el grifo y así ad nauseam, no siempre estamos inmersos o habitando
por completo en un mundo que establecemos con esas ocupaciones. Sino que al mismo
tiempo abrimos un intersticio dentro del cual es posible des aprehenderse de este. Nos
suspendemos, de la misma forma en que nos abstraemos y al preguntarnos en qué
estábamos pensando nos damos cuenta de que no ha sido en nada, o precisamente en la
nada. Descubrimos así nuestra propia existencia. Se nos devela por un instante que ahí
estamos. Un acontecimiento que se supone no pasaría al estar constantemente inmersos en
un mundo.
Con ello me quedo pensando en las condiciones de nuestro entorno mientras estamos
ocupándonos: la sensación que tiene el agua tibia cayendo en nuestras manos, el olor del
jabón batiéndose en duelo con otros aromas, la música estridente y envolvente del pesero,
los edificios grises pasando a toda velocidad distorsionados por un tag en la ventana, el
masaje arrítmico del asiento plástico en la parte de hasta atrás del bus, el sonido que
produce la esponja al frotarla contra el plato, ese swing acompañado de un sonido particular
que producen las cerdas de la escoba al barrer, la textura de la sopa caliente mientras la
tragamos a solas en la cocina, y un sinnúmero de imágenes que sentimos. En estos
momentos se estira el tiempo y, sin prepararnos para ello, nos sumergimos en un intersticio.
Cuando asomamos la cabeza fuera de él, al mundo en el que nos “encontramos”, nos
asombramos un instante. Estabas haciendo algo, me susurra mi cabeza.
Propongo, con esto, hacer la bella tarea de una fenomenología del intersticio. Una
fenomenología del fregar, una fenomenología del viaje en pesero, una fenomenología del
trapeado, una fenomenología del lavado de manos, una fenomenología del podado de
césped, una fenomenología de aquellos momentos donde el ocuparse y el estar en medio
del mundo se manifiestan y sin embargo nos encontramos suspendidos. Pensar en cómo se
pone de manifiesto nuestra existencia cuando descubrimos que, en el momento más
cotidiano, inmersos en las condiciones paisajísticas y climáticas más comunes de nuestra
vida, nos suspendemos y sin embargo estas no se desvanecen. Abrimos los ojos sin
haberlos cerrado nunca y nos descubrimos a nosotros mismos estando en el lugar en el que
precisamente estamos.