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Lectura 1 - Principios Generales Sobre Administración Eclesial

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Principios generales y función administrativa eclesial.


1. Introducción

Uno de los temas que ha causado cierta controversia en la iglesia ha sido el de la


administración eclesial. El sólo hecho de mencionar la necesidad de usar programas que
ayuden a tener una mejor administración de los recursos eclesiales genera cierto malestar
entre diferentes sectores de quienes han sido llamados a cuidar del pueblo de Dios. Muchas
personas observan la función administrativa como algo que no tiene que ver con lo
espiritual y es evidente que en algunos casos los líderes poco saben del tema. Sin embargo,
es inevitable reconocer que se necesita tener un manejo adecuado de los recursos, visión,
programación y ejecución de proyectos que ayuden al desarrollo de la iglesia.

El uso de diferentes parámetros administrativos reconocidos como estrategias


seculares ha generado cierta negativa en muchos cuerpos de liderazgo eclesial, quienes ven
en la implementación de estos principios algo alejado de la Escritura y que no debería
incluirse en el desarrollo de la iglesia. Hay que aclarar que, aunque la iglesia no debería
verse simplemente como una empresa que deba administrase para que sea productiva y dé
los resultados esperados por quienes la dirigen, sí hay una serie de principios que pueden
servir en la programación y ejecución de recursos, además de diferentes elementos
esenciales en la proyección que ayuden a un mejor funcionamiento del cuerpo eclesial.
También hay que dejar en claro que muchos de estos principios se pueden desprender de
los relatos que presenta la Escritura para la dirección y formación del pueblo de Dios.

2. Principios generales de administración

Cuando se habla de administración se hace referencia a la manera en que se


implementan diferentes parámetros de organización que sirven para un mejor desarrollo en
determinados campos de la institución a la que se pertenece. Las estrategias requeridas
brindan mejores espacios de trabajo y líneas de objetividad que ayudan clarificar el
desarrollo de la estrategia y a la vez abre el espacio para hacer una evaluación sobre los
objetivos previamente planteados. La administración permite organizar los diferentes
elementos para presentar un servicio de forma más eficiente, pero también ayuda a
reconocer los recursos necesarios para ordenar y ejecutar de acuerdo a las capacidades que
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se tengan. Es imprescindible en el desarrollo de las tareas ya que permite la supervisión de


cada área y las evaluaciones pertinentes para caso.

La iglesia es una comunidad de personas que se han reunido de manera voluntaria y


que desarrolla sus objetivos de forma colectiva, cada miembro es interdependiente de otro y
cumple la función correspondiente de acuerdo a sus capacidades. La administración eclesial
ayuda a reconocer las capacidades de cada miembro para que sea incluido en el proceso y
pueda ayudar a la ejecución de la visión: “La administración no es periférica en la vida y el
funcionamiento de la iglesia. Es necesaria porque la iglesia es la gente: gente corporativa
con una misión” (Antony & Estep, 2008, p. 11).

En términos generales la administración contiene una serie de principios que


permiten el desarrollo y cumplimiento de los objetivos que se plantean en una institución.
Para efectos de este material se tendrán en cuentas los cuatro principios fundamentales de la
función administrativa y a la vez se observarán algunos puntos de referencia presentados en
el libro: Administración básica para iglesias y ministerios cristianos de Anthony y Estep
(editores) con el propósito de mantener una línea de acercamiento a la administración
eclesial y reconocer los parámetros de la función administrativa en la iglesia.

a. Planeación. Todo proyecto de trabajo requiere una planeación estratégica,


saber qué se quiere lograr y todo lo que se necesita para el cumplimiento del proyecto. La
planeación define los objetivos o metas que se quieren alcanzar, establece las estrategias
necesarias para su desarrollo, plantea los procedimientos que se requieren y tiene en cuenta
los recursos (económicos, humanos e institucionales) que se van a utilizar en el proceso. La
iglesia necesita un plan definido que proyecte su desarrollo a corto, mediano y largo plazo,
con el fin de definir los objetivos y parámetros a seguir. Planear requiere reconocer
previamente lo que se quiere alcanzar y todo lo que se va a necesitar en ese proceso, es todo
el trabajo previo en el que se piensa, se proyecta, se sueña y se visualiza hacia el futuro. 

Cuando se habla de planeación, no se está dejando de lado la dependencia de Dios


(que es una de las principales críticas de aquellos que están en contra de los procesos
administrativos en la iglesia), más bien se busca direccionar el camino a seguir, definir los
procedimientos y tener claro el propósito al cual se quiere llegar, sin dejar de tener presente
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que es el Señor quien debe dirigir los pasos y quien en última instancia será el que muestre
su voluntad en medio de los proyectos que se presentan. Lo primero no debe afectar lo
segundo. Aunque se depende de Dios y su voluntad se necesita tomar decisiones concretas
frente a las necesidades de la comunidad eclesial. La iglesia depende de Dios, de su
voluntad y su Palabra, pero en ese proceso debe caminar en la toma de decisiones que
honren su nombre, debe proyectar con responsabilidad y tener claras las implicaciones de
sus capacidades. La improvisación puede ayudar en algunas circunstancias de la vida, pero
la planeación permite proyectar con dependencia y caminar firmemente hacia objetivos
medibles.

El proceso de planeación inicia con una comprensión clara de la misión y visión de


la iglesia. Ambas realidades deben entenderse en el orden adecuado para que no generen
confusión en el desarrollo del proyecto. Cuando se habla de misión se está haciendo
referencia al marco general del ministerio o proyecto que se está desarrollando. La misión
responde a la razón por la cual existe el ministerio. El planteamiento de la razón de ser
(misión) es el primer punto sobre el que se edifican los proyectos y ministerios, sin esto
todo lo demás está en el aire. La visión, por su parte, señala los aspectos específicos que se
quieren lograr, la manera en la que el ministerio quiere desarrollarse y a lo que quiere llegar
en determinado tiempo, todo dentro del marco de la misión. La visión responde a la
proyección del ministerio y la manera en la que quiere ser visto en el futuro (Antony &
Estep, 2008).

Después de tener claras la misión y visión aparecen las metas y los objetivos que se
quieren alcanzar. Cuando se plantea con claridad la meta, existe un punto específico al cual
apuntan todos los esfuerzos. Las metas proveen dirección y permiten centralizar los
objetivos medibles para que el desarrollo de la visión no se desvíe del camino. Cada meta
debe establecer objetivos concretos a corto, mediano y largo plazo, y estos a su vez, deben
ir encaminados al cumplimiento del propósito mayor. La meta es completamente
dependiente de la visión, se plantea en términos generales y habitualmente es a largo plazo.
Los objetivos son completamente dependientes de la meta, están planteados de manera más
específica y pueden medirse a corto y mediano plazo (Broda, 2001).
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La planeación invita a mirar con perspectiva hacia el futuro, por lo tanto, después de
tener claro todo lo que tiene que ver con la misión, la visión, la meta o metas y los
objetivos, llega el momento de estructurar el proyecto para que cada cosa se pueda
desarrollar de manera ordenada. El paso a seguir está en diseñar las estrategias que se van a
utilizar, los programas específicos que se van a implementar y los recursos que se van a
necesitar en cada uno de los procedimientos. Cuando se habla de las estrategias se está
haciendo referencia al plan de trabajo que se va a utilizar para desarrollar los objetivos que
se han planteado. De la misma manera que los objetivos son específicos, las estrategias
deben estar diseñadas de manera específica y con la capacidad de ser medidas de acuerdo al
desarrollo y consecución de los objetivos. 

En algún sentido podría decirse que las estrategias son flexibles ya que son las que
forman la agenda de trabajo del ministerio, van marcando el derrotero y orientando el
camino cuando van surgiendo nuevas situaciones que pueden poner en riesgo el
cumplimiento de los objetivos. A través de las estrategias se ordena el desarrollo del
programa, las políticas y procedimientos a seguir y cada uno de los recursos que se van a ir
necesitando. La implementación de cada parte del plan permite ir teniendo todo el
funcionamiento y control necesarios para lograr el propósito que se ha planteado desde el
principio. 

La planeación es necesaria porque se requiere todo un proceso definido sobre el cual


se desarrolla la estructura del ministerio, además permite observar de manera amplia y
detallada cada uno de los procedimientos a seguir. Planear no se trata únicamente de sacar
ideas al azar, se trata de proyectar de manera ordenada lo que viene para el ministerio de la
iglesia y permite tener a la mano las herramientas adecuadas para la evaluación de los
procesos. La planeación brinda el marco de trabajo y ayuda a caminar sobre planteamientos
concretos.

b. Organización. Aunque muchas personas confunden la planeación con la


organización y en muchos casos se miran de manera mezclada, es evidente que son dos
áreas completamente diferentes. Mientras la planeación está relacionada con todo lo que
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tiene que ver con el propósito, el proyecto y el plan de trabajo, la organización establece la
estructura para el desarrollo de todo lo planeado. La organización define los diferentes
roles, responsabilidades, parámetros de autoridad y demás competencias que se necesitan
para el cumplimiento de los objetivos de acuerdo a las estrategias planteadas (Antony &
Estep, 2008). Después de tener claras la misión, la visión, la meta, los objetivos y todas las
estrategias de trabajo, aparece en escena la organización. 

La organización va de la mano de la estructura eclesial o denominacional[1]. La


función administrativa de organizar no se puede desligar de los parámetros
organizacionales de la iglesia, cada actividad y ministerio deben estar diseñados de acuerdo
a la misión y visión de la iglesia. La organización establece las estructuras sobre las que va
a llevarse a cabo el cumplimiento de las estrategias planeadas y diagrama el
funcionamiento de cada ministerio dentro de la misma estructura. La planeación proyecta y
visualiza, en tanto que la organización estructura el proyecto para saber la manera en la que
cada paso proyectado llega a concretarse, además define qué grupo de personas estará a
cargo con sus respectivas responsabilidades y la manera en la que se va a realizar cada
actividad (descripción de tareas) o parte del proyecto.

El proceso de organización permite ejecutar de manera eficaz todo lo que está en el


proyecto de planeación en la medida que exista una buena comunicación y un
acompañamiento pertinente a cada uno de los grupos de trabajo. Es importante reconocer la
necesidad de tener claros todos los procesos y comunicarlos de manera eficaz para que cada
parte encargada tenga total entendimiento de sus funciones. Cuando se habla de
comunicación eficaz se refiere al proceso de involucrar de manera efectiva todos los
agentes del proceso en el desarrollo del plan, que cada parte tenga total conocimiento de su
función y la manera en la que esta aporta al cumplimiento de los objetivos y las metas. 

La elección de personal adecuado y capacitado para cada área permite reconocer las
competencias necesarias para el desarrollo del proyecto[2]. Cuando se habla de elección de
personal deben incluirse procesos de selección que reconozcan las necesidades de cada
cargo y las aptitudes propias de las personas que se encargarán de cumplirlas, también se
debe dar toda la orientación suficiente para el desarrollo del área de trabajo y dejar claras
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las funciones específicas que se deben realizar, finalmente, esta parte del proceso incluye la
capacitación y actualización de acuerdo a las necesidades que aparezcan en el desarrollo del
trabajo (Antony & Estep, 2008).

c. Dirección. Este principio está completamente ligado al liderazgo del


ministerio. Dirigir implica el acompañamiento de las personas que están trabajando en cada
una de las áreas ministeriales que sostienen la misión y visión de la iglesia. En la dirección,
el líder (que puede ser el pastor principal o un asistente ministerial) facilita todas las
herramientas necesarias para que el personal trabaje dentro de los parámetros requeridos y
promueve la confianza de sus dirigidos. Algunas de las actividades propias de la dirección
y del liderazgo son: acompañamiento pastoral, delegación, motivación y coordinación. 

Cuando se trabaja con personas el principal desafío está en ayudarles a desarrollar lo


mejor de su potencial para enfocarlo en la adoración al Señor (meta final a la que cualquier
ministerio eclesial debe apuntar) e involucrarlos en el cumplimiento de los objetivos
particulares del ministerio. Quien dirige no se puede limitar a cumplir funciones de trabajo,
la dinámica de la dirección debe estar ligada al pastoreo de las personas que tiene a su
cargo. No hay función eclesial administrativa sana si no existe el interés de pastorear a las
personas que están bajo el cuidado del líder. Es imposible incentivar a las personas en el
cumplimiento de los objetivos ministeriales si no hay una relación pastoral en la que el líder
acompaña en las luchas a quienes lo necesitan, crea relaciones sanas y constantemente
provee alimento espiritual a sus dirigidos. Además, la identidad del líder cristiano debe
llevar el sello del modelo por excelencia (Marcos 10:42-45), quien dirige no puede mirarse
por encima de los demás, el acompañamiento pastoral debe estar centrado en su servicio a
aquellos a quienes tiene bajo cuidado.

Parte de la función de dirección está en asumir que las demás personas tienen
capacidades propias para el ministerio. El líder debe aprender a delegar de acuerdo a las
aptitudes de sus dirigidos y promover dichas capacidades hacia el cumplimiento de lo
planeado. La función de delegar implica grandes desafíos para quien está dirigiendo. Tener
la confianza suficiente en las competencias de los dirigidos no sólo para que aporten al
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cumplimiento de las metas y objetivos eclesiales, sino para que ellos crezcan de manera
personal, espiritual y ministerial. Delegar implica perder parte del control en las decisiones
que se toman en medio del desarrollo del ministerio, parte de la confianza que se tiene en
los dirigidos está en dejarlos tomar decisiones y que ellos también compartan las cargas del
ministerio (Antony & Estep, 2008). También requiere distribuir responsabilidades para
potenciar la capacidad de los dirigidos y así responder eficazmente a las necesidades que
presente cada área del ministerio.

El principio de dirección también incluye la motivación de quienes están aportando


para el desarrollo del ministerio. Una persona motivada responde de manera más efectiva al
trabajo que aquella que siente que no se reconoce todo el esfuerzo que realiza. Una de las
realidades de la mayoría de las iglesias es que quienes trabajan generalmente lo hacen sin
recibir algún tipo de remuneración económica. Aunque la motivación no debe ser sólo para
quienes sirven de manera voluntaria, es lógico que quienes no reciben aportes económicos
por su trabajo, deban recibir mayor motivación en otros aspectos por parte del liderazgo de
la iglesia. En algún sentido, los puntos anteriores son en sí mismos parte de la motivación
que necesitan aquellos que ayudan en los diferentes ministerios eclesiales, el sentirse
pastoreados y recibir la confianza necesaria para el cumplimiento de su trabajo son
incentivos que generan mayor disposición. Sin embargo, quien dirige debe ir más allá en
este aspecto: reconocer constantemente el esfuerzo que realizan los dirigidos, brindar
espacios para la capacitación y el crecimiento personal, destinar recursos para programas de
esparcimiento, crear ambientes de trabajo agradables, etc.

La dirección incluye todo el proceso de coordinación de los ministerios. Quien


dirige tiene la responsabilidad de supervisar el trabajo realizado para potenciar las cosas
que se están realizando dentro de lo estipulado y corregir aquellas que no están aportando al
cumplimiento de los objetivos. Coordinar implica tener claridad de todo el proyecto de
planeación, cómo se ejecutan los procesos, dar respuestas en momentos de crisis, tener la
capacidad de corrección de acuerdo al proyecto inicial o de adecuar imprevistos que
potencialicen el cumplimiento del ministerio, saber administrar las diferencias y ayudar a
que se complementen para un trabajo más efectivo.  
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d. Evaluación. La función básica de este principio es reconocer el


cumplimiento del proyecto y proponer los ajustes necesarios de acuerdo a lo planificado
(Antony & Estep, 2008). Cada principio se conecta entre sí, la planeación presenta el
proyecto, la organización diseña la estructura para que el proyecto se ponga en marcha, la
dirección lo ejecuta usando los recursos necesarios y la evaluación analiza los resultados y
propone los cambios pertinentes para su cumplimiento.

La evaluación no aparece en el aire, tiene en cuenta todo el camino realizado para


poder reconocer las cosas que se han hecho bien de acuerdo a las metas y objetivos
proyectados, pero también analiza y busca corregir todo aquello que no se esté ejecutando
correctamente. La evaluación incluye tanto los procedimientos de control de parte del
liderazgo como los mecanismos para la rendición de cuentas.  El en proceso evaluativo se
deben tener en cuenta diferentes aspectos: sistema de informes, criterios de evaluación, plan
de acción para correcciones y sistema de recompensa por el cumplimiento de
responsabilidades (Antony & Estep, 2008, p. 29).

Los procesos de evaluación requieren sistemas claros de información que permitan


entender los procedimientos y la manera en que estos se están desarrollando. El plan inicial
tiene metas y objetivos puntuales sobre los cuales finalmente se evalúa, pero se necesitan
tener a la mano informes concretos del trabajo que se realiza en cada ministerio y la manera
en la que estos aportan al cumplimiento global de las metas y objetos. Si no hay sistemas de
evaluación que permitan conocer todo el proceso es probable que no se pueda hacer una
evaluación exhaustiva que rinda resultados objetivos de lo que se está realizando.

De la misma manera que los informes deben ser completamente claros, también
debe existir un sistema de normas o criterios de evaluación que incluyan en cada proceso
los puntos a observar y la manera en la que dicha evaluación busca reconocer
cumplimientos o corregir lo que no se está haciendo de forma adecuada. La planeación
tiende a generalizar el proyecto, las normas de la evaluación ayudan responder de manera
puntual a cada minucia que aparece en el proceso. Tanto quienes dirigen como quienes
ejecutan deben tener claros los criterios por los cuales se evalúa cada función, no solo con
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el fin de determinar cumplimientos, sino para incentivar el desempeño de quienes ejecutan


las tareas.

Es claro que no siempre se puede prever cada situación de incumplimiento, hay


ciertas circunstancias que van apareciendo como imprevistos en el camino. Sin embargo, se
debe reconocer la necesidad de tener un plan desarrollado que responda ante las situaciones
que vayan presentando. Los planes de acción y corrección anticipan las posibles situaciones
de incumplimiento y buscan dar respuestas pertinentes que vuelvan a encaminar los
ministerios en el proyecto inicial. 

Finalmente la evaluación permite abrir espacios para el reconocimiento del esfuerzo


de las personas que trabajan en el proceso. Aunque ya se había planteado en el marco de la
dirección cuando se habló de la necesidad de motivar, el énfasis en la evaluación tiene que
ver más con los procesos terminados. El reconocimiento del esfuerzo es necesario para que
las personas sigan dando lo mejor y aportando con sus capacidades para el crecimiento de
los ministerios.

Los principios que se han destacado en esta unidad no son los únicos y no están
abordados de forma exhaustiva. En términos generales se puede decir que abren el
panorama para la implementación de los principios básicos de la administración y los
relaciona con el desarrollo de la misión de la iglesia. Como se dijo anteriormente, uno de
los desafíos de los ministerios eclesiales está precisamente en reconocer la necesidad de
estructurar el desarrollo de la iglesia bajo parámetros administrativos que le permitan
cumplir su ministerio de forma organizada sin que esto implique la pérdida de la búsqueda
de la dirección de Dios en la construcción de la misión.

Si la iglesia no tiene en cuenta los procesos de planeación, organización, dirección y


evaluación, terminará trabajando en el aire, sin una misión concreta, sin metas claras y sin
objetivos específicos sobre los cuales considerar cambios o reconocer progresos. La
administración eclesial permite orientar la iglesia a través de programas y ministerios que
ejecuten de forma organizada todo el proyecto que se quiere trabajar, por eso es de suma
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importancia que la iglesia cree conciencia de la estructura sobre la que se va a desarrollar el


plan de trabajo y los diferentes recursos que se necesitarán para su ejecución, además de los
puntos específicos sobre los que va a evaluar para tener un control pertinente de todo lo que
se invierta en el proyecto.

[1] En la unidad 8 se presentarán diferentes formas de gobiernos denominacionales.

[2] Aunque la elección o reclutamiento de personal es reconocido como un principio


de la administración en sí mismo, este módulo lo incluye dentro del principio de la
organización.

3. Bibliografía

Anthony, M. & Estep, J. (Ed.) (2008). Admiministración básica para iglesias y


ministerios cristianos. Buenos Aires: Certeza Unida.

Broda, A. (2001). Administración, principios gerenciales para líderes cristianos.


Miami: Unilit.

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