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Resumen Del Capítulo 6 Del Libro de Mario Liverani

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Resumen del capítulo 6 del libro de Mario Liverani: "El

Antiguo Oriente"

Mesopotamia Protodinástica
Esta etapa (que abarca desde 2900 hasta 2350) tiene una fase en la que no podemos contar
con textos, mientras que, en un tiempo posterior, se presenta un desarrollo homogéneo. Al
principio se trata tan sólo de textos administrativos, pero al final del periodo aparecen
textos sociopolíticos y jurídicos. Comparada con la preponderancia y el relativo aislamiento
de Uruk, la situación geográfica, productiva y política del Protodinástico II – III se
caracteriza por un policentrismo más acusado, con una serie de ciudades estado de
dimensiones similares que se hacen competencia entre sí. Al sur están Uruk, Ur y Eridu, al
este, Lagash y Umma, en el centro Adab, Shuruppak y Nippur, y al norte Kish y Eshnunna.
Remontando los cursos del Tigris y Éufrates aparecen respectivamente Assur y Mari,
nuevos centros de la expansión sumeria.
Durante este periodo la población de la llanura mesopotámica es muy superior a la de todos
los periodos anteriores, y está mucho mejor repartida regionalmente, aunque sigue
manteniendo la configuración de “islas” de población aisladas entre sí por estepas áridas o
tierras anegadizas. La red de canales es la base de este sistema territorial integrado. En la
larga historia de la ordenación hídrica de la llanura aluvial, que es paralela a su
estructuración política, nos encontramos en el estado de la fricción y la difícil integración
entre las distintas “islas” comarcales. La cohesión interna de estas últimas no implica
necesariamente una cohesión del conjunto. Lo que es óptimo para una zona puede ir en
detrimento de otra, pues todas ellas se relacionan con el flujo de las aguas, y las que están
aguas abajo dependen, obviamente, de las que están aguas arriba.
Conviene señalar que el desarrollo cultural mesopotámico tiene un soporte étnico y
lingüístico que es mixto desde el comienzo de la documentación escrita. Sin duda, dentro
de esta mezcla subsisten variaciones en el tiempo y el espacio. Pero si hacemos que estas
variaciones se correspondan con las variaciones tecnológicas y organizativas, podemos caer
en simplificaciones arbitrarias.
En el Protodinástico II – III los documentos suelen estar escritos en sumerio, y esto dice
mucho acerca de la preponderancia de este elemento. Por lo general, de esta preponderancia
se deriva la simplificación de llamar sumeria a esta cultura. La realidad es bastante más
compleja. El análisis de la distribución de nombres propios demuestra que los semitas
(acadios) ya estaban presentes en esta fase (y tal vez antes); y que a una proporción mayor
de sumerios en el sur se opone una mayor presencia de acadios en el norte, en evidente
conexión con la localización más compacta de los pueblos de lengua semítica.
        

La ciudad- templo y la estructura social

La posición central del templo, en la ciudad, que se advierte ya desde la fase Uruk en el
urbanismo y la arquitectura, aparece ahora con más claridad, gracias a la documentación
escrita, en sus dos vertientes de centro ideológico y ceremonial y centro de decisión y
organización. Existe cierta ambigüedad entre la función del templo como centro directivo
de la ciudad – estado, y como célula en el interior de la ciudad – estado. En el periodo
Protodinástico, el centro directivo se sitúa aparate, como palacio, mientras el templo –o
mejor dicho, los templos, ya que el centro urbano suele tener más de uno – conserva sus
funciones de culto y también sus consolidadas funciones económicas, aunque ya integradas
en la organización estatal global. En el reparto de funciones entre el templo y el palacio, el
primero se queda con la primacía ideológica (incluyendo la legitimación divina del poder),
pero el segundo se queda con la primacía operativa.
En el ámbito de la organización interna es importante señalar que la visión mesopotámica
reúne templos, palacios y casas familiares en la categoría unitaria de “casa”, en el sentido
de unidad productiva y administrativa, célula básica de la sociedad.
En el Protodinástico los templos ya tienen una larga historia, mientras que el palacio es
bastante más reciente. Después del primer palacio de Yemdet Nasr, a partir de la primera
parte del Protodinástico III aparecen palacios en el sur de la Mesopotamia (Eridu), y sobre
todo en el norte (Kish y Mari). Significativamente, es la época en la que aparecen las
primeras inscripciones reales, de Enmebaraggesi a Mesilim y la dinastía del cementerio real
de Ur. A una clase dirigente del templo, anónima en el sentido plenipotenciaria del dios,
como había sido la clase dirigente de la ciudad – templo desde el periodo Uruk Antiguo
hasta el Protodinástico I, le sucede una clase dirigente “laica”, detentadora del poder que
mantiene con su propio centro de legitimación y necesita afianzar una imagen más
personalizada de la realeza, haciendo hincapié en unas dotes humana y socialmente
comprensibles, como la fuerza o la justicia.
Aun después de la aparición de palacios laicos, sigue siendo muy importante la función
económica del templo. Pero ya está más matizada según los casos, y condicionada por la
existencia del palacio.
El templo deja de ser el centro y se convierte en una célula del estado palatino,
cohesionada, pero similar a otras células, y por lo tanto modulo que puede multiplicarse
para servir de apoyo a una organización política amplia y ampliable. El templo se ocupa de
varios sectores: la administración, el almacenamiento, los servicios y la producción
primaria. Entre los sectores y niveles, hay un gran número de personas, una gran extensión
de tierras de cultivo y una proporción importante de las actividades económicas que
dependen del templo.
Naturalmente, la influencia de la gran organización del templo o el palacio sobre el destino
de las comunidades de la aldea es muy grande. La población de las aldeas tiene que
contribuir a la acumulación central de productos, sobre todo de dos maneras: mediante la
cesión de una parte del producto, o mediante prestación de trabajo (generalmente agrícola
y, cuando es necesario, militar). Además, la organización central penetra en el campo. Lo
hace físicamente, con obras de infraestructura hidráulica y roturación de nuevas tierras,
destinadas a ser explotadas directamente por el templo y sus dependientes. También penetra
con una descentralización de funciones administrativas, que tienden a convertir las aldeas
autosuficientes en piezas del sistema centralizado. Por último, penetra sobre todo como el
principal terrateniente. No sabemos cómo fue la distribución de las tierras entre el templo y
las aldeas, pero lo más probable es que el templo acabara prevaleciendo, por la tendencia a
utilizar las tierras que se iban roturando a lo largo de los canales nuevos, lo cual condenó a
las aldeas a desempeñar un papel marginal, y a obtener beneficios cada vez más reducidos.
Aunque amplias capas de la población permanecen libres en sus aldeas, y sólo dependen de
la ciudad – estado como pagadoras de tributo, prestadoras de trabajo personal y fieles del
dios, la parte de la población que depende del templo de forma integrada, y más adelante
del palacio, es cada vez más numerosa, y sobre todo es la dominante. Empieza a descollar
una clase de administradores, comerciantes, escribas y artesanos especializados que gira en
torno al templo y es portadora de una cultura muy viva, con afanes de innovación,
racionalización y también enriquecimiento. Esto tiene su reflejo arqueológico en la mayor
riqueza de los ajuares sepulcrales y los exvotos de los templos, la mejora de las viviendas
urbanas y la aparición de más objetos de considerable valor.
La distinción en el aspecto funcional entre los dependientes del templo (especialistas) y los
hombres “libres (productores de alimento), que desde la época de Uruk había sido tajante,
empieza a convertirse, inevitablemente, en una superposición económica de carácter
clasista.

La tierra y el trabajo

La base económica de la civilización protodinástica sigue siendo la explotación


agropecuaria de la llanura mesopotámica, y tanto la artesanía como el comercio son
actividades derivadas. La novedad del Protodinástico es la existencia de textos
administrativos, que completan los datos arqueológicos y paleoecológicos, proporcionando
una visión más concreta y detallada de la agricultura y las otras actividades productivas de
Mesopotamia en el segundo cuarto del III milenio.
Se observa que hay una acumulación de excedentes a gran escala que no se observa en
periodos anteriores que se destina para el sustento de los especialistas y las clases dirigentes
administrativas y sacerdotales. La proporción que se reserva para la sementera del año
siguiente es irrelevante, y tampoco es muy importante lo que se deja en el sitio para
alimentar a los campesinos, de modo que buena parte de las cosechas va a parar a los silos
de los templos y palacios.
Estos excedentes ponen en marcha el mecanismo redistributivo, que se ve en acción en la
época de la primera urbanización. Este mecanismo es un sistema más evolucionado, y
también más estable, aunque la estabilidad favorece a los dependientes, mientras que para
el templo señala el principio de una parcelación de las tierras en propiedad, que en términos
legales son asignaciones temporales y bajo condición, pero de hecho tienden a consolidarse
y a transmitirse por vía hereditaria.
En las ciudades hay fuertes concentraciones de mano de obra, sobre todo en dos sectores
centrales. El primero es la molienda de cereales. Al no haber recursos técnicos para
aprovechar las fuerzas naturales, la producción de harina es el producto del trabajo largo y
penoso de mujeres con sencillos morteros de tradición neolítica. La otra concentración de
mano de obra es el sector textil. La hilatura y el tejido también se realizan con instrumentos
neolíticos: huso, rueca y telar horizontal. Las grandes cantidades de lana que llegan a los
centros urbanos y se convierten en paños, tanto para uso interno como para la exportación,
son manufacturadas en autenticas fábricas, donde mujeres de condición servil y origen a
menudo extranjero dedican muchas horas de trabajo a esa tarea.
       
El gobierno de las ciudades

El territorio de la Mesopotamia Protodinástica se divide en varios estados de dimensiones


“comarcales”, equivalentes en recursos y rango. Son el resultado de una reestructuración
que tuvo lugar, tras el predominio inicial de Uruk, durante el periodo de Yemdet Nasr y el
Protodinástico I. Cada ciudad es gobernada por una dinastía local, cuyo título varía de una
ciudad a otra. En Uruk se usa el término de en (gran sacerdote), en Lagash el
término ensi (artífice del dios), y en Ur y Kish el término lugal (rey). No son términos
equivalentes, ni por sus implicaciones ideológicas ni por su valor político. El primero
subraya que el poder real procede del ámbito del templo, donde tuvo su primera
formulación. El segundo presenta al dinasta como dependiente del dios ciudadano, o mejor
dicho, como su administrador fiduciario. El tercero (literalmente “hombre grande”), que
destaca las dotes propiamente humanas,  aparece solamente en época protodinástica,
mientras que los otros dos están atestiguados en la época de Uruk y Yemdet Nasr. En un
sentido más estrictamente político, el término ensi puede implicar también una
dependencia  a nivel humano, de modo que los reyes más poderosos, cuando aplican una
política hegemónica con respecto a otros ciudadanos y potencian su actividad bélica,
tienden a darse el título de lugal.
La situación es compleja y variable, no sólo por las diferencias locales de las costumbres
ciudadanas y por las variantes histórico – políticas, sino también porque se está
produciendo un cambio general.  En el plano ideológico sigue siendo fundamental la
legitimación divina de la realeza, y por lo tanto la subordinación del  rey al dios, y la
presentación de su obra como una fiel y eficaz realización de la voluntad divina. Pero en el
plano administrativo surge la necesidad de subordinar los templos a la administración
estatal unificada, convirtiéndolos en puntos cruciales o articulaciones internas sometidos al
poder de decisión del palacio. La primera cuestión tiene un alcance más amplio y afecto a
las relaciones del rey con toda la población, mientras que la segunda afecta sobre todo a las
relaciones de fuerza en el interior de la clase dirigente.
Los reyes de las ciudades estado sumerias, una vez lograda la legitimación interna (basada
en la aprobación o el sometimiento de la clase sacerdotal local) y la legitimación externa
(aprobación de Nippur, red de relaciones con las demás ciudades, etc.), son esencialmente
unos administradores del territorio de la ciudad, entendido como una gran finca. El dios es
el dueño de la propiedad y de sus habitantes, y el rey su “administración delegado”. Dicho
en términos menos ideológicos, el rey es el amo, siempre que respete las convenciones
sociales y religiosas que hacen que la población le reconozca como legítimo. Las funciones
básicas del rey son la administración permanente de la economía y la defensa ocasional
contra los ataques enemigos. Los planos de responsabilidad son dos: uno divino y el otro
real. El rey tiene la responsabilidad operativa de crear y controlar las infraestructuras
productivas y el sistema redistributivo en todas sus vertientes. Pero las buenas cosechas se
deben al dios. Y en la guerra, el rey está al mando de todas las operaciones, pero el
resultado del enfrentamiento lo decide la voluntad del dios, o mejor dicho las voluntades
contrapuestas de los dioses contendientes. Sin embargo, el comportamiento del dios es a su
vez reflejo del comportamiento real. El dios dejará de favorecer a la ciudad cuando el
rey (representante de la comunidad humana ante el favor divino) haya cometido alguna
infracción. Por lo tanto, hay una tercera función de la realeza no menos importante que las
anteriores: el culto. El rey, además de ser el responsable directo de la comunidad humana
de su reino, es responsable de las buenas relaciones con la divinidad, para evitar así los
desastres naturales u otras calamidades que están fuera de su alcance. Se pueden establecer
buenas relaciones con la divinidad si se dispone del hombre adecuado en el momento
adecuado, y luego, día tras día, manteniendo un difícil equilibrio.
El problema de la legitimidad es completamente ideológico. La justificación del poder, en
realidad, procede de la capacidad para ejercitarlo. El rey que sucede a su predecesor por la
vía hereditaria normal tiene una legitimidad obvia, pero no ocurre lo mismo con los
usurpadores o los reyes nuevos. Estos tratan de justificar su posición argumentando que, si
el dios les ha elegido a ellos entre multitud ilimitada de posibles candidatos, es porque sin
duda poseen las dotes especialísimas del buen rey.
          
Rivalidades y hegemonías

La datación interna del periodo Protodinástico se obtiene coordinando la documentación


estratigráfica (que es la única disponible para el Protodinástico I, y prevalece para el II) y
las fuentes escritas (que ya se pueden utilizar en el IIIa, y prevalecen en el IIIb). Pero los
distintos yacimientos contribuyen de forma desigual. Las secuencias estratigráficas más
largas y fiables aparecen en las excavaciones del valle del Diyala. En Ur aparecen
complejos monumentales, como el cementerio real. Por último, en Lagash se han hallado
las inscripciones históricas más interesantes y el archivo administrativo más voluminoso
(del IIIb), pero se ha perdido prácticamente la referencia arqueológica, debido a los
métodos expeditivos de excavación del pasado. Por lo tanto, no resulta fácil coordinar datos
de naturaleza distinta procedentes de distintos yacimientos. Además, un documento escrito
de extraordinaria importancia arqueológica, la lista real sumeria, puede servir como
esquema básico, pero es objeto de continuas correcciones debido a sus fallos: no es fiable
en lo que respecta a las dinastías anteriores a la I de Ur, presenta en una sola secuencia
varias dinastías contemporáneas, y censura por completo las de algunas ciudades
importantes (sobre todo Lagash y Eshnunna).
Mientras la lista real nos presenta un cuadro seleccionado y unitario, con el motivo
recurrente de una dinastía que desplaza a otra, partiendo de los monumentos e inscripciones
de la época se reconstruye un cuadro de dinastías contemporáneas que compiten
constantemente entre sí. En el caso de los hallazgos, la secuencia que mejor conocemos es
la de Lagash, y la disputa mejor documentada la que enfrenta a Lagash con Umma,
ciudades vecinas, por el control de un territorio con abundantes cultivos y pastos. A partir
de los documentos de los reyes de Lagash podemos reconstruir las vicisitudes de la disputa,
desde las primeras escaramuzas y un punto de referencia jurídico como es el arbitraje de
Mesilim, rey de Kish, hasta los episodios más recientes. Umma siempre aparece como el
mejor enemigo agresivo injusto y falsario, y Lagash como ciudad justa, agredida y
victoriosa. Pero no estaría de más conocer la versión de Umma. La disputa llega a su punto
culminante con Eannatum, a quien debemos la famosa estela de los buitres, en la que el
relato escrito se yuxtapone a la representación icónica, que no es menos elocuente en su
visualización de la relación entre vencedores y vencidos, y de la relación entre el campo de
la acción humana y el campo divino. Dada la insistencia de los textos de Lagash en este
tema, sin duda debió ser un conflicto muy importante en el ámbito político y económico.
Pero está claro que la disputa por el gu-edinna no es la única ni la más importante de la
Mesopotamia protodinástica. Nos sirve sobre todo para hacernos una idea de cómo era las
relaciones entre las ciudades estado, con frecuentes enfrentamientos por la posesión de
tierras intermedias. Su ideologización las convierte en disputas entre dioses, y se advierte
una correspondencia entre un plano bélico operativo y un plano jurídico justificado. A
veces el conflicto es aprovechado por terceras potencias para rehacer el equilibrio político
general.
La meta ideológica es el aval de Nippur, mientras que los dos polos políticos del poder en
la Baja Mesopotamia están representados por los tratamientos de en Uruk y lugal
Kish. Varios reyes de estas dos ciudades aparecen atestiguados en inscripciones de distinta
procedencia (sobre todo de Nippur), y a veces surge la duda de si serán dinastías locales, o
dinastas de otra ciudad que, con sus victorias, han justificado unos títulos más prestigiosos.
El afán de hegemonía se convierte en un afán de dominio universal. El proyecto parece
factible cuando se manejan dos datos: la sensación de que el mundo coincide esencialmente
con la llanura de la Baja Mesopotamia, fértil, densamente poblada y rodeada de una
periferia montañosa y vacía; y la irradiación de los centros sumerios o vinculados a la
cultura sumeria en varias direcciones, desde Susa, en el este, a Mari en el Éufrates medio y
Assur en el Tigris medio. A través de estas ramificaciones, el mundo político
mesopotámico considera que puede llegar a los confines naturales del mundo. Según la
simplificación que permanecerá para siempre, estos confines son el mar inferior (Golfo
Pérsico) y el mar superior (el mar Mediterráneo). Hay varias situaciones que subrayan los
aspectos universalistas, ejemplo de ello es Lugalzaggesi de Uruk, quien derrotó y sometió a
Ur, Larsa, Umma, Nippur y por último a Lagash, controlando así toda la Baja
Mesopotamia. Aunque sus dominios no tenían una extensión universal, Lugalzaggesi se
atreve a afirmar que los confines de su poder se hallan en el mar superior y en el mar
inferior. Estas afirmaciones podían ser “fugas hacia adelante” con respecto a la realidad
política concreta, pero no meras invenciones. Por ello se puede suponer que Lugalzaggesi
llegó realmente al Mediterráneo. Pudo hacerlo personalmente, a través de enviados o a
través de simples alianzas, comerciales o militares, con las potencias intermedias (Kish,
Mari o Ebla: tres estados que no se sometieron a su dominio). Todo esto ideológicamente es
secundario. La ideología del “imperio universal” considera secundarias las formas
concretas de su realización: la imaginación precede a la realidad, pero también es un
importante estímulo para la realización.
Lugalzaggesi, fundador del “primer imperio”, antes de convertirse en rey de Uruk
(formando él solo su tercera dinastía) había sido rey de Umma, de la que heredó la
tradicional rivalidad con Lagash. A diferencia de sus predecesores, consiguió resolver este
conflicto con importantes fuerzas militares. Y a diferencia de las otras ciudades a las que
derrotó, Lagash ha dejado su propia versión de los hechos, que nos sirve para valorar de
una manera más matizada la importancia real del imperio de Lugalzaggesi. Vemos así que,
incluso después de la victoria de Uruk, el ensi de Lagash, Urukagina, todavía es capaz de
publicar sus propias inscripciones, señal de que conserva el poder local. No sólo eso: en
dichas inscripciones Urukagina osa denunciar que la victoria de Uruk es un caso de
prevaricación, señalando las responsabilidades del dios de Lugalzaggesi frente a su propio
dios, y dejando abierta la posibilidad de un castigo.
A Urukagina se le conoce por su guerra contra Lugalzaggesi y por un edicto de reforma
(Reformas de Urukagina) que arroja luz sobre los problemas sociales de su tiempo. No cabe
duda de que fuera un usurpador, y precisamente por eso hace hincapié en que no tiene nada
que ver con sus antecesores. Urukagina acusa a estos de haber tolerado toda clase de abusos
por parte del clero y los administradores, en detrimento del pueblo llano, erigiéndose en
paladín y protector de este último. El contenido del edicto es una serie de medidas que
acababan con los abusos, devuelven las libertades calculadas y restablecen una relación
correcta entre la organización estatal y la población.
Hablar de “reformas” es inexacto, porque hace pensar en la introducción de nuevos
mecanismos jurídicos o administrativos. El sentido del edicto es más bien restablecer el
equilibrio alterado, y el remedio se presenta como una vuelta al pasado, visto como un
punto de referencia óptimo, el tiempo en que las instituciones guardaban un orden correcto.
En el edicto en cuestión, las disposiciones son sobre todo desgravaciones fiscales y
corrección de abusos.

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