La Llorona, La Malinche y La Mujer Chicana de Hoy. Cuando Ceda El Llanto
La Llorona, La Malinche y La Mujer Chicana de Hoy. Cuando Ceda El Llanto
La Llorona, La Malinche y La Mujer Chicana de Hoy. Cuando Ceda El Llanto
La Llorona, la Malinche
y la mujer chicana de hoy.
Cuando ceda el llanto
A mediados del siglo XVI hubo unos años en los que los veci-
nos de la ciudad de México despertaban a medianoche, cuando
había luna llena, sobresaltados por unos prolongadísimos gemi-
dos lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, un tre-
mendo dolor físico o un tormento de un importante calibre. El
llanto era tan tétrico, que parecía provenir del mundo de los
muertos. Entonces, hacía su aparición una mujer de unos treinta
años. González Obregón lo relata en Las calles de México,
leyendas y sucedidos:
Vestía la mujer traje blanquísimo, y espeso velo cubría su rostro.
Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad
dormida, llegando cada noche a la Plaza Mayor, donde vuelto el
velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último
angustioso y languidísimo lamento. Puesta en pie, continuaba con
el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo. Al llegar a orillas del
salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos
barrios, se desvanecía como una sombra. (1997:116).
La tradición de la Llorona tiene sus raíces en la mitología
establecida entre los habitantes de parte del territorio mexicano
actual. La diosa Cihuacoatl, la cual aparecía muchas veces
como una dama que llevaba vestimentas palaciegas, habría sido
una temprana representación de la Llorona.
Entre los muchos augurios con que se anunció la conquista
de México por parte de los españoles, aparece uno que describe
las voces de una mujer que se oían frecuentemente de noche.
Angustiada y entre grandes sollozos, esta mujer se preguntaba
2. ¿Integración o no integración?
tura azteca, india y mexicana, a las que ahora se une una per-
tenencia a la cultura angloamericana, pasando por su participa-
ción en la cultura heredada de los españoles, puede fácilmente
hacer que estas mujeres se sientan vulnerables y perdidas.
Como tantos otros habitantes de Estados Unidos provenientes
de más de una cultura, de raíces mezcladas y características
culturales amalgamadas en un mismo puchero, la mujer chicana
sufre todas estas influencias. Es un hecho conocido la casi
obsesión de muchos estadounidenses por llegar a establecer un
árbol genealógico de su familia, para poder encontrarse, reco-
nocerse como parte de una cultura, de un grupo, de un conjunto
de otros ciudadanos que, como un hogar, les protegen y arropan
al hacerles sentirse bienvenidos al mundo del trabajo, de lo
social y de lo cultural.
La mujer, la escritora chicana, se ha hecho con un espacio
que, lejos de encerrarla, la libera y la protege al mismo tiempo.
Con todo, y a pesar de que para muchas escritoras la situación
es diferente, para la mayoría de las mujeres chicanas, sobre
todo si quieren escribir y tener su propio espacio para hacerlo,
la situación sigue siendo extremadamente difícil y el camino a
recorrer en esa búsqueda define la situación en la que se
encuentra la mujer chicana.
La escritora chicana siente que existe, que es un ser com-
pleto independiente de un hombre, y que ese ser pertenece a
algo (una comunidad, un país, una cultura) y no a alguien (el
padre, el novio o el esposo). Esa sed de cambio, de pertenecer
a otro lugar, pero no a cualquier lugar ni a cualquier grupo, está
presente tanto en la narrativa como en la poesía y es una bús-
queda comparable a aquella de una cultura y una comunidad a
las que pertenecer. Quienes se debaten entre la cultura de la
que provienen y aquélla en la que viven son mujeres que expe-
rimentan el conflicto entre el sistema de valores de la sociedad
tradicional y los valores de la sociedad norteamericana donde,
con respecto a otras partes del mundo, la mujer ha logrado rei-
vindicar muchos de sus derechos. El universo interior sigue muy
presente en la mujer a la hora de hacerlo parte de su esencia.
Volver a las raíces es volver a su destino. Si para la mayor parte
de mujeres chicanas esto sigue siendo un sueño, para las escri-
toras chicanas, este sueño se suple en principio con el senti-
miento de liberación que la propia actividad de la escritura les
proporciona.
172 Carmen Melchor Ïñiguez
Bibliografía