Brodsky 2014 Contexto Usos Museo Memoria DD - HH
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Brodsky 2014 Contexto Usos Museo Memoria DD - HH
SEMINARIO INTERNACIONAL SOBRE MUSEOS Y LUGARES DE MEMORIA
“RETOS Y APRENDIZAJES PARA SU CREACIÓN Y APROPIACIÓN”
“Contexto y Usos del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.”
Ricardo Brodsky
Director Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile
Bogotá, octubre 2014
El contexto histórico de creación del museo como lugar de memoria
La transición chilena a la democracia después de 17 años de dictadura (1973‐1990), ha
pasado por diferentes etapas en la búsqueda de verdad, justicia y reparación, y por lo que
Peter Winn y Steve Stern en un reciente libro titulado “No hay mañana sin ayer”
denominan un tortuoso camino a la memorialización. El período que va desde 1973 hasta
nuestros días, se caracterizó por agudas diferencias en la interpretación del presente y, en
particular desde 1990, por las luchas interpretativas en torno a las diversas versiones del
pasado reciente, luchas que han adquirido variados grados de intensidad y formas de
expresión en la búsqueda de adhesión.
En 1990 –tras la recuperación de la democracia‐ era imperativo hacerse cargo de la
pesada herencia de violaciones a los derechos humanos y avanzar en verdad,
especialmente en relación a la situación de los detenidos desaparecidos. El presidente
Aylwin (1990‐1994) formó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación recién iniciado
su mandato. El Informe de la Comisión Rettig derriba la tesis de la “guerra interna”, y
establece que en Chile hubo violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos
por parte de agentes del Estado. La Comisión establece los nombres y circunstancias de
los más de 3 mil muertos y desaparecidos. A pesar del rechazo de las Fuerzas Armadas al
Informe, el campo de la memoria de las violaciones de los derechos humanos se fue
instalando y consolidando, pasó de ser una memoria disidente portada por los familiares
de las víctimas y los opositores a la dictadura, a una memoria dominante dentro de la
cultura política.
El relato de la salvación de una guerra civil y del “cáncer marxista” que instalaron los
militares y civiles que los acompañaron ya no era dominante, pero la memoria colectiva
estaba aún profundamente dividida. En paralelo las recomendaciones del Informe Rettig
dieron paso a un amplio espectro de reparaciones en pensiones, educación, salud y
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vivienda para las familiares de las víctimas hasta la tercera generación y en 1994, la
memoria de la tragedia cristaliza en un lugar de memoria: el Memorial de los Detenidos
Desaparecidos y Ejecutados Políticos en el Cementerio General, qué contó con el apoyo
del Ejecutivo pero no con el gesto simbólico de la presencia del Presidente de la República
en su inauguración.
El Memorial de los Detenidos Desaparecidos y Ejecutados políticos es una de las primeras
marcaciones públicas de la memoria de las violaciones a los derechos humanos, aunque
de acuerdo a las correlaciones políticas de la época solo fue posible materializarlo gracias
a que se instaló en un lugar semi‐público como el Cementerio General de Santiago.
La transición democrática a lo largo de los años 90 parecía consolidar un marco de
impunidad para las violaciones de los derechos humanos. Sólo casos excepcionales, como
el crimen de Orlando Letelier en Washington, habían logrado establecer sanciones
efectivas para los responsables. Sin embargo, con la detención en Londres de Augusto
Pinochet en 1998, se reactivan las luchas por la verdad y la justicia y la sociedad chilena se
muestra profundamente quebrada. En las calles de Londres, de Chile y en las pantallas de
televisión, se podía observar imágenes de un país dividido y con lecturas encontradas de
su pasado. Los medios de comunicación se vieron en la obligación de mirar con atención la
memoria y los derechos humanos.
El gobierno convoca a las fuerzas armadas y a los abogados defensores de los derechos
humanos a una Mesa de Diálogo en donde los militares validan el Informe Rettig y
reconocen sus responsabilidades institucionales. Hacia esa época los jueces pinochetistas
habían perdido su mayoría en la Corte Suprema y los nuevos integrantes dejan de aplicar
la ley de Aministía dictada por Pinochet y reconocen la primacía legal de los tratados
internacionales de derechos humanos ratificados por el país. La Corte nombra jueces
especiales para investigar los casos de desaparición forzada de personas y se aceleran las
causas de derechos humanos. La memoria histórica se había convertido de nuevo en una
poderosa fuerza política y cultural que abría caminos a nuevas iniciativas de verdad y
justicia. La detención de Pinochet en Londres abre definitivamente el debate sobre el
traumático pasado para no parar hasta el día de hoy.
El 2003, en el trigésimo aniversario del golpe de Estado, el presidente Ricardo Lagos
(2000‐2006) reivindicó la memoria de Salvador Allende abriendo la puerta lateral de La
Moneda por donde salió el cuerpo sin vida del presidente e inaugurando una estatua en la
Plaza de la Constitución. La rehabilitación de Allende como mártir republicano se dio en el
marco de un incremento del estatus cultural como héroe mítico que para esa fecha había
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adquirido. Pero lo crucial para la verdad y la justicia, fue que un mes antes de
conmemorarse los 30 años del golpe, Lagos anunciaba la creación de una segunda
comisión de la verdad que dirigiría el ex vicario de la solidaridad, Obispo Sergio Valech,
para tratar el tema hasta ese minuto en silencio, de la prisión política y la tortura
sistemática.
La comisión Valech demostró ser un elemento decisivo en las batallas por la memoria en
Chile acreditando a más de 38 mil víctimas de la tortura. Entre las conclusiones más
poderosas estaba la que sostenía que la tortura sexualizada se había cometido contra
todas las prisioneras de centros de detención. Y el objetivo final de las medidas que la
Comisión adoptó apuntaron más al “Nunca más” que simplemente a la reparación,
definidas éstas como austeras y simbólicas por el propio presidente. El presidente Lagos
inaugura también otra forma de memorizar, dando apoyo, como reparación simbólica, a la
creación de memoriales que las agrupaciones y la sociedad civil organizada venían
demandando. Esto significó una progresiva proliferación de lugares de memoria, esto es,
marcas en el espacio y también el tiempo, asociadas a acontecimientos significativos para
una memoria.
Los lugares de la memoria corresponden a lo que Stern denomina nudos convocantes,
capaces de atar memorias sueltas a memorias emblemáticas y también porque remiten al
nudo en el estomago que hace al individuo más consciente. Para Ricoeur los lugares de
memoria son marcas exteriores en las que pueden apoyarse las conductas sociales para
sus transacciones cotidianas. En el país ha existido un importante desarrollo de
memoriales, más de 250, que recuerdan hechos y lugares asociados a la historia de
violaciones a los derechos humanos: recintos de detención, placas conmemorativas,
esculturas, lugares en que se han encontrado restos de detenidos desaparecidos,
señalamientos generales de sitios imprecisos pero en los que se sabe que hubo historias
de violencia. Los memoriales se mantienen activos gracias a otra forma de marcación
pública como es la acción conmemorativa que toma la forma de rituales públicos o
privados asociados a fechas emblemáticas, ceremonias conmemorativas que no solo
mantienen viva la memoria de una comunidad sino que la van resignificando y
traspasando de generación en generación.
Lo que completó el colapso de la “memoria heroica” de Pinochet y del ejército como
salvador fue el escándalo del Banco Riggs en el 2004, en que se descubrieron millonarias
cuentas secretas de Pinochet. Para su muerte el 2006 el 82% de los chilenos lo
consideraba un dictador. En muchos aspectos, la batalla por la memoria colectiva había
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sido ganada por sus víctimas. Pero aún quedaba mucho por hacer en materia de la
generación de una conciencia histórica y de un compromiso societal con el “Nunca más”.
En este contexto es elegida la primera presidenta de Chile, Michelle Bachelet (2006 ‐
2010), hija de un militar asesinado en la tortura y ella misma una ex presa política que
tuvo que salir al exilio. La presidenta tenía una cercana relación con las organizaciones de
familiares de las víctimas, de la que no gozaron sus predecesores, y también buenas
relaciones con la familia militar por ser hija de un general de la Fuerza Aérea y haber sido
ministra de Defensa. La memorialización se disparó como un fenómeno social y se expresó
en el desarrollo de ovbras audiovisuales, artísticas y literarias, que junto a los memoriales
actúan como reparaciones simbólicas que promueven una pedagogía de historia pública
de la memoria.
El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos fue la culminación de este proceso. En
concreto ‐si bien encuentra antecedentes en las recomendaciones del Informe Rettig y en
la declaración por parte de UNESCO de diversos archivos de organismos de derechos
humanos como Memoria del Mundo‐ fue un proyecto de la presidenta Bachelet quien
formó un equipo de especialistas, de aliados de las víctimas y de víctimas, para hacer
efectivo el lugar de memoria. Algunos estudiosos de este proceso consideran que el
museo surgió como resultado de una operación rigurosamente ejecutada, casi sin ningún
debate previo en la sociedad sobre su finalidad y forma. Ello es discutible, pero lo que es
efectivo es que su fundación fue el resultado de una decisión política tomada desde el
más alto nivel, que resultó en la creación de hechos materiales en cortos tres años. Las
agrupaciones de familiares de las víctimas no participaron directa o formalmente de su
creación; ellas habrían querido administrar el relato, preveían una contradicción entre la
mirada de las víctimas y la mirada del Estado. En enero del 2010 la presidenta inauguró el
museo con la asistencia de los tres ex presidentes de la transición. La memoria oficial,
inspirada en los Informes de las dos Comisiones de Verdad, sobre las graves violaciones a
los derechos humanos quedaba así plasmada.
El museo se creó con una significativa base de archivos traspasados por los organismos
que defendieron los derechos humanos en dictadura y que contienen fundamentalmente
los antecedentes de prisión, muerte, desaparición, tortura y exilio de las víctimas de la
represión, en miles de legajos judiciales e informes generados por abogados, psicólogos,
asistentes sociales y sociólogos durante 17 años. Son los insumos primarios en los que se
basó la Comisión de Verdad y Reconciliación en el 90, como se dijo, el primer documento y
acto de verdad oficial que reveló los crímenes y la masividad de los atropellos cometidos
por agentes de le Estado. A ello se agregaron diversos documentos oficiales rescatados
por el equipo creador del museo desde los archivos de los ministerios. La colección del
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museo contaba también, desde un principio, con los materiales culturales de memoria
donados por particulares, esto es, archivos de cartas, fotografías, objetos, artesanía
carcelaria, grabaciones, arpilleras, afiches, recortes de prensa. Con los años esta colección
se ha ido incrementando exponencialmente con donaciones nacionales y de organismos
internacionales, más la investigación del museo en todo el país.
La museografía con estas fuentes iniciales que se plasmó en la muestra permanente, da
cuenta del periodo de 1973 hasta 1990. Con la magnitud de información y productos
culturales del periodo, la museología fue consistente en representar un acto simbólico de
reparación en sintonía con la memoria de las víctimas. La muestra permanente es un
recorrido histórico pedagógico de despliegue de la memoria oficial, un lugar de memoria
que incorporó empáticamente las luchas por la memoria que venían dando las
agrupaciones de familiares y víctimas, las que pronto reconocieron el lugar como legítimo
toda vez que aportaba a su causa, y se reconocieron en él ocupándolo y usándolo hasta
hoy para sus exhibiciones y actos conmemorativos y ceremoniales. Y esta confluencia
entre lugar performativo de un relato y las memorias obstinadas, como dice el cineasta
Guzmán, es lo que sostiene al museo y revitaliza dialécticamente su misión: Dar a conocer
las violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del Estado de Chile entre
los años 1973‐1990, para que a través de la reflexión ética sobre la memoria, la
solidaridad y la importancia de los derechos humanos, se fortalezca la voluntad nacional
para que Nunca Más se repitan hechos que afecten la dignidad del ser humano.
De memoria oficial exhibida en un cuidadoso complejo de dioramas y soportes
tecnológicos como pantallas táctiles que reproducen el sonido y la imagen de la época, el
museo ha recorrido un camino hacia una memoria cultural, donde el espacio es visitado
por miles de estudiantes cada año como parte de su experiencia educativa, es usado por
cientos de investigadores que recurren a sus fuentes para seguir indagando en las
múltiples manifestaciones de la tragedia, es uno de los espacios más visitados por los
extranjeros que llegan al país y es ocupado por una infinidad de organizaciones que
valoran el peso ético del lugar‐museo y legitiman su existencia.
No se puede perder de vista que la coreografía acotada que se representa bajo la forma
de un museo no puede sino convertirse en un acto político y un controvertido acto de
enunciación estética. Esto significa que el discurso de la memoria histórica circula en la
intersubjetividad y en la experiencia de los visitantes físicos y virtuales a un museo que
contiene algunos testimonios de esas memorias. No es un dispositivo objetivo y nunca
será completo, porque como plantea Nelly Richards, nunca podremos conocer la
magnitud del horror, que dejó una profunda herida en la sociedad chilena hasta hoy
inscrita en luchas por la memoria y, que cada cierto tiempo se intensifican.
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La conmemoración de los 40 años del golpe de Estado el 2013, con un gobierno de
derecha, fue uno de esos momentos intensos de circulación de la memoria. Las
performances provinieron fundamentalmente de la sociedad civil; fueron los colectivos
artísticos, las organizaciones de base, las universidades y las comunidades de memoria, las
que promovieron los rituales a desarrollar; los dispositivos del museo para producir
interacciones se abrieron a la comunidad, entre otras muchas expresiones, en forma de
imágenes de rostros de los detenidos desparecidos, y priorizando la transmisión
intergeneracional de la memoria a través de creaciones artísticas, musicales y teatrales.
Esta circulación de memorias debemos entenderla, en este tiempo, vehiculizada en una
vertiginosa comunicación en las redes sociales. En la necesidad de ofrecer lo que la
ciudadanía demandaba, la agenda de los medios de comunicación repitió hasta la
saturación las imágenes emblemáticas de aquel pasado reciente y que son las que
quedaron también en la retina de occidente, a saber, La Moneda en llamas, los hombres
arrodillados ante los militares en el Estadio Nacional y Pinochet sentado de brazos
cruzados y lentes oscuros.
El 3 de septiembre 2013 se dio a conocer una encuesta del CERC que entre los puntos más
importantes consigna que el principal responsable golpe de Estado fue Pinochet con un
41%, seguido de Allende con 9%, los militares con 6% y el comunismo con 4%. La amplia
mayoría de los chilenos creía que los militares no tenían una razón para dar un golpe con
un 70%. Asimismo, una minoría de 18% consideraba que con el golpe de Estado, “Chile se
liberó del marxismo”. En tanto, 63 % opinaba que “se destruyó la democracia”. La
encuesta mostró también que seguían existiendo visiones polarizadas de las
responsabilidades políticas que llevaron al golpe de Estado entre Concertación y la
derechista Unión Demócrata Independiente, y al interior de la propia Concertación.
Esto última conclusión de la encuesta es importante, porque si bien el museo se
materializó en forma express, no ha estado exento a lo largo de sus casi 5 años de vida de
un profundo e insistente debate en que desde sectores conservadores se le exige que
contextualice el golpe de estado y las violaciones de los derechos humanos, como una
forma velada de justificarlas. Más recientemente, desde historiadores de diferentes
orientaciones, también se reclama por una supuesta falta de contextualización.
El museo insiste que se remite a la verdad oficial que el Estado ha generado con los
Informes de las Comisiones Rettig y Valech pues busca “promover una conciencia pública
acerca de las violaciones masivas, sistemáticas y prolongadas” de los derechos humanos
durante el período dictatorial y “transformar el respeto de los derechos humanos en un
imperativo categórico de nuestra convivencia: es decir, en un deber de todos y cuyo
cumplimiento ninguna circunstancia podría atenuar o debilitar”.
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El patrimonio del museo y los usos de la memoria
La creación del museo representa un acto enunciativo en el cual el Estado chileno
denunció y asumió la responsabilidad de los aberrantes crímenes cometidos durante la
dictadura, bajo la forma de una narrativa material imbuida de todo el poder y la
persuasión de la forma propia de la institución museo. En el hall, el visitante se topa de
frente con la violación los derechos humanos en Chile enmarcada en la universalidad de
los derechos humanos con una pared del mapa global relatando las comisiones de verdad
de otros países. A la izquierda, se puede apreciar el mapa de Chile en granito, horizontal a
penas levantado del suelo con la demarcación vertical de fotografías de algunos de los
miles de lugares de memoria generados a lo largo del país. Una cruz de hierro con las
letras NN que proviene del Patio 29 del Cementerio General donde cientos de personas
asesinadas por los militares fueron enterrados de forma anónima, y los informes de las
Comisiones Rettig y Valech, completan este piso introductorio.
La exposición permanente del Museo combina momentos fuertemente emotivos con
pruebas documentales emanadas del archivo, que van construyendo un relato cronológica
y temáticamente organizado del período dictatorial, del contexto institucional que
posibilitaron las violaciones de los derechos humanos y de la lucha del pueblo chileno por
recuperar su libertad. En el primer piso aparece el bombardeo aéreo y un enorme
fotomural del asalto terrestre de los militares al palacio. Los pasillos que rodean el inicio
de la muestra, exploran el impacto y la secuela del golpe: el fin del estado de derecho, la
represión y la tortura con testimonios a coro en pantallas individuales, objetos materiales
documentando la vida cotidiana en los campos de concentración como hojas arrugadas
con cartas, poemas, dibujos, esculturas pequeñas de piedra y, construida con dibujos
infantiles, se expresa ‘el dolor de los niños’ que sufrieron de alguna forma la represión. En
el siguiente piso de la muestra se presentan en corredores y laberintos la historia de la
resistencia y la lucha por la verdad, la justicia y la memoria, en el contexto de una lucha
más amplia por la recuperación de la democracia durante el plebiscito donde ganó la
opción No a Pinochet en 1988. Los corredores convergen en una espacio abierto rodeado
de velas eléctricas en el piso como las ofrendas de los familiares de las víctimas, que se
ubican simbólicamente a los pies de una nube de tres pisos de fotografías de asesinados y
desaparecidos, un espacio profundamente conmovedor.
El último piso del edifico, lo ocupa el Centro de Documentación Audiovisual, inaugurado
en octubre del 2013 y que en 12 pantallas táctiles despliega hasta hoy 413 títulos, siendo
la colección de más de 2000 títulos, divididos en los géneros documental, ficción, registro
audiovisual, noticieros, testimonios, entrevistas, arte y cultura. Desde 2010 además, el
museo cuenta con el Centro de Documentación que pone a disposición de las audiencias
rastros de memoria y una importante colección de libros, revistas e investigaciones sobre
el periodo dictatorial. La robusta colección que sostiene al museo, está compuesta hoy
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por más de 40 mil piezas divididas en objetos, audiovisuales, iconografía, fotografías,
publicaciones y documentos de archivo.
Entre estas colecciones de archivos y la memoria existe una relación física y
representativa, una relación actual y virtual, una relación afectiva y racional. Una relación
que se establece en determinados momentos, bajo determinadas circunstancias, y que se
cuela por intersticios del poder que el hecho de ser poseedor de un archivo conlleva.
Producto de ese ensamblaje con el poder, el archivo cumple determinadas funciones:
unificación, identificación, clasificación, consignación. El archivo está hecho de la
documentación del pasado, seleccionada y conscientemente escogida, pero también
formada de fragmentos, que a menudo escapan a la intencionalidad; está indexado,
catalogado y organizado. El archivo es una especie de lugar que tiene que ver con el deseo
y la apropiación. Se relaciona con cosas deseadas, que son colocadas, juntadas,
recolectadas, pegadas. Un lugar donde el mundo puede ser imaginado por la regularidad
de un nombre, de un lugar o de un registro. El archivo, por la acción de la historia, se
convirtió en un lugar de memoria.
Junto a la muestra permanente, el museo exhibe a los menos 10 muestras artísticas
temporales al año referidas a los derechos humanos. El museo está abierto al arte, porque
el arte tiene la particularidad de adelantase a las ciencias sociales en la representación del
trauma, y cabria agregar que vuelve una y otra vez a la reinterpretación de los hechos
violatorios de derechos humanos, fijados en pinturas, fotografías, esculturas e
instalaciones que abren el tema del museo hacia nuevas formas de mirar los derechos
humanos y hacia nuevos derechos reclamados por la sociedad en un mundo global. El
museo se abre al arte y el arte demanda al museo. Se abren en consecuencia las
posibilidades de lectura de la historia a una dimensión subjetiva, poética y
complementaria al relato objetual.
Es este doble carácter el que permite definir al museo como una construcción discursiva
compleja en la que convergen políticas y estéticas de la memoria. Los conceptos generales
tras una selección de estrategias de representación de la memoria del museo, son el
trauma, la identidad, la huella, el testigo, el memorial, la ausencia, situados bajo definidos
ejemplos y formas de representación visual de la memoria. Entendemos que la memoria
ha adquirido una relevancia fundamental en la actualidad para el profundo conocimiento
tanto del mundo como del individuo, y el arte se ha convertido en uno de los medios más
importantes para llevar a cabo aquel trabajo de memoria. La arquitectura misma del
museo, en edificios de ejes divergentes, es una práctica discursiva, en un contexto cultural
determinado, profundizando no sólo en las estrategias estéticas, sino también en la
relación de éstas con las reflexiones e inquietudes propias del individuo, de la sociedad y
del arte contemporáneo.
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De las cerca de 180 mil visitas presenciales, guiadas y espontaneas, de cada año, el 60%
corresponde a estudiantes secundarios de una diversidad amplia de colegios de la capital,
seguido por un 15% de estudiantes universitarios, nacionales y extranjeros. Un 13% de las
audiencias corresponde a adultos nacionales y un 12% a visitantes extranjeros que se
concentran en los meses de verano. Estas cifras son elocuentes para demostrar el enorme
desafío pedagógico que la cabe al museo: el 75% de las audiencias corresponde a jóvenes
que no vivieron los hechos y que no tienen memoria de los mismos, y un bajo porcentaje
cuya memoria ha sido transmitida transgeneracionalmente. En una instalación que incluyó
al circuito cultural del barrio que habita el museo, el artista Luis Camnitzer dejó grabado
en una pared lateral del museo una sentencia que subraya su carácter pedagógico: “El
museo es una escuela. El artista aprende a comunicarse; el público aprende a hacer
conexiones”.
Además, los derechos humanos dicen relación con algo más amplio que las violaciones
ocurridas durante la dictadura: es necesaria una aceptación social y estatal que incorpore
una perspectiva universal de derechos que incluya los individuales y colectivos, así como
los económicos, sociales y culturales. Empero, para los portadores y constructores de la
memoria como herida abierta, la relación entre la memoria de la dictadura y la
construcción de una cultura más amplia de derechos humanos no es un tópico dominante.
La exigencia es por más memoria de las violaciones a los derechos humanos en dictadura.
Memoria y derechos humanos quedaron en cierta forma anclados a la dictadura En
consecuencia, ¿qué aspectos de profundización democrática están atados a la memoria de
la dictadura y de qué manera trasformamos esa memoria en una ampliación de la mirada
de los derechos humanos?. De alguna forma la respuesta está en el museo como espacio
abierto, lo que lo ha transformado en estos 5 años en un centro cultural de creciente
significación; allí aparece la danza, el teatro y la música que permiten ampliar las
audiencias y que éstas experimenten nuevas sensaciones. En la conmemoración de los 40
años del golpe de Estado el museo se vio sobrepasado de iniciativas que lo requerían
como andamio material y simbólico. Pero también entendemos que para responder a la
pregunta debe generarse una conversación societal que desborde los límites del museo y
el museo debe contribuir a que esa conversación se genere, tarea compleja y de largo
aliento.
En el intertanto el museo se da a conocer en el país y en el extranjero, mediante
exposiciones itinerantes, que como cápsulas de la muestra permanente se exponen en
lugares que lo requieren o que han sido planificados por el museo. En un país centralizado
como Chile, el museo debe salir a las regiones para darse a conocer y mostrar la
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exposición Nunca Más. La muestra ha recorrido ya más de la mitad de las provincias del
país, instalándose en universidades, centros político‐administrativos y espacios culturales.
Terminada la etapa de instalación contada hasta aquí, el museo busca su consolidación a
nivel nacional y latinoamericano. Con este fin, se efectúan además encuentros
internacionales anuales de conversación y discusión donde han expuesto pensadores de
alto nivel como Todorov, Touraine, Stern, Sturken, Jelin, Etxeberria, Langer, Wilde,
Roudinesco y Hite entre otros. Además el museo participa de la Red Internacional de Sitios
de Conciencia, que busca que los lugares de memoria pasen a un estadio superior de
intercambio con las audiencias más allá de las víctimas directas de la represión.
En Chile no ha pasado el tiempo de la memorialización y siguen abiertas cientos de causas
contra los violadores de los derechos humanos. El presidente Piñera de la coalición de
derecha, que visitó el museo y dio una entrevista sobre su importancia ratificando su
carácter de verdad estatal, cerró en las vísperas de la conmemoración de los 40 años del
golpe el penal Cordillera, donde residían en condiciones extremadamente óptimas
criminales de lesa humanidad como el jefe de la policía secreta Manuel Contreras. Pero
más importante aún, habló de los “cómplices pasivos”, esto es, de los civiles que
participando del régimen autoritario no hicieron nada por los derechos humanos. Los 40
años estuvieron también marcados por disculpas públicas de personeros de la derecha y
de los tribunales.
Dos cuestiones destacan entonces para terminar: ¿de qué manera se usan las memorias
de la maldad, sin el necesario olvido que las experiencias individuales y colecticas
requieren y a veces reclaman?. La memoria no se opone al olvido. Los olvidos y silencios
son por su parte, constitutivos y constituyentes de la memoria, pueden ser una política de
memoria deliberada de instituciones y sujetos o pueden ser una negación colectiva del
pasado traumático que de todas formas vuelve en forma de destellos punzantes, pero son
parte del relato de la memoria, están presentes con una ausencia que se hace evidente.
Los olvidos y silencios son algunos de los rostros de la memoria. Por otra parte, como
plantea Todorov, el revivir el pasado en el presente supone pasar por la etapa de
recolección de la información, lo que redunda en que el pasado no se inscribe
mecánicamente en el presente, sino siempre y únicamente su representación; nunca
tenemos acceso a las huellas físicas y psíquicas de lo ocurrido porque entre
acontecimiento y vestigio ha tomado lugar un proceso de selección; y la selección es
seguida de la jerarquización y la disposición. Ya se ha dicho, el dominio de la barbarie no
es arbitrario pues integra datos irrefutables, pero tampoco es independiente del poder.
Una vez seleccionados los hechos se forman relatos y argumentos, se interrelacionan los
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hechos. Solo años después de ocurridos los hechos es posible construir un relato
coherente. Los silencios y los olvidos están presentes en el museo de la memoria, ser
consciente de esa verdad es parte de la construcción de la memoria.
En una reciente entrevista el curador paraguayo Ticio Escobar (2014) citando a Didi‐
Huberman dice que aunque para algunos el horror impone un silencio extremo, constituye
un deber ético convocar imágenes que puedan, aunque sea de manera parcial e
intermitente, denunciar situaciones intolerables. Afirma que “Las imágenes no muestran
todo: descubren y encubren siempre. Evocan, sugieren o predicen momentos que no
pueden ser definitivamente aclarados: sus centelleos permiten divisar bultos inciertos,
momentos de un todo sustraído; permiten percibir puntadas de verdad.
Geometría de la Conciencia, obra de Alfredo Jaar, logra dar una respuesta inteligente y
sensible a esta inquietud. Situada en la Plaza de la Memoria, Geometría de la Conciencia
es una obra subterránea. Por su materialidad, la obra impide una aproximación distraída
de parte del espectador, obligándolo, literalmente, a sumergirse en ella. Ubicada seis
metros bajo tierra, se accede a un hall que no deja anticipar nada de la experiencia que
otorgará el memorial. Se trata de un espacio cúbico aparentemente vacío, en el que el
visitante es confrontado a experimentar la oscuridad total durante sesenta segundos.
La ausencia de luz y el silencio que reinan en el lugar, unidos al encierro que implica la
obra, generan inevitablemente ansiedad y angustia en el espectador. Poco a poco, una luz
tenue comienza a emanar de la pared frontal, dejando ver quinientas siluetas que se
recortan sobre un fondo negro. Evocan las siluetas que las familiares de los detenidos
desaparecidos llevan en su pecho. La luz que proviene del interior de las siluetas se
intensifica progresivamente, y el efecto de su aparición inesperada se incrementa por su
multiplicación al infinito producida por dos espejos instalados en los muros laterales. De
este modo, la obra rodea al espectador, y, como señala Adriana Valdés, la multiplicación al
infinito de las siluetas crea una sensación ligada a la inmensidad inconmensurable de la
pérdida. Tras alcanzar su máximo resplandor, la luz desaparece de improviso,
sumergiendo una vez más al espectador en la oscuridad total por otros sesenta segundos.
Esta vez, sin embargo, subsiste la imagen retiniana de las siluetas, la que acompañará al
visitante incluso una vez concluida la experiencia de la obra. Las siluetas que conforman
Geometría de la Conciencia provienen de dos fuentes: algunas de ellas fueron extraídas de
fotografías de víctimas de la dictadura proporcionadas por las agrupaciones de familiares
de detenidos desaparecidos; el resto fueron realizadas a partir de retratos tomados por el
artista a ciudadanos chilenos contemporáneos. Según ha explicado el mismo Jaar (“Todos
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hemos perdido algo con la dictadura”), la composición mixta de la obra tenía por objeto
romper el modelo tradicional de los memoriales, los que ocupándose sólo de las víctimas
oficiales de la dictadura crean, según su parecer, una marginación de las mismas. Su obra,
en tanto, propone un ejercicio inverso.
Al mismo tiempo, y como señala Adriana Valdés, el hecho de “evocar a la vez la presencia
de los muertos y la de los vivos sugiere el compromiso histórico actual que significa la
memoria: es la construcción conjunta del futuro la que está pendiente, y no sólo el
lamento del pasado”. Su trabajo con la luz y la oscuridad evoca la metáfora de la aparición
y la desaparición, y ante ella, el espectador es poética y sutilmente iluminado por la
historia. Se trata de una obra que ofrece una experiencia distinta y complementaria a la
aportada por el museo: una experiencia multisensorial. Efectivamente, Geometría de la
Conciencia es un espacio sensible que conjuga sensación, percepción y memoria,
estimulando así la reflexión, la toma de conciencia histórica y la adopción de una postura
ética clara ante el pasado, el presente y el futuro. La obra responde de manera inteligente
y sensible a la pregunta por la cosificación de la memoria, y a la vez al cuestionamiento
por la posibilidad de ésta de convertirse en un objeto disponible para la reflexión y la
discusión.
Acompañar una visita guiada a jóvenes de los últimos cursos de la enseñanza secundaria
que asisten junto a sus profesores de historia es una observación rica y compleja. En ella
interviene un guía de museo con un discurso flexible e interrelacional sobre cada uno de
los escaparates, aunque nunca se logre visitar el museo en su totalidad por las
detenciones e interlocuciones entre alumnos, profesor y guía. La memoria a veces brota y
fluye, los jóvenes hacen conexiones con relatos de parientes, amigos e imágenes de
televisión, a veces solo contemplan sin observar; a veces dicen conocer los hechos y otras
contestan que no sabían nada de lo expuesto; a veces salen pensativos y otras corriendo
para continuar sus juegos; hay ocasiones en que asimilan con interés la experiencia y otras
en que dicen no cambiar sus posiciones previas sobre el pasado traumático que no
vivieron. Mas lo que importa es que algunos piensen y manifiesten que lo observado,
aprendido y experimentado tiene importancia en el presente y eso, podría suponer, la
lenta pero imperativa construcción social del un Nunca Más.
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