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El Legado de Alejandro III El Magno

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El legado de Alejandro III el Magno

Por Stanley Burstein

El reinado de Alejandro III el Magno abrió una nueva era que los historiadores llaman periodo
helenístico. Éste se extiende desde el acceso de Alejandro III al trono de Macedonia en el 336
a.C. hasta la conquista romana de Egipto, hacia el 30 a.C. Durante la mayor parte de esos tres
siglos, una serie de reinos gobernados por monarcas macedonios dominaron el Mediterráneo
y Oriente Próximo. Los griegos y la cultura griega disfrutaron de un prestigio sin precedentes
en toda esta vasta región. El arte y la literatura florecieron, y los sabios griegos hicieron
descubrimientos y formularon teorías que permanecieron en el núcleo de la ciencia occidental
e islámica hasta la revolución científica del siglo XVIII. Pocas épocas han dejado un legado tan
rico.

Alejandro Magno y el origen del periodo helenístico

El padre de Alejandro, Filipo II, transformó el antaño débil reino de Macedonia en la potencia
militar más fuerte del Mediterráneo oriental y los Balcanes. Sin embargo, los logros de Filipo
pudieron irse al traste con su asesinato el 336 a.C., y Alejandro, entonces con 20 años,
ascendió al trono enfrentándose a una guerra civil en el interior y una rebelión entre sus
vasallos de más allá de sus fronteras. No obstante, Alejandro sobrevivió contra todas las
expectativas. En los trece años de su reinado, llevó al Ejército macedonio hasta la frontera
occidental de la India y conquistó completamente el Imperio persa, que había dominado el
occidente de Asia durante más de dos siglos.

Las conquistas de Alejandro hicieron posible un nuevo orden en el Mediterráneo y en Oriente


Próximo. Su inesperada muerte en Babilonia en el verano del 323 a.C., sin embargo, le impidió
establecer una formación política estable en su vasto imperio. Quedó a sus sucesores la tarea
de determinar la naturaleza de su legado. Este proceso fue largo y violento. Transcurrieron
cuatro décadas de guerras civiles entre los generales de Alejandro hasta que surgió un nuevo
orden en los territorios del antiguo Imperio persa. Tres reinos gobernados por dinastías
macedonias dominaron la nueva situación en la zona: los Tolomeos en Egipto, los Seléucidas
en Oriente Próximo y los Antigónidas en Macedonia. Estos reinos proporcionaron un marco
para la actividad cultural y política hasta que el avance de Roma por el oeste y de los partos
por el este pusieron punto final al mundo creado por Alejandro.

El nuevo mundo de los reinos macedónicos

La emergencia de los nuevos reinos macedónicos cambió el carácter del mundo que conocían
los griegos. La mayoría de los griegos aún vivía en ciudades-estado; sin embargo, la suerte de
las ciudades griegas variaba. Algunas ciudades, como Esparta, fueron hundiéndose en la
insignificancia. Otras encontraron nuevas funciones y prosperaron. Atenas, por ejemplo, se
convirtió en un centro cultural y educativo. Los estudiantes venían de todo el mundo griego a
Atenas, tanto a las viejas escuelas filosóficas fundadas por Platón y Aristóteles, como a las
nuevas escuelas estoicas y epicúreas establecidas por Zenón y Epicuro. La naturaleza de las
relaciones entre las ciudades también cambió. La frecuencia de las guerras entre ciudades-
estado decreció, aumentaron los acuerdos pacíficos para solventar las disputas y la expansión
de ligas federales como la Liga Etolia o la Liga Aquea revelaba un nuevo interés por la
integración y la cooperación políticas. Inevitablemente, no obstante, las ciudades de Grecia
jugaron un papel cada vez menos importante en la vida política de un mundo dominado por
los grandes reinos macedónicos.

La literatura griega que subsiste nos dice poco sobre la organización y el día a día de los reinos
macedónicos que dominaron el periodo helenístico. Afortunadamente, los restos
arqueológicos (inscripciones y, en particular, papiros) ha permitido a los historiadores trazar un
fresco de los reinos helenísticos. El estudio de estas fuentes ha demostrados que los reinos
eran estados de conquista cuya organización estaba basada en dos principios fundamentales.
En primer lugar, el reino y su población pertenecían al rey por derecho de conquista; y en
segundo lugar, los asuntos del rey tenían prioridad sobre cualquier otra consideración. Estos
dos principios eran comunes a todos los reinos macedónicos. Su aplicación fue más clara, sin
embargo, en el caso del Egipto gobernado por la dinastía Tolemaica, donde la abundante
información proporcionada por los papiros ha dotado a los estudiosos de una visión detallada
del gobierno y la sociedad de un importante reino helenístico.
La base de la prosperidad de Egipto a lo largo de su historia ha sido su fértil tierra agrícola.
Como los faraones anteriores a ellos, los Tolomeos reclamaron la propiedad de todo Egipto. No
obstante, por razones prácticas, el gobierno Tolemaico dividió la tierra de Egipto en dos
amplias categorías: la tierra real, dedicada a la agricultura, y la tierra libre, usada para
proporcionar lotes de tierra a los soldados, recompensas a los oficiales del gobierno, sustento
a los numerosos templos egipcios, y habitación y parcelas privadas a los particulares.

Los sectores no agrícolas de la economía en el Egipto Tolemaico estaban también muy bien
organizados. Las principales actividades económicas, como la industria textil, del papiro o del
aceite, eran monopolios estatales, organizados para proporcionar los mayores ingresos al rey
mediante licencias e impuestos. Los reyes protegían sus beneficios suprimiendo la
competencia exterior mediante una estricta política monetaria y restricciones a la importación.
Todo el sistema estaba supervisado por una amplia burocracia basada en Alejandría. Sus
funcionarios (griegos en los escalones más elevados y egipcios en los más bajos) podían
encontrarse hasta en la más remota aldea. Cada adulto, desde el campesino hasta el
mercenario, era registrado según su residencia y función económica, para asegurar que se
trabajaban las jornadas debidas al rey, se pagaban los impuestos y que el indispensable
sistema de irrigación funcionaba como debía.

El rey presidía el sistema económico y político con los poderes de un autócrata cuya palabra es
ley. La supremacía del rey y su familia sobre toda la sociedad se simbolizaba con un culto
oficial rendido al gobernante y a sus antecesores. Los reyes alentaban la creencia en su propia
divinidad para legitimar su poder absoluto, mientras que la mayoría de los súbditos participaba
en el culto como forma de demostrar patriotismo, lealtad y gratitud.

Logros culturales del mundo helenístico

Los griegos encontraron nuevas oportunidades en los reinos macedónicos que les
compensaron por su pérdida de poder e influencia en el Egeo. Durante más de un siglo tras la
muerte de Alejandro, los griegos emigraron a las ciudades que éste y sus sucesores fundaron.
Por primera vez, los viajeros confiaban en que hablando griego encontrarían hospitalidad casi
en cualquier lugar desde el Mediterráneo hasta la India. La más grande de estas ciudades era
Alejandría, en Egipto. Alejandría creció hasta alcanzar un tamaño enorme, con una población
de cientos de miles de habitantes, y espléndidos edificios públicos e instalaciones
desconocidas en las viejas ciudades griegas.

Alejandría fue la primera y la más famosa de las ciudades que fundó Alejandro. También era su
sepulcro. Los primeros tres reyes Tolomeos transformaron la ciudad en la vanguardia del
mundo helenístico. Una liberal política de inmigración propició una población multiétnica que
amalgamaba macedonios, griegos, egipcios y judíos, cuya inquieta comunidad ocupaba un
quinto de la superficie de la ciudad. Quizá el símbolo más claro del dinamismo y la originalidad
de la Alejandría helenística era su monumento más emblemático, el Faro. Construido por el
arquitecto Sostrato de Cnido para Tolomeo II, este faro puede ser considerado como el primer
rascacielos. Era una torre poligonal, de más de trescientos pies de altura, coronada por una
estatua de Zeus Sóter (‘Salvador’), cuya luz, reflectada hacia el mar mediante grandes espejos,
guiaba a los barcos hasta Alejandría. Se considera al faro alejandrino como una de las siete
maravillas del mundo.

Los Tolomeos hicieron de Alejandría el centro cultural del mundo griego. Al igual que Alejandro
Magno, que había llevado en su viaje a artistas e intelectuales, Tolomeo I y sus inmediatos
sucesores animaron a los estudiosos y científicos griegos más destacados a emigrar a Egipto.
Con la enorme riqueza de Egipto a su disposición, los Tolomeos podían permitirse conceder
subsidios a los intelectuales y promover el arte y la ciencia mediante la creación de nuevas
instituciones culturales. Su principal fundación cultural fue el centro de investigación conocido
como el “Museo” por estar dedicado a las nueve musas, deidades patronas de las artes. Allí los
intelectuales más distinguidos, sufragados por pensiones estatales, podían dedicarse a sus
estudios en un entorno agradable, que incluía habitaciones, comedores y jardines. Para ayudar
a los estudiosos del Museo, Tolomeo I fundo una biblioteca en la que pretendió guardar copias
de todos los libros escritos en griego. Se dice que los fondos de la Biblioteca de Alejandría
llegaron a albergar centenares de miles de papiros.

La pasión de los Tolomeos por enriquecer la colección de su biblioteca era legendaria. Según
una tradición, Tolomeo II ordenó la edición de los Septuaginta, la traducción griega del Antiguo
Testamento judío. Al parecer, Tolomeo III robó la copia oficial ateniense de las obras de los
tres grandes trágicos, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Incluso se cotejaban los libros de los
visitantes recién llegados a Egipto y se requisaban si no tenían copia en la biblioteca. Además
de esta ambiciosa política de adquisiciones, la biblioteca ofrecía recursos sin precedentes para
la investigación científica en cualquier disciplina intelectual. Se esperaba de los estudiosos que
se ganaran el sueldo apoyando al régimen. Los médicos y los escritores que recibían estipendio
del gobierno trabajaban como doctores y tutores para los miembros de la familia real.
También era común entre los estudiosos fijos que celebraran las victorias de la monarquía. El
crítico y poeta Calímaco escribió un monumental catálogo en 120 libros de la biblioteca que
puso los cimientos de la historia de la literatura griega mientras escribía elegantes poemas en
honor de varios miembros de la familia real. Igualmente, el poeta Teócrito no sólo inventó el
género de la poesía pastoral que tanto influyó en numerosos escritores del renacimiento
europeo, sino que alabó extravagantemente los éxitos de Tolomeo II en sus poemas.

Algunos de los logros más importantes de los intelectuales helenísticos tuvieron lugar en el
campo de la crítica literaria y la ciencia aplicada. Sus obras no encontraron paralelo durante el
resto de la edad antigua. Calímaco de Cirene, con otros críticos como Zenodoto de Éfeso y
Aristarco de Samotracia, fundaron el estudio crítico de la lengua y la literatura griegas y
prepararon las ediciones modélicas de Homero y de los otros poetas. Estos textos son los
antecesores de los que aún hoy usamos. El matemático Euclides recopiló el resultado de tres
siglos de matemáticas griegas en sus Elementos de geometría, que se han utilizado para
enseñar geometría plana hasta principios del siglo XX. El geógrafo Eratóstenes estableció los
principios de la cartografía científica y realizó una estimación muy aproximada de la
circunferencia de la Tierra basándose en pruebas recogidas por exploradores helenísticos. El
físico Ctesibios fue un pionero en el estudio de la balística y en el uso de aire comprimido como
fuente de energía, mientras que otros científicos experimentaban con el vapor para mover
máquinas sencillas.

La medicina también logró interesantes avances. Los médicos Herófilo de Calcedonia y


Erasístrato hicieron descubrimientos fundamentales sobre la anatomía y las funciones de los
sistemas nerviosos, óptico, reproductivo y digestivo, diseccionando cadáveres e incluso
dedicándose a la vivisección de criminales que el gobierno les proporcionaba para el progreso
de la ciencia. El juramento hipocrático, que los médicos hacen aún al obtener su título, fue
popularizado durante el periodo helenístico. En el juramento, los médicos prometen respetar a
los otros médicos que les han enseñado su arte y a traspasárselo sólo a los hijos de sus
maestros y a estudiantes privados. Juran abstenerse de usar su oficio para hacer daño a nadie,
abstenerse de practicar el aborto o la eutanasia, y guardar confidencialidad sobre lo que les
dicen sus pacientes. No obstante, en la antigüedad los médicos no se graduaban y existían
muchas doctrinas médicas y deontológicas en conflicto.

La pervivencia del legado de Alejandro Magno


A pesar de sus notables logros, los reinos de los sucesores de Alejandro tenían serias
debilidades. Una de las mayores era el apoyo limitado que recibían de sus súbditos no griegos.
Los sucesores mostraron una clara preferencia por el pueblo y la cultura griega. Y a diferencia
de Alejandro, no hicieron esfuerzo alguno por ocultar el hecho de que la raza determinaba el
privilegio y que era la griega la que contaba. En Egipto y Asia, la elite dirigente estaba
compuesta de macedonios y griegos, que no suponían más del 10% de la población. No es
sorprendente que la élite no griega buscara el adquirir la educación que les valdría el
reconocimiento como griegos, mientras que los mismos griegos no tenían grandes incentivos
para interesarse por los idiomas y las culturas de sus nuevas patrias en Egipto y Asia. Como
resultado, las nuevas ciudades griegas, pese a su esplendor, permanecieron como islas de
cultura y dominio extranjero en un vasto panorama no griego. Las consecuencias de esta
situación sólo se hicieron ver en los siglos II y I a.C., cuando el separatismo y malestar
indígenas impidieron a los últimos Tolomeos y Seléucidas resistir con eficacia a sus enemigos
romanos y partos. La desaparición de los reinos de los sucesores de Alejandro no marcó, sin
embargo, el fin del legado de Alejandro, que encontró un protector inesperado en Roma.

Los romanos no eran extraños a la cultura griega. La influencia griega en Roma data de los más
tempranos días de la historia de la ciudad. Ya se había convertido en parte integral de la
cultura romana cuando Roma intervino en los asuntos del Oriente helenístico. Para la época en
que desaparecieron los últimos reinos macedónicos en Egipto y Asia a finales del siglo I a.C.,
adquirir una cultura griega era una tradición en la aristocracia romana. El poeta romano
Horacio reconoció el hecho cuando escribió: “Grecia cautiva, cautivó a su fiero conquistador, y
trajo las artes al rústico Lacio”. Como sus predecesores macedonios los romanos hicieron del
apoyo a los griegos y la promoción de la cultura griega la clave de su dominio en Egipto y en las
otras provincias orientales de su imperio. Al mismo tiempo los romanos fomentaron la
expansión de su propia cultura, muy influida por la griega, en el norte de África y en sus
provincias europeas.

El resultado fue un renacimiento de la cultura griega en los primeros siglos de la era cristiana.
La ciencia y la filosofía florecieron. Las obras de Galeno y Claudio Tolomeo siguieron siendo
fundamentales en la medicina y en las matemáticas durante más de un milenio. El filósofo
romano Plotino creó el último gran sistema filosófico de la antigüedad, un misticismo filosófico
basado libremente en Platón que influyó tanto al cristianismo como al islam. El mecenazgo
romano aumentó el valor de la educación y la cultura griegas, mientras que simultáneamente
socavaba las antiguas culturas de Egipto y Oriente Próximo. El proceso conllevó a menudo
tensiones y conflictos. Algunos pueblos, como los judíos, resistieron la asimilación
violentamente, mientras que otros encontraron en la nueva iglesia cristiana oportunidades
para satisfacer sus aspiraciones culturales. No obstante, al final de la edad antigua la vida
intelectual de Egipto y Oriente Próximo estaba dominada por una forma cosmopolita de
cultura griega. Esta cultura se basaba en el canon de la literatura griega que definieron los
críticos de la Alejandría helenísticas y de otras ciudades de los reinos macedónicos de Egipto y
Asia. De este modo, el legado de Alejandro sobrevivió para influir a las civilizaciones
medievales lideradas tanto por el Imperio bizantino como por el islam, y a través de ellas, a las
culturas del occidente europeo y América.

Acerca del autor: Stanley Burstein es profesor de Historia Antigua en la Universidad Estatal de
California, en Los Ángeles. Ha escrito numerosas obras y es coautor de Ancient Greece: A
Political, Social, and Cultural History.

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