Aguafuertes Cariocas PDF
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AGUAFUERTES CARIOCAS
(SELECCIÓN)
Costumbres cariocas
(Jueves 3 de abril de 1930)
Ejemplo
Otro ejemplo
1
Y estamos en una ciudad de América del sur, querido amigo; a mil
seiscientos kilómetros de Buenos Aires. Nada más.
Otro ejemplo
Once de la noche. Mujeres solas por la calle. Salen del cine. Muchachas
solas. Suben al tranvía.
Otro ejemplo
—No… Las veces que ocurrió algo fue cuando algún porteño les faltó al
respeto. (Discúlpenme, ando viajando para decir verdades y no para acariciarle
el oído a mis lectores). Ya lo veo a usted largando el diario y pensando vaya a
saber qué cosas inconcretas. A mí me ha pasado lo mismo, amigo, escribiendo
esta nota. Me he detenido un momento en la máquina, diciéndome: «¿Qué
puedo decir de estas asombrosas realidades?».
2
Ciudad del respeto
Caminando
3
Esta plazoleta de agua estaba cerrada a los cuarenta metros por dos
brazos de piedra, que dejaban una abertura de algunos pasos. Por allí entraban
y salían las chalupas.
Charlaban entre sí. Un cafre canoso con facha de pirata, barba rala, el
pecho de chocolate, le decía a un muchacho amarillo que apretaba el extremo
de la red, con los sucios pies desnudos, contra el suelo: «Toda a forza que ven
de acima, e de Deus…». (Toda fuerza que viene de arriba es de Dios).
Quietud
La ciudad de piedra
(Martes 8 de abril de 1930)
Hay momentos en que, paseando por estas calles, uno termina por
decirse:
4
Todas, casi todas las casas de Río son de piedra. Las puertas están
engastadas en pilares de granito macizo. Casas de tres, cuatro, cinco pisos. La
piedra, en bloque pulimentado a mano, soporta, en columna sobre columna, el
peso del conjunto.
Nada de revestimiento
La casa aquí…
5
Estas puertas de hierro trabajadas a mano reproducen dibujos fantásticos,
dragones con colas de flores de azucena encrespados frente a escudos. Todo el
conjunto pintado de color plata, de modo que en la noche, sobre la miserable
tristeza de una fachada roja, se destaca el balcón o la puerta plateada, revelando
interiores domésticos de toda naturaleza.
Así le ocurre a usted pasar por la calle y ver cosas como estas: un chico
lavándose los pies en un dormitorio. Una señora peinándose frente a un espejo.
Un negro mondando papas. Un ciego repasando un rosario en una silla de
esterilla. Un cura viejo meditando en una hamaca, al margen de su breviario. Dos
muchachas descosiendo un vestido. Un hombre ligero de ropas. Una mujer en
idénticas condiciones. Un matrimonio cenando. Dos comadres echándose las
cartas. La vida privada es casi pública. Desde un segundo piso se ven cosas
interesantísimas; sobre todo si se utiliza un largavista (no sea curioso, amigo; lo
que se ve con el catalejo no se cuenta en un diario).
6
desempeña un lugar prominente en la civilización de los pueblos. Cuanto más
aficionada es a tirarse a la bartola una raza, mejores y más suntuosas cafeterías
tendrá en sus urbes. Es una ley psicológica y no hay qué hacerle: así baten los
sabios.
Aquí se labura
7
No termina de tomar el café, cuando un turro vestido de negro, que se
pasa el día haciendo juegos malabares con monedas, se le acerca a la mesa y
le golpea con el canto de una chirola de mil reis el mármol. Mil reis son treinta
guitas. Usted que ignora las costumbres lo mira mal turro y este lo mira a usted.
Entonces usted dice:
Hay que palmar e irse. Pagar los seis guitas que cuesta el café y piantar.
Si usted quiere hacer sebo, tiene los sillones de la vereda. Allí se despachan
bebestibles que cuestan un mínimo de 600 reis (18 centavos argentinos).
Pas de propina
Conclusiones
Si no fuera un poco atrevida la metáfora, diría que los cafés son aquí como
ciertos lugares incómodos, donde se entra apurado y se sale más rápidamente
aún.
8
Cosas del tráfico
(Lunes 28 de abril de 1930)
Sincronización
En otra nota dije que los tranvías eran lo más barato que había. Hay
recorridos de tres centavos, de seis, de nueve, de doce y de quince. Un consejo:
cuando tome un bondi de cuatrocientos reis, lleve comida o vianda. Viaja todo el
día a una velocidad fantástica. Kilómetro tras kilómetro y no acaba de llegar al
punto terminal de la línea.
—¡Trucco!
9
Los inspectores de los tranvías llevan un nombre más altisonante. Se
llaman «fiscales». Usted les sobra la pinta y dan ganas de reírse. Estos fiscales
van peor maltrechos que nuestros guardas de ómnibus suburbanos.
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