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Alberdi Terán

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Lea el resumen sobre Alberdi y extraiga en forma de punteo su pensamiento: económico-

político-sociocultural mencionando las influencias intelectuales que lo inspiraron.

Las Bases de Alberdi

Alberdi construyó otra propuesta nacida del seno de la Generación del 37 y orientada por los faros
ideológicos del romanticismo y del liberalismo. Dos grandes voces político-intelectuales del siglo
XIX han nacido, como dijo Lugones, para no comprenderse. Todas las diferencias temperamentales
pueden encontrarse en la polémica que sostuvieron en 1853, a través de las Cartas quillotanas de
Alberdi y Las ciento y una de Sarmiento.
A la escritura sutil de Alberdi, Sarmiento le contrapone un caudaloso listado de insultos que
prácticamente agotan su inagotable diccionario de improperios, sin ahorrarse aquellos que
denunciarían la falta de cultura gaucha, tras muchos de los cuales campea la atribución de una
cobardía que Alberdi habría manifestado tempranamente al ser de los primeros en abandonar
Montevideo ante la cercanía de los ejércitos rosistas, como Sarmiento le recordará en la dedicatoria
envenenada con que le entregó su libro Campaña en el Ejército Grande: “[…] el primer desertor
argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe”.
La de Alberdi se inicia en la ciudad de Buenos Aires (adonde había llegado a estudiar con una de
las becas rivadavianas desde su natal Tucumán), donde tempranamente lo encontramos como
animador del Salón Literario y autor, en 1837, del Fragmento preliminar al estudio del derecho.
El joven Alberdi, en efecto, es fiel al llamado de Echeverría a tener una mirada estrábica (un ojo
para Europa, otro para América), así como considera que las leyes no deben imponerse sin diálogo
con las costumbres locales.
Una conferencia que pronuncia en 1837 en el Salón Literario lo expresa así: “La Francia había
empezado por el pensamiento, para concluir con los hechos. Nosotros hemos seguido el camino
inverso: hemos principiado por el fin”.
En aquel discurso del Salón Literario, Aberdi muestra su confianza en que Rosas pueda resultar
funcional a su proyecto, en la medida en que ese “hombre grande que preside nuestros destinos
públicos” habría intuido en política […] lo que nuestra razón trabaja hoy por comprender y
formular
El Fragmento preliminar revela su creencia de que Rosas es “expresión de una realidad”, de modo
que “no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias”, sino “un representante que
descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo argentino”.
Esta creencia en la capacidad del caudillo para bien dirigir la sociedad reposa sobre otra creencia:
que esta sociedad argentina alberga una población aún carente de educación y hábitos cultivados,
pero que, con la instrucción y el tiempo, esta plebe se convertirá en un sujeto apto para recibir y
desplegar los bienes y valores de la civilización. La Argentina, entonces, no es “la pampa”
sarmientina vacía de civilización, sino un espacio sobre el cual un poder hegemónico como el de
Rosas, si establece una alianza con la palabra de los que saben, puede construir las bases de
una nación moderna.
Echeverría había confesado así que, al salir en busca de canciones populares, no encontró sino
restos de canciones pertenecientes al italiano, al francés, pero ninguna realmente autóctona…
Sin embargo, la nula disposición del Restaurador a escuchar los discursos de estos jóvenes y la
radicalización de la situación política rápidamente llevan a Alberdi a una activa oposición al
gobernador de Buenos Aires y, por tanto, al exilio en Montevideo.
Fracasada la empresa militar de Lavalle y afianzado por consiguiente el poder rosista, Alberdi
saldrá de Montevideo primero rumbo a una breve estadía en Europa y luego a un largo exilio en
Chile. Prosigue de tal modo lo que sería una marca definitiva en su vida: la de haber vivido mucho
más tiempo en el extranjero que en su país, aun cuando jamás dejó de pensar y escribir sobre éste.
Acción de la Europa en América, de 1842, y en 1852 la célebre Bases y puntos de partida para la
organización política de la República Argentina. Imagina en ambas un proyecto fundacional para
introducir al país en la corriente de la modernidad, proyecto que responde a dos preguntas centrales:
cómo generar hábitos civilizados y cómo construir el poder en estas tierras.

Bases, lapidario, Alberdi escribe: “La libertad, como los ferrocarriles, necesita maquinistas
ingleses”. Y en Acción de la Europa… y a ha llegado a la conclusión de que cada europeo que viene
trae más civilización en sus hábitos que muchos libros o manuales. Mediante el uso de metáforas
botánicas, sostiene que para “plantar en América la libertad inglesa, la cultura francesa”, es preciso
traer “pedazos vivos de ellas en los hábitos de sus habitantes”, hábitos importados que son más
eficaces que “el mejor libro de filosofía”. Éste es el sesgo antiintelectualista que Alberdi nunca
abandonará. Esto es: las costumbres no se modifican a través de la instrucción letrada formal sino a
partir de otros hábitos realmente existentes, según la lógica de lo que llama –tomándolo de
Rousseau– la “educación por las cosas”.
Alberdi confía en la pedagogía de las cosas; en que los hábitos laboriosos de los inmigrantes van a
difundir un nuevo ethos. Alberdi está a la búsqueda de un nuevo ethos, de una nueva eticidad, de
una nueva matriz a partir de la cual se configuren los sujetos. Como esta eticidad no la encuentra
plasmada en el espacio nativo, apela a la teoría del trasplante, la teoría de la
importación de un ethos.
Entonces, la pregunta es cómo europeizar; cómo civilizar. Y la respuesta es: a través del trasplante
inmigratorio y la educación por las cosas. Dice Alberdi en las Bases: “No es el alfabeto. Es el
martillo, es la barreta, es el arado lo que debe poseer el hombre del desierto (es decir, el hombre del
pueblo sudamericano)”.
Para que este trasplante inmigratorio resulte exitoso –prosigue Alberdi– hay que adecuar la
Constitución (las leyes), proponiendo la doble nacionalidad, la libertad de cultos, tratados
ventajosos para Europa, ferrocarriles, libre navegación interior y libertad comercial. Igualmente,
“hay que fomentar los matrimonios mixtos. Para ello, la Argentina cuenta con el encanto de las
mujeres sudamericanas”.
El “progresismo autoritario” o “liberalismo conservador”: progresista en lo económicosocial;
conservador en lo político. En definitiva, un liberal adecuado a los cánones del
liberalismo europeo alarmado ante los efectos del jacobinismo de la época del terror robesperriano
de la Revolución Francesa y de allí en más ante la presencia descontrolada –ante sus ojos– de las
masas en la escena política.
La democracia –pensada desde la política– refiere a un criterio de legitimidad (sólo es legítimo un
gobierno que reposa sobre la soberanía popular), y el liberalismo sostiene a su vez que un gobierno
legítimo es sólo aquel que respeta la libertad individual. Ahora bien: puede ocurrir de hecho, y es
posible lógicamente, que un régimen democrático atente contra la libertad. Se plantea entonces la
evidencia de que la libertad política, instituida para proteger la autonomía individual, puede
volverse contra ésta y destruirla. Históricamente, además, es la lección que extrae el pensamiento
liberal de los sucesos revolucionarios en Francia. Las masas en la escena política pueden
convertirse en una amenaza para la libertad.
El despotismo al que Tocqueville teme es el despotismo social más que político, mientras el temor
del primer liberalismo era al exceso de poder del estado. Ahora aquel temor a la democracia, a la
mayoría como eventual enemiga de la libertad conduce a redefiniciones de los criterios mismos de
la relación entre liberalismo y democracia, y a la reconsideración de la idea democrática.
Lo que se llama el “liberalismo doctrinario” del siglo XIX se abocó a tematizar esta situación:
cómo hacer compatible el liberalismo con la democracia, o sea, la libertad con la igualdad. Algunas
de las respuestas transitaron esa redefinición de la ciudadanía o del sujeto político. Se decidió así,
por ejemplo, que un ciudadano era aquel que tenía una renta determinada, y esto, traducido al
terreno del voto, adoptó el nombre de “sufragio censatario”. Otra alternativa culminó, de hecho o de
derecho, en el “sufragio capacitario”: tienen derecho a votar, es decir, son ciudadanos aquellos que
tienen determinado tipo de capacidades, en general vinculadas con el acceso a ciertos saberes. Otra
lo vinculará con la participación en determinado círculo de virtudes cívicas. El “liberalismo
restrictivo”, empeñado en definir un criterio de ciudadanía que impidiera el desborde de las masas.
La definición de una ciudadanía y la cuestión democrática fueron preocupaciones permanentes, que
por supuesto también asediaron a Juan Bautista Alberdi. En su caso, esta preocupación funcionaba
en el seno de una visión gradualista de la construcción de la ciudadanía.
Se trata de un proyecto gradualista, que va construyendo una serie de escalones por etapas para
arribar por fin a un régimen político democrático. Alberdi distingue así una escala en la que se
constituyen distintos tipos de sujetos: primero, habitantes productores, luego, sujetos políticos o
ciudadanos, a través de una etapa económica, una social y otra política. Considera asimismo que el
momento de la Argentina es el económico-social, y que no ha llegado el tiempo de la política. Esto
quiere decir que no ha llegado el momento de efectivizar el sufragio universal. Esta república poco
republicana, en donde está abierto el espacio de la sociedad civil (donde los habitantes desarrollan
libremente sus actividades económicas) y clausurado el de la ciudadanía (o sea, el de las libertades
políticas), es la que Alberdi llama “la república posible”, consistente en una nación donde una elite
tutela a las masas, mientras la “educación por las cosas” difundida por la inmigración va cultivando
a la población nativa y acercándose al momento de la “República verdadera” de sufragio universal.
En las Bases, Alberdi escribe:
Gobernar poco, intervenir lo menos, dejar hacer lo más. Es el mejor medio de hacer estimable a la
autoridad. Nuestra prosperidad ha de ser obra espontánea de las cosas, más bien que una creación
oficial. Las naciones no son obra de los gobiernos. Y lo mejor que en su obsequio pueden hacer en
materia de administración es dejar que sus facultades se desenvuelvan por su propia vitalidad. […]
¿Cuál es el régimen político que responde a las necesidades de la Argentina según el planteo
alberdiano? En la teoría política moderna, Maquiavelo y Montesquieu habían sentado la siguiente
clasificación de los tipos de gobierno: monarquía, república y despotismo. La monarquía se apoya
en el principio del honor de la nobleza, que la “obliga” a proteger a los súbditos; el despotismo, en
el miedo; la república (aristocrática o democrática) en el cemento que genera la integración social a
través de la virtud, que consiste en anteponer el bien general al interés particular.
En cambio, el motor de la llamada “república del interés” reside en el egoísmo, por el cual los
individuos, persiguiendo la satisfacción de su interés privado, contribuyen a la pública felicidad.
Traducido este proyecto en términos de sujetos del poder, es claro que se trata de una república
aristocrática u oligárquica, esto es, un régimen político no democrático donde una minoría de la
fuerza, del saber, de la virtud, del dinero o de todas esas cosas a la vez, se autoerige en dirigencia
tutelar de una población pasiva y la gestiona o conduce garantizándole las libertades civiles (las de
creencias, pensamiento, opinión, de escribir y publicar, de obrar, trabajar, poseer, elegir su patria, su
mujer, su industria, su domicilio), pero manteniendo cerrada con siete llaves la puerta de acceso a
las libertades y a la participación política.
La idea republicana se relaciona bastante con lo que se ha conocido durante el período colonial del
despotismo ilustrado encarnado en las reformas borbónicas que vimos en la lección 1. Éste fue
igualmente un intento de construcción de lo social a partir de lo político, a partir del estado. En
cambio, el proyecto de una república del interés incluye la idea de Adam Smith acerca de la
autonomía de lo económico. Si Adam Smith puede intentar construir una ciencia de la economía –
que llama “economía política”– es porque la economía ya no se piensa como subordinada de otras
instancias; no depende de la instancia de la política ni estatal, puesto que el sistema de producción,
distribución y consumo de los bienes económicos tiene su propia legalidad, sus propias ley es de
funcionamiento.
Esta concepción introduce la tesis de la autonomía del mercado, es decir, la república del interés
está centrada en la noción de que existe un mercado y que este mercado es autónomo. Cada
individuo se dedica a estas tareas económicas y construye “espontáneamente” –ésta es la otra idea
fuerte del liberalismo, por eso no hace falta el estado– la “pública felicidad”. Esto es lo que Adam
Smith llamó “la mano invisible” de la economía, que permanentemente distribuye bienes de la
mejor manera posible fundándose en una moral del productor individual. La modernidad sigue
proyectando la presencia creciente de la individualidad. Esto es, la idea de que cada ser humano es
un sujeto independiente y autónomo lanzado a su autorrealización. Independiente porque ya no
depende de factores ajenos a él, y autónomo porque tiene potencias y derechos propios e
inalienables. Se abre entonces esa dialéctica entre público y privado que la cita de Alberdi nos
recuerda, en donde batallan las pretensiones del civismo por un lado y del individualismo por el
otro.
Es muy claro que Alberdi sigue replicando el modelo de las elites político intelectuales argentinas
de todo el siglo XIX. Esto es: se mira a la sociedad como si fuera una pirámide en cuya cúspide
existe una elite autolegitimada para dirigir, conducir, gobernar. El ejercicio de este poder se realiza
sobre una base políticamente pasivizada y excluida del mercado político, donde es necesario
construir una ciudadanía a partir de la masa, sobre la base de un conjunto de principios, derechos y
valores que tienen que circular de arriba hacia abajo.
En el pensamiento de Alberdi se refleja como en un espejo gigantesco la dificultad de la tradición
liberal no sólo argentina para incorporar el principio democrático. Siempre más atento a la defensa
del orden que de la igualdad y aun de la libertad, Alberdi apelará incluso durante una etapa de su
carrera política a la defensa de un régimen monárquico constitucional.
Este proyecto desconfía entonces profundamente de la participación popular en la política pero
también lamenta la política facciosa argentina, es decir, considera negativo para el desarrollo de la
nación una presencia excesiva del ejercicio de la política sin más. En cambio, creerá encontrar un
marco y un control para las pasiones caotizantes de la política en las fuerzas objetivas de la
economía y en los equilibrios del mercado. De modo que si para Sarmiento la nación se construye
desde la sociedad y desde el estado, para Alberdi el eje debe ser el estado y el mercado. En este
espacio, los individuos desarrollan sus prácticas económicas, productivas y de intercambio,
buscando la satisfacción egoísta de sus intereses privados. Y por “la mano invisible del mercado”,
cada individuo, al perseguir su propio interés, contribuye al mayor beneficio de todos.
Alberdi confía en el espontaneísmo económico o que tiene un pensamiento reduccionista de la
política hacia la sociedad civil, en la medida que esta última explica y da fundamento a la política.
Precisamente, la Constitución forjada por Alberdi intenta privilegiar la conformación de este ámbito
de la sociedad civil, donde a su vez debe difundirse una moral del productor (laborioso, frugal,
ahorrativo, honesto). Sobre una eticidad de esta índole –cuyas relaciones con la moral puritana son
evidentes– es posible mejorar la sociedad, y de tal modo –como leemos en las Bases– “mejorar la
sociedad para obtener la mejora del poder, que es su expresión y resultado directo”.
Alberdi, es claro que profesa un nacionalismo constitucionalista, si entendemos por éste el que
sostiene que la pertenencia a una nación se define por la adhesión a la Constitución de un país en
tanto código que establece las ley es fundamentales que regulan aquellos derechos naturales y por
ende universales: libertad, propiedad, seguridad, etcétera.
Cuando Moreno, Alberdi y Sarmiento reflexionan acerca de lo que debe ser la República Argentina,
piensan en un espacio sobre el cual se puedan desarrollar estos valores que son valores universales –
es decir, que no son patrimonio exclusivo de los argentinos–, valores que es necesario incorporar
como criterio de construcción de una nación moderna. En esta línea de pensamiento, leemos en las
Bases: […] la Patria no es el suelo; la Patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización,
organizados en el suelo nativo. Pues bien: esto se nos ha traído por Europa. Europa, pues, nos ha
traído la Patria.

En otro pasaje estampará una frase aún más provocativa para los futuros estándares nacionalistas:
“Ubi bene, ibi patria” (“Donde están los bienes económicos está la patria”). Es decir, ser argentino
es formar parte de la modernidad, a la cual se llama “civilización”, y la civilización es todo aquel
espacio donde imperan los valores anteriormente mencionados.
Alberdi será efectivamente el inspirador central nada menos que de la Constitución Nacional.
Luego, con el advenimiento del roquismo al gobierno, como veremos, es su programa el que parece
imponerse a partir de 1880. Desencuentros, porque Alberdi resultará perdidoso en sus apuestas
estrictamente políticas. Después de las Bases, ata su suerte a la Confederación liderada por Urquiza.
La revolución del 11 de septiembre de 1852, a partir de la cual la provincia de Buenos Aires se
autonomiza del resto de lo que comienza a ser la República Argentina, sella su destino político
hasta desembocar en la derrota por las armas en Pavón. En aras de esta férrea oposición al partido
de Mitre y Sarmiento, Alberdi denunciará activamente la guerra del Paraguay, con lo cual quedará
incluido por la facción porteña en la ominosa acusación de “traidor a la patria”.
Esa marcada línea del antiporteñismo alberdiano se halla perfectamente articulada con un
diagnóstico opuesto al de Sarmiento sobre las causas del atraso en la Argentina. En las Bases,
observa así que “es falsa la división en hombres de la ciudad y del campo” y, lejos de residir bajo la
forma de la barbarie en la campaña, aquel mal se encuentra localizado en la ciudad de Buenos Aires
y su hinterland provincial. Buenos Aires, que se apropia indebidamente de la renta aduanera que
corresponde a la nación, y que se apropia de la ciudad de Buenos Aires que debe ser de toda la
nación, es decir, que, al igual que los impuestos aduaneros, debe federalizarse.
Esta federalización, sabemos, se efectivizará en 1880. Dicho sea de paso, en ese año Alberdi regresa
por un breve período a la Argentina y es designado legislador por Tucumán según las nada
democráticas prácticas de la época. El día en que el Congreso vota la federalización de Buenos
Aires (es decir, el día en que se vota uno de sus proyectos fundamentales), Alberdi no asiste a esa
sesión. De todos modos, al año siguiente escribe uno de sus últimos artículos: “La República
Argentina consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por capital”, donde celebra y da por
cumplido el proyecto de construcción de una nación moderna. Como gesto de reconocimiento a su
entera labor, el Congreso vota la edición de sus obras completas.

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