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Dios Liberador y Salvador

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DIOS LIBERADOR Y SALVADOR

I. INTRODUCCIÓN

La primera experiencia del pueblo de Israel con Dios es la de la salvación


concreta a través de la liberación de la esclavitud en Egipto y la victoria bélica
frente a sus enemigos. Para Israel, Dios no es una idea, es una persona
concreta que se ha manifestado en su historia y la ha constituido en historia de
salvación.

No se comienza a ser cristiano, dice Benedicto XVI, siguiendo una idea o


un código de ética moral, sino que el cristianismo es el encuentro con una
Persona1. Este encuentro consiste particularmente en experimentar que Dios
se manifiesta en la historia salvando. Este paradigma se muestra con la
historia de un pueblo, Israel. Pero, esta salvación quiere hacerla Dios con todo
hombre, de todo tiempo, en todo lugar.

A lo largo del presente trabajo mostraremos la continuidad y


discontinuidad con el A.T. de la manifestación de Dios en la historia como
liberador y salvador. Jesús de Nazaret es el “Dios con nosotros” que ha venido
a liberar al hombre de una esclavitud más radical, la del pecado y la muerte.
Ha venido a salvarlo de la muerte eterna o muerte segunda para introducirlo
haciendo un nuevo éxodo en la verdadera tierra prometida, patria celeste, el
cielo.

II. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

II.1La salida de Egipto

Desde el principio de su historia, Israel hizo la experiencia del Señor como


libertador y salvador: tal es el testimonio de la Biblia, que describe cómo

1
Cf. Benedicto XVI, Carta Enc. “Deus Caritas Est”, n.1

1
Israel fue arrancado de la dominación Egipcia con el paso del mar Rojo (cf.
Ex 14, 21-31)

Según Gen 50, 24s, José, al morir, mandó a sus hermanos que, cuando el
Señor los sacase de Egipto para darles la tierra que tantas veces les había
prometido, llevasen consigo sus huesos y les diesen sepultura en la tierra de
Yahvé. La Epístola a los Hebreos nos dice en Hb 11,22 que por la fe, José,
moribundo, evocó el éxodo de los hijos de Israel. Ven aquí una prueba de la fe
del patriarca en las divinas promesas. La historia del éxodo nos cuenta cómo
Moisés cumplió la disposición de José.

Moisés, el caudillo hebreo, dirigió a su pueblo hacia el sur para internarlo


en el desierto del Sinaí, adonde Yahvé le había dado cita. El texto afirma que
Israel vino a encontrarse frente al mar, precisamente cuando el faraón,
arrepentido de su resolución, con sus carros y sus infantes, venía sobre él. La
conducta de Israel en aquel momento corresponde bien a la de un pueblo que
no tiene fe en sus jefes, no obstante los prodigios que había visto. Comienza
aquí a manifestarse el pueblo de dura cerviz de que tantas veces habla el
Pentateuco, y que, a pesar de las penalidades sufridas en Egipto, suspira por
las carnes que allí comía en abundancia, por los puerros y cebollas.

El plan de Dios al introducir a los hebreos por la ruta del desierto obedecía
a la necesidad de aislarlos para formar en ellos una nueva conciencia religiosa
y nacional y, al mismo tiempo, obligarles a seguir adelante, ya que no tenían
posibilidad de retorno. El hagiógrafo da la razón práctica de ello: no sea que
se arrepienta el pueblo si se ve atacado y se vuelva a Egipto.

Ante el miedo del pueblo la respuesta de Moisés es clara y contundente:


“no tengan miedo”, frase que tantas veces aparece en la Biblia y que es
garantía de la asistencia y presencia divinas. El argumento para que el pueblo
supere el miedo es que no tendrá que combatir contra el faraón y su ejército:
“el Señor peleará por ustedes; ustedes esperen en silencio”.

Los versículos 15-18 son la respuesta del Señor a los miedos y temores que
el pueblo ha expresado, confirmando la respuesta que Moisés ha dado a tales
murmuraciones. Moisés ha garantizado que el mismo Señor combatirá. Y
ahora el Señor anuncia que esa acción la va a realizar por medio de Moisés,

2
quien deberá levantar el bastón y extender la mano sobre el mar que está al
frente del pueblo. El Señor anuncia su plan para destruir al faraón; es como si
se tratara de una trampa, una emboscada planeada para acabar con el faraón y
su ejército. La destrucción del faraón a manos del Señor será el signo de su
gloria.

Para el autor sagrado es cosa evidente que Yahvé, después de sacar al


pueblo de Egipto, lo conduce hasta introducirlo en la tierra de sus promesas.
Tal era su intención. Moisés era su representante y el signo más expresivo de
esta especial providencia de Dios, es decir, de que Yahvé estaba con él. Pero
el texto sagrado nos habla unas veces de la “nube de fuego y de humo” desde
la que Yahvé contempla el campo de los egipcios, y otras veces del “ángel de
Dios” que marcha delante de las huestes de Israel, y otras, finalmente, nos
hablará de la gloria de Yahvé, que, tomando posesión del tabernáculo
levantado por Moisés, señala las marchas de Israel en el desierto. Son éstas
expresiones diversas de una misma realidad, la Providencia divina, que vela
sobre Israel y lo conduce a través del desierto a la tierra prometida.

La interposición del “ángel de Yahvé” y de la “nube” entre el campo del


faraón y el de Israel impidió que los egipcios se arrojasen sobre los hebreos.
Entonces vino el prodigio que el texto sagrado nos cuenta de dos maneras
diversas: “Moisés tendió su mano sobre el mar e hizo soplar Yahvé sobre el
mar toda la noche un fortísimo viento solano que lo secó”. Esto debió de tener
lugar en una lengua de mar, en un momento en que las aguas se retiraban por
efecto de una marea baja acentuada por un “viento solano” provocado
oportunamente por Dios, de modo que los israelitas pudieran pasar a pie
enjuto. Los egipcios se dieron a perseguirlos, y Dios hizo que “las ruedas de
sus carros se enredasen unas con otras” de modo que muy penosamente
avanzaban. Los egipcios entonces se lanzaron a la desbandada, pues
reconocieron que una fuerza divina estaba con los israelitas.

En el relato hay otra versión más dramática, en la que los hechos se


agrandan e idealizan. Cuando Israel se ve acosado de los egipcios por la
retaguardia y con el mar ante sí, comienza a quejarse. Pero Dios interviene:
¿A qué esos gritos? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha, y tú
alza tu cayado y tiende el brazo sobre el mar y divídelo, para que los hijos de

3
Israel pasen por el medio. Las aguas formaron una muralla a la derecha y a la
izquierda, y los hebreos entraron por el camino seco, y en pos de ellos los
egipcios. Yahvé manda después que Moisés extienda su mano, y las aguas se
juntaron otra vez, cubriendo carros, caballeros y a todo el ejército del faraón,
mientras que los israelitas pasaron a pie enjuto en medio del mar, formando
las aguas una muralla a derecha y a izquierda. Encontramos, pues, en este
segundo relato muchos detalles que pertenecen, sin duda, a la elaboración de
la literatura épica de Israel. Los prodigios se agrandan y multiplican para
hacer resaltar más la providencia especial de Yahvé para con su pueblo.

La razón de estos dos tipos de relatos sobre el hecho del paso del Mar Rojo
se debe a dos tradiciones teológico-literarias, la yahvista (J) y la sacerdotal
(P). Ambas buscan resaltar el hecho de que la liberación de Egipto es un
evento realizado por el Señor. Él es quien ha combatido, él es quien ha
acabado con el enemigo, él es quien ha realizado el prodigio de abrir el mar
para permitir el avance del pueblo, él es quien lo ha vuelto a cerrar haciendo
que sus aguas se traguen al faraón y su ejército. Por tanto, él es quien puede
cubrirse de gloria tras el triunfo sobre los egipcios, aunque es una gloria que
extiende y comparte con el mismo pueblo.

Israel relee, repiensa este acontecimiento en momentos críticos de su


historia y no tiene inconveniente en ilustrarlo con las más espectaculares
imágenes que buscan resaltar tanto el extremo de la opresión como el extremo
del amor y de la justicia divina que combatió en su favor. Con ello actualiza
los eventos de la antigua liberación y señala que si en el pasado Dios combatió
por el pueblo esclavizado y lo liberó, también en el presente puede hacerlo,
quizá con signos y prodigios mucho más espectaculares.

El paso milagroso a través del mar se convirtió en uno de los temas


principales de la alabanza de Dios. En unión con la entrada de Israel en la
tierra prometida, la salida de Egipto se convirtió en la afirmación principal de
la confesión de la fe.

4
II.2Ingreso a la tierra prometida

Dios elige a todo un pueblo (Israel) para realizar con él su obra de salvación,
esta salvación que no viene del propio hombre, sino de Dios. Hay que recordar
que Israel está esclavo en Egipto y por la mano de Moisés Dios saca a su
pueblo y llevarlo a la tierra prometida a sus antepasados y ponerlos por
herederos y gobernadores; es en este caminar que (Moisés) como guía y amigo
de Dios, después de dudar de la misericordia de Dios ante su pueblo y
murmurar, él no entrará en la tierra de la promesa, sino que la verá, y quedará
allí, es su ayudante Josué el que introduce al nuevo pueblo a la tierra de
Canaán, “tierra dada como un don, de parte de Dios”; donde tendrá que
desalojar a siete naciones paganas e ir poco a poco tomando posesión de la
tierra.

Josué, que significa “el Señor salva” es el ayudante de Moisés y llega a


ser su sucesor, Josué, elegido por Dios para ser jefe de Israel, es investido por
el Espíritu de Yahveh, cuando moisés le impone las manos (Nm 27,15-23) así,
a la muerte de Moisés, él asume la dirección del pueblo y lo introducirá en
Canaán, ciudad como ya se dijo habitada y rodeada de siete naciones paganas.
La conquista que hará Josué, no será el de destruir a los cananeos, sino de dar
en herencia al pueblo de Dios la tierra de los paganos.

La conquista comienza con el envío de espías a Jericó y la ayuda de una


meretriz llamada Rajab, obteniendo por esta ayuda la salvación de ella y su
familia; a continuación el pueblo de Israel precedido por el Arca de Yahveh,
pasa el río Jordán y todas las aguas del río se detienen para dar paso al pueblo
de Yahveh; esta travesía termina con la erección de un altar con las doce
piedras que sacaron del río, en Guilgal, la circuncisión de todo el pueblo y la
celebración de la Pascua.

Jericó, es una de las ciudades más antiguas del mundo, situada a unos siete
kilómetros al occidente del río Jordán; amurallada y fortificada con buenos
cimientos, imposible de penetrarla; pero al Señor no le costó demolerlas más
de lo que le había costado el paso del Jordán. Esta ciudad es consagrada por
Dios al anatema, pero un israelita tomará algo de ella y se lo guardará
teniendo más adelante su consecuencia. Está ciudad quedará derruida por
Yahveh, porque la victoria la obtendrá él y los sacerdotes, rodeándola y
5
tocando las trompetas y a las siete vueltas el murto se cayó y el pueblo (de
Israel) pasó al anatema a todo el pueblo logrando la victoria frente a este
pueblo y dando la maldición a quien vuelva a reconstruirla.

Ay; ciudad pequeña, bastaba dos o tres mil hombres para derrotarlos, pero no
fue así sino que los pobladores de ay derrotaron a todos los hombres de Josué
y éste consulta a Yahveh, el porqué de la derrota y Yahveh responde que se ha
violado el pacto del anatema de toda la ciudad de Jericó. Josué reúne a todas
las tribus y sale en suerte la tribu de Judá y de ella se toma al clan de Zéraj y
de este clan se escoge a la familia de Zabdí y se halla al culpable Akán, que
había tomado en posesión un manto de Senaar, doscientos ciclos de plata y un
lingote de oro, con lo hallado, se elimina a lo encontrado y al culpable, con el
cual queda sanado el pecado y hallan así la victoria sobre Ay.

Gabaón; es una ciudad muy grande situada al noreste de Jerusalén a unos 8km,
en el camino que va a Joppe, estos al enterarse que Israel iba a por ellos, con
engaños van hacia ellos y logran un pacto de no hacerles daño, es en esto que
las otras naciones se dan cuenta de lo que han logrado y deciden atacarla, pero
Josué animado por Yahveh sale a su encuentro y los destruye.

Todas estas batallas realizadas por Josué, en bien de la conquista de la tierra


prometida será un recuerdo permanente del amor y la fidelidad de Dios a su
alianza, Porque quien posee la tierra, posee a Dios; porque Yahveh no es ya
solamente el Dios del desierto: Canaán ha venido a ser su residencia y su
pueblo Israel.

II.3En la tierra de Canaán

Canaán ha venido a ser la herencia de Yahveh porque él se la ha dado a


Israel a manera de consecuencia, él se ha quedados con ellos. De allí el sentido
profundo de la repartición de la tierra santa en que cada tribu de Israel recibe
su lote, su parte de herencia (Jos 13,21). Estas son las doce tribus, a las que se
les dio tierra en heredad:

Neftalí, Aser, Zabulón, Isacar, Manasés, Gad, Efraím, Dan, Benjamín,


Judá, Rubén y Simeón.

6
A la única tribu que no se le dio tierra, sino que su heredad es el mismo Dios,
es la de Leví, de donde más adelante surgirá n la casta sacerdotal; Además de
ella también se dan ciudades privilegiadas como: la ciudad de refugio, donde
podía ir el que era perseguido y no se le podía hacer nada estando allí.

Yahveh dio a los Israelitas toda la tierra que había jurado dar a sus padres.
La ocuparon y se establecieron en ella. Yahvé eh les concedió paz en todos
sus confines, tal como se lo había jurado a sus padres, y ninguno de sus
enemigos pudo hacerles frente. Yahveh entregó a todos sus enemigos en sus
manos. No falló una sola de todas las espléndidas promesas que Yahveh había
hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió.

Después de todos estos acontecimientos murió Josué a edad de ciento diez


años, fue enterrado en Timnat Séraj, que está en la montaña de Efraím, al
norte del monte Gaas; todas sus historias se fueron contando de generación en
generación hasta hoy.

El libro de Josué ofrece un cuadro idealizado y simplificado de esta


compleja historia. El libro concluye con la despedida y la muerte de Josué. Él
es, del principio al fin, su personaje principal. Los Padres han reconocido en él
una prefiguración de Jesús pues no sólo lleva el mismo nombre, Salvador,
sino que el paso del Jordán, que, con él al frente, da entrada en la Tierra
Prometida, es el tipo del bautismo en Jesús, que nos da acceso a Dios, y la
conquista y el reparto del territorio son la imagen de las victorias y de la
expansión de la Iglesia. Esta tierra de Canaán es, con toda evidencia, en las
limitadas perspectivas del AT, el verdadero tema del libro: el pueblo, que
había encontrado a su Dios en el desierto, recibe ahora su tierra, y la recibe de
su Dios. Porque Yahvé es quien ha combatido en favor de los israelitas, y les
ha dado en herencia el país que había prometido a los Padres.

Durante la permanencia de Israel en la tierra de Canaán, la experiencia de


salvación de este pueblo será a través de la figura de los jueces y profetas.
Ante la repetida tendencia a la idolatría por parte de su pueblo, Dios permitirá
que éste se vea invadido por sus enemigos vecinos, para luego suscitar un
“juez”, un “salvador” ante el clamor de Israel. Israel lo invoca y Dios le
ayuda. Débora, Gedeón, Sansón, son casos concretos de esta figura salvadora
de Dios.
7
Además del juez, está la figura del profeta. Dios, libertador y salvador, no
dejará a su pueblo morir en el pecado, al contrario, siempre dará a su pueblo
palabras de vida por medio de sus profetas.

El retorno de Elías a la cuna del nacimiento del pueblo de Dios es el signo


característico de todos los profetas2. Eliseo, con sus prodigios, en favor de
Israel y de los extranjeros, es figura del salvador, enviado como “luz para
iluminar a los gentiles y gloria de Israel” 3. Amós recuerda a Israel los
“prodigios” realizados por el señor en su favor para que resalte más el pecado
de su infidelidad y Oseas no se cansa de acusar el pecado capital de Israel:
infidelidad al señor, que presenta como prostitución y adulterio 4. Isaías,
aparece como profeta en el reino del sur en el siglo VIII, justo en el año de la
muerte de Uzias. El drama de su predicación es que el plan de Dios choca con
los planes humanos. Isaías se opone a toda alianza entre Asiria y Egipto:
“sólo volviéndose a Dios seréis salvados; en la quietud y confianza está
vuestra fuerza”5. Y Miqueas ataca a los poderosos que abusan del pobre. Es el
primero en anunciar la destrucción de Jerusalén, sin embargo, al igual que
Isaías anuncia la “salvación”: “Aquel día reuniré a los dispersos, a los que
afligí .Ellos serán el resto sobre los que reinará el señor en el monte Sión
desde ahora y por siempre”6. El dolor es camino de salvación; en la aflicción
el pueblo experimenta la salvación de Dios7. Con ojos de profeta, Miqueas ve
la gloria de Belén, patria de David, y su descendencia, el Mesías: “y tu belén
de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el salvador de
Israel”.8 Sofonías colabora con la renovación del culto; es el profeta del
“resto”, al final proclama el gran anuncio de la salvación 9. Nahúm canta la
ruina de asiria; Habacuc contempla la aurora de otro babilonia. Por tanto, los
dos profetas cantan al señor que dirige el curso de la historia. Habacuc canta la
gloria de Dios: “Aunque… me gloriaré en Dios mi salvador”10. Y por último
Jeremías, el gran profeta de este siglo, es enviado a anunciar el hundimiento
2
Cf. E. JIMENES HERNANDEZ, “Historia de la Salvación”, p 187
3
Cf. E JIMENES HERNANDEZ, Ibid.
4
Cf. E JIMENES HERNANDEZ, op. cit., p 190s
5
Is 30,15
6
Mi 4,6-8
7
Cf Mi 4,9-10
8
Mi 5,1-7
9
Cf Sof 3,14-18
10
Ha 3,17-19

8
de Jerusalén. Sin embargo, todos sus intentos son vanos, a pesar de todas las
amenazas, Jeremías termina señalando la fidelidad del amor de Dios: “Con
amor eterno te amé… te construiré”11 La vida y pasión de Jeremías, a quien
Dios acrisoló con el sufrimiento, es como un anticipación de la de Cristo. A
él, que ama entrañablemente a su pueblo, hasta entregar su vida para salvarlo,
se le considera un enemigo del pueblo y como tal, se le persigue: “¡Ay de mí,
madre mía, porque me diste a luz varón discutido y debatido por todo el país!
Ni les debo, ni me deben, ¡pero todos me maldicen!”12

II.4El Exilio

El pueblo judío cuando encuentra la soledad existencial, se da cuenta la


necesidad de un salvador .Sabe que él se ha alejado de Dios, de su roca de
salvación. Jeremías usa dos palabras fundamentales: el “recuerdo” y la
“alianza”, para hacer recordar al Dios salvador de la alianza y sus
intervenciones decisivas para salvar a su pueblo. Precisamente de esta alianza
el pueblo se confía en que el señor intervendrá para liberarlo y salvarlo.
Jeremías es el testigo de la caída de Jerusalén. Cuando llegue el momento
previsto, Dios realizará una salvación superior a la del primer Éxodo: “Al
cumplir los sesenta años en Babilonia, yo os visitaré y cumpliré con vosotros
mi promesa de traeros de nuevo a este lugar; mis designios sobre vosotros
son designios de paz y no de desgracia”13.

Ezequiel, el profeta en el Exilio, dirá que es en la historia donde se da el


“conocimiento de Dios”. La vuelta a la vida de la casa de Israel, tan
descarnada como un montón de huesos, dará a conocer a Dios como salvador
de Israel14. El libro de la consolación del profeta Isaías, nos habla diciendo: El
primer éxodo, en cuanto acontecimiento, tuvo sus limitaciones; pero, en
cuanto salvación divina no se agota, sino que trasciende al futuro. La
salvación de Dios penetra la historia y la desborda hacia una plenitud eterna.
Con imágenes y símbolos nos proyecta Isaías a la salvación mesiánica y
escatológica. Los sufrimientos y la agonía del Siervo de Yahvé son los dolores
11
Jr 31,3-4
12
Jr 15,10
13
Jr 29,10-14
14
Cf Ez 37,1-14

9
de la parte de la salvación que, según el profeta, está por venir. Si el hombre
sufre como castigo por sus pecados, Dios sufre como redentor de los
pecadores. Él cargó el castigo que nos trae la salvación y con sus cardenales
hemos sido curados.15

II.5La vuelta del Exilio

A) Retorno a Jerusalén. A la vuelta del exilio todo se renueva. Jerusalén y el


Templo son el punto de encuentro con la historia de la salvación. El gran
cantor de la vuelta es Isaías, que vio en la lejanía el destino de Ciro y lo
anunció como salvador del pueblo de Dios. El anuncia la buena noticia con
toda su fuerza salvadora: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz ,que trae buenas noticias, que anuncia la
salvación, que dice a Sión ya reina tu Dios”16. La salvación de Dios es
realidad. Dios libera a los cautivos y congrega a los dispersos. Los que se han
contagiado con los ídolos y han perdido la esperanza en la salvación se quedan
en babilonia, lejos de Jerusalén, la ciudad santa de Dios. Los ricos, que
confían en sus riquezas, no ven el milagro de la presencia salvadora de Dios.
Dios suscitará para animar a los pobres de Yahvé en la reconstrucción del
templo a dos profetas: Ageo y Zacarías. Posteriormente, llegarán del destierro
dos profetas más: Esdras, versado de la Ley, es el gran constructor de la
comunidad de Israel17; y Nehemías, que hará dos cosas en Jerusalén: construir
la muralla y repoblar la ciudad.18

B) Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías y Joel .Estos son los profetas de la


reconstrucción de Israel al retorno del exilio .Ageo, es el primero en invitar a
los repatriados a reconstruir el templo19. Zacarías anuncia el comienzo de la
nueva era de salvación, puesta bajo el signo del Templo reconstruido. Esta
nueva era es una profecía de la era mesiánica 20. Malaquías convertirá los
corazones de los padres hacia los hijos y viceversa; Joel anuncia una

15
Cf Is 52,1.12-14
16
Cf Is 52,7-9;40.9
17
Cf Esd 7,1
18
Cf Ne 3,34-36;11,1-2
19
Cf Ag 1-3
20
Cf Za 9,9-10;Mt,21,5;11,29

10
catástrofe, para lo cual invita a la conversión a su pueblo; y Dios, del mismo
modo, le responderá anunciando la salvación a su pueblo.21

C) Jonás, Tobías y Rut. El que ha inspirado y bendecido la actuación de


Esdras, Nehemías, Joel y Abdías, ahora inspira el libro de Rut, que exalta a
una mujer extranjera, que ha elegido al Dios de Israel como su Dios y que se
convertirá en raíz de la que brotará el mismo Mesías. El libro de Jonás
denuncia la falsa fe de los judíos y su exclusivismo como pueblo elegido. Pero
el Dios de los judíos es también el Dios de los paganos; Jonás es la expresión
de Israel que Dios quiere abrir a la misión por un acto de amor a toda la
humanidad. En medio de los profetas llamados por Dios a la conversión de su
pueblo, Jonás es el predicador de los gentiles. Mateo, Marcos y Lucas le citan
en el Nuevo Testamento. Así, por tanto, Israel cumplirá su misión de pueblo
de Dios como portador de la salvación universal22, tal y como se verá en el
último apartado del presente trabajo.

II.6La liberación escatológica: intervención divina del fin de los


tiempos

La salvación universal de la que tiene consciencia Israel ya desde el A.T.,


tiene también un sentido escatológico, es decir, se habla de un universalismo
escatológico salvífico. Las ideas que esta definición trae consigo pueden
resumirse de la siguiente manera: En la hora de la consumación del mundo
tiene lugar la afluencia de los paganos. Vienen al Monte de Dios. Es una idea
firmemente arraigada en el AT (cf. Is 2,2s; Miq 4, 1). La peregrinación
escatológica de los pueblos es descrita por los profetas con cinco rasgos: a)
Comenzará con una epifanía de Dios (Zac 2, 17), en la cual se revela ante el
mundo su gloria, b) A continuación vienen la llamada de Dios (cf. Is 45,
20.22). c) A la orden de Dios sigue la llegada de los paganos en tropel (cf. Is
19, 23). d) Se reúnen en el santuario universal (cf. Sal 22, 28; So 3, 9). e) A
partir de entonces los paganos pertenecen al pueblo de Dios. Toman parte en
el banquete de Dios sobre el monte universal (cf. Is 25, 6-9).

21
Cf Jol 2,21-27
22
Cf Jon 4,11

11
Dentro de esta llamada de Dios en torno al esplendor escatológico de
Jerusalén (cf. Is 60, 10-12) se puede hablar también de una salvación después
de la muerte. Dice Job a sus litigantes: “Yo sé que mi Redentor vive, que se
alzará el último sobre el polvo, que después que me dejen sin piel, ya sin
carne, veré a Dios” (Jb 19, 25s). Contra toda esperanza Job se levanta con una
confianza apocalíptica y así se adelanta a la revelación explícita de 2M 7, 9
cuando uno de los siete jóvenes mártires dice al malvado Epífanes: “Tú,
criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo, a nosotros que
morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna.” Así, la resurrección
de los muertos que no se deducía con certeza de Is 26, 19; Ez 37,10; etc.,
queda aquí claramente afirmada al igual que en Dn 12,2s: “Muchos de los que
descansan en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna,
otros para vergüenza y horror eternos. Los maestros brillarán como el
resplandor del firmamento y los que enseñaron a muchos a ser justos, como
las estrellas para siempre.” Este es uno de los grandes textos del AT sobre la
resurrección de la carne. En el apartado final del presente trabajo veremos
como todas estas profecías del AT se relacionan con las revelaciones del NT
sobre todo con el libro del Apocalipsis.

III. EN EL NUEVO TESTAMENTO

III.1 Jesús el nuevo Moisés

Según Dt 18,15.18-19, Dios había prometido a su pueblo enviarle un


profeta semejante a Moisés. Esta promesa se ha realizado en Jesús de Nazaret.
Ya que Israel todavía esperaba su verdadera liberación, era necesario un
Éxodo más radical y para ello se necesitaba un nuevo Moisés. Y la verdadera
característica de este “profeta” será que tratará a Dios cara a cara como un
hombre habla con su amigo. Su rasgo distintivo es el acceso inmediato a Dios,
de modo que puede transmitir la voluntad y la palabra de Dios de primera
mano, sin falsearla. Y esto es lo que salva, lo que Israel y la humanidad están
esperando.

En el libro del Éxodo (cf. 33,18) se narra la petición que Moisés hace a
Dios: “Déjame ver tu gloria” (Ex 33,20). Mientras pasa, Dios le cubre con su
12
mano y sólo al final la retira: “Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo
verás” (Ex 33,23). El acceso inmediato de Moisés a Dios, que le convierte en
el gran mediador de la revelación, en el mediador de la Alianza, tiene sus
límites. No puede ver el rostro de Dios, aunque se le permite entrar en la nube
de su cercanía y hablar con Él como con un amigo.

Sin embargo, al último profeta, el nuevo Moisés, se le otorgará el don que


se niega al primero: ver real e inmediatamente el rostro de Dios y, por ello,
poder hablar basándose en que lo ve plenamente y no sólo después de haberlo
visto de espaldas. Este hecho se relaciona de por sí con la expectativa de que
el nuevo Moisés será el mediador de una Alianza superior a lo que Moisés
podía traer del Sinaí (cf. Hb 9, 11-24). En Jesús se cumple la promesa del
nuevo profeta. En Él se ha hecho plenamente realidad lo que en Moisés era
sólo imperfecto: Él vive ante el rostro de Dios no sólo como amigo, sino como
Hijo; vive en la más íntima unidad con el Padre. Jesús es, no un profeta
ordinario, sino el Profeta por excelencia, que alimenta al pueblo de Dios como
lo había hecho Moisés durante el Éxodo (cf. Jn 6, 14)

Un profeta es, por definición, el portavoz de Dios. Este era el caso de


Moisés, quien no hacía más que repetir lo que Dios le había mandado decir
(Dt 18,18). Lo es también el caso del propio Jesús (Jn 12,49). Él no habla por
su propia cuenta, y no hace sino transmitir a los hombres las palabras que Dios
le ha dado para ellos (Jn 17,8). Ahora bien, ¿Cuál es el mensaje que el nuevo
Moisés ha venido a transmitirnos de parte de Dios? Que nos amemos los unos
a los otros como Jesús mismo nos ha amado a nosotros (cf. Jn 13,34-35). Es el
mandamiento que Cristo nos deja como su testamento y que resume toda la
Ley antigua, las diez “palabras” que antaño nos había transmitido Moisés de
parte de Dios.

Moisés había recibido y transmitido a los hombres la revelación del


Nombre divino por excelencia: “Yo soy” (Ex 3, 13-15); del mismo modo
Jesús ha revelado a los hombres este otro nombre divino, que implica un amor
indefectible: “Padre” (Jn 17,1.11.24.25) habiendo recibido esta revelación de
amor, los hombres no obedecen ya como esclavos, sino como amigos.

Cuando prometía a los hebreos el envío de un profeta semejante a Moisés,


Dios les ordenaba también: “Escuchadle” (Dt 18,15). El que escucha la
13
palabra de Cristo tiene la vida eterna, ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5,
24); el que guarde esta palabra no verá jamás la muerte.

Moisés, como todos los profetas, había sido “enviado” por Dios para
salvar y guiar a su pueblo (Ex 3, 10-12). Igualmente, Cristo fue “enviado” por
Dios para dar la vida a los hombres (Jn 3,17.34). Tan cierto es esto que Jesús
nombra a Dios veinte veces como “aquél que me ha enviado”.

Ya Moisés había expuesto este reparo a Dios (Ex 3, 13), y para responderle
Dios había concedido a Moisés el realizar “signos” que serían la prueba de su
misión divina. Lo mismo pasa con Jesús. Durante su vida terrestre realiza
muchos milagros, de los cuales los dos primeros y el último se ofrecen como
“signos” que prueban su misión (Jn 2,11; 4,54): y el signo por excelencia, será
la resurrección de Cristo, porque es Jesús mismo quien tiene poder de recobrar
su vida (Jn 10,17-18).

Jesús es el profeta, el nuevo Moisés anunciado por Dt 18,15.18, pero es


muy superior a Moisés. Un profeta es un portavoz de Dios. Para que fuera así,
Dios ponía sus palabras en la boca de Moisés, estaba en su boca (Ex 4,12). De
una manera mucho más radical, Jesús es la palabra misma de Dios,
personificada, la que ha venido a encarnarse (Jn 1,1-2.14). Al igual que la
palabra de la que habla Isaías 55, 10-11, ésta ha venido a habitar entre los
hombres para dar a los que la reciben el poder de hacerse “hijos de Dios”. En
Jesús, es la palabra de Dios la que nos da a conocer los misterios divinos. Ya
no está escondida en los cielos, ha venido a vivir junto a nosotros.

III.2 Jesús salva de la enfermedad y la muerte

De la enfermedad: Mc 5, 23. 28. 34

Jesús salva a los enfermos curándolos; liberándolos incluso de la


muerte. Y así reconocer como los samaritanos que Jesús es “en verdad el
Salvador del mundo.” (Jn 4,42). El título: “salvador”, se le es dado por la
resurrección, que es el mayor milagro, “Dios le ha exaltado con su diestra
como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los
pecados” (Hch 5,31).

14
Vemos, por ejemplo, que la hija de Jairo estaba enferma y a punto de
morir. La curación de la mujer no tiene antecedentes en el AT.” 23Jesús la
salva de la enfermedad y la muerte para que viva y posea la vida eterna,
¿Cómo? Jairo se “postra” y le “ruega”, fe imperfecta pero es fe. En el caso de
la hemorroísa, ésta se cura confesando públicamente lo hecho a escondidas.
Este azote, este látigo que se ve como castigo por el pecado - la enfermedad se
consideraba como castigo por algún pecado (Sal 38,11; 2 Mac 7,37; cf. Mc
1,30)24-, le ha traído la salvación (Mc 3,10). La humildad es un paradigma una
forma de acercarse a Cristo en la fe (Mc 5, 23. 28. 34).

La fe es la confianza y el abandono, renunciando a apoyarse en los


pensamientos y en las fuerzas, para abandonarse a la palabra creyendo en el
poder de Dios (Lc 1, 20.45). La fe exige un sacrificio del espíritu y de todo el
ser, es un acto difícil de humildad y cuando es fuerte, obra maravillas, (Mc 16,
17), lo consigue todo, (9, 23), sobre todo el perdón de los pecados, (9, 2p) y la
salvación, para la cual es necesaria condición (Mt 8, 10).

Pero Jesús no solo ha venido para hacer milagros sino para salvar de
algo más profundo. Atiende a los pecadores, pobres y enfermos (Mc 2, 1-12),
a los que declara bienaventurados de manera especial (Lc 6, 20s); todo el que
estaba perdido, es recibido de nuevo en la casa de Dios (Lc 15), el Evangelio
mismo es llamado “palabra de salvación” (Hch 13, 26), “camino de salvación”
(Hch 16, 17), “fuerza de Dios para la salvación” (Rom 1, 16).

El salva de la muerte (Mt 9, 18-26)

Aquí hay dos casos en donde es decisiva la fe y el contacto de Jesús: la


resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Jesús reduce la resurrección a
sus elementos más esenciales. Éstos son respuestas del poder de Jesús a la fe;
corresponde en intensidad al que tenga fe. Los milagros aquí narrados en este
contexto se refieren a la muerte, la ceguera y la pérdida del habla y el oído. Es
en resumen el poder salvífico de Jesús.
23
SCHÖKEL, Luis Alonso. Biblia del Peregrino, Nuevo Testamento, (edición de estudio) T. III, Navarra
1997, pp 116 -117.
24
Comentario Bíblico «San Jerónimo», Tomo III, Nuevo Testamento I, E. BROWN, Raymond., SS. A.
FITZMYER, Joseph SJ. E. MURPHY, Roland O. CARM, Ediciones Cristiandad, Huesca, 44
MADRID, 7 de julio de 1972, pp 89.

15
En el caso de la resurrección de Lázaro, quitar la piedra es uno de los
signos que da Jesús al hombre para ser librado de los lazos de la muerte, (Hch
2, 24). Tan solo este detalle se da para probar la realidad de la muerte, y por
tanto de la resurrección, (Jn19, 35). Del hedor que es signo de corrupción (Is
19,6, 34,3), lo pasa al aroma de la vida para siempre. El grito de Jesús es de
acción de gracias de soberanía de Dios. Como una vocación personal, como
llamada a la vida, casi como palabra creadora (Rm 4,17) Llamada a "salir" del
reino opresor (Sal 49,15) y romper las ataduras de la muerte (Hch 2,24).

Él es el portador de vida, que sale al encuentro del dolor y el sufrimiento;


se compadece, y ese amor genera la vida sobre la muerte y prefigura la
resurrección a la luz de Pascua.

III.3 Jesús salvador del pecado

Jesús tiene poder para perdonar los pecados. Este hecho escandalizaba a
sus contemporáneos porque sólo Dios tiene poder de perdonar los pecados.
Por tanto, las curaciones físicas de Jesús sólo eran manifestaciones externas de
la curación interna que él quería hacer con cada quien que se lo pidiese.
“¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados.” (Mt 9,2). Con este hecho
Jesús deja claro una cosa, él no es un blasfemo, él es Dios. Sólo como signo
de que tiene tal poder es que realiza los milagros de curación de
enfermedades. Para él, el verdadero aguijón de la muerte es el pecado.

La única condición exigida para acogerse al indulto es la fe. Una vez un


fariseo invitó a Jesús a comer. De pronto entró una mujer, conocida pecadora
pública, y empezó a llorar a sus pies, mientras los secaba con sus cabellos.
Jesús alaba la fe de esta mujer y su gesto de amor, y a su vez, le reprocha al
fariseo su falta de caridad. “Por eso te digo que quedan perdonados sus
muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor […] Y le dijo a ella: ‘Tus
pecados quedan perdonados’ […] ‘tu fe te ha salvado’” (Lc 7, 47ss). El
fariseo ya había juzgado: ella era una pecadora y Jesús no era ningún profeta.
Por tanto no podía ver, estaba ciego. No podía ver lo que allí estaba
ocurriendo. Jesús estaba haciendo una nueva creación. Los cabellos de una
mujer son su gloria (cf. 1Co 11, 15); ella está poniendo todo su honor y su

16
gloria a los pies de Jesús. Sus lágrimas hacen presente las aguas del bautismo,
las cuales implican arrepentimiento. El perfume hace presente la oración y
sólo oran los hijos. Por tanto, ella no es más una pecadora pública, ahora es
virgen, sin mancha, porque ha sido bañada en virtud de la palabra de Jesús y
así la está presentando Jesús al Padre: santa e inmaculada (cf. Ef 5, 25ss).

Otro caso expone el de una mujer sorprendida en flagrante adulterio y a


punto de ser apedreada. Al consultado Jesús sobre qué hacer con ella –para
ponerlo a prueba-, éste responde que aquél que esté libre de pecado le arroje la
primera piedra. Todos se fueron empezando por los más viejos. Al final,
quedó solo Jesús y la mujer. Y él le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha
condenado?” “Nadie, Señor”, respondió ella. Jesús le dijo: “Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más.” (Jn 8, 10s). Al igual que el caso
de la mujer anterior, Jesús está haciendo con ella una nueva creación por su
palabra. Mediante su palabra le está dando el poder de salir de ese pecado
concreto al que estaba esclavizada. No debe entenderse por tanto “en adelante
no peques más” en sentido de que Jesús le está poniendo una nueva condición
moral, una ley. Esto sería caer en un moralismo. Jesús tiene poder para sacar a
alguien del pecado y eso precisamente es lo que hizo con esta mujer. Jesús es
Dios y lo que dice lo hace; con la misma palabra que se creó el mundo hizo de
ella una nueva creación.

Este mismo poder, Jesús lo ha entregado a su Iglesia. Cuando se presenta


resucitado a sus discípulos, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20, 22s). Así la misión de salvar de
los pecados recae ahora en la Iglesia a través de los sucesores de los apóstoles,
los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros. Por tanto, es en la Iglesia
donde se puede dar este encuentro para que todos en ella puedan decir como
los samaritanos: “verdaderamente [Jesús] es el Salvador del mundo” (Jn 4,42).

Respecto al aguijón de la muerte que es el pecado y la respectiva


consecuencia, la concupiscencia, dice san Pablo: “El aguijón de la muerte es el
pecado; y la fuerza del pecado está en la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios
que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Co 15, 56s). Así es, el
17
cristiano ya no debe temer sino confiar sus flaquezas al Señor Jesús para poder
salir airoso de la división interior que experimenta todo hombre como
consecuencia del pecado: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que
me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro
Señor!” (Rm 7, 24s)

El sentido de la vida cristiana implica ahora guardar con fidelidad la


“palabra que puede salvar su alma” (St 1,21; 2Tim 3,15) pues, ahora es el “día
de la salvación” (2Cor 6,2). El cumplimiento de tal obra será la victoria por
excelencia de Dios y de Cristo. En este sentido dirá el Apocalipsis: “La
salvación es de nuestro Dios y del cordero” (Ap 7,10; 12,10; 19,1).

III.4 La salvación en Jesús resucitado

Hasta ahora se ha venido viendo cómo en la Escritura se ha mostrado que


Dios es el salvador del hombre. En el A.T. se expone esta verdad a través de
los diversos acontecimientos de la historia de Israel. Los profetas anuncian
que la salvación definitiva, la nueva alianza, se realizará a través del Mesías.

La persona de Jesús es la presencia de Dios con nosotros, el Mesías,


Salvador del género humano de la muerte y el pecado. Con Jesús el Reino de
Dios ha llegado. Él -su persona- es el Reino de Dios, más aún, Jesús de
Nazaret –como dice Benedicto XVI- trajo a Dios a este mundo porque él ‘es’
Dios.25 En varias oportunidades Jesús se pone como testimonio de la salvación
de la persona que tenía al frente: “Tu fe te ha salvado” (cf. Lc 8, 48; Mc 5, 34;
Mt 9, 22; etc.). Pero, luego de su paso por este mundo, cuando ya él ha vuelto
al Padre, no obstante, quedándose con nosotros todos los días 26, la salvación se
produce con la acogida del anuncio de Jesucristo, muerto y ‘resucitado’, lo
que se conoce con el nombre del ‘kerigma’ cristiano (cf. Hch 2, 22-36; 3, 12-
26; etc.)

Luego de su resurrección y poco antes de ascender a los cielos, Jesús


mandó a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia de salvación, de tal modo

25
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI); “Jesús de Nazaret”, tomo I, p.69
26
Cf. Mt 28, 20

18
que “el que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará”
(Mc 16, 16)

Una vez apresados Pedro y los demás apóstoles, y compareciendo ante el


Sanedrín, dijo Pedro sobre Jesús: “Dios le ha exaltado con su diestra como
Jefe y Salvador para conceder a Israel la conversión y el perdón de los
pecados” (Hch 5, 31) y además añadió: “no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12). Esta
salvación dada por la acogida de este anuncio, de esta predicación, estaba
prometida por el mismo Cristo: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el
que no crea, se condenará” (Mc 16, 16).

El apóstol san Juan es muy consciente de lo anterior cuando escribe en su


evangelio: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16).

Explícitamente, este ‘evangelio’ (Buena Noticia) es definido como


salvación por san Pablo cuando dice: “Pues no me avergüenzo del Evangelio,
que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree”. El apóstol de los
gentiles explica cómo ocurre esta salvación en su carta a los romanos:
“Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón
que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se
cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la
salvación”. Es decir, la acogida del Evangelio nos justifica gratuitamente por
la fe, y está en la libertad del hombre confesar esta fe para ser salvo.

III.5 De la salvación de los judíos a la salvación universal

En más de una cita del A.T. se muestra que Israel es elegido como un
pueblo-para las naciones27; es decir, como un pueblo en el que Dios muestre
su amor y su plan de salvación para todos los pueblos de la tierra (cf. Gn 12,
3; Is 57, 19; Jr 4, 2; Sir 44, 21; etc.). Esta función para la que ha sido elegido
Israel no puede ser, en último término, más que una función salvífica dirigida
al mundo y a la humanidad, es decir, a los “pueblos”. En Israel ha de brillar la
27
Ver interesante análisis sobre “Israel, pueblo mediador para todos los pueblos” en ‘Mysterium Salutis’,
tomo IV, vol. 1; pp. 76-85

19
acción salvífica de Dios (cf. Is 60, 1ss), Israel se convierte en el “centro
salvador”. Israel ha de ser en el mundo una fuente de bendición para los
pueblos. Mediante la vocación de Abraham, Yahvé ha separado a Israel de
entre los pueblos que habían caído en la corrupción a fin de que sea una
bendición: “Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra” (Gn 12, 3)

Israel es –en la medida que representa al pueblo de Dios y al siervo de


Dios- el mediador salvífico regio, profético y sacerdotal. Regio, al igual que
David, al cual se le ha “dado poder eterno, que nunca pasa” y cuyo reino
“nunca será destruido” (Dn 7, 13s), será “caudillo y soberano de naciones” y,
por tanto, “testigo para los pueblos” (Is 55, 3ss). Israel es el mediador
profético como “mensajero enviado” de Yahvé (Is 42, 19), convirtiéndose en
“luz de los pueblos” como lo fue para Israel Moisés, el prototipo del profeta
(cf. Is 42, 6; 49, 8). Esta tarea está ejemplificada en Jonás: el profeta enviado a
Nínive, que quería huir de Yahvé, representa a Israel, el cual, irritado por la
misericordia universal de Dios que abarca a todos los pueblos, quiso sustraerse
a su misión universal. Israel es el mediador salvífico sacerdotal porque está
“consagrado” (separado) para Yahvé, un reino de sacerdotes (cf. Ex 19, 5s;
1Pe 2, 9; Ap 1, 6; 5, 10). Según Filón de Alejandría, Israel es “el que ha
recibido el oficio sacerdotal y profético en favor de todo el género humano”.
Abraham intercede ante su Dios en favor de los extranjeros (cf. Gn 20, 7.17;
18, 22-32). Moisés intercede por el faraón y los egipcios (cf. Ex 8, 4.8s.24ss,
etc.). Salomón ora así al Señor: “También al extranjero que no es de tu
pueblo, al que viene de un país lejano a causa de tu Nombre, porque oirá
hablar de tu gran Nombre, de tu mano fuerte y de tu tenso brazo, vendrá a
orar a esta Casa, escúchale desde los cielos, lugar de tu morada, y haz según
cuanto te pide el extranjero, para que todos los pueblos de la tierra conozcan
tu Nombre y te teman como tu pueblo, Israel, y sepan que tu Nombre es
invocado en esta Casa, que yo he construido” (1Re 8, 41ss). El “siervo de
Yahvé” intercede por muchos” (Is 53, 12). De igual modo los israelitas deben
“rogar a Yahvé” incluso por el país donde están desterrados (cf. Jr 29, 7; Ba 1,
10s; 1Tm 2, 1s).

Es más importante aún la alabanza de Israel. Esto acontece en presencia y


en medio de los pueblos donde se anuncia “las hazañas del Señor” (cf. Tb
13,3s; Is 12, 4ss; 48, 20; sal 96, 3; 105, 1). Esta alabanza contagia y arrastra;
20
se invita a todos los pueblos e incluso al universo entero (cf. Sal 47, 2; 66, 1.8;
67, 4ss; 97, 1, etc.; cf. Rm 15, 9s). Por la alabanza, Israel sale de su estrechez;
por la alabanza, el pueblo de Dios hace justicia a su ser; por la alabanza, el
pueblo mediador cumple su misión en orden a la salvación del mundo.

Por tanto, la elección de Israel no significa que Yahvé renuncie a los demás
pueblos; precisamente en virtud de esa elección hace valer su derecho de
soberanía sobre el mundo entero. Ya Jeremías es puesto, en calidad de profeta,
“sobre los pueblos y los reinos” (Jr 1, 10), y los destinatarios del mensaje del
déutero-Isaías son los “pueblos lejanos” (Is 43, 9; 49, 1), las “islas remotas”
(Is 41, 1.5; 42, 4.10ss, etc.), “los confines del orbe” (Is 42, 10; 45,22) e incluso
“los cielos” (Is 44,23). Yahvé, el Dios de Israel, será también el Dios de todos
los pueblos que hallarán su salvación por y en Israel: “Así dice Yahvé: los
obreros de Egipto, los mercaderes de Etiopía y los sábeos de alta estatura a ti
pasarán, tuyos serán, tras de ti marcharán en cadenas; se postrarán ante ti y te
suplicarán: ‘Sólo en ti está Dios, y no hay más dioses. Es verdad: tú eres un
Dios escondido el Dios de Israel, el Salvador’. Se avergüenzan y se sonrojan
todos por igual, se van avergonzados los fabricantes de ídolos” (Is 45, 14ss).
Es interesante ver cómo la voluntad de Dios de salvar a todos los pueblos no
tiene en cuenta la pertenencia o no al pueblo elegido (cf. Sal 115, 11ss; 118, 4;
135, 20). En principio, nadie “será excluido de su pueblo”, ni siquiera los
“extranjeros” y “eunucos” discriminados (cf. Dt 23, 2-9): “A los extranjeros
que se han dado a Yahvé, para servirlo, para amar el nombre de Yahvé y ser
sus servidores […], los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de
oración, y así la llamarán todos los pueblos” (Is 56,6; cf. 66, 18-21).

Llegamos así al universalismo escatológico. También los paganos toman


parte en el banquete de Dios sobre el monte universal (cf. Is 25, 6-9). La
nueva Jerusalén acogerá a todos los pueblos: “Maravillas se dicen de ti, ciudad
de Dios: ‘Yo cuento a Rahab y Babel entre los que te conocen. Filisteos, tirios
y etíopes han nacido allí’. Pero de Sión se ha de decir: ‘Todos han nacido en
ella’, la ha fundado el propio Altísimo. Yahvé escribirá en el registro de los
pueblos: ‘Fulano nació allí’, y los príncipes, lo mismo que los hijos, todos
ponen su morada en ti.” (Sal 86, 3-7)

21
Sí, sobre el monte Sión de la era salvífica definitiva “Yahvé de los ejércitos
prepara para todos los pueblos un festín de manjares suculentos y arrancará
en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas
las naciones” (Is 25, 6ss); se revelará en Jerusalén como salvador del mundo.
Así, la Sión de los últimos tiempos, lugar de la presencia de Dios en medio de
su pueblo, que rebasa todas las fronteras, se convierte en el sacramento de la
presencia de Dios, que abarca al mundo entero y lo renueva.

Esta promesa veterotestamentaria se cumple en la plenitud de los tiempos


gracias a Jesucristo. La Sion de los últimos tiempos, vale decirlo, es ahora la
Iglesia: ésta es “el sacramento, es decir, el signo e instrumento de la más
íntima unión con Dios y la unidad de la humanidad entera”. Los apóstoles y
más concretamente san Pablo, fueron los encargados de recordar esto a un
Israel que parecía que lo había olvidado. Dice el apóstol san Pedro citando al
profeta Joel que “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2,
21) y más adelante añade: “Pues la promesa es para vosotros y para vuestros
hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios
nuestro” (Hch 2, 39; cf. Is 57, 19). Así, luego de la efusión del Espíritu Santo,
Pedro da por cumplida la profecía de Joel en donde se universaliza la
salvación a todo el que invoque el nombre del Señor y se promete así que Dios
derramará su Espíritu sobre todo mortal.28

El profeta Juan Bautista anuncia en el desierto el oráculo del Señor dado


por boca de Isaías (40, 3ss): “y todos verán la salvación de Dios”. El mismo
Jesús da inicio a su vida pública en la sinagoga y da por cumplida la escritura
que lo manifiesta como el Mesías esperado, el salvador escatológico.

El apóstol san Pablo en su carta a los efesios les dice: “En él [Cristo]
también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de
vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para la redención
del pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria” (Ef 1, 11ss). Pablo se
considera a sí mismo como el apóstol de los gentiles (cf. Ga 1, 16; 2, 7s; Rm
1, 5; 11, 13; 15,16). El centro de su mensaje es que todos, tanto judíos como
griegos (todos los pueblos restantes) son pecadores y que la redención de
28
Cf. Jl 3, 1-5

22
Cristo alcanza a todos por la fe. Para él, es voluntad de Dios anunciar primero
al pueblo de Israel como primicia de la promesa; pero, cuando se rechaza la
palabra, tiene claro que la orden del Señor es dirigirse a los gentiles (cf. Hch
13, 46). Este rechazo, al no tener fundamento en el A.T. –tal y como se expuso
párrafos supra- se explica sólo por la envidia a Pablo (cf. Hch 13, 45; 17, 5),
que es reflejo de la envidia que tenían a Jesús de Nazaret (cf. Jn 11, 4ss; 12,
10s) y a los apóstoles (cf. Hch 5, 17) como secuela del pecado original. El
mismo Pablo alude al A.T. para decir que Dios ya había hecho a Abraham esta
promesa cuando escribe que Dios justificaría a los gentiles por la fe (cf. Ga 3,
8), de tal modo que ya no hay ‘judío ni griego’ (Ga 3, 28) porque Cristo ha
derribado el muro del odio (cf. Ef 2, 14). Ahora los gentiles son herederos
según la promesa y descendientes de Abraham por la fe en Cristo Jesús, el
salvador.

III.6 El Reino de Dios, cumplimiento de la salvación escatológica

El Reino de Dios es en principio, según dice Benedicto XVI, la persona


misma de Jesús de Nazaret. Pero también el término “Reino de Dios” debe
entenderse como ‘realeza o soberanía de Dios’ o ‘reinado de Dios’ 29. Este
Reino de Dios fue el tema central de la predicación de Jesús de Nazaret. Este
Reino se puede vivir aquí y ahora en la Iglesia pero como una realidad ‘iam
sed nondum’, es decir, no en su plenitud; sólo llegará a su plena consumación
al final del tiempo presente, en la parusía del Señor.

La vida nueva en Cristo no termina aquí en este mundo. La salvación dada


por Jesucristo nos da la comunión con Dios, comunión que no se acaba aquí,
sino que estamos llamados a la comunión plena con él, a verle cara a cara (cf.
1Co 13, 12). Tal y como vimos en el último apartado del AT, se habla de una
salvación después de la muerte.

El texto más extenso y detallado de toda la Escritura respecto a la


resurrección de los muertos es el de la carta del apóstol san Pablo a los
corintios (1Co 15). En él se afirma con todo detalle el modo de la resurrección
de los muertos de tal manera que el último enemigo vencido será la Muerte
29
Joseph Ratzinger, op. Cit., p83s

23
(cf. 1Co 15, 26), y se señala también con rasgos apocalípticos (cuando ‘sonará
la trompeta’) que los muertos resucitarán para instaurarse definitivamente el
Reino de Dios: “Cuando [Jesús] entregue a Dios Padre el Reino, después de
haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque él debe reinar
hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.” (1Co 15, 24s)

En el libro del Apocalipsis, san Juan revela como palabras de Jesús: “Mira
que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé
sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi
Padre en su trono.” (Ap 3, 20s). Ésta es la meta. Éste es el grado de comunión
al que estamos llamados: sentarnos con Jesús en el trono de Dios y comenzar a
reinar con él. Más adelante en el capítulo 12 del mismo libro leemos: “Oí
entonces una fuerte voz que decía en el cielo: ‘Ahora ya ha llegado la
salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo,
porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos…’ (12, 10). Y
prosigue el mismo libro: “Y oí el ruido de muchedumbre inmensa […] y
decían: ‘¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios
todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han
llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado.’” (Ap 19, 6s).
Al final de los tiempos, se dará las Bodas del Cordero, las Bodas de Cristo y
su Iglesia, la Jerusalén Celeste de la que hablaban los profetas. Es el triunfo de
todos los santos, cuyas buenas acciones serán el lino deslumbrante de blancura
con el que se engalanará la Esposa (cf. Ap 19, 8)

El apóstol san Juan termina el apocalipsis con una visión: “Luego vi un


cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar no existe ya-. Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia
ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: ‘Esta
es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de
sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el
mundo viejo ha pasado’.” (Ap 21, 1-4) El Dios-con-ellos es el Dios-con-
nosotros prometido por los profetas (cf. Is 7, 14), Jesús de Nazaret, el Mesías,
el Salvador.
24
IV. CONCLUSIÓN

Finalmente, ¿a qué salvación se refiere tanto Jesús como los que lo


anuncian muerto y resucitado?, ¿qué es ser salvo?, ¿de qué ha venido a
salvarnos Jesús? De hecho, no todo puede reducirse a una mera salvación
retributiva, y tal vez una primera pista nos la dé la oración que enseñó Jesús:
el Padrenuestro. Comprender que necesito ser salvado es comprender que no
soy Dios, que no puedo darme la vida a mí mismo, que no puedo darme
felicidad a mí mismo. Si profundizamos en estas preguntas nos tendríamos
que remontar a los “orígenes” para encontrar la respuesta. El orgullo y el afán
del hombre de querer ser como Dios, de no aceptarse dependiente de Él, el no
reconocerse falto de salvación son las actitudes de autosuficiencia que están
enraizadas en el corazón del hombre como secuela del pecado de los orígenes
del cual tienen su misma naturaleza. Pero esta actitud lo único que hace es
hundir al hombre en la esclavitud de vivir para sí mismo, en el egoísmo, y así
negar la virtud que tiene en sí la sangre redentora de Cristo. Que Cristo viene a
‘liberar’ al hombre del pecado se concretiza en la liberación precisamente de
esta esclavitud.

Es por ello que el mismo Cristo nos enseñó a decir: “y no nos dejes caer en
‘la’ tentación” (Mt 6, 13). ¿Por qué dice Jesús “la tentación” y no en “las
tentaciones”? Porque tentaciones habrán siempre, pero La gran tentación del
hombre es sólo una y es ésta la que nos acompañará hasta el último instante de
nuestra vida. La gran tentación seguirá siendo siempre el afán de la auto-
salvación, desconociendo el único poder redentor de la sangre de Cristo. Esta
será siempre la más sutil y peligrosa de todas las tentaciones.

Precisamente la antítesis de la autosuficiencia es la fe. Esto al afán de


gloria -a la sed de sabiduría meramente humana- le resulta absurdo. Dice a
este respecto san Pablo: “De hecho, como el mundo mediante su propia
sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los
creyentes mediante la locura de la predicación” (1Co 1, 21).

La salvación, por tanto, es descubrirse en comunión con Dios. Esto se


produce acogiendo el anuncio de Cristo muerto y resucitado. San Juan con una

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claridad rotunda lo anuncia en su primera carta: “En efecto, la Vida se
manifestó, y nosotros, que la hemos visto, damos testimonio y os anunciamos
la Vida eterna. Os anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con
el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1Jn 1, 2s)

En conclusión, ser salvo por el anuncio del Resucitado es comenzar a vivir


la ‘vida nueva’ en Cristo (cf. Rm 6, 4.11). Después de la justificación gratuita
viene la salvación si se da la decisión en el hombre de confesar a Cristo, tal y
como vimos líneas arriba. Esto nos hace salvos llevándonos hacia la vida en el
Espíritu, esto es, vivir, como dice san Pablo, como una nueva creación (cf.
2Co 5, 17)

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