Atencion - Simone Weil - BUENON
Atencion - Simone Weil - BUENON
Atencion - Simone Weil - BUENON
Antes también introducimos una idea budista del amor, que fue expresada por el maestro
tibetano Thinley Norbu Rinpoche, quien, en su libro White Sail, escribe sucintamente que el
amor es darle energía a otra persona, con el fin de conducirla a la iluminación. Esto en
consonancia con la idea budista de la compasión y su relación con el bodhicitta o "espíritu
del despertar". Para el budismo mahayana, la compasión -o amor- es una energía cósmica,
que se visualiza como luz o sonido prístino, y con la cual se entra en resonancia al generar
un estado mental de compasión. Esta misma energía cósmica existe también en el
cuerpo, es el aliento que circula en la sangre y en los canales del cuerpo sutil, misma que se
cristaliza como semen, que esotéricamente no es otra cosa que bodhicitta, un espíritu o una
luz cristalizada (curiosamente, Aristóteles habla del semen como un pneuma "similar al
calor del sol y las estrellas"). La palabra que se traduce como "compasión" en tibetano
es thugs rje, literalmente. "resonancia", o "responsividad". La compasión es la respuesta
natural al orden cósmico, la vibración simpática con la realidad, la sustancia misma de la
que están hechos los budas, la pura irradiación de la mente impersonal del universo. En este
sentido, la iluminación no es más que entrar en ritmo (y nunca perderlo). Un budista
asentiría a estos versos con los cuales concluye la Divina Comedia de Dante:
En esta ocasión quiero introducir las ideas sobre el amor de Simone Weil. La filósofa
francesa no dejó una obra sistemática, pero en sus cuadernos meditó intensamente sobre el
amor. El concepto de amor en Simone Weil abarca distintos aspectos y modos que pueden
intercambiarse: la atención, la aceptación, la compasión, el sacrificio y la negación del yo y
de la existencia criatural en favor de la existencia divina que se experimenta como distancia
y ausencia. Weil escribe:
Por esa razón el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor.
Por esa razón, belleza y realidad son idénticas. Por esa razón, el gozo y la sensación
de realidad son idénticos. Amor puro de las criaturas: no amor en Dios, sino amor
que, pasando por Dios, comienza en el fuego.
Esta es la actitud sagrada, tanto del santo que espera a su dios, como del amante que espera
a su amado; una receptividad inmutable, que espera ser penetrada, como el valle espera la
luz en la mañana.
Si bien el amor es una gracia, la manera que la criatura tiene de purificarse y esperar esa
gracia -el descenso de lo divino- es poniendo atención, lo cual es igual a orar. Benjamin
escribió esto sobre Kafka: "Si Kafka no llegó a rezar -cosa que no sabemos-, hizo el uso
más elevado de esa 'plegaria natural del alma' de Malebranche: la atención. En ella incluyó,
como los santos en sus plegarias, a todas las criaturas". Simone Weil sí llegó a rezar, pero
fue consciente de que la oración no tenía eficacia sin el cultivo de la atención: "La calidad
de la oración está para muchos en la calidad de la atención... Sólo la parte más elevada de la
atención entra en contacto con Dios". Weil tuvo un par de experiencias místicas rezando.
Una de ellas le ocurrió leyendo el Padrenuestro:
Todos los días, antes del trabajo, recitaba el Padrenuestro en griego y lo repetía con
frecuencia en la viña [...] Si durante la recitación mi atención se distrae o adormece,
aunque sea de forma infinitesimal, vuelvo a empezar hasta conseguir una atención
absolutamente pura.
Llegaba a ocurrir que con sólo pronunciar las primeras palabras del griego del evangelio
-Pater hemon ho en tois uranois hagiastheto to onoma sou...- su pensamiento era
arrancado hacia "un lugar más allá del espacio, en el que no hay ni perspectiva ni punto de
vista" y donde "esa infinitud de infinitud se llena por entero de silencio, un silencio que no
es ausencia de sonido, sino el objeto de una sensación positiva".
Su primer acercamiento al misticismo, habiendo ella recibido una educación laica de padres
judíos, ocurrió después de leer, con la más cuidadosa atención, el poema de George
Herbert Love (III). Simone nunca había leído a los místicos, hasta que "un joven católico
inglés" que parecía revestido por "un resplandor verdaderamente angélico", después de que
participara en los sacramentos, le dio a "conocer la existencia de los llamados poetas
metafísicos de la Inglaterra del siglo XVII". "Lo he aprendido de memoria y a menudo, en
el momento culminante de las violentas crisis de dolor de cabeza, me he dedicado a
recitarlo poniendo en él toda mi atención y abriendo mi alma a la ternura que encierra". El
poema inicia:
Al recitarlo, dice Simone Weil, el poema "tenía la virtud de una oración". La gracia, que en
el pensamiento de Weil se opone a la gravedad del mundo, siendo lo supernatural o
celestial, descendió súbitamente sobre ella y el eterno esposo se hizo manifiesto. El poema
produjo una teofanía. Estos son los últimos versos:
A guest, I answered, worthy to be here:
Love said, You shall be he.
I the unkind, ungrateful? Ah my dear,
I cannot look on thee.
Love took my hand, and smiling did reply,
Who made the eyes but I?
Truth Lord, but I have marred them: let my shame
Go where it doth deserve.
And know you not, says Love, who bore the blame?
My dear, then I will serve.
You must sit down, says Love, and taste my meat:
So I did sit and eat.
Simone Weil se sentó a cenar con el Amor, esa "cena que recrea y enamora", como dice
Juan de la Cruz, "en la noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música
callada, la soledad sonora" (ese silencio que no es ausencia de sonido).
Un cuento esquimal explica así el origen de la luz: El cuervo, que en la noche eterna
no podía encontrar alimento, deseó la luz y la tierra se iluminó. Si hay verdadero
deseo, si el objeto del deseo es realmente la luz, el deseo de luz produce luz. Hay
verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención.
A la espera de Dios
Una determinada manera de hacer una traducción del latín, una determinada manera
de resolver un problema de geometría (y no una manera cualquiera), constituyen la
gimnasia de la atención idónea para conseguir que ésta sea más adecuada para la
oración. Un método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de
interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz.
Se trata de una cierta mirada, una cierta consideración, un regard que permite que las cosas
se revelen bajo una luz sobrenatural. Una luz sobrenatural que, sin embargo, es la realidad
pura y desnuda. Esta mirada es lo que vuelve hacer la luz sobre las aguas del principio -una
cierta intensidad de la mente- y es compartida tanto por el santo como por el poeta y el
amante. "El poeta produce belleza por la atención fija sobre lo real. Lo mismo con el acto
de amor". Como ocurre en el amor que no cierra sino abre espacio -y que es también el
fundamento de la la religión india-: "La condición es que la atención ha de ser una mirada y
no un apego". Esta atención -esta mirada, este amor- no se aferra al fruto del acto, no busca
un resultado. "De mí sólo se requiere la atención, esa atención que es tan plena que hace
que el 'yo' desaparezca. Privar de la luz de la atención a todo aquello que yo denomino 'yo',
y dirigirla a lo inconcebible."
La atención pura -que "comienza en el fuego"- permite una especie de percepción no-dual
en la que se derriten las fronteras entre el sujeto y el objeto, entre yo y el mundo, entre la
criatura y Dios. Para Weil la atención es como el fuego que usaban los alquimistas para
separar los metales del oro, todo lo impuro de lo puro. Es también la cualidad del poeta, que
al poner atención, sin apego, deja que la belleza del mundo -que es la presencia divina
encarnada- se manifieste, ocurra con su propio dinamismo y se recreen las formas divinas,
las ideas platónicas. La atención, como el amor y como la poesía, debe ser una mirada, un
modo de existir y desear sin apego pero con fuego; una apertura a la luminosidad del
mundo, al Otro, a Dios, al amado en el cual es posible encontrar una imagen del todo o una
escalera (como la de Diotima) hacia lo eterno.
Simone Weil nos dejó entreabierta la posibilidad de que exista un tipo de atención que nos
permite entrar en comunión con el mundo y "asociar el ritmo de la vida del cuerpo con el
ritmo del mundo" y por lo tanto notar una total interdependencia, una compasión, un
compás: el Sol y el corazón. Nos enseñó que existe una "atención más profunda, aquella a
la que el amor acompaña y que se confunde con la oración". Ésa atención -el amor- es lo
divino en nosotros, es igualmente la luz de la mirada y la luz del sol y las estrellas.