Gustavo Bueno Poetizar
Gustavo Bueno Poetizar
Gustavo Bueno Poetizar
Poetizar
“Poetizar es crear”. No puede negarse que esta frase es, por lo menos, una frase poética. Pero tampoco
puede negarse que ella describe, si bien en estilo sublime, una realidad psicológica positiva, a saber: la
afinidad entre el poetizar y el libre –es decir, creador– ejercicio de la fantasía, no encadenado aún por el
ascético voto de fidelidad al universo real, es decir, a la experiencia. Es cierto que la fantasía sólo
construye con materiales procedentes precisamente del mundo experimental; no saca de la nada sus
contenidos. Pero mientras que la invención científica o el proyecto del genio práctico –son palabras de
Dilthey– encuentran su patrón en la realidad, a la que tienen que acomodarse el pensamiento o la acción
para comprender o para actuar, la actividad poética no se encuentra limitada por la realidad en la
elaboración de las representaciones. Por esto semejante creación es afín al sueño y a otros estados
vecinos, lo mismo que a la locura.
Poetizar es crear un mundo espiritual, con los materiales del mundo real: no es imitar la realidad dada y
prosaica. Tal es la enseñanza de la estética alemana desde los tiempos fervorosos de Goethe, Schiller,
Schelling. Poetizar es una acción creadora de algo que sobrepasa a la “realidad”. La poesía es elevada,
así, a órgano supremo del espíritu, a forma esencial del ser espiritual, al lado de la religión o de la
ciencia. En tanto es el espíritu el manantial luminoso que derrama claridad sobre el universo, quien
interpreta el mundo a la luz del ser y da sentido a las cosas mudas en sí mismas, es la poesía, supremo
ejercicio del espíritu, la que propiamente da lugar a que las cosas sean. El caos mostrenco del universo
material –dice Baudelaire– recibe la forma plástica y luminosa del espíritu que va nombrando a sus
diferentes partes; el poeta, el primero que da nombre a las cosas, es también el que las crea
originalmente. Como creación, es libre, gratuita: nada persigue; es inocente. “Poetizar, la más inocente
de todas las ocupaciones.” Tal es el secreto de Hölderlin, cuyo significado nos ha sido revelado por
Heidegger.
Poetizar es fundar el ser por la palabra: es iluminar espiritualmente el universo, haciéndolo inteligible.
Esta luz fluye en cuanto comienza a alentar el espíritu; fluye además en la sonora presencia de la palabra
que es, por naturaleza, como acto de expresión, poética. Esto asegura Croce. Así, prácticamente, el
despertar perezoso del espíritu consiste en versificar. Pero el espíritu suele despertar entre los hombres,
ante la punzada del apetito amoroso. El amor nos hace conscientes de nuestra insuficiencia, de la
necesidad de llenar nuestra radical soledad. Y entonces el adolescente prorrumpe en versos, cuya
gravedad y entidad dependen de la magnitud espiritual que los engendró. Todos los hombres, en cuanto
tales, deben poetizar: podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas. Poetizando, cada persona se
manifiesta como es. Y, así, hay poetas buenos y poetas malignos. Los poetas malos, como es razonable,
dejarán el paso a los buenos e incluso transferirán a éstos sus poéticos anhelos. Con ello estamos ya en
posesión del concepto de poeta profesional, concepto paradójico, como el concepto de San Dustan, que,
según Voltaire, era “Santo de profesión”; pero, aunque paradójico, el poeta profesional existe, y su
misión es la de proveer de alimento poético a los espíritus de sus semejantes, que, humillados ante su
poder, esperan inundados de mansedumbre que los relámpagos del genio alumbren las tinieblas de sus
corazones.
Este lenguaje grandilocuente que en el párrafo que antecede he empleado para introducir al lector en el
mundo de la poesía, parece a muchos un lenguaje sumamente ventajoso y adecuado para sus fines,
precisamente por lo que tiene de poético. Es el lenguaje grato a los que intentan poéticamente conocer
la poesía, es decir, a los propios poetas y a algunos otros hombres, que no pudieron resistir la tentación
del poético arrebato. Confieso que este lenguaje me produce aversión, y no tanto porque lo considere
ajeno a mi modo de ser, cuanto porque lo veo como enemigo instalado en el alma de todos los hombres,
que fatalmente tienen que contar con él, de la misma manera que tienen que contar con el amor a los
Reyes Magos y a la cigüeña multípara, y, después, a la paz perpetua y al amor universal. En todo caso, el
intento de conocer poéticamente la poesía me parece sin fundamento, porque dentro de mis hábitos
mentales creo que para llegar a la esencia de las cosas no es el método poético el camino más adecuado.
El método poético servirá para ver lo que de poético encierra la poesía, y así es definitivo el resultado de
que la poesía es espiritual. Pero no sirve para conocer lo que el espíritu tiene de antipoético y el lugar
que con respecto a él le corresponde ocupar a la poesía.
El peligro de profesionalizar el espíritu y verlo como actividad poética es inminente. ¿No incurrió en él
Aristóteles, en palabras de B. Russell, cuando hizo del acto puro una especie de “profesor de
Metafísica”? También el poeta propenderá a definir el espíritu como actividad poética y a otorgar al
poetizar la cualidad de supremo valor del espíritu, acción divina e insuperable. Los poetas de hoy gustan
de poetizar sobre sí mismos y se sienten satisfechos de su profesión; la ensalzan con palabra tan noble y
acentos tan apasionados, que cualquier mortal pensaría en envidiar su felicidad si no supiera con Goethe
que “la felicidad es de plebeyos”.
En las páginas que siguen quisiera demostrar que existe un punto de vista para el cual el poetizar es vida
espiritual, pero no insuperable, sino precisamente ínfima. No por ello superflua ni, menos aún,
despreciable.
***
Apliquémonos al poetizar con espíritu científico. Hay quien piensa que esta decisión supone la muerte
de la poesía, del mismo modo que el bisturí exhibe sólo la estructura de un cadáver. Otros piensan que
meditar sobre la poesía es laboreo de esclavo. Pero, por lo menos, el poetizar es una prometedora vía
magna hacia el conocimiento del espíritu. En mi opinión, recorrer esta vía es algo más noble que la vía
misma. Creo que las ciencias poéticas son una ocupación superior a la poesía misma. De la misma
manera que la fisiología es un ser más valioso que la digestión. En la ciencia, como en el arte, es lo más
probable que la forma supere a la materia, siempre inexcusable. Materiam superabat opus.
Ahora bien, la poesía, como todo acto del espíritu, es una realidad compleja. Esto quiere decir que
contiene mezcla de otras actividades espirituales y biológicas. Poetizar implica respirar, cargar la
estilográfica, dejar paso a la rítmica ley de la expresión, elevar los ojos al cielo o recibir en ellos las
transparentes lágrimas que brotan de una emoción pura. Sin embargo, todos estos ingredientes de la
poesía, aunque esenciales, no son específicos. A propósito de cada uno de ellos podemos estudiar las
leyes del poetizar, en un escorzo fecundo en perspectivas particulares. Pero a mí me interesa la
perspectiva sustancial, aquella que otorga a todas las demás su tonalidad específica y general de poesía.
Este interés, al lado de los otros, es un interés más, un especial modo de afrontar la compleja esencia de
la poesía. Es un interés filosófico, porque el filósofo es un “especialista en ideas generales”, en ideas
esenciales y específicas.
¿Cuál es, pues, la esencia del poetizar? Porque, desde luego, poetizar no es hacer versos. Los versos son
los ruidos que, con mayor probabilidad, anunciarán la presencia del temblor poético. Pero éste puede
existir sin versos y recíprocamente: el terremoto muy profundo no altera el sismógrafo tanto como un
leve y aparatosa resbalón de sus soportes. Es necesario, pues, retroceder hasta los mismos manantiales
de donde brota la corriente poética. Pero ¿cómo describirlos? Voy a seguir un método de definición
coordinativo. En lugar de considerar al poetizar en sí mismo, aislado de los demás movimientos
espirituales, voy a tratar de determinar la posición que ocupa en el mundo total del alma, para obtener
así una construcción relativa, pero de extraordinaria claridad y fuerza, de su esencia. Ciertamente que
este propósito presupone una teoría de la estructura general del universo espiritual. Pero puede ser muy
sucinta. Bastará, en rigor, atenernos a tres coordenadas, como en la geometría del espacio: sea una de
estas líneas la idea de conocimiento; la segunda, la idea de voluntad, apetito intelectivo; la tercera, la
idea de sentimiento o afectividad. Conocimiento, voluntad y sentimiento son los tres ejes del “espacio
espiritual”, las tres categorías supremas de la esencia del espíritu. Personalmente, creo que el
sentimiento es una subclase del conocimiento, una forma particular del conocimiento cenestésico; de
suerte que más bien deberíamos considerarlo como un eje imaginario. Pero conviene especificarlo en
atención a la claridad y brevedad.
¿Dónde situar el poetizar? ¿En un punto definible con coordenadas “positivas” o bien en alguno de los
ejes? Las soluciones que a priori pueden darse son muchas, concretamente siete. Son posibles siete
teorías distintas para explicar la esencia del poetizar en función de los tres componentes fundamentales
de la vida psíquica. Así, una teoría enseña que la poesía es conocimiento; otra, que es sentimiento; una
tercera establece que es un proceso volitivo; una cuarta que es conocimiento y sentimiento a la vez, y así
sucesivamente. Si quisiéramos discutir minuciosamente esta cuestión, deberíamos considerar una por
una las teorías, examinar los componentes de esta enumeración completa de teorías posibles sobre la
poesía. Pero aquí no procede introducirnos en esta teoría de teorías, que tan satisfecho habría de dejar
al propio Descartes (Discurso del método, 2.ª parte, 4º precepto: “Hacer en todo unos recuentos tan
integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.”) Pero por
aquello de que más obran quintaesencias que fárragos, comenzaré sencillamente reconociendo que
poetizar es un hacer espiritual que resulta de la concertada colaboración de todas las voces espirituales;
pero como esta colaboración es habitual a cualquier proceso psíquico, con ello no hemos adelantado
nada. Voy, pues, a romper una lanza en favor de la teoría cognoscitiva de la poesía. Poetizar es conocer:
poetizar es una vibración de las cuerdas intelectivas del alma. Lo que sucede es que el hecho de que así
sea no es incompatible, sino, antes bien, está complicado con el hecho de que esa vibración haga
estremecer “por simpatía” a las demás cuerdas que componen el alma: como resuena el arpa cuando
alguien, ante ella, canta a compás.
Doy como cierto, en consecuencia, que el conocimiento del hombre es, originariamente, de naturaleza
práctica y técnica, y que la organización del caos en el mundo está llevada a cabo según “esquemas de
acción”; es decir, que rigurosamente hemos tallado con nuestras herramientas los primeros conceptos, y
las palabras son también, originariamente, símbolos de productos, de artefactos o de instrumentos. Para
decirlo con precisión, de la técnica sacó y saca las “categorías” para conocer el mundo, el entendimiento
humano. Personalmente, no creo que sea necesario introducir una nueva potencia espiritual para
verificar el tránsito al conocimiento especulativo (v. g.: una intuición a la manera de Bergson, o una
actividad ideatoria según Scheler). Es más sabia y armónica la teoría que defiende la identidad sustancial
del conocimiento técnico y especulativo: porque los argumentos del operacionalismo pueden servir para
debilitar las tesis intuicionistas (por ejemplo, la excesiva separación entre el homo sapiens y el homo
faber, que lleva a Scheler al extremo de concluir que entre un chimpancé listo y Edisson –tomado éste
sólo como técnico– no existe más que una diferencia de grado, aunque ésta sea muy grande); porque en
el más depurado pensamiento especulativo se rastrean sin cesar vestigios abundantes del pensar
operacional. Pero, en contra del operacionalismo, no creo que de ahí se deduzca con evidencia que el
entendimiento esté configurado sobre la actividad técnica manual, tanto como que ésta se halla
configurada sobre aquél. Así, pues, yo subentiendo que el pensar técnico constituye ya por sí una
actividad espiritual superior, que no difiere esencialmente de las ulteriores actividades espirituales
cognoscitivas: precisamente éstas sólo pueden advenir sobre las formaciones y resultados obtenidos por
el “pensamiento manual”; existe así una continuidad admirable en la evolución del espíritu. Comienza
éste a propósito de la actividad práctica, técnica, sobre el mundo; y él mismo, justamente por virtud
interna de las relaciones entre los resultados “prácticos”, se eleva a la actitud especulativa.
Y son precisamente los primeros pasos de esta ascensión aquellos que llamaremos poéticos. Poetizar es
el primer acto especulativo del espíritu, consumado sobre los contenidos del pensamiento manual, es
decir, sobre las imágenes. En efecto, el pensamiento técnico consiste en una estructuración del universo
material, según líneas de acción. Es como si la masa caótica de la experiencia fuese modelada según
conceptos técnicos: maza, proyectil, mesa, &c. Pero es precisamente este conjunto de ideas espaciales –
aunque con un valor simbólico, como unidades de acción– las que constituyen el material de la
imaginación, de las imágenes que están a la base del primitivo lenguaje. Lenguaje prosaico en la misma
medida que las palabras, las imágenes, permanecen clausurados en el mundo técnico, puramente
egocéntrico y que más que un mundo objetivo es todavía un habitáculo en el sentido biológico.
Ahora bien, para que este mundo-habitáculo, “prosaico” –el mundo de todos los días–, comience a ser
vivido humanamente, objetivamente, como un mundo de esencias, es necesario que las imágenes-
técnicas (las únicas que poseemos) sean desprovistas de su sentido originario, y pasen a designar objetos
que ya no son operables por nosotros; así, el astro será un proyectil: un peñasco ardiente, lanzado al
espacio por la mano de un dios antropomórfico (Anaxágoras). Ha aparecido la primera metáfora, es
decir, la poesía. Al poetizar, el hombre se libera de los hábitos técnicos: comienza a pensar
especulativamente –“inocentemente”, pero sólo apoyándose en conceptos técnicos, es decir, en
imágenes–. Poetizar es un pensar especulativo en imágenes. En el momento en que, apresuradamente,
el hombre comienza a recoger las relaciones implícitas en sus conceptos primitivos y da inicio a la
construcción espiritual de su mundo estricto, edificando sobre relaciones entre pensamientos espaciales,
imaginativos, entonces comienza la poesía, cooriginaria acaso, prácticamente, con la Humanidad.
Poetizando, el hombre comienza a conocer el mundo especulativamente, y, en consecuencia, comienza a
sentirlo de un modo nuevo. El mundo comienza a ser feo o acaso bello y sublime: deja de ser prosaico,
es decir, difícil o fácil. Poetizando, los actos cotidianos de la vida se transfiguran, se intuyen
esencialmente, se “intemporalizan”, incluso cuando lo que se mira es precisamente la fugacidad de las
cosas. El hombre comienza a sentirse artista en lugar de artesano, señor antes que esclavo, especulativo
antes que práctico.
Se configuran de este modo dos direcciones de la vida espiritual cognoscitiva: de una parte, el
pensamiento científico-positivo (en el más amplio sentido, que abarca hasta la novela), que, aunque en
la finalidad llega a ser especulativo, está fundado en las intuiciones positivas, técnicas y precisas; de otra
parte, el pensamiento poético en sus múltiples formas, que contiene ya los recursos del pensamiento
especulativo, y, por tanto, colabora a la construcción del mundo mitológico. El pensamiento poético es,
por tanto, una dirección general, categorial, del espíritu. Poetizar no es un arte al lado de las demás: no
es tampoco una forma espiritual absolutamente general (por ejemplo, idéntica al lenguaje, como quiere
Heidegger). Poetizar es un modo de ver el mundo; que esta intuición llegue, al cabo de los años, y en
algunas personas, a cuajarse en versos, es un fenómeno totalmente histórico, enteramente inteligible
por consideraciones precisamente técnicas, ¡prosaicas! Versificar es poner la poesía en prosa; es
prostituir la íntima intuición esencial de la persona, exhibiéndola a los demás, descubriéndola para que
los demás la vean. Esta prostitución es, sin embargo, necesaria, y aun laudable, en la medida que es la
única manera de que algunas personas, viendo al que ve, vean.
Pensamiento científico, preciso y prosaico: riguroso, atenido a las cosas del mundo. Pensamiento
poético, arbitrario y transformador, obedeciendo sólo al interior ritmo del espíritu que imagina, es decir,
de la fantasía. ¿No tenemos con ello la imagen del hombre partido, desintegrado, dividido en dos partes
por la inercia espiritual de dos direcciones desenfrenadas que ha tomado su energía impetuosa? Es la
imagen del hombre disociado, y por ello, todo lo que sea una lucha contra esta división significará un
afán moral de unión, de integración espiritual de la persona. El compromiso de unir estas partes por
yuxtaposición, dedicando unas horas del día a la ciencia o técnica cotidiana y los domingos a la lectura
de versos, es una falta de solución. Porque sólo en tres sentidos puede cumplirse esta ansia
armonizadora. Ante todo, como una obstinada y feroz “voluntad de realidad”, un intensísimo sentido de
la realidad, que moverá a despreciar todo lo que se sitúe allende la región de la experiencia. Esta actitud
es bien conocida por todos y hoy la llamamos neopositivismo. Es, naturalmente. una actitud moral, un
grito de apego a lo “terreno” como verdadera patria de la persona. Es la que conduce a subestimar lo
superfluo, el pathos que hizo posible que la novela fuese una parte de la ciencia. La que conduce a
Platón a arrojar a los poetas de su República (libro III, 398 a), o a Paul Valéry al estudio de las
matemáticas. En segundo lugar, podemos pensar en entregarnos a un misticismo poético. Por último,
queda una tercera solución creadora, que es la de encontrar una forma espiritual en la cual se fusionen
los apetitos científicos y los apetitos poéticos especulativos de la Humanidad. Apetitos que todos ellos
tienen un fin preciso e inexorable, que es la misma ley fatal del desarrollo del espíritu. ¡Qué vana opinión
la que sostiene que la inocencia de la actitud poética es una cualidad que debe tomarse en serio y
absolutamente! Se trata de una inocencia puramente relativa al mundo técnico. Pero la fuerza que dirige
al místico es tan deliberada y fatal, que el apetito técnico es el que verdaderamente queda como
ingenuo y plebeyo. Fatalmente, el hombre es soplado por el espíritu a desplegar sus virtualidades, sus
direcciones especulativas, poéticas y técnicas, prosaicas. ¿Cómo reunir en una actividad creadora ambas
tendencias, cómo dirigir este tronco de dos caballos que arrastra brutalmente al espíritu con peligro de
descuartizarlo? Fueron los griegos quienes inventaron milagrosamente la energía unificadora y a su
deseo de poseerla llamáronle Filosofía. La Filosofía usa ya de los conceptos como la Ciencia; pero
remonta las hipótesis positivas de la ciencia, como la poesía; es así una poesía en conceptos, capaz, en
principio, de integrar la vida espiritual entera, y de ofrecer un criterio especulativo y práctico del vivir.
Con la aparición de la filosofía, el poetizar queda automáticamente caracterizado como una fase infantil
de los pueblos y de los individuos, pero justamente, por ello, cíclicamente renovada, eternamente
presente. Poetizar es así el primer balbuceo de la vida espiritual pura, el único accesible a la mayoría de
las personas, y que aun los más puros han de sentir en sí mismos como un ímpetu sofocado. Pero yo
quisiera pedir un poco de humildad al poeta; quisiera pedir una justa conciencia del lugar jerárquico que
le corresponde en la vida espiritual; que conozca la altísima misión que para con el rebaño le
corresponde; que “profesionalmente” se sirva naturalmente de expresiones poéticas que ensalcen su
dedicación, si cree que estas autodefiniciones sublimes son convenientes para atraerse la atención y el
respeto mismo del pueblo; pero que, en su interior, se dé cuenta de que la mejor poesía es la que nunca
ha podido ser reducida a los versos.
——
{1} Esta actitud ha sido admirablemente descrita por Max Scheler en El puesto del hombre en el cosmos,
II.
{2} Abel Rey, L' Apogée de la Science technique grecque, París 1946. Collection “L'évolution de
l'Humanité”, págs. 117-118.
{3} Véase P. W. Bridgman, La naturaleza de la teoría física. Trad. española. Buenos Aires, 1948.