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UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMÁN

CÁTEDRA DE TRASTORNOS PSICOPATOLÓGICOS


DE LA NIÑEZ Y ADOLESCENCIA

Violencia en el ámbito escolar.


El acoso escolar

Lic. Fernando G. Cifre

2020
Entre las múltiples formas de maltrato que un niño puede sufrir hay una que no
ha sido –sino hasta hace muy poco- debidamente atendida e investigada. Se trata
de aquellos actos de violencia ejercidos contra un niño por parte de otros niños.
Esta particular forma de maltrato infantil puede aparecer en cualquiera de los
múltiples espacios que el niño o adolescente integra: la familia, la comunidad y la
escuela o colegio. En cada uno de estos ambientes presenta características
particulares, tanto en sus manifestaciones como en sus posibles formas de abordaje
y solución.
En esta ocasión nos referiremos exclusivamente al maltrato infantil entre
iguales que se produce en ámbito escolar. Pero, como se verá, muchas de sus
características son generales y por lo tanto aplicables al fenómeno cuando éste se
presenta en el medio familiar o sociocomunitario.

Dado que el acoso escolar consiste en actos de violencia que un niño, o un


grupo de niños, ejerce sobre un compañero de estudios, es conveniente comenzar
su análisis definiendo el término, más general, de ​violencia escolar​.
Entendemos por violencia escolar toda acción (u omisión) intencional tendiente
a causar daño a terceros, ya sea en la escuela, en sus alrededores o en actividades
extraescolares compartidas por personas vinculadas a ella.
Si bien estos actos de violencia pueden involucrar a cualquier persona –niño
o adulto- que desempeñe actividades en la escuela y adoptar diversas formas
según el daño que causan (y que incluyen, por ejemplo, el maltrato sexual), nos
centraremos aquí en la violencia física y emocional que se produce entre
compañeros.
Ahora bien, actos de violencia de este tipo son frecuentes y aun comunes entre
personas, los niños y adolescentes, que todavía se hallan atravesando una etapa de
socialización y que por ello están en proceso de incorporar normas de
comportamiento que les permitan dominar y canalizar de manera positiva su
agresividad. Por lo tanto los hechos de violencia escolar, si bien no son deseables,
forman parte de un contexto de múltiples interacciones que, por su propia
naturaleza, no están exentas de conflictos.
La mayor parte de los actos de violencia entre compañeros es meramente
ocasional, y un docente o directivo experimentado sabe bien cómo actuar ante
situaciones de este tipo.
Pero el problema se agrava cuando la violencia entre compañeros deriva hacia
situaciones de acoso escolar.

El ​acoso escolar (también llamado ​bullying)​ es la situación sufrida por un


estudiante cuando está expuesto de forma reiterada a la agresión de otro estudiante
o grupo de estudiantes.
Tales agresiones pueden consistir en contactos físicos con la persona o sus
pertenencias, palabras o gestos crueles, la difusión de rumores y calumnias, el
aislamiento y la exclusión del grupo.
Para que estas agresiones puedan considerarse acoso es necesario que se
den en el marco de una relación interpersonal asimétrica, donde la víctima tiene
dificultad para defenderse. Este desequilibrio de fuerzas se manifiesta en un mayor
despliegue de poder físico, psíquico o social por parte del agresor, de modo tal que
el acoso constituye una forma de abuso de poder.
La situación de acoso escolar se caracteriza además por ser reiterada y
sistemática. Sin embargo resulta difícil determinar la cantidad de veces que ésta
debe producirse para hablar de reiteración. Digamos más bien que una situación de
acoso se establece cuando se ha repetido hasta instalar en la víctima una sensación
subjetiva de temor e intimidación. El momento en que ello suceda dependerá de las
características personales de quien la padece, así como de otros factores
concernientes al agresor, la situación y el entorno.

En una situación de acoso escolar se reconocen con claridad las figuras de la


víctima y del agresor o agresores. Pero también otros actores pueden tomar parte
de la agresión y a menudo lo hacen. A esto contribuyen algunos mecanismos de
índole psicosocial, tales como el contagio social y el deficiente control de la
agresividad. También está comprendido en ellos el hecho de que el sentimiento de
responsabilidad se vuelve difuso en aquellos que se suman a la agresión, quienes
atribuyen a otros el haberla iniciado y sienten que su actitud es compartida con los
demás. Por último es importante señalar que el modo en que los estudiantes
perciben e interpretan una determinada situación de acoso va modificándose
conforme ésta se prolonga. Así, lo que inicialmente se percibe como chocante o
injusto puede llegar a considerarse natural. Cuando en el aula o el colegio se
constituye un ambiente propicio para el acoso entra en juego un factor de presión
social que hace que acaben sumándose a él niños que en otras circunstancias no lo
harían y que normalmente se muestran pacíficos y compasivos.
El acoso escolar es una situación compleja. En ella se pueden distinguir
diferentes ​roles​:

● La víctima, destinatario de la agresión.


● El agresor, aquel que inicia la agresión y mantiene en ella un papel
activo.
● El secuaz, que sin iniciar la agresión participa activamente de ella.
● El seguidor pasivo, que no participa activamente de la agresión pero la
apoya y disfruta de ella.
● El testigo, que observa lo que ocurre sin implicarse porque considera
que “no es asunto suyo”.
● El posible defensor, a quien le disgusta la situación y cree que debería
ayudar pero por temor u otro motivo no lo hace.
● El defensor activo de la víctima, quien trata de ayudarla interviniendo
directamente en la situación o bien indirectamente, por ejemplo
poniéndola en conocimiento de las autoridades.

Es posible señalar ciertas ​características de personalidad en los agresores y


en las víctimas de acoso escolar. Estas características forman parte de la
personalidad con anterioridad a la situación de acoso, si bien algunas de ellas, como
las que atañen al estado de ánimo del niño que es víctima de acoso, pueden ser
también una consecuencia del mismo.

Por lo general los ​estudiantes que sufren el acoso tienden a presentar los
siguientes rasgos. Son reservados, tímidos e introvertidos; sensibles, prudentes y
tranquilos. Suelen relacionarse mejor con los adultos que con sus coetáneos, lo que
los hace solitarios o con pocos amigos. (En ocasiones, paradójicamente, es el
amigo más cercano de la víctima quien la maltrata, estableciéndose entre ambos un
círculo vicioso de apego y humillación). Si son varones, suelen ser físicamente más
débiles que el resto. Son ansiosos, inseguros y temerosos; depresivos, con baja
autoestima y tendencia a la ideación suicida. En los varones suele haber
sobreprotección materna y en las niñas rechazo materno. También hay un número
menor de víctimas que presentan una combinación de conductas ansiosas y
agresivas, que provocan tensión e irritación en los demás y originan reacciones
negativas por parte de sus compañeros.

Los ​agresores​, en cambio, se caracterizan por su necesidad de dominar y


someter a los demás. Son impulsivos y coléricos, rencorosos y vengativos. Tienen
dificultad para comprender los sentimientos de los demás (empatía cognitiva,
generalmente asociada a bajo coeficiente intelectual) y compartirlos (empatía
afectiva). Se muestran desafiantes y agresivos con los adultos, incluyendo a padres
y profesores. Pueden presentar otras conductas antisociales, como vandalismo,
consumo de drogas y fugas del hogar o la escuela. No suelen tener problemas de
autoestima, aunque en ocasiones el comportamiento agresivo puede aparecer para
compensar la falta de aquella. En este último caso estarán insatisfechos con su
rendimiento escolar y con las relaciones que establecen con los profesores. Con
anterioridad han tenido pocas oportunidades de protagonismo positivo en el sistema
escolar.
Tienden a identificarse con creencias e ideologías que justifican la violencia y
la intolerancia. Racionalizan su agresividad mediante el uso de conceptos como los
de “buchón” o “cobarde”, con los que señalan a sus víctimas y pretenden legitimar
sus actos de acoso.
Los agresores menos inteligentes acosan e intimidan directamente, de modo
violento, y actúan movidos por la envidia. Los más inteligentes son manipuladores.
Pueden chantajear a sus víctimas o intrigar contra ellas enmascarando su actitud
intimidatoria. También manipular a otros y usarlos como ejecutores de sus
estrategias de acoso.
El acoso escolar directo –violencia física o amenazas- es más común entre los
varones, mientras que el acoso escolar indirecto –aislamiento o calumnias- afecta a
ambos sexos por igual.
Se ha comprobado que los rasgos de hiperactividad, impulsividad y déficit de
atención son con frecuencia predictores de comportamiento acosador y conductas
antisociales en general.
Los vínculos familiares de los acosadores suelen ser inseguros, caracterizados
por una disciplina parental ya violenta, ya demasiado laxa, o bien incoherente, es
decir que alterna coerción con laxitud. A menudo estos niños reciben acusaciones
estigmatizadoras.
Los alumnos que son acosadores escolares a los catorce años presentan una
importante tendencia a obtener empleos menos calificados al completar su
escolarización.

A continuación expondremos algunos ​indicadores que pueden ser observados


tanto por padres como por profesores y permiten detectar situaciones de violencia y
acoso escolar. La importancia de la detección radica en que permite diagnosticar el
problema y evitar que se agudice. Posibilita además brindar atención a la víctima -y
también al agresor y los espectadores- y convertir a los involucrados en parte de la
solución.

El acoso escolar es un fenómeno que tiene mayor incidencia al comienzo de la


adolescencia, en grupos que rondan los trece o catorce años. Esta es normalmente
una etapa de crisis, y las “rarezas” y oscilaciones del ánimo son típicas de todo
adolescente. Pero la ​víctima de violencia escolar presenta cambios de humor y
temperamento en mayor medida de lo que cabría esperar. Se muestra triste y pasa
mucho tiempo en soledad, abandonando actividades y compañías que eran
habituales. En ocasiones no entabla relación con sus compañeros de colegio y evita
encontrarse con ellos. Habla poco o nada de sus actividades en el centro educativo
y evita las preguntas al respecto. Disminuye su rendimiento escolar. Presenta
síntomas psicosomáticos al inicio de la semana o busca excusas para faltar a clase.
Evita permanecer en el colegio más tiempo que el que insumen sus clases. Se
queja de ser objeto de insultos, burlas o agresiones. Pierde los útiles o el dinero.
Puede volver a casa con la ropa rasgada y presentar golpes o heridas.
En el colegio se muestra nervioso al intervenir en clase; sus compañeros se
mofan de él cuando participa. Elude las tareas grupales.
El alumno ​agresor​, además de presentar los rasgos de personalidad
señalados más arriba, se mofa de sus compañeros y los humilla, infringe las normas
escolares, se muestra rebelde y desafiante ante las llamadas de atención. En más
de dos ocasiones ha sido advertido o amonestado por pelear con compañeros.
Tiene una actitud prepotente y agresiva; nunca pide disculpas y a menudo
responsabiliza a otros por las situaciones conflictivas en que se ve envuelto,
aunque también puede jactarse de sus acciones violentas. En la clase desvía
continuamente la atención hacia él; es histriónico y sarcástico y busca que los
demás celebren sus ocurrencias. Impone su punto de vista y exige que se le dé la
razón. En su casa hostiga a algún hermano y habla de forma despectiva de algunos
compañeros. A menudo integra una pandilla conflictiva.

Habiendo descrito la situación de acoso y las características de personalidad y


las conductas de los actores implicados en ellas, examinaremos los ​factores de
riesgo presentes en el ámbito escolar, es decir aquellas condiciones que favorecen
la aparición y el desarrollo del fenómeno. Conocer los factores de riesgo nos servirá
para concebir estrategias adecuadas de prevención de la violencia y el acoso
escolares.
Sufrir acoso escolar puede ser el primer paso para que un niño se convierta a
su vez en agresor en esa misma escuela, especialmente si reina en ella un clima de
ignorancia, pasividad, indiferencia y silencio. La Argentina –al igual que otros
países- se ha visto conmovida con frecuencia en los últimos años por episodios de
violencia escolar que han costado la vida de estudiantes y docentes; episodios de
los cuales el de Carmen de Patagones en 2004 fue el más resonante pero de
ninguna manera el único. Ellos muestran hasta qué punto el clima educativo y social
de la escuela y del aula puede incidir en la aparición de la violencia.
Estos hechos ponen en evidencia la necesidad de promover un clima escolar
donde los alumnos se sientan seguros y con la suficiente confianza en los adultos
como para pedir ayuda cuando sea necesario. Para ello debe existir en la escuela
una cultura que afronte de manera clara y sistemática la violencia escolar y que no
tolere ninguna manifestación de agresividad ni por parte de los alumnos ni por parte
de los adultos, tanto dentro del centro educativo cono en su entorno. Las normas
escolares deben ser explícitas y expresarse con claridad, y la dirección debe
asegurarse de que los alumnos las conozcan y comprendan bien.
La escuela no está aislada de su comunidad, y puede, por tanto, reflejar
problemas de violencia que existen en el exterior de la institución. Por eso debe
incluir en su política de prevención de la violencia a los vecinos y a los padres de
alumnos, y contar con la colaboración de otras instituciones y organismos que se
ocupan del problema de la violencia a un nivel más amplio.
El clima humano al interior de la escuela es de suma importancia. Cuanto más
grande y masivo el establecimiento escolar, menor será la comunicación entre
docentes y alumnos, y eso dificulta el desarrollo de un sentimiento de pertenencia,
que es muy importante para facilitar un clima social con poca violencia.
Se debe tener siempre en cuenta que los docentes, y en particular los
directivos, son los responsables de que las agresiones no se produzcan. Los
conflictos entre adultos o la falta de respeto o de interés de estos por el alumno
contribuyen a la emergencia de desorden y violencia.
Además de servir de ejemplo de comportamiento no violento, los educadores
pueden, y deben, implementar medidas organizativas simples y concretas, como
supervisar los espacios de recreo, poniendo especial atención en los baños, que
son lugares estratégicos para el acoso, justamente por su falta de vigilancia y muy
temidos por los alumnos que reciben la hostilidad de sus pares.
Se ha observado que el fracaso y el retraso escolar suelen estar presentes en
los alumnos transgresores y agresivos. En consecuencia, implementar técnicas
pedagógicas que ayuden a estos alumnos a mantener el ritmo de aprendizaje de
sus compañeros y fomentar su participación en actividades extraprogramáticas que
permitan valorar otras habilidades son medidas de protección contra la violencia
escolar.

Para concluir, ¿qué pueden hacer los padres y educadores ante la sospecha o
los casos consumados de acoso entre estudiantes?

La primera dificultad consiste en romper la “ley del silencio” que envuelve al


acoso escolar. Si se sospecha, en el hogar o en la escuela, que un niño está siendo
hostigado, se debe abordar el tema junto a él con serenidad y privacidad, y analizar
con él las posibles alternativas de solución. Toda acción que se desee emprender
debe ser acordada con el niño para no acrecentar su ansiedad y sufrimiento. La
víctima se siente amenazada y teme hablar porque no quiere empeorar su situación.
Los adultos, padres y maestros, deben, de forma coordinada, brindarle confianza,
apoyo y seguridad, y garantizarle protección efectiva contra el hostigamiento
haciendo desparecer el peligro de que se repitan las agresiones. El niño debe
sentirse confiado de que los adultos lo ayudarán. Si no se lo protege, plantear el
problema en el aula puede agravar el conflicto y acarrearle nuevos padecimientos.
A la víctima de acoso escolar hay que hacerle ver que esta es una situación
transitoria y que tiene solución. Se debe propiciar actividades en las que pueda
relacionarse espontánea, positiva y placenteramente con otros chicos y chicas de su
edad. De este modo recuperará la autoestima y la confianza en sí misma.
Tanto para las víctimas como para los agresores puede ser necesario, según
el daño recibido o la naturaleza de la agresión, recurrir a la ayuda de un profesional.
Pero en la mayoría de los casos los problemas se pueden resolver sin mayores
consecuencias si las familias y la institución educativa intervienen adecuadamente.

Ante el alumno agresor también se deben buscar soluciones conjuntas entre la


escuela y los padres. Estos deben mantener la calma y hablar claramente con su
hijo. Puede ser útil para estos padres establecer normas explícitas de
comportamiento (incluso por escrito) y hacerlas cumplir. También considerar
alternativas para encauzar de forma constructiva la fuerza física y el deseo de
dominación de su hijo, por ejemplo a través de la práctica de algún deporte o de
alguna otra actividad que le ayude a desarrollar cualidades socialmente valoradas.
Es conveniente que frecuenten la escuela hasta que cese el comportamiento
violento. Deben apoyar las decisiones tomadas por el centro escolar, sin discutirlas
frente al niño. Si no están de acuerdo con ellas, será mejor hablar en privado con los
responsables.
Estas decisiones, y las sanciones, si las hubiere, se tomarán sobre la base de
información completa y fehaciente, interviniendo en ellas todos los órganos de
gestión de disciplina, que incluyen a la dirección, el gabinete psicopedagógico, el
tutor, supervisores externos, etc. y se comunicarán a los padres tanto del alumno
agresor como del agredido.
La actitud de los docentes y directivos es de vital importancia para que el
alumno violento adopte un comportamiento más adaptado a las normas. Ante él es
útil elogiar sus logros y virtudes. Pero los elogios y refuerzos positivos pueden no
ser suficientes para que modifique su conducta. Se deben aplicar también
sanciones, es decir consecuencias negativas del comportamiento indeseable. Lo
mejor es una combinación equilibrada de refuerzos y sanciones, que muestre al
alumno que todas sus actitudes, las positivas y las negativas, son tenidas en cuenta.
También es importante que el alumno agresor discuta junto al resto de sus
compañeros acerca de la necesidad, utilidad y naturaleza de las sanciones.
Al momento de aplicar una sanción es importante distinguir a la persona de la
acción. La sanción no debe dirigirse a la persona como tal -pues aún está
formándose social y moralmente y por lo tanto necesita ayuda- sino que debe ser un
indicador claro de que la conducta indeseable no se acepta. Se debe expresar sin
ambages cuál es la conducta sancionada y no postergar demasiado la aplicación de
la sanción para que ésta se perciba como consecuencia directa de aquella y no
como un capricho o arbitrariedad de las autoridades.
No deben usarse como sanción las actividades académicas o las tareas
escolares, ya que esto favorecería el rechazo del alumno por las mismas,
aumentando el riesgo de fracaso escolar, frecuente estímulo de la violencia.
Se debe procurar que el alumno agresivo aprenda gradualmente a someterse
a un sistema de normas. Esto no sólo beneficia a las posibles víctimas, sino al
propio agresor, pues reduce el riesgo de verse implicado en conflictos futuros con
las leyes y normas de la sociedad. Para ello es útil fomentar técnicas de asertividad
basadas en la cooperación y en la empatía. También se debe considerar el uso de
técnicas de control de la ira, la musicoterapia, que permite canalizar emociones
violentas, y el desarrollo de un vocabulario que permita la expresión verbal de las
mismas.
En algunos casos extremos puede ser necesario el cambio de clase o de
escuela. En este sentido, la primera solución que se debe considerar es el cambio
del agresor, no de la víctima. Cuando se trata de pandillas o grupos de agresores,
se los puede distribuir en distintas clases o distintas escuelas. La amenaza de
cambio puede hacer que mejore su conducta. Pero cuando por algún motivo esto no
sea viable, se considerará también el traslado de la víctima a otra escuela, si se
cree que esto la beneficiará.

En el tratamiento del acoso escolar hay que obrar serenamente y con


paciencia, pues la agresividad y la violencia no se resuelven de un día para el otro.
Bibliografía

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