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El Zambo Sambito

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EL ZAMBO SAMBITO

vone Juárez Zeballos


Son las 12:15 del 23 de diciembre de 1871. El mediodía de verano ha
caído sobre la plaza Caja de Agua (hoy  plaza Riosinho) de la ciudad
de La Paz, hasta donde la gente de todas las clases sociales ha
llegado por miles para presenciar el fusilamiento de siete miembros de
la banda de forajidos que durante 10 años aterrorizó a La Paz.
Asaltos, robos, atracos son los delitos que pesan en contra de los
bandoleros. Se habían adueñado de los caminos de La Paz, donde
caían sobre los incautos e indefensos arrieros y viajeros para robarles
sus pertenencias: cargas, dinero, animales, todo de lo que pudieran
llevarse, incluso sus vidas. Por la investigación que se pudo realizar,
se tiene confirmado que cometieron 17 asesinatos a palos, golpes,
pedradas y estrangulamiento. Su ferocidad fue tal que entre sus
víctimas se encuentran dos bebés de pecho, que fueron estrangulados
a sangre fría ante la mirada desesperada  e impotente de sus madres.
Los delitos son demasiados, crueles y los peores, por eso han sido
condenados a la pena capital. La gente amontonada mira azorada a
los siete condenados que comienzan a ser amarrados por los militares
a los  banquillos del suplicio. Con los ojos vendados, desesperados y
entre sollozos esperan su final. Frente a ellos, dos de sus cómplices,
cuyos delitos son menores, los miran aterrados: su castigo, además
de la cárcel, es presenciar el fusilamiento de sus secuaces. 
Entre los condenados está el temido Salvador Chico, más conocido
como el Zambo Salvito. Es el jefe de la cuadrilla de malhechores.  Los
mismos miembros de la banda así lo identificaron, después de largas
declaraciones, pues los cómplices le habían jurado silencio, luego de
ser amenazados de muerte en caso de denunciarlo o confesar sus
crímenes. Dicen que el forajido tiene 33 años.
En medio del gentío, que enmudecido  presencia los preparativos de
la ejecución del Zambo Salvito y parte de su banda, se encuentra
Luciano Valle, redactor del periódico El Illimani. En su crónica
publicada el 25 de diciembre de 1871, y rescatada por los
historiadores Randy Chávez y Carlos Gerl,  relata los hechos: 
"A las once y media de la mañana del día veintitrés de los corrientes,
Salvador Chico (cabecilla), Rufino Mamani, Marcelo Mendoza,
Lorenzo Siñani, Juan de Dios Condori, Simón Lucana y Pablo Quispe
(sorteado), fueron conducidos del cuartel del celadores al lugar de la
ejecución, en medio de la fuerza armada y de un inmenso gentío que
manifestaba su emoción profunda. Cada uno de los reos estaba
ayudado de las conmovedoras oraciones de dos sacerdotes; seguían
a estos Remijio Jimenez y Estevan Espinoza, condenados a
presenciar la ejecución de sus codelincuentes. El Sr. Fiscal del
Partido, Dr. Saturnino Andrade, el Sr. Juez de la causa, Dr. Paton y el
Secretario del Tribunal, D. Manuel Belmonte iban en seguida a
presenciar la ejecución de la pena. La primera compañía del Batallón
3° de Omasuyos, al mando del Sargento Mayor Miguel Villar escoltó  a
los reos, el resto de dicho Batallón cubrió la retaguardia.
Llegados los reos al campo de Caja de agua (hoy plaza  Riosinho),
después de haberse desmayado varias veces en su tránsito, fueron
introducidos dentro del cuadro formado de antemano con arreglo a la
ordenanza militar. 
Los banquillos de los siete reos espresados (sic) estaban colocados
en línea recta frente a la población; los asientos de Remijio Jimenez y
Estevan Espinoza, condenados a presenciar la ejecución, ocupaban
los costados colaterales. A las doce y cuarto amarraron en los
banquillos del suplicio a los desgraciados reos y mediante todas las
formalidades de ley y todos los consuelos espirituales de nuestra
augusta relijion (sic), terminaron su existencia, a una descarga cerrada
que hizo una mitad de la compañía que los escoltó; más de diez mil
personas confundieron su grito de horror con la espantosa detonación
de aquella descarga. 
Los infelices ejecutados espiraron en el acto; sus cuerpos quedaron
espuestos (sic) hasta las cinco de la tarde en sus respectivos
patíbulos. La ley caía sobre la cabeza de estos desgraciados, hasta el
extremo de quitarles la vida, porque ellos habían cometido el crimen
de quitar la vida de otros.  La sociedad que así castiga, comete igual o
mayor injusticia que el ignorante o empedernido hombre que se lanza
en el terreno del crimen, tal vez sin reflexión, por falta de
conocimiento, de instrucción y de moralidad”.
LAS FOTOGRAFÍAS 
DEL ZAMBO SALVITO
Antes de la ejecución, mientras el Zambo Salvito y su banda
esperaban el día de su ejecución en la cárcel, el fotógrafo Ricardo
Villaalba, de nacionalidad peruana, se había ocupado de fotografiar a
los temidos delincuentes: nueve hombres y una mujer, Gregoria
Uchani, acusada
sólo de  encubrimiento, por lo que estuvo entre los tres cómplices que
salvaron sus vidas, pero que fueron a la cárcel para purgar sus
delitos. 
Villaalba fotografió a la banda íntegra, pero también de manera
separada  al Zambo Salvito y a cada uno de sus secuaces. Los
retratos eran una muestra de la conmoción que generó en La Paz de
finales del siglo XIX la captura de los delincuentes, denominados
entonces la cuadrilla de la Halancha, en referencia al lugar donde
fueron encontrados,  un lugar despoblado ubicado entre La Paz y Los
Yungas (hoy avenida Periférica) donde la banda había montado una
de sus guaridas  en unos túneles, donde  planificaban sus robos y 
atracos sangrientos. 
Esa  captura  despertó el interés y la curiosidad de muchos, sobre
todo por la forma cómo fueron apresados los delincuentes por la
Policía: uno de los temibles bandoleros había sido encontrado con la
bufanda de un profesor  que había   desaparecido en el camino a Los
Yungas.  Los uniformados lo interrogaron  y   terminó confesando que
era parte de la banda del temible  Zambo Salvito, como señala el
escritor Elías Zalles Ballivián, en su libro Tradiciones y Anécdotas
Bolivianas, publicado en 1930, 50 años después de la ejecución de
Salvador Chico.
"La Policía constató los hechos encontrando el cadáver del profesor y
una cueva donde apresaron al jefe de la cuadrilla y a sus compañeros,
entre los que faltaba un indígena apellidado Condori, quien fue
capturado poco después en la ciudad de La Paz.  De esta manera, se
realizó el juicio criminal contra nueve reos en un salón del antiguo
Loreto (hoy Palacio Legislativo), donde, en uno de los episodios del
caso, llevaron al juez una voluminosa piedra ensangrentada y uno de
los sindicados confesó que habían matado con ésta a una pareja de
esposos y a su niño recién nacido, infante que por lastima de que
quedara huérfano, uno de ellos se paró sobre él y le quitó la cabeza”,
relata Zalles Ballivián en su obra.
"Después de oír esa confesión, el abogado defensor se levantó y pidió
la muerte para los culpables y los presentes en el auditorio
exclamaron: "¡muerte!… ¡muerte!…”. Si el tribunal no hubiera estado
custodiado por los guardias los criminales hubieran sido linchados en
el acto. El juez condenó a muerte al jefe de la cuadrilla  y a seis de sus
compañeros

(...). Al siguiente día los reos fueron conducidos desde la prisión hasta
la plaza Caja de Agua, donde debían ser ejecutados”.

El hallazgo 
Casi 150 años después, las fotografías de Villaalba  y la crónica del
periodista  Luciano Valle, publicada en el periódico El Illimani, son
prácticamente los únicos testimonios que demuestran  que el Zambo
Salvito  existió realmente y que fue un forajido  condenado a la pena
de  muerte por sus innumerables delitos, y así se convirtió en un mito,
una leyenda para los habitantes de La Paz que durante años,
generación tras generación, transmitieron de manera oral el destino
fatal de este hombre  a modo  de ejemplo del  escarmiento que recibe
el gusto por lo ajeno.
Estos dos registros fueron encontrados por los historiadores   Randy
Chávez y Carlos Gerl, quienes, a través de su investigación de años
sobre  la veracidad de la existencia de Salvador Chico -  denominada 
Zambo Salvito -  primero, dieron con el periódico el Illimani de 1871 y,
luego, con las fotografías de Ricardo Villaalba, que se encuentran en
el Museo de Arqueología de la Universidad de Harvard de Estados
Unidos, y que fueron facilitadas (en copias) por Lisa Trever,
historiadora de arte y profesora de la Universidad de California, para
mostrarlas a quienes alguna vez escucharon de este personajes
mítico que inspiró cientos de historias sobre su vida y destino fatal.
El Zambo Salvito,   ese personaje de las historias y cuentos que las
madres y  abuelas contaron a los niños como ejemplo del cruel destino
al que puede llevar el robo, sí existió. Vivió en La Paz desde los siete
años. Había nacido esclavo en Chicaloma, Los Yungas, de  Zacarías y
Rosa, quienes lo bautizaron como Salvador Chico. 
Su madre huyó con él a La Paz después de que su padre fuera
golpeado hasta morir por su amo, que lo acusó de haber robado un
cesto de coca. Ya en la ciudad,  madre e hijo se instalaron en el
Tambo San José de la Chocota (hoy Illampu), donde la vida de este
personaje comenzó a entretejerse entre el mito y la realidad.

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