Salmo 30 PDF
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Salmo 30 PDF
SALMO
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado Tu bondad, Señor, me aseguraba
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
Señor, Dios mío, a ti grité, y quedé desconcertado.
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo, A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios:
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. "¿qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo; ¿Te va a dar gracias el polvo,
su cólera dura un instante; o va a proclamar tu lealtad?
su bondad, de por vida; Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
al atardecer nos invita el llanto; Señor, socórreme".
por la mañana, el júbilo.
Cambiaste mi luto en danzas,
Yo pensaba muy seguro: me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
"no vacilaré jamás". te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Reflexión
Qué maravilla es sentirse vivo, pero qué poco nos dura esa alegría. Todos los días, como
dice san Pablo, somos llevados como ovejas al matadero. Todos los días algo nos anuncia
que tarde o temprano estaremos vestidos de mortaja y nuestros familiares llorando a
nuestro alrededor. Por más que queramos alejar de nuestra mente el recuerdo de la muerte,
el paso inexorable de las horas, sin que nada pueda detenerlo, nos anuncia su fatal llegada.
Pasada la juventud, nuestros cabellos comienzan a blanquearse y nuestro cuerpo a llenarse
de dolores que cada vez más nos acosan día y noche, anunciándonos que nuestro tiempo se
abrevia y que la vida en este mundo es precaria. Es inútil dejar de pensar en la realidad de
la muerte y es hasta de sabios contar siempre con ella en todos nuestros sueños y proyectos.
Somos seres para la muerte, decía el filósofo Martin Heidegger y el Concilio Vaticano II
hablando de las más entrañables realidades y preocupaciones humanas nos advierte: “Ante
la muerte, el enigma de la condición humana resulta máximo. El hombre no sólo sufre por
el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de
una extinción perpetua. Movido instintivamente por su corazón, juzga rectamente cuando
se resiste a aceptar la ruina total y la aniquilación definitiva de su persona.” (GS 18).
El salmo 30 nos presenta los profundos y graves pensamientos de un hombre gravemente
enfermo que ve asomar ante sus ojos la dura realidad de la muerte que lo arrastra hacia el
abismo de lo desconocido y le hace lanzar sus dramáticas preguntas a Dios en quien ha
creído, de la misma manera que nosotros ante la muerte de un ser querido, pensamos y a
veces lo gritamos con el corazón desgarrado, como David ante la noticia de la muerte de su
hijo Absalón: “¿Por qué él y no yo, Señor? ¿Por qué tenías que llevártelo en el mejor
momento de su vida?”. El salmista profundamente conmovido por tan desgarradora
experiencia se expresa por medio de paradojas bellamente entrelazadas, entre gritos
desgarradores que hacen patente el drama que su alma está viviendo: el combate entre la
vida y la muerte. Meditar en las palabras y expresiones del salmo 30 nos conmueve hasta
los tuétanos y nos hace poner los pies sobre la tierra. La muerte cercana será siempre
nuestro polo a tierra y el punto final de todos nuestros programas y proyectos.
El libro del profeta Isaías nos narra el drama del rey Ezequías en su lecho de muerte que
dirige también a Dios una súplica con frases e imágenes producto de su drama interno: “¿En
el abismo quién te alabará?”, “recoges y enrollas mi vida como una tienda de pastores”,
“¿Qué ganas con mi muerte o con que yo baje a la fosa?” (Is. 38). El rey Ezequías, de la
misma forma que nuestro salmista, se recupera de la enfermedad y da gracias a Dios.
Nuestro salmista es arrancado de las tinieblas de la tumba y exclamará agradecido:
“Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará
mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre” (vv. 12-13).
El cristiano ha hecho una experiencia asombrosa que constituye el motivo de la más grande
de sus fiestas: Cristo ha luchado en el sepulcro con la muerte y la ha vencido. La muerte ya
no tiene más dominio sobre él, ni sobre los que han recibido y viven el bautismo, porque
han nacido para una vida que no tendrá fin. Los cristianos proclamamos, ante la humanidad
desconcertada, que la muerte ya no nos hará ningún daño, porque le ha sido quitado su
aguijón e invitan a sus hermanos los hombres a vivir esta experiencia de eternidad y
bienaventuranza por la fe en Jesucristo, Señor de la vida y de la muerte. La liturgia, tanto
en el tiempo de pascua como cada domingo, al celebrar, como en el relato de la creación, el
día litúrgico desde la noche anterior, nos anuncia con este signo que hemos pasado de la
oscuridad a la luz y de la muerte a la vida. Con esta convicción entonemos gozosos y
esperanzados el salmo 30.
Terminado la reflexión, el que dirige invita a decir en voz alta las intenciones o peticiones por la que se
realizará el Santo Rosario. (Una de ellas el fin del Coronavirus y por los médicos y personal de Salud)
Se inicia el Santo Rosario como de Costumbre repartiendo entre varios miembros de la familia cada uno de
los misterios que corresponden a cada día. (Lunes y Sábado: Misterios Gozosos, Martes y Viernes: Misterios
Dolorosos, Jueves: Misterios Luminosos, Miércoles y Domingo: Misterios Gloriosos.) Al finalizar se hace
la siguiente Oración:
Juntos dicen: El Señor nos bendiga, nos libre de todo mal y nos lleve a la Vida Eterna. Amén.