Ebook en PDF El Belvedere Psicoanalitico Freud Lacan y Escher PDF
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EL BELVEDERE PSICOANALÍTICO
[Escriba aquí]
El psicoanalista insomne
EL BELVEDERE PSICOANALÍTICO
"Suben y Bajan"
M. C. Escher
I) "Suben y bajan"
Hay dos filas o columnas de hombrecillos que son paralelas entre sí.
Además, hay una escalera que ocupa un lugar tercero con respecto a la dualidad de la
fila de los hombrecillos que suben y la de los que bajan.
Lo más interesante es que lo único que diferencia la columna de los hombrecillos que
suben de la de los que bajan es el sentido de su marcha; en el resto, en su indumentaria,
aspecto físico, andares, etc., son iguales, como dos gotas de agua.
Unos suben y otros bajan; los que suben suben; los que bajan bajan; los que suben no
bajan; los que bajan no suben.
Hasta aquí, todo correcto, en orden, como debe ser, como dios manda.
Solamente hay que tener cuidado para no chocarse en la escalera con el vecino de
enfrente (no hay suficientes tiritas para todos).
La cortesía manda: "Pase usted primero"; "No, por favor, pase usted, que lleva prisa".
como verdaderos vecinos, en el sentido más auténtico de la palabra, cuyo único afán
consiste en no pisarse los callos mutuamente en la escalera.
Porque ya sabemos que en una escalera puede suceder cualquier cosa, hasta que a uno
le pisen los callos o le toquen "los cataplines".
En todo caso, esta gente tan poco extremista, aunque se desplacen por los extremos,
pertenecen al centro político.
¿No impresiona esta imagen, este carrusel de subidas y bajadas, como algo análogo a la
experiencia conductista de una rata de laboratorio atrapada en su laberinto, bajo la
mirada satisfecha de un amo-Skinner?
O, todavía mejor, ¿no desfilan estos hombrecillos tan formales y obedientes al son que
les marca el discurso del amo: "¡Un, dos!... ¡un, dos!... ¡un dos!..."?
¿No es este cuadro de Escher una metáfora de la sociedad capitalista en la que "todos
tan liberados, todos tan esclavos"; "todos tan contentos, todos tan infelices"; "todos tan
satisfechos, todos tan insatisfechos; "todos tan amos, todos tan esclavos"; "Todos tan...
todos tan... todos tan... ¡hasta la catástrofe final!"?
Mientras más se libera el goce, para poder librarse del goce, mientras más se proclama
el derecho irrestricto a gozar sin limitaciones, más desgraciado e infeliz es uno.
Los S2 escherianos, desfilando, subiendo y bajando, al toque de corneta que les marca
el Amo, el S1
En esta comunidad de vecinos escheriana ante todo hay que tener cuidado con no
resbalarse o rebelarse porque "Más dura será la caída".
Una escalera circular, al igual que un razonamiento lógico, puede ser viciosa o vicioso
porque lo que hay que demostrar -el punto de llegada- se ubica como premisa -el punto
de partida-, suponiéndolo ya demostrado.
Una proposición y una escalera son circulares porque se consideran al mismo tiempo
demostradas y no demostradas, lo que atenta contra el "Principio de no-contradicción":
"A ≠ no-A".
Hasta la misma lógica se curva, se nos resbala de las manos, y ya no sabemos de dónde
agarrarnos.
Una versión conductista del cuadro de Escher en la que, aunque todos suben y bajan,
están más atrapados que una pobre rata en su laberinto
Esta escalera circular, por mor de circulante, revolucionaria, puede representar también,
a pesar de la redundancia, el "acto revolucionario" que, como afirma Lacan, con sentido
del humor, consiste en dar una vuelta completa a una circunferencia para volver de
nuevo al punto de partida.
La escalera viciosa
¿No brilla ahí, por su ausencia, en esa azotea revolucionaria, una mujer?
Ya se sabe -si no, lo recuerdo- que las mujeres no son muy partidarias de la revolución
(ver Aristófanes).
Para esta escena escheriana hay que recuperar (es urgente) ese maravilloso grito de
guerra, auténticamente revolucionario: "Haz el amor y no la guerra".
Voy a prestar una pancarta con este lema de mis tiempos mozos a alguno de estos
aburridos y tristes hombrecillos escherianos.
Uno, el más tonto o el más listo de la clase, dice, con toda la clase y la picardía del
mundo:
¡No te jode!, como si eso fuese tan fácil". (Anónimo de lo más popular).
¿Quién lo dijo?
¿Y de qué va la cosa?
En una sola palabra: de "la castración": "castrato sum" (esta es la oración sempiterna
de los fieles parlantes).
Siempre hay que contar con el Otro; es el Otro el que decide (versión laica de la
castración).
-Tener una mujer, cosa que no es fácil, que no está al alcance de todos, solo de algunos
privilegiados, gente con suerte.
De forma paradójica, para tenerla no hay que tenerla o hay que no-tenerla, nos deberá
faltar.
Y, además, estamos obligados a darle signos fehacientes de que nos falta, de nuestro
deseo más fehaciente y caliente.
No solo hay que mostrárselo (el amor), es necesario decírselo (el deseo).
Como en el asunto de la pulsión, cruda o cocida, hay que currárselo, sudar la gota
gorda.
Sobre todo, y esto es lo esencial, no hay que estar en la posición falsa de ser el falo
(eso, a las mujeres, por motivos profundamente edípicos, les suele sentar bastante mal).
¿No podría ser esta azotea escheriana un cierto remedo de los dos pisos del grafo del
sujeto, y el continuo subir y bajar de los hombrecillos la expresión simbólica del pasaje
bidireccional entre el piso superior (del deseo) y el piso inferior (de la demanda)?
Incluso, no estaría mal definirlo como el arte de engañar al respetable con todo tipo de
trampantojos para que lo menos respetable tenga, por una vez en la vida, aunque sea en
medio de una escalera, la chance de manifestarse.
Freud, a este tropiezo con el que tropieza todo sujeto, vienés o no, del centro o del
extrarradio, en la escalera o en el descansillo, del consejo de administración o
administrativo, de la aristocracia o del populus, lo denomina "lo traumático de la
sexualidad".
Esta escalera, por momentos, y eso que no está lloviendo, está tan atascada como la M-
30 en la hora punta.
Estos hombrecillos que marchan en formación, tan serios que hacen serie, tan formales,
bien uni-formados, da la impresión que no se han visto nunca las caras -¡y otras cosas!-
con una mujer en su vida.
Nada del sexo femenino, de su goce, les desvía de su camino recto, haciéndoles ir a la
deriva (dérive), tropezar o sufrir una caída (J. Lacan afirma que el objeto-@ "es una
caída").
Todo aquello que en la vida perra se nos ha caído, venido abajo, como los ideales más
sobreestimados, el falo imaginario más amado, la propia imagen, guarda una
remembranza del objeto del deseo, del @.
Si estos esforzados escaladores o rapelistas son monjes, lo que podría ser si así lo
queremos, es evidente que ninguna hétero-Cosa ha penetrado en su disciplina monacal,
perturbando la eternidad celestial de sus maitines, laudes y vísperas.
Por la misma o distinta escalera, los otros hombrecillos, petits hormigas o escarabajos
peloteros, suben sin cejar, en un proceso continuo de ascensión a las alturas, en pos del
"tercer cielo" de S. Pablo, de tal manera que podemos describir así su operación de
subida: "suben y suben y suben y suben...".
10
Esto no nos acerca a ninguna cumbre ni a ningún infierno, sino a esta afirmación: "para
el psicoanálisis no hay progreso".
Solo hay una forma de progreso, la que tiene lugar en un discurso, el del psicoanálisis,
el cual, arrumbando cualquier ideal, se define como "el discurso del cambio de
discurso".
¿Cuál es la tarea tan urgente, inaplazable, que se traen entre manos estos hombrecillos,
que les impide detener su marcha durante un ratito, aunque solo sea para descansar?
11
A pesar de todo, los hechos son los hechos, la evidencia es la evidencia, si vuelven al
mismo punto de donde han partido, al escalón desde el que iniciaron el ascenso y el
descenso, aunque en el ínterin hayan estado bajando y subiendo sin parar, la conclusión
es que de bajar y subir "niente di niente" o "niente caliente".
Desde el escalón cero, tomado como punto de partida de su movimiento, sus caminos
deberían haberse separado.
Después de un tiempo-n de sus andanzas unos deberían estar más arriba y los otros más
abajo.
Pues no, nada de eso, después de bajar y subir durante un tiempo-n vuelven a
encontrarse en el escalón-cero.
Este tour, más que un descenso a los infiernos, se parece a un pasodoble: "un pasito
padelante, dos pasitos padetrás".
Es evidente que si alguien baja al subsuelo, a las catacumbas, al final del descenso tiene
que haber alcanzado las catacumbas; no es posible que haya retornado a la superficie, al
Coliseo romano, al lugar del cual quería escapar, a la leonera.
12
Alguien puede subir por una escalera y, a continuación, bajar por donde ha subido
("irse uno por donde ha venido"; "despedirse a la francesa").
Lo que no es posible, factible, en una escalera normal (las de toda la vida), es que el
que sube, sin necesidad de cambiar de sentido, a la vez baje.
Lo que es imposible en una escalera como dios manda es que alguien suba y baje al
mismo tiempo.
En realidad, la razón por la que los dos hombrecillos son simétricos es porque son el
mismo hombrecillo aristofanesco, cortado por la mitad como una naranja ("la media
naranja").
Una de las mitades sube y la otra baja; aunque sabemos que antes de haber sido
ejecutado el castigo divino solo había un hombrecillo hecho y derecho, íntegro, el cual,
manteniendo siempre el mismo sentido, ganando la proa hacia barlovento, con cada uno
de los pasos que daba: "subía y bajaba".
Como hombre integral que era, no despiezado, su acto no era "subir o bajar" (en dos
tiempos diferentes), sino "subir y bajar" (en el mismo tiempo).
Es increíble que en el mismo instante temporal alguien pueda "subir (↑) y bajar
(↓)" por una escalera sin que entre estos dos actos no haya un lapsus temporal: ⇅
(subebaja)...⇅ (subebaja)...⇅ (subebaja)...⇅ (subebaja)... [escalera escheriana] <--->
↑... ↑... ↑ (subir)..... ↓... ↓... ↓ (bajar) [escalera normal].
Lo normal es esto: "subir (↑) o bajar (↓)" en dos tramos temporales diferentes y
consecutivos: ↑o ↓: ↑...↑...↑...↑ (cambio de sentido) ↓...↓...↓...↓....
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Por una escalera se puede "subir o bajar" (↑ o ↓) en dos momentos diferentes; pero no
"subir y bajar" (⇅) en el mismo punto temporal... ¡a no ser que sea un escalera
moebiana, en la que subir y bajar no sean actos diferentes, sino el mismo acto, de tal
forma que cuando se sube se baja, y cuando se baja se sube, en un "subebaja" o
"bajasube" permanente!
El que baja a las catacumbas lo hace porque es un cristiano perseguido que solo puede
escapar de la persecución de los romanos ocultándose en las profundidades de la tierra.
Los cristianos son mártires porque son testigos de una fe que va más allá de ellos, que
apunta a un Otro que los sostiene en su prueba, en su sacrificio.
14
Aquí, en "Suben y bajan", paradójicamente, los romanos y los cristianos bajan y suben
unos al lado de los otros (juntos pero no revueltos), hasta el extremo de que, para
encontrar a los romanos, hay que descender a las catacumbas, y, para echar el guante a
los cristianos, hay que subir a "La Colina Capitolina" ("Capitolinus Mons").
Lo irrebatible es que los hombrecillos que bajan y suben, regidos en sus ascensos y
descensos por la "Ley de la Gravitación Universal", al final de ese recorrido circular a
lo largo de la escalera, deberían estar en un nivel superior o inferior, en una cota más
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alta o más baja, varios peldaños más arriba o más abajo, con respecto al punto de
partida.
Llegado el caso, es posible concluir que tal paradoja abordada como paradoja no es
para nada paradojal.
"Confucio confabulaba
una confusa
confabulación
confundido no confiaba
en la confundida
confabulación
16
de confabular".
Una frase corta del paradójico Confucio en la que se dice una verdad verdadera, una
verdadera verdad:
De la verdad solo disponemos, al igual que del goce, de fragmentos, cachos, trozos,
pedazos.
Con alguno de estos pedazos de goce tenemos que sostener la verdad de nuestra
existencia (que es siempre sinthomática).
17
He dicho "en apariencia" porque, a pesar de que unos suben, suben y suben, suben más
y más, pedaleando, peldañeando, hacia arriba (los otros hacen lo contrario), después de
un corto lapso de tiempo, el suficiente como para realizar un giro de 360º, recorriendo
en su totalidad la longitud de una escalera circular, regresan al mismo peldaño desde el
que se dio el pistoletazo de salida.
El no poder dejar de subir, a pesar de que todo llama a "una bajada", ¿no evoca el
fantasma de una erección continua, imperturbable, sostenida por un falo que no cae, que
no desfallece, que no se derrumba en el mejor de los momentos, cuando se alcanza el
goce orgásmico?
¿No nos quedamos atrapados en el cuadro de Escher por algo que no es en absoluto una
paradoja, sino el fantasma de un goce para semper, aeternum, cuya referencia
(¡siniestra!) es un Otro sin falla, completo, no-fallado, no-dividido (spaltüng) por el
significante (A)?
El deseo es el deseo del Otro porque lo que se desea, el objeto del deseo, es un Otro
parlante, deseante, causado por un objeto que no soy yo; a ese objeto de deseo, dis-
tópico, dis-tónico por no sin-tónico con ego-sum, lo denominamos objeto @.
18
Si decreto (por mi santa voluntad), como una especie de axioma, que "en una escalera
su principio y su final deberán estar localizados en el mismo escalón", su forma,
lógicamente, obligatoriamente, será circular, no existiendo en ella ni subidas ni bajadas;
mejor dicho, sus posibles y contingentes ascensos y descensos se anularán
recíprocamente.
Me he inventado algo así como un "círculo vicioso", una contradicción en acto, una
escalera que, sin dejar de ser una escalera ("los hombrecillos suben y bajan"), no es una
escalera ("los hombrecillos no suben ni bajan").
19
se cierra el telón.
<<Sinvereste escalón>>"
Hemos marcado un escalón -el que nos plazca o el que nos caiga peor- con una x.
La apariencia es que solo hay una x, una única marca, pero, en realidad, hay dos.
El tiempo que los hombrecillos tardan en dar una vuelta completa alrededor de la
escalera determina que esa única x se divida en dos: la primera x es la marca del punto
de partida; la segunda x es la marca del punto de llegada.
Entre x-1 y x-2 solo hay un tiempo vacío, pleno de impotencia, rebosante de estatismo,
de quietismo, en el que no sucede nada, en el que nadie sube ni baja.
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Ahí, en ese tiempo vacío, no-tiempo, entre x-1 y x-2 , se podría situar la muerte.
Dado que la naturaleza sufre de horror vacui, en ese puro vacío entre x-1 (punto de
partida) y x-2 (punto de llegada), en el que solo se escucha el eco de las pisadas de los
caminantes que (no) suben y (no) bajan, se deposita, como caído del cielo, una partícula
imperceptible, envuelta en un plus de gozar (Lacan afirma que la única substancia es el
goce; lo demás sería in-substancial).
Las cosas suceden aquí, en esta escalera viciosa (gozosa e hilarante), de tal forma que,
aunque unos suben y otros bajan, da lo mismo subir que bajar porque, unos subiendo y
otros bajando, acaban todos en el mismo escalón (como quien dice "en la misma
mierda").
Al fin y a la postre todos estamos enmierdados por igual (la parábola de la escalera,
que no es una parábola sino un círculo).
Se puede afirmar que si esto es así, tomado al pie de la letra o de la escalera, "en
realidad" ninguna de las dos columnas disciplinadas de hombrecillos laboriosos sube o
baja.
Llevado al extremo de la farsa, al punto de la máxima paradoja, esto implica que subir
es lo mismo que bajar, y a la inversa.
21
Se pueden sustituir los dos actos, el de bajada y el de subida, por dos letras, A y B, de
tal forma que "subir" equivalga a A y "bajar" equivalga a B:
Subir = A
Bajar = B
Se pueden sustituir los dos actos, el de bajada y el de subida, por dos letras, A y B, de
tal forma que "subir" equivalga a A y "bajar" equivalga a B:
Subir = A
Bajar = B
22
A ≠A
B ≠B
Es evidente, con solo leer estas fórmulas que con lo que nos encontramos aquí es con
una auténtica subversión de los dos Principios fundamentales de la lógica clásica: el
"Principio de Identidad" y el de "No-contradicción":
A = A y B = B} Principio de Identidad
Si A no es igual a no-A es porque "El ser no puede ser y no ser al mismo tiempo"
("Principio de No-contradicción").
Parménides de Elea (540-470 a. C), siguiendo esta lógica racional, plantea que "El ser
es y el no ser no es", oponiéndose a los Principios heracliteanos del cambio y de la
continuidad entre las cosas que son diferentes; por ejemplo, que pueda existir una
continuidad entre subir y bajar, como plantea Escher en su tesis.
23
El sueño puede utilizar recursos imaginarios como suplencia con el fin de representar
determinadas relaciones lógicas (la negación, la relación de causalidad, etc.) para las
que carece de los medios simbólicos de expresión (el significante "no").
No descartando esta posibilidad (la de la trama onírica escheriana), no deja de ser cierto
que por el "Principio de Identidad" "un cuadro es un cuadro y un sueño es un sueño".
Mal que nos pese el cuadro y el sueño tienen diferentes formas de mentir (¡y de decir la
verdad!).
Aunque yo tampoco descartaría que este cuadro de Escher tenga una función de
recuerdo encubridor (que es una de las maneras en que el olvido se transforma en
recuerdo).
Si nos fijamos en cada uno de los escalones que escalonan esta extraña escalera debido
a su forma circular, proyectada totalmente en el mismo plano (representado por la
azotea de la casa), nos encontramos con una imagen repetida: la de una pareja de
hombrecillos gemelos que, en su marcha andariega, coinciden en el mismo escalón, uno
subiendo y el otro bajando.
Como psicoanalistas, todo lo que huele a repetición no huelga (de huelga y de holgar),
más bien debería llamarnos al tajo, al trabajo, haciéndonos aguzar el sexto sentido de la
escucha -la tercera oreja-, ya que, por ahí cerca, en las inmediaciones, ronda ese goce
bajo y rastrero al que no debemos fallar.
Los gestos corporales sincronizados que realizan cada uno de los miembros de la pareja
gemelar sobre la plataforma escalar, adelantando cada uno de ellos su pierna hacia
arriba o hacia abajo (en dirección al siguiente escalón), guardan entre sí una relación de
simetría.
Su acto solo se diferencia por el sentido de la marcha andariega: "hacia arriba" (↑) o
"hacia abajo" (↓).
24
En lo que hay que detenerse (como se detienen los hombrecillos en cada escalón), el
quid de la cuestión es que los pequeños personajillos que suben y bajan no son
personajillos, sino significantes que suben y bajan en un grafo (como el de la cesta de la
compra o el de la cotización de las divisas).
Escher sitúa al significante que baja y al que sube en el mismo escalón, es decir, a uno
en el eje de coordenadas x y al otro en el y (en dos escalas de coordenadas
perpendiculares entre sí).
25
Si tomamos cada uno de los escalones como un campo de fuerzas en el que el impulso
de subida y el de bajada están representados por una magnitud vectorial, al tratarse de
dos vectores de la misma magnitud pero de signo distinto (+ y -), su sumatoria es cero.
Resta de vectores
¿Qué significado puede tener el hecho de que en cada uno de los escalones de esa
escalera circular que no va a ningún sitio, que da vueltas en redondo como un tiovivo,
haya dos hombrecillos idénticos y en la misma postura, solo que uno baja y el otro
sube?
Los dos hombrecillos que en cada uno de los escalones suben y bajan podrían
representar el desdoblamiento imaginario entre el yo y el otro-yo (el semejante):
m <----> i (a)
Ya escucho a Lacan, preguntando desde el más allá o el más acá: "Y, en todo esto,
¿dónde está el prójimo, lo más próximo (interior) y alejado (exterior) de cada uno de
nosotros?"
26
Con la repetición del mismo escalonamiento en todos los niveles de la escalera, escala,
escalada..., en esos escalones-trampa que se caracterizan por ser "acojonan...",
"descojonan...", carcajeantes, hilarantes, ironizantes, desternillantes, despepitantes,
desrealizantes, descabalgantes, descabalantes, desatornillantes, despachurrantes,
desasosegantes, desampararantes..., sobre todo y ante todo, decepcionantes -"des-, des-,
des-, des-..."-, lo que se intenta es destacar y desatascar la matriz estructural de la escena
escheriana, su lógica constituyente, constructiva, que se reproduce en todos y cada uno
de los puntos-escalones del cuadro-escalera.
27
Una escalera, cualquiera sea su forma, circular o longitudinal, tiene dos sentidos: uno
de subida y otro de bajada.
Dos personas pueden deambular al mismo tiempo por la escalera, mientras uno sube el
otro baja.
Esta condición lógica y natural no se cumple en el cuadro de Escher: los que suben y
los que bajan inician su ascenso o descenso en la misma parte de la escalera (que puede
ser la parte alta o baja; nada en la representación nos permite decidirlo).
Si el que ha subido escaleras arriba quiere volver al punto de partida tendrá que
retroceder y recorrer en sentido inverso -de bajada- el mismo tramo de escalera que ha
ascendido.
Si el que ha descendido escaleras abajo quiere volver al punto de partida tendrá que
retroceder y recorrer en sentido inverso -de subida- el mismo tramo de escalera que ha
bajado.
Los hombrecillos de Escher, tanto los que suben como los que bajan, siempre vuelven
al escalón del que han partido sin necesidad de bajar lo que han subido o de subir lo que
han bajado.
En una escalera como dios manda si uno sube, aunque luego baje, y otro baja, aunque
luego suba, nunca se encontrarán a la vez en el mismo lugar de la escalera (ni al
principio ni al final); siempre estarán en lugares opuestos, uno arriba y el otro abajo, o a
la inversa.
En una escalera paradójica, escheriana, si uno sube todo el tiempo y nunca baja, y el
otro baja todo el tiempo y nunca sube, tanto los que suben sin parar como los que bajan
sin parar van a coincidir siempre en el mismo escalón, arriba o abajo.
28
Nos sitúa en esa posición radical del deseo que es la de la división (/), la tachadura, la
abolición del sujeto, allí donde ya no puedo saber más porque el saber ya no da para
más, ha llegado a su límite sapiencial, se confronta a su propio agujero en el saber.
Por otro lado, es esta misma falta en el saber, esta carencia en ser, lo que nos sostiene,
a pesar de nuestros pesares, del peso inevitable de la culpa, como deseantes.
29
Sin llegar a ser mutista, es todo lo contrario de ilustrada, aunque se la podría calificar,
quítame allá esas pajas, de letrada.
Escaleras, las hay de todo y para todos los gustos, de grandes palacios y de casas
humildes, pero lo que comparten todas es que, más allá de recibir el peso de todos y de
todas, son muy circunspectas, gente de pocas palabras.
Aunque nunca lo abandonemos del todo, hasta que la muerte nos separe, debemos
abandonar toda esperanza de dar un sentido, de analizar, como si estuviésemos ante las
mismísimas puertas del infierno (aunque se trate de una escalera y no de una puerta),
esa escalera-real.
Nos faltan o nos fallan las palabras, no disponemos de los significantes escalares que
nos permitirían significar esa escalera que, por este motivo, se ha convertido en un
engendro monstruoso, en una brutalidad aristotélica, que desafía cualquier virtud, que
subvierte cualquier bien.
Esta escalera escheriana nos desespera porque no nos espera, no tenemos en ella, en su
escalinata, un lugar dispuesto para nosotros desde la eternidad, insignificantes y
desvalidos hombrecillos; no nos abre sus barandillas amorosas para acogernos en su
regazo, para recogernos, ampararnos, en un abrazo de reconocimiento y perdón.
Es, más bien, como la Madrastra del cuento, una escalera que nos rechaza, que se hace
presente como un mal, el mal mayor, el peor mal, aquel que tiene que ver con la
ausencia, con la verwerfüng del Soberano Bien.
30
¿Cuál es la verdad de esta escalera, que parece que ha adquirido vida propia, debido a
que es la escalera de Escher?
Lo real.
Pero lo real, por estructura, implica que no existe "La verdad" de esta escalera real (que
se ha convertido por ello en una escalera sin fe) ni la de ninguna otra escalera
supuestamente verdadera (por eso, Don Juan, no es el hombre que busca la verdad de la
mujer, esa que no hay o que la hay notoda, sino que trata de alcanzar, a través de todas
las mujeres, "La Mujer verdadera" o "La verdadera Mujer", la mujer no-tachada que,
por ello, no-existe).
"Señora marquesa de todos los marquesados o señor proletario de todos los oprimidos
del mundo, hagan ustedes su pase escalar, y dígannos: <<¿cómo gozaron ustedes
marquesílmente o proletariamente con esa escalera?>>".
Nadie puede recorrer esa escalera, subirla y bajarla hasta el final, hasta los restos, y
permanecer inocente después de haberla consumado en toda su circunferencia, en sus
redondeces, hasta el último grito, el alarido terminal, animal, que anuncia el climax, que
expresa el súmmum del goce.
31
Esta escalera de nuestros sueños y pesadillas, como Summa Gozosa, al indicarnos que
el hombre no está hecho para una escalera ni ésta para aquél, nos anuncia, con el mismo
énfasis, con el sonido de las trompetas del Juicio Final, que el varón -mejor dicho, su
goce- no está hecho para la mujer ni ella -mejor dicho, su goce- para él (la discordancia
de los sexos, su no-complementariedad, la suplementariedad de los goces); en
resumidas cuentas, para expresarlo en romanche, lengua bien rara donde las haya: "La
relación sexual no existe".
Hay todas las formas de goce habidas y por haber -¡hasta que el cuerpo aguante!-,
menos la que debería haber -¡la normal!-, la que no hay (este es el meollo del malestar
en la cultura, de cualquiera de la culturas que el hombre invente para evitar el malestar
en la cultura, que, del goce, solo tenemos la cáscara, nos falta la nuez).
Falta la letra "escalón del sexo" que permitiría escalar del escalón viril al escalón
femenino, y a la inversa.
El juego de la silla
32
Igual que hay un "juego de la silla", cuya gracia y desgracia se basa en lo real, en el
hecho de que hay una silla que está forcluida debido a que no hay ningún símbolo que
la represente o letra que la escriba, se puede hablar de un "juego de la escalera", el que
juega Escher con nosotros, en el que en vez de ser una silla la que falta se trata de un
escalón, "el escalón perdido" (el que hace que los hombrecillos no puedan dejar de dar
vueltas alrededor de esa escalera circular).
La clave se encuentra en la pareja gemelar, posada por igual, como iguales, en cada uno
de los escalones, en una actitud de tamaña identidad que resultan indistinguibles, a no
ser por el sentido de su marcha: dextrógiro o levógiro.
Son esforzados hombrecillos, los cuales, "subiendo por subir" o "bajando por bajar",
un peldañito arriba o abajo, de más o de menos, cargan sobre sus espaldas cheposas con
el peso insoportable de un aburrimiento mortal (fenomenológicamente primo hermano
de lo real).
Es cierto que el juego de "Suben y bajan" nos engaña y seduce como lo hace el cine;
pero, si real o irrealmente, cada uno de los escalones correspondiera a un fotograma no
habría dos hileras de hombrecillos que ascienden y descienden; no estaríamos viendo
una secuencia cinematográfica, una cinta sin fin, que se pasa permanentemente, de dos
hileras de hombrecillos que suben y bajan, sino la secuencia, detenida en sus fotogramas
sucesivos, de dos únicos hombrecillos, uno que sube y el otro que baja.
33
Aunque no deja de ser verdad que un director de cine, en su condición de dueño y señor
de sus personajes, hace con ellos "lo que se le canta" (¡siempre que esté dispuesto a
ajustarse al guion!).
Esto de la gramática de lo catenario nos vuelve a llevar al dominio del amo, al lugar-
amo del significante (S1 ).
34
La gramática quiasmática de Escher, en su sube y baja (la doble hélice del ADN)
¿Por qué azaroso destino los dos miembros de cada una de las columnas de
hombrecillos, que avanzan paralelamente en sentido opuesto, coinciden siempre en el
mismo escalón, conformando una parejita de allí en más inseparable ("Hasta que la
muerte nos separe")?
Conclusión: los dos hombrecillos escherianos que comparten el mismo escalón, que
han hecho de ese único escalón su pequeño o gran nido de amor, se aman
apasionadamente.
Por este desesperado motivo, inspirados por un amor a prueba de escaleras, son
incapaces de separarse ni por un instante.
35
A no ser por el Amor, por el gran Eros, que todo lo junta, que todo lo reúne (ya se sabe
que lo único que separa, el factor disolvente, es el goce), sería algo sorprendente e
inaudito, casi un acontecimiento, el hecho de que ambos dos se encontrasen, con tal
perfecta sincronía, a la par, en cada escalón (¿usan un reloj cuántico?).
Nos quedamos meditando... "A no ser que lo que les mueva a encontrarse sea un deseo
(sic)".
Esta situación ideal, tan absolutamente sincronizada, solo puede tener lugar en el vacío
(donde no corre ni el viento).
Esto no pasa ni en el circo, solo en los dibujos de Escher, que no son nada naturales,
como la vida misma.
36
Esto es un imposible.
Un hombre que sube y otro que baja, que comienzan su caminata en el mismo escalón,
por muy hermanados que estén, por mucho que se quieran, deberían, con el paso del
tiempo, distanciarse, alejarse cada vez más el uno del otro.
37
Si esto es así o asao, si hay alienación pero no separación, es porque estos dos
hombrecillos, gemelos hasta en los pelos de la barba, pertenecen al sexo masculino;
ambos son "Caballeros del Falo Redondo"; portan, en su escudo de armas, el emblema,
la insignia, del goce fálico.
Los fotogramas escalonados captan la instantánea del estado inerte, vaciado de tiempo,
de cada una de estas parejitas en conserva, auténticas piezas de museo ofrecidas a la
desertificación de la mirada.
38
Otra hipótesis: ¿acaso los personajillos de Escher no estarían desplazándose sino por
una escalera curva, no-euclidiana?
Es una posibilidad.
Si cada una de las parejas de hombrecillos permanece agarradita y calentita en cada uno
de los escalones es porque, desde que iniciaron su andadura por esos andurriales
azoteísticos, no se han separado, distanciado el uno del otro, ni un milímetro.
Aparentemente, uno sube y otro baja, pero ninguno de los dos gana en altura o en
profundidad con el paso del tiempo, permaneciendo amarraditos ad aeternam en el
mismo escalón.
¿No será que en esta "jodi..." dis-representación no existe ni altura ni profundidad (no
se trataría de un espacio euclídeo n-dimensional, sino de un espacio curvo, no-
euclidiano)?
La clave es la siguiente: esta escalera escheriana tiene, mal que nos pese, una estructura
moebiana.
Una escalera moebiana (como la de la figura superior) es una escalera en la que "el
arriba" se continúa sin solución de continuidad con "el abajo".
Dicho de otra forma, una escalera moebiana es una escalera en la que no hay "arriba"
ni "abajo".
De hecho, casi como el efecto de un hechizo, una escalera trazada sobre una banda de
Moebius sería, como la propia cinta, una escalera unilátera, sin espesor, con un solo
borde, en la que no habría ni exterior ni interior.
Esta escalera se las trae como escalera, porque ni acerca ni aleja; sería un escalera de lo
más atrabiliaria, cómica, en su rara extravagancia.
La conclusión particular de este principio general es que una escalera moebiana es una
escalera por la que no se sube ni se baja.
Dicho de la mejor forma posible, con el mayor respeto del mundo, una escalera
moebiana es una escalera por la que se está continuamente subiendo o bajando.
Todavía mejor que mejor, del mejor de los modos posibles e imposibles, una escalera
moebiana es una escalera que se caracteriza por un continuo "sube-sube" y "baja-baja".
Por fin o fin por, una escalera moebiana es una escalera escheriana.
39
Es una simple y humilde tira de papel (bilátera) a la que se retuerce por la mitad y, a
continuación, se pegan sus extremos.
40
Esta operación permite construir una figura topológica que consiste en una banda
unilátera, continua, sin diferencia exterior-interior; de tal forma que un ser extraplano
que circulase por esta bandurria (tira tan tirada que hasta carece de espesor) pasaría, sin
solución de continuidad, sin haber atravesado ningún borde (solo tiene una cara), sin ni
siquiera darse cuenta, de afuera a adentro, de arriba a abajo, y viceversa.
Yo mismo, si me place, puedo colocar dos hormigas extraplanas sobre una escalera-
moebiana.
Como observador externo puedo decidir, si me peta, que una de ellas -la "hormiga-1" -,
esté siempre subiendo, mientras que la otra -la "hormiga-2" -, que sigue el mismo
camino que la primera, esté siempre bajando.
41
La única diferencia entre las dos es que una de ellas mira estrábicamente en dirección
levógira y la otra en dextrógira.
Al tratarse de una escalera extraplana, sin espesor, de una sola cara, con un solo borde,
es imposible localizar, a no ser por convención, un arriba y un abajo.
Lo cierto es que si uno observa la escena lo que percibe es que Los Capuleto no paran
de subir y Los Montesco de bajar.
No es que Los Capuleto se opongan a Los Montesco, sino que Los Capuleto no son sin
Los Montesco, y a la inversa.
42
Da la impresión, el feeling, que estamos ante una especie de paradoja, estilo zenoniano,
como la de la flecha que se mueve y no se mueve en el aire, que nunca alcanza el
blanco, que ataca la ilusión del movimiento.
A pesar de ello, al fin y a la postre, aunque lleguen a la hora del postre, "no-cesan-de-
no-desplazarse" ("lo imposible"), de progresar, en un progreso regresivo, alrededor de
esa escalera circular.
43
Progresan como colectivo, en conjunto, gracias al lazo social, al perpetuum mobile del
lenguaje y el deseo.
En cada uno de los puntos de esa escalera escheriana se realiza, cumple, materializa, la
continuidad entre "subir" y "bajar".
Cada uno de los hombrecillos, en tanto se desplazan por los mismos puntos de la
estructura moebiana, con cada uno de los pasos que dan, suben y bajan al mismo tiempo
(en el mismo punto témporo-espacial).
Los dos trazos unarios, estructurales, que anudan esta escalera escheriana con una
banda de Möbius son:
La ilusión de cualquier sujeto humano, a no ser que esté loco, es poder acceder, plácida
y benéficamente, a un goce que sea un bien y no un mal, sin altibajos, subidas o bajadas,
que se mantenga estable a lo largo del tiempo.
Se trataría de un goce que no iría del cero al infinito, del defecto absoluto (la
melancolía) al exceso total (la manía).
44
Este goce que no es goce sino placer se situaría entre el umbral superior y el inferior del
campo homeostático regulado por el "Principio del Placer".
Sube y baja
El goce siempre comporta una ruptura de las barreras, los límites, las salvaguardas de la
homeostasis, lo que conlleva necesariamente un exceso, ya se trate de un "demasiado
mucho" (de un "por demás") o de un "demasiado poco" (de un "por de menos"), que es
sentido respectivamente como dolor (mucho) o como anestesia (poco) a nivel del
cuerpo.
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A pesar de que en "Suben y bajan" (perpetuum mobile) nadie baja ni sube (perpetuum
immobile), hay dos sentidos: uno de bajada, el otro de subida; unos hombrecillos se
desplazan en sentido horario, los otros en sentido antihorario.
Para garantizar una buena circulación en la azotea, fluida, sin atascos, se necesita un
"guardia de la circulación".
Si los hombrecillos de Escher circulan arriba y abajo al ritmo que les marca el discurso
del amo y, a pesar de ello, no se divisa ningún amo, ningún guardia de la porra en las
inmediaciones, en el horizonte azoteístico, es porque cada uno de ellos porta un amo en
su interior (están identificados al amo).
Todo sujeto humano, por cobardía, necesidad de sometimiento, porque no sabe quién
es... anhela tener un amo, un conductor que dirija sus pasos, que le marque el ritmo, que
le diga a dónde debe ir, encaminarse, qué es lo que está mal y lo que está bien (La
psicología de las masas: todo amo, como alguno en el que estoy pensando ahora, es un
auténtico moralista).
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El goce, que se suele "tomar las de Villadiego", tiene sus propias vías de realización, de
satisfacción, por lo que se resiste a ser dirigido, ordenado, normalizado, reconducido por
el buen camino, el camino recto, de todos.
Es cierto que ese goce rebelde, resistente, se puede encontrar entre otros sitios en una
azotea.
Sabemos que lo más habitual es hallarlo, a buen recaudo, en un sótano, en los bajos
fondos o desprovisto de cualquier tipo de fondo; incluso, si me apuran, no es raro
toparse con él en las letrinas, en esos lugares donde abundan los restos inmundos, los
residuos innombrables, pero, como no tenemos nada contra las azoteas, porque
cualquier lugar es bueno para gozar, aceptamos la existencia de una modalidad de goce
al que vamos a denominar "el goce de la azotea" (remedo y remiendo del "goce del
Otro").
Ya hemos dicho que allí donde domina, donde sostiene su hegemonía el discurso del
amo, como en esta azotea de Escher, el goce, en cualquiera de sus modalidades -¡no
digamos ya "el goce de la azotea"!-, brilla por su ausencia.
Es casi un axioma: donde están prietas las filas, donde se escucha tocar música militar
(Georges Moustaki dixit), no es un tiempo propicio para cosechar el goce, ni el de la
azotea, ni el del vestíbulo, ni el del piso primero o el sexto...
En todo caso, si uno quiere salirse de la fila, romper la formación ("¡rompan filas!"),
dejar de desfilar al paso marcado por los amos de este mundo, casi mejor que "el goce
de la azotea" es "el rock de la Azotea", rescatado por el gran Ringo Starr:
"Ringo Starr declaró que pensaron hacerlo en lo alto de un volcán de Hawaii y hasta
en el desierto del Sáhara, pero, finalmente, en un giro genial a la idea, decidieron tocar
en la azotea del edificio de la Apple Corp, en el número 3 de Savile Row, en Londres, el
30 de enero de 1969.
Allí estaban John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison, los cuatro
Fabulosos. Harrison se había traído también a Billy Preston para los teclados, y en los
controles del equipo de grabación estaba Alan Parson. Todo muy improvisado". (Rock
en la azotea; Gustavo Gil; 3 /2017).
Además del rock de la azotea tenemos otras variedades rockeras, como el famoso "El
rock de la cárcel", de Los Teen Tops.
Este es uno de sus fragmentos más fragmentarios, que alude al goce y al director de la
cárcel, al amo:
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¡Cuidado!, hay que detenerse en este término de azotea, que remite a la expresión tan
manida y tan expresiva "estar mal de la azotea", en el sentido de tener "la azotea" (la
cabeza) echada a perder, "hecha unos zorros".
Del que "está mal de la cabeza" se dice también que "está como una cabra" (las cabras
habitan en las azoteas de los montes).
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Este goce @-zote-ístico, el más zote, zopenco, zoquete, mentecato, ignorante, tonto,
zafio, tarugo, del mundo, del que gozan a toda escalera, en la mayor escala, hasta en la
azotea, subiendo y bajando, los hombrecillos escherianos, es el verdadero @-zote del
discurso del amo, incapaz de regularlo, encauzarlo, ordenarlo, civilizarlo, a pesar de
contar con la ayuda inestimable de la pedagogía, del furor sanandis y del ejercicio del
poder (que fracasan en las tres tareas imposibles de: educar el espíritu, sanar el alma y
gobernar el goce).
En esa azotea tan extraña nadie puede subir ni bajar porque nada permite situar "el
arriba" y "el abajo"; ha desaparecido toda referencia espacial a la tercera dimensión, a
la profundidad; solo permanece la referencia del goce que, como cualquiera puede
experimentar (¡o sufrir!) en sus propias carnes, carece de cualquier referencia, es
insituable, atópica ("atopos": fuera de lugar, extraño, absurdo, raro); por este motivo,
nadie se adentra en las azoteas del goce sin referencias, sin contar con "las mejores
referencias" (por ejemplo, las que puede proporcionar el psicoanálisis).
Estos hombrecillos escherianos viven en un mundo extraplano, sin espesor, por el que
se desplazan a través de una escalera plantígrada, bidimensional, sin profundidad (a
excepción de la profundidad del goce).
Un mundo extraplano
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Aunque se piense que los peores vicios son solitarios, se trata de todo lo contrario: son
públicos, no anónimos; colectivos, no individuales; compartidos, no solitarios; ajustados
a la ley, no quebrantadores de las normas.
Es absurda la existencia de una escalera en una azotea en la que, a excepción del cielo y
las nubes, no hay nada más alto.
Gracias a una escalera, desde una azotea se puede bajar a los pisos de la casa y, desde
estos, subir a aquella (con cuidado de no caerse); pero, la escalera escheriana, en contra
de su ser más suyo -escalérico-, no sirve para comunicar los altos azoteísticos con los
pisiles bajos.
Es una escalera de adorno, dispuesta ahí de cualquier manera, por innecesaria, gratuita,
absurda; porque ni es escalera ni nada que se le asemeje; "no la conoce ni la madre que
la parió".
¡"Jodi..." escalera!
¿Cuál escalera?
Esa misma.
El misterio, lo imposible de una escalera que ha renegado de su ser, que se dedica a ser
lo que no es.
"Toc, toc... -¿Quién es?-; -El sable del Coronel-; -Cierra la escalera-".
50
Es necesario que te reforme, transforme, para que empieces a comunicarte, para que
dejes de comunicar (con) lo incomunicable.
Decir que la escalera azoteística no sirve de nada, afirmar que, ni por asomo, ni por
aproximación, es un bien, es señalarla, signarla, única y exclusivamente como un objeto
de goce.
La escalera, la cuala, lógicamente, como toda escalera, aspira a ser amada por lo que
es, por su condición de escalera, se va a sentir profundamente decepcionada cuando
descubra que solo se la quiere, se la desea, como objeto para gozar.
Se trata de una escalera sadeana, castigada, azoteada, que solo sirve como instrumento
de goce.
Es evidente que para estos menesteres es un poco grande, excesivamente rígida, poco
flexible para azotearnos con ella; descomunal si el objetivo es extraer, hasta donde el
cuerpo aguante, eso que no existe: un pingajo de goce.
Ya que azotea rima rítmicamente con azotar vamos a darle a esa escalera una
oportunidad para ver si nos es útil para el goce.
51
Donde está su principio, donde arranca su marcha, está también su final, el punto donde
detiene su vagabundeo.
El efecto que produce es "el paso de la azotea": "de azotea en azotea y tiro porque me
azotean".
Es una escalera tan inservible, que lleva siempre al mismo sitio, independientemente de
que uno sea arribista o bajista, altillo o bajillo.
¡Olvídense de gritar bien alto o de callar bien bajo porque, barítonos o sopranos,
pianofortes o piano piano, dado que "chi va piano va lontano", nunca llegarán a ningún
sitio!
Una escalera que no es apta para subir ni para bajar -¡de un determinado lugar o a un
indeterminado lugar!- no pasará el más mínimo control de calidad para escaleras;
incluso, si esto es así, se podría plantear si tiene el derecho de seguir llamándose
escalera o la podríamos llamar cacerola o patinete.
Si sirve para algo, además de para (no) gozar, es para dar vueltas en círculo, para
circular.
¿No estará "el" goce conectado con "la" circulación? ¿"el" con "la"?
Estas dos filas de hombrecillos circulan en círculo porque algo de esa circulación les
provoca un goce; solo esto puede justificar ese acto insensato, antientrópico, de "no-
cesar-de-no-dar-vueltas", de "marear la perdiz" (la perdiz, al igual que el goce, son
aves de vuelo corto que no resisten mucho tiempo en el aire).
Resulta que aquí, en la azotea, no hay ninguna perdiz a la que haya que marear para
poderla cazar.
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El lust del genuss (goce) se relaciona con ese acto absolutamente insensato e
improductivo (desde la lógica capitalista) de dar vueltas como una peonza alrededor de
la nada y para nada.
Este acto de voltearse, de re-volverse, lo podemos definir así: "dar vueltas por nada,
para nada, por el más puro e impuro goce de dar vueltas".
Con una especie de expresión redundante como "ver con mis propios ojos", el goce
consiste e in-consiste en "dar vueltas por dar vueltas".
Cuando uno sube y baja por una escalera es porque tiene el deseo de comunicarse, de
"establecer una comunicación".
Dar vueltas en círculo, aunque sea por una escalera comunicante, incomunica.
53
En Escher hay toda una interrogación sobre lo incomunicable, aquello que fuerza,
empuja, a dar vueltas en círculo, a girar alrededor de lo mismo.
Uno afronta, toca, en soledad, aunque no sin los otros, no sin angustia, el punto crítico
del goce.
No hay que ser muy perspicaz para captar que la atmósfera de "Suben y bajan" es de
una radical incomunicación.
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Cada hombrecillo está en esa cadena sin fin al lado de otro hombrecillo, en el mismo
escalón, separados por una distancia infinita, medida por su incomunicación.
Este dar vueltas sin fin, sin esperanza de llegar a buen puerto, es la manifestación de la
distancia insalvable, de la incomunicación irreparable que el pecado del padre nos ha
dejado como herencia.
Ahora, lo que saben a ciencia cierta no es que "Dios ha muerto", sino que están solos,
desamparados, frente al goce y la muerte.
Pueden estar hombro con hombro y sentirse separados por una distancia
inconmensurable, sin medida.
La cuestión decisiva pasa por ese real-incomunicable, por el goce, que se infiltra en sus
vidas, "envenenándolas", transformándolos en unos extraños los unos para los otros.
La escalera-no escalera, que cuando subebaja y cuando bajasube, nos transmite una
negatividad radical, esa incomunicación tan peculiar del parlétre, especie de distancia,
apartamiento, extrañeza, mediatizada por un goce incomunicable, que quiebra toda
posibilidad de mediación, al romper con lo normalizante, lo consuetudinario, lo
compartido por todos.
Si a esta escalera tan rara, que no cumple con todos o con ninguno de los estándares de
calidad, con sus obligaciones de "comunicación-entre", de ser como debe ser escala,
escalera o escalar, si la tomamos a la remanguillé, como un instrumento significante
que teóricamente serviría para facilitar las subidas y las bajadas, los encuentros en el
descansillo de la escalera, resulta que Escher, gracias a ella, nos demuestra
fehacientemente, gozosamente que, en el mundo de los seres parlantes, "la letra que
escribe la relación sexual no existe".
55
... Y, si existiera, sería una "jodien...", una "puta... de marca mayor, mayestática.
Entre un hombre y una mujer falta la letra de la relación (<<R>>): "No hay Relación
sexual":
♀R♂
♀ Significante-escalera ♂
Esto no quiere decir que entre <<una>> varón y <<un>> fémina no haya nada: hay un
vacío (que se suele saturar de amor); hay un goce (que se suele temperar con placer).
No poder subir ni bajar o estar siempre subiendo y bajando significa que un hombre y
una mujer nunca van a poder encontrarse donde conviene, donde les place, en un lugar
pre-dispuesto desde siempre (a esto se llama El Amor), bien adaptado a sus necesidades,
las de todo el mundo, que alberga la promesa imposible de un goce unificante que,
como cualquiera sabe por experiencia propia, no existe (el goce de los ángeles, de los
seres beatíficos, sin cuerpo, sin deseos... sin goce)
56
57
58
Lo útil y el goce
Hay algo misteriosamente gozoso en este acto-sujeto de dar vueltas sin fin, de circular
circularmente hasta la extenuación por una escalera circular.
Hemos cosechado una clave para poder interpretar esta figura imposible
Esta escalera escheriana es un puro absurdo; no hay nada en esa azotea, en ese tejado,
que esté más alto que la propia escalera (entre otras cosas porque entonces no sería una
azotea), algo que se podría alcanzar subiendo por la escalera (uno podría intentar pescar
un pájaro al vuelo, pero, para eso, no se necesita una escalera, sino una caña).
En esa casa hay lugares que están más bajos que esa escalera azoteística, a los que se
podría descender a través de una escalera.
Es una escalera cuyo escalón más alto y más bajo están a la misma altura en la azotea.
Es una escalera que no asciende ni desciende, por la que uno no puede elevarse ni caer.
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Al ser una escalera que no lleva a ningún lugar o que siempre lleva al mismo lugar,
independientemente de que uno suba o baje, no tiene ninguna utilidad, no sirve para
nada, solo para dar vueltas en redondo.
Se creería que la de una circunferencia, porque los hombrecillos dan vueltas en círculo.
¡Pues no! La redondez del recorrido no da cuenta de la autorreferencialidad de la
escalera que se escala a sí misma; se trata nada más y nada menos que de "una escalera
escalando una escalera".
La escalera autorreferencial
Se necesita algo más fuerte, que golpee con violencia nuestras certezas.
Al tratarse de una escalera que sube y baja por una escalera, y de unos incautos
hombrecillos, pequeños insectos, "que-suben-y-bajan-por-una-escalera-que-sube-y-
baja-por-una-escalera-que-sube-y-baja-por-una-escalera...", solo un ocho interior
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A diferencia del círculo, que puede colapsar sobre su agujero, este ocho
autorreferencial preserva el agujero, lo mantiene irreductible.
Esto es muy importante porque el agujero es la nasa del objeto @, el objeto del goce.
Para distender la cosa, antes de pasar a lo más serio y peliagudo, podemos jugar y
divertirnos con la escalera, incluso tratando de hacer algunas acrobacias y pinitos con su
escala y escalones.
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Vamos a lanzar al tuntún una serie de frases, proverbios y títulos fílmicos, que giran
alrededor del nombre "Escalante", apellido español que proviene del latín "scala", que
significa "escalador" ("Escalante", para escalar, necesita una escala, una escalera):
Volvamos a lo serio, a "lo útil y el goce", con respecto a esta "escalera de escalera",
escalerizada, escolerizada, escolarizada.
Es más que evidente que una escalera que, por motivos desconocidos, no es una
escalera, que no cumple con su función instrumental de escala, que no se puede utilizar
para subir y para bajar, carece de cualquier valor de uso.
Eso es algo que se capta perfectamente en la imagen del cuadro que, aunque parezca
animada de movimiento, es absolutamente estática (se la podría adjetivar como una
escena "quietista").
Los hombrecillos azoteísticos se limitan a dar vueltas en círculo y, tanto los que suben
como los que bajan, después de haber recorrido una circunferencia completa (¡o un ocho
interior!), retornan siempre al mismo punto (que puede ser cualquiera; todos son el
mismo punto).
Se puede decir que es una especie de escalera de la risa, por no decir irrisoria, al modo
de un juego recreativo o atracción de feria, con la función de sorprender al respetable,
de atraparlo en su paradoja, buscando el divertimento (diversión y pasatiempo).
Esta escalera es paradojal porque, aunque tiene toda la apariencia de una escalera, no
se puede usar para lo que se usa una escalera (subir y bajar); insistimos, es un
instrumento aberrante, a-instrumental, porque no tiene ninguna utilidad, está
desprovisto de cualquier valor de uso.
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Tiene dos problemas que se relacionan entre sí: su absurda ubicación y su nula
funcionalidad.
Una escalera, como escala que es, debería empezar en el piso más bajo de la casa y
acabar en el más alto (esto es de cajón, de escalera).
Una escalera como dios manda debería situarse dentro de la casa, atravesándola de
arriba abajo, a no ser que se trate de una escalera de bomberos, de evacuación, adosada
al exterior de la casa, que se proyecta desde el tejado, pasando por todas las plantas,
hasta el suelo salvador.
Nunca se ha visto el uso que podría tener en la azotea de una casa una escalera que
vuelve sobre sí misma, una escalera circular cuyo principio y final están en la misma
azotea (a la misma altura), una escalera que no permite abandonar la azotea ni hacia
abajo ni hacia arriba, atrapando en el mismo lugar al incauto que la usa.
Lo que caracteriza a una escalera hecha y derecha es que está hecha con el fin de
desafiar a la "Ley de la Gravedad".
En la "escena del mundo": "subo por la escalera para ir a mi dormitorio" o "bajo por
la escalera para ir a las caballerizas".
En la "escena escheriana": "subo por la escalera para subir por la escalera" o "bajo
por la escalera para bajar por la escalera".
Los hombrecillos escherianos suben y bajan para dar vueltas, por eso no suben ni bajan
a ningún sitio, suben y bajan siempre por el mismo sitio (la mejor forma de girar en
redondo).
Su bla-bla-bla es la forma singular que tiene de hacer girar a los significantes, para que
den vueltas en redondo, como los anuncios luminosos o los circuitos electrónicos de las
máquinas calculadoras (abrir/cerrar).
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Por eso, mientras más disparates, estupideces, inconsecuencias, diga uno, dado que se
trata simplemente de hacer girar a los significantes, de que den vueltas en espiral o en
ocho interior, vueltas tóricas, el goce aumenta exponencialmente de acuerdo al grado de
absurdidad, de sinsentido, del decir.
Mientras más suba uno por subir o baje por bajar, igualándose subir y bajar en su
condición de modos de goce, más se disfruta subiendo y bajando para nada, bajando-
bajar y subiendo-subir.
Los sabios de este mundo, que haberlo haylos, con su pedantismo irreductible, saben
todo y de todo menos lo único que es importante saber: que no se puede saber todo; que
el todo está agujereado.
Este agujero tódico o tórico les da pavor, sudores fríos, angustias y pesadillas sin fin.
Se dedican a echar paladas y paladas de saber sobre el agujero tódico, impotentes para
paladear ni un poquito -notodito- de goce.
Estos hombrecillos, bajadistas y arribistas, bajan y bajan, suben y suben, sin poder
parar de bajar ni de subir porque no saben lo que significa bajar ni subir; bajan sin saber
que están bajando, suben sin saber que están subiendo; ¡son unos inconscientes!, lo más
cercano que puede haber a unos sonámbulos, practicando el subidismo y el bajadismo
sonambulista o funambulista.
Dice Lacan que "el secreto del psicoanálisis es que no hay Otro del Otro".
Aquí, en Escher, se puede decir que no hay subir del subir ni bajar del bajar; no hay
metasubidismo ni metabajadismo; existe un subidismo y un bajadismo sin meta, sin fin,
sin objeto.
Ya demostraron los físicos presocráticos en su teoría del plano inclinado que no hay
subida sin bajada, que todo lo que sube baja.
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Desde el punto de vista geométrico una cosa que sube y otra que baja pueden
desplazarse en paralelo, pero sus puntos de llegada respectivos no podrán nunca
coincidir en el mismo plano, estar a la misma altura.
Podrán estar en dos planos paralelos a condición de que el plano de llegada de los que
suben esté más alto que el de los que bajan.
Una escalera normal debería tener dos puntos de origen (arriba y abajo) y dos puntos de
llegada (abajo y arriba); la escalera escheriana solo tiene un punto de origen (arriba o
abajo) y un punto de llegada (abajo o arriba).
Una escalera normal, con respecto a sus puntos de origen y de llegada, es un conjunto
formado por cuatro elementos, en el que queda excluido que el punto de origen y el de
llegada coincidan: abajo-abajo; arriba-arriba.
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Es lo que sucede con las dos hileras de hombrecillos, que una siempre baja y la otra
siempre sube.
Uno, de tanto reírse o llorar, se puede morir de risa o de tristeza, sufrir un colapso.
Si esta escalera paradójica carece de valor como útil, si no sirve, a pesar de los pesares,
para lo que debería servir, es muy complicado que entre en circulación en el mercado de
los bienes, al haber quedado despojada de cualquier valor de cambio
Igual que el goce o el deseo, esta escalera gozosa o deseosa, absolutamente oscura en
su valor, permanecerá excluida, expulsada (ausstossung), del intercambio de los bienes.
66
¿Quién la va a comprar?
A lo mejor o a lo peor, podría servir como pieza de museo, como objeto surrealista, de
esos ready-made (objeto artístico).
Aquí tenemos la Escalera de Penrose, famosa escalera imposible, planteada por los
matemáticos Lionel Penrose y su hijo Roger Penrose en un artículo de 1958:
"Pero en la versión de Bruno Ernst se demuestra que sí es posible hacer una escalera
infinita o que dé la sensación de no tener fin, pues esta versión se basa en la unión de
cuatro rampas o dos rampas y dos escaleras" (Óp. cit.).
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"El término arte encontrado –más comúnmente objeto encontrado (en francés objet
trouvé; en inglés, found art o ready-made) o confeccionado– describe el arte realizado
mediante el uso de objetos que normalmente no se consideran artísticos, a menudo
porque no cumplen una función artística en lo cotidiano, sin ocultar su origen, pero a
menudo modificados. Marcel Duchamp fue uno de los pioneros de su establecimiento a
inicios del siglo XX." (WIKIPEDIA; La enciclopedia libre).
También esta escalera inservible, inútil, a-instrumental, como la rueda de bicicleta sin
bicicleta, nos plantea un grave problema con respecto a su valor de cambio que, al igual
que su valor de uso, está totalmente huérfana de ellos.
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Una escalera tan encontrada o desencontrada como esta, que ni sube ni baja, que
cuando sube baja, o que cuando baja sube, es muy difícil que tenga una salida
comercial, que alguien la vaya a comprar, entre otras cosas porque nadie la va a
considerar como un bien.
Entonces, ¿cuál es el estatuto como objeto de esta escalera que subvierte todas las
propiedades de lo que es una escalera (escala) en tanto instrumento, útil?
La escalera de Escher es una escalera hecha para que la escalen (scala) los monjes
mientras rezan sus interminables oraciones.
Hemos visto que se la puede catalogar, dentro "del catálogo de todos los catálogos que
no se incluyen a sí mismos", como un objeto matemático, hecho por matemáticos.
Esta a-escalera es algo parecido a una silla que no sirve para sentarse o una cama que
no sirve para dormir.
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A una escalera que ni sube ni baja, o que solo sube o solo baja, ¿se la puede seguir
llamando "escalera" o hay que rebautizarla?
Lo que nos impide captarlo es toda la cobertura imaginaria (los monjes, el monasterio,
el aura de misterio, de ensoñación, de absurdo lógico, que empapa "suben y bajan") que
vela el vacío del ser, o, dicho en términos psicoanalíticos, la castración.
Incluso, estas matemáticas recreativas nos pueden entretener -¡hasta dormir!- mientras
esperamos la muerte, con tal que la castración no asome la oreja, como el lobo del
cuento la patita.
A esta escalera, en la que nadie cae, la podemos calificar como la escalera más
peligrosa del mundo, porque está forjada con la materia del goce.
En cualquier caso, se trata de una escalera que no sirve para nada, solo para gozar más
allá del principio del placer (como hacen estos monjes).
70
¿Es algo tan claro y tan evidente que esta escalera es inservible?
Algo que no sirve para nada, inútil, suele estar destinado al cubo de la basura, al litter
donde se acumulan todos los residuos y los restos inservibles del ser (o del no ser).
A pesar de ello, de momento, esta escalera está en uso, en usufructo, en modo uso y
disfrute.
Hay unos hombrecillos, que dicen que son monjes, que no paran de dar vueltas
alrededor del claustro de la escalera, allí donde se pierde el eco de sus pasos.
¿Qué es lo que les mueve y conmueve como afección en ese girar en círculo, sin fin,
una y otra vez?
Si la escalera al gusto de Escher no lleva a ningún sitio, solo a dar vueltas en círculo, a
la redonda, en la azotea de la casa, esta es una actividad que, además de nonsense, no
tiene ninguna utilidad, ningún fin práctico.
Alguien hasta se podría preguntar, ¿dónde está el buen Dios en esta azotea?
71
El caso, o acaso, o quizás, es que hay un tercer valor, más allá del valor de uso y de
cambio: el valor de goce, ese que, por su singularidad y carnalidad, al ser tan difícil de
compartir, de expresar con las palabras de todos, nos excluye del rebaño humano.
Un objeto no es solo un útil, un instrumento que cumple con una determinada función,
ni algo que solo se intercambia en el mercado de los bienes, sino que, ¡@-demás! (este
término condensa el objeto @ con el plus de gozar), tiene un valor de goce.
De hecho, se considera que el goce no sirve para nada, al no existir ninguna medida
(fuera de su acto) que permita establecer su valor de cambio (solo sabemos del goce en
tanto marca en el cuerpo).
Por lo tanto, es evidente que esta escalera, si tiene algo digno de valor, altamente
valuable, solo puede ser como instrumento de goce.
Igual que el discurso, el bla-bla-bla inveterado de los parlétres, que siempre tienen
desatada lalengua, plena de lalaísmo, culpable y confeso.
Estos estúpidos hombrecillos no saben que, en sus vueltas infinitas, no hacen más que
gozar.
72
Dar vueltas continuamente, sin ningún tipo de dirección o de sentido, porque el que
sube sin parar, sin descanso, al igual que el que baja, sin pausa, siempre está en el
mismo lugar, en el mismo punto, en el mismo escalón, en el mismo escalafón, en la
misma escala, solo puede tener que ver con la extremada, desmañada incapacidad ,
estúpida inutilidad del goce.
Esta subida fructuosa a lo largo de la escala celestial, lo mismo que el descenso a los
infiernos dantescos, es totalmente infructuosa, sobre todo si lo pensamos en términos de
placer y no de goce.
Este vía crucis compuesto por infinitas estaciones no es nada placentero si uno
identifica goce con placer; pero es totalmente gozoso si uno lo asimila al más allá del
principio del placer, al displacer, a lo pático, al padecimiento de lo patológico (el
sínthoma).
Si observamos el cuadro de Sandro Botticelli sobre los círculos del infierno es evidente
que estos hombrecillos podrían perfectamente ser unos condenados al fuego eterno que
están purgando sus penas en uno de esos círculos infernales (son reos del goce), sin
ninguna esperanza, porque del averno nunca se sale.
Ese recorrido infinito, esa especie de carrusel de sube y baja, transcurre íntegramente
en la dimensión de lo real, en relación con ese goce, notodo fálico, que habita en el más
allá del principio del placer.
73
Este tormento no es gozoso por ser infinito, en el sentido de eterno; es gozoso al portar
la marca, el signo del infinito (∞).
No habría que descartar que la afección gozosa -más allá del principio del placer-,
plena de patetismo, sufrientemente paciente, de estos hombrecillos andarines,
quijotescos, más que debida a lo interminable de su recorrido circular, esté relacionada
con su pasaje -in artículo mortis- por un ocho tumbado (ya se sabe que si hay algo que
nos tumba, que nos deja descuajeringados y descangayes, es el goce), el símbolo del
infinito que escribe el litoral del goce.
74
75
Se trata de una referencia topológica, que no tiene que ver con la lógica de los topos,
sino de los lugares, de la relación entre los lugares; de hecho, el nombre original de lo
que posteriormente se llamó "topología" es el de "Análysis situs": el análisis
matemático de los sitios, de los lugares geométricos.
76
Es cierto que este templete tiene todas las características de un belvedere, aunque
ninguno de los hombrecillos monacales, tan atareados con sus vueltas y revueltas, se
pare ni un momento a encandilarse con la bella vista (traducción literal de "belvedere":
"belle-vedere": "bella vista").
No hay motivo para poner en duda -aunque todo lo escheriano nos haga dudar,
obligándonos a preguntarnos por lo que es en realidad "la realidad" (que nunca es lo
que parece)- que este mirador, a diferencia de la escalera, está donde debe estar, en la
parte más alta de la casa, en la azotea.
77
Los que bajan -los lumpeanos- se desplazan por la parte interior de la escalera, la más
cercana al patio de luces de la casa
Los que suben -los arribistas- avanzan por la parte exterior de la escalera, la más
cercana a la fachada de la casa.
La columna de ánimas que baja traza un círculo interior alrededor del patio de luces.
La columna de ánimas que sube traza un círculo exterior alrededor del borde de la
fachada.
78
79
Las dos filas de hombrecillos, sin saberlo, giran alrededor del patio de luces del edificio
monacal.
Los que suben y los que bajan escriben con su cuerpo (sin sospecharlo siquiera) la línea
quebrada del litoral del goce que se sitúa en las inmediaciones, en los arrabales, de ese
agujero-patio de luces.
La escalera, línea sin espesor, dibuja el borde de ese patio interior (innenhof), de luces
(lichthof), hecho a escala del cuerpo de Dora (vorhof), que trae la luz del exterior a los
intestinus (derivado del latín "intus": "dentro", "interior") del monacato.
80
La estructura tórica
La imagen de "Suben y bajan", que tanto nos sorprende, engañándonos con sus falsas
perspectivas, ilusiones ópticas, trampantojos, al poder ser reducida -más allá de lo
imaginario- a la estructura simbólico-real de un toro, nos proporciona una especie de
visión autoscópica o endoscópica de la anatomía pulsional, gozosa, del cuerpo humano.
Lacan indica que el cuerpo humano tiene una estructura tórica, lo que significa que su
ana-tomía (escrito separado, acentuando el sufijo "tomía", traducido por "incisión",
"corte") se organiza alrededor de los agujeros pulsionales (la boca; el orificio anal; el
borde palpebral; el oído).
81
Aquí, el amigo Escher, nos está mostrando, bajo el manto de los monjes,
pudorosamente velada, una parte de su propio cuerpo (acertijo: ¿de cuál se trata?).
Podría ser -¿por qué no?- el tubo digestivo, los intestinos de Escher o los nuestros, los
entresijos, los mondongos, las partes de ese cuerpo, pertenecientes a nuestra anatomía
compartida, que solo en el límite se las califica como nuestras; como ese conducto tan
singular que acaba en el orificio anal (el lugar privilegiado de comunicación con la
demanda del Otro), alrededor del cual, bordeándolo, giran y giran sin parar los
significantes de la demanda anal ($<>D): "cagarla-hacerse cagar".
Lo que no percibimos por ningún lado es ese objeto que se desprende, cae, del cuerpo:
el escíbalo, el trocito de mierda.
Paradójicamente, el edificio del belvedere no está comunicado de arriba abajo por una
escalera, sino por una especie de conducto agujereado, probablemente con una función
82
Este canal, conducto, tubo, hueco interior, divide todo el edificio (incluida la escalera)
en dos partes.
Este gran caserón escheriano, con su majestuosa e inepta escalera, sufre la spaltüng, la
división, el corte, que le inflige esa hendidura central -el patio de luces-, que lo atraviesa
de parte a parte (de boca a culo).
(-) El patio de luces corresponde a la barra que divide, hiende, tacha al sujeto: /.
(-) Los hombrecillos errantes son los significantes de la demanda ($<>D) que giran
alrededor del agujero del patio de luces, que corresponde al agujero central -éxtimo- del
toro, corriente de aire].
Que la luminosidad del patio de luces no nos deslumbre, ciegue, y nos impida ver eso
que real-mente está en juego.
Todo esto huele mal, es una cochinada, pero hay que recordar que Freud plantea que en
un análisis es imprescindible abordar todos estos asuntos asquerosos, indecorosos,
impúdicos, de los órganos de la sexualidad, las excretas del cuerpo, los desechos del
organismo, los restos más inmundos, llamando al pan pan y al vino vino.
Shakespeare dice que "Estamos hechos de la misma materia que los sueños".
Con la misma o distinta razón se puede afirmar que "Estamos hechos de la misma
materia que la mierda".
Por lo tanto, si se trata de heces, digo "caca"; si se trata del orificio anal, digo "culo", y
me quedo tan ancho, tan satisfecho.
83
Un cuerpo, como es más que palpable, consta de otros agujeros, además del anal, a los
que se les llama erógenos porque son la fuente del goce pulsional.
Estos orificios corporales son la sede de las pulsiones (oral, anal, fálica, escópica y
vocativa), estando provistos como efecto del corte generatriz de un borde
exquisitamente sensible.
Siguiendo esta línea, que no es otra que la del litoral del goce, lo primero que hay que
confirmar es que "esta escalera no es una escalera", por la que se sube y baja, sino el
borde erógeno de un agujero pulsional.
También, que "los hombrecillos no son hombrecillos", sino significantes, que giran y
giran, demandando y demandando, en una incansable e inconsolable repetición,
alrededor del agujero pulsional (su fracaso es patente).
Que "el patio de luces no es un patio de luces", sino un orificio ana-tómico homólogo
al agujero central del deseo -<<interior-exterior>>, éxtimo- de un cuerpo tórico.
Nos falta por encontrar el objeto de la pulsión, del goce, -el @-, que Lacan escribe en el
cuerpo tórico sobre el agujero central del deseo.
84
Para poder encontrarlo no hay que buscarlo ("Yo no busco. Yo encuentro"; Pablo
Picasso).
Busquemos, como topos topológicos (cuyas madrigueras tienen siempre dos agujeros),
por los agujeros.
Por un lado, se puede considerar a la propia escalera como un molde hueco, a través del
cual avanzan y retroceden, con auténtica disciplina militar, las dos hileras de
hombrecillos.
Una escalera se podría definir, con un poco de imaginación, como un sólido tunelado al
que se han añadido pequeños resaltes o promontorios (los escalones).
Vamos a empezar con el toro, al que hay que coger por los cuernos.
Aunque un toro no es una escalera para ascender y descender, hay toda una homología
estructural entre ambos.
85
Un toro tampoco es una taza; pero miren lo que sucede en una operación de
transformación continua de una taza a un toro.
En Escher se trata de esa ilusión óptica que trampantojea la mirada al hacernos percibir
la paradoja de unos hombrecillos que aparentemente se mueven sin parar a lo largo de
86
Este atrapa-miradas nos empuja hacia la pista de la pulsión escópica, de "la mirada"
como objeto @.
Los antojos o trampantojos del ojo, esos señuelos, cebos, pitanzas, con los que se
alimenta el ojo, que favorecen el reposo de "la mirada" (real), se inscriben en la
ditmensión de lo imaginario.
Y de lo simbólico, ¿qué?
Un cuadro nos trampantojea, engaña al ojo, con su manducatoria, gracias a las leyes de
la perspectiva, que son leyes simbólicas, geométricas, matemáticas.
87
unen los puntos del objeto representado con el punto desde el que se observa
(denominado el punto de vista)" (Wikipedia, la enciclopedia libre).
El trampantojo, que nos hace ver lo que no existe, pero que podría existir, pone en
evidencia el tejido imaginario-simbólico -fantasmático- sobre el que se sostiene la
realidad
La zona erógena, el órgano del que extrae su goce la pulsión escópica, no es todo el
ojo, sino la hendidura palpebral, constituida por el borde de los párpados que rodean la
cavidad ocular.
88
El circuito de la pulsión
Entre cuenca y cuenca, escalón y escalón, los orantes pasan sin cesar las cuentas del
rosario, rezando padrenuestros y avemarías, repitiendo sin descanso los misterios
gozosos.
89
90
¿Uno o múltiple?
91
Tenemos una pista, casi infalible, que nos permitirá seguir sus huellas, y, tirando del
hilo, encontrarlo.
92
¿Cuál es?
Tiene que ver con el rastro, la marca que deja como resto el corte del significante sobre
el cuerpo, la ana-tomía ("corte", "hendidura").
¿Cuáles son los efectos del corte del significante sobre las zonas privilegiadas del
cuerpo (lo que Freud denomina las zonas erógenas)?
Son dos:
(-) Desprendimiento del cuerpo del objeto @: el objeto de la pulsión, del goce.
(-) Constitución de la hendidura del sujeto (S): el agujero pulsional, con su borde
erógeno, donde se anudan fuente y satisfacción del trieb (la deriva).
Sabemos también -casi es lo único que sabemos- que el objeto @ es el lugar de giro de
la flecha pulsional (disparada por "el arco de la vida") que le permite volver grupas en
dirección hacia la zona erógena donde hallará su satisfacción (befriedigung).
Con estas referencias tan pintiparadas, acudamos a ese auténtico misterio que es "Suben
y bajan".
Para encontrar el objeto @-mirada (la aguja en el pajar) hay que preguntar al paisano
del lugar (para el caso podría ser un analista en el lugar del sujeto supuesto al saber) por
dos localizaciones:
93
(-) Una especie de templete, de pérgola, pequeña pagoda, con ínfulas de belvedere, que
es justo el lugar por el que giran los hombrecillos en su ascenso y descenso por la
escalera.
La cosa se puede resumir así: patio de luces (S) ◊ belvedere [@]: S ◊ @ (fantasma):
Deseo.
Es evidente que por su ubicación en esa azotea, en las alturas celestiales, el templete-
belvedere tiene función de objeto @-mirada.
94
Un cuadro es un atrapa-miradas.
Desde el belvedere, el real del mundo nos mira, somos mirada, nos hacemos mirar.
Lo bello (bello) verede (ver) nos vela el desprendimiento radical de la mirada, su caída
del cuerpo como despojo, objeto @, efecto del corte significante.
Gracias a haber podido situar el objeto @-escópico en ese belvedere ciego, en ese faro
apagado, adyacente al patio de luces, se ha retomado el hilo de Ariadna que nos guiará
por el laberinto tórico.
95
En un toro, al igual que en "Suben y bajan", intervienen dos agujeros (empleo el verbo
"intervenir" para destacar la dimensión temporal del acto).
Por el cauce central de la escalera, como una pesada barcaza, avanzan en círculo las
ondas significantes de la demanda (los esforzados hombrecillos)
96
El patio de luces de Escher es el homólogo estructural del agujero éxtimo -del deseo- de
un toro.
Los dos agujeros tóricos: el alma del toro, alrededor del cual giran los significantes de
la demanda; el agujero central del deseo -<<interior-exterior>>- donde se localiza el
objeto @
(-) Dos (2) agujeros de distinta estructura: el patio de luces y el tubo hueco, abierto, de
la escalera...
(-) Dos (2) líneas curvas -exterior e interior- trazadas por las dos columnas de
hombrecillos-significantes en su tour de peregrinaje por la escalera.
En el toro, figura tridimensional, sin bordes, cerrada, también se capta una función <<2
X 2>>.
Por otra parte -lo cortés no quita lo valiente-, abrir las tripas del toro permite ver lo que
guarda en sus intestinos.
97
¿Qué nos muestra esa ventana abierta al interior, a las tripas del toro?
Si se abre el toro en canal, desaparece el anillo que constituye el borde del agujero
central.
Falta la falta.
La imagen de ese toro mordido en su pared frontal nos muestra una hendidura en el
lugar donde estaba el borde anterior del agujero central; solo permanece intacto el borde
posterior (que ha perdido su función de borde al no haber ya agujero que bordear).
Sin operación de corte lenguajera no hay borde; sin borde sensible no hay agujero real;
sin deseo de castración no hay agujero irreducible ("muerto el perro se acabó la
rabia").
Lo que añade el psicoanálisis a la topología es que no hay agujero sin sujeto, sin
castración, sin corte significante, sin dolor, sin angustia y sin goce (que implica la
pérdida de un real).
Si la estructura topológica del toro está preservada, el elemento fundamental del toro, el
agujero éxtimo, irreducible, aunque se lo exprima hasta la última gota, apretándolo con
la soga de la demanda, constriñéndolo con los significantes que giran sin cesar alrededor
del alma del toro, nunca podrá transformarse en un punto (a diferencia de la
circunferencia).
En el toro intacto, el agujero central del deseo -éxtimo-, habitado y habilitado por el
objeto @, no puede evaporarse, constituyéndose como la única garantía de que el deseo
no desfallezca.
98
Aunque no hay que olvidarse del abrazo de amor, tan estrecho, estrechado, estrellado,
estresado, de dos toros -sujeto y Otro-, que se funden (en todos los sentidos de la
palabra), confunden, a través de sus respectivos agujeros del deseo.
Una vez que se deshace ese abrazo amoroso, en el que se ha respondido al deseo desde
la demanda (no desde otro deseo), separándose los cuerpos, uno se queda a solas con
ese ruin y bajo agujero que sigue tan vacío como antes del acto: "Después del coito
todos los animales entristecen a excepción de la hembra humana y el gallo" (Galeno).
Rafael el Gallo
99
Si uno se fija en esa escalera estilo art nouveau creería que esa casa ha sido construida
por el tejado (de forma disparatada y absurda).
En cambio, si se detiene en el patio de luces estilo art decó pensará que la casa no ha
sido construida desde los cimientos, sino desde sus intestinos (del latín "intestinus":
"interior") que, como todos los intestinales intestinos, es un conducto interior-exterior.
En esta representación subida y bajada de tono es obvio que no hay que ser un águila
para ver que todo se organiza alrededor del patio de luces.
100
La escalera dividida por el patio de luces; al fondo de los fondos, la ventana del
fantasma, allí donde todos nos desfondamos.
Esta escisión del sujeto se puede abordar como la distancia que separa el lugar desde el
cual nos vemos como imagen especular (i [a]) en relación con ese otro lugar desde
donde somos mirada [@] que causa el deseo del Otro.
Es la misma hendidura que separa el lugar del espejo (m<-->i´[a]) del lugar del
fantasma ($<>a), causa de la división del sujeto, de la tachadura que lo abole.
101
Este lugar central, espacial y funcional, el patio de luces, alrededor del cual todo gira,
está re-marcado y enmarcado por la disposición de la escalera circular cuyo centro se
localiza en ese agujero-luminaria.
Por eso es tan importante preservar en un análisis el espacio del deseo; que, en algún
lugar, se sostenga a machamartillo un agujero-falta que no sea reducible
topológicamente a un punto.
Esta y no otra es la función del agujero central del toro (el sonajero) y del objeto @ (la
piedra del sonajero): mantener abierto el lugar de la falta.
No ceder ante el deseo implica evitar que desfallezca el deseo, que se tapone su nasa
(con un seudo objeto @).
Por eso, en la consulta de un analista, sería bueno disponer de una buena escalera y de
un patio de luces, ambos escherianos.
102
O que el analista utilice un toro como almohadón para asentar sus posaderas.
Todo el secreto de un buen o mal análisis no tiene tanto que ver con lo que se ha dado
en llamar el atravesamiento del fantasma, sino con la defensa a ultranza, por medio del
arte de la interpretación y del manejo de la transferencia, del agujero del deseo, al que
suple ese resto objetal, gozoso: el @.
¿Qué es el isomorfismo?:
"Dos estructuras (sistemas o conjuntos) son isomorfas entre sí cuando a cada elemento
de la primera estructura corresponde sólo un elemento de la segunda, y a cada
operación (nexo) de una estructura corresponde una única operación (nexo) en la otra,
y recíprocamente" (Diccionario soviético de filosofía).
El patio de luces de "Suben y bajan" y el agujero éxtimo del toro son isomorfos.
El edificio donde todos suben y bajan se construye alrededor de ese centro que es el
patio de luces (que rompe toda simetría).
103
(-) Línea irreducible: del deseo: cualquier línea que rodee el agujero central es
irreducible a un punto.
(-) Línea reducible: de la demanda: cualquier línea trazada alrededor del alma del toro
es reducible a un punto.
El interior del anillo del toro: línea b, del deseo, irreducible a un punto; línea a, de la
demanda, reducible a un punto
104
105
Si le damos un tajo al toro, ¿qué es lo que vemos a través de la raja que hemos abierto
en su cuerpo?
Para nuestra sorpresa, una vez que hemos entrado en la cámara secreta del toro, en el
sanctasanctorum, comprobamos que su anillo está vacío por dentro, que es un tubo, un
cilindro al que le han cosido sus dos extremos por medio de una anastomosis término-
terminal (tipo de unión que se efectúa sobre un tubo).
106
La demanda significante o los significantes de la demanda giran alrededor del alma del
toro.
Cada una de sus vueltas, de sus bucles, corresponde a una demanda: D1, D2, D3, D4...
Si el alma es un tubo cosido por sus extremos a través del cual circulan los
significantes, la respuesta es afirmativa.
Los significantes de la demanda no pueden hacer ninguna otra cosa más que dar vueltas
en círculo alrededor de esa alma que, a su vez, rodea al agujero central.
Los pequeños monjes escolásticos se tienen que dedicar en cuerpo y alma a dar vueltas
alrededor de esa escalera que en-vuelve, abraza, al patio de luces (agujero de luz) del
Monasterio.
Los hombrecillos no han podido salvar su alma; han quedado condenados a penar
eternamente por sus pecados en ese círculo almático, infernal; circulan por él como
almas en pena, enganchados a su demanda siempre insatisfecha, dando vueltas sin fin,
bajando y subiendo, imbuidos de una amarga monotonía silente, que raya en la abulia,
en el deser.
Los bucles de la demanda giran alrededor del alma del toro hasta dar una vuelta
completa.
107
Los dos agujeros del toro: el alma del toro, por el que circula la línea de la demanda; y
el agujero central del deseo
Una vuelta de la línea de la demanda por el alma del toro implica dar una vuelta de
más, suplementaria, no contabilizada, alrededor del agujero central del deseo.
Los soldaditos-monjes, después que, subiendo y bajando, han dado una vuelta completa
a la escalera, también han circunvalado, rodeado, ceñido, el patio de luces:
108
Estos escalones escalares representan, cada uno de ellos, los pasos perdidos de los
significantes por el círculo de la demanda.
Entonces, tenemos dos tipos de pasos o de vueltas representados por esas dos hileras o
cadenas de hombrecillos-significantes:
(-) La vuelta del deseo: efecto de haber pasado por todos los escalones de la demanda;
esta vuelta suplementaria, la vuelta de más, que escapa a la cuenta, está representada por
la columna interior de marchantes que rodea, ciñe, el agujero del patio de luces.
Por este motivo, en la escalera escheriana -la pista por la que se desliza el vehículo de
los significantes de la demanda-, hay dos hileras de hombrecillos-significantes
desfilando marcialmente: una, más cercana al patio de luces (la fila del deseo); la otra,
más exterior, adyacente a la fachada (la fila de la demanda).
Una de las filas de los peregrinos que peregrinan alrededor de sí mismos por una
humilde escalera que no lleva ni al cielo ni al infierno representa la curva demandante
y, la otra, la curva deseante.
109
Ejercicios escherianos
El cuadro de Escher se podría titular no "De la azotea al cielo", sino "De la azotea a
ninguna parte (¡o a la misma parte!)".
El círculo del deseo, que se computa (a pesar de no ser computable) como la vuelta de
más del círculo de la demanda alrededor del agujero del deseo, es paralelo al eje del
toro y perpendicular al bucle perialmático.
La línea o las líneas de la demanda son las que leen las adivinas en la palma de la
mano.
La línea del deseo solo la puede leer un psicoanalista en el discurso del Otro (allí donde
se juega el destino de un sujeto).
Otra vez, repetimos: la línea del deseo es la vuelta suplementaria -incontable- que da la
línea de la demanda alrededor del alma del toro.
110
El psicoanálisis siempre rima con lo hiante, muchas veces con lo hiriente, a veces con
lo irrisorio.
Las dos líneas que se pueden trazar en un toro: la línea de la demanda, que recorre el
alma del toro; y la línea del deseo, que rodea el eje del toro, su agujero central
Hemos definido una escalera como una rampa tubular, con peldaños, susceptible de ser
recorrida en sus dos sentidos: hacia arriba y hacia abajo.
En una interpretación provocadora, cogida por los pelos, hemos planteado que con
"Suben y bajan", el bueno de Escher, el pintor que utiliza las matemáticas y la topología
como paleta, habría intentado representar, sin saberlo, un cuerpo humano tal y como se
organiza alrededor de los agujeros pulsionales.
111
Esta hendidura constituyente -el último reducto del deseo- estaría representada en el
cuerpo tórico por su agujero central, interior y exterior, éxtimo, alrededor del cual da la
vuelta la deriva pulsional, cuyo giro, cambio de sentido, en su camino de retorno a la
zona erógena, es posibilitado por el objeto @ (que tiene una función de rotonda, de
plazoleta).
112
Poco se puede decir de esos que dicen tan poco, que andan sumidos en el mutismo, solo
pendientes de alcanzar el siguiente escalón y, luego, el siguiente del siguiente, y el
siguiente del siguiente del siguiente...; así, hasta un infinito compuesto de incontables
escalones que únicamente dejan oír el eco del siguiente paso, del paso siguiente.
Esta gente que sufre del mal de la azotea, que se le han subido los vapores a la azotea,
podrían ser los apóstoles esperando el descenso e iluminación del Espíritu Santo.
"1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. 2 De
repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó
toda la casa donde estaban sentados, 3 y se les aparecieron lenguas como de fuego que,
repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu
Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad
para expresarse. 5 Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos,
procedentes de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y al ocurrir este estruendo, la
multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno les oía hablar en su
propia lengua. 7 Y estaban asombrados y se maravillaban, diciendo: Mirad, ¿no son
galileos todos estos que están hablando?
8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua en la que
hemos nacido?
9 Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del
Ponto y de Asia, 10 de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia
alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y
árabes, les oímos hablar en nuestros idiomas de las maravillas de Dios. 12 Todos
estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13
Pero otros se burlaban y decían: Están borrachos". (Hechos 2: 1-13).
Nos llama poderosamente la atención que estas dos columnas de peregrinos que
peregrinan hacia ninguna parte, cuyo peregrinaje consiste en girar en círculo, subiendo y
bajando, dado que su peregrinaje es interminable, no porten, para ayudarse en su
caminar, para apoyar su cuerpo cansado, algún tipo de cayado, bastón o vara.
113
Los hombrecillos escherianos pueden ser los apóstoles estirando el tiempo en la azotea
a la espera del Espíritu Santo
¿Por qué esta hilera de peregrinos no proximal sino projimal, íntimamente ajena, que
peregrinan sobre la estela, sobre las huellas de su propio peregrinaje, necesita, todavía
más que la otra, un cayado, bastón o vara, para sostenerse en su agotadora errancia?
Al tener que recorrer una y otra vez la curva cerrada del deseo, la vuelta-de-más,
incontable, su tarea no solo es agotadora, sino imposible.
114
¿O será que lo que se nos muestra como un movimiento continuo de subida y bajada es
una pura ilusión que, en realidad nada se mueve?
La pista que debemos seguir en "Suben y bajan" no es otra que la de "lo real".
¿Qué es lo real? Aquello que Escher nos pone delante de las narices, bajo la forma de
una paradoja visual y que nos deja fuera de juego, en default (defecto, falta), totalmente
perdidos, no pudiendo dar pie con bola, en un tropiezo permanente.
¿Por qué?
115
Si nos fijamos con detenimiento en ese "Suben y bajan", tan lógico y coherente, tan
pleno de sentido, sólido e irrebatible, al poco "se nos hace la... un lío", no entendemos
nada, no sabemos de dónde agarrarnos, cómo sostenernos frente a esa imagen que, por
su carácter resbaladizo y sinuoso, nos hace perder pie, trastabillar, tropezar, hasta
caernos.
No es que Escher quiera tomarnos el tupé, jugar con nosotros al ratón y al gato,
trampantojearnos, lanzándonos de cabeza a los trampantojos, a los abrojos, incluso, si
uno se presta o se pone a tiro, despeñarnos desde Los Abruzos.
No, Escher, no es un sádico que goza con nuestro desconcierto y desamparo; más bien,
es un hombre juguetón, divertido y chistoso.
Su afán no es ponernos en un apuro, apretarnos la goleta hasta quedarnos sin aire, sino
que, a través de su cuadro topológico-matemático, con su barniz de sentido, pátina
imaginaria, nos embarca en un juego, en un divertimento, en una especie de pasa-
tiempos, astuto acertijo con el que nos aproxima a lo imposible, osease, a lo real.
Lo primero a reseñar es que este cuadro, que hemos situado como una ventana
fantasmática a lo real, cuestiona radicalmente lo que es nuestra percepción cotidiana -
natural-, intuitiva, de nuestra realidad compartida.
La realidad común, en la que todos estamos metidos hasta los tuétanos, se sostiene en
un espacio plano, euclídeo, en un imaginario tridimensional.
116
Todos los personajes que pululan en este cuadro, así como los edificios y las
construcciones, son objetos euclidianos, corrientes y molientes, como los que pueblan
nuestro imaginario de todos los días, por lo que no nos suscitan ninguna extrañeza, más
bien todo lo contrario, una absoluta y total familiaridad (se trata de objetos a los que
podemos denominar heimlich: conocidos, familiares, con los que simpatizamos
inmediatamente).
Al lado de estos objetos heimlich -la ventana que funciona como una ventana; el tejado
que funciona como un tejado; la azotea que funciona como una azotea, etc.- nos
encontramos con un objeto singular que escapa a esta cualidad de lo familiar, el cual,
inmediatamente, va a suscitar nuestra extrañeza: la escalera.
Así, a bote pronto, se puede decir, sin temor a equivocarse, que es un objeto que nos
trae a mal traer, por la calle de la amargura, que nos descoloca, suscitando nuestra
perplejidad, incluso nuestra comunicable-incomunicable angustia.
117
Aparentemente esa escalera nos es tan familiar como cualquier otro tipo de escalera; no
hay nada en su conformación como objeto, inmerso en el espacio tridimensional, que
pueda considerarse anómalo o aberrante; pero hay algo que nos la hace extraña -
unheimlich-, por atentar contra el modo como suceden las cosas en nuestro mundo
cotidiano, en la realidad compartida: los que suben y bajan por esa escalera, aunque no
paran de subir ni de bajar, no suben ni bajan nada, siempre están en el mismo plano.
Se trata de algo que subvierte radicalmente las leyes que rigen el espacio que
habitamos, euclídeo, plano, de tres dimensiones.
La conclusión inmediata es que esta escalera, aunque siga siendo una escalera, no
funciona como las escaleras normales, como una escala, porque el espacio en que está
inmersa no es un espacio euclídeo, de 3-D; por ejemplo, podría ser una escalera
tetradimensional, de ahí nuestra sensación de extrañeza, de desconcierto, al
confrontarnos a un objeto 4-D desde una visión binocular, plana.
La dificultad para resolver la paradoja de Escher -que es resoluble- surge por abordar
esa escalera-azoteística como una res extensa, un sólido platónico, un objeto útil, no
perforado, horadado (como es el caso del @).
118
A partir de ahora nos referiremos a ella como escalera-tejido, cuya urdimbre textual es
RSI (real-simbólico-imaginario).
Además, no es cualquier tejido, es una trenza urdida de forma borromeana con tres
hilos: RSI.
No existe el espacio por un lado y el tiempo por otro, como dimensiones separadas.
119
Esta escalera hace función de sinthome, de cuarto nudo, que permite el entrelazamiento
borromeano RSI.
Ese cuarto nudo de color gris, la escalera de Escher, hace función de sinthome -la
versión sinthomática de lo real de la ek-sistencia-, que enlaza borromeanamente RSI.
Es la escalera-nudo que sostiene la ex-sistencia de lo real del goce.
120
evidente y natural, no es más que un constructo imaginario sostenido por una estructura
fantasmática simbólico-real ($<>a).
El cuadro de Escher, al que hemos calificado como una ventana abierta a lo real, al
poner en evidencia, al mostrar que la así llamada "realidad" solo se asienta en lo real
del fantasma ($<>a), produce un efecto de desvencijamiento, desquiciamiento y
descuajeringamiento, de ese espacio euclídeo, tridimensional, que habitamos gracias a
nuestra condición de hablantes.
¿Cuál es la estrategia que utiliza Escher para, "sacando los pies del plato", sacar de
quicio a la realidad, desnudando, ante nuestros ojos, sin que nos demos cuenta, la
estructura del fantasma, demostrando (porque en realidad se trata de una tesis) que la
dicha y dichosa realidad (horadada por lo real) no se soporta más que del deseo ($<>a--
-deseo)?
121
122
Un tren que avanza por el aire a través del marco de una chimenea, más que un
absurdo, es una paradoja.
Reducir el enigma que nos plantea el cuadro de Escher a una paradoja es quedarnos
cortos, pecar de insuficiencia.
"Suben y bajan" nos confronta a un real enigmático que está más allá de la paradoja.
La paradoja es el testimonio de lo real como imposible, del agujero en el lugar del Otro,
de la incompletitud de lo simbólico.
Está lo real de la paradoja, lo imposible como real; pero hay un real que está más allá
de lo real de la paradoja, que atraviesa lo imposible, que se hace presente bajo el modo
de lo contingente: lo real del goce.
La paradoja está fuera del sentido pero no de lo simbólico; su afán se dirige a probar la
existencia de un agujero en lo simbólico (el que demostró Kurt Gödel con sus
teoremas).
123
Aquí, en Escher, se trata de otra cosa, de lo real del fantasma, del goce, más allá del
velo de lo imaginario (i [a]).
El fantasma en Escher
Aunque parezca una contradicción hay un real simbólico y un real no simbólico, que
escapa a las cadenas del significante.
124
Además, hay una cuestión decisiva que no tiene que ver con las dimensiones
espaciales, sino con la ditmensión temporal (lo que Lacan llama el tiempo lógico y
Heidegger el logos) a la que, con todo derecho, se la puede denominar la cuarta
dimensión.
En el cuadro de Magritte, el tiempo, figurado por ese reloj que descansa sobre la repisa
de la chimenea, preside toda la escena.
Es evidente que, a pesar del reloj y sus manecillas, no se trata del tiempo cronológico,
sino del tiempo lógico (la hora de la verdad hamletiana; la hora de la palabra).
En la composición del cuadro se observa que, gracias al tiempo de la palabra (el reloj
sobre la repisa), se sostiene el marco del fantasma (las jambas de la chimenea).
¿Qué decir de ese gran espejo que apoya su espejeridad sobre el anaquel de la
chimenea?
125
El tiempo en lo real
Este espejo plano, tan elegante y majestuoso, representa el lugar del Gran Otro (A).
¿Qué puede significar esta imagen, también paradójica, de una locomotora a vapor
saliendo por un agujero de la chimenea, invadiendo, abruptamente, sonoramente,
escandalosamente, el espacio más íntimo, recogido, recoleto, del salón hogareño?
126
La fuerza de lo pulsional
127
Sabemos que algo extranjero, extraño, ajeno, exterior -objeto marcado con la letra a-,
está perforando, irrumpiendo, en nuestro espacio más íntimo, secreto, recogido, gracias
al saber de la angustia (que nos anuncia que estamos divididos por la causa).
Lo que no sabemos para nada es los que nos trae esa locomotora de vapor; qué es lo
que arrastra, mueve, desplaza, acarrea; solo se ve la máquina tractora o atractora, la
locomotora del convoy, pero no sabemos de cuántos y de qué tipo de vagones se trata,
qué mercancías desplaza; suponemos que se trata de la mercancía del goce; el caso es
que estamos en un suspenso, en un suspiro, en un ¡ay!, en un no-saber absoluto.
Lo que es indiscutible es que esta locomotora de vapor que, como en un sueño, vuela
como un pájaro, sin ninguna vía que la sostenga y la dirija, inevitablemente, cuando se
despierte, va a sufrir un accidente, una estrepitosa caída, un mortal despeñamiento,
perturbando gravemente la paz, la tranquilidad, la seguridad, de ese hogar tan burgués,
formalito, ordenadito, pulcro, asentado y bien dispuesto.
Al final, habrá que mandar a la chacha a barrer los restos, los fragmentos de esa
máquina otrora tan poderosa, altiva y dominadora.
Esa locomotora puede ser tanto el falo imaginario, en su insufrible soberbia, o un pobre
y humilde significante, al que podemos llamar significante-penia, que es el artífice del
único amor que vale la pena, la penia, que no nos sume en la pena más negra, el que
sostiene el lazo social:
Era compañera de Aporía (la dificultad), Amekhania (el desamparo) y Ptokhenia (la
mendicidad), siendo lógicamente sus opuestas Pluto (la riqueza) y Euthenia (la
prosperidad).
La única filiación que se le conoce la darían los órficos, que decían que nació de la
protogénica Thesis, dando a entender, pues, la antigüedad de la pobreza.
Platón en El banquete presenta a seis personajes, y entre los invitados está Sócrates.
Relata románticamente que cuando terminó una fiesta en honor a Afrodita a la que
habían acudido todos los dioses, Penia acudió para pedir las sobras. Poro (el recurso),
que personificaba la oportunidad y el ingenio para actuar, habiendo bebido demasiado
se había tumbado en el patio para descansar. Penia creyó por la pose de Poro que se
128
-) Su dimensión real de caída; el objeto como resto, desecho, residuo (la máquina del
tren que va a impactar contra el suelo y quedará reducida a fragmentos).
Ese tren tan poderoso, prepotente, esa máquina de vapor que se asemeja en su fuerza a
los dioses, va a convertirse en pedacitos.
A cada uno de esos pedacitos lo llamamos objeto @ (resulta que lo que nos hace gozar
son estos pedacitos).
Se me ocurren varias cosas más con respecto a ese tren que se proyecta desde el
exterior al interior a través de la chimenea.
Por lo tanto, no hay que descartar que sea el símbolo del falo.
129
Hay que descartar que sea la imagen sublimada del agujero del pantalón por el que se
asoma el pene en erección.
Si el falo se proyecta desde un agujero que perfora el muro del lenguaje (representado
por la pared de la chimenea) es por su condición de significante (que se trate de un tren
es concordante con este estatuto en el que priman las vías de comunicación).
También, puestos a disparatar, o a disparar, ese tren que irrumpe desde el fondo de la
chimenea podría ser la figuración del acto de sacar la lengua: la locomotora que nos
saca la lengua (a mil leguas por hora) desde la boca de la chimenea, haciendo un gesto
burlón, de desprecio.
-) La máquina a vapor del tren, que se proyecta en lo real desde el agujero, se podría
asimilar al objeto @.
-) La íntima solidaridad, que viene como anillo al dedo, entre la hiancia y el tren
expresa el losange fantasmático entre el sujeto y el objeto:
130
A toda esta disertación científica sobre relatividad y tiempo no le podría faltar, para
ponerle la guinda al pavo, lo más suculento, la frase de S. Agustín:
"(...) ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero
explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé..." (San Agustín; Confesiones, Libro XII).
"(...) Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo
pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría
tiempo presente.".
131
Para concluir esta excursión erudita, arriba y abajo, cito algo muy interesante referido
al espacio-tiempo de Minkowski:
En esta representación paradójica de unos hombrecillos que dan vueltas sin fin por una
escalera circular, ¿hay o no hay tiempo?
132
Aquí, en "Arriba y abajo", ¿hay un observador que pueda medir el tiempo? "¡Oiga!,
¿hay alguien?"
Si no hay tiempo porque no hay observador y, como consecuencia, los mojitos orantes
no se mueven en el espacio, estamos en la quietud total, el nirvana, el cero absoluto.
Si, para el psicoanálisis, el observador que mide el tiempo es el Otro (A), la cuestión
del tiempo, de su existencia o no, se juega radicalmente en el campo del Otro, en el
lugar del significante, de la verdad.
Hay que decir que, a pesar de todo o del todo, hay algo, que no es cualquier cosa, que
perturba todas las mediciones; se trata del objeto @, la maldita escalera que no hay por
dónde cogerla; objeto intratable, insoportable, inmanejable, que perturba la pureza a la
que aspiran los procedimientos intachables de la ciencia; que se atraviesa en cualquier
cálculo, impidiendo que tenga éxito el programa de forclusión del sujeto a la que aspira
el saber absoluto, sin falla, totalmente logicizado, matematizado.
Evidentemente, relativamente, se trata del observador, pero podría no haberlo, por estar
forcluido; en ese caso no habría tiempo, sino una verwerfüng del tiempo (del tiempo
lógico, de la palabra, que solo se mide través de un acto de enunciación).
"(...) La genial idea de Einstein fue suponer que la gravedad (que está por todos los
lados y en todo momento en el universo) está íntimamente unida al espacio y al tiempo
(que obviamente están también por todos lados del universo y en todo instante).
Propuso que el nexo de unión era la geometría: lo que ocurre, dice Einstein, es que, en
presencia de una masa, el espacio-tiempo se <<deforma>>, de modo que cualquier
133
otra masa nota ese espacio deformado, y se ve obligada a seguir trayectorias diferentes
a cuando estaba el espacio sin deformar (sin ninguna masa).
¿Qué significa la deformación del espacio? Significa que el espacio adquiere una
geometría diferente de la que estamos habituados (el llamado espacio plano o
euclidiano).
Ya hemos señalado que esta escalera tan rara, tan absurda, no es una escalera
euclidiana, sino un objeto inmerso en un espacio no-euclidiano en el que suceden cosas
tan extrañas como que una curva es la distancia más corta entre dos puntos o, como es
nuestro caso, que subiendo y bajando por una escalera no se suba ni se baje; dicho de
otra forma, que la mejor forma de subir o bajar -o de no subir y no bajar- en un espacio
no-euclidiano no sea una escalera vertical, sino horizontal.
134
Las propiedades de una escalera en el espacio plano, euclídeo, no tienen por qué ser las
mismas que en otras variedades de espacio no-euclídeo; como, por ejemplo, en una
variedad de Riemann, "que proporciona ideas locales de magnitudes de ángulo,
longitud de curvas y volumen (entre otras), que permiten obtener otras magnitudes a
partir de la integración de las magnitudes locales" (Geometría de Riemann;
Wikipedia).
Es interesante fijarse en esa figura de un ocho, así como en ese doble agujero simétrico;
también en ese puntito rojo, situado en el centro de una especie de superficie en silla de
montar.
135
En primer lugar, con esa cuestión decisiva de que el tiempo y el espacio están
entretejidos, machihembrados sobre el mismo paño, tela o tapiz, de tal manera que solo
es posible referirse a un complejo espacio-tiempo que abole los conceptos físicos de
espacio y tiempo absolutos (lo que nos lleva, arrastrados por las narices, a la paradoja).
El acto nos sitúa en un tiempo que ya no es solo cronológico, sino también lógico; el
tiempo del significante, de la verbalización ("verbo", en el sentido de acto de
palabra; también, desde la gramática, como modo verbal, que significa el tiempo de una
acción).
Si me apuran, el espacio se anuda con el tiempo en que esos hombrecillos hablan entre
sí a medida que suben y bajan por la escalera, tomada como lugar de encuentro, espacio
de vecindad, descansillo donde los caminantes se detienen un instante para comunicarse
las últimas novedades (se ponen al día).
Este puede ser el motivo por el que en cada escalón-descansillo coinciden un vecino
que sube y otro que baja; a lo mejor son dos compadres que se han detenido a hablar de
sus cuitas, de sus familias, de lo que ha pasado desde la última vez que se encontraron
136
en el rellano de la escalera, de todos los cotilleos, que son el pan y la sal de esta
comunidad.
"Una imagen vale más que mil palabras": la representación imaginaria de la escalera
escheriana nos impide acceder a su discurso propio.
O, siguiendo el famoso río heracliteano (el más concurrido del mundo) -"Nadie se baña
en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña"-, en un parafraseo,
cogido al vuelo en las escaleras, se puede parafrasear: "Nadie sube y baja en la escalera
dos veces porque todo cambia en la escalera y en el que sube y baja".
En todo este asunto de la escalera es necesario introducir una dimensión pática, porque
no se trata solo de un objeto lógico-matemático, sino de algo que es portador, en sus
subidas y bajadas, de un afecto que incide sobre el régimen de goce del cuerpo.
137
En contraste con el despertar a aquello que nos causa (altera, inquieta), observamos a
unos hombrecillos que aparentemente están profundamente dormidos, desplazándose
como auténticos sonámbulos, encadenados a una especie de automatismo alienante y
enloquecedor (¿es el sueño de Morfeo del capitalismo salvaje?).
Espacio ◊ Tiempo
138
Para la teoría de la relatividad el tiempo y el espacio son relativos entre sí (lo que
implica que están anudados en un tejido borromeano).
Cuando se afirma que la realidad es fantasmática esto no significa que sea engañosa,
sino que se sostiene en el fantasma fundamental.
139
La teoría de la relatividad postula que dos observadores distintos pueden medir tiempos
diferentes:
"De acuerdo con la teoría de la relatividad, la dilatación del tiempo es una diferencia
en el tiempo transcurrido medido por dos observadores, ya sea debido a una diferencia
de velocidad relativa entre sí, o por estar situados de manera diferente en relación con
un campo gravitacional. Como resultado de la naturaleza del espacio-tiempo se medirá
un reloj que se mueve en relación con un observador para que marque más lento que
un reloj que está en reposo en el propio marco de referencia del observador. Un reloj
que está bajo la influencia de un campo gravitatorio más fuerte que el de un observador
también se medirá para que marque más lento que el propio reloj del observador."
("Dilatación del tiempo"; Wikipedia, La enciclopedia libre).
140
El belvedere psicoanalítico
Lo que más llama la atención de este belvedere es que está vacío, que no hay ningún
observador, vigía, mirón, voyeur.
¿No será que vemos el mundo por un ojo vacío, ciego, irremediablemente tuerto?
Lo que está observando desde el fantasma no es la bella vista exterior, que se extiende
más allá de los límites de la azotea, el cielo infinito, sino a unos hombrecillos
recorriendo una escalera circular sin fin, sin destino.
¿No hemos venido al mundo para dar vueltas en redondo alrededor de un agujero?
141
Resulta que esos hombrecillos, que suben y bajan la escalera en dos hileras, en
formación, en fila india, para mayor sorpresa, forman parte del fantasma.
En los tres tiempos de la pulsión escópica hay un primer tiempo que es el de mirar
(activo); un tiempo intermedio -reflexivo- en el que el fantasma se mira a sí
mismo: mirar-se; un tercer tiempo en el que la pulsión, después de haber recorrido todo
el borde de la escalera, se hace mirada (activo-pasivo)
Por lo tanto, hay un mirar y un mirarse del sujeto y del objeto que es consustancial al
fantasma.
142
143
144
Desde la estructura del fantasma hay que fijarse en la escalera caótica y en los
hombrecillos o gusanos circulantes.
145
El problema es que esos hombrecillos no demandan nada, solo se dedican a dar vueltas
without a purpose.
El círculo de la demanda (ocho interior) más (+) el círculo del deseo (agujero central)
del toro, el círculo de la escalera (balizado por las dos columnas escalonadas de
hombrecillos) más (+) el círculo del patio de luces (el patio central del edificio) del
cuadro de Escher, son topológicamente homólogos al signo de interrogación, al Che
vuoi? del grafo del sujeto.
146
El Che vuoi
En "Suben y bajan" el corte salvador se puede localizar en el patio de luces, que es una
abertura axial, cuyo borde es la escalera, alrededor de la cual los hombrecillos
itinerantes dan vueltas sin cesar, al corro de la patata ("lo imposible": "lo-que-no-cesa-
de-no-dar-vueltas").
147
La escalera no es solo el lugar (lo escribimos con mayúscula: Lugar) del sujeto del
deseo, del sujeto de la enunciación, es, sobre todo, la hiancia salvadora a cuyo
alrededor se desplazan los significantes de la demanda.
En una especie de "como si" es como que los hombrecillos hacen como que suben y
bajan continuamente para, al fin y a la postre, permanecer siempre en el mismo escalón.
148
Hay una escalera que no es precisamente la escalera por la que se deslizan nuestras
palabras aladas la cual, en su consistencia de objeto, pesada densidad, inercial fijeza,
luminosa opacidad, se resiste a cualquier escala o escalada, subida o bajada, ya se trat e
de la ascensión a los ideales de la más elevada pureza o el descenso a los infiernos del
goce desbocado, sin freno, lindante con los imperativos sádicos del Súper-Yo.
Es un goce que solo nos llama a la resistencia, al fracaso repetido ("El hombre, aunque
siempre fracasa, nunca fracasa dos veces con la misma piedra").
Esta escalera, marcada con la letra @, no se aviene a ninguna escala que nos prometA
conducirnos a la tierra prometida (que, por cierto, no existe).
La escalera-real es la escalera-sínthoma.
Es la escalera absolutamente inútil, que solo sirve como útil, como utensilio de un goce
que está fuera de la norma fálica (la que establece y regula el goce de todos, el
ordenado).
Estamos ante el fantasma escheriano no de los tres mundos de Mao Tse Tung, sino de
las dos escaleras, aquella cuya progenitura es un humilde patio de luces, y, aquella otra
que, por su condición de real-imposible, nos anuda al goce; ninguna de estas dos
escaleras (no) es sin la otra:
149
Un trampantojo escaleriforme
En "Suben y bajan" nos llama poderosamente la atención que, in fine, ninguno de los
hombrecillos asciende o desciende; la apariencia, la ilusión óptica, el trampantojo es
que, aun siendo una escalera plana -de dos dimensiones-, que empieza y acaba en el
mismo escalón, por la que es imposible subir y bajar, lo cierto es que una fila de
hombrecillos "no-cesa-de-no-subir" y, la otra, "no-cesa-de-no-bajar" (el modo lógico
de lo imposible).
El cuadro se podría llamar "Unos suben y otros bajan mientras ninguno sube o baja".
A esta escalera la podemos denominar escalera "y <> o": "conjunción <> disyunción".
Una escalera, como la de Escher, que se proyecta en un plano, de dos dimensiones, sin
profundidad, es capaz de producir, gracias a la perspectiva, la ilusión de que es una
escalera como dios manda, tridimensional, por la que se puede, tan ricamente, subir y
bajar.
150
Esta escalera trampantojante, tan buena como cualquiera, que juega con los efectos de
luz, las diferencias de luminosidad, las sombras, nos permite bajar, como si
estuviéramos en un sueño, a un sótano que no existe
Esta escalera, construida como un cuadro impresionista, no es más que un puro juego
de luces y de sombras: el primer escalón, gracias a su luminosidad, aparece en una
posición más elevada que el último, que se adentra en las sombras.
151
El caso es que, en contra de las apariencias, de los fuegos fatuos, el primero y el último
escalón están dibujados en el mismo plano.
Aunque uno vea subir o bajar a un paisano por esta escalera -cosa perfectamente
posible (solo hay que dibujar a un ascendiente o descendiente saltando ágilmente sobre
los escalones)-, el susodicho, ni sube ni baja.
Escalera de Schroeder
Un objeto muy pesado, por su fuerza gravitatoria, puede curvar el tejido espacio-
temporal.
152
¿Será la escalera de Escher una geodésica por la que suben y bajan unos hombrecillos
que, en un espacio curvo (la azotea), representa la escala más recta -aunque sea curva-
que une entre sí dos escalones?
153
Ese objeto que ha producido una hondonada, un desnivel, en el "tejido espacio (I)-
tiempo (S)", curvándolo, transformando su estructura topológica, para nuestros fines, los
del psicoanálisis, no puede ser otro que el objeto @ (R).
Una de las claves de esta escalera paradojalmente imposible es que, en contra de las
apariencias, en la azotea escheriana no hay solo una escalera, sino dos; se trata de una
escalera dividida, afectada por una extraña spaltüng (escisión), como quien dice,
"afectada por una rara enfermedad" (la enfermedad más morbosa, con más morbo, la
del lenguaje).
154
No solo hay dos escaleras o, mejor dicho, una sola escalera dividida en dos, hendida a
causa del corte del significante (escalera), sino que hay una tercera escalera, la
escalera-Otra, de la que solo tenemos noticias por su valor de goce.
No hay más que fijarse en el esfuerzo ímprobo que realizan, en su trabajo forzado y
forzoso de ascensión y descenso, en su continua transpiración, su agotamiento,
sofocación, el sufrimiento de sus articulaciones, el dolor de juanetes, la desazón que se
extiende desde las uñas de los pies hasta la punta del pelo, la energía que se disipa, el
cuerpo que se queja, se quiebra, que quiere decir ¡basta!, pero que, a pesar de todo,
sigue y sigue, un pasito más, hacia adelante... ¡Y todo gracias a esa humilde escalera
circular, gozosamente gozante! ¡El quinto círculo del infierno dantesco donde son
castigados los iracundos y los perezosos!
Es imposible que esta coincidencia, cuasi identidad, d e cada uno de los hombrecillos
con el otro en cada uno de los escalones sea azarosa.
Es un hecho de estructura.
Esta podría ser perfectamente una escalera trazada sobre una banda de Möbius,
caracterizada por la continuidad entre "arriba" y "abajo"
155
La coincidencia, en cada uno de los escalones de esta escalera moebiana, del "momento
de fuerza <<bajar>>" con el "momento de fuerza <<subir>>" determina que, por
sumación de vectores, se anulen recíprocamente (todos suben y bajan; ninguno sube ni
baja).
Resta de vectores
Que exista continuidad entre subir y bajar nos impresiona como algo que atenta contra
la lógica clásica, contra los principios del razonamiento: el Principio de identidad y el
de No-contradicción, que establecen que:
Los hombrecillos que (se) posan y reposan en cada uno de los escalones, uno en sentido
"subida" y el otro en sentido "bajada", en tanto significantes, son portadores de signos
aritméticos opuestos: "+" (subida) y "-" (bajada), de tal forma que, si sus vectores de
fuerza tienen un valor igual (identidad escalar), se obtiene, a través de una sencilla resta,
el siguiente resultado:
Subida - bajada = 0
156
El cero no es la nada, es el signo matemático que explica por qué estos hombrecillos
están condenados a permanecer eternamente detenidos en el mismo escalón, en el andén
o andén de la escalera, esperando, como Godot, a un tren que nunca llega.
No habría que descartar que esta escalera sea la representación del signo matemático
del cero (0).
A lo mejor, indagando por aquí, se descubre que los hombrecillos, más que
significantes, serían números: la serie infinita de los números enteros (los enteros
positivos, negativos, y el cero) que ejecutan su eterna danza matemática en torno al cero
(0).
Cada par de hombrecillos puede sustituirse por un par de números: un número natural y
su correspondiente entero negativo; por ejemplo, {+1, -1}.
(+1) + (-1) = 0.
Aquí aparece ya el cero (0), uno de los números más populares del mundo.
En ese pequeño conjunto numérico formado por el +1 y el -1 no solo están estos dos
elementos, hay que incluir también el 0: {+1, 0, -1}.
157
Esto, aunque pueda parecer más divertido, más excitante -mejor tres que dos-,
introduce, en toda relación, un suplemento de complejidad (al que se le puede
denominar deseo, goce, causa, incluso cero, o "√-1=i"... hay dónde elegir).
El {0} también está presente-ausente, como tercero, en el mismo escalón en que están
el hombrecillo bajador (-1) y el hombrecillo subidor (+1).
Nos vamos a quedar tan fijados en el cero como cada una de esas parejas de
hombrecillos subidores (sufridores) y bajadores (fajadores) están fijadas a su escalón.
Podemos decir que lo que los fija, amarra, al escalón, es el cero (0).
158
¿Por qué?
Al 0 están fijados el +1 y el -1, hasta el punto de que no pueden vivir sin él.
Ser más (+) o menos (-) uno (1) solo depende de su ubicación a la derecha (+1) o a la
izquierda (-1) del cero (0), lo que demuestra su total dependencia, su fijeza, con
respecto al cero (0).
¿Qué es el cero?
Es la marca, el signo, de un lugar vacío, que puede ser ocupado por cualquier otro
número (del 1 al 9).
159
"El cero (0) es un número entero de la propiedad par. Es el signo numérico de valor
nulo, que en notación posicional ocupa los lugares donde no hay una cifra significativa.
Si está situado a la derecha de un número entero se multiplica por 10 su valor;
colocado a la izquierda, no lo modifica.
Es el elemento del conjunto ordenado de los números enteros (ℤ, ≤) que sigue al -1 y
precede al 1. Algunos matemáticos lo consideran perteneciente al conjunto de los
naturales (ℕ) ya que estos también se pueden definir como el conjunto que nos permite
contar el número de elementos que contienen los demás conjuntos, y el conjunto vacío
no tiene ningún elemento. El número cero se puede representar como cualquier número
más su opuesto (o, equivalentemente, menos él mismo): X + (–X) = 0.
160
Así como el cero (0), en tanto significante de un vacío que puede ser ocupado por
cualquier otro número, es el soporte del par de numeritos (+1, -1), mutatis mutandis, el
escalón de la escalera escheriana, en tanto significante del Lugar, es el soporte de cada
una de las parejas de hombrecillos alpinistas y espaldistas que lo habitan: {hombrecillo
subiente (+1)-escalón (0)-hombrecillo bajante (-1)}
161
La doble negación -“no…no”- no concluye en una afirmación, cuyo resultado sea subir
o bajar, sino que conlleva la lógica de lo imposible, que se podría formular así: no-
(nosubir) o no-(nobajar).
El círculo de la demanda, cuyo trazado atraviesa el alma del toro, tiene una forma de un
ocho interior.
162
¿Qué es un bucle?
Bucle
Un bucle, para captarlo en un solo rasgo, es una figura topológica que, como una vulgar
pescadilla, "no se muerde la cola".
163
Una pescadilla que intenta una y otra vez morderse la cola, juntando sus partes cefálica
y caudal, fracasando sin remisión, es un bucle.
En la figura anterior se puede observar que entre la cabeza y la cola del bucle hay una
hiancia, una solución de continuidad, una hendidura.
164
165
Si uno quiere solucionar un problema que no tiene solución, al ser insoluble, no parará
de dar vueltas alrededor de ese problema insolucionable, "como una pescadilla que se
muerde la cola".
Esto no es correcto.
Un problema insoluble no es una pescadilla que se muerde la cola, sino una pescadilla
que no se puede morder la cola, osease, un bucle; o el círculo de la demanda que no
para de dar vueltas alrededor del alma del toro persiguiendo a una cola que siempre se
le escapa.
166
Hay que preguntarse por esa cola que no puede mordérsela la-pescadilla-que-se-
muerde-la-cola.
Es una cola que, a pesar de que se muere por mordérsela, siempre se queda con las
ganas, con la miel en los labios, y la hiel en el corazón.
Hay que saber que no es una bata de cola, por muy jacarandosa que sea.
Bata de cola
Tampoco es una cola de león, porque ya se sabe que "Es mejor ser cabeza de ratón
que cola de león".
167
En absoluto es una cola infalible, un pegamento que lo pega todo, hasta los estropicios
más graves.
Ya, para terminar, hay que recalcar que tampoco es la cola de un cine, esa que siempre
avanza demasiado lento para nuestras expectativas y anhelos.
Puede tratarse de otro tipo de cola como, por ejemplo, la que el pequeño Hans llama
"la cosita de hacer pipí"; esa que, en un momento dado, se agita incoerciblemente en su
bajo vientre, exigiendo su cuota de goce que ya no puede satisfacer completamente (a)
su amada madre.
168
"Pongamos que hablo de Madrid", es decir, del falo, además, del falo real, con su
carga explosiva, inmanejable, a punto de estallar, de goce notodo fálico (molesto y
perturbador).
A la cola imposible de agarrar por la cola la llamamos el falo real (falo de piedra)
169
Por eso, debe haber, es necesario que exista, una cola, lo más larga posible, que nos
lleve, conduzca, hasta el deseo del Otro.
Esa cola que agarra al Otro por su deseo, por su falta de cola, es el Falo (Φ), la cola por
antonomasia, "lo que trae cola".
Esa cola "que trae cola" puede (a) traer muchas cosas: un goce, un deseo, una pregunta,
la castración, un significante enigmático, un sueño, un lapsus...
Insistimos, lo importante de la cola es que hace nudo -¡cola!-, lazo social con el Otro.
Lo más importante, lo importantísimo, es que la cola trae de las orejas, cogido por la
cola, a un Otro tachado, barrado, dividido, causado en su deseo por un @: A
El hecho de que los dos -la pescadilla y el bucle de la demanda- mantengan siempre la
distancia, la abertura hiante, la solución de continuidad, entre sus cabezas y sus colas,
sus extremidades cefálica y caudal, de tal forma que sigan siendo lo que son: una-
pescadilla-que-no-puede-morderse-su-cola y un trazo abierto, cortado por la mitad, que
no puede juntar sus dos cabos, convirtiéndose en una circunferencia cerrada (valga la
redundancia).
170
No hay ninguna solución, no hay ningún disolvente que pueda solucionar, disolver,
resolver, transformar en una solución, el problema insoluble de la x del goce, su sólida
realidad, su inexpugnable e irredenta literalidad (a no ser que se utilicen recursos
literarios, retóricos, de escritura).
171
Si fuese solo por la paradoja de esta escalera tan singular, por la que suben y bajan
continuamente una retahíla de hombrecillos que no suben ni bajan, no se trataría de
nada original.
Ya hemos visto muchas escaleras que juegan con esa paradoja o con otras similares.
Se trata de construcciones geométricas complejas que rompen con lo más intuitivo del
espacio plano, euclídeo.
Nuestra mirada se deja engatusar, trampantojear, por esa paradoja del "suben sí / no",
"bajan sí / no", cuando, en realidad, esta escalera escheriana circular es una
interpretación artística de eso que hemos dado en llamar "la-pescadilla-que- no-puede-
morderse-la-cola" (presente en el mostrador de cualquier pescadería), o el "bucle-que-
no-puede-juntar-su-principio-y-su-final"; en el primer caso, la pescadilla no puede
realizar su ideal de circunferencia; en el segundo, el bucle, la coma curvada, queda
condenada a girar sobre sí misma, bucleando sin fin.
El título más adecuado para el cuadro de Escher no sería "Suben y bajan", sino
"Cabecean y colean".
Esto lo sostengo porque "Suben (cabecean) y bajan (colean)" no es más que una nueva
versión de "la-pescadilla-que-no-puede-morderse-la-cola", cuya mejor referencia
172
topológica se encuentra en los bucles de la demanda (que han entrado en bucle) que
giran alrededor del alma del toro (abrazando su agujero central).
Igual que no hay un significante que pueda morderse la cola, tampoco hay una
pescadilla o una escalera que puedan significarse a sí mismas.
Todo lo anterior nos permite deducir que, en realidad, la escalera no tiene forma de
circunferencia, sino de un ocho interior (como el círculo de la demanda).
Un ocho interior es un bucle que gira sobre sí mismo sin poder cerrarse como lo hace
una circunferencia.
173
La escalera-ocho interior
Se puede considerar que el ocho interior es un bucle complejo, una especie de auto-
redoblamiento de un bucle simple.
El que se trate de una escalera-bucle o de una escalera-ocho interior, con sus dos
ramas, sus dos brazos, que no pueden juntar sus extremos, es lo único que puede dar
cuenta del peregrinaje eterno de las dos hileras de hombrecillos, siempre subiendo y
bajando, una en pos de la otra, sin poder encontrarse, incapaces de morderse la cola.
174
Lo que nos pone la mosca detrás de la oreja o la pescadilla detrás de la cola es ese patio
de luces que, desde nuestro olfato de psicoanalistas, se puede tomar como el signo de
que en todo este divertimento está en juego un vacío, una escisión (que, como no podría
ser menos, no dejará de afectar a esta escalera tan singular).
En el cuadro de Escher solo hay una única escalera con una forma geométrica
circunferencial.
Si, por la misma escalera, girando alrededor de esa escala circunferencial, bajan y
suben dos filas de hombrecillos, esto implica que la escalera-una es una escalera-dos,
que hay dos escaleras distintas que, como en los sueños, se condensan en una única y
misma escalera: una escalera que baja y otra que sube.
175
La paradoja se produce cuando la escalera que baja y la que sube se transforman en una
única escalera por la que se baja y se sube al mismo tiempo.
176
El agujero de la pescadilla
Es evidente que esto no puede ser una casualidad, algo azaroso, que este agujero, el de
la pescadilla, deba tener algo que ver, necesariamente, con su imposibilidad de
morderse la cola.
177
Todo este misterio tan misterioso no tiene ningún misterio; es tan sencillo como ponerle
a la cola un signo negativo de tal forma que siempre que intervenga en nuestros cálculos
(me refiero a la cola) en vez de sumarse se sustraiga, se reste (y... ¡adiós cola!): -(cola).
Aquí, en la pescadería, como no podía ser menos, se forma un auténtico círculo vicioso
(no virtuoso), un bucle, en el que el agujero de la pescadilla se motiva en que la-
pescadilla-no-puede-morderse-la- cola, y, a la inversa, la-pescadilla-no-puede-
morderse-la-cola <<@-causa>> del agujero de la pescadilla:
178
Para representar el movimiento circular de una circunferencia habría bastado con dos
letras (B) y (C) que mantengan entre si una relación marcada con el signo positivo (+).
De tal forma que (B) remita a (C), y, a la inversa, sosteniéndose a lo largo del tiempo
una relación recíproca entre dos elementos (dual).
(+) B --------> (+) C --------> (+) B --------> (+) C --------> (+) B -------->...... ∞
En el punto en que (C) debería encontrarse con (B), clausurándose como una
circunferencia, se desvía, sufre una especie de esquizia, torsión, clinamen, de tal forma
que, en vez de dirigirse a (B), uniéndose con él en el arco de la circunferencia, se sale
de la circunferencia, se desvía, dirigiéndose a un punto exterior a la circunferencia, que
es el punto (A).
Digamos que (A) es un punto que está afuera, excluido, de la circunferencia potencial
que podría trazarse entre (B) y (C).
179
Por este motivo, está precedido por un signo menos (-) que, por una parte, indica su
lugar exterior a la circunferencia, como la desviación de la trayectoria que conduce a él:
-(A).
La pregunta decisiva es por la causa de la desviación, de esa torsión que impide que
(B) y (C) formen una circunferencia, generándose, en vez de ello, el trazado de un bucle
(que no se puede cerrar completamente sobre si mismo).
La pregunta es por el estatuto del punto -(A), ahí donde se produce la desviación,
constituyéndose una solución de continuidad, una hendidura, abertura, un arco de
circunferencia borrado entre (B) y (C).
Cuando (C) (la cabeza) quiere morder a (B) (la cola) interviene algo que desvía, aparta,
separa, la cabeza (C) de la cola (B), impidiendo que la pescadilla-circunferencial pueda
morderse la cola.
Ese obstáculo, barrera, impedimento, es el -(A) (el punto de torsión, quiasmático, del
bucle).
Justo en esa hendidura, en esa hiancia, que separa y une a (C) (cabeza) y (B) (cola), se
sitúa el -(A).
¿Qué es el -(A)?
Es la vuelta de más, no contabilizada (por lo tanto, con el signo menos), que da el bucle
de la demanda (que recorre el alma del toro) alrededor del agujero central del deseo,
éxtimo:
(+) C (cabeza pescadilla) --> (-) A (agujero pescadilla) --> (+) B (cola pescadilla) =
La-pescadilla-que-no-se-muerde-la-cola
La pescadilla no puede morderse la cola, no puede haber relación sexual entre (B) y (C)
a causa del -(A), del agujero de la pescadilla (que no se puede pesar en la pescadería;
no tiene valor de cambio).
A todo esto habría que añadir el goce de la pescadilla, que escribimos con la letra @ en
el centro del agujero de la pescadilla (¡que no se muerde la cola!):
180
-(A) es el agujero de la pescadilla que impide que la pescadilla se muerda la cola; dicho
de otra forma, la pescadilla que hemos comprado al pescadero (A) no es una pescadilla
completa, a la que no le falta nada, que no tiene ningún pecadillo o pescadillo.
El bucle, más que una figura topológica, es una relación lógica que, en el caso de la
pescadilla, se podría definir así:
181
(+) BC //-A -------> & (-) A -------> (+) BC // -A -------> & (-) A..... &, &, &, &.....
(entrar en bucle)
Función biyectiva
Otro revival: entre la boca y la cola de la pescadilla hay un agujero porque a la boca
siempre se le escapa la cola, y, a la boca de la pescadilla siempre se le escapa la cola
porque, entre la boca y la cola de la pescadilla, hay un agujero, el de la pescadilla.
Esto conlleva que, ya que no hay relación sexual, lo único que hay es un "¡Ay!", es
decir, el "hay" sin la "h" muda, que, aunque no se pronuncia, no deja de hablar, de
manifestar un cierto goce misterioso, que nos tiene siempre en un "¡Ay!".
Mejor dicho, para hablar con propiedad, lo correcto es decir que la circunferencia es
una curva cerrada sobre si misma (sobre su propio centro), y, en cambio, el bucle es una
curva que no se cierra sobre si misma (su centro lo tiene afuera, es un centro-
excéntrico).
182
-(A) (el agujero de la pescadilla) es a la vez central y exterior a (B) y a (C) (el cuerpo
de la pescadilla); con respecto a ese cuerpo del que es su centro, hace agujero, en el
sentido de que lo divide, lo hiende.
Es evidente que las dos columnas de hombrecillos, en su subir y bajar, trazan una curva
alrededor del patio de luces.
Mi apuesta es que no se puede tratar de una circunferencia porque, si fuese así, después
de dar varias vueltas, los hombrecillos, se detendrían, dejarían de subir y de bajar, algo
así como que agotarían su recorrido, al haberlo realizado totalmente, hasta el final.
183
Si nos fijamos bien en el cuadro, las dos columnas de hombrecillos circulantes, que
recorren una y otra vez la escalera circular, no trazan dos circunferencias concéntricas,
sino un ocho interior, que es un bucle más pequeño que se continua con otro bucle
mayor.
Si tomamos el caso del toro, es evidente que el recorrido del bucle de la demanda
alrededor del alma del toro traza la figura de un ocho interior.
El círculo grande representa una vuelta completa del bucle de la demanda alrededor del
alma del toro (tiene forma de circunferencia).
En realidad, en el toro, la figura del ocho interior está formada por dos elementos:
En "Suben y bajan" nos encontramos con el mismo modelo: las dos hileras de
hombrecillos que dan vueltas alrededor de la escalera circular trazan la figura de un
ocho interior:
184
Una circunferencia; una circunferencia más un bucle (el ocho interior); las pescadillas
que se muerden y no se muerden la cola; son todas curvas cerradas.
Entre las dos pescadillas está el "No" de la interdicción, que prohíbe el goce.
El primer par sería el constituido por el bucle del ocho interior y la-pescadilla-que-no-
puede-morderse-la-cola (aunque intentarlo lo intenta, como no podía ser menos).
¿Cuál es la diferencia entre una circunferencia y un bucle si se parte del hecho de que
ambas son curvas cerradas?
185
Hay tres elementos que permiten diferenciar estos dos pares o parejas de estructuras
topológicas:
I) No hay tiempo.
I) Hay tiempo.
186
Por este motivo, cuando se dibuja una circunferencia no se la representa con flechas,
indicando, de esta forma, que no da vueltas sobre sí misma.
La circunferencia detenida
En cambio, en el caso del bucle, que es una curva semicerrada, los segmentos en que se
divide se representan como flechas que señalan el sentido de su giro.
En nuestro bucle iletrado una serie de letritas indican la existencia de lo que podemos
denominar un movimiento dialéctico o discursivo:
187
(-++) ... (-++) ... (-++) ... (-++) ... (-++) ....
El signo menos (-) expresa la torsión del bucle alrededor del agujero irreducible.
(-) hombrecillo que baja ---->> (+) hombrecillo que sube ---->> (-) hombrecillo que
baja ---->> (+) hombrecillo que sube....
El "(-) hombrecillo que baja" no es un hombrecillo que baja menos, sino un "menos-
hombrecillo-que-baja-rodeando-el-patio-de-luces".
El signo menos (-) no se le atribuye por su condición de bajador, sino por el hecho de
dar vueltas alrededor del patio de luces (que es el agujero irreducible del edificio
escheriano).
El patio de luces
188
(+) B ---->> (+) C ---->> (+) B ---->> (+) C ---->> (+) B ---->>....
Hay que fijarse en que la dialéctica del bucle -temporal y dinámica- se sustenta en tres
elementos, en una estructura tríadica: (-++).
Dos de los elementos son iguales, forman un par (++), y, un tercer elemento, es disímil,
heterogéneo, impar (-).
Este tercer elemento, que se cuenta tres, es el que hace función de tercero -de <<ex-
sistencia>>- con respecto a los otros dos elementos (se formaliza también con la letra
A, precedido por un signo (-), lo que sería equivalente a tacharla: A).
Este es el motivo por el que se dice que hace función de tercero o función paterna, que,
para el caso, es lo mismo, ya que "por sus obras les conoceréis".
El elemento impar se formaliza con un signo negativo (-) en tanto remite a una falta, a
una carencia.
La falta constituyente se sostiene en el agujero del deseo al que abraza el bucle (en el
cuadro de Escher corresponde al patio de luces, cortejado gentilmente por la columna de
hombrecillos que bajan).
189
(+) Hombrecillo que sube ---->> (+) hombrecillo que sube ---->> (+) hombrecillo
que sube ---->> (+) hombrecillo que sube....
Lo que hay que imaginarse, porque no está representado en el cuadro de Escher, es que
cada uno de los hombrecillos que bajan llevan en su mano, como si se tratase de un
valioso amuleto, una-pescadilla-que-no-se-muerde-la-cola.
Esta pescadilla, que tiene la desgracia de pescarse a sí misma, de quedar atrapada por
esa cola que no le falta, hace cuerpo con el borde del agujero de una circunferencia
reducible a un punto; agujero que no actúa como causa del deseo, como (-A).
Se representa a través de un bucle que, en el momento que van a juntarse cabeza y cola,
acontece (de acontecimiento) una especie de torsión, clinamen, giro, que provoca que
uno de los cabos del hilo (la cabeza) pase por encima del otro (la cola).
Los extremos del hilo del bucle no se anudan, sino que se superponen en una relación
arriba / abajo (como en el cuadro de Escher).
En vez de atarse, un extremo del bucle pasa por encima y el otro por debajo, de tal
modo que su entrecruzamiento quiasmático determina que se prolonguen en direcciones
opuestas.
190
Esta desviación quiasmática es producida por ese agujero que es imposible cerrar,
clausurar.
El agujero del deseo -éxtimo- impide que los dos brazos del bucle (su cabeza y cola) se
fundan en un abrazo que los haga Uno.
Una pescadilla, alegre y juguetona, que no para de dar vueltas, como un bucle
divertido, que aparece y desaparece como una pompa de jabón, en pos de esa cola que
no tiene, que le falta desde siempre, tiene el estatuto de objeto perdido, de objeto (a).
Es la rueda de una rueca o de un carro que da vueltas, que gira sobre sí misma,
moviendo la vida; o el arco cerrado de una noria que saca agua del pozo o divierte a los
niños en una feria con su permanente subir y bajar.
Sintetizando, que nunca está de más insistir, dar una vuelta de más, subir o bajar otro
escalón:
191
Bucles bucleándose
• El bucle envuelve el borde de un agujero no-reducible (el círculo del deseo del
toro).
• Un bucle se construye a partir de una relación tríadica.
• La-pescadilla-que-no-se-muerde-la-cola es un bucle.
• La hilera de hombrecillos que bajan, como una simpática pescadilla-que-no-se-
muerde-la-cola, traza un bucle alrededor del patio de luces.
• El bucle, la-pescadilla-que-no-se-muerde-la-cola y la columna de hombrecillos
bajadores, debido a su abertura al Otro, a lo hétero, a la diferencia, permanecen
inmersos en la dialéctica temporal, del deseo, que se funda en la afirmación de la
falta castrativa.
Un agujero es un vacío (la yema de huevo) rodeado por un borde (la clara de huevo)
(como la circunferencia con respecto al círculo).
192
193
Lo que apreciamos es que la pescadilla pilla, después de cada volatín, retorsión sobre si
misma, en su intento, siempre fracasado, de agarrarse su cola, traza en el aire o en el
agua un grácil bucle.
¿Por qué?
Porque tanto su eje de giro como su susodicha cola -¡que trae cola!- las tiene en la
"Otra escena".
Si las niñas se juntan con las niñas, como las pescadillas se arrejuntan con las
pescadillas, y notoda connive (de connivencia) con notodo, el goce de la-pescadilla-
que-no-se-muerde-la-cola es un goce notodo que se caracteriza porque no admite
ninguna connivencia ("Disimulo o tolerancia en el superior acerca de las
transgresiones que cometen sus subordinados contra las reglas o las leyes bajo las
cuales viven").
194
Se trata de un goce cuya condición de gozo, gozosa, se basa en que no mira hacia otro
lado cuando se cometen transgresiones de la ley: no cede a ninguna connivencia.
Resulta que con este acto de escritura le hemos dado su lugar al objeto @, o, lo que es
lo mismo, al goce-de-la-pescadilla del que goza con fruición la-pescadilla-que-no-se-
muerde-la cola; goce que es notodo-cola, que tiene una parte de piña colada y otra parte
que no cuela ni aunque uno se beba toda la piña colada o la Coca-Cola del mundo (no
estoy hablando de la coca, sino de la cola, esa cola que hay / no-hay).
Un sujeto llega a un psicoanálisis por un desengaño (que no tiene porqué ser amoroso),
por la experiencia (siempre traumática) de que la-pescadilla-no-se muerde-la cola.
195
Más que algo que se localiza, el a, en su estatuto de letra del goce, es algo que se
escribe, que se construye en un análisis.
El sujeto construye, escribe, esta letra a, con su cuerpo, con su carne, con sus
significantes más carnales, más gozosos.
Ese objeto tan inquietante, espabilante por angustiante, más que en el centro de un
pequeño lago recoleto, hogareño -heimlich-, a pesar de ser insituable, se puede situar
cual verde manzana en la boca de un gran pez de afilados dientes.
196
El pez clava sus afilados dientes en la blanda carne de la manzana, pero hay un
problema de tamaño, de dimensiones, que convierte todo este asunto en algo indigesto,
intragable, como querer comulgar con ruedas de molino (aquí sería comulgar con
redondas manzanas).
Para un pez es más fácil partir el aire en lonchas que tronchar por la mitad una vulgar
manzana.
El cochinillo, para estos menesteres manzaniles, tiene una boca menos menesterosa,
mejor armada.
A la valiente y osada pescadilla, con la manzana en la boca, como una Eva cualquiera,
tentada por la serpiente-falo, la han metido, acompañada de la manzana, en el horno, de
donde ahora la sacan, acompañada esta vez de una manzana asada, para zampársela,
como está mandado, con manzana y todo.
El pez grande, en una cadena sin fin, se puede comer al pez chico; lo que no se puede
comer es la manzana de Eva, el objeto (a), que es incomestible, intragable.
197
Una manzana en la boca de un pez compendia todas las características del objeto @:
algo intragable, inasimilable, imposible de metabolizar, inabordable, a lo que no se le
puede hincar el diente (antes se rompe el pez los dientes que se traga la manzana).
Por mucho que el pececito se aplique con el agujero bucal, intentando abrirlo más y
más, la manzana no entra, no se deja capturar, digerir.
198
El objeto @, al igual que la redonda manzana para el pescado, es algo, un objeto, que
no es como los demás (los bienes del mundo = fuente de placer) que siempre se
atraviesa.
Si uno no sabe lo que hacer con algo, por ejemplo el besugo o la pescadilla con la
manzana, es porque este algo no es un útil ni un bien.
La única alternativa que le queda es gozar de ese algo, convertirlo, a duras penas, para
su mayor satisfacción-insatisfacción, en el objeto de su joy, de su gay saber.
199
Todo esto no supone que todos estos objetos, precisamente por su inadecuación, no
sean la fuente de un goce intenso (como bostezar una y otra vez).
Los objetos bien encajados y dispuestos, acomodados, que permiten el descanso, que
son fuente de bienestar, son los objetos del placer.
Si estos objetos procuran el equilibrio, los otros, los del goce, conducen al
desequilibrio, a los mayores excesos, a la locura, incluso a la muerte.
Estos objetos, tan espantosamente mal avenidos con nuestros anhelos más queridos,
con nuestros ideales más preciados, dejan al mundo lleno de damnificados, de dejados
de la mano de Dios.
Clasificación de lo inclasificable:
200
En el conjunto de los bucles, con sus dos representantes eminentes como son el toro y
el cuadro de Escher -"Suben y bajan"-, incluimos, metiéndola por la puerta de atrás,
tapándonos la nariz porque está un poco pasada, de vuelta de todo, o vuelta y vuelta: la-
pescadilla-que-no-se-muerde-la-cola.
Tanto el toro, con sus dos curvas cerradas, la de la demanda (cuyo bucle gira
continuamente alrededor del alma del toro) y la del deseo (cuya curva rodea el agujero
central), así como "Suben y bajan" de Escher, con sus dos columnas de hombrecillos
que son como una-pescadilla-que-no-se muerde-la-cola, porque ninguna de ellas, por
mucho que suba o baje, se cruza, encuentra, contacta con la otra (se podría imaginar que
la columna más exterior es la cabeza, y, la otra, la más cercana al patio de luces, la cola;
o a la inversa).
Lo importante es que las dos hileras de hombrecillos son como dos líneas paralelas que
se cortan en el infinito, en el llamado punto impropio; pertenecen al conjunto de los
bucles cuya curva cerrada gira alrededor de un agujero irreducible: el del deseo.
La curva cerrada que traza el bucle de la demanda en el alma del toro gira sin saberlo
alrededor del agujero central.
201
Por cada vuelta completa que da el círculo de la demanda alrededor del alma del toro
hay una vuelta de más, no contabilizada, la que traza este mismo círculo de la demanda
alrededor del agujero central -éxtimo-, del deseo.
Por este motivo, la curva cerrada de la demanda del toro que gira alrededor del agujero
irreducible del deseo, no es una circunferencia, sino un bucle.
En el caso de "Suben y bajan" las dos filas de hombrecillos, al ser idénticas en todo
excepto en que una sube y la otra baja, las podemos tomar como una única fila de
hombrecillos que suben y bajan continuamente a lo largo y ancho de esa escalera
circular.
Esa única fila de hombrecillos subientes y bajantes, sin saberlo, da siempre una vuelta-
de-más, que escapa a cualquier contabilidad (por eso tiene un signo negativo), alrededor
del patio de luces (el agujero central de esta escalera escheriana).
Escalera imposibilitada
202
La escalera escheriana, aunque, como tal escalera, sea estática -no sube ni baja (solo
suben y bajan las personas que se desplazan por la escalera)-, es un bucle escaleriforme
que pertenece al conjunto de los bucles, de las curvas que se desplazan en el tejido
espacio-temporal alrededor de un agujero irreducible, representado por el patio de luces.
Al ser este agujero irreducible los hombrecillos no tienen más remedio que dar vueltas
una y otra vez a su alrededor.
Esto implica que esa escalera paradójica es un bucle, es decir una curva cerrada que
alberga en su seno, abrazándolo, enroscándose en torno a él, un agujero imposible de
ocluir.
Seminario IX de J. Lacan
Los que se mueven son los hombrecillos que suben y bajan por ella.
Por lo tanto, se combina un elemento estático -la escalera-, con un elemento móvil -los
hombrecillos que suben y bajan por esa escalera-.
203
Por la Ley de la Gravedad, todo lo que sube baja; en cambio, aquello que baja, por no
se sabe qué puñetera ley, probablemente por el peso del goce, puede ser que jamás
vuelva a subir... como todos esos hombrecillos que están "detenidos y / o en
movimiento" en cada uno de los escalones.
La circularidad del bucle, con los signos (+) (sube) y (-) (baja) que se anulan entre sí
El bucle es la curva que se podría cerrar sobre sí misma en un punto como una
circunferencia, pero, que, de forma misteriosa, casi mágica, no lo hace.
Ahí donde todo está dispuesto para que el bucle se detenga en su camino, en una
clausura definitiva, de repente, sin saber cómo ni porqué, en un giro sorprend ente, se
toma las de Villadiego; en una inesperada torsión, realiza un cruce quiasmático, para, al
final, irse a tomar viento, despidiéndose de esta forma: "Adiós muy buenas, me voy por
donde vive, y, si te he visto, no me acuerdo".
204
205
206
Todo esto hay que agradecérselo a esa vuelta-de-más, que no se contabiliza en la cuenta
de las vueltas (queda envuelta, plegada, embutida, por la vuelta de la demanda, que, en
su consistencia, inevitablemente la elide), que traza la curva de la demanda, sin saberlo,
alrededor del agujero central del toro -éxtimo-, del deseo.
207
Si hay una vuelta que nunca se contabiliza, que corresponde al giro de la demanda
alrededor del agujero éxtimo del cuerpo del toro, al sujeto siempre le faltará (¡como
mínimo!) un vuelta por dar, por recorrer.
Lo que era un punto monádico, a través de su vínculo libidinal con otro punto
monádico, dejan de ser monádicos, lo que permite su captura por el deseo del Otro, en
relación con el cual tendrán función mutua de causa de su deseo. Un punto monádico
en su lazo con otro punto monádico se intersectan gracias a la falta del Otro.
Pero, debido a que el agujero del deseo es irreducible, a la siguiente vuelta le volverá a
pasar lo mismo, habrá elidido esa vuelta-de-más, lo que le obligará de nuevo a iniciar el
recorrido demandante a lo largo del alma del Taurus.
Este desencuentro entre la demanda y el deseo, entre el agujero del alma y el agujero
central del toro, es lo que se manifiesta en el cuadro de Escher, con esas dos hileras de
hombrecillos que bajan y suben, sin poder coincidir, cruzarse, encontrarse, en ningún
punto (no hacen relación quiasmática o buclear).
Es como que esas dos vueltas, la de la demanda y la del deseo, viajan en dimensiones
distintas; por ej., una en la tercera dimensión, y, la otra, en la cuarta.
El quiasma central y el punto al infinito entre dos mónadas que hacen lazo social
208
En cambio, el agujero del deseo es real, sobre todo si se lo suplementa con el objeto @.
Esta no-relación, que determina la irreductibilidad del agujero central del toro, no solo
tiene que ver con las características topológicas de ese agujero (su condición de éxtimo,
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de ser a la vez central y exterior, aquello que podríamos formalizar con $, el corte o la
hendidura del significante), sino, sobre todo, con el objeto @ en su doble función de
causa del deseo y plus de gozar.
Porque si algo se puede considerar real e irreducible en un sujeto no puede ser más que
el deseo.
Lacan, en el agujero central del toro, y, en el centro de triskel del lazo borromeano,
sitúa al objeto @.
El (a) lo podemos abordar en su ditmensión de objeto causa del deseo (el objeto @
propiamente dicho), así como en su ditmensión real de escritura, letra, la (a).
Es como letra (a), como letter o litter, también litoral o literal, que se relaciona con el
otro goce, con aquel que tiene su sede en el cuerpo.
Pues bien, la condición real, irreducible, del agujero central -éxtimo-, del toro, se lo va
a dar no tanto su propia condición de agujero, sino su función como superficie corporal
que permite escribir sobre ella la letra (a), en su condición literal de litoral del goce
otro (el que no es todo fálico).
Por eso, al agujero central del toro, en tanto es portador de la marca literal del goce lo
vamos a denominar el agujero del otro goce.
Si nos fijamos en el cuadro de Escher, aunque existe un agujero central, el del patio de
luces, no encontramos ninguna letra escrita, ni siquiera la primera del abecedario, la (a);
nuestro gozo en un pozo.
Pero, si se nos encienden las luces, se iluminan las meninges, se activa la sustancia gris,
caeremos en la cuenta de que hay algo que, aunque no es una letra, no deja de tener
función literal o litteral (de litter, trash, rubbish: basura) por sus relaciones con el
goce: se trata del así llamado litoral.
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Pues bien, ahora, en este momento, decretamos, estamos autorizados a decir que esa
escalera, la escheriana, por sus relaciones con un goce que no es como el de todos, que
no es el goce normalizado y normalizante, aceptado y aceptable, simbolizable a grosso
modo, es un litoral.
Resulta que lo que teníamos entre manos, sin darnos cuenta, era una escalera-litoral
(literal).
Este cuadro de Escher, tan aparentemente paradojal, ya que lo que sube baja y lo que
baja sube, en realidad, o no es nada paradójico o todo él es una pura paradoja, porque, lo
que nos quiere mostrar Escher, no puede ser más evidente.
Lo que Escher quiere poner de manifiesto es nada más y nada menos que algo que tiene
que ver con el goce.
Ya sabemos que el fiel escudero, el Sancho Panza, de ese otro-goce, de ese goce al que
podemos denominar con toda propiedad quijotesco, porque está condenado al fracaso, a
la mayor esterilidad, es un humilde letrita, la (a).
Estéril es el significante clave con el que hay que adjetivar al goce que nos interesa.
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El goce que nos inter-esa es profundamente estéril, infructuoso, aunque esto parezca
contradictorio con su fructuosidad.
Es casi tan estéril como esa actividad profundamente estéril, infructuosa, en otro
sentido fructuosa, que, a los hombrecillos escherianos, les lleva a subir y a bajar hacia
ninguna parte, por nada, para nada.
Resultando, además, que ni eso, que ni lo que intentan realizar lo pueden consumar,
aunque se trata de algo que bordea con la nada, porque ni siquiera son capaces de subir
ni de bajar a ningún sitio (a ningún altillo o sótano).
La marca del goce notodo en el cuerpo es una letra, una pequeña letrita, como puede
ser la (a) minúscula, que hace función de litoral, de límite (porque el goce está en los
límites), de zona de intercambio vital.
Ese goce, el que verdaderamente nos inter-esa, es el que no está santificado ni rociado
con agua bendita por parte de ninguna Iglesia -clerical o laica-, sea la que sea, prometa
la salvación en esta vida o en la de más allá, inundándonos d e gadgets, estampitas,
aparatitos, seudo-objetos que nos esclavizan, torturan, gozando sin tregua de nosotros.
El litoral, la escalera en función de litoral, no es una simple frontera que delimita dos
lugares, sino un espacio de intercambio donde circula el flujo vital, la savia de la vida:
"El litoral constituye el área de transición entre los sistemas terrestres y los marinos.
Conceptualmente es un ecotono, una frontera ecológica que se caracteriza por intensos
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El litoral marino
Si la escalera es una línea que actúa como litoral, es evidente que éste no es una
frontera estática que separa dos territorios, de tal forma que si alguien está en uno no
está en el otro, y viceversa.
Por consiguiente, si se nos permite, esa escalera, con la que hemos penado tanto, no es
otra cosa que una letra impresa, grabada sobre el cuerpo, cuya función es la de marca
del goce.
Es evidente que si estamos situados en el campo del litoral, que es el del goce, no se
puede tratar de un solo goce, de un único goce, sino, al menos de dos, que, entre ellos,
son limítrofes.
El goce del Otro lo descartamos ya que se sitúa en un tiempo mítico, antes del
advenimiento de la palabra.
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Es el goce del Paraíso Terrenal antes de pecar, de comer del árbol de la sabiduría, del
bien y del mal.
Por un lado, se tiene que tratar del goce fálico, del goce universal del significante, del
bla-bla-bla, ese que se expresa en las fórmulas de la sexuación como: "Para todo x Phi
de x": "Todo sujeto hablante está sometido, sobornado, por la función del significante".
Se trata de un goce que no es fálico, o, como lo expresa Lacan, en positivo, un goce que
es notodo fálico.
Este goce notodo fálico es un goce otro, otro que el del falo -el significante de los
significantes-, que se experimenta como goce del cuerpo (es el llamado goce femenino):
"No para todo x Phi de x": "La mujer, en su goce propio, no está toda ella sometida,
sobornada, por la función del significante".
Esa escalera, aunque parezca increíble, es la zona del litoral donde intercambian sus
goces esas dos columnas de hombrecillos.
Más allá de los caracteres sexuales secundarios, tan seductores en forma y manera, los
significantes de una identificación siempre problemática, frágil, cuestionable, nos
encontramos con que una de las hileras de hombrecillos (en genérico), bajante o
subiente, está formada por cuerpos que portan un rasgo pítico, que, por convención,
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denominamos viril, mientras que, la otra, no se puede decir que esté compuesta de
cuerpos no-píticos -castrados-, sino de anatomías (de tomía: corte) exquisitamente
femeninas, agujereadas (no infradotadas), que, gracias a ello, no quedan subyugadas por
las presencias y prestancias fálicas, tan evidentes, prominentes, prometedoras al tiempo
que decepcionantes, siendo capaces de rebasar los límites del órgano fálico, para poder
gozar de un cuerpo que tiene más de invención, de objeto sublimatorio, de phantasia
real -notoda-, que de objetividad medible, demostrable, controlable, con los parámetros
de la ciencia.
Esta subversión del sujeto escheriano, con sus dos ejes sexuados, nos conecta con la
línea deseante del toro, ese trazado anhelante que se anuda con el demandante,
conformándose como un bucle irreducible a una circunferencia.
La línea del deseo, que rodea, bordea, al agujero central del toro, es irreducible a un
punto-no-agujero.
La línea del deseo se ubica a nivel del agujero central del toro, allí donde se escribe el
objeto @, el objeto gozoso o gozante que deberemos localizar en un análisis porque es
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justo este objeto, este puñetero o pu... objeto, resistente, irreducible a cualquier bien (de
hecho, una de sus formas favoritas de manifestación es la del objeto malo), el que da
cuenta de ese punto donde tiene lugar el giro quiasmático, el entrecruzamiento de las
aspas del bucle, de las ramas-rameras del ocho interior, de tal forma que este jodi...
objeto, por ser realmente e inequívocamente real, hace obstáculo a que el bucle de la
demanda se cierre sobre sí mismo, en un abrazo mortífero.
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La resistencia mayor que evita que el círculo de la demanda se cierre sobre sí mismo es
su anastomosis quiasmática con el círculo del deseo, con esa vuelta-de-más, incontable,
que rodea el agujero central del deseo, interior-exterior.
Con todos estos giros, vueltas y revueltas, subidas y bajadas discursivas (porque lo que
nos importa como psicoanalistas no es que el analizante baje y suba las escaleras de la
consulta, sino que asocie libremente, que suba y baje libremente por la escala del
discurso, mostrándonos todos esos avatares, todas esas subidas y bajadas, ascensos y
descensos, erecciones y desfallecimientos, que afectan a su deseo), nos vamos
aproximando cada vez más a ese objeto absolutamente enigmático, insumiso,
desobediente, insubordinado, resistente, que está incardinado, por su a-letrismo, con el
goce suplementario.
Se trata de ese objeto tan singular que escribimos @, también conocido por sus adeptos
como el número de oro, número irracional que se constituye como la media y extrema -
o extraña- razón del deseo.
El número de oro
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Nada hará nunca que los hombrecillos que dan vueltas alrededor del patio de luces y los
que lo hacen por el otro lado de esta escalera unilátera se junten, aunque sea una sola
vez, un solo instante.
Se puede decir con desgarradora propiedad, en un decir que nos divide, que, entre esos
hombrecillos que marchan tan campantes, tan campanudos ellos, tan redundantes, tan
inútilmente excesivos, no hay ni puede haber, ni se la espera, hasta nuevo aviso, por
mucho que uno desespere, relación sexual.
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La mirada no es el ojo.
La imagen de "Suben y bajan", con todo su poder de fascinación, que nos atrapa en su
paradoja, actúa de pantalla que nos vela el objeto @-mirada
En "Suben y bajan", este borde erógeno, exquisitamente sensible, está representado por
el patio de luces.
Podemos jugar con el significante "patio de luces", rebosante de luz, que nos regala su
luz, conductor de luminosidad, en su relación metafórica con la pulsión escópica y el
objeto-mirada.
Se puede decir, por ejemplo, que la mirada es un patio de luz; la luz de una mirada;
ojos que iluminan; rayo de luz que deslumbra con su resplandor.
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Esto es pura poesía, poética de lo real, como hablar de la luz de tus ojos o del brillo de
tu mirada
Una mirada, desde la que somos mirados, es el resplandor, el fuego fatuo, de la luz de
un farol que ilumina la oscuridad de la noche.
La mirada puede dársenos a ver desde la profundidad de una mirada con un carácter
profunda y oscuramente enigmático, con un signo de interrogación que atraviesa las
apariencias, las miradas.
El goce de la mirada se manifiesta electivamente allí donde nadie nos mira, donde nada
nos ve.
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La mirada es una modalidad del objeto @ alrededor del cual gira la pulsión escópica en
su retorno a la zona erógena
Hay algo en la mirada, que emana de ella, como de una mujer, que solo puede captarse
de modo aproximativo, poético, a través de una creación metafórica que permita asir eso
inasible por mor ("a causa de") de real.
Solo se puede hablar de "la mirada" como objeto (para más señas, ¡@@@@@@ h!).
¿Dónde se puede localizar en "Suben y bajan" ese objeto que no sube ni baja, que
resiste a toda dialéctica, por su fijeza, inmovilidad, al que llamamos "objeto-mirada", en
tanto se ofrece al goce de la mirada, que no se hace presente, ni por asomo, ni
queriendo, en la imagen narcisista, especular?
El objeto mirada se localiza ahí donde nos encontramos con la mirada del Otro, en sus
dos vertientes de la mirada al Otro (dimensión del deseo), y la mirada del Otro
(dimensión de la demanda).
Subir y bajar es algo que depende del aparato locomotor, dicho en Román paladino, de
las piernas.
Así como hay algo que mueve a estos hombrecillos, hay otra cosa que tiene una
especial fijeza, que se repite en cada uno de ellos, que no cambia, que no tiene subidas
ni bajadas, que se manifiesta como "lo mismo": su (?) mirada.
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"La mirada", en su condición de objeto, surge del fondo de una capucha que nos oculta,
nos sustrae, su rostro.
Incluso se podría sospechar que debajo de esa capucha no hay nada, o, mejor dicho,
hay nada: el rostro vacío, imperturbable, ausente.
Si nos fijamos, todos los hombrecillos están ocultos bajo la sombra de la capucha.
Esa sombra que no deja ver nada, desde donde somos mirados, es "la mirada" de nadie,
de unos seres anónimos que no nos miran.
Desde esa oscura capucha se capta la oscura ausencia de la mirada, de una mirada que
se ha transformado en pura oscuridad, en la más oscura negrura.
Es posible que dentro de esa capucha, en su más jondo interior, donde nosotros
suponemos una mirada, no haya nada, solo un vacío; y es precisamente esta nada vacía,
este vacío nadificado, lleno de oscuridad, el lugar propio de la mirada.
De la mayor negrura de la mirada parten todos los brillos, los prestigios imaginarios, el
juego multiforme de las iluminaciones narcisistas, la luz mortecina que siempre se
apaga.
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Además, no hay que perder de vista todos los huecos del edificio escheriano, sus
puertas, ventanas y oquedades diversas.
El marco de la ventana es el del fantasma, el borde del orificio gozoso alrededor del
cual gira la pulsión escópica.
Esas ventanas son los grandes párpados del Otro (del Mundo) desde cuyo interior nos
mira un agujero.
¿No podría estar "la mirada" mirándonos con atención, con fijeza detenida, desde la
oscura mirada de esas ventanas inmóviles que no parpadean ni un solo instante?
¿Quién o qué nos mira desde el fondo de esas ventanas que son los ojos del Mundo?
El @, en el toro, Lacan, lo escribe en el centro del agujero de la pulsión, del orificio del
goce que circunda la curva cerrada del deseo.
Si queremos localizar el objeto del fantasma fundamental siempre habrá que buscarlo
en algún borde, en un litoral, ahí donde Eso goza.
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Ese pabellón, esa columnata, ese cenador, tiene la función de sostener la mirada, la
bella vista.
Lo curioso es que nadie, ningún sujeto, lo ocupa; está vacío, es un vacío, no hay ningún
observador, ningún representante de la representación, mirando.
Este mirador o belvedere no es ocupado por un sujeto; es el lugar del objeto-mirada que
nos mira sin vernos.
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Somos mirados desde ese "objeto @-mirada" que, en "Suben y bajan", está ubicado en
ese templete-atalaya desde donde el Otro nos mira.
La pulsión escópica hace su tournée, su tournament, apostando a fondo perdido por ese
@, cuya principal baza es hacer de guía para que la dérive encuentre el camino de
vuelta al cuerpo.
Este recorrido existencial, que consume una vida, recibe el nombre de goce.
Estos hombrecillos no se cansan nunca de dar vueltas buscando un goce que los
impulsa una y otra vez hacia adelante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo.
En cada vuelta se apropian de una migaja de goce, de una pequeña astilla desprendida
del gran tronco del ser, pero, lo que es el bocado del león, la parte más suculenta y
sustanciosa, se ha perdido, extraviado por el camino.
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La pulsión-luciérnaga
Este es el destino inexcusable de ese ser en falta que solo goza de los restos del goce
desprendidos de ese gran banquete al que nunca seremos invitados.
El circuito pulsional
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