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Jeremías Gamboa y Los Extraños - El Pais

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Jeremías Gamboa y los extraños

Los cuentos de 'Punto de fuga' son una digna tarjeta de presentación del
autor peruano

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CARLOS ZANÓN
20 JUN 2014 - 13:11 CEST

Los
cuentos de Jeremías Gamboa se mueven entre el existencialismo y el retrato del Perú
actual. BOSCO MARTÍN

En Punto de Fuga, libro de relatos del peruano Jeremías Gamboa, los


personajes se narran desde su propio extrañamiento. La imposibilidad
absoluta —pero pavorosamente asumida— de comunicación con cualquier
otro. Personajes como astronautas de sí mismos que son al mismo tiempo
planetas desiertos, sin agua ni vida alguna. Gamboa (Lima, 1975) habla en
la mayor parte de esos relatos de ese estar encerrados en un cuadro de
Hopper, de no saber en qué plano de la (ir)realidad nos vamos viviendo y
contando. Gamboa editó este libro en 2007. Posteriormente se consolidó
con la novela Contarlo todo, que llegó a España el año pasado de la mano
de Mondadori. Y viene con la bendición de Vargas Llosa. El Nobel peruano
fue el espejo en que el primero periodista y más tarde escritor (durante años
cohabitaron ambas facetas de un modo cainita) se miró. En sus buenos
momentos, Súper Mario, además de leer bien, alienta la ética del trabajo
duro para llegar a ser escritor. Poca inspiración y mucha transpiración. Fe y
sacrificio. La literatura de Gamboa tiene mucho de eso. Punto de fuga
consiguió en su momento un meritorio eco, y los elogios de Vargas Llosa
algo ayudaron, es de suponer, para que ambos compartieran agente
literario. Sí, estoy hablando de Ella. La que unida a Él en defensa de viudas
de escritores muertos y otros gigantes y gigantas vivos planean, la próxima
noche de tormenta eléctrica, aplastar el Gotham de editores y
escritorzuelos. Que Ella le representara hizo que la novela siguiente fuera
un éxito antes de ser publicada. Fin de la primera parte del cuento de
hadas. Vayamos por Punto de fuga.
Nuestro hombre, Gamboa, se hallaba en un dilema personal a sus 30 años.
Había sido periodista para ser escritor. Había llegado a la conclusión de que
ser periodista le impedía ser escritor. Dejó de ser periodista. A los 10
minutos también dejó de ser escritor. Se apuntó a un curso de posgrado en
la Universidad de Boulder (Colorado), y hasta allí la Virgen de la Literatura
se desplazó para iluminarle. De esa epifanía surgieron algunos de los textos
de Punto de fuga y el argumento de Contarlo todo —un chico humilde que
deja el periodismo para convertirse en escritor: vale, la Virgen no era David
Foster Wallace.

Punto de fuga es una serie de ocho cuentos en la que parece existir un


corpus del extrañamiento antes referido. Nombres que no son los tuyos,
cuerpos que te son ajenos, edificios como naves abandonadas en medio del
universo, espejos y cuadros, oficinas desiertas y tazas de café que debería
beberse otro. Ése es el mapa que parece querer ser el lugar donde quiere
ubicar su narrativa Gamboa. Un infierno herméticamente cerrado al vacío
alumbra cinco de estos cuentos. Existencialismo Blade Runner. Ninguna de
las narraciones es un saldo, pero tampoco dejan de ser algo que no hayas
leído antes, no hayas leído de otros y no hayas olvidado autor y argumento.
Pero era una más que digna tarjeta de presentación. Lo mejor, la sensación
de que Gamboa era un jugador que sabía de qué virtudes disponía y su
ambición tenía bastante sentido común.

Sin embargo, es en los otros tres cuentos, alejados de ese extrañamiento,


cuando, en mi opinión, da lo mejor de su escritura hasta la fecha. ‘Un
responso por el cine Colón’ no es el cuento más original del mundo, de
espesura cortaziana —de hecho, recuerda a una velada caníbal con
orquesta y público—, pero tiene hechuras de hermano mayor. La parroquia
de un cine porno no acepta un Batman raquítico a cualquier precio. Por
fortuna, no toda revolución será televisada. ‘La conquista del mundo’ es una
partitura siempre difícil (niños, adolescencia, visita a la ciudad, helados y
frustraciones) pero de la que Gamboa extrae buena música. Y la tercera, la
mejor, la oceánica ‘Tierra prometida’ con ecos born to run de principio,
aunque sea a ritmo del primer disco de los Clash. Aquí Gamboa edifica un
texto suyo, personal, local en la misma frecuencia que de todos, universal,
intransferible en su generosidad. Rápido, verborreico, agridulce, como agua
sucia que se te va hacia el desagüe, pero sin que Gamboa pierda nunca el
control como narrador. Un fresco de una época, una edad, una Lima, una
confusión humana, melancólica y cruel, terriblemente viva. Un cuento que
saca varios metros al resto. Un cuento que traiciona gloriosamente el tono
de casi todo el resto de Punto de fuga y que solo podía haber escrito su
autor.

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