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39 Robinson Mexicano

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.

ROBINSON MEXICANO moo,

k@ LECTURAS
DE

E C O N O M ~ A POLITICA
PARA LAS

POR

9 Pro-fesor adjunto,

por opasi~iin,d e i n Cátedra de Estadictica Historra dcl Comercro

J. BALLESCA Y C.', SUCESORES, EDITORES


San Felipe de Jesús, 572
Reservados los derechos de propiedad
conforme á la ley.
\

Imprenta de Henrich y C.', en comandita. - Barcelona.


\
- La enseñanza debe estar de acuerdo con los deseos
y gustos d e los nifios. - Las lecciones deben partir d e
lo concreto para pasar á lo abstracto. -La enseñanza
debe ser en pequeño la repetición de la historia d e la
ciriliz~ción.
H. SPCSCER,
Ln t.t//lrnc~ói~.

- Un programa coilipleto de instrucci6n no debiera


pasar de veinticinco líileas, de las que deberían consa-
grarse algunas á decir que el alumno no debe estudiar
de cada ciencia siiio un pequeño número de nociones,
pero conocerlas á fondo.
DR. GUSTAVO
LE BOS, P~icologírzde la educación.
.
rni
A,

CAPITULO PRIMERO

t No hace muchos años que vivía en Mazatlán un


excelente matrimonio, con un hijo único, como &
, quince años de edad.
El padre, marino en su juventud, se había reti-
rado á aquel tranquilo puerto del Pacífico, con una
pequeiia fortuna que, empleada en negocios agricolas
y comercZales, le proporcionaba una renta suficiente
para atender á su esposa y á su querido Juan, que
así se llamaba el niño. Era el padre un hombqe
p sumamente ilustrado, al que sus viajes y penalidades
habían dado una gran experiencia, que procuraba
transmitir en consejos y advertencias al jovencito,
protagonista de este relato.
I L a madre, tierna y amorosa, consagrada exclusi-
I vamente á las atenciones de su hogar, procuraba
secundar á su esposo en la tarea de educar á Juanito,
'.
8 CARLOS D ~ A ZDUFCO
4.-
9
Era éste un muchacho inteligente, simpático y
aplicado. Desgraciadamente, estas cualidades esta-
*
ban en buena parte opacadas por el defecto de de-
jarse arrebatar frecuentemente por la i ~ ~ a g i n a c i ó án ,
la que no opoiiía el correctivo de la voluntad.
t_

Le g u s t a b a n e x t r a o r d i n a i i d m e n t e todas las lectitras.: '

L e gustaban extraordinarianiente todas las iectu-


vas; pero prefería, sin embargo, las que narraban
aventuras maravillosas, en las que lo fantástico des-
empeflaba el papel más importante.
ROBINSON MEXICANO 9
4r
I
* Fué fortuna que en sus manos cayeran narraciones
tan interesantes como el Robinsón de Daniel Foe y
la Isla il/listeriosa de Julio Verne, pues en ambas, al
par que se ponen de resalto la constancia y la errer-
gM humanas, se dan á conocer algunas nociones de
f. ciencias físicas y naturales, hábilmente disimuladas
en la amenidad de la narración.
Así iban pasando felizmente los años, sin que el
menor contratiempo viniera á turbar la paz de aquella
casa. Un día, sin embargo, huyó de ella la dicha
para no volver jamás. Enfermóse gravemente el pa-
dre y, sin que le valieran los remedios de la ciencia
ni los cuidados de su esposa, exhaló el último ~ u s -
piro. L a desdichada viuda no tardó en seguir al se-
pulcro al compafiero de su vida, de suerte que en
pocos meses el nifio quedó huérfano, al amparo de
un tutor, que al mismo tiempo que de la criatura,
se hizo cargo de la regular fortuna que Juan había
. heredado.
Era el tutor un individuo de carácter'áspero, rudo
y á ocasiones hasta brutal y despiadado. Con esto
decimos ya que para el pobre jovencito comenzó
una existencia llena de angustias y sinsabores, pues
aquel hombre cruel llegó hasta á golpear á la cria-
tura. Por último, un día le maltrató de tal manera,
que el niño resolvió abandonar aquel lugar de sufri-
mientos. Y l-ie aquí cómo realizó su propósito:
Sabido es que en la bahía de Mazatlán anclan
frecuentemente algunas embarcaciones que hacen la
CARLOS D ~ A Z DUFOO
b

travesía de este puerto mexicano al de San Francisco


L de California, en los Estados Uriidos del Norte. Juan
k resolvió aprovechar uno de estos buques para alc-
jarse de su patria, y con algunos ahorros que había
logrado realizar compró un pasaje y, sin despedirse
1-
h de nadie, se hizo á la niar una hermosa maiiana en
la que hasta el cielo, de un azul purísimc', parecía
!
evocarle el recuerdo de sus días felices.

I
! Qued6 Juan encantado ...

Quedó Juan encantado de la travesía, que flié ex-


celente hasta San Francisco. Desgraciadamente, los
$

pocos fondos de que nuestro joven disponía, se ha.


I
- - -

ROBINSON MEXICANO I I

bían con mucha rapidez agotado, y no veía, por 16


tanto, la posibilidad de proseguir su viaje.
Quiso, sin embargo, la que él consideró por el
instante su buena suerte, que el contramaestre de
uno de tantos barcos que hacen la carrera de San
Francisco á los puertos chinos, tropezara con nues-
tro joven, una tarde en que Juan contemplaba desde
el muelle, con mirada de envidia, las embarcaciones
listas para levar anclas. Aquel hombre, viejo lobo
de mar, sorprendió muy fácilmente el pensamiento
que preocupaba al niño, y como entre sus muchos
negocios, más ó menos ilícitos, estaba el de contra-
tar jóvenes fuertes y robustos, como era Juan, para
las maniobras del barco, al menor precio posible, se
dirigió al expatriado y con mucha maña logró em-
baucar al chico, que sin darse cuenta de ello, entró
i
á forniar parte de la tripulación de uii gran navío
que debía dejar á San Francisco algunas horas más %
tarde. a

Partió el vapor, en e f x t o , y desde el primer mo-


mento comprendió nuestro joven la torpeza que ha-
bía cometido. ]Qué rudas y ásperas eran las tareas t

que se vió obligado á desempeiiar! Mal alimentado,


durmiendo en el fondo de una bodega, Juan sufría,
además, el maltrato de palabra y de hecho del con-
tramaestre y de los marineros, que no le dejaban (

descansar un momcnto.

I
Entretanto proseguía la navegación sin el menor 9
incidente. Más de quince días
*
t
con un hermoso tiempo, cuando al conlenzar la ter-
cera semana, se inició un brusco cambio en el
Océano: 'las aguas, que hasta entonces habían ofre-
cido la tersura de un espejo, comenzaron á alterarse
profundamente, para elevar al cabo las olas tan alto
como montañas; se levantó un viento furioso, y la
embarcación, juguete de los elementos, concluyó
por marchar sin rumbo fijo, en medio de aquella
espantosa tormenta.
Así transcurrieron un día y otro y otro más, é
inútil es decir la aflicción de Juaiiito, que ya consi-
k
deiaba que había llegado su hora postrera.
L a noche del tercer día, la tempestad parecia
hallarse en su mayor fuerza; el barco giraba sobre
sí mismo á impulsos de las ráfagas, ó se precipi-
taba desde una tremenda altura con violencia verti- -
ginosa. Por último, ya casi al llegar la madrugada,
se produjo un terrible choque. La embarcación
había tropezado con un escollo, indicio de que se
encontraba en las cercanías de la tierra, y la violen-
cia del golpe fué tal, que abrió el casco del buque
como si se tratara de una cáscara de nuez.
La tierra estaba, en efecto, muy cercana; se divi-
saba la ~ J a y a abierta
, en forma semicircular, sem-
brada de arrecifes. Pero una imponente cadena de
olas separaba á los náufragos de aquella tierra. El
buque, encallado en las rocas, se encontraba en la
imposibilidad de avanzar una pulgada.
Por último, una ola más furiosa que las otras, se
desplomó sobre el navío, que, envuelto en aquel
remolino, desapareció inmediatameiite.
Juanito sólo tuvo tiempo para afianzarse de un

...arrastrado por la corriente.. .

\ remo, que, sin saber cómo, se encontró en sus


lP
: manos. Rodó sobre aquella avalancha de agua,
arrastrado por la corriente, que acabó por arrojarlo,
sin conciencia, y casi sin vida, sobre la playa.
C A P ~ T U L O11
-- -

S U M A R-Necesidades
IO ; necesidades corporales y del espíritu.
-Ventajas de la vida social: la cooperación. - Objeto d e la
vida en sociedad : bienestar de cada uno y de todos los hom-
bres asociados. - Utilidad : por que se llaman objetos útiles
- Riqueza y pobreza. Lo que constituye una y otra. - Ri-
quezas naturales y riquezas económicas. Dones gratuitos. -
Producción ; su objeto.

Cuando Juan volvi6 de su desmayo, estaba muy


adelantada la mañana. Repentinamente, la tragedia
de la noche anterior, en todos sus variados cuadros,
se presentó á la imaginación del pobre náufrago: la
extraordinaria violencia de la tormenta, la lucha de
la embarcación contra los elementos, y, por último,
el choque del buque contra los arrecifes. Entonces,
hondamente conmovido por aquellos recuerdos, di-
rigió al horizonte sus miradas; en la amplia extensión
del mar no se distiilguían sino restos del naufragio:
remos, tablones, cuerdas, pero ni un solo cadáver.
Juan creyó que los habría arrastrado la corriente, ó
que tal vez sus compañeros de infortunio hubiesen
R O B ~ N S ~M
N EXICANO 15
tenido la misma suerte que él, y encontrado salva-
ción á alguna distancia en aquella misma costa.
Juan pensó que tendría tiempo de averiguar lo
que había sido de ellos, y que por el momento era
justo que se preocupase de sí propio. L e atormen-
taba una violenta sed, no era menor su hambre; sus
vestidos, empapados, reclamaban ser cambiados por !3
otros. Estas eran necesidades que debía satisfacer. B
Como otra necesidad era la de procurarse un alber- .i
gue, que lo amparase de la intemperie y de los ata-
B
ques de los animales dañinos; otra, la de propor-
cionarse alumbrado, ropa interior, calzado y otra
multitud de objetos. Y tras las necesidndes del cuerpo,
venían ZQS del espiritzl: la de comunicarse con sus
semejantes, la de proveerse de lecturas útiles y agra-
dables, y otra porción más que distinguen á la gente
'
que vive en sociedad en una época de civilización
muy avanzada.
Desgraciadamente, el náufrago no veía en torno
suyo el menor indicio de que aquella tierra se encon-
trara habitada. L a playa que lo había recogido se
extendía al pie de una cadena de colinas bajas,
cubiertas en su parte superior de espesos bosques;
pero ni en la playa ni en las colinas se descubría
casa, choza ni construcció~~ algana que atestiguara
la presencia de los hombres. En los campos no se
veía tampoco ninguna señal de que la tierra hubiese
sido labrada. Nuestro protagonista pensó que inter-
nándose en aquel país, descubriría algún lugar po-
blado, y con este objeto se propuso escalar aquellas
colinas.
Conforme iba avanzando en su camino, mil ideas
desconsoladoras lo asaltaban. 2 Qué seria de él, si
aquella comarca se encontrase completamente des-
habitada? Entonces comprendió todas las ventajas
de vivir en sociedad, pues que en la vida social cada
hombre contribuye á satisfacer las necesidades de
los demás y todos juntos, unidos en intereses y as-

..ensoiitró u n p e q u e n o lago ..

piraciones, trabajan en común para que cada indi-


viduo satisfaga esas necesidades. Esto es lo que se
llama cooperación, porque cada individuo coopera al
bienestar de todos y todos cooberan al biertestav de
cada uno.
En tanto, Juan seguía subiendo á través de gran-
des bóvedas de verdura, formadas por corpulentos
árboles. No había caminado media hora, cuando
quiso su buena suerte que tropezara con un arroyo
en el que pudo calmar su sed. Algo fortificado, pro-
siguió su ascensión, siempre hacia la cúspide de las
R ~ B I N S O N MEXICANO
C
. 17

colinas, desde donde pensaba descubrir algún indi-


cio de habitaciones humanas. Antes de llegar al tér-
mino de su camino, encontró un pequefio lago de
agua cristalina, mantenido, indudablemente, por al-
gún manantial interior. Poco faltaba para escalar la
más alta cima de aquella pequeña sierra, y llamando
en su auxilio todas sus fuerzas, acabó por alcanzar
el término de su viaje.
L o que allí le esperaba era aterrador; no sólo no
descubrió ningún vestigio de habitación, sino que

únicamente vislumbró por todas partes la curva pro-


longada de las aguas. Así, pues, se encontraba solo
en una isla desierta.
1La desesperación que se apoderó del náufrago
no es para descrita! Se hallaba completamente ais-
lado de los demás hombres, ninguno podría soco-
+
rrerlo, ninguno ayudarlo, aconsejarlo ni atenderlo!
Y ante tal idea, Juan creyó que había llegado su úl-

En medio de la rudeza de aquel golpe, Juan com-


prendió que necesitaba toda su energía, si había de
vencer, como lo deseaba, todas las dificultades y 10s

\
seguía martirizando, resolvió bajar á la playa, para
ver si encontraba en ella algunos mariscos que pu-
dieran servirle de alimento. Fácil le fué desprender
,
t

CARLOS D ~ A Z DUFOO

de las rocas algunas docenas de ostras, que repara-


ron sus agotadas fuerzas.

Ii Cada vez más dueño de sí mismo, se propuso


buscar un lugar á cubierto en el que pasar la noche.

...se deslizó en el interior de la cueva...


k
No tardó en descubrir entre los peñascos que, en
1ri una parte de la isla, limitaban la playa de los mon-
1 tes, la boca de una cueva. El náufrago, sin embar-
!I go, vaciló mucho antes de introducirse en aquella
abertura. Posible seria que aquella fuese la guarida
de alguna fiera, que hiciese pagar á Juan con su vida
ROBINSÓN MEXICANO 19

la audacia de haberse atrevido á molestarla. Por 61-


timo, silenciosamente, y con las mayores precaucio-
nes, se deslizó en el interior de la cueva, en la que

I
I '
reinaba obscuridad completa.
Poco á poco, sus ojos se acostumbraron á las tinie-
blas y le fué posible estudiar detalladamente las con-
P
diciones de su nueva habitación. Era una especie de
gruta como de seis á ocho metros de profundidad, y
aunque la boca era estrecha, iba ensanchándose en
el interior hasta alcanzar unos tres metros. Resuelto
estaba Juan á escogerla por domicilio, á falta de
otro mejor; pero volvió a asaltarle la idea de que
pudiera servir de aibergue nocturno á algún animal
carnicero, que ausente en el día, tornara á la gruta
tan pronto como la luz desapareciera del horizonte.
- i Ah! pensaba el infeliz. i Si al menos tuviera
una escopeta, un n~acliete,un hacha, algo con que
defenderme !
Pero es verdad que con estos objetos, Juan hu-
biese deseado tener á s u disposición otros no menos
indispensables : martillo, clavos, cuchiilos, platos.. .
. Y así iba pasando de unos á otros, hasta completar
todos los que posee un hombre civilizado. Entonces
comprendió Juan que todos esos objetos 4tiles-úti-
les porque sirven para satisfacer necesidades- cons.
tituyen la riquezn de un individuo, como la de una
sociedad. Así, un individuo ( ó una sociedad) será
tanto más rico cuanto mayor número posea de esos

I
1
objetos, y tanto más poóre, conforme menos tenga

-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

á su disposición. Por eso Juan, al carecer de los más


indispensables, era más pobre que el 6ltimo d e los
9
I pobres que tiende la mano en una ciudad populosa.
A punto estaba de entregarse nuevamente á la
desesperación, cuando pensó que si era cierto que
no poseía ninguno de tales objetos, podía llegar á
producirlos, aplicando su trabajo y su inteligencia
á los dones que grrttuitamente le proporcionaba la
naturaleza. Era evidente que en la isla habría de en-
tt contrar frutas, raíces, semillas, y otra porción de ri-.
quezas naturales que el hombre transforma, convir-
tiéndolas en riquezas económicas. Así, pues, no se
+
trataba sino de producir la mayor cantidad posible
1
de objetos ó productos destinados á satisfacer tam- 4

bién el mayor número posible de iiecesidades. Tal


es, precisamente, el objeto de la prodacción.
Juan salió de la gruta con la decisión de instalarse
1 en ella, tomando, no obstante, todas las precaucio-
I: nes que estuvieran en su mano. Sabía que el mejor
modo de alejar á las fieras, si por acaso las había en
I. aquellos parajes, era encender una hoguera, tal como
1' lo había leído en las narraciones de viaje. Pero, para
encender una hoguera, lo primero que el náufrago
I- necesitaba era fuego C ignoraba cómo procurárselo.
1
En vano buscó en sus bolsillos, por ver si en ellos
tropezaba con alguna cerilla que por casualidad se
F hubiera quedado olvidada; no encontró ninguna.
1: Trató entonces de extraer chispas hiriendo un1 pe- i
!i paz0 de pedernal que encontró entre la inmensa va. f
l
k, 1 t
R Q B I N I ~ N MeXlCANO

riedad de piedras que á su paso hallaba, con la


hebilla de su chaleco; no obtuvo feliz resultado. Por
'
ultimo, ensayó el sistema de frotar dos pedazos de
madera seca, si11 alcanzar mejor éxito.
Dejó, pues, la cuestión de fuego para más ade-
,
lante, y trató, por el niomento, de valerse de otros
medios que impidieran, durante la noche y mientras
dormía, la aproximación
de huéspedes peligrosos
á lo que ya consideraba
asu casa* ; pero como 10%
medios eran muy limita
dos, no le ocurrió nada
mejor que estorbar la en-
trada de la gruta, una vez
que estuviera dentro, coi1
ramas y plantas, impro-
visando de esta s u e r t e
una barrera, muy débil,
hledia llora rnáa tdrde ..
es verdad, pero al cabo
barrera, que despuds destruiria en la mafiana.
Otra idea le ocurrió, y fué la de fabricarse una

había en abundancia en los huecos de las peñas, y


al pie de los grandes bosques de las montailas. De-
cidió emprender la excursión á los a Bosques 2 , como
en lo sucesivo llamó á la región montafiosa de <su
islas; pero, antes, y como la noche no tardaría eq
llegar, á juzgar por la prisa que tomaba el sol en
\ ,
C-
! ocultarse, se encaminó nuevamente á los arrecifes y
desprendió algunas otras docenas de ostras, que des-
i,

tinó para su cena.


Media hora más tarde, Juan se encontraba de re-
greso en la gruta, con un enorme cargamento de
musgo, yerbas y ramas. Bien había trabajado el
náufrago durante aquel día; ¡pero con cuánto gozo
veía el resultado de sus esfuerzos destinados á me-
jorar la triste condición de soledad y desamparo en
que se encontraba l
Mas i ay! que conforme iba desapareciendo la cla-
*
ridad del día, el infeliz niño comenzaba á sentir que .. -
le faltaba el ánimo. 1 Cuánto hubiera dado por tener
á su lado una luz cualquiera, por más que fuese de
la más miserable bujía! Y es que la luz constituye
otra de las primeras necesidades.
En la obscuridad más completa, se despojó de sus
vestidos, que sus excursiones á los eBosques~ha-
E. . bían acabado por secar en su cuerpo, y se acomodó
10 mejor que pudo en su improvisado leclio, en el .-
que, rendido por el cansancio, el temor y la tristeza,
acabó por dormirse profundamente.
Y así pasó su primera noche en la Isla, nuestro
ioven t Robinsón Mexicano .e .
C A P ~ T U L O111
--

S U M A R-I OEl primer factor de la pioduccióri. la tierra.-


Elementos y fuerzas naturales Lo q u e produce la tierra.
producción vegetal y producción mineral. - El suelo y el
subsuelo. - C ó m o el hombre utiliza la producción de la
tierra. - Las materias primas y su transforn~ación.- Otros
elementos naturales f a ~ o r a b l e sá la producción d e la tierra:
las lluvias; las corrientes de agua; el clima.

¿Por qué ha madrugado tanto el buen Juan esta


mañana, cuando, meses atrás, su cariñosa madre
había de llamarlo cuatro ó cinco veces y ya el sol
estaba muy avanzado en su carrera antes de que se
resolviera á dejar el lecho? E s que entonces el niAo
no t e ~ í aque preocuparse por su vida, mientras que
ahora él y ninguno más que él debe atender á ella.
Y tarde se le hacia por reconocer nuevamente csu
isla,, con más atención y detenimiento, con objeto
de conocer pormenorizadamente todos los elemen-
tos y todas las fuerzas que la naturaleza ponía á
su disposición para la gran tarea que se había pro-

$
a

24 CARLOS D ~ A Z DUFOO ,-

,4sí, después de haberse desayunado ligeramente,


con el mismo alimento que el día anterior, se enca- /
1

[
minó á los ~ B o s q u e s ~dispuesto
, á hacer un inven-
tario de esasfuerzas y de esos elementos para tratar
de servirse de éstos y de aquéllas en su propio pro-
vecho. *. *
Eligió Juan el mismo camino que la víspera, y
muy pronto se encontró en medio de la montada,
rodeado por una red impenetrable de árboles y plan-
tas. Fijándose atentamente en aquéllos, acabó por \
descubrir algunos que le eran bien conocidos, y cuya
vista le proporcionó una inmensa alegría. El primer
árbol que atrajo sus miradas, fué un enorme plátano
con anchas hojas de un verde tierno que apenas
IL

I
l
II
j
ocultaban grandes racimos de la sabrosa fruta. Tomó
/I
l
el niño algunas piedras y haciendo puntería, acabó
por derribar uno de aquellos racimos. Nunca le ha- i
bía parecido tan agradable y substanciosa aquella
fruta. Así, la naturaleza le proporcionaba un nuevo
alimento que agregar al que hasta entonces había
1
tenido á su disposición. l !

Juan recordó entonces lo que su viejo maestro d e


L.
escuela de Mazatlán le había dicho en más de una
ocasión acerca del poder nutritivo del plátano, que
hace de él un alimento completo. Recordó también 11
'i
l
que, refiriéndose al sabio barón de Humboldt, su
educador aseguraba que el plátano verde contiene la b
misma substancia nzltritiva que el trigo y el arroz, y k
que en algunas comarcas del continente americano
,- ROBINSON MEXICANO
25

esta fruta constituye el principal, si no el único ali-


mento de los habitantes.
\
Algunos metros más adelante, se alzaba un gigan-
testo cocotero. que asi.
mismo presentaba algu-
nos gruesos ejemplares
de su característica fru-
ta. No fue menor la ale-
gría que Juan experi-
mentó al tropezar con
este viejo amigo. Nues-
tro Robinsón pensd que
los cocoteros, que en
número bastante consi-
derable crecían en aque-
lla parte de los ~ B o s -
ques* , no sólo le pro-
c u r a b a n o t r o nuevo
manjar, sino que podían
de igual modo propor-
cionarle una multitud
de servicios. Con las
cortezas de la fruta po-
dria fabricar tazas en 'as ... u n gigantesco cocotero. .. '
que recoger y guardar
el agua; substituiría ventajosamente con las bar-
bas, el musgo y las hojas secas que durante la noche
pasada le habían servido de lecho, y acaso lograría
extraer aceite para alumbrado, como recordaba ha-
CARLOS D ~ A ZDUFOO

ber leido que hacen algunos pueblos de la India, el


día en que hubiese llegado á obtener fuego.
Otra gran variedad de árboles crecía en aquella
porción de la isla. Algunos de ellos hubieran pro-
porcionado á nuestro. héroe excelente madera de
construcción, si hubiera contado con herramientas
para hacerlos venir al suelo y labrarlos. Por desgra-
cia Juan no poseía, como ya sabemos, uno solo de
&tos útiles de todos los que han servido al hombre
para simplificar y dar mayor fuerza á su tarea ma-

Por último, un centenar de pasos más allá, tro-


pezó Juar. con una planta cuyo tallo se formaba de
muchas hebras, á semejanza del lino ó del cáfiamo.
Indudablemente con aquellosjlamentos, tejidos con
cuidado, podría obtenerse un lienzo, más ó menos
fino, pero de todos modos muy útil para la confec-
ción de ropa blanca. ?No proporciotia asimismo otra
planta, el algodón, otras telas destinadas á las nece-
sidades de vestido de la especie humana? Ya se veía
Juan tejiendo sus propias camisas, cortándolas y co-
siéndolas, como si en su vida hubiese hecho otra
cosa. Pero el náufrago olvidaba que para llevar á
cabo este trabajo, le eran indispensables infinidad de
objetos que no poseía: tijeras, agujas, dedal.. . Así,
la naturaleza proveía de sus dones gratuitamente al
hombre, pero este utiliza esos dones con sus inven-
tos, resultado de su trabajo y de ingenio.
Prosiguiendo su camino, el Robinsón Mexicano

- - - - -- -
concluyó por encontrar el arroyo que la tarde ante-
rior había calniado su sed. Siguió nuestro jovencito
el curso de aquella corriente, hasta dar con su ori-
gen, que no era otro sino el de un manantial que
entre unas pefias brotaba, formando una especie de
remanso de agua limpia y transparente que dejaba
ver el fondo, sembrado de piedras blancas. A juzgar
, por la lozanía de la vegetación en ésta y en otras
partes de la isla, debían en ella abundar los manan-
tiales y riachuelos como el que á su vista corría; lo
que no dejaba de agradar á Juan, que demasiado
sabía que el agua es el ~rZ1ízcreZcmento de la agri-
caltuya, es decir, de la prodzlcció~tde Za tierra.
Al rededor del remanso que formaba el manantial
antes de encauzarse, se extendía una amplia pradera
tapizada de un crecido pasto. Podía en él encontrar
alimento un gran reíia72.0. ;Pero existían animales en
la isla? Juan no había visto hasta aquel momento
ninguno, pero era indudable que sí los habría, cuando
aquella tierra les proporcionaba en abundancia todos
los elementos necesarios á su mantenimiento.
En aquel instante, y como en respuesta á la pre-
gunta que acababa de hacerse, una tupida bandada
de gallinas silvestres cruzó por encima de su cabeza.
Juan pensó que podría tal vez, lanzando alguna pie-
dra, hacer caer una de aquellas aves; pero lo detuvo
, la idea de que carecimdo de fuego para condimen-
tarla, sería un sacrificio completamente inútil. Pero
- - en donde hay aves hay huevos, y estos sí que se
1
J.
28 CABLOS O ~ A ZDUFOO

encontraba dispuesto á comerlos en su natural es-


tado, sin otros aderezos que los de su apetito.lY di-
cho y.hecho. Procuró observar el paraje en donde
se refugiaban las aves y no tardó en descubrir que
iban á ocultarse tras de unos matorrales, al pie de

...los guardó cuidadosamente ...


un grupo de rocas. Llegdse á aquellos matorrales,
con lo que alborotadas las gallinas tendieron nueva-
mente el vuelo, no sin dejar al descubierto una gran
cantidad de nidos con su abundante provisión de
huevos. Nuestro Robinsón probó unos cuantos, que
le supieron al más delicado de los manjares, tomó
8r
como una docena de los que quedaban y los guardó- -
R O B I N S ~ N MEXICANO 29
cuidadosamente para su comida de aquella tarde, en
los bolsillos de su saco, entre un puñado de yerbas.
Cada vez más animado continuó Juanito su ca-
mino, que, ya con mayor calma que el día anterior,
observó cómo comenzaba á transformarse, á medida
que subía hacia las cimas de las montañas. Poco á
poco el terreno se hacía más pedregoso, más des-
provisto de vegetación, más áspero y erizado de ro-
cas. Así llegó á las orillas del lago, que la víspera
había apenas vislumbrado. Era un vasto depósito de
agua, limitado por murallas de granito, que en la
parte de la montaña que caía sobre la playa, sobre-
pujaba solamente algunas pulgadas al nivel de la su-
perficie. Creyó, como la vez anterior, que aquel de-
pósito ó vaso de agua estaba alimentado por algún
manantial interior. En cuanto al desagüe, no tardó
mucho en encontrar un pequeño canal natural por el
que el líquido corría con apresuramiento, para frac-
cionarse más abajo en pequeflos hilos, que huían
locamente hasta perderse bajo las frondas de los
Bosques>.
Y siguió ascendiendo Juan. Y á medida que as-
cendía, el terreno se iba haciendo más abrupto y
rocalloso. Cómo, la víspera, tras las fatigas del
naufragio, había podido llegar Juan hasta aquellas
alturas, sin darse cuenta de ello, sin experimentar
mayor cansancio que el que ahora, más repuesto y
alentado, experimentaba? Robinsón pensó que esto,
sin duda alguna, se debió á la prisa que tenía por
encontrar un auxilio, esperanza infinitamente más
poderosa que las fatigas del cuerpo.
Conforme iba avanzando, se fijaba más atenta-
mente Juan en la cantidad de piedras y fragmentos

HezogiO \.arias y las exaininb ...

de roca con que tropezaba á cada paso. Le pareció


que algunas de ellas contenían minerales de distintas
clases. Recogió varias y las examinó con la atenta y
sagaz mirada del habitante de un país esencialmente
minero, como es México. En unas creyó encontrar
indicios de carbón de piedra, otras se le antojó que
contenían cantidades muy apreciables de hierro, y
no faltaron algunas en las que pensó descubrir Leyes
de plata y oro. Así, pues, era posible que aquella
isla, no sólo encerrara abundantes riqzlezas vegetales,
sino también minerales, y así como su suelo ofrecía
grandes elementos de producción agricola, su sub-
suelo no los presentara menores de producción mi-
nera. En ese subsuelo estaban acaso encerrados los
metales que el hombre emplea para satisfacer sus
necesidades. Pero 1 ay 1 que así como para hacer una
camisa Juan carecía de los útiles indispensables, así
tambidn para obtener aquellos metalts y transfor-
marlos en herramientas, aparatos y utensilios de
toda clase, le era indispensable otra multitud de @a-
ratos, herramientas y utensilios de que carecía to-
talmente.
Entonces Juan comenzó á comprender lo que e1
hombre debe á la tierra, puesto que ella es la que
proporciona todas las materias pri~rtas,es decir, las
substancias con que se elaboran los objetos ó pro.
ductos indispensables á satisfacer necesidades. De la
tierra se obtienen todas las semillas y los vegetales
que constituyen el alimento de la especie humana;
la tierra procura pasto á los animales que se comen
ó utilizan en las faenas domésticas; de la tierra saca-
mos los filamentos que sirven para tejer nuestros ves-
tidos, las maderas que empleamos en la construcción
de casas, muebles, embarcaciones, etc., etc., los
metales para la fabricación de herramientas y ma-
CARLOS D ~ A Z DUFOO
1-
quinaria, puentes, locomotoras, así como tambiCd
para los objetos de lujo y adorno.
Juan vió que todo lo que contribuye á conservar
la existencia proviene directa ó indirectamente de la
tierra. De esta suerte, la tierra es el primer elemento
de la producción, la primera fuerza productora de

Nuestro joven Kobinsón no ignoraba, sin em-


bargo, que para que las materias primas broten y se
desarrollen, son indispensables otras fuerzas y otros
elementos que activan la energía productora de la
tierra: la composición de cada terreno, la canti-
dad de lluvia que cae sobre Cl, el calor que ab-
sorbe, etc., etc. Muchas veces había oído decir F a n .
á su padre, que poceía una hacienda, que las cose-
chas se habían perdido por falta de ngua, que la
sequin ocasionaba una gran mortandad en el ganado
ó que una helada había agostado las senzenteras.
Todo esto le hacía entender que á la tierra le es in-
dispensable para producir, el concurso de estas cir-
cunstancias, y que sin ellas permanecería injcunda.
De esta suerte, las lluvias y el clima son elemtntos
que forman parte de la riqueza de las naciones.
Respecto del clima, Juan veía que el que reinaba
en csu isla» era á propósito para hacer crecer en
ella una gran variedad de plantas. i Cuán triste y
miserable hubiera sido su situación si se encontrara
en una de esas comarcas en que la tierra está la ma-
yor parte del año cubierta de hielo ó en alguna otra

l .
-
J
R O B I N S ~ N MEXICANO 33
1 de calor abrasador y suelo arenoso, en que no hu-
! biese arraigado la vegetación más raquítica 1 Nuestro
Robinsón pensó entonces que, en medio de sus des-
dichas, aun debía considerarse como muy feliz al
hallarse en un país que reunía todas las condiciones
> propias para la vida.

...se encontraba en u n a isla...


l
Discurriendo de esta suerte, Juan escaló, al cabo,
la. más alta cúspide que el día anterior le había ser-
'
vido para darse cuenta de su soledad. Una rápida
mirada en torno suyo le bastó para convcticerse de
que no se había engafiado la víspera: era cierto que
se encontraba en una isla, absolutamente solo, ais-
lado del resto de la humanidad por la vasta exten-
CAPITULO IV

i SUMARIO. -La tierra, primer factor de la producción (conti-


k,
núa).-La configuración geográfica y sus consecuencias para
! la riqueza d e las naciones.-Vías d e comunicación (fluviales
B y terrestres) -Ventajas de las comarcas situadas á orillas del
3'
i
mar. - Poder del hombre sobre la naturaleza. - El trabajo
de la humanidad en el transcurso del tiempo. - Utilidad de
k los animales domésticos. - El hombre es reemplazado por
la bestia y la bestia por la máquina.

I Desde aquella altura, la isla se ofrecía en todos


r sus detalles á las investigadoras miradas de Ro-
i
? binsón.
k Primeramente, las costas, de forma irregular, ex -
5 tendiéndose en pequeiios golfos y ensenadas; en
otras paÍrtes, coronadas de rocas, que avanzaban
!
E en promontorios hacia el mar, que azotaba con furia
i los escollos. Más tierra adentro, las vertientes de las
colinas tapizadas de corpulentos árboles y grandes
macizos de verdura, separados por praderas, en las
l
e que se deslizaban los riachuelos. Después, las cres-
cediéndose de meseta en meseta, subiendo en una
escalinata de piedra, por la que Juan había trepado
trabajosamente.
Todas estas líneas, todos estos desniveles, todas
estas modzj£caciones de terreno, constituían la conz-
guración geográ$cu de la isla, y en verdad que esta
conzgzlrnción venía á ser un nuevo elemento que la
tierra presentaba á nuestro héroe en la tarea de
la producción.
Desde luego, Juanito echó de ver las ventajas que
en la absoluta soledad á que se hallaba reducido,
ofrecia la circunstancia de encontrarse en una isla,
en vez del interior de un continente ó país poco
habitado, en donde, para llegar á algún *centro de
población, le habría sido indispensable emprender
un largo viaje, acaso á través de desiertos, sin ca-
minos transitables, tropezando coiistantemente con
obstáculos que tal vez no hubiera podido vencer.
Los países situados á orillas del mar ó en la desem-
bocadura de algún río caudaloso que permite la na-
vegación á grandes embarcaciones, se hallan admi-
rablemente dispuestos para co~nunicarsecon el resto
del mundo,, desde los tiempos, muy remotos, en que
los hombres se aventuraron á surcar los mares.
Así, estos países ofrecen mayores facilidades de
comunicación con los demás pueblos. A esto se
debe, según recordaba Juan haber leído, la prospe-
ridad y el progreso de la Gran Bretaña, nación for-
mada por un grupo de islas, en colitacto, por medio
CARLOS D l A Z DUPOO

de sus costas, con las demás naciones del planeta.


hs En virtud de esta situación, el náufrago esperaba
que tarde ó temprano llegaría á sacarlo de su des-
tierro alguno de tantos navíos, de los millares de
éstos que cruzan constantemente la superficie del
g Océano. Y en último extremo, Juan podía, más
tarde, construir por si mismo una enibarcación, un
bote, una canoa, una piragua ó una balsa, que le
permitiera abandonar su destierro.
Nuestro náufrago se extasiaba contemplando el
hermoso espectáculo que ofrecían los u Bosques B :
los grupos de árboles, los verdes prados, los peque-
ños ríos l i Cómo hubiera deseado fijar allí su habi-
tacióiil Por desgracia, Juan no descubrió ningún
hueco ó cavidad en el que improvisar una vivienda;
y en cuanto á rdificar una cabaña, ya sabemos que
no poseía ninguna herramienta que le hiciera posi-
ble realizar tal trabajo. Así, pues, estaba obligado,
por el momento cuando menos, á seguir refugián-
dose en la gruta de la playa, ya que ésta le ofrecía
un albergue relativamente seguro y amplio.
Si á lo menos la isla no ofreciera grandes desni-
veles en su suelo, los arroyos que la atravesaban, en .,
lugar de precipitarse en saltos ó cascadillas, corre-
rían espaciosamente hasta desenibocar en el mar.
En este caso, esas corrientes habrían servido á Juan
como media de transporte. Serían capinos que an-
dan-como los ha llamado un sabio, - que hubiese
1

utilizado para la conducción á la playa, de los pro-


R O B I N S ~ N MEXICANO 47
ductos que abundaban en los ~ B o s q u e sy~ de que
tanto necesitaba el joven para su existencia.
También recordaba Juan haber leído que la abun-
dancia de ríos, principalmente de los navegables, es
otro elemento que la naturaleza proporciona á la
riqueza de los pueblos, porque esos ríos sirven para
conducir de un lugar á otro los objetos, productos
ó mercancías. En todo caso, si la isla presentara una
superficie plana, ya que carecía de caminos fluvia-
Zts, hubiese podido abrir caminos terrestres. Pero la
configuración geográfica hacía muy difícil, si no es
que imposible, semejante tarea.
Ahora se explicaba Juan por qué en México, cuya
estructura territorial era tan semejante á la de su
isla, ha habido tantas dificultades para construir ca-
ntinos carreteros y de hierro, y los grandes sacrifi-
'
cios que han sido indispensables para dotar á SU país
de una extensa red de lineas de comunicación.
?Podría nuestro Robinsón vencer todos los obs-
táculos que le oponía el medio jhico, es decir, la
naturaleza prre lo rodeaba y aprovechar todas las
circunstancias favorables que le ofrecía esta misma
naturaleza?
No ha sido otro el trabajo de la humanidad desde
los primeros días de su aparición en el planeta: ven-
cer los obstáculos y aprovechar los elementos favo-
rables de la naturaleza. Los hombres han desviado
corrientes de agua, han canalizado ríos, han dese-
cado terrenos, han abrigado puertos, han abierto ca-
CARLOS D ~ A Z BUFOO

minos, hati perforado montañas, han teedido puen-


tes; es decir, han modijcado la naturaleza. Y tarn-
bién han aprovechado las fuevzns y elevzentos natu- 1-

rales levantatido molinos y fábricas que han ?ízovZdo


el viento y el agua ó 1ac substancias combustz'bles y
la electricidad; han
elaborado todas las
a t e r i a s prinzas;
Iian sembrado 10s
t e r r e n o s producti-
vos y ahondado las
entrañas de la tierra.
;Realizaría J u a 11
esta tarea, en la que
se han gastado tan-
tos milloties de hom-
bres en tantos millo.
nes de años?... Esta
era la duda cruel y
persistente que afli-
.. ~ ~erat PadudA
a cruel ... gía á nuestro náu-
frago.
Entretanto, ya se hacía tarde y era necesario des-
cender de aquel observatorio. Bajó, pues, de las
a Cimasw , nombre que dió á aquella alta parte de la
isla, y su primer cuidado al entrar en los a Bosques*
fué hacer un regular cargamecto de plátanos y co-
cos, que ató con unas lianas, suficientemente fuertes
para reemplazar á una cuerda. Echóse Juan el hatillo .
R O B I N S ~ N MEXICANO 39
sobre sus espaldas y emprendió el regreso á la playa.
I
No dejaba de serle gravosa aquella carga, y lamentó
no tener ningún animal, un caballo ó un asno, que

... le brindaban una comida más yariada..

S
se ericargase de transportarla. De esta suerte, com-
prendió la utilidad de los animales domésticos consa-
grados desde muy antiguos tiempos, al acarreo. Así
se ha ahorrado la humanidad un esfuerzo en la tarea
40 CARLOS D ~ A Z DUFOO

general, substituyendo el hombre por la bestia, como


después ha substituído la bediu por la máqzlina.
Las provisiones que liabía recogido en los u Bos-
ques, le brindaban una comida más variada y abun- ,\
dante que la de la víspera. Tenía á su disposición
una docena de ostras, media de huevos, un racimo
de plátanos y un gran coco.
Seguíale molestando la falta de fuego, pues de
haberlo tenido, hubiese asado alguno de aquellos
sencillos manjares.
Ensayó nuevamente los procedimientos de la vís-
pera, pero no obtuvo mejor éxito. Observó, sin em-
bargo, que frotando fuertemente dos piedras pulidas,
que había recogido en la playa, se calentaban de tal
suerte, que no podía tocar ninguna de ellas sin que
se le quemaran las manos. Entonces imaginó asar
algunos huevos en aquella improvisada hornilla, lo
que le dió un resultado satisfactorio. Y como en el
hueco de una roca había encontrado capas de sal,
sedimentos del agua del mar al evaporarse, pudo
sazonar sabrosamente su comida.
Como el día anterior, se retiró, apenas el sol trans-
puso el horizonte, á su hospitalaria gruta, cuya aber-
tura procuró obstruir con ramas secas y algunos
troncos de árboles. Se acomodó en su lecho y trató
de conciliar el sueiio. Pero no fué aquella noche tan
tranquila como la otra. Apenas había transcurrido
escasamente media hora, cuando creyó oir Robinsón
un ruido entre el ramaje que le servía de débil de-
R O B I N S ~ N MEXICANO 41
fensa contra cualquier intempestivo ataque. Prestó
atención, y, en efecto, no se había equivocado: el
ruido llegó perceptiblemente á sus oídos. Aunque
l
lleno de temor, el joven tuvo bastante entereza para
- lanzar un gran grito. Inmediatamente reinó el más
/ profundo silencio y aun le pareció escuchar las pisa-
das de un ser viviente que se alejaba.
Era, con toda evidencia, un animal. ;Sería carni-
cero y feroz ó pacífico é inofensivo? Esta pregunta
atormentó al pobre náufrago hasta las altas horas de
la madrugada, en que las emociones y las fatigas
del día acabaron por rendir su espiritu.
-
S L H A R I O . El trabajo, segundo factor d e la producción. -
Cómo el trabajo apiovecha y modifica á la naturaleza.-Ob-
jeto del trabajo la producción d e riquezas. - La riqueza ó
pobreza d e una sociedad ó d e u n pueblo dependen del n ú -
I,
mero d e individuos q u e trabajan - El trabajo físico y el tra-
i bajo intelectual - Elementos del trabajo la voluntad, la
inteligencia y las fuerzas físicas. - De q u é m o d o interviene
i cada u n o d e estos elementos.
B
Una, dos y tres semanas habían transcurrido desde
que Robinsón llegó á la isla. Para tener idea del
tiempo, el náufrago eligió un &bol en cuyo tronco
señalaba una raya cada mañana, con una aguda
piedra.
S u vida no había tenido grandes cambios. La
misma gruta le seguía sirviendo de albergue, al que
se retiraba, como eii los primeros días, tan pronto
como faltaba el sol del horizonte, empleando igua-
les precauciories para precaverse de cualquier ata-
que nocturno, por más que ya no hubiese vuelto á
oir ruido ninguno que le causara sobresal.to. B
ROBINSÓN MEXICANO 43
En cuanto á productos destinados á su alimenta-
ción, el náufrago había encontrado en los aBosques,
nuevas frutas que añadir á las que recogió el primer
día. No le faltaban tampoco huevos y ostras en
abundancia.

...señalaba una raya cada mañana ...


Ademis, descubrió algunos vegetales y algunas
raíces muy agradables y substanciosas. Entonces
imaginó hacer una huerta, y al efecto trazó, en una
de las praderas escalonadas en las vertientes de las
.colinas, un amplio espacio que tapizó con tierra que
CARLOS D ~ A ZDUFOO

le pareció de la mejor clase; limpió de yerbas aquel


espacio y trasplantó en él una variada cantidad de
vegetales. Todas las tardes regaba Juan sus plantios,
tomando el agua de los manantiales en jícarasfabri-
cadas con cáscaras de coco.
Naturalmente, no había dejado de sembrar aquella
planta filamentosa que tanto le llamó la atención en '

su segunda visita á los cBosques>.


Resuelto á sacar el mejor partido de ella, Robin-
són había arrancado un puñado de esos filamentos,
los ató en manojos y los puso á remojar. A1 cabo de
algunos días, observó que la corteza exterior se ha-
bía ablandado considerablemente con la humedad,
y desatando los manojos los tendió al sol. Luego
que los vió secos, probó á machacarlos con un
grueso tronco, lo que les dió una gran flexibilidad.
Emprendió á hacer con aquella hilaza cordeles, que
aunque no muy perfectamente retorcidos, pues ca-
recía de rueda y torno, le resultaron mucho más
fuertes que las lianas que hasta entonces le habían
servido para amarrar los cargamentos que transpor-
taba de los cBosques~á la a Gruta>.
Así, toda nueva utilización en las substancias ó
materias primas empleadas en los objetos destinados
á la labor, marca un progreso en el trabajo humano.
Como el primer día que descubrió aquella planta,
pensó Juan que pudiera serle útil para tejer una tela,
que, por tosca que fuese, siempre le serviria para
Si nuestro Robinsón hubiera conocido más á fondo
la historia de su pais, habría sabido que los antiguos
mexicatios empleaban un procedimiento semejante
para utilizar las plantas filamentosas con las que ela.
boraban sus tejidos en la edad primitiva en que pa-
saron de pueblo nómade, es decir, que no se fijaba
atín en lugar alguno de las comarcas que recorria
(edad en la que se alimentaban exclusivamente de
los frutos y de la caza que encontraban en sus excur-
siones), al periodo pastoril y de la pequeña industria,
en el que cultivaban y explotaba11 las plantas utiliza-
bles para satisfacer sus necesidades.
i De qué le sirvieron al náufrago aquellos cordeles
obtenidos á costa de tan obstinada tarea? Desde
luego le proporcionaron un nuevo elemento de de-
fensa contra cualquier ataque á la Gruta. El joven
construyó, efectivamente, en derredor de su vivienda
una alta empalizada que rodeó de una espesa red de
cordeleria. Para entrar, desataba los cordeles, vol-
viéndolos á atar tan pronto como se encontraba
dentro. De esta suerte, pensó haber aumentado las
seguridades que le proporcionaba aquel albergue.
Otro empleo que dió inmediatamente á aquellas
cuerdas, fué la construcción de una flecha, cuyo arco
formó de una rama de madera muy elástica. Las
cuerdas le sirvieron para unir los extremos del arco,
y en cuanto á los proyectiles, los construyó con va-
rillas de un árbol muy duro, cuyas puntas aguzó eti
13s rocas de las Cimas 2 .
46 CARLOS D ~ A ZDUFOO

1 Ah 1 1 cómo lamentó una vez más nuestro Robin-


són no disponer de un cuchillo, una navaja, un cor-
taplumas, que hubiese simplificado su tarea1 Pero

El joven construyó, efectivamente ...

de todos modos, ya tenía un arma á su disposición,


no sólo para defenderse contra cualquier agresión de
las que tanto temía, ya fuera de alguna bestia da-
ñina ó de cualquier ser humano en estado salvaje
,< t-- ROBLNSÓN MEXICANO 47
' w,
que por azar se presentara en la isla, sino también
para el ataque contra los animales que pudieran ser-
vir para su alimentación.
Y que estos animales existían en la isla, no le ca-
bía ya á Robinsón duda alguna. En efecto, reco-
rriendo los prados y montes de los c Bosquesr , ha-
bía encontrado gran cantidad de conejos y otros
roedores, cuyos nombres le eran desconocidos, que
en cantidades considerables corrían por aquellos te-
rrenos. Por cierto que para precaver su huerta de
. una invasión de estos animales, Robinsón imaginó
rodearla de otra empa!izada semejante á la que cer-
caba la entrada de su <Gruta:,. De este modo, evitó
cualquier perjuicio á los plantíos, que cada día cui-
daba con mayor esmero.

...vió venir á u n tropei d e cuadrúpedos ...


Una tarde que Robinsón se encontraba á orillas
de uno de los arroyos que surcaban la isla, oyó un
ruido como el que hiciera un gran rebaño de ani-
f ,.
F ,
o males que se acercase al lugar en que se encontraba.
, ,
qY CARLOS D ~ A ZDUFOO P*

El joven apenas tuvo tiempo de ocultarse detrás de


un árbol, desde donde vió venir á un tropel de cua-
drúpedos que no tenían mayor tamafio que un
ciervo. Eran Lamas, á juzgar por la descripción que
Juan había oído hacer de estos animales.
Instintivamente montó su flecha y, apuntando á
una hembra, que tenía á su lado á un pequeñuelo,
I
dejó ir su dardo. El tiro fué certero, puesto que el
animal se desplomó en tierra, en tanto que el re-

1 baño, sorprendido, emprendió apresuradamente la


fuga. Juan se llegó al sitio en donde yacía el ani-
mal, esperando encontrarlo con vida, pues en su
rápida acción, no había tenido el deseo de matarla.
Por desgracia, la llama había sido herida profunda-
mente, y á pesar de todos los esfuerzos del náufrago,
expiró á los pocos minutos.
No se había apartado de la madre el pequeñuelo,
que miraba á Juan con ojos azorados. El niño no
tuvo grandes dificultades en apoderarse de él y con-
ducirlo á la empalizada de la huerta, en donde le
improvisó una especie de cobertizo con ramas y ho-
jas, prometiéndose tener cuidado de él y ver si lo-
graba domesticarlo.
En cuanto al animal muerto, Juan lo desolló tra-
bajosamente, sirviéndose, en vez de cuchillo, de una
piedra cortante; una vez terminada la tarea, puso la
piel al sol, imaginando que podría serle de mucha
utilidad. En efecto, cuando estuvo curtida, aquella
piel le sirvió para hacer unas sandalias, que reern-

v> A
plazaron á sus zapatos, que ya se hallaban en estado
deplorable. Y todavía la aprovechó para varias cosas
más, entre otras, para un morral y una vaqueta para
su lecho.
De esta suerte, rZ trabajo de Juan utilizando las
materias priwtas (vefetale>, mineraZes y anima Les)
que ponía á su disposición la tierra, iba, poco á
poco, proporcionando al náufrago todos los objetos
de que, en el primer día de su estancia en la isla,
carecía. E l trabajo, en efecto, dirige y modifica á la
nntr~rnleza,con el fin de obtener de ella la mayot.
cnntidnd de objetos útiles para satisfacer necesidades.
Juan había tenido razón en días pasados para pen-
sar que la riqueza ó pobreza de un individuo ó de
una sociedad dependen del mayor ó menor número
de semejantes objetos; pero ahora comprendía que
ese número depende drk trabajo de este hombre ó de
esta sociedad. Así, un país será tanto más ó menos
rico, cuanto más ó menos trabajadores sean los in-
dividuos que le componen.
Si Robinsón no hubiese trnbajado nada desde que
llegó á la isla, tampoco tendría en aquel momento
nada que le sirviera para procurarse satisfacciones.
Tal vez habría perecido ó, cuando menos, arrastra-
ría la vida de un animal, que se contenta con el sus-
tento que espontáneametite le proporciona la tierra.
Trabajo había sido para Juan recoger los frutos que
producían los árboles; trabajo hacinar hojas y musgo
que le sirvieron de lecho; trabajo formar un huerto;
trabajo construir una empalizada; trabajo hacer una
flecha; trabajos los esfuerzos para domesticar la '
llama que había apri-
sionado.
Y es que el trabajo
preside á toda la vida
humana, y se encuen-
tran las huellas de 61
en todos los objetos que
... domesticar la Ilama ...
sirven para la conser-
vación y el agrado de la existencia; en los alimentos
que nos nutren, en la ropa con que nos vestimos, en
las casas que habitamos, en las herramientas desti-
nadas á construirlas, en las máquinas é instrumentos
que tienen por objeto tvansfornzar las materiaspri-
/I mas, autnentar la fecundidad de la naturaleza y
servirse de los elementos que esa misma na'uraleza
pone á disposición del hombre.
Y si de esos objetos materiaks pasamos á las cosas
inmateriales, nuestro joven echaba de ver que apren-
der una lección, desarroilar una idea, realizar un in-
vento, constituyen también trabajos más btiles tal
vez, que los que tienen por fin producir objetos.
Los trabajos intelectuales tienen, pues, tanta ó
más importancia que los trabajosf~sicos.En los pri-
meros intervienen su voluntad y su inteligencia; en
los segundos lasJl¿erzas físicas del hombre.
Así, para construir una flecha, Juan, ante todo,
había querido hacerla, lo que ya constituye un es-
ROBINSON MEXICANO 51
fuerzo, es decir, un trabajo; después entró en juego
su inteligencia, que le indicó los nznteriales de que
se podría valer y la mejor forma que daría á su
arma; y , por último, sus firerzasfisicas le sirvieron
para desprender las ramas de los árboles, atar las
cuerdas á los extremos del arco y aguzar los dardos.
Todas estas facultades, así las fisicas como las
que procedían de su voluntnd y de su inteligencia,
se habían unido para producir un objeto útil, de
igual manera que en la tarea común de las socieda-
r' des, los trabajos del sabio y del bracero, los del pa-
trón y el operario, los del arquitecto y el albañil, los
del hombre que trabaja con su inteligencia y del que
trabaja con sus músculos, se unen para producir,
asimismo, la riqueza pliblica, es decir, el conjunto
1 de prodactos con destino á todos los asocindos.
F
2 Cuál hubiera sido la situación del Robinsón me-
xicano sin su trabajo? El hambre, la desnudez, la .
miseria, la muerte acaso. Ese es también el estado
y el fin de los pueblos formados por individuos que
el trabajo no eleva de la primitiva condición de cier-
tos g r l o s kunzanos que se aproximan más á las
t.
bestias salvajes que á los hombres civilizados.
c'4~íru1,ovi

S U M A R I O .El
- trabajo, segundo factor d e la producción (con-
tinúa).- El trabajo aislado y el trabajo en común. - Unión
d e los esfuerzos humanos. - División del trabajo. -Venta-
jas d e la división del trabajo. - División territorial del tra-
bajo. - SUSconsecuencias. - La acción del trabajo s o b r e - l a
naturaleza y la acción d e la naturaleza sobre el trabajo
I

: Los días traiiscurrían para el Robinsón Mexicano


1 con una rapidez extraordinaria, porque ocupado en
t .
sus trabajos, el tiempo se le hacía más corto de lo
1
que, en medio de su soledad, podría iniaginarsz.
Cada vez encontraba en la isla nuevas provisiones
con que atender á su subsistrncia, es decir, á las ne-
i cesidades de su vida.
Había grandes cantidades de árboles frutales (li-
moneros, naranjos, manzanos, etc.); otros de made-
ras de construcción, otros tintóreos, y gran variedad
d = los que producen goma, cuand:, se les practica
una incisión en el tronco. Había también plantas tu-
berculosas (como la papa) y hortalizas. L o que no
>' . R O B I N S ~ N MEXICANO SJ
pudo descubrir f u i ninpfin cereal (conio el trigo), y
lo deploró el joven profundamente, pues bien sabia
que los cereales constituyen alimentos sanos y subs-
tancioso~.

Habia gracdes c a n t i d d e s d e árboles frutales ...

Inútil es decir que, en virtud de estos hallazgos,


su huerto se iba ensanchando poco á poco, lo que
hizo que su tarea aumentara proporcionalmente; y
como al par que á sus plantíos tenia que atender á
otras labores, resultaba que en multitud de ocasio-
nes se veía obligado á dejar un orde~zde trabajo
para consagrarse á otro.
- i Ah! - se decía el desterrado. - iSi á lo me-
nos tuviera un compañero que me ayudara en mis
labores !
Es que, en efecto, la labor de dos ho~tzbresreurci-
dos da un resultado muy superior á la labor de dos
hombres que trabajan cada zlno nisdadame~tte.
Por eso hay ciertos trabajos que reclaman la co-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

~ ~ ~ r r a cde
i ó nm~ichoshombres : talar un bosque, re-
coger una cosecha, construir una casa, perforar una
montaiía, etc., etc.; en nada de esto podía pensar el
joven, porque tales trabajos son la consecuencia de
P la unión de los esfuerzos humanos.
11 Su padre le había dicho á menudo, que solamente
P para fabricar un colchón de lana trabajan cientos de
manos: las que cuidaron las ovejas, de las que se
obtuvo la nzaterin prima; las que las trasquilaron;
las que lavaron la lalia; las que vendieron ésta; las
que la cardaron; sin contar las que prepararon la
tierra para que pastaran esas ovejas, las que regaron
esa tierra y la limpiaron, etc., etc.
También le había dicho su mismo padre, que la
vida de un hombre no bastaría para construir por si
solo un reloj.
De esta suerte, si Juan hubiera tenido un compa-
ñero, éste se habría encargado de atender al huerto,
por ejemplo, en tanto que el joven proseguiría la
labor de fabricarse herramientas, cuya falta le era
cada día más sensible. Hasta entonces só!o había
fabricado un hacha de piedra y un mazo de madera,
que aunque muy toscos y de difícil manejo, no de-
jaban de prestarle seraicios.
Más esfuerzos reclamh todavía la construcción de
1 un quitasol con que resguardarse de los rayos del
1

astro del día.


Para conseguirlo, armb con varillas de un árbol
un enrejado en figura de media naranja y el centrQ
ROBINSON MEXICANO
55
lo atravesó con un palo, que aseguró con una cuerda.
Después, tomó las hojas más anchas de un cocotero
y las prendió con alfileres sobre aquella armazón.
B

>la:, dbfuerzos reclamó la construccióii d e u.1 quitasol


9
...
LI Pero, jchn~o!i Juati tenía alfileres? LOS había en-
contrado acaso en las solapas de su saco? No, por
cierto, sino que los fabricó igualmente. ?Ycon qué?
Con las espinas de algunos peces muertos que el
mar arrojaba á la playa.
Esto demuestra que la zitdzrstria del hombre apro-
r r c h a todo o que le proporciona la naturaleza, y

-- .a---
que en ella no hay riada que sea verdaderamente
intitil.
Pero la idea de que por grande que fuese su erier-
gia y tenaces y persistentes sus esfuerzos, no llega-
rían nunca á satisfacer todas sus necesidades, le
seguía atormentando. Por eso suspiraba constante-
mente por aquel compañero cuya ayuda le habría 'Y
sido tan beneficiosa. No sólo rzunirían ambos sus
esjiuerzos para alcanzar un determinado objeto, por l

ejemplo, derribar un árbol, sino que cada uno se


consagraría á una sola labor, lo que haría más fácil
y sencilla la tarea. Esto es lo que se llarna la divi-
sión del trabajo, que tan poderosamente ha contri-
buído al progreso de la producción de objetos útiles.
Así, en el caso del reloj que había acudido á la
memoria de Juanito, es verdad que la vida de un
hombre apenas bgstaría para construir uno; pero si
se reunen cincuetita, el resultado es muy distinto.
Unos se consagrarán á hacer esferas, otros maneci-
llas, éstos ruedas y los otros á armar las diferentes
piezas. Procediendo de este modo, la fabricación de
I
un reloj solamente reclama uno, dos ó tres días,
según el número de operarios que intervienen en la
tarea.
Uti sabio inglSs, que pudiera llamarse el padre de
la Ciencia Económica, Adam Smith , ha llegado d
afirmar que el desarrolZo de la produccióa, es decir,
el dr.sarrol¿o de¿ bienestar de la especie humana,
descansa eii la diziisión d d trabajo.
Grandes son, efrctivamenti, las ventajas que re-
sultan de esta divisióii. Si Robinsóii s: hubiera PO-
dido dedicar hnicamente á construir qiiitasoles, claro
es que el segundo que construyera le habría resultado
mejor que el primero, el tercero mejor que el segundo
y as1 sucesivameiite. Llegaría á adquirir mayor hu-
?*
bilidad, emplearía menos esfuerzos y los quitasoles
saldrían cada vez ~izáspcrfectosde sus manos, tam-
bién cada vez más diestras y veloces en esta tarea.
Después, eco~zomizuria nniucho tiempo del que se
veía obligado á gastar abandonando la construccióii
del quitasol para regar sus plantas ó hacer unos me-
tros de cuerda. Así, un obrero que en un taller eje-
cuta una misma tarea con una sola herramienta, sin
cambiar de lugar, ahorra mucho esfuerzo inktil des-
tinado á moverse de un sitio á otro y á buscar vaiias
herramientas que, por tener ~?zecanismosdistintos,
exigen cambios sucesivos de esfuerzos. Un martillo
no se mueve como una sierra ni una sierra como un
destoriiillador. Tres hombres que movieran : uno
un martillo, otro una sierra y el tercero un destorni-
llador, con un niismo objeto - fabricar un mueble,
por ejemplo, -prodzdcirian más trabajo en un día
que un honzbre que en ese mismo día hiciera uso de
las tres herramientas.
Juan perdis, pues, mucho tiempo y mucha habi-
lidad por no poder llegar á es?ecinliznr sus funcio-
nes, es decir, por no emplear sus esfuerzos - físicos
é intelectuales - en un trabajo especial.
De buena gana se habría dejado llevar por sus in-
clinaciones hacia determinado trabajo que prefería á
los otros, con la certeza de que ejercitando este tra-
bajo, llegaría á dominarlo - y ésta es otra ventaja
de la división del trabajo, que permite á cada hom-
bre seguir sus aficiones y ejercitar sus facultades,
distintas para cada uno; - pero, desgraciadamente,
esto no le era posible, por tener que obtener por sí
propio todos los productos que había menester.
En la vida social no pasa lo mismo, puesto que
cada hombre se limita á obtener zlna parte de los
prodr¿ctas que hacen falta á todos, sabiendo que otro
hará otra parte, otro otra, y así todos, hasta obtener
el total deprodt~ctosque necesita esa sociedad.
Entonces comprendió Juanito, que si la riqueza de
un pueblo consiste en el número de oZvetos útiles que
produce ese pueblo y el número de tales objetos de-
pende del número de ko~nbrrestrabajadores que hay
en él, esa riqueza también procede de lo más ó me-
nos dkiididas que están las labores, ya que la divi-
sión dcl trabajo da por resultado la mayorproducció?~
de los objptos zitiles.
Mientras tanto, seguía Robinsón explorando la
isla, con objeto de descubrir nuevas fuentes de ri-
queza, ó sea nuevas substancias materiales aprove-
chable~para sus labores. Su lugar preferido, no
obstante, era los nBosqiies~,cuya feracidad y her-
mosura no dejaba nunca de admirar. Continuaba
lamentando no poder trasladar allí su albergue; pero
por mas que había busca do cuidadosamente, no en-
contró, como en la play,a, gruta ni caverna alguna
que le sirviera de re-
tiro.
Tenía, pues, que
cultivar sus plantas en
los a Bosques B , tomar
las piedras que apro-
vechaba para fabricar
herramientas e n l a s
a C i m a s ~y habitar en

la uPlaya2.
Cada comarca tie-
ne, efectivamente, en
el mundo, sus riqzce-
zas naturales dzferen-
tes; y como la explo-
tación de cada riquezn
natzcrn/ reclama labor
ciistirzta, la misma na-
turaleza ha estableci-
do la división territo- Su i ~ g a pieter:dí,
r ..
rial del trabajo.
Así es como en una comarca &!o se cultiva el al-
godón; en otra, se siembra exclusivamente trigo Ó
maíz; ésta no tiene sino plantíos de caiia de azúcar;
aquélla ofrece nada más que minas de plata, oro,
carbón ó hierro. Y resultati de ahí, para las comar-
cas, las mismas ventajas que para los individuos al
L
60 CARLOS D ~ A ZDUFOO

dividirse el trabajo, puesto que cada una de ellas


puede ofrecer productos tsptciales más bien elabo-
rados y en mayor cantidad que si la tarea se hubiera
empleado en varias producciones á la vez.

.. tenía que habita; en Id piaq a

L a naturaleza marca á los hombres la dirección


que deben dar a su trabajo. Luchar contra ella y
vencerla, es, sin duda, uno de los objetos del es-
fuerzo humano, pero vencerla en aque!los elementos
contrarios á la vida y al bienestar. A la inversa, los
hombres están obligados á obedecerla y ayu&rl~i
cuando sus elementos son favorables á esos mismos
fines.
SUMARIO. - El capital, tercer factor de la producción. - Pri-
mera forma del capital : provisiones y herramientas. - Ca-
pitales materiales y capitales inmateriales. - Todo capital
procede del trabajo.- Formación del capital. - El sacrificio
presente y el bienestar futuro. - El capital y la riqueza de
los pueblos.

Una de las cosas que más seguía preocupando á


nuestro protagonista era la falta de fuego.
El fuego, no sólo le habría servido para condimen-
tar sus alimentos y caldear el interior de la aGruta9,
pues el invierno se iba aproximando rápidamente,
sino también para otra multitud de empleos, todos
relacionados con el mejor éxito de sus trabajos.
El fuego, en efecto, es el principal elemento de
todas las industrias, y no hay un solo pueblo que no
lo haya aprovechado, desde los más antiguos tiem-
pos. Aun en nuestros días, el conzbustible continúa
siendo una de las primeras necesidades industrinles,
de donde resulta que las naciones que poseen en su
subsuelo mintrs de cnrbón depiedra ó yacitniento~de
t'f ques.p, le sorprendió una de aquellas tormentas.

ii Truenos y relámpagos se sucedían sin descanso y la


Isla entera parecía estremecerse en sus bases.
i Repentinamente, una horrible detonación estalló
sobre la cabeza del náufrago y una luz rojiza ilu-
minó con sus fulgores las frondas: un rayo se había
f
desprendido de las nubes, cayendo sobre uno de los
árboles más corpulentos, cuyas ramas prendió en un
i
inesperado incendio. L a madera ardía vorazmente, y
ante aquel espectáculo el joven tuvo un movimiento
de alegría, en medio del horror que esparcía la tor-
menta.
k i Por fin alcanzaba lo que con tanto esfuerzo había
buscado; por fin ya tenía fuego á su dispocición 1
Comunicó aquel fuego á una gruesa rama, que
desgajó de otro árbol, y con ella encendida tomó
apresuradamente el camino de la «Gruta>con aquella
improvisada antorcha. Una vez en la <Grutas, amon-
tonó gran cantidad de hojas secas, y muy pronto
una hoguera alegró con sus resplandores el interior
del albergue. L a principal dificultad estaba vencida: -
únicamente se trataba de conservar viva aquella
hoguera, manteniéndola constantemente con ramas
gruesas y troncos de árbol.
Aquella noche Robinsón se proporcionó una sa-
brosa cena. Había previamente matado con su flecha
una gallina silvestre, que asó en un asador de ma-
dera, construído sin grandes trabajos, y como había
puesto á cocer algunos huevos y plátanos entre- las
ROBINSÓN MEXICANO 65
cenizas de la lumbre, aquél fué un verdadero ban-
quete para el desterrado.
S
Al día siguiente, Juanito comenzó los trabajos de
alfarería, para los que no escaseaba la materia pri-
5 rna, una gran cantidad de barro que las lluvias ha-
!' bían formado en los <Bosques>. El joven reunió
i

l2 ... prosiguió haciendo cazuelas, Iasijas ...

una buena masa de aquel barro y principió á mode-


'
lar una olla, que, con mucho esfuerzo, pudo al cabo
construir. La puso á cierta distancia de su lumbre
para que se fuese secando lentamente, y prosiguib
haciendo cazuelas, vasijas, todo un arsenal de co-
5

- - - A --
. i.

CARLOS D ~ A Z DUPOO
'
I,
cina, que habría de serle muy útil en lo sucesivo..
F Al mismo tiempo, iba, poco á poco, aumentando
el número de sus herramientas, con las que simplifi-
caba su trabajo manunl, y obtenía de éste mayor
cantidad de fuerza. L a herramienta no es, efectiva-
mente, sino un medio de aumentar l a fuerza de los
miembros ó porciones del cuerpo del hombre que
entran en ejercicio en el trabajo primitivo: el mar-
tillo ha substituído al pufio, la pala á la palma de
la mano, la cuchara del albañil á la mano hueca, la
sierra á los dientes, las tenazas á los dedos y el fuelle
á los pulmones. El hombre ha tratado siempre de
economizav sus fz~erzns para obtener el mismo ó ,
mayor resultado en la tarea.
Estas herramientas constituían el capital de Ro-
binsón, como también eran capitales las provisiones
que tenía almacenadas en la a Grutas . Y al lado de
estos capitales vzaterinles - materiales porque pro-
cedían de la nzateria, es decir, de las diversas subs-
tancias contenidas en la tierra,-venían los capitales
i?trnateriales, que no provienen de esas substancias,
sino que son fruto del espíritu humano.
Los conocimientos adquiridos por el joven acerca
de la organzzación del trabajo y de las industrias en
los libros de viajes que había leído, su inteligencia,
su salud, su eaevgia para dedicarse á la labor, eran
capitales innzateriales.
Por lo demás, aquellas herramientas fabricadas
por Robinsón eran producto de su trabajo. Asi es
ROBINSON MEXICANO

como, efectivamente, todo capital supone un trabajo


para producirlo. Hasta se ha llegado á decir que el
capital no es sino trabajo almacenado, trabajo de un
solo hombre ó de muchos, que han creado la in-
mensa cantidad de capitales que tiene á su disposi-
ción la especie humana.
De esta suerte, comprendía Juanito que una so-
ciedad no era más ó menos rica, como había pen-
sado en semanas pasadas, únicamente por el mayor
ó menor número de hombres trabajadores que exis-
tan en ella, ni por la niayor ó menor división del
trabajo, sino también por la abundancia ó escasez

Pero ¿qué es indispensable á una sociedad, como


á un hombre, para obtener un capital?
Bien lo adivinaba el joven pensando en la con-
ducta que había observado.
Para fabricar sus herramientas, Robinsón había
trabajado más tiempo del que le habría sido indis-
pensable para satisfacer sus necesidades diarias; se
había impuesto un sacrificio, con objeto de obtener
rn lo futidro, mayores satisfacciones, un Eienestar

De esta manera, la formación dtl capital proviene

presentes, con el fin de obtener ventajas venideras.


El capital se forma pensando en el porvenir, y para
alcanzarlo, es necesario que el hombre sea previsor

.- - . .- h -.---
CARLOS D ~ A Z DUFOO

Por qué almacenaba Robinsón provisiones en el /


1 interior de la <Gruta)?Porque temía que los rigores
del invierno destruyeran sus plantíos. ;Por qué con-
; servaba carne asada en el interior de sus vasijas?
i

2 Por q u é almacenaba Robinsón provisiones ..

Porque pensaba que acaso llegara un día en que


ningún animal se pusiera al alcance de su flecha.
Y por eso se imponia á penudo privaciones, que
serian compensadas por una abulzda7zcia próxima.
Los pueblos que no forman capitales, permanecen
en la miseria; podrán un día poseer suficientes pro.
ductos con que atender á sus primera,; necesidades;
pero como no pueden aumentzr su fuerza produc-
tora - porque el capitní aulnentn la fuerza de la
jroducción, como la herrmizi~7ztaaumenta la fuerza
del hombre, - al menor contratiempo se ven redu-
cidos á la pobreza, á la escasez, al hambre.
Viven con el día, sin preocuparse por el ama-
fíaiian, y el amañanaa es siempre amenazador y
sombrío cuando no se trata de precaver los peligros
que puede traer consigo.
Robinsón Iiabía ido formando un capital y, por
consiguiente, sus temores por el porvenir eran mu-
cho menores que los primeros días que habitó la
isla. Era más rico, porque disponía defuerzas y re-
servas de que anres carecía.
Y así sucede con las naciones. Si Robinsón era
más rico conforme iba adquiriendo mayor número
de herramientas, Inglaterra, por ejemplo, se ha ido
haciendo tambien más rica, según ha aumentado su
maquinaria, sus instrumentos, sus fábricas, sus talle-
res, sus capitales, en una palabra.
Así, el injitaí, como la tierra y el trabajo, es
otro de los elementos de la producción.
CAPITULO V l l I
t
h -

t
S V I T A R I-
O .El capital, tercer factor d e la produccion (conti-
nua). - Inventario d e capitales en una nación. - Capitales d e
consumo y capitales d e produccion. - Capitales fijos y capi-
tales circulantes.- Las herramientas j las máquinas.- Erro-
res contra las máquinas.- Persecución d e sus inventores. -
Ventajas d e las máquinas.

Claro es que Juan no se había resignado á vivir-


perpetuamente en aquella isla. No sólo echaba de -
menos las satisfncciones de la vida social, c'ino tamC-.
bién le atormentaba el deseo de habitar nuevamente
el territorio patrio.
Hasta entonces el náufrago no había distinguido
en el horizonte ninguna embarcación, á pesar de q u e
con mucha frecuencia ascendía hasta las más eleva-
das alturas de las / < C i m a s ~desde
, donde escudri-
ñaba obstinatiamente el Océano. Con objeto de Ila-
mar la atención de cualquier buque que surcara
aquellas aguas, el joven había tejido con las planJas
filamentosas que cultivaba en su huerto, una amplia
bandera, que, sujeta á un improvisado mástil, flotaba
en los aires.
Acaso un día algún bajel que siguiese aquel de-
rrotero acabaría por salvarlo, devolviéndolo á su pa-
tria. Entonces abando-
naría aquella isla, que
en los primeros tiempos
solamente le había ofre-
cido los primitivos ele-
mentos que la natura-
leza ha puesto á dispo-
sición de todo hombre,
y de los que él había
par- ... sujeta á u n improvisado inásiil ...
tido merced á su tra-
bajo, primero, y á la creación de cnpitaies más tarde.
Rápidamente hacía el inzteatario - es decir, el re-
sumen completo - de todos los productos y objetos
que se había procurado desde el día que llegó á la
isla. En primer lugar, el joveri se había proporcio-
nado mariscos, frutas, huevos, caza, lo que consti-
tuía un capital de C O M S ~ ~ T Z porque
O, está consagrado
al consumo inmediato del individuo. Después había
construído herramientas, que asimismo constituían
otro capital de producció~z,puesto que estaban des-
tinadas á obtenrv un producto.
Y no serían éstos los únicos capitales que Robin-
són tendría que hacer figurar en sil inventario, sino
que además de los productos que se habia propor-
* CARLOS D ~ A Z DUFOO L .u

cionado y de los objetos que había construído, ten- .


711
6

dría que incluir el huerto, la llama doméstica, y , S I

hasta la .hoguera que con tanto afán cuidaba y la


lefia que le servía para alimentarla.
Por grande que le pareciera el núgnero de capitalrii
con que contaba, no era este número comparable con , *&
el que presenta una nación civilizada.
Efectivamente, cuanto más avanza un país en ri- a t'.

queza y prosperidad, más cuantiosos y diversos son


los capitales con que cuenta: edificios, fábricas, ma-
quinaria, campos cultivados, instrumentos para la
agricultura, animales de labranza, caminos de hierro,
obras de arte ... Y al lado de éstos vienen otros: mo-
neda, billetes de banco, acciones de minas y otras
industrias ... El número es tan considerable, que no
cabía en la memoria de Robinsón.
Fijándose atentamente en ellos, nuestro joven
observaba, no obstante, que había una notable dife.
rencia entre estos grzcpos de capitales. Los unos tie-
nen un carácter permanente, invariable, no se mo-
difican ni se alteran con la obra de producción; Cstos
son los capitales fios: las herramientas, las máqui-
nas, las fábricas, etc. Los otros están destinados á .*
desaparecer en la tarea de la producción; son los
capitales circulantes: los filamentos, el carbón, y en
general todas las gnqttrias primas.
Así, su huerto era un capitaljjo, mientras que
las plantas y frutos que de kl recogía y que acumu-
laba en la c Gruta> eran capitales cZrcr¿lantes. E n c\
w

- -L - - A A - - A
R O B I N S ~ NMEXICANO * 73
cierto modo podría decirse que su hoguera era otro
capital fijo, en tanto que la leña era uno circulante. t
Eti los primitivos pueblos, en los que no hay otros
capitales materiales sino los mismos que Robinsón
poseía : provisiones y hervnnzientas; las primeras
constituyen los capitales civcuíantes, las segundas los
capitnles 3 ~ 0 s .
Todas estas observaciones de nuestro joven no le
impedían seguir pensando en abandonar la isla, y
ante la probabilidad de que transcurriese mucho
tiempo todavía antes de que apareciera embarca-
ción alguna, Juan resolvió construir una canoa en la
que pudiera lanzarse al agua. Al principio le pare-
ció muy fácil la realización de la idea, puesto que le
sobraba madera con que construir la embarcación
proyectada. Pero bien pronto vió que la empresa
presentaba mayores obstáculos de los que había
imaginado.
Para hacer un bajel, por sencillo que fuese, le eran
indispensables instrumentos que no poseía: martillo,
sierra, cepillos, etc. Nuestro joven sólo contaba con
su mazo de madera, su hacha de piedra y una pala
construída con la concha de una tortuga que encon-
tró en la playa.
El Robinsón Mexicano se acordó entonces de que
en uno de los libros de aventuras que había leído,
los héroes de la novela, que se encontraron en situa-
ción semejante á la en que se hallaba el náufrago,
habían conseguido extraer el hierro que contenían
74 CARLOS D ~ A ZDUFOO

los minerales de la isla que habitaban, y con este


hierro construyeron todas las herramientas que les
hacían falta. ?Por qué no podría 61 hacer lo mismo?

... acabó por descubrir una gran porción de piedras ..


Buscando entre las rocas de las <Cimas> acabó
por descubrir una gran porción de piedras que al
parecer contenían cierta cantidad de hierro mez-
clado con azufre. Todo el problema consistia, pues,
en extraer el hierro de las piedras, y evocandg toda-
vía sus recuerdos, discurrió que alcanzaría tal vez .
R O B I N S ~ N MEXICANO 75
\
su objeto empleando el mitodo cntnldn, que es uno
de los más primitivos, y que consiste en mezclar el
mineral de hierro con carbón -
que también existía
en abundancia en las <Cimas>- y someter esta
mezcla á la fusión por el fuego.

Despuéh de muchos trabajos ...


\

Después de muchos trabajos que no son para


contados, y que reclamaron, entre otras cosas, la
construcción de un fuelle, hecho con la piel de una
llama, que se vió precisado á sacrificar, y la trans-
formación de un bloque de granito en yunque, nues-
tro joven tuvo por fin la inmensa dicha de forjar
varias barras de hierro que habían de transformarse
más tarde en martillos, tenazas, picos, azadones y
otra diversidad de instrumentos y herramientas que
acrecentarían el capital que ya poseía.
E \
Robinsón entraba de este modo en elperdodo me-
,

/ . '
w -
talrírgico, que marca el principio de la edad indus-
tvinl, en que nos encontramos. Por lo demás, la
herrainienta ha sido la precursora de la mdqaina.
Así, la canoa y el carro primitivos se han convertido
en el navío y la locomotora, al igual que lz vara de
madera con que en los prin~itivostiempos se renio-
vía la tierra, se ha transformado en el arado de vapor
usado en nuestros tiempos.
Como Juan no conocía la Historia de la Economia
Politica, ignoraba todos los terrores y las cóleras que
han conmovido á los l~ombres,en otras épocas, cada
vez que se ha inventado una mág?di?zn.
Se creía entonces que cada máquina inventada
venia á hacer una competencia al trabajo del hom-
bre, y que le quitaba el salario con que atiende á
las necesidades de su vida. La .7náqz~inacondenaba
al óperario á la miseria. Así era cómo se pensaba.
Fundadas en esta creencia, algunas autoridades se
han opuesto á la adopción de las 7tzáqainas y lian
prohibido su uso, y se ha perseguido y maltratado
á sus inventores. En el siglo XVI, una ciudad ale-
mana prohibió la introducción de las primeras má-
quinas para hacer cintas, y su inventor fué ahor-
cado por el pueblo. Una reina de Inglaterra se
opuso á que funcionaran las máquinas para hacer
medias, y un rey de Francia persiguió al que cons-
truyó esta máquina. El inventor de la máquina para
, hacer hilo fué perseguido por los obreros y murió en
Ia miseria, y Jacquard, el inventor del célebre telar
i
!
--
ROBINSON MEXICANO 77

que lleva su nombre, estuvo á punto de ser muerto .


varias veces por las muchedumbres amotinadas.
La abnegación y el valor de estos héroes del tra-
bajo han sido tan grandes como los servicios que
han prestado á la causa del progrrso y del bienestar
de la humanidad. Los hechos, en efecto, se han en-
cargado de dar la razón á estos grandes benefac-
tores.
L a máquina no ha venido á quitar al hombre su
trabajo, sino que lo ha libertado de ciertas pesadas
tareas, es decir, le ha ahorrado muchos gastos de
fuerza, y al mismo tiempo le ha dado labores más
dtlicndas y que se pagan mejor.
Antaño, para conducir una embarcación, se exi-
gían los esfuerzos de varios hombres que agotaban
su energía miiscular en los remos; en la actualidad,
los grandes navíos se conducen por medio de má-
quinas. Es verdad que los remeros 110 tienen ya este
trabajo, pero, en cambio, las máquinas que mueven
el barco solicitan maquinistas, fogoneros, etc., que
obtienen en estos trabajos un jovnal mayor á costa
de un menor esfuerzo.
Destruídas todas las preocupaciones que en pasa-
dos tiempos existían en contra de las máquinas,
éstas son aceptadas en todas las naciones civilizadas
del mundo, como los medios más poderosos de
acrecentar la producción de las riquezas sociale's.
Juanito ignoraba todo esto y otras muchas co-
sas más relativas á los beneficios proporcionados
78 CARLOS D ~ A Z DUFOO
'

por las máquitias; pero sabía Perfectamente que la


construcción de herramientas le iba á simplificar

... sabía perfectamente q u e la construcción


d e herramientas ...

notablemente sus tareas, proporcionándole iiiayor


cantidad de pvoductos y medios de obtenerlos, de los
que hasta entonces había tenido á su disposición.
- Historia económica de la Humanidad. - Cómo se
SUMARIO.
han ido presentando las industrias. - Los períodos indus-
triales según la marcha de la especie humana. - Qué es
una industria. - Clasificación d e las industrias. - La vida
es una lucha y el trabajo sólo es una forma d e esta lucha
emprendida por el hombre, para alcanzar, mediante s u in-
dustria y á costa del m e n o r esfuerzo, el mayor número de
las satisfacciones q u e reclaman sus necesidades.

Dos años se habían cumplido desde que el joven


Robincón Mexicano se encontraba instalado en la 1
isla. En estos dos afios Juan había adelantado nota- :i
blemente en la expdotnción de la tierra y de todas las
substancias contenidas en ella.
{
?;
-9
Desde luego, su huerto se iba enriqueciendo más
cada día con la adquisición de nuevas plantas útiles,
4
,i
que aprovechaba en un número cada vez más cre-
cid0 de empleos. Ya no tenía únicamente una sola A
1
llama doméstica, sino que habiendo construído unas
trampas, logró aprisionar otras, que, unidas á la pri-
r
mera, le prestaban grandes servicios como animales
CARLOS D ~ A ZDUFOO

de acarreo. Entre esas llamas había una hembra que


criaba á un pequeñuelo y que, al mismo tiempo,
proporcionaba al náufrago una excelente leche.
L a mesa de Robirisóii ofrecía ya una gran varie-
dad de manjares. El joven se encontraba muy dis-
tante de los primeros tiempos, en que los mariscos
y las frutas constituían su único alimento. Nunca le
faltaban una tortilla de huevos, pescados - aprisio-
nados con una red que había tejido al efecto, - un
trozo de carne de llama, una pierna de gallina sil-
vestre, papas, hortalizas, leche y fruta excelente.
Todo ello era servido ... por sí mismo, en platos,
vasijas y vasos. Y para completar el cuadro de sus
satis~acciones,diremos que Robinsón comía con cu-
chillos y tenedores de metal.
Sus trabajos metalúrgicos continuaban, efectiva-
mente, progresando de un modo asombroso. Había
construído un horno, con lo que simplificó notable-
mente sus tareas. Tenía ya una gran cantidad de
herramientas, que le servían para labrar la tierra,
unas, y otras para trabajar la madera. Con su deseo
de abandonar aquella isla, á la que, sin embargo,
amaba tanto, el joven había acabado por derribar
un gran tronco de árbol, que con auxilio de esas
herramientas había ahuecado convenientemente, y
al que comenzaba á dar la figura del casco de un
buque.
En cuanto á sus vestidos, el joven los había reem-
plazado con pieles de llamas y otros cuadrúpedos
... sus vestidos, el joven los había reemplazado ...

que descubrió en los cBosquesm. Es verdad que


1, estas pieles no ofrecian el aspecto ni la finura de
CARLOS DÍAZ DUFOO

I nuestras telas; pero no han sido otras las vestiduras


que usaron los hombres de los primeros tiempos.
. .:

También hacía tejidos con sus plantas filamentosas,


pero eran tan burdos y ásperos, que nuestro Robin-
són no pudo nunca utilizarlos para ropa interior. Se
ha necesitado un gran progreso en el cultivo y ex-
plotación de las fibras y en la iyzdustria del tejido,
para llegar á elaborar lienzos de cierta finura. Los
primitivos mexicanos, en los momentos de la con-
quista española, cultivaban ya el algodón y lo hila-
ban, construyendo después túnicas de cierta deli-
cadeza.
Así, paso á paso, nuestro compatriota había con-
cretado en aquellos dos años la historia de la Huma-
nidad.
Primero, Juan se había contentado con alimen-
tarse con los frutos que le proporcionaba la tierra, é
igualmente hicieron los primeros grupos de hom-
bres. Eran éstos tribus errnntes, que marchaban al
acaso y vivían de lo que espontáneamente les brin-
daba el suelo.
Más tarde, Juan se fija en un pedazo de terreno y
comienza á cultivarlo, y así también hicieron esos
grupos primitivos. Ha encontrado una habitación,
una cueva, y sabido es que las cavernas fueron la
primera morada de los hombres.
Luego, el joven explota los minerales, para cons-
truirse con ellos herramientas y sacar mayor partido
de su tarea. Asimismo ha hecho la Humanidad,
cuyos trabajos pueden ser considerados como los de
un hombre que no muere nunca.
De tal suerte, este camino -el de Robinsón como
el de la Humanidad - puede clasificarse por perío -
dos ó etapas sucesivas: El primer período fué aquel
en que el hombre, entregado completamente á los
elenientos de la naturaleza, no hace sino tomar
los productos tales como ella los ofrece en su va-
riada distribución.
El segundo se llama generalmente el período pas-
toril; el hombre, como hemos dicho ya, se fija en la
tierra, la cultiva, extrae de ella los productos indis-
pensables, no sólo para
su alimentación, s i n o
t a m b i é n para las ne-
cesidades del vestido ;
inaugura la alfareria, el FI
tejido, y construye al-
gunas herramientas: ya ...y a tiene capitales
tiene capitales -provi-
siones é instrumentos, - ya está en condiciones de
obtener mayores satisfaccio~zes á costa de menor
esfuerzo.
L a tercera época está caracterizada por la explota-
ción de minerales; las herramientas son más numero-
sas, más resistentes, más complicadas; nace lapequega
L
industria, y cada morada se convierte en un taller
doméstico, en el que la familia fabrica por su propia
cuenta los útiles y utensilios que le son indispensables.
CARLOS D ~ A Z'DUFOO

Sin embargo, antes de llegar á este resultado,


1 cuántos hombres han desaparecido1 iCuántas gene-
1
raciones han pasado sin que se procuraran algunas I
!"
de las primeras satisfacciones que nosotros hemos
i alcanzado1 ¡Cuántos esfuerzos y cuánto tiempo ha

j ,
transcurrido antes de que, por ejemplo, se explota-
ran los metales l
c L o que para Robinsón habían sido dos años, para
E la Humanidad significan centenares de siglos. Por
qué? Porque Robinsón, aunque aislado del concurso
1 de los demás hombres, había llevado á la isla lo
que la Humanidad en sus comienzos no poseía: co-
nocimientos, e ~ p e r i ~ ~ n transmitida
cia por sus lectu-
ras, principios generales sobre organización de¿ tra-
bajo y zctilización de los elegnenios de la naturaleza,
I
nociones claras y precisas acerca de la utilidad de
ciertos productos y medios de transfor~~zar¿os á sus
neresidades.
Y para llegar al punto de que partió Kobinsón al
emprender sus tareas, los hombres han tenido que
trabajar mucho, que aprender mucho, que sufrir
mucho.
La historia econó~~zicade la Humanidad puede
condensarse en pocas palabras: en los primeros tiem-
pos, ignorancia, hambre, desnudez, debilidad para
vencer los obstáculos que se oponían á la satisfac-
ción de sus necesidades; al final del camino : saber,
fuerza para dominar todos los impedimentos, ri-
queza. ; N o era ésta también, en pequeño, la histo
ria de Robinsón en aquellos dos primeros aAos que '
habitaba la isla?
Mucho faltaba al Robinsón Mexicano, no obs-
tante, para alcanzar el período de la gran industria,
que es el en que se encuentran los pueblos civiliza-
dos de nuestros tiempos. En este período, el taller
doméstico se ha convertido en una fábrica- de igual
modo que la kerrarnienta se ha transformado en una
máquina; - no es un solo hombre ni una familia la
que se consagra á una sola tarea, sino que son mu-
chos hombres los dedicados á muchas tareas; se ha
realizado una extrema dhisión del trabajo; se agru-
pan los capitales con objeto de aumentar la magni-
.
tud de las explotaciones, y en lugar de producir un
número reducido de productos, se obtiene uno, cada
vez mayor, que viene á satisfacer una cantidad, tam-
bién cada vez mayor, de necesidades.
Es decir, que la Humanidad ha pasado de la
peqilena producción, que es el patrimonio del pe-
ríodo de la ptqitleltn industria, para entrar en el de
la gran prodz~cción,que caracteriza á la gran in-
dustria.
Pero 2 qué es una indz¿stria? No tenía necesidad
Robinsón de quebrarse la cabeza para resolver esta
pregunta; le bastaba darse cuenta del objeto que
habían tenido sus trabajos. ;Qué, había perseguido
el joven al consagrarse al cultivo de la tierra? Pro-
porcionarse, mediante este trabajo, los productos
vegetales que le eran indispensables para la vida.
CARLOS D ~ A Z DUPOO

Pues ese es el objeto de la industria agrkola, Ila-


mada también agricultura. ?Qué había tratado de
V
alcanzar cuando conienzó á trabajar el barro y mo-
$
1 delar vasijas? Procurarse recipientes en los que servir
y conservar sus alimentos y los líquidos que utili-
zaba. Ese es el objeto de la industria alfarera.
Cuando principió á explotar los minerales de las
r
ti
c Cimas> 2 qué esperaba Juan obtener? Herramien-

tas, útiles, instrumentos ... Tal es el objeto de la


I
! industria metalcirgica.
r'
Así, el joven compreiidió que la industria la cons-
1 tituye la habilidad, la destreza, la ciencia y también
la energia de uno ó de varios hombres, aprove-
%
chaiido y transformando las vtnterins p r i ~ e n sy las
1 fuerzas de la ~aturalezn,para apropiar esasfucrzns
y esas vzateriar á los riiuersos grupos de necesida-
i.
des. Cada utzo dt. ~ s t o sgru#os constituye zlna in-
F
!i' dustria.
De esta manera, el tzi211zerode Las itzdustrins es
ilimitado, como es iLz7zmitado el i~úmerode necesida-
1
des; va en aumento con la ciitilización, que no es
otra cosa, desde el punto de vista ~cotzóinico,sino el
b aumento de bi~~nestnr de los hombres con el aumento
en las sntisfaccio?zes de sus necesidades.
k

Robiiisón veía cómo esas sntisfncciones habian


ido en aumento cada día, confornie el joven habla
avanzado en las divercas industrias que tenían por
objeto sus trabajos. Y aquí también, el náufrago no
había hecho sino contiiiuar el camino que la Hu.
ROBINSON MEXICANO 87
manidad ha seguido en la adopción y marcha de
sus industrias.

i i cóiiio esJs satisfacciones


I ~ o b i i i ~ G\cid ...

Los primeros pueblos se consagraron á la indus-


tria agrkola, puesto que de la agricultura obtuvie-
ron los alimentos con que sustentarse, y también las
substancias filamentosas con que tejer sus vestidu-
ras, la cría de ganados, la caza, la pesca, etc., etc.
Después vino la industria .minera, qiie tenía por
fin extraer de la tierra los minerales destinados á la
construcción de herramientas, instrumentos y demás
objetos que tienen á los metales como materia prima.
Más tarde nació la industria manufacturera, cuyo
objeto es la transformación de esas materias primas
(vegetales y minerales) por procedimientos químicos
y con el auxilio de grandes máquinas.
Y no son éstos todos los ramos de industrias, sino
que, al impulso de la civilización, han surgido y sur-
gen cada día otras y otras. Así, la industria comer-
cial (por otro nombre el comercio), destinada á
CARLOS OlAZ D U F O 6

obtener y procurar (esto es, cowprar y oetzder) 10s


productos que necesita cada individuo ( y cada pue-
blo), y la z'ndustria de transportes, que se ocupa en
t transportar (por medio de carros, ferrocarriles y
1
i
vapores) esos productos de una á otra comarca, lle-
vando una mercancia del lugar en donde seproduce,
i' al lugar en que se solicita ó demanda. *u
1 Claro es que cada pueblo ha adoptado la industria
que en mejores condiciones se encuentra para explo-
tar; de suerte que la comarca en que las tierras sean
ricas y las lluvias frecuentes, adoptará de preferen-
cia la industria agricoía; otra comarca en la que el
' I
subsuelo ofrezca grandes cantidades de minerales,
escogerá la indzdstria minera, mejor que otra; la
comarca que cuente con facilidades para el trdjco,
como lo es, entre otras, la proximidad del mar, 1, 9
elegirá la hdzlstvia de transportes, y así sucesiva-
niente.
Pero aparte de estas preferencias - marcadas por
las desigaaldades en la distribt~ciónde /as riquezas
naturaíes, - el camino recorrido por Robinsón no
se había apartado mucho del que ha seguido la Hu-
manidad.
Y volviendo á andar, con la imaginación, este ca-
mino, es decir, pasando revista á la serie de trabajos
que había realizado desde el día en que un golpe de
mar lo arrancó de una embarcación desmantelada,
para arrojarlo á Ias playas de la isla, el Robinsóri
Mexicano comprendió que todos estos trabajos, to-
R O E I N S ~ N MEXICANO 89

dos estos esfuerzos, constituían una activa y cons-


tante lucha. Es que, efectivamente, la vida no es
sino una lucha contra todos los elementos que le
son adversos, y el hombre aislado, como la huma-
nidad, no ha hecho ni hace otra cosa sino luchar
constantemente para proporcionarse las satisfaccio-
nes que reclaman sus necesidad~s.
Mucho había aprendido el joven en estos afíos;
desde luego, había aprendido á trabajar, cosa que

que contaba; había ... b a b í ~aprendido i t r r b i j a r ...


aprendido á obser-
var, reJexionur, y, por último, había aprendido
también á sacar partido de todos los elementos y
productos que le brindaba la naturaleza, compren-
diendo que, en realidad, no hay nada en ella i~litiZ,
y que hasta lo más superfluo é insignificante ad-
quiere importancia y utilidad cuando la industria
del hombre lo transforma convenientemente.
Así, lleno de nuevo aliento y con las lecciones
que le había transmitido la experiencia, comenzó
Juan el tercer año de su estancia en la isla.
CAPITULO X

d
Una noche en la que, según su costumbre, se
había retirado muy temprano á la a Grutas, creyó
oir Robinsóri un ruido de pisadas, como el que hi-
ciera un grupo de seres humanos que cruzara apre-
suradamente la playa. Era la segunda vez que,
después de más de dos años, llegaba un rumor se-
1i , mejante á los oídos del desterrado.
Lleno de natural sobresalto, el joven escuchó con
i mayor cuidado: no sólo se dejó oir de nuevo el ruido
1 de las pisadas, sino, muy claros y perceptibles, los
i ecos de voces humanas. 1Júzguese de la emocióii
1 '
que se apoderó del ánimo de Juanito!
! Su primer movimiento fué arrojarse fuera de la
c Gruta, y salir al encuentro de aquellos inesperados
t

1 amigos. Pero, j eran realmente amigos ?


1 Nuestro Robinsón no ignoraba que, para que un
hombre pueda considerar como amigos á otros hom-
R O B I N S ~ N MEXICANO . 9'
bres de distinta raza ó nacionalidad de la suya, es
indispensable que esos hombres hayan llegado á
cierto grado de civilización. En los pueblos salvajes,
todo extranjero es considerado como enemigo, y las
tribus que constituyen esos pueblos viven en coss-
tante lucha unas contra otras.

... el joveii escuclió con mayor cuidado ...

Eti ese caso, en vez de ver como amigos á los


hombres que recorrían la playa, debía tenerlos como
enemigos, y procurar defenderse, si era que trataban
de atacar1o..
Robinsón sólo tenía por armas su flecha y una
especie de lanza de aguzada punta de hierro. Se
apoderó, pues, de esta última, y colocándose en la
C A R L O S D ~ A ZDUFOO

parte interior de la entrada de la <Gruta$,esperó


valerosamente, decidido á defenderse hasta que le
faltaran las fuerzas.
Pero las horas pasaron sin ningún incidente; vino,
por fin, el día, y con él la luz del sol iluminó con sus
doradas claridades las brillantes arenas de la playa.
Juan se atrevió, entonces, á salir, siendo su primer
cuidado reconocer escrupulosamente aquellas are-
nas; aquí y allá, siguiendo direcciones diversas, se
f, distinguían con gran claridad los rastros de pasos
k humanos. No cabía la menor duda: un grupo de
hombres, cuyo número no podía precisar el náu-
frago, había recorrido aquella noche la playa.

i ...ocultándose detrás de cada roca ...


I
;Quiénes eran aquellos hombres y en dónde se
encontraban? El joven se propuso averiguarlo.
Con grandes precauciones, ocultándose detrás de
cada roca, al abrigo de cada arbusto y siempre ar-
mado de su laiiza, avanzaba Robinsóri lentamente,
proponiéndose escalar una de las alturas, desde
donde imaginaba que podría descubrir el lugar en
que se hallaban los invasores de su isla.
No necesitó, sin embargo, adelantar gran espacio
en su camino, porque desde uiia de las primeras ro-
cas que limitaban la costa de los cBosques~, distin-
guió claramente, mar adentro, y como á cien metros
de la playa, una piragua, tripulada por unos quince
indígenas, completamente desnudos, cuyos gestos y
ademanes le llamaron más la atención que aquel
impensado encuentro.
Fijándose con mayor cuidado, vió la causa de la
extraíía agitación que conmovía á aquellos salvajes:
en uno de los bordes de la piragua, un joven, casi
un niíío, de la misma edad, poco más ó menos, que
Juanito, se debatía angustiosamente entre las manos
de cuatro ó cinco tripulantes, haciendo desesperados
esfuerzos por desprenderse de ellos.
En uno de sus movimientos logró soltarse de los
brazos que lo tenían aprisionado, y, veloz como el
pensamiento, se arrojó resueltamente al agua. Su
rápida acción dejó por un momento sorprendidos á
sus adversarios, y de esta sorpresa se aprovechó el
fugitivo para alejarse, nadando vigorosamente en
dirección á la playa.
Repuestos, no obstante, de su asombro aquellos
hombres, no se manifestaron dispuestos á abando-
I

94 CARLOS D ~ A Z DUFOO

nar su presa; á una señal del que parecía ser el jefe,


dos de ellos se precipitaron, á su vez, al mar, origi-
nándose de esta suerte una desesperada lucha entre
los perseguidores y el perseguido.
El joven, como hemos dicho ya, nadaba con la
desesperación que da el temor de un peligro; pero
era evidente que los esfuerzos desplegados en el
combate de la piragua lo habían fatigado extra-
ordinariamente; sus perseguidores ganaban á cada
segundo más terreno, la distancia se iba acortan-
do, y no era dudoso prever cuál seria el resultado
final.
Resguardado tras de las rocas, Robinsón seguía
con avidez las peripecias de aquel combate, en que
todas sus simpatias se encontraban de parte del fu-
gitivo. Este, al cabo, logró poner pie en tierra, y .
emprendió una loca carrera, precisamente hacia el
paraje en que se ocultaba nuestro joven. Uno de los
hombres que lo perseguían logró, empero, darle al-
cance, y ya se disponía á capturar al infeliz niiio,
cuando Robinsón, saliendo de improviso de su es-
condite, le asestó con la punta de su lanza un tan
rudo golpe en medio del pecho, que el hombre se
desplomó como herido por un rayo: estaba muerto,
ó, cuando menos, gravemente herido.
No había tiempo que perder; el otro perseguidor
podía presentarse de un momento á otro y los tri-
pulantes de la piragua, alarmados por la ausencia de
sus compañeros, desembarcar de nuevo en la isla,
i
i

ROBINSON MEXICANO 95 ?
en cuyo caso, Robinsón y el joven á quien había jI
salvado estaban perdidos.
Así, Juan, haciendo una seiia al indígena, pos- d
trado ante él, en actitud de agradecimiento, em- )/
'4
4
prendió ocultamente la retirada en dirección de la I

<Gruta). En ella penetraron ambos ninos, refugián-


dose en el rincón más distante, en donde, anhelan-
tes, esperaron el resultado de la trágica aventura.

i
...Juan, haciendo una seña al indígena ... .l
j
Algún tiempo después, escucharon espantosos 1
1
alaridos, gritos de terrible cólera, que los estreme- !
cieron de espanto. Eran, sin duda alguna, los salva- 4
jes que, como Juan había previsto, habían desem- 1
4
barcado nuevamente, y se habían encontrado con
96 CARLOS D ~ A Z DUPOO

el cuerpo de su camarada. Con toda evidencia bus-


caban en aquellos momentos al fugitivo y á su sal-
vador para saciar en ellos su venganza.
Poco á poco, sin embargo, .se fueron calmando
aquellos gritos, y al terminar el día sólo se oía el
rumor de las olas sobre la playa.
Transcurrió aquella noche sin ningún incidente, y
al siguiente día continuó reinando el mismo inalte-
rable silencio. < Se habían alejado los invasores, de-
sistiendo de sus rencorosos propósitos? A pesar de
esta probabilidad, los nifios iio abandonaron las
profundidades de su hospitalario albergue; puesto
que, como ya hemos dicho, Robinsón había alma-
cenado en la P Gruta, las provisiones necesarias para
alimentarse, no por un día, sino por una ó dos se-
manas, si era iiidispensable.
Dejaron, pues, que transcurriera aquel día y otro
más, para salir al aire libre. Por fin, se aventuraron
á hacerlo, aunque con infinitas precauciones, terne-
rosos de una emboscada.
E n la playa reinaba una profunda calma, y, reco-
rriéiidola cuidadosamente, no encontraron uno solo
de sus temibles enemigos; ni aun el cuerpo del que
Juan había herido. Era evidente que los salvajes
habían cargado con él y se habían alejado en la
piragua.
Pero iy si estaban ocultos en la espesura de los
c Bosques, , en espera de que sus adversarios acaba-
scn, tarde ó temprano, por presentarse?
1 Cualquier peligro era preferible á aquella ansie -
' dad. Robinsón resolvió saber á que atenerse, y ha-
9 .
,I ciendo una señal á su compañero de que lo aguar-
? dase en la <Gruta>- pues el idioma que hablaba
; el indígena le era completamente desconocido, -
'
emprendió animosamente el camino de las u Cimas>,
'
desde donde, como ya sabemos, se abarcaba toda
la isla.
,* Ascendió, pues, nuestro valiente joven hasta aque.
Ilas alturas, y con escrutadoras miradas investigó el
horizonte, con la
misma ansiedad,
a u n q u e deseoso
de alcanzar dis-
tintos resultados,
que el primer día
en que se instaló
en la isla. Como
aquel día, Juan
no descubrió in-
dicio de la pre-
sencia de hom-
bre alguno; co-
'' mo entonces, el
?,' joven se encontraba en una isla desierta, aislado del
,, resto de la humanidad ... Pero esta vez no estaba
solo, porque la suerte le había deparado un com-
SUMARIO.- La propiedad. - Cómo y cuándo ha nacido la pro-
piedad. - La ocupación, primer elemento d e la propiedad. -
Bienes muebles v bienes inmuebles. - P r o ~ i e d a dcolectiva
y propiedad individual. - El trabajo, segundo elemento d e
la propiedad. - Cómo se traspasa la propiedad: la venta, la
dádiva, la herencia. - En los i i i e b l o s civilizados la propie-
dad está reconocida por las leyes. - Ataques á la propiedad:
-
el robo. Las t r i b u s primitivas de la Humanidad vivían del
trabajo ajeno; las naciones civilizadas modernas viren del
producto d e su propio trabajo.

Era verdad, Juan tenía ya un compañero; pero


4 quién era éste ? i de dónde venía ? 2 cómo se llamaba?
i El joven no podía responder á ninguna de estas pre-
guntas, porque, como hemos dicho, el indígena ha-
blaba en un idioma ignorado para Robinsón.
Nuestro protagonista resolvió, sin embargo, bau-
E
tizar á su camarada, y, en recuerdo del día en que
lo había salvado, le ocurrió llamarle ~Domingcjs,
nombre á que el desconocido no tardó mucho
tiempo en habituarse, atendiendo á él comó si en -
su vida no hubiera tenido otro.
Dejando, pues, para más tarde cl pasado de Do-
mingo, Robinsón resolvió instalarlo al lado suyo, en
su isla, pensando
que le sería muy
t'ltil e11 los traba.
a. _ ,.., . .
e *

jos que habia cm-


prendido, tan t o
en los cultivos clc
su Iiucrto, como
e n la construc- r-cn

ción dc su nave. "


;Por qué habla-
1,a Kobinsón d c
islas su huer- ... le ocuirió ~ ~ a m a Domingo
r~e ...
to, su nave, como
también de su <Gruta», sus herramientas, sus Ila-
mas y sus provisiones? Sencillamente porque aque-
llos objetos, aquellas riqr~ezas,eran bienes suyos, le
pertenecían, eran de su propiedad.
Pero <cuándo y cómo ha nacido la prqbiednd? Es
evidente que la noción de la propiedad ha aparecido
tan pronto como surgió la noción de lo tuyo y de lo
rnio. Cuando un objeto es mío, quiere decir que me
pertenece, que soy sil propietario; cuando otro ob-
jeto es tuyo, que eres tú el propietario. El hombre
es propietario de sus facultades, de sus esfuerzos, de
su inteligencia, de su salud.
iCómo ha pasado á ser propietario de las fuerzas,
de las substancias, de las materias de la naturaleza?
E 1 00 CARLOS D ~ A Z DUFOO
1
Fijándose con atención en todos los seres vivien- $

tes que existen en el planeta, se observa que la


~fropiación es un hecho general á todos ellos: las
plantas se apropian, tomándolos del aire y de la
tierra, los elementos que les son indispensables para
su nutrición; los animales, las presas que les sirven
de alimento, y los hombres las materias destinadas
á satisfacer sus necesidades.
Refiriéndonos exclusivamente al hombre, Robiii-
són había recorrido una vez más el camino andado
por la Humanidad.
~ n - l o s primeros
tiempos, cuando las
tribus errantes mar-
chan á la ventura, ali-
mentándose de los fru-
tos que toman de, los
árboles y de los ani-
males que cazan, la
propiedad se r e d u c e
únicamente á la flecha
que sirve á cada indi-
viduo para m a t a r á
esos animales, y á las
pieles que destinan á
,
...elevan chozas en que guarecerse...
Más tarde, esas tri -
bus se fijan en un pedazo de terreno, que cultivan,
y elevan chozas en que guarecerse. D e este modo ..
nace la propiedad r a b , que consiste, actualmente,
en todas las riquezas incorporadas al suelo: campos
labrados, edificios, etc., llamados también bienes in-
muebdes, es decir, que no paeden moverse.
Y no son éstos los únicos bienes que constituyen
la propiedad, puesto que, de igual modo que Robin-
són, esas tribus, convertidas ya en sedentarias, co-
mienzan á fabricar instruwtentos para sus primitivas
industrias, hacen acopio de provisiones, aprisionan
ganados, etc., etc., instrtlmentos y provisiones que
representan los bienes muebles, es decir, que son sus-
ceptibles de moverse.
En sus comienz;~~, la propiedad de la tierra fué
com~iná todos los individuos. Entonces, la propie-
dad era de la colectividad, es decir, del conjunto de
todos los individuos que componían la tribu, y por
eso se la llamó propiednd colectiva. Juan recordaba
que en México existen muchos terrenos que son de
propiedad colectiva ó comunales, cultivados y explo-
tados en provecho de un grupo de individuos.
Poco á poco, no obstante, cada grupo ó familia
encerrada en una choza, va construyendo utensilios
y herramientas para su servicio propio; cada uno dc
estos grupos ó familias va distinguiéndose por su
esfuerzo en trabajar un pedazo de tierra; una familia
es inteligente y laboriosa, otra perezosa y torpe; de
esta suerte, cada una de ellas constituye una pro-
' piedad fatnidiar, que depende del individuo jefe de

esta familia. Así queda establecida la propiedad in-


CARLOS D ~ A Z DUFOO

dividuad, que reconocen todos los pueblos civili-

El origen de la propiedad ha sido, pues, la ocllpa-


ción de la tierra y de los elementos indispensables
para la vida del hombre.
Rqbinsón podía, pues, considerar que aquel huerto
era s u huerto y que aquella gruta era su gruta,
puesto que el joven había ocufado aquella tierra y
aquella gruta antes que ningún otro hombre.
Pero entonces ;puede decirse que la ocupación es
lo que da origen á la propiedad?
E n realidad, la oczlpación es una de las causas que ,
originan la propiedad, pero no es la única causa
de ella.

i ;Qué otra cosa había hecho Robinsón para creer


que aquella tierra le pertenecía?
i L a había cultivado con esmero, la había mejorado
1
@
con su labor de todos los días, le había agregado sus
esfuerzos, su inteligencia, para obtener mejor par-
I
tido de ella. Por eso EL trabajo es otro de los ele-
nlentos de la propiedad. Y por esta misma razón,
I* podía decir que las provisiones que guardaba la
<Gruta, y las herramientas que había fabricado
b
L. eran de su propiedad, porque esas provisiones y esas
k herramientas eran el fruto de su trabajo.
FE. ;Qué sucedería si Robinsón fuese un día salvado,
como lo esperaba, y devuelto á su patria? ?Tendría

1
b
6
derecho para llevar consigo sus propiedades, sus
herramientas, sus provisiones, sus armas, sus anima-

I
ROBINSON MEXICANO 1O3

les domésticos, etc.? Claro es que sí, puesto que esos


bienes eran silyos.
Y no sólo tendría derecho para Ilevarlos consigo,
sino también para venderlos ó regalarlos á las per-
sonas que gustara. Esta es, en efecto, la primera
condición de la propiedad: que puede ser cedida á
otra persona. Y merced á esta condición, se ha es-
tablecido la herencia, en virtud de la cual, cualquier
iridividuo, antes de morir, put-,;e traspasar szl pro-
piedad á sus descendientes ó á las personas por quie-
nes mayor cariño haya sentido durante su vida. L a
herencia no viene á ser, en efecto, sino una dádiva
de su propiedad que hace el individuo para des-
pués de muerto.
Esta facultad de poder ser transmitida que tiene
la propiedad - lo mismo de los bienes muebles que
de los inrizuebr'cs, de igual modo las casas, los cam-
pos y las fábricas (los inmuebles), que los instru-
mentos, los objetos de uso común y el dinero (que
no es otra cosa sino una propiedad mzleble),-cons-
tituye el fundamento de todas las operaciones que
diariamente se llevan á efecto ante nuestras miradas.
Un hombre vende un objeto porque es propietario
de él ; pero desde el momento en que el comprador
l o p a p , adquiere la propiedad de ese objeto.
Y en este sistema descansa la vida económica mo-
derna de las naciones civilizadas, en donde las leyes,
no sólo reconocen la propiedad, sino que castigan
con penas al que atenta contra ella: á los ladrones,
\
1O 4 CARLOS D ~ A ZDUPOO
m
I
asaltantes y malhechores de todo orden que se apro*
pian de lo ajeno contra la voluntad de su duedo. De
esta suerte, todo ataque á la propiedad se traduce
por u11 ataque a¿ trabajo ajeno.
Era evidente que si los salvajes que habían des-
embarcado en la isla, hubieran encontrado el huerto f
.
de Juan, sus plantas cultivadas, sus llamas domésti- '
cas, y si al cabo hubieran dado con la u G r u t a ~ se
,
habrían apoderado de las plantas, los animales, las
armas, las herramientas y los utensilios, productos
del trabajo del joven mexicano. Los pueblos salva-
jes viven, en efecto, del robo, es decir, del trabajo
ajena. En este periodo de la Humanidad, las tribus,
en estado de guerra constante, se despcjan unas á ' c

otras.
En la época actual, ampliamente civilizada, los
pueblos viven de su trabajo propio, de los productos
de su laboriosidad y de su inteligencia, tal como
Robinsón había vivido en la isla.

1.0s pueblos salvales viven del robo...

f. .
CAPITULO XI1

SUMARIO.- La libertad y la esclavitud. - Cómo nació la escla-


-
vitud. - Los esclavos d e los primitivos pueblos. Cómo los C
esclavos se convirtieron en siervos. - Las corporaciones y
las cofradías.-Obstáculos á la libertad del trabajo. -Sin
libertad no existe la propiedad. - La venta d e esclavos. -
Abolición de la esclavitud.

Como era natural, la presencia de un compafiero


le hizo á Juan más soportable la vida en lo de ade-
lante, y contribuyó poderosamente á que no echara
. de menos, como antes, muchas de las satisfacciones
que aun no había podido procurarse.
El indígena y Robinsón iban, poco á poco, habi-
tuándose á estar el uno al lado del otro, y no cabía
duda de que, tarde ó temprano, acabarían por en-
tenderse. Domingo era, por lo demás, un muchacho
muy vivo, apto para el trabajo y cuyas miradas '

inteligentes adivinaban prontamente las órdenes que


Robinsón le transmitía.
!'. . Como nuestro compatriota deseaba enseñar el ec-
i 06 CARLOS D ~ A Z DUFOO
mi

pan01 á Domingo, comenzó una serie de lecciones


diarias, y puso el discípulo tanto empeño y aplica-
ción de su parte, que no transcurrieron muchos
C meses sin que llegaran
á comprenderse.
[ Entonces p u d o y a
c o n o c e r Robiiisón la
historia del compafiero
que le había deparado
$ la suerte.
Domingo pertenecía
á una tribu que vivía
m en una de las islas que
PG se alzaban e n a q u e l
océano. Esta tribu s e
encontraba e n guerra
constante con otras que
poblaban las demás is-
las inmediatas.
E n s u s comienzos,
aquellas guerras habían
-
sido sangrientas, pues
... i b a n , poco á poco, los adversarios se ma-
habituándose ... taban sin c o m p a s i ó n
unos á otros. Más tar-
de, los combatientes comprendieron que era prefe-
rible apoderarse de los enemigos vencidos y hacer
de ellos escZavos que les ayudaran á cultivar la tierra
y á desempeñar todas las demás labores.
ROBlNSON MEXICANO 107

L a escZavitud ha existido, en efecto, en todos los


pueblos primitivos, y aun en época relativamente
reciente se ha conservado esta bárbara costumbre,
consentida y autorizada por las leyes.
Juan recordaba que entre los antiguos mexicanos
la esclavitud era la condición de determinados gru-
pos sociales, por más que se señalaba la forma en
que estos esclavos podían alcanzar su libertad, lo que
no ha sucedido en otras naciones.
Los países europeos conservaron la esclavitud en
las comarcas que conquistaron, hasta el pasado si-
glo XIX. E n Inglaterra fué suprimida la esclavitud
el año de r S g g ; en el Brasil el de 1856, y España
derogó la esclavitud mucho más tarde todavía. E n
. los Estados Unidos, la abolición de la esclavitud
hizo riecesaria una guerra (la Separatista), de 1861
á 1864.
Recordemos los mexicanos que el inmortal Hi-
dalgo escribió en su programa la libertad de los es-
clavos en América.
Domingo explicó á Robinsón cómo los esclavos
aprisionados por su tribu, en lucha contra las ene-
1 migas, no tenían libertad para trabajar en las tareas
que más les agradaban. Aquellos esclavos estaban
obligados por la fuerza á emprender las labores que
les enseñaban sus nvzos. Unos eran confinados á la-
brar la tierra, otros á levantar palacios para el jefe
l de la tribu, y así sucesivamente.
Evocando sus memorias acerca de la historia de
México, Juan recordó todavía que los conquistado-
res aztecas impusieron á los pueblos que lograron
dominar, los trabajos más diversos y que les eran
más útiles. De esta suerte, los prisioneros huaxteca
fueron condenados á terminar el templo de Huitza-
nahuac, y en el palacio de los reyes de Texcoco se
emplearon doscientos mil operarios esclavos, reclu-.
tados entre los enemigos sometidos.

Domingo explicó á Robinsóti cómo los esclavos ...


~ '
Por mucho tiempo, y lo mismo que en la tribu de
Domingo, n o ha existido en los pueblos la libertad
de trabajo. Cada individuo, como en aquella tribu,
se ha visto obligado 5 desempeñar determinada la-
bor. Despuds, los amos - grupo formado por las
clases que vivían del trabajo de los esclavos - dul-
cificaron el trato y la condición de esos esclavos, que
se convirtieron en siervos. Los siervos estaban obli-
gados á cultivar la tierra y á dar una parte de los
productos de ella á su amo ó señor. Á otros traba-
jadores se les confiaron las tareas i~dzlstriales,ins-
tituyéndose los gre~niosó corporaciones: el gremio
de zapateros, el de sastres, el de plateros, etc., etc.
Para entrar en cada uno de estos gremios, era ne-
cesario un largo aprendizaje y cumplir con multitud
de riquisitos, restrzCciones ó rémoras opuestos á la
libertad del trabajo, en virtud de órdenes dictadas
por las autoridades.
El progreso, que Iia suprimido la esclavitud, ha
quitado también esos obstáculos á la libertad del
trabajo, que, de igual modo que la propiedad, está
reconocida por las leyes de todos los pueblos civili-
zados del mundo. El hombre puede actualmente
emprender el género de trabajo que más le agrade,
naturalmente siempre que este trabajo sea lícito y
no ataque á la propiedad ajena.
La libertad es la base más fija de la propiedad, de
tal modo, que sin aquélla no puede decirse que ésta
exista. Por eso los esclavos no son projietarios de
nada; ni de la tierra que cultivan, ni de los objetos
que fabrican.
Así sucedía en la tribu de Domingo; los esclavos
no gozaban de ninguna propiedad, ni aun de la de
su propia persona, puesto que sus amos podían cam-
biarlos por otros esclavos ó por objetos ó pro-
ductos.
Entre los antiguos mexicanos, los esclavos se
cambiaban por piezas de 7 ~ n n t ay, durante algunos
siglos ha existido en algunas naciones la c0~7t/)ray
veztn de esclavos.
Volviendo á la historia de Domingo, el indígena
siguió refiriendo á Robinsón que uii día su tribu fué
vencida por sus enemigos, matados los ancianos, y
los jóvenes reducidos á la esclavitud por los vence-
dores. El se encontraba en el número de los ven- +
cidos.
Entonces Domingo comenzó á sufrir por parte de
sus amos el maltrato y la expodinción - es decir, el
despojo del traóq'o ajeno, - como la tribu del joven

...Domingo trató de escaparse ...


de escaparse de las ma-
nos de sus señores.
El resto lo sabía ya Robinsón: la fuga de la pira-
gua, la persecución de los opresores y, por iiltirno,
el encuentro con el joven mexicano, al que Domingo
debía la vida y á quien estaba tan profundamente
agradecido.
Y al decir esto, las miradas del indigena se fijaban
con ternura en Robinsón, y dos gruesas lágrimas,
desprendidas de sus párpados, corrían lentamente
por sus niejillas.
CAPITULO X1lI

SUMARIO. - Repartición de la riqueza.-Parte que corresponde


i la tierra en el reparto de la producción.-El propietario
rural. -Arrendamiento de la tierra. - El arrendador y el
arrendatario.-La renta.-Gastos de explotación de la tierra.
- El cultivo extensivo y el cultivo intensivo. - La grande y
la pequeña propiedad. - Cómo ha desarrollado el hombre la
productividad de la tierra.

Desde que Domingo se encontró á su lado, Ro-


L
f ~
binsón comenzó á compartir con su compafiero
todos los productos y bienes de s?r propiedad.
[F No sólo le dió, en efecto, un lecho en la cGruta~
i
5
y i~naporte de los frutos del huerto, sino también
i pieles con que vestirse y otra flecha que fabricó con
el propósito de que el indígena le ayudara en sus
b
I
cacerías. Más tarde le cedió un espacio del huerto,
C
que Domingo se dedicó á cultivar con mucha inte-
1 ligencia.
S
Una porción de los productos obtenidos por el
i joven, los utilizaba él mismo para sus necesidades,
9
y el resto lo entregaba á Juan, quien iba, poco á
r poco, aumentando de esta suerte sus provisiones.
R O B I N S ~ N Mi!XlCANO '13

Juan podía distribair de este modo sus bienes y


i sus productos, puesto que eran exclusivamente su-
yos; pero en la vida socint, tal como la conocemos,
no sucede lo mismo, sino que, como son varias las
personas que intervienen en la obra de la ~ ~ o d u c c i ó ~ z
4
de Za riqueza, la distrzóución de los productos se
11
hace entre esas personas, que en la isla se reducían
á una sola.
9.

... y orra iiecha que fabricó ...


Rol3insón había sido, primero, proLDietariode la
tierra ; después, trabajador de ella, y á la postre
cBpitaCista. Asi, pues, el propietario rural (6 de la
8
1;
114 CARLOS D ~ A Z DUVOO
I

tierra), el trabajador (llámese éste peón de los cam-


pos, director ó empresario de una industria, etc.) y
el capitalista (poseedor d e cualquier orden de capi- ,
tal de los que ya hemos mencionado) tienen derecho
á una parte de la producción.
Pero <cómo el primitivo propietario de la tierra
ha acabado por ceder á otras personas porciones x
más ó menos considerables de ella?
No tenía Robinsón que calentarse nlucho la ca-
beza para resolver este punto, porque los hechos
han ocurrido enteramente igual á como se habían
presentado en su isla, y del mismo modo que el
joven mexicano había cedido una porción de su
huerto á Domingo para que éste le entregara una
parte de los productos obtenidos, así también los
primitivos propietarios rurales han cedido á otros
hombres la explotación de su propiedad, conten-
tándose, igualmente, con una porción de los pro-
ductos alcanzados por estos hombres, á los que se
llama arrendatarios, como al propietario que cede
a otra persona una parte de su propiedad se llama 1.
arrendador, y renta la parte que el arrendatario
entrega al arrendador. Domingo era, pues, un arren-
datario de Kobinsón y los productos que le entre-
gaba eran la renta de nuestro compatriota. En los
primeros tiempos, en efecto, la renta la satisfacía
el arrendatario erz prodzcctos; más tarde en dinero,
puesto que con dhero se adquieren todos los pro-
ductos.
. ROBINSON MEXICANO 115
En MCxico existen todavía muchos trabajadores
de la tierra, designados con el nombre de gtzedieros,
que se consagran á cultivar terrenos de propiedad
ajena y entregan al propietario 74nn porte de los
productos que cosechan.

Domingo era, pues, u11 arrendatario d e Robinsón ...


Nuestro compatriota tenia presente que su padre,
propietario rurnZ del Estado de Sinaloa, como he-
mos hecho saber ya en páginas anteriores, habia
explotado por su propia cuenta unos terrenos, y
cedido otros, para que los explotaran otras perio-
nas que los tomaron en nrrendnmiento.
f
CARLOS D ~ A Z DUFOO . >
En cuanto á los terrenos que explotó por SU
cuenta, el padre de Juan había tenido necesidad de ni
1'
hacer algunos gastos de explotación : los salarios
de los peones, los sueldos del ad~ninistradorde la f
F
hacienda y de los empleados, el costo de ¡as semillas
destinadas á la siembra, etc., etc. Más tarde, lapro-
Jucción de la tierra estaba encargada de cubrir estos
gastos y proporcionar una utilidad al explotador.
Cuántas veces nuestro héroe había oído en su
casa: este año tenemos buena cosecha! Y los cora-
zones se ensanchaban, pensando que en aquella
ocasión la tierra había proporcionado un rendi-
uziento de prodz~cción suficiente para pagar al pro-
pietario su re~zta,al arrendatario su arrendamiento
y á los empleados y jarnaleros sus sueldos y sus sa-
/arios, dejando de esta suerte cubierta la parte que
:í cada uno de ellos correspondía en la distribución
de la riqueza.
En otras ocasiones, la coseclia era menos abun-
dante y hasta llegaba á perderse, por una de esas
prolongadas sequías que son en nuestro país tan
frecuentes.
Entonces, todos los que contribuían á la produc-
ción se lamentaban amargamente: el propietario,
porque no podía obtener una renta tan elevada
como la esperaba; el arrendatario, porque á duras
penas llegaba á satisfacer el precio de su arrezda-
miento, y aun los mismos empleados y jornaleros,
pues 5 menudo era preciso despedir á mucha gente
ROBINSON MEXICANO '17

! para disminuir de esta suerte los gastos de exblo-


tnción.
Como era natural, tanto el padre de Juan como
sus arrendatarios estaban interesados en obtener el
mayor rendimiento de la tierra.
¡Y esto era esforzarse en cuidar la porción de
L
terreno que explotaban ! i Y esto era también tratar
de mejorar las condiciones de ese terreno, dotan-
dolo de mayor productividad !

... se habia esforzado en c u i d a r y mejorar s u huerto ...


Asimismo, Robinsón se había esforzado en cuida
, y mejorar su huerto, para hacerlo producir mayor
. cantidad de plantas y frutos.
- \ '

CARLOS D ~ A ZDUFOO

,
J
Cuando llegó á la isla, nuestro joven disponia de
una gran cantidad de terreno que hubiera podido
explotar alternatz-Jamente, es decir, sembrando hoy
una porción de tierra, mañana otra, y ocupando, de.
esta suerte, una gran extensiórz. El cultivo del suelo
habría sido, por lo tanto, extensivo.
Las primeras tribus ( á las que tantas veces hemos
nludido en el curso de este relato) se encontraron en
las mismas condiciones que Robinsón al llegar á la
isla. Esas tribus se consagraron á cultivar la tierra
e,rtt.nsivamcnte; disponían de inmeiisos espacios de
terreno y pasaban de un espacio á otro; quemaban
árboles gigantescos, desperdiciaban gran número de
semillas y se preocupaban muy poco de que la tierra
perdiera sus cualidades fecundantes, es decir, los va-
riados elenientos que hacen nacer y desarrollarse las
plantas.
Esta forma de explotación del terreno constituye
la gran propiedad que, en los comienzos de la labor
agríco!a, fuC peculiar á todos los pueblos.
En México existe todavía un número muy consi-
derable dc grandes propietarios, que disponen de
inmensas extensiones de terreno, de las que sólo
cultivan algunas porciones, más ó menos amplias,
según sus necesidades y según los capitales de que
disponen esos propietarios.
Robinsón, sin embargo, se habla fijado en una
pequeiia porción de la gran propiedad de que dis-
ponía. Era, por lo mismo, un pequeño propietario,
ROBINSÓN MEXICANO li9

corno han llegado á serlo la mayor parte de los pue-


blos que comenzaron por ser grandes propietarios.
Trabajando exclusivamente sobre esta pequeña
extensión de terreno, Juan se había preocupado por
obtener el .mayor rendimiento de la tierra, transfor-
mando el cultivo extensivo en intensivo, es decir, en
un cultivo en que la tierra explotada llega á su ma-
yor fuerza de produccit5n.
Por fortuna para nuestro héroe, las tierras de la
isla que había entregado al cultivo posefan excelen-
tes condiciones : abundaban en elementos fecun-
dantes, y cada semilla que se depositaba en ellas
daba origen á una planta que se desarrollaba con
extremado vigor y iozanía. No sucede esto siempre,
sino que en ocasiones, el propietario rural se encuen-
tra con terrenos infecundos, ó las tierras, cansadas
de producir, necesitan descanso ó que se agreguen
á ellas substancias (llamadas abonos) que les devuel-
van sus cualidades productivas.
Entonces el propietario ó el arrendatario (cual-
quiera de los dos que tenga á su cargo la explotación
de da t i ~ r r anecesitan
) incluir en los gastos que arriba
hemos mencionado (jornales, sueldos, semillas para
la siembra, etc., etc.) el costo de estos abonos.
El esfuerzo del hombre para dotar á la tierra de
elementos de productividad, ha sido de una tenaci-
dad infatigable. No sólo ha devuelto á antiguas por-
ciones de tierra, ya agotadas por continuas explo-
taciones, sus cualidades fecundantes , sino que ha
CARLOS D ~ A E DUPOO

dotado de esas cualidades á otros terrenos que la \,


naturaleza había condenado á permanecer eriazos y
sin vegetación.
[ Como uno de los ejemplos más notables de este
6 esfuerzo, son de citarse los trabajos llevados feliz
término por los holandeses, quienes han quitado al
f' mar grandes espacios de terreno que pasan hoy por -.v
t ser de los más fecundos que existen.
6
L En México hay comarcas en que la tierra ofrece
al cultivador agrícola notables elementos de fecun-
didad; pero, en cam-
bio, existen otras en
las que el suelo, can-
sado por un culti-
vo d e m u c h o s si-
glos, exige reposo,
ó, cuando m e n o s ,
que se le devuelva,
mediante un opor-
t u n o sistema d e
abonos, su antigua
fuerza de produc-
ción.
Como hemos di-
.. y el suelo d e la isla ofrecía cho, ~ ~ b no ice ~ ~ ó
elementos suficientes ...
encontraba e n ese
caso, y el suelo de la isla ofrecía elementos suficien-
tes, no sólo para alimentar á sus dos moradores, sino
á un número mucho más considerable de habitantes.
CAPITULO X I V

S u ~ ~ ~ ~ o . - P del
a r ttrabajador
e en el reparto de la producci6n:
el salario. - El salario está destinado á satisfacer las necesi-
dades del trabajador. - Estas necesidades aumentan con el
grado de civilización del asalariado. - Relación entre la ri-
queza de una sociedad y los jornales que se pagan á los tra-
bajadores. - Jornales altos y jornales bajos. - Por qué se
elevan y bajan los jornales.- Salario nominal y salario real.

Cada día se encontraba Juan más satisfecho con


la ayuda de Domingo.
El muchacho, además de estar dotado de altas
cualidades de inteligencia, poseía una gran habili-
dad manual y una decidida afición al trabajo.
Y Era, pues, un colaborador activo de Robinsón, y
los servicios que prestaba á nuestro compatriota
'i . compensaban ampliamente la parte de alimentos
que consumía, así como el lecho que ocupaba en la
c Grutan y los vestidos con que cubría sus miembros.

Laparticz)ación de Domingo en los bienes y p r o


.k
ductos que constituían la propiedad de Robinsón,

, ,
L

, 1.í.
L . AL- , . . . uL -1
122 CARLOS D ~ A Z DUFOO

era el salario del indígena, esto es, la $orciÓn que


le correspondz'n p o r su trabajo en la obra de p r o -
ducció~z.

.. poseía una Sran habilidad manual ...

De este modo, si cazaba una gallina silvestre, el


pedazo de pechuga que cenaba aquella noche lo
había eii realidad ganado por su esfuerzo en hacer
caer el ave; el lecho de que disfrutaba estaba pa- .
gado con sus cuidados por asear y conservar la
<Gruta), y las frutas que golosamente comía eran
satisfechas con la atención con que cultivaba el
huerto.
Esta parte es, en efecto, lo que corresponde al
trabajador en la distribución de la riquezn.
Pero cuál debe ser esta porción del trabajador?
Robinsón había dado á su obrero, como acabamos
de ver, alimentos, lecho y vestidos con que satisfa-
cer sus necesidades; por manera que puede decirse
+

que la participación deZ trabajador debe correspon-


der á szls necesidades, las que, como sabemos, son
en extremo variables.
En efecto, cuando Juan llegó á la isla, lo primero
que atendió fué á su alimentación; después trató de
proporcio~iarse un albergue, y más tarde acudió á
exigencias superiores, propias de un joven que ha
nacido y se ha educado en una sociedad civilizada.
De igual suerte, las necesidades y exigencias del
trabajador dependen del grado de su civilización, y
también de las co~zdici~nes económicas de la comarca
en que vive. No basta, á la verdad, que un hombre
sea muy civilizado y tenga muchas exigencias, sino,
además, es preciso que la comarca cuente con una
gran cantidad de productos destinados á satisfacer
tales exigencias.
Domingo, hasta entonces, había vivido en una
tribu semisalvaje, y de ahí que Robinsón pudiera
satisfacer la parte que correspondía al joven indí-
gena (en su calidad de trabajador ó asalariado), con
los frutos que producía su isla y los escasos bienes
de que disponía. Pero aun suponiendo que Domingo
hubiese experimentado el deseo de atender á mayor
CARLOS DlAZ DUFOO

número de necesidades, Robinsón no habría podido


satisfacer esas necesidades del indígena, porque ya
sabemos que la isla sólo proporcionaba, hasta enton-
ces, un número muy limitado de prodhctos.
De esta suerte, los jornales varian en cada pue-
blo, srgiin las nrceszdades de cada babajador y
según la rzqurza Je cada comarca. En unos países,
los jornales son más elevados que en otros, y el
obrero (dependiente, empleado, etc. ) cuenta con
mayores elementos con que hacer frente á las exi-
gencias de su vida.
En México, por desgracia, los jornales - con es-
pecialidad los de la gente que se dedica á las labores
del campo - son muy reducidos, pues apenas bas-
tan para que el trabajador pueda atender á las más
apremiantes satisfacciones de su existencia. En otros
países, los jornales son más elevados y los obreros
pueden, por lo tanto, procurarse mayor número de
satisfacciones.
Supongamos, ahora, que Robinsón, contando con
la feracidad de la isla, hubiese tenido que satisfacer
necesidades de un número mucho más considerable
de personas. Entonces se habría visto obligado á
buscar más trabajadores, que es precisamente lo que
hace todo explotador de la tierra ó de una industria
cualquiera, para obtener mayor cantidad de pro-
ductos.
De este modo, el padre de Juan y sus arrendata-
rios solicitaban cada año más jornaleros, á medida
i
;
Así, en una comarca cn que la dt~~ilanda de tra-
bajo es superior á la ofprfa, los salarios son eleva-
b dos; mientras que en otra, en donde la oferta de
i trabajo es superior á la demanda, los salarios son
1 bajos.
1 Un economista inglés ha formulado este principio,
! diciendo: c Cuando dos patronos corren detrás de un
obrero, .se elevan los jornales; pero cuando dos obre-
ros corren detrás de un patrono, los jornales bajan.))
En la isla, Robinsón, propietario y explotador de
la tierra y de las pequeñas industrias que había im-
plantado, entregaba á Domingo una parte de los
productos, después de haber obtenido estos produc-
tos. En la actual vida social no sucede lo mismo,
sino que el propietario ó explotador satisface al jor-
nalero la parte que á éste corresponde, antes de
haber obtenido la producción, y esta parte se paga
en dinero, en vez de hacerlo, como Juan, en pro-
ductos, ya que, como hemos dicho en nuestro ante-
rior capítulo, el dinero puede cambiarse por todos
los bienes y productos que tienen los hombres á su
disposición.
De esta suerte, lo que interesa al trabajador es
que la cantidad de dinero que se 12 paga por su tra-
i bajo, sea suficiente para comprar con él todos los
productos destinados á satisfacer sus necesidades.
i Domingo vivía feliz, porque los productos con
1
I

I
que Robinsón pagaba sus trabajos eran suficientes
k para cubrir las modestas exigencias del indígena.
No pasa lo mismo en todas las sociedades, puesto
que á veces el salario satisfecho en moneda (llamado
por los economistas .
salario nominal) no
basta para propor-
cionar todas lac sa-
tisfacciones que de-
sea el trabajador.
Un obrero, depen-
diente, e m p l e a d o ,
p r o f e s o r , etc., es
decir, un h o m b r e
que vive de su tra- ... R o b i n s o ~ ipagaba b u s trabajas ...
bajo, experimenta,
además de sus necesidades propias, las de su fami-
lia, porque el deseo de formar un hogar y procurar
á todos los individuos de este hogar el mayor nú-
mero de satisfaccioiies, es una noble aspiración que
nace del corazón del hombre y le infunde fuerzas
para trabajar con niayor aliento.
El número de satisfncciones, ó sea el de necesida-
des satisfchas, que se adquieren con el jornal esti-
mado en moneda, se llama el salario real, y claro
es que cuanto mayor sea el número de las satisfac-
ciones, mayores son también el bienestar, los goces,
la riqueza de los asalariados.
SUMAR- I OParte
. que corresponde al capital eii la repartici6n
'
d e la riqueza.-Servicios prestados por el capital á la obra de
la producci6n.- Interés del capital.- Por q u é aumenta y se
reduce el interés del capital. - Necesidad d e capitales en los
países nuevos.- Seguridades y garantías q u e reclama el ca-
pital. - La usura. -Casas de empeño.

Siguiendo el ejemplo de su amo, Domingo se


levantaba muy temprano todas las mañanas, se des-
ayunaba apresuradamente y dirigíase á los aBos-
ques», armado con la flecha que Juan le había
cedido.
El indígena hacía una abundante provisión de
huevos y cazaba los animales que encontraba en su
camino; después entraba en el huerto y escogía en
él frutas y hortalizas; todo lo que estaba destinado
al alimento de aquel día, y también, como ya sabe-
mos, á aumentar las provisiones de los siguientes.
Domingo empleaba la tarde en ayudar á su amo
en la construcción del navío que nuestro compatriota
pensaba siempre utilizar para salir de su destierro.
ROBINSON MBXICANO

El indigena había adquirido una gran destreza en e


manejo de las herramientas que Robinsón le habIa
proporcionado, y, de esta suerte, su trabajo iba al-
: canzando cada vez mayor rendimiento.

...ayudar á s u anio en la coristrucción del navío ...

Si Domingo prestaba u n gran seroiczo á Robinsón


procurándole mayor cantidad de productos, no eran
'- menores los servicios que Robinsón prestaba á Do-
í mingo , proporcionándole herramientas que hacían
, más productiva su tarea.
Bueno es recordar que aquellas herramientas cons-
' titulan e l capital de Robinsón, y que, por consi-

guiente, una parte de los beneficios que Juan obte-


nía de los trabajos de Domingo, ya fuera en el avance
de alguna de las empresas perseguidas, ó ya en el
aumento de producción, podía considerarse como la
-
porción que al capital de Juan correspondía.
Naturalmente, si Domingo hubiese cnrecido de las
áerramz'entccs que Juan había puesto á sugdisposi-
$
, ción, el trabajo del indígena hubiera sido menospro-
* . ductivo. No tenemos sino recordar los prinieros días
1 que Robinsón pasó en la isla, para darnos cuenta de
I
i
los servicios prestados por el capital.
Sin la fabricación de instrumentos destinados al
aumento de esa producción, 1cuán triste y miserable
habría sido la existencia de los dos jóvenes! Sin los
servicios del capital, en efecto, no sólo Domingo y
Robinsón, sino la Humanidad entera habría perma-
necido, como ya hemos dicho, en la angustiosa edad
en que los hombres no tenian bastantes productos
con que atender á sus más apremiantes necesidades
y en la que el hambre y la miseria reinaban en la faz
de la tierra.

...d e los .rutos quedcosechaba Domingo ... 2 ,

Justo es, por lo mismo, que los servicios presta-


dos por'el captlnl sean pagados con una Parte de la
producción, ya que estos servicios contribuyen á
.
,;
azcmentnrla. >: %
ROBINSON MBXICANO \ 131

Así como Juan, en su calidad de propietario de la


tierra, percibía una parte de los frutos que cose-
chaba Domingo, así también el Robinsón Mexicano
percibía, en su calidad de capitalista, otra parte de
dichos productos.
En los tiempos primitivos, los capitalistas no tu-
vieron otra forma de obtener la porción que les
t.
corresponde en la distribución de la riqueza.
1
De igual suerte que los arrendatarios agrícolas en-
tregaban al propietario de la tierra una parte de sus
cosechas, los que hacían uso del capital ajeno cedían
al capitalista otra parte de los productos que obte-
1
nian con su trabajo, en recompensa de las ventajas
que alcanzaban con el empleo de este capital ajeno.
Más tarde, la porción que corresponde al capita-
lista (llamada interés del capital) se ha comenzado
á satisfacer en dinero, lo mismo, según hemos dicho
ya, que la porción que corresponde al propietario
agrícola por su renta y al trabajador por su trabajo.
. El que vive en una casa ajena, el que hace uso de una
., máquina de otro ó el que toma dinero de determina-
> :. da persona, está obligado á pagar un interés al capi-
talista dueño del dinero, de la casa ó de la máquina.
L

I'
En la isla no había más que un solo capitalista,
1 Robinsón, y un solo individuo que utilizara el capi-
L
tal ajeno, Domingo; pero en la actual vida social no
sucede lo mismo, sino quc son muchos los capita-
:, listas y muchos también los Iiombres que hacen uso
2 de los capitales ajenos.

t'
En la estreclia alianza de afectos en que el joven
niexicano y el indígena vivían, ni éste pensaba que
la porción de productos que entregaba á Juan era
ixiayor quc la parte correspondiente al capital, ni á
Robinsón se le antojaba pequeiio el interés que Do-
mingo le satisfacía. Pero en la vida moderna, á que
tantas veces nos hemos referido, puesto que en ella
vivimos y es la que necesitamos conocer y estudiar
cn todas sus manifestaciones, los asuntos econórni-
cos no se rigen por los afectos, sino por las conve-
iticncias de cada individuo, sea capitalista ó traba-
jador, $ropi~tczrioó asalnr&rdu.
Así como al propietario ó explotaclor de la tierra
le cor~vicrzepagar el menor salario al jornalero, y á
éste le convic?ze, por su parte, obtener un salario más
elevado, así también la conv'~izicnciadel capitalista
consiste en cobrar el mayor interés por el (~Zquileró
gristanlo de su capital, y la dcl que hace uso del
capital ajeno coiisiste en pagar el menor interés po-
sible por el empleo de ese capital.
En realidad, puede decirse que el itztcris del capi-
tal está sujeto á reglas semejantes á las que deter-
minan el salario de los trabajadores: cuando dos
capitalistas corren detrás de un individuo para quc
este haga uso de sus capitales, el interés baja; cuando
dos individuos corren detrás de un capitalista, el in-
teres subc. En e1 primer caso, se dirá que hay oferta
dc 'eqitalcs; en cl segundo, que hay demanda de
ello.:.
k ROBINSÓN M F Y I C A N O 131

Cuando Juan llegó d la isla, no había en ella nin-


gún capital, y eso pasa precisamente en los pueblos
7zuevns que, ademis de ofrecer gran variedad de ri-
quefins nntidrnles, cuentan con una población activa
6 inteligente, displiesta ;í la explotacicín de esas
, riquezas.
No basta, en efecto, con que tales países tenqan
inmensos elementos
de producción, sino
que es preciso, ade-
más, q u e los indivi-
duos que los Iiabitaii
experimenten el de-
seo de atender á un
níimero mayor de
necesidades, h e c h o
q u e , como hemos
visto por la historia
de Robinshn, hasta
el actual momento,
r e c l a m a el empleo
de capitales. Así, la
t r i b u de Domingo
no solicitaba capita-
les, porque los indi-
viduos que la forma-
han no tenían más necesidades que las de su vida
primitiva. A Juan le hacía falta capital, porque las
exigencias de su existencia eran superiores á las que
CARLOS D ~ A ZDUPOO

. le proporcionó la isla durante los primeros días de


F' su estancia en ella.
1 12ntonces se registra en esos pueblos nuevos una
1
dkfnanda d~capitales, traducida por uti alto interés
t *
del dzizero, y como hay otros pueblos en los que
t existe una ofrrtn de capitales, es natural que la oSprta
7
de los segundos acuda á la demanda de los primeros.
1. Acontece, sin embargo, que, á pesar del aliciente
de obtener un interks mayor, los capitalistas no se
deciden á emplear su dinero e11 los pueblos nuevos,
porque en ellos no están suficientemente garantiza-
dos los capitales; éstos no se emplean sino mediante
la seguridad de que han de ser respetados. Nin-
guno, en efecto, quiere perder su dinero, y sólo lo
emplea en aquellos negocios ó explotaciones en que
no corre ningún riesgo.
En México, durante muchos afios, no hubo capi-
tales naciunales, es decir, del país, y no venía nin-
guno extranjero, porque en la República reinaron
continuas revoluciones y los perturbadores de la paz
atentaban con mucha frecuencia contra los capitales,
saqueaban las haciendas, secuestraban los bienes
particulares, y, en una palabra, cometían frecuentes
ataqucs á la propiedad.
Ha sido preciso que en nuestro país se haya ase-
gurado el orden y garantizado la propiedad eficaz-
mente, para que hayan venido capitales extranjeros 1
á tomar parte en la e,rplotación de la riqueza me- -1

xicana.
- . - a

R O B I N S ~ NMEXICANO '35
Por todo lo que hemos dicho, se habrá visto que
el interds de los capitales, en medio de las fluctua-
ciones á que da origen la oferta ó la demanda de
ellos, tiende á equilibrarse en cada comarca. Así, se
dirá que el interés del capital en Inglaterra ó Francia
es del tres al cuatro por ciento, es decir, de tres ó
! cuatro pesos, por ejemplo, por cada cien pesos. En
f
México, en donde hay menos capitales, el interés
será del seis al ocho por cirnto, y en otras naciones
del mundo es más elevado todavía, porque esas na-
ciones cuentan con menos capitales que nuestra Re-
pública.
Cuando el capitalista presta su dinero á un interés
ronsidprabfe~~ztatemás alto que el fijado por los
demás capitalistas, se dice que hace una operación
de usura y en tal caso á ese capitalista se le designa
con el nombre de usurero.
Los cempeños~que existen en México, son esta-
blecimientos usurarios, en los que al que lleva una
prenda cualquiera, como seguridad ó garantia del
dinero que recibe, se le cobra un interés exorbitante.
Por eso debe evitarse acudir á esas casas, en las que
el necesitado paga una cantidad mayor de la que de-
biera, y pierde á menudo el objeto que empeña por
una suma menor de lo que vale su prenda.

h
\~:MARIO. - Parte del empresario en ia reparticibn d e la ri-
queza. - Funciones del rinpresai-io; s u s ciinlidades. - 1.3
,ii~.ecciOii dei t~-abajn.- Iliilidad. beneiicio h guii~lticia.-
Los ser\.icios prestados poi el empi-es,irio son. e11 cierios
,asos, superiores á 1o.r prestados por ei prupierario y el capi
ta1ista.-Los beneficios excepcionales d e ~.iertoseiiipresarios
significan u n beneficio m á s considerable para la h u m a n i d a d .

1
f,
L.
I,a actividad de Kobinsón tio iba en zaga á la de
su joven nsnZoviodr>.
b Verdad es que Juan había abandonado una gran
1 parte de los trabajos manuales, que confiaba exclu-

1 sivamente á Domingo; pero, en cambio, nuestro


compatriota se consagraba, cada día con mayor .,
i
1
a!iento, á poner en orden todos los elementos natu-
!.
rales de la isla, y merced á su atenta diveccGn, las
r em#resns acometidas por los dos niños avanzaban
con rapidez increíble.
Robinsón, en efecto, proporcionaba al indígena
eficaces consejos acerca del cultivo de determinadas
L
plantas; le indicaba de qué manera había de hacer
4t ,-
, caer un árbol, ordefiar una llama, colocar una trampa, % 2
.ueqeJnys!p sauaa?[ sop
so1 anb lelsaua!q oa!yeiaJ le op!nq!~~uo3'a~uauial$s
-spnpu! 'ue!qey 'uenr ap uopuayi: A e!3ucl!S!~ e l
st?Jua!uieuarl se[ ~ e r a u e wA saseFew so1 le)uaui!puos
l ~ ~ a n Sa[o ap
~ lsep!n3 y opeyasria q q e q al saque o u i o ~
f,L 1 ONV31XdW N 9 b N 1 8 0 1
CARLOS D ~ A Z DUPOO

Sin la viveza y el cuidado de Juanito, sin sil cons-


tancia y energía, ni existiría el cliuerto~ni contarían
con aiiimales domésticos, ni tendrían vestidos con
qut abrigarse, ni les alentaría la esperanza de tener
muy pronto rí su disposición una nave que les per-
mitiera regresar con los suyos.
Así, Juan había sido el director de todos esos tra-
bajos, el que Iiabía iniciado esas en?presns, el evIpre-
sario, en uria palabra.
Era, en efecto, indudable que tanto 6 más que el
trabajo de Domingo y los capitales creados por RO-
binsón, habían contribuído las excelentes condicio-
nes de Juan, como empresario, al buen éxito de la .
producción de riquezas. Su intel&encia para discer-
nir cuáles eran los elementos que debía aprovechar,
sus conoci~nientospara ponerlos en orden y su Zni-
riativn para acometer y perseverar en las distintas
tareas que reclamaban la utilización de esos elemen-
tos, habían traído consigo la prosperidad y la abun-
dancia.
La verdad es que el empresario debe estar dotado
de grandes cualidades; 61 es quien, como acaba-
mos de indicar, dirige toda la obra de producción:
instala establecimientos industriales, despues de es-
tudiar las materias de que puede disponer y la utili-
dad del negocio; contrata obreros, descubre merca-
dos, ó sea comarcas populosas en las que se solicitan
los objPtos producidos, etc., etc.
Por eso se han comparado muy exactamente las
\i
funciones del enzpresnrio en la obra de la produc-
ción á las del cerebro en el cuerpo humano; el em-
presario manda rí los demás elementos de la pro-
ducción: al trabajador, a1 propietario y también al
capitalista (cuando él no lo es), de igual modo que
el cerebro manda 5 todos los miembros del cuerpo:
los brazos, las piernas, etc., etc.
Pensemos por un momento lo que sería de la I-iu-
manidad si no existieran los empresarios. Y para
darnos cuenta de lo que en realidad sucedería, rio
hay sino trasladarnos, otra vez más, al día en que
Robinsón llegó á la isla. i Qué había entonces en ella
que la hiciera habitable?
E x i s t í a n , es
cierto, muchas
materias - terre-
nos, animales y
plantas; -pero si
el empresario, es
decir, si Juan no
hubiese cultivado
esos terrenos, ca-
zado y domesti-
cado esos anima-
les y tejido esas ... n i J u a n n i Domingo habrían tenido
alimentos ...
plantas, ni Juan
1 ni Domingo habrían tenido alimentos, vestidos, va-
sijas y tantos otros objetos útiles de que ambos nifios
' ,l
disponían.
3
i
Ile esta suerte, la Humanidad tampoco habría
logrado aumentar sus productos, como tampoco
acrecentar sus capitnles, sin el auxilio de los ernprp-
sarios, que son los que verdaderamente han hecho
progresar las industrias, aminorado el esfuerzo en
la producción y puesto todos los objetos útiles al
alcance de la mayoría de las gentes.
Demasiado sabemos ya que, en la isla, Robinshn
había sido al mismo tiempo trabajador, propietario,
cnpitalista y ~vt~firesario;pero eii la sociedad no
pasa siempre lo mismo, sino que rl veces el < J I Y L / I ~-L
~ o r i o que
, nunca drjd de ser un trlcbiz~ador,iio cs
nii ~rapitalistn. Entonces tendra que
iii p r n ~ i e t a ~

dirigirse á uno de estos dos, ó á los dos al mismo


tiempo, solicitando de ellos el alquiler de la propie-
d a d y el del capital, por los que pagará, al primero
una renta y al segundo un interés, según hemos
visto en capítulos anteriores.
Ilomingo era un empresario de los terrenos que
Robinsón le había cedido, y por los que pagaba d
Juan (propietario) una renta, estimada en productos.
1.0s arrendatarios agrícolas del padre de Juan habían
sido también etnpresarios del terreno que cultivaron.
Hay, á menudo, muchos hombres que carecen d e
dinero para instalar una fábrica, poner una tien-
da, etc., y recurren á los capitalistas que, después
de tomar informes sobre la honradez é hteligrn-
cin de los solicitantes, les prestan una cantidad, que
esos hombres, convertidos en empresarios, aprove-
charán en su propio beneficio, después de haber pa-
gado á los capitalistas el interés que á éstos les co-
rresponde.
Naturalmente, como cl empresario contribuye á la
tarea de la producción, justo es que tenga también
una partc en el objeto producido. Esta partc se
llama utilidnd, gnnancia o benejcio del ruzpresnrio.
Si, después de separar la porción que tocaba á
Ilomingo, en su calidad de tvnóajadov, hubiera sido
posible h a c e r
tres partes del
total de produc-
tos que pertene-
4 cían á Robinsóri,
una de estas par-
t e s correspon-
dería al joven
m e x i c a n o co-
' mo propzetavio,
. ,
otra parte como
tapitalistn y la
tercera como
. -
; ~~ttpvesario.La ... la porción q u e tocaba á Domingo ...
rznta, el ititeres
y la utilidad eran percibidas por un solo individuo.
En la vida social no es, generalmente, uilo, sino
que son tres los individuos encargados de percibir
estas tres partes, en las que, luego de haber separado
P
el snlc~rio,se diviile la produccidil.
142 CARLOS D ~ A Z DUFOO

No faltan personas que juzgan quc las ganan-


cias de los empresarios son, en ciertos casos, dema-
siado elevadas, y que, por lo tanto, la parte que les
corresponde en el reparto ó distribución de la ri-
queza es muy exagerada, si se la compara con la
porción que corresponde al capitalista y al propieta-
rio. En realidad, los servicios prestados en diversos
casos por el cmpresario son mucho niás importantes
y ventajosos que los quc prestan el propietario y el
capitalista, y por eso es justo quc su porción sea,
asímismo, mucho mayor.
Consideraremos, por ejemplo, el caso Hessenier.
Besscnier fué un industrial inglés que, después de
muchos trabajos, dcscubrió el fanioso procedimiento
para fabricar acero que lleva su nombre. Las ganaa-
cias de este empresario le permitieron dejar á sus
herederos más de cinco millones de pesos oro. Pero,
en cambio, su procedimiento permitió reducir tan
notablemente ~Zpreciodel producto, quc puede de-
cirse que las zltiZidades alcanzadas por la Humanidad
han sido mucho mayores.
De este modo, las ganancias excepcionales de
ciertos empresarios significan una ga~laítciaconsidc-
rable para Za soci~dad,porque, cn esos casos, el em-
presario realiza un gran bien á todos los hombres, y
presta inmensos servicios, no sólo á los conteínporá-
neos, sino también á las generncioil~~ fzdt~ras.
SUMARIO. - Las huelgas. - Causas de las huelgas: el aumento
del jornal y la reducción del trabajo.-Daños que traen con-
sigo las huelgas. - El socialismo y la cuestión social. - Por
q u é no tienen razón los socialistas. -Monopolios y acapara-
mientos.- Los « t r u s t s ~-
. Los inonopolios son una expolia-
ción del capital sobre el trabajo.

1 Quién lo hubiera dicho ! Aquel Domingo, tan


activo y trabajador, que con tal alegría desempe-
haba todas las tareas, se levantó un día perezoso y
malhumorado, decidido á abandonar sus habituales
labores.
En vano fué que Kobinsón pretendiera disuadirlo
de sus propósitos, haciéndole entender que el tra-
r bajo, sano ejercicio del cuerpo y del espíritu, es una
necesidad de todos los hombres, especialmente de
>1
los que desean aumentar su bienestar, necesidad á la
E
que están sometidos aun los mismos capitalistas.

4'
'C.
+

S
El indígena, en otras ocasiones atento y dócil, se
. mostr6 aquella vez esquivo y rebelde á las observa-
ciónes de su amo.

" 1
. k"
;iá*.&*íA- 4.
144 CARLOS D ~ A Z DUFOO

Acoiitece i menudo, en efecto, que los trabaja-


dores de una empresa ó industria resuelven dejar
momentáneamente sus quehaceres, y se declaran, de ,
esta suerte, cn huelga.

En \ a n o f u e q u e Kobiiisóti pretendiera disuadirlo ...

E;ti México ha habido algunas /ru~/gas,


aunque no
en cantidad tan considerable, ni los obreros que en
ellas han tomado parte en número tan crecido como
cn Europa y los Estados Unidos.
Pero, ;por qué se había declarado Domingo en
/r14r¿gn?
El indígena no se podía quejar de que su patrón ";
lo maltratara, ni mucho menos; tampoco de que
Juan no le entregara un salario suficiente para aten- i
der d sus iiccesidades. Menos todavía podía lamen-.
tarse de que Robinsón le hiciera trabajar más de lo
que permitían sus energías, pues el compañero del
joven mexicano tenía en favor suyo, para reboner
susfaerzas, no solamente el descanso dominical, que
observaban los dos habitantes de la isla, sino tam-
bién las horas de reposo y las que para ambos trans-
currían en la a Gruta, , los ~ B o s q u e sy~el huerto, en
animada conversación, transmitiéndose uno al otro
sus impresiones.
En las sociedades modernas, las huelgas tienen
habitualmente alguna de las causas que acabamos
de indicar: el nial trato de los amos, el deseo de los
asalariados de ganar un jornal gnds elevado ó el de
que se les reduzcan las horas de trabajo.
Los obreros huelgz~istasabandonan entonces los
talleres y las fábricas, y amenazan á los patronos
con no reanudar los trabajos, si no obtienen de los
capitalistas ó empresarios el aumento de jornal, la
reducción de las horas de labor, y, en ocasiones,
ambas cosas á la vez.
Naturalmente, tanto los patronos como los opera-
rios sufren mucho en sus intereses, á consecuencia
de las huelgas; los primeros, porque como no pue-
den seguir produciendo los objetos de su industria,
no obtienen ya el interés del capital ni las atilidades
de la empresa; y los segundos, porque como no tra-
bajan durante el tiempo que dura l a huelga, no reci-
ben tampoco salario, y, por lo tanto, no pueden
atender á sus necesidades; se imponen entonces
1O
CARLOS D ~ A ZDUFOO

grandes privaciones, y á menudo suelen llegar á la

Las discusioi.ies entre los patronos y los trabaja-


dores se han hecho muy frecuentes durante estos ,

últimos años, en la mayor parte de los paises de


Europa y en los Estados Unidos, dándose á este es-
tado de cosas el nombre de cuestión social. I

... si Domingo abandonó sus tareas ...


L,a verdad es que en la isla no había tal cuestión
sol-iad, piies si Domingo abandonó sus tareas, no
fué, como hemos dicho ya, por el deseo de que Ro-
binsón le aumentara la cantidad de productos que
de su patrón recibía en pago de su salario, ni nienos
aún que le disminuyera las horas de trabajo, sino por
una pereza pasajera, de la que ya no volvió á acor-
darse al siguiente día.
Otra cosa hubiera sido si el indígena hubiera
dado en pensar que da p n r t t que á su amo corres-
ROBINSON MEXICANO 147
. ~

pondilt en el reparto de l~zsriquezas de la isla, era


degnasiado grande, y que la que á él tocaba en ese
rcparto era, por lo contrario, en extrevzopequeFia.
i Entonces Domingo se hubiera convertido en un
f
I.
verdadero socialista. Los socialistas sostienen, en
efecto, que la riqueza está mal distribuida, puesto
f- que la parte que obtiene el capitalista y la del empre-

1.
I
sario, son superiores á la que el trabajador alcanza.
Se olvidan, no obstante, los que tal dicen, que
siendo mucho más importantes los servicios presta.

1 dos á la producción, es decir, á la riqueza de una


sociedad, por el empresario y el capitalista, que los
prestados por cl trabajador, justo es que sea ntás
importante también la porción que á los dos co-
/ rresponde.
Supongarnos que Domingo hubiese desembarcado
I cn la isla sin que en ella se hubiera encontrado Ro-

l binsón. Por grandes que hubieran sido las cualidadcs


del indígena, su actividad, su destreza, su energía,
1. de poco ó nada le habrían servido, si los capitales
a : acumulados por nuestro joven compatriota y su di-
, rección como empresario, no hubieran venido á asc.
t
5. gurar la obra de producción.
4
ri Por lo demás, y como ya hemos dicho, el indí-
sena no podía acusar á Juan de que éste separara
! una porción exagerada del total de loc productos de
:
+ que ambos disponían.
No sucede esto siempre en sociedad, sino que, eri
' I

ocasiones, ocurre que determinados crnpresarios y


hr
148 CARLOS D ~ A Z DUFOO

i
i
capitalistas se agrupan con el fin preconcebido de
acaparar ciertos productos, es decir, de hacerse due-
fios de las existencias, ó sea del conjunto de todos
I
S estos productos, y estorbar su adquisi'ción.
estos hombres se les llama monopolizadores, y
filonopolio á cualquier maniobra que tiene por objeto
evitar que los objetos monopolizados sean fácilmente
disfrutados por los demás hombres.
Si Robinsón hubiera cerrado su huerto, no hubiese
consentido que Domingo se aprovechase de los pro-
ductos que rendía, hu-
biera impedido que el
indígena ordefiara l a s
llamas domésticas é hi-
ciera uso del fuego y de
los utensilios de cocina,
habría cometido actos
de verdadero inonopodiu.
Se explica perfecta-
mente que los consu-
. - midores, es decir, las
...C Iiiciera uso del fuego ...
p e r s o n a s que se ven
obligadas á procurarse todos los productos indispen-
sables para satisfacer sus necesidades, resulten perju-
dicados por los nionopolios, que se forman con ob-
jeto de proporcionar á los empresarios ó capitalistas
~rz~nopoli,nahvrs,~ una ganancia exorbitante, á costa
de los daííos y los sacrificios de la mayoria de los
habitantes de un pueblo.
En México se presentan con lamentable frecuen-
ria algunos monopoZios de artículos de priwzera nece-
sidad, con grave perjuicio de las clases pobres, que
tienen que pagar á precios muy altos los productos
ncnpnrndos.
Bien recordaba Robinsón cómo se ejercen estoc
?izo~zopnliosen nuestro país; en los años de coseclias
poco abundantes, los mon~po~izndores procuran ad-
quirir toda ó la mayor parte de la producción del
nialz, que es, como nadie ignora, el alimento de la
clase pobre; una vez dueños de esa producción, los
?nonopolizadores no ponen á la venta el producto
?nonopoZZzado (que se dice también acttp,zrado), si
las personas que lo necesitan no pagan por él altos
precios.
En los Estados Unidos se designa con el nombre
de trzlst á cualquier acto ejercido por un grupo de
industriales, capitalistas ó einpresarios con el objeto
a de ocaparar un producto.
Los monopolios deben ser considerados como una
odiosa expoliación del capital sobre el trabajo, algo
semejante á la ejercida por los antiguos amos sobre
! los esclavos, y por eso los gobiernos de todos los
pueblos civilizados del mundo los persiguen y aun
imponen, en algunos casos, severas penas á los indi-
viduos que tratan de asegurar su prosperidad y su
rtquezaparticuZor á costa de la escasez y la miseria
de los demás hombres.
t
S C N A R I -OP.a r t e del Estado en la repartición d e la riqueza.-
L)erecho q u e asiste á las autoridades para exigir una porción
d e los productos. - El Estado y los asociados. - Servicios
prestados por el Estado.-Tributos, impuestos, contribucio-
nes.- El impuesto debe ser relacionado con la riqueza y
bienestar d e los contribuyentes. - Obligación del Estado
y obligación del contribuyente. - El inipuesto directo y el
impuesto indirecto.

Más de un año se había cumplido desde que Do-


mingo se encontraba al lado de nuestro compatriota.
Después de las tibias brisas de primavera, de las
calurosas jornadas de estío y de las nubladas tardes
de otoño, el invierrio descargaba nuevamente sus
tempestades sobre la isla.
Con la llegada del mal tiempo, los náufragos se
refugiaron en la c Gruta D , y en ella transcurrían
aquellas largas veladas que los niños empleaban en
evocar sus recuerdos.
Juanito iba, poco á poco, dando idea al indígena
de las costumbres y organización de las sociedades
R O B I N S ~ NM E ~ I C A N O 151
modernas,y el indígena, por su parte, hablaba larga-
mente acerca de los usos y costumbres de su tribu.

... los náufragos se refugiaron en la gruta

Estas conversacioi~eseran muy instructivas para


ambos, porque si Domingo adquiría nociones acerca
de la vida social de los pueblos civilizados, Robin-
són, en cambio, aprendía otras relacionadas con los
primitivos grupos humanos.
CARLOS b i A 2 DUPOO
c.
Una noche la conversación se emprendió entre
los dos de esta manera:
Robi~zsón. i N o echas de menos, querido Domili-
90, la vida de tu tribu, y no deseas volver al lado
de tus compatriotas?
Domingo. Si he de decir verdad, amo mío, ni
echo de menos esa vida, ni tampoco deseo encon-
trarme entre los míos. Sacrificados mis padres por
mis enemigos, só!o me esperarían los trabajos más
rudos y los tributos que forzosamente habría de sa-
tisfacer al jefe de la tribu.
Roói?zsón. ;Tan rudos son esos tributos?
Donzingo. Puede mi amo juzgar por sí mismo:
en mi tribu, cada hombre está obligado á dar al jefe
una porción de los productos que le proporciona su
trabajo: el que labra los campos, una parte de sus
frutos; el que hila tejidos, una determinada canti-
dad de éstos, y el que no produce nada, debe tomar
parte, por lo menos algunos días, 'en las labores de
los edificios destinados á este jefe y al de toda la
gente consagrada á su servicio.
Robinsón, L a verdad es, amigo mío, que no
veo la causa de tu mala voluntad en aceptar el pago
de esa parte que corresponde al Estado (conjunto de
individuos que vive bajo las mismas leyes), ó por
mejor decir, á las autoridades, que representan al
Estado, en la distribución de da riqueza. Has de saber
que el cobro de este tribiblcto es un derecho que tienen
las autoridades encargadas de hacer cumplir esas
leyes, de igual modo que el trabajador lo tiene al
cobro de su salario, el capitalista al interés de sil
dinero y el empresario 5 las utilidades dc su em-
presa, porque si esos liombres prestan importantes
servicios á la producción, no son menos impor-
tantes los que á la producción prestan las autori-
dades.
Indudablemente que desde los primeros tiempos
en que se agruparon los hombres, primero por tri-
bus, después por ciudades, y últimamente por nn-
riones, los asociados, es decir, los individuos reiini-
dos en sociedad, se sometieron á aquéllos que más
se distinguían por su valor, su fuerza y su inteli-
gencia.
Los más débiles, ya con objeto de resguardarse
de los ataques de los animales feroces, ó bien para
precaverse de las agresiones de sus enemigos, soli-
citaron el amparo de esos hombres superiores, lla-
mados jEfPS, caciques, señores, caz¿diZZos 6 reyes,
quienes constituyeron en aquellos tiempos las auto-
ridades de esos grupos.
En cambio, los débiles se sometieron á la nutori-
dad, á la que entregaron una porción de los produc-
tos obtenidos con su trabajo, con el fin de que los
jefes les aseguraran contra los ataques de que eran
víctimas. De esta suerte, los jefes, señores, caciques
6 caudillos pudieron consagrase á la tarea de dar se-
guridades á la producción de los asociados, y éstos,
por su parte, á la de aumentar esa producción.
Ida parte que á las autoridades corresporide por
los servicios que presta á los asociados, se llama
tributo, iwpuesto ó contribz~ción, y de igual modo
que la renta de la tierra y el interés del capital, los
Iiombi-es de las primitivas tribus lo satisfacían en
productos y también en trabajos, en provecho de los
jefes ó nzandntnrios d r esas tribus.
Así, los primitivos mexicanos estaban obligados á
p q a r al soberano y i los seiioses de la comarca una
parte de las car-
gas de m a í z y
cacao, vasijas de
barro, rollos de
papel y tejidos
de manta que *
producían.
-.
D e s p u é s , el
... vasijas de barro q u e producían ...
impuesto s e ha
comenzado á satisfacer en dinero, que es como
ahora se paga en las naciones civilizadas del mundo.
Nada de esto comprendía bien Domingo, quien
persistía en afirmar que el tri6uto pagado por cada
contri6uyente, es decir, por cada hombre que satis-
face á las autoridades los gastos de seguridad, era un
sacrificio muy rudo para el total de los individuos de
la tribu.
E n el fondo, el indígena tenía razón, pues aunque
los jefes que representan la autoridad, tienen derecho
para reclamar de los contribuyentes una porción de
1 sus tr.abajos, esta porción no debe ser tan grande
1 . que prive á los asociados de la satisfacción de sus
primeras necesidades.
Esto ocurre en los primitivos grupos hurna~ios,eii
los que hay una ó varias clases de hombres superio-
1 res (reyes, sacerdotes, nobles, propietarios agrico-
las, etc.) que viven exclusivameiite de los fuertes
tviClatos que pagan las demás clases.
Los contribuyentes deben, en efecto, satisfacer
los impuestos, pero de tal modo, que la porción que
pague cada uno esté en relación con los productos
que obtiene, ó de otro modo, con su bienestor ó ri-
queza. El Estado, por su parte, debe corresponder
á los impuestos ó contribuciones, procurando i los
asociados los servicios que ellos deben obtener en
cambio.
Eri un Estado nzoderfzo, el contvibz~yentesabe que
el impuesto que satisface ha de ser compensado por
las autoridades. En efecto, ese impuesto sirve para
pagar al ejército, que asegura la paz en el interior
del país y hace frente á las agresiones de otros Esta-
dos; á la policía, consagrada á hacer guardar el
orden y á perseguir á los individuos que atacan los
intereses de los asociados (la persona ó la propiedad);
á mantener hospitales, hospicios y prisiones, en los
que se alberga á los enfermos, los pobres y los de-
lincuentes; en proporcionar alumbrado, en conservar
la higiene de las ciudades y en otra diversidad de
gastos que aprovechan á la tranquiZidad, al bienes-
tar, rí la riqueza de los hombres reunidos en sa-
ciedad.
Pero si el contribuyente está obligado á pagar al
Estado el impuesto, cuya recaudación total sirve
para atender á los gastos ya expresados, que se lla-
man gastospciblicos, en cambio el Estado se encuen-
tra también en la obligacióii de no exigir del con-
tribuyente un desembolso superior á sus utilidades.
Cuando esa parte es muy elevada, se dice que el
contribuyente está muy recargado por el Estado.
Etitonces el trabajador, el capitalista, el empresario,
tienen justicia para quejarse, como se quejaba Do-
mingo, de los sacrz;ficios impuestos por el jefe, cau-
dillo ó rey de la tribu, ó lo que es lo mismo, de los
sacrzj2cios impuestos por las az~torz'dnclesque repre-
sentan al Estado.
En los primeros tiempos, el trihuto se exigía di-
rectamente sobre los productos; mis tarde, se han
imaginado medios para hacer que se satisfaga en
multitud de actos
en que los produc-
tos no aparecen.
, Así, por ejem-
plo, cuaiido un
individuo arrien-
...obligado 5 pagar los gastos da á o t r o u n a
de timbre ...
propiedad cu al-
quiera, un campo, una casa, etc., se verá obligado
á pagar los gastos de t h b r e que el contrato origina.
En ese caso el impuesto es indirecto, porque no
recae sobre los pvoductos que van á obtener el arren-
dador y el arrendatario, sino sobre la cantidad en
que ambos han convenido en realizar el arrenda-
miento.
Muchos son los impuestos, directos unos é indi-
rectos otros, y los medios adoptados para percibir-
los, así como las materias ó fuentes de riqueza que
se sujetan al pago de los gastos phblicos. Del tributo
de las tribus primitivas á las contribuciones de los
Estados niodernos, hay la misma distancia que existe
entre la isla de Robinsón y las sociedades actuales,
entre el c monarca Juan » y los representantes dc los
Estados modernos.
SUVAR- I OLa parte del Estado en la repartición d e la riqueza.
-Administración d e los caudales públicos.- Empleo d e las
rentas públicas. - Presupuesto d e ingresos y presupuesto d e
egresos. - Presupuestos equilibrados, coi1 déficit y con s u -
perávit. - Deudas y emprestitos.

i Ya que no cmonarca»,*Robinsón era la primera


I trutoridad de aquel miriúsculo Estado, que contaba
1 con dos asociados: él y su fiel Domingo.
1 Nuestro compatriota estaba encargado, no sola-
1i mcnte de sostener una atenta vigilancia eti la isla y
asegurar las propiedades de ella, sino también de
i: czdmi~zistrarlos caudales príblicos, es decir, el total
t
I
E
de los ivnpuestos recaudados con cl fin de niantencr
esa vigilancia.
Con este objeto, Juan liabía hecho que su contri-
! óujieute Domingo levantara una enipalizada detras
I
de la entrada de la <Gruta>, que les sirviera á entram-
bos de baluarte en el caso de que los adversarios del
11
1 indígena, que eran también los suyos, hicieran un
nucvo desenibarco.
ROBINSON MEXICANO '59

Así proceden todas las autoridades d e un Estado:


su primera obligación, en efecto, consiste en tomar
las medidas conducentes á evitar las agresiones ene-
migas, y de ahí el sostenimiento de los ejércitos y
las compras de armas de fuego, destinadas á las
guerras que pueden provocarles los pueblos ó Esta-
dos extranjeros. 4
Pero no es éste el único empleo que las autorida-
des hacen de las rentas públicas, ó sea el conjunto
de los impuestos pagados por los contribuyentes,
sino que otra parte de esas rentas se consagra á
menudo á realizar obras materiales -apertura de
caminos, mejoramiento de puertos, saneamiento de
ciudades, construcción de ferrocarriles, etc., etc. -
que tienen por fin desarrollar la riqueza pública.
Como la riqueza pública de la isla consistía úni-
camente en los productos y objetos de que disfruta-
ban ambos asociados, la tarea de Robinsón, en su
calidad de autoridad, consistía en la conservación ,
de esos productos. Y para atender á ella, Juan se
esforzaba en almacenar en la <Gruta>,durante el
buen tiempo, la mayor cantidad de provisiones:
carne asada, frutas secas, pieles, etc., que pudie-
ran ser aprovechadas en la mala estación. De esta
suerte, el joven hacía su presupuesto de productos
destinados á las necesidades de los habitantes de
la isla.
En las sociedades modernas, el 14:stado hace tam-
bién sus prcszlpuestos; sino que, en vez de basarse,
I 60 CARLOS D ~ A Z DUFOO
5

como el dueao de una casa ó el jefe de una familia,


en los ingresos ó producto de su trabajo, ante todo
estudia los egresos ó gastos originados por los servi-
cios pkbZzcos, y con arreglo á estos gastos deja esta-
blecidos los impuestos que deben satisfacerse.
Así, el Estado, como el individuo, tiene que Iiacer
l cZos presupuestos: el de los ingresos y el de los egre-
sos, y su principal cuidado consiste en procurar que
los ingresos basten parajagar los egresos. De igual
suerte, Robinsón procuraba que los productos alma-
cenados en la aGruta2, fueran suficientes para aten-
der á sus necesidades y las de Domingo, en los días
en que el mal tiempo les obligaba á permanecer
encerrados en su retiro.
Bien recordaba Robinsón que todos los anos, el
Gobierno Federal de México, lo mismo que los Go-
biernos de los Estados, presentan sus presupuestos
de ingresos y de egresos: en los primeros, constan
pormenorizadamente los probables productos de las
contribuciones; en los segundos, los gastos que de-
ben satisfacer los contribuyentes: los sueldos del
ejCrcito y de los empleados, los gastos de hospitales,
establecimientos de educación, etc., etc.
Cnando los egresos son igzlnles á los ingresos, se
dice que los presupuestos están equilibrados; si las
rentas son ~~tnyores que los gastos, hay un sobrante
i, supernvit en el presupuesto; pero en el caso de que
los ingresos sean menores que los gastos, existe un
Jc9cit en el presupuesto.
4
l.r Veamos, por ejemplo, tres presupuestos de tres
hombres, que tiene cada uno un sueldo de cien pe-
sos mensuales :

Presupi~estoequilibrado

F. Siicldo. . $$ 100 Alimentación . . . $ 5 0


Habitación . . . . 2 0
l
Vestido. .
. . . . 15
Distracciones, etc. 10
Otros . . . . . . . 5
--

Il
-
$100
-$ 100
CARLOS D ~ A ZDUFOO

, -
P R E ~ U P U E S T O CON S O U K A N T E

I?Z~YCSOS YESOS
Sueldo. . $ rco Alimentación . . . 8 45
Habitación . . . . I 5
Vestido. . . . . . 13
Distracciones, etc. S
Otros. . . . . . . 5
-- -

-f$ i o o
-
$ S6

I
Alimei~taciéii. . . $$ 55
'
I Sueldo. . 9 IOO
Habitación . . 2j
Vestido. . . . . . 2 0
E Distracciones, ctc. 2 0
,-
Otros. . . . . . . I 9
- --

-Sf, 100
-
$3 '30
i I

Cuando un hombre (como un gobierno) gasta más


). de la suma que constituye sus ingresos, demuestra
una gran falta de puevisión y poco espíritu de eco-
nomía.
Sucede, sin embargo, con alguna frecuencia, que
el aumento de gastos depende de causas que no ha !
1 estado en la facultad de los hombres ó de los gobier-
!* 1
nos evitar. Una enfer-
medad, 12 falta de tra-
bajo, tratándose de u11
individuo; una guerra,
I1 una peste, una pérdida
de cosechas, si se trata
' de un Estado, pueden
rrdtuir los ingresos ó
numentar los egresos,
lo que da el niismo re-
- sultado, puesto que des-
truye el equilibrio del
presupuesto.
Ahora bien; cuando
un individuo, lo mismo presupuesto con
q u e un gobierno, no
puede pagar sus gastos con sus entradas, se ve pre-
cisado á solicitar dinero de los capitalistas, que
. éstos le prestan, con la coildición, naturalmente, de
que ese anticipo le sea devuelto dentro de cierto
- tiempo. Entonces ese particular ó ese gobierno con-
trae una deuda, por la que tiene que satisfacer á los
L capitalistas un rédito, que viene á ser el interés de
esos capitalistas por el servicio prestado á los que
hacen uso de su dinero.
A veces las d a d a s no son contraídas por los par-
ticulares ó los gobiernos para remediar un daíío,
sino para emplear el e~~zfréstito(ó dinero tomado
t. prestado) en algún negocio lucrativo (si es particular
quien contrata el empréstito) ó una mejora material
(si el empréstito es contratado por un gobierno) que
tiene por objeto aumentar el bienestar y la riqueza
I de los asociados.

Presupuesto c o n déficit

En la isla de Robinsón no había rl'rz~dasni EVZ-


prÉstitos, porque, como ya sabemos, aquel pequeño
Estado se eiicontraba en un primitivo período de la
vida social, en aquel cn que los asociados no recla-
man más que la satisfacción de sus más apremiantes
necesidades.
I
\

Una noche, la tormenta descargó con mayor


fuerza que nunca sobre las costas de la isla. Los
dos niños, encerrados en las profundidades de la
a Gruta), escuchaban los violentos choques del mar
contra los arrecifes y los dolorosos gemidos del
viento al deslizarse á través de los árboles. Muy
cercana la madrugada, la tempestad pareció cal-
marse, y, en un momento de tregua, los desterrados
creyeron escuchar el estampido de un cañonazo,
como el que disparan las embarcaciones que solici-
tan auxilio.
Inútil es decir que nuestros jóvenes no pudieron
ya cerrar los ojos, y tan pronto como en Oriente
surgieron las primeras claridades, se lanzaron ambos
fuera de su albergue, con objeto de ver si habían
ó no sido engañados por sus oídos: en una de las
pequeiias bahías que formaba la playa y sobre un
bajo de rocas, yacía el casco de un navío.
C

CARLOS D ~ A Z DUFOO 1

Era un buque de vela, desprovisto de palos, con


grandes desperfectos, y que las olas se encargaban
de seguir desbaratando.
A la alegría que se
apoderó de Juanito al
contemplar, después de
tanto tiempo, una nave
que pudiera, por fin,
sacarlo de su destierro,
sucedió una gran alar-
ma, pensando que tal
vez en el interior de
aquel maltratado barco
se encontrarían algunas
personas heridas, mori-
... embarcaciones q u e solicitan
.
bundas acaso.. Y apre-
auxilio ... suradamente, seguido
de Domingo, se echó
al mar con resolución, y pocos minutos después se
encontraba en la cubierta del buque náufrago.
En vano recorrió todo el navío; no vió en él una
sola persona, por lo que pensó que, á semejanza de
lo que había ocurrido con la embarcación que le
condujo á la isla, los tripulantes del barco perdido
debían también haber sido arrebatados por alguna
rápida corriente que arrastraba á los náufragos mar
adentro ó quizás hacia las costas de alguna otra isla
de las que se alzaban en aquellas aguas.
Pero si Juan no tropezó con ningún semejante .
suyo, en cambio le fué dado descubrir multitud de
objetos útiles y provisiones, cuya vista le causó
extraordinario regocijo.
Había sacos de trigo, barriles de harina y de pól-
vora; escopetas, pistolas, machetes, útiles de car-
pintería, latas de conservas, cajas con cuentas de
vidrios de colores, libros, alhajas y, para que nada
faltara, en el armario de un camarote encontró
Juan un cofrecillo de acero que contenía gran can- ,

tidad de monedas de oro y plata y billetes de banco,


de diferentes países.
L o único que no pudo hallar fué ropa blanca, y á 1
fe que lo lamentó Robinsón, pues, como sabemos,
las plantas filarrientosas que cultivaba en el huerto
sólo liabían servido para fabricar una tela muy ás-
pera, con la que no podía pensarse en hacer calzon-
cillos y camisas de que tanta necesidad tenían el
joven mexicano y su camarada.
Todos estos objetos, todas estas riquezas, venían
á aumentar considerablemente el cajita/ de nuestro
héroe; así es que pensó en trasladarlas inmediata-
mente á los alnzace?zes de su u Gruta», con tanta
mayor razón cuanto que, según hemos dicho, el
mar continuaba su obra de destrucción y era seguro
que el buque no tardaría muchos días en ser hecho
pedazos, á impulsos de las olas.
Por eso decidió Juan fijarse en aquellos objetos
que más utilidades le prestaran y desembarcarlos á
la mayor brevedad posible.
Pero lo q u e en el indígena produjo un espanto terrible ...

Después de una atenta y meditada elección, he


aquí el cargamento en que se fijó nuestro joven:

Dos sacos de trigo y una caja de harina;


Latas de conservas;
Cajas de galletas;
Cuatro fusiles, dos pistolas, dos machetes;
Un barril de pólvora y otro de municiones;
Herramientas de carpintería;
Media docena de libros, entre los que figuraban las
instructivas obras de Smiles: El Ahorro, Ayúdate,
El Carácter y Vida y Trabajo;
Un eslabón con pedernal y yesca; I
ROBINSON MEXICANO 1 60
t Cajas con cuentas de vidrio, que llamaron fuerte-
mente la atención de I3orningo ;
Algunos estuches con alhajas, y el
Cofrecito con monedas y billetes.
Todo esto fué cuidadosamente apartado, y muy
pronto se encontró el cargamento en el interior de
la c G r u t a ~ .
Atónito estaba Domingo á la vista de tantas cosas
nuevas para él, y con curiosidad de saber para qué
servían. Su amo le fué ensefiando poco á poco el ob-
jeto de cada una de ellas y la manera de usarlas. Pero
lo que en el indígena produjo un espanto terrible,
fué el disparo de las escopetas y las pistolas. Pronto,
S& embargo, comenzó á mirar aquellas armas con
menos desconfianza y aun se atrevió á manejarlas.
Robinsón, por su
parte, se mostraba
en extremo satisfe-
cho, pensando que
aquellos objetos ha-
bían venido á hacer
mayor el bienestar
.. que hasta entonces
, disfrutaron los d o s
habitantes de la isla.
una más ...semejaba el gigantesco esqueleto ... 1
4
i
tarde, no quedaba del buque náufrago sino el armazón
il
, carcomido del casco, que, visto á distancia, semejaba d
i
! el gigantesco esqueleto de algún monstruo marino. 1
CAPITULO X X I

SUMARIO. - El valor.-Lo q u e es indispensable para q u e valga


una cosa.-El valor de un objeto varía según las necesidades
y las circunstancias d e cada hombre. - La utilidad, primer
elemento del valor. - El valor d e un producto está determi-
nado p o r la oferta y la demanda d e ese producto.- La com-
petencia. -Cuál e s el límite del valor d e un producto. - El
costo d e producción. - Cambio d e productos.

iRobinsón era rico! Era inmensamente rico, por-


que aquel cofrecillo que, según todas las apariencias,
no tenía ya dueño, contenía en monedas de oro y
plata y en billetes una gran fortuna. Nuestro héroe
podía proporcionarse, pues, todos los objetos, todas
las comodidades de que aún carecía.
i Pero rio 1 No era así, porque ese dinero de nada
le servía, no valía nada, puesto que para que una
cosa valga, es indispensable que pueda cambiarse
por otras que necesitamos.
Supongamos, por ejemplo, dos hombres, uno de
los cuales posee un cántaro de agua y el otro una
torta de pan; el primero tiene hambre y el segundo
-- -- - y - - ----- -- --
* *

3 R O B I N S ~ NMEXICANO 171

tiene sed. Estos dos hombres se encuentran, se re-


fieren sus necesidades, y uno da al otro un pedazo
de pan, y éste á aquél un trago de agua. Entonces
diremos que para esos dos hombre? un trago de
agua vale un pedazo de pan.

i Robinsón era rico! ?

No era indispensable que Robinsón se esforzara i


en idear tales suposiciones, puesto que ya en el co-
legio había cn~~zbindo lápices por canicas y estampas .
por dulces. <Yqué niño no ha hecho lo mismo que
Juan ?
Pues desde el momento en que un colegial con-
viene con un compañero en trocar un lápiz por tres
canicas ó seis estampas por un dulce, es que ambos
CARLOS D ~ A Z DUFOO I

han convenido en que el valor de tres canicas es el


de un lápiz, y un dulce el de seis estampas.
Juan, sin embargo, seguía necesitando muchas
6
t- cosas, pues, aunque disponía de una gran fortuna,
1 como acabamos de decir, hubiera dado una parte de
f ella efz cambio de una docena de camisas, que en
una ciudad habría adquirido por unas cuantas de
1
1 aquellas monedas.
De esta suerte, el valor varía según las circuns-
tancias en que vive el hombre. Para Robinsón, el
valor de una camisa era extraordinario; para otros
l

hombres, un billcte de banco de los que el joven


tenía á su disposición en el cofrecillo, valía infinita-
mente más que muchas docenas de camisas. El valor
es, por lo tanto, una relación en el cninbio de un ob-
jeto por otro.
Pero ante todo, y para que un objeto valga, es
preciso que sea &id, como una camisa era para Ro-
binsón, un trago de agua para el sediento y un
pedazo de pan para el hambriento.
Los productos que Robinsón había llegado á ob-
tener con su trabajo y su inteligencia, los objetos
que había extraído del barco, eran valores, porque
representaban para él cosas Iitiles. Y como el dinero
no le proporcionaba ninguna cosa litil, podía decir
sin equivocación que no era, en sus actuales circuns-
tancias, un z~alor.
Pero supongamos á Juan de regreso en su patria.
Entonces ese dizero sí sería un zalor, porque con él
. - -

,
ROBINSÓN M~XICANO '73
podría obtener nuestro héroe una infinidad de objetos
que vendrían á satisfacer sus necesidades.
Por el contrario, el joven disponía de muchas
otras cosas que para él tenían un gran valor, y que
en cualquiera sociedad civilizada no lo tendrían, ó lo
tendrían, en todo caso, muy pequeño: su flecha pri-
meramente, después sus escopetas, su hoguera hasta
aquel día, ahora su eslabón y pedernal para encen-
der fuego.
-1Ah l pensaba el joven. ¡Si á cawzbio de todas
cstas monedas, llegara alguno Li. la isla a ofrec~r)xe
lo que solicito!
Esta es, efectivamente, la causa que determina el
valor de un objeto cualquiera, llámese éste moneda,
flecha,, escopeta, hoguera, eslabón, pan ó agua: la
oferta de ese objeto y la demanda que de él se hace.
Claro es que cuanto mayor sea la oferta de ese
objeto, menos valor tendrá, y que, á la inversa, ma-
yor será su valor cuanto más grande sea la demajzda.
Por eso, para Robinsón vnZEan mucho las cami-
sas, mientras que para el fabricante de ellas tienen
más valor las monedas.
D e tal suerte, cuando, por ejemplo, hay mayor
número de personas que desean deshacerse de trigo
que de personas que tratan de comprarlo, el valor
del trigo bajará, indudablemente, y sucederá lo
contrario si el número de vendedores es menor que
> el de con~prndoves. Por eso las cosas que nbun-
daít son más baratas, es decir, valen poco, y las
5
Y

31
t 174 CARLOS D ~ A Z DUFOO

que escasealz son caras; ó, de otro modo, v~zle~z

i
L

11121c/10.
Robinsóii recordaba que el valor del maiz sube en
I Mixico el año de malas cosechas, como se reduce
k
i considerablemente en los afios abundantes.
j Naturalmente, si el fabricante de camisas e n una
L sociedad adelantada hubiese sabido que para Juan
valían más las camisas que para cualquier otro
E
hombre, habría acudido á la isla, á que nuestro jo-
ven se las pagara con mayor número de monedüs
de las que por esas camisas obtenía en aquella so-
ciedad.
Después h a b r í a
llegado otro fabri-
c a n t e , ofreciendo
camisas más bara-
tas, y despu¿'S un
tercero y un cuar-
to, que las vende-
rían todavía m á s
b a r a t a s q u e sus
compañeros.
Tal es la coínpe-
terzcia, en cuya vir-
...otro fabricante ofreciendo camisas ... tud c a d a produc-
tor va rebajando el valor de los objetos que pro-
duce.
Y tan eficaz y activa ha sido la co~izpetencz'a,que
puede decirse que el progreso económico de la Hu-
manidad ha consistido en la reducción del valor de
los productos y objetos que el hombre ha menester
para acudir á sus necesidades.
De esta suerte, las actuales generaciones pueden f
proporcionarse muchas cosas que en tiempos pasados
tenían un valor excesivo y que, en nuestros días se
encuentran al alcance hasta de las personas menos
ricas y acomodadas.
Nuestro joven estaba ahí para demostrar el alto
valor que para las sociedades primitivas tienen ob-
jetos que, como una camisa ó una vara de ?nnntn,
cualquier hombre, aunque sea pobre, está e11 posibi-
lidad de adquirir.
Así, hemos dicho, que el valor de las cosas va
reduciéndose con la cornpetencin.
Pero, < n o tiene un límite esta reducción? Cuando
un hombre vende una camisa, ~iecesitaobtener de
ella suficiente cantidad de dinero para pagar á todos
los que han intervenido en su fabricación: costure-
ras, obreros que hiiaron el algodón ó el hilo, agri-
cultores que cultivaron la fibra, etc., etc.
Todas estas porciones que, como sabemos, corres-
ponden á los diversos individuos que toman parte en
la'obra, constituyen el costo de prodzlcción. Por ma-
nera que el costo de producción es el que determina
el valor del producto.
Si el costo es bajo, el valor del producto será tam-
bién bajo; pero si aquél es alto, alto será, asimismo,
lo que el producto valga.
1 176
Lk Robinsón
CARLOS D ~ A ZDUFOO

le convenía, pues, que sus camisas L


tuvieran el menor costo de producción. Mas, idónde
estaban esas camisas? i Cuándo lograría, no ya una
camisa, sino, por lo menos, algunas varas de tela,
que, en teniéndolas, él se daría buenas trazas para
fabricárselas ?
Y en verdad que en cambio de esas telas, Juan hu-
I
biera podido dar, aparte de las riquezas que ente-
rraba e1 cofrecillo - que de buena voluntad pensaba
clevolver á su dueiio, si por acaso llegaba á encon-
trarlo, - una multitud de productos, que si para el
desterrado no tenían ningún valor, para otros hom-
bres lo tienen en alto grado: los minerales que ente-
rraban las entrafias de la isla, los árboles frutales que
crecían en su su-
perficie, etc., etc.
Entonces él po-
dría proporcionar
esos productos á
los que carecían
de ellos, recibien-
do en compensa-
ción o t r o s q u e
ellos tenían y que
á él le h a c í a n .
... da al segundo un trago de agua ... falta.
Este ha sido el origen del c n ~ ~ ó i ola: demanda
de un producto y la oferta de otro. En el caso del
hombre que tiene sed y del que tiene hambre, cuando
'
el primero da al segundo u n trago de agua y el se-
i1~ gundo al primero un pedazo de pan, se ha realizado
un cambio.
Y del mismo modo que se cambian tragos de
agua por pedazos de pan y canicas por estampas y
camisas por minerales y frutas por varas de manta,
se cambian todas las materias que la tierra produce
I
i espontáneamente ó los productos que el hombre ela-
i
bora con su trabajo, y este cambio ha sido la causa
de la prosperidad y de la riqueza de las naciones
que, auxiliándose unas á otras en sus necesidades,
1, han podido encontrar mutuamente los medios de
satisfacerlas.
f
- C:orriei-cio. - Córrio se canibiari lo5 productos. - El
Sr,si~i<io.
!
trueque.- El coiriercio eritrc los pueblos primitivos.-Mer -
cados d e produccióri y rriercados d c coiisurrio.- !.as cara-
vanas d e coriiercinntes. - hlcdios d c transporte: anitnales,
carros y ferrocarriles. - Lleiielicios d c 10s ferrocarrilcs.

Aquella primavera coincidió con la terminacicín


del barco que ambos jóvenes Ii'ibían estado constru-
yendo. La embarcación estaba, en efecto, ya lista
para ser botada al agua. Verdad cs que Robinsón
había aprovechado muchos de los aparejos y mate-
riales que le proporcionó el buque náufrago.
Resolvió nuestro protagonista abandonar la isla,
por más que no se forjaba grandes ilusioncs respecto
al resultado de la excursión en proyecto.
Demasiado comprendía que el bajel no estaba en
condiciones de atravesar el mar; pero pensaba tam-
bién que podía conducirlo á una de las islas cerca-
nas, en donde acaso lograse cncoiitrar alguno de los
I

tripulantes de las en~barcacionesperdidas en aque-


. -
l , ~ R O B I N S ~ N MEXICANO '79
Ilas costas. D& t;das maneras, siempre quedaba á
nuestro joven el recurso de regresar á aquella hospi-
talaria tierra.
Adoptado este plan, embarcáronse los dos niños,
una espléndida mafíana, cuidando dc llevar á bordo
una buena parte de las
viqurzns de que dispo-
nían: armas, provisio- '

nes , herramientas, sin


olvidar el cofrecillo ni
las alhajas, por si en-
contraban al dueño de
aquel tesoro, que, como
hemos dicho con ant
rioridad, el joven mexi-
cano estaba dispuesto
á devolver inmediata- ,..á bordo una buena parte
d e ¡as riquezas ...
mente.
Se hicieron, pues, á la mar, favorecidos por una
persistente brisa, que muy pronto los alejó de las
playas de la isla.
Navegaron así durante aquel día, y al amanecer
del siguiente descubrieron una amplia costa, que
Domingo saludó con demostraciones de extrema
alegría. Era la patria del indígena, la isla que
habitaba su tribu. Robinsón se encontraba, por lo
tanto, entre amigos, pues no dudó un momento que
io fueran suyos los compatriotas de su joven com-
pañero.
CARLOS . D ~ A Z DUFOO

No tardó en confirmarse esta opinión, cuando,


momentos más tarde, se encontró entre los naturales

Grandes fueron, efectivamente, las muestras de


cariño de los indígenas hacia Robinsón, al referirles
Domingo el peligro de que Juan le había salvado y
la dulce y afectuosa acogida que le había proporcio-
nado el niño mexicano.
Pasados los primeros instantes, Robinsón procuró
indagar, como se había propuesto, si no habían lle-
gado hasta la tribu las señales de algún naufragio.
Los indígenas informaron á nuestro joven que, en
efecto, en una de las violentas tempestades del in-
vierno último, observaron que el mar había arras-
trado algunos cadáveres, que se apresuraron á en-
terrar en la costa.
Por lo demás, la violencia de las corrientes era tal
en aquellas aguas durante la mala estación, que
podia suponerse que pocas ó tal vez ninguna de las
personas que en ellas naufragaran pudieran sal-
varse.
Satisfecho este primer deseo, Robinsón pensó que
tal vez los indígenas podrían auxiliarlo en algunas
: de las necesidades que aún no había logrado satis-
ficer. Una de las más importantes, como sabemos
ya, era la de proveerse de ropa interior. Y como
Juan no ignoraba, por Domingo, que los habitantes
de la isla habían llegado á tejer telas, decidió solici-
: tar de sus nuevos amigos algunas varas de aquéllas.
Los indígenas iban, de este modo, á convertirse
en pro7)eedores de Robinsón.
Para moverlos á que se las entregaran, se pro-
puso ca~izbiárselaspor algunos de los objetos que
había traído consigo en su embarcación. Entre
aquellos objetos se encontraba una de las cajas con
cuentas de colores, que nuestro joven mostró inme-
diatamente á los compatriotas de Domingo, recor-
dando la gran admiración que de éste se apoderó al
contemplarlas. No fué, en verdad, menor el asombro
de los indígenas al ver esos objetos, de tan poco
valor en las sociedades industriales civilizadas.
Así es que cuando Robinsón les propuso cambiar
unos cuantos puñados de cuentas por una vara de
manta, aceptaron inmediatamente el traeque ó per-
~ z u t a ,que es la primera manifestación del comercio
en los grupos humanos.
También en éste, como en todos sus demás actos,
Robinsóri había procedido de igual modo que las
primeras tribus ó pueblos. Ya liemos visto en ante-
riores capítulos que la necesidad de acudir unac
tribus á otras va cada día en aumento, sea porque
la tierra que habitan no les proporciona las nzaterifis
ó substancias indispensables para producir ciertos
objetos ó rnercnncdas, ó bien porque carecen de 113-
bilidad y conocimientos para producirlos.
En cambio sucede frecuentemente que esos puc-
blos ó tribus van asiniismo aumentando la cantidad
de las mercancías que producen, de tal suerte, que
...aceptaron inmediatamente el trueque ó permuta ...
después de haber satisfecho el consumo, ó de otra
manera, después de haber acudido á las necesidades
que todos los individuos del grupo tienen de esas
mercancías, queda un sobrante de ellas.
Entonces esos pueblos piensan que así como ellos
necesitan determinados productos de que carecen,
otros pueblos pueden necesitar los que á ellos les
sobran. Si esos dos pueblos pudieran ponerse en
relaciones y cambiarse los objetos que han menes-
ter, se prestarían un servicio semejante al que Ro-
binsón y los indígenas obtuvieron, trocando las
cuentas de vidrio por varas de tela.
r
Para alcanzar este propósito, era, sin embargo,
indispensable que esos pueblos se pusieran en con-
; tacto, como Juan se había puesto en contacto con
. los indígenas de la isla.
Con este fin, algunos individuos de esos pueblos
a
se organizaban en caravanas de comerciantes, que,
..>t,
,-
cargadas con los productos de la comarca, empren-
p!q R

,. dían viajes cada vez más largos, en busca de Merca-


f.'
dos de consuuzo de los artículos que llevaban, y que
al regreso traían los objetos que sus compatriotas
solicitaban.
Así, repetimos, han procedido todos los pueblos
primitivos. En el antiguo México, por ejemplo,
todas las tribus que poblaban el territorio, corner-
ciaban entre sí por medio de caravanas.
t . Recorrían estas caravanas el país entero, llevando
kl. á las comarcas del Sur los productos del centro:
"
F.
'
mantas, armas, cascabeles, etc., y trayendo del Sur
L.
!.,,. plumas, cacao y metales preciosos.
.f
j '. Robinsón tenía á su vista un ejemplo del true-
!, :;
f$,
$4
que entre pueblos ó tribus, puesto que las varas
F.
de tela que obtuvo por sus cuentas de vidrio, no
las habían fabricado los indígenas con quienes rea-
lizó la permuta. Estos indígenas, que habitaban la
playa, se ocupaban exclusivamente de la pesca,
cambiando el producto de ésta por una multitud de
objetos que fabricaban los habitantes del interior de
la isla.
En los primitivos tiempos á que nos hemos refe-
i 84 CARLOS D ~ A ZDUFOO

rido, el transporte de las mercancías que cambiaba


E el comerciante, se hacía á lomo de bestias.
t
Más tarde, el trayco se llevó A efecto por medio
iL de carros, y en nuestros tiempos el ferrocarril ha
Ef venido con su rapidez a acortar las distancias y á
facilitar el transporte, por la enorme cantidad de
',
productos que puede arrastrar.

...el ferrocarril ha venido con s u rapidez ...


Por eso se ha dicho con mucha justicia que los
ferrocarriles prestan grandes servicios á las naciones,
porque no solamente favorecen al comercio, sino 5
todos los individuos que toman parte en la produc-
ción, á los empresarios como á los obreros, y á
éstos como á los capitalistas, abriendo caminos por
donde dicha producción sea conducida, y encori-
trando mercados donde pueda ser solicitada.
En México, los ferrocarriles han favorecido á la
agricultura, á la minería y á todas las industrias, en
general, contribuyendo notablemente al desarrollo
de la riqueza de nuestra Patria.
Después de permanecer dos días al lado de los
indígenas, Robiiisón decidió regresar á su isla acom-
pañado de su leal Domingo, quien no consintió en
abandonarlo.
El joven prometió á sus nuevos amigos que no
tardaría en volver á visitailos, y se hizo al mar,
t
lleno de alegría al pensar que estaba ya en comuni-
cación con otros semejantes suyos.
S U M A R I-
O Comercio
. (contiiiúa). - Transportes marítimos. -
laas naciones conquistadoras y las comarcas conquistadas.
-i\.letrópoli y Colonia. - Sisterna colonial. - Desarrollo del
comercio por la civilización. - Coiilercio exterior. - Expor-
taciones iL importaciones.

No transcurrieron muchas semanas sin que Ro-


binsón decidiera emprender un segundo viaje á la
isla. No solamente lo llevaba á ella el deseo de se-
guir en comunicación con sus nuevos amigos, sino
también la esperanza de desarrollar el cowzercio que
había inaugurado con los indígena;.
En su breve estancia entre aquella gente, Juan ha-
bía advertido que podía procurarse multitud de co-
sas de que él aún carecía, proporcionando al propio
tiempo á los compatriotas de Domingo otros pro- ,

ductos que los indígenas rio tenían á su disposición.


Ocurriósele, por lo tanto, iiicluir en su cargamen-
to, no sólo otra caja de cuentas de vidrio, sino algu-
nas frutas esmeradamente cultivadas en el «huerto),
aguzadas puntas de hierro, propias para dardos de
flechas, pieles curtidas y otra porción de objetos de
los que fabricaba de continuo.
Se hizo, pues, de nucvo al mar, con mayores se-
guridades de buen éxito que los hombrcs que en las
. remotas e d a d c s se
lanzaron por vez pri-
mera al Océano, dc-
seosos de encontrar
nuevas tierras y pro-
ductos, y aunque los
mismos navegantes
europeos que, en la
época de las grandes
exploraciones g e o -
g r á f i c a s , buscaron
en la movible super-
ficie d e l a s a g u a s
o t r o S derroteros y
otras riquezas q u e
los conocidos hasta
entonces; a u d a c e s
, tentativas que traje-
ron, entre otros bc-
néficos resultados, el
descubrimiento d e 1
' '
c o n t i n e n t e ameri- s e liizo, pues, de nuevo al niar ..
cano.
i
No ha sido, en efecto, la caravana terrestre la úni-
. ca forma que han tenido los pueblos para comuni-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

a' carse, ni las bestias y los ferrocarriles los únicos me-


dios de transporte con que ha contado el comercio;
h pues antes, acaso, de que esas caravanas se dirigie-
F
ran de comarca á comarca, y antes de que se em-

BL f
plearan las bestias de carga, los hombres habían
aprovechado el camino del mar y el veliículo de las
embarcaciones para ponerse en contacto y cam-
biarse los productos de una á otra zona de la
tierra.
Más tarde, los pueblos se hicierori conquistadoves,
es decir, procuraron descubrir tierras nuevas, no so-
lamente con el objeto de comunicarse con los natu-
rales de ellas, sino con el de someter esas tierras á
las autoridades y á las leyes de los países á que los
descubridores pertenecían. En esos casos, tomaban
posesión de las comarca5 descubiertas en nombre de
sus soberanos.
Así fué como Hernán Cortés conquistó á México,
en nombre de los reyes de España.
La tierra descubierta y conquistada, á veces tras
una encarnizada guerra, como sucedió en nuestro
país, se llama colonia, y metrópoli el país de que de-
pende la colonia.
Ha sucedido, sin embargo, que han sido tantos
Ios obstáculos que algunas de esas metrójolis han
puesto á la libertad de trabajo y á la pvoducción de
la vz'queza en sus colonias, que muchas de éstas han
concluído por emanciparse, declarándose indepen-
\. dientes.
ROBINSÓN MEXICANO 189
I Este es el caso de México, que, como bien sabía
Robinsón, había proclamado su independencia de la
dominación española el año de 1810, haciendo efec-
tiva esta independencia en. 182 1.
Los pueblos conquistadores, acabamos de decir,
han opuesto grandes obstáculos al trabajo y á la pro-
: ducción de la riqueza de las comarcas conquistadas.
Efectivamente, los gobiernos de esos pueblos con-
quistadores no permitían á sus colonias que comer-
4
l
4
ciaran con otras naciones, sino con sus metrópolis; 3
1 $
prohibieron que las colonins cultivaran las plantas y i
fabricaran los productos que fabricaba y cultivaba la
metrójoli; pusieron todas las trabas posibles á la la- i :
bor de los trabajadores é instituyeron monopolios, en 9

cuya virtud ningún hombre podía explotar ó vender ,


4
, determinados productos, puesto que esta explotación 4
ó esta venta sólo era lícita á los gobiernos ó á sus
representantes.
Así, los holandeses arrancaron los árboles de espe-
1
$ cias de las islas Molucas; los portugiieses impidieron
la explotación de minas de diamante en el Brasil, y
3:

,, los españoles persiguieron en México el cultivo del d

olivo y de la vid y la cría de gusanos de seda. .I


Todo este conjunto de medidas constituye lo que
: se ha llamado el siste~izncolonial. "4
4
El comercio, sin embargo, se lia efectuado, desde i3

muy remotos tiempos, no sólo entre las naciones


:i
conquistadoras y los pueblos conquistados, sino tam-
bien entre países independientes.
i
.1*
. A % k d k Y l l a , .N * . -
CARLOS D ~ A ZDUFOO

Los pueblos que en un principio comenzaron por


hacerse la guerra y mantenerse del despojo ajeno,
han acabado, según hemos dicho ya en uno de los
e primeros capítulos de este libro, por vivir pacífica-
1 mente del trabajo unos de otros, por medio del cavz-

1 62'0 de sus productos, tal como Juan y los indígenas


habían cambiado cuentas de vidrio por varas de
.

i tela.
, Y es que el comercio va constituyendo cada día
1
i una necesidad mayor para los pueblos civilizados, al
I
F
grado que no existe actualmente una nación que pueq
da decirse que se contente con los artículos que pro-
\
S duce. Todas solicitan de los pni.ses extranjeros lo que
i les falta, cediendo en cambio lo que les sobra, y
mientras mayor es el bienestar y la prosperidad de
una nación, mayor cs también la magnitud de su
comercio.
Los países más ricos envían anualmente grandes
cargamentos de mercancías á otros países, ya por
medio de caftzinos de hierro que enlazan á las nacio-
nes, 6 bien por medio de grandes embarcaciones que
cruzan constantenkente los mares de uno á otro he-
misferio del globo. Así se lleva á efecto el co?r?ercio
~,xterior,es decir, el comercio entre varias naciones.
Las uentns que hace un país á otro han recibido el
nombre de e.vportaciotzes, y las compras las de 2'w.z-
portaciones. Así, Robinsón había exportado á los in-
dígenas cuentas de vidrio y había i~tzportadotelas de
I
la isla de esos indígenas.
México exporta á las naciones extranjeras plata,
café, henequén, pieles, etc., é ivzparta de esas na-
ciones maquinaria, tejidos, algodótl, etc.

... por medio de grandes embarcaciones ...

El comercio ha sido un poderoso elemento de la


civilización. Merced á él, los pueblos se han puesto
en contacto, los hombres se han conocido, han adop-
tado los usos y las costumbres que les han parecido
mejores, han adquirido nuevos conocimientos y se
han cambiado las ideas, como se canibiati lac mer-
cancías. El con~ercio,como hemos dicho ya, ha es-
timulado laproducción y ha acelerado el co~zsu~ízo;
ha servido para satisfacer un número mayor de nece-
193 CARLOS D ~ A ZDUFOO

sidades y ha mejorado la condición de la especie


humana.
i
Sin él, los hombres habrían vivido en un estado I

de atraso, dc cscnsez y de misevia, muy distinto del !

bienestar en que viven en la


actualidad.
c Robinsón, ya vestido con
las telas que le habían pro-
porcionado los indígenas, era

1 un ejemplo en pequeño de las


ventajas alcanzadas por el co-
l mercio.
1
Por lo demás, la segunda
r:t, expedición de nuestro héroe
kxsL-!*\ j
.
-- .W,"
ha
-
fué todavía d e más felices re-
sultados que la primera, pues-
... sandalias de cuero ... to q,,e en cambio de las mer-
cancías que llevó en su embarcación, pudo obtener
multitud de objetos y provisiones de que carecía:
túnicas bordadas, maíz miel, y sandalias de cuero,
con los que regresó alegremente á su isla.
O .La moneda. - El trueque ó permuta. - Los pro-
S U M A R I-
ductos se cambian por productos en los primeros tiempos
de la Ilumanidad. - La mercancía-moneda. - El patrón
monetario. - Inconvenientes d e las primeras mercancías
usadas como moneda. - La moneda metálica. - C ó m o ha
substituido el dinero á las mercancías en el cambio d e los
productos. - Ventajas d e la moneda metálica. - El peso y la
ley. - Los falsificadores de moneda. - En q u é consiste el
fraude. - l,a moneda está sujeta á la oferta y á la demanda.
- La depreciación d e la moneda d e plata. - Idos metales
preciosos n o son las únicas riquezas. - Esos metales y las
monedas q u e con ellos se fabrican valen solamente porque
pueden cambiarse por los demás productos q u e sirven para
satisfacer necesidades.

En una de sus próximas excursiones, Juan deci-


dió entrar en amistad con los habitantes del interior
de la isla. Internóse, pues, en ella, y fue en todas
partes recibido con las mismas muestras de buena
voluntad y simpatía. No alcanzó, sin embargo,
resultado tan satisfactorio cuando trató de cambiar
los productos que llevaba en aquella ocasión por los
que podían proporcionarle aquellos indígenas.
El cargamento de nuestro joven se había redu-
cido, efectivamente, en este viaje, á una gran canti-
'94 CARLOS D ~ A Z DUFOO

dad de frutas, que pensaba trocar por telas; pero


los habitantes del interior no habían menester de
aquellas frutas, como los de la playa, puesto que
en sus frondosos bosques y espaciosos terrenos cul-
tivados rccogían suficiente provisión de vegetales
. .
para satisfacer sus necesidades. En cambio, estos
habitantes solicitaban pescados, conchas y otra por-
ciún de productos, que les proporcionaba la gente
de la playa.
Entonces ocurrió á Robinsón la idea de valerse de
esta última para efectuar indirectamente el trueque
apetecido. Regresó de nuevo á la playa, cuyos ha-
bitantes solicitaban frutas, á cambio de conchas y
pescados, y efectuada la permuta, volvió de nuevo
31 interior, trocando los pescados y las conchas que

había adquirido, por telas, que era lo que él necesi-


taba.
De este modo, Robinsón pudo apreciar por si
mismo los inconvenientes del tvueqw, tal como se
ha llevado á efecto entre las tribus y pueblos primi-
tivos. E n efecto, así como Robinsóii no encontró,
en un principio, quien le cambiara telas por frutas,
los pueblos que cedían, por ejemplo, carneros á
cambio de trigo, se encontraban con frecuencia con
otros hombres que tenían trigo, pero que no necesi-
taban carneros, sino telas.
Y es que cada persona cede una porción de los
objetos que posee, á cambio de los que le hacen
falta.
C

Cuéntase que una célebre cantante dió una vez un


concierto en una comarca de Oceanía, habitada por
una población semejante á la de la isla que comer-

I
i
'
ciaba con Robinsón. Al retirarse á su casa, la artista
quiso conocer lo que los concurrentes habían pagado
y se encontró, entonces, con algunas docenas de

i gallinas, un centenar de huevos, cuatro racimos de


plátanos y una gran cantidad de naranjas. Cada

1
i
individuo de los que formaban el público había
cambiado alguno de los productos que tetiia á su
4P disposición, por dos ó tres horas de miisica.

t ... quiso conocer lo q u e los concurrentes habían pagado ...


Las dificultades que experimentó Robinsón para
cambiar sus frutas por telas, las han experimentado
por medio del trueque. Para evitar semejantes difi-
cultades, esos pueblos petisaron en adoptar una
E
F
mercancía que fuera recibida por todos : esa vendría
á ser la moneda que simplificase la permuta de las
otras mercancías.
Así, los griegos usaron como moneda el ganado;
los habitantes de ciertas islas del Asia, el arroz, y
los antiguos mexicanos el cacao y las piezas de
manta.
Esta mercancía-moneda, aceptada por todos los
habitantes de un país, se llama el patrón de este
país, y es una especie de medida por la que se
valúan los demás productos, así como la avara, y
el «metro) constituyen la medida de las telas, el
acuartillo~y el =litro» el del vino y el aceite, y la
<libra) y el a k i l o ~el de otros productos.
L a moneda viene á ser, pues, la medida del valor.
E n vez de decir: un ciento de naranjas vale seis
varas de manta ó media docena de pescados ó una
flecha, se dice: un ciento de naranjas vale tal canti -
dad de moneda.
Y al asegurar esto, no solamente aseguramos que
esa cantidad de moneda vale cien naranjas, sino
también una flecha, media docena de pescados ó
seis varas de manta, es decir, todos los productos
por los que se cambia un ciento de naranjas.
Cada pueblo - acabamos de decir en párrafos
anteriores - ha escogido una mercancia - moneda,
pero, naturalmente, ha sido preciso que esta mer-
cancía reuna ciertas condiciones que simplifiquen el
trueque. 2 Cuáles son esas condiciones?
En primer lugar, que el producto que sirve de
moneda sea aceptado por la mayoría de los habi-
tantes de un pueblo.
En segundo lugar, que esa 7~zercancía- moneda
se conserve inalterable; que tenga un v a l o r dotado
de cierta fijeza. Las frutas que Robinsón había
llevado consigo á la isla no tenían este valor, porque
después de algunos días comenzarían á podrirse y
entonces ya no valdrían lo que primeramente. Igual
cosa sucede coi1 otros productos: el cacao, las telas,
el arroz, etc., mercancías susceptibles de perderse ó
malearse.
Además, había necesidad de buscar productos
que tuvieran el mayor valor, á la vez que fueran los
menos estorbosos, puesto que de tal suerte el true-
que se podría llevar á efecto sin grandes esfuerzos
de transporte.
Ahora bien, desde que los hombres han comen-
zado á explotar la naturaleza, ningunos otros pro-
ductos han reunido en tan alto grado estas condicio-
nes como los metales preciosos, el oro y la plata.
Estos metales, e11 efecto, se encuentran en canti-
dad relativamente limitada, lo que les asigna un ele-
vado valor; no se echan á perder y pueden ser fácil-
mente transportados.
Así, hace mucho tiempo que los pueblos han
comenzado á usar la plata y el oro para facilitar sus
198 CARLOS O ~ A ZDUPOO

cambios; se utilizaban estos metales en muchas for-


mas distintas: en polvo, pepitas y barras. Pero como
estas formas ofrecían el inconveniente de no conte-
ner cada una de
ellas igual cariti-
dad de metal, era
n e c e s a r i o pesar
estos polvos, es-
tas barras ó estas
pepitas. Este in-
coiiveriientc d;i-
apareciJ cori l a
... iiii.ericióii d e la tnoneda ... i n v e n c i ó n de la
wzoneda, propia-
mente dicha, es decir, con las piezas de metal de
cierto tnnzaCo y peso, que sirven para medir todos
los demás productor ó valores.
Las monedas que contenía el colrecillo que Ro-
binsón encontró en el buque náufrago, eran, pues,
los medios más perfectos de cambio en los pueblos
civilizados modernos. Cada una de esas piezas tenía
no solamente un peso y un tamaño determinados,
sino también una determinada cantidad de oro ó
plata, metales uiiidos á otro, generalmente el cobre,
destinado á dar mayor consistencia á la pieza. La
cantidad del metal precioso contenido en una mo-
neda, es lo que se llama su ley.
De esta suerte se dice que el peso mexicano tiene
una ley de 932 rnz'lérimas; es decir, que de ~ , o o o
ROBINSON MEXICANO '99
: . partes goz son de plata y el resto, ó sean 98, de

Muy pronto, conforme la humanidad ha ido


avanzando, el dinero ha substituído á las mercancías
en el cambio, y los pueblos que antiguamente troca-
ban productos por productos, han acabado por acep-
tar las monedas, ya que éstas se cambian por todos
esos productos.

i La facilidad para aceptar la moneda consiste, sin


embargo, en la certeza que tiene el que la recibe de
que cada una de las piezas posee, como ya hemos
dicho, un mismo peso y una misma ley. Esta garan-
tía la dan los gobiernos, imprimiendo en la moneda
las armas de su nación é inscribiendo la cantidad de
nieta1 precioso que cada una contiene.
Por eso la acuñación de monedas es una tarea
confiada á los gobiernos, porque solamente ellos se
"$
f encuentran en condiciones de poder realizar este
trabajo, garantizar al público y castigar á IosfaZszQf-
cadores, es decir, á los que fabrican piezas de otros
metales que no son los preciosos, ó disminuyen el
peso ó la ley de esas piezas.
El que cambia el metal de que debe estar fabri-
cada una moneda ó altera su ley, ó su peso, comete
un fraude, es decir, un engaño, puesto que el que
trueca esa moneda por otros productos, toma esa
moneda en la creencia de que posee el metal de
que se le dice que está compuesta y en la canti-
dad que también se le asegura que contiene. De este
modo, la moneda es una mercancía que vale según <
el valor de la cantidad de metal precioso que posee.
Por eso una moneda de oro de igual peso que una
de plata vale más que esta última, porque el oro
vale infinitamente más que la plata. í
Los metales preciosos están, en efecto, sujetos á
la ley de la oferta y la demanda que norma el precio
5

k de las demás mercancías. ?Hay mucha oferta y poca

1
r'
demanda de plata? Pues bajará el valor de las mo-
nedas fabricadas con este metal, como, en efecto,
E ha bajado en el curso de ectos últimos años.
Por eso, la República Mexicana ha visto dismi-
nuir el poder de adqzlisición de su moneda de plata;
es decir, que para cambiar un producto se reclama
hC hoy mayor cantidad de monedas de plata de lo que
se exigía antes, cuando la plata tenía mayor valor
b del que tiene ahora.
Basta lo que llevamos dicho para comprender que
ni los metales preciosos ni las monedas que con ellos
! se fabrican, constituyen una riqueza por sí mismos,
\ y que de nada servirían, como á Robinsón no le
servía el tesoro que había encontrado, si no se pu-
i
diesen cambiar por los objetos y productos que los
L hombres necesitan para su vida.
e Hubo un tiempo, sin embargo, en que se creyó
b
que los metales preciosos eran las zlnicas riqaezas y
i se olvidaron todas las demás substancias y materiak
e de la tierra. Fundados en este error, los españoles
!
i conquistadores de México, se consagraron casi ex-
F
1
ir
-
L
clusivamente al laboreo de las minas de plata, des-
defiando la agricultura, que coiistituye una de las
más notables fuentes de bienestar /zur;zano.
La fábula nos ha dejado un claro ejemplo de lo
que serían por sí mismos los metales preciosos, si no
tuvieran el poder de cambiarse por los demás pro-
ductos. Cuéntase que los dioses de la Mitología con-
cedieron á un rey la facultad de convertir en oro
todo cuanto tocaba. 1 Feliz monarca l se dirá. I'ues
no era sino el más desgraciado de los hombres,
puesto que para él no había pan, ni carne, ni ali-
mento alguno, porque apenas lo tomaba en su mano,
se transformaba en un pedazo de metal que no le
servía para aplacar su hambre.
Por lo demás, todos los esfuerzos que Robinsón
hubiese hecho para introducir la moneda en su co-
mercio con los indíge-
nas, habrían sido inúti-
les: primero, porque las
monedas de que dis-
ponía no eran suyas,
puesto que nuestro hé-
roe persistía en consi-
derar el dinero ence-
rrado eri el cofrecillo,
como un depósito que
estaba obligado á de- ...dinero encerrado ...
volver al dueiio de este tesoro, ó, si había muerto,
á sus herederos, si algún día lograba averiguar quié-
' .
CARLOS D ~ A ZDUFOO
\
nes eran; y en segundo lugar, porque los indígenas
no habían alcanzado aún ese período de civilización
en que la moneda substituye á la mercancía en la
permuta de un objeto por otro.
Y he aquí por qué se vió obligado á seguir ha- i
'
ciendo uso del trueque para obtener los productos
E que necesitaba á cambio de los que él podía pro-
porcionar.
CAPITULO X X V

SL.MAHIO.- El cri'ii~to.- Q u é es el crtdito. - La coiifianza,


base del crédito. - La prenda ó garantía. - La hipoteca. -
El recibo y el pagaré. -Historia de los Bancos. - L a s letras
d e cambio. - La circulación de los documentos d e crédito.
- Qué es un billete d e Banco. - Servicios prestados por los
docunientos d e crédito en el cnnibio d e la riqueza pública.

Deseaba h'obinsón, antes de que terminara el


buen tiempo, y que, por consiguiente, se viera obli-
gado á suspender sus viajes á la vecina isla, pro-
veerse de todos los productos y objetos de que care-
cía y que podían proporcionarle los indígenas.
Con este fin, resolvió llevar consigo, en una de sus
excursiones, la mayor cantidad posible de mercan-
d a s , que destinaba á cambiar por aquellos objetos y >

productos que solicitaba, entre los cuales se con-


taban telas, que no sólo le habían servido para con-
feccionarse ropa blanca, sino también para otros
muchos empleos, como la fabricación de un colclión,
la de un toldo, etc., etc.
204 CARLOS D ~ A Z DUFOO

Sucedió, sin embargo, que los indígenas 110 pu-


dieron proporcionarle telas en la cantidad que nues-
tro héroe demandaba, y entonc,es un jefe de aquellas
tribus se comprome-
tió con Juan á darle
en uno de sus próxi-
mos viajes estas te-
las, e n t r e g a n d o al
joven una flecha, etz
p r ~ f z d nó gnrantta
del cofnprovziso ad-
quirido en n o m b r e
de sus compatriotas.
Robinsón no tuvo
dificultad en conjar
en ia palabra del je-
fe, y de este modo
...d e un c o i ~ i i o n de
, u11 toldo, etc.
comenzó á figurar
el crédito en las relaciones de Juan con los indí-
genas.
Por lo demás, Juan conocía el respeto que los
habitantes de la isla tenían por sus armas. Eran
éstas consideradas por ellos como objetos sagrados,
de los que no consentían en separarse; de suerte que
nuestro joven tenía la certeza de que al confiarle su
flecha, el indígena estaba en la seguridad de reco-
brarla. Por eso la admitió nuestro héroe, confiado
en que el jefe cumpliría la promesa que había hecho
en nombre de los suyos.
R O B I N S ~ NM ~ X I C A N O 20i

Como acaba de verse, crédito es conjanza, fe en


que una persona nos devolverá un objeto, un pro-
ducto, un valor, una riqueza, que es de nuestra p r o -
piedad. Así como Robinsón había conjado en que
los indígenas le entregarían las mercancías que antes
había pagado con los productos que les llevara, así
también los capitalistas anticzpnn á otros hombres,
que no disponen de dinero, cantidades de monedas
que esos hombres se comprometen á devolver, ya sea
en dinero, ya en mercancías.
De esta suerte, se anticipan cantidades sobre co-
sechas futuras, sobre productos de una industria,
sobre rentas de una casa, sobre sueldos ó jornales,
de modo igual que Robinsón había anticipado unas
mercancías á cambio de otras.
Ya hemos visto que, en gnrantia del pacto que el
joven había celzbrado con el jefe indígena, nuestro
héroe recibió una flecha que le servía como de pro-
mt-sa de pago. E n las operaciones de crédito inter-
viene, efectivamente, una garantia ó prenda, encar-
gada de responder del cunzplz~~ziento del compromiso
contraído por el deudor, es decir, el que adeuda, en
favor del acreedor, es decir, del que tiene derecho á
la deuda.
Esa prenda puede tener un valor determinado, de
suerte que si llegado el vencimiento del crédito, ó de
otro modo, el día en que el deudor se ha compro-
, metido á pagar al acreedor, no se paga ese crédito,
el que posee la prenda la pone á la venta y recobra
el importe de su anticipo; ó puede también ser un
objeto como la flrcha que recibió Robinsón, cuyo
valor no corresponde al importe del crédito.
Sean dos hombres, uno de los cuales es propieta-
rio de una casa y el otro sólo cuenta para vivir con
el fruto de su trabajo. Los dos necesitan dinero y
acuden á un capitalista para que se lo preste.
Pues bien; el primero puede ofrecer su casa al ca-
pitalista en prenda ó garantin de su deuda. En ese
caso se dice que la finca queda hipotecada, y si lle-
gada la epoca en que el propietario ofrece pagar al
acreedor, no se efectúa dicho pago, la casa pasa á
ser propiedad del individuo que anticipó el dinero.
El segundo personaje de nuestro ejemplo, no pue-
de dejar en manos de la persona que le anticipó el
dinero, ninguna garnntin cuyo valor sea igual ó ma-
yor al c r é e o : y entonces entrega al prestador algún
documento en el que, bajo su firma, se compromete
á pagar la cantidad que se le anticipó.
Varios son los documentos que pueden extender-
se con este motivo, siendo los más comunes el reci-
bo y el pagaré.
Robinsón recordaba haber visto algunos de ellos
y aún tenía presente la forma en que estos documen-
tos se extienden.
El reci60 dice, poco más ó menos:

x& recibido del Sr. . .. (aquí el nombre de la


persona que anticipa el dinero) la cantidad d h . ..
ROBINSÓN MEXICANO 207

(aquí la s u m a del dinero recibido) en calidad de3


préstamo.
(Nombre del lugar en donde se hizo la operación.)
(Fecha y firma de la persona q u e recibió el dinero.)

p a g a r é e n la ciudad d e . .. el dia ... á Lcr.


orden de ... la cantidad de ... que Ize recibido
e n efectiao del mismo.
(Fecha y firma.)

En el caso de Robinsón y del jefe de la tribu, el


anticipo que el joven habfa hecho al indígena no te-
nía como prenda un valor que respondiera de la ope-
ración de crédito llevada á efecto entre ambos, pues
la flecha del indígena no tenía el valor de los pro.
ductos que Juan había entregado á cambio de las
i
telas que deseaba. La garantia reposaba, pues, an-
tes que nada, en la confianza que el indígena inspi-
raba á Robinsón, y, en efecto, ya hemos dicho que
la conjianza es la base del crédito.
A1 alejarse Robinsón de la isla, en aquella oca-
sión, los indígenas del interior le dcbían una deter-
minada cantidad de telas; pero él, á su vez, debía
otra cantidad determinada de frutas á los habitantes
de la playa, los que, por su parte, tenían que pagar á
los del interior otra cantidad en coiichas y pescados.
Entonces ocurrió á nuestro héroe que fácilmente
podía saldar su deuda con los de la playa, entre-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

gándoles la flecha que el jefe le había dado en ga-


rantía. Sabía muy bien que sus acreedores no deja-
5 rían de aceptar esta prenda, en pago de lo que les
debía, en virtud de pertenecer á una de las tribus de
la isla, en donde, según sabemos, se tenía á las ar-
mas en tan gran veneración.
Y dicho y hecho, tal como Robinsón lo había pen-
sado. Los habitantes de la playa, no sólo aceptaron
en pago la flecha, sino que la recibieron con demos-
traciones de regocijo, pensando , indudablemente,
1
que un objeto tan estimado no iba á permanecer, si- '

quiera fuese por breve tiempo, en las manos de un


extranjero.
Siicedió, sin embargo, que tan pronto como los
indígenas del interior supieron que la flecha se en-
contraba en poder de los de la playa, decidieron re-
cogerla, y para alcanzar este objeto les ocurrió darse
por recibidos de los pescados y conchas que los po-
seedores del arma les debían,'siempre que se la en-
tregaran, como hicieron los deudores efectivamente.
Así, sólo con pasar la flecha de una á otra mano,
resultaron Liquidados, es decir, cobrados por una
parte y pagados por otra, tres créditos distintos por
medio de una simple operación. De lo contrario, los
indígenas del interior habrían tenido que entregar á
Robinsón las telas que le debian ; Robinsón hubiera
3
tenido que entregar á los de la playa las frutas, y los j
de la playa hubiesen tenido que entregar á los del I
i
interior las conchas y pescados. Había bastado el
, traspaso de la flecha para evitarse esta serie de ope-
raciones.
Y lo que Robinsón hizo con la flecha se lleva á
*

q, término con recibos, pagarés y letras de cambio.

... pasar la flecha d e una á otra mano ...

Pero 2 qué es una letra de cambio?


i; Lástima que nuestro protagonista ignorara la inte-
"I
r
resante historia de este documento, tan útil en los
cambios de valores entre poblaciones ó países dis-
T
e tintos.
4
1
Hace algunos siglos, Europa, la única parte del
L
mundo civilizada que en aquellos tiempos se cono-
CARLOS D I A Z DUPOO

cada uno de los cuales era gobernado por un prín-


v
cipe ó srñor. Cada uno de estos Estados tenia su b

moneda metálica especial, de suerte que había una


i
gran cantidad de piezas de oro y plata en circula-
t
ción, que pasaban de un Estado á otro.
i
! Algunos de esos príncipes imaginaron disminuir
i la porción de metal precioso contenido en las pie-
t
zas, es decir, la ley monetaria, convirtiéndose de esta
suerte en faZsz$cadores de nzoneda. Entonces apare-
ció un grupo de hombres que se encargaron de ana-
lizar dicha ley. A esos hombres, llamados cambis-
' tas, acudían las multitudes para conocer el verdadero
.
valor de las monedas que poseían. Se instalaban,
I
generalmente, en unas bancas-de donde más tarde.
les vino el nombre de bnnqurros, -desde las que ,
atendían al público.
Los cambistas de todos aquellos Estados estaban
muy relacionados entre si, y esto facilitaba mucho
las operaciones de crédito. <Un comerciante de Ita-
lia trataba, por ejemplo, de pagar á otro comer-
ciante de Francia el valor de unas mercancías que
éste había remitido á aquél? Pues no tenía más *e
dirigirse al cambista italiano y depositar en él la suma
de dinero que representaba dicho valor; el ca~nbista
italiano daba orden á su colega el cafnbz'sta francés
que entregara esa misma cantidad al acreedor fran-
cés del comerciante italiano y así se realizaba una
operación que habría exigido las mismas ó mayores
dificultades y pérdidas de tiempo que la de Ro-
l
binsón con los indigenas, y que arriba hemos se-
ñalado.
Engnrnntia de esta operación, el cambista ponía
que traía el dinero un docu-
la cantidad entregada, el
lo había entregado, el de
y el del otro cambista
que tenía que pagarlo. Este documento se llama
letra dt cawzbio y está concebida en estos ó seme-
jantes términos:
(Nombre de la ciudad en q u e se hizo la entrega
y fecha de ésta )
d7 (tantos días fecha ó vista de la letra) p a g a r ~ i
t l ~ t e dpora e s t a l e t r a d.eA cambio la cnntitc'ad
.
de.. (aquí la cantidad á q u e asciende la entrega) rlalora
~=ecibido de.. . (noinbre d e la persona q u e entregó el
dinero) 6 la orden de. .. (noinbre de la persona q u e
debe cobrar el dinero) y q u e , serztaru usted e11
cuenta de-^ S . S.
( F i r m a d e la persona q u e recibió cl dinero
y nombre de la persona q u e debe pagarlo.)

Esta letra de cambio era remitida generalmente á


la persona que debía cobrar el dinero; pero aconte-
cía con muclia frecuencia que esa persona deseaba
disponer del dinero antes del día señalado para el
cobro, con objeto de pagar alguna otra cantidad
que á su vez debía. Entonces se dirigía á alguno
de los cambistas, proponiéndole que le anticipase
CARLOS D ~ A Z DUFOO

esta cantidad, en cambio de la letra que el intere-


?

sado endosada, es decir, cedía en favor del ban-


quero.
En realidad, Robinsón había endosado á los habi-
tantes de la playa la flecha que el jefe de las tribus
del interior de la isla entregó á la orden del joven.
Todas estas y otras operaciones de crédito están ,
destinadas, como fácilmente se comprende, y hemos
dicho ya, á ahorrar tie~zpoy transporte de mercan-
cias ( ó lo que es lo mismo, de dinero) en el cambio
deproductos. Así, Robinsón había ahorrado un car-
gamento de frutas para pagar lo que debía á las tri-
bus de la playa, como éstas también habían ahorrado
el eiivío de las conchas y peces que á su vez debían
á los pueblos del interior. En las sociedades moder-
nas, en las que las operaciones de crkdito se han
n~ultiplicado extraordinariamente, los recibos, los ,
pagarés y l a s letras de
ca~ndiohan aumentado la
rapidez de los cambios.
Pero ningún documento
ha ahorrado tanto el di-
nero y el tiempo en los
c a m b i o s como los Bi-
lletes de Banco, esos bille-
tes que el cofrecillo que
...u n billete de Banco?
R o b i n s ó n había encon-
a

trado en el buque náufrago encerraba en tan gran


cantidad.
Pero, ?qué es un 6illete de Banco?
Para formarse una idea, no tenía nuestro héroe
más que leer lo que estaba escrito en uno de ellos, I

precisamente del Banco Nacional de México.


Decía así:
Z LB a n c o N a c i o n a L de-^ a i é x i c o pagara
100 pesos' á la pistu, a ¿ p o r t a d o r , en efec-
tiuo.
Como se ve, esto quiere decir que un Banco lla-
mado cNacional de México>,-es decir, un estable-
cimiento semejante al de los antiguos cambistas, que
entregaban y tomaban letras de ca~lzbioy demás do-
cumentos de crédito,-pagará roo pesos al portador,
ó de otro modo, al dueiio de ese billete. El billete
de Banco es, por lo tanto, una progtzesa de pago, y
todo el mundo lo recibe como si fuera la cantidad
de dinero que representa, porque sabe que al pre-
sentarse en las oficinas de ese Banco, el billete será
cambiado por esa cantidad de moneda.
Así, pues, los Bancos son estableci~)zientosde cré-
dito, consagrados tio solamente á hacer anticipos de
dinero á las personas que lo soliciten y que en cam-
bio de esos aiiticipos ofrezcan garantías ó prendas,
á dar (ó girar, como se dice en términos comercia-
les) letras de cambio, á entregar dinero por pagarés
ó recibos subscritos por personas que merezcan con-
fianza, sino también a poner en circulación billetes
que cam6ian luego por el dinero efectivo que repre-
I
I 214 CARLOS-D~AZ DUPOO

sentan. En este caso, se les llama Bancos de Emisión,


puesto que emiten esos billetes.
Los Bancos prestan grandes servicios, y todas las
naciones modernas cuentan con establecimientos de
1
este género, que con sus anticipos de dinero y las
facilidades que han proporcionado á los cambios, se
consideran como uno de los medios más eficaces y
provechosos á la circulación de las riquezas. Hay
algunos países como Francia é Inglaterra, que cuen-
tan cada uno con un solo Banco de enzisión, y otros,
como México y los Estados Unidos, en los que hay
varios.

...y los billrles de Banco, q u e suSsritu)eii ...

En la isla de Robinsón y en la que liabitabaii sus


amigos, la única operación de crédito había consis-
tido en la cesión y traspaso de una flecha de unos
á otros individuos, y no podía ser de otra manera,
puesto que el crédito es un hecho econónzico que
shlo se presenta en las sociedades muy adelantadas,
en donde el trueque y la permuta se han transfor-
mado en operaciones de cambio muy perfecciona-
'
das, en las que figuran documentos como las letras
de canzbzo y los billetes de Banco, que substituyen
provechosamente á las mercancías y las monedas.
SUMARIO.-Que se entiende por consumo. - La población. -
Desigualdad en la distribución de los habitantes del mundo.
- El hombre como elemento de la producción de la riqueza.
-Aumento de población: causas y dificultades de este
aumento. - El desarrollo de la población y el de las subsis-
tencias. - El pauperismo. - Emigración é inmigración. -
i
!
Colonos.
I
it Con mucha tristeza veía Robinsón la llegada del
k invierno, que le obligaba á suspender los viajes á la
1I isla de sus amigos.
Nuestro compatriota, no sólo había hallado en sus
/ relaciones con los indígenas un motivo de satisfac-
ción al ponerse en contacto con semejantes suyos,
aun cuando éstos no estuvieran á su misma altura en
<
punto á ilustración é inteligencia, sino que, además,
r
! esas relaciones sirvieron al huérfano para proveerse,
i.
como ya henios visto, de multitud de objetos útiles.
Por otra parte, el deseo de procurarse estos obje-
5 tos, á cambio de los que él podía entregar á los
$ indígenas, sirvió de estimzllo á Robinsón para consa-
U
grarse con mayor asiduidad á sus tareas.
S
t
CARLOS D ~ A Zoutoo

L Y así, ensanchó los cultivos de su «huertos ,


r
fabricó un número más grande de dardos de
hierro, curtió mayor número de pieles, y, en una

1 ... curtió m a j o r iiúmero de pieles ...

palabra, desarrolló su producción en términos de


que fuera suficiente para atender al activo trdjco
que había emprendido con los compatriotas de Do-
mingo.
De esta suerte, en efecto, es como la det~za?tu'ade
productos, originada por el comercio, aumenta el
trabajo de un pueblo, y contribuye, por lo tanto, al
clesarroffode su riqzleza.
'
Notablemente habían servido á nuestro Robinsón
, para el aumento de esta riqueza, los granos de trigo

que encontró en el buque náufrago. Juan había sem-


brado una porción de aquellos granos, y la primera
cosecha .que recogió dejóle verdaderamente asom-
brado. Es que el trigo, como el maíz, es una si-
miente que se reproduce en la tierra en cantidades
verdaderamente maravillosas.
Claro es que, para obtener este resultado, son
indispensables buenas tierras y que sean bien re-
. gadas, y como las de la isla de Robinsón reunían
estas condiciones, no era de extrañarse la cuan-
'

\%
*. '" ' tiosa cosecha recogida por nuestro laborioso prota-
genista.
Volviendo ahora á nuestra narración, diremos que
en el último viaje que Juan resolvió efectuar á la isla
" i
,& de los indígenas y cuando se disponía á alejarse de
- $1 ellos, en compafiía de Domingo, quien ni por un
I

. ; m o m ~ n t opensó en separarse de su amo, experi-


- mentó una agradable sorpresa al ver que un grupo
de habitantes de aquella comarca se dirigió á él, en
(5
las momentos en que iba á embarcarse, solicitando
:;'C
,,
-
1
Y
h
p 8-
1
de nuestro joven que los llevara consigo.
Y fueron tantos los ruegos de aquellas gentes y
41 tales sus protestas de adhesión y carifio, que Juan
:
> 7,

-Y
-
\, e,
.-.'-&
-d<.
CARLOS D ~ A Z DUFOO

ti!
or acceder á sus súpIicas, pensando que
aquellos indígenas le podrían ser muy útiles en las
L labores que había emprendido.

... aquel;os indígenas le podrían ser m u y útiles ...

La verdad era que la isla de los indígenas con-


taba con una población bastante crecida para obte-
ner los productos destinados á su consunzo, es decir,
á la satisfacción de sus necesidades, y aun había un
sobrante de esta producción, mientras que la isla de
Juan sólo tenía dos habitantes, los que no eran sufi-
cientes para la cantidad de riquezas susceptible de
alcanzarse en ella. La isla de Robinsón era, en
efecto, más rica que la de los indígenas en rlemen-
tos naturales; las tierras eras más fértiles, más abun-
dantes las corrientes de agua, y se encontraba en ella
mayor cantidad de minerales. Y sin embargo, esta
isla había estado desierta hasta que Robinsón se ins-
taló en ella, al paso que la de los indígenas, como
acabamos de decir, se encontraba suficientemente
1 poblada.
L a población del w~undoestá, efectivamente, dis-
tribuida con suma desigzlaldad. Existen muchas na-
ciones en que el número de habitantes es muy eleva-
do, en tanto que en otras este número resulta, por el
contrario, sumamente reducido. Entre las primeras,
se pueden citar los Paises Bajos, que tienen r 30 Iiabi-
tantes por cada kilómetro cuadrado, y Bél,'oica, con
2 0 0 habitantes por kilómetro; entre las segundas, se
cuentan todos los países de África, muchos de Asia
y la mayor parte de los del Continente americano.
México, desgraciadamente, se halla muy poco
poblado, puesto que, tomando en cuenta la gran es-
tensión del territorio nacional, nuestro país tiene
menos de siete habitantes por kilómetro cuadrado.
Y decimos desgraciadameiite, porque ya hemos
visto que el /zomóve, por su trabajo y su inteligencia,
constituye un elemento de mucha importancia en la
producción de la riqueza.
Ocurre, no obstante, que la escasez de habitantes
de un país ó de una comarca se va mejorando por
el aume~ztodepoblación. L a del muiido aumenta, en
verdad, de una manera constante, á causa de que la
cifra de nacimientos es cada día mayor que ta de
defunciones. Este aumento de población no se rea-
liza, empero, de un modo igual en todos los países,
sino que hay comarcas en las que el número de ha-
bitantes crece de una manera muy rápida, mientras
que en otras este número permanece estacionario ó, ,
cuando menos, crece con mucha lentitud.
? A quC se debe esta diferencia en el aumento de
población de las diversas comarcas del mundo?
220 CARLOS D ~ A Z DUFOO

Ya sabemos que la isla de Robinsón ofreció desde


el primer día al joven náufrago suficientes elehzentos
naturales con los que, desde entonces, pudo pro-
veer á sus necesidades: no solamente la tierra era
firtil y propicia á los más variados cultivos, sino
que, además, el clima era benigno y tan apropiadas
las condiciones de salubridad, que Juan no había
padecido la nienor dolencia. Otra cosa habría suce-
dido si estas condicioiies hubiesen sido distintas,
porque en tal caso, Robinsón hubiera experimen-
tado grandes dificultades para la vida y acaso habría
acabado por perecer.
Así, pues, una de las primeras condiciones que
debe tener una comarca para que el hombre pueda
vivir en ella y formarse más tarde una familia, con-
tribuyendo de este modo al aumento de población,
es que esta comarca
posea elementos ex-
plotables de riqueza,
un clima que pueda
resistir el cuerpo hu-
mano y que se en-
cuentre, además, li-
bre de enfermedades.
Por esta razón ve-
mos que los aret~osos
desiertos del Sahara,
en donde no hay señales de vegetación, no están
habitados, y vemos también que en las heladas re-
R O B I N S ~ N MEXICANO 22 1

giones polares tampoco hay habitantes. En cuanto


á las enfermedades, existen otras comarcas combati-
das frecuentemente por terribles epidemias que siem-
bran la muerte entre sus pobladores, cuyo número
no puede por esta causa aumentarse notablemente.
A pesar de los pertinaces enemigos que luchan
contra la vida de los hombres, la población del
mundo va acrecentándose constantemente, según
hemos dicho ya, al grado de que por mucho tiempo
se temió que este aumento llegara á ser algún dia
motivo de grandes sufrimientos.
Se pensaba entonces que la cantidad de provisio-
?ZPS no seria bastante para satisfacer las necesidades
de todos los hombres, y que, por lo tanto, un gran
número de ellos estaba condeiiado á morir porfa¿tn
de sutisistencins. En la actualidad, estos temores han
desaparecido, porque cada día se descubren nuevas
comarcas dotadas de gran fertilidad, y porque la
ciencia ha enseñado á convertir en fértiles los terre-
nos más áridos.
Existen países, sin embargo, en los que la pobla-
ción se ha desarrollado de tal modo, que no tardan
en presentarse esos sufrimientos; bajan los jornales,
porque la oferta de trabajo es mayor que su de-
manda y se inicia elpauperis~?zo,es decir, la miseria
en un grupo muy grande de individuos.
Entonces, muchos de estos hombres deciden diri-
girse á otras comarcas que les ofrezcan mejores con-
diciones de prosperidad. A estos hombres se les
llama emigrantes, porque emigran, es decir, aban-
donan su p ~ t r i a para
, fijarse en otro país, en donde
son recibidos como Znmigrantes.
Los indígenas que acompañaban á Robinsón, eran
e~nkrantesde su isla é innzigrnntes á la del joven.
Robinsón cedió á cada uno de ellos un pedazo de
terreno para que lo cultivase por sí propio, for-
mando de esta suerte una colcni~z,no como esas co-
lonias de que hemos hablado en páginas anteriores,
puesto que los colonos de la isla de Robinsón no de-
pendían de ninguna metrópoli y podían consagrar
il
sus fuerzas á las tareas que más les agradasen.
Nuestro hsroe podía disponer de esas tierras, por-
que contaba con una gran extensión de ellas. Sabe-
mos, en efecto, que no faltaban terrenos á Juan; lo
que necesitaba'eran trabajadores, hombres activos y
laboriosos, que le ayudasen á seguir aunietitando la
producción de la isla.
Esto es, asimismo, lo que México necesita: inmi-
g r a n t e ~ ,colonos que vengan á trabajar nuestra gran
extensión territorial, á desarrollar la agricultura pa-
tria y á dar mayor impulso á las industrias de la
República.
Muy pronto pudo Robinsón apreciar las grandes
ventajas de la ayuda que le proporcionaron los indi-
genas.
La colonia comenzó á prosperar muy rápida-
mente; aumentó la superficie de terrenos cultivados,
tomaron un notable impulso las labores metalúrgi-
* - C . ,'.e S "-Y * .

~ 0 8 1 ~ ~ 6 ~
MEXICANO z23
cas, bajo la dirección del infatigable joven, se reco-
gieron abundantes cosechas y,
por último, se construyeron va-
rias casas de arcilla y ladrillos,
moradas mucho más cómodas
que las profundidades de las gru-
tas, que hasta entonces habían
servido de refugio á los habitan-
tes de la isla. ... construyeron
varias casas ...
En una palabra, Robinsón se
había ido elevando, poco á poco, desde el aisla-
miento, la desnudez y la pobreza de los primeros L
hombres, hasta cierto grado de bienestar, propio de I
los grupos humanos que han pasado de la etapa del
salvajismo y la barbarie para entrar en un período
de relativa civilización. 4

Mucho se necesitaba todavía para que se pudiera 1


considerar á los moradores de la isla á igual altura 1
de progreso y riqueza que á los individuos de las
avanzadas sociedades modernas, en donde se han
llegado á satisfacer todas las necesidades, así del I

cuerpo como del espíritu, del mismo modo las ma-


L
teriales que las de la inteligencia; pero volviendo 2

atrás la mirada, nuestro compatriota medía la dis- a


I
tancia existente entre la terrible situación á que se 1
vi6 reducido al día siguiente de su naufragio, y la 1
que en la actualidad disfrutaba, merced á esa gran S 1
fuerza que eleva al hombre y lo conduce á las cimas
de su bienestar, que se llama TRABAJO.
S U M A R I-
O .El ahorro. - Lo q u e lo constituye. - Los h o m b r e s
económicos y los pródigos.-Ventajas y objeto del ahorro.
- El lujo. - Cuándo aparece en las sociedades. - Las sitis-
facciones del cuerpo y las del espíritu.

1 Cuán distintas eran estas agradables veladas de


las primeras que el joven pasó en la isla!
Refugiado entonces en el interior de la gruta, en i
las tinieblas, solo y temeroso, Robinsón pasaba las
horas de una noche interminable, escuchando los
violentos rumores de la tormenta. Ahora, frente á
las alegres llamaradas de una chimenea, en la amplia
sala de una espaciosa casa, provista de cómodos
muebles, hibilmente trabajados por los colonos, ".
nuestro compatriota charlaba con sus amigos, ó bien
leía alguno de los libros que encontrara en el buque
náufrago.
De todas las obras que Juan poseía, ninguna le
habían llamado tanto la atención como las del cé-
lebre escritor inglés Samuel Smiles. f
ROBINS~N MEXICANO 325

jAyúdate! había enseñado al joven que el es-


fuerzo, la actividad y la energía propias, son la base
de todo progreso, y que el que desea alcanzar un
objeto, debe comenzar por luchar sin descanso para

... Ieia alguno d e los libros q u e encontrara ...


conseguirlo. 52 Carcicter le demostró que esa acti-
vidad, ese esfuerzo, esa energía del hombre se apo-
yan en la voluntad, que no doblegan los mayores
obstáculos. E n Vzda y Trabajo, conoció 13. existencia
de grandes hombres que por su asiduidad, su cons-
tancia y labor se fueron conquistando, poco á poco,
una posición y labrando una fortuna. Por último, en
15
a26 CARLOS D ~ A ZDUFOO

El Ahorro, Robinsón comprendió que los grandes


progresos del individuo como de la Humanidad, el
desarrollo de la riqueza, el aumento de la prospe-
ridad de un hombre como de una nación entera, se
deben al resultado del trabajo, á la previsión para
no conszlvzir todo lo que se produce, á la buena
costumbre de reservar una parte de esa producción.
?Por qué podía Robinsón disfrutar de las comodi-
dades que entonces le rodeaban? <Por qué contaban
él y sus camaradas con víve-
res para muchos meses? ?Por
qué los alnzacenes de la isla
estaban llenos de trigo? ;Por
qué podía disfrutar de aque-
llos ocios? Sencillamente por-
que nuestro héroe había aho-
... una porción d e SUS rrado una porción de sus
cosechas ... cosechas; porque trabajando
sin cesar durante algún tiempo, se había asegurado
aquel descanso.
L a situación de Juan habría sido muy distinta, si
el joven sólo se hubiese contentado, como hacen,
.por desgracia, muchas personas imprevisoras, con
vivir, conforme se dice generalmente, al día, sin
pensar en el mañana. Estas gentes clespi(lñrran, es
decir, gastan más de lo que juiciosamente debieran,
y llega una ocasión en que se arrepienten de no
haber sabido ahorrar.
Entonces, suele venir la mala época, la vejez, en
ROBINSON MEXICANO 227
la que las fuerzas del hombre declinan, las enferme-
dades, y, á veces, la miseria.
En cambio, las personas e c o n ó ~ ~ i c ~
lass , que no
han consumido todas sus ganancias en gastos s u p ~ -
j a o s , es decir, en cosas que no son necesariamente
indispensables, ven llegar esta época con tranquili-
dad, porque sus aliorros les permiten formarse una
rcnta, ser dueños de una riqueza que les preserve de
sufrimientos. Y este cs el ideal y la aspiración de
todos los hombres.
Así como Robinsón no temía ya una niala cose-
cha, pues había ahorrado suficiente trigo para que
no le faltase alimento, así también el capitalista, el
empleado, el obrero, el hombre juicioso, en fin,
cualquiera que sea su categoría, guardan, éste una
moneda en una alcancía, aquSl un billetc en un
Banco, el otro adquiere una propiednd con los so-
brantes de sus ganancias.
]Qué distinta es la conducta de los pródigos, á loc
que nunca les basta el dinero que ganan!
Con mucha frecuencia vemos que un hombre
.contrae deudas por el placer de hacer compras inne-
cesarias. Y si esta conducta es reprochable, más lo
es todavía cuando ese dinero se gasta en vicios, por
ejemplo, el juego y la embriaguez, que han hecho la
desgracia de tantas familias.
No menos digna de censura es la costumbre de
algunos trabajadores que abandonan su tarea, y que
por lo tanto dejan de percibir el salario que les
corresponde por los días que desertan de ella. Los
obreros que hacen San Lunts, costumbre muy ge-
neralizada, desgraciadamente, en México, son en
realidad tan pródigos como los que gastan su dinero
en cosas superfluas.
l
Los hábitos de ahorro llevan al hombre á no des-
perdiciar los objetos más insignificantes.
A este propósito se cuenta que una ocasión, un
joven sin empleo fué á ver á un rico comerciante
para que éste le proporcionara una colocación. El
capitalista contestó al solicitante que por aquel mo-
mento no tenía ninguna
plaza disponible.
Ya se retiraba el jo-
ven, cuando, en el mo-
mento de salir, vió en
cl suelo un alfiler; se
inclinó 5 recogerlo, lo
tomó y prendióselo en
la solapa de su levita.
El comerciante, q u e
había observado todo,
llamó al joven y le dió
un puesto en su casa,
... herrariiientas con las piedras p e n s a n d o que sería,
q u e hoiidban s u s pies ... como en realidad fué,
un empleado cuidadoso y un hombre económico.
í
Robinsón había hecho alfileres con las espinas de
un pescado, redes con los filamentos de una planta,
herramientas con las piedras que hollabari sus pies.
Nada es, pues, inútil, y todo, por lo contrario, sirve
;í la infatigable labor del hombre.
Por lo demás, conforme la colonia iba avanzando
en prosperidad, más se complacían ,los individuos
que la formaban en proporcionarse mayor número
de comodidades. Ya no eran solamente las que se
relacionaban con el cuerpo, como, por ejemplo, una
cama mullida, un asiento cómodo, vestidos holga-
dos, etc., etc., sino otra multitud de cosas que ha-
lagaban el espíritu, entre ellas las llamadas de
adorno.
De esta suerte, los hombres tapizaron las paredes .
de sus casas con pieles de los animales que habían
cazado, las mujeres se hicieron cinturones con las
brillantes plumas de los pájaros que cruzaban aque-
llos horizontes; con jugos de plantas se tideron va-
rias piezas de tela de algodón, prendidas en las ha-
bitaciones á modo de colgaduras; en una palabra,
después de los tiempos de escasez y privación, apa-
recieron la comodidad y el lujo.
Así, pues, el lujo había nacido en la isla, como
en todas las sociedades, cuando, despul's de haberse ,

satisfecho las primeras necesidades, pueden procu-


rarse otras satisfacciones, que no son las más apre-
miantes de la vida.
Claro es que, conforme un individuo, una tribu ó
una sociedad va desarrollando su bienestar y aumen-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

mentos de lujo. Para Robinsón y sus amigos una


silla, una mesa, un lienzo teiiido, una piel cÚrtida
eran objetos de lujo, que no lo son, en realidad,
para los habitantes de las sociedades en que vi-
< vimos.
Y de igual modo, objetos de lujo fueron en otros
tiempos un ropero, un espejo, una vajilla, que sin
ser muy rico se puede poseer actualmente.
El lujo ha encontrado y encuentra todavía perso-
nas que lo combaten, apoyadas en que representa
un gasto iníitil. Y en verdad que esto puede ocurrir
cuando los individuos ó las sociedades sacrifican Ir,
?zecesario á lo szlpcr-uo.
Robinsón y sus colonos habrían procedido torpe-
mente si, careciendo de víveres y vestidos, se hubie-
sen dedicado á teñir telas. Pero ya hemos visto que
no había sucedido ací, y que el joven y sus amigos
sólo se permitieron introducir objetos de lujo cuando
habían asegurado sus primeras necesidades.
La verdad ec que entre las necesidades de los
hombres no se cuentan únicamente las de su cuerpo,
sino también las de su inteligencia. Un pedazo de
pan produce una satisfacción ; pero un trozo de mú-
sica también proporciona otra.
Los placeres artísticos, que embellecen la vida, la
contemplación de un hermoso cuadro, la lectura de
un libro, la representación de una obra teatral, son,
en verdad, manifestaciones de lujo, de las que el
hombre civilizado no podría prescindir fácilmente.
ROBINSÓN MEXICANO 23'
Ninguno debe malgastar los frutos de su tra-
l
bajo en cosas inútiles; pero todos proceden bien al
1 1
consagrar la parte que les sobre de estos frutos,
/
1
después de atender á sus más imprescindibles ne-
cesidades, á procurarse aquellos objetos y á pro-
porcionarse aquellas satisfacciones que reclama su
espíritu.
1
Ya había pasado la Primavera, y el Estío, con
sus lentos días de fuego y sus noches estrelladas,
hacía su aparición en la isla, en donde las labores de
la colonia se proseguían sin descanso.
Dirigidos constantemente por Juan, transformado .
de trabajador en e?npresarh, los indígenas, no sólo
desarrollaron las diversas tareas que había iniciado
nuestro protagonista, sino que acometieron otras,
para cuyo satisfactorio resultado era indispensable
el concurso de varias personas. Entre esas tareas,
citaremos las obras realizadas para desprender, desde
las alturas de los aBosquesx , el agua contenida en
el lago de que hemos hablado en los comienzos de
este relato, y precipitarla á la playa.
El lago, como ya sabemos, se hallaba encerrado
dentro de una cortina de montañas, con excepción
de la parte que caía sobre la costa, en donde los t

bordes iínicamente sobrepujaban algunas pulgadas


'-7
CARLOS D ~ A Z DUPOO
.
rueda, obligándola á que gire? Y esta rueda, á su
vez, hace que se muevan otras ,y otras, haciendo
andar á las maquinarias de una fábrica.
Así, Juan creyó, y creyó bien, que improvisando
una caída de agua, esta caída le serviría para mover
un molino de trigo, y con este propósito hizo que
los indígenas, armados de los instrumentos que ha-
bía puesto en sus manos y enseñado á manejar
(martillos, picos y hachas), rebajaran los bordes del,
lago que daban á la playa, hasta lograr que el agua
cayera en una cascada artificial sobre las arenas de

1.a obra quedó terminada, después de algunas ce-


manas de constantes trabajos, y el agua no tardó en
dar movimiento, no sólo al molino de trigo, montado
por la colonia, sino también á varias máquinas que
Robinsón instaló y que fueron de gran utilidad para
las tareas industriales.
Así, en México, las numerosas caídas de agua con
que cuenta la República han sido utilizadas en pro-
porcionar fuerza, dando, por lo tanto, movimiento
á multitud de fábricas establecidas al pie de esas caí-
das. La fuerza proporcionada por el agua, hace que
se ahorren grandes cantidades de carbón, que nece-
sitan las industrias para hacer andar las máquinas.
En suma, la prosperidad y el progreso reinaban
en la colonia, en los momentos en que se acercaba
el fin del verano, y nada hacía presagiar los tristes
acontecimientos de que iba á ser teatro la isla. ''
Era una brillante mafiana de verano. El sol co-
menzaba á derramar 'sus rayos sobre la tierra y Ro-
binsón se preparaba á dejar el lecho, cuando gran-
des gritos llegaron á sus otdoc.
Vistióse apresuradamente, y al salir de su casa,
un terrible espectáculo se ofreció á sus ojos asoni-
brados: en todo el espacio de la playa que abarcaba
SLIS miradas, grupos de indígenas desconocidos se

alzaban en actitud hostil, frente á los colonos, que


trataban de rechazar aquella invasiún inesperada. Eri
una de las pequeñas bahías de la isla, media docena
de canoas vacías indicaban el lugar por donde se
había efectuado el desembarque.
Inmediatamente compreridió nuestro héroe quié-
nes eran aquellas gentes y la peligrosa situación en
que él y sus amigos se encontraban: los invasores
pertenecían á la tribu enemiga de la de Domingo
que de nuevo regresaban á la isla de Juan, en nú-
mero más considerable y con mayor decisión que la
primera vez que en ella se presentaron. L a lucha era
inevitable, y su resultado no podía menos de ser
desventajoso para los colonos, dado el número mu-
cho más crecido de sus adversarios.
Ya éstos se disponían á acometer á los moradores
' de la isla, que ajenos de este encuentro, habían sa-
lido sin armas para entregarse á sus habituales ta-
reas, cuando Robitisón con un agudo grito llamó la
atención de sus compañeros y con expresivos ade-
manes les ordenó que se reunieran con él en la casa,
C A R L O S D ~ A Z DUFOO

en donde, despuds de asegurar bien la puerta, se


k*
) encontraban todos, minutos después, discutiendo los
L
$
medios de conjurar aquel tremendo peligro.
r Los invasores se habían agolpado 5 la entrada, y
t aunque por el momento no parecían dispuestos á un
asalto, parecía evidente que sus intenciones eran
permanecer en acecho, formando, de esta suerte,
, una especie de sitio en torno de la casa. L a situa-
t.

ción para los colonos tenía por el momento sus ven-


tajas, puesto que se hallaban resguardados de los
I
ataques de sus adversarios; pero á la larga los sitia-
dores acabarían por obligar á los sitiados á salir de
aquel albergue, y entonces no era difícil prever de
parte de quiénes se decidiría la victoria.
Los asaltantes eran, según hemos dicho, en nú-
mero muy superior á los colonos, y además estaban
armados con flechas y lanzas, como desde una de
las claraboyas de la casa podía juzgar Robinsón
por sus propios ojos. ;Qué hacer, pues, si aquella
gente se empeiiaba en llevar adelante el cerco y li-
brar, .por último, una batalla, que sólo traería con-
sigo la muerte ó la captura de Juan y sus amigos?
Por otra parte, ;qué harían éstos por defender sus
riquezas, el huerto, los terrenos cultivados, las ins-
talaciones industriales? Era necesario, antes de que
sus enemigos discurrieran hacer una excursión en la
isla y destruyeran tantos objetos útiles, que repre-
sentaban una gran cantidad de trabajo, adoptar una
rápida determinación, y ésta no podía ser otra sino .
la de obligar á los asaltantes á alejarse de aquellas
playas.
Juan recordó que entre los objetos que había ex-
traído del buque náufrago se encontraban cuatro fu-
siles, dos pistolas y el parque correspondiente para
estas armas de fuego. Mucha repugnancia le causaba
tener que derramar sangre, pero comprendió que no
habría otro remedio, puesto que la vida de los colo-
nos se encontraba en peligro inminente.
De esta suerte, las leyes de los paises civilizadoi
protegen á los hombres que, en defensa de sus exis-
tencias, rechazan una agresión y emplean la fuerza
contra la fuerza.
Rápido como el pensamiento, Juan distribuyó las
armas entre una media docena de sus compafieros
que conocían e1 manejo de ellas, y apostándose de-
trás de las claraboyas dió resueltamente la voz de
lfuego! El terror que se apoderó de los invasores al
d
escuchar el ruido de la descarga es indescriptible,
terror que se convirtió en verdadero pánico al ver
que dos hombres se habían desplomado en tierra,
gravemente heridos.
La fuga fué tan precipitada, que apenas tuvieron 1
I
tiempo para recoger los dos cuerpos y llegar en ver- 1
tiginosa carrera al lugar de la costa en que se me-
cían sus canoas. Media hora más tarde, sólo se dis-
tinguían en el horizonte algunos puntos negros, que :
i atestiguaban la derrota de los invasores y su fuga á 6
1
través del Océano,

-
CARLOS D ~ A Z DUFOO

Por esta ocasión los colonos estaban salvados.


¿Pero no era posible que, repuestos de su sorpresa,
pretendieran más adelante regresar á la isla, en nu-
mero mucho más crecido aún, é intentar un nuevo
asalto? <Qué sería entonces del desgraciado Robin-
són y de sus fieles camaradas?

... di6 resueltamente la voz d e i fuego!

Este pensamiento tenaz se había apoderado del es-


1 píritu de Robitisón y lo tuvo despierto aquella noche
g hasta muy cercana la madrugada. Apenas comen- .
k .
i zaba a acariciarlo el sueño, cuando, clara y percep-
tiblemente, llegó á sus oídos el estampido de un
cañonazo. De un salto se puso en pie y precipitóse
á la claraboya de su cuarto: en una de las bahías de
la isla, un buque se mecía gallardamente á impulsos
de las aguas.

]Un buque! ]Qué inmenso gozo se apoderó del


espíritu de nuestro héroe! Por fin iba á regresar á su
!
5
patria, á verse de nuevo en una sociedad civilizada,
:I á alcanzar las alegrías y obtener las satisfacciones
il
CARLOS D ~ A Z DUFOO

que su isla, no obstante sus grandes trabajos, no


---
había podido proporcionarle, porq"e esas alegrías y 1
esas satisfacciones únicamente se consiguen en pue-
blos muy adelantados.
Y sin poder contenerse, el joven daba al aire gri-
tos de entusiasmo, mientras se agitaban sus brazos
en solicitud del inesperado socorro.
No tardó en desprenderse un bote de los costados
del navío y muy pronto, al vigoroso impulso de los
remos, seis tripulantes saltaban á tierra, frente á las
ansiosas miradas de nuestro protagonista.
Muy rápidas fueron las explicaciones: el buque
anclado en las aguas de la isla era de nacionalidad
inglesa, y hacía la carrera de Londres á los puertos
chinos. Una casualidad lo había desviado de su fre-
cuente derrotero, y antes de emprender el regreso á
Europa, el capitán había querido conocer aquellas
playas. Grande fué la sorpresa de este viejo marino
al encontrarse con una isla habitada y mayor toda-
vía al enterarse de que uno de los habitantes perte-
necía á una sociedad civilizada.
Después de escuchar el relato de Robinsón, á
quien pudo comprender perfectamente, pues en sus
largas excursiones había llegado á aprender el idio-
ma español, le brindó con un lugar en su buque,
manifestándole que estaba dispuesto á hacer que
llegara á México. Puede imaginarse la alegría de
Juan al oir tal proposición, y sólo vacilaba al pensar
en que tendría que dejar á sus amigos los indíge-
i ROBINSÓN MEXICANO

nas, de quienes tantas muestras de carifio había re-


24 i

cibido.
Por último se decidió que el buque dejaría á los
colonos en su isla, en donde se encoritrarían más
seguros contra cualquier agresión que intentasen sus
enemigos, y que, luego, la embarcación emprende-
i ría el regreso, llevando consigo á Robinsón y á su
fiel Domingo.

... J u a n se c n i o n t r 6 u n a maíiana
t c a m i n o de s u inolvidable patria

As1 se hizo, en e f x t o , y despuis de una postrera


mirada á la isla que tanto amaba, Juan se encontró
S una mañana camino de su inolvidable patria.
f
:
S-
?,
t
Ea SUMARIO.- Las Cajas de Ahorro.-Beneficios que prestan á las *
i clases trabajadoras. - Sociedades de seguros. - El seguro
-
sobre la vida, sobre incendios y marítimo, etc., etc. Socie- '
dades mutualistas y sociedades cooperativas.-1.a Beneiicen-
4'
*,
cia pública: asilos y hospitales.

$
El vapor hizo la travesía con toda felicidad. Era
i una hermosa embarcación, elegante y sólida, cuyo
I
rápido andar le permitió recorrer en pocas semanas
A
L la distancia que mediaba entre la isla de Robinsón y
un puerto de la Gran Bretaña.
i El buque llegó á Londres en los últimos días de S
"2
$ otoño. Una enorme cantidad de barcos de todas
.r
clases y tamaños llenaba el puerto. De todas partes l

del mundo llegan, en efecto, buques de vapor y de


vela, y descargan en aquellos muelles los más varia- 1

: dos productos: plata, procedente de México y los


j,
Estados Unidos; cargamentos de te y tejidos de seda,
que vienen del Asia; café, de las Repúblicas Centro-
L
Americanas y del Brasil; vinos, de Italia y Francia; I
ROBINSÓNMEXICANO 2 43
. 3
.+

Y es que Londres es un rnercndo de ddistribución, a '3


I
una plaza comercial en la que se reunen todas las
mercancías, que de ahí se reparten en los demás 5
i

El \ a p o r hizo la travesía con toda felicidad 1


4
mercados del mundo. Por eso los precios que al-
canza en ese puerto una gran cantidad de productos
son, generalmente, los que sirven de tipo en la rna-
1
yoria de las comarcas de consumo. .i
CARLOS D ~ A ZDUFOO

Desembarcaron Robinsón y Domingo, y su pri-


b mer cuidado fué visitar la capital del Reino Unido,
5P de la que nuestro protagonista había oído hacer los
mayores elogios. Londres es, verdaderamente, una
gran ciudad que cuenta hermosos edificios, almace-
nes inmensos é importantes casas de conlercio. Es,
en pocas palabras, un centro de negocios, así de
prorhcción, como de circulación y consu71zo.
Los establecimientos que más llamaron la aten-
ción de nuestro protagonista fueron las Cajas &
i 4 h o ~ ~áo ,donde los obreros, los empleados y otra
infinidad de personas depositan sus econouzias. E n
esas Cajas se guardan los ahorros de los trabajado-
res, 5 quienes se paga un interés por el empleo que
se hace de su dinero. Las cantidades recaudadas en
esos establecimientos son muy considerables, y muy
considerables también los intereses que se distribu-
yen entre los dueños de esos depósitos.
De esta suerte, los individuos que logran hacer
algunos ahorros, ven recompensados sus sacrificios
con las utilidades que les proporcionan las Cajas, y
los grupos menos acon~odados,los jornaieros, por
ejemplo, van, poco á poco, constituyéndose en pe-
qutEos caJ~itníistas, que cuentan, además de sus sala-
rios, c o t ~una venta, que les permite hacer frente á sus
necesidades en las épocas difíciles, cuando no encuen-
tran trabajo, viene una enfermedad ó llega la vejez.
Y no solamente los obreros, sino hasta los solda-
dos y los niAos cuentan en Londres con Cajas de
ROBINSÓNMEXICANO 245
Aliorro, en donde depositar sus economías. LOS
Bancos Militares reciben grandes sumas, proceden-
tes de la parte que los soldados separan de su ha-
ber, y en los colegios, en los que se da á los alum-
i-ios, desde edad muy temprana, leccioiies de ahorro,
se hacen colectas que se entregan á las Cajas, á
nombre de cada niño que reune una suma, general-
mente pequeña, econo-
mizada de los gastos su-
perfluos, la mayor parte
de las veces de las can-
tidade's que los padres
les dan para juguetes.
Con este motivo, se
cuenta que en una oca-
sión se presentó un mu-
chaclio á retirar de una
Caja de Ahorros escola-
res una pequeña canti-
dad que tenia deposi-
tada en aquel estable-
cimiento, y como el ca-
jero le preguntara por
qué sacaba su depósito,
el pequeño le contestó:
... las sutnas d e dinero ...
cseñor, mi madre no
tiene con que pagar este mes la renta de la casa, y
yo quiero ayudarla á hacer ese gasto.$
Son verdaderamente inmensas las sumas de di-
CARLOS D / A Z DUFOO

nero que han recaudado las Cajas de Ahorro, y muy


crecidos también los intereses que distribuyen entre
. las clases trabajadoras, cuya suerte ha ido mejo-
rando, día á día, en virtud del ahorro.
Juan suspiró, pensando que en México no existe
muy generalizado el hábito de la economía, no sólo
1 entre los grupos trabajadores, jornaleros y operarios,
E:i que á veces no tienen un salario suficiente para eco-
! . nomizar una porción de él, pero ni aun entre las
clases más acomodadas, las cuales suelen gastar in-
k tegramente el total de sus ingresos.
k Todos estos establecimientos, todas estas Cnjas,
I
todos estos Bancos, se encontraban itistalados en
espaciosos y elegantes edificios, que nuestro joven
contemplaba con miradas de asombro. Entre otros
palacios, los que más llamaron su atención fueron .
los de las Sociedados de Seguros. L a costumbre de
asegurarse contra cualquiera desgracia futura (una
enfermedad, un accidente que impida al trabaja-
dor consagrarse á sus habituales tareas, la muerte
misma) está muy arraigada en el pueblo inglés.
El seguro constituye, por lo demás, un verdadero
ahorro. Merced á él, un hombre que en ocasiones no
. cuenta con la fuerza de voluntad necesaria para se-
parar constantemente una porción de lo que gana,
con objeto de dejar alguna suma de dinero á su fa-
' milia, después de su muerte, ó que, aun teniendo
esa fuerza, no le alcanza la vida para reunir un ca-
pital, más ó menos crecido, según sus recursos,
i

;
1
.A
R O B I N S ~ NMEXICANO

puede alcanzar el resultado que se propone, entre-


gando periódicamente á una compañía de seguros
una pequefia cantidad, y la compañia se encargará,
al fallecimiento del interesado, de entregar á sus he-
rederos una suma tanto más considerable cuanto l

mayores hayan sido las anualidades, es decir, las


cantidades que año por afio se depositaron en su
caja. !

Este es el que se llama seguro de olida, y con mu-


cha frecuencia oimos decir que tal conzpañda de se-
guros pagó tantos cientos ó miles de pesos á la fa-
milia de alguna persona muerta, con lo que se
/,
I

atiende á la vida de esa familia, que sin esa previ- l


sión del jefe de ella, habría quedado tal vez en la
miseria. l
Pero no es esta la dnica forma en que se ejerce el
seguro, sino que hay muchas y muy variadas que se
ofrecen contra la multitud de peligros que amenazan
I
constantemente al hombre y á los bienes que le per-
l
tenecen. Así, por ejemplo, un propietario asegura I

su casa contra incendios; en ese evento, la compafiia


está obligada á pagar á dicho propietario el valor de
la finca, cuando las llamas la destruyen. Hay tam-
bién seguros pnaritimos, que consisten en asegurar
el valor de las embarcaciones; seguros sobre mer-
cancías, sobre cosechas, y otros muchos. En todos
estos casos, las compañias aseguradoras, se obligan
á entregar á las personas que aseguran estos bienes,
el valor de ellos, si son destruidos por alguno de los
2 48 CARLOS D ~ A ZDUPOO I

riesgos que corren; como, por ejemplo, un naufra-


ii gio, si se trata de un buque; una sequía, si es de una
cosecha, etc., etc.
F.
b

k
? Yisitó, pues, muchas fábricas 4 talleres ...
J

I No se contentó Juan con admirar los grandes es-


h tablecimientos con que Londres cuenta: bancos, ca-
h
jas de ahorro, almacenes y cajas de comercio, sino
i que quiso conocer otros que ponen de relieve el
t
I adelanto de las industrias modernas. Visitó, pues,
muchas fábricas y talleres, en donde un gran nú-
mero de obreros se consagraba atentamente y con
C

I
ROBINSON MEXICANO 249

gran cuidado á multitud de tareas distintas. Llanióle


la atención, al par que el orden y la disciplina que
reinaban en estos centros de trabajo, la habilidad de
los operarios, la decencia de sus trajes y la verda-
dera alegría con que desempeñaban sus labores.
Muchas cosas pudo indagar acerca de la situación
de estos obreros. Supo, entre otras, que ganan un
salario suficiente para satisfacer todas sus necesida-
des; que viven, algunos de ellos, en viviendas có-
modas é higiénicas y que aun llegan á hacer algunas
economías que depositan religiosamente en las Cajas
de Ahorro que el joven mexicano había conocido
en días anteriores.
Supo más todavía: que estos obreros forman parte
de sociedades mutualistas, agrupaciones que tienen
por objeto socorrer á cada uno de los socios, en
caso de una enfermedad ó de una desgracia. En
efecto, mediante una pequeña czdota, que el socio
obrero entrega mensualmente á la sociedad á que
pertenece, tiene derecho de que se le mantenga
cuando se halla en cama ó no encuentra trabajo, y
aun muchas veces, si llega á morir, que la compa-
ñía señale una pensión á su familia.
Juan recordó que en México existen también
soczedades mutualistas, por más que no hayan al-
canzado, hasta ahora, todo el desarrollo de que son
susceptibles.
No fueron las sociedades mutualistas las únicas
agrupaciones de obreros y gente trabajadora (re-
250 CARLOS D ~ A Z DUFOO
-
iinida con objeto de satisfacer, al precio de menores
sacrificios, el mayor número de necesidades), que
conoció nuestro joven; también le fué dado obser-
var de cerca las sociedades cooperntivns, tan nume-
rosas, no sólo en Londres, sino en todo el resto de
la Gran Rretafia. Dichas sociedades están fundadas
en la unió?^, en el $Doyo coinhn, en la cooperación,
de los individuos que se reunen, con objeto de ob-
tener un beneficio general á todos, que redunda,
como es natural, en provecho de cada uno.
Así, por ejemplo, un grupo de trabajadores se
reune con el fin de obtener directamente de los in-
dustriales los productos que éstos elaboran y que
ponen á la venta á un precio mucho más reducido
que los comerciantes. A veces, también, otro grupo
de individuos solicita dinero de un establecimiento
de crédito, destinado á una empresa que resulta en
provecho de todos. En estos y otros muchos casos
que pudiéramos citar, ninguno de los miembros de
las sociedades cooperativas posee, aisladamente, re-
cursos con que poder satisfacer, ya una compra de
productos, al por mayor, ya una deuda de cierta
importancia; pero unidos todos ellos, haciéndose so-
Zidarios, es decir, responsables, en conjunto, y cada
uno de por sí, de dicha compra ó de dicha deuda,
encontrarán fácilmente un fabricante que les entre-
gue mercancias ó un banco que les anticipe fondos.
Entre las sociedades cooperntivas que mayor fama
han alcanzado en la historia de los esfuerzos huma-
. tios unidos, merece especial mención la de los obre-
ros de Rochdale (Inglaterra). Robinsón adquirió al-
gunos pormenores acerca de esta institución, que le
mostró el grado de progreso que alcanzan los hom-
bres cuando se agrupan con un pensamiento y un
interés comunes.
El año de 1844, algunos operarios de Rochdale
se reunieron con el propósito de juntar sus ahorros
en un fondo común y hacer algunas compras al por
mayor de los artículos más indispensables para satis-
facer sus necesidades. Con el importe de una cuota
semanaria que entregaba cada uno de los socios,
lograron establecer una pequeña tienda, en la que
cada asociado podía adquirir esos productos á un
valor mucho más reducido del asignado por los co-
merciantes.
L a sociedad progresó notablemente; pudo, más
tarde, establecer un almacén de ropas, después un
molino de trigo, y al cabo de algunos años disponía
de un capital de más de medio millón de pesos, y el
número de socios, que al principio fué el de 28, pa-
saba de seis mil.
L a sociedad cooperativa de Rochdale, no sólo
duenta en la actualidad con establecimientos comer-
ciales y fábricas, sino con un casino y una biblio-
teca con destino á los miembros de esta simpática
agrupación, que es uno de los ejeniplos más intere-
santes de los resultados obtenidos por la previsión y
la perseverancia de los hombres, cuando cooperan,
CARLOS D ~ A ZDUFOO
2

es decir, cuando mutuamente se ayz4drcn en sus aspi-


raciones y necesidades.
Robinsón hubiera podido creer que en Londres
1 los grupos trabajadores se encontraban en una situa-
r;
ción muy bonancible y que satisfacían todas sus
k
exigencias, si no hubiese visitado los barrios bajos
de la gran capital. ¡Qué inmenso número de mendi-
gos encontró en ellosl ¡Con cuánta miseria tropezó
,
en las calles tristes y solitarias! Turbas de hombres,
mujeres y chiquillos cubiertos de aiidrajos, flacos y
sucios, lo asaltaban, pidiéndole una limosna, y tuvo
que repartir algunos puñados de monedas para verse
libre de los pordioseros que le interceptaban el paso.
Para remediar estas desgracias, los gobiernos de
las sociedades civilizadas modernas han organizado
un servicio llamado de benefcencin pliblica, que con-
siste en sostener asilos para pobres, hospitales para
enjZZrvzos, y otros establecimientos destinados á
mantener en ellos á esos enfermos y á esos pobres,
Y
con las cantidades pagadas por los contribuyentes eii
forma de i?~)uesto. De este modo las sociedades son
las que satisfacen los gastos de las personas que,
por su edad, sus enfermedades ó su falta de trabajo,
no pueden atender á sus necesidades. A esos esta-
1
blecimientos de beneficencia al cuidado de los Go-
biernos, hay que añadir los fundados por la caridad
de los particulares, y que contribuyen á remediar la
multitud de desgracias que se registra siempre en
una sociedad, por rica que sea.
Después de dos ó tres semanas empleadas en es-
tudiar pormenorizadamente á Londres, nuestro pro-
tagonista decidió emprender el regreso á su patria,
en compañía de Domingo, que ni por un momento
se había separado de su lado. Todavía lo retuvo
unos días un deber que Robinsón se había propuesto
cumplir: la devolución del cofrecillo que contenía el
1 tesoro que encontró en el buque náufrago á los pa-
rientes ó herederos del dueño de aquel capital, quc
conservaba en su poder como un depósito sagrado.
Sin embargo, todos los esfuerzos del joven resulta-
ron inútiles, pues á pesar de sus investigaciones, no
pudo llegar á saber cuál era aquel buque, la gente
que lo tripulaba ni, por lo tanto, las personas que te-
nían derecho á la cuantiosa fortuna contenida en el
cofrecillo cuidadosamente
g u a r d a d o por n u e s t r o
compatriota.
Por último, Juan deci.
dió realizar la travesía,
cada vez más ansioso de
encontrarse de nuevo en
su querido México, del
. .por tanto tiempo ha- Por último, Juan decidió
que
bía estado ausente y cuyo realizar la travesía ...
recuerdo, a. través de tan-
tos trabajos y sinsabores, no se había apartado jamás
de su espiritu.
CAP~TULO xxx
- ---

S U \ I A R I-
O El progreso e ~ o n ó i n i c od e hlexico - En q u é Lon-
siste la riqueza de loí pueblos. - Conclusion.

Seis años habían transcurrido desde que Robinsón


faltaba de México. En esos seis años, se habían rea-
lizado en su patria grandes hechos que marcaban el
pvogrrso económico de la República.
En primer lugar, durante el citado espacio de
tiempo se habían construído muchos ferrocarriles,
destinados á transportar mercancías de una comarca
á otra del país. De esta suerte, los productos de un
lugar, que, en otras épocas, no tenían conzpradoves,
habían encontrado caminos para llegar á numerosos
mercados de consumo, en los que, antaño, se carecía
de muchos articulos necesarios para la vida.
Estos ferrocarriles sirven, no solamente para aca-
rrear productos en el interior del país, sino también
para conducir á los puertos los que aquí no se con-
sumen; siendo de allí embarcados con dirección al
L

. A
r

I .
ROBINSON MEXICANO
< ,:,

i
Para facilitar el embarque de esos productos, se
'
habían hecho grandes mejoras en los puertos, obras
que facilitaban extraordinariamente la carga y la
descarga de las embarcaciones, que cada día en nd-
mero más crecido anclaban en dichos puertos.
Así, el come~ciode México con los demás países
del mundo, se había activado considerablemente.
Las exportaciones representaban cada día valor más
grande, aumentando de este modo las gnnancias de
losproductores de esos artículos y las de los comer-
ciantes que los remitían para su venta á los mercados
extranjeros. Por otra parte, las importaciones crecían
de igual modo, buena prueba de que el país se ha.
bía hecho más rico, riqueza que le permitía comprar
cada vez mayores cantidades de productos consa-
grados á satisfacer las necesidades de sus habitantes.
Todos los ramos de producción nacional se habían
desarrollado considerablemente. Se producia mayor
volumen de plata, oro y cobre, y de productos agrí-
colas é industriales. La mineria, la agricuMura y la
indt~striatrabajaban, pues, con más actividad.
Además, se había introducido gran cantidad de
capital extranjero, que acudía á la República con
objeto de obtener buenas ganancias en la diversidad
de explotaciones ó negocios mexicanos. Este au-
mento de entpresas que se dejaba sentir en la Repú-
blica, había determinado una activa demanda de
trabajo. Todos los hombres laboriosos encontraban
ocupación y sus salarios eran cada día más elevados.
En muchas partes del país se habían fundado ban-
cos, destinados á facilitar dinero á los hombres labo-
riosos, que, careciendo de capital ofrecían, sin ern-
bargo, la garantta de su trabajo. El país gozaba de
gran crédito en el extranjero, porque se había esfor-
zado en pagar puntualmente los intereses de la deuda
que había contraído en otras naciones, con objeto
de realizar grandes obrás fnateriales, destinadas á
facilitar la producción, la circulación y el consurno.
Tal fué el espectáculo que se 'ofreció á las miradas
de nuestro compatriota, en extremo satisfecho de
aquel estado de cosas, que le demostraba el bienestar
de su patrid.

... se hizo cargo de los bienes ...


Entonces comprendió Juan que la riqueza de las
niiciones coilsiste en el desarrollo de todos los ele-
mentos de producción, en la completa distribución
de los productos, en el aumento del trabajo, y en la
multiplicación de los capitales.
R O B I N S ~ N MEXICANO =57
No tardó en llegar á Mazatlán, que se había con-
vertido en un punto de gran movimiento, é inútil es
decir la alegría con que fué recibido por todos sus
amigos y compatriotas, que no esperaban volverlo
á ver.

1
I
... contrajo matrimonio con una bella y virtuosa señorita. ..

Como su tutor había ya muerto, se hizo cargo de


los bienes que le legaron sus padres, consagrándose
P 17

i ,f
e
558 CARLOS D ~ A Z D U F O ~ ..-.
y
. *r

á administrarlos por su propia cuenta, en unión de S

SU fiel Domingo, á quien nombró administrador de ?


sus haciendas.
Muy pronto contrajo matrimonio con una bella y
virtuosa señorita y tuvo varios liijos, á quienes educó
en el amor al trabajo, inculcándoles el principio de
que la perseverancia y la energía constituyen la base
de Ia prosperidad y de la dicha del hombre.
PRODUCCION DE LA RIQUEZA
Pág.
-
CAPITULO l . . . . . . . . . . . . . . . . 7
-
CAP.11. Sunzario: Necesidades; necesidades corpo-
rales y del espíritu.-Ventajas d e lavida social; la coope-
ración.-Objeto de la vida en sociedad: bienestar d e cada
uno y de todos los hombres asociados. - Utilidad: por
q u é se llaman objetos útiles. - Riqueza y pobreza. Lo
q u e constituye una y otra.- Riquezas naturales y rique-
zas económicas. Dones gratuitos. - Producción: su ob-
jeto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
CAP.111. - Sumario: El primer factor d e la produc-
ción: la tierra. - Elementos y fuerzas naturales. Lo q u e
produce la tierra: producción vegetal y producción
mineral. - El suelo y el subsuelo. - Cómo el hombre
utiliza la producción de la tierra. - Las materias primas
y su transformación. - Otros elementos naturales favo-
rables á la producción de la tierra: las lluvias; las
corrientes de agua; el clima . . . . . . . . . . . 2 3
CAP.IV. - Sumario: La tierra, primer factor d e la
producción (continúa). - La configuración geográfica y
sus consecuencias para la riqueza d e las naciones. -
Vías de comunicación (íluviales y terrestres). - Ventajas
d e las comarcas situadas á orillas del mar. - Poder del
hombre sobre la naturaleza. - El trabajo d e la humani-
dad en el transcurso del tiempo. - Utilidad de los ani-
males domhsticos. - El hombre es reemplazado por la
bestia y la bestia por la máquina . . . . . . . . . 34
2 60 ~NDICL

-
Pág.

CAP.\-. - Sumario: El trabajo, segundo factor de la


producción. - Cómo el trabajo aprovecha y modifica á
la naturaleza: - Objeto del trabajo: la producción de
riquezas. - La riqueza ó pobreza de una sociedad ó de
un pueblo dependen del número d e individuos que tra-
bajan. - El trabajo físico y el trabajo intelectual. - Ele-
mentos del trabajo: la voluntad, la inteligencia y las
fuerzas físicas. - De quC modo interviene cada uno de
estos elementos . . . . . . . . . . . . . . . 42
CAP.VI. - Sumario: El trabajo, segundo factor de la
producción (continúa). - El trabajo aislado y el trabajo
en común. - Unión d e los esfuerzos humanos. - Divi-
sión del trabajo. - Ventajas de la división del trabajo. -
División territorial del trabajo. - Sus consecuencias. -
La acción del trabajo sobre la naturaleza y la acción d e la
naturaleza sobre el trabajo. . . . . . . . . . . . 5 2
CAP.VII. - Sutnario: El capital, tercer factor d e la
producción. - Primera forma del capital: provisiones y
herramientas. - Capitales materiales y capitales inmate-
riales. -Todo capital procede del trabajo. - Formación
del capital.- El sacrificio presente y el bienestar futuro.
- El capital y la riqueza de los pueblos . . . . . . 62
CAP. VIII. - Sumario: El capital, tercer factor d e la
producción (continúa). - Inventario d e capitales en una
nación. - Capitales d e consumo y capitales d e produc-
ción. - Capitales fijos y capitales circulantes.- Las he-
rramientas y las máquinas. - Errores contra las mdqui-
nas. - Persecución de sus inventores. - Ventajas de las
máquinas. . . . . . . . . . . . . . . . . . ;o
CAP.IX. - Sumario: Historia económica de la Huma-
nidad. - Cómo se han ido presentando las industrias. -
Los períodos industriales según la marcha d e la especie
humana. - Que es una industria. - Clasificación d e las
industrias. - La vida es una lucha y el trabajo sólo es
una forma de esta lucha emprendida por el hombre,
para alcanzar, mediante su industria y á costa del menor
esfuerzo, el mayor número de las satisfacciones q u e
reclaman sus necesidades. . . . . . . . . . . . 79
Pag .

C A P ~ T U);.
LO . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.XI. - Sumario: La propiedad. - Como y cuándo
ha nacido la propiedad.-La ocupación,primer elemento
de la propiedad. -Bienes muebles y bienes inmuebles.
-Propiedad colectiva y propiedad individual. - El tra-
bajo, segundo elemento de la propiedad. - Cómo se
traspasa la propiedad: la venta, la dádiva, la herencia. -
En los pi~ebloscivilizados la propiedad está reconocida
por las leyes. - Ataques á la propiedad: el robo. - Las
. tribus primitivas de la Humanidad vivían del trabajo
ajeno; las naciones civilizadas modernas viven del pro-
ducto de su propio trabajo . . . . . . . . . . . 98
CAP.XII. - Sumario: La libertad y la esclavitud. -
Cómo nació la esclavitud. - Los esclavos de los primiti-
vos pueblos. - Cómo los esclavos se convirtieron en
siervos. - Las corporaciones y las cofradías. - Obs-
táculos á la libertad del trabajo.- Sin libertad n o existe
-
la propiedad. - La venta de esclavos. Abolición de la
esclavitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . i 05
CAP.XIII. - Sumario: Repartición de la riqueza. -
Parte que corresponde á la tierra en el reparto de la pro-
ducción. - El propietario rural. - Arrendamiento de la
tierra. - El arrendador y el arrendatario. - -
La renta.
Gastos de explotación de la tierra. - El cultivo exten-
sivo y el cultivo intensivo. - La grande y la pequeña
propiedad. - Cómo ha desarrolla'do el hombre la pro-
ductividad de la tierra . . . . . . . . . . . . . I i 2
CAP.XIV. -Sumario: Parte del trabajador en el re-
parto de la producción: el salario. - El salario está des-
tinado á satisfacer las necesidades del trabajador.- Estas
necesidades aumentan con el grado d e civilización del
asalariado. - Relación entre la riqueza de una sociedad
y los jornales que se pagan á los trabajadores.- Jornales
altos y jornales bajos. - Por qué se elevan y bajan los
jornales.- Salario nominal y salario real. . . . . .
CAP.XV.-Sumario: Parte que corresponde al capital
izr
en la repartición de la riqueza.- Servicios prestados por
el capital á la obra de la producción.-Interés del capital.
$AP
Pág.
- P o r q u é aumenta y se reduce el interés del capital. -
Necesidad d e capitales en los paises nuevos.= Segurida-
des y garantías q u e reclama el capital.-La usura.-Casas
d e empeño. . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.XVI. - Stimnrio: Parte del etnpresario en la re-
partición de la riqueza. - Funciones del empresario;
sus cualidades. - La dirección del trabajo. - Utilidad,
beneficio 6 ganancia. - Los servicios prestados por el
empresario son, en ciertos casos, superiores á los pres-
tados p o r el propietario y el capitalista. - Los beneficios
excepcionales d e ciertos empresarios significan un bene-
Jiciomásconsiderableparalahumanidad . . . . . .
CAP.ZVII. - Szlmario: Las Iiuelgas. - Causas d e las
huelgas: el a u m e n t o del jornal y la reducción del trabajo.
-1)años q u e traen consigo las huelgas. - El socialismo
y la cuestión social. - P o r q u é n o tienen razón los socia-
listas. -Monopolios y acaparamientos.- Los « trusts».-
Los monopolios son una expoliación del capital sobre el
trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.XVIII. - Sui)zario: Parte del Estado en la repar-
tición d e la riqueza. - Derecho q u e asiste á las autori-
dades para erigir u n a porción d e los productos.- El
Estado y los asociados.-Servicios prestados por el Esta-
do.-Tributos, impuestos, contribuciones.-El impuesto
debe s e r relacionado con la riqueza y bienestar de los
contribuyentes.-Obligación del Estado y obligación del
contribuyente. - El impuesto directo y el impuesto
iiidirecto . . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.XIX. -Sunzario: La parte del Estado en la repar-
tición d e la riqueza. - Administración d e los caudales
públicos.-Empleo d e las rentas públicas.--Presupuesto
d e ingresos 1. presupuesto d e egresos. - Presupuestos
equilibrados, con déficit y con superavit. - Deudas y
empréstitos . . . . . . . . . . . . . . . . .

CAP. XXI. - Sunlario: El valor. - Lo q u e es indis-


$
pensable para q u e -valga una cosa- El valor d e u n objeto ,
varía segun las necesidades y las circunstancias d e cada 7
hombre. - La utilidad, primer elemento del valor. - El
valor d e u n p r o d ~ i c t oestá determinado p o r la oferta la
demanda d e ese producto. - La competencia. -Cuál es
el límite del valor d e un producto.-El costo d e prnduc-
ción. -Cambio d e productos . . . . . . . . . .
CAP.XXII. - Sunzario: Comercio.- Cómo s e cambian
los productos.-El trueque.-El comercio entre los pue-
blos primitivos.- Mercados d e producción y mercados
d e consumo. - Las caravanas d e comerciantes.-Medios
d e transporte : animales, carros y ferrocarriles. - Bene-
ficios d e los ferrocarriles. . . . . . . . . . . .
CAP. XXII1.-Sitinnrio: Comercio (continúa).-l'raiis-
portes marítimos. - Las naciones conquistadoras p las
comarcas conquistadas.-Aletrópo!i y Colonia.-Sistema
colonial. - Desarrollo del comercio por la civilizacibn.
- Comercio esterior. - Exportaciones 6 importaciories.
CAP.XXIV. - Sulnnrio: La moneda. - El trueque ó
permuta. - Los productos se cambian p o r productos en
los primeros tierilpos d e la Humanidad. - La mercancia-
moneda. - El patrón monetario. - Inconvenientes d e
las primeras mercancías usadas como moneda.- La mo-
neda metálica. - Cómo ha subsistuído el dinero á las
mercancías en el cambio d e los productos. - Ventajas d e
la moneda metálica. - El peso y la ley. - Los falsifica-
dores d e moneda. - En q u é consiste el fraude. - La
moneda está s u j e t a d la oferta y á la demanda. - La de-
preciación d e la moneda d e plata. - Los metales pre-
ciosos n o son las únicos riquezas. - Esos metales y las
monedas q u e con ellos se fabrican valen solamente por-
q u e pueden cambiarse p o r los demás productos q u e
sirven para satisfacer necesidades . . . . . . . . .
CAP. XXV. - Suinario: El crédito.- Qué es el crédito.
- La confianza, base del crédito.- La prenda ó garantía.
-La hipoteca.- El recibo y el pagaré. - Historia d e los
Bancos. - Las letras d e cambio. - La circulación d e los
documentos d e crédito. -Qué es un billete d e Banco. -
Servicios prestados por los documentos d e crédito en el
cambio d e la riqueza pública. . . . . . . . . . .
CAP. XXV1.-Sumario: Q u é se entiende por consumo.
- La población. - Desigualdad en la distribución d e los
habitantes del mundo.-El h o m b r e como elemento de la
producción de la riqueza. -Aumento d e población: causas
y dificultades d e este aumento. - El desarrollo d e la po-
-
k 264 ~NDICE
Pag.
-
-w
i

blación y el de las subsistencias.-ll pauperismo.-Emi-


gración é inmigración. - Colonos. . . . . . . . . 2I 5 i

COXSUJIO DE LA RIQUEZA
CAPÍT~L XXVII.
O -- Sttntario: El ahorro. - <o que lo
constituye.- Los hombres económicos y los pródigos.-
Ventajas y objeto del ahorro.- El lujo. -Cuándo apaiece
en las sociedades.-Las satisfacciones del cuerpo y las del
espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.SXVIII. . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP.XXIX. - Sumario; Las cajas d e Ahorro. - Bene-
ficios que prestan á las clases trabajadoras. - Sociedades
de seguros. - El seguro sobre la vida, sobre incendios y
marítimos, etc., etc.-Sociedades mutualistas y socieda;
des cooperativas. - La Beneficencia pública: asilos y
hospitales. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
CAP. XXX. - Sumnrio: El progreso económico de
MCxico. - En qué consiste la riqueza de los pueblos. -
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . .

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