Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

La Mística Que Debe Animar La Oración

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 26

Año de Espiritualidad 2018

La mística que debe animar la oración

LA MISTICA QUE DEBE ANIMAR LA ORACIÓN

PRIMERA PARTE
Orando se aprende a orar

Capítulo 1: La necesidad de la oración


Todos los seres humanos, estamos formados por una parte material que es el cuerpo
y por una parte espiritual que es el alma. Tanto nuestro cuerpo como nuestra alma
tienen una serie de necesidades. Solemos atender con mayor frecuencia y rapidez las
necesidades del cuerpo y dejamos muchas veces a un lado las necesidades del alma.
Cuando esto sucede, experimentamos un vacío en nuestras vidas. Es importante
saber atender a nuestra identidad completa dándole al alma la importancia que
merece. La oración es tan necesaria en nuestra vida espiritual como lo es respirar
para nuestra vida del cuerpo.

El hombre, por estar formado de alma y cuerpo, tiene en su misma naturaleza una
sed de cosas infinitas, siente la necesidad de conocer a Dios, intuye la presencia de
un Ser Superior, de Alguien infinito que es la respuesta a sus necesidades. La historia
de la existencia humana da prueba de la religiosidad innata del hombre en las
distintas épocas y en las diferentes culturas.

En la actualidad, después de una época en que el hombre se olvidó de Dios para


adentrarse en un materialismo sorprendente, hace apenas unos cuantos años, hemos
sido testigos de un despertar espiritual en la sociedad. Los hombres se han dado
cuenta de que lo material no satisface sus inquietudes eternas y ha regresado a
buscar a Dios.

Desgraciadamente, muchos han intentado encontrarlo a través de caminos erróneos


como la meditación trascendental, la dianética, la cienciología, las técnicas orientales
de meditación y relajación, la quiromancia y la adivinación. En todos estos casos, se
habla del espíritu y de un ser superior, un dios cósmico, un dios presente en los
elementos que conforman el universo y los ejercicios que realizan los centran en ellos
mismos, pues buscan como único fruto "sentirse bien", estar en paz con ellos mismos.

La oración cristiana es muy diferente a estas técnicas que están de moda, porque es
una oración personal (de persona a persona) en la que nosotros hablamos con Dios
que nos creó, nos conoce y que nos ama. Nuestro Dios es una persona, no algo
etéreo como el cosmos o el universo. No es un dios "cósmico", es un Dios con el que
podemos dialogar de persona a persona porque nos conoce a cada uno y sabe qué
es lo que necesitamos. Dios es un Padre que nos ama, y con la oración nosotros
participamos de su amor. Es un Padre que llena de bendiciones a sus hijos. La
oración cristiana da frutos, no sólo con uno mismo sino con los demás, nos hace
crecer en el amor a Dios y a los hombres.
1
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Cuando un hombre aprende a orar, jamás vuelve a tener sed, no vuelve a


experimentar ningún vacío interior pues la oración llena las necesidades de su alma.

Algunos quizá, hayamos alguna vez intentado orar con toda nuestra buena voluntad,
pero los esfuerzos que hicimos no dieron el fruto que esperábamos y terminamos
desanimados y abandonando la oración. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Porque no
sabemos orar?, necesitamos aprender a orar.

Las personas que han aprendido a orar, han encontrado el gusto por la oración y han
logrado vencer obstáculos que en otro momento de sus vidas les hubieran parecido
muy difíciles de superar como la falta de tiempo y el no poderse concentrar. Se puede
decir que la oración ha pasado a ser parte de su vida.

Aprender a orar es aprender a estar atentos a la acción de Dios. Existen métodos,


que vamos a dar a conocer más adelante en el taller, que nos ayudan a aprender a
orar pero son sólo unas guías que nos acompañan a determinado punto y después ya
desaparecen porque logramos entrar en comunicación con Dios. Son ayudas, apoyos
para profundizar en nuestra oración.

Así como los deportistas se preparan y entrenan para conseguir mejores resultados,
el alma tiene capacidades espirituales que pueden estar dormidas por falta de
preparación y entrenamiento.

Si nosotros aprendemos a orar, encontraremos en Dios la respuesta a todas nuestras


inquietudes, encontraremos la paz espiritual y nuestro corazón se encontrará lleno de
energía para dar amor a los demás.

Con la oración ocurre lo que con la levadura que fermenta la masa o con una
antorcha que alumbra una habitación. Así es la oración: ilumina y fermenta toda
nuestra vida y nos hace crecer en nuestro interior. Dios se convierte en un Alguien en
nuestras vidas y no es sólo una "idea" sin vida. El diálogo continuo con Dios se vuelve
parte de nuestra vida cotidiana.

Capítulo 2: ¿Qué es la oración?

Qué es la oración.
Para orar, es necesario querer orar.
La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con
Dios, es acercarnos a Dios.
Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un
diálogo de amor.
Santa Teresa dijo en una ocasión: “Orar es hablar de amor con alguien que nos ama”.

2
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

La oración no la hacemos nosotros solos, es el mismo Dios (sin que nos demos
cuenta) el que nos transforma, nos cambia. Podemos preguntarnos, ¿cómo?
Aclarando nuestro entendimiento, inclinando el corazón a comprender y a gustar las
cosas de Dios.

La oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez
con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza. Orar es ponerse en la
presencia de Dios que nos invita a conversar con Él gratuitamente, porque nos quiere.
Dios nos invita a todos a orar, a platicar con Él de lo que más nos interesa.

La oración no necesita de muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes de


que se lo digamos. Por eso, en nuestra relación con Dios basta decirle lo que
sentimos. Se trata de “hablar con Dios” y no de “hablar de Dios” ni de “pensar en
Dios”. Se necesita hablar con Dios para que nuestra oración tenga sentido y no se
convierta en un simple ejercicio de reflexión personal.

Cuanto más profunda es la oración, se siente a Dios más próximo, presente y vivo.
Cuando hemos “estado” con Dios, cuando lo hemos experimentado, Él se convierte
en “Alguien” por quien y con quien superar las dificultades. Se aceptan con alegría los
sacrificios y nace el amor. Cuanto más “se vive” a Dios, más ganas se tienen de estar
con Él. Se abre el corazón del hombre para recibir el amor de Dios, poniendo
suavidad donde había violencia, poniendo amor y generosidad donde había egoísmo.
Dios va cambiando al hombre.

Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de


más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.

En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro


corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Nuestro
corazón se puede llenar con:

El egoísmo que nos lleve a pensar sólo en nosotros mismos sin ser capaces de ver
las necesidades de los que nos rodean,
El apego a las cosas materiales convirtiéndonos en esclavos de las cosas en lugar de
que las cosas nos sirvan a nosotros para vivir,
El deseo desordenado hacia los placeres, apegándonos a ellos como si fueran lo
más importante.
El poder que utilizamos para hacer nuestra voluntad sobre las demás personas.

Lo que no es la oración
Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos
orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración. Para distinguirlo
podemos ver unos ejemplos:

3
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración.


En la oración nos comunicamos con Dios. Si no buscamos una comunicación con
Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando,
sino buscando un beneficio personal. La oración no puede ser una actividad egoísta,
debe siempre buscar a Dios. Debemos estar pendientes en nuestra oración de buscar
a Dios y no a nosotros mismos, porque podemos caer en este error sin darnos cuenta.

Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es


oración. Las personas nos entregamos y nos ponemos en presencia de Dios con todo
nuestro ser. Orar no es “pensar en Dios”, no es “imaginar a Dios”, no es una actividad
intelectual sino del corazón que involucra a la persona entera.

Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para orar es necesario reconocer que


necesitamos de Dios.

Si no hay un diálogo con Dios, no es oración. Si únicamente hablamos y hablamos


sin escuchar, nuestra oración la reducimos a un monólogo, que en lugar de hacernos
crecer en el amor nos encerrará en el egoísmo. Cuando dejamos de mirar a Dios y
nos centramos en nuestros propios problemas, no estamos orando.

Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando, pues nos estamos
confundiendo de persona. Dios es infinitamente bueno y nos ama. No podemos
dirigirnos a Él con altanería.

Si no nos sentimos más identificados con Jesucristo no hemos hecho oración. Se


trata de poco a poco en la oración identificarnos con Cristo para poder actuar como Él
actuaba.

Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no


hemos hecho oración. La oración debe verse reflejada en nuestras vidas.

Capítulo 3: Características y consejos

Características de la oración y consejos para orar.


Orar es buscar a Dios, es mirar a Dios. Cuando dejamos de mirar a Cristo y
comenzamos a preocuparnos más por las dificultades, dejamos de hacer oración.
Orar es poner la atención en Dios, en su gran amor y poder. Orar es dialogar con
Dios.
San Ignacio de Loyola dijo: “Orar es gustar las cosas internamente; saborear
íntimamente las cosas de Dios.

4
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Características de la oración:
La oración se dirige a Dios y no necesita de muchas palabras. Él conoce lo que nos
pasa. Si no logramos escuchar a Dios, volver a intentarlo una y otra vez hasta
conseguirlo.

La oración debe ser perseverante: tener paciencia en establecer ese diálogo con
Dios.

La oración debe ser insistente, es decir, no abandonar la oración a la primera sino


insistir.

Para orar es necesario ser humildes. La soberbia, el pensar que no necesitamos de


los demás ni de Dios, aleja al hombre de la oración. Es imposible ser soberbios y
tener una auténtica vida de oración porque se necesita reconocer la necesidad de
Dios. La humildad nos acerca a Dios. Es darnos cuenta que no está en nuestras
manos solucionar los problemas de nuestra vida. El activismo, el hacer y hacer cosas
sin parar, se da por la falta de seguridad en la oración. Sucede entonces que
confiamos más en nuestras propias capacidades y esfuerzos, que en Dios y nuestra
oración pierde toda su fuerza. Orar es enriquecerse partiendo de nuestra pobreza
para abrirnos a la riqueza de Dios.

La oración es poderosa: Se pueden observar en la Iglesia muchos imposibles


conseguidos por la oración. Por ejemplo, la resurrección de Lázaro, la conversión de
San Agustín lograda con las oraciones de Santa Mónica, su madre, entre otras. Hoy
en día sigue Dios manifestándose en milagros que son actos de Dios que parten de la
oración humana.

La oración es confiada: La oración es hablar con Alguien a quien no vemos, pero


que sabemos está ahí escuchándonos. Al orar se tiene la certeza de que Dios no nos
va a fallar y esto debe transformar nuestra vida. Confiar en que Él puede ayudarnos a
solucionar nuestros problemas. Saber y tener la convicción que somos importantes
para Dios. Es dejar nuestra seguridad en nosotros mismos para ponerla en Dios.

La oración, siempre debe estar precedida del perdón: Para que nuestro amor a
Dios sea auténtico se necesitan purificar nuestras faltas. Antes de orar debemos
limpiar nuestro corazón, “darle una barridita” quitando todos los rencores acumulados
que quitan la paz a nuestros corazones tan necesaria para la oración. Es momento de
perdonar como Jesús lo hizo en la cruz.

La oración es necesaria para no caer en tentación: Jesucristo advirtió a sus


apóstoles que tenían que rezar para no caer en la tentación. Dios conoce nuestra
debilidad y sabe cómo fácilmente nos dejamos vencer por nuestro egoísmo, por
nuestra indiferencia ante las necesidades de los demás, por ser altaneros, por
dejarnos llevar por el placer, por un deseo exagerado de poseer, por dejarnos vencer
5
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

por la ira, el rencor, la pereza. La oración nos fortalece para vivir siempre cerca de
Dios.

Orar no se trata sólo de cumplir con una serie de normas externas. La oración nos
invita a entregarnos con generosidad al amor. Se ora con el corazón, con lo más
profundo del hombre, que sólo Dios conoce a la perfección.

Consejos para la oración:


Cuando comencemos a orar es muy conveniente hacer un ejercicio de reflexión para
preparar nuestro corazón. Consiste en detenernos un momento a pensar que es lo
que estamos haciendo, con quién estamos hablando. Tomar conciencia de que la
oración es un diálogo con un Padre que nos ama y que nos ha dado todo lo que
somos y tenemos. Todo lo que viene de Dios es bueno, es para nuestro bien.

Para que la oración sea auténtica se necesita buscar con sinceridad a Dios, un clima
de silencio interior y exterior quitando el ruido de las pasiones, de los llamados de
sensualidad, del orgullo. Tener humildad y deseos de amar a Dios. San Juan de la
Cruz nos dice “Olvido de lo creado, memoria del Creador, Atención a lo interior y
estarse amando al Amado”.

Algunas recomendaciones prácticas que cada persona puede adaptar a su estilo de


vida:

Lugar: Escoger un lugar específico para orar. No importa cuál sea, mientras nos
ayude a obtener el silencio interior que necesitamos.

Horario: Revisar nuestro horario y escoger para la oración un momento en el que nos
encontremos en paz y no tengamos muchas ocupaciones y que tampoco nos
encontremos muy cansados. Procurar que esta hora sea siempre la misma y
mantenerla fija lo más que se pueda.

Postura: La postura es importante, mas no indispensable. La oración no es cuestión


de ejercicios físicos, es algo espiritual. Cada quien puede adoptar la postura que
quiera, ya que cada persona experimenta las cosas de manera distinta. Nos pueden
ayudar algunos ejercicios de relajación y de respiración, pero sin convertirse en el fin
de nuestra meditación.

Antes de la oración: Decirnos a nosotros mismos, ¿con quién voy a hablar?, ¿con
qué actitud voy a comenzar?, ¿de qué le quiero hablar el día de hoy?

Al principio de la oración: Dejar de hacer lo que estábamos haciendo para dedicar


este tiempo a la oración. Dejar a un lado todo lo demás por un tiempo. Ponernos en
presencia de Dios Padre, al persignarnos hacerlo pausadamente. Después,
ofrecernos a Dios diciéndole “Aquí me tienes Señor, con mis cualidades y defectos”.
Aquí se puede tener algún detalle de delicadeza.
6
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Llevar a cabo la oración: Escoger el tipo de oración que se quiera llevar a cabo.
Adentrarse en ella. Turnar momentos de hablar y escuchar a Dios a lo largo de la
oración.

Propósito concreto para nuestra vida: Sacar como fruto de la oración un propósito
concreto a seguir en ese día. Debe ser muy concreto para poderlo cumplir. Por
ejemplo, en lugar de decir “hoy voy a ser un buen padre de familia” decir “hoy voy a
tener paciencia, no gritándoles a mis hijos a la hora de la cena en la que ya todos
estamos cansados”.

Duración: Cada persona sabrá del tiempo que dispone y del tiempo que quiera
dedicar a la oración. Es indispensable un mínimo de 15 minutos. Hay que estar
conscientes de que mientras más dificultades y preocupaciones tengamos, se debe
orar más, pues necesitamos más de la presencia de Dios en nuestras vidas.

Tipos de oración.
Existen distintos tipos de oración:

Oración de alabanza: Es alabar, elogiar a Dios, es “echarle flores” a Dios. Un


ejemplo de este tipo de oración son los salmos que forman parte del Antiguo
Testamento de la Biblia. Los salmos son ”alabanzas” a Dios. Nosotros podemos
utilizar los salmos para rezar, pero también podemos alabar a Dios con nuestras
propias palabras.

Oración de agradecimiento: Es agradecer a Dios por todo lo que hemos recibido de


él o por algo en particular. Día con día tenemos algo que agradecer a Dios tanto en
plano material como en el plano espiritual.

Oración de confianza: Es ponernos en las manos de Dios con la confianza con que
un niño pequeño brinca desde la mesa a los brazos de su padre. Es confiar en que Él
siempre estará presente para ayudarnos, para darnos las gracias que necesitemos en
cada momento. Es tener presente que Dios, que es Todopoderoso, nos conoce y nos
ama. Es quitar todo el miedo y la inseguridad de nuestra vida. ¿A qué podemos temer
si tenemos un Padre Todopoderoso?

Oración de arrepentimiento y perdón: Dios nos tiene un gran amor y tiene un plan
para cada uno de nosotros: Él quiere que seamos felices ahora y para siempre junto a
Él. Cuando pecamos, nos negamos a seguir sus planes de felicidad para nosotros. El
pecado es decirle a Dios que no nos interesa su plan, que preferimos hacer lo que se
nos antoja. En la oración de arrepentimiento, le decimos a Dios que nos sentimos mal
de haberlo ofendido, de haber despreciado su invitación a la felicidad eterna, que
queremos volver a ser sus amigos. Le pedimos que nos perdone y nos vuelva a
aceptar en sus planes de salvación. Todos los días podemos pedir perdón a Dios por
7
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

nuestras faltas haciendo un acto de contrición y una penitencia que escojamos. En


esta oración también podemos abrir nuestro corazón para perdonar a los que nos han
ofendido, pidiendo por ellos.

Oración de petición e intercesión: Consiste en pedir a Dios todo lo que


necesitemos, lo que más nos haga falta. Podemos pedir cosas materiales o
espirituales, con la confianza en que Dios escogerá concedernos sólo aquello que nos
haga bien y no nos concederá aquello que nos pueda hacer daño o que se pueda
convertir en un obstáculo para nuestra salvación.

Capítulo 4: Diversas formas de hacer oración

Distintas formas de hacer oración.


Los caminos de la oración son muchos. Se puede orar de varias formas. Existen
muchos modos de entrar en contacto con Dios. Cada quien elegirá el suyo de acuerdo
a su personalidad, a sus circunstancias personales, a lo que le llene más
espiritualmente en cada momento determinado.
Éstas son:

1. Oración vocal:
Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas
como el Padrenuestro, el Avemaría, el ángel de la guarda, la Salve. Para aprovechar
esta forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, haciendo
una pausa en cada palabra o en cada frase con la que nos sintamos atraídos. Se trata
de profundizar en su sentido y de tomar la actitud interior que las palabras nos
sugieren. Es así como podemos elevar el alma a Dios. Podemos apoyarnos en la
oración vocal para después poder pasar a otra forma de oración. Todos los pasos en
la vida se dan con apoyos y la oración vocal es un apoyo para las demás. La palabra
escrita es como un puente que nos ayuda a establecer contacto con Dios. Por
ejemplo, si yo leo “Tú eres mi Dios” y trato de hacer mías esas palabras identificando
mi atención con el contenido de la frase, mi mente y mi corazón ya están “con” Dios.

2. La lectura meditada:
Un libro nos puede ayudar mucho en el camino a encontrarnos con Dios. No se trata
de leer un libro para adquirir cultura, sino de tener un contacto más íntimo con Dios y
el libro puede ser una ayuda para conseguirlo. No se trata de aprender cosas nuevas,
sino de platicar con Dios acerca de las ideas que nos inspire el contenido del libro.
Hay que leer hasta que encontremos una idea que nos haga entrar en contacto con
Dios y ahí frenar la lectura “saboreando” el momento. Es así como se profundiza en
las ideas del libro para escuchar a Dios. Si cuando estamos leyendo, se produce una
visita de Dios, abandonémonos a Él. Al orar hay algo que nos “llama”, una idea en la
que sentimos la necesidad de profundizar. Para profundizar volvemos a la idea para
verla en todos sus aspectos hasta que llegue a sernos personal, hasta que la
hagamos propia. Esta idea mueve nuestra voluntad, nuestra capacidad para el amor,
8
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

el deseo y el afecto. Esta oración debe terminar con un propósito de vida de acuerdo
a las ideas en las que hemos profundizado en compañía de Dios.

3. Contemplación del Evangelio:


Consiste en leer un pasaje del Evangelio, contemplarlo, saborearlo y compararlo con
nuestra vida, tratando de ver qué es lo que debo cambiar para vivir de acuerdo a los
criterios de Cristo. Al leer el Evangelio nos vamos a familiarizar con los gestos y las
palabras de Cristo, y a comprender su sentido. Poco a poco iremos cambiando
nuestra mentalidad y nuestra conducta de acuerdo a los criterios del Evangelio.
Comparamos nuestro actuar en la vida con la vida de Jesús en el Evangelio. Se trata
de mirar a Jesús más que mirar el pasaje del Evangelio, escuchar su Palabra. Al orar
de esta forma, hemos pasado de la reflexión que se detiene a mirar en cada punto a
un mirar simplemente a Cristo. Para ponerlo en práctica se necesitan seguir los
siguientes pasos:
a) Ponernos en presencia de Dios y ofrecerle nuestra oración. Leer lentamente la
escena del Evangelio para tener una visión rápida de conjunto, del lugar donde
sucede. Por ejemplo, en Belén, en el templo de Jerusalén, etc. Después pedirle a
Dios que adquiramos un conocimiento más hondo de Jesús para amarlo más y
poderlo servir mejor.
b) Volvemos sobre el pasaje evangélico y vemos las personas y:
- Vemos a los personajes que hablan y actúan en el pasaje. Fijarnos en cada uno en
particular viendo primero su exterior para luego contemplar sus sentimientos más
íntimos, sean buenos o malos. Sacar algún fruto personal.
- Después escuchamos las palabras: Penetrar en su sentido, poner atención a cada
una de ellas. Algunas palabras las podemos escuchar dirigidas a nosotros
personalmente. Sacar un fruto personal.
- Como tercer punto, consideraremos las acciones: seguir las diversas acciones de
Jesús o de las demás personas. Penetrar en los motivos de tales acciones y los
sentimientos que los han inspirado. Sacar algún fruto personal, recordando que la
oración nos debe llevar a la conversión de corazón.

c) Terminar platicando con Jesús o con su Madre la Santísima Virgen María acerca de
lo que hemos descubierto.

4. Oración sobre la vida cotidiana:


Dios está presente en nuestra vida. Los acontecimientos de la vida son un camino
natural para entrar en contacto con Dios. Es necesario buscar la presencia de Dios en
nuestra vida y descubrir qué es lo que Dios quiere de nosotros. Esta búsqueda y este
descubrimiento son ya una oración. Estar atentos a lo que Dios quiere de nuestra vida
es hacer oración y nos invita a colaborar con Él. De esta “mirada” sobre mi vida
nacerá el asombro, el agradecimiento, la admiración, el dolor, el pesar, etc. De esta
manera nuestra vida entera será una oración.

9
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

5. Contemplación:
Se le conoce también como silencio en presencia de Dios. Este es el punto donde
culminan todos las formas de orar de las que hemos hablado con anterioridad. Es el
momento en que se interrumpe la lectura, o se deja la reflexión sobre un
acontecimiento, una idea o un pasaje del Evangelio. Se da cuando ya no hay deseos
de seguir lo demás, se ha encontrado al Señor con toda sencillez, después de
recorrer un camino. Hemos experimentado interiormente que Dios nos ama a
nosotros y a los demás. Es guardar silencio en presencia de Dios con un sentimiento
de admiración, de confusión, de gratitud, cuando nos sentimos invadidos por la
grandeza de Dios y su amor hacia nosotros y nos ofrecemos a Él. La oración
contemplativa es mirar a Jesús detenidamente, es escuchar su Palabra, es amarlo
silenciosamente. Puede durar un minuto o una hora. No importa el tiempo que dure ni
el momento que escojamos para hacerla. Para tener una oración contemplativa,
debemos:
a) Recoger el corazón: Olvidarnos de todo lo demás, encontrándonos con Él tal y
como somos, sin tratar de ocultarle nada.
b) Mirar a Dios para conocerle: No se puede amar lo que no se conoce. Al mirarlo
debemos tratar de conocerlo en su interior, sus pensamientos y deseos.
c) Dejar que Él te mire: Su mirada nos iluminará y empezaremos a ver las cosas como
Él las ve.
d) Escucharle con espíritu de obediencia, de acogida, de adhesión a lo que Él quiere
de nosotros. Escuchar atentamente lo que Dios nos inspira y llevarlo a nuestra vida.
e) Guardar silencio: Silencio exterior e interior. En la oración contemplativa no debe
haber discursos, sólo pequeñas expresiones de amor. Hablar a Jesús con lo que nos
diga el corazón.

Conclusión: Oración y vida.

A lo largo de este taller, hemos orado de varias formas para acercarnos a Dios
sacando frutos para nuestra vida. Nos ha escuchado y nosotros lo hemos escuchado.
Hemos logrado establecer un diálogo.

Pero aquí no acaba el taller, sino que más bien es el punto de arranque para una
sólida vida de oración que ejercitaremos todos los días hasta que nos encontremos
con el Señor “cara a cara” el día de nuestra muerte.

Es importante analizar de vez en cuando la relación que existe entre nuestra oración y
nuestra vida. Debe existir una correlación directa entre las dos porque si oramos con
profundidad nuestra vida forzosamente debe cambiar. En otras palabras, se nos debe
“notar” la oración. Si no se nos nota… es que algo anda mal… Debemos analizar si tal
vez estamos pretendiendo orar, pero en lugar de alabar a Dios, nos hemos dado culto
a nosotros mismos. No hemos dialogado con Dios sino con nosotros mismos. En
lugar de amar a Dios, nos hemos amado a nosotros mismos. Tal vez nos hemos
fabricado un dios a la medida de nuestros deseos, intereses y temores. Tal vez nunca
hemos salido de nosotros, sino que al rezar hemos continuado centrados en nosotros.
10
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Pero, tal vez sí hemos orado bien y sentimos que no se nos nota porque seguimos
cayendo en los mismos pecados que antes; hay que tener en cuenta que cada
persona es distinta y a algunas nos cuesta más trabajo superar los defectos y la parte
negativa de nuestra personalidad. Se hacen muchos esfuerzos y nuestro progreso
puede ser muy lento. Estos esfuerzos suelen ser silenciosos. Dios los conoce y los
aprecia, aunque ante los ojos de los hombres pueda parecer que no hemos
cambiado.

El secreto para ser fieles a Dios, para lograr la unidad entre la oración y la acción es
prestar atención a Dios, es “sacar nuestras antenas” para encontrar a Dios no sólo en
la Iglesia, en la capilla o en la Misa de domingo, sino en nuestras ocupaciones, en los
acontecimientos del día, en el trabajo, en la familia. Si Dios está ausente en nuestros
deberes de hombres, también lo estará en la oración.

El examen de conciencia es un buen medio para conocer la coherencia que existe


entre nuestra oración y nuestra vida. Por la noche nos ponemos en presencia de Dios
para conocer nuestras faltas, pedir perdón a Dios, fijándonos un propósito a cumplir
para ser mejores y pidiéndole su ayuda. Vernos como somos a la luz de Dios. El
examen de conciencia es una oración personal con Dios. Nos abrimos al Él y lo
escuchamos.

Nada nos toca más personalmente que la luz de Dios. Él nos ama con un amor
personal, no en “general”. A cada uno nos toca en lo más profundo de nuestro ser.
Sólo al experimentar ese amor vamos a reconocer nuestros pecados, y a
corresponder a Dios con un amor personal que invada nuestra vida y la transforme.

Atentos a Dios y a su constante acción, aprenderemos a juzgar según Cristo, a que


nuestras acciones sean como las de Él, a encontrar a Dios en todos los
acontecimientos y circunstancias de la vida, en cualquier hecho y en todo hombre.

La oración debe dar sentido a cada una de nuestras actividades, a cada minuto de
nuestra vida. El encuentro con Dios que se produce en la auténtica oración, debe
perdurar durante todo el día dándoles un colorido especial a las cosas. Quien ora con
profundidad, descubre a Dios en todo y establece un diálogo continuo con Él. La
unión con Dios abre el corazón a su amor y el amor lo llena todo. La oración nos debe
llevar a la conversión, a cambiar internamente para cambiar el mundo y construirlo
desde Jesucristo.

11
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

SEGUNDA PARTE
Disposiciones necesarias para orar
Una vez un señor quería encontrar trabajo. Todos los días salía a buscarlo. Al inicio
de cada jornada elevaba esta oración a Dios: “Señor, que yo consiga trabajo, pero,
por favor, que no sea hoy.”
Para hacer cualquier cosa es necesario tener buenas disposiciones. Lo mismo pasa
con la oración: para hacer oración es necesario tener las disposiciones correctas.

Capítulo 1: Querer hacer oración

En este país la mayoría de las personas profesan ser católicas, pero muchísimas no
van a Misa los domingos, ni por equivocación. Podríamos llamarles los “católicos de
las cuatro fechas”: sólo entran en la Iglesia para su bautismo, primera comunión, boda
y, no faltaba más, su funeral. ¿Por qué no van a Misa los domingos? ¿Será que no
creen en el sacrificio de la Misa, o en el sacerdocio católico, o en la presencia real de
Cristo en la Hostia? Parece ser que creen en todo estas verdades. No van a misa
porque “no les nace”, por pereza. Se les pegan las sabanas los domingos en la
mañana.

Me acuerdo de un señor que no iba a misa los domingos, pero afirmaba que tenía una
fe muy profunda. Yo pensé para mí mismo: Su fe es tan profunda que nunca aparece.

En el siglo XIII vivía un gran santo, Santo Tomas de Aquino. Un día su hermanita le
preguntó: “¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?” Ella esperaba una
respuesta muy complicada y profunda, pero el santo le respondió: “Hermanita, para
ser santa basta quererla”.

“Querer”, la palabra más poderosa en el diccionario. Pero se debe decir “Quiero” y no


simplemente “Quisiera”. El hombre que “quiere” puede hacer maravillas; el hombre
que “quisiera” se queda con las ganas. Seguramente en el Infierno hay muchos que
“quisieran” ser santos, mientras en el Cielo los que “quisieron” serlo. El hombre
dispone de una gran fuerza y es su voluntad. Tenemos que usarla para hacer oración.
La oración exige constancia y no hay constancia sin fuerza de voluntad.

Tomemos un ejemplo del Evangelio de una persona que fue constante en la oración.
Se trata de la mujer, la llaman la cananea porque era natural de Canán, que pidió a
Jesús exorcisar a su hija. Encontramos el episodio narrado en el Evangelio de Mateo,
capítulo 15, versículos 21 a 28. Vamos a leerlo:
Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer
cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: "¡Ten piedad de mí,
Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada". Pero él no le respondió
palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: "Concédeselo, que viene gritando
detrás de nosotros". Respondió él: "No he sido enviado más que a las ovejas perdidas
de la casa de Israel". Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor,
socórreme!" Él respondió: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
12
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

perritos". "Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas
que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, grande es
tu fe; que te suceda como deseas". Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Capítulo 2: Escuchar a Dios

Una vez un señor oró así: “Señor, que yo me saque la lotería”. No se la sacó y se
quedó bastante decepcionado. Al hacer oración no se trata de “sacar” algo de Dios,
como uno va a sacar un permiso de construcción. La actitud correcta es acercarse a
Dios deseando conocer la voluntad de Dios sobre uno. Jesús lo dijo al enseñarnos el
“Padre Nuestro”: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” Por eso, orar
eficazmente significa conocer la voluntad de Dios sobre uno y después decidirse a
cumplirla.

Posiblemente el mejor ejemplo de esto en el Evangelio es el de la Virgen María. Ella


dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Muchas veces
decimos que nuestra oración no es eficaz porque Dios no nos concede lo que
nosotros queremos. Muchos ven a Dios como su mago privado, alguien está allí para
cumplir con sus deseos, algo así como un genio en una botella.

Cuando la gente dice: “Dios no me escucha”, da la impresión que lo que quiere decir
es: “Dios no me responde como yo quiero que responda”. Los grandes orantes de la
Biblia como Isaías dijeron a Dios: “Heme aquí”.

Capítulo 3: Mantener puro el corazón

Es lógico que cuando hay amistad entre personas, la comunicación entre ellas es
mucho más fluida. Pensemos, por ejemplo, en el caso de dos esposos peleados.
Evidentemente la comunicación entre ellos no va a ser muy buena. Tienen muchos
rencores en el corazón. Además sacan a cada rato los trapos sucios. Hacen sangrar
de nuevo heridas que parecían curadas.

Lo que obstaculiza nuestra comunicación con Dios es el pecado, especialmente el


pecado mortal. De hecho el pecado se define como “mortal” porque Dios ya no está
en el alma. En cierto sentido, “ha muerto” para esa persona. Para acercarnos a Dios
necesitamos purificarnos lo más posible.

Hay un ejemplo muy elocuente de esto en el Libro del Éxodo, capítulo 3, versículo 7.
Moisés está caminando por el desierto de Horeb. Vio un fenómeno que le llamó la
atención: una zarza ardiente, que no se consumía. Se acercó y Dios le habló desde la
zarza. Le dijo: Moisés, Moisés, quítate las sandalias, porque la tierra que estás
pisando es tierra santa. Para acercarnos a Dios tenemos que quitarnos las

13
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

“sandalias”, es decir, los pecados. La zarza ardiente que no se consume es una


imagen de la pureza de Dios que no se acaba nunca.

Para acercarnos a Dios tenemos que purificarnos. Jesús, en el Evangelio, dice:


Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. Si una persona
trata de ver un paisaje con unos lentes sucios, no lo va a apreciar. Para poder “ver” a
Dios, o tener contacto con Él, tenemos que purificar el corazón. Jesús instituyó el
Sacramento de la purificación y se llama Sacramento de la Reconciliación para
purificar las almas de pecados. Una persona que se confiesa frecuentemente, logra
hacer oración con más facilidad. Si Ud. no me cree, haga la prueba y verá como es
cierto. Capítulo

4: Cultivar una actitud de fe

Una vez dijo Jesús lo siguiente que encontramos en el Evangelios de San Marcos,
capítulo 11, versículos 22 a 24: Tengan fe en Dios. En verdad les digo que si alguno
dice a este monte: Quítate y arrójate al mar, y no vacila en su corazón, sino que cree
que lo dicho se va a hacer, se le hará. Por esto les digo: todo cuanto pidan en
oración, crean que lo recibirán y se less dará.

En una ocasión Jesús visitó su ciudad, Nazaret, entró en la Sinagoga, leyó un trozo
de la Sagrada escritura y lo explicó muy bien. Sus paisanos comenzaron a
preguntarse de dónde le venían tanta sabiduría y tanto poder para hacer milagros.
Preguntaron: ¿No es él el hijo del carpintero?, y se escandalizaron de él. Dice el
Evangelio que ahí no pudo hacer muchos milagros. Solamente pudo curar unas
cuantas personas, porque los demás no tuvieron fe en él.
La fe en la oración no es algo infantil como creer que Dios va a hacer todo lo que le
pedimos. Es más bien una actitud de confianza en Dios Padre, que nos quiere mucho
y va a buscar siempre lo mejor para nosotros.

Si tenemos las 4 disposiciones para hacer oración, seguramente vamos a tener una
oración eficaz. Yo diría que es como el abc de la oración.
No se olvide: Ud. puede ser un hombre de una gran vida de oración. ¡Basta quererlo!

14
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

TERCERA PARTE

METODO DE ORACION

1. Hágase en mi según tu palabra


La Lectura Orante no es estudio. No Leemos la Biblia para amamantar nuestros
conocimientos, preparar el trabajo pastoral o tener experiencias extraordinarias.
Leemos la Palabra de Dios para escuchar lo que Dios quiere decirnos, para conocer
su la voluntad y, de esta forma, vivir mejor el Evangelio de Jesucristo. Por eso es
necesaria una actitud de pobreza y aquella disposición que el viejo Elí recomendó a
Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. (1Sam 3,10). Debe estar en la misma
actitud obediente de María: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

2. Invocar el Espíritu: Pedid y recibiréis


Escuchar a Dios no depende del esfuerzo personal sino de su decisión gratuita y
soberana, de entrar en contacto con nosotros para hacernos oír su voz. El punto de
partida de la Lectura Orante debe ser la humildad. Saber recogerse en su propia
insignificancia y dignidad. Para esto es necesario prepararse pidiendo que Él nos
envíe su Espíritu, porque sin ayuda es imposible descubrir el sentido que hoy tiene la
palabra para nosotros. (Cfr. Juan 14,26; 16,13; Lc 11,13)

3. Crear un ambiente de recogimiento y escucha


Es importante crear un ambiente adecuado, que favorezca el recogimiento y la
escucha atenta de la Palabra de Dios. Leer la Biblia es como frecuentar a un amigo.
Los dos exigen el máximo de atención, respeto, amistad, entrega y escucha atenta.
Para ello hay que ponerse en la presencia de Dios y permanecer atento durante todo
el tiempo de la Lectio Divina. Tampoco se debe olvidar que una buena y digna
posición del cuerpo favorece el recogimiento de la mente.

4. Recibir la Biblia como el libro de la Iglesia y de la tradición de la Vida Religiosa


Al abrir al Biblia debemos saber que este libro no es de “mi propiedad”, sino de la
comunidad. Por medio de la Lectura Orante entramos en el gran rio de la Tradición
de la Iglesia, que corre a través de los siglos. La Lectura Orante es un pequeño
barquito que, siguiendo el curso de este río, nos conduce hasta el mar. Y la claridad
que llega desde el mar ya iluminó la “noche oscura” de mucha gente. Incluso cuando
practicamos la Lectura Orante de forma personal, en realidad no estamos solos.
Estamos todos unidos a tantas hermanas y hermanos que, antes que nosotros han
buscado “meditar día y noche la Ley del Señor” (Sl 1,2). Por eso “permanezca firme
en aquello que aprendió y aceptó como cierto Usted sabe de quien lo aprendió” (2
Tim 3,14). Incluso de y aquellas que no sabían leer el texto escrito… Ellos sabían leer
el texto de la vida, de los acontecimientos, del rostro de los hermanos y hermanas.

5. Tener una correcta actitud interpretativa ante la biblia


La lectura atenta y provechosa de la Biblia debe estar marcada, del principio al fin,
por una actitud interpretativa que tiene tres aspectos básicos: Lectura, Meditación y
15
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Oración. Estos tres momentos siempre formaron la marca registrada y la espina


dorsal de la Vida Religiosa, culminando en la contemplación:
 Primer paso o actitud: “Lo que el texto dice en sí mismo”. Esto exige hacer silencio.
Nuestro interior debe silenciarse para que nada impida escuchar lo que el texto
quiere decirnos. Para que no hagamos decir al texto lo que nosotros queremos oír.
 Segundo paso o actitud: Descubrir “lo que el texto me dice y nos dice”. Dialogar con el
texto para actualizar su sentido y dejar que penetre nuestra vida. Como María
debemos rumiar lo escuchado (Lc. 2, 19,51) para que la Palabra de Dios habite en
nuestra boca y en nuestro corazón.
 Tercer paso o actitud: Descubrir lo que el “texto me hace decirle a Dios”. Es la hora
de preces, el momento de velar en oración. Hasta ahora habló Dios; llegó el momento
de responderle.

6. Dejarse juzgar por la palabra para poder llegar a la contemplación


El punto de llegada de la Lectura Orante es la Contemplación que consiste en:
 Tener en los ojos algo de la “Sabiduría que lleva a la salvación” (2Tes 3,15)
 Empezar a ver el mundo y la vida con los ojos de los pobres, los ojos de Dios.
 Asumir la propia pobreza y eliminar de nuestro modo de pensar todo aquello que
viene de los poderosos.
 Tomar conciencia de que muchas cosas, que considerábamos como fidelidad a Dios
y al Evangelio, en realidad no eran más que fidelidad a uno mismo, a las propias
ideas e intereses.
 Saborear desde ahora el amor de Dios, superior a todas las cosas.
 Demostrar con la propia vida que el amor de Dios se revela en el amor al prójimo.
 Decir siempre “hágase en mi según tu palabra” Lc. 1,38

7. Cuidar por todos los medios que la interpretación sea fiel


Para que la Lectura Orante no quede encerrada en las conclusiones, los
pensamientos o caprichos personales, sino que tenga mayor fidelidad, debemos llevar
en cuenta tres exigencias fundamentales:
1ª exigencia: Confrontar con la fe de la Iglesia. Confronte siempre el resultado de su
lectura con la comunidad a que Usted pertenece, con la fe de la Iglesia viva. De lo
contrario podría acontecer que su esfuerzo resultase inútil (Cf. Gal 2,2).
2ª exigencia: Confrontar lo que leemos en la Biblia con la realidad en que vivimos.
Cuando la Lectio Divina no alcanza su objetivo en nuestra vida, la causa no siempre
está en la falta de oración, de atención a la fe de la Iglesia o de estudio crítico del
texto. Muchas veces se trata, simplemente, de falta de atención a la realidad cruda y
desnuda que vivimos en el mundo de hoy. Decía el Abad Casiano que “quien vive en
la superficialidad, sin profundizar su vida, no puede alcanzar la fuente de donde
nacieron los salmos.
3ª exigencia: Confrontar las conclusiones de la Lectura Orante con los resultados de
la exégesis bíblica, que investiga el sentido de la letra. En verdad la Lectio Divina no
puede atarse a la letra; ella debe buscar el sentido del Espíritu (2Cor 3,6). Pero querer
establecer el sentido del Espíritu sin fundamento en la Letra es como construir un
16
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

castillo en el aire (S. Agustín). Es caer en el engaño del fundamentalismo. Hoy,


cuando se propagan tantas ideas nuevas, es esencial alimentarse del estudio crítico
de la Letra. Para no equivocarnos en este punto, vale la pena seguir el ejemplo del
Apóstol Pablo.

8. Imitar el ejemplo de Pablo


El apóstol Pablo da varios consejos sobre cómo leer la Biblia: él mismo fu un buen
intérprete. Esta son algunas de las normas que recomienda:
 Nos consideramos destinatarios de lo que está escrito, pues todo fue escrito para
nuestra instrucción (1Cor 10,11; Rom 15,4). La Biblia es nuestro libro.
 Poner ante nuestros ojos la fe en Jesucristo. Sólo por la fe en Jesús el velo cae y la
Escritura nos revela el sentido, comunicándonos la sabiduría que lleva a la salvación
(2Cor 3,16; “Tim 3,15; Rom 15,4).
 Recordar que Pablo habla de “Jesucristo Crucificado” (2Cor 2,2), “escándalo para
unos y locura para otros”. Este Jesús fue quien le abrió los ojos para descubrir cómo,
entre los pobres de la periferia de Corinto, la locura y el escándalo de la cruz
confundían a los sabios, a los fuertes, a los que se creían superiores (1Cor 1, 21-31).
 Unir el “nosotros” al “yo”: ninguno de los dos debe estar sólo. Así lo hace el Apóstol:
recibe su misión de la comunidad de Antioquía (Hch 13,1-3) y cuando habla lo hace
desde ella (Gal 2,2).
 Tener presentes los problemas de la vida personal, de la familia, de la comunidad, de
la Iglesia. Los problemas del pueblo al que pertenecemos y servimos. De esta forma,
Pablo releía y explicaba la Biblia: partiendo de los problemas de las comunidades
que había fundado (1 Cor 10, 1-13).

9. Descubrir en la Biblia el espejo de lo que vivimos hoy


Al leer la Biblia debemos recordar que el texto no es tan sólo una ventana por donde
miramos lo que otros vivieron en el pasado. Es también un espejo, una “figura” (Heb
11,19) donde vemos lo que hoy está pasando con nosotros (1Cor 10, 6-10). La
Lectura Orante y diaria es como lluvia suave que rápidamente ablanda y fecunda el
terreno (Is 55,10-11). Dialogando con Dios y meditando su Ley crecemos como un
árbol plantado a la vera del río (Sl 1,3).
El crecimiento no se ve, pero el resultado se percibe en el renovado encuentro con
uno mismo, con Dios y con los demás. Como dice la canción: “Es como la lluvia que
lava, es como fuego que abrasa, tu palabra es así: no pasa por mi sin dejar una
señal”.

10. Interpretar la vida con la ayuda de la Biblia


Un último punto a llevar en cuenta. Cuando practicamos la Lectura Orante el objetivo
último no es interpretar la Biblia la Biblia, sino la vida. No se trata de conocer el Libro
Sagrado sino, ayudados por la Palabra escrita, descubrir la Palabra viva en la vida
del agente, en la realidad del mundo en que vivimos (Sl 95,7). Es crecer en la fe y
experimentar cada vez más, como el profeta Elías, que el Señor en cuya presencia
estamos es un Dios Vivo (1Rs 17,1; 18,15).

17
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

“Todavía estaban hablando de esto cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les
dijo: “La paz esté con ustedes”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran
comprender las Escrituras” (Lc 24, 36-45).
“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, enseñará
todo y les recordará lo que les he dicho. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda verdad”. (Jn ,26; 16;13).

LECTURA ORANTE EN FRATERNIDAD

1. Acogida, oración
 Acogida y breve intercambio de las expectativas
 Oración inicial invocando la luz del Espíritu Santo.

2. Lectura del Texto


 Lectura pausada y lenta
 Permanecer en silencio para que la palabra pueda penetrar en nosotros
 Reconstruir el texto entre todos, intentando recordar lo que se leyó.

3. El sentido del texto en si mismo


 Intercambiar impresiones y dudas sobre el sentido del texto. Si fuera necesario volver
a leer entre todos aclarar dudas.
 Hacer un momento de silencio para asimilar lo que se ha escuchado.

4. El sentido para nosotros


 Rumiar el texto y descubrir su sentido actual.
 Aplicar el sentido del texto a la situación que vivimos hoy.
 Ampliar el sentido relacionándolo con otros textos de la Biblia.
 Ubicar el texto en el Pla de Dios que se realiza en la historia.

5. Rezar el texto
 Una vez más leer el texto con atención
 Hacer un momento de silencio para preparar nuestra respuesta a Dios.
 Rezar el texto, compartiendo las luces y la fuerza recibidas.

6. Contemplar, comprometerse
 Expresar el compromiso al que nos condujo la Lectura Orante.
 Resumir todo en una frase que nos acompañe.

7. Un salmo
 Buscar un salmo que exprese la vivencia del encuentro.
 Rezarlo como conclusión del encuentro.

18
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

LA VIDA DE ORACION EN LA MISION

Una vez más concluyo que estar ante una hoja de vacía con un lápiz en la mano o
frente a computador con la pantalla en blanco y los dedos suspendidos en el aire para
comenzar a escribir, es una experiencia profundamente desoladora. Es reto y es
compromiso. Es oportunidad y la vez riesgo. Plasmar en el papel no es fácil, se
quieren decir tantas cosas, pasan por la mente tantas vivencias, expresiones y
conceptos aprendidos, que no sabemos de entrada, cómo empezar. Es algo así
como tener en el fogón muchos ingredientes y en la medida en que se van
combinando y sazonando va saliendo el plato que queremos llevar a la mesa para
agradar a nuestros comensales. El plato no siempre sale como uno espera, unas
veces nos sorprende y otras nos da vergüenza, más aún cuando contamos con
algunos paladares exquisitos como en este caso.

El tema que vamos a tratar es el del Misionero como hombre de oración. Un tema que
puede parecer obvio, pero que no lo es tanto y que nosotros, por experiencia, lo
sabemos muy bien.

En la vida espiritual siempre hay que refrescar, actualizar, volver a tomar conciencia,
pues la fragilidad de nuestra naturaleza tiende a ocuparse de lo que más ruido hace,
de lo más atractivo a los sentidos o en el peor de los casos, de lo más rentable. Por
eso, nunca sobra tocar estos temas, para que de tanto leer o escuchar lleguemos a
comprender, como dice Teresita; es decir, pasemos por el corazón lo tantas veces
dicho.

El Señor llamó a los que quiso (Mc 3,13) para trabajar en su viña y ha puesto en la
torpeza de nuestras manos todo el poder y la autoridad para cumplir la gran misión de
ser “los administradores de los misterios divinos” (1Cor. 4,1). No podemos dejar que
nos escurra como agua entre las manos tal dignidad. La oración será, entonces, el
arma que nos ayude en esta lucha, será la nos resucite la memoria y nos de la
fortaleza y la diligencia para no defraudar al Señor que confía en nosotros
enviándonos a la misión.

Para desarrollar este tema tan valioso vamos a intentar tener como telón de fondo
esta pregunta: “¿por qué la oración es una necesidad vital en la vida del misionero?”.
Abramos el corazón y comencemos.

LA ORACION AMENAZADA POR EL MINISTERIO


Los misioneros de las selvas de cemento, ven como todos por las calles corren,
carros que no dejan en silencio sus pitos, los jefes presionan a sus empleados para
que todo esté listo en el menor tiempo posible, los niños no quieren los juegos de
video que sean tranquilos y pacíficos. Los que misionamos en ciudades no estamos al
margen de esta situación. Los ritmos del misionero muchas veces van al ritmo de
cualquier ejecutivo que no ha hecho una opción de vida interior. Si estamos en zona
rural la diferencia es poca, nos dejamos absorber por otras actividades. El vértigo está
19
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

presente permanentemente amenazando nuestro ritmo cardiaco, pues hacemos unos


saltos mortales entre una misa y una comida, pasando por una confesión y una firma.
Nuestro corazón no está preparado para tan altos voltaje y cualquier situación
adversa amenaza nuestra fe, y por ende, nuestra entrega y nuestro ministerio.
“Llevamos este tesoro en vasijas de barro”. (Pablo)

La gente nos ve en muchos casos, de paso. “El padre nunca está”, “Siempre me
atiende de afán”, “la misa la despacha como un volador”; son expresiones que la
gente expresa de aquellos modelos de los que espera ver paz y sosiego.

Nuestras agendas están resaltadas con la palabra urgente, pero casi nunca ésta se
aplica para la oración matutina. La oración, muchas veces “paga los platos rotos” en
nuestros ritmos, pues es el comodín para las múltiples ocupaciones, sabiendo que
sólo una cosa es necesaria “estar a sus pies”, como se lo dijo tan claramente el Señor
a Marta (Lc. 10,38-42).

Nuestra vida Ministerial Misionera no puede rivalizar con la oración, ni mucho menos
verse amenazado por la falta de ella. El Misionero se debe alimentar de la oración, y
la oración a su vez debe alimentarse del ministerio: no son dos cosas separadas, son
dos realidades del mismo Ministerio.

Tenemos en nuestro inconsciente la expresión de que “todo es oración” y eso es


verdad. Cuando un Misionero es capaz de estar mucho rato a solas con el Amado,
cuando se une a la Iglesia con rezo de la liturgia, cuando abre sus labios en coloquios
de amor, cuando es capaz de permanecer durante la jornada en esta presencia
santificando cada instante, está sin duda, en oración. Pero mientras nos quedemos
tacañamente con los momentos litúrgicos y en el resto de la jornada dejemos pasar
desapercibida la presencia de Dios, la expresión antes citada será una frase que
usemos para acallar la conciencia.

Nuestros fieles muchas veces no dan cuenta cuando estamos tristes o enfermos,
cuándo almorzamos o no, pero, en cambio, ellos sí se dan cuenta cuando su pastor
ora, porque eso se nota y se transmite.

LA PROFESION DE FE EN JESUS NOS HACE ORANTES.

Yo voy donde un médico porque sé de su experiencia o referencia de sus méritos;


recibo en mi casa a alguien porque sé quién es; le abro mi corazón a alguien porque
he caminado muchas veces a su lado; acepto una invitación porque confío en quien
me invita. Pues bien, de esta misma manera nos pasa con el Señor. Primero
tenemos que saber quién es El, de lo que es capaz y lo que quiere con nosotros, para
luego abrirle el corazón, aceptarle su propuesta y seguirlo.

20
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Cuando yo entro en intimidad con Jesús encuentro una riqueza tan grande que
plenifica mi vida y la llena de tal manera que ya nunca más vuelvo a tener hambre (Jn
6,35) “El ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10, 1-
10). Certezas que nos hacen unos buscadores incansables de dicha fuente.

La cercanía con la persona de Jesús me lleva a descubrir, sin mucho esfuerzo, los
matices de una personalidad, la pedagogía de un maestro, la obediencia de un
discípulo, y sobre todo, el sacerdocio del Hijo de Dios. Por eso tenemos que pasar
mucho tiempo contemplándolo, para que a partir de Él vivamos nuestro ministerio y
no estemos inventando lo que ya se hizo de una manera tan perfecta. Somos
Misioneros porque Jesús fue Misionero del Padre y aceptamos generosamente el
llamado para continuar su obra aquí y ahora, a imagen suya.

Jesús muy claramente los dice: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn. 15,5). La intimidad
con el dueño de la mies nos lleva a aprovecharnos del poder que recibimos desde el
bautismo y el cual confirmamos con la consagración. Jesús nos llama, nos unge y
nos envía para hacer lo mismo que Él hizo en su paso por esta tierra y que sigue
haciendo hasta nuestros días (Mc, 6,6b-13).

A diferencia de otros jefes siempre dejan para ellos lo mejor, lo que les genere más
reconocimiento, nuestro buen pastor nos lo da todo, se da él mismo para que
continuemos la construcción de su Reino y es por eso que en nuestro ejercicio
Misionero contamos con su poder y con su autoridad para hablar en su nombre. Esto
no debe generarnos ninguna soberbia pues la obra siempre es de Él y lo único que
nos pide es que dejemos actuar por medio de nuestro ministerio, ya que necesita
canales transparentes para revelarse al mundo.

Somos Consagrados para orar, para sanar, para liberar, para perdonar, para
consagrar. El resto lo harán nuestros hermanos laicos. El mundo hoy nos reclama
otra cosa, pues están ya saturados de lo mismo, por eso llegan hasta nosotros para
que les demos la paz de Dios y no la del mundo (Jn. 14,27).

LA ORACION EXORCIZA EL MAL

Expresiones como “Vigilen y oren, para no caer en tentación” (Mt 26,41) y “Estén
despiertos, su enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien
devorar” (1Ped. 5,8), no las dice sólo Doña Tola, la viejita piadosa de Mantilla que
participa todos los días a misa de la mañana en nuestros centros de misión, no, la
dice el Señor; por eso después de leerlas decimos “palabra de Dios”. Estas
expresiones no las podemos dejar pasar por alto, ni mucho menos pensar que son
mentiras o que responden a una espiritualidad piadosa del siglo XVI.

El está acechando a la iglesia desde el corazón y por eso los misioneros somos los
más vulnerables ante sus manifestaciones. El mal, no de cachos y cola, sino vestido
21
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

de división, de orgullo, de relativismo, de eficacia, de poder, es el que nos está


destruyendo sutilmente.

Los escándalos, que aunque ampliados y mejorados, de los medios de comunicación,


son manifestación de esto. La deserción en nuestros templos por falta de pastoreo,
el antitestimonio de la jerarquía está haciendo que la gente se aleje y el “otro” haga
de las suyas. No quiero ser fatalista ni extremista, pero en nuestro examen de
conciencia debe estar la pregunta por las personas que se están “perdiendo” y cuál
es nuestra responsabilidad en ello. La popular postura de que la fe tiene que estar en
Jesús y no en nosotros, es muy clara y profundamente válida, pero no se hace vida y
no podemos seguir esforzando lo que la gente debe pensar. Tenemos que saber con
qué se cuenta y, además asumir que nuestros fieles no tienen otra “vitrina” para ver a
Dios sino a través de nosotros y esto no es exclusivo de nuestro tiempo. Si leemos,
por ejemplo, los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo la gente cree en Jesús por lo
que veía en las primeras comunidades. La fe se transmite, en gran parte, por el
testimonio.

La oración nos hace delicados, finos, más aún cuando está enmarcada en un carisma
tan exquisito como es el Ad Genes. El Misionero es un dispensador de la belleza de
Dios que la pasar por tanto con El, en un juego de miradas, se termina pareciendo y
esa es la idea, que cuando nos vean a nosotros a quien vean sea a Aquel que nos
llamó y nos envió; será una total dependencia: “las palabras que yo os digo, no las
digo de mi mismo, y en cuanto a mis obras, es el Padre que mora en mí quien las
hace” (Jn. 14,10).

El mal se nos ha metido al no querer entrar en dinámica del Reino y no buscar


cambiar nuestra lógica, y si queremos ser unos misioneros como nos quiere Dios,
tenemos que entrar en su lógica y esto se logra a fuerza de oración. Al ser llamados,
Jesús nos ha puesto de entrada tres condiciones para el seguimiento: negarse a sí
mismo, tomar su cruz y seguirlo (Mt. 16,24). Se estamos adentro, es porque las
aceptamos y no es justo que reneguemos toda la vida contra ellas sabiendo que en
nuestros primeros ardores estábamos dispuestos a todo. No entrar en la lógica del
Reino es desaprovechar todo lo que Jesús tiene reservado para los suyos y
resignarnos con migajas.

Una experiencia de oración nos libera del primer enemigo que tiene Dios para hacer
su obra: Nosotros mismos. Una vida en el Espíritu nos saca y nos lanza hacia el otro,
especialmente hacia el más necesitado. El ministerio necesita urgentemente ser
liberado de ese dañino mal, pues de lo contrario nos estamos buscando a nosotros
mismos y nos dejaremos seducir por el dinero, la fama, el poder o el sexo.

Oro para sentir al otro mi hermano. Oro para acompañar al que sufre. Oro para
consolar al triste. La oración me hace hermano. Nuestra naturaleza tiende a rechazar
al marginado, al mal oliente, ellos no son atractivos. Sólo una experiencia de Dios me
hace sensible al otro; por eso el pastor del rebaño tiene que orar, pues la mayoría de
22
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

la gente que lo busca necesita de una mirada compasiva, dulce y misericordiosa,


virtudes que aparecen por la amistad con Jesús. No se puede asegurar una
permanencia en la vida Misionera si ésta carece de oración, nos vamos enfriando, y
cuando llega la tibieza espiritual, llega la rutina, la monotonía y así la vocación no
sabe a nada, pierde su encanto y olvidamos el primer amor.

LA ORACIÓN NOS DESPIERTA LA MEMORIA


Cuando Jesús se acerca a la hija de Jairo le dice: “la niña no ha muerto; está
dormida” (Mc. 5,39). Expresión que llena de alegría y esperanza mi ser ya que
iluminan esos momentos de noche, en los que la fe o la experiencia de Dios parecen
cómo muertas. Como Jairo, tenemos que ponernos en comunión con Jesús para que
las despierte de nuevo. Esta misma situación la debemos leer con los ojos de nuestro
ministerio ya que con el paso del tiempo, con experiencias dolorosas o difíciles, se
nos ha ido perdiendo u ocupado la gracia de nuestra consagración. Tenemos que
volver a pasar por el corazón de Jesús este don, este regalo para sentir que Él todo lo
hace nuevo (Ap. 21,5).

La Misión de Jesús no fue una Misión ritual sino existencial; Jesús ofreció el sacrificio
una sola vez para siempre, cuando se ofreció a si mismo, por eso, quien participa de
Él no puede vivirlo al margen: Ministerio por un lado y vida por el otro. No dejamos de
ser misionero durante las vacaciones, ni cuando estamos en un restaurante; nuestro
ministerio es ontológico y la oración nos lo recuerda permanentemente. Las manos
que bendicen, que consagran, que se imponen sobre la cabeza del enfermo son las
mismas que manejan, que firman, que asean; pero ya no pueden ser las manos que
usan para la maldad. ¡Qué misterio tan grande!

La misión de Jesús de la cual nos alimentamos, fue una misión sin maldad, sin
mancha, apartado de los pecados, pero no de los pecadores. Una Misión puesta en
lo más alto del cielo. El santuario donde actúa como sacerdote, es el mejor y más
perfecto. El altar es su corazón y su pectoral es la lanza que cubrió su cuerpo, la sede
desde donde reina es el madero de la cruz. No tuvo vestidos porque se los
arrebataron como a un vil canalla. Dios nos hizo perfectos mediante el sacrificio de
Cristo y Cristo lo perfeccionó con el sufrimiento; su obediencia lo hizo Hijo. Este es
nuestro modelo, nuestro maestro del cual somos discípulos, a esta escuela
pertenecemos.

Despertar la memoria es volver sobre el momento sublime de la consagración en el


que se nos dice: “recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el
ministerio de la Cruz de Cristo” también se nos dice: “Jesucristo, el Señor, a quien el
Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo
cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”. Volver sobre esto en un momento
reposado de oración nos despierta la memoria.

23
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

Hacer memoria también es reconocer en el sacrificio del a Eucaristía cómo la plegaria


no hace hablar en primera persona: “este es mi cuerpo, esta es mi Sangre”. Celebrar
con unción es hacer de estas palabras una oportunidad para tocar el cielo con las
manos y actualizar con la vida lo que decimos con nuestros labios. Cada Eucaristía
nos tiene que llevar a descubrir el gran misterio que se esconde en nuestra miseria.
Además, Dios es tan grande que hasta nos obedece, pues no tiene en cuenta nuestro
pecado actual o remoto para hacerse presente por nuestras palabras en la Eucaristía
ni en cada uno de los sacramentos.

El misionero cuando es Santo santifica al rebaño. El misionero que vive celosamente


su ministerio es capaz de transformar el mundo, pues fermenta la masa (Mt 13,33).
Nosotros por el ministerio experimentamos a cada instante la obra de Dios,
especialmente en aquellos pequeños y sencillos y de esto tenemos que darle
testimonio al mundo. Cada Misionero es destinatario de una buena noticia que se la
debe dar a un mundo que camina en tinieblas; conocemos el secreto de la felicidad y
lo tenemos que revelar al rebaño que anda como ovejas sin pastor. Obviamente, lo
tenemos que conocer y experimentar primero para que no sea un discurso aprendido
sino vivido en carne propia. La oración nos ayudará a ver una realidad que no
impacta la retina.

LA ORACION NOS LANZA A LA MISION


El ser Misionero es don, y a su vez es tarea. Nos hacemos Misioneros para la gente
ya que Jesús nos confió su patrimonio y no podemos negarle al mundo las gracias
represadas por la falta del anuncio del Reino. Somos relicarios donde reposa Jesús
con su poder. Además, somos el puente entre Dios y el hombre y no se nos puede
olvidar que por el puente se pasa: es un medio y no un fin. Esta es una de las
ingratitudes de ministerio que no nos debe condicionar la entrega.

El consagrado, por su ministerio, tiene las llaves del corazón de muchas almas, lo
cual lo hace privilegiado al conocer lo sagrado y lo miserable que se encuentra en
ellas. La oración nos ayuda a ver con los ojos de Dios pues los nuestros son muy
limitados; nuestra naturaleza se puede quedar en la curiosidad de los hechos o en la
apariencia externa y juzgar muy desde la barrera, por eso el director de almas tiene
que permanecer en oración para que el Espíritu de Dios le regale el don del
discernimiento, y así, ayudar a poner fronteras y abrir horizontes. La gente nos
obedece por hablar en el nombre del Señor, ¿qué les estamos mandando a hacer?

La caridad, el servicio, el celo pastoral son los termómetros de una vida de oración.
La oración no es sólo un trato unidireccional con Dios. El Misionero está llamado a ser
el consolador, el reparador del corazón de Jesús, tiene que darle lo que el mundo le
niega, pero a su vez tiene que estar con el rebaño que el Señor le encomendó y por
quien nos pedirá cuentas. Que no nos pase lo de los siervos del Evangelio, que por
nuestra mala administración de los talentos nos quiten lo que nos han dado para
entregárselo a quienes si los sepan administrar (Mt 25,14-30).

24
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

El Misionero acompaña a Jesús, ora a Él por el rebaño, y ya sus intenciones se


transforman en las del mundo por el que está dando la vida. La oración es la fortaleza
en nuestros fracasos pastorales, es compañía en nuestra soledad y es fortaleza en
las luchas de cada día. Jesús en Getsemaní “lleno de angustia oraba con más
insistencia” (Lc 22,44).

La oración además de despertar la memoria, repara las fuerzas que se van


desgastando por el ritmo diario, por eso el Señor nos insiste en su Palabra: “Vengan a
mí todos los que estéis fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso” (Mt.
11,28) Creámosle a estas palabras para que nuestro descanso sea verdaderamente
en su pecho y no en los espacios que nos vende el mundo. Sea un descanso en su
Palabra y no un descanso artificial en medio de aromas y temperaturas.

La misión es una conjugación de dos expresiones evangélicas: “¿Qué buscan? (Jn.


1,38) y “vengan y lo verán” (Jn 1,39). Nuestras misiones deben responder con creces
a esta realidad afanosa con la que camina hoy nuestra gente. Jesús tiene que ser
siempre respuesta. Una respuesta que no tiene que ser maquillada o camuflada para
que aparezca atractiva, pues podemos caer en la trampa que por exceso de
maquillaje terminemos tergiversándola. La persona de Jesús, su mensaje, es la
respuesta a todas las preguntas que hoy no tienen solución. Basta con presentarlo
con convicción y pasión y es suficiente para lograr experiencias de conversión. Y no
más pastorales recreativas ni de masas que entretienen pero que no generan impacto
ético. El Kerigma tiene que ser el inspirador de nuestro quehacer pastoral ya que
somos los directamente implicados en anunciarlo, pues se nos ha encomendado tan
alta responsabilidad.

El Misionero no es un ser celestial o angélico. La oración lo hace conocer su


“empaque” y lo lleva a ser humilde y fiel dispensador. El Misionero tiene que
evangelizar la cultura viviendo sana y libremente en ella. Pasamos unas pocas horas
al día revestidos y otras muchas de camiseta y caminando hombro a hombro con los
que el Señor nos pone en el camino para santificarnos y santificarlos a ellos.

La oración nos va conduciendo por el camino de la prudencia y del respeto. Somos


imágenes públicas y no se nos “perdona ni media”. Nuestro ejercicio ministerial tiene
muchas implicaciones en el impacto con la gente ya que podemos hacer mucho bien
o mucho mal. Dice la Palabra: “¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!”
(Mt. 18, 7b). Nos tenemos que ayudar y dar la mano unos a otros, pues nadie está
libre de caer, y siempre necesita del otro para levantarse.

La pastoral es para dar frutos y por los frutos se conoce el árbol (Mt. 12,33). La rama
da fruto por su permanencia al tronco y al ser imagen y semejanza de Dios logramos
la plenitud en la entrega, en el servicio, pues de este “material” estamos hechos, por
eso el fruto, que es consecuencia de un trabajo bajo la mirada de Dios, nos da la
verdadera alegría cuando se madura y se entrega (Jn 15,11). Una vida sin frutos es
una vida marchita y triste. La clave de todo está en la permanencia, en la
25
Año de Espiritualidad 2018
La mística que debe animar la oración

perseverancia. La piedra se labra por la gotica permanente y no por el chorro de vez


en cuando. La experiencia de Dios, para que dé frutos, debe ser perseverante. Exige
un cultivo atento y minucioso ya que puede aparecer la cizaña y la puede ahogar.

El ejercicio de la Vida Misionera nos ofrece un regalo muy grande y es el caminar con
otros construyendo comunidad. La experiencia de Dios lo primero que nos suscita es
el deseo de estar con otros que tengan las mismas vibraciones y búsquedas nuestras.
La comunidad siempre es un lugar de salvación ya que exige, arrastra, confronta y
anima. El Misionero en la comunidad está llamando a ser el último y el servidor de
todos y no a estar pensando en el primer puesto o en quién es el más importante. La
oración nos ayuda muchísimo en esto, pues nos va purificando y nos lleva al esencia:
simplificar nuestra alma de arandelas que nos esclavizan y no nos dejan ser libres ni
volar.

La oración cualifica nuestra acción misionera, nos hace buenos penitentes y por lo
tanto, nos lleva a vivir eucarísticamente y a ser Palabra viva de Dios para el mundo.
Oremos unos por otros para que todo esto caiga en terreno abonado y de frutos. No
nos quedemos en el papel que puede con todo, sino que logremos hacer vida lo poco
o mucho que pudo decir el Señor a partir de estas sencillas pero sinceras palabras.

Les hablé del divino Huésped y maestro y modelo de los


Seminaristas desde su primer año de seminario. Les indiqué sobre
todo lo que significan las palabras: “El que quiera venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (MT 16,24).
Renuncia o negación total de sí mismos por el dominio desde
temprano de las 3 concupiscencias, de la carne, soberbia de la vida y
concupiscencia de los ojos, o sea, pensamiento del dinero para
socorrer ampliamente a sus padres y familiares, enriquecerlos,
sacarlos de su humilde condición por orgullo y vanidad. Sobre este
punto insistí recordando a Jesús, pobre desde su juventud, vida de
pobreza, sin casa, sin una cueva siquiera, ni donde reclinar su
cabeza, muerte en cruz sin vestidos siquiera, y en la Eucaristía
privado hasta de su humanidad. MAB. 1-03-61

26

También podría gustarte