Libertad y Responsabilidad
Libertad y Responsabilidad
Libertad y Responsabilidad
Objetivo: Reflexionar acerca de la libertad y la responsabilidad para ser más conscientes de la vida
a la que Dios nos llama en comunión con Él, los demás y la naturaleza que nos rodea.
Oración:
Padre Santo, te doy gracias por haberme creado a tu imagen y semejanza, dándome libertad para que
te busque, te conozca y te amo. Gracias por tu hijo Jesucristo que me ha mostrado el verdadero
camino de libertad, haciéndome parte de tu misterio salvador.
Te pido me aumentes la fe y la esperanza para que, siendo discípulo de tu Hijo, pueda vivir con
responsabilidad actuando siempre con amor.
Que nuestro tema de hoy lo pueda llevar en mi corazón para vivir adecuadamente buscando todo
aquello que es bueno, noble y santo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Canto:
SI HAN RESUCITADO CON CRISTO
A lo largo de la historia, la humanidad ha vivido dentro de muchas jaulas que crea nuestra mente, las
personas, los medios de comunicación, las redes sociales, etc. Que nos apartan del verdadero sentido
de libertad que acompaña al ser humano desde sus inicios. Se relaciona la libertad con una cerveza,
licor, cigarro, drogas, poseer bienes, vivir placenteramente y buscar poder. Todo esto no es más que
un medio de esclavitud que nos hace estar alejados de nuestro proyecto inicial que se basa en la
libertad y el amor que vienen de Dios.
La libertad es comúnmente confundida con “hacer lo que a la persona le plazca”. Cuando alguien
quiere justificar alguna acción que no está bien, inmediatamente afirma “yo soy libre”. Sin embargo,
es una de las mentiras más grandes que hay en los seres humanos, porque la libertad del “hacer lo
que venga en gana” genera esclavitud hacia los propios deseos, causándose daño a sí mismo y a los
demás. Es común encontrar personas que ante sus acciones no quieren asumir responsabilidades,
más aún, si son acciones que hayan generado malos resultados.
LO QUE ENSEÑA LA IGLESIA
¿Qué es la libertad?
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o
aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de
sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la
bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.
Por eso es que la pérdida de la misma se da cuando hacemos todo aquello que es contrario a la
voluntad de Dios.
El Antiguo Testamento nos enseña que la pérdida de la libertad se da cuando decidimos apartarnos
de Dios, así como sucedió con Adán y Eva en el paraíso:
“y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: de todos los árboles del jardín podrás
comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas
de él, morirás” (Gn 2, 16-17).
Dios lo creó todo bien y orientó al ser humano hacia el bien. Por eso le prohibió comer del árbol del
bien y del mal, para que orientara su vida únicamente hacia el bien; porque sólo el bien da libertad.
Dios es infinitamente libre y por eso sólo realiza el bien y desea que nosotros hagamos lo mismo. De
ahí que llevemos su imagen y semejanza.
Cuando el ser humano se aparta de realizar del bien, abandona la libertad. Vemos que Dios pregunta
a Adán tras el pecado en el paraíso: ‘¿Qué has hecho?’ (Gn 3, 11-13). Igualmente, a Caín (Gn 4, 9-
10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de
éste (2 Sa 12, 9). Nos damos cuenta que, “libertad” No es hacer lo que nos da la gana, sino lo que
nos orienta al bien. El libro del Deuteronomio lo manifiesta claramente:
“Mira: hoy te pongo delante el bien y el mal. Elige el bien y vivirás” (Dt 30, 15).
La acción importante es la de “elegir”, la cual implica responder. De ahí que toda elección implica
la “responsabilidad”, por cuanto debo responder por lo que elijo hacer. Desde el relato del primer
pecado (Gen 3) se está pidiendo la responsabilidad del hombre. Los profetas corrigen una y otra vez
al pueblo a no hacer mal uso de la libertad (Is 1,19; Jer 11,8). Quien pudiendo hacer el mal no lo
hizo tiene asegurada la gloria y la felicidad (Sir 31,10).
El Nuevo Testamento nos enseña que la libertad traída por Cristo es algo absolutamente nuevo y
desconcertante. Se ofrece a todos los que se unan al Hijo de Dios por la fe y la caridad. Juan en su
evangelio dice que quien conoce la verdad, es decir, la revelación de Cristo; quien la acepta con fe y
la reconoce como mensaje de salvación, ése será hecho libre por esa verdad precisamente: “La
verdad los hará libres...; por tanto, si el Hijo los libera, serán de veras libres” (Jn 8, 32.36). La
verdadera libertad es, pues, una consecuencia de la de ser “hijo de Dios”, que sólo Jesús, como Hijo,
puede comunicar, y que sólo puede recibirse si se tiene fe en Él.
Liberados para ser libres.
La libertad cristiana es un acontecimiento salvador que tiene su origen en la muerte y resurrección
del Señor y en un contacto personal, como respuesta a ese hecho, mediante el bautismo que hemos
recibido y queremos ahora confirmar.
La libertad cristiana exige la responsabilidad ante la llamada de Jesús a conocer “la verdad” que
libera. La forma de ser responsables a esa propuesta es haciéndonos discípulos (seguidores) de
Jesucristo para luego dar testimonio de su verdad que nos libera y nos constituye en Apóstoles
(enviados).
Cristo nos libera de la gran esclavitud: el pecado. Para llegar a esta libertad, se necesita la gracia de
Cristo, pues “Cristo nos liberó para ser libres” (Gál 5,1). Él dijo “la verdad los hará libres” (Jn 8,32).
Esta libertad es don de Dios, que quiere la colaboración del hombre (1Ts 4,8; Gál 3,5; Rom 5,5).
Hay que irse liberando del pecado y de las tendencias egoístas, para ir entrando en la libertad del
Espíritu (cfr. Rom 8,2). El bautismo libera al creyente del dominio del pecado y le abre a la
posibilidad de llegar a la libertad definitiva: la salvación.
Hasta que no nos encontramos con Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el
bien y el mal; por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. No es, pues, la
posibilidad de hacer el mal, sino plena conciencia de saber lo que se hace orientándose
siempre hacia el bien y según la verdad (1732).
En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay
verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la
desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado
(1733).
La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son
voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y el esfuerzo hacen crecer el
dominio de la voluntad sobre los propios actos (1734).
Libertad no es libertinaje.
La libertad busca la realización del bien universal, mientras que el libertinaje busca sólo el bien
personal y egoísta, resultando en definitiva ser una desgracia. El egoísmo excluye la fraternidad y la
ley moral, rompe la caridad con los demás y va contra la propia libertad. La libertad no consiste en
hacer lo que uno quiere sino lo que debe. El libertinaje desordena la vida y promueve las pasiones de
una manera incontrolada, siendo presa del pecado y Jesús afirmó: “todo el que comete pecado es
esclavo del pecado” (Jn 8,34). Los hijos de Dios gozan de la libertad sana y verdadera, que consiste
en hacer el bien (Rm 8,21).
La libertad que Cristo nos ha otorgado consiste en la liberación del pecado (Rm 6, 14-18) y, en
consecuencia, de la muerte eterna (Ap 2, 11; Col 2, 12-14; Rm 5, 12). Cristo nos ha reconciliado con
Dios y con los demás hombres (Col 1, 19-22). Él fue en todo semejante a nosotros, “menos en el
pecado” (Hb 4,15). El hombre alcanza la libertad en la medida en que vence al pecado.
Nivel Personal: Jesucristo es modelo de hombre libre y liberador. Y para alcanzar la libertad fue
responsable de la misión que el Padre le encomendó. Él nos enseña que en esta vida somos libres
para obedecer y responsables para realizar actos. Sólo en el encuentro con Él, podremos alcanzar la
libertad plena.
Nivel Eclesial: La Iglesia es la que garantiza la presencia de Jesucristo a través de los sacramentos y
la predicación de la Buena Noticia: Ella nos enseña el camino de libertad que nos conduce a la
verdad plena. Como bautizado, yo soy Iglesia y debo llevar en mi vida esa vivencia de la libertad
que me une a Cristo en los hermanos.
Nivel Social: En una sociedad que es cada vez más esclavizada por el ansia de poder, tener y placer;
sólo viviendo como cristianos podemos liberarla de las ataduras terrenas, evitando la mundanización
por una libertad que nos conduzca hacia Dios y una verdadera convivencia fraterna con los demás y
la naturaleza.
Para la Reflexión:
2. Cuando me equivoco ¿Asumo las consecuencias de mi error, o busco culpar a alguien más?
3. ¿Estoy convencido que sólo siendo discípulo de Jesucristo puedo alcanzar la libertad plena?