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Abby y Gideon - Amor Dominate

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Abby y Gideon,

El amor dominante

Encarni Arcoya Alvarez


© Abby y Gideon, el amor dominante

© 2013 Encarni Arcoya

Safecreative: 1305075072082

© Imagen de portada: Encarni Arcoya (Imagen http://www.vectorportal.com)

© Maquetación: Encarni Arcoya

Primera edición: EdicionesMA Mayo 2013

Segunda edición: Encarni Arcoya Agosto 2013

http://encarniarcoya.com

No se permite la reproducción total o parcial, así como la modificación de este libro por cualquier

medio mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos sin el permiso previo y por escrito de

los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito
contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y siguientes del Código Penal).
― Y entonces, la pequeña Caperucita... - Gideon levantó la vista del libro y contempló la

carita angelical de su niña de 9 meses.

Todos los días le leía un cuento desde la primera noche de vida y planeaba hacer lo mismo
con todos los demás que llegaran.

― ¿Se ha dormido? - Susurró una voz cuya cabecita asomaba por la puerta.

― Si – contestó incorporándose, dejando el libro en la estantería y arropando a su pequeña.

Se inclinó para depositar un tierno beso en la fente.

― ¿Qué historia tocó esta vez? - Gideon la miró y, segundos después, su boca se torció en una

sonrisa; una que Abby conocía muy bien a juzgar por el gesto que había hecho.

― Caperucita Roja – le respondió acercándose a ella, abrazándola con una caricia por la
cintura y costados para pegarla más a él. Se agachó un poco para acariciarle el cuello con su

nariz antes de dejarle un camino de besos por el mismo. El sonido que exhalaba era miel para

sus oídos y se deleitaba escuchándolo.

Las manos de Gideon subieron un poco más hasta sus pechos a los cuales empezó a tentar con

caricias de sus dedos, sin tocarle aún los pezones.

Abby levantó sus manos y las apoyó en la nuca de él. Un estremecimiento lo recorrió y se

apartó de ella de repente.

― ¡Estás helada!

― Lo sé, estaba fregando y empezó a salir agua fría, ¿puedes echarle un vistazo, cariño? -

Explicó con una risita. Todavía se acordaba que no soportaba muy bien el frío.

Gideon cogió esas manos y las ahuecó entre las suyas insuflándole de su aliento para

calentarlas. Los ojos de ella se oscurecieron de deseo y empezó a cambiar el peso de un pie a otro
frotándose por el camino.

― Las piernas abiertas, Abby – le ordenó mirándola fijamente, controlándola solo con la
mirada.

― Si, Profesor... - Respondió abriéndolas un poco. Gideon metió una de sus piernas e hizo

mayor la apertura.

― ¿Has terminado de fregar?

― No, me queda un poco. - Volvió a echar su aliento sobre las manos y las masajeó con las

suyas.

― Voy a echarle un vistazo. Mientras tanto quiero pantalones y bragas fuera; solo tu

camiseta. En la cocina, en el fregadero, con las piernas abiertas como estás ahora. ¿Has
entendido? - Cada orden había hecho que su clítoris saltara deseoso de ser acariciado por él. Lo

deseaba tanto... - ¿Abby?

― Sí - Gideon alzó una ceja y, con su mano, ya libre, le levantó la barbilla. - ¿Qué has dicho?

― ¿A qué? - Preguntó confusa.

― Respuesta errónea – contestó metiendo su mano en el bolsillo y sacando una bolsita de

plástico con dos pinzas para pezones. - Iba a ser un regalo placentero pero, en este caso,

también valdrá como castigo.

Abrió la bolsita y extrajo una de las pinzas dejando que Abby la contemplara y viera cómo

funcionaba. Así se sentía más segura cuando jugaba con cosas nuevas y controlaba él.

― Sube la camiseta – la voz que usaba no admitía titubeos ni réplicas de ningún tipo; lo

conocía bastante bien de haberlo intentado en varias ocasiones.

Ella cogió el dobladillo de la camiseta y la subió dejando al descubierto sus pechos, sin
sujetador, con los pezones excitados y erectos. Se mordió el labio inferior reprimiendo un jadeo al
verle a él relamerse, sus ojos clavados en los pechos.

Mantuvo la ropa levantada mientras Gideon le acariciaba uno de los pechos, lo acunaba en su

mano, y presionaba con la palma el pezón, demasiado sensible para eso. Entonces la liberaba para ser
oprimido por algo que parecía querer perforarla, pequeñas púas clavándose en ella. Estudió las

reacciones de Abby, las manos cerca, por si debía quitarlo de inmediato, demasiado sensible quizás

para algo así. Pero se sintió orgulloso cuando Abby lo sobrellevó y se repuso. Esa era su mujer.

Hizo lo mismo con la otra pinza besándola para que el dolor cambiara a placer en menos
tiempo.

― Bájala – Abby bajó su camiseta rozándose los pezones y se quejó por el dolor. - No te los
quites, lo tienes prohibido. Ahora ve a la cocina a cumplir mis órdenes – la besó en la frente,

como a su hija, y se marchó a ver la caldera. Iba a tardar poco porque, pudiera o no arreglarla,

su mente, y su cuerpo, estaban en ese momento en otras cosas.

Abby siguió con la mirada a su marido centrándose en esa cintura, sus caderas y el trasero

musculoso y bien formado que se escondía entre los pantalones. Sonrió pensando en él. Había pasado

tiempo desde que se había portado así, más preocupado porque ella estuviera bien que por su placer. Y

eso que a veces tenía que echársele encima para disfrutar un poco.

Rió bajito pensando en la primera vez que hizo eso. Había pasado tanto tiempo ya...

3 años y 6 meses antes

El barullo de gente apenas la dejaba ver hacia dónde se dirigía, solo sabía que llegaba tarde
y eso no era normal en ella, con lo cual estaba aún más nerviosa. Si el profesor ya estaba dentro iba a
sentir mucho bochorno pues se suponía que debía llegar antes que él.

Aceleró el paso empujando a varios chicos por el camino y disculpándose de mala gana. ¿Es

que no tenía clase la gente? Iba a llegar tardísimo...

Consultó su reloj y vio que habían pasado 10 minutos. Parecía el conejo de Alicia con las

prisas. ¿Era mejor no ir y presentarse al día siguiente? No, el profesor Richard era muy estricto, se lo
habían dicho, y tenía que entrar, aunque fuese tarde. Ya se disculparía después.

Miró alrededor y consultó la hoja de papel que llevaba. Se fijó en una puerta. Rezaba en lo

alto B-116. Bajó su mirada al papel. D-116.

Abby pateó el suelo blasfemando. ¡Ya había vuelto a equivocarse de edificio! Algunos que

estaban por allí silbaron ante semejantes palabras que habían salido de su boca y se la quedaron

mirando. Echó a correr apartando a todos a su paso antes de ser arrollados por ella y salió al
exterior donde, en ese momento, estaba cayendo una buena. Lo que le faltaba.

Siguió corriendo por los caminos universitarios que debía conocerse en poco tiempo hasta

llegar al edificio correcto, justo cuando el agua empezaba a calarse en su ropa. Continuó a ese ritmo
a pesar de oír el chapoteo de sus zapatos nuevos, más pendiente de buscar el aula que de otra cosa.

En el instante en que la divisó, la figura de un hombre con traje entró en ella y le dio

esperanzas. Si era su profesor entonces no llegaba tan tarde, podía excusarse diciendo que estaba en

el baño, o algo así.

Apresuró su corrida y, cuando la puerta iba a cerrarse, ella quiso frenar con tan mala suerte

que, entre el suelo mojado, y sus zapatos, hicieron que se precipitara contra la puerta abriéndola de

par en par. Iba a caer de bruces delante de toda la clase, eso sí que era empezar con buen pie.

― Señorita, ¿se encuentra bien? - Esa voz parecía entrar por los poros de su piel y vibrar en

todo su interior. ¿Cómo conseguía eso una voz?

De pronto notó algo cálido acariciarla desde la cintura hacia arriba, a sus hombros, y ella
ronroneó frotándose contra... ¿Un pecho? Sus manos palparon el luegar donde estaba asentada y oyó
el latido de un corazón, aparte del suyo. Era consciente ahora de otra parte más dura entre sus

piernas pero dejó de pensar al volver a oír esa voz.

― Señorita, si a usted no le importa quedarse ahí, a mí si. Tengo una clase que dar y no
parece herida como para no levantarse.

Abby levantó la cabeza enseguida para encontrarse, cara a cara, con su profesor, Gideon
Richard, el que, durante dos años, se ocuparía de impartirle las clases. Sus ojos, la mandíbula, las

cejas... Todo en él pareció grabarse en su mente.

― Lo siento, Señor. Resbalé – se excusó levantándose de encima.

― Eso ya lo vimos, señorita...

― Abby. Abby Mink.

― Señorita Mink. Coja asiento, por favor, y procure no visitar de nuevo el suelo, no estoy yo

por allí – la forma en que añadió eso último le pareció que tenía un doble sentido pero, con las
risas de sus compañeros y ella completamente colorada y ardiendo como un fósforo del que

todos tuvieran que fijarse, no tenía cabeza para pensar. - Muy bien, comencemos...

Abby regresó a la realidad y descubrió que había estado recordando en el mismo sitio.

¿Cuánto llevaría? Echó a andar hacia la cocina cuando las pinzas le recordaron dónde estaban

colocadas y siseó. Tendría que ir despacio para que no se movieran tanto.

Pasito a paso fue avanzando hasta la cocina. Allí, ayudándose de sus piernas, para evitar
rozarse las pinzas con la ropa o su cuerpo, se deshizo de los pantalones y las bragas. Afortunadamente

en su casa nunca hacía frío y podía ir desnuda sin notar cambios. Aparte, si Gideon la tocaba, eso era
la menor preocupación en un cuerpo que se incendiaba por y para él.

Abrió las piernas situándose en el fregadero. No accionó el grifo por miedo a que eso pudiera
hacer algo equivocado y volvió a retomar ese recuerdo sonriendo feliz.

― ¿En qué piensa esa cabecita mía? - Susurró Gideon acercándose a ella por detrás, sus

manos en las caderas y su pecho calentándola. Los labios la tocaron en la nuca haciendo que
gimiera de placer. Subió la mano derecha sujetándole el cuello, el cuerpo completamente a
merced de él. La otra mano bajó hasta el monte de Venus y bajó un poco más abriéndola para

él.
― Mmmm... estás mojada, cariño... - para no estarlo. A pesar del tiempo que llevaban

casados, lo seguía deseando como ese primer día y su amor no desfallecía. - Tan mojada... - Su

dedo probó la entrada de su vagina sin introducirlo. - ¿No tenías que fregar?

Lo miró anhelando un beso suyo que no llegó, al contrario, Gideon se separó sentándose en

una silla frente a ella.

― Empieza.

― ¿Lo has arreglado?

― Creo que sí, si no sale caliente me lo dices – Abby lo miró sin poder creerlo. ¿No iba a

hacer nada? ¿Se quedaría ahí sentado mirándola? - Vamos – alentó.

Ella se dio la vuelta y abrió el grifo donde empezó a fregar lo que quedaba. Pero unos
segundos después tenía las manos de él en sus nalgas, abriéndolas y cerrándolas. Jadeó ante ese

contacto haciendo que su vagina se contrajera, igual que su vientre.

― Sigue, Abby. Hasta que acabes – la instruyó arrastrando la silla para quedar justo detrás

suyo. Alzó una mano y le dio un azote que después se ocupó de calmar la picazón

acariciándola.

Concentrarse en lavar los platos no era fácil con él haciendo de las suyas y Gideon lo sabía.

Después de estar unos minutos sentado tocándola, besándola y chupándola en una zona tan íntima
como era su coño, ahora lo tenía detrás, de pie, su pene entre las piernas, meciéndolo sin llegar a
introducirlo dentro, a pesar de los intentos que ella hacía.

La había controlado contándole los lujuriosos tormentos por los que pasaría si dejaba caer

algún objeto y, cuando le quitó las pinzas de los pezones, casi ocurrió ese gran desastre. Menos mal
que tenía buenos reflejos.

Y ahora ahí estaba, sus pechos recogidos en las manos, los dedos pellizcando y dando vueltas
a los pezones, y un ritmo constante en sus embistes, provocándola cada vez más.
― Ter... Terminé – se sorprendió por la voz que surgió, una que destilaba pura pasión.

Gideon gimió interrogante y se movió para ver que el fregadero estaba ya libre.

― Cógete a la puerta – la instruyó señalándole los tiradores del mueble superior. - No quiero
que las muevas de ahí.

― Si... Profesor.

Cuando tuvo las manos en ese lugar, él la movió un poco haciendo que su trasero sobresaliera

algo más. Le acarició una nalga para, acto seguido, golpearla con la mano, un escozor recorriéndole
todo el cuerpo. Lo siguiente eran los dedos de Gideon en su vagina y clítoris, llevándola al límite pero,

justo cuando se iba a romper en un orgasmo, él volvía a azotarla, nunca en el mismo lugar, para

después sus manos afanarse en conducirla a su clímax.

― Por... favor.... - suplicó ella. Él se acercó poniendo su polla entre las piernas de ella para

cubrirse con sus jugos.

― ¿Qué quieres, Abby?

― Lo sabes – se quejó moviendo las caderas para incitarlo y, si podía ser, también meterlo
dentro.

― No, Abby, no lo sé – negó él con una sonrisa en los labios. Retiró su pene y Abby lanzó un

quejido. Sus manos se soltaron de los tiradores y Gideon la azotó con fuerza haciendo que
gritara. - ¿Dónde deben estar esas manos?

Quiso llevarlas al mismo sitio cuando se las atrapó y, entrelazándolas con las suyas, las puso

en la encimera.

― Inclínate y muéstrame ese coño – sus palabras hicieron que casi llegara al orgasmo; tuvo

que tomar aire y sacarlo lentamente para no hacerlo y fallar a su marido. - Bien hecho – la
elogió besándola. - Te adoro.

Algo tan sencillo como eso hizo que se sintiera dichosa por haberle hecho sentir bien a él. Se
colocó como le había dicho y las manos le abrieron más las piernas, ya bastante abiertas. Dejó las
manos en sus muslos internos y se agachó para saborearla, la lengua de él apartando los labios

mayores y encontrándose con un clítoris hinchado y sensible. Sabía que no iba a durar mucho más y él

tampoco, su polla muy molesta, el líquido preseminal goteando ya.

Se levantó y situó su pene a la entrada del canal y, cambiando las manos de lugar, cogiéndole

los pechos, empujó con fuerza. Los dos se saltaron un latido y dejaron de respirar.

― Dios, Abby, estás ardiendo – gruñó él.

Empezó a moverse con rapidez, sus manos conteniendo a Abby para que no se moviera y, a la

vez, pellizcando y retorciéndole los pezones.

― Profesor... Profesor... ¡Profesor!

― ¿Y si no te dejara, Abby? - Le insinuó él.

― ¡No! ¡No se te ocurra! - Gritó. Gideon aceleró los embistes. - ¡Profesor!

― ¿Cuándo pensabas darme la noticia?

― ¿Qué... noticia? - Abby se mordió el labio inferior sabiendo que no iba a aguantar.

― Me voy a correr yo solo, Abby, te lo advierto.

― ¡No! ¿Qué noticia es? ¡No ha pasado nada!

― En estos días no, la noticia tiene varios meses de gestación – al decir esto presionó con
más fuerza los pezones a la par que cambiaba el ritmo.

― ¡Vale, vale! ¡Estoy embarazada! - Soltó. - ¡Por favor!

― ¡Córrete! - Le gritó mientras él no podía detener su propio orgasmo.

Abby perdió por completo el entorno donde estaba. Solo notaba su cuerpo romperse en un
orgasmo arrollador al que se sumaba el de Gideon. No tenía fuerzas para centrarse en otras cosas, solo
en ella y en él, llegando los dos a las mismas estrellas.
*****

Cuando logró recuperar la consciencia, Abby ese encontraba en la cama, en los brazos de

Gideon, como si fuera una niña pequeña. Una de sus manos le acariciaba el vientre con una mirada
llena de... no podía saber bien cómo calificarla.

― ¿Cómo lo supiste? - Le preguntó.

― Conozco tu cuerpo; sé la forma en que reacciona y cambia. Y te conozco a ti. ¿Por qué no

me lo habías dicho? - Abby se mordió el labio y él acudió presto a salvarlo abriéndolo con su

dedo. - Ya sabes que en mi familia hay antecedentes de aborto. Quería que, cuando te diera la
noticia, no hubiera peligro.

― Amor, ya quedamos en que...

― Sí, sí... lo sé – lo cortó recordando lo ocurrido en el primer embarazo. - Pero este es

diferente.

― ¿Por qué? - Gideon frunció el ceño mientras Abby sonreía.

― Son mellizos.

Gideon no tuvo palabras, abrazó con fuerza a Abby enterrando su cabeza en ella.

― Te amo – escuchó antes de que se le escapara una lágrima y se aferrara a su marido.

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