Religiosidad Popular y Evangelización
Religiosidad Popular y Evangelización
Religiosidad Popular y Evangelización
La Iglesia es cada vez más consciente de la importancia y valores que tiene la llamada
“religiosidad” o “piedad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo[1]. Después
de un tiempo en que vino a ser considerada como algo primitivo o como una
manifestación menos pura de la fe, son muchos los que en nuestros días ponen de
relieve su riqueza y su importancia para la transmisión de la misma. También el
Magisterio de la Iglesia ha desarrollado desde el Concilio Vaticano II una rica reflexión
sobre la religiosidad popular[2].
1. La religiosidad popular
Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia
idiosincrasia y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas
manifestaciones de la fe y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia.
En estas formas de religiosidad o piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir
del pueblo cristiano. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su
fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.
Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida
sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las
peregrinaciones, las procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas,
etc.”[6].
La religiosidad popular tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Abarca el modo
personal de relacionarse con Dios, la Santísima Virgen y con los santos. Pero tiene también una
muy importante dimensión comunitaria. Quienes participan en estas manifestaciones de fe se
sienten actores y protagonistas de las mismas. Por eso una característica de la religiosidad
popular es que resulta muy participativa. En ella intervienen, además, tanto sacerdotes como
religiosos o fieles laicos.
La religiosidad tiene sus propios lenguajes y maneras de expresión, mucho más en la línea de
lo simbólico y lo intuitivo que en la de lo discursivo y racional. Recurre con frecuencia a ritos,
imágenes, signos visibles y gestos corpóreos, involucrando a toda la persona. Habla el
“lenguaje del corazón”. “A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres,
formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad
popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho carne y sangre”[7].
La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de
Dios en el organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu
Santo y deben ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8].
Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución.
Cambian las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad
popular van cambiando y adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa
Francisco, “se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el
protagonista principal”[9].
Las expresiones de religiosidad popular en nuestra tierra
La religiosidad popular es una realidad viva entre nosotros que, en muchos casos, ha
experimentado un auge en los últimos años. Las manifestaciones de esta religiosidad tienen
una enorme importancia tanto cuantitativa como significativa. Cuantitativamente, porque
tienen una enorme capacidad de convocatoria e involucran a muchas personas.
Significativamente porque son percibidas como expresiones profundamente ligadas a la
cultura y señas de identidad de nuestros pueblos.
En nuestra tierra valenciana y balear existe una gran riqueza de manifestaciones de
religiosidad popular.
a) Somos un pueblo con un gran sentido de la fiesta y de lo festivo. La gente de nuestros
pueblos y ciudades vive con intensidad los tiempos de fiesta como momentos de descanso, de
convivencia y de celebración. Estas fiestas están generalmente vinculadas a la tradición
religiosa y constituyen una expresión singular de la religiosidad de nuestro pueblo. Las fiestas
patronales son momentos de rica vivencia y expresión de la fe. La música, la pólvora y el fuego
son elementos indispensables de nuestra fiesta que no sólo sirven como expresión de júbilo,
sino que también tienen en muchos lugares un sentido religioso.
1. b) El principal destinatario de la religiosidad de nuestros pueblos es Jesucristo,
contemplado en los distintos misterios de su vida.
La celebración de su Navidad resulta particularmente intensa y se encuentra
cargada de celebraciones populares que expresan la fe en el misterio del Dios
hecho hombre. En torno al misterio de Navidad florecen toda una serie de ricas
expresiones de piedad popular (belenes, villancicos, “pastorets”, cabalgata de
reyes, costumbres, comidas, etc.)
La celebración de la Pasión y Muerte del Señor cobra una especial relevancia en la
Cuaresma y Semana Santa, tan rica y tan diversa en nuestros pueblos. Pero
también muchos de nuestros pueblos veneran al “santo Cristo” bajo muy variadas
advocaciones, a “nuestro Padre Jesús” o, de modo singular, la “santa Faz” y el “santo
Cáliz”.
No se olvida la celebración de su Resurrección, generalmente unida a la
felicitación a santa María por la alegría pascual. Son frecuentes en la mañana de
Pascua “procesiones del encuentro” que expresan singularmente la alegría de ese
día, que queda resaltada también por las comidas propias de estos días (“mona”).
La devoción a la Eucaristía tiene un singular arraigo entre nosotros, con grandes
maestros espirituales como San Pascual Baylón y San Juan de Ribera. Nuestro
pueblo vive con especial solemnidad la fiesta del Corpus Christi. Es también
costumbre en algunos lugares hacer procesión con el Santísimo Sacramento en la
mañana de Pascua y para dar la comunión a los enfermos en el día de San Vicente.
El Concilio Vaticano II ofreció también otro criterio que es importante tener en cuenta:
“La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la
fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y
promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos”[14]. En
la Iglesia hay diversidad de ritos, de tradiciones y de costumbres que no son una
amenaza para su unidad sino una gran riqueza. Mediante ellas los fieles ejercen su
sacerdocio dentro de la comunión eclesial.
La mirada del pastor nos hace comprender la riqueza que tiene esta religiosidad, que
ha dado abundantes frutos de santidad. La religiosidad popular es un modo legítimo
en el que muchos fieles viven su vida teologal. El rezo del rosario de una madre junto a
su hijo enfermo, el encendido de una vela en casa pidiendo ayuda a la Virgen o la
mirada amorosa a Cristo crucificado pueden conducir a una profundidad de vida
cristiana incluso a personas que no saben “hilvanar las proposiciones del Credo”[15].
Todo ello hace que la religiosidad popular sea espacio para el encuentro con Cristo de
muchas personas. Hay que tener presente que para muchas personas alejadas de la
práctica de la fe cristiana la religiosidad popular es la única experiencia religiosa que
les resulta “próxima”. Explica Pablo VI: “Bien orientada, esta religiosidad popular puede
ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios
en Jesucristo”[21].
4. La fuerza evangelizadora de la religiosidad popular
Debemos reconocer la piedad popular como “expresión de la acción misionera
espontánea del pueblo de Dios”[22]. En la piedad popular encontramos las
expresiones del anuncio misionero connatural o espontáneo al pueblo cristiano. Ese
anuncio misionero dimana con naturalidad de las gentes de la piedad popular. En ella,
con la diversidad de formas, se manifiesta la actuación de anuncio del Evangelio, que
brota connaturalmente del pueblo de Dios.
1. l) La piedad popular ha sido, en muchas ocasiones un medio providencial para la
conservación y transmisión de la fe. A través de las prácticas de piedad popular
muchos cristianos han mantenido y expresado su fe. La transmisión de padres a
hijos de estas formas de religiosidad conlleva la transmisión de los principios
cristianos[28].
Por eso es de suma importancia cuidar las actitudes internas, las motivaciones y
convicciones que subyacen a estas manifestaciones populares de fe para que puedan
seguir siendo lugar de encuentro con Cristo. El Catecismo de la Iglesia habla de
“hacerlas progresar en el conocimiento del misterio de Cristo”[35].
Es conveniente, por ello, fomentar todas las acciones que promuevan la pertenencia
eclesial:
1. a) Integrar la religiosidad popular en la vida de las parroquias, que son “presencia
eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la
vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la
celebración”[36]. Es conveniente tener en cuenta en las programaciones
pastorales la realidad de la religiosidad popular, evitando su aislamiento y
favoreciendo su relación con otras realidades pastorales de la Iglesia.
1. a) Esto significa, en primer lugar, respeto por el que piensa de modo distinto,
por quienes no han recibido el don de la fe. En muchos casos, exige una
adaptación de estas manifestaciones religiosas al contexto de nuestras
sociedades plurales.
2. b) Potenciar los aspectos ecuménicos y facilitar el diálogo con otros cristianos.
Por otra parte, el acompañamiento del pastor tiene que incidir especialmente en las
actitudes y motivaciones que subyacen a las manifestaciones de religiosidad. Nos
equivocamos cuando pretendemos cambiar las prácticas de nuestro pueblo. Lo
importante no es cambiar los ritos o prácticas sino darles un sentido.
6.1. Educación en la fe
Hemos dicho que la religiosidad popular es ya, en sí misma, una catequesis para el
pueblo. Conviene, sin embargo, prolongar esa catequesis, propiciando una viva,
explícita y operante profesión de fe. Se trata de conducir hacia la madurez en la fe a
quienes participan en los actos de religiosidad popular.
1. e) Facilitar el contacto directo con la Sagrada Escritura. Hay que poner la Biblia
en las manos y el corazón del pueblo, uniendo más Palabra de Dios y religiosidad
popular y cuidando la inspiración bíblica de lo que se haga.
Muchos actos propios de la religiosidad popular pueden servir para educar en la fe a
los participantes (novenas, triduos, vigilias, predicación de las fiestas, etc.). Pero sería
conveniente, además, programar momentos específicos de formación y catequesis
que ayuden, sobre todo a los agentes de esta religiosidad, a vivirla como auténtica
experiencia de fe.
1. d) Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano.
No se deben oponer ni equiparar, pero sí armonizar. La relación entre ambas
puede ser fecunda: “la Liturgia deberá constituir el punto de referencia para
encauzar con lucidez y prudencia los anhelos de oración y de vida carismática que
aparecen en la piedad popular; por su parte la piedad popular, con sus valores
simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una
verdadera inculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz”[45].
Cuando se acentúan los aspectos subjetivos y sentimentales de la fe, perdiendo de
vista la promoción social, no estamos ante una auténtica forma de piedad popular[49].
Por eso es importante vincular cada vez más las expresiones de la religiosidad popular
con actos y actitudes de solidaridad con los que sufren.
Conclusión
La piedad popular supone una fe sencilla y encarnada mediante la cual se rinde culto a
Dios y se vive y expresa la propia fe de manera concreta. Esta vivencia y expresión de
la fe alcanza a nuestros pueblos y llega especialmente a los más pequeños. Purificada
y evangelizada es cauce precioso de vida en Cristo y tiene una gran fuerza
evangelizadora.
Con ese deseo y súplica ponemos en manos de los sacerdotes, religiosos y fieles de
nuestras diócesis, estas orientaciones pastorales, junto con nuestro afecto y bendición
para todos.