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Bizzarri, Gabriele, Nuevas Cartografías de Lo Familiar. Meruane y Schweblin

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Nuevas cartografías de lo

familiar: cuerpo, linaje, nación


en los cuentos raros de Lina
Meruane y Samanta Schweblin

Gabriele Bizzarri

CLEPUL

2019

www.lusosofia.net
N UEVAS CARTOGRAFÍAS DE
LO FAMILIAR :
CUERPO , LINAJE , NACIÓN
EN LOS CUENTOS raros DE
L INA M ERUANE Y S AMANTA
S CHWEBLIN
F ICHA T ÉCNICA

Título: Nuevas cartografías de lo familiar: cuerpo, linaje, nación en los


cuentos raros de Lina Meruane y Samanta Schweblin
Autor: Gabriele Bizzarri
Coleção: Temas Com(n)Vida
Coordenadores: Dionísio Vila Maior e Annabela Rita
Capa: António Rodrigues Tomé
Paginação: Luís da Cunha Pinheiro
Centro de Literaturas e Culturas Lusófonas e Europeias, Faculdade de Letras
da Universidade de Lisboa
Lisboa, Dezembro de 2019
ISBN – 978-989-9012-04-2

Esta publicação foi financiada por Fundos Nacionais através da FCT – Funda-
ção para a Ciência e a Tecnologia, I.P. no âmbito do Projecto «UID/ELT/0077/
2019»
Gabriele Bizzarri

Nuevas cartografías de lo
familiar: cuerpo, linaje, nación
en los cuentos raros de Lina
Meruane y Samanta Schweblin

CLEPUL

Lisboa

2019
Nuevas cartografías de lo familiar:
cuerpo, linaje, nación en los cuentos
raros1 de Lina Meruane y Samanta
Schweblin

Gabriele Bizzarri
(Università di Padova)

Queer; Fantástico; Literatura hispanoamericana; Identidad; Territorio.

Desde ángulos diferentes, jugando sus respectivas partidas dentro de tra-


diciones discursivas y géneros diversos e insinuando dudas ontológicas (y éti-
cas) complementarias, los textos de Samanta Schweblin y Lina Meruane se
presentan acomunados por la obsesiva insistencia en el motivo de la trans-
formación, por la tematización de una metamorfosis que funciona a la vez
como elemento perturbador y acicate para la anarquía, surtidor del miedo y del
goce. La intersección entre el discurso queer –más reconocible en Meruane–
y el discurso fantástico –más evidente en Schweblin– produce, en realidad,
1
Con este adjetivo programáticamente ambiguo pretendo interceptar dos genea-
logías diferentes en cuya característica fusión entreveo un interesante punto de sutura
entre las respectivas poéticas de dos de las narradoras contemporáneas más interesan-
tes del Cono Sur: me refiero, por un lado, a la teoría queer y, por otro, a la estética
weird, según la define Mark Fischer en su ensayo sobre las nuevas fronteras de la
ficción especulativa en la época del capitalismo tardío.
8 Gabriele Bizzarri

unos textos híbridos profundamente modernos, atravesados, a su vez, por una


inestabilidad de la significación que los convierte en barómetros sensibles de
las inquietudes más características de lo contemporáneo. Reformulando con
mirada ambivalente los límites de ese objeto discursivo que es el cuerpo y
desbordando las cartografías de la pertenencia, ambas autoras ponen en entre-
dicho las fronteras de la identidad y los límites de la ciudadanía, contestando
la disciplina de la forma y las leyes del territorio, sin dejar, sin embargo, de
registrar la amenaza al acecho detrás de la asunción indiscriminada de una
retórica de lo fluido y circulante: la sombra ominosa y alargada de la globali-
zación.

1. Dispositivos de desfamiliarización: lo fantástico y


lo queer
Aproximándose a un fenómeno que, actualmente, ha ido adquiri-
endo cierta consistencia y resonancia como el de las escritoras latinoa-
mericanas que están escribiendo fuera de su lugar de origen –o, a secas,
fuera de lugar– con el intento de tratarlo como algo más que mero fol-
klore socio-literario, el presente artículo propone una reflexión acerca
de la propuesta identitaria en muchos sentidos extra-ordinaria que, tam-
bién en relación con y como consecuencia de la extranjería geográfica,
proviene de sus textos. En este sentido, el dúo inédito formado por
Lina Meruane y Samanta Schweblin –eso es: la posibilidad de activar
un diálogo entre sus respectivas producciones– me parece significativo
de la ambigüedad titubeante del cambio y de la inestabilidad (ontoló-
gica, ética y literaria) de sus manifestaciones.
De hecho, la obra de ambas –entre asombros y sorpresas, horrores
y delicias– gira alrededor de la tematización de una transformación ne-
cesaria para elaborar un corte (un deshilachamiento, una ausencia, una
pérdida de intensidad, un aflojamiento), para procesar el desarreglo de
una estructura identitaria primaria, sustancial, en muchos sentidos, ori-

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ginaria. Como trataré de demonstrar, los resultados del desprendimi-


ento de unas formas de vida otrora arraigadas y mapeables tanto de su
territorio como de esa otra forma de la territorialización fuerte repre-
sentada por la vida rigurosamente acotada dentro de las fronteras del
cuerpo en que nací (NETTEL, G., 2011), y su consecuente deslizami-
ento en la incertidumbre de lo abierto, quedan observados por ambas
a partir de la paradoja de un extrañamiento cómplice que, con énfasis
diferente en la poética de cada una, apela, por un lado, a una genealo-
gía de lo monstruoso, y por otro, hacia adelante, señala la posibilidad
de una nueva cosecha de lo humano, creativamente disponible a los
efectos de la ‘mutación’.
Antes de empezar a cruzar caminos, me parece fundamental justi-
ficar el uso que hago en el título de dos membretes (uno teórico, otro
literario) tan disparejos, y cuya presencia en el corpus escritural de am-
bas no es menester dar por descontado.
De hecho, si el discurso fantástico constituye el reconocible telón
de fondo de las experimentaciones identitarias de Schweblin, mucho
menos automáticamente podemos activar una relación clara con la obra
de Meruane, aunque sí habría que reconocer la filiación fantástica –o
neogótica (CASANOVA VIZCAÍNO, S.; ORDIZ, I., 2018), o weird
(FISCHER, M., 2017)– de los cuentos interpolados en el relato del tra-
vieso recorrido de maduración del deseo emprendido por Las infantas,
y completar el cuadro con el abanico de guiños inusuales y destellos
extraordinarios que la escritora chilena disemina a lo largo de su ma-
crotexto, desgarrando así, perversa y sistemáticamente, el precario en-
tramado realista de sus (auto)ficciones. Por lo que se refiere a lo queer,
en cambio, si limitamos sus posibilidades y alcances a los previstos por
la agenda LGBT, si nos ceñimos a ese específico repertorio de infracci-
ones y discontinuidades identitarias, vinculados con la sexualidad va-
riablemente diferente, sólo Meruane parecería tener todos los papeles
en regla para aplicar –otra vez, de manera explícita, con Las Infantas y
su rampante polimorfismo pulsional, pero también en consideración de
algunos giros imprevistos y carriles secundarios de las tramas de San-

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gre en el ojo y Fruta podrida, donde resuenan potentes las sugestiones


del trabajo teórico llevado a cabo por la autora sobre las escrituras lati-
noamericanas de la homosexualidad visitadas por el fantasma del sida;
pero las cosas cambian si, por lo contrario, como en general me parece
recomendable, tratamos lo queer como un proyecto de movilizacio-
nes identitarias de amplio espectro que remite a la idea de cuestionar,
con propósitos emancipadores, todas las angostas categorías por cuyo
medio la sociedad determina el destino de sus integrantes, dándole así
visibilidad a una amplia y variable fenomenología de lo informe (lo sin
forma).
De hecho, me parece que la intersección entre discurso queer (pre-
sente aquí con un abanico diverso de metáforas de variación y deroga-
ción ante la ley de la representación autorizada y derecha, hasta llegar
a lo posthumano) y discurso fantástico (invocado, a la vez, como in-
sinuación transgresiva de la sospecha de lo otro dentro del perímetro
inviolable de la subjetividad marcada, pero también, mediante los efec-
tos terroríficos de la desfamiliarización, como componente regresiva y
conservadora), puede llegar a dar cuenta oportuna de unos textos que se
presentan atravesados por una inestabilidad de la significación que los
convierte en barómetros sensibles de las inquietudes más característi-
cas de la contemporaneidad. Por una parte, la chispa de la complicidad
entre teoría política y categoría literaria –la con la que, variablemente,
según gradientes diferentes de intensidad, ambas juguetean– salta con
facilidad si explotamos el potencial deconstruccionista del mecanismo
fantástico2 , leyendo en la irrupción inesperada de lo insólito en el me-
2
Aclaro de antemano que la definición de fantástico a la que me ciño es la que,
desde este lado de la posmodernidad, integrando las principales teorías e intentos cla-
sificatorios anteriores, propone David Roas: no sólo entonces una categoría literaria
que se basa en la “confrontación problemática entre lo real y lo imposible” (hasta
aquí nada nuevo a la luz de las aproximaciones más notorias) sino mejor un “dis-
curso” que “se pone en relación intertextual constante” –y obviamente problemática–
“con ese otro discurso que es la realidad, entendida siempre como construcción cultu-
ral” (ROAS, D., 2011: 9). Este énfasis constructivista –que considero fundamental–
me da la posibilidad de contemplar la posibilidad de que el enzima que desencadena

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dio de la parcela de realidad a la que, más o menos libremente, hemos


decidido aferrarnos, en la interrupción repentina del continuum lógico-
representacional, una oportunidad para llevar al descubierto su preca-
riedad ontológica y sus límites performativos; parafraseando a Harvey
Sacks, la intuición de que lo ordinario no es ninguna sustancia sino,
llana y sencillamente, algo que estamos haciendo según tratamos, por
medio del lenguaje, de acreditar nuestra presencia dentro de un deter-
minado ambiente relacional. Pero, de otro lado, tanto en la escritura
de Meruane como en la de Schweblin, cabe también registrar cierto
desajuste semántico entre los dos polos de atracción encabezados, res-
pectivamente, por el modelo teórico al que parecen inspirarse y el tra-
tamiento literario que corresponde a muchas de sus creaturas trans-
formadas que, que, a menudo, son prodigios violentos y sin solución,
inservibles a la hora de integrar cualquier tipo de comunidad, tanto real
como imaginada; en otras palabras, es como si una puesta en escena
fantástica o, de todas formas, alusiva del repertorio de lo ominoso, se
utilizara como freno, encargándose de traer a colación en los textos las
resistencias del sentido común, introduciendo un elemento nostálgico
y titubeante, invitando al lector a la prudencia y al desconcierto, insinu-
ando, además, algunas dudas acerca del correcto encauzamiento de la
variación y, en algunos casos, la sospecha de una manipulación externa.
De hecho, a la hora de aflojar, con mirada siempre ambivalente, los
límites de ese objeto discursivo que es el cuerpo y desbordar las car-
tografías de la pertenencia, poniendo en entredicho las fronteras de la
identidad y los límites de la ciudadanía, contestando la disciplina de la
forma y las leyes del territorio, ambas autoras parecen estar muy cons-
cientes de la amenaza que se encubre en la asunción indiscriminada de
una retórica de lo fluido y circulante, la trampa que se transparenta de-
la reacción pueda coincidir también con un fenómeno imposible de naturaleza dife-
rente con respecto a los objetos explícitamente sobrenaturales, incompatibles con las
leyes físicas, que pueblan el repertorio canónico, tratando de fantasma –de autorizado
agente provocador de la transgresión fantástica– cualquier manifestación que invoque
la revisión de la interpretación disciplinada de lo real, provocando la degeneración de
la performance universalmente compartida de lo ordinario.

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trás del espejismo del espacio abierto y del cuerpo creativamente dispo-
nible al vulnus de la reformulación, pues es precisamente en esa franja
móvil en la que se fragua la deconstrucción de las consignas identita-
rias tradicionales donde empieza a asomarse la sombra de la globali-
zación neoliberal, con sus inéditos dispositivos de control, sistemática-
mente irradiados por el espacio liberado, ante los cuales precisamente
las identidades en tránsito se quedan desarmadas, como moluscos sin
concha o algas transportadas por la corriente, sin un espacio propio por
defender ni una plataforma de derechos sólida, llegando incluso a inti-
mar simbióticamente y pactar negocio simbólico con las herramientas
invisibles del control (SLOTERDIJK, P., 2017).
Si en efecto, como trataré de demonstrar, en la literatura de am-
bas el aflojamiento de los límites del cuerpo y el rebasamiento de los
confines del territorio, muy a menudo y en más de un sentido, produce
monstruos, es porque cabe la posibilidad de cierto –peligrosísimo– so-
lapamiento discursivo entre las narraciones de la emancipación identi-
taria y los engranajes más demoledores del sistema económico –y del
modelo cultural– que, actualmente, nos heterodirige: la desterritoriali-
zación y la aldea global comparten, a veces, metáforas, o más bien, la
segunda se aprovecha parasitariamente de los códigos desgarrados de
la primera, usándolos de coartada o como discurso huésped, y dando
así lugar a una maraña infecciosa de propósitos inextricables (¿dónde
termina, por ejemplo, la flexibilidad itinerante y comienza la deslocali-
zación explotadora?, ¿hasta dónde el flou identitario vehicula la contes-
tación de las leyes de accountability, y cuándo, en cambio, se convierte
en cómoda justificación para el desmantelamiento del discurso de los
derechos?, ¿hasta dónde alcanza el valor político de la vulnerabilidad
antes de llegar a autorizar una cultura del abuso?).
Esta duda irreductible, el espíritu inquisitivo con el que se sopesan
los respectivos beneficios y posibilidades de un mundo firme y de uno
móvil o movilizado –el vaivén simbólico, ético y político que se activa
al hurgar entre los pliegues, en los intersticios y en los vacíos, de las
opciones enfrentadas: arraigamiento y dispersión, sujeto y red, local y

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global, respeto de la forma y expansión volátil de la sustancia– consti-


tuye un gran punto de unión entre Schweblin y Meruane quienes, com-
partiendo motivos y situaciones y enfocándolas desde ángulos disími-
les pero, en ambos casos, productivamente dinamizados por el llamado
de su doble dialéctico, avizoran el proceso, problemáticamente actual,
del estiramiento de las fronteras del oikos, la matización de los perí-
metros de lo doméstico, la dilatación –y consecuente enrarecimiento–
del ambiente de manifestación de lo humano, suspendiendo el juicio
entre la invocación al respeto de los límites como única posibilidad de
definición, reconocimiento, y defensa de lo propio, y la propuesta de
la elasticidad como ocasión inclusiva, índice de multiplicación de las
posibilidades expresivas de lo vivo.

2. Pruritos de degeneración y nostalgias familiares


En Meruane, el juego de la transgresión de las sagradas leyes de
la identidad cercada empieza con los libros chilenos. Chile, de hecho,
no deja nunca de asomarse en su escritura, ni siquiera en sus libros in-
ternacionales, los de Lina profesora en la Universidad de Nueva York,
donde la reiteración del motivo del regreso a casa, variablemente ins-
pirado por el miedo a la degeneración, el sentimiento de culpa y el
llamado hipnotizador de la estabilidad y la completitud, sirve de ambi-
guo contrapeso a las dulce-amargas migraciones de sus personajes más
allá de las fronteras de lo definido y reconocible. Sin embargo, en las
obras escritas en Chile –a las que sumaría también Fruta podrida, que
es novela de ambiente prevalentemente chileno– prevalece la irrefrena-
ble urgencia del traspaso y el frenesí de la metamorfosis pues, como
admite la escritora en una entrevista de 2017, se centran en el “pasaje
[arquetípico] de la infancia a la adolescencia” (GAUTIER, G., 2017),
o más en general, en el quebrantamiento de todas las amarras origina-
rias, la fuga de la casa del Padre y el rebasamiento de los límites de
la Patria, juntándose simbióticamente la necesidad de revisión de los

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códigos (cada vez más enrarecidos) de lo nacional y los mandatos del


género.
Empujadas por una complicidad fraternal crispada por frecuentes
chispazos eróticos, las princesitas Hildeblanca e Hildegreta se achican
el nombre –tal y como, en cierto sentido, hará la Lucina de Sangre en el
ojo al desprenderse de ese otro lastre engorroso: la visión común (BIZ-
ZARRI, G., 2019)–, desenclavándolo de todo viso de linaje: dejando
de ser Hildes (e hijas de), se marchan del Palacio del Rey –quien baraja
sus destinos como en un juego de naipe– y se van enmarañando bosque
adentro, perdiéndose por sus tupidos laberintos, volviéndose uno con
esa oscuridad cuajada de vidas y deseos inéditos. Imágenes frecuentes
e insistidas relacionan este corte con la identidad familiar, la elección
de vivir afuera (FOGWILL, R., 1998), con una dilución gozosa de los
rasgos de la subjetividad, como atestigua no sólo el sinfín de másca-
ras y disfraces que vuelven borrosa la identificación de las infantas,
sino sobre todo la construcción, por parte de ambas, de una osmosis
filamentosa con la espesura del bosque y sus criaturas: es allí donde
lo vivo repta, se encuentra, y respira al unísono como un verde orga-
nismo colectivo, que las dos niñas malas empiezan a ensayar con las
libidinosas posibilidades de descomposición de sus, recién estrenados,
cuerpos frutales. Blanca Nieve y la Bella Durmiente se dejan arras-
trar por una inestabilidad característica que las hace mover sin peso
entre ecos de patrones encontrados, circular con absoluta libertad por
el espacio desterritorializado y sin fronteras de un palimpsesto chueco,
una hiperfábula queer. Placenteramente desorientadas, van husmeando
rastros mustios, habitan “estela[s] musgosa[s]” (MERUANE, L., 2010:
25), donde se deshacen, fermentan, se unen irreconocibles intensida-
des silvestres, yacen abandonadas en las malezas, excitándose con el
olor a “hojas de trepadoras” y “líquenes” (id., 23), emanando, ellas
misma, un “intenso aroma a tierra” (id., 32) y complicitándose paneró-
ticamente con otredades pululantes e indistintas: ratas calientes –pura
“energía voraz”–, la “oscuras sustancia” (id., 107) que mana, negra y
viva, de los hormigueros, enanos y pequeñas bestias, carnalidades inci-

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ertas y difusas, doblemente codificadas como lujuriosas, primordiales


abyecciones. El desdibujamiento diabético de Zoila está, me parece, a
la vuelta de la esquina, así como se va ensayando aquí el sistema relaci-
onal alternativo al que se apela para salir del ahogo de la salud familiar
y liberarse de la opresión geográfica, una manifestación topológica de
lo local –el reconfortante campo chileno y sus (sólo aparentemente) na-
turales, rituales generativos– enrarecida por el filtro distópico: según su
cuerpo se afloja y se suelta dejando por todo lado libidinosas manchas
de putrefacción, a medida de que, en todos los sentidos posibles, se va
saliendo de sus fronteras, la Menor (de esta enésima pareja de herma-
nas) empieza a recordar a una diosa de la fertilidad marchita, cubierta
de hongos, repleta de gusanos y “moscas vampiras”, rebozante de ni-
gredo: el contrapunteo ideal para el cuerpo de la Mayor, que es molde
y cuña, perfectamente respetuoso de las leyes de la territorialidad y, so-
bre todo, perfectamente reproducible y reproductivo, económicamente
dedicado a la perpetración de la continuidad del modelo. Lo que allí
no deja de ser, literalmente, enfermedad degenerativa –eso sí, poética-
mente reivindicada, exprimida hasta las últimas gotas de la polisemia y
transformada en alucinado, revoltoso death drive– aquí es todavía puro
deseo, gusto degenerante (no sólo del código del genre y del gender,
sino, en general, de la obligación de ser sujeto o personaje circunscrito
en un determinado espacio y circunstanciado por un patrón) y degene-
rado afán de unión, según una libertad absoluta y una encantada falta de
escrúpulo que, de hecho, va a quedarse un hápax dentro de la produc-
ción de Meruane. Al volverse impracticables los refugios, los cobijos,
tradicionalmente dedicados a la repetición de las marcas tradicionales
de lo humano (por un apocalipsis en acto, una emergencia climática
inenarrable, o más bien, bajo el impulso de un descarrilamiento nece-
sario, un camino de perfección invertido y liberador), el sujeto se afloja
y reformula, desarrollando, como los llama Donna Haraway (2016),
unos poderes dinámicos, sin-ctónicos, sacando fuerzas de flaqueza, go-
zosamente se enreda, ensayando ensamblajes multiespecies, parentes-
cos alternativos, relaciones horizontales, simultáneas, orgullosamente

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improductivas, violentamente contradictorias de la linealidad genea-


lógica y de la temporalidad progresiva (la que custodia y preserva la
prosopopeya del futuro de hombre, HALBERSTAM, J., 2005 y 2018).
De hecho, forzando apenas los límites del discurso psicoanalítico –que
obviamente Lina Meruane aquí maneja–, podríamos decir que las dos
infantas se convierten en seres ctonios, organismos indiferenciados, a la
vez, futuribles y prehistóricos, por debajo de cuyos corpiños y enaguas,
idealmente, se van asomando “tentáculos, antenas, dedos, hilos, colas,
patas de araña” (HARAWAY, D., 2019: 39), herramientas útiles para
proyectarse afuera, conectarse, sondear intercambios y transferencias,
jugar revueltas y mezcladas en el humus de lo vivo; explotando todo
el potencial creativo cobijado en su complicidad lesbiana, en su her-
mandad incestuosa, las dos perversas polimorfas también constituyen
unas biologías ferales performando enredos posthumanos, ramificán-
dose como líquenes hambrientos a lo largo del territorio calcinado de
lo natío, sin meta ni dirección, interrumpiendo el proyecto progresivo
y vertical de la especie tanto hacia atrás como hacia adelante, desmar-
cándose del rol de hijas y del de futuras madres, y así guiñándole el ojo
a la diatriba de Contra los hijos desde la campaña de un mundo inverte-
brado, acompasado por el eslogan: “Make Kin, not Babies!” (¡Formen
redes, no hagan hijos!).
La descomposición (y recomposición cambiante) de los parámetros
del ser, la contestación del modo estándar de constituirse sujeto y ha-
bitar el espacio, produce, al revés, efectos terroríficos en los cuentos,
donde las nuevas familias y los cuerpos variablemente disfóricos, mó-
viles e intersectados que las integran están expuestos a un proceso de
de-familiarización compatible con los mecanismos del fantástico (más
o menos tradicional). Se trata de once espacios narrativos regresiva-
mente connotados como otras tantas estaciones de paso que se interpo-
nen al irrefrenable proceso transformativo emprendido por las dos pro-
tagonistas, saboteando la red filamentosa de su expansión degenerativa,
y conformándose como inquietantes monumentos a lo imperecedero
del modelo, imponentes recordatorios de sus inexorcizables encantos.

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El ambiente diputado a la perpetración de la norma sigue representán-


dose como pautado por rituales opresivos, “movimientos concertados
como pasos de baile” (MERUANE, L., 2010: 10), e, incluso, se ju-
ega a presentarlo como mucho menos recto de lo que pretende aparen-
tar, con la insinuación de algunas sospechosas tendencias apolillando,
precisamente, los vestidos buenos de lo establecido3 , pero lo más no-
table es, a pesar de todo, el resistente, indiscreto atractivo irradiado
por el Panópticon, el poder de persuasión que sigue desprendiéndose
del Ojo (en realidad, tuerto) del Vigilante, cuyas seductivas miradas
siguen amansando las bestias más feroces –las biologías más ferales–
insinuándose por las grietas de las complicidades más alternativas y los
arreglos identitarios más absolutos, inoculando en los cuerpos libera-
dos el deseo de un poco de orientación, el vértigo de la corrección, la
urgencia del protectorado. En otras palabras lo que se objetiva aquí
–me parece– es el llamado oscuro de la estructura y el síndrome de
Estocolmo del fugitivo, cuyo excursus de derogación empieza a textu-
alizarse como una condición doblemente violenta, dispuesta a bañarse
en todos los matices de lo ominoso, por un lado, porque destina a una
intemperie sistemática que rebaja ostensiblemente los niveles de in-
munidad de los transgresores, y por otro, desde la interiorización de
la norma, porque los mismos seres transformados llegan a percibirse
como formas incompletas e inoportunas, dejándose envenenar por una
inalcanzable ambición de regularidad que, o bien los destruye o bien
los convierte en destructores para el mundo que, en el otro lado del
espejo, precisamente excluyéndolos, los atrae fatalmente.
En cada uno de estos cuentos cruelísimos y estratégicos, de hecho,
asistimos a la recolocación siniestra y desesperanzada de las mismas
3
La sospecha del travestismo sexual se asoma insistente por entre las figuras de
la baraja de “reina de piques” (“Mezclaba mis cartas para perfeccionar la jugada, ca-
zar al monarca y a su dama. Pero el valet se obstinaba en la cartulina burlándose
de mí, corrupto comodín”, MERUANE, L., 2010: 10); la insinuación de un incesto
Padre-Hija pone patas arriba el impecable taller del fabricador de muñecas de “her-
manastras”; un cadáver enterrado debajo de la cama matrimonial enturbia los rituales
reproductivos de la casa familiar en “cuencas vacías”.

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18 Gabriele Bizzarri

imágenes degenerativas que, en el relato principal, acompañaban las


travesuras de las dos infantas. Todo lo que allí es significante transgre-
sivo y libertario, en el nuevo ambiente narrativo se convierte en acicate
para el miedo, es recurso terrorífico y/o síntoma patológico. Véase
el elemento queer que, en “reina de piques”, se codifica como pesa-
dilla nocturna y abuso para el príncipe heredero y, en “pasos en falso”
–donde se relata el cosquilleo lesbiano de una niña bien, de uniforme
escolar y buenos modales, hacia una asalvajada niña del bosque–, es pie
imprudentemente metido en trampa de osos, miedo folclórico de niños
raptados y desaparecidos en “saco de arpillera” (MERUANE, L., 2010:
29). En “invitadas extranjeras”, el nomadismo sexual se relaciona con
la precariedad de la pérdida de “la nación”, la búsqueda de “una ley que
me ampare”, la guarida de un templo, el parapeto “de un código” (id.,
135, 136). Véase también el motivo de las corporalidades amorfas, li-
beradas de la coraza de una forma, que, en la narración principal, andan
vinculadas con el deseo desatado (pienso, por ejemplo, en la “bola de
pellejo” de la que se encapricha Greta en el bosque, convirtiéndola en
un juguete sexual, en una de las versiones posibles de su rechazo de un
Príncipe) y, en cambio, en “de mano en mano”, dicen el vencimiento
de toda resistencia individual bajo las presiones modélicas del sistema
que, como un masajista experto, ablanda formas propias, desvertebra
y reconstruye cuerpos perfectamente rendidos que son, entre sus ma-
nos, “trozo de masa”, “pastel de carne” (MERUANE, L., 2010: 40).
En “cuerpos de papel” el mismo motivo alude a la alarmante inestabi-
lidad identitaria de los cuerpos que no importan (BUTLER, J., 2004
y 2019), carnalidades sin sujeto, materia residual reconvertible circu-
lando sin peso por una economía de basural. Véase luego los cuerpos
deformes, mixtos y alterados (el minotauro de “nueve nudos en el pa-
lace”, la muñeca rota de “hermanastras” . . . ) convertidos en presas, a
la vez víctimas y verdugos, de sus enmarañados laberintos interiores,
de sus propias construcciones de diversidad, connotadas como igual
de inhóspitas que la estructura de contención que en otro tiempo tuvo
que reprimirlos. Y véase, por fin, el motivo literal de la descompo-

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sición, la atracción entrópica hacia la materia abyecta y liberada, ese


cupio dissolvi que, para las infantas, es una declinación más de su de-
seo desobediente (el fetichismo por el embriagador olor a mustio de sus
calzones, la olla podrida que Blanca prepara con el cadáver de la “es-
tricta señora” de la pensión, responsable de inhibir su pasión orgiástica
hacia los enanitos. . . ) y que, en cambio, en “grabado sobre lámina”,
se vincula con el crisol alquímico del artista biopolítico, en el que se
descompone la nuda vita (AGAMBEN, G., 2018) del enano, mero in-
grediente del engrudo perfecto, parte del compostaje demiúrgico y, en
”cuencas vacías” –ese relato fundacional que estrena, en Meruane, el
patrón insistente de los hijos que vuelven– la “tierra pulposa”, vibrante
de “hormigas desesperadas y de gusanos” (MERUANE, L., 2010: 113),
dice el terror primario de la madre muerta, paralizadora capicúa de la
cuna y la sepultura que desnorta el sentido de marcha de todo viaje.
Mientras tanto, en el otro lado del espejo, es como si Greta y Blan-
ca, desprendiéndose idealmente de sus alianzas ferales, se transforma-
ran de vuelta en dos niñitas asustadas perdidas en un bosque cuajado
de lobos, que buscan, sin encontrarlo, el camino a casa, avergonzadas y
culposas, arrepentidas por no haber sembrado, al marcharse, “un rastro
con migas de marraqueta” indicándoles la vía del regreso (MERUANE,
L., 2010: 17). Y es como si Lina Meruane se interrogara acerca de los
peligros y espejismos de un saber programáticamente no situado con el
que, obviamente, su literatura flirtea –según uno de los cargos de acu-
sación que la crítica chilena le imputa con más frecuencia a la escritora
transfronteriza– pero siempre reconduciéndolo a un lugar, poniéndolo
problemáticamente a prueba con los códigos de la identidad familiar y
territorial, provocando que los resultados de la experimentación identi-
taria vayan contratando su derecho a existir dentro de comunidades más
reales y concretas que las imaginadas desde la teoría y el discurso. En
suma, como el sujeto sexodisidente latinoamericano del que se ocupa
en Viajes virales –ese d’halmariano hermano errante que apuesta por
afianzarse en la invención de un mundo sin fronteras, en la utopía mó-
vil de la emancipación globalista, para últimamente ir a chocar con

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ese espejo oscuro de su propia estrategia diseminadora representado


por la plaga y, fatalmente, regresar al lugar del crimen desde donde se
originó su diáspora– cada una de las criaturas extra- (o post-) territo-
riales, extra- (o post-) corporales, extra- (o post-) humanas salidas de
su pluma, desde las más autobiográficas hasta las más fabulosamente
imaginativas (pienso en la siamesa cibernética protagonista de ese cu-
ento terrible de la identidad intervenida, ese drama de la construcción
imaginaria de un cuerpo, que es, precisamente, “Doble de cuerpo”), es-
tán pensadas como sujetos falaces e irresueltos, prodigios (ontológica,
ética y políticamente) cuestionables, que la escritura, cuestionando in-
cesantemente sus expansivas conquistas, fuerza a contratar quienes son
con un ámbito (geográfico, cultural, biológico) que, quieran o no, los
sitúa, obligándoles a reconsiderar la opción (o la necesidad) de una pa-
tria. Involucrando en el diálogo intertextual también el personalísimo
ensayo que Lina a la cuestión de los territorios ocupados en el Oriente
Medio, un libro que no es ni queer ni fantástico –o quizás sí, en ci-
erto sentido, ambas cosas, revueltas y encontradas– pero sin duda es
fundamental para entender las ambivalencias del discurso identitario
de Meruane, podríamos decir que allí, tematizando por primera vez sus
orígenes lejanos y provocando además una contaminación metafórica
entre aquellos signos dispersos y los de la identidad hispanoamericana,
la escritora se desplaza sin voluntad de síntesis entre dos polos dialéc-
ticos que remiten, por un lado, a la idea teórica de Volverse Palestina
y, por otro, al nervio argumental de “volver a Palestina”, encauzar sus
pasos hacia la tierra de los padres, es decir dejarse atravesar por el cam-
bio –dejarse ser, sujetos nómadas, intervenidos, post-coloniales, post-
identitarios, post-todo, dispuestos a aflojar o amariconar la relación
con el territorio–, o más bien tratar aquello como nostalgia del centro
perdido, reivindicando el derecho al origen natural y al espacio propio,
convirtiendo en estrategia geopolítica el síndrome de la casa tomada4 .

4
¿Y si las últimas fronteras del orientalismo fueran precisamente las dibujadas
por la explotación teórica de las condiciones de vulnerabilidad concreta que definen
el sujeto afianzado en lo inestable, acostumbrado a la precariedad, discursivamente

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3. Fuera de la casa, la estepa: de la erótica de lo


incierto a la economía de lo indiferenciado
Si a pesar de los contrapesos que acabamos de señalar, los libros
de Meruane nos enfrentan con una comunidad de hijos (o mejor, hijas)
variablemente degenerados, perdiendo el camino de la identificación,
buscándose por afuera del lugar, emancipándose angustiosamente de
los mandatos terapéuticos de los ancestros, desubicándose y disemi-
nándose, en la narrativa de Samanta Schweblin, eso mismo queda in-
variablemente enfocado desde el otro lado. La suya es, sin duda, una
literatura de padres (o mejor, de madres) inmóviles, dramática y ter-
camente aferrados a los límites simbólicos predispuestos a defender el
perfil reconocible de lo debido, a parapetar la propiedad de las cosas, lí-
mites (territoriales, domésticos, corporales) que, sin embargo, parecen
haber dejado mucho tiempo atrás –casi siempre fuera del relato– de de-
sarrollar convenientemente su función, de contener, significar, volver
pertinente una sustancia identitaria y afectiva que, en cambio, circula
y se expande como una nebulosa, horriblemente amorfa. A medida
que, con un mecanismo obsesivamente reiterado y mil veces variado,
un enjambre de hijos cambiados y cambiantes resbala fuera del nido,
desde la torre vigía de la casa desierta, con niveles de conciencia va-
riables, alguien recibe el golpe atroz de la pérdida. Desde este recorte
visual, que es, de hecho, un ángulo del horror, el motivo de la transfor-
mación, la movilización enloquecida de las señales identitarias tradi-
cionales, se vuelve inaceptable desenfoque, expropiación de algo que
nos pertenece, distancia insalvable –sin posibilidad de rescate– de un
lugar de ‘lo humano’ poco disponible a relativismos. Si cabe regis-
trar un juego por lo menos parcialmente irónico con los significantes
de un mundo ultraconservador (y, en realidad, bastante precariamente
conservado) –un catálogo de chalets suburbanos, excursiones al campo,
afectos burgueses que son propiedades por reivindicar y obsesivos cui-
liberado de todo vínculo, inclusive el del derecho a habitar?

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22 Gabriele Bizzarri

dados maternales–, lo más decisivo de la propuesta de Schweblin ti-


ene que ver, me parece, con el hecho de que a ese mundo de rituales
codificados y palizadas identitarias que nos está dejando huérfanos, a
“nuestro mundo muerto” (COLANZI, L., 2017) se estaría sustituyendo
otro –inestable, circulante, difuso– igual de teratogénico. Si el suyo,
como dice Elsa Drucaroff, es un “fantástico desencantado” (2005), lo
es también porque el designio transgresivo que forma parte de su ADN
queda invalidado en este caso por el tratamiento estérilmente deshuma-
nizador que se merecen las rutinarias transformaciones y las mecaniza-
das movilizaciones identitarias que, en las páginas de Samanta Schwe-
blin, trastornan los equilibrios de lo familiar. Quien las protagoniza,
de hecho, es invariablemente presentado como un recipiente vacío, un
objeto inerte intervenido por un proceso (que le desprende de un lu-
gar, le desahucia de un cuerpo, le afantasma, siempre en pasivo), una
cosa despojada de su narración y ambiguamente obligada a integrar
una colectividad indistinta, una comunidad de signos dispersos, pura
energía circulante, donde un sinfín de historias individuales se neutra-
lizan y refunden en una historia global que es uniforme, ensordecedor
ruido blanco: los que se entrevén, entre las líneas de este fantástico
discreto, son los tentáculos de Chtulhu ramificándose por el espacio,
insinuándose en los más secretos refugios de inmunidad, incluso bajo
la piel, desalojando y englobando a sujetos imposibles, ambiguamente
emancipados de la necesidad de cumplir con el mandato de ser ellos,
liberados de sus formas originarias para conectarse, ligeros y sin re-
sistencia, a la megared y, últimamente, desmaterializarse conforme con
los pedidos de una ficción postidentitaria hábilmente manipulada desde
lo económico. Es ante esta nueva alarma que el abusado cliché de la
defensa de lo nuestro cara al futuro –la puerta de la casa, la ecología
del territorio, el orden natural del cuerpo–, el horrorizado grito al cielo
de tantas madres schweblinianas alertadas e histéricas preguntándose
“¿qué pasa con nuestros hijos?”, aferrándose a las leyes del hogar, per-
diendo literalmente la razón Por los hijos (lo he puesto con mayúscula
y en cursivas, como si fuera el título de una diatriba ideal que nunca se

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raros de Lina Meruane y Samanta Schweblin 23

ha escrito), desde dentro lo más sólido del género y los relatos de con-
servación y preservación de la especie, vuelve a sonar semánticamente
lleno, consiguiendo empapar en sudores fríos incluso al más queer en-
tre sus lectores. Para pesar de Lee Edelmann (2014), lo anterior podría
funcionar de perfecta paráfrasis de Distancia de rescate, la novela de la
consagración internacional de la escritora argentina, cuyo sistemático
extrañamiento de todas las propiedades de la categoría de lo familiar se
viene preparando con atención desde la anterior producción cuentística.
Las infantas de Schweblin, de hecho, como las de Meruane, tam-
bién se transforman, violan fronteras, se sustraen a los mecanismos del
cuidado –esa palabra passepartout, noto de paso, tan problemática y
tan estratégica para entender la literatura de ambas–, convirtiéndose li-
teralmente en aborrecibles, irreconocibles monstruos, o sencillamente
dejando de estar disponibles a la aplicación de la liturgia afectiva, se-
gún las formas codificadas y las fórmulas consabidas, pero quien se
desvincula, casi nunca libremente o desde la plena conciencia de estar
haciéndolo, del protectorado de la norma, no sólo provoca un trauma,
una paralizadora anomalía que desgarra la trama de la familia, sino cae
en “Agujeros negros”, desesperada y mecánicamente “desaparece de
(su) casa y aparece en casa” de otro (SCHWEBLIN, S., 2017: 89) que-
dándose doblemente ausente (SAYAD, A., 2011), extranjero y migrante
de su propio ser, cuerpo sustituido y reconvertible, sustancia vacante y
utilizable. Se vincula temáticamente con lo queer –y con las posibi-
lidades seductivas de un cuerpo que se pone en diagonal con respecto
a cualquier intento de clasificación, no sólo el del género– el que me
parece ser el único cuento del corpus schwebliniano enfocado desde
el punto de vista de una hija ahogada por los cuidados familiares para
quien el encuentro en el muelle con “El hombre sirena” significa, llana
y sencillamente, una ocasión (de hecho, perdida) para desocupar el lu-
gar que está pensado para ella, recortado a su medida, y dispersarse
líquida por el bosque subacuático, donde los confines inciertos, lo limi-
nar y difuso, son, a la vez, una declinación inédita del placer erótico y
un cuento de hadas. Pero se trata de un hápax. Por lo demás, si la pu-

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24 Gabriele Bizzarri

erta entreabierta de la emancipación del modelo familiar, ese “pasaje


arquetípico de la infancia a la adolescencia” del que habla Meruane,
cuaja en el síntoma de un cuerpo para el bestiario, lo hace invariable-
mente desde el horror, como en “Pájaros en la boca”, donde la forma
desubicada y violenta en la que se ha convertido la hija del narrador,
como raptada por un proceso incontrolable, ella misma convertida en
mero proceso alimenticio (“su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus
dientes rojos me obligaron a levantarme de un salto”, SCHWEBLIN,
S., 2017: 31), desencadena en quien la ha generado sin ahora poder re-
conocerla una compasión asesina (“dejarla herméticamente encerrada,
como esos insectos que cazaba de chico y guardaba en frascos de vidrio
hasta que el aire se acababa”, id.: 33). La misma que el lector está im-
plícitamente invitado a probar ante los pobres engendros desplazados
que vibran con la imposibilidad de volver al molde de su cuerpo, ansi-
ando agónicos que se les devuelva, inocentes y sin mácula, a su hogar,
que se les restituya el principio de la identidad recta en el final de Dis-
tancia de rescate. Para los sustituidos, los transmutados, los arrancados
a la fuerza del ambiguo confort institucional que, desde el sofoco de un
paradigma que se pretende invariable, les garantiza un cauce certero
de expresión personal, queda la posibilidad de armar redes, sociedades
inéditas, complicidades relacionales alternativas, familias otras (en las
que nadie es de nadie, ni siquiera de uno mismo) según el modelo inver-
tebrado señalado por Haraway como respuesta de adaptación climática
a las intemperies del Chtulhucene y, sin embargo, el desmembramiento
desobediente de las princesitas, la gozosa expansión panerótica de las
niñas-líquenes, parecería estar fuera de alcance, pues las comunidades
huérfanas e itinerantes de los hijos perdidos producen aquí narrativas
siniestras, como en “Bajo tierra”, donde todos los niños de un pueblo se
hunden en un pozo, se vuelven seres ctonios y se ramifican por debajo
de las que fueron sus casas, emitiendo ruidos de enterrados vivos de-
sesperados por liberarse (“como si una rata o un topo escarbara bajo el
piso”, SCHWEBLIN, S., 2017: 133), regresar a la luz y a la forma. Y
como, obviamente, es el caso de los treinta y tres “chicos extraños”, los

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raros de Lina Meruane y Samanta Schweblin 25

“chicos intoxicados” que fluctúan por la pampa transgénica de Distan-


cia de rescate, los chicos de la sala de espera, atascados en el limbo,
moviéndose como un idiotizado cuerpo colectivo, ni vivo ni muerto, ni
propio ni ajeno, ni real ni fantástico. como, obviamente, es el caso de
los treinta y tres “chicos extraños”, los “chicos intoxicados” que fluc-
túan por la pampa transgénica de Distancia de rescate, los chicos de
la sala de espera, atascados en el limbo, moviéndose como un idioti-
zado cuerpo colectivo, ni vivo ni muerto, ni propio ni ajeno, ni real ni
fantástico.
En Siete casas vacías tenemos dos cuentos de hijos ausentes –a
saber, llana y sencillamente muertos o quizás no, energéticamente flo-
tantes, tan sólo desenfocados con respecto a la forma habitual, al rol
preciso que tendría que corresponderles: trasplantados, difusos, re-
mezclados como en un alucinado sampling– y son atroces: cuando,
en “Para siempre en esta casa” –que, junto con “La respiración caver-
naria”, integra este díptico preparatorio para la primera gran novela de
Samanta–, la madre en duelo se empecina en tratar de rescatar lo que
ha perdido en el patio de la vecina, como si fuera una pelota pinchada
o un calcetín tendido, ella, aturdida pero cómplice, disponible a cruzar
“la línea imaginaria que dividía nuestros terrenos” (SCHWEBLIN, S.,
2016: 92), la invita a hurgar entre sus pertenencias y afectos, según una
fórmula mágica con nada de encanto que suena a ley de compensación
económica: “Cuando algo no encuentra su lugar”. . . “no sé, pero hay
que mover otras cosas” (id.: 42). Hasta que el cuerpo presente, sólido
y estancial, de su propio hijo, el que realmente habita en esa casa, se
acerca a este alucinado conjunto trágico devolviéndolo a la realidad,
pisando fuerte, con pie descalzo, la hierba de su jardín.
Si la familia regular y regulada es un rictus tragicómico de ma-
dre posesiva por ablandar, o un capricho violento por desfamiliarizar
–como en ese cuento de la fertilidad forzada que es “En la estepa”,
donde una pareja de colonos, dispuestos a todo para labrar la tierra e
ir poblándola como corresponde, se dedican, de noche, a cazar, con
redes, trampas y escopetas, a hijos salvajes o asalvajados que, inacep-

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26 Gabriele Bizzarri

tablemente, merodean sin rumbo por la maleza–, por otro lado, quien,
escaqueándose del modelo, se afantasma, se encuentra a dibujar figu-
ras altamente sospechosas, alusivas del gran monstruo colectivo que
nos enreda y nos enajena, se vuelve, en otras palabras, informe sus-
tancia global, estática residual moviéndose sin voluntad en un circuito
dibujado por el sistema.

Cierro con la que es, todavía, una mera sugestión.


Tanto la estructura formal como el argumento de las dos novelas
publicadas entre 2018 y 2019 por las dos escritoras reenvían a la ima-
gen de la red –el modelo que se abre, el sujeto situado des-integrándose
en conexiones relacionales móviles y acéfalas– codificándola, sin em-
bargo, de manera opuesta, mucho más esperanzadora en el caso de Me-
ruane, evocadora, en cambio, de la diáspora definitiva de lo humano en
un espeluznante anonimato, para Schweblin: en Sistema nervioso la
institución familiar se transforma en algo mucho más laxo y producti-
vamente disfuncional, una estructura de negociación ramificada por un
espacio que podríamos tildar de transnacional, una constelación móvil
que se contrae y se dilata, un tira y afloja posible de hilos elásticos que
nunca se rompen, una maraña de nervios sensibles perfectamente capaz
de crisparse y tenderse según necesidad, por donde siguen circulando,
reformulándose de continuo, memorias personales, tradiciones paren-
tales y culturas locales, intensidades propias, que nunca dejan de ser
pertinentes; en Kentuki, al revés, infiltrándose en nuestras casa desde
las góndolas de los grandes almacenes –caja de colorines, dispositivo
tecnológico alienígena maquillado de tierno peluche doméstico– la red
a la vez espectral e hiperreal del contacto virtual –la que nos promete
aventuras dispersas, diversiones ilimitadas y relaciones informales de
todo tipo (parentescos de compensación, simulaciones de género, raza
y hasta especie, falsas asimetrías y caprichos, en realidad, estrictamente
codificados)– nos sustrae al espacio y tiempo del imperfecto derecho

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que conocemos, para alcanzarnos a lo sin fronteras (y lo sin leyes) de


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Gabriele Bizzarri é Professor Associado de Literatura Hispano-Americana no
Departamento de Estudos Linguísticos e Literários da Universidade de Pá-
dua. Entre os seus interesses, tem trabalhos sobre literatura fantástica, sobre
os percursos de difusão do Surrealismo em Espanha e na América Latina,
principalmente estudos sobre "identidade hispano-americana", quer nos gran-
des clássicos pós-coloniais do século XX, quer na literatura contemporânea.
Em 2016, organizou o Congresso Internacional “650 anni prima. Il posto di
un classico contemporaneo: 2666 di Roberto Bolaño”. É diretor de Orillas.
Rivista di studi ispanici (http://orillas.cab.unipd.it/orillas/it/).
Esta publicação foi financiada por fundos nacionais através da
FCT – Fundação para a Ciência e a Tecnologia, I.P. no âmbito do
Projecto «UID/ELT/00077/2019»
e
C OLEÇÃO T EMAS C OM ( N )V IDA
Coordenadores: Dionísio VILA MAIOR e Annabela RITA
A C OLEÇÃO T EMAS C OM ( N )V IDA é dirigida por Annabela Rita e Di-
onísio Vila Maior e, no seu Conselho Científico, integra nomes como
(entre outros) Beata Cieszýnska, Fernando Cristóvão, Isabel Ponce de
Leão, José Eduardo Franco, José Jorge Letria, Lilian Jacoto, Luísa Pao-
linelli, Maria José Craveiro e Petar Petrov. Sendo uma coleção sujeita
a referee, procurará essencialmente divulgar, de forma metódica, sis-
temática e selecionada, trabalhos de investigação realizados no âmbito
de mestrados e doutoramentos, nas áreas da Literatura e Cultura Portu-
guesas e da Literatura em interartes.

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