Libros Protocanonicos y Libros Deuterocanonicos
Libros Protocanonicos y Libros Deuterocanonicos
Libros Protocanonicos y Libros Deuterocanonicos
DEUTEROCANÓNICOS
I. Definiciones:
a. Protocanónicos:
El término Proto: primero y kanonikós: “de (perteneciente a) una regla (canon)”, es decir
el “primer canon”.
Se dio este nombre a los libros de la Sagrada Escritura que fueron reconocidos en todos los
tiempos como inspirados, ya sea por los judíos en relación al A. Testamento y la iglesia en
relación con el N. Testamento. De modo que jamás se dudó ni hubo la menor disputa sobre
su inspiración divina.
b. Deuterocanónicos:
Del griego: déuteros "segundo", "posterior" y kanonikós "de (perteneciente a) una regla
(canon)", "canónico"; es decir, "de segunda posterior inspiración", segundo canon".
Se llaman libros deuterocanónicos a los textos y pasajes del A. Testamento de la Biblia
cristiana que no están incluidos en el Tanaj judío Hebreo-Arameo, pero sí se incluyen en la
Biblia griega “Septuaginta” también conocida como la versión de los LXX (setenta). Esto
debido a que alguna vez hubo dudas, por lo cual no entraron en el canon.
Libros Proféticos:
Isaías,
Jeremías,
Ezequiel,
Daniel,
Nahum,
Habacuc,
Joel,
Amós,
Malaquías,
Zacarías,
Ageo,
Sofonías,
Abdías,
Oseas,
Jonás.
Miqueas y
Lamentaciones
Libros Sapienciales:
Job
los Salmos
los Proverbios
Eclesiastés y
el Cantar de los Cantares
Pentateuco:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomio
Libros Históricos:
Josué
Jueces
Rut
1ª y 2ª Samuel
1ª y 2ª Reyes
1ª y 2ª Crónicas
Esdras
Nehemías
Ester
Tobías
Judit
Sabiduría
Eclesiástico
Baruc
1ª y 2ª de Macabeos
III. Historia de los dos Cánones Bíblicos
No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros Sagrados en
colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos poseían libros que
consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración. El canon judío de los Libros
Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado. Para unos sería en tiempo de
Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es
que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que
consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la voluntad divina
hecha a los hombre. En este sentido tenemos testimonios clarísimos de Josefo Flavio[1], del
cuarto libro de Edras[2] y del Talmud[3].
Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos el canon del
Antiguo Testamento. Por consiguiente, parece conveniente estudiar los testimonios
históricos que han llegado hasta nosotros acerca dela formación del canon del Antiguo
Testamento.
Existen muchos lugares en la Sagrada Escritura que demuestran que los hebreos tuvieron
especial cuidado en conservar ciertos libros escritos por Moisés, Josué, Samuel y otros
grandes hombres del pueblo israelítico. En diversas ocasiones Dios manda a Moisés que
ponga por escrito las leyes, tanto civiles como cultuales (Exodo 17:14; 34:27; Números 33:2;
Deuteronomio 31:9-14). También escribió el libro de la alianza (Éxodo 24:4; Deuteronomio
27:8; Éxodo 20:22, 23:19).
La Ley mosaica, dada por el gran legislador al pueblo elegido, fue posteriormente
aumentada con nuevas leyes y adaptada a las necesidades de los tiempos. Esta Ley,
designada por los hebreos con el nombre de “Torah”, gozó siempre de gran autoridad entre
ellos. Josué, el sucesor de Moisés, añadió nuevas leyes y ordenaciones, “escribiéndolas en el
libro de la Ley de Dios” (Josué 24:25). Samuel, profeta, “escribió el derecho real en un libro,
que depositó ante Yahvé” (1 Sam 10:25). Ezequías, rey, mandó coleccionar las sentencias de
Salomón (Proverbio 25:1).
Pero es sobre todo en la época de Josías, rey (640-608 a.C.), cuando se comienza a hacer
recurso a la autoridad de un texto escrito, cuyo carácter de código sagrado parece que había
sido reconocido oficialmente. Antes del reinado de Josías no consta que la Ley mosaica haya
gozado de una autoridad “canónica” universalmente reconocida. Según el testimonio de la
Sagrada Escritura, antes de la reforma de Josías existían muchas prácticas de culto que no
eran conformes con las prescripciones del Levítico (2 Re 23:4-15). Sin embargo, después que
el sumo sacerdote Hilcías encontró en el templo de Yahvé “el libro de la Ley” (2 Re 22-23; 2
Crónicas 34:35), las cosas cambiaron radicalmente. No se sabe si el libro encontrado ha de
ser identificado con el Pentateuco entero, o más bien con sólo el Deuteronomio. Pero el
hecho es que, a partir de este momento, “el libro de la Ley” fue considerado como algo muy
sagrado y como la colección de las leyes dadas por Dios a Israel. En los libros de los Reyes
encontramos ya las primeras citas explícitas de “la Ley de Moisés” (1 Re 2:3 =
Deuteronomio 29:8; 2 Re 14:6 = Deuteronomio 24:26).
Los profetas Isaías (Isaías 30:8; 34:16) y Jeremías (Jeremías 36: 2-4,27-32) escribieron sus
profecías. Y la obra del profeta Jeremías está inspirada indudablemente en el espíritu de la
reforma de Josías. Este mismo profeta tiene citaciones de profetas anteriores (Jeremías
26:18; 49:14-16 = Miqueas 3:12; Abdías 1 y 4), lo cual parece indicar que ya existían
colecciones de profecías.
Después del destierro:
Tenemos testimonios escriturísticos importantes, de los cuales podemos deducir que casi
todos los libros Protocanónicos estaban ya reunidos en colecciones y eran considerados
como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos dan a conocer tres clases de Libros
Sagrados: la Ley (Torah), los Profetas (Nebi’im) y los Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).
El primer testimonio en este sentido es el del libro de Nehemías (cap. 8-9). En él se narra
que Esdras, sacerdote y escriba, leyó y explicó la Ley de Moisés delante del pueblo (444 a.C.).
Y, después de escuchar su lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual
parece indicar que reconocían autoridad canónica al Pentateuco.
El profeta Daniel afirma que “estaba estudiando en los libros el número de los setenta
años... que dijo Yahvé a Jeremías profeta” (Dan 9:2; Jeremías 25:11; 29:10). Esto demuestra
con bastante claridad que en aquel tiempo ya existía una colección de Libros Sagrados.
El libro del Eclesiástico, escrito en hebreo en Palestina hacia el año 180 a.C. por Jesús, hijo
de Sirá, y traducido al griego por su nieto hacia el año 130 a.C., contiene un prólogo añadido
por el traductor que es de la máxima importancia para la historia del canon. En él el nieto de
Jesús ben Sirá (ben=hijo de) habla de su abuelo, el cual “se dio mucho a la lección de la Ley,
de los Profetas y de los otros libros patrios” (Eclo= prólogo; el traductor emplea por tres veces la
misma expresión en el prólogo). De aquí podemos deducir que la Biblia ya estaba dividida
por aquel entonces en tres grupos. Dos de los cuales, la Ley y los Profetas, es muy posible que
ya estuvieran definitivamente completos y cerrados. El tercero, en cambio, designado
con un término indefinido, los otros libros, parece como insinuar que aún estaba en etapa de
formación y que todavía no había alcanzado la meta final. Además, Jesús ben Sirá, en el
himno de alabanza a los padres (Eclesiástico cap. 44-49), sigue ordinariamente el orden de
los escritos bíblicos, probando de esta manera que conocía todos los libros que los hebreos
colocaban bajo el título de profetas anteriores y posteriores. Por otra parte, de las citas que
tiene de otros libros del Antiguo Testamento se puede concluir que conocía casi todos los
libros del canon hebreo. De los únicos que parece no hacer referencia alguna son el Cantar
de los Cantares, Daniel, Ester, Tobías, Baruc, Sabiduría.
En el libro segundo de los Macabeos, escrito en griego hacia el año 120 a.C., se encuentra
una carta de los judíos de Jerusalén, escrita poco después del 164 a.C., dirigida a Aristóbulo
y a los judíos de Egipto (cf. 2 Mac 1,10-2,19). En ella se habla de un ejemplar de la Ley, que el
profeta Jeremías habría entregado a los deportados (2 Macabeos 2:1). También se hace
referencia a los escritos sagrados que Nehemías había reunido en su biblioteca, y a los que
Judas Macabeo –siguiendo su ejemplo- había juntado, después de haber sido desperdigados
por la guerra (2 Macabeos 2:13-15). Los libros que reunieron tanto Nehemías como Judas
Macabeo se designan bajo los títulos generales de “libros de los reyes”, “libros de los
profetas”, “libros de David” y “las cartas de los reyes sobre las ofrendas” (2 Macabeos 2:13).
El libro primero de los Macabeos habla de Daniel y de sus tres amigos: Ananás, Azarías y
Misael, que por su inocencia y su gran fe fueron librados de la boca de los leones y del
horno de fuego (1 Macabeos 2.:,59). Esto nos demuestra que el libro de Daniel ya formaba
parte del canon de las Sagradas Escrituras hacia el fin del siglo II (1 Macabeos 12:9).
Siglo I de nuestra era:
En este tiempo se nos da ya claramente el número de los Libros sagrados y su triple
división: Ley, Profetas y Hagiógrafos. Sin embargo, en algunos ambientes judíos existían
ciertas dudas sobre la canonicidad del Cantar, Eclesiástico, Proverbio, Ezequiel y Ester. Para
unos debían ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la lectura pública de la
sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los demás Libros Santos. Esto supone
que ya por aquel entonces habían sido recibidos en el canon del Antiguo Testamento.
Filón de Alejandría (+38 d.C.), el filósofo judío alejandrino, no trata ex professo del
canon del Antiguo Testamento, pero cita el Pentateuco –al que atribuye mayor grado de
inspiración-, Josué, Jueces, Reyes, Isaías, Jeremías, los Profetas Menores, Salmos, Proverbios,
Job, Esdras[4].
El Nuevo Testamento contiene innumerables citas del Antiguo Testamento, aunque
no nombra explícitamente los libros. Parece que no se alude a los libros de Rut, Esdras,
Nehemías, Ester, Eclesiastés, Cantar, Abdías, Nahum y a los Deuterocanónicos del Antiguo
Testamento. Pero es indudable que los autores del Nuevo Testamento admitían y usaban los
libros canónicos recibidos por los judíos.
Josefo Flavio (a. 38-100 d.C.), en su libro Contra Apión (1:7-8), compuesto hacia el año
97-98 d.C., escribe que los judíos no tenían millares de libros en desacuerdo y contradicción
entre sí, como sucedía entre los griegos, sino sólo veintidós[5], que eran justamente
considerados como divinos y contenían la historia del pasado. Los 22 libros los distribuye
de la siguiente manera: cinco de Moisés, trece de los profetas[6] y otros cuatro libros que
contenían himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida para los hombres[7]. Este texto de
Josefo Flavio es de gran importancia, aunque no nos dé los nombres de los libros.
El cuarto libro de Esdras, escrito hacia el final del siglo I d.C., afirma que el número
de los libros sagrados es de veinticuatro[8]. El autor de este libro de Esdras nos da una
descripción de tipo legendario sobre la manera como Edras, escriba y sacerdote, logró
rehacer los libros sagrados destruidos por Nabucodonosor. Movido por el espíritu profético,
estuvo dictando a cuatro escribas, durante cuarenta días consecutivos, noventa y cuatro
libros. De éstos, veinticuatro debían ser leídos por los dignos y los indignos, y los otros
setenta había que entregarlos a los hombres instruidos (4 Esdras 14:44). El número de
veinticuatro libros corrobora evidentemente la cifra de 22 libros que nos da Josefo Flavio, y
que se consigue juntando Rut con Jueces y las Lamentaciones con Jeremías. En
consecuencia, la pequeña diferencia de veinticuatro y de veintidós es sólo aparente y
depende del cálculo que se siga.
[1] Contra Apion 1:8.
[2] 4 Esdras 14:37-48.
[3] Talmud de Babilonia (Baba bathra 14b-15a).
[4] Cf. H. E. Ryle, Philo and Holy Scripture (Londres 1895).
[5] El número 22 corresponde a las letras del alefato hebraico. Esta misma cifra de 22 libros
es corroborada por Melitón de Sardes (Eusebio, Historia Ecclesiástica tomo 4,26), Orígenes
(Expos. in Ps. I), San Atanasio (Epist. Fest. 39), San Cirilo de Jerusalén (Catequesis 4:33,35:I,
San Gregorio Nacianceno (Carm. 1,12), Rufino (In symb. 37), San Jerónimo (Prol. gal.), San
Epifanio (Mens. et pond. 4s.22.)San Isidoro de Sevilla (Etim.. 16:10).
[6] Los 13 libros de los profetas son: Josué, Jueces-Rut, Samuel, Reyes, Crónicas, Esdras-
Nehemías, los 12 profetas menores, Isaías, Jeremías-Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Job,
Ester.
[7] Esos otros cuatro libros deben de ser: Salmos, Proverbios, Cantar, Eclesiastés. Cf. W.
Fell, Der Bibelkanon des Josephus: BZ (1909) 1-16. 113-122. 235-244)
[8] El número 24 proviene probablemente del alfabeto griego. Esta enumeración reúne de
dos en dos los libros de Samuel, los dos de los Reyes, los dos de las Crónicas y los de Esdras
y Nehemías; los 12 profetas menores forman también una sola unidad.
[9] Talmud significa “enseñanza, doctrina”, porque recoge la enseñanza de los rabino.
Consta el Talmud de dos partes: la Mishná y la Guemara. La Mishná fue compilada a finales
del siglo II d.C., en Tiberíades, por el rabino Judá han-Nasi, en la que se mencionan cerca de
150 rabinos, que ordinariamente se llaman Tannaítas. La Guemara es como el complemento
del Talmud por los rabinos posteriores, llamados Amoraim, que expusieron la Mishná en
Palestina desde el año 219 al 359, y en Babilonia desde el 219 al 500 d.C. Por eso, la primera
es conocida como la revisión Palestinense, y la segunda como revisión babilónica.
[10] Baraita = “externo”, indica el material que ha sido transmitido por los rabinos, pero que
no ha sido incorporado a la Mishná.
[11] Números 23-24.
[12] Se refiere a Deuteronomio 34:5-12: muerte de Moisés.
[13] Baba Bathra 14b-15a. Cf. H. Strack – P. Billerbeck, Kommentar zum N.T. aus Talmud und
Midrasch IV p. 424s.
2. LOS LIBROS DEUTEROCANÓNICOS
La versión griega de los Setenta, ejecutada en Egipto entre el 300-130 a.C., contenía
además de los libros Protocanónicos, recibidos por todos los judíos, otros siete libros
llamados Deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría y
fragmentos de Ester (10,4-16,24) y Daniel (3,24-90; 13; 14).
La Iglesia cristiana, ya desde los tiempos apostólicos, recibió, entre los Libros Sagrados,
los Deuterocanónicos, sin hacer distinción alguna entre libros Protocanónicos y
Deuterocanónicos. De este modo, el canon de los judíos alejandrinos se convirtió en el canon
de la Iglesia católica Romana.
Pero podemos preguntarnos, ¿qué autoridad tenían los libros Deuterocanónicos entre los
judíos palestinenses y helenistas? ¡Eran recibidos también como sagrados por los judíos de
Palestina?
Opiniones:
a) Según la sentencia de varios autores, el canon judío habría sido único para todos los
judíos. Y sería el canon breve, que no abarcaría los libros Deuterocanónicos. Este modo
de pensar es muy común entre los protestantes, y también es seguido por algunos
católicos. Pero éstos suponen que no es necesario que la Iglesia haya recibido el canon de
los judíos. Basta que lo haya recibido de los apóstoles y éstos de Cristo, el cual habría
dado instrucciones particulares a sus discípulos respecto de la inspiración de los
Deuterocanónicos. Propuesta de esta forma la hipótesis, es totalmente ortodoxa; pero no
parece apoyarse en los datos históricos, como veremos después.
b) Para otros autores, el canon del Antiguo Testamento habría sido único tanto para los
judíos palestinenses como para los alejandrinos. Ente canon único contendría todos los
libros Protocanónicos y Deuterocanónicos. Solamente en tiempo posterior (s. I-II d.C.),
los fariseos habrían rechazado los Deuterocanónicos (en el Concilio de Yamnia) por
motivos particulares. Los judíos helenistas, por el contrario, los habrían conservado.
c) Una tercera opinión, que nos parece la más probable, sostiene que entre los judíos existió
un doble canon. El canon breve de los judíos de Palestina, que no contenía los libros
Deuterocanónicos, y el canon amplio de los judíos alejandrinos, que comprendía los
libros Deuterocanónicos.
Entre los Padres de la Iglesia, Clemente cita a: “Judit, Tobías y Ester en su Carta a los
Corintios (27:5). Cita el libro de Sabiduría 12:12.
Didajé (Primera enseñanza escrita de los Apóstoles) cita Eclesiástico 4:31 (Didajé 4:5) y
Sabiduría 12:5 (Didajé 5:2).
Más tarde en el Concilio de Hipona 393 d.C. y en el Concilio de Cártago 397d. C.,
confirmaron la autoridad de los 46 libros del A. Testamento y los 27 libros del Nuevo
Testamento.
No fue hasta alrededor de 1530 cuando Lutero, durante la Reforma Protestante, decide
eliminar los Deuterocanónicos del A. Testamento, pero en la primera Biblia en Alemán de
Martín Lutero, impresa en el año 1534, los Deuterocanónicos aparecen al final de esta Biblia
en un apéndice. Lutero usó como base para remover los Deuterocanónicos, el Concilio de
Jamnia, así como que estos libros jamás debieron considerados como inspirados.
En el año 1545 el Concilio de Trento reafirma los libros Deuterocanónicos son
considerados como válidos como Palabra revelada de Dios, puesto que la Iglesia Primitiva
usó la Septuaginta para extender el Evangelio de Jesucristo.
[35] No hay ningún registro en la historia que nos demuestre la celebración del C. de Jamnia
[36] Constituciones Apostólicas