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El Testamento de Heiligenstadt - Beethoven

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EL TESTAMENTO DE BEETHOVEN

Las penas son el camino de las alegrías

En la primavera del año 1802, Beethoven, siguiendo las orientaciones del


Doctor Schmidt, se retiro a la tranquila aldea de Heiligenstadt, en la que per-
maneció durante el espacio de un año aproximadamente, y en la que crearia
este leaado para la humanidad, mediante unos documentos techados en
octubre de 1892, que dirigidos a sus hermanos apareciercn entre los papeles
hallados a la muerte del mismo y que son lo que ahora ha venido a denomi-
narse: El testamento de Heiligenstadt, cuyo texto reproducirnos a continua-
ción:
«Para ser leído y cumplido después de mi muerte. Octubre de 1802.
Para mis hermanos Karl y Johann Vosotros que me tenéis por un hombre
rencoroso, obstinado, misántropo, porque me hacéis pasar por tal, ¡no
sábeis lo injustos que sois conmigo! Desconocéis la razón secreta de lo que
así os parece. Desde mi niñez, mi corazón, mi alma se inclinaban a ese sen-
timiento delicado que tiene ei nombre benevolencia. Siempre se sentía dis-
puesto a realizar grandes obras. Pero no olvidéis que desde la edad de seis
años adolezco de un mal pernicioso, que la ineptitud de los médicos ha
venido a agravar con ei tiempo. Decepcionado de año en año en mis espe-
ranzas de ver mejorada mi saiud, puesto ante la perspectiva de una enferme-
dad crónica, cuya curación exigiría años, en caso de ser posible, dotado de
un temperamento ardiente y activo, privado de las distracciones que ofrece
la sociedad, pronto me vi obligado a retraerme, a pasar la vida alejado del
mundo, como solitario. Si en ciertas ocasiones trataba de olvidar todo esto,
la triste prueba porque pasaba de la pérdida del oído venía a recordármelo
duramente, y con todo, aún no me decidía a decir a los hombres: «Hablad
más alto, gritad, que soy sordo». ¡Ah! ¡Cómo confesar la debilidad de un sen-
tido que, en mi, abría de estar inmensamente más desarrollado que en los
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demás, de un sentido que había llegado a poseer antes tan perfecto como
pocos músicos lo han conocido nunca! No; me era imposible. Por eso habéis
de perdonarme que, como veis, me retire hoy del mundo en que tan a gusto
me sentía antes. Soy tanto más sensible a mi desgracia, cuanto ella es causa
de que todos me desconozcan.
Ya no me es posible buscar un descanso en la sociedad de mis seme-
jantes. Terminado el gozo de las conversaciones agradables y de tono eleva-
do, se acabaron las efusiones cordiales. Completamente solo —o poco
menos—, no puedo frecuentar el mundo, sino en la medida que exije la abso-
luta necesidad. He de vivir como un proscrito. Si me acerco a un grupo,
enseguida me noto presa de una angustia terrible, ante el temor de verme
expuesto al peligro de que se descubra mi defecto.
Lo mismo sucedió durante los seis meses que he pasado en el campo.
Mi médico, muy sensato, rogándome que pusiera a prueba lo menos posible
mi oido, frenó en cierto modo, mi inclinación personal, si bien, a impulso de
mi carácter sociable, cedí algunas veces. Pero, ¡que humillación tan grande
sentía cuando alguien, a mi lado, percibía los sonidos lejanos de una flauta,
sin que yo oyese nada, o el canto de un pastor, sin que tampoco yo lo oye-
se!: semejantes incidentes me llevan al borde de la desesperación. A punto
de poner fin a mis días...
El arte, nada más que el arte me contenía. ¡Ah, me parecía imposible
abandonar este mundo antes de dar todo lo que sentía germinar en mi aima,
y así vejetaba, prolongando una existencia miserable —¡qué miserable real-
mente es este cuerpo, de una sensibilidad tal, que cualquier cambio un poco
brusco puede hacerme pasar del mejor al peor estado de salud! Paciencia —
parece que se trata de tomarte por guía—. Es un hecho. Espero que mi reso-
lución será duradera, aguantaré hasta que las parcas inexorables tengan a
bien cortar el hilo de mi vida.
Tal vez mejore, tal vez empeore: estoy resignado. Verme convertido en
un filósofo a los 28 años, no tiene maldita la gracia; para un artista, es más
duro que para cualquier otro hombre. Divinidad, tú ves desde lo alto el fondo
de mi alma, la conoces, sabes perfectamente que está lleno de amor a la
humanidad, que la mueve el deseo de hacer bien. ¡Oh, vosotros que leeréis
algún día esto, pensad lo injustos que habéis sido conmigo, y que el desgra-
ciado se consuela al hallar a otro desgraciado como él, que, a pesa de todos
los obstáculos de la naturaleza, se ha esforzado siempre en lograr un puesto
de honor entre los artistas y las personas distinguidas!
Vosotros, hermanos, si cuando yo deje de existir vive aún el Profesor
Schmidt rogadle, en mi nombre, que describan mi enfermedad y unid su dic-
tamen a estas páginas para que, después de mi muerte, al menos me conce-
dan los hombres su perdon. Y os nombro a los dos herederos de mi pequeña
fortuna (si se le puede dar ese nombre). Compartidla honradamente, obrad
siempre de acuerdo y prestaos vuestra mutua asistencia. Bien sabéis que
hace tiempo os he perdonado vuestras ofensas. Deseo que vuestra vida sea
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más fácil, más libre de preocupaciones que la mia. Recomendad a vuestros


hijos la práctica de la virtud: sólo ella y no el dinero, puede hacernos felices;
hablo por experiencia. La virtud me ha sostenido en los momentos de mayor
angustia; a ella y a mi arte se debe que no haya puesto fin a mis días con el
suicidio. ¡Adiós y amáos! Doy las gracias a todos mis amigos, especialmente
al Príncipe Lichnowski y al Profesor Schmidt. Deseo que uno de vosotros
conserve los instrumentos del Príncipe Lichnowski, pero que este deseo no
sea la causa de una discusión; si os pueden servir para algo más útil,
vendedlos. ¡Qué feliz me siento al pensad que, aun desde la tumba, podré
seros de alguna utilidad!
Estoy dispuesto. Con alegría espero la muerte. Si viene sin darme
tiempo para desplegar todas mis facultades de artista, a pesar de mi triste
vida, vendrá demasiado pronto para .ni, y. sin duda, desearía verla tardar.
¡Pero también en este caso me resigno! ¡Acaso no me librará de un estado de
sufrimientos interminables! Ven cuando quieras, yo saldré animosamente a tu
encuentro. Adiós y no me olvidéis por completo en la muerte. Es un deber
que tenéis conmigo, porque en vida he pensado mucho en vosotros y en la
manera de haceros felices, ¡sabedlo!».

Ludwig Van Beethoven

En primer lugar, y como exponente del escaso apego del gran genio a
los bienes materiales, hemos de destacar, el débil e insignificante contenido
patrimonial del testamento. Pues vemos que Beethoven. casi podríamos
decir, que, de pasada, se detiene unos momentos en el discurso del verda-
dero contenido del testamento, para referirse al reparto de sus bienes. E!Io
nos lleva a pensar que lo que quiso hacer Beethoven en ese testamento, fue
dejar al mundo un testimonio que fuera fiel reflejo del dolor, de la angustia y
de la soledad que tuvo que aceptar y soportar durante su vida.
Vemos en él referencias al suicidio, “ Gracias a ella (la virtud) y a mi arte,
no acabé mi vida con el suicidio » . Del texto mismo del testamento, se des-
prende que Beethoven fundamentaba su desgracia y su angustia en su sor-
dera, «causa secreta » de sus tormentos, que según él mismo, le dejaban soli-
tario y le condenaban a aislarse de la sociedad, y a renunciar al amor (si bien
en muchas ocasiones sus renuncias a sus amores con determinadas mujeres
fueron motivadas, por condicionamientos, mas bien, de tipo social).
Si tenernos en cuenta que este documento fue escrito cuando Beetho-
ven contaba con la edad de treinta y dos años, y que su sordera fue en
aumento hasta dejarle prácticamente sordo, hemos de comprender, sin duda
alguna, la gran fuerza vital que tuvo que tener este hombre para apartar de
su mente esa idea de dar fin a su vida y seguir padeciendo su sufrida vida, en
aras de su arte, del cual también era consciente, y poder no segar asi toda
esa gran obra que constituye la música por él escrita.
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También se ha dicho que ese testamento, que es la confesión más sor-


prendente de la vida de Beethoven, fue una auto-justificación con el mundo,
para que éste, después de su muerte, se reconciliase con él, y le perdonase
y eliminase el concepto que de él tenía, como de malévolo, obstinado y
misántropo. Pues en él, Beethoven, en varias ocasiones, se dirige, no a sus
hermanos, sino a la humanidad en general. Así, pues, podemos terminar con
las palabras de Maynard Solomón, diciendo, que el testamento de Heiligens-
tadt fue una despedida a un estado de ánimo, que pudo realizar una vez
pasado éste, y por lo tanto, un nuevo comienzo. Es decir, Beethoven, en él,
representó su propia muerte, para poder vivir de nuevo. Ese testamento es,
desde luego, una obra fúnebre, comparable en cierto sentido con la sinfonía
Heroica, es decir, un retrato dei artista como héroe, afectado por la sordera,
alejado de la humanidad, esforzándose por dominar su inclinación al suicidio,
y esperando hallar. aunque fuese un sólo día de alegría.
Y aunque los agobiantes sufrimientos que continuaron invadiendo su
vida día a día, incrementándose hasta su muerte, su serenidad y su elevado
espíritu supieron imponerse al dolor, pues uno de los principales lemas de su
vida fue el de que «Las penas son el camino de las alegrías». Al final, perdida
la esperanza en la ciencia, Beethoven pidió los auxilios espirituales, y ai reci-
bir los últimos sacramentos, dijo al sacerdote: « Os lo agradezco: Me habéis
traído un gran consuelo». Después, tras unos días de larga y espantosa ago-
nía, su corazón dejó de latir, y dio su último acorde en la tierra. Pero el eco
de este acorde continúa resonando intensamente, porque en él y con el per-
dura toda su obra, y ha sido, es y será una fuente inagotable de emoción y
de amparo, para todos aquellos a quienes por especial Don de Dios aman la
música.

Ernesto RUIZ DE. LINARES Y SANTISTEBAN


Notario

B BLIOGRAFIA

— « Beethoven» Maynard Solomón. 1985.


— « Enciclopedia de la Música», Juan Pich Santasusana. 1960.

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