El Testamento de Heiligenstadt - Beethoven
El Testamento de Heiligenstadt - Beethoven
El Testamento de Heiligenstadt - Beethoven
demás, de un sentido que había llegado a poseer antes tan perfecto como
pocos músicos lo han conocido nunca! No; me era imposible. Por eso habéis
de perdonarme que, como veis, me retire hoy del mundo en que tan a gusto
me sentía antes. Soy tanto más sensible a mi desgracia, cuanto ella es causa
de que todos me desconozcan.
Ya no me es posible buscar un descanso en la sociedad de mis seme-
jantes. Terminado el gozo de las conversaciones agradables y de tono eleva-
do, se acabaron las efusiones cordiales. Completamente solo —o poco
menos—, no puedo frecuentar el mundo, sino en la medida que exije la abso-
luta necesidad. He de vivir como un proscrito. Si me acerco a un grupo,
enseguida me noto presa de una angustia terrible, ante el temor de verme
expuesto al peligro de que se descubra mi defecto.
Lo mismo sucedió durante los seis meses que he pasado en el campo.
Mi médico, muy sensato, rogándome que pusiera a prueba lo menos posible
mi oido, frenó en cierto modo, mi inclinación personal, si bien, a impulso de
mi carácter sociable, cedí algunas veces. Pero, ¡que humillación tan grande
sentía cuando alguien, a mi lado, percibía los sonidos lejanos de una flauta,
sin que yo oyese nada, o el canto de un pastor, sin que tampoco yo lo oye-
se!: semejantes incidentes me llevan al borde de la desesperación. A punto
de poner fin a mis días...
El arte, nada más que el arte me contenía. ¡Ah, me parecía imposible
abandonar este mundo antes de dar todo lo que sentía germinar en mi aima,
y así vejetaba, prolongando una existencia miserable —¡qué miserable real-
mente es este cuerpo, de una sensibilidad tal, que cualquier cambio un poco
brusco puede hacerme pasar del mejor al peor estado de salud! Paciencia —
parece que se trata de tomarte por guía—. Es un hecho. Espero que mi reso-
lución será duradera, aguantaré hasta que las parcas inexorables tengan a
bien cortar el hilo de mi vida.
Tal vez mejore, tal vez empeore: estoy resignado. Verme convertido en
un filósofo a los 28 años, no tiene maldita la gracia; para un artista, es más
duro que para cualquier otro hombre. Divinidad, tú ves desde lo alto el fondo
de mi alma, la conoces, sabes perfectamente que está lleno de amor a la
humanidad, que la mueve el deseo de hacer bien. ¡Oh, vosotros que leeréis
algún día esto, pensad lo injustos que habéis sido conmigo, y que el desgra-
ciado se consuela al hallar a otro desgraciado como él, que, a pesa de todos
los obstáculos de la naturaleza, se ha esforzado siempre en lograr un puesto
de honor entre los artistas y las personas distinguidas!
Vosotros, hermanos, si cuando yo deje de existir vive aún el Profesor
Schmidt rogadle, en mi nombre, que describan mi enfermedad y unid su dic-
tamen a estas páginas para que, después de mi muerte, al menos me conce-
dan los hombres su perdon. Y os nombro a los dos herederos de mi pequeña
fortuna (si se le puede dar ese nombre). Compartidla honradamente, obrad
siempre de acuerdo y prestaos vuestra mutua asistencia. Bien sabéis que
hace tiempo os he perdonado vuestras ofensas. Deseo que vuestra vida sea
EL TESTAMENTO DE BEETHOVEN 377
En primer lugar, y como exponente del escaso apego del gran genio a
los bienes materiales, hemos de destacar, el débil e insignificante contenido
patrimonial del testamento. Pues vemos que Beethoven. casi podríamos
decir, que, de pasada, se detiene unos momentos en el discurso del verda-
dero contenido del testamento, para referirse al reparto de sus bienes. E!Io
nos lleva a pensar que lo que quiso hacer Beethoven en ese testamento, fue
dejar al mundo un testimonio que fuera fiel reflejo del dolor, de la angustia y
de la soledad que tuvo que aceptar y soportar durante su vida.
Vemos en él referencias al suicidio, “ Gracias a ella (la virtud) y a mi arte,
no acabé mi vida con el suicidio » . Del texto mismo del testamento, se des-
prende que Beethoven fundamentaba su desgracia y su angustia en su sor-
dera, «causa secreta » de sus tormentos, que según él mismo, le dejaban soli-
tario y le condenaban a aislarse de la sociedad, y a renunciar al amor (si bien
en muchas ocasiones sus renuncias a sus amores con determinadas mujeres
fueron motivadas, por condicionamientos, mas bien, de tipo social).
Si tenernos en cuenta que este documento fue escrito cuando Beetho-
ven contaba con la edad de treinta y dos años, y que su sordera fue en
aumento hasta dejarle prácticamente sordo, hemos de comprender, sin duda
alguna, la gran fuerza vital que tuvo que tener este hombre para apartar de
su mente esa idea de dar fin a su vida y seguir padeciendo su sufrida vida, en
aras de su arte, del cual también era consciente, y poder no segar asi toda
esa gran obra que constituye la música por él escrita.
378 ERNESTO RUIZ DE LINARES Y SANTISTEBAN
B BLIOGRAFIA