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Abancay 1958 - Memorias PDF

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ABANCAY

1958

MEMORIAS

José Melitón Casaverde Río


Este escrito está dedicado a mi adorada
nieta Nahomi Suzuki Casaverde
A GUISA DE PROLOGO

Ha sido difícil asumir la decisión de escribir un libro y mucho


más la de publicarlo. Sin embargo, la experiencia vivida en Abancay
de aquel periodo y las circunstancias que la rodearon, bien merecen
quedar registradas. La idea estaba siempre rondando por allí, faltaba
el pequeño despertar que llegó en Octubre de 1995 en víspera de
mi última visita al Japón, cuando justamente fuera a despedirme
Lucho Vergara, integrante y animador de esa promoción de todavía
jóvenes testigos de la época y, hablando sobre el significado de la
obra realizada reflexionamos a cerca de la importancia de escribirla,
con la intensión de consignar los hechos como el testimonio de la
total identificación con nuestro pueblo y un poco también, para
ponerla frente al juicio crítico de las nuevas generaciones.
Ya en Tokio, con mi hija Lucía y durante las noches de los dos
meses de mi permanencia en el oriente elaboramos el primer
borrador y en Lima, con la colaboración de paisanas como Hercilia
Loza, le dimos los toques finales.
Hay, con toda seguridad, omisiones y, son evidentes las
deficiencias propias del novel escritor, por ambas cosas expreso y
pido disculpas. Quiero decirles a mis lectores que con el presente
relato sólo quise volver a tocar un poco de cielo y quizás por eso,
las referencias contenidas en estas memorias hablan únicamente
del lado bueno de lo acontecido, pero que todas ellas están dentro
de las fronteras de la verdad.
Lima, Diciembre de 1996
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LOS AÑOS PREVIOS

Corría el año de 1954. Había transcurrido poco más de diez


años desde que una gran parte de los hombres, varones y mujeres, de
la generación de José dejara el pueblo que los acunara y en el que
todos habían vivido desde niños desarrollando una existencia simple y
feliz, la de los mañana sin obstáculos y aparentemente exenta de
peligros.
En Abancay, todavía un encantador villorrio a principios de los
cuarenta, enclavado en medio de un cautivante valle ínterandíno, de
un clima constantemente agradable como pocos en el mundo, con
estaciones que marcan su propio ciclo y peculiaridades; la primavera,
de Setiembre a Diciembre es la estación más calurosa y se prolonga
en un verano ardiente y lluvioso que cede su paso a un tibio otoño. El
invierno es seco y aprieta con tolerable intensidad en las noches
despejadas y las límpidas alboradas. En aquel periodo ésa generación
había crecido y alcanzado su juventud; generosa y bella como fugaz
etapa de la vida, edad de la permanente inquietud, la edad del vigor,
de la fortaleza y la energía que en esos tiempos parecían inagotables;
pero, y sobre todo, edad cargada de sueños, de ilusiones y de
esperanzas. Muchos de estos jóvenes fueron tempranamente
desmembrados de la tierra íntima y querida, separados de padres y
hermanos y de toda esa gente amiga del terruño y que abrazando una
simulada libertad, partían al encuentro con el destino.

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Abancay y el Departamento de Apurímac hasta los comienzos
de aquella década de los cuarenta, sólo contaba con un colegio de
educación secundaria, el añoso Miguel Grau, que funcionaba con
alumnos de ambos sexos. El Grau era el centro educativo donde
obligatoriamente convergían los estudiantes de todas las provincias.
Concluidos los estudios secundarios, toda la pléyade de juveniles
mancebos, para lograr una profesión o aspirar a un puesto de trabajo,
tenían que emigrar forzosamente al Cuzco, Lima, Arequipa, Trujillo o
quizás a un país extranjero para así hacer realidad las expectativas
compartidas en una estación excepcionalmente memorable de sus
existencias.
En algunas de las pausas vacacionales, que en ésa época se
calendarizaban con exactitud entre los meses de enero a marzo e incluso
comprendiendo los últimos días de diciembre para dar oportunidad a
la celebración de las fiestas de Navidad y año nuevo en familia; gran
número de estudiantes de nivel Universitario coincidía en la región de
su fascinación, su añorado Abancay. Durante esos meses de lluvia,
verdor y deliciosos frutos, la juventud volvía a recorrer el lugar de sus
querencias y comprobar, en fe de verdad, que cada rincón de ésa
tierra estaba saturada de ellos mismos y que eran sus propias imágenes
las que se aparecían en sus memorias como fantásticas, nostálgicas y
profundas reminiscencias ... vivos recuerdos adheridos a cada detalle
del irresistible ambiente.
Las vacaciones, en esencia, tenían un significado especial porque
dejaban huellas imborrables e indestructibles en el espíritu de una
muchachada que se desenvolvía con intensidad y que era receptiva a
todas las vivencias contingentes. En estos intervalos anuales, se
producían los singulares reencuentros con los compañeros de colegio
que retornaban de diferentes puntos del país y con los que se habían
quedado ligados al sitio natal por razones superiores. Era pues, la
ocasión propicia para organizar paseos y todo tipo de reuniones, las
que se amenizaban con el deleite de charlas y conversas sobre las
experiencias vividas. En la mayoría de estos eventos participaban las
ya, para entonces, bellas y atrayentes ex-alumnas del Santa Rosa, el
primer colegio secundario de mujeres de Apurímac fundado en 1938.

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Es de suponer que aquí mismo se suscitaron y anclaron los más
transparentes, puros y tiernos romances y, con seguridad, muchas
sacudidas de estas estremecedoras aproximaciones han quedado por
siempre y para siempre en la memoria.
El tranquilo, agreste y polícromo paisaje, no solamente servía de
marco para los descendientes de Romeo y Julieta, invitaba también a
hilvanar ideas, tejer pensamientos y formular juicios de serena precisión.
Cada quien relataba su propia experiencia; la vida Universitaria, el
ambiente en el instituto o la escuela, las incidencias de la carrera militar
con sus acuartelamientos y todo lo demás; con el corolario de las
perspectivas futuras, inmediatas y mediatas; matizándolas siempre con
las indefectibles anécdotas. Tema importante de las animadas
conversaciones era referido al mismo poblado de Abancay corno ciudad.
Todos coincidían, que en lo físico y en lo cultural, su lindo y engreido
pueblo no estaba a la altura de las demás capitales de departamento
de Perú, e inclusive, a la de algunas provincias. Despertaba así el germen
de la inconformidad y el anhelo subyascente de colocarla, algún día,
en el sitio que de hecho y por derecho le correspondía.
En 1954 y los dos o tres años subsiguientes, algunos de los
maltoncitos migrantes, convertidos en profesionales volvieron para
reintegrarse a su comunidad de origen decididos a compartir con ella
todas las ocurrencias de su vivir cotidiano. La mayoría de los
condiscípulos del Grau, sin embargo, se vieron obligados a realizar sus
vidas en sitios distantes al mundo en el que habían nacido y crecido.
Abancay no ofrecía oportunidades para dar cabida a todos sus hijos.
Un mercado de trabajo pequeño e insuficiente cerraba por completo
los horizontes a quienes poseían como único capital los conocimientos
adquiridos y una inflexible voluntad para abrirse campo con su propio
esfuerzo. Esta realidad se había constituido en el fundamento para que
los padres optaran por el expediente de la educación y la
profesionalización de sus hijos corno la principal heredad familiar, a
sabiendas que alimentaban una separación penosa y definitiva. Así se
construyó la fortuna y el porvenir de muchos coterráneos y, ese será
todavía, el sino de las futuras generaciones.

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El éxodo se inicia todavía a principios de siglo y año tras año el
contingente de exiliados se irá incrementando en proporción al
crecimiento de Abancay.
La ruta del destierro fue muy dura hasta mediar los años treinta.
Abancay no contaba aún con las carreteras que la unirían después a
las urbes más atrayentes; era una población aislada. Los viajes se
anunciaban y preparaban con mucha anticipación y había que escoger
y decidirse entre dos vías. Una, la más cómoda, hasta el Cusco a lomo
de bestia y de la capital imperial por ferrocarril a Arequipa, Moliendo
y en este puerto se tomaba el barco para seguir por mar hasta el
Callao y Lima. La otra, más dificil y durante más de dos semanas a
caballo, corría por Huancarama, Andahuaylas, Chíncheros, Ayacucho,
Huanta y Huancayo, de aqui en tren a Lima. Ambas travesías se cumplía
en casi tres semanas de caminata. El día de la partida era todo un
acontecimiento social; los viajeros iban acompañados por una procesión
de paisanos, grandes y chicos y donde la nota dramática de las
despedidas la ponían las madres. Después de los abrazos y las últimas
recomendaciones, los peregrinos recibían la bendición de sus
progenitores y los buenos augurios del pueblo; partían luego a la
conquista del futuro. Los que tomaban el derrotero del Cusco tenían
como paseana final el lugar denominado "Huaccana Pata", que
traducido al romance español quiere decir «lomada donde se llora» y
que está a las faldas de Ccanabamba. Los que escogían el camino por
donde se pone el sol, lo hacían con idéntica ceremonia ritual en
«Afilana», por los bajíos de Patibamba y a la cabecera de illanya.
No se debe olvidar a esos paisanos que abrieron este trayecto, a
ésa suerte de pioneros de la intelectualidad abanquina que en épocas
difíciles y complicadas emprendieron su conquista. De 1914 a 1940,
desfilan muchos nombres, quizá, un tanto olvidadas por las actuales
promociones; están, entre otros: Lucio Castro; Nicandro y Dimas
Pareja; A. lsmodes Romero; Benigno Pinto; Rosario Araos; Aurora
Tejada; Ramón Llerena; José del Carmen Ascue, Alejandro González,
Julio Cáceres; Liborio Castro; José Raúl Cáceres: Augusto Víllacorta,
Jesús Navarro; Alejandrino Huerta; Mauro, Alcidez, Luis y Antonio
Ocampo Rívas, Alejandro Pinto; Wilfredo Fano; Blanca y Américo

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Vargas Fano; Osear Tejada; Manuel Gustavo Manrique, Crisanto
Peralta, Maruja Villacorta, Alejandro y Darío Carpio Chávez; Herman
Bauman, Lázaro, Víctor, Manuel y Alberto Robles Alarcón: Enrique,
Augusto, Rafael, César y Alejandro Martinelli; Gonzalo Sotelo, Mateo
Huerta; Roberto Trujillo. Después seguirían Leoncio Contreras; Luis
López Galarreta; Delina, David, María Luisa Ocampo Bailón; César
Patrocinio Río; Hipólíto Palomino; Juan Pablo y Osear Castro; Julián
Zuzunaga; Jesús Sierra; Humberto Rívas, Grimaneza y Eva Víllacorta,
Rosario y Luis Huerta; Jorge y Fernando Samanez; Leoncio Samanez;
María Julia y Violeta Contreras, Edmundo Alosilla, Rosa y Luis Béjar,
Roberto, Cristian, Lauro Navarro y Augusto Segovia.
Más cerca de la promoción de José, sus hermanos Mateo y
Hermógenes Casaverde; Alberto Pereira; Ricardo Dávalos; Adrián
Cárdenas; Lucía Alarcón, Enriqueta Peralta; César y Mario Tejada;
Clorinda Chauca, Carlos Navarro; Rubén Chauca; Horacio Castro;
Aníbal Alosilla, Marcial y Jorge Bailón Samanez; Alfonso y Juan
Abuhadba, César; Lucy y Próspero Batallanos, Hernán Infantas; Jorge
Ocampo, Efrain Bailón, Carlos Gamero; Salvador Pinto; Favio Solis,
Antonio Silva; Elísa Béjar, Edgar Peralta, Abelardo y Arístides Pinto,
Julio León, Elías Ocampo, Nicanor Herrera, Adrián Herrera, Hugo
Ramirez Canaval, Adrián Huarnán C., Vínícío Chauca, Werner Leví,
Semíramis Casaverde, Elba Zegarra, Elba Valer, Dora Jimenez, Marina
y Vilma Chauca, Oswaldo Chauca, César Gamero, Blanca Laguna,
Roda Gamero, Clorinda Castro, Rubén Tejada.
Es difícil, por decir lo menos, suscribir una relación exacta y la
que se consigna obligadamente tiene omisiones, las que se deben
inculpar y disculpar a la memoria humana. Muchos de estos abanquinos;
aunque el gentilicio de acuerdo a los gramáticos es «abancaino»;
retornaron a la tierra y trabajaron en ella y por ella, los más por breve
tiempo, algunos se quedaron junto a los pocos que no llegaron a
desprenderse de sus raíces y la gran mayoría mantuvieron su condición
de migrantes en diversas latitudes.
Llegando aquí, creemos que se debe hacer un deslinde y poner
de relieve dos hechos significativos: Primero; que cada generación
biológica se corresponde con una realidad propia y con el denominador

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común de sus identidades con relación a proyectos futuros. Dicho sea
de paso que el concepto de generación que empleamos en el presente
escrito, contiene en su ámbito a individuos de diferentes edades que
conviven una dimensión similar del tiempo y del espacio. El segundo;
forma parte de una verdad incuestionable; que en lo físico hasta el
cuarenta; los cambios operados en Abancay fueron de poca monta.
Para 1954 se había avanzado algo, sin embargo, no dejaba de ser una
ciudad pequeña, con un vecindario urbano y rural que apenas si llegaba
a los quince mil habitantes. La hidroeléctrica de Matara mejoraba
sustancialmente su abastecimiento de energía. La instalación de sus
servicios de agua y desagüe estaba en su etapa final pero sin preveer
el crecimiento urbano; esta obra demandó mucho esfuerzo por las
peculiaridades de su suelo y sub suelo; una formación compacta
conocida con el nombre de «Caliche» se extiende por todo el valle, la
que está compuesta por tierra caliza de color ocre, arena, piedrecilJas
y rocas, cuya caracteñstica principal es su fuerte consistencia. Se piensa
que sean los restos aluviales de material volcánico originado por la
erupción del Ampay, probablemente hace millones de años, un volcán
activo. Hasta poco antes, Abancay no contaba con sistema de agua y
desagüe y el agua potable consumida por la población urbana era
servida por medio de piletas instaladas en la vía pública y distribuidas
en puntos estratégicamente equidistantes. El agua captada provenía
de una cadena de manantiales de la quebrada del Colcaqui que se
extendía en su vera izquierda a poca distancia del Puente Capelo; esta
obra fue uno de los logros más importantes de un prefecto de los años
veinte, Eduardo Arenas, ampliada por las sucesivas administraciones
municipales. Pocas viviendas, las del centro de la población y algunas
entidades oficiales, contaban con instalaciones intradomíciliarias.
Las calles de la ciudad mostraban un trazo irregular, de caprichosa
amplitud y angostas en su mayoría y diseñadas por el buen sentido
común. El pintoresco y desigual delineamiento de sus tortuosas ruas,
le asemejan a casi todas las ciudades del interior del país, sobre todo a
aquéllas levantadas en los valles que dibujan los contrafuertes del Ande,
en los que el croquis urbano tiene que adaptarse a una orografía
invariablemente abrupta y escabrosa y en Abancay tiene que

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acomodarse al declive pronunciado de una hoya profunda y extensa
cuyas tierras bajan en un rápido recorrido y sin descanso desde los
pies del Ampay hasta la profunda encañada del Pachachaca. Las arterias
céntricas lucían un empedrado tosco y basto, las más eran de piso
natural, es decir de tierra, que en los días de aguacero se convertían en
barro y fango, y en los meses de sol facilitaba que el viento levantase
densas polvaredas chocolate claro. Sus casas sencillas de paredes de
adobe con sus paramentos blanqueados con el yeso proveniente de
las piedras calizas calcinadas del Pachachaca. Casi todos los techos de
tejas rojas fabricadas por los artesanos de las parcialidades de
Condebamba, Marcahuasi, Asillo y Llañucancha. Las edificaciones se
apiñan hacia el centro urbano donde aparecen dos pequeños
cuadrados, la Plaza de Armas y el Parque Ocampo. El cincuentaicuatro
ya se iniciaban algunas construcciones de corte moderno con estructura
de fierro, cemento y ladrillo bajo la dirección de profesionales llegados
como recursos de obras como la hidroeléctrica de Matara primero y
después las de la Gran Unidad Miguel Grau y el nuevo hospital. Sin
embargo, no faltaban los «ingenieros» y «arquitectos» locales de la
informalidad para hacer la competencia; estaba todavía un tanto lejos
la aplicación de las normas de construcción civil.
Abancay, todavía un sosegado espacio de la tierra donde la vida
discurría libre y tranquila, aunque sujeta a las reglas impuestas por su
situación y estado. Su ahora relativo aislamiento, permitía la
sobrevivencia de una cadena de imposiciones, gran parte derivadas de
la presencia y aún vigencia del terrateniente. Una limitada disposición
de tierras hacía que la producción agrícola campesina fuera
prácticamente nula, de un autoabastecimiento pobre y por ende,
económicamente no representativa; un trabajo de periodo artesanal
con serias limitantes; un pequeño número de comerciantes, entre los
que sobresalían los del sector pecuario, los llamados ganaderos que a
su vez contaban con alguna propiedad rústica; y, una empleocracia,
predominantemente pública y de clase media, completaban el marco
social de entonces. La pauta cultural de Abancay, como la de todos los
pueblos provincianos, exhibía una íntima relación con el campo, no
sólo por que su provisionamiento procede de él, sinó, porque sus
costumbres de espíritu democrático y popular se da en las calles, en

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las plazas, la iglesia, el mercado y particularmente en sus chicherías y
picanterías, escenarios de reuniones de participación universal donde
se borran todas las fronteras fabricadas por la sociedad.
A los finales de los treinta y en la década del cuarenta, la
construcción de las principales carreteras fue una actividad febril que
tuvo influencias y repercusiones colaterales en la vida económica y
social de todo el departamento y especialmente de Abancay que era el
centro de operaciones de la zona. Antes de este periodo; de Abancay
se desprendían varios caminos peatonales y de herradura, los que
todavía subsisten; los llamados caminos reales comunicaban con el
Cusca, las ciudades de la costa y con las provincias de Apurímac. De
la ciudad arrancaban también, numerosos senderos que se esparcen
con dirección a las aldeas de la fascinante campiña. Estos caminos
fueron hechos por los viandantes de lejanas épocas para ir y venir al
poblado ... se hicieron como aquellos que inspiraron a Antonio
Machado para decirnos: «caminante no hay camino ... camino se hace
al andar».
Abancay, geográficamente, es un valle estratégicamente ubicado
para todas las épocas y así será en el futuro; fue, es y será el paso
obligado para trasladarse por tierra a la costa y viceversa en una extensa
región del país; principalmente para comunicar Lima, lea, Huancayo,
Ayacucho y Huancavelica, con la valiosa zona de Apurírnac, Cusco y
Madre de Dios. Es así que dos importantes caminos carrozables
convergen en Abancay, ambos comienzan en Lima, uno corre por la
Oroya, Huancayo, Ayacucho, Andahuaylas; y el otro por lea, Nazca,
Puquio y Chalhuanca; de Abancay la vía es una sola hasta el Cusco.
1955 eran un año pre-electoral en el país, el proceso abría
espectativas ciudadanas singulares, sobre todo por la participación del
proscrito partido aprista al que pertenecía José desde temprana edad.
A los siete años ya metía sus narices en unas reuniones ultra secretas
y herméticas a las que concurrían personas muy respetables como
Víctor Santander, educador de excepcional trayectoria en el país; Elías
Jarufe, Francisco Tríveño, José Ocampo, Gerardo Zegarra Peralta,
Jesús Espinosa; Julio y Favio Valer, Julio Pinto, César Casafranca,
Washington Vargas, Exaltación León, Celso Espinosa, Antonio

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Guzmán, y otros que se nos pierden. En algunas ocasiones llegaban
subrepticiamente doña Consuelo Cáceres de Vívanco, hermana del
representante apurimeño a la constituyente de 1933, José Raúl Cáceres
y, doña Aurora Roberti. En el grupo ocupaba cargo importante José
Domingo León, ebanista de ocupación, ex-sargento mayor del ejercito,
autodidacta, hombre con una extraordinaria dimensión humanística,
disciplinado y católico creyente. Una de las noches y conste que no
había alumbrado público, don José Domingo pilló a su pequeño tocayo
escuchando a hurtadillas el desarrollo de una sesión, sometiéndolo de
inmediato a un interrogatorio a la par que severo, paternal; para
después arrancarle la promesa de no comentar lo visto y mucho menos
lo oído ... ¡qué no se lo dijera ni a su almohada!. Para José representaba
su primera promesa de hombre, que lo cumplió más por temor que
por sentido de responsabilidad, facultad que estaba lejos de la
comprensión del aún inmaduro chiquillo. De ahí en adelante, don
José Domingo y en las oportunidades del caso, le facilitaba la lectura
de Juan del Pueblo o Correo Aprista, los voceros clandestinos del
APRA y, en ocasiones le encomendaba la tarea de su distribución a
los compañeros en la más completa reserva. Así fue como José conoció
su partido, en la forma más inocente y sin tener conciencia de sus
consecuencias, porque aquellos años fueron los más duros de la
persecución, se vivía la dictadura del general Osear R. Benavides. José
diez años más tarde, ya en la Universidad de San Antonio Abad del
Cusco, se afiliaría formalmente al movimiento de Haya de la Torre a
quien conocería personalmente en 1945, en el interregno democrático
de Bustamante y Rivero. Después vendría la dictadura del general Odria,
otros ocho años más de clandestinidad y con los derechos cívicos
recortados.
José, concluidos sus estudios y convertido en un profesional
médico, como muchos de sus compañeros debió trasladarse a los
Estados Unidos a especializarse. Para realizar cualquier gestión y entre
los que estaba la obtención del pasaporte y la visa, había que presentar
como requisito lo que se llamaba el «certificado de conducta» expedido
por la policía de Investigaciones; en el fondo no era otra cosa que un
documento de antecedentes políticos dirigido puntualmente a los
peruanos de filiación aprista. El impedimento malogró las aspiraciones

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del joven galeno y de esta manera cambió el rumbo de su destino.
José no se amilanó ante la injusta situación y sin pensarlo dos veces y
para darle razón y sentido a su vida, decidió retornar a Apurimac y
particularmente a Abancay.
A fines de 1955 coincidían en Abancay Arturo Miranda, Hernán
Infantas, Gil Batallanos, Ramón Pinto, José Quispecahuana; poco
después llegarían Amadeo Carrión, David Pinto, Odón Batallanos,
Alfredo y Marcial Pinto, Miguel y Karim Jarufe del Solar, Luis Vergara,
Rubén Quintana; todos cubriendo diferentes áreas ocupacionales.
Arturo que por razones familiares primero y políticas posteriormente,
retrasó su graduación y titulación como abogado, se instaló en los
mismos ambientes donde se desempeñaba José en un segundo piso
de una casa de propiedad de Atala Abuhadba que daba justo al parque
Ocarnpo y en cuyo primer piso funcionaba el Materno Infantil del
Ministerio de Salud.
Arturo, casi de inmediato se impuso la tarea de reorganizar el
partido. Las reuniones se llevaban a cabo en las noches y en diferentes
Jugares y días; poco a poco se iban completando los cuadros en tanto
que se procedía a establecer las coordinaciones con las provincias las
que a excepción de Andahuaylas no tenían implementada su
organización y las acciones se nucleaban más que nada en los contactos
personales en vista que no se había logrado la recuperación de la
legalidad, lo que limitada mucho el accionar.
En 1956 se eligió presidente a Manuel Prado. El APRA que
venía apoyando hasta las vísperas electorales a Hernando de Lavalle,
sorpresivamente endosó sus votos a la candidatura de Prado, el único
de los pretendientes al sillón presidencial que se comprometió a devolver
la legalidad al partido aprista, promesa que se cumplió y lo que permitió
la presencia de dicho movimiento político en la vida cívica del país a
partir de Julio de 1956.
La precedente versión introductoria es para sustentar la razón
de porqué José fue designado en 1958, Alcalde de Abancay, a estas
alturas era evidente el entendimiento del APRA con el pradismo, el
partido gobernante, del que Enrique Mantinelli, senador por Apurímac,
era una de sus personalidades más influyentes.

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Era preciso pues, proporcionar esta aproximación como marco
de referencia a las circunstancias que motivaron, prepararon y
empujaron a José a incursionar de lleno en la vida cívica de Apurímac,
al mismo tiempo que ejercía su profesión de médico en Abancay.
Estas son, en realidad, las raíces que explican un ciclo de su vida y que
le permitieron introducirse y llegar al centro mismo de la compleja
problemática del pueblo y aprender de él y con él, a compartir el
común anhelo de trabajar por su progreso impulsando el despegue de
un despertar que su generación la percibía en cuerpo y alma. Se tenía
que ir en busca y al encuentro de las oportunidades facilitadoras y
estando estas al alcance de las manos se les escapaban sólo por el
vacío de comunicación entre el poder político imperante y las nuevas
promociones de hombres que ofrecían aportar ideas innovadoras y la
experiencia reciente de haber vivido otras realidades. Ahí estaban los
muchos problemas del pueblo, como los niños subidos a un columpio
esperando el empujón que los impulsara a sus soluciones y
consecuentemente, colocarlos en la senda del progreso; y allí estaba
presente un extraordinario contingente de jóvenes inteligencias, con
capacidad y voluntad, dispuestos a dar aquel empujón inicial, a la vez
que definitivo y vital. Es cierto, que todo obedecía a un impulso intuitivo
de acción para salir del letargo; había mucho por hacer ... como clamaba
la angustia del cholo Vallejo. También es cierto, que hacían falta planes
y programas como resultado de un trabajo analítico y reflexivo; sin
embargo, se tenía que empezar por algo con sentido, con
responsabilidad y sobre todo, consecuente con el amor y la lealtad por
el pueblo; pero, con la firme convicción que la verdadera fuerza de la
transformación radicaba en el pueblo mismo, del que todos formaban
parte.
Hasta aquel período, el municipio era lo que se llamaba una
«junta de notables», el alcalde y sus regidores eran nombrados por el
Gobierno Central y dependía directamente del Ministerio del Interior.
En 1956 al designarse el Concejo Provincial de Abancay lo encabezaba
un abogado cusqueño, Agustín Sueldo Guevara; el alcalde era lo que
podría llamarse un «buen vecino», prototipo de los letrados de provincia,
bonachón, correcto, respetuoso, prosaico, sufrido bohemio y ampuloso
en sus presentaciones.

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Por supuesto que el grupo de Arturo y José, ni como persona ni
como partido, fueron tomados en cuenta en los contertulios
prefecturales que precedían a la estrucluración de la lista de candidatos
al municipio para su formal propuesta al Ejecutivo, todavía eran
considerados como una especie de nóveles ciudadanos y no faltaban
algunos que los reputaban como peligrosos revolucionarios. Los
movimientos en torno al nuevo Concejo eran conocidos por toda la
población y las conversaciones especulaban en forma heterogénea
sobre el asunto. Se veía un inusitado trajín entre el local del partido de
gobierno y la prefectura y especialmente de su influyente comité de
damas que lo presidía nada menos que la esposa del flamante Prefecto
del departamento, el inefable don Luis Paz, ex alcalde también y persona
respetada y respetable. Invariablemente se producían los clásicos
embarques y desembarques de última hora en función de las consultas
a la representación parlamentaria, en su casi totalidad pradista, con la
excepción de Américo Vargas fano, de reconocida filiación aprista y
que guardaba excelentes relaciones con toda la representación. Todas
las incidencias se comunicaban con mucha diligencia a la capital de la
República por la oficina de radio y telegrafía de la prefectura y desde
aquí, en alguna forma, se filtraban las más frescas noticias sobre la
situación y eran, especialmente en la reuniones habituales del club
Unión donde los más señalados ciudadanos se enteraban de los
mensajes de última hora sobre un tema, que en una población chica, a
fortíori (con más razón}, es de interés prioritario. Demás está decir que
entre los habitúes del club no faltaban integrantes del nuevo concejo,
los que eran sujetos de felicitación por adelantado y obligados a retribuir
con la correspondiente tanda de tragos de licor. A los pocos días llegaba
la resolución oficial de los novísimos cabildantes. Sueldo Guevara, juró
y se instalo en el honroso sitial. Ahora solamente faltaba acreditar a
los delegados de los concejos distritales, concejos normalmente
designados por la prefectura. Los flamantes regidores eran vecinos
seleccionados según criterios de representatividad ocupacional,
comerciantes, empleados bancarios, miembros de la Sociedad de
Artesanos, algún solitario profesor primario o secundario; todos
aparentemente comprometidos con la línea del gobierno imperante.
En lo personal era difícil encontrar objeciones, representaban a la

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comunidad, como que también podían integrarla con idéntica
representatividad, otros ciudadanos. A pesar de su condición unitaria,
en lo que se refiere a la comunidad de propósitos, constituían un
grupo más bien heterogéneo, sin ideas organizadas en torno a objetivos
definidos. El cambio afectaba sólo a las personas, e inclusive, este
cambio no era muy significativo ya que estaban presentes regidores
que habían superado las contingencias de las mareas de la política y
que habían formado parte de otros gobiernos municipales. En realidad,
los municipios provinciales, faltos de autonomía, no pasaban de ser
simples dependencias administrativas oficiales y si se advertía alguna
libertad de acción, ésta se aplicaba a algo que no pasaba de un proceso
de administración doméstica y rutinaria sin ninguna trascendencia.
Entre tanto, Arturo no se manterúa ajeno ni indiferente al curso
de los acontecimientos; muy por el contrario, el fenómeno social que
se estaba viviendo tenía un raro atractivo para él, por Jo que ya había
trazado su propia estrategia para no quedar al margen del acontecer.
Para un luchador social como Arturo, el municipio se consideraba
como el centro del escenario de los hechos, los que gravitaban
enormemente en el desarrollo de los pueblos; entonces, el se decía;
hay que estar presente allí; en el corazón de la comunidad, que aunque
no originada por el imperio de la democracia, es sin lugar a dudas, la
institución más representativa. El fin justifica los medios, pensaba
Arturo, el único medio a la vista, conseguir la delegación de los concejos
distritales y para esto había que escamotear la vigilancia prefectura!,
responsable político de tales designaciones. Arturo en primer lugar
escogió Pichirhua, donde tenía un dominio casi absoluto; había luchado
durante años por los fueros de ésa comunidad y él mismo era oriundo
del distrito. Paralelamente se puso en contacto con los compañeros
Guillén y Gutierrez del municipio de Huanipaca, alcalde el primero y
su síndico el segundo. Y en efecto; un buen día Arturo se apareció con
las credenciales de ambos distritos. El prefecto zapateó un poco, pero
después tuvo que aceptar a regañadientes las designaciones. Una
credencial era para Arturo y la otra, no consultada previamente, para
José. De esta manera, los dos jóvenes profesionales se incorporaron,
con todas las de la ley, al concejo provincial de Abancay de 1956.

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El estado de cosas para Arturo, que lo había preparado todo,
era una situación normal, además de ser el delegado natural de
Pichirhua y que por consiguiente sentía la satisfacción de representarlo
por primera vez en una entidad oficial como un corolario provisional a
sus luchas en defensa de su comunidad en un largo litigio con el
entonces propietario de la hacienda Casinchihua, cuyas tierras
colindaban con las de Pichírhua. Aquel fue, en realidad, un conflicto
largo y tedioso con el terrateniente influyente y poderoso, que inclusive
llegó a ser diputado por Aimaraes durante el ochenio odriísta. Entonces,
en lo que respecta a Arturo el problema se explicaba fácilmente, pero,
en lo que a José atañía, que por decisión ajena debía ejercer la
delegatura de un municipio distrital, le parecía extraño e increíble, lo
juzgaba como algo sin sentido; conciliar sus actividades profesionales
con otras distintas ocupaciones planteaba serios interrogantes; sin
embargo, interiormente se imaginaba en lo atrayente y preciado que
representaba el pertenecer a la principal Institución de su pueblo; de
otro lado, se encontraba ya frente a la contundencia de los hechos y
tras de ellos la presencia de los buenos amigos, los Guillen, los Gutíerrez,
los Ochoa;'a quienes no se podía desengañarlos tan prematuramente.
Ya en el seno del consistorio, Arturo y José al intervenir por vez
primera, pusieron de manifiesto sus propósitos de integrarse al resto
de los regidores, sin mas pretensiones que las de ofrecer el contingente
de sus capacidades al servicio del ayuntamiento y de la colectividad,
con la decidida y leal intención de unir sus esfuerzos a los de los demás
cabildantes que en forma oficial habían recibido el encargo de las
responsabilidades de su dirección.
Las sesiones ordinarias se realizaban generalmente un día fijo
de la semana y a partir de las ocho de la noche. A José y Arturo se les
asignó funciones diferentes y de significación cuasi anodina, habían
llegado con retraso a la distribución de cargos producido en la primera
reunión y por tanto tenían que conformarse con la inspectoria de
parques y jardines y otra sin importancia. El alcalde presidía las sesiones
y su principal deber era hacer cumplir los acuerdos del concejo; pero,
el burgomaestre, en gran parte los soslayaba con la muletilla de que
algunos acuerdos carecían de sustento legal y sin más ni más aplicaba

17
su propio criterio. Incidencias parecidas se repetían y eran de frecuente
observancia y la conducta autocrática del alcalde dio pie a no pocas y
encendidas críticas; críticas que eran rechazadas en forma impertinente
y categórica por la autoridad edilicia. Así se inició un conflicto entre el
alcalde y sus regidores, al mismo tiempo que la situación trascendía
negativamente a la población. La cura sinapísmica aplicada fue no
citar a sesiones, mientras que el alcalde en sus diarios y bien rociados
mítines, manifestaba mordazmente, que tenia el control de la situación.
Los miembros del concejo mostraron su preocupación por el
giro que tomaban las incidencias, llegando inclusive a reconocer la
posibilidad de una crisis institucional en base a una censura. En efecto,
la idea comenzó a tomar cuerpo y Arturo vislumbró la ocasión de
satisfacer su morbo de niño terrible y asumió el encargo de
fundamentarla. Se trazó cuidadosamente la estrategia en la que estaban
comprometidos dos tercios de los regidores. El otro tercio, sin otorgarle
la razón al alcalde, no participaba del expediente de la censura y opinaba
por entablar un diálogo abierto en busca de una solución armoniosa.
Pero, la suerte estaba echada y la mayoría optó por plantear el juicio
condenatorio.
Ya desarrollándose la sesión y planteado el problema como una
cuestión previa; en una actitud sorpresiva Arturo se acercó donde José
y le endilgó la ingrata tarea de sustentar la moción de censura,
manifestándole que después de la asamblea le expondría sus razones.
El lugar y el momento no permitieron la más mínima explicación y a
la altura del desarrollo de la sesión era imposible eludir el compromiso
y de mala gana José tuvo que cumplir con la inaudita comisión. La
censura fue acordada por amplia mayoría. El alcalde, en vez de defender
la tesis contraria u optar por la conciliación que se había previsto
como alternativa, eligió la simple solución de hacer abandono del salón
de reuniones y asumiendo posturas inapropiadas y un lenguaje que
agredía a los concurrentes, se retiró. En consecuencia, la sesión
continuó bajo la presidencia del teniente alcalde, al que por mandato
de la ley le correspondía asumir la alcaldía.
Se había creado y presentado un hecho realmente insólito en
los anales del gobierno municipal, un hecho sin precedentes. José

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aparecía corno el virtual protagonista del acontecimiento; aunque
personalmente siempre había deseado el camino de una solución menos
traumática y mucho menos espectacular; él pensaba que el alcalde no
había cometido ninguna trasgresión merecedora de una condena tan
extrema, la que pudo haber tenido otro desenlace si no es por el
enfrentamiento áspero y bilioso del alcalde con sus regidores; pero,
así sucedieron las cosas y así se escribió una parte de esta historia.
José, aquélla noche se retiró sumido en profundas cavilaciones,
le inundó un sentimiento de hondo pesar por lo ocurrido y entre sí se
cuestionaba ¿porqué yo? ... ¿fue una jugada intencional de Arturo? ...
¡imposible! ... ni pensarlo, se decía; su preocupación se traducía en un
estado de nauseante inconformidad, no era su natural y normal
comportamiento; pensaba en el abogado amable, aunque de una
personalidad controversial, trivialmente simpático, respetuoso y amigo
afectuoso; meditaba sobre la reacción de sus hijos, de su esposa, con
quienes mantenía las más cordiales relaciones y que en le ejercicio
privado de su profesión eran asistidos por él. Por momentos se sintió
poco menos que un ser despreciable. En una población pequeña era
la ruptura de lazos sentimentales muy apreciados. Trataba de encontrar
algunas razones que explicaran lo sucedido y en su intento de justificarse
sólo alcanzó vanamente a apoyarse en un proverbio popular ... «no
llorar sobre la leche derramada», dadas las circunstancias se dijo para
sí ... la vida tiene que continuar y de acuerdo a una ley dinámica «el
movimiento se demuestra andando» ... y así fue, seguimos andando.
Sin embargo y en fe de verdad, en el acuerdo del Concejo no
operó propósito subalterno alguno, no era un grupo político
determinado el que censuraba, es más, en éste periodo no funcionó la
consigna partidaria; fue la postura irreductible de la autoridad que la
facilitó, incluyendo al mismo gobierno, de prescindir de un alcalde que
había demostrado una inaceptable actitud personalista, con total
desconocimiento de la más elemental coordinación política. Mientras
tanto, el acuerdo del cuerpo edil fue bien recibido por la colectividad.
No se produjo una sola manifestación que lo contradijera. El alcalde
censurado, aunque por breve tiempo, le restó importancia al
cuestionamiento de sus regidores y seguía despachando como tal,

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obligando al Ejecutivo a intervenir drásticamente en su velada intención
de que no aparecieran vencedores ni vencidos. Se designó de inmediato
un nuevo Concejo, esta vez, presidido por el ciudadano Leoncio
Miranda Terrazas.
Para José el asunto no estaba totalmente cerrado, necesitaba
una aclaración por parte de Arturo quién no daba aún razón de su
cambio intempestivo. Cuando dialogó con José, con gesto displicente,
pero seguro de sí mismo, empezó a explicar que tanto el alcalde como
él eran abogados y que la «orden», se refería a su Colegio profesional,
podría criticarlo corno causante de un comportamiento desleal con un
hermano colegiado. Además, siguió argumentando, que a nivel de la
Corte Superior de Justicia ambos defendían causas antagónicas y podría
fácilmente pensarse que él tomaba ventajas en el seno del municipio,
lo que también mellaría su prestigio profesional. José de muy mala
gana aceptó las razones expuestas y esgrimidas por Arturo y como al
final de cuentas, todo estaba consumado y no se podía volver las
espaldas, dio vuelta a la página para terminar con el ingrato episodio.
Comenzaba el año de 195 7, el flamante burgomaestre Miranda
Terrazas, hasta pocos meses antes de su designación se venía
desempeñando como vocal de la Corte Superior de Justicia de
Apurimac por más de doce años y fue su presidente en cuatro
oportunidades y justamente ejerciendo esa alta como delicada función
fue inesperadamente separado del cargo por la Corte Suprema. Era
uno de los últimos vocales de un extraordinario equipo de juristas y
jueces acendrados y probos que marcaron época a su paso por aquella
corte; Roberto Barrionuevo, Justo Ochoa, Juan P. Bernison, Alberto
Zaa, César Caro Reyna, Leonidas Colunge de Peralta, Humberto de
la Sota, Francisco Chaparro, Filípo Astete, Alejandro Niño de Guzmán,
Alejandro del Carpio, Víctor y Héctor Saldivar Herrera, Octavio
Usandivaras, Julio Corazao Yépez.
Leoncio Miranda fue vocal desde 1944 y lo cesaban en las
postrimerías de 1956. Las causas de su separación, según trascendió,
fueron de carácter extra judicial. Miranda estaba considerado como
uno de los jueces más capaces y ecuánimes del Poder Judicial. Sin
embargo había un antecedente que ensombrecía esta trayectoria y

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que en Abancay fue profusamente comentado. La propiedad que tenía
en el vecino distrito de Tarnburco lo había adquirido en forma impropia
para un jurista de su talla y en funciones de vocal de la Corte Superior.
Se decía que utilizó su influyente posición en franca connivencia con
ei propietario de la quebrada, Cirilo Trélles, el legítimo propietario del
predio. Lo cierto del caso era que dicha finca, como muchísimas otras,
estuvo «alquilada» y en tenencia desde hacía una treintena de años del
campesino agricultor Feliciano Chirinos, Los anteriores propietarios
de Patibamaba, una cadena de ítalo europeos, los Petriconi, los Carenzi
y los Lomellini, jamás habían puesto reparos a la posesión de Chirinos
donde éste había fundado su hogar y una respetable familia. El mayor
mérito de Chirinos es que con un inusual instinto de dentista agrícola
y labrador innato de la tierra, convirtió aquel pedazo en un edén; las
flores de mayor belleza, los frutos más deliciosos, se daban en ese
jardín huerto trabajado con amor y dedicación toda su vida. Gran parte
de los arrendamientos del fundo se saldaron con faenas de arduo trabajo
de varios meses al año en la hacienda del patrón. La envidia y la
codicia iniciaron el camino del despojo en base a un juicio entablado
por el nuevo dueño de Patibamba contra Chirínos cuyo fallo se dio en
favor del primero. Se decía que quien influyo en la calidad de sentencia
fue precisamente el vocal Miranda, que poco tiempo después emergió
como el propietario del predio, del que ya no volvieron a brotar la
misma belleza y nobleza de flores y frutos, que solamente la mano, los
ojos y el aliento del hombre que conoce el lenguaje de la naturaleza,
sabe generarlas.
Para la gente pensante de aquel entonces, Leoncio Miranda fue
víctima del sistema organizativo del Poder Judicial de la República, el
que instrumentaba periódicas ratificaciones y desratificaciones que se
encargaban de señalar el destino inmediato de jueces y vocales. La
responsabihdad de\ proceso se fundaba en \os informes de funcionarios
fácilmente influenciables y/o que se vallan del momento para satisfacer
menudos y encontrados intereses personales. Cuando no se produce
la ratificación, no hay instancia a la cual recurrir para reparar injustas
sanciones como en el caso de Miranda; no existía el Tribunal de
Garantías Constitucionales. La representación parlamentaria así lo
entendió e interpretando un sentir colectivo con respecto al vocal

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desratificado, encontró propicio y favorable el momento para
recomendar al Ejecutivo su designación como alcalde de Abancay para
el ejercicio de 1957. Dígase de paso, los cuerpos edilicios también
eran objeto de ratificación anual.
Arturo y José, fueron los únicos sobrevivientes del concejo
anterior, sus representaciones no habían cumplido todavía el año, de
esta suerte el engreído y calmo secretario del cabildo don julio D.
Pinto, de quien hablaremos después, les cursó las citaciones a la
ceremonia de instalación con toda normalidad.
La composición del flamante Concejo capitalino no sufrió
variaciones significativas. En la primera sesión, en la que normalmente
se asignan los cargos, José fue propuesto por una de las munícipes
para el de Teniente Alcalde, resultando elegido en forma unánime. En
principio se pensó que su condición de delegado distrital podría ser un
impedimento para el ejercicio de la función. José consultó el aspecto
legal con Arturo, quien al plantearse formalmente el asunto, sostuvo
la decisión del Concejo. El alcalde, connotado hombre de leyes, explicó
que la elección estaba ajustada a ley ya que el delegado distrital tenía
las mismas prerrogativas y derechos que cualquier regidor y
abiertamente expresó su apoyo y confianza al Teniente Alcalde electo.
En menos de un año se había dado un sorpresivo cambio en el
peso de las responsabilidades. Arturo y José analizaron la situación y
delinearon una norma de comportamiento acorde con las
particularidades del momento. No podían soslayar su filiación política
y se tenía que compatibilizar los principios partidarios con la realidad
concreta a la vista. Se encontraban a las puertas de una nueva
experiencia y allá fueron dispuestos a cumplir en la mejor forma con
su deber cívico.
Leoncio Miranda, en el papel y para todos, era una valiosa
adquisición; cusqueño, pero podía considerarse abanquino por sus
largos años de residencia, de corazón lo era; andaba por los
sesentaitantos llenos de madurez y experiencia. De talla breve, fino en
cuanto a contextura, de ojos vivos y grandes que se escondían detrás
de unas gafas de oro y delicados cristales que le daban un aspecto de
hombre de estudio. En sus presentaciones asumía actitudes

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cuidadosamente estudiadas; circunspecto y muy formal en los actos
oficiales y de oficina; alegre y hasta explosivo en las reuniones sociales
y privadas. Fue también lo que los ingleses llaman un sportman, le
gustaba practicar el tenis, su deporte favorito; los domingos y antes
del medio día le gustaba exhibirse por las calles céntricas de la ciudad
con un atuendo inmaculadamente blanco que remataba con lU1 gorrito
del mismo color, cuando iba al encuentro de sus contendores de
siempre: Antuco Salas, Manuel Gustavo Manrique, Guillermo Pareja,
Antonio Villafuerte, Toribio Ortíz, igualmente uniformados con idénticas
tenidas. Los encuentros se verificaban en el pintoresco y bien mantenido
court del Law Tenis -vaya con los anglicismos-.
Las opiniones de Leoncio eran siempre escuchadas y
consideradas y, por lo tanto, bien recibidas. Se esperaba mucho de él,
su sola presencia había despertado gran expectativa y esto ya era un
punto a favor del municipio al que le daba prestancia y valimento por
adelantado. Durante los tres primeros meses de su gestión citaba y
presidía las sesiones en forma regular. Hizo algunos reajustes de orden
administrativo, pero paulatinamente iba espaciando su concurrencia y
fue delegando todo el manejo del concejo al teniente alcalde. Pronto
se hizo evidente su ausencia en el ayuntamiento y nunca dio una razón
clara de su conducta, aunque en alguna ocasión dejó entrever que la
causa residía en la falta de apoyo del gobierno central a la gestión
municipal sin explicitarlo formalmente. Por lo demás, parecía tener la
certeza y la esperanza de que Enrique Martinelli, senador y presidente
del Congreso, podría interceder para modificar o hacer anular la
resolución de su no ratificación; algo que no estaba al alcance ni del
propio Presidente de la República. En la práctica el alcalde había hecho
abandono del cargo; sin embargo y cosa curiosa, toda vez que llegaba
a la ciudad algún personaje importante se presentaba y reasumía sus
funciones sólo para pronunciar los discursos de salutación y no pocas
veces para aprovecharse de la oportunidad lanzando críticas acerbas
al Poder Judicial, en una suerte de catarsis sentimental por lo que
consideraba, la gran injusticia de su vida.
En éstas circunstancias, los últimos meses del 57, José era la
cabeza visible de la comuna. Pero como las cosas no tenían la

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normalidad requerida porque la responsabilidad se ofrecía
ostensiblemente recortada ya que el alcalde circulaba permanentemente
por la ciudad y José lo único que hacía era mantenerse a la expectativa.
El municipio estaba serniparalizado y los regidores habían hecho
conciencia de la situación. Tampoco se avizoraba una tímida licencia y
mucho menos una renuncia. Aquí, con toda razón, cabía declarar la
vacancia de la alcaldía. José no podía tomar una iniciativa semejante y
solicitó la intervención y los buenos oficios del prefecto en su afán de
buscar una salida pacífica y tranquila. El prefecto sugirió un prudente
compás de espera hasta diciembre, mes en el que podía tornarse una
decisión política definitiva renovando totalmente el cuadro de
cabildantes para 1958.
La obligada encargatura de la alcaldía le permitió a José estrechar
sus relaciones con el prefecto y de paso establecer sólidos vínculos
con los sectores oficiales y las organizaciones de la comunidad.
También, las posibilidades de una comunicación fluida con los
parlamentarios mejoraron notablemente y en forma especial con
Enrique Martinelli, con quien se mantuvo una relación epistolar bastante
nutrida. Las cartas, en gran parte, eran un repertorio de pedidos que
a las finales no tuvieron eco ... como nos habían enseñado desde la
escuela ... «el papel aguanta todo». Los recursos solicitados 'por el
concejo para las obras empíricamente programadas no llegaron nunca.
Las partidas conseguidas por gestión parlamentaria venían al
departamento canalizadas por cada ministerio y los municipios no
eran tomados en cuenta porque sus pedidos no tenían un sustento
justífícatorio de los egresos. Toda la armoniosa intercomunicación de
fines de 1957 rindió sus frutos traducidos de alguna manera en una
ganancia de dividendos políticos, el compromiso de que José
encabezaría el cuerpo edil para el siguiente año. José expuso el asunto
en el seno del comité de su partido cuya secretaria general detentaba
Arturo. Se intercambiaron ideas con respecto a la constitución del
nuevo concejo. El cuadro quedaría definitivamente conformado después
de las reuniones de coordinación concertadas con el prefecto y los
representantes del Movimiento Democrático Peruano, el partido
político de Manuel Prado, entonces inquilino de Palacio de Gobierno.

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VIENTOS DE FRONDA

En Junio de 1957, José recibió una comunicación de Alipio


Fernández, Administrador de la Oficina Departamental de Correos,
se le conocía por el «manchado» debido a un gran lunar café con leche
que resaltaba sobre la tez blanca del lado derecho de su rostro.
Fernández solicitaba una entrevista urgente con el alcalde, la que se le
concedió y se produjo de inmediato. Traía un asunto a tratar: la
construcción de la Casa de Correos en.Abancay. ¿Qué parte le tocaba
al concejo municipal?. En el pliego del Ministerio del Interior y en el
Sub-Pliego de la Dirección General de Correos y Telecomunicaciones
aprobado en 1956i se destinaba una partida de ochenta mil soles con
dicho fin, la misma que figuraba consignada a nombre del Concejo
Provincial de Abancay, como unidad ejecutora de la obra. La
consignación de la partida al concejo no tenía un claro sustento
presupuesta]; al parecer primó la idea de que el municipio contribuiría
a la citada obra con la donación de un terreno. Esta condición se
convertiría en el primer obstáculo, porque el ayuntamiento no disponía
del campo adecuado y tampoco contaba con dinero en caja para su
adquisición. De otro lado, la partida en cuestión, no podía ser aplicada
en la compra del área terrenal requerida. Pese a todo, se dispuso la
elaboración de los proyectos respectivos, la parte correspondiente a
los presupuestos de financiamiento señalaban la insuficiencia de la
partida acordada. El gestor de la obra era el senador Martinelli, quien

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fue informado de las limitaciones anotadas. Entre tanto la
administración municipal de 1956 había dispuesto la colocación del
dinero en un banco local, Guillermo Casapia, regidor y Síndico de
gastos era a su vez administrador del Banco Popular en el que se
habían depositado dichos fondos y a mucho menos del año ya había
ganado sus intereses, lo que demostraba que dichos recursos estuvieron
bien cautelados. Guillermo Casapia seguía como regidor y también
como síndico de gastos del concejo de 195 7; bancario de larga
trayectoria, caracterizado por su eficiencia y plenamente identificado
con la vida institucional y social de Abancay, fue el encargado de
informar al cabildo sobre éste asunto, que así iniciaba un capítulo de
un largo lapso de controvertidas como desagradables situaciones.
El administrador Fernández, en una posterior comunicación,
solicitó la intervención del concejo para que gestionase la compra de
un edificio cuya construcción no estaba terminada. En efecto, era un
local muy bien ubicado entre las calles Arequipa y Junín y que se venía
levantando para la sucursal de la Firma Lomellini; construcción que se
interrumpió por las dificultades de dicha firma relacionadas con las
consecuencias del último gran conflicto mundial. El concejo al tomar
conocimiento del pedido del titular de Correos, acordó encomendar el
asuntó al teniente alcalde,· con cargo a mantenerInformado de las
ocurrencias al cabildo.
Se procedió de inmediato a las indagaciones y a establecer los
primeros sondeos que comprendieron como primera cuestión, el
estudio y el examen completo de los antecedentes y el estado actual
del inmueble. Lo que más interesaba era el costo, en esos momentos
estaba al rededor de los ciento cincuenta mil soles, unos siete mil dólares
americanos de 195 7. Se solicitó a la Oficina de Caminos y al ingeniero
Hípólíto Palomino, asesor del municipio, para que independientemente
procedieran a la valorización técnica; éstas justificaban la transacción
en el monto señalado. Sebastián Barnickel, ciudadano alemán con
residencia en Abancay y casado con la distinguida educadora Violeta
Contreras, había sido el constructor y director encargado de la obra
por la firma Lomellini; solicitada su opinión, ésta no solo apoyaba la
adquisición sino que la recomendada. Toda la información exhaustiva

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fue remitida al senador Martinelli; quien impuesto de los precedentes,
manifestó su total acuerdo con la adquisición del local en cuestión y de
inmediato gestionó una partida adicional que factibilizara la operación
y garantizara los trabajos de culminación del edificio. Martinelli tomó
el problema con sumo interés y a principios de diciembre ya se podía
dar cara al trato.
Como quiera que el negocio entraba en su etapa de mayor
seriedad y contando con los recursos necesarios José consultó con
Arturo sobre ¿cuál debería ser el próximo paso a seguir?. Arturo opinó
por cuidar y asegurar la parte política; en aquellas circunstancias se
pensó que con la aquiescencia de Martinelli y la coordinación con la
Administración de Correos, era suficiente; error de cálculo, no le dieron
sitio a los dirigentes locales del partido gobernante; algo que si en su
oportunidad se hubiese tomado en cuenta, se habrían evitado muchos
sinsabores.
En éste periodo la dupla, o como decían los paisanos, la yunta
Arturo-José, funcionaba satisfactoria y milimétricamente. Como quiera
que Arturo fue el responsable de que José estuviera en este candelero,
era consultado en todo y en cuanto de lo que debería hacerse para no
«meter la pata». Había llegado el momento de tomar decisiones
delicadas, con dinero del estado por en medio y siendo la primera vez
que estaban involucrados en su manejo se tenían que extremar los
cuidados. Arturo aconsejó el trato directo con el propietario del
inmueble; consultado y discutido con los síndicos y el administrador de
correos el criterio enunciado, se acordó entablar la negociación directa.
José debió viajar a Lima por asuntos personales y se aprovecharía de
su paso por e\ Cuzco para establecer el contacto con la firma Lomellini.
Solicitó una entrevista con el representante legal anunciando el objeto
de la visita para su regreso de Lima: pensó que así se acomodaba
mejor el procedimiento porque interesaba recoger opinión directa de
Martinelli, igualmente interesado en una pronta solución del problema.
Martinelli puesto en autos con un informe analítico sobre la
situación, otorgó su aprobación a todo lo actuado en torno a la casa
de correos para Abancay, es más manifestó su satisfacción y ofreció
secundar al municipio hasta la consecución de la obra. Entre otros

27
aspectos tratados con el senador, estuvo el relacionado al concejo para
1958. La propuesta ya estaba en manos del Ejecutivo y haciendo
honor a su compromiso, José sería el alcalde de Abancay.
José de nuevo en el Cuzco se percató que la entrevista solicitada
había sido aceptada y programada. El interlocutor: don Carlos de Luchi
Lomellini Cottardo, Director Gerente de la firma Ces. Lomellini
Sociedad Anónima; nada amenos ni nada más que el ex propietario
de Patíbamba, la gran cruz que por largos años cargó sobre sus espaldas
el pueblo de Abaneay. Desde estos instantes la mente de José estaba
totalmente ocupada por el personaje más que por el asunto que iban
a tratar, ya que éste después de todo, se convertía en una rutinaria
gestión administrativa. Le intrigaba el pequeño hombre cuyos claros
ojos parecían estar siempre mirando por encima de las grandes lunas
de unos lentes alojados en una montura aurea, de un accionar lento,
caminaba como si le costara trabajo levantar los pies, después le
explicarían que usaba unos zapatos especiales para mejorar y
compensar su baja estatura. Era un hombre de fuerte contextura. No
tenía la facies del ítalo romano clásico, tenía mas bien el rostro redondo
de luna llena y de expresión bonachona, no se desprendía de un habano
que parecía llevarlo adherido a la boca. Después de más de veinte
años era la misma imagen del plutócrata· que José había conocido en
sus distantes años de la adolescencia, cuando en los meses de vacaciones
toda la familia Lomellini convertía Patibamba en un lujoso balneario al
mismo estilo europeo y donde los únicos felices eran precisamente los
dueños. La casa hacienda era preparada con sumo esmero y con el
máximo confort. En el centro de la estancia, protegida por paredones
de concreto reposaba una piscina de aguas cristalinas donde se
solazaban las invitadas luciendo exóticos trajes de baño y teniendo
como anfitriona a la esposa del magnate, una rubia italiana de glaucos
ojos y blonda cabellera. La mayoría de visitantes procedían del Cuzco;
quizás el único grupo de abanquinos presentes eran los Gamero Roberti
donde destacaba Rina, una jovencita muy fina, una «barby» de singular
belleza e inteligencia que sobresalía en la comparsa multicolor¡ en
tanto que Pito y Chichilo hacían de las suyas con César y Carlos, los
hijos de Lomellíní y tocayos por coincidencia con los dos hermanos

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abanquinos y algunos chiquillos blanquiñosos snob de la sociedad
cusqueña. No faltaban los integrantes de la familia Moscoso Barrio de
Mendoza, el jefe de la misma era el gerente de Patibarnba, su esposa
doña Blanca Barrio de Mendoza, esbelta beldad andahuaylina y sus
hijas que sobresalían por su hermosura y que por muchos años
adornaron el ambiente abanquino.
Don Carlos Gamero y doña Esther Roberti fundaron una de las
más notables familias de Abancay cuyas raíces apurimeñas son los
Roberti. Las hijas; Cámela, una belleza física y espiritual inextinguibles,
casó con Carlos Bush, médico sabio y todo bondad, identificado con
la salud de toda la población y distinguido hombre público. Mercedes,
guapa como las hermanas, con singulares dotes de artista, pintaba
primorosas estampas abanquinas, José rec'uerda el «Chascacha» que
adorna el salón principal de Club Unión. Completaban la familia;
Carlos, Roda, César y Ruth. Carlos Gamero, arequipeño de larga
estancia en Abancay a donde llegó como funcionario de la Caja de
Depósitos y consignaciones y después representó a uno de los
hermanos Le.tona e.n su empresa. Los Letona, José-y Maria, dueños
de lllanya, Pachachaca y San Gabriel, allá por los años veinte,
manejaron un complejo industrial importante, cuyas huellas se han
perdido; se producía azúcar, ron, a\coho\ medicina\, entre otros
productos lamentablemente no continuados ni reeditados. Al término
de su compromiso con la firma Letona, adquirió una pequeña
hidroeléctrica y un molino de trigo a orillas del mariño y en las faldas
del Paccpapata, la heredad de los Pinto Pinto. Por muchos años
dispensó servicio eléctrico, público y privado, en Abancay. Todavía se
recuerda que entre los robustos y vigorosos brazos del pisonay de la
avenida Arenas, el señero árbol de Abancay, operaba una miniestación,
desde donde Marcos Rarnirez, el único electricista de la región,
manejaba la distribución del fluido. El molino, por su parte y por muchos
años, fue el principal abastecedor de harina de trigo de alta calidad. El
producto era transportado generalmente a lomo de acémilas hasta la
casa de los Gamero en la ciudad y se descargaba por la entrada que da
a la calle Junín. Entre las bestias transportadoras destacaba un burro
de carácter especial porque trabajaba por su cuenta y riesgo. Le

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cargaban el saco de harina y no necesitaba de conductor ni de
supervisor, dueño de sus propias decisiones se tomaba el tiempo que
quería para ir y volver de la cuidad, pero ¡ay! de la persona extraña
que se le aproximara. Era un burro trabajador y disciplinado a su
manera, era el único animal de su especie y de su género que se daba
el lujo y la satisfacción de no trabajar como un burro. Chichilo debe
recordarlo con disimulado afecto porque sus compañeros le gastaban
picantes bromas, haciendo ocurrentes como graciosas comparaciones
con el famoso jumento; en las que se incluía una rima: «Chíchilo Gamero
y su burro el harinero», Don Carlos al dejar ambas ocupaciones se
dedicó al comercio en diferentes líneas. Siempre atento y presente en
cuanta actividad social se realizaba; entre otras cosas, dirigió la
construcción del estadio del Olivo y cuando José estuvo en la alcaldía
prestaba sus valiosos consejos como viejo conocedor de Ja realidad
abanquina.
Las actividades que se escenificaban en Patibamba, constituían
el centro de atención y la curiosidad de todo el pueblo, más por lo
exótico y esporádico que por interés valedero o esencial. El espectáculo
gratuito despertaba sobre todo un inusitado interés y entusiasmo en el
grupo de adolescentes que utilizando mil artimañas eludían la severa
vigilancia de criados que impedían el ingreso y la presencia de extraños.
Los impertinentes chiquillos se ubicaban en la mejor localidad de
expectación, la azotea de una torre emplazada a un costado del jardín
donde lucía la bonita alberca. La torrecilla tenía su campanario como
en todas las haciendas de las quebradas de Apurímac y cumplían una
importante función, la de marcar los tiempos de trabajo y descanso de
la peonada; en Patibamba había reemplazado a un pito de potente
voz cuyos sonidos se obtenían de la fuerza del vapor de las máquinas
de molienda de caña, semejantes a los que caracterizan a los trenes. El
campanario sin proponérselo, servía también como reloj público a la
ciudad y sus aldeas ya que la vibración del tañido de sus bronces se
entendía por todo el valle y así marcaba las horas claves de su que
hacer diario. El repique de las campanas comenzaba como voz
preventiva a las cuatro de la mañana y se repetía a las cinco, convocando
a los trabajadores del campo. A las seis de la mañana señalaba el
inicio de la jornada diaria; a las nueve marcaba un breve descanso

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para un refrigerio de media hora (el paiccoi en Quechua), cumplido el
tiempo un corto tañido avisaba que el «paiccoi» había terminado. A las
dos de la tarde un nuevo repique anunciaba el almuerzo, otra media
hora (el tablai); a las seis de la tarde el más ansiado toque, ponía final
a un largo y agotador día de trabajo de más de doce horas. ;Sí! y ya
nos encontrábamos en pleno siglo XX, ya se conocía el mensaje de la
Rerum Novarum del papa León XIII; estaba en vigencia la jornada de
las ocho horas de trabajo y en los latifundios del Perú seguía la
explotación del hombre por el hombre; ¡doce horas de trabajo
continuado! y por salarios de hambre y se decía que éste era parte de
un sistema compensatorio por el uso de las tierras el que formaba
parte del salario o jornal de los peones. Pero el fenómeno no constituía
la única forma de abuso y explotación. Hasta la generación de José, el
pueblo de Abancay, había sido testigo de la aplicación de los llamados
{<yerbajes», que consistían en la requisa periódica y total de cuanto
ganado en pie había en el valle. Bobinas, ovinos, equinos, porcinos,
caprinos, eran masivamente arreados a los corrales de Patíbamba. La
población durante esos días entraba en un cierra puertas para evitar
accidentes, porque las manadas en loca carrera atravesaban toda la
zona y las calles de la ciudad. Ya en la hacienda, se procedía al
reconocimiento y al pago del «yerbaje» de acuerdo al número de
animales; sino se podía cancelar el tributo impuesto por el feudal, éste
se quedaba con el cuadrúpedo.
Todo significaba ganancias para el dueño y señor de la hacienda.
Sin embargo, la vena más importante de sus ingresos era la producción
de aguardiente de caña de azúcar, el «oro verde» de la economía, que
además de las utilidades de la venta tenía el ingrediente del
«contrabando» en magnitud considerable. Todas las abusivas
operaciones siempre contaban con el silencio y la ceguera cómplice
de las autoridades oficiales; ciegos, sordos y mudos, frente al abuso y
la explotación de la gente campesina y por lo mismo, frente a la patente
evasión de impuestos, Sin duda, todo un complejo problema social y
económico cuyo análisis escapa al presente relato.
Patibamba fue parte de una patología social que afectaba a todo
el agro nacional. Con Patibamba comenzamos a familiarizarnos con

31
el grito de la «reforma agraria», era el eco de la revolución mexicana
que repercutía en los países hermanos de indoamérica. Por los años
treinta ya se gestaba la «expropiación de Patíbamba», un grupo de
visionarios, de aquéllas clandestinas reuniones, afirmaba que éste
proceso, el de la expropiación, significaba el estancamiento o la propia
vida para Abancay. En efecto, en el grupo de abanquinos soñadores
destacaban: José Domingo León y su hermano Luciano, César Tejada,
Julio D. Pinto, Francisco Triveño, Jesús Espinoza, Gerardo Zegarra,
César Casafranca, Washington Vargas, Celso Espinoza, Mariano
Román y Antonio Guzmán. Su principal actividad, la recolección de
firmas para respaldar el consabido memorial al Presidente de la
República; era el único expediente y único instrumento utilizado con
la ilusión de ser escuchado por el gobernante virtualmente
comprometido con los dueños del Perú, los terratenientes , muchos
de ellos encaramados en los ministerios y en las sinecuras
parlamentarias. Dos o tres de estos memoriales elaborados en años
posteriores siguieron idéntico destino, ir a engrosar el olvidado archivo
de imposibles de palacio de gobierno. Así fue como se dio inicio a la
gestación de un grande y largo proceso para desintegrar el feudalismo
imperante.
El tema de Patibamba, en el contexto global de la reforma agraria
en el país, ocupó un sitial de preferencia y de honda preocupación en
el pensamiento de los intelectuales apurimeños, sin distinción de colores
políticos, José María Arguedas, nacido en Andahuaylas y sin duda
nuestro mejor exponente como polifacético escritor, en los Ríos
Profundos, publicado en 1958 se refiere a Abancay como «Un pueblo
cautivo levantado en la tierra ajena de una hacienda» ... «Abanea y no
podía crecer porque estaba rodeada de la hacienda Patibamba» y
registrando las experiencias vividas a su paso por Abancay por los
años 1924 y 1925, un adolescente de 14 años, en sentida denuncia
que entraña un diagnóstico de certeza nos habla de su pobreza, su
silencio, su clima ardiente y de la corriente poderosa y triste que golpea
a los niños y a los hombres del campo, a sus «runas».
En esta línea de doctrina social y de lealtad a Abancay, a su
debido tiempo y en su debido momento; en forma más puntual y
directa, levantaron sus voces y dijeron su palabra franca, abierta y

32
valiente: Lucio Castro, José Raúl Cáceres, Manuel Gustavo Manrique;
Gonzalo Sotelo, Juan Pablo Castro, Mario Gutierrez, Ricardo Dávalos,
Hermógenes Casaverde, Mario Tejada, Rubén Chauca, César Míranda,
Antonio Segovia. Arturo y José juntamente que Juan Manuel Méndez,
otro perseguido político, que venían a renglón seguido, en su hora
también cumplieron en sostener la idea uníversalmente aceptada para
imponer una política de renovación y reformas en el Perú rural. Se
tenía conciencia de la urgente aplicación de la llamada reforma agraria
como el proceso de la transformación económica y social del país y
cuyos resultados, como ha demostrado la historia, no sólo dependen
de la correcta aplicación de una ley; sino, de la concepción racional de
los programas, de la continuidad del apoyo científico y técníco en su
ejecución; que garanticen una respuesta satisfactoria del hombre a su
adaptación al cambio.
Al margen de los componentes del complejo problemático del
agro nacional, como el de la excesiva concentración de la propiedad,
la deficiente utilización y explotación de las tierras y su injusta
distribución, el régimen de trabajo, la falta de agua, etc., etc., la situación
de las condiciones de vida de la población rural, su pobreza, su
ignorancia, su atraso; configuran uno de los más graves y grandes
problemas de injusticia social; entonces; una de las consecuencias
esenciales y un objetivo básico de una reforma agraria bien concebida,
debía ser y tenía que ser; la revalorización del campesino, elevando su
nivel de vida, con salud, educación y bienestar integral.
La expropiación de Patibamba fue siempre una cuestión de vida
o muerte para Abancay, un problema de espacio vital para su desarrollo.
Dentro de un proceso de reforma en el agro, Patibamba era prioridad
UNO; el comienzo de la revolución en el campo abanquino, tenía que
inaugurarse con Patibamba. Y en éste capítulo a José y Arturo les
tocó vivir y participar de los momentos de la coordinación y de la
concertación de acciones con la representación parlamentaria. A
Patibamba le había llegado su hora y cuando se promulgó la ley, fueron
ellos con la Sociedad de Artesanos que organizaron una movilización
masiva de la población y con un imponente y gigantesco mitin, en el
que estuvo Rafael Martinelli, en representación de su hermano Enrique;
Abancay rindió tributo al advenimiento de su segunda independencia.

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Un aspecto de la manifestación multitudinaria por la expropiación de Patibamba.
Alejandro Martinelli, a su lado Germán García, César Miranda, Abelardo Pinto,
Germán Trujillo, escuchan la intervención de José.
Enrique Martinelli fue la cabeza visible de la realización de este
caro anhelo del pueblo abanquíno como autor de la ley de expropiación
de fines de 1956. Pero, y en fe de verdad, Jorge Samanez jugó el rol
principal en la etapa de la aplicación y Ejecución. Martinelli, sin duda
alguna, fue el político apurimeño con mejor visión, el más eficiente y
batallador parlamentario del siglo XX.
Después de la dación de la ley, el proceso mismo de la
expropiación fue dilatado. En principio, se tuvo que vencer la oposición
del propietario Cirílo Trélles, oposición carente de un sustento racional.
En cierto modo y para muchos entendidos, la tasación del fundo le
resultaba favorable. Superado el conflicto y aprobado el Reglamento
de la ley en Marzo de 1957; el Concejo deAbancay, facilitó y suministró
todo el apoyo logístico para los efectos del establecimiento,
organización y funcionamiento de la Junta de la Pequeña Propiedad,
el organismo encargado de la fase ejecutiva, la misma que comprendía
la lotización, valorización y distribución de las tierras y cuya conducción

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estuvo permanentemente fiscalizada por el municipio. Las dilaciones
de aquel período fueron de total responsabilidad del Fondo Nacional
de Desarrollo, la entidad encargada de la transferencia presupuesta)
para el pago de la expropiación y de la asignación de los recursos de
personal técrúco y profesional para los trabajos de lotización y valuación.
La adjudicación de los lotes demoró varios años, especialmente en el
área rural distante de la ciudad. La entrega de las tierras, previo los
requisitos de inscripción y sorteo, se desarrolló en forma pacífica y sin
incidencias trascendentales; con la sola excepción de que en el período
de 1967 a 1969, el concejo municipal, pretendió modificar el espíritu
de la ley para satisfacer menudos intereses partidarios, aprovechando
que el municipio había sustituido en sus funciones a la Junta de la
Pequeña Propiedad. El incidente motivó la protesta pública y oportuna
de Jorge Sarnanez, por entonces Presidente de la Junta Departamental
de Obras Públicas de Apurímac y la denuncia periodística de Arturo.
La aludida Junta de la Pequeña Propiedad fue instalada y presidida
por el fiscal David Mujica, firmante de la escritura de expropiación. Le
sucedió en el cargo el fiscal Orestes Dávila, quien culminado el proceso
y por mandato de la ley, dejó las responsabilidades de los remanentes
de la etapa final al Concejo Provincial de Abancay.
La expropiación tuvo una concepción propia, la de Enrique
Martinelli, su gestor. El grupo aprista que líderaba su secretario general
Arturo Miranda, disentía en muchos aspectos de aquella concepción.
Pero dadas las óptimas relaciones con Martinelli y estando de por
medio el compromiso del más alto nivel, de secundar y sostener la
política de la Convivencia Nacional; las críticas que se formularon fueron
más bien de carácter interno. Por lo demás, la ley era un hecho concreto
y sólo quedaba el acatarla. El punto más álgido era por cierto, que se
seguía postergando al sector de la población que debió tener la primera
prioridad en la adjudicación de las tierras expropiadas; esa peonada
de la hacienda compuesta íntegramente por los campesinos y sus
familias; hombres, mujeres y niños, secularmente explotados por los
latifundistas.
Enrique Martinelli provenía también de una familia de
terratenientes propietaria de Vilcabamba y Esperanza, dos predios en

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la quebrada del Pachachaca, este es otro de sus méritos. De formación
política esencialmente social demócrata, se convirtió en la figura política
más destacada e importante durante más de una década, sin contar el
ejercicio de la diputación por Antabamba en 1945. La expropiación
de Patibamba, con todos sus defectos, abrió el camino de la
recuperación del pueblo abanquino y ha sido probablemente, el hito
más importante de la evolución social de la región. En esta línea de
acción, hay que mencionar la total identificación del grupo
parlamentario de entonces que además de Martinelli y Sarnanez, lo
integraban, Américo Vargas Fano, Agustín Tamayo, Alejandro Niño
de Guzmán y Daría Luna.
En el orden material y espiritual la expropiación de patibamba y
Maucacalle y la subsiguiente adjudicación de sus tierras, significó un
notable avance. Al fin se podía disponer del espacio vital para impulsar
su desarrollo económico y social. Recién, al menos, el sentido de la

Otro aspecto de la manifestación por la expropiación de Patib arn ba. Alejandro


Martinelli y José; con Raúl Luna, Jesús Sierra, Juan Luna, Abelardo Pinto, David
Pinto, Estanislao Loa iza, Marcos Ram irez, Pancho Gonzalez y Manuel Burgos, entre
otros.
vista podía recrearse con todo lo que le rodeaba; todo aquel mundo
empezó a ser distinto y recordando a José Maria podía decírsele que
había terminado el cautiverio, porque el poblador podía ya gritar que
aquel mundo era recién suyo ... y recién alcanzamos a decir con todas
las razones, con todo el alma y con todo el orgullo: MI ABANCAY.
Arturo y José, tiempos después, tendrían la oportunidad de hacer
con Martinelli los inevitables comentarios retrospectivos sobre el tema.
El viejo zorro, con un ágil y hábil esquive sentenciaría: «En aquellos
momentos, era lo que mejor se acomodaba y convenía a los intereses
de Abancay». En 1963, asumiría una posición y una actitud más
avanzada como firmante del proyecto de reforma agraria, convertido
en ley y promulgada por Belaúnde y en cuya discusión, estructuración
y elaboración tuvo una relevante participación otro ilustre apurimeño
Washington Zúñiga Trélles; ley que en doctrina, recogía el pensamiento
de justicia social para los hombres del campo del Perú y que
desgraciadamente iba ser transformada, distorsionada, desvirtuada,
trastornada y prácticamente liquidada por la dictadura de Velazco; pero
que estamos obligados a reconocer, permitió, con los mismos defectos,
la liberación de las tierras de Illanya, San Gabriel y Pachachaca.
A las cuatro de la tarde del 20 de Enero de 195� José estrechaba
la mano de Carlos de Luchi Lomellini, el platudo italiano afincado en
el Cusco, panudo y orgulloso de haber coronado sus sueños de
grandeza, era inclusive, propietario del palacio imperial de
Ccolccampata a los pies de la fortaleza incaica de Saccsaiwaman;
poderoso industrial y dueño de un monopolio comercial en el sur del
país. Estuvo puntual a la cita y se arrellanó en su cómodo escritorio
tallado al más puro estilo barroco colonial. Los cálculos de José fallaron,
él pensó que Lomellini iniciaría el diálogo con algún comentario
introductorio sobre su paso por Abancay, al no ocurrir así, el alcalde
se vio obligado a exponer el motivo de su visita y; la respuesta, fue
directa y concretamente al precio del inmueble: «son ciento ochenta
mil soles y se da por cerrado el negocio». José después de brevísimos
instantes de desconcierto reaccionó y le recordó que un representante
de su firma lo había ofertado en Abancay a menor precio y que entre
los pretendientes todavía estaban a la espera de una decisión el señor

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Luis Paz, actual prefecto del departamento; doña Concepción de
Tríveño y Alfredo Vásquez. Es más, siguió arguyendo el alcalde, hace
mes y medio, por carta suscrita por Ud. y dirigida a Alipio Fernández,
Administrador de la Oficina de Correos, se señalaba la suma de ciento
sesenta mil soles. El pequeño y ladino aristócrata, dibujando una sonrisa
irónica, sin atreverse a negar las afirmaciones del alcalde, primero
arguyó que las mencionadas ofertas habían sido alcanzadas hacía más
de seis meses, cuando la situación económica era distinta; pero, que
en el caso de la carta al Administrador de Correos, de verificarse su
certeza, ésta sería su última palabra y acto seguido pidió a su secretaria
copia del documento aludido e instantes después se confirmaba la
veracidad de su existencia. De esta manera se convino en el precio,
con la salvedad de que su aceptación definitiva se subordinaba a la
aprobación del Concejo Provincial de Abancay.
Siguiendo las recomendaciones de Arturo, se suscribió una
«promesa de compra venta» esa misma tarde. José recabó tres copias
simples de la minuta. Los partes notariales de la escritura para su
matrícula legal, tenían que esperar la aprobación de la operación por
el cabildo. Estos partes notariales fueron remitidos por el notario
Amadeo Fernández Baca para su inscripción en los Registros Públicos
de Abancay, el· 10 de Febrero, cuando ya se había sancionado la
adquisición.
Después de haber concretado verbalmente el asunto y mientras
se mecanografiaba la minuta, se produjo lo inevitable; algo que en el
pensamiento de José estaba en el plano de la conjetura y que minutos
después se convertía en una realidad plausible. Como parte de la
negociación salió a flote la «coima», una de las corruptelas
institucionalizadas en el país cuya presencia es una constante cuando
el Estado participa en las transacciones económico-financieras
adquiriendo el nominativo camuflado de «comisión» y al que la sabiduría
popular la ha rebautizado con el de «coimisión» para señalar su
verdadero origen. El hombre rico, con larga experiencia en el manejo
de este tipo de relaciones, esta vez también fue directamente al grano,
declaró que se tenía previsto el pago de una «comisión» del orden del
5% por ciento. José no se dio por aludido y con una simple operación
mental advirtió que se había llegado el punto medio del precio cuyo

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monto se había estimado como el más conveniente en Abancay y con
el talante más natural aceptó la comisión, pero con una pequeña
diferencia en su aplicación, que dicha suma fuese girada a nombre del
concejo provincial de Abancay en calidad de donativo; el gringo se
quedó un tanto sorprendido y perplejo, dio una fuerte chupada al
habano y riendo con displicencia aceptó la idea, indicando a renglón
seguido que la entrega se efectuaría al momento de celebrar la escritura.
Así terminó la entrevista con plena aceptación y satisfacción de ambas
partes. Se había cumplido con una parte difícil de la tarea; pero también
allí comenzaría un conflicto serio y una de las etapas críticas del año.
José, a pesar de todo, tenía la impresión de que en la
configuración del precio mucho tuvo que ver el hecho de que la parte
interesada en la adquisición de la propiedad era una entidad pública y
tratándose de que en la transacción había dineros del Estado, podía
inflarse al precio, para sacar mayores beneficios y para satisfacer las
aludidas «comisiones»; todos los signos de la ortodoxia del soborno o
la dádiva corrupta. Se había hecho la pelea para tranquilidad de nuestra
conciencia.
José debía volver de inmediato a Abancay y no había la seguridad
de que la carretera estuviera habilitada ya que en el viaje de venida un
gran derrumbe en Ccello Ccacca lo obligó a un larga y penosa espera.
Apurímac es una región de una orografía salvaje, agresiva e indomable;
Antonio Raimondi al recorrer la sucesión de grandes montañas y
profundas quebradas lo comparó con un «papel arrugado». Sobre esta
geografía, los ingenieros peruanos han construido una carretera ramal
de la Panamericana, que atraviesa todo el departamento.
A poco más de 70 kilómetros de Abancay y a escasa distancia
de Curahuasi, su distrito más importante, se alza al cerro Ccello Ccacca
y un poco más adelante se abre la Quebrada Honda. El cerro debe su
nombre a sus tierras de color amarillo ocre y que se caracteriza por
presentar una fisiografía erosiva intensa y cuyas faldas se estiran en
irregulares playas a orillas del Apurímac, el más grande del sur peruano
al que debe su nombre el departamento. La Quebrada Honda como
también indica su nombre, angosta y muy profunda, parece arrancar
del propio corazón de la tierra abriéndola como si fuera una gran
herida que en épocas de lluvia sangra inmensos torrentes de barro y
lodo que van a morir con agónico estremecimiento en el caudaloso río.

El Cañón del Apurímac en los bajíos de Carrn en

De Abril a Octubre, reina absoluta calma en la zona y los vehículos


ruedan tranquilamente rompiendo con el ruido de sus motores la quieta
y reposada soledad de sus punas, sus hoyas y breñales. Este largo
periodo de reposo se convulsiona en la estación de lluvias. Las
precipitaciones pluviales se intensifican en el intervalo de noviembre a
marzo y al infiltrar los suelos, aceleran la erosión y favorecen los
derrumbes de las tierras deleznables. Gran parte del año un riachuelo
medroso y de aguas cristalinas recorre el lecho de la Quebrada Honda
y en la época de los aguaceros se hincha el torrente en tal forma que
provoca paroxismos catastróficos que ponen en movimiento con fuerza
y energía tremendas, colosales masas de lodo y rocas y efusiones de
barro que colman la quebrada, arrasando y borrando todo cuanto
encuentran a su paso: caminos, puentes, árboles, llegando con furia y
estrépito hasta las aguas del gran río. El fenómeno se repetirá

40
sistemáticamente todos los años y, es tanta su magnitud e intensidad,
que es causa de los cambios bruscos que sufre la fisonomía de aquellos
parajes.
Los gigantescos aludes y derrumbes del Ccello Ccacca y las
avalanchas de lodo y rocas de la Quebrada Honda, son los temibles
obstáculos para hombres y vehículos que van y vienen de la ciudad de
los incas en esta época del año. Muchísimas veces han sembrado dolor
y luto; camiones portando productos de la región a Lima y viceversa,
ómnibuses transportando pasajeros o tractores empleados en la
rehabilitación de las vías interrumpidas fueron presas de la furia de la
naturaleza, sepultados y arrastrados a la desesperación y no pocas
veces a la muerte, por esa vertiginosa fuerza de una mezcla incontenible
de rocas, agua y tierra.
Cuando los caminos son irremediablemente rotos y cortados, se
repiten las escenas de decenas de vehículos que quedan paralizados a
uno y otro lado de la vía en largas filas de incansable espera que puede
durar muchos días o semanas. Cientos de pasajeros permanecen, entre
aburridos y temerosos, absortos ante la catástrofe, los más intrépidos
trepan como cabras los escarpados cerros para alcanzar movilidad en
los carros que al percatarse del desastre emprenden el regreso al
poblado más próximo o a un lugar más seguro para protegerse.
Son las doce del día de cualquiera de aquellos meses, hora en la
que se dan cita derrumbes, aludes, carros que silencian sus motores.
Hombres y máquinas obedeciendo los designios de la naturaleza. El
sol se corona de un halo amarillo azulado y envía rayos de la más
subida temperatura; madres que se cobijan a la ilusoria sombra de un
cactus para amamantar a sus hijos, agentes viajeros cuyos ojos se
nublan de amargura al ver esfumados con la frustración del día sus
porcentajes de ganancias; en fin una hora cualquiera con la compañía
de rubios mosquitos succionadores de sangre y con un sol ardiente
que quema los cuerpos y que paradójicamente, con la ineludible
angustia, hace sentir frío en los espíritus.
Rompiendo aquella quietud desesperante, se oyen gritos y voces
de hombres, es la cuadrilla de los trabajadores de «caminos». Una alegría
inconsciente asoma a todos los rostros en una sonrisa de esperanza.

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Son una veintena, quizás treinta, de hombres curtidos y acerados en
un duro traginar y especializados en rehabilitar caminos. Mal pagados,
pero con una vocación de servicio de hondos alcances humanos. llegan
cubiertos de barro, mostrando en sus rostros surcos bronceados por
donde ha corrido el sudor a raudales. Alguien exclama eufórico, ¡ ahí
estéa e1 capataz Luna .... 1 ¡ st'1.... ¡ si' .1 . .. con fir man otras voces, como
tratando de prenderse a la tabla salvadora de un naufragio. No hay
dudas. ;Es él ! , el viejo caminero Justo Luna; con la respiración jadeante
y a pesar de los años, pasa por delante de los desanimados transeúntes,
con trancos ágiles, se diría corriendo, el dorso un tanto encorvado ...
se detiene al borde del precipicio que ha abierto en bicel la ruptura del
Ccello Ccacca.
Justo Luna, es un hombre que ha envejecido reparando y
restañando las heridas de los caminos carreteros de Apurímac. De
talla menos que mediana, delgado, de morena tez tostada por el cálido
sol del cañón del rey de los ríos, de cabello entrecano, el rostro
atravesado de ostensibles arrugas que no dibujan la máscara de la
vejez, sino, la de la lucha constante y de la bondad; las manos largas,
ásperas y callosas evidenciando el rudo trabajo. Sobre los globos
oculares caen con gravedad los párpados superiores imprimiendo a la
cara una facies achinada; por esta característica lo conocen como el
«chino Luna» o simplemente el «chino Justo» ... algo le hace pensar a
José de la presencia de los genes de la raza de Lyn Yu Tang, que han
hecho de él también, LU1 ser· cuya filosofía es la de comprender los
problemas simples del hombre para devolverles la «alegria de vivir».
Los pequeños ojos de don Juto, como también se le llamaba,
parecen achicarse aún más para mejorar su agudeza visual, la mano
derecha sobre la frente como visera, la boca abierta con los labios
temblorosamente encogidos, como silvando, mira ... escruta ... estudia
y calcula. Todos permanecen en tensión, pendientes del menor
movimiento del misterioso hombrecillo que parece haber hablado
secretamente con la tierra. El gran capataz se da una media vuelta y de
inmediato le rodea su cuadrilla de obreros, a los que se unen, choferes
y pasajeros. Su palabra es breve y cortante, el tono grave y con un
objetivo perfectamente definido: «a las cinco de la tarde daremos paso»

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y, agrega, «la operación se hará en forma ordenada y durará el tiempo
estrictamente necesario para el franqueo de todos los vehículos». Se
iba a despejar lo requerido para habilitar una trocha provisional. Todos
los presentes intercambiaron miradas de incredulidad, porque el anuncio
del capataz era realmente casi imposible de confirmación. Pero, a
decir verdad, tampoco conocían realmente la capacidad de don Justo;
Dios había depositado en la estrechez de su anatomía un dínamo
biológico como fuente de su extraordinaria fuerza y energía que lo
convertía en un comprimido de gran vitalidad, a lo que añadía algo
también invalorable, su gran experiencia y sus conocimientos y, otra
cosa más aún, su elevada comprensión por los problemas humanos,
!sí!, porque en aquellas circunstancias, los accidentes naturales
arrinconan a los hombres en situaciones de soledad, desolación,
abatimiento, ansiedad, desaliento y desesperación y, ahí estaba la
presencia y la palabra del viejo caminero para transmitir sosiego,
serenidad y seguridad para sus vidas.
Las horas transcurrían con lentitud y los repliegues de las
quebradas repicaban el eco incesante del lenguaje de las palas, los
picos y barrenos y, del ronco sonar del motor diese! de un gastado
tractor; es la orquesta de la cuadrilla curahuasina que dirige con
matemática exactitud la batuta de su capataz. A las cinco de la tarde,
cuando el sol trasponía las elevadas cumbres del macizo andino, ya
aparecía abierto un apretado y angosto camino sobre la superficie de
la masa del derrumbe. Inmediatamente se dio la voz de pase a las
vehículos de ambos lados, en primer lugar lo harán los que se dirigen
al Cusco, la mayoría viene cumpliendo jornadas más agotadoras,
muchos provienen de Lima o lea, después cubrirán su turno los del
Cusco. Los vehículos, sin pasajeros, parecen encojerse para atravesar
la ajustada brecha. No habían terminado aún de acomodarse los últimos
pasajeros, cuando se escucha un ruido sordo y un suave temblor de
tierra provocado por un nuevo derrumbe; el caminito abierto había
resultado demasiado provisional; el viejo Luna se rasca la cabeza
contemplando una inmensa roca que acaba de clavarse en medio de
lo que era la carretera ... hay trabajo para mañana y, quien sabe, para
cuantos días. José tuvo la suerte de encontrar en el sitio a Washington

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Zúñiga, funcionario de la casa Ferreiros en Cusco, le ofreció un lugar
en su camioneta y fue ocasión para recordar tiempos de la infancia y
comentar aspectos de la política partidaria. Oportuno y fraternal diálogo
de actualización y de proyecciones saludables.
Aunque las noticias eran desalentadoras, pues, las novedades
decían que no había paso a Abancay. José con el fresco antecedente
de la aventura anterior alistó maletas y emprendió el regreso. Un poco
después del medio día encontró al capataz y sus rudos compañeros
almorzando a la sombra de una roca perforada que alguna vez fue un
corto túnel construido precisamente para preservar el camino de las
avalanchas de la Quebrada Honda; más pudo la furia de la naturaleza
y la inmensa mole de piedra quedó desplazada a la vera del camino y
de ésta suerte, jubilaba del servicio. Se saludaron con el afecto de
siempre, don Justo con el mensaje filosófico de sus años, José con la
devoción de sus mocedades. El capataz habló y le dijo que por hoy no
habría que preocuparse, mañana será otro día. Hacía solamente dos
horas que habían habilitado nuevamente la vía. José para satisfacer su
curiosidad le preguntó. ¿qué había sido de la roca que cayó aquel día?.
Diestros picapedreros se habían encargado de herirla rítmicamente y
sucesivas cargas del invento de Nobel se encargaron de velarla en mil
pedazos. Charlaron unos instantes y se despidieron con un abrazo· y
un !hasta pronto!.
Durante el viaje, José pensaba en el rostro de uno de los
personajes inolvidables de su tierra. Más de cuarenta años gastados en
las carreteras de Apurímac; ora organizando ejércitos de trabajadores
ora dirigiendo la apertura de nuevas vías o colocando puentes para
sortear los ríos y los abismos y, años más tarde rehabilitando los mismos
caminos que había ayudado a construir. Toda una vida confundida con
la tierra y, con la que más se encariñó y donde se plantó, fue en el
largo tramo comprendido entre las atalayas del Soccllaccasa y
Limatambo, precisamente el tramo donde están Ccello Ccacca,
Quebrada Honda, Río blanco, la zona más activa en huaycos,
avalanchas y derrumbes.
Don Justo estaba al rededor de los setenta, un tanto alejado del
hombre erguido y del oficial de la gendarmería que había sido otrora.

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Pocos años después se encontrarían con José en Curahuasi. Ya con
los hombros ligeramente elevados y el andar cansino, la mirada tierna
y lejana, la voz ronca y grave, enjuta toda su anatomía, no soltaba
para nada sus ínfaltables cigarrillos negros. Aquella última vez, hablaron
sobre el significado de la vida; el ahora cesante del ministerio de
Fomento, con tantísimos años de servicio a la patria, un verdadero
héroe civil y con una ridícula pensión . . . pero el orgullo del viejo
carretero le hacía pronunciar con el peso de la indiferencia ... !qué
importa! ... lo que importa en la vida es gratificarse con satisfacciones,
aunque éstas vengan solas y de tarde en tarde, los mensajeros de estas
gratificaciones, los camioneros de siempre, los pertinaces y
recalcitrantes viandantes, que llegan hasta Curahuasi para que sus hijos
conozcan al legendario taumaturgo y dejar con su saludo el afectuoso
sentir de sus gratitudes. Era la grandeza de alma de ésa todavía viviente
leyenda de Apurímac la que así hablaba.
Como los árboles añosos ha echado profundas raíces en aquél
hermoso rincón apurimeño que es Curahuasi; tierra de encantadora
belleza, una de las más fértiles, ubérrimas y fecundas del país, que
entre otros frutos, produce el mejor grano de anís del mundo. Cuando
José, a manera de sutil insinuación le pregunto, ¿porqué no había
preferido retirarse a cualquier otra ciudad dé gozar del reposo merecido
junto a sus hijos? ... moviendo la cabeza en forma significativa y mirando
a José con dos cristales de ternura le contestó: ¡IMPOSIBLE!. Don
Justo había envejecido en el rudo y áspero caminar de esos intricados
accidentes de la geografía de Apurímac y donde están los tramos más
abruptos del sistema de los Andes. En cada recodo de sus caminos
había para él, detenido un recuerdo con el que parecía encenderse
renovada su existencia. Los patis, los huarangos, los cañaverales y
tunales de Carmen; las tibias y saludables aguas de Cconocc; los
pisonayes, duraznales y retamales de Pisonaypata y Vacas; los maizales
y el oloroso anís y la florescencia azul violeta de la linaza de Lucmos; el
santuario de Saywite; los uncas, las huallatas y la gaviotas de sus punas;
las águilas, los cernícalos, los picaflores, las tuyas, chihuacos, gorriones,
ruiseñores y las parvadas de palomas de sus quebradas y hontanares;
las riberas y las poderosas aguas del Apurímac y todo . . . hasta las

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piedrecillas de todos los senderos, le avivaban y despertaban la memoria
mejor y con más claridad que los hombres; entonces, José comprendió,
que el anciano capataz y aquellas tierras eran una sola y consistente
combinación difícil de separar y sintió que don Justo, a la manera de
los veteranos marineros, se negaba a abandonar su barco y que talvéz,
como ellos, había decidido escoger su propia sima y sepultarse en el
seno mismo de las avalanchas y huaycos de la Quebrada Honda y los
aludes y derrumbes del CceUo Ccacca.
José arribó a Abancay, satisfecho de haber cumplido con la tarea
encomendada, buscó a Arturo para enterarlo sobre las ocurrencias.
No lo encontró, había bajado a Píchirhua. Para los adivinos; ésta
ausencia facilitaría los «vientos de fronda». A falta de su consejero, al
día siguiente decidió por cuenta propia, visitar al prefecto para
comunicarle el estado del compromiso asumido. Lo hizo por dos
razones; una, porque era el representante del Ejecutivo y del Ministerio
del Interior al que pertenecía la Dirección de Correos y la misma
prefectura; y dos, porque era el nexo político de mayor jerarquía. La
entrevista fue de los más cordial y José le hizo entrega de una de las
copias de la minuta de compraventa. En éste momento, la primera
autoridad no hizo observación ni reparo alguno, por el contrario,
expresó su aprobación. Las relaciones entre ambas autoridades eran
de las mejores, es más, ya se daba por finiquitado con todo lo vinculado
al nuevo Concejo que había de presidirlo José.
Cuando Arturo conoció el incidente, mostró su contrariedad.
José tuvo la sensación, de acuerdo al carácter irrascible de su
compañero, que lo molestaba el lado de una aparente obsecuencia de
la autoridad política. Aunque no lo explicitó, lo puso en evidencia
indirectamente haciendo una cerrada defensa de la autonomía
municipal, puso énfasis en el hecho de que el concejo, en ningún
momento y bajo ninguna circunstancia puede ni debe estar sometido
al poder central; cada quien en su sitio, repetía, respetando y 'haciendo
respetar a la institución a la que se representaba. No había duda, José
había cometido un desliz y lo admitió con entereza; lo correcto habría
sido solicitar la entrevista después de que el Concejo conociera y
decidiera sobre la viabilidad de la compra. Pero, como quiera que el

46
hecho ya se había producido se tenía que afrontar las consecuencias,
por muy amargas que resultasen.
El prefecto, con probable segunda intención o atendiendo a una
sugerencia interesada en el tema y sus implicancias sobre todo políticas,
hizo estudiar el documento que le entregara José, con un abogado. El
informe del jurisperito que actuó con sospechosa diligencia fue
concluyente: «el alcalde ha incurrido en falta al haber suscrito una
minuta de compraventa sin la autorización del concejo». Con dicho
informe a la mano, citaron con carácter de urgencia al alcalde a la
prefectura. La primera autoridad hizo de conocimiento de José la
opinión legal en referencia, manifestándole que había incurrido en
falta grave en razón de los fundamentos ya expuestos y que debía, en
el más breve tiempo, obtener la aprobación del Concejo, porque de lo
contrario tendría que afrontar un problema judicial que le podría
perjudicar; que su mejor deseo era que se arreglara el aspecto legal y
de no ser así sería el primero en lamentar sus consecuencias. José
imperturbable, agradeció la indirecta en el mismo tono que le había
sido formulada y le manifestá que estaba al tanto de todo el teje y
maneje del asunto en las últimas 48 horas, incluyendo las inevitables
maquinaciones e intrigas fabricadas y que para tranquilidad de su
despacho y de las personas que habían manifestado de pronto una
inusitada atracción sobre el particular y en la sana intención de borrar
inquietudes y evitar suspicaces especulaciones y sobre todo, por los
evidentes obstáculos para su aprobación por el Concejo, había tomado
la decisión de anular el compromiso. Después de lo cual se retiró.
En efecto, a partir del dictamen unilateral del abogado adicto al
gobierno y aspirante a una judicatura, se alborotó todo el cotarro y la
cuestión se convirtió en noticia de primera plana y en objeto de
murmuración de toda la población. El grupo de concejales identificados
con el partido gobernante, en manifiesto y claro complot, acordó no
concurrir a las sesiones del cabildo, razón por la que José había decidido
«cortar por lo sano», avisar a la otra parte la rescisión del compromiso.
En estas circunstancias surgió un incidente que pesaría en el
ánimo del alcalde para hacerle desistir de su resolución de anular la
minuta, la que aún no estaba ni registrada. Alguno de los ediles

47
oficíalistas había elaborado un «memorial» dirigido al Presidente de la
República, con sendas copias a la representación parlamentaria en
contra del alcalde y en esos momentos estaban empeñados en lo que
resultaba una muy ardua tarea, la recolección de firmas, operación
que se llevaba a cabo en una oficina pública jefaturada por el esposo
de una de las regidoras. En el memorial se acusaba al teniente alcalde,
encargado de la alcaldía, de malos manejos de los fondos del Tesoro
en la compra de la casa de correos. Una copia del memorial llegó a
manos de José, quien analizó el escrito en compañía de Arturo y José
B. Meza, el asesor legal. Su contenido no tenía ningún valor veritativo,
se exponían una serie de inexactitudes, infundios enredados que más
que nada dibujaban de cuerpo entero el bajo nivel ético de sus autores.
Su limitada imaginación les hacía perder de vista las reales proporciones
de la situación; les animaba solamente el interés de torcer los hilos de
la verdad porque al sentirse cerca del poder político, creían tener la
patente para realizar sus caprichos, incluso, no importaba llegar al
atropello.
Como quiera que Arturo estaba en autos de la decisión de José
para anular la escritura, demostró con sólidos fundamentos que la
única manera de aclarar la cuestión era, enfrentándose al problema,
cualquiera que fuese su o sus consecuencias. Meza respaldó el criterio
enunciado. José les manifestó a sus asesores que el asunto había sido
discutido con los compañeros y amigos. Su determinación se basada
en el hecho de no exponerse a una derrota política por la simple
razón que el grupo renuente era aritméticamente el mayoritario; una
mayoría cuyo propósito explícito, era provocar precisamente, la crisis
del ayuntamiento, que obligaría a una virtual renuncia del alcalde por
factores contingentes difícilmente aceptables. Arturo persistió en su
posición; arguyó que esas eran también las naturales contingencias de
la vida pública y si las cosas debían suceder de acuerdo a la hipótesis
de José, pues bien, !que sucedan!, pero, presentando batalla. A estas
alturas insensiblemente se estaba frente a una gran asamblea vecinal,
la que acordó por unanimidad seguir la estrategia de Arturo quien
asumiría la defensa legal al interior del concejo. A José no le quedó
otra opción, tuvo que aceptar el acuerdo.

48
En realidad, alrededor de la casa de correos se había creado un
fantasma; hasta ese momento sólo se había dado el primer paso, un
acto preliminar en el que todo estaba claro, no se había trasgredido
ninguna norma; el dinero estaba en el municipio, la tesorera Hercilia
Loza, estricta y celosa de sus funciones, jamás se hubiese prestado a
girarlos sin contar con el acuerdo oficial de Concejo ... en síntesis, se
estaba en el camino correcto. Sin embargo, no podía negarse la
presencia inequívoca de una tormenta en ciernes y que la única manera
civilizada de llegar a soluciones válidas era exponiendo el hecho,
discutiendo y aceptando en consecuencia, la resolución del concejo.
José convocó de inmediato a sesión de concejo; el grupo
mayoritario hizo caso omiso de la convocatoria, lo cual estaba previsto.
Solamente un tercio de los concejales contestó a la citación. A las
veinticuatro horas se reiteró la convocatoria, con idénticos resultados.
El boicot era la consigna y la supieron cumplimentar a cabalidad, ya
comenzaban a definirse los verdaderos propósitos; resultaba claro que
la intención era cerrarle el paso a José, cuya Resolución de
nombramiento como alcalde para 1958 ya se encontraba para la firma
del Presidente de la República.
José estaba cabezón; se paseaba turbado de un extremo a otro
del ancho y vetusto corredor del ayuntamiento y mostrando su
preocupación preguntaba a sus acompañantes; ¿y ahora qué hacemos?.
El paseillo no iba a ayudarlo a despejar el camino. La caminata
despertaba un crujido rítmico en el entablado de madera de eucaliptos
que repercutía en la cabeza de los frustrados cabildantes. De otro lado,
el viejo corredorcillo era una caja colmada de recuerdos de la niñez;
allí pugnaba la chiquillada para acceder a como diera lugar al teatrín
del municipio donde se proyectaban películas de cine, la única
distracción semanal de esos días; de ninguna manera se iban a perder
los episodios de sus seriales favoritas: Flash Gordon, el Imperio
Submarino, el Jinete Alado, Dick Tracy y muchas otras. Cuando faltaban
las propinas para cubrir las entradas, los menudos espectadores se
veían obligados a burlar la severa vigilancia de los municipales Mariano
Román que cuidaba la platea y de Juan Berrío que hacía lo propio en
la puerta de la galería y cuando este argumento fallaba, no les quedaba

49
sino utilizar los agujeros horadados por ellos mismos en las ventanas
del saloncito, turnándose para seguir el desarrollo de la película.
Definitivamente el lugar no era el más adecuado para encontrar
el sosiego que las circunstancias exigían. Mauro Soto allí presente,
con la satisfacción no bien disimulada de Lucho Salcedo, sugirió ir
donde la Viqui, allá por las cercanías del Puente Capelo y al frente de
la casa de Juan Cando Cama cho, Juan Cancio, compañero de estudios
de José, ese año, con un grupo de vecinos, crearon la bonita villa de
San Antonio; el alcalde y el prefecto apadrinaron la ceremonia de
colocación de la primera piedra de su fundación y parece que con
buena mano. Víqui, una trigueña muy atractiva, de buenas y exuberantes
formas,alegre y festiva, en la flor de sus veinte primaveras; conducía
un snak bar aldeano a la vera de la carretera; allí encontrarían
tranquilidad, tiempo y espacio para reflexionar y allá fueron. No hubo
tal reflexión, el grupo se dejó ganar por la bohemia que tuvo la virtud
de hacer olvidar el problema díferiendo el hallazgo de su solución para
mañana.

El Prefecto Luis Paz, José, Juan Cancio Cam acho, Nazario Valer, Luis Cordero,
Enrique Trujillo, Daniel Silva en la colocación de la primera piedra de la Villa de San
Antonio.

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José se esforzaba por descubrir las razones del extraño
mportamiento del grupo mayoritario, dada la compenetración amical
que siempre los había unido. La política tiene de estas cosas raras que
en vez de buscar la unidad, se complace en provocar distanciamientos.
Sobre manera le confundía, el entusiasmo de dos distinguidas damas,
empeñadas en provocar la caída estrepitosa del joven burgomaestre.
En la vida, toda persona tiene que afrontar situaciones diversas;
algunas pueden y de hecho, comprometen el normal desarrollo de las
relaciones personales. Unas tratan de que las incidencias no trasciendan
mayormente; otras; las que están a la espera de la primera ocasión,
los incidentes lo trasladan a otro tiempo y a otro espacio, para satisfacer
algún sentimiento por Jo general equivocado. José vinculó el
comportamiento de las dos damas a lo segundo; había especialmente
dos hechos evidentes, que bien pudieron dar pie para dicha conducta
y que ahí radicaba el quid del injusto desquite.
Una de las damas, de privilegiada posición social, dirigía una
paníficadora de su propiedad y con rendimiento a importante escala
para el medio. En ese entonces Apurímac atravesaba una serie crisis
en el agro; la sequía había causado estragos en los cultivos y el Estado
en su política de compensación subsidiaba con el envío de productos
alimenticios, principalmente trigo. Las dotaciones para el departamento
eran administradas por la Zona Agraria cuya Oficina Departamental
en dicho año estaba a cargo del ingeniero Víctor Cuadros. Se había
conformado una comisión integrada por las principales autoridades
de la capital que supervisaba y ejercía el control de la distribución, que
la presidía el Prefecto. Un día llegó a conocimiento del alcalde, miembro
nato de la citada comisión, una denuncia policial cuyo contenido
comprometía a la panificadora mencionada. Camionadas de trigo,
enviadas desde Abancay y pertenecientes a las remitidas oficialmente,
eran descargadas en el molino de don Augusto Salcedo en Andahuaylas,
donde eran procesadas y convertidas en harina para ser nuevamente
remitidas a Abancay con destino a la panificadora en cuestión. José
de primera intención pensó en evitar a toda costa el escándalo si es
que la noticia trascendía al público y así lo hizo. Dado lo delicado de la
situación; intercedió sus buenos oficios ante la Comandancia de la

51
Policía y luego discutió el asunto con Víctor Cuadros como responsable
ejecutivo del programa de ayuda, para que en lo posible, sin
comprometer a las personas, como una medida preventiva, hablará
sobre el tema con el Prefecto, cabeza de la comisión. Así se procedió
y se logró extirpar el vicio a tiempo y con lo que se dio por terminado
el incidente. José, esta vez, !sí! había logrado «cortar el extravío por lo
sano» y nunca más se volvió hablar del hecho. Borrón y cuenta nueva.
El otro incidente estaba relacionado con la vacante producida en
una judicatura principal de Abancay. Se formularon las ternas, una de
las cuales la integraba un hermano de la otra dama de nuestro relato.
Políticamente la inteligente señora tenía una gran ascendencia con el
senador Martinelli, es más, se consideraba una «martinellista» más que
pradista. No cabía duda, Martinelli prestaba deferente atención a sus
pedidos. José a pesar de los vínculos de amistad con la familia de la
dama, nunca fue abordado sobre las pretensiones muy razonables del
hermano, simplemente, no necesitaba de ningún apoyo adicional, ella
sola se estimaba más que suficiente para garantizar el éxito de la gestión.
José libre de ataduras convencionales, otorgó su respaldo a otro
abogado abanquino conformante de la otra terna y con iguales méritos
para el cargo. Un importante grupo de amigos se alineo a la candidatura
de este último para hacer llegar su recomendación al senador Martine1U.
Se vivían las épocas, que para ser juez en la segunda y tercera instancia,
necesariamente se tenía que pasar por el tamiz del Congreso y la.
bendición de palacio de gobierno. Enrique Martinelli se vio entre la
cruz y la espada y José cree que para definir su «buena pro», lo jugó al
cara o sello, saliendo ganador el candidato patrocinado por el grupo
donde figuraba José. Sin embargo, cosas de la vida; nuestra dama,
poniéndose la mano al pecho diría poco tiempo después, «no hay mal
que por bien no venga»; el incidente resultó determinante en la carretera
judicial del hermano el que hizo una imprevisible como brillante
trayectoria, carrera en la que tuvo gravitante intervención José;
trayectoria, que con toda seguridad, no la hubiese culminado en
Apurímac.
José pasó revista y evaluó principalmente estos dos incidentes
que sirvieron, pensaba él, de condimento para el guisado que le tenían

52
preparado. No se trataba entonces de simples mal entendidos, en
esencia, había una intencionalidad política, y en una población como
Abancay era difícil que pasara inadvertida. Si bien es cierto que el
problema merecía una apreciación más razonada, en esos instantes
había muy poco tiempo para reflexiones largas, se tenía que mirar
hacia adelante ... no había sitio para indefinidos aplazamientos.
El grupo de concejales leales a José acordó ceñir su actuación a
la realidad de los hechos y se dijeron . . . !basta de medias tintas y
sentimentalismos domésticos y al toro por las astas» ... a menos que
ocurriera el milagro de una reconsideración sensata y reflexiva, pero,
que ahora parecía estar cada vez más lejos; la lógica determinaba un
enfrentamiento y no se cedería terreno ante una posición que no
esgrimía ni la verdad ni fundamentos razonables. José recordó el acto
N del Julio César de William Shakespeare, que pone en boca de Bruto:
Hay una marea en la vida del hombre
cuyo pleamar puede conducirlos a la fortuna
más si se descuida el viaje entero
abocado está a perderse entre bajíos y arrecifes
en pleno océano flotando nos hallamos:
precisa aprovechar la corriente mientras fluye
o conformarse a ver nuestra empresa fracasada.

El grupo no quería el fracaso ... se había tomado una


determinación y dejado atrás los titubeos. José citó a sesión
extraordinaria del consejo con una breve agenda: Presupuesto 1958 y
designación del cuerpo edil para el mismo año. Ambos temas de
máxima prioridad e interés; el primero, sujeto a plazos improrrogables
de acuerdo a ley; y, el segundo, de una connotación política obvia.
Entre tanto, se manejaba con sumo cuidado la otra carta haciéndola
circular sigilosalemente; de no producirse con normalidad la reunión
convocada por el alcalde, se llamaría dentro del más breve plazo a un
cabildo abierto, para una solución más democrática y soberana.
En la estrategia diseñada por Arturo tuvo que ver mucho la
muñeca de don Julio D. Pinto. La experiencia del inefable secretario
dio el hilo conductor del éxito. Los municípes llegaron casi todos a la
hora. citada y después de las salutaciones de cortesía ocuparon sus
respectivos escaños. Ya se notaba en el ambiente un aura de
nerviosismo y de tensión y después de unos instantes de expectante
silencio se pasó lista. No había faltado ningún concejal a la cita. José y
Arturo se miraron de soslayo ... adiós al cabildo abierto; aquí estaba el
primer frente y las posibilidades eran pocas. Lo del cabildo tenía los
visos de un bumeráng, pero ciertamente parece que fue lo que causó
el éxito de la convocatoria. Ahora, la pregunta acusiante era, ¿hasta
qué punto funcionaría la consigna política frente a los fundamentos de
la minoría?, la única ventaja de ésta se sustentaba en la preparación
intelectual de sus miembros y en el ejercicio de este tipo de lides de
Arturo y José.
Abierta la sesión José, paseó su mirada alternativamente por
todos los rostros, en esos instantes asombrados y envueltos en una
incertidumbre enigmática. No había dudas, en ambos sectores se notaba
una tensa expectativa. De acuerdo al plan trazado, el alcalde
dirigiéndose al pleno, les pidió atención a lo que tenía que decir y sin
ambages planteó como cuestión previa tratar el asunto de la casa de
correos. Sustentó su pedido en el hecho de que el proyecto había
provocado una crisis en el seno del ayuntamiento, situación que ya
había trascendido a la comunidad y que por el propio· prestigio
institucional, se estaba en la obligación de darle una explicación. Al
mismo tiempo, enfatizó, que personalmente no aspiraba a que se
aprobara su gestión; que el concejo estaba en todo su derecho para
anularlo, sí así lo estimaba conveniente. Seguidamente Arturo, hizo
un breve análisis situacional y formuló una invocación para cuidar por
sobre todas las cosas la buena imagen institucional y su nivel de
representatividad. Observó que el deber del concejo es tomar el mejor
conocimiento de los hechos, someterlos a juicio crítico, para arribar a
los acuerdos que más convengan a los intereses de la colectividad.
Indicó que el camino de rehuir responsabilidades de su competencia
no resultaba el más apropiado y que Jo aconsejable era admitir a debate
la cuestión previa formulada por el alcalde. Cosa rara y preocupante;
no se produjeron más intervenciones. Sometida al voto la cuestión
previa fue admitida por unanimidad. Se había dado el primer paso sin

54
contratiempos, contra todos los augurios resultó más fácil y rápido de
lo esperado; sin embargo, se encontraban todavía a distancia de
despejar la incógnita.
A continu'ación José hizo un informe exhaustivo sobre el
contenido y alcance de los hechos; el resumen de su exposición fue el
siguiente:
l. Que los antecedentes del caso se remontaban a fines de 1956.
Que la Oficina Departamental de Correos era la entidad
directamente interesada. El municipio, vía presupuesto, aparecía
como la entidad ejecutora para la construcción primero y para la
adquisición después, de un local propio para correos. Que habiendo
resultado insuficiente la partida inicial; a través de la Administración
de Correos, con apoyo del municipio y adjuntando la
documentación justificatoria se gestionó la ampliación de la
mencionada partida, la que fue aprobada con la intervención
personal del senador Enrique MartineUi.
2. Que el Jefe de la Oficina Departamental de Correos Alipio
Fernández, solicitó formalmente al Concejo la compra del inmueble
de propiedad de la firma Lomellini, ubicada entre las calles Arequipa
y Junín. El alcalde por encargo del Concejo y premunido de las
opiniones técnicas, administrativas y legales, que recomendaban
la conveniencia de la adquisición, inició la gestión correspondiente.
3. Que siendo responsabilidad del alcalde concretar la gestión, con
el debido consentimiento del cabildo y el conocimiento de los
síndicos, trató sobre la transferencia directamente con el
propietario, etapa que culminó con la firma de un compromiso de
compraventa en la ciudad del Cusco, condicionando la suscripción
legal de la escritura, a la aprobación del Concejo Provincial de
Abancay.
4. Que siendo el Prefecto, el titular del pllego del Ministerio del Interior
al que orgánicamente pertenece la Dirección Nacional de Correos,
fue el primero en ser informado sobre la operación y la primera
persona a la que se le entregó una copia de la minuta. Que pasadas
las 48 horas, la primera autoridad del departamento, expresó su
desacuerdo con la firma del documento por carecer del aval expreso

55
de un acuerdo del concejo. Este hecho, al haber trascendido a la
comunidad ha suscitado opiniones especulativas que están
menoscabando el prestigio del municipio; situación que se ha
venido agravando por las sucesivas frustraciones de las sesiones
del ayuntamiento, que no han permitido un normal examen del
problema.
Arturo le dio el sustento legal a la exposición del alcalde y
demostró que no se había incurrido en ninguna irregularidad en todo
lo actuado hasta este momento y que el cabildo tenía toda la libertad
para tomar soberanamente sus acuerdos. Después intervinieron varios
miembros de la mayoría; todos coincidieron en que se había producido
un vacío de información. Manifestaron que la falta de una oportuna
comunicación y la desinformación subsecuente habían ocasionado los
malos entendidos. Sin embargo, lo cierto era que todos los regidores
tenían acceso a una información que estaba a su alcance; por lo demás,
todos estaban en antecedentes y al día de lo que venía ocurriendo. No
obstante, y esto era lo que importaba, se había dado otro paso
interesante en medio de un ambiente de serenidad y cordura, que no
se esperaba. Pero, también era fácil advertir que la actitud resuelta de
José y Arturo, había terminado por derrumbar el espíritu combativo
de los días precedentes.
José en su calidad de director de debates, especificó que
pertenecía al Concejo, la potestad de adoptar la resolución más útil y
conveniente. Que en el estado actual de la situación podría elegirse
entre una de las siguientes alternativas:
a. Aprobar o anular la escritura de compraventa.
b. Transferir la opción a terceras personas -se contaba con 3 postores-
con la perspectiva de un saldo favorable para el municipio.
c. Convocar a un cabildo abierto, para una libre y democrática
discusión. Tratándose de una obra de bien público como es el
servicio de correos y con aplicación de fondos del Estado, sería la
comunidad, la que en última instancia resolviese el asunto.
A Arturo, personalmente, le agradaba el tercer planteamiento
porque se ajustaba a su personalidad; pero; se inclinó por el primero

56
corno el camino más racional desde el punto de vista jurídico y anunció
que votaría por la aprobación del contrato suscrito el que debe culminar
con el proceso de escrituración final. Al mismo tiempo, observó la
inconveniencia de que el municipio entrara en negociaciones con
terceros. los síndicos se sumaron a la tónica anunciada por Arturo
que incluía la celebración de la escritura formal de la transferencia.
Finalmente el Concejo, en forma unánime, aprobó el criterio expuesto
sancionando la compra del inmueble. Seguidamente y en forma
sorpresiva, una de las regidoras de la mayoría, planteó un voto de
confianza al alcalde, el que también fue unánimente aprobado.
De esta manera se cerraba una etapa más en torno a la casa de
correos, lo que permitió que el resto del año, el ayuntamiento y la
Oficina de Correos, trabajaran coordinadamente en la remodelación
del local, con la decidida participación de Martinelli en la captación de
recursos, que aunque no suficientes, posibilitaron con las limitaciones
del caso, la culminación de la obra.
Esta vez, el péndulo de la historia había oscilado en favor del
pensamiento innovador. El acuerdo del Concejo calmó los ánimos y
serenó los espíritus. la comunidad aplaudió a su municipio por su
sensatez y equilibrio y las relaciones con el prefecto tornaron su anterior
nivel de buenos vínculos. De otro lado y sin pensarlo, se había logrado
el más sólido respaldo al nombramiento del nuevo equipo edil, el que
se oficializó el 15 de febrero. José comentaría después con el grupo
íntimo de amigos, que a veces resultaba mejor que sucedieran estas
peripecias, que por mucho que dieran dolores de cabeza, tenían la
virtud de aclarar y presentar al pueblo los diferentes resortes del manejo
de la cosa pública en sus reales dimensiones.
los amigos quisieron festejar y saborear explosivarnente la
victoria. José prefirió un silencio prudente; sin embargo, no podía
disimular su satisfacción y alegría ... se habrían producido y asimilando
golpes desagradables, es cierto, y en cierto tono de filosofía sencilla y
agridulce, les recordó la irónica sentencia de Borges cuando dice: «Yo
no hablo de venganza ni de perdón; el olvido es la única venganza y el
único perdón».

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Coincidentemente aquella sesión sería la última del Concejo de
1957. Felizmente se había logrado resolver un problema que se originó
en su ejercicio, dejando para el siguiente período un área sin espinas;
subsistirían algunos abrojos que carecían de importancia y fáciles de
limpiar. En los pocos días que le quedaban de vida, se procedió a
ordenar la documentación administrativa-contable; su traspaso al nuevo
gobierno municipal no tendría, obviamente, tropiezo alguno.
Sin embargo, no todo terminó aquí, se había sembrado la dude
porque el inmueble había sido ofertado a otras personas a un precio
menor que el estipulado por el concejo y aunque las diferencias no
eran significativas y las ofertas diferían en el tiempo, ahí seguiría
presente el germen de la duda. Es así como en octubre de 1958 se
produce una intervención del diputado Samanez en el seno de su
cámara, cuestionando precisamente la adquisición de la casa de correos
por el Consejo Provincial de Abancay. José reaccionó sin
exarcerbación, pero con firmeza; contaba con mayores y mejores
argumentos que el parlamentario. Samanez visitaba abancay los
primeros días de noviembre y José le transmitió su deseo de conversar
con él; el pedido fue aceptado. La plática fue anodina y estéril,
prácticamente un monólogo, el representante escuchaba y no soltaba
prenda, no decía ni sí ni no. José terminó por invitarlo formalmente a
que asistiera a una sesión del ayuntamiento, la invitación fue aceptada,
pero se frustró al ser cancelada por motivos de trabajo del diputado.
José evalúo la situación y escribió un informe de protesta a Martinelli
con autorización para que se lo hiciera leer al congresista Samanez.
Samanez, siempre y en el fondo, había mostrado una actitud de
resentimiento y de poca simpatía por el Concejo y particularmente
por José, con quien nunca, es decir ¡ nunca ! mantuvo comunicación
hasta ese mes de noviembre y por supuesto en un momento
determinadamente no auspicioso. Apenas si se saludaban, pero jamás
habían sostenido una conversación de índole alguna. José tenía
referencias de su capacidad y competencia corno profesional y como
exitoso director de su bonito fundo de Matara a pocos kilómetros de
Abancay. Tarnbién lo vio corno deportista, era lo que llamábamos un
buen back del club Independiente en la década del cuarenta. Sarnanez,

58
como abanquino y heredero de un apellido muy apurimeño y de
importante raigambre política y además, primo de Martinelli, ambos
eran Tizón por la línea materna, tenía la representación de Abancay y
esa investidura era razón elemental para que se estableciera una
comunicación entre ellos; simplemente se ignoraron y ese fue el gran
error de ambos.
José con los únicos representantes con quienes mantenía vínculos
era con Américo Vargas Fano, por razones de partido, de profesión y
una añeja y hermosa amistad; con agustín Tamayo, su paisano y amigo
de toda su familia y , con Martinelli, con quien la relación epistolar y
:elefónica era casi permanente y él, conocía los pormenores del proceso
de la adquisición del zarandeado local de correos, proceso al que le
había otorgado todo su beneplácito y por lo demás, él había sido el
gestor de los recursos para su compra y remodelación. Cuando
Lomellíní vino a Abancay, y formalizó la escritura de venta de su predio
el 27 de abril de 1958, víspera del aniversario de Apurimac, los
empleados de la Oficina de Correos de Abancay organizaron en el
Hotel de Turistas una reunión ostentosa, con asistencia del prefecto y
de las principales autoridades locales y en la que estuvo como invitado
el ex-propietario del local adquirido, quien en su momento cumplió
con hacer entrega al alcalde del donativo acordado. En los consabidos
discursos, solo se mencionaba a Martinelli como padre de la criatura;
sensiblemente, los otros representantes no tuvieron parte alguna y,
dicho sea de paso, lo mismo ocurría en todo acto público de semejantes
características. Samanez, al menos por lo que ocurría en Abancay, y
con mucha razón y sobrado derecho, tenía que mostrar su desazón;
quizás hubo aquí, sin justificación alguna, un poco de mezquindad
política de parte del alcalde. El diálogo sostenido a medias con José,
en el estado y situación presentes, no podía vencer las naturales
reticencias y se producía al finalizar el año y el incidente podría haber
decidido !ya! la no ratificación de José en la alcaldía para el nuevo
año; el tiempo y la ocasión eran favorables para un cambio tranquilo,
natural y políticamente manejable. Así se cerraba todo un ciclo alrededor
de la casa de correos, su adquisición por poco evita el nombramiento
de José para 1958; ahora era nuevamente utilizada para distanciarlo

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de la alcaldía en un nuevo período. José y su grupo de colab
ya habían aprendido algo de los giros de la política y esperaron con
serenidad y sosiego el curso de la historia ... paso a los nuevos tiempos.

Guillermo Viladegut, Osear V elarde, el Prefecto Luis Paz, José, Carlos de Luchi
Lomellini, Alipio Fernández, Carlos Tejada, G Casapia, Miguel Triveño, Alberto
Soto Lacerna y otros asistentes a la firma de la escritura de compra del local para la
casa de correos de Abancay el 27 de Abril de 1958.

La vida, es y será la mejor escuela; con la práctica se va


aprendiendo constantemente y acumulando los conocimientos en ese
precioso archivo que se llama «experiencia». José al repasar todas las
incidencias relatadas, le gusta repetir el pensamiento del médico y
Nobel español de medicina Santiago Ramón y Cajal, que dice: «Nos
desdeñamos porque no nos comprendemos y, no nos comprendemos
porque no nos tomamos el trabajo de estudiarnos»; es decir, que la
falta de comunicación entre las personas es casi siempre la causa de
muchas incomprensiones y distanciamientos y, esto fue lo que pasó
entre Jorge Samanez y José y por eso se equivocaron. En el entredicho
tuvo que necesariamente intervenir Martinelli para calmar la
contrariedad de José y así se pudo impedir el ahondamiento de inútiles

60
emponzoñamientos. Años después, ambos en el llano, intercambiaron
mutuamente sus confesiones en el calor de una estrecha amistad
recordando aquellos trances de la vida. Jorge Samanez, un hombre
alto, pulcro, apacible, noble y generoso; con una disciplina de decencia
que le venía de familia; compensó con creces los instantes negativos y
juntos con José se gratificarían al final con una dosis de filosofía antigua:
errare humanum est, el errar es propio de los hombres.

61
III

AL ENCUENTRO CON EL DESAFIO

La Resolución Suprema de la designación del Concejo Provincial


de Abancay para 1958 se expidió el 15 de febrero de dicho año y la
nómina de regidores fue como sigue: Manuel Torres Vargas, Aurora
de Paz, Luis Cordero Carbone, Miguel Triveño Chacón, Arturo Miranda
Valenzuela, Hortencia de Niño de Guzmán, Miguel Jarufe del Solar,
Guillermo Viladegut Ferrufino, Carlos Tejada Tríveño, José Domingo
Loaiza, Guillermo Casapía Osborn, Gaspar Zegarra Fernández, Orestes
León Bastidas y Mauro Soto Palacios.
El calendario del tiempo escribía el mes de marzo cuando José
recibió la investidura de alcalde de Aban ca y. En una ceremonia
desprovista de aparato, prometió trabajo constante y, fiel a su formación
ideológica, formuló los votos de esperanza para que los futuros regidores
de la comuna sean elegidos por la voluntad soberana de los pueblos
como expresión esencial de la democracia que delega el ejercicio de
una auténtica representatividad. Cinco años después, los pueblos del
Perú, decidían el mandato y la configuración de sus Gobiernos Locales.
Parecía mentira, todo había comenzado como un simple ejercicio
de la función edilicia hacía poco menos de dos años y de pronto ya se
encontraban en el centro mismo del escenario y con los papeles de
primerísimos actores en la mano. Contaban con una corta y breve
experiencia en el manejo de la cosa pública para cumplir con el rol
protagónico que se les había asignado. Lo más sombrío, la falta de
recursos que garantizasen una aceptable gestión. Los ofrecimientos
para la obtención de partidas presupuestales con fines de financiamiento
de obras municipales, permanecían en el arca de las buenas intenciones.
Pero y al menos, se contaba con el apoyo político, singularmente el
de Martinelli; factor importante en aquéllas circunstancias que exigían
de tranquilidad para no distraer esfuerzos. Aquí también, es bueno el
reconocer, la falta de conocimientos y de experiencia en la logística
administrativa. No se conocía ni lo elemental de la planificación
presupuesta! y todo se reducía a elaborar un listado de obras, el que
era alcanzado a la representación parlamentaria para su apoyo vía
presupuesto. Los pedidos deberían haber sido expresados en
PROYECTOS con la sustentación de los objetivos y la justificación de
los costos. El procedimiento era simplemente ignorado y fue un vacío
que nunca llenaron las sucesivas administraciones municipales,
incluyendo la de 1958. Cuando se aprendió la lección ya era tarde; el
proceso de la presupuestación, de acuerdo a ley, tiene plazos
inapelables ... el que se demora ... ahí queda y punto.
Se había conformado un equipo de regidores bastante
homogéneo y balanceado en el que aparecían e intervenían adultos
jóvenes junto a la experiencia y la serena compostura de personas
maduras. Lo fundamental; la presencia de un grupo humano que venía
con mucho ánimo y muchas ganas de trabajar, entusiastas por participar
e intervenir activamente en un proceso de cambio. Se notaba la
ansiedad por ejecutar algo realmente de valor y trascendental. Sabían
que la ausencia de recursos era un serio obstáculo, pero al mismo
tiempo y lo que resultaba vital e importante, sentían y estaban
conscientes que desde el municipio podían generarse otras fuerzas
más auténticas y más fuertes, capaces de provocar el cambio esperado
y en función de su pureza iniciar el despegue del que tanto hablan los
planificadores.
En la primera sesión, como era de esperarse, se procedió a la
distribución de funciones aplicándose el criterio de afinidad del cargo
con la línea ocupacional, técnica o profesional del regidor. Las
sindicaturas merecieron tratamiento especial, son los cargos de mayor
importancia por constituir el eje de la administración; resultan vitales
para el financiamiento y en la aplicación del gasto. Se designó como
síndico de rentas a Miguel Triveño y como síndico de gastos a Carlos
Tejada y como se intuía, resultó una excepcional pareja, por su
idoneidad, su capacidad, honradez y total entrega al trabajo. La
designación fue todo un acierto, fue la base de una excelente
conducción.
Una baja muy temprana, por razones de salud, fue la de don
Manuel Torres Vargas; quizás la personalidad más ponderada y de
equilibrio emocional del pradismo. Fue en el corto tiempo, un sincero
consejero político. Era un charapa muy franco, directo y a la par que
afectuoso y jovial. Su ausencia se dejó sentir ostensiblemente, sobre
todo cuando la marea política se encrespaba, corno en el tema de la
casa de correos, José le había cobrado afecto por su abierta manera
de ser. Su fugaz paso por el municipio fue una ocasión para un mayor
acercamiento y a pesar de su corta duración, por su proximidad dejó
las huellas más rotundas de un efecto mutuo. Habían congeniado y
concordado fácilmente, probablemente por la presencia constante de
su esposa doña Blanca Ocarnpo. La esclarecida dama era miembro de
uno de los clanes más importantes de Abancay, los Ocarnpo Rivas:
Rosaura, Alcides, Luis, Sara, Antonio y Eva. En su árbol genealógico
está nada menos que Antonio Ocampo, el coronel del ejército peruano
que con su propio peculio organizara un batallón de apurimeños para
defender la patria en la guerra del 79. Doña Blanca, bella y pródiga en
encantos, había sido profesora de José en el primer año de primaria;
poco tiempo después dejaba el magisterio para gerenciar sus propios
negocios. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, fue una de las
principales figuras femeninas que promovieron actividades de bien
social en Abancay. Cuando José alcalde, un poco por compensar la
falta que le hacía Manuel, siguió siendo la maestra, con los juicios
oportunos y su espíritu superior de conciliadora amorosa; estuvo
siempre al lado de su cabildo, en todas las épocas, brindando su apoyo
decidido y desinteresado. Su personalidad de dirigente preocupada
por su tierra, la seguiría confirmando con su presencia en el Comité
de Damas del Club Apurimac, del que fue su Presidenta en varios
períodos.
Las obras de agua y desagüe habían dejado las calles
semidestruídas, todavía permanecían expuestas las zanjas sin haber
sido rellenadas y saneadas. Aquí se tuvo que intensificar la presión
sobre los contratistas que demoraban la culminación del trabajo debido
a la también demora en el trámite de las revalorizaciones solicitadas,
como consecuencia del deficiente estudio del suelo abanquino; las obras
habían sido adjudicadas en Lima. Los montículos de tierra y las zanjas
no permitían visualizar el estado real de las calles y sus aceras. Este
hecho, estaba relacionado con un proyecto qué José venía madurando
para su presentación en el Concejo. Se trataba de un plan muy simple,
construir aceras en todas las calles de la población, comenzando por
las principales. Aunque las calles céntricas de Abancay, tenían sus
aceras, éstas ya lucían un estado deplorable. La idea era algo así como
ponerle zapatos nuevos al pueblo. Como un acto habitual y casi
instintivo, el proyecto fue explicado en primera instancia a Arturo, a
éste, la idea Je pareció muy elemental; ¡y lo era!. Según Arturo lo que
debería hacerse era seleccionar un conjunto de obras en base a un
programa de acción mejor estructurado. Llevar a cabo una sola línea
de acción, podría ser susceptible de críticas cómodas. Los dos amigos
discutieron la materia hasta pasada la media noche. José se esforzó
en exponerle el marco real de las posibilidades y de las restricciones.
Le manifestó que en otro momento y otras circunstancias, con
seguridad, estaría totalmente de acuerdo con su planteamiento, pero,
que en el presente revestía los caracteres de un enfoque programático
más teórico que práctico y el que más bien los expondría al riesgo de
un fracaso; en cambio, la ejecución de un solo programa central de
actividades, que ni siquiera era anual, permitía imponer un orden y
organizar con facilidad las actividades. Con los recursos disponibles
las pretensiones no deberían pasar de ser modestas y había que limitarse
a un programa pragmático y buscar en la colaboración ciudadana el
aporte real para cualquier acción; pero que ésta participación se tenía
que excitarla y estimularla con sumo cuidado e inteligencia, José
consideraba que aquí estaba el secreto para anclar el futuro con espíritu
audaz, pero con un ordenamiento establecido; allí se encontraban
fuerzas ocultas y superiores, con las que todavía no se contaba, pero
que había que despertarlas. El pensamiento expuesto, una mezcla de

65
romanticismo con un criterio de soluciones prácticas; en el fondo,
significaba un intento de búsqueda del equilibrio entre lo racional y la
imaginación intuitiva. Por lo demás, las características del programa
facilitarían las funciones de control, supervisión y evaluación de las
obras y; al mismo tiempo, una rendición de cuentas al instante o como
dirían en el argot popular, al toque.
Arturo se tornó pensativo; José vio y notó que lo había cogido.
Personalidad controversia!, de carácter puntilloso y susceptible; de
primera intención era muy difícil de convencer y de echar pie atrás en
sus propias ideas; sin embargo en esta ocasión, comprendió y entendió
el mensaje del amigo, reconociendo que en el planteamiento expuesto
por su compañero estaba el camino a seguir. Es cierto, dijo, y al mismo
tiempo se preguntó ¿si tenemos poco tiempo, para qué desperdigar
en un plan diversificado los pocos recursos que se iban a recaudar? y
en seguida, resueltamente hizo suyo el proyecto.
José aprovechó del momento para ampliar el sentido de su
propuesta y para darle mayor autenticidad le manifestó que en gran
proporción la obra sería autofinanciada; que los propietarios de las
casas pagarían el costo de sus aceras, debiendo además ejercer la
supervisión de su construcción. Así comenzaría la participación popular;
ei verdadero instrumento del cambio. El municipio proporcionaría el
aporte inicial, el que sería financiado con el producto de los certificados
sanitarios y el de las licencias de apertura y funcionamiento de negocios
establecidos en la ciudad y, cuyos cálculos estimados ya habían sido
proyectados por los flamantes síndicos y la tesorera del concejo, Hercilia
Loza. Ambas fuentes de recursos contaban ya con la aprobación del
anterior municipio, el actual solamente los estaba operativizando.
José le pidió a Arturo que él fuera el que presentara y sustentara
el plan en el concejo, el mismo que debía preveer, la implementación
y priorización de otras obras de acuerdo a las posibilidades económicas
y conforme se iba desarrollando el programa principal. El plan expuesto
y fundamentado por Arturo, fue aprobado por unanimidad. Pocos
meses más tarde, José en su fuero interno, se felicitó que Arturo
asumiera la paternidad y la autoría original del plan; resultó a la postre
un feliz acierto por su doble contenido. Arturo, como el que más,
anía todos los merecimientos para estar vinculado directamente con
.1 más importante programa de aquél año; pero, al mismo tiempo,
.ie el instrumento que nos ahorraría los mayores sinsabores de un
.lejamiento inexplicable e incomprensible.
Hasta ahora, como se dice popularmente, todo había salido a
.edír de boca, sobre todo, por la premura que exigía el momento. Se
rabia llegado al punto de dar comienzo al trabajo serio y efectivo; y,
.ste punto demandaba algo, se tenía que partir de algo y con algo; ése
.!go no era otra cosa que don dinero y las arcas municipales estaban
implemente, vacias.A pesar del apremio, la consigna fue no detenerse
I pensar en las limitaciones, sino más bien reflexionar en las propias

.osibilídades de creatividad del grupo. El equipo económico, al que se


:1tegró definitivamente Hercilia Loza, comenzó a trazar el plan para
:onseguir los primeros recursos. Se tenían dos caminos delineados, el
ecorrerlos requería de mucho tacto. El primero era el referido a los
.ertríicados sanitarios; el segundo, la aplicación y cobro de las licencias
le apertura y funcionamiento de establecimientos comerciales y otros;
.ste precisaba de mayor cuidado.

.os certificados sanitarios


Es normal que todo municipio, a través por supuesto, de una
midad o departamento médico organizado, el exigir que todas aquéllas
iersonas que tienen contacto con la población cuenten con lo que se
lamaba el «carnet sanitario», equivalente a un certificado de buena
.alud. El municipio no contaba con departamento médico y por ésta
'azón, la función era cubierta normalmente por la dependencia
lepartamental del Ministro de Salud, José pidió asumir toda la
·esponsabilidad del asunto y ya se vería cómo resolver los problemas
:on la autoridad de salud si estos surgieran. Aquí terció Arturo para
ranquilizar indicando que la autonomía municipal los respaldaba. José
le inmediato se impuso la tarea de organizar su servicio de salud y se
ouso a la cabeza de un equipo médico integrado por Guillermo Diaz,
vtiguel Jarufe, miembro del consejo y Hassan Abuhadba. La unidad
nédico-dcntal practicaba los exámenes y los casos sospechosos,
sspecialmente en lo que respecta a las enfermedades infecto-

67
contagiosas, eran derivados al hospital Apurímac y oficialmente
denunciados a la Jefatura de Salud Departamental que estaba a cargo
del médico Raúl Alcázar, un galeno bonachón, ya entrado en años,
cesante de la Sanidad Militar, que al no querer aún retirarse de la
actividad profesional ocupaba una plaza en el Ministerio de Salud,
Alcázar, formalmente nunca puso objeciones al programita, por el
contrario, expresaba sin reparos su apoyo y, en las ocasiones en que
se encontraba con José, en tono socarrón y fraterno le decía: «oye
socco me estás jodiendo: ten mucho cuidado que yo también te puedo
joder».
El programa marchó de maravillas, todos los responsables de
negocios o actividades que significaban contacto con el público,
cumplieron con exhibir desde entonces su carnet de salud municipal.

Las Iicencias
Estos documentos, que representan otras tantas obligaciones de
los dueños de establecimientos comerciales, negocios, pequeñas
industrias; no eran debidamente aplicados en Abancay y la gran mayoría
no los exhibía. La medida era todavía un acuerdo del concejo presidido
por Sueldo Guevara, no operativizado a pesar de que no tenía
oposición, inclusive estaban como re.gidores don Isaac Neme y don
José Domingo Loaiza, dos visibles comerciantes, que no sólo habían
mostrado su conformidad con el cumplimiento de este requisito, sino
que habían integrado la comisión de su estudio. El concejo siguiente,
presidido por Miranda completó su examen y dispuso su
implementación estableciendo tres categorías y procediendo a la
elaboración de un material impreso de excelente presentación para
cada categoría, éste material era una especie de título o diploma, en el
que se consignaban los datos principales del contribuyente, fecha de
expedición, tiempo de duración, etc. Sin embargo se tropezó con un
obstáculo legal, una Resolución del Ministerio del Interior prohibía a
los municipios extender y cobrar éste tipo de licencias, resolución que
se dio con la finalidad de proteger a los comerciantes e industriales de
las consecuencias de la crisis económica. La mencionada norma se
dio pensando en Lima y no en las provincias, Arturo, así como el
asesor legal del concejo José 8. Meza, opinaron que la ley estaba por
encima de cualquier Resolución Ministerial y que la legislación municipal
vigente amparaba suficientemente la aplicación de la medida; sin
embargo, cabía la posibilidad de un enfrentamiento desigual y
prolongado. De todas maneras, las licencias entraron a funcionar sin
aparentes dificultades porque había sido aceptada sin ninguna
resistencia por las principales casas comerciales de la ciudad.
A pesar de todo se tuvo que enfrentar a la reacción adversa de
un pequeño sector que se valió de la sociedad de Artesanos para
manifestar su rechazo. La referida organización de trabajadores, la
única organizada del departamento, siempre había estado al lado del
municipio y algunos de sus connotados miembros integraron
constantemente el gobierno local y en el actual también estaban
representados. El hecho es de que en ésta ocasión se convocó a una
asamblea general extraordinaria para tratar específicamente el
«problema» de las licencias municipales. Fue una reunión bastante
movida y enardecida por discursos subidos de tono y de fuerte agresión
verbal contra el cabildo. Sobresalía por su violencia oral y su actitud
desafiante, el ciudadano Antero Jimenez, un próspero e influyente
comerciante en artículos de primera necesidad y venta de aguardiente
de caña; de buena posición y condición económica. Toda la asamblea
parecía estar sometida a la voluntad de Jiménez que con sencillos
recursos había llevado al convencimiento de que la tal medida era
abusiva y atentatoria contra la economía de la población. Se produjeron
otras intervenciones que respaldando a Jiménez se sumaron en sus
críticas contra el concejo. Cosa curiosa, un viejo luchador comunista,
Benigno La Torre Palma, con quien Arturo y José se introducían en
los vericuetos doctrinarios de la política con una relación amical muy
sincera, fue la única voz que pidió un diálogo con el concejo para
llegar a soluciones sensatas. Finalmente se aprobó la conformación
de una comisión que en representación de la «clase trabajadora» se
apersonara ante el Prefecto del departamento, para hacerle conocer
su oposición y rechazo a las licencias municipales y que intercediera
ante el cabildo para su anulación. La asamblea terminó alrededor de
las once de la noche después de poco más de tres horas de debate. La

69
comisión conformada en la reunión, debía visitar a la autoridad en el
curso de la mañana del día siguiente.
José fue informado casi de inmediato de todas las incidencias; lo
cierto es que un importante grupo de regidores estaban con él a la
espera del desenlace de la reunión. Después de un breve análisis de la
situación, el grupo edil coincidió en la necesidad de formar una comisión
de regidores, para que en nombre del municipio expusiera al prefecto
los alcances del acuerdo del concejo y manifestarle su decisión de
convocar a un «cabildo abierto», como el marco adecuado y democrático
para arribar a soluciones más justas. En éstos casos, lo del «cabildo
abierto» era un arma y un instrumento preventivo muy eficaz. Arturo
presidiría la comisión edil que debía anticiparse a la presentación de la
otra organizada por la Sociedad de Artesanos; José se reservaría para
cualquier contingencia que surgiese.
José se mostraba un tanto confundido con el giro que tomaban
los acontecimientos, no le convencían las razones que provocaron e
hicieron arribar a la situación que se venía experimentado ¿acaso
habíamos cometido una trasgresión o un error de cálculo? pero, lo
¡incomprensible!, los propios amigos de la Sociedad de Artesanos que
con tanta facilidad y en un abrir y cerrar de ojos se habían transformado
en los primeros y más iracundos opositores al accionar del municipio.
¡Cuán compleja era la naturaleza humana¡ José siempre había incurrido
en el defecto de idealizarla quizás con exceso y en los recovecos de su
mente empezó a germinar la duda y recordando sus lecciones
universitarias sobre la psicología del hombre, se puso a analizar el
carácter del comportamiento individual y colectivo y en consideración
a lo que venía ocurriendo, decidió enfrentarse a las dificultades surgidas
con el arma de la verdad y la buena fe de sus actos, lo que también
incluía, la de no retroceder en las determinaciones.
Para enfrentar el problema se presentaban varias alternativas;
pero, ¿Cuál de éstas sería la rriás conveniente? ... eran trances un tanto
difíciles; en una población chica los más simples conflictos suelen
agrandarse, agravarse y complicarse con mucha facilidad. Tenía que
ser una intervención persuasiva para evitar que los acuerdos del concejo
sufrieran un primer traspiés cuyas consecuencias podrían, inclusive,
ser imprevisibles. Se tenía que mover a las personas a tomar una
actitud reflexiva, para hacer conciencia de una realidad que se ofrecía
tan clara, esto, desde el ángulo de José, porque para los otros, la
claridad estaba en el lado opuesto de las observaciones.
A pesar de los instantes de depresión y desconfianza, José tomó
la resolución de aferrarse a los sentimientos de amistad que lo unían
con aquellas buenas gentes, antes de que tomara más cuerpo la posición
adversa y negativa. !Sí! había que acudir a los sentimientos amicales,
una de las manifestaciones más elevadas del espíritu del hombre y en
el presente caso, con un viejo historial; por lo demás, ésta era, así
pensaba José, el único vínculo de valor que quedaba con quienes en
forma repentina se habían pasado a la vereda de enfrente y se tenía
que comenzar con la cabeza más visible de los insurgentes. Era, sin
duda, una aceptable estrategia para evitar enfrentamientos ásperos;
realmente, no era el momento de presentar una batalla frontal. Un
compás de espera o una retirada inteligente podrían significar
dividendos para el municipio.
José meditó sobre la forma y detalles con que debía abordar a su
amigo Antera Jíménez, para que éste no tuviera la oportunidad de
eludir el encuentro. Antero era un viejo conocido para José; compañero
de estudios de su hermano Mateo, sus relaciones tenían un consistente
grado de intimidad. Se consideró como la hora adecuada para la visita,
las cuatro de la mañana y en compañía de su progenitor, don Gregario,
se desplazaron al domicilio de Antero. La hora escogida tenía sentido,
los Jiménez trabajaban desde muy temprano por la naturaleza de sus
negocios, atendían a una clientela de Grau, Cota bambas y Antabamba,
muy numerosa y madrugadora. José tocó la puerta y salió a recibirlos
Rebeca, la esposa de Antero y hermana de Miguel Triveño. Un tanto
sorprendida por la inesperada y enigmática visita los hizo pasar. Rebeca,
una dama de un carácter opuesto al de su marido; generalmente
impulsivo, vehemente y terco. Ella era considerada como una hermana,
la madre de José la consideró siempre como parte de la familia; habían
vivido, por largos años, en la misma vecindad. Rebeca es una mujer
toda ternura y estaba criando unos niños muy hermosos. Antero todavía
estaba acostado, la reunión de la noche anterior lo desveló; lo normal

71
hubiese sido encontrarlo ya en pie; José se acercó a saludarlo y él
como si nada hubiese pasado le dijo: «hola docto» ... »de seguro que ya
te fueron con el chisme»; esto, facilito la conversación. «Efectivamente»,
le contestó José, agregando, y, «de éso he venido a hablar contigo
porque no quiero que comentarios malidiscentes y malintencionados
siembren la duda en una relación fraterna de tantos años y que era
conveniente aclarar algunos aspectos». En principio, le preguntó José,
¿Cuáles son los sustentos legales de tu posición? ... Antero expuso
argumentos poco coherentes y faltos de firmeza y su actitud denotaba
poca seguridad y confianza. José se hizo pesar haber planteado la
pregunta en la forma que lo había hecho; debió dejar la iniciativa a
Antera que con certeza no estaba en antecedentes de la Resolución
Ministerial a la que ya se aludió; simplemente o felizmente, no la
conocía.
José preparó el ataque automáticamente; debería acudir a sus
mejores argumentos e inició su discurso haciendo una invocación al
significado del amor a la tierra y que la generación a la que pertenecían
tenía el ineludible compromiso de contribuir al progreso de Abancay ...
todos teníamos que poner el hombro en éste superior propósito. En
ésta linea de acción el municipio tenía que premunirse de los
instrumentos que le permitieran transitar y avanzar y justamente, las
licencias constituían parte de éstos elementos, un medio para alcanzar
los primeros objetivos; además de que en el fondo, era una contribución
obligatoria muy razonable de quienes utilizaban a la ciudad como el
mercado de sus actividades productivas, haciéndole notar a Antero,
que él como ningún otro, estaba en el deber de dar el ejemplo, dando
cumplimiento a las resoluciones y acuerdos de su municipio; le invitó
a reflexionar con más realismo, llamándole la atención de pesadíta, de
cómo él atendía a una numerosa caravana de clientes de provincias
ocupando casi una cuadra de la Av. Elias a la que daba su
establecimiento comercial. José siguió machacando en la mente de su
amigo, se notaba que un remolino intrincado de pensamientos lo tenía
atrapado. José Je hizo ver cómo es que la gente más humilde y pobre
de la ciudad y el campo, era cabalmente la que le daba vida a su
ayuntamiento sin protestar ni pedir nada a cambio. Puso el ejemplo
de las chicherías de los barrios populares, que para vender la sabrosa
chicha de jora abanquina, tenían que abonar obligatoriamente la tarifa
astablecida con el agregado de la «yapa» de un vaso de la exquisita
oebida del pueblo al policía municipal que le endilgaba la boleta de
pago. En igual forma se procedía con las picanteras y panaderas que
expendían sus productos en el mercadillo callejero de Huanupata o
con las humildes campesinas que traían sus cargas de leña, alfalfa o
sus manojos de «asnapa» (hierbas utilizadas para condimentar las
comidas). José hizo una pequeña operación aritmética y le demostró a
Antera que en cinco años, período de duración de las licencias, esas
humildes gentes daban a su municipio mucho más que un
establecimiento de primera categoría y al mismo tiempo puso de relieve
que los recursos recaudados en el mercado principal constituían quizás
el rubro más importante del presupuesto de ingresos del Concejo.
Antero no pudo resistir la contundencia de los simples,
transparentes y lúcidos argumentos esgrimidos por José y que le fueran
expuestos en aquel fresco amanecer abanquino y, así como era, crudo
y tajante en su comportamiento, reconoció que se había equivocado,
dando un viraje racional a su conducta. José para tranquilizarlo, le
manifestó que el cabildo también había cometido sus errores y uno de
ellos el de no haber dado una explicación aclaratoria a la comunidad
en forma oportuna, señalando la naturaleza y los objetivos de los
acuerdos. Se estaba en la etapa del aprendizaje y frecuentemente se
pecaba por exceso y a veces por omisión.
Rebeca fue la más feliz con el resultado del diálogo; todo volvió
a la normalidad. El asunto no dejaba tener sus aristas por el carácter
de Antero; trabajador incansable pero intolerante, dueño de una
locuacidad a veces agresiva; no se detenía a cumplir algo cuando se lo
proponía y en ocasiones era impulsivo en demasía. Por eso, la tarea
cumplida aquella mañana apuntando el alba y cuando el lucero de la
mañana aún titilaba en el diáfano cielo y el hombre tenía el cerebro
frío; resultaba un éxito sorprendente y el que tuvo como corolario un
suculento desayuno con churrasco montado, papas frescas y agradable
queso de Mamara.
José había llevado consigo un licencia de primera categoría en
blanco, como correspondía; consignó, en la máquina de escribir

73
Remington de Antero, los datos del establecimiento y su propietario.
El diplomita ya había registrado anticipadamente las rubricas del alcalde
y los síndicos, como era de rigor. José le hizo entrega del titulo
recibiendo a cambio el importe de la contribución. A los pocos días, la
licencia se exhibía en un lugar visible de la tienda en un marco dorado
y con una fotografía de Antero, de sus años de estudiante.
José replicó la visita con otros tres dirigentes e integrantes de la
comisión de la Sociedad de Artesanos, hasta las ocho de la mañana
con idénticos resultados. En estas conversaciones, el epílogo de la
entrevista con Antero, se había convertido en el argumento más
convincente. Todo se arregló sin consecuencias que lamentar, sin
remordimientos y con las conciencias tranquilas, satisfechos del deber
cumplido. El incidente pertenecía ya al pasado y su recuerdo no volvió
a turbar los trabajos de aquel año.
La visita al prefecto se realizo de todas maneras y esta vez las
dos comisiones fueron juntas y en armonía y contó con la compañía
del alcalde. El diálogo tuvo el nivel que las circunstancias exigían y la
autoridad que estaba en antecedentes de todo lo ocurrido en la
asamblea, no tuvo ocasión para fungir de árbitro en un conflicto que
ya no existía, arribándose a la conclusión y recomendación de mejorar
las funciones de información y de comunicación entre el municipio y
la comunidad.
Así culminó todo el incidente y al volver a la normalidad, las
licencias habían adquirido notoriedad y universal aceptación. El concejo,
con los ingresos obtenidos, más el monto de los certificados de salud,
podía por fin, dar inicio al plan de acciones aprobado.
IV

EL PlAN EN EJECUCION

En principio, se convino que todas las actividades vinculadas al


plan, debían y tenían que ejecutarse por administración; las
características de los trabajos así lo aconsejaban. De otro lado, el
procedimiento de disponer de esta manera la aplicación de los modestos
recursos económicos permitía un adecuado control de los gastos y de
los costos y a la postre significaban un ahorro importante. Hubo
regidores que recomendaron el camino de la licitación pública por
razones estrictamente legalistas y de pudor en el manejo de los dineros
de la comuna. Menos mal que en definitiva se impuso el sentido común,
el más racional de los sentidos; primó la sensatez optándose por la vía
más conveniente. Al mismo tiempo y en función de los costos
operativos, se contaba con personal propio del concejo que asumiría
gran parte del control del empleo de materiales y de la supervisión de
las tareas.
Las faenas se iniciaron reclutando el mínimo de técnicos y
obreros. Los hermanos Azurín, Mariano y Andrés, dos viejos albañiles
abanquinos fueron los primeros en ser elegidos y en las labores fueron
situados el uno frente al otro; serían los responsables de la construcción
de las primeras aceras. Se les advirtió que impusieran un ritmo

75
acelerado; pero y sobre todo se les exigió nobleza y calidad en la obra,
la que básicamente dependía de la adecuada mezcla de la arena y el
cemento empleados. Al mismo tiempo, los propietarios quedaron
autorizados para ejercer la supervisión de los trabajos que los afectaba,
con el propósito de asegurar la bondad de la obra. Muchos objetaron
la elección de los Azurín, porque así como eran expertos,
experimentados y eficientes en el oficio, eran también contritos y fieles
seguidores de Baco, aunque en el pueblo, en mayor o menor grado,
casi todos pertenecían a la feligresía, de suerte que no era un demérito
en tanto se cumpliera con el encargo.
La primera cuadra de la Avenida Arenas en la que está ubicado
el antiguo hospital, otro de los aciertos del prefecto Arenas y todavía
en funcionamiento, fue la escogida para dar comienzo a los trabajos.
En un deslumbrante amanecer de abril, el concejo en pleno se
dio cita en el mencionado lugar. Había que rodearle de la aureola de
un mensaje de esperanza y de confianza a la colectividad. El sol matutino
se asomaba por el sinuoso perfil de Asilla; sus tibios y refulgentes
rayos proyectaban los eucaliptos como delgadas y vertiginosas sombras
que desfilaban arqueadas sobre el lomo de los cerros. La límpida luz
de aquélla mañana era presagio de buenos augurios para el pueblo.
Acompañaban a los cabildantes un nutrido número de personas
tempraneras, entre las que destacaban con sus albos mandiles las
enfermeras y médicos del hospital y por supuesto, el contingente de
ansiosos trabajadores. Arturo hizo uso de la palabra y en una
emocionada alocución delineó los objetivos del plan e invocó la
realización de un trabajo honesto, con dedicación y esfuerzo, para
lograr el éxito de una obra que era de interés colectivo y en la que el
principal actor sería el pueblo mismo. Así se dio comienzo al programa
diseñado y aprobado por el concejo de 1958.
En poco tiempo se impuso un estado de orden en la organización
de las labores; las carretillas nuevas que se habían adquirido empezaron
un trajín que duraría todo el resto del año. Las primeras semanas iban
y venían transportando piedras y arena obtenidas y preparadas en las
riberas del Colcaqui; en tanto que los Azurín clavaban unas estacas
para allí sujetar unos cordeles que eran acondicionados a nivel de
plomada, donde colocaban las piedras que labraban a fuerza de unos
combillos para delinear las aceras.

La construcción de las aceras en la primera cuadra de la calle Lima.


. .
A las pocas semanas se tuvo que incrementar el número de
albañiles y obreros, los que fueron distribuidos en diferentes puntos de
la ciudad. Las actividades se extendieron y adquirieron mayor celeridad.
Abancay presentaba un espectáculo de una población en efervescente
laboriosidad, parecía una colmena de constructores.
La respuesta de la población fue extraordinaria, prueba de que
se mantenía a la espera de un verdadero estímulo. Todos se contagiaron
del más animado entusiasmo; los costos de las aceras eran abonados
con religiosa puntualidad y no faltaban quienes abonaban por
adelantado las obligaciones correspondientes a sus propiedades. Esta
respuesta permitió el desarrollo sostenido del plan, cuyo éxito de ante
mano ya estaba descontado.
Rápidamente las calles iban cambiando de fisonomía y era el
conjunto lo que realmente ofrecía una vista agradable; se notaba y era
evidente que se estaba operando un cambio y este era asidero de otro,

77
quizás más significativo e interesante. Se estaba produciendo también
un cambio en el espíritu y la mente de todos los habitantes; era fácil
reconocer su total identificación con lo que venía ocurriendo y que les
impelía a participar de alguna manera en el proceso; simple y pequeño
proceso en lo material; pero magnífico y gratificante en sus
proyecciones anímicas y espirituales. Había en ésta reacción, un
contenido de hondas simpatías, a la par que la generación de fuerzas
hasta ahora dormidas y que constituyen la esencia de un fenómeno
que siempre ha existido en las colectividades humanas, la efectiva
participación popular en su propio desarrollo, en la construcción de
su destino. Esta idea, hecha concepto, pensamiento, sentimiento y
doctrina, jamás dejará de existir y nunca debe ser mal utilizada ni
engañada por los dirigentes.

La construcción de las aceras en la Díaz Bárcenas a la altura del Hotel de Turistas.

No era la magnitud de la realización lo que importaba, la que en


función de números significaba una inversión muy modesta; lo que
interesaba eran los recursos generados en el pueblo y administrados
por el pueblo, origen de la multiplicación de los rendimientos. Haciendo
un análisis concreto de la producción, esta era en gran parte resultado
el esfuerzo de la comunidad. Obras que no contaban con la ayuda del
;obierno Central, hecho que establece las diferencias con la
-articipación popular. Lo que hacia el concejo de aquel año, era una
bra comunal, un trabajo del pueblo con el pueblo. Abancay durante
qué! año, fue una comunidad que despertó en función de principios y
alores superiores; totalmente desvinculado de las partidas
iresupuestales del Ejecutivo; lo cual significó un privilegio; un pueblo
ue sabe dar de si sin detenerse en les dilatadas esperas de partidas
:ainisteriales, que ahora, no importaba que llegasen. Se estaba
lemostrando que en la ejecución de algunas obras, mejor solos que
na! acompañados. El hecho, si se quiere, puede interpretarse como
ma manifestación de protesta, frente a la permanente postergación
:n la atención de las necesidades del pueblo por el Gobierno Central.
La construcción de las veredas de las calles despertó un notorio
ipasionamiento, desbordante y contagioso. Andrés Alvarado primero
,, Leonidas Espinoza después; eran los proveedores de arena, los
raían por camionadas de la quebrada del Pachachaca; las carretillas a
istas alturas resultaban insuficientes y en cierto modo inoperantes.
\ndrés y Leonidas durante el período que duró la obra, entregaban
¡raciosamente cada uno, una camionada de arena diariamente; el
lonativo era contabilizado para cubrir el costo de trabajos que no ·
oodian cobrarse. Andrés le entraba a todo y con tocio; un día propuso
ll concejo un operativo inusual; se comprometía a levantar veredas en
llgunas calles al mismo costo que el municipio. Su propuesta fue
iceptada en condición de prueba y bajo la supervisión del concejo.
Jegó a completar una cuadra de la Avenida Díaz Bárcenas, justo en la
1ue está el local de la Sociedad de Artesanos y por entonces el colegio
ndustrial de varones. Por supuesto que la experiencia no le resultó
'entable y ahí quedó; sólo le cupo la satisfacción del ensayo ... después
le todo, decía en tono filosófico ... »total no pierdo nada porque es
oara el pueblo y para su municipio».

Jn fatal accidente y el puente sobre el Colcaqui


Una mañana lluviosa de fines de febrero la ciudad recibió la
úgubre noticia del accidente mortal sufrido por un campesino de Aymas

79
que había estado celebrando hasta avanzada la noche del día anterior
los alegres y coloridos carnavales abanquinos; en estado inecuánime
habíase precipitado del inseguro puente que une la población con las
importantes parcialidades del este de la ciudad y que es el paso obligado,
de vivos y muertos, al cementerio capitalino de Condebamba. fa
también, ruta obligada de las pocas gentes que todavía utilizan los
antiguos caminos hacia las provincias de Grau y Cotabarnbas, otrora
muy transitada y preferida por los abigeos y los contrabandistas de
aguardiente de caña y que cruza sucesivamente Condebamba, Aymas,
Hatun Pata y bordea las hermosas lagunas de Rento Ccocha allá arriba
en la cima de los Andes. La vía aludida, según contaba doña Serafina
Romaní, era la preferida de los hermanos Aulico y Alejandrino
Montesinos; el primero un fino artista y genial con la guitarra;
Alejandrino, un carismático bandolero que permanentemente burlaba
a la policía que en la segunda década del siglo XX lo perseguía
tenazmente sin conseguir capturarlo. La aventurera vida de los
Montesinos y particularmente la de Alejandrino, ha inspirado a
Guillermo Viladegut, para escribir unos relatos m!Jy bellos y
memorables.
El paisano en su último viaje venia en estado avanzado de
intoxicación alcohólica y probablemente que en la obscuridad de la
noche perdió el equilibrio o simplemente cambió de dirección y cayó
al abismo. El Colcaqui en el febrero loco o de lluvias intensas, corría
muy cargado y las aguas turbias y turbulentas se encogían y estiraban
en violentos rabiones hasta su encuentro con el Mariño. Una inmensa
roca servía de contrafuerte y de inamovible cimiento y soporte del
puente y al pie de éste el remolino de las aguas tenía aprisionado el
cadáver del infortunado hombre. La autopsia médico legal dictaminó:
traumatismo cráneo encefálico y subsecuente muerte por ahogamiento.
El sensible accidente que enlutaba una modesta familia campesina
de Aymas, no era el primero que se producía; en el mismo lugar y,
casi siempre en circunstancias idénticas, la quebrada del Colcaqui había
cobrado varias víctimas humanas y en otras ocasiones acémilas con
carga y todo.
José que había presenciado la necropsia, citó a sus colaboradores
más cercanos y con ellos practicó una inspección ocular del lugar del
siniestro. El problema se planteó en sesión de concejo y allí se acordó
proceder a la remodelación del puente y más que nada, dotarle de
seguridad en previsión de futuros percances. Como primer paso se
solicitó la asesoría técnica de la Oficina Departamental de Caminos,
dependencia del Ministerio de Fomento. Ejercía la jefatura de la
mencionada repartición el ingeniero Félix Torrealva; un ciudadano
lqueño, serio y circunspecto, cuarentón. Un funcionario muy formalista,
de aquéllos que se dice «pegados a la letra»; cuando fueron a buscarlo
no les otorgó chance alguna para un trato directo y mucho menos
cordial. Para estos casos el municipio contaba con un asesor ad-
honorem el ingeniero Hipólito Palomino, quien opinó que tratándose
de una vía pública era imprescindible la presencia de la autoridad de
caminos. Ni modo, a escribir formalmente los oficios con copia al
Prefecto. Cursada la misiva en forma oficial; esta vez la respuesta no
se dejó esperar y con una eficiencia desacostumbrada, con el oficio de
respuesta venía un técnico en puentes con cuya orientación se
efectuaron los trabajos pertinentes.
Lo del puente, fue la primera obrita realizada y entregada por el
municipio. Después de mes y medió de labor se podía ver un puente
remozado y que fue recibida y aceptada con satisfacción por toda la
comunidad, especialmente por las de las parcialidades del campo
directamente beneficiadas.
El ahora restablecido y renovado puente de la quebrada iba jugar
un rol importante en el futuro inmediato del accionar del municipio.
En primer lugar, tuvo el significado de poner en marcha la efectiva»
participación popular». En efecto, las comunidades de Aymas, Asilla y
Llañucancha, eran de las pocas organizadas; celosa y cuidadosamente
guiadas por su líderes. Florentino Valverde; Anaclo Chipa y Lucas
Contreras. Valverde, un hombre sobrio, pasaba los cincuenta, sereno
y ecuánime, con dotes de conductor de sólida experiencia. Chipa, un
menudo campesino de ojos siempre abiertos y vivaces, tenia una rara
facultad, un extraordinario orador en su quechua nativo, con un poder
de convicción en la lengua y en las ideas. Lucas Contreras, el de mayor

81
edad, una especie de asesor en materia sindical, era dirigente de la
Sociedad de Artesanos y mentor espiritual de esas gentes porque era
un cristiano muy creyente.

Florentino Valverde en la inaugurac.ión de la remodelación del puente sobre el


Colcaqui. Al centro el Alcalde y el regidor Orester León. Atrás Carlos Garay.

Florentino Valverde había usado de la palabra en la ceremonia


de entrega del puente. Un buen día, se presentó en el ayuntamiento
encabezando una delegación de campesinos y en un gesto, difícil de
olvidar, concretó la promesa de poner todo el contingente de mano de
obra de las comunidades que representaba, para los trabajos
programados por la comuna y cuyas características permitieran una
participación masiva de hombres. Esta emotiva declaración y
ofrecimiento públicos, no había pasado por las mentes de los regidores;
no estaba escrito aún y abría las expectativas de una experiencia inédita
y que por lo demás, había de resultar un componente importantísimo
para las actividades a desarrollar, como se verá más adelante. Ese día,
Arturo trasuntaba una gran satisfacción, le atraían estos fenómenos
colectivos y en éste caso particular, los vinculados a las comunidades
presentes de las que era su defensor y mentor legal.

,.,,...
El puente recompuesto comenzó a mostrar sus consecuencias
favorables; la tal obrita sirvió para establecer otro puente, el de una
estrecha como provechosa coordinación con la Oficina de Caminos.
Las relaciones con aquél aparentemente huraño ingeniero, que como
anotamos, al principio se mostró renitente para abordarlo, en el
transcurso de los días adquirieron un nivel más que satisfactorio.
Torrealva, un hombre de mediana estatura, trigueño y achinado, vestía
con pulcritud y elegancia; poseedor de modales irreprochables. Su
fuerte personalidad se dejaba sentir a través de su disciplina y autoridad
con el personal a su cargo. Se convirtió en un excelente colaborador
del concejo. De otro lado, el personal de caminos estaba conformado
en su gran mayoría por abanquinos y/o apurimeños, casi todos ellos
habían pasado a las secciones administrativas después de haberse
desempeñado directamente en la construcción de los diferentes caminos
carreteros del departamento. Constituían un grupo humano muy
especial; siempre unidos, parecían más que una logia fraterna, una
gran familia, cuyos afectos y querencias se esparcían por todo el
departamento. Ahí estaban los hermanos Mario y Juan Luna Berti,
Fritz Baúman, César Letona, Dimas Espinoza, Eduardo Govea, el
«peqao» Cáceres, Guillermo Villavicencio, Eugenio Rivera, Víctor
Hurtado; Wilfredo Villacorta, Ati1io Col! y, muchos otros. Ahora que
no habían carreteras de envergadura que levantar, prestaban apoyo
técnico y orientación financiera para las vías locales de las provincias.
Caminos, siempre contaba con las llamadas cuadrillas de
mantenimiento, muy dinámicas en una zona geográfica y orográfica
pródiga en avalanchas, huaycos y derrumbes; cada cuadrilla con sus
propios capataces, adaptados a un estilo de vida suigéneris, parecían
equipos de gitanos que se trasladaban de un lugar a otro, deteniéndose
el tiempo necesario ahí donde había que reparar y rehabilitar carreteras;
alojados por lo general, en campamentos solitarios, transitorios y
pobres .... , era la ortodoxia caminera que no conocía del descanso y la
tregua: Justo Luna, Alberto Pinto, Francisco Trujillo, el gran viejo
Batallanos, Alejandro Abuhadba, Gerardo Gonzalez, entre algunos
otros, encabezaban las cuadrillas que dejaron gran parte de sus vidas
en los enredos retorcidos de las sinuosas carreteras de Apurírnac.
El puente sobre el Colcaqu i que derivó en otras obras.
El puentecíto, comenzó a complicar el programa de actividades
y en el mismo sitio se planteaban los problemas. Aquí surgió la idea de
mejorar otra vía de acceso al mismo puente. Justamente a partir del
mismo y en una extensión aproximada de poco más de cien metros a
lo largo de la ribera derecha del río y hasta justo debajo del Peñón, el
terreno ofrecía una falla, un gran hoyo que en época de lluvias era
ocupada por el desborde de las aguas del Colcaqui. Muy pegado al
cerro, serpenteaba un estrechísimo sendero que bajaba de la «calzada»
y era transitada por la gente y sus ganados, los que hacían proezas de
equilibrio para no caerse. El tal caminito era una prolongación de la
calle Lima que cruzaba toda la «calzade» y bajaba a la quebrada dibujando
su ondulante tortuosidad por detrás del hospital y sobre la superficie
de los terrenos de la familia Bastidas. Esta senda de cabras, cabritos y
ca , se dividía en dos delgados ramales, uno enrumbaba casi
verticalmente zigzageando la ladera a las playas del Mariño, atravesando
antes la quinta Santa Isabel de Guillermo Díaz, quien refrescaba a gran
cantidad de veraneantes en las más cristalinas y tibias aguas del valle
apresadas en su piscina. El otro, siguiendo un trazo oblicuo se dirigía
hacia el pie del Peñón y después de rodearlo y sortear con angustia el
estrecho desfiladero, empalmaba hacia el puente. En tiempo de crecida,
simplemente, se cortaba el tránsito, había luz roja por unos tres meses.
Todavía en la inauguración del puente, nació la idea de mejorar
las condiciones de ésta vía y explícitamente se pidió al municipio la
realización del trabajo; allí mismo, aparecería en el pensamiento de
Florentino Valverde la contribución de las comunidades que
representaba; éstas proporcionarían la mano de obra y la Oficina de
Caminos, la asesoría técnica necesaria. Sin embargo y de todas
maneras, el trabajo debía planificarse y considerar los costos. Los
síndicos eran los llamados a tomar las providencias del caso en
prevención de algún desface desagradable. En principio, comunidades
y municipio acordaron que las actividades se desarrollarían los días
domingo. El contingente de trabajadores se estimó entre 150 y 200,
los que serían divididos en grupos de veinte comandados, por un capataz
con experiencia. Aquí surgieron dos problemas inmediatos; uno, el
consejo no contaba con el número suficiente de picos, palas, barretas,
carretillas, etc., para dar ocupación a tantos trabajadores. Dos, ¿quién
o quiénes y cómo se aseguraría un modesto almuerzo?. El problema
número uno, fue rápidamente resuelto, la Oficina de Caminos
proporcionaría gran parte de los instrumentos de trabajo, solamente
había que organizar su distribución. El problema número dos era un
poco más complicado; el municipio daría los artículos alimenticios y
parte del menaje, no habían aparecido los descartables todavía. Las
regidoras Aurora de Paz y Hortencia de Niño de Guzmán, organizaron
todo lo relacionado con este aspecto con la colaboración de las esposas
de los demás concejales y de un nutrido conjunto de mujeres de las
comunidades. La consigna; un solo nudo y punto.
El primer domingo, como era de esperarse, hubo gran confusión,
el consejo en pleno más su personal, trataban de imponer orden en
aquél desconcierto inicial, sobre todo en lo tocante al reparto de
instrumentos. La faena se inició a las diez de la mañana. entre tanto
las mujeres preparaban la cocina al aire libre premunidas de la leña
necesaria y ya contando con los suministros que consistían en unos
cuantos carneros, papas, verduras y todo lo demás. Transcurridas las

85
dos horas ya se podía ver un largo arañazo en la afilada pendiente, se
dibujaba algo así corno el trazo de un sendero correctamente delineado
con aspiraciones a convertirse en un camino real. Como que fue así;
se trabajó otros dos domingos más; mejor organizados y, con la
consecuencia natural de una mayor eficiencia.
La forma de trabajo puesta en práctica no constituía una novedad;
es la histórica «minga» muy utilizada por las comunidades desde el
incario y que en Apurímac sufrió su mestizaje con los tiempos tomando
el nombre de «acción popular» y cuya connotación política, ampliamente
conocida, se debe al arquitecto Fernando Belaúnde, que con su buen
olfato e inteligencia, visitando Chincheros, bonito poblado apurimeño
en la hoya del Pampas y al extremo oeste del departamento, allá por
el cincuentaitantos, dialogaba con el secretario general del Apra Melchor
Mota, un patriarca chincherino y director de muchas obras públicas;
iglesias, escuelas, puestos de salud, captación de agua, etc. El arquitecto
le preguntaba a Mota: ¿quién hizo ésta obra? ... ¿Cómo se construyó
aquella? .... ¿y la de más allá? ... ; a cada pregunta Mota contestaba con
una sola respuesta: por acción popular... por acción popular. Belaúnde
intuyó el mensaje y lo aprehendió; después le administraría el contenido
principista y doctrinario, bautizando al partido político que creara con
el nombre de Acción Popular, partido que lo llevó dos veces al poder
y aún con plena vigencia en el escenario de la Política nacional.
Las faenas dominicales concitaron la atención de todo el pueblo.
El trabajo comunitario era una auténtica fiesta social. Maestros primarios
y secundarios, empleados bancarios, servidores públicos. Alumnos de
ambos sexos y de los dos niveles, trabajadores independientes, estaban
presentes para poner su granito de arena al lado de su municipio.
Había quienes al no poder participar directamente, lo hacían trayendo
peones pagados por ellos y portando sus respectivas herramientas.
Todos reunidos y unidos en torno a una obra de bien colectivo. Hombres
del campo y de la ciudad confundidos en una minga del siglo XX al
estilo y con el sabor abanquino.
Por otra parte, domingo a domingo la cooperación para el
almuerzo acuso un notable repunte paralelo al de la demanda. Los
hermanos Valer; Nazario, Julio, Pancho y Juan Pablo; Justino Ochoa
¡ Antonia PiOla
ca, aseguraron una buena dotación de carnes y papas.
�lberto Trujillo, empleado de la Caja de depósitos en Lambrama, se
presentaba con su infaltable carnero que lo entregaba en nombre suyo,
in el de Manuel Burgos y Pancho Luna; el trío de compadres que
nvariablemente alegraban todas las noches del carnaval de la tierra.
Tampoco pudo resistir su identificación y entusiasmo el propio don
2irilo Trélles que desde San Gabriel, se hacia presente con sendos
oarríles de chicha cambray. Ezequiel y Antonio Villafuerte cumplian su
parte responsabilizándose del transporte de los insumos culinarios en
sus movilidades.
Justo debajo del Peñón se presentó una seria dificultad; el
problema no sólo era un complejo inconveniente técnico; sino, que
presentó graves implicancias con las propiedades de Eugenio Rivero y
Gerardo González; ambos de la tribu de los de caminos y, el segundo
de los nombrados, componente generacional de José, lo llamaban
desde colegio el «gardelito» por su afición al tango. Los dos, en un
gesto plausible y atendible, objetaron el corte que se pretendía llevar a
cabo, lo que significaba la inminente caída del peñón, una gran mole
de piedra que se puede ver hasta ahora y a cuya firmeza, ubicación y
peculiaridad se debía el denominativo de peñón, nombre que también
recogieron para un bonito bar, restaurant de los Rivero.
Eugenio y Gerardo no se detuvieron en el capitulo de las
observaciones, alcanzaron sugerencias para la mejor solución del
impase; tenían una dilatada experiencia en estos menesteres, una
pequeña afeitada al farallón; y la construcción de un muro de
contención ganándole un poco de espacio al lecho del río; seria la
solución. La sugerencia tuvo acogida y respaldo técnico y se aprobó
su ejecución. La construcción del parapeto a la ribera del río debía
tener una resistencia y consistencia tal que garantizase la defensa del
camino de las arremetidas del Colcaqui, especialmente en la epoca de
crecida
Cuando ya se disponían a poner en práctica el proyecto aprobado
por los Ingenieros, se presentó otro obstáculo serio, mas que nada
por la calidad de la persona afectada. Se presentó Guillermo Diaz, no
le cuadraba nadita la solución acordada y se opuso a la construcción

87
del dique en la forma que había sido concebido; sostenía que por l.
volubilidad del río en la estación de aguas, su curso afectarí
directamente su propiedad. Y no le faltaba razón, se fundaba en lo
antecedentes de inundaciones de otros años. El Concejo técnico d,
Ingenieros estudió in situ el dilema; llegándose a un arreglo satisfactori,
y salomónico, se levantaría el parapeto para el camino en construcció:
y paralelamente se alzaría a ambos lados del río un sistema de defens
para prevenir los frenéticos desbordamientos del Colcaqui. Así s
salvaron los impedimentos referidos y, aunque todavía se escuchaba:
las voces de los augures que vaticinaban que el peñón se caería solo ..
que solo era cuestión de tiempo; han pasado casi cuarenta años y ar
continua firme en su puesto de vigía solitario y permanente de l.
quebrada.

·, .
.,� ¿_;.
Levantando el muro a la vera del Colcaqui. La vista comienza al pie del peñón y
fondo el bello puente.

Por una oportuna y feliz coincidencia , en estos mismos días lo


vecinos de la calle Huancavelica comprendida entre la primera
segunda carretera como quien se va a Tamburco, solicitaban al Concejo
su intercesión ante el gobierno central para que dotara a la zona, d
los servicios de agua y desagüe, de cuyo programa habían sido
marginados razón por la que ejercitaban su reclamo sin conseguir su
objetivo. La oficina de saneamiento de Abancay otra dependencia del
Ministerio de Fomento encargada de dicho plan informó que tales
instalaciones no podían efectuarse en las actuales condiciones de la
calle, la que demandaba previamente una urgente nivelación; lo cierto
era que la calle Huancavelica en toda esta comprensión, no era tal. Si
bien es cierto que las viviendas estaban aceptablemente delineadas;
también era cierto que la calle misma era muy accidentada,
inocultablemente un abrupto y escabroso pedregal, en medio del cual
se retorcía un estrecho y aberrante sendero que en las temporadas de
lluvia se tornaba resbaladizo. Era un simple camino de herradura que
servía para sortear el desigual y dificil lugar.
Una comisión del consejo encabezada por el alcalde e integrada
por los síndicos y por Guillermo Vialdegut, Luis Cordero, José Domingo
Loayza y Orestes León se trasladó a la citada calle con la finalidad de
conversar con los vecinos y buscar el arreglo mas adecuado. La actitud
precipitada de uno de los ediles puso en serios aprietos al alcalde y a
los síndicos; en un «in promtus» sugirió que el Concejo debería asumir
la responsabilidad de la nivelación y que el desmonte producido serviría
para llenar el hueco que se estaba fabricando en la quebrada del
Colea qui.
En tales instantes, a todos les pareció la idea como la mas
luminosa y cada quien se engolonizaba con mas y más argumentos.
Como no hubo objeción alguna, expuesto en sesión del cabildo fue
aprobada sin atenuantes. En un abrir y cerrar de ojos, el municipio se
había metido en camisa de once varas.
A nadie le paso por la mente que el trabajo de nivelación, asumido
íntegramente por el concejo, duraría casi hasta el final del ejercicio
anual. Sobre este punto, José recuerda con toda nitidez las palabras
del magistrado Nemesio Quintanilla, uno de los vecinos notables del
sitio y de Abancay y presente en la reunión vecinal de aquella mañana.
Quíntanílla, un juez integérrimo y probo como pocos, no le gustaba
entablar conversación fácilmente, pero cuando lo hacia era locuaz y
contundente en sus concepciones, mostraba en su faz seria las cicatrices

89
de la viruela, que le hacia aparentar mucho más serio y más fiero de lo
que en realidad era; debió ser de una notable fortaleza física ya se que
había librado de una epidemia de viruela muy grave a la que había
sobrevivido, pero sin salvarse de mostrar las huellas del terrible mal y
que para tranquilidad de los pueblos del mundo el virus de la enfermedad
ha sido definitivamente derrotado y eliminado, según comunicación
de la Organización Mundial de la Salud. Nemesio Quintanilla le advirtió
a José lo dificil que iba a ser el trabajo y en tono irónico y socarrón le
preguntaba ... ¿esta seguro de terminar este trabajito? ... cada una de
las palabras resonarían largos meses en los oídos de José; el Juez
sabía porqué lo decía, le había costado sus bemoles edificar su casa y
conocía muy bien la estructura de aquel suelo, la mas calichosa de
Abancay, una tierra de una consistencia tan fuerte que los picos y
barretas se rendían pronto en las labores y de otro lado, contenía gran
cantidad de enormes piedras, que en algún momento demando el uso
de la dinamita.
No había forma de apurar el trabajo; de un lado el concejo
le había dado prioridad a las veredas, y de otro, los recursos financieros
limitaban el empleo masivo de obreros y de máquinas. Sin embargo
se siguió avanzando y la tierra removida era trasladada con pausa
pero sin tregua al hueco de la quebrada. Aquí se contó con otro tipo
de apoyo. Abancay era el lugar donde se concentraban los camiones
que transportaban ganado vacuno a la costa; sus propietarios,
contagiados por un entusiasmo inusitado, cedían sus camiones al
municipio por un día de trabajo; los que eran empleados precisamente
en el transporte del desmonte. Estos sentimientos de solidaridad le
permitieron al concejo, matar dos pájaros de un tiro; contribuir a la
nivelación de una arteria importante y tapar el hueco para otra no
menos interesante. Demás esta decir que los vecinos ayudaron a la
obra incondicionalmente.
Todavía faltaba mucho para culminar la nivelación, sin embargo
Avelino Sullcahuaman el mas chato de los hermanos y propietario de
un camión, vecino de la calle, fue el primero en hacer transitar su
vehículo por la rua a medio igualar; se ufanaba de haber inaugurado
en una osada acción propia de su personalidad.
Cuando se concluyeron los trabajos, a fines de noviembre de
aquel año, la nivelada salió a pedir de boca ... el juez Quintanilla que
seguía muy de cerca la brega diaria; sentado con un grupo de amistades
en una piedra que reposaba a la puerta de la casa de la madre de los
Silva Reynoso; Víctor, Antonio y Ricardo, coetáneos de la generación
de José; fue el primero en reconocer el éxito alcanzado. El día de la
inauguración hubo embanderamiento general, ceremonia de bendición
por el Obispo, con asistencia del Prefecto y del Concejo en pleno. Al
final se ofreció un almuerzo en la casa de Justino ochoa, muy cerca a
la segunda carretera., se contó con la presencia de casi todo el pueblo,
rubricándose con canciones y música del folclore abanquino donde
destacaban, las voces de don Antonio Salas Berti y la de lrma Truiíllo.
En frente mismo a la casa de los Triveño Espinoza en la Alameda,
que así se llama con mas propiedad en Abancay a la avenida Nuñez,
desemboca la calle "la Victoria", esta se proyecta desde la propiedad
de los Torreblanca Llzarazo. Aquí había poco mas de una cuadra
urbanizada e integrada a la ciudad y por iniciativa de Cesar Bedoya y
aprovechando de los trabajos que se venían ejecutando en la inmediata
Huancavelica, se hizo similar tarea con poco esfuerzo en dicho sector.
Cuando se hacia la supervisión de los trabajos; un sábado por la
mañana coincidimos en lazona, Miguel Triveño, Carlos Tejada, Mauro
Soto y Gaspar Zegarra, a los que se unió Ramón Pinto Bastidas, este
ultimo, un abogado abanquino que desempeñaba una judicatura y para
mejor dialogar se encaminaron a la casa de doña Mónica. La distinguida
matrona Mónica Espínoza viuda de Triveño, ejemplar madre de familia
era, desde hacia muchos años la cabeza visible de su hogar, don Pancho,
su esposo, hacía muchos años que había fallecido y ella fue el verdadero
arquitecto de una de las familiar mas unidas, productivas y
representativas de Abancay. Doña Mónica a fuerza de un trabajo
tesonero y sacrificado construyó uno de los núcleos de unidad familiar
modelo y que la supo nutrir con una excelente formación y educación
de cada uno de sus integrantes, José tenia especial simpatía por toda
la familia, los ligaba una relación muy fraterna y leal. La casa de doña
Mónica siempre estaba dispuesta para recibirlo y esa mañana fue una
de las muchas que bajo su techo se discutían y se decidían soluciones

91
a los problemas de la tierra y a algunos otros vinculados a las relaciones
humanas.
Ramón Pinto, condiscípulo de José en la primaria; un profesional
capaz y eficiente , un magistrado sagaz, justo y honrado, parecía
haber buscado a propósito el dialogo; hacía días que venía merodeando
por el lugar, tenia interés por plantear las bases de un proyecto, y lo
quería hacer en el lugar de mayor interés del mismo. La ocasión se dio
esa mañana. Motivado como estaba por la actividad que venía
desplegando el municipio, invitó al grupo a caminar un breve trecho
hasta donde termina la propiedad de don Líborío Castro y donde
comenzaba la de don Eulogio Huerta, maestro primario abanquino de
amplia y fecunda trayectoria, profesor de algunos integrantes del grupo.
Ahí se estacionaron y Ramón soltó el proyecto; construir a partir de
este punto una gran arteria hasta la quebrada, rompiendo parte de la
propiedad de don Andrés Infantas; justo donde éste había construido
una piscina a la que arribaban todas las personas que no querían
llegar hasta la alberca municipal o a los pozos naturales del Colcaqui,
la "toma" para la gente de la época, e inclusive al estanque de agua de
Condebamba y que servía de represa para mover la máquina hidráulica
de la planta eléctrica municipal que por muchos años suministrara el
fluido eléctrico a Abancay y que fuera importante obra entregada a
los finales de los treinta por el alcalde Luis Paz, el actual prefecto.
El proyecto muy atractivo, demasiado ambicioso en las
circunstancias que se vivían por estar lejos de las posibilidades. Tampoco
ahí terminaba el intento; Ramón manifestó que la idea completa era la
de construir la vía en el lado opuesto con iguales características a la
primera y con proyección hasta la quebrada del Olivo, allá por la primera
curva. En el primer tramo había un sinuoso camino público utilizado
por los vecinos de la zona y por transeúntes que cortaban camino a
Condebamba y Aymas teniendo que ingeniárselas para sortear un
enorme portón de la quinta de los Infantas Castro. El segundo tramo
más extenso se complicaba por la presencia de propiedades habitadas;
excepto en la parte comprendida entre la Alameda y la calle
Huancavelíca, espacio que inclusive estaba cerrado sólo por muros
secos. José, vislumbró la posibilidad de por lo menos aperturar una
cuadra en dicha área, pero, consideró no explicitarla en aquél momento.
Madurada la idea y con la información de que el terreno
pertenecía a una sóla persona, la cosa tenía mayor atractivo y más
aún sabiendo que el propietario era Justino Peña, profesor del Industrial
y compañero de colegio de José. De acuerdo con los síndicos y a
sabiendas de que se iba a cometer un abuso de confianza, el alcalde
dispuso el traslado de una docena de hombres y procedió al
levantamiento de los muros secos y a la limpieza de la calle que se
acababa de aperturar. Justino no tardó en presentarse en el lugar de
los hechos a defender lo suyo y protestar por la tropelía. José dialogó
con él, tranquilizándolo y hablando sobre la importancia de la vía y sus
perspectivas para el futuro urbanístico de Abancay. Lo llevó al municipio
y le mostró el plan de expansión urbana de Abancay, aprobado por el
Ministerio de Fomento. Por lo demás; le recalcó, de no contar con su
aceptación se repondrían los muros a su anterior situación, a la espera
de un proceso expropiatorio. Se le invitó a que pensara en el asunto,
teniendo en consideración que las expropiaciones tenían sus etapas,
casi siempre dilatorias y de decidir por su transferencia al concejo, que
le pusiera un justiprecio al terreno para llegar a una solución rápida.
En el plan de ablandamiento y convencimiento ulterior, jugaron
papel importante Luis Vergara y Manuel Navarro, compañeros de
trabajo de Justino e identificados con y por "lo que venía haciendo el
municipio. Al final, se dio la aceptación, poniéndole un precio por
debajo del valor real, como un gesto de contribución al progreso de su
tierra. Así terminó la idea de Ramón; no se pudo redondearla corno él
lo había pensado, pero ahí está la calle Garcilaso como una evidencia
de las buenas intenciones.
Las tareas de nivelación de la nueva calle no demandaron mucho
esfuerzo en su arreglo, salvo en la parte que colindaba con el suelo
calichoso de Huancavelíca, a la altura de éste jirón hacía esquina con
la propiedad de los Alvarez Trujillo. El jefe del clan familiar don José
Alvarez, era un artista de trabajos en cuero, era lo que el vulgo
denominaba como «talabartero», pero que en éste caso tenía las
características de un arte de grabador en cueros; estaba rondando los
cincuenta; de tez blanca, con la barba oscura abundante y recortada,
siempre con la sonrisa a flor de labios transmitiendo su bonhomía y

93
gran sentido del buen humor. Todos los días distraía parte de su tiempo
observando los trabajos y ahora un tanto sorprendido no podía ocultar
su satisfacción al ver la nueva perspectiva que mostraba su casa. A
nivel justo de la boca calle, los trabajadores se encontraron con lo que
debió ser la vena de un mineral argéntico, una de cuya muestra fe fue
presentada a José por Santiago Oré, que emergió corno el cabecilla
del descubrimiento; el pedazo de mineral tenía las características de
un trozo de metal color gris, brilloso, muy pesado por la probable
aleación de plata con plomo. La vena metalífera despertó sueños de
riqueza en Ore; pensaba en una explotación inmediata y de grandes
proporciones. Pero no estaban preparados para subirse al tren minero;
José no podía imaginarse con una planta minera en pleno corazón de
la ciudad .... además, quien podía calcular la magnitud de la mina; la
denuncia y la etapa de exploración podría ser frustrante y a José le
pareció que estaban perdiendo el tiempo y dispuso que se cubriera la
veta en cuestión y olvidándose de las argénticas pretensiones se
prosiguiera con las labores con toda normalidad. Oré era muy
disciplinado; muy a su pesar un tanto decepcionado se fue a cumplir
las órdenes. El hecho queda aquí registrado como anecdótico, pero,
tiene total certeza.
Otras de las consecuencias que se sumaron alrededor del puente
de la quebrada fue el problema que planteaba el largo trayecto de la
calzada, el que no armonizaba con el camino que por acción
comunitaria se acababa de abrir. Dicho recorrido era una prolongación
de la calle Lima, demasiado estrecha, de poco más de un metro de
ancho entre los cercos que lo limitaban y que a su vez era utilizada
como canal de regadío por las chacras vecinas y cuya boca toma se
desprendía de la acequia principal en la avenida Arenas dirigiéndose
hacia la calzada por un pequeño canal a cielo abierto al costado del
antiguo hospital. La acequia principal nacía en el Colcaqui, en frente
mismo donde estaba la planta eléctrica municipal; cruzaba por toda la
ciudad después de alcanzar la avenida Arenas. A la altura del hotelito
del ex-sargento Medina hacía un rodeo muy amplío para retornar la
calle Arequipa en la esquina con Nuñez. El espacio comprendido entre
la avenida Arenas y la acequia, frente al Pisonay, era un pamponsito
bastante amplio donde en los treinta y hasta principios de los cuarenta
se realizaban los torneos de básket ball local y por supuesto, era uno
de los campos preferidos para los juegos infantiles. La acequia ya
estaba canalizada y seguía por la Arequipa hasta Dos de Mayo y
doblando en escuadra hacía la calle Lima y de ahí hasta Huanupata,
prosiguiendo a cielo abierto por todo el costado de la propiedad de los
Pinto y a la altura de los Solís se bifurcaba en dos ramalillos, uno de
ellos iba a alimentar un estanque de agua en el Pichincaso, que así se
llamaba la zona, y el otro se dirigía a cumplir con su función en los
cañaverales de la hacienda. El estanque del Pichincaso era el principal
receptáculo de agua de Patitamba, de casi 100 metros cuadrados de
área por unos tres de profundidad, solamente uno de sus lados había
sido construido con calipiedra, los restantes tres del rectángulo eran
formaciones naturales. En uno de los extremos del muro noble estaba
la compuerta del reservorio, manejada manualmente por los «torneros»
del feudo. El agua era doblemente utilizada; el propósito básico, servir
de energía para mover el trapiche de la molienda de caña y
secundariamente para ser distribuida en los regadíos. Esta enorme
alberca no tenia ninguna seguridad, era utilizado como piscina por los
buenos nadadores del lugar y en ciertas épocas del año, de mayo a
junio, era visitada por parejas de garzas que probablemente la tomaban
como una estación de su vuelo nupcial. Sin embargo no pocas veces
estuvo presente el drama y la tragedia; la tremenda fuerza de succión
de la corriente al ser liberada el agua cobró vidas de incautos niños y
campesinos. Después de la expropiación de Patibamba, el área del
estanque se destinó a la edificación de un coliseo cerrado.
El estrecho y largo callejón de la Calzada era muy trajinado,
particularmente en el mes de octubre, la temporada de baños del
caluroso verano abanquino que invita a las gentes a refrescarse en las
playas del mariño y donde la juventud del Grau construía sus represas
naturales aprovechando los remansos del río. Estas piscinas naturales
tenían una vida fugaz, la subida de las aguas rompiendo la tranquilidad
de al corriente las borraba, y así año tras año, verano tras verano.
¿Quien no recuerda el Mariño? ... el río de Abancay, la alegría
del pueblo. Desde occidente viene trotando entre montes de belleza

95
incomparable y lamiendo las faldas de los cerros discurre impetuoso
con sus crestas de plata, reflejando en la transparencia de sus remanzos
en tonalidades verdes y azuladas, el follaje de los arboles y el azul
intenso de su cielo. Se retuerce en los cerrados recodos de las arrugas
de la tierra, venciendo una quebrada diagonal y apretada, alimentando
en su recorrido un mundo vegetal y animal en el que sobresalen los
gigantescos y robustos pisonayes que se hacen más frondosos y tupidos
conforme se acerca al Pachachaca. Allí anidan parvadas de palomas
aliblancas; hasta aquí llegan a reposar en las tardes para en las
madrugadas despertar al valle, los bulliciosos rojiverdes loros y, en sus
peñascales el apuesto e imponente águila americana. En las alturas de
los eucaliptos y de los magueyes el atrevido y vivaz quillinchu, y, las
tuyas, y, los jilgueros, los tiutis y checcollos de los trinares dulces,
armoniosos e inmejorables; los relumbrantes picaflores y, los zorros y
los pumas y mucho más. ¿Cómo no recordar tanta lindeza? ..... todo
simple y de hermosuras plena, los retamales cuajados de amarillas
flores, los zarzales con sus frutos agridulces; los cordones de clavelinas
y rosas silvestres que desde las quietas riberas Je alcanzan sus besos a
las aguas del río que viajan contentas, con risas de alegría y de viento,
diciéndole en cada instante a los cielos la gloria de esa bendita tierra
de nuestra serranía.
El valle del Mariño fue, es y seguirá siendo el escenario natural
donde se desenvuelve parte de la vida de un pueblo, escribiendo en
páginas singulares sus episodios más intensos, la mayoría de ellos
confiados a su niñez y a su juventud; ¿quiénes de ellos no se sumieron
en las aguas del río querido? en sus quietas riberas polícromas y
tiernas, con sus ingenuos y caprichosos senderos, se detenían el latir
de los corazones haciendo nudos de eternidades. Todo pintado para
el recuerdo, hasta las coloridas estampas de las mujeres que diariamente
bajan a lavar ropa en sus orillas y en el cristal de sus manantes.
En la parte baja de la quebrada, por Illanya, a la altura del desvío
de la carretera a Sahuínto y San Gabriel; el Mariño viaja entre un
bosque de pisonayes de una tupida frondosidad que impide visualizar
el cielo. El paraje trasmite una extraña sensación de silencio y misterio
que se interrumpe de tanto en tanto con el susurro del viento o el
canto de las aves. De la carretera se desprenden delgados y culebreantes
caminitos que se estiran hasta el fondo de la quebrada, son atajos
generalmente utilizados por leñadores o por los ocasionales aficionados
a la caza menor. El lugar es frecuentado por atrevidos venados que
bajan de las alturas en busca del frescor de la zona.
La precedente descripción sirve de marco para referir una
anécdota que protagonizaron allá por el 65, Miguel Jarufe y Benedicto
Delgado, para que de alguna manera quede registrada. Los dos eran
médicos del hospital y conformaban con Guillermo Diaz, un envidiable
equipo profesional, técnico, científico y humano; el que se
complementaba con las esposas de Miguel y Benedicto y el grupo
calificado de monjas enfermeras alemanas. Este punto, será tema de
otro escrito.
El hecho sucedido y relacionado con Miguel y Benedicto, fue
cuando de pronto a los cirujanos se les despertó la afición por la caza ,
de palomas; entonces, cada quien adquirió su flamante carabina
Winchester de la Comercial Apurimac de Miguel Triveño. El arma de
calibre 22, se disparaba bala por bala. Después de un razonable período
de entrenamiento y de dominio del arma, se sintieron en capacidad de
lanzarse en pos de las cuculíes y las torcazas. Juan Pablo Valer y Lucio
Niño de Guzmán, experimentados tiradores, eran los entrenadores de
la pareja y como conocedores de todos los cotos de caza de la tierra
los asesoraron señalándoles el paraje que se ha venido describiendo,
como el mejor sitio para encontrar las palomas más voluminosas y las
más despreocupadas. Los noveles cazadores bien pertrechados y
correctamente uniformados, y cada uno, provisto de flamantes catalejos,
dieron comienzo a la aventura.
Un domingo sosegado y limpio emprendieron el viaje rumbo a
los bajíos del Maríño, a la hora indicada por los entrenadores, las
cuatro de la tarde; iban con su propio público, las señoras y los críos.
Miguel paró y cuadró su carro en una explanada al borde de la carretera,
justo en frente a la bifurcación anotada. Los cazadores con la carabina
al ristre, los catalejos al cuello y las botas de goma para evitar ruidos
molestos, se dirigieron hacia el puente sobre el Mariño en el ramal
que conduce a San Gabriel, en tanto que las familias permanecerían

97
'-
en el sitio haciendo camping y cuidando a los pequeños. Miguel como
lugareño diriqía la cacería, le indicó a Benedicto que se hiciera cargo
de la margen izquierda, mientras que él se responsabilizaría del lado
derecho. Cada uno tomó su derrotero y así y en forma sigilosa se
metieron en la selva. Con el arma preparada, discurrían con suma
cautela por los enmarañados vericuetos. En su lento avance, alternaban
sus miradas unas veces hacia las ramas de los árboles y otras hacia la
sinuosidad de los caminos para no tropezar. Hasta aquí solamente se
escuchaba la respiración del cazador y el lejano rumor de las aguas en
el lecho de la quebrada. Benedicto oyó de súbito el aleteo y el chillar
de unos loros tempraneros; en principio él creyó haber importunado
la tranquilidad de las aves y rápidamente se encaramó detrás del cuerpo
de una piedra grande teniendo alistada su arma. Cuando miró hacia el
fondo del breñal, de entre las sombras emergió un enorme animal; en
principio Je pareció un perro gigante como el Tony de Miguel; pero la
cabeza redonda y las orejas puntiagudas del felino le hicieron volver a
la realidad. Estaba a unos treinta metros; a partir de estos instantes los
minutos se hacían eternos y el temor hacia aumentar y deformar el
tamaño de las cosas, la tierra parecía hundirse bajo sus pies, los árboles
comenzaron a caminar dando vueltas en redor suyo corno fantasmas
y, mientras que el lejano horizonte se negaba a mostrar la salida. Para
su felicidad, la fiera de piel color canario oscuro, no se percató de su
presencia, Benedicto estaba semiparalizado, el corazón se movía con
violentos brincos y quería salírsele del pecho; no le cabía la menor
duda, estaba frente al rey de los Andes; el señor PUMA. Después del
pavor inicial atinó a tomar la vía de regreso hacia la carretera por la
ruta más directa; se escurrió por entre el matorral con toda cautela sin
apartar los ojos del animal; su andar titubeante le hizo resbalar varias
veces sobre el pasto fresco y escapó a rastras hasta una acequia de
regadío, todavía jadeante se dejó caer por unos minutos; levantándose
en seguida, siguió a lo largo de la orilla del canal y llegó a la carretera,
en el puente había una camioneta con otros paseantes que le invitaron
a subir; pero, Benedicto con afectado disimulo se disculpó y siguió
caminando tan rápido como pudo hasta reunirse con el grupo familiar,
sin comentar ni pío sobre el incidente; después de preguntar por Miguel
se dispuso a esperarlo; la situación se tornaba desesperante.
Mientras tanto, el otro cazador tomando la otra vertiente se
introdujo en la misma espesura y entre el cortinaje de las mismas
sombras. A Miguel también le puso en alerta el bullicio de los loros y
por lo mismo, alistando su carabina se apostó tras el tronco de un
pisonay. En estos mismos instantes y en un pequeño claro del bosque
hizo su aparición en toda su magnitud un enorme y hermoso puma
macho, que tampoco advirtió su presencia. Debió estar de paseo o en
busca de un lugar para retozar y digerir, al parecer, su abundante comida
proporcionada por la incursión de la noche anterior en los corrales de
ganado de la gente del campo. El terror lo paralizó también a Miguel
....... y ¡lo peor! ..... ¿cómo avisarle al amigo sin comprometer la
seguridad de ambos? .... aunque dicen que los pumas sólo atacan para
defenderse de la agresión de los hombres ..... a éstas alturas no tenía
ningún valor dicha información. De primera intención se sintió
prácticamente desarmado, porque su carabina no era el instrumento
indicado para dispararle a una fiera corno el puma; además estaba
con el pulso más apto para salar carne que para descargar una bala
sobre el animal, con toda seguridad que le hubiese dado a otro pisonay
y no al león andino. Por lo demás, si le acertaba al gran gato, una sola
balita de calibre 22 no sería suficiente y la bestia sería más peligrosa y
sólo agravaría su situación, porque además, ni siquiera habría tiempo
para una segunda oportunidad. Todos estos pensamientos desfilaron
por la mente de Miguel en contados segundos y razoblemente como
Benedicto, optó por retirarse en la forma más silenciosa y sigilosa
posible abriéndose paso por el herbazal en un estado de pánico hasta
perder de vista al puma. Llegando a la carretera, hacia el ramal de
Pachachaca y tomando el sentido contrario aceleró los pasos y se
reunió con su familia y con Benedicto, quien cinco minutos antes ya
estaba con el grupo. Los dos cazadores no habían tenido oportunidad
de disparar un solo tiro y disimulaban su ansiedad a duras penas;
apuraban a las señoras para la vuelta a casa ..... ¿y las palomas?
inquirieron ellas; no habían tales palomas; fue la disculpa, Juan Pablo
y Lucio se han equivocado, terminaron por comentar fingidamente.
Cada familia se dirigió a sus aposentos y ¿del puma?, bien gracias;
ninguno de los dos dijo nada. Pasados los dias vendrían las confesiones
mutuas sobre la verdad del asunto; pero, ahora los comentarios ya

99
tenían los ribetes de una hazaña. Había que escucharlos. Sin embargo,
la pareja se olvidó por un tiempo de la caza de palomas y para que no
se oxidarán sus rifles, se distraían haciendo tiro al blanco contra
inmóviles latas de conserva vacías. Días después de lo de la expedición;
Mario Valer, esta vez con un fusil Máuser, daría caza al hermoso animal
que había causado mucho daño a los ganaderos de Quisapata, San
Gabriel y Sahuinto.
Volviendo a la Calzada; planteada la necesidad de ampliar la
apretada senda, tenía que hablarse con los propietarios afectados. Por
un lado estaban los terrenos de la familia Alarcón Pozo representada
por Julio Trélles; los de la familia Valer Carpio y la propiedad del ex-
sargento de la Policía Leonidas Medina. El otro lado tenía un solo
propietario, Fritz Bauman, ciudadano entroncado con visibles e
importantes raíces abanquinas. Frítz, era pues, el dueño de la Calzada,
una hermosa propiedad y con mucha historia. Se recuerda que en la
Casona vivió por muchos años el Coronel José del Carmen González,
varias veces prefecto de Apurímac y muerto asesinado en Cota bambas;
familiarmente vinculado con los hermanos Montesinos, que en
venganza de su trágica muerte mataron a su vez a Rafael Grau en la
misma provincia, precisamente en la plaza de armas de Tambobamba
cuando hacía su ingreso corno candidato a una diputación. Los
Montesinos, por éste crimen, fueron por mucho tiempo perseguidos
por la gendarmería.
La Calzada, un extenso jardín huerta limitaba con el caminito
que lleva su nombre, las quebradas del Mariño y el Colcaqui y por una
ancha entrada a lo que fue la mansión principal. Todavía adolescentes,
los de la generación de José, lo invadían para jugar el «cachaco y el
ladrón» o las «cowoinadas» puestas en boga por las películas del oeste
americano que ya se proyectaban en Abancay. En ésta época, el
inquilino de tumo era don Víctor Santander, aquel profesor excepcional
del Miguel Grau. Sus hijos, Yolanda, Víctor, Frítz, Mercedes y Aquíles,
éste último compañero de escuela de José y una de las primeras víctimas
de la hepatitis B; promovían los juegos de los infantes en los pampones
del fundo.
La mayor extensión del predio, había sido en otros tiempos de
propiedad de doña Tomasa Berti de Coraza o y que después fue
adquirida por don Mariano Ocampo. Aquí pasarían una buena
temporada don Elías Jarufe y doña Julia del Solar; y con sus hijos,
Miguel y Karim, coetáneos de <José, se repetirían allí los juegos juveniles:
fútbol, basket, natación, gimnasia y las trepadas a los árboles. Ahora,
Fritz Baumán resultaba siendo el interlocutor más importante.
José conocía a Frítz desde niño, le llevaba unos diez años, período
que no permitió un acercamiento y una amistad temprana. Fritz
formaba parte de un grupo generacional donde no faltaban, Mario y
Juan Luna, Jorge Fernández, el negro Jorge Bailón, Augusto Infantas,
Lauro Navarro, Nazario Río, entre otros. José los asociaba con las
alegres pandillas que se formaban para ir en busca de las féminas, las
dulces contrincantes de las alegres contiendas del carnaval abanquino,
las de las bombas de agua y de los coloreados y compactos cascarones,
la harina, el betún y otros excesos donde aparecían como las armas
inofensivas, el chisguete de olor, el talco y las serpentinas.
Cuando José, pasados los años y después de dos lustros de
ausencia, retornó a Abancay, volvió a encontrar a Fritz siempre a la
distancia, impuesta por una mutua cortesía. Fue muy amigo de
Guillermo Díaz, el médico de su familia; se prodigaban sinceros afectos
y Fritz con suma dilección lo saludaba siempre con un [hola mi gordo!.
A través de Guillermo, fueron introduciéndose en una conocencia cada
vez más próxima; José presentía que su filiación política era uno de
los obstáculos; Frítz procedía de una familia conservadora y no encajaba
en las ideas de izquierda de José. El i<gringo», como algunos lo llamaban,
cortejaba al único amor de su vida, doña Chabela Letona, hermana
menor de César Letona, el mayor del clan y empleado de Caminos
como Fritz. José era contemporáneo de Santiago y Amílcar y con
Santi fueron compañeros de estudio hasta el primero de media; al
cabo de los años cuando se volvieron a encontrar estaba venido a
menos, era ya un bebedor empedernido; pero, con tragos o sin tragos,
nunca demostró actitudes destempladas; era un ser humano muy
generoso y exuberante en sus afectos y que parecía buscar en el alcohol,
las esperanzas e ilusiones que se le habían escapado o quizás encontrar

101
la compensación o la justicia, ausentes para él en la sociedad que
vivía. Su vida se coquetea con divertidas anécdotas que envuelven una
filosofía simple del vivir cotidiano. Una mañana, de tantos otros días;
Santi, de regreso a su casa, al no encontrar persona con quien entablar
diálogo, se las ingenió para hacerlo con el monumento al coronel
Ocampo. Días antes, los amigos./
de lo ajeno habían robado la sastrería
de Benigno La Torre Palma, cuyo taller operaba en uno de los ambientes
de la familia Roberti. Santi se las tomó con la efigie del patriota Ocampo
al que en tono de increpación le decía. «Qué hace Ud. ahí arriba,
uniformado y todo, que no cuidó la sastrería del camarada La Torre
Palma ...... o es que se ha hecho el de la vista gorda ? ..... y en tono
irónico remataba : 1<Ud. está ahí como la policía que no ve nada y no
hace nada» «jsi señor, como la policía». Como Santi machacaba
sobre lo mismo y reiteraba a voz en cuello su pensamiento, horas más
tarde estaba de visita en uno de los calabozos de la comisaría, por el
delito de haber expresado su verdad y en su propio estilo.
José de vuelta en Abancay, estuvo más cerca de los Letona, no
sólo por la fraternal amistad que los unía con Santi, sino también por
los lazos familiares con Mario Valer, esposo de Magda y también ya
era el médico de la familia Letona Canaval. César era un exquisito
artista, tocaba con maestría un violín Stradivarius, herencia de familia;
lamentablemente le faltó constancia y quizás el medio no era el más
adecuado para una aceptable evolución y así se perdió un valioso
ejecutante. César se convirtió en una de las personas allegadas al círculo
de amigos de José.
Y bien, éste desvío inconsciente y sentimental, difícil de evitar,
que sirva para matizar y de paso justificar nuestra afición por el chisme.
Resulta que por aquellos años, las relaciones de César y su futuro
cuñado Fritz, no eran de las mejores. Todavía se recuerda en Abancay,
la tenaz e incomprensible oposición de César al romance de su hermana
con Fritz. Después de muchas situaciones de áspera contundencia,
propias de un hermano celoso, que hacía las veces de padre de la
familia, todo arribó a una calma natural y las pretensiones del gringo
llegaron al registro civil, saliéndose Frítz con la suya, para luego formar
un hogar ejemplar.
Retomando el asunto; ya se sabe que Fritz era el dueño de la
:alzada y cuyos linderos del lado norte confinaban con el estrecho
;endero, objeto y sujeto del problema. El problema en cuestión tenía
;u origen en la casi imposibilidad, en estos momentos, de ampliar el
sendero en lo que respecta a su margen izquierda, donde había
sdificaciones, si bien no importantes; pero sus propietarios no
accederían a su virtual destrucción, a menos que el municipio gestionara
su expropiación o suministrara una indemnización compensatoria; lo
orirnero significaba un procedimiento tedioso por lo prolongado y lo
;egundo, impracticable por la falta de fondos. Resultaba así que la
'.mica salida era hacer una parcial ampliación por el lado opuesto,
cuyos linderos estaban enmarcados por un muro seco, un seto muy
.ácil de removerlo
La discusión fue larga y sostenida; se tenía que reconocer la
natural resistencia del único afectado ... felizmente que el tira y afloje
:erminó gracias a la comprensión de Fritz. Su amor por su Abancay y
,u estupenda formación cívica lo hicieron todo; al municipio no le
costaría nada, el gringo lo regaló a su pueblo.
Se hicieron las me y en persona, huincha en mano,
experimentado en esta lides, dirigida todo el trabajo, el muro de piedra
que remataba en un penacho de pencas y «pata quiscas» (cactus), fue
:lesplazado rápidamente en un abrir y cerrar de ojos por el ejército
:lominical. Así emergió como en un acto de magia una verdadero.
arteria con porvenir y futuro. Gracias al puentecito de la quebrada y al
gesto de total desprendimiento y generosidad de un buen ciudadano,
mas la activa participación de la comunidad, se seguía avanzando en
la difícil tarea de producir los cambio que demandaba la Ciudad de
Abancay.

103
V

UN ALEJAMIENTO INCOMPRENSIBLE

Promediado el mes de Setiembre y encontrándose el Concejo


en la fase de mayor celo y acción; Arturo, que había sido uno de los
más entusiastas y visibles animadores, se fue distanciando poco a poco
del grupo. Hasta aquí todo había sido como un mundo sin fronteras,
sin antagonismos severos e insalvables; cosa extraña, a partir de aquí
este boceto comenzaba a borrarse.
Al principio, su actitud no pasaba de un tímido y mal disimulado
apartamiento que después fue adquiriendo cuerpo y la connotación
de un sensible deterioro de las relaciones mútuas. Se convirtió en uno
de los críticos más acerbos y severos del accionar del municipio. Lo
criticable de sus críticas era que éstas no se producían ni en el seno del
cabildo a cuyas sesiones concurría poco; ni al interior del partido en el
que militaban con José. Sus comentarios y conceptos, que no pasaban
de un juicio estrictamente personal, se producían en otros como
diferentes ambientes y se sustentaban en apreciaciones que provocaban
efectos paradójicos y desalentadores por el simple hecho de que
provenían de alguien que como Arturo ocupaba en el ayuntamiento
una posición de corresponsabilidad. Lo deprimente y decepcionante
de esta etapa fue que el cambio operado mostraba claras evidencias y
signos de haberse trasladado al terreno personal. Las relaciones con
José sufrieron un visible enfriamiento, al extremo de no dirigirse la
palabra, por lo que evitaban todo encuentro y, cuando el contacto
personal era inevitable, como dirían nuestros viejos, «se saludaban por
educación», aunque las manifestaciones fueran de corte «mal educado».
La hostalidad no había partido de José, como no podía ser. De
acuerdo a expresiones propias de Arturo; José debía y tenía que ser el
primero en respetar el cargo que ostentaba, la de máximo representante
de la comuna y que por lo tanto estaba en el firme convencimiento de
mantener a toda costa la actitud más serena posible. Por lo demás
Arturo sabía que no se había incurrido en acto innoble que lo ofendiera,
o que al menos, fuera de un tono o sabor desagradables; no se le
otorgó estas facilidades. En un comienzo José se esperanzó en una
rápida reacción y en un pronto retorno a la normalidad. Pero, pasaban
los días y el clima se congelaba más y más. José debió recluirse en un
estado de displicencia diplomática, decidido a no responder con idéntico
gesto; se dijo para sí: ¡NO! a los espectáculos gratuitos que servirían
de trampolín de alegría a no pocas personas y, filosóficamente se
autoaconsejaba: «hay que sobrellevar las contrariedades con la más
cuidadosa moderación".
Sensiblemente, el problemita no comprometía únicamente a los
dos jóvenes y viejos amigos; preocupaba a la comunidad toda y afectaba
en forma especial al grupo íntimo de amistades y de partidarios, éstos
últimos agotaron todos los medios para acelerar la reconciliación y
extirpar todo aquéllo que consideraban a todas luces como una pésima
lección de educación cívica. Pero, por más esfuerzos que se hicieron
no alcanzaron a lograr su sano propósito.
Arturo trataba inútilmente de eludir el tema, le restaba importancia
afirmando que el problema sólo estaba en la imaginación del grupo y
que para él todo se iba desenvolviendo normalmente; pero, la realidad
del trastorno era evidente. José tampoco podía disimular su
incomodidad y hasta un resentimiento subyascente; le dolía por lo
injusto de las apreciaciones que se vertían por alguien, que como el
que más, debió permanecer a su lado en todas las horas, y sobre todo,
en las difíciles. Así transcurrieron los últimos meses del año. La única
explicación que quedaba y con cierto fundamento científico, justificar
su comportamiento achacándolo al recuerdo de sus años de

105
encarcelamiento, los que habrían influenciado para modelar su carácter
soberbio, caprichoso y casi irritable ante la contradicción y que le
obligaban a escoger las soluciones más duras.
Arturo fue un destacado alumno del Miguel Grau, el primero de
su promoción, hasta que en el tercer año lo desplazaron del lugar
preferencial a un segundo puesto, para favorecer a otro buen alumno
con el simple expediente de elevarle las notas en el curso de pre-
militar o de educación física. Arturo protestó mostrando su
ínconformídad inútilmente y ... genio y figura ... lío sus bártulos y se
fue al Santa Isabel de Huancayo, donde concluyó sus estudios
secundarios. Un drama familiar lo obligó a la para de un año; luego,
retomó el ritmo para postular con José a la Universidad San Antonio
Abad del Curso; ingresó a la Facultad de Letras. Fue un estudiante
disciplinado y ordenado, con un ego sobredimensionado y por ende,
dueño de un amor propio que lo impelía siempre a estar en los primeros
lugares. Sobresalió en la Universidad y ocupó con brillo la Presidencia
de la Asociación Universitaria de Estudiantes del Curso. Por su militancia
aprista sería perseguido y encarcelado en el frontón durante la dictadura
del general Odría, Jo que le representó más de un año de pérdida en
su carrera profesional. Reanudó sus estudios ya en San Marcos hasta
graduarse de aboqado.
En el Cusco, formaba parte de un grupo integrado y homogéneo
de una generación excepcional de abanquinos, con Hermógenes
Casaverde, también ex-presidente del máximo organismo estudiantil
universitario, como su modelo y guía; allí estaba Rubén Chauca, Mario
Tejada, Hernán Infantas, Juan Méndez, Américo Tello, Gil Batallanos,
José Quispecahuana, Hernán Béjar, Ramón Pinto, Angel Jibaja, Angel
Baca, Amadeo Cerrión, Luis Carpio Chávez y algunos otros que se
nos escapan.
Arturo era un caso aparte, singular. Había perdido a su padre
cuando terminaba la media y se vio solo para hacerle frente al destino.
Los tres o cuatro meses de vacaciones de cada año, transcurrían en la
dura brega de un trabajo constante; metido de lleno en el comercio de
ganado vacuno a poca escala; compra, engorde y venta. Juntaba y
arreaba personalmente sus tropillas de cornúpetas y después de cebarlas
en el pequeño fundito de la familia en Pichirhua las embarcaba en
camiones, generalmente en Casinchihua, para beneficiarlas en Lima.
El producto de sus ganancias formaba parte del activo de su capital y
que le servía para sostener sus estudios y sus gastos personales, todo
21 resto del año. De esta manera se construyó una disciplina económica,
con sus propias reglas y un ordenamiento al que lo subordinaba todo.
Cuando salió de la prisión y se quedó en San Marcos; fue acogido por
José y Miguel Jarufe, que ocupaban un cómodo departamento en la
cuadra nueve de General Garzón en Jesús María, con Armando Ugarte
y sus hermanos Justo y Félix. Rubico Quintana era el otro inquilino.
A.rmando, Miguel y José se graduaron antes y sus lugares fueron
ocupados por Mario, el hermano menor de José, Luís Valer y Alberto
Neme. El departamento era el punto de reunión de la muchachada
abanquína en la capital. Efraín y David Bailón venían de tanto en tanto;
Efraín ya un industrial de éxito llegaba en visita inspectiva y jalarse a
Rubico para sus peregrinaciones nocturnas; allí no faltaban los fines
de semana, Juan Alarcón, Leopoldo Víllacorta, Fernando Abarca,
Humberto Tello y después los hermanos O campo Bailón, Oswaldo y
Juan; Hugo y Peter Paz Bailón. Arturo de hecho asumió los deberes y
obligaciones de hermano mayor en casa y aplicó con seriedad una
estrecha vigilancia· sobre el comportamiento de sus eventuales pupilos
en materia de estudios especialmente. Consideraba que las pensiones
o mensualidades remesadas por los padres desde Abancay eran
sagradas; no cabía duda, sabía del sacrificio que representaba el gasto.
Cuando observaba algo irregular y que su intervención no rendía los
resultados esperados; escribía cartas-informe, con conocimiento de
los causantes, para que la reprimenda procediera de los progenitores
a vuelta de correo. Momentos incómodos para'el postizo primogénito,
pero es casi seguro que todos los que convivieron con él ése trecho de
su formación le guarden, ciertamente, una gratitud sincera.
A José y Arturo, los unía una amistad que venía de lejos, desde
una etapa temprana de sus vidas y en la que siempre predominaron
las transparencias, fundadas en cimientos de afectos anchos y profundos
IJ, de ligazones indiscutibles. Una amistad fraterna cuya amplitud
alcanzaba a las familias de ambos. Amistad que gracias a su consistencia

107
desafió todas las contingencias del vivir y que remontado sobre las
pequeñeces, continúa fuerte en el otoño de la vida y preparada para
resistir el frío invierno de los postreros días.
Toda la trama de la relación descrita hacía absurda la actitud de
Arturo; inexplicable y sin sentido. Si tuvo alguna razón justifícatoria,
se la guardó. Como todos nosotros, Arturo tiene su lado débil. En
algunas reuniones, cuando se excedía con las bebidas espirituosas se
tornaba agresivo e insufrible ... se le daba por atacar verbalmente y a
veces hasta físicamente; perdida la capacidad de discriminación se las
tomaba con cualquiera, no tenía predilección en escoger contrincantes.
Pasada la borrasca, reconociendo su equivocación, en un mea culpa
tardío, entre sardónico y apesadumbrado repetía el sambenito
aprendido en el Cusco. «cada borrachera ... un enemigo más». La
intolerancia y la obstinación mostrada en tales circunstancias,
provocaban situaciones incómodas en su relación con otras amistades;
que si bien eran superadas rápidamente; por su repetición, tenían un
efecto acumulativo que le creó cierta resistencia implícita en el trate
con las personas, de lo que se aprovechaban algunos, especialmente
militantes de otros partidos, para desprestigiarlo políticamente.
Los comentarios negativos de Arturo no tuvieron vínculo algunc
con 'et tipo de reacción anotado; su comportamiento fue de lo más
ecuánime y esto era lo extraño y por lo extraño, causaba mayor
desazón. José no podía disimular su incomodidad y su amargura; para
él, aquél periodo fue como un espacio vacío en el que flotaban sin
peso ni gravitación las fuerzas afectivas que los ligaba. Una mezcla de
nostalgia y rencor mordiente lo habían arrinconado en una posición
de indiferencia.
La pequeña guerra fría se prolongó hasta el final del periodc
municipal de 1958. Para José, repetimos, una etapa desconcertante
en la que tenía que extremar sus cuidados para no perder la brújula.
Ya se ha dicho que el tomar distancias no cabía en quienes habían
hecho el ideal de sus vidas, luchar por el bien, la libertad y la justicia ...
él mismo había sufrido prisión por defender esos ideales; no podíe
concebirse que pequeños accidentes levantaran un muro de
incomprensión, en una pequeña población que era una caja de
resonancias cuyas repercusiones se sentían más por dentro, que por
sus manifestaciones externas.
Las opiniones vertidas por Arturo no tenían la gravedad de su
actitud; en el fondo no habían puntos que podrían convalidar un
desacuerdo abismal y esto, sin la menor duda, fue un factor
tranquilizante. De otro lado, había un antecedente de extraordinaria
importancia que por sí sólo le quitaba el piso a Arturo. Oficialmente el
concejo estaba ejecutando el plan presentado por él en la primera
sesión del ayuntamiento; si bien es cierto, que era ya un plan ampliado,
también los programas ejecutados estaban previstos, aunque no
específicamente señalados, porque la programación estaba sujeta a la
evolución de las obras y a la presentación de proyectos conforme se
generaban los problemas y a la disponibilidad de recursos. Pero, y
esto es lo importante, la paternidad formal del plan no se podía soslayar.
Este hecho, probablemente, o mejor dicho, con seguridad, tuvo el
mérito de frenar posibles excesos y fue un acierto de José que así
fuera.
La responsabilidad de cuidar el prestigio institucional, así como
del equipo de personas comprometidas, era ahora más que nunca,
sustancial; cualquier equívoco o desliz resultaba peligroso, por eso
debieron extremarse los cuidados. José tenía· que hacer denodados
esfuerzos para levantar el ánimo del grupo. El papi Vila, que así ya lo
llamaba el universo de discípulos, era el más desconcertado y
preocupado, ni su ascendencia pudo contra la soberbia del cismático
pichirhuino. Carlos, Miguel Tríveño, Miguel Jarufe, Mauro, Guillermo
Casapia, Orestes, Gaspar; tampoco podían esconder su preocupación
... hay que sobreponerse, les decía el alcalde ... hay que colocarse por
encima de los contratiempos. Nadie ni nada debía ni podría hacerles
perder de vista el camino trazado; estaban aún presentes otras razones
mucho más importantes que los transtornos episódicos ... lo de Arturo
ya pasará; estaba seguro de su transitoriedad. José insistía en lo esencial
del trabajo con el que estaban comprometidos y en el que estaban
empeñados ... todos estaban conscientes de sus obligaciones, de su
vigencia y trascendencia, entonces, !No a las flaquezas! ... a cumplir
con el pueblo a pesar de los escollos contingentes. Y así fué.

109
Meses más tarde, después del acto de entrega de la alcaldía; un
nutrido grupo de amigos y partidarios de José, llegaron hasta las
instalaciones del Club Unión para brindar por los frutos cosechados
durante el año. Entre los asistentes se apareció Arturo, su deseo
compulsivo de participar del final de un trayecto interesante de la vida
cívica de Abancay al lado de sus compañeros, amigos y hermanos, lo
llevó hasta ellos. Se abrazaron con José; pero, para este, así de fácil
no terminaría el prolongado incidente, tenía que producirse algún
fenómeno de depuración interna, una suerte de catarsis espiritual y
tenía que esceníficarse al mismo estilo de las bellas instancias de la
escuela o el colegio ... con un reto caballeresco, ir a una lid cuerpo a
cuerpo, sin más armas que la de los puños. Se formó el ring del singular
duelo con la cadena de los circunstantes, una cadena humana. Fue un
breve pugilato que terminó al promediar el minuto del primer round
en un clinch prolongado y emotivo y, con el afecto y el calor de los
amigos, menudearon los aplausos y los abrazos en medio de una alegria
general. La escena tuvo los efectos de una terapia colectiva y todos
volvieron a los tiempos de antes, a los de nuestra verdad ... a seguir
haciendo latir sus existencias como la comenzaron, alimentándola,
ahora y como siempre, con los recuerdos de la infancia y de una
juventud con sus imperecederas vivencias.
VI

OTRAS COMPLICACIONES

Como consecuencia de la nivelación de la calle Huancavelica, la


ampliación de la Calzada y la apertura de la hoy Garcilaso; vecinos de
los diferentes puntos de la ciudad solicitaban al concejo la ejecución de
obras similares en sus respectivas zonas, especialmente en lo que a
explanaciones y abrimientos de calles se refería. Los petitorios eran
escuchados, estudiados y evaluados. Aquí también, resultó decisiva la
presencia de la Oficina de Caminos, con la que las relaciones estaban
en su punto más alto y óptimo. Caminos contaba todavía con
importante capacidad instalada de máquinas 'para el mantenimiento
de las carreteras y entre éstas había tractores; los que en su obligada
movilización tenían que pasar necesariamente por Abancay y además,
en la capital se encontraban los talleres de mantenimiento y
reparaciones de todo el equipo mecánico del departamento. Cuando
las máquinas llegaban a Abancay, el servicio de información era casi
automático gracias a los mismos trabajadores de dicha Oficina;
entonces, el concejo las solicitaba oficialmente, para periodos de tiempo
previamente concertados y generalmente para los fines de semana o
días feriados. El empleo de los tractores fue un recurso eficacísimo, el
municipio sólo corría con los gastos de combustible, ya que el tractorista
y hasta su infaltable ayudante, prestaban sus servicios graciosamente
como expresión de su contribución al trabajo colectivo.

111
Así fue posible aperturar una importante calle en el Olivo, por
entonces, el límite urbano por el lado oeste de la ciudad. En realidad el
nombre le pertenece a toda la quebrada por cuyo lecho, hasta los
cuarenta, discurría un riachuelo del mismo nombre y para no variar,
en época de lluvias se convertía en un vertiginoso torrente. Es una
ancha y escabrosa falla geológica que se extiende a todo lo largo del
valle desde las faldas del Ampay hasta encontrar y unirse a la quebrada
del Mariño__ya en los límites de lo que fue la hacienda Pachachaca.
.En 1951 la quebrada del Olivo salvó a Abancay de una catástrofe.
Ese año se produjo un gigantesco aluvión; miles de toneladas· de lodo,
barro y rocas se desprendieron del pie del Ampay, encontrando
felizmente un curso para seguir por el cause de la desigual quebrada.
El alud se abrió camino con un ruido estremecedor que despertó
asustada y sobresaltada a la población. Todos pensaban en un gran
cataclismo y el fenómeno fue causa de días y noches de zozobra y
obligó a la mayor parte de los habitantes a pernoctar en la vecina
Condebamba. Una delegación encabezada por Esther Montesinos tuvo
que viajar a Lima a gestionar la presencia inmediata del Gobierno
Central. El grupo de estudiantes Abanquinos, entre los que estaba
José, fue testigo de como Esther logró movilizar la opinión pública a
través de la radio y el periodismo y, en una asamblea extraordinaria
del Club Apurímac, informó a sus paisanos de la magnitud de la
situación. Esther logró que una «comisión técnica» fuera destacada a
Abancay, la misma que hizo los estudios formulando las
recomendaciones pertinentes. Se precisaron las posibles causas del
desprendimiento geológico y la posibilidad de futuros eventos similares.
Felizmente, al parecer, se trató de un accidente aislado que no se ha
vuelto a repetir en 48 años; pero que siempre se debe registrar como
antecedente en vista del carácter cíclico que a veces presentan éstos
fenómenos. En el mencionado desastre natural, no se tuvo que lamentar
la pérdida de vidas humanas; sin embargo, causó graves daños al arrasar
sembríos de papas, maíz y frutales en extensas zonas de la parte más
abierta de Sahuanay y los bajíos de Yutupampa, cuyos campos de
cultivo fueron prácticamente barridos por la gran avalancha.
Esther Montesinos era hija del bandolero Alejandrino Montesinos
y de doña Serafina Romaní, vecina de Abancay. Era una mujer de
rasgos latinos muy acentuados, una atractiva trigueña. De carácter
indómito, casi varonil, «huele a hombre murmuraban algunos». En la
plenitud de su vida se la encontraba ora domando potros chúcaros ora
sacándole suertes a los toros bravos en los improvisados cosos de
Abancay. Muy laboriosa, ocupada ya en faenas agrícolas, ya en la
dificil ganadería o en la industria de la panificación. Su presencia
carismática se dejaba notar en todos los movimientos sociales y
religiosos, donde ocupaba habitualmente su sitial de lldereza. De talante
alegre y festivo; con su clara voz de soprano deleitaba y alumbraba las
cuadrillas del carnaval y las comparsas de su barrio, entonando y
cantando los huaynos de su tierra y pulsando con arte y destreza el
bordón de su guitarra. Ya no habrá esa maravilla de voces vernáculas
como las de Alejandrina Sierra, Emilia Hurtado, Consuelo Benites y
Esther Montesinos, todas del mismo barrio, el de Huanupata. En los
sesenta, Esther se escondió para perderse arrimada y derrotada por
una grave dolencia hepática.
En el Olivo y, más exactamente, donde comienza la avenida
Díaz Bárcenas, la carretera se desarrollaba en una curva serrada que
se enderezaba a la altura de la propiedad de los Alosilla; éste tramo, a
partir del punto anotado se unía a la calle Arequipa, la prolongación
de la Lima y al camino que seguía a la «afilana» por las afueras de la
cuidad; el lazo de unión era un tortuoso caminito que bordeaba el
barranco y por el que también, infaltable, discurría una acequia de
regadío. En el lugar todavía no existían edificaciones, lo conformaban
chacras de cultivo temporal o terrenos que eran utilizados corno corrales
para los establos de las primigenias lecherías que abastecían a la
población, las de los Amésquita y los Palomino. La propiedad más
extensa era la de don Angel Jibaja, con su gran casona que justamente
daba a la curva donde aparecía la ciudad y comenzaba la Díaz Bárcenas.
En ésta casa operó entre 1938 y 1945 un lupanar al que
peyorativamente lo llamaban el «kilómetro uno». La fiebre de la
construcción de las carreteras movilizaba gran cantidad de gente
trashumante y tras éstos caminantes, como era lo más natural, aparecía

113
la presentación de servicios más antigua del mundo. El kilómetro uno,
tiene su propia historia que no nos sentimos con autoridad para
contarla.
Con la ayuda técnica y los tractores se abrió una arteria realmente
importante. Esta vez no hubo mucho que lidiar por los terrenos, las
extensiones requeridas fueron cedidas con satisfacción por los dueños;
entendieron rápidamente que sus propiedades después de aperturada
la calle adquirirían un valor superior al que estaban cotizadas. Semanas
antes se había estado trabajando en la nivelación de las dos últimas
cuadras de las calles Arequipa y Lima que ahora ofrecían su nuevo
aspecto urbanístico, que luego se completaría con la construcción de
sus aceras.
Los pobladores de la zona, el popular y populoso barrio de
Huanupata, conformaban un conjunto de hombres y mujeres muy
activo y totalmente identificados con José, por muchos años uno de
sus visibles habitantes. Allí estaban presentes los amigos de la niñez y
la adolescencia; Silmiano Vargas,. Armando Rodríguez, Cipriano
Carrillo, Wilfredo León, Alfonso y Pancho Abuhadba, Víctor Manuel
Saavedra, Miguel Zegarra, Alejandro Sullcahuarnán, Carlos Soria, Zoilo
y Melchor Bailón, Giralda Triveño, Julio Melina, Dante Huerta, Adolfo
Herrera, Toribio Molero, Rogelio Monzón, Marcial Pinto, José Oliver,
Camilo Tríveño, ... gran parte de la vida con ellos y allí todavía está el
solar de sus padres. No había necesidad de convocarlos, siempre listos
como los boy scouts; bien organizados y sólidamente unidos estaban a
disposición del municipio, en cualquier instancia y circunstancia.
A veces el grupo actuaba con demasía. La primera vez que
intervinieron con exceso, fue en el mismo barrio con ocasión de la
apertura de la última cuadra de la calle Chalhuanca, donde la principal
afectada fue la familia Pastor León. Tres mujeres eran las propietarias
de la finca: Lucila, Filia y Nelly, hijas de los compadres de los
progenitores de José, sus ahijadas y por tanto automáticamente
incorporadas a la familia en calidad de hermanas. El tractor venía
trabajando en la igualada de la calle Lima y Pancho Abuhadba León,
primo de las Pastor, a la cabeza del grupo obligó al tractorista a
derrumbar la pared de la propiedad y quedando de hecho y de ésta
nanera, abierta la rua. No medió autorización alguna, el abuso se
orodujo sin miramientos. Las dueñas del inmueble violado, que siempre
ueron parte del grupo, tuvieron que aceptar lo irremediable y se
ntegraron a su mesnada para colaborar en la construcción de los
ransitorios muros laterales de la nueva calle que así llegaba ahora
iasta los límites con el estanque del Píchíncaso, que ya se encontraba
uera de servicio.
Así arribarían eufóricos y entusiastas a las puertas de un segundo
exceso protagonizado por ellos mismos, pero, que no habría de tener
m éxito fácil; en el atropello ad portas, los reformadores urbanos
ueron detenidos en seco. El tractor que venía apoyando en el colosal
:rabajo de la nueva arteria del Olivo> había terminado su tarea al
orornediar el medio día y ya llegando a la calle Lima se disponía a
:rasladarse para su reporte en su sede central; pero, el grupo no se lo
oerrnitió, logrando convencer nuevamente al tractorista para que
orosiguiera con su obra niveladora y de apertura, irrumpiendo esta
iez en terrenos de propiedad de doña Juana Oré de Palomino.
Doña Juana no era la ocupante del predio, ella dirniciliaba en un
1ot_el de su propiedad directamente administrada por ella y cito en la
avenida Nuñez. Para José, fue realmente una sorpresa que fuera
oropietaría del inmueble afectado, aún siendo del barrio no se había
oercatado de la adquisición, probablemente se produjo en sus años de
ausencia. Doña Juana Oré de Palomino fue toda una institución en
!\bancay durante los años que duró su existencia. José la recordaba
:lesde cuando era niño. Allá por los años 35 ó 36, cuando su hija
nayor, Teresa, entonces una atractiva jovencita de 16 abriles fue elegida
.eina del Trabajo para las fiestas del carnaval de aquéllos tiempos y
ustamente, Silrniano Vargas y José, llevados por el padrino de ambos,
José Domingo León, Presidente de la Sociedad de Artesanos, con
:enidas para el caso, fueron los pajes de la tierna soberana. Doña
Juana era una mujer de tez blanca, de figura esbelta; lucía con arrogancia
¡ sencillez al mismo tiempo, una vestimenta al más puro estilo
sbanquíno, sombrerero blanco de paja puesto a punto y al día por el
sombrero Luján, un sordo con vista de lince; el sombrero
ndefectiblemente adornado con anchas cintas rojas o negras, de

115
acuerdo al momento; polleras y chamarras de seda, reboso y lliclla de
paño fino; relumbrantes zapatos de charol. Todo su ropero era una
vitrina de telas y de ropa confeccionada con exclusividad para ella:
aretes, anillos y relucientes clientes de oro. Juana Oré vestía cor
exquisitez y singular elegancia y así paseaba su belleza por el céntricc
jirón de la Unión de Lima, provocando miradas de atención �
admiración: ¡qué mujer! ... ¡qué prestancia y qué dístinciónl. .. ! qué
porte ! . Nunca abandonó su atuendo; era el orgullo de saberse
abanquina, de sentirse abanquina. Siempre evidenció una posición
holgada, económicamente hablando. Cuando José la conoció, su fuente
de ingresos provenía principalmente de la panificación. Tenía varias
propiedades y en varios puntos de la ciudad; una de ellas, un buer:
intento de edificio de departamentos que los alquilaba como vivienda:
un caserón grande de dos pisos ubicado en la calle Huancavelica.
Cuando el concejo se encontraba abocado a la nivelación de ése jirón=
doña Juana no sé apareció por ningún lado y en ningún instante.
Parecía ignorar lo que pasaba en el entorno y cuando le hablaban de
los trabajos, en tono despectivo y de disculpa, manifestaba que si;
propiedad no necesitaba de la tal nivelación, que ella ya había cumplidc
con nivelar lo suyo y que inclusive tenía su propia acera para ejemple
de sus vecinos. Y era cierto, porque delante de su casa había un espacie
de casi dos metros de ancho que estaba a nivel; pero, lo que no podía
negar era la presencia de un acentuado desnivel con el resto de la calle
y lo que es más; las personas que transitaban hacia el centro de la
ciudad al llegar a los límites de la casa de doña Juana se encontraban
de pronto con un corto precipicio que los obligaba a contornearlo.
José sospechaba que la señora no simpatizaba con el Concejo �
tampoco con el gobierno pradísta, ya que sus conspicuas amistades,
en su mayoría odriístas se encontraban en la oposición; tampocc
parecía importarle mucho que su primogénito Hipólito fuese asesor y
un eficiente y entusiasta colaborador del municipio.
Juana Oré, entre los treinta y cuarenta, explotaba una grar
panadería. Su casa una bien acondicionada mansión de dos pisos en
el jirón .Iunin, el segundo era la morada de la familia y en el primerc
operaba una bodega muy bien surtida y que ofrecía artículos de alta
calidad. Adyascente a este establecimiento comercial funcionaba el
horno para la panificación, que como todos de la época, utilizaba
leños de madera como combustible. Frente al horno existía una fábrica
similar de doña Inés de Palomino, madre de doña Carmela Vera de
Bailón y por tanto, abuela de Efraín, Sor Rosa y David.
Doña Carmela una extraordinaria mujer, de mucho
temperamento y muy emprendedora. De ojos claros y porte distinguido,
dominaba el quechua como pocos y sentía sumo placer al expresarse
en nuestra lengua nativa. Casó con don Genaro Bailón y eran
propietarios de Soccospampa a la que rebautizaron corno La Victoria,
un fundo que se ubica en una preciosa rinconada muy cerca de
Lambrama. Cuando don Genaro dejó de existir, Efraín tuvo que
sacrificar sus estudios universitarios para. asumir la dirección y las
responsabilidades de la familia al lado de su madre y con el tiempo se
convirtió en un empresario triunfador. Sor Rosa, una monja salesiana
que heredó el temple superior de doña Carmela, notable educadora y
al frente de Cáritas del Perú, desarrolló una intensa y polifacética labor
social de dimensión nacional. David, ingeniero de minas, brillante
profesional considerado entre los pioneros de la minería en el país. En
suma, una familia modelo con ejemplos dignos de seguir.
De los hornos de doña Juana Oré y de doña Inés de Palomino,
ambos en la calle Junín; del horno de doña Ubaldina Bailón en la calle
Puno, del de la calle Lima de doña Marcelina León y del de la Alameda
de Doña Mónica Triveño, salían los incomparables, deliciosos y
variadisimos panes de Abancay.
La bodega de Juana Oré, al tocar las campanadas del medio día,
era el punto de reunión de las autoridades, donde no faltaban a pasar
lista, el Prefecto, .el Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, el Sub
Prefecto, el director del Grau, el Jefe de Correos, el Jefe de la Caja de
Depósitos y Consignaciones, los administradores de los dos únicos
Bancos, el Popular y el Crédito; uno que otro vocal de la Corte y
algunas personas allegadas al gobierno de turno. Casi el mismo elenco,
para las reuniones vespertinas, se trasladaba a un establecimiento similar
de doña Genara Calderón y por las noches, al Club Unión, a completar
su partida de cartas. El tema de las conversaciones giraba en torno al

117
momento político y se especulaba sobre el futuro mediato e inmediato
del gobierno, sus consecuencias en el desplazamiento o cese de
funcionarios; los problemas del país tenían interés secundario. Doña
Juana participaba en el diálogo de cuando en cuando, sólo y únicamente
cuando se le solicitaba su parecer; total, nada resolvían los contertulios.
Dado que al régimen del 56 había jubilado a gran parte de sus clientes,
las reuniones fueron canceladas por falta de quórum. Doña Juana
también cerró el negocio y como dicen en el argot bancario, cambió
de giro, dedicándose a la industria de la construcción civil.
Mujer muy activa y laboriosa. Desde tempranas horas se la veía
por distintos lugares de la ciudad, reclutando peones o supervisando
sus construcciones, sin abandonar su responsabilidad de gerenciar su
hotelito provinciano, donde había trasladado su vivienda, para un mejor
control de su negocio. Precisamente, aquí se encontraba cuando le
fueron con el soplo de que el tractor del municipio estaba abriendo
una calle por sus terrenos del Olivo. Doña Juana en un santiamén
estaba en el lugar de los hechos, sola y sin apoyo de nadie. Asumiendo
una actitud decidida se colocó delante de la máquina y contuvo al
sorprendido y asustado tractorista. La gente contemplaba atónita la
escena ... todavía no caían en cuenta que aquella airada mujer al frenar,
lo que a todas luces· era un atropello, estaba tomando personalmente
la defensa de sus derechos violados. Sin embargo, la total
disconformidad de la dama parecía obedecer a otro tipo de reacción
sensitiva y eminentemente subjetiva; se sentía profundamente lastimada
en su orgullo de mujer y de una de las más respetadas y virtuosas
madres de su pueblo; herida en su altiva y engreída posición de mujer
intachable; y, que por lo demás, contaba con el sólido respaldo de una
fortuna ganada y acumulada a costa de su solo esfuerzo, de su tenacidad
y perseverancia en un trabajo variado, sacrificado y honesto; sobre
todo si se toma en cuenta su condición de viudez de hacía muchos
años. Con toda firmeza, exigió la presencia de los responsables del
ultraje y del abuso; por toda respuesta los hasta hace pocos instantes,
agresivos redimidores, sólo atinaron a farfullar ... ¡ orden del alcalde
señora ! ... pues, ¡que venga el alcalde!, fue la réplica contundente que
no se dejó esperar.

,,�
Ese medio día, bajo ese casi siempre permanente cielo límpido y
azul, con un sol cuya luz intensa reverberaba sobre la tierra
deshaciéndose en átomos de calor, le participan y previenen a José
sobre el incidente. El alcalde partió en el acto para entrar de lleno en
el horno de las también altas temperaturas de doña Juana . Ya se
encontraban con él, Miguel Triveño, Carlos Tejada, Mauro Soto y
Orestes León, acompañados de personal del consejo. No se podía
eludir el problema y la dama exigía de mucho tacto en el trato. Por su
parte ella tenía trazada su propia estrategia ... no pronunció ni media
palabra, con las justísimas y forzadamente, con un estudiado y simple
gesto de desdén, aceptó el saludo. Parecía estar muy segura y
convencida que el burgomaestre estaba en un incómodo aprieto. José
y sus acompañantes tenían conciencia que se había actuado con
demasía y exageración y no eran los momentos para justifícar los
desbordes de entusiasmo, ¡ni pensarlo!, porque doña Juana ardía y
era evidente su sinsabor y su cólera contenidas. Pero, a veces resulta
difícil detener a un conjunto de personas, sobre todo cuando ellas
están tras de una acción de interés colectivo y donde las decisiones se
toman por instinto, sin un sustento racional justificatorio; según el
criterio de estas personas, primero está el interés de la colectividad, de
su comunidad y el que siempre está contrapuesto al de las personas
individualmente entendidas y más aún cuando éstas son poderosas,
entonces, el conglomerado está convencido que está realizando un
acto de justicia social.
En el momento que el alcalde se hacía presente en el lugar, ya se
había congregado gran cantidad de vecinos; algunos de los cuales, los
más enardecidos, pedían a voz en cuello la prosecución de los trabajos ...
total, se armó una barahúnda, un bullicio confuso al que José tuvo que
poner término enérgicamente. Después de instantes de nerviosa
inquietud e impuesta la calma; el alcalde se dirigió a la doña admitiendo
el desatino y el desacierto en que habían incurrido y, en los términos
más disuasivos y convenientes, presentó sus disculpas en nombre propio
y en el del ayuntamiento. Después de concederle la razón en el asunto;
la invitó a conversar sobre el mismo hasta encontrar la mejor solución,
una de cuyas alternativas, era precísamente, detener la apertura de la
calle y reparar el daño ocasionado.

119
José había residido casi toda su vida en el barrio y lo conocía
como a la palma de sus manos. Pero desconocía, como se ha dicho,
que la señora Oré Palomino fuese la propietaria de la quinta. Hasta
donde sabía, la propiedad había sido de un vecino de apellido Cáceres;
una persona que en el 35 pasaba con holgura los sesenta años de
edad y en aquél entonces, era una individualidad exóticamente rara,
vestía casi de harapos; un insoltable y raído pantalón de montar y que
hacía mucho había perdido su color kaki original, unas infaltables botas
de cuero negro hasta la rodilla, viejas, con unos broches de metal
oxidados y en desuso, sucias, gastadas y rotas por el constante y
prolongado trajín. Estas botas constituían su característica principal y
por las que el vulgo lo conocía más con el sobre nombre de el
«ccarabotas» (botas de cuero). Un viejo con la barba crecida y
desordenada, el pelo largo y greñudo sobre el que llevaba puesto un
sombrero deformado y grasiento por el inmudable uso, cualquiera
diría que era un precursor sucio de los hippis. Se lo veía por el barrio
todas las mañanas con su caminar agobiado y canso, el lomo encorvado,
dirigiéndose al mercadillo informal de Huanupata donde adquiría su
diaria provisión de alimentos, sin olvidarse de su cuartilla de trago, es
decir, una botellita del cañazo de Patibamba, luego, regresaba a su
caserón, cerrando tras de sí el enorme portón del zaguán para continuar
una existencia de misterioso anacoreta, que ni siquiera las habilidades
de los inquisitivos husmeantes y traviesos chiquillos pudo descubrir
jamás cómo se desenvolvía. Heredaría el caserón su primogénito, un
blanco obeso, afable e instruido individuo, dedicado al tinterillaje y que
desapareció de Abancay en los cincuenta.
Doña Juana conocía de plano toda la historia cuyo relato escuchó
con olímpica indiferencia; pero, se notó que tuvo el mérito de ablandarla
un tanto. A esta hora ya estaban con el grupo todos sus hijos; Hipólito,
Teresa, Brígida y su esposo Estanislao Loaíza los compadres de José;
todos simpatizaban con el municipio. Después, el diálogo tomó un
cause normal y satisfactorio. Doña Juana expresó, que en el fondo,
no se oponía a los trabajos; que su extrañeza se refería a la forma en
que se hizo, sin el pedido elemental de su consentimiento. Finalmente,
fue ella misma quien se dirigió a la gente para anunciarles su decisión
y, entre los aplausos y los vítores ordenó al tractorista que siguiera
avanzando, señalando antes, los límites hasta donde debía llegar la
delineación de la calle en perspectiva.
Doña Juana tenía insólitas como admirables reacciones; cuando
el alcalde y sus acompañantes se disponían a despedirse, con la
amabilidad, que fue otra de las constantes de su vida, los detuvo y allí
mismo invitó un frugal almuerzo campestre, mandado preparar sin
que nadie se percatara, cómo ni en qué momento. Promediando las
cuatro de la tarde se hacía presente Marcelino Villar con su banda de
músicos, la única que tenía Abancay como recuerdo muy pálido de
una completa y compuesta por cuarenta ejecutantes bien presentados
y que fuera dirigida por el maestro Pérez de Ccesare (Circa) ex
integrante de la reputada Banda de la Republicana y del que Marcelino
fuera su mejor alumno. Doña Juana lo había previsto todo en la forma
más imperceptible. Se improvisó una gran «pandilla» y al compás de
los aires del carnaval abanquino se dio un paseo alegre por las calles
de la ciudad.
Así de simple y de gestos sorprendentes fue esta extraordinaria
mujer abanquina; dio una respuesta aleccionadora que estaba más allá
de la ley y más cerca de los corazones. Una mujer incomparable, que
creció ejemplarmente sola, que presentó y exhibió por todo el Perú;
con altivez, orgullo y gallardía la imagen de la auténtica mujer de la
tierra abanquina, mostrando su elegante figura sin desprenderse de su
traje de moza del campo o de la mestiza de sus barrios populares.
Pocos años después doña Juana viajó a Arequípa en busca de
medicación para su salud quebrantada en los baños termales de Yura.
Cuando volvió a su amada Abancay sólo quedaba de ella, su indomable
espíritu de lucha, su inmensa ternura y bondad inagotables. Una
afección hepática, frecuente en los habitantes del valle como tributo a
la hepatitis insuficientemente tratada, la arrancó de este mundo. Dios
quiera que Abancay, Apurímac y la patria, sigan dando hijas como
Juana Oré de Palomino, para asegurar su grandeza.
Para José, raras paradojas e incomprensibles contradicciones.
Aquel día de graüficantes satisfacciones, mezcla de caros e íntimos
afectos y de orgullosa confianza en los valores de su pueblo; tuvo su

121
lado y su sabor amargo, por sus alcances trágicos y dramáticos. El día
anterior había sido llamado por la familia de don Adolfo Jiménez, el
profesor de Educación Física del colegio Grau; presentaba un cuadro
abdominal que no traducía un pronóstico de gravedad. Al día siguiente,
en la visita de la mañana, su estado no había sufrido variantes; pero,
mientras atendía el conflicto de la calle Lima y el que había derivado
en una algarabía general; don Adolfo hacía crisis y fue hospitalizado.
Guillermo Diaz había cubierto la emergencia, siempre había alguien
cuidando las espaldas, unas veces era Miguel Jarufe y otras el champa
Frías. Guillermo buscó a José para evaluar la situación en una junta en
la que además de los cuatro médicos participó el doctor Juan Hercilla,
odontólogo y cuñado de Adolfo. La reunión médica acordó intervenirlo
quirúrgicamente a la primera hora del día siguiente; una «laparotomía
exploradora», no habían manifestaciones claras para precisar un
diagnóstico. La operación se llevó a efecto a la hora programada; el
diagnóstico post-operatorio fue el de una pancreatitis, una afección
que incluye un amplio espectro de procesos patológicos y cuya
presentación clínica es diversa, variando desde un simple episodio de
molestias abdominales de evolución expontánea y que se resuelven
solas, hasta situaciones graves. Después de ser intervenido Adolfo
presentaba un buen estado general; sus funciones y signos vitales
estaban dentro de los límites de la normalidad y conversaba con
naturalidad; todo indicaba una favorable evolución. Juan Hercilla y
José, no se alejaron un solo instante de la habitación del paciente;
nada hacía presagiar un desenlace tan rápido en quien, a pesar de su
estado de recién operado, gastaba sus bromas. Esta vez, fue el corazón
que lo traicionó y nos ... traicionó.
Adolfo Jimenez era uno de los seres más queridos por José, era
además su compañero de partido. Adolfo y Juan Hercílla, un
odontólogo de extraordinarias calidades humanas y profesionales, culto,
fino orador; constituían la pareja de maestros que siempre manifestaron
sus simpatías y preferencias por su alumno, a quien consideraban como
una de las jóvenes promesas de Apurímac. Adolfo, maestro, amigo y
hermano ... para José, aquél fue un terrible desprendimiento, un
verdadero desgarramiento y, lo peor, empañado, quiera o no lo quiera,
por un sentimiento de culpa, el no haber estado aquella tarde a su
lado, porque el médico de cabecera tenía, debía permanecer al pie de
su enfermo, y ese día, su función de alcalde le sustrajo de sus superiores
responsabilidades profesionales y de sus deberes de amigo y discípulo
-..;, lloró en silencio su dolor y su impotencia. Tremendos y ásperos
contrastes de la vida, sin más perdón que el de uno mismo.

123
VII

SEGUIMOS AVANZANDO

El Día del Parque Juan Espinoza Medrano

La historia tenía que seguir avanzando y había que escribirla. Le


familia Vargas Fano, allá por los años veinte había donado los terreno:
para la cárcel de Abancay. Delante del local carcelario existía ur
pequeño y cuadrangular parque que fungía de sala de espera ds
visitantes y letrados a la par que de lugar donde retozaban librernents
y con displicencia los policías custodios. Con la misma amplitud que e
parque y hacia el lado izquierdo hasta la avenida Nuñez, corría um
extensión de tierras sin construir de propiedad de la señora Blanca
Vargas de Paredes y de Américo Vargas Fano. El municipio acordó le
adquisición de dicha área para dar inicio a un ambicioso proyecto, h:
ampliación de la Díaz Bárcenas en todo su recorrido y comprendiendc
a la avenida Elías, un sueño del que no despertamos. La parte que lE
correspondía a doña Blanca, fue adquirida a un precio simbólico. Le
correspondiente a Américo, en ése momento diputado por Apurímac
excelente médico, gran apurimeño y mejor abanquino, fraterno
extenso amigo y hermano, fundador y arquitecto del Club Apurírnac
en la capital de la República; fue donado al pueblo de Abancay. A le
largo y ancho de estos terrenos se construyó el Parque Juan Espínoze
Medrana, como justo homenaje a uno de los máximos exponentes di
la lengua castellana, gran filósofo y gongorista, nacido en Calcauso
un bonito, hermoso y olvidado poblado de la provincia de Antabamba
El parque en mención se inauguró el 28 de Julio, como uno de
los actos centrales de Fiestas Patrias de 1958. Asistieron todas las
autoridades oficiales; la Corte Superior de Justicia en pleno y toda la
ciudadania. También ese día Abancay estrenó Obispo, éste fue el primer
acto formal, oficial y de bendición católica del flamante Obispo de
Abancay Monseñor Alcidez Mendoza Castro.
Era una mañana fresca y nublada y en cierto momento del acto,
se precipitó una ligera y menuda llovizna; la buena gente creía de
algún modo encontrar en el fenómeno climatológico un significado de
buenos augurios, porque justamente al producirse en esos días
predecían un buen año para la agricultura y la ganadería, eran las
famosas «cabañuelas» que permitían al vulgo pronosticar las futuras
condiciones meteorológicas y sus consecuencias; buena cosecha,
alimentos para el hombre, pasto para los animales. Resultaba pues
que la lluviecilla era portadora de buenos presagios y como que así fue
aquel año, sobre todo para los pueblos que viven de su campo, de su
tierra; agua abundante, buenos frutos y más trabajo. Bien venida la
garúa que fue breve.
Ese día se registraron tres hechos significativos. El primero y
número central, la inauguración del Parque Espinoza Medrana, que
lucía esplendente y muy pintoresco; le daba alegría y una sensación de
modernidad a la ciudad.
El segundo, consistió en la entrega del primer carro «basurero»
para el servicio de limpieza. En otros lugares utilizan un nombre menos
agresivo y no peyorativo, el de «carro baja policía», cuyo origen no
conocemos, pero que tampoco le hace ningún favor dada la importante
función de higiene pública que cumple. Aquí también intervino la
colaboración de la Oficina de Caminos y de los amigos que allí prestan
servicios. Resultaba que la citada Oficina tenía un parque de vehículos
que estaban a la espera de ser dados de baja. De acuerdo a
informaciones confidenciales, entre estos había algunos que podían
ser recuperados. Jefaturaba el 57 dicha repartición Carlos Guevara,
se habló con él sobre las posibilidades de solicitar la adjudicación de
uno de los volquetes al municipio, formalizándose el pedido al ingeniero
Enrique Duturburo, Director General de Caminos, en Agosto de dicho

12..S
año. Dictada la Resolución Ministerial respectiva a principios del 58,
en los talleres de mecánica de Caminos, se procedió a poner el vehículo
a punto. Revisión total y afinamiento de la máquina bajo la dirección
de Guillermo Villavicencio y el trabajo técnico de Víctor Hurtado y su
equipo, todos le pusieron además de su conocimiento y experiencia,
su dedicación y cariño a «su» volquete. Después vino la etapa de
habilitación, adecuación y adaptación de una tolva para aprovechando
las características de la máquina se asegurara una satisfactoria
recolección, disposición y destino de la basura. Don Anselmo Ferrari
fue el encargado. Tenía un taller muy bien montado y establecido en la
primera cuadra de la avenida Juan Pablo Castro y en la que se
ejecutaban la mar de trabajos. Ferrari era un todista de la metal mecánica
primigenia, su ingenio lo llevaba a la ideación y fabricación de piezas
de máquinas de todo tipo. José todavía recuerda cómo en una alianza
de habilidad y talento con don Ricardo Pinto, fabricaron las famosas
ruedas «pélton», generalmente importadas y que tenían gran demanda
en las haciendas por ser pieza esencial de las instalaciones hidráulicas.
En el taller de Ferrari se culminó la forja de la tolva y de su instalación
en el flamante volquete municipal.
El tercer acontecimiento estaba directamente vinculado a José.
Un grupo de ciudadanos cuya cabeza visible era el educador apurimeño ·
César Miranda Garay, hizo entrega al prefecto, en un intervalo de la
ceremonia de inauguración, de un artístico pergamino y de una
hermosa medalla de oro, para que en nombre del pueblo de Abancay,
le hiciera entrega al alcalde, en premio a la labor que en beneficio de
la colectividad venía realizando la comuna presidida por José. El
diploma, una preciosa obra de arte, pintada a acuarela, lleva estampada
los símbolos de la patria y recogía las imágenes de los principales
logros del concejo; el puentecito de la quebrada del Colcaqui, alguna
acera y el parque que se estaba estrenando; su autor, el ex-miembro
de la benemérita Guardia Civil César Bedoya, vecino de la calle
Huancavelica, ejemplar ciudadano y un brillante deportista de los
cuarenta. La medalla era obra del artista, Angel Pachaco, aimarino,
había desarrollado su arte de orfebre en Lima, radicaba muchos años
en Abancay y tenía su taller en la calle Arequipa; muy leido e instruido,

1nr
ara agradable sostener una conversación con el talentoso caballero de
semblante dieciochesco. La medalla mostraba una orla traducida en
mas ramas de laurel, en el anverso consignaba la frase: «Honor al
Señor Alcalde» 28 - VII - 58; en el reverso: <iEI pueblo de Abancay».
:.ste galardón sería el más preciado de José, ni la Medalla de Honor
:lel Congreso de la República, ni la condecoración Hipólito Unanue,
.ü la de los Vencedores del Dos de Mayo en su centenario, entre las
principales, tendrían el especial y profundo significado de amor a la
forra, que aquel otorgado por el pueblo y por intermedio de uno de
.os personajes más representativos de la sociedad, por intermedio de
.in maestro de educación primaria de excepcionales calidades
profesionales, un profesor de la misma generación que José y que
para satisfacción y orgullo de Apurímac, habría de convertirse en pilar
de prestigio y reputación en el campo de la educación del país.

El primer Obispo de Apurimac


En el mes de Junio, el pueblo de Abancay fue anunciado del
nombramiento. del primer Obispo de toda su historia. El elegido, el
joven sacerdote Alcidez Mendoza Castro. A la fecha de su designación
Monseñor Alcidez fue el Obispo católico más joven del mundo, 32
años, natural de Huancavelica y con un grah dominio del quechua.
Como podrá fácilmente inferirse acontecimiento de tanta significación
y tanta importancia tenía que recibir un tratamiento muy especial y
cuidadoso. El ayuntamiento convocó a un cabildo abierto y allí se acordó
la constitución de una comisión de recepción presidida por el prefecto
del departamento; en la comisión estaban representadas todas las
instituciones de la ciudad y a la que se incorporó a la curia local. El día
de la llegada fue uno de los más agitados del año y salpicado de
ocurrencias anecdóticas que no faltaron. El almanaque marcaba el 22
de Julio de 1958.
La comitiva sacerdotal la encabezaba Monseñor Jurgens,
Arzobispo del Cusco, venía con él un simpático jesuita sanpedrano,
Maximiliano Peña, procedente de Lima. Del Cusco avisaron la hora
de salida y con el recibimiento en Curahuasi se estimaba que en Abancay
estarían alrededor del medio día. Un percance alteró todo el

127
cronograma; un accidente de tránsito en Lirnatarnbo había inutillzadc
el automóvil en el que venían los prelados. Monseñor Alcidez piloteaba
el vehículo y en una curva cerrada colisionó con otro que venía en
sentido contrario; nada se pudo hacer para reanudar el viaje, el carrc
sacerdotal se había dañado seriamente. José de inmediato se trasladé
a Limatambo; Monseñor Mendoza y el Arzobispo Jurgens, presentaban
leves contusiones y recibieron atención de primer nivel. El padre Peña:
resultó con una herida contusa de unos cinco centímetros en la regiór.
frontal que recibió la curación de urgencia, siendo recién suturada er:
el hospital de Abancay por José después de la ceremonia de recepción.
De Limatambo se prosiguió el viaje en movilidad traída de Abancay.
Los actos programados en Curahuasi tuvieron que sufrir el corte que
exigían las circunstancias y siendo aproximadamente las seis de la
tarde la comitiva hacía su entrada en Abancay después de los saludos
de las gentes de Tamburco: ingresando a pie por la avenida Nuñez a la
altura de la segunda carretera. La recepción tuvo los caracteres de une
apoteosis; todo el pueblo se volcó y en su plaza de armas escuchó cor
unción el mensaje de sus pastores. Después del Te Deum; el Concejc
celebró una sesión solemne y pública, en la que se declaró «huéspedes
ilustres» a los purpurados, haciéndoseles entrega de las llaves de le
ciudad. Los actos de aquél día culminaron con una cena de honor, de
saludo y bienvenida de la sociedad abanquina en los salones del Club
Unión.
El carismático y joven obispo de Abancay, se abocó de inmediatc
a la organización de su diócesis con gran dinamismo. Además de
mostrar una despierta inteligencia; por su carácter jovial; de una
amabilidad sin regateos, muy fraterno, se captó rápidamente la sírnpatie
de la grey católica de todo el departamento y en poco tiempo dejé
sentir la importancia de la Iglesia y del clero, no sólo en la vida rellgiosa.
sino, en lo social y moral de los pueblos.

El Parque Centenario
Por aquellos días ya se había terminado con las aceras de 1,
avenida Arenas. Pero, quedaba un espacio ruinoso y de mal aspectc
que correspondía al Parque Centenario. Ubicado en un área triangula:
en el que desembocaba la calle Miscabamba con su raro y caprichoso
diseño escondido y que se desprendía de la avenida Nuñez, justo en el
límite inferior del hotelíto de doña Juana Oré. El nombre de Centenario
se debía a la fecha de su inauguración, 1921, año del Centenario de la
Independencia Nacional. Por las décadas del veinte, treinta y principios
del cuarenta, todavía mostraba su apasible encanto; debió ser muy
bello, pero el tiempo y la incuria se encargaron de arruinarlo. El
parquecito contaba en la parte central con una pileta de bronce
artísticamente tallada y en la que sobresalía una graciosa estatuilla de
la misma aleación y a la que la gente le encontró un parecido con don
Pascual Reynoso, personaje muy conocido y compadre de medio
Abancay. Don Pascual era dueño de una casa quinta en Chinchichaca,
donde se producían entre otros frutos, los blanquillos y abridores más
sabrosos del valle. Cuando José tendría sus ocho años don Pascual ya
trizaba con holgura los setenta. Llevaba unos mostachos largos y
retorcidos, que lo semejaban con la estatuilla y sus traviesos compadres
no tuvieron inconveniente en clavarle el nombre de «pascualíto» y con
ése nombre se lo conocía hasta el final de su subsistencia. La estatuilla
era en realidad, un surtidor de agua y estaba artísticamente circundada
por unas gruesa cadenas de bronce las que estaban amarradas a unas
bolas también metálicas, colocadas sobre unas columnas enlosadas.
Desde los cuarenta, el parque había quedado prácticamente en estado
de abandono, primero desaparecieron las cadenas con sus bolas de
bronce y algo más tarde alguien cargó con el «pascualíto». Idéntica
historia ocurrió con exacto material que aseguraba la parte central del
Parque Ocampo. El Parque Centenario es parte de la historia de
Abancay. Toda la generación de José ha sido testigo de las romerías
que el pueblo realizaba los días primero y dos de Noviembre; los de
Todo los Santos y el dedicado a los difuntos. En esos tiempos, los
recuerdos a los muertos consistían en un responso al pie de las tumbas.
Es fácil suponer que los sacerdotes no se abastecían para satisfacer la
súbita crecida de la demanda y de los requerimientos, siendo frecuente
comprobar la presencia de probables pseudomisioneros, que vestidos
con toscos sayales ofrecían sus servicios, sobre todo a las gentes del
campo. Poco a poco los responsos cedieron paso al empleo de las

129
flores, como sucede en todos los campos santos de las ciudades
importantes.
El aspecto ritual descrito, formaba parte de otra expresión festiva,
más amplia y quizá de un poco sabor pagano. Toda la avenida Arenas
durante esos días se convertía en un campo ferial muy ordenado, a
ambos lados se instalaban las más variadas tiendas transitorias,
conocidas más como «cararnancheles», preparados con toldos
especiales y la mayoría con ramas de retama, en las que se expendían
las exquisitas viandas típicas; el tallarín de fabricación casera, los
chicharrones, el cuy al horno, el escabeche y estofado de gallina, el
asado de cordero y los sabrosos picantes de ambiente popular. Algo
que no faltaba en la temporada, los variados rnaisillos, los bizcochuelos,
los taparacos, las empanadas de quesillo fresco y, por supuesto, los
símbolos de esos días, el caballo y la huahua, para grandes y chicos.
La famosa «huahua tanta»; en esta fecha conseguía su propia
importancia, se convertía en el personaje central de las relaciones
familiares y sociales del mes; eran sujetos de una ceremonia bautismal
muy pintoresca y peculiar, mezcla de lo serio con el buen humor, una
parodia en la que se improvisaba al sacerdote y al monaguillo, los que
utilizaban corno incienso la quema de un ají picante en determinado
momento del rito irreverente, el humo producido provocaba
ininterurnpibles estornudos entre los asistentes. Lo único serio eran
los padrinos, los padres de carne y hueso de la huahua de harina de
trigo y los exquisitos manjares de la invitación. La huahua después de
la ceremonia era hábilmente descuartizada en trozos para satisfacer
los apetitos canivalescos de los presentes. Muchos de los compadrazgos
que nacieron en estos bautismos, han revestido caracteres de un respeto
religioso y muy serio entre las personas a través de tocia la vida. Aquellos
dos primeros días de Noviembre eran de jolgorio para niños, jóvenes
y adultos. Los chiquillos contaban con kioskos especiales donde no
faltaban las golosinas como el alfeñique y los helados dedoña Angelita
de Samanez, los chupetes del zorro, de Valenza o de Prosopio, mientras
que la gente adulta consumía además de las viandas, su chicha de jora
o la espumante cerveza y entrada la noche inflaban los aires de la
tierra con los dulces sonidos arrancados a los charangos de agudas
voces y al armonioso bordón de las guitarras y donde no faltaban las
andinas y nostálgicas notas de las quenas.
Había que hacer algo por el parquecito abandonado. Una mañana
se convocó a los vecinos; Luis Valer (padre), Leonidas Medina, los
Batallanos Monsón, Lucy, Velia, Odón y Alfredo Pinto que ya era de
la familia, doña Marina Pacheco de Barra, Antonio Alegría, Lucas
Contreras y algunos otros a los que se acoplaron Guillermo Díaz y
Miguel Jarufe, médicos del hospital y por tanto vecinos notables. En
vista de las limitaciones económicas se acordó remodelarlo bajo un
diseño provisional. Se dispuso la pavimentación y la restitución de la
pileta, con la finalidad principal que no desentonara con la perspectiva
de la avenida. La obrita en la que se puso mucho empeño, se entregó
una semana antes de los tradicionales días de Noviembre. El trabajo
terminado no satisfizo mucho, particularmente a José, lucía un tanto
tosco, no había término de comparación con lo que había sido. El
ideal inclusive era proyectarla hacia la avenida Elías lo que significaba
la adquisición de un área de terreno, que por varios factores no se
pudo concretar. Muchos años más tarde otro médico alcalde, como
José y Miguel Jarufe; Luis Barra hijo de doña Marina de Barra que
conducía un bodeguín justo al frente del parque, y del abogado grauino
cariñosamente llamado el chuto Barra, un alias mestizo heredado de
un hermano mayor que marcó historia en el fútbol cuzqueño, allá por
los cuarenta. Lucho Barra convertiría la plazita de marras en una de
corte moderno, ampliada como se pensara inicialmente y en la que se
ha colocado la efigie de Micaela Bastidas cuyo epónimo lleva el parque,
sustituyendo a lo que había sido, el del centenario y que ahora con
más propiedad lleva el nombre de una de las más extraordinarias
mujeres del mundo que ofrendara su vida y la de sus hijos, por la
libertad y la independencia nacional.
Pero, José no podía olvidar las escenas de la inauguración, son
jalones en la vida de los pueblos que difícilmente se borran, más por su
contenido anímico que por la obra material. Aquella mañana usó de la
palabra en representación de los vecinos Lucinda Batallanos. Lucy, en
el habla familiar, fue una maestra primaria, dueña de una cultura

131
exquisita y un fino don de gentes; desapareció tempranamente,
privando al magisterio y a Abancay, de uno de sus claros valores.
En el mismo acto e inesperadamente como era su estilo, se hizo
presente en representación, como él mismo se ufanaba, de los
«proletarios», Jacinto Zedano Burgos. Jacinto fue un personaje singular
y raro; un empedernido lector de periódicos y con manifestaciones
notorias de una autosuficiencia ilimitada. Una de sus peculiaridades
era su obstinada y compulsiva afición a la oratoria de plazuela, en
cualquier acto público de improviso hacía su aparición y con una voz
altisonante y chillona leía sus discursos relacionados al acontecimiento.
Igual actitud asumía con ocasión de los entierros, era el impenitente
orador de los pobres y sus laudatorias terminaban invariablemente
con la siguiente frase: «que en tu tumba crezca la flor de siemprevivas».
Fue un comunista convicto y confeso, de talla menuda y ojos de rasgos
orientales, rubicundo, caminaba muy erguido, sus actitudes se
acomodaban a su exótica personalidad y tenían la afectación del
individuo presumido. Trabajaba como secretario de un juzgado de
primera instancia y los años de experiencia lo acomodaran en la
petulante posición de asesor de los litigantes. Fue otra de las víctimas
de la cirrosis al hígado, facilitada por su afición al licor de caña. Encontró
la muerte en el Cuzco, lejos del terruño, solitario y por esas ironías de
la vida, fue llevado hasta su tumba en los hombros de sus adversarios
políticos, pero por encima de los avatares principistas, en los hombros
de sus paisanos abanquinos, los universitarios Ulises Luna, V. Raúl
Tnveño, Félix Molina, Zoilo Valverde y Mario Gobea.

Otra Actividades
El equipo edil estuvo permanentemente arrinconado por la falta
de recursos económicos para satisfacer la insistente demanda de
pequeñas obras que le eran solicitadas por la comunidad. En cuanto a
las aceras, si bien es cierto que fueron en gran parte autofinanciadas
por el vecindario, los costos que correspondían a las entidades públicas,
a los centros educativos, que no contaban con las correspondientes
partidas presupuestales para justificar este tipo de gastos, tenían que
ser asumidos por el concejo para no trastornar la uniformidad del
renovado ornato de la ciudad y porque tampoco cabía otra alternativa
salvadora.
Los servicios públicos de alumbrado eléctrico y los de agua
potable, hasta hacía sólo dos años eran de propiedad del municipio.
La instalación de la planta hidroeléctrica de Matara y la de los nuevos
servicios de agua y desagüe pasaron a ser administrados por las
respectivas reparticiones del Ministerio de Fomento. Esta transferencia
afectó seriamente la economía de la comuna. De todas maneras, se
formularon los planteamientos para un traspaso formal de dichas
responsabilidades al municipio, justificadas perfectamente por su
condición de servicio público; la respuesta fue siempre negativa; la
institución municipal todavía era tratada como de segunda clase y se la
relegaba y se le negaba, el ejercicio de elementales funciones para
cumplir con la sociedad. En estas circunstancias se tuvo que recurrir a
todo aquello que significara una fuente de ingresos a fin de mitigar las
múltiples demandas insatisfechas. El concejo en un esfuerzo de trabajo
organizado y emergente declaró como el «mes de obras públicas», el
período comprendido entre el 24 de Agosto y el 23 de Setiembre y
para el efecto, conformó una comisión central encargada de la
programación y ejecución de un conjunto de actividades, la comisión
fue presidida por el concejal Miguel Jarufe del Solar.
Las principales actividades programadas fueron: una Kermesse-
T ómbola, una tarde de toros, una función teatral, jugadas de gallos,
partidos de Basket ball y una tarde de fútbol.
El 24 de Agosto conforme estaba previsto se arrancó con la
kermesse-tómbola que resultó una concurrida y alegre fiesta de todo el
pueblo. La comunidad respondió masivamente al llamado de su
municipio. Se juntaron autoridades oficiales, el Clero, el Poder Judicial,
el Magisterio, la Policía, la Sociedad de Artesanos y el pleno de la
comunidad. Fue un éxito sin precedentes y aunque el mérito era de
tocia la comisión, los pilares básicos fueron las ediles Aurora de Paz y
Hortencia de Niño de Guzmán, quienes contaron con el apoyo
inmediato e invalorable de doña Rosario Tejada de Contreras, Blanca
Ocampo de Torres, Juana Jarufe, Yolanda Casaverde, Hercilia Loza,
Esther Peralta, María JuUa,Violeta y Luz Contreras, Estela de Viladegut,

133
Rosario Huerta de Paliza, Elena de Casapía, Etelvina Cortijo, Julia
Hercilla, Angélica Huerta, Irma Tejada, Elba Carrera y muchas de las
respetables damas, que se unieron al trabajo cooperativo.
El 31, un día después de haber concurrido a los actos celebratorios
del día del Colegio Santa Rosa, se llevó a cabo la gran corrida de
toros. Fue idea de Miguel y demandó un trabajo árduo y la movilización
de mayores recursos tanto humanos como materiales. las suertes
toreras serían ejecutadas por profesionales contratados en lima y en
Abancay participarían del plantel, el maestro Charlarse, afincado en
la capital apurimeña y casado con una descendiente de viejas sepas
abanquinas, los Bocángel Pinto; en sus años mozos había sido espada
profesional y aún le quedaba y le sobraba clase; lucho Novoa Bernal,
el movedizo y siempre juvenil esposo de una hermosa andahuailina
doña Amalia Altamirano, lucho era un conocedor de la tauromaquia;
Nabil Abuhadba, uno de los vástagos de don Nicolás, aficionado a los
toros más que al toreo mismo, debutaba como el «Anqelillo Abanquino».
Mario Valer y Pancho Abuhadba, completaban la cuadrilla para la
corrida criolla. la comisión se encargó de preparar el escenario, un
coso improvisado en la calle lima, frente al parque Ocarnpo; aquí
dieron la mano los de Asillo y Llañucancha y la policía. Todo lo
relacionado al ganado se coordinó con los distritos. Carlos Ochoa y
Mario Gutierrez en Huanípaca, Rufino Velarde, Francisco Montúfar y
Francisco Sullcahuamán en Cachora, don Federico Escobar y luis
Palacios en Circa y Heraclio Soto y José Miranda en Pichirhua. Toda
la organización culminó en un producto impecable y el pueblo de
Abancay reverdeció tardes taurinas de otras épocas, con su paseo de
manolas, sus multicolores banderillas obsequio de las damas de la
sociedad y en fin; fue una fiesta de toros con sabor sevillano que se
recordará en mucho tiempo.
El día siete se dio cumplimiento al programa con las jugadas de
gallos en el coliseo municipal de la calle Huancavelica, al costado de la
cárcel. Abancay era y seguirá siendo una tierra con tradición gallística.
Allí estaban los herederos de don Max león, Orestes, Max y Juan;
Chapaco Echegaray; todos los hermanos Valer, Nazarío, Julio, Pancho,
Juan Pablo, con los que se alineaban Mario Valer y Nabil Abuhadba,

1 ')11
Guillermo Días; Luis Vergara; los Gamarra: Genaro, Efraín y Juvenal
que traían su cepa gallera de Curahuasi; Rodolfo y Luis Valer, el primero
un experto en el difícil arte de amarrar las navajas. Los grupos se
organizaban en •<galpones>> y los desafíos y apuestas principales se
hacían entre ellos. Se instrumentaban generalmente por el sistema de
las llamadas «tapadas», los rivales sólo se daban a conocer, es decir, se
destapaban, instantes antes del careo .. Fue un gran día de fiesta gallera
que se prolongó hasta entrada la tarde.
En la noche del mismo día se dio cumplimiento a lo programado;
el campeonato relámpago de basketball en el court de la Escuela 662
cedido por su directora la esclarecida educadora abanquina Rosario
Huerta de Paliza. El hermoso trofeo que se jugó fue ganado por el
quinteto del colegio Miguel Grau.
El domingo 14, las actividades se trasladaron al estadio del Olivo.
En el partido de fondo se enfrentaron las oncenas de los «profesionales»
y la del «magisterio». El atractivo era la participación, en ambas tiendas,
de personas que normalmente no se vestían de corto o que habían
dejado la tenida futbolística hacía muchos años, entre ellas estaban
algunas glorias del treinta como Raúl Luna, Roberto Segovia, Alfonso
Abuhadba, Orestes León. En una de sus últimas presentaciones aparecía
Arturo quien sostuvo un duelo aparte con el profesor Hervías de
conocida filiación comunista; se buscaban mutuamente las canillas
olvidándose del esférico. La contienda finalizó con la paridad en el
marcador; allí ... ¡no pasó nada! ... como diría Martínez Morosini. Fue
una tarde de fiesta, multitudinaria y alegre.
Terminado el partido un nutrido grupo de ambas escuadras y
sus hinchas recalaron en el salón bar de Humberto Cuaresma, frente
a la cárcel. Estuvieron presentes Zoilo Acosta, el más genial fulbolista
de su generación; Raúl Luna, Mario Valer, Francisco Silva (el buque),
Lirio Ortíz, Ildauro Osorio, Guillermo Casapía, Ello Rojas, Luis Salcedo,
Leonidas Valer, Domingo Neme, Renato Laguna, Guillermo Pareja,
Jesús Acosta, Dimas Espinosa, Adrián Pereira, Leoncio Gutierrez, Saúl
Jiménez y Miguel Espinosa el más veterano de los jugadores en actividad
y, muchos otros ciudadanos vinculados al que hacer futbolístico.

13S
Siempre que las reuniones contaban con la presencia del alcalde
la conversación giraba en torno a las actividades que venía desarrollando
el cabildo abanquino. Eran los momentos propicios para exponer
abierta y democráticamente los juicios críticos, ya fuesen positivos o
negativos y no pocas veces, ambiguos. Saúl Jiménez, empleado
bancario y sobresaliente futbolista, era el menor de tres hermanos,
Eduardo y Mario Gobea, ambos de buena vena futbolista, los tres
pertenecientes a la misma generación de José. Saúl de una personalidad
especial, engreído y soberbio, suspicaz y a veces impulsivo, de actitudes
frontales y a veces discordantes; pero, honestas y sinceras. Al terciar
en la charla manifestando su coincidencia con la gestión del municipio,
subrayó, que en el aspecto deportivo había un total abandono, como
lo demostraban la falta de actividades y la ausencia de nuevos valores,
especialmente en lo que se refiere al fútbol. Zoilo Acosta asumió la
defensa del Concejo, aclaró que este aspecto no le competía porque
era de responsabilidad del Comité Nacional de Deportes y de sus
organismos descentralizados a nivel departamental y provincial. El chivo
Acosta, pertenecía a una pléyade de hermanos: Saturnino, Alfredo,
Jesús y otros menores, todos practicaron el fútbol, con mucha habilidad
para el manejo del balón; pero, Zoilo, por sus grandes cualidades,
técnico, cerebral, gambeteador y goleador nato, fue por muchos años·
el ídolo máximo de Abancay, particularmente cuando dirigía la delantera
del team del Miguel Grau, en el que destacaron con luz propia, César
Tejada, Lucho Carpio, Efraín Bailón, Zoilo Víllacorta, Jorge Bailón
Samanez, Osear Estrada, Nicanor Herrera, Humberto Tello, Adrián
Herrera, Carlos Navarro, Alfonso, Pancho y Juan Abuhadba; César
Silva, Luis Salazar, Mario y Julio Valer, Raúl Pinto, Jorge Valdivia y los
afamados Castañeda Grau, José, Nilo y Walter y tantos otros. Por su
privilegiada posición, las opiniones de Zoilo eran atenta y
respetuosamente escuchadas. Después de la contribución de muchos
como variadísimos pareceres, se llegó a la conclusión de que, si bien al
municipio no le competía una responsabilidad directa; tenía el deber y
la obligación de intervenir en este sector, para contribuir a la promoción
integral del deporte en general de abancay, como parte de su desarrollo
cultural.
José quiso obtener algo concreto del cónclave deportivo sacando
provecho del giro que había tomado el diálogo tras la intervención de
Saúl. Realmente no se podía soslayar un problema de la importancia
como es el del deporte, algo que es consustancial a la vida de la
comunidad. Como quiera que la expropiación de Patibamba estaba
en curso; sugirió que era el momento de plantear formalmente y por
acción ciudadana, la recuperación del antiguo estadio de Condebamba
y propuso, que en un acto simbólico se procediera a su ocupación
como tarea inicial del movimiento de redención. El acto tuvo lugar dos
semanas después y en el que no estuvo Saúl, había viajado a Circa y se
perdió el acontecimiento.
Desde antes de los veinte, los partidos de fútbol se escenificaban
en el campo de Condebamba; una explanada natural en las faldas del
cerro del mismo nombre. De la década del treinta, José todavía recuerda
a los equipos del Tarapacá, Renovación, Obrero y quizá algún otro,
pero en el que no faltaba el team más popular de todos los tiempos, el
Grau, que representaba a la juventud y a su colegio. Todo el pueblo se
trasladaba hacia Condebamba para espectar su deporte favorito; pero
además era un desplazamiento de connotaciones agradables. El
obligado paseo dominical por aquel hermoso paraje, era quizá la única
saludable 'diversión para las familias ávidas de sosiego para los espíritus
que soportaban las estrecheces de una población pequeña carente del
confort de otras ciudades.
Como quiera que el estadio no contaba con vestidores los
jugadores salían ya uniformados y listos para la contienda desde sus
domicilios. Este aspecto era parte del espectáculo y la curiosidad de
las gentes, sobre todo por las características de la poco ortodoxa
indumentaria de los deportistas. Manuel Gustavo Manrique, Osear
Fernandez y su hermano Jorge, Antuco Salas, Agustín Acosta, el borrao
Robles, estos dos últimos guardias civiles, Lino y Armando Martinez,
el churo Bocángel, José Jiménez y tantos otros de la época; con los
chuzos puestos y sancándole extraños ruidos al piso iban con unos
abrigos de casimir oscuro que les llegaba hasta los tobillos, arrastrando
tras de ellos una caravana de curiosos que trataban de descifrar lo que
se traía el raro atuendo. Entre las grandes figuras de la bella época

137
está el «Sihuas», jugador del Obrero, foward centro, menudo y
esmirriado, con un dominio pocas veces visto sobre la redonda,
habilísimo en la gambeta y José lo recuerda como al primer futbolista
en ejecutar tiros libres cerca del área al más puro estilo brasilero, la
famosa «hoja seca» y convertir, un disparo trazado geométricamente
con curva. Por ahí andaba también un zaguero excepcional el zapatero
Chipana, estaba el «chalaco» León; Lauro Navarro, el «huinco»
Santander, Tomás Ascue y el «chocñí» Llerena, dos extraordinarios
arqueros y tantos otros que se esconden y huyen de la memoria. Muchos
de ellos serían vistos cuando el fútbol abanquino se recluyó en el campito
del Centro Escolar de Varones 661, que durante muchos años fue
escenario de jornadas inolvidables; para la generación de José, la mejor
etapa del fútbol apurimeño. Además del chivo Acosta y de los de su
tiempo en el Grau, en el Independiente figuraban la clase internacional
de Pancho Gonzalez, el cholo Huerta, Dimas Espinoza, César
Bedoya, el chuica Emilio Ascue, Miguel Espinoza, y los batalladores
como Jorge Ismodes, y Leonidas Espinoza. En la transitoria oncena
de los «carreteros», figuras como la del cherro Cuadros, Donoso; el
cachaco Nuñez, un hermano de aquel inteligente y sobresaliente
profesor de Ciencias Naturales del Grau, Edgar Nuñez, que con Adolfo
Jiménez jugaban muy bien a la pelota. Después con los egresados del
Grau se formó el equipo de los «Once Amigos», promocionado por los
hermanos Valer y animado con la presencia de Zoilo y el interminable
Miguel Espinoza.
Finalizando la década del treinta, Patibamba cambiaba de dueño;
Lomellini lo vendió a Cirilio Trélles, hasta entonces poco conocido en
Abancay, su única propiedad Parnpatama en Airnaraes y a la ribera
del Pachachaca, era un fundo muy bien trabajado. La transferencia
tornó por sorpresa a Abancay, el comentario de esos día señalaba a
Lomellini, ciudadano italiano, cuyo país era aliado de Alemania en el
último conflicto mundial, con temor a que sus propiedades corrían el
peligro de ser confiscadas, esto habría decidido la enajenación de
Patibamba, quizá no le faltarían sus razones y además, cada cual es
dueño de su susto; recordemos no más que el Perú llegó a declararle la
guerra o rompió relaciones diplomáticas con el país germano. Sin
embargo, Trélles mismo estaba muy vinculado a ciudadanos alemanes
algunos de los cuales trabajaron para él; inclusive una de sus sobrinas
casó con un ciudadano teutón. Trélles comenzó con Patibamba al que
añadiría sucesivamente San Gabriel, Pachachaca e Illanya; todas
estupendas y fecundas haciendas del valle de Abancay. Ahora todo lo
que se miraba menos el cielo era de Trélles, convertido en el gran
latifundista de Apurímac. Su poder económico lo reforzó con el poder
politico, senador por Apurírnac por una década desde el 45. Un peso
inobjetable, pero al servicio de una dictadura, la de Odría.
Cirilo Trélles sin ninguna oposición, convirtió el estadio de
Condebamba en tierra de cultivo integrándolo a un viñedo, el de Viña
Gloria; el único rincón apurimeño que ha producido vino. Lo de
condebamba fue un despojo descarado a la comunidad que estaba en
posesión del campo, con el consentimiento de los anteriores dueños,
desde antes de 191 O. Para paliar el trauma colectivo, tiempo después
se inició la construcción del estadio del Olivo, en un terreno cedido en
compensación por el propio hacendado y que tenía la misma estructura
calichosa que el de la calle Huancavelica, lo que dificultó los trabajos
de explanación, obligando a los técnicos a levantar un gran muro de
cal y piedra, fácilmente observable, para luego proceder a un penoso
y prolongado reUenamiento. La obra demoró varios años y durante
este periodo el campo del 661 se convirtió en el único y
antirreglamentario estadio de fútbol de Abancay.
Este paradisíaco rincón de Abancay, un lugar sosegado y quieto
donde se erige el campo santo; es una suave hoyada con agua propia;
un riacho, el Condebamaba, que se acomoda en el ángulo que hace la
planicie con el cerro, recorriéndolo hasta su confluencia con el Mariño
en los bajíos de Aymas. A lo largo de la hoyada y metiéndose entre
los pliegues de las montañas, se estiran fértiles hondonadas donde
tenían sus casas quinta, Florentino Valverde, Nicolás Contreras, Nicolás
Abuhadba, Fritz Baurnán y otros.
Para proteger el viñedo, Trélles hizo levantar un cerco a todo lo
largo del camino real que conduce por Asilla y Uañucancha a Curahuasi
y Cusco. El muro seco, los cerros y el gran farallón que por la parte
oeste cae verticalmente a la quebrada del Colcaqui, encerraban Viña

139
Gloria, donde Valentín Reinoso, el administrador de la fábrica, se
ocupaba de la plantación, cultivo y vendimia de la vid. El cerco, corno
todos los de su género en la zona, remataba en un tupido penacho de
pataquiscas (cactus) espinosos y de pencas; era parte del sistema de
protección del fundo; sistema no muy eficiente, porque en la época de
madurez de las uvas, permitían por algún resquicio el paso de quienes
querían vendimiar por cuenta propia; a pesar de haberse redoblado la
vigilancia. Cierta vez, muy de madrugada, un alumno del Grau al
aventurarse por los viñedos recibió del técnico Zanzota una descarga
de perdigones que no le permitió sentarse por varios días. El incidente
dio lugar a un sonado juicio que terminó salomónicamente con una
reprimenda al muchacho para que en lo futuro respetase la propiedad
ajena y al gringo obsecuente servidor del amo, obligándole al pago de
las curaciones y una llamada de atención para que no extremara su
celo incondicional acudiendo al uso de armas de fuego.
Trélles, supo asesorarse bien en todos sus negocios y el viñedo
no podía ser la excepción; no descuidó la conformación de una
adecuada combinación de hombres, tierra, sol y clima, como la mejor
conducta para obtener una óptima calidad del jugo bíblico. El prensado
de la vid, su tratamiento y el embotellamiento, se procesaba en
bodegones especialmente habilitados, donde además, se añejaba y
almacenaba el gran vino de Viña Gloria.
El noble producto que convirtió a Cirilo Trélles, en el único
vitivinicultor de Apurímac, sólo cumpliría la función de promocionar
las relaciones sociales y políticas del hombre de las influencias y las
preponderancias. Viña Gloria, vivió lo que políticamente vivió su
propietario. Menguada la carrera política de Trélles, se agostaron los
vástagos de la vid. Pero, a Trélles es justo reconocerle, sin regateos, el
haber demostrado que las tierras de Abancay son aptas para el cultivo
de la vid, cuyos primeros sarmientos en la tierra los sembrara el patriarca
Noé. Viña Gloria, gracias al acierto de don Cirilo, a quien no hay que
atribuirle solamente las cosas negativas, produjo un vino tinto seco de
la mejor calidad y que le permitió ganar primeros premios en las mismas
ferias europeas. Sin duda que la clave del éxito estuvo en la contratación
de técnicos vitivinícolas italianos, expertos en el manejo de la industria
del vino. Uno de estos técnicos, el primero, fue precísamente un
bachicha apellidado Zanzota, el mismo del incidente con la escopeta
de perdigones. Era un hombre blanco, como los de su raza, alto, de
ojos claros y voz rasposa que casó con una atractiva dama abanquina
de apellido Samanez. Los contemporáneos de José lo recuerdan más
que como vinicultor, como el motociclista que en las Fiestas Patrias, o
en aquellas dos o tres ferias agropecuarias nacionales organizadas por
un inquieto agrónomo, Mateo Torres, entre 1938 y 1940. Torres estuvo
a cargo de la jefatura de la Granja Modelo del puente Capelo; lo
administró con eficiencia y eficacia y en Abancay conoció a la que
sería su esposa, doña Rosario Quinto, una educadora andahuaylina,
muy hermosa y aficionada a las letras. Zanzota por Italia; el turco
Diván, un árabe comerciante en telas, por Palestina y Antonio Salas
por Perú, eran los protagonistas de una singular competencia
internacional de carrera de motos. La carrera tenía como punto de
partida el puente Illanya y la meta estaba señalada por una línea trazada
con yeso en el piso entre el puesto de la Guardia Civil y la casa de los
Carpio Chávez, en la avenida Arenas, entonces una hermosa alameda
de gigantescos álamos. Toda la población participaba entusiasmada
en el evento. Las parvadas de muchachos se distribuían en todo el
trayecto de la Díaz Barcenas desde la «garita)) donde estaba instalada
un atalaya en la misma esquina del campo de juego. Se establecía todo
un sistema de comunicación oral para describir el desarrollo de la
competencia de tal suerte que los espectadores estaban informados al
minuto sobre las principales ocurrencias y sobre todo del orden en
que venían acercándose las máquinas. Siempre ganaba Antuco; la
verdad era, sin restarle méritos a la alta competitividad del peruano, su
máquina una poderosa Indiana, era superior a las del europeo y el
asiático. Por supuesto que el público no le interesaba analizar estos
hechos, incluso, la calidad de la máquina era un mérito más en favor
de su corredor preferido; pero, ¡ vaya ! , al final lo que importaba eran
los gestos y el enorme espíritu deportivo de otros tiempos.
José formalizó el pedido de adjudicación del campo de
Condebamba al Comité Nacional de Deportes. Las gestiones se
coordinaron con la representación parlamentaria y la gestión en

141
referencia no tuvo tropiezos y fue satisfecha sin inconvenientes por la
Junta de la Pequeña Propiedad, la encargada de aplicar la ley de
Expropiación de Patibamba. Ya en Abril de 1959 se iniciaron por
acción cívica los trabajos de limpieza, delimitación, ampliación y
nivelación. Fernando Samanez, el alcalde, dirigía los trabajos y se
contaba, como era ya de rigor, con el apoyo de un tractor
proporcionado por Caminos, con el que se escarbó parte del cerro
para darle al campo de juego la orientación reglamentaria.
Guillermo Díaz, Guillermo Villadegut, Osear Velarde, Miguel
Jarufe, Miguel Triveño, Carlos Tejada, Ulises Luna, Víctor Raúl Tríveño,
Félix Melina, César Frías, Rubén Quintana, Zoilo y Jesús Acosta, Saúl
Jiménez, Eduardo y Mario Gobea, Dimas Espinoza, Luis Vergara,
Manuel Navarro, Luis Salcedo, Mauro y Heraclio Soto, Juan y Mario
Luna, Fritz Báuman, César Letona, lirio Ortíz, el truman Ildauro Osorio,
el buque Silva, Silmiano Vargas, Armando Rodríguez, Wilfredo León,
Miguel Zegarra, Víctor Manuel Saavedra, Toribio Molero, Dante Huerta,
Antonio Gutierrez, Augusto Larrea, César Silva, Rogelio Monzón,
Adolfo Herrera, Gastón Fernández, Leonidas Valer, Emilio y Tomás
Ascue, Guillermo Villavicencio, Luis Novoa, Benigno La Torre, Mariano
Román, Gregorio Casaverde, Arturo y José con muchos otros más al
lado del batallón de Asillo y Llañucancha con sus dirigentes Florentino
Valverde, Lucas Contreras y Anaclo Chipa; ese día memorable dijeron
' PRESENTE ! . Fue uno de los trabajos importantes con participación
ciudadana y que tuvo un significado y un contenido histórico
trascendental; fue el día, la fecha del rescate oficial y definitivo del
campo deportivo de Condebamba, su redención decisiva y terminante
para el pueblo de Abancay.
Las comunidades de Asillo y Llañucancha eran muy solidarias
con sus vecinos, siempre contestaron-favorablemente a sus demandas
sociales. Cierta vez asistimos a la construcción de un gran local escolar
en Ccanabamba con el concurso de esos anónimos trabajadores por
el bien y allí habríamos de tener la oportunidad de conocer a un profesor
primario andahuaylino, Emiberto Chávez Arana, poseedor de notables
aptitudes de liderazgo para estimular el trabajo y la promoción integral
de las comunidades campesinas; dueño de una dialéctica eficaz para

1,1?
convencer sobre las bondades del trabajo corporativo y una verdadera
autoridad en el uso correcto del Quechua.
Miguel Jarufe en 1960 había reemplazado en la alcaldía a
Fernando Samanez. Se había puesto en funcionamiento el nuevo local
del Miguel Grau en su nueva ubicación y surgió un grave problema de
accesibilidad y comunicación, particularmente para la población escolar
de un gran sector de la ciudad; los niños y adolescentes de la zona
norte tenían que hacer un enorme recorrido para llegar al colegio, un
gran rodeo por la Diaz Bárcenas y por entonces la zona estaba aún
lejos de ser urbanizada y justamente la edificación de la gran Unidad
del Grau fue el gérmen del proceso de urbanización de la zona.
Miguel convocó a sus munícipes y a la reunión asistieron Arturo
y José en calidad de invitados. La solución del problema estaba en la
apertura de una adecuada vía de acceso, la misma que fue ubicada con
la participación de Félix Torrealva, todavía en Caminos, a la altura de
la primera curva de la carretera al Cusco. La propiedad afectada
pertenecía a la señora Luisa Pinto de Puélles, ausente de Abancay. No
cabía otra solución pues, era la única alternativa. José y Arturo se
encargaron de coordinar acciones y asegurar el concurso de Florentino
Valverde y la mitad de su potencial humano. Las actividades se
planificaron tomando las máximas previsiones toda vez que después
de aperturada la calle, se tenía que tender un puente provisional con
un trenzado de troncos de eucaliptos talados en el bosque municipal
de Ccanabamba. La nueva vía resultó siendo todo un acierto y por lo
demás mostraba su principal y más gratificante aspecto, los principales
beneficiados eran los niños y la juventud estudiantil. Aquí tampoco
faltó el componente de las naturales y humanas reacciones de los
dueños. Don Florencio Puélles, se hizo presente en Abancay a los
pocos días; le habían anoticiado que toda su propiedad había sido
poco menos que confiscada. Pasados los primeros instantes de
incomodidad se impuso la calma; don Florencio en un gesto que lo
honra, obsequió las tierras afectadas a su ciudad.
Este fue el último trabajo público con participación comunitaria
a la que asistió José. Arturo, mientras estuvo en Abancay, promovería
similares faenas. Años más tarde, Florentino Valverde con sus

143
comuneros, serían los verdaderos realizadores de un trabajo de
envergadura, la gran vía de circunvalación que discurre por
Condebamba, Marcahuasi, Asillo, Ccanabamba y Colcaqui.
En el mismo Condebamba, a un costado del extremo este del
estadio, se logró también la adjudicación de un área para el polígono
de tiro. Por entonces había mucha afición por este deporte y la sociedad
de Tiro Abancay estuvo bien organizada. El tiro con fusil se
acondicionaba en diferentes lugares; el campo de Puca Puca fue utilizado
por muchos años. El tiro con carabina, pistola y revólver, generalmente
se implementaba en el Lawn Tenis. En Condebamba se logró levantar
un cómodo campo para el tiro al que se le dio el nombre de Antonio
Salas Berti, nuestro campeón nacional de tiro con fusil logrado en
Arequipa. ¡ Cómo no iba a estar bien el tiro abanquino si se contaba
con un verdadero campeón ! . Con el correr de los años y por diferentes
causas, el campo de tiro fue invadido con propósitos de ampliación
urbana; al parecer hoy por hoy, un hecho irreversible. Sin embargo,
alguien tiene que reinvindicar al tiro abanquino y apurimeño y saldar
una deuda de honor y de vergüenza con el único campeón nacional
que ha dado Abancay para orgullo y ejemplo de sus hijos.
La otra actividad de aquel mes de las «obras públicas» fue la
presentación· de una velada literario musical, que tenía corno tema
central la puesta en escena del drama en tres actos «Los derechos de la
salud», de un autor español cuyo nombre se nos pierde. La obrita se
estrenó con un lleno total en el Nilo, gentilmente cedido por su
propietario don Nicolás Abuhadba. Hubo además una función de
reprisse en el Municipal. Guillermo Viladegut y don Carlos Gamero,
fungían de directores del espectáculo en el que pusieron todo el caudal
de su experiencia; supervisaron y evaluaron los ensayos, diseñaron y
aprobaron la coreografía, dispusieron lo concerniente al fondo musical
y a la escenografía, etc. Elba Carrera Robertí tuvo a su cargo el rol
femenino principal, se desempeñó de acuerdo a sus antecedentes con
un total dominio del tablado. Elba, delicada y culta, una mujer integral,
le gustaba declamar hermosas poesías y su preferido era García Lorca
y ella misma tenía vena de poetiza y entre su producción está un bello
poema dedicado al «secíqrista de salud» que le valió un premio nacional.
En el papel masculino le acompañó José. Integraban el amateur elenco,
la gracia y la dulzura de la vivaz e inteligente Luz Contreras de
Villagarcía; la solvencia y la soltura de María Julia Contreras y la recia
personalidad histriónica del talentoso y experimentado actor Germán
García.
Nos serviremos de la anotación anterior, para consignar dos
acotaciones que no deben quedarse en el tintero. Ambas tienen el
común denominador de referirse a una escogida grey de pedagogos
plénamente identificados con el magisterio de la enseñanza en aquel
período. La primera, nos permite hablar de lo que para los abanquinos
significa algo así como la «pareja del siglo»; don Nicolás Contreras y
doña Rosario Tejada de Contreras, columnas de una familia
excepcional, no sólo por su hermosa duración, sino por el permanente
ejemplo de ternura y de luz que estos dos maestros supieron transmitir
a muchas generaciones de abanquinos y de apurimeños, en las escuelas
donde trabajaron primero y durante toda su existencia en la escuela de
la vida, una familia donde están los varones Leoncio, Javier y Toño.
Pero en nuestro momento, fueron las mujeres, María Julia, Violeta,
Luz y un poco Martha, las que en Abancay tuvieron su tiempo y su
lugar porque allí pusieron con amor y eficiencia las primeras, fértiles y
·puras semillas en la mente y el corazón de los niños. Aquí y junto a
ellas se muestra también, con la misma e idéntica calidad de servicio
superior, otra brillante maestra, Laura Valer de Dávila.
La segunda acotación es mas puntual y tanto un deber como
una obligación el señalarla. En el curso de la vida de estudiantes y en
todos los niveles educativos; experimentamos la presencia de muchos
como formidables profesores, pero hay siempre alguien cuya
personalidad deja huellas profundas e imperecederas en sus discípulos;
uno de estos grandes maestros fue sin lugar a dudas, Manuel Gustavo
Manrique. Talla, altura, calidad, prestancia, personalidad, bondad y
una exactitud pedagógica, fueron las virtudes que caracterizaron a este
ilustre maestro abanquino.
Si bien es cierto que el propósito de sumar recursos no se logró
en los montos estimados hubo un saldo significativo a favor. Es probable
que en el calor del entusiasmo � la fiebre del trabajo se sobresaturaron

145
las exigencias. En tan breve plazo no se podía exigir tanto a una
comunidad que ya había dado mucho de su parte; por eso, sería injusto
decir que en estas actividades, más fueron los ruidos que las castañas ...
mucho laburo y magros rendimientos. Lo más importante, fueron los
réditos en cuanto a la gratificación espiritual, éstos sobrepasaron todos
los cálculos; se trabajó en algo con mucho contenido interno que puso
un vendaval de frescura en días agitados y de un movimiento intenso.
VIII

LOS IMPREVISTOS

La plaga de· mosquitos


Comenzaban los tórridos días de Octubre y la población soportó
por unos seis días consecutivos, la invasión de una seria y auténtica
plaga de mosquitos. Para los moradores del valle la presencia del
mosquito es familiar, y todos, con mayor o menor intensidad han
experimentado sus picaduras. Solamente las hembras de estos insectos
son las que pican porque la sangre es vital para su reproducción. Los
frágiles, rubicundos e irritantes animalitos atacan siempre a la luz del
día; ahora, generalmente a la caída de la tarde; y lo hacían formando
enjambres de menudas máquinas voladoras, verdaderas nubes de
insectos muy vivaces y habilísimos para el vuelo zigzageante y de
direcciones inusitadas, que les permite escapar fácilmente a las
palmadas que las víctimas ejercitaban en su afán de aplastarlos con las
manos. Los pobladores en las calles parecían orates cuando ejecutaban
su concierto de despachurramiento, mediante lapos y palmadas, en su
intento de eliminar a su minúsculo e imprevisible enemigo. Las calles
eran testigos mudos de esta especie de psicosis colectiva, ya que las
gentes en su afán de eliminar, matar o en el menor de los casos auyentar
a sus fortuitos atacantes, se autopropinaban de lapos y parecían estar
aplaudiendo un acontecimiento inexistente.
Los molestos y ligerísimos insectos se posan suave e
insensiblemente sobre la piel y la perforan con una trompa finísima

147
como si previamente estuviese anestesiada. La trompa se compom
de seis agudos instrumentos, verdaderos estiletes y más finos que ur
cabello y que están organizados así: dos tubos que cumplen la funciór
de canal alimenticio y de dueto salivar; rodeando a éstas, dos lanceta:
que operan de mandíbulas y dos cuchillas cerradas que hacen las vece!
de maxilar. Estos seis elementos están contenidos en una vaina o fundé
que las envuelve. La trompa es pues el arma del mosquito con la que
llega hasta la red de capilares sanguíneos de donde extrae la sangre
hartándose en alrededor de un minuto, operación que generalmentE
no es percibida, y las más de las veces, ni siquiera sospechada por le
persona atacada. Antes de que el bicho comience a chupar la sangre
inyecta saliva por uno de los tubos o conductos de la trompa; debajc
de la piel la saliva se mezcla con la sangre y evita que ésta se coagule
para facilitar su conducción por el canal de alimentación, de esta manen:
puede chupar la cantidad de sangre necesaria para hinchar y enrojece:
su panza. La saliva además de ser un poderoso anticoagulante, a.
quedar debajo de la piel es la causa de irritación y de la producción ds
ronchas que provocan la comezón subsecuente; este es el momentc
de los lapos, palmadas y del rascado de la piel. El mosquito después de:
levantar pesadamente el vuelo, irá en busca generalmente de los follajes
para dedicarse al descanso y a la postura-de centenares de huevos
aprovechando la nutritiva gota de sangre humana. Pero antes de
asegurar su cuota de sangre la mosquito hembra se habrá apareadc
con el macho y un único apareamiento será suficiente para cuatro e
cinco posturas de huevecillos durante un lapso de uno o dos meses
que tiene de vida. Todos los mosquitos sufren su metamorfosis, es
decir, su transformación de huevo a larva y ninfa, siempre cerca de
agua o un ambiente de humedad que son necesarios para el procese
de maduración.
El valle de Abancay es habitad natural de estos seres vivos, los
que abundan mayormente en las plantaciones de caña de azúcar. ¿QuÉ
habitante de la zona o qué transeunte por el lugar no ha pasado por 1,
experiencia de las picaduras de esos insectos hematófagos?; sin olvida:
que muchos de los visitantes relacionan a este incidente, sus recuerdo:
con Abancay. La población campesina está virtualmente lnmunizade
contra las toxinas de estos entornos; sin embargo, los moradores ds
las partes bajas y los peones de las haciendas, no podían ocultar las
diminutas y puntiforrnes cicatrices en sus rostros y partes descubiertas,
secuelas de la permanente y continuada agresión de los mosquitos.
Las personas que iban de paso por Abancay o permanecían breve
tiempo, por lo común no podrán olvidar su encuentro con estos
parientes del conde Drácula cuyas picaduras pruriginosas al provocar
un deseo intenso de rascarse, producían como consecuencia,
infecciones de la piel que el vulgo los conocía con el nombre de
«chapetonada» y que no es otra cosa que el impétigo, una dermatitis a
gérmenes piógenos. El nombrecito vulgar es patrimonio exclusivo de
los forasteros, cuyo origen se remonta a la época de la Conquista y la
Colonia. En aquellos tiempos los españoles llegados o afincados en el
Perú tenían por sobre nombre el de «chapetones» y probablemente
que estos extranjeros en su obligado viaje al Cusco y a su paso por los
deslumbrantes parajes de los amancaes, hayan sido las primeras
víctimas europeas de los entornos patriotas que se incomodaban con
su presencia y las consecuencias impetiginosas fueron nominadas como
chapetonada.
El fenómeno biológico de la insólita plaga no tuvo una explicación
científica satisfactoria, debido al relativo aislamiento que atravezaba
Abancay y a la total falta de entomólogos en toda la región. El concejo
y las autoridades de salud habían solicitado apoyo telefónico al Cusco,
Arequipa y Lima. No habiéndose conseguido una respuesta favorable.
El problema demandaba acciones inmediatas y emergentes y para el
efecto el municipio estableció las coordinaciones del caso con la Jefatura
Departamental de Salud, la Oficina Departamental de Agricultura, la
Oficina de Caminos, Beneficencia Pública y la Coordinación
Departamental de Educación. Un Comité de Emergencia acordó un
plan de fumigación de todo el valle. Se implementaron los equipos de
desinficionar, haciéndose una requisa de todos los desinfectantes
existentes en plaza. Agricultura contaba con un importante lote en sus
almacenes; Salud disponía de algunos remanentes de la campaña
antimalárica. Se organizaron más de treinta brigadas de fumigadores
que fueron distribuidos en toda la quebrada con el apoyo de camiones
y camionetas. Se pusieron en funcionamiento tres motobombas para
el rociado de los espacios de más difícil accesibilidad. Fue una contienda

149
que duró toda la semana; las batallas por indicación de los estrategas,
comenzaban pasadas las cuatro de la tarde, la hora en que los mosquitos
emprendían el viaje para pernoctar en el follaje de los campos o en la
espesura de los bosques de pisonayes del Mariño, en las cañadas, las
acequias y estanques de agua. Las brigadas retornaban a la ciudad
después de dos horas de trabajo intenso .. Al fin, todo hacía ver que se
había ganado la guerra ... desaparecieron los mosquitos, probablemente
habrían caído millones de estos y con ellos otros inocentes seres
vivientes que tuvieron que compartir el destino de los draculines. La
molestosa plaga había sido vencida, la población se tranquilizó y los
niños, los más indefensos, sonreían nuevamente como advirtiendo la
ausencia de sus gratuitos agresores.

Una irrupción riesgosa


Don Julio D. Pinto, llevaba largo tiempo en la secretaría del
concejo, ya había cumplido sus años de servicios, podía acogerse a la
jubilación cualquier rato. Pero allí estaba todavía porque se lo pedían
las sucesivas administraciones. Manterúa óptimas relaciones de amistad
con José y cuando éste llegó como titular de la alcaldía, ya estaba
identificado con el pensamiento del equipo de regidores que venían
con él. Don Julio; tampoco ocultaba sus simpatías por el proscrito y
perseguido partido de José y Arturo, es más, muchas veces se lo vio
formando parte de esa logia ultra secreta de los treinta. Don Julio,
ninguno de los integrantes del concejo lo llamaba de otra manera; era
un personaje de talla mediana, de tez blanca, con unos ojazos redondos
que se le querían escapar de sus órbitas, muy vivaces y atentos; lucía
un bigotito mosca estilo Charles Chaplin. Vestía impecablemente de
negro o azul marino, camisa blanca con el cuello duro y alto en el que
sobresalía un corbatín negro; un sombrero hongo, también de color
negro y colgado de la flexura del codo izquierdo un elegante, invariable
y reluciente bastón y, como fumador impenitente manejaba con
distinción su boquilla de cuerno con ribetes dorados; era la figura pulcra
y elegante del burócrata ortodoxo; muy disciplinado y fanático de la
puntualidad, llevaba muy bien ordenados sus archivos y principalmente
sus libros de actas de sesiones, escritos a pulso por él con una envidiable

1 r.;o
caligrafía. Uno de los aspectos de su persona, era su facultad de
recordar, poseedor de una prodigiosa memoria, un preciado archivo
viviente, fuente de oportunas y exactas informaciones. A su capacidad
y sentido de responsabilidad, añadía las cualidades de una exquisita
personalidad de actitudes claras y de un equilibrio racional envidiable
que lo convertían de hecho, en un inestimable consejero. Para José y
para todos en general, más que el funcionario leal y competente; don
Julio era al amigo, cordial y el humanista congénito; difícil de olvidar.
Una tarde de Agosto, de aquéllas de mucho viento y de cometas;
don Julio le contaba a José, una vieja historia relacionada con la venta
de un fundo de propiedad del municipio de Abancay. Se trataba de un
predio rural que se extendía desde las faldas del Ampay, hasta sus
límites con Tamburco. Entre las parcialidades que comprendía estaban
Ccerapata y Ccorohuani, ésta última, según la tradición oral, el lugar
donde inicialmente se habría fundado la villa de Santiago de Abancay.
Alternaban en la conversación, Mariano Román, antiguo servidor del
Concejo ya en el retiro y conocedor corno pocos de la historia de
Abancay; Rodolfo Valer, de raíces abanquinas y Francisco González,
un simpático cusqueño que emparentó con la familia Infantas Castro;
los dos últimos, funcionarios del municipio. Con los datos
proporcionados por don Julio se procedió a 'una revisión de los
destartalados archivos. La información obtenida revelaba que entre
1920 y 1924, siendo alcalde de Abancay don Alvaro Luna, el
progenitor de otra importante familia abanquina, los Luna Berti; el
concejo había acordado y procedido a la venta y adjudicación de dichos
terrenos a título de propiedad a los arrendatarios y ocupantes de esas
tierras. Sin duda, los concejales de entonces se adelantaron en muchos
años a quienes pregonaron la reforma agraria como un hito de
transformación y de justicia social en el país. Lo que sancionaron e
hicieron nuestros antecesores, fue realmente un acto de auténtica
justicia social con las familias campesinas de un amplio sector de
Abancay.
Por razones que se desconocen y por la insuficiencia de la
investigación, no se pudieron establecer las causas de ¿porqué el
proceso de adjudicación no había culminado con su formalización?;

151
ninguno de los actuales habitantes, como se verá más adelante,
contaban con los correspondientes títulos de propiedad y por lo mismo,
no estaban legalmente registrados.
El problema, cuya existencia ni siquiera había sido sospechada;
debería someterse a su planteamiento racional y en función de la
hipótesis más plausible aproximarse a la solución pertinente. Las
perspectivas de una acertada solución se perdían envueltas en la
conjetura dominante del momento, la posibilidad inmediata de generar
importantes ingresos económicos no previstos, en base a los datos
preliminares que señalaban deficiencias en la medición de los terrenos
y que con toda normalidad derivarían en favor del municipio.
Con la información disponible, lo primero que se hizo fue dar
cuenta sobre el asunto al concejo. El cabildo acordó delegar en la
persona del alcalde y de los síndicos todo lo relacionado al problema.
Estos, después de una evaluación preliminar y panorámica decidieron
cómo paso inicial, ir a una investigación «in sítu», de los antecedentes
y la situación actual del asunto . En consecuencia se ultimaron los
preparativos para la excursión. Se consiguieron las acémilas y las
vituallas sin descuidar el «cocaví» para la merienda del medio día. A
José le proporcionaron un cádillac equino, un palafrén, hermoso alazán
de paso, provisto de vistosos y sóbrios arreos de cuero y plata; el
noble animal pertenecía a don Julio Velarde, un capítulo aparte en la
historia de Apurímac. Agropecuario autodidacta de excepcionales
calidades, propietario de una estancia ganadera «La Florida», allá en
Huancarama. Durante mucho tiempo producjo la mejor mantequilla
del Perú y que la malentendida reforma agraria de Velazco la haría
desaparecer, obligando a don Julio a afincarse en Abancay, el lugar de
sus preferencias para completar los últimos tramos de su vida. Fue un
verdadero pionero del desarrollo pecuario en la región; juntamente
con Pedro Duque, el dueño de otra ejemplar hacienda ganadera y de
cultivos variados «San Francisco», en el distrito de Huanipaca y que
colinda con el cañón del Apurimac. Duque fue otra víctima del
desacierto velazquista. Los dos adalides de la ganadería, premios
nacionales en cría de vacunos de raza, fueron los animadores de esas
grandes ferias agropecuarias organizadas por Mateo Torres, mientras
jefaturaba la granja del Ministerio de Agricultura, ahí, a dos pasos del
Puente Capelo.
Corría un domingo de los primeros días de Octubre; la caravana
estaba expedita, lo conformaban una docena de caballeros de a caballo.
Todos denotaban un entusiasmo juvenil con las perspectivas de la
peregrinación; más que un día de trabajo, era ir al encuentro de madre
natura escapando del bullicio y las obligaciones de la ciudad. Entre los
montados pasaron lista: José, Carlos, Miguel Triveño, Mauro Soto,
Mariano Román, Rodolfo Valer, Francisco González, Pancho
Abuhadba, Silmiano Vargas, Luis Vergara, Santiago Oré y Wilfredo
Llerena.
Soplaba un vientecillo trayendo el frío del Ampay; del cielo azul
aún colgaban algunas estrellas que despedían sus mortecinas luces
interrumpidas por las nerviosas titilaciones de la alborada.
Emprendieron rumbo al norte, por el camino a Chínchíchaca, pasaron
Tinya Rumí (tambor de piedra), un breñal pedregoso donde yace
inamovible una piedra de regulares proporciones con la rara propiedad
que al ser golpeada con algún objeto duro u otra piedra pequeña,
emite sonidos armoniosos que evocan el toque de una campana, las
sonoras vibraciones del tinya rumí despiertan permanentemente la
curiosidad de los transeúntes que se detienen a robarse un tañido de.l
campanario natural. Instantes después se abre una hermosa campiña
sobre la cual, las tímidas luces de un sol mañanero dibujan serenas
tonalidades. Poco a poco los rayo solares, cabalgando sobre la cima
de los cerros proyectan fantásticas sombras hasta las profundidades
del valle, al tiempo que empujan a las densas y blanquecinas nieblas de
la bruma del amanecer y la llevan reptando sobre las lomas y arrugas
del Ampay. A Jo lejos y enfrente, los sosegados y dilatados campos de
Yutupampa y León Pampa, bellos parajes salpicados de casas de paja
o de mala hoja entre los matorrales y los sembríos de cuyos techos se
desprende un humo gris que en forma dispersa se eleva hacia las
alturas para fácilmente desaparecer arrastrado por los vientos; las
espirales de humo> una mezcla de niebla húmeda de la mañana con
los efluvios producidos por la cocina, dan la señal segura que ya han
comenzado las tareas de la jornada de ése día. El ganado de vacas,

153
ovejas, cabras y caballos, todavía se despereza en los corrales bajo la
mirada vigilante de los perros que no cesan en sus ladridos, compitiendo
con el canto de los gallos y el concierto del cacarear de las gallinas,
pintorescas estampas de la tierra, de rutilante e incomparable belleza.
La cabalgata prosiguió su ascenso cuesta arriba hacia Sahuanay;
las chacras ya comenzaban a mostrar el verde profundo de los maizales
y los árboles frutales la lozanía de sus florecencias, con su multicolor
prestancia y fragancia naturales. En torno a las diseminadas chozas y
en los estados se observa un inusitado movimiento de gentes y animales;
es la hora del ordeño y los ágiles dedos de expertas campesinas
exprimían de las generosas ubres la fresca leche que en breves
momentos irá rauda hacia la ciudad. Después, el tropel ganadero es
arreado a sus dehesas por tiernos adolescentes de ambos sexos que
desde temprana edad ya conocen el manejo del cayado y de las huaracas
(hondas tejidas con hilos de lana); ellos van haciendo resbalar por sus
gargantas y sus fauces el lenguaje de los campos ¡uuuhuuui! .
huaacaaa .... huacaaa ... y los repliegues de las paredes de los Andes
les responden con el eco repetitivo y milenario . . . uuuhuuui .
huaaacaaa ..... huaaacaaa; las tiernas voces seguirán imprimiendo en
el pentagrama inconmensurable de los tiempos el llamado fraterno a
otros seres que como ellos, gritan su esperanza dé montaña a montaña
...... ¡huichaipiña uñunacusun! (ya arriba nos reuniremos). Música,
pintura, arte de misterios insondables de ternura humana.
Pasando Sahuanay se levantan suaves colinas entre las que se
estiran hondonadas de ubérrimas tierras y allí, casi en los mismos
cimientos del Ampay, retozan impasibles hontanares que destilan aguas
puras y cristalinas, que a manera de arterias transportan los nutrientes
a todo el valle; en estas aguadas abrevan traviesos cervatillos, ligeros
venados, el ganado y las aves de la campiña; allí mismo se levantan
frondosos bosquecillos de arrogantes alisos, sauces, chachacomas y
una tupida vegetación donde los animales ramonean con deleite las
tiernas y nutritivas hojas.
El caravanero más experimentado, Mariano Román, dio la señal
de parada, se había llegado al lugar seleccionado como el objetivo de
la tarea de aquel día. Los caballeros se apearon de sus cabalgaduras
dispuestos a iniciar el trabajo, el que consistía en la aplicación de un
cuestionario simple y de respuestas abiertas y directas; nombre del
propietario o del actual ocupante de la tierra, extensión al momento
:le la adquisición, número de componentes de la familia, posesión del
título. Las respuestas eran trasladadas a un padrón elaborado
especialmente para un mejor ordenamiento de la información;
seguidamente y siempre en presencia o con la participación del
propietario o su representante, se procedía a la medición o
rernensuración de las tierras.
La presencia de la representación municipal, especialmente ése
primer día, cayó de sorpresa y desconcertó a todos los afectados; un
sentimiento de total incertidumbre se podía recoger de los rostros de
aquella gente humilde. Las explicaciones que los munícipes se
esforzaron en ofrecer no fueron suficientes para tranquilizar la desazón
e inquietud de los comprendidos en el examen, la inesperada visita fue
causa de la turbación y el susto de las familias que azoradas no
encontraban la razón de algo que podría comprometer parte de sus
propias existencias; sin embargo, entre nerviosos y confundidos,
prestaron su colaboración. Los visitantes, que por cierto no eran sus
invitados, tenían la sensación que los pobladores pensaban o intuían
simple, aunque equivocadamente; acciones en contra de ellos y que
podrían arribar al despojo de sus tierras. Dígase de paso, que de 1920
a 1958 habían transcurrido casi cuatro décadas y que la gran mayoría
de los propietarios ya no existían, siendo los herederos, los actuales
moradores; el problema se podía complicar aún más para las pobres
gentes, pero, era una razón más, para buscar las soluciones más justas.
Ese día solamente se alcanzó a medir tres predios y a entrevistar
a otros tantos mínífundístas, con desenlaces idénticos, que permitieron
adelantar algunas conclusiones preliminares : primero; que ninguna
de las familias podía acreditar la propiedad de las tierras; segundo,
que las referencias orales y algunas escritas, en lo concerniente a la
extensión de las mismas no coincidía con las remensuraciones que se
practicaron y estas resultaban siempre mayores que las declaradas, y
no pocas veces, en proporciones significativas. Una de las razones
expuestas para justificar la diferencia, fue que las tierras eriáceas que

155
no fueron tomadas en cuenta en la primera mensuración habían sido
ganadas para el cultivo. No era una razón muy consistente ni
convincente, pero tampoco había interés en profundizar sobre el hecho.
Los dos domingos siguientes se practicaron nuevas visitas,
aplicando el mismo procedimiento con las áreas territoriales
correspondientes y obteniéndose idénticos resultados. En estas visitas
ya se advertía cierto grado de desconfianza, tanto en la actitud como
en la conversación de los pobladores. A pesar de todo se dio
cumplimiento a las actividades programadas, con las consecuencias
anotadas. Cada quien, siguiendo el ejemplo del alcalde, se esforzaba
en darle todo el énfasis posible a la parte informativa y a los verdaderos
propósitos y alcances de la investigación. Pero, a estas alturas ya era
evidente que la población afectada se había comunicado sobre el
proceso en marcha y, con una orientación de perspectivas no
convenientes, se venía insistentemente especulando sobre una posible
acción de despojo de las tierras por el concejo. José reflexionaba con
sus colaboradores sobre la situación creada; se habían dejado llevar
por el entusiasmo de enfrentarse a un problema atractivo e interesante,
pero que recién ahora, al aclararse y delimitarse mejor, estaba
mostrando su lado sensible y delicado. Para los hombres del campo, la
tierra lo es todo; es su hogar, su heredad, su querencia; es su lugar de
trabajo, es la tierra la que los alimenta, los construye y los educa y, a la
última hora, es la tierra la que los cobija; para ellos es más que el
contenido humano, es a la par, divino; es la Pacha Mama de sus
progenitores; es su vida, su existencia, su historia, es su pasado su
presente y su futuro. Ahora se podía razonar retrospectivamente, la
visita por sorpresa, no era lo que más convenía; sin embargo ya era
tarde para retroceder; había que enfrentarse a la contundente
concresión de los hechos, pero con una firme decisión y un propósito
definido, la de una rectificación que conlleve una solución inmediata y
suficientemente clara para eliminar cualquier tipo de sospecha y
desconfianza.
La visita subsiguiente ya estaba programada. Había quienes
opinaban por una prudente postergación, argumentando que estaba
en marcha una especie de rebelión campesina. La información que
había calado fácilmente en el pensamiento de las gentes, era de que el
municipio se estaba premuniendo de los elementos necesarios para
redimir en su beneficio las tierras en cuestión, principalmente porque
las transferencias no se habían hecho de acuerdo a ley. Los miembros
de la Guardia Civil, Osear Rivas y Jaime Warthon, vecinos de la zona,
confirmando lo referido ampliaron las noticias en el sentido que la
población estaba decidida a emplear todos los medios a su alcance
para oponerse al supuesto despojo. José insistió en la necesidad de
afrontar la situación cumpliendo con la visita programada; según él, la
estrategia de eludir el problema podría sembrar más confusión y se
estaría otorgando validez a la hipótesis equivocada de los poseedores
de las tierras; tampoco aceptó la protección que le ofreció la Guardia
Civil, considerando que su presencia podría tener efectos
contraproducentes. Se convino con el criterio del alcalde y el grupo de
aquel día se puso en camino hacia Ccerapata, el objetivo central del
día.
Un deslumbrante amanecer del segundo domingo de Noviembre,
los caballeros se enrumbaron por la a esas horas, solitaria Alameda, la
calle más ancha de la ciudad) que arranca de la calle Lima y se prolonga
muchos kilómetros al norte, hasta la altura de la plaza principal de
Tamburco. Los jinetes fueron detenidos por una comitiva de ciudadanos
presididos por Enrique Trujillo, vecino notable, muchas veces alcalde
del distrito y del concejo provincial en un período. Todos hicieron
explícita su preocupación por las oscuras perspectivas del encuentro y
unánimemente sugirieron su postergación hasta que se dieran las
condiciones para una reunión normal. Trujillo, el más experimentado
fue más radical; él era de la idea de que los problemas fueran planteados
por los interesados al concejo de Abancay y que por lo tanto la visita
debería cancelarse y evitar enfrentamientos innecesarios. Fue una charla
bastante larga que sólo sirvió para confirmar la situación imperante y
el clima de malestar existente. En medio de la incertidumbre y del
pronóstico sombrío el alcalde se reafirmó en su propósito de cumplir
lo programado y después de agradecer a los amigos de Tamburco
continuó rumbo al encuentro con el conflicto, que sin proponérselo lo
había creado y que por lo mismo se sentía obligado a confrontarlo con
la misma sana intención que lo había generado.

157
Ya el sol dejaba sentir la intensidad de sus rayos anunciando un
día de alta temperatura, sin duda, por dentro y por fuera. Un cielo
azul, límpido y reverberante confirmaba los anuncios meteorológicos
de un día ardiente y caluroso a la par que de febriles eventos. El grupo
capitalino retomó el camino real, la más antigua vía principal desde el
incario, amplia y muy pedregosa en sus primeros tramos y con un
desarrollo permanentemente empinado. A su vera, se erigen de trecho
en trecho las casas huerta de aquella esplendente y generosa zona. La
cabalgata iba escalando los prados andinos por ese viejo camino
recorrido una y mil veces desde la niñez. Campiña de la tierra
abanquína, proveedora de exquisitas frutas, duraznos, manzanas,
ciruelos, fresas y los capuliés de diciembre a marzo y en estos meses el
choclo tierno y el queso fresco; rincones preñados de intensos
recuerdos; con su mayo de cosechas del dulce maíz y de los multicolores
porotos, nuestros juguetes naturales de la adolescencia. Todas las gentes
se conocían mutua e íntimamente y al cruzarse en el camino se
estrechaban en saludos que expresaban la limpia cordialidad campirana.
Se avanzaba lentamente en medio de una briza tibia que removía
tímidamente el follaje. José, mientras remontaba el escarpado camino
sobre el lomo de su noble y manso bruto, se sumía en profundas
cavilaciones y parecía haberse trasladado a un mundo enredado de
pensamientos mil... ¿ Y ahora qué ocurrirá? ... era la idea fija que
quedaba como sedimento de aquel remolino alucinante. Santiago Oré
lo volvió a la realidad cuando le avisó que ya se acercaban a Ccerapata.
Algunos individuos cautelosamente apostados cual vigías observaban
en acecho al grupo y luego emprendían rápida carrera para dar aviso
de la proximidad del alcalde y su séquito inspectivo.
La tropa incursora se acercó pausadamente y en actitud de
alerta, no se podía disimular la sensación de inquietud y nerviosismo
existente. Las puertas de las casas se mostraban cerradas; sus moradores
ya estaban en el lugar de la cita. El sol del medio día filtraba sus destellos
por entre la fronda de jóvenes y elevados pisonayes; el camino real se
abrió en una especie de óvalo natural contorneado por las casas de la
vecindad, era el esapcio utilizado para las reuniones de la comunidad
y ese día no podía ser la excepción a la regla. En efecto allí estaban

-i ro
congregadas unas trescientas personas, adultos, jóvenes y niños;
hombres y mujeres; algunos portaban palos y distribuidos en lugares
estratégicos se podían observar unos pequeños arsenales consistentes
en cúmulos de piedras. No hubo oportunidad para el diálogo; la comitiva
se enfrentó de lleno a la barahúnda; el alboroto y el incesante clamoreo
convertido en un ruido confuso, impedían una salida racional. Mariano
Ramón de gran ascendencia entre esos pobladores, se esforzaba por
calmarlos, la turba, simplemente no le hacía caso y, la verdad como si
no lo conocieran. Toda la gente gritaba e insultaba al alcalde a un
mismo tiempo exigiendo su inmediato regreso. La consigna de la
delegación había sido mantener a toda costa la calma y la serenidad y
no responder a las agresiones. Todos los caballeros habían sido
rodeados y sus cabalgaduras inmovilizadas y tomadas por las riendas;
prácticamente a merced de lo que decidiera el populacho. Nadie debía
desmontar ... José, a gritos, pidió silencio y cuando éste se produjo, en
los instantes de sorpresa les anunció directamente que se retiraban y
que dejaran libres las acémilas para emprender el viaje de retorno ...
los pobladores se miraban unos a otros y parecían dispuestos a dejarlos
partir; sin embargo José no podía preveer la actitud que asumirían al
dárseles las espaldas y en forma calculada clamó ... ¡PAISANOS
ESCUCHADME UN MOMENTO! ... se dirigía en quechua ... les hablaba
en su lengua materna y rezaba interiormente para que sus palabras
tuvieran el efecto persuasivo deseado, tenía confianza en sus
argumentos ... todos se mantuvieron a la expectativa; José delineó su
arenga en un lenguaje sencillo y coloquial y de improviso les lanzó,
como dicen, a boca de jarro, las siguientes preguntas ... ¿ Ustedes tiene
los títulos de vuestras tierras ? ... otra vez, las gentes se volvían unas a
otras en actitud interrogativa e insegura; José al percibir el instante de
incertidumbre arremetió nuevamente .... ¿Alguno de ustedes puede
mostrarme su título de propiedad? .... ¿No lo tienen acaso? .... y ¿Qué
haréis sin los títulos? ... ¿Hasta cuando piensan estar sin vuestros
títulos? .... José hizo una breve pausa para que las preguntas y las
palabras penetraran y calaran en la mente de los aldeanos, para luego
volver con otra pregunta esperanzadora; ¿ Queréis tener vuestros títulos
de propiedad? y seguidamente les manifestó ... ¡A eso hemos venido!
, a eso viene este municipio que es de todos ustedes, viene a otorgarles

159
el título que en su oportunidad no les dieron y que vuestros padres no
lo reclamaron; el alcalde tenía el total dominio del discurso y remató
su cadena de cuestionamientos a manera de llamarles la atención ... ¿ Y
cómo pensaban ustedes que íbamos a darles los títulos ... de memoria?
... ¡NO! .. .la única forma era viniendo hasta ustedes y con ustedes volver
a medir los terrenos para que los títulos dijeran lo que realmente poseen
y ustedes mismos sepan la extensión de vuestras tierras. La masa atenta
quedó corno petrificada, muda y quieta en suspenso total. José, mas
pausadamente, retornando el hilo de la oración, les habló sobre el
nivel afectivo de sus relaciones con ellos, muchos de ellos compañeros
del 661, algunos con lazos de parentesco espiritual con sus padres;
los conocía a todos ellos; les habló del significado de esa vieja conocencia
que los unía; que era un viejo amigo el que les hablaba y el que había
llegado a la alcaldía, que ésa clase de amigos son incapaces de traicionar
a su pueblo y que al equipo municipal le animaba el sentimiento de
hacer el bien y si a través de actos justos, mejor todavía.
Aquella gente humilde no sabía aplaudir, solamente clamaba y
lloraba expresando sus sentimientos contenidos. Se había roto el dique
y la rabia se trastocó en simpatía y gratitud al amigo alcalde que les
daba tranquilidad y seguridad con la sinceridad de un mensaje claro y
contundente. José fue arrebatado por aquella multitud entre vivas y
manifestaciones de alegría ... ¡uuhuy! ... y ... pensar que instantes antes
los acontecimientos quizá hubiesen seguido por rutas sombrías.
[Felizmente que todo volvió a la calma]. Casi siempre la naturaleza
humana, cuando no se deja sobrepasar por las circunstancias y hace
primar la razón de las buenas acciones y de las sanas ideas, evoluciona
por los caminos de la cordura y la prudencia. Cuando los fenómenos
sociales mantienen su claridad y su pureza, obedeciendo a sus propios
componentes de origen, sin que la contaminen pensamientos extraños
o intereses ajenos, siempre encontraran la luz de una solución grata y
satisfactoria.
Después fue una tarde de fiesta, los campesinos improvisaron
una «pachamanca», sacrificando cameros, gallinas y cuyes; aparecieron
como por arte de magia porongos llenos de chicha de jora y cajas de
cerveza, que contribuyeron a alegrar el ambiente. Después de departir

1 Cf\
los gratos momentos, la satisfecha comitiva municipal emprendió la
vuelta a la ciudad. El sol ya se había escondido allá lejos, tras el afilado
Chiripunto, despidiéndose con flamígeras llamas que encendían
encarnados celajes que se estiraban sobre el paño de un cielo azul
profundo como despidiendo el día que expiraba entre las sombras de
los cerros; lindos, maravillosos atardeceres con que suele trasmitirnos
sus mensajes la naturaleza abanquina ... el día que muere en el horizonte
tras haber sido herido en el poniente con los últimos rayos del sol,
cubriendo pedazos de su cielo con refulgentes celajes color sangre.
En Tamburco hubo una obligada paseana, la inquieta paisanada
estaba esperando. Recibieron el informe del feliz desenlace de los
acontecimientos. Arribaron a la ciudad al rededor de las ocho de la
noche; Oré y Llerena, se encargaron de disponer de los nobles caballos,
compañeros de la aventura; después el grupo, lo de rutina, se trasladó
al Club Unión, con toda la gente ávida por conocer las contingencias
y el epílogo del periplo campestre.
El concejo en sesión ordinaria, fue informado de los resultados
de la investigación y de las incidencias ocurridas en torno al asunto. se
acordó coordinar con la Oficina de Registros Públicos para proceder a
la formalización de los títulos, los que fueron entregados a todos los
propietarios sin excepción después de cumplidas las rernensuraciones
y los requisitos exigidos por la ley.
Todo este capítulo, no tuvo los rendimientos esperados; o
soñados, como decía el alcalde. Sólo quedó la satisfacción de haber
removido un rezagado problema que la incuria no había resuelto y, de
haberle dado la solución justa; siendo su corolario la gratificante cosecha
para quienes intervinieron y tuvieron la oportunidad de compartir las
emociones que ofrecen los recovecos de la problemática social de
nuestros pueblos.

Los Espacios Serenos


Obscuros y densos nubarrones se observan en el fondo de Aymas,
ya llueve sobre la cima de la montaña, es presagio seguro de un
chaparrón que no tardará en llegar a la ciudad. Los rayos zigzaqean
sobre la superficie de los cerros y los truenos retumban entre el torbelllno

161
de las nubes y las profundas quebradas replican con atronadores ruidos
que estremecen a madre natura. La lluvia intensa barre las calles de la
ciudad y arranca de todos los techos un sonido musical de soledad.
Las gentes corren a guarecerse en sus casas, pero habrá quienes
buscarán el amparo en el Club Unión. A veces, así se daba comienzo
a las reuniones nocturnas.
En efecto, por las noches se buscaba la manera de ofrecerle, al
cuerpo y al espíritu, el desahogo necesario. Sin haberse citado
previamente, los amigos iban juntándose; unas veces teniendo como
punto de reunión el bar «cristal» de Elba Carrera o el salón billar de
Pancho Gonzalez. La mayor parte, sin embargo se producían en el
Club Unión a donde caían después de dadas las siete de la noche; una
masa compacta de cinemeros lo hacía un par de horas después. La
primera estación se cumplía en el salón de billas y billar, donde jugadores
y espectadores, sin perder de vista las competencias, participaban de
las conversaciones que abordaban las noticias y los chismes del día.
Estas asambleas eran totalmente democráticas y los comentarios,
generalmente tenían un sesgo intencional para provocar la risa y la
sana alegría de los circunstantes. Al promediar las diez pasado el
meridiano, en forma disciplinada y ordenada, se conformaban dos
grupos; los amigos de la timba se dirigían a los salones de juego; los
alegres bohemios al bar que estaba situado en el sótano. En los dos
ambientes; ya todas las ubicaciones estaban convenientemente
dispuestas.
Las cartas y los naipes eran los instrumentos de la primeros. Se
organizaban y ejecutaban diversidad de juegos; pocker, solovich,
golpeado y otros. En aquel tiempo se entronizó con fuerza el «rnaus»,
una distorsión del calmado rocambor, en el que se corrían si bien es
cierto modestísimas apuestas, pero por la rapidez de las jugadas que
hacía cambiar la suerte con extraordinaria velocidad; provocaban la
quiebra financiera de los más en beneficio de unos pocos. César
Llerena, Juan Hercilla, Antuco Salas, Cipriano Carrillo, Orestes León
B., Alberto Lizarazo, Luis Vergara, Eduardo Gobea; eran de la liga
mayor de jugadores; mientras que formando el grupo de aficionados y
amateurs estaban Roberto Segovia, Raúl Luna, Mario y Juan Luna,
Dimas Espinoza, David Pinto, Domingo Paliza, el Pegao Cáceres, Max
León, Max Pinto, Gustavo Rodríguez y muchos más.
Acápite aparte en este aspecto de la vida social de Abancay,
cosntituían un selecto grupo de damas timberas. María Julia, Violeta y
Luz Contreras, Hercilia Loza, Esther Peralta, Elba y Norma Carrera,
Elena de Casapía, Julia Hercilla; ellas organizaban por turno y en sus
domicilios las noctámbulas sesiones de juego. Una larga temporada y
los fines de semana, los juegos de cartas, se trasladaban a la quinta de
Guillermo Diez, otro romántico y compulsivo amante de los juegos de
azar.
Entre los jugadores sobresalí por su personalidad Antonio Salas
Berti. Dotado de una fortaleza física notable, un deportista completo,
probablemente que en otras latitudes hubiese destacado como
pentatleta o decatleta. Lo conocimos ya bordeando los cincuenta, pero
ahí estaba él compitiendo de igual a igual con los jóvenes; futbolista,
basketbolista, tenista, corredor de corto y de largo aliento, nadador,
motociclista, y como tirador llegó a campeón nacional. Demasiado
sencillo, modesto, jamás se resbaló por el terreno de las jactancias;
persona muy querida, especialmente en los estratos populares a cuyas
gentes trataba con una fruición y afecto singular, excenta de crispaciones
enojosas e insulsas. ·
Antuco, como se le llamaba con familiaridad fue un innato
aficionado a la timba; tenía alma de jugador y gozaba intensamente
con los caprichos del azar. Se diría que en esencia era otro romántico
del juego, sentía el verdadero placer de jugar; el juego por el juego
mismo, donde no se advertía el interés por el lucro rápido. En el fondo,
le animaba el espíritu de competir y de alternar con sus amistades en
una partida; ganando o perdiendo y por encima de ganancias o
pérdidas, gozaba y se reía igual; total. .. su diálogo más importante era
con el azar. A veces por satisfacer esa especie de inquietante escozor
de conversar con la suerte, organizaba grupos muy privados de juego,
donde no faltaban Guillermo Diez, Atala Abuhadba, Benjamín Astete,
el zurdo José Jiménez, Rafael Levi, Teófilo Neme, para jugar «pinta»,
juego de soluciones violentas, donde las rachas de la buena o de la
mala suerte se suceden rápida e imprevisiblemente. Este juego que

163
sólo necesita de un cubilete y un par de dados para alumbrar u
obscurecer el destino inmediato de los contrincantes se realizaba en
un ambiente envuelto en un halo de misterio, porque se comentaba
que la pinta era un juego nada menos que prohibido por su relación
con la caída en desgracia de algunas familias o haber provocado el
suicidio de algún jugador fracasado. Tales historias sirvieron de tema
para cierto tipo de novelas como las de Rocambole o el "jugador" de
Dosteyevsky, pero que en Abancay no produjo ninguna catástrofe
económica ni tampoco dejó deudas sin pagar... ¡qué va ] ... las deudas
del juego eran deudas de honor y se saldaban al tiro.
Cada jugador tiene sus propias características; unos son
despreocupados y rápidos, juegan sin detenerse en cábalas, a este
tipo pertenecía Antuco, otros parecen calculadores y lentos, observan
primero a los otros jugadores, sus miradas y sus actitudes, hacen sus
propias deducciones y allá van o se retiran estratégicamente; pero, a
todos los atrapa esa fantasmal batalla con la suerte la que termina casi
siempre al nuevo amanecer.
Antuco Salas dejó este mundo tras un lamentable accidente; en
la plenitud de una saludable y generosa existencia. Todo su pueblo en
procesión lo acompañó hasta el campo santo, mientras en la alta
torre las campanas doblaban una vez más con su tañer lento, profundo
y melancólico ... tan ... tan ... tin ... tin ... tin ... ton; y así en sucesión
punzante ... el repique de nostálgicos sones se prolongaba por el cielo
y por los cerros produciendo ecos terebrantes, rítmicos y de despaciosa
cadencia. Seis fusileros del Club de Tiro Abancay, apuntando al
firmamento apretaron al unísono los gatillos de sus armas en señal de
saludo y despedida al bravo campeón que partía.
El grupo de la bohemia, patota de curtidos noctámbulos; sentados
al rededor de una mesa larga, pedían sendos cubiletes y dados. Ruedan
los dos primeros dados sobre el tablero y el número que salga señalará
al bohemio que debe mandar juego. Dudo; callao cinco pitas; pocker
volteando un lado, piojito, sumando como en la escuela y tantos otros
más. La última advertencia ... ¡el que pierde paga ! ... a las finales la
fórmula no se cumplía y se aplicaba el principio a la prorata. El juego
de dados y el traqueteo de cubiletes sólo servía para alargar los brindis
y pasadas las dos o tres ruedas de licor ya nadie se acordaba de ellos.
Las reuniones se producían por cualquier motivo y para festejar mil
acontecimientos. Formaba parte de un estilo de vida en el que se
turnaban los varones de la ciudad para compartir momentos de
expansión en la intimidad. Eran los instantes gratos de las bromas
ágiles, los chistes de todo color y sabor y de los chismes pueblerinos;
pero también, del diálogo serio, de la reflexión y el razonamiento
fundamentado.sobre los distintos tópicos locales e internacionales.
La sedienta tropa de bohemios se inclinaba sobre los vasos de
líquido amarillo burbujeante, espumoso y cristalino, para empezar con
disimuladas muestras de prudencia y mesura y, corriendo el tiempo se
bebía a porfía y ad libitum. Así se daba inicio al ritual de las reuniones
de nuestra época.
Dichosas noches de insomnio ... ¡Sí ! ... el sueño se escondía
tras las sombras de la noche disipándose discreta y lentamente en el
vaho del licor embriagante y alucinador que de paso ahuyentaba la
soledad y el vacío de aquellos inflamados espíritus. Noches de encanto,
de destellos de amor, de caminos insondables de un mismo destino,
caminos comunes de la bohemia amical y fraterna. Noches místicas
de dorados insomnios; con ritos de arte y de magia, con cantares y
poemas que trazan con sus letras los sentimientos y emociones de los
accidentes de la vida. Melodías y canciones; unas, provocando un
vendaval de alegría y felicidad; otras, acunando penas, tristezas,
lágrimas, al revivir viejas cicatrices que llegaban cruzando los mares
del tiempo. Música de todas las épocas; guitarras con nervios que
vibran en el pentagrama de la vida; voces argentinas que fáciles
penetran en el pasado ... que se hunden esperanzadoras en el futuro
... voces claras mecidas y llevadas por los vientos a los azules y anchos
cielos de la tierra querida. Juan Luna, el trovador de las canciones
eternas, la prima voz del grupo bohemio; el chatín Villagarcía en el
arte del bordón, con el turco Domingo Neme en la segunda y el toche
Ernesto Escalante, con su voz de tenor, alternando con Juan. No pocas
veces se colaba al conjunto la destreza del «pegao» Edgar Cáceres en
el manejo de la mandolina. Esta era la tuna de aquel periodo y en la
que debutó muy muchacho la zurda de Pepe Garay, un extraordinario

165
conjunto que parecía llevar prendida en el alma, la belleza íntegra de
la tierra; los celajes vespertinos y los luceros del alba como apretados
paréntesis para encerrar un mundo que no ha de volver y que solo
invita a decir una oración; una oración de gracias al Creador por
habernos bendecido con el favor de poder recordar y recordando ...
volver a vivir.
La lluvia sosegada de la alborada agoniza en lentas gotas que caen de
los canales de los techos y marcan en los pocillos de los suelos el tic -
tac de un nuevo día. Los insomnes bohemios, en el final de la ceremonia
ritual; se dirigen, unos hacia el mercado de abastos en busca del
consabido caldo de cabeza. Juan Luna y su tuna, se enrumban hacia
Huanupata tras una varilla de caña de azúcar para chuparla o de un
vaso de chicha blanca preparada por Luisa de Burgos; para Juan, los
mejores remedios para detener los estragos de la resaca. Y el mundo
seguirá andando ... mañana será otro día.

+r:r:
IX

EL FINAL DE UN ENCARGO

El que hacer de los municipios no consiste solamente en la


ejecución de tal o cual obra. Fundamentalmente sus funciones son las
de asegurar y cuidar los servicios básicos de su comunidad. En realidad
es un complejo abanico que involucra a las necesidades integrales de
la sociedad y su sistema administrativo está orientado a satisfacerlas.
Dentro de éste, la «tesorería» o su organismo equivalente, juega un rol
preponderante y sensible en el proceso de gestión, en todos sus
aspectos. La administración del mercado de abastos y del camal, la del
servicio de baja policía y alumbrado público, el trámite de licencias;
etc, etc, merecen de una atención permanente. En 1958 se complicó
un tanto por los trabajos ejecutados y supervisados directamente por
el municipio. La Oficina de Registro Civil es otra área muy movida.
Mantener un flujo constante de relaciones a todo nivel, es otra
de las actividades que ocupan tiempo y espacio. Parte de ellas son las
culturales y entre las que están las calendarizadas por el propio
ayuntamiento; Fiestas Patrias, Día de Abancay, Día de Apurímac, Día
de la Madre; etc., amén de la concurrencia obligada a los actos oficiales
y a la satisfacción de invitaciones de centros educativos y de otras
instituciones, donde la presencia del cabildo era requerida. La atención
de éstas actividades, así como las vinculadas a las de índole
administrativa, se basaba en una adecuada y racional delegación de

167
funciones en los regídores y que en aquel lapso, participaron sin
excepción.
Entre las actividades de coordinación mas importantes, fueron
las establecidas con la representación parlamentaria y que entre 1957
y 1958, tuvo casí como a su único interlocutor al senador Martinelli,
quien había ocupado la Presidencia del Senado y del Congreso de la
República. Su relevante posición política, exigía no sólo un sostenido
respaldo ciudadano; sino, el apoyo de instituciones corno el municipio,
tan interesados corno él en el progreso de Apurímac; con el añadido
de un componente esencial, la cooperación y el soporte político que
se originaban en el propio departamento, vale decir, en la realidad.
Muchas de las partidas presupuestales conseguidas por la acción
parlamentaria, eran de interés de los municipios; y si bien es cierto
que ellos no eran los responsables de su ejecución, por lo mismo,
tenían que asumir la función de supervisión y de fiscalización del empleo
de estos recursos del Estado.
Es así como el gobierno local, coadyuvó a las diversas obras en
ejecución y en la etapa de planeación de muchas otras que demandaban
un apoyo logístico y técnico para su implementación, instrumentación
y aprobación. En aquellos años el centralísmo limeño, todavía se ejercía
con una fuerza. de absorción total, las obras se proyectaban y se
aprobaban en la capital sin obedecer a una acción coordinada y
aplicando un criterio decimonónico de beneficencia. Con Martinelli se
hizo un esfuerzo para llenar el vacío, pero solamente para salvar
deficiencias de información básica.
El Fondo de Desarrollo Económico, se creó como el primer
esfuerzo liberador y de respuesta provinciana al centralismo limeño.
Arca parró, senador ayacuchano y Martínellí, otro provinciano, fueron
sus propulsores. Las juntas departamentales de Obras Públicas eran
los entes de la descentralización técnica y administrativa que se producía
en el país. El Fondo de Desarrollo Económico, en 1958> seguía
centralizando los ejes programáticos y seguía concentrando los recursos
y ejerciendo el control ele su distribución y donde, por lo demás,
continuaban primando las influencias políticas y permaneciendo
sarriflcadas y postergadas las provincias del interior del país.
En la expropiación de Patibamba, fue el Fondo la entidad
financiera encargada de cubrir el pago del justiprecio del latifundio. El
concejo, en la etapa inicial de la expropiación, facilitó todo el apoyo
logístico para la instalación y el funcionamiento de la Junta de la
Pequeña Propiedad, la unidad ejecutora del proceso. El ayuntamiento
sabía del significado y de la importancia de la expropiación para el
pueblo de Abancay y de sus proyecciones futuras como fenómeno
social; por ésta sola razón le prestó su más decidida y cuidadosa
atención. Las comisiones técnicas designadas tanto por el Fondo como
por el Ministerio de Agricultura, para los afectos de las tareas de tasación
y lotización, recibieron todo el apoyo y ayuda requerida para no detener
la marcha de un fenómeno trascendental que iba a cambiar
substancialmente la forma y el estilo de vida ele la población abanquina.
Otro de los proyectos, el del camal frigorífico, cuya ejecución se
postergó por mas de un lustro, demandó la participación del concejo
en su etapa preliminar, particularmente en la fase de ubicación de las
áreas territoriales adecuadas y en la gestión de adjudicación de las
mismas. El proyecto fue también impuesto desde Lima por el Fondo;
aprobado en Lima, ejecutado años después por contratistas traídos de
Lima. El propósito y finalidad de la obra era beneficiar el ganado en
Abancay y transportar la carne refrigerada· directamente a la capital;
se dijo que era para proteger a la ganadería del departamento, que
con el transporte de las reses en pie, sufría considerables mermas en
el peso, al mismo tiempo que se evitaba el maltrato de los animales en
un viaje penoso de varios días. Se hizo notar a tiempo una de sus
consecuencias negativas, que muchos camioneros quedarían
automáticamente desplazados del mercado de trabajo, con el agravante
de que ellos mismos eran los transportistas de artículos de primera
necesidad para los pueblos del departamento. De todas maneras se
ejecutó la obra, sin embargo, sus objetivos fueron parcialmente
alcanzados durante los dos primeros años; porque después más fueron
los dolores de cabeza que ocasionaba su operativización. Esto sucedía
siempre que las obras se programaban desde Lima, sin un examen y
estudio de la realidad y sin prevenir sus proyecciones. El Fondo que
había sido creado como el punto de partida de la descentralización

169
para favorecer a las provincias, en esencia, era un organismo
centralizador por excelencia.
En Setiembre, el concejo recibía un encargo similar referente a
la Gran Unidad Miguel Grau y al nuevo hospital. Con relación a la
primera obra, que ya contaba con la aprobación del Plan Nacional de
Construcciones Escolares, estaba sujeta a una condición; que el
municipio debía donar el terreno para la edificación. Felizmente la
expropiación ya era un hecho concreto y si bien todavía estaba en la
etapa de estudio de la lotización, se solucionó la emergencia
favorablemente. Después la tarea resultó más simple; se coordinó con
la dirección del colegio y se convocó a profesores de la talla de Guillermo
Viladegut, Juan Hercilla, Antonio Quintana y Osear Velarde, con
quienes se eligió la actual ubicación.
El otro encargo tuvo mayores exigencias y venía rodeado de una
connotación política no prevista. El Plan Nacional Hopitalarío, ya había
sido aprobado por el ejecutivo y como contaba con financiamiento
internacional la contrapartida nacional debía ser finalmente aprobado
por el Congreso. El Fondo Nacional de Salud, era la contraparte
nacional en dicho proyecto que se financiaba con un préstamo blando
del gobierno de Alemania Federal, representado por el Consorcio
Hospitalario Alemán. El Hospital de Abancay no había sido considerado
en este Plan y es aquí donde surge el conflicto de orden político.
Martinelli hizo cuestión de estado la inclusión de dicho Hospital y no
lo hacía por mero capricho o de aprovechamiento coyuntural.
Martinellí, en su oportunidad y con la información sustentatoria había
solicitado la prioridad de dicha obra en Abancay; la primera de su
naturaleza que se demandaba al Estado para una zona geográfica, que
desde el punto de vista sanitario, se encontraba virtualmente en
abandono. El Fondo de Salud se vio en una situación dificil y en una
carrera contra el tiempo su dirección de arquitectura encontró la
solución al problema; una solución de emergencia quirúrgica. Los
presupuestos de los hospitales estaban calculados en base a la
construcción de las camas hospitalarias (arquitectónicas) y éstas tuvieron
que ser recortadas proporcionalmente de los otros ya confirmados y
así nació el hospital de Abancay, para el que se acordaron inicialmente
103 camas. El inflexible e influyente senador apurimeño quedó
satisfecho con la cirugía practicada y gracias a su actitud firme e
inconmovible se contó con un moderno establecimiento de salud; obra
que sino es por la oportuna intervención señalada hubiese tenido que
esperar quien sabe cuantos años.
Una vez superado el impase parlamentario, el fondo envió a
Abancay al arquitecto Blanco, para que personalmente se encargara
de buscar y decidir la ubicación del área territorial necesaria para la
construcción. Aquí también, no había otra salida, se tuvo que echar
mano a lo único y suficientemente disponible, los terrenos de la
expropiada Patíbamba. Blanco recorrió varios puntos del perímetro
sub-urbano con José, Guillermo Díaz, Miguel Jarufe, César Frías, Raúl
Necochea, Raúl Alcazar y Hassan Abuhadba, todos, profesionales de
la salud. Blanco eligió Condebamba, justo los terrenos del estadio. Se
había visitado además una zona en Puca Puca y la pampa de San
Francisco. José le advirtió a Blanco la situación del campo de
Condebamba y su significado para Abancay y el ingeniero limeño
comprendió el mensaje y se decidió por la pampa de San Francisco,
ahí donde se levanta el hospital, al que con toda justicia se le ha dado
el nombre de Guillermo Díaz de la Vega; sin duda, el médico que por
más de ocho lustros se dedicó con amor i ciencia al cuidado de la salud
de la familia apurimeña.
Aspecto importante es el referido al trato y comunicación con
los concejos distritales. En 1958 no se cumplió a plenitud con esta
responsabilidad; las Iimitantes del tiempo y las restricciones de recursos,
no permitieron cumplir con este cometido. Si bien es cierto que estaban
abiertas las posibilidades para una coordinación efectiva; además, de
algunas visitas que se efectuaron, todo se redujo a simples actos de
asesoramiento y de cortesía. Si algo se hizo por los distritos; fue servirles
de enlace y apoyo con las instancias parlamentarias y del gobierno
central para canalizar sus pedidos. Esta importante función del concejo
provincial, debe ser asumida con mayor eficiencia; es preciso que los
gobiernos locales, sean comprendidos dentro de una política de acción
municipal integracionista que redunde en beneficio racional y
proporcional de todos los pueblos.

171
A principios de 1959 el deterioro de las relaciones políticas habiz
llegado a su punto más álgido. Como quiera que el diputado Samanez
había evitado un enfrentamiento franco y abierto se dio pábulo a las
posiciones antagónicas con el alcalde que pusieron en evidencia SL
consecuencia inmediata; alejar a José de la casa consistorial. Por le
demás, nadie en el dominio cabal de su sano juicio, pensaría en une
suerte de atrincheramiento para aferrarse a la alcaldía; el cargo y si
encargatura correspondían a la decisión del poder administrador 1
escapaba a la voluntad del pueblo. Y esto fueron los gobiernos locales
de antaño, simples comisionados del Ejecutivo que duraban un ejercite
anual y por cuya razón, José, siguiendo las normas establecidas ye
había puesto el cargo, a fines de Diciembre, en manos del Gobierne
Central.
A raíz del entredicho, ya se especulaba sobre el cambio de:
concejo y como la noticia había trascendido, era la comidilla del
momento. En estas circunstancias la Sociedad de Artesanos convocé
a un mitin de apoyo y respaldo a la labor cumplida por el municipio.
La asamblea popular congregó ese día, 25 de Enero, a una
impresionante muchedumbre que desfiló masiva y ordenadamente por
las calles principales de la ciudad. El concejo en pleno había sido invítadc
a la manifestación y a la que concurrieron la gran mayoría de los
regidores; el gran ausente, Arturo. Fue una cálida demostración de
fervor popular y de una solidaria identificación de la comunidad cor
su gobierno local. José agradeció al pueblo desde una tribuna
improvisada al pie del vetusto Pisonay de la avenida Arenas; se acordé
de sus lecciones de educación cívica y habló al pueblo con frases sencillas
... con lucidez y sin retórica; sin engreimiento, sin soberbia ni altanería
. . . pero con orgullo de pertenecer a esa excepcional comunidac
abanquina ... con claridad le señaló el camino del deber y del respete
a la ley ... les recordó que el pueblo peruano había cumplido un largc
recorrido de sacrificios; que el fuego de sus esperanzas seguía encenclidc
y que estaban próximos los tiempos en que los municipios seríar
cambiados por la soberana voluntad de los pueblos y no por la mezquine
e interesada voluntad de los clanes políticos o familiares. Cuatro años
después, José, integrante de un Congreso democrático, contribuiría e
ésta importante conquista del pueblo peruano.
José, en aquella memorable manifestación, puso énfasis sobre
la importancia de la participación popular en la solución de los
problemas de la comunidad y de cómo el gobierno municipal que
estaba finalizando se había entregado al trabajo compartido con el
pueblo. Subrayó, que esta participación era un derecho irrenunciable
y que se tenia que poner en práctica con cualquiera que ejerciera las
responsabilidades de gobierno, sin importar ni la persona ni el color
político; y, sin más exigencias que el respeto a la ley y a la moral
pública.

J f
'

La última manifestación pública, 25 de enero de 1959

A la misma hora en que se llevaba a cabo el mitin, los dirigentes


locales del partido de gobierno y amigos del representante; le ofrecían
una recepción en el Club Unión y a la que concurrieron dos concejales;
la mayoría se había convertido en minoría y ésta en mayoría, como
consecuencia del trabajo conjunto realizado. Esta polarización de
manifestaciones podía fácilmente interpretarse como que había interés
de exponer el conflicto y dividir al pueblo en torno a un problema que
había sido examinado y discutido exhaustivamente. José soslayó el

173
asunto en el mitin y Jorge Sarnanez, en el Club, tuvo la sensatez y
discreción de no tocarlo; no era, al menos para sus propósitos, oportuno
ni conveniente echar más leña al fuego y tampoco valía la pena el
ocuparse de él simplemente porque ya tenía en cartera el cambio del
concejo; sólo era cuestión de horas o de pocos días.
Estamos a fines de enero del 59; a la fecha ya se había acordado
con Martinelli un «pacto de caballeros» ... evitar los choques y a cuidar
la imagen política de la convivencia y es probable que el diputado
Samanez ya estuviera en autos sobre el particular. Para sustituir a José
propusieron a Fernando Samanez Tizón, hermano menor del diputado
y primo del senador. De hecho, la designación mostraba su lado débil,
el nepotismo. Sin embargo, las peculiaridades de Fernando allanaban
cualquier situación; era en el mejor sentido de la palabra un buen
hombre; sencillo en todas las facetas de su comportamiento; simple y
mas comunicativo que Jorge; jovial y correctísimo. Todo indicaba que
no había llegado a la universidad, pero era dueño de una cultura
envidiable y poseedor de conocimientos siempre actualizados; excelente
conversador y muy amical, incapaz de un agravio y como buen ribereño,
aficionado a la pesca. Su conocencia con José distaba poco, Fernando
no era de su generación y tampoco había participado de la vida
comunitaria de Abancay de la qué estuvo ausente muchos años; se
conocían desde su enlace con Norma Carrera Roberti, la menor de
tres hermanas provenientes de la flor y nata de las familias de la tierra:
Elba y Fabiola, completaban el trío de las simpáticas hijas de doña
Aurora. El matrimonio y su familia lo obligó a radicar en Abancay,
indistintamente vivían en Matara, el bonito fundo de los Samanez Tizón
en la quebrada que lleva por Suncho, Chirhuay y Soccospampa (la
Victoria) a Lambrama y de allí a los pueblos de Grau y Cotabambas, y,
en el solar de los Roberti, una hermosa mansión que daba a la calle
Lima y al parque Ocampo y donde también residía José, en un
departamento adquirido por el vocal Víctor Saldivar de doña Laura
Roberti; la más pequeña de las hermanas, de ojos claros y muy vivaces.
Dicho departamento había sido otrora el salón de recepciones de la
familia y allá por los años dieciocho, justamente recibían al prefecto
del Cusco y a su joven y apuesto secretario con quien la muy bonita
doña Laura, en sus esplendentes 16 juveniles primaveras, bailó y trabó
una amistad para la remembranza; ese joven años más tarde, daría
mucho que hablar en la política de la izquierda indoamericana, era
nada menos que Víctor Raúl Haya de la Torre. Doña Laura de su
primer matrimonio tuvo a Ivonne Calle, con toda seguridad, uno de
los rostros abanquinos de mujer más bellos y aristocráticos y de un
temple y fortaleza espiritual admirables.
Fernando, resultó siendo una acertada nominación y quizás lo
que ayudó mucho para su aceptación sin resistencias, fue el hecho, de
que a pesar de sus vínculos familiares, jamás medró ni se aprovechó
de la política, supo mantenerse prudentemente a distancia y su decencia
no le permitió regatear sus elogios a la labor cumplida por el concejo
presidido por José.
José dispuso con la debida anticipación todo lo concerniente a
la transferencia. Convocó a sesión de concejo para revisar y proceder
a los reajustes pertinentes, no debía quedar nada pendiente. Don Julio
D. Pinto, se comunicó con el alcalde para manifestarle que él también
seguiría los pasos del concejo; se dio maña para convencerlo que no
se retirara todavía. Las reuniones más importantes se hacían con Carlos
y Miguel, los síndicos, para dejar a punto el balance general que incluía
la rendición de cuentas debidamente documentada. Hercília Loza: la
tesorera, recibía las instrucciones del caso; su capacidad y eficiencia
eran sobrada garantía de tranquilidad y fue así que a la hora de la
transición todo marchó matemáticamente.
A pesar de la presión del tiempo de los últimos días, se seguía
laborando corno si tal cosa. Las veredas de las dos últimas cuadras de
la calle Arequipa, las de las calles Andahuaylas y Chalhuanca se
culminaron en las postrimerías del período y justamente la última cuadra
de la calle Lima, el barrio de José, fue la última en construirse.
Casualidad, coincidencia, complejo anecdótico; en fin, las tres
cosas juntas se hicieron presentes al rededor de la casa de correos. Se
había comenzado con ella, se trabajó todo el año en ella, y justo ahora,
a menos de un año de su adquisición formal, un 20 de Febrero de
1959 y corno último acto oficial de aquél ejercicio municipal, se hizo
entrega del flamante y remozado local a su legítimo propietario,

175
representado por el Administrador Departamental de Correos y
Telecomunicaciones E. Manuel Espinoza M. Estuvieron presentes todas
las autoridades oficiales encabezadas por el prefecto Luis Paz y como
invitado especial Fernando Samanez T. alcalde designado para 1959.
Se comenzaba a superar una etapa de incomprensiones inútiles dando
paso a una vida más civilizada en base a la armonía tan difícilmente
recuperada.
En un acto público sencillo, sin mucho aparato, al hacer entrega
del local, José expresó la satisfacción del concejo de haber dado
cumplimiento a una obra importante para el pueblo y a cuyo éxito
habían contribuido por igual, la representación parlamentaría, los
servidores de correos y el municipio, después de haber vencido
obstáculos contingentes, que después de todo, habían cumplido la
función de poner en relieve el verdadero significado de la obra. Manuel
Espinoza, en su discurso de recepción hizo una breve historia del trabajo
compartido, fue valiente y exacto al no restarle méritos al accionar del
municipio y acompañando los hechos a la palabra le hizo entrega a
José de un artístico pergamino rubricado por todos los servidores del
ramo del departamento. La bendición del local corrió a cargo de
Monseñor Mendoza Castro. La actuación quedó sellada con una fiesta
dé celebración. Así llegaba el concejo provincial de Abancay de 1958,
casi a las fronteras mismas de su intensa faena anual.
El ceremonial de entrega del cargo se llevó a cabo un sábado de
la primera semana de marzo al promediar el medio día, en el salón de
actos del municipio, que resultó pequeño para alojar a la gran cantidad
de pueblo que acudió a la transferencia. José en su última intervención
como alcalde, se apartó del acostumbrado discurso memoria y le dijo
a la concurrencia, que en ésta ocasión «un poco así como que sobrasen
las palabras» ... «al árbol se le conocerá por los frutos» ... sentencia el
Libro Sagrado ... y, ahí estaban, a todo lo largo y ancho del pueblo y
a la vista de todos; estos eran los frutos de los árboles que se sembraron
a la luz del día; estos son los frutos que hoy se cosechan a la luz de las
mismas claridades ... pero, lo más importante de esta siembra y de
esta cosecha, es que los árboles y los frutos son en esencia ustedes,
cada uno de vosotros, somos todos nosotros, sin distingos; niños,
jóvenes, adultos y viejos; hombres y mujeres; campesinos y citadinos;
que recuperamos el timón de nuestro destino . . . que demostramos
que juntos y unidos, sin la ayuda y la presencia extraña, sabemos y
podemos enfrentar los problemas que nos plantea la realidad; que
juntos ¡si! somos capaces de encontrar las soluciones y, esta es la
lección que aprendimos este año; trabajar siempre unidos y firmemente
dispuestos a no detenernos y a seguir avanzando. José, le pidió al
pueblo que para no perder el sentido de la historia, tenían que seguir
participando, tenían que seguir apoyando al nuevo cuerpo edil; sabiendo
que en la vida de las comunidades los hombres y los nombres pasan y
que son las instituciones las que quedan y, siendo el ayuntamiento la
casa de todos, el cabildo del pueblo, hay que seguirle prestando el
necesario apoyo con cabal desprendimiento y sin egoísmos que nada
construyen, que solo separan, dividen y destruyen el espíritu de los
pueblos. Fernando juró el encargo y prometió seguir la senda trazada.
Allá afuera, bajo el incofundible azul del cielo abanquino y con
mucho sol, las gentes pugnaban por abrazar y estrechar la mano del
equipo triunfante que dejaba la posta; en los rostros de hombres y
mujeres se podía ver una rara mezcla de expresiones sentimentales,
gritos, vítores, risas ... lágrimas y aplausos que se hacían interminables.
Ese templado grnpo de ciudadanos se había ganado el afecto popular,
por que en menos de un año le había cambiado la cara a su ciudad. Se
iban orgullosos del deber cumplido y llevando en el pensamiento la fe
y el ejemplo de un pueblo y la seguridad de que dejaban abierto el
surco para que los que viniendo después continúen poniendo las
cimientes del progreso de la patria chica.
José recordaría siempre con fraternal afecto a todos y cada uno
de los compañeros que trabajaron con él en un año donde no hubo
tregua ni reposo. Los pocos remansos de quietud los empleaban en
viajes de fines de semana a diferentes puntos de la provincia utilizando
indistintamente los vehículos de Miguel Triveño o de Mauro Soto. Los
recorridos siempre cumplían algún objetivo, casi siempre la búsqueda
de recursos de apoyo para los trabajos y en ocasiones para visitar a los
distritos y sus municipios.

177
No se puede dejar de mencionar al grupo de esforzados policías
municipales que en aquel período desplegaron un sacrificado y
constante desempeño de sus deberes y obligaciones. Fueron más allá
de la jornada normal en el cumplimiento de sus funciones porque
sentían la necesidad de arribar a la meta unidos a su concejo. Un
grupo humano que tuvo como única recompensa el trato y el afecto
de las fraternidades. Siempre estarán presentes en el recuerdo
agradecido de Abancay los nombres de Santiago Oré, Fortunato Trujillo
A., Wílfredo Llerena, Juan José Pinto, Félix Rivas y Antero Sierra;
dignos y leales servidores de su institución y de su ciudad.
Miguel Triveño y Carlos Tejada tenían en el concejo las
responsabilidades más delicadas; el manejo y la administración de las
finanzas y las economías. Se prodigaron en el desempeño de sus
funciones con celo, calidad y eficiencia; sobre todo se debe ponderar
el espíritu de iniciativa y creatividad en la generación de ideas para la
captación de medios para el desarrollo de las obras. Todas sus facultades
estaban concentradas en el trabajo al servicio del municipio;
administraban, supervisaban y al mismo tiempo que estimulaban
permanentemente al personal. Miguel con una particularidad especial,
un economista autodidacta producto de la universidad de la vida; con
una intuición y un olfato difíciles de encontrar, aquí reside la razón de
su éxito y de su realización personal; hombre sobrio, ordenado y espíritu
disciplinado. Carlos un joven bancario, hijo de un odontólogo abanquino
que fue profesor de la generación de José en el Grau el doctor Osear
Tejada. Carlos haría una carrera brillante como funcionario del Banco
Popular. Por su capacidad, inteligencia y probidad, se complementó
excelentemente con Miguel.
En otras veces; José, Carlos, Miguel, Mauro, Víctor Raúl y
Silmiano, aprovechando las noches del mágico y prodigioso valle y a
modo de evaluar el avance de los trabajos; realizaban tonificantes
caminatas bajo los plateados claros de luna que iluminando la noche,
disipaban y esparcían las sombras de los cerros y de los montes y al
mismo tiempo que ellos recibían el frescor del relente que bajaba de
las alturas a calentarse en el regazo del hondón de las quebradas.
Cada quién en su puesto de trabajo cumplió con su deber. Miguel
Jarufe estaba en todas y conformaban con Guillermo Diaz, César Frías
y Hassan Abuhadba, el personal del hospital y el p.ersonal de la sanidad;
una especie de seguro de salud que cubría a los trabajadores del plan
de obras del ayuntamiento capitalino. Doña Aurora de Paz; que ocupó
con brillo la alcaldía de Abancay en 1977, y Hortencia Niño de Guzmán,
ponían de relieve la presencia de la mujer en el gobierno local; pródigas
en su contribución y entrega personal y ejemplos de una puntualidad
cronométrica. Guillermo Viladegut, aunque paraba más con los jovenes,
con José Domingo Loayza, Guillermo Casapía, Gaspar zegarra, Luis
Cordero y Orestes León B., constituían el núcleo de consejeros, por
su experiencia y ascendencia en la comunidad. Se había conformado
un grupo humano que hizo y señaló un derrotero. Un grupo humano
que compartió valiosas pruebas de raíces penetrantes que imprimieron
todo el contenido de una pujante fuerza anímica. No cabe la menor
duda; para todos, 1958 fue uno de los años más memorables de una
experiencia vivida; fue el centro de una conjunción generacional
decisiva; y por eso, cuando esto que vibra y palpita que es la vida, se
haya acabado . . . todos nos iremos de aquí y sólo quedarán como
recuerdo cual los momentos congelados en le lienzo del tiempo; los
buenos tratos y las buenas obras y al concejo provincial de Abancay de
1958, en el mejor de los niveles, lo que le caracterizaron fueron
precisamente los buenos tratos y las buenas obras.
Ya todo iba integrándose al pasado, se había hecho todo lo que
humanamente puede hacerse; reconociendo sin embargo, que nadie
puede hacer mucho sin la cooperación de los demás y aquí estaba el
secreto y la verdad de la obra ejecutada. Pero la obra con los pueblos
no se detiene a mitad de camino, a pesar de que este camino esté
minado de frustraciones y que la escasez de recursos haga palidecer
las prioridades. Esta empresa es en sustancia permanente, avanza por
tramos y es un deber de todos y para todos. En otras palabras; la vida
no es ni puede ser una carrera de cien metros, es una larga maratón,
con muchas vallas y solamente los perseverantes, los tenaces y los que
cultivan los valores humanos, logran llegar a la meta . . . ésta es la
gratificación de los justos.

179
José cuando llegó al final de la jornada presentía que estaba
dando un paso definitivo. Había llegado al municipio hacía poco más
de dos años y en un vertiginoso ascenso se había convertido nada
menos que en le capitán de la nave, en el eje de un equipo que sacudió
la dudad y estremeció a sus gentes. ! parecía mentira! ... todo había
sido tan rápido,,, tan repentino, y ahora así como había llegado ... se
iba. José sentía en la intimidad de sus profundidades que la nostalgia
comenzaba su accionar punzante; aquel día sospechó y comprendió
que se había producido la caída del telón; que se había escenificado el
último acto y al protagonista le correspondía hacer el mutis definitivo
... la despedida sin vuelta ... la separación total. Y para entregar esta
pesada sensación de tristeza, en silente actitud de confidencia estaban
junto a él, su viejo profesor de castellano y literatura e integrante de su
equipo, el maestro Viladegut, el «papi» de sus discípulos de ahora y,
por extraña y feliz coincidencia, David Pinto, el flaco David, su
inseparable amigo de esos interminables años de la secundaria de
irrepetibles correrías. Guillermo y David, ambos presentes corno en
lejanas épocas en los instantes de la mayor trascendencia espiritual;
ayer, hoy y como siempre, presentes en las duras y en las maduras,
regalándole a José los instantes de gratificación más intensos, más
nobles y memorables de la existencia.
El viejo Amauta mamarino, con su pausada y dulce voz y la
palabra añejada por el tiempo; dando otra de sus lecciones le dice a
José: «no es para tanto ... este es un episodio que para tí culmina del
mejor modo y a su debido momento, un año más no se habría podido
mantener el mismo ritmo ... eres joven y de seguro que el destino te
reserva otras tareas importantes ... ten presente que tu profesión está
de por medio ... lo que sí y; esta es ¡ una orden ! ... jamás te apartes de
los preceptos morales y éticos que hasta ahora has respetado y has
sabido hacer respetar y nunca olvides que una vida digna está basada
en elevados principios». El flaco David lo abrazó fuertemente, entre
ellos las expresiones de lealtad no se decían con palabras. Para
completar el cuadro, Arturo venía acercándose a ocupar su sitio entre
ellos ... ¡quien sabe! ... , le resultaba difícil estar ausente del lugar que
no debió abandonar nunca.
.Iosá se remontó con el pensamiento a las lejanas vacaciones de
su época de estudiante universitario; a los tiempos en los que habían
reventado las semillas de la inconformidad. Sueños de jóvenes por
hacer de Abancay una tierra grande, una Abancay digna de su condición
de ciudad capital de departamento. Aunque estaba seguro que su grupo
generacional había cumplido parte de la promesa juvenil¡ sin embargo,
seguirían resonando en su alma y en su mente, las palabras y la angustia
del cholo César Vallejo : "hay hermanos ... mucho por hacer".

urna, diciembre de 1996

181
FE DE ERRATAS

Pág. Línea Dice Debe decir


06 16 de Perú del Perú
07 29 quizás quizá
12 34 policía sw Inveetigaciones Policía de Investigaciones
20 25 acendrados ascendrados
23 5 le gustaba exhibirse se complacía en exhibirse
27 21 estado Estado
28 7 amenos menos
29 17 consignaciones Consignaciones
36 12 patibamba Patibamba
37 20 Enero enero
38 35 5 % por ciento 5 por ciento
39 32 el más grande el río más grande
45 21 de gozar a gozar
46 26 obsecuencia de obsecuencia a
50 12 formas alegre formas, alegre
57 30 habrían habían
67 10 , vacías A , vacías. A
81 15 caminos Caminos
85 30 consejo concejo
87 1 Antonia Antonio
87 14 caminos Caminos
90 2 ya se que ya que se
90 34 haber haberla
94 25 de un metro de dos metro
95 33 de al dela
103 14 sotenida se tenía sostenida; se tenía
103 18 el gringo todo el griego el gringo lo regaló a su pueb
103 20 dirigida dirigía
103 23 verdadero verdadera
106 12 retornó. retomó
106 17 Curso Cusca
118 6 que al que el
133 4 que eran eran
133 35 María Julia Violeta Maria Julia, Violet
136 21 técnico cerebrel técnico, cerebral
138 15 Pancho de González Pancho GonzáJez
139 26 Condemabama Conde bamba
FE DE ERRATAS

Pág. línea Dice Debe decir


152 25 producjo produjo
154 9 estados establos
158 34 esapcio espacio
159 7 Ramón Román
159 26 tiene tienen
163 11 sobresalían sobresalía
168 28 Arca parró Arca Parró
168 29 juntas departamentales Juntas Departarnentale
175 18 ; se díó ; José se dió

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