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El Camino de Gala - Edurne Cadelo

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.

El
camino
de
Gala

Edurne Cadelo
@lacadelo
El camino de Gala
Mayo 2019
© de la obra Edurne Cadelo
edurnecadelo@gmail.com
Instagram: @lacadelo
Facebook: Edurne Lacadelo
Edita: Rubric
www.rubric.es
944 06 37 46
Correción: Elisa Mayo
Diseño de cubierta, diseño interior y maquetación:
Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com
Ilustraciones de bicicleta y piedra diseñadas por Macrovector / Freepik
Ilustración de avión diseñada Katemangostar / Freepik
Ilustraciones de mochila y nubes diseñadas por Freepik
No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación o por otros
métodos, sin el permiso previo y por escrito de su autor. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal)
Para mis Amapolas.
Por aquel fin de semana en Almería, cargado de risas y confidencias.
Índice

1 Tres, dos, uno… me voy


2 Bienvenida al infierno
3 El camino
4 Peregrinos
5 A punto de quemarme
6 Besos, calentones y cojones
7 Menudo carácter
8 Vibrando
9 Conversaciones
10 Hablando de ello
11 De una en una
12 ¿Cuándo llegamos?
13 Marcando la distancia
14 Lluvia y calor
15 Dos días
16 La penúltima
17 La piedra en el camino
18 Adiós modales
19 No me lo imaginé así
20 Sorprendido
21 Mis límites
22 La vuelta
23 Rutinas
24 Compañeros
25 Amigos y algo más
26 Madura, hermano
27 Encerrona
28 Sexo pan
29 Donde y cuando quiera
30 Segundo plato
31 ¿Todo correcto?
32 Necesidad
33 Las reglas
34 Vaya panorama
35 Cine y palomitas
36 Sesión golfa
37 Soy idiota
38 Ibiza no, Formentera
39 Parejas
40 Borrarte los recuerdos
41 Uno más
42 Cena y regalo
43 Amanecer
44 El faro y su luz
45 Huida hacia ninguna parte
46 Rompecorazones y matacupidos
47 Viernes lluvioso
48 ¿Has visto la luz?
49 Hogar
50 La coraza y los sueños
51 Irresistible
52 Llamando a tu puerta
53 La propuesta
54 Ella es agua
55 Decisiones indecisas
56 ¿Quién cede?
57 Una carga menos
58 Japón
59 Regreso a casa
60 La pieza del puzle
61 Aterrizando
62 Como en una película romántica
63 Como el final de una película romántica.
64 Universo paralelo
65 Nuestro camino
Epílogo
Agradecimientos
1
TRES, DOS, UNO… ME VOY

En cuanto conteste un par de correos electrónicos, recoja un poco mi oficina y


pase por el despacho de mi jefe para entregarle el informe del último
manuscrito que he leído, podré marcharme oficialmente de vacaciones.

Durante las dos próximas semanas, no tendré que ver al imberbe de David, ni
aguantar sus ideas de ejecutivo moderno, ni tan siquiera fingir que le presto
atención. Estoy contando los minutos.

Para todos es conocido como el señor Vila, pero a mí me resulta imposible


tratar de usted y llamar «señor» a mi jefe, básicamente, porque acaba de
cumplir los veinticinco. Me suena fatal, ¿qué queréis que os diga? Y aunque
podría hacer un esfuerzo, que también, pues no me sale de los ovarios, para
qué decir otra cosa.

Mis compañeros me miran raro, como si al tutearlo me estuviera saltando la


cadena de mando o algo parecido. No voy a decir que soy la más mayor de
toda la plantilla de la editorial con mis treinta y una primaveras, pero casi;
creo que una chica de las de corrección me saca un par de años, el resto son
casi todos de la quinta de mi jefecillo y, aun así, lo tratan como si fuera un
erudito al que rendir pleitesía. Menudos lameculos.

Para mí el señor Vila siempre será Adolfo, el padre de David, que como no
sabía qué hacer con toda la pasta que le sobraba, decidió abrir un nuevo sello
dentro de su grupo editorial VR, orientado a un público más joven. En
realidad, fue la manera de dejar al mando de su nuevo juguetito a su hijo
pequeño, recién licenciado en una de esas universidades privadas americanas
de mucho renombre, con tan solo un cuarto de siglo. Eso sí que es tener
confianza en un hijo, ¿o no?

No te desvíes, Gala, que al final llegas tarde a casa y no pillas ese avión.

Mi trabajo en la editorial Milenial consiste en filtrar todos los manuscritos


que llegan, porque soy una de las dos editoras; los leo, los releo, los comparto
(a veces) y, después, los que considero que pueden ser publicados se los paso
al jefe supremo, que reúne a su gabinete de confianza: un par de frikis amigos
suyos, que también trabajan aquí, nuestro director de marketing y yo. Si todo
está a su gusto y pasa el filtro, premio para el ganador o ganadora, porque, con
los tiempos que corren y las redes sociales, es muy difícil que una editorial
«tradicional» apueste por ti. Este nuevo sello da cabida a un variopinto grupo
de autores y de temáticas: romántica, new adult, juvenil, poesía o ciencia
ficción (la preferida del imberbe y sus amiguitos).

Las oficinas ocupan casi una planta de un edificio en Vía Laietana, propiedad
de VR, y la plantilla está formada por diez trabajadores. La que cuenta con
más experiencia de todos en el sector, sin duda alguna, soy yo, que llevo
trabajando para VR casi seis años.

Empecé trabajando como becaria en las oficinas centrales de Barcelona y


enseguida pasé a ser ayudante del editor. Hace dos años, cuando solicité el
traslado y me mudé a Madrid, acababa de ascender a editora. Mi idea era
llegar lo más alto posible dentro del grupo y tener una brillante carrera en el
mundo editorial; pero, en ocasiones, no todo sale como está escrito en tu guion
mental y, cuando lo mío con Álvaro se rompió, perdí el rumbo completamente.
Volví a pedir el traslado a mi ciudad, o más bien a suplicarlo, y lo único que
me ofrecieron entonces fue ser editora en este nuevo sello, así que poco más
tenía que pensar. Mejor empezar de cero con trabajo, que estar en la cola del
paro.

Y aquí estoy, hace solo unos meses que he regresado a Barcelona y estoy
empezando a adaptarme a mi nueva vida, porque quedarme en Madrid, sola,
nunca fue una opción.

La alarma del móvil me indica que tengo veinte minutos exactos para salir de
la oficina, pedalear hasta casa (hoy me ha apetecido venir en bicicleta),
esperar a mi amiga Zoe y recoger mi mochila.

Todavía estoy a tiempo de arrepentirme y no subir a ese avión. Os puede


despistar, en un primer momento, que vaya a comenzar mis vacaciones con ese
medio de transporte, pero no os engañéis, es solo el principio del camino y
nunca mejor dicho, CAMINO.

Mi persuasiva amiga Zoe, cariñosamente conocida como la Peli porque es


pelirroja (natural), me ha convencido para que durante los próximos días
hagamos juntas el Camino de Santiago; sí, andando, yo, que soy la número uno
de la Liga Antideporte, dato que ella conoce a la perfección. Pero está tan
ilusionada y sus argumentos tienen tanto peso… (entiéndase la ironía).

Lo primero que me soltó fue que podríamos limpiar nuestras almas; sí, las
nuestras, que las dos estamos educadas en colegios laicos y sin bautizar, y que
lo más cerca que hemos estado de una iglesia es pasando por delante de su
puerta. Cuando se lo rebatí, me dijo que ya no es solo un tema religioso, que
es más trascendental. Trascendental se suele poner ella e intensita también.
«Se trata de limpiar nuestras almas en un plano más espiritual», me decía y
parecía una colaboradora de Cuarto milenio. Me empezó a dar miedito.

El segundo, y el más elocuente viniendo de ella, es que se nos va a poner el


culo duro como el acero después de tantos kilómetros. Las carcajadas que me
eché en su cara todavía retumban en el salón.

Al final, no le di muchas vueltas. Total, no tengo dinero para coger un avión


con rumbo a un destino paradisíaco y tirarme a la bartola unos días, como me
gustaría hacer realmente, así que, antes que quedarme en casa, atiborrarme a
helado de chocolate y beberme todas las botellas de vino que mango a mis
padres, le di el «sí, quiero», y hoy partimos rumbo a León.

Cuando regresé a Barcelona hace unos meses, tenía dos opciones: volver a
vivir con mis padres o aceptar la caridad de mi mejor amiga y compartir piso
con ella. Zoe ganó por goleada. Nos conocemos desde el instituto y hemos
compartido juntas un millón de primeras veces, así que ella, con su peculiar
manera de dar vuelta a las cosas desagradables para hacerlas mucho más
agradables, me pidió que viviera con ella.

«Será nuestra primera vez», me dijo ilusionada.

Y me sonaron tan bien sus palabras, que acepté quedarme con la habitación
que tenía libre en su piso. Zoe es hija única y nieta única, al fallecer su abuela,
heredó su piso en un edificio muy antiguo en el Born, uno de los barrios con
más ambiente de la ciudad y que, además, está muy cerca de todo. La playa a
no más de diez minutos, el parque de La Ciutadella y, lo mejor de todo, mi
trabajo. Por eso hay veces que voy en bici y no tardo nada en llegar.
Mis padres viven en la zona alta de la ciudad y estaría peor comunicada si al
final hubiera accedido a volver a vivir con ellos. Zoe no me cobra alquiler,
dice que es absurdo cuando el piso está más que pagado y que ella no quiere
ganar dinero conmigo, así que compartimos todos los gastos. De esta manera
no pierdo mi independencia y puedo seguir pagando la hipoteca de un piso de
mierda del que soy copropietaria en Madrid con Álvaro, mi ex, que se lleva la
mayor parte de mi sueldo.

Aunque no sea creyente, rezo todas las noches para poder venderlo y
deshacerme de esa carga que arrastro desde mi separación hace un año. Ojalá
que el apóstol Santiago se apiade de una peregrina con los pies destrozados
(esa seré yo, si consigo llegar) y me conceda ese deseo.

David ha salido de la oficina, así no tengo que cruzarme con él; mucho mejor.
Dejo el informe en su mesa y no me entretengo más. Digo un «adiós»
generalizado para todos los que me oyen y bajo a la calle.

Me cruzo el bolso en el pecho, me pongo los cascos del móvil en las orejas y
la capucha de mi sudadera (lo sé, no debería ir escuchando música mientras
monto en bicicleta, pero de un tiempo a esta parte soy así de temeraria). El
trayecto apenas dura un par de canciones, así que me pongo la sudadera para
camuflarme un poco. Me subo los calcetines de lunares por encima de los
vaqueros, me coloco las gafas de sol y me incorporo al tráfico de la ciudad.

Una de las grandes diferencias entre trabajar en VR y hacerlo ahora en


Milenial es que no hay que vestir muy arreglado; es más, está especificado en
el contrato que el outfit recomendado es un look casual, así que los trajes de
falda y pantalón más clásicos que tenía se han quedado colgados en el fondo
de mi armario y ahora puedo lucir vaqueros, camisetas y mis Vans casi todos
los días.

Canturreo «Think», de Aretha Franklin (que es mi debilidad), y en menos de lo


esperado estoy metiendo mi bici en un pequeño cuarto que hay en nuestro
portal y subo las escaleras, haciendo un poco más de ejercicio, porque no
tenemos ascensor.

—¡Zoe, ya estoy en casa! —grito al entrar.


Nadie contesta, y me parece raro porque ella hoy salía a la una y ya son más
de las dos. Dejo mi bolso en la entrada y enfilo el pasillo; quizás esté en el
baño y no me ha oído.

El piso no es muy grande, pero tiene un pasillo interminable y un poco oscuro,


que termina con la puerta del baño enfrente. A ambos lados, se encuentran las
puertas de las dos habitaciones. La cocina y el salón están en la parte
delantera. Había una tercera habitación pequeña que hace años añadieron al
salón, por eso es la mejor estancia de la casa y la más grande.

Mi amiga es una amante de todo lo antiguo. Así que, excepto el sofá del salón,
que es nuevo y muy cómodo, dejó casi todos los muebles que tenía su abuela y,
durante muchas tardes de aburrimiento, les fue dando un toque vintage.

Mi habitación es perfecta, no he cambiado ni un solo detalle; la cama tiene un


cabecero muy original formado por los marcos de cuatro ventanas de madera
blanca, de las de antes, que tenían los cristales pequeñitos. Me contó que
estaban tiradas al lado del contenedor de la basura y que las subió a casa para
darles una nueva oportunidad. Las mesitas son negras, tipo taburete, con tres
patas. «Contraste de colores», me explicó. También hay un armario y una
cómoda iguales que, por supuesto, lijó y pintó para actualizarlos. Aunque lo
que más me gusta de todo es un espejo de pie, con un marco de madera muy
bonito, que también restauró con sus manitas. Está colocado en la otra pared,
junto a una butaca tapizada en blanco roto, donde yo dejo montones y montones
de prendas. En cuanto entré por primera vez, y eché un vistazo rápido, todo me
transmitió calidez. Está claro que como restauradora no tiene precio. Le ha
quedado un piso de los que salen siempre en las revistas de decoración, en
plan: «Reformas con encanto».

Antes de que coja mi móvil para llamarla, entra por la puerta.

—¡Joder! Pensé que no llegaba. Me cambio y salimos pitando; al final, vamos


a perder el avión.

—Pero ¿tú no terminabas hoy primero?

—Mira, mejor no me lo recuerdes, que el difunto me ha obligado a estar en


una reunión solo para joderme.
—Coño, hace solo siete días que no te lo tiras y ya es difunto, me gusta tu
actitud, peli.

Zoe trabaja como creativa en una agencia de publicidad, y el difunto, al que se


refiere, no es ni más ni menos que el director creativo ejecutivo, su jefe.
Llevan follando casi un año, y digo follando porque no son novios ni nada
parecido. En casa, lo conocíamos hasta hoy como el invisible, porque nunca se
ha dejado ver, aunque parezca mentira, ni tan siquiera por foto. Y es que
cuando te tiras a un hombre casado, que además es tu jefe y el yerno del dueño
de la agencia, lo mejor es la discreción.

Sé que se llama Gerard y que a mi amiga la ha vuelto loca de remate durante el


último año. Sé cómo le ha regalado el oído con falsas promesas, cómo calza
(y no de número de pie), cómo le gusta hacerlo y hasta lo que le pone que mi
amiga le grite guarradas, pero todo esto sin ponerle rostro, que es lo más
surrealista.

En ocasiones, he vacilado a mi amiga afirmando que no existe y que es solo


producto de su imaginación. Hasta el viernes pasado, que al parecer rompió
con él definitivamente y entró por casa en un estado tan lamentable, que decidí
dejar las coñas a un lado.

La sigo hasta su habitación donde me va contando indignada todos los detalles


de la absurda reunión; espero que se le pase el cabreo antes de salir de viaje.
Tiene toda la ropa para cambiarse preparada encima de la cama y su mochila
esperando. Muy previsora. Ella es el control y yo el descontrol, para qué
negarlo. Se empieza a desnudar y cuando se quita la falda gris de patinadora
que trae puesta, me enseña todo el culo; sí, el culo, al natural.

—¡Joder! ¿Seguro que no te ha empotrado contra el archivador en esa reunión?


¿Qué coño haces sin bragas?

—¡Vaya! —bufa—. Se me había olvidado por completo —dice, sin darle


importancia—. Cuando el difunto me obligó a asistir a esa reunión, en la que
mi presencia no era necesaria, me quité las bragas en el baño antes de entrar.
He estado todo el tiempo sentada, cruzando y descruzando las piernas, cada
minuto, como en la escena esa de Instinto básico. Tenías que ver cómo tragaba
con dificultad, el muy capullo.
—¡Joder, Zoe! Estás loca ¿Y si te hubiera visto alguien más?

Mientras ella sigue con su perorata, echando pestes de Gerard y, por


consiguiente, de los hombres en general, me meto en mi habitación para
recoger mis cosas.

Con el tiempo justo, llamamos a un taxi, y cargadas con nuestras mochilas, que
probablemente pesan casi tanto como nosotras, nos vamos hacia el aeropuerto.

—¡Ay, Gala! Vamos a olvidarnos de todo y a encontrar la paz —me dice Zoe,
agarrando mis dos manos.

¡Coño, a ver si ya está abducida por el espíritu del apóstol!

—La paz, a tu lado, no sé, pero unas risas seguro que nos echamos —digo,
descojonándome.

Espero que seamos nosotras las que hagamos el Camino y no sea el Camino el
que se haga con nosotras.
2
BIENVENIDA AL INFIERNO

Etapa 1

Para poneros un poco en situación, ayer llegamos a León, después de un vuelo


cortito en el que mi amiga me contó todo el planning de esta maravillosa
semana que tenemos por delante. Lo de «maravillosa» es una ironía, pero
imagino que ya os habíais dado cuenta de que lo empleo muy a menudo.

Su agenda para esta aventura es una libreta con portada negra donde reza el
lema «Úsalo o Tíralo», muy apropiado. Se nota que mi amiga es creativa, ¿no?
Cada página corresponde a un día de nuestras vacaciones, con todo
especificado. El nombre de cada etapa está escrito con unas letras preciosas,
hechas a carboncillo, y después contiene todos los datos necesarios: los
kilómetros de la etapa, los lugares de interés que encontraremos por la ruta,
sitios para comer, los albergues en el destino…, incluso, acompaña sus notas
con pequeños dibujos; creedme cuando os digo que podría ganarse la vida
como artista. Por no faltar, no faltan ni los trucos para evitar las agujetas o las
temidas ampollas; vamos, que no ha dejado nada al azar. Zoe, a pesar de que
para determinadas cosas es una loca de la vida, para otras, es la reina de la
organización y, con este trabajo de investigación, creo que ha conseguido
hacerse su propia guía de viaje, y no lo critico, que conste; es más, me gusta
imaginar que ella controla, porque yo con caminar durante más de dos horas
seguidas ya tendré suficiente, por no hablar de mi escasa fuerza de voluntad.

Llegué al hotel tan cansada de oírla hablar de los kilómetros que recorreremos
hasta llegar el sábado que viene a Santiago de Compostela, que le supliqué
que nos fuéramos de vinos para relajarnos antes de emprender el Camino.

Y León, ¿qué os puedo contar de esta ciudad y su maravilloso barrio Húmedo?


Pues eso, para los que no lo conozcáis, la combinación perfecta es bar, vino y
tapa. Y así durante todo el recorrido. Voy a empezar a creer que mi amiga se
ha vuelto creyente con los años y está llevando esta experiencia por el terreno
religioso, porque antes de las doce, como Cenicienta, me obligó a volver al
hotel para descansar. Sabedora de mi lamentable condición física,
evidentemente.

Y aquí estamos, a las siete de la mañana del sábado, metidas en un autobús


que nos lleva a Ponferrada, donde empezaremos con nuestra primera etapa del
Camino. Recorreremos veinticuatro kilómetros hasta llegar a Villafranca del
Bierzo. Mi amiga ha decidido que hagamos el Camino Francés; si queréis
saber más, pedidle la libreta. A lo único que presté atención cuando me lo
explicó fue que desde aquí, en siete etapas, llegaremos a nuestro destino.

Está nublado, pero no llueve; como es junio, esperamos que la climatología


nos acompañe, aunque, en el norte, las lluvias se dan durante casi todo el año
y seguro que algún día nos mojaremos. Así que las dos vamos con calzado
deportivo, unas mallas negras y una camiseta transpirable; ella con cara de
comerse el mundo y yo con cara de sueño. En las mochilas hemos intentado
meter lo menos posible para evitar el sobrepeso, pero, ya se sabe, por muy
prácticas que hayamos querido ser, nuestra condición de mujer nos obliga a
incluir un «por si…», que al final jamás utilizaremos.

Los primeros kilómetros transcurren tranquilos. Zoe lleva un reloj de esos


supersónicos que, además de controlarte las pulsaciones, llevar GPS y
advertirte del riesgo de aludes, creo que hasta te dice cuándo puedes parar a
mear. Es curioso, desde que hemos empezado a andar, nos hemos dado cuenta
de que hay un montón de gente como nosotras. Delante, llevamos un grupillo
bastante numeroso de chicos y ya hemos adelantado a varios peregrinos más;
algunos van solos y otros en pareja. No pensé que hubiera tanta fe por el
mundo. En ningún momento hemos estado solas, y aunque solo llevamos
caminando un par de horas, creo que empieza a gustarme este ambientillo que
transmite cierta paz. Mis piernas están respondiendo mejor de lo que
esperaba, aunque la Peli ya me ha llamado la atención dos veces por lenta.

Vamos hablando de todo un poco; principalmente, mi amiga me habla de su


jefe, que desde ayer no para de enviarle mensajes con el temita de asistir a la
reunión sin bragas. Ella dice que no le ha contestado, pero no sé por qué no me
lo creo. Gerard, otra cosa no, pero persuasivo es un rato, sino ¿por qué ha
estado enrollándose con él tanto tiempo?

Me imagino que, en cuanto regrese de las vacaciones, volverá a caer en la


tentación, y si algo he aprendido en los últimos meses es que no pienso
juzgarla, ni a ella ni a nadie, porque todo lo relacionado con el amor me
repele como el agua al aceite.

Después me ha tocado a mí el turno, no podía ser de otra manera, porque da la


bendita casualidad de que hoy sería mi aniversario de boda. Sí, hoy hace
exactamente dos años que me casé con Álvaro y uno exactamente que lo
nuestro terminó.

—Esta noche celebramos el «no aniversario» de tu aniversario —me dice mi


amiga, levantando nuestras manos unidas hacia el cielo, como en señal de
lucha y victoria.

—Eso será si mis piernas consiguen llegar hasta el bar más cercano, ¿no?

—Tú tranquila, que si no puedes moverte, ya compro yo una botella y la


bebemos a morro en el albergue hasta la inconsciencia.

Zoe es así, sin medida, ella es única para los extremos.

Como empiezan a rugirme las tripas y no me apetece regodearme en mi pasado


(ya iréis conociendo más detalles), la obligo a parar para comer. Por la
mañana, compramos en la estación un par de bocadillos, así que en el mismo
pueblo que estamos atravesando, a mitad de etapa, paramos a reponer fuerzas
antes de continuar. Según el reloj de Zoe nos quedan exactamente diez
kilómetros hasta el albergue. En medio de una especie de plaza, nos sentamos
en un banco.

—¿Qué tal vas? —me pregunta, mientras se quita la mochila de la espalda.

—Pues voy, aunque después de esta parada no sé qué ritmo podré llevar.

—Venga, nenita, en un par de días ya verás como no te quedas atrás.

El bocadillo es de tortilla de patata y me sabe a gloria; Zoe hasta canturrea al


probar el primer bocado. No podemos estar mucho tiempo sentadas, porque le
confieso que corro el riesgo de quedarme a dormir ya directamente en este
banco, por lo tanto, sin alargar la pausa, seguimos caminando.

Cuando nos cruzamos con más peregrinos, los saludamos con las palabras
mágicas.

—Buen camino.

—Buen camino —nos contestan. Me lo ha chivado mi amiga para que no


desentone; también lo traía escrito en su manual.

Mis gemelos van cargándose y las asas de la mochila están empezando a


hacerme rozadura en los hombros, y eso que es el primer día; aun así, cierro el
pico y observo como mi amiga, de vez en cuando, me mira y me infunde
fuerzas. La primera parte del trayecto hemos ido hablando, pero ahora, con el
estómago lleno y la pesadez del cuerpo, vamos pateando la una al lado de la
otra sin mediar palabra. Observamos el paisaje, al resto de peregrinos y con la
mirada en un punto del horizonte hacemos camino al andar, como decía Serrat
en su canción con los versos de Machado.

Después de no sé cuántas horas, el reloj de Zoe nos indica que estamos a cien
metros del albergue. En su libreta ha apuntado el que está mejor valorado de
los que hay en el pueblo, y estoy tan exhausta que, si el baño está limpio para
darme una ducha y la cama es medio decente, me vale.

Ahora voy la primera y cuando abro la puerta, casi arrastrando los pies, me
tropiezo con un escalón pequeño y me doy de bruces contra un cuerpo humano
que está parado en la entrada, a unos pasos de distancia. No sé decirte si es
hombre o mujer, porque del golpe tan tonto que me doy contra su espalda, me
quedo un poco grogui.

«Eso sí que es entrar con clase, Gala».

—¡Perdón! —logro decir, llevándome la mano a la frente. La debo de tener


roja.

—¡Joder, Llorens! Mira que eres patosa —me recrimina Zoe. Cuando me
llama por el apellido me recuerda al profesor Pérez, nuestro profe de
educación física; mis clases con él en el instituto eran desastrosas, siempre era
la peor.

—¿Estás bien? —me pregunta la torre contra la que he chocado.


Y ahí estoy yo, con mi metro sesenta y uno (ese uno es muy importante, al
menos para mí), levantando la mirada, un poco, otro poco, un poco más…
Hasta encontrarme con unos ojos verdes casi cristalinos, que me miran con
detenimiento desde las alturas.

«¡Vaya, como para no hacerme daño! ¡Pedazo de cuerpo!».

El chico que tengo delante (sí, es chico) rondará el metro noventa, más o
menos, tiene el pelo castaño y liso, lo lleva un poco largo peinado hacia atrás.
Su cara es angulosa, como las de las fotos de los modelos que Zoe mira en
Instagram, y lleva una barbita arreglada de pocos días. Creo que, además de
torpe, pensará que soy idiota, porque menuda radiografía le estoy haciendo.

—Sí, tranquilo. Es que ya no soy capaz de levantar los pies —me excuso. Y él
me sonríe. ¡Y qué sonrisa! ¡Y qué boca! ¡Y qué…!

Mi amiga Zoe, a mi espalda, está tan perpleja, contemplándolo, como yo; así
que antes de que empiece a abrir su bocaza, porque estará a punto, me giro
para mirarla, suplicándole con los ojos que se contenga. En ese instante, la
chica de recepción pide al pedazo de jamelgo y a su grupo que la acompañen,
me imagino que ya les han asignado las habitaciones. Después nos tocará a
nosotras.

—Amiguita, ¿te has fijado bien en ese tío? —me pregunta con los ojos muy
abiertos, cuando nos quedamos a solas.

—No, el golpe en la frente me ha dejado la neurona bailando —le respondo,


haciéndome la despistada ¡Como para no verlo!

El albergue está bastante lleno, así que nos acomodan en una habitación con
dos literas. Zoe escoge la cama de arriba porque sabe que yo doy mil vueltas
al dormir y no quiere que me precipite en mitad de la noche; no vaya a ser que
me lesione y no pueda continuar el viaje o, lo que es peor, aterrice encima de
ella. Yo me quedo con la de abajo tan contenta. Enseguida entran otras dos
chicas guiadas por la recepcionista. Nos saludan con un acento raro, creo que
son francesas. Cojo mi neceser y ropa limpia para irme a la ducha. Mientras
tanto, Zoe practica el francés que dimos en el instituto preguntando a nuestras
compañeras de habitación por algo que no soy capaz de entender, debo de
tener agujetas hasta en las orejas.

Creo que el cuerpo duele menos debajo del agua ¿No os pasa eso? Yo estoy
convencida de que la ducha es tan reconfortante como un buen abrazo. Sí, yo
lo comparo a esos abrazos que te envuelven, te hacen respirar profundamente y
te liberan de toda la tensión acumulada. Pues de ese tipo, hace muchísimo
tiempo que no recibo; pero percibo casi la misma sensación cuando estoy
debajo del chorro de agua caliente, seré una rara…

Zoe entra al baño detrás de mí y me pilla secándome con la toalla. Estamos


acostumbradas a vernos desnudas, así que no me molesta que no haya podido
esperar a que yo saliera. En casa, no tenemos reparo a la hora de andar en
bolas; como ya os dije, el invisible, ahora difunto, nunca ha estado en el piso
y yo no he llevado a nadie en estos meses, excepto cuando sube mi hermano
Xavi a cenar con nosotras, pero para mi amiga es casi como el hermano que
nunca tuvo, por lo tanto, no nos andamos con remilgos. Zoe tiene un cuerpazo,
a pesar de que ambas somos menudas la gran diferencia entre las dos es que
yo soy ahora mismo un amasijo de huesos y ella tiene unas curvas perfectas,
moldeadas a base de horas de gimnasio, también es cierto. Además de ser una
pelirroja explosiva, con unos ojos felinos de un azul verdoso precioso,
dependiendo de la luz, le encanta estar en forma, igual que a mí (ironía otra
vez). Adelgacé tanto el año pasado que ahora lo único que me ha quedado más
o menos en su sitio ha sido el culo, gracias a la generosidad del ADN; por lo
demás, tengo poca chicha donde agarrar, y no es porque me dedique a comer
ensaladas precisamente, pero la ansiedad y los nervios no me dejan engordar,
así que es la excusa perfecta para darle a los hidratos y a los azúcares, sin
conocimiento.

Después de la ducha, nos vestimos. Vaqueros, camiseta y una chaqueta fina,


que abultaba menos que una cazadora; nada reseñable. Sábado. Noche. A
pesar del cansancio, tenemos que salir a cenar algo y espero que, cuando nos
tomemos un par de chupitos, desaparezca la sensación de escozor de mi
cicatriz que, en noches como la de hoy, amenaza con volver a abrirse.
3
EL CAMINO

MARC

Aprovechando las reformas en el edificio donde tengo la agencia de viajes,


por las que he tenido que cerrar dos semanas, he convencido a los chicos para
hacer el Camino de Santiago. Al principio estaban un poco reticentes porque
ellos querían otro tipo de viaje, pero yo estaba dispuesto a hacerlo solo, como
muchísimos peregrinos más. Mi hermano Eloy (que es la versión masculina de
mi madre, todo protección) me dijo que ni de coña iba a ir sin él. Argumentó
que los que viajan solos son unos trastornados de la vida. Si yo pensara como
él (sobre los viajes en solitario, digo), dejaría de ganar bastante dinero,
porque me he dado cuenta de que cada vez viaja más gente sola. Además de
Eloy, me acompañan Adrián, mi mejor amigo; su hermana pequeña, Lorena,
que trabaja conmigo en la agencia; y Carol, una amiga de esta.

Tenía muchas ganas de hacer el Camino, ya que en los últimos años se han
puesto muy de moda los viajes de este tipo; activos o de aventura. Siempre me
gusta aconsejar sobre buenos sitios a mis clientes y creo que la mejor manera
es conocer de primera mano el lugar. He tenido la oportunidad de estar en
varios países y siempre que puedo me gusta viajar a destinos vacacionales
emergentes para explorar el terreno; será «deformación profesional». Sin
embargo, aún me falta una gran parte del mundo por recorrer, pero sin prisa.

Hoy hemos hecho la primera etapa. Mi hermano, alias el Musculitos (y no lo


digo despectivamente, que conste, sino porque es entrenador personal y su
cuerpo es un músculo en sí mismo), ha marcado el ritmo, casi de competición.
Como si fuéramos uno de sus clientes y nos estuviera preparando para la
operación bikini. Adrián y las chicas han sobrevivido con orgullo y yo he
pasado un poco de ellos. He venido contemplando la estampa desde la
distancia. Caminando más lento, mucho más lento. Me he dedicado a hacer
bastantes fotos y a anotar cosas curiosas que me encontraba de paso, así que a
ratos me han tenido que esperar. Yo no he venido a competir, he venido a
disfrutar.
Es una buena época para hacer este viaje; primavera, ni mucho calor, ni mucho
frío, poca lluvia, todo perfecto. Así que nos hemos encontrado con mucha
gente enrolada en esta aventura. La llegada al albergue ha sido un poco liosa,
porque casi todos los peregrinos llegábamos a la vez y han tardado un poco en
acomodarnos, pero era el mejor valorado del pueblo y ha merecido la pena
esperar. Está todo limpio y para pasar una noche tiene lo necesario, creo que a
los chicos también les ha gustado mi elección.

Ahora estamos en una tasca del pueblo que nos han recomendado, es sábado y
aunque no podemos trasnochar mucho, porque mañana hay que ponerse a
caminar de nuevo, estamos tomando una copa después de cenar.

—Solo una —dice Adrián con visibles signos de cansancio. Él y el deporte no


hacen buenas migas, aunque va un par de veces a la semana a entrenar con
Eloy, estar en forma le cuesta mucho sacrificio.

—Venga, no seáis lloricas. Mañana hacemos la siguiente etapa con la gorra.


Relajaos que es sábado —nos pica Eloy.

—Nosotras… una para las dos —dice Carol.

Y todos nos descojonamos, porque es muy común entre las chicas decir que no
quieren beber y tomarse las copas a medias, menuda incongruencia, ¿no? Entre
las dos suelen beber más rápido que nosotros y, al final, acaban pidiéndose
otra para compartir, por supuesto. He dicho por norma general, porque
también hay excepciones, como el par de tías que están ahora en la barra. Son
las dos muy menudas, la del pelo castaño más que la pelirroja y como sigan a
ese ritmo, mañana no podrán ni cargar con la mochila.

La más pequeña se chocó esta tarde conmigo a la entrada del albergue;


«Llorens» la llamó, deduzco que son amigas del colegio o del instituto, porque
es muy típico entre esas amistades de la escuela nombrarse por el apellido,
como suelen hacer los profesores. No se me ha olvidado su cara porque,
aunque su aspecto era de cansada y entró arrastrando los pies y exhausta, tiene
una sonrisa inconfundible. Es de esas personas que al sonreír lo hacen con
todo; arrugando la frente un poco, con la comisura de la boca hacia arriba,
marcando hoyuelos, y hasta con los ojos. Es muy guapa y muy pequeña,
comparada conmigo, claro, que salí a mi padre y soy bastante alto. Cuando se
dio de bruces contra mi espalda y me giré, vi que hasta se le había quedado un
cerco rojo en la frente, estaba de los más graciosa; pero no me reí, solo puse
una sonrisa de las mías y me limité a observar como ella me observaba a mí,
hasta que la recepcionista nos interrumpió y me marché a la habitación.

—¡Vaya! Esas dos no sé cómo van a llegar al albergue —interviene mi


hermano, llevándose la copa a la boca; se ha fijado en ellas, como yo.

Ahora han dejado las cervezas y empiezan con los chupitos; en menos de dos
minutos ya se beben el segundo y, encima, de aguardiente de orujo. Creo que
han pedido tequila, pero en el bar del pueblo no tienen de eso, así que les han
ofrecido algo mucho más autóctono.

Eloy se ha puesto a contar a las chicas cotilleos de la última famosa a la que


entrena, y Adrián, que es la persona más vergonzosa y tímida que conozco,
está alucinando con la verborrea de mi hermano. Lo quiero, pero es muy
bocazas.

Las chicas de la barra chocan su tercer chupito y se lo beben de un trago.


Desde donde estoy, las oigo decir algo sobre un aniversario, o algo parecido,
no sé, no lo logro discernir desde esta distancia. Con la misma, golpean los
vasos, posándolos en el mármol otra vez, y se marchan abrazadas, apoyándose
la una en la otra.

—¡Joder! La pelirroja está bien trabajada —suelta mi hermano, para estupor


de Adrián, cuando pasan cerca de nuestra mesa. No lo han oído, pero casi.

—Trabajada en el gimnasio quieres decir, ¿no? —pregunto yo, para que las
chicas tampoco se ofendan con el comentario de Eloy. Él pilla la indirecta a la
primera.

—¡Claro, claro! A eso me refería.

Adrián y yo negamos con la cabeza, y Carol y Lorena sonríen. Bueno Carol


mira embobada a Adrián con sonrisa de idiota porque, aunque él no se dé
cuenta, está loquita por sus huesos.

—Siento aguaros la fiesta, pero tendríamos que ir a dormir —propone Lorena,


levantándose. Todos la seguimos.

Al entrar en el albergue, ya está todo en silencio. Al final, como somos cinco,


nos han dado una habitación para seis, con tres literas. Cuando ya estoy a
punto de meterme en la cama, me doy cuenta de que no me he quitado las
lentillas, y si mañana quiero seguir teniendo ojos debería ir al baño y
deshacerme de ellas.

Ya en pijama y con el neceser en la mano, entro en el baño. Todas las puertas


están abiertas, excepto una que está a medio cerrar y en la que intuyo que hay
alguien. Poso mis cosas en la encimera del lavabo y veo colocados al lado un
sobre de tabaco de liar y un móvil. De repente, oigo unos sonidos guturales
que me sobresaltan.

—Arggg… Joder… Arggg.

Parece ser que a alguien no le ha sentado muy bien la cena, porque por esa
boca debe de estar saliendo hasta la primera papilla.

—Mierda… Arg… Mierda.

El sonido de las arcadas sigue unos segundos más, y los juramentos también.
El móvil que está en el lavabo empieza a sonar. La canción «Toc Toc», de
Macaco, reverbera junto con la vibración. Me hace gracia porque pertenece a
la banda sonora de la película con el mismo nombre que vi hace poco con mi
hermano.

—Perdona, ¿estás bien? Creo que te está sonando el móvil.

La puerta del baño se abre del todo y para mi sorpresa, no es un hombre el que
alarga su mano para que le acerque el teléfono, sino una chica; imagino que ha
llegado tan apurada que no se ha fijado en el letrero del baño. Bueno, para ser
más exacto, es Llorens, está claro que hoy el destino no para de juntarnos. Le
doy el móvil y no puedo evitar fijarme en la pantalla, las letras del contacto
llaman mucho mi atención, pone PSIQUIATRA; así, en mayúsculas.

Ella sale hasta el lavabo y contesta. Creo que, a pesar de haber vomitado todo
el alcohol, está algo mareada, porque ni siquiera le ha extrañado mi presencia.
—Sí…, lo sé, debería haberte llamado. No, tranquilo, ya te he dicho que estoy
bien —dice con voz queda.

Yo, mientras tanto, intento hacer como que no estoy escuchando su


conversación y me dispongo a quitarme las lentillas. Ella continúa hablando en
mi presencia.

—El aguardiente quizás no me haya caído muy bien al estómago. ¡Venga, no


exageres! Ha sido como cualquier otro día, no ha tenido nada de especial.

A través del espejo, observo cómo gesticula y mueve los ojos en círculos,
como si le estuviera molestando la llamada. Psiquiatra. Joder, asusta un poco,
¿no? Qué estés haciendo el Camino de Santiago y tu psiquiatra te llame casi a
las doce de la noche no es muy común. ¿Se habrá escapado de algún hospital?
A pesar de que estoy dándole mil vueltas a la cabeza, no puedo evitar fijarme
en que está en pijama y no lleva puesto uno cualquiera, no. El que lleva se
compone de un pantalón corto de tela ligera, pero de esos muy cortos, vamos,
que casi le tapa solo el culo, y una camiseta de tirantes blanca, de las que
llevan un poco de puntilla en el escote y se pegan mucho al cuerpo. Sus
pezones están perfectamente marcados, apuntando al frente, por el frío, me
imagino. «Venga, Marc, concéntrate, que a este paso te sacas un ojo en vez de
la lentilla». Sí, está muy buena, tiene una cara preciosa y un cuerpo menudo
que invita a manejarlo, pero podría estar loca.

—Te repito que estoy perfectamente. Lo he entendido, en cuanto vuelva a


Barcelona paso a verte, prometido. Ciao.

—¿Todo correcto? —pregunto cuando cuelga y se acerca para abrir el grifo y


echarse un poco de agua fría por la cara.

—Sí, creo que tolero mejor el tequila que el orujo. Perdona, ¿este baño es
mixto? —pregunta, mirándome a los ojos a través del reflejo del espejo.

—No, es el de hombres, pero da igual.

—Ups, no me he dado ni cuenta. Por cierto ¿tienes en ese neceser pasta de


dientes?
—Sí, claro. —Abro mi neceser y le acerco la pasta.

Ella se echa un poco en su dedo índice, a modo de cepillo y se frota los


dientes con brío. Un recurso muy socorrido. Cuando se inclina sobre el grifo
para coger agua y enjuagarse, la parte delantera de la camiseta se ahueca un
poco, y me deja la visión perfecta de sus pechos pequeños, fibrosos y
culminados por unos pezones rosados, que directamente imagino dentro de mi
boca, así, sin más rodeos.

«¡Coño, Marc! Son tetas y en esta vida has visto muchos pares. Hace menos de
dos días las de Verónica, por cierto».

Ella termina, me devuelve la pasta, recoge su tabaco y el móvil, y se va hacia


la puerta.

—Gracias —me dice, antes de salir.

—De nada.

Consigo quitarme las dos lentillas, que mira que me han dado trabajo, y
también me echo un poco de agua en la cara; no es que haga calor, pero,
creedme, yo lo he sentido.

Me reafirmo en que está muy buena, pequeñita y muy guapa, quizás un poco
delgada, pero con un culito muy sexi, que me ha medio enseñado al salir. Tiene
una cara bonita, con unos ojos color avellana muy brillantes y unas pestañas
largas que dan amplitud a su mirada. Su imagen, saliendo del baño con el pelo
revuelto, ese pijama minúsculo y esa boca perfecta, me ha dejado embobado,
casi me olvido por completo de que hacía unos segundos estaba vomitando
como si no hubiera un mañana.

Al salir del baño me doy cuenta de que entra una tenue luz desde la calle. Me
asomo y veo que la puerta está ligeramente abierta, y ella apoyada en el
marco, dando unas caladas a un cigarro. Puedo irme a la cama, pero algo
dentro de mí me impulsa a acercarme de nuevo.

—Llorens, no creo que después de potar te venga bien fumar, te va a doler


más el estómago —digo con voz suave para no asustarla.
—Joder, ¡qué susto! —Ella está tan concentrada en sus pensamientos que no
me ha oído—. Voy a matar a Zoe. Prefiero que olvides lo de mi apellido y me
llames Gala.

—Deduzco que Zoe es tu amiga, la Peligrosa.

—Correcto. Bonito juego de palabras. Yo lo acorto y lo dejo en Peli.

—Encantado, yo soy Marc. —No me da la mano ni me besa.

Gala, que ya no es Llorens para mí, apura su cigarro. Y yo, colocado muy
cerca de ella, casi rozándole la espalda, aspiro todo su olor, cerrando incluso
un poco los ojos.

—¿Exfumador?

—Muy observadora.

—Yo también lo estoy dejando, intento reducir la dosis un poco cada día. A
ver si cuando llegue a Santiago lo he conseguido.

—Yo llevo solo seis meses sin fumar y todavía tengo mono, como bien has
notado —confieso.

Gala, que ya empieza a temblar por el aire fresco de la noche, da la última


calada, se gira hacia mi cara y me echa toda la bocanada de humo.

—Esta de regalo, por la pasta de dientes.

Y con la misma, pasa por delante de mí y se va hacia su habitación.

Yo, como un gilipollas me quedo en el quicio de la puerta, inhalando el resto


del humo, de su olor y de la mezcla explosiva de ambos.

¡Ay, Gala! Me da igual que te llame el psiquiatra de madrugada; quizás hasta


nos haga terapia a los dos, porque creo que eres el tipo de mujer que me
volvería loco.
4
PEREGRINOS

Etapa 2

Zoe se ha levantado como si ayer hubiera cenado con agua, no entiendo nada.
Su cuerpo absorbe genial el alcohol y el mío no lo asimila. No estuvo mal
vomitar hasta las entrañas; pero, aun así, volví a la habitación hecha una
auténtica mierda y así es como me he levantado hoy.

Hemos dejado la habitación a las siete de la mañana, en La Compostelana ya


está colocado el primer sello. Por si no lo sabéis es como un pasaporte o
diario, donde te ponen los sellos de los lugares por los que pasas. Después, en
Santiago de Compostela, se convertirá en La Compostela, que es el certificado
que acredita que hemos hecho la peregrinación por el apóstol Santiago. Sabéis
ya que de fe andamos escasas, pero será un bonito recuerdo de nuestro viaje
juntas.

Me duele todo el cuerpo; brazos, manos, hombros, pies…Creo que si pueden


doler las pestañas, también me duelen. Es como si me hubiera pasado un
tractor por encima. Además, del estómago tampoco ando muy bien.

¿Y en lo espiritual? Como diría Zoe, me duele un poco el alma, pero menos


que ayer, creo que con tener un día al año para regodearme en mis propias
mierdas es suficiente. Total, lo pasado, pasado está y no puedo hacer nada
para cambiarlo. Es mejor mirar solo hacia adelante.

No tengo tiempo para lamentaciones porque la ruta está marcada, nuestro


próximo destino será O Cebreiro y nos separan exactamente veintiséis
kilómetros hasta ese punto. Si me paro a pensarlo creo que suplicaré a mi
amiga que me deje hacer autostop, así que intento ocupar la mente con otras
cosas más livianas, como por ejemplo, Marc; sí, Marc, el pedazo de jamelgo
con el que me choqué nada más llegar al albergue y con el que, ayer por la
noche, tuve ese encuentro tan raro en el baño.

—Neni, no puedes ir así de lenta o llegaremos de noche y ya no tendremos


sitio para dormir—me regaña mi amiga, que ya va caminando unos metros por
delante.

—Tranquila, dame tiempo a coger el ritmo.

¿De dónde coño saca esa energía? Creo que ha desayunado lo mismo que yo,
pero ella parece que se ha tomado una bebida energizante y yo me he debido
de tragar dos pasillas de Dormidina, porque no me lo explico.

Los primeros kilómetros son como una especie de precalentamiento, pero


reconozco que voy más lenta que ayer. Zoe sigue en cabeza, y a mí me alcanza
otro peregrino; como llevo la mirada perdida al frente, no me doy cuenta de
quién es hasta que se dirige a mí.

—¿Qué tal, Gala? ¿Todo correcto?

Cuando me giro, entre sobresaltada y coqueta (sí, he dicho coqueta), con esta
pinta de peregrina, lo sé, pero es que he reconocido su voz al instante, y tiene
un puntillo ronco que me gusta; como si empleara una entonación especial, al
menos cuando me pregunta a mí. Igual que ayer, ese «¿todo correcto?», porque
de eso sí me acuerdo, que me suena tan a gentleman inglés. Creo que se nota
que los libros y yo formamos una bonita unión, ¿no? Sobre todo en mi cabecita
loca.

—Creo que he tenido días mejores —respondo, girándome y estirando el


cuello, porque sigue siendo increíblemente alto. «¿Será de los que siguen
creciendo por las noches? Joder, Gala, el esfuerzo físico te debe de estar
dejando sin riego en la cabeza».

—Vaya, os tuteáis y todo. ¿Habéis tenido un encuentro en la tercera fase que


me he perdido? —interviene Zoe, que se ha detenido, a la espera de que la
alcancemos.

—Sí, anoche en el baño de chicos. Será que como iba sin lentillas me
equivoqué al entrar.

—¿Qué lentillas? Si tú no usas.


—Muy bien, amiga. Zoe, este es Marc. Marc, esta es Zoe, mi adorable amiga.

La capulla de la Peli sabe hacerse la tonta y la listilla cuando le apetece, me


podía haber seguido un poco el juego, ¿no?

—Encantado —dice Marc al darle dos besos y riéndose un poco,


probablemente de mí.

En ese momento, justo por detrás de nosotros, aparecen los amigos de Marc.

—¡Venga, hermanito! Ahora ya sé por qué tenías tanta prisa, no querías dejar
solas a estas damiselas —dice el que está más cachas de todos, pegándose a
Zoe para presentarse.

Marc niega con la cabeza, me imagino que él mejor que nadie conocerá a su
¿hermano? y sus entradas triunfales, porque, la verdad, lo de las damiselas le
ha quedado bastante ridículo. Nadie diría que son hijos de la misma madre
porque no se parecen en nada. Eloy, que así es como nos lo presenta, es más
bajo que Marc, más moreno y creo que vive a base de proteínas, porque
menudo cuerpo musculado gasta, de los que están a punto de dar grima, ¿me
entendéis? Ya puestos, nos presentamos todos. Adrián es el otro chico, y las
chicas son Lorena y Carol; la primera, ni sonríe, tiene pinta de ser más bien
poco sociable, o está marcando el territorio del jamelgo, porque su expresión
al besarme ha sido muy rara; la otra, por lo menos, muestra una tímida sonrisa.

Continuamos andando, aunque el grupo se ha dispersado. A Zoe parece que


Eloy le va contando algo muy interesante porque avanzan los primeros a buen
ritmo, mientras se ríen. Adrián y las otras dos chicas van detrás, pero a pocos
metros de distancia. Y yo, que sigo hoy a paso de la tortuga, tengo a mi lado a
Marc, que ha decidido que con esas pedazo de piernas prefiere dar pasitos
más cortos a mi lado.

—Marc, si quieres voy contigo y apunto lo que necesites para el blog.

Lorena, la rizosa morena, se ha dado la vuelta al ver que Marc iba más lento,
creo que prefiere marcarlo bien de cerca, por si acaso.

—No, tranquila, puedo hacerlo yo. Vosotros tirad a vuestro ritmo —contesta.
—Uy, que atadito en corto te lleva, ¿no?

«¡Coño, Gala! Lo conoces hace menos de veinticuatro horas y ya estás


sacando conclusiones. Podías haber cerrado la boca».

—¿Quién? ¿Lorena? —Y entonces, se ríe—. Las apariencias engañan, Gala —


responde con una sonrisa en la boca que me deja ver todos sus dientes;
blancos, muy blancos, y perfectamente alineados. Bonita sonrisa, por cierto.

Cuanto más lo miro, más bueno me parece que está. ¿Se nota mucho que hace
tiempo que no tengo sexo? Con alguien, me refiero; solita me he estado
apañando.

Antes de que pueda decir nada, me suena el teléfono otra vez.

—Diga…

Contesto con dejadez y haciendo un poco el capullo. Es mi hermano, y seguro


que me llama para que no se me pase felicitar a mis padres por su aniversario
de boda; treinta y dos años, es imposible que se me olvide porque en las fotos
de su boda yo también salgo, dentro de la barriga de mi madre para ser más
exactos, y a mí en unos meses me caen los mismos. Qué coincidencia,
¿verdad? Ayer hubiera sido el mío, que no fue, y hoy es el de ellos.
Efectivamente, me llama para eso, lo conozco como si lo hubiera parido. Me
despido rápido y trato de sonar bien, que si no se pone muy pesado.

—Lo sé…Deja de preocuparte… Sí, doctor, le hago caso en todo. Ciao.

Marc, que ha sacado su móvil y va haciendo fotos, me mira levantando las


cejas. Antes de que me pregunte, yo me anticipo.

—Entonces, ¿qué ha dicho tu novia sobre un blog? —«Puta boca Gala, no


sabes estar calladita».

—Veo que la fase de tantear el terreno está superada, ¿no? —Se ríe.

—Prefiero ir al grano —digo, ladeando levemente la cabeza, esperando su


respuesta.
—Lorena, mi compañera de trabajo, hermana de mi mejor amigo y no novia,
habla de un blog que tengo sobre viajes en la web de mi agencia.

Sonrío como una gilipollas y no sé si es por toda la información que me ha


brindado en una respuesta o por su forma de decírmelo, mirándome con unos
ojos golosos y una sonrisa de las que mojan bragas. Marc sabe lo que se hace
y creo que sabe perfectamente el efecto que produce en las mujeres, debe de
tenerlas a montones.

—Me alegro mucho. —«Fenomenal, Gala, ya está bailando tu única neurona


de nuevo».

—¿Y qué es lo que más te alegra de todo?

—Qué no tenga que preocuparme por si Lorena me traspasa con su espada


láser. Porque trabajará contigo, pero lo que ella quiere es hacerte un buen
trabajito, Marc, y lo sabes.

No puede estar tan ciego, venga. Marc se carcajea y el sonido de su risa llega
hasta el resto del grupo porque ha sido un poco escandaloso. Todos nos miran
y yo les hago un gesto, elevando la cabeza, para que tengan claro que soy la
causante de su risa.

Marc me cuenta que los treinta y cinco los cumplirá a final de año, que vive
con su hermano Eloy y que tiene una agencia de viajes en Barcelona, cerca de
su casa, donde trabaja con Lorena y que ahora mismo está cerrada por
reformas. Comentamos la coincidencia de que los dos seamos de la misma
ciudad y nos ponemos al día con lo básico. Le digo que he vuelto hace unos
meses, que vivo con Zoe en El Born, que trabajo en Milenial, un nuevo sello
editorial, y que haré treinta y dos años en octubre. Me habla de su blog, de los
viajes que más éxito tienen entre sus clientes y, entre foto y foto, charla y
charla, seguimos caminando.

El resto del grupo nos espera casi a medio camino, y paramos a comer en una
tasca donde tienen el menú del peregrino. La comida discurre tranquila;
ensalada, filete y agua, a mí no me entra casi nada. Lorena está pegada a Marc
y le pide el móvil para ver las fotos que ha hecho. Él, en cambio, no para de
mirarme y sonreír, porque Zoe ya está contándoles lo patosa que siempre he
sido y que no descarta que acabe rodando por el suelo en cualquier momento.
Yo estoy tan acostumbrada a oírla que me limito a asentir. Eloy empieza a
hablar de su gimnasio y de su trabajo como entrenador personal, y mi amiga lo
escucha embelesada, como si su cuerpo necesitara más cuidados. Si ya está
perfecta. En fin, cada loco con su tema.

Sin darme cuenta, ya estamos otra vez en ruta. Ahora Zoe va a mi vera.

—Nenita, Marc te mira como si te fuera a comer.

—Venga, no seas exagerada, y habla más bajo que te va a oír.

—Joder, es un caramelito, Gala. ¡Menudo jamelgo! Más bien, es pura sangre y


tiene pinta de saber muy bien lo que se hace. Necesitas un buen revolcón y no
me lo niegues, no vas a estar escondida siempre detrás de un libro.

—Es muy guapo, lo sé; además, parece un gentleman, ¿verdad? Es decir, un


pijo fino y educado, traducido a nuestro idioma. Me entiendes, ¿no? Pero creo
que al jamelgo lo que le sobran son mujeres.

—Probablemente, pero si hace el Camino contigo, querrá recorrerte entera.


Hazme caso. —Y me guiña un ojo. Con la misma, acelera el ritmo y se pone en
cabeza.

Yo sigo yendo más lenta, me pongo los cascos un rato y me adelantan todos,
excepto Marc, que se pone a mi lado otra vez, pero respetamos caminar un
ratito en silencio.

Voy pensando en que mi amiga tiene razón, tengo ganas de estar con un chico,
incluso tengo un poco de necesidad. La última noche que pasé en Madrid, hace
meses ya, me enrollé con Samuel y no sé si a lo que hicimos se le puede
considerar echar un polvo, porque la borrachera que llevábamos los dos era
curiosa.

Samuel era mi compañero en VR en Madrid y mi mejor amigo allí. Los dos


nos contábamos todas las mierdas de nuestros matrimonios fracasados; él,
además, con una niña de dos años incluida. Yo, al menos, no llegué a
quedarme embarazada, cosa que agradezco enormemente. Así que, cuando nos
estábamos despidiendo y el alcohol ya había hecho su efecto, nos empezamos
a enrollar; al principio, me pareció hasta normal. Los dos nos conocíamos
demasiado y, además, estaba revoloteando en el ambiente el despecho; ese mal
consejero. Yo había decidido recoger las pocas cosas del piso que aún pago y
él me acompañó con una botella de vino para ayudarme. Quise follar en la
misma cama donde lo habría estado haciendo Álvaro, durante meses, con otra,
porque ni tan siquiera vivimos allí. Al señorito, ese piso, le quedaba muy
lejos del trabajo y después de haberme insistido para comprarlo, prefirió
alquilar uno más céntrico, aunque para ir allí a follar no le debía de importar
la distancia. No sé cómo pudo ser tan cobarde, y yo tan idiota, claro.

En resumen, que Samuel y yo empezamos comiéndonos la boca y acabamos


intentando follar como locos encima de aquel colchón, donde yo había
dormido sola las últimas semanas, encendidos por el momento y por el
descontrol. Ahora, cuando hablamos por teléfono y lo recordamos, seguimos
descojonándonos; lo mejor de todo es que Samuel está convencido de que
tenemos que hacerlo de nuevo, pero esta vez bien.
5
A PUNTO DE QUEMARME

MARC

A falta de un kilómetro para llegar al albergue y concluir esta segunda etapa,


no puedo dejar de pensar en Gala; hay algo en ella que me tiene muy
despistado.

A ratos, es tremendamente directa y, de repente, es como si desconectara de


todo y se volviera enigmática y distante. He caminado a su lado casi todo el
día. La ha vuelto a llamar al móvil su psiquiatra, porque he reconocido otra
vez la misma melodía. Me ha preguntado directamente si Lorena era mi novia
y después ha decidido marcar un poco la distancia entre los dos y se ha puesto
a escuchar música, sin volver a hablarme. No he querido agobiarla y he
respetado su silencio. Creo que no podemos negar, y hablo por los dos, que
físicamente existe una atracción mutua y, cada vez que sus ojos se cruzan con
los míos, es como si nos estuviéramos retando. Yo no aparto la mirada de lo
que me interesa, como su boca, con sus labios carnosos llamándome cuando
sonríe, y ella a veces la detiene en mi pecho; quizás porque es lo que le queda
a la altura de los ojos, o porque quiere saber lo que escondo debajo de la
camiseta. Ahora mismo la letra de «Canción para nadie», de Izal, viene a mi
mente, perfecta para este momento.

Aún no me he atrevido a enseñar mis cartas y ya tengo miedo de no saber


jugarlas.

Me parece que Gala ya se ha metido de lleno en mi cabeza, sin pretenderlo.

—¿Qué escuchas? —pregunto, soltando el auricular de su oreja izquierda.

—Aretha Franklin —responde, pestañeando. Creo que la he cogido


desprevenida.

—¡Vaya! Eres una caja de sorpresas, nunca me hubiera imaginado que te


gustase la Reina del Soul.
—Bueno, ya tienes un punto extra por conocerla. Es bastante raro en nuestra
generación.

—Tener un padre profesor de música ha ampliado bastante mi oído,


musicalmente hablando.

—Me alegro, si tienes un gusto tan variado, seguro que escondes algo muy
rarito en tu armario musical. Con lo refinado que pareces, tienes pinta de los
que, de repente, les gustan las baladas. No sé, algo del tipo muy moñas, como
Pablo Alborán.

Suelto una carcajada.

—Así que pinta de baladas, ¿eh? Ay, Gala, cuando te ponga la música que
escondo en el armario vas a darte cuenta de lo poco moñas que soy. —Y esto
último se lo digo agachándome muy cerca del oído que le ha quedado libre,
casi rozando su piel.

Y entonces se separa unos centímetros y me mira de nuevo, esta vez, aparte de


su sonrisa, veo que se muerde un poco el labio inferior y yo, como un
gilipollas, me imagino un montón de situaciones en las que estaría
mordiéndole la boca.

El albergue al que llegamos es público y están todas las literas seguidas, creo
que aproximadamente tiene unas cien plazas. Hay muchísima gente y pocas
camas libres. Son de esas literas metálicas y con aspecto de cárcel. No tiene
nada que ver con el albergue de ayer, que era privado. Los chicos, como han
llegado hace un rato, nos han cogido las camas y dormiremos todos seguidos.

Gala suspira al observar el sitio y tuerce un poco el gesto.

—Joder, parecen barracones. Aquí va a ser imposible dormir, escuchado


tantas respiraciones —se queja.

—Gala, no seas exagerada, ya sabemos que tú eres más de hoteles, pero hay
que adaptarse —dice Zoe, zarandeándola para que espabile—. Te he dejado la
litera de abajo.
—Hay cocina, pero ni un utensilio, así que deberíamos ir a cenar algo y
después a descansar —comenta Adrián.

—Mañana hay que madrugar más, que doblamos etapa. No puedes ir tan
despacio, Marc, o llegaremos de noche —interviene Lorena.

Me doy cuenta de cómo mira a Gala; como si fuera ella la culpable de que yo
no vaya más rápido. Adrián mira a su hermana para decirle algo, pero su
amiga Carol la aleja. Al final Gala va a tener razón, y Lorena se está
confundiendo conmigo. Pongo mi mochila en la cama de abajo, pegada a la de
Gala.

—¿Dobláis etapa? —pregunta Zoe—. Como nosotras, ¡qué casualidad!


Tenemos que llegar a Santiago el sábado.

—¡Genial! Pues así vamos todos juntos —dice mi hermano con demasiado
entusiasmo—. Tú y yo delante, haciendo de liebres, que estos son un poco
vagos.

Nos miramos todos y nos descojonamos. Eloy no cambiará nunca, es el tío más
competitivo que conozco, para el deporte y para las mujeres, porque me
parece que Adrián también quiere seguir el ritmo de Zoe y no dejarla sola con
mi hermano.

Cogemos ropa limpia y nos vamos a duchar; los chicos por un lado y las
chicas por otro.

—¿Le pasa algo a tu hermana conmigo? —pregunto a mi amigo.

—Joder, hermanito, con lo listo que eres para algunas cosas. Lo que le pasa es
que está esperando a que le hagas caso y llega la pequeña Gala y ya te tiene
loco.

—¡Yo qué sé! Nunca la había visto tan tontita contigo —me dice Adrián.

—No digas idioteces, Eloy. Para mí Lorena es como una hermana pequeña.
Joder, sería incesto.

—Bueno, pero ya no es tan pequeña y te mira con ojos de corderito degollado.


—¡Imbécil! —dice Adrián, pegándole en el brazo, pero lo tiene como el
acero, así que es Adrián quien hace un gesto de dolor con su mano—. Es de mi
hermana de quien estás hablando, ¡capullo!

—Ya, y si no miraras a la pelirroja como si se fuera a derretir, te darías cuenta


de que Carol también quiere probar un poquito de tu cuerpo serrano.

—¡Joder! Tienes para todos, ¿no? —Lo aparto del espejo, mientras me pongo
la camiseta.

—¿Ya has llamado a Elena? —le pregunta Adrián para picarlo—. Seguro que
ya estará poniéndote falta.

Nos hace la señal del pajarito y se marcha. Elena es su novia, bastante más
joven que él y con la que ya lleva tres años. Se puede decir que es la única
mujer que lo mantiene a raya, y a mi hermano es muy difícil mantenerlo así. Lo
tiene cogido por las pelotas como se dice vulgarmente y aunque parezca que se
va comiendo el mundo (ahora solo de manera verbal), en cuanto está con ella
es como su perrito faldero. Elena no me cae mal, ni tampoco bien, lo que pasa
es que mi hermano desde que está con ella ha perdido su esencia, no sé si me
entendéis.

Cenamos todos juntos en un ambiente bastante tranquilo. Hablamos un poco de


la etapa de mañana y de si seremos capaces de llevar buen ritmo y hacer casi
el doble de kilómetros en un día. Gala ha estado más callada durante la cena,
se nota que está cansada; en cambio, Zoe está entusiasmada con la aventura,
habla con todos y torea como puede las insinuaciones de mi hermano y de
Adrián, que está olvidándose de su timidez a ratos.

Volvemos al albergue y repetimos rutina. Antes de meterme en la cama me


pongo con la tablet y el teclado para colgar una nueva entrada en mi blog.
Aprovecho para mantener el contacto con mis clientes, ahora que estamos
cerrados. Cuando termino, veo pasar a Gala en pijama, aunque hoy, como hace
más frío, lleva un pantalón largo y se ha puesto una sudadera, seguro que va a
salir a fumar.

Recojo mis cosas y salgo del albergue, enseguida la veo liando su cigarrillo,
sentada en un banco cerca de la entrada.

—¿Qué? ¿Reduciendo la dosis?

—Sí, y ya veo que vienes a que te eche el humo otra vez, viciosillo.

Está con las piernas dobladas encima del banco, abrazándose la rodilla con un
brazo y con la mano derecha sujetando el cigarrillo. Corre un poco de aire y la
noche es bastante fresca. Me siento a su lado. Una pequeña luz de un farol
pegado a la fachada nos alumbra por detrás.

Sigue perdida en sus pensamientos, a pesar de que me he colocado


extrañamente cerca.

—Creo que hoy me apetece saborearlo más de cerca —digo, intentando captar
su atención.

—¿Y cómo va a ser eso?

—Así, Gala, así.

Y entonces, enmarco su cara con mis manos y acerco mis labios a los suyos;
primero, solo rozo el exterior, como pidiendo permiso hasta que me adentro en
ella. Sabe a una mezcla de clorofila y tabaco, me encanta la combinación.
Gala entreabre los labios para recibirme y contiene una especie de gemido
cuando mi lengua invade su boca y se encuentra con la suya. Nuestro beso
empieza lento, pero enseguida coge más fuerza. No se aparta, ni me rechaza,
cosa que podía haber hecho. Ahora mismo somos como dos adolescentes,
dándose su primer beso, todo expectación. Joder, nos besamos con ganas y eso
hace que el resto de mi cuerpo despierte. Yo no separo mis manos de su cara y
la atraigo hacia mí con más fuerza, ella no me toca excepto con su boca.
Oímos un «buenas noches» cercano de los últimos peregrinos que entran a
dormir, acompañado de una tos repetitiva, como si estuviéramos dando el
espectáculo.

Nos despegamos, con un poco de ardor en las mejillas y cogiendo aire para
respirar. Sin dejar de agarrar su cara entre mis manos, nos miramos. Gala no
parece muy sorprendida por mi atrevimiento y yo me recreo en imaginar todo
lo que me gustaría hacer con ella si tuviéramos más intimidad.

—¿Todo correcto? —pregunto con media sonrisa.

—¡Coño, menudo gentleman estás hecho! Me comes la boca y después


preguntas tu ya famoso ¿todo correcto?

—Bueno, creo que no te ha importado mucho mi invasión, ¿me equivoco?

Gala deja de mirarme y da una calada a su cigarro, profunda, lenta; después,


suelta el humo despacio y deja que el resto del cigarro se consuma entre sus
dedos.

—Hacía tanto que no me besaban que no he sabido reaccionar —me confiesa.

—Pues yo no voy a mentirte, Gala, estoy deseando repetir.


6
BESOS, CALENTONES Y COJONES

Cuando Marc separa sus labios de los míos, me siento extraña; quizás, porque
de repente siento calor, porque ni siquiera me he bloqueado con su invasión o
porque ha conseguido despertar partes de mi cuerpo que llevaban un tiempo
dormidas.

De repente, he sentido como mis pezones se pegaban a la camiseta, y no por el


frío, además de un ligero cosquilleo entre mis muslos, y no porque me
estuviera tocando yo. Ha sido una sensación muy reconfortante. Hacía mucho
tiempo que no sentía nada parecido y, no voy a mentir, no he echado en falta el
sexo estos meses de manera desesperante, pero he de reconocer que estoy de
vacaciones, no quiero pensar en los problemas y tengo clarísimo que solo
quiero disfrutar de un poco de compañía masculina a mi antojo y sin sufrir los
inconvenientes de una relación. Quiero sexo sin compromiso, esa es mi única
premisa y, Marc, creo que está dispuesto a dármelo.

Es tarde, hace frío y mi cigarro se ha consumido entre mis dedos sin apenas
haber fumado; Marc consigue despistarme más de lo que quiero reconocer. No
puedo decir que es una cosa en concreto, es todo el conjunto; su cuerpo y el
movimiento que lo envuelve; su olor, a muy masculino; la misma atmósfera que
parece cargada de algo. Lo apago y tiro la colilla a una papelera. Tenemos que
entrar a dormir, pero antes de traspasar la puerta y meternos de lleno entre la
multitud, Marc me agarra de la cintura y me estrecha contra su cuerpo. Esta
vez tengo que ponerme de puntillas para lograr alcanzar su boca, es el chico
más alto con el que me he enrollado, os lo aseguro. Ahora soy yo la que lo
invade a gusto, y él se inclina un poco para facilitarme el acceso. Nuestras
lenguas bailan y juguetean. El primer beso fue de prueba, como el primero de
dos adolescentes; el de ahora es muy de adultos, tanto que tengo que pegar mis
manos a su pecho para separarnos cuando noto algo duro por encima de mi
vientre.

—Marc, tenemos que entrar.

—Lo sé, pero es que me gusta cómo sabes y no quiero parar.

Los dos nos reímos por la situación. Estamos solos, apoyados en la puerta,
como si se tratara de un portal de cualquier ciudad, en la oscuridad, y con el
fresco de la noche rozándonos la cara. Cuando traspasemos ese umbral
estaremos compartiendo espacio con casi un centenar de personas, es lógico
que queramos alargar este momento, ¿no?

Marc pega su frente a la mía, conteniéndose, y yo me carcajeo porque está


claro que la tensión sexual que existe entre ambos va a ser muy difícil de
ignorar. Pasa su pulgar por mi labio mientras emite una especie de bufido. Me
fijo en sus manos grandes pero muy cuidadas, con dedos largos y finos. Todo
en él es grande, pero para nada desproporcionado. Sus brazos, con unos
bíceps esculpidos pero sin exagerar, sus piernas largas y definidas, noto su
abdomen muy duro y, aunque no lo he visto, sé que está igual de moldeado que
el resto de su cuerpo. Miedo me da ver otra cosa, porque si os lo estáis
preguntado…, sí, lo he pensado; seguro que cualquiera de vosotras en mi
misma situación también. Lo noto duro, pegado a mí y parece enorme, pero no
es el momento ni el lugar para comprobarlo, que como se suele decir «la
curiosidad mató al gato».

—Gala, ¿estás segura de querer entrar? —me pregunta, volviendo a meter su


lengua en mi boca y pasando sus manos por mi espalda hasta dejarlas posadas
en mi culo.

—Marc, no me veo durmiendo al raso. Vamos a parar o rasgarás la tela de tu


pantalón. —Y le indico con mi dedo cómo se le marca el paquete.

Me dedica un gruñido, junto con un último beso, y entramos a dormir.

El ambiente está cargado; respiraciones fuertes, olores varios, algún ronquido.


No creo que pueda conciliar el sueño aquí y menos con el calentón tan tonto
que traigo. Antes de meterme en la cama me asomo a la de Zoe que está como
un zombi, en una postura extraña y con media pierna colgando. No me he dado
cuenta de que había pasado tanto tiempo. Marc se sienta en el borde de la
cama, no sé cómo va a entrar en ese espacio tan reducido. No hay mucha
separación entre la cama de él y la mía, así que nos damos un último beso, en
medio de la oscuridad, y ahogamos una risa de niñatos, como si estuviésemos
en un campamento de verano. Nos tumbamos de frente, mirándonos, aunque sin
luz solo nos intuimos.
—Joder, Gala, así no puedo dormir —dice entre susurros.

—Así, ¿cómo? —pregunto, haciéndome la inocente, aunque sé perfectamente a


qué se refiere.

—Así, teniéndote tan cerca y sin poder tocarte.

—Veo que nunca dejas de ser un caballero.

—¿Prefieres que te diga que no voy a poder dormir porque tengo la polla dura
como el acero y un dolor de huevos antológico?

Y mi risa se escapa de mis labios, consiguiendo que varios peregrinos me


chisten para que nos callemos. Hay que ser respetuosos, pero me ha hecho
mucha gracia, por fin, comprobar su lado más descontrolado.

—Vaya, para ser tan fino y educado, te pones muy bruto, ¿no?

—¡Ay, Gala! Ya comprobarás que soy un caballero fuera y un maleducado de


puertas para adentro.

—Buenas noches, Marc.

—Buenas noches, Gala.

***

La salida del albergue ha sido una pesadilla; todos los peregrinos al mismo
tiempo, cola en los baños, mochilas, botas, ajetreo, bastante olor a
humanidad…Un asco. Anoche me costó dormir muchísimo por el calentón, por
las ganas, por los ruidos y porque tener a Marc tan cerca no me dejaba
conciliar el sueño. Solo pensaba en cómo sería estar encima de él y
cabalgarlo. Joder, no sabía que tenía tantas ganas de tener sexo hasta que lo he
tenido a él delante.

—Me ha llamado —me dice Zoe, quedándose a mi lado y dejando que el resto
del grupo avance por el sendero.

—¿Quién? ¿El difunto? —pregunto con cautela. Ya no sé ni cómo referirme a


él.

—Sí, me llamó anoche cuando tú estabas afuera, tocando la campanilla de


Marc.

—¿Qué dices?

—¡Que os vi, idiota! Salí para contártelo, pero como estabas tan ocupada,
intercambiando saliva, me volví a dormir. Me recordó a cuando te vi
morreándote con aquel capullo del instituto en el banco del patio.

—Joder, hace mil años de aquello y siempre me lo recuerdas.

—Porque tengo muy buena memoria.

—¿Y qué te ha dicho? —pregunto para que no se desvíe del tema.

—Me ha dicho que me echa en falta y que quiere arreglar las cosas.

Sin querer, pongo los ojos en blanco. Gerard siempre anda engatusando a mi
amiga y ella, que es una tía independiente, culta y divertida, que podría estar
con el chico que quisiera, siempre acaba enredada con él; es su piedra, esa
sobre la que tropieza una y otra vez, pero como ya os dije, no quiero juzgarla,
así que me preparo para volver a recoger sus trocitos de nuevo.

Gerard le prometió que pasaría con ella el fin de semana en Santiago a nuestra
llegada, pero al final le dijo que tenía que ir a Ibiza con su mujer y no iba a
poder venir a recibirla. Por eso discutieron y ella, cansada, lo mandó a paseo.

—¿Y cómo piensa arreglar las cosas? —pregunto con sorna.

—Me ha dicho que el sábado me espera en Santiago de Compostela para pasar


conmigo un par de días.

—Está bien, tú sabrás lo que haces.

—Neni, no quiero que me veas como una zorra que destroza matrimonios,
sabes que no es culpa mía. Yo no soy así. Es Gerard quien engaña a su mujer,
yo no tengo compromiso con nadie.
—Nunca he pensado eso de ti, tonta. Fue mi marido, bueno mi ex, el que me
hizo lo mismo que Gerard, en todo caso él ya me cae como el culo, pero como
nunca estaremos cara a cara no importa.

—¿Quién te cae como el culo? —pregunta Marc, que ha vuelto a acercarse a


nosotras.

—Un amigo de Zoe, al que todavía no conozco.

—Vale, me voy a ver si cojo el ritmo de Adrián, que hoy parece que se está
disputando el Ironman contra Eloy —dice Zoe, mientras acelera un poco.
Antes de desaparecer de nuestra vista, se gira hacia nosotros y suelta—: No le
metas la lengua hoy o la dejarás sin oxígeno.

Da gusto con mi amiga; ahora nos han mirado Carol y Lorena, que no estaban
muy lejos y un par de peregrinos más. Marc se limita a sonreír.

Lo de doblar etapa ha sido una idea pésima, se me está haciendo eterno;


bueno, a mí no, más bien a mi cuerpo, porque la compañía de Marc no me
cansa. Caminamos, hablamos, respiramos, saludamos, hacemos fotos,
volvemos a hablar… Después de tropecientas horas caminando, necesito
parar. Mis pies ya no responden. Stop.

—Marc, no puedo más —digo, apoyándome contra el tronco de un árbol,


desfallecida; al contrario que él, que parece que hoy no haya caminado y esté
recién salido de la ducha. Vaya porte impoluto que gasta el tío—. Tengo una
ampolla en el dedo y no puedo dar un paso más.

—Ven. Siéntate aquí. —Me indica una piedra lisa bastante grande.

El resto del grupo, una vez más, nos ha tomado la delantera. Creo que hoy nos
sacan más de dos kilómetros de ventaja. Soy un desastre.

Marc se quita la mochila y saca una especie de botiquín diminuto. Joder, no sé


cómo le cabe todo ahí. Después me agarra del tobillo para descalzarme.

—¿Qué haces? Mis pies deben ser radiactivos a estas horas. No me los
toques.
—No seas tonta. —Y con la misma, me quita la zapatilla y el calcetín.

Joder, ¿hay algo menos sexi que unos pies apestosos? Pues ahí está Marc, el
tío buenorro e impecable, delante de los míos.

—¡Joder! —protesto. Mi ampolla en el dedo meñique está en carne viva y he


visto las estrellas al tirarme del calcetín.

—Lo siento. ¿Tienes chanclas?

—Sí.

—Pues póntelas para lo que queda de etapa. Es mejor que lleves la ampolla al
aire para que mañana te puedas calzar.

—Pero si ya no puedo con los gemelos. ¿Cómo voy a caminar así?

Marc se medio descojona de mí. Parezco una niña pequeña, escaqueándose de


la clase de gimnasia. Anda, si esa era yo, vaya déjà vu. Me limpia un poco la
zona con una gasa, me echa un líquido transparente y me ayuda a ponerme las
chanclas, mientras guardo las zapatillas en la mochila.

Antes de que levante mi culo de la piedra para continuar, me da un beso… con


lengua. Es el primero del día y no sé si lo ha hecho por lástima o como
incentivo para que me ponga de pie.

Me recreo unos segundos, porque, aunque estoy exhausta, me gusta su sabor.


Movemos nuestras lenguas de forma muy lenta y, aun así, nos encendemos por
dentro; al menos yo.

Tira de mi mano para que me incorpore al sendero, porque él, en esa postura,
ahí de cuclillas, con todos esos centímetros encogidos, no creo que esté muy
cómodo.

—¡Venga! Yo te llevo la mochila y tú concéntrate en caminar.

—No, yo puedo. No soy ninguna inútil.

—Gala, no estoy diciendo que lo seas. Por favor, será más fácil que camines
sin peso. No seas cabezona y deja que te la lleve yo.

En el fondo sé que tiene razón y solo es un gesto caballeroso, pero hace


tiempo que me niego a depender de ningún hombre, para nada. Así que, aunque
solo sea por mis cojones (que ya sabéis que es una forma de hablar, lo
correcto sería ovarios), me niego a aceptar su ayuda.

—He dicho que yo la llevo.

Y mi tono suena tan cortante que no insiste más. Reanudamos la marcha, en


silencio esta vez, y mi cabeza hace clic de nuevo. Solo me concentro en pensar
que cada paso que doy, estoy más cerca de llegar a Sarria, nuestro destino.
7
MENUDO CARÁCTER

Etapa 3 y 4

MARC

¡Vaya carácter, joder! Debo de ser muy mayor y puede que haya perdido el
tacto con las mujeres, bueno, más que el tacto, el saber estar. O también puede
ser que ahora se magnifica mucho todo cuando uno trata de ser educado y
cortés con ellas.

Me he ofrecido a llevar la mochila de Gala los últimos kilómetros para que


ella caminara sin peso y no solo se ha negado, sino que se ha ofendido. Ahora
caminamos en silencio, como dos desconocidos, de verdad que no entiendo
nada.

Si es que uno ya no sabe cómo acertar con las chicas. También será que estoy
algo desentrenado. Hace más de seis meses que me enrollo ocasionalmente
con Verónica, una rubia bastante atractiva que me presentó Adrián una noche
en un pub; tenían amigos comunes. Vero siempre está muy ocupada con su
trabajo como alta ejecutiva en una multinacional, por lo que no nos andamos
con remilgos cuando está en Barcelona; me llama, cenamos, charlamos lo justo
y follamos todo lo que podemos, sin más pretensiones; así ambas partes
sabemos a qué atenernos. La parte sexual la tengo cubierta con ella, por lo que
no tengo que salir por las noches a buscar compañía, como hacía antes, y
menos recurrir al famoso Tinder, pero tampoco tenemos exclusividad, si surge
un rollo con otra persona, pues surge, sin traumas.

No quiero decir que me conforme con esta relación, solo que ahora mismo no
necesito más. No soy el típico que ha cerrado las puertas al amor. No me
importaría encontrar a una chica que me llenara en muchos más sentidos. Sé
que hay mucha gente, más o menos de mi edad, que llega a un determinado
momento en su vida donde renuncia a tener una pareja definitiva, pero no es mi
caso. Simplemente no pienso demasiado en ello, lo que tenga que ser, será.
Creo que el amor, por llamarlo de alguna manera, se encuentra, no se busca.
Después de haber tenido solo una relación larga en mi vida, que acabó hace
bastantes años, no me he planteado nada así de serio con nadie.

Todos teníamos claro que hoy lunes era el mejor día para doblar etapa;
todavía no estamos muy cansados de las jornadas anteriores, y juntar dos rutas
de casi veinte kilómetros cada una no es tan descabellado.

Todo ha ido como en etapas anteriores. Al principio todos juntos, risas, pullas
y anécdotas, como si nos conociéramos de siempre; hasta Lorena y Carol han
estado más abiertas con las chicas. Después, poco a poco, se ha ido abriendo
una brecha. Zoe, mi hermano y Adrián en cabeza. Adrián no quiere dejar a mi
hermano con Zoe a solas, como si alguno de los dos fuese a tener una
oportunidad. Carol y Lorena un poco por detrás, y Gala y yo cerrando el
pelotón. La riqueza paisajística de estos casi cuarenta kilómetros ha sido
increíble; mucho bosque, riachuelos, caminos serpenteantes…, un lujo para la
vista.

Me ha gustado acompañar a Gala en su paso lento, porque he hecho mil fotos,


he apuntado curiosidades de los pueblos que atravesábamos y hasta me ha
dado tiempo a relajarme y a disfrutar del ambiente. Galicia promete.

Estamos enfilando una callejuela que nos lleva directos al albergue, el de hoy
es más pequeño que el de ayer y lo reservamos por teléfono porque no
queríamos llegar tarde y no tener habitación. Zoe está en la puerta hablando
por el móvil, cuando nos ve, cuelga.

—Vaya, pensé que tendría que avisar a emergencias. ¿Os habéis perdido?

—No, graciosita. Dame la llave de la habitación —dice Gala, sin mirarme.

—Han equivocado las reservas. Así que ellos están en una habitación para
cuatro y nosotros tres, en otra.

—¿Yo estoy con vosotras? —pregunto, entre sorprendido y expectante. Con la


mala hostia que trae Gala no sé si me querrá tener tan cerca.

—Me da igual, solo quiero ducharme —dice Gala con dejadez.


Qué suerte, Marc, el sueño de cualquier hombre; dormir con dos tías. Aunque
Zoe no es mi tipo, creo que la fantasía se quedará solo en fantasía.

Nos cruzamos en el salón con el resto del grupo, ya están todos duchados y
como pinceles. Mi hermano y Adrián nos reciben con aplausos y vítores. Vaya
capullos.

—¡Bienvenida, parejita! —vocifera mi hermano, y veo como Gala exhala con


desgana.

Espero que me explique qué coño he hecho para que se haya mosqueado tanto.

Zoe nos lleva hasta la habitación, está en el último piso y es abuhardillada;


todo un lujo comparado con el albergue de ayer. Piedra, madera, con baño
privado…Esto ya es como dormir en un hotel de cinco estrellas. Gala mira a
su amiga, que ya tiene su pijama colocado encima de un sofá-cama pequeño,
que está abierto. En la otra pared hay una cama de matrimonio. Yo me limito a
soltar mi mochila y a empezar a sacar mis cosas.

—¿Por qué está tu ropa ahí? —pregunta a Zoe.

—Porque sabes que comparto contigo todo menos la cama. No hay quien sea
capaz de dormir a tu lado, no paras. La cama es suficientemente grande para ti
y para Marc.

—Yo puedo dormir en el sofá —digo tranquilo.

—A mí me da igual —espeta Gala.

—¡Ni de coña! Tú caminas a su lado, pues duermes a su lado, al menos, hoy. Y


nada de hacer guarrerías que tengo un oído muy fino. No se os ocurra follar
conmigo en la misma habitación. Si yo no lo hago, vosotros tampoco.

Me descojono con su teoría y no me puedo reprimir.

—Si no lo haces es porque no quieres. Creo que tienes un par de candidatos


muy cerca.

—Si lo dices por tu colega y tu hermano…, va a ser que no. Son demasiado
buenos para mí. Mi defecto es que me gustan un poco más cabrones. Os espero
abajo —nos dice, dejándonos solos.

—Dúchate primero —digo, cediendo a Gala el baño. Parece que por fin
vuelve a mirarme. De repente, suena su móvil como si le hubieran entrado mil
wasaps. Mira la pantalla y resopla.

—Dúchate tú, tengo que hacer una llamada.

Como paso de llevarle la contraria, cojo mi neceser, ropa limpia y me voy al


baño.

Termino de ducharme y salgo, solo llevo puesto un pantalón corto, sin la


camiseta (os juro que no lo he hecho conscientemente). Enseguida noto como
Gala me recorre con la mirada, con un vistazo rápido de arriba abajo. Después
se recrea unos segundos de más en mi pecho y en mi abdomen. Me aguanto la
risa porque me doy cuenta de cómo se pasa la mano un par de veces por la
frente y se centra en su tarea otra vez sin decirme ni media palabra, aunque sus
ojos dicen cosas.

Parece que a la habitación le haya pasado un huracán por encima. Parte de su


ropa está desperdigada por la cama; ha sacado las zapatillas a la ventana pero
un cordón se ha quedado trabado con el marco; su neceser está abierto sobre
la colcha, con varios productos fuera, y hay dos camisetas encima de la mesa.
Un auténtico caos. Está claro que el orden no es lo suyo. Antes de entrar en el
baño, mete todo de mala manera en su mochila de nuevo y desaparece.

Oigo el agua de la ducha correr y aprovecho para sacar mi tablet y pasar todas
las fotos del móvil. Espero que el agua caliente la destense un poco y vuelva a
dirigirme la palabra, de lo contrario, dormir aquí va a ser muy incómodo. Me
siento en la cama, apoyado sobre el cabecero y, justo en la alfombra, veo un
sujetador negro.

Gala sale de la ducha y el ambiente huele a limpio. Aprecio su colonia desde


aquí, es dulce pero no empalaga, parece una combinación de fresas y canela;
siempre he sido muy bueno para sacar los matices de los olores. Lleva puesto
un pantalón corto vaquero y una camiseta negra de tirantes, sus pezones me
indican que no lleva sujetador. Me recuerda a cuando la vi en el baño el
sábado. Disimulo y fijo mi mirada en la pantalla, hasta parece que estoy
concentrado y todo.

Gala busca y rebusca. Mira su mochila de nuevo, echa un vistazo rápido al


baño, a la ropa que hay doblada de Zoe, pero nada. Creo que busca lo que he
encontrado en el suelo. Cuando se agacha para mirar debajo de la cama por mi
lado, aparto mi tablet de mi regazo y cojo el sujetador que había escondido
debajo de la almohada.

—¿Buscas esto? —pregunto, balanceando la prenda con mi dedo índice


delante de su cara.

Creo que la ducha le ha sentado bien porque asoma una sonrisa preciosa de
sus labios, como deshaciéndose del mal humor que la ha acompañado las
últimas horas.

—Sí, ¡dámelo, por favor! —me suplica, acercando su mano.

Yo, en un gesto rápido, lo escondo detrás de mí y agarro su muñeca. Con un


tirón suave la consigo poner a horcajadas encima de mi cuerpo, ahora está
demasiado cerca.

—Me gustas más cuando sonríes. —Y sin dejar que me replique, le como la
boca.

Podría decir que la beso, pero para ser más fiel a la realidad es mejor utilizar
el verbo comer. Envuelvo sus labios carnosos con los míos y, antes de
invadirla con mi lengua, le doy pequeños mordiscos en el labio inferior. Gala
intenta abrir sus labios y unir nuestras lenguas; después del impulso inicial
todo se vuelve más lento. Suelto su muñeca y pega sus pequeñas manos a mi
pecho, mientras nuestras lenguas ya danzan, saboreándose la una a la otra.
Coloco mis manos por encima de su cintura, es tan menuda que noto sus
costillas. Me aventuro a tocar su piel, por debajo de su camiseta,
aprovechando que nos besamos cada vez con más deseo y que sus manos
descienden por mi torso, paseando sus yemas por mi estómago en dirección
descendente. Menudo calentón. Separo mi boca de la suya para respirar y nos
reímos por su gemido de insatisfacción. No puedo parar de tocarla, ahora
paseo mi lengua por su cuello y ella levanta la barbilla para facilitarme el
acceso. Su piel se eriza, y me encanta ver que le provoco un escalofrío cuando
mi mano derecha ya está debajo de su pecho. Con la otra mano enredo el pelo
en su nuca, sin llegar a tirar.

—Joder, Marc. Deberíamos parar —me dice con un tono poco convincente.

La miro, ladeo la cabeza y alzo la ceja a modo de pregunta. Gala se ríe y posa
su mano en mi paquete, por encima de la tela de mi pantalón, mientras me besa
de nuevo. Estoy bastante excitado y duro.

La escena es digna de habitación en casa de tus padres en plena adolescencia;


sí, de esos calentones que vives con miedo porque sabes que te pueden pillar
en cualquier momento.

Ya no puedo parar, mis dedos rozan su pecho y lo amasan suave, lento, como
si fuera de cristal. Con la otra mano levanto su camiseta y lo dejo al
descubierto, frente a mi mirada. Sus pezones son rosados y grandes, y sus tetas
tienen un tamaño perfecto; pequeño pero no diminuto, y colocadas en su sitio.
Tan perfectas que, sin pedir permiso, las voy a saborear.

—Me vuelves loco, Galita, y quiero hacerte tantas cosas que no sé ni por
dónde empezar. —Y, sin más, paso mi lengua por su pezón. Gala se arquea
hacia atrás e intenta soltar el botón de mi pantalón.

Estamos cachondos, encendidos y a punto de explotar.

Cuando casi consigue llegar a mi polla, la puerta de la habitación se abre de


golpe y Zoe y mi hermano interrumpen la escena.

—Ahora se pone, mamá. —Oigo decir a Eloy, cuando aún tengo la teta de
Gala en la boca.

—¡Hostias! —grita Zoe, parándose de repente.

Gala se baja la camiseta como si mi boca quemara. Dice un taco, que no sé


descifrar, y hunde su cabeza en mi cuello muerta de vergüenza; no quiere ni
mirarlos. Agradezco que no se haya bajado de encima de mí, porque, con la
empalmada que llevo, hubiera sido el hazmerreír de mi hermano para el resto
de mis días; aun así, probablemente, lo seré.

—¡Me cago en la puta! ¿No sabéis llamar? —blasfemo entre dientes.

—Ahora no puede ponerse, mamá —dice mi hermano, partiéndose el culo, con


el móvil en la oreja—. Es que no puede hablar porque tiene algo en la boca.
Tranquila, no creo que a su edad se atragante.

Será mamón. Zoe se descojona y Gala solo me susurra que no piensa moverse.

«¡Joder, vaya comedia!».

—¡Queréis salir de una maldita vez! —grito para conseguir que cierren la
puerta.

Cuando Gala oye el portazo, levanta la cabeza y nos miramos; ahora los que
no podemos dejar de reírnos somos nosotros. Las carcajadas son escandalosas
y se expanden por toda la habitación.

He visto millones de sonrisas, pero creo que la de Gala ya es mi favorita.


8
VIBRANDO

Después de la vergüenza inicial, y de las risas por la pillada, hemos


conseguido calmarnos. Marc ha decidido levantarse de la cama para llamar a
su madre, y yo me he metido en el baño, aprovechando que he recuperado mi
sujetador, para terminar de vestirme. ¿Que si se me ha pasado el calentón?
Pues solo a medias, porque si pienso en que he estado a punto de tocar la polla
de Marc, que ya casi sé a ciencia cierta que tiene una longitud fuera de lo
común, pues me enciendo de nuevo. Sí, así, literal. Me quema un poquitín todo
el cuerpo, pero sobre todo esa parte sensible localizada entre mis muslos.

Oigo a Marc hablar con su madre, entre risas e insultos hacia su hermano por
capullo. Aprovecho y me coloco un poco el pelo; no me lo he secado con el
secador después de la ducha y así consigo unas ondas naturales bastante
aceptables. Maquillarme no necesito, porque los coloretes por el episodio
anterior no creo que me abandonen, de momento. Pantalón vaquero corto,
camiseta negra y chanclas porque será mejor que no me calce hasta mañana,
así que, en conjunto, solo estoy pasable.

—¿Todo correcto? —me pregunta Marc, cuando vuelvo a la habitación. Acaba


de colgar y luce una esplendorosa sonrisa, de las que puedes describir como
de canalla.

—Correctísimo —digo, siguiendo su juego dialéctico.

—Gala, no sé cuándo podremos terminar lo que hemos empezado antes, pero


te garantizo que no pienso en otra cosa.

Le sonrío, me vuelve a sonreír y soy incapaz de decir nada, porque ha sonado


tan excitante su frase que prefiero dejarlo así, con la expectación.

En el salón están todos esperando para ir a cenar y, aunque trato de mantener


la mirada al frente, los vítores y aplausos de Eloy y Zoe me hacen volver a
agachar la cabeza.

—Cabeza alta —me susurra Marc, agarrándome de la mano en los últimos


metros que nos separan de ellos—. O nos comerán vivos —añade.
Yo lo intento, aunque no sé si lo consigo.

La cena parece un maldito monólogo del club de la comedia; bueno, más bien,
es un diálogo entre el nuevo dúo de cómicos. Sí, mi amiga, que esta noche el
título le viene un poco grande, y el hermanísimo. No desaprovechan la ocasión
para, entre plato y plato, cerveza y cerveza, meter la palabra teta en la
conversación; bueno, teta y todos los sinónimos posibles que se les ocurren:
pecho, mama, seno, pera, lola, manzana, busto, perola, bufa y hasta ubre. Sí, he
dicho ubre, como las vacas.

Adrián y Carol no paran de reírse. Marc, de vez en cuando, amenaza a su


hermano con rencillas del pasado, y la pobre Lorena, y digo pobre porque hoy
me está dando hasta un poco de pena, con la cara muy seria ha dicho que está
muy cansada y se va a la cama. Creo que lo mejor será que mañana Marc
hable con ella; si es verdad que está loquita por sus huesos, debería dejarle
claro que él no siente lo mismo. Es más joven y más vulnerable, no tendría que
sentirse mal por un imposible. Carol también se despide y decide acompañar a
su amiga.

Lo peor de todo es que se ha abierto la veda, y ahora salen en la conversación


todas las pilladas sexuales del grupo.

—Joder, amiga. No sé cómo lo haces, pero yo siempre te pillo —dice Zoe, y


yo me imagino por donde viene y me temo lo peor.

—Zoe, no es necesario que lo vuelvas a contar.

—¡Claro que sí! Ellos no los saben.

Y, entonces, ya no puedo detenerla.

Mi amiga cuenta con toda clase de detalles como, una vez, estábamos de
camping con los amigos de Álvaro en Salou, hace ya un montón de años, entró
a mi tienda de campaña sin avisar y me pilló con el culo al aire, botando
encima de él. No sé si habéis pasado por esa experiencia, pero hacerlo dentro
de ese trozo de tela es peor que practicar ejercicio dentro de una sauna; así
que estaba bastante ligerita de ropa, para que me entendáis.
Pronuncia su nombre y todavía siento que se me revuelven un poco las tripas,
ella ya lleva cuatro cervezas, así que no se da cuenta de nada. Continúa
hablando de él. Criticándolo mucho, porque se indignó bastante con la
interrupción. Álvaro era muy reservado para los temas sexuales, al menos
conmigo (pedazo de hipócrita), y recuerda que estuvo de morros un par de
días con ella, como si le hubiera gustado pillarnos en mitad de la faena.

Marc me mira sin reírse, porque seguro que se ha dado cuenta de cómo me ha
cambiado el gesto con su relato.

—¡Coño! Yo también he visto el culo de Marc y, aunque lo tiene bonito, no es


mi tipo. Lo peor es que se lo he visto en más de una ocasión —dice Adrián,
antes de contar la batallita—. Bueno, al menos, Marc no se enfada.

—Ya me acuerdo de esa noche —interviene Eloy—. Fue en casa de tus padres
y, además, esa misma noche…, ¿no se enrolló también con aquella rubia de las
bufas enormes?

—Es verdad, ya me acuerdo. Cuando ellas se enteraron, casi se matan en el


salón. ¡Menudo espectáculo nos regalaron! En vez de pegarle a él, que era lo
más lógico —añade, partiéndose el culo.

Marc se limita a negar con la cabeza. Al parecer es propenso a no cerrar las


puertas y, desde bastante jovencito, su amigo lo ha pillado en varias
situaciones comprometidas; por supuesto, con chicas diferentes, hasta con dos
la misma noche. Todo un profesional.

Zoe sigue con sus escenas favoritas, en las que vuelvo a salir a relucir; que si
en el pasillo del instituto, en nuestro viaje de fin de curso… Como si ella
nunca hubiera hecho nada reseñable.

Necesito levantarme de la mesa y salir a fumar un cigarro, pero antes de irme


no me puedo reprimir.

—¡Claro! Yo tengo muy difícil pillarte a ti follando si no me paso por tu


oficina.

Y entonces la mesa se queda en silencio; los chicos se miran entre sí, y mi


amiga me observa, levantando mucho las cejas. Sé que me he pasado, pero hay
veces en las que ella también debería contener su verborrea.

—Creo que será mejor que salgamos un rato —dice Marc, acompañándome.

Me lío el cigarro en medio del silencio de la calle. Marc está a mi lado, pero
no dice nada.

—Así que… botando encima de un tal Álvaro, ¿eh? —dice, rompiendo la


atmósfera gélida que se ha creado, y sé que no lo hace con mala intención
porque desconoce el alcance de la historia.

—Marc…

Y no me deja explicarle que no quiero hablar de Álvaro en este momento, así


que intenta hacerse el gracioso, tratando de conseguir más información.

—Qué suerte tuvo ese Álvaro y, por la cara que has puesto al oír su nombre,
creo que botaste durante mucho tiempo encima de él.

Doy una calada profunda y cuando suelto el humo sale Zoe a buscarme.

—¿No lo ibas a dejar?

—Sí, cuando termine este viaje.

—Lo siento.

—Yo también lo siento.

Marc desaparece, sin decir palabra, y nos deja solas. Agradezco que la
conversación de Álvaro se haya quedado en el aire. Mi amiga me abraza y yo
a ella. En el fondo, sabemos que somos de ese tipo de amigas íntimas que nos
podemos decir las verdades a la cara, aunque no siempre nos gusten.

—Neni, solo he mencionado lo de Álvaro porque quiero que seas capaz de oír
su nombre y no partirte en dos.

Vaya cabrona, no está tan borracha como yo pensaba.


—Lo sé, pero siempre te cebas conmigo. No debí hablar de tu rollo, pero
necesitaba cortarte un poco.

—Me da igual que digas que solo follo en la oficina, porque es básicamente lo
que hago, pero no me lo digas con desprecio porque sé que no lo sientes así.

—¡Claro que no, Peli! A mí me da igual que folles contra el archivador o


contra la mesa del jefe, lo importante es el gustito que te llevas —afirmo,
mientras le guiño un ojo.

Y como dos idiotas nos abrazamos otra vez. Los chicos acaban de salir y nos
pillan en plena exaltación de la amistad.

—¡A dormir, que es muy tarde! —espeta Adrián, agarrándonos a cada una por
un brazo.

—Joder, es que eres como el osito Mimosín —dice Eloy, cuando ve como nos
lleva casi abrazadas hasta el albergue.

—¡Envidioso! —suelta Adrián, haciéndole burla.

Realmente estoy agotada, sé que me va a costar mucho conciliar el sueño,


porque me duele todo el cuerpo, pero mañana nos pondremos en ruta otra vez
y necesito descansar. ¿Lo conseguiré teniendo tan cerca a Marc? Creo que será
bastante raro dormir en la misma cama y no tocarnos, sobre todo después de lo
de esta tarde. Además de que es surrealista; yo no duermo con nadie desde
hace muchísimo tiempo, es de locos.

Zoe y yo pasamos juntas al baño; dientes, pis y pijama, lo de siempre. Trato de


convencerla para que le cambie el sitio a Marc, pero ella no cede.

—Solo vais a dormir, no seas idiota.

Nos damos un beso de buenas noches y nos metemos en la cama, mientras


dejamos el baño a Marc. Él no tarda mucho en salir y yo dejo la luz de la
mesita encendida hasta que se mete en la cama.

—Hasta mañana —dice en alto, cuando apago la luz.


—Hasta mañana —contestamos Zoe y yo.

Y sin tiempo para reaccionar, pega su pecho a mi espalda y pasa su mano por
mi cintura. Siento sus dedos largos rozar la piel de mi abdomen y contengo un
suspiro. Su respiración un poco más fuerte en mi nuca, me indica que está
conteniéndose.

—Dulces sueños, Gala —me susurra muy bajito, y toda mi piel vibra con su
voz.
9
CONVERSACIONES

Etapa 5

MARC

Todavía no me explico en qué momento me pareció normal dormir con Gala.


Sobre todo después de nuestro calentón de ayer y de que íbamos a tener a Zoe
a un par de metros de distancia. Su amiga nos dejó claro que es de oído muy
fino y yo, la verdad, es que tampoco me he planteado enrollarme con Gala con
ella cerca. Prefiero hacerlo en la intimidad. Lo que no me imaginé es que iba a
ser una especie de tortura china.

Ahora entiendo por qué Zoe no duerme con su amiga, Gala no ha parado en
toda la noche y eso que se notaba que estaba agotada. En menos de cinco
minutos, oí su respiración profunda, o enseguida la venció Morfeo o es una
actriz maravillosa. A mí me costó un poco más y, cuando estaba empezando a
coger el sueño, Gala comenzó a rozarme y así ha continuado durante toda la
noche; brazos, manos, pies, piernas, dedos, su culo pegado a mi polla, sus
rodillas en mi espalda… Y yo ahí, intentando controlar a mi serpiente, que
estaba como loca por salir.

He puesto la alarma del móvil a las siete, pero hace un par de minutos que ya
estoy despierto; acabo de oír a Zoe meterse en el baño y a Gala revolverse en
la almohada. La tengo tan cerca que noto su respiración en mi nuca. Prefiero
tenerla pegada a la espalda porque, aunque anoche me contuve, la erección
matutina que tengo ahora mismo es muy difícil de disimular. Espero que no
tarde en bajarse para poder levantarme.

—Buenos días, ¿ya es la hora de levantarse? —me pregunta, alargando las


sílabas mucho.

—Me temo que sí —contesto sin darme la vuelta.

—¡Qué pena! He dormido de lujo.


—Me alegro de que, por lo menos, tú hayas dormido

—¿En serio? Entonces mi amiga tiene razón.

—Un poco —contesto, sin querer parecer un idiota.

—¿Tan mala compañera de cama he sido que no me miras a la cara?

Me río por su comentario, porque toda la conversación la he tenido de


espaldas a ella. La noto asomarse por encima de mi hombro, buscando a su
amiga.

—Está en el baño —digo, sin que me pregunte—. Y por tu bien, es mejor que
no me dé la vuelta —me excuso.

—Perfecto —me dice con un todo bastante seductor para ser tan temprano.

Sin tiempo a reaccionar, pasa su mano por mi cintura, la detiene a la altura de


mi ombligo y empieza a descender, paseando sus dedos por mi piel. Roza la
fina línea de mi vello, y siento un escalofrío. Cuando mete su mano por debajo
de la cinturilla de mi pantalón, mi polla da pequeños saltitos de alegría. Os
podéis reír, pero es así, como os lo estoy contando.

—¡Joder! —Contengo un gemido cuando la yema de su dedo roza mi


hendidura y empieza a hacer pequeños círculos. Me muero de ganas por que la
agarre entera—. Gala…

—Marc…

—¡Buenos días! ¡Vamos, que hay que ponerse en marcha! —Y ahí está la corta
rollos otra vez.

Gala me suelta de repente y yo bufo. Mierda, mierda y mierda.

Zoe sale como un ciclón del baño ya vestida y, sin casi mirarnos, abre la
ventana de par en par. Una corriente de aire fresco me da en la cara. Gala se
separa de mí, se coloca en la otra punta de la cama y se tapa la cabeza con la
almohada.
—Mierda… —masculla entre dientes.

Se levanta a los pocos segundos y se mete en el baño. Misión imposible.

***

El desayuno en el albergue es increíble; hay de todo y huele de maravilla.


Todos los peregrinos damos las gracias a los dueños porque en pocos sitios te
tratan así. Hay huevos revueltos, panceta, zumo de naranja natural, queso, pan
de varios tipos, fruta y un buen surtido de dulces. Me fijo en Gala, está
desayunado un vaso de leche con cacao y un montón de azúcar más; un par de
trozos de bizcocho casero y unas galletas con trozos de chocolate, mientras yo
me he comido un par de piezas de fruta y ahora estoy con los huevos revueltos
y el café. No me extraña que luego su cuerpo no pueda con el ritmo del
Camino. Debería comer más proteínas.

Las chicas acaban rápido y se quieren poner en marcha; hoy no nos esperan.
Adrián y mi hermano han tardado más en despertarse y me quedaré hasta que
terminen de desayunar.

—Nos vamos. Como Gala enseguida afloja, nos pillareis.

—Perfecto. No creo que tardemos en salir.

Aprovecho los primeros metros cuando salimos del pueblo para caminar junto
a Lorena, sé que ayer se fue pronto a la cama porque estos mamones estaban
contando la pillada que me habían hecho con Gala. Lorena trabaja conmigo, y
siempre nos hemos llevado bien, pero para mí es como una hermana pequeña.

—¿Ya estás mejor? —le pregunto.

—Sí, era el cansancio.

—Está bien. Oye, Lorena, te he notado rara desde que hemos coincidido con
Gala y Zoe… —Y me interrumpe antes de que pueda hablar más.

—Tranquilo, Marc. Me ha quedado claro que solo eres mi jefe y el mejor


amigo de mi hermano. Puedes enrollarte con quien te dé la gana, lo he
entendido.

—Vale, entonces espero que disfrutes del viaje.

—Lo haré —me responde convencida.

No sé qué paja mental se había formado conmigo, pero yo os aseguro que


jamás le he dado pie a pensar que podíamos ser algo más que amigos. Me ha
contestado algo cortante, así que no sé si le ha quedado claro o solo está
ofendida sin motivo. No entiendo nada.

Carol y Adrián van riéndose de algo que ha dicho mi hermano y decido


acelerar el ritmo. Los adelanto a todos, me pongo los cascos y, antes de que
empiecen a sonar los primeros acordes de «Wherever I Go», de One Republic,
oigo como Eloy me chilla:

—Acelera, acelera, no vaya a ser que Gala se te escape también hoy.

Mi dedo corazón, mirando al cielo, es mi respuesta para él.

Portomarín es nuestro destino hoy y la etapa no parece muy complicada. En


menos de dos horas alcanzo a las chicas, hoy los rezagados son mis amigos.

—Menos mal que llegas porque Gala ya está quejándose.

—No seas exagerada, solo he dicho que me mareo un poco.

—Normal, con la pila de mierda que has desayunado.

—¿Perdona? No sabía que eras nutricionista —me dice ofendida.

—Tiene razón, Gala, comes fatal y tu estómago cualquier día se va a negar a


recibir tanta basura.

—Valeee, papás… —dice, sacando la lengua como una niña pequeña.

—Toma, cómete este plátano.

—Joder, cómo ha sonado esa orden… —dice Zoe, riéndose—. Acelero un


poco, que no quiero ser testigo de esa tensión sexual que arrastráis desde ayer.
Os espero donde hemos dicho que comíamos, si llegáis antes de que cierren,
claro.

—¡Que te den! —replica su amiga.

Gala coge el plátano y empieza a comerlo delante de mí, haciendo el idiota.


Primero lo chupa por fuera y después pasa la lengua por la punta hasta que le
da un pequeño mordisco.

—Vaya, parece que te gusta jugar —le digo, estrechándola contra mi cuerpo y
dando yo un mordisco al plátano también.

—Quizás.

—Pues no me calientes, Gala, que hoy ya me has calentado bastante.

—¿Yo?

Y entonces se mete todo lo que queda del plátano de golpe, casi se atraganta
por la cantidad, y los dos nos reímos otra vez. Cuando recupera la compostura,
seguimos caminando. Charlamos. Le cuento que he hablado con Lorena y que
el tema ha quedado aclarado, aprovecho para sacar de nuevo el tema de
Álvaro.

—Entonces, ¿me vas a contar lo de Álvaro?

—Pues no me apetece hablar mucho de él, la verdad.

—¿Tan mal novio fue? —pregunto, a ver si consigo saber más.

—Marido, fue marido.


10
HABLANDO DE ELLO

La cara de Marc es muy reveladora; me falta decirle que cierre la boca


porque le van a entrar moscas. Ha tratado de disimular su sorpresa, pero no lo
ha conseguido. Es verdad que poca gente se cree que haya estado casada,
aunque tengo treinta y uno puedo presumir de parecer más joven; al menos,
todo el mundo me lo dice. Además, ahora mismo los jóvenes tardan mucho
más en dar ese paso, los que lo dan, claro, que cada vez son menos.

No sé si me apetece hablar de Álvaro ahora, pero tampoco es nada que tenga


que ocultar. Es mi pasado y, como bien me aconseja la Peli, necesito hablar de
él o escuchar su nombre sin sentirme hecha una mierda. Así que no sé si será
la espiritualidad que se respira caminando, el estar tan en contacto con la
naturaleza o el sonido de los pajaritos de fondo (entiéndase la cursilada), pero
decido contarle a Marc mi historia con Álvaro, mientras atravesamos este
bosque de pinos.

—No hace falta que me lo cuentes, si no quieres —dice, cogiéndome de la


mano.

Un gesto muy íntimo que me incomoda un poco; es como si, de repente,


sintiera lástima por mí y eso es lo último que necesito.

Durante los primeros meses, después de anunciar que Álvaro y yo nos


separábamos, sentía como todo el mundo me trataba de manera diferente.
Parecía que temían mis reacciones, como si fuera una persona frágil y me fuera
a romper. Con eso lo único que conseguían era que me pusiera más a la
defensiva. No quería la lástima de nadie, tan solo quería que me dejaran
asimilar por mí misma la nueva situación. Las rupturas, en definitiva, son eso,
son cambios de estado que tienes que aceptar. Ni buenos ni malos, solo
diferentes. Lloré mucho. Sufrí mucho. Y me di cuenta, meses después, de que
era mejor olvidar lo que sentía por él y recordar lo que yo valía.

—Tranquilo, no me importa contártelo —digo, soltando su mano y empezando


desde el principio.

Marc me mira, esperando que comience.


—Álvaro y yo nos conocemos desde niños, nuestros padres son amigos
íntimos y siempre hemos estado juntos; vamos, que hemos crecido juntos;
comidas, cumpleaños, celebraciones, vacaciones de verano… Él tiene un par
de años más que yo, por lo que siempre lo recuerdo en mi vida.

—O sea, que primero erais amigos.

—De críos no nos gustábamos, aunque él siempre fue muy guapo y todas las
niñas del barrio estaban locas, esperando su atención, para mí solo era como
un primo con el que siempre había jugado, nunca lo vi de otra manera. En la
adolescencia se volvió más tímido, salió con un par de chicas de su instituto y
cuando empezó la universidad ya no tenía pareja. Nos vimos menos en aquella
época, porque ya no íbamos tanto con nuestros padres y así pasaron los años.

—¿Y cuándo se convirtió en amor? —pregunta decidido. Lo miro con media


sonrisa, se nota que quiere que siga hablando.

—Mi último curso de la universidad lo quise hacer en Dublín y él, que ya


había terminado su carrera, decidió que quería tomarse un año sabático para
perfeccionar su inglés, por lo que nuestros padres pensaron que lo mejor era
que nos fuéramos juntos. Se puede decir que en aquel mini apartamento que
compartimos, empezamos a mirarnos con otros ojos, o quizás él ya me miraba
a mí así y yo, que siempre he sido un poco despistada, no me había dado
cuenta.

Marc ahora escucha sin interrumpirme y, de verdad, me está sentando bien


contarle todo; es como mirar las cosas con perspectiva.

Una historia bonita, real y con final no feliz.

—¿Y cuándo os casasteis?

—Ya veo que quieres ir al grano —le digo, riéndome.

—Bueno, es para que termines de contármelo antes de llegar a comer, no


quiero quedarme con la intriga otra vez.

—Al final nos quedamos un año más en Dublín, luego regresamos a Barcelona
y pasamos unos años muy buenos. Yo entré en VR y él encontró trabajo como
informático en una multinacional. Más tarde le ofrecieron un puesto en Madrid
y se quiso mudar. Entonces decidimos que después de llevar tanto tiempo
juntos y para evitar mantener una relación a distancia, podríamos casarnos y
así yo también pedir mi traslado a la capital.

—¿Con bodorrio multitudinario y todo lo demás? —me pregunta dudoso.

Me río y él se relaja. No quiero que piense que me afecta su interrogatorio.

—Pues no, listillo, no es mi estilo.

Y curva sus labios en una bonita sonrisa. Creo que sabía que mi respuesta era
no y solo lo ha preguntado para destensar el ambiente.

—Una sencilla ceremonia civil, en Menorca, donde la familia de Álvaro tiene


una casa, solo amigos íntimos y familiares.

—¿Y dónde fuisteis de luna de miel? —Abro los ojos asombrada por tanta
curiosidad—. No me mires así, se sabe mucho de las personas por los viajes
que hacen al casarse. Solo lo pregunto por «deformación profesional».

—A Indonesia.

—Muy típico. Yo no te hubiera llevado allí —apostilla.

Me hace gracia su interrupción y sonrío; él levanta las cejas, esperando con


impaciencia la continuación.

Atravesamos un sendero que tiene cierto desnivel, así que miro un poco al
suelo porque lo que menos me apetece es darme de bruces contra alguna
piedra. Cuando ya el camino es más llano, continúo.

—Después de la luna de miel, me concedieron el traslado; me fui a vivir a


Madrid y comencé mi vida de casada.

Creo que ahora llega la parte más dolorosa, pero ya que he empezado no voy a
parar.
—¿Y cuánto tiempo hace de eso? —me pregunta.

—Pues ha hecho exactamente dos años el sábado. Me casé, me fui a Madrid, y


el día que celebrábamos nuestro primer aniversario, esperó a que volviéramos
de cenar para decirme que se había equivocado, que nuestra relación no
funcionaba y que se quería separar.

—¿Y cómo se llamaba ella?

Vaya, ¿por qué no me extraña que Marc haya pensado como pensaría el
noventa y nueve por ciento de la población? El discurso que me soltó Álvaro
aquella noche fue infumable y, por supuesto, se traducía en nombre de mujer,
como yo bien le insistí desde aquel mismo momento.

—Ya veo que no hay lugar a duda. —Me río.

—Venga, Gala, hay que ser muy gilipollas para decirte que se quiere separar
el día de tu aniversario, sin mucho argumento; además de un poco hijo de puta,
perdona la expresión.

—Pues sí, no te voy a llevar la contraria. Le costó más de tres meses


confesármelo, pero efectivamente se había enrollado con una compañera de
trabajo casi al llegar a Madrid y el muy cobarde no fue capaz de decírmelo
antes de casarnos.

Marc me mira y creo que puede ver a través de mis ojos que me ha sentado
bien soltar todo lo que llevaba dentro. Él para mí es casi un desconocido, así
que me ha servido como terapia. A veces, hablar de estos temas con gente muy
cercana es menos efectivo, porque han escuchado tantas veces la misma
retahíla que les llegas a aburrir. Ya se sabe lo que pasa con las rupturas;
primero, duele; luego, da rabia; y, al final, incluso risa. Si no era MI
PERSONA, no lo era.

Estamos a unos metros del sitio donde nos espera Zoe para comer, ya la vemos
sentada en un banco en la entrada hablando con un señor. Esa es mi Peli,
siempre haciendo amigos, seguro que el abuelete está alucinando con ella.

—Lo siento, has tenido que pasarlo muy mal—me dice Marc, antes de llegar
hasta mi amiga—. ¿Y hace mucho que estás en tratamiento?

—¿En tratamiento? —pregunto sorprendida.

—Gala, no hace falta que disimules, a mí no me importa, pero he visto que


todos los días te llama tu psiquiatra.

—¿Mi psiquiatra?

Y entonces me doy cuenta. Me empiezo a reír como una loca, pero loca, loca;
sí, de las que realmente necesitan psiquiatra. Las carcajadas llegan hasta mi
amiga que se acerca a nosotros. El paisano que estaba con ella en el banco me
mira asustado, y Marc niega con la cabeza porque no entiende nada. Yo me
doblo de la risa, pero literal, con la mano en mi diafragma, aguantado las
convulsiones.

—¿Qué chiste le has contado? —pregunta Zoe, al verme así.

—No sé qué es tan gracioso —dice Marc con un tono un poco ofendido.

—Se piensa que estoy loca, Peli. Lo-ca —grito entre hipidos, controlando mi
risa—. El que me llama es Xavi, mi hermano, que es psiquiatra.

Y veo como Marc pone los ojos en blanco por su metedura de pata. Mi amiga
se descojona y él parece que suspira aliviado.

—¡Oh, qué mono! Pensabas que estaba loca y, aun así, te la querías fo…

—No termines esa frase, por favor —interrumpo a mi amiga.

—¡Joder, perdóname! Ahora es cuando quiero desaparecer —musita—. Pero,


joder, podías guardar el teléfono en tu agenda de otra manera, ¿no? Como por
ejemplo «Xavi», o incluso haber puesto «hermano».

—No está loca porque para lo suyo no hay diagnóstico —concluye mi amiga
—. Tranquilo, ya la conocerás, tiene mote para todos. Yo en sus contactos soy
la Peli, como habrás supuesto.

—Está bien, déjame tú móvil —me dice muy decidido.


—¿Vas a controlar mi agenda, Marc?

—No, tú déjamelo, desconfiada.

Lo saco del bolsillo de la mochila y se lo doy. Escribe rápido su número y da


a la tecla de nuevo contacto, y antes de escribir su nombre me lo devuelve.

—Te he metido mi número, ahora solo tienes que añadirme a tus contactos.

Entonces escribo rápido sin que me vean y doy a guardar.

—Dime tú número —me dice, con su móvil en la mano.

Le digo todos los números y me añade a contactos con un nombre que no llego
a ver. Zoe nos mira y resopla.

—Es la excusa más imbécil que he visto en mi vida para intercambiaros los
números.

Marc y yo nos reímos, pero seguimos mirándonos como si fuese un reto entre
los dos.

—Llámame —me ordena.

Cuando suena el tono me enseña la pantalla de su iPhone, donde se lee


claramente y en mayúsculas: LOCA.

Me río y le enseño la mía, donde pone en mayúsculas: CAMINO.

Zoe se lleva una mano a la cabeza y se da media vuelta.

—¡Vaya lerdos! —espeta, antes de meterse en el restaurante.

Marc y yo nos miramos y nos reímos. Y, antes de pasar al comedor y sentarnos


con Zoe, también nos besamos.

CAMINO Y LOCA.

LOCA Y CAMINO.
11
DE UNA EN UNA

MARC

Después de mi metedura de pata con el tema del psiquiatra, la comida con


Gala y Zoe ha sido de lo más entretenida. Se han descojonado de mí a gusto,
para que os voy a decir otra cosa. Al final, mi hermano, Adrián y las chicas
han parado a comer en otro pueblo; me ha mandado un mensaje, diciéndome
que van más retrasados, nos veremos en el albergue a la llegada y me pondrán
al día.

No sé, mucho misterio.

Oírle hablar de su ex me ha hecho conocerla un poco mejor. Ahora entiendo


que, con la ruptura tan reciente, a veces se muestre esquiva o distante. Creo
que no quiere parecer vulnerable delante de ningún hombre. El tal Álvaro
merece mención aparte por ser un auténtico cabrón. Prefirió dejar que las
cosas siguieran su curso en vez de afrontar la verdad, eso dice mucho de la
clase de persona que es.

Zoe nos marca la ruta y nosotros obedecemos. Cuando he visto una libreta que
lleva con todo anotado y unos dibujos increíbles, me he quedado alucinado.
Eso es oro puro para mi blog. Me ha prometido que lo compartirá conmigo y
me ayudará a hacer la entrada de hoy, seguro que a mis seguidores les encanta.

Las conversaciones han ido fluyendo. Unas veces hemos hablado de sitios de
nuestra ciudad que están últimamente de moda; de su barrio, y de cómo les
gusta el ambiente que se respira viviendo allí; de algún garito menos conocido
que nos entusiasma, e incluso de viajes. Me ha escuchado hablar de todos los
sitios que he visitado y de los pendientes. Les he hablado mucho de Japón, uno
de mis destinos preferidos actualmente. Ninguna de las dos ha estado y hemos
fantaseado con la posibilidad de no descartar un viaje allí en un futuro. Gala
ha dicho que ni en un millón de años se podrá permitir algo así, creo que se
refería a económicamente hablando, pero Zoe enseguida le ha dicho que deje
el pesimismo a un lado. A lo que Gala ha replicado que es muy fácil hablar de
grandes viajes cuando tu vida no depende del puto euríbor. Intuyo que debe de
estar pagando una hipoteca junto a su exmarido, pero no he querido preguntar
más.

Me he dado cuenta de que se compenetran muy bien. Las dos son mujeres con
un carácter fuerte, porque Gala, aunque físicamente parezca más débil que su
amiga, mentalmente los tiene bien puestos. Le ha plantado cara ya varias veces
con sus comentarios, como cuando soltó lo del rollo de su oficina, o cuando le
para los pies con otros temas como el deporte o su continua verborrea. Zoe,
además de tener carácter, tiene un lado sensible que trata de esconder y que
resulta un poco cómico cuando lo muestra. Por ejemplo, cuando ha recibido la
llamada de su rollo y parece que el mundo se volviera nubes bajo sus pies.
Las dos juntas son como un torbellino; un par de mujeres guerreras para un
solo hombre poco acostumbrado a batallar con ellas, como yo.

—Parece otra cuando habla con él, ¿no? —pregunto, cuando veo a Gala torcer
el gesto.

—Es lo que yo no me explico. ¿Tú la has visto? Te habrás dado cuenta de


cómo es. Todo fuerza y decisión, y cuando habla con él es un mar en calma.
Hay veces que no la entiendo.

—Bueno, todos tenemos una debilidad —suelto, mirando a Gala a la espera de


que me diga algo.

—Yo no. Excepto el vino, claro.

Me río por su cambio de tercio, y me explica que uno de sus únicos vicios,
ahora mismo, es mangar botellas en casa de sus padres y bebérselas con su
hermano o con Zoe en su piso, los fines de semana. Reconozco que a mí
también me gusta, pero no como para robarlo por ahí. Me da un golpe en el
brazo y agarro su muñeca. La Peligrosa sigue al teléfono, así que tenemos unos
segundos de intimidad.

Un beso, otro, otro y cuando nuestros cuerpos empiezan a necesitar más, nos
separamos de golpe para coger aire, eso que es tan necesario para vivir.

—Y tú, Marc, ¿cuál es tu debilidad?


—Ahora mismo, tú.

Y noto como se separa un par de pasos de mí y me mira sorprendida. No es


que quiera ir muy rápido ni que esté loco por ella (venga, quizás un poquito
sí), lo que pasa es que si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias,
probablemente, ya nos hubiéramos deshecho de esta tensión sexual que se ha
tejido entre nosotros.

—¿Crees que podremos estar solos y disfrutarnos? —digo, guiñando un ojo.


Me sabe mal admitirlo, pero la combinación pregunta y guiño me ha hecho
parecer un capullo integral.

—¡Vaya, Marc! Veo que se aleja el caballero para dar paso al canalla.

Me río y me acerco, estrechándola contra mi cuerpo. Encaja tan bien entre mis
brazos que me contengo para que no oiga el gemido que intento controlar. Pego
mi boca a su oído y susurro:

—Ya te he dicho, loca, que en la intimidad dejo de ser un caballero.

Y noto cómo todo su cuerpo se estremece pegado al mío. Ansioso. Esperando


más.

—Joder…

—¡Camino!, suelta a la loca de mi amiga que hay que seguir andando —nos
apremia Zoe, apoyada en un troco sin ramas.

—Tranquila, Peli, estoy deseando llegar —dice Gala, y esta vez es ella quien
me guiña el ojo.

El albergue al que llegamos en Portomarín es público. Podéis imaginarlo;


literas casi pegadas, mucha gente, un poco de olor a humanidad… «Otra noche
de lo más entretenida», dice Gala por lo bajo, aunque lo oigo perfectamente.
Nos pegamos un poco con la señora que lo gestiona para que nos deje coger
ya las camas para el resto de los chicos, pero ella se niega. Están llegando
tantos peregrinos a la vez, que no sé si cuando mis amigos lo hagan tendrán
sitio.
Nosotros seguimos con nuestro ritual; coger literas, ducha y subir entrada al
blog. Zoe me enseña su libreta mágica y nos ponemos manos a la obra,
mientras Gala sale a la calle a fumar y a hablar por teléfono, creo que con su
psiquiatra; mejor dicho, con su hermano, que la ha vuelto a llamar.

—¡Por fin! —dice Adrián con tono seco, entrando con mi hermano.

—Uf, casi os quedáis sin cama. Está a punto de llenarse —les informo.

—Pues solo hubiera faltado eso para que a tu amigo le diera algo.

—¿Qué ha pasado? —pregunto. No es normal que hayan tardado tanto, ni que


Adrián venga así.

Antes de que mi hermano me explique nada, veo que entran las chicas con un
par de chicos, riéndose. Por el acento sé que son del sur. Lorena agarra a uno
del brazo con un gesto de lo más familiar y veo como mi amigo bufa por lo
bajo.

—Hemos venido haciendo de escoltas —se burla mi hermano.

—¡Hola, Marc! —me saluda Carol risueña, mientras Lorena no quita sus
manos y su vista del moreno que viene a su lado.

—¡Vaya par de peregrinos! —deja caer Zoe, cuando los ve con ellas. Carol se
ríe y Lorena se pavonea. Joder, no pensé que estaba así de desatada.

Adrián pasa rápido con su mochila y se va a buscar litera. Eloy nos cuenta que
se los han encontrado al comienzo de la etapa, y que las chicas se han quedado
embobadas con los malagueños. Adrián ha dicho que igual eran unos
psicópatas y que no iba a dejar a su hermana sola con ellos, así que han venido
todos juntos a paso lento, por eso no nos han alcanzado para comer.

Zoe y yo nos miramos, conteniendo la risa. Nos concentramos en el blog y les


decimos que los esperamos para ir a cenar algo. Gala entra de la calle y no
puedo evitar fijarme en ella, su olor llega hasta mí y me encanta su imagen
fresca, de recién duchada. Aún con el pelo mojado y algo revuelto, esos ojos
avellana brillantes y una sutil sonrisa que muestra al verme. Lleva el pantalón
vaquero de otros días que le hace un culito de lo más apetecible.

Me fijo en el lema que resalta en su camiseta blanca: «La belleza está en la


cabeza», y debajo, en letras pequeñas negras, se lee: Aire Retro, que imagino
que será la marca.

Está perfecta y yo estoy deseando estar con ella un ratito a solas. ¿Será
posible?

Antes de dar a la tecla de enviar y colgar el post, Gala echa un vistazo por
encima de mi hombro. Se acerca más y me pide permiso.

—¿Puedo? —me dice, posando sus dedos en el teclado.

—Adelante—dice su amiga, aunque ella se queda quieta hasta que yo afirmo


con la cabeza.

Cambia las dos últimas frases, añadiendo un poco de retórica y al leerlo de


nuevo suena mucho mejor. Ha pasado de ser una simple frase informativa
sobre nuestra llegada al destino de hoy, a parecer la frase de un libro que te
invita a querer sumergirte en él.

—Vaya cambio —digo convencido

—¡Menudo equipazo! —chilla Zoe, levantando su mano para que la


choquemos con las nuestras.

—¿Te gusta? —pregunta Gala un poco indecisa.

—Me encanta, loca —respondo, dándole a enviar.


12
¿CUÁNDO LLEGAMOS?

Etapa 6

Tengo agujetas en todo el cuerpo, pero no solo de andar, no, también de


reírme y, me ha sentado tan bien, que ojalá lo coja por costumbre. Creo que
quiero reírme así el resto de los días, porque como terapia alternativa, para no
comerme la cabeza con mis problemas, es cojonuda.

Que Marc se pensara que estaba en tratamiento con el psiquiatra fue lo más
cómico del día. Sobre todo la cara que se le quedó cuando le expliqué que el
psiquiatra es mi hermano. Es uno de esos momentos embarazosos donde te
gustaría esconderte del mundo por unos días. Como cuando nos pillaron con
mi teta en su boca; sí…, no se me ha olvidado. Pues eso, de los de tierra
trágame. Me hizo tanta gracia que, si lo pienso, todavía me río por dentro. Soy
siempre yo la típica que mete la pata o se cuela en esas situaciones, así que,
que haya sido él quien se columpiara de ese modo, me parece tierno y
divertido a partes iguales.

Al final cenamos con los chicos, porque Lorena y Carol se fueron a otro bar
con sus nuevos amigos. Nos costó convencer a Adrián para que dejara a su
hermana sola, ya es mayorcita y no puede estar todo el día encima de ella. Al
final, aunque a regañadientes, la dejó ir a su aire. Se notaba que no estaba muy
concentrado en nuestra charla y, durante la cena, Eloy y Marc no pararon de
lanzarle indirectas sobre lo que estarían haciendo las chicas; todas eran de las
que un hermano mayor no quiere oír nunca. Se nota que le saca ocho años,
porque tiene el instinto protector muy agudizado. Zoe y yo entramos al trapo
como si fuéramos dos colegas de ellos de siempre, así que, al final, Adrián
nos llamó de todo y se fue a dormir medio mosqueado. Por suerte, ya estaba
dentro del albergue cuando regresamos nosotros, porque pillamos a Lorena
comiéndole el morro a uno de los morenazos y, por cómo se agarraban, no sé
cómo habrán terminado su velada.

Nosotros estábamos tan agotados que, nada más meternos en la cama, nos
dormimos. Como os imaginaréis, Marc y yo seguimos acumulando un montón
de ganas.

—¿Cuándo llegamos? —pregunto como una niña pequeña cuando viaja con
sus padres.

Marc se gira, me mira entrecerrando sus preciosos ojos verdes y arruga un


poco la frente, escondiendo esa peca tan sexi que tiene.

—¿Me lo preguntas en serio? Si acabamos de empezar, loca.

Yo bufo y sigo caminando, lo que provoca que se carcajee de mí.

Me informa que nos faltan casi veinte kilómetros para llegar a Palas de Rei y
que disfrute de la ruta en vez de quejarme.

Los primeros kilómetros transcurren por un sendero paralelo a la carretera,


por lo que el paisaje tampoco es muy atractivo, además del molesto ruido del
tráfico.

—Gala, necesitas ponerte en forma. Cuando quieras pásate por mi gimnasio y


te hago unos entrenamientos —me dice Eloy, que ha oído mis quejas.

—¡Uy, qué iluso eres! Gala no pisa un gimnasio ni aunque haya dentro un club
de lectura —afirma mi amiga.

—¡Qué graciosita!

—No te recomiendo que vayas donde este capullo. Yo llevo años entrenando
con él y todavía no tengo el cuerpo de Marc.

—Venga, ya veo que aquí siempre hay para todos —dice Eloy, haciéndose el
ofendido.

—Lo mío es la genética italiana. Eloy tiene que currárselo porque salió a mi
madre.

Todos se ríen y yo pregunto:

—¿Italiana?
—Sí, mis abuelos por parte de padre eran italianos, de un pequeño pueblo de
la Toscana. Vinieron a trabajar a España y mi padre nació aquí, aunque ellos
enseguida regresaron. ¿No te he dicho que me apellido Leto?

—¿Leto? ¿Cómo mi Jared? —Zoe que está escuchando a Marc no puede evitar
meterse en la conversación—. No seréis familia, ¿verdad? Porque él suele ser
el protagonista de bastantes de mis sueños húmedos.

—¿Quién? ¿El actor? —pregunta Adrián muy interesado en los gustos de mi


amiga.

—Sí y también es cantante de un grupo, es muy completito él —aclara Zoe.

—Sí, todos los Leto italianos son familia, Peli. Como en España los García.
¡No te jode! —intervengo yo.

—¡Esa boca, Gala! —me dice Adrián.

Y entonces todos se ríen menos mi amiga, que me saca la lengua. Estoy


sorprendida del grupo que hemos formado. Aquí nadie mide sus comentarios y
todo lo que sale de nuestra boca, sin filtro, se acepta de buen grado. Parece
mentira que en tan poco tiempo hayamos encajado tan bien. Me gusta el
ambiente que se respira en el Camino.

—¿Así que de origen italiano? Vaya sorpresa.

—Pues ya ves. ¿Algún problema? —pegunta Marc, curvando sus labios, y a


punto estoy de lanzarme a su boca.

—¡Qué va, todo lo contrario! Me encanta tu genética —digo, mientras me


relamo.

Esta vez soy tan descarada que Marc invade mi boca, ajenos al resto de
caminantes. Cuando nos separamos a regañadientes, me pone un poco al día
sobre su familia, mientras los de los cuerpos atléticos avanzan un poco por
delante.

Su padre era profesor de música y su madre de ballet, están recién jubilados,


aunque su madre sigue siendo la dueña de una academia de danza. Él es el
hermano mayor y Eloy el pequeño. En su casa siempre se ha insistido en la
educación artística y, mientras él recibió clases de piano, aunque nunca se lo
tomó muy en serio, su hermano Eloy las cursó de guitarra… eléctrica.

—No me extraña nada los instrumentos que elegisteis, creo que van muy
acordes con el carácter de cada uno.

Yo le cuento que mis padres son psicólogos; bueno, más bien, sexólogos.
Agradezco que no haga ningún comentario, porque en el instituto ya tuve que
aguantar demasiados; hay mucho retrógrado con el tema del sexo todavía.

—Tienen una consulta en Paseo de Gracia, donde acuden bastantes parejas a


terapia, algunas muy famosas que no pienso desvelar.

—¿Y si te sonsaco la información? —me pregunta, intentado hacerme


cosquillas por encima de la cintura con sus dedos.

—Uf, ahí no tengo. No lo vas a conseguir.

Marc entorna los ojos y sonríe. Y esa sonrisa, otra vez, provoca un chispazo
ahí, en el mismísimo centro…, me habéis entendido, ¿verdad?

—¿Y tú elegiste la literatura?

—Pues sí. Mi ídolo es Oscar Wilde, no Freud.

Le cuento que Xavi es más pequeño que yo y un cerebrito. Ya tiene su plaza


como psiquiatra en el hospital y no ha cumplido ni los treinta, fue el más joven
de su promoción. Ha estudiado tanto que no le conozco ni tan siquiera un rollo
con una chica. Le explico que él parece el hermano mayor, porque está
constantemente preocupándose por mí.

***

Después de pasar por Vendas de Narón, casi a mitad de etapa, ascendemos


poco a poco hasta coronar la Sierra de Ligonde. En la parte más alta ya nos
esperan los chicos porque la panorámica es espectacular. Antes de comenzar a
descender para seguir caminando, contemplamos las vistas. Hoy hemos cogido
algo de embutido y pan y comeremos por el camino.

Marc me abraza por detrás delante de todos, mientras observo embobada la


naturaleza que me rodea. Pega su boca muy cerca de mi oído y su aliento ya
me hace cosquillas.

—Cada vez me está gustado más el viaje —me susurra—. ¿Y a ti?

—A mí me gusta el Camino —digo con doble intención, lo que provoca una


carcajada de Marc en mi oreja.

Después de comer un poco y beber bastante agua, comenzamos el descenso.


Adrián no para de mandar mensajes a su hermana, que hoy ha decidido ir por
libre y hacer la etapa con Carol y sus nuevos amigos. Llegarán al mismo
destino que nosotros, así que no creo que tenga por qué preocuparse.

Marc y Zoe se enfrascan en una especie de discusión sobre un trozo de ruta


alternativa que hay para evitar un tramo más complicado. Mi amiga trae
marcado el camino difícil y Marc dice que es mejor ir por el otro.

—¡Venga, chicos! Yo solo quiero llegar, por favor, ponédmelo fácil —les
suplico.

—Tirad vosotros por ahí y nosotros por el otro lado. Si coincidimos antes de
la llegada, bien, sino allí nos vemos —dice Marc resuelto.

—Tú lo que quieres es estar a solas con la loca, que se te ve el plumero —


replica mi amiga.

Marc me mira y yo me encojo de hombros, mientras Eloy pregunta:

—¿Qué loca?

—¿Quién va a ser? Gala. Venid por aquí y dejad a esos flojos —escupe mi
amiga y se gira de golpe. Antes de que se alejen la oigo que empieza a
contarles nuestro numerito con los teléfonos.

Marc tira de mi mano y me guía por el otro sendero.


—Van a tener que subir una rampa muy empinada, se van a arrepentir de no
haberme hecho caso —me dice convencido.

Nos encontramos a más peregrinos que también van por este tramo y ahora que
estamos solos aprovecho para saber más cosas de él.

—¿Tienes mujer?, ¿o novia?… ¿o alguna relación seria?

Marc abre mucho los ojos y sus labios se curvan de repente.

—¿Siempre eres así de directa?

—Últimamente, sí. No me gusta perder el tiempo.

—No, no tengo novia, ni mujer.

Sus ojos verdes brillan y creo que sus palabras esconden ciertos matices.

—Entonces tienes una follamiga, ¿verdad?

Marc frunce el ceño y me escruta con la mirada. No hay que ser muy lista para
ver que está muy bueno, es un chico pijo y educado, que tiene su propio
negocio y que desprende sensualidad, ¿cómo no va a tener un as guardado en
la manga con curvas y tetas?

—No me gusta para nada ese término —me dice bastante serio.

—Pero la tienes, porque no me lo has negado.

—A ver, listilla. Tengo una amiga con la que quedo de vez en cuando,
cenamos, charlamos…

—Y folláis —interrumpo.

Marc ahora se ríe a gusto. Sus carcajadas vuelven a ser escandalosas y me


contagia su risa. Me río con él porque no tengo ni idea de cómo ha salido toda
esa batería de preguntas de mi boca.

—Vivir riendo, eso es vida —nos dice una señora que va acompañada de la
que parece su hija, unos metros por delante.

—La verdad es que sí —afirma Marc, controlándose.

—Espero que siempre os améis así, a carcajadas.

—No, nosotros no…

Y antes de que pueda aclarar que no somos pareja, Marc pega sus labios a los
míos, para callarme. Me coge tan de sorpresa que solo soy capaz de dejarme
envolver por su boca, su aliento suave y sus labios finos. Creo que la señora
ya se ha dado la vuelta otra vez, susurrando el consabido «buen camino», para
dejarnos un poco de intimidad.

Marc me besa de forma más intensa y, cuando ya necesito aire, lo empujo un


poco de los hombros para separarnos. Lo miro a los ojos y no sé lo que veo;
aparte de deseo, hay algo más. Remata el beso dándome un par de picos
seguidos y envolviéndome con sus brazos, soy tan pequeña a su lado que me
quedo encajada en su pecho un ratito. Recreándome.

Para romper de nuevo este hilo de intimidad que parece haberse instalado
entre nosotros (y yo no busco eso, como ya sabéis), mi boca sin filtro hace
acto de presencia de nuevo.

—Entonces, ¿cuándo llegamos?


13
MARCANDO LA DISTANCIA

MARC

Enfilando el camino empedrado, que nos lleva ya a la entrada del pueblo, nos
encontramos con Eloy, Adrián y Zoe. Al final, hemos tardado lo mismo que
ellos por nuestra ruta alternativa.

Como viene siendo habitual estos días, Gala rompe nuestros momentos de
intimidad de repente. Tan pronto está metida en conversación y sonriendo,
como se aleja y marca la distancia entre nosotros; como si pulsara el botón de
pausa. Estoy empezando a conocer esos cambios, por lo tanto, le doy su
propio espacio.

Aprovecho y me acerco a mi amigo.

Adrián vocifera hablando por su móvil y tiene toda la pinta de que es Lorena
quien está aguantando su sermón.

—Me estás tocando los cojones, hermanita. —Oigo que le dice—. No te


pases, Lorena… ¿Lorena…?

Adrián mira incrédulo la pantalla de su móvil porque parece que su hermana


ha cortado la llamada. Al segundo, vuelve a marcar.

—Carol, Carol. Joder…Está bien… Cualquier cosa, me llamas, ¿entendido?


Vale.

—¿Qué pasa? —pregunto con miedo a que también descargue conmigo.

—Nada, la niñata, que se ha propuesto tocarme los cojones en este viaje.

—A ver, Adrián, tranquilízate que ya no es una niña —intervengo para


calmarlo.

—Ahora me dice que no llegan a dormir aquí y que se quedan un par de


pueblos antes. ¡Joder!

—Adri, no te enfades. Déjala que disfrute de la etapa con sus amiguitos


nuevos —mete baza Eloy, que en vez de apaciguar la mala hostia de mi amigo
la acrecienta.

—¡Vete a la mierda! —grita Adrián.

—Tranquilos. —Intento calmarlos.

—Es que no me lo explico; estaba como loca por que hiciéramos el Camino
todos juntos, se ha cruzado con esos dos, y se comporta como una quinceañera
—se lamenta Adrián.

—Joder, entiéndela —interviene otra vez Eloy. Confío en que mida un poco
sus palabras—. Es joven, está de vacaciones con su amiga y su primer
objetivo, que era su jefe, se le ha escapado. Tiene derecho a divertirse con
otro, ¿no?

—Otra vez con el temita —digo un poco molesto.

—De puta madre me parece que se divierta, pero con cabeza, joder, con
cabeza. ¡Que no los conoce de nada!

—Por esa regla de tres, nosotras tampoco nos teníamos que haber fiado de
vosotros —interviene Zoe.

—Es distinto. Mi hermana es una ingenua —replica mi amigo—. Además es


pequeña, coño.

—Joder, Adrián. No puedes protegerla siempre —le digo para que empiece a
aceptar que su hermana ha crecido lo suficiente como para ser capaz de tomar
sus propias decisiones.

El padre de Adrián murió en un accidente de tráfico cuando él tenía catorce


años; su hermana Cris, que es la mediana, diez; y Lorena, que es la pequeña,
solo seis. Mi amigo enseguida aceptó el rol de hombre de la casa, de ahí que
siempre sea tan responsable y maduro, sobre todo en lo relacionado con sus
hermanas.
Y así, mientras él se adelanta y va maldiciendo por lo bajo, está claro que no
quiere seguir escuchándonos, llegamos al albergue de Palas de Rei.

Como el grupo se ha reducido nos dan una habitación con tres literas para los
cinco. Otra nochecita compartiendo intimidad, maravilloso.

Adrián y Eloy son los primeros en irse a la ducha. Las chicas se quedan
preparando su ropa limpia y yo, con toda la calma del mundo, saco mis cosas
de la mochila.

Gala ha escogido la litera de abajo, al lado de la mía, ya forma parte de


nuestra rutina. El día que consiga estar en una habitación con ella a solas, si es
que lo consigo, no me lo voy a creer.

—¿Qué pasa? ¿Tu ropa no pesa lo suficiente que también transportas una
piedra? —me pregunta con guasa, al ver la piedra que llevo en el fondo de mi
mochila.

—Me estás vacilando, ¿no? —pregunto, levantando las cejas.

—No. ¿Por qué llevas ahí una piedra?

—Joder, Gala. Tú, cuando yo te conté toda la movida del viaje, no me hiciste
ni puto caso, ¿no? —inquiere Zoe con gesto de indignación.

—¡Vaya, parece que la Peli también lleva una! —digo, descojonándome al ver
su expresión.

—Oye, Marc, no te rías de mi amiga Gala, la que pasea por el espacio sideral
cuando yo hablo.

Y los dos nos volvemos a reír. Zoe saca una piedra pequeña de su mochila y
se la enseña, contoneándose, como si fuera una bailarina.

—La piedra simboliza una carga que arrastras y los peregrinos suelen dejarla
por el Camino o en Santiago de Compostela a su llegada. Es como si dejaras
atrás el dolor por el arrepentimiento.
—Te lo dije en su momento, pero tú ni caso. Ya sé que hay veces que pulsas el
botón de desconexión; pero, joder, podías al menos recordar eso.

—Pues no lo recuerdo, la verdad. De todas maneras te habrás dado cuenta de


que Zoe y yo muy religiosas no somos —puntualiza Gala.

—Explícaselo tú, que yo me voy a la ducha —dice su amiga, dejándolo por


imposible

—Para los creyentes, la piedra simboliza los pecados cometidos; para los que
no creemos —puntualizo para que sepa que la religión tampoco es lo mío—,
es algo más espiritual. Seguro que te guardas algo dentro de lo que quieres
deshacerte, ¿me equivoco?

—No te equivocas, claro que guardo algo, pero lo mío más que espiritual es
material. Vamos, que no es una piedra lo que me gustaría tirar, sino todos los
ladrillos que forman todos los malditos tabiques.

No hace falta que me explique mucho más, creo que se refiere al piso que debe
compartir con su ex. Gala pierde la vista de nuevo en su ropa y no me vuelve a
mirar. Sin dejarme añadir nada, se marcha con sus cosas al baño.

Adrián aparece el primero de nuevo por la habitación, se ha afeitado y todo.


Silbo cuando entra por la puerta.

—¡Vaya, estás hecho un pincel!

—La barba me picaba —dice, mientras se pasa la mano por la barbilla y el


cuello, como si la echara en falta—. Me voy a dar una vuelta por el pueblo y a
tomar unas cervezas, será mejor que me vaya solo, hoy no soy buena
compañía.

Eloy y Zoe entran juntos en la habitación en ese momento.

—¿Solo? Déjame ir contigo —le pide Zoe, haciendo una especie de puchero.
Mi amigo, el oso amoroso, no va a poder resistirse.

—Está bien —responde.


—Yo voy a llamar a Elena. Luego os pregunto dónde estáis y me acerco.

—Uf, vámonos, Zoe, porque la conferencia le llevara un rato —deja caer


Adrián.

Yo ni me inmuto. He empezado a escribir la entrada del blog y me viene


perfecto que todos se marchen, más paz y más tranquilidad.

Cuando estoy casi terminando, aparece Gala y otra vez su imagen recién
duchada me pone malo; malo de cintura para abajo, ya sé que me habéis
entendido. El pelo mojado, la mirada dulce y ese olor a fresa y canela. De
repente, se crea en mi cabeza nuestra imagen desnudos en la ducha, mientras
nos frotamos el uno al otro.

—Marc, Marc… Te estoy preguntado ¿dónde se han ido?

Joder, Marc. Te ha faltado meterte la mano y agarrarte la polla, mientras te


recreabas en tus pensamientos, como un adolescente.

—Eh… —Disimulo (muy mal, por cierto) mi viaje en sueños por la piel de
Gala—. Zoe se ha ido con Adrián a despejarse un poco.

—Está bien. Yo estoy molida. ¿Ya has metido la entrada en el blog?

—Estoy en ello.

Gala se acerca y se acomoda a mi lado en la cama; menos mal que es pequeña,


porque en estos camastros casi no entramos los dos.

—No me he duchado, así que apesto —puntualizo, porque se me ha pegado


tanto que seguro que le desagrada mi olor.

—¡Qué exagerado, camino! Mírate, si siempre estás perfecto, como si no


hubieras estado andando. Yo alucino contigo.

—Será mejor que me duche ya —digo, posando la tablet en la cama a su lado.

—¿Puedo? —pregunta, señalando la pantalla.


—¡Claro! Y corrige lo que quieras, seguro que te queda mejor que a mí.

Salgo rápido hacia la ducha y, en cuanto las primeras gotas, casi frías, me
mojan la piel, cierro los ojos. La imagen de Gala desnuda vuelve a mi cabeza
de nuevo y lo cojonudo es que es todo producto de mi imaginación, porque
piel, realmente, le he visto poca. Vale, las peras sí, ya lo sabéis; pero, aparte
de eso, poco más. Aunque parece que mi cerebro lo intuye porque emite la
orden necesaria para que una considerable erección me acompañe mientras me
enjabono. ¡Hay que joderse!

Consigo volver a la habitación, con las pulsaciones ya normalizadas, porque


sí, me la he meneado un poco, ha sido inevitable. Lo primero que veo al abrir
es a Gala, tumbada sobre mi cama, con la tablet casi pegada a la cara y
dormida como un bebé.

«Ay, Galita, estás tan guapa dormida, tan relajada, que no puedo ser tan
cabrón como para despertarte. Te tengo tantas ganas».

¿Habéis oído un suspiro? Pues es el mío, de contención.


14
LLUVIA Y CALOR

Etapa 7

Habíamos tenido mucha suerte con el tiempo desde que empezamos el


Camino, pero hoy está cayendo lo que no ha caído en todo el mes, ¡menudo
diluvio! Nos falta reunir a los animales y meterlos en el arca, porque parece
que el mundo se vaya a terminar en cuestión de horas. No se trata de una fina
lluvia de verano, el calabobos ese que llaman; no, se trata de lluvia incesante,
de la que hasta te hace daño en el cuerpo, sobre todo en las piernas que las
llevamos al aire.

Hemos parado ya a resguardarnos un par de veces porque así es muy difícil


caminar. Nos hemos puesto los plásticos, que cubren más bien poco, y creo
que tengo calados hasta los huesos.

Para dar más emoción, la etapa de hoy es la más larga después de la que
doblamos. Dejamos atrás los límites de la provincia de Lugo para entrar en La
Coruña, y Zoe la tenía en su libreta anotada con el subtítulo de
«Rompepiernas». Justo lo que yo necesito. Una etapa con un perfil muy
quebrado y trabajoso. Creo que si llego al albergue, entera, ya podré con
cualquier cosa.

Las ampollas que casi tenía curadas se están resintiendo, he tenido que
calzarme las botas de montaña y, como no estoy acostumbrada, siento los pies
oprimidos y como pesas; vamos, que en vez de andar, parece que me voy
arrastrando, sobre todo por una senda de robles y eucaliptos que ya hemos
atravesado, estaba embarrada y he tenido que ir con pies de plomo, como se
suele decir, para no caerme.

Cuando me he quejado por enésima vez, la simpática de mi amiga ya me ha


dejado su perlita: «Al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen
llagas». Con el sonido ambiente de las carcajadas de todo el grupo, he seguido
caminando, sin inmutarme.
Por cierto, el grupo ha aumentado otra vez. Lorena, Carol y sus amigos nos han
alcanzado, así que la etapa está siendo de lo más entretenida, si no fuera por la
climatología adversa, claro.

Os puedo hacer un resumen rápido de anoche por si os habéis perdido algo.


Yo me quedé grogui en la cama de Marc, y él tuvo que dormir en la mía; creo
que estaba tan cansada que caí como fulminada por un rayo. Recuerdo que me
dio tiempo a corregir un par de frases de su blog y, antes de que él saliera de
la ducha, ya estaba en el séptimo cielo. Lo peor es que me vio con la babilla
colgando encima de su almohada. Esa imagen le quedará grabada en el
subconsciente para siempre y ha sido lo primero que me ha recalcado esta
mañana; no sé si para vacilarme o para dejarme claro que después de ver eso,
ya lo puede ver todo.

Eloy, creo que volvió enseguida; al parecer, había discutido telefónicamente


con su novia y no estaba de humor para seguir el ritmo de Zoe y Adrián, que
decidieron que era la noche perfecta para beberse casi todas las cervezas del
bar donde cenaron. Yo estaba zombi cuando regresaron, pero me ha contado
Marc que entraron los dos abrazados y bastante perjudicados.

Espero que mi amiga me cuente más detalles de su pedo.

Estamos en mitad de la etapa y decidimos parar a comer en Melide; mi amiga


lo tiene señalado con un pulpo gigante, porque es pecado marchar de aquí sin
probarlo. Así que despojándonos de los plásticos y sacudiéndonos las gotas
de agua, que todavía resbalan por nuestro cuerpo, nos sentamos todos a comer.

Zoe y yo vamos al baño para cambiarnos, al menos, la camiseta. Cuando


lleguemos al albergue tendremos que poner todo a secar.

—¿Qué tal anoche con Adrián? —le pregunto, mientras retuerce la camiseta
que se acaba de quitar.

—Bien, ¿por qué lo preguntas?

—Porque creo que llegasteis algo tocadillos, ¿no?

—La verdad es que a lo tonto a lo tonto, menuda resaquilla que tenemos.


—¿Y?

—Y nada más. Gala, ya ves cómo es Adri; un buenazo. No es mi tipo.

—Vaya, ahora es Adri, qué cariñoso, ¿no?

—Eres idiota. Sí, lo intentó, no hace falta que le des más vueltas, puedes
preguntármelo sin rodeos. En la euforia del alcohol me metió la lengua hasta la
campanilla. ¿Contenta?

—Eso ya lo sabía yo. Pobre, no sabe que tú eres de las que prefiere sufrir. —
Me río.

—No te pases, lista. Después nos abrazamos y nos reímos. Sabe que no puede
ser —me dice, poniéndose la ropa seca.

—Es una pena que te gusten solo los cabrones, parece un buen chico —le
digo, antes de llegar donde están todos sentados.

***

La comida transcurre en un ambiente tranquilo, la etapa está siendo dura y se


nos nota cansados; no podemos entretenernos mucho porque todavía nos queda
un buen tramo. Definitivamente, el pulpo está buenísimo y, además, bebemos
un par de botellas de albariño para acompañar. Alfonso y Luis, que son los
nuevos amigos de las chicas, se integran bien en el grupo, aunque están más
callados que el resto; creo que la presencia de Adrián les cohíbe un poco,
sobre todo a Luis, que es quien explora la boca de su hermana.

Antes de abandonar Melide, visitamos la iglesia románica. Lo que más llama


la atención desde el exterior son dos de sus fachadas. Una vez en el interior,
nos encontramos unas pinturas murales espectaculares. Mi amiga las
contempla embobada; ya os he dicho que lo suyo es el arte, y le tenemos que
meter prisa para seguir caminando o no llegaremos nunca.

Mientras el resto del grupo admira la iglesia, Marc y yo salimos un rato. Nos
apoyamos en un lateral, resguardándonos de la lluvia, que ha empezado a
acompañarnos de nuevo.
—Ven aquí—dice, mientras me envuelve entre sus brazos y posa sus labios en
los míos de forma muy sutil.

Nos besamos suave, primero; pero enseguida nuestras lenguas se encienden y


el beso se hace más profundo. Recoge mi pelo mojado en el final de mi nuca,
apartándolo de mi cara, y emite un pequeño gruñido que produce un cosquilleo
en mi piel.

—Tranquilo, camino, que estamos en la puerta de una iglesia —digo,


apartando un poco mi boca de la suya para llenar de aire mis pulmones.

—Es que me encantas con el pelo mojado. —Y su confesión me pilla


desprevenida.

Lo miro, alzando mis cejas, y entonces vuelve a besarme, como si no


estuviéramos aquí.

—Pues hoy tengo mojadas hasta las bragas —suelto sin ningún filtro.

«Joder, Gala, eso ha sonado francamente guarro».

—¿Sí? ¿Cómo de mojadas? —pregunta, aguantándose la risa, porque la frase


ha sonado realmente mal.

—No, yo lo decía por… —intento excusarme.

Y ahí está de nuevo, estampando su boca con la mía para ahorrarme la


explicación. No sé describir los besos de Marc, porque empiezan siendo de lo
más sensibles y acaban dejándome en un punto de tal excitación que mi cuerpo
se estremece cuando se aparta. Es como si me dejara a punto de pasar a algo
mucho más colosal. De verdad, cada día tengo más ganas de llegar hasta el
final con él. Tanta tensión sexual acumulada no puede ser buena.

—¡Eh! Tranquilos, que estáis en una iglesia —nos advierte su hermano, que
nos ha pillado en plena faena.

Marc y yo nos separamos de nuevo y, cuando sale Zoe con el resto,


continuamos la ruta, aguantando la risa por el calentón.
Las piernas me pesan y creo que me duele la cabeza del cansancio. La ruta
sigue intercalando pronunciados descensos con grandes ascensos, ahora
entiendo lo del rompepiernas, porque yo creo que mañana las mías van a estar
fuera de combate.

—Vamos, chicos. ¡Que no decaiga ese ritmo! —chilla Zoe, que como siempre
va en cabeza.

—¿Siempre es así? —pregunta Luis a Lorena. No me extraña que les esté


dejando alucinados.

—Sí. Ella y Eloy son como dos toros —explica Lorena.

Yo prefiero no hablar, así no pierdo oxígeno de forma innecesaria. Solo ando y


ando, creo que ya por inercia.

La última parte de la ruta es la peor, con diferencia. Una última rampa para
que mis gemelos digan basta.

—Joder, no puedo más —me quejo.

—¡Venga, Gala! No te pares, que es peor —me advierte Marc.

El resto sigue, más o menos, a buen ritmo y, como todos los días, yo soy la
rezagada.

Me doblo y me coloco la mano en un costado; tengo flato, las piernas no me


responden y creo que empieza a faltarme el aire.

—No puedo, de verdad.

—Faltan tres kilómetros, ya estamos llegando —me informa Marc, que se ha


parado a mi lado y me ayuda a ponerme recta.

—Joder, no creo que lo consiga.

—¡Claro que sí! Toma. —Saca su móvil y veo que elige un tema de una lista,
mientras me coloca los auriculares con sumo cuidado—. Concéntrate en la
música —me dice, antes de dar al play.
Su maniobra para disuadirme del dolor físico y mental funciona. En cuanto
empiezan a sonar los acordes de «Walk on Water», de Thirty Seconds to Mars,
con la voz de Jared Leto (su primo italiano y protagonista de los sueños
húmedos de mi amiga), me concentro en volver a caminar.
15
DOS DÍAS

Etapa 8

MARC

Después de la dura etapa de ayer, hoy no hemos sido capaces de madrugar.


Llegamos reventados, calados y con pocas ganas de nada más que no fuera
darnos una ducha e intentar dormir. Literas, caras de no poder articular
palabra y poco más. Acompañé a Gala a fumarse su pitillo antes de dormir y
nos despedimos en la puerta, antes de entrar a descansar con unos cuantos
besos. Esto de haber vuelto a la adolescencia y no pasar de unos cuantos
intercambios de saliva está consiguiendo que mi mente no piense en otra cosa
que en los dos putos días que faltan para llegar a Santiago de Compostela.

Lo sé, muero de impaciencia y no estoy acostumbrado a que mi cuerpo desee


algo con tantas ganas y no tenerlo. Yo nunca he tenido problemas para
conseguir lo que quiero y, por supuesto, hace mucho tiempo que no tenía que
esperar tanto para culminar. Es como un reto nuevo para mí. Me gusta y me
impacienta en igual medida. No sé si he sabido explicarlo.

Al menos, hoy está nublado y hace buena temperatura, no hay previsión de


lluvia y creo que será una etapa corta. Después de la paliza de ayer, nuestras
piernas no están al cien por cien, espero que los dieciocho kilómetros de la
etapa de hoy hasta Pedrouzo sean pan comido. Y mañana, por fin,
caminaremos hasta la Catedral de Santiago.

—¿Todo correcto? —pregunto a Gala, guiñándole un ojo. Acaba de pararse en


mitad de un sendero. Disimula una sonrisa ante mi pregunta y niega con la
cabeza.

—No siento las piernas, como Rambo.

—Vamos, loca. Hoy la etapa es más fácil.


—Nena, no te pares —dice Zoe, cogiendo del brazo a su amiga para
arrastrarla con ella unos metros hacia delante.

Deduzco que quieren estar un rato a solas, así que me quedo a la par de Adrián
y Eloy y sigo caminando.

Aunque voy escuchando a Eloy y Adrián hablar sobre no sé qué tía del
gimnasio, que según Adrián se quiere calzar a mi hermano y según Eloy eso es
una invención de él, me fijo en cómo discuten Gala y Zoe. No llegan hasta mis
oídos todas sus frases, pero sí palabras sueltas, como «Santiago», «hotel»,
«mamón», «loca», «capulla» y «arrastrada». Con esta última, Zoe se para en
seco y no sabe cómo continuar hablando; ha tenido que ser duro lo que le haya
dicho, porque no es fácil callar a la Peligrosa.

—Marc, ¿puede dormir Gala mañana contigo en Santiago? —me pregunta Zoe.

La pregunta me coge por sorpresa y lo primero que hago es mirar a Gala; pone
los ojos en blanco y frunce el ceño.

—No le hagas caso. Puedo dormir sola —espeta, a la vez que acelera el ritmo
para dejarnos atrás.

En dos zancadas la alcanzo y me pongo a su lado.

—¡Suave, loca! No vayas tan rápido —exclamo, esperando que afloje. Pero
Gala sigue caminando deprisa, sin mirar atrás—. Eh, por favor —le digo,
mientras le agarro la muñeca para detenerla.

—Camino, es mejor que me dejes sola un rato, no respondo de lo borde que


pueda llegar a ser.

—Ven aquí. —La atrapo entre mis brazos, encajándola en mi cuerpo. Al


principio, parece resistirse y su respiración se acelera, pero no desisto y no la
despego de mí. Termina cediendo.

—Sigamos andando, por favor.

Obedezco y continuamos la marcha, el resto del grupo nos sigue detrás.


—¿Qué ha pasado?

—Nada, que me jode mucho ver cómo mi amiga se doblega ante el cabrón de
su rollo. Y encima te pregunta si puedo dormir contigo, como si fuera un perro
al que abandona. Soy capaz de encontrar una habitación de hotel y dormir sola.

—¡Eh, mírame! —le digo, cogiendo su cara entre mis manos. Sus ojos
avellana brillan por el enfado, pero consigo que me preste atención—. No te
enfades. Estoy contando los minutos para llegar a Santiago y estar contigo a
solas, Gala. No hace falta que Zoe me pregunte nada porque está claro que
quiero que duermas conmigo y no con ella.

Parece que consigo que se destense un poco y aprovecho para meterle la


lengua en la boca y así evitar que añada nada más, al menos, de momento. El
beso nos va encendiendo, como todos los que nos hemos dado hasta ahora y el
resto de los peregrinos que transitan por la senda nos esquivan entre risas y el
saludo «buen camino» de rigor.

Después del momento calentón, y ya no puedo llevar la cuenta de las veces


que me he tenido que colocar la erección al terminar de besar a Gala, me
cuenta que el rollo de Zoe le ha pedido que usen la habitación del hotel que
ellas tienen reservada en Santiago, así no tiene que registrarse y no deja pistas
de dónde ha pasado el fin de semana, ni con quién.

—Me parece patético que, a estas alturas de siglo, un tío tenga que seguir
llevando una doble vida —digo convencido.

—Yo, a estas alturas, lo que no soy capaz de entender es que alguien pueda
mentir de esa manera y joder la vida de dos personas. Y, por supuesto, no
quiero juzgar a mi amiga, pero no creo que necesite compartir las migajas que
el otro le ofrece.

—Será porque está más pillada de lo que quiere demostrar.

—Está hasta las trancas, y yo ahí no me meto, pero no comparto las formas.
Hoy, nada ni nadie te obliga a estar con una persona si no quieres.

Y, cuando lo dice la voz de Gala, suena con un punto melancólico, que es lo


último que me apetece escuchar. Me gusta la Gala sin filtro, esa que habla y
pregunta, que se queja y se mosquea. Que se defiende y se ofende. No la que
pierde la mirada en el horizonte, da al botón de pausa y se sumerge en un bucle
de pensamientos.

Me detengo unos segundos y la abrazo otra vez. Me ha salido como si fuera un


acto de protección, arriesgándome a que imponga esa distancia que le gusta
marcar cuando el momento se vuelve más íntimo. Encajada en mi pecho,
aguanta unos segundos y después seguimos caminando.

Paramos a esperar al resto del grupo en el recuerdo del peregrino Guillermo


Watt, fallecido en el Camino a una sola jornada de llegar a Santiago de
Compostela. Gala y yo estamos hablando de la putada que tuvo que ser
quedarse a un solo paso de alcanzar la meta, cuando empieza a sonar su
teléfono. Esta vez no es la melodía de Toc Toc, sino una mucho más antigua,
«El ritmo del garaje», de Loquillo. Abro tanto los ojos, mientras ella saca el
móvil de su mochila que al ver mi cara de asombro se parte el culo. Puedo
leer como en la pantalla pone ROCK STAR. Tratándose de ella, no podía ser
de otra manera. Es incapaz de poner el nombre con el que el padre y la madre
inscribieron en el Registro al que llama.

Se aleja unos pasos, buscando privacidad, pero oigo cómo continúa su risa al
responder. Habla con él, un tal Samu, supongo que será de Samuel.

—Joder, vaya putada morir aquí, ¿no? —dice Adrián, que ya ha llegado a mi
vera.

—Bueno, morir ya es jodido, da igual el sitio —interviene mi hermano,


haciéndose el gracioso.

—Eres un capullo —espeta Adrián de nuevo.

Pongo un poco de paz entre los dos, como siempre. Lo que me sorprende es
que, en el fondo, se llevan bien. Hay veces que me entero de movidas de mi
hermano porque se las contó primero a Adrián y no es que me ponga celoso, es
que parecen un puto matrimonio de los que están constantemente discutiendo;
pero, en realidad, se adoran. Será que ese vínculo lo han reforzado levantando
pesas y sudando juntos.
Uf, mejor borro la imagen que se acaba de formar en mi cabeza.

—¿Con quién habla mi amiga? —me pregunta Zoe.

—No sé, creo que ha dicho Samu o algo así —contesto con duda.

—¡Vaya con mi neni! Parece que se le acumula el trabajo —suelta la


Peligrosa, haciendo con sus dedos el gesto de las comillas al pronunciar la
palabra «trabajo».

Gala deja de hablar, se guarda el móvil en el bolsillo de la mochila y se une al


grupo. Me pica un poco la curiosidad y quiero preguntarle por esa llamada,
pero tampoco quiero que piense que estoy metiéndome donde nadie me llama.
Lo que me pasa es que ella enseguida me preguntó si tenía alguna relación y yo
he dado por supuesto que después de lo su marido, bueno, ex, ella no ha estado
con nadie y de eso hace ya un año.

«¡Coño, Marc! Es imposible que Gala no haya estado con nadie en todo este
tiempo, aunque solo sean rollos de una noche. Imposible».

Antes de que pueda pensar en cómo preguntárselo, sin resultar un capullo


entrometido, su amiga me hace la mitad del trabajo.

—Amiga, así me gusta, que los tengas a pares.

—No te pases, Peli —dice Gala, cambiando un poco el gesto.

Su respuesta no me ha dado mucha información, pero he visto cómo el tono


con el que ha respondido a su amiga ha sido un poco seco, creo que todavía
está algo mosqueada con ella.

—¡Venga, neni! No me pongas esos morritos, que me partes el corazón.

Y sin que pueda deshacerse de su agarre, la aprisiona con los brazos.


Estrujándola como una mamá oso.

—Peli, ¿me estás haciendo la pelota?

—No, eso, ni muerta.


Ante semejante espectáculo de exaltación de la amistad, todos empezamos a
aplaudir y a corear:

—¡Qué bonito! ¡Qué bonito!

Las dos amigas se separan y casi a la vez nos levantan el dedo corazón a
todos. Otra cosa no, pero compenetradas están.
16
LA PENÚLTIMA

Estamos a punto de llegar al albergue y culminar esta etapa. No me puedo


creer que mañana sea nuestro último día del Camino. Tantos kilómetros, tantas
quejas, tantas horas invertidas y ya estamos a punto de conseguirlo.

Hace un rato me ha llamado Samuel y le he contado entusiasmada cómo, a


pesar de mis reticencias a la hora de hacer este viaje, he disfrutado mucho de
cada kilómetro recorrido. Él se ha dedicado a vitorearme como si fuera una
corredora en los últimos metros antes de llegar a la meta. Le encanta hacer el
gamberro y yo siempre soy un blanco fácil. No me ha pasado desapercibida la
cara de Marc cuando ha visto la pantalla de mi móvil acompañada por la
melodía de Loquillo, no sé qué se le habrá pasado por la cabeza en ese
momento, pero seguro que habrá asociado ideas. Mi amiga ha metido baza
para dejarlo más despistado, si eso es posible. Ella siempre echándome una
mano, pero al cuello.

Me ha dado mucha rabia que le preguntara a Marc por lo de dormir mañana


con él. Soy mayorcita para tomar mis propias decisiones y, a veces, mi amiga
me trata como una niña desvalida. Que quiero dormir con Marc es más que
evidente, pero no necesito que me coloque como si fuera mi casamentera.
Bastaba con dejar las cosas fluir y ya se vería hasta dónde podíamos llegar;
pero, claro, su jefe le pide que se arrastre por el suelo para que él no deje
pistas y la Peli solo obedece. Y como es mi amiga y la quiero con locura, pues
no me queda más remedio que estar a su lado para cuando venga otra vez
hecha una mierda, porque ese tipo de relación jamás acaba bien y, tarde o
temprano, terminará. Para siempre.

Samuel me ha dicho que en un par de semanas tiene que ir a VR a Barcelona,


así que, aunque ya me habré incorporado al trabajo, me alegra saber que
pasaremos una semana juntos, poniéndonos al día. Después de Zoe y de Xavi,
es con quien más me gusta hablar. Samu es paciente, sereno y un buen
consejero, claro que, aunque los consejos que nos damos son mutuos, no
siempre los llevamos a la práctica. Él también ha sufrido mucho por amor y
somos conscientes de que Cupido está muerto para nosotros, así que, a veces,
nuestras conversaciones son como epitafios.
—No me lo puedo creer. Dijiste que tú te encargabas de la reserva —dice
Marc a Lorena, elevando un poco la voz.

Voy caminando al lado de Eloy y de Zoe, y nos giramos para ver qué pasa.

—Lo siento. Me puse a hacer otra cosa y se me olvidó.

—Perfecto, Lorena. Perfecto.

—¿Qué pasa? —pregunto, al ver que Marc se adelanta del grupo y coge su
móvil.

—Nada, que ayer mi hermana dijo que ella cambiaba la reserva para estar
todos juntos en el mismo albergue y se le ha olvidado. O, al menos, eso dice.

—Vete a la mierda. Claro que se me ha olvidado —rebate ella.

—Tranquilos—intercede Carol, al ver cómo los hermanos empiezan a discutir.

Entramos al pueblo, y Zoe me indica que hemos llegado a nuestro albergue.


Marc ha colgado y tiene cara de pocos amigos.

—Pues nada, nos veremos para cenar —dice enfadado—. En vuestro albergue
ya no queda sitio.

—Está bien, camino. No te pongas así. —Trato de sosegarlo.

—Es que me molesta mucho la incompetencia.

Aparto un poco a Marc del grupo, porque Lorena lo ha asesinado con la


mirada. Está delante de sus nuevos amigos, y Marc le está echando la bronca
como si estuvieran en el trabajo, no le ha hecho mucha gracia. Me parece que
como jefe debe de ser de lo más exigente.

—Eh, no pasa nada. La chica se ha despistado.

Lo agarro como puedo por la camiseta, acercando su torso a mi cuerpo. Zoe


pasa a mi lado y se descojona; estamos justo en la puerta.
—Voy entrando —me informa.

—Ahora es cuando me das un beso de esos que me dejan al borde del


priapismo, ¿no?

—Por supuesto —contesto chulita.

Nuestras bocas se enredan con la mayor naturalidad. Otra cosa no, pero besos
nos los hemos dado de todos los colores. Labios, lenguas. Lenguas, labios. De
puntillas y sosteniéndome sobre los hombros de Marc, aguanto como puedo el
equilibrio.

Joder, la cosa se pone tan caliente que creo que me ducharé con agua fría.

—Encárgate tú de la reserva del hotel para mañana —le digo entre dientes,
con mis labios todavía pegados a los suyos.

Por nada en el mundo me gustaría llegar a Santiago de Compostela y tener que


volver a compartir habitación con el resto del grupo. Necesito a Marc,
carnalmente hablando, ya me entendéis. Lo necesito arriba, debajo, de lado.
En fin, multiposicionalmente. Sobre todo dentro.

—Que no te quepa la menor duda, loca.

Nos separamos entre suspiros y lo veo continuar hacia el pueblo. Me quedo


como una gilipollas contemplando su silueta. Alto, guapo y tremendamente
provocativo.

«Vamos a por esa ducha con hielo, Gala, te va a sentar fenomenal».

***

Hace un rato que nos hemos sentado a cenar todos juntos. Me he colocado
entre Marc y Eloy para tener justo enfrente a mi amiga y a Adrián. Lorena, esta
vez, se ha alejado de su jefe lo máximo posible; creo que aún está mosqueado
con ella por la reserva. Todavía no nos han traído los platos y ya nos hemos
terminado la primera botella de vino, menudo ritmo. Acabamos de pedir otra
botella al camarero, que nos ha mirado cómplice. O el cocinero es muy lento o
nosotros tenemos mucha sed.

Es viernes, esta será nuestra última noche todos juntos; además, estamos
bastante eufóricos porque mañana terminaremos esta aventura, por lo que se
dan muchas circunstancias para que la celebración se nos vaya de las manos.

Mientras empiezan a salir los primeros platos, Zoe deja caer lo bien que lo
hemos pasado en el albergue.

—¡Vamos, Gala! No les cuentas lo bien que lo hemos pasado en la sauna —me
apremia para que sea yo quien narre nuestra aventurilla.

Todos me miran expectantes.

—¿Había sauna? —pregunta Adrián incrédulo.

—Sí, una sauna muy, muy caliente —interviene Zoe.

Todos se ríen y noto cómo Lorena agacha la cabeza. La pobre quiere pasar
desapercibida por su despiste, pero Marc la busca con la mirada. Cuánto
rencor.

—¿Cómo de caliente? —pregunta Eloy muy interesado.

—Pues tan caliente que cuando hemos entrado la Peli y yo, dos chicas estaban
enrollándose y las toallas que les cubrían el cuerpo a punto de desaparecer.

—¡Joder, qué mala suerte! Nos lo hemos perdido —protesta Adrián.

—¿Y qué habéis hecho? —pregunta Marc con mirada pícara.

—Pues aquí, Llorens me agarró de la mano para cerrar la puerta e irnos, pero
yo me negué. Me apetecía destensar los músculos como ellas. Así que nos
hemos sentado lo más alejadas que hemos podido. Y creedme que en menos de
cuatro metros cuadrados es bastante difícil guardar la distancia.

—¿Y ellas? —nos interroga Eloy.

—Ellas sin inmutarse. Creo que eran alemanas, no entendíamos ni papa de lo


que hablaban. Eso sí, lengüetazo va, lengüetazo viene y muchas risitas.

—¡Vaya! Y nosotros perdiéndonos el espectáculo. No es justo. Yo solo he


visto a estos en bolas, para no variar —dice Adrián.

Todos nos reímos a la vez.

—No sé por qué a los tíos os encanta ver a dos tías enrollándose. ¿Tenéis
todos una tara o algo? —pregunto, ante la carcajada de todos.

—Pues a mí no me hubiera gustado verlas —interviene Luis—. Me hubiera


dado bastante asco.

Todos los hombres de la mesa, incluido su amigo, se quedan asombrados ante


su afirmación.

Mi amiga no se puede reprimir y entra en un enfrentamiento dialéctico con el


malagueño que hace que el resto nos quedemos expectantes.

—Claro, y seguro que no te has pajeado nunca viendo cómo se enrollan dos
tías en una peli porno, ¿no? —mete baza Adrián, que está igual de indignado
que Zoe.

Se siente el cruce de miradas entre ellos. Lorena tampoco sabe dónde mirar.
Menuda nochecita está pasando. Y después, un incómodo silencio.

—Otra botella de vino —grita Eloy al camarero, para destensar el ambiente.

Intervenimos todos y, por unanimidad, decidimos dejar el tema, pero puedo


ver como Zoe no se ha quedado convencida. Somos adultos y tenemos que
respetar las opiniones de los demás, pero utilizar la palabra «asco» para una
escena de amor, sea del sexo que sea, ya dice mucho de la mentalidad de Luis.

Cenamos de todo, que está buenísimo, y seguimos bebiendo y hablando de


cualquier tema que surge. De vez en cuando, Marc me coge la rodilla por
debajo de la mesa y su contacto me provoca escalofríos. Hoy me he puesto una
falda vaquera, bastante corta, así que, al estar sentada, mi piel queda al
descubierto. Espero que Eloy, que está al otro lado, no se dé cuenta de las
maniobras de su hermano; con la pillada de la teta en su boca ya tuve
suficiente.

Después de ponernos morados a comer y a beber todos estamos más relajados.


Adrián no para de lanzar piropos a la Peli delante de todos, y mi amiga se
limita a hacerse la ingenua, como si la cosa no fuera con ella. Estoy segura de
que a ella no le hace tilín y no es porque sea feo, que no lo es, sino porque es
verdad que ella no está acostumbrada a una relación normal, donde el chico
sea bueno, atento y cariñoso. Ya ves, como si fuera eso lo raro y no lo otro.
Me encantaría hacer de Celestina con estos dos.

Pedimos una ronda de chupitos, antes de levantarnos, y brindamos por el


Camino. Zoe y Adrián están retándose, a ver quién es más estibador del
puerto, bebiendo como si no hubiera un mañana, provocando que todos los
observemos. Eloy sigue metiéndose con su amigo por blando, y Marc cada vez
está más pegajoso conmigo; y no lo digo despectivamente, que conste. Lo digo
porque no para de acariciarme y me ha encendido como una cerilla. Es una
idiotez que nos calentemos como juveniles cuando esta noche tampoco
podremos tener intimidad.

Es como una especie de penitencia antes de pecar.

Decidimos ir a otro bar a tomar la última; al menos, esa es nuestra intención.


Aquí suena algo de música y parece que hay gente un poco más joven. Sin tan
siquiera preguntar, Zoe se acerca a la barra, junto a Eloy, y me pide algo. Marc
me agarra de la cintura y me aparta al rincón más oscuro del local, junto a la
máquina de tabaco.

—Me estoy volviendo loco, loca —me dice entre dientes, antes de estampar
su boca contra la mía.

Su lengua se abre paso entre mis labios; sabe a hierbas, como el chupito que
se ha tomado hace un rato. Mi piel vibra cuando me roza con sus dedos, que
mueve discretamente sobre mis costados. Estamos excitados y enseguida
cachondos, no lo podemos evitar.

Comienza a sonar «Clandestino», de Maluma y Shakira, y la Peli se acerca a


darme la copa. No pregunto, solo bebo. Me separa de Marc y se empieza a
frotar conmigo. Los chicos nos miran como si fuéramos un caramelo y Marc
niega con la cabeza ante semejante espectáculo, pero no para de mirarnos.
Conozco a mi amiga y sé que está desafiando a Luis, lo que pasa es que él está
centrado en Lorena y no nos presta atención, debe de ser el único de todo el
bar que no nos mira.

Zoe y yo odiamos el reggaetón, pero tenemos un vicio inconfesable y es que


cuando nos quedamos en casa algún viernes, nos permitimos escuchar dos o
tres temas que lo estén petando en ese momento. Bailamos, nos contoneamos y
cantamos esas maravillosas letras pegadizas. Vamos que lo damos todo en la
intimidad de nuestro hogar. Después, en público, nunca lo reconoceremos,
pero, a diferencia de otras veces, hoy nos estamos dejando admirar.

—Nuestro temazo del viernes, neni.

—Clan, clan… clandestino —canto a pleno pulmón, mientras movemos el


culo en círculos, haciendo algo parecido al twuerking.

—Coño, si parece que la escribieron para mí —dice la Peli, mientras tararea


—. Lo nuestro es ilegal, y no te voy a negar que yo pago la condena por
amarte…

Los chicos se acercan a nosotras y nos imitan. Marc sigue apoyado en la barra,
observando, mientras Eloy y Adrián nos abrazan y se mueven con nosotras,
como dos bailarines más. Al final, terminamos la canción los cuatro apretados
y descojonándonos.

Al acabar la copa, salgo a tomar un poco el aire y a fumar uno de mis últimos
cigarros; he prometido que mañana lo dejo. Marc, como si fuera mi escolta, no
tarda en estar a mi lado.

—¿Por qué no has bailado conmigo? —le pregunto, alargando un poco la


última palabra, con un mohín.

«Mierda de alcohol. Gala, no te pongas tontorrona ahora».

—Porque si hubieras pegado tu culo a mi cuerpo, como has hecho con Zoe, mi
polla te hubiera atravesado la tela de esa falda.
—Suave, camino, no seas tan creído.

—Mañana te lo explico.

Marc no me da tiempo a decir nada más, porque enmarca mi cara con sus
manos y me invade la boca de nuevo. Esta vez es mucho más demandante. Las
ganas, las malditas ganas acumuladas, toman el control. Lengua, manos, piel,
jadeos contenidos…; todo esto, apoyados en una pared de piedra. Un gran
espectáculo. Sus dedos juguetones subiendo por mis muslos y yo a punto de
decirle que no voy a poder parar.

Cuando oímos a los chicos silbarnos, nos separamos entre risas y maldiciones.

—Mañana me lo explicas, todo. Todo.


17
LA PIEDRA EN EL CAMINO

Con la media resaca que arrastramos y con la nostalgia de terminar esta


aventura, atravesamos un bosque de eucaliptos hasta llegar a una pista
asfaltada por la que continuamos andando.

El grupo está disperso hoy. Cada uno lleva su propio ritmo, más bien lento,
como si estuviéramos disfrutando de cada metro recorrido. Separados, casi en
silencio, vamos andando. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Y
yo, por primera vez, desde que salimos de Ponferrada, noto la espiritualidad
del Camino. Mi mente deja escapar todo lo negativo en cada paso. Quiero
dejar atrás todo lo que he sufrido, porque eso ya no hay manera de
solucionarlo y quiero concentrarme en el presente, ignorando el futuro al que
tampoco quiero dedicar mucho tiempo.

Han sido días duros, de mucho esfuerzo físico, al menos para mí, pero también
han sido días de muchas risas, de superación, de disfrutar de la belleza de la
naturaleza. De conocer otras vidas y a otra gente. En definitiva, días de
respirar y oxigenarme.

Muchos peregrinos llegarán hoy al final de este periplo, como nosotros.


Algunos lo harán cumpliendo una promesa; otros, movidos por la fe; y otros,
pidiendo un milagro. Los habrá que hayan recorrido el Camino solo por vivir
la experiencia o simplemente por el viaje, como yo, pero seguro que todos
llegaremos un poquito más orgullosos por haber conseguido el objetivo.

Después de un par de repechos, algo más asequibles que los de los últimos
días, y casi al final de la etapa, llegamos al Monte do Gozo. Es una liberación
divisar desde aquí Santiago de Compostela y su Catedral.

Sin lugar a duda, es un momento mágico, incluso de felicidad, podría decir.

Zoe me abraza por detrás y las dos, como idiotas, permanecemos unos
segundos en silencio.

—Ven, vamos a dejar juntas la piedra aquí —me dice.


—¿Por qué? Si es tu piedra, no la mía.

—No seas idiota y ven aquí —me gruñe, sacando su piedra de la mochila y
acercándola a mis manos—. Es algo simbólico, Gala. Lo haremos juntas, y
significará que nos quitamos de encima un peso. Nuestra piedra se queda aquí.

Depositamos la piedra al lado de un pequeño arbusto. Hay más, cerca; pero la


nuestra no se toca con ninguna.

—Sabes que lo que has dicho es una gilipollez, ¿verdad? —le digo,
aguantando la risa porque el momento se había puesto de lo más trascendental.

—No seas payasa. Ya sé que mi piedra estará a punto de llegar a Santiago y


tropezaré esta noche con ella otra vez, listilla

—¿Con qué te vas a tropezar? —inquiere Marc, mientras yo me parto el culo.

Mi amiga sabe igual que yo que su carga no queda aquí con el abandono de la
piedra.

—Con una po…

—¡Zoe! —grito, antes de que acabe su frase, pero Marc ya ha adivinado el


final de la palabra y se ha quedado perplejo.

—¿Y tu piedra? —pregunto, para que se centre solo en mí y no en la bestia de


mi amiga.

—Allí, junto a la de Eloy. La dejé antes, en la intimidad —contesta,


enseñándome su mejor sonrisa.

—Pues me parece perfecto. Una carga menos —digo resuelta, y me coge de la


mano.

Nos adelantamos unos pasos y seguimos caminando.

—Ya tengo hecha la reserva para los dos y estoy deseando llegar.

—¿En el mismo hotel que los chicos?


—Sí.

—Perfecto.

Nos damos un beso, esta vez es contenido, creo que ninguno quiere gastar
energía para lo que vendrá.

Lo que más miedo me da de estas situaciones es que ansías algo con tantas
ganas y te preparas mentalmente para ello, porque has tenido millones de
horas para hacerte una idea en tu cabeza, que después llega ese momento y
nada es como lo habías imaginado. Unas veces para bien y otras para mal.
Espero que Marc y yo superemos mis propias expectativas. Que son altas,
para qué voy a negarlo.

El resto del grupo enseguida nos alcanza y juntos seguimos caminando los
últimos kilómetros.

El júbilo nos embriaga cuando entramos en el casco histórico de Santiago de


Compostela.

—Ya está, chicos, ya lo estamos rozando —nos anima Eloy, sacando sus dotes
de motivador.

Atravesamos un par de calles más y entramos bajo el Arco del Palacio por un
pasadizo. Hay un montón de músicos callejeros que amenizan los últimos
metros. Zoe me separa de Marc y agarra mi mano. Me hace dar saltitos con
ella y, a media carrera, accedemos las primeras a la plaza del Obradoiro, por
fin.

Aquí termina nuestra aventura. Sé por qué ha querido entrar cogida a mi mano.
Unidas. Da igual que hayamos hecho casi todas las etapas rodeadas de gente,
al fin y al cabo, esta siempre será nuestra aventura, de las dos, como todo lo
que nos pasa desde que nos conocimos. Podemos decirnos las verdades a la
cara e incluso enfadarnos, pero siempre, siempre estaremos juntas, por y para
todo.

—Abrázame, nena —me dice, mientras tiramos nuestras mochilas en mitad de


la plaza. Que, por cierto, está atestada de gente.
Es un momento especial y creo que me estoy aguantando las lagrimillas. Nunca
hubiera llegado hasta aquí sin ella. En las malas y en las menos malas, ella es
única y este era su viaje, yo solo fui su invitada. Incapaz de decirle que no, a
pesar de las protestas. Ella y su fuerza. Yo solo pude unirme a su aventura,
para que se convirtiera en la de las dos.

—Siempre diré sí a tus aventuras, Peli —digo, y en ese momento noto cómo
mi amiga se limpia una lágrima, mientras su sonrisa ilumina toda la plaza.

El resto del grupo llega hasta nosotras, rompiendo el momento más


empalagoso entre ambas. Nos miramos y no hace falta que digamos más.
Sabemos lo importante que somos la una para la otra. Al observar al resto, me
doy cuenta de que todos estamos felices. Nos abrazamos, sonreímos y
suspiramos.

Lo hemos conseguido; por fin, lo hemos conseguido.

—Lo has conseguido, loca —dice Marc, cerca de mi oído, lo que provoca que
todas mis terminaciones nerviosas se pongan en alerta.

—Pues sí, no me lo puedo creer, camino.

—Lo que no me puedo creer yo es que estemos a punto de estar a solas.

Me aparto de él unos centímetros y observo su mirada lobuna. El caballero


desaparece a medida que pasan los minutos.

***

Todos quieren entrar en la Catedral y como no se puede acceder con las


mochilas yo me ofrezco a quedarme fuera, esperando a que terminen su visita.
Me da igual entrar, pero me apetece más estar unos segundos conmigo misma,
perderme un poco en la sensación de soledad, después de tantos días
acompañada, y ordenar un poco mi caos interior.

Además, me muero de ganas por liarme mi último cigarro y fumármelo en paz.


Será el último, lo he prometido. Bueno me lo he prometido a mí misma y eso
es suficiente. Ironías de la vida, Álvaro y yo siempre dijimos que lo
dejaríamos juntos, casi seguro, antes de dar el siguiente paso; sí, el de ser
padres. Ambos teníamos muy claro que un hogar con humo no era adecuado
para cuidar a un bebé. Siempre dijimos que si lo dejábamos a la vez
llevaríamos mejor los momentos de flaqueza. Juntos. Ahora soy consciente de
lo vacías que eran sus palabras.

Doy unas caladas profundas y cierro los ojos, disfrutando de cada miligramo
de nicotina que entra a mis pulmones. Espero ser capaz de no volver a caer.

La voz de Marc, susurrando en mi oído, me hace abrir los ojos de golpe.

—Gala, échame el humo de la última calada, como la primera vez.

A pesar de estar rodeada de cientos de peregrinos, antes de la presencia de


Marc, estaba completamente sola, perdida en mi mundo.

—Sigues siendo un viciosillo, ¿eh?

Obedezco y la última calada la expiro en su cara. Marc aspira y me ayuda a


levantarme del rincón dónde estoy sentada. Me sonríe y me besa. Con
suavidad, saboreándonos.

Necesito estar a solas con Marc, mi cuerpo anhela un poquito de calor


humano. Quiero descubrir si soy capaz de disfrutar del sexo sin pensar en nada
más. Sin ataduras. Sin sentimientos. Placer puro y carnal. Estoy atravesando
una etapa de mi vida en la que no quiero complicaciones, pero tengo que
reconocer que, después de Álvaro, solo he tenido sexo con Samuel, una noche
y a medias.

Estoy nerviosa, no voy a negarlo, pero también estoy deseando poder disfrutar
de él, sin interrupciones. Su porte, sus modales, su cuerpo. Marc es un
caramelo, es lo que necesito, es lo que quiero y me lo pienso comer.

Cuando ya está el grupo reunido de nuevo, vamos hasta la Oficina de Atención


del Peregrino a recoger La Compostela. Tardan un rato porque hay bastante
gente, pero decidimos esperar y cuando, por fin, conseguimos el documento
oficial, todos lo levantamos en el aire, como si fuera el diploma de una
graduación de esas pelis americanas. Con los móviles en la mano,
inmortalizamos el momento. Risas, fotos y mucho postureo.

Eloy es el primero que propone ir a comer todos juntos, como despedida. Ya


son casi las cuatro, por lo que decidimos ir con el atuendo del peregrino; es
decir, sudados, con la mochila y sin duchar. Casi todo el mundo está igual que
nosotros, por lo tanto, no desentonamos.

Después de comer tendremos que ir al hotel. No se me olvida la pantomima


que me obliga a hacer mi amiga para registrarme con ella, como si su chorbo
fuera un alto cargo del gobierno y quisieran ocultárselo al servicio de
inteligencia. En fin. Es su jefe, está casado y trabajan en una empresa grande,
pero tampoco veo necesario que tengan que tomar tantas medidas de seguridad
para follar como dos posesos. ¿O sí?

Al menos, aprovecharé para darme una ducha y cambiarme de ropa, me parece


un poco forzado presentarme en el hotel de Marc con estas pintas y, lo
primero, tener que ir al baño. Sé que me ha visto sudada y echa un trapo todos
los días anteriores, pero creo que un poquito de acicalamiento, antes de
bajarse las bragas, será lo mejor, ¿no?

Seguro que Marc también quiere mostrarme su lado más irresistible.


18
ADIÓS MODALES

MARC

No sé muy bien cómo explicarlo, pero no son nervios. Tampoco es miedo a


meter la pata o a no saber estar a la altura de la situación. Con casi treinta y
cinco tacos, no tengo ya edad para ponerme nervioso antes de echar un polvo,
aunque no voy a negar que siento por dentro cierta incertidumbre o
expectación. Sí. Podría llamarlo así.

Gala y yo hemos estado toda la semana con ese tira y afloja. Rodeados de
gente, y con la tensión sexual flotando en el aire. No sé lo que le gusta ni lo
que aborrece. No sé nada de ella a nivel físico, exceptuando que su cuerpo me
tiene loco y que ella también me desea. Nos miramos igual, con las mismas
ganas; no hay que ser muy avispado para darse cuenta. Ganas infinitas de
probarnos y de terminar lo que ni tan siquiera hemos empezado.

Voy camino de su hotel a buscarla. No está muy lejos del mío, pero no me
apetecía que nuestro encuentro fuera frío. Si ella, de repente, se presentara en
mi habitación y directamente nos metiéramos en la cama, quedaría un poco
mal, ¿o no? Al fin y al cabo, esto va de eso, de sexo, en toda la extensión de la
palabra. Le he mandado un mensaje y la esperaré en la recepción. Ella me ha
contestado que le da igual hacer el paseíllo de la vergüenza sola. Me encanta
que esté de buen humor, a pesar del cabreo que se cogió cuando su amiga la
invitó a irse a dormir conmigo.

La llegada a Santiago de Compostela ha estado marcada por un revoltijo de


sentimientos. Todos hemos sentido especial ese momento, de una manera u
otra. Besos, risas, abrazos. Ha merecido la pena, sin duda, y me alegro mucho
de haber podido venir hasta aquí con mi hermano y mis amigos. Conocer a
Gala y a Zoe ha sido un aliciente más. Espero ser el mejor guía para mis
clientes cuando me pregunten por este viaje.

Aviso a Gala de que ya estoy en la recepción para que baje y, mientras espero
a que aparezca, me fijo en un chico que hay sentado en uno de los sillones.
Está mirando su móvil con expresión taciturna. Tiene pinta de ser el rollo de la
Peligrosa. Alto, guapo y con el pelo rubio. Tiene aspecto de jefazo.

Gala sale del ascensor y ladea un poco la cabeza al verme. Vaquero y camisa
con las mangas dobladas a la mitad del antebrazo. Creo que le gusta mi
elección. Ella sale cargando su mochila en la mano derecha por el asa y se ha
puesto un vestido de flores pequeñas en tonos rosas y azules. Corto y con
vuelo en la falda. Parece más joven de lo que es. Se acerca hasta mí, casi
dando saltitos. Me gusta verla feliz.

—Camino, ¡qué elegante!

—Muchas gracias, loca. Tú estás muy guapa también.

—¡Qué va! Es el único vestido que entraba en mi maleta.

—Lo dices porque es el que menos tela tiene, ¿no? —digo con sorna, mientras
le doy un beso en los labios antes de que pueda replicarme.

Gala se ríe. Cuando casi estamos saliendo por la puerta, el chico que estaba
sentado en el sillón se levanta y se cruza con nosotros. Gala lo mira fijamente
y borra su sonrisa. Él baja la cabeza y avanza hasta el ascensor. Creo que
hemos pensado lo mismo.

—Capullo —susurra por lo bajo, cuando estamos en la calle.

—¿Crees que era él?

—Era él, fijo. Porque Zoe casi me echa a patadas de la habitación. Creo que
él ya le había dicho que estaba abajo. Yo nunca lo he visto, ni en foto, pero
tengo esa corazonada.

—Trae, yo te llevo la mochila.

—Otra vez, Marc. Puedo llevar la mochila yo solita —me espeta seria.

Ya no me acordaba de lo mal que lleva la caballerosidad.

—Gala, no dices que soy un gentleman, pues eso —digo, quitándosela de la


mano—. Será mejor que la dejemos primero en el hotel y nos vayamos a tomar
algo, ¿te parece?

—Está bien.

Después de hablar sobre la relación de su amiga, un poco por cotillear y otro


poco para evitar hablar de nosotros, nos miramos con ojos viciosos. Desde
que hemos empezado a andar, el culito de Gala mientras camina ha acaparado
toda mi atención. Ese contoneo y la piel de sus piernas, que queda al
descubierto con ese vestido, me están poniendo un poco bruto. Ella,
descarada, me mira con ojillos, seguro que se imagina lo que estoy pensando.
Creo que ambos empezamos a ser conscientes de lo que está por llegar. En
cuanto estamos delante del hotel, Gala sonríe y se muerde el labio inferior.
Pillado.

Al final he cambiado la habitación triple que tenía reservada con los chicos
por una doble para ellos y una suite para nosotros. Es un hotel pequeño y ha
sido una suerte que estuviera libre. Espero que a Gala le guste.

—Vaya, qué bonito, ¿no?

—Sí, es pequeño pero está muy bien situado. Es el que suelo recomendar
siempre a mis clientes.

Gala, de repente, me besa. De forma espontánea. Yo, mientras, sujeto la puerta


para pasar al interior, bastante sorprendido.

—Vamos a entrar —logro decir, aguantando una especie de gemido ronco.

Coloco su mochila delante de mi paquete, es lo único que se me ha ocurrido


para tapar mi erección. Gala se ha dado cuenta y se ríe abiertamente.

Pasamos directos al ascensor, con urgencia, y justo antes de que las puertas se
cierren entra una señora de bastante edad y nos saluda.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes —contestamos al unísono.


Gala reprime otra carcajada y acto seguido acerca su mano a mi bragueta,
menos mal que me cubro con la mochila de nuevo. ¡Vaya! Así que la señorita
quiere jugar…

La señora va a una planta anterior a la nuestra, y Gala se lo está pasando de


vicio, provocándome. Yo, más tieso que una vela, me he metido contra la
esquina del habitáculo, aguantando estoicamente el magreo.

—Adiós —se despide de nosotros la señora. No sin antes echarnos una


miradita recriminatoria. Vamos, que se ha coscado claramente de las
intenciones que llevamos.

Cuando las puertas vuelven a cerrarse, acorralo a Gala entre mi cuerpo y la


pared.

—Vaya, vaya. Así que la señorita quiere jugar.

—¿Yo? No sé de lo que hablas, camino. —Finge despreocupada, cuando mis


dedos empiezan a ascender por la parte trasera de sus muslos hasta detenerse
en su culo.

Joder, noto toda su piel, porque lleva unas bragas muy pequeñas, y mi polla
palpita dentro de mi bóxer. No tenemos tiempo para nada más porque las
puertas se abren otra vez.

—Ups, hemos llegado —me dice, apartando mis manos de su cuerpo.

—Claro, pero ya no te vas a escapar de mí.

Tiro de ella, sujetando su mano, y abro la puerta de la habitación con la que


me queda libre. Gala lee el cartel de la pared donde pone suite antes de entrar.

—Joder, Marc. ¿La suite? —pregunta, abriendo mucho los ojos.

No he querido ser un pretencioso, ni nada por el estilo, pero es verdad que no


había más posibilidades y la habitación, indudablemente, es la mejor.

Antes de que empiece a pensar en nada más, y para que no se nos baje el
calentón, ni siquiera le hago el tour de bienvenida. Abro rápido. Entramos y
cierro la puerta con la punta del pie. Entonces, la empotro contra la pared.
Invado su boca, con ansiedad, con nervios, con ganas. Lengua. Dientes. Saliva.
Lengua. Enredo mis dedos en su pelo y ejerzo más presión. La atraigo hacia mí
y la alejo para contemplarla. Sus mejillas encendidas, sus ojos chispeantes,
sus labios hinchados. Está preciosa así de agitada. Y vuelvo a la carga. Besos
más húmedos, más ávidos; que, como siempre, nos encienden. Avanzamos
unos metros, enredados con nuestras bocas y nuestras manos. Y a trompicones,
llegamos hasta los pies de la cama.

Gala se separa unos centímetros e intenta quitarse el vestido.

Es la hora. Creo que ya no hay vueltas atrás, lo de salir a tomar algo tendrá
que esperar.

—¡No! Déjame a mí —digo con la voz entrecortada por los jadeos.

—Marc…

—Venga, Gala. Déjate llevar. Quiero desnudarte y bajarte las bragas. Lo


necesito. Y después quiero follarte hasta que mi polla no pueda más.

Ella se deshace de sus sandalias, lanzándolas, y yo le doy la vuelta empezando


a bajar la cremallera de su vestido. Le coloco el pelo sobre un hombro y paso
lascivamente mi lengua por su nuca. Me detengo detrás de su oreja. Lamo y
chupo su lóbulo. No tengo ni idea de si le gusta, pero no se queja.

—¿Te gusta? Quiero ponerte cachonda y comerte entera, Galita.

—Joder, Marc, ¿dónde está el caballero? —me dice con la piel erizada al
paso de mi lengua.

Consigo bajar la cremallera y sacarle el vestido por los pies.

—Se quedó al otro lado de la puerta. Date la vuelta.

—Eres consciente de que no necesito tanta ceremonia, ¿verdad? Estoy a mil ya


—dice, mientras intenta desatar mi cinturón y llegar hasta mi erección.
Impaciente. Ansiosa.
—Tranquila. No tengo ninguna prisa, Gala. Está a punto de reventarme la
polla, pero quiero disfrutarte.

No conseguimos la ansiada calma. Con movimientos apresurados, y mi ayuda,


me desnuda. Me saco los pantalones y tiro al suelo la camisa, me quedo solo
con el bóxer negro y ella con su conjunto de mini braga y sujetador en el
mismo color.

—¡Qué conjuntaditos! —exclama con una risa nerviosa, mientras empieza a


bajarse las bragas.

—¡No! ¡Para! Déjame a mí, yo te las bajo, Gala. Es mi ritual. Cédeme el


control, loca.

—Joder, Marc. Pues bájamelas…, pero ¡ya!

En un movimiento lento le desato el sujetador. Gala me mira, bufando, y ella


misma tira de mis calzoncillos hasta que caen al suelo. Mi erección roza su
vientre. Desnuda y descalza parece todavía más pequeña a mi lado. Gala baja
la mirada y se queda observando mi miembro, como si hubiera visto un
fantasma. Le saco el sujetador por los brazos y me aguanto la risa. Está como
abducida.

—¿Te gusta lo que ves?

Noto cómo traga con dificultad y alza la cabeza para encontrarse con mis ojos.

—¡Hostia, camino! Con eso me vas a partir en dos.

—Sshh. Confía en mí, Gala. Y te prometo que disfrutarás de todo esto.

Y entonces me inclino y la beso. Solo me falta bajarle las bragas y me muero


de ganas de recrearme en ese momento. Soy alto y grande, lo sé. Y sí, lo que
tengo entre las piernas también, no voy a decir lo contrario. Gala es pequeña y
bastante delgada. No quiero asaltarla a la primera. Aunque ahora, que ya he
visto toda su piel, no sé si podré controlar las ganas, que ya me salen a
borbotones.

Me siento en el borde de la cama y la dejo de pie. No puedo dejar de mirarla.


Con mi palma cubro sus pechos y los acaricio. No son muy grandes. Perfectos.
Gala echa la cabeza hacia atrás y por primera vez veo que cierra los ojos,
dejándose llevar solo por las sensaciones. Mis yemas rodean sus pezones.
Rosados. Grandes. Y entonces mi boca los vuelve a probar. Como la primera
vez, pero sin interrupciones. El sonido de la habitación se empieza a llenar de
jadeos y gemidos. Dejo sus pechos y desciendo poco a poco hasta llegar al
elástico de sus braguitas.

Con mis dedos hábiles acaricio sus caderas y empiezo a bajar sus bragas por
un lateral. Solo un poco. Beso su piel erizada. Ella se estremece. A
continuación, bajo el lateral contrario, dejándosela a medio camino, sin llegar
a sus muslos.

—¡Marc! O me las bajas ya, o me las arranco.

Gala consigue que se me escape una sonora carcajada y entonces la beso, justo
en el centro, debajo de su vientre, donde debería empezar su vello púbico,
pero ¡sorpresa!, Gala no tiene ni un pelo porque está completamente depilada.
El sonido gutural que emite mi garganta es de hombre prehistórico, como si no
hubiera visto nunca nada igual en mi vida.

—Joder. Grrr… —gruño.

—Vaya, ahora quizás te gusta a ti lo que ves, ¿no?

—Puede que solo un poco —digo con socarronería.

Entonces, sin más dilación, termino de bajarle las braguitas y me pongo de pie.
La beso sin delicadeza y ella agarra mi polla con su mano. Excitados y
nerviosos, nos retamos. Meto la mano entre sus piernas y noto su humedad. Su
sexo depilado hace las delicias de mi tacto. Suave. Mojado. Preparado.
Nuestras lenguas continúan su propio baile.

Jadeamos.

Nuestras manos aceleran el ritmo.

Gemimos.
Sus dedos recorren toda mi erección. Arriba y abajo. Rápido. Y yo meto
primero un dedo en su coño y después otro. Estamos a punto, demasiado a
punto.

Abandono su sexo para cogerla como un peso pluma y tumbarla despacio en la


cama. Los ojos de Gala brillan y esperan mientras me pongo un condón que
tengo sobre la mesita. Sí, lo había dejado preparado, era una tontería
esconderlo porque estaba seguro de que lo íbamos a usar.

Gala se muerde el labio y yo me pongo como una moto.

—Me muero de ganas de estar dentro de ti.

—Y yo de que lo estés.

Acerco mi erección a su entrada. Suave y despacio. Está más cerrada que


cuando le he metido los dedos antes. Serán los nervios. La beso y le susurro
otra vez al oído.

—Ábrete para mí, Gala. Prometo que te gustará.

—¡Joder…! —grita, cuando avanzo un poco más.

No puedo dejarme caer del todo sobre ella. Así que estoy apoyado sobre mi
antebrazo izquierdo y con la mano derecha me agarro la polla para metérsela
poco a poco, hasta que se acostumbre a mí.

—Si te duele, voy más despacio.

—No, así está bien. Sigue. La quiero dentro ya. Pero no entera.

Y nos reímos otra vez, juntos. Sexo y risas. Risas y sexo.

Haciendo uso de todo mi autocontrol voy poco a poco. Movimientos lentos


pero certeros. Dejando que sus paredes se ajusten a mi miembro. Gala clava
sus dedos en mis hombros como si quisiera más.

—¡Hostia, Gala! Me encanta.


—Vamos. Muévete. Muévete.

—Galita, no quiero romperte. O no podremos repetir.

—No soy una muñeca, Marc.

Mi nombre en sus labios suena a súplica. Vuelvo a entrar y salir de ella, un


poco más rápido. No del todo. Recreándome en cada embestida. Ya he soltado
mi erección y enmarco su cara con mi mano. Le muerdo el labio y ella a mí.
Nos besamos y nos frotamos…, un poco como animales. Gala acerca su pubis
más a mí, buscando más fricción, acabando con mi paciencia. Jadea cada vez
más alto. Todo en ella me gusta. Su excitación. Su sexo. Sus labios. Su boca
devorándome y cómo me aprieta cada vez que se la meto un poco más, como si
no quisiera dejarme salir.

—Joder, Gala, estás tan prieta que me voy a correr enseguida.

Con el sonido de nuestras respiraciones alteradas y los gemidos, cogemos más


ritmo. Intento controlarme, pero es muy difícil. Estamos muy excitados, los
dos. Entro y salgo. Cada vez más rápido. Cada vez un poco más. Meto mi
mano entre nuestros cuerpos y toco su clítoris hinchado. Gala cierra los ojos y
noto cómo se desmadeja debajo de mi cuerpo.

—Voy a correrme —me avisa, tapándose la cara con su brazo.

—Joder, Gala. Y yo. Y yo. Pero mírame. ¡Mírame!

Y Gala se destapa solo un ojo, mientras gime sin control. La penetro otra vez.
Aparta mi mano de su sexo y solo quiere sentir el roce de mi pelvis y mi polla.
Sigo saliendo y entrando, no hasta el fondo, pero casi. Me acoge tan bien que
no necesito profundizar más. Una embestida más. Otra. Otra más. Y otra más
rápida.

—Marc… Sí… Sí… Sigue.

Y su voz entrecortada cerca de mi oído, diciendo un «joder» interminable, me


pone en órbita. Me dejo ir. Se deja ir. La corriente del orgasmo me atraviesa y
me corro, y pronuncio su nombre con un gemido continuo.
—Gala…

Hecho un manojo de nervios y sin recuperar la respiración, giro su cuerpo, sin


salir de ella; nos quedamos tumbados de lado, frente a frente.
Contemplándonos. Sudorosos. Pegajosos. Oliendo a buen sexo.

Nos miramos de nuevo y, sin remedio, las carcajadas empiezan a invadir la


habitación.
19
NO ME LO IMAGINÉ ASÍ

Con el sonido ambiente de mis últimas carcajadas, Marc sale de mí. Se quita
el condón y, después de hacer el correspondiente nudo, se levanta para ir al
baño. Desnudo y con ese porte impecable que nunca pierde, está increíble.
Empiezo a hiperventilar con la panorámica de su trasero contoneándose ante
mis ojos y me ruborizo sola.

Aprovecho que no me ve para taparme la cabeza con la almohada y hacer un


repaso rapidito del pedazo de polvo que acabamos de echar. Después de las
vueltas que le había dado al tema en mi cabeza, como siempre, no ha salido
nada como pensé. Siendo sincera, no me lo imaginé así.

Joder, lo necesitaba. Mucho. Aunque no lo quisiera reconocer, necesitaba una


buena dosis de sexo y, por fin, la he conseguido.

Me incorporo en la cama para levantarme a recoger mi ropa interior; después


de habernos acostado me da un poco de vergüenza quedarme en la cama
desnuda. Mucha intimidad para casi dos extraños, ¿no creéis?

—¡Coño!

—¿Qué te pasa, loca?

—¿En serio que esa bañera estaba ahí cuando he entrado?

—Claro, lo que pasa es que tenías un objetivo muy concreto y no te has fijado
—me dice, mientras vuelve a la habitación como su madre lo trajo al mundo.

La bañera está pegada a la pared de piedra del fondo y cerca de uno de los
balcones. Es blanca con patas cromadas, imitando a las antiguas, y enorme; no
sé cómo no la he visto antes. Marc tiene razón porque al entrar he estado tan
centrada en su cuerpo que no he reparado en ella. La suite es increíble,
moderna y bastante grande. La piedra y el blanco de las paredes resaltan con
los tonos grises del sillón y de la alfombra. El baño está separado por un
tabique de cristal y todo tiene un carácter muy minimalista. Me pongo las
bragas y el sujetador que encuentro tirados en el suelo y me asomo a uno de
los balcones. Las vistas a la Plaza de Fonseca y a la Catedral son magníficas.

—¿Tan mal he estado? —me pregunta Marc, intentando sacarme de mis


pensamientos.

Estoy absorta, mirando por la ventana, y dando vueltas y más vueltas a la


cabeza.

—Nos seas idiota. Es que…

—¿En qué estás pensando? —Me abraza desde atrás. Cariñoso. Desnudo.

—En que esta habitación te ha tenido que costar una pasta. Quiero pagarte la
mitad.

—De eso nada. Gala, he cogido esta habitación porque era la única que tenían
libre. No quería moverme de este hotel y ya me conocen porque siempre se lo
recomiendo a mis clientes. Ya me he quedado aquí más veces. Deja de darle
vueltas. Yo reservo, yo pago.

—Joder, pero… —protesto ante su negativa.

—Olvídate de todo, menos de disfrutarnos.

Y entonces invade mi boca. Sé que es su táctica para detener mis pensamientos


en bucle, ya lo ha hecho más veces. Y el condenado lo consigue. Lo consigue
porque huele jodidamente bien, aun sin ducharse después del sexo. Porque me
maneja a su antojo y todo mi cuerpo se deja, que es lo más alucinante. Y
porque sabe aún mejor. Su lengua se enreda con la mía, frenética, y sin poder
evitarlo me enciende otra vez. Ya no pienso en la pasta, ni en los problemas, ni
en que mañana volveré a mi vida normal…En nada. Me dejo llevar por y para
disfrutarnos, como él ha dicho. Enrosco mis piernas en su cintura, pegándome
más a él. Paso mi lengua por su cuello, lamiendo su piel. Pidiendo más.
Exigiendo más.

—Marc… —gimo, cuando saca mis pechos de las copas del sujetador con una
mano y con la otra me sujeta por el culo. Se mete una en la boca y me provoca.

—Gala, me pones brutísimo —dice, mientras nos acercamos al borde de la


cama.

Se sienta conmigo encima y quedo a horcajadas sobre él. Se deshace de mi


ropa interior con manos rápidas. Por supuesto, es él el encargado de quitarme
las bragas, le puedo preguntar por esa manía suya de desnudarme, pero su
erección me nubla el juicio. Su polla grande no deja de llamarme y, aunque
Marc intenta tomar el control desde su posición, quiero ser yo la que lo
sorprenda. Empujo un poco su torso para que se tumbe hacia atrás; está fuerte
y casi no lo muevo ni un centímetro, pero me facilita la tarea dejándose caer.
Nunca he visto una polla tan grande y me muero de ganas por probarla.

«¿Me entrará en la boca? Joder, Gala. No pienses, actúa».

—Joder, loca… —blasfema, cuando adivina mi intención.

Observa cómo me pongo de rodillas sobre la colcha y me inclino


descaradamente.

No se tumba del todo, sino que se apoya sobre los codos para no perderse mi
imagen. Mi mano se pasea por toda su extensión y mis dedos menudos intentan
darle el máximo placer. Excitada y confusa por mi propia actitud, acerco mi
boca a su glande y, en cuanto mi lengua entra en contacto con su piel, Marc
gruñe mi nombre.

—Gala…

Su sabor salado me agrada y con mi lengua dibujo líneas imaginarias


siguiendo el recorrido de sus venas, que están muy marcadas. Está claro que
ahora mismo todo su flujo sanguíneo está concentrado aquí. Mi boca acoge
parte de su miembro, entero es físicamente imposible, y creo que le gusta. La
piel de los muslos se le eriza y me encanta ver cómo cierra los ojos,
dejándose llevar con cada chupada que le regalo. Juego con mi lengua en su
hendidura, haciendo círculos y amagando con los dientes. Sin detenerme, me
meto todo lo que puedo hasta el final de mi garganta, sin forzar, o me darán
arcadas antes de terminar. Mis movimientos son suaves pero certeros. La saco
y la meto. Me excito. Se excita. Gruñe y jadeo. Mi lengua y mis labios la
oprimen y la liberan, una vez, dos veces, tres… Ayudada con mi mano,
empiezo a acelerar el ritmo. Lengua. Labios. Dedos. Dedos. Labios. Lengua.
—No sigas, Gala, o me correré.

—Es lo que quiero, camino. Es lo que quiero.

—No, loca. Primero, tú. Voy a comerte enterita y después te voy a follar
fuerte.

Y con una facilidad pasmosa me da la vuelta y me abre para él. Entierra sus
labios en mi sexo depilado y creo que rozo el cielo cuando empieza a lamerme
entera. Suave y delicado. Me abre con la lengua y después mete un par de
dedos en mi interior para multiplicar mi placer. Toca tan bien mi punto que
creo que me correré solo con su lengua. Reparte la cantidad justa de lametones
y de besos. Succiona un par de veces y, cuando traza círculos sobre mi
clítoris, sé que no podré soportarlo más. Marc lo nota.

—No te corras, Gala. Todavía, no. Déjame coger un condón.

Cuando retira su boca de mi sexo, estoy tan a punto que protesto mucho; como
una niña pequeña cuando le quitan su juguete.

—Mierda, Marc…

Marc coge otro condón de encima de la mesita y se lo pone hábil. En un


movimiento rápido, se coloca de rodillas y me despega del colchón.
Levantándome por el culo y acercándome a su cuerpo. La postura es circense,
pero soy un peso pluma para él.

—Enróscate a mí como antes —me ordena con esa voz ronca que me pone a
cien. Obedezco y otra vez maneja mi cuerpo a su antojo. Pega su erección a mi
entrada y me advierte—: Agárrate a mis hombros, Gala. Y grítame que te folle
más, si te gusta.

Joder, menuda sorpresa, Marc y su pérdida de modales de puertas para


adentro.

En un movimiento rápido me embiste. Fuerte pero controlando el movimiento.


La excitación y su lengua han abierto mi sexo para recibirlo, estoy mojada y
muy cachonda, pero mis paredes aprietan su polla como la primera vez.
Clavando sus manos en mi culo, me empuja contra él. Su pelvis choca con la
mía, y noto cómo mi sexo se acomoda a su tamaño; una vez más se ha
controlado, pero en cuanto ve que ya entra y sale de mí con más facilidad, sus
embestidas empiezan a coger ritmo. Desmadejada por las sensaciones estoy a
su merced. Me agarro a él, hundiendo mis yemas en sus hombros, porque sus
estocadas me descolocan. Dentro. Fuera. No sale del todo, solo lo justo para
volver a entrar sin dolor. Su boca ahora está posada en mi oreja y me susurra
un montón de palabras sucias.

—Mi polla no quiere salir de tu coño, Gala. ¿Lo notas?

—Sí, Marc. Fóllame más. Más, no pares.

—Es la puta hostia estar dentro de ti.

Y yo solo quiero que siga. Que siga moviéndose. Que siga con ese ritmo, que
siga susurrándome. Sin descender el ritmo noto cómo todas las terminaciones
nerviosas de mi sexo se disparan. Con sus embestidas llega tan profundo, que
esta vez casi la tengo entera dentro.

—Más, Marc. Quiero más.

—Te voy a traspasar, Gala. No voy a hacértelo más fuerte o te partiré en dos.

—Venga, camino, por favor.

Y aunque intenta controlarse no lo consigue. Nos movemos casi como


animales. Yo dejando que haga lo que quiera con mi cuerpo y animándole a
darme más fuerte. Recibiendo todo el placer que me produce y él disfrutando
de cada penetración salvaje. Sabemos que estamos a punto de llegar al clímax.
Juntos. Desbocados.

Se nos va de las manos y los gritos de placer inundan la habitación. No hay


risas ahora, solo jadeos y gemidos. Altos y claros. Tacos. Gruñidos. Y un
orgasmo demoledor atravesando dos cuerpos a la vez.
20
SORPRENDIDO

MARC

Oigo de fondo una melodía conocida, quiero despertar y abrir los ojos, pero
estoy tan a gusto dormido que me cuesta mucho ubicarme. La música deja de
sonar y reconozco la voz de Gala, a lo lejos.

—¡Qué pesadito eres, hermano! Sí, estoy perfectamente, mañana, antes de


coger el avión, te aviso. Zoe no está conmigo. En serio… Mañana te lo cuento
todo.

Me incorporo, acomodándome contra el cabecero, y veo a Gala metida en la


bañera. Acaba de quitarse el móvil de la oreja y está rodeada de espuma
blanca. Tiene el pelo recogido en una especie de moño y me mira, entornando
mucho los ojos. Está preciosa.

—Siento haberte despertado. Tenía que haber quitado el sonido al móvil.

—Tranquila, mejor despertar con la melodía del «psiquiatra» que no con


Loquillo —suelto. A ver por dónde me sale.

—¿Estás intentando preguntar algo, camino?

—Sí, en realidad, tengo una pregunta para ti. ¿Por qué no me has despertado
para que me meta contigo en esa bañera? —digo, haciéndome el loco.

—Ah, era eso —dice despistada—. Pues es que estabas tan a gustito,
babeando en la almohada, después del sexo, que te he dejado descansar. Pero
yo no me he podido resistir a meter mi cuerpo dentro de esta maravilla.

—Entonces, hazme un hueco, que voy.

Cuando me acerco para acompañar a Gala, llaman a la puerta.

—¿Quién será?
—Ups, salvada. Es el servicio de habitaciones. Ya voy yo, he pedido algo
para cenar porque me muero de hambre.

Gala sale de la bañera y se pone un albornoz blanco que había dejado junto al
sillón. Estoy gratamente sorprendido de cómo ha decidido tomar el control.

—Será mejor que me duche, entonces —digo, entrando en el baño antes de que
ella abra la puerta.

La ducha es corta porque el sexo también me ha abierto el apetito. Me pongo


el otro albornoz y cojo mi móvil, que estaba cargando. Tengo un millón de
wasaps de los chicos e incluso llamadas perdidas. Gala está trasteando con el
suyo también, mientras destapa las bandejas de comida.

—He pedido unas tapas, son casi las doce y ya no había mucho donde elegir.

—Está bien, me vale cualquier cosa. Podíamos haber ido a cenar si me


hubieras despertado.

—Tranquilo, así está bien. Me daba mucha pereza vestirme y salir.

Nos sentamos en el suelo y ponemos la comida en una mesa baja de cristal.


Estamos para foto, los dos con los albornoces puestos, así que no me lo
pienso; sirvo el vino blanco en dos copas que nos han traído y me coloco al
lado de Gala. Ella me mira sonriente y alargo el brazo para hacernos un selfie.

—Enséñamela —dice, nada más oír el clic—. ¡Qué horror!

—Estamos muy guapos.

—Sí, guapísimos. Mira qué coloretes y qué ojos brillantes.

—Bueno, tenemos cara de recién follados, pero no estamos nada mal.

Nos miramos riéndonos y choco mi copa contra la suya. Le beso los labios,
suave, saboreando el vino que acaba de beber. Antes de seguir enredándonos,
empezamos a comer. Leemos los mensajes que hemos recibido. Sobre todo los
de Eloy y Zoe, que son de lo más persistentes. Todo para cotillear si ya hemos
culminado la faena. Vaya par.
—Tu hermano, quizás, está aburrido, pero lo de mi amiga no lo entiendo. En
vez de estar ocupada con su chorbo, está preguntándome qué tal contigo.

—Habrán parado a reponer fuerzas, ¿no? —Me río.

—¿Fuerzas? Tú has visto a Zoe, tiene fuerza para esta vida y para dos más.

Cuando acabamos con todo, me levanto y recojo los platos en el carrito, no me


gusta ver los restos de comida desperdigados. Dejo solo las copas y el vino en
la mesa.

—Joder, camino. ¡Qué ordenadito eres! —se burla Gala.

—Me gusta el orden, sí; pero, tranquila, ya veo que no es tu punto fuerte.

Y señalo todas sus cosas, que están esparcidas por la habitación. Gala me
golpea el brazo como si la hubiera reñido y yo la estrecho contra mi hombro.

Seguimos en el suelo y hablamos un poco de todo, mientras rellenamos las


copas. De su trabajo en la editorial; me cuenta que su jefe es un niñato al que
no soporta, pero que no le quedó más remedio que aceptar ese puesto para
regresar a Barcelona. Me explica cómo era su otro puesto en Madrid y
menciona todos los manuscritos que llegan a sus manos. Yo le digo que tengo
la agencia desde hace cuatro años, que siempre fue mi sueño eso de ser mi
propio jefe. Le cuento que anteriormente trabajé para una cadena hotelera y
que ya estaba cansado de solo recibir órdenes.

—Pobre, ¿qué eras animador turístico de la tercera edad? Seguro que todas las
maduritas te sobaban ese culito.

—Qué graciosa estás, Galita. No, fui recepcionista y también estuve


trabajando un tiempo en las oficinas.

Gala me sirve la última copa, exprimiendo la botella como si fuera una fruta y
le pudiera sacar todo el jugo. Me gusta verla relajada y bromeando.

—¿Sabes lo que me apetece ahora? —me pregunta.

—Sí, quieres que te abra ese albornoz y te folle como si no hubiera un mañana
—le contesto chulito para picarla.

—¡Idiota! —me responde—. No es eso.

—Lo sé, loca. Sé que es un cigarro, pero tenía que probar suerte.

Y asiente con la cabeza, mientras nos descojonamos juntos.

Seguimos teniendo unos buenos coloretes, pero esta vez es por la mezcla del
calor y el vino. Está preciosa riendo y hablando de sus cosas. Hasta cuando
intenta meterse conmigo me provoca ternura. Es como si intentara dejar su
timidez atrás, soltando todo lo que piensa. Estoy muy sorprendido porque hoy
no ha marcado la distancia entre los dos, más bien todo lo contrario. Está
tranquila y natural.

—Y entonces, ¿cada cuánto tiempo ves a tu follamigo Samu?

—Coño, camino. Pensé que odiabas esa palabra. Y también que no tenías más
preguntas —deja caer.

—Es solo curiosidad, pero no me he equivocado, ¿verdad?

—Pues sí. Samuel es mi amigo y era mi compañero en Madrid. Solo lo hemos


hecho una vez y fue un desastre, nos llevamos muy bien para estropearlo.
«Cree el ladrón que todos son de su condición», ¿eh?

—Está bien. Lo capto —digo un tanto cortado.

Quizás he metido un poco la pata.

Son más de las dos de la madrugada y aquí seguimos. Sin vino y sin tabaco.
Solo nos queda un vicio. Enredo un mechón de su pelo entre mis dedos y me
acerco a su cuello. Huele muy bien. Gala suspira y nos quedamos en silencio.
Es raro porque creo que es la primera vez que estamos así, sin decir nada,
escuchando solo el sonido de nuestras respiraciones. Paso mi brazo por su
hombro y se apoya en mi costado. Me gusta acariciarla despacio. Sin prisa.

Sé que es solo sexo. Sé que nos conocemos hace una semana y ninguno de los
dos quiere ni necesita compromisos; pero, aunque no me atrevo a decírselo,
me gustaría seguir viéndola en Barcelona. Llámalo curiosidad o deseo, lo que
sea.

Cuando la postura ya se hace molesta y oigo cómo Gala empieza a respirar


más profundamente, me giro para mirarla. Está con los ojos casi cerrados.

—Gala, ¿a qué hora sale mañana tú avión? —pregunto entre susurros.

—A las doce de la mañana. Zoe cambió su vuelo y se queda unos días más, así
que me marcho sola. ¿Y vosotros? —dice, intentado levantarse.

—Nosotros volvemos el lunes.

Me levanto y la ayudo a levantarse. En un movimiento rápido, la cojo por las


piernas y la llevo en brazos hasta la cama. Me mira extrañada. Sé que va a
protestar; pero, como los ojos se le cierran, me salvo de esta batalla. Cuando
la suelto en el colchón, le quito el albornoz y, acto seguido, la beso, sellando
sus labios de nuevo. Ya ha cerrado los ojos y me sonríe pícara. Me deshago
también del albornoz y me acuesto a su lado. Parece ser que esta vez la cosa
se queda así, en dos cuerpos desnudos compartiendo sábanas.

—Será mejor que descansemos un poco —susurro en su nuca, mientras vuelvo


a absorber su olor. Ella me ignora a propósito, pero se le escapa una tímida
risa.

Jodida loca.
21
MIS LÍMITES

Empiezo a despertarme y siento un brazo posado en mi cintura. Es el de Marc


y me resulta muy extraño estar así con él. Desnudos. Pegados. Compartiendo
cama e intimidad. Tengo una ligera idea de cómo llegué anoche hasta aquí. El
cansancio por la última etapa, nuestra dosis de sexo y el vino consiguieron que
casi me durmiera encima de su hombro y él, como buen caballero, creo
recordar que me ayudó a meterme en la cama.

Desde que terminé con Álvaro, no había compartido cama con nadie y no estoy
muy convencida de que sea lo que más me apetece ahora mismo. Obviando el
rato de enredo con Samuel, que no llegó ni a una hora, y la noche que dormí
con Marc en una etapa, que no fue lo mismo (nos acompañaba Zoe y, además,
estábamos vestidos), hoy ha sido la primera vez que he compartido sábanas, y
algo más, con otro chico y creo que he traspasado mis propios límites.

Ahora mismo nada se interpone entre su cuerpo y el mío, y es extraño. Además


de estar desnudos, hemos practicado sexo, mucho y muy bueno, no voy a
engañarme; por eso mismo, ahora que ya ha amanecido, me siento más
vulnerable y necesito volver a la realidad.

No me muevo, no quiero despertarlo, pero necesito ir al baño y además no


tengo mucho margen para ir al aeropuerto. Esta aventura termina aquí. Y lo
hace en todos los sentidos. Se termina mi viaje y se termina mi rollo con Marc,
o lo que sea, porque no tengo ni idea de cómo se definen estas relaciones
esporádicas.

Intento despegar lentamente su brazo de mi piel, pero Marc se revuelve y en un


rápido movimiento me coge de la muñeca. Pega su boca a mi nuca y me
susurra un «buenos días, loca», llevando mi mano a su paquete. No puedo
evitar reírme. Está claro que la mejor manera de romper el hielo es derretirlo.
La erección con la que me saluda consigue que me gire frente a él.
Agarrándosela a gusto.

—Buenos días, camino.

Marc ronronea como un gato, mientras yo deslizo mi mano por toda su


extensión. Las ganas de ir al baño tendrán que esperar.

Posa la palma de su mano en mi sexo y comenzamos a masturbarnos.


Movimientos lentos pero precisos, y sobre todo placenteros.

—¿Cuánto hace que estás depilada así? —pregunta juguetón, pasando sus
labios por mi cuello.

Me río por su curiosidad y respondo mimosa:

—Seis meses, más o menos.

—Joder, pues me encanta.

—A mí más —afirmo, empezando a comerle la boca.

Lo que nuestras manos consiguen con tanta delicadeza es que estemos como
motos y que ya no podamos dar marcha atrás. Es tarde, tengo que ducharme y
recoger mis cosas, pero creo que si volvemos a follar será una buena
despedida.

Marc sujeta mi mano para que pare o se correrá, y yo, en cambio, le digo que
continúe. Sus dedos entre mis pliegues me transportan al paraíso del placer. Se
palpan mis ganas, ¿no?

—Dámelo, Gala. Córrete en mi mano.

Y sin poder evitarlo me corro entre sus dedos. La descarga de placer me


atraviesa el cuerpo y ahogo un gemido en su boca. No deja de mirarme con
esos ojos verdes y yo…, yo cierro los míos un poco cohibida.

—Marc… Fóllame —consigo decir cuando recupero el resuello. Necesito


sentirlo dentro.

Marc aparta su mano de mi entrepierna y me gira, pegando mi pecho al


colchón. Excitada y confusa, se coloca detrás de mí.

—Agárrate a la almohada, Gala —me ordena con una voz que conecta
directamente con mi vértice.
Noto cómo se pone un condón y me eleva un poco las caderas. Si ya soy
pequeña a su lado, en esta postura, soy mínima. Pego un lado de mi cara a la
almohada y por el rabillo del ojo observo cómo se muerde el labio a la vez
que masajea mis nalgas. Está conteniéndose, lo sé.

Sin dudar, acerca su polla a mi sexo y me embiste a la primera. Con su mano


controla lo que entra, pero en esta postura la siento mucho más profunda. Mis
paredes aprisionan su miembro en cada envite y Marc se deja medio caer
sobre mi espalda para gruñirme al oído:

—Si no lo aguantas…, dímelo.

—Aguanto, camino, aguanto.

Y me acomodo a él. A sus penetraciones. A su cuerpo. A su profundidad. A su


ritmo. En definitiva, otra vez maneja mi cuerpo para disfrute de los dos, y lo
hace tan bien, que solo soy capaz de dejarme llevar. Deseo y sexo. Sexo y
deseo. Con él, la combinación es perfecta, creo que podría acostumbrarme.

«Gala, no pienses más, solo disfruta. Es sexo del bueno, lo que necesitabas.
Sexo sin complicaciones y se acaba aquí».

Cuando Marc acelera el ritmo y, cada vez llega más lejos, consigue meter su
mano entre las sábanas y mi cuerpo, volviendo a estimular mi botón y
consiguiendo que me olvide hasta de mi nombre. Es hábil, muy hábil y lo sabe.

—Vas a correrte otra vez, loca, conmigo dentro.

Y otra vez sus órdenes me silencian. Todas las sensaciones de antes se


multiplican por mil con su polla dentro de mí. Unos segundos más tarde, nos
dejamos vencer por un orgasmo largo e intenso. Las palabras inteligibles que
me ha susurrado al oído acaban con nuestros cuerpos pegados al colchón.
Exhaustos y satisfechos.

—Joder, Marc. Ahora sí que tengo que ir al baño —digo, cortando toda la
intimidad que hay en el ambiente.

***
La ducha es rápida y cuando estoy terminando, aparece. Salgo en ese momento
porque soy incapaz de compartir más con él. No puedo. Necesito recoger y
despedirme.

Mi mente empieza a desconectarse y nos vestimos en una especie de silencio


pactado. Él sabe cuando doy al botón de pausa y parece que lo respeta.

—Vamos a desayunar y después te pido un taxi.

—Tranquilo, será mejor que me vaya al aeropuerto.

—Gala, por favor, desayuna conmigo.

—Lo siento, Marc, será mejor que me vaya ya.

—Está bien. Si prefieres salir huyendo.

—Marc…

No me contesta. Me da la espalda y llama a recepción para que me pidan un


taxi. Pensará que soy una gilipollas, pero es mejor así. Recojo todo lo que
tengo por ahí tirado y cierro la mochila.

—Ahora ya lo tienes todo ordenado, como te gusta —digo, guiñándole un ojo,


porque me gustaría marcharme viendo su sonrisa, no su ceño fruncido.

—Muy graciosita. Gala, sé que no quieres oírlo, pero vivimos en la misma


ciudad y podemos quedar algún día para vernos.

—Marc, prefiero dejar las cosas así. Ha sido perfecto y no quiero, ni necesito,
más.

Marc levanta las cejas con mi respuesta y su peca se esconde entre las arrugas
que se forman en su frente. Es muy sexi esa peca…, y su boca…, y sus ojos.

«Gala, céntrate, joder. Estás diciéndole adiós».

—Perfecto, Gala. Perfecto —repite mi propia definición.


La llamada de recepción interrumpe el momento, avisando que ya tengo el taxi
esperando. Cojo mi mochila y voy a la salida. Marc me abre la puerta, como
un caballero y, cuando salgo, se apoya en el marco. Me pongo de puntillas
para darle un pico rápido en los labios, pero él me agarra de la nuca y
prolonga el momento, pegando su frente a la mía.

—Adiós, camino —digo con poca seguridad.

—Hasta pronto, loca —afirma convencido.


22
LA VUELTA

En el aeropuerto me está esperando Xavi. Hacía mucho que no lo veía y, en


cuanto se abren las puertas de la salida de la terminal, me abalanzo sobre él.
Mi hermano me abraza y me revuelve el pelo, siempre lo hace porque de
pequeña lo odiaba; ahora es como nuestro gesto más cariñoso.

—Enana, ¿qué tal te lo has pasado?

—Genial, pero no se lo digas nunca a Zoe.

—Y la trastornada de tu amiga, ¿dónde está?

—Eso será mejor que el viernes, en nuestra cena, te lo cuente ella. Seguro que
cuando se termine la botella de vino nos dará toda clase de detalles.

—No sé si necesito saberlo.

Es domingo y, como suele ser habitual, Xavi come en casa de mis padres; yo
intento escaquearme la mayoría de las veces, pero hoy tampoco tengo nada
más que hacer y, como estaré sola hasta que llegue Zoe la semana que viene,
no me resisto.

He llamado a mi amiga antes de despegar. No ha parado de preguntarme por


Marc y por todo lo que hemos hecho, sin dejar de insistir en que he encontrado
al follamigo perfecto. Yo la he contraatacado con preguntas sobre ella y lo que
sea que tenga con su jefe; pero, como tenía a Gerard cerca, solo me ha
contestado con monosílabos. Para machacarla un poco más, le he dicho que
está bueno, pero que no se merece su dedicación. Me llamaron para pasar la
puerta de embarque antes de entrar en un «y tú más…» absurdo, así que
respiramos con cierto alivio las dos. Ya tendremos tiempo de ponernos al día
cara a cara; ahora, que siga cosechando ilusiones, de las que, en el fondo, no
valen para mucho más que para coger disgustos.

Ya sé que mi visión del amor es deprimente, pero a los hechos me remito.

Xavi conduce despacio, don Perfecto no se pasa ni un semáforo en ámbar,


siempre sensato y consecuente. A veces, me hace sentir como la hermana loca
e inmadura, sobre todo después de lo de Álvaro, que me da todo un poquito
igual.

Entramos con el coche hasta el garaje y subimos directos a casa. Mis padres
viven en un chalé unifamiliar en una zona residencial de la ciudad. Aquí hay
suficiente espacio para mí, pero, como sabéis, prefiero compartir piso con la
Peli.

—Hola, hijos. Ya era hora que comiéramos todos juntos —dice mi madre,
abrazándonos a los dos.

Mi padre se acerca y me besa en la mejilla, alargando su abrazo. Es más de


gestos que de palabras.

—Hola, cariño. ¿Qué tal tu viaje?

—Hola, papá. Pues la verdad es que me ha gustado mucho la experiencia.

—Me alegro.

—Mamá, ¿por qué está puesta la mesa para seis? —pregunta mi hermano
cuando pasa al salón y cuenta todos los platos.

—Es que vienen Marga y Pedro.

—¡Joder, mamá! —digo con desgana.

Lo que menos me apetece es ver a mis exsuegros. Sé que son los mejores
amigos de mis padres, pero pueden quedar con ellos cualquier día que yo no
esté.

—Hija, ellos no te han hecho nada. No tienes porqué guardarles rencor.

—Laura, te dije que podías haberlo dejado para otro día —interviene mi
padre para conciliar.

—Vale. Lo que tú digas, mamá.


Xavi va a la cocina y abre una botella de vino, tendiéndome una copa. Doy el
primer trago, cuando llaman al timbre.

Es verdad que ellos no tienen la culpa de lo que hizo su hijo, pero de todo lo
que arrastro desde entonces un poco sí. Al principio no le defendieron, pero a
los pocos meses ya dieron por normalizada su relación con la otra,
argumentando que esas cosas pasan y que seguro que estamos mejor cada uno
por nuestro lado; la vida es eso, equivocarse o acertar. A mí la otra me da
igual, pero yo tengo la sensación de que, a pesar de conocerme desde el día en
que nací, no me han tenido mucho aprecio. Además, son ellos los que lo
animan a que, de momento, no vendamos el piso por debajo de su valor e
insisten en que esperemos a que el precio de la vivienda suba. Así yo sigo
asfixiándome y pagando una hipoteca de un bien que no disfruto, ni disfruté. Es
una tortura.

—Hola, Gala —me saludan al verme—. Estás muy delgada y tienes mala cara,
pareces muy cansada.

—Hola —contesto seca, ganándome la mirada reprobatoria de mi madre.

«Ya, si eso, que me diga que estoy hecha un puto trapo, total…».

La comida transcurre con una normalidad aparente, porque yo no paro de


rellenarme la copa de vino y de hacer como que escucho; pero, ahora mismo,
mis pensamientos están muy lejos de aquí. Mi hermano empieza a alejarme la
botella, disimuladamente, para prevenir. La madre de Álvaro ha estado a punto
de mencionar a su hijo un par de veces, no sé si por despiste o aposta. El
padre, un poco más atento, ha desviado la conversación, pero he llegado a
entender que está disfrutando de unas maravillosas vacaciones en Lanzarote.
Él y ella. Lo normal.

—¿Y tú, Gala? ¿Algún peregrino habrás encontrado por el Camino, no?
Seguro que te habrás dado una alegría para el cuerpo —pregunta mi madre, a
la que siempre le gusta recordarme que tengo que pasar página.

«Joder, mamá. ¿Ahora? ¿Precisamente ahora?». Lo malo de tener unos padres


sexólogos es que, desde que tengo uso de razón, en mi casa, el sexo se ha
tratado de la forma más natural. Recuerdo que, en el instituto, cuando nos
dieron un par de clases de educación sexual, yo corregía a los psicólogos que
las impartían, para conmoción de mis compañeros; pues, la mayoría, lo poco
que conocían sobre el tema era a través del porno; la peor elección, por cierto.
En mi casa siempre se ha hablado de sexo sin tapujos, incluso, en ocasiones,
atravesando la fina línea de lo que una madre y una hija deberían tratar.

—Sí, miles de peregrinos había, mamá. No he podido follar con todos por
falta de tiempo, pero sí con algunos —digo de muy mala hostia, mientras me
levanto de la mesa.

—Gala —me llama mi madre.

—Ya voy yo.

Mi padre llega hasta la cocina y me mira, esperando a que sea yo quien


empiece a hablar, pero no me apetece mucho. Mantenemos un buen cruce de
miradas.

—Ella solo quiere que vuelvas a vivir, Gala.

—Sí, lo sé. La puta página de los cojones, que tengo que pasar, no se me
olvida porque me lo recuerda cada día. Pero no era necesario preguntarme
delante de ellos; respeto que sean vuestros amigos, pero no son los míos.

—Está bien. Ya sé que no debería haberlos invitado hoy y que a veces se pone
muy pesada con el tema. Pero ya sabes que se preocupa por ti.

Mi padre vuelve a abrazarme y en ese momento llega Xavi para coger el


postre.

—Después del postre te llevo a casa —dice, al ver que ya estoy al límite.

—Gracias —murmuro, volviendo con mi padre al salón.

Todos hacen como que no ha pasado nada y terminamos de comer.

Antes de marcharnos, cojo un par de botellas de vino tinto de la despensa de


mi padre, creo que es Rivera del Duero, pero tampoco me voy a poner
tiquismiquis. Esta semana que estoy sola, seguro que caen. Las meto en una
bolsa de papel, y listo.

Hago una despedida generalizada, recibo la amenaza de mi madre para que


esta semana la llame, y de la mano de Xavi bajo al garaje.

Dentro del coche me suena el WhatsApp.

Mi hermano sube el volumen de la radio y la canción que suena en este


momento es «My Way», de Tom Walker. Puta coincidencia. O puto karma,
como más os guste. Entonces leo el mensaje.

Camino

¿Todo correcto, loca?

Al menos, dime que has llegado bien.

Antes de contestar o ignorarlo, sonrío. Intuía que acabaría mandándome un


mensaje, pero no pensé que fuera tan pronto.

Xavi me mira de reojo y afirma:

—Vamos directos a mi casa y me lo cuentas todo, cabrona.


23
RUTINAS

MARC

Desde que volví del viaje no he tenido tiempo ni de respirar. Volver a poner
la agencia en funcionamiento me ha tenido ocupado día y noche.

El edificio ha quedado perfecto y, en concreto, el local parece otro: fachada


moderna, nuevo perfil para los escaparates, mucha más luz y, como una cosa
lleva a la otra, he decidido invertir un poco y renovar todo el mobiliario
interior. Cuando abrí la agencia, hace cuatro años, no quise gastarme mucha
pasta; pero, ahora que las cosas marchan bien, era necesario dar ese cambio
de imagen. Yo he elegido el mobiliario y Lorena me ha dado su aprobación. Ya
sé que solo es mi empleada, pero quería saber su opinión. Soy de los que
piensan que en tu puesto de trabajo te tienes que sentir a gusto para producir
más y mejor.

Aparte del tiempo dedicado a la decoración, teníamos muchas reservas


pendientes de confirmación, bastantes clientes esperando sus presupuestos y la
actualización del blog.

Por las noches, aunque he llegado reventado a casa y con la cabeza en


ebullición, me he dedicado a meter en el blog, con toda clase de detalles,
nuestra experiencia haciendo el Camino. He colgado toda la información y
fotos extras para que mis clientes u otros viajeros sepan lo que les espera si
deciden emprender esa aventura.

A Gala le mandé un mensaje el día que regresó a casa y me contestó con un


escueto: «Todo bien». La verdad es que he estado tan liado, los primeros días,
que no he tenido tiempo de insistir, pero me parece ridículo que viviendo en la
misma ciudad no podamos quedar, aunque sea para tomar un café algún día,
sin más pretensiones.

Vale, no voy a engañarme ni a engañaros, me gustaría quedar con ella para más
que un simple café.
Lo más gracioso de todo es que ayer conseguí una nueva seguidora en el blog y
estoy casi seguro de que es ella: «El amor solo está en los libros» es su
nombre. ¿Dudáis sobre su identidad? Porque yo no. Para colmo, me ha escrito
comentarios de lo más ambiguos en cada entrada. Para que os hagáis una idea,
en la última etapa, cuando cuento lo de la piedra, ha comentado:

«A veces, la carga que arrastras no cabe en el peso de una piedra, por eso es
inútil llevarla encima».

O en la entrada del día que llovió a mares:

«La lluvia, en ocasiones, te cala por fuera, pero caminando en buena compañía
puedes arder por dentro. “El placer del Camino” lo llamo yo».

Bastante claro, ¿no? He dado a «me gusta» en sus comentarios. Pero, como
cada vez tengo más visitas de clientes, no he querido entrar en una guerra
dialéctica con ella y que luego quede todo ahí reflejado, aunque me muero de
ganas de entrar en su juego; verbal, claro. Sí, venga, del otro también.

Es viernes y he quedado con los chicos para ir a tomar unas cervezas. Me


estoy acercando al gimnasio de Eloy, antes de que cierre, porque así vamos
juntos desde allí.

Cuando entro, me cruzo en la puerta con Verónica. ¡Menuda sorpresa!

—Vaya, ¿qué haces aquí? —pregunto sorprendido.

Lleva unos vaqueros negros y una camiseta blanca muy ajustada, de las que
dejan poco a la intuición. Por supuesto, calza unos taconazos, creo que,
excepto cuando se desnuda, siempre va con ellos.

—Ya ves, Adrián que me ha insistido tanto en que tu hermano era el mejor, que
al final me he decidido. ¿Qué tal tu viaje?

—Muy bien.

—¡Hombre, amigo! Ya veo que os habéis encontrado —nos dice Adrián,


cuando llega a la entrada y nos encuentra hablando.
—Pues sí. Al final, mi hermano va a tener que meterte en nómina porque no
paras de traerle clientes.

Eloy se une a la conversación e invita a Verónica a nuestra quedada, ella


acepta. A mí me da igual si quiere venir con nosotros, así que terminamos los
cuatro tomando unas cervezas en un bar de esta misma calle. Verónica nos
pregunta por nuestro viaje y nos dice que la próxima semana ella tiene que ir a
Galicia, pero por trabajo. Mi hermano y Eloy le hablan de sitios de marcha en
Santiago que yo no llegué a conocer. Mi intensivo con Gala, la noche del
sábado, tuvo la culpa; pero como comprenderéis, no se puede comparar a
cómo lo pasamos nosotros en el hotel a la ruta de copas de estos dos.

Eloy y Adrián insisten en ir a cenar a no sé qué sitio, pero mañana tengo que
trabajar y Vero también se excusa. Nos despedimos de ellos y, como un buen
caballero, la acompaño hasta su casa, andando, que no está muy lejos.

—Sube un rato y cenamos —me dice cuando llegamos al portal.

—¿Me estás diciendo que me harás la cena? —digo chulo, sabiendo que la
picaré.

—Ni en tus sueños. Pero puedo pedir lo que quieras. Invito yo.

Vero y yo estamos tan acostumbrados a ir al grano que no entiendo su


propuesta disfrazada de cena. Me hace gracia que en esta ocasión lo haya
sugerido dando rodeos. Otras veces es mucho más clara. Hace un par de
semanas que no estamos juntos y la semana que viene tampoco nos veremos.
Así que acepto y subo.

—Abre una botella de vino mientras me cambio —dice, yendo a su habitación


a dejar sus cosas.

Su apartamento es frío e impersonal, un poco como su carácter, al que todavía


no he conseguido controlar del todo.

Cojo una botella de vino y la abro. Sirvo dos copas y se la acerco cuando
vuelve a la cocina. Lleva puesto una especie de camisón de seda negro, corto
y con poca tela en general. Sé que se ha quitado el sujetador porque sus
pechos (operados) casi se le salen por el escote. Da un trago a la copa de vino
y se acerca a mi boca. Me roba un beso rápido y furtivo. Tiene ganas y prisa,
no lo puede negar.

De la mano, me lleva hasta el sofá del salón y me empuja para que me siente.

Contemplo cómo, apresuradamente, me desata el pantalón y agarra mi polla,


que con tanta velocidad no está erecta del todo. Paso mis manos por sus
muslos y asciendo para quitarle el tanga, ella nunca usa bragas, pero para mi
sorpresa y desilusión, ahora no lleva ni tan siquiera eso.

—¡Cuánta impaciencia! —me quejo, cuando consigue, de un tirón, bajarme los


pantalones y el bóxer.

—Joder, solo soy práctica —contesta, mientras ella misma se quita la única
prenda que la cubre.

Se enreda con mi boca y su sexo se roza con mi polla, que ya está despierta
del todo. Le toco los pechos, ahora ya estoy acostumbrado a este tacto, pero
las primeras veces me resultaba extraño; es como si agarraras con la mano dos
melones duros. Ella me masturba y se enciende. La interrumpo para sacar un
condón y ponérmelo. A veces le gusta montarme, como si siempre necesitara
llevar el control, pero sabe que pocas veces cedo. Hoy sí. Dejo que libere
todo lo que lleva dentro y me limito a observar cómo se empala con mi polla
una y otra vez. Es brusca y predecible. Se mueve rápido. Ya no hay ni besos,
solo dos cuerpos con el instinto animal desatado.

Creo que ni tan siquiera follamos, solo jodemos.

Me gusta su imagen descontrolada y entregada. El sexo es sexo y no se le da


mal. Controla el volumen de su último jadeo, y sé que se ha corrido, pero no
se detiene hasta que nota cuando me corro yo.

Me besa una sola vez sin lengua, me quita el condón y se lo lleva para tirarlo;
todo un detalle.

—Pide lo que quieras para cenar —me dice desde el baño.


—Tranquila, es tarde y mañana trabajo. Será mejor que me vaya a casa ya.

—Como prefieras.

Me visto y me acompaña hasta la puerta. Me besa otra vez, en esta ocasión sí


que juntamos nuestras lenguas, sin mucho detenimiento.

—Ya hablamos cuando vuelva —me dice antes de que llegue el ascensor.

—Perfecto.

Vuelvo a mi casa caminando y un poco meditabundo. «Ha sido sexo, Marc,


normalito, efectivo y rápido». No hace falta que os confirme lo que estoy
pensando.

Lo sé, las comparaciones son odiosas.


24
COMPAÑEROS

Ya estoy currando otra vez, aunque durante el verano hacemos jornada


continua y, por lo menos, quedo liberada de mi jefe, el imberbe, a las tres.
Tengo muchísimo trabajo, sobre todo de lectura, porque hasta septiembre no
celebraremos la primera reunión para tomar decisiones. En verano, con la
rotación de las vacaciones, no solemos coincidir todos, por eso hasta la vuelta
no empezamos a trabajar a pleno rendimiento.

Voy a toda velocidad con la bici hasta casa. Comeré y me cambiaré de ropa
porque por la tarde he quedado en pasar a buscar a Samuel por VR. Ha
llegado esta mañana en avión y ha ido directo a mi antigua oficina. Al final,
estará un par de días, y me apetece mucho verlo.

—¿Hay alguien? —pregunto al entrar.

—Sí, neni. Estoy aquí.

Zoe ha vuelto de sus días con Gerard como pisando nubes. El viernes en
nuestra cena semanal, nos contó que él está dispuesto a acabar con su
matrimonio, pero que necesita tempo. Es decir, la misma versión de siempre
dicha con palabras más bonitas y con ella abierta de piernas, por supuesto.
Eso lo dijo ella, no yo. Xavi y yo nos miramos y no quisimos añadir nada; si
ella se lo quiere creer, es su problema. Cuando fue mi turno, y a pesar de que
Xavi ya me había sonsacado todo sobre Marc el mismo día de mi vuelta, se
aliaron contra mí y me pusieron a caldo. Según ellos, soy una imbécil por no
seguir quedando con Marc, aunque solo sea para tener sexo, caliente y rico.
Así se lo definí a mi hermano; se lo ha tomado al pie de la letra y, con su
particular humor, lo han rebautizado como «sexo pan».

No sé por qué no entienden que ahora mismo no tengo esa necesidad.

—¿Me has hecho la comida?

—Por supuesto, si fuera por ti nos alimentaríamos del aire.

—No, porque yo siempre tengo donuts de chocolate en el armario, con eso ya


podría subsistir.

—Tú te estás volviendo muy cerda para comer.

—Y tú muy cerda para follar —replico, descojonándome.

Dejo mis cosas y nos sentamos en el salón; nos gusta comer en la mesita baja
con nuestros culos en el suelo, qué se le va a hacer, somos así.

Hablamos del curro. Ella no empieza hasta el lunes y lleva sin ver a Gerard
tres días. Le digo que esta noche cenaré con Samuel y empieza a elucubrar
sobre toda clase de posturas sexuales que, según ella, adoptaré después.

—Peli, Samuel es mi amigo, deja de flipar.

—También era tu amigo cuando te lo tiraste en Madrid.

—Bueno, eso fue un amago.

—Venga, neni. No quieres nada serio con nadie y me parece perfecto, pero
entonces empieza a follar con quien te plazca; llámese Marc, llámese Samuel.
¿Sabes cuál es tu problema?, que, aunque digas que pasas de todo y que
quieres vivir tu vida, llevas tanto tiempo atada a un solo tío que todavía no le
has cogido el truquillo a esto.

—Qué sabias palabras, doctora Amor —espeto impertinente.

—Lo que tú quieras, pero sabes que tengo razón.

Me levanto, recojo mi plato y me voy a mi habitación.

—Huye, huye como una rata —insiste.

No pierdo el tiempo en contestarle. Voy a mirar mi correo personal que hoy no


me ha dado tiempo. Él día se tuerce un poco cuando veo un correo de Álvaro,
recordándome, muy diplomáticamente, que tenemos que hacer una derrama de
la comunidad, seiscientos euros; más lo que pago de la hipoteca, por supuesto.
¡Vaya mierda! Este mes, quizá, sí que tenga que vivir del aire y no por no pisar
la cocina, precisamente. No le contesto, porque ahora mismo le diría tantas
lindezas que decido pasar, al menos, un par de días.

Vuelvo con Zoe al salón y vemos un par de capítulos de Friends, la


millonésima reposición, una serie que nos encanta. Cualquier cosa para
evadirme. Sin mucho tiempo para más, me cambio de ropa y voy a buscar a
Samuel.

Cuando llego a las oficinas de VR me entra un poco de nostalgia. Me


encantaba mi trabajo aquí. Mi jefe. La mayoría de mis compañeros. Hasta el
vaso de leche con Nesquik y el donut de chocolate que me ponían en el bar de
abajo.

«En fin, pasa página, Gala, pasa página».

Samuel sale por la puerta y me ve. Lleva un traje azul oscuro, camisa blanca
sin corbata y media sonrisa instaurada en la cara, el señor Vila lo acompaña.
Es el padre de mi actual jefe, como ya sabéis, que enseguida me reconoce. Se
acerca para saludarme, dejando mi reencuentro con Samu en un segundo plano.

Me sigue haciendo gracia ver a Samuel enfundado en un traje. La primera vez


que nos vimos en Madrid, recuerdo cómo se notaba que le agobiaba mucho ir
vestido así; se pasó todo el día recolocándose los puños de la camisa.
Además, cuando se acerca el verano y suben las temperaturas, a veces, se
quita la chaqueta, pero nunca se remanga la camisa. Dice que quiere guardar
las formas, pero la verdad es que en el trabajo le da corte enseñar sus
musculosos brazos llenos de tinta. Sí, Samuel tiene muchísimos tatuajes, que
junto con su cuerpo musculado, su pelo rubio, casi siempre revuelto, y su cara
de pillo, le dan un auténtico aire de estrella de rock; lo que es en realidad
debajo de tantas capas.

—Hola, Gala, ¿qué tal todo? ¿Te trata bien mi hijo? —me pregunta el señor
Vila, alargando su mano para estrechar la mía.

—Sí, estupendamente —respondo con una risa encantadora. Encantadora y un


poco falsa.

A ver, que David no me trata mal, pero lidiar con su ego y sus manías no es
fácil, no voy a mentir.
—Me alegro, entonces. Mañana nos vemos —dice, y se despide de nosotros.

Samuel y yo caminamos unos metros hasta desaparecer de su vista y es en ese


momento cuando me abraza.

—Hola, nena. Te he echado de menos —dice, mientras me besa fuerte en una


mejilla.

—Y yo a ti, rock and roll star.

Sí, no podíamos llamarnos de otra manera, está sacado de otra de las


canciones de Loquillo y es una coña que compartimos.

Samuel me dice que está agotado y sediento, así que nos vamos directos a
tomar unas cervezas y a ponernos al día.

—¿Qué tal Lolita? —pregunto.

—Está preciosa y siempre me saca una sonrisa, a diferencia de la cabrona de


su madre.

Me río al ver cómo bufa al referirse a su exmujer y cómo se le ponen los ojos
brillantes cuando habla de su niña. Samuel vive con su ex, Sandra, y con Lola,
la niña de ambos.

Al principio, compartir hogar les pareció lo mejor por el bien de la niña, era
apenas un bebé cuando lo dejaron, pero ahora la convivencia cada vez se
hacía más insoportable. Sandra le complica siempre la existencia poniendo
normas y normas que solo la benefician a ella. Lo último que ha propuesto es
que pueden subir a sus rollos a casa, sin importar si está el otro allí, o la niña.
Por supuesto Samu se ha negado, pero creo que ella ya lo ha hecho.

—¿Y tu viaje? Me contarás más detallitos de tu Camino, ¿no?

—Mi viaje muy bien, idiota. Y ya te conté todo por teléfono. No seas cotilla.

Pedimos otra ronda y seguimos hablando; de Álvaro, de la derrama que me


toca hacer, de mi desafortunado encuentro con mis exsuegros… Él me cuenta
que el mes que viene cogerá vacaciones y se irá con la niña al pueblo; cero
gastos extras. Está intentado ahorrar lo máximo posible para poder salir del
infierno en el que está atrapado; o sea, de su casa.

Picamos algo y noto cómo los ojos se le empiezan a apagar. Nos quedaríamos
charlando toda la noche, pero mañana hay que madrugar.

—Te acompaño hasta el hotel y me cojo un taxi.

—Lo normal sería al revés, ¿no?

—Me la suda lo normal —digo, riéndome—. No, es pura lógica, tu hotel está
a tres calles y desde allí ya me voy.

Llegamos enseguida y nos despedimos en la acera.

—No quieres subir y dormir conmigo —me propone, haciendo un mohín.

«Ay, Samu, esos ojos azules y chispeantes y esa medio sonrisa casi pueden
conmigo, pero no».

—Mañana hay que trabajar y necesito dormir en mi casa. Cuando termines, me


llamas y nos volvemos a ver.

—Está bien, primer día y dándome calabazas.

—Mañana más. —Me río ante su cara de indignado.

—Contaré los minutos, nena.

Y entonces, me besa en los labios. Es un beso tímido y suave, imagino que lo


ha hecho así esperando mi reacción. Desde nuestro medio polvo no nos
habíamos vuelto a besar y me ha cogido un poco por sorpresa. Me separo,
paro un taxi y le sonrío, mientras abro la puerta.

—Hasta mañana.

Y cuando cierro la puerta, la charla con Zoe me vuelve a la cabeza. ¿Será


verdad que todavía no le he pillado el truco a esto de las relaciones sin
compromiso?
¿Seré capaz de gestionar a mi nuevo yo? O todo o nada, Gala, está claro que
no tienes término medio.
25
AMIGOS Y ALGO MÁS

Mientras guardo un par de documentos antes de apagar el ordenador, unos


nudillos llaman a mi puerta.

—Adelante.

—Gala, necesito que leas este manuscrito. Quiero una segunda opinión —dice
David, entregándome un taco de folios.

Lo cojo y leo el título: Mudanza a Marte.

—Pero ¿es de ciencia ficción?

—Sí, pero como Fuster está de vacaciones, quiero que lo leas tú. Es un
compromiso y tengo que dar una respuesta al autor.

—Está bien. Me lo llevaré a casa.

—Estaría bien que el viernes me dieras un informe.

—Perfecto, el viernes que da la casualidad de que es mañana, entiendo… —


contesto, conteniendo las ganas de mandarle a un sitio oscuro y desagradable.
Él me mira como si resaltara lo obvio.

Termino de recoger mis cosas y me voy de la oficina, con el trabajo extra


debajo del brazo. Fenomenal.

—Vaya, nena. Qué cara de enfado traes.

—Vámonos lejos de aquí —digo, arrastrando a Samuel del brazo. Hoy ha


terminado él antes y ha venido a buscarme.

Me apetecía dar un paseo juntos y hacer un poco de turismo, pero si tengo que
presentar mañana el maldito informe no me queda más remedio que irme a
casa a leer.

Le cuento a Samuel el encarguito del imberbe y me tranquiliza.


—No te preocupes, yo también tengo mañana una reunión a primera hora con
el jefe y tengo que preparar un par de cosas.

—Está bien.

Comemos algo de camino y llegamos a mi casa. Está más cerca que su hotel y
tenemos más espacio para trabajar un poco. Me alegro de que Zoe hoy haya
ido a comer a casa de sus padres, si se cruza con Samuel lo volverá loco a
preguntas, seguro.

Le enseño el piso y nos metemos en mi habitación. Mientras él saca las cosas


de su maletín y se quita la chaqueta, yo me voy al baño y me pongo ropa más
cómoda, es decir, un pantaloncito corto de pijama y una camiseta ancha de
esas de cuello desbocado. Cero glamurosa.

Cuando vuelvo, Samuel se ha descalzado y está encima de mi cama, apoyado


contra el cabecero y con las mangas de la camisa hasta el antebrazo. Me quedo
como boba mirando sus tatuajes y su cuerpo, está muy guapo con ese estilo
arreglado pero informal. Parece guiri, con ese rubio y esos ojos claros. Ahora
lleva una barba bastante espesa pero no larga, y está muy fuerte; es alto pero
no demasiado, por lo que tiene el cuerpo de lo que se considera un típico
cachas. Cuida mucho su alimentación de lunes a viernes; luego, los fines de
semana, si sale con los de su grupo, ya se deja llevar por las cervezas y la
grasa.

—¿Cómo me voy a leer esta mierda? —protesto, al acomodarme a su lado.

—Empieza y, si me da tiempo luego, te ayudo. Ahora que me han ascendido,


echo en falta pasarme los días leyendo manuscritos.

Samuel consiguió un ascenso antes de que yo regresara y está feliz, pero es


verdad que su puesto ahora conlleva más papeleo y más informes, reuniones
con sus superiores y no solo el trato directo con los autores.

Odio la ciencia ficción, no sé si seré muy obtusa, pero es un género que no me


llama la atención y entonces no pongo mucho interés. Leo saltándome frases y,
sin ganas, paso páginas.
No sé cuánto tiempo pasamos enfrascados así, pero mi postura ha ido
descendiendo y estoy medio tirada sobre el brazo de Samu que teclea en su
portátil rápido. Me mira y se apiada de mí.

—A ver, trae eso que lo leo yo —dice, quitándome los papeles de encima.

Me apoyo en su costado y hago como que presto atención a lo que me va a


decir. Casi oigo sus latidos. Samuel empieza a leer en voz alta y yo me relajo
a su lado.

Marcianos, ovnis y paseos por Marte. Insufrible.

—Gala, no te duermas —me advierte, cuando nota que respiro más fuerte.

—¡Que no! Si estoy despierta —digo con modorra.

Entonces sigue leyendo, pero baja un poco el tono. Pasa su mano por mi
cuerpo y me roza las costillas, abrazándome. Yo me quedo quieta y dejo que
siga. Sin soltar los folios, sus dedos empiezan a juguetear con mi camiseta y,
casi sin querer, me roza la piel.

—Samu, no estarás intentando meterme mano, ¿verdad?

Aparta todos los papeles y los posa encima de la mesilla. Yo me muevo y me


tumbo del todo en la cama, de medio lado.

—Un poco sí. Vamos a borrar el recuerdo que tenemos de Madrid, Gala —
dice, enmarcando mi cara con sus manos y deslizando sus pulgares por mis
labios.

—Samu, somos amigos, no quiero perder eso.

—Somos amigos y algo más.

Y sin tiempo de pensarlo otra vez, me besa. Suave y lento. Intentando borrar el
recuerdo de nuestra atropellada última vez. Nos desnudamos lento, con manos
temblorosas y algo nerviosas.

—Joder, Gala. Me parece un sueño por fin tenerte así.


Y lo dice susurrado y suena tan cariñoso que no le doy más vueltas. No quiero
pensar en que es un error, un tremendo error.

Paso mis manos por todos los tatuajes de sus brazos y él cierra los ojos,
sintiéndonos piel con piel. Saco un condón del cajón, gentileza de mi amiga
que nada más mudarme con ella me regaló tres cajas. Creo que había puesto
muchas expectativas en mi nueva vida social, porque lo cierto es que hoy uso
el primero.

Nuestras manos exploran nuestros cuerpos y le ayudo a ponérselo. Samuel está


concentrado en besar mi cuello y en descender poco a poco hasta mis pechos.
No los agarra, solo los lame. Sus dedos están ocupados en atender mi sexo y
en penetrarme lento, muy lento.

—Me encanta —dice, al entrar en mí.

—Sí… —Es lo único que soy capaz de decir.

Y nos movemos acompasados. Mi pelvis choca con la suya cada vez que entra
y sale de mí, pero no acelera. Jadeamos suave, como absorbiendo el sonido de
nuestras respiraciones. Mi cuerpo necesitaría una marcha más, pero no quiero
pedírselo.

Sin que me lo diga, meto una mano entre los dos y me acaricio. Samu sonríe al
verme y me besa en la boca. Nos gusta vernos disfrutar, aunque a veces me
mira con tanta intensidad que cierro los ojos. Espero que después de esto
sigamos siendo amigos.

Las penetraciones cogen un poco de ritmo y me susurra al oído que está a


punto de correrse. Suave, lento y sin palabras sucias. Está totalmente
entregado a mí y me asusta.

En un giro rápido, me doy la vuelta y termino botando encima de él y


tocándome. Me mira y me sujeta por las caderas para que no vaya tan deprisa,
pero yo no pienso parar. En un par de empaladas más, nos corremos.

Si seguía debajo me iba a asfixiar y no por falta de aire.


Samuel me mira y sabe lo que estoy pensando.

—¡Eh, nena! No te pongas así. ¡Joder, soy un imbécil! Quería borrarte un


recuerdo y te traigo otro.

Lo ha clavado. Samuel no tiene ninguna culpa, pero nuestra relación está


asociada a mi ruptura con Álvaro, él lo sabe todo de mí. Fue en su hombro
donde lloré todas las penas, fue mi amigo, mi consejero. Samuel sabe que
estoy empezando de nuevo, pero que en ocasiones todavía duele, como le pasa
a él con su ex. Su forma de hacerlo, suave, íntima, como si compartiéramos
mucho más que un encuentro sexual, me ha traído a la mente recuerdos,
recuerdos y más recuerdos.

Recuerdos de él, de mi única pareja, de pensar que a su lado estaba en casa,


de vida compartida, de perseguir los mismos sueños. Y con ello, también han
vuelto a mi mente los recuerdos de sus mentiras, de falsas apariencias, de
errores imperdonables y de desilusión.

Cubriéndome el pecho con la camiseta, huyo hacia el baño.


26
MADURA, HERMANO

MARC

Acabo de tirarme encima de Eloy, aplastándole debajo de mi cuerpo y


dándole puñetazos en el brazo, igual que cuando éramos unos críos y nos
enzarzábamos en peleas absurdas y nos dábamos de hostias encima del
colchón. Vamos, lo normal entre hermanos. La única diferencia con hoy son los
años que han pasado, nuestro tamaño y que Elena, su novia, también está en la
cama.

—Sois peor que niños —se queja, levantándose para salir de la habitación.

Mucho mejor, así puedo ensañarme a gusto.

—¡Felicidades, hermanito! Treinta y un añitos ya, igual ahora es cuando


empiezas a madurar, ¿no?

—Muy gracioso. Y lo dices tú, que acabas de tirarte encima de mí. Acabo de
tener un puto déjà vu juvenil.

Antes de volver a recuperar los hábitos, acordes con mi edad, le tiro de la


oreja con saña, mientras le canto el cumpleaños feliz. Después le doy un beso,
creo que ya es más que suficiente.

Es sábado y estamos en pleno agosto, tengo que ducharme e ir a la agencia


porque sigo hasta arriba de trabajo, pero por la noche lo celebraremos juntos.
Adrián se ha ocupado de organizarle una fiesta sorpresa, para disgusto y
enfado de Elena, que quería celebrarlo a solas con él.

Me he salvado de todos los preparativos porque estoy hasta arriba de curro,


pero no me he librado del mosqueo de su novia, que ha discutido conmigo casi
todos los términos cuando yo no tenía ni arte ni parte. Al final ha cedido, y
será la encargada de llevarlo hasta allí, solo espero que lo deje disfrutar de su
día.
En la agencia estoy hasta el mediodía y Adri viene a buscarme cuando cierro
para ir a comprar el regalo a mi hermano. Se podía haber encargado él
también, pero tampoco hay que abusar.

—¿Qué te parece esta camisa? —digo, eligiendo una con un estampado


bastante llamativo de cabezas de león.

—Que si le regalamos eso, Elena no se la dejará poner ni de coña, ya me estoy


imaginando su cara de espanto.

Nos descojonamos y al final decidimos cogerle unas zapatillas deportivas, que


sabemos que quería, y una gorra muy chula. Siempre va al gimnasio con gorra
y así tiene una nueva para su colección.

—¿Has vuelto a hablar con Gala? —me pregunta, cambiando de tema.

—Bueno, si consideras hablar habernos mandado unos cuantos mensajes de


cortesía, sí.

—¿Y?

—Y nada, ella está a tope de trabajo y yo también. Me sigue dando largas —le
cuento—. ¿Y tú con Zoe?

—Yo sí, bastante a menudo. Pero estábamos hablando de ti. Te voy a dar un
consejo: si te gusta, insiste.

Me encojo de hombros como respuesta, porque no tengo muy claro si


conseguiré volver a verla algún día. La conozco lo suficiente como para saber
que es un poco cabezona.

Adrián me acompaña a casa y me cambio de ropa. Hace calor, así que me


visto con un pantalón azul marino y una camiseta blanca. «Un look muy
veraniego», dice mi amigo al verme. Después acompaño a Adrián a la suya
para que haga la misma operación.

—¿Has cogido bañador? —me pregunta.

—No, ¿por qué?


—Joder, te lo he dicho, pero como no me haces ni caso. Ya te dejo yo uno.

Con el tiempo justo salimos y cogemos un taxi. Hoy mejor que nadie conduzca.
Mi amigo ha reservado la terraza de un hotel en pleno centro de la ciudad.
Está ubicada en la planta octava y tiene hasta piscina. Me lo había contado,
pero ya no me acordaba, se nota que confío en él.

Cuando entramos, me quedo flipado. Es un hotel urbano con arquitectura muy


vanguardista. La terraza todavía mantiene la estructura de hierro oxidado y
parece un loft ubicado en el mismísimo centro de Nueva York. Me gusta
mucho.

Echo un vistazo rápido. Elena y Eloy no han llegado, pero sí veo a algunos de
sus amigos de la universidad, a un par de clientes del gimnasio, de los que ya
son colegas, y a Lorena y a Carol con otra amiga de ellas.

—¡Vaya, menudo sitio! Me alegro de que te hayas encargado de todo —le digo
a mi amigo con entusiasmo.

—Tu hermano va a alucinar —afirma Adrián.

Saludo a sus amigos y miro el móvil. Elena ha quedado en que me mandará un


mensaje cuando ya estén subiendo en el ascensor. De momento, nada.

Adrián merodea por todos los rincones, todavía es de día aunque el sol ya está
cayendo y él se mueve como si fuera el anfitrión, dando las gracias a todos por
haber venido.

—¿Qué buscas? —pregunto a mi amigo.

—A un par de amigas a las que he invitado.

—Qué calladito te lo tenías, ¿no? ¿Y quiénes son?

En ese mismo momento, se abre la puerta de la azotea y me quedo como un


idiota, mirando a las nuevas invitadas. Zoe y Gala acaban de entrar.

—¡Capullo! —murmuro, antes de que lleguen hasta nosotros.


Gala, al vernos, abre los ojos y parpadea un par de veces. Tiene toda la pinta
de que tampoco tenía ni idea de dónde venía. Zoe y Adrián se parten el culo.

—¡Hola, peregrinas! —dice Adrián, mientras les da dos besos.

Sigo sin articular palabra y espero mi turno. Observo a Gala, que está tan
sorprendida como yo. Con un tímido «hola» y dos besos, saludo primero a
Zoe. Cuando me toca el turno de darle dos besos a Gala, nos sonreímos antes.
Me acerco y me pego demasiado a su oreja.

—Cabrones… —susurramos casi al unísono y nos reímos, soltando un poco


de esa tensión por encontrarnos de pronto.

Está muy guapa, con el pelo más claro, me imagino que por el sol. Está más
morena y lleva un vestido negro corto, sencillo, que deja al descubierto sus
piernas. Me pilla mirándole la boca, no lo he podido evitar, porque lleva los
labios pintados de rojo, y ahora solo pienso en comérsela. Voy a decirle algo
cuando suena la señal de mi móvil. Es Elena, avisándonos de su llegada.

Nos colocamos todos como si estuviéramos tomando unas copas con los
amigos e ignoramos su entrada. Pasamos de gritar «sorpresa» y solo fingimos
que no estamos aquí por él.

Elena entra la primera y alucina con el sitio, se lo he visto en la cara, aunque


luego proteste. Mi hermano echa un vistazo rápido sin saber muy bien qué hace
aquí. Adrián, que no puede estar quieto, casi tira una lámpara de las de pie,
haciendo tanto ruido con las carcajadas que Eloy lo descubre.

Entonces sí que todos nos giramos hacia él y le gritamos el «¡sorpresa!»


correspondiente en estos casos.

Empieza a sonar «Rather Be», de Clean Bandit, y comienza la fiesta.

Saludos, risas, besos y las primeras copas. Mi hermano emocionado y Elena


intentado no sonreír, como si siguiera enfadada con nosotros, aunque en el
fondo está igual de sorprendida que él. No sé qué se había pensado; quizá, que
íbamos a montar una fiesta como las del difunto Hugh Hefner, cargadas de
conejitos o algo parecido.
Eloy empieza a estar en su salsa; risueño, alegre, desplegando todos sus
encantos. Lleva un buen rato hablando con Gala y con Zoe, se nota que le ha
hecho ilusión reencontrarse con las chicas también.

Y yo, pues aquí sigo plantado, como cuando eres niño y tienes que esperar a
que terminen de hablar los mayores. Necesito estar con ella, a solas.

«Ay, Gala, ahora que por fin te tengo delante, no pienso dejarte escapar».
27
ENCERRONA

Ya me parecía a mí que la Peli me ocultaba algo. Me ha vendido la moto de


que veníamos al cumple de un compañero de curro, que no quería venir sola
porque le daba palo y que mejor viniera con ella. Me extrañó que me quisiera
llevar de carabina, pero lo dejé pasar. Y ha estado un par de días de lo más
misteriosa; cuando sonaba su móvil se iba a su habitación y nunca respondía
delante de mí. Pensé que sería Gerard. Pedazo de ilusa que soy, ahora estoy
segura de que era Adrián.

Entre los dos han maquinado todo para que Marc y yo nos encontrásemos aquí;
vaya par de casamenteros de pacotilla. La cara que ha puesto camino, cuando
he entrado por la puerta, me ha confirmado que no tenía ni idea de que íbamos
a aparecer en la fiesta.

La terraza del hotel es espectacular; las vistas de la ciudad, los sofás en los
rincones, las luces indirectas creando una atmósfera especial. Y la piscina,
esta merece una mención aparte. Ya ha anochecido y ahora con la iluminación
es como si te invitara a sumergirte en ella. Parece sacado de una serie de esas
americanas localizadas en el mismísimo Manhattan.

Ya voy por el segundo mojito y observo desde la barra a Marc; sus


movimientos, sus gestos, está claro que es su ambiente. Habla con unos y con
otros. Ríe y abraza a su hermano cada vez que puede y todo con una bonita
sonrisa, la suya.

Antes ha querido hablar conmigo, pero Eloy nos tenía acaparadas, después se
ha acercado Lorena y se lo ha llevado para presentarle a alguien.

Cuando aparece la tarta, las luces se apagan. En vez de velas han puesto un par
de bengalas. Bajan la música y todos le cantamos el «Cumpleaños feliz». Eloy
sopla, y aplaudimos como niños. En ese instante algo roza mi oreja. No hace
falta que me gire porque su olor lo ha delatado. Su colonia es una mezcla de
algo cítrico con madera, masculina e inconfundible.

—Pensé que ya habías huido —me susurra, posando sus manos en mis caderas
y meciéndome con él desde atrás.
—¿Huir, yo? Si me encantan las encerronas —ironizo.

Marc me coge de la mano y me lleva hasta un sofá que está libre, lejos de las
miradas del resto de invitados. Está guapísimo. Sencillo, pero con ese aire de
modelo de pasarela. El pelo largo peinado, su barba perfectamente recortada y
la sonrisa canalla. Bueno, pues eso. Antes de que nos apartemos, se acerca una
chica rubia bastante joven, con el ceño fruncido.

—¿Quién coño es esa pelirroja? —pregunta con cierto tonito.

Marc eleva las cejas y me mira. No sé si quiere que yo conteste o solo está
pensando qué responder. Tiene toda la pinta de ser la novia de Eloy y, claro,
mi amiga está bailando y partiéndose el culo entre Eloy y Adrián; vamos, que
casi es el alma de la fiesta.

—Hola, Elena. ¿Lo estás pasando bien? —pregunta Marc con toda la calma
del mundo—. Esta es Gala, la mejor amiga de esa pelirroja, que por cierto se
llama Zoe y fueron nuestras compañeras de viaje en Galicia.

La tal Elena me dice un «hola» casi inaudible y se da media vuelta.

—Disfruta de la noche —espeto yo.

—Ahora ya entiendes lo que te contaba de Eloy y su novia, ¿no?

—Me hago una idea.

Nos sentamos y pasea sus dedos por la piel de mis muslos. Está cerca,
demasiado cerca. Creo que después del tercer mojito no voy a ser capaz de
resistirme a sus encantos.

—La parte en la que nos preguntamos por los trabajos la podemos omitir, ¿no?
Porque en los mensajes de cortesía que me has enviado, desde que volvimos,
ya me ha quedado claro que la editorial está hasta arriba de actividad.

—Marc… —intento protestar, pero sus dedos ya juegan con el dobladillo de


mi vestido y la punta de su nariz roza mi oreja.

—Gala, me apetece seguir viéndote, ya lo sabes. Como y cuando quieras.


Joder con Marc, vaya disponibilidad. La verdad es que he estado evitando
decirle un día que sí. A vernos, a charlar y lo que surja. Tiene razón la Peli, si
ahora quiero vivir así, tendré que aprender a jugar a este juego con todas las
consecuencias.

Marc no me deja darle una respuesta porque me come la boca. Primero


empieza tímido, con sus pulgares abriéndose paso entre mis labios para
después acercar la punta de su lengua y pasarla por la comisura de mi boca.
Mierda, es puro erotismo. Él, sus movimientos, su lengua y sus dedos. Y caigo
otra vez, calentándome, excitándome. Deseando verlo perder los modales.

—Joder, menos mal que no queríais quedar. ¡Salid de ese rincón! —nos grita
Adrián, que viene a buscarnos con Zoe de la mano, descojonándose.

Marc se separa de mí, bufando, y nos acercamos de nuevo al centro de la


terraza.

Es la hora de los regalos, y Eloy empieza a abrir paquetes. Después de los de


sus amigos, es el turno del de Marc y Eloy. Unas zapatillas y una gorra. No
puedo evitar fijarme en la cara de Elena al ver la gorra… Qué pinta de
estirada tiene la niña.

—Yo te lo doy la última —grita la Peli, antes de que la gente siga bailando y
bebiendo.

Si hubiera sabido que venía a su cumpleaños le hubiera traído un libro. Soy de


las que piensan que es el mejor regalo del mundo mundial. No lo puedo evitar.
Espero que la Peli, al menos, se lo dé en nombre de las dos.

—Vamos, abre este que es de Gala y mío.

Esa es mi amiga.

Eloy abre el paquete que es fino y cuadrado y se queda sin palabras. Y mira
que es bastante difícil. Mi amiga, que es una verdadera artista, ha hecho un
retrato de Eloy de una de las fotos del viaje; a carboncillo, que se le da de
lujo. Está sentado en una piedra y tiene la cámara en sus manos.
—Joder, Zoe, es impresionante.

Cuando lo gira para que todos puedan verlo se oye un «oh, qué bonito» general
y mi amiga vuelve a ser el centro de atención por su detallazo.

La música sigue sonando y ya he perdido la cuenta de los mojitos que llevo y


del reloj. Estoy disfrutando, bailando, bebiendo y sintiendo la mirada de Marc
en cada movimiento. Me pongo un poco al día con Carol y Lorena. Vacilo a
Adrián con mi amiga, e incluso, me marco un par de bailes con el anfitrión.
Cuando algunos ya se marchan y la música empieza a ser más lenta, decidimos
darnos un baño.

Zoe y yo salimos con los bikinis puestos y nos metemos en la piscina. Marc,
Eloy y Adrián ya están dentro, riéndose escandalosamente, y sosteniendo sus
copas en lo alto.

La noche es calurosa y no corre brisa, pero el agua está fría y mi amiga


protesta.

—Joder, me duelen hasta los pezones —dice más alto de lo que pretendía.

—Déjame abrazarte y te caliento —suelta Adrián, que ha debido de perder la


timidez que lo caracteriza.

Yo entro poco a poco hasta que mis músculos se hacen a la temperatura. La


mirada felina de Marc sigue acechándome y, cuando noto que viene nadando a
por mí, me sumerjo y salgo hacia la otra punta. Lorena y Carol también están
dentro con otro de los amigos de Eloy. La única que contempla todo desde
fuera es Elena. Ella se lo pierde.

No nos queda mucho tiempo hasta que nos echen de aquí, así que
aprovechamos para brindar todos en el centro por Eloy y porque cumpla
muchos más. Me aparto hasta una esquina de la piscina para posar mi último
mojito y, antes de girarme de nuevo, Marc me pasa los brazos alrededor,
aprisionándome.

—Loca, mira que malo estoy —me dice, pegando su paquete a mi culo. Solo
con imaginar su bulto ya me caliento.
—Camino, estoy un poco borracha y soy un blanco fácil —le confieso.

—Pues ven a casa conmigo y déjame follarte hasta que se te pase. —Y me gira
para que nuestras miradas se encuentren.

Sus ojos verdes, su peca, su boca. El alcohol en sangre. Me muerdo el labio,


anticipándome a lo que puede pasar. Marc me pone como una moto y eso no lo
puedo negar. Quizás es hora de dejarse llevar un poquito, ¿no?

Nos besamos suave, reprimiendo las ganas; a pesar de la contención, creo que
ya estamos ofreciendo un bonito espectáculo. Le paso las manos por la nuca y
lo atraigo más hacia mí. Mis piernas ya están alrededor de su cintura y, cuando
el pecho sube y baja por la excitación, se separa unos centímetros de mí.
Apoyando su frente en la mía, sin dejar de mirarme.

«Always in My Head», de Coldplay, suena ahora mismo y Marc la tararea en


mi oído, muy bajito. Se sabe toda la letra, desde el primer acorde hasta el
último. Casi lo recita, lento, recreándose en cada frase. Mi piel vibra por el
sonido de su voz, por sus dedos rozándome los labios y porque ahora mismo
todas mis terminaciones nerviosas palpitan.

—¡Joder, Marc! —protesto por la intensidad del momento. Y porque dejaría


que me follase aquí mismo. No hay quien me reconozca.

—Bendita encerrona —dice con la mirada lobuna, sacándome de la piscina.

—¡Adiós, chicos! —grito, yendo ya directa al baño para cambiarme.

—No es bueno follar con prisas —nos grita Eloy, diciéndonos «adiós» con la
mano.

Marc y yo tardamos menos de tres minutos en dejar el hotel. La pregunta «¿en


tú casa o en la mía?» es lo siguiente que sale de nuestras bocas, con las
carcajadas asociadas, por supuesto.
28
SEXO PAN

MARC

Entramos a trompicones en mi casa. Es la que más cerca del hotel nos


quedaba, sin duda. Gala todavía trae el pelo húmedo y nuestra piel sabe al
cloro de la piscina, pero no ha sido impedimento para los lametones que nos
hemos metido durante nuestro viaje en el taxi. Sin cortarnos ni un pelo.

Cierro de un puntapié y la empotro contra la pared de la entrada, sin


contemplaciones.

—La visita guiada te la hago mañana.

—Estás muy seguro de que me voy a quedar hasta mañana —me insinúa,
mordisqueándome el labio.

—Son las tres de la madrugada, Gala. Es decir, que ya es mañana —digo,


llevándola enroscada en mi cintura hasta mi habitación—. Creo que voy a
follarte unas horas por lo menos.

—Tú, abuela no tienes, ¿no?

—Ahora lo compruebas.

La poso sobre el borde de mi cama. Sus manos me quitan la camiseta y veo


cómo se muerde el labio, mientras pasea sus dedos por mi torso desnudo.
Antes de seguir acelerándome, meto las manos debajo de su vestido y toco su
tanga. Mucha piel.

—Te voy a quitar primero la ropa interior y no quiero que te muevas,


¿entendido?

—¿Perdona? Además de creído eres mandón. Qué completito, camino.

—Gala, no te muevas… —le susurro al oído, poniéndome lo más serio


posible—. Te he dicho antes que quiero estar contigo donde y cuando quieras.
Yo me reservo el «cómo».

Oigo su jadeo, es como si estuviera procesando la orden y, después de unos


segundos, la acata. Ella, o su cuerpo, que está expectante. Subo los dedos
lentamente por sus piernas y llego al elástico de su tanga. Hoy es minúsculo,
así que, antes de quitárselo, le toco las nalgas. Con tesón. Sigue estando
delgada, pero tiene un buen culo.

—Marc… —musita.

—Todo a su tiempo, loca. No tengas prisa.

Poso mis dedos en su sexo, por encima de la tela y juego con ellos. Meto uno
por el lateral y lo escondo entre sus pliegues. Después el otro. El tacto de su
pubis sigue siendo jodidamente increíble. Cuando sus rodillas están a punto de
ceder, le quito el tanga, bajándolo lentamente por sus caderas. Gala me mira
sorprendida, porque aún lleva el vestido puesto y yo empiezo a quitarme el
pantalón. Sigue muy quieta, solo observándome.

Cuando estoy completamente desnudo vuelvo a meter una mano entre sus
piernas. Está mojada y muy excitada. Poso mi otra mano en su nuca y la atraigo
hacia mí. Comiéndole la boca con ganas. Labios, lengua y saliva, como en un
gran baile. Gala jadea entre dientes y la oigo suplicar:

—Fóllame hasta mañana, Marc. Hasta mañana.

Me río y aumento las caricias. Encuentro su clítoris y me deshago en


atenciones. Levanto su vestido hasta la cintura y la dejo expuesta ante mí. La
piel de su sexo me pone en órbita. Mi polla se acerca a su vientre y paseo mi
mano por su pubis. Podría correrme así.

—¡Joder, Gala! No lo puedo alargar más. Córrete en mis dedos antes de


follarte.

Y Gala obedece. Apoya su boca en mi pecho y aguanta los gemidos cuando le


sobreviene el orgasmo. Sonrojada y sudorosa. Le quito el resto de la ropa
viendo toda su piel. El orgasmo la ha dejado en una especie de trance, porque
me deja cargarla y tumbarla sobre mi cama. Me encanta verla así. Me pongo
un condón y vuelvo a pasear mi erección entre sus piernas. Provocándola de
nuevo.

—Joder, Marc —masculla.

—Ya va, loca. Ya va.

Cierro los ojos cuando se la empiezo a meter. Siempre está tan prieta que es
como si fuera la primera vez. Me pone malísimo. Cuando noto que está
preparada para recibirme, me inclino más y hundo mi boca entre su cuello y su
hombro. Mi ritmo se acelera. Las estocadas ahora son secas y rápidas. Sin
poder parar. Gala levanta sus caderas y ya solo se oye el choque de nuestra
piel. Con ese vaivén no consigo aguantar mucho y me corro. Me corro mucho y
bien.

«Menudo farol, Marc. ¿Horas follando?».

Cuando lo hago con ella, la velocidad de respuesta de todas mis putas


terminaciones nerviosas se multiplica por mil. ¡Hay que joderse!

—Voy a correrme otra vez —me anuncia con la boca en mi cuello, cuando
estoy terminando de bombear.

Y yo sonrío y continúo hasta que se deja ir de nuevo. Caemos los dos sobre mi
cama, exhaustos y complacidos.

***

Con las prisas, al llegar anoche, no bajé la persiana ni nada, así que el sol nos
ha despertado hace rato. Ha sido perfecto porque, después de la entrada
triunfal que hicimos ayer, quedamos en una especie de coma profundo, por lo
que, al darnos en la cara los primeros rayos de luz, nos hemos ido despejando
poco a poco. Y por supuesto, nos hemos venido arriba en el sentido más
estricto de la palabra.

Su culo pegado a mi polla, mi boca en su nuca, unos susurros, unas caricias y


un «buenos días con alegría». Como una cosa lleva a la otra, pues otro asalto
que nos hemos marcado, para empezar bien este domingo.

Gala sale de mi baño con el vestido de ayer ya puesto. Recoge su bolso y


empieza a calzarse. No sé qué hora es, pero tampoco creo que tenga tanta
prisa. La miro y arrugo la frente.

—Será mejor que me vaya ya.

—¿Por qué tanta prisa?

—Porque me gustaría ir a mi casa y cambiarme, por ejemplo —me suelta, un


poco más seca de lo habitual.

—Está bien. Yo te llevo.

—No hace falta.

Voy a replicar, pero empezamos a oír voces. Vaya, parece que Elenita ya está
de morros. Gala me observa, levantando las cejas, y yo niego con la cabeza
porque los conozco y sé que es mejor huir como las ratas.

—Claro que me lo pasé bien, Elena. Joder, son mis amigos —espeta Eloy.

—¿Y yo? Parecía que sobraba allí.

Después de eso, solo oímos reproches y más reproches. Ella con sus caprichos
y mi hermano disculpándose. Pero ¿estamos locos? Era su cumpleaños.

—Déjame vestirme y te llevo. Tengo que huir de aquí.

No tardo nada en salir de la ducha y ponerme un vaquero y una camiseta.


Cuando estoy listo, cojo a Gala de la mano y nos vamos hasta la puerta.
Seguimos oyendo quejas, aunque deben de haber vuelto a su habitación.

El trayecto en coche es cómodo. Gala va mirando por la ventanilla y me hace


gracia verla con el vestido de ayer y el pelo un poco enmarañado. La miro por
el rabillo del ojo y me pilla.

—¡Qué bonito, camino! Tú como siempre hecho un pincel y yo como una


yonqui.

—No seas boba, estás perfecta —digo, riéndome, y ella me lanza un pequeño
puñetazo en el brazo.

Llegamos hasta su barrio y me dice que aparque. Se baja y, cuando voy a salir
para despedirme, me entran un par de wasaps. Veo que son de Adrián.

—Es Adrián, que me dice que pase a buscarlo.

—Muy bien, pues nos despedimos aquí —dice, un poco tensa.

Ya está sacando otra vez la coraza.

—Pues, no es por llevarte la contraria, pero me ha dicho que suba, que está en
tu casa.

—Joder con la Peli. Está bien, vamos.

Caminamos un par de metros más y llegamos a su portal. Abre, y subimos por


las escaleras. El silencio ahora lo inunda todo. Cuando abre la puerta, la
estampa que nos encontramos nos hace descojonarnos.

—Vaya nochecita, ¿no? —pregunta Gala, al ver a Adrián en calzoncillos en su


salón y a la Peli con un vaso de agua en la mano y la camisa de Adrián puesta.

—No es lo que parece. No flipéis —nos aclara.

Gala y yo nos miramos y solo nos reímos de nuevo. Espero que mi amigo tenga
una explicación para esto.

El timbre de la puerta suena y Gala se acerca a abrir. Un chico rubio, un poco


más alto que ella, y con aspecto de intelectual entra con un paquete en la mano.

—Buenos días —dice sorprendido al vernos.

—¡Qué bien, el desayuno! —grita Zoe, quitándole de la mano el paquete a la


vez que lo besa en la mejilla.
Gala, directamente, se tapa la cara con la mano, como avergonzada.

—Joder, cómo habéis cambiado en poco tiempo, ¿no? Antes era yo el único
tío que pisaba este piso y ahora los traéis a pares.

Adrián y yo miramos a las chicas. Creo que es hora de las presentaciones.

—Este es mi hermano, Xavi —dice Gala—. Ellos son Marc y Adrián, unos
amigos —aclara.

—Encantado —dice Xavi, dándonos la mano—. Vosotros sois los peregrinos,


¿no?

Asentimos. Menos mal que Adrián ya se está poniendo los pantalones porque
el momento ya resulta de lo más raro hasta con él vestido.

—Y tú, enana, acabas de llegar de un after, ¿no? Menudas pintas.

Todos nos partimos el culo y Gala nos hace la señal del pajarito, alejándose
del salón.

—Vaya, vaya, hermanita… —Se carcajea Xavi.

Zoe sale de la cocina con una bandeja llena de todo. Para estar resacosa y
recién levantada se ha currado mucho el desayuno.

—Sentaos a la mesa —nos ordena—. Después del café ya nos pondremos al


día.

—Gala —grita su hermano—, te dejo sitio al lado de sexo pan, ¿no? —Y me


mira, aguantando la risa.

—Vete a la mierda, hermanito. Cuando salga te voy a dar hasta en el cielo de


la boca —vocifera Gala, desde donde esté.

Zoe casi se atraganta con el trago de café que está tomando y Adrián abre
mucho los ojos.

—¿Sexo pan? —pregunto perplejo.


—Después del café, camino. Mejor después del café —suelta la Peligrosa.
29
DONDE Y CUANDO QUIERA

Al final, la proposición de Marc de querer verme donde y cuando yo quiera se


ha traducido en martes y jueves. Efectivamente, como si se tratara de una clase
extraescolar de las que teníamos cuando íbamos al colegio. Esta puede ser una
mezcla entre música y baile, como un mix. Seguro que sabéis a lo que me
refiero.

Podía haber dicho cualquier otro día, o con más frecuencia, o incluso solo un
día a la semana, o yo que sé, porque siendo sincera, es todo tan nuevo para mí.
Sin pensarlo mucho y ante la insistencia de Marc de fijar la próxima «cita»,
solté de repente que solo nos veríamos los martes y los jueves, como medida
restrictiva, pensando que a él le parecería una gilipollez; pero no, aceptó sin
más.

Y aquí estoy, un par de semanas después, acercándome a su agencia a


buscarlo.

Si queréis saber lo que hemos hecho en nuestras anteriores quedadas, pues,


básicamente, enredarnos entre las sábanas de nuestras respectivas camas,
hablar, escuchar música; incluso tirarnos en su sofá cuando no está Eloy.
Bueno, el primer martes, fuimos a cenar a un sitio que inauguraban, era un
compromiso de Marc y no pudo eludirlo, aunque fue rápido; acto de presencia,
cena ligera y nos marchamos sin comer el postre. Ya sé que lo sabéis, sí, el
postre lo comimos en su casa. No me he quedado a dormir con él, la excusa
perfecta es que, como es entre semana, al día siguiente tengo que trabajar.
Porque compartir más intimidad no entra dentro de mis planes.

Me gusta mi nueva dinámica. Los fines de semana me quedan libres para salir
con Zoe; para nuestras cenas, para compartir tiempo con mi hermano, leer,
relajarme y tirarme en la cama sin quitarme el pijama si me apetece. Solo
dependo de mí y ahora mismo es liberador.

Me paro en un semáforo, a unos metros de la agencia, para cruzar y noto que


empiezan a caer gotas, estoy tan metida en mis propios pensamientos que no
me he dado cuenta de que el cielo está mucho más negro que cuando salí de la
oficina. Acelero el paso y empiezo a oír los truenos; la tormenta empieza a
descargar justo cuando entro por la puerta.

—¡Hola! Uf, por los pelos —digo a Lorena, que es la primera que me ve.

—Hola, Marc está con un cliente, no creo que tarde.

—Vale, esperaré aquí.

Otra chica, que está de becaria hace unos días, se despide de nosotras. Ya es
la hora de cerrar, por lo que espero que no tarde. Cuando voy a sentarme en un
sofá (por cierto, muy mono) a esperar, la puerta del despacho de Marc se abre
y sale acompañando a una señora de mediana edad que lo mira sonriente. Es
perfectamente entendible, porque con ese traje está como recién salido de un
catálogo.

—El jueves lo tendré todo. Pásate cuando quieras —le dice, despidiéndola
con una sonrisa de anuncio.

Yo pongo los ojos en blanco al verlo y creo que me pilla, porque se medio
aguanta la risa al ver mi gesto. Acompaña a su cliente hasta la puerta y, al
volverse, pasa por delante de mí como si no estuviera. Me quedo mirándolo,
extrañada. Lorena está recogiendo su bolso para marcharse y también parece
no entender nada. Marc se apoya en el quicio de la puerta de su despacho y
suelta con su voz más sexi:

—Que pase la siguiente.

—Pedazo de capullo —espeto, negando con la cabeza, aunque una sonrisa por
su idiotez sí que se me ha escapado.

—Adiós —se despide Lorena, negando con la cabeza—. Cierra tú y pon la


alarma.

Cuando ella sale, Marc sigue esperando en la puerta. Está flipado si piensa
que voy a ir hasta allí.

—¿No piensas venir, Gala? —me dice altanero.

—Te estoy dando unos minutos para que te recuperes. Esa madurita te habrá
dejado KO. —Y con mi chulería, entro en su juego.

Su risa sonora y su mirada golosa, mientras se acerca, me ablanda un poquito;


pero, cuando está a punto de besarme, retrocedo un paso y me doy la vuelta
para coger mi cazadora, que está apoyada en el sofá.

—¿Me has hecho una cobra? —dice con gesto de indignación.

—¿Yo? No tengo ni idea de lo que es eso…

Me abraza por detrás y me gira en un movimiento rápido. No pongo demasiada


resistencia cuando enmarca mi cara con sus manos y me invade la boca, a
conciencia. Lengua, labios, pequeños mordiscos y un jadeo contenido.
Estamos cerca del escaparate y pueden vernos desde la calle, así que creo que
Marc se da cuenta de que no es lo más idóneo y se detiene.

—Voy a por las llaves y nos vamos —dice, saliendo escopetado hacia su
despacho. Ahora le han entrado las prisas.

Con un paraguas, de los negros enormes, nos tapa a los dos hasta su casa, que
está muy cerca de aquí. Me prometió el jueves pasado que hoy me haría la
cena, aprovechando que su hermano se va al cine con su novia y estaremos
solos.

El piso de Marc es todo lo contrario al de Zoe. Aquí todo es de diseño; el


típico piso que puede salir en las revistas de decoración. La cocina, los baños,
los muebles, todo. Colores neutros, casi monocromático. En conjunto tiene un
aspecto muy elegante y masculino, como es él.

—Quítate las zapatillas, que las tendrás caladas —me dice al entrar.

Me descalzo y voy a su habitación a dejar mis cosas, está todo tan ordenado y
limpio que me da un poco de cosa dejarlo todo en el salón tirado, como suelo
hacer yo en casa normalmente.

Marc se cambia en la habitación, ante mi atónita mirada, y se pone un pantalón


de pijama de tela, con la cintura colocada en el nacimiento de su uve. Sí, de
esa uve, que con el cuerpo tan definido que tiene es imposible que no se le
marcase. Y menos mal que se pone una camiseta blanca, si no… cualquiera
cena a su lado.

Se ríe al pasar por mi lado y se va al salón a encender la música. En estos


días, he empezado a conocer ese oído musical tan amplio que tiene. Sé que
Izal, ahora mismo, está dentro de sus grupos preferidos, pero me ha confesado
que tiene casi un cantante o grupo para cada actividad de su día a día. Me dijo
que para cocinar se motiva escuchando a Amy Winehouse, aunque no lo he
comprobado hasta hoy. En este preciso instante empieza a sonar «Stronger
Than Me», y me acerco a la cocina para echarle una mano.

—Dime qué hago.

—Besarme, primero, y después puedes abrir el vino —dice, mientras trastea


en el frigorífico.

—Entonces, primero, el vino y luego, quizás, te beso —añado con pose


triunfal.

Mientras él prepara unos rollitos de pollo y verduras, yo bebo y observo. Sus


movimientos, las ganas que pone para que todo esté perfecto y cómo recoge
cada utensilio que usa. Me está poniendo nerviosa; él haciendo todo y yo nada.

—¿Dónde pongo la mesa?

—Mejor en el salón —me indica.

Me dice dónde puedo encontrar las cosas y me las apaño. Con lo finolis que
es, espero que esté a su gusto. No sé cómo sabrá lo que ha hecho, pero huele
de maravilla. Con la copa de vino en la mano, me siento a la mesa cuando me
dice que ya viene con los platos.

Marc baja la música y la deja casi inaudible. Me sirve a mí primero y


comenzamos a cenar. Creo que hago una especie de ruidito con el primer
bocado, sabe igual de bien a como huele.

La conversación es amena. Hablamos de nuestro día. De su blog, dónde ya ha


descubierto que soy «El amor solo está en los libros», con la consiguiente
guasa. De su agencia y de los destinos nuevos que sus clientes empiezan a
pedir. De Zoe y Adrián, que cada vez pasan más tiempo juntos y parece que
son más amigos. Le advierto sobre mi amiga. Le explico que sigue colada por
su jefe y que me da pena que Adrián se encoñe con ella y salga herido. Marc
me confirma que ya ha hablado con él, pero que él insiste en que lo tiene
clarísimo; no salen de la llamada friendszone. Me cuenta que está preparando
un viaje sorpresa a Italia para sus padres y que tiene tanto trabajo que también
le gustaría cogerse unos días.

—Espero que el postre también te guste —me dice, colocando delante de mí


una copa con una especie de flan de chocolate con almendras por encima.

—¿También has hecho esto? —pregunto asombrada.

—Sí, pero lo hice anoche —me contesta con orgullo.

—Sabes que mi paladar no es tan exquisito, camino.

—Lo sé, pero era para que no se te quede cara de donut.

—Qué humor más refinado tienes —ironizo.

—Solo contigo.

Apuramos lo que queda de la botella, porque a lo tonto nos la hemos


terminado y yo repaso con ganas el postre con la cuchara. Está buenísimo.
Marc me mira y sonríe. Antes de que termine, se levanta para recoger la mesa.

—Camino, puedes esperar, luego lo recogemos. —Mi propuesta lo pilla por


sorpresa y se sienta de nuevo.

Como lo conozco un poco, me doy cuenta de que está incómodo viendo todos
los platos encima de la mesa. Don Organizadito lo está pasando francamente
mal.

—Si quieres, Xavi te puede tratar ese TOC —dejo caer, mientras lamo la
última cucharada, intentado saborearlo al máximo.

—Muy listilla. No tengo ningún TOC —me dice firme.


—¿Estás seguro? —pregunto, al soltar la cuchara y empezar a desabrochar los
botones de mi camisa. Primero uno, después otro. Mi sujetador negro ya
empieza a asomar y los ojos verdes de Marc se detienen en mis pechos.

—Estoy segurísimo —me dice convencido—. Estás jugando sucio.

—¿Yo? Para nada.

Intenta calmarse, pero sus gestos lo delatan. Está nervioso y sé que no le gusta
ver así la mesa. Así que, mordiéndose el labio, ante mi descaro, se levanta y
empieza a llevar todo a la cocina. Me descojono y lo ayudo. Son cuatro cosas,
yo las hubiera dejado ahí, pero es su casa y lo respeto.

—Se te ha olvidado que el «cómo» lo marco yo, loca —me dice con su sexi
voz.

Vaya, ahora parece que quien está jugando es él y no yo. ¡Qué inocente soy!

Mientras deja todo en el fregadero para después meterlo en el lavavajillas, me


acerco con sigilo por detrás y de un tirón le bajo los pantalones, dejándoselos
a la altura de las rodillas. Marc se ríe.

—Y entonces…, ¿tu «cómo» es así? —digo, agarrando su polla con mi mano y


pegando mi pecho a su espalda.

—¡Joder…! —gruñe, cuando empiezo a mover mis dedos, tirando de su suave


piel.

Se agarra al borde de la encimera y aprovecho para ponerme de cara a él. Me


acerco para besarlo, pero en el último segundo, antes de que nuestros labios se
toquen, me dejo caer sobre mis rodillas, dejándolo más que sorprendido. El
primer lametón que le doy a su miembro es como si fuera a un helado. El grito
de Marc en ese instante no lo puedo reproducir. Sigo a lo mío, chupando solo
la punta, con ganas. Sin saciarme, él se agarra con más fuerza y se inclina para
observarme mejor.

—Igual quieres que pare, como no ha sido idea tuya —le digo, sacando su
polla de mi boca y mirándolo a través de mis pestañas.
—A tomar por el culo mi «cómo», pero solo hoy —afirma en un gruñido.

Me excita tanto verle tan entregado que no puedo parar. Sonidos guturales,
palabras sucias y mucho mimo. Creo que nunca, antes, me había entregado
tanto, haciendo una mamada. Cuando Marc no puede más e intenta apartarme
la boca para correrse, se lo prohíbo. Mi lengua recoge hasta la última gota y
Marc chilla un «hostia puta» que probablemente hayan oído los vecinos.

En un movimiento rápido se sube los pantalones y me levanta del suelo,


consiguiendo que me enrosque a su cintura. Su boca se pega a la mía y me
besa, ahora sí. Pasando su lengua por todos los rincones dónde hace nada ha
estado su polla. Sin ningún escrúpulo.

—Quédate a dormir —me dice cuando me posa en el suelo de nuevo.

—No puedo, mañana madrugo.

—Y yo, pero puedo acercarte pronto.

—Marc…

Y solo con pronunciar su nombre sabe que es una batalla perdida.

—Entonces espera que me visto y te llevo.

—No hace falta, puedo coger un taxi.

—Gala…

Y no hace falta que me diga nada más, porque sé que no me dejará ir sola.

Ambos callamos, porque los dos sabemos que es mejor no entrar en una guerra
dialéctica por un tema que creí que estaba claro. Marc se viste, yo me coloco
la camisa otra vez y me calzo. Al cabo de unos minutos, salimos por la puerta.

El viaje lo hacemos en una especie de silencio pactado, escuchando a Izal de


fondo. Marc deja el coche mal aparcado y me acompaña hasta el portal.
Vamos de la mano, como cualquier pareja, aunque nosotros solo somos amigos
de extraescolar.
En el portal de mi casa, me besa como si hubiera estado acumulando las ganas
durante el trayecto.

—Hasta el jueves, loca —dice un poco más sonriente—. Cuando estés en


casa, avísame por el telefonillo.

—Hasta el jueves, camino —respondo más relajada y le doy un último beso.

No se mueve hasta que no abro la puerta y empiezo a subir las escaleras.


Cuando llego arriba cojo el telefonillo y le digo que ya estoy en casa. Me hace
gracia que sea tan protector.

—Ya estoy.

—Gala…

—Dime.

—Conmigo, puedes deshacer tu perímetro de seguridad.

Y así, con esa frase, consigue provocarme un pequeño pinchazo en el


estómago y dejarme sin palabras.

Jodido Marc.
30
SEGUNDO PLATO

—Vamos, neni, acompáñame —suplica Zoe por tercera vez.


—Es que no me apetece nada, ¿por qué no se lo pides a Adrián?

—Ya se lo he dicho, pero tiene algo del trabajo y no puede venir conmigo.

—O sea, que claramente soy tu segundo plato.

—Pues sí, me hubiera gustado ver la cara de Gerard al verme aparecer con
Adri, pero no va a ser posible.

—Joder, va a ser súper divertido —digo con desgana y me voy hasta mi


habitación a cambiarme.

Acabo de llegar de trabajar, y Zoe tiene la inauguración de una nueva tienda de


ropa; la cuenta de publicidad de la marca la lleva su agencia y, por supuesto,
tienen que estar en la apertura. Como estará su jefe no quiere ir sola, no
entiendo por qué, pero bueno. Cedo por ella, me ha puesto esa cara de pena;
sí, esa con la que me convence de casi todo.

Me pongo una falda negra plisada y una camiseta blanca con unas piedras en el
cuello también negras, le dan un pequeño toque más de fiesta. Me recojo el
pelo en un moño desenfadado y me pinto un poco más fuerte la raya del ojo.
No está mal que de vez en cuando la Peli me saque a algún evento, así
desempolvo mi ropa más formal. Los labios pintados de rojo y listo.

—Estás cañón —dice al verme.

—Tú sí que lo estás.

Y es una verdad como un templo. Lleva el pelo suelto con unas ondas naturales
que le quedan genial, ojos felinos, con un ahumado de los de tutorial de
YouTube y los labios perfectos. Se ha enfundado un vestido verde aceituna,
que no favorece a todo el mundo, pero que a ella, indudablemente, sí. Realza
todas sus curvas. Los zapatos son de infarto, sé que fueron un capricho que se
dio y me parece que si te lo puedes permitir, todas deberíamos tener, al menos,
un par así en nuestro armario.

Vamos en taxi que se empeña en pagar ella. Después lo meterá en los gastos de
la empresa. Mi Peli es muy resuelta para todo lo que conlleve meter horas de
más un miércoles.

—Si quiere que esté allí, que pague los extras —me dice, cuando estoy a punto
de sacar mi cartera.

La tienda está en una de las mejores zonas de la ciudad, y Zoe da nuestros


nombres al grandullón que está en la puerta. La decoración, las luces, los
fotógrafos…, todo brilla en exceso. Y yo me siento un poco abrumada, no sé
muy bien qué pinto aquí.

Zoe empieza a saludar a algún directivo de la marca y me presenta a mí, como


su amiga, me hace gracia verla tan profesional. Subimos a la planta de arriba
dónde está el resto de los invitados. Un camarero pasa y nos ofrece una copa
de cava, que por supuesto acepto; ella no, parece que no quiere empezar a
beber tan pronto.

Un pequeño revuelo de fotógrafos se agolpa a la subida de la escalera y me


quedo con la boca abierta cuando veo llegar a Alberto Vega, el actor, que
viene de la mano de una chica morena guapísima.

Joder, en la tele se le ve impresionante, pero en persona…, en persona te deja


sin palabras.

—Cierra esa boca que te van a entrar moscas —advierte Zoe, ante mi cara de
asombro.

—Joder, Peli, ¿tú ya lo habías visto en persona?

—No, no. Es la imagen de la nueva campaña. Y fui yo una de las que dijo que
quedaría perfecto en las fotos con esos vaqueritos.

—Cabrona.

—La morena es su representante y su chica, Oliva. Me jode decirlo, pero con


ella si traté y es una tía muy maja.

—Vamos, que lo tiene todo.

—Pues sí. Me hubiera gustado decirte que es una lerda, pero te mentiría.

Zoe espera a que acaben de hacerle unas cuantas fotos y me lleva de la mano
hasta ellos. Mi amiga se las apaña para presentarnos. Ella primero, y después
yo.

—Gala… —me reprende.

Joder, cuando ha sonreído, me he quedado tan distraída, mirando esa boca, que
mi amiga casi me tiene que dar un codazo para que reaccione.

Oliva, su chica, me sonríe también. Y me dice cómplice:

—Tranquila, a mí a veces todavía me pasa.

Y yo me quiero morir de la vergüenza.

Enseguida los apartan de nosotras porque todo el mundo quiere una foto con
él.

—Ya no te ha parecido tan mala idea acompañarme, ¿no?

—Pues no, creo que me quedará un buen recuerdo.

—Me cago en todo.

—¿Qué pasa? —pregunto, al ver a mi amiga ponerse más tiesa que una vela.

—Joder, es Gerard con su mujer.

No hace falta que me gire porque Gerard llega hasta nosotras. La mirada
asesina que mi amiga le regala me duele hasta a mí. Su mujer es una chica
rubia, bastante delgada, además va tan estirada que parece que le han metido
un palo por el culo y tiene la piel muy bronceada. Lleva un vestido corto
plateado y brilla tanto que casi hace daño a la vista. Sonríe al ver a mi amiga y
ella imita su gesto.

—Zoe, puedes venir un momento conmigo, por favor.

La voz de Gerard, grave y seria, me revuelve un poco las tripas, porque,


aunque ha dicho «por favor», ha sonado a orden. Mi amiga se aleja con él y su
mujer se coge una copa de cava y se queda a mi lado.

—Trabajo y más trabajo —dice, dándome conversación.

Joder, si ella supiera…

—Sí, hay veces que se alargan las jornadas —suelto, por decir algo.

Entre la gente veo a mi amiga y al capullo de su jefe cómo discuten. Mierda,


no creo que sea el momento ni el lugar. Vuelve a pasar el camarero y dejo mi
copa en la bandeja, pero cojo otra. Me parece que la voy a necesitar.

—¿Eres la amiga de Zoe? —me pregunta la rubia.

La tía no se mueve de mi lado.

—Sí, soy Gala —me presento, alargando la mano.

—Yo soy Ángela, la mujer de Gerard. Pensé que Zoe vendría con su novio.
Gerard me ha comentado que sale con un chico hace tiempo, ¿no?

La que se va a cagar en todo soy yo. Joder, menudo listo Gerard y yo ahora
qué hago. Mentir como una bellaca, ¿no?

—Sí, lo que pasa es que él, por trabajo, no podía acompañarla y me ha traído
a mí.

Y al pronunciar la frase, creo que hasta me la he creído yo. Soy una actriz
cojonuda.

Por suerte para mí, aparece el jefe supremo, el presidente de la compañía de


Zoe y padre de Ángela, que se la lleva del brazo. Zoe vuelve a mi lado con
cara de pocos amigos.
—Peli… —la advierto.

—Ya sé lo que me vas a decir, así que ahórratelo. Será mejor que empiece con
el cava.

Más o menos, asalta al camarero y se bebe la primera copa casi de un trago.

—Zoe, recuerda que esto es trabajo.

—Lo sé. Por eso sabía que era mejor que me acompañaras.

Después de los discursos y de un par de rondas, la gente ya empieza a irse.


Alberto y su mujer se han marchado, y yo enredo un poco con mi móvil en lo
que Zoe termina de despedirse de los directivos.

Tengo un par de llamadas perdidas de Samuel, que no he oído y leo sus


wasaps:

Rockstar
Mañana te invito a cenar.
Tengo viaje relámpago a tu ciudad.
El viernes me vuelvo a la capital.

¿Me estás ignorando, nena?

Me río con su segundo mensaje.

Fenomenal, mañana es jueves y he quedado con Marc, pero Samuel solo estará
un día aquí, no voy a dejar que cene solo. Tendré que decirle a camino que lo
veré el próximo martes.

Gala
No te ignoro, amigo.
Estoy en una inauguración,
cuando salga te llamo.
No tardo en recibir su contestación.

Rockstar
AMIGO? Eso no ha sonado muy bien.
Mañana me lo explicas mejor.

He empleado esa palabra siendo completamente consciente, sabía cómo iba


a reaccionar. Desde que estuvimos juntos en mi casa, la última vez, y nos
acostamos, hemos hablado mucho de nuestra relación y de cómo sería dar un
paso más. Sigo creyendo que Samu es uno de mis mejores amigos y que,
cuando nos hemos acostado, solo nos hemos dejado llevar por la buena
relación que tenemos y lo bien que nos conocemos. No soy idiota y sé que él
estaría dispuesto a algo más, pero yo no quiero. Porque no quiero renunciar a
mi amigo, ni a nuestras charlas sinceras, ni a los buenos momentos. Al final, el
sexo es solo sexo, pero él está empezando a implicarse más que yo y eso no es
lo que me apetece ahora mismo.

Zoe y yo apuramos la última copa, mientras bajamos por las escaleras hacia la
salida. Queda muy poca gente y mi amiga cree que ya nos podemos marchar a
casa.

La mujer de Gerard sale justo delante, del brazo de su padre, y se meten en un


coche que les está esperando. Gerard está unos pasos por detrás y veo cómo
se acerca a entregar algo a mi amiga, creo que son unas llaves.

Sin mirar hacia atrás, me acerco hasta la acera para pedir un taxi. Cuando
consigo parar a uno, abro la puerta y me meto dentro, esperando a que lo haga
Zoe.

—Puto infierno —espeta, apretando las llaves que, efectivamente, lleva en su


mano derecha.

—Zoe, no cuenta como infierno si te gusta cómo quema.

Y sin rebatirme más, le pide al taxista que haga dos paradas. Una en casa para
que me baje yo y otra en la calle donde Gerard conserva su apartamento de
soltero.
31
¿TODO CORRECTO?

Mi jefe me ha liado un poco a última hora con una reunión importante, y estoy
llegando a casa con el tiempo justo. He quedado con Samuel y, como no me
apetecía dejarlo esperando en cualquier bar, le he dicho que pase a buscarme;
solo espero que no llegue antes que yo y la Peli le haga un tercer grado.

Marc protestó un poco cuando esta mañana le dije que hoy no podíamos
quedar. Como soy imbécil y no tengo ni idea de cómo manejar una situación
así, le he dicho que tenía un asunto de trabajo y que no sabía a qué hora iba a
terminar. Bueno, Samu fue mi compañero, eso cuenta como trabajo, ¿no? Es
una excusa patética, lo sé. Lo mejor hubiera sido decirle la verdad, al fin y al
cabo, no somos más que amigos que follan.

—Soy yo —digo al entrar.

—Hola, neni. ¿Dónde vas con tanta prisa? —pregunta Zoe, que ya está con el
pijama puesto.

—Voy a cambiarme que estará a punto de llegar Samuel.

—Vaya, ¿aquí? ¡Por fin lo voy a conocer!

—Sí, como llegaba tarde, le he dicho que venga a buscarme.

Mientras me voy al baño a darme una ducha rápida, la Peli me persigue. Se


sienta en el inodoro e intuyo que va a contarme algo que le preocupa.

¡Que viva la intimidad!

—¿Qué te pica? —le pregunto, cuando ya estoy secándome con la toalla.

—A mí, nada.

—Peli…, que nos conocemos.

—Nada, es que ayer cuando me fui con Gerard, después de follar mucho,
discutimos y allí mismo, delante de él, llamé a Adrián para que me fuera a
buscar.

—¡Joder, Zoe! No deberías hacer eso. Adrián no se merece comerse tus


mierdas.

—Lo sé, lo sé. Por eso hoy estoy mal. Tengo que recompensárselo. Además,
Gerard hoy se ha puesto como loco, preguntándome quién era.

—Flipo mucho contigo, y con el capullo de tu jefe más.

En mi habitación, tiro la toalla encima de la cama y empiezo a ponerme la


ropa interior. No quiero ir muy arreglada, así que me pongo un pitillo vaquero
negro, que me queda muy justo, y un top lencero de color rosa palo. Creo que
con la americana negra encima iré cómoda y casual. Antes de que pueda seguir
echándole la bronca a Zoe, llaman al timbre.

—Ve a abrir, mientras me peino un poco. Será Samuel.

Al cabo de unos segundos, la oigo saludarlo efusivamente.

—Hola, yo soy Zoe, la mejor amiga de Gala.

—Hola, encantado. He oído hablar mucho de ti.

—Enseguida estoy —grito, desde la distancia.

Y como me acojona lo que mi amiga pueda soltar por su linda boca, cierro la
puerta del baño y me paso un poco el secador, es mejor vivir en la ignorancia.

—¡Lista! —digo, entrando al salón donde mi amiga le ha ofrecido a Samu una


cerveza.

Samuel se levanta y viene a abrazarme. Es como un oso, me envuelve en sus


fuertes brazos y me da un solo beso en la mejilla.

—¡Vaya, vaya, neni! En Madrid, al curro, ibas contenta, ¿no?

—Como tú vas al tuyo. Joder, no me hagas hablar. —Me indigno ante el


comentario de mi amiga.

Samu se descojona y, cogiendo mi bolso rápido, nos despedimos de la


pelirroja.

He reservado mesa en un italiano nuevo que me ha recomendado Zoe; dice que


es de lo mejor de la ciudad ahora mismo y, como sé que a Samuel le encantan
los italianos, no lo he dudado.

Durante el trayecto hemos hablado un poco del trabajo y de Lola, que cada día
hace más monerías para delicia de su padre. Me gusta ver cómo habla Samu
de ella, con auténtica devoción.

Tras dar mi nombre en la entrada, nos sientan en una mesa del fondo, cerca de
las escaleras que suben a la planta de arriba. Para ser jueves hay bastante
gente.

Dejo que pida Samuel todo lo que quiere probar y yo me encargo de escoger
el vino. El aire no está muy fuerte y, con las luces, que son de bombillas tenues
que cuelgan encima de la mesa, tengo bastante calor, así que me quito la
americana.

—Estás muy guapa, nena —dice, levantando su copa para brindar conmigo.

—Muchas gracias —contesto, y creo que me ruborizo. No me gusta que me


dediquen tanto piropo.

—¿Vas a dormir conmigo hoy?

—Has decidido que era mejor preguntarlo así, después de brindar, ¿no? —Me
río.

Samuel me sonríe, con esa mirada pícara y pasándose la mano por el flequillo,
como atusándoselo. Él también está muy guapo, no lo voy a negar.

—Tenía que intentarlo.

Sé que quiere decirme muchas más cosas, pero me conoce tan bien, que sabe
que a veces es mejor no atosigarme. Sonrío de nuevo y aparto mi mirada de la
suya, desviándola hacia la entrada. Y en ese instante es cuando se me corta la
risa. La risa, el último trozo de carpaccio que estoy a punto de tragar y hasta
la circulación de la sangre. Marc acaba de entrar con Adrián y un par de
chicos más. Creo que a él también se le ha paralizado el cuerpo al verme.

Joder, cómo se nota mi falta de experiencia; para un día que no digo la verdad
y que además estoy con Samuel, me lo tengo que encontrar, así, de frente. Si
eso es cosa del karma de los huevos, qué prontito me la está devolviendo.

—Coño, Gala. ¡Qué casualidad! —dice Adrián, que es el primero que pasa
por mi lado.

—Pues sí, ya ves. Al final es que esta ciudad es muy pequeña —digo,
quitándole importancia.

Lo sé, es una gilipollez fruto de los nervios. Adrián mira a Samuel y, no sé por
qué, pero acto seguido mira a su amigo, que ya ha llegado hasta nosotros.

—Hola —dice en tono seco.

Sus ojos verdes me escrutan de arriba abajo, como si me estuviera haciendo


una radiografía, hasta que se detiene en mi mirada, que no sé si le está
diciendo cosas o no.

—Hola —contesto con media sonrisa.

Y se hace el silencio.

—Tenemos la mesa arriba —dice Adrián para romper el incómodo momento.

—No trabajes mucho, Gala —espeta Marc, dejándome con cara de idiota.

—¿Quién es ese capullo? —pregunta Samuel al escuchar su tono y ver mi


expresión.

—Joder, Samuel. Es Marc.

Samuel empieza a descojonarse y a mí los coloretes ya se me han hecho


crónicos. No me hace gracia que encima se ría de mí.
—Nena, no te enfades. Es muy gracioso ver que te has puesto como un tomate.

—Sí, graciosísimo.

No me queda más remedio que explicarle a Samuel que le dije a Marc que no
podía quedar porque tenía una reunión de trabajo. Mi amigo me mira con los
ojos más abiertos que nunca. También le cuento que estamos quedando los
martes y los jueves desde hace semanas.

—Vaya, ¿seguro que eres Gala?

—Samu… Sí, lo sé, yo tampoco me reconozco.

Samuel me riñe por no haberle dicho la verdad. Dice que tenemos confianza
para contarnos todo y que pensó que solo lo había visto en la fiesta sorpresa
de su hermano.

—Ahora entiendo por qué me llamaste «amigo».

—Porque eres mi amigo, Samu. Y ya sabes que no lo quiero estropear. Lo


hemos pasado bien juntos, pero no quiero nada más serio.

—Ya, y porque no creo que quieras acostarte con los dos, ¿me equivoco? Eso
no te pega mucho, Gala.

Doy un trago a mi copa y el vino se desliza por mi garganta con cierta


dificultad. Asiento sin pronunciar palabra. Por suerte, el camarero hace acto
de presencia, rompiendo el incómodo silencio. Nos sirve los platos y durante
unos minutos solo nos concentramos en la comida.

—Ahora, dime, ¿qué te ha parecido?

—Sinceramente, un niño pijo.

Me río. Sabía perfectamente cuál iba a ser su primera impresión.

—Samuel…

—Lo que más me jode, Gala, es que he visto cómo te mira, y no tardará en
pedirte más.

Sopeso las palabras de Samuel, apenas lo ha observado unos segundos y ya


está sacando conclusiones. Marc y yo sabemos que esto es sexo; «sexo pan»,
para ser más exactos. Creo que mi amigo se está equivocando.

El resto de la cena transcurre tranquila. Samuel se empeña en pagar y pide la


cuenta al camarero. Yo aprovecho para ir al baño que, con la media botella de
vino que me he bebido, ya no aguanto más.

Al salir, veo que Marc está en la esquina de la barra, pidiendo algo. Me


acerco hasta él, antes de volver a mi mesa.

—¿Todo correcto? —le pregunto, imitando su famosa pregunta, para intentar


romper el hielo.

Marc me mira otra vez. Sin titubeos.

—Correctísimo. De puta madre, Gala. Está todo de puta madre.

—Marc…

Y me quedo mirando su expresión. Es la segunda vez que lo veo enfadado, la


primera fue el día que Lorena no cambió la reserva. Frunce el ceño y tuerce un
poco el labio. Hasta así está impresionante, aunque sus ojos verdes me
fulminan.

Está claro, Gala, hoy no es tu noche. De todas maneras, creo que está
exagerando, tampoco ha sido para tanto mi excusa, ¿no?

—Toma —me dice Samu, acercándome el bolso y la americana—. Hola, soy


Samuel.

Y extiende su mano para que Marc, que es siempre un caballero, se la


estreche.

—Soy Marc, aunque creo que eso ya lo sabes. —Se dan la mano, y yo me
siento aún más gilipollas entre ambos—. Me subo, que me están esperando.
Y sin decirme «adiós» ni mirarme una décima de segundo, se marcha. Samuel
posa su mano en el final de mi espalda y salimos del restaurante, callados.

Me siento rara y perdida ahora mismo. No sé muy bien qué es lo que ha


pasado ahí dentro. Su enfado, mi incomodidad, su no despedida…

Creo que tendré que aprenderme mejor las reglas del juego, si quiero seguir
jugando.
32
NECESIDAD

MARC

Si os dijera que no me afectó ver a Gala anoche con ese tío os estaría
engañando. Pero lo que más me jodió de todo fue que me mintiera. Sé que solo
quedamos un par de días a la semana y que estamos bien juntos sin ser novios
ni nada parecido, pero me molesta que no haya sido capaz de decirme que no
podíamos quedar porque iba a estar con su amigo; el rockero de los cojones.

Vale, quizás me estoy poniendo un poco intenso, pero es que no puedo dejar de
pensar en ella. Y en él con ella. Y en que soy un gilipollas. No sé si del todo o
solo a medias.

Ayer no fui capaz de disimular mi mala hostia y la medio pagué con Adrián y
sus compañeros de trabajo, que cenaron con nosotros. Con Gala crucé tres
palabras y no le dije ni «adiós». Después empecé a comerme la cabeza. Estoy
tan perdido cuando se trata de ella que ni yo mismo me reconozco. Estuve
tentado de llamar a Vero y pasarme por su casa, para soltar la tensión, pero me
parecía tan patético mi arrebato de celos que me fui a dormir. También pensé
en llamar a Gala, pero ¿para qué?, ¿qué le iba a decir en ese momento?
Además, supuse que estaría con él.

La cosa es que tengo mal cuerpo y quiero arreglar las cosas con ella. Quiero
darle la oportunidad de explicarme por qué no me dijo la verdad y también me
gustaría concretar un par de términos de nuestra «no relación», pero no puedo
esperar hasta el martes que viene, así que necesito la ayuda de Adrián.

—¿Qué pasa tío? ¿Ya se te pasó el mosqueo? —pregunta mi amigo, al


responder al teléfono.

—Solo a medias. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Pues he quedado con Zoe.

—¿Solo con Zoe?


—No. En realidad, voy a cenar en casa de Zoe, con ella y Gala, pero no puedo
presentarme allí contigo porque soy su invitado especial.

—Vale, convenceré a Eloy para que cene conmigo. Pero prométeme que,
cuando vayáis a salir a tomar una copa después, me dirás dónde estáis.

—Joder, amigo. Estás seguro de que no te han abducido. No hay quien cojones
te reconozca.

—Necesito verla, Adri. Necesito estar con ella.

—¿Y has probado a llamarla?

—No, porque la conozco. Es mejor pillarla por sorpresa.

—Está bien. Si salimos, te digo a dónde vamos y pasas a tomar una copa con
nosotros. A partir de ahí lo dejo en tus manos, seguro que se enfada más por la
encerrona.

—Sí, capullo.

—Capullo tú, no te jode.

Y sin más, nos despedimos. Eloy está en casa y, antes de que llegue Elena,
intento convencerlo para que salga conmigo. Creo que así será menos violento
presentarme de repente.

—Estoy esperando a Elena —me dice con voz queda.

—¡Venga, hermanito! Dile que me tienes que hacer un favor.

—Ya, y después, ¿quién la aguanta el resto del fin de semana enfadada?

—Pues tú. Y si no, le dices que te toca pasar tiempo con tus amigos.

—Marc, no te pases. El día que estés loco por una tía, y me parece que ese día
no está muy lejos, me lo cuentas, ¿vale?

—Suave, que entre Gala y yo no hay nada serio.


—Porque ella no quiere, mamón. —Se carcajea.

Al final, voy a mi habitación a cambiarme de ropa, sin decir nada más, pero de
fondo oigo cómo llama a Elena y le dice que tiene que salir conmigo. No
escucho lo que ella responde, pero me da igual. Lo importante es que mi
hermano no me dejará solo.

Cuando recibo el wasap de Adrián es casi la una. Mi hermano y yo hemos


cenado en una tasca y nos hemos bebido ya un montón de cervezas. Van a bajar
a un pub cerca de casa de las chicas y, por suerte, no nos queda muy lejos.

Eloy entra delante de mí para abrir paso, con esos brazos enseguida me hace
hueco. Las chicas y Adrián están en una esquina de la barra, riéndose. Gala
enseguida me ve.

—Hola —saludo a todos.

—Voy al baño —dice Gala, desapareciendo de mi vista sin haberme mirado a


los ojos.

—Uy, camino. ¡Qué mosqueo! Ahora nos echará la bronca a nosotros —afirma
Zoe.

Me pido una copa y espero a que vuelva, no puede esconderse de mí toda la


noche.

Eloy y Adrián charlan con Zoe y yo me quedo un poco al margen. Gala regresa
a la barra y se coloca en el mismo sitio, pasando delante de mí, sin hacerme ni
caso. Pide otra copa al camarero con una gran sonrisa en los labios. Este le
coge la mano y se la besa como si fuera una princesa. Ella se limita a reír más
fuerte y él a babear. Parece que tienen confianza, pero me resulta patético ver
cómo él despliega todas sus artes de seducción con ella. Está muy guapa.
Lleva un pantalón muy justo y un body negro que le marca mucho los pechos.
Si cierro los ojos me imagino con la cabeza hundida en ellos.

«Eres idiota, Marc».

La canción cambia y empieza a sonar «Mira cómo vuelo», de Miss Caffeína.


Zoe, en un arranque de energía, coge a su amiga del brazo para sacarla a
bailar. El camarero sale de la barra y se une a ellas, colándose entre las dos.
Los tres saltan y cantan a pleno pulmón. No paran hasta que la canción acaba.
Descojonándose y sudando, vuelven a nuestro lado. Antes de que Gala se aleje
de mí, la intercepto, cogiéndola suavemente del codo.

—¿Me vas a ignorar toda la noche? —pregunto con media sonrisa,


acercándome a ella.

—Perdona. Creía que hoy era viernes, no martes.

—Muy graciosa. Yo ayer pensé que era jueves y que tenías trabajo.

—Vale —dice, levantando las manos en señal de paz—. ¿Salimos a la calle?


Necesito que me dé un poco el aire.

—Vamos —digo, posando mi mano en su espalda y dejando a los chicos


dentro.

El aire fresco de la calle alivia los coloretes de Gala. Se recoge el pelo en un


moño despeinado y se apoya en un coche. Se nota que está un poco mareada.

—Siento no haberte dicho la verdad —me dice finalmente.

—Y yo siento haberme puesto así; pero, joder, prefiero la verdad, siempre.

—Está bien. No sé por qué no te lo dije, lo cierto es que estoy un poco


perdida con todo esto.

—Vale, yo tampoco sé muy bien cómo hacerlo, pero necesito poner unas
reglas.

—¿Unas reglas?

—¡Venga, chicos! Dejaos de charlas y vamos a tomar otra al siguiente, que la


noche se esfuma —nos interrumpe Zoe.

Gala me mira sorprendida, y mi hermano y Adrián tiran de mí hasta el


siguiente pub. Los chicos están disfrutando y Gala y yo dejamos la
conversación pendiente. Al fin y al cabo, es su noche y yo solo me he
acoplado, por lo que continúo su ritmo y seguimos de fiesta. Copas, bailes y
risas. Buen plan para compartir con ellos.

Cuando ya nos quieren arrastrar a uno de los pocos sitios que deben de quedar
abiertos a estas horas, Gala y yo declinamos la oferta. Nos llaman de todo en
mitad de la calle, pero yo le cojo la mano y la hago caminar a mi lado,
ignorando a nuestros amigos.

—Es hora de desayunar, ¿no crees? —pregunto, cuando por fin volvemos a
estar solos.

—Uf, estoy agotada, pero me vendría genial comer algo antes de meterme en
la cama, ¿unos donuts? —pregunta con cara de niña buena.

—Voy a darte algo mucho mejor. Te voy a llevar a desayunar al mejor sitio de
toda la ciudad.

Y antes de que pueda protestar le como la boca. Joder. Había estado toda la
noche conteniéndome. Vaya puta necesidad. Gala se deja invadir entre mis
brazos y nuestras lenguas se buscan y se encuentran.

En medio de sus protestas porque está cansada, vamos hasta la parada de taxis
más cercana. Tenemos suerte y enseguida pasa uno. Se nota que no nos
acabamos de levantar para ir a desayunar precisamente, pero es sábado y
seguro que no somos los únicos con estas pintas de animales nocturnos.

Cuando entramos en el bar me voy directo a una mesa pequeña del fondo.
Pedro, el camarero, me mira guiñándome un ojo.

—Dos completos —le pido.

—Veo que traes aquí a tus ligues muy a menudo, ¿no? —me pregunta Gala con
sorna, mientras se deja caer en la silla.

—Te equivocas, Galita.

Y le doy otro beso, esta vez mucho más casto.


33
LAS REGLAS

El bar donde me ha traído Marc es el típico de barrio, de esos que casi están
abiertos todo el día, porque no son ni las ocho de la mañana y ya están
sirviendo muchísimos desayunos. Está limpio y huele bien, pero tiene una de
esas decoraciones con solera. La guisa que traemos nos delata. A Marc menos
que a mí, que casi luce perfecto. Yo en cambio, con el pantalón pitillo negro y
este body que me ha prestado Zoe dejo bastante claro que estoy prolongando
mi noche. Tengo calor, probablemente por el alcohol en sangre, así que me
quito la cazadora, aunque me la pongo por encima de los hombros.

—¿Qué es eso que tienes ahí? —pregunta Marc, señalando mi brazo derecho.

—No es nada, un rasponazo que me he dado con la bici.

—Estás loca. En esta ciudad cada día hay más tráfico, deberías dejar de ir en
bicicleta a trabajar.

—Si es un trayecto corto. No seas exagerado.

—No lo soy, soy consecuente. Dime que llevas casco.

—Pues no, papi.

—Joder, Gala. Eres una inconsciente.

El camarero nos trae dos tazas con dos raciones de churros y se me van los
ojos al contenido de estas. En cuanto veo el chocolate espeso y humeante, mi
mente deja apartado por completo el tema de mi seguridad.

—Mmm… Qué bueno —digo, mientras me acerco la taza a la nariz para


olerlo.

—Me alegro de que te guste.

—Lo de las reglas mejor con el estómago lleno, ¿no?


—Por lo menos estás dispuesta a escucharlas. —Se ríe.

—No sé, Marc, ya te he dicho que estoy algo perdida.

Voy metiéndome el chocolate caliente a cucharadas mientras observo a Marc


mirarme con una sonrisa que derretiría a cualquiera.

—Está bien. La primera y más importante de todas. Ni una mentira más.

—Esa me parece perfecta —afirmo, saboreando otra cucharada.

—Y la segunda es que no quiero que follemos con otros. No sé tú, pero a mí


ayer no me hizo mucha gracia verte con Samuel. Me da igual vernos dos días a
la semana, solo sé que no quiero pensar que lo haces con otros cuando no estás
conmigo.

—No follé con él.

—No te lo he preguntado.

—Pero yo te lo aclaro. No sé qué habrás pensado.

—Pues, ¿qué quieres que piense? Anulas nuestra cita y te veo con él.

—¿Y cómo sabías quién era?

—Joder, Gala. No sé, llámalo instinto. Y los tatuajes de los brazos también me
dieron una pista.

—¿Y tu follamiga? —pregunto, desviando la pregunta.

—¿Quién, Vero? No la veo desde antes de la fiesta de Eloy.

—Está bien. Me parece correcto que no haya terceras personas. Pero, aun así,
sabes que nos veremos solo dos días.

—Sí, lo sé. Me lo dejas siempre bastante claro, Gala —me dice, levantándose
de su silla y sentándose al lado de la mía.
Pasa el brazo por mi hombro y me acerca a él para susurrarme:

—Gala, el valor de las cosas no está en el tiempo que duren, sino en la


intensidad con la que las vivas. Por eso, dos días contigo son incomparables.
Pero quiero que sepas que te puedo servir para mucho más.

La piel de mi cuello se eriza e instintivamente cierro mis piernas. El suave


beso que me da detrás de la oreja, en ese centímetro exacto, me acaba de
encender. Para no dar el espectáculo, termino de comerme el churro. El del
desayuno, no el de Marc.

«Joder, Gala, céntrate».

Marc se muerde el labio y suspira.

—¿Alguna regla más? —pregunto.

—No, creo que con estas dos tendremos suficiente. Y tú, ¿quieres añadir algo?

—No, me parece correcto. Me sorprende lo bien que tenías ensayado el


discurso.

—Me gustan las cosas claras, loca.

—A mí también. Las cosas claras y el chocolate espeso. —Y señalo con el


índice el contenido de mi taza, que ya está acabándose.

Marc se descojona con el uso que he dado a la frase popular y continuamos


desayunando entre caricias y susurros. Creo que está más relajado después de
haber expuesto sus dudas. Cuando termino con el último churro, me chupo los
dedos, pero literal, porque los tengo impregnados de azúcar, y Marc pone los
ojos en blanco por mi gesto. Creo que se está imaginando otras cosas, no lo
culpo. Yo también.

—Ha merecido la pena abandonar a nuestros amigos, ¿no?

—Efectivamente —respondo complacida.

Cuando Marc se levanta para ir a pagar, lo empujo para que se siente. Me


apetece invitarle, pero él niega con la cabeza y me besa otra vez. No sé si esa
manía suya de callarme a besos me gusta o me disgusta.

—Lo de la parejita me lo cobras a mí, Pedro —dice un señor desde la barra.

Marc alza la cabeza y empieza a sonreír. Yo lo miro sorprendida, no entiendo


nada.

—Buenos días, papá.

Me cago en todo. Es su padre y nos ha pillado haciendo el imbécil como dos


quinceañeros.

—Buenos días —responde, al acercarse a nosotros.

—Ella es mi amiga Gala —me presenta, y yo hago amago de darle la mano,


pero él enseguida me planta dos besos.

Es alto y delgado, con el pelo un poco largo y canoso. Marc se parece bastante
a él. Nos sonríe con una chispa en los ojos y añade:

—Y pensar que tu madre quería bajar conmigo a desayunar y al final ha


preferido quedarse en casa. ¡Cuánto me hubiera divertido!

—Te veo luego, papá. —Se ríe Marc otra vez.

—Muy bien. Encantado, Gala.

—Igualmente —respondo.

Se marcha con el desayuno para su mujer, y miro a Marc con los ojos como
platos.

—¿En serio me has traído al barrio de tus padres?

—¡Claro! Si aquí dan el mejor desayuno del mundo, qué le voy a hacer.

—Solo dime que no tenías ni idea de que tu padre iba a aparecer.


—Bueno, sabía que, a estas horas, un sábado, había muchas posibilidades…

—¡Joder, y yo con estas pintas!

—Tranquila, seguro que, cuando comamos todos juntos, Eloy ya les explicará
que eres una buena niña.

Mi mano actúa sola y le meto un medio guantazo en el brazo. Él sigue


partiéndose el culo.

Cuando salimos a la calle, nos besamos otra vez. Marc me agarra de la cintura
y yo de puntillas consigo rozar sus labios. Su saliva, su olor, sus dedos en mis
costados… No sé qué me pasa con él, pero es como si encendiera siempre mi
mecha.

—El martes te veo —digo, recuperando la respiración al alejarlo un poco.

—Te voy a acompañar a casa, Gala.

—No, Marc. Estás a diez minutos de tu casa andando y yo estoy agotada. Voy a
coger un taxi.

—Joder… —gruñe ante mi negativa.

—Gracias por el desayuno.

De la mano, caminamos unos metros y para a un taxi. Sé que no se queda


convencido dejándome sola, pero se le pasará.

—Cuando llegues a casa, mándame un mensaje.

—Sí, papi —digo con retintín.

Antes de que cierre la puerta del taxi, se acerca a mi oído y me replica:

—La próxima vez que me llames «papi» te voy a dar unos cuantos azotes en el
culo.

Y en vez de besarme, me mordisquea el lóbulo de la oreja para provocarme


del todo. Con todas mis terminaciones nerviosas anhelando más, me dejo caer
en el asiento trasero del taxi y me voy a casa. Caliente y cansada.
34
VAYA PANORAMA

Nada más entrar en casa, dejo mis cosas tiradas en el salón y me voy hasta la
habitación de Zoe. Me gusta comprobar siempre que ha regresado a casa.
Abro despacio la puerta para no hacer mucho ruido y la imagen que veo me
deja paralizada.

Joder, menos mal que están todos vestidos; excepto mi amiga, claro.

Eloy y Adrián están tumbados, con la ropa puesta y descalzos, uno a cada lado
de la pelirroja, que está con las bragas puestas y el sujetador. Medio tapada
con la sábana, el pelo revuelto y la boca entreabierta, duerme plácidamente.
Un cuadro. Un auténtico cuadro.

No me puedo reprimir y voy directa a por mi móvil; necesito plasmar este


momento.

¿Y si alguna vez lo puedo usar para un buen chantaje? No sé, del tipo…
«Limpia el baño dos semanas seguidas… o recoge tú la cocina…», es decir,
cualquier excusa es buena para mi vagancia con el orden, me habéis entendido,
¿no? Va a ser cojonudo tener un as en la manga.

Joder, lo que daría yo por ver la cara del cabronazo de su jefe si contemplara
esta imagen ahora mismo.

Para empezar se la mando a Marc, así le digo que ya estoy en casa. No tarda
nada en contestarme.

Camino
Joder, ya veo que soy el único pringado
que no duerme en esa casa .

Gala
Ja, ja, ja.
Camino
No te rías, loca ¿Me haces un hueco?

Gala
¿Entre Eloy y Zoe?
¿O entre Zoe y Adrián?

Camino
Entre las sábanas y Gala, listilla.

Gala
Será mejor que me acueste, camino.
El martes ya contrastaremos versiones,
porque seguro que de esa cama salen tres distintas.

Camino
Qué buena imagen para hacer chantaje,
sobre todo a Eloy con Elenita.
Vale millones, loca
Muchas gracias por compartirla.

Gala
Ja, ja, ja. Yo también me la guardo.
Un beso.

Camino
Dos besos mejor, como los
que te ha dado mi padre.

Gala
Capullo.
Camino
Descansa, loca.

Antes de meterme en la cama, voy al baño, me quito el poco maquillaje que


me queda a estas horas y me doy una ducha; el agua acaba por relajarme del
todo y cuando me tiro en mi cama creo que ya estoy dormida.

Un ruido repetitivo me martillea el tímpano. Noto la cara húmeda, creo que es


el efecto de mi baba pegada a la almohada. ¡Vaya sobada! Sin despertarme del
todo, vuelve a sonar algo estridente y machacón. Soy incapaz de abrir los ojos
y despejarme. Como el soniquete no cesa, me levanto arrastrándome y me doy
cuenta de que lo que suena es el timbre.

—¡Voy…! —vocifero medio grogui.

A ver si consigo que deje de tocarlo o lo va a quemar.

Seguro que es Xavi, habrá terminado su guardia y, como ayer no pudo cenar
con nosotras, nos habrá echado de menos. Abro sin mirar. Otra imprudencia
más para anotar en mi lista.

—¿Dónde está? —pregunta una voz masculina que he oído solo una vez y que
pertenece a Gerard, el jefe de Zoe.

El rubio de ojos claros entra como obús hasta el salón.

—¡Oye, perdona!, pero no te he dicho que puedes entrar —espeto, mientras me


froto los ojos y le sigo.

Es rarísimo que haya aparecido por aquí.

—Joder, ¿se puede saber dónde coño se ha metido? —chilla cuando ve tirado
el móvil de mi amiga en la mesa del salón y su bolso.

—Gala, ¿qué pasa? —pregunta Eloy, apareciendo a mi lado. Lleva el botón


del vaquero sin abrochar y está descalzo. Seguro que sale del baño, alertado
por las voces.
No tenía ni idea de que todavía estaba aquí, seguro que Adrián también. Coño,
creo que se va a liar una gorda.

Gerard lo mira de arriba abajo, sin decir una palabra, como esperando algún
tipo de explicación. Lo tiene claro si piensa que voy a ser yo la que diga algo.

—Tranquilo, él está buscando a Zoe —digo un poco alterada al ver la


mandíbula en tensión que se gasta el jefecillo y sus aires de superioridad.

—¡Zoe! —dice Gerard, casi aullando.

Oímos unas carcajadas por el pasillo y unos pasos acercarse.

Ahora creo que ya estamos todos. Que empiece la fiesta.

—Bájame, capullo. Bájame —dice Zoe entre risas, entrando por la puerta del
salón.

Adrián la trae cargada como un saco de patatas sobre el hombro, mi amiga


sigue en ropa interior como cuando la vi esta mañana. Hace una entrada
triunfal, es decir, de culo. Todavía no ha visto a su rollo, con los ojos fuera de
las órbitas, contemplar la escena. Adrián, en cambio, sí. No puede disimular
su decepción.

Me parece que mi amiga también creía que el del timbre era Xavi, por eso
venía ella así de risueña y natural. Cuando Adrián la posa en el suelo y se gira
para ver qué pasa en medio del silencio que se ha instaurado, se queda tan
alucinada como me quedé yo.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, al ver a su jefe en medio de nuestro salón. Su


voz denota inseguridad y eso solo sucede cuando está él delante.

—Joder, eso mismo me pregunto yo. Soy un puto imbécil. Ya me voy —espeta,
intentado salir por delante de ella.

—Gerard, espera —suplica mi amiga, y lo sujeta por el brazo.

—Será mejor que salgamos —digo, llevándome a Eloy y Adrián fuera del
salón.
—¿Estás bien? —le pregunta Adrián antes de dejarlos solos.

Zoe asiente con la cabeza.

Creo que la extraña pareja necesita un poco de intimidad. Los chicos van hasta
el cuarto de Zoe y terminan de calzarse. A Adrián se le ha borrado la sonrisa
de la cara en cuestión de segundos y Eloy está maldiciendo por haberse
quedado dormido. Son casi las siete de la tarde.

En silencio, los acompaño hasta la puerta y de fondo oímos a la Peli dar toda
clase de explicaciones a Gerard, mientras él solo grita algo así como…
«catorce llamadas perdidas», «catorce putas llamadas perdidas».

Adrián bufa y me mira.

—No debería permitir que la jodan de día y la amen de noche. Vale más que
todo eso.

—Lo sé, a mí tampoco me gusta ver a mi amiga así, pero debemos respetarla.

Me da un beso antes de marcharse y sale sin decir «adiós». Eloy me da dos,


con guiño incluido. En los primeros escalones se cruzan con mi hermano que,
efectivamente, viene de visita, como ya supuse.

—Coño, últimamente siempre traéis a los tíos a pares —me dice, cuando entra
en casa después de haber saludado a los chicos.

—¡Calla, anda! —le digo, mientras tiro de él hacia mi habitación.

—¿Me estás escondiendo por algún motivo en especial, enana?

—No, idiota. Es que está Zoe en el salón con su jefe, que se ha presentado
aquí por sorpresa y se ha encontrado con los últimos coletazos de la noche
anterior.

—Joder, así que la pelirroja ha pasado la noche con esos dos.

—No como te estás imaginando, supongo, pero sí.


—¿Y el otro tío quién era?

—Era Eloy, el hermano de Marc, ya sé que no se parecen en nada.

—¿Y «sexo pan»? Os podíais haber montado una súper orgía. ¿Qué pasa? Ya
no te soporta, ¿no?

—Capullo —digo, metiéndole un puñetazo en el costado. Siempre ha sido su


punto débil.

Xavi y yo nos tiramos encima de mi cama y miramos al techo un rato. Él viene


de hacer guardia, por lo que está bastante cansado, y yo podría seguir
durmiendo un par de horitas más, si no fuera porque me están sonando las
tripas por el hambre. Espero que Zoe arregle las cosas pronto y su jefe se
largue. Es sábado, sigo con resaca y lo que más me apetece ahora es cenar
cosas muy grasientas y tirarme en el sofá con mi hermano y con ella. En mi
ecuación, el cabronazo sobra.

Y así contemplando la lámpara de mi habitación, escuchamos un par de gritos


más antes del portazo definitivo.

Mi amiga justificándose ante el injustificable. ¡Vaya panorama!


35
CINE Y PALOMITAS

Llego tarde. Muy tarde. Espero que no hayan apagado las luces, por lo menos.
Odio entrar en el cine cuando ya está la sala a oscuras. A mí no me gusta que
la gente me incordie cuando ya estoy sentada para ver la película, por lo que a
mí tampoco me gusta hacerlo.

Parece ser que mi jefecillo ha cogido por costumbre organizar reuniones


eternas, justo cuando estoy terminando mi jornada laboral. Y lo peor de todo
es que, normalmente, solo sirven para que yo le tenga que explicar las dudas
que le surgen día tras día. Me han dado ganas de decirle que le voy a comprar
una libreta para que lo apunte. A ver si así consigo que, cada dos por tres, no
me pregunte lo mismo.

He mandado un mensaje a Marc, avisándolo de mi retraso. Me ha dicho que


esté tranquila, que me espera en la entrada. Me imagino que ya estará
aburrido, porque los cines están muy cerca de su agencia y llevará allí un buen
rato.

Voy corriendo entre la gente, cruzando las últimas calles para llegar.

«No te aceleres, Gala, que al final vas a llegar bañada en sudor».

Estamos ya en octubre, pero hace una temperatura buenísima. A Zoe y a mí nos


encanta este veroño. Si no llegamos muy tarde de trabajar, muchos días nos
vamos dando un paseo desde casa hasta la playa. Charlas y un poco de
desconexión de la rutina. A veces solo nos sentamos a contemplar el mar, en
silencio. Para nosotras es como alargar el final del verano. Menos mal que hoy
no llevo cazadora porque me sobraría. No he pasado por casa a cambiarme,
así que llevo mi outfit del curro; mis vaqueros desgastados, las Vans granates
en mis pies y un jersey oversize del mismo color.

Espero en el paso de cebra a que se detenga un coche, lista para cruzar. Me


parece ver a Marc en la puerta. Cuando llego a la acera de enfrente, me
detengo en seco a unos pasos de la entrada. Habrá cuatro o cinco personas
delante del cine.
Uno de ellos es camino, que está hablando con una rubia despampanante.
Bueno, él habla y ella restriega su mano por el pecho de Marc. Parpadeo un
par de veces para centrar mi visión, pero juraría que está metiéndole los
dedos entre los botones de su camisa blanca. Marc está derecho como una
vela, con esa pose de gentleman tan suya. Lleva puesto un impoluto traje azul
marino, pero sin la americana, que cuelga de su brazo derecho. «Otro que no
ha pasado por casa para cambiarse», pienso. Pero, claro, a mí lado no hay
color. Esboza una tímida sonrisa cuando la barbie le dice algo cerca del oído.

Ahora, ¿qué coño hago yo? Porque estoy como una gilipollas a unos seis o
siete pasos de ellos, observando la escena. De momento, están tan
concentrados el uno en el otro, que no han reparado en mi presencia.

Dudo. Tengo varias opciones. Puedo avanzar hasta ellos y romper la magia del
momento. Porque la rubia, que luce un escote de los de «me opero las tetas y
quiero que se note mi inversión», se lo está follando con la mirada. O puedo
darme la vuelta y mandar un mensaje a Marc, diciéndole que ya no llegaré a
tiempo.

Joder, pues sí que me está afectando verlo tan cerca de otra.

«Alucinante, Gala. Lo tuyo es alucinante».

Marc retrocede un par de centímetros, quizás para dejar circular el aire,


porque menudo marcaje que le está haciendo y mira su reloj. Después gira la
cabeza por arte de magia hacia la acera, como si me estuviera buscando y,
entonces, me encuentra.

Ahí está Gala, o sea, yo. Parada en mitad de la calle. Casi parezco una señal
de tráfico.

«Mierda, Gala, te ha pillado cotilleando».

—Gala —me llama, arrugando el entrecejo mientras se acerca a mí.


Extrañado, quizás, porque esté como una imbécil observando.

—Hola —digo tímidamente, muy tímidamente.


La rubia, que además de gastar ese par de tetas, lleva una falda lápiz negra que
se habrá metido con calzador para que su culo parezca esculpido, me mira
como si fuera un piojo. Sí, al lado de ella soy muy pequeña. No es tan alta
como Marc, pero casi. Su melena rubia, larga y suelta, le da un aire de anuncio
de champú. Y aquí estoy yo, con mi coleta, que a estas horas parece cualquier
cosa menos algo estructurado; mis vaqueros y mis zapatillas. Si lo pienso bien,
los dos parecen sacados de un puto anuncio de perfume. ¡Vaya pareja!

Ella me echa un vistazo rápido y sus ojos se quedan clavados en la mano de


Marc, que ahora sostiene la mía. Creo que se le ha atragantado la saliva.

—Bueno, nos vamos, que va a empezar la película —dice Marc, cuando pasa
a su lado para entrar al cine.

No hay presentaciones, no hay explicaciones, no hay un atisbo de complicidad


en sus palabras.

A pesar de que me lleva agarrada, la muy gilipollas de la rubia se acerca a su


mejilla y le da un solo beso. Y yo ahí, cogida de su mano, como si fuera su
niña pequeña.

—Ya te llamaré —sentencia ella con voz repipi.

Marc sonríe sin decir nada y nos metemos en el cine. En cuanto estamos
dentro, me suelto de su agarre, como si quemara.

—Loca… ¿Todo correcto? —pregunta Marc, volviéndome a coger de la mano


y acercándome a su escultural cuerpo.

«Joder, ¿he dicho escultural?».

Parezco una damisela encoñada de las de mis libros. ¡Vaya panorama!

Sabe que tengo un millón de preguntas a punto de salir de mi boca, dudas,


paranoias…, yo qué sé. ¿Y qué hace Marc en esos casos? Comerme la boca.
Sí, en mitad del pasillo que nos lleva hasta nuestra sala e impidiendo el paso a
la gente que va a entrar a ver la película como nosotros. Odio esa costumbre
suya. Aunque el calor que empiezo a sentir por todo el cuerpo, quizá,
demuestra lo contrario, ¿no?

Lo aparto con la mano como puedo, porque su ímpetu y su intensidad no me lo


ponen nada fácil. Entonces, respiro un par de veces seguidas, serenándome.

—Correctísimo, pero me lo explicarás, ¿no? Porque ha sido un poco raro —


digo, intentando sonar indiferente.

—Era Vero, que está esperando a una amiga. No la veía…

—Ya, desde antes de la fiesta de Eloy —lo interrumpo.

—Exacto. Me gusta que me escuches cuando te hablo —responde, sonriendo y


acercándose a comerme la boca otra vez.

Le aparto con mi mano, porque para una vez que me arranco…

—Vamos a sentarnos, que odio llegar tarde.

—Está bien. Siéntate que voy a buscar unas palomitas y algo de beber.

Nos separamos en el pasillo y yo entro en la sala. No tengo muchas ganas de


seguir comiéndome la cabeza. Ella era la otra tía que Marc se estaba tirando y
ahora, ¿soy yo? Somos como la noche y el día. En fin, las dudas tendrán que
esperar.

La película elegida es Ha nacido una estrella, de Lady Gaga y Bradley


Cooper. Es un remake de una peli del mismo título de 1937. Me siento en la
butaca con cierto alivio porque todavía están las luces encendidas y a Marc le
dará tiempo a traer las cosas. Me ha querido distraer tanto al entrar que me
había olvidado por completo de que el cine sin palomitas no es cine.

Justo cuando viene con todo, empiezan los anuncios previos. Camino sujeta
las palomitas en su regazo y yo voy cogiéndolas poco a poco. Nuestros dedos
se encuentran dentro del paquete y Marc juguetea con ellos. Los saca unidos y
se los lleva a la boca, como en una maraña. Su lengua, recogiendo un par de
palomitas que no he soltado y lamiendo mis yemas, me acelera el pulso. No
podemos comportarnos como dos críos en nuestra primera vez en el cine.
Retiro los dedos y los vuelvo a meter para coger más para mí. Las palomitas
son una tentación irresistible y me encantan.

Sí, lo sé. Marc también es una puta tentación.

Sonríe cuando empiezo a hacer ruiditos al masticar y comienza a besarme en


el cuello, casi por encima de los mechones sueltos de mi coleta.

—Marc… —susurro—. ¿Qué tienes…? ¿Quince años? —le pregunto,


colocándome un poco más erguida en el asiento.

—No. Si tuviera quince ya tendría la mano debajo de tu jersey y estaría


tocándote las tetas.

Contengo una carcajada y golpeo su hombro.

—Las mías, por lo menos, no corren el riesgo de explotar en un avión.

—¿Estás segura? Déjame comprobarlo. —Y sin tiempo para reaccionar, me


mete la mano por dentro del jersey. Lástima que lleve también puesta una
camiseta blanca, de esas básicas de tirantes, y no pueda llegar a su objetivo.
La chica que tengo al lado, creo que, se da cuenta de nuestro comportamiento y
se apoya en el hombro de su acompañante. Le habremos dado envidia.

Marc emite una especie de gruñido contenido al notar más tela.

Menos mal que empieza la película y por fin lo ignoro. Al menos, los primeros
minutos para no perder el hilo.

Durante toda la proyección Marc no deja de tocarme; mano, brazo, muslo…


Una caricia en la mejilla, su cabeza apoyada en mi hombro. Incluso posa sus
largos dedos debajo de mi ombligo, intentado desatarme el botón del pantalón.

Cuando intento fulminarlo con la mirada, a pesar de que estamos a oscuras y


es muy difícil que vea mis ojos asesinos, aguanta la risa.

—Déjame hacerte un dedo, Galita —susurra con una voz jodidamente sensual.

Y yo casi me corro con el sonido de sus palabras. Porque me ha devuelto en


cero coma segundos a la adolescencia, a la primera toma de contacto con el
sexo, a la aventura, a lo casi prohibido y a la exploración. Se da cuenta que
cruzo las piernas al instante, para impedírselo y para contener la vibración que
empiezo a sentir en el vértice de estas.

Él se coloca de nuevo en su asiento y se descojona. No sé si de mí o de los


dos.

Después de algo más de dos horas, la película termina. Salimos hablando de


que nos ha gustado la actuación de la protagonista. Todos los críticos dicen
que se merece ganar la preciada estatuilla y les damos la razón. Me río cuando
le hablo a Marc de una parte concreta y me confiesa que tenerme tan cerca y a
oscuras le ha hecho perder la concentración en varias ocasiones.

—Eso es por las hormonas, camino. Los de quince las tienen menos revueltas
que tú.

—Ahora, en casa, lo compruebas, loca.


36
SESIÓN GOLFA

MARC

Las dos horas que he estado con Gala en el cine se han convertido en una
especie de suplicio. La película no ha estado mal; buenos actores, buena banda
sonora, algo de amor… Pero yo la concentración la tenía en quien estaba
sentada a mi derecha. Me he estado comportando como un puto crío, sin poder
evitarlo. Tenerla tan cerca y a oscuras; su risa, su olor, oírla respirar,
masticar… Me he imaginado tantas guarrerías con su boca que me he
empalmado un par de veces. Joder, vaya manera de perder los modales, y
todo, por ella.

Mientras la esperaba, ha aparecido Verónica. No la veía desde que nos


acostamos la última vez en su casa y, durante estas semanas anteriores, solo
nos habíamos enviado un par de wasaps de cortesía. Nada más verme, ha
querido darme un pico en los labios y yo he inclinado la cara con el ángulo
suficiente para que se quedara en un beso algo menos directo. Podía haber
hablado con ella en cualquier momento, pero ella estaba tan deseosa de quedar
este fin de semana que se lo he dicho ahí, de pie, en la puerta del cine. Si Gala
y yo hemos decidido no acostarnos con terceras personas, era el momento
idóneo para sincerarme con Vero.

No sé cuánto tiempo llevaba Gala observándonos, pero seguro que ha visto


que el cuerpo de Vero estaba invadiendo mi espacio vital, porque cuando le he
dicho que ahora estoy conociendo a otra chica, solo me ha repetido, una y mil
veces, que a ella le da igual, que sigue queriendo de mí lo mismo y que no ve
por ningún sitio la incompatibilidad de que siga metiéndome entre sus piernas.
Tan directa, tan fría, tan mecánica… Yo me he limitado a sonreír a medias. Si,
durante este tiempo, no se ha dado cuenta de que soy un tío de palabra, tiene
dos problemas: escuchar y aceptar.

Gala prefiere que vayamos a su casa, así que, mientras conduzco por las calles
de la ciudad, me advierte del humor de perros que tiene Zoe. Desde que su
jefe apareció aquel sábado en su casa y se encontró allí a mi amigo y a mi
hermano, las cosas entre ellos están bastante mal. La Peligrosa está entre
deprimida y cabreada; una mezcla explosiva, y más, en ella.

La versión de los hechos de los chicos fue graciosísima, como si ninguno de


los dos quisiera aclararme cómo habían llegado a la cama de Zoe. Lo he
dejado pasar, con el documento gráfico en mi poder ya tengo suficiente
material.

Cuando entramos en casa, nos la encontramos a oscuras, con la televisión


encendida y tirada en el sofá del salón.

—¿Qué tal la película? —nos pregunta, encendiendo una lámpara pequeña


para vernos las caras, por lo menos.

—Muy bien, a mí me ha encantado —dice Gala resuelta.

—Digamos que a mí lo que me ha gustado más es la acción de ir al cine —


contesto, ganándome el puñetazo de Gala.

—Todos los tíos pensáis con la polla, menudo asco —me espeta la pelirroja,
metiéndome en el mismo saco que al resto.

—Me voy al baño y a descalzarme —dice Gala, desapareciendo del salón.

—Marc, cierra la puerta un segundo —me ordena Zoe, bajando mucho el tono.

—¿Qué pasa?

—Gala no te ha dicho que el viernes es su cumple, ¿no?

—Pues no.

—Joder, entre polvo y polvo también podéis hablar de algún tema más
relevante, ¿no?

—Claro, viéndonos solo los martes y los jueves, unas pocas horas, nos da
para hablar muchísimo —digo con cierto tonito.

—Ya veo que lo llevas de puta madre. —Se ríe.


—Más bien, lo acepto de puta madre, porque es eso o nada, peligrosa.

—Bueno, ya cederá, dale tiempo. El caso es que tenía pensado llevarla el


finde por ahí, un viajecito, ella y yo. Pero el gilipollas de mi jefe me ha puesto
un par de presentaciones; una, el viernes, que además es fiesta y no se trabaja,
y otra, el sábado por la mañana. No voy a poder organizar nada. Te lo digo por
si tú quieres hacer algo. Pero que sepas que odia celebrar su cumpleaños.

—Vale, muchas gracias por pasarme el testigo para que acabe conmigo.

—No, en serio, es una cabezona con su cumpleaños. Pero me jode dejarla


sola.

—Tranquila, tengo el regalo perfecto, pero necesito tu ayuda.

Y le explico a Zoe mi plan. Ella abre mucho los ojos, por lo que deduzco que
le encanta la idea. Solo tendré que cruzar los dedos para que Gala no se
enfade, ni con ella, ni conmigo.

Respirando un par de veces profundamente, como si me fuera a enfrentar al


mismísimo diablo, me armo de valor y entro en su habitación. Con ella
siempre voy con pies de plomo… Acojonante.

Paso sin llamar y la encuentro quitándose la ropa delante del espejo. Empiezo
a tragar con dificultad porque su imagen empieza a provocarme infinidad de
sentimientos. No voy a decir lo de las mariposas en el estómago; pero, más o
menos, van por ahí los tiros.

Está tan concentrada, observando su reflejo, que no se da cuenta de mi


presencia hasta que susurro:

—Estás preciosa.

Y lo está. Ahora solo lleva puestos los vaqueros, está descalza, se ha quitado
el jersey y no hay rastro de la camiseta que antes toqué. No lleva puesto un
sujetador normal, no; es uno de los de triángulos de encaje, parece un top, de
color rosa pastel; con su piel, aún bronceada, resalta sobre su perfecto cuerpo.

—Tengo una duda, camino.


—Dime… —digo, acercándome un poco más a ella. Necesito tocarla… ya.

—Te ha cambiado mucho el gusto en poco tiempo, ¿no? —me pregunta sin
darse la vuelta.

—¿Por qué dices eso?

Solo se lo pregunto para ganar tiempo. Porque la empiezo a conocer cada día
más y sé que está dándole vueltas a lo de Verónica.

Por primera vez, desde que nos conocemos, he notado cierta inseguridad en su
voz y no quiero que se sienta así, y menos, conmigo.

—Porque os he estado observando un rato y la he visto a ella a tu lado y a ti.


Sois como dos putos modelos de anuncio, lo sabes, ¿no? —pregunta,
empezando a desabrocharse el botón del pantalón—. Y yo, mira…

—No. Déjame a mí —la reprendo para que aparte sus dedos del botón—.
Tú…Tú eres una puta esencia, de esas que se venden en frascos pequeños y
que no quiero dejar de oler. Nunca.

Me pego a su espalda y Gala deja escapar un suspiro al sentir mis manos en su


cintura; seguimos mirándonos a través del espejo. Me descalzo y con una sola
mano me desabrocho la camisa, mientras, con la otra, empiezo a bajar su
pantalón.

—Puedo ayudarte —dice, al ver que no la suelto.

—No quiero que te muevas, quiero que te mires en el espejo y disfrutes de


todo lo que pienso hacerte. Mírate, me gustas tú; bueno, «gustar» es un verbo
bastante escaso para definir lo que siento. «Me vuelves loco» sería la mejor
definición.

—Marc…

Suelto la goma de su coleta y coloco su melena por encima de su hombro


derecho. Huelo su pelo y le doy pequeños besos en la nuca.
—Me encanta tu pelo suelto, su olor, su tacto y, cuando lo tienes mojado, hasta
me excita —confieso, enredando mis dedos en sus mechones—. Me encanta
cada una de tus pequeñas curvas—afirmo, mientras deslizo las yemas de mis
dedos desde sus hombros, donde reposa su pelo, hasta el elástico de las
braguitas que están en sus caderas—. Me encanta tu culo, el tacto de tu sexo y
tus pezones rosados —susurro cerca de su oído.

La piel se le eriza y se muerde el labio inferior. Sonrojada y excitada. Mi


polla empieza a palpitar.

Me quito el bóxer y me quedo completamente desnudo detrás de ella,


rozándola con mi erección. Ella continúa con la ropa interior y cierra los ojos,
empezando a sentirme.

—Abre los ojos, loca —le ordeno, porque quiero que nos vea. Quiero que sea
consciente de cómo me gusta y de lo bien que encajamos.

Con la mayor de las delicadezas, levanto sus brazos por encima de su cabeza y
le quito lentamente el sujetador, como no tiene cierre se lo saco por arriba,
como si fuera una camiseta. Lo tiro a un lado con el resto de la ropa y, con mis
manos, agarro sus pechos, con suavidad. Los pezones se le oscurecen y se le
ponen duros, y yo tengo que contener un gemido más brusco porque la imagen
es erótica pura.

—Marc…, por favor —me suplica otra vez.

Sé que está impaciente, pero me encanta recrearme en su cuerpo.

—Me vuelve loco saber que tienes tantas ganas, pero no tengo prisa. Pégate al
espejo —ordeno, un poco impaciente yo también.

Gala me mira a través de este y eleva un poco las cejas. Sé que es muy difícil
que acate órdenes, pero ahora mismo su excitación decide por ella, y yo me
alegro porque me gusta mucho tener el control. Da un par de pasos y pega sus
pechos al frío espejo, ladeando la cabeza para que pueda tener acceso a su
deliciosa boca.

Mientras la beso, suelta una especie de jadeo, y aprovecho para colocarme de


rodillas detrás de ella.

—Joder, Marc… Quiero que me folles ya.

—Y lo haré, loca. Lo haré, pero falta un poquito.

Con mi boca sobre sus nalgas le doy pequeños mordiscos por encima del
encaje. Gala sigue inclinada, en la misma posición, y su postura me permite
tenerla a mi merced. Bajo lentamente sus braguitas, mientras recorro con mi
lengua lo que encuentro a mi paso; su cadera, su trasero, el interior de sus
muslos…, toda su piel. Cuando se las quito por los pies, vuelvo a ponerme de
pie y mi mano se lanza a tocar su sexo.

—Estás empapada —le digo, cuando mis dedos resbalan entre sus pliegues. Y
le devoro la boca.

Esta vez el beso es mucho más impulsivo. Mi pecho roza su espalda y mi


erección comienza a jugar cerca de su entrada.

—Marc, no puedo soportarlo más.

—Ni yo, joder. Ni yo.

Saco rápidamente un condón del bolsillo de mi pantalón, que está tirado a mis
pies, y tardo en ponérmelo menos de lo que marca el sentido común, solo
espero que esté bien colocado y no se rompa. La primera embestida es tan
fuerte que el cuerpo de Gala se acerca más al espejo. Nos reímos por la
catarsis y coloco sus manos en el marco para que pueda aguantar mis
empellones, sujetándoselas con las mías, mientras ella acomoda su trasero a
mi pelvis.

Manos, lengua, besos frenéticos, mucha piel. Entro y salgo de ella una y otra
vez. Las primeras gotas de sudor hacen que le brille la cara y, aun así, está
jodidamente sexi. Sonrojada, caliente y perfecta.

Me pide más y más, y yo pongo todo mi empeño en dárselo.

Una ola de placer se empieza a formar en nuestros cuerpos, arremolinándose


en el centro para después expandirse a cada terminación nerviosa.
—Me corro, Marc… Córrete conmigo —me suplica en una especie de
quejido, ahogado en mi boca.

No puedo separarme de ella ni un milímetro. Cuando siento que me aprieta la


polla entre sus paredes, sé que ha empezado a sentir la convulsión y yo no
necesito más que un par de empujones para correrme, jadeando su nombre en
su nuca.

Con las respiraciones entrecortadas, hundo mi frente en su hombro dándole un


pequeño mordisco. Huele a sexo y a ella, a esa mezcla de fresa y canela que
tanto me gusta.

Me encantaría meterme con ella en la cama y no salir en días, pero ya sabemos


todos que eso no va a pasar, al menos, de momento. Gala está exhausta y se
deshace de mi abrazo, provocando que tenga que salir de su interior. Empieza
a recoger toda la ropa del suelo. Ella, la reina del desorden. Me quito el
condón y le cojo de la mano para volver a abrazarla, esta vez, mirándonos a la
cara.

—Marc, es tarde y…

—Antes de que digas que me vaya, que mañana trabajamos, déjame besarte.

Y con mi táctica infalible le como la boca. Porque es mejor saborearla y


callarla. Porque me gusta escuchar cómo vibramos después de follar, antes de
que se ponga de nuevo la coraza.

Sin duda, la sesión golfa ha sido lo mejor de ir al cine.


37
SOY IDIOTA

Xavi me acaba de recoger en el trabajo y me lleva al aeropuerto. Era mi


amiga la que tenía que recogerme para ir juntas, pero me ha mandado un
mensaje hace un rato, diciéndome que me verá allí. A pesar de que sabe de
sobra que no me van las sorpresas y, menos para celebrar mi cumpleaños (que
es mañana), me ha organizado un viaje relámpago.

Ayer, cuando volví a casa, me soltó la bomba. Al principio, pensé que era
coña, pero enseguida me mandó por correo electrónico el billete para que
comprobara que era real. Como estos días está de bajonazo por lo de Gerard,
creo que lo ha organizado más por ella que por mí. Y aquí estoy, a punto de
volar.

Zoe se ha encargado de todo; billetes, hotel, restaurantes… Dice que es mi


regalo, así que no me he podido negar. Realmente, pasar todo el fin de semana
en Ibiza no puede sentarnos mal, ¿verdad? No ha querido darme muchas
explicaciones; según ella, quiere que flipe al llegar allí. Miedo me da la
pelirroja. Se ha empeñado en hacer mi maleta, con mi conocido desorden soy
bastante desastre para prepararla yo solita, y a ella se le da genial esa tarea,
como bien me recalcaba ayer cada vez que metía una prenda. Mi amiga no
necesita abuela. Ha metido, incluso, un par de bikinis; cree que, aunque sea
octubre, todavía podremos darnos algún baño en la piscina o en el mar.

Ayer por la noche avisé a Marc de mi viaje inesperado. Se ha quedado un


poco sorprendido, sobre todo al enterarse de que mañana es mi cumpleaños.
No comprende por qué lo he mantenido en secreto y me ha amenazado con
celebrarlo el martes próximo, los dos solos, cuando nos volvamos a ver. No se
lo he ocultado a propósito; simplemente, es un día más, sin mucha importancia
y por eso no se lo había mencionado.

—Ha dicho mamá que el sábado próximo nos invita a comer, para que soples
las velas —comenta mi hermano.

—Joder, Xavi, ¿en serio? No tengo cinco años y ya sabes que paso de celebrar
nada y menos una semana después.
—Pues no te vas a salvar, ya sabes que, si se le mete algo en la cabeza, no
puedes decir que no.

—Está bien, seguro que hasta entonces encontraré una buena excusa.

—Joder, hermanita, menudo carácter de vinagre tienes. Me compadezco de


quien se siente contigo en ese avión —suelta sin más.

Llegamos a la zona de salidas del aeropuerto y Xavi detiene el coche. Yo


recibo otro wasap de mi amiga.

Peli
Nena, pasa el control de seguridad
que voy a llegar con el tiempo justo.
Te veo en la puerta de embarque.

—Joder…

—¿Qué pasa?

—Nada, que la pelirroja llega tarde.

Mi hermano se descojona y me ayuda a sacar la maleta. Según él, pesa un


huevo para solo estar tres días.

—Al final, te veo sola en la isla. Dame un beso, enana.

Nos besamos y, antes de que me vaya hacia la puerta, me dice al oído:

—Disfruta y no te enfades mucho.

Le digo «adiós» con la mano y entro.

«A ver, Zoe siempre es puntual y, si ha preparado este viaje con tanto esmero,
no creo que llegue tarde. Mi hermano es un exagerado», pienso mientras
arrastro mi maleta hasta el control de seguridad.

Después de descalzarme y enseñar todo el contenido de mi neceser, consigo


pasar por el arco sin pitar; en estos aeropuertos tan grandes siempre me entra
un poco de pánico. Será que me agobia ver tanto trasiego de gente.

Busco el vuelo en el panel y ya aparece la puerta de embarque. Aprovecho y


llamo a mi amiga para decirle que ya estoy dentro. Un tono, dos tonos, tres
tonos… Nada. Me guardo el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y bufo
por dentro. A ver si al final tengo que explicar a los de seguridad que no
quiero subir al avión si mi amiga no llega a tiempo.

Joder. Como sea el imbécil del jefe el que la está retrasando me voy a cagar
hasta en su sombra. Espero que no sea tan mezquino de dejar que se pierda el
viaje, aunque de él ya me espero cualquier cosa.

Cojo un botellín de agua en una máquina, antes de sentarme delante de la


puerta de embarque. Saco el móvil de nuevo y le envío un wasap.

Gala
Peli, ¿dónde coño estás?

No obtengo respuesta. Ni tan siquiera sale el doble clic azul; es decir, no lo


ha leído. No es que me entusiasme volar y si, además, mi amiga no da señales
de vida, pues mucho peor. Ahora sí que me estoy poniendo de los nervios.

Cuando aparece la azafata y se pone en el mostrador para abrir el embarque,


maldigo por lo bajo. Cojo el teléfono para llamarla de nuevo y por el rabillo
del ojo veo una silueta masculina. Alguien va a sentarse a mi lado, pero estoy
tan cabreada que solo miro la pantalla del móvil.

—¿Está ocupado? —me pregunta.

Joder, no puede ser. Esa voz, ese olor. Mierda. Mierda. Soy imbécil.

—¿Qué coño significa todo esto, Marc? —pregunto, girándome hacia él con
muy malas pulgas.

—Vaya, la Peligrosa se ha quedado corta con tu reacción —responde,


conteniendo una risa.
—Ser la única idiota que no sabe de qué va todo este rollo es lo que provoca.

—Gala, no te enfades.

—Joder, lo mismo que me ha dicho Xavi. Por supuesto, él también estaba al


tanto, ¿no?

Y Marc asiente con la cabeza. En ese instante mi móvil empieza a sonar y es


Zoe.

—¿Cuándo cojones llegas? —pregunto a modo de saludo.

—Zorri, ¿ya está Marc contigo?

—Sí, ¿y tú? Sabes perfectamente que odio las sorpresas.

Me levanto para alejarme un poco de Marc y poder poner a caldo a mi amiga a


gusto. Zoe empieza a explicarme que ella no viene y que el viaje es para dos.
Me cuenta que tiene unos compromisos de trabajo y que le dijo a Marc que, si
quería, él podía organizarme algo. Ella pensaba llevarme por ahí y a Marc le
surgió la oportunidad. Le meto un par de gritos por actuar a mis espaldas y
creo que hasta Marc se extraña al verme tan alterada.

La cabeza me empieza a echar humo por el cabreo monumental que tengo y por
la encerrona.

Voy a pasar tres días con Marc, solos, en una isla, saltándonos las puñeteras
reglas y compartiendo mucha intimidad y, para más coña, mañana cumpliré
treinta y dos años. Menuda mezcla explosiva.

¿Por qué nadie me ha preguntado? ¿Y si no estoy preparada para un fin de


semana con él? No entiendo cómo Zoe ha podido ser partícipe de algo así. ¿Y
mi hermano? Él, mejor que nadie, sabe que ahora mismo no soy muy de
compartir, ni tiempo ni espacio.

—Neni, te tengo que dejar. Por favor, no la pagues con Marc. Él lo ha hecho
con buena intención.

—Ya hablaremos tú y yo el domingo. Y arregla las cosas con el cabronazo


porque cada día estás más boba.

Cuelgo y veo que ya están empezando a embarcar. Marc me espera de pie,


cerca de la azafata. No me había fijado, pero está perfecto, como siempre. Con
su vaquero pitillo que se ajusta a sus interminables piernas, un polo azul
oscuro de manga corta que deja al descubierto parte de sus bíceps y con la
mano derecha sujetando una bolsa de viaje, de esas de piel; nada de maletas
cutres con ruedas, como la mía. Destila clase.

«Coño, Gala, que esos ojos verdes y ese cuerpo no te hagan perder la
cordura».

Me sonríe y me ofrece su mano para coger la mía en son de paz. Creo que está
estudiando mi cara, a ver si consigue descifrar el nivel de mi enfado después
de hablar con Zoe. Yo no le sonrío y me dirijo directamente a la azafata para
pasar mi billete por la máquina y acceder al avión.

—Es un avión, Gala, y nuestros asientos están pegados. Es muy difícil que
puedas huir de mí —me dice, descojonándose—. ¿Te va a durar mucho el
mosqueo?

Va detrás de mí, mientras caminamos por la pasarela que nos mete directos al
avión.

—No sé, quizás hasta el domingo —contesto, intentando sonar enfadada.

Tres días con Marc, a solas. Tres días.

No sé qué me da más miedo, si subirme a este avión o esta «relación».


38
IBIZA NO, FORMENTERA

MARC

Media hora. Media maldita hora llevamos en silencio como dos auténticos
desconocidos. Joder, la Peligrosa ya me había avisado, pero no pensé que
Gala se lo tomaría tan mal.

Yo mirando por la ventana, y ella enfrascada en un taco de folios que ha


sacado hace rato de su bolso; me imagino que es un manuscrito.

Le estoy dando su tiempo, su espacio… es físicamente imposible porque


vamos pegados, codo con codo, en este avión. Su actitud me ha recordado
mucho a cuando nos conocimos durante el Camino. Cuando ella desconectaba
de repente y yo caminaba a su lado, respetando su silencio. Pero ahora me
estoy empezando a sentir incómodo. Odio estar aquí sentado sin que ni tan
siquiera me mire. Prefiero mil veces que me pregunte, me grite o se enfade. Al
menos, de esa manera, podría explicarle cómo ha surgido todo, porqué se lo
hemos ocultado y porqué me muero de ganas de disfrutar con ella estos tres
días; aunque, después de haber visto su reacción, me da miedo enfrentarme a
su rechazo.

El piloto anuncia que vamos a atravesar una zona de turbulencias y es la


primera vez que veo a Gala levantar la vista de sus papeles y sentarse más
recta en el asiento. Por el rabillo del ojo, noto que empieza a ponerse
nerviosa, y deduzco que no le gusta mucho volar.

Cuando el avión comienza a moverse más de lo habitual, Gala guarda de


nuevo los papeles en el bolso y se agarra con fuerza a los reposabrazos. Una
segunda sacudida más fuerte provoca que Gala gire la cabeza y, por primera
vez, desde que nos hemos sentado, me mire.

—Ahora que vamos a morir, me prestas atención, ¿no?

—¡Idiota! —me dice enfurruñada.


Su cara de susto me ablanda un poquito y dejo las bromas para otro momento.

—Tranquila, solo son unas turbulencias.

Aprovecho que está con la guardia baja y poso mi mano en la suya,


entrelazando nuestros dedos.

—Marc, me agobia bastante volar —confiesa. Y siento cierto tono de miedo


en su voz.

—No pienses que estás subida en un avión. Mírame —le digo para que siga
manteniendo el contacto visual.

El piloto vuelve a recordar que seguimos atravesando una zona un poco


movidita y Gala respira un par de veces.

—Háblame. Cuéntame algo que me distraiga —me dice, sujetando mi mano


con más fuerza.

—Perfecto. Me lo has puesto a huevo, loca. Ahora me vas a escuchar.

Y aprovecho para contarle cómo ha surgido el viaje; mi conversación con Zoe


y cómo pensamos que lo mejor era pillarla de sorpresa.

—¿Y por qué Ibiza?

—Bueno, a Ibiza te quería llevar Zoe, pero nosotros vamos un poquito más
lejos.

—¿Más lejos? No tendremos que coger más aviones, ¿no?

—No. Cogeremos un ferri hasta Formentera.

—¿En serio?

—Sí. En serio. Ya sabes que nada de mentiras.

—Claro que lo sé. Por eso ayer te hiciste el indignado cuando te dije que hoy
no te vería. Te va a crecer la nariz como a Pinocho —me espeta otra vez, con
el morro torcido.

—Pero te dará más gustirrinín cuando meta mi cabeza entre tus piernas.

—¡Capullo! Te estás saltando todas las reglas, Marc.

—No, porque hoy es jueves. Mañana si quieres te deshaces de mí en la isla.

—Muy listillo. Ya, pero tú estás marcando el cuándo y el dónde este fin de
semana, así que para ser justos yo me ocuparé del cómo.

Me río a carcajadas y, por fin, ella conmigo.

—Uf, qué bien ha sonado ese cambio de papeles, loca.

Sin poder resistirme más, cojo su cara entre mis manos y la beso. Joder,
cuánto necesitaba su contacto. Estamos en un avión y rodeados de gente, pero
me da igual que nos miren, solo quiero empezar a disfrutar de todas las horas
que nos quedan desde ahora mismo. Creo que, con mi charla y mi maniobra, he
conseguido despistarla del todo. Las turbulencias ya han desparecido y Gala
empieza a estar más relajada y receptiva.

—¿Y por qué Formentera?

—Vaya, estar en silencio tanto tiempo te ha costado un mundo, ¿no? Ahora


eres una preguntona. Pues, porque no he ido nunca y me han invitado muchas
veces. Paloma, es una antigua compañera de la universidad, tiene allí un
alojamiento rural con su marido, Alfredo.

—¿Y vamos a quedarnos allí?

—Sí. Siempre insistían en que tenía que ir para conocerlo y así poder
ofrecérselo a mis clientes y hacerles publicidad. Cuando me dijo Zoe lo del
fin de semana me pareció la ocasión perfecta ¿Tú has estado en Formentera?

—No. Es la única isla de Baleares que me falta por conocer. ¿Y quién ha


pagado el billete?

—Gala. Relájate. Estamos invitados a la estancia y tu billete se ha empeñado


en pagarlo Zoe. Ella me dijo que era tu regalo, aunque a mí también me
apetecía haberte invitado. No te preocupes más, ¿vale?

Noto cómo lo piensa durante unos segundos. La pelirroja otra vez tenía razón,
se nota que la conoce a la perfección. Gala, en vez de centrarse en disfrutar
del regalo y del fin de semana, quiere tener todo bajo control.

El piloto nos avisa de que vamos a aterrizar y Gala me vuelve a coger la


mano. La maniobra es suave y, en pocos minutos, salimos de aeropuerto
directos a coger el barco que nos llevará a Formentera.

Durante el trayecto Gala se marea un poco y lleva la cabeza apoyada en mi


hombro. La duración depende del estado del mar, así que en menos de una
hora estaremos en la isla.

—¿Estás bien?

—A ratos. No sé si es mejor el avión o el barco —suelta, poniendo los ojos en


blanco.

Está algo pálida, pero no se lo voy a decir; no quiero que se preocupe.

—Tranquila, enseguida llegamos.

—¿Esta amiga…es de las que te tirabas en la universidad? ¿O solo la que te


pasaba los apuntes y babeaba por ti? —pregunta, mirándome a los ojos,
mientras se aguanta la risa—. No me mires así, es por saber lo que me voy a
encontrar.

—Joder, Gala. No, no me la he tirado y, aunque no te lo creas, no me he


follado a todas las tías que conozco, ¿sabes?

—Vale, entonces, esta es la excepción. Está bien, te creo… —Se ríe y empieza
a mirar a todos los lados, por si alguien está oyendo esta conversación tan
normal.

El barco va bastante vacío, así que he utilizado esos términos porque sé que
nadie ha podido oírnos.
—Solo tengo intención de follar contigo, mucho y muy fuerte—susurro en su
oído, y noto cómo su cuerpo se tensa.

Se coloca erguida y la piel de su cuello se eriza, puedo imaginar que ha


sentido un escalofrío. Tengo que estrecharla entre mis brazos para que note mi
calor.

Cada vez está más pálida y sé que lo está pasando francamente mal. En el
viaje de vuelta será mejor que se tome una pastilla para el mareo.

Cuando por fin llegamos. todavía no ha anochecido, pero el sol empieza a


esconderse. Huele a mar y corre una pequeña brisa. Gala pone los pies en
tierra firme con cierto alivio y suspira un par de veces, metiendo aire en sus
pulmones y sacándolo de golpe.

—Joder, dos minutos más ahí dentro y te hubiera echado encima hasta la
primera papilla.

—Qué alivio, entonces, que hayamos llegado. Enfadada y potando hubieras


sido igualita que la niña de El exorcista.

—¡Capullo!

—Gala, tres días. Déjame disfrutarte estos tres días. ¿Serás capaz?

—Lo intentaré.

Y con esa especie de promesa, nos acercamos hasta Alfredo que nos espera
fuera del coche.

Ojalá sea capaz de abrirse a mí y de arriesgarse. Porque yo cada vez tengo


más claro que sería capaz de darle todo, sin que ella me lo pidiera.
39
PAREJAS

Alfredo, el marido de Paloma, ha venido para llevarnos hasta su casa, que


está situada en la zona oeste de la isla, cerca de Es Caló. Mientras Marc y él
se ponen al día como dos amigos que hace tiempo que no se ven, yo me voy
fijando en todo lo que veo a mi paso, intentando respirar lento para que se me
pase un poco el mareo que traigo.

La isla es pequeña, por lo que nos explica Alfredo, durante el fin de semana,
podremos recorrerla entera. Es temporada baja, así que no tendremos
problemas para movernos, visitar las calas y hasta sumergirnos en el mar, si
queremos; porque, aunque es otoño, las temperaturas rondan los veinticinco
grados la mayoría de los días y la sensación térmica del agua sigue siendo
buena. Lo mejor es que ya casi no hay turistas en esta época.

Llegamos a la entrada de la casa y una enorme puerta de forja negra se abre.


Atravesamos un camino de grava, rodeado de pequeños arbustos, y llegamos a
una especie de pérgola donde dejamos el coche.

Es una casa payesa, típica de la zona, construida en piedra vista, con algún
trozo de pared blanca y de una sola planta. Hay una estancia central grande y
varias construcciones más pequeñas, anexas a ambos lados, que imagino son
las habitaciones de los huéspedes. Debajo de un porche, con vigas vistas y
unos sofás enormes, está esperándonos una chica rubia, bastante bajita, que
supongo que es Paloma.

Una dulce sonrisa se le dibuja en la cara al ver cómo Marc abre la puerta
trasera para que yo baje y coge mi maleta. Él siempre el perfecto caballero.

—Voy a frotarme los ojos porque esto debe de ser un espejismo —le dice,
mientras se acerca a darle un abrazo—. Estás muy guapo, Marc Leto.

—Y tú estás más gorda, Paloma Castell —afirma él, posando la mano en la


barriga de su amiga.

—¡Serás idiota! —espeta ella de buen rollo.


—Ella es Gala. —Nos presenta, y nos damos dos besos.

Desde la distancia no me había dado cuenta, pero ahora que estoy más cerca,
aprecio la barriga que tiene Paloma porque está embarazada; por eso el bobo
de Marc la ha llamado «gorda».

—Encantada y enhorabuena —la felicito.

—Muchas gracias, e igualmente. Pasad, que os enseño todo esto.

Caminamos tras ella y nos enseña toda la casa; un pequeño despacho en la


entrada a modo de recepción; la enorme cocina; el comedor donde nos cuenta
que se sirven los desayunos, presidido por una mesa gigante de madera, con
unas sillas rústicas preciosas. Un salón con una pared de cristal para no
perderte las vistas, donde hay estratégicamente colocado un sofá de rayas
marineras frente a una chimenea de piedra. Y a la derecha, un pequeño aseo.
Sin duda, lo han reformado con mucho gusto. Las telas, las lámparas, los
muebles, las flores…No falta ni un detalle. Marc y yo vamos con los ojos
como platos cada vez que abre una puerta.

Nos muestran también su zona privada, una especie de apartamento con todo lo
necesario. Ellos viven aquí todo el año, aunque de noviembre a marzo el
establecimiento esté cerrado.

Y, por último, salimos al jardín trasero, donde hay una piscina muy bonita, de
esas hechas con materiales naturales, rodeada de unos cuantos pinos y con
hamacas de teca alrededor. Incluso en un rincón, cerca de unas pequeñas
rocas, hay una cama balinesa que me muero de ganas por probar. Un camino de
losetas nos guía hasta nuestra habitación.

Nada más entrar, me quedo un poco paralizada; la habitación es bastante


grande, se nota que nos han dado la mejor. En el centro de la pared izquierda,
hay colocada una cama de madera clara con dosel. Un sofá pequeño y un
escritorio antiguo completan el mobiliario. Todo está decorado en tonos
blancos, aportando mucha más luz. Detrás de una especie de tabique, hecho
con láminas de madera, hay un baño completo con una ducha gigante integrada
en la pared de piedra. Es como si todo encajara con la construcción. Huele a
lavanda y se nota que está todo reluciente. Por último, hay un ventanal muy
grande con acceso directo a un porche y a otro pequeño jardín. Paloma nos
explica que así consigue que los clientes tengan plena independencia y
disfruten de los porches privados. Ya está anocheciendo, pero nos asegura que
mañana alucinaremos con las vistas.

—Os dejo un ratito para que os acomodéis. A las diez estará la cena—nos
dice—. ¿Te importa compartirlo conmigo esta noche? —me pregunta con tono
de disculpa—. Prometo que después de cenar será todo tuyo.

—Claro, tranquila. Quizás mañana ya esté harta de él y te lo ceda otro rato—


bromeo con ella.

Creo que a Marc no le han hecho mucha gracia mis palabras porque me ha
mirado con el ceño fruncido, escondiendo esa peca tan sexi. En cambio,
Paloma y su marido, que por cierto, no es por cotillear, pero es bastante mayor
que ella, salen de la habitación descojonándose.

—Así que harta de mí, ¿no? —dice, acechándome—. Y eso que todavía no ha
empezado nuestro intensivo.

—¿Yo he dicho eso? —digo, haciéndome la despistada y pasando mi lengua


por sus labios, que ahora están casi pegados a los míos, solo por el hecho de
provocarlo.

Marc deja caer su cuerpo encima del mío, por lo que ahora estoy atrapada
debajo de un macizo de casi metro noventa. Sus manos enmarcan mi cara y su
lengua invade mi boca. No puedo hablar, no puedo dejar de sonreír, a pesar de
que sigo algo enfada con todos en general. «Pues sí que es susceptible a mis
palabras», pienso. Nos enredamos de tal manera que casi se nos olvida
respirar.

***

Cuando salimos de la habitación para ir al comedor, Marc todavía va


protestando.

—Espero que sea una cena rápida y sin postre.


—¿No tienes hambre, camino? —le pregunto.

—¿Esa pegunta tiene doble intención, Galita?

—Para nada. —Me río.

—Tengo un hambre de la hostia y te aseguro que después de cenar voy a


comerte entera, y luego te follaré hasta que el hombre vuelva a pisar la luna.

Y entonces trago con cierta dificultad, porque sus palabras se han vuelto
imágenes en mi cabeza, pero disimulo.

Entre el cansancio del viaje y que todavía en mi interior estaba masticando mi


mosqueo por esta sorpresa, no he dejado a Marc desnudarme después de
nuestra sesión de besos. Tampoco lo he dejado meterme entre las sábanas,
como era su intención. Ni mucho menos he consentido que se duchara conmigo
y mira que esto casi me lo suplica.

No me parece normal acabar de llegar a casa de sus amigos y ponernos a


follar como dos críos que no pueden esperar a la noche. Todavía no sé cómo
he conseguido escabullirme de sus brazos. Ignorándolo, me he puesto a
deshacer la maleta, luego he mandado un par de mensajes a la Peli y a Xavi
(poniéndolos a caldo por su encerrona) y, por último, me he ido al baño,
porque después del viajecito necesitaba una buena ducha para despejarme.

Marc se ha limitado a gruñir ante mi negativa cuando ha visto que por mucho
que me persiguiera por toda la habitación, intentando calentarme, no iba a
conseguir nada. Se ha dedicado a colocar su ropa en el armario, mucho mejor
que yo, por cierto. Y después ha conectado su portátil y su cámara para
actualizar su blog.

Cuando he salido de la ducha con mi vestido de flores, el mismo que llevé


puesto en Santiago, y mis playeras, me ha hecho un repaso visual de arriba
abajo y se ha ido maldiciendo a la ducha. El problema me ha rebotado en la
cara cuando, el muy cabrón, ha salido desnudo y se ha vestido muy lentamente
ante mi atónita mirada. Como siempre, es él quien acaba jugando conmigo y no
al revés.
—Sentaos, ahora trae Alfredo el vino—nos dice Paloma, que ya está
acomodada en una silla en la mesa del comedor.

No falta ni un detalle; el camino de mesa a juego con los salvamanteles; la


vajilla en color blanco con un filo dorado en el borde y unas copas de cristal
que tienen pinta de ser muy antiguas. Sin duda quieren que Marc y yo nos
llevemos la mejor impresión de su negocio.

El ambiente de la cena es muy relajado, se nota que Marc y Paloma


compartieron muy buenos años mientras estudiaban. Mientras ellos sacan
temas de cuando compartían clases, Alfredo y yo hablamos del vino. Me
cuenta que el que estamos tomando es de la tierra; un rosado con cuerpo y muy
equilibrado. Se nota que es un experto, además me dice que a veces ayuda a
los viticultores de la zona con la producción. Yo le digo que me gusta el vino,
que me guio solo por mi paladar; hay algunos que me gustan más que otros,
pero no soy una entendida en la materia.

Todo lo que cenamos son productos locales, de la huerta ecológica de unos


vecinos; quesos de la isla también y pescado a la plancha traído de la lonja.
Está todo increíble.

La casa la llevan entre ellos dos y tienen a una chica en temporada alta para
que los ayude con la limpieza y la cocina. Solo dan desayunos, y las cenas son
bajo petición expresa, por lo que las seis habitaciones que tienen reciben un
trato muy exclusivo. Aprovechan para decirnos que mañana nos dejarán la
cena preparada porque ellos tienen un compromiso con unos familiares.

—¿Qué tal está Mar? —pregunta Marc.

—Bueno, ahora creo que está en París, pasando unos días con un nuevo amigo
—contesta Alfredo.

—Ya sabes, le dijimos que tenía que volver a ser feliz y se lo está tomando al
pie de la letra—dice Paloma.

Yo escucho sin enterarme de nada y Marc me sonríe.

—Mar es la hermana de Alfredo, que fue nuestra profesora en la universidad


—me aclara.

Marc da codazos a Paloma para que me cuente su historia con Alfredo y, en lo


que él nos sirve una copa, vamos a sentarnos un rato al sofá mientras me pone
al día.

—Conocí a Alfredo un verano en el pueblo de la costa donde veraneaba, de


fiesta y borracha.

—Muy borracha —apuntilla él.

—Bueno, un poco. La cosa es que nos liamos esa loca noche de verano. Yo
regresé a mi casa y nunca más lo volví a ver.

—Pero el destino es puñetero, ¿verdad? —interviene su marido, otra vez.

—Pues sí —asegura ella—. Su hermana mayor, Mar, era profesora nuestra y


yo me apunté a un máster que ella impartía. No sé por qué congeniamos y al
final nos hicimos amigas, a pesar de la diferencia de edad. Un par de años
después, me llevó a veranear con ella y me presentó a su familia, incluido a su
hermano Alfredo.

—¿Y qué hicisteis? —Me río.

—Pues yo disimular mucho y él no sé si me reconoció, porque ahí donde lo


ves, aunque ahora sea un cuarentón con apariencia tranquila, en aquella época
tenía mucho éxito con las niñas.

Todos nos reímos.

—Yo también me acordaba, boba —dice su marido y la abraza con ternura.

Me siento un poco rara cuando flota tanto amor en el ambiente. Me gusta ver
como hay parejas que se quieren y que han construido una vida juntos, pero
una punzada de familiaridad me ha atravesado el pecho. Yo también había
empezado a construir eso; además, Paloma está embarazada y creo que ese
hubiera sido mi siguiente paso, si Álvaro y yo estuviéramos juntos todavía. Es
como observar el reflejo borroso de algo que yo quise una vez.
Lo más difícil no es olvidar el pasado, es no pensar en el futuro que imaginé.

Marc me nota desconectada, durante toda la cena ha estado pendiente de mí y


ahora sabe que mi cabecita está lejos de aquí. Apoya su mano en mi rodilla y
se despide por los dos.

—Será mejor que nos vayamos a dormir. Estamos agotados.

—Nosotros también, chicos. Espero que os haya gustado la cena —nos dice,
complaciente, Paloma.

—Nos ha encantado —digo por los dos.

Cuando regresamos hasta nuestra habitación, Marc rompe el silencio y


consigue que mi mente vuelva a conectar con este momento.

—Voy a entrar tan dentro de ti que conseguiré borrarte cualquier recuerdo,


loca.
40
BORRARTE LOS RECUERDOS

MARC

Entro en la habitación con Gala en brazos, lleva sus piernas enroscadas en mi


cintura y su lengua moviéndose acelerada alrededor de la mía. Los gemidos
atascados en mi garganta son un claro signo de que estoy encendido; en llamas,
para ser más exacto.

La cena ha estado muy bien; la comida, la conversación, la compañía… Todo


ha sido perfecto hasta que el ambiente se ha cargado de intimidad, la que
destilan mis amigos, claro, y en ese mismo momento, he empezado a ser
consciente de que algo se estaba cociendo en el interior de Gala.

Un recuerdo, una sombra, un anhelo…No estoy seguro de qué, pero algo


estaba dando vueltas en su cabeza en bucle, por eso he creído que lo mejor era
salir de allí.

Mientras veníamos hasta la habitación y después de escucharme decir que le


voy a borrar cualquier recuerdo, ella se ha abalanzado sobre mí, como
necesitada de mis labios y me ha empezado a comer la boca.

—Gala…—jadeo contra su boca. Porque sus manos están intentando


desnudarme sin bajarse de mí.

—Marc… Quiero tenerte dentro, ya—me dice en un tono de súplica.

Cierro la puerta, mientras la sujeto por el culo. Ya casi me ha quitado la


camisa y ahora empieza a soltar el cinturón.

—Gala, déjame llevarte a la cama —digo, intentando calmar su ansia.

—No, házmelo aquí. Contra la puerta. Recuerda que hoy el «cómo» lo decido
yo.

—Joder, Gala —protesto, pero obedezco.


Tiro de sus bragas y consigo bajárselas con una mano. Estoy haciendo
malabares para no posarla en el suelo y quitarnos la ropa de forma normal, y
no como si estuviéramos poseídos. Gala consigue meter sus manos menudas
entre nuestros cuerpos y me ayuda con el pantalón sin dejar de lamerme el
cuello.

El ambiente se vuelve salvaje y nuestros movimientos frenéticos. Me pongo un


preservativo y sin esperar más la penetro. Lo hacemos contra la puerta, como
si fuéramos dos desconocidos que solo quieren calmar su necesidad sexual,
casi como animales. Somos todo lengua, piel, saliva, dientes y empellones.

Lo quiere duro y así lo exige. Yo no voy a ser quien le lleve la contraria.

—Joder, loca.

—Vamos, Marc. No pares…, no pares.

Sus palabras son dinamita para mis sentidos. Entro y salgo de ella. Soy
brusco. Animal. Salvaje. Apoyo una mano en la puerta para hacer tope o con
la intensidad de mis embestidas voy a estamparla contra ella. Gala me da
pequeños mordiscos entre el hombro y el cuello, dejando sus dientes clavados
en mi piel. Está desatada, y yo más.

Quiero borrar todo. Quiero ser el único que la colme. Quiero que durante todo
el fin de semana solo piense en nosotros. Quiero estar dentro de todo su
cuerpo. Quiero grabar mi ruido en su piel. Quiero que el lunes me eche tanto
de menos que no pueda esperar al martes para verme.

Gala consigue meter su mano entre nuestros cuerpos y empieza a acariciarse.


Me encanta que se toque. Me encanta ver cómo disfruta. Sé que está a punto,
sé que va a estallar. Yo no disminuyo el ritmo de mis embestidas, llegando
cada vez un poco más profundo. Sintiéndome cada vez un poco más cerca.

Gemidos, jadeos, los sonidos del preludio a la explosión.

Y entonces llega…, nos atraviesa y nos funde. Y es la puta hostia.

—¿Todo correcto? —pregunto, dibujando una sonrisa encima de su boca.


—Correctísimo, camino.

—Joder, me he puesto muy bruto, ¿no?

—No, has estado perfecto.

Con las respiraciones todavía entrecortadas, nos miramos. Casi por primera
vez desde que entramos en la habitación y nos quedamos callados,
observándonos mientras recuperamos el resuello.

Espero que Gala no se vuelva a ausentar, la quiero conmigo, al cien por cien.

Al cabo de unos segundos salgo de ella y me quito el condón. Cuando la poso


en el suelo, elevo su barbilla para que me mire otra vez.

—Tú y yo, Gala. Tres días, solos tú y yo.

Ella me besa de manera fugaz y se va al baño.

Después de asearnos y ponernos el pijama, nos metemos en la cama. De


repente, se ha instaurado un tenso silencio en la habitación. Ella ya está
colocada en un extremo de la cama y yo me acomodo en el otro. Dándonos la
espalda. Es absurdo, pero casi oigo los engranajes de su cabeza otra vez.

—No sé si voy a poder dormir —me confiesa, por fin.

Me giro y la abrazo por detrás. Noto cómo se estremece con mi contacto.

—¿Qué te lo impide?

—No sé, hace tiempo que duermo sola. Es raro.

—Claro, no sería raro si cada vez que follamos no te empeñases en quedarte


sola.

—Joder, Marc. Tienes que entender que ahora no quiero ni necesito más.

Y sus palabras me provocan un pinchazo en el estómago.


—¿Qué quieres, Gala? ¿Quieres que me vaya? ¿Quieres que le diga a Paloma
que follamos pero que me dé otra habitación para cuando terminemos?

—No, joder. Yo no he dicho eso.

—Pues lo das a entender. ¿Qué coño tiene de malo que pasemos toda la noche
juntos? Me gusta follarte, mucho y ya lo sabes. Pero me gusta más compartir
tiempo contigo. Me gusta escucharte, sentirte, olerte. Me gusta hasta cuando te
enfadas, joder. Me gustas tú, perfectamente imperfecta. Tú y todas tus
circunstancias. Incluida la puta coraza, Gala.

Ella se da la vuelta y me mira a los ojos. Nuestros alientos se mezclan y casi


respiramos a la vez. Gala pasa sus dedos por mi barba con determinación y
sonríe, un poco. Si hay algo que me gusta de nuestros encuentros es que
siempre reímos y hoy es la primera vez que estamos olvidándonos de esa
parte.

—Camino, cumple tu promesa y fóllame hasta que el hombre vuelva a la luna


—susurra cerca de mi oído, mientras su mano ya está colándose por la
cinturilla de mi pantalón.

Cuando me agarra la polla y juega un poco con mis pelotas, me ablando. Una
sonrisa de gilipollas se dibuja en mi cara también.

—Esta bien, loca. Lo intentaré. Pero después no me voy a ir a ninguna parte.


41
UNO MÁS

La noche ha sido movidita, muy movidita y aunque al principio ha sido raro


compartir cama con Marc e intentar conciliar el sueño, al final, he caído
grogui por agotamiento. No te voy a decir que hemos estado haciéndolo hasta
que ha empezado a entrar la luz del día, pero casi… Nos hemos quedado en el
«casi».

No hemos madrugado mucho, y agradezco que Marc se haya duchado primero


y se haya ido al comedor a estar un rato con su amiga. Yo me he tomado mi
tiempo en el baño y me he vestido mucho más tranquila. Un poco de soledad
después de estar tan pegados es de agradecer, porque ya no estoy
acostumbrada a compartir tanto espacio vital con nadie.

Me pongo un vestido de lino de rayas anchas, azules y blancas, es muy


veraniego y la cabrona de Zoe me insistió mucho para que lo metiera en la
maleta, ahora ya lo entiendo. Tiene botones en la parte delantera y un poco de
manga. En un pequeño capazo meto mi bikini y una toalla; si la temperatura
nos lo permite, quizás luego podamos estar un rato al sol en alguna cala.

Antes de entrar al comedor veo a Paloma y a Marc sentados, están hablando


animadamente y no se dan cuenta de mi presencia. No puedo evitar pensar en
que Marc está muy comestible hoy. «Joder, Gala. Está claro que con él te ha
dado fuerte». Ahora tiene el pelo un poco más largo que cuando lo conocí y
me gusta mucho porque se lo puede peinar de cualquier manera y siempre le
queda perfecto. No como la maraña de moño que me he hecho yo. Hoy lo lleva
con raya al lado, pero más revuelto, dándole un aspecto bastante desenfadado.
La camiseta básica blanca, acoplada perfectamente a su pecho, y el pantalón
vaquero le dan un aire más juvenil.

Cuando estoy medio mordiéndome el labio, antes de llegar hasta ellos, Marc
se gira y me pilla mirándolo embobada.

—¡Feliz cumpleaños, Gala! —me dice Paloma, encendiendo una vela que han
plantado en el borde de un donut de chocolate.

Me sonrojo un poco porque ya esté al tanto de mi cumple y por ver a Marc


acercarse a mí para darme la mano y apartarme la silla para que me siente en
la cabecera de la mesa.

Él se queda pegado a mi espalda y me acerca la nueva versión de tarta.

—Pide un deseo, loca —me susurra en la oreja, consiguiendo que un


escalofrío se apodere de mí.

Me río y cierro los ojos para soplar. Ellos aplauden y me cantan una especie
de «Cumpleaños feliz». Marc me besa en la nuca que, tal y como me he
peinado hoy, está al descubierto. Me parece un gesto muy íntimo y me encojo
un poquito en la silla.

—Muchas gracias, chicos.

Paloma se sienta con nosotros, aunque nos confiesa que ella ya ha desayunado
temprano, pero que con el embarazo ya tiene ganas de volver a comer algo.

Hay de todo; fruta, quesos, embutidos y, por supuesto, el donut que es lo


primero que me como. Cuando terminamos, nos marca una ruta para que
recorramos la isla hoy y nos avisa de que por la noche tendremos una cena
especial que nos servirá en nuestra habitación Katia, la chica que los ayuda,
sobre las nueve y media. Ellos se van a pasar todo el día a Ibiza con unos
familiares y volverán en el último barco.

Marc se va a la habitación a recoger mi bolsa y su cartera, dejándonos solas.

—Lo tienes loco, Gala —me dice Paloma—. Y es muy raro ver a Marc así.
No lo había visto tan pillado por nadie desde primero de carrera.

Me quedo un poco cortada y no sé muy bien qué responder. No sé si está


intentando decirme que Marc no es de esa clase de tíos que se cuelgan de las
chicas, o si es que nunca lo ha visto intimar tanto con nadie. Antes de que
pueda preguntar, aparece Marc en el comedor, sonriendo.

—Toma las llaves de mi coche —dice Paloma, acercándoselas.

—Está bien, pero podíamos haber alquilado uno —digo yo. Más que nada
para que no piense que me ha comido la lengua un gato.
—Tranquilos, yo no lo voy a utilizar.

Nos despedimos y nos vamos en su Fiat 500 rojo. Marc tiene que mover tanto
el asiento para entrar que casi parece que va sentado en la parte trasera. Ese
pedazo de cuerpo no cabe en cualquier sitio. Yo lo miro de reojo y me
descojono.

Empiezo a recibir un millón de llamadas y mensajes; Zoe, mi hermano, mis


padres, mis tíos… Mientras les contesto y les doy las gracias, o simplemente
les gruño, a modo de agradecimiento border, Marc sigue conduciendo.

Vamos hacia Cala des Morts, una de las playas más vírgenes de la isla. Creo
que tiene difícil acceso y, en verano, nos han dicho que suele estar llena
debido a su tamaño reducido. Según Paloma, en esta época del año, la
podremos disfrutar casi para nosotros solos.

Cuando llegamos, me quedo gratamente sorprendida. La playa tiene el agua


más turquesa que he visto jamás y decidimos quedarnos porque, efectivamente,
solo hay tres o cuatro personas. Un rato de sol hasta el mediodía nos vendrá
genial.

En este entorno natural se practica el nudismo, pero yo antes de quitarme el


vestido me pongo la parte de abajo del bikini y extiendo mi toalla. Marc se
queda en bolas completamente y se pone un bañador negro. Mierda. Ya lo he
visto desnudo más veces y no hace muchas horas, para ser más exactos, pero
verlo ahora, aquí, rodeado de estas rocas y con el sol incidiendo en su silueta,
es un poco abrumador. Lo peor de todo es que, sin darme cuenta, he mirado a
la izquierda y a la derecha, por si alguien lo estaba observando, como si el
privilegio de contemplar su escultural cuerpo solo fuese mío.

«Gala, háztelo mirar».

Cuando se tumba conmigo en la toalla y empezamos a besarnos, suena la


melodía de «El chico del garaje en mi móvil». Es Samuel.

Me siento y respondo:
—Rockstar, ¿qué te ocurre? No llamarás para fe…

Y me interrumpe antes de que termine la frase.

—Qué va, ¿yo? No, solo llamo para ver qué tal estás un viernes cualquiera de
un mes cualquiera, como hoy, por ejemplo.

—Pues estoy como cualquier otro viernes, tú mismo lo has dicho. —Me río.

Marc se levanta y se va directamente al agua. Vaya, ahora me regala la imagen


de su espalda y de su culo, y yo trago con cierta dificultad. Tendría que ser
delito tener un cuerpo tan armonioso, en conjunto digo, porque es imposible
ponerle un fallo. Me debo quedar varios segundos ajena a la conversación
telefónica que estoy manteniendo.

—Nena…, ¿sigues ahí?

—Sí, perdona es que me he distraído.

Samuel me pregunta por mí, por el trabajo, por todo en general. Me cuenta que
tiene ganas de verme y que quizás pronto tenga una sorpresa para mí. No me
pregunta por Marc, ya no lo hace desde que coincidieron los dos, pero soy yo
quien le digo que estoy con él, aquí. No tengo por qué mentir, además es mi
amigo y sabe que seguimos viéndonos, aunque no hablemos mucho sobre el
tema. Su tono de voz cambia, me imagino que lo ha cogido un poco por
sorpresa.

—Así que ya sois más que follamigos. Qué pronto te abres de nuevo a una
relación seria, ¿no? —sentencia con cierto tono cortante.

—Samuel, ha sido una sorpresa para mí venir con él. Y tampoco sé poner
nombre a lo que somos, la verdad.

Marc sale del agua y ahora las gotas caen por su perfecto torso, bajando por
cada uno de sus abdominales como a cámara lenta. Tiene que haber una
puñetera cámara oculta.

«Mierda, Gala. Concéntrate en seguir hablando».


Se acerca hasta mi posición con una sonrisa de suficiencia en los labios, otra
vez me ha pillado embobada mirándolo, y sin dejar de observarme, se tumba a
mí lado, boca abajo.

—Está bien, disfruta de tu día, entonces. Cuando vaya a Barcelona a finales de


mes ya hablamos —me dice Samuel.

—Un beso —me despido y me tumbo boca arriba, soltando un pequeño


suspiro.

Marc se apoya en sus codos y me mira con esos ojos verdes que ahora parecen
más intensos.

—Un beso para él y mil para mí. —Y pega sus labios a los míos, con suavidad
y ansia al mismo tiempo.

Voy a protestar, porque sus palabras han sonado a competición y no es mi


intención presenciar una pelea de gallitos, pero el gentleman sabe callarme
tan bien, que no soy capaz de articular palabra. Solo noto cómo mis pezones se
ponen duros como piedras y me rozan con la tela del bikini. La protesta queda
pendiente.

Cuando nuestras bocas consiguen darse una tregua, nos quedamos tumbados al
sol un rato, en silencio, escuchando el sonido del mar, que es hipnótico.

Antes de irnos a comer, me acerco a la orilla y meto los pies en el agua, está
buena, pero tampoco me motiva mucho lanzarme y darme un chapuzón. Marc
me abraza e insiste para que nos bañemos juntos, pero le dedico mi mejor
mohín y decidimos marcharnos.

Paloma nos recomendó esta mañana ir a la capital de la isla, Sant Francesc


Xavier y hasta allí nos acercamos. Comemos en un restaurante con pinta de ser
de los más conocidos, porque para ser esta época del año tiene bastante gente.
Otra vez mucho producto local que está buenísimo. Charlamos y disfrutamos
de la comida.

Después paseamos por las calles del pueblo, sin prisas, hasta que llegamos a
un mercadillo. Se me iluminan los ojos y Marc se ríe de mí. Me encanta mirar
todos los puestos; preguntar, toquetear e intentar buscar alguna reliquia o
alguna ganga. Me gusta imaginarme que las cosas hechas a mano también
cuentan sus propias historias, como los libros. Marc se detiene en un puesto
muy pequeño que tiene antigüedades; relojes de bolsillo, pergaminos,
farolillos… Y yo en uno cercano, donde venden bolsos y complementos de
rafia.

En cuanto me giro hacia él, veo que saca la cartera para pagar algo, pero
cuando me voy a acercar para preguntarle por su compra, me hace un gesto con
la mano para que me aleje otra vez. Mucho misterio. Me río y continúo
husmeando a cada paso. Cuando regresa a mi lado lleva una bolsa de papel
pequeña en la mano y niega con la cabeza.

—¿Otra sorpresa, camino? —pregunto, esta vez sonriendo.

—¿Prefieres que te bese para que no me preguntes o podrás aguantar tu


curiosidad un ratito más?

—¡Uf! Tus besos silenciadores ya no me disgustan tanto —le vacilo.

Con un gesto rápido, me estrecha contra su cuerpo y me besa. Riéndose encima


de mis labios y haciéndome cosquillas por la vibración. Cuando me brotan las
primeras carcajadas, la gente de alrededor empieza a mirarnos raro.

—Me encanta oír tu risa —dice, tirando de mí entre el gentío.

Antes de volver a casa, decidimos ir a tomar un mojito y ver la puesta de sol


desde el Blue Bar; un mítico bar de Formentera que sale en todas las guías.

Como sigue haciendo muy buena temperatura, antes de sentarnos en su terraza


con vistas, bajamos a la playa y esta vez sí que me baño. El vino de la comida
y el paseo me han dado el subidón necesario para zambullirme en el
Mediterráneo en octubre.

Marc se pega mí y me abraza por detrás después de que me haya sumergido un


par de veces. Es tan alto que me quedo encajada en su pecho. El agua no está
muy caliente, pero yo siento calor. Envuelta en sus brazos me invade una
sensación que no sabría definir. Marc es calma, es orden en medio de mi caos
y puedo negarlo tantas veces como quiera, pero hacía mucho tiempo que no me
sentía así. Me doy la vuelta y nos besamos. Nos besamos y nos encendemos a
la vez, incluso nos magreamos un poco, o un mucho, según se mire. Puede que
hasta el agua empiece a coger un par de grados más a nuestro alrededor.
Cuando los dos somos conscientes de que no estamos solos, estallamos en
carcajadas.

Al final va a ser verdad eso de que con él siempre río.


42
CENA Y REGALO

MARC

Paloma ha dejado encargado que nos preparen la mesa en el porche, y Katia


la ha montado con todo lujo de detalles; velas dentro de un par de farolillos de
forja, que dan mucha intimidad; un pequeño florero de cristal con un ramillete
de flores blancas del jardín; un mantel de hilo blanco con un ribete azul marino
a juego con las servilletas y unas copas de cristal azul oscuro a conjunto con la
vajilla. Blanco y azul, colores marineros. Sigue haciendo muy buena
temperatura, así que me parece muy buena idea cenar aquí afuera.

Hemos llegado un poco cansados de nuestro día por la isla, pero tengo
muchísimas ganas de disfrutar de Gala, a solas, sin gente y sin distracciones;
exclusivamente ella y yo.

Mientras hablaba por teléfono con mi hermano, no sé qué ha tocado y ha sido


incapaz de poner la lavadora, Gala ha aprovechado para meterse en la ducha,
sola. Me hubiera gustado compartir pastilla de jabón con ella, pero seguro que
terminaríamos enredados y en menos de diez minutos nos traerán la cena.

—¿Tengo que vestirme más formal o así estoy bien? —me dice al salir del
baño, con el pelo mojado y el cuerpo cubierto con la chaqueta de mi pijama.

Joder, no creo que haya nada más sexi en toda la isla ahora mismo.

Al final voy a tener que agradecer a mi madre su regalo de Navidad. Ya se


sabe; pijamas, calzoncillos y calcetines son un clásico que siempre cae en las
fiestas navideñas. Cuando lo abrí al lado del árbol, puse esa cara de niño
pequeño mosqueado. Sí, esa que ponen los pequeñajos cuando no pueden
disimular que el regalo les ha parecido una mierda; vamos, que no lo pude
ocultar. Pero ahí estaba mi señora madre, convenciéndome de que un caballero
siempre tiene que lucir perfecto, hasta en la cama. Así que el pijama negro,
que le costó un pastizal porque es de Armani, (tiene una tela que ya la
quisieran muchas camisas), viaja siempre en mi maleta.
—Estás perfecta, pero como cenamos en la calle…, dime que, al menos, te has
puesto bragas.

—Por supuesto —me dice descarada, mientras se levanta los picos de la


chaqueta y me enseña parte de la tela de su ropa interior.

—¡Joder! —gruño. La beso y mordisqueo su labio al pasar por delante de ella


para meterme en la ducha.

Me ducho todo lo rápido que puedo, porque creo que he oído la puerta y me
imagino que ya está la cena esperando.

No me complico mucho y me pongo el pantalón del pijama que estaba en el


baño desde esta mañana. Además, saco una camiseta negra de manga corta del
cajón y listo.

La cena está servida y Gala está echando el vino en las copas. Ha conectado
su móvil a un altavoz, que hay en la habitación, y suena una canción de Aretha
que no reconozco, porque el volumen está bastante bajo. Antes de sentarnos, la
abrazo por detrás y aspiro el olor de su pelo, que sigue húmedo. Me gusta su
frescura. Ella se estremece entre mis brazos y casi siento atravesarme el
mismo escalofrío. Estar pegado a ella se está convirtiendo en una necesidad, y
me acojona porque hacía muchísimos años que no me sentía así con nadie.

Empezamos con una ensalada payesa, para seguir probando los productos de
la tierra; está buenísima, como todo lo que hemos comido desde que hemos
llegado. Ya llevamos dos copas de vino y Gala no deja de vacilarme con los
efectos secundarios del alcohol en el cuerpo, para ser más exacto en una parte
determinada de mi cuerpo. Me encanta escuchar su risa y ver que solo disfruta
del momento, sin ausentarse de nuevo.

Cenamos muy juntos y mis manos se pasean por la piel de sus muslos desnudos
de forma natural. Nos miramos, nos estudiamos, nos retamos. Comentamos
todo lo que ha dado de sí nuestro día y, entre plato y plato, seguimos bebiendo.
A la ensalada le sigue un ceviche espectacular y después unos calamares en su
tinta. Los dos coincidimos en que nos gusta más el pescado que la carne, así
que Paloma ha acertado con la elección del menú.
Recojo todo en el carrito que nos han dejado y pongo los platos con el postre
cuando la mesa ya está despejada. Gala niega con la cabeza y se descojona de
mí, otra vez. Cuando prueba una especie de buñuelo relleno de frambuesas,
emite un gemido lastimero de placer y a mí casi se me pone dura del todo,
porque me encanta ver el gesto que pone cuando saborea algo dulce.

—¿Puedo cantarte el «Cumpleaños» en versión Marilyn? —pregunto con


sorna—. Porque todavía es tu cumpleaños.

—¡Ni de coña!

—¿Vas a contarme qué pasó para que no quieras celebrar tu cumpleaños? Me


imagino que no habrá sido siempre así, ¿me equivoco?

—No. No sé, supongo que con el paso de los años te cambian las expectativas.

—Gala —digo, mientras me acerco a su silla y poso sus rodillas sobre mis
piernas—, ¿puedes contármelo, por favor? —. Y mi voz suena tan sutil que
creo que por fin se va a abrir a mí.

—Cuando estuve con Álvaro, los cumpleaños siempre eran especiales, a


veces, incluso excesivos, se puede decir. Me despertaba, me traía el desayuno
a la cama y un sobre con sorpresa incluido; un viaje, unas entradas para algún
espectáculo, un fin de semana rural, o un vale por un día de compras. Daba
igual lo que tuviéramos que hacer ese día; exámenes, trabajo, compromisos…
Todo se cancelaba para estar juntos y cumplir mis deseos.

—¿Y qué pasó después?

—Mi último cumpleaños, antes de casarnos, me dijo que le fue imposible


llegar al aeropuerto e ir a Barcelona; alegó trabajo de última hora. Y al año
siguiente, que ya estábamos casados, me dejó esperando más de dos horas
sola, en un restaurante en Madrid.

—Menudo gilipollas —digo sin contenerme.

—Después de enterarme de sus mentiras y de cómo invertía su tiempo, decidí


que no quiero cumpleaños especiales.
Cojo el último trozo de buñuelo de su plato y se lo acerco a la boca. Gala me
chupa el dedo cuando lo coge entre sus labios, sé que quiere desviar mi
atención, pero me gusta que se haya sincerado conmigo, así que no quiero
perder la oportunidad de seguir hablando.

—¿Sabes cuál es el secreto, Gala? —pregunto, mirándola a los ojos, con mis
labios muy cerca de los suyos.

—No… —me contesta dubitativa.

—Pues, el secreto está en dejar ir a la persona, no al amor.

Y entonces la beso, consiguiendo que cierre los ojos y me sienta. Que sienta
que estoy aquí para ella, que a pesar de que su ex fue un hijo de puta y un
mentiroso, no soy como él. Gala me responde con un beso ávido y dulce a la
vez, la mejor combinación.

Me levanto y le acerco el regalo. Es una tontería, pero espero que le guste.

—Toma —digo, sentándome otra vez a su lado.

—No tenías que haberme comprado nada. El viaje ya es suficiente regalo —


me dice y me da un beso suave en la mejilla.

Con sus dedos torpes quita el papel y abre tanto los ojos al verlo que pienso
que la he cagado.

—¿No te gusta? —pregunto acojonado.

—¡Mierda, Marc! ¡Me encanta! —dice risueña, mientras pasa sus manos por
las tapas y abre el libro. A continuación, mete la nariz entre sus páginas y
aspira su olor.

El regalo es un ejemplar bastante antiguo de Héctor Servadac, la novela de


Julio Verne que está inspirada en esta isla; lo compré en el puesto de
antigüedades del mercadillo.

Lee la dedicatoria que he escrito en la primera página:


Para Gala,
La chica que hace especial cualquier viaje.
Se queda sin palabras y le guiño un ojo. No hace falta que me diga nada.

—Me alegra saber que he acertado.

—Un libro siempre es el mejor regalo, pero este y, además, en esta isla es muy
especial, Marc. Muchas gracias.

Gala enmarca mi cara con sus manos y su lengua comienza a explorar todos
los rincones de mi boca en un movimiento lento; como de bailarina, se sienta a
horcajadas encima de mí. Mis manos empiezan a desabrochar los primeros
botones de mi pijama, rozando deliberadamente sus pechos. Gala, con
parsimonia, me saca la camiseta por la cabeza, dejándome con el torso
desnudo y esparciendo un reguero de besos por todo mi cuello.

La música sigue sonando lenta en el interior, pero ya no soy capaz de adivinar


quién canta. La lengua de Gala juguetea con el lóbulo de mi oreja y, después
de unos segundos en los que me ha provocado a su antojo, susurra mi nombre
muy bajito. De repente, la noche se vuelve mucho más íntima.

Estoy empalmado y ella lo nota, se ríe entre dientes y se restriega contra mi


erección, lentamente. La postura que tenemos, sentados en esta silla, no es la
más cómoda del mundo, así que me levanto con ella enroscada en mi cintura y
entramos en la habitación.

La intento posar en el suelo al lado de la cama, pero con un gesto de cabeza


me indica que me vuelva a sentar; creo que hoy me quiere tener debajo. Antes
de sentarme en el sofá, mete sus dedos en la cinturilla de mi pantalón y lo baja
con maestría, dejando libre mi polla, que se alza para saludar.

Nos reímos cuando me siento, yo con los pantalones aún por las rodillas y ella
con la chaqueta del pijama abierta. Impacientes y excitados.

Gala clava las rodillas a ambos lados de mis piernas y me coge las manos
para que las pose en sus caderas.
—Haz los honores —me anima para que sea yo quien le quite las bragas,
como hago siempre.

—Quítatelas hoy para mí.

Me mira elevando una ceja, sorprendida; pero, sin que tenga que repetirlo, se
pone de pie, frente a mí, y se desliza las braguitas pausadamente por los
muslos, hasta que se las saca por los pies, dejándolas en el suelo. Me pone a
mil su manera de mirarme y de un tirón me deshago de mis pantalones.

—Uf, quizás te lo pida más a menudo, loca —afirmo, posando mis manos en
su trasero y tirando de ella para que se vuelva a poner encima de mí.

Ahora su sexo desnudo roza mi miembro, y no sé cómo el riego sanguíneo me


llega a la cabeza porque se me ha concentrado todo ahí. Me deshago de mi
chaqueta del pijama, que es lo único que se interpone entre nuestros cuerpos y
me meto su pezón en la boca. ¡Joder, me encanta tenerla así para mí! Chupo y
lamo con suavidad, trazando círculos alrededor de toda la parte más rosada,
intentando controlar mi deseo, que ya es incontrolable. Primero uno y después
el otro, embriagándome de ella y de su sabor.

Gala coge mi polla con su mano derecha y empieza a masturbarme.

—Joder, Gala, me estás volviendo loco —consigo decir con cierta dificultad,
ya que parece que las palabras se quedan atascadas en mi garganta.

Ella no deja de mover su mano y pega su boca a mi oreja, otra vez. Cuando
juega con sus dientes, mordisqueando mi lóbulo, sé que no podré aguantar
mucho más. Mis dedos acarician su espalda en un intento de aminorar el ritmo
y alargar cada maldito segundo. Cuando creo que lo estoy consiguiendo, Gala
acerca mi polla a su sexo y la pasea entre sus pliegues, está mojada y
preparada. Sin darme cuenta ya la tiene en su entrada y empieza a besarme con
más detenimiento.

—Gala, déjame coger un condón —acierto a decir entre gemidos, muerto de


anticipación—. Si sigues así no tardaré en correrme.

—No hace falta. Quiero sentirte, Marc. Déjame sentirte.


—¡Hostias, Gala! ¿Estás segura? No bromees con esto, por favor. Creo que
soy capaz de correrme solo de pensarlo.

—Está todo bien. He empezado a tomar la píldora.

—Hace millones de años que no follo sin condón, loca. Puedes estar tranquila.

Gala se separa un poco de mí y nos miramos a los ojos. Afirma con la cabeza
a la vez que se empala con mi miembro, bajando despacio sobre toda su
extensión; noto su gesto cada vez que llego un poco más profundo, hasta que se
habitúa a ella. No soy capaz de decir nada, solo emito ruidos de cavernícola
contenido y disfruto de la perfección que son nuestros cuerpos encajados. Mi
polla empieza a latir entre sus paredes estrechas, suaves y deslizantes. Su boca
recorre mi barbilla, mordisqueándome. Su pelo roza mi nariz. Su olor. Sus
gemidos. Mis jadeos. Nuestra piel. Nuestros cuerpos.

Tengo la sensación de que me está haciendo el amor por primera vez, porque
nunca, antes, la había sentido así. Está muy excitada, pero sin descontrolarse.
Se mece al ritmo de nuestros jadeos contenidos; sin prisas, vibrando. Me besa,
me lame, me susurra. Se arquea encima de mí y hunde su boca en mi hombro
como si no se quisiera perder ni un centímetro de mi piel. Gala se recrea en
cada movimiento, intenso y lento, dejando salir todas las ganas. Yo solo
absorbo cada maldito sentimiento que me produce.

Me dejo llevar. Agarrado a sus caderas, la acompaño en cada embestida,


intentado no impulsarme desde abajo. Solo quiero que ella lo controle todo, su
placer y el mío. Tengo tanto amor dentro para darle que me quedaría debajo de
ella toda mi vida, viendo cómo se mueve encima de mí, pero eso no puedo
decírselo todavía.

—Joder, Gala. Es la puta bomba estar dentro de ti, así. Dime que te está
gustando tanto como a mí.

—Me está gustando mucho, camino. Claro que me está gustando.

Cuando echa la cabeza hacia atrás y me deja más espacio, aprovecho para
acariciar su clítoris con mi pulgar, ella responde contrayendo sus paredes,
apresando mi miembro, que está a punto de descargarse.
—Loca, dámelo. Córrete.

—Córrete conmigo —dice sin dejar de moverse.

—¿Quieres que me corra fuera? —pregunto, conteniendo las ganas de llenarla.


Quiero que esté segura del todo.

—Dentro, Marc, dentro… —repite, acercándose a mi boca y tirando de mi


labio inferior.

Se ha pegado tanto a mí ahora, que con mis dedos aplastados contra su sexo,
casi sin espacio para moverlos, se corre gritando mi nombre, sin dejar de
subir y bajar; despacio, ralentizando los espasmos de su orgasmo. Cuando
termina y está a punto de dejarse caer exhausta, le sujeto el trasero con ambas
manos y la ayudo a moverse un par de veces más para correrme yo. La
sensación de bombear dentro de su cuerpo es indescriptible. Hacía mil años
que no follaba sin condón y ya no recordaba lo jodidamente bueno que es.
Jadeo, respiro, gimo y blasfemo. Descargo, mientras aguanto las sacudidas de
la puta corriente eléctrica que me atraviesa de los pies a la cabeza.

—¡Joder, loca, joder!

Juntamos nuestras frentes y nos miramos a los ojos. Una sonrisa tonta se
instala en nuestras bocas y así, poco a poco, vamos recuperando la calma.
Fundidos, sudados y satisfechos.

La llevo a la cama sin salir de ella y el sueño hace el resto.


43
AMANECER

Marc y yo estamos todavía en la cama, y tiene pinta de ser bastante tarde.


Desnudos, exhaustos y revueltos. Somos un auténtico amasijo de piernas y
brazos. Intento zafarme de su agarre, pero, como imaginas, su pierna
kilométrica por encima de la mía me dificulta bastante la tarea. Oigo su
respiración profunda, así que supongo que sigue dormido. Desde aquellas
noches en que dormimos juntos durante el Camino hasta ayer, no había vuelto a
amanecer con él en una cama, exceptuando aquel día en su casa, después de
nuestro encuentro en el cumpleaños de Eloy, pero esa no cuenta porque nos
acostamos a las mil. Bueno, siendo sincera, no he amanecido ni con él ni con
nadie.

No hay quien coño me entienda. La primera noche estaba preocupadísima por


compartir con él tanto espacio y anoche… Anoche derribé mi propio
perímetro de seguridad, como él mismo me dijo una vez y me dejé llevar,
completamente. Puedo decir en mi defensa que era mi cumpleaños, que bebí
bastante vino, que me regaló un libro precioso con una dedicatoria de las que
emocionan, que me ablandó el corazón…No sé, podría inventarme mil y una
excusas, pero la única verdad es que no quise pensar en nada ni en nadie, solo
en mí; después de mucho tiempo, solo quise pensar en mí.

Con relativo esfuerzo, consigo levantarme, pero antes de que me aleje un par
de pasos Marc me coge de la muñeca y tira de mí.

—No huyas ahora, loca—me dice con la garganta aún seca.

—No es mi intención—contesto y me doy la vuelta, zafándome de su agarre


para ir al baño. Disimulando la sonrisa de idiota que debo de tener en la cara.

Cuando enciendo el grifo de la ducha y me meto dentro, ya noto su presencia a


mi espalda. No sé si estoy preparada para compartir un espacio tan pequeño
después de lo de anoche.

—Marc…—protesto, cuando pega su cuerpo tanto al mío que no me deja


hueco para coger el champú.
—¿Necesitas ayuda? —dice socarrón cuando se echa en la mano un poco de
gel y me lo muestra antes de untárselo descaradamente por sus fantásticos
abdominales.

Me doy la vuelta, ignoro su provocación y me enjabono lo más rápido que


puedo. Marc pega su polla, que ya está empezando a despertarse, a mi trasero
y me besa un hombro. Menos mal que estoy colocada justo debajo del chorro
de agua y en unos segundos termino de aclararme, el agua no está muy caliente;
cosa que agradezco, porque mi temperatura interior es elevadísima.

—¿Todo correcto? —me pregunta, el muy cretino, al oír mi suspiro.

—Correctísimo. Me voy, que me muero de hambre—respondo al abrir la


mampara y salir como alma que lleva el diablo de este foco de calor.

—¡Joder! —Lo oigo maldecir, mientras me seco con la toalla y me visto a toda
prisa.

Cuando ya no escucho el sonido del agua me despido.

—¡Me voy a desayunar! —grito al salir por la puerta, antes de que él termine
en el baño.

Es mediodía, así que me encuentro a Paloma en la cocina, preparando la


comida.

—Buenos días. Ya veo que habéis dormido bien, ¿no?

—Uf, yo he dormido de lujo. Hacía mucho que no me levantaba tan tarde.

—¿Quieres que te prepare el desayuno? —Se ofrece muy dispuesta—. Aunque


con la hora que es, había pensado que quizás os apetecía comer con nosotros.

—Pues sí, seguro que a Marc también le apetece. Me comeré un plátano para
aguantar hasta la comida. Cojo uno del frutero.

Paloma me ofrece también un yogur de arándanos casero que hace ella misma
y abre la puerta del frigorífico para cogerlo.
Cuando estoy dando el primer mordisco al plátano, siento la presencia de
Marc a mi espalda; el olor a madera y a cítricos de su colonia lo ha delatado
esta vez. Pega su paquete a mi culo y me empotra contra la barra de la cocina
donde estoy apoyada, creo que piensa que estamos solos.

—¡Vaya! Aquí está la fugitiva. Sí querías comer plátano para desayunar yo te


hubiera dado del mío, que además tiene un rica cremita al final.

—¡Joder! Voy a hacer como que nunca he oído esa cerdada.

Marc da un paso hacia atrás, alejándose de mí como si quemara, y yo por poco


no me atraganto con el trozo de fruta que estoy masticando.

—¡Coño, Paloma! ¿Qué haces ahí escondida? —pregunta, cuando la ve detrás


de la puerta del frigorífico.

—Es mi cocina, ¿lo recuerdas? Nada de calentones aquí, ¡salido! ¿Tú también
quieres plátano o prefieres peras?

Los tres nos reímos y aparece Alfredo, asustado por las carcajadas.

Al final charlamos un poco con ellos, mientras termina de hacerse la comida y


nos sentamos a la mesa los cuatro juntos. Paloma y Alfredo nos invitan a una
fiesta en casa de uno de sus amigos esta noche. Al parecer, es un empresario
textil muy importante de Barcelona y siempre celebra una fiesta en su
casoplón antes de despedirse de la isla hasta el año próximo. De esas con
mujeres que solo ves en las revistas, DJ famoso pinchando, e incluso algún
que otro espectáculo acrobático. Me parece mentira que todavía, en octubre,
se hagan fiestas de este tipo. Como es sábado y nuestro último día aquí,
decidimos que esta noche los acompañaremos.

Después de probar todos los manjares que ha cocinado la amiga de Marc y de


una larga sobremesa hablando un poco de todo, decido irme un rato al jardín.
Me tumbo en una hamaca al lado de la piscina y disfruto de los rayos de sol de
la tarde, que no calientan tanto, pero se agradecen. Tengo intención de seguir
leyendo el manuscrito que me traje de viaje para tener el informe listo esta
semana. Marc se ha quedado ayudando a Paloma a recoger todo, como el
verdadero gentleman que es.
El sol dándome en la cara, después de haber comido, y las frases algo largas y
rebuscadas de la autora que tengo entre manos hacen de somnífero porque, sin
querer, los párpados se me empiezan a cerrar.

Caigo en una especie de duermevela hasta que empiezo a notar la calidez de


una boca sobre la mía. No sé si es real o es un sueño, pero me dejo llevar.
Humedad, lengua y cosquillas en los labios.

—Gala…

La voz ronca de Marc me saca de este estado tan plácido en el que me


encuentro. Abro los ojos poco a poco y veo unos verdes muy cerca de los
míos. Sonríe y se tumba a mi lado sin dejarme mucho espacio.

—¿El de los besos eras tú?

—No, era el jardinero, pero no te preocupes, parecía un tío majo y sin


enfermedades.

—Idiota.

—¿Qué tal la siesta? —me pregunta, pasando su pulgar por la comisura de mi


boca. Joder, menudo despertar.

—¡Vaya! Mi intención era leer esto —digo, señalando los papeles que han
quedado desperdigados—. Pero estaba tan a gusto aquí, que me he quedado
frita.

—Deberíamos entrar y cambiarnos, creo que a las ocho nos vamos a ese
fiestón.

—No he traído nada para asistir a una fiesta de ese nivel.

—Ni yo, pero esto no deja de ser una fiesta en una isla, no creo que haya tanto
protocolo. Seguro que tienes algo en la maleta. Además, me da igual lo que te
pongas, porque yo solo quiero volver a tenerte desnuda para mí a la vuelta.
Gala, ayer terminaste de desatar a la bestia.

Sonrío por su confesión y me quedo en silencio porque Marc tiene ese don de
ponerme cara de idiota con sus palabras sucias. Todo lo caballero que es de
puertas para afuera lo pierde en la intimidad, y eso me gusta y me sorprende
muy gratamente.

Un vaquero pitillo, mi sujetador brallete de encaje negro y la americana


encima es mi outfit para el evento, junto con los únicos tacones que había
metido en mi maleta. Unos salones negros de ante, regalo de mi amiga, por
supuesto. No sé yo si es muy adecuado para una fiesta en un jardín, pero es
esto o ir con vestido y sandalias como si fuese a la playa.

«Sexi, sencillo y perfecto» son las palabras que me regala Marc al verme y
que, por cierto, pueden aplicarse también para él. Un pantalón vaquero negro y
una simple camisa blanca entallada, con las mangas remangadas, le dan ese
toque tan comestible… Vamos, que es jodidamente difícil resistirse a él.

Paloma y Alfredo nos presentan al anfitrión al llegar, Marcos de la Torre. Me


suena un montón su cara de verlo en las revistas; cuando se lo cuente a Zoe va
a flipar. La casa es espectacular, casi parece de cristal, cerca del acantilado y
con bajada privada a una cala muy pequeña. El jardín está lleno de antorchas y
de gente; bailarinas con bikinis de lentejuelas y bailarines sin camiseta con
pajarita. Un DJ pinchando encima de una especie de escenario, cerca de un
porche atestado de modelos. Camareros por todas partes. Canapés y botellas
de champán con bengalas. Hombres y mujeres como de típica serie americana;
seguro que la mayoría son guiris.

Marc y yo enseguida nos mimetizamos con el ambiente. Algo de picar y las


primeras copas, hemos decidido beber champagne, por eso de que es en
copas más pequeñas, aunque se sube a la cabeza igualmente. Al final, hemos
venido en dos coches porque Paloma no aguantará mucho en su estado, así que
uno de los dos tendrá que conducir de vuelta.

El DJ comienza con temas más tranquilos, con los que, de momento, oyes las
conversaciones; seguro que después le da más caña. A Marc y a mí no nos
motiva mucho este tipo de música, pero reconocemos que siempre hay algún
tema pegadizo que te entra por el oído y hasta tarareas. Bebemos, reímos y
disfrutamos del espectáculo.

—Nunca había estado en una fiesta así. ¿Y tú?


—Yo sí —musita, poniendo morritos.

—En Ibiza, ¿no?

—Sí. Muy trillado, ¿verdad? Eloy y yo conocimos a unas tías en una discoteca
y acabamos en un megafiestón en un chalet, pero te puedo asegurar que allí
todos estaban mucho más perjudicados y eran más mayores.

—¿Qué os llevaron de gancho para las maduritas?

—¿Me estás llamando «puto»?

—No, nada más lejos de la realidad. —Me río a carcajadas.

—Éramos jóvenes e inocentes—dice, estrujándome entre sus brazos.

—Sí, sobre todo inocentes—digo, mientras me suelto un poco de su agarre y


me siento al lado de Paloma en unos sillones enormes.

—Hacéis muy buena pareja —me dice con media sonrisa.

—Estoy muy a gusto con él, pero la palabra «pareja» no sé si…

—Tranquila, no quiero que pienses que te estoy presionando. Yo solo te digo


que estoy disfrutando de lo lindo viendo a Marc así por una chica,
normalmente siempre es al revés. Ya me entiendes —me dice, guiñando un
ojo.

La noche avanza deprisa, Paloma y Alfredo se despiden, ya de madrugada, y


nosotros decidimos quedarnos un rato más.

Bebemos, yo más; bailamos, yo más también; y nos magreamos un poquito,


total, la noche es cálida, el champagne corre por las copas y la fiesta se va
calentando por momentos. Los bailarines lo dan todo, el anfitrión está rodeado
de féminas y el resto de los invitados disfrutamos del espectáculo visual que
nos ofrecen unos y otros.

Contoneándome delante de Marc al ritmo de «Blue Lights», de Jorja Smith, me


pongo más tontorrona. La canción me gusta mucho y mi cuerpo se desinhibe.
—Creo que es hora de despedirnos del verano este día de octubre y largarnos
de aquí.

—¿Te han entrado las prisas, camino?

—Sí, porque si sigues pegando tu culo a mi polla te voy a tener que follar aquí
y ahora —me dice al oído, mordiendo mi lóbulo suavemente al final de la
frase.

—¿Es una amenaza? —pregunto burlona. Pero Marc no cae en la trampa.

Me carga como un saco de patatas y, con el sonido escandaloso de nuestras


carcajadas, salimos de la fiesta sin decir «adiós».
44
EL FARO Y SU LUZ

MARC

He bebido unas cuantas copas de champagne, pero voy bastante mejor que
Gala, así que, como al meternos en el coche (con el correspondiente calentón),
me ha dicho que quiere ver cómo sale el sol por última vez con esa voz
suplicante y esa carita de niña buena, he conducido hasta el Faro de la Mola,
donde dicen que se ven los mejores amaneceres. Yo también le he dicho a ella
muchas cosas que es mejor no reproducir, todas tenían que ver con hacérselo
de mil maneras distintas hasta agotarnos. Con otras palabras, ya me entendéis.
Menos mal que estábamos relativamente cerca, porque con un poco de trayecto
más se hubiera quedado dormida.

Gala se baja del coche, descalza, así que gran parte del camino hasta el faro la
llevo cargada en mi espalda, como si fuera una niña pequeña. Es tan menuda
que es un peso pluma para mí. Cada dos o tres pasos nos paramos. Nos
besamos, nos encendemos, incluso nos metemos mano como dos adolescentes.
Solo necesito abrirle un poco la chaqueta para tener libre acceso a sus peras.

—Ven, vamos a ponernos aquí. Está a punto de amanecer —digo, sentándome


lo más cerca posible del acantilado, apoyado en un tronco. Ella se coloca
entre mis piernas y pega su espalda en mi pecho, mirando hacia el mar.

—El faro del fin del mundo —grita, haciendo referencia a la descripción de
Julio Verne.

Nos reímos y la estrujo entre mis brazos.

La noche se aleja dando paso al sol que sale por el horizonte. Las vistas son
espectaculares, pero sin duda alguna, tener a Gala pegada a mí, relajada y
feliz, es la mejor sensación de este amanecer. Parece mentira que estemos así,
tal y como empezó nuestro viaje, ¿verdad?

—Marc, esto es precioso. Gracias por este viaje.


—No te sienta nada bien la bebida, loca. Me ha parecido que me estabas
dando las gracias.

—Imbécil —me insulta entre risas.

Permanecemos un rato callados, admirando el cambio de luz. Entre naranjas y


rojos, el sol va abriéndose paso en el cielo que lo recibe sin nubes.

—¿En qué piensas? —pregunto, cuando noto que Gala está perdida en sus
pensamientos.

—En todo y en nada. En la calma que me transmite el mar y en que esto se


acaba.

—Gala, necesito que sepas… —Pero no me da tiempo a decir más, porque


Gala se gira, poniéndose a horcajadas sobre mí, y me calla con un beso. Sí,
esa táctica mía que ahora emplea ella. Un beso largo y pausado. Un beso de
los infinitos, con baile lento de lenguas y absorción de sensaciones.

Simple. Intenso. Suplicante.

La conozco. Sé que no quiere escuchar lo que quiero decir. No quiere planes


de futuro, no quiere relaciones serias, no quiere algo que, según ella, ya tuvo y
salió mal. Tiene que entender que no siempre se tiene que repetir lo malo.

Ella quiere instantes, no vidas, y lo que no sabe es que yo ahora mismo le


daría la mía.

Quiero decir tanto y, lo peor de todo, sé que es mejor no decir nada.


Llamadme cobarde.

Gala se separa de mi boca para coger aire y comprobar que no voy a seguir
hablando. Me limito a enredar mis dedos en su pelo y volver a atraerla junto a
mí. Sus manos comienzan a desabrochar mi camisa y sus dedos rozan la piel
de mi pecho de manera suave, como si solo se deslizaran. Mis manos
descienden hasta el botón de su pantalón y, después de desabrochárselo,
avanzo con mis dedos hasta rozar su sexo. Sus pliegues, su piel. Ella me imita
y su mano ya está dentro de mi bóxer, sujetando mi erección. No dejamos de
besarnos, es como si nos estuviéramos bebiendo el uno al otro, sin tregua.

El momento es tan intenso que nos da igual que cada vez haya más luz, que
estemos en un lugar público o que cualquiera que pase pueda vernos a punto
de dar el siguiente paso. El problema es que no me quiero conformar con
correrme entre sus dedos. Quiero hundirme en ella, quiero tenerla debajo de
mí y llenarla.

—Gala, vámonos. Quiero mucho más que esto y, si sigues tocándome así, no
voy a poder parar.

—No pares. Házmelo aquí.

—Joder, podrían vernos. Ya es casi de día. —Dudo, pero la verdad es que me


pone muchísimo ver cómo está dispuesta a todo.

—Venga, Marc, por favor.

La levanto y le quito la chaqueta, extendiéndola en el suelo en una zona


rodeada de pequeños arbustos. Sin dejar de acariciarnos, le bajo los
pantalones y las braguitas. Gala me sonríe sin decir nada, como si hubiera
conseguido su objetivo, provocándome. Se tumba encima de la chaqueta y abre
las piernas para mí. Yo no me desnudo, libero solo mi polla y la cubro con mi
cuerpo.

—Voy a hacerte el amor —sentencio, cuando empiezo a hundirme en ella.

—Marc… —jadea mi nombre de manera entrecortada, pegando su boca a mi


oreja, no sé si como súplica o como protesta por mis palabras.

Entro y salgo de ella con un ritmo deliberadamente lento. Estamos casi a plena
luz del día, en un lugar muy visitado y en vez de echar un polvo rápido y
correrme enseguida para que nadie nos pueda ver, me deleito en cada
movimiento, disfrutando de todo lo que siento. Quiero hundirme en ella, una y
mil veces, me da igual si se para el mundo. Una embestida, dos, cinco. Nos
besamos. Nos sentimos. Mi pelvis chocando con la suya. Sus labios en mi
cuello. Mi boca en su oreja. Controlo mi cuerpo para no aplastarla contra el
terreno duro. Me encanta tenerla debajo, me encanta tenerla así. Cierra los
ojos y gime bajito, pronunciando mi nombre otra vez. Nuestros cuerpos chocan
esperando la explosión. Respiraciones trabajosas. Jadeos y susurros. Pura
magia.

—Voy a llenarte, loca. Córrete para mí.

—Ya casi estoy, no pares —me avisa.

Los jadeos suben unos decibelios y creo que estamos los dos a punto. Cuando
Gala me muerde el labio con fuerza y se contrae debajo de mi cuerpo, sé que
su orgasmo está llegando. Un par de embestidas más con el mismo ritmo y soy
yo el que comienza a vibrar por el rayo de placer que me atraviesa.
Inundándolo todo. Saciándolo todo.

—¡Hostias, Gala! Estamos locos —afirmo al salir de ella y dándole un beso


entre suspiros.

Me levanto y me abrocho el pantalón y la camisa. La ayudo a incorporarse y a


vestirse. Cuando cojo la chaqueta, veo que está manchada de tierra y abrazo a
Gala, que no ha sido capaz de articular palabra todavía. Una sonrisa tímida
asoma en sus labios.

Intenso. Demasiado intenso para los dos.

Nos miramos y puedo ver tantas dudas en sus ojos que me asusto. Sé que
volverá a guardar silencio, ignorando mis palabras, pero tengo que decírselo.

—Gala, te has convertido en mi luz.

—Marc, por favor, no sigas —me interrumpe.

—Ahora mismo eres mi puto faro, loca. No puedo ni quiero limitarme a


martes y jueves. Quiero mucho más.

Y después de mi declaración, solo escuchamos el sonido del mar.


45
HUIDA HACIA NINGUNA PARTE

Hemos dormido apenas cuatro horas. Estoy agotada. Y lo peor es que mi


cuerpo y mi mente están bloqueados por la falta de sueño y el exceso de
sensaciones.

Marc, Marc y su jodida magia tienen la culpa de que todo mi interior se haya
removido. No puedo, no puedo volver a empezar una relación porque he
dejado de creer en eso que se llama «amor». No puedo verlo todos los días,
comenzar una rutina con él, caer en la tentación de soñar con un futuro
juntos… porque eso ya lo hice y no salió bien. No necesito abrir mi corazón
ahora que lo había guardado bajo llave.

«Estoy bien así». «Estoy bien así».

Es lo que me repito como un dogma de fe.

Estamos a punto de aterrizar en Barcelona, y la mayor parte del trayecto lo he


hecho medio dormida o, al menos, intentando parecerlo. He pensado que lo
mejor para mí era digerir esta tormenta de sentimientos en silencio.

Después de que Marc y yo lo hayamos hecho a plena luz del día en el faro,
todo entre los dos se ha vuelto un poco intenso y… raro, para qué negarlo.

Volvimos a la habitación en silencio, uno de los incómodos, no de los otros.


Nos duchamos, cada uno por nuestro lado, y después nos metimos en la cama
para intentar descansar un par de horas. Nos hemos despedido de sus amigos
casi a mediodía y hemos comenzado el viaje de vuelta.

Marc ha insistido un par de veces en que le explique dónde está el problema.


Quiere saber por qué me niego a darle una oportunidad a lo nuestro; necesita
comprender por qué no podemos ser una pareja normal. Yo he esquivado sus
preguntas con excusas de lo más variopintas y subjetivas a la vez. No sé
explicarlo, soy imbécil, lo sé. Lo único que tengo, más o menos claro, es que
en mi interior florece la convicción de que no puedo volver a empezar algo tan
serio de nuevo.
Sexo, risas, cine, salidas…, hasta ahí todo perfecto. Atracción física y una
buena conexión mental, sin más implicaciones emocionales.

Ahora es Marc quien está dormido. Una azafata, que no ha parado de mirarlo
desde que se ha sentado en su asiento, viene amablemente para decirle que
tiene que poner el asiento recto; es hora de aterrizar. Él es un imán para las
chicas, lo sé y lo sabe. Si le digo que no quiero verlo más días, sé que no
tardará en encontrar a otra que sí quiera; probablemente la tal Verónica siga
loca por querer tirárselo. Hoy no me apetece imaginarlo con otras, para qué
voy a mentir, aunque suene ridículo. Después de haber pasado con él este fin
de semana tan intenso e íntimo, sé que una parte de mí se ha abierto a él, a
pesar de mis reticencias.

—¿Tanto he dormido? —pregunta, incorporándose.

—Un poco —contesto, desviando mi mirada de sus ojos. Marc me observa


con determinación, como si quisiera leer a través de los míos. Sé que no me
entiende y que no se va a dar por vencido.

—Gala… —Me coge de la mano para que lo mire otra vez—. No te estoy
pidiendo que vuelvas al altar, ni una noche de bodas, ni tan siquiera un felices
para siempre. Solo te pido algo más fácil que todo esto. Quiero verte todos los
días, a ser posible, sin reglas y sin restricciones. Me gusta estar contigo, joder.
Después de este fin de semana sé que quiero más.

—Marc, yo no…

—¡Joder, Gala! Hace mil años estuve colado por una chica y no salió bien;
desde entonces no lo he vuelto a intentar, pero no por cabezonería, como tú,
sino porque no había aparecido nadie con quien planteármelo. Pero has
llegado tú y te quiero a mi lado; te asusta, como a mí, pero es lo que siento.

—Lo mío no es cabezonería, Marc —digo mosqueada por sus palabras.

El piloto informa de que vamos a aterrizar.

—Pues entonces, dime, ¿por qué no quieres intentarlo? Porque no lo entiendo,


de verdad que no lo entiendo —insiste.
—Porque ahora solo necesito tener mi propio espacio y pensar en mí,
únicamente en mí.

—Está bien. Quizás el fin de semana ha sido muy intenso; te dejaré unos días,
pero después volveremos a hablar, lo necesito. ¿De acuerdo?

—Está bien.

—No pienso olvidarme de la meta, solo aumentaré el esfuerzo, Gala.

Y acto seguido pega su frente a la mía. Conteniéndose. Al separase veo que su


peca ha quedado escondida entre las arruguillas de su frente. Marc siempre
está guapo, pero un poco menos cuando se pone tan serio; lo prefiero riéndose.

La afirmación que acaba de hacer me contrae un poco las tripas. Yo también


siento algo por él; algo que cada vez se hace más intenso, más fuerte y menos
controlable. No piensa darse por vencido y una parte dentro de mí está dando
palmas por ello, pero la otra parte está acojonada.

Espero que estar alejada de él unos días me mantenga a una buena distancia
del peligro de volver a caer.

Avanzamos por la terminal hacia la puerta de salida y yo me voy fijando en


todo el gentío; familias, grupos de amigos, parejas…, en definitiva, mucho
trasiego. Marc va caminando a mi lado mientras enreda con su móvil. De
manera involuntaria, y casi como si tuviera un radar, desvío mi mirada a la
derecha y por el rabillo del ojo creo que acabo de ver a alguien conocido.

«¡Mierda!».

Marc continúa andando sin darse cuenta de que yo me he quedado paralizada


unos pasos por detrás de él. Observo, a unos metros de distancia, cómo
Álvaro posa sus manos en la barriga abultada de ella. Está mirándola con
devoción, mientras ella sonríe y entrelazan sus dedos para seguir andando. La
saliva se me queda atascada en la garganta y la respiración se me acelera. Mis
ojos sucumben a la neblina previa de las lágrimas que, por supuesto, contengo
a duras penas.
Qué patético. Sigue teniendo conmigo una puta propiedad a medias, pero no ha
sido capaz de decirme que va a ser padre.

Marc se gira al percatarse de que no voy a su lado y me ve completamente


bloqueada.

—Gala —me llama, pero yo ya no escucho—. Gala, estoy aquí —repite un


poco más alto.

Y entonces, todo se vuelve más caótico. Álvaro levanta su mirada hasta


encontrarse con la mía y, acto seguido, suelta su mano de la de ella, como si
quisiera acercarse a mí para decirme algo; no sé, no creo que sea el momento
de explicarse. Marc me mira sin entender nada, pero también se fija en ellos,
encogiéndose de hombros me pregunta de nuevo con la mirada. ¿Y yo qué
hago? Pues…, el imbécil otra vez. Empiezo a correr por la terminal como una
puta loca, saliendo a la calle en busca de oxígeno.

En la huida oigo voces, murmullos e incluso creo que a Marc siguiendo mis
pasos, pero mis pies solo zapatean y mi cabeza ya está muy lejos de allí.

—Rápido, vámonos —digo con la respiración entrecortada, cuando me subo


al coche de mi hermano. Agradezco que haya venido a buscarme puntual, como
siempre es él.

—¿Y Marc? Pensé que lo íbamos a llevar a casa ¡Vaya! Ya has conseguido que
esté harto de ti, ¿no? Si es que tres días contigo aburren a cualquiera.

—Él va en taxi—sentencio, pasándome las manos por el pelo y echando la


cabeza hacia atrás.

—Ya me contarás qué coño ha pasado.

—Y tú…, ¿tú ibas a contarme que Álvaro va a ser padre o pensabas esperar a
que me invitara al bautizo?

Sé que si Álvaro ha estado en Barcelona habrá estado en casa de sus padres.


Ellos, con total seguridad, habrán estado con los míos, y los míos, a posteriori,
con Xavi, como la mayoría de los domingos. Todos tenían que saberlo, os lo
aseguro. Todos, menos yo.

—Me he enterado hoy —dice mi hermano, mientras posa su mano en mi


rodilla. Y tú, ¿cómo te has enterado?

—Porque estaban en el puto aeropuerto, Xavi. Lo acabo de ver con mis


propios ojos.

El resto del trayecto hasta mi casa es rápido y silencioso. Cuando mi hermano


trata de decir algo me limito a mirar por la ventanilla y a subir el volumen la
radio. Como no puede aparcar, me deja cerca del portal, nos despedimos y
quedamos para comer mañana.

Ahora mismo solo me apetece llegar a mi casa y tirarme en mi cama. El móvil


no ha parado de sonar desde que salí huyendo del aeropuerto. Llamadas
perdidas de Marc, e incluso de Álvaro, muy fuerte. Lo he apagado en el
trayecto y no sé cuándo seré capaz de volver a encenderlo.

—Neni, ven aquí y cuéntamelo todo —me dice Zoe, saliendo a mi encuentro
como si hiciera siglos que no me ve.

Me abrazo a ella en la entrada, dejando mi maleta tirada a nuestros pies,


incapaz de dar un paso. Aspiro de nuevo el familiar olor de casa (ese Mikado
del salón de manzana y canela tiene la culpa), liberando al exhalar un poco de
tensión.

Ahora tampoco soy capaz de articular palabra y, sin poder evitarlo, las
lágrimas contenidas empiezan a brotar.
46
ROMPECORAZONES Y MATACUPIDOS

La semana está siendo rara; rara de cojones, como me ha dicho Zoe.


El domingo solo fui capaz de hacerme un ovillo en la cama, custodiada por mi
amiga, por supuesto, que no se separó de mí hasta el día siguiente, cuando nos
levantamos para ir a trabajar. Con ella a mi lado comencé a soltar todo lo que
llevaba dentro. La decepción por haber querido y confiado en una persona
como Álvaro, la sensación de haber perdido unos cuantos años de mi vida con
la compañía equivocada, la desilusión por las metas que un día imaginamos y
que nunca llegarán y todos los problemas que arrastro desde nuestra ruptura,
sobre todo económicos; sí, y también de confianza, lo sé. Entre sollozos y
suspiros reconocí que verlo allí con ella fue como la gota que colmó el vaso.
Fue como la última estocada antes del final en las pelis esas de caballeros.
Darme cuenta de que, a pesar de todos los años que estuvimos juntos, nunca
fuimos él y yo. Ni tan siquiera nos aproximamos. ¿Puede cambiar tanto una
persona en tan poco tiempo? ¿O simplemente es que nunca me mostró su
verdadero yo? DECEPCIÓN, así, en mayúsculas, es lo que sentí al
encontrármelo. Y no me malinterpretéis, no se trata de amor, no; eso hace
mucho que lo dejé de sentir por él. Se trata de un mínimo de empatía. Después
de tantos años compartiendo todo, de seguir teniendo lazos que nos unen
inevitablemente, no hubiera estado mal que mostrase un poco de valentía y
sinceridad y me hubiera dado él la noticia, ¿verdad?

El mismo domingo, Zoe tuvo que hablar con Marc. Mi teléfono estaba apagado
y él acabó llamando al de ella. Me hizo el favor de decirle que había llegado a
casa bien y que ya lo llamaría yo durante la semana.

El lunes, con la vuelta a la rutina y, además, con muchísimo trabajo pendiente,


no me dio tiempo a pensar en mucho más. Comí con mi hermano y lo convencí
para que me contara cosas suyas. Tampoco se trata de que siempre sea yo el
centro de atención. Su vida se rige por guardias en el hospital, algún que otro
caso grave que le preocupa y más guardias, con poco tiempo para él. Tiene
todas las papeletas para encontrar el amor entre batas blancas, con tantas
horas allí metido; fuera de esas cuatro paredes lo va a tener casi imposible,
así que le tiré un poco de la lengua para ver si tiene a alguien especial por allí,
pero no me dio mucha bola con el tema.

Por la noche, con una botella de vino, le conté a Zoe todo lo relacionado con
Marc. Parecía un puñetero libro abierto. El viaje, sus amigos, el regalo, la
isla, la fiesta, los amaneceres, sus palabras meditadas siempre, dejando su
huella en mí, hasta su proposición de querer más. Creo que le conté todo
esperando su bendición a mi actitud (esa de no querer avanzar más con él),
que por supuesto no llegó, sino todo lo contrario.

—Eres una puta rompecorazones, Gala —me recriminó.

—Soy precavida, nada más —me excusé.

—Y una mierda, eres imbécil. Además de una «matacupidos».

—Pero ¿qué dices?

—Digo que Cupido te puso a ese pedazo de jamelgo, alias gentleman, alias
sexo pan, en tu camino, nunca mejor dicho, y que además de follar bien y ser
guapo, quiere tener una relación contigo. ¡No me jodas, neni! No te das cuenta
de que eso ya es algo extraordinario. Mírate, ahora mismo tú comes más
bollería industrial que comida cocinada, eso echaría para atrás a cualquiera,
menos a él, claro.

—¡Serás capulla!

—Lo que tú digas, pero tengo razón. Y, entonces, vas tú y le dices que no. O
sea, que para una vez que acierta el tonto del Cupido de los cojones, le quitas
su propia flecha y te lo cargas, pasando de Marc.

—Flipo contigo, Peli. Estás tronada.

Después de descojonarme con su diatriba, intenté explicar mi punto de vista,


ese en el que repito que ahora quiero tiempo para mí, mi libertad y todo eso, y
que no necesito nada más serio, pero fue inútil. Ella, que su relación, o no
relación, es cualquier cosa menos romántica y acaramelada, me hablaba a mí
de cerrar las puertas al amor. ¡Hay que joderse! Para terminar la noche, me
obligó a ver con ella Top Gun por enésima vez y cantamos a pleno pulmón su
tema central; sí, el más moñas, «Take My Breath Away», de Berlin. Puritito
espectáculo.

El martes, mi jefe se empeñó en tenerme todo el día a su disposición en una


reunión eterna. Salí con un dolor de cabeza impresionante. Después de llegar a
casa y tomarme un ibuprofeno, decidí que tenía que conectar el teléfono. No
podía seguir estando escondida del mundo. Llamadas de Marc, de mis padres,
de Xavi, hasta de Adrián y, por supuesto, de Álvaro. Los mensajes no se
quedaban atrás, pero no tuve el suficiente valor para leerlos en un primer
momento. Zoe llegó bastante tarde y con cara de agotada también; cuando entró
en mi habitación le dije que ya había encendido el móvil, ella me aplaudió
como si hubiera vuelto a la vida, se acercó a darme un beso y me contó que va
a tener que viajar con su jefe la próxima semana, con todo lo que eso acarrea,
y después se fue a la cama.

Sola, reuní el valor suficiente para coger de nuevo el móvil. Los primeros
mensajes que leí fueron los de Marc.

«¿Eso no te da que pensar, tonta?», me recriminé a mí misma.

Los del domingo eran preguntándome si había llegado a casa y pidiéndome


que lo llamase lo antes posible. Después de hablar con Zoe, me había
mandado uno de «buenas noches». Los posteriores eran recordándome cosas
del viaje; las risas, las sensaciones, las caricias… Y en el último me decía:
«Recuerda que, aunque no estés, estás».

Puto Marc. Puto sabio. Qué forma tan sutil de recordarme nuestros días juntos,
de dejarme con las ganas de perderme de nuevo en su cuello, oler su perfume,
dejar que se meta en mí y después apoyar mi cabeza en su hombro antes de
dormir; de sentirme diminuta a su lado, pero a la vez importante.

Mis dedos se deslizaron por el teclado.

—Es martes, loca —contestó al primer tono, como si estuviese esperando mi


llamada.

—Lo sé, camino. Lo sé.


Yo suspiré y él se rio, consiguiendo que casi sintiera su aliento colarse por mi
oreja. Hablamos de nada en particular y me calmó escuchar su tono de voz
relajado pero no condescendiente. Quedamos en vernos a final de semana y
tratar lo importante en persona, no por teléfono.

Su «buenas noches, loca» consiguió erizarme la piel.

El miércoles, después de dormir mejor, me fui a trabajar, dispuesta a que nada


ni nadie me estropeasen el día. Tenía muy claro lo que iba a hacer y llamé a
Samu para pedirle un favor. Le conté un poco por encima cómo me había
enterado de todo y que había tomado una decisión, esta vez iba a ser firme.
Llamé a mis padres y se lo comuniqué; por primera vez en los últimos meses
me dijeron que estaban de acuerdo conmigo y yo me sentí más fuerte.

Y hoy, que ya es jueves, con las ideas aún más claras, estoy marcando el
teléfono de Álvaro. Después de meditar mucho, si lo mejor era mandarle un
mensaje o un mail más formal, como esos que nos hemos intercambiado los
últimos meses, he decidido que prefiero oír su voz y no por melancolía, sino
porque quiero escuchar cada palabra que tenga que decirme para que no pueda
esconderse detrás de una pantalla.

—Hola, Gala —responde con un tono de voz por debajo del suyo natural.

—Hola. —Sin darle tiempo a que sea él quien empiece la conservación, suelto
todo lo que ya tenía estudiado en mi cabeza—: He puesto el piso en venta en
una agencia inmobiliaria. Tienes toda la información del contrato y el anuncio
en tu email, te lo acabo de mandar. El precio es el de mercado y, si
conseguimos venderlo, creo que podremos cancelar la hipoteca…

—Me parece bien, creo que es lo mejor —interrumpe para darme el visto
bueno. No me lo puedo creer.

—Estoy dispuesta a rebajar un poco el precio si aparece un comprador


interesado. Espero que lo tengas claro. Me da igual perder algo de dinero, yo
solo quiero deshacerme de lo último que me une a ti. —Y creo que mis
palabras no suenan con desprecio, sino con convicción.

—Está bien. Espero que lo podamos resolver pronto.


—Y yo. Adiós, Álvaro.

—Gala, espera. Sé que me viste en el aeropuerto, pensaba llamarte para


solucionar lo del piso y contártelo.

—Claro, lo que pasa es que tú siempre has preferido que yo fuera la última en
enterarme de todo. Ya da igual, Álvaro, solo espero verte pronto en un notario
firmando la venta de tu puto capricho.

No le doy tiempo a réplica y cuelgo. Suelto un bufido porque me había


propuesto no mostrar ningún signo de ira ni de odio hacia él, pero no he
podido evitarlo. Ese piso de mierda fue su capricho y yo, como una imbécil
enamorada, se lo consentí.

Amar no es ceder; ahora lo tengo claro, antes no.


47
VIERNES LLUVIOSO

MARC

Por fin es viernes. Lo sé, es la típica frase manida que llena todas las historias
de Instagram y Facebook, pero es que he tenido una semana bastante caótica y
estoy contando los minutos para terminar un par de presupuestos pendientes y
esperar a que Gala venga a buscarme.

Sí, ha accedido a que nos veamos hoy para cenar y hablar un poco. Tal y como
nos despedimos, más bien, como no nos despedimos, yo también tenía serias
dudas sobre nuestro encuentro. He pensado que será mejor que vayamos a mi
casa porque estaremos más tranquilos y solos. Eloy se ha ido a pasar el fin de
semana con Elena a Madrid; me ha estado dando la paliza durante días con
algo sobre un musical que su novia está deseando ver y yo, en vez de prestarle
atención, solo pensaba en que voy a tener el piso entero para mí y para ella, si
la convencía para que fuese mi única compañía, claro.

No la he visto desde su estampida el domingo. Salí tras ella cuando la vi


derrumbarse en medio de aquel pasillo, rodeada de gente y a la vez tan sola.
Al principio, no entendí nada, pero en cuanto me fijé un poco en lo que
teníamos a nuestro alrededor, adiviné que había visto a su exmarido. Nunca me
ha hablado de él en profundidad, solo un poco de lo que ocurrió con su
relación; pero no había que ser muy listo para fijarse en un chico joven, con
buen aspecto, que estaba cogido de la mano de una chica embarazada y
mirando a Gala con determinación. Probablemente, ella no tenía ni idea de que
estaban esperando un bebé y en cierta medida puedo entender su sorpresa,
aunque no su reacción.

Traté de alcanzarla en vano. Había mucha gente y, cuando quise darme cuenta,
ya había desaparecido. Me quedé con cara de imbécil. Allí plantado con mi
maleta, mirando a mi alrededor, sin saber muy bien qué coño había pasado, y
sin ella. Llamé a su móvil, pero no sirvió de nada. Al final, tuve que
preguntarle a Zoe; lo único que me importaba es que hubiera llegado bien a
casa.
El viaje de vuelta ya fue bastante extraño. Sé que Gala se cerró en banda
cuando le hablé sobre lo que siento. La asusté. Sé que la puse entre la espada y
la pared, exigiéndole más que esos dos días a la semana que me ha dado hasta
ahora, pero necesitaba decírselo. Reconozco que tantos momentos intensos a
su lado, en la isla, me dieron la fuerza necesaria para planteárselo. Estoy
colgado por ella desde que la conocí y necesitaba decirle que ya no puedo
conformarme con lo poco que me da, ni con menos.

Gala había empezado a abrirse un poco más a mí, abandonando su coraza a


ratos, al menos, es lo que me pareció, aunque no del todo, como es evidente.

El lunes me limité a mandarle mensajes, solo quería que supiese que seguía
estando aquí, para ella. Le recordé muchos momentos divertidos del fin de
semana y también los especiales; quería tocar la tecla exacta para que no se
olvidara de lo bien que habíamos estado juntos. Después llamé a Adrián y lo
invité a cenar a mi casa. Mi amigo es muy facilón. Unos ravioli con setas y
unas cervezas fueron suficientes para tenerlo en mi cocina y contarle cómo me
siento. Eloy nos acompañó, por supuesto; pero él, en vez de escucharme, solo
se partió de risa, repitiendo, una y otra vez, que Gala me tenía cogido por las
pelotas y que llegados a ese punto haría conmigo cualquier cosa.

—Puto amor, que no sabes dónde aparece —se lamentaba Adrián.

Parecía que se estaba quejando más por él que por mí. Intenté volver a
advertirle sobre Zoe, pero me prohibió siquiera mencionarla.

—Te dije que no me dieras lecciones con Elena, que cuando tú cayeses te ibas
a comportar igual —me recriminó mi hermano.

—No te pases, que a mí Gala no me grita ni me manipula a su antojo —


contraataqué.

Antes de meternos en una discusión sin sentido, porque era imposible que nos
pusiéramos de acuerdo, Adrián abrió tres cervezas más y seguimos divagando
cada uno con nuestros pensamientos.

El martes conseguí hablar con ella por teléfono. Fue una conversación normal,
como si fuera un día cualquiera de los que nos vemos. No le pregunté sobre su
huida y simplemente dejé que ella hablara de cualquier cosa. Se disculpó antes
de colgar y yo intenté quitarle importancia haciendo bromas sobre lo en forma
que está para no pisar un gimnasio.

Sigo concentrado en la pantalla del ordenador, cuando entra Lorena a


despedirse.

—Me voy, ¿cierras tú?

—Sí, tranquila. ¿Ya es la hora?

—Sí, son más de las ocho.

—Está bien. Mañana ya te mando un mensaje, quizás no venga.

Lorena sale de mi despacho y compruebo el reloj de la pantalla del ordenador.


Me parece raro que Gala no haya llegado todavía, creo que me dijo que hoy
trabajaba solo hasta las cinco, así que pensé que llegaría antes de que
cerrásemos.

Cojo el móvil y le mando un wasap.

Marc
¿Ya te has arrepentido de concederme un viernes?

Mientras espero a que me conteste, aprovecho y sigo con el último


presupuesto pendiente; me imagino que no tardará en llegar.

Miro el móvil de vez en cuando, no hay respuesta. Termino y recojo mi


oficina. Ahora ya empiezo a preocuparme, son casi las nueve y podía haberme
dicho que llegaba tarde, ¿no? Cojo la cazadora y apago las luces, dispuesto a
salir a la calle mientras llamo a su móvil. Un tono, dos, tres… y salta el
contestador. No sé si irme a casa, llamar a Zoe, por si estuviera con ella, o
quedarme plantado en la acera esperando a que aparezca como un gilipollas. Y
encima está lloviendo.

Doy a la tecla de rellamada y vuelven a sonar los tonos. Uno, dos…, al tercero
contesta.
—Marc, soy Xavi. Mi hermana ha tenido un accidente esta tarde con la bici y
está en el hospital.

Noto cómo me cae la lluvia por la cara, pero estoy tan bloqueado que casi no
siento la humedad. En mitad de la acera, mi cabeza empieza a imaginar muchas
cosas y ninguna buena.

—¿Y cómo está? —Creo que, sin querer, me tiembla la voz.

—Fuera de peligro ahora, pero se ha llevado un buen golpe.

Paro al primer taxi que pasa y le digo a Xavi que me pase el número de
habitación y el hospital. Es viernes y llueve, el tráfico en la ciudad está denso
y los minutos se me hacen eternos. Joder. Hoy. En bicicleta. Y seguro que sin
casco. Me como mis propios pensamientos.

Llamo a la puerta de la habitación trescientos quince y no espero a que me den


paso. Estoy asustado y nervioso, solo quiero verla.

Xavi está a su lado, vestido con la bata blanca, por lo que deduzco que le ha
pillado trabajando. La tenue luz azul que sale de la pared solo me deja ver a
Gala, tumbada en la cama, con los ojos cerrados.

—Hola —saludo a Xavi con una voz casi inaudible, por si estuviera dormida.

—Pasa, se acaba de despertar. Los calmantes la han tenido grogui hasta ahora.

Me acerco a su lado y abre los ojos. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios al verme y a mí se me acelera un poco el corazón. Lo primero que veo
es un pequeño corte en la ceja, con algún punto. También tiene el brazo en
cabestrillo y una férula hasta la rodilla en su pierna derecha. La sábana le
cubre el resto del cuerpo. Me fijo en que tiene algún hematoma más.

—Menudo numerito que has montado para no verme un viernes, ¿no? —Trato
de parecer despreocupado, pero no sé si lo consigo.

—Idiota —me responde entre dientes, porque acabo de acercarme lo


suficiente para rozar sus labios. La beso de forma suave y contenida. Me da
igual que esté su hermano delante, solo necesito sentir su contacto. Gala emite
una especie de quejido y me aparto con miedo por si la lastimo.

—Lo siento —me disculpo—. No quiero hacerte daño.

—No, tranquilo, el quejido era de gusto, no de lamento —añade, mientras con


la mano izquierda me acerca a su boca de nuevo.

—Cuidado, Marc. Sigue algo drogada por la medicación, yo no me fiaría


mucho de sus palabras —me advierte Xavi.

Entre risas, la vuelvo a besar y en ese instante se abre la puerta del baño. Una
mujer morena, bastante menuda y con los mismos ojos chispeantes que Gala,
me hace un repaso rápido de arriba abajo, acercándose hasta la cama. Yo me
separo de Gala y me yergo; es evidente que estoy a punto de conocer a su
madre.
48
¿HAS VISTO LA LUZ?

—Con tu altura y su fisura en la costilla tendréis que prescindir del


misionero unos días —suelta mi madre, acercándose a nosotros.

—¡Joder, mamá! —maldigo entre dientes—. No empieces, por favor.

—No se preocupe, creo que seré capaz de innovar —responde Marc ante su
ataque, dejándonos a Xavi y a mí con la boca abierta.

—No entres en su juego, no ganarías nunca —susurro. Marc no conoce a mi


madre desatada, pero yo sí.

Mi hermano se despide porque tiene que ir a ver a un paciente y nos deja solos
con ella, creo que necesitaré otro calmante… rápido.

—¡Vaya! Guapo, sensual y con un toque descarado. Me gusta. Soy Laura, la


madre de Gala. Mejor me tuteas, por favor.

—Encantado. Yo soy Marc.

Mi madre le planta dos besos y veo cómo apoya su mano en el pecho de


camino, recreándose un par de segundos más de los necesarios.

—¿Y eres…? —pregunta mi madre, separándose de él.

Voy a protestar como una loca, pero estos dos parece que me ignoran y siguen
hablando.

—Soy menos de lo que me gustaría ser —sentencia él para dejarme a mí como


a una idiota y a mi madre con una sonrisa de oreja a oreja.

Sus palabras me han obligado a cerrar los ojos y a negar con la cabeza. Marc
sonríe; sí, con su sonrisa de soy irresistible para cualquiera, también para las
mayores de cincuenta. A mi madre ya la tiene en el bote y le ha costado menos
de cinco minutos. Al mover el cuello empiezo a marearme.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —me pregunta, al ver mi gesto.

—No, tranquilo. Solo me he mareado un poco.

—Me voy a la cafetería hasta que llegue tu padre. Te quedas en buenas manos,
nunca mejor dicho, porque las tiene preciosas —dice mi madre sin filtro,
guiñando un ojo a Marc que sonríe divertido.

—Mamá… —protesto, muerta de la vergüenza.

Cuando cierra la puerta, resoplo un par de veces.

—Me gusta tu madre.

—Claro, porque no la llevas sufriendo treinta y dos años.

—Será eso, entonces.

Me coge de la mano y me da otro beso, esta vez mucho más suave que el
anterior.

—¿Vas a contarme qué te ha pasado?

—La verdad es que hay cosas que no las tengo muy nítidas. Solo sé que estaba
volviendo a casa por el carril bici y que empezó a llover más fuerte. En el
semáforo, un coche frenó un poco más tarde y me rozó la rueda trasera. Me caí
a la calzada y del golpe no recuerdo mucho más hasta que me trajeron aquí.

—Joder, Gala. Dime que llevabas casco.

—No, ya sabes que no. Llevaba puesta la capucha de mi gabardina, muy mona
yo.

—Estás loca. Hoy ha llovido desde por la mañana, no sé cómo se te ha


ocurrido ir en bicicleta a trabajar—me espeta muy serio.

—Pues porque no tardo nada desde casa y así podía volver antes para ir a
verte. —Finjo, poniendo cara de pena.
—Ah, por supuesto, ahora me echas la culpa a mí, ¿no? —dice Marc,
curvando los labios. Creo que en mi estado no puede hacerse el duro como le
gustaría.

Me río al ver que resopla y me duele el costado. Tengo que parar porque es
como si me clavaran agujas.

La puerta de la habitación se abre y el torbellino de Zoe entra, arrasando con


todo.

—¡Nenita! —susurra, tapándose los ojos al verme así. Me coge la cara con
las manos y me besa en la frente, como una madre.

—Estoy bien—digo para tranquilizarla.

Marc se aparta un poco para dejar que me siga toqueteando. La mano, la


pierna, el pelo…

—¡Imbécil! No podías llevarte mi coche hoy, ¿no? ¡Qué estaba lloviendo,


joder! No. Tú tienes que ser Gala, la perroflauta de los cojones, que tiene que
ir en bici por Barcelona.

—Zoe, ¿te quieres tranquilizar? He dicho que estoy bien.

—¡Me ha dicho tu hermano que perdiste el conocimiento, coño! ¿No me digas


que has visto la luz? ¿Era blanca? ¿O multicolor como el arcoíris?

—No, idiota, no he visto la luz. Más bien lo he visto todo negro durante un
rato.

Y las dos nos reímos. Me llevo la mano izquierda a las costillas porque me
vuelve a doler. Mierda, pensé que sería más soportable. Marc se fija en mi
gesto otra vez y frunce el ceño.

Antes de que me sigan echando la bronca estos dos, la puerta se vuelve a abrir
y entran mis padres. ¡Vale, ya estamos todos! Zoe los besa, mi madre hace las
presentaciones y a mí me duele mucho más la cabeza. Me fijo en Marc, se le
ve muy cómodo hablando con mis padres y algo en mi interior se enciende.
«No, Gala, estás bajo los efectos de los tranquilizantes, no es un buen
momento para plantearse nada».

Un rato después regresa mi hermano, viene acompañado por una doctora, que
me imagino es la traumatóloga. Se quedan perplejos al ver a tanta gente.

—Menudo fiestón, ¿no? —dice, mirando a todos—. Deberíais salir, no podéis


estar todos aquí.

—Tranquilo —dice ella, poniéndole morritos—. Son tu familia, así que


haremos una excepción.

Y mi hermano le guiña un ojo como… ¿agradecimiento? ¡Vaya! Me parece ver


a la doctora Menéndez (que así nos la presenta) poniéndole ojitos de cordero
degollado. Si ya dije yo que era aquí o en ningún sitio. Es mona, no está mal;
un poco pálida para mi gusto, será que también vive aquí, como él. Luego
tendré que hacer con Zoe un análisis más exhaustivo…, del tipo: Equipo de
Investigación.

Comienza a relatar mi parte de lesiones en voz alta y todos escuchan con


atención. Me han colocado la clavícula, que se había salido con la caída,
obligándome a tener el brazo en cabestrillo unos días por precaución. Me han
puesto una férula hasta la rodilla para que tenga la pierna inmovilizada, tengo
un esguince bastante fuerte y así lo curaré mejor. También me he hecho una
pequeña fisura en una costilla en el lado derecho, que requiere mucho reposo y
tres puntos en la ceja por un pequeño corte. El TAC está bien; pero, como
perdí el conocimiento unos segundos, me tendrán en observación hasta el lunes
y, si todo está correcto, me darán el alta.

Voy a pasar un fin de semana de lo más divertido. Además de los próximos


días, que serán única y exclusivamente de reposo. En mi cabeza solo retumba
la dichosa palabra. REPOSO. REPOSO. REPOSO.

«¿Quién me mandaría a mí hoy ir en bici?», maldigo para mí. Será la mierda


esa del karma; me parece que nunca vamos a conseguir un equilibrio entre él y
yo.

La doctora sigue su ronda, no sin antes dar un ligero toque a mi hermano en el


brazo acompañado de una mega sonrisa. Yo observo la escena y permanezco
callada. La jauría que sigue en mi habitación empieza a organizarse con mi
cuerpo. Parece que se estén repartiendo mis pedacitos.

—Yo me quedo esta noche con ella —dice Zoe—, porque el domingo tengo
que irme de viaje y no estaré en toda la semana. No puedo cancelarlo.

—Yo también puedo quedarme, realmente es mi cita de esta noche, aunque el


lugar que ha elegido no sea el más romántico —dice Marc, levantando las
cejas un par de veces, al mirarme.

—He intentado que cambiaran el congreso, pero ya es imposible. Nuestro


avión sale mañana temprano —anuncia mi padre.

—Yo hoy tengo guardia y estaré por aquí. Esta noche es importante que no te
duermas para observar el efecto del golpe.

—Estoy bien, me puedo quedar sola, no quiero ser un incordio —me arranco a
hablar por fin.

Mi última palabra les hace a todos murmurar y pedirme que me calle. Me


encanta que entre todos me organicen la vida. Ironía activada.

—El lunes, cuando tenga el alta, necesitará a alguien que cuide de ella. Por lo
menos esta semana. Necesita reposo total y no puede estar sola.

Yo bufo porque me siento como un perrito abandonado. ¿A ver quién me


recoge? Zoe se va con su jefe, mis padres también se tienen que ir y Xavi está
más aquí que en su casa.

—Vete al congreso solo y yo me quedo con ella —dice mi madre.

—No. Eres ponente, mamá, y tenéis planeado este viaje desde hace meses. Me
las apañaré sola.

Otra vez oigo un murmullo general y a Marc levantar la voz por encima del
resto.

—Ven conmigo a casa. Puedo trabajar desde allí y yo cuidaré de ti.


—Marc, no puedo ir a tu casa, no creo que sea buena… —Pero no me dejan
terminar la frase.

Mi madre interviene la primera.

—Perfecto, entonces. Muchísimas gracias, Marc. Te lo agradecemos, de


verdad.

Zoe le besa y mi hermano le da una palmadita en la espalda. ¿En serio que


nadie va a dejarme hablar?

Entra una enfermera a tomarme la tensión y pone muy mala cara al verlos a
todos aquí. Al final se despiden rápido; mis padres, primero. Zoe me confirma
que se queda conmigo esta noche y que ahora se baja a comer algo a la
cafetería con mi hermano, que me lanza un beso desde la puerta, así que me
dejan a solas con Marc.

—Marc, no sé si es buena idea que me vaya a tu casa esta semana. No soy muy
buena enferma y no quiero ser una carga para ti.

—Tranquila, solo lo hago para redimir mi culpa —dice con sorna, y exagera
su actuación llevándose una mano al corazón.

—Hablo en serio, camino ¿Qué vas a hacer toda la semana conmigo?

—Cuidarte, Gala. Cuidarte. Soy de los que creen que un «te quiero» no vale
nada sin un «te cuido».

Me quedo sin palabras y él se inclina para besarme. Su lengua invade mi boca


lentamente, evitando rozar más piel de la necesaria para no lastimarme. Estoy
completamente perdida en las sensaciones. Cuando se separa unos centímetros
de mí, pasea su pulgar por mis labios, haciendo que vibre toda mi piel. Antes
de que lo retire del todo, le doy un pequeño mordisco en la yema.

Coge su cazadora y se va, prometiendo que volverá a primera hora de la


mañana para que Zoe pueda ir a descansar.

Jodido, Marc. Solo él es capaz de hablarme de amor, besarme como si fuera


frágil y añadir un gesto tan sumamente sensual con su dedo. Puta combinación
explosiva. Es su manera de dejarme claro que me quiere y me desea a partes
iguales. No puedo negar que me tiene calada y sabe que me gusta ese amor sin
edulcorar. Sí, he dicho «amor».

Y aquí me quedo, tumbada como una momia, sintiendo un revoltijo de dolor


por encima y por debajo de mis costillas.
49
HOGAR

MARC

Acabamos de llegar a casa y Gala prefiere quedarse en el sofá un rato. Dice


que si sigue tumbada más tiempo, como en el hospital, se va a volver loca.
Coloco un cojín encima de la mesa, delante del sofá, para que ponga la pierna
y suspira al acomodarse. Al final sigue con el brazo en cabestrillo y la pierna
inmovilizada hasta el viernes. No puede coger peso, ni doblar la rodilla, ni
posar el pie, ni hacer movimientos bruscos; así que la hemos tenido que traer
en una silla de ruedas. Está de bastante mal humor y además me doy cuenta de
que está nerviosa desde que ha salido del hospital. Conociéndola como la
conozco, sé que ahora mismo piensa que es una carga para mí. Mientras ella
enreda con el mando a distancia, buscando algo decente que ver, yo me voy a
mi habitación a deshacer su maleta. Zoe no le ha metido muchas cosas, solo lo
necesario para que esté cómoda y su neceser, que lo coloco en el baño.

Cuando regreso, me doy cuenta de que tiene la mirada perdida en la pantalla,


pero no ve nada.

—Gala, ¿tienes hambre? Son más de las tres y no has comido nada.

—No sé, no tengo apetito.

—Voy a preparar algo, no te muevas —digo con sorna para, por lo menos,
pincharla.

—¡Qué gracioso! —espeta sin reírse.

Hago un poco de pasta fresca con orégano y nueces. Y preparo dos platos en
dos bandejas. Está tomando antiinflamatorios, así que, en vez de vino, grito
desde la cocina si quiere agua u otra cosa.

—Tienes que comer o las pastillas te van a destrozar el estómago —digo,


mientras observo cómo da vueltas a la comida sin mucho espíritu.
—Vale…

Cuando terminamos y recojo todo, me siento a su lado en el sofá. El lado


izquierdo es el que salió ileso, así que apoyo mi cabeza suavemente en su
hombro. Oigo cómo suspira.

—Gala, deja de pensar. Solo quiero que estés bien. Sé que no es tu casa, pero
quiero que te sientas como si lo fuese. ¿Entendido?

—Es que me siento como una inútil. Y tengo que estar toda la semana aquí
tirada —protesta, tapándose los ojos con la mano—. Por cierto, ¿qué piensa
Eloy de todo esto?

—Nada, él volverá el miércoles de Madrid y ya me ha dicho que se quedará


en casa de Elena, aprovechando que no están sus padres.

Nos reímos de la situación, según Gala es muy raro ver a Eloy con alguien que
todavía vive con sus padres. Parece que consigo que esté algo más cómoda.
Sigue llevándose la mano al costado cuando se ríe, pero parece que le duele
algo menos.

El resto de la tarde la pasamos viendo una película en blanco y negro, de un


canal de los que solo emiten clásicas. Recibo un par de llamadas de Lorena,
para que le resuelva unas dudas y Gala habla un buen rato con Zoe, creo que
su jefe y ella están tratando más temas personales que de negocios en ese
viaje, y después habla con sus padres.

Antes de cenar, llega Xavi.

—Hola, ¿qué tal va la paciente? ¿Ya quieres asesinarla?

—No, pero no lo descarto todavía —contesto, y entramos juntos al salón.

—No estoy sorda, capullos —espeta, de mala gana.

—Uf, qué animada te veo —se mofa su hermano—. Esa es la actitud.

Gala le hace una peineta.


—Tengo que ir al baño.

—Joder, dime que no te has estado aguantando hasta que ha venido tu hermano
—digo ofendido.

—No, creo que no.

Resoplo y me voy a la cocina. Xavi la levanta del sofá y, apoyada en él, llegan
hasta el baño de mi habitación. Él vuelve a la cocina, dejándole un minuto de
intimidad.

—¿Te quedas a cenar con nosotros?

—No, voy a curar su herida y me marcho. Ven, y te digo cómo se hace porque
mañana no puedo venir.

Llamamos a la puerta antes de entrar y Gala nos da paso. Se ha puesto de pie y


está apoyada en el lavabo con su mano izquierda. Se ha quitado el pantalón de
chándal que tenía puesto y solo lleva la camiseta que le llega a medio muslo.
La pierna la tiene colgando para no apoyarla.

En la parte superior del muslo tiene un apósito tapando una herida. Le ha


supurado estos días y está tapada con una gasa.

—Joder, no me puedo creer que estéis aquí los dos, mirándome el culo —dice,
negando con la cabeza.

—Yo te lo tengo muy visto, hermanita —suelta Xavi, mientras destapa la


herida y la limpia.

—Yo también —añado, y su hermano se carcajea.

Me da las indicaciones para que mañana le cambie el apósito y se lo limpie.


Cree que pasado mañana ya será mejor dejárselo al aire. Gala protesta cuando
le da un poco de crema cicatrizante y se lo vuelve a tapar. Se apoya en mí para
llegar hasta la cocina, porque se empeña en que podemos cenar allí en vez de
en el salón, y despedimos a Xavi.

—Te he dejado unos cuantos manuscritos en la entrada. Me los ha dado tu jefe


cuando le he llevado la baja antes. No tienes por qué trabajar desde casa, lo
sabes, ¿no? —dice Xavi un poco molesto.

—Me vendrá bien para distraerme.

—Está bien. Mañana te llamo. Sé buena con Marc —apuntilla su hermano,


antes de salir por la puerta, y veo a Gala poner los ojos en blanco.

Cenamos y la ayudo a ir al baño otra vez. Se lava los dientes y antes de que
pueda volver a ayudarla, llega hasta la cama a la pata coja y se deja caer.

—Gala, joder. Estoy aquí para ayudarte —farfullo molesto.

—Tranquilo, solo son unos pasos.

Se acuesta y se pasa las manos por el pelo. Oigo cómo bufa, mientras se
coloca boca arriba. Yo me pongo el pijama, desnudándome delante de ella;
solo el pantalón porque por las noches siempre tengo calor y con ella en mi
cama tendré más. Me está mirando, aunque trata de disimular, y no puedo
ocultar mi sonrisa. Sé que no son las mejores circunstancias, pero me encanta
tenerla en mi casa y en mi cama.

—¿Qué te preocupa?

—Puedo decir que todo. ¿Me puedes acercar un manuscrito? Será mejor que
haga algo productivo.

—He pensado que puedo dormir en la habitación de Eloy. No quiero girarme


en mitad de la noche y hacerte daño.

—De eso nada, camino. No puedes traerme a tu casa, alimentarme y cuidarme,


dejarme verte desnudo y ahora marcharte. No me preguntes por qué, pero te
quiero cerca.

Me rio con sus palabras y abro mucho los ojos.

—Perdona, creo que el golpe en la cabeza te ha afectado. ¿Lo puedes repetir?

—¡Idiota!
Me inclino y la beso. Sus labios carnosos me reciben con ganas y tengo que
contenerme para no avanzar más. Me voy al baño, mequito las lentillas y me
pongo mis gafas de pasta. Cuando regreso a la habitación, le acerco el
manuscrito y yo cojo el libro que estoy leyendo. Me tumbo a su lado y me
concentro en la lectura, de lo contrario mi polla se saldrá de los pantalones.

Gala coge los papeles y parece que se concentra en ellos. Me mira de reojo e
intento no partirme el culo cuando pestañea. Está como un pez fuera de la
pecera. Sé que su postura no es la más cómoda, pero oigo cómo masculla algo
entre dientes.

—¿Murakami? ¿En serio, camino? No me creo que estés leyendo eso.

—Sí —digo, girándome de lado para mirarla.

—Joder —bufa—. Gafas de pasta, olor a colonia como si te acabaras de


duchar, pijama sin camiseta y el puñetero librito. Pareces salido de un puto
bestseller de romántica.

Me descojono mucho por su explicación, y con su mano libre me mete un


guantazo.

—Y deduzco por tus palabras que no te gusta, ¿o sí?

Gala pone los ojos en blanco y nuestros labios se encuentran. Acaricio con mi
pulgar la curvatura de su boca y suspiro. El beso cada vez se vuelve más
intenso y ahogamos una especie de gemido antes de separarnos para respirar.

—Sí, me gusta, Marc. Me gusta y también me asusta.

—No te asustes, loca. Déjame demostrarte que juntos no le dejamos espacio al


miedo.
50
LA CORAZA Y LOS SUEÑOS

Me despierto con Marc acariciando mi mejilla. A pesar de lo incómodo que


es dormir boca arriba, creo que he conseguido descansar. En el hospital no hay
quien duerma con ese trajín que se traen las enfermeras y los médicos, así que
necesitaba un poco de tranquilidad y por fin la he conseguido.

—Dormilona, tienes que tomar la pastilla.

—¿Sigo en el hospital? —pregunto al abrir los ojos—. No sabía que había


enfermeros tan atentos.

—No sabes lo atento que puedo llegar a ser, señorita Llorens —me insiste,
pegando su nariz a la mía y rozándome los labios descaradamente.

Sonrío y me incorporo. Veo que hay una bandeja en la mesita con el desayuno
y mi pastilla, no tengo ni idea de la hora que es. Marc sube la persiana y oigo
cómo la lluvia golpea con fuerza en el cristal. Echo un vistazo a mi móvil y
veo que son casi las once; no puedo creer que haya dormido tanto. Necesito ir
al baño.

Marc me ayuda a llegar y me deja sola. Me miro en el espejo y casi me asusto.


Aparte de la cara de sobada que tengo todavía, mi pelo es una maraña
grasienta y el corte de la ceja me hace parecer la mala de la clase. Necesitaría
meterme en la ducha, pero con lo de la pierna y el brazo es imposible. Tendré
que preguntar a Xavi si, al menos, lo del brazo me lo puedo quitar para
lavarme. Empiezo a agobiarme mucho, soy una auténtica inútil. Bufo más alto
de lo que pretendía y Marc me oye.

—¿Todo correcto?

—Joder…

—Voy a entrar —me amenaza.

—No hace falta —escupo. Pero la puerta se abre y aparece Marc, mirándome
a través del espejo—. Esto es una mierda. Doy asco.
—¡Eh! No seas boba.

Se coloca detrás de mí y me sujeta por las caderas. Ya me he lavado la cara,


pero el pelo me cae por la frente. Con mi mano izquierda soy incapaz de
peinarme. Cierro los ojos porque cada vez me siento más frustrada. Marc me
aparta el pelo hacia un lado y besa mi nuca. Como si hubiera oído mi
pensamiento, saca el cepillo de mi neceser y una goma para el pelo.

Me quedo callada mientras me peina; observo cómo se concentra en la tarea y,


al final, con mucho esfuerzo, consigue hacerme una coleta alta. Cuando
termina, me besa detrás de la oreja y mi piel se eriza con su contacto.

—Déjame cuidarte, Gala.

Y con sus palabras, pronunciadas cerca de mi oído, consigue que una parte de
la tensión que siento desaparezca.

Como cuidador resulta ser de lo más exigente. Me obliga a terminarme todo el


desayuno y a tomarme la pastilla sin perder un minuto. Cuando llaman a la
puerta, me amenaza para que no me mueva de la cama hasta que no vuelva él a
la habitación.

Como no puedo estar quieta, me levanto a echar un vistazo a la ropa que me


metió Zoe en la maleta que, por supuesto, Marc ha colocado en un lado de su
armario. He dormido con esta camiseta, pero no voy a estar en bragas todo el
día por casa. Maldigo entre dientes al ver que casi todo lo que me ha traído es
bastante incómodo para ponerme con la pierna y el brazo así. Al final,
encuentro una camisola de cuadritos blancos y negros, que suelo usar para
estar en casa. Es bastante más larga que una camiseta y me permite llevar
inmovilizado el brazo por debajo. Cuando estoy intentando sacarme la
camiseta por la cabeza con una sola mano, entra Marc.

—No te puedes estar quietecita, ¿no? —me dice mosqueado.

—Camino, puedo sola.

—Perfecto, me quedaré aquí, esperando a ver cómo te das de bruces —


sentencia.
Se sienta en el borde de la cama y observa como estoy a la pata coja, con la
camiseta a medio quitar y aguantando con la barbilla la camisola que me voy a
poner.

—¿Me ayudas, por favor? —digo, cuando estoy a punto de caerme al suelo.

—¡Ah!, pensé que podías sola.

—Marc…

Me quita la camiseta y observa mi cuerpo desnudo, besa los pequeños


hematomas que adornan todavía mi piel y yo vibro entera. Sus manos
descienden a mis costados, para sujetarme con más fuerza y se inclina para
besar mi boca. Su lengua no pide permiso, invade, y yo me tengo que sujetar a
su hombro para no caerme. Nos enredamos y perdemos la noción del tiempo,
sabe tan rico; sus labios, su olor, su tacto…, él. Cuando nuestras respiraciones
indican que tenemos que parar, Marc maldice.

—Joder, lo siento. Pero, cuando te tengo así de cerca, se me va la olla.

Y yo sonrío. ¡Vale! Os puedo confesar que es esa sonrisa de idiota; sí, no lo he


podido evitar. Con manos rápidas, me ayuda a ponerme la camisola y, apoyada
en él, voy hasta el salón. Me deja sentada en una butaca grande, tipo orejera,
que ayer no estaba aquí.

—¿Y esto?

—Lo han traído antes. Estaba en casa de mis padres y pensé que estarías más
cómoda. Mira, se saca esto para que puedas apoyar los pies.

—¿De casa de tus padres? ¿Y qué les has dicho? ¿Que ahora haces horas
extras, cuidando enfermos? Joder, habrán alucinado.

—No, a mi padre le he dicho que la chica que se chupaba los dedos, después
de comer los churros, ahora me chupa la po…

—¡Marc! —protesto para que no termine la frase—. ¡Qué vergüenza!

—Deja de preocuparte tanto, Gala. Solo descansa. Voy a ventilar la habitación


y a hacer la cama.

Se va a hacer esas tareas que son tan propias de Marc y yo me quedo pensando
en que le queda muy poquito al muro de mi coraza.

El resto del día lo paso leyendo y comiendo. Marc no deja que me salte ni una
comida. Ni tan siquiera la merienda, como si tuviera tres años. Parece que me
está cebando. Solo me levanto para ir al baño y a la cocina; me niego a que me
sirva en el salón. Al final la casa de Marc está resultando ser muy acogedora.
Las otras veces que había estado aquí me había parecido muy masculina,
también es que cuando he estado aquí el sexo lo nublaba todo, pero ahora
aprecio más los detalles. En el salón hay unas fotos increíbles de sus viajes y
un par de ellas más personales. Eloy y él de niños junto a sus padres; no me
había fijado, pero su madre es muy guapa. El sofá enorme en color gris
marengo es lo más grande de la estancia, pero como es de los que son bajitos
no da la sensación de mastodonte. Un par de mantas cálidas posadas encima le
dan ese toque de hogar. Aparte de un mueble bajo muy moderno, donde está la
tele, y las mesas, hay tres o cuatro objetos especiales esparcidos que le dan un
toque más sofisticado. Una planta al lado del ventanal, de las de hojas anchas
verdes, que aporta el toque natural y de color.

Poso el manuscrito en el que estoy inmersa y me siento con Marc en el sofá.


Está con su portátil en la mano; la verdad es que él tampoco ha parado de
trabajar.

—Estoy harta de letras —digo, quejándome de la dosis de lectura de hoy.

—Ven aquí —dice, pegándome más a su cuerpo. Huele jodidamente bien y se


ha duchado esta mañana. Creo que no he conocido a nadie que le dure tanto el
olor a limpio—. Mira lo que estoy preparando.

Abre una carpeta de su escritorio y aparecen fotos de sus padres, de cuando


eran jóvenes. Primero solos, y después ya juntos.

Mi móvil suena para interrumpir el momento. Es David, mi jefe. No me


pregunta ni cómo estoy, directamente me dice que cuando tendré terminados
los informes. Sus plazos son absurdos y quiere que se los entregue como muy
tarde el lunes. Son cuatro manuscritos y, aunque él no me ve, pongo cara de
cagarme en él y en toda su familia.

Marc escucha casi toda la conversación porque está muy pegado a mí. Cuando
termino, cuelgo con un falso «haré lo que pueda» y maldigo entre dientes un
«joder».

—¡Vaya idiota! Sabes que no tienes por qué trabajar estando así, ¿no?

—Ya, pero sabe que al final siempre cedo y hago más de lo que debería hacer.

Marc aprovecha para preguntarme sobre mis metas laborales, le hago un


resumen rápido de mis expectativas cuando entré en VR y de cómo después me
fui adaptando a mi trabajo al regresar de Madrid.

—Tú tienes mucha suerte. Ya has conseguido tu meta laboral —le digo,
mientras me acaricia la pierna con sus dedos. Es una sensación tan agradable
estar aquí con él, hablando sin esconderme, que me estremezco un poco.

—Tuve suerte al poder abrir mi agencia. No te lo voy a negar. ¿Y tus metas


ahora siguen siendo las mismas? Me refiero a lo de llegar a lo más alto en el
mundo editorial.

—Pues no lo sé. Cuando entré como becaria era mi único objetivo y cuando
me fui a Madrid estaba convencida de que llegaría lejos. Ahora, la verdad es
que ya no sé qué me haría feliz.

Marc me levanta la barbilla para que lo mire a los ojos. Su mirada a veces es
igual de transparente que sus palabras y, antes de que me diga nada, sé que
tocará la tecla exacta.

—¿Quieres saber lo que pienso yo?

—Claro —contesto expectante.

—Me parece que Sabina escribió que no hay nostalgia peor que añorar lo que
nunca, jamás, ocurrió y estoy completamente de acuerdo con él.

—Joder con Sabina —replico.


Marc se ríe y suaviza su tono conmigo, hablándome muy cerca.

—Necesitas creer y crear nuevas metas, desde aquí —dice, llevando su mano
a mi corazón—. Y me encantará estar a tu lado cuando las alcances.

En mi cabeza se empieza a reproducir la letra de «Day Dreaming», de Aretha


Franklin, y es como una revelación.

Día para soñar y estoy pensando en ti. En ti.

Mi mano libre se enreda en el pelo de su nuca y lo atraigo hacia mí. Devoro su


boca, con impaciencia. Lenguas, dientes, labios. La parte baja de mi vientre se
encoge, quiero más. Quiero llegar hasta el final.

—Gala, por favor, para. Para o no podré dejar de follarte hasta que te rompa.

—Hazlo —suplico jadeante.

—No, loca. Todavía, no.

Me separo de él todo lo que puedo y le pongo mala cara. Marc se limita a


colocar su erección en sus pantalones. Sé que necesito reposo, pero, joder, es
una tortura estar a su lado sin poder acabar enredados.

—¿Seguimos con las fotos? —me pregunta, escondiendo una sonrisa, entre
cruel y encantadora.

—Seguimos con las fotos —respondo resignada.


51
IRRESISTIBLE

Me he puesto tan pesada, diciendo que necesito bañarme, que Marc ha


llamado a mi hermano para saber si puedo quitarme un rato el cabestrillo del
brazo. Lo de la pierna tenemos claro que no se puede tocar, así que he pensado
en cubrirlo con una bolsa de basura para que no se moje.

Ya es miércoles y estoy deseando que llegue el viernes para volver al médico


y saber si puedo ir deshaciéndome de todo lo que llevo encima. El dolor de la
costilla ha remitido, pero solo un poco. Lo que más me agobia es tener el
brazo y la pierna inmovilizados.

Ayer, después de que Marc me enseñara el montaje que está preparando para
el aniversario de sus padres, de ahí todas esas fotos de ellos y del resto de la
familia, cenamos y vimos una película. Nos acostamos pronto, yo seguí
leyendo lo del curro, pese a que Marc me lo intentó prohibir un par de veces, y
él continuó con su libro. Después de darme un beso de «buenas noches» se
separó de mí lo máximo posible. Imponiendo toda la distancia que le permitía
el colchón. Me resigné a no notar su contacto y creo que sin querer oyó mis
lamentos cuando apagó la luz. Es tan bueno sentirlo cerca y me sienta tan bien,
que creo que ya no tengo escapatoria. Marc se está colando debajo de las mil
capas de protección con las que he estado cubierta el último año. No voy a
hablar de amor, que ya sabéis que me repele, pero lo que empiezo a sentir por
él se parece tanto a lo que quiero evitar… que me acojono.

—Me ha dicho Xavi que puedo quitártelo un rato. Voy a taparte la pierna
primero.

Camino cree que la bañera es un sitio peligroso para mi cuerpo, por lo que no
está muy convencido de mi petición. Después de una labor meticulosa de
ingeniería, creo que la bolsa ha quedado lo suficientemente hermética como
para que no me entre agua. Marc abre el grifo de la bañera y vierte un poco de
gel para que se haga espuma, todo empieza a oler a él. El baño de Marc es
muy grande, no sé si os lo había dicho. Tiene una bañera de esas blancas tan
modernas, con forma de trapecio, el grifo sale del suelo, no de la pared, y
además tiene una ducha entera acristalada. Se nota que todo ha costado una
pasta. Es como él, rezuma elegancia.

—Espera, que te ayudo. —Empieza a desabrocharme los botones de la


camisola y se detiene al ver mi pecho desnudo. Oigo cómo respira con más
profundidad y me muerdo el labio para evitar reírme.

Cuando me quita la banda que me cuelga del hombro, siento una liberación
enorme.

—¡Uf! ¡Qué alivio! Puedes irte, ya sigo yo —digo convencida.

—¡Claro! Y con una sola pierna entras en la bañera, teletransportándote, ¿no?


Además, puedes resbalar en cualquier momento y hacerte más daño, así que,
lo siento por ti, pero no pienso moverme de aquí.

Tiene razón y yo estoy lenta, de mente me refiero. No digo nada porque ya está
empezando a bajarme las braguitas rosas de sandías que me puse anoche. Me
mira a los ojos y esta vez no puedo evitar reírme. Marc me besa los labios y
niega con la cabeza.

—Con esta excusa del baño has conseguido que te desnude, Galita —me dice
con un tono un poco impertinente.

Mi diminutivo saliendo de su boca me provoca una especie de burbujas


interiores; sí, venga, otros lo llaman mariposas, ¿no?

—Ya ves, por lo menos has dado el primer paso. —Me burlo divertida.

—Agárrate a mi cuello.

Obedezco y, con sumo cuidado, me coge en brazos, sumergiéndome lentamente


en el agua caliente y apoyando mi pierna derecha en el borde para no mojarla.

Creo que todos mis músculos están aplaudiendo en este momento. ¡Qué
inmenso placer! Marc va al cajón del mueble del lavabo y saca una esponja
nueva para mí. Me la da y coge la alcachofa del grifo.

—Échate hacia adelante, con cuidado.


Me inclino un poco y abre el grifo para mojarme el pelo. El agua salpica un
poco, porque sale con mucha presión, y oigo cómo maldice. Después, se quita
la camiseta que se ha mojado y la tira al lado del lavabo. Regresa a mi lado
solo con el pantalón de chándal gris y tengo que hacer un esfuerzo muy grande
para no babear ante su imagen. El agua recorre mi cabeza y mi espalda de
nuevo; está a la temperatura perfecta y me reconforta. Sigo en silencio,
disfrutando de este momento tan íntimo con él. Cuando cierra el grifo de
nuevo, coge un bote de champú y se echa un poco en la mano. Ahora está
arrodillado detrás de mí y empieza a lavarme el pelo. El gemido de
satisfacción que emito al sentir sus dedos en mi cabeza retumba en todo el
baño. Puedo oír cómo se le acelera la respiración. Mientras él masajea mis
sienes y desciende lentamente hasta mi nuca, yo sigo pasándome la esponja
por el resto de mi erizada piel.

—Marc… —susurro, cuando sus dedos empiezan a masajearme los hombros y


parte de la espalda—. Métete conmigo.

—Joder, Gala, no me provoques. No quiero hacerte daño.

—Pues entonces, para —le digo frustrada.

Vuelve a abrir el grifo y me aclara el pelo. Coloca una toalla enrollada en el


borde para que apoye la cabeza y, cuando cierro los ojos, me besa la nariz.

—Dame la esponja y relájate.

Le hago caso y no abro los ojos. Noto cómo Marc cambia de posición y se
sienta en el borde de la bañera. Su mano me quita la esponja y la empieza a
guiar por mi cuello, con mucha suavidad. Después me la pasa por los hombros
y desciende poco a poco hasta mi pecho. Gimo, conteniendo un millón de
ganas. Él suspira. Comienza haciendo círculos con ella alrededor de mis
pechos y entonces empiezo a tragar con dificultad.

El vértice de mis piernas anhela más y estoy segura de que él lo siente. Con
las yemas de sus dedos roza ligeramente mis pezones, que se ponen duros; no
quiero mirar, solo sentir. Mi corazón bombea más rápido. Estoy excitada, muy
excitada.
—Joder, loca, eres mi puta tentación.

Ahora abro los ojos y lo miro estupefacta; me gusta que pierda los modales,
me gusta que me quiera traspasar en todos los sentidos, me gusta que sus ojos
desprendan deseo, me gusta quemarme con él.

—Cierra los ojos otra vez —me ordena autoritario.

Y yo obedezco, porque su mano ha llegado a mi epicentro y empieza a


masturbarme con la misma devoción que me ha mirado hace unos segundos.

Sus largos dedos se pasean por mis pliegues, mezclando el agua de la bañera
con mi humedad, abriéndome cada vez más. Jadeo con cada uno de sus
movimientos suaves y lentos. Delicadamente, mete un dedo, luego dos. Quiero
arquear la espalda, quiero recibir todas sus atenciones, pero me quedo quieta.
Sus dedos entran y salen de mí, jugando en mi interior para que se arremolinen
un millón de sensaciones en mis entrañas. Intento no moverme demasiado
mientras jadeo. Oigo como cada vez respira con más dificultad, pero no deja
de tocarme. Siento la presión, siento el calor, lo siento a él.

—Me encanta ver cómo te corres, loca. Estás preciosa cuando llegas al límite.

—Camino… —protesto para que deje de mirarme. Yo soy incapaz de abrir los
ojos ahora mismo. Creo que la intimidad que hay en el baño me ha dejado
ciega.

—Ssshhh… Solo disfruta.

Marc hace círculos sobre mi clítoris, presionando lo suficiente, para que


estalle en mil pedazos; cuando nota que estoy a punto, me folla con los dedos.
Fuerte, profundo, llenándome sin piedad. Y yo intentando no moverme más de
lo necesario, me dejo llevar, absorbiendo cada descarga eléctrica que me
produce.

Marc se inclina y me besa, agarrándome de la nuca y mordiéndome los labios,


con ímpetu. Así consigue ahogar el grito que estaba a punto de salir de mi
boca.
—¡Hostia puta, Gala! Consigues que vuele contigo y ni tan siquiera me has
tocado.

El escalofrío que siento a continuación pone en alerta a Marc; no es de frío,


pero no se lo digo.

—Vamos, tienes que salir de ahí, que el agua se está quedando helada.

Me coge en brazos y me aferro a su cuello, quiero hundir mi nariz en él y que


él se hunda en mí. Cuando me deja en el suelo, al lado del lavabo, me seca
rápidamente con una toalla. Una carcajada brota de mis labios cuando me fijo
en su pantalón. La erección es más que considerable y además tiene unas
pequeñas gotas en la parte delantera que lo delatan.

—Camino, tendré que remediar ese mal, ¿no?

—¡Mierda! —bufa—. No, tú ahora te vas a quedar quietecita en el salón y yo


me ducharé solo. Con agua fría, muy fría —gruñe otra vez.

Cumple su palabra y después de inmovilizarme el brazo de nuevo y ayudarme


a vestirme, me lleva al salón. Se marcha hablando entre dientes mientras
vuelve al baño, solo consigo oír algo así como «irresistible», «jodidamente
irresistible».

Me río y me ruborizo. Lo que ha pasado en ese baño ha sido más íntimo y más
sensual que muchos polvos que he echado en esta vida.

Me encantaría levantarme y mirar por un agujerito a Marc duchándose ahora,


pero creo que ya he tensado la cuerda bastante por hoy.

Después nos enfrascamos en temas laborales la mayor parte del día hasta bien
entrada la tarde; creo que ambos necesitamos concentrarnos en otra cosa que
no seamos nosotros dos… desnudos.

Marc se va un rato a la cocina. Al final ha avisado a los chicos de que pueden


venir a cenar hoy. Eloy ya dijo que se pasaría a buscar un par de cosas, así que
me imagino que también se quedará con nosotros. Me siento un poco culpable
por haberlo echado de su propia casa, espero que no esté enfadado conmigo.
Mi hermano ha hablado con Marc antes, así que creo que también viene. Solo
me falta Zoe, así que aprovecho este ratito para llamarla.

Suenan más de cuatro tonos y no me lo coge. Decido mandarle un wasap.

Gala
Peli, hoy hay cena en casa de Marc,
te echaré de menos, a ti y al vino,
porque seguro que mi hermano y camino no me dejan ni olerlo.

No tarda mucho en contestar.

Peli
Estoy en mitad de una reunión muy aburrida.
Una pena lo tuyo con el vino, yo pienso beberme
la botella de champagne de la habitación
mientras cae en cascada por la polla de Gerard.

Gala
Zorra, no tenías necesidad de ser tan gráfica.
Sabes que esa seudo luna de miel se acaba
el viernes, ¿verdad?

Peli
Sí, capulla. Pero seguro que me recuerda
durante todo su puto fin de semana.

Gala
Está bien, el viernes ya le pegamos
al vino juntas. Besos guarros.

Peli
Besos guarros.
Huele tan bien lo que sea que esté cocinando Marc, que me levanto y voy
hasta la cocina a la pata coja. Me riñe, evidentemente, y yo protesto por su
excesiva protección; menos mal que llega su hermano para interrumpirnos.

—¿Qué tal parejita? —pregunta al vernos medio enfrascados en una discusión.

—Genial —decimos los dos, falsamente. Aunque las carcajadas se nos


escapan.

Elena aparece por detrás y nos saluda. Marc hace una mueca y yo arqueo las
cejas. Quizás pensó que no vendría.

Dejamos al cocinero solo y nos vamos al salón. Me disculpo con Eloy por
haberme colado en su casa y, sin que yo se lo pida, me dice que realmente esta
casa es de Marc y que él solo se acopló para no tener que seguir viviendo con
sus padres. Me hace gracia que Marc nunca haya mencionado que su hermano
está de okupa.

Adrián llega con Carol, que acaban de salir del cine, y ayudan a su amigo a
poner la mesa. Yo sigo sentada en el sillón como una inútil. El último en
llamar al timbre, y ya casi con la cena servida, es mi hermano; lo cojonudo es
que aparece con la doctora Menéndez, como si fuera lo más normal del mundo,
y yo me quedo con cara de idiota. Marc los saluda tan pancho. Seguro que él
lo sabía, ¡hay que joderse!

—¿Qué tal estás, Gala? —me pregunta ella, acercándose.

—Sorprendida. Bastante sorprendida.

La doctora abre mucho los ojos y saca a relucir una tímida sonrisa. Mi
hermano y Marc vienen enseguida a rescatarla.

—Gala, no seas borde —me recrimina mi hermano, para que no me ponga


tiquismiquis con él.

—No se lo tengáis en cuenta, creo que se lo he dicho esta mañana en el baño,


pero no me habrá prestado atención, estaba completamente ida —replica
Marc, dejándome con las ganas de meterle un guantazo.
Menudo capullo, sabe perfectamente que no me ha dicho nada y encima me
recuerda el episodio del baño para que ahora mi mente reviva ese momento de
placer. «Esta te la guardo, camino».

Les digo que estoy mejor, pero que me muero de ganas de que llegue el viernes
y volver a ser persona. Los dos se ríen y el ambiente se relaja.

Marc ha hecho cena mexicana; burritos, fajitas, guacamole, nachos con queso.
Está todo buenísimo y casi de uno en uno alabamos al cocinero. Incluida yo,
aunque no se me ha olvidado que mi hermano y él empiezan a hablar a mis
espaldas, ocultándome información.

Se van pronto, porque todos trabajan mañana, excepto Eloy y Elena, que se
quedan a ayudar a Marc a recoger.

Mientras estoy en el baño, lavándome los dientes, recibo un montón de


wasaps. Voy hasta la mesita donde está mi móvil, pensando que son de la Peli,
pero son de Samuel. Cuando estuve en el hospital me llamó para preguntarme
qué tal estaba y yo lo puse al día sobre mi accidente.

Rockstar
Mañana voy a estar en Barcelona
y quiero verte. Tengo una sorpresa para ti.
Te va a encantar.

Gala
Estoy en casa de Marc. Mañana ya te digo algo.

Rockstar
¿Y eso?

Gala
Una larga historia. Mañana hablamos.
Joder. Me apetece ver a Samu, pero no es mi casa y no sé cómo se tomará
Marc que venga él aquí y pase un rato conmigo. ¡Sorpresa! Joder, la que no
paro de sorprenderme soy yo hoy.

—¡Mierda! —gruñe Marc, entrando en la habitación y quitándose la ropa a


trompicones.

—¿Qué pasa?

—Mi hermano acaba de decirme que se va a vivir con Elena la semana que
viene y que antes del próximo verano habrá boda.

—¡¿Qué dices?! —digo sorprendida.

Observo como a Marc no le ha sentado muy bien la noticia, porque deja toda
la ropa desperdigada y eso no va con él. Sé que piensa que Elena anula la
personalidad de su hermano, pero él es mayorcito y ha tomado su decisión,
puede que acertada o no, eso solo el tiempo lo dirá.

Cuando se mete en la cama me besa antes de apagar la luz. Sé que ahora


mismo está masticando la noticia, así que me olvido de mencionarle el
mensaje de Samuel.

Será mejor que se lo diga mañana.


52
LLAMANDO A TU PUERTA

MARC

Me he levantado con muy buen humor, teniendo en cuenta cómo me acosté


anoche. Después de darle muchas vueltas me he dado cuenta de que Eloy es
mayorcito para tomar sus propias decisiones. Si al final se da la hostia, como
creo que se la dará, estaré aquí para apoyarlo, mientras tanto, he decidido que
no voy a ser yo quien intente abrirle los ojos, porque tal y como está ahora
mismo de encoñado con Elena, es una tarea inútil.

Sí, sé lo que estáis pensando, que yo estoy igual de colgado por Gala, lo que
pasa es que lo mío es distinto. Gala no me cambia, sino que me completa.

Ella sin darse cuenta está sacando lo mejor de mí. O al menos una parte que
hacía tiempo tenía olvidada. Durante los últimos años me ha bastado con tener
relaciones intermitentes con sexo esporádico, pero no me malinterpretéis, no
es que fuera el típico que cuando la cosa se ponía seria huía como un gañán,
sino que no había encontrado a nadie especial con quien compartir mi tiempo.
Adrián, Eloy, mi trabajo y los viajes han colmado mis días durante estos años.
Pero ahora ha aparecido Gala. Ella, con su cuerpo menudo, sus costados
delgados, su carácter fuerte, su independencia llevada al extremo, su risa
contagiosa, su concentración cuando lee, su alergia a las relaciones y su
coraza. Ella y todas sus circunstancias.

Y de repente quiero compartir con ella cada segundo de mi vida, así, sin más
explicaciones.

Mi madre ha alucinado un poco cuando le he preguntado antes por su famosa


receta para hacer tortitas. Me ha intentado sacar toda la información posible y
ha sido muy gracioso escuchar a mi padre por detrás chuleándose con eso de
que él ya conoce a mi invitada.

Tengo la mezcla preparada y estoy fundiendo chocolate para acompañarlas. Ya


me estoy imaginando a Gala cuando se levante a desayunar y vea todo este
despliegue.

Conecto el iPod y empiezo a canturrear «Nubes de papel», una canción de


DePedro e Izal, que me gusta mucho y me carga las pilas.

—Mira, soy más de lo que crees, estoy llamando a tu puerta, esa que nunca
está abierta, esa que voy a romper…

—Buenos días, camino. Qué contento te has levantado, ¿no? —me pregunta
Gala, desde el quicio de la puerta de la cocina. Tiene el móvil en la mano y
me sonríe con descaro.

—Pues sí. Espero que no hayas grabado mi actuación —digo con sorna.

No sé si mi vozarrón la habrá despertado, solo espero que no lleve mucho rato


observándome, porque me he metido tanto en el papel y la letra es tan
adecuada para nosotros, que puede parecer que se la estoy cantando a ella.

—Ven a desayunar y deja de andar por casa a la pata coja —la regaño.

Me acerco a ella para que se apoye en mí. Se sienta a la mesa y empieza a


salivar por el olor a chocolate.

—Camino, ¿en serio has hecho tortitas con chocolate?

—Sí, y con la receta secreta de mi madre, así que las quejas a ella.

—Tal y como huele creo que muy mal las has tenido que hacer para que me
queje.

Sirvo el desayuno para los dos y disfruto viendo a Gala chuparse los dedos;
sí, literal. Tengo que hacer un esfuerzo muy grande para no llevarla a la cama y
acabar enredado entre sus piernas. Está preciosa, con el pelo recogido en un
moño despeinado y con restos de chocolate en la comisura de su boca.

—¿Ya has asimilado la noticia de Eloy?

—Creo que sí. Al menos, he decidido no dar muchas vueltas al tema.


—Ya verás como vas a estar encantado. Después te traerán unos sobrinitos,
rubios y canijos como Elena. Tocarán y desordenarán todas tus cosas, será
divertidísimo —dice, haciéndome burla.

—¡Qué graciosita te has despertado! —digo, levantándome de mi silla para


sentarme en la que está a su vera. Empiezo a morderle la boca, evitando que se
carcajee más de mí.

—¿No te gustan los niños, camino? —me pregunta, cuando me separo de ella
lo suficiente.

—Los míos seguro que sí —contesto sin dudar. Es la primera vez que Gala
toca un tema tan personal. Me gusta que poco a poco se vaya abriendo más
conmigo—. ¿Y a ti te gustan? Me fijé en cómo mirabas la barriga de Paloma y
después cómo te sorprendiste al ver a tu ex en el aeropuerto. ¿Tú quieres tener
niños, loca?

Gala se encoge de hombros. Es como si hubiera tocado un tema sensible.

—Quizás sí, o antes sí y ahora ya no sé. No me líes, camino. He preguntado yo


primero —refunfuña, y me aparta un poco con el brazo. Yo agarro su nuca e
invado su boca otra vez.

El momento intenso lo interrumpe su móvil sonando. Es Samuel, pero Gala


rechaza la llamada y se centra en mis besos. Con mi dedo índice cojo un poco
de chocolate que aún queda en su plato y se lo unto en la nariz. Después se lo
lamo despacio, provocándole más carcajadas.

—¡Serás guarro!

El móvil vuelve a sonar y Gala se revuelve en el sitio.

—Puedes contestar, si quieres.

—En realidad hay algo que quería comentarte. Samuel está en Barcelona hoy y
me ha preguntado si puede venir a verme.

Intento poner una medio sonrisa que no me llega a los ojos. Joder. ¿Aquí? ¿A
mi casa? Y mientras, ¿yo qué hago? ¿Les preparo la merienda? Vaya, al final la
canción de antes lo está clavando.

Amores que esconden problemas que vienen a merendar…

—Me vendrá bien pasarme por la oficina esta tarde. Me ha dicho Lorena que
hay varias cosas que tengo que firmar. Así que os dejaré solos.

—Marc, no hace falta que te marches de tu casa. Él solo quiere verme por lo
del accidente y charlar un rato.

—No, tranquila. De verdad que necesito pasar por la agencia.

—Muchas gracias —me responde complacida.

No sé si mis palabras han resultado convincentes, pero la excusa me ha salido


sola. Seguro que al final es verdad que tengo algo pendiente. Me levanto a
recoger todo, mientras ella llama a Samuel. Oigo algo sobre las siete y decido
desconectar mi mente unos minutos. Me jode mucho tener que recibirlo en mi
casa y más dejarlos a solas, seré idiota, cavernícola o lo que me queráis
llamar, pero él se muere por sus huesos y yo no me chupo el dedo. Antes de
continuar comiéndome la cabeza, me voy a duchar.

Intento no estar muy raro el resto del día. Adelanto trabajo en el ordenador y
sigo preparando la sorpresa de mis padres. Y ella sigue enfrascada en sus
manuscritos, sin perder la concentración.

Ahora estoy dando vueltas como un perro con pulgas, esperando que suene el
puto timbre en mi propia casa. Acojonante. Gala me observa, pero no dice
nada. Por lo menos se ha quitado la camiseta con la que ha dormido todos los
días y se ha puesto un pijama de pantalón corto y chaqueta. Hasta con una bata
de flores horteras seguiría estando sexi.

He avisado a los chicos de que después necesito tomar unas cervezas. Les ha
parecido muy raro que deje mi trabajo de enfermero durante unas horas, pero
les he dicho que ya se lo explicaré.

—Puedes irte ya. Estará a punto de llegar.

—No, espero a que venga para abrir. Prefiero que no te levantes.


Gala guarda silencio otra vez. No lo voy a decir, pero hay cierta tensión en el
ambiente.

El timbre de la puerta suena y resoplo un par de veces antes de ir a abrir.

—Hola —digo, apartándome para que Samuel entre.

Lleva puesto el traje, así que deduzco que viene directo del trabajo. Es más
bajo que yo, pero está más cachas, como mi hermano. Me dice un «hola»
bastante cordial y lo guío hasta el salón. Yo no paso con él y voy a mi
habitación a por mis cosas, prefiero no ver su primer contacto.

Oigo sus saludos de fondo y cómo Gala se ríe por algo que él ha dicho. El
estómago me da un vuelco y sé que necesito salir de aquí.

Cojo todo y entro en el salón a despedirme. Están sentados en el sofá, muy


pegados para mi gusto. Y él tiene posada la mano en su rodilla. Me dan ganas
de pegarle un manotazo y quitársela. «Ese trozo de piel lo caliento yo, idiota».

—Bueno, me voy —digo, interrumpiendo lo que fuera que estuvieran


hablando.

Sin pensarlo mucho o más bien todo lo contrario, me acerco a Gala, me inclino
y con el capullo de su amigo a escasos centímetros de nosotros, la beso.
Invado su boca, cogiéndola por sorpresa. No se aparta, pero noto que su
cuerpo está en tensión. Con un pequeño mordisco en su labio inferior, le
susurro un «te veo luego, loca» y me separo de ella.

Gala se queda sin palabras y a juzgar por cómo ha abierto los ojos al mirarme,
un poco mosqueada.

Samuel aparta la mirada de nosotros y noto un ligero cabeceo de negación.

No me doy la vuelta. No quiero. No puedo. Salgo con paso decidido y cuando


por fin cierro la puerta de mi casa mastico mi reacción.

Como creo que dijo Woody Allen: «Las cosas no se dicen, se hacen, porque al
hacerlas, se dicen solas».
53
LA PROPUESTA

—¿Qué coño ha sido eso? —me pregunta Samuel con los ojos como platos
—. ¡Menuda meadita te acaba de echar, nena!

—Samuel, es su casa. Tampoco ha sido para tanto. Tienes que entenderlo.

—¿Entenderlo? Acaba de marcar su territorio como un perro en mis narices y


tú no has dicho ni mu. ¿Por qué estás aquí?

Le explico a Samuel que ni Zoe ni mis padres han estado esta semana y que
Marc se ofreció a cuidarme. Le cuento que no me ha dejado sola ni un minuto y
que me ha cuidado mejor que las enfermeras del hospital. Él hace un gesto de
asombro, como si no se lo creyera.

Samuel y Marc se han cruzado en la puerta, se han dicho un «hola» bastante


forzado y camino, antes de marcharse, ha venido a darme un beso un poco
posesivo. Me he quedado un poco bloqueada porque Samuel estaba pegado a
mí, incluso creo que tenía su mano posada en mi rodilla. Conozco a Marc lo
suficiente como para saber que ha sido su orgullo el que ha hablado por él. Es
su casa y ha accedido a que Samuel venga a visitarme, incluso ha preferido
dejarnos solos, pero no es tonto y sabe que Samuel y yo somos amigos y que
además tuvimos algo. No me ha ofendido su beso, más bien me ha
sorprendido. Solo ha querido demostrar que aunque se haya ido a la agencia,
parte de él se queda aquí, conmigo.

He visto cómo me miraba cuando me he quitado la camiseta y me he puesto el


pijama de dos piezas que llevo. Sé que su cabeza estaba dando vueltas al
hecho de que Samuel y yo nos íbamos a quedar a solas. Hace tiempo dijimos
que no nos enrollaríamos con terceras personas mientras estuviéramos juntos,
así que confío en que no dude de mi palabra.

—Al principio pensé que me agobiaría, pero la verdad es que he estado muy a
gusto con él —confieso a Samuel en voz alta.

—¡Vaya! La Gala que yo conocía pasaba de los cuidados de los tíos y de todo
lo que tuviera que ver con formalizar una relación. El accidente te ha debido
de afectar a la cabeza.

—¡No exageres! No creo que haya firmado nada.

—Joder, espero que no, pero no sé qué hubiera pasado si no llego a venir.

—¡Venga, cuéntame esa sorpresa!

Samuel se ríe por mi cambio de tercio y por mi impaciencia. Me da la mano y


yo la acepto. Viene con el traje y con el pelo ya revuelto, a estas horas sé que
está deseando despojarse del uniforme del trabajo.

—Te puedes quitar la americana —le digo, sonriendo.

Samuel se levanta y deja su americana en el respaldo de una de las sillas.


Después se suelta un par de botones de su camisa y se remanga. Mis ojos van
directos a los tatuajes de sus antebrazos y sin poder evitarlo vienen a mi
cabeza los brazos de Marc, sobre todo el derecho metido entre mis muslos en
la bañera. Son mucho más finos, limpios y definidos. Un sutil pinchazo me
hace contraer las piernas.

—¡Nena, vuelve!

—Estoy esperando a que me cuentes la sorpresa —replico, volviendo al


mundo real.

Samuel me cuenta que al salir de la reunión tenía un mensaje de su amiga, la


chica de la inmobiliaria, diciéndole que hay un comprador interesado en
nuestro piso de Madrid y que probablemente la semana que viene se pueda
cerrar la venta.

—¿Tan rápido? —pregunto emocionada.

—Te dije que es muy buena en su trabajo. Me ha dicho que no te dijera nada
hasta que no tenga la propuesta formalizada, pero no podía guardármelo.

Me guiña el ojo y me da un abrazo. Creo que se recrea unos minutos,


aspirando mi olor. Estoy tan emocionada que me dejo apretujar entre sus
fuertes brazos. Me parece a mí que hoy está más sobón de lo normal. Quizás
por haberme encontrado accidentada.

—No me quiero hacer ilusiones porque, con la mala suerte que tengo, seguro
que al final se echa atrás —digo, cuando me suelta.

—Vamos, Gala. Estoy seguro de que esto es el principio solo. A partir de


ahora todo va a ser cojonudo. Ya verás.

Le pregunto por Lola y su ex. Me confiesa que este domingo, por fin, se irá de
casa. Han llegado a un acuerdo y, como ella ya tiene otra pareja, van a
formalizar su separación. La niña tendrá que estar una semana con cada uno,
pero al menos no tendrán que compartir el piso. No se irá a vivir muy lejos
por lo que tampoco será tanto lío. Le da un poco de pena por Lola, pero cree
que como es muy pequeña, se acostumbrará enseguida.

—Seguro que sí —le digo para animarlo.

—Y aún queda lo mejor.

—¿Todavía hay más?

—Sí. Y espero que esto ya te haga saltar del sofá aunque estés lisiada.

—¡Capullo! Venga desembucha.

—He estado hablando con el señor Vila, hay un puesto vacante en Madrid y
quiero que sea para ti. Estarías a las órdenes de Camacho, pero él se jubilará
pronto y, cuando eso ocurra, podrías ser la coordinadora editorial.

—¿Yo? ¿En Madrid?

—Claro, no me digas que no lo has soñado. Es un puesto de responsabilidad,


Gala. Te olvidarías de los manuscritos y tendrías un equipo de trabajo a tus
órdenes. Un sueldazo, dietas y demás gastos pagados. Sé que eres perfecta
para el puesto. Seria, responsable y con una gran proyección.

—Joder, Samuel. Dime que no le has dicho todo eso al señor Vila

—Claro que se lo he dicho, nena. Eso y más.


Me tapo los ojos muerta de vergüenza. No me gusta que me vayan adulando
por ahí y menos Samuel. El señor Vila sabe que somos amigos, imagino que
habrá pensado que lo que trata mi colega es enchufarme en VR otra vez.

—Joder, Samuel ¿Y qué te ha dicho? —pregunto, entre avergonzada y


asustada.

—Me ha dicho que vayas a Madrid y hagas la entrevista. Que su hijo montará
en cólera porque te tiene en gran estima, pero que mereces una oportunidad.

Ahora quien se descojona soy yo. ¿Que David me tiene aprecio? Pues sí que lo
demuestra mal, el jodío.

La propuesta de Samuel me ha cogido totalmente fuera de juego. La capital no


es que me traiga muy buenos recuerdos, la verdad. Además, no sé si estoy
preparada para volver al mundo editorial, por la puerta grande y encima con
enormes expectativas de futuro. Ese sueño dejó de formar parte de mí hace
meses, aunque no voy a negar que me pica un poco el gusanillo.

Antes de que siga divagando, enmarca su cara con mis manos y me mira a los
ojos, como pidiéndome que me centre en él.

—Samuel, ahora mismo no me había imaginado volver a VR y menos a


Madrid.

—Gala, por favor. No lo descartes a la primera. Tienes unos días para


pensarlo. Ve y haz la entrevista. No pierdes nada. En serio, creo que tienes que
volver a ser la Gala de antes y empezar a pensar solo en ti.

Y pega su frente a la mía, como intentado infundirme valor.

—Solo en ti —repite, recalcando la palabra «solo».

No me pasa desapercibido su tono displicente y su suspiro final, como si le


hubiera salido de muy adentro.

Quiere que sea la de antes. ¿La de antes de qué? ¿La de antes de regresar a
Barcelona? ¿O la de antes de conocer a camino? Sé que está refiriéndose a mi
relación con Marc, o lo que piensa que tenemos, que ahora mismo no está muy
definido ni para mí; aunque estos días en su casa me han hecho sentir un millón
de cosas y todas buenas.

No voy a volver a cometer los mismos errores del pasado. Mis planes serán
míos y no estarán condicionados por ningún hombre. Ni por Marc, ni por
Samuel. Soy la única dueña de mi vida y de mi destino. Yo manejo los hilos,
aunque estaría de lujo saber qué coño quiero hacer con la madeja ahora
mismo.

Me separo de él porque está invadiendo mi espacio vital.

—Está bien, lo pensaré —respondo sin más, y cambio de tema.

Le propongo a Samuel pedir una pizza, mientras me pone al día del último
concierto que dio con su grupo. Era un local bastante grande y tocaron
versiones de Oasis y Green Day. Se entusiasma diciéndome que no cabía más
gente y que para ellos fue una pasada.

Mientras comemos la pizza, me enseña varios videos que tiene en su móvil.


Me río cuando en mitad del concierto va a presentar «She’s Electric», de
Oasis, y me la dedica a mí.

—Esta canción se la quiero dedicar a mi chica del garaje. —Parafraseando


mi propia melodía para él.

Después de charlar un rato necesito ir al baño, pero Samuel se empeña en no


dejarme ir a la pata coja sola y me acompaña. Uso siempre el baño de la
habitación de Marc, así que me espera sentado en la cama. Mientras estoy
dentro, miro nerviosa el reloj. Son más de las nueve e imagino que Marc está a
punto de volver.

Cuando salgo, Samuel está cotilleando todo a su alrededor. Sobre todo mira
con detenimiento la pequeña librería de Marc.

—Un poco pijo tu novio, el celosón, ¿no?

—Samu… —protesto.

—Y además es de lecturas intensas. Ahora ya entiendo por qué te tiene loca.


Me río al ver cómo me mira, se nota que me conoce bien. No pensé que Marc
me iba a sorprender tan gratamente, la verdad. Aprovecho que está aquí y le
pido que me ayude a hacer la maleta. Mañana es viernes y después del médico
ya podré volver a mi casa; seguro que Zoe agradece que sea su paño de
lágrimas durante el fin de semana, porque no nos vamos a engañar… Llorar,
llorará, eso seguro.

Cuando volvemos al salón, Samu se pone la chaqueta. Él mañana tiene un par


de reuniones más antes de coger su vuelo y todavía tiene que preparar
papeleo. Lo acompaño hasta la puerta.

—Te llamo en cuanto sepa el día y la hora de la entrevista.

—Samuel, yo no sé…

Se acerca y posa su dedo índice en mis labios para callarme.

—Piénsalo, nena. Solo piénsalo.

Me da un beso en la mejilla, cerca de la comisura de la boca y nos decimos


«adiós».

Vuelvo al salón a saltitos y cojo mi móvil. Son más de las diez y no hay ni
rastro de Marc. Ni llamadas ni mensajes. Nada.

Me tumbo en el sofá y me tapo con una de las mantas. Enciendo la televisión y


dejo el primer canal que sale; total, mi cabeza ahora mismo es como un mar de
dudas, imposible concentrarse en algo en concreto.

Madrid, Barcelona, Marc, VR, Milenial, sueños, expectativas, metas,


anhelos…
54
ELLA ES AGUA

MARC

He firmado todos los papeles pendientes que tenía sobre la mesa sin leerlos.
Sé que puedo confiar en la capacidad de Lorena, porque, de lo contrario, he
podido poner mi rúbrica hasta en mi sentencia de muerte. Mi puta cabeza ha
estado toda la tarde muy lejos de aquí; exactamente, en el salón de mi casa, o
en la cocina o en mi habitación. Imágenes de ellos dos juntos y revueltos me
han venido a la mente, en bucle. Como si fuera un gilipollas obsesivo. Confío
en Gala y sé que, después de estos días juntos, estamos avanzando un poco en
nuestra relación, pero no me fío ni un pelo de él. Se nota a la legua que quiere
estar con ella y no solo en plan amigos.

Mientras he estado escuchando a Lorena contarme todas las novedades de esta


semana, solo he sido capaz de asentir con la cabeza como un robot. Así que
ahora que se acaba de marchar de mi despacho he mandado un wasap al grupo
que tengo con los chicos: «LEVÁNTAME LA PESA». No me digáis que os lo
explique, solo os diré cinco palabritas: rubia, tetona, gimnasio, pesa y polla.
El resto lo dejo para vuestra imaginación.

Marc
¿Estáis en el gimnasio?
En un rato paso y vamos a tomar unas cervezas.

Adri
¿Problemas en la unidad de cuidados intensivos?
¿Quién hace tu turno hoy?

Eloy
Gala sabe cuidarse solita,
lo habrá echado de su propia casa.
Marc
Podéis comerme la polla los dos luego,
pero con unas cervezas.

Adri
Joder, pues sí que está la cosa jodida
si quiere ahogar las penas en alcohol.

Eloy
Está bien, hermanito. No tardes.

Dejo el móvil y estoy tentado en mandar un mensaje a Gala, para decirle que
llegaré tarde, pero la puerta de mi despacho se abre en ese instante y Lorena
me anuncia que acaba de llegar Verónica.

—¡Dichosos los ojos que te ven! —Sonríe cuando nuestras miradas se


encuentran y me levanto para darle dos besos.

—Pues estaba a punto de marcharme —digo, mientras ella se sienta.

Verónica se quita el abrigo y veo que trae su impoluto traje de trabajo; falda
lápiz negra, camisa blanca con los botones apretados a la altura del pecho y
sus taconazos. Hacía tiempo que no la veía, pero está igual que la última vez
que nos encontramos en la entrada del cine. Hasta parece que lleva el mismo
maquillaje, creo que su imagen es la misma durante todos los días del año.

Antes de empezar a hablar, saca un par de folios de su maletín de piel y se


sienta recta en la silla, obligando a los botones de su camisa a darse más de sí;
creo que en cualquier momento pueden salir disparados por mi despacho.
Lentamente, se inclina para posar toda la documentación rozando mis manos.

—Soy la encargada de organizar un importante viaje de negocios y he pensado


en ti.

No me pasa desapercibido cómo cambia el tono cuando está en modo


ejecutiva agresiva, como ahora. Necesita un presupuesto para un viaje a Tokio
y un par de ciudades niponas más. Una delegación de ejecutivos de aquí que
visitarán varios centros de trabajo allí. Anoto todo lo que me pide. Reuniones
de negocios. Hotel. Traslados. Billetes de avión en primera clase. Un día de
visita por la ciudad. Dos guías; uno español y otro japonés. Y, a ser posible,
un enlace o coordinador de la agencia que viaje con ellos. Pregunto por un par
de detalles más, hablamos de cifras y cuando lo tengo más o menos claro, le
agradezco que haya pensado en mí para presupuestarlo y es entonces cuando
cierra su maletín y desconecta del modo curro.

—Pensé que, aunque tuvieras una amiguita, me llamarías —me dice melosa.

—Es que es más que una amiguita —afirmo, ante su cara de extrañeza.

—Vaya, qué pena. Siempre pensé que tú y yo queríamos lo mismo y que nos
entendíamos a la perfección.

—Nos entendíamos solo en la cama, Vero.

Arruga un poco la nariz con mi puntualización. Ella y yo nunca hablamos de


tener una relación seria, porque ambos sabíamos para lo que nos
necesitábamos, pero eso no significaba que yo no estuviera abierto a encontrar
algo más, aunque nunca pensé en que fuera con ella.

Cambio de tema mientras recojo para cerrar. Necesito ir con los chicos y
tomar esas cervezas. Nos despedimos y le aseguro que tendré el presupuesto
lo antes posible. Me da dos besos en la calle y se pierde entre la gente. Salgo
disparado hacia el gimnasio porque necesito desconectar… o despotricar, no
estoy muy seguro.

La primera cerveza la tomamos casi del tirón. Tanto hablar me ha dado sed. Lo
primero que les he hecho ha sido un resumen rápido de mi semana con Gala.
Ellos cómo dos niñatos de instituto, solo han hecho gestos obscenos como si
me la hubiera estado tirando por todos los rincones de mi piso.

—¿No habéis visto qué está lesionada, idiotas?

—¿Y la boca? ¿Qué tiene en la boca? —pregunta Eloy como un auténtico


macho alfa, y mi amigo casi se atraganta escupiendo la cerveza.
Me limito a negar con la cabeza y a cerrar los ojos. Es entonces cuando me
pillan.

—Estás hasta las trancas, Marc —me dicen casi al unísono.

Con la segunda ronda ya empiezo a soltarme más y dejo caer la bomba de por
qué me he ido esta tarde.

—No me jodas, ¿los has dejado solos? —espeta Eloy en un tono tan alto que
hace girarse a media barra.

—Qué discreto eres, hermanito —respondo mosqueado.

—Ahora entiendo que quieras darte a la bebida, tú eres imbécil —replica


Adri con tonito.

—Joder, tenía que haberme ido a beber por ahí, solo. Menudo par de
gilipollas.

Me intentan sacar toda la información posible sobre Samuel y también me


vacilan con el temita del amor, de dejarme pisar como una alfombra y de no sé
qué más cosas sobre mariposas y algodones de azúcar; vamos, que me ponen
la cabeza como un bombo.

En la cuarta ronda cambiamos de bar. Mi hermano no para de mandar


mensajes a Elena diciéndole que enseguida irá a casa. Argumenta con ella que
sacarme de cañas era una urgencia y Adrián sigue metiéndose conmigo, como
si él fuera un puñetero experto en relaciones de pareja. Tócate los huevos.
Creo que me tomaré la última y volveré a casa.

—Habéis sido de mucha ayuda, cabrones —me despido de ellos.

Adrián se descojona porque he alargado un poco la ese de cabrones, signo


inequívoco de que voy un poco pedo.

—No te vayas todavía, hermano. A ver si te los vas a encontrar en tu encimera


de seis mil pavos, cenándose el uno al otro —me pica Eloy.

—O mucho peor, entre las sábanas esas de mil hilos de tu cama, así ya te la
dejan calentita para cuando entres a dormir la mona.

Y las carcajadas que se echan en mi cara se oyen por toda la ciudad.

—¡Que os den! —Me giro y les hago una peineta al aire.

Ando sin rumbo fijo y sin darme cuenta acabo dando un paseo por la playa.
Necesito pensar y aclarar mis ideas. Ahora mismo soy como una bomba de
relojería. Puedo decir que no voy borracho pero sí algo tocado; creo que con
el nivel de alcohol necesario para ser valiente.

No tengo ni idea de qué hora es cuando decido regresar a casa. Me acojona


todo lo que siento por Gala, pero tengo que volver. Ella está dentro de mí y no
puedo seguir huyendo de lo inevitable. Mi medio pedo todavía me permite
recordar la canción de Miss Caffeina, «Eres agua»; sí, la jodida letra parece
estar escrita para mí y la voy tarareando mentalmente.

Cuando abro la puerta, me descalzo e intento no hacer ruido, me imagino que


Gala ya estará en la cama. Una luz tenue, como de la televisión, sale del salón,
así que entro por si se le ha olvidado apagarla.

Me encuentro a Gala dormida en el sofá. Está tapada con la manta y boca


arriba. Me coloco de rodillas en el suelo, a su lado, y la observo. Respira
tranquila y tiene la boca un poco entreabierta. Me fijo en sus labios, en su
forma y en su color. «Marc, definitivamente eres imbécil. ¿Qué buscas?
¿Signos en su boca para saber si ha besado a otro?».

—Loca —susurro muy bajito para que no se asuste.

Gala se revuelve un poco e intenta abrir los ojos.

—¿Qué hora es? —pregunta somnolienta.

—Hora de irse a la cama —le digo, acariciando con mi mano su pierna


izquierda. Noto cómo se le eriza la piel al paso de mis dedos. Y su tacto…, su
jodido tacto me pone a mil.

Ella se incorpora y se queda sentada, ya con los ojos completamente abiertos.


—¿Dónde has estado? —me pregunta a continuación.

—Tomando unas cervezas con los chicos.

Se queda observando mi mirada, intentando descifrar qué pasa ahora mismo


por mi cabeza. Lo más seguro es que le parezca un lobo asediando a su presa.
«Aguanta Marc, aguanta». Apoyo la cabeza en su vientre y Gala enreda sus
dedos en mi pelo. En silencio. Me gusta, me gusta demasiado cualquier
contacto que ella me prodigue. Mi polla está a punto de reventar mi bragueta y
no sé si voy a ser capaz de resistirme.

—Agárrate, que te llevo a la cama —digo, despegándome de ella e intentando


mantener el tipo.

Gala se agarra a mi cuello y enrosca su pierna en mi cintura. Me levanto con


ella, sujetándola por el culo y noto cómo su boca se pega a la piel del hueco
de mi clavícula. Me empieza a besar con suavidad y ni tan siquiera hemos
salido del salón.

—Gala… —protesto.

—Marc, necesito…

—¡A tomar por el culo! —blasfemo sin dejar que termine la frase.

No sé si necesita ir al baño, dormir, beber, comer o hablar, porque un instinto


primario se apodera de mí y de mi cuerpo sin poder frenarlo.

Devoro su boca, con demasiado ímpetu y ganas. Gala no se aparta así que
continúo. Con una mano tiro del pantalón de su pijama y lo dejo a medio
quitar. Lleva un tanga negro, sencillo, que no me molesto en bajar. La apoyo en
la esquina de la mesa del salón, sin despegar nuestros labios y abro sus
piernas.

Los jadeos y nuestras respiraciones son el único sonido en mitad de la noche.

—No te sueltes —digo entre dientes, pegado a sus labios—. No voy a parar.

Gala no dice nada, solo asiente con la cabeza, creo que está más sorprendida
que yo con mi comportamiento.

Me desabrocho el pantalón rápido y libero mi erección, bajándome un poco el


bóxer ante la atenta mirada de Gala. Aunque sigo algo perjudicado por el
alcohol, noto cómo se muerde el labio inferior, conteniendo el deseo, y con
ese gesto acaba de desatar a la bestia. Ya no hay vuelta atrás.

Abro sus piernas más. Intentando que la derecha se apoye un poco en la mesa,
para que no se le quede colgando. Agarro sus nalgas y la pongo bien en el
borde, para tener mejor acceso, mientras ella se aferra a mi cuello con su
mano libre. Aparto la tela de su tanga y rozo sus pliegues. Está húmeda, muy
húmeda, y como un auténtico lerdo me viene a la cabeza el puto Samuel de
nuevo. ¿Cuánto tiempo habrá estado con ella? ¿Qué habrán hecho? Suelto un
bufido de contención y de una estocada profunda la penetro.

Gala se sujeta con fuerza a mi nuca porque he sido cualquier cosa menos
suave. Empiezo a bombear una y otra vez, sin detenerme. Joder, estar dentro
de ella sin barreras es el paraíso. Con una mano apoyada en la mesa para
controlar mis movimientos y la otra en su cintura para sujetarla, entro y salgo
de ella, como si mañana no fuera a existir.

Jadeos, gemidos. Muchos y variados. Mi polla entrando y saliendo de su sexo


apretado. Fuerte. Duro. Sin piedad.

Está muy mojada y yo cada vez profundizo un poco más en su interior. Al final
la voy a partir.

—Voy a follarte hasta que me duela, Gala, porque eres agua y mi puta sed de ti
no descansa.

Gala no me dice nada, solo hunde su boca en mi hombro y absorbe cada


embestida, incluso mordiéndome con saña. Gime. Gruño. Estoy a punto de
correrme y de llenarla, pero quiero que ella se corra conmigo. Despego mi
mano de su cintura y con mi pulgar busco hueco entre nuestras pelvis, que no
dejan de chocarse, para tocarla. Con cierta habilidad encuentro su botón y lo
masajeo a mi antojo. Los jadeos suben de volumen. Entro y salgo, a la misma
velocidad que muevo mi dedo, haciendo círculos. Blasfemo de nuevo.
—Córrete conmigo. Córrete y apriétame como tú sabes, loca.

—Marc, joder. Marc. No pares.

Y con nuestras respiraciones lastimeras nos preparamos para llegar al clímax.


Nuestras bocas siguen hundidas en el cuello del otro y así contenemos la
corriente eléctrica que nos parte en dos el cuerpo cuando el orgasmo, largo e
intenso, nos alcanza. Gala grita como jamás la había oído gritar y por un
momento recupero la cordura y pienso en que he podido pasarme de bruto.

—¡Hostia puta, Gala! Lo siento, lo siento. Se me ha ido la pinza. Casi te


mando al quirófano.

—Camino, estoy bien —me dice, pasando sus manos por mis mejillas—.
Tranquilo. Además me gusta que hayas sucumbido a mis encantos, aunque
hayas tardado cuatro días.

Nos miramos y nos reímos. Me encanta el sonido de nuestras risas juntas. Nos
abrazamos como dos idiotas satisfechos y me coloco el pantalón de nuevo.
Ahora sí que la llevo en brazos hasta la habitación.

Por el esfuerzo y por el puto alcohol me mareo un poco, pero Gala no se da


cuenta. Noto que me mira, como si quisiera decirme algo importante, pero
necesito ir al baño y darme una ducha.

—Marc, yo…

—Mañana, loca. Dímelo mañana.

Y me meto en el baño, cerrando la puerta.

Prefiero quedarme con la sensación placentera de hoy y no con la posible duda


de lo que pasará mañana.
55
DECISIONES INDECISAS

Ya es viernes y en un rato pasará Xavi a recogerme para llevarme al hospital.


Estoy intentado hacer el menor ruido posible porque Marc sigue dormido,
pero como tengo que ir dando saltitos a todos los lados es prácticamente
imposible no armar jaleo.

Ayer llegó tarde y yo ya estaba dormida. Cuando me desperté su mirada felina


estaba fija en mi boca y sus ojos verdes tenían un brillo especial, más intenso.
Me di cuenta de que había bebido cuando noté un ligero olor a alcohol,
aunque, como siempre, su colonia seguía haciendo acto de presencia,
impregnando todo su cuerpo. Cuando me cogió en brazos para llevarme a la
habitación no me pude resistir. Quería sentirlo, con todas las consecuencias. Y
así fue, no llegamos ni al cuarto. Me gustó que perdiera los papeles conmigo y
que me dijera todas esas cosas de que soy agua para él o que no tenía pensado
parar, pero al terminar…, al terminar sentí una bofetada de realidad. Quise
mencionarle lo de la propuesta de Samuel y hablar de todas mis dudas, pero
Marc no es tonto y supo que lo que fuera que estaba a punto de salir de mi
boca no le iba a gustar, así que se metió en el baño y la conversación quedó
pendiente.

—¿Qué haces ahí de pie? —pregunta, cuando me ve al lado del armario.

Se incorpora y se apoya en el cabecero. Se pasa las manos por los ojos,


intentando desperezarse. Está guapo hasta somnoliento.

—En un rato viene Xavi a buscarme.

—Joder, ¿tan tarde es?

—Un poco. No hace falta que te levantes.

—Sí, necesito agua, tengo la boca como el esparto.

Me río, y él se levanta de la cama. No lleva camiseta y me quedo como una


idiota mirando su escultural pecho. «Gala, vuelve a la realidad. Te vas».
—¿Qué hace ahí tu maleta? —me dice al acercarse a la puerta, donde estoy
intentando arrastrarla.

—Cuando salga del hospital me voy a casa, así ya la llevo ahora.

—¿Y me vas a explicar cómo la has bajado del armario? —me pregunta con el
ceño fruncido.

—Me ayudó Samuel ayer.

—Oh, qué bonito, Gala. ¡Qué amable! —dice, pasando por delante de mí; me
imagino que para ir a beber agua. Me sorprende que no me haya ayudado a ir
con él.

—Marc, tengo que hablar contigo —digo al entrar en la cocina, mientras me


siento en un taburete enfrente de él.

—Será mejor que me ponga un café.

Empiezo contándole que hay un comprador interesado en el piso y que quizás


tenga que ir a Madrid para firmar la venta. Me escucha con la mirada perdida
en su taza, removiendo sin parar con la cucharilla.

—Gala, soy mayorcito, no me lo endulces.

—Está bien. Hay una vacante en la editorial en Madrid y Samuel me ha


propuesto como candidata. Voy a ir a hacer la entrevista.

—Perfecto. Le ha faltado tiempo para hacerte la maleta, claro. Lo raro es que


no te llevara ya con él ayer.

—Marc…

—¿Y qué quieres, Gala? Dime. ¿Volver a Madrid? ¿Ascender? ¿Olvidarte de


esto? Pensé que habías dejado atrás esos sueños y que querías conseguir
nuevas metas.

—No sé, Marc. Ahora mismo no sé nada, solo que no me puedo quedar con la
duda. Creo que iré a escuchar esa oferta —intento sonar tranquila, estiro mi
mano para agarrar la suya, pero él se aparta.

—De puta madre, Gala. Y dime qué cojones hago yo. ¿Te espero o te olvido?
—me pregunta, elevando mucho el tono. Se acerca al fregadero y tira los
restos del café—. Porque no soy idiota, Gala, y si ya nos ha costado empezar
una relación estando en la misma ciudad, a distancia será imposible.

—Marc, yo no te estoy pidiendo nada. No pienso volver a tomar decisiones


pensando en nadie más que no sea yo. No voy a ser la sombra de nadie, pensé
que lo sabías—digo, elevando la voz yo también, porque cada minuto que pasa
estoy más nerviosa.

—Lo sé, claro que lo sé. Tú prefieres huir y esconderte. Esconderte de tus
putos miedos. Sé que estás empezando a sentir cosas, aquí —dice,
señalándose el pecho—. Yo te miro y te veo, Gala. A diferencia de los demás,
yo veo a través de tus ojos. Estoy a un puñetero paso de derribar tu muro y eso
te acojona. Y sabes de sobra que no soy tu ex, no te quiero a mi sombra, te
quiero a mi lado, brillando.

Marc sale de la cocina y se va a su habitación como una exhalación. Me ha


dejado sin palabras. Puto Marc. Siempre acierta con su lanza, tocando la puta
fibra necesaria.

Tiene razón, lo sé. Empiezo a estar muy a gusto con él, pero no tiene sentido
volver a caer en una relación que no sé dónde me llevará, por mucho que a
veces crea que puede salir bien.

Oigo las ruedas de la maleta por el pasillo y en ese instante llaman al timbre.
Tiene que ser Xavi. Marc se asoma a la cocina, donde me he quedado como
una estatua.

—Despídeme de tu hermano. Y recuerda que a veces se hace más daño con el


escudo que con la lanza.

Y sin tiempo a réplica, desaparece. El portazo que da al entrar en su


habitación retumba en toda la casa, y Xavi empieza a aporrear la puerta.

Cojo mi bolso en la entrada y abro. Xavi me escruta con la mirada e intuye que
pasa algo serio, porque se limita a coger mi maleta y a ayudarme a salir.

Durante el trayecto lo pongo al día y me tengo que limpiar un par de veces las
lágrimas que derraman mis ojos sin mi consentimiento.

Joder, ahora que parecía que iba a encontrar un poco de estabilidad aparece
Samuel con su propuesta y todo mi mundo se descontrola de nuevo.

Por lo menos, salgo contenta del hospital y liberada. Ni cabestrillo ni férula,


aunque tengo que seguir haciendo un poco de reposo y tengo que llevar una
muleta como apoyo durante unos días. Un disgusto menos.

Comemos por ahí, porque necesito que me dé un poco el aire después de


tantos días encerrada, y por la tarde Xavi me acompaña a casa.

—Neni, ya estoy aquí.

Zoe me recibe a gritos por el pasillo, medio desnuda. Mi hermano ya no se


inmuta, pasa delante de ella hasta mi habitación y deja mi maleta. Yo respiro
un par de veces mientras abrazo a la Peli, sintiéndome en casa.

—Amigui, ve abriendo una botella de vino para ponernos al día.

—Ya estamos tardando —me responde ella, alejándose por el pasillo para
acabar de ponerse cómoda.

Yo aprovecho y me voy a cambiar también. Me pongo el pijama más piojoso


que encuentro y me hago un moño en lo alto de la cabeza. Miro mi móvil, pero
no hay nada; ni mensajes, ni llamadas. Me duele nuestra despedida o nuestra
«no despedida», según se mire; espero que solo necesitemos un poco de
tiempo, al menos, para volver a hablarnos de manera cordial.

En la cocina ya están Xavi y Zoe discutiendo sobre el vino.

—Sabéis que no son ni la seis de la tarde, ¿verdad? —nos dice mi hermano,


mientras busca el sacacorchos en el cajón.

—Nunca es pronto para las lamentaciones —afirma mi amiga, mientras ambas


nos miramos. Su pijama es casi tan horrible como el mío.
Promete ser un fin de semana de lo más duro.

Cuando voy a sacar las copas del armario veo la caja de las pastillas
anticonceptivas en la encimera y automáticamente me da un vuelco el
estómago. Joder, soy imbécil, ¿cómo se me han podido olvidar toda la
semana? Cuando se vaya mi hermano, echaré la bronca a Zoe. Joder, me las
podía haber metido en el neceser. Me doy golpes mentalmente y pienso que no
voy a tener tan mala suerte, ¿no? ¿O sí? Mierda. «Venga, Gala, relájate que
solo lo has hecho una vez, es imposible». Cojo una y me la tomo con disimulo.

—¿Quién empieza? —pregunta Xavi, mirándonos alternativamente a mi amiga


y a mí. Le encanta escuchar nuestras mierdas, de eso no hay duda.

—Yo, yo…Que si me lo guardo más reviento. —Se adelanta mi amiga.

Y así, sin omitir ningún detalle, nos cuenta cómo ha pasado toda la semana
haciéndose pajas mentales sobre cómo sería su relación con Gerard si las
circunstancias fueran otras. Han arriesgado, lo sé, porque era trabajo y ellos
han disfrutado de la fantasía de estar juntos como si fueran una pareja normal.
Espero que nadie los haya descubierto, porque las consecuencias serían
terribles.

La conclusión… Pues una nueva promesa de su jefe de que va a dejar a su


mujer; a corto plazo, claro, tampoco os penséis que será mañana. Y así mi
amiga sigue acumulando ilusiones.

—Estoy segura de que ahora, mientras se la folla haciendo la postura del


misionero, se estará acordando de mí a cuatro patas.

—¡Joder, Zoe! No hace falta que seas tan explícita —protesta mi hermano,
pero él aquí sigue. Lo que os decía, le encanta.

Zoe quiere hacerse la fuerte, porque lo es, excepto cuando ya apura su cuarta
copa y la voz se le resquebraja cuando habla de él.

Yo he aprovechado mi turno. Me he quedado a gusto contándoles la discusión


con Marc y cómo se ha comportado antes de irme, pero en ningún momento me
han mostrado su apoyo, más bien, todo lo contrario.
—Gala, tiene toda la puta razón. Te gusta y te acojona a partes iguales —
interviene mi hermano.

—Deja de pensar que todos son Álvaro, joder. Tienes que darte una
oportunidad para ser feliz y lo sabes —me dice Zoe con su tono más borde—.
Y de lo Madrid…, de eso ya te diré yo un par de cosillas, pero cuando no
estemos borrachas, que todo se malinterpreta.

—Ni tan siquiera me ha preguntado qué tal estoy al salir del hospital —digo
con voz lastimera.

—Me ha preguntado a mí, idiota —confirma mi hermano, gesticulando como si


fuera una niñata.

Me voy al baño porque me lo voy a hacer encima y oigo cómo cuchichean en


cuanto salgo del salón. Al final están más de su parte que de la mía, para
flipar.

La noche continúa entre charlas, pullas y copas. Cae la segunda botella y


preparamos el sofá para que mi hermano se quede a dormir, en este estado no
puede conducir. Él y la doctora también han tenido su ratito de gloria, pero
están empezando a conocerse y no hemos podido sacar mucha chicha del
asunto, excepto que a ella le gusta ir despacio. Vamos, que no han follado.

Cuando me meto en la cama estoy a punto de mandar un mensaje a Marc, pero


en el último segundo mi filtro alcohol-móvil funciona y dejo el teléfono en la
mesita.

Mañana ya pensaré las cosas con más claridad. Solo espero que la resaca no
sea mundial, como mi borrachera.
56
¿QUIÉN CEDE?

MARC

Pulso de nuevo el botón para aumentar la velocidad de la cinta de correr del


gimnasio y acelero el ritmo de mi zancada. El corazón me va a mil por hora,
pero solo sudando como un cerdo y poniendo mi cuerpo al límite consigo
dejar de pensar en Gala.

—Estás loco, hermanito —me interrumpe Eloy, bajando la velocidad otra vez
—. No quiero tener que sacar el desfibrilador.

Llevo cuatro días viniendo al gimnasio a primera hora, los chicos están
alucinados y yo pues un poco también. La verdad es que, desde que se fue
Gala de mi casa el viernes, estoy un poco perdido. El fin de semana estuve
ahogando mi mala hostia con los chicos, alcohol otra vez y una cantidad
indecente de comida grasienta. Cuando llegó el lunes decidí que lo mejor era
empezar a centrarme de nuevo. Así que mis días se dividen en jornadas
maratonianas de trabajo y gimnasio.

En casa todo sigue oliendo a ella y me da igual donde mire, porque su imagen
me persigue por cada metro cuadrado de mi piso. Ya sé que solo estuvo cinco
días allí; pero, joder, no sé cómo borrar su huella.

He tenido la tentación de llamarla, pero creo que ya le dije todo antes de que
se fuera el viernes. Sabe que la quiero conmigo y que me muero de ganas por
tenerla a mi lado todos los días, pero ella está decidida a marcharse a Madrid;
al menos, a escuchar esa oferta tan maravillosa y divina que le ha buscado su
amiguito. ¿Cómo puedo competir contra eso?

Es orgullosa, lo sé, y además enseguida cierra el perímetro de seguridad de


nuevo, volviéndose infranqueable; así que confío en que por lo menos me
llame y me cuente su decisión final, aunque me duela. Le estoy dando un poco
de espacio.

Llamé a Xavi para saber qué le habían dicho en el hospital. Solo lleva una
muleta y está todo bien. Me alegro de que todo haya quedado en un susto.

—Otra vez aquí. Joder, te vas a poner como un armario empotrado —me dice
Adrián, que acaba de llegar.

—Ya me voy.

—He quedado con Zoe esta noche. ¿Quieres que te dé información sobre Gala
o prefieres hacer como si nada y seguir ignorándoos?

—No me toques más los huevos, Adri —digo ofendido, y me voy a la ducha.

Somos mayorcitos para andar con intermediarios, ¿o no?

En la agencia me está esperando ya el jefazo de Vero para ultimar los detalles


del viaje. Le debo una por pensar en mí para este trabajo. Estoy a punto de
conseguir que lo hagan conmigo y es un pastizal, así que le prometí una cena,
por lo menos.

Lorena está como loca porque he pensado que ella puede hacer de enlace y
viajar con ellos. Nunca ha estado en Japón y tiene muchísimas ganas. Su
hermano no está muy convencido; él, como siempre, sacando su lado más
protector, pero sabe, igual que yo, que sería una gran oportunidad para ella.

Con un par de cambios insignificantes que me pide, un apretón de manos y


varias firmas, termino consiguiendo el contrato. Mando un mensaje a Vero
para darle la noticia y agradecérselo.

Ya al mediodía, invito a Lorena a comer en un restaurante al lado de la


agencia. Estoy pletórico.

—Al final, me voy a Japón —me dice con una sonrisa de oreja a oreja.

—Creo que sí, aunque tu hermano me retire la palabra unos días.

—Pasa de él, es lo que yo hago.

—Es mi amigo, no puedo ignorarlo.


—Tranquilo, ya sabes que enseguida se le pasa. Si por él fuera, no saldría de
mi casa.

—Tampoco exageres.

Lorena y yo charlamos un rato más mientras comemos, me pregunta sobre mis


anteriores viajes a Japón y yo me explayo. Quiere que le apunte las cosas más
importantes para ir estudiándoselas. Es buena en su trabajo y le gusta, así que
después de aclarar nuestra situación durante nuestras vacaciones en Galicia,
no hemos vuelto a tener ningún contratiempo. Ella ha salido con un par de tíos
desde entonces, incluido el malagueño, pero nada serio. Es joven, no tiene por
qué tener prisa.

La tarde la dedicamos exclusivamente a cerrar todas las reservas de billetes y


hoteles. No podemos dejar al azar ni el más mínimo detalle. Esta
multinacional siempre organiza muchos viajes y me ha confirmado Verónica
que si todo sale perfecto, su jefe querrá contar con nosotros para futuros
destinos.

Cuando cierro la agencia, a pesar de estar agotado, no me apetece nada irme a


casa, así que decido pasar a ver a mis padres. Ceno con ellos y los pongo al
día sobre mi nuevo cliente. Mi madre me recibe con una sonrisa de oreja a
oreja, intuyo que al final mi padre le habló sobre Gala, lástima que ya no vaya
a conocerla.

—¿Ya no tienes invitada en casa? —pregunta muy interesada.

—No, mamá. Creo que salió huyendo al probar mis tortitas con tu receta —le
digo con cara de pena.

—Vaya, así que tiene razón Eloy cuando dice que ya has caído en las redes del
amor —afirma mi padre, pasando su mano por mi hombro, como
compadeciéndose de mí.

—Vaya, habló de putas «la tacones» —digo con sorna. Ganándome el guantazo
de mi madre. Porque ya se sabe, da igual el tiempo que pase, una madre
siempre tiene el remo dispuesto para actuar ante un taco o palabra malsonante
de su hijo. Eso es así.
Después de explicarles un poco por encima que Gala es distinta, que no quiere
oír hablar de amor y que efectivamente me tiene agarrado por los huevos,
hablamos de Eloy y de su mudanza. La noticia de la boda con Elena la
dejamos solo caer. Los tres pensamos que hasta que no nos digan la fecha
exacta no podemos tomarlo muy en serio. Conocemos a Elena y se pasa de
impulsiva, quizás cuando empiecen a convivir no tengan tan claro dar el
siguiente paso.

Nos abrazamos a tres bandas, como hacemos en mi casa cuando queremos


reconfortarnos y me despido de ellos un poco más relajado.

Me doy cuenta de que al final no he dejado de pensar en ella ni un puto minuto


del día. Hasta he hablado de ella con mis padres. Lo mío es sufrir por sufrir.

La siento, la huelo, la veo, la pienso, aunque no la tenga delante. Mi vida solo


y mi vida con ella. No hay color.

Antes de meterme en la cama, recibo un mensaje de Adrián que no puedo dejar


de leer:

Adri
Está en Madrid, mañana firma la venta de su piso.
No seas cabezón y llámala.

Lo leo un par de veces más, mientras medito si debería ser yo el primero en


ceder y hablar con ella. No voy a dejar de ser menos hombre por coger el
teléfono y preguntar qué tal está, aunque en el fondo creo que ella también
podía haberme llamado para contármelo. Sigo molesto por su huida. Es su
decisión y la tengo que respetar, pero no la comparto. Puedo pareceros un
egoísta, pero no lo digo por mí, sino por ella. Me parece que después de haber
empezado a rehacer su vida aquí, lejos de Madrid, volver es un error, es como
dar un paso para atrás. De lo que sí me alegro es de que la primera premisa de
sus metas se vaya a cumplir. Al final se va a poder liberar de esa carga que
arrastra con su ex y eso sí que es una buena noticia.

Un tono, dos, tres y descuelgan.

—Gala…—digo, porque no oigo su voz contestando. Incluso miro la pantalla


de mi móvil por si me he equivocado de contacto.

Tras unos segundos de silencio en los que estoy a punto de colgar, empiezo a
oír la voz de él.

—Nena, no pares. Más rápido. Joder, me encanta ver cómo me follas…

Después solo oigo un ruido como de interferencias y mi dedo como un


autómata pulsa la tecla para finalizar la llamada.

No me lo puedo creer. Joder. Me quedo paralizado en mitad de mi habitación,


con el puto móvil pegado a la oreja ¿De verdad está pasando? Cuando las
malditas palabras de Samuel han llegado hasta mi cerebro me han dado hasta
arcadas, todo en unas décimas de segundo.

Vuelvo a mirar la pantalla para leer nuevamente el nombre del contacto a


quien he llamado. LOCA. No ha sido un error. No. Ha sido una puta puñalada
en el corazón.

Con la rabia apoderándose de mí, lanzo el móvil contra la pared del fondo.
Indudablemente la pantalla se hace añicos y, cuando voy a buscarlo, como no
me parece suficiente, le pego unos cuantos golpes contra la mesa, mientras me
llamo «idiota» a gritos.

«¡Eres un gilipollas, Marc, y de los grandes!».

Me quito la ropa y me voy a la ducha. Necesito que el agua caliente rebaje la


tensión de todos mis músculos y me quite esta sensación de mierda que me ha
quedado al colgar. No hay ningún sonido que logre sacarme las putas palabras
de mi cabeza.

«Me encanta ver cómo me follas». «Me encanta ver cómo me follas». «Me
encanta ver cómo me follas». Y así, una y otra vez, en bucle.

Me tumbo en la cama, desnudo y boca abajo. Me cubro la cabeza con la


almohada, en una especie de auto asfixia que no llega, pero ni con esas mi
mente me da una tregua.

Joder, no ha tardado ni una semana en follarse a otro. Y yo pensando que


estaba a un pasito de derribar su muro. Os juro que creí que los dos estábamos
casi en el mismo punto. Que queríamos estar juntos. Que queríamos más.
Menudo iluso de mierda.

Intentaré dormir, pero con el corazón roto, la rabia en la garganta y las


lágrimas asomando en mis ojos, será prácticamente imposible.
57
UNA CARGA MENOS

He terminado de ponerme el pijama y voy directa al salón. Samuel insistió


tanto para que me quedara aquí y no un en hotel, que al final acepté su
proposición. Su hija está hasta el domingo con su madre, así que estoy
durmiendo en la habitación en la que dormía su mujer, es todo un poco raro,
pero él intenta ser un buen anfitrión.

—Me ha parecido oír mi móvil, ¿no? —pregunto al entrar al salón y ver a


Samuel con él en la mano.

—No, lo acabo de coger para ponerlo encima de la mesa. Estaba entre los
cojines del sofá.

—No sé, pensé que había sonado mi melodía.

—Sería la tele —dice convencido.

—Seguro, o que estoy como una cabra y oigo voces.

—Puede ser —dice burlándose de mí—. He llamado al chino, ahora traerán la


cena.

—No tengo mucha hambre, pero te acompañaré.

—¿Estás nerviosa?

—Un poco. Es como si ahora que llega el momento decisivo, y voy a


conseguir romper todo lo que me une a él, me entrara pánico. No dejo de
pensar en que puede suceder cualquier imprevisto y no lleguemos a firmar.

—Sí, claro. Algo como, por ejemplo, un diluvio mañana en Madrid que os
impida llegar al notario, ¿no? —me pregunta Samu con sorna—. No seas boba.
Mañana, por fin, serás libre. Libre y sin cargas.

Samuel abre la puerta para recoger la cena y yo miro mi móvil con cara de
idiota. Pensé que después de casi una semana Marc me llamaría. Aunque solo
fuera para saber qué tal estoy. Pero nada, ni mensajes ni llamadas. Nada.

He pedido unos días de vacaciones para resolver todo, la venta y la entrevista,


que probablemente será la semana que viene. Mi jefe creo que ya sabe algo
sobre el tema, porque me contestó mucho más borde de lo habitual. Me
imagino que su padre le ha mencionado lo de propuesta.

Cenamos tirados en el suelo, apoyados contra el sofá, y automáticamente me


acuerdo de Zoe, ella y yo siempre comemos así, en una postura imposible,
sobre la alfombra. Una especie de cosquilleo se instala en mi estómago.
Pueden ser los nervios por volver a ver a Álvaro mañana o puede que antes de
saber qué coño voy a hacer con mi vida ya esté sintiendo la nostalgia de lo que
he construido en Barcelona después de mi separación.

Samuel me saca temas de conversación para alargar la velada, pero estoy


cansada; además, cada vez está más cerca y ahora mismo no quiero tener que
decirle que mi cuerpo y mi cabeza están a cientos de kilómetros de aquí. Me
despide con un beso en la mejilla y me voy a dormir o, al menos, a intentarlo.

Doy vueltas y vueltas en esta cama extraña, respirando sin ritmo. Me levanto y
preparo la ropa para mañana; sí, yo, la reina de la improvisación. Ver para
creer. Me vuelvo a acostar y dejo la mente en blanco, pero es imposible.

Marc, él y sus modales, su peca en la frente, sus labios, su olor; ese maldito
olor que se te mete en las entrañas para no salir. Sus besos…Los tiernos, los
invasivos, los intencionados solo para callarme. Su forma de cuidarme. Su
respiración en mi nuca, sus manos rozando mi piel, su cuerpo…Su todo. Joder,
qué difícil va a ser olvidarme de él y de su manera de tocarme, por dentro y
por fuera.

Lo último que hago para intentar conciliar el sueño es poner la radio. «Love
Lies», de Khalid y Normani, es el último tema que escucho antes de, por fin,
caer rendida.

Cuando me levanto, Samuel ya se ha ido a trabajar, pero me ha dejado una nota


en la cocina deseándome suerte. Lo primero que hago es mirar mi móvil, pero
solo tengo mensajes de Xavi y de Zoe.
Psiquiatra
A por todas, sister.
Luego me cuentas.

Peli
Neni, hazle una peineta a tu ex después de firmar
y bébete una botella de vino por las dos para celebrarlo.

Gala
Amigui, ya sabes que prefiero bebérmela contigo.

Peli
Y vuelve pronto.
No es lo mismo llegar a casa si tú no estás.

Gala
Oohh, yo también te quiero.

Peli
Por cierto, ¿te ha llamado Marc?

Gala
No. Así que pasa palabra.

Peli
Ups… Está bien. Luego llámame.

Cuando entro en la notaría me sudan las manos y creo que me tiembla un


poco el labio; es como un tic que no puedo controlar. Me recibe una chica
morena, con una sonrisa de las de vendedora nivel experta. Es la amiga de
Samu, Sonia, la chica de la inmobiliaria. Me pasa a un despacho donde hay
una mesa caoba ovalada, y me coloco en el primer sitio que encuentro. Me
repite un poco las condiciones de la venta, que ya me había pasado por mail y
me deja sola para ir a por el resto de las partes interesadas. Me siento un poco
más pequeñita en este momento.

En unos minutos regresa con una pareja joven, rondarán los treinta, me los
presenta y se sientan cogidos de la mano. No puedo dejar de observarlos. Se
les ve felices, pero la mata cupidos que vive en mí, como dice mi amiga, está
diciéndoles silenciosamente que no canten victoria; que un día piensas que
será para siempre y al otro estás volviendo a tu casa… sola.

—Gala, ¿te ha avisado Álvaro de que llegaría tarde? —me pregunta Sonia,
interrumpiendo mis pensamientos

—No, no he hablado con él —afirmo. Miro el reloj porque es verdad que ya


tenía que haber llegado. Los chicos me miran con media sonrisa y yo cojo mi
móvil para enredar. Ya sabía yo que no podía salir todo bien.

El notario hace acto de presencia y Sonia le dice que seguimos esperando. Me


empiezo a poner mucho más nerviosa y no soy capaz de centrarme en la
conversación que Sonia nos intenta dar.

Al cabo de unos minutos, que se me hacen eternos, aparece Álvaro junto con el
apoderado del banco, que además es amigo suyo; bueno, de esas amistades
que hizo nada más llegar a la capital. Entran riéndose y piden disculpas por la
tardanza. Se sienta a mi lado y me doy cuenta de que ha cambiado de colonia.
Tantos años a su lado sirven para eso, para reconocer un olor nuevo. El
notario se sienta presidiendo la mesa y empieza a leer la escritura de
compraventa, la cancelación del préstamo…

Solo consigo quedarme con las cifras y empezar a hacer un cálculo mental de
lo que me quedará después de estampar mi firma en todas esas hojas. El
balance final sale a nuestro favor; después de restar todos los gastos,
impuestos, hipoteca y la comisión de la inmobiliaria nos quedan cien euros
para repartir. Un lujazo, ¿verdad?

Salgo de la notaría con una sonrisa comedida, me acabo de deshacer del


último nexo que tengo con Álvaro y algo en mi interior está dando palmas,
pero también hay una especie de hormigueo que me dice que ya no hay excusas
para empezar a construir mi nueva vida; ahora solo tengo que saber qué coño
quiero hacer con ella.

Sin darme cuenta cojo mi móvil, hago una foto a la placa que hay en el portal
dónde sale el nombre del notario y tecleo.

Gala
Una carga menos.

Me arrepiento al instante de enviarlo. Marc no ha dado señales de vida en


toda la semana, no sé por qué ahora tendría que ser distinto.

—Gala, si puedes podemos ir al banco ahora y cancelar también la cuenta. Así


ya no habrá nada que nos…

—Nada que nos una —termino por él la frase—. Perfecto, cuanto antes lo
dejemos todo solucionado, mejor.

Meterme en su coche con él y su amigo es extraño. Voy en silencio, con la


mirada perdida en las calles de Madrid, y de fondo ellos hablan sobre un
partido de pádel que tienen pendiente. Veo el trasiego de gente, los coches, las
colas para entrar en los parking…, y sin darme cuenta ya estoy echando en
falta otra vez la libertad de subirme en mi bicicleta, los paseos por la playa
con Zoe…, en definitiva, mi ciudad.

En el banco tardamos poco, porque tiene enchufe, por supuesto. Me dan dos
billetes de veinte euros después de liquidar los gastos de cancelación de la
cuenta, aquí todo tiene su coste. Sonrío al meterlos en mi cartera.

Una vida entera, juntos casi desde que tengo uso de razón. Vacaciones en
familia, escuchando a hurtadillas conversaciones de adultos, risas de niños
jugando al escondite. Baños en las calas de Menorca. La temida adolescencia
y esos primeros cigarros compartidos. Miradas que no sabes lo que significan.
Nuestros cuerpos cambiando. La universidad por separado. Dublín. Nuestro
apartamento. Charlas absurdas hasta el amanecer. Su primera vez metiéndose
en mi cama, su manera de no salir de mí. Conocerse a todos los niveles.
Nuestras metas. Nuestro primer trabajo. Nuestras ilusiones. Muchos años de
amor, o de algo que creí que lo definía. La boda, su traslado, sus aspiraciones,
sus metas. Los cambios, las ausencias, mi traslado, las mentiras. Sus mentiras.
La otra, la realidad. En resumen, muchas horas invertidas para dos billetes de
veinte.

Álvaro me mira confuso. No sabe si mi sonrisa es verdadera o falsa. Me


acompaña hasta la puerta del banco y voy a decirle «adiós» cuando me
sorprende al preguntar:

—¿Tomamos un café?

—Yo… —balbuceo—. No sé, había pensado en montarme un fiestón con los


cuarenta pavos que tengo en la cartera.

—Venga, Gala. Nos merecemos un adiós más civilizado, ¿no?

Dudo ante sus palabras y abro mucho los ojos sorprendida. Quiero cerrar esta
etapa de mi vida y como siempre dice mi madre eso de «pasar página».

Hay una cafetería cerca y nos sentamos en la terraza, el día está gris pero no
hace frío, al menos yo siento cierto bienestar por dentro. Una sensación de
calidez que no contaba con ella. Por la hora que es prefiero pedir una caña,
pero cuando llega el camarero él se me adelanta y pide dos. Lo miro otra vez
con sorpresa, ha acertado.

—Nunca fuimos muy de café —reconoce.

Es tan extraño estar sentada aquí con él, ahora. Es como si los dos nos
hubiésemos quitado un gran peso de encima que nos impedía avanzar, a mi
mucho más que a él, que ya ha rehecho su vida y en nada será padre.

Me habla de forma pausada y me pide perdón, a su manera. Me dice que


vivimos años buenos, que me quiso y que creyó que sería para siempre, pero
que cuando ella apareció, todo se volvió de otro color; uno más intenso. No
me duele escucharle hablar de ella, lo que me duele es que no fuera valiente. Y
se lo digo, le digo que fue un puto cobarde y que precisamente por llevar toda
una vida juntos, tenía que haberme dicho la verdad, aunque doliese. Hubiera
sido más fácil confesar lo que sentía por ella, antes de la boda. Fue mezquino
lo que me hizo y lo sabe. Asiente con la cabeza y yo no dejo de mirarlo. Ya no
duele. No hay gritos, ni peleas.

Dejo que fluya entre nosotros todo lo que él no supo gestionar. Cuando
terminamos las bebidas, nos levantamos a la vez, como un acto reflejo. Ya está
todo dicho.

No le doy dos besos, ni tan siquiera nos tocamos. Nos miramos y


pronunciamos un «adiós» largo, con suspiro incluido, porque ambos sabemos
que será el último.
58
JAPÓN

MARC

Me encanta viajar. Me apasiona organizar todos los preparativos antes de


comenzar una nueva aventura, porque para mí viajar es tan necesario como
comer.

Mi lema es: «Viaja, porque el dinero regresa, el tiempo no».

Adoro hasta hacer la maleta. Sí, ya sé que mucha gente lo odia, pero no es mi
caso. Me gusta sumergirme en cada pequeño detalle y abrir mi mente para
captar todos los entresijos de otras tradiciones y otras culturas. Es como si
antes de salir de mi casa me preparara mentalmente para enriquecerme por
dentro, igual que cuando lees un libro que sabes que te va a llenar.

Pero siempre hay una excepción, una maldita excepción y es esta.

Hace más de una semana que escuché de boca de Samuel lo bien que se lo
estaba pasando con Gala. Una puta semana en la que he sido cualquier cosa
menos persona. He intentado esconderme en el trabajo y he evitado estar con
mi gente. Eloy ha estado muy ocupado con su mudanza y con los ataques de
histeria de Elena que, por supuesto, ha empezado a tener por cualquier cosa;
los colores de la pared, la colocación de los muebles, las tareas de la casa…
En fin, que si mi hermano aguanta un par de meses, tendrá el cielo ganado.

Adrián ha estado un poco más pesado de lo normal. Sé que habla casi a diario
con Zoe y seguro que sabe más cosas sobre Gala que yo, pero le he pedido
tiempo y espacio. Anoche quedé con él para tomarnos unas cervezas antes de
mi viaje y al final le conté lo de la maldita llamada. Le dije que saber que ya
estaba follando con otro me ha partido en dos y que ahora solo necesito
cambiar de aires y digerir mi derrota. Por supuesto, le he pedido máxima
discreción. No quiero que nadie sepa que me siento como un gilipollas. Solo
espero que respete mi decisión y que yo no sea su tema de conversación con
ellas.
Lorena es la única que ha aguantado mi mala hostia estos días y la pobre lo ha
hecho con la mejor voluntad. El día que le comuniqué que yo iría de enlace
con el grupo en este viaje y no ella, se puso a llorar como si hubiera hecho
algo malo y ese fuera el castigo. Joder, me partió el alma verla así. No me
quedó más remedio que decirle que las cosas con Gala no habían funcionado y
que necesitaba desconectar unos días, sin entrar en más detalles.

Le debo una, sin duda. Sé que se lo tengo que recompensar. No sé si con más
días de vacaciones el año que viene, con un incentivo económico o incluso
con un viaje que quiera disfrutar, pero sé que se lo debo. Le puse el caramelo
delante durante unos días y casi en el último momento se lo he quitado de las
manos.

Lorena ha venido a despedirme al aeropuerto. Me ha traído un móvil viejo que


teníamos en la agencia, porque el mío todavía no lo han podido reparar, ni tan
siquiera han recuperado la tarjeta que se quedó encajada por los golpes.
Probablemente sea con la única que me comunique hasta que vuelva. Todos
saben que me voy. Todos menos Gala, que no ha vuelto a dar señales de vida
desde que se marchó de mi casa; por una parte, me gustaría recibir su llamada
y escuchar su explicación, pero por otra, prefiero empezar a olvidarla.

El vuelo dura dieciséis horas más o menos, con escala incluida en Ámsterdam,
es mucho tiempo para estar aquí metido, aunque viajemos en business con
todas las comodidades posibles. El grupo está formado por dos mujeres, Vero
y la secretaria de su jefe, y ocho hombres, entre los que me incluyo; en total
somos diez. La paridad en los altos cargos todavía está en desequilibrio como
podéis comprobar.

Verónica se ha sentado cerca de mí, pero guarda las distancias y las formas. Su
modo «trabajo» está activado y no creo que lo desconecte hasta que
regresemos; cosa que agradezco, porque no estoy yo ahora mismo como para
lidiar con ella en ningún otro sentido que no sea el laboral.

A ratos duermo, a ratos leo. Veo un par de películas. Echo un vistazo a toda la
documentación del viaje. Bebo, como algo, estiro las piernas. Escucho música
aleatoriamente, pero el maldito cosmos, a veces, solo piensa en joderte,
mucho, y esta vez debe de ser una de ellas. Suena «She´s on My Mind», de JP
Cooper. Y, sin querer, vuelvo a caer en ella, todo vuelve a ella. Está en mi
mente, igual que dice la canción, aunque haga todo lo posible para sacarla de
ahí.

Sus ojos avellana, sus labios curvándose al compás de su risa, su pelo


mojado, alborotado o en un moño. Sus curvas, con sus costillas asomando. Sus
besos comedidos al principio para después ir cogiendo fuerza. Su boca
entreabierta cuando se corre. Su sexo apretando mi polla. Su gesto cuando está
nerviosa o su cara de póquer cuando habla con su jefe. Su entusiasmo cuando
lee algo que la emociona y hasta su lado más borde, cuando le toco la fibra.
Todo, lo más jodido es que me gusta de ella todo, hasta lo que otros odiarían a
mí me gusta, ese es mi puto problema. ¿Y sabéis lo que más me jode de toda
esta historia? Que yo no he sido nada para Gala, nada.

La llegada al hotel se hace larga y tediosa. Son muchas horas de vuelo; el jet
lag, las luces de la ciudad, el tráfico, la gente. Tokio es la cuidad más grande
del país y es algo abrumadora. Es como si, al salir del avión, un tsunami
futurista te atravesara la cabeza. Me gusta este país porque es como un lugar
eterno, donde las antiguas tradiciones se fusionan con la vida moderna de la
forma más natural, pero reconozco que nada más aterrizar tienes que acomodar
tu mente y tu cuerpo a este viaje al futuro.

Cuando están todos ubicados en las habitaciones, me retiro a la mía. Mando un


correo a Lorena para decirle que hemos llegado y que intente hablar con la
compañía de teléfono porque no puedo hacer llamadas. Me ducho y descanso
un poco antes de bajar a cenar.

Todos están igual de agotados, así que quedamos en vernos en la recepción a


las ocho de la mañana del día siguiente para empezar con el plan.

Me parece escuchar unos nudillos en la puerta de mi habitación un poco


después de caer rendido en la cama, pero estoy tan grogui que creo que puede
ser un sueño y no me levanto para comprobarlo.

El primer día visitan una fábrica situada en una zona industrial a las afueras de
la ciudad que les lleva todo el día. Yo los acompaño, pero no los espero.
Aprovecho para reunirme con los guías español y japonés en el hotel y
reorganizar la visita de pasado mañana por la ciudad. Un pequeño grupo de
japoneses los acompañará en una especie de comida de empresa, por eso
necesitan a los dos guías.

Salgo a perderme un poco por las calles cercanas al hotel y duermo hasta la
siesta, mi cuerpo no se ha hecho al cambio horario todavía, así que lo
necesito.

Por la noche ceno con ellos, me cuentan que tal está yendo todo y quedamos
para volver a vernos a la mañana siguiente.

El segundo día vuelven a la misma fábrica, esta vez a una especie de curso de
formación. Yo aprovecho para ir a un par de sitios que no visité en las otras
ocasiones que estuve aquí.

Me pierdo en el Jardín Rikugien; un jardín metropolitano, cuyo nombre


significa «seis poemas», en él se reproducen ochenta y ocho escenas de
poemas famosos. Me quedo alucinado con su estanque central y con los tonos
rojizos propios del otoño. Lo recorro sin prisas, fijándome en los turistas, en
las familias con los niños y en las parejas que van de la mano. Me empapo de
todo lo que veo, intentando respirar y olvidar. Pero mi primer pensamiento es
otra vez para ella; recuerdo cuando hablamos de este viaje y como ella dijo
que le encantaría venir, aunque veía imposible poder permitírselo. Joder,
hubiera dado cualquier cosa por poder traerla. En medio de mis pensamientos
se cruza una imagen de ella encima de él, follando, gimiendo… Cierro los
ojos y respiro profundo de nuevo.

«Deja de martirizarte, Marc».

«Joder, Gala, no lo entiendo, de verdad que no lo entiendo».

Bajo a cenar al bufet, solo, y me reúno con ellos en el bar del hotel, al
terminar. Hablo con el señor Ponce, el jefe de Vero, por si necesitan alguna
cosa más o hacer algún cambio.

Está todo perfecto, así que me despido de manera cordial y aprovecho para
volver a intentar llamar a Lorena, pero nada, sigo sin poder acceder a las
llamadas ni al WhatsApp, por lo que recurro otra vez al mail. Me responde
rápido, no hay novedades. Me dice que esté tranquilo, que está intentado
arreglar lo del teléfono.
Mañana es el día libre, así que iré con el grupo a visitar todos los lugares
emblemáticos de esta ciudad.

Antes de acostarme, llaman a la puerta; ahora lo he oído perfectamente.


Supongo que igual es alguien del grupo que necesita cualquier cosa. Abro y me
encuentro a Vero que entra sin que la invite a pasar.

—Joder, estoy súper estresada. Invítame a una copa del minibar —me dice
acercándose hasta la pequeña nevera y sacando lo que parece una botella de
algún licor de color ambarino. Creo que es whisky.

No me apetece mucho tener compañía, pero no quiero ser un estúpido. La


escucho quejarse de toda la carga de trabajo mientras bebe. Yo he declinado
su oferta y estoy tomado un botellín de agua. Se tumba en la cama a mi lado,
mientras yo trabajo con mi portátil, intentando acceder a mi blog para
actualizarlo, pero no me deja. Cada vez está más cerca.

—¿Qué te parece si me destensas un poco? —me pregunta, pasando su mano


por mi paquete.

—Vero, no soy buena compañía en este momento.

—Venga, Marc. Sé que algo ha tenido que pasar con tu amiguita, por eso has
venido tú y no Lorena, como me dijiste.

Me quita el portátil de las manos y se sienta a horcajadas encima de mí.


Cuando se acerca a mi boca y pega su pecho al mío, me retiro.

—Lo siento, Vero, puedes quedarte a tomar la copa y hablar de lo que quieras,
pero no voy a enrollarme contigo. Recuerda que esta semana es trabajo —digo
serio para intentar disuadir su ataque.

—Está bien, lo capto. No voy a arrastrarme, ni por ti ni por nadie.

Se levanta, deja el vaso encima de la mesa, después de beberse lo que


quedaba, y se va dando un pequeño portazo.

Mierda, Marc. Quizás no te hubiera venido mal follar un poco, es solo sexo;
destensar, correrte y a dormir. Seguro que Gala no se lo pensó tanto.
***

El tour por Tokio es muy interesante. Julián, nuestro guía, convierte la salida
por la cuidad en una visita muy amena. Nos da tiempo a ver todos los lugares
más populares y algunos menos conocidos; incluso, las últimas horas de la
tarde, aprovechamos para ir de compras. Tokio es una ciudad tan de contrastes
que tienes que habituarte a esta mezcla tan ecléctica. Vero no se me ha
acercado en todo el día, como si tuviera la peste. Al final tendré que hablar
con ella.

El siguiente destino es Kioto. Vamos a estar por aquí unos días con la misma
dinámica; visita a un par de fábricas, formación y día de convivencia. Es mi
primera vez en esta ciudad, así que aprovecho el tiempo que no tengo que estar
con el grupo para conocerla mejor. Kioto fue capital de Japón entre los años
794 y 1868, de ahí su importancia histórica. Además, es una de las ciudades
más pobladas.

El viaje se está desarrollando sin contratiempos. Excepto por una


indisposición de uno de los integrantes del grupo que ha saldado con una visita
al médico, que evidentemente ha cubierto el seguro. Es importantísimo viajar
siempre con uno que tenga buenas coberturas, porque hay determinados países
en los que una simple consulta médica puede ser casi igual de costosa que el
propio viaje.

El día libre visitamos todo lo que podemos; el Templo Kiyomizu-dera,


asomándonos a su famoso balcón de madera sostenido por cientos de pilares.
Paseamos por la zona de Higashiyama, especialmente por las cuestas
Sannenzaka y Ninenzaka, que es como si estuvieras haciendo un viaje en el
tiempo. Está todo lleno de turistas. Incluso, nos acercamos al cementerio
Higashi Otani, un lugar de los más visitados de la ciudad, donde se respira
espiritualidad.

El arte, la cultura y sus gentes dan un halo de paz a todos los visitantes que
llegan a este país. Después de varios días en este lado del mundo, me siento
algo más relajado, conmigo mismo sobre todo.

No he conseguido tener el teléfono operativo hasta ayer y no siempre pilla la


red. Así que he recibido algún mensaje de Lorena y nada más. A pesar de ser
un viaje de trabajo, creo que he logrado desconectar de casi todo, para qué
mentir.

La última noche antes de regresar a casa, cenamos todos juntos el famoso


Kobe, cocinado en el teppanyaki delante de nosotros por un cocinero de
renombre. Estamos en uno de los restaurantes mejor puntuados de la ciudad y
la carne tiene un sabor espectacular. Si añadimos la amabilidad y la atención
del servicio, que como casi todo en este país es de diez, la velada está siendo
perfecta. El jefe de Vero me felicita por la elección.

Algunos decidimos regresar al hotel, y otros prefieren alargar la última noche


en tierras niponas tomándose unas copas. Verónica, la otra chica y yo somos
los únicos que volvemos junto a su jefe.

No quiero que siga enfadada conmigo y menos por no haber sucumbido a sus
encantos.

—Déjame invitarte a una copa —le digo al entrar en la recepción, antes de


que se dirija a los ascensores.

—Solo acepto porque no tengo sueño —me responde con desdén.

Nos despedimos de los demás y entramos en el bar. Solo está el camarero y un


hombre de mediana edad sentado en la barra, así podremos hablar tranquilos.

Una copa lleva a la otra y la otra a la siguiente. Me pregunta por Gala, no sé si


para ahondar en la herida o por simple curiosidad. Solo le digo que no salió
como yo esperaba. Hablamos de nuestros encuentros sexuales sin tapujos y
creo que aclaramos posturas y no hablo de las corporales. Antes de que pida
la cuarta copa ya la estoy acompañando a su habitación. Lo intenta una vez
más, ¿lo dudabais? Será que no me he explicado con suficiente claridad antes
o que ella siempre quiere ganar.

—No quiero sexo casual y sin ataduras, ya no —le he dicho en un par de


ocasiones mientras bebíamos, y se lo repito ahora, en el quicio de la puerta,
por si lo ha olvidado.
Esta vez el alcohol la hace tomarse la derrota con más humor; entra
descojonándose y diciendo que tendré que matarme a pajas.

Quizás no sea mala opción.


59
REGRESO A CASA

He llegado a coger el tren por los pelos. ¡Menuda carrera! A ver si consigo
poco a poco recuperar la calma, ahora que acabo de sentarme en mi asiento.
Desde fuera tenía pinta de ser una escena de esas pelis antiguas donde la
protagonista tiraba de su maleta de madera con una mano y con la otra se
agarraba el sombrero mientras se oía: «¡Viajeros al tren!».

«Vaya, parece que la carrera me ha dejado sin el suficiente riego en el cerebro


también», me digo a mí misma. Semejante peliculón me acabo de montar en la
cabeza.

Hace casi dos horas que he salido de la entrevista. Entrar de nuevo en el


edificio de VR ha sido como un viaje al pasado. La recepcionista es la misma,
Paula, así que me ha recibido con una sonrisa de oreja a oreja; me ha hecho
ilusión que se acordase de mí. También he visto a algún antiguo compañero en
el ascensor, porque el departamento al que he ido está tres plantas más arriba
que donde estaba mi despacho. Samuel estaba reunido, así que no he
coincidido con él. Nada más terminar, me he ido a su casa para recoger mi
maleta y he llamado a un taxi para venir hasta la estación. Ya se me había
olvidado que aquí pierdes muchísimo tiempo en los desplazamientos, por eso
he llegado en el último minuto.

La entrevista ha ido más o menos como esperaba. Formal, con mucha


información sobre el puesto y con una larga lista de obligaciones que atender,
si soy la elegida. Me han chivado que hay cinco candidatos. El tema
económico está bien, pero tampoco para tirar cohetes. Samuel me lo había
pintado muy bien, pero la verdad es que la realidad no ha superado mis
expectativas.

Mañana es viernes y tengo que reincorporarme a mi puesto otra vez, por eso
regreso a Barcelona a toda velocidad y porque, además, en los últimos días,
he estado bastante agobiada aquí, para qué negarlo.

Después de la firma y la charla con Álvaro me fui a recorrer las calles de


Madrid; a ver si, respirando entre sus gentes, volvíamos a conectar ella y yo,
pero creo que no lo conseguí. Me acerqué al súper y pillé dos botellas de vino
con los cuarenta euros que tenía en la cartera, para no perder mi tradición de
los viernes, aunque no me las fuera a beber con mi amiga. En cuanto llegó
Samuel, nos bebimos una, casi del tirón. No me sentó nada bien, así que me fui
enseguida a dormir la mona y a olvidarme de todo por un rato.

El sábado, nos levantamos muy tarde y nos fuimos de cañas por Malasaña. Por
la noche, acompañé a Samu al concierto que daba en un pueblo a las afueras,
era un local bastante pequeño y con un fuerte olor a marihuana que te colocaba
nada más entrar. Su banda se alegró de verme y me lo pasé bien con ellos; por
lo menos, al principio.

Cuando volvimos a casa, yo apenas había bebido, pero Samuel estaba bastante
tocadillo. Me intentó comer la boca un par de veces, incluso se quedó pegado
al otro lado de la puerta de mi habitación, esperando a que le diera paso. Al
principio pensé que estaba bromeando, pero cuando insistió me tuve que poner
más seria, diciéndole un «no» bastante rotundo.

Que Marc no haya dado señales de vida en estas semanas no significa que ya
me haya deshecho de su recuerdo, ni que quiera revolcarme con ningún otro
tío.

Es más, ver a Samuel así, tan entregado, solo me confirmó que quizás ha
insistido tanto para que viniera a hacer la entrevista por las razones
equivocadas. Somos amigos y ahora tengo más claro que nunca que no vamos
a ser nada más.

El domingo estuvimos raros y, encima, por la tarde, vino su ex a acompañar a


Lola, así que yo me refugié en los manuscritos que tenía entre manos y él en su
hija y en su rutina.

Anoche, después de acostar a la niña, hablamos un poco más tranquilos.


Preparamos un poco la entrevista y le dije que no tomaré una decisión hasta
que no me hayan contestado, pero la verdad es que le mentí porque, aunque no
lo pronunciara con palabras, creo que la decisión ya la tengo tomada.

Sacó el tema de Marc para meter el dedo en la llaga. Que si no te ha llamado


en toda la semana, que si no sabes nada de él, que si es muy orgulloso para
llevar tan poco tiempo conmigo, que las relaciones a distancia no funcionan…
Ignoré sus palabras y, mientras él seguía con su repertorio anti Marc, mi mente
viajó a cada recuerdo que tengo con camino.

Cuando me choqué con él al entrar en aquel albergue por primera vez. Nuestro
encuentro en el baño, después de haber echado hasta mi primera papilla.
Nuestro beso debajo de aquella farola. La pillada por nuestros amigos,
mientras me comía la teta. La primera noche que compartimos cama. Nuestra
primera vez en aquel hotel. La fiesta de cumpleaños de Eloy. El cine, las
conversaciones, sus cenas. El viaje a Formentera. Mis miedos. Sus ganas. Mi
accidente. Su casa. Mi coraza.

Es increíble cómo el tiempo se puede condensar en tantos momentos. No hace


ni seis meses que nos conocemos, pero sin darme cuenta atesoro ya un montón
de recuerdos con él. La intensidad es la clave, no la cantidad, como me dijo él
un día.

Al meterme en la cama, después de haber dado un abrazo a mi amigo y de


despedirnos, me puse a trastear con mi móvil. No aparecía en línea, pero no
pude evitar que mis dedos teclearan un mensaje para él.

Gala
Buenas noches, camino. Mañana voy a Barcelona,
me gustaría verte y hablar.

No obtuve respuesta.

Me mareo un poco, desde esta mañana tengo el estómago revuelto, incluso he


vomitado un par de veces después de desayunar; me imagino que ha sido por
los nervios de la entrevista.

Tengo tres horas por delante para relajarme, los viajes en tren invitan a eso,
¿verdad? A observar el cambio de tonalidad del paisaje a medida que saltas
de una Comunidad Autónoma a otra. A no ser capaz de distinguir los caminos
que se abren paso a gran velocidad. A encuadrar a través de la ventanilla las
zonas desiertas y las pobladas. A escuchar el sonido metálico de las vías y a
sentir ese característico cambio de ritmo cuando te aproximas a la siguiente
estación. Tres horas enteritas para divagar.
Llamo a mis padres y a Xavi. Todos están ocupados trabajando, así que soy
breve; un pequeño resumen de cómo ha ido la entrevista y quedamos en vernos
el domingo.

Abro mi bolso y saco un chicle. A ver si masticando se me pasa un poco el


malestar.

En el asiento de enfrente va una chica joven con su padre, un madurito con


canas bastante atractivo. Me fijo en que ambos van leyendo un libro. Él en su
ebook y ella en papel, me hace gracia el contraste. Me reconforta saber que
esta sociedad no está del todo perdida, porque si echo un vistazo rápido al
resto de los ocupantes del vagón, la mayoría van enredando con sus móviles.

Una arcada me sobreviene y salgo disparada hacia el baño. Joder, a ver si voy
a tener un virus estomacal de esos. Pues, es lo último que me faltaba, ponerme
mala y no poder ir mañana a trabajar tampoco.

Cuando regreso, después de haber echado los restos del botellín de agua que
he estado bebiendo, me fijo en una pareja que está al otro lado del pasillo. No
se han soltado de la mano en todo el trayecto; un poco incómodo, ¿no? Los
miro por el rabillo del ojo y los escucho decirse cursilerías. Son un poco
empalagosos, la verdad. Yo nunca he sido así, ni cuando creí que lo que tenía
con Álvaro era amor. Soy más de gestos que de palabras, por eso con Marc he
estado tan a gusto. No es el típico que te duerme con sus halagos; él, más bien,
lo hace con las palabras exactas en el momento preciso. Aparte de su forma de
tratarme, claro, incluso cuando soy una borde con él. Por eso me cuesta tanto
entender que haya estado quince días sin llamarme.

Saco el móvil del bolso y no me lo pienso. Un tono, dos, tres. Salta el buzón.

—Hola Marc, te he dejado un mensaje pero no me contestas. Me gustaría verte


y hablar, de verdad. Llámame.

Dudo si arrepentirme o no. Total, puede que lo escuche y me ignore, cosa que
me molestaría sobremanera, porque no es su estilo dar la espalda a los
miedos; más bien, es el mío.

Nada más llegar a casa me como un sándwich de pavo, por meterme algo en el
estómago, no por hambre, y acto seguido me meto en la cama, sigo teniendo
mal cuerpo.

Zoe llega de noche y me encuentra acurrucada en mi cama.

—Neni, ¿qué te pasa? No tienes buena cara —me pregunta, acercándose y


poniendo su mano en mi frente.

—No sé, tengo mal cuerpo, pero no tengo fiebre.

—Será que te va a venir la regla. ¿Quieres que te traiga algo?

—No, solo necesito dormir. Mañana a las nueve tengo que estar en la oficina.
Siento no ser mejor compañía.

Un cartel luminoso de señal de peligro se acaba de encender en mi cabeza. La


regla, mi regla, mi puñetera regla. Las pastillas, las pastillas que no me tomé,
las putas pastillas. Me encojo un poco más en la cama y casi me fundo con el
colchón. Mi amiga se inclina al ver mi gesto y me da un beso en la frente como
una madre, otra vez.

—Joder, Zoe. Hueles a tío, guarra. ¿Otra vez contra el archivador?

—Coño, Gala, ¿qué eres ahora un sabueso de los de la poli? No, esta vez ha
sido en el baño de su despacho.

—Déjalo, no quiero detalles. ¿Sabes algo de Adrián? ¿O de Marc? —le


pregunto para cambiar de tema.

—Pues no. Había quedado con él mañana para ir al cine, pero Gerard me ha
pedido que nos veamos mañana en su piso y anulé lo de Adri. Se mosqueó
conmigo el martes, cuando se lo dije, y no hemos vuelto a hablar.

—Joder, Zoe, como para no mosquearse. Un día va a pasar de ti, para siempre.

—Bueno, tú ocúpate de lo tuyo. Si quieres hablar con Marc, ve a la agencia


mañana. Las cosas se hablan mejor cara a cara.

—Tienes razón. Puede que me pase después de trabajar.


—Descansa, neni.

—Y tú. Pero dúchate antes.


60
LA PIEZA DEL PUZLE

En la cocina huele a café recién hecho y a algo dulce. No sé qué me pasa, pero
tengo el sentido del olfato multiplicado por mil.

—Buenos días, neni. ¿Qué tal has dormido?

—Vaya, no te creas que muy bien.

—Te he traído cruasanes de mantequilla y ya te he puesto tu taza de leche con


Nesquik.

—Gracias, amiga. ¿Tan jodida me has visto para prepararme el desayuno?

—No, tonta, pero como esta noche dormiré con Gerard me apetecía cuidarte
por la mañana. Y por cierto, maquíllate un poco para ir a trabajar, sigues
estando muy pálida.

—Adoro tu sinceridad, amigui —digo, dándole un beso en la mejilla.

Ella me da una especie de azote en el culo y se va con su modelito de «estoy


que rompo la pana» hacia la oficina.

—Por cierto, llévate mi coche, si quieres —me grita desde la puerta, antes de
salir.

—Perfecto.

Cualquier otro día me hubiera ido en transporte público, ya que, de momento,


no puedo coger la bici, pero hoy me viene genial llevarme el coche de Zoe.
Trabajaré todo el día e intentaré pasarme por la agencia de Marc cuando
termine mi jornada.

Espero encontrármelo allí y que de una vez por todas podamos hablar. No sé
por qué no se ha puesto en contacto conmigo, ni tan siquiera después de haber
visto mis mensajes; me parece rarísima su actitud, la verdad.

Vaquero, camiseta de manga larga de rayas y mis Vans negras. Me pongo una
cazadora verde militar encima porque ya ha empezado a refrescar un poco.
Hago caso a mi amiga. Un poco de maquillaje; rímel, vaselina para los labios,
que los tengo súper secos, y listo. Cuando me echo un último vistazo en el
espejo me veo medianamente decente, aunque es verdad que las ojeras
resaltan sobre cualquier otro rasgo de mi cara.

La montaña de papeles y notas que tengo en mi oficina casi me impiden ver el


ordenador.

Gala, necesito que me entregues el informe del mes pasado, no está


actualizado. Es la segunda vez que te lo pido.

Gala, no has rellenado la ficha del último autor con el que hemos firmado.

Gala, tienes que revisar esa última corrección antes del lunes.

¿Sigo? No, será mejor que me dedique a quitarme todos estos pendientes de
encima o no seré capaz de salir de estas cuatro paredes nunca.

Como un pincho en la cafetería de abajo que no me sienta muy bien. Cuando


vuelvo a subir a la oficina, voy corriendo al baño. Esto ya empieza a
preocuparme. No lo quiero pensar, ni decir en voz alta, pero una idea
retorcida se pasea por mi cabeza. Miro en mi agenda el calendario donde
apunto todos los meses el mismo dato.

«¡MIERDA! ¡JODER!».

Un sudor frío me empieza a recorrer la espalda. Me vuelvo a sentar en mi


mesa y respiro profundamente. Necesito que el aire me llegue a los pulmones.

Cojo el móvil y tecleo de nuevo.

Gala
Marc, si no quieres hablar conmigo
me lo tendrás que decir a la cara.
Luego paso a verte.
Me concentro en todo el papeleo que tengo delante. No quiero pensar. No
puedo pensar.

Algo más tarde de lo que había imaginado, salgo de la oficina. Menos mal que
tengo el coche de mi amiga en un garaje cercano, porque, a este paso, Marc
estará a punto de cerrar. Cuando mis manos se agarran al volante y arranco,
empiezo a hiperventilar. Estoy más nerviosa que nunca.

Quiero ver a Marc, hablar con él y escucharle. Quiero contarle lo de Madrid,


lo de la venta y lo de la entrevista y quiero decirle que él tenía razón. Estoy
convencida de que mis metas han cambiado, aunque no las tenga muy
definidas; pero sí sé lo que ya no quiero. Necesito ser clara con él y con mis
sentimientos.

Cuando entro por la puerta de la agencia solo está Lorena sentada en su mesa.
Me mira como si hubiera visto un fantasma.

—Hola, ¿está Marc? —pregunto, intentando sonar tranquila.

Ella emite una especie de bufido y me mira con sorpresa.

—No, no está.

—¿Y vendrá más tarde? No me importa esperarlo aquí.

—No, no va a venir ya —me responde seca y con desdén.

No entiendo nada. ¿Qué coño le he hecho yo a esta niñata? Me empiezo a


mosquear por momentos y a la vez sigo estando nerviosa. Pensé que Marc
estaría aquí y que podríamos aclarar las cosas entre nosotros.

—Necesito hablar con él. ¿Podrás decirle que me llame, por favor?

—Vale.

Apenas me mira cuando lo dice. Yo alucino.

—Adiós —digo, saliendo por la puerta con un bufido.


Cuando me meto en el coche de mi amiga, la rabia y la decepción se instalan
en mi cuerpo. ¿Dónde coño te has metido, Marc? Estoy hecha un lío y me
ayudaría poder hablar con él. Le mando otro mensaje.

Gala
He venido a la agencia a buscarte y no estás.
¿Te importaría llamarme, por favor?

No sé los minutos que pasan hasta que puedo encender el motor del coche y
volver a casa.

Al entrar, me acuerdo de que Zoe no viene esta noche a dormir. Voy al baño a
vomitar; sí, otra vez, aunque ya casi echo la bilis porque no me queda nada
más en el estómago. Me pongo el pijama y me hago un ovillo en el sofá, no
quiero meterme en mi cama.

Empiezo a llorar, sin poder evitarlo y como si mi amiga tuviera instaladas


cámaras y me estuviera vigilando me llama en ese preciso momento.

—Nenita, ¿ya hablaste con Marc? Cuéntame, que Gerard ha ido a por un par
de botellas de vino y tengo tiempo de escucharte.

—Peli…—Y los sollozos invaden la comunicación

—Gala, ¿qué pasa? Deja de hipar, no entiendo ni una palabra.

—No pasa nada, Zoe. Tranquila. —Trato de calmarme. No quiero fastidiar a


mi amiga su viernes con todas mis mierdas.

—Neni, ahora me lo cuentas todo. Voy para allá.

No me da tiempo a decirle que no venga porque cuelga.

En menos de veinte minutos, está entrando por la puerta. Viene directa al salón
y me abraza. Me quedo pegada a ella unos cuantos minutos, como si fuera mi
ancla a tierra.

—Mierda, Peli. Te he jodido la noche.


—Ya habrás más noches, neni. Hoy mi sitio está aquí.

Y con nuestras manos entrelazadas y sorbiéndome los mocos, le cuento que


Marc está desaparecido, que necesito hablar con él y que lo echo muchísimo
de menos. Que he empezado a sentir muchas cosas y que ya he decidido que no
pienso ir a Madrid.

—Peli, hay algo más que te tengo que contar.

—¿Más? Joder, Gala, me estás acojonando.

—Más acojonada estoy yo.

Mi súper olfato, mis vómitos, mi estómago revuelto, las arcadas, las pastillas
olvidadas. Todo son pistas de que puede que algo se esté cociendo en mi
interior y nunca mejor dicho.

—Tengo un retraso.

—¡Me cago en la puta, Gala! ¿De cuántos días?

—Solo de un par, pero ya sabes que yo soy siempre súper puntual, no como tú.

Zoe tiene un test en el cajón de su mesita, es de los digitales que te dicen de


las semanas que estás y todo; me cuenta que lo compró hace poco y no lo
necesitó, por eso no me contó nada. Prácticamente me obliga a ir al baño y a
mear encima de él con ella a mi lado. Mientras esperamos, recordamos la
última vez que estuvimos delante del puñetero trozo de plástico. En esa
ocasión se hizo la prueba ella, en el baño de casa de mis padres, creo que era
nuestro último año de instituto.

—Te acuerdas cómo juré que no volvería a follar. —Me recuerda para
animarme. Si esta mañana estaba pálida, ahora creo que soy un cadáver con
patas.

—Sí, me acuerdo y también de que rompiste tu promesa al día siguiente.

Mi amiga me da una especie de codazo, pero después me abraza y se queda


así, pegada a mí. Yo estoy de espaldas al lavabo, donde he apoyado el test.
¿No os ha pasado alguna vez que tenéis la sensación de que si no miráis algo
no está pasando? Pues así me siento yo ahora. No miro, no pasa.

—Todo va a salir bien, neni. Estoy contigo. Vamos a encontrar a Marc.

Y entonces lo sé. No hace falta que mire el resultado del maldito test. Sé que
es positivo. Mi amiga. Su abrazo. Sus palabras.

Zoe y yo nos sentamos en el sofá de nuevo. Ya no lloro. No hablo. No me


muevo. Apenas respiro. La Peli coge su móvil y me dice que va a usar el
«comodín de la llamada». No entiendo nada hasta que la voz de Adrián sale
por el altavoz.

—Vaya, pues sí que habéis discutido rápido esta vez. No te ha debido de dar
tiempo ni a correrte. ¿Dónde te recojo? —responde Adri a mi amiga.

—Adri, sé que estás enfadado, pero te equivocas. No necesito que me recojas,


estoy con Gala, en casa.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? —pregunta Adrián un poco desconcertado.

—Tranquilo. Estoy bien. Pero tienes que decirme dónde está Marc.

—Joder, Zoe. No me metas en medio, por favor. No puedo decir nada y


además no quiero.

Mi amiga y yo nos miramos. No entendemos esa respuesta tan seca de Adrián.

—¡Venga, Adri! Gala necesita hablar con él, es importante. Muy importante.

—Zoe, en serio, no puedo decirte nada. Además, no está en Barcelona.

—Muy bien, chico listo, eso ya lo sabemos. Me parece que tienes más
información de la que me cuentas.

—Se va a mosquear, joder. Lo conozco y sé que se va a mosquear. Respeta


que él no quiera hablar con ella, yo tampoco querría después de lo de la
llamada.
Abro mucho los ojos, porque si no me falla la memoria Marc no me ha
llamado en estas dos semanas. ¿De qué llamada está hablando?

—Venga, Adri. Te lo recompensaré. Un finde, tú y yo, solos.

—Joder, pues ya tiene que ser importante para que me regales tu tiempo.

—Adrián, dime qué es eso sobre una llamada —suplica mi amiga, cuando me
ve haciendo el gesto con mi mano.

—Marc llamó a Gala antes de lo de la venta de su piso y descolgó el móvil su


amiguito, el de Madrid. Oyó cómo él decía que no parase, que le encantaba
ver cómo lo follaba. Joder, Zoe, Marc está hecho una mierda, tu amiga
tampoco es mi persona favorita ahora mismo. No sé por qué te lo estoy
contando, me va a matar.

Me quedo pálida. ¿En serio? ¿Samuel? ¿Samuel haciéndole creer a Marc que
estábamos follando? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Ahora mismo mi cabeza empieza a entrar en ebullición. Mi amiga me mira y


posa su mano en mi rodilla, no quiere que me derrumbe y Adrián me oiga
llorar.

—¡Pedazo de hijo de puta, el Samuelito!

—¿Crees que es mentira? —pregunta Adrián.

—Sé que es mentira. Definitivamente tienen que hablar, cara a cara.

—Está bien, le daré el beneficio de la duda. Pero Marc está en Japón, llegará
mañana.

Se despiden y cuelga. Me levanto del sofá y paseo nerviosa por toda la


habitación. Empiezo a hacer memoria de mi semana con Samuel y del día que
dice Adrián que me llamó. Joder, al final yo no estaba loca y sí oí la melodía
de mi móvil. Recuerdo a Samuel con él en la mano, diciendo que no había
sonado y es como si todo encajara de repente.

«Mierda».
—Qué pedazo de cerdo tu amiguito, ¿no? —me dice Zoe.

—Joder, nunca me hubiera imaginado una cosa así de él.

Ella escucha paciente cómo creo que sucedió todo. El sonido de la llamada y
él con mi móvil en la mano, solo me interrumpe para llamar a Samuel de todo
menos guapo. Le confieso que me ha dolido, mucho, creo que me ha
decepcionado casi tanto como cuando Álvaro me engañó. Pensé que éramos
amigos, de los buenos, no de los que te utilizan. Yo confiaba en él y siempre
hemos sido sinceros el uno con el otro, pero esto es intolerable. Dudo si
llamarlo ahora, en caliente, o mañana. Zoe me aconseja que lo haga en frío,
para poder mandarlo a tomar por el culo con toda la calma del mundo.

También hablamos de Marc, de su falta de confianza en mí. No sé las palabras


textuales que escuchó de boca de Samuel, pero ¿de verdad pensó que le
dejaría descolgar mi teléfono en mitad de un polvo? Me puedo imaginar lo que
pensó en ese momento, pero después, en frío…Joder, si hacía una semana que
había salido de su casa.

Le pido a mi amiga unos segundos a solas y me encierro en el baño. El maldito


test me saluda desde el lavabo, cuando voy a echarme un poco de agua por la
cara. Marca entre una y dos semanas. Calculo mentalmente y las imágenes se
suceden en mi cabeza. Marc volviendo a su piso después dejarnos solos a
Samuel y a mí. Marc llevándome en brazos hacia la habitación. Mi boca en su
cuello. Sus manos en mi trasero. Marc, follándome en la mesa de su salón. Un
polvo. Un bebé.

Cojo el móvil y en cuanto suena el buzón de voz empiezo a balbucear:

—Marc…Yo… Marc, he ido a buscarte. No estás. Samuel mintió. Él y yo


no… Yo no… Mierda.

Cuelgo porque parezco tartamuda. Los hipidos y las lágrimas no me han


dejado sonar coherente. Patética, he debido de sonar patética.

Regreso con Zoe al salón. Me observa digerir todo en mi interior y se levanta


muy decidida para coger unas cuantas cartulinas blancas y el estuche de sus
rotuladores. Lo posa todo encima de la mesa de centro. Se va a la cocina y
trae una botella de vino con una copa para ella y una jarra de agua con un par
de rodajas de naranja para mí. Conecta su móvil al altavoz y su lista «AMOR
DE LIBRO» empieza a sonar.

—Yo cuando estoy estresada o de mala hostia, pinto. Así que ven, siéntate
conmigo, nena —dice, dando unas palmaditas en el suelo para que me coloque
a su vera.

—Estás loca, sabes que soy un desastre con el dibujo.

—Da igual, yo te ayudaré a preparar la estrategia.

—¿Estrategia?

—Calla y escribe.
61
ATERRIZANDO

MARC

La última hora de vuelo ya no he sabido cómo colocar mi cuerpo en el asiento


y mira que no tiene nada que ver con uno de los de la clase turista, pero ni con
la diferencia de tamaño he sido capaz de descansar. Estoy fundido. Si al
cansancio del viaje le añades casi dos horas de retraso durante la escala en
Ámsterdam es la combinación perfecta para que solo esté pensando en llegar a
mi casa, darme una ducha eterna y mimetizarme con el colchón hasta el lunes.

El comandante nos anuncia que en quince minutos aterrizaremos en el


Aeropuerto de Barcelona-El Prat y yo ya estoy contando los segundos.

Sin querer, pienso en Gala; bueno, sin querer queriendo. Tantas horas en este
pájaro metido dan para mucho. Me hubiera gustado que no hubiéramos
terminado así, que ella hubiera viajado conmigo a Japón, o en caso contrario,
que ahora estuviera esperándome en el aeropuerto y volviéramos a casa
juntos. Lo sé, es como sacado de una puta comedia romántica, lo que pasa que
yo, en vez de ser el protagonista guapo que siempre triunfa, soy el pringado; el
que se queda sin la chica.

«Joder, Marc. Necesitas dormir más de ocho horas seguidas».

El sonido de las ruedas del avión rozando con la pista me distrae de mis
pensamientos. Ahora he cambiado de película. Las imágenes delirantes de
Aterriza como puedas se cruzan por mi mente y me río solo. La maniobra del
piloto para detener el avión es bastante brusca y, cuando consigue frenar,
estamos todos con las manos agarrando el asiento como si fuéramos a aguantar
el golpe. Excepto Vero, que no se ha enterado de nada. Creo que se ha tomado
un relajante muscular antes de despegar y la ha dejado KO.

—Vero, despierta, que ya hemos llegado —le digo, tirando de su muñeca un


poco para que espabile.

—¿Adónde? —me pregunta con modorra.


—Tú al cielo porque con la babilla esa que te cuelga parece que estés muerta.

Ella se toca la boca y se incorpora de un brinco.

—¡Idiota, no estoy babeando!

Nos descojonamos los dos y nos desabrochamos los cinturones.

Antes de salir del avión, ya me voy despidiendo de toda la expedición. Están


muy contentos con la experiencia, así que me siento orgulloso de haber
realizado un buen trabajo.

Mientras Vero y yo vamos hacia las puertas, conecto mi móvil. Tengo un par
de mensajes de Lorena. El último dice que Adrián está fuera, esperándome
para llevarme a casa. Es un alivio no tener que pelearme ahora por un taxi,
porque cuando las puertas se abren en la terminal de llegadas me fijo en que
hay mucha gente. Todos esperando a que aparezca su ser querido. Jaleo,
abrazos, besos y palabras de bienvenida.

Echo un vistazo rápido, ¿buscando a quién? No sé, soy idiota.

—¿Te llevamos a casa? Ha venido mi hermana a buscarme —me dice Vero,


pegando sus manos a mi pecho.

Me coloca las asas de la mochila, atrayéndome hacia ella. Ahora sí que está a
escasos milímetros de mi boca. El sueño está haciendo mella en mí porque por
el rabillo del ojo me parece ver a una chica menuda que se parece muchísimo
a Gala. Giro la cabeza rápido, pero ni rastro de ella.

Tengo que dormir, creo que tengo alucinaciones.

—No, gracias. Ha venido Adrián a buscarme.

—Está bien. Solo te digo una cosa, cuando quieras dejar de seguir
machacándotela con la mano, llámame —suelta ella tan directa, dándome un
pico en los labios.

Es tan rápida que no me da tiempo a reaccionar. Sonrío con desgana cuando su


hermana me mira de arriba abajo y continúo arrastrando mi maleta y mis pies
hasta la salida.

Durante el trayecto hasta mi casa, Adrián me pregunta por el viaje, por


Verónica y por cómo ha salido todo. El tema Gala no lo tocamos, gesto que
agradezco.

—Estoy agotado, tío —le confieso, cuando estamos llegando a mi calle.

—Bueno, pues ya me llamas cuando espabiles.

—Vale. Muchas gracias por traerme.

—De nada, capullo.

Me bajo y me despido otra vez.

—Espera Marc, que se me olvida. Toma tu móvil, me lo ha dado mi hermana.

—Joder, está como nuevo.

—Sí, al final, el informático pidió un par de piezas y recuperó tu tarjeta de


memoria. La otra es duplicada, se la mandó la compañía a Lorena, para que no
pierdas el número.

—Perfecto, tío. Nos vemos.

Lo primero que hago al entrar en mi casa es irme a la ducha. Cuando salgo, un


poco más despejado, conecto el teléfono.

Recibo un mensaje avisándome de las catorce llamadas perdidas que tengo y


de mensajes en el buzón de voz, acto seguido empiezan a entrar todos los
wasaps. Me pongo un pantalón de chándal gris y mi camiseta blanca de estar
por casa; total, no me pienso mover de aquí hasta el lunes.

Cojo el móvil y primero miro las llamadas. Un par de ellas de Eloy, tres de mi
madre. Otras de unos clientes y ahí está, su nombre en la pantalla. Tengo dos
llamadas perdidas de ella y una fue ayer.

¡Vaya, por fin ha decidido dar señales de vida! Será para decirme que se
queda en Madrid para siempre con su nuevo novio.

Antes de escuchar el buzón de voz leo los mensajes. Ignoro los del resto y solo
abro el chat de ella.

El primero es del día después de mi llamada.

«Una carga menos».

Y una foto de la notaría. No entiendo nada. ¿Se folla a otro y después se


acuerda de mí cuando por fin se deshace de los vínculos con su ex? ¿Qué soy,
entonces? ¿Su amiguito del alma?

Bufo y miro el siguiente en el que me desea buenas noches y me dice que viene
a Barcelona y que quiere hablar conmigo. Fue del miércoles y después hay
otro del jueves. En ese ya me dice que tendré que decírselo cara a cara.

¿Hablar? Hablar de como fui un gilipollas, pensando que empezábamos a ser


una pareja o hablar de que, precisamente, ya no tenemos nada de qué hablar.

Cada vez estoy más perdido. Después de ese, otro de ayer. Me dice que ha ido
a la agencia y que no estaba, que si me importaría llamarla.

Así que entre mosqueado y nervioso empiezo a escuchar el buzón de voz. Solo
hay dos mensajes y son de ella.

Los escucho intentando calmarme, pero su voz, su tono, su vibración, es como


si ahora mismo la tuviese pegada a mi oído. Mi piel se eriza por el escalofrío.

Uno es de este jueves.

Me gustaría verte y hablar, de verdad. Llámame.

Sin tiempo para pensar en sus palabras salta el siguiente. Se oye bastante mal
pero distingo su llanto. Entre hipidos y sollozos habla de forma inconexa.

Marc…Yo… Marc, he ido a buscarte. No estás. Samuel mintió. Él y yo no…


Yo no… Mierda.
Doy a la tecla para volver a escucharlo. Distingo su voz entre el resto de los
sonidos y solo se quedan grabadas en mi mente tres palabras: Samuel te
mintió. Samuel te mintió. Samuel te mintió.

«Mierda, Marc». ¿Qué coño significa todo esto? No puede ser. Yo lo oí


perfectamente. Escuché su voz… ¿Fingiendo? ¿Fingiendo que se lo estaba
follando?

¡Pedazo de hijo de puta!

Es la primera vez que pienso en cómo le dejaría la cara si lo tuviera delante.

El llanto de Gala da vueltas en mi cabeza. Nunca la había escuchado llorar,


nunca.

¿Y cómo sabe que yo escuché a Samuel?

Adrián.

—Sí, Marc ¿Necesitas algo? —me contesta antes del tercer tono.

—¿Estuviste con Gala ayer? —pregunto de muy mala hostia.

—No, ¿por qué?

—No te hagas el tonto conmigo. Entonces ya veo que has hablado con Zoe.

—Marc, yo… Joder, es que es muy persistente y, además, me dijo que era muy
importante.

—Cojonudo, Adrián, gracias por tu discreción.

—Lo siento, tío, pero quizás deberías hablar con ella.

Ni me despido, me cambio de ropa rápido y, con el móvil pegado a la oreja,


me meto en el coche.

—Cógelo, loca. Cógelo.


Nada.
62
COMO EN UNA PELÍCULA ROMÁNTICA

—Gala, no puedes esconderte más. Coge el maldito móvil y habla con él —


me grita Zoe, por tercera vez.

Marc me está llamando, pero no puedo hablar con él. Ahora no.

He llegado del aeropuerto hace un rato echa una auténtica mierda. Sí, lo sé. He
sido un poco kamikaze aceptando el reto de mi amiga y actuando como una
puñetera protagonista de esas películas románticas; de esas que odio, por
cierto.

Ayer, no sé si para que me olvidara un poco de todo lo que me había pasado o


para desestresarse ella (ya que le estropeé su noche de sexo), me metió mil y
una ideas absurdas sobre el amor y los gestos románticos en la cabeza.

—Demuéstrale que quieres estar con él —me dijo eufórica.

Su famosa estrategia de anoche consistía en que yo me presentara hoy en el


aeropuerto y que Marc me viera allí nada más salir de su avión, como si
fuéramos a mirarnos a los ojos y a aclarar todo lo que nos hemos callado de
golpe. Pajas mentales de mi amiga, en fin. Y yo, la imbécil que le hago caso.
Si hasta dibujamos unas malditas cartulinas como en Love Actually. ¡Tócate
los huevos!

Menos mal que me he hecho la tonta y las he olvidado en casa; si las hubiera
sacado en el aeropuerto, el espectáculo habría sido mucho más bochornoso.

Lo que me he encontrado allí sí que ha sido una escena romántica de las de


manual. Marc saliendo por la puerta con Vero, su amiguita, los dos como si
volvieran de un spa en las Bahamas y no de un viaje en avión de más de doce
horas. Altos, bien vestidos, sonriendo, me apuesto todo a que él olía a colonia.
Juntos, pegados, muy pegados, como una pareja cualquiera, después de pasar
unos días maravillosos. Cuando ella se ha acercado para besarlo, me he
escondido entre la gente, intentando ser transparente. No quería mirar, no
podía mirar.
—Zoe, ahora no puedo, en serio. Joder, tenías que haberlos visto juntos.

Y rompo a llorar otra vez. Descontroladamente.

Qué puta es la vida a veces, ¿no? Ahora echo tanto en falta a Marc que me
duele. Encima en mi estado. Joder. Yo, que fui la primera en huir, en agarrarme
a unos sueños pasados que ya no me pertenecían y que no fui capaz de
reconocer ni de expresar todo lo que empezaba a sentir por él. Tarde, Gala.
Llegas tarde.

—Deja de llorar, por favor —me suplica mi amiga, dándome el enésimo


abrazo.

Me limpio los mocos con la manga del pijama y llaman al timbre. Zoe se
levanta del sofá y va a abrir. Oigo la puerta y una voz masculina de fondo que
no distingo por culpa de mis sollozos.

—Si es Xavi, dile que vuelva mañana. No quiero ver a nadie —grito desde el
salón.

Ya se sabe que cuando hay confianza da asco. No estoy preparada para hablar
con nadie ahora mismo.

—No es Xavi —responde mi amiga. Justo detrás de ella, Marc se asoma por
la puerta del salón—. Me voy, tardaré un rato en volver —añade la pelirroja.

Cuando cierra la puerta, dejándonos solos, me limpio la cara como dándome


guantazos y me levanto para mirar por la ventana, no quiero que me vea así.

Empiezo a hiperventilar y tengo la sensación de que las paredes se empiezan a


estrechar y me falta el aire.

—Gala, ¿estás bien?

—¿Qué haces aquí, Marc? —pregunto, dándole la espalda.

—Yo he preguntado primero. ¿Todo correcto?

Se acerca con paso decidido y sin titubeos, después de haber formulado esa
pregunta tan nuestra. Se coloca a escasos centímetros de mí. Casi siento su
aliento en mi nuca; no me toca, pero su sola presencia, tan cerca, y su maldito
olor embriagador ya me provocan mareos, pero de los que te doblan las
piernas y te nublan la mente.

—Sí, todo perfecto—digo con retintín.

—He escuchado tus mensajes y tus llamadas, loca. Tenemos que hablar.

Su apelativo cariñoso me revuelve las tripas; por un lado, tengo la sensación


de que quizás todo se pueda arreglar, y por otro, siento que se abre más la
herida. Su imagen con Verónica en el aeropuerto regresa a mi cabeza. Me giro
bruscamente y me intento alejar de él, pero con su mano me detiene y me guía
hasta el sofá. Nos sentamos, guardando las distancias y me suelto de su agarre,
porque donde ha posado sus dedos mi piel arde.

—Me alegro de que las hayas escuchado, pero ya puedes ignorarlas.

—Gala, joder. He estado de viaje sin teléfono. Acabo de llegar y me encuentro


con todo esto. Estoy un poco perdido, la verdad —dice con un tono más suave
—. Vamos a hablar de todo lo que ha pasado. Necesito ordenar toda esta
puñetera película en mi cabeza.

Me hace gracia su metáfora, aunque no me rio. Al menos coincidimos en algo,


porque como sabéis yo también tengo la sensación de que, desde ayer, estoy
interpretando una mierda de papel en una jodida película.

—Empieza tú.

—Está bien —resopla, pasándose las manos por el pelo un par de veces y
comienza a hablar.

Escucho cómo me cuenta lo enfadado que se quedó después de nuestra


discusión y cómo quiso darme tiempo y espacio. Me dice que Adrián lo avisó
de que ya estaba en Madrid y que iba a vender el piso, por eso me llamó,
porque quería volver a hablar conmigo y arreglar las cosas, pero esa maldita
llamada lo cambió todo, porque no contesté yo, sino Samuel.
—«Me encanta ver cómo me follas, Gala». Esas malditas palabras saliendo de
su boca y yo…Yo casi me quedé sin respiración. Joder, hacía una puta semana
que habías estado en mi casa, una semana. ¿Cómo crees que me sentí
escuchando eso? —me dice, levantando la voz.

—Joder, Marc. Estaba en su casa, pero no follando con él. ¿Cómo coño te
creíste eso? No me entra en la cabeza. Ni tan siquiera lo dudaste un poco.

—No lo sé, Gala. Pero nosotros habíamos discutido, estabas en Madrid y yo


estaba muy enfadado. Además, sé las ganas que él te tenía y te tiene.

—Claro, y esa es la confianza que tú tenías en mí, ¿no? ¿Tú te crees que
hubiera sido tan retorcida de dejar que él contestara mi teléfono para que nos
escucharas? ¡Es de locos, joder!

—Pues me creí su puta mentira, ¿qué le voy a hacer? Soy humano. Después
estrellé el teléfono contra la pared y lo hice añicos. Necesitaba huir y me
surgió el viaje a Japón. Tenía que desconectar y era la mejor manera de
hacerlo —afirma, posando su mano en mi rodilla, pero se la aparto.

Tomo la palabra después de que Marc llame de todo a Samuel y yo solo


asiento con la cabeza. Le cuento que vendí el piso, que tuve una charla cordial
con mi ex y que después le mandé el primer mensaje que no obtuvo respuesta.
Le hablo de la entrevista en VR, de las sensaciones y de mi regreso en el tren,
desde donde lo llamé porque quería verlo. Continuo con mi visita ayer a la
agencia y el encontronazo que tuve con Lorena, a la que también le dedico
unas palabritas por comportarse como una gilipollas conmigo. Por último, le
digo que Zoe le tuvo que sacar toda la información a Adrián, y por eso mi
llamada llorando cuando, por fin, encajé todas las piezas del puzle.

Al terminar con mi exposición, me derrumbo sin querer y empiezan a brotar


las lágrimas de nuevo.

—¡Gala, joder! No llores. Querías hablar y eso estamos haciendo. No te


pongas así ahora, vamos a arreglarlo, loca. Vamos a arreglarlo.

—Te he visto, Marc. Te he visto con ella —digo abatida, porque ya no tiene
ningún sentido guardármelo.
—¿Con quién? —me pregunta indeciso.

—No te hagas el idiota conmigo, Marc. Si parecía que volvíais de vuestra


puta luna de miel. Tan sonrientes, tan perfectos y con beso incluido.

—Gala, has estado en el aeropuerto, ¿verdad?

—Sí, porque yo soy imbécil y mi amiga idiota.

—Joder, lo sabía. Me ha parecido verte entre la gente. Ven aquí, loca. —Y


ahora tira de mi cuerpo para pegarme al suyo.

Estoy tan cansada que no puedo luchar contra él. Me abraza y me hundo en su
pecho, empapando su camisa.

—Marc, suéltame —digo, intentando hacer un último esfuerzo.

—No, no pienso soltarte, nunca.

Me explica que le he visto con Vero porque era un viaje organizado para su
empresa, que eran un grupo de diez y que no se ha enrollado con ella, ni allí,
ni aquí. Que lo que he visto ha sido un beso robado de despedida, sin ninguna
importancia. Sigo con la cabeza hundida en él, escuchando su tono de voz y
digiriendo sus palabras. Por primera vez en los últimos días, creo que
empiezo a sentir la calma, aunque me queda contarle lo mejor.

—Mírame—dice, separándose un poco y levantando mi barbilla para que


nuestros ojos se encuentren—. Solo puedo pensar en ti, loca, porque tú no
cruzas mi mente, directamente, vives en ella.

—Marc —balbuceo—. No quiero el trabajo de Madrid, allí no está mi sitio.


Eso era lo que quería decirte. Te he echado de menos y tenías razón, ese ya no
es mi sueño.

Sin darme tiempo a reaccionar me come la boca. Sus labios se pasean por los
míos en un beso cargado de promesas, de anhelos y de todas esas palabras que
a veces no hace falta decir. Nos besamos lento, reconociendo un sabor
familiar que hacía tiempo que no disfrutábamos. Sus manos se enredan en mi
pelo y las mías en su nuca, atrayéndolo hacia mí. Nuestras respiraciones se
hacen más profundas. No se me ha olvidado que me falta comentarle un
pequeño detalle, sin embargo alargo este momento todo lo que puedo.

Nos separamos para respirar. Marc me limpia las lágrimas y me sonríe. Mi


cara debe de ser como un libro abierto.

—Hay algo más que no me estás contando. Dímelo ya, por favor. —Y sostiene
mi cara con sus manos, escrutando mi mirada.

Jodido Marc, al final va a tener razón cuando dice que ve a través de mí.
Controlo mi llanto, pero me tiembla todo el cuerpo. ¿Cómo coño se da una
noticia así? No sé, con Álvaro siempre lo imaginé de manera diferente. Los
dos solos, delante del test, contando los minutos para que salieran las dos
rayitas y con cara de gilipollas si el resultado hubiera sido positivo. Pero
ahora…Ahora no tengo ni idea de qué palabras usar para dar esta noticia.

Cuando voy a empezar a hablar oigo ruido y Zoe entra en el salón, sin
preguntar. Nos ve tan ensimismados el uno con el otro que saca su propia
conclusión y, de repente, su filtro mental desaparece, sin más.

—¡Qué bonita pareja hacéis, coño! ¿Ya puedo dar la enhorabuena al papá?
63
COMO EL FINAL DE UNA PELÍCULA
ROMÁNTICA.

MARC

No he empezado a asimilar todo lo que hemos hablado Gala y yo; el mosqueo,


la llamada, mi huida, el malentendido, sus sentimientos, su decisión, nuestro
reencuentro. Cuando su amiga, la Peligrosa (y nunca mejor dicho), hace acto
de presencia en el salón y suelta esa bomba, así, sin anestesia.

Joder, ¿he oído bien?

Papá, ¿ha dicho papá? ¿Yo? ¿Ella? ¿Los dos?

¡Hostias! Por algo seguía notando rara a Gala. Sabía que me estaba ocultando
algo, pero ni en un millón de años me habría imaginado nada semejante.

Me quedo paralizado, pero no aparto mis ojos de los suyos, chispeantes, vivos
y asustados. No reacciono y sé que de mis primeras palabras depende nuestro
futuro… juntos.

—¡¡Zoe!! —grita desesperada Gala.

—Ups. ¡Me cago en la puta! Lo siento. Ya me voy y lo más probable es que no


venga a dormir. —Y huye como una rata, dejándonos a solas.

Ahora solo soy capaz de analizar la mirada de Gala, que es como si me


quisiera decir millones de cosas que todavía no entiendo.

Un bebé. Nuestro.

«¡Venga, Marc, échale huevos!».

—¿Es eso lo que me querías decir? —pregunto casi en un susurro.

—¡Sí, joder! Siento que te hayas enterado así. Zoe es una boca chancla. Yo
tenía que habértelo contado, no ella.

Me empieza a explicar que la semana que estuvo en mi casa con todo el lío del
accidente no tomó las pastillas, que ayer se hizo un test y dio positivo.
También me dice que habrá que confirmarlo para estar seguros, pero que tiene
algunos síntomas.

Yo escucho paciente, pero la verdad es que no necesito tantas explicaciones.


Lo hemos hecho sin protección de forma consentida, los dos. Todos los
métodos anticonceptivos pueden fallar, incluso si hubiera tomado las pastillas
también podría haber pasado; su olvido solo aumentó las probabilidades. Así
que lo que lleva dentro está ahí por culpa de los dos, no solo de ella.

El corazón se me va a salir del pecho y antes de que empiecen a asaltarle las


dudas, hablo:

—Dime qué quieres hacer, Gala. Es tu cuerpo y aceptaré tú decisión, pero


dímelo ya, por favor, porque cada puto segundo que pasa os quiero más, a los
dos.

—Marc… —Y no dice más, porque se abalanza sobre mí, sentándose en mi


regazo. Ataca mi boca, besándome con posesión y yo solo puedo estrecharla
entre mis brazos.

Creo que mis palabras se han agarrado a sus tripas, justo el efecto que quería
causar. Estoy aquí para los dos y no pienso irme a ninguna parte. Las lágrimas
empiezan a resbalar por mis mejillas y me descolocan, hacía muchos años que
no derramaba ninguna. Gala me las limpia con sus pulgares y sonríe, es la
primera vez que nos vemos llorar.

—¿Vamos a ser padres? Joder, es una auténtica locura. ¿Estás seguro? No hace
ni seis meses que nos conocemos y estoy muy asustada, Marc —confiesa
pegada a mis labios.

—Estoy muy seguro y también acojonado, pero voy a besar todos tus miedos,
loca.

Después de las lágrimas, pasamos a las risas. Carcajadas sonoras que inundan
esta tarde de sábado. No nos soltamos ni un segundo y yo no despego mi mano
de su vientre, como si el micro átomo que está dentro de ella ya necesitara
toda mi atención.

—Si cierro los ojos tengo la sensación de que ha sido todo como una película
—digo convencido.

—¿Película? Espera y verás.

—¿Qué haces? —pregunto cuando se levanta del sofá muy decidida.

—Venga, sal y cierra la puerta, cuenta hasta diez y vuelve a entrar, como si
acabaras de aterrizar y esto fuera el aeropuerto.

Me encojo de hombros sorprendido, pero obedezco. Cuando cierro la puerta,


cuento hasta diez.

—Voy —anuncio.

—Entra.

Ahí está mi loca. La que no cree en el amor, ni tan siquiera en las relaciones.
La del pelo alborotado en un moño cuando no se peina. La que nunca necesita
ayuda. La que no para de dar vueltas en la cama. Mi peregrina favorita. Mi
adicta a las letras y a las botellas de vino robado. Ahí está, luciendo una
sonrisa de oreja a oreja, detrás de la mesa del salón, sosteniendo unas
cartulinas blancas con dibujos y mensajes.

Me muestra la primera con las mejillas rojas como un tomate:

SI ALGUNA VEZ HUÍ DE MI VIDA CONTIGO.

Pasa a la siguiente, que además de la frase tiene un cartel con el nombre del
primer albergue donde nos conocimos, que me imagino que ha pintado su
amiga.

PERDONAME, CARIÑO, ESTABA DISTRAÍDA.

Me río más fuerte y con la cabeza asiento para que siga.


Me enseña otra, es un dibujo de un faro y un libro con la siguiente frase:

ME SIGUES GUSTANDO, TE SIGO SOÑANDO.

Y pasa a la última que está llena de corazones rojos dibujados por el borde y
dentro de cada uno hay escrita una palabra; algunas muy nuestras, y otras que
me tendrá que explicar. CAMINO. LOCA. TETA. PIEDRA. SEXO PAN.
MATACUPIDOS. VIAJE. GENTLEMAN. ROMPECORAZONES.
BICICLETA. TRES.

ES ESA LA FORMA QUE TENGO, CARIÑO, DE DESMOTRARLO.

Joder. Empiezo a aplaudir y a punto estoy de llorar de nuevo, como si el


cambio hormonal lo empezara a tener yo y no ella. Mi risa hace acto de
presencia, porque sé que ha tenido que ser muy difícil para ella.

—Fue idea de Zoe, no te rías de mí —me dice, tapándose la cara con la última
cartulina.

—Joder, loca. Hubiera pagado oro para que te hubieras presentado con ellas
en el aeropuerto.

—Sí. Y yo me hubiera muerto de la vergüenza con este cutre Love Actually a


la española, delante de todo el mundo, ¡qué horror!

—Habéis mangado las frases de la letra de una canción, pero me ha encantado,


de verdad. Las palabras clave ya me las explicarás luego.

Nos reímos juntos y me abraza de nuevo.

—Sí, otra idea de mi amiga, la canción sonó ayer en su lista de Spotify. Es «Te
sigo soñando», cantada por Luz casal y DePedro. Me imaginé que ya la
conocías, pero ella insistió en que era perfecta. Puta tarada.

—Me ha gustado mucho, Gala. Creo que ha sido el mejor final de película
romántica que he visto.

—¿En serio?
—Sin duda.

La levanto en volandas y le tarareo otra vez el estribillo de la canción,


mientras nuestros cuerpos se mecen con el sonido de mi voz.

Y no me hace falta escuchar la melodía, porque Gala es el tipo de música que


suena en mis oídos cuando cierro los ojos, inundándolo todo, transformándolo
todo.

Me sigues gustando,
te sigo soñando,
es esta la forma que tengo, cariño, de demostrarlo…
64
UNIVERSO PARALELO

A veces pienso que el cosmos, el karma o el puñetero destino, te pinta todo


muy negro durante un tiempo para que te hagas fuerte. Y que, a la vez, como en
un universo paralelo, el muy retorcido, por no llamarle cabrón, está moviendo
todos los hilos para hacer que las piezas de tu vida encajen. Cuando más o
menos lo tiene todo preparado y organizado, te lo envía de nuevo a tu mundo
real, diciéndote: «Ahí lo tienes, báilalo».

Y aquí estoy, empezando a bailarlo.

Cuando mi amiga ha soltado esa bomba, me he quedado pálida. Marc,


mirándome a los ojos, intentando descifrar qué había de cierto en sus palabras
y yo sin saber cómo coño empezar a explicarme. No había pensado mucho en
cómo iba a reaccionar al enterarse, pero como la mayoría de las veces,
siempre me termina sorprendiendo, para bien.

Ha sido valiente, no vamos a negarlo. Ha dejado en mis manos la decisión de


seguir adelante con esta nueva aventura, pero como siempre suele hacer, ha
matizado su frase con las palabras precisas para dar en la diana, en mi diana.

«Dímelo pronto, porque cada puto segundo que pasa os quiero más, a los
dos».

Jodido Marc. Hasta en un momento así de importante le ha salido su vena de


maldito perfecto gentleman, con derrame de lágrimas incluido.

Después de mi numerito peliculero y nuestro posterior baile, nos hemos tirado


en la alfombra, muertos de la risa. Nos hemos acordado de aquella señora que
nos encontramos por el Camino y nos vio reír como locos, ella ya nos dijo:
«Ojalá siempre os améis a carcajadas». Y creo que con Marc siempre ha sido
un poco así. Es increíble que solo unos meses después de aquel primer
encuentro, o choque brutal, como lo define él, estemos aquí. Juntos,
acojonados y embarazados.

Prometemos tomarnos las cosas con calma. Nada de hacer planes, ni hablar de
futuro, ni tan siquiera contárselo a nuestras familias hasta que vaya al médico
el próximo lunes y nos confirme que todo está en orden. De lo que sí hemos
estado hablando es de estas últimas semanas, de cómo nos hemos sentido al
estar separados y de los errores que no queremos repetir, sobre todo en cuanto
a comunicación se refiere.

—¿Estás segura de que no quieres ese puesto en Madrid? —me pregunta con
voz suave—. No quiero que después te arrepientas por haber dejado pasar una
oportunidad así.

—Estoy segurísima. Esos días que estuve allí me han servido para darme
cuenta de qué es lo que realmente quiero. Y vivir y trabajar en Madrid no es
mi elección.

Al final mi amiga va a cumplir su promesa y no viene a dormir, así que Marc y


yo disfrutamos de nuestro recién estrenado estado de euforia contenida, sin
más interrupciones.

Su mensaje dice:

«NO VOY A DORMIR, MÁTAME MAÑANA».

Le contesto, diciéndole que puede regresar cuando quiera, a pesar de su


entrada estelar y de cómo le ha comunicado a Marc su paternidad, ninguno de
los dos piensa matarla, aunque probablemente se lo recordemos durante mucho
tiempo.

Cuando casi empieza a anochecer, Marc se va a la cocina y prepara algo para


cenar con lo que encuentra en la nevera, que no es mucho. Yo no tengo mucho
apetito, pero Marc me obliga a sentarme con él y comer un poco. Abro una
botella de vino y le sirvo una copa, me sonríe cuando me sirvo una Coca-Cola
para mí en copa de cristal también, para «engañar al subconsciente», le digo y
entonces brindamos.

—Por nosotros, loca.

—Por nosotros, camino —repito al chocar nuestras copas.


Marc se acerca y me besa, según él para que por lo menos saboree el regusto
del vino en su boca. Le cuento que como nunca me imaginé que podía estar
embarazada he bebido en los últimos días, pero que espero que todo esté bien.
Me tranquiliza y me vuelve a calmar con otro de sus besos. Esta vez un poco
más profundo.

Cuando ha recogido toda la cena (no podía ser de otro modo), tiro de su
camisa y lo arrastro hasta mi habitación, me apetece sentirlo… del todo.

Sigo con este pijama horrible y él luce como si acabara de vestirse para salir,
así que lo desnudo rápido y lo obligo a que haga lo mismo conmigo, para que
al menos estemos en igualdad de condiciones.

Desnudos, frente a frente, disminuimos la velocidad de nuestras caricias,


empleando un ritmo deliberadamente lento que solo consigue que me arda todo
el cuerpo. En ese instante da comienzo la batalla de las sensaciones. Las
yemas de sus dedos paseándose por mis labios entreabiertos. Mis manos
rozando su firme pecho, saltando de lunar en lunar. Nuestras pieles erizándose
por el contacto. Los latidos de nuestros corazones casi acompasados. Sus
dedos descendiendo por mi cuello para colarse entre mis pechos. Unos besos
furtivos donde acaban de estar mis manos. Susurros. Una caricia lenta bajando
por su abdomen. Sus manos en mi vientre. Gemidos. Mis dedos jugando con la
gota que sale de su hendidura. Su dedo entre mis pliegues. Jadeos. Nuestros
sexos pegados, palpitando. Sus ojos verdes clavados en los míos. Y muchos
más mimos surcando cada milímetro de nuestra piel.

Marc me coge en brazos y me tumba en la cama. Cuando creo que por fin va a
estar dentro de mí, me da un beso en los labios y empieza a descender con su
lengua por todo mi cuerpo.

—Marc —protesto—, quiero tenerte dentro.

—Ni de coña, loca. ¿Tú has visto esto? —me dice, señalándose la entrepierna
—. No pienso meterte nada hasta que el médico me diga que está todo
correcto.

—Marc, por favor. Eso es una tontería —me quejo.


—Pues llámame tonto.

Deja de hablar y continúa con su tarea pendiente, ignorándome. Quiero


llamarle de todo y enfadarme, porque me tiene excitada y expuesta, pero
cuando desciende por mi vientre, lamiéndome, y coloca su boca en el centro
de mi andar, se esfuma toda mi mala hostia. El orgasmo que me provoca con su
lengua hace que me olvide hasta de mi nombre.

***

El domingo no madrugamos, porque a pesar de su reticencia a estar dentro de


mí, hemos estado de lujo desnudos entre mis sábanas.

Marc es testigo de cómo la primera arcada de la mañana me sobreviene nada


más terminar el desayuno. Me persigue hasta el baño con gesto preocupado,
pero le pido que salga, prefiero apañármelas sola.

Después de acompañarlo a su piso para que se duche y se cambie de ropa, nos


vamos a dar un paseo por la playa. Hablamos de nosotros e incluso de
nuestros sentimientos; reímos y disfrutamos de la calma que siempre transmite
pasear por la orilla del mar.

Nos sentamos a comer en la terraza del Merendero de la Mari, en pleno Port


Vell, para seguir teniendo las mejores vistas. Comemos arroz negro que está
increíble y postre, por supuesto. Tengo miedo de tener que salir corriendo
hacia el baño otra vez, pero creo que mi cuerpo en esta ocasión tolera lo que
como.

Mi móvil empieza a sonar y es Samuel.

—Déjame cogerlo —me dice Marc convencido.

Creo que quiere pagarle con su misma moneda, pero soy yo quien descuelga,
porque necesito soltar lo que llevo dentro aunque pongo el altavoz.

—Sí.

—Nena, ¿qué tal estás? Esperando con ansias la llamada de mañana, ¿no?
—¿En serio, Samuel? ¿Pensabas que no iba a enterarme? ¿Tú te das cuenta de
lo que has hecho? Me has decepcionado tanto y me pareces tan patético que te
voy a pedir un último favor. Cuando cuelgue dentro de tres segundos, borra mi
contacto, para siempre, porque yo pienso borrar el tuyo.

Con la misma, cuelgo y hago lo que he prometido; además, bloqueo su número


porque no quiero volver a saber nada de él. Ni tan siquiera dejo que se
explique.

Marc me dice que él le hubiera dicho un montón de cosas más, pero prefiero
intentar olvidar todo lo antes posible.

Nos besamos como dos adolescentes de vuelta a su coche.

—Duerme hoy conmigo y mañana te llevo a trabajar —dice, antes de dejarme


en mi casa.

—¿Me la vas a meter? —pregunto con picardía, conociendo de antemano su


respuesta.

—Ya sabes qué no, Galita.

—Pues entonces duermo en mi cama, caminito.

Nos besamos en el portal otra vez y le digo que mañana lo aviso cuando sepa
la hora de la cita con la ginecóloga.

Cuando abro la puerta de casa, me voy directa hasta Zoe, que está tirada en el
sofá.

—No seas muy dura conmigo, neni —dice, poniéndome morritos—. No tengo
un buen día.

Me tumbo encima de ella y la abrazo, como tantas otras veces ha hecho ella
conmigo.

—No pienso matarte, Peli. Si al final me has hecho un favor.

Quizás en ese universo paralelo del que hablé antes, también se estén
moviendo los hilos de la vida de mi amiga, porque en este mundo real, cada
vez la noto más perdida.

***

Mi ginecóloga nos cita al mediodía; perfecto para no tener que pedir más
horas a mi jefe. Marc me ha recogido en la editorial y estamos en la sala de
espera hasta que nos manden pasar. Luisa es amiga de la familia, así que
cuando llamé a su enfermera esta mañana me ha colado, haciéndome un favor.
Estamos sentados enfrente de una chica embarazada que está sola y de otra
pareja. Cuando la puerta se abre de nuevo, creo que me quedo más blanca que
la pared.

—Vaya sorpresa, parejita. ¿Buscando método anticonceptivo? —pregunta mi


madre con su indiscutible sonrisa.

Un inciso… ¿En serio?

No me queda muy claro si esto está pasando de verdad o en el universo


paralelo de los cojones.

Se acerca a nosotros y nos da dos besos, volviéndose a recrear en el toqueteo


a Marc, como cuando lo conoció en el hospital. No nos da tiempo a articular
más que un «hola» porque entra la enfermera para mandarnos pasar.

—Gala, cuando quieras.

La seguimos hasta la consulta.

—Vaya, no me di cuenta de que hoy venía también tu madre, qué coincidencia


—nos dice.

—¡Sí, qué coincidencia! —repite Marc, porque yo me he quedado sin


palabras.

Luisa alucina en colores cuando me ve entrar con Marc, pero ya se queda


muerta cuando le digo que no vengo a cambiar de método anticonceptivo, sino
que estoy embarazada y que mi madre está en la sala de espera. Como es una
profesional, se aguanta la risa y me manda tumbarme; después de haber pasado
por el baño para desnudarme de cintura para abajo, claro.

Marc se coloca a mi lado y yo cruzo las manos debajo de mi pecho. Es esa


postura tan de abuela… Me relajo, o al menos lo intento, y me mete esa
especie de consolador, con condón incluido, que a todas nos da algo de grima.

Marc me coge de la mano y miramos la pantalla, intentando distinguir algo


entre toda esa imagen borrosa. La ginecóloga nos explica que la primera
ecografía se suele hacer entre la semana seis y doce, según los cálculos esta es
mi tercera semana, así que solo nos muestra un pequeño punto que nos
presenta como nuestro embrión. Nos miramos y sonreímos como idiotas,
besándonos delante de ella sin ningún pudor.

Cuando me estoy vistiendo, oigo cómo Marc pregunta un montón de dudas a


Luisa y ella le explica todo pacientemente, incluido lo de tener relaciones
sexuales, que como yo bien le dije no tiene por qué haber ningún problema.

Me tengo que hacer una analítica y empezar a tomar ácido fólico.

—¿La siguiente en pasar es su madre? —pregunta Marc.

—Anda, sí. No me había dado ni cuenta.

—Pues dile que pase, por favor —dice convencido.

Yo abro los ojos como platos y niego con la cabeza.

—Mejor en caliente, loca.

La enfermera la manda pasar y nos mira sorprendida, al vernos allí sentados


todavía.

—¿Qué queréis saber si es mejor el implante o la píldora? —nos pregunta,


mirándonos a ambos.

—Creo que esa clase nos la saltamos, Laura —dice Marc, tomando las riendas
de la conversación.
Luisa no puede contener la carcajada y yo me levanto para guiar a mi madre
hasta el monitor, que todavía conserva la imagen de mi útero.

—Te presento a nuestro embrión, abuela —suelto sin paños calientes.

Creo que es la primera vez en toda mi vida que veo a mi madre quedarse sin
palabras.
65
NUESTRO CAMINO

MARC

Tras de salir de la consulta de la ginecóloga el lunes, la noticia de que Gala y


yo íbamos a ser padres se corrió como la pólvora entre nuestros amigos y
familiares. Los primeros nos han dicho que es una puta locura y los segundos
que si nosotros estamos felices, ellos también.

El martes cenamos en casa de sus padres. Fue una cena especial, no puedo
definirla de otra manera. Xavi no dejó de vacilarnos con el tema de la
anticoncepción a nuestra edad y lo pardillos que habíamos sido y los padres
de Gala solo nos trataron de explicar los errores más comunes que cometen las
parejas cuando son padres. Gala bufaba, diciéndoles que era una cena
familiar, no una sesión de su terapia, y yo, en cambio, los escuchaba prestando
atención.

El miércoles les tocó el turno a los míos y la que estaba atacada de los nervios
era Gala. A mi padre lo había visto solo una vez, en aquel desayuno que ahora
da la sensación de haber sido hace siglos y a mi madre, ninguna. Se lo quise
poner fácil. Le pedí a mi madre que viniera a mi casa y me enseñara a
preparar una receta de cerdo asado que aprendió en Montefioralle, el pueblo
de la familia de mi padre en la Toscana, y mientras ambos estábamos
enfrascados en la cocina, apareció Gala. Después de las presentaciones, se
sentó con mi padre en el salón y estuvieron hablando un buen rato de música.
Cenamos los cuatro, porque mi hermano y Elena ya tenían otro compromiso
con los amigos de ella y hablamos de temas triviales; la ciudad, la
gastronomía italiana, los libros, los viajes. Gala y mi madre se han caído bien,
lo he notado cuando empezaron a criticar mis pequeñas manías, como, por
ejemplo, recoger la mesa nada más terminar de comer o de cenar.

Sigo bastante acojonado, pero delante de Gala no lo demuestro. Estamos


llenos de dudas infinitas, los dos. Creo que es una etapa que tendremos que ir
pasando juntos. La teoría dice que se empieza una relación, se formaliza, se
planifica el futuro, se convive un tiempo y después vienen los niños, ¿no?
Pues, en nuestro caso, casi nos plantamos de golpe en la parte práctica.

Estamos hablando mucho, pero no de un futuro lejano, ya que Gala sigue


siendo alérgica al significado de algunas palabras del diccionario, sin
embargo sí hablamos del inmediato, de nuestro día a día, de lo que queremos
hacer al día siguiente, o de lo que más nos preocupa ahora mismo. Sobre todo
hablamos de las ganas que tenemos de intentarlo y de que todo salga bien.

El jueves me llamó en mitad de la madrugada. Le he pedido que se quedara a


dormir conmigo alguna noche, pero ella quiere seguir haciendo las cosas de
forma natural; es decir, seguir viviendo con Zoe, su trabajo, su rutina, su vida.
Por lo menos durante el primer trimestre. Cogí el teléfono medio zombi y me
di un susto de muerte al ver que era ella. Después de decirme que me
tranquilizara, que estaba bien, pero que no podía dormir, me empezó a hacer
millones de preguntas.

—¿Seremos buenos padres, Marc? ¿Nos querrá? ¿Seremos capaces de crear


un hogar? Estoy asustada.

Y así, un sinfín más.

—No tengo respuestas para todo, Gala. Pero te puedo asegurar que seremos
los mejores padres para él o para ella, porque desde el minuto uno ya lo
queremos. Nos equivocaremos en muchas cosas y en otras acertaremos, pero
siempre haremos todo lo necesario para que sea feliz.

Durante más de una hora estuvimos pegados al teléfono y antes de colgar se lo


dije.

—Te quiero.

—Marc, ya sabes que esas dos palabras…

—Loca, son dos palabras que pueden estar vacías de significado o llenas de
«te cuido». Recuerda que yo soy distinto mensajero, no tengo nada que ver con
el que te las dijo por primera vez, y además, las mías significan lo segundo.

—Vale, pues cámbialas por «te cuido».


—Perfecto, pues te cuido, Gala.

—Yo también te cuido, Marc.

***

Hoy es el aniversario de boda de mis padres, hemos alquilado una Masía a las
afueras de Barcelona y hemos reunido a algunos familiares y amigos para
celebrar este día con ellos. La casa es preciosa y enorme, no le falta ningún
detalle. La finca y el jardín principal están espectaculares, a pesar de ser
otoño. Naranjas, marrones y rojizos contrastan con el intenso color azul del
cielo. Hemos tenido suerte y, aunque hace algo de frío, el día está
completamente despejado.

Hemos llegado pronto esta mañana y nosotros, junto a más invitados, nos
quedaremos esta noche a dormir. Cuando Gala ha terminado de arreglarse y la
he visto delante del espejo, estirándose la tela del vestido rojo que se ha
puesto, casi me atraganto con mi propia saliva. Estaba impresionante.

Estamos sentados en un banco en la primera fila, al lado de mi hermano y


Elena. Zoe y Adrián, que también estaban invitados, se han ido a pasar el fin
de semana juntos a Valencia, creo que era el pago por haberle dicho dónde
estaba yo. Cojo de la mano a Gala cuando Genaro, el cura que casó a mis
padres hace treinta y cinco años, en Montefioralle, que además es primo de mi
padre, empieza a contar su historia.

Mi madre estaba embarazada de ocho meses cuando mi padre se empeñó en


que fueran a Italia para conocer a su familia antes de ser padres por primera
vez. Ella aceptó, aunque un poco a regañadientes. Siempre habían hablado de
que no querían casarse, pero en aquel pequeño pueblo, los planes que tenían
para ellos eran otros. Mi madre se vio rodeada de esta típica familia italiana,
gobernada por la Mamma, de costumbres arraigadas y sobre todo muy
insistentes. Al tercer día, sin saber muy bien cómo, acabó con un vestido
blanco prestado, una corona de flores silvestres en el pelo y delante del altar
en la capilla de la casa de otro familiar, dando el «sí, quiero» a mi padre.

Gala abre muchísimo los ojos cuando Genaro termina y me mira arqueando las
cejas. Sé que es una historia un poco de libro.
Mis padres se emocionan, incluso derraman algunas lagrimillas y repiten sus
votos. Juran que intentarán seguir casados hasta que dejen de respirar.

Lo de celebrar este aniversario y no las bodas de oro, como suele hacerse, es


cosa de mi madre, que al poco de estar casados, prometió que como el cinco
era su número favorito y siempre le había dado suerte, quería celebrar las
cosas importantes cada lustro. Es bastante raro, lo sé, pero hace lo mismo
hasta con sus cumpleaños.

Aplaudimos cuando se besan y salimos todos al jardín para empezar con la


fiesta, que he intentado que sea lo más parecida a la que tuvieron en su día,
pero aquí. Mucha comida, mucha bebida, buena música y, lo más importante,
la familia.

En cuanto los camareros sirven las primeras copas de vino, mi padre pide un
poco de silencio para hacer el primer brindis.

—Quiero brindar por otros treinta y cinco años más a tu lado —dice, mirando
a mi madre que sonríe con picardía.

Todos vitorean la palabra «bonito» y aplauden. Y cuando creo que ya podemos


seguir divirtiéndonos, continúa.

—Y además, hoy quiero hacer un brindis especial por Gala y Marc, que en
unos meses traerán un nuevo miembro a esta familia. Gracias por ser valientes.

Gala y yo nos miramos, como se miran dos personas que quieren ser invisibles
un rato, pero agradecemos a mi padre su gesto.

Cuando los invitados se enteran, no paramos de recibir las felicitaciones de


todos. La parte italiana de la familia no deja de repetirme que la tengo que
llevar a Montefioralle y seguir con la tradición, como mis padres. Gala
entiende algunas palabras sueltas, porque hay alguno que no sabe hablar
español, pero adivina lo que están diciendo y se pone roja como un tomate,
negando con la cabeza. Es muy gracioso verla así de tímida.

Nos sentamos todos en unas mesas largas y seguimos comiendo y bebiendo.


Gala se divierte escuchando anécdotas de todo tipo; mías y de Eloy, de cuando
éramos unos mocosos o de mis padres, cuando eran novios. Les he regalado un
viaje a Italia; hace unos cuantos años que no van y les ha hecho mucha ilusión,
a ellos y a toda la familia, que siempre está dispuesta a abrir sus casas para
recibir invitados.

Gala y yo nos escapamos a ratos del comedor; principalmente, a comernos la


boca lejos de las miradas curiosas. Bueno, y yo a decirle un montón de las
guarradas que tengo pensadas para luego, no puedo evitarlo. Está algo
abrumada por tener a tanta gente desconocida alrededor, pero está radiante y
feliz.

El sol se va escondiendo y las horas avanzan. Bailamos, unas veces juntos,


otras separados, también con mis padres e incluso con mi hermano, que no
para de moverse, haciendo bastante el tonto que es lo que más le gusta. Nos
reímos. Disfrutamos. Excepto Elena (no podía ser de otro modo), que está
sentada en una silla del comedor como una momia y con cara de culo.

—Creo que está enfadada porque tu padre no ha mencionado lo de su boda y sí


lo de nuestro Mini Way —me dice Gala al oído. Está meciéndose al ritmo de
«Shallow», de Lady Gaga, tan pegada a mí, que creo que la tela de mi pantalón
está a punto de romperse a la altura de mi entrepierna.

—¡Que le den! Si ellos ni tan siquiera tienen fecha todavía. Por cierto, ¿Mini
Way? Ya veo que has puesto mote a nuestro embrión, no te has podido resistir.

—Sí, ¿te gusta? Es en plan cariñoso, claro —dice, aclarándomelo por si no me


ha parecido muy apropiado, y acto seguido acerca más su pelvis a mi paquete
de manera melosa.

—Me gusta, pero quizás sea una niña y entonces tendrá que ser Mini Crazy.

—También me gusta —dice, curvando sus labios.

—A mí me gustas tú y cómo te rozas conmigo, no pares.

Le sujeto la mano y hago que gire, siguiendo el ritmo. Un par de giros más de
auténtica bailarina y volvemos a estar frente a frente. La canción me hace
recordar nuestra primera vez en el cine y me pego más a su cuerpo.

—Marc, estamos delante de toda tu familia —dice indignada, separándose un


poco.

—Eso tiene fácil solución. Llevas muchas horas despierta, estás abrumada por
haber conocido de repente a toda esta peculiar familia, estás embarazada y
cansada… Tenemos la excusa perfecta. Sube a la habitación y dame dos
minutos para escaquearme yo también.

Los ojillos de Gala brillan y, aunque duda un poco, sé que le ha parecido una
idea cojonuda. Me besa para decirme entre dientes:

—Dos minutos.

Mientras sale del comedor se va despidiendo amablemente de mi familia,


incluidos mis padres a los que da dos besos. Poco a poco, la veo alejarse
hacia las escaleras.

A mí me lleva un poco más de tiempo, pero con la excusa de que voy a ver qué
tal está ella, consigo escaparme.

Al abrir la puerta, observo su imagen; está asomada al balconcillo, con una


manta por encima de los hombros, mirando al cielo.

—¿Qué haces ahí, loca?

—Como has tardado más de dos minutos —me dice con sorna—. Estoy
mirando las estrellas. Ven, mira cómo brillan.

Me acerco hasta ella y la abrazo por detrás. La encajo en mi pecho y se me


escapa un pequeño suspiro. Es verdad que el cielo está plagado de estrellas,
pero ahora mismo yo solo tengo ojos para ELLA. Mi ELLA. Huelo su pelo y
beso su coronilla. Mis manos reposan en su vientre, acariciando esa parte que
ahora mismo significa tantas cosas para los dos. Vida, futuro, nuestro camino.
Gala apoya su cabeza en mi hombro y se queda en silencio, en uno de esos que
casi siempre implican que está dando demasiadas vueltas a algo.

—Vamos adentro, que te vas a quedar fría. Además, tengo en mente hacerte un
millón de cosas pero en ninguna llevas puesto ese vestido.

—¿Y qué clase de cosas son esas, camino? —me pregunta, mientras yo cierro
la ventana.

Gala se detiene a los pies de la cama, esperando mi respuesta. Me acerco,


paso delante de ella y me vuelvo a colocar a su espalda.

—Cosas sucias, muy sucias. No te muevas.

Gala se queda aún más quieta y empiezo a bajar lentamente la cremallera de su


vestido, sin apenas rozarla. Me inclino y beso su hombro ya desnudo,
deslizando los tirantes de su sujetador; primero, el izquierdo; luego, el
derecho. Cuando se lo quito por completo y empiezo a lamer su nuca para ir
descendiendo hasta su trasero comienza a jadear.

—Marc… —protesta.

—Gala, no voy a dejar de explorar ni un solo rincón y voy a hundirme en ti


hasta que me obligues a salir. Prepárate para una buena dosis de amor del
bueno.

La cojo en brazos y nos tumbamos en la cama. Me coloco encima de su


cuerpo, cubriéndola. Nos miramos, nos retamos, nos sentimos.

Y de repente, sonreímos, porque la felicidad brota de nuestros labios,


acompasando nuestros latidos.

—Marc, ¿por qué no te he encontrado primero?

—No lo sé, Gala, quizás porque nadie encuentra su camino sin haberse
perdido varias veces.
EPÍLOGO

Un tiempo después

MARC

Gala está agobiada, la conozco y sé que ahora preferiría estar tirada en el


sofá, leyendo o simplemente escuchando a Aretha a todo volumen con los
cascos puestos. O incluso, preferiría salir a dar uno de nuestros paseos
nocturnos por la orilla del mar, como hacemos muchas noches ahora que ya
estamos en verano. Pero hoy es un día importante y tenemos la casa llena,
espero que no se alargue mucho la celebración y después podamos disfrutar
los dos de un ratito a solas.

—¿Dónde están los anfitriones? —pregunta mi madre—. Tienen que soplar las
velas.

—Santi está en su habitación, tocando la batería con papá. ¿No los oyes? Y
Triana creo que está con Gala en la cocina.

Me parece mentira que hayan pasado cuatro años ya. Santiago, nuestro hijo, sí,
la elección del nombre fue entre coña y realidad (muy acorde con nuestro
Camino), cumple hoy cuatro años y su mejor amiga, Triana, los cumplirá
dentro de tres días, pero ellos siempre tienen que celebrarlo juntos, es una
tradición inamovible en sus cortas vidas.

—Zoe, dile a tu hija que vaya a buscar a su amigo para soplar las velas —le
digo a la pelirroja, que está sentada en el regazo de Adrián tan a gusto.

Sí, Triana es la hija de Zoe y de su jefe, bueno exjefe, para ser más precisos.
La Peligrosa (que lo sigue siendo) se quedó embarazada de Gerard en aquel
viaje a Sevilla que hicieron cuando Gala tuvo el accidente en bici. Ella tardó
unos cuantos días más en darse cuenta de que estaba esperando un bebé. Sí, ya
sé que no le dio muchas vueltas al nombre tampoco; su explicación es simple,
dice que como la fabricó a orillas del Guadalquivir no se podía llamar de otra
manera.
Así que, casualidades del destino, las dos amigas se quedaron embarazadas
casi a la vez. Él se portó como el gilipollas integral que todos sabíamos que
era y dijo que no pensaba renunciar ni a su vida acomodada con su mujer, ni a
los privilegios de ser el yerno del dueño de la empresa para ser padre. En ese
momento, Zoe, por fin, abrió los ojos y salió de ese círculo que no la llevaba a
ningún sitio. Llamó a una agencia de publicidad de la competencia, donde la
recibieron con los brazos abiertos, y por supuesto, siguió adelante con su
embarazo, sola. Bueno, tampoco sola del todo, porque Gala siguió viviendo
con ella casi hasta el último mes de dar a luz.

Una tarde, me cabreé tanto que, cuando ella estaba trabajando, con la ayuda de
su hermano y de Adrián, vacié su habitación y llevé todas sus cosas a mi piso.
Cuando llegó y vio que ni tan siquiera le había dejado un par de bragas, montó
en cólera, pero no le quedó más remedio que venir a mi casa, por fin. Su
amiga estaba bien, anímicamente estaba contenta, creo que, para ella, librarse
de una relación tan tóxica como la que tenía con Gerard también fue una
liberación, así que Gala se quedó sin excusas. Mi loca estaba tan acojonada
por empezar esa nueva etapa que esperó hasta el último momento, por eso yo
le tuve que dar el último empujoncito.

Como ya le prometí la primera vez que me contó qué íbamos a ser padres, he
besados todos sus miedos desde entonces hasta hoy. Y pienso seguir
besándoselos hasta que deje de respirar.

Las primeras semanas fueron duras, no lo voy a negar. Al principio, nos


tuvimos que habituar a convivir. Mi orden y su caos. Pero enseguida llegó
nuestro bebé y lo colmó todo. Fue raro porque en vez de estar agobiados o
irascibles por todo lo que nos estaba ocurriendo, cada día que pasaba nos
compenetrábamos mejor.

Gala y yo estamos muy sorprendidos de cómo hemos ido creando nuestra


colección de buenos momentos.

Yo sigo con la agencia, que sigue funcionando muy bien, y Gala terminó por
abandonar al imberbe de su jefe y convertirse en una pequeña empresaria,
abriendo su pequeña editorial. Santi todavía era muy pequeño y fueron unos
meses muy locos. Tuve la suerte de poder pasar más tiempo con él y de
ayudarla en todo lo que estuvo en mis manos. Sus padres también la apoyaron
económicamente al principio, pero como imagináis, ella, que sigue siendo una
cabezota, les ha conseguido devolver hasta el último euro que le dejaron. Ha
ido creciendo poco a poco y está muy orgullosa de todos sus autores, le sigue
fascinando descubrir nuevos talentos y continúa siendo una enamorada de las
letras.

Al final, vendí mi piso y compramos uno un poco más grande y más cerca de
la playa. Este tiene un toque más femenino, que Gala le ha dado, por supuesto.
Sin embargo, yo fui el encargado de elegir la cocina, que es enorme y con todo
lujo detalles, (para eso soy el cocinero oficial de la familia) y nuestro baño,
que se sigue pareciendo mucho al que tenía. La mesa de mi antiguo salón
también se mudó con nosotros, le tenemos un cariño especial, porque encima
de ella fabricamos al niño más guapo del mundo. Me habéis entendido, ¿no?

Triana y Santi nacieron en la misma clínica con tres días de diferencia y desde
ese instante creo que están juntos, es tan especial el vínculo que tienen, que no
pasa desapercibido para nadie.

—Ya estamos aquí —dice mi padre, que trae a Santi subido a sus hombros.

—Vamos, rockero, tenemos que soplar nuestras velas —dice Triana, tirando
de su mano, cuando mi padre lo baja al suelo—. Luego actuamos para toda
esta peña.

Sí, la pequeña ha sacado la belleza y el desparpajo de su madre.

Gala me mira, porque sabe que la palabra rockero me recuerda a aquel


capullo de amigo que tuvo, el que casi logra separarnos. Me guiña un ojo,
mostrándome todo su apoyo y yo le pongo cara de fingido enfado.

Después de cantar el «Cumpleaños feliz» y de soplar las velas, se abrazan con


el «oooohhhh» generalizado de todos los invitados. Abren los regalos y se van
a la habitación con todo el arsenal.

—¿Estás cansada? —pregunto a Gala.

—Solo un poco. No saques más comida o no los moveremos de aquí.


Me río y la beso.

Mis padres charlan con los de Gala en la mesa, creo que mi padre cuenta
cómo disfruta enseñando música a su nieto y el buen oído que tiene; confía en
poder tener, al fin, un músico en la familia, ya que Eloy y yo le salimos rana.

Por cierto, Eloy está de viaje con Lorena, sí, pero no se lo digáis a Adrián,
que sigue siendo como el padre de todos. Mi hermano no llegó a casarse con
Elena, hecho que agradeció toda la familia. Ha estado los últimos años
atravesando una segunda juventud, no hace falta que os lo explique, pero hace
ya un par de meses que queda mucho con la hermana de mi amigo y yo, que no
me chupo el dedo, creo que están empezando a enrollarse. Se han ido a
Portugal cuatro días y Adrián cree que su hermana se ha ido con su amiga
Carol. Cuando todo se descubra, si es que siguen adelante con lo que se
supone que tienen, no me gustaría estar en la piel de Eloy.

—Papi, me ayudas a montar este juego —dice Triana a mi amigo.

—Por supuesto, pitufa.

Mi amigo se despega de Zoe, que estaba contándonos cosas sobre la última


exposición que está preparando, porque ahora también pinta para explotar más
su vena artística, y le da un beso en los labios antes de ir a atender a la niña.

Adrián ocupó la habitación de Gala en el piso de Zoe, un par de meses


después de que naciera Triana, y no se han separado desde entonces, por eso
la niña le llama papá. Al principio mi amigo fue el pilar donde Zoe se
apoyaba y vertía toda su frustración, porque una cosa es que hubiera
abandonado a Gerard y otra muy distinta que ya no estuviera colada por él. A
base de ir trabajando muy duro sobre esa amistad que solo tenían al principio,
han conseguido construir una relación basada en el amor y en el respeto,
haciendo valer ese lema de: «A veces, el paraíso es apoyar la cabeza en el
hombro correcto».

—El cabrón la ha llamado hace unos días —me comenta por el pasillo, antes
de llegar al cuarto de los niños.

—¿Y qué coño quiere?


—Ahora dice que quiere conocer a la niña y que si hace falta lo pedirá ante un
juez.

—Pedazo de hijo de puta —contesto—. Tú, tranquilo, tío. —Y le doy un


abrazo de oso.

No me puedo creer que después de haber ignorado a su hija desde que estaba
en la barriga de su madre, ahora, de repente, le salga la vena paternal y quiera
tener en su vida a alguien a quien nunca dio una oportunidad, pero así es
Gerard, un auténtico cabrón, como bien se refiere a él mi amigo.

Xavi llega cuando casi se van a marchar todos, su trabajo sigue absorbiendo la
mayor parte de su vida, pero él no ha perdido el tiempo en el hospital. De la
de traumatóloga paso a una anestesista mucho más abierta, ya me entendéis, y
de la anestesista a una enfermera. Ahora, parece que está algo más tranquilo, y
Gala y Adrián quieren juntarlo con Carol. La verdad es que es un encanto de
chica que sigue sin pareja (ya sabéis que siempre estuvo un poco colada por
Adri), no sé yo si estos dos, con sus malas artes, lo conseguirán.

Se tira al suelo y los niños se le echan encima, consiguiendo que sus


carcajadas llenen el salón.

—¿Nos podemos tirar nosotras también? —pregunta Gala.

—La Peli sí, tú no, que estás como una foca.

—¡Idiota!

Con mucho esfuerzo conseguimos echar a todos, incluido Santi, que se va a


dormir con su amiga del alma a casa de Zoe. Besos, abrazos y un montón de
advertencias sexuales que nuestros amigos nos regalan gratuitamente.

Me acuerdo muchas veces de esos consejos que sus padres nos dieron sobre
los errores que comenten las parejas al ser padres; como olvidarse de ellos y
centrarse solo en el cuidado de los niños, o dejar de mirarse con deseo. Creo
que Gala y yo tenemos siempre tantas ganas de cultivar este amor
imprevisible, que nos llegó rápido y sin esperarlo, que desde entonces hasta
hoy, no hemos bajado nunca la intensidad de nuestras miradas ni de nuestras
caricias, intentando tener siempre nuestros momentos para disfrutarnos a solas.

También viajamos mucho, todo lo que podemos; a veces, con Santi, al que le
encanta como a mí; otras, los dos solos, que es cuando nos mimamos, nos
deseamos y nos consentimos más.

—¿Todo correcto?

—No, ahora sí que estoy muerta —me dice Gala, al cerrar la puerta al último
invitado.

—Vete a la ducha que ahora voy yo y te relajo.

GALA

La noche es bastante calurosa y estoy hinchada como el puñetero muñeco de


Michelín, así que necesito darme una ducha

Es increíble que Santi haya cumplido hoy cuatro años. Me parece que fue ayer
cuando empecé a vomitar como la niña de El exorcista por las mañanas y a
intuir lo que estaba pasando dentro de mi cuerpo. A partir de ese momento
toda mi vida cambió, pero para bien.

Marc y yo hemos ido aprendiendo a ser padres juntos. Primero, con muchos
miedos y, después, con la seguridad y la emoción de ver a nuestro niño crecer
sano y feliz. Se parece mucho a su padre y no solo físicamente. En la guardería
era el único niño que salía por la tarde hecho un pincel, igualito que como
había entrado por la mañana. Con su pelo liso perfectamente peinado, limpio y
con la ropa inmaculada, las profesoras siempre me decían que no habían visto
nada igual. Por eso creo que se lleva tan bien con Triana, la hija de Zoe,
porque ella es el torbellino que pone la chispa de emoción a todo lo que
hacen, siempre termina con pelos de loca y la cara sucia; son dos polos
opuestos pero inseparables.

Espero que ahora que el cabronazo de Gerard ha dado señales de vida, no


termine con la alegría de la familia que Zoe ha construido junto a Adrián. Lo
sé, hay veces que vomitar unicornios sirve para algunas etapas de la vida,
pero para otras no; para otras, tener un hombro donde llorar o un apoyo
incondicional que sabes que siempre suma, nunca resta, es más que suficiente
para fomentar el amor, aunque no sea de libro, como ella quería.

Yo de amor sigo sin hablar mucho, soy más de leerlo, pero lo siento en cada
poro de mi piel desde que me levanto y eso es lo más importante.

Marc, sin ninguna duda, es MI PERSONA.

Me quito la ropa y abro el grifo del agua, pero todavía no me meto. Marc me
ha dicho que viene ahora y yo sé que está recogiendo todos los restos de la
fiesta. Hay cosas que no cambian y, con los años, casi le tengo que dar la
razón. Levantarse por la mañana y ver la casa perfectamente ordenada es un
lujo, aunque nunca lo confesaré delante de él.

Abre la puerta y se queda mirándome desde el quicio. Lo veo a través del


espejo, donde yo me he quedado como una idiota mirando mi cuerpo.

—Estoy hecha una foca, tiene razón el idiota del psiquiatra.

—Estás preciosa —dice, avanzando hasta mí, mientras se deshace de su ropa.


Pega su pecho a mi espalda y posa sus manos en mi abultadísimo vientre—. ¿Y
cómo quieres estar? Hace cuatro días que ya tenía que haber salido Mini
Crazy de aquí.

—Claro, camino, y tú llevas cuatro días hundiéndote en mí con tanta


delicadeza, que así es imposible que me provoques el parto y yo quiero que
salga, ¡ya! —protesto, poniendo morritos.

—Venga, vamos a la ducha, que te prometo que hoy, antes de correrme


descontroladamente dentro de ti, tenemos que marcharnos al hospital.

Y ahí está, otra cosa que no cambia y que me encanta. Marc, mi perfecto
gentleman y su auténtica perdida de modales en la intimidad.

El agua templada resbala por nuestros cuerpos, mis manos se apoyan en la


pared, sus besos se desperdigan por mi nuca y de repente todo se enciende
cuando ÉL se hunde en mí. Besos. Susurros. Jadeos.
—Más fuerte, Marc, por favor.

—Te lo hago más fuerte, si me prometes algo.

Sé lo que pretende y creo que no es el mejor momento, pero ahora mismo


estoy tan excitada que es como si volara sin alas; las puñeteras hormonas
revolucionadas, su olor embriagador, sus dedos acariciando mi centro y sus
empellones. Soy una maldita olla a presión ahora mismo y él lo sabe.

—¿En serio, Marc? ¿Crees que es el mejor momento?

—Sí, creo que no podría haber buscado un momento mejor. Prométeme que el
año que viene iremos a Montefioralle. ¡Venga, loca! Prométemelo.

—Prometido, joder, prometido.

Marc se ríe y yo no puedo evitar hacerlo con él. Se ha salido con la suya, pero
tampoco le confesaré que, después de haberle dicho que no tantas veces, ya
tenía el «sí, quiero» en la punta de la lengua.

Nos fundimos en uno y lo siento tan dentro que probablemente sea verdad que
hoy me ponga de parto.

Piel con piel. Boca con nuca. Sexo con sexo.

Jodido Marc.

ÉL y su dosis exacta de amor del bueno; esa que me llena de certezas y


consigue evaporar todas mis dudas, como hace ahora el agua en este baño,
para que nunca más me vuelva a perder por el camino.

FIN
AGRADECIMIENTOS

Llegados a este punto, nunca sé por dónde empezar. Son tantas las gracias que
acumulo cada día que siempre creo que se me olvidará alguien.

En primer lugar quiero dar las gracias a mis tres lectoras cero; María Badía,
mi querida Mary Bady, no sé si hubiera llegado tan lejos sin ti a mi lado,
horas y horas escuchándome hablar de protas, musos, lectoras y tramas, mil
gracias por estar siempre a mi lado y por tus ánimos. Raquel de Millones de
Libros, gracias por tus opiniones objetivas, por esas conversaciones de
WhatsApp y por hacer que mis protagonistas nunca pierdan su esencia. Y por
último, muchas gracias a Anais de Romanticaadicta, por esos audios con
acento andaluz, por encontrar todo los «lo» que yo me como y por darme
siempre tu opinión sincera sobre mis historias. Habéis hecho un buen trabajo.

Gracias a todas mis lectoras, que cada vez sois más, a las que pertenecéis al
grupo de Facebook «#Amordelbueno con Lacadelo» y a las que me seguís por
Instagram. Gracias por vuestras opiniones y por vuestras ganas de leer todo lo
que escribo. Sin vosotras nada de esto hubiera sido posible y espero que lo
sepáis.

Quiero dar las gracias también a todas las Bookstagrammers por colaborar en
la difusión de mis libros. Es muy importante para los autores autopublicados
como yo vuestra labor. Gracias infinitas a Noe Devora Libros, Ana en su
mundo, Mi vida por un libro, Leer es increíble, Lecturitatis, Romanticamore,
MatiCazalibros, Lecturas Felices, El viaje por un libro, El cajón de mis
libros, Dreamsofmon y El Baúl de Mis Libros.

Quiero dar un GRACIAS muy especial a Cris, la amapola que me regaló el


comienzo de esta historia. Muchas gracias por contármela y por dejar que mi
imaginación hiciese el resto.

Y por último tengo que darte las gracias a ti, que quizás me has descubierto
con esta historia o seas de las que ya has leído las anteriores, gracias infinitas
por darme una oportunidad, por comprar mi libro y contribuir a que siga con
este sueño.

Espero que te haya hecho sentir y que quieras seguir leyendo mis historias de
amor del bueno.

A mí me encantará seguir escribiéndolas.

Mil gracias, de corazón.

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