El Camino de Gala - Edurne Cadelo
El Camino de Gala - Edurne Cadelo
El Camino de Gala - Edurne Cadelo
El
camino
de
Gala
Edurne Cadelo
@lacadelo
El camino de Gala
Mayo 2019
© de la obra Edurne Cadelo
edurnecadelo@gmail.com
Instagram: @lacadelo
Facebook: Edurne Lacadelo
Edita: Rubric
www.rubric.es
944 06 37 46
Correción: Elisa Mayo
Diseño de cubierta, diseño interior y maquetación:
Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com
Ilustraciones de bicicleta y piedra diseñadas por Macrovector / Freepik
Ilustración de avión diseñada Katemangostar / Freepik
Ilustraciones de mochila y nubes diseñadas por Freepik
No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por
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métodos, sin el permiso previo y por escrito de su autor. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal)
Para mis Amapolas.
Por aquel fin de semana en Almería, cargado de risas y confidencias.
Índice
Durante las dos próximas semanas, no tendré que ver al imberbe de David, ni
aguantar sus ideas de ejecutivo moderno, ni tan siquiera fingir que le presto
atención. Estoy contando los minutos.
Para mí el señor Vila siempre será Adolfo, el padre de David, que como no
sabía qué hacer con toda la pasta que le sobraba, decidió abrir un nuevo sello
dentro de su grupo editorial VR, orientado a un público más joven. En
realidad, fue la manera de dejar al mando de su nuevo juguetito a su hijo
pequeño, recién licenciado en una de esas universidades privadas americanas
de mucho renombre, con tan solo un cuarto de siglo. Eso sí que es tener
confianza en un hijo, ¿o no?
No te desvíes, Gala, que al final llegas tarde a casa y no pillas ese avión.
Las oficinas ocupan casi una planta de un edificio en Vía Laietana, propiedad
de VR, y la plantilla está formada por diez trabajadores. La que cuenta con
más experiencia de todos en el sector, sin duda alguna, soy yo, que llevo
trabajando para VR casi seis años.
Y aquí estoy, hace solo unos meses que he regresado a Barcelona y estoy
empezando a adaptarme a mi nueva vida, porque quedarme en Madrid, sola,
nunca fue una opción.
La alarma del móvil me indica que tengo veinte minutos exactos para salir de
la oficina, pedalear hasta casa (hoy me ha apetecido venir en bicicleta),
esperar a mi amiga Zoe y recoger mi mochila.
Lo primero que me soltó fue que podríamos limpiar nuestras almas; sí, las
nuestras, que las dos estamos educadas en colegios laicos y sin bautizar, y que
lo más cerca que hemos estado de una iglesia es pasando por delante de su
puerta. Cuando se lo rebatí, me dijo que ya no es solo un tema religioso, que
es más trascendental. Trascendental se suele poner ella e intensita también.
«Se trata de limpiar nuestras almas en un plano más espiritual», me decía y
parecía una colaboradora de Cuarto milenio. Me empezó a dar miedito.
Cuando regresé a Barcelona hace unos meses, tenía dos opciones: volver a
vivir con mis padres o aceptar la caridad de mi mejor amiga y compartir piso
con ella. Zoe ganó por goleada. Nos conocemos desde el instituto y hemos
compartido juntas un millón de primeras veces, así que ella, con su peculiar
manera de dar vuelta a las cosas desagradables para hacerlas mucho más
agradables, me pidió que viviera con ella.
Y me sonaron tan bien sus palabras, que acepté quedarme con la habitación
que tenía libre en su piso. Zoe es hija única y nieta única, al fallecer su abuela,
heredó su piso en un edificio muy antiguo en el Born, uno de los barrios con
más ambiente de la ciudad y que, además, está muy cerca de todo. La playa a
no más de diez minutos, el parque de La Ciutadella y, lo mejor de todo, mi
trabajo. Por eso hay veces que voy en bici y no tardo nada en llegar.
Mis padres viven en la zona alta de la ciudad y estaría peor comunicada si al
final hubiera accedido a volver a vivir con ellos. Zoe no me cobra alquiler,
dice que es absurdo cuando el piso está más que pagado y que ella no quiere
ganar dinero conmigo, así que compartimos todos los gastos. De esta manera
no pierdo mi independencia y puedo seguir pagando la hipoteca de un piso de
mierda del que soy copropietaria en Madrid con Álvaro, mi ex, que se lleva la
mayor parte de mi sueldo.
Aunque no sea creyente, rezo todas las noches para poder venderlo y
deshacerme de esa carga que arrastro desde mi separación hace un año. Ojalá
que el apóstol Santiago se apiade de una peregrina con los pies destrozados
(esa seré yo, si consigo llegar) y me conceda ese deseo.
David ha salido de la oficina, así no tengo que cruzarme con él; mucho mejor.
Dejo el informe en su mesa y no me entretengo más. Digo un «adiós»
generalizado para todos los que me oyen y bajo a la calle.
Me cruzo el bolso en el pecho, me pongo los cascos del móvil en las orejas y
la capucha de mi sudadera (lo sé, no debería ir escuchando música mientras
monto en bicicleta, pero de un tiempo a esta parte soy así de temeraria). El
trayecto apenas dura un par de canciones, así que me pongo la sudadera para
camuflarme un poco. Me subo los calcetines de lunares por encima de los
vaqueros, me coloco las gafas de sol y me incorporo al tráfico de la ciudad.
Mi amiga es una amante de todo lo antiguo. Así que, excepto el sofá del salón,
que es nuevo y muy cómodo, dejó casi todos los muebles que tenía su abuela y,
durante muchas tardes de aburrimiento, les fue dando un toque vintage.
Con el tiempo justo, llamamos a un taxi, y cargadas con nuestras mochilas, que
probablemente pesan casi tanto como nosotras, nos vamos hacia el aeropuerto.
—¡Ay, Gala! Vamos a olvidarnos de todo y a encontrar la paz —me dice Zoe,
agarrando mis dos manos.
—La paz, a tu lado, no sé, pero unas risas seguro que nos echamos —digo,
descojonándome.
Espero que seamos nosotras las que hagamos el Camino y no sea el Camino el
que se haga con nosotras.
2
BIENVENIDA AL INFIERNO
Etapa 1
Su agenda para esta aventura es una libreta con portada negra donde reza el
lema «Úsalo o Tíralo», muy apropiado. Se nota que mi amiga es creativa, ¿no?
Cada página corresponde a un día de nuestras vacaciones, con todo
especificado. El nombre de cada etapa está escrito con unas letras preciosas,
hechas a carboncillo, y después contiene todos los datos necesarios: los
kilómetros de la etapa, los lugares de interés que encontraremos por la ruta,
sitios para comer, los albergues en el destino…, incluso, acompaña sus notas
con pequeños dibujos; creedme cuando os digo que podría ganarse la vida
como artista. Por no faltar, no faltan ni los trucos para evitar las agujetas o las
temidas ampollas; vamos, que no ha dejado nada al azar. Zoe, a pesar de que
para determinadas cosas es una loca de la vida, para otras, es la reina de la
organización y, con este trabajo de investigación, creo que ha conseguido
hacerse su propia guía de viaje, y no lo critico, que conste; es más, me gusta
imaginar que ella controla, porque yo con caminar durante más de dos horas
seguidas ya tendré suficiente, por no hablar de mi escasa fuerza de voluntad.
Llegué al hotel tan cansada de oírla hablar de los kilómetros que recorreremos
hasta llegar el sábado que viene a Santiago de Compostela, que le supliqué
que nos fuéramos de vinos para relajarnos antes de emprender el Camino.
—Eso será si mis piernas consiguen llegar hasta el bar más cercano, ¿no?
—Pues voy, aunque después de esta parada no sé qué ritmo podré llevar.
Cuando nos cruzamos con más peregrinos, los saludamos con las palabras
mágicas.
—Buen camino.
Después de no sé cuántas horas, el reloj de Zoe nos indica que estamos a cien
metros del albergue. En su libreta ha apuntado el que está mejor valorado de
los que hay en el pueblo, y estoy tan exhausta que, si el baño está limpio para
darme una ducha y la cama es medio decente, me vale.
Ahora voy la primera y cuando abro la puerta, casi arrastrando los pies, me
tropiezo con un escalón pequeño y me doy de bruces contra un cuerpo humano
que está parado en la entrada, a unos pasos de distancia. No sé decirte si es
hombre o mujer, porque del golpe tan tonto que me doy contra su espalda, me
quedo un poco grogui.
—¡Joder, Llorens! Mira que eres patosa —me recrimina Zoe. Cuando me
llama por el apellido me recuerda al profesor Pérez, nuestro profe de
educación física; mis clases con él en el instituto eran desastrosas, siempre era
la peor.
El chico que tengo delante (sí, es chico) rondará el metro noventa, más o
menos, tiene el pelo castaño y liso, lo lleva un poco largo peinado hacia atrás.
Su cara es angulosa, como las de las fotos de los modelos que Zoe mira en
Instagram, y lleva una barbita arreglada de pocos días. Creo que, además de
torpe, pensará que soy idiota, porque menuda radiografía le estoy haciendo.
—Sí, tranquilo. Es que ya no soy capaz de levantar los pies —me excuso. Y él
me sonríe. ¡Y qué sonrisa! ¡Y qué boca! ¡Y qué…!
Mi amiga Zoe, a mi espalda, está tan perpleja, contemplándolo, como yo; así
que antes de que empiece a abrir su bocaza, porque estará a punto, me giro
para mirarla, suplicándole con los ojos que se contenga. En ese instante, la
chica de recepción pide al pedazo de jamelgo y a su grupo que la acompañen,
me imagino que ya les han asignado las habitaciones. Después nos tocará a
nosotras.
—Amiguita, ¿te has fijado bien en ese tío? —me pregunta con los ojos muy
abiertos, cuando nos quedamos a solas.
El albergue está bastante lleno, así que nos acomodan en una habitación con
dos literas. Zoe escoge la cama de arriba porque sabe que yo doy mil vueltas
al dormir y no quiere que me precipite en mitad de la noche; no vaya a ser que
me lesione y no pueda continuar el viaje o, lo que es peor, aterrice encima de
ella. Yo me quedo con la de abajo tan contenta. Enseguida entran otras dos
chicas guiadas por la recepcionista. Nos saludan con un acento raro, creo que
son francesas. Cojo mi neceser y ropa limpia para irme a la ducha. Mientras
tanto, Zoe practica el francés que dimos en el instituto preguntando a nuestras
compañeras de habitación por algo que no soy capaz de entender, debo de
tener agujetas hasta en las orejas.
Creo que el cuerpo duele menos debajo del agua ¿No os pasa eso? Yo estoy
convencida de que la ducha es tan reconfortante como un buen abrazo. Sí, yo
lo comparo a esos abrazos que te envuelven, te hacen respirar profundamente y
te liberan de toda la tensión acumulada. Pues de ese tipo, hace muchísimo
tiempo que no recibo; pero percibo casi la misma sensación cuando estoy
debajo del chorro de agua caliente, seré una rara…
MARC
Tenía muchas ganas de hacer el Camino, ya que en los últimos años se han
puesto muy de moda los viajes de este tipo; activos o de aventura. Siempre me
gusta aconsejar sobre buenos sitios a mis clientes y creo que la mejor manera
es conocer de primera mano el lugar. He tenido la oportunidad de estar en
varios países y siempre que puedo me gusta viajar a destinos vacacionales
emergentes para explorar el terreno; será «deformación profesional». Sin
embargo, aún me falta una gran parte del mundo por recorrer, pero sin prisa.
Ahora estamos en una tasca del pueblo que nos han recomendado, es sábado y
aunque no podemos trasnochar mucho, porque mañana hay que ponerse a
caminar de nuevo, estamos tomando una copa después de cenar.
Y todos nos descojonamos, porque es muy común entre las chicas decir que no
quieren beber y tomarse las copas a medias, menuda incongruencia, ¿no? Entre
las dos suelen beber más rápido que nosotros y, al final, acaban pidiéndose
otra para compartir, por supuesto. He dicho por norma general, porque
también hay excepciones, como el par de tías que están ahora en la barra. Son
las dos muy menudas, la del pelo castaño más que la pelirroja y como sigan a
ese ritmo, mañana no podrán ni cargar con la mochila.
Ahora han dejado las cervezas y empiezan con los chupitos; en menos de dos
minutos ya se beben el segundo y, encima, de aguardiente de orujo. Creo que
han pedido tequila, pero en el bar del pueblo no tienen de eso, así que les han
ofrecido algo mucho más autóctono.
—Trabajada en el gimnasio quieres decir, ¿no? —pregunto yo, para que las
chicas tampoco se ofendan con el comentario de Eloy. Él pilla la indirecta a la
primera.
Parece ser que a alguien no le ha sentado muy bien la cena, porque por esa
boca debe de estar saliendo hasta la primera papilla.
El sonido de las arcadas sigue unos segundos más, y los juramentos también.
El móvil que está en el lavabo empieza a sonar. La canción «Toc Toc», de
Macaco, reverbera junto con la vibración. Me hace gracia porque pertenece a
la banda sonora de la película con el mismo nombre que vi hace poco con mi
hermano.
La puerta del baño se abre del todo y para mi sorpresa, no es un hombre el que
alarga su mano para que le acerque el teléfono, sino una chica; imagino que ha
llegado tan apurada que no se ha fijado en el letrero del baño. Bueno, para ser
más exacto, es Llorens, está claro que hoy el destino no para de juntarnos. Le
doy el móvil y no puedo evitar fijarme en la pantalla, las letras del contacto
llaman mucho mi atención, pone PSIQUIATRA; así, en mayúsculas.
Ella sale hasta el lavabo y contesta. Creo que, a pesar de haber vomitado todo
el alcohol, está algo mareada, porque ni siquiera le ha extrañado mi presencia.
—Sí…, lo sé, debería haberte llamado. No, tranquilo, ya te he dicho que estoy
bien —dice con voz queda.
A través del espejo, observo cómo gesticula y mueve los ojos en círculos,
como si le estuviera molestando la llamada. Psiquiatra. Joder, asusta un poco,
¿no? Qué estés haciendo el Camino de Santiago y tu psiquiatra te llame casi a
las doce de la noche no es muy común. ¿Se habrá escapado de algún hospital?
A pesar de que estoy dándole mil vueltas a la cabeza, no puedo evitar fijarme
en que está en pijama y no lleva puesto uno cualquiera, no. El que lleva se
compone de un pantalón corto de tela ligera, pero de esos muy cortos, vamos,
que casi le tapa solo el culo, y una camiseta de tirantes blanca, de las que
llevan un poco de puntilla en el escote y se pegan mucho al cuerpo. Sus
pezones están perfectamente marcados, apuntando al frente, por el frío, me
imagino. «Venga, Marc, concéntrate, que a este paso te sacas un ojo en vez de
la lentilla». Sí, está muy buena, tiene una cara preciosa y un cuerpo menudo
que invita a manejarlo, pero podría estar loca.
—Sí, creo que tolero mejor el tequila que el orujo. Perdona, ¿este baño es
mixto? —pregunta, mirándome a los ojos a través del reflejo del espejo.
«¡Coño, Marc! Son tetas y en esta vida has visto muchos pares. Hace menos de
dos días las de Verónica, por cierto».
—De nada.
Consigo quitarme las dos lentillas, que mira que me han dado trabajo, y
también me echo un poco de agua en la cara; no es que haga calor, pero,
creedme, yo lo he sentido.
Me reafirmo en que está muy buena, pequeñita y muy guapa, quizás un poco
delgada, pero con un culito muy sexi, que me ha medio enseñado al salir. Tiene
una cara bonita, con unos ojos color avellana muy brillantes y unas pestañas
largas que dan amplitud a su mirada. Su imagen, saliendo del baño con el pelo
revuelto, ese pijama minúsculo y esa boca perfecta, me ha dejado embobado,
casi me olvido por completo de que hacía unos segundos estaba vomitando
como si no hubiera un mañana.
Al salir del baño me doy cuenta de que entra una tenue luz desde la calle. Me
asomo y veo que la puerta está ligeramente abierta, y ella apoyada en el
marco, dando unas caladas a un cigarro. Puedo irme a la cama, pero algo
dentro de mí me impulsa a acercarme de nuevo.
Gala, que ya no es Llorens para mí, apura su cigarro. Y yo, colocado muy
cerca de ella, casi rozándole la espalda, aspiro todo su olor, cerrando incluso
un poco los ojos.
—¿Exfumador?
—Muy observadora.
—Yo también lo estoy dejando, intento reducir la dosis un poco cada día. A
ver si cuando llegue a Santiago lo he conseguido.
—Yo llevo solo seis meses sin fumar y todavía tengo mono, como bien has
notado —confieso.
Etapa 2
Zoe se ha levantado como si ayer hubiera cenado con agua, no entiendo nada.
Su cuerpo absorbe genial el alcohol y el mío no lo asimila. No estuvo mal
vomitar hasta las entrañas; pero, aun así, volví a la habitación hecha una
auténtica mierda y así es como me he levantado hoy.
¿De dónde coño saca esa energía? Creo que ha desayunado lo mismo que yo,
pero ella parece que se ha tomado una bebida energizante y yo me he debido
de tragar dos pasillas de Dormidina, porque no me lo explico.
Cuando me giro, entre sobresaltada y coqueta (sí, he dicho coqueta), con esta
pinta de peregrina, lo sé, pero es que he reconocido su voz al instante, y tiene
un puntillo ronco que me gusta; como si empleara una entonación especial, al
menos cuando me pregunta a mí. Igual que ayer, ese «¿todo correcto?», porque
de eso sí me acuerdo, que me suena tan a gentleman inglés. Creo que se nota
que los libros y yo formamos una bonita unión, ¿no? Sobre todo en mi cabecita
loca.
—Sí, anoche en el baño de chicos. Será que como iba sin lentillas me
equivoqué al entrar.
En ese momento, justo por detrás de nosotros, aparecen los amigos de Marc.
—¡Venga, hermanito! Ahora ya sé por qué tenías tanta prisa, no querías dejar
solas a estas damiselas —dice el que está más cachas de todos, pegándose a
Zoe para presentarse.
Marc niega con la cabeza, me imagino que él mejor que nadie conocerá a su
¿hermano? y sus entradas triunfales, porque, la verdad, lo de las damiselas le
ha quedado bastante ridículo. Nadie diría que son hijos de la misma madre
porque no se parecen en nada. Eloy, que así es como nos lo presenta, es más
bajo que Marc, más moreno y creo que vive a base de proteínas, porque
menudo cuerpo musculado gasta, de los que están a punto de dar grima, ¿me
entendéis? Ya puestos, nos presentamos todos. Adrián es el otro chico, y las
chicas son Lorena y Carol; la primera, ni sonríe, tiene pinta de ser más bien
poco sociable, o está marcando el territorio del jamelgo, porque su expresión
al besarme ha sido muy rara; la otra, por lo menos, muestra una tímida sonrisa.
Lorena, la rizosa morena, se ha dado la vuelta al ver que Marc iba más lento,
creo que prefiere marcarlo bien de cerca, por si acaso.
—No, tranquila, puedo hacerlo yo. Vosotros tirad a vuestro ritmo —contesta.
—Uy, que atadito en corto te lleva, ¿no?
Cuanto más lo miro, más bueno me parece que está. ¿Se nota mucho que hace
tiempo que no tengo sexo? Con alguien, me refiero; solita me he estado
apañando.
—Diga…
—Veo que la fase de tantear el terreno está superada, ¿no? —Se ríe.
No puede estar tan ciego, venga. Marc se carcajea y el sonido de su risa llega
hasta el resto del grupo porque ha sido un poco escandaloso. Todos nos miran
y yo les hago un gesto, elevando la cabeza, para que tengan claro que soy la
causante de su risa.
Marc me cuenta que los treinta y cinco los cumplirá a final de año, que vive
con su hermano Eloy y que tiene una agencia de viajes en Barcelona, cerca de
su casa, donde trabaja con Lorena y que ahora mismo está cerrada por
reformas. Comentamos la coincidencia de que los dos seamos de la misma
ciudad y nos ponemos al día con lo básico. Le digo que he vuelto hace unos
meses, que vivo con Zoe en El Born, que trabajo en Milenial, un nuevo sello
editorial, y que haré treinta y dos años en octubre. Me habla de su blog, de los
viajes que más éxito tienen entre sus clientes y, entre foto y foto, charla y
charla, seguimos caminando.
El resto del grupo nos espera casi a medio camino, y paramos a comer en una
tasca donde tienen el menú del peregrino. La comida discurre tranquila;
ensalada, filete y agua, a mí no me entra casi nada. Lorena está pegada a Marc
y le pide el móvil para ver las fotos que ha hecho. Él, en cambio, no para de
mirarme y sonreír, porque Zoe ya está contándoles lo patosa que siempre he
sido y que no descarta que acabe rodando por el suelo en cualquier momento.
Yo estoy tan acostumbrada a oírla que me limito a asentir. Eloy empieza a
hablar de su gimnasio y de su trabajo como entrenador personal, y mi amiga lo
escucha embelesada, como si su cuerpo necesitara más cuidados. Si ya está
perfecta. En fin, cada loco con su tema.
Sin darme cuenta, ya estamos otra vez en ruta. Ahora Zoe va a mi vera.
Yo sigo yendo más lenta, me pongo los cascos un rato y me adelantan todos,
excepto Marc, que se pone a mi lado otra vez, pero respetamos caminar un
ratito en silencio.
Voy pensando en que mi amiga tiene razón, tengo ganas de estar con un chico,
incluso tengo un poco de necesidad. La última noche que pasé en Madrid, hace
meses ya, me enrollé con Samuel y no sé si a lo que hicimos se le puede
considerar echar un polvo, porque la borrachera que llevábamos los dos era
curiosa.
MARC
—Me alegro, si tienes un gusto tan variado, seguro que escondes algo muy
rarito en tu armario musical. Con lo refinado que pareces, tienes pinta de los
que, de repente, les gustan las baladas. No sé, algo del tipo muy moñas, como
Pablo Alborán.
—Así que pinta de baladas, ¿eh? Ay, Gala, cuando te ponga la música que
escondo en el armario vas a darte cuenta de lo poco moñas que soy. —Y esto
último se lo digo agachándome muy cerca del oído que le ha quedado libre,
casi rozando su piel.
El albergue al que llegamos es público y están todas las literas seguidas, creo
que aproximadamente tiene unas cien plazas. Hay muchísima gente y pocas
camas libres. Son de esas literas metálicas y con aspecto de cárcel. No tiene
nada que ver con el albergue de ayer, que era privado. Los chicos, como han
llegado hace un rato, nos han cogido las camas y dormiremos todos seguidos.
—Gala, no seas exagerada, ya sabemos que tú eres más de hoteles, pero hay
que adaptarse —dice Zoe, zarandeándola para que espabile—. Te he dejado la
litera de abajo.
—Hay cocina, pero ni un utensilio, así que deberíamos ir a cenar algo y
después a descansar —comenta Adrián.
—Mañana hay que madrugar más, que doblamos etapa. No puedes ir tan
despacio, Marc, o llegaremos de noche —interviene Lorena.
Me doy cuenta de cómo mira a Gala; como si fuera ella la culpable de que yo
no vaya más rápido. Adrián mira a su hermana para decirle algo, pero su
amiga Carol la aleja. Al final Gala va a tener razón, y Lorena se está
confundiendo conmigo. Pongo mi mochila en la cama de abajo, pegada a la de
Gala.
—¡Genial! Pues así vamos todos juntos —dice mi hermano con demasiado
entusiasmo—. Tú y yo delante, haciendo de liebres, que estos son un poco
vagos.
Nos miramos todos y nos descojonamos. Eloy no cambiará nunca, es el tío más
competitivo que conozco, para el deporte y para las mujeres, porque me
parece que Adrián también quiere seguir el ritmo de Zoe y no dejarla sola con
mi hermano.
Cogemos ropa limpia y nos vamos a duchar; los chicos por un lado y las
chicas por otro.
—Joder, hermanito, con lo listo que eres para algunas cosas. Lo que le pasa es
que está esperando a que le hagas caso y llega la pequeña Gala y ya te tiene
loco.
—¡Yo qué sé! Nunca la había visto tan tontita contigo —me dice Adrián.
—No digas idioteces, Eloy. Para mí Lorena es como una hermana pequeña.
Joder, sería incesto.
—¡Joder! Tienes para todos, ¿no? —Lo aparto del espejo, mientras me pongo
la camiseta.
—¿Ya has llamado a Elena? —le pregunta Adrián para picarlo—. Seguro que
ya estará poniéndote falta.
Nos hace la señal del pajarito y se marcha. Elena es su novia, bastante más
joven que él y con la que ya lleva tres años. Se puede decir que es la única
mujer que lo mantiene a raya, y a mi hermano es muy difícil mantenerlo así. Lo
tiene cogido por las pelotas como se dice vulgarmente y aunque parezca que se
va comiendo el mundo (ahora solo de manera verbal), en cuanto está con ella
es como su perrito faldero. Elena no me cae mal, ni tampoco bien, lo que pasa
es que mi hermano desde que está con ella ha perdido su esencia, no sé si me
entendéis.
Recojo mis cosas y salgo del albergue, enseguida la veo liando su cigarrillo,
sentada en un banco cerca de la entrada.
—Sí, y ya veo que vienes a que te eche el humo otra vez, viciosillo.
Está con las piernas dobladas encima del banco, abrazándose la rodilla con un
brazo y con la mano derecha sujetando el cigarrillo. Corre un poco de aire y la
noche es bastante fresca. Me siento a su lado. Una pequeña luz de un farol
pegado a la fachada nos alumbra por detrás.
—Creo que hoy me apetece saborearlo más de cerca —digo, intentando captar
su atención.
Y entonces, enmarco su cara con mis manos y acerco mis labios a los suyos;
primero, solo rozo el exterior, como pidiendo permiso hasta que me adentro en
ella. Sabe a una mezcla de clorofila y tabaco, me encanta la combinación.
Gala entreabre los labios para recibirme y contiene una especie de gemido
cuando mi lengua invade su boca y se encuentra con la suya. Nuestro beso
empieza lento, pero enseguida coge más fuerza. No se aparta, ni me rechaza,
cosa que podía haber hecho. Ahora mismo somos como dos adolescentes,
dándose su primer beso, todo expectación. Joder, nos besamos con ganas y eso
hace que el resto de mi cuerpo despierte. Yo no separo mis manos de su cara y
la atraigo hacia mí con más fuerza, ella no me toca excepto con su boca.
Oímos un «buenas noches» cercano de los últimos peregrinos que entran a
dormir, acompañado de una tos repetitiva, como si estuviéramos dando el
espectáculo.
Nos despegamos, con un poco de ardor en las mejillas y cogiendo aire para
respirar. Sin dejar de agarrar su cara entre mis manos, nos miramos. Gala no
parece muy sorprendida por mi atrevimiento y yo me recreo en imaginar todo
lo que me gustaría hacer con ella si tuviéramos más intimidad.
Cuando Marc separa sus labios de los míos, me siento extraña; quizás, porque
de repente siento calor, porque ni siquiera me he bloqueado con su invasión o
porque ha conseguido despertar partes de mi cuerpo que llevaban un tiempo
dormidas.
Es tarde, hace frío y mi cigarro se ha consumido entre mis dedos sin apenas
haber fumado; Marc consigue despistarme más de lo que quiero reconocer. No
puedo decir que es una cosa en concreto, es todo el conjunto; su cuerpo y el
movimiento que lo envuelve; su olor, a muy masculino; la misma atmósfera que
parece cargada de algo. Lo apago y tiro la colilla a una papelera. Tenemos que
entrar a dormir, pero antes de traspasar la puerta y meternos de lleno entre la
multitud, Marc me agarra de la cintura y me estrecha contra su cuerpo. Esta
vez tengo que ponerme de puntillas para lograr alcanzar su boca, es el chico
más alto con el que me he enrollado, os lo aseguro. Ahora soy yo la que lo
invade a gusto, y él se inclina un poco para facilitarme el acceso. Nuestras
lenguas bailan y juguetean. El primer beso fue de prueba, como el primero de
dos adolescentes; el de ahora es muy de adultos, tanto que tengo que pegar mis
manos a su pecho para separarnos cuando noto algo duro por encima de mi
vientre.
Los dos nos reímos por la situación. Estamos solos, apoyados en la puerta,
como si se tratara de un portal de cualquier ciudad, en la oscuridad, y con el
fresco de la noche rozándonos la cara. Cuando traspasemos ese umbral
estaremos compartiendo espacio con casi un centenar de personas, es lógico
que queramos alargar este momento, ¿no?
—¿Prefieres que te diga que no voy a poder dormir porque tengo la polla dura
como el acero y un dolor de huevos antológico?
—Vaya, para ser tan fino y educado, te pones muy bruto, ¿no?
***
La salida del albergue ha sido una pesadilla; todos los peregrinos al mismo
tiempo, cola en los baños, mochilas, botas, ajetreo, bastante olor a
humanidad…Un asco. Anoche me costó dormir muchísimo por el calentón, por
las ganas, por los ruidos y porque tener a Marc tan cerca no me dejaba
conciliar el sueño. Solo pensaba en cómo sería estar encima de él y
cabalgarlo. Joder, no sabía que tenía tantas ganas de tener sexo hasta que lo he
tenido a él delante.
—Me ha llamado —me dice Zoe, quedándose a mi lado y dejando que el resto
del grupo avance por el sendero.
—¿Qué dices?
—¡Que os vi, idiota! Salí para contártelo, pero como estabas tan ocupada,
intercambiando saliva, me volví a dormir. Me recordó a cuando te vi
morreándote con aquel capullo del instituto en el banco del patio.
—Me ha dicho que me echa en falta y que quiere arreglar las cosas.
Sin querer, pongo los ojos en blanco. Gerard siempre anda engatusando a mi
amiga y ella, que es una tía independiente, culta y divertida, que podría estar
con el chico que quisiera, siempre acaba enredada con él; es su piedra, esa
sobre la que tropieza una y otra vez, pero como ya os dije, no quiero juzgarla,
así que me preparo para volver a recoger sus trocitos de nuevo.
Gerard le prometió que pasaría con ella el fin de semana en Santiago a nuestra
llegada, pero al final le dijo que tenía que ir a Ibiza con su mujer y no iba a
poder venir a recibirla. Por eso discutieron y ella, cansada, lo mandó a paseo.
—Neni, no quiero que me veas como una zorra que destroza matrimonios,
sabes que no es culpa mía. Yo no soy así. Es Gerard quien engaña a su mujer,
yo no tengo compromiso con nadie.
—Nunca he pensado eso de ti, tonta. Fue mi marido, bueno mi ex, el que me
hizo lo mismo que Gerard, en todo caso él ya me cae como el culo, pero como
nunca estaremos cara a cara no importa.
—Vale, me voy a ver si cojo el ritmo de Adrián, que hoy parece que se está
disputando el Ironman contra Eloy —dice Zoe, mientras acelera un poco.
Antes de desaparecer de nuestra vista, se gira hacia nosotros y suelta—: No le
metas la lengua hoy o la dejarás sin oxígeno.
Da gusto con mi amiga; ahora nos han mirado Carol y Lorena, que no estaban
muy lejos y un par de peregrinos más. Marc se limita a sonreír.
—Ven. Siéntate aquí. —Me indica una piedra lisa bastante grande.
El resto del grupo, una vez más, nos ha tomado la delantera. Creo que hoy nos
sacan más de dos kilómetros de ventaja. Soy un desastre.
—¿Qué haces? Mis pies deben ser radiactivos a estas horas. No me los
toques.
—No seas tonta. —Y con la misma, me quita la zapatilla y el calcetín.
Joder, ¿hay algo menos sexi que unos pies apestosos? Pues ahí está Marc, el
tío buenorro e impecable, delante de los míos.
—Sí.
—Pues póntelas para lo que queda de etapa. Es mejor que lleves la ampolla al
aire para que mañana te puedas calzar.
Tira de mi mano para que me incorpore al sendero, porque él, en esa postura,
ahí de cuclillas, con todos esos centímetros encogidos, no creo que esté muy
cómodo.
—Gala, no estoy diciendo que lo seas. Por favor, será más fácil que camines
sin peso. No seas cabezona y deja que te la lleve yo.
Etapa 3 y 4
MARC
¡Vaya carácter, joder! Debo de ser muy mayor y puede que haya perdido el
tacto con las mujeres, bueno, más que el tacto, el saber estar. O también puede
ser que ahora se magnifica mucho todo cuando uno trata de ser educado y
cortés con ellas.
Si es que uno ya no sabe cómo acertar con las chicas. También será que estoy
algo desentrenado. Hace más de seis meses que me enrollo ocasionalmente
con Verónica, una rubia bastante atractiva que me presentó Adrián una noche
en un pub; tenían amigos comunes. Vero siempre está muy ocupada con su
trabajo como alta ejecutiva en una multinacional, por lo que no nos andamos
con remilgos cuando está en Barcelona; me llama, cenamos, charlamos lo justo
y follamos todo lo que podemos, sin más pretensiones; así ambas partes
sabemos a qué atenernos. La parte sexual la tengo cubierta con ella, por lo que
no tengo que salir por las noches a buscar compañía, como hacía antes, y
menos recurrir al famoso Tinder, pero tampoco tenemos exclusividad, si surge
un rollo con otra persona, pues surge, sin traumas.
No quiero decir que me conforme con esta relación, solo que ahora mismo no
necesito más. No soy el típico que ha cerrado las puertas al amor. No me
importaría encontrar a una chica que me llenara en muchos más sentidos. Sé
que hay mucha gente, más o menos de mi edad, que llega a un determinado
momento en su vida donde renuncia a tener una pareja definitiva, pero no es mi
caso. Simplemente no pienso demasiado en ello, lo que tenga que ser, será.
Creo que el amor, por llamarlo de alguna manera, se encuentra, no se busca.
Después de haber tenido solo una relación larga en mi vida, que acabó hace
bastantes años, no me he planteado nada así de serio con nadie.
Todos teníamos claro que hoy lunes era el mejor día para doblar etapa;
todavía no estamos muy cansados de las jornadas anteriores, y juntar dos rutas
de casi veinte kilómetros cada una no es tan descabellado.
Todo ha ido como en etapas anteriores. Al principio todos juntos, risas, pullas
y anécdotas, como si nos conociéramos de siempre; hasta Lorena y Carol han
estado más abiertas con las chicas. Después, poco a poco, se ha ido abriendo
una brecha. Zoe, mi hermano y Adrián en cabeza. Adrián no quiere dejar a mi
hermano con Zoe a solas, como si alguno de los dos fuese a tener una
oportunidad. Carol y Lorena un poco por detrás, y Gala y yo cerrando el
pelotón. La riqueza paisajística de estos casi cuarenta kilómetros ha sido
increíble; mucho bosque, riachuelos, caminos serpenteantes…, un lujo para la
vista.
Estamos enfilando una callejuela que nos lleva directos al albergue, el de hoy
es más pequeño que el de ayer y lo reservamos por teléfono porque no
queríamos llegar tarde y no tener habitación. Zoe está en la puerta hablando
por el móvil, cuando nos ve, cuelga.
—Vaya, pensé que tendría que avisar a emergencias. ¿Os habéis perdido?
—Han equivocado las reservas. Así que ellos están en una habitación para
cuatro y nosotros tres, en otra.
Nos cruzamos en el salón con el resto del grupo, ya están todos duchados y
como pinceles. Mi hermano y Adrián nos reciben con aplausos y vítores. Vaya
capullos.
Espero que me explique qué coño he hecho para que se haya mosqueado tanto.
—Porque sabes que comparto contigo todo menos la cama. No hay quien sea
capaz de dormir a tu lado, no paras. La cama es suficientemente grande para ti
y para Marc.
—Si lo dices por tu colega y tu hermano…, va a ser que no. Son demasiado
buenos para mí. Mi defecto es que me gustan un poco más cabrones. Os espero
abajo —nos dice, dejándonos solos.
—Dúchate primero —digo, cediendo a Gala el baño. Parece que por fin
vuelve a mirarme. De repente, suena su móvil como si le hubieran entrado mil
wasaps. Mira la pantalla y resopla.
Oigo el agua de la ducha correr y aprovecho para sacar mi tablet y pasar todas
las fotos del móvil. Espero que el agua caliente la destense un poco y vuelva a
dirigirme la palabra, de lo contrario, dormir aquí va a ser muy incómodo. Me
siento en la cama, apoyado sobre el cabecero y, justo en la alfombra, veo un
sujetador negro.
Creo que la ducha le ha sentado bien porque asoma una sonrisa preciosa de
sus labios, como deshaciéndose del mal humor que la ha acompañado las
últimas horas.
—Me gustas más cuando sonríes. —Y sin dejar que me replique, le como la
boca.
Podría decir que la beso, pero para ser más fiel a la realidad es mejor utilizar
el verbo comer. Envuelvo sus labios carnosos con los míos y, antes de
invadirla con mi lengua, le doy pequeños mordiscos en el labio inferior. Gala
intenta abrir sus labios y unir nuestras lenguas; después del impulso inicial
todo se vuelve más lento. Suelto su muñeca y pega sus pequeñas manos a mi
pecho, mientras nuestras lenguas ya danzan, saboreándose la una a la otra.
Coloco mis manos por encima de su cintura, es tan menuda que noto sus
costillas. Me aventuro a tocar su piel, por debajo de su camiseta,
aprovechando que nos besamos cada vez con más deseo y que sus manos
descienden por mi torso, paseando sus yemas por mi estómago en dirección
descendente. Menudo calentón. Separo mi boca de la suya para respirar y nos
reímos por su gemido de insatisfacción. No puedo parar de tocarla, ahora
paseo mi lengua por su cuello y ella levanta la barbilla para facilitarme el
acceso. Su piel se eriza, y me encanta ver que le provoco un escalofrío cuando
mi mano derecha ya está debajo de su pecho. Con la otra mano enredo el pelo
en su nuca, sin llegar a tirar.
—Joder, Marc. Deberíamos parar —me dice con un tono poco convincente.
La miro, ladeo la cabeza y alzo la ceja a modo de pregunta. Gala se ríe y posa
su mano en mi paquete, por encima de la tela de mi pantalón, mientras me besa
de nuevo. Estoy bastante excitado y duro.
Ya no puedo parar, mis dedos rozan su pecho y lo amasan suave, lento, como
si fuera de cristal. Con la otra mano levanto su camiseta y lo dejo al
descubierto, frente a mi mirada. Sus pezones son rosados y grandes, y sus tetas
tienen un tamaño perfecto; pequeño pero no diminuto, y colocadas en su sitio.
Tan perfectas que, sin pedir permiso, las voy a saborear.
—Me vuelves loco, Galita, y quiero hacerte tantas cosas que no sé ni por
dónde empezar. —Y, sin más, paso mi lengua por su pezón. Gala se arquea
hacia atrás e intenta soltar el botón de mi pantalón.
—Ahora se pone, mamá. —Oigo decir a Eloy, cuando aún tengo la teta de
Gala en la boca.
Será mamón. Zoe se descojona y Gala solo me susurra que no piensa moverse.
—¡Queréis salir de una maldita vez! —grito para conseguir que cierren la
puerta.
Cuando Gala oye el portazo, levanta la cabeza y nos miramos; ahora los que
no podemos dejar de reírnos somos nosotros. Las carcajadas son escandalosas
y se expanden por toda la habitación.
Oigo a Marc hablar con su madre, entre risas e insultos hacia su hermano por
capullo. Aprovecho y me coloco un poco el pelo; no me lo he secado con el
secador después de la ducha y así consigo unas ondas naturales bastante
aceptables. Maquillarme no necesito, porque los coloretes por el episodio
anterior no creo que me abandonen, de momento. Pantalón vaquero corto,
camiseta negra y chanclas porque será mejor que no me calce hasta mañana,
así que, en conjunto, solo estoy pasable.
La cena parece un maldito monólogo del club de la comedia; bueno, más bien,
es un diálogo entre el nuevo dúo de cómicos. Sí, mi amiga, que esta noche el
título le viene un poco grande, y el hermanísimo. No desaprovechan la ocasión
para, entre plato y plato, cerveza y cerveza, meter la palabra teta en la
conversación; bueno, teta y todos los sinónimos posibles que se les ocurren:
pecho, mama, seno, pera, lola, manzana, busto, perola, bufa y hasta ubre. Sí, he
dicho ubre, como las vacas.
Mi amiga cuenta con toda clase de detalles como, una vez, estábamos de
camping con los amigos de Álvaro en Salou, hace ya un montón de años, entró
a mi tienda de campaña sin avisar y me pilló con el culo al aire, botando
encima de él. No sé si habéis pasado por esa experiencia, pero hacerlo dentro
de ese trozo de tela es peor que practicar ejercicio dentro de una sauna; así
que estaba bastante ligerita de ropa, para que me entendáis.
Pronuncia su nombre y todavía siento que se me revuelven un poco las tripas,
ella ya lleva cuatro cervezas, así que no se da cuenta de nada. Continúa
hablando de él. Criticándolo mucho, porque se indignó bastante con la
interrupción. Álvaro era muy reservado para los temas sexuales, al menos
conmigo (pedazo de hipócrita), y recuerda que estuvo de morros un par de
días con ella, como si le hubiera gustado pillarnos en mitad de la faena.
Marc me mira sin reírse, porque seguro que se ha dado cuenta de cómo me ha
cambiado el gesto con su relato.
—Ya me acuerdo de esa noche —interviene Eloy—. Fue en casa de tus padres
y, además, esa misma noche…, ¿no se enrolló también con aquella rubia de las
bufas enormes?
Zoe sigue con sus escenas favoritas, en las que vuelvo a salir a relucir; que si
en el pasillo del instituto, en nuestro viaje de fin de curso… Como si ella
nunca hubiera hecho nada reseñable.
—Creo que será mejor que salgamos un rato —dice Marc, acompañándome.
Me lío el cigarro en medio del silencio de la calle. Marc está a mi lado, pero
no dice nada.
—Marc…
—Qué suerte tuvo ese Álvaro y, por la cara que has puesto al oír su nombre,
creo que botaste durante mucho tiempo encima de él.
Doy una calada profunda y cuando suelto el humo sale Zoe a buscarme.
—Lo siento.
Marc desaparece, sin decir palabra, y nos deja solas. Agradezco que la
conversación de Álvaro se haya quedado en el aire. Mi amiga me abraza y yo
a ella. En el fondo, sabemos que somos de ese tipo de amigas íntimas que nos
podemos decir las verdades a la cara, aunque no siempre nos gusten.
—Neni, solo he mencionado lo de Álvaro porque quiero que seas capaz de oír
su nombre y no partirte en dos.
—Me da igual que digas que solo follo en la oficina, porque es básicamente lo
que hago, pero no me lo digas con desprecio porque sé que no lo sientes así.
Y como dos idiotas nos abrazamos otra vez. Los chicos acaban de salir y nos
pillan en plena exaltación de la amistad.
—¡A dormir, que es muy tarde! —espeta Adrián, agarrándonos a cada una por
un brazo.
—Joder, es que eres como el osito Mimosín —dice Eloy, cuando ve como nos
lleva casi abrazadas hasta el albergue.
Y sin tiempo para reaccionar, pega su pecho a mi espalda y pasa su mano por
mi cintura. Siento sus dedos largos rozar la piel de mi abdomen y contengo un
suspiro. Su respiración un poco más fuerte en mi nuca, me indica que está
conteniéndose.
—Dulces sueños, Gala —me susurra muy bajito, y toda mi piel vibra con su
voz.
9
CONVERSACIONES
Etapa 5
MARC
Ahora entiendo por qué Zoe no duerme con su amiga, Gala no ha parado en
toda la noche y eso que se notaba que estaba agotada. En menos de cinco
minutos, oí su respiración profunda, o enseguida la venció Morfeo o es una
actriz maravillosa. A mí me costó un poco más y, cuando estaba empezando a
coger el sueño, Gala comenzó a rozarme y así ha continuado durante toda la
noche; brazos, manos, pies, piernas, dedos, su culo pegado a mi polla, sus
rodillas en mi espalda… Y yo ahí, intentando controlar a mi serpiente, que
estaba como loca por salir.
He puesto la alarma del móvil a las siete, pero hace un par de minutos que ya
estoy despierto; acabo de oír a Zoe meterse en el baño y a Gala revolverse en
la almohada. La tengo tan cerca que noto su respiración en mi nuca. Prefiero
tenerla pegada a la espalda porque, aunque anoche me contuve, la erección
matutina que tengo ahora mismo es muy difícil de disimular. Espero que no
tarde en bajarse para poder levantarme.
—Está en el baño —digo, sin que me pregunte—. Y por tu bien, es mejor que
no me dé la vuelta —me excuso.
—Perfecto —me dice con un todo bastante seductor para ser tan temprano.
—Marc…
—¡Buenos días! ¡Vamos, que hay que ponerse en marcha! —Y ahí está la corta
rollos otra vez.
Zoe sale como un ciclón del baño ya vestida y, sin casi mirarnos, abre la
ventana de par en par. Una corriente de aire fresco me da en la cara. Gala se
separa de mí, se coloca en la otra punta de la cama y se tapa la cabeza con la
almohada.
—Mierda… —masculla entre dientes.
***
Las chicas acaban rápido y se quieren poner en marcha; hoy no nos esperan.
Adrián y mi hermano han tardado más en despertarse y me quedaré hasta que
terminen de desayunar.
Aprovecho los primeros metros cuando salimos del pueblo para caminar junto
a Lorena, sé que ayer se fue pronto a la cama porque estos mamones estaban
contando la pillada que me habían hecho con Gala. Lorena trabaja conmigo, y
siempre nos hemos llevado bien, pero para mí es como una hermana pequeña.
—Está bien. Oye, Lorena, te he notado rara desde que hemos coincidido con
Gala y Zoe… —Y me interrumpe antes de que pueda hablar más.
—Vaya, parece que te gusta jugar —le digo, estrechándola contra mi cuerpo y
dando yo un mordisco al plátano también.
—Quizás.
—¿Yo?
Y entonces se mete todo lo que queda del plátano de golpe, casi se atraganta
por la cantidad, y los dos nos reímos otra vez. Cuando recupera la compostura,
seguimos caminando. Charlamos. Le cuento que he hablado con Lorena y que
el tema ha quedado aclarado, aprovecho para sacar de nuevo el tema de
Álvaro.
—De críos no nos gustábamos, aunque él siempre fue muy guapo y todas las
niñas del barrio estaban locas, esperando su atención, para mí solo era como
un primo con el que siempre había jugado, nunca lo vi de otra manera. En la
adolescencia se volvió más tímido, salió con un par de chicas de su instituto y
cuando empezó la universidad ya no tenía pareja. Nos vimos menos en aquella
época, porque ya no íbamos tanto con nuestros padres y así pasaron los años.
—Al final nos quedamos un año más en Dublín, luego regresamos a Barcelona
y pasamos unos años muy buenos. Yo entré en VR y él encontró trabajo como
informático en una multinacional. Más tarde le ofrecieron un puesto en Madrid
y se quiso mudar. Entonces decidimos que después de llevar tanto tiempo
juntos y para evitar mantener una relación a distancia, podríamos casarnos y
así yo también pedir mi traslado a la capital.
Y curva sus labios en una bonita sonrisa. Creo que sabía que mi respuesta era
no y solo lo ha preguntado para destensar el ambiente.
—¿Y dónde fuisteis de luna de miel? —Abro los ojos asombrada por tanta
curiosidad—. No me mires así, se sabe mucho de las personas por los viajes
que hacen al casarse. Solo lo pregunto por «deformación profesional».
—A Indonesia.
Atravesamos un sendero que tiene cierto desnivel, así que miro un poco al
suelo porque lo que menos me apetece es darme de bruces contra alguna
piedra. Cuando ya el camino es más llano, continúo.
Creo que ahora llega la parte más dolorosa, pero ya que he empezado no voy a
parar.
—¿Y cuánto tiempo hace de eso? —me pregunta.
Vaya, ¿por qué no me extraña que Marc haya pensado como pensaría el
noventa y nueve por ciento de la población? El discurso que me soltó Álvaro
aquella noche fue infumable y, por supuesto, se traducía en nombre de mujer,
como yo bien le insistí desde aquel mismo momento.
—Venga, Gala, hay que ser muy gilipollas para decirte que se quiere separar
el día de tu aniversario, sin mucho argumento; además de un poco hijo de puta,
perdona la expresión.
Marc me mira y creo que puede ver a través de mis ojos que me ha sentado
bien soltar todo lo que llevaba dentro. Él para mí es casi un desconocido, así
que me ha servido como terapia. A veces, hablar de estos temas con gente muy
cercana es menos efectivo, porque han escuchado tantas veces la misma
retahíla que les llegas a aburrir. Ya se sabe lo que pasa con las rupturas;
primero, duele; luego, da rabia; y, al final, incluso risa. Si no era MI
PERSONA, no lo era.
Estamos a unos metros del sitio donde nos espera Zoe para comer, ya la vemos
sentada en un banco en la entrada hablando con un señor. Esa es mi Peli,
siempre haciendo amigos, seguro que el abuelete está alucinando con ella.
—Lo siento, has tenido que pasarlo muy mal—me dice Marc, antes de llegar
hasta mi amiga—. ¿Y hace mucho que estás en tratamiento?
—¿Mi psiquiatra?
Y entonces me doy cuenta. Me empiezo a reír como una loca, pero loca, loca;
sí, de las que realmente necesitan psiquiatra. Las carcajadas llegan hasta mi
amiga que se acerca a nosotros. El paisano que estaba con ella en el banco me
mira asustado, y Marc niega con la cabeza porque no entiende nada. Yo me
doblo de la risa, pero literal, con la mano en mi diafragma, aguantado las
convulsiones.
—No sé qué es tan gracioso —dice Marc con un tono un poco ofendido.
—Se piensa que estoy loca, Peli. Lo-ca —grito entre hipidos, controlando mi
risa—. El que me llama es Xavi, mi hermano, que es psiquiatra.
Y veo como Marc pone los ojos en blanco por su metedura de pata. Mi amiga
se descojona y él parece que suspira aliviado.
—¡Oh, qué mono! Pensabas que estaba loca y, aun así, te la querías fo…
—No está loca porque para lo suyo no hay diagnóstico —concluye mi amiga
—. Tranquilo, ya la conocerás, tiene mote para todos. Yo en sus contactos soy
la Peli, como habrás supuesto.
—Te he metido mi número, ahora solo tienes que añadirme a tus contactos.
Le digo todos los números y me añade a contactos con un nombre que no llego
a ver. Zoe nos mira y resopla.
—Es la excusa más imbécil que he visto en mi vida para intercambiaros los
números.
Marc y yo nos reímos, pero seguimos mirándonos como si fuese un reto entre
los dos.
CAMINO Y LOCA.
LOCA Y CAMINO.
11
DE UNA EN UNA
MARC
Zoe nos marca la ruta y nosotros obedecemos. Cuando he visto una libreta que
lleva con todo anotado y unos dibujos increíbles, me he quedado alucinado.
Eso es oro puro para mi blog. Me ha prometido que lo compartirá conmigo y
me ayudará a hacer la entrada de hoy, seguro que a mis seguidores les encanta.
Las conversaciones han ido fluyendo. Unas veces hemos hablado de sitios de
nuestra ciudad que están últimamente de moda; de su barrio, y de cómo les
gusta el ambiente que se respira viviendo allí; de algún garito menos conocido
que nos entusiasma, e incluso de viajes. Me ha escuchado hablar de todos los
sitios que he visitado y de los pendientes. Les he hablado mucho de Japón, uno
de mis destinos preferidos actualmente. Ninguna de las dos ha estado y hemos
fantaseado con la posibilidad de no descartar un viaje allí en un futuro. Gala
ha dicho que ni en un millón de años se podrá permitir algo así, creo que se
refería a económicamente hablando, pero Zoe enseguida le ha dicho que deje
el pesimismo a un lado. A lo que Gala ha replicado que es muy fácil hablar de
grandes viajes cuando tu vida no depende del puto euríbor. Intuyo que debe de
estar pagando una hipoteca junto a su exmarido, pero no he querido preguntar
más.
Me he dado cuenta de que se compenetran muy bien. Las dos son mujeres con
un carácter fuerte, porque Gala, aunque físicamente parezca más débil que su
amiga, mentalmente los tiene bien puestos. Le ha plantado cara ya varias veces
con sus comentarios, como cuando soltó lo del rollo de su oficina, o cuando le
para los pies con otros temas como el deporte o su continua verborrea. Zoe,
además de tener carácter, tiene un lado sensible que trata de esconder y que
resulta un poco cómico cuando lo muestra. Por ejemplo, cuando ha recibido la
llamada de su rollo y parece que el mundo se volviera nubes bajo sus pies.
Las dos juntas son como un torbellino; un par de mujeres guerreras para un
solo hombre poco acostumbrado a batallar con ellas, como yo.
—Parece otra cuando habla con él, ¿no? —pregunto, cuando veo a Gala torcer
el gesto.
Me río por su cambio de tercio, y me explica que uno de sus únicos vicios,
ahora mismo, es mangar botellas en casa de sus padres y bebérselas con su
hermano o con Zoe en su piso, los fines de semana. Reconozco que a mí
también me gusta, pero no como para robarlo por ahí. Me da un golpe en el
brazo y agarro su muñeca. La Peligrosa sigue al teléfono, así que tenemos unos
segundos de intimidad.
Un beso, otro, otro y cuando nuestros cuerpos empiezan a necesitar más, nos
separamos de golpe para coger aire, eso que es tan necesario para vivir.
—¡Vaya, Marc! Veo que se aleja el caballero para dar paso al canalla.
Me río y me acerco, estrechándola contra mi cuerpo. Encaja tan bien entre mis
brazos que me contengo para que no oiga el gemido que intento controlar. Pego
mi boca a su oído y susurro:
—Joder…
—¡Camino!, suelta a la loca de mi amiga que hay que seguir andando —nos
apremia Zoe, apoyada en un troco sin ramas.
—Tranquila, Peli, estoy deseando llegar —dice Gala, y esta vez es ella quien
me guiña el ojo.
—¡Por fin! —dice Adrián con tono seco, entrando con mi hermano.
—Uf, casi os quedáis sin cama. Está a punto de llenarse —les informo.
—Pues solo hubiera faltado eso para que a tu amigo le diera algo.
Antes de que mi hermano me explique nada, veo que entran las chicas con un
par de chicos, riéndose. Por el acento sé que son del sur. Lorena agarra a uno
del brazo con un gesto de lo más familiar y veo como mi amigo bufa por lo
bajo.
—¡Hola, Marc! —me saluda Carol risueña, mientras Lorena no quita sus
manos y su vista del moreno que viene a su lado.
—¡Vaya par de peregrinos! —deja caer Zoe, cuando los ve con ellas. Carol se
ríe y Lorena se pavonea. Joder, no pensé que estaba así de desatada.
Adrián pasa rápido con su mochila y se va a buscar litera. Eloy nos cuenta que
se los han encontrado al comienzo de la etapa, y que las chicas se han quedado
embobadas con los malagueños. Adrián ha dicho que igual eran unos
psicópatas y que no iba a dejar a su hermana sola con ellos, así que han venido
todos juntos a paso lento, por eso no nos han alcanzado para comer.
Está perfecta y yo estoy deseando estar con ella un ratito a solas. ¿Será
posible?
Antes de dar a la tecla de enviar y colgar el post, Gala echa un vistazo por
encima de mi hombro. Se acerca más y me pide permiso.
Etapa 6
Que Marc se pensara que estaba en tratamiento con el psiquiatra fue lo más
cómico del día. Sobre todo la cara que se le quedó cuando le expliqué que el
psiquiatra es mi hermano. Es uno de esos momentos embarazosos donde te
gustaría esconderte del mundo por unos días. Como cuando nos pillaron con
mi teta en su boca; sí…, no se me ha olvidado. Pues eso, de los de tierra
trágame. Me hizo tanta gracia que, si lo pienso, todavía me río por dentro. Soy
siempre yo la típica que mete la pata o se cuela en esas situaciones, así que,
que haya sido él quien se columpiara de ese modo, me parece tierno y
divertido a partes iguales.
Al final cenamos con los chicos, porque Lorena y Carol se fueron a otro bar
con sus nuevos amigos. Nos costó convencer a Adrián para que dejara a su
hermana sola, ya es mayorcita y no puede estar todo el día encima de ella. Al
final, aunque a regañadientes, la dejó ir a su aire. Se notaba que no estaba muy
concentrado en nuestra charla y, durante la cena, Eloy y Marc no pararon de
lanzarle indirectas sobre lo que estarían haciendo las chicas; todas eran de las
que un hermano mayor no quiere oír nunca. Se nota que le saca ocho años,
porque tiene el instinto protector muy agudizado. Zoe y yo entramos al trapo
como si fuéramos dos colegas de ellos de siempre, así que, al final, Adrián
nos llamó de todo y se fue a dormir medio mosqueado. Por suerte, ya estaba
dentro del albergue cuando regresamos nosotros, porque pillamos a Lorena
comiéndole el morro a uno de los morenazos y, por cómo se agarraban, no sé
cómo habrán terminado su velada.
Nosotros estábamos tan agotados que, nada más meternos en la cama, nos
dormimos. Como os imaginaréis, Marc y yo seguimos acumulando un montón
de ganas.
—¿Cuándo llegamos? —pregunto como una niña pequeña cuando viaja con
sus padres.
Me informa que nos faltan casi veinte kilómetros para llegar a Palas de Rei y
que disfrute de la ruta en vez de quejarme.
—¡Uy, qué iluso eres! Gala no pisa un gimnasio ni aunque haya dentro un club
de lectura —afirma mi amiga.
—¡Qué graciosita!
—No te recomiendo que vayas donde este capullo. Yo llevo años entrenando
con él y todavía no tengo el cuerpo de Marc.
—Venga, ya veo que aquí siempre hay para todos —dice Eloy, haciéndose el
ofendido.
—Lo mío es la genética italiana. Eloy tiene que currárselo porque salió a mi
madre.
—¿Italiana?
—Sí, mis abuelos por parte de padre eran italianos, de un pequeño pueblo de
la Toscana. Vinieron a trabajar a España y mi padre nació aquí, aunque ellos
enseguida regresaron. ¿No te he dicho que me apellido Leto?
—¿Leto? ¿Cómo mi Jared? —Zoe que está escuchando a Marc no puede evitar
meterse en la conversación—. No seréis familia, ¿verdad? Porque él suele ser
el protagonista de bastantes de mis sueños húmedos.
—Sí, todos los Leto italianos son familia, Peli. Como en España los García.
¡No te jode! —intervengo yo.
Esta vez soy tan descarada que Marc invade mi boca, ajenos al resto de
caminantes. Cuando nos separamos a regañadientes, me pone un poco al día
sobre su familia, mientras los de los cuerpos atléticos avanzan un poco por
delante.
—No me extraña nada los instrumentos que elegisteis, creo que van muy
acordes con el carácter de cada uno.
Yo le cuento que mis padres son psicólogos; bueno, más bien, sexólogos.
Agradezco que no haga ningún comentario, porque en el instituto ya tuve que
aguantar demasiados; hay mucho retrógrado con el tema del sexo todavía.
Marc entorna los ojos y sonríe. Y esa sonrisa, otra vez, provoca un chispazo
ahí, en el mismísimo centro…, me habéis entendido, ¿verdad?
***
—¡Venga, chicos! Yo solo quiero llegar, por favor, ponédmelo fácil —les
suplico.
—Tirad vosotros por ahí y nosotros por el otro lado. Si coincidimos antes de
la llegada, bien, sino allí nos vemos —dice Marc resuelto.
—¿Qué loca?
—¿Quién va a ser? Gala. Venid por aquí y dejad a esos flojos —escupe mi
amiga y se gira de golpe. Antes de que se alejen la oigo que empieza a
contarles nuestro numerito con los teléfonos.
Nos encontramos a más peregrinos que también van por este tramo y ahora que
estamos solos aprovecho para saber más cosas de él.
Sus ojos verdes brillan y creo que sus palabras esconden ciertos matices.
Marc frunce el ceño y me escruta con la mirada. No hay que ser muy lista para
ver que está muy bueno, es un chico pijo y educado, que tiene su propio
negocio y que desprende sensualidad, ¿cómo no va a tener un as guardado en
la manga con curvas y tetas?
—No me gusta para nada ese término —me dice bastante serio.
—A ver, listilla. Tengo una amiga con la que quedo de vez en cuando,
cenamos, charlamos…
—Y folláis —interrumpo.
—Vivir riendo, eso es vida —nos dice una señora que va acompañada de la
que parece su hija, unos metros por delante.
Y antes de que pueda aclarar que no somos pareja, Marc pega sus labios a los
míos, para callarme. Me coge tan de sorpresa que solo soy capaz de dejarme
envolver por su boca, su aliento suave y sus labios finos. Creo que la señora
ya se ha dado la vuelta otra vez, susurrando el consabido «buen camino», para
dejarnos un poco de intimidad.
Para romper de nuevo este hilo de intimidad que parece haberse instalado
entre nosotros (y yo no busco eso, como ya sabéis), mi boca sin filtro hace
acto de presencia de nuevo.
MARC
Enfilando el camino empedrado, que nos lleva ya a la entrada del pueblo, nos
encontramos con Eloy, Adrián y Zoe. Al final, hemos tardado lo mismo que
ellos por nuestra ruta alternativa.
Como viene siendo habitual estos días, Gala rompe nuestros momentos de
intimidad de repente. Tan pronto está metida en conversación y sonriendo,
como se aleja y marca la distancia entre nosotros; como si pulsara el botón de
pausa. Estoy empezando a conocer esos cambios, por lo tanto, le doy su
propio espacio.
Adrián vocifera hablando por su móvil y tiene toda la pinta de que es Lorena
quien está aguantando su sermón.
—Es que no me lo explico; estaba como loca por que hiciéramos el Camino
todos juntos, se ha cruzado con esos dos, y se comporta como una quinceañera
—se lamenta Adrián.
—Joder, entiéndela —interviene otra vez Eloy. Confío en que mida un poco
sus palabras—. Es joven, está de vacaciones con su amiga y su primer
objetivo, que era su jefe, se le ha escapado. Tiene derecho a divertirse con
otro, ¿no?
—De puta madre me parece que se divierta, pero con cabeza, joder, con
cabeza. ¡Que no los conoce de nada!
—Por esa regla de tres, nosotras tampoco nos teníamos que haber fiado de
vosotros —interviene Zoe.
—Joder, Adrián. No puedes protegerla siempre —le digo para que empiece a
aceptar que su hermana ha crecido lo suficiente como para ser capaz de tomar
sus propias decisiones.
Como el grupo se ha reducido nos dan una habitación con tres literas para los
cinco. Otra nochecita compartiendo intimidad, maravilloso.
Adrián y Eloy son los primeros en irse a la ducha. Las chicas se quedan
preparando su ropa limpia y yo, con toda la calma del mundo, saco mis cosas
de la mochila.
—¿Qué pasa? ¿Tu ropa no pesa lo suficiente que también transportas una
piedra? —me pregunta con guasa, al ver la piedra que llevo en el fondo de mi
mochila.
—Joder, Gala. Tú, cuando yo te conté toda la movida del viaje, no me hiciste
ni puto caso, ¿no? —inquiere Zoe con gesto de indignación.
—¡Vaya, parece que la Peli también lleva una! —digo, descojonándome al ver
su expresión.
—Oye, Marc, no te rías de mi amiga Gala, la que pasea por el espacio sideral
cuando yo hablo.
Y los dos nos volvemos a reír. Zoe saca una piedra pequeña de su mochila y
se la enseña, contoneándose, como si fuera una bailarina.
—La piedra simboliza una carga que arrastras y los peregrinos suelen dejarla
por el Camino o en Santiago de Compostela a su llegada. Es como si dejaras
atrás el dolor por el arrepentimiento.
—Te lo dije en su momento, pero tú ni caso. Ya sé que hay veces que pulsas el
botón de desconexión; pero, joder, podías al menos recordar eso.
—Para los creyentes, la piedra simboliza los pecados cometidos; para los que
no creemos —puntualizo para que sepa que la religión tampoco es lo mío—,
es algo más espiritual. Seguro que te guardas algo dentro de lo que quieres
deshacerte, ¿me equivoco?
—No te equivocas, claro que guardo algo, pero lo mío más que espiritual es
material. Vamos, que no es una piedra lo que me gustaría tirar, sino todos los
ladrillos que forman todos los malditos tabiques.
No hace falta que me explique mucho más, creo que se refiere al piso que debe
compartir con su ex. Gala pierde la vista de nuevo en su ropa y no me vuelve a
mirar. Sin dejarme añadir nada, se marcha con sus cosas al baño.
—¿Solo? Déjame ir contigo —le pide Zoe, haciendo una especie de puchero.
Mi amigo, el oso amoroso, no va a poder resistirse.
Cuando estoy casi terminando, aparece Gala y otra vez su imagen recién
duchada me pone malo; malo de cintura para abajo, ya sé que me habéis
entendido. El pelo mojado, la mirada dulce y ese olor a fresa y canela. De
repente, se crea en mi cabeza nuestra imagen desnudos en la ducha, mientras
nos frotamos el uno al otro.
—Eh… —Disimulo (muy mal, por cierto) mi viaje en sueños por la piel de
Gala—. Zoe se ha ido con Adrián a despejarse un poco.
—Estoy en ello.
Salgo rápido hacia la ducha y, en cuanto las primeras gotas, casi frías, me
mojan la piel, cierro los ojos. La imagen de Gala desnuda vuelve a mi cabeza
de nuevo y lo cojonudo es que es todo producto de mi imaginación, porque
piel, realmente, le he visto poca. Vale, las peras sí, ya lo sabéis; pero, aparte
de eso, poco más. Aunque parece que mi cerebro lo intuye porque emite la
orden necesaria para que una considerable erección me acompañe mientras me
enjabono. ¡Hay que joderse!
«Ay, Galita, estás tan guapa dormida, tan relajada, que no puedo ser tan
cabrón como para despertarte. Te tengo tantas ganas».
Etapa 7
Para dar más emoción, la etapa de hoy es la más larga después de la que
doblamos. Dejamos atrás los límites de la provincia de Lugo para entrar en La
Coruña, y Zoe la tenía en su libreta anotada con el subtítulo de
«Rompepiernas». Justo lo que yo necesito. Una etapa con un perfil muy
quebrado y trabajoso. Creo que si llego al albergue, entera, ya podré con
cualquier cosa.
Las ampollas que casi tenía curadas se están resintiendo, he tenido que
calzarme las botas de montaña y, como no estoy acostumbrada, siento los pies
oprimidos y como pesas; vamos, que en vez de andar, parece que me voy
arrastrando, sobre todo por una senda de robles y eucaliptos que ya hemos
atravesado, estaba embarrada y he tenido que ir con pies de plomo, como se
suele decir, para no caerme.
—¿Qué tal anoche con Adrián? —le pregunto, mientras retuerce la camiseta
que se acaba de quitar.
—Eres idiota. Sí, lo intentó, no hace falta que le des más vueltas, puedes
preguntármelo sin rodeos. En la euforia del alcohol me metió la lengua hasta la
campanilla. ¿Contenta?
—Eso ya lo sabía yo. Pobre, no sabe que tú eres de las que prefiere sufrir. —
Me río.
—No te pases, lista. Después nos abrazamos y nos reímos. Sabe que no puede
ser —me dice, poniéndose la ropa seca.
—Es una pena que te gusten solo los cabrones, parece un buen chico —le
digo, antes de llegar donde están todos sentados.
***
Mientras el resto del grupo admira la iglesia, Marc y yo salimos un rato. Nos
apoyamos en un lateral, resguardándonos de la lluvia, que ha empezado a
acompañarnos de nuevo.
—Ven aquí—dice, mientras me envuelve entre sus brazos y posa sus labios en
los míos de forma muy sutil.
—Pues hoy tengo mojadas hasta las bragas —suelto sin ningún filtro.
—¡Eh! Tranquilos, que estáis en una iglesia —nos advierte su hermano, que
nos ha pillado en plena faena.
—Vamos, chicos. ¡Que no decaiga ese ritmo! —chilla Zoe, que como siempre
va en cabeza.
La última parte de la ruta es la peor, con diferencia. Una última rampa para
que mis gemelos digan basta.
El resto sigue, más o menos, a buen ritmo y, como todos los días, yo soy la
rezagada.
—¡Claro que sí! Toma. —Saca su móvil y veo que elige un tema de una lista,
mientras me coloca los auriculares con sumo cuidado—. Concéntrate en la
música —me dice, antes de dar al play.
Su maniobra para disuadirme del dolor físico y mental funciona. En cuanto
empiezan a sonar los acordes de «Walk on Water», de Thirty Seconds to Mars,
con la voz de Jared Leto (su primo italiano y protagonista de los sueños
húmedos de mi amiga), me concentro en volver a caminar.
15
DOS DÍAS
Etapa 8
MARC
Deduzco que quieren estar un rato a solas, así que me quedo a la par de Adrián
y Eloy y sigo caminando.
Aunque voy escuchando a Eloy y Adrián hablar sobre no sé qué tía del
gimnasio, que según Adrián se quiere calzar a mi hermano y según Eloy eso es
una invención de él, me fijo en cómo discuten Gala y Zoe. No llegan hasta mis
oídos todas sus frases, pero sí palabras sueltas, como «Santiago», «hotel»,
«mamón», «loca», «capulla» y «arrastrada». Con esta última, Zoe se para en
seco y no sabe cómo continuar hablando; ha tenido que ser duro lo que le haya
dicho, porque no es fácil callar a la Peligrosa.
—Marc, ¿puede dormir Gala mañana contigo en Santiago? —me pregunta Zoe.
La pregunta me coge por sorpresa y lo primero que hago es mirar a Gala; pone
los ojos en blanco y frunce el ceño.
—No le hagas caso. Puedo dormir sola —espeta, a la vez que acelera el ritmo
para dejarnos atrás.
—¡Suave, loca! No vayas tan rápido —exclamo, esperando que afloje. Pero
Gala sigue caminando deprisa, sin mirar atrás—. Eh, por favor —le digo,
mientras le agarro la muñeca para detenerla.
—Nada, que me jode mucho ver cómo mi amiga se doblega ante el cabrón de
su rollo. Y encima te pregunta si puedo dormir contigo, como si fuera un perro
al que abandona. Soy capaz de encontrar una habitación de hotel y dormir sola.
—¡Eh, mírame! —le digo, cogiendo su cara entre mis manos. Sus ojos
avellana brillan por el enfado, pero consigo que me preste atención—. No te
enfades. Estoy contando los minutos para llegar a Santiago y estar contigo a
solas, Gala. No hace falta que Zoe me pregunte nada porque está claro que
quiero que duermas conmigo y no con ella.
—Me parece patético que, a estas alturas de siglo, un tío tenga que seguir
llevando una doble vida —digo convencido.
—Yo, a estas alturas, lo que no soy capaz de entender es que alguien pueda
mentir de esa manera y joder la vida de dos personas. Y, por supuesto, no
quiero juzgar a mi amiga, pero no creo que necesite compartir las migajas que
el otro le ofrece.
—Está hasta las trancas, y yo ahí no me meto, pero no comparto las formas.
Hoy, nada ni nadie te obliga a estar con una persona si no quieres.
Se aleja unos pasos, buscando privacidad, pero oigo cómo continúa su risa al
responder. Habla con él, un tal Samu, supongo que será de Samuel.
—Joder, vaya putada morir aquí, ¿no? —dice Adrián, que ya ha llegado a mi
vera.
Pongo un poco de paz entre los dos, como siempre. Lo que me sorprende es
que, en el fondo, se llevan bien. Hay veces que me entero de movidas de mi
hermano porque se las contó primero a Adrián y no es que me ponga celoso, es
que parecen un puto matrimonio de los que están constantemente discutiendo;
pero, en realidad, se adoran. Será que ese vínculo lo han reforzado levantando
pesas y sudando juntos.
Uf, mejor borro la imagen que se acaba de formar en mi cabeza.
—No sé, creo que ha dicho Samu o algo así —contesto con duda.
«¡Coño, Marc! Es imposible que Gala no haya estado con nadie en todo este
tiempo, aunque solo sean rollos de una noche. Imposible».
Las dos amigas se separan y casi a la vez nos levantan el dedo corazón a
todos. Otra cosa no, pero compenetradas están.
16
LA PENÚLTIMA
Voy caminando al lado de Eloy y de Zoe, y nos giramos para ver qué pasa.
—¿Qué pasa? —pregunto, al ver que Marc se adelanta del grupo y coge su
móvil.
—Nada, que ayer mi hermana dijo que ella cambiaba la reserva para estar
todos juntos en el mismo albergue y se le ha olvidado. O, al menos, eso dice.
—Pues nada, nos veremos para cenar —dice enfadado—. En vuestro albergue
ya no queda sitio.
Nuestras bocas se enredan con la mayor naturalidad. Otra cosa no, pero besos
nos los hemos dado de todos los colores. Labios, lenguas. Lenguas, labios. De
puntillas y sosteniéndome sobre los hombros de Marc, aguanto como puedo el
equilibrio.
Joder, la cosa se pone tan caliente que creo que me ducharé con agua fría.
—Encárgate tú de la reserva del hotel para mañana —le digo entre dientes,
con mis labios todavía pegados a los suyos.
***
Hace un rato que nos hemos sentado a cenar todos juntos. Me he colocado
entre Marc y Eloy para tener justo enfrente a mi amiga y a Adrián. Lorena, esta
vez, se ha alejado de su jefe lo máximo posible; creo que aún está mosqueado
con ella por la reserva. Todavía no nos han traído los platos y ya nos hemos
terminado la primera botella de vino, menudo ritmo. Acabamos de pedir otra
botella al camarero, que nos ha mirado cómplice. O el cocinero es muy lento o
nosotros tenemos mucha sed.
Es viernes, esta será nuestra última noche todos juntos; además, estamos
bastante eufóricos porque mañana terminaremos esta aventura, por lo que se
dan muchas circunstancias para que la celebración se nos vaya de las manos.
Mientras empiezan a salir los primeros platos, Zoe deja caer lo bien que lo
hemos pasado en el albergue.
—¡Vamos, Gala! No les cuentas lo bien que lo hemos pasado en la sauna —me
apremia para que sea yo quien narre nuestra aventurilla.
Todos se ríen y noto cómo Lorena agacha la cabeza. La pobre quiere pasar
desapercibida por su despiste, pero Marc la busca con la mirada. Cuánto
rencor.
—Pues tan caliente que cuando hemos entrado la Peli y yo, dos chicas estaban
enrollándose y las toallas que les cubrían el cuerpo a punto de desaparecer.
—Pues aquí, Llorens me agarró de la mano para cerrar la puerta e irnos, pero
yo me negué. Me apetecía destensar los músculos como ellas. Así que nos
hemos sentado lo más alejadas que hemos podido. Y creedme que en menos de
cuatro metros cuadrados es bastante difícil guardar la distancia.
—No sé por qué a los tíos os encanta ver a dos tías enrollándose. ¿Tenéis
todos una tara o algo? —pregunto, ante la carcajada de todos.
—Claro, y seguro que no te has pajeado nunca viendo cómo se enrollan dos
tías en una peli porno, ¿no? —mete baza Adrián, que está igual de indignado
que Zoe.
Se siente el cruce de miradas entre ellos. Lorena tampoco sabe dónde mirar.
Menuda nochecita está pasando. Y después, un incómodo silencio.
—Me estoy volviendo loco, loca —me dice entre dientes, antes de estampar
su boca contra la mía.
Su lengua se abre paso entre mis labios; sabe a hierbas, como el chupito que
se ha tomado hace un rato. Mi piel vibra cuando me roza con sus dedos, que
mueve discretamente sobre mis costados. Estamos excitados y enseguida
cachondos, no lo podemos evitar.
Los chicos se acercan a nosotras y nos imitan. Marc sigue apoyado en la barra,
observando, mientras Eloy y Adrián nos abrazan y se mueven con nosotras,
como dos bailarines más. Al final, terminamos la canción los cuatro apretados
y descojonándonos.
Al acabar la copa, salgo a tomar un poco el aire y a fumar uno de mis últimos
cigarros; he prometido que mañana lo dejo. Marc, como si fuera mi escolta, no
tarda en estar a mi lado.
—Porque si hubieras pegado tu culo a mi cuerpo, como has hecho con Zoe, mi
polla te hubiera atravesado la tela de esa falda.
—Suave, camino, no seas tan creído.
—Mañana te lo explico.
Marc no me da tiempo a decir nada más, porque enmarca mi cara con sus
manos y me invade la boca de nuevo. Esta vez es mucho más demandante. Las
ganas, las malditas ganas acumuladas, toman el control. Lengua, manos, piel,
jadeos contenidos…; todo esto, apoyados en una pared de piedra. Un gran
espectáculo. Sus dedos juguetones subiendo por mis muslos y yo a punto de
decirle que no voy a poder parar.
Cuando oímos a los chicos silbarnos, nos separamos entre risas y maldiciones.
El grupo está disperso hoy. Cada uno lleva su propio ritmo, más bien lento,
como si estuviéramos disfrutando de cada metro recorrido. Separados, casi en
silencio, vamos andando. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Y
yo, por primera vez, desde que salimos de Ponferrada, noto la espiritualidad
del Camino. Mi mente deja escapar todo lo negativo en cada paso. Quiero
dejar atrás todo lo que he sufrido, porque eso ya no hay manera de
solucionarlo y quiero concentrarme en el presente, ignorando el futuro al que
tampoco quiero dedicar mucho tiempo.
Han sido días duros, de mucho esfuerzo físico, al menos para mí, pero también
han sido días de muchas risas, de superación, de disfrutar de la belleza de la
naturaleza. De conocer otras vidas y a otra gente. En definitiva, días de
respirar y oxigenarme.
Después de un par de repechos, algo más asequibles que los de los últimos
días, y casi al final de la etapa, llegamos al Monte do Gozo. Es una liberación
divisar desde aquí Santiago de Compostela y su Catedral.
Zoe me abraza por detrás y las dos, como idiotas, permanecemos unos
segundos en silencio.
—No seas idiota y ven aquí —me gruñe, sacando su piedra de la mochila y
acercándola a mis manos—. Es algo simbólico, Gala. Lo haremos juntas, y
significará que nos quitamos de encima un peso. Nuestra piedra se queda aquí.
—Sabes que lo que has dicho es una gilipollez, ¿verdad? —le digo,
aguantando la risa porque el momento se había puesto de lo más trascendental.
Mi amiga sabe igual que yo que su carga no queda aquí con el abandono de la
piedra.
—Ya tengo hecha la reserva para los dos y estoy deseando llegar.
—Perfecto.
Nos damos un beso, esta vez es contenido, creo que ninguno quiere gastar
energía para lo que vendrá.
Lo que más miedo me da de estas situaciones es que ansías algo con tantas
ganas y te preparas mentalmente para ello, porque has tenido millones de
horas para hacerte una idea en tu cabeza, que después llega ese momento y
nada es como lo habías imaginado. Unas veces para bien y otras para mal.
Espero que Marc y yo superemos mis propias expectativas. Que son altas,
para qué voy a negarlo.
El resto del grupo enseguida nos alcanza y juntos seguimos caminando los
últimos kilómetros.
—Ya está, chicos, ya lo estamos rozando —nos anima Eloy, sacando sus dotes
de motivador.
Atravesamos un par de calles más y entramos bajo el Arco del Palacio por un
pasadizo. Hay un montón de músicos callejeros que amenizan los últimos
metros. Zoe me separa de Marc y agarra mi mano. Me hace dar saltitos con
ella y, a media carrera, accedemos las primeras a la plaza del Obradoiro, por
fin.
Aquí termina nuestra aventura. Sé por qué ha querido entrar cogida a mi mano.
Unidas. Da igual que hayamos hecho casi todas las etapas rodeadas de gente,
al fin y al cabo, esta siempre será nuestra aventura, de las dos, como todo lo
que nos pasa desde que nos conocimos. Podemos decirnos las verdades a la
cara e incluso enfadarnos, pero siempre, siempre estaremos juntas, por y para
todo.
—Siempre diré sí a tus aventuras, Peli —digo, y en ese momento noto cómo
mi amiga se limpia una lágrima, mientras su sonrisa ilumina toda la plaza.
—Lo has conseguido, loca —dice Marc, cerca de mi oído, lo que provoca que
todas mis terminaciones nerviosas se pongan en alerta.
***
Doy unas caladas profundas y cierro los ojos, disfrutando de cada miligramo
de nicotina que entra a mis pulmones. Espero ser capaz de no volver a caer.
Estoy nerviosa, no voy a negarlo, pero también estoy deseando poder disfrutar
de él, sin interrupciones. Su porte, sus modales, su cuerpo. Marc es un
caramelo, es lo que necesito, es lo que quiero y me lo pienso comer.
MARC
Gala y yo hemos estado toda la semana con ese tira y afloja. Rodeados de
gente, y con la tensión sexual flotando en el aire. No sé lo que le gusta ni lo
que aborrece. No sé nada de ella a nivel físico, exceptuando que su cuerpo me
tiene loco y que ella también me desea. Nos miramos igual, con las mismas
ganas; no hay que ser muy avispado para darse cuenta. Ganas infinitas de
probarnos y de terminar lo que ni tan siquiera hemos empezado.
Voy camino de su hotel a buscarla. No está muy lejos del mío, pero no me
apetecía que nuestro encuentro fuera frío. Si ella, de repente, se presentara en
mi habitación y directamente nos metiéramos en la cama, quedaría un poco
mal, ¿o no? Al fin y al cabo, esto va de eso, de sexo, en toda la extensión de la
palabra. Le he mandado un mensaje y la esperaré en la recepción. Ella me ha
contestado que le da igual hacer el paseíllo de la vergüenza sola. Me encanta
que esté de buen humor, a pesar del cabreo que se cogió cuando su amiga la
invitó a irse a dormir conmigo.
Aviso a Gala de que ya estoy en la recepción para que baje y, mientras espero
a que aparezca, me fijo en un chico que hay sentado en uno de los sillones.
Está mirando su móvil con expresión taciturna. Tiene pinta de ser el rollo de la
Peligrosa. Alto, guapo y con el pelo rubio. Tiene aspecto de jefazo.
Gala sale del ascensor y ladea un poco la cabeza al verme. Vaquero y camisa
con las mangas dobladas a la mitad del antebrazo. Creo que le gusta mi
elección. Ella sale cargando su mochila en la mano derecha por el asa y se ha
puesto un vestido de flores pequeñas en tonos rosas y azules. Corto y con
vuelo en la falda. Parece más joven de lo que es. Se acerca hasta mí, casi
dando saltitos. Me gusta verla feliz.
—Lo dices porque es el que menos tela tiene, ¿no? —digo con sorna, mientras
le doy un beso en los labios antes de que pueda replicarme.
Gala se ríe. Cuando casi estamos saliendo por la puerta, el chico que estaba
sentado en el sillón se levanta y se cruza con nosotros. Gala lo mira fijamente
y borra su sonrisa. Él baja la cabeza y avanza hasta el ascensor. Creo que
hemos pensado lo mismo.
—Era él, fijo. Porque Zoe casi me echa a patadas de la habitación. Creo que
él ya le había dicho que estaba abajo. Yo nunca lo he visto, ni en foto, pero
tengo esa corazonada.
—Otra vez, Marc. Puedo llevar la mochila yo solita —me espeta seria.
—Está bien.
Al final he cambiado la habitación triple que tenía reservada con los chicos
por una doble para ellos y una suite para nosotros. Es un hotel pequeño y ha
sido una suerte que estuviera libre. Espero que a Gala le guste.
—Sí, es pequeño pero está muy bien situado. Es el que suelo recomendar
siempre a mis clientes.
Pasamos directos al ascensor, con urgencia, y justo antes de que las puertas se
cierren entra una señora de bastante edad y nos saluda.
—Buenas tardes.
Joder, noto toda su piel, porque lleva unas bragas muy pequeñas, y mi polla
palpita dentro de mi bóxer. No tenemos tiempo para nada más porque las
puertas se abren otra vez.
Antes de que empiece a pensar en nada más, y para que no se nos baje el
calentón, ni siquiera le hago el tour de bienvenida. Abro rápido. Entramos y
cierro la puerta con la punta del pie. Entonces, la empotro contra la pared.
Invado su boca, con ansiedad, con nervios, con ganas. Lengua. Dientes. Saliva.
Lengua. Enredo mis dedos en su pelo y ejerzo más presión. La atraigo hacia mí
y la alejo para contemplarla. Sus mejillas encendidas, sus ojos chispeantes,
sus labios hinchados. Está preciosa así de agitada. Y vuelvo a la carga. Besos
más húmedos, más ávidos; que, como siempre, nos encienden. Avanzamos
unos metros, enredados con nuestras bocas y nuestras manos. Y a trompicones,
llegamos hasta los pies de la cama.
Es la hora. Creo que ya no hay vueltas atrás, lo de salir a tomar algo tendrá
que esperar.
—Marc…
—Joder, Marc, ¿dónde está el caballero? —me dice con la piel erizada al
paso de mi lengua.
Noto cómo traga con dificultad y alza la cabeza para encontrarse con mis ojos.
Con mis dedos hábiles acaricio sus caderas y empiezo a bajar sus bragas por
un lateral. Solo un poco. Beso su piel erizada. Ella se estremece. A
continuación, bajo el lateral contrario, dejándosela a medio camino, sin llegar
a sus muslos.
Gala consigue que se me escape una sonora carcajada y entonces la beso, justo
en el centro, debajo de su vientre, donde debería empezar su vello púbico,
pero ¡sorpresa!, Gala no tiene ni un pelo porque está completamente depilada.
El sonido gutural que emite mi garganta es de hombre prehistórico, como si no
hubiera visto nunca nada igual en mi vida.
Entonces, sin más dilación, termino de bajarle las braguitas y me pongo de pie.
La beso sin delicadeza y ella agarra mi polla con su mano. Excitados y
nerviosos, nos retamos. Meto la mano entre sus piernas y noto su humedad. Su
sexo depilado hace las delicias de mi tacto. Suave. Mojado. Preparado.
Nuestras lenguas continúan su propio baile.
Jadeamos.
Gemimos.
Sus dedos recorren toda mi erección. Arriba y abajo. Rápido. Y yo meto
primero un dedo en su coño y después otro. Estamos a punto, demasiado a
punto.
—Y yo de que lo estés.
No puedo dejarme caer del todo sobre ella. Así que estoy apoyado sobre mi
antebrazo izquierdo y con la mano derecha me agarro la polla para metérsela
poco a poco, hasta que se acostumbre a mí.
—No, así está bien. Sigue. La quiero dentro ya. Pero no entera.
Y Gala se destapa solo un ojo, mientras gime sin control. La penetro otra vez.
Aparta mi mano de su sexo y solo quiere sentir el roce de mi pelvis y mi polla.
Sigo saliendo y entrando, no hasta el fondo, pero casi. Me acoge tan bien que
no necesito profundizar más. Una embestida más. Otra. Otra más. Y otra más
rápida.
Con el sonido ambiente de mis últimas carcajadas, Marc sale de mí. Se quita
el condón y, después de hacer el correspondiente nudo, se levanta para ir al
baño. Desnudo y con ese porte impecable que nunca pierde, está increíble.
Empiezo a hiperventilar con la panorámica de su trasero contoneándose ante
mis ojos y me ruborizo sola.
—¡Coño!
—Claro, lo que pasa es que tenías un objetivo muy concreto y no te has fijado
—me dice, mientras vuelve a la habitación como su madre lo trajo al mundo.
La bañera está pegada a la pared de piedra del fondo y cerca de uno de los
balcones. Es blanca con patas cromadas, imitando a las antiguas, y enorme; no
sé cómo no la he visto antes. Marc tiene razón porque al entrar he estado tan
centrada en su cuerpo que no he reparado en ella. La suite es increíble,
moderna y bastante grande. La piedra y el blanco de las paredes resaltan con
los tonos grises del sillón y de la alfombra. El baño está separado por un
tabique de cristal y todo tiene un carácter muy minimalista. Me pongo las
bragas y el sujetador que encuentro tirados en el suelo y me asomo a uno de
los balcones. Las vistas a la Plaza de Fonseca y a la Catedral son magníficas.
—¿En qué estás pensando? —Me abraza desde atrás. Cariñoso. Desnudo.
—En que esta habitación te ha tenido que costar una pasta. Quiero pagarte la
mitad.
—De eso nada. Gala, he cogido esta habitación porque era la única que tenían
libre. No quería moverme de este hotel y ya me conocen porque siempre se lo
recomiendo a mis clientes. Ya me he quedado aquí más veces. Deja de darle
vueltas. Yo reservo, yo pago.
—Marc… —gimo, cuando saca mis pechos de las copas del sujetador con una
mano y con la otra me sujeta por el culo. Se mete una en la boca y me provoca.
No se tumba del todo, sino que se apoya sobre los codos para no perderse mi
imagen. Mi mano se pasea por toda su extensión y mis dedos menudos intentan
darle el máximo placer. Excitada y confusa por mi propia actitud, acerco mi
boca a su glande y, en cuanto mi lengua entra en contacto con su piel, Marc
gruñe mi nombre.
—Gala…
—No, loca. Primero, tú. Voy a comerte enterita y después te voy a follar
fuerte.
Y con una facilidad pasmosa me da la vuelta y me abre para él. Entierra sus
labios en mi sexo depilado y creo que rozo el cielo cuando empieza a lamerme
entera. Suave y delicado. Me abre con la lengua y después mete un par de
dedos en mi interior para multiplicar mi placer. Toca tan bien mi punto que
creo que me correré solo con su lengua. Reparte la cantidad justa de lametones
y de besos. Succiona un par de veces y, cuando traza círculos sobre mi
clítoris, sé que no podré soportarlo más. Marc lo nota.
Cuando retira su boca de mi sexo, estoy tan a punto que protesto mucho; como
una niña pequeña cuando le quitan su juguete.
—Mierda, Marc…
—Enróscate a mí como antes —me ordena con esa voz ronca que me pone a
cien. Obedezco y otra vez maneja mi cuerpo a su antojo. Pega su erección a mi
entrada y me advierte—: Agárrate a mis hombros, Gala. Y grítame que te folle
más, si te gusta.
Y yo solo quiero que siga. Que siga moviéndose. Que siga con ese ritmo, que
siga susurrándome. Sin descender el ritmo noto cómo todas las terminaciones
nerviosas de mi sexo se disparan. Con sus embestidas llega tan profundo, que
esta vez casi la tengo entera dentro.
—Te voy a traspasar, Gala. No voy a hacértelo más fuerte o te partiré en dos.
MARC
Oigo de fondo una melodía conocida, quiero despertar y abrir los ojos, pero
estoy tan a gusto dormido que me cuesta mucho ubicarme. La música deja de
sonar y reconozco la voz de Gala, a lo lejos.
—Sí, en realidad, tengo una pregunta para ti. ¿Por qué no me has despertado
para que me meta contigo en esa bañera? —digo, haciéndome el loco.
—Ah, era eso —dice despistada—. Pues es que estabas tan a gustito,
babeando en la almohada, después del sexo, que te he dejado descansar. Pero
yo no me he podido resistir a meter mi cuerpo dentro de esta maravilla.
—¿Quién será?
—Ups, salvada. Es el servicio de habitaciones. Ya voy yo, he pedido algo
para cenar porque me muero de hambre.
Gala sale de la bañera y se pone un albornoz blanco que había dejado junto al
sillón. Estoy gratamente sorprendido de cómo ha decidido tomar el control.
—Será mejor que me duche, entonces —digo, entrando en el baño antes de que
ella abra la puerta.
—He pedido unas tapas, son casi las doce y ya no había mucho donde elegir.
Nos miramos riéndonos y choco mi copa contra la suya. Le beso los labios,
suave, saboreando el vino que acaba de beber. Antes de seguir enredándonos,
empezamos a comer. Leemos los mensajes que hemos recibido. Sobre todo los
de Eloy y Zoe, que son de lo más persistentes. Todo para cotillear si ya hemos
culminado la faena. Vaya par.
—Tu hermano, quizás, está aburrido, pero lo de mi amiga no lo entiendo. En
vez de estar ocupada con su chorbo, está preguntándome qué tal contigo.
—¿Fuerzas? Tú has visto a Zoe, tiene fuerza para esta vida y para dos más.
—Me gusta el orden, sí; pero, tranquila, ya veo que no es tu punto fuerte.
Y señalo todas sus cosas, que están esparcidas por la habitación. Gala me
golpea el brazo como si la hubiera reñido y yo la estrecho contra mi hombro.
—Pobre, ¿qué eras animador turístico de la tercera edad? Seguro que todas las
maduritas te sobaban ese culito.
Gala me sirve la última copa, exprimiendo la botella como si fuera una fruta y
le pudiera sacar todo el jugo. Me gusta verla relajada y bromeando.
—Sí, quieres que te abra ese albornoz y te folle como si no hubiera un mañana
—le contesto chulito para picarla.
—Lo sé, loca. Sé que es un cigarro, pero tenía que probar suerte.
Seguimos teniendo unos buenos coloretes, pero esta vez es por la mezcla del
calor y el vino. Está preciosa riendo y hablando de sus cosas. Hasta cuando
intenta meterse conmigo me provoca ternura. Es como si intentara dejar su
timidez atrás, soltando todo lo que piensa. Estoy muy sorprendido porque hoy
no ha marcado la distancia entre los dos, más bien todo lo contrario. Está
tranquila y natural.
—Coño, camino. Pensé que odiabas esa palabra. Y también que no tenías más
preguntas —deja caer.
Son más de las dos de la madrugada y aquí seguimos. Sin vino y sin tabaco.
Solo nos queda un vicio. Enredo un mechón de su pelo entre mis dedos y me
acerco a su cuello. Huele muy bien. Gala suspira y nos quedamos en silencio.
Es raro porque creo que es la primera vez que estamos así, sin decir nada,
escuchando solo el sonido de nuestras respiraciones. Paso mi brazo por su
hombro y se apoya en mi costado. Me gusta acariciarla despacio. Sin prisa.
Sé que es solo sexo. Sé que nos conocemos hace una semana y ninguno de los
dos quiere ni necesita compromisos; pero, aunque no me atrevo a decírselo,
me gustaría seguir viéndola en Barcelona. Llámalo curiosidad o deseo, lo que
sea.
—A las doce de la mañana. Zoe cambió su vuelo y se queda unos días más, así
que me marcho sola. ¿Y vosotros? —dice, intentado levantarse.
Jodida loca.
21
MIS LÍMITES
Desde que terminé con Álvaro, no había compartido cama con nadie y no estoy
muy convencida de que sea lo que más me apetece ahora mismo. Obviando el
rato de enredo con Samuel, que no llegó ni a una hora, y la noche que dormí
con Marc en una etapa, que no fue lo mismo (nos acompañaba Zoe y, además,
estábamos vestidos), hoy ha sido la primera vez que he compartido sábanas, y
algo más, con otro chico y creo que he traspasado mis propios límites.
—¿Cuánto hace que estás depilada así? —pregunta juguetón, pasando sus
labios por mi cuello.
Lo que nuestras manos consiguen con tanta delicadeza es que estemos como
motos y que ya no podamos dar marcha atrás. Es tarde, tengo que ducharme y
recoger mis cosas, pero creo que si volvemos a follar será una buena
despedida.
Marc sujeta mi mano para que pare o se correrá, y yo, en cambio, le digo que
continúe. Sus dedos entre mis pliegues me transportan al paraíso del placer. Se
palpan mis ganas, ¿no?
—Agárrate a la almohada, Gala —me ordena con una voz que conecta
directamente con mi vértice.
Noto cómo se pone un condón y me eleva un poco las caderas. Si ya soy
pequeña a su lado, en esta postura, soy mínima. Pego un lado de mi cara a la
almohada y por el rabillo del ojo observo cómo se muerde el labio a la vez
que masajea mis nalgas. Está conteniéndose, lo sé.
«Gala, no pienses más, solo disfruta. Es sexo del bueno, lo que necesitabas.
Sexo sin complicaciones y se acaba aquí».
Cuando Marc acelera el ritmo y, cada vez llega más lejos, consigue meter su
mano entre las sábanas y mi cuerpo, volviendo a estimular mi botón y
consiguiendo que me olvide hasta de mi nombre. Es hábil, muy hábil y lo sabe.
—Joder, Marc. Ahora sí que tengo que ir al baño —digo, cortando toda la
intimidad que hay en el ambiente.
***
La ducha es rápida y cuando estoy terminando, aparece. Salgo en ese momento
porque soy incapaz de compartir más con él. No puedo. Necesito recoger y
despedirme.
—Marc…
—Marc, prefiero dejar las cosas así. Ha sido perfecto y no quiero, ni necesito,
más.
Marc levanta las cejas con mi respuesta y su peca se esconde entre las arrugas
que se forman en su frente. Es muy sexi esa peca…, y su boca…, y sus ojos.
—Eso será mejor que el viernes, en nuestra cena, te lo cuente ella. Seguro que
cuando se termine la botella de vino nos dará toda clase de detalles.
Es domingo y, como suele ser habitual, Xavi come en casa de mis padres; yo
intento escaquearme la mayoría de las veces, pero hoy tampoco tengo nada
más que hacer y, como estaré sola hasta que llegue Zoe la semana que viene,
no me resisto.
Entramos con el coche hasta el garaje y subimos directos a casa. Mis padres
viven en un chalé unifamiliar en una zona residencial de la ciudad. Aquí hay
suficiente espacio para mí, pero, como sabéis, prefiero compartir piso con la
Peli.
—Hola, hijos. Ya era hora que comiéramos todos juntos —dice mi madre,
abrazándonos a los dos.
—Me alegro.
—Mamá, ¿por qué está puesta la mesa para seis? —pregunta mi hermano
cuando pasa al salón y cuenta todos los platos.
Lo que menos me apetece es ver a mis exsuegros. Sé que son los mejores
amigos de mis padres, pero pueden quedar con ellos cualquier día que yo no
esté.
—Laura, te dije que podías haberlo dejado para otro día —interviene mi
padre para conciliar.
Es verdad que ellos no tienen la culpa de lo que hizo su hijo, pero de todo lo
que arrastro desde entonces un poco sí. Al principio no le defendieron, pero a
los pocos meses ya dieron por normalizada su relación con la otra,
argumentando que esas cosas pasan y que seguro que estamos mejor cada uno
por nuestro lado; la vida es eso, equivocarse o acertar. A mí la otra me da
igual, pero yo tengo la sensación de que, a pesar de conocerme desde el día en
que nací, no me han tenido mucho aprecio. Además, son ellos los que lo
animan a que, de momento, no vendamos el piso por debajo de su valor e
insisten en que esperemos a que el precio de la vivienda suba. Así yo sigo
asfixiándome y pagando una hipoteca de un bien que no disfruto, ni disfruté. Es
una tortura.
—Hola, Gala —me saludan al verme—. Estás muy delgada y tienes mala cara,
pareces muy cansada.
«Ya, si eso, que me diga que estoy hecha un puto trapo, total…».
—¿Y tú, Gala? ¿Algún peregrino habrás encontrado por el Camino, no?
Seguro que te habrás dado una alegría para el cuerpo —pregunta mi madre, a
la que siempre le gusta recordarme que tengo que pasar página.
—Sí, miles de peregrinos había, mamá. No he podido follar con todos por
falta de tiempo, pero sí con algunos —digo de muy mala hostia, mientras me
levanto de la mesa.
—Sí, lo sé. La puta página de los cojones, que tengo que pasar, no se me
olvida porque me lo recuerda cada día. Pero no era necesario preguntarme
delante de ellos; respeto que sean vuestros amigos, pero no son los míos.
—Está bien. Ya sé que no debería haberlos invitado hoy y que a veces se pone
muy pesada con el tema. Pero ya sabes que se preocupa por ti.
—Después del postre te llevo a casa —dice, al ver que ya estoy al límite.
Camino
MARC
Desde que volví del viaje no he tenido tiempo ni de respirar. Volver a poner
la agencia en funcionamiento me ha tenido ocupado día y noche.
Vale, no voy a engañarme ni a engañaros, me gustaría quedar con ella para más
que un simple café.
Lo más gracioso de todo es que ayer conseguí una nueva seguidora en el blog y
estoy casi seguro de que es ella: «El amor solo está en los libros» es su
nombre. ¿Dudáis sobre su identidad? Porque yo no. Para colmo, me ha escrito
comentarios de lo más ambiguos en cada entrada. Para que os hagáis una idea,
en la última etapa, cuando cuento lo de la piedra, ha comentado:
«A veces, la carga que arrastras no cabe en el peso de una piedra, por eso es
inútil llevarla encima».
«La lluvia, en ocasiones, te cala por fuera, pero caminando en buena compañía
puedes arder por dentro. “El placer del Camino” lo llamo yo».
Bastante claro, ¿no? He dado a «me gusta» en sus comentarios. Pero, como
cada vez tengo más visitas de clientes, no he querido entrar en una guerra
dialéctica con ella y que luego quede todo ahí reflejado, aunque me muero de
ganas de entrar en su juego; verbal, claro. Sí, venga, del otro también.
Lleva unos vaqueros negros y una camiseta blanca muy ajustada, de las que
dejan poco a la intuición. Por supuesto, calza unos taconazos, creo que,
excepto cuando se desnuda, siempre va con ellos.
—Ya ves, Adrián que me ha insistido tanto en que tu hermano era el mejor, que
al final me he decidido. ¿Qué tal tu viaje?
—Muy bien.
Eloy y Adrián insisten en ir a cenar a no sé qué sitio, pero mañana tengo que
trabajar y Vero también se excusa. Nos despedimos de ellos y, como un buen
caballero, la acompaño hasta su casa, andando, que no está muy lejos.
—¿Me estás diciendo que me harás la cena? —digo chulo, sabiendo que la
picaré.
—Ni en tus sueños. Pero puedo pedir lo que quieras. Invito yo.
Cojo una botella de vino y la abro. Sirvo dos copas y se la acerco cuando
vuelve a la cocina. Lleva puesto una especie de camisón de seda negro, corto
y con poca tela en general. Sé que se ha quitado el sujetador porque sus
pechos (operados) casi se le salen por el escote. Da un trago a la copa de vino
y se acerca a mi boca. Me roba un beso rápido y furtivo. Tiene ganas y prisa,
no lo puede negar.
De la mano, me lleva hasta el sofá del salón y me empuja para que me siente.
—Joder, solo soy práctica —contesta, mientras ella misma se quita la única
prenda que la cubre.
Se enreda con mi boca y su sexo se roza con mi polla, que ya está despierta
del todo. Le toco los pechos, ahora ya estoy acostumbrado a este tacto, pero
las primeras veces me resultaba extraño; es como si agarraras con la mano dos
melones duros. Ella me masturba y se enciende. La interrumpo para sacar un
condón y ponérmelo. A veces le gusta montarme, como si siempre necesitara
llevar el control, pero sabe que pocas veces cedo. Hoy sí. Dejo que libere
todo lo que lleva dentro y me limito a observar cómo se empala con mi polla
una y otra vez. Es brusca y predecible. Se mueve rápido. Ya no hay ni besos,
solo dos cuerpos con el instinto animal desatado.
Me besa una sola vez sin lengua, me quita el condón y se lo lleva para tirarlo;
todo un detalle.
—Como prefieras.
—Ya hablamos cuando vuelva —me dice antes de que llegue el ascensor.
—Perfecto.
Voy a toda velocidad con la bici hasta casa. Comeré y me cambiaré de ropa
porque por la tarde he quedado en pasar a buscar a Samuel por VR. Ha
llegado esta mañana en avión y ha ido directo a mi antigua oficina. Al final,
estará un par de días, y me apetece mucho verlo.
Zoe ha vuelto de sus días con Gerard como pisando nubes. El viernes en
nuestra cena semanal, nos contó que él está dispuesto a acabar con su
matrimonio, pero que necesita tempo. Es decir, la misma versión de siempre
dicha con palabras más bonitas y con ella abierta de piernas, por supuesto.
Eso lo dijo ella, no yo. Xavi y yo nos miramos y no quisimos añadir nada; si
ella se lo quiere creer, es su problema. Cuando fue mi turno, y a pesar de que
Xavi ya me había sonsacado todo sobre Marc el mismo día de mi vuelta, se
aliaron contra mí y me pusieron a caldo. Según ellos, soy una imbécil por no
seguir quedando con Marc, aunque solo sea para tener sexo, caliente y rico.
Así se lo definí a mi hermano; se lo ha tomado al pie de la letra y, con su
particular humor, lo han rebautizado como «sexo pan».
Dejo mis cosas y nos sentamos en el salón; nos gusta comer en la mesita baja
con nuestros culos en el suelo, qué se le va a hacer, somos así.
Hablamos del curro. Ella no empieza hasta el lunes y lleva sin ver a Gerard
tres días. Le digo que esta noche cenaré con Samuel y empieza a elucubrar
sobre toda clase de posturas sexuales que, según ella, adoptaré después.
—Venga, neni. No quieres nada serio con nadie y me parece perfecto, pero
entonces empieza a follar con quien te plazca; llámese Marc, llámese Samuel.
¿Sabes cuál es tu problema?, que, aunque digas que pasas de todo y que
quieres vivir tu vida, llevas tanto tiempo atada a un solo tío que todavía no le
has cogido el truquillo a esto.
Samuel sale por la puerta y me ve. Lleva un traje azul oscuro, camisa blanca
sin corbata y media sonrisa instaurada en la cara, el señor Vila lo acompaña.
Es el padre de mi actual jefe, como ya sabéis, que enseguida me reconoce. Se
acerca para saludarme, dejando mi reencuentro con Samu en un segundo plano.
—Hola, Gala, ¿qué tal todo? ¿Te trata bien mi hijo? —me pregunta el señor
Vila, alargando su mano para estrechar la mía.
A ver, que David no me trata mal, pero lidiar con su ego y sus manías no es
fácil, no voy a mentir.
—Me alegro, entonces. Mañana nos vemos —dice, y se despide de nosotros.
Samuel me dice que está agotado y sediento, así que nos vamos directos a
tomar unas cervezas y a ponernos al día.
Me río al ver cómo bufa al referirse a su exmujer y cómo se le ponen los ojos
brillantes cuando habla de su niña. Samuel vive con su ex, Sandra, y con Lola,
la niña de ambos.
Al principio, compartir hogar les pareció lo mejor por el bien de la niña, era
apenas un bebé cuando lo dejaron, pero ahora la convivencia cada vez se
hacía más insoportable. Sandra le complica siempre la existencia poniendo
normas y normas que solo la benefician a ella. Lo último que ha propuesto es
que pueden subir a sus rollos a casa, sin importar si está el otro allí, o la niña.
Por supuesto Samu se ha negado, pero creo que ella ya lo ha hecho.
—Mi viaje muy bien, idiota. Y ya te conté todo por teléfono. No seas cotilla.
Picamos algo y noto cómo los ojos se le empiezan a apagar. Nos quedaríamos
charlando toda la noche, pero mañana hay que madrugar.
—Me la suda lo normal —digo, riéndome—. No, es pura lógica, tu hotel está
a tres calles y desde allí ya me voy.
«Ay, Samu, esos ojos azules y chispeantes y esa medio sonrisa casi pueden
conmigo, pero no».
—Hasta mañana.
—Adelante.
—Gala, necesito que leas este manuscrito. Quiero una segunda opinión —dice
David, entregándome un taco de folios.
—Sí, pero como Fuster está de vacaciones, quiero que lo leas tú. Es un
compromiso y tengo que dar una respuesta al autor.
Me apetecía dar un paseo juntos y hacer un poco de turismo, pero si tengo que
presentar mañana el maldito informe no me queda más remedio que irme a
casa a leer.
—Está bien.
Comemos algo de camino y llegamos a mi casa. Está más cerca que su hotel y
tenemos más espacio para trabajar un poco. Me alegro de que Zoe hoy haya
ido a comer a casa de sus padres, si se cruza con Samuel lo volverá loco a
preguntas, seguro.
—A ver, trae eso que lo leo yo —dice, quitándome los papeles de encima.
—Gala, no te duermas —me advierte, cuando nota que respiro más fuerte.
Entonces sigue leyendo, pero baja un poco el tono. Pasa su mano por mi
cuerpo y me roza las costillas, abrazándome. Yo me quedo quieta y dejo que
siga. Sin soltar los folios, sus dedos empiezan a juguetear con mi camiseta y,
casi sin querer, me roza la piel.
—Un poco sí. Vamos a borrar el recuerdo que tenemos de Madrid, Gala —
dice, enmarcando mi cara con sus manos y deslizando sus pulgares por mis
labios.
Y sin tiempo de pensarlo otra vez, me besa. Suave y lento. Intentando borrar el
recuerdo de nuestra atropellada última vez. Nos desnudamos lento, con manos
temblorosas y algo nerviosas.
Paso mis manos por todos los tatuajes de sus brazos y él cierra los ojos,
sintiéndonos piel con piel. Saco un condón del cajón, gentileza de mi amiga
que nada más mudarme con ella me regaló tres cajas. Creo que había puesto
muchas expectativas en mi nueva vida social, porque lo cierto es que hoy uso
el primero.
Y nos movemos acompasados. Mi pelvis choca con la suya cada vez que entra
y sale de mí, pero no acelera. Jadeamos suave, como absorbiendo el sonido de
nuestras respiraciones. Mi cuerpo necesitaría una marcha más, pero no quiero
pedírselo.
Sin que me lo diga, meto una mano entre los dos y me acaricio. Samu sonríe al
verme y me besa en la boca. Nos gusta vernos disfrutar, aunque a veces me
mira con tanta intensidad que cierro los ojos. Espero que después de esto
sigamos siendo amigos.
MARC
—Sois peor que niños —se queja, levantándose para salir de la habitación.
—Muy gracioso. Y lo dices tú, que acabas de tirarte encima de mí. Acabo de
tener un puto déjà vu juvenil.
—¿Y?
—Y nada, ella está a tope de trabajo y yo también. Me sigue dando largas —le
cuento—. ¿Y tú con Zoe?
—Yo sí, bastante a menudo. Pero estábamos hablando de ti. Te voy a dar un
consejo: si te gusta, insiste.
Con el tiempo justo salimos y cogemos un taxi. Hoy mejor que nadie conduzca.
Mi amigo ha reservado la terraza de un hotel en pleno centro de la ciudad.
Está ubicada en la planta octava y tiene hasta piscina. Me lo había contado,
pero ya no me acordaba, se nota que confío en él.
Echo un vistazo rápido. Elena y Eloy no han llegado, pero sí veo a algunos de
sus amigos de la universidad, a un par de clientes del gimnasio, de los que ya
son colegas, y a Lorena y a Carol con otra amiga de ellas.
—¡Vaya, menudo sitio! Me alegro de que te hayas encargado de todo —le digo
a mi amigo con entusiasmo.
Adrián merodea por todos los rincones, todavía es de día aunque el sol ya está
cayendo y él se mueve como si fuera el anfitrión, dando las gracias a todos por
haber venido.
Sigo sin articular palabra y espero mi turno. Observo a Gala, que está tan
sorprendida como yo. Con un tímido «hola» y dos besos, saludo primero a
Zoe. Cuando me toca el turno de darle dos besos a Gala, nos sonreímos antes.
Me acerco y me pego demasiado a su oreja.
Está muy guapa, con el pelo más claro, me imagino que por el sol. Está más
morena y lleva un vestido negro corto, sencillo, que deja al descubierto sus
piernas. Me pilla mirándole la boca, no lo he podido evitar, porque lleva los
labios pintados de rojo, y ahora solo pienso en comérsela. Voy a decirle algo
cuando suena la señal de mi móvil. Es Elena, avisándonos de su llegada.
Nos colocamos todos como si estuviéramos tomando unas copas con los
amigos e ignoramos su entrada. Pasamos de gritar «sorpresa» y solo fingimos
que no estamos aquí por él.
Y yo, pues aquí sigo plantado, como cuando eres niño y tienes que esperar a
que terminen de hablar los mayores. Necesito estar con ella, a solas.
«Ay, Gala, ahora que por fin te tengo delante, no pienso dejarte escapar».
27
ENCERRONA
Entre los dos han maquinado todo para que Marc y yo nos encontrásemos aquí;
vaya par de casamenteros de pacotilla. La cara que ha puesto camino, cuando
he entrado por la puerta, me ha confirmado que no tenía ni idea de que íbamos
a aparecer en la fiesta.
La terraza del hotel es espectacular; las vistas de la ciudad, los sofás en los
rincones, las luces indirectas creando una atmósfera especial. Y la piscina,
esta merece una mención aparte. Ya ha anochecido y ahora con la iluminación
es como si te invitara a sumergirte en ella. Parece sacado de una serie de esas
americanas localizadas en el mismísimo Manhattan.
Antes ha querido hablar conmigo, pero Eloy nos tenía acaparadas, después se
ha acercado Lorena y se lo ha llevado para presentarle a alguien.
Cuando aparece la tarta, las luces se apagan. En vez de velas han puesto un par
de bengalas. Bajan la música y todos le cantamos el «Cumpleaños feliz». Eloy
sopla, y aplaudimos como niños. En ese instante algo roza mi oreja. No hace
falta que me gire porque su olor lo ha delatado. Su colonia es una mezcla de
algo cítrico con madera, masculina e inconfundible.
—Pensé que ya habías huido —me susurra, posando sus manos en mis caderas
y meciéndome con él desde atrás.
—¿Huir, yo? Si me encantan las encerronas —ironizo.
Marc me coge de la mano y me lleva hasta un sofá que está libre, lejos de las
miradas del resto de invitados. Está guapísimo. Sencillo, pero con ese aire de
modelo de pasarela. El pelo largo peinado, su barba perfectamente recortada y
la sonrisa canalla. Bueno, pues eso. Antes de que nos apartemos, se acerca una
chica rubia bastante joven, con el ceño fruncido.
Marc eleva las cejas y me mira. No sé si quiere que yo conteste o solo está
pensando qué responder. Tiene toda la pinta de ser la novia de Eloy y, claro,
mi amiga está bailando y partiéndose el culo entre Eloy y Adrián; vamos, que
casi es el alma de la fiesta.
—Hola, Elena. ¿Lo estás pasando bien? —pregunta Marc con toda la calma
del mundo—. Esta es Gala, la mejor amiga de esa pelirroja, que por cierto se
llama Zoe y fueron nuestras compañeras de viaje en Galicia.
Nos sentamos y pasea sus dedos por la piel de mis muslos. Está cerca,
demasiado cerca. Creo que después del tercer mojito no voy a ser capaz de
resistirme a sus encantos.
—La parte en la que nos preguntamos por los trabajos la podemos omitir, ¿no?
Porque en los mensajes de cortesía que me has enviado, desde que volvimos,
ya me ha quedado claro que la editorial está hasta arriba de actividad.
—Joder, menos mal que no queríais quedar. ¡Salid de ese rincón! —nos grita
Adrián, que viene a buscarnos con Zoe de la mano, descojonándose.
—Yo te lo doy la última —grita la Peli, antes de que la gente siga bailando y
bebiendo.
Esa es mi amiga.
Eloy abre el paquete que es fino y cuadrado y se queda sin palabras. Y mira
que es bastante difícil. Mi amiga, que es una verdadera artista, ha hecho un
retrato de Eloy de una de las fotos del viaje; a carboncillo, que se le da de
lujo. Está sentado en una piedra y tiene la cámara en sus manos.
—Joder, Zoe, es impresionante.
Cuando lo gira para que todos puedan verlo se oye un «oh, qué bonito» general
y mi amiga vuelve a ser el centro de atención por su detallazo.
Zoe y yo salimos con los bikinis puestos y nos metemos en la piscina. Marc,
Eloy y Adrián ya están dentro, riéndose escandalosamente, y sosteniendo sus
copas en lo alto.
—Joder, me duelen hasta los pezones —dice más alto de lo que pretendía.
No nos queda mucho tiempo hasta que nos echen de aquí, así que
aprovechamos para brindar todos en el centro por Eloy y porque cumpla
muchos más. Me aparto hasta una esquina de la piscina para posar mi último
mojito y, antes de girarme de nuevo, Marc me pasa los brazos alrededor,
aprisionándome.
—Loca, mira que malo estoy —me dice, pegando su paquete a mi culo. Solo
con imaginar su bulto ya me caliento.
—Camino, estoy un poco borracha y soy un blanco fácil —le confieso.
—Pues ven a casa conmigo y déjame follarte hasta que se te pase. —Y me gira
para que nuestras miradas se encuentren.
Nos besamos suave, reprimiendo las ganas; a pesar de la contención, creo que
ya estamos ofreciendo un bonito espectáculo. Le paso las manos por la nuca y
lo atraigo más hacia mí. Mis piernas ya están alrededor de su cintura y, cuando
el pecho sube y baja por la excitación, se separa unos centímetros de mí.
Apoyando su frente en la mía, sin dejar de mirarme.
—No es bueno follar con prisas —nos grita Eloy, diciéndonos «adiós» con la
mano.
MARC
—Estás muy seguro de que me voy a quedar hasta mañana —me insinúa,
mordisqueándome el labio.
—Ahora lo compruebas.
—Marc… —musita.
Poso mis dedos en su sexo, por encima de la tela y juego con ellos. Meto uno
por el lateral y lo escondo entre sus pliegues. Después el otro. El tacto de su
pubis sigue siendo jodidamente increíble. Cuando sus rodillas están a punto de
ceder, le quito el tanga, bajándolo lentamente por sus caderas. Gala me mira
sorprendida, porque aún lleva el vestido puesto y yo empiezo a quitarme el
pantalón. Sigue muy quieta, solo observándome.
Cuando estoy completamente desnudo vuelvo a meter una mano entre sus
piernas. Está mojada y muy excitada. Poso mi otra mano en su nuca y la atraigo
hacia mí. Comiéndole la boca con ganas. Labios, lengua y saliva, como en un
gran baile. Gala jadea entre dientes y la oigo suplicar:
Cierro los ojos cuando se la empiezo a meter. Siempre está tan prieta que es
como si fuera la primera vez. Me pone malísimo. Cuando noto que está
preparada para recibirme, me inclino más y hundo mi boca entre su cuello y su
hombro. Mi ritmo se acelera. Las estocadas ahora son secas y rápidas. Sin
poder parar. Gala levanta sus caderas y ya solo se oye el choque de nuestra
piel. Con ese vaivén no consigo aguantar mucho y me corro. Me corro mucho y
bien.
—Voy a correrme otra vez —me anuncia con la boca en mi cuello, cuando
estoy terminando de bombear.
Y yo sonrío y continúo hasta que se deja ir de nuevo. Caemos los dos sobre mi
cama, exhaustos y complacidos.
***
Con las prisas, al llegar anoche, no bajé la persiana ni nada, así que el sol nos
ha despertado hace rato. Ha sido perfecto porque, después de la entrada
triunfal que hicimos ayer, quedamos en una especie de coma profundo, por lo
que, al darnos en la cara los primeros rayos de luz, nos hemos ido despejando
poco a poco. Y por supuesto, nos hemos venido arriba en el sentido más
estricto de la palabra.
Voy a replicar, pero empezamos a oír voces. Vaya, parece que Elenita ya está
de morros. Gala me observa, levantando las cejas, y yo niego con la cabeza
porque los conozco y sé que es mejor huir como las ratas.
—Claro que me lo pasé bien, Elena. Joder, son mis amigos —espeta Eloy.
Después de eso, solo oímos reproches y más reproches. Ella con sus caprichos
y mi hermano disculpándose. Pero ¿estamos locos? Era su cumpleaños.
—No seas boba, estás perfecta —digo, riéndome, y ella me lanza un pequeño
puñetazo en el brazo.
Llegamos hasta su barrio y me dice que aparque. Se baja y, cuando voy a salir
para despedirme, me entran un par de wasaps. Veo que son de Adrián.
—Pues, no es por llevarte la contraria, pero me ha dicho que suba, que está en
tu casa.
Gala y yo nos miramos y solo nos reímos de nuevo. Espero que mi amigo tenga
una explicación para esto.
—Joder, cómo habéis cambiado en poco tiempo, ¿no? Antes era yo el único
tío que pisaba este piso y ahora los traéis a pares.
—Este es mi hermano, Xavi —dice Gala—. Ellos son Marc y Adrián, unos
amigos —aclara.
Asentimos. Menos mal que Adrián ya se está poniendo los pantalones porque
el momento ya resulta de lo más raro hasta con él vestido.
Todos nos partimos el culo y Gala nos hace la señal del pajarito, alejándose
del salón.
Zoe sale de la cocina con una bandeja llena de todo. Para estar resacosa y
recién levantada se ha currado mucho el desayuno.
Zoe casi se atraganta con el trago de café que está tomando y Adrián abre
mucho los ojos.
Podía haber dicho cualquier otro día, o con más frecuencia, o incluso solo un
día a la semana, o yo que sé, porque siendo sincera, es todo tan nuevo para mí.
Sin pensarlo mucho y ante la insistencia de Marc de fijar la próxima «cita»,
solté de repente que solo nos veríamos los martes y los jueves, como medida
restrictiva, pensando que a él le parecería una gilipollez; pero no, aceptó sin
más.
Me gusta mi nueva dinámica. Los fines de semana me quedan libres para salir
con Zoe; para nuestras cenas, para compartir tiempo con mi hermano, leer,
relajarme y tirarme en la cama sin quitarme el pijama si me apetece. Solo
dependo de mí y ahora mismo es liberador.
—¡Hola! Uf, por los pelos —digo a Lorena, que es la primera que me ve.
Otra chica, que está de becaria hace unos días, se despide de nosotras. Ya es
la hora de cerrar, por lo que espero que no tarde. Cuando voy a sentarme en un
sofá (por cierto, muy mono) a esperar, la puerta del despacho de Marc se abre
y sale acompañando a una señora de mediana edad que lo mira sonriente. Es
perfectamente entendible, porque con ese traje está como recién salido de un
catálogo.
—El jueves lo tendré todo. Pásate cuando quieras —le dice, despidiéndola
con una sonrisa de anuncio.
Yo pongo los ojos en blanco al verlo y creo que me pilla, porque se medio
aguanta la risa al ver mi gesto. Acompaña a su cliente hasta la puerta y, al
volverse, pasa por delante de mí como si no estuviera. Me quedo mirándolo,
extrañada. Lorena está recogiendo su bolso para marcharse y también parece
no entender nada. Marc se apoya en el quicio de la puerta de su despacho y
suelta con su voz más sexi:
—Pedazo de capullo —espeto, negando con la cabeza, aunque una sonrisa por
su idiotez sí que se me ha escapado.
Cuando ella sale, Marc sigue esperando en la puerta. Está flipado si piensa
que voy a ir hasta allí.
—Te estoy dando unos minutos para que te recuperes. Esa madurita te habrá
dejado KO. —Y con mi chulería, entro en su juego.
—Voy a por las llaves y nos vamos —dice, saliendo escopetado hacia su
despacho. Ahora le han entrado las prisas.
Con un paraguas, de los negros enormes, nos tapa a los dos hasta su casa, que
está muy cerca de aquí. Me prometió el jueves pasado que hoy me haría la
cena, aprovechando que su hermano se va al cine con su novia y estaremos
solos.
—Quítate las zapatillas, que las tendrás caladas —me dice al entrar.
Me descalzo y voy a su habitación a dejar mis cosas, está todo tan ordenado y
limpio que me da un poco de cosa dejarlo todo en el salón tirado, como suelo
hacer yo en casa normalmente.
Me dice dónde puedo encontrar las cosas y me las apaño. Con lo finolis que
es, espero que esté a su gusto. No sé cómo sabrá lo que ha hecho, pero huele
de maravilla. Con la copa de vino en la mano, me siento a la mesa cuando me
dice que ya viene con los platos.
—Solo contigo.
Como lo conozco un poco, me doy cuenta de que está incómodo viendo todos
los platos encima de la mesa. Don Organizadito lo está pasando francamente
mal.
—Si quieres, Xavi te puede tratar ese TOC —dejo caer, mientras lamo la
última cucharada, intentado saborearlo al máximo.
Intenta calmarse, pero sus gestos lo delatan. Está nervioso y sé que no le gusta
ver así la mesa. Así que, mordiéndose el labio, ante mi descaro, se levanta y
empieza a llevar todo a la cocina. Me descojono y lo ayudo. Son cuatro cosas,
yo las hubiera dejado ahí, pero es su casa y lo respeto.
—Se te ha olvidado que el «cómo» lo marco yo, loca —me dice con su sexi
voz.
Vaya, ahora parece que quien está jugando es él y no yo. ¡Qué inocente soy!
—Igual quieres que pare, como no ha sido idea tuya —le digo, sacando su
polla de mi boca y mirándolo a través de mis pestañas.
—A tomar por el culo mi «cómo», pero solo hoy —afirma en un gruñido.
Me excita tanto verle tan entregado que no puedo parar. Sonidos guturales,
palabras sucias y mucho mimo. Creo que nunca, antes, me había entregado
tanto, haciendo una mamada. Cuando Marc no puede más e intenta apartarme
la boca para correrse, se lo prohíbo. Mi lengua recoge hasta la última gota y
Marc chilla un «hostia puta» que probablemente hayan oído los vecinos.
—Marc…
—Gala…
Y no hace falta que me diga nada más, porque sé que no me dejará ir sola.
Ambos callamos, porque los dos sabemos que es mejor no entrar en una guerra
dialéctica por un tema que creí que estaba claro. Marc se viste, yo me coloco
la camisa otra vez y me calzo. Al cabo de unos minutos, salimos por la puerta.
—Ya estoy.
—Gala…
—Dime.
Jodido Marc.
30
SEGUNDO PLATO
—Ya se lo he dicho, pero tiene algo del trabajo y no puede venir conmigo.
—Pues sí, me hubiera gustado ver la cara de Gerard al verme aparecer con
Adri, pero no va a ser posible.
Me pongo una falda negra plisada y una camiseta blanca con unas piedras en el
cuello también negras, le dan un pequeño toque más de fiesta. Me recojo el
pelo en un moño desenfadado y me pinto un poco más fuerte la raya del ojo.
No está mal que de vez en cuando la Peli me saque a algún evento, así
desempolvo mi ropa más formal. Los labios pintados de rojo y listo.
Y es una verdad como un templo. Lleva el pelo suelto con unas ondas naturales
que le quedan genial, ojos felinos, con un ahumado de los de tutorial de
YouTube y los labios perfectos. Se ha enfundado un vestido verde aceituna,
que no favorece a todo el mundo, pero que a ella, indudablemente, sí. Realza
todas sus curvas. Los zapatos son de infarto, sé que fueron un capricho que se
dio y me parece que si te lo puedes permitir, todas deberíamos tener, al menos,
un par así en nuestro armario.
Vamos en taxi que se empeña en pagar ella. Después lo meterá en los gastos de
la empresa. Mi Peli es muy resuelta para todo lo que conlleve meter horas de
más un miércoles.
—Si quiere que esté allí, que pague los extras —me dice, cuando estoy a punto
de sacar mi cartera.
—Cierra esa boca que te van a entrar moscas —advierte Zoe, ante mi cara de
asombro.
—No, no. Es la imagen de la nueva campaña. Y fui yo una de las que dijo que
quedaría perfecto en las fotos con esos vaqueritos.
—Cabrona.
—Pues sí. Me hubiera gustado decirte que es una lerda, pero te mentiría.
Zoe espera a que acaben de hacerle unas cuantas fotos y me lleva de la mano
hasta ellos. Mi amiga se las apaña para presentarnos. Ella primero, y después
yo.
Joder, cuando ha sonreído, me he quedado tan distraída, mirando esa boca, que
mi amiga casi me tiene que dar un codazo para que reaccione.
Enseguida los apartan de nosotras porque todo el mundo quiere una foto con
él.
—¿Qué pasa? —pregunto, al ver a mi amiga ponerse más tiesa que una vela.
No hace falta que me gire porque Gerard llega hasta nosotras. La mirada
asesina que mi amiga le regala me duele hasta a mí. Su mujer es una chica
rubia, bastante delgada, además va tan estirada que parece que le han metido
un palo por el culo y tiene la piel muy bronceada. Lleva un vestido corto
plateado y brilla tanto que casi hace daño a la vista. Sonríe al ver a mi amiga y
ella imita su gesto.
—Sí, hay veces que se alargan las jornadas —suelto, por decir algo.
—Yo soy Ángela, la mujer de Gerard. Pensé que Zoe vendría con su novio.
Gerard me ha comentado que sale con un chico hace tiempo, ¿no?
La que se va a cagar en todo soy yo. Joder, menudo listo Gerard y yo ahora
qué hago. Mentir como una bellaca, ¿no?
—Sí, lo que pasa es que él, por trabajo, no podía acompañarla y me ha traído
a mí.
Y al pronunciar la frase, creo que hasta me la he creído yo. Soy una actriz
cojonuda.
—Ya sé lo que me vas a decir, así que ahórratelo. Será mejor que empiece con
el cava.
—Lo sé. Por eso sabía que era mejor que me acompañaras.
Rockstar
Mañana te invito a cenar.
Tengo viaje relámpago a tu ciudad.
El viernes me vuelvo a la capital.
Fenomenal, mañana es jueves y he quedado con Marc, pero Samuel solo estará
un día aquí, no voy a dejar que cene solo. Tendré que decirle a camino que lo
veré el próximo martes.
Gala
No te ignoro, amigo.
Estoy en una inauguración,
cuando salga te llamo.
No tardo en recibir su contestación.
Rockstar
AMIGO? Eso no ha sonado muy bien.
Mañana me lo explicas mejor.
Zoe y yo apuramos la última copa, mientras bajamos por las escaleras hacia la
salida. Queda muy poca gente y mi amiga cree que ya nos podemos marchar a
casa.
Sin mirar hacia atrás, me acerco hasta la acera para pedir un taxi. Cuando
consigo parar a uno, abro la puerta y me meto dentro, esperando a que lo haga
Zoe.
Y sin rebatirme más, le pide al taxista que haga dos paradas. Una en casa para
que me baje yo y otra en la calle donde Gerard conserva su apartamento de
soltero.
31
¿TODO CORRECTO?
Mi jefe me ha liado un poco a última hora con una reunión importante, y estoy
llegando a casa con el tiempo justo. He quedado con Samuel y, como no me
apetecía dejarlo esperando en cualquier bar, le he dicho que pase a buscarme;
solo espero que no llegue antes que yo y la Peli le haga un tercer grado.
Marc protestó un poco cuando esta mañana le dije que hoy no podíamos
quedar. Como soy imbécil y no tengo ni idea de cómo manejar una situación
así, le he dicho que tenía un asunto de trabajo y que no sabía a qué hora iba a
terminar. Bueno, Samu fue mi compañero, eso cuenta como trabajo, ¿no? Es
una excusa patética, lo sé. Lo mejor hubiera sido decirle la verdad, al fin y al
cabo, no somos más que amigos que follan.
—Hola, neni. ¿Dónde vas con tanta prisa? —pregunta Zoe, que ya está con el
pijama puesto.
—A mí, nada.
—Nada, es que ayer cuando me fui con Gerard, después de follar mucho,
discutimos y allí mismo, delante de él, llamé a Adrián para que me fuera a
buscar.
—Lo sé, lo sé. Por eso hoy estoy mal. Tengo que recompensárselo. Además,
Gerard hoy se ha puesto como loco, preguntándome quién era.
Y como me acojona lo que mi amiga pueda soltar por su linda boca, cierro la
puerta del baño y me paso un poco el secador, es mejor vivir en la ignorancia.
Durante el trayecto hemos hablado un poco del trabajo y de Lola, que cada día
hace más monerías para delicia de su padre. Me gusta ver cómo habla Samu
de ella, con auténtica devoción.
Tras dar mi nombre en la entrada, nos sientan en una mesa del fondo, cerca de
las escaleras que suben a la planta de arriba. Para ser jueves hay bastante
gente.
Dejo que pida Samuel todo lo que quiere probar y yo me encargo de escoger
el vino. El aire no está muy fuerte y, con las luces, que son de bombillas tenues
que cuelgan encima de la mesa, tengo bastante calor, así que me quito la
americana.
—Estás muy guapa, nena —dice, levantando su copa para brindar conmigo.
—Has decidido que era mejor preguntarlo así, después de brindar, ¿no? —Me
río.
Samuel me sonríe, con esa mirada pícara y pasándose la mano por el flequillo,
como atusándoselo. Él también está muy guapo, no lo voy a negar.
Sé que quiere decirme muchas más cosas, pero me conoce tan bien, que sabe
que a veces es mejor no atosigarme. Sonrío de nuevo y aparto mi mirada de la
suya, desviándola hacia la entrada. Y en ese instante es cuando se me corta la
risa. La risa, el último trozo de carpaccio que estoy a punto de tragar y hasta
la circulación de la sangre. Marc acaba de entrar con Adrián y un par de
chicos más. Creo que a él también se le ha paralizado el cuerpo al verme.
Joder, cómo se nota mi falta de experiencia; para un día que no digo la verdad
y que además estoy con Samuel, me lo tengo que encontrar, así, de frente. Si
eso es cosa del karma de los huevos, qué prontito me la está devolviendo.
—Coño, Gala. ¡Qué casualidad! —dice Adrián, que es el primero que pasa
por mi lado.
—Pues sí, ya ves. Al final es que esta ciudad es muy pequeña —digo,
quitándole importancia.
Lo sé, es una gilipollez fruto de los nervios. Adrián mira a Samuel y, no sé por
qué, pero acto seguido mira a su amigo, que ya ha llegado hasta nosotros.
Y se hace el silencio.
—No trabajes mucho, Gala —espeta Marc, dejándome con cara de idiota.
—Sí, graciosísimo.
No me queda más remedio que explicarle a Samuel que le dije a Marc que no
podía quedar porque tenía una reunión de trabajo. Mi amigo me mira con los
ojos más abiertos que nunca. También le cuento que estamos quedando los
martes y los jueves desde hace semanas.
Samuel me riñe por no haberle dicho la verdad. Dice que tenemos confianza
para contarnos todo y que pensó que solo lo había visto en la fiesta sorpresa
de su hermano.
—Ya, y porque no creo que quieras acostarte con los dos, ¿me equivoco? Eso
no te pega mucho, Gala.
—Samuel…
—Lo que más me jode, Gala, es que he visto cómo te mira, y no tardará en
pedirte más.
—Marc…
Está claro, Gala, hoy no es tu noche. De todas maneras, creo que está
exagerando, tampoco ha sido para tanto mi excusa, ¿no?
—Soy Marc, aunque creo que eso ya lo sabes. —Se dan la mano, y yo me
siento aún más gilipollas entre ambos—. Me subo, que me están esperando.
Y sin decirme «adiós» ni mirarme una décima de segundo, se marcha. Samuel
posa su mano en el final de mi espalda y salimos del restaurante, callados.
Creo que tendré que aprenderme mejor las reglas del juego, si quiero seguir
jugando.
32
NECESIDAD
MARC
Si os dijera que no me afectó ver a Gala anoche con ese tío os estaría
engañando. Pero lo que más me jodió de todo fue que me mintiera. Sé que solo
quedamos un par de días a la semana y que estamos bien juntos sin ser novios
ni nada parecido, pero me molesta que no haya sido capaz de decirme que no
podíamos quedar porque iba a estar con su amigo; el rockero de los cojones.
Vale, quizás me estoy poniendo un poco intenso, pero es que no puedo dejar de
pensar en ella. Y en él con ella. Y en que soy un gilipollas. No sé si del todo o
solo a medias.
Ayer no fui capaz de disimular mi mala hostia y la medio pagué con Adrián y
sus compañeros de trabajo, que cenaron con nosotros. Con Gala crucé tres
palabras y no le dije ni «adiós». Después empecé a comerme la cabeza. Estoy
tan perdido cuando se trata de ella que ni yo mismo me reconozco. Estuve
tentado de llamar a Vero y pasarme por su casa, para soltar la tensión, pero me
parecía tan patético mi arrebato de celos que me fui a dormir. También pensé
en llamar a Gala, pero ¿para qué?, ¿qué le iba a decir en ese momento?
Además, supuse que estaría con él.
La cosa es que tengo mal cuerpo y quiero arreglar las cosas con ella. Quiero
darle la oportunidad de explicarme por qué no me dijo la verdad y también me
gustaría concretar un par de términos de nuestra «no relación», pero no puedo
esperar hasta el martes que viene, así que necesito la ayuda de Adrián.
—Vale, convenceré a Eloy para que cene conmigo. Pero prométeme que,
cuando vayáis a salir a tomar una copa después, me dirás dónde estáis.
—Joder, amigo. Estás seguro de que no te han abducido. No hay quien cojones
te reconozca.
—Está bien. Si salimos, te digo a dónde vamos y pasas a tomar una copa con
nosotros. A partir de ahí lo dejo en tus manos, seguro que se enfada más por la
encerrona.
—Sí, capullo.
Y sin más, nos despedimos. Eloy está en casa y, antes de que llegue Elena,
intento convencerlo para que salga conmigo. Creo que así será menos violento
presentarme de repente.
—Pues tú. Y si no, le dices que te toca pasar tiempo con tus amigos.
—Marc, no te pases. El día que estés loco por una tía, y me parece que ese día
no está muy lejos, me lo cuentas, ¿vale?
Al final, voy a mi habitación a cambiarme de ropa, sin decir nada más, pero de
fondo oigo cómo llama a Elena y le dice que tiene que salir conmigo. No
escucho lo que ella responde, pero me da igual. Lo importante es que mi
hermano no me dejará solo.
Eloy entra delante de mí para abrir paso, con esos brazos enseguida me hace
hueco. Las chicas y Adrián están en una esquina de la barra, riéndose. Gala
enseguida me ve.
—Uy, camino. ¡Qué mosqueo! Ahora nos echará la bronca a nosotros —afirma
Zoe.
Eloy y Adrián charlan con Zoe y yo me quedo un poco al margen. Gala regresa
a la barra y se coloca en el mismo sitio, pasando delante de mí, sin hacerme ni
caso. Pide otra copa al camarero con una gran sonrisa en los labios. Este le
coge la mano y se la besa como si fuera una princesa. Ella se limita a reír más
fuerte y él a babear. Parece que tienen confianza, pero me resulta patético ver
cómo él despliega todas sus artes de seducción con ella. Está muy guapa.
Lleva un pantalón muy justo y un body negro que le marca mucho los pechos.
Si cierro los ojos me imagino con la cabeza hundida en ellos.
—Muy graciosa. Yo ayer pensé que era jueves y que tenías trabajo.
—Vale, yo tampoco sé muy bien cómo hacerlo, pero necesito poner unas
reglas.
—¿Unas reglas?
Cuando ya nos quieren arrastrar a uno de los pocos sitios que deben de quedar
abiertos a estas horas, Gala y yo declinamos la oferta. Nos llaman de todo en
mitad de la calle, pero yo le cojo la mano y la hago caminar a mi lado,
ignorando a nuestros amigos.
—Es hora de desayunar, ¿no crees? —pregunto, cuando por fin volvemos a
estar solos.
—Uf, estoy agotada, pero me vendría genial comer algo antes de meterme en
la cama, ¿unos donuts? —pregunta con cara de niña buena.
—Voy a darte algo mucho mejor. Te voy a llevar a desayunar al mejor sitio de
toda la ciudad.
Y antes de que pueda protestar le como la boca. Joder. Había estado toda la
noche conteniéndome. Vaya puta necesidad. Gala se deja invadir entre mis
brazos y nuestras lenguas se buscan y se encuentran.
En medio de sus protestas porque está cansada, vamos hasta la parada de taxis
más cercana. Tenemos suerte y enseguida pasa uno. Se nota que no nos
acabamos de levantar para ir a desayunar precisamente, pero es sábado y
seguro que no somos los únicos con estas pintas de animales nocturnos.
Cuando entramos en el bar me voy directo a una mesa pequeña del fondo.
Pedro, el camarero, me mira guiñándome un ojo.
—Veo que traes aquí a tus ligues muy a menudo, ¿no? —me pregunta Gala con
sorna, mientras se deja caer en la silla.
El bar donde me ha traído Marc es el típico de barrio, de esos que casi están
abiertos todo el día, porque no son ni las ocho de la mañana y ya están
sirviendo muchísimos desayunos. Está limpio y huele bien, pero tiene una de
esas decoraciones con solera. La guisa que traemos nos delata. A Marc menos
que a mí, que casi luce perfecto. Yo en cambio, con el pantalón pitillo negro y
este body que me ha prestado Zoe dejo bastante claro que estoy prolongando
mi noche. Tengo calor, probablemente por el alcohol en sangre, así que me
quito la cazadora, aunque me la pongo por encima de los hombros.
—¿Qué es eso que tienes ahí? —pregunta Marc, señalando mi brazo derecho.
—Estás loca. En esta ciudad cada día hay más tráfico, deberías dejar de ir en
bicicleta a trabajar.
El camarero nos trae dos tazas con dos raciones de churros y se me van los
ojos al contenido de estas. En cuanto veo el chocolate espeso y humeante, mi
mente deja apartado por completo el tema de mi seguridad.
—No te lo he preguntado.
—Pues, ¿qué quieres que piense? Anulas nuestra cita y te veo con él.
—Joder, Gala. No sé, llámalo instinto. Y los tatuajes de los brazos también me
dieron una pista.
—Está bien. Me parece correcto que no haya terceras personas. Pero, aun así,
sabes que nos veremos solo dos días.
—Sí, lo sé. Me lo dejas siempre bastante claro, Gala —me dice, levantándose
de su silla y sentándose al lado de la mía.
Pasa el brazo por mi hombro y me acerca a él para susurrarme:
—No, creo que con estas dos tendremos suficiente. Y tú, ¿quieres añadir algo?
Es alto y delgado, con el pelo un poco largo y canoso. Marc se parece bastante
a él. Nos sonríe con una chispa en los ojos y añade:
—Igualmente —respondo.
Se marcha con el desayuno para su mujer, y miro a Marc con los ojos como
platos.
—¡Claro! Si aquí dan el mejor desayuno del mundo, qué le voy a hacer.
—Tranquila, seguro que, cuando comamos todos juntos, Eloy ya les explicará
que eres una buena niña.
Cuando salimos a la calle, nos besamos otra vez. Marc me agarra de la cintura
y yo de puntillas consigo rozar sus labios. Su saliva, su olor, sus dedos en mis
costados… No sé qué me pasa con él, pero es como si encendiera siempre mi
mecha.
—No, Marc. Estás a diez minutos de tu casa andando y yo estoy agotada. Voy a
coger un taxi.
—La próxima vez que me llames «papi» te voy a dar unos cuantos azotes en el
culo.
Nada más entrar en casa, dejo mis cosas tiradas en el salón y me voy hasta la
habitación de Zoe. Me gusta comprobar siempre que ha regresado a casa.
Abro despacio la puerta para no hacer mucho ruido y la imagen que veo me
deja paralizada.
Joder, menos mal que están todos vestidos; excepto mi amiga, claro.
Eloy y Adrián están tumbados, con la ropa puesta y descalzos, uno a cada lado
de la pelirroja, que está con las bragas puestas y el sujetador. Medio tapada
con la sábana, el pelo revuelto y la boca entreabierta, duerme plácidamente.
Un cuadro. Un auténtico cuadro.
¿Y si alguna vez lo puedo usar para un buen chantaje? No sé, del tipo…
«Limpia el baño dos semanas seguidas… o recoge tú la cocina…», es decir,
cualquier excusa es buena para mi vagancia con el orden, me habéis entendido,
¿no? Va a ser cojonudo tener un as en la manga.
Joder, lo que daría yo por ver la cara del cabronazo de su jefe si contemplara
esta imagen ahora mismo.
Para empezar se la mando a Marc, así le digo que ya estoy en casa. No tarda
nada en contestarme.
Camino
Joder, ya veo que soy el único pringado
que no duerme en esa casa .
Gala
Ja, ja, ja.
Camino
No te rías, loca ¿Me haces un hueco?
Gala
¿Entre Eloy y Zoe?
¿O entre Zoe y Adrián?
Camino
Entre las sábanas y Gala, listilla.
Gala
Será mejor que me acueste, camino.
El martes ya contrastaremos versiones,
porque seguro que de esa cama salen tres distintas.
Camino
Qué buena imagen para hacer chantaje,
sobre todo a Eloy con Elenita.
Vale millones, loca
Muchas gracias por compartirla.
Gala
Ja, ja, ja. Yo también me la guardo.
Un beso.
Camino
Dos besos mejor, como los
que te ha dado mi padre.
Gala
Capullo.
Camino
Descansa, loca.
Seguro que es Xavi, habrá terminado su guardia y, como ayer no pudo cenar
con nosotras, nos habrá echado de menos. Abro sin mirar. Otra imprudencia
más para anotar en mi lista.
—¿Dónde está? —pregunta una voz masculina que he oído solo una vez y que
pertenece a Gerard, el jefe de Zoe.
—Joder, ¿se puede saber dónde coño se ha metido? —chilla cuando ve tirado
el móvil de mi amiga en la mesa del salón y su bolso.
Gerard lo mira de arriba abajo, sin decir una palabra, como esperando algún
tipo de explicación. Lo tiene claro si piensa que voy a ser yo la que diga algo.
—Bájame, capullo. Bájame —dice Zoe entre risas, entrando por la puerta del
salón.
Me parece que mi amiga también creía que el del timbre era Xavi, por eso
venía ella así de risueña y natural. Cuando Adrián la posa en el suelo y se gira
para ver qué pasa en medio del silencio que se ha instaurado, se queda tan
alucinada como me quedé yo.
—Joder, eso mismo me pregunto yo. Soy un puto imbécil. Ya me voy —espeta,
intentado salir por delante de ella.
—Será mejor que salgamos —digo, llevándome a Eloy y Adrián fuera del
salón.
—¿Estás bien? —le pregunta Adrián antes de dejarlos solos.
Creo que la extraña pareja necesita un poco de intimidad. Los chicos van hasta
el cuarto de Zoe y terminan de calzarse. A Adrián se le ha borrado la sonrisa
de la cara en cuestión de segundos y Eloy está maldiciendo por haberse
quedado dormido. Son casi las siete de la tarde.
En silencio, los acompaño hasta la puerta y de fondo oímos a la Peli dar toda
clase de explicaciones a Gerard, mientras él solo grita algo así como…
«catorce llamadas perdidas», «catorce putas llamadas perdidas».
—No debería permitir que la jodan de día y la amen de noche. Vale más que
todo eso.
—Lo sé, a mí tampoco me gusta ver a mi amiga así, pero debemos respetarla.
—Coño, últimamente siempre traéis a los tíos a pares —me dice, cuando entra
en casa después de haber saludado a los chicos.
—No, idiota. Es que está Zoe en el salón con su jefe, que se ha presentado
aquí por sorpresa y se ha encontrado con los últimos coletazos de la noche
anterior.
—¿Y «sexo pan»? Os podíais haber montado una súper orgía. ¿Qué pasa? Ya
no te soporta, ¿no?
Llego tarde. Muy tarde. Espero que no hayan apagado las luces, por lo menos.
Odio entrar en el cine cuando ya está la sala a oscuras. A mí no me gusta que
la gente me incordie cuando ya estoy sentada para ver la película, por lo que a
mí tampoco me gusta hacerlo.
Voy corriendo entre la gente, cruzando las últimas calles para llegar.
Ahora, ¿qué coño hago yo? Porque estoy como una gilipollas a unos seis o
siete pasos de ellos, observando la escena. De momento, están tan
concentrados el uno en el otro, que no han reparado en mi presencia.
Dudo. Tengo varias opciones. Puedo avanzar hasta ellos y romper la magia del
momento. Porque la rubia, que luce un escote de los de «me opero las tetas y
quiero que se note mi inversión», se lo está follando con la mirada. O puedo
darme la vuelta y mandar un mensaje a Marc, diciéndole que ya no llegaré a
tiempo.
Ahí está Gala, o sea, yo. Parada en mitad de la calle. Casi parezco una señal
de tráfico.
—Bueno, nos vamos, que va a empezar la película —dice Marc, cuando pasa
a su lado para entrar al cine.
Marc sonríe sin decir nada y nos metemos en el cine. En cuanto estamos
dentro, me suelto de su agarre, como si quemara.
—Está bien. Siéntate que voy a buscar unas palomitas y algo de beber.
Justo cuando viene con todo, empiezan los anuncios previos. Camino sujeta
las palomitas en su regazo y yo voy cogiéndolas poco a poco. Nuestros dedos
se encuentran dentro del paquete y Marc juguetea con ellos. Los saca unidos y
se los lleva a la boca, como en una maraña. Su lengua, recogiendo un par de
palomitas que no he soltado y lamiendo mis yemas, me acelera el pulso. No
podemos comportarnos como dos críos en nuestra primera vez en el cine.
Retiro los dedos y los vuelvo a meter para coger más para mí. Las palomitas
son una tentación irresistible y me encantan.
Menos mal que empieza la película y por fin lo ignoro. Al menos, los primeros
minutos para no perder el hilo.
—Déjame hacerte un dedo, Galita —susurra con una voz jodidamente sensual.
—Eso es por las hormonas, camino. Los de quince las tienen menos revueltas
que tú.
MARC
Las dos horas que he estado con Gala en el cine se han convertido en una
especie de suplicio. La película no ha estado mal; buenos actores, buena banda
sonora, algo de amor… Pero yo la concentración la tenía en quien estaba
sentada a mi derecha. Me he estado comportando como un puto crío, sin poder
evitarlo. Tenerla tan cerca y a oscuras; su risa, su olor, oírla respirar,
masticar… Me he imaginado tantas guarrerías con su boca que me he
empalmado un par de veces. Joder, vaya manera de perder los modales, y
todo, por ella.
Gala prefiere que vayamos a su casa, así que, mientras conduzco por las calles
de la ciudad, me advierte del humor de perros que tiene Zoe. Desde que su
jefe apareció aquel sábado en su casa y se encontró allí a mi amigo y a mi
hermano, las cosas entre ellos están bastante mal. La Peligrosa está entre
deprimida y cabreada; una mezcla explosiva, y más, en ella.
—Todos los tíos pensáis con la polla, menudo asco —me espeta la pelirroja,
metiéndome en el mismo saco que al resto.
—Marc, cierra la puerta un segundo —me ordena Zoe, bajando mucho el tono.
—¿Qué pasa?
—Pues no.
—Joder, entre polvo y polvo también podéis hablar de algún tema más
relevante, ¿no?
—Claro, viéndonos solo los martes y los jueves, unas pocas horas, nos da
para hablar muchísimo —digo con cierto tonito.
—Vale, muchas gracias por pasarme el testigo para que acabe conmigo.
Y le explico a Zoe mi plan. Ella abre mucho los ojos, por lo que deduzco que
le encanta la idea. Solo tendré que cruzar los dedos para que Gala no se
enfade, ni con ella, ni conmigo.
Paso sin llamar y la encuentro quitándose la ropa delante del espejo. Empiezo
a tragar con dificultad porque su imagen empieza a provocarme infinidad de
sentimientos. No voy a decir lo de las mariposas en el estómago; pero, más o
menos, van por ahí los tiros.
—Estás preciosa.
Y lo está. Ahora solo lleva puestos los vaqueros, está descalza, se ha quitado
el jersey y no hay rastro de la camiseta que antes toqué. No lleva puesto un
sujetador normal, no; es uno de los de triángulos de encaje, parece un top, de
color rosa pastel; con su piel, aún bronceada, resalta sobre su perfecto cuerpo.
—Te ha cambiado mucho el gusto en poco tiempo, ¿no? —me pregunta sin
darse la vuelta.
Solo se lo pregunto para ganar tiempo. Porque la empiezo a conocer cada día
más y sé que está dándole vueltas a lo de Verónica.
Por primera vez, desde que nos conocemos, he notado cierta inseguridad en su
voz y no quiero que se sienta así, y menos, conmigo.
—No. Déjame a mí —la reprendo para que aparte sus dedos del botón—.
Tú…Tú eres una puta esencia, de esas que se venden en frascos pequeños y
que no quiero dejar de oler. Nunca.
—Marc…
—Abre los ojos, loca —le ordeno, porque quiero que nos vea. Quiero que sea
consciente de cómo me gusta y de lo bien que encajamos.
Con la mayor de las delicadezas, levanto sus brazos por encima de su cabeza y
le quito lentamente el sujetador, como no tiene cierre se lo saco por arriba,
como si fuera una camiseta. Lo tiro a un lado con el resto de la ropa y, con mis
manos, agarro sus pechos, con suavidad. Los pezones se le oscurecen y se le
ponen duros, y yo tengo que contener un gemido más brusco porque la imagen
es erótica pura.
—Me vuelve loco saber que tienes tantas ganas, pero no tengo prisa. Pégate al
espejo —ordeno, un poco impaciente yo también.
Gala me mira a través de este y eleva un poco las cejas. Sé que es muy difícil
que acate órdenes, pero ahora mismo su excitación decide por ella, y yo me
alegro porque me gusta mucho tener el control. Da un par de pasos y pega sus
pechos al frío espejo, ladeando la cabeza para que pueda tener acceso a su
deliciosa boca.
Con mi boca sobre sus nalgas le doy pequeños mordiscos por encima del
encaje. Gala sigue inclinada, en la misma posición, y su postura me permite
tenerla a mi merced. Bajo lentamente sus braguitas, mientras recorro con mi
lengua lo que encuentro a mi paso; su cadera, su trasero, el interior de sus
muslos…, toda su piel. Cuando se las quito por los pies, vuelvo a ponerme de
pie y mi mano se lanza a tocar su sexo.
—Estás empapada —le digo, cuando mis dedos resbalan entre sus pliegues. Y
le devoro la boca.
Saco rápidamente un condón del bolsillo de mi pantalón, que está tirado a mis
pies, y tardo en ponérmelo menos de lo que marca el sentido común, solo
espero que esté bien colocado y no se rompa. La primera embestida es tan
fuerte que el cuerpo de Gala se acerca más al espejo. Nos reímos por la
catarsis y coloco sus manos en el marco para que pueda aguantar mis
empellones, sujetándoselas con las mías, mientras ella acomoda su trasero a
mi pelvis.
Manos, lengua, besos frenéticos, mucha piel. Entro y salgo de ella una y otra
vez. Las primeras gotas de sudor hacen que le brille la cara y, aun así, está
jodidamente sexi. Sonrojada, caliente y perfecta.
—Marc, es tarde y…
—Antes de que digas que me vaya, que mañana trabajamos, déjame besarte.
Ayer, cuando volví a casa, me soltó la bomba. Al principio, pensé que era
coña, pero enseguida me mandó por correo electrónico el billete para que
comprobara que era real. Como estos días está de bajonazo por lo de Gerard,
creo que lo ha organizado más por ella que por mí. Y aquí estoy, a punto de
volar.
—Ha dicho mamá que el sábado próximo nos invita a comer, para que soples
las velas —comenta mi hermano.
—Joder, Xavi, ¿en serio? No tengo cinco años y ya sabes que paso de celebrar
nada y menos una semana después.
—Pues no te vas a salvar, ya sabes que, si se le mete algo en la cabeza, no
puedes decir que no.
—Está bien, seguro que hasta entonces encontraré una buena excusa.
Peli
Nena, pasa el control de seguridad
que voy a llegar con el tiempo justo.
Te veo en la puerta de embarque.
—Joder…
—¿Qué pasa?
«A ver, Zoe siempre es puntual y, si ha preparado este viaje con tanto esmero,
no creo que llegue tarde. Mi hermano es un exagerado», pienso mientras
arrastro mi maleta hasta el control de seguridad.
Joder. Como sea el imbécil del jefe el que la está retrasando me voy a cagar
hasta en su sombra. Espero que no sea tan mezquino de dejar que se pierda el
viaje, aunque de él ya me espero cualquier cosa.
Gala
Peli, ¿dónde coño estás?
Joder, no puede ser. Esa voz, ese olor. Mierda. Mierda. Soy imbécil.
—¿Qué coño significa todo esto, Marc? —pregunto, girándome hacia él con
muy malas pulgas.
—Gala, no te enfades.
La cabeza me empieza a echar humo por el cabreo monumental que tengo y por
la encerrona.
Voy a pasar tres días con Marc, solos, en una isla, saltándonos las puñeteras
reglas y compartiendo mucha intimidad y, para más coña, mañana cumpliré
treinta y dos años. Menuda mezcla explosiva.
—Neni, te tengo que dejar. Por favor, no la pagues con Marc. Él lo ha hecho
con buena intención.
«Coño, Gala, que esos ojos verdes y ese cuerpo no te hagan perder la
cordura».
Me sonríe y me ofrece su mano para coger la mía en son de paz. Creo que está
estudiando mi cara, a ver si consigue descifrar el nivel de mi enfado después
de hablar con Zoe. Yo no le sonrío y me dirijo directamente a la azafata para
pasar mi billete por la máquina y acceder al avión.
—Es un avión, Gala, y nuestros asientos están pegados. Es muy difícil que
puedas huir de mí —me dice, descojonándose—. ¿Te va a durar mucho el
mosqueo?
Va detrás de mí, mientras caminamos por la pasarela que nos mete directos al
avión.
MARC
Media hora. Media maldita hora llevamos en silencio como dos auténticos
desconocidos. Joder, la Peligrosa ya me había avisado, pero no pensé que
Gala se lo tomaría tan mal.
—No pienses que estás subida en un avión. Mírame —le digo para que siga
manteniendo el contacto visual.
—Bueno, a Ibiza te quería llevar Zoe, pero nosotros vamos un poquito más
lejos.
—¿En serio?
—Claro que lo sé. Por eso ayer te hiciste el indignado cuando te dije que hoy
no te vería. Te va a crecer la nariz como a Pinocho —me espeta otra vez, con
el morro torcido.
—Pero te dará más gustirrinín cuando meta mi cabeza entre tus piernas.
—Muy listillo. Ya, pero tú estás marcando el cuándo y el dónde este fin de
semana, así que para ser justos yo me ocuparé del cómo.
Sin poder resistirme más, cojo su cara entre mis manos y la beso. Joder,
cuánto necesitaba su contacto. Estamos en un avión y rodeados de gente, pero
me da igual que nos miren, solo quiero empezar a disfrutar de todas las horas
que nos quedan desde ahora mismo. Creo que, con mi charla y mi maniobra, he
conseguido despistarla del todo. Las turbulencias ya han desparecido y Gala
empieza a estar más relajada y receptiva.
—Sí. Siempre insistían en que tenía que ir para conocerlo y así poder
ofrecérselo a mis clientes y hacerles publicidad. Cuando me dijo Zoe lo del
fin de semana me pareció la ocasión perfecta ¿Tú has estado en Formentera?
Noto cómo lo piensa durante unos segundos. La pelirroja otra vez tenía razón,
se nota que la conoce a la perfección. Gala, en vez de centrarse en disfrutar
del regalo y del fin de semana, quiere tener todo bajo control.
—¿Estás bien?
—Vale, entonces, esta es la excepción. Está bien, te creo… —Se ríe y empieza
a mirar a todos los lados, por si alguien está oyendo esta conversación tan
normal.
El barco va bastante vacío, así que he utilizado esos términos porque sé que
nadie ha podido oírnos.
—Solo tengo intención de follar contigo, mucho y muy fuerte—susurro en su
oído, y noto cómo su cuerpo se tensa.
Cada vez está más pálida y sé que lo está pasando francamente mal. En el
viaje de vuelta será mejor que se tome una pastilla para el mareo.
—Joder, dos minutos más ahí dentro y te hubiera echado encima hasta la
primera papilla.
—¡Capullo!
—Gala, tres días. Déjame disfrutarte estos tres días. ¿Serás capaz?
—Lo intentaré.
Y con esa especie de promesa, nos acercamos hasta Alfredo que nos espera
fuera del coche.
La isla es pequeña, por lo que nos explica Alfredo, durante el fin de semana,
podremos recorrerla entera. Es temporada baja, así que no tendremos
problemas para movernos, visitar las calas y hasta sumergirnos en el mar, si
queremos; porque, aunque es otoño, las temperaturas rondan los veinticinco
grados la mayoría de los días y la sensación térmica del agua sigue siendo
buena. Lo mejor es que ya casi no hay turistas en esta época.
Es una casa payesa, típica de la zona, construida en piedra vista, con algún
trozo de pared blanca y de una sola planta. Hay una estancia central grande y
varias construcciones más pequeñas, anexas a ambos lados, que imagino son
las habitaciones de los huéspedes. Debajo de un porche, con vigas vistas y
unos sofás enormes, está esperándonos una chica rubia, bastante bajita, que
supongo que es Paloma.
Una dulce sonrisa se le dibuja en la cara al ver cómo Marc abre la puerta
trasera para que yo baje y coge mi maleta. Él siempre el perfecto caballero.
—Voy a frotarme los ojos porque esto debe de ser un espejismo —le dice,
mientras se acerca a darle un abrazo—. Estás muy guapo, Marc Leto.
Desde la distancia no me había dado cuenta, pero ahora que estoy más cerca,
aprecio la barriga que tiene Paloma porque está embarazada; por eso el bobo
de Marc la ha llamado «gorda».
Nos muestran también su zona privada, una especie de apartamento con todo lo
necesario. Ellos viven aquí todo el año, aunque de noviembre a marzo el
establecimiento esté cerrado.
Y, por último, salimos al jardín trasero, donde hay una piscina muy bonita, de
esas hechas con materiales naturales, rodeada de unos cuantos pinos y con
hamacas de teca alrededor. Incluso en un rincón, cerca de unas pequeñas
rocas, hay una cama balinesa que me muero de ganas por probar. Un camino de
losetas nos guía hasta nuestra habitación.
—Os dejo un ratito para que os acomodéis. A las diez estará la cena—nos
dice—. ¿Te importa compartirlo conmigo esta noche? —me pregunta con tono
de disculpa—. Prometo que después de cenar será todo tuyo.
Creo que a Marc no le han hecho mucha gracia mis palabras porque me ha
mirado con el ceño fruncido, escondiendo esa peca tan sexi. En cambio,
Paloma y su marido, que por cierto, no es por cotillear, pero es bastante mayor
que ella, salen de la habitación descojonándose.
—Así que harta de mí, ¿no? —dice, acechándome—. Y eso que todavía no ha
empezado nuestro intensivo.
Marc deja caer su cuerpo encima del mío, por lo que ahora estoy atrapada
debajo de un macizo de casi metro noventa. Sus manos enmarcan mi cara y su
lengua invade mi boca. No puedo hablar, no puedo dejar de sonreír, a pesar de
que sigo algo enfada con todos en general. «Pues sí que es susceptible a mis
palabras», pienso. Nos enredamos de tal manera que casi se nos olvida
respirar.
***
Y entonces trago con cierta dificultad, porque sus palabras se han vuelto
imágenes en mi cabeza, pero disimulo.
Marc se ha limitado a gruñir ante mi negativa cuando ha visto que por mucho
que me persiguiera por toda la habitación, intentando calentarme, no iba a
conseguir nada. Se ha dedicado a colocar su ropa en el armario, mucho mejor
que yo, por cierto. Y después ha conectado su portátil y su cámara para
actualizar su blog.
La casa la llevan entre ellos dos y tienen a una chica en temporada alta para
que los ayude con la limpieza y la cocina. Solo dan desayunos, y las cenas son
bajo petición expresa, por lo que las seis habitaciones que tienen reciben un
trato muy exclusivo. Aprovechan para decirnos que mañana nos dejarán la
cena preparada porque ellos tienen un compromiso con unos familiares.
—Bueno, ahora creo que está en París, pasando unos días con un nuevo amigo
—contesta Alfredo.
—Ya sabes, le dijimos que tenía que volver a ser feliz y se lo está tomando al
pie de la letra—dice Paloma.
—Bueno, un poco. La cosa es que nos liamos esa loca noche de verano. Yo
regresé a mi casa y nunca más lo volví a ver.
Me siento un poco rara cuando flota tanto amor en el ambiente. Me gusta ver
como hay parejas que se quieren y que han construido una vida juntos, pero
una punzada de familiaridad me ha atravesado el pecho. Yo también había
empezado a construir eso; además, Paloma está embarazada y creo que ese
hubiera sido mi siguiente paso, si Álvaro y yo estuviéramos juntos todavía. Es
como observar el reflejo borroso de algo que yo quise una vez.
Lo más difícil no es olvidar el pasado, es no pensar en el futuro que imaginé.
—Nosotros también, chicos. Espero que os haya gustado la cena —nos dice,
complaciente, Paloma.
MARC
—No, házmelo aquí. Contra la puerta. Recuerda que hoy el «cómo» lo decido
yo.
—Joder, loca.
Sus palabras son dinamita para mis sentidos. Entro y salgo de ella. Soy
brusco. Animal. Salvaje. Apoyo una mano en la puerta para hacer tope o con
la intensidad de mis embestidas voy a estamparla contra ella. Gala me da
pequeños mordiscos entre el hombro y el cuello, dejando sus dientes clavados
en mi piel. Está desatada, y yo más.
Quiero borrar todo. Quiero ser el único que la colme. Quiero que durante todo
el fin de semana solo piense en nosotros. Quiero estar dentro de todo su
cuerpo. Quiero grabar mi ruido en su piel. Quiero que el lunes me eche tanto
de menos que no pueda esperar al martes para verme.
Con las respiraciones todavía entrecortadas, nos miramos. Casi por primera
vez desde que entramos en la habitación y nos quedamos callados,
observándonos mientras recuperamos el resuello.
Espero que Gala no se vuelva a ausentar, la quiero conmigo, al cien por cien.
—¿Qué te lo impide?
—Joder, Marc. Tienes que entender que ahora no quiero ni necesito más.
—Pues lo das a entender. ¿Qué coño tiene de malo que pasemos toda la noche
juntos? Me gusta follarte, mucho y ya lo sabes. Pero me gusta más compartir
tiempo contigo. Me gusta escucharte, sentirte, olerte. Me gusta hasta cuando te
enfadas, joder. Me gustas tú, perfectamente imperfecta. Tú y todas tus
circunstancias. Incluida la puta coraza, Gala.
Cuando me agarra la polla y juega un poco con mis pelotas, me ablando. Una
sonrisa de gilipollas se dibuja en mi cara también.
Cuando estoy medio mordiéndome el labio, antes de llegar hasta ellos, Marc
se gira y me pilla mirándolo embobada.
—¡Feliz cumpleaños, Gala! —me dice Paloma, encendiendo una vela que han
plantado en el borde de un donut de chocolate.
Me río y cierro los ojos para soplar. Ellos aplauden y me cantan una especie
de «Cumpleaños feliz». Marc me besa en la nuca que, tal y como me he
peinado hoy, está al descubierto. Me parece un gesto muy íntimo y me encojo
un poquito en la silla.
Paloma se sienta con nosotros, aunque nos confiesa que ella ya ha desayunado
temprano, pero que con el embarazo ya tiene ganas de volver a comer algo.
—Lo tienes loco, Gala —me dice Paloma—. Y es muy raro ver a Marc así.
No lo había visto tan pillado por nadie desde primero de carrera.
—Está bien, pero podíamos haber alquilado uno —digo yo. Más que nada
para que no piense que me ha comido la lengua un gato.
—Tranquilos, yo no lo voy a utilizar.
Nos despedimos y nos vamos en su Fiat 500 rojo. Marc tiene que mover tanto
el asiento para entrar que casi parece que va sentado en la parte trasera. Ese
pedazo de cuerpo no cabe en cualquier sitio. Yo lo miro de reojo y me
descojono.
Vamos hacia Cala des Morts, una de las playas más vírgenes de la isla. Creo
que tiene difícil acceso y, en verano, nos han dicho que suele estar llena
debido a su tamaño reducido. Según Paloma, en esta época del año, la
podremos disfrutar casi para nosotros solos.
Me siento y respondo:
—Rockstar, ¿qué te ocurre? No llamarás para fe…
—Qué va, ¿yo? No, solo llamo para ver qué tal estás un viernes cualquiera de
un mes cualquiera, como hoy, por ejemplo.
—Pues estoy como cualquier otro viernes, tú mismo lo has dicho. —Me río.
Samuel me pregunta por mí, por el trabajo, por todo en general. Me cuenta que
tiene ganas de verme y que quizás pronto tenga una sorpresa para mí. No me
pregunta por Marc, ya no lo hace desde que coincidieron los dos, pero soy yo
quien le digo que estoy con él, aquí. No tengo por qué mentir, además es mi
amigo y sabe que seguimos viéndonos, aunque no hablemos mucho sobre el
tema. Su tono de voz cambia, me imagino que lo ha cogido un poco por
sorpresa.
—Así que ya sois más que follamigos. Qué pronto te abres de nuevo a una
relación seria, ¿no? —sentencia con cierto tono cortante.
—Samuel, ha sido una sorpresa para mí venir con él. Y tampoco sé poner
nombre a lo que somos, la verdad.
Marc sale del agua y ahora las gotas caen por su perfecto torso, bajando por
cada uno de sus abdominales como a cámara lenta. Tiene que haber una
puñetera cámara oculta.
Marc se apoya en sus codos y me mira con esos ojos verdes que ahora parecen
más intensos.
—Un beso para él y mil para mí. —Y pega sus labios a los míos, con suavidad
y ansia al mismo tiempo.
Cuando nuestras bocas consiguen darse una tregua, nos quedamos tumbados al
sol un rato, en silencio, escuchando el sonido del mar, que es hipnótico.
Antes de irnos a comer, me acerco a la orilla y meto los pies en el agua, está
buena, pero tampoco me motiva mucho lanzarme y darme un chapuzón. Marc
me abraza e insiste para que nos bañemos juntos, pero le dedico mi mejor
mohín y decidimos marcharnos.
Después paseamos por las calles del pueblo, sin prisas, hasta que llegamos a
un mercadillo. Se me iluminan los ojos y Marc se ríe de mí. Me encanta mirar
todos los puestos; preguntar, toquetear e intentar buscar alguna reliquia o
alguna ganga. Me gusta imaginarme que las cosas hechas a mano también
cuentan sus propias historias, como los libros. Marc se detiene en un puesto
muy pequeño que tiene antigüedades; relojes de bolsillo, pergaminos,
farolillos… Y yo en uno cercano, donde venden bolsos y complementos de
rafia.
En cuanto me giro hacia él, veo que saca la cartera para pagar algo, pero
cuando me voy a acercar para preguntarle por su compra, me hace un gesto con
la mano para que me aleje otra vez. Mucho misterio. Me río y continúo
husmeando a cada paso. Cuando regresa a mi lado lleva una bolsa de papel
pequeña en la mano y niega con la cabeza.
MARC
Hemos llegado un poco cansados de nuestro día por la isla, pero tengo
muchísimas ganas de disfrutar de Gala, a solas, sin gente y sin distracciones;
exclusivamente ella y yo.
—¿Tengo que vestirme más formal o así estoy bien? —me dice al salir del
baño, con el pelo mojado y el cuerpo cubierto con la chaqueta de mi pijama.
Joder, no creo que haya nada más sexi en toda la isla ahora mismo.
Me ducho todo lo rápido que puedo, porque creo que he oído la puerta y me
imagino que ya está la cena esperando.
La cena está servida y Gala está echando el vino en las copas. Ha conectado
su móvil a un altavoz, que hay en la habitación, y suena una canción de Aretha
que no reconozco, porque el volumen está bastante bajo. Antes de sentarnos, la
abrazo por detrás y aspiro el olor de su pelo, que sigue húmedo. Me gusta su
frescura. Ella se estremece entre mis brazos y casi siento atravesarme el
mismo escalofrío. Estar pegado a ella se está convirtiendo en una necesidad, y
me acojona porque hacía muchísimos años que no me sentía así con nadie.
Empezamos con una ensalada payesa, para seguir probando los productos de
la tierra; está buenísima, como todo lo que hemos comido desde que hemos
llegado. Ya llevamos dos copas de vino y Gala no deja de vacilarme con los
efectos secundarios del alcohol en el cuerpo, para ser más exacto en una parte
determinada de mi cuerpo. Me encanta escuchar su risa y ver que solo disfruta
del momento, sin ausentarse de nuevo.
Cenamos muy juntos y mis manos se pasean por la piel de sus muslos desnudos
de forma natural. Nos miramos, nos estudiamos, nos retamos. Comentamos
todo lo que ha dado de sí nuestro día y, entre plato y plato, seguimos bebiendo.
A la ensalada le sigue un ceviche espectacular y después unos calamares en su
tinta. Los dos coincidimos en que nos gusta más el pescado que la carne, así
que Paloma ha acertado con la elección del menú.
Recojo todo en el carrito que nos han dejado y pongo los platos con el postre
cuando la mesa ya está despejada. Gala niega con la cabeza y se descojona de
mí, otra vez. Cuando prueba una especie de buñuelo relleno de frambuesas,
emite un gemido lastimero de placer y a mí casi se me pone dura del todo,
porque me encanta ver el gesto que pone cuando saborea algo dulce.
—¡Ni de coña!
—No. No sé, supongo que con el paso de los años te cambian las expectativas.
—Gala —digo, mientras me acerco a su silla y poso sus rodillas sobre mis
piernas—, ¿puedes contármelo, por favor? —. Y mi voz suena tan sutil que
creo que por fin se va a abrir a mí.
—¿Sabes cuál es el secreto, Gala? —pregunto, mirándola a los ojos, con mis
labios muy cerca de los suyos.
Y entonces la beso, consiguiendo que cierre los ojos y me sienta. Que sienta
que estoy aquí para ella, que a pesar de que su ex fue un hijo de puta y un
mentiroso, no soy como él. Gala me responde con un beso ávido y dulce a la
vez, la mejor combinación.
Con sus dedos torpes quita el papel y abre tanto los ojos al verlo que pienso
que la he cagado.
—¡Mierda, Marc! ¡Me encanta! —dice risueña, mientras pasa sus manos por
las tapas y abre el libro. A continuación, mete la nariz entre sus páginas y
aspira su olor.
—Un libro siempre es el mejor regalo, pero este y, además, en esta isla es muy
especial, Marc. Muchas gracias.
Gala enmarca mi cara con sus manos y su lengua comienza a explorar todos
los rincones de mi boca en un movimiento lento; como de bailarina, se sienta a
horcajadas encima de mí. Mis manos empiezan a desabrochar los primeros
botones de mi pijama, rozando deliberadamente sus pechos. Gala, con
parsimonia, me saca la camiseta por la cabeza, dejándome con el torso
desnudo y esparciendo un reguero de besos por todo mi cuello.
Nos reímos cuando me siento, yo con los pantalones aún por las rodillas y ella
con la chaqueta del pijama abierta. Impacientes y excitados.
Gala clava las rodillas a ambos lados de mis piernas y me coge las manos
para que las pose en sus caderas.
—Haz los honores —me anima para que sea yo quien le quite las bragas,
como hago siempre.
Me mira elevando una ceja, sorprendida; pero, sin que tenga que repetirlo, se
pone de pie, frente a mí, y se desliza las braguitas pausadamente por los
muslos, hasta que se las saca por los pies, dejándolas en el suelo. Me pone a
mil su manera de mirarme y de un tirón me deshago de mis pantalones.
—Uf, quizás te lo pida más a menudo, loca —afirmo, posando mis manos en
su trasero y tirando de ella para que se vuelva a poner encima de mí.
—Joder, Gala, me estás volviendo loco —consigo decir con cierta dificultad,
ya que parece que las palabras se quedan atascadas en mi garganta.
Ella no deja de mover su mano y pega su boca a mi oreja, otra vez. Cuando
juega con sus dientes, mordisqueando mi lóbulo, sé que no podré aguantar
mucho más. Mis dedos acarician su espalda en un intento de aminorar el ritmo
y alargar cada maldito segundo. Cuando creo que lo estoy consiguiendo, Gala
acerca mi polla a su sexo y la pasea entre sus pliegues, está mojada y
preparada. Sin darme cuenta ya la tiene en su entrada y empieza a besarme con
más detenimiento.
—Hace millones de años que no follo sin condón, loca. Puedes estar tranquila.
Gala se separa un poco de mí y nos miramos a los ojos. Afirma con la cabeza
a la vez que se empala con mi miembro, bajando despacio sobre toda su
extensión; noto su gesto cada vez que llego un poco más profundo, hasta que se
habitúa a ella. No soy capaz de decir nada, solo emito ruidos de cavernícola
contenido y disfruto de la perfección que son nuestros cuerpos encajados. Mi
polla empieza a latir entre sus paredes estrechas, suaves y deslizantes. Su boca
recorre mi barbilla, mordisqueándome. Su pelo roza mi nariz. Su olor. Sus
gemidos. Mis jadeos. Nuestra piel. Nuestros cuerpos.
Tengo la sensación de que me está haciendo el amor por primera vez, porque
nunca, antes, la había sentido así. Está muy excitada, pero sin descontrolarse.
Se mece al ritmo de nuestros jadeos contenidos; sin prisas, vibrando. Me besa,
me lame, me susurra. Se arquea encima de mí y hunde su boca en mi hombro
como si no se quisiera perder ni un centímetro de mi piel. Gala se recrea en
cada movimiento, intenso y lento, dejando salir todas las ganas. Yo solo
absorbo cada maldito sentimiento que me produce.
—Joder, Gala. Es la puta bomba estar dentro de ti, así. Dime que te está
gustando tanto como a mí.
Cuando echa la cabeza hacia atrás y me deja más espacio, aprovecho para
acariciar su clítoris con mi pulgar, ella responde contrayendo sus paredes,
apresando mi miembro, que está a punto de descargarse.
—Loca, dámelo. Córrete.
Se ha pegado tanto a mí ahora, que con mis dedos aplastados contra su sexo,
casi sin espacio para moverlos, se corre gritando mi nombre, sin dejar de
subir y bajar; despacio, ralentizando los espasmos de su orgasmo. Cuando
termina y está a punto de dejarse caer exhausta, le sujeto el trasero con ambas
manos y la ayudo a moverse un par de veces más para correrme yo. La
sensación de bombear dentro de su cuerpo es indescriptible. Hacía mil años
que no follaba sin condón y ya no recordaba lo jodidamente bueno que es.
Jadeo, respiro, gimo y blasfemo. Descargo, mientras aguanto las sacudidas de
la puta corriente eléctrica que me atraviesa de los pies a la cabeza.
Juntamos nuestras frentes y nos miramos a los ojos. Una sonrisa tonta se
instala en nuestras bocas y así, poco a poco, vamos recuperando la calma.
Fundidos, sudados y satisfechos.
Con relativo esfuerzo, consigo levantarme, pero antes de que me aleje un par
de pasos Marc me coge de la muñeca y tira de mí.
—¡Joder! —Lo oigo maldecir, mientras me seco con la toalla y me visto a toda
prisa.
—¡Me voy a desayunar! —grito al salir por la puerta, antes de que él termine
en el baño.
—Pues sí, seguro que a Marc también le apetece. Me comeré un plátano para
aguantar hasta la comida. Cojo uno del frutero.
Paloma me ofrece también un yogur de arándanos casero que hace ella misma
y abre la puerta del frigorífico para cogerlo.
Cuando estoy dando el primer mordisco al plátano, siento la presencia de
Marc a mi espalda; el olor a madera y a cítricos de su colonia lo ha delatado
esta vez. Pega su paquete a mi culo y me empotra contra la barra de la cocina
donde estoy apoyada, creo que piensa que estamos solos.
—Es mi cocina, ¿lo recuerdas? Nada de calentones aquí, ¡salido! ¿Tú también
quieres plátano o prefieres peras?
Los tres nos reímos y aparece Alfredo, asustado por las carcajadas.
—Gala…
—Idiota.
—¡Vaya! Mi intención era leer esto —digo, señalando los papeles que han
quedado desperdigados—. Pero estaba tan a gusto aquí, que me he quedado
frita.
—Deberíamos entrar y cambiarnos, creo que a las ocho nos vamos a ese
fiestón.
—Ni yo, pero esto no deja de ser una fiesta en una isla, no creo que haya tanto
protocolo. Seguro que tienes algo en la maleta. Además, me da igual lo que te
pongas, porque yo solo quiero volver a tenerte desnuda para mí a la vuelta.
Gala, ayer terminaste de desatar a la bestia.
Sonrío por su confesión y me quedo en silencio porque Marc tiene ese don de
ponerme cara de idiota con sus palabras sucias. Todo lo caballero que es de
puertas para afuera lo pierde en la intimidad, y eso me gusta y me sorprende
muy gratamente.
«Sexi, sencillo y perfecto» son las palabras que me regala Marc al verme y
que, por cierto, pueden aplicarse también para él. Un pantalón vaquero negro y
una simple camisa blanca entallada, con las mangas remangadas, le dan ese
toque tan comestible… Vamos, que es jodidamente difícil resistirse a él.
El DJ comienza con temas más tranquilos, con los que, de momento, oyes las
conversaciones; seguro que después le da más caña. A Marc y a mí no nos
motiva mucho este tipo de música, pero reconocemos que siempre hay algún
tema pegadizo que te entra por el oído y hasta tarareas. Bebemos, reímos y
disfrutamos del espectáculo.
—Sí. Muy trillado, ¿verdad? Eloy y yo conocimos a unas tías en una discoteca
y acabamos en un megafiestón en un chalet, pero te puedo asegurar que allí
todos estaban mucho más perjudicados y eran más mayores.
—Sí, porque si sigues pegando tu culo a mi polla te voy a tener que follar aquí
y ahora —me dice al oído, mordiendo mi lóbulo suavemente al final de la
frase.
MARC
He bebido unas cuantas copas de champagne, pero voy bastante mejor que
Gala, así que, como al meternos en el coche (con el correspondiente calentón),
me ha dicho que quiere ver cómo sale el sol por última vez con esa voz
suplicante y esa carita de niña buena, he conducido hasta el Faro de la Mola,
donde dicen que se ven los mejores amaneceres. Yo también le he dicho a ella
muchas cosas que es mejor no reproducir, todas tenían que ver con hacérselo
de mil maneras distintas hasta agotarnos. Con otras palabras, ya me entendéis.
Menos mal que estábamos relativamente cerca, porque con un poco de trayecto
más se hubiera quedado dormida.
Gala se baja del coche, descalza, así que gran parte del camino hasta el faro la
llevo cargada en mi espalda, como si fuera una niña pequeña. Es tan menuda
que es un peso pluma para mí. Cada dos o tres pasos nos paramos. Nos
besamos, nos encendemos, incluso nos metemos mano como dos adolescentes.
Solo necesito abrirle un poco la chaqueta para tener libre acceso a sus peras.
—El faro del fin del mundo —grita, haciendo referencia a la descripción de
Julio Verne.
La noche se aleja dando paso al sol que sale por el horizonte. Las vistas son
espectaculares, pero sin duda alguna, tener a Gala pegada a mí, relajada y
feliz, es la mejor sensación de este amanecer. Parece mentira que estemos así,
tal y como empezó nuestro viaje, ¿verdad?
—¿En qué piensas? —pregunto, cuando noto que Gala está perdida en sus
pensamientos.
Gala se separa de mi boca para coger aire y comprobar que no voy a seguir
hablando. Me limito a enredar mis dedos en su pelo y volver a atraerla junto a
mí. Sus manos comienzan a desabrochar mi camisa y sus dedos rozan la piel
de mi pecho de manera suave, como si solo se deslizaran. Mis manos
descienden hasta el botón de su pantalón y, después de desabrochárselo,
avanzo con mis dedos hasta rozar su sexo. Sus pliegues, su piel. Ella me imita
y su mano ya está dentro de mi bóxer, sujetando mi erección. No dejamos de
besarnos, es como si nos estuviéramos bebiendo el uno al otro, sin tregua.
El momento es tan intenso que nos da igual que cada vez haya más luz, que
estemos en un lugar público o que cualquiera que pase pueda vernos a punto
de dar el siguiente paso. El problema es que no me quiero conformar con
correrme entre sus dedos. Quiero hundirme en ella, quiero tenerla debajo de
mí y llenarla.
—Gala, vámonos. Quiero mucho más que esto y, si sigues tocándome así, no
voy a poder parar.
Entro y salgo de ella con un ritmo deliberadamente lento. Estamos casi a plena
luz del día, en un lugar muy visitado y en vez de echar un polvo rápido y
correrme enseguida para que nadie nos pueda ver, me deleito en cada
movimiento, disfrutando de todo lo que siento. Quiero hundirme en ella, una y
mil veces, me da igual si se para el mundo. Una embestida, dos, cinco. Nos
besamos. Nos sentimos. Mi pelvis chocando con la suya. Sus labios en mi
cuello. Mi boca en su oreja. Controlo mi cuerpo para no aplastarla contra el
terreno duro. Me encanta tenerla debajo, me encanta tenerla así. Cierra los
ojos y gime bajito, pronunciando mi nombre otra vez. Nuestros cuerpos chocan
esperando la explosión. Respiraciones trabajosas. Jadeos y susurros. Pura
magia.
Los jadeos suben unos decibelios y creo que estamos los dos a punto. Cuando
Gala me muerde el labio con fuerza y se contrae debajo de mi cuerpo, sé que
su orgasmo está llegando. Un par de embestidas más con el mismo ritmo y soy
yo el que comienza a vibrar por el rayo de placer que me atraviesa.
Inundándolo todo. Saciándolo todo.
Nos miramos y puedo ver tantas dudas en sus ojos que me asusto. Sé que
volverá a guardar silencio, ignorando mis palabras, pero tengo que decírselo.
Marc, Marc y su jodida magia tienen la culpa de que todo mi interior se haya
removido. No puedo, no puedo volver a empezar una relación porque he
dejado de creer en eso que se llama «amor». No puedo verlo todos los días,
comenzar una rutina con él, caer en la tentación de soñar con un futuro
juntos… porque eso ya lo hice y no salió bien. No necesito abrir mi corazón
ahora que lo había guardado bajo llave.
Después de que Marc y yo lo hayamos hecho a plena luz del día en el faro,
todo entre los dos se ha vuelto un poco intenso y… raro, para qué negarlo.
Ahora es Marc quien está dormido. Una azafata, que no ha parado de mirarlo
desde que se ha sentado en su asiento, viene amablemente para decirle que
tiene que poner el asiento recto; es hora de aterrizar. Él es un imán para las
chicas, lo sé y lo sabe. Si le digo que no quiero verlo más días, sé que no
tardará en encontrar a otra que sí quiera; probablemente la tal Verónica siga
loca por querer tirárselo. Hoy no me apetece imaginarlo con otras, para qué
voy a mentir, aunque suene ridículo. Después de haber pasado con él este fin
de semana tan intenso e íntimo, sé que una parte de mí se ha abierto a él, a
pesar de mis reticencias.
—Gala… —Me coge de la mano para que lo mire otra vez—. No te estoy
pidiendo que vuelvas al altar, ni una noche de bodas, ni tan siquiera un felices
para siempre. Solo te pido algo más fácil que todo esto. Quiero verte todos los
días, a ser posible, sin reglas y sin restricciones. Me gusta estar contigo, joder.
Después de este fin de semana sé que quiero más.
—Marc, yo no…
—¡Joder, Gala! Hace mil años estuve colado por una chica y no salió bien;
desde entonces no lo he vuelto a intentar, pero no por cabezonería, como tú,
sino porque no había aparecido nadie con quien planteármelo. Pero has
llegado tú y te quiero a mi lado; te asusta, como a mí, pero es lo que siento.
—Está bien. Quizás el fin de semana ha sido muy intenso; te dejaré unos días,
pero después volveremos a hablar, lo necesito. ¿De acuerdo?
—Está bien.
Espero que estar alejada de él unos días me mantenga a una buena distancia
del peligro de volver a caer.
«¡Mierda!».
En la huida oigo voces, murmullos e incluso creo que a Marc siguiendo mis
pasos, pero mis pies solo zapatean y mi cabeza ya está muy lejos de allí.
—¿Y Marc? Pensé que lo íbamos a llevar a casa ¡Vaya! Ya has conseguido que
esté harto de ti, ¿no? Si es que tres días contigo aburren a cualquiera.
—Y tú…, ¿tú ibas a contarme que Álvaro va a ser padre o pensabas esperar a
que me invitara al bautizo?
—Neni, ven aquí y cuéntamelo todo —me dice Zoe, saliendo a mi encuentro
como si hiciera siglos que no me ve.
Ahora tampoco soy capaz de articular palabra y, sin poder evitarlo, las
lágrimas contenidas empiezan a brotar.
46
ROMPECORAZONES Y MATACUPIDOS
El mismo domingo, Zoe tuvo que hablar con Marc. Mi teléfono estaba apagado
y él acabó llamando al de ella. Me hizo el favor de decirle que había llegado a
casa bien y que ya lo llamaría yo durante la semana.
Por la noche, con una botella de vino, le conté a Zoe todo lo relacionado con
Marc. Parecía un puñetero libro abierto. El viaje, sus amigos, el regalo, la
isla, la fiesta, los amaneceres, sus palabras meditadas siempre, dejando su
huella en mí, hasta su proposición de querer más. Creo que le conté todo
esperando su bendición a mi actitud (esa de no querer avanzar más con él),
que por supuesto no llegó, sino todo lo contrario.
—Digo que Cupido te puso a ese pedazo de jamelgo, alias gentleman, alias
sexo pan, en tu camino, nunca mejor dicho, y que además de follar bien y ser
guapo, quiere tener una relación contigo. ¡No me jodas, neni! No te das cuenta
de que eso ya es algo extraordinario. Mírate, ahora mismo tú comes más
bollería industrial que comida cocinada, eso echaría para atrás a cualquiera,
menos a él, claro.
—¡Serás capulla!
—Lo que tú digas, pero tengo razón. Y, entonces, vas tú y le dices que no. O
sea, que para una vez que acierta el tonto del Cupido de los cojones, le quitas
su propia flecha y te lo cargas, pasando de Marc.
Sola, reuní el valor suficiente para coger de nuevo el móvil. Los primeros
mensajes que leí fueron los de Marc.
Puto Marc. Puto sabio. Qué forma tan sutil de recordarme nuestros días juntos,
de dejarme con las ganas de perderme de nuevo en su cuello, oler su perfume,
dejar que se meta en mí y después apoyar mi cabeza en su hombro antes de
dormir; de sentirme diminuta a su lado, pero a la vez importante.
Y hoy, que ya es jueves, con las ideas aún más claras, estoy marcando el
teléfono de Álvaro. Después de meditar mucho, si lo mejor era mandarle un
mensaje o un mail más formal, como esos que nos hemos intercambiado los
últimos meses, he decidido que prefiero oír su voz y no por melancolía, sino
porque quiero escuchar cada palabra que tenga que decirme para que no pueda
esconderse detrás de una pantalla.
—Hola, Gala —responde con un tono de voz por debajo del suyo natural.
—Hola. —Sin darle tiempo a que sea él quien empiece la conservación, suelto
todo lo que ya tenía estudiado en mi cabeza—: He puesto el piso en venta en
una agencia inmobiliaria. Tienes toda la información del contrato y el anuncio
en tu email, te lo acabo de mandar. El precio es el de mercado y, si
conseguimos venderlo, creo que podremos cancelar la hipoteca…
—Me parece bien, creo que es lo mejor —interrumpe para darme el visto
bueno. No me lo puedo creer.
—Claro, lo que pasa es que tú siempre has preferido que yo fuera la última en
enterarme de todo. Ya da igual, Álvaro, solo espero verte pronto en un notario
firmando la venta de tu puto capricho.
MARC
Por fin es viernes. Lo sé, es la típica frase manida que llena todas las historias
de Instagram y Facebook, pero es que he tenido una semana bastante caótica y
estoy contando los minutos para terminar un par de presupuestos pendientes y
esperar a que Gala venga a buscarme.
Sí, ha accedido a que nos veamos hoy para cenar y hablar un poco. Tal y como
nos despedimos, más bien, como no nos despedimos, yo también tenía serias
dudas sobre nuestro encuentro. He pensado que será mejor que vayamos a mi
casa porque estaremos más tranquilos y solos. Eloy se ha ido a pasar el fin de
semana con Elena a Madrid; me ha estado dando la paliza durante días con
algo sobre un musical que su novia está deseando ver y yo, en vez de prestarle
atención, solo pensaba en que voy a tener el piso entero para mí y para ella, si
la convencía para que fuese mi única compañía, claro.
Traté de alcanzarla en vano. Había mucha gente y, cuando quise darme cuenta,
ya había desaparecido. Me quedé con cara de imbécil. Allí plantado con mi
maleta, mirando a mi alrededor, sin saber muy bien qué coño había pasado, y
sin ella. Llamé a su móvil, pero no sirvió de nada. Al final, tuve que
preguntarle a Zoe; lo único que me importaba es que hubiera llegado bien a
casa.
El viaje de vuelta ya fue bastante extraño. Sé que Gala se cerró en banda
cuando le hablé sobre lo que siento. La asusté. Sé que la puse entre la espada y
la pared, exigiéndole más que esos dos días a la semana que me ha dado hasta
ahora, pero necesitaba decírselo. Reconozco que tantos momentos intensos a
su lado, en la isla, me dieron la fuerza necesaria para planteárselo. Estoy
colgado por ella desde que la conocí y necesitaba decirle que ya no puedo
conformarme con lo poco que me da, ni con menos.
El lunes me limité a mandarle mensajes, solo quería que supiese que seguía
estando aquí, para ella. Le recordé muchos momentos divertidos del fin de
semana y también los especiales; quería tocar la tecla exacta para que no se
olvidara de lo bien que habíamos estado juntos. Después llamé a Adrián y lo
invité a cenar a mi casa. Mi amigo es muy facilón. Unos ravioli con setas y
unas cervezas fueron suficientes para tenerlo en mi cocina y contarle cómo me
siento. Eloy nos acompañó, por supuesto; pero él, en vez de escucharme, solo
se partió de risa, repitiendo, una y otra vez, que Gala me tenía cogido por las
pelotas y que llegados a ese punto haría conmigo cualquier cosa.
Parecía que se estaba quejando más por él que por mí. Intenté volver a
advertirle sobre Zoe, pero me prohibió siquiera mencionarla.
—Te dije que no me dieras lecciones con Elena, que cuando tú cayeses te ibas
a comportar igual —me recriminó mi hermano.
Antes de meternos en una discusión sin sentido, porque era imposible que nos
pusiéramos de acuerdo, Adrián abrió tres cervezas más y seguimos divagando
cada uno con nuestros pensamientos.
El martes conseguí hablar con ella por teléfono. Fue una conversación normal,
como si fuera un día cualquiera de los que nos vemos. No le pregunté sobre su
huida y simplemente dejé que ella hablara de cualquier cosa. Se disculpó antes
de colgar y yo intenté quitarle importancia haciendo bromas sobre lo en forma
que está para no pisar un gimnasio.
Marc
¿Ya te has arrepentido de concederme un viernes?
Doy a la tecla de rellamada y vuelven a sonar los tonos. Uno, dos…, al tercero
contesta.
—Marc, soy Xavi. Mi hermana ha tenido un accidente esta tarde con la bici y
está en el hospital.
Noto cómo me cae la lluvia por la cara, pero estoy tan bloqueado que casi no
siento la humedad. En mitad de la acera, mi cabeza empieza a imaginar muchas
cosas y ninguna buena.
Paro al primer taxi que pasa y le digo a Xavi que me pase el número de
habitación y el hospital. Es viernes y llueve, el tráfico en la ciudad está denso
y los minutos se me hacen eternos. Joder. Hoy. En bicicleta. Y seguro que sin
casco. Me como mis propios pensamientos.
Xavi está a su lado, vestido con la bata blanca, por lo que deduzco que le ha
pillado trabajando. La tenue luz azul que sale de la pared solo me deja ver a
Gala, tumbada en la cama, con los ojos cerrados.
—Hola —saludo a Xavi con una voz casi inaudible, por si estuviera dormida.
—Pasa, se acaba de despertar. Los calmantes la han tenido grogui hasta ahora.
Me acerco a su lado y abre los ojos. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios al verme y a mí se me acelera un poco el corazón. Lo primero que veo
es un pequeño corte en la ceja, con algún punto. También tiene el brazo en
cabestrillo y una férula hasta la rodilla en su pierna derecha. La sábana le
cubre el resto del cuerpo. Me fijo en que tiene algún hematoma más.
—Menudo numerito que has montado para no verme un viernes, ¿no? —Trato
de parecer despreocupado, pero no sé si lo consigo.
Entre risas, la vuelvo a besar y en ese instante se abre la puerta del baño. Una
mujer morena, bastante menuda y con los mismos ojos chispeantes que Gala,
me hace un repaso rápido de arriba abajo, acercándose hasta la cama. Yo me
separo de Gala y me yergo; es evidente que estoy a punto de conocer a su
madre.
48
¿HAS VISTO LA LUZ?
—No se preocupe, creo que seré capaz de innovar —responde Marc ante su
ataque, dejándonos a Xavi y a mí con la boca abierta.
Mi hermano se despide porque tiene que ir a ver a un paciente y nos deja solos
con ella, creo que necesitaré otro calmante… rápido.
Voy a protestar como una loca, pero estos dos parece que me ignoran y siguen
hablando.
Sus palabras me han obligado a cerrar los ojos y a negar con la cabeza. Marc
sonríe; sí, con su sonrisa de soy irresistible para cualquiera, también para las
mayores de cincuenta. A mi madre ya la tiene en el bote y le ha costado menos
de cinco minutos. Al mover el cuello empiezo a marearme.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —me pregunta, al ver mi gesto.
—Me voy a la cafetería hasta que llegue tu padre. Te quedas en buenas manos,
nunca mejor dicho, porque las tiene preciosas —dice mi madre sin filtro,
guiñando un ojo a Marc que sonríe divertido.
Me coge de la mano y me da otro beso, esta vez mucho más suave que el
anterior.
—La verdad es que hay cosas que no las tengo muy nítidas. Solo sé que estaba
volviendo a casa por el carril bici y que empezó a llover más fuerte. En el
semáforo, un coche frenó un poco más tarde y me rozó la rueda trasera. Me caí
a la calzada y del golpe no recuerdo mucho más hasta que me trajeron aquí.
—No, ya sabes que no. Llevaba puesta la capucha de mi gabardina, muy mona
yo.
—Pues porque no tardo nada desde casa y así podía volver antes para ir a
verte. —Finjo, poniendo cara de pena.
—Ah, por supuesto, ahora me echas la culpa a mí, ¿no? —dice Marc,
curvando los labios. Creo que en mi estado no puede hacerse el duro como le
gustaría.
Me río al ver que resopla y me duele el costado. Tengo que parar porque es
como si me clavaran agujas.
—¡Nenita! —susurra, tapándose los ojos al verme así. Me coge la cara con
las manos y me besa en la frente, como una madre.
—No, idiota, no he visto la luz. Más bien lo he visto todo negro durante un
rato.
Y las dos nos reímos. Me llevo la mano izquierda a las costillas porque me
vuelve a doler. Mierda, pensé que sería más soportable. Marc se fija en mi
gesto otra vez y frunce el ceño.
Antes de que me sigan echando la bronca estos dos, la puerta se vuelve a abrir
y entran mis padres. ¡Vale, ya estamos todos! Zoe los besa, mi madre hace las
presentaciones y a mí me duele mucho más la cabeza. Me fijo en Marc, se le
ve muy cómodo hablando con mis padres y algo en mi interior se enciende.
«No, Gala, estás bajo los efectos de los tranquilizantes, no es un buen
momento para plantearse nada».
Un rato después regresa mi hermano, viene acompañado por una doctora, que
me imagino es la traumatóloga. Se quedan perplejos al ver a tanta gente.
—Yo me quedo esta noche con ella —dice Zoe—, porque el domingo tengo
que irme de viaje y no estaré en toda la semana. No puedo cancelarlo.
—Yo hoy tengo guardia y estaré por aquí. Esta noche es importante que no te
duermas para observar el efecto del golpe.
—Estoy bien, me puedo quedar sola, no quiero ser un incordio —me arranco a
hablar por fin.
—El lunes, cuando tenga el alta, necesitará a alguien que cuide de ella. Por lo
menos esta semana. Necesita reposo total y no puede estar sola.
—No. Eres ponente, mamá, y tenéis planeado este viaje desde hace meses. Me
las apañaré sola.
Otra vez oigo un murmullo general y a Marc levantar la voz por encima del
resto.
Entra una enfermera a tomarme la tensión y pone muy mala cara al verlos a
todos aquí. Al final se despiden rápido; mis padres, primero. Zoe me confirma
que se queda conmigo esta noche y que ahora se baja a comer algo a la
cafetería con mi hermano, que me lanza un beso desde la puerta, así que me
dejan a solas con Marc.
—Marc, no sé si es buena idea que me vaya a tu casa esta semana. No soy muy
buena enferma y no quiero ser una carga para ti.
—Tranquila, solo lo hago para redimir mi culpa —dice con sorna, y exagera
su actuación llevándose una mano al corazón.
—Cuidarte, Gala. Cuidarte. Soy de los que creen que un «te quiero» no vale
nada sin un «te cuido».
MARC
—Gala, ¿tienes hambre? Son más de las tres y no has comido nada.
—Voy a preparar algo, no te muevas —digo con sorna para, por lo menos,
pincharla.
Hago un poco de pasta fresca con orégano y nueces. Y preparo dos platos en
dos bandejas. Está tomando antiinflamatorios, así que, en vez de vino, grito
desde la cocina si quiere agua u otra cosa.
—Gala, deja de pensar. Solo quiero que estés bien. Sé que no es tu casa, pero
quiero que te sientas como si lo fuese. ¿Entendido?
—Es que me siento como una inútil. Y tengo que estar toda la semana aquí
tirada —protesta, tapándose los ojos con la mano—. Por cierto, ¿qué piensa
Eloy de todo esto?
Nos reímos de la situación, según Gala es muy raro ver a Eloy con alguien que
todavía vive con sus padres. Parece que consigo que esté algo más cómoda.
Sigue llevándose la mano al costado cuando se ríe, pero parece que le duele
algo menos.
—Joder, dime que no te has estado aguantando hasta que ha venido tu hermano
—digo ofendido.
Resoplo y me voy a la cocina. Xavi la levanta del sofá y, apoyada en él, llegan
hasta el baño de mi habitación. Él vuelve a la cocina, dejándole un minuto de
intimidad.
—No, voy a curar su herida y me marcho. Ven, y te digo cómo se hace porque
mañana no puedo venir.
—Joder, no me puedo creer que estéis aquí los dos, mirándome el culo —dice,
negando con la cabeza.
Cenamos y la ayudo a ir al baño otra vez. Se lava los dientes y antes de que
pueda volver a ayudarla, llega hasta la cama a la pata coja y se deja caer.
Se acuesta y se pasa las manos por el pelo. Oigo cómo bufa, mientras se
coloca boca arriba. Yo me pongo el pijama, desnudándome delante de ella;
solo el pantalón porque por las noches siempre tengo calor y con ella en mi
cama tendré más. Me está mirando, aunque trata de disimular, y no puedo
ocultar mi sonrisa. Sé que no son las mejores circunstancias, pero me encanta
tenerla en mi casa y en mi cama.
—¿Qué te preocupa?
—Puedo decir que todo. ¿Me puedes acercar un manuscrito? Será mejor que
haga algo productivo.
—¡Idiota!
Me inclino y la beso. Sus labios carnosos me reciben con ganas y tengo que
contenerme para no avanzar más. Me voy al baño, mequito las lentillas y me
pongo mis gafas de pasta. Cuando regreso a la habitación, le acerco el
manuscrito y yo cojo el libro que estoy leyendo. Me tumbo a su lado y me
concentro en la lectura, de lo contrario mi polla se saldrá de los pantalones.
Gala coge los papeles y parece que se concentra en ellos. Me mira de reojo e
intento no partirme el culo cuando pestañea. Está como un pez fuera de la
pecera. Sé que su postura no es la más cómoda, pero oigo cómo masculla algo
entre dientes.
Gala pone los ojos en blanco y nuestros labios se encuentran. Acaricio con mi
pulgar la curvatura de su boca y suspiro. El beso cada vez se vuelve más
intenso y ahogamos una especie de gemido antes de separarnos para respirar.
—No sabes lo atento que puedo llegar a ser, señorita Llorens —me insiste,
pegando su nariz a la mía y rozándome los labios descaradamente.
Sonrío y me incorporo. Veo que hay una bandeja en la mesita con el desayuno
y mi pastilla, no tengo ni idea de la hora que es. Marc sube la persiana y oigo
cómo la lluvia golpea con fuerza en el cristal. Echo un vistazo a mi móvil y
veo que son casi las once; no puedo creer que haya dormido tanto. Necesito ir
al baño.
—¿Todo correcto?
—Joder…
—No hace falta —escupo. Pero la puerta se abre y aparece Marc, mirándome
a través del espejo—. Esto es una mierda. Doy asco.
—¡Eh! No seas boba.
Y con sus palabras, pronunciadas cerca de mi oído, consigue que una parte de
la tensión que siento desaparezca.
—¿Me ayudas, por favor? —digo, cuando estoy a punto de caerme al suelo.
—Marc…
—¿Y esto?
—Lo han traído antes. Estaba en casa de mis padres y pensé que estarías más
cómoda. Mira, se saca esto para que puedas apoyar los pies.
—¿De casa de tus padres? ¿Y qué les has dicho? ¿Que ahora haces horas
extras, cuidando enfermos? Joder, habrán alucinado.
—No, a mi padre le he dicho que la chica que se chupaba los dedos, después
de comer los churros, ahora me chupa la po…
Se va a hacer esas tareas que son tan propias de Marc y yo me quedo pensando
en que le queda muy poquito al muro de mi coraza.
El resto del día lo paso leyendo y comiendo. Marc no deja que me salte ni una
comida. Ni tan siquiera la merienda, como si tuviera tres años. Parece que me
está cebando. Solo me levanto para ir al baño y a la cocina; me niego a que me
sirva en el salón. Al final la casa de Marc está resultando ser muy acogedora.
Las otras veces que había estado aquí me había parecido muy masculina,
también es que cuando he estado aquí el sexo lo nublaba todo, pero ahora
aprecio más los detalles. En el salón hay unas fotos increíbles de sus viajes y
un par de ellas más personales. Eloy y él de niños junto a sus padres; no me
había fijado, pero su madre es muy guapa. El sofá enorme en color gris
marengo es lo más grande de la estancia, pero como es de los que son bajitos
no da la sensación de mastodonte. Un par de mantas cálidas posadas encima le
dan ese toque de hogar. Aparte de un mueble bajo muy moderno, donde está la
tele, y las mesas, hay tres o cuatro objetos especiales esparcidos que le dan un
toque más sofisticado. Una planta al lado del ventanal, de las de hojas anchas
verdes, que aporta el toque natural y de color.
Marc escucha casi toda la conversación porque está muy pegado a mí. Cuando
termino, cuelgo con un falso «haré lo que pueda» y maldigo entre dientes un
«joder».
—¡Vaya idiota! Sabes que no tienes por qué trabajar estando así, ¿no?
—Ya, pero sabe que al final siempre cedo y hago más de lo que debería hacer.
—Tú tienes mucha suerte. Ya has conseguido tu meta laboral —le digo,
mientras me acaricia la pierna con sus dedos. Es una sensación tan agradable
estar aquí con él, hablando sin esconderme, que me estremezco un poco.
—Pues no lo sé. Cuando entré como becaria era mi único objetivo y cuando
me fui a Madrid estaba convencida de que llegaría lejos. Ahora, la verdad es
que ya no sé qué me haría feliz.
Marc me levanta la barbilla para que lo mire a los ojos. Su mirada a veces es
igual de transparente que sus palabras y, antes de que me diga nada, sé que
tocará la tecla exacta.
—Me parece que Sabina escribió que no hay nostalgia peor que añorar lo que
nunca, jamás, ocurrió y estoy completamente de acuerdo con él.
—Necesitas creer y crear nuevas metas, desde aquí —dice, llevando su mano
a mi corazón—. Y me encantará estar a tu lado cuando las alcances.
—Gala, por favor, para. Para o no podré dejar de follarte hasta que te rompa.
—¿Seguimos con las fotos? —me pregunta, escondiendo una sonrisa, entre
cruel y encantadora.
Ayer, después de que Marc me enseñara el montaje que está preparando para
el aniversario de sus padres, de ahí todas esas fotos de ellos y del resto de la
familia, cenamos y vimos una película. Nos acostamos pronto, yo seguí
leyendo lo del curro, pese a que Marc me lo intentó prohibir un par de veces, y
él continuó con su libro. Después de darme un beso de «buenas noches» se
separó de mí lo máximo posible. Imponiendo toda la distancia que le permitía
el colchón. Me resigné a no notar su contacto y creo que sin querer oyó mis
lamentos cuando apagó la luz. Es tan bueno sentirlo cerca y me sienta tan bien,
que creo que ya no tengo escapatoria. Marc se está colando debajo de las mil
capas de protección con las que he estado cubierta el último año. No voy a
hablar de amor, que ya sabéis que me repele, pero lo que empiezo a sentir por
él se parece tanto a lo que quiero evitar… que me acojono.
—Me ha dicho Xavi que puedo quitártelo un rato. Voy a taparte la pierna
primero.
Camino cree que la bañera es un sitio peligroso para mi cuerpo, por lo que no
está muy convencido de mi petición. Después de una labor meticulosa de
ingeniería, creo que la bolsa ha quedado lo suficientemente hermética como
para que no me entre agua. Marc abre el grifo de la bañera y vierte un poco de
gel para que se haga espuma, todo empieza a oler a él. El baño de Marc es
muy grande, no sé si os lo había dicho. Tiene una bañera de esas blancas tan
modernas, con forma de trapecio, el grifo sale del suelo, no de la pared, y
además tiene una ducha entera acristalada. Se nota que todo ha costado una
pasta. Es como él, rezuma elegancia.
Cuando me quita la banda que me cuelga del hombro, siento una liberación
enorme.
Tiene razón y yo estoy lenta, de mente me refiero. No digo nada porque ya está
empezando a bajarme las braguitas rosas de sandías que me puse anoche. Me
mira a los ojos y esta vez no puedo evitar reírme. Marc me besa los labios y
niega con la cabeza.
—Con esta excusa del baño has conseguido que te desnude, Galita —me dice
con un tono un poco impertinente.
—Ya ves, por lo menos has dado el primer paso. —Me burlo divertida.
—Agárrate a mi cuello.
Creo que todos mis músculos están aplaudiendo en este momento. ¡Qué
inmenso placer! Marc va al cajón del mueble del lavabo y saca una esponja
nueva para mí. Me la da y coge la alcachofa del grifo.
Le hago caso y no abro los ojos. Noto cómo Marc cambia de posición y se
sienta en el borde de la bañera. Su mano me quita la esponja y la empieza a
guiar por mi cuello, con mucha suavidad. Después me la pasa por los hombros
y desciende poco a poco hasta mi pecho. Gimo, conteniendo un millón de
ganas. Él suspira. Comienza haciendo círculos con ella alrededor de mis
pechos y entonces empiezo a tragar con dificultad.
El vértice de mis piernas anhela más y estoy segura de que él lo siente. Con
las yemas de sus dedos roza ligeramente mis pezones, que se ponen duros; no
quiero mirar, solo sentir. Mi corazón bombea más rápido. Estoy excitada, muy
excitada.
—Joder, loca, eres mi puta tentación.
Ahora abro los ojos y lo miro estupefacta; me gusta que pierda los modales,
me gusta que me quiera traspasar en todos los sentidos, me gusta que sus ojos
desprendan deseo, me gusta quemarme con él.
Sus largos dedos se pasean por mis pliegues, mezclando el agua de la bañera
con mi humedad, abriéndome cada vez más. Jadeo con cada uno de sus
movimientos suaves y lentos. Delicadamente, mete un dedo, luego dos. Quiero
arquear la espalda, quiero recibir todas sus atenciones, pero me quedo quieta.
Sus dedos entran y salen de mí, jugando en mi interior para que se arremolinen
un millón de sensaciones en mis entrañas. Intento no moverme demasiado
mientras jadeo. Oigo como cada vez respira con más dificultad, pero no deja
de tocarme. Siento la presión, siento el calor, lo siento a él.
—Me encanta ver cómo te corres, loca. Estás preciosa cuando llegas al límite.
—Camino… —protesto para que deje de mirarme. Yo soy incapaz de abrir los
ojos ahora mismo. Creo que la intimidad que hay en el baño me ha dejado
ciega.
—Vamos, tienes que salir de ahí, que el agua se está quedando helada.
Me río y me ruborizo. Lo que ha pasado en ese baño ha sido más íntimo y más
sensual que muchos polvos que he echado en esta vida.
Después nos enfrascamos en temas laborales la mayor parte del día hasta bien
entrada la tarde; creo que ambos necesitamos concentrarnos en otra cosa que
no seamos nosotros dos… desnudos.
Gala
Peli, hoy hay cena en casa de Marc,
te echaré de menos, a ti y al vino,
porque seguro que mi hermano y camino no me dejan ni olerlo.
Peli
Estoy en mitad de una reunión muy aburrida.
Una pena lo tuyo con el vino, yo pienso beberme
la botella de champagne de la habitación
mientras cae en cascada por la polla de Gerard.
Gala
Zorra, no tenías necesidad de ser tan gráfica.
Sabes que esa seudo luna de miel se acaba
el viernes, ¿verdad?
Peli
Sí, capulla. Pero seguro que me recuerda
durante todo su puto fin de semana.
Gala
Está bien, el viernes ya le pegamos
al vino juntas. Besos guarros.
Peli
Besos guarros.
Huele tan bien lo que sea que esté cocinando Marc, que me levanto y voy
hasta la cocina a la pata coja. Me riñe, evidentemente, y yo protesto por su
excesiva protección; menos mal que llega su hermano para interrumpirnos.
Elena aparece por detrás y nos saluda. Marc hace una mueca y yo arqueo las
cejas. Quizás pensó que no vendría.
Dejamos al cocinero solo y nos vamos al salón. Me disculpo con Eloy por
haberme colado en su casa y, sin que yo se lo pida, me dice que realmente esta
casa es de Marc y que él solo se acopló para no tener que seguir viviendo con
sus padres. Me hace gracia que Marc nunca haya mencionado que su hermano
está de okupa.
Adrián llega con Carol, que acaban de salir del cine, y ayudan a su amigo a
poner la mesa. Yo sigo sentada en el sillón como una inútil. El último en
llamar al timbre, y ya casi con la cena servida, es mi hermano; lo cojonudo es
que aparece con la doctora Menéndez, como si fuera lo más normal del mundo,
y yo me quedo con cara de idiota. Marc los saluda tan pancho. Seguro que él
lo sabía, ¡hay que joderse!
La doctora abre mucho los ojos y saca a relucir una tímida sonrisa. Mi
hermano y Marc vienen enseguida a rescatarla.
Les digo que estoy mejor, pero que me muero de ganas de que llegue el viernes
y volver a ser persona. Los dos se ríen y el ambiente se relaja.
Marc ha hecho cena mexicana; burritos, fajitas, guacamole, nachos con queso.
Está todo buenísimo y casi de uno en uno alabamos al cocinero. Incluida yo,
aunque no se me ha olvidado que mi hermano y él empiezan a hablar a mis
espaldas, ocultándome información.
Se van pronto, porque todos trabajan mañana, excepto Eloy y Elena, que se
quedan a ayudar a Marc a recoger.
Rockstar
Mañana voy a estar en Barcelona
y quiero verte. Tengo una sorpresa para ti.
Te va a encantar.
Gala
Estoy en casa de Marc. Mañana ya te digo algo.
Rockstar
¿Y eso?
Gala
Una larga historia. Mañana hablamos.
Joder. Me apetece ver a Samu, pero no es mi casa y no sé cómo se tomará
Marc que venga él aquí y pase un rato conmigo. ¡Sorpresa! Joder, la que no
paro de sorprenderme soy yo hoy.
—¿Qué pasa?
—Mi hermano acaba de decirme que se va a vivir con Elena la semana que
viene y que antes del próximo verano habrá boda.
Observo como a Marc no le ha sentado muy bien la noticia, porque deja toda
la ropa desperdigada y eso no va con él. Sé que piensa que Elena anula la
personalidad de su hermano, pero él es mayorcito y ha tomado su decisión,
puede que acertada o no, eso solo el tiempo lo dirá.
MARC
Sí, sé lo que estáis pensando, que yo estoy igual de colgado por Gala, lo que
pasa es que lo mío es distinto. Gala no me cambia, sino que me completa.
Ella sin darse cuenta está sacando lo mejor de mí. O al menos una parte que
hacía tiempo tenía olvidada. Durante los últimos años me ha bastado con tener
relaciones intermitentes con sexo esporádico, pero no me malinterpretéis, no
es que fuera el típico que cuando la cosa se ponía seria huía como un gañán,
sino que no había encontrado a nadie especial con quien compartir mi tiempo.
Adrián, Eloy, mi trabajo y los viajes han colmado mis días durante estos años.
Pero ahora ha aparecido Gala. Ella, con su cuerpo menudo, sus costados
delgados, su carácter fuerte, su independencia llevada al extremo, su risa
contagiosa, su concentración cuando lee, su alergia a las relaciones y su
coraza. Ella y todas sus circunstancias.
Y de repente quiero compartir con ella cada segundo de mi vida, así, sin más
explicaciones.
—Mira, soy más de lo que crees, estoy llamando a tu puerta, esa que nunca
está abierta, esa que voy a romper…
—Buenos días, camino. Qué contento te has levantado, ¿no? —me pregunta
Gala, desde el quicio de la puerta de la cocina. Tiene el móvil en la mano y
me sonríe con descaro.
—Pues sí. Espero que no hayas grabado mi actuación —digo con sorna.
—Ven a desayunar y deja de andar por casa a la pata coja —la regaño.
—Sí, y con la receta secreta de mi madre, así que las quejas a ella.
—Tal y como huele creo que muy mal las has tenido que hacer para que me
queje.
Sirvo el desayuno para los dos y disfruto viendo a Gala chuparse los dedos;
sí, literal. Tengo que hacer un esfuerzo muy grande para no llevarla a la cama y
acabar enredado entre sus piernas. Está preciosa, con el pelo recogido en un
moño despeinado y con restos de chocolate en la comisura de su boca.
—¿No te gustan los niños, camino? —me pregunta, cuando me separo de ella
lo suficiente.
—Los míos seguro que sí —contesto sin dudar. Es la primera vez que Gala
toca un tema tan personal. Me gusta que poco a poco se vaya abriendo más
conmigo—. ¿Y a ti te gustan? Me fijé en cómo mirabas la barriga de Paloma y
después cómo te sorprendiste al ver a tu ex en el aeropuerto. ¿Tú quieres tener
niños, loca?
—¡Serás guarro!
—En realidad hay algo que quería comentarte. Samuel está en Barcelona hoy y
me ha preguntado si puede venir a verme.
Intento poner una medio sonrisa que no me llega a los ojos. Joder. ¿Aquí? ¿A
mi casa? Y mientras, ¿yo qué hago? ¿Les preparo la merienda? Vaya, al final la
canción de antes lo está clavando.
—Me vendrá bien pasarme por la oficina esta tarde. Me ha dicho Lorena que
hay varias cosas que tengo que firmar. Así que os dejaré solos.
—Marc, no hace falta que te marches de tu casa. Él solo quiere verme por lo
del accidente y charlar un rato.
Intento no estar muy raro el resto del día. Adelanto trabajo en el ordenador y
sigo preparando la sorpresa de mis padres. Y ella sigue enfrascada en sus
manuscritos, sin perder la concentración.
Ahora estoy dando vueltas como un perro con pulgas, esperando que suene el
puto timbre en mi propia casa. Acojonante. Gala me observa, pero no dice
nada. Por lo menos se ha quitado la camiseta con la que ha dormido todos los
días y se ha puesto un pijama de pantalón corto y chaqueta. Hasta con una bata
de flores horteras seguiría estando sexi.
He avisado a los chicos de que después necesito tomar unas cervezas. Les ha
parecido muy raro que deje mi trabajo de enfermero durante unas horas, pero
les he dicho que ya se lo explicaré.
Lleva puesto el traje, así que deduzco que viene directo del trabajo. Es más
bajo que yo, pero está más cachas, como mi hermano. Me dice un «hola»
bastante cordial y lo guío hasta el salón. Yo no paso con él y voy a mi
habitación a por mis cosas, prefiero no ver su primer contacto.
Oigo sus saludos de fondo y cómo Gala se ríe por algo que él ha dicho. El
estómago me da un vuelco y sé que necesito salir de aquí.
Sin pensarlo mucho o más bien todo lo contrario, me acerco a Gala, me inclino
y con el capullo de su amigo a escasos centímetros de nosotros, la beso.
Invado su boca, cogiéndola por sorpresa. No se aparta, pero noto que su
cuerpo está en tensión. Con un pequeño mordisco en su labio inferior, le
susurro un «te veo luego, loca» y me separo de ella.
Gala se queda sin palabras y a juzgar por cómo ha abierto los ojos al mirarme,
un poco mosqueada.
Como creo que dijo Woody Allen: «Las cosas no se dicen, se hacen, porque al
hacerlas, se dicen solas».
53
LA PROPUESTA
—¿Qué coño ha sido eso? —me pregunta Samuel con los ojos como platos
—. ¡Menuda meadita te acaba de echar, nena!
Le explico a Samuel que ni Zoe ni mis padres han estado esta semana y que
Marc se ofreció a cuidarme. Le cuento que no me ha dejado sola ni un minuto y
que me ha cuidado mejor que las enfermeras del hospital. Él hace un gesto de
asombro, como si no se lo creyera.
—Al principio pensé que me agobiaría, pero la verdad es que he estado muy a
gusto con él —confieso a Samuel en voz alta.
—¡Vaya! La Gala que yo conocía pasaba de los cuidados de los tíos y de todo
lo que tuviera que ver con formalizar una relación. El accidente te ha debido
de afectar a la cabeza.
—Joder, espero que no, pero no sé qué hubiera pasado si no llego a venir.
—¡Nena, vuelve!
—Te dije que es muy buena en su trabajo. Me ha dicho que no te dijera nada
hasta que no tenga la propuesta formalizada, pero no podía guardármelo.
—No me quiero hacer ilusiones porque, con la mala suerte que tengo, seguro
que al final se echa atrás —digo, cuando me suelta.
Le pregunto por Lola y su ex. Me confiesa que este domingo, por fin, se irá de
casa. Han llegado a un acuerdo y, como ella ya tiene otra pareja, van a
formalizar su separación. La niña tendrá que estar una semana con cada uno,
pero al menos no tendrán que compartir el piso. No se irá a vivir muy lejos
por lo que tampoco será tanto lío. Le da un poco de pena por Lola, pero cree
que como es muy pequeña, se acostumbrará enseguida.
—Sí. Y espero que esto ya te haga saltar del sofá aunque estés lisiada.
—He estado hablando con el señor Vila, hay un puesto vacante en Madrid y
quiero que sea para ti. Estarías a las órdenes de Camacho, pero él se jubilará
pronto y, cuando eso ocurra, podrías ser la coordinadora editorial.
—Joder, Samuel. Dime que no le has dicho todo eso al señor Vila
—Me ha dicho que vayas a Madrid y hagas la entrevista. Que su hijo montará
en cólera porque te tiene en gran estima, pero que mereces una oportunidad.
Ahora quien se descojona soy yo. ¿Que David me tiene aprecio? Pues sí que lo
demuestra mal, el jodío.
Antes de que siga divagando, enmarca su cara con mis manos y me mira a los
ojos, como pidiéndome que me centre en él.
Quiere que sea la de antes. ¿La de antes de qué? ¿La de antes de regresar a
Barcelona? ¿O la de antes de conocer a camino? Sé que está refiriéndose a mi
relación con Marc, o lo que piensa que tenemos, que ahora mismo no está muy
definido ni para mí; aunque estos días en su casa me han hecho sentir un millón
de cosas y todas buenas.
No voy a volver a cometer los mismos errores del pasado. Mis planes serán
míos y no estarán condicionados por ningún hombre. Ni por Marc, ni por
Samuel. Soy la única dueña de mi vida y de mi destino. Yo manejo los hilos,
aunque estaría de lujo saber qué coño quiero hacer con la madeja ahora
mismo.
Le propongo a Samuel pedir una pizza, mientras me pone al día del último
concierto que dio con su grupo. Era un local bastante grande y tocaron
versiones de Oasis y Green Day. Se entusiasma diciéndome que no cabía más
gente y que para ellos fue una pasada.
Cuando salgo, Samuel está cotilleando todo a su alrededor. Sobre todo mira
con detenimiento la pequeña librería de Marc.
—Samu… —protesto.
—Samuel, yo no sé…
Vuelvo al salón a saltitos y cojo mi móvil. Son más de las diez y no hay ni
rastro de Marc. Ni llamadas ni mensajes. Nada.
MARC
He firmado todos los papeles pendientes que tenía sobre la mesa sin leerlos.
Sé que puedo confiar en la capacidad de Lorena, porque, de lo contrario, he
podido poner mi rúbrica hasta en mi sentencia de muerte. Mi puta cabeza ha
estado toda la tarde muy lejos de aquí; exactamente, en el salón de mi casa, o
en la cocina o en mi habitación. Imágenes de ellos dos juntos y revueltos me
han venido a la mente, en bucle. Como si fuera un gilipollas obsesivo. Confío
en Gala y sé que, después de estos días juntos, estamos avanzando un poco en
nuestra relación, pero no me fío ni un pelo de él. Se nota a la legua que quiere
estar con ella y no solo en plan amigos.
Marc
¿Estáis en el gimnasio?
En un rato paso y vamos a tomar unas cervezas.
Adri
¿Problemas en la unidad de cuidados intensivos?
¿Quién hace tu turno hoy?
Eloy
Gala sabe cuidarse solita,
lo habrá echado de su propia casa.
Marc
Podéis comerme la polla los dos luego,
pero con unas cervezas.
Adri
Joder, pues sí que está la cosa jodida
si quiere ahogar las penas en alcohol.
Eloy
Está bien, hermanito. No tardes.
Dejo el móvil y estoy tentado en mandar un mensaje a Gala, para decirle que
llegaré tarde, pero la puerta de mi despacho se abre en ese instante y Lorena
me anuncia que acaba de llegar Verónica.
Verónica se quita el abrigo y veo que trae su impoluto traje de trabajo; falda
lápiz negra, camisa blanca con los botones apretados a la altura del pecho y
sus taconazos. Hacía tiempo que no la veía, pero está igual que la última vez
que nos encontramos en la entrada del cine. Hasta parece que lleva el mismo
maquillaje, creo que su imagen es la misma durante todos los días del año.
—Pensé que, aunque tuvieras una amiguita, me llamarías —me dice melosa.
—Es que es más que una amiguita —afirmo, ante su cara de extrañeza.
—Vaya, qué pena. Siempre pensé que tú y yo queríamos lo mismo y que nos
entendíamos a la perfección.
Cambio de tema mientras recojo para cerrar. Necesito ir con los chicos y
tomar esas cervezas. Nos despedimos y le aseguro que tendré el presupuesto
lo antes posible. Me da dos besos en la calle y se pierde entre la gente. Salgo
disparado hacia el gimnasio porque necesito desconectar… o despotricar, no
estoy muy seguro.
La primera cerveza la tomamos casi del tirón. Tanto hablar me ha dado sed. Lo
primero que les he hecho ha sido un resumen rápido de mi semana con Gala.
Ellos cómo dos niñatos de instituto, solo han hecho gestos obscenos como si
me la hubiera estado tirando por todos los rincones de mi piso.
Con la segunda ronda ya empiezo a soltarme más y dejo caer la bomba de por
qué me he ido esta tarde.
—No me jodas, ¿los has dejado solos? —espeta Eloy en un tono tan alto que
hace girarse a media barra.
—Joder, tenía que haberme ido a beber por ahí, solo. Menudo par de
gilipollas.
—O mucho peor, entre las sábanas esas de mil hilos de tu cama, así ya te la
dejan calentita para cuando entres a dormir la mona.
Ando sin rumbo fijo y sin darme cuenta acabo dando un paseo por la playa.
Necesito pensar y aclarar mis ideas. Ahora mismo soy como una bomba de
relojería. Puedo decir que no voy borracho pero sí algo tocado; creo que con
el nivel de alcohol necesario para ser valiente.
—Gala… —protesto.
—Marc, necesito…
—¡A tomar por el culo! —blasfemo sin dejar que termine la frase.
Devoro su boca, con demasiado ímpetu y ganas. Gala no se aparta así que
continúo. Con una mano tiro del pantalón de su pijama y lo dejo a medio
quitar. Lleva un tanga negro, sencillo, que no me molesto en bajar. La apoyo en
la esquina de la mesa del salón, sin despegar nuestros labios y abro sus
piernas.
—No te sueltes —digo entre dientes, pegado a sus labios—. No voy a parar.
Gala no dice nada, solo asiente con la cabeza, creo que está más sorprendida
que yo con mi comportamiento.
Abro sus piernas más. Intentando que la derecha se apoye un poco en la mesa,
para que no se le quede colgando. Agarro sus nalgas y la pongo bien en el
borde, para tener mejor acceso, mientras ella se aferra a mi cuello con su
mano libre. Aparto la tela de su tanga y rozo sus pliegues. Está húmeda, muy
húmeda, y como un auténtico lerdo me viene a la cabeza el puto Samuel de
nuevo. ¿Cuánto tiempo habrá estado con ella? ¿Qué habrán hecho? Suelto un
bufido de contención y de una estocada profunda la penetro.
Gala se sujeta con fuerza a mi nuca porque he sido cualquier cosa menos
suave. Empiezo a bombear una y otra vez, sin detenerme. Joder, estar dentro
de ella sin barreras es el paraíso. Con una mano apoyada en la mesa para
controlar mis movimientos y la otra en su cintura para sujetarla, entro y salgo
de ella, como si mañana no fuera a existir.
Está muy mojada y yo cada vez profundizo un poco más en su interior. Al final
la voy a partir.
—Voy a follarte hasta que me duela, Gala, porque eres agua y mi puta sed de ti
no descansa.
—Camino, estoy bien —me dice, pasando sus manos por mis mejillas—.
Tranquilo. Además me gusta que hayas sucumbido a mis encantos, aunque
hayas tardado cuatro días.
Nos miramos y nos reímos. Me encanta el sonido de nuestras risas juntas. Nos
abrazamos como dos idiotas satisfechos y me coloco el pantalón de nuevo.
Ahora sí que la llevo en brazos hasta la habitación.
—Marc, yo…
—¿Y me vas a explicar cómo la has bajado del armario? —me pregunta con el
ceño fruncido.
—Oh, qué bonito, Gala. ¡Qué amable! —dice, pasando por delante de mí; me
imagino que para ir a beber agua. Me sorprende que no me haya ayudado a ir
con él.
—Marc…
—No sé, Marc. Ahora mismo no sé nada, solo que no me puedo quedar con la
duda. Creo que iré a escuchar esa oferta —intento sonar tranquila, estiro mi
mano para agarrar la suya, pero él se aparta.
—De puta madre, Gala. Y dime qué cojones hago yo. ¿Te espero o te olvido?
—me pregunta, elevando mucho el tono. Se acerca al fregadero y tira los
restos del café—. Porque no soy idiota, Gala, y si ya nos ha costado empezar
una relación estando en la misma ciudad, a distancia será imposible.
—Lo sé, claro que lo sé. Tú prefieres huir y esconderte. Esconderte de tus
putos miedos. Sé que estás empezando a sentir cosas, aquí —dice,
señalándose el pecho—. Yo te miro y te veo, Gala. A diferencia de los demás,
yo veo a través de tus ojos. Estoy a un puñetero paso de derribar tu muro y eso
te acojona. Y sabes de sobra que no soy tu ex, no te quiero a mi sombra, te
quiero a mi lado, brillando.
Tiene razón, lo sé. Empiezo a estar muy a gusto con él, pero no tiene sentido
volver a caer en una relación que no sé dónde me llevará, por mucho que a
veces crea que puede salir bien.
Oigo las ruedas de la maleta por el pasillo y en ese instante llaman al timbre.
Tiene que ser Xavi. Marc se asoma a la cocina, donde me he quedado como
una estatua.
Cojo mi bolso en la entrada y abro. Xavi me escruta con la mirada e intuye que
pasa algo serio, porque se limita a coger mi maleta y a ayudarme a salir.
Durante el trayecto lo pongo al día y me tengo que limpiar un par de veces las
lágrimas que derraman mis ojos sin mi consentimiento.
Joder, ahora que parecía que iba a encontrar un poco de estabilidad aparece
Samuel con su propuesta y todo mi mundo se descontrola de nuevo.
—Ya estamos tardando —me responde ella, alejándose por el pasillo para
acabar de ponerse cómoda.
Cuando voy a sacar las copas del armario veo la caja de las pastillas
anticonceptivas en la encimera y automáticamente me da un vuelco el
estómago. Joder, soy imbécil, ¿cómo se me han podido olvidar toda la
semana? Cuando se vaya mi hermano, echaré la bronca a Zoe. Joder, me las
podía haber metido en el neceser. Me doy golpes mentalmente y pienso que no
voy a tener tan mala suerte, ¿no? ¿O sí? Mierda. «Venga, Gala, relájate que
solo lo has hecho una vez, es imposible». Cojo una y me la tomo con disimulo.
Y así, sin omitir ningún detalle, nos cuenta cómo ha pasado toda la semana
haciéndose pajas mentales sobre cómo sería su relación con Gerard si las
circunstancias fueran otras. Han arriesgado, lo sé, porque era trabajo y ellos
han disfrutado de la fantasía de estar juntos como si fueran una pareja normal.
Espero que nadie los haya descubierto, porque las consecuencias serían
terribles.
—¡Joder, Zoe! No hace falta que seas tan explícita —protesta mi hermano,
pero él aquí sigue. Lo que os decía, le encanta.
Zoe quiere hacerse la fuerte, porque lo es, excepto cuando ya apura su cuarta
copa y la voz se le resquebraja cuando habla de él.
—Deja de pensar que todos son Álvaro, joder. Tienes que darte una
oportunidad para ser feliz y lo sabes —me dice Zoe con su tono más borde—.
Y de lo Madrid…, de eso ya te diré yo un par de cosillas, pero cuando no
estemos borrachas, que todo se malinterpreta.
—Ni tan siquiera me ha preguntado qué tal estoy al salir del hospital —digo
con voz lastimera.
Mañana ya pensaré las cosas con más claridad. Solo espero que la resaca no
sea mundial, como mi borrachera.
56
¿QUIÉN CEDE?
MARC
—Estás loco, hermanito —me interrumpe Eloy, bajando la velocidad otra vez
—. No quiero tener que sacar el desfibrilador.
Llevo cuatro días viniendo al gimnasio a primera hora, los chicos están
alucinados y yo pues un poco también. La verdad es que, desde que se fue
Gala de mi casa el viernes, estoy un poco perdido. El fin de semana estuve
ahogando mi mala hostia con los chicos, alcohol otra vez y una cantidad
indecente de comida grasienta. Cuando llegó el lunes decidí que lo mejor era
empezar a centrarme de nuevo. Así que mis días se dividen en jornadas
maratonianas de trabajo y gimnasio.
En casa todo sigue oliendo a ella y me da igual donde mire, porque su imagen
me persigue por cada metro cuadrado de mi piso. Ya sé que solo estuvo cinco
días allí; pero, joder, no sé cómo borrar su huella.
He tenido la tentación de llamarla, pero creo que ya le dije todo antes de que
se fuera el viernes. Sabe que la quiero conmigo y que me muero de ganas por
tenerla a mi lado todos los días, pero ella está decidida a marcharse a Madrid;
al menos, a escuchar esa oferta tan maravillosa y divina que le ha buscado su
amiguito. ¿Cómo puedo competir contra eso?
Llamé a Xavi para saber qué le habían dicho en el hospital. Solo lleva una
muleta y está todo bien. Me alegro de que todo haya quedado en un susto.
—Otra vez aquí. Joder, te vas a poner como un armario empotrado —me dice
Adrián, que acaba de llegar.
—Ya me voy.
—He quedado con Zoe esta noche. ¿Quieres que te dé información sobre Gala
o prefieres hacer como si nada y seguir ignorándoos?
—No me toques más los huevos, Adri —digo ofendido, y me voy a la ducha.
Lorena está como loca porque he pensado que ella puede hacer de enlace y
viajar con ellos. Nunca ha estado en Japón y tiene muchísimas ganas. Su
hermano no está muy convencido; él, como siempre, sacando su lado más
protector, pero sabe, igual que yo, que sería una gran oportunidad para ella.
—Al final, me voy a Japón —me dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Tampoco exageres.
—No, mamá. Creo que salió huyendo al probar mis tortitas con tu receta —le
digo con cara de pena.
—Vaya, así que tiene razón Eloy cuando dice que ya has caído en las redes del
amor —afirma mi padre, pasando su mano por mi hombro, como
compadeciéndose de mí.
—Vaya, habló de putas «la tacones» —digo con sorna. Ganándome el guantazo
de mi madre. Porque ya se sabe, da igual el tiempo que pase, una madre
siempre tiene el remo dispuesto para actuar ante un taco o palabra malsonante
de su hijo. Eso es así.
Después de explicarles un poco por encima que Gala es distinta, que no quiere
oír hablar de amor y que efectivamente me tiene agarrado por los huevos,
hablamos de Eloy y de su mudanza. La noticia de la boda con Elena la
dejamos solo caer. Los tres pensamos que hasta que no nos digan la fecha
exacta no podemos tomarlo muy en serio. Conocemos a Elena y se pasa de
impulsiva, quizás cuando empiecen a convivir no tengan tan claro dar el
siguiente paso.
Adri
Está en Madrid, mañana firma la venta de su piso.
No seas cabezón y llámala.
Tras unos segundos de silencio en los que estoy a punto de colgar, empiezo a
oír la voz de él.
Con la rabia apoderándose de mí, lanzo el móvil contra la pared del fondo.
Indudablemente la pantalla se hace añicos y, cuando voy a buscarlo, como no
me parece suficiente, le pego unos cuantos golpes contra la mesa, mientras me
llamo «idiota» a gritos.
«Me encanta ver cómo me follas». «Me encanta ver cómo me follas». «Me
encanta ver cómo me follas». Y así, una y otra vez, en bucle.
—No, lo acabo de coger para ponerlo encima de la mesa. Estaba entre los
cojines del sofá.
—¿Estás nerviosa?
—Sí, claro. Algo como, por ejemplo, un diluvio mañana en Madrid que os
impida llegar al notario, ¿no? —me pregunta Samu con sorna—. No seas boba.
Mañana, por fin, serás libre. Libre y sin cargas.
Samuel abre la puerta para recoger la cena y yo miro mi móvil con cara de
idiota. Pensé que después de casi una semana Marc me llamaría. Aunque solo
fuera para saber qué tal estoy. Pero nada, ni mensajes ni llamadas. Nada.
Doy vueltas y vueltas en esta cama extraña, respirando sin ritmo. Me levanto y
preparo la ropa para mañana; sí, yo, la reina de la improvisación. Ver para
creer. Me vuelvo a acostar y dejo la mente en blanco, pero es imposible.
Marc, él y sus modales, su peca en la frente, sus labios, su olor; ese maldito
olor que se te mete en las entrañas para no salir. Sus besos…Los tiernos, los
invasivos, los intencionados solo para callarme. Su forma de cuidarme. Su
respiración en mi nuca, sus manos rozando mi piel, su cuerpo…Su todo. Joder,
qué difícil va a ser olvidarme de él y de su manera de tocarme, por dentro y
por fuera.
Lo último que hago para intentar conciliar el sueño es poner la radio. «Love
Lies», de Khalid y Normani, es el último tema que escucho antes de, por fin,
caer rendida.
Peli
Neni, hazle una peineta a tu ex después de firmar
y bébete una botella de vino por las dos para celebrarlo.
Gala
Amigui, ya sabes que prefiero bebérmela contigo.
Peli
Y vuelve pronto.
No es lo mismo llegar a casa si tú no estás.
Gala
Oohh, yo también te quiero.
Peli
Por cierto, ¿te ha llamado Marc?
Gala
No. Así que pasa palabra.
Peli
Ups… Está bien. Luego llámame.
En unos minutos regresa con una pareja joven, rondarán los treinta, me los
presenta y se sientan cogidos de la mano. No puedo dejar de observarlos. Se
les ve felices, pero la mata cupidos que vive en mí, como dice mi amiga, está
diciéndoles silenciosamente que no canten victoria; que un día piensas que
será para siempre y al otro estás volviendo a tu casa… sola.
—Gala, ¿te ha avisado Álvaro de que llegaría tarde? —me pregunta Sonia,
interrumpiendo mis pensamientos
Al cabo de unos minutos, que se me hacen eternos, aparece Álvaro junto con el
apoderado del banco, que además es amigo suyo; bueno, de esas amistades
que hizo nada más llegar a la capital. Entran riéndose y piden disculpas por la
tardanza. Se sienta a mi lado y me doy cuenta de que ha cambiado de colonia.
Tantos años a su lado sirven para eso, para reconocer un olor nuevo. El
notario se sienta presidiendo la mesa y empieza a leer la escritura de
compraventa, la cancelación del préstamo…
Solo consigo quedarme con las cifras y empezar a hacer un cálculo mental de
lo que me quedará después de estampar mi firma en todas esas hojas. El
balance final sale a nuestro favor; después de restar todos los gastos,
impuestos, hipoteca y la comisión de la inmobiliaria nos quedan cien euros
para repartir. Un lujazo, ¿verdad?
Sin darme cuenta cojo mi móvil, hago una foto a la placa que hay en el portal
dónde sale el nombre del notario y tecleo.
Gala
Una carga menos.
—Nada que nos una —termino por él la frase—. Perfecto, cuanto antes lo
dejemos todo solucionado, mejor.
En el banco tardamos poco, porque tiene enchufe, por supuesto. Me dan dos
billetes de veinte euros después de liquidar los gastos de cancelación de la
cuenta, aquí todo tiene su coste. Sonrío al meterlos en mi cartera.
Una vida entera, juntos casi desde que tengo uso de razón. Vacaciones en
familia, escuchando a hurtadillas conversaciones de adultos, risas de niños
jugando al escondite. Baños en las calas de Menorca. La temida adolescencia
y esos primeros cigarros compartidos. Miradas que no sabes lo que significan.
Nuestros cuerpos cambiando. La universidad por separado. Dublín. Nuestro
apartamento. Charlas absurdas hasta el amanecer. Su primera vez metiéndose
en mi cama, su manera de no salir de mí. Conocerse a todos los niveles.
Nuestras metas. Nuestro primer trabajo. Nuestras ilusiones. Muchos años de
amor, o de algo que creí que lo definía. La boda, su traslado, sus aspiraciones,
sus metas. Los cambios, las ausencias, mi traslado, las mentiras. Sus mentiras.
La otra, la realidad. En resumen, muchas horas invertidas para dos billetes de
veinte.
—¿Tomamos un café?
Dudo ante sus palabras y abro mucho los ojos sorprendida. Quiero cerrar esta
etapa de mi vida y como siempre dice mi madre eso de «pasar página».
Hay una cafetería cerca y nos sentamos en la terraza, el día está gris pero no
hace frío, al menos yo siento cierto bienestar por dentro. Una sensación de
calidez que no contaba con ella. Por la hora que es prefiero pedir una caña,
pero cuando llega el camarero él se me adelanta y pide dos. Lo miro otra vez
con sorpresa, ha acertado.
Es tan extraño estar sentada aquí con él, ahora. Es como si los dos nos
hubiésemos quitado un gran peso de encima que nos impedía avanzar, a mi
mucho más que a él, que ya ha rehecho su vida y en nada será padre.
Dejo que fluya entre nosotros todo lo que él no supo gestionar. Cuando
terminamos las bebidas, nos levantamos a la vez, como un acto reflejo. Ya está
todo dicho.
MARC
Adoro hasta hacer la maleta. Sí, ya sé que mucha gente lo odia, pero no es mi
caso. Me gusta sumergirme en cada pequeño detalle y abrir mi mente para
captar todos los entresijos de otras tradiciones y otras culturas. Es como si
antes de salir de mi casa me preparara mentalmente para enriquecerme por
dentro, igual que cuando lees un libro que sabes que te va a llenar.
Hace más de una semana que escuché de boca de Samuel lo bien que se lo
estaba pasando con Gala. Una puta semana en la que he sido cualquier cosa
menos persona. He intentado esconderme en el trabajo y he evitado estar con
mi gente. Eloy ha estado muy ocupado con su mudanza y con los ataques de
histeria de Elena que, por supuesto, ha empezado a tener por cualquier cosa;
los colores de la pared, la colocación de los muebles, las tareas de la casa…
En fin, que si mi hermano aguanta un par de meses, tendrá el cielo ganado.
Adrián ha estado un poco más pesado de lo normal. Sé que habla casi a diario
con Zoe y seguro que sabe más cosas sobre Gala que yo, pero le he pedido
tiempo y espacio. Anoche quedé con él para tomarnos unas cervezas antes de
mi viaje y al final le conté lo de la maldita llamada. Le dije que saber que ya
estaba follando con otro me ha partido en dos y que ahora solo necesito
cambiar de aires y digerir mi derrota. Por supuesto, le he pedido máxima
discreción. No quiero que nadie sepa que me siento como un gilipollas. Solo
espero que respete mi decisión y que yo no sea su tema de conversación con
ellas.
Lorena es la única que ha aguantado mi mala hostia estos días y la pobre lo ha
hecho con la mejor voluntad. El día que le comuniqué que yo iría de enlace
con el grupo en este viaje y no ella, se puso a llorar como si hubiera hecho
algo malo y ese fuera el castigo. Joder, me partió el alma verla así. No me
quedó más remedio que decirle que las cosas con Gala no habían funcionado y
que necesitaba desconectar unos días, sin entrar en más detalles.
Le debo una, sin duda. Sé que se lo tengo que recompensar. No sé si con más
días de vacaciones el año que viene, con un incentivo económico o incluso
con un viaje que quiera disfrutar, pero sé que se lo debo. Le puse el caramelo
delante durante unos días y casi en el último momento se lo he quitado de las
manos.
El vuelo dura dieciséis horas más o menos, con escala incluida en Ámsterdam,
es mucho tiempo para estar aquí metido, aunque viajemos en business con
todas las comodidades posibles. El grupo está formado por dos mujeres, Vero
y la secretaria de su jefe, y ocho hombres, entre los que me incluyo; en total
somos diez. La paridad en los altos cargos todavía está en desequilibrio como
podéis comprobar.
Verónica se ha sentado cerca de mí, pero guarda las distancias y las formas. Su
modo «trabajo» está activado y no creo que lo desconecte hasta que
regresemos; cosa que agradezco, porque no estoy yo ahora mismo como para
lidiar con ella en ningún otro sentido que no sea el laboral.
A ratos duermo, a ratos leo. Veo un par de películas. Echo un vistazo a toda la
documentación del viaje. Bebo, como algo, estiro las piernas. Escucho música
aleatoriamente, pero el maldito cosmos, a veces, solo piensa en joderte,
mucho, y esta vez debe de ser una de ellas. Suena «She´s on My Mind», de JP
Cooper. Y, sin querer, vuelvo a caer en ella, todo vuelve a ella. Está en mi
mente, igual que dice la canción, aunque haga todo lo posible para sacarla de
ahí.
La llegada al hotel se hace larga y tediosa. Son muchas horas de vuelo; el jet
lag, las luces de la ciudad, el tráfico, la gente. Tokio es la cuidad más grande
del país y es algo abrumadora. Es como si, al salir del avión, un tsunami
futurista te atravesara la cabeza. Me gusta este país porque es como un lugar
eterno, donde las antiguas tradiciones se fusionan con la vida moderna de la
forma más natural, pero reconozco que nada más aterrizar tienes que acomodar
tu mente y tu cuerpo a este viaje al futuro.
El primer día visitan una fábrica situada en una zona industrial a las afueras de
la ciudad que les lleva todo el día. Yo los acompaño, pero no los espero.
Aprovecho para reunirme con los guías español y japonés en el hotel y
reorganizar la visita de pasado mañana por la ciudad. Un pequeño grupo de
japoneses los acompañará en una especie de comida de empresa, por eso
necesitan a los dos guías.
Salgo a perderme un poco por las calles cercanas al hotel y duermo hasta la
siesta, mi cuerpo no se ha hecho al cambio horario todavía, así que lo
necesito.
Por la noche ceno con ellos, me cuentan que tal está yendo todo y quedamos
para volver a vernos a la mañana siguiente.
El segundo día vuelven a la misma fábrica, esta vez a una especie de curso de
formación. Yo aprovecho para ir a un par de sitios que no visité en las otras
ocasiones que estuve aquí.
Bajo a cenar al bufet, solo, y me reúno con ellos en el bar del hotel, al
terminar. Hablo con el señor Ponce, el jefe de Vero, por si necesitan alguna
cosa más o hacer algún cambio.
Está todo perfecto, así que me despido de manera cordial y aprovecho para
volver a intentar llamar a Lorena, pero nada, sigo sin poder acceder a las
llamadas ni al WhatsApp, por lo que recurro otra vez al mail. Me responde
rápido, no hay novedades. Me dice que esté tranquilo, que está intentado
arreglar lo del teléfono.
Mañana es el día libre, así que iré con el grupo a visitar todos los lugares
emblemáticos de esta ciudad.
—Joder, estoy súper estresada. Invítame a una copa del minibar —me dice
acercándose hasta la pequeña nevera y sacando lo que parece una botella de
algún licor de color ambarino. Creo que es whisky.
—Venga, Marc. Sé que algo ha tenido que pasar con tu amiguita, por eso has
venido tú y no Lorena, como me dijiste.
—Lo siento, Vero, puedes quedarte a tomar la copa y hablar de lo que quieras,
pero no voy a enrollarme contigo. Recuerda que esta semana es trabajo —digo
serio para intentar disuadir su ataque.
Mierda, Marc. Quizás no te hubiera venido mal follar un poco, es solo sexo;
destensar, correrte y a dormir. Seguro que Gala no se lo pensó tanto.
***
El tour por Tokio es muy interesante. Julián, nuestro guía, convierte la salida
por la cuidad en una visita muy amena. Nos da tiempo a ver todos los lugares
más populares y algunos menos conocidos; incluso, las últimas horas de la
tarde, aprovechamos para ir de compras. Tokio es una ciudad tan de contrastes
que tienes que habituarte a esta mezcla tan ecléctica. Vero no se me ha
acercado en todo el día, como si tuviera la peste. Al final tendré que hablar
con ella.
El siguiente destino es Kioto. Vamos a estar por aquí unos días con la misma
dinámica; visita a un par de fábricas, formación y día de convivencia. Es mi
primera vez en esta ciudad, así que aprovecho el tiempo que no tengo que estar
con el grupo para conocerla mejor. Kioto fue capital de Japón entre los años
794 y 1868, de ahí su importancia histórica. Además, es una de las ciudades
más pobladas.
El arte, la cultura y sus gentes dan un halo de paz a todos los visitantes que
llegan a este país. Después de varios días en este lado del mundo, me siento
algo más relajado, conmigo mismo sobre todo.
No quiero que siga enfadada conmigo y menos por no haber sucumbido a sus
encantos.
He llegado a coger el tren por los pelos. ¡Menuda carrera! A ver si consigo
poco a poco recuperar la calma, ahora que acabo de sentarme en mi asiento.
Desde fuera tenía pinta de ser una escena de esas pelis antiguas donde la
protagonista tiraba de su maleta de madera con una mano y con la otra se
agarraba el sombrero mientras se oía: «¡Viajeros al tren!».
Mañana es viernes y tengo que reincorporarme a mi puesto otra vez, por eso
regreso a Barcelona a toda velocidad y porque, además, en los últimos días,
he estado bastante agobiada aquí, para qué negarlo.
El sábado, nos levantamos muy tarde y nos fuimos de cañas por Malasaña. Por
la noche, acompañé a Samu al concierto que daba en un pueblo a las afueras,
era un local bastante pequeño y con un fuerte olor a marihuana que te colocaba
nada más entrar. Su banda se alegró de verme y me lo pasé bien con ellos; por
lo menos, al principio.
Cuando volvimos a casa, yo apenas había bebido, pero Samuel estaba bastante
tocadillo. Me intentó comer la boca un par de veces, incluso se quedó pegado
al otro lado de la puerta de mi habitación, esperando a que le diera paso. Al
principio pensé que estaba bromeando, pero cuando insistió me tuve que poner
más seria, diciéndole un «no» bastante rotundo.
Que Marc no haya dado señales de vida en estas semanas no significa que ya
me haya deshecho de su recuerdo, ni que quiera revolcarme con ningún otro
tío.
Es más, ver a Samuel así, tan entregado, solo me confirmó que quizás ha
insistido tanto para que viniera a hacer la entrevista por las razones
equivocadas. Somos amigos y ahora tengo más claro que nunca que no vamos
a ser nada más.
Cuando me choqué con él al entrar en aquel albergue por primera vez. Nuestro
encuentro en el baño, después de haber echado hasta mi primera papilla.
Nuestro beso debajo de aquella farola. La pillada por nuestros amigos,
mientras me comía la teta. La primera noche que compartimos cama. Nuestra
primera vez en aquel hotel. La fiesta de cumpleaños de Eloy. El cine, las
conversaciones, sus cenas. El viaje a Formentera. Mis miedos. Sus ganas. Mi
accidente. Su casa. Mi coraza.
Gala
Buenas noches, camino. Mañana voy a Barcelona,
me gustaría verte y hablar.
No obtuve respuesta.
Tengo tres horas por delante para relajarme, los viajes en tren invitan a eso,
¿verdad? A observar el cambio de tonalidad del paisaje a medida que saltas
de una Comunidad Autónoma a otra. A no ser capaz de distinguir los caminos
que se abren paso a gran velocidad. A encuadrar a través de la ventanilla las
zonas desiertas y las pobladas. A escuchar el sonido metálico de las vías y a
sentir ese característico cambio de ritmo cuando te aproximas a la siguiente
estación. Tres horas enteritas para divagar.
Llamo a mis padres y a Xavi. Todos están ocupados trabajando, así que soy
breve; un pequeño resumen de cómo ha ido la entrevista y quedamos en vernos
el domingo.
Una arcada me sobreviene y salgo disparada hacia el baño. Joder, a ver si voy
a tener un virus estomacal de esos. Pues, es lo último que me faltaba, ponerme
mala y no poder ir mañana a trabajar tampoco.
Cuando regreso, después de haber echado los restos del botellín de agua que
he estado bebiendo, me fijo en una pareja que está al otro lado del pasillo. No
se han soltado de la mano en todo el trayecto; un poco incómodo, ¿no? Los
miro por el rabillo del ojo y los escucho decirse cursilerías. Son un poco
empalagosos, la verdad. Yo nunca he sido así, ni cuando creí que lo que tenía
con Álvaro era amor. Soy más de gestos que de palabras, por eso con Marc he
estado tan a gusto. No es el típico que te duerme con sus halagos; él, más bien,
lo hace con las palabras exactas en el momento preciso. Aparte de su forma de
tratarme, claro, incluso cuando soy una borde con él. Por eso me cuesta tanto
entender que haya estado quince días sin llamarme.
Saco el móvil del bolso y no me lo pienso. Un tono, dos, tres. Salta el buzón.
Dudo si arrepentirme o no. Total, puede que lo escuche y me ignore, cosa que
me molestaría sobremanera, porque no es su estilo dar la espalda a los
miedos; más bien, es el mío.
Nada más llegar a casa me como un sándwich de pavo, por meterme algo en el
estómago, no por hambre, y acto seguido me meto en la cama, sigo teniendo
mal cuerpo.
—No, solo necesito dormir. Mañana a las nueve tengo que estar en la oficina.
Siento no ser mejor compañía.
—Coño, Gala, ¿qué eres ahora un sabueso de los de la poli? No, esta vez ha
sido en el baño de su despacho.
—Pues no. Había quedado con él mañana para ir al cine, pero Gerard me ha
pedido que nos veamos mañana en su piso y anulé lo de Adri. Se mosqueó
conmigo el martes, cuando se lo dije, y no hemos vuelto a hablar.
—Joder, Zoe, como para no mosquearse. Un día va a pasar de ti, para siempre.
En la cocina huele a café recién hecho y a algo dulce. No sé qué me pasa, pero
tengo el sentido del olfato multiplicado por mil.
—No, tonta, pero como esta noche dormiré con Gerard me apetecía cuidarte
por la mañana. Y por cierto, maquíllate un poco para ir a trabajar, sigues
estando muy pálida.
—Por cierto, llévate mi coche, si quieres —me grita desde la puerta, antes de
salir.
—Perfecto.
Espero encontrármelo allí y que de una vez por todas podamos hablar. No sé
por qué no se ha puesto en contacto conmigo, ni tan siquiera después de haber
visto mis mensajes; me parece rarísima su actitud, la verdad.
Vaquero, camiseta de manga larga de rayas y mis Vans negras. Me pongo una
cazadora verde militar encima porque ya ha empezado a refrescar un poco.
Hago caso a mi amiga. Un poco de maquillaje; rímel, vaselina para los labios,
que los tengo súper secos, y listo. Cuando me echo un último vistazo en el
espejo me veo medianamente decente, aunque es verdad que las ojeras
resaltan sobre cualquier otro rasgo de mi cara.
Gala, no has rellenado la ficha del último autor con el que hemos firmado.
Gala, tienes que revisar esa última corrección antes del lunes.
¿Sigo? No, será mejor que me dedique a quitarme todos estos pendientes de
encima o no seré capaz de salir de estas cuatro paredes nunca.
«¡MIERDA! ¡JODER!».
Gala
Marc, si no quieres hablar conmigo
me lo tendrás que decir a la cara.
Luego paso a verte.
Me concentro en todo el papeleo que tengo delante. No quiero pensar. No
puedo pensar.
Algo más tarde de lo que había imaginado, salgo de la oficina. Menos mal que
tengo el coche de mi amiga en un garaje cercano, porque, a este paso, Marc
estará a punto de cerrar. Cuando mis manos se agarran al volante y arranco,
empiezo a hiperventilar. Estoy más nerviosa que nunca.
Cuando entro por la puerta de la agencia solo está Lorena sentada en su mesa.
Me mira como si hubiera visto un fantasma.
—No, no está.
—Necesito hablar con él. ¿Podrás decirle que me llame, por favor?
—Vale.
Gala
He venido a la agencia a buscarte y no estás.
¿Te importaría llamarme, por favor?
No sé los minutos que pasan hasta que puedo encender el motor del coche y
volver a casa.
Al entrar, me acuerdo de que Zoe no viene esta noche a dormir. Voy al baño a
vomitar; sí, otra vez, aunque ya casi echo la bilis porque no me queda nada
más en el estómago. Me pongo el pijama y me hago un ovillo en el sofá, no
quiero meterme en mi cama.
—Nenita, ¿ya hablaste con Marc? Cuéntame, que Gerard ha ido a por un par
de botellas de vino y tengo tiempo de escucharte.
En menos de veinte minutos, está entrando por la puerta. Viene directa al salón
y me abraza. Me quedo pegada a ella unos cuantos minutos, como si fuera mi
ancla a tierra.
Mi súper olfato, mis vómitos, mi estómago revuelto, las arcadas, las pastillas
olvidadas. Todo son pistas de que puede que algo se esté cociendo en mi
interior y nunca mejor dicho.
—Tengo un retraso.
—Solo de un par, pero ya sabes que yo soy siempre súper puntual, no como tú.
—Te acuerdas cómo juré que no volvería a follar. —Me recuerda para
animarme. Si esta mañana estaba pálida, ahora creo que soy un cadáver con
patas.
Y entonces lo sé. No hace falta que mire el resultado del maldito test. Sé que
es positivo. Mi amiga. Su abrazo. Sus palabras.
—Vaya, pues sí que habéis discutido rápido esta vez. No te ha debido de dar
tiempo ni a correrte. ¿Dónde te recojo? —responde Adri a mi amiga.
—Tranquilo. Estoy bien. Pero tienes que decirme dónde está Marc.
—¡Venga, Adri! Gala necesita hablar con él, es importante. Muy importante.
—Muy bien, chico listo, eso ya lo sabemos. Me parece que tienes más
información de la que me cuentas.
—Joder, pues ya tiene que ser importante para que me regales tu tiempo.
—Adrián, dime qué es eso sobre una llamada —suplica mi amiga, cuando me
ve haciendo el gesto con mi mano.
Me quedo pálida. ¿En serio? ¿Samuel? ¿Samuel haciéndole creer a Marc que
estábamos follando? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Está bien, le daré el beneficio de la duda. Pero Marc está en Japón, llegará
mañana.
«Mierda».
—Qué pedazo de cerdo tu amiguito, ¿no? —me dice Zoe.
Ella escucha paciente cómo creo que sucedió todo. El sonido de la llamada y
él con mi móvil en la mano, solo me interrumpe para llamar a Samuel de todo
menos guapo. Le confieso que me ha dolido, mucho, creo que me ha
decepcionado casi tanto como cuando Álvaro me engañó. Pensé que éramos
amigos, de los buenos, no de los que te utilizan. Yo confiaba en él y siempre
hemos sido sinceros el uno con el otro, pero esto es intolerable. Dudo si
llamarlo ahora, en caliente, o mañana. Zoe me aconseja que lo haga en frío,
para poder mandarlo a tomar por el culo con toda la calma del mundo.
—Yo cuando estoy estresada o de mala hostia, pinto. Así que ven, siéntate
conmigo, nena —dice, dando unas palmaditas en el suelo para que me coloque
a su vera.
—¿Estrategia?
—Calla y escribe.
61
ATERRIZANDO
MARC
Sin querer, pienso en Gala; bueno, sin querer queriendo. Tantas horas en este
pájaro metido dan para mucho. Me hubiera gustado que no hubiéramos
terminado así, que ella hubiera viajado conmigo a Japón, o en caso contrario,
que ahora estuviera esperándome en el aeropuerto y volviéramos a casa
juntos. Lo sé, es como sacado de una puta comedia romántica, lo que pasa que
yo, en vez de ser el protagonista guapo que siempre triunfa, soy el pringado; el
que se queda sin la chica.
El sonido de las ruedas del avión rozando con la pista me distrae de mis
pensamientos. Ahora he cambiado de película. Las imágenes delirantes de
Aterriza como puedas se cruzan por mi mente y me río solo. La maniobra del
piloto para detener el avión es bastante brusca y, cuando consigue frenar,
estamos todos con las manos agarrando el asiento como si fuéramos a aguantar
el golpe. Excepto Vero, que no se ha enterado de nada. Creo que se ha tomado
un relajante muscular antes de despegar y la ha dejado KO.
Mientras Vero y yo vamos hacia las puertas, conecto mi móvil. Tengo un par
de mensajes de Lorena. El último dice que Adrián está fuera, esperándome
para llevarme a casa. Es un alivio no tener que pelearme ahora por un taxi,
porque cuando las puertas se abren en la terminal de llegadas me fijo en que
hay mucha gente. Todos esperando a que aparezca su ser querido. Jaleo,
abrazos, besos y palabras de bienvenida.
Me coloca las asas de la mochila, atrayéndome hacia ella. Ahora sí que está a
escasos milímetros de mi boca. El sueño está haciendo mella en mí porque por
el rabillo del ojo me parece ver a una chica menuda que se parece muchísimo
a Gala. Giro la cabeza rápido, pero ni rastro de ella.
—Está bien. Solo te digo una cosa, cuando quieras dejar de seguir
machacándotela con la mano, llámame —suelta ella tan directa, dándome un
pico en los labios.
Cojo el móvil y primero miro las llamadas. Un par de ellas de Eloy, tres de mi
madre. Otras de unos clientes y ahí está, su nombre en la pantalla. Tengo dos
llamadas perdidas de ella y una fue ayer.
¡Vaya, por fin ha decidido dar señales de vida! Será para decirme que se
queda en Madrid para siempre con su nuevo novio.
Antes de escuchar el buzón de voz leo los mensajes. Ignoro los del resto y solo
abro el chat de ella.
Bufo y miro el siguiente en el que me desea buenas noches y me dice que viene
a Barcelona y que quiere hablar conmigo. Fue del miércoles y después hay
otro del jueves. En ese ya me dice que tendré que decírselo cara a cara.
Cada vez estoy más perdido. Después de ese, otro de ayer. Me dice que ha ido
a la agencia y que no estaba, que si me importaría llamarla.
Así que entre mosqueado y nervioso empiezo a escuchar el buzón de voz. Solo
hay dos mensajes y son de ella.
Sin tiempo para pensar en sus palabras salta el siguiente. Se oye bastante mal
pero distingo su llanto. Entre hipidos y sollozos habla de forma inconexa.
Adrián.
—Sí, Marc ¿Necesitas algo? —me contesta antes del tercer tono.
—No te hagas el tonto conmigo. Entonces ya veo que has hablado con Zoe.
—Marc, yo… Joder, es que es muy persistente y, además, me dijo que era muy
importante.
Marc me está llamando, pero no puedo hablar con él. Ahora no.
He llegado del aeropuerto hace un rato echa una auténtica mierda. Sí, lo sé. He
sido un poco kamikaze aceptando el reto de mi amiga y actuando como una
puñetera protagonista de esas películas románticas; de esas que odio, por
cierto.
Menos mal que me he hecho la tonta y las he olvidado en casa; si las hubiera
sacado en el aeropuerto, el espectáculo habría sido mucho más bochornoso.
Qué puta es la vida a veces, ¿no? Ahora echo tanto en falta a Marc que me
duele. Encima en mi estado. Joder. Yo, que fui la primera en huir, en agarrarme
a unos sueños pasados que ya no me pertenecían y que no fui capaz de
reconocer ni de expresar todo lo que empezaba a sentir por él. Tarde, Gala.
Llegas tarde.
Me limpio los mocos con la manga del pijama y llaman al timbre. Zoe se
levanta del sofá y va a abrir. Oigo la puerta y una voz masculina de fondo que
no distingo por culpa de mis sollozos.
—Si es Xavi, dile que vuelva mañana. No quiero ver a nadie —grito desde el
salón.
Ya se sabe que cuando hay confianza da asco. No estoy preparada para hablar
con nadie ahora mismo.
—No es Xavi —responde mi amiga. Justo detrás de ella, Marc se asoma por
la puerta del salón—. Me voy, tardaré un rato en volver —añade la pelirroja.
Se acerca con paso decidido y sin titubeos, después de haber formulado esa
pregunta tan nuestra. Se coloca a escasos centímetros de mí. Casi siento su
aliento en mi nuca; no me toca, pero su sola presencia, tan cerca, y su maldito
olor embriagador ya me provocan mareos, pero de los que te doblan las
piernas y te nublan la mente.
—He escuchado tus mensajes y tus llamadas, loca. Tenemos que hablar.
—Empieza tú.
—Está bien —resopla, pasándose las manos por el pelo un par de veces y
comienza a hablar.
—Joder, Marc. Estaba en su casa, pero no follando con él. ¿Cómo coño te
creíste eso? No me entra en la cabeza. Ni tan siquiera lo dudaste un poco.
—Claro, y esa es la confianza que tú tenías en mí, ¿no? ¿Tú te crees que
hubiera sido tan retorcida de dejar que él contestara mi teléfono para que nos
escucharas? ¡Es de locos, joder!
—Pues me creí su puta mentira, ¿qué le voy a hacer? Soy humano. Después
estrellé el teléfono contra la pared y lo hice añicos. Necesitaba huir y me
surgió el viaje a Japón. Tenía que desconectar y era la mejor manera de
hacerlo —afirma, posando su mano en mi rodilla, pero se la aparto.
—Te he visto, Marc. Te he visto con ella —digo abatida, porque ya no tiene
ningún sentido guardármelo.
—¿Con quién? —me pregunta indeciso.
Estoy tan cansada que no puedo luchar contra él. Me abraza y me hundo en su
pecho, empapando su camisa.
Me explica que le he visto con Vero porque era un viaje organizado para su
empresa, que eran un grupo de diez y que no se ha enrollado con ella, ni allí,
ni aquí. Que lo que he visto ha sido un beso robado de despedida, sin ninguna
importancia. Sigo con la cabeza hundida en él, escuchando su tono de voz y
digiriendo sus palabras. Por primera vez en los últimos días, creo que
empiezo a sentir la calma, aunque me queda contarle lo mejor.
Sin darme tiempo a reaccionar me come la boca. Sus labios se pasean por los
míos en un beso cargado de promesas, de anhelos y de todas esas palabras que
a veces no hace falta decir. Nos besamos lento, reconociendo un sabor
familiar que hacía tiempo que no disfrutábamos. Sus manos se enredan en mi
pelo y las mías en su nuca, atrayéndolo hacia mí. Nuestras respiraciones se
hacen más profundas. No se me ha olvidado que me falta comentarle un
pequeño detalle, sin embargo alargo este momento todo lo que puedo.
—Hay algo más que no me estás contando. Dímelo ya, por favor. —Y sostiene
mi cara con sus manos, escrutando mi mirada.
Jodido Marc, al final va a tener razón cuando dice que ve a través de mí.
Controlo mi llanto, pero me tiembla todo el cuerpo. ¿Cómo coño se da una
noticia así? No sé, con Álvaro siempre lo imaginé de manera diferente. Los
dos solos, delante del test, contando los minutos para que salieran las dos
rayitas y con cara de gilipollas si el resultado hubiera sido positivo. Pero
ahora…Ahora no tengo ni idea de qué palabras usar para dar esta noticia.
Cuando voy a empezar a hablar oigo ruido y Zoe entra en el salón, sin
preguntar. Nos ve tan ensimismados el uno con el otro que saca su propia
conclusión y, de repente, su filtro mental desaparece, sin más.
—¡Qué bonita pareja hacéis, coño! ¿Ya puedo dar la enhorabuena al papá?
63
COMO EL FINAL DE UNA PELÍCULA
ROMÁNTICA.
MARC
¡Hostias! Por algo seguía notando rara a Gala. Sabía que me estaba ocultando
algo, pero ni en un millón de años me habría imaginado nada semejante.
Me quedo paralizado, pero no aparto mis ojos de los suyos, chispeantes, vivos
y asustados. No reacciono y sé que de mis primeras palabras depende nuestro
futuro… juntos.
Un bebé. Nuestro.
—¡Sí, joder! Siento que te hayas enterado así. Zoe es una boca chancla. Yo
tenía que habértelo contado, no ella.
Me empieza a explicar que la semana que estuvo en mi casa con todo el lío del
accidente no tomó las pastillas, que ayer se hizo un test y dio positivo.
También me dice que habrá que confirmarlo para estar seguros, pero que tiene
algunos síntomas.
Creo que mis palabras se han agarrado a sus tripas, justo el efecto que quería
causar. Estoy aquí para los dos y no pienso irme a ninguna parte. Las lágrimas
empiezan a resbalar por mis mejillas y me descolocan, hacía muchos años que
no derramaba ninguna. Gala me las limpia con sus pulgares y sonríe, es la
primera vez que nos vemos llorar.
—¿Vamos a ser padres? Joder, es una auténtica locura. ¿Estás seguro? No hace
ni seis meses que nos conocemos y estoy muy asustada, Marc —confiesa
pegada a mis labios.
—Estoy muy seguro y también acojonado, pero voy a besar todos tus miedos,
loca.
Después de las lágrimas, pasamos a las risas. Carcajadas sonoras que inundan
esta tarde de sábado. No nos soltamos ni un segundo y yo no despego mi mano
de su vientre, como si el micro átomo que está dentro de ella ya necesitara
toda mi atención.
—Si cierro los ojos tengo la sensación de que ha sido todo como una película
—digo convencido.
—Venga, sal y cierra la puerta, cuenta hasta diez y vuelve a entrar, como si
acabaras de aterrizar y esto fuera el aeropuerto.
—Voy —anuncio.
—Entra.
Ahí está mi loca. La que no cree en el amor, ni tan siquiera en las relaciones.
La del pelo alborotado en un moño cuando no se peina. La que nunca necesita
ayuda. La que no para de dar vueltas en la cama. Mi peregrina favorita. Mi
adicta a las letras y a las botellas de vino robado. Ahí está, luciendo una
sonrisa de oreja a oreja, detrás de la mesa del salón, sosteniendo unas
cartulinas blancas con dibujos y mensajes.
Pasa a la siguiente, que además de la frase tiene un cartel con el nombre del
primer albergue donde nos conocimos, que me imagino que ha pintado su
amiga.
Y pasa a la última que está llena de corazones rojos dibujados por el borde y
dentro de cada uno hay escrita una palabra; algunas muy nuestras, y otras que
me tendrá que explicar. CAMINO. LOCA. TETA. PIEDRA. SEXO PAN.
MATACUPIDOS. VIAJE. GENTLEMAN. ROMPECORAZONES.
BICICLETA. TRES.
—Fue idea de Zoe, no te rías de mí —me dice, tapándose la cara con la última
cartulina.
—Joder, loca. Hubiera pagado oro para que te hubieras presentado con ellas
en el aeropuerto.
—Sí, otra idea de mi amiga, la canción sonó ayer en su lista de Spotify. Es «Te
sigo soñando», cantada por Luz casal y DePedro. Me imaginé que ya la
conocías, pero ella insistió en que era perfecta. Puta tarada.
—Me ha gustado mucho, Gala. Creo que ha sido el mejor final de película
romántica que he visto.
—¿En serio?
—Sin duda.
Me sigues gustando,
te sigo soñando,
es esta la forma que tengo, cariño, de demostrarlo…
64
UNIVERSO PARALELO
«Dímelo pronto, porque cada puto segundo que pasa os quiero más, a los
dos».
Prometemos tomarnos las cosas con calma. Nada de hacer planes, ni hablar de
futuro, ni tan siquiera contárselo a nuestras familias hasta que vaya al médico
el próximo lunes y nos confirme que todo está en orden. De lo que sí hemos
estado hablando es de estas últimas semanas, de cómo nos hemos sentido al
estar separados y de los errores que no queremos repetir, sobre todo en cuanto
a comunicación se refiere.
—¿Estás segura de que no quieres ese puesto en Madrid? —me pregunta con
voz suave—. No quiero que después te arrepientas por haber dejado pasar una
oportunidad así.
—Estoy segurísima. Esos días que estuve allí me han servido para darme
cuenta de qué es lo que realmente quiero. Y vivir y trabajar en Madrid no es
mi elección.
Su mensaje dice:
Cuando ha recogido toda la cena (no podía ser de otro modo), tiro de su
camisa y lo arrastro hasta mi habitación, me apetece sentirlo… del todo.
Sigo con este pijama horrible y él luce como si acabara de vestirse para salir,
así que lo desnudo rápido y lo obligo a que haga lo mismo conmigo, para que
al menos estemos en igualdad de condiciones.
Marc me coge en brazos y me tumba en la cama. Cuando creo que por fin va a
estar dentro de mí, me da un beso en los labios y empieza a descender con su
lengua por todo mi cuerpo.
—Ni de coña, loca. ¿Tú has visto esto? —me dice, señalándose la entrepierna
—. No pienso meterte nada hasta que el médico me diga que está todo
correcto.
***
Creo que quiere pagarle con su misma moneda, pero soy yo quien descuelga,
porque necesito soltar lo que llevo dentro aunque pongo el altavoz.
—Sí.
—Nena, ¿qué tal estás? Esperando con ansias la llamada de mañana, ¿no?
—¿En serio, Samuel? ¿Pensabas que no iba a enterarme? ¿Tú te das cuenta de
lo que has hecho? Me has decepcionado tanto y me pareces tan patético que te
voy a pedir un último favor. Cuando cuelgue dentro de tres segundos, borra mi
contacto, para siempre, porque yo pienso borrar el tuyo.
Marc me dice que él le hubiera dicho un montón de cosas más, pero prefiero
intentar olvidar todo lo antes posible.
Nos besamos en el portal otra vez y le digo que mañana lo aviso cuando sepa
la hora de la cita con la ginecóloga.
Cuando abro la puerta de casa, me voy directa hasta Zoe, que está tirada en el
sofá.
—No seas muy dura conmigo, neni —dice, poniéndome morritos—. No tengo
un buen día.
Me tumbo encima de ella y la abrazo, como tantas otras veces ha hecho ella
conmigo.
Quizás en ese universo paralelo del que hablé antes, también se estén
moviendo los hilos de la vida de mi amiga, porque en este mundo real, cada
vez la noto más perdida.
***
Mi ginecóloga nos cita al mediodía; perfecto para no tener que pedir más
horas a mi jefe. Marc me ha recogido en la editorial y estamos en la sala de
espera hasta que nos manden pasar. Luisa es amiga de la familia, así que
cuando llamé a su enfermera esta mañana me ha colado, haciéndome un favor.
Estamos sentados enfrente de una chica embarazada que está sola y de otra
pareja. Cuando la puerta se abre de nuevo, creo que me quedo más blanca que
la pared.
—Creo que esa clase nos la saltamos, Laura —dice Marc, tomando las riendas
de la conversación.
Luisa no puede contener la carcajada y yo me levanto para guiar a mi madre
hasta el monitor, que todavía conserva la imagen de mi útero.
Creo que es la primera vez en toda mi vida que veo a mi madre quedarse sin
palabras.
65
NUESTRO CAMINO
MARC
El martes cenamos en casa de sus padres. Fue una cena especial, no puedo
definirla de otra manera. Xavi no dejó de vacilarnos con el tema de la
anticoncepción a nuestra edad y lo pardillos que habíamos sido y los padres
de Gala solo nos trataron de explicar los errores más comunes que cometen las
parejas cuando son padres. Gala bufaba, diciéndoles que era una cena
familiar, no una sesión de su terapia, y yo, en cambio, los escuchaba prestando
atención.
El miércoles les tocó el turno a los míos y la que estaba atacada de los nervios
era Gala. A mi padre lo había visto solo una vez, en aquel desayuno que ahora
da la sensación de haber sido hace siglos y a mi madre, ninguna. Se lo quise
poner fácil. Le pedí a mi madre que viniera a mi casa y me enseñara a
preparar una receta de cerdo asado que aprendió en Montefioralle, el pueblo
de la familia de mi padre en la Toscana, y mientras ambos estábamos
enfrascados en la cocina, apareció Gala. Después de las presentaciones, se
sentó con mi padre en el salón y estuvieron hablando un buen rato de música.
Cenamos los cuatro, porque mi hermano y Elena ya tenían otro compromiso
con los amigos de ella y hablamos de temas triviales; la ciudad, la
gastronomía italiana, los libros, los viajes. Gala y mi madre se han caído bien,
lo he notado cuando empezaron a criticar mis pequeñas manías, como, por
ejemplo, recoger la mesa nada más terminar de comer o de cenar.
—No tengo respuestas para todo, Gala. Pero te puedo asegurar que seremos
los mejores padres para él o para ella, porque desde el minuto uno ya lo
queremos. Nos equivocaremos en muchas cosas y en otras acertaremos, pero
siempre haremos todo lo necesario para que sea feliz.
—Te quiero.
—Loca, son dos palabras que pueden estar vacías de significado o llenas de
«te cuido». Recuerda que yo soy distinto mensajero, no tengo nada que ver con
el que te las dijo por primera vez, y además, las mías significan lo segundo.
***
Hoy es el aniversario de boda de mis padres, hemos alquilado una Masía a las
afueras de Barcelona y hemos reunido a algunos familiares y amigos para
celebrar este día con ellos. La casa es preciosa y enorme, no le falta ningún
detalle. La finca y el jardín principal están espectaculares, a pesar de ser
otoño. Naranjas, marrones y rojizos contrastan con el intenso color azul del
cielo. Hemos tenido suerte y, aunque hace algo de frío, el día está
completamente despejado.
Hemos llegado pronto esta mañana y nosotros, junto a más invitados, nos
quedaremos esta noche a dormir. Cuando Gala ha terminado de arreglarse y la
he visto delante del espejo, estirándose la tela del vestido rojo que se ha
puesto, casi me atraganto con mi propia saliva. Estaba impresionante.
Gala abre muchísimo los ojos cuando Genaro termina y me mira arqueando las
cejas. Sé que es una historia un poco de libro.
Mis padres se emocionan, incluso derraman algunas lagrimillas y repiten sus
votos. Juran que intentarán seguir casados hasta que dejen de respirar.
En cuanto los camareros sirven las primeras copas de vino, mi padre pide un
poco de silencio para hacer el primer brindis.
—Quiero brindar por otros treinta y cinco años más a tu lado —dice, mirando
a mi madre que sonríe con picardía.
—Y además, hoy quiero hacer un brindis especial por Gala y Marc, que en
unos meses traerán un nuevo miembro a esta familia. Gracias por ser valientes.
Gala y yo nos miramos, como se miran dos personas que quieren ser invisibles
un rato, pero agradecemos a mi padre su gesto.
—¡Que le den! Si ellos ni tan siquiera tienen fecha todavía. Por cierto, ¿Mini
Way? Ya veo que has puesto mote a nuestro embrión, no te has podido resistir.
—Me gusta, pero quizás sea una niña y entonces tendrá que ser Mini Crazy.
Le sujeto la mano y hago que gire, siguiendo el ritmo. Un par de giros más de
auténtica bailarina y volvemos a estar frente a frente. La canción me hace
recordar nuestra primera vez en el cine y me pego más a su cuerpo.
—Eso tiene fácil solución. Llevas muchas horas despierta, estás abrumada por
haber conocido de repente a toda esta peculiar familia, estás embarazada y
cansada… Tenemos la excusa perfecta. Sube a la habitación y dame dos
minutos para escaquearme yo también.
Los ojillos de Gala brillan y, aunque duda un poco, sé que le ha parecido una
idea cojonuda. Me besa para decirme entre dientes:
—Dos minutos.
A mí me lleva un poco más de tiempo, pero con la excusa de que voy a ver qué
tal está ella, consigo escaparme.
—Como has tardado más de dos minutos —me dice con sorna—. Estoy
mirando las estrellas. Ven, mira cómo brillan.
—Vamos adentro, que te vas a quedar fría. Además, tengo en mente hacerte un
millón de cosas pero en ninguna llevas puesto ese vestido.
—¿Y qué clase de cosas son esas, camino? —me pregunta, mientras yo cierro
la ventana.
—Marc… —protesta.
—No lo sé, Gala, quizás porque nadie encuentra su camino sin haberse
perdido varias veces.
EPÍLOGO
Un tiempo después
MARC
—¿Dónde están los anfitriones? —pregunta mi madre—. Tienen que soplar las
velas.
—Santi está en su habitación, tocando la batería con papá. ¿No los oyes? Y
Triana creo que está con Gala en la cocina.
Me parece mentira que hayan pasado cuatro años ya. Santiago, nuestro hijo, sí,
la elección del nombre fue entre coña y realidad (muy acorde con nuestro
Camino), cumple hoy cuatro años y su mejor amiga, Triana, los cumplirá
dentro de tres días, pero ellos siempre tienen que celebrarlo juntos, es una
tradición inamovible en sus cortas vidas.
—Zoe, dile a tu hija que vaya a buscar a su amigo para soplar las velas —le
digo a la pelirroja, que está sentada en el regazo de Adrián tan a gusto.
Sí, Triana es la hija de Zoe y de su jefe, bueno exjefe, para ser más precisos.
La Peligrosa (que lo sigue siendo) se quedó embarazada de Gerard en aquel
viaje a Sevilla que hicieron cuando Gala tuvo el accidente en bici. Ella tardó
unos cuantos días más en darse cuenta de que estaba esperando un bebé. Sí, ya
sé que no le dio muchas vueltas al nombre tampoco; su explicación es simple,
dice que como la fabricó a orillas del Guadalquivir no se podía llamar de otra
manera.
Así que, casualidades del destino, las dos amigas se quedaron embarazadas
casi a la vez. Él se portó como el gilipollas integral que todos sabíamos que
era y dijo que no pensaba renunciar ni a su vida acomodada con su mujer, ni a
los privilegios de ser el yerno del dueño de la empresa para ser padre. En ese
momento, Zoe, por fin, abrió los ojos y salió de ese círculo que no la llevaba a
ningún sitio. Llamó a una agencia de publicidad de la competencia, donde la
recibieron con los brazos abiertos, y por supuesto, siguió adelante con su
embarazo, sola. Bueno, tampoco sola del todo, porque Gala siguió viviendo
con ella casi hasta el último mes de dar a luz.
Una tarde, me cabreé tanto que, cuando ella estaba trabajando, con la ayuda de
su hermano y de Adrián, vacié su habitación y llevé todas sus cosas a mi piso.
Cuando llegó y vio que ni tan siquiera le había dejado un par de bragas, montó
en cólera, pero no le quedó más remedio que venir a mi casa, por fin. Su
amiga estaba bien, anímicamente estaba contenta, creo que, para ella, librarse
de una relación tan tóxica como la que tenía con Gerard también fue una
liberación, así que Gala se quedó sin excusas. Mi loca estaba tan acojonada
por empezar esa nueva etapa que esperó hasta el último momento, por eso yo
le tuve que dar el último empujoncito.
Como ya le prometí la primera vez que me contó qué íbamos a ser padres, he
besados todos sus miedos desde entonces hasta hoy. Y pienso seguir
besándoselos hasta que deje de respirar.
Yo sigo con la agencia, que sigue funcionando muy bien, y Gala terminó por
abandonar al imberbe de su jefe y convertirse en una pequeña empresaria,
abriendo su pequeña editorial. Santi todavía era muy pequeño y fueron unos
meses muy locos. Tuve la suerte de poder pasar más tiempo con él y de
ayudarla en todo lo que estuvo en mis manos. Sus padres también la apoyaron
económicamente al principio, pero como imagináis, ella, que sigue siendo una
cabezota, les ha conseguido devolver hasta el último euro que le dejaron. Ha
ido creciendo poco a poco y está muy orgullosa de todos sus autores, le sigue
fascinando descubrir nuevos talentos y continúa siendo una enamorada de las
letras.
Al final, vendí mi piso y compramos uno un poco más grande y más cerca de
la playa. Este tiene un toque más femenino, que Gala le ha dado, por supuesto.
Sin embargo, yo fui el encargado de elegir la cocina, que es enorme y con todo
lujo detalles, (para eso soy el cocinero oficial de la familia) y nuestro baño,
que se sigue pareciendo mucho al que tenía. La mesa de mi antiguo salón
también se mudó con nosotros, le tenemos un cariño especial, porque encima
de ella fabricamos al niño más guapo del mundo. Me habéis entendido, ¿no?
Triana y Santi nacieron en la misma clínica con tres días de diferencia y desde
ese instante creo que están juntos, es tan especial el vínculo que tienen, que no
pasa desapercibido para nadie.
—Ya estamos aquí —dice mi padre, que trae a Santi subido a sus hombros.
—Vamos, rockero, tenemos que soplar nuestras velas —dice Triana, tirando
de su mano, cuando mi padre lo baja al suelo—. Luego actuamos para toda
esta peña.
Mis padres charlan con los de Gala en la mesa, creo que mi padre cuenta
cómo disfruta enseñando música a su nieto y el buen oído que tiene; confía en
poder tener, al fin, un músico en la familia, ya que Eloy y yo le salimos rana.
Por cierto, Eloy está de viaje con Lorena, sí, pero no se lo digáis a Adrián,
que sigue siendo como el padre de todos. Mi hermano no llegó a casarse con
Elena, hecho que agradeció toda la familia. Ha estado los últimos años
atravesando una segunda juventud, no hace falta que os lo explique, pero hace
ya un par de meses que queda mucho con la hermana de mi amigo y yo, que no
me chupo el dedo, creo que están empezando a enrollarse. Se han ido a
Portugal cuatro días y Adrián cree que su hermana se ha ido con su amiga
Carol. Cuando todo se descubra, si es que siguen adelante con lo que se
supone que tienen, no me gustaría estar en la piel de Eloy.
—El cabrón la ha llamado hace unos días —me comenta por el pasillo, antes
de llegar al cuarto de los niños.
No me puedo creer que después de haber ignorado a su hija desde que estaba
en la barriga de su madre, ahora, de repente, le salga la vena paternal y quiera
tener en su vida a alguien a quien nunca dio una oportunidad, pero así es
Gerard, un auténtico cabrón, como bien se refiere a él mi amigo.
Xavi llega cuando casi se van a marchar todos, su trabajo sigue absorbiendo la
mayor parte de su vida, pero él no ha perdido el tiempo en el hospital. De la
de traumatóloga paso a una anestesista mucho más abierta, ya me entendéis, y
de la anestesista a una enfermera. Ahora, parece que está algo más tranquilo, y
Gala y Adrián quieren juntarlo con Carol. La verdad es que es un encanto de
chica que sigue sin pareja (ya sabéis que siempre estuvo un poco colada por
Adri), no sé yo si estos dos, con sus malas artes, lo conseguirán.
—¡Idiota!
Me acuerdo muchas veces de esos consejos que sus padres nos dieron sobre
los errores que comenten las parejas al ser padres; como olvidarse de ellos y
centrarse solo en el cuidado de los niños, o dejar de mirarse con deseo. Creo
que Gala y yo tenemos siempre tantas ganas de cultivar este amor
imprevisible, que nos llegó rápido y sin esperarlo, que desde entonces hasta
hoy, no hemos bajado nunca la intensidad de nuestras miradas ni de nuestras
caricias, intentando tener siempre nuestros momentos para disfrutarnos a solas.
También viajamos mucho, todo lo que podemos; a veces, con Santi, al que le
encanta como a mí; otras, los dos solos, que es cuando nos mimamos, nos
deseamos y nos consentimos más.
—¿Todo correcto?
—No, ahora sí que estoy muerta —me dice Gala, al cerrar la puerta al último
invitado.
GALA
Es increíble que Santi haya cumplido hoy cuatro años. Me parece que fue ayer
cuando empecé a vomitar como la niña de El exorcista por las mañanas y a
intuir lo que estaba pasando dentro de mi cuerpo. A partir de ese momento
toda mi vida cambió, pero para bien.
Marc y yo hemos ido aprendiendo a ser padres juntos. Primero, con muchos
miedos y, después, con la seguridad y la emoción de ver a nuestro niño crecer
sano y feliz. Se parece mucho a su padre y no solo físicamente. En la guardería
era el único niño que salía por la tarde hecho un pincel, igualito que como
había entrado por la mañana. Con su pelo liso perfectamente peinado, limpio y
con la ropa inmaculada, las profesoras siempre me decían que no habían visto
nada igual. Por eso creo que se lleva tan bien con Triana, la hija de Zoe,
porque ella es el torbellino que pone la chispa de emoción a todo lo que
hacen, siempre termina con pelos de loca y la cara sucia; son dos polos
opuestos pero inseparables.
Yo de amor sigo sin hablar mucho, soy más de leerlo, pero lo siento en cada
poro de mi piel desde que me levanto y eso es lo más importante.
Me quito la ropa y abro el grifo del agua, pero todavía no me meto. Marc me
ha dicho que viene ahora y yo sé que está recogiendo todos los restos de la
fiesta. Hay cosas que no cambian y, con los años, casi le tengo que dar la
razón. Levantarse por la mañana y ver la casa perfectamente ordenada es un
lujo, aunque nunca lo confesaré delante de él.
Y ahí está, otra cosa que no cambia y que me encanta. Marc, mi perfecto
gentleman y su auténtica perdida de modales en la intimidad.
—Sí, creo que no podría haber buscado un momento mejor. Prométeme que el
año que viene iremos a Montefioralle. ¡Venga, loca! Prométemelo.
Marc se ríe y yo no puedo evitar hacerlo con él. Se ha salido con la suya, pero
tampoco le confesaré que, después de haberle dicho que no tantas veces, ya
tenía el «sí, quiero» en la punta de la lengua.
Nos fundimos en uno y lo siento tan dentro que probablemente sea verdad que
hoy me ponga de parto.
Jodido Marc.
FIN
AGRADECIMIENTOS
Llegados a este punto, nunca sé por dónde empezar. Son tantas las gracias que
acumulo cada día que siempre creo que se me olvidará alguien.
En primer lugar quiero dar las gracias a mis tres lectoras cero; María Badía,
mi querida Mary Bady, no sé si hubiera llegado tan lejos sin ti a mi lado,
horas y horas escuchándome hablar de protas, musos, lectoras y tramas, mil
gracias por estar siempre a mi lado y por tus ánimos. Raquel de Millones de
Libros, gracias por tus opiniones objetivas, por esas conversaciones de
WhatsApp y por hacer que mis protagonistas nunca pierdan su esencia. Y por
último, muchas gracias a Anais de Romanticaadicta, por esos audios con
acento andaluz, por encontrar todo los «lo» que yo me como y por darme
siempre tu opinión sincera sobre mis historias. Habéis hecho un buen trabajo.
Gracias a todas mis lectoras, que cada vez sois más, a las que pertenecéis al
grupo de Facebook «#Amordelbueno con Lacadelo» y a las que me seguís por
Instagram. Gracias por vuestras opiniones y por vuestras ganas de leer todo lo
que escribo. Sin vosotras nada de esto hubiera sido posible y espero que lo
sepáis.
Quiero dar las gracias también a todas las Bookstagrammers por colaborar en
la difusión de mis libros. Es muy importante para los autores autopublicados
como yo vuestra labor. Gracias infinitas a Noe Devora Libros, Ana en su
mundo, Mi vida por un libro, Leer es increíble, Lecturitatis, Romanticamore,
MatiCazalibros, Lecturas Felices, El viaje por un libro, El cajón de mis
libros, Dreamsofmon y El Baúl de Mis Libros.
Y por último tengo que darte las gracias a ti, que quizás me has descubierto
con esta historia o seas de las que ya has leído las anteriores, gracias infinitas
por darme una oportunidad, por comprar mi libro y contribuir a que siga con
este sueño.
Espero que te haya hecho sentir y que quieras seguir leyendo mis historias de
amor del bueno.