La Dignidad Humana Desde La Fé
La Dignidad Humana Desde La Fé
La Dignidad Humana Desde La Fé
Desarrollo espiritual III
Tema: ¿Cómo abordar la dignidad humana desde la fe?
Integrantes: Tatiana Añazco, Marisol Masa, Marlene Núñez, Yuleyssi
Ayala, Sophia Aguirre, Ana Cueva, Anael Torres.
Paralelo: C
Introducción
La dignidad es el bien supremo del ser humano, Desde que se entendió la "dignidad",
este valor ha sufrido grandes cambios, este valor ha aparecido en la antigua sociedad
romana hasta que se incorporó a la cultura cristiana occidental: ha pasado de la
conquista personal a una condición inherente a la humanidad.
En la sociedad romana anterior al imperio, la dignidad respondía al mérito con una
forma de vida, que estaba relacionada con el ámbito político por un lado y la moralidad
por el otro. En Roma, las principales condiciones para obtener la dignidad son la acción
política, la pertenencia al Senado y la integridad moral. Pertenecientes a los nobles
romanos, hay héroes del caballo de Troya entre nuestros antepasados, reyes o diosas
como César hacen que esta dignidad sea aún más gloriosa. Los romanos defendieron su
dignidad, lucharon por ella, la establecieron y la demostraron. No tiene reglas estrictas:
se puede aumentar, disminuir, perder, restaurar. La dignidad es un logro personal, por
un lado, da poder, por otro, porque el impulso interior es moralmente impecable,
requiere obligaciones. Las personas con dignidad se ven obligadas a hacerlo y a hacerlas
más educadas. Este estilo de vida es magnánimo, disciplinado, ahorrativo, templado y
tranquilo. La dignidad es elitista: no todos los ciudadanos disfrutan de las condiciones
para un estilo de vida digno. Además, no se concibió sin libertad: era incompatible con
la condición de esclavos. Según el autor, Cicerón, la dignidad debe basarse en el
autocontrol y el abandono de todo comportamiento ligero e impulsivo.
Desde diversas tradiciones religiosas ciertos conceptos nos ayudan a entender que sin
importar cuál sea su credo, el ser humano es el mismo y comparte con los demás origen,
esencia y dignidad.
Al definir al ser humano se reconoce de manera explícita o implícita la dignidad como
valor fundamental y constitutivo. La dignidad del ser humano para las tres grandes
religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo) se deriva del hecho que éste
fue creado por Dios y posee la capacidad de relacionarse con él; esta experiencia de
contacto divino es propia del ser humano. Por su lado, para las grandes religiones
orientales (hinduismo, budismo) la dignidad se entiende desde las cualidades de su
existencia y de su vida interior, con una clara relación a su conciencia y espiritualidad.
Para el cristiano la dignidad del hombre tiene el triple fundamento en su origen divino,
en su calidad de imagen y semejanza de Dios y en su finalidad en el Creador mismo. La
dignidad queda así definida, para todos los hombres por igual, en relación directa con
Dios, con independencia de toda otra condición: raza, nacionalidad, sexo, edad,
creencias, condición social. Esa dignidad dota al hombre de ciertos derechos
inalienables y de ella nacen las tareas de protección y respeto.
Desarrollo
A lo largo de la historia, los seres humanos han realizado enormes esfuerzos
intelectuales para encontrar el significado y la dirección del sufrimiento, el sufrimiento
y la muerte que pueden darse a sí mismos. En todas las religiones y credos, esta es una
constante histórica. Hay muchas definiciones filosóficas del ser humano: razón, política,
sociedad, trabajo, lenguaje, estructura, proletariado, animales técnicos, etc. El hecho es
que ni uno ni todos todavía dan razones de humanidad, todos dejan enormes áreas de
incertidumbre.
Esas definiciones son "aspectuales", esto es, recurren a sólo un aspecto del ser humano.
No es que el ser humano no quiera entrar en alguna de estas definiciones, es que para
entrar en alguna tendría que renunciar a su estatus trascendental, tendría que dejar de ser
persona.
El ser humano es más que todas estas definiciones. Más que su biología, más que su
psicología, más que sus facultades y, por tanto, más que su razón y que su voluntad: su
definición trascendental es el punto de apoyo de su dignidad. La persona misma no
puede otorgar este estado. La "morada" de esta persona en el espíritu humano le permite
a uno abrirse al absoluto a través del yo absoluto y, por tanto, a los demás. Es la
existencia del sujeto absoluto lo que constituye el espíritu de cada persona, la razón de
la conciencia, la fuerza de la persona y la dignidad de la persona.
Esta es la razón por la cual ninguna definición aspectual del ser humano puede ser punto
de apoyo para la dignidad humana, porque todos estos estratos, parte constitutiva del ser
humano, son distintos e incluso antitéticos entre unos seres humanos y otros.
El estado de conciencia del ser humano, nos dice el filósofo F. Rielo, no acaece con el
tiempo, ni con el desarrollo o madurez biológicos, ni con el cúmulo de experiencias;
antes bien, la persona humana es un ser consciente, intelectivo, volitivo y libre desde el
primer momento de su concepción. Otra cosa es el ejercicio experiencial de la
conciencia y de la libertad, con sus dos funciones de la inteligencia y la voluntad en su
complejidad sicosomática, sometidas al desarrollo y madurez en el tiempo biológico. El
ser humano posee, no obstante, vivencia primordial de su conciencia y de todo lo que le
constituye como persona desde el momento de su concepción, y esta vivencia
trascendente está presente en toda experiencia vivencial y experiencial en el desarrollo
integral durante su vida en este mundo.
El "yo inhabitado por el Sujeto Absoluto", nos sigue diciendo F. Rielo, contiene en sí
estos factores determinantes de unidad mucho antes de las primeras experiencias
fácticas que acuden a nuestro recuerdo, pues nuestro "yo genetizado" es antes que
nuestra efectiva capacidad del recuerdo, de nuestra memoria, de nuestra imaginación, de
nuestros sentimientos, de nuestros afectos y, cómo no, de nuestra cultura, de nuestra
educación, de nuestras formas de pensar y de actuar, de nuestros conocimientos
científicos.
Las funciones sicosomáticas, sus contenidos de experiencias acumuladas, su
objetivación en la historia y en la cultura están sometidas al proceso del conocimiento,
cuya experiencia se obtiene a la par del desarrollo y madurez de sus funciones
biológicas, sicológicas y sociales, en las que a su vez intervienen las circunstancias
educacionales y ambientales.
El "yo" no surge con la experiencia ni con el razonamiento ni con el lenguaje ni con la
cultura; al contrario, es esto lo que en el proceso viador surge de un
yo sicosomatizado que, genetizado por la presencia del Sujeto Absoluto, está capacitado
para ello, dentro de un límite formal abierto al límite trascendental.
El valor de la vida humana no deriva de aquello que un sujeto hace o realiza, sino
simplemente de su existencia con su ser constituido en relación con el Sujeto Absoluto.
En consecuencia, sea joven o adulto, sano o enfermo, embrión o neonato, genio o
petulante, el valor de todo ser humano es totalmente independiente de la cualidad de sus
prestaciones y de su vida. Lo que verdaderamente cuenta es su ser en relación con el
Sujeto Absoluto.
Mientras que toda relación con el otro es reveladora de mi ser persona, la relación con
Dios es constitutiva. Cada uno de nosotros existe como persona porque su ser está en
relación con el misterio trascendente del Ser. Si bien es verdad que cada uno se
humaniza en el momento en que es acogido en una red de relaciones interhumanas, es
también verdad que la acogida por parte del otro no constituye a la persona en su ser ni
en su valor. El otro no me atribuye ser y valor, sino que lo reconoce, porque mi ser y mi
valor están constituidos por mi relación con la alteridad fundante.
La percepción de la dignidad humana, en su más penetrante dimensión, es connatural al
cristianismo, porque éste es doctrina de salvación de quien es imagen y semejanza de
Dios, elevado a la condición de hijo de Dios. Para el cristianismo la dignidad del
hombre tiene una doble dimensión: natural y sobrenatural, imagen de Dios e hijo de
Dios. Ambas dimensiones se funden en el cristianismo en una sola, porque ser hijo de
Dios es ser hombre transformado por la gracia.
La dignidad de la persona humana adquiere su verdadero valor, cuando se tiene una alta
idea del hombre, tanto de su ser como de sus fines; cuando se comprende que está
dotado de espiritualidad, de una dimensión de su ser que se eleva en mucho sobre la
materia hasta participar de lo divino; y cuando se capta que está destinado a unos fines
trascendentes de unión y diálogo amoroso con Dios mismo. Esa es la gran osadía de la
fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que,
mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para
alcanzar la dignidad de hijos de Dios.
La fe cristiana nos lleva a apreciar y a reconocer el valor de lo creado y particularmente
del hombre. ¿Cómo no apreciar, cómo no estimar en su precio y valor lo que es vestigio
divino? Y sobre todo ¿cómo dejar de advertir, de reconocer la inmensa dignidad del
hombre? Si Dios es infinitamente grande, infinitamente digno, infinitamente valioso,
¿cómo no reconocer la grandeza, la dignidad y el valor de quien es su imagen?
Conclusiones
-La dignidad, cualidad de digno, deriva del adjetivo latino digno y se traduce por
“valioso”. Refiere al valor inherente al ser humano en cuanto ser racional, dotado de
libertad y poder creador, pues las personas pueden modelar y mejorar sus vidas
mediante la toma de decisiones y el ejercicio de su libertad.
-El campo de la filosofía mental: La dignidad se explica en buena medida por la
autonomía propia del ser humano, como vio Platón, pues sólo el que sabe y puede
gobernarse a sí mismo, según un principio racional, resulta "señor de sus acciones" y en
consecuencia, al menos parcialmente, un sujeto libre; al regular su comportamiento
según normas propias, según el significado etimológico de la voz griega autonomía, ya
no es un mero súbdito, ya no está bajo el dictado de otro, sino que es un ciudadano.
-En el campo del Derecho: La referencia a la dignidad está siempre presente en los
instrumentos fundacionales del derecho internacional de los derechos humanos nacido
luego de concluida la Segunda Guerra Mundial. En tal sentido, se destaca ante todo la
Declaración Universal de Derechos Humanos de1948, que invoca en su Preámbulo
la “dignidad intrínseca de todos los miembros de la familia humana”, para luego afirmar
que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
-En el Campo Cristian: Para el fundamentalismo cristiano la dignidad del hombre se
encuentra en su elevación a la categoría de hijo de Dios. “El hombre ha sido creado a
imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio
Creador. Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que
llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto
creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino
alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las
otras personas”.
Teniendo en claro este concepto diríamos que este principio es un valor fundamental
ante los demás principios ya que el hombre consta de Cuerpo y Espíritu y es en este que
radica su fundamento de “la dignidad”, es un don regalado por Dios, lo que lo nos
conlleva a un razonamiento y por ende a actuar libremente de tal modo que podamos
auto conocernos y auto determinarnos, es decir saber si lo que hacemos o como
actuamos está bien o mal. Aunque lamentablemente hoy en día la dignidad humana ha
sido afectada, la ambición del bien individualista, sin importar los sentimientos de
los demás y atropellarlos sin medir las consecuencias, tan solo por el simple hecho de
conseguir un fin, creyendo que esto nos lleva a alcanzar la felicidad y porque no el
amor, algo erróneo e inconsciente. Una persona con dignidad no tiene por qué tener
miedo a las arbitrariedades y la violencia de las personas que están actuando
mal, más bien hacerles ver que lo que hacen es absurdo y
erróneo, tomando caminos diferentes a la realidad.
- Se puede afirmar que para las religiones es innegable el hecho de que el ser humano tiene
dignidad; Un paso necesario para que esto sea real es aceptar la libertad religiosa y descubrir
que la dignidad no está en función de una creencia, una ritualidad o un concepto excluyente de
salvación, sino en la realización plena de cada persona, ya que la dignidad puede vivirse más
allá de doctrinas excluyentes y centrarse en lo común a todos los seres humanos.
Bibliografía: