09 - La Crisis Del Arte Modernidad y Posmodernidad
09 - La Crisis Del Arte Modernidad y Posmodernidad
09 - La Crisis Del Arte Modernidad y Posmodernidad
modernidad y posmodernidad
Salomé Ramírez
(1) «La historia que nos cuentan, la historia que contamos», en El Paseante,
núm. 23-25, 1996, pág. 143.
(2) IbüL, pág. 144.
(3) L Y O T A R D , J. R: La condición posmoderna, Barcelona, Planeta, 1993, pág. 9.
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1. CONDICIONES DE DESARROLLO
DE LA VANGUARDIA
(7) BUCK-MORSS, S.: Dialéctica de la mirada, Madrid, Visor, 1995, págs. 199-200.
(8) BAUDELAIRE, Ch.: «Salón de 1846», en Salón y otros escritos sobre arte, Madrid,
Visor, 1996. Aunque tal y como afirma Guillermo SOLANA en la introducción de dicho li
bro, la idea de una belleza no eterna ya había sido fomentada anteriormente, hay que
constatar el importante giro que hace BAUDELAIRE al romper con una idea de belleza ro
mántica y dar una nueva naturaleza a la creación artística: «la ciudad». Puede que sus ideas
estéticas no variasen mucho desde 1846, pero esto no es razón suficiente para no hacer
constancia de la importancia del autor de Las flores del mal. Puede que en éste permanezca
algo del carácter épico del Romanticismo (que no por ello deja de ser moderno), pero la
exaltación por lo actual y por lo fugaz debe de ser considerado de suma importancia para
comprender los fenómenos de vanguardia posteriores. Cierto es que los elementos del
dandismo baudelaireano ya se encuentran en «los protagonistas jóvenes y (los) de la vida
trágica de BALZAC y DUMAS» (pág. 28), pero no debemos reducir sólo a esto la imagen del
dandy y no mostrar cómo éste modificó por completo la imagen del artista. Debemos por
último tener en cuenta que BAUDELAIRE cambió y amplió el concepto de moderno, pero
que por su propia condición (de «moderno») este concepto debería ser superado.
(9) PlZZA, A. Introducción a BAUDELAIRE, Ch.: El pintor de la vida moderna, Murcia,
Colegio de Arquitectura, 1995, pág. 13.
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La obra de arte debía ser, por tanto, ante todo, original. Como
obra única, no posibilitaba la pérdida de su valor aurático; buscaba
ser creada con el propósito de ser contemplada, perteneciendo tam
bién a un espacio y tiempo únicos. De este modo, el discurso de la
vanguardia (aparte de los rasgos ya comentados anteriormente) tiene,
ante todo, como principal característica definitoria, la originalidad,
ya que ésta, evidentemente, conlleva directamente la idea de la nove
dad. La idea de originalidad en la vanguardia «se concibe como un
origen literal, como un comienzo desde cero» (12). Una nueva obra
debe tener un carácter lo suficientemente original como para termi
nar con lo anterior. Siempre existe un inicio de algo diferente y el fi
nal de un producto de un pasado anterior, independiente a la técnica
artística. No es suficientemente original utilizar diferentes técnicas ar-
(10) Véase JAUSS, H.: Las transformaciones de lo moderno. Estudios sobre las etapas de
la modernidad estética, Madrid, Visor, 1995. Especialmente: «El arte como anti-naturale-
za. El cambio estético después de 1789».
(11) BUCK-MORSS, S.: El origen de la dialéctica negativa, México, Siglo XXI, 1981,
pág. 81.
(12) KRAUSS, R.: El origen de la vanguardia y otros mitos modernos, Madrid, Alianza,
1995, pág. 171.
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(20) Esta es una cuestión importante al observar las realizaciones artísticas posterio
res a las vanguardias artísticas, ya sean por su interés benjaminiano en mantener el valor
aurático de la obra de arte (como es el caso de Robert S M I T H S O N O el land art) o por el
juego que la creación artística mantiene con respecto a la ausencia del original.
(21) K R A U S S , R., op. cit., pág. 167.
(22) B A U D R I L L A R D , J . : Cultura y simulacro, Barcelona, Kairós, 1978, pág. 11.
(23) Para comprender la cuestión de la ausencia de original debemos recoger un
magnífico ejemplo que recoge Rosalind K R A U S S . Es el caso de la artista Sherrie Levine:
«Levine trabaja con fotos pirateadas... transgrediendo sus derechos de reproducción (...)
La obra de Levine deconstruye explícitamente la noción moderna de origen, su esfuerzo
no puede contemplarse como una extensión de la modernidad. Es, al igual que el discurso
de la copia, posmoderno (...)» {op. cit., pág. 182).
(24) J A M E S O N , E: Teoría de la posmodernidad, Madrid, Trotta, 1996, pág. 39.
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(29) «Al igual que la tecnología, el arte crea otro universo de pensamiento y práctica
en contraste con el universo existente ya dentro de él en contraposición al universo técni
co.» (MARCUSE, H.: El hombre unidimensional, Barcelona, Orbis, 1985, pág. 35.)
(30) VATTIMO, G.: La sociedad transparente, op. cit., pág. 135.
(31) FRIEDMAN, G.: La filosofía política de la escuela de Frankfurt, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986, pág. 147.
(32) FOSTER, H.: «Contra el pluralismo», El Paseante, núm. 23-25, pág. 83.
(33) BUCK-MORSS, op. cit, pág. 88.
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(50) Ibid.
(51) JAMESON, E: op. cit., pág. 290.
(52) BOZAL, V.: op. cit., pág. 17.
(53) BARTHES, R.: «El arte.., esa cosa tan antigua», en Lo obvio y lo obtuso, Barcelo
na, Paidós, 1986, pág. 203
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«El cuadro de Edvard Munch El grito es, claro está, una ex-
presión canónica de los grandes temas modernos de la aliena-
(54) No es de extrañar por tanto que la melancolía se destaque como un rasgo típi-
camente posmoderno. Para este rasgo en la obra de Warhol, véase el artículo de J . L. BREA
«El profeta de la nueva melancolía», en Sur Exprés, núm. 7, 1988, págs. 59- 63.
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dad más próxima y con esa resistencia a una posible cosificación del
arte, mantenían la distancia suficiente para que la obra de arte no se
convirtiera en un simple valor de cambio. Sin embargo, en el mismo
momento en que el arte «muta su esencia» (58) (Wesen) hacia esa se
paración que divide la esfera expresiva (en términos weberianos) y la
cotidianeidad del mundo, se genera una «subordinación de los pro
ductos de la cultura racionalizada a estrictos fines económicos» (59).
Retomando la figura de Warhol, debemos decir que su actitud
ante la cotidianeidad afirmó el agonizante mito moderno de la van
guardia y borró éste a través de una «conspiración con los negocios»,
convirtiendo el arte en un objeto de consumo más (60).
Y desde el mismo momento en que el arte está condicionado a las
exigencias de mercado, convirtiéndose así en un mercancía más,
aquellas necesidades que el arte moderno valoraba (originalidad, no
vedad...) dejan de realizarse, puesto que la dinámica del mercado ya
era entonces superior en todo momento al arte.
cepción económica, puesto que genera, por otro lado, la lógica de to-
das las formas de cultura. También fue el capitalismo el que creó las
bases para la aparición de la llamada sociedad de la comunicación: los
mass-media. Su desarrollo ha generado varias consecuencias impor-
tantes: a) una importante necesidad continua de imágenes que simu-
lan «novedad», pero que forman parte del subconsciente colectivo;
b) una estetización de la cultura; c) un intercambio de imágenes entre
los niveles de cultura alto, bajo y medio (62), y d) el desmoronamien-
to de las grandes narraciones, surgiendo así las diferencias: la diversi-
dad de los lenguajes.
El desarrollo de los mass-media provoca que todo, absolutamente
todo, sea convertido en objeto de comunicación por necesidades de
mercado. Por otra parte, son capaces de crear una realidad distinta: la
realidad de los medios de comunicación, en definitiva, simulacro. Por
otra parte, rompe la visión unitaria, causando la aparición de la suce-
sión de imágenes fragmentadas y la aparición de la percepción distraí-
da. El mercado se alimenta constantemente y necesita de innumera-
bles imágenes, permitiendo que un amplio número de subculturas,
minorías,... «tomen la palabra» (63) y así acaba con cualquier utopía
universalista (64). Por tanto, las necesidades de mercado y la ruptura
de esa mirada unitaria da paso al pluralismo. Como pluralismo se
debe entender la diversificación de narraciones que no tienen como
principio algún tipo de lógica unitaria. Esta no remite a ninguna for-
ma artística específica, ya que es precisamente contraria a cualquier
efecto totalizador. Sólo en una época como la posmodernidad puede
ocurrir que todos los estilos artísticos sean posibles (por la condición
ahistórica de ésta) y que éstos se encuentren al servicio de una inmen-
sa multitud de razones. Al dejar de creer en el proyecto ilustrado que
amparaba a todas las pequeñas narraciones, éstas han comenzado a
protagonizar nuestro siglo. Muestran o exponen su existencia en nues-
(62) En referencia a los niveles de cultura, véase: Eco, U.: Apocalípticos e integrados,
Barcelona, Tusquets, 1 9 9 5 , págs. 5 1 - 6 0 .
(63) Fue Warhol uno de los primeros en destapar el discurso gay en su arte. Desde
sus producciones cinematográficas hasta sus bocetos de desnudos masculinos que nunca
se le permitió exponer en galerías. Sólo la diversidad de los lenguajes puede permitir una
construcción del discurso gay. Hechos como el narrado se deben a la destrucción de las
grandes metanarraciones. Sobre este tema véase: A A . W . : Pop Out (de J . DOYLE), Duke
University Press, Durham and London, 1 9 9 6 .
(64) VATTIMO, G.: La sociedad transparente, op. cit., págs. 77-82.
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tro mundo. Así, con la validez de todos los estilos artísticos y discur
sos, corremos el riesgo de perder un sentido crítico hacia cualquier
producción cultural. Este hecho se ve enfatizado además por la rápida
asimilación de los medios de comunicación y la demanda de estos
productos por parte del mercado.