Catalina: Una Reina Sin Trono: Dra. Marta Liberman
Catalina: Una Reina Sin Trono: Dra. Marta Liberman
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Marta Liberman
La clínica nos convoca y también nos confronta día a día con pacientes de difícil
tratamiento, que constituyen un desafío al desarrollo de nuestro oficio, donde a veces la
teoría no alcanza y sólo la imaginación, la creatividad, tal vez hagan posible un espacio de
análisis que se torne confiable para el paciente y adquiera la fuerza necesaria para lograr
alguna transformación, a veces no demasiado ambiciosa, en aquellos pacientes cuya vul-
nerabilidad y constitución psíquica obstaculiza un análisis clásico.
Historial clínico
Corría el año 1985, el Dr.M. me invita a presenciar un ateneo, en una clínica, sobre
una paciente internada allí y pronta a ser dada de alta. Su intención es que la atienda yo,
porque es un caso “muy interesante”, según sus palabras, y él se ocupará de la medicación.
(ansiolíticos e hipnóticos por insomnio crónico).
En dicho ateneo, la discusión versa sobre todo en torno al diagnóstico: ¿depresión?,
¿psicosis?, ¿histeria grave?. No logran ponerse de acuerdo.
Mi enigma era por qué no iba a atenderla alguno de los que allí se hallaban, pero
poco a poco se me fue revelando el motivo, que luego confirmaría en el transcurrir de las
primeras consultas, Catalina era una paciente “muy molesta”, repetitiva, hostil, actuadora.
Esa era su tercera internación, a pocos meses del suicidio de la madre y como
consecuencia de un ataque de furia: gritaba, rompía todo, no se la podía parar.
Llega a su primera entrevista acompañada de su padre, quién luego de decirme “ a
ver si Ud. puede hacer algo”, me saluda y se va.
Creo necesario hacer un alto aquí y pasar a relatar algunos datos y hechos relevantes
de la madre de la paciente y aún de la familia materna que harán comprensible, a posteriori,
no sólo el conflicto desencadenante de la enfermedad de Catalina, sino el momento que
considero como el inicio del período más fructífero del tratamiento.
Abuelo materno: se sentaba en las rodillas de su esposa para que ésta lo peinara.
Su madre le contaba que cuando era chica e iba a la escuela, el padre la acompañaba hasta
el paso a nivel, esperaba que ella cruzara, la saludaba y luego se iba.
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Tía materna: muere luego de una intervención de vesícula. Dijo el cirujano: “la opera-
ción fue un éxito, pero su tía no quiere vivir”. Al día siguiente murió.
Otra tía materna: cuando su hija se ponía “mal”, siendo ésta ya grande, la sentaba en sus
rodillas y le daba la teta. El ponerse “mal” consistía en tirarse en el piso y ponerse en
posición fetal.
Madre: tenía dos hijas de un primer matrimonio, a quienes deja con el padre (su ex – mari-
do) y no las ve más porque decía que “no eran hijas del amor”.
Catalina tiene 42 años cuando llega a la consulta, hace más de 20 años que recorre
distintos tratamientos, psicólogas, psiquiatras, internaciones con curas de sueño y elec-
troshock incluídos; “mi madre los autorizó”, dice con mucha bronca en su tono de voz.
Su estado fue empeorando cada vez, cada vez puede hacer menos, no puede trabajar,
ni estudiar. ni leer, no tiene amigos, no puede ir al cine ni ver televisión, y “lo que es peor,
ya no puede escribir. (solía escribir cuentos). Más adelante dirá: “estoy muerta en vida,
porque si no puedo nada, estoy muerta en vida”.
Su primer tratamiento tuvo lugar a poco de terminar el colegio secundario.
P: Siempre fui una excelente alumna en el colegio, siempre fui abanderada. También era
excelente en inglés, una vez, en un examen un profesor que era inglés me preguntó si
tenía ascendencia inglesa porque lo pronunciaba áun mejor que los ingleses.
A poco de terminar el colegio, conseguí trabajo en una empresa importante pero tuve
que dejar enseguida, no podía escribir a máquina, me daba miedo; no me entendía ni con
mis compañeros, ni con mi jefe. Un día cuando me levanté, me dio pánico y no quise ir
más.
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Doy por finalizada la entrevista y quiero combinar otro horario y honorarios y Cata-
lina no me escucha, comienza a repetir sin cesar sus dolores, el odio que siente contra su
padre, si la voy a curar, pero todo esto sin esperar respuesta, a modo de perseveración, hasta
que finalmente convenimos en vernos en dos días. (La frecuencia será en general de tres se-
siones semanales, en algunos períodos de cuatro).
Respecto de los honorarios dice: “Arregle con mi padre, él es el que paga todo, el
taxi, la ropa, todo. Yo le traigo el dinero pero arregle con él, yo no quiero tener problemas,
siempre dice que no tiene pero al final el dinero aparece”. Sigue hablando hasta llegar a
la puerta y aún después de tenerla abierta para que salga.
Decido que es una buena oportunidad para hacer una entrevista con el padre, la cual
es infructuosa como van a ser todas las demás que concerte con él. Su relato siempre
versaba sobre lo mismo, sobre todo lo que tenía que trabajar para pagar todo lo que
necesitaba Catalina; que estaba enferma porque toda la familia de su esposa era enferma, “
es herencia” decía, y solía agregar: “Mi mujer se enfermó y se mató por culpa de ella, no
daba más”
Cuando quiero indagar sobre la relación entre su mujer y él dice: “antes era
maravillosa, nos llevábamos muy bien, siempre salíamos a cenar, al cine...”
A: Antes ¿cuándo?
Padre: Antes que se enfermara
A: ¿Antes que se enfermara quién?
Padre: (sorprendido) ¡mi esposa!
Esa noche y al día siguiente comienza lo que iba a ser una constante durante todo
el primer período de tratamiento, esto es, llamados dejados en el contestador, casi
diariamente, hasta cubrir prácticamente toda la cinta, con pedidos angustiosos por
momentos, hostiles en otros, relatando repetidamente sus dolores, las peleas con su padre,
demandando que la llame.
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La paciente y su madre
Catalina se casa a los 20 años con un muchacho que había conocido en el trabajo.
Su mamá iba todos los días a su casa, revisaba la heladera, compraba lo que se necesitaba,
hacía la comida, lavaba, planchaba...”siempre estaba ahí”.
El matrimonio no se consumó nunca lo que motiva que al año se separe.Vuelve a la
casa de sus padres. El día en que se casa por civil tuvo lugar su primer intento de suicidio.
Cuando pierden todo y tienen que mudarse del departamento (“hermoso y grande”)
que tenían, el padre les encarga que busquen otro más chico ellas dos. En el momento de
mudarse el padre se da cuenta que no sólo no entraba la heladera, sino que era inhabitable
y “nosotras no nos habíamos dado cuenta, así que tuvo que salir corriendo a buscar otro,
donde vivo ahora. Es oscuro, horrible, lo odio. Los vecinos son maleducados, siempre
me peleo con alguno”
“Mi mamá nunca dejaba que faltara nada, todas las semanas llegaban los canastos
con comida y las alacenas siempre estaban llenas. Los placares también están abarrotados
de sábanas, toallas y toallones que todavía no se usaron nunca”.
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“Estaban todas sobre una repisa, un día hice así con el brazo (muestra el ademán) y
se las rompí todas” (dice casi con placer). ¡No sabe cómo lloraba mi mamá!”.
Respecto del día del suicidio de la madre, cuenta: “Cuando vuelvo de mi psicóloga,
tocan el timbre, era la policía que venía a avisar; fue mi papá a reconocer el cuerpo. Yo
no estuve ni en el velorio, ni en el entierro. Me quedé con mi psicóloga, en mi casa”.
La paciente y su padre
“No recuerdo nada de él, sólo que cuando era chica trabajaba todo el tiempo”. Tenía
un puesto relativamente jerárquico, en una empresa importante.
Refiriéndose a la familia paterna decía: “Son ordinarios”, y agregaba “siempre me
dio asco el olor a mandarina que tiene cuando las come”
Estaba a cargo de su padre por “invalidez”, él cobraba un adicional en su jubilación,
y seguía trabajando para poder pagar todos los gastos que ella le demandaba.
Desde la muerte de la madre, las peleas con él se sucedían casi a diario. Unas veces
comenzaban porque pedía algo que él no quería comprar, o porque no había comprado la
marca que pìdió (lo hacía recorrer medio Bs As para conseguir lo que quería), o porque no
había dejado impecable el baño y la mayoría de las veces, porque él solía decirle que estaba
loca como la familia de la madre.
En muchas de esas peleas tomaba un cuchillo de la cocina, lo amenazaba, se empu-
jaban, se pegaban. Entonces, ella gritaba, abriendo las ventanas para que los vecinos es-
cucharan, porque “sabía” que éstos llamaban a la policía para que intervinieran, se los lle-
vaban a la comisaría y así podían parar.
En las entrevistas que tenía con él era monotemático (no escuchaba nada):
“no sé qué hacer con mi hija”“¿No se la puede internar?”. “Le doy todo, le hago todo, la
acompaño a comprarse ropa, pero todo sigue igual, está loca como la familia de mi mujer,
ella se mató por culpa de mi hija”. “¿Sabe que a veces le tengo miedo?, cuando agarra un
cuchillo y me mira con tanto odio, pienso que un día me va a matar”
Decía Catalina: “Yo me voy a curar cuando él se muera y tal vez ni siquiera así”.
La despedida
Una noche, al volver a casa, me informan que tengo un mensaje de Catalina: “Dígale a la
Lic. que llamó Catalina para despedirse”.
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Cuando estoy convencida que no va a intentar matarse decido irme previo acordar
que nos vemos al día siguiente.
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Otra sesión:
Por esta época comienza a restablecer su relación con una prima de la rama paterna.
En el primer encuentro, después de mucho tiempo le dice: “No olvides que tenemos el
mismo apellido”
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