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La Señorita Julia

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La señorita Julia

Amplia cocina de la casa de Julia. Cristina a la izquierda del hogar, revuelve una olla puesta
al fuego. Por la puerta entra Juan, de librea. Trae en la mano unas botas de montar, con
espuelas, y las deja en el suelo, bien a la vista del público.

JUAN: La señorita Julia está loca otra vez. ¡Loca!

CRISTINA: ¿Ya llegaste?

JUAN: Fui a llevar al Conde a la estación y cuando volví pasé por la barraca. Estaba en el
medio del baile…-la señorita Julia- bailando con el que cuida a los animales. En cuanto me
vio vino corriendo y me pidió que bailara con ella. ¡Qué manera de bailar! Está loca.

CRISTINA: Siempre estuvo loca. Pero está peor desde que rompió el compromiso.

JUAN: ¡Qué cosa, ¿verdad? Él no era rico pero era noble. Son muy caprichosos. (​Se sienta
a la mesa)​ Es raro que una muchacha joven prefiera quedarse en su casa con los criados
en vez de ir con el padre a visitar a su familia.

CRISTINA: Parece que no quiere ver a nadie desde lo que pasó con su novio.

JUAN: A lo mejor. Pero él supo comportarse, ¿sabés? Yo ví todo, aunque no se lo dije a


nadie.

CRISTINA: ¿Lo viste? ¿Qué viste?

JUAN: Sí, yo lo ví. Estaban en los establos y la señorita Julia, según ella, lo “amaestraba”.
Lo hacía saltar por encima de la fusta como si fuera un perro. Él saltó dos veces y cada vez
que lo hacía la señorita le daba como premio un latigazo. A la tercera vez él le arrancó la
fusta de la mano, la partió y se fué. Y no apareció nunca más.

CRISTINA: ¿Así que fue eso lo que pasó? No digas mentiras.

JUAN: Sí, fue así…(tiempo) ¿Con qué delicia me vas a hechizar esta noche?

CRISTINA: (​Sirve del sartén y lo pone un plato en la ​mesa) Con un pedacito de riñón del
asado de ternera.

JUAN: (​Huele la comida​) ¡Sabroso! Ce-ci est mon grand delice. (​Toca el plato​) Aunque
debiste de haberme calentado el plato.

CRISTINA: No empieces. A veces sos más quisquilloso que el mismo Conde. (​Le tira el pelo
afectuosamente​)
JUAN: No me tires del pelo. Sabés lo sensitivo que soy.

CRISTINA: Ay, por Dios, si es una caricia.

(​Juan come. Cristina trae una botella de cerveza.)​

JUAN: No, gracias, ¿Cerveza en la víspera de San Juan? Mirá. Etiqueta amarilla. Traeme
un vaso. ¡No, una copa mejor! Este vino se tiene que tomar en copa.

CRISTINA: (​Va al fogón y toma una cacerola pequeña​) Dios ampare a la que te tenga por
marido. Sos tan malcriado.

JUAN: No te hagas. Bien contenta que estarías si consiguieras un caballero como yo. Y
bien que te gusta que la gente diga que hay algo entre nosotros. (​Prueba el vino​) Bueno.
Muy bueno. Le falta temperatura. (​Lo calienta con las manos​) Salió cuatro francos el litro.
(levanta la tapa de una olla) ​¿Qué es ésto? Qué olor tiene

CRISTINA: Una mierda que la señorita Julia quiere darle de comer a Diana.

JUAN: Por favor, Cristina, no hables así. ¿Por qué hay que cocinar para la perra en plena
fiesta? ¿Está enferma?

CRISTINA: Está enferma sí. Se escapó con el perro del cuidador y se enfermó. Y la señorita
Julia no puede permitir eso.

JUAN: La señorita Julia es muy orgullosa para algunas cosas y para otras no, igual a la
madre. A la condesa le encantaba estar en la cocina, en los establos, andaba con los puños
de los vestidos sucios, pero nos exigía que los botones tuvieran la corona del Conde. La
señorita es igual, no se cuida nada. No tiene clase. Hace un rato, en el galpón, Ana estaba
bailando con el guardia y ella se lo sacó y lo hizo bailar con ella. Nosotros nunca
hubiéramos hecho eso. Cuando los nobles quieren actuar como pobres resultan vulgares.
¡Pero como mujer! ¡Qué hombros! ¡Qué pecho! ¡Y lo demás!

CRISTINA: No exageres, que yo sé bien. Clara, que la ayuda a vestirse me dijo...

JUAN: ¡Clara!.. ustedes le tienen envidia. Yo anduve a caballo con ella... ¡y cómo baila!

CRISTINA: Está bien. ¿Vas a bailar conmigo cuando termine aquí?

JUAN: Por supuesto.

CRISTINA: ¿Me lo prometes?

JUAN: Te lo prometí. Y yo siempre cumplo. Gracias por la comida. (​Tapa la botella​)


(​Entra la señorita Julia​)

JULIA: (​En la puerta, hablando a los de afuera​) Vuelvo en seguida. No me esperen.

(​Juan esconde la botella y se levanta respetuosamente. Julia se dirige al fogón y le habla a


Cristina.)​

JULIA: ¿Ya está?

(​Cristina le indica con un gesto que Juan se encuentra ahí)​

JUAN: (​Con gentileza​) ¿Las señoras tienen secretos?

JULIA: (​Dándole con el pañuelo en la cara​) No seas curioso.

JUAN: ¡Ah! ¡Perfume de violetas!

JULIA: Atrevido. ¿Sabés de perfumes también? Bailar sí sabés. Andate y no mires.

JUAN: ¿Es algún hechizo que las señoras preparan para la noche de San Juan? ¿Es para
conocer el futuro y leer en las estrellas el nombre de aquel que el destino les prepara?

JULIA: Necesitarías buenos ojos para leer ese nombre. (​A Cristina)​ Ponelo en una botella y
tapalo. (​A Juan​) Vení y bailá conmigo. (​Deja caer el pañuelo sobre la mesa)​

JUAN: No quiero faltarle el respeto, pero le había prometido este baile a Cristina.
JULIA: Ella puede bailar contigo después. ¿Verdad, Cristina? ¿Me prestás a Juan?

CRISTINA: Si la señorita es tan amable, él no puede negarse. Andá, Juan, y agradecé el


honor que la señorita te dispensa.

JUAN: Señorita, no lo tome a mal, pero francamente, no es muy prudente que elija dos
veces a un mismo criado para bailar, sobre todo entre gente que le gusta los chismes.

JULIA: ¿Chismes? ¿Qué querés decir?

JUAN: Si no me entiende, señorita, se lo digo más claro. Se ve mal que prefiera a uno de
sus criados, habiendo tantos que esperan el mismo honor.

JULIA: ¿Prefiera? ¿Qué se imagina, señor? Yo, la señora de la casa, con mi presencia
quiero honrar la fiesta de mis criados y para bailar, voy a elegir a uno que sepa hacerlo. No
voy a hacer el ridículo...

JUAN: Lo que usted disponga. Estoy a sus órdenes.

JULIA: No es una orden. Esta noche somos hombres y mujeres en una fiesta popular, en
donde no hay diferencias. Dame tu brazo. No te preocupes, Cristina. No te lo voy a robar.

(​Juan le da el brazo y salen. Cristina queda sola. En la lejanía se oye una “escocesa”
ejecutada por una orquesta de violines. Cristina tararea al compás de la música mientras
recoge el servicio usado por Juan; lava el plato, lo seca y lo coloca en la alacena. Luego se
quita el delantal, saca un espejo del cajón de la mesa, enciende una vela, calienta en la
llama una horquilla, con la que se riza el flequillo. Luego se acerca hacia la puerta y mira
hacia afuera. Vuelve a la mesa, ve el pañuelo olvidado por Julia, lo huele y después, lo va
extendiendo entre las manos y lo dobla en cuatro dobleces.​)

(​Entra Juan)​
JUAN: ¡Está loca de verdad! ¡Baila de una manera!

(​Se están burlando de ella del otro lado de la puerta​)

CRISTINA: Está con el mes y siempre se pone rara. ¿Vas a bailar conmigo ahora?

JUAN: ¿No te enojaste porque te dejé?

CRISTINA: No, no me molesta. Conozco mi lugar.

JUAN: (​Tomandola por la cintura)​ Tenés sentido común, Cristina. Vas a ser una buena
esposa.

(​Entra Julia. Desagradablemente sorprendida)​

JULIA: ¡Qué caballero ... deja a su pareja plantada!

JUAN: Todo lo contrario, señorita Julia, me apuré a volver con la que dejé sola.

JULIA: Bailas muy bien ¿sabés? ¿Por qué tenés el uniforme puesto en un día de fiesta? Es
la Noche de San Juan? ¡Sacatelo!

JUAN: Entonces voy a tener que pedirle que se retire. (​Va hacia la derecha​)

JULIA: ¿Te incomoda mi presencia? ¿Por cambiarte de chaqueta?


JUAN: Con su permiso, señorita Julia. (​Se va y se lo ve a medias mientras se cambia de
ropa)​ .

JULIA: (​A Cristina​) Juan me parece muy apegado. ¿Son novios ustedes?

CRISTINA: ¿Novios? Si le parece. Así le decimos nosotros.

JULIA: ¿Le dicen?

CRISTINA: Usted también tuvo novio señorita...

JULIA: Nosotros estábamos comprometidos.

CRISTINA: Pero no llegó a nada, ¿no?

(​Entra Juan con el traje puesto​)

JULIA: Tres gentil, Monsieur. ¡Tres gentil!

JUAN: Vous-voulez plaisanter, madame!

JULIA: Et vous voulez parler francais. ¿Dónde lo aprendiste?

JUAN: En Suiza, era mozo en el mejor hotel de Lucerna.


JULIA: Lleva el traje con la misma soltura que un noble. ¡Muy bien!

(​Julia se sienta sobre la mesa​)

JUAN: Me halaga.

JULIA: ¿Te halago?

JUAN: Mi modestia natural me impide creer que la señorita tenga frases de elogio para un
hombre humilde como yo. Por eso pienso que exagera. La palabra correcta es halagar.

JULIA: ¿Dónde aprendiste a hablar así? ¿Fuiste mucho al teatro?

JUAN: Sí. Y a muchos otros lugares.

JULIA: Pero naciste aquí, ¿no?

JUAN: Sí. Aquí. Yo veía a la señorita cuando era niña, aunque la señorita nunca se fijó en
mí.

JULIA: ¿En serio?

JUAN: Sí. Me acuerdo de una vez sobre todo. Pero no debo hablar de eso ahora.

JULIA: Contame. ¿Por qué no?


JUAN: No podría, señorita. En otra ocasión quizás.

JULIA: En otro ocasión quiere decir nunca. ¿Qué peligro hay?

JUAN: Peligro ninguno. Pero preferiría que no. (​Señala a Cristina, que se quedó dormida.​ )

JULIA: Va a ser una buena esposa. ¿Ronca también?

JUAN: No, no ronca. Pero habla dormida.

JULIA: ¿Cómo sabés eso?

(​Pausa. Se miran fijamente​)

JUAN: La oí.

JULIA: ¿Por qué no te sentás?

JUAN no se mueve

JULIA: ¿Y si te lo ordeno?

JUAN: Entonces obedezco.

JULIA: Sentate. No, esperá. ¿Me traés algo de tomar?


JUAN: (va a un cajón) Cerveza a lo mejor.

JULIA: No la voy a despreciar. Tengo gustos sencillos. La prefiero al vino.

JUAN: (​Saca una botella del cajón de hielo y la descorcha. Trae un vaso y un plato​.) ¿Me
permite?

JULIA: ¿Y vos, no tomás?

JUAN: No soy aficionado a la cerveza, pero si la señorita manda...

JULIA: ¿Mandar? Usted sabe que un caballero nunca debe permitir que una dama tome
sola.

JUAN: Es cierto. (​Descorcha otra botella, se sirve y toma.​ )

JULIA: Brinde por mí. (​Juan titubea.​ ) ¿Tímido?

JUAN: ¡A la salud de mi señora!

JULIA: ¡Muy bien! Ahora para terminar, béseme usted el pie. (​Juan vacila unos instantes
pero besa atrevidamente el pie de Julia​.) Debió dedicarse al teatro.

JUAN: Señorita Julia, no podemos seguir así. Alguien puede entrar y vernos.

JULIA: ¿Y qué?
JUAN: Que la gente habla. Y si supiera lo que están diciendo de nosotros...

JULIA: ¿Qué decían? Sentate. Decímelo.

JUAN: (​Sentándose​) No quiero herirla, pero se expresaban de una manera... dando a


entender … usted sabe. No es una niña, y si la ven tomando con un hombre, especialmente
un criado, solos, de noche... Entonces...

JULIA: ¿Entonces qué? Además no estamos solos. Cristina está aquí.

JUAN: Dormida.

JULIA: La voy a despertar. (​A Cristina​) Cristina, ¿estás dormida?

CRISTINA: (​Despertándose​) Voy, voy, voy.

JULIA: ¡Cristina, despertate!

CRISTINA: (​Balbucea dormida​) Limpiar las botas del Conde... poner el café... rápido,
enseguida...

​ ariz) Despertate de una vez.


JULIA: (​Le tira de la n

JUAN: Déjela en paz, señorita.

JULIA: ¿Cómo?
JUAN: Está muy cansada. Hay que respetar su sueño.

JULIA: Muy considerado. (​Le alarga una mano)​ Ahora venga conmigo a recoger ramas de
sauco.

(​Cristina se levanta, adormecida, y se va)

JUAN: No puedo ir con usted.

JULIA: ¿Por qué no? No estarás haciéndote ilusiones...

JUAN: Yo no. Pero la gente diría...

JULIA: ¿Qué? ¿Que me enamoré de mi criado?

JUAN: No me creo nada, señorita; pero cosas así han sucedido. Para esa gente nada es
sagrado.

JULIA: Te creés un pequeño aristócrata, ¿no?

JUAN: Soy.

JULIA: Si yo decido a rebajarme...

JUAN: No lo haga, señorita Julia. Siga mi consejo. Nadie va a creer que lo hizo a
conciencia. Van a decir que cayó.
JULIA: Yo tengo una mejor opinión de la gente.

(​Julia lo mira fijamente​)

JUAN: ¡Qué extraña es usted!

JULIA: Tal vez. Pero vos también. Todo es extraño, la vida, la gente, todo es como el fango,
que flota en el agua... hasta que se hunde. Tengo un sueño que se repite de vez en cuando.
Y me sorprende. Estoy sentada sobre una columna y no tengo escalera para bajar. Tengo
que bajar, pero miro para abajo y me mareo y quiero tirarme, pero me da miedo, no tengo el
coraje. Tengo tantas ganas de caer, pero no caigo, y no tengo sosiego, no tengo alegría
hasta estar allá abajo, hasta tocar el suelo. Y si llego a la tierra me hundo con mis manos en
la suciedad del suelo, hasta quedar toda cubierta. ¿Sentiste algo así alguna vez?

JUAN: No. Yo lo que sueño es que estoy al pie de un árbol altísimo en un bosque oscuro.
Quiero subir, subir hasta las últimas ramas, donde el sol brilla. Quiero admirar el paisaje a
mi alrededor y robar el nido de los pájaros de los huevos de oro. Subo y subo, pero el tronco
es grueso, y resbaladizo, y las primeras ramas están tan lejos. Pero sé que si llegase a las
primeras ramas entonces subiría a lo alto fácilmente, como si subiese una escalera. No las
alcancé todavía, pero lo haré; aunque sea sólo en sueños, nada más.

JULIA: ¡Y yo aquí hablando de sueños contigo! Vamos, aunque sea al jardín.

(​Se toman del brazo, se dirigen hacia la puerta​)

JUAN: Hoy deberíamos dormir sobre nueve flores de la noche de San Juan, señorita Julia.
Entonces nuestros sueños se realizarán.

(​Se detienen. Juan se lleva la mano al ojo)​


JULIA: ¿Qué tenés en el ojo?

JUAN: Nada. Me entró algo.

JULIA: Te rocé con la manga de mi vestido. Sentate, dejame ayudarte. (​Lo agarra del brazo
y lo obliga a sentarse. Le sujeta la cabeza e intenta limpiarle el ojo con la punta del pañuelo)​

Quedate tranquilo. No te muevas. (​Le pega en la mano)​ Obedeceme. Un hombre tan grande
y tan fuerte temblando... (​Se ríe y le toca los hombros​) ¡Qué hombros tenés!

JUAN: ¡Señorita Julia!

JULIA: ¿Qué, monsieur Jean?

JUAN: Attention! Je ne suis qu'un homme!

JULIA: Quedate quieto. Besame la mano y dame las gracias.

JUAN: Escúcheme. Cristina se fue a dormir, ¿me va a escuchar?

JULIA: Primero béseme la mano.

JUAN: Escúcheme.

JULIA: La mano primero.

JUAN: Muy bien. Va a tener que responder por usted


JULIA: ¿Qué querés decir?

JUAN: Que ya no es una niña. ¿No sabe que es peligroso jugar con fuego?

JULIA: Yo estoy asegurada.

JUAN: No. Y aunque estuviese, hay materia que es inflamable.

JULIA: ¿Estás inflamado?

JUAN: No por ser yo, si no por ser un hombre... y joven...

JULIA: ¡Y buen mozo! ¡Qué increíble vanidad! ¿Pensás que sos un Don Juan? ¿O el Casto
José?

JUAN: ¿Te parece?

JULIA: Me parece, sí. (​Juan trata de besarla. Julia le cruza la cara.​) No te atrevas.

JUAN: ¿Eso fue en broma o en serio?

JULIA: En serio.

JUAN: Entonces lo de hace un momento fue en serio también. Demasiado juego en serio.
Es peligroso. Ahora me cansé de jugar, y le pido que me deje volver a mi trabajo. (​Agarra
las botas)​ Su padre quiere las botas limpias a primera y ya pasó la medianoche.
JULIA: Dejá las botas.

JEAN: No, esto es parte de mis obligaciones que no incluyen ser un juguete de la señorita.

JULIA: Sos orgulloso.

JEAN: En algunas cosas, en otras no.

JULIA: ¿Te enamoraste alguna vez?

JEAN: Nosotros no nos “enamoramos”, pero quise a varias muchachas. Una vez me
enfermé por una que no podía tener. Enfermo de amor como los príncipes de “Las mil y una
noches”, que dejan de comer, de dormir…

JULIA: ¿Quién era ella? (JEAN NO CONTESTA) ¿Quién era ella?

JEAN: No me puede obligar a decirlo.

JULIA: ¿Y si te lo pido de igual a igual? ¿Como una amiga? (SUAVEMENTE.) ¿Quién era?

JEAN: Era usted.

JULIA: (SE SIENTA) ¡Qué absurdo!

JEAN: Absurdo. Ridículo. Es la historia que no quise contarle antes ¿Sabe cómo se ve el
mundo desde abajo, señorita? No sabe. A los gavilanes y a los halcones no les vemos las
espaldas, porque están muy altos. Yo vivía en una casucha con siete hermanos y un cerdo,
en una tierra seca, donde no crecían árboles. Pero desde mi ventana veía el muro de la
quinta del Señor conde. Al otro lado del muro podíamos ver manzanos en flor. Era como el
jardín del Paraíso, pero con ángeles con espadas de fuego que cuidaban la entrada. Un día
con unos amigos -a pesar de los guardianes- descubrimos un camino que nos llevaba al
árbol de la vida.¿Ahora me desprecia?

JULIA: Todos los niños roban manzanas.

JEAN: Dice eso pero me desprecia, muy adentro me desprecia. Un día contrataron a mi
madre para limpiar los yuyos del sembrado de cebollas. Finalmente pude traspasar el mudo.
Junto a la tapia del huerto había un pabellón a la sombra de los jazmineros, cubierto por
madreselvas. Yo no me imaginaba para qué servía aquello; pero nunca había visto un
edificio tan maravilloso. La gente entraba y salía de ahí y uno dejó la puerta abierta.

Me asomé a la entrada y vi las paredes adornadas con cuadros... de reyes, de


emperadores... cortinas rojas de seda en las ventanas. ¿Se da cuenta? (COJE UNA
RAMITA DE SAUCO, Y SE LA DA A OLER A JULIA.) Yo nunca había estado en un palacio,
no había visto nada más que la iglesia. Aquello era mucho más lujoso, no pude resistirme y
entré. De repente llegó alguien. El edificio no tenía más que una entrada (JULIA, QUE
HABÍA COGIDO LA RAMITA DE SAÚCO, LA DEJA CAER SOBRE LA MESA), para los
señores y las señoras, pero para mí había otra, y no tenía alternativa. Salté por la ventana,
salté una cerca, atravesé corriendo el campo de frutillas, otro de cerezas y llegué a la
terraza de las rosas.

Entonces vi un vestido claro, rosado, y unas medias blancas. Usted. Me escondí abajo de
unos arbustos – ¿Se lo imagina?- entre espinas y un barro abonado húmedo y apestoso. Y
la vi pasear entre las rosas y me dije: “Si es cierto que un ladrón pudo entrar al cielo, ¿Por
qué no puede, aquí en la tierra, el hijo del campesino entrar en el parque, y jugar con la niña
del Conde?”

JULIA (ELEGÍACA.) ¿Crees que cualquier otro niño pobre hubiera pensado lo mismo?

JEAN: (DUDANDO, LUEGO CON RESOLUCIÓN.) Estoy seguro. Cualquier niño pobre.

JULIA: Debe ser horrible ser pobre.

JEAN: (CON DOLOR EXAGERADO.) ¡Ay, señorita Julia! Los perros duermen en el sofá de
los amos, el caballo recibe caricias de la mano de la señora, pero la gente así… A veces
hay hombres que escapan de la miseria. De vez en cuando, pasa ¿Pero sabe lo que hice? ,
Con ropa y todo me tiré de cabeza al arroyo del molino. Lograron rescatarme del agua pero
mi padre me dio una paliza. El domingo siguiente mi padre y mi familia salieron a visitar a mi
abuela y yo me quedé en casa. Me bañé con jabón y agua caliente, me puse mi mejor traje
y fui a la iglesia para ver si la veía. La vi y volví a casa decidido a morir, pero bellamente, sin
dolor. Entonces me acordé que era peligroso acostarse bajo un árbol de saúco. Yo sabía
que cerca de casa había uno que estaba floreciendo. Le arranqué todas las flores que tenía
y me acosté con ellas en un cajón de avena. ¿Vio que suave que es la avena? Dulce, como
la piel, tapé el cajón, cerré los ojos y me dormí. Me desperté con mucha fiebre, medio
muerto. Pero sobreviví cómo puede ver. En realidad no sé qué quería. No tenía ninguna
esperanza, por supuesto, así que para mí usted era el símbolo de la desesperanza de la
pobreza en que nací.

JULIA: ¿Sabes que te expresas muy bien? ¿Fuiste a la escuela?

JEAN: Poco. Pero leí muchas novelas, y fui mucho al teatro. Y además aprendí de los
aristócratas.

JULIA: ¿Escuchas lo que decimos?

JEAN: Naturalmente. Oigo muchísimas cosas mientras trabajo . Una vez la oí hablando con
una amiga…

JULIA: ¿Qué oyó? (él no contesta, pero sonríe) ¿Qué oyó?

JEAN: No son cosas dignas de repetirse. Pero yo no me explicaba dónde habían aprendido
todas aquellas palabras. Quizás no es tanta la diferencia entre la gente como se supone.
JULIA: No digas disparates. Las mujeres de mi clase no actuamos como las de ustedes
cuando se comprometen.

JEAN: (LA NIÑA.) ¿Está segura, señorita Julia? La señorita no tiene que hacerse la
inocente conmigo.

JULIA: El hombre a quien le entregué mi corazón era un canalla.

JEAN: Eso lo dicen siempre todas las mujeres…después.

JULIA: ¿Siempre?

JEAN: Eso ya lo oí. En otros casos.

JULIA: ¿Qué casos?

JEAN: En casos similares. La última vez…

JULIA: ¡Cállate! No quiero saber más nada.

JEAN: ¡Qué raro! Ella tampoco quería. Bien. ¿Entonces me permite retirarme a dormir?

JULIA: (SUAVEMENTE.) ¿Dormir? ¿La noche de San Juan?

JEAN: Sí. No quiero ir a bailar con esa gentuza.

JULIA: Quiero ir al lago a ver la salida del sol.

JEAN: ¿Le parece acertado?

JULIA: ¿Es por tu reputación?

JEAN: ¿Y por qué no? No me agrada hacer el ridículo, no quiero ser despedido sin
referencias, especialmente ahora, cuando empiezo a ser alguien. Además, tengo cierta
obligación con Cristina.

JULIA: Ah, Cristina, ya veo.

JEAN: Pienso en usted también. Siga mi consejo. Suba a su cuarto y acuéstese.

JULIA: ¿Quién da las órdenes aquí?

JEAN: Es por su bien, ¡por favor! Obedézcame. Es tarde, el sueño emborracha, y confunde.
Acuéstese. Por ahí vienen los criados a buscarme. Si nos encuentran aquí solos a estas
horas, está perdida. (EL CANTO DE UN CORO DE ACERCA POCO A POCO.)

JULIA: Yo conozco a mis criados, y los quiero, como ellos me quieren a mí.
JEAN: No, señorita Julia, no, sus criados no la quieren. Escupen a sus espaldas, créame.
Oiga, oiga lo que cantan.

JULIA: (ESCUCHA) ¿Qué cantan?

JEAN: Nada. Se burlan. De usted y de mí. Qué cobardes...tenemos que irnos de acá.
Escondernos.

JULIA: ¿A dónde? No podemos salir, ni entrar en el cuarto de Cristina.

JEAN: Venga al mío. Puede confiar en mí. Yo soy su más leal y respetuoso amigo.

JULIA: ¿Y si se van a buscarte allí?

JEAN: Si tratan de entrar, disparo. Venga.(SUPLICANTE) Venga.

JULIA: ¿Me lo juras?

JEAN: Te lo juro. (SALE JULIA. JUAN CORRE TRAS ELLA.)

(VARIAS PAREJAS CON TRAJES DE FIESTA Y FLORES EN LOS SOMBREROS


ENTRAN POR LA PUERTA DE CRISTALES GUIADAS POR UNO DE ELLOS QUE TOCA
EL VIOLÍN Y LOS DIRIGE. EN LA MESA DEL CENTRO VAN COLOCANDO UN TONELITO
DE CERVEZA Y UN BARRILITO DE AGUARDIENTE CUBIERTO CON RAMAS VERDES.
SACAN DE LAS ALACENAS VARIOS VASOS Y BEBEN. DESPUÉS FORMAN UN CORO
Y BAILAN CANTANDO LA CANCIÓN DE ANTES. AL FIN, SIN SEPARARSE NI DEJAR DE
CANTAR, SALEN POR LA PUERTA DE CRISTALES EN LA MISMA FORMA QUE
ENTRARON. JULIA ENTRA SOLA POR LA IZQUIERDA; AL VER EL DESORDEN EN
QUE SE HALLA LA HABITACIÓN CRUZA LAS MANOS ASOMBRADAS; LUEGO SACA LA
POLVERA Y SE PASA LA BORLA POR LA CARA.)

JEAN: (SE ACERCA A JULIA, EXALTADO) ¿Ves? ¿Te das cuenta lo que te digo?

JULIA: Pero, qué podemos hacer?

JEAN- Irnos de aquí. Escaparnos.

JULIA: ¿A dónde?

JEAN: A Suiza, A los lagos de Italia. ¿Estuviste allí?

JULIA: No. ¿Es lindo?

JEAN: ¡AH! Un verano eterno. Naranjas, laureles...! Ah!

JULIA: Y qué vamos a hacer ahí?

JEAN: Puedo poner un hotel. De lujo, para la aristocracia.


JULIA: ¿Un hotel?

JEAN: Sí. Caras nuevas, idiomas distintos cada día. No te deja un minuto para
preocupaciones. El trabajo se presenta por sí solo. Los timbres suenan noche y día, llegan
los trenes, los carruajes que van y vienen de la estación, y las monedas de oro rodando
hacia la caja fuerte. ¡Eso es vivir!

JULIA: Sí. Suena bien. ¿Pero y yo?

JEAN: ¡La señora del hotel, la perla del establecimiento! Con tu cara, y tu firma tenemos el
éxito asegurado. En tu oficina, como una reina. Los huéspedes desfilaran ante tu trono, irán
depositando su tributo a sus pies. La gente tiembla ante una cuenta. Vámonos, vámonos de
aquí. (SACA UNA GUIA DEL BOLSILLO). El primer tren sale a las seis y media, mañana
llegamos a Hamburgo a las ocho y cuarenta, serán unos tres días de viaje.

JULIA: Todo eso es lindo. Pero Jean, dame valor. ¿Me querés? Abrázame.

JEAN: (VACILANDO) No puedo. Aquí no. En esta casa no. La quiero, no lo dude. ¿Lo
duda?

JULIA: (FEMENINA). No me trates de usted. Ya no hay barreras entre nosotros.

JEAN: (ANGUSTIADO) No puedo tutearla acá. Las barreras existen mientras estemos en
esta casa. Aquí está el pasado. Aquí está el conde. Ningún hombre me ha inspirado tanto
respeto. Veo sus guantes sobre la silla y me achico. Si oigo su timbre salto como un caballo
asustado. Veo sus botas, rígidas y severas, y me suben escalofríos por la espalda.
(APARTA CON EL PIE LAS BOTAS). Supersticiones, ideas que nos metieron en la cabeza
desde niños. En otros países, en una república, la gente se postrara ante mi uniforme de
criado. Pero yo tengo carácter, y en cuanto llegue a esa primera rama me verá subir. Hoy
soy un siervo pero el año que viene tendré un hotel. Y en diez años seré propietario de
tierras. Entonces iré a Rumania, y hasta podría, hasta podría ganar un título. En Rumania
podría comprar un título. De Conde. Y usted será mi Condesa.

JULIA: Y que me importa a mí todo eso, si lo estoy tirando por la ventana? Decime que me
queres. Sin tu cariño, ¿Qué soy yo?

JEAN: Se lo diré mil veces, después, aquí no. Debemos ser prudentes. (COGE UN
CIGARRO, LO DESPUNTA Y LO ENCIENDE.) Siéntese aquí. Yo me sentaré a su lado y
hablaremos como si nada hubiese ocurrido.

JULIA: ¡Por dios! ¿No tiene sentimientos?

JEAN: No hay hombre más sentimental que yo. Pero me sé controlar.

JULIA: Hace rato me besabas el pie. ¿Y ahora?

JEAN: (CON DUREZA) Ahora tenemos cosas en qué pensar.


JULIA: ¡No me hables así!

JEAN: Tengo que hablarle así, con firmeza. Ya hicimos una locura; no hagamos más. El
conde puede venir en cualquier momento y tenemos que decidir nuestro futuro antes de que
llegue. ¿Qué piensa de mis planes?

JULIA: Me parece bien. Sólo que para lo del hotel vas a necesitar un capital. ¿Lo tenés?

JEAN: (FUMANDO) Por supuesto que sí. Tengo capacidad profesional, experiencia y
conocimiento de idiomas. Yo diría que todo eso es un capital valioso.

JULIA: Pero no nos sirve ni para comprar los pasajes del tren.

JEAN: Es cierto. Por eso necesito que alguien aporte fondos.

JULIA: ¿Y dónde conseguirás a ese alguien?

JEAN: Usted lo conseguirá. Si quiere venir conmigo.

JULIA: Yo no conozco a nadie, ni tengo plata.

JEAN: (PAUSA). Entonces todo se viene abajo.

JULIA: ¿Qué?

JEAN: Nos quedamos como estamos.

JULIA: Pero ¿pensás que me voy a quedar bajo este techo como tu amante? ¿Qué voy a
exponerme a que mis criados me señalen con el dedo? ¿Con qué valor podré mirar a mi
padre a la cara? ¡No, no! ¡sacáme de aquí! ¿Qué hice, Dios mío? Dios mío…(LLORA.)

JEAN: ¡Ah! ¿Va a empezar? ¿Qué hizo? Lo mismo que hicieron mil mujeres antes que
usted.

JULIA: (GRITA NERVIOSA.) ¡Y ahora me despreciás! ¡Me caigo, me caigo!

JEAN: Caiga hacia mí, que yo la levanto.

JULIA: ¿Qué fuerza prodigiosa me empujó? La que empuja al débil hacia el fuerte, al caído
hacia el que sube? ¿El amor? ¿Esto fue amor? ¿Sabes lo que es amor?

JEAN: Claro que sí. Yo he tenido muchas mujeres.

JULIA: ¿Cómo podés pensar y hablar así?


JEAN: No se ponga nerviosa ni se haga la sofisticada. Venga aquí, muchacha. Le voy a dar
una copa de vino

(ABRE EL CAJÓN DE LA MESA, SACA LA BOTELLA DE VINO Y LLENO DOS DE LOS


VASOS USADOS SOBRE LA MESA.)

JULIA: ¿De dónde sacaste esa botella?

JEAN: Del sótano.

JULIA: ¡El borgoña de papá!

JEAN: ¿Demasiado bueno para su yerno?

JULIA: Yo tomo cerveza.

JEAN: Tengo mejor gusto que usted.

JULIA: ¡Ladrón!

JEAN: ¿Me va a delatar?

JULIA: ¡Cómplice de un ladrón! Esta noche me emborraché y fue todo un sueño ¡La noche
de San Juan! ¡La noche de alegrías inocentes!

JEAN: ¿Inocentes?

JULIA: Soy la más desgraciada del mundo.

JEAN: ¿Por qué desgraciada? Después de semejante conquista... Piense en Cristina. ¿No
tiene sentimientos también?

JULIA: No. Pensaba que sí, pero ahora pienso que los criados, son criados y nada más.

JEAN: Y las putas son putas y nada más.

JULIA: (CAYENDO DE RODILLAS, CON LAS MANOS JUNTAS.) Dios del cielo. ¡Sálvame
del fango en que me ahogo! ¡Sálvame!

JEAN: No puedo negar que me da lástima. Cuando la vi en el jardín de las rosas, desde la
siembra de cebollas - ahora se lo puedo confesar - tuve las mismas ideas sucias que
hubiera tenido cualquier muchacho.

JULIA: Intentó morir por mí.

JEAN: ¿En el cajón de avena? Palabras...


JULIA: ¿Mentiras?

JEAN: (SOÑOLIENTO.) Más o menos. Una vez leí una noticia en un diario que un limpiador
de chimeneas se acostó en un cajón de flores de saúco porque lo llevaron a la corte con un
pleito de paternidad.

JULIA: ¡Ah!

JEAN: Tuve que inventar algo. A las mujeres se les llega adulándolas.

JULIA: ¡Bestia! Y ahora ya le viste la espalda al gavilán.

JEAN: ¿La espalda nada más?

JULIA: ¿Y yo qué soy? ¿La primera rama!

JEAN: Pero la rama estaba podrida.

JULIA: ¡Que un alma humana sea tan sucia!

JEAN: Báñate entonces.

JULIA: ¡Lacayo! ¡Criado! ¡Levántate cuando te hablo!

JEAN: ¡Puta de lacayo! ¡Cállate la boca y salí de aquí! ¿Por qué me insultás? La gente de
mi clase no se hubiera comportado así. Ninguna cocinera hubiera perseguido a un hombre
de esa manera. Ninguna campesina hubiera ofrecido su cuerpo así. Eso lo ví solamente
entre los animales y las prostitutas.

JULIA: ¡Pégame, pisoteame! ¡No merezco otra cosa, pero ayúdame! ¡Ayúdame si todavía
me podes ayudar!

JEAN: No pretendo renunciar al honor de haberla seducido. ¿Pero cree que alguien de mi
posición social se hubiera atrevido a mirarla a los ojos si usted no hubiera dado el primer
paso? Todavía me asombro…

JULIA: Te enorgullecés

JEAN: ¿Y por qué no? Aunque fue demasiado fácil.

JULIA: Decí lo que quieras, hacé conmigo lo que te plazca. Sos más fuerte que yo.

JEAN: No. Perdóneme. Perdone lo que le dije. No me gusta pegarle a un ser indefenso, y
menos si es una mujer. No puedo negar que me alegra saber que todo aquello que me
deslumbraba al mirarlo de abajo era pura fantasía. La espalda del halcón es como la mía,
el pañuelo perfumado estaba sucio. Pero me duele darme cuenta que lo que miraba con
tanta admiración no estaba tan alto. Me duele verla humillada. Me apena ver las flores de
otoño derribadas por la lluvia convertidas en basura.

JULIA: Hablas como si estuvieras a mayor altura que yo.

JEAN: Es que estoy. Yo puedo hacerla una condesa. Usted no puede hacerme conde a mí.

JULIA: Yo llevo sangre de nobles, algo que nunca tendrás.

JEAN: Pero mis hijos podrían ser nobles si…

JULIA: Y yo no soy una ladrona.

JEAN: Hay cosas peores que ser un ladrón. Cuando yo presto mis servicios en una casa
me considero como un miembro de la familia, como un hijo de la casa. (NUEVAMENTE VA
ENCENDIENDO SU PASIÓN.) ¡Señorita Julia! Usted es una mujer muy hermosa,
demasiado alta para un hombre como yo. Estaba borracha y ahora pretende arreglar las
cosas con esta ilusión de que me quiere. Usted no me quiere. Quizás mi aspecto la seduce.
Su amor no es mejor que el mío. Yo nunca me permitiré ser su desahogo físico, su animal, y
yo no puedo ganar su cariño.

JULIA: ¿Estás seguro?

JEAN: ¿Podría ocurrir? Yo podría quererla. Usted es hermosa, fina, culta, apasionada
cuando se lo propone, y si despierta el deseo en un hombre ya no desaparecerá...Usted es
como un vino de especies, caliente, y un beso suyo… (INTENTA LLEVÁRSELA, PERO
ELLA SE APARTA RESUELTAMENTE.)

JULIA: ¡Déjame! Así no lo vas a lograr.

JEAN: ¿Y entonces cómo? Con caricias y palabras.

JULIA: ¿Cómo? ¿Cómo? No sé. Me das asco como una rata, pero no puedo huir de ti.

JEAN: Vámonos juntos. nos escapamos

JULIA: (OBSERVANDO, PREOCUPADA, SU TRAJE.) Sí. Pero ¡estoy tan cansada! Dame
un vaso de vino. (JEAN SE LO SIRVE.) (JULIA, MIRANDO EL RELOJ.) Pero antes tenemos
que hablar. Hay tiempo todavía.
(VACÍA EL VASO Y SE LO DA PARA QUE VUELVA A LLEVARLO.)

JEAN: No tome así. Se va a emborrachar.

JULIA: ¿Qué importa?


JEAN: Es ordinario emborracharse.

JULIA: Me contaste tu vida. Ahora quiero contarte algo de la mía. Así nos conocemos mejor
antes de irnos los dos.

JEAN: Perdóneme. Piense después se puede arrepentir de haberme contado sus secretos.

JULIA: ¿No sos amigo mío?

JEAN: A veces. No se confíe de mí.

JULIA: Lo decís por decir. Mis secretos son conocidos por todos. la familia de mi madre no
era noble, era de origen humilde. Tuvo las ideas de su tiempo, creía en la igualdad y en la
emancipación de la mujer. Odiaba la idea del matrimonio. Cuando mi padre se enamoró de
ella, le dijo que nunca se iba a casar con él, pero después cambió de idea. No quería hijos,
yo nací contra la voluntad de mi madre, por lo que me he enterado. Quiso educarme libre de
las imposiciones sociales, una hija de la naturaleza. Tuve que aprender a hacer todo lo que
hacían los varones, para demostrarle a la gente que las mujeres somos iguales a los
hombres. Me vestía con ropa de muchacho, me hacía ocuparme de los caballos, aunque
nunca me permitió entrar en el corral de las vacas. Aprendí a bañarlos y a ensillarlos,
incluso a llevarlos al matadero. Eso era lo peor. Mientras tanto los hombres del campo
tenían que hacer las tareas de las mujeres, y a las mujeres faenas de los hombres. El
resultado fue un descalabro total. Los vecinos se reían de nosotros. Por fin mi padre se
rebeló y tomó él las riendas. El resultado fue que mi madre se enfermó- de que no sé- sufría
de convulsiones, se escondía en los establos y pasaba las noches enteras afuera, al aire
libre.
Entonces vino el incendio. La casa, los establos y los corrales fueron arrasados por el
fuego. Todos pensaron que fue intencionado porque fue al día siguiente que venció el
seguro. Mi padre dice que había mandado la plata. Pero que el mensajero se retrasó.
(LLEVA EL VASO Y BEBE.)

JEAN: No tome más.

JULIA: ¡Qué importa! Perdimos todo. No teníamos casa y dormíamos en los carruajes. Mi
padre no conseguía plata para para reconstruir la hacienda. Mi madre le consiguió un
préstamo con un amigo de ella, de su infancia, un ladrillero que vivía cerca.El hombre le
prestó el dinero sin interés, para asombro de papá. Construyeron todo otra vez.
¿Sabes quien causó el incendio?

JUAN- Su madre.

JULIA- ¿Sabes de quién era la plata que le prestó el ladrillero?

JUAN- Eso no lo sé.

JULIA- De mi madre.
JUAN- Era del conde también, entonces. Si no tenían separación de bienes.
JULIA- No tenían. Mi madre tenía un pequeño capital que no quería que mi padre se lo
administrara. Lo había guardado con su amigo.
JUAN- Y el amigo se quedó con ese capital.
JULIA- ¡Sí! Mi padre descubrió todo, pero no lo pudo denunciar. Era el amante de mi
madre. Esa fue la venganza de mi madre por haberle quitado el mando de la hacienda. Mi
padre estuvo al borde del suicidio. Hizo que mi madre pagara por lo que hizo. Aquellos
cinco años fueron terribles para mí, como te podes imaginar. Uo quería a mi padre, pero me
puse del lado de mi madre, porque no sabía lo que había ocurrido. Aprendí de ella a odiar y
a desconfiar de los hombres, y juré que nunca iba a ser esclava de un hombre.
JUAN- ¿Y se comprometió con ese joven abogado?
JULIA- Quería esclavizarlo.
JUAN- Pero él no lo permitió.
JULIA- Lo permitía, pero me cansé de él.
JUAN- Yo los ví en los establos.
JULIA- ¿Qué vio?
JUAN- Cuando él rompió el noviazgo.
JULIA- Eso no es cierto. Yo fui quien rompió el compromiso. ¿Ese imbécil te dijo lo
contrario?
JUAN- No era un imbécil. ¿Odia tanto a los hombres, Srta. Julia?
JULIA- Sí. Casi siempre. A veces tengo momentos de debilidad, cuando la naturaleza
quema, y entonces…
JUAN- ¿Me odia a mí también?
JULIA- Enormemente. Quisiera matarte como a un animal cualquiera.
JUAN- Pero aquí no hay ningún animal ¿Entonces qué hacemos?
JULIA- Escapar.
JUAN- ¿Para atormentarnos uno al otro hasta la muerte?
JULIA- No. Para ser felices dos días, tres semanas, lo que se pueda, y luego morir.
JUAN- ¿Morir? Eso sería una estupidez. Yo prefiero empezar un hotel.
JULIA- (HABLANDO CONSIGO MISMA.) En el lago de Como, donde siempre brilla el sol,
donde florecen el laurel y los naranjos por la Navidad…
JUAN- El lago de Como es barroso, y para conseguir naranjas hay que ir a la frutería. Pero
es un sitio estupendo para forasteros, porque hay cabañas para las parejas de enamorados.
Es un buen negocio. ¿Sabe por qué? Porque las pagan por seis meses y las dejan a las
tres semanas.
JULIA- ¿Por qué a las tres semanas?
JUAN- Porque se pelean, por supuesto. Pero el alquiler está pagado. Uno las alquila otra
vez y así sucesivamente, pareja trás pareja. El amor subsiste hasta la eternidad, aunque
ésta no dure tanto.
JULIA- ¿No querés morir conmigo?
JUAN- No. Primero porque me gusta vivir, y segundo porque considero el suicidio un crimen
contra la providencia que nos dio vida.
JULIA- ¿Crees en Dios?
JUAN- Sí. Y ahora, francamente estoy cansado de todo esto. Me voy a acostar.
JULIA- ¿Y crees que las cosas se van a quedar así? Sabes lo que debe un hombre a una
mujer que ha deshonrado?
JUAN- (SACA UNA MONEDA Y LA ARROJA SOBRE LA MESA.) Yo pago todas mis
deudas.
JULIA- (SIN DEMOSTRAR QUE A ADVERTIDO LA INJURIA.) ¿Sabes que la ley dice…
JUAN- La ley no impone sanciones a una mujer que seduce a un hombre.
JULIA- (COMO ANTES.) ¿Podemos irnos, y luego separarnos?
JUAN- No. No sería una buena unión. No me conviene
JULIA- ¿no te conviene?
JUAN- Mi familia es mejor que la suya. No tenemos incendiarios. Pero yo estudié a su
familia en un libro que hay en la mesa del salón. ¿Sabe cómo se logró el primer título de su
casa? Un molinero que le entregó al rey su mujer para que se acostara con ella, durante la
guerra. Yo no tengo abuelos que hayan hecho esa inmundicia. Pero puedo ser el primero de
una raza de aristócratas.
JULIA- ¿Por qué abrí mi corazón a alguien tan indigno?,
JUAN- Le advertí que no siguiera tomando. Uno se pone a hablar, y es peligroso.
JULIA- ¡Ay, cómo me arrepiento! ¡Cómo me arrepiento! Si por lo menos me quisieras
JUAN- Por última vez, ¿qué quiere que haga? ¿Que me ponga a llorar, que salte por
encima de su fusta, que la bese, que la entretenga unos días en el lago de Como? ¿Y
después? ¿Qué quiere que haga? Me estoy cansando, con las mujeres es siempre igual.
Srta. Julia, me doy cuenta que usted es muy desgraciada, que sufre, pero no puedo
entenderla. Para nosotros no hay tanta historia - no nos odiamos - el amor es como un
juego cuando el trabajo nos lo permite, pero no tenemos el día entero para jugar. Usted
está enferma, sin duda alguna está enferma.
JULIA- Sé bueno conmigo. ¡Ayúdame! Qué debo hacer, qué camino seguir!

JUAN- Quédese aquí, calmada y serena. Nadie sabe nada.


JULIA- Imposible. La gente sabe. Cristina sabe
JUAN- No, no saben. No lo creerían.
JULIA- (EVASIVA.) Podría volver a ocurrir…
JUAN- Es cierto.
JULIA- ¿Y las consecuencias?
JUAN- (ATERRADO.) ¿Las consecuencias? ¿Cómo no pensé en eso antes? Usted tiene
que irse de aquí enseguida. Yo no voy a poder irme con usted, porque entonces se
descubriría toda. Váyase sola, lejos, a cualquier sitio.
JULIA- ¿Sola? ¿Dónde? No puedo.
JUAN- Antes que vuelva el conde. Si se queda ya sabe lo que va a pasar. Después que se
pasan los límites una vez uno cae y cae otra vez . Como el mal ya está hecho uno se
confía y al final se descubre todo. Váyase. Escríbale luego al conde confesando todo, sin
nombrarme a mí. No quiero que sospeche que yo soy el culpable.
JULIA- Yo no me voy a ir sola.
JUAN- Srta. Julia usted no puede fugarse con su criado. A los tres días la noticia va a
aparecer en los diarios y su padre no sobreviviría a otra deshonra.
JULIA- No puedo irme, no puedo quedarme. ¡Ayúdame! Ya no puedo pensar ni decidir.
JUAN- ¿Se da cuenta cómo está? ¿Por qué los nobles son tan orgullosos como si fueran
los dioses del universo? ...Le voy a dar las órdenes yo. Vaya a su cuarto, cámbiese de
ropa, busque dinero para el viaje y vuelva aquí.
JULIA- (CON VOZ SUAVE.) Vení conmigo…
JUAN- ¿A su cuarto? (DUDANDO UNOS INSTANTES.) (LA COGE DE LA MANO Y LA
EMPUJA FUERA DE LA COCINA.)
JULIA- (MIENTRAS SE VA.) Háblame con ternura, Juan.
JUAN- Las órdenes son siempre desagradables. Ahora lo sabe.

(SALEN LOS DOS. JUAN VUELVE. SUSPIRA COMO SI SE QUITASE UN PESO DE


ENCIMA, SE SIENTA A LA DERECHA, JUNTO A LA MESA, SACA UN LIBRILLO DE
NOTAS Y VA COTEJÁNDOLAS A MEDIA VOZ. ESCENA MUDA. CRISTINA ENTRA POR
LA DERECHA, VESTIDA PARA IR A LA IGLESIA; TRAE EN LA MANO UNA PECHERA
BLANCA Y UN PAÑUELO DE CUELLO, BLANCO TAMBIÉN.

CRISTINA- ¡Por Dios, qué desorden! ¿Qué pasó aquí?


JUAN- Fueron los campesinos. La Srta. Julia los dejó entrar. ¿No los oíste?
CRISTINA- No. Me dormí.
JUAN- ¿Vas a la iglesia?
CRISTINA- Sí. Me prometiste que ibas a venir conmigo hoy para comulgar .
JUAN- Es cierto. ¿Me trajiste ropa? Dámela. (SE SIENTA A LA DERECHA. CRISTINA LE
VA DANDO LA PECHERA, EL PAÑUELO Y LE AYUDA A VESTIRSE. PAUSA. JUAN
ADORMECIDO.) ¡Cuidado me arañas! Tengo sueño…
CRISTINA- Qué hiciste toda la noche? Estás verde.
JUAN- Estuve hablando con la Srta. Julia.
CRISTINA- No sabe comportarse.
(PAUSA.)
JUAN- Las cosas resultan extrañas cuando se acuerda uno de ellas después.
CRISTINA- ¿Qué cosas?
JUAN- Todo.
(PAUSA.)
CRISTINA- (SE FIJA EN LOS VASOS SOBRE LA MESA.) ¿Estuvieron tomando juntos?
JUAN- Sí.
CRISTINA- Mírame a los ojos.
JUAN- Sí.
CRISTINA- ¿Es posible que...? ¿Es posible?
JUAN- (REFLEXIONA UNOS INSTANTES.) Sí, es posible.
CRISTINA- ¿No te da vergüenza?
JUAN- ¿Estás celosa de ella?
CRISTINA- No, de ella no. Si hubiese sido Clara o Sofía, te arrancaba los ojos. Pero de ella
no. ¡Pobrecita! Le hiciste algo muy feo, muy feo.No quiero seguir trabajando en esta casa...
¡Y la señorita con alguien así...con un...! Si hubiera sido el abogado, que era un caballero...
JUAN- ¿Qué tengo yo de malo?
CRISTINA- Juan, hay gente y hay gente. No puedo creerlo. Tan orgullosa con los hombres,
tan implacable… ¿Y se entrega... así ...porque sí … a un criado? y pensar que quería matar
a la perra porque se escapó con el perro del cuidador. Yo no me quedo aquí.
JUAN- Muy bien. ¿Y después?
CRISTINA- Tenés que ponerte a buscar un empleo para cuando nos casemos.
JUAN- No voy a conseguir un empleo como este si me caso.
CRISTINA- Como este no. Pero podés conseguir de portero o de mozo en algún hotel. El
sueldo es poco pero es mejor que nada, y tu esposa y tus hijos podrán tener una pensión
asegurada.
JUAN- (CON UNA MUECA.) Muy bonito, pero no voy a sacrificarme por mi mujer y mis
hijos, gracias. Yo aspiro a algo más.
CRISTINA- ¿Y tus obligaciones? ¿No vas a pensar en ellas?
JUAN- Cállate. Demasiado sé yo de mis obligaciones. (OYE PASOS.)
CRISTINA- ¿Quién está caminando arriba?

CRISTINA- (YÉNDOSE.) Debe ser el conde.


JUAN- (INQUIETO.) ¿El conde? No. No puede ser él. Me hubiera llamado.
CRISTINA- ¡Pobre conde, ni se imagina lo que pasó en esta casa!

(SALE POR LA DERECHA. EL SOL HA IDO ELEVÁNDOSE E ILUMINA POCO A POCO


LOS ÁRBOLES DEL PARQUE; LOS RAYOS DAN EN LAS BALDOSAS. JUAN HACE UNA
SEÑA.)

JULIA- (ENTRA VESTIDA DE VIAJE, CON UNA JAULITA CUBIERTA QUE DEJA SOBRE
UNA SILLA.) Ya estoy lista.
JUAN- ¡Ssh! Cristina está despierta.
JULIA- (EXCITADÍSIMA A TRAVÉS DE TODA LA ESCENA.) ¿Sabe algo?
JUAN- Nada. ¡Dios mío, qué cara tiene usted!
JULIA- ¿Qué pasa?
JUAN- Está pálida y, perdóneme, pero tiene la cara sucia.
JULIA- Dame agua. (SE LAVA LA CARA Y LAS MANOS.) Una toalla. ¿Salió el sol ya?
JUAN- Sí, el diablo pierde su poder.
JULIA- El diablo jugó conmigo esta noche. Escúchame, Juan. Vení conmigo. Tengo dinero.
JUAN- (DUDANDO.) ¿Suficiente?
JULIA- Por el momento, sí. Vení conmigo. Hoy no puedo viajar sola. Es la fiesta de San
Juan, el tren va a estar lleno, la gente me va a mirar, voy a tener que estar sola en las
paradas cuando lo que quiero es salir volando. No puedo, no puedo, no puedo. Los
recuerdos de mi niñez: el día de San Juan, la iglesia llena de flores, con ramas de abedul y
de saúco, la cena en la mesa, familia, amigos, bailes, música, juegos. Uno puede correr,
escaparse, pero en el vagón del equipaje nos persiguen los recuerdos, el remordimiento y la
culpa.
JUAN- Me voy con usted. Pero tiene que ser ya, antes que sea tarde.
JULIA- Vamos. (COGE LA JAULA.)
JUAN- Sin equipaje... se van a dar cuenta... (AGARRA EL SOMBRERO.) ¿Qué es eso?
JULIA- Mi canario. No quiero dejarlo.
JUAN- ¿Está loca? No podemos irnos con esa jaula. Deje ese pájaro ahí.
JULIA- Pero es lo único que me llevo de la casa, el único ser que me quiere desde que
Diana me traicionó! Dejame llevarlo.
JUAN- Hable más bajo que Cristina puede oirnos.
JULIA- No quiero dejarlo con extraños. Prefiero que lo mates.
JUAN- Dámelo.
JULIA- Pero no le hagas daño. No puedo, no.
JUAN- Démelo, que yo sí puedo.
JULIA- (SACA EL PAJARITO DE LA JAULA Y LO BESA.) Chiquito, vas a dejarme, (etc, etc)

Juan- Por favor, deje las escenas ahora. El pájaro no vale su vida y su felicidad. Démelo.
(SE LO ARRANCA DE LA MANO, LO LLEVA A LA MADERA Y TOMA UN CUCHILLO) (le
corta el cuello al canario).

Julia- (EXALTADA.) ¡Matame a mi! ¡Matame a mi! ¿Cómo podés hacer eso sin que te
tiemble la mano? ¡Te odio! Me das asco! ¡Maldita la hora en que te ví! ¡Maldita la hora en
que nací!

Juan- ¿De qué vale maldecir? Vámonos.

Julia- (APROXIMÁNDOSE A LA MADERA) No, no quiero irme. No puedo, tengo que ver
¡callate! Oigo un carruaje allá afuera. (PRESTA OÍDOS, CON LOS OJOS FIJOS EN EL
CUCHILLO Y LA MADERA) ¿Crees que soy débil? ¡Quisiera ver tu sangre sobre esa mesa!
¡Quisiera ver a todo (s) (a todos los hombres?)​ tu sexo​ nadando en un mar de sangre como
ese! ¡Podría beber de tu cráneo, pisar tus entrañas y tragarme tu corazón vivo! ¿Pensás
que soy débil, pensás que te quiero, que quiero llevar un hijo tuyo bajo mi corazón, nutrirlo
con mi sangre y darle tu apellido? ¿Cómo te llamas? Jamás oí tu apellido. ¡Perro que llevas
mi collar, siervo que llevas mi blasón en tus botones! ¡Yo te comparto con mi cocinera y soy
su rival! ¡Ay! ¡Ay, ay! Crees que soy cobarde y que voy a escaparme. No, no, me quedo y
que nos parta el rayo. Mi padre está llegando y va a ver el cajón de su escritorio abierto, su
dinero robado. Llamará al criado y luego a la policía y yo confesaré todo, todo. ¡un final
hermoso! Después... el sufrimiento lo va a matar, y llega el fin este cuento... llega la paz y el
silencio. ¡el silencio eterno! Toda nuestra casta derrumbada sobre el cajón de mi padre, mi
estirpe termina y el hijo del siervo crecerá en un asilo, conquistará sus laureles en un corral
y terminará sus días en presidio...(ENTRA CRISTINA CON EL LIBRO DE HIMNOS EN LA
MANO. JULIA CORRE HACIA ELLA Y SE HECHA EN SUS BRAZOS) ¡ayudame Cristina!
¡librame de este hombre!

Cristina- (impasible y fría) ¡Menos gritos! (SE FIJA EN LA MADERA, LA SANGRE DEL
CANARIO) ¿Qué significa esto? ¿Por qué grita, señorita?

Julia- Cristina, mi amiga. También sos mujer. Tené cuidado con él! Cristina, entendéme.
Escuchame.

Cristina- No, yo no entiendo. ¿Vestida de viaje y él con el sombrero puesto?

Julia- Te voy a contar todo.

Cristina- No quiero saberlo. No me interesa lo que pasó entre ustedes. Pero no se lo va a


llevar de aquí.
Julia- (nerviosisma) Cristina, por favor. Yo no me puedo quedar aquí, ni Juan tampoco.
Tenemos que irnos.

(CRISTINA la mira).

Julia- Se me ocurre algo. ¿Y si nos fuéramos los tres a otro país, a Suiza, por ejemplo,
ponemos un hotel? Yo tengo plata. (SE LO ENSEÑA) ¿Ves? Juan y yo nos encargamos de
todo y vos de la cocina. ¿Te parece bien? Tenés que venir con nosotros. Así todo se
arregla. ¿No ves? (LA ABRAZA DÁNDOLE PALMADITAS EN LA ESPALDA).

(CRISTINA QUEDA FRÍA Y PENSATIVA).

Julia— (RÁPIDAMENTE) Nunca saliste de aquí. Hay que conocer el mundo. No sabes lo
divertido que es andar en ferrocarril, gentes nuevas, países nuevos. (APARECE JUAN
AFILANDO UNA NAVAJA EN UNA CORREA QUE SUJETA CON LOS DIENTES Y LA
MANO IZQUIERDA. OYE A JULIA Y DE VEZ EN CUANDO ASIENTE CON LA CABEZA).

Julia— (CADA VEZ MÁS NERVIOSA Y HABLANDO CON MAYOR RAPIDEZ). Yo me


encargo de la caja, Juan recibe a los huéspedes. ¡Eso es vivir! ¡Créeme! No tendrás que
estar junto al fogón, bien vestida, elegante, para que la gente te vea. Con tu figura podes
pescarte un buen partido. Los hombres son fáciles de atrapar! (MÁS LENTA Y FATIGADA).
Claro que allí llueve mucho, pero pienso que el sol brillará de vez en cuando. Debe ser
triste.

Cristina— Señorita Julia, ¿se cree todo eso?

Julia— (ANIQUILADA) ¿Qué si creo...?

Cristina— todo eso que dice.

Julia— (FATIGADA) No sé. Ya no creo en nada. (DEJÁNDOSE CAER SOBRE LA SILLA.


LA CABEZA ABATIDA ENTRE LOS BRAZOS, QUE APOYA EN LA MESA.) En nada. Nada.

Cristina— (A JUAN) ¿Pensabas irte?


Juan— (AZORADO, DEJANDO LA NARANJA SOBRE LA MESA) ¿En irme? No tanto.

Cristina— ¿Y pretendes que yo cocine para esta...?

Juan— (CON SEVERIDAD) ¡Cuídate la lengua cuando hables de tu señora!

Cristina— ¿Señora?

Juan— si.

Cristina— Lo que me faltaba.

Juan— La señorita Julia sigue siendo tu señora. No hay razón para que la desprecies
cuando hace lo mismo que hacés...

Cristina— Jamás me rebajé. ¿Cuándo tuve que ver con el que le da de comer a los
puercos, o el que cuida a los caballos ¡Decíme!

Juan— No. Tuviste suerte de encontrar un caballero.

Cristina— Caballero y todo, robás la avena del Conde y la revendés.

Juan— ¿Mirá quién habla? Te crees que no sé la comisión que te da el carnicero por
comprarle a él.

Pausa

Cristina— Juan, vámonos a la iglesia.

Juan— No hoy no voy a la iglesia. Andá sola

Cristina— El Señor murió en la cruz por nuestros pecados. Si nos entregamos a él con fe y
con arrepentimiento, se hará cargo de todos nuestros pecados.

Julia— ¿Crees que es así, Cristina?

Cristina - Donde los pecados se desbordan, desciende la gracia.

Julia— ¡Si yo tuviera fé!

Cristina— El señor no distingue entre las personas, pero para él los últimos serán los
primeros.

Julia— Entonces Dios favorece a los últimos.


Cristina— (CONTINÚA DOGMÁTICA) Ahora me voy sola, pero voy a decirle al cochero que
no deje salir ningún carruaje, en caso de que alguien quiera huir. (SALE).

Juan— ¡Y todo por un pájaro de mierda!

Julia— (CON LANGUIDEZ) ¿Ves alguna solución?

Juan— (PIENSA UN INSTANTE) No.

Julia— ¿Qué harías en mi lugar?

Juan— ¿En el de una aristócrata, una mujer seducida? No sé. (CON UNA RÁPIDA MIRADA
A LA MESA) No, sí se.

Julia— (SE APODERA DE LA NAVAJA Y HACE UN MOVIMIENTO) ¿Esto?

Juan— Pero yo no lo haría. Esa es la diferencia entre nosotros.

Julia— ¿Por qué sos hombre y yo mujer? ¿Qué diferencia hay?

Juan— La que hay entre un hombre y una mujer.

Julia— (CON LA NAVAJA EN LA MANO) Quisiera, pero no puedo. Mi padre tampoco pudo
cuando tuvo que hacerlo.

Juan— Hizo bien. Tenía que vengarse antes.

Julia— Y ahora mi madre se venga, a su vez, a través de mi.

Juan— ¿Nunca quiso usted a su padre señorita?


Julia— Lo quise, pero lo odié también, sin que me diera cuenta. El permitió que yo creciera
despreciando a las mujeres, sin ser macho ni hembra. ¿Quién tiene la culpa? ¿Mi padre?
¿Mi madre? ¿Yo misma? Yo no soy yo. No tengo una idea que no me la diese mi padre. Un
sólo afecto que no me lo inspirase mi madre. Y el último, el de que todos los hombres son
iguales, lo adquirí de mi prometido, por lo que lo considero un infame. ¿Cómo puede ser
culpa mía? ¿Se la cedo a Jesucristo, como hace Cristina? No. Yo soy altiva, cultivada
gracias a mi padre. Y eso de que un rico no puedo da entrar al cielo es una mentira, sino
Cristina, quien tiene dinero en el banco, no entraría tampoco. ¿Quién tiene culpa? ¿ Y qué
importa, si en todo caso yo he de sufrir la culpa y pagar el precio?

Juan— (SE OYEN DOS CAMPANILLAZOS FUERTES. JULIA SE ESTREMECE. JUAN SE


CAMBIA DE CHAQUETA PRECIPITADAMENTE) ¡El conde! Si cristina...

Julia— ¿Habrá visto su escritorio?

Juan— (VA HACIA LA BOCINA, LLAMA Y ESCUCHA) Juan, señor. (ESCUCHA)


Enseguida, señor. (VUELVE A ESCUCHAR) Muy bien. (ESCUCHA) Dentro de media hora.

Julia— (CON ANSIEDAD) ¿Qué dijo? ¡Dios mío! ¿Qué dijo?

Juan— Pidió sus botas y el café en media hora.

Julia— Queda media hora, entonces. Ya no puedo más. Soy incapaz de arrepentirme, de
huir, de quedarme. ¡No puedo vivir, no puedo morir! Decíme que hago y te obedezco como
un perro! Haceme el último favor: salva mi nombre y salva mi honor. Ordename que haga lo
que debo hacer para acabar de una vez.

Juan— Es que ahora ya no puedo. No lo comprendo. Como si el uniforme me impidiese


mandar. Tengo un lacayo dentro.. Si el conde apareciera y me ordenara cortarme el cuello,
lo haría sin pensarlo.

Julia— Mandáme como si fueras él. (exaltada) Yo no tengo voluntad. El cuarto se llenó de
humo. Te veo a través de un humo negro. Tus ojos brillan. (EL SOL HA IDO AVANZANDO
SOBRE EL PISO Y CUBRE A JUAN) ¡Es hermoso y tranquilo! (CALIENTA SUS MANOS AL
SOL) ¡Tan claro, y tan quieto!
Juan— (COGE LA NAVAJA Y DE LA ENTREGA) Anda al establo, donde hay claridad,
donde hay luz y... (LE MURMURA ALGUNAS PALABRAS AL OÍDO)

Julia— (COMO DESPERTANDO) Gracias, gracias. Ahora voy en busca del silencio.
Decime que me vaya.

Juan— No puedo. No piense más, no piense. Me debilita y me hace cobarde. (pausita) Creo
que sonó la campana. ¡No! ¿Por qué me asusta tanto una campana? No es sólo una
campana. Es la mano que la mueve. Y si uno se tapa los oídos entonces suena más. Sigue
sonando hasta que la contesta, y va a ser demasiado tarde. (SE ESTREMECE Y SE
LEVANTA) Es horrible. Pero no hay otra manera. ¡Vaya!

Julia— (SALE CON PASO RESUELTO).

Fin.

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