La Señorita Julia
La Señorita Julia
La Señorita Julia
Amplia cocina de la casa de Julia. Cristina a la izquierda del hogar, revuelve una olla puesta
al fuego. Por la puerta entra Juan, de librea. Trae en la mano unas botas de montar, con
espuelas, y las deja en el suelo, bien a la vista del público.
JUAN: Fui a llevar al Conde a la estación y cuando volví pasé por la barraca. Estaba en el
medio del baile…-la señorita Julia- bailando con el que cuida a los animales. En cuanto me
vio vino corriendo y me pidió que bailara con ella. ¡Qué manera de bailar! Está loca.
CRISTINA: Siempre estuvo loca. Pero está peor desde que rompió el compromiso.
JUAN: ¡Qué cosa, ¿verdad? Él no era rico pero era noble. Son muy caprichosos. (Se sienta
a la mesa) Es raro que una muchacha joven prefiera quedarse en su casa con los criados
en vez de ir con el padre a visitar a su familia.
CRISTINA: Parece que no quiere ver a nadie desde lo que pasó con su novio.
JUAN: Sí, yo lo ví. Estaban en los establos y la señorita Julia, según ella, lo “amaestraba”.
Lo hacía saltar por encima de la fusta como si fuera un perro. Él saltó dos veces y cada vez
que lo hacía la señorita le daba como premio un latigazo. A la tercera vez él le arrancó la
fusta de la mano, la partió y se fué. Y no apareció nunca más.
JUAN: Sí, fue así…(tiempo) ¿Con qué delicia me vas a hechizar esta noche?
CRISTINA: (Sirve del sartén y lo pone un plato en la mesa) Con un pedacito de riñón del
asado de ternera.
JUAN: (Huele la comida) ¡Sabroso! Ce-ci est mon grand delice. (Toca el plato) Aunque
debiste de haberme calentado el plato.
CRISTINA: No empieces. A veces sos más quisquilloso que el mismo Conde. (Le tira el pelo
afectuosamente)
JUAN: No me tires del pelo. Sabés lo sensitivo que soy.
JUAN: No, gracias, ¿Cerveza en la víspera de San Juan? Mirá. Etiqueta amarilla. Traeme
un vaso. ¡No, una copa mejor! Este vino se tiene que tomar en copa.
CRISTINA: (Va al fogón y toma una cacerola pequeña) Dios ampare a la que te tenga por
marido. Sos tan malcriado.
JUAN: No te hagas. Bien contenta que estarías si consiguieras un caballero como yo. Y
bien que te gusta que la gente diga que hay algo entre nosotros. (Prueba el vino) Bueno.
Muy bueno. Le falta temperatura. (Lo calienta con las manos) Salió cuatro francos el litro.
(levanta la tapa de una olla) ¿Qué es ésto? Qué olor tiene
CRISTINA: Una mierda que la señorita Julia quiere darle de comer a Diana.
JUAN: Por favor, Cristina, no hables así. ¿Por qué hay que cocinar para la perra en plena
fiesta? ¿Está enferma?
CRISTINA: Está enferma sí. Se escapó con el perro del cuidador y se enfermó. Y la señorita
Julia no puede permitir eso.
JUAN: La señorita Julia es muy orgullosa para algunas cosas y para otras no, igual a la
madre. A la condesa le encantaba estar en la cocina, en los establos, andaba con los puños
de los vestidos sucios, pero nos exigía que los botones tuvieran la corona del Conde. La
señorita es igual, no se cuida nada. No tiene clase. Hace un rato, en el galpón, Ana estaba
bailando con el guardia y ella se lo sacó y lo hizo bailar con ella. Nosotros nunca
hubiéramos hecho eso. Cuando los nobles quieren actuar como pobres resultan vulgares.
¡Pero como mujer! ¡Qué hombros! ¡Qué pecho! ¡Y lo demás!
JUAN: ¡Clara!.. ustedes le tienen envidia. Yo anduve a caballo con ella... ¡y cómo baila!
JUAN: ¿Es algún hechizo que las señoras preparan para la noche de San Juan? ¿Es para
conocer el futuro y leer en las estrellas el nombre de aquel que el destino les prepara?
JULIA: Necesitarías buenos ojos para leer ese nombre. (A Cristina) Ponelo en una botella y
tapalo. (A Juan) Vení y bailá conmigo. (Deja caer el pañuelo sobre la mesa)
JUAN: No quiero faltarle el respeto, pero le había prometido este baile a Cristina.
JULIA: Ella puede bailar contigo después. ¿Verdad, Cristina? ¿Me prestás a Juan?
JUAN: Señorita, no lo tome a mal, pero francamente, no es muy prudente que elija dos
veces a un mismo criado para bailar, sobre todo entre gente que le gusta los chismes.
JUAN: Si no me entiende, señorita, se lo digo más claro. Se ve mal que prefiera a uno de
sus criados, habiendo tantos que esperan el mismo honor.
JULIA: ¿Prefiera? ¿Qué se imagina, señor? Yo, la señora de la casa, con mi presencia
quiero honrar la fiesta de mis criados y para bailar, voy a elegir a uno que sepa hacerlo. No
voy a hacer el ridículo...
JULIA: No es una orden. Esta noche somos hombres y mujeres en una fiesta popular, en
donde no hay diferencias. Dame tu brazo. No te preocupes, Cristina. No te lo voy a robar.
(Juan le da el brazo y salen. Cristina queda sola. En la lejanía se oye una “escocesa”
ejecutada por una orquesta de violines. Cristina tararea al compás de la música mientras
recoge el servicio usado por Juan; lava el plato, lo seca y lo coloca en la alacena. Luego se
quita el delantal, saca un espejo del cajón de la mesa, enciende una vela, calienta en la
llama una horquilla, con la que se riza el flequillo. Luego se acerca hacia la puerta y mira
hacia afuera. Vuelve a la mesa, ve el pañuelo olvidado por Julia, lo huele y después, lo va
extendiendo entre las manos y lo dobla en cuatro dobleces.)
(Entra Juan)
JUAN: ¡Está loca de verdad! ¡Baila de una manera!
CRISTINA: Está con el mes y siempre se pone rara. ¿Vas a bailar conmigo ahora?
JUAN: (Tomandola por la cintura) Tenés sentido común, Cristina. Vas a ser una buena
esposa.
JUAN: Todo lo contrario, señorita Julia, me apuré a volver con la que dejé sola.
JULIA: Bailas muy bien ¿sabés? ¿Por qué tenés el uniforme puesto en un día de fiesta? Es
la Noche de San Juan? ¡Sacatelo!
JUAN: Entonces voy a tener que pedirle que se retire. (Va hacia la derecha)
JULIA: (A Cristina) Juan me parece muy apegado. ¿Son novios ustedes?
JUAN: Me halaga.
JUAN: Mi modestia natural me impide creer que la señorita tenga frases de elogio para un
hombre humilde como yo. Por eso pienso que exagera. La palabra correcta es halagar.
JUAN: Sí. Aquí. Yo veía a la señorita cuando era niña, aunque la señorita nunca se fijó en
mí.
JUAN: Sí. Me acuerdo de una vez sobre todo. Pero no debo hablar de eso ahora.
JUAN: Peligro ninguno. Pero preferiría que no. (Señala a Cristina, que se quedó dormida. )
JUAN: La oí.
JUAN no se mueve
JULIA: ¿Y si te lo ordeno?
JUAN: (Saca una botella del cajón de hielo y la descorcha. Trae un vaso y un plato.) ¿Me
permite?
JULIA: ¿Mandar? Usted sabe que un caballero nunca debe permitir que una dama tome
sola.
JULIA: ¡Muy bien! Ahora para terminar, béseme usted el pie. (Juan vacila unos instantes
pero besa atrevidamente el pie de Julia.) Debió dedicarse al teatro.
JUAN: Señorita Julia, no podemos seguir así. Alguien puede entrar y vernos.
JULIA: ¿Y qué?
JUAN: Que la gente habla. Y si supiera lo que están diciendo de nosotros...
JUAN: Dormida.
CRISTINA: (Balbucea dormida) Limpiar las botas del Conde... poner el café... rápido,
enseguida...
JULIA: ¿Cómo?
JUAN: Está muy cansada. Hay que respetar su sueño.
JULIA: Muy considerado. (Le alarga una mano) Ahora venga conmigo a recoger ramas de
sauco.
JUAN: No me creo nada, señorita; pero cosas así han sucedido. Para esa gente nada es
sagrado.
JUAN: Soy.
JUAN: No lo haga, señorita Julia. Siga mi consejo. Nadie va a creer que lo hizo a
conciencia. Van a decir que cayó.
JULIA: Yo tengo una mejor opinión de la gente.
JULIA: Tal vez. Pero vos también. Todo es extraño, la vida, la gente, todo es como el fango,
que flota en el agua... hasta que se hunde. Tengo un sueño que se repite de vez en cuando.
Y me sorprende. Estoy sentada sobre una columna y no tengo escalera para bajar. Tengo
que bajar, pero miro para abajo y me mareo y quiero tirarme, pero me da miedo, no tengo el
coraje. Tengo tantas ganas de caer, pero no caigo, y no tengo sosiego, no tengo alegría
hasta estar allá abajo, hasta tocar el suelo. Y si llego a la tierra me hundo con mis manos en
la suciedad del suelo, hasta quedar toda cubierta. ¿Sentiste algo así alguna vez?
JUAN: No. Yo lo que sueño es que estoy al pie de un árbol altísimo en un bosque oscuro.
Quiero subir, subir hasta las últimas ramas, donde el sol brilla. Quiero admirar el paisaje a
mi alrededor y robar el nido de los pájaros de los huevos de oro. Subo y subo, pero el tronco
es grueso, y resbaladizo, y las primeras ramas están tan lejos. Pero sé que si llegase a las
primeras ramas entonces subiría a lo alto fácilmente, como si subiese una escalera. No las
alcancé todavía, pero lo haré; aunque sea sólo en sueños, nada más.
JUAN: Hoy deberíamos dormir sobre nueve flores de la noche de San Juan, señorita Julia.
Entonces nuestros sueños se realizarán.
JULIA: Te rocé con la manga de mi vestido. Sentate, dejame ayudarte. (Lo agarra del brazo
y lo obliga a sentarse. Le sujeta la cabeza e intenta limpiarle el ojo con la punta del pañuelo)
Quedate tranquilo. No te muevas. (Le pega en la mano) Obedeceme. Un hombre tan grande
y tan fuerte temblando... (Se ríe y le toca los hombros) ¡Qué hombros tenés!
JUAN: Escúcheme.
JUAN: Que ya no es una niña. ¿No sabe que es peligroso jugar con fuego?
JULIA: ¡Y buen mozo! ¡Qué increíble vanidad! ¿Pensás que sos un Don Juan? ¿O el Casto
José?
JULIA: Me parece, sí. (Juan trata de besarla. Julia le cruza la cara.) No te atrevas.
JULIA: En serio.
JUAN: Entonces lo de hace un momento fue en serio también. Demasiado juego en serio.
Es peligroso. Ahora me cansé de jugar, y le pido que me deje volver a mi trabajo. (Agarra
las botas) Su padre quiere las botas limpias a primera y ya pasó la medianoche.
JULIA: Dejá las botas.
JEAN: No, esto es parte de mis obligaciones que no incluyen ser un juguete de la señorita.
JEAN: Nosotros no nos “enamoramos”, pero quise a varias muchachas. Una vez me
enfermé por una que no podía tener. Enfermo de amor como los príncipes de “Las mil y una
noches”, que dejan de comer, de dormir…
JULIA: ¿Y si te lo pido de igual a igual? ¿Como una amiga? (SUAVEMENTE.) ¿Quién era?
JEAN: Absurdo. Ridículo. Es la historia que no quise contarle antes ¿Sabe cómo se ve el
mundo desde abajo, señorita? No sabe. A los gavilanes y a los halcones no les vemos las
espaldas, porque están muy altos. Yo vivía en una casucha con siete hermanos y un cerdo,
en una tierra seca, donde no crecían árboles. Pero desde mi ventana veía el muro de la
quinta del Señor conde. Al otro lado del muro podíamos ver manzanos en flor. Era como el
jardín del Paraíso, pero con ángeles con espadas de fuego que cuidaban la entrada. Un día
con unos amigos -a pesar de los guardianes- descubrimos un camino que nos llevaba al
árbol de la vida.¿Ahora me desprecia?
JEAN: Dice eso pero me desprecia, muy adentro me desprecia. Un día contrataron a mi
madre para limpiar los yuyos del sembrado de cebollas. Finalmente pude traspasar el mudo.
Junto a la tapia del huerto había un pabellón a la sombra de los jazmineros, cubierto por
madreselvas. Yo no me imaginaba para qué servía aquello; pero nunca había visto un
edificio tan maravilloso. La gente entraba y salía de ahí y uno dejó la puerta abierta.
Entonces vi un vestido claro, rosado, y unas medias blancas. Usted. Me escondí abajo de
unos arbustos – ¿Se lo imagina?- entre espinas y un barro abonado húmedo y apestoso. Y
la vi pasear entre las rosas y me dije: “Si es cierto que un ladrón pudo entrar al cielo, ¿Por
qué no puede, aquí en la tierra, el hijo del campesino entrar en el parque, y jugar con la niña
del Conde?”
JULIA (ELEGÍACA.) ¿Crees que cualquier otro niño pobre hubiera pensado lo mismo?
JEAN: (DUDANDO, LUEGO CON RESOLUCIÓN.) Estoy seguro. Cualquier niño pobre.
JEAN: (CON DOLOR EXAGERADO.) ¡Ay, señorita Julia! Los perros duermen en el sofá de
los amos, el caballo recibe caricias de la mano de la señora, pero la gente así… A veces
hay hombres que escapan de la miseria. De vez en cuando, pasa ¿Pero sabe lo que hice? ,
Con ropa y todo me tiré de cabeza al arroyo del molino. Lograron rescatarme del agua pero
mi padre me dio una paliza. El domingo siguiente mi padre y mi familia salieron a visitar a mi
abuela y yo me quedé en casa. Me bañé con jabón y agua caliente, me puse mi mejor traje
y fui a la iglesia para ver si la veía. La vi y volví a casa decidido a morir, pero bellamente, sin
dolor. Entonces me acordé que era peligroso acostarse bajo un árbol de saúco. Yo sabía
que cerca de casa había uno que estaba floreciendo. Le arranqué todas las flores que tenía
y me acosté con ellas en un cajón de avena. ¿Vio que suave que es la avena? Dulce, como
la piel, tapé el cajón, cerré los ojos y me dormí. Me desperté con mucha fiebre, medio
muerto. Pero sobreviví cómo puede ver. En realidad no sé qué quería. No tenía ninguna
esperanza, por supuesto, así que para mí usted era el símbolo de la desesperanza de la
pobreza en que nací.
JEAN: Poco. Pero leí muchas novelas, y fui mucho al teatro. Y además aprendí de los
aristócratas.
JEAN: Naturalmente. Oigo muchísimas cosas mientras trabajo . Una vez la oí hablando con
una amiga…
JEAN: No son cosas dignas de repetirse. Pero yo no me explicaba dónde habían aprendido
todas aquellas palabras. Quizás no es tanta la diferencia entre la gente como se supone.
JULIA: No digas disparates. Las mujeres de mi clase no actuamos como las de ustedes
cuando se comprometen.
JEAN: (LA NIÑA.) ¿Está segura, señorita Julia? La señorita no tiene que hacerse la
inocente conmigo.
JULIA: ¿Siempre?
JEAN: ¡Qué raro! Ella tampoco quería. Bien. ¿Entonces me permite retirarme a dormir?
JEAN: ¿Y por qué no? No me agrada hacer el ridículo, no quiero ser despedido sin
referencias, especialmente ahora, cuando empiezo a ser alguien. Además, tengo cierta
obligación con Cristina.
JEAN: Es por su bien, ¡por favor! Obedézcame. Es tarde, el sueño emborracha, y confunde.
Acuéstese. Por ahí vienen los criados a buscarme. Si nos encuentran aquí solos a estas
horas, está perdida. (EL CANTO DE UN CORO DE ACERCA POCO A POCO.)
JULIA: Yo conozco a mis criados, y los quiero, como ellos me quieren a mí.
JEAN: No, señorita Julia, no, sus criados no la quieren. Escupen a sus espaldas, créame.
Oiga, oiga lo que cantan.
JEAN: Nada. Se burlan. De usted y de mí. Qué cobardes...tenemos que irnos de acá.
Escondernos.
JEAN: Venga al mío. Puede confiar en mí. Yo soy su más leal y respetuoso amigo.
JEAN: (SE ACERCA A JULIA, EXALTADO) ¿Ves? ¿Te das cuenta lo que te digo?
JULIA: ¿A dónde?
JEAN: Sí. Caras nuevas, idiomas distintos cada día. No te deja un minuto para
preocupaciones. El trabajo se presenta por sí solo. Los timbres suenan noche y día, llegan
los trenes, los carruajes que van y vienen de la estación, y las monedas de oro rodando
hacia la caja fuerte. ¡Eso es vivir!
JEAN: ¡La señora del hotel, la perla del establecimiento! Con tu cara, y tu firma tenemos el
éxito asegurado. En tu oficina, como una reina. Los huéspedes desfilaran ante tu trono, irán
depositando su tributo a sus pies. La gente tiembla ante una cuenta. Vámonos, vámonos de
aquí. (SACA UNA GUIA DEL BOLSILLO). El primer tren sale a las seis y media, mañana
llegamos a Hamburgo a las ocho y cuarenta, serán unos tres días de viaje.
JULIA: Todo eso es lindo. Pero Jean, dame valor. ¿Me querés? Abrázame.
JEAN: (VACILANDO) No puedo. Aquí no. En esta casa no. La quiero, no lo dude. ¿Lo
duda?
JEAN: (ANGUSTIADO) No puedo tutearla acá. Las barreras existen mientras estemos en
esta casa. Aquí está el pasado. Aquí está el conde. Ningún hombre me ha inspirado tanto
respeto. Veo sus guantes sobre la silla y me achico. Si oigo su timbre salto como un caballo
asustado. Veo sus botas, rígidas y severas, y me suben escalofríos por la espalda.
(APARTA CON EL PIE LAS BOTAS). Supersticiones, ideas que nos metieron en la cabeza
desde niños. En otros países, en una república, la gente se postrara ante mi uniforme de
criado. Pero yo tengo carácter, y en cuanto llegue a esa primera rama me verá subir. Hoy
soy un siervo pero el año que viene tendré un hotel. Y en diez años seré propietario de
tierras. Entonces iré a Rumania, y hasta podría, hasta podría ganar un título. En Rumania
podría comprar un título. De Conde. Y usted será mi Condesa.
JULIA: Y que me importa a mí todo eso, si lo estoy tirando por la ventana? Decime que me
queres. Sin tu cariño, ¿Qué soy yo?
JEAN: Se lo diré mil veces, después, aquí no. Debemos ser prudentes. (COGE UN
CIGARRO, LO DESPUNTA Y LO ENCIENDE.) Siéntese aquí. Yo me sentaré a su lado y
hablaremos como si nada hubiese ocurrido.
JEAN: Tengo que hablarle así, con firmeza. Ya hicimos una locura; no hagamos más. El
conde puede venir en cualquier momento y tenemos que decidir nuestro futuro antes de que
llegue. ¿Qué piensa de mis planes?
JULIA: Me parece bien. Sólo que para lo del hotel vas a necesitar un capital. ¿Lo tenés?
JEAN: (FUMANDO) Por supuesto que sí. Tengo capacidad profesional, experiencia y
conocimiento de idiomas. Yo diría que todo eso es un capital valioso.
JULIA: Pero no nos sirve ni para comprar los pasajes del tren.
JULIA: ¿Qué?
JULIA: Pero ¿pensás que me voy a quedar bajo este techo como tu amante? ¿Qué voy a
exponerme a que mis criados me señalen con el dedo? ¿Con qué valor podré mirar a mi
padre a la cara? ¡No, no! ¡sacáme de aquí! ¿Qué hice, Dios mío? Dios mío…(LLORA.)
JEAN: ¡Ah! ¿Va a empezar? ¿Qué hizo? Lo mismo que hicieron mil mujeres antes que
usted.
JULIA: ¿Qué fuerza prodigiosa me empujó? La que empuja al débil hacia el fuerte, al caído
hacia el que sube? ¿El amor? ¿Esto fue amor? ¿Sabes lo que es amor?
JULIA: ¡Ladrón!
JULIA: ¡Cómplice de un ladrón! Esta noche me emborraché y fue todo un sueño ¡La noche
de San Juan! ¡La noche de alegrías inocentes!
JEAN: ¿Inocentes?
JEAN: ¿Por qué desgraciada? Después de semejante conquista... Piense en Cristina. ¿No
tiene sentimientos también?
JULIA: No. Pensaba que sí, pero ahora pienso que los criados, son criados y nada más.
JULIA: (CAYENDO DE RODILLAS, CON LAS MANOS JUNTAS.) Dios del cielo. ¡Sálvame
del fango en que me ahogo! ¡Sálvame!
JEAN: No puedo negar que me da lástima. Cuando la vi en el jardín de las rosas, desde la
siembra de cebollas - ahora se lo puedo confesar - tuve las mismas ideas sucias que
hubiera tenido cualquier muchacho.
JEAN: (SOÑOLIENTO.) Más o menos. Una vez leí una noticia en un diario que un limpiador
de chimeneas se acostó en un cajón de flores de saúco porque lo llevaron a la corte con un
pleito de paternidad.
JULIA: ¡Ah!
JEAN: Tuve que inventar algo. A las mujeres se les llega adulándolas.
JEAN: ¡Puta de lacayo! ¡Cállate la boca y salí de aquí! ¿Por qué me insultás? La gente de
mi clase no se hubiera comportado así. Ninguna cocinera hubiera perseguido a un hombre
de esa manera. Ninguna campesina hubiera ofrecido su cuerpo así. Eso lo ví solamente
entre los animales y las prostitutas.
JULIA: ¡Pégame, pisoteame! ¡No merezco otra cosa, pero ayúdame! ¡Ayúdame si todavía
me podes ayudar!
JEAN: No pretendo renunciar al honor de haberla seducido. ¿Pero cree que alguien de mi
posición social se hubiera atrevido a mirarla a los ojos si usted no hubiera dado el primer
paso? Todavía me asombro…
JULIA: Te enorgullecés
JULIA: Decí lo que quieras, hacé conmigo lo que te plazca. Sos más fuerte que yo.
JEAN: No. Perdóneme. Perdone lo que le dije. No me gusta pegarle a un ser indefenso, y
menos si es una mujer. No puedo negar que me alegra saber que todo aquello que me
deslumbraba al mirarlo de abajo era pura fantasía. La espalda del halcón es como la mía,
el pañuelo perfumado estaba sucio. Pero me duele darme cuenta que lo que miraba con
tanta admiración no estaba tan alto. Me duele verla humillada. Me apena ver las flores de
otoño derribadas por la lluvia convertidas en basura.
JEAN: Es que estoy. Yo puedo hacerla una condesa. Usted no puede hacerme conde a mí.
JEAN: Hay cosas peores que ser un ladrón. Cuando yo presto mis servicios en una casa
me considero como un miembro de la familia, como un hijo de la casa. (NUEVAMENTE VA
ENCENDIENDO SU PASIÓN.) ¡Señorita Julia! Usted es una mujer muy hermosa,
demasiado alta para un hombre como yo. Estaba borracha y ahora pretende arreglar las
cosas con esta ilusión de que me quiere. Usted no me quiere. Quizás mi aspecto la seduce.
Su amor no es mejor que el mío. Yo nunca me permitiré ser su desahogo físico, su animal, y
yo no puedo ganar su cariño.
JEAN: ¿Podría ocurrir? Yo podría quererla. Usted es hermosa, fina, culta, apasionada
cuando se lo propone, y si despierta el deseo en un hombre ya no desaparecerá...Usted es
como un vino de especies, caliente, y un beso suyo… (INTENTA LLEVÁRSELA, PERO
ELLA SE APARTA RESUELTAMENTE.)
JULIA: ¿Cómo? ¿Cómo? No sé. Me das asco como una rata, pero no puedo huir de ti.
JULIA: (OBSERVANDO, PREOCUPADA, SU TRAJE.) Sí. Pero ¡estoy tan cansada! Dame
un vaso de vino. (JEAN SE LO SIRVE.) (JULIA, MIRANDO EL RELOJ.) Pero antes tenemos
que hablar. Hay tiempo todavía.
(VACÍA EL VASO Y SE LO DA PARA QUE VUELVA A LLEVARLO.)
JULIA: Me contaste tu vida. Ahora quiero contarte algo de la mía. Así nos conocemos mejor
antes de irnos los dos.
JEAN: Perdóneme. Piense después se puede arrepentir de haberme contado sus secretos.
JULIA: Lo decís por decir. Mis secretos son conocidos por todos. la familia de mi madre no
era noble, era de origen humilde. Tuvo las ideas de su tiempo, creía en la igualdad y en la
emancipación de la mujer. Odiaba la idea del matrimonio. Cuando mi padre se enamoró de
ella, le dijo que nunca se iba a casar con él, pero después cambió de idea. No quería hijos,
yo nací contra la voluntad de mi madre, por lo que me he enterado. Quiso educarme libre de
las imposiciones sociales, una hija de la naturaleza. Tuve que aprender a hacer todo lo que
hacían los varones, para demostrarle a la gente que las mujeres somos iguales a los
hombres. Me vestía con ropa de muchacho, me hacía ocuparme de los caballos, aunque
nunca me permitió entrar en el corral de las vacas. Aprendí a bañarlos y a ensillarlos,
incluso a llevarlos al matadero. Eso era lo peor. Mientras tanto los hombres del campo
tenían que hacer las tareas de las mujeres, y a las mujeres faenas de los hombres. El
resultado fue un descalabro total. Los vecinos se reían de nosotros. Por fin mi padre se
rebeló y tomó él las riendas. El resultado fue que mi madre se enfermó- de que no sé- sufría
de convulsiones, se escondía en los establos y pasaba las noches enteras afuera, al aire
libre.
Entonces vino el incendio. La casa, los establos y los corrales fueron arrasados por el
fuego. Todos pensaron que fue intencionado porque fue al día siguiente que venció el
seguro. Mi padre dice que había mandado la plata. Pero que el mensajero se retrasó.
(LLEVA EL VASO Y BEBE.)
JULIA: ¡Qué importa! Perdimos todo. No teníamos casa y dormíamos en los carruajes. Mi
padre no conseguía plata para para reconstruir la hacienda. Mi madre le consiguió un
préstamo con un amigo de ella, de su infancia, un ladrillero que vivía cerca.El hombre le
prestó el dinero sin interés, para asombro de papá. Construyeron todo otra vez.
¿Sabes quien causó el incendio?
JUAN- Su madre.
JULIA- De mi madre.
JUAN- Era del conde también, entonces. Si no tenían separación de bienes.
JULIA- No tenían. Mi madre tenía un pequeño capital que no quería que mi padre se lo
administrara. Lo había guardado con su amigo.
JUAN- Y el amigo se quedó con ese capital.
JULIA- ¡Sí! Mi padre descubrió todo, pero no lo pudo denunciar. Era el amante de mi
madre. Esa fue la venganza de mi madre por haberle quitado el mando de la hacienda. Mi
padre estuvo al borde del suicidio. Hizo que mi madre pagara por lo que hizo. Aquellos
cinco años fueron terribles para mí, como te podes imaginar. Uo quería a mi padre, pero me
puse del lado de mi madre, porque no sabía lo que había ocurrido. Aprendí de ella a odiar y
a desconfiar de los hombres, y juré que nunca iba a ser esclava de un hombre.
JUAN- ¿Y se comprometió con ese joven abogado?
JULIA- Quería esclavizarlo.
JUAN- Pero él no lo permitió.
JULIA- Lo permitía, pero me cansé de él.
JUAN- Yo los ví en los establos.
JULIA- ¿Qué vio?
JUAN- Cuando él rompió el noviazgo.
JULIA- Eso no es cierto. Yo fui quien rompió el compromiso. ¿Ese imbécil te dijo lo
contrario?
JUAN- No era un imbécil. ¿Odia tanto a los hombres, Srta. Julia?
JULIA- Sí. Casi siempre. A veces tengo momentos de debilidad, cuando la naturaleza
quema, y entonces…
JUAN- ¿Me odia a mí también?
JULIA- Enormemente. Quisiera matarte como a un animal cualquiera.
JUAN- Pero aquí no hay ningún animal ¿Entonces qué hacemos?
JULIA- Escapar.
JUAN- ¿Para atormentarnos uno al otro hasta la muerte?
JULIA- No. Para ser felices dos días, tres semanas, lo que se pueda, y luego morir.
JUAN- ¿Morir? Eso sería una estupidez. Yo prefiero empezar un hotel.
JULIA- (HABLANDO CONSIGO MISMA.) En el lago de Como, donde siempre brilla el sol,
donde florecen el laurel y los naranjos por la Navidad…
JUAN- El lago de Como es barroso, y para conseguir naranjas hay que ir a la frutería. Pero
es un sitio estupendo para forasteros, porque hay cabañas para las parejas de enamorados.
Es un buen negocio. ¿Sabe por qué? Porque las pagan por seis meses y las dejan a las
tres semanas.
JULIA- ¿Por qué a las tres semanas?
JUAN- Porque se pelean, por supuesto. Pero el alquiler está pagado. Uno las alquila otra
vez y así sucesivamente, pareja trás pareja. El amor subsiste hasta la eternidad, aunque
ésta no dure tanto.
JULIA- ¿No querés morir conmigo?
JUAN- No. Primero porque me gusta vivir, y segundo porque considero el suicidio un crimen
contra la providencia que nos dio vida.
JULIA- ¿Crees en Dios?
JUAN- Sí. Y ahora, francamente estoy cansado de todo esto. Me voy a acostar.
JULIA- ¿Y crees que las cosas se van a quedar así? Sabes lo que debe un hombre a una
mujer que ha deshonrado?
JUAN- (SACA UNA MONEDA Y LA ARROJA SOBRE LA MESA.) Yo pago todas mis
deudas.
JULIA- (SIN DEMOSTRAR QUE A ADVERTIDO LA INJURIA.) ¿Sabes que la ley dice…
JUAN- La ley no impone sanciones a una mujer que seduce a un hombre.
JULIA- (COMO ANTES.) ¿Podemos irnos, y luego separarnos?
JUAN- No. No sería una buena unión. No me conviene
JULIA- ¿no te conviene?
JUAN- Mi familia es mejor que la suya. No tenemos incendiarios. Pero yo estudié a su
familia en un libro que hay en la mesa del salón. ¿Sabe cómo se logró el primer título de su
casa? Un molinero que le entregó al rey su mujer para que se acostara con ella, durante la
guerra. Yo no tengo abuelos que hayan hecho esa inmundicia. Pero puedo ser el primero de
una raza de aristócratas.
JULIA- ¿Por qué abrí mi corazón a alguien tan indigno?,
JUAN- Le advertí que no siguiera tomando. Uno se pone a hablar, y es peligroso.
JULIA- ¡Ay, cómo me arrepiento! ¡Cómo me arrepiento! Si por lo menos me quisieras
JUAN- Por última vez, ¿qué quiere que haga? ¿Que me ponga a llorar, que salte por
encima de su fusta, que la bese, que la entretenga unos días en el lago de Como? ¿Y
después? ¿Qué quiere que haga? Me estoy cansando, con las mujeres es siempre igual.
Srta. Julia, me doy cuenta que usted es muy desgraciada, que sufre, pero no puedo
entenderla. Para nosotros no hay tanta historia - no nos odiamos - el amor es como un
juego cuando el trabajo nos lo permite, pero no tenemos el día entero para jugar. Usted
está enferma, sin duda alguna está enferma.
JULIA- Sé bueno conmigo. ¡Ayúdame! Qué debo hacer, qué camino seguir!
JULIA- (ENTRA VESTIDA DE VIAJE, CON UNA JAULITA CUBIERTA QUE DEJA SOBRE
UNA SILLA.) Ya estoy lista.
JUAN- ¡Ssh! Cristina está despierta.
JULIA- (EXCITADÍSIMA A TRAVÉS DE TODA LA ESCENA.) ¿Sabe algo?
JUAN- Nada. ¡Dios mío, qué cara tiene usted!
JULIA- ¿Qué pasa?
JUAN- Está pálida y, perdóneme, pero tiene la cara sucia.
JULIA- Dame agua. (SE LAVA LA CARA Y LAS MANOS.) Una toalla. ¿Salió el sol ya?
JUAN- Sí, el diablo pierde su poder.
JULIA- El diablo jugó conmigo esta noche. Escúchame, Juan. Vení conmigo. Tengo dinero.
JUAN- (DUDANDO.) ¿Suficiente?
JULIA- Por el momento, sí. Vení conmigo. Hoy no puedo viajar sola. Es la fiesta de San
Juan, el tren va a estar lleno, la gente me va a mirar, voy a tener que estar sola en las
paradas cuando lo que quiero es salir volando. No puedo, no puedo, no puedo. Los
recuerdos de mi niñez: el día de San Juan, la iglesia llena de flores, con ramas de abedul y
de saúco, la cena en la mesa, familia, amigos, bailes, música, juegos. Uno puede correr,
escaparse, pero en el vagón del equipaje nos persiguen los recuerdos, el remordimiento y la
culpa.
JUAN- Me voy con usted. Pero tiene que ser ya, antes que sea tarde.
JULIA- Vamos. (COGE LA JAULA.)
JUAN- Sin equipaje... se van a dar cuenta... (AGARRA EL SOMBRERO.) ¿Qué es eso?
JULIA- Mi canario. No quiero dejarlo.
JUAN- ¿Está loca? No podemos irnos con esa jaula. Deje ese pájaro ahí.
JULIA- Pero es lo único que me llevo de la casa, el único ser que me quiere desde que
Diana me traicionó! Dejame llevarlo.
JUAN- Hable más bajo que Cristina puede oirnos.
JULIA- No quiero dejarlo con extraños. Prefiero que lo mates.
JUAN- Dámelo.
JULIA- Pero no le hagas daño. No puedo, no.
JUAN- Démelo, que yo sí puedo.
JULIA- (SACA EL PAJARITO DE LA JAULA Y LO BESA.) Chiquito, vas a dejarme, (etc, etc)
Juan- Por favor, deje las escenas ahora. El pájaro no vale su vida y su felicidad. Démelo.
(SE LO ARRANCA DE LA MANO, LO LLEVA A LA MADERA Y TOMA UN CUCHILLO) (le
corta el cuello al canario).
Julia- (EXALTADA.) ¡Matame a mi! ¡Matame a mi! ¿Cómo podés hacer eso sin que te
tiemble la mano? ¡Te odio! Me das asco! ¡Maldita la hora en que te ví! ¡Maldita la hora en
que nací!
Julia- (APROXIMÁNDOSE A LA MADERA) No, no quiero irme. No puedo, tengo que ver
¡callate! Oigo un carruaje allá afuera. (PRESTA OÍDOS, CON LOS OJOS FIJOS EN EL
CUCHILLO Y LA MADERA) ¿Crees que soy débil? ¡Quisiera ver tu sangre sobre esa mesa!
¡Quisiera ver a todo (s) (a todos los hombres?) tu sexo nadando en un mar de sangre como
ese! ¡Podría beber de tu cráneo, pisar tus entrañas y tragarme tu corazón vivo! ¿Pensás
que soy débil, pensás que te quiero, que quiero llevar un hijo tuyo bajo mi corazón, nutrirlo
con mi sangre y darle tu apellido? ¿Cómo te llamas? Jamás oí tu apellido. ¡Perro que llevas
mi collar, siervo que llevas mi blasón en tus botones! ¡Yo te comparto con mi cocinera y soy
su rival! ¡Ay! ¡Ay, ay! Crees que soy cobarde y que voy a escaparme. No, no, me quedo y
que nos parta el rayo. Mi padre está llegando y va a ver el cajón de su escritorio abierto, su
dinero robado. Llamará al criado y luego a la policía y yo confesaré todo, todo. ¡un final
hermoso! Después... el sufrimiento lo va a matar, y llega el fin este cuento... llega la paz y el
silencio. ¡el silencio eterno! Toda nuestra casta derrumbada sobre el cajón de mi padre, mi
estirpe termina y el hijo del siervo crecerá en un asilo, conquistará sus laureles en un corral
y terminará sus días en presidio...(ENTRA CRISTINA CON EL LIBRO DE HIMNOS EN LA
MANO. JULIA CORRE HACIA ELLA Y SE HECHA EN SUS BRAZOS) ¡ayudame Cristina!
¡librame de este hombre!
Cristina- (impasible y fría) ¡Menos gritos! (SE FIJA EN LA MADERA, LA SANGRE DEL
CANARIO) ¿Qué significa esto? ¿Por qué grita, señorita?
Julia- Cristina, mi amiga. También sos mujer. Tené cuidado con él! Cristina, entendéme.
Escuchame.
(CRISTINA la mira).
Julia- Se me ocurre algo. ¿Y si nos fuéramos los tres a otro país, a Suiza, por ejemplo,
ponemos un hotel? Yo tengo plata. (SE LO ENSEÑA) ¿Ves? Juan y yo nos encargamos de
todo y vos de la cocina. ¿Te parece bien? Tenés que venir con nosotros. Así todo se
arregla. ¿No ves? (LA ABRAZA DÁNDOLE PALMADITAS EN LA ESPALDA).
Julia— (RÁPIDAMENTE) Nunca saliste de aquí. Hay que conocer el mundo. No sabes lo
divertido que es andar en ferrocarril, gentes nuevas, países nuevos. (APARECE JUAN
AFILANDO UNA NAVAJA EN UNA CORREA QUE SUJETA CON LOS DIENTES Y LA
MANO IZQUIERDA. OYE A JULIA Y DE VEZ EN CUANDO ASIENTE CON LA CABEZA).
Cristina— ¿Señora?
Juan— si.
Juan— La señorita Julia sigue siendo tu señora. No hay razón para que la desprecies
cuando hace lo mismo que hacés...
Cristina— Jamás me rebajé. ¿Cuándo tuve que ver con el que le da de comer a los
puercos, o el que cuida a los caballos ¡Decíme!
Juan— ¿Mirá quién habla? Te crees que no sé la comisión que te da el carnicero por
comprarle a él.
Pausa
Cristina— El Señor murió en la cruz por nuestros pecados. Si nos entregamos a él con fe y
con arrepentimiento, se hará cargo de todos nuestros pecados.
Cristina— El señor no distingue entre las personas, pero para él los últimos serán los
primeros.
Juan— ¿En el de una aristócrata, una mujer seducida? No sé. (CON UNA RÁPIDA MIRADA
A LA MESA) No, sí se.
Julia— (CON LA NAVAJA EN LA MANO) Quisiera, pero no puedo. Mi padre tampoco pudo
cuando tuvo que hacerlo.
Julia— Queda media hora, entonces. Ya no puedo más. Soy incapaz de arrepentirme, de
huir, de quedarme. ¡No puedo vivir, no puedo morir! Decíme que hago y te obedezco como
un perro! Haceme el último favor: salva mi nombre y salva mi honor. Ordename que haga lo
que debo hacer para acabar de una vez.
Julia— Mandáme como si fueras él. (exaltada) Yo no tengo voluntad. El cuarto se llenó de
humo. Te veo a través de un humo negro. Tus ojos brillan. (EL SOL HA IDO AVANZANDO
SOBRE EL PISO Y CUBRE A JUAN) ¡Es hermoso y tranquilo! (CALIENTA SUS MANOS AL
SOL) ¡Tan claro, y tan quieto!
Juan— (COGE LA NAVAJA Y DE LA ENTREGA) Anda al establo, donde hay claridad,
donde hay luz y... (LE MURMURA ALGUNAS PALABRAS AL OÍDO)
Julia— (COMO DESPERTANDO) Gracias, gracias. Ahora voy en busca del silencio.
Decime que me vaya.
Juan— No puedo. No piense más, no piense. Me debilita y me hace cobarde. (pausita) Creo
que sonó la campana. ¡No! ¿Por qué me asusta tanto una campana? No es sólo una
campana. Es la mano que la mueve. Y si uno se tapa los oídos entonces suena más. Sigue
sonando hasta que la contesta, y va a ser demasiado tarde. (SE ESTREMECE Y SE
LEVANTA) Es horrible. Pero no hay otra manera. ¡Vaya!
Fin.