Anonimo - La Epica Medieval Europea PDF
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La épica medieval europea
UNIVERSALIDAD DE LA EPOPEYA
En las más distintas y alejadas culturas ha existido o existe todavía una poesía tradicional
que celebra las hazañas de los antepasados, las victorias del propio pueblo y las guerras
contra vecinos u opresores; que encomia el valor de los héroes muertos gallardamente, y
que narra traiciones, venganzas y luchas internas. Es tarea difícil trazar un inventario de la
poesía heroica universal, en el que entrarían obras aparentemente tan diversas como los
poemas griegos Iliada y Odisea, el asiático Gilgamesh (conservado en fragmentos
babilónicos, hititas y asirios), los ugariticos Aqhat y Keret, el germánico Hildebrand, los
anglosajones Beowulf Maldon, Brunanburth, etc., los Edda escandinavos, el francés Cantar
de Roldán y el castellano Cantar del Cid. Tendría que entrar también en este inventario la
poesía heroica que ha vivido oralmente y ha sido recogida desde hace siglo y medio en
diversos países, en muchos de los cuales conserva su vitalidad. Se trata de poemas
tradicionales de Rusia, sobre todo los localizados en las remotas regiones del lago Onega y
del mar Blanco, de Ucrania. de Bulgaria, de Yugoslavia (tanto de cristianos como de
mahometanos), de Albania, de Grecia, de Estonia. por lo que se refiere a Europa. En Asia,
los poemas de los caucasianos, armenios y osetas, los de los calmucos, uzbekos y kara-
kirguiz; los de los vacutos y los ribereños del Liena, en Siberia; los de los pobladores del
oeste de Sumatra y de la islajaponesa de Hokkaidó; los de algunas tribus de Arabia. Y en
África se han hallado muestras de poesía bélica en Sudán.
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los poemas épicos tradicionales como algo totalmente distinto de lo surgido de la creación
literaria individual y docta v a estar dispuestos a admitir, en principio, la universalidad de
un tipo de narración poética que vive descubierta o en estado latente siglos y siglos.
La epopeya ibérica.
Si limitamos la consideración de esta universalidad de la epopeya en primer lugar a la
península Ibérica, no hemos de recurrir a conjeturas e hipótesis para poner de relieve que
desde los tiempos más remotos a los que el historiador puede remontarse documentalmente
se han oído en nuestras tierras cantos de carácter heroico.
Estrabón, que escribía a principios de nuestra era, dice de los turdetanos que son los mas
cultos de los iberos, pues no tan sólo conocen la escritura v poseen escritos de antigua
memoria, sino también «poemas y leyes en verso, que, según dicen, tienen seis mil años».
De esta cita interesa destacar la existencia de poemas entre los pobladores prerromanos de
España, que les atribuían una remotísima antigüedad, aunque lo de los seis mil años sea
una exageración. Tal vez ilumina un poco sobre el género de tan antiguos cantos otro
pasaje del mismo Estrabón, donde dice que era tal el loco heroísmo de los Cántabros, que,
habiendo sido crucificados, algunos de ellos murieron entonando himnos de victoria.
Según Posidonio (160-130 a. de J.C.), en pasaje recogido por Diodoro, los lusitanos,
cuando combaten, avanzan con movimientos rítmicos «y cantan peanes cuando atacan a
sus enemigos».
Que entre los celtíberos existió una epopeya que celebraba en forma cantada los hechos
gloriosos de los antepasados se desprende de un pasaje de Salustio, en el que dice que «las
madres rememoraban las hazañas guerreras de sus antepasados a los hombres que se
aprestaban a la guerra o al saqueo, donde cantaban los valerosos hechos de aquéllos». Silio
Itálico, en su poema épico sobre las guerras púnicas, al referirse a los jóvenes guerreros de
Galicia que formaban en el ejército de Aníbal, dice que solían hacer resonar sus escudos al
propio tiempo que herían acompasadamente el suelo con los pies y que «vociferaban
bárbaros cantos en su lengua nativa»; y más adelante, al narrar la batalla de Cannas, cuenta
que Paulo Emilio atacó e hirió mortalmente a un Viriathus cuando éste, según la costumbre
de los iberos, entonaba cantos bárbaros golpeando al propio tiempo su escudo.
Escasas, aunque determinantes, son, pues, las noticias que tenemos sobre esta primitiva
epopeya ibérica, pero suficientes para dejar bien demostrada su existencia. Era una poesía
belicosa, propia para entonar en la lucha y en trance de muerte, y que rememoraba hazañas
de antiguos guerreros. Compuesta en las primitivas lenguas de la Península, se perdió
cuando se perdieron éstas, y seria vano empeño querer ver en ella un viejo sustrato dula
épica en romance de siglos posteriores. Lo que importa es señalar que antes que en las
escuelas imperiales de Hispania los maestros hicieran leer a los jóvenes celtíberos versos
de Virgilio ya allí se habían oído, en verso bárbaro, cantos guerreros.
También los galos tuvieron poesía heroica, y los poetas, o bardos, constituyeron entre ellos
una casta privilegiada, como se deduce del testimonio de autores griegos y latinos,
principalmente de este pasaje de la Farsalia de Lucano: «Vosotros también, poéticos
bardos, que con vuestras alabanzas lográis hacer inmortales las almas de los valientes
caídos en la guerra, habéis divulgado sin temor innumerables cantos.»
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Estas y otras indicaciones sobre el canto de los germanos, que de hecho no ilustran más
que las que hemos recogido referidas a los iberos, se complementan gracias a las que a
mediados del siglo vi ofrece el historiador godo Jordanes en sus Getica. Refiere leyendas y
viejas tradiciones de su pueblo y cita y otorga fe a antiguos cantos (prisco carmina) que le
suministran noticias que no halla en fuentes escritas. Estos cantos, que tanto el citado
Jordanes como Amiano Marcelino llaman maiorum laudes o maiorum facto («elogios de
los antepasados» o «hechos de los antepasados»), eran entonados en las provincias
occidentales del Imperio por los visigodos antes de entrar en combate o pata elogiar en la
corte a los héroes antiguos.
Dadas la universalidad y la constancia del canto heroico, cabe suponer que en Hispania,
durante la época visigótica, hubo epopeya, género que no era nuevo ni extraño para la
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población indígena y estable ni para la minoría goda recién llegada y dominadora. Sería
absurdo poner en duda la existencia de una antigua épica germánica después del testimonio
de Tácito, de Jordanes y de otros, y de la cual encontramos nuevas referencias a principios
del siglo IX, cuando Carlomagno, según el seguro testimonio de su biógrafo Eginhardo,
«hizo transcribir, para que no se perdiera su recuerdo, los bárbaros y viejos cantos donde se
cantaban los hechos de las guerras de los antiguos reyes», noticia importante, que
demuestra que hubo un momento en que los cantos germánicos, por esencia orales,
hallaron la posibilidad de conservarse al ser puestos en escritura.
No hemos de creer que los visigodos llegaran a Hispania sin el orgullo de estos viejos
cantos, que conservarían celosamente como una reliquia de su patria lejana, del mismo
modo que los sefarditas del norte de África y de Oriente guardan como un tesoro el
romancero castellano al cabo de cuatro siglos y medio de haber sido expulsados de España
Pero conviene advertir que estas consideraciones no deben conducirnos a una arriesgada y
muy hipotética vinculación de estos cantos germánicos afincados en España con las gestas
castellanas, que sólo conocemos directamente a partir del siglo XII. Si en la epopeya
castellana hay elementos germánicos, como ocurre con más intensidad en la francesa, no es
preciso explicar esta influencia o este sustrato exclusivamente como una derivación de la
épica germánica que se podía conocer en Occidente en el siglo IX.
La epopeya cristiana
Hay que tener bien presente que la epopeya románica, que es posible que en Francia tenga
unos orígenes carolingios, no adquirió su esencial fisonomía ni su buscada intencionalidad
hasta que se presentó como el canto del cristianismo contra el mahometismo invasor. La
invasión y ocupación de tierras cristianas por los árabes no produjo una renovación en el
canto épico, ni dejó huellas decisivas en los cantares de gesta franceses o castellanos, y no
convencen los intentos hechos en pro de esta influencia. La invasión árabe remozó la
epopeya al suscitar un nuevo ambiente guerrero: la lucha de los cristianos contra los
sarracenos, situada en España, desde el Cantar de Roldán hasta las gestas castellanas. Y así
la técnica y el espíritu de la epopeya primitiva se renuevan y adquieren nuevo vigor y
nuevo sentido. La guerra se hace fronteriza y se convierte en asunto vital porque en ella se
interfiere la diferencia de religión, lo que da a la epopeya románica medieval un acusado
sentido cristiano.
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Cuando los pueblos bárbaros del norte de Europa aprendieron de los depositarios de la
cultura latina el arte de escribir pudieron aplicarse a la tarea de dejar constancia duradera
de su rico y variado pasado literario, constituido por una serie de temas mitológicos
antropomórficos y por leyendas embellecedoras de hazañas históricas. Gran parte de esta
tradición hasta entonces oral adquirió fisonomía literaria en una época en que aquellos
pueblos bárbaros ya se habían cristianizado y habían establecido contacto con la
civilización nacida en el Mediterráneo, debido a lo cual no es raro que parte de la materia
legendaria se haya transmitido en trance de evolución en cuanto a su fondo mitológico y
religioso.
Lo cierto es que hasta el siglo VIII no encontramos las primeras muestras de épica
germánica, que ésta se nos presenta en obras literarias escritas en Islandia y la península
escandinava por un lado y en el centro de Europa por el otro (además de las muestras
anglosajonas), y que sus más características producciones, las más bellas y de mayor
sentido épico, no son anteriores al año 1200, aunque sus núcleos legendarios sean más
antiguos. Durante el siglo XIII se manifiesta el influjo románico, principalmente francés,
en la literatura narrativa escandinava, inglesa y alemana, tanto en lo que afecta a la
epopeya como a la novela cortesana.
El «Cantar de Hildebrando».
Teodorico el Grande (muerto en 526), rey de los ostrogodos y conquistador de Italia, la
presa más codiciada por los pueblos del norte, se convirtió entre los germanos en una
figura gloriosa, representativa de la fuerza y la esencia de su raza, que llegó a
transformarse en un personaje fabuloso, llamado Teodorico de Bern (o sea Verona), que
aparece celebrado en cantos consagrados a su propia leyenda y que interviene en otros
ciclos heroicos.
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El «Cantar de Ludovico».
El Cantar de Ludovico (Ludwigslied), en dialecto francorrenano, es el primer poema
histórico de lengua alemana y celebra la victoria que el 3 de agosto de 881 obtuvo el rey
franco Luis III contra los invasores normandos en la batalla de Saucourt. El poema, que
revela conocer la épica culta en latín de los carolingios, constituye una glorificación del rey
y una acción de gracias a Dios por la victoria, y fue escrito a raíz de la batalla. Es de notar
que esta victoria de Luis III sobre los normandos se cargó de elementos legendarios que
aparecen en el cantar de gesta francés llamado Gormont e lsembart, que más adelante será
mencionado.
El «Beowulf».
Las leyendas germánicas se manifestaron también en la Inglaterra anglosajona. Un rey
histórico de los godos, Beovulfo, que luchó en el siglo VI contra los francos, fue
convertido en personaje legendario, al que se atribuyeron singulares proezas que se
situaban entre los daneses de la Suecia meridional. La leyenda de este rey llegó a
Inglaterra, donde se escribió, hacia el año 800, el poema Beowulf, en cuatro mil versos.
Beovulfo, guerrero godo, vence a Grendel, hombre monstruo que raptaba y devoraba a los
guerreros daneses; luego, coronado rey, muere heroicamente tras luchar con un dragón que
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infestaba el país y matarlo, sacrificándose por sus vasallos. Beowulf es una especie de
versión erudita de leyendas tradicionales con inclusión de elementos moralizadores y
cristianos. La poesía narrativa anglosajona tiene un buen cultivador en Cynewulf que trata
temas cristianos.
Los «Edda».
Las leyendas germánicas ofrecen una notable riqueza y gran variedad en tierras de Islandia
y en la península escandinava, donde hallamos versiones primitivas de temas desarrollados
luego en alemán y una larga serie de narraciones de carácter heroico y fantástico. A
principios del siglo XIII el escritor islandés Snorrí Sturluson compuso un extenso tratado
didáctico y mitológico llamado Edda, de interés excepcional para el conocimiento de la
primitiva poesía nórdica, ya que en la primera parte expone a base de leyendas la creación
del mundo, en la segunda explica las metáforas poéticas usadas por los escaldas y en la
tercera escribe un panegírico del rey Hakon de Noruega en diversos metros, cuya
versificación va comentando. Es, pues, un documento de valor considerable, todo él lleno
de narraciones legendarias y de datos sobre mitología nórdica, redactado, según confesión
del autor, para que los jóvenes poetas mantengan la antigua tradición literaria.
Los escaldas.
Más reciente es la actividad de los escaldas (o sea «poetas»), escritores que vivían en las
cortes noruegas, que seguían a los reyes, y cuya producción se caracteriza por un
rebuscado y artificioso refinamiento, propio para complacer aun público minoritario, y por
cierto influjo de la literatura céltica. Sus poemas tienen, por lo general, una intención
encomiástica, pues se conciben como elogios de príncipes a los que se involucra la materia
narrativa. En los siglos IX y x aparecen dos de los más antiguos y más bellos de los
poemas de los escaldas: el Carntar del cuervo (Hrafnsrnál), escrito por Thirbjom Homklofi
en honor de Haroldo l. y. el Carnar de Hakon (Hákonarmál) de Eyvind Skaldaspillir,
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elegías sobre la heroica muerte del soberano. En ambos aparecen elementos mitológicos,
como Odin y las valquirias.
Las sagas.
Simultáneamente a la producción de los edda y de los escaldas, en Islandia y en Noruega
ciertos narradores profesionales, llamados sagnamenn, conservaban oralmente una serie de
relatos tradicionales, denominados sagas, que a partir del siglo XIII fueron confiados a la
escritura. La saga es una narración en prosa de extensión varia, en la que son relatados los
hechos legendarios como si fueran historia real y generalmente con pretensión literaria.
Sus temas son muy diversos: la saga de Eirik narra los viajes de este gran navegante que
arribó a Groenlandia y cuyo hijo Leif llegó hasta una tierra que denominó Vindland, en el
continente americano; la de Egill cuenta las aventuras de este poeta, pirata y guerrero, con
notables peripecias y elementos maravillosos (hombres que se convierten en lobos, mujeres
transformadas en pájaros, etc.); la de los Volsungos tiene por fuentes cantos del edda y
trata de Sigurdh; la de Fridhthjóf, de amores y aventuras, etc.
La «Saga de Teodorico».
Mención especial merece la Saga de Teodorico (Thidhreks saga), escrita a mediados del
siglo XIII. Se basa en leyendas alemanas, cuyo núcleo ya parece formado en el siglo VIII,
como demuestra el Cantar de Hildebrando, antes citado, y tiene por teatro tierras de Italia,
Hungría y Rusia. Ermenerico, rey del sur de Italia, siguiendo los consejos del vil ministro
Sifka, decide invadir el reino de su sobrino Teodorico de Bem, el cual, joven y con escaso
ejército, no se atreve a hacerle frente y huye de sus tierras y se refugia en la corte de Atila,
rey de los hunos. Años después Teodorico, con un ejército de hunos que le cede Átila y
que acaudillan dos hijos de éste, emprende una campaña contra Ermenerico. Se da una
ruda batalla, en cierto modo favorable a Teodorico, pero en ella caen muertos los dos hijos
de Átila, y el héroe regresó dolido a la corte del rey huno, sin intentar recuperar su reino.
Al cabo de varios años Atila cede a Teodorico otro ejército, con el cual libra una batalla
con su tío en Ravena, y, tras derrotarlo y hacerlo huir, entra en posesión de sus tierras. Con
esta trama general se enlazan episodios de otras leyendas, como la de Sigurdh, y elementos
maravillosos, sin que falten notas caballerescas y corteses. De las varias versiones
germánicas de la leyenda de Teodorico citemos el poema alemán de Heinrich der Vogler
La fuga de Teodorico
(Dietrichs Flucht), escrito hacia 1280, y que narra los mismos sucesos que la saga.
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emperador y que incluye una muy interesante versión del Cantar de Roldán y traducciones
y resúmenes de otras gestas francesas que no nos es dado conocer directamente.
Los «Nibelungos».
La leyenda de los Nibelungos y de Sigfrido constituye la creación más considerable de la
epopeya germánica, y, gracias a la ópera de Wagner, es hoy día
universalmente conocida. Los núcleos originarios de esta leyenda parecen derivar de
tradiciones antiquísimas de tipo mitológico, que adquirieron la primera forma literaria a
que podemos remontamos en cantos del edda posiblemente creados en los siglos VIII a XI,
transmitidos oralmente y luego confiados a la escritura en el XII. o el XIII. Esta labor,
realizada en Islandia, Groenlandia y Noruega, parece basarse en temas legendarios sobre
Sigfrido (Sigurdh en los textos nórdicos), nacidos entre los francos del bajo Rin, y en
leyendas burgundias del alto Rin sobre la figura de Gunter, trasunto del histórico
Gundakar, rey burgundio que en el año 437 fue vencido por los hunos. Al parecer, los
textos éddicos reflejan con cierta fidelidad la trama y el espíritu de las primitivas leyendas
renanas. Por otra parte, el tema legendario de Sigfrido es independiente en estas primitivas
versiones del tema de los Nibelungos, y ambos se unirán luego por tener personajes y
escenarios comunes.
Entre 1160 y 1170 esta leyenda es narrada en verso alemán por un poeta austríaco que
titula su poema La ruina de los Nibelungos (Dar Nibelunge Not), fase literaria intermedia
entre los cantares de los edda y el Cantar de los Nibelungos (Nibelungenlied). Este gran
poema fue escrito por un caballero austríaco entre los años 1200 y 1205, y es la
reelaboración de la anterior materia legendaria en obra de grandes alientos (unos nueve mil
quinientos versos distribuidos en treinta y nueve cantos), estructurada con la finalidad de
dotarla de unidad y homogeneidad y amoldada a los gustos refinados de las cortes, en la
que, ya se introducía la moda de los cantares de gesta, de las novelas y de la lírica de
importación románica.
1
Cantar de los Nibelungos: Se inicia con las hazañas de Sigfrido (Siegfried), héroe
que conquistó el tesoro de los Nibelungos, y que al bañarse en la sangre de un dragón
al que había matado consiguió la invulnerabilidad de todo su cuerpo, menos en una
parte de la espalda en que una hoja caída de un árbol había impedido que la sangre le
tocara la piel.
Llega Sigfrido a Worms, corte de los burgundios, y pide al rey Gunter la mano de su
hermana, la hermosa Krimilda (Kriemhild). Gunter accede a condición de que
Sigfrido lo ayude a conquistar a Brunilda (Brunhild), reina de Islandia, que sometia a
sus pretendientes a rudas pruebas de fuerza física. Llegados a Islandia, Sigfrido
reviste una túnica que lo hace invisible, merced a lo cual puede ayudar a Gunter en la
prueba, que lleva a cabo victoriosamente, con lo que conquista la mano de Brunilda
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El autor del Cantar de los Nibelungos combinó varias tradiciones, que fue amoldando a la
estructura y ordenación general del poema, donde el concepto de la venganza,
personificado en la magistral figura de Krimilda, adquiere un patetismo heroico y una
implacabilidad obsesionante. Krimilda es, de hecho, la figura central del poema: delicada,
tierna e ingenua en su juventud, mientras vive Sigfrido; brutal y sanguinaria en su madurez
y empeñada en el terrible duelo con Hagen, que no cesará hasta que ella colme sus deseos
de venganza. Quien leyera escenas aisladas del principio y del final de los Nibelungos
creería que se trata de dos figuras femeninas distintas; pero cuando se sigue el poema paso
a paso se advierte que el autor, verdadero artista y penetrante psicólogo, ha hecho que tal
transformación sea perfectamente natural, matizada con rasgos significativos que justifican
plenamente la evolución del carácter. La escena de la discusión entre Krimilda y Brunilda
es un constante acierto en la captación de la psicología femenina y revela maduras dotes de
observación.
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El «Cantar de Gudrún».
A los Nibelungos sigue en importancia el Cantar de Gudrún (Kudrun), cuya redacción
orgánica se debe a un poeta austríaco que lo compuso entre 1230 y 1240, inspirándose en
la técnica narrativa y en la versificación de aquél. El Cantar de Gudrún recoge elementos
tradicionales primitivos, que conocemos por versiones populares de cantos tradicionales, y
divide la materia en tres partes, en cada una de las cuales se relatan asuntos distintos sólo
enlazados por el parentesco existente entre los héroes, el rey Hagen y la princesa Hilde,
abuelo y madre de la hermosa Gudrún y del joven Ortwin. Gudrún es hecha prisionera por
el príncipe Hartmut de Normandía, al que antes la doncella había rehusado como esposo
porque estaba enamorada de Herwig de Zelandia. Gudrún permanece trece años prisionera
en la corte de Normandía, donde, por negarse a casarse con Hartmut, la madre de éste,
Gerlind, la obliga a realizar bajos menesteres, entre ellos lavar ropa en la playa. Herwig y
Ortwin, prometido y hermano de la cautiva, organizan una expedición armada para
liberarla y llegan a las costas de Normandía, donde la encuentran lavando; se reconocen, y
Gudrún regresa al castillo de Gerlind, donde finge acceder a casarse con Hartmut; y al día
siguiente las fuerzas de Ortwin entran en el palacio y liberan a la doncella, que, una vez en
su tierra, se casa con Herwig.
Esta leyenda, que tiene momentos de gran delicadeza y de suave ternura, refleja el
momento histórico de las navegaciones de los vikingos. El tema fue conocido en España,
como revela el romance castellano de don Bueso.
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La epopeya románica
Las epopeyas románicas se denominan cantares de gesta (en francés chansons de geste),
del latín gesta, «hechos, hazañas», pero que adquirió el sentido de «linaje» con referencia a
las pretéritas acciones gloriosas de que se podía envanecer una familia. Los cantares de
gesta románicos conservados llegan al centenar, una gran mayoría en lengua francesa, con
diversas peculiaridades (francés de la isla de Francia, picardo, anglonormando,
francoitaliano, etc.), y otros, en ínfima proporción en provenzal y en castellano. La
extensión de estos cantares es muy irregular: oscila entre los ochocientos y los veinte mil
versos, si bien los de mayor longitud suelen ser tardíos y presentar contaminaciones con la
novela.
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Al igual que lo que hemos indicado al tratar de la epopeya homérica, los cantares de gesta
no se componían para ser leídos, sino para ser escuchados. De divulgarlos se encargaban
unos recitantes llamados juglares, que se solían acompañar de instrumentos de cuerda y
que ejercitaban su misión frente a toda suerte de público, tanto el aristocrático de los
castillos como el popular de las plazas, de las ferias o de las romerías. Consta, como más
adelante tendremos ocasión de considerar, que antes de trabarse batallas los juglares
entonaban versos de gestas a fin de enardecer a los combatientes.
Historia poética
El cantar de gesta genuino tiene un fondo histórico cierto, al que es más o menos fiel. Esta
fidelidad a la exactitud histórica de lo narrado reviste una serie de matices, que van desde
aquellos cantares que casi son una crónica rimada hasta aquellos otros cuya historicidad
queda tan reducida que casi parecen una obra de pura imaginación. Por lo general, cuanto
más remoto es el asunto de una gesta, más pesan en ella las versiones tradicionales y
legendarias de los hechos y más se aparta de la realidad histórica, al paso que, cuando
relata hechos sucedidos en un pasado próximo, la fidelidad a lo que realmente acaeció es
mayor, entre otras razones porque el público que ha de escuchar los versos conoce con más
precisión el asunto y sus personajes. Por otra parte, cuando la gesta tiene por escenario las
mismas tierras en que se desarrollaron los acontecimientos que poetiza, suele mantener
unos datos geográficos, ambientales y sociales mucho más fieles a la realidad que aquellas
gestas que transcurren en países lejanos y exóticos. Ya veremos con detalle que estas dos
modalidades de cantares de gesta se pueden cifrar en el Cantar de Roldán francés, alejado
en el tiempo y en el espacio de la batalla de Roncesvalles, y el Cantar del Cid castellano,
tan próximo al tiempo y al lugar en que obró y vivió Rodrigo Díaz de Vivar.
Los cantares de gesta son algo así como la historia al alcance y al gusto del pueblo. El
hombre docto se enteraba de los hechos del pasado leyendo crónicas y anales en latín, y
quedaba su curiosidad satisfecha con el dato frío y escueto. El hombre iletrado precisaba
de alguien que le expusiera de viva voz la historia, de la cual lo que le interesaba era lo
emotivo, sorprendente y maravilloso y la idealización de héroes y guerreros a los que se
sentía vinculado por lazos nacionales, feudales o religiosos.
La crítica debate desde hace siglo y medio cómo se generaron estos relatos más o menos
históricos que son los cantares de gesta, y hay quien sostiene, con argumentos muy dignos
de consideración, que determinados acontecimientos, sobre todo grandes campañas
militares o significativas acciones de guerra, suscitaron inmediatamente cantos que
narraban sus trances más salientes o las hazañas de los guerreros más famosos, con la
finalidad de informar de ello a una colectividad vivamente interesada: breves
composiciones en verso que podríamos comparar, en cuanto a su finalidad informativa, a
los modernos reportajes periodísticos, y no en vano relatos de este tipo eran denominados
en Castilla «cantos noticieros». Muchos de estos presuntos relatos versificados debieron de
conservarse en la memoria popular y en la tradición juglaresca hasta convertirse en
cantares de gesta.
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Lo importante es la actitud literaria del juglar de gestas. Frente a los datos que le ofrecen la
historia y la tradición, se adjudica una libertad creadora que le permite construir un relato
versificado, con su planteamiento, nudo y desenlace, y entretenerse en la caracterización de
los personajes, en las descripciones y en el diálogo. Tiene que hacer concesiones a los
gustos del público -que también son los suyos-, dejando paso libre al elemento maravilloso
y a la pormenorizada descripción de batallas, de combates singulares y del atuendo
guerrero. Este último aspecto se hace fatigoso al lector actual, que a veces no acierta a
comprender la razón de tan prolijas descripciones bélicas; pero no debe olvidarse que el
público medieval advertía matices y detalles importantes en lo que hoy puede parecernos
uniforme y repetido, y la descripción minuciosa de determinado golpe de espada o del
procedimiento de desarzonar al adversario con la lanza les interesaba tanto como puede
apasionar a nuestros contemporáneos un lance especial de una corrida de toros o una
jugada notable en una competición deportiva.
Arte oral.
Parece evidente que en una época remota las gestas fueron creaciones orales sin forzosa
transcripción a la escritura, y ello lo corrobora la existencia en tantos países del mundo de
canciones populares, incluso narrativas, como gran parte del romancero castellano, que se
han conservado oralmente y sin necesidad del apoyo de un texto escrito. Pero si hoy
conocemos cantares de gesta, lo debemos exclusivamente a que hubo amanuenses que los
copiaron en manuscritos, y entre estos manuscritos hoy conservados hay un pequeño
número que se denominan juglarescos porque constituían el memorándum o libreto del
juglar, con los cuales éste refrescaba la memoria antes del recitado o aprendía cantares que
hasta entonces le eran desconocidos. Los preciosos manuscritos del Cantar de Roldán (de
Oxford) y del Cantar del Cid (de Madrid) son de pequeño formato, escritos sobre un
pergamino aprovechado y con la finalidad de ser útiles a un juglar, y en modo alguno
constituyen un libro de lectura.
El recitado juglaresco.
El juglar recitaba de memoria, pero cuando ésta le fallaba era capaz de improvisar en verso
y seguir así el relato del cantar, pues disponía de una serie de recursos y de fórmulas que le
permitían versificar oralmente. Todo ello supuso una variada movilidad del texto de las
gestas, nunca fijo y definitivo como puede ser el de una obra de creación culta (la Eneida o
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La Araucana, por ejemplo), similar, sin duda, a las manifestaciones tradicionales de las
epopeyas griegas y germánicas primitivas.
No obstante todo ello, parece evidente que en el momento en que una tradición épica se ha
estructurado en forma poemática exclusivamente juglaresca puede aparecer un autor, poeta
consciente, literariamente responsable y por lo general culto, que refunde y organiza la
materia tradicional, fenómeno en ciertos aspectos comparable al que revela la poesía
homérica tal como se ha transmitido hasta nosotros desde la Antigüedad clásica. Lo cierto
es que a partir del siglo XIII nace en Francia la costumbre de copiar viejos textos
juglarescos en ricos y elegantes manuscritos, gracias a lo cual se han conservado la
mayoría de los cantares de gesta franceses. Esta evolución del manuscrito de juglar, que se
convierte en manuscrito de biblioteca, de gran formato, con bella calígrafa y miniaturas y
adornos artísticos, no se verificó en Castilla, y a ello se debe, sin duda alguna, que haya
perecido la mayor parte de la épica castellana medieval en sus formas versificadas
genuinas.
El juglar de gestas rodea el tema escogido de elementos que le dan interés y emoción, y lo
relata con determinados adornos retóricos: imágenes, comparaciones, paralelismos,
aliteraciones, amplificaciones y el tan característico recurso de las llamadas series gemelas,
o sea la repetición a veces obsesionante de un pasaje, mudando la rima pero cambiando
levemente la literalidad de la narración, a fin de dar más interés y emoción al momento, de
detener la atención en los pasajes cumbre y, sin duda, también para que en el amplio corro
de público que escucha nadie quede sin oír perfectamente aquel capitalisimo trance.
Las figuras centrales de los cantares de gesta son héroes históricos cuya empresa y cuyas
hazañas suscitaron la admiración y el orgullo nacional, como lo son Carlomagno para
Francia y el Cid Campeador para Castilla. La epopeya divulga en primer lugar y ante todo
los hechos del protagonista en una etapa cumbre y decisiva de su vida: el Carlomagno de
Roncesvalles y el Cid del destierro. Pero con esto no queda satisfecha la curiosidad del
público, que quiere conocer lo que sucedió antes y después, los orígenes y las
consecuencias de lo más sabido, y los juglares han de responder a este deseo. De ahí que
las gestas se vayan extendiendo y organizando en ciclos -como en la epopeya griega-, o sea
en acumulación de cantares de épocas diversas, cuyo conjunto viene a convertirse en una
especie de historia poética de héroes o de linajes de héroes. La pura invención invade cada
vez más el campo de la tradición nacida de la historicidad, y así surgen cantares sobre la
infancia o juventud de los héroes, con datos ahistóricos y fabulosos, como los que
poseemos sobre las mocedades de Carlomagno (Berta, Mainet, Basin) y sobre el Cid
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Campeador (el Rodrigo), en los que a veces otras leyendas, producidas por la biografa de
personajes distintos al héroe en cuestión, se incorporan a estos nuevos cantares y se
engarzan con los primitivos. Es una labor en la que son muchos los que colaboran, que
dura dos o tres siglos, y que da como resultado unos largos relatos que semejan una
interminable novela de episodios en la que el residuo histórico se va diluyendo cuanto más
se alarga y en la que es patente el influjo de la novela de aventuras de caballeros, que ha
surgido en la segunda mitad del siglo xii. Estos extensos relatos épicos, que pronto se
trasladaron a la prosa, constituyen en algunos casos un maravilloso esfuerzo de
imaginación y de poesía, pese a sus absurdidades y a la desmesurada longitud que
adquieren en ciertos casos.
En lengua francesa se conservan el mayor número y los mas antiguos cantares de gesta
románicos, que se pueden cifrar en un centenar. A principios del siglo XIII era creencia
que la epopeya francesa se podía reducir a tres grandes ciclos de cantares: el de los reyes
de Francia o de Carlomagno, el de Doon de Mayence y el
Garín de Monglane. Tal distribución, aunque no muy exacta ni acertadamente designada
con estos nombres, es útil porque intenta poner orden en tan vasta materia, pero conviene
no olvidar que la agrupación cíclica encadena uno tras otro cantares de estilos muy
distintos y de épocas muy diversas, y no es raro que los que narran los acontecimientos
más antiguos sean más modernos que los dedicados a hechos centrales y posteriores.
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El llamado ciclo de Doon de Mayence, o Maguncia, pretende agrupar una serie de cantares
cuyo tema es la rebelión de señores feudales contra el poder de los reyes de Francia.
Cantares como los de Gormont e Lsembart, Girart de Rossilhó, Raoul de Cambrai, Les
quatre fils Aymon, Ogier de Danemarche, etc., aunque no unidos temáticamente los unos a
los otros, tienen de común el carácter rebelde de sus héroes.
El Cantar de Roldán».
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La más antigua de las conservadas y al propio tiempo la más bella de las gestas francesas
es el Cantar de Roldán2 (la Chanson de Roland, nombre dado modernamente a la obra, sin
2
Cantar de Roldán En siete años Carlomagno ha conquistado toda España, salvo
Zaragoza, ciudad que rige el rey moro Marsil, quien, incapaz de ahuyentar a los
franceses, acepta el consejo del anciano Blancandrin; ofrece, a Carlomagno riquezas
y tesoros para que se vuelva a Francia, y prometerle, engañosamente, que poco
después el propio Marsil lo seguirá para hacerse cristiano: ello garantizado con la
entrega de mujeres e hijos de los principales sarracenos como rehenes.
En Zaragoza Ganelón expone a Marsil que Carlomagno acepta que se haga cristiano
y que incluso le ofrece media España como feudo, si lo hace; pero si no se aviene a
ello, será llevado a Francia y ejecutado. Estos términos provocan una situación
violenta, porque han sido expuestos ante los sarracenos principales que rodeaban a
Marsil; pero Blancandrín aconseja a su rey que hable con Ganelón privadamente.
Una vez solos, Ganelón le propone que envíe ricos presentes u Carlomagno y rehenes
para garantizar su lealtad; y así se volverá a Francia con sus huestes, en cuya
retaguardia pondrá a Roldán, a Oliveros y a los dore pares, con veinte mil francos.
Cuando el emperador haya cruzado el puerto de Sicera, los moros podrán caer sobre
la retaguardia, y Roldán perderá la vida. De esta suerte la fuerza militar de
Culomagno quedará destrozada, y Marsil, tranquilo. Varios sarracenos y la reina
Bramimonda, esposa de Marsil, hacen ricos presentes a Ganelón; el cual regresa al
campamento de Carlos con mulos cargados con el tesoro que Marsil ofrece al
emperador. Ganelón explica que Marsil antes de un año irá a Francia para recibir el
bautismo; y los franceses emprenden el regreso a su tierra. Por la noche Carlomagno
tiene dos sueños que le pronostican desastres; y al día siguiente, cuando llegan a las
inmediaciones de las grandes montañas (los Pirineos), pregunta a los suyos quién se
hará cargo del mando de la retaguardia, y Ganelón se precipita a designar a su
hijastro Roldán, lo que es aceptado por éste con insolencia. Roldán recibe del
emperador el arco que simboliza su mandato militar, y se le unen los doce pares, que
eligen a veinte mil caballeros para formar la retaguardia.
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El grueso del ejército francés atraviesa los montes y llega hasta alcanzar Gascuña con
la vista; y la retaguardia, mandada por Roldán, aún está en España, cuando Marsil
reúne en Zaragoza un ejército de cuatrocientos mil hombres, mandado por doce
pares sarracenos que proclaman sus bravatas contra Roldán y los franceses, a los que
esperan atacar en Roncesvalles. Oliveros oye el estruendo, sube a una colina y ve a los
sarracenos que se aproximan. Comprende que Ganelón los ha traicionado y pide a
Roldán que haga sonar su olifante, o cuerno de guerra, para que lo oiga Carlomagno
y acuda a socorrerlos. Roldán se niega u ello, porque sería una cobardía pedir
socorro; y Oliveros, que insiste en la desproporción que hay entre sus fuerzas (veinte
mil hombres) y las que se aprestan a atacarlos (cuatrocientos mil), no consigue
convencerlo. Roldán prepara a los suyos para la batalla que se aproxima, los exhorta
a resistir, y la retaguardia se interna en los angostos desfiladeros.
Roldán se ha desmayado de dolor por la muerte de Oliveros, y han muerto todos los
franceses salvo el arzobispo Turpín y Gualter del Hura, que ha estado luchando
separadamente en una posición elevada, donde ha perdido a todos sus hombres, y
ahora acude a Roldán en demanda de socorro; y a pesar de estar gravemente herido
lucha a su ludo y al del arzobispo. Los atacan ahora mil sarracenos, que matan a
Gualter y hieren a Turpín, al que todavía quedan fueras para matar a más de
cuatrocientos.
Roldán hace sonar de nuevo el olifante, y el esfuerzo le rompe las sienes. Cadomagno
lo oye, se apresura y hace sonar los clarines de su hueste. Los sarracenos, al oírlo, dan
un nuevo asalto a Roldán y a Turpín. y huyen precipitadamente por temor a la hueste
francesa, que ya está muy cerca. Roldán acomoda al herido arzobispo sobre la hierba
y va en busca de los cadáveres de los pares; los sitúa frente a Turpín, y éste les da su
bendición y muere.
Viendo su muerte cercana, Roldán, ya ciego, intenta romper su espada Durendal para
que no caiga en poder del enemigo, pero su hierro es tan fuerte que se hiende la dura
piedra contra la que quiere quebrarla. Hace un elogio de ella, se echa de bruces y la
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esconde bajo su cuerpo; y tras hacer su confesión, con el rostro vuelto hacia España,
ofrece su guante a Dios, que recoge San Gabriel, y muere.
El rey Marsil, con la mano derecha cercenada por Roldán, logra llegar a Zaragoza; y
su mujer la reina Bramimonda se conduele y maldice a Carlomagno y a los franceses.
Los sarracenos de la ciudad increpan a sus ídolos, Apolín, Mahoma y Tervagán, y los
destrozan.
Ocurrió siete años antes, cuando Carlomagno invadió España, que el rey Marsil de
Zaragoza pidió socorro a su señor, el emir Baligán de Babilonia (El Cairo); y éste
reunió una inmensa hueste de todos sus exóticos reinos y partió con una escuadra
hacia España. Las naves paganas remontaron el curso del Ebro y llegaron a Zaragoza
el mismo día en que Carlomagno había derrotado a Marsil. Éste cantó a Baligán las
batallas de Roncesvalles y del Ebro, le rindió el debido homenaje y le pidió ayuda.
Baligán se dispuso a combatir a los franceses, que aún estaban en España.
Se describen los escuadrones de los franceses, con indicación de sus jefes, y luego,
muy prolijamente, los escuadrones de los paganos de Baligan, mientras se dan
detalles de la gran batalla, que acaba con un combate singular entre el emir y el
emperador, y éste, animado por la aparición de San Gabriel, mata a Baligán.
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El hecho histórico.
Los acontecimientos narrados en este cantar, cuya acción transcurre sólo en una semana,
constituyen una especie de novelización de una desafortunada expedición de Carlos, rey de
los francos, a España. Entre el suceso histórico y el texto del cantar que hoy leemos
transcurrieron tres siglos, durante los cuales es indudable que la tradición trabajó
ampliando y embelleciendo las circunstancias y los protagonistas de aquél, sin duda de un
modo similar a lo que debió de ocurrir desde la última histórica destrucción de Troya y la
!liada que hoy leemos en hexámetros griegos. En nuestro caso, no obstante, disponemos de
datos y de indicios que permiten llegar a unas conclusiones aceptables y que difícilmente
puede proporcionar el estudio de aquella tan lejana historia de los pueblos griegos.
Los barones del Imperio interrogan a Canelón, quien se defiende afirmando que él no
ha cometido traición alguna, sino que se ha vengado de las injurias de su hijastro
Roldán. Y, tras deliberar, los barones deciden que Ganelón sea absuelto y puesto en
libertad.
Terrin de se presenta ante Carlomagno y se brinda a combatir contra quien le
desmienta que Ganelón es un traidor. Pinabel de Sorenza, pariente de Ganelón, se
ofrece para luchar contra Terrin. El emperador exige rehenes en prenda, y en esta
calidad se comprometen treinta parientes de Ganelón. En un prado de Aix se celebra
el combate singular entre Terrín y Pinabel, y aquél mata a éste. Son ahorcados los
treinta parientes de Ganelón que se ofrecieron como rehenes, y el traidor es
descuartizado por cuatro caballos a los que atan sus pies y sus manos.
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enviando una expedición militar a España, en lo que éste vio la posibilidad de establecer al
sur de los Pirineos una especie de protectorado que defendería sus extensos dominios de
presuntos ataques por parte de Abd al-Rabmán. Carlos convocó un poderoso ejército, que
dividió en dos columnas, las cuales atravesaron los Pirineos por Navarra y por Cataluña y
convergieron en Zaragoza, ciudad que, mientras tanto, se había sometido al emir de
Córdoba y por ello se cerró a los francos, que no pudieron conquistarla. Carlos, convencido
de que había sido traicionado por los moros que fueron a verle a Paderborn, aprisionó a
varios de ellos, entre ellos a al-Arabi, y emprendió el regreso a Francia en una sola
columna. En la baja Navarra el ejército franco sufrió un golpe de mano de los moros, que
consiguieron libertar a al- Arabi; y al llegar a la cumbre de los Pirineos la retaguardia, en la
que figuraba Roldán, gobernador o marqués de Bretaña, fue aniquilada por los vascos, que
cayeron inopinadamente sobre los francos desde las altas cumbres y los mataron a todos,
acción que tuvo efecto el 15 de agosto del año 778.
La deformación legendaria.
Si, conociendo estos hechos, nos aproximamos al Cantar de Roldán, advertimos que es
bien cierto que esta gesta narra aquellos acontecimientos, pero que lo hace con una
deformación tal que semeja un relato profundamente novelizado, con exageraciones
llamativas y admisión de personajes históricos que nada tuvieron que ver con la batalla de
los Pirineos y de muchos otros más completamente ficticios, y que da una visión inexacta
de España y del mundo musulmán. Lo que en realidad fue una imprevisión estratégica se
convierte en el drama de una pasión surgida de la pugna entre Roldán y su padrastro
Ganelón, que condiciona la traición por parte de este último; y vemos que, contra toda
verdad histórica, el desastre militares vengado en una batalla que a orillas del Ebro
mantienen Carlomagno y el emir Baligán, señor feudal del reyezuelo de Zaragoza, que ha
acudido desde Egipto para ayudarlo; y vemos también que la traición es castigada tras un
proceso y un combate judicial a que es sometido Ganelón, a quien se condena a morir
descuartizado.
Esta deformación legendaria ya se hace patente en el breve proemio con que se abre el
Cantar de Roldán y que vale la pena de examinar. Este proemio es así:
3
(«El rey Carlos, nuestro emperador magno, ha estado en España siete años enteros:
conquistó hasta la mar la alterosa tierra. No hay castillo que resista ante él, ni ha quedado
muro ni ciudad sin derribar, salvo Zaragoza, que está en una montaña. La posee el rey
Marsil, que no ama a Dios; sirve a Mahoma e invoca a Apolin: no se puede preservar de
que mal le alcance)
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Poca importancia tiene el error del primer verso, pues Carlos, rey de los francos, no fue
emperador ni denominado Carlomagno hasta la famosa coronación de las Navidades del
año 800. Los errores de bulto vienen inmediatamente: Carlos no estuvo aquí siete años,
sino apenas tres meses; no conquistó toda España, sino que sólo dominó, y pasajeramente,
la ruta de Roncesvalles-Pamplona-Tudela y Zaragoza, ciudad que no está en una montaña,
sino en el llano. Es incongruente que un rey moro se llame Marsilie, tomado sin duda del
nombre latino Marcilius, y mucho más que no ame a Dios, o sea a Alá. En este sentido es
bien significativo que se afirme que los moros adoran a ídolos, contra los preceptos del
Corán, y que se imagine una rara trinidad mahometana, en la que se cuentan nada menos
que la divinidad de la mitología latina Apolo y un raro e inexplicable Tervagán. Podemos
afirmar que éste es el «tono» de todo el Cantar de Roldán, donde el evidente residuo
histórico queda como diluido y ahogado por la fantasía. Y ello no es en modo alguno una
interpretación negativa del cantar francés. Es bien cierto que tanto él como sus numerosas
derivaciones, imitaciones y traducciones a otras lenguas contribuyeron a ofrecer a Europa
una versión totalmente errónea de la expedición de Carlomagno y, en general, de lo que
fue la que llamamos reconquista española, y no faltaron, en la Edad Media, eruditos
españoles que protestaran con acritud, así como leyendas, como la de Bernardo el Carpio,
que opusieron otras fantasías «nacionalistas» a las fantasías francesas. Lo que interesa
fundamentalmente es que el Cantar de Roldán es una gesta de singular vigor y de
extraordinaria belleza.
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creador de la gesta, que en su tiempo ya debería hacer casi un siglo que se divulgaba
juglarescamente por Francia. Turoldus lo que hizo fue recogerla de la tradición, redactarla
muy sabiamente en perfectos versos en la variedad idiomática anglonormanda y, sin duda,
estructurarla a su modo y darle notas eruditas, como corresponde a un culto hombre de
Iglesia. Repárese que cuando en el Cantar de Roldán se describe el caballo del arzobispo
Turpín los versos siguen muy de cerca las características del caballo perfecto que da San
Isidoro en las Etimologías, fuente libresca que en modo alguno puede haber interferido en
una tradición esencialmente popular. Pero conviene tener bien en cuenta que este hombre
erudito que refundió ente los años 1087 y 1095 el Cantar de Roldán y lo convirtió en el
texto que hoy leemos no lo hizo en modo alguno para que alguien pudiera leer la gesta,
sino para proporcionar a los juglares de su entorno o a su servicio -únicos y exclusivos
divulgadores de los cantares de gesta en su tiempo- un libreto para que aprendieran una
versión del Cantar de Roldán que suponía más bella y más moderna que la que cantó
Taillefer al poner los pies en tierra inglesa y la hicieran conocer mediante el recitado o el
canto.
La ordenación episódica del Cantar de Roldán obedece a una simetría que forzosamente ha
de ser calculada, ya que unas partes de la gesta corresponden equilibradamente a otras. Los
jerarquizados conceptos feudales contribuyeron poderosamente en el logro de esta
harmónica estructura. El público medieval comprendía sin esfuerzo que al ser muerto
Roldán en Roncesvalles, a consecuencia de una traición y luchando contra el reyezuelo
sarraceno de Zaragoza, no podía vengarlo en él Carlomagno, jefe supremo de la
Cristiandad, sino que tenia que hacerlo en Baligán, emir de todos los sarracenos, único ser
en la tierra digno de oponerse al emperador. De ahí el famoso e imprescindible episodio de
Baligán, en el cual el emperador cristiano lucha singularmente contra el emir y lo vence; y
no precisamente porque sea más fuerte que él ni más hábil en el manejo de las armas, sino
porque tiene la razón de su parte, y la lucha entre ambos es un combate judicial, en el cual
Dios ha de dar la victoria al que defiende lo justo, concepto definido con un verso
lapidario:
El juglar está perfectamente compenetrado con estas ideas de jerarquía feudal y acepta la
manifestación de la justicia por medios sobrenaturales, lo que le sirve para conseguir uno
de sus fines: inspirar a los caballeros que puedan oír sus versos el afán de combatir contra
los enemigos de la fe, en la confianza de que, siendo la causa justa, Dios la hará suya
Los personajes que intervienen en el Cantar de Roldán constituyen en su mayoría una gran
comparsería de guerreros de ambos bandos, a veces de aparición fugaz, pero raramente
presentados con una nota personal y a veces pintoresca, que los individualiza. Es curioso
observar que la gesta menciona a cincuenta y seis personajes cristianos y a cincuenta y seis
personajes sarracenos, lo que es debido al azar, pero tal vez supone cierta intención de
proporcionalidad. Carlomagno aparece como hombre muy anciano (los paganos,
4
(«La injusticia es de los paganos y de los cristianos la razón.»)
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exageradamente, creen que tiene más de doscientos años), de larga barba blanca que a
veces se mesa al reflexionar, de cuerpo muy vigoroso y de porte altivo, y Dios lo protege
constantemente como el señor a su vasallo, y lo auxilia y aconseja en momento de peligro
o de vacilación por medio del arcángel San Gabriel. Es poco locuaz, medita profundamente
sus decisiones y ama tiernamente a los que componen su consejo, o lo que hoy
llamaríamos su estado mayor. Su hieratismo se quiebra cuando, al final del cantar, tras
siete años de campaña militar en España, de haber derrotado a las fuerzas de Baligán y de
haber castigado a Ganelón, y al disponerse a gozar de un merecido reposo en su palacio de
Aquisgrán, se le aparece San Gabriel y le ordena de parte de Dios que reúna nuevamente
sus huestes y parta para una lejana tierra a defender a un rey cristiano que está sitiado por
los musulmanes. Y el cantar se acaba así: «El emperador no quisiera ir: "¡Dios!, -dijo el
rey-, ¡qué trabajosa es mi vida!" Sus ojos lloran, tira de su barba blanca.» El Cantar de
Roldán cierra la acción con el verso «Pluret des oilz, sa barbe blanche tiret», que
forzosamente recuerda el primero conservado del Cantar del Cid: «De los sus ojos tan
fuertemientre llorando», aplicado a Ruy Diaz de Vivar.
Lo que no implica que Oliveros no sea también proz, pero su valentía va acompañada de la
sensatez.
5
(,Roldán es valiente y Oliveros es sensato.»)
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Pero Ganelón es ofendido por las bravatas e insultantes desplantes de Roldán. y ello lo
irrita tanto que se propone vengarse. Únicamente el afán de venganza y el odio a su
hijastro llevan a Ganelón a la traición al confabularse con los moros de Zaragoza. Ya en
esta pendiente, acepta ricos presentes del enemigo y trama la perdición de la retaguardia
franca para satisfacer sus deseos de venganza. En el fondo no se considera un traidor, y así
se presenta al juicio de Aquisgrán, donde sostiene que lo que ha hecho es vengarse de las
injurias de Roldán, pero que no ha cometido traición alguna. Y ello es presentado de tal
suerte que los jueces imperiales fallan que no encuentran culpa en él. Es preciso que Terrin
de Anjou, paladín de la memoria de Roldán, venza en un juicio de Dios a Pinabel de
Sorenza, pariente y paladín de Ganelón, para que se demuestre claramente que éste fue un
traidor y, por tanto, sea condenado y descuartizado.
El mundo femenino tiene pocas pero muy emotivas y significativas notas. Curioso
personaje, visto con auténtica simpatía, es la reina mora Bramimonda, mujer de Marsil,
reyezuelo de Zaragoza. Durante los preparativos de la acción guerrera y después de ésta
anima fervorosamente a su marido y es para él una buena consejera. Y cuando Carlomagno
entra en Zaragoza y obliga a los moros a convertirse al cristianismo, y los que no lo hacen
son ahorcados, no sitúa a Bramimonda en esta difícil situación. Simpatiza con ella y se la
lleva a Francia para que se convierta «por amor»; y, en efecto, después de haber recibido
preparación cristiana, la reina mora es bautizada con solemnidad y recibe el nombre de
Juliana.
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Estos versos, que pueden dar idea de la concisa eficacia con que la gesta se expresa en
momentos cargados de dramatismo, es la única nota que
sobre el amor ofrece el Cantar de Roldán, cuyos rudos caballeros francos no son los tiernos
caballeros bretones que muy pronto presentará la novela cortesana.
Las repeticiones, los paralelismos y el recurso llamado de las series gemelas, al que antes
se ha aludido, dan al Cantar de Roldán, en sus episodios culminantes, un singular estilo
iterativo, que, tal vez por la gran influencia que ejerció nuestra gesta en años posteriores, se
convertirá en una singular característica del estilo épico románico, y advertiremos su
presencia incluso en el Cantar del Cid. Las series gemelas suponen que siempre variando la
asonancia, en una estrofa o serie de versos, se repite lo que se ha narrado en la anterior con
expresiones iguales o similares en varios momentos: de tal suerte que el auditor percibe lo
mismo otra vez. En cuatro ocasiones, siempre en episodios de gran dramatismo, las series
gemelas son tres. Con este recurso la acción queda como detenida y la narración se reitera
como si fuera contemplada desde otro ángulo.
Véase, como muestra de este tan peculiar estilo, la escena que da la sutil y sinuosa
conversación entre el rey Marsil de Zaragoza y Ganelón, que prepara la traición
6
(«El emperador ha regresado de España y llega a Aix [Aquisgrán], la mejor sede de
Francia; sube al palacio y entra en la sala. He aquí que se le ha acercado Alda. una
hermosa doncella, y dice al rey: "¿Dónde está el capitán Roldán, que me juró tomarme por
compañera?" Carlos siente dolor y pesadumbre, lloran sus ojos y mesa su barba blanca
"Hermana, querida amiga, me preguntas por hombre muerto. Te daré compensación muy
ventajosa: es Ludovico, no podría decir otro mejor; es mi hijo y poseerá mis marcas. Alda
responde: "Extraño me es este lenguaje. No plazca a Dios, a sus santos ni a sus ángeles que
yo siga viva después de Roldán." Pierde el color, cae a los pies de Carlomagno. Al instante
ha muerto; ¡Dios tenga piedad de su alma! Los barones franceses la lloran y lamentan.»)
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Y adviértase que a continuación vamos a leer exactamente lo mismo, a veces incluso con
las mismas palabras o sus sinónimos, pero en una estrofa que esencialmente se diferencia
de ésta por el cambio de rima:
7
Dijo el pagano: "Siento gran admiración por Carlomagno, que es canoso y viejo: a mi
parecer tiene doscientos años, y más. Ha fatigado su cuerpo por tantas tierras, ha recibido
¿ratos golpes de lanzas y de azconas y ha reducido a mendicidad a tantos reyes poderosos,
cuando se cansará de guerrear?" "Esto nunca -dijo Ganelón-, mientras viva su sobrino. le
tiene vasallo igual bajo la capa del cielo. Valerosísimo es su compañero Oliveros. Los doce
pares, a los que tanto quiere Carlos, forman las avanzadas con veinte mil caballeros.
Seguro está Carlos, que no teme a ningún hombre.»)
8
(«Dijo el sarraceno: "Gran admiración siento por Carlomagno, que es canoso y blanco: a
mi parecer tiene más de doscientos años. Ha ido conquistando por tantas tierras, tantos
golpes ha recibido de buenas azconas afiladas, tantos reyes poderosos ha muerto y vencido
en el campo: ¿cuándo de guerrear se cansará?" "Eso nunca -dijo Ganelón-, mientras viva
Roldán. No hay vasallo como él de aquí a Oriente. Valerosisimo es Oliveros, su
compañero. Los doce pares, a los que tanto ama Carlos, forman las avanzadas con veinte
mil francos. Seguro está Carlos: no teme a hombre vivo."»)
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En Italia el Cantar de Roldán tuvo gran aceptación, y, como ya veremos más adelante, a
ella son debidas las versiones originales y renacentistas que ofrecen los Orlandos de
Boiardo y de Ariosto.
Se trata del personaje que la Iglesia incluye en el santoral el 28 de mayo como San
Guillermo de Aquitania o de Tolosa. Era hijo de un conde franco, Teodorico, y de Alda,
hija de Carlos Martel, lo que lo hacia primo de Carlomagno, parentesco que
sorprendentemente ni las leyendas ni la literatura recogen. En 789 Carlomagno te confió el
condado de Tolosa y la difícil misión de defender las fronteras del Imperio limítrofes con
la España musulmana. Poco después, en 793, tuvo que hacer frente a las tropas
mahometanas que, mandadas por Hixem I, atravesaron los
Pirineos, saquearon los arrabales de Narbona y se dirigieron hacia Carcasona. Les salió al
encuentro y luchó con ellas en una batalla a orillas del río Oliveio (tal vez el Orbieu), en la
que, si bien los cristianos fueron derrotados, su esfuerzo consiguió detener el avance de la
expedición enemiga. Realizó luego una serie de incursiones al sur de los Pirineos, en la
zona que después se llamará Cataluña, y tomó parte decisiva en la gran campaña de los
años 801 a 803. Mientras el rey, Ludovico Pío, permanecía en el Rosellón con un cuerpo
de ejército otro, mandado por el conde Rostagnus de Gerona, sitíaba a Barcelona, y un
tercero, bajo el mando de Guillermo, se apostaba al sur de esta ciudad para impedir que tos
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Muy pronto fue Guillermo celebrado en obras literarias. Es en cierto modo el protagonista
del libro segundo de un poema titulada En honor de Ludovico (In honorem Hludowici),
escrito en dísticos latinos en el año 827 por Ermolao o Ermolao el Negro, donde se narra
muy pormenorizadamente la campaña militar que acabó con la conquista de Barcelona por
los francos. Hay en estos versos rasgos exagerados del heroísmo de Guillermo, presentado
como un rudo militar, certero en sus combates singulares y caracterizado por la
contundencia de sus puñetazos. Hacia el año 1000 ya existía una auténtica leyenda sobre el
fabuloso linaje de Guillermo, como se advierte en un curioso texto latino, llamado
Fragmento de La Haya, que narra un novelesco asedio por los francos de una ciudad
musulmana, que bien pudiera ser Gerona y estas leyendas en torno de Guillermo y los
suyos eran conocidísimas hacia 1125, cuando los monjes de Gellone escribieron una vida
de su fundador (Vira Sancti Wilhelmi), donde se aceptan sus fabulosas conquistas, como la
de Orange, y se le atribuyen hazañas no
atestiguadas por la historia.
El «Cantar de Guillermo».
Muchos son los relatos épicos en verso francés sobre la leyenda de Guillermo que se deben
de haber perdido, pues los más antiguos de los hoy conservados revelan un largo trabajo de
fabulación y contaminaciones entre diversos núcleos. Se fecha hacia 1150 el llamado por
antonomasia Cantar de Guillermo (Chançun de Guillelme)9, en cuya primera parte el héroe
9
En l'Archamp (o Larchamp) está a punto de darse una batalla entre las fuerzas sarracenas
del rey Deramed y las cristianas de Teobaldo de Bourges, junto a quien forman su sobrino
Esturmi Y Vivién (sobrino de Guillermo). Ante la superioridad numérica de los infieles,
Teobaldo y Esturmi huyen cobardemente, y Vivién queda al frente de un reducido ejército
cristiano. Se le une su primo Girart, y ambos luchan valientemente mientras va menguando
el número de combatientes cristianos, hasta que, en un momento dado, quedan en pie sólo
veinte frente a quinientos mil sarracenos. La única esperanza de Vivién es que pueda
socorrerlos su tío Guillermo, y encomienda a Girart que vaya prestamente a darle cuenta de
la suerte de la batalla y le ruegue que acuda a auxiliarlo. Girart emprende el viaje, durante
el cual se le muere el caballo, padece sed y calor y va desprendiéndose de las armas para ir
más ligero, conservando sólo la espada Mientras tanto, Vivién lucha acorralado por los
sarracenos, que le hieren con sus dardos; con la marro izquierda recoge los intestinos, que
le cuelgan, y con la derecha sigue blandiendo la espada, hasta que, alcanzado en la cabeza,
se le derrama el cerebro y muere. Guillermo está en Barcelona y recibe a Girart, quien le
explica la situación de su sobrino Vivién y le transmite su ruego de que vaya a socorrerlo.
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Guillermo titubea, pues hace sólo tres días que ha regresado de otra batalla y se siente
cansado; pero su esposa Guiburc le insta y lo convence para que vaya a l'Archamp. Forma
un ejército y parte, llevando consigo a Girart y al joven Guischart, sarraceno convertido,
sobrino de su esposa Guiburc. Los paganos matan al primero y hieren al segundo, quien,
tras haber renegado de la fe cristiana, muere. Guillermo ha quedado solo, muertos todos los
suyos; atraviesa el cuerpo de Guischart en la silla del caballo y emprende el regreso a
Barcelona, donde Guiburc ha reunido un ejército de treinta mil hombres. La esposa sale a
la puerta de la ciudad, y allí sostiene un impresionante diálogo con Guillermo, denotado,
rendido y avergonzado. Ella llora ante el cuerpo de su sobrino, y Guillermo confiesa
amargamente su deshonra, su vencimiento y que su avanzada edad le impide guerrear.
Guiburc le revela que ha reunido un grueso ejército, y al propio tiempo, a fin de no
desalentar a los soldados, les cuenta que su esposo viene de derrotar a los sarracenos en
l'Archamp y que deben aprestarse para ir al campo de batalla a recoger el botín, y les
promete grandes recompensas en tierras y hermosas doncellas. Guillermo descansa, y al
día siguiente parte para l'Archamp. con sus nuevas tropas, a las que se ha incorporado su
sobrino Gui, hermano de Vivién. La batalla dura dos días, al cabo de los cuales en el bando
cristiano sólo quedan en pie Guillermo y Gui, el cual se siente perecer de fatiga y de
hambre. Guillermo es atacado, le matan el caballo y está a punto de perecer, cuando Gui
cubra ánimos y lo salva luchando valerosamente. Guillermo ha ganado la batalla.
Cerca de un arroyo, Guillermo y Gui encuentran a Vivién todavía vivo, el cual muere
cristianamente en brazos de su tío. Los sarracenos atacan, hacen prisionero a Gui y
hostigan a Guillermo, que se disponía a llevarse el cuerpo de Vivién a Orange, ciudad a la
que llega perseguido de cerca por el enemigo. A las puertas de Orange, Guiburc no quiere
creer que se trata de su marido, sino de un sarraceno, y para probar su identidad le exige
que luche contra siete moros que le van siguiendo, lo que hace Guillermo, y que le muestre
su nariz. Así entra Guillermo en Oange, donde lamenta con su esposa el descalabro y la
pérdida de sus sobrinos. Al día siguiente parte para Laón, a fin de recabar el auxilio del rey
Luis, y Guiburc se encarga de la defensa de la ciudad. En Laón es recibido por el rey, que
no quiere socorrerlo; pero se ve obligado a acceder a ello ante las amenazas de Guillermo,
de su padre Aymerí y de varios de sus hermanos y sobrinos, que se hallaban en la corte. La
reina, que es hermana de Guillermo, se opone al proyecto de socorro, y es insultada y
maltratada por éste, de tal suerte, que sólo la intervención de Aymeri impide que la mate.
Se reúne un ejército de veinte mil hombres y se pone en marcha. En el destaca la figura
del gigante Rainoarl (Reneward), pinche de cocina de enorme fuerza y que maneja como
nadie una descomunal cachiporra matando gente en sus frecuentes arrebatos de ira. En
Orange se averigua que Rainoart es hijo del sarraceno Deamed. Y, tras una serie de bromas
que le gastan los pinches de las cocinas, es este gigantazo quien, al día siguiente, hace
reunir a las tropas cristianas que se encaminaban a 1'Archamp. En la batalla Rainoart tiene
el primer papel: hace verdaderos prodigios con su enorme cachiporra mata más de dos mil
paganos Ganada la batalla, los cristianos regresan a Orange, donde se celebra un festín, en
el que Guillermo recompensa a sus guerreros; pero se olvida de premiar a Rainoart, y éste,
despechado, emprende la marcha hacia tierras sarracenas para abrazar de nuevo la religión
pagana. Tiene que ser el propio Guillermo quien vaya en su busca y, de regreso al
interrumpido festín, le colma de gracias. $e averigua entonces que Rainoart, robado de
niño y vendido en París, donde hizo siete años de pinche de cocina, es hermano de
Guiburc, la esposa de Guillermo.
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Guiburc, la esposa de Guillermo, tiene un papel muy destacado en el cantar, pues gracias a
ella su marido, viejo ya y cansado de luchar, y al que es preciso alimentar con gran
cantidad de manjares para acallar su voracidad, se decide a salir de Barcelona para ir a
batallar junto a su sobrino eljoven Vivién. Hay rudeza en el Cantar de Guillermo, y a veces
revela cierto primitivismo, pero no falta en él la grandiosidad, El cantar propiamente dicho,
que tiene como centro de acción a Barcelona, va seguido de una segunda parte, que se
interfiere y que tiene como centro de ella a Orange, en la Provenza, en que son notables las
heroicidades semicómicas del gigantazo Rainoart, temible cuando maneja su porra (el
tinel), lejano modelo de los jayanes de los libros de caballerías y poemas renacentistas
italianos,
10
«Vivién vaga a pie por medio del campo; el yelmo se le cae sobre el nasal, y entre los
pies va arrastrando los intestinos, que va conteniendo con la mano izquierda. En la derecha
lleva una espada de acero, completamente roja desde el arriaz, y con la vaina llena de
hígado y de sangre, y con su punta se apoya en el suelo. La muerte le angustia mucho, y se
mantiene erguido gracias a la espada. Intensamente suplica a Jesús todopoderoso que le
envie a Guillermo, el buen franco, o a Ludovico, el fuerte rey luchador.»
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La épica medieval europea
Aliscans.
Son varios los cantares de gesta dedicados a Vivién, joven héroe que alcanzó gran
popularidad; y los hechos fundamentales del Cantar de Guillermo reaparecen en la gesta
denominada Aliscans, donde la gran batalla de I'Archamp se transfiere al cementerio de los
Aliscamps, de Artes, Hay en este cantar momentos de dramatismo y notas originales, y una
de ellas es la compenetración de Guillermo con su caballo. Así, por ejemplo, en un
momento de la gran batalla encontramos estos versos:
La coronación de Luis.
Un grupo de cuatro cantares de gesta, que se pueden fechar a mediados del siglo XII
ofrecen una curiosa y francamente ahistórica biografía de Guillermo, al que se atribuyen
intervenciones en hechos en los que no participó y conquistas de ciudades que cuando
vivió el personaje real ya estaban dominadas por los cristianos, Son cantares por lo general
muy bien estructurados y de interés narrativo. En el de La coronación de Luis (La
coronemenz Loois)12 el hijo de Carlomagno, Ludovico Pío, aparece como un joven tímido
11
Entonces desmontó Guillermo, el de la nariz corta. Frota los flancos y los costados de su
caballo, y luego lo interpela con mucho cariño, y le dice: "Bausant, ¿qué os pasa? Veo
vuestros dos flancos muy ensangrentados, y no es maravilla que estéis muy cansado,
porque estáis fatigadisimo y quebrantado, Mucho me pesa que estéis malherido; pero si te
amilanas, yo he llegado a mi fin," Bausant lo oyó y lo entendió bien, levantó las orejas y
frunció la nariz, sacudió la cabeza y recobró el vigor.
12
En Aquisgrán Carlomagno celebra una fiesta, en la que decide renunciar a sus reinos en
la persona de su hijo Luis. Al instarlo a que se ciña la corona, Luis titubea indeciso, de lo
cual se aprovecha Arneis de Orleans pan obtener de Carlos la regencia hasta que su hijo se
haga capaz de reinar. Enterado de ello Guillermo, entra violentamente en el palacio, mata a
Arneis de un puñetazo y ciñe ta corona en las sienes de Luis. Carlomagno agradece a
Guillermo su muestra de fidelidad, gracias a la cual el linaje imperial ha sido realzado.
Guillermo parte para Roma a fin de cumplir una promesa; pero al llegar a la ciudad
encuentra que los sarracenos han invadido Italia, mandados por el rey Galafre, el cual no
hace caso de las súplicas del Papa. Sólo se consigue que la lucha se reduzca a un combate
singular entre el gigantesco Corsolt, por los sarracenos, y Guillermo, por los cristianos,
Guillermo vence a su enemigo y logra después librar a Roma del peligro sarraceno, El rey
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e irresoluto, que hubiera sido depuesto por los nobles si no se hubiese interpuesto a su
favor Guillermo, quien le ciñe la corona en la cabeza y se convierte en el auténtico
defensor del Imperio, Guillermo llama la atención por su ímpetu y su gran fuerza física y
por los puñetazos que descarga sobre sus enemigos, característica que ya sabemos que era
propia del personaje histórico, En su combate singular con el gigante Corsolt, episodio
largo y lleno de emoción, su adversario le da con la espada en la nariz y le corta la punta,
con lo que se pretende justificar que el gran guerrero cristiano fuera llamado «Guillaume al
Cort Nes» («el de la nariz corta»), apelación con que se le conocerá en muchas gestas, Se
trata de una curiosa corrupción, pues en los textos más antiguos, desde la referencia de la
Nota Emilianense y el antiguo Cantar de Guillermo, el héroe era conocido por «Guillaume
al Curb Nes» «el de la nariz curva», o sea aguileña.
cristiano de Capua, Guaifier, que había sido desposeído por los infieles y que acaba de
recobrar sus tierras gracias a Guillermo, le ofrece la mitad de su reino y la mano de su hija.
Cuando el Papa está a punto de casarlos llegan mensajeros de Francia y notifican que
Carlomagno ha muerto y que los traidores quieren desposeer de ta corona al débil Luis y
hacer rey al hijo de Ricardo de Normandia. Guillermo combate a los rebeldes, afianza a
Luis y pacifica el reino; vuelve a Italia para luchar contra Gui de Alemania, que se había
apoderado de Roma lo vence, y en la ciudad santa corona a Luis, del mismo modo que
antaño lo hizo en Aquisgrán. De regreso a Francia sofoca una nueva rebelión de los
barones, y, tras someterlos, casa al rey Luis con una hermana suya,
13
En Paris el rey Luis distribuye mercedes entre sus vasallos, a los que entrega feudos y
tierras; solamente deja de premiar los grandes servicios que le hizo Guillemo, a quien nada
ofrece. Guillermo le echa en cara la ingratitud, le enumera cuánto le debe, y, tras rechazar
los ofrecimientos que ahora, apresuradamente, le hace el indeciso e ingrato rey, sólo acepta
peligrosos feudos en tierras de sarracenos, que el guerrero tendrá que ganarse guerreando,
o sea España con Tortolose y PortpaiIlart, Orange y Nimes. Guillermo, al frente de sus
fuerzas, se dirige contra Nimes. Para conquistar esta ciudad recurre al ardid de meter a sus
guerreros en toneles que llenan una serie de carros, que son introducidos en Nimes como si
se tratara de mercancías, guiados por Guillermo, vestido de mercader. Una vez dentro de la
ciudad salen de los toneles y vencen a los sarracenos, y Nimes queda en poder de
Guillemo.
14
La vida plácida de Nimes no se aviene con el carácter batallador de Guillermo. Un
cristiano evadido de las mazmorras de la ciudad sarracena de Orange le cuenta las
maravillas de aquel país y le describe la belleza de Orable, esposa del rey moro Tiebat.
Guillemo, acompañado del fugitivo y de su sobrino Guielín (hijo de Bernart de Brusbán),
se introduce en Orange, los tres disfrazados de sarracenos. De este modo el valiente
guerrero ve a Orable y se prenda de ella. Los tres franceses son desenmascarados y
sostienen largas e inverosimiles luchas contra miles de sarracenos que habitan en Orange.
Gracias a la ayuda que les presta Orable, que corresponde fulminantemente al amor de
Guillermo, y al auxilio armado que les llega con las tropas de Bertrand, sobrino de éste,
Orange queda en poder de los cristianos. Orable recibe el bautismo, cambia su nombre por
el de Guiburc y se casa con Guillermo.
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grandes ciudades del mediodía de las Galias que se suponen en poder de los moros,
mediante ingeniosos recursos militares, Entra en Nimes disfrazado de mercader e
introduciendo en el recinto un carro lleno de barricas en que van escondidos sus guerreros,
ardid en algo similar al del caballo de Troya, pero con acertadas notas cómicas. Ya dueño
de Nimes, Guillermo se entera de la belleza de la esposa del rey moro de Orange, llamada
Orable, y se propone conquistar la ciudad y la dama, lo que lleva a término en una audaz
incursión individual, con persecuciones y combates por vías subterráneas, que dan al cantar
un claro tono de novela de aventuras. La bella Orable, enamorada de él desde que lo ve, lo
ayuda en su empresa, y finalmente recibe el bautismo, cambia su nombre por el de Guiburc
y se casa con él.
El Monacato de Guillermo.
El cuarto de los cantares de esta pequeña serie es el del Monacato de Guillermo (Moniage
Guillaume), cuya acción transcurre muchos años después, cuando, ya muerta Guiburc,
Guillermo se retira a los monasterios de Aniane y de Gellone (lo que, como sabemos, es
rigurosamente histórico); pero su rudeza y sobre todo su voracidad hacen insoportable su
convivencia con los demás monjes, hasta el extremo de que el superior lo envía a una
peligrosa mensajería, suponiendo que perecerá a manos de bandidos. Guillermo supera este
peligro gracias a su descomunal fuerza física, y más adelante salva a Francia de una
temible incursión que lleva a los sarracenos hasta París. El cantar se caracteriza por sus
notas de ironía al diseñar al héroe ya anciano pero con un vigor físico rayano en la
brutalidad y con mente asaz obtusa. Pero hay en él un emotivo episodio cuando Guillermo
vaga por caminos solitarios con su criado, éste lleno de miedo ante posibles ataques de
bandoleros, y le recomienda que cante para apartar el temor. El
criado entonces entona los primeros versos del cantar de la Conquista de Orange, que narra
las hazañasjuveniles de Guillermo. Este breve episodio recuerda aquel de la Odisea en que
Odiseo escucha en la corte de los feacios a un aedo que canta sus antiguas hazañas en la
guerra de Troya.
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La épica medieval europea
A fines del siglo XI un hombre culto (auras gentis clers), Bertran de Bar, llevó a término
una refundición de una antigua gesta sobre Girart de Vienne15 en la que narra el largo sitio
de esta ciudad, defendida por Girart, ante las fuerzas de Carlomagno. Se destacan en esta
gesta las hazañas juveniles de Roldán, sobrino de Carlomagno, que combate con los
sitiadores, y las de Oliveros, sobrino de Girart, que combate entre los sitiados. La situación
se dramatiza cuando Roldán se enamora de la hermosa Alda, hermana de Otiveros, y ella
corresponde a su afecto; y así las cosas se celebra un terrible combate singular entre los dos
jóvenes, solos en una isla del Ródano, que acabará con la intervención del ángel de Dios,
que los hace apaciguar, y de lo que nacerá la constante camaradería de Roldán y Oliveros.
Es el Girart de Vienne un cantar de gesta puente entre leyendas, pues si por una parte
constituye una especie de prólogo del tema de la expedición de Carlomagno a España y la
batalla de Roncesvalles, por la otra narra las primeras hazañas de un nuevo héroe, Aymerí,
sobrino de Girart.
15
En las vejeces de Garfn de Monglane, sus cuatro hijos se despiden de él y marchan a
hacer fortuna. Girart y Renier se encaminan a Is corte de Carlomagno, donde, tras ser
menospreciados por su pobreza, logran imponerse. Renier recibe el feudo de Gennes (o
Generes), donde se casa y tiene dos hijos: Oliveros y la hermosa Alda. Girart, que es objeto
del incumplimiento de una promesa por parte de Carlos y de una humillación por parte de
la esposa de éste, recibe el feudo de Vienne y se casa con Guiburc. Años después llega a
Vienne su sohrino Aymen (hijo de Hemaul de Beaulande) y le da cuenta de la afrenta de
que le hizo objeto la reina, pues Girart no la advirtió en el momento de matizarse, años
atrás. Girart convoca rápidamente a sus hermanos, ya que la ofensa avergüenza a todo el
linaje, y con ellos acude también el viejo Garln. Estalla la guerra entre Girart y
Carlomagno, aquél fuertemente armado y aprovisionado en Vienne, ciudad que es cercada
por Carlomagno con un gran ejército, en el que figura su joven sobrino Roldán. Entre
Roldán y Oliveros nace una noble rivalidad guerrera, agravada por el hecho de haberse
enamorado el primera de la hermana del segundo.
Tras siete años de combates, sin que la victoria se decida hacia ninguno de los los dos
bandos,se resuelve que la contienda sea zanjada por medio de un combate singular entre
Oliveros y Roldán, en una isla del Ródano. Luchan valientemente pero la contienda se
alarga porque ambos son igualmente fuertes, produciendo la desazón de Alda, que
contempla la batalla y que teme tanto por su hermano como por Roldán. Cuando ambos
están ya agotados y cada uno de ellos admirado de la valentía del otro, Dios envía un ángel
que los separa, pues donde están destinados a ejercitar su fuerza es en España, contra los
sarracenos. Mutuamente se comprometen a acordar la paz entre Carlomagno y Girart. A
pesar de ello la guerra
continúa, y un día los sitiados se enteran de que el emperador está azorado en un bosque
vecino a la ciudad; salen de ella por un subterráneo y consiguen rodearlo cuando se ha
separado de su acompañamiento. El joven Aymerí aconseja a su tío Girart que le corte la
cabeza; pero éste, frente a la majestad del emperador, se arrodilla ante él y le pide perdón.
Todos sus parientes hacen lo mismo, menos Aymerí, que permanece en pie y hace reservas
condicionando su fidelidad a Carlomagno a la conducta que éste siga con él. Ha acabado la
guerra entre el emperador y su vasallo Girart; pero cuando se van a celebrar iras bodas de
Roldán y la hermosa Aida llegan mensajeros anunciando que los sarracenos de España han
entrado en Francia, y todos deben partir precipitadamente a combatirlos.
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Este Aymeri, cuyos antecedentes históricos hay que buscarlos entre los vizcondes de
Narbona, se convirtió en la cabeza de un altivo linaje que generará numerosos cantares de
gesta. La leyenda le otorgará siete hijos, y hará uno de ellos a Guillermo, contra toda
verdad histórica. Las hazañas de los siete aimeridas constituirán una extensa y variada saga
proyectada primordialmente en la conquista de feudos que se hallaban en poder de los
sarracenos y en los amores de los guerreros francos con princesas moras. Se advierten en el
conjunto de cantares que integran esta parte del ciclo algunas notas legendarias que hacen
sospechar relación con la gesta castellana de los siete infantes de Salas, cosa no imposible,
dado el parentesco que unía a los vizcondes de Narbona con el linaje castellano de los
Lara.
16
El ejército franco regresa tristemente de España, tras el desastre de Roncesvalles y la
muerte de Roldán y Oliveros. Al pasar por delante de la ciudad de Narbona. Carlomagno la
promete en feudo a aquel de sus caballeros que quiera conquistarla a los sarracenos. Todos
ellos cansados de la larga guerra. rehúsan el ofrecimiento, excepto el joven Aymerí, que
acepta la peligrosa empresa, lo que proporciona a Carlos la primera alegría desde la muerte
de Roldán. Aymeri se adueña de Narbona y recibe el feudo. Luego emprende un viaje a
Lombardia, a fin de casarse con Hermerjart, hija del rey de Parta, al cual asombra con la
fastuosidad de sus embajadores. Pero Aymed tiene que regresoa precipitadamente a
Narbona, porque la ciudad ha sido sitiada y atacada por los sarracenos. Su tío Girart de
Vienne le ayuda a levantar el cerco y a derrotar al invasor, y tras una sangrienta batalla, en
pleno campo de lucha y entre lu tiendas abandonadas por el enemigo, Aymery siguiendo
los consejos de Girart, hace suya a Hermenjart
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La épica medieval europea
Carlomagno en la epopeya
17
Pepino el Breve pide la mano de Berta, hija de los reyes de Hungría, Flores y Blancaflor.
Llegada la novia a París, su nodriza Margiste, con engaño, consigue sustituirla en la noche
de bodas por su propia hija, Aliste, de gran parecido físico con Berta. Margiste logra
también que la auténtica Berta sea sorprendida en la cámara real con un cuchillo en las
manos, y que el rey, creyéndola hija de la nodriza, la condene a morir, pena que se le
conmuta por el abandono en un bosque, donde es acogida en la humilde monda de un tal
Simón. Tiempo después llega a París la reina húngara BIancaflor, deseosa de ver a su hija,
y de este moda se descubre que Berta ha sido suplantada. La malvada Margiste es
condenada a la hoguera, y su hija Aliste, en atención a que ha dado al rey Pepino dos hijos,
Rainfroi y Heldri, es encerrada en el monasterio de Montmartre. En una cacería por el
bosque del Mans el rey encuentra a Berta, la cual ocupa el lugar que le corresponde. Años
después da a luz a Carlomagno
18
Rainfroi y Heldrí han envenenado a Pepino y a Berta, y la custodia del reino y del joven
Karlot (Carlomagno) ha quedado confiada al primero de los bastardos, quien lo hace criar
vergonzosamente en las cocinas y busca ocasión para deshacerse de él. En compañía de
jóvenes amigos, Karlot consigue huir de la corte, y pasando por Burdeos y Pamplona
llegan a Toledo, donde reina el sarraceno Galafre, al que se ofrecen como soldados.
Galafre los acepta gustoso y los envía a Monfrín a luchar contra sus enemigos. Karot se
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Rainfroi y Heldrí, los hijos que Pepino había tenido en la esclava suplantadora, en los
largos arios en que creyó, engañado, que era su auténtica esposa, envenenan a su padre y a
Berta y hacen vivir vilmente a su hermanastro, Karlot, hasta que éste huye a Toledo y
ofrece sus servicios al rey moro Galafre; y en su hueste demuestra su bravura y realiza
actos heroicos, entre ellos vencer al cruel Braimant, de cuya espada Durendal se apodera, y
que años después ceñirá Roldán en Roncesvalles. Estas aventuras se enlazan con los
amores del joven Carlos con Galiana, la hija de Galafre. Al regresar a Francia, Carlos hace
ejecutar a sus hermanastros Rainfroi y Heldrí y se corona rey.
Hay en todas estas ficciones, por un lado, el recuerdo más o menos vago e impreciso de la
juventud de Carlos Martel, bastardo de Pepino de Heristal, y de las luchas de aquél contra
Raginfredus y Chilperico, y, por el otro, el de la estancia de Alfonso VI de León en
Toledo, expulsado por Sancho Il, y los amores y boda de aquél con la mora Zaida, hija del
rey de Sevilla. Lo cierto es que por Castilla circularon tanto la novelesca historia de
Alfonso como la leyenda deljoven Carlos, ésta recogida, entre otros textos, en la Crónica
general de Alfonso el Sabio.
distingue por su bravura y toma el nombre de Mainet. Al regresar a Toledo, Galiana, hija
de Galafre, se enamora de Mainet, y confía a sus doncellas el deseo de casarse con él y de
que el hijo que nazca de esta boda sea rey de España, en lugar de Marsil, su hermano.
Galafre arma caballero a Mainet, le promete la mano de su hija a condición de que le traiga
la cabeza de su enemigo Braimant, y quiere regalarle su espada; pero el joven guerrero
renuncia a ello porque posee la Joyosa, que fue del primer rey cristiano de Francia. Mainet
encuentra al fiero Braimant cerca de Toledo, lo mata y se apodera de su espada Durendal.
Cuando regresa a la corte, las tropas sirias que formaban parte del ejército de Mainet,
admiradas de la bravura de éste y del poder de Dios, se convierten al cristianismo. Cuando
Galafre se dispone a colmarlo de honores, el envidioso Marsil, hijo del rey toledano,
intenta una conjura, que fracasa gracias a la intervención de Galiana y a su sabiduría
astrológica. Marsil es derrotado por los franceses, y cuando éstos se disponen a regresar a
Francia, engrosadas sus fuerzas con los sirios ya bautizados, Mainet se entera de que los
sarracenos han invadido Italia y tienen al Papa cercado en Roma. Tras una campaña
victoriosa en Italia, Mainet llega a Francia, donde hace ajusticiar a Rainfroi y Heldri, y se
corona rey.
19
Al morir Pepino, Carlos ya tiene treinta y dos años; pero en la corte existe una
conspiración contra él, que le obliga a huir a despoblado con su fiel caballero Thierry de
Ardenne. En el bosque se une con el bandido Basín, donde lleva vida de
asaltador de caminos, y se entera de que los usurpadores Rainfroi y Heldrí han resuelto
adueñarse definitivamente del poder, y que en Aquisgrán el primero se coronará como
emperador y su hermano será hecho duque. Con la ayuda de Basín,
Carlos sorprende y mata a los traidores, y aquél es premiado por éste con el castillo y la
viuda de Rainfroi.
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La Peregrinación de Carlomagno
20
Hallándose la corte en el monasterio de Saint Denis, el emperador Carlomagno,
luciendo la corona y la espada, rodeado de sus caballeros, preguntó a su esposa si sabia de
algún hombre a quien mejor sentaron los atributos reales. Ante la sorpresa de todos. la
reina respondió que sabia de uno entre sus caballeros que ceñía la corona con más soltura.
Carlomagno le exige que le diga de qué rey se trata, pues quiere ir a él para que sus
caballeros juzguen quién de los dos lleva mejor la corona: si los caballeros son de la misma
opinión que la reina, él, Carlos, se someterá a su parecer: pero si dicen que ha mentido, le
cortará la cabeza con su propia espada. La reina intenta retirar sus palabras; pero, frente a
la insistencia del rey, dice que ha oido hablar de Hugo el Fuerte, emperador de Grecia y de
Constantinopla el caballero más gallardo del mundo, después de Carlos, añade ahora.
Carlomagno contesta que está dispuesto a ir a comprobarlo, y que si ha mentido, puede
considerarse muerta. Tras hacer una ofrenda al monasterio de Saint
Denis. el emperador regresa a París, convoca a sus doce pares y les comunica que van a
partir para visitar Jerusalén y adorar la Cruz y el Santo Sepulcro, y luego a ver a cierto rey,
del que ha oído hablar. Emprenden el camino sin ataras ni arreos militares, con bordones y
hábitos de peregrinos. Son ochenta mil franceses los que. tras un viaje sin incidencias,
llegan a Jerusalén. En una iglesia de la ciudad santa encuentran, frente a un altar, los trece
sitiales en que se habían sentado Jesucristo y los doce apóstoles, y Carlos ocupa el del
Salvador, y sus pares, los otros. Nadie había osado sentarse en ellos hasta aquel día, ni
jamás nadie volverá a hacerlo. Un judío que entra en la iglesia y ve ocupados los sitiales
corte espantado a encontrar al Patriarca y le pide ser bautizado. pues cree que acaba de ver
a Jesucristo y sus apóstoles. El Patriarca va a la iglesia y Carlos se le da a conocer. Aquél
le dice que. pues se ha sentado en el sitial de Jesucristo, desde ahora se llamará
Carlomagno. y le da numerosas reliquias pan que las lleve a Francia (el brazo de San
Simeña, la cabeza de San Lázaro, sangre de San Esteban, un trazo del sudario de Cristo,
uno de los clavos de la Cruz, la corona de espinas, el cáliz y el plato de la Cena el cuchillo
que empleó Jesús, pelos de la barba y cabellos de San Pedro, leche y un trozo de camisa de
la Virgen). En el momento de la entrega un paralítico se cura milagrosamente. El arzobispo
Turpin queda encargado de guardar las reliquias en una caja de oro. Tras una estancia de
cuatro meses en Jerusalén, Carlomagno se despide del Patriarca, quien le ruega que
destruye a los sameenos. El emperador le promete que sin tardanza organizará una
expedición a España; y cumplió su palabra -dice el poeta- en la ocasión en que murieron
Roldán y los doce pares.
A través de Asia los francos llegan a unos jardines próximos a Constantinopla en los que
veinte mil caballeros, lujosamente vestidos, se solazan jugando al ajedrez y cuidando aves
de caza; tres mil hermosas doncellas hacen compañía a sus amigos.Los francos preguntan
por el rey de aquella tierra, y se les indica que lo hallarán cera de un pabellón. Se dirigen al
lugar señalado y encuentran a Hugo el Fuerte labrando la tierra con un arado de oro.
Carlomagno se le da a conocer, y Hugo. que había oído hablar de su gloria, le invita a
pasar un año en sus dominios y le promete riquísimos regalos. Hugo deja su arado en el
campo, porque en su país no hay ladrones, y se encaminan a Constantinopla. El palacio es
de una riqueza incomparable y está lleno de maravillas: los muebles son de oro; el edificio
gira, según sople el siento, gracias a unos ingeniosos mecanismos; estatuas de bronce
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otras gestas no tan sólo por su temática y la ausencia de acciones militares, sino también
por su brevedad y versificación (ochocientos setenta versos alejandrinos asonantados). Se
conoce en una redacción de la primera mitad del siglo XII y narra una totalmente
imaginaria expedición pacífica a Tierra Santa y Constantinopla emprendida por
Carlomagno y sus doce pares, con la cual se quiere justificar la autenticidad de ciertas
reliquias de la Pasión veneradas entonces en Francia y que el emperador hubiera traído de
Jerusalén. Es notable este cantar por la detallada descripción de las maravillas y portentos
arquitectónicos y mecánicos de Constantinopla, ante los cuales los francos reaccionan en
una primera impresión como palurdos ante los adelantos del progreso material, pero luego
adoptan una acritud muy sana de burla e ironía. Después de una magnífica cena que les ha
ofrecido el emperador de Constantinopla, Carlomagno y los francos achispados por el
clarete, se reúnen en la amplia sala donde han de dormir, y, a instigación del rey, se
dedican al juego de expresar bravatas que ponen en ridículo las maravillas y suntuosidad
bizantinas, lo que constituye una de las escenas más divertidas de la epopeya románica, y
de una comicidad muy al alcance de un auditorio popular .
hacen sonar cuernos de marfil. Al llegar los franceses se desencadena una terrible
tempestad. que los espanta, ya que todo el palacio tiembla. El rey Hugo los
tranquiliza haciéndola cesar, pues sólo se trata de un encanto que ha provocado pan
asombrar a sus huéspedes. Les sirven una opípara cena, a la que asisten la esposa y la hija
de Hugo, y de esta última se enamora Oliveros. Después de la cena los franceses se retiran
a ta habitación que se les ha destinado para descansar, en la que se han dispuesto trece
camas para Carlomagno y sus pares. Pero han bebido mucho clarete y tienen ganas de
hablar y no de dormir. Carlomagno les propone que se entreguen al juego de gaber, o sea,
decir bravatas. No advierten que el rey Hugo ha apostado un espía que está escuchando
todo lo que dicen. El primero en gaber es el propio Carlomagno, y le siguen los doce pares,
que anuncian inverosímiles y pintorescos gabers, en la mayoría de los cuales se pone en
ridículo al rey Hugo y se humoriza sobre las maravillas de Constantinopla. Cuando acaban
de gaber, Carlomagno y los doce pares se duermen, mientras el espía va a contar al rey
Hugo cuanto ha oído. Al día siguiente Hugo interpela indignado, a Carlomagno; éste
intenta disculparse echando la culpa de las bravatas al buen vino clarete que bebieron la
noche anterior: pero el rey los conmina a que realicen las inverosímiles hazañas.
Aterrorizados, los franceses corren a rezar y piden a Dios que los saque del apuro. Un
ángel se aparece a Carlomagno y le dice que se apresten a realizar sus bravatas, pues no les
faltará la ayuda divina. Los franceses van al rey Hugo y le dicen que están dispuestos a
llevar a cabo sus anunciadas proezas. Realizan la suya Oliveros, Guillermo de Orange y
Bernard de Brusbán, y a raíz de esta última la ciudad se inunda. El rey Hugo se refugia en
la torre más alta y pide a Carlomagno que detenga el desastre, y a cambio de ello le
regalará sus tesoros y le prestará homenaje. Carlos accede y hace volver el río a su cauce.
Convencido el rey Hugo del poder de los franceses, se dispone a entregar sus tesoros a
Carlomagno; pero éste no los admite, y sólo exige que hagan una fiesta en la que ambos
ciñan la corona. En ella los caballeros franceses pueden comprobar que Carlomagno la
lleva con más gallardía, y que, por tanto, la reina no tenía razón. La expedición regresa a
París. y Carlomagno deposita las principales reliquias en el monasterio de Saint Denis y
reparte las demás por todo su reino. La
reina se posta a sus pies, y él la perdona por amor del Santo Sepulcro que ha adorado.
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La épica medieval europea
La reina confiesa que el rey que considera más elegante que Carlomagno es el emperador
Hugo de Constantinopla, y aquél decide emprender un viaje para conocerlo y comprobar
personalmente, ante sus pares, si ello es cierto.
21
Un día estaba el rey Carlos en el monasterio de San Dionís; se puso la corona, persignó
con la cruz su cabeza y se ciñó la espada, cuyo pomo era de oro puro. Había allí duques,
señores, barones y caballeros. El emperador Carlos contempló a su mujer, que iba bien y
bellamente coronada. La tomó por la mano bajo un olivo y se puso a decirle estas palabras:
"Señora, ¿visteis jamás bajo el cielo a hombre que mejor le sentaran la espada y la corona
en la cabeza? ¡Todavía conquistaré ciudades con mi lanza!" Ella no fue discreta y le
contestó locamente: "Emperador, por mucho que presumáis, yo sé de uno que está más
elegante cuando lleva la corona entre sus caballeros: cuando se la pone en la cabeza le
sienta mejor que a vos." Cuando Carlomagno la oyó se indignó y se apesadumbró por los
franceses que lo habían oído. "Bien, señora, ¡,dónde está ese rey? Enseñádmelo.
Llevaremos juntos la corona en la cabeza, y estarán presentes vuestros favoritos y todos
vuestros consejeros, y yo convocaré a la corte a todos mis buenos caballeros. Si los
franceses lo confirman, yo también lo admitiré. Pero si habéis mentido, lo pagaréis caro: os
cortaré la cabeza con mi espada de acero."»
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La épica medieval europea
Galiens.
En el siglo XlI se escribió un curioso cantar de gesta, el Galiens22, que es una especie de
continuación de la Peregrinación de Carlomagno, pero sin atisbos de ironía y con acción
militar en sus últimos episodios. Durante la estancia en Constantinopla, y como
consecuencia de las bravatas, Oliveros tiene amores con Jacqueline, la hija del rey Hugo de
Constantinopla. Partidos los francos, Jacqueline da a luz a un hijo, Galiens, quien se educa
en la corte de su abuelo ignorando quién es su padre. Ya mozo, en una disputa suscitada en
una partida de ajedrez, su adversario lo llama bastardo. Galiens interroga a su madre, quien
le hace saber que es hijo de Oliveros, y el joven emprende un largo viaje en busca de su
padre, al que se parece físicamente tanto, que cuando se presenta ante su tía Alda ésta se
cree que es su hermano Oliveros. Lo encuentra finalmente en plena batalla de
Roncesvalles, cuando sólo están vivos Roldán y él, que muere poco después de haber
conocido a su hijo, y Galiens venga su muerte luchando valerosamente contra los moros.
22
Meses después de la partida de los franceses de Constantinopla, la hija del rey Hugo,
llamada Jacqueline, da a luz a un hijo, fruto del gaber de Oliveros. El niño, al que se da el
nombre de Galiens, es educado en la corte de su abuelo, y se le ocultan cuidadosamente
quién fue su padre y las circunstancias de su nacimiento. Ya mozo, jugando una partida de
ajedrez tiene una violenta disputa con su adversario, el cual, encolerizado, le llama
bastardo. Galiens averigua entonces, por su madre, que es hijo de Oliveros. El mozo
emprende un largo viaje con la finalidad de hallar a su padre, al que admira por su fama de
gran caballero, y acierta a encontrarle en plena batalla de Roncesvalles, cuando los únicos
franceses vivos son Roldán y Oliveros. Éste reconoce a su hijo por la espada que lleva (que
antaño dejó a Jacqueline para que la entregara al hijo que nacería de sus amores). Muere
pocos momentos después de haber visto por vez primera a Galiens, y éste lo venga
luchando valerosamente contra una nube de paganos.
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La épica medieval europea
Anseis de Cartago
23
Carlomagno, vengado el desastre de Roncesvalles se ha hecho dueño de España y ha
dominado el peligro sarraceno. En Saint-Fagon (Sahagún) anuncia a los suyos que ha
decidido volver a Francia, pero que conviene dejar a España en poder de un
rey cristiano. Para ello sólo se ofrece un joven caballero, sin gran historial guerrero,
llamado Anseís, hijo de Rispeu de Bretaña, muerto en la guerra española. Cartomagno
accede, y en la plaza de Saint-Fagon, frente a sus caballeros, lo corona como rey «de
España y de Cartago» y le entrega su espada Joyosa. Dada la juventud de Anseís, Carlos
deja a su lado a un viejo consejero, Ysoré, y antes de partir promete al mozo rey que si
alguna vez se encuentra en peligro, acudirá a socorrerle. Anseis establece la capital de su
reino en una ciudad llamada Modigane. Lefise, hija de Ysoré, se enamora apasionadamente
de Anseís, sin que la calmen los consejos de su padre, que juzga desproporcionada una
posible boda. Los caballeros de Anseís le aconsejan que tome mujer, y es precisamente
Ysoré quien sugiere que su esposa más indicada seria la hermosa Gaudisse. hija del rey
sarraceno Marsil, que reside en Morinde, ciudad situada más allá del mar. Anseis,
súbitamente enamorado de la sarracena, a la que jamás ha visto, encarga una embajada a
Ysoré para pedir su mano. El viejo consejero, antes de emprender el viaje, le encomienda
la custodia de su hija Lefise, y le advierte que jamás tenga la idea de deshonrarla, pues en
tal caso él dejaría de servirle y se haría mahometano. Durante la ausencia de su padre,
Lefise, presa de ardiente pasión por Anseís, se introduce en su lecho y se entrega a él, sin
que el joven rey la reconozca hasta el último momento.
Ysoré, mientras tanto, ha llegado a Morinde acompañado por el caballero franco Raimón
de Navarra. y ha obtenido la mano de la hija de Marsil para su rey. La hermosa Gaudisse,
ilusionada con su hoda, ya piensa en el bautismo y reniega de los dioses sarracenos: pero
he aquí que anteriormente su mano había sido prometida a un rey pagano llamado Agolant
el Salvaje, el cual, enterado de lo acordado con Anseis, se presenta en Morinde; pero es
vencido por Raimón de Navarra en un combate singular. Acabado el peligro. Ysoré regresa
a España con la respuesta afirmativa de Marsil; se entera de que Anseis ha deshonrado a su
hija; recrimina al rey por su acción, pero luego finge perdonarlo y disimula su cólera, y,
con achaque de volver en busca de Gaudisse, se presenta de nuevo en la corte de Marsil,
donde reniega la fe de Cristo, incita al rey sarraceno contra los cristianos y logra que la
guerra se encienda de nuevo. El renegado Ysoré se pone al frente de las tropas paganas,
que atraviesan el mar y derrotan en la costa española a Anseís. que se ve precisado a huir, y
se inicia una interminable campaña con numerosas hatallas. Simultáneamente, la hermosa
Gaudisse. que acompaña a su padre Marsil en la expedición. envía mensajes a Anseis,y
éste consigue apoderarse de ella después de una batalla. La doncella es bautizada y se casa
con Anseís. Pero la campaña va de mal en peor para éste, que se ve reducido a poco
terreno, apretado por el hambre y la desesperación. En tales circunstancias pide auxilio a
Cartomagno, el cual, pese a estar enfermo y a su avanzadísima edad, organiza una nueva
expedición, que entra en España, socorre a Anseís y logra imponer a los cristianos en toda
el país. Ysoré y Marsil caen prisioneros: el primero es ahorcado, y el segundo es llevado a
Francia y, al no querer recibir el bautismo, es decapitado en Laón. Lefise, hecha también
prisionera, pide merced a Carlomagno,juntamente con el hijo que ha tenido de Anseis, y es
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española de don Rodrigo, el último rey godo, y la Cava. El cantar francés conoce muy bien
la topografía española del camino de Santiago y sus proximidades, y recoge la famosa
leyenda de Luiserne, ciudad ante la que Carlomagno, a fin de evitar más muertes de
cristianos en su conquista, pide a Dios que obre un milagro, y, en efecto, la ciudad se
hunde y en su lugar aparece un lago. Esta leyenda, que ya se explica en la Crónica del
Pseudo-Turpin (hacia 1140) y que repiten varios textos franceses, debió de constituir una
tradición local española muy antigua y muy persistente, pues hoy todavía se ha recogido en
proximidades del lago de Sanabria (provincia de Zamora), atribuida a la ciudad Villaverde
de Lucerna.
Las campañas de Cartomagno al este de su Imperio se narran, con poco rigor histórico, en
el Cantar de los sajones (Chanson des Saisnes), refundición hecha afines del siglo XII por
Jean Bodel de Arrás, autor de otras diversas obras literarias conservadas. Sus elementos
legendarios fueron muy conocidos en España, como ocurre en la Gran conquista de
Ultramar. y de ella nacieron algunos romances, como los de Baldovinos y Nuño Vero.
Existen varios cantares de gesta franceses que tienen por protagonistas a grandes señores
que, irritados con Cartomagno o injuriados por él o por cualquier otro rey, rompen los
lazos de vasallaje y se rebelan contra la autoridad real.
Aunque los núcleos legendarios de estos cantares a veces se remontan a tiempos muy
antiguos y frecuentemente a una época contemporánea a los hechos que narran
literariamente, parece evidente que la actitud adoptada por los autores que compusieron
largas epopeyas en que la autoridad real es combatida y humillada, al paso que los vasallos
rebeldes son elevados a la categoría de héroes, ha de ponerse en relación con el
relajamiento de la monarquía francesa en el transcurso de los siglos XI y XII. Se hacen eco
del talante de importantes familias feudales que entonces escatimaban su vasallaje a la
débil monarquía. En el fondo, gran parte del ciclo de Guillermo no hace otra cosa que
celebrar a una heroica y altiva familia (el fier lignage), que actúa por sus propios medios,
que se encarga de la empresa cristiana contra los sarracenos y que lleva a término
conquistas que en rigor correspondían a Carlomagno o a su hijo ludovico; este desdichado
y timorato rey Ludovico que, si conserva una sombra de autoridad real, lo debe a
Guillermo, quien no ve recompensada su lealtad.
En los cantares más propiamente dedicados a los vasallos rebeldes éstos hacen
abiertamente la guerra a Carlomagno, o a sus predecesores o a sus sucesores, y la lucha
contra los musulmanes queda relegada a segundo plano o está totalmente ausente. La
simpatía está situada decididamente al lado de los vasallos rebeldes, aunque sean unos
energúmenos como Raoul de Cambrai, y el pueblo les otorgará toda su predilección: no en
vano las aventuras de Renaut de Montauban (el Reinaldos de Montalbán castellano)
constituyen uno de los pocos asuntos de la épica framcesa que han sido populares hasta el
siglo XIX.
perdonada a condición de que se haga monja. Anseís queda reinando felizmente en España,
y Carlomagno muere en Aquiagrán,
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Gormont e lsembart.
Intrigante y antiguo es el cantar que narra la rebelión de lsembart contra Ludovico Pío, tal
vez originado por sucesos que ocurrieron en el año 881; pero el hecho de que esté
redactado en versos octosilábicos y que lleve un cuarteto que se repite como estribillo al
final de algunas series dan a Gormont e Isembart24 una apariencia formal muy distinta de
las gestas. Aunque se trata de dos obras independientes, este cantar francés parece
inspirado en los mismos hechos que se narran en el viejo poema alemán el Ludwigslied.
Raoul de Cambrai
24
lsembart, barón (o sobrino) de Luis, rey de Francia, hijo de Carlomagno, se rebela contra
su rey y huye a Inglaterra, donde se pone al servicio del rey sarraceno Gormont y reniega
de la fe cristiana Persuade a Gormont de que debe conquistar Francia, y se organiza una
expedición capitaneada por el propio lsembart. quien desembarca y ataca el Ponthieu, en
tierras que antaño fueron suyas, y las saquea, e incendia la abadía de Saint Riquier. El rey
Luis presenta batalla en Cayeux a las fueras de Gomont y de lsembart. Gormont lucha
valerosamente y vence a gran número decaballeros cristianos, acompañando cada victoria
de insultos a Dios, a los cristianos y a Francia, seguidos de un obsesionante estribillo. El
rey Luis combate con él y lo mata. lsembart, llamado «le .Margaris» («el renegado»). sigue
luchando contra los franceses. el valor de cuyo rey admira. Sin reconocerlo, mata a su
propio padre, el viejo Bernart; y finalmente hasta los mismos sarracenos se rebelan contra
él y lo abandonan malherido. Cuatro franceses lo atacan y lo derriban agonizando. En este
momento Isembart invoca a Nuestra Señora, se arrepiente de su perversidad y muere
confiando en la misericordia de Dios. El rey muere un mes después a consecuencia de las
heridas recibidas en la batalla.
25
Raoul Taillefer, que había recibido del rey Luis de Francia el feudo de Cambrai, muere
poco antes de nacer su hijo, fruto de su matrimonio con Aalais, hermana del soberano. El
rey intenta dar el feudo y la mano de la viuda a un protegido suyo, Gibouin le Mancel; pero
Aalais consigue evitarlo, aunque el feudo de Cambrai pasa a poder del pretendiente. Raoul,
el hijo de la viuda, se presenta en la corte del
rey al cumplir los quince años, acompañado de su escudero Bemier, y Luis lo arma
caballero y lo hace su senescal. Tiempo después, instigado por su tío Guerrí de Arras, le
Sor («el rubio»), Raoul reclama al rey su feudo de Cambrai. El soberano le responde que
no puede dárselo, pues está en poder de Gibouin, pero que el primer feudo que quede
vacante por muerte de su posesor será para él. Un año después muere el conde Herbert de
Vermandois, y Raoul exige a Luis que cumpla su promesa. El rey se niega en principio,
pues Herbert ha dejado cuatro hijos a los que no quisiera desposeer; pero ante la violenta
protesta de Raoul acaba concediéndoselo, aunque a condición de que se lo conquiste con
sus propias fuerzas, sin la ayuda real. La decisión de Raoul aflige a su escudero Bemier,
nieto bastardo de Herbert, y contraría a su madre, Aalaís, que, habiendo sufrido una
injusticia semejante, no quiere que su hijo desposea a los del conde Herbert. No pudiendo
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disuadirle del empeño. Aalais maldice a su hijo; pero al punto se arrepiente de su acción y
pide a Dios perdón y que proteja a Raoul.
Raoul, al frente de sus tropas, y aconsejado por Gaerri le Sor, invade el Vemrandois.
Llegan a la abadía de Origny, de la cual es abadesa Marcens, madre de Bemier, el escudero
de Raoul, que lo tuvo, antes de entrar en religión, de sus amores con Ybert de Ribemont,
uno de los cuatro hijos de Herbert. Raoul decide atacar la abadía, a pesar de las súplicas de
Marcens; ésta pregunta a su hijo por qué razón combate la tierra de su padre, pero al
responder Bemier que es vasallo de Raoul, la madre comprende su actitud y se la aprueba.
Raoul incendia la abadía de Origny, en la que perecen cien monjas y Marcens, la abadesa,
en presencia de su propio hijo Bemier. Éste no se considera libre de sus obligaciones hacia
su señor hasta que en un momento de ira Raoul le golpea. Entonces abandona su servicio y
se encamina a su padre Ybert de Ribemont. Estalla la guerra entre Raoul y los cuatro hijos
de Herbert. Éstos intentan llegar a un acuerdo enviando mensajeros a Raoul, el mal se
niega a avenirse, siguiendo los consejos de Guerrfi le Sor. Se da una feroz batalla en
Origny, en la cual Raoul combate, vence y persigue implacablemente a Ernaut de Doais.
Durante la persecución Raoul le dice que ni Dios podrá salvarle, blasfemia que acareará la
muerte del héroe. En efecto: es atacado por Bemier, su antiguo escudero, que logra
matarlo. En el momento de expirar Raoul invoca a Dios y reclama el auxilio de la Virgen.
Ernaut se venga introduciendo la espada en el cráneo del cadáver, y Bemier llora a su
antiguo señor, a quien él mismo ha muerto. Guerrí le Sor pide una tregua al enemigo. En el
campo está el cadáver de un gigante francés, muerto por Raoul: Guerrí hace extraer los
corazones de ambos y muestra a las tropas que el de Raoul es mucho mayor que el del
gigante, y este espectáculo le enardece huta tal punto que hace recomenzar la lucha; pero
finalmente es derrotado. Con los restos de su ejército llega a Cambrai, llevando el cadáver
de Raoul. Aalais recibe acongojada el cuerpo de su hijo, a quien había maldecido, y en sus
lamentos se desespera de que haya sido muerto por el bastardo Bemier, a quien ella había
educado, y de que Guerri no haya podido salvado. Frente al túmulo, el niño Gautier,
sobrino de Raoul, jura vengado.
El rey Luis intenta vanamente acabar con la guerra entre las dos familias rivales. En la
fiesta de Pentecostés reúne en la corte a sus vasallos. Tanto los de un bando como los de
otro, y al punto surge una terrible contienda en la misma mesa del rey. Se decide que se
celebre un nuevo combate entre Bemier y Gautier. Los luchadores quedan malheridos y
son llevados a una misma habitación, donde se los acuesta en dos lechos próximos. Allí
echados siguen injuriándose. Entonces entra en la habitación Aalais e intenta matar a
Bemier con una palanca: pero éste se postra a sus pies, le recuerda que ella le ha criado y le
ofrece la paz. Todos están de acuerdo v se reconcilían. Pero en este momento el rey Luís
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recoge materia muy arcaica, ya que los acontecimientos que lo generaron transcurrieron a
mediados del siglo X. Es un cantar de notable brio, de acción rápida, variada y siempre en
tensión, a la que contribuye un heroico salvajismo. En esencia se trata de la lucha
encamizada y cruel por la conservación de un feudo familiar que el rey Luis ha otorgado a
un linaje que no tenia derecho a él, con lo que ha desheredado al joven Raoul. La
característica esencial de éste es la desmesura, que no respeta a nada ni a nadie, pues,
convencido de que la razón y lajusticia están de su parte, lo que es bien cierto, comete toda
suerte de atrocidades. Su crueldad le permite incendiar el monasterio de Origny y
contemplar con placer cómo arden las monjas indefensas que él mismo ha ordenado que
sean «quemadas y fritas» («ardoir et graaillie»). Tras esta tremenda escena, narrada con
fuerza y con impresionante neutralidad, Raoul vuelve a su tienda de campaña y ordena que
le traigan pavos asados y cisnes con pimienta, para satisfacer su voracidad; pero renuncia a
ello cuando su senescal le advierte que es día de abstinencia y debe respetar la Cuaresma.
El contraste entre la sacrílega hoguera de mujeres entregadas al servicio de Dios y la
puntual observación de la abstinencia de carne da una elocuente idea de la auténtica
desmesura de Raout. Pero esta desmesura es lo que pierde a Raoul, siempre victorioso
contra sus empavorecidos enemigos, porque, en una decisiva batalla, al perseguir a uno de
ellos profiere que ni Dios podrá salvarlo de sus manos, blasfemia que es castigada con su
muerte. La razón y lajusticia han asistido hasta entonces a Raoul, que reclamaba un feudo
que le pertenecía y que luchaba contra los que lo detentaban; pero al blasfemar ha roto el
vasallaje con su superior señor, Dios, que entonces lo ha desamparado. Raout muere
invocando a Dios y pidiendo su protección a la Virgen, impresionante arrepentimiento de
este monstruo de crueldad. El cantar, a pesar de todo, lo presenta con simpatía, pues, como
los héroes románticos (don Juan Tenorio, don Félix de Montemar), pone grandeza hasta en
sus crimenes mismos, lo que le ganó una fervorosa admiración popular.
Que Raoul de Cambrai es un auténtico héroe se hace patente en un emotivo episodio que
ocurre tras su muerte y que se asemeja a otro del mismo tipo que se encuentra en los
Nibelungos. Su tío el rubio Guerri, el auténtico ángel malo de Raoul, que le incitó siempre
a la crueldad, hace patente la hombría del héroe en el tamaño de su corazón. La escena
ocurre acabada la batalla:
tiene la mala idea de decir a Ybert de Ribemont que, cuando haya muerto, dispondrá de su
feudo. Ybert contesta que ya lo ha entregado a su hijo Bemier, y el rey le replica que ello
es improcedente, porque es bastardo. A estas palabras los vasallos recuerdan al rey que por
su culpa se inició la guerra, y todos se precipitan tumultuosamente sobre Luis y lo hieren.
A continuación saquean e incendian la capital, y lodos regresan a sus tierras
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Tan del agrado del público era esta epopeya cruel y sanguinaria, que se abre con un
preludio juglaresco en que el recitante anuncia a sus auditores: «¡Oíd canción de alegría y
de regocijo!» («Diez changon de joie el de baudor!»)
Ogier de Dinamarca
Existieron varios cantares sobre las hazañas y revueltas de Ogier de de Dinamarca, que
históricamente fue un caballero llamado Autcharius que fue fiel a Carlomán y a sus hijos
en los momentos en que se les opuso Carlos (o Carlomagno), hermano de aquél, lo que
condicionó que la historiografia oficial, siempre favorable al emperador, callara su nombre.
Pero la memoria de Autcharius pervivió popularmente y recibió culto en la zona donde
persistía el recuerdo de Carlomán, y ello generó leyendas. Conservamos dos cantares del
siglo XIII sobre este personaje: la Caballería de Ogier (Chevalerie Ogier)27 y las
26
«Y Guerrí va recogiendo sus muertos; y olvidó por el momento a sus dos hijos por su
sobrino Raoul, el luchador. Delante de sí ve a Juan, muerto ensangrentado: no habla en
toda Francia caballero más corpulento. Todo el mundo sabe que lo mató Raoul. Lo vio
Guerri y fue corriendo hacia donde estaba, y los tomó a él y a Raoul y los abrió a los dos
con su afilada espada, y les extrajo el corazón, como encontramos escrito. Para ver su
aspecto los depositó encima de un escudo de oro reluciente: el uno era pequeño como de
un niño, y el de Raoul, como sabe todo el mundo, era tan grande, a mi parecer, como el de
un toro que arrastra un arado. Lo vio Guerrí y se pone a derramar lágrimas de dolor, y dice
llorando a los caballeros: "Francos compañeros, acercaos, por Dios: ¡ved que corazón tenía
RaouL el valeroso luchador, en comparación con el de este gigante!"»
27
En una disputa durante una partida de ajedrez, Charlot hijo de Carlomagno, mata a
Baudoulnet, hijo de Ogier, y al negarse el emperador a hacer justicia, Ogier se rebela
contra él y jura no concederle tregua hasta haber matado a Charlot por su limpia mano.
Abandona la corte de Laón y se acoge a la hospitalidad de Didier, rey de los lombardos, en
Pavia, el cual lo hace gonfalonero de su reino y le da los castillos de Montchevreuil y
Castelforl. Carlomagno emprende una campaña contra el rey lombardo y el barón rebelde,
y se libra una batalla en los Prados de Saint Ajose, en la cual Didier huye y Ogier tiene que
luchar ante los mejores guerreros franceses, como Giart de Vienne y Ricardo de
Normandía, al que mata, hasta que se ve precisado a retirarse. Tiene lugar entonces la
heroica pugna del rebelde, solo con su caballo Broiefort, por los caminos de Italia,
luchando ante sus Perseguidores. Topa con la legendaria pareja de amigos Amis y Amile, y
los asesina porque sabe que su muerte producirá un gran dolor a Carlomagno. La ferocidad
de Ogier aumenta, y sus actos son desmesurados: mata a la gente que encuentra y lucha a
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Mocedades de Ogier (Enjances Ogier), y de éste es autor el escritor Adenet li Roi. Ogier,
cuya rebeldía parte del tan divulgado tema de una disputa jugando al ajedrez, desmesura su
justicia con la ferocidad; pero es un gran luchador, que hace prodigios con su famosa
espada llamada Corta («Corte» o «Courtaine»), y al que tiene que recurrir su gran enemigo
Carlomagno para que salve a Francia de una invasión sarracena. Fue Ogier muy pronto
conocido en España: lo cita la Nota Emilianense, y el romancero le dio una peculiar
ftsonomía bajo el nombre de Danés Urgel o Urgero, y tal vez existe relación entre su
leyenda y la de Otger Catalón y los nueve barones de la Fama.
Renaut de Montauban
El cantar titulado los Cuatro hijos de Aymón (Quatre fila Aymon) o de Renaut de
Montauban28 constituye uno de los más duraderos éxitos literarios europeos, pues alejadas
pedradas con los franceses que lo persiguen. Finalmente se refugia en Castelfort (en
Toscana), donde resiste un cerco de siete años, llega a quedar como único defensor y se ve
obligado a moler el trigo para procurarse pan. No accediendo a la solución pacífica que le
propone Charlot, el hijo de Carlomagno, Ogier huye de nuevo y vive a salto de mata. El
arzobispo Turpín, regresando de Roma, encuentro al rebelde dormido en un valle, y, fiel al
juramento que prestó a Carlomagno, lo hace prisionero y se lo lleva a París. El emperador
quiere que muera inmediatamente; pero Turpín, que siente afecto por Ogier, propone
hacerlo morir lentamente de hambre, dándole una insuficiente ración de alimento. El
emperador accede, y Turpín encierra a Ogier en Reims, donde aparenta cumplir lo
acordado, pero de hecho lo alimenta abundantemente y hace lo posible pan suavizar su
suerte. Al divulgarse la falsa noticia de la muerte de Ogier,
los sarracenos de España, sabiendo que a Carlos le falta el guerrero más temible, invaden
Francia y llegan huta las cercanias de Laón. Entre los cristianos cunde la desesperación, y
todos lamentan que Ogier no exista, pues sólo él podría salvarlos del peligro. Cuando
Cadomagno esta más apurado, Turpín le revela que Ogier vive, pero que sólo accede a
ponerse al frente de sus tropas a condición de que se le entregue a Charlot, a quien ha
jurado matar. El emperador lo otorga. y Charlot es llevado ante Ogier, y cuando éste ya ha
desenvainado la espada, un ángel baja del cielo y ordena al barón que no mate a su víctima,
pues sóln dándole una bofetada habrá cumplido su juramento. Ogier se incorpora al
ejército francés, que desde este momento lucha afortunadamente contra los sarracenos.
Ogier vence en un combate singular al jefe pagano Brebier, y el enemigo queda derrotado.
Carlomagno se humilla ante el barón e incluso le sostiene el estribo; le da el condado de
Hainaul. el ducado de Brabante y la ciudad de Ermay. Cuando, tras su matrimonio con una
princesa inglesa, Ogier murió, su cuerpo fue enterrado en Meaux, cera de San Benito.
28
El día de Pentecostés, Carlomagno reúne su corte y advierte que de todos sus vasallos
sólo falta uno: el rebelde Beuves d'Aigremont, que en su tierra mantiene una actitud hostil
frente a él. Le envía un mensajero para que le conmine acudir a la corte para Navidad; pero
Beuves lo mata sin hacerle ningún caso. Luego Carlomagno envía a su propio hijo, Lohier,
con una fuerte escolta. Lohier habla a Beuves altivamente y con amenazas, a consecuencia
de lo cual los barones de éste se precipitan sobre los imperiales, los vencen, y el propio
Lohier es muerto por Beuves. Estalla la guerra entre Cadomagno y Beuves d'Aigremont, al
lado del cual se encuentran sus tres hermanos Girart de Roussilion, Doon de Nanleuil y
Aymón
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de Dordone. Los rebeldes son vencidos en una batalla. y, tras un acto de humildad, son
perdonados por Carlomagno; éste, no obstante, hace asesinar traidoramente a Beuves por
barones del linaje de Ganelón. Aymón permanece en la corte de Carlos, sirviendo
lealmente al monarca, al cual presenta sus cuatro hijos: Aalart, Renaut. Guichart y Richart,
los cuales son armados caballeros por el emperador. Al día siguiente de la fiesta, jugando
al ajedrez Renaut con Bertolai, sobrino del emperador, surge una disputa, en la cual aquél
mata a éste. Los cuatro hermanos escapan de la corte, Renaut montado en su famoso
caballo Bayart, y, tras visitar a su madre en Dordone, se internan en la selva de las
Ardenas, huyendo de la persecución de que Carlomagno los hace objeto implacablemente.
En pleno bosque construyen el castillo de Montessor, donde viven cinco años servidos por
una numerosa corte de caballeros e ignorados del resto del mundo. Un peregrino desabre el
escondite y lo comunicara a Carlomagno, quien sitia Montessor con un poderoso ejército,
en el mal figura el propio Aymón, padre de los rebeldes. Después de treinta meses de
cerco, los cuatro hermanos se ven obligados a abandonar el castillo y a internarse en la
selva, donde sufren toda suerte de miserias, hambre, frío y desnudez, hasta que, después de
tres años de vida salvaje, se resuelven a presentarse en su natal Dordone. donde la madre
los viste, los llena de riquezas y les proporciona una tropa de setecientos soldados. Se
encaminan entonces a Gascuña, y en Burdeos ofrecen sus servicios al rey Yon, que en
aquellos momentos está en guerra con Begón, rey sarraceno de Tolosa. Luchan tan
valerosamente y alejan de tal suerte el peligro sarraceno, que el rey Yon les concede que
edifiquen un castillo en su tierra, al que llaman Montauban, y a Renaut le da su hermana
Clarisse en matrimonio. De esta unión nacen Aymonet y Yonet, y parece que la paz y la
tranquilidad de los cuatro hermanos ha de ser duradera. Un día Carlomagno, de regreso de
una peregrinación a Santiago, se admira de la grandeza del astillo de Montauban y
pregunta a quién pertenece. Al enterarse de que es de los cuatro hijos de Aymón, de cuyo
paradero había perdido el rastro, conmina al rey Yon a que le entregue los rebeldes. Yon se
niega al principio: pero, amenazadas sus tierras por Carlos tiene que acceder a ponerse de
su parte. En Montauhan los cuatro hijos de Aymón son nuevamente sitiados por
Carlomagno. Con ellos se encuentra su primo Maugis, hijo de Beuves d'Aigremont.
Maugis es una mezcla de caballero, ladrón de caminos y hechicero, que, gracia a su poder
mágico, presta una extraordinaria ayuda a los hijos de Aymón: una vez, por arte de
encantaroiento, roba las espadas de Roldán, de Oliveros y de Ogier, que forman parte del
ejército sitiador, y la corona de Cadomagno, el cual odia mortalmente a Maugís. Otra vez,
éste consigue dormirlo mágicamente y llevarlo dentro del castillo de Montauhan: pero
cuando los rebeldes lo tienen a su completa merced caen de rodillas ante su majestad y se
inicia un convenio: Renaut se ofrece a entregarle Montauban y el caballo Bayart y
marcharse a Tierra Santa como peregrino; pero Carlos exige que también le sea entregado
Maugis, condición que no es aceptada El hambre y la peste hacen imposible ls residencia
en Montauban, y sus defensores huyen par un subterráneo, llevándose al rey Yon, al cual
habían hecho prisionero. Los fugitivos se encaminan a Tremoigne (Dortmund, en
Westfalia a orillas del Rin), donde Carlomagno los sitia de nuevo, a pesar de que entre sus
altos barones hay una real simpatia por Renaut, hasta tal punto que Roldán y los demás
pares abandonan el ejército imperial. Renaut. por su parte, que siempre ha sido propicio a
una avenencia, logra pactar con Carlos entregarle el caballo Bayart y marchándose a Tierra
Santa. Bayart es un caballo singular que tiene uso de razón y que constantemente ha dado a
los cuatro hermanos pruebas de una extraordinaria eficaciarda y que ha cargado con todos
ellos en los momentos de grave peligro. Renaut, en hábito de penitente llega a
Constantinopla, donde encuentra al encantador Maugís, y los dos primos visitan Jerusalén
y reconquistan el Santo Sepulcro, que había caído en poder de los sarracenos. De regreso
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La épica medieval europea
adaptaciones fueron lectura popular hasta el siglo XIX. Reinaldos de Montalbán y sus tres
hermanos son personajes que se hacen simpáticos por su valor, por su fidelísima
camaradería y por la injusta persecución de que son objeto por parte de Carlomagno, ante
el cual, no obstante, caen de rodillas en cierta ocasión en que logran hacerlo prisionero.
Girart de Rossilhó
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la desmesura del héroe y los largos años de penitencia mendigante que lleva con su mujer
de veinticinco mil hombres, y, tras derrotar a las fuerzas reales en varios encuentros,
reconquista el castillo de Rossilhó y obliga a Carlos a refugiarse en Orleans.
Aunque Girart intenta una conciliación con el soberano, éste. irritado y humillado, sólo
admite que ambos resuelvan sus diferencias en una batalla que se celebrará en la llanura de
Valbetón, donde se enfretarán los ejércitos: el caudillo que quede vencido tomará los
hábitos de peregrino y se desterrará a ultramar. La batalla es terrible y sangrienta, y en ella
el viejo Teme d'Ascane, enemigo del linaje de Girart, mata al padre de éste, Draugón, y
hiere a su tío Odilón. Tras día y medio de lucha se verifica un milagro: del cielo bajan dos
llamas que caen sobre los estandartes de los dos bandos y los carbonizan, lo que significa
que Dios no quiere que la contienda perdure. Se envían mensajeros y se llega finalmente a
un acuerdo amistoso, en el que influyen, con noble desapasionamiento, el viejo Odilón,
que antes de morir recomienda a su sobrino Girart que vuelva a aceptar la soberanía de
Carlos y perdone a Terric, por el que muere, y el mismo Terric, que accede a desterrarse
para evitar que sus resentimientos perturben la paz. Durante cinco años Girart se dedica a
obras piadosas, lucha al lado de Carlos contra los sarracenos y otros enemigos del rey y
perdona sus agravios a Terric, el cual regresa a su país. Pero no lo habían perdonado Bosón
d'Escarpión y Seguin, hijos de Odilón, los cuales le tienden una emboscada en Saint
Germain des Prés y lo matan con sus dos hijos. Ello motiva que Carlos emprenda
nuevamente la guerra contra Girart en realidad inocente, y que le invadan sus tierras y le
reduzcan cada vez más, hasta que sólo cuenta con la ayuda de los borgoñones. Las cosas
van de mal en peor para Girart, el cual, vencido constantemente y acorralado por las
fuerzas reales, se desmesura y comete actos inicuos, entre ellos matar a cien de sus
enemigos que se han acogido bajo una cruz e incendiar un monasterio con su abad y sus
monjes, sacrilegios que lo convierten en enemigo de Dios. Expulsado del castillo de
Rossilhó y abandonado por sus últimos fieles, Girart se refugia en el bosque de las Ardenas
con su esposa, e inicia una triste y miserable vida de penitencia, perdonando incluso los
agravios de Carlos al confesarse con un ermitaño. Su esposa es una fiel compañera del
penitente, el cual por doquiera que va contempla la miseria y el destrozo que han causado
sus terribles guerras contra el rey y se ve obligado a ganarse el pan trabajando de
carbonero. Viven así durante veintidós años. Un dio Girart y su esposa tienen ocasión de
presenciar un torneo celebrado por unos señores del país, y ello les recuerda los tiempos de
su fastuosa y opulenta vida caballeresca en Rossilhó. Se encaminan a Orleans. donde está
la corte, y Girart, en la iglesia, se acera a la reina Elissent y le presenta el anillo que ella le
entregó cuando se separaron. Elissent, feliz por haber encontrado a Girart y a Berta. de
cuyo paradero nadie sabía nada.logra reconciliarlos con Carlos y que recobren el feudo de
Rossilhó. El matrimonio se entrega a obras de piedad, entre ellas la fundación del
monasterio de Santa María Magdalena en Vézelay, y tienen dos hijos, uno de los cuales
muere en seguida. Pero Carlos, instigado por los parientes de Terric invade nuevamente las
tierras de Girart y se aproxima a Rossilhó. Girart hace grandes alardes de fuerza y siente
plenamente su orgullo de guerrero y su entusiasmo por el combate. Pero he aquí que su
otro hijo es asesinado por un caballero desleal, y frente a tal desgracia se abate el ánimo del
orgulloso barón, que decide que sea Dios quien herede sus tierras. Desarmado y al frente
de su tropas, se encamina en son de paz al ejército enemigo, al que poco antes había
derrotado, y se postra humildemente ante Carlos, a quien presenta su espada, y ante los
parientes de Terric, con lo que la guerra acaba definitivamente. El matrimonio se entrega
de nuevo a obras de caridad y a la penitencia, tras desprenderse de sus bienes, y hechos
milagrosos confirman que sus sacrificios son acogidos por Dios.
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Epopeya y fantasía
La gran aceptación popular de la epopeya, género de tanto agrado que el público exigía
constantemente su renovación y su ampliación, hizo que algunos cantares de gesta
surgieran de tradiciones piadosas vacías de elemento belicoso y que algunos autores
trazaran tramas y conflictos totalmente independientes de remotos hechos o personajes
históricos. Narraciones de tipo folklórico, a veces de lejanos antecedentes, por un lado, y el
influjo del roman, o novela fundamentalmente imaginada, por el otro, confluyen en
algunas obras que de hecho sólo tienen de cantares de gesta la versificación, los recursos
estilísticos y la difusión juglaresca.
Amis y Amile.
Una vieja leyenda piadosa, en la que se ha querido ver el tema popular de los hermanos
gemelos, se desarrolla en el cantar de Amis y Amile30, conservado en una redacción de
fines del siglo XII. El sorprendente parecido físico entre estos dos amigos permite trazar
una interesante e ingenua narración con sustituciones y suplantaciones que llevan a las
situaciones más inesperadas. Este asunto, que fue tratado en una vida de santos, en el
cantar se sitúa en la corte de Carlomagno, en la que Amile se hace amante de Belissent,
hija del emperador, lo que produce situaciones novelescas y hasta dramáticas.
30
Amís y Amile nacen el mismo día, de diferentes familias y en tierras muy dejadas, pero
están predestinados a una eterna amistad y son iguales físicamente, como si fueran
hermanos gemelos. Educados separadamente, se encuentran ya mayores y se juran
camaradería y ambos sirven a Carlomagno en la guerra contra los bretones. Amís,
convertido en conde de Blaya se retira a su castillo; mientras tanto Amile se hace amante
de Befissent, hija de Carlomagno, lo cual es descubierto y denunciado por el traidor Hudré.
Se decide celebrar un combate judiciario para descubrir la verdad; pero Amile, que sabe
que es cierto aquello de que se le acusa y que, por tanto, será vencido y quedará Belissent
infamada se deja sustituir en el combate por Amís, que ha acudido en auxilio de su
camarada y que lo suplanta gracias al parecido que existe entre ellos. Amile huye a Blaya y
Amis vence en el combate y mata a Hardré, pero se ve obligado a casarse con Belissent,
pecado por el que será castigado por Dios. Parte con ella a Blaya para entregarla a Amile,
su verdadero marido, el cual ha hecho sus veces durante estos acontecimientos. Con la
lepra purga Amís su pecado, y vaga como un mendigo hasta que llega al castillo de Amile,
el cual lo cuida con gran cariño, y un día sabe por revelación divina que podrá curarlo si lo
baña con la sangre de sus propios hijos. Amile degüella a sus hijos para salvar a su amigo,
y éste cura de la lepra; pero entonces se produce un nuevo milagro y los niños resucitan.
Tiempo después Amis Y Amile murieron, el mismo día.
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Huon de Burdeos.
31
Carlomagno, viejo y cansado de reinar, decide ceder la corona a su hijo Charlot, pero
antes de que ello tenga lugar el traidor Amauri explica que en Burdeos gobieman Huon y
Girart, hijos del duque Seguin, los cuales son rebeldes al emperador. Éste les envía un
mensaje para que se presenten en París a rendirle homenaje, cosa que los dos barones se
disponen a hacer de buen grado, pues su rebeldía es una pura invención de Amauri que
odiaba a los bordeleses. Éste les tiende una emboscada en el río, en la cual también
participa Charlot el hijo de Carlomagno, que es presentado como un hombre vil y
despreciable; pero en la refriega Huon mata al príncipe. Ante Carlomagno se presentan los
bordeleses pidiendo justicia, al paso que Amauri los acusa de asesinos. El conflicto se
resuelve un duelo, en el que Huon mata al traidor: pero Carlomagno no le concede el
perdón sino a condición de que se encamine a Babilonia y lleve a cabo una serie de actos
pintorescos y peligrosos: matar al primer pagano que encuentre en el palacio; dar tres besos
a Esclarmonda hija del emir, y hacer a éste objeto de insolencias, entre ellas arrancarle las
barbas y tres dientes, que deberá presentar a Carlomagno.
Mientras Girart se queda al frente del feudo de Burdeos, Huon parte a su arriesgada
empresa y, tras visitar Roma y Jerusalén, cerca del mar Rojo, llega al fantástico reino de
Auberón. Auberón es un geniecillo, de tres pies de altura. La genealogía de este personaje
es pintoresquísima: del matrimonio entre un tal César y Brunehilde, hija de Judas
Macabeo, nació Julio César, el cual se casa con el hada Morgana y tiene dos hijos:
Auberón y San Jorge. Auberón reina en un bosque encantado y realiza toda suerte de
maravillas. Auberón se prenda de Huon y le retiene en su corte, y cuando al fin consiente
en su partida le regala un cuerno, encargándole que lo haga sonar cada vez que esté en
peligro, y él acudirá al punto en su auxilio. Huon emprende una serie de aventuras
arriesgadas, y cada vez que suena el cuerno se ve ayudado por Auberón y cien mil hombres
de armas, que aparecen de improviso. Finalmente llega a Babilonia, donde
apresuradamente quiere llevar a cabo lo que le exigió Carlomagno: mata a un sarraceno,
que resulta ser el prometido de Esclarmonda; da los tres besos a ésta, y cuando va por la
barba y los dientes del emir es atacado por la guardia de palacio, pierde el cuerno y con
ello la posibilidad de que Auberón lo auxilie, y es encerado en una mazmorra.
Esclarmonda no obstante, enamorada de Huon, lo reconcilia con su padre, y el joven
bordelés recupera el cuerno. con el cual llama a Auberón, que se presenta con su ejército y
realiza una atroz matanza de sarracenos en Babilonia no perdonando la vida al emir. Huon
arranca al cadáver las barbas y tres dientes. Las aventuras se multiplican en el viaje de
regreso, y cuando llega a su pais se encuentra con que su hermano Girart se ha apoderado
de su feudo. Éste le sustrae las pruebas de sus proezas en Babilonia, y el héroe se presenta
ante Carlomagno aparentemente fracasado. Cuando va a ser condenado, aparece
mágicamente Auberón y lo salva; y le asegura que dentro de tres años le sucederá en su
maravilloso reino oriental, pues él, cansado de este mundo, ha decidido trasladarse al
paraíso.
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La epopeya paródica.
Baste recordar la existencia de la Batracomiomaquia griega para advertir que el canto
épico, tan solemne, serio y digno en sus manifestaciones genuinas, por su misma
popularidad y difusión fue objeto de deformaciones paródicas, que, manteniendo su forma
poética, su versificación y sus rasgos estilísticos más salientes, ofrecían al público relatos
prosaicos y cómicos y una trama vulgar, en lo que lo heroico era sustituido por lo ordinario
y cotidiano con franca intención burlesca o humorística. Exagerando este punto de vista, ya
podríamos rastrear alguna nota rozando la parodia en la Peregrinación de Carlomagno,
pero lo más justo es dejar este cantar en unos límites más intencionados.
Audigier
Auténtica parodia de cantares de gesta franceses ese¡ Audigier, de fines del siglo xii o
principios del xiii, en el que aventuras y luchas de tipo caballeresco son presentadas en la
más deformada vulgaridad, y donde se busca el aplauso del pueblo en situaciones y
expresiones exageradamente cochinas y asquerosas, con entregada complacencia a lo
fisiológicamente más repugnante y maloliente; pero, y ello es digno de ser señalado, sin la
más pequeña referencia a situaciones lascivas o moralmente deshonestas. Es un auténtico
poema de la porqueria, sin paliativos, y que disfrutó de un considerable éxito, como dejan
transparentar multitud de alusiones de numerosos escritores y el interesante hecho de que
en el tan delicado Jeu de Robin et Marion aparezca en la acción un caballero que viaja y
que canta un verso del Audigier. Y como aquel Jeu, escrito por Adam de la Halle hacia el
año 1285, se ha conservado con su notación musical, resulta que este sucio verso del
Audigier es el único, en la epopeya francesa, cuya melodía ha llegado hasta nosotros.
Poco después del año 1250 el poeta portugués Alfonso Lopes de Baian, perteneciente a la
vieja nobleza del reino, escribió una cantiga de maldizer contra personajes ambiciosos
recién accedidos a la nobleza, y lo hizo en tres estrofas de verso épico en las que,
reproduciendo socarronamente el estilo y el formulismo de los cantares de gesta, incluso
con intencionados galicismos, hace una breve y auténtica parodia de la epopeya que
divulgaban los juglares, hasta el extremo de acabar cada una de ellas con las letras EOI, del
mismo modo que las series del Cantar deRoldán se cierran con el tan intrigante AOI. La
parodia de Alfonso Lopes de Baian es certera e incisiva y revela bien a las claras hasta qué
punto los cantares de gesta franceses, a través del camino de Santiago, se habían
popularizado en el extremo más occidental de Europa.
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Es evidente que existió una epopeya en lengua provenzal mucho más extensa que lo que se
ha conservado. Las múltiples alusiones y referencias que hacen los trovadores a personales
y temas épicos suponen que en su misma lengua se divulgaban cantares sobre los temas
más conocidos, principalmente los relacionados con Roncesvalles y Carlomagno. Este
punto debe ser interpretado sin perder de vista los usos y procedimientos de recitación de
los juglares. Estos ambulantes divulgadores de gesta eran capaces de ir mudando las
formas de expresión de tal suerte que podían ser entendidos por el público cuando
atravesaban las fronteras de lenguas romances vecinas. El lenguaje híbrido del Girart de
Rossilhó, por ejemplo, hacia factible que este cantar pudiera ser entendido tanto al norte
como al sur de las Galias; pero de otras gestas, como la de Fierabrás, disponemos hoy de
una versión en francés y de otra en provenzal. Lo mismo ocurría en el norte de Italia, y así
desde el siglo XIII hasta principios del XV se difundieron numerosos cantares de gesta en
una lengua hibrida que hoy se denomina francoitaliano, que no corresponde a una
modalidad lingüística concreta ni genuina de una zona determinada, sino que revela el
esfuerzo de unos juglares que conocen textos en francés y los quieren hacer asequibles y
comprensibles a un auditorio de lengua italiana.
Poco ha quedado de la antigua épica provenzal, pero merecen destacarse dos cantares que
indiscutiblemente deben fecharse en la primera mitad del siglo XII y que versan sobre la
leyenda rolandiana. Ya nos hemos referido a uno de ellos, el Ronsasvals, que da una
versión muy nueva y ampliada de la materia tratada en el Cantar de Roldán. De estilo y de
lenguaje muy similares es el que ha sido intitulado Roldán en Zaragoza (Rollans a
Saragossa), ya más novelesco, con las aventuras del héroe en la ciudad aragonesa, en la
que se introduce audazmente al enamorarse de la reina mora. Es un cantar vivo y brillante,
con curiosas e interesantes referencias a la toponimia aragonesa y zaragozana, como ocurre
en los episodios que se desarrollan en la Zuda.
En cambio, son numerosos los cantares francoitalianos que se han conservado. Entre los
más antiguos, que dan la impresión de estar escritos en un francés cuajado de italianismos,
tenemos la excelente versión del Cantar de Roldán del manuscrito llamado Venecia IV.
Otros cantares revelan la intervención personal y artística de un escritor italiano que va
refundiendo la materia de gestas francesas más antiguas, con tendencia a modificar y
ampliar los modelos, como ocurre con el Karleto, que da una versión personal del Mainete.
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Ello llevó a que en Italia se compusieran cantares que son auténticas creaciones nuevas,
aunque inspiradas en tradiciones francesas y con la lengua más italianizada. Así la Entrada
en España (Entrée d'Espagne), de fines del siglo XIII, es obra de un poeta paduano que da
una nueva y artística versión de las campañas de Carlomagno por tierras españolas. Fue
continuada por Nicola da Verona, quien en la primera mitad del siglo XIV escribió la
Conquista de Pamplona (Prise de Pampelune). fundamentada primordialmente en la tan
divulgada crónica latina del Pseudo-Turpin. Y el tema de estas dos gestas francoitalianas
fue utilizado y reelaborado por poetas que ya escriben en italiano normal, como ocurre en
el poema caballeresco España (La Spagna), compuesto, entre 1350 y 1380, en octavas
reales de sabor renacentista, que reúne gran número de leyendas y que fue objeto de
refundiciones en prosa.
Un gran divulgador de la epopeya francesa en Italia fue Andrea da Barberino (entre 1370 y
1431), autor de numerosas novelas caballerescas de tema francés, entre ellas Los reyes de
Francia (l reali di Francia), especie de genealogía novelizada de Carlomagno en que utiliza
gran número de viejas tradiciones que actualmente no conocemos por otras fuentes. Toda
esta literatura, que alcanzó una enorme difusión, preparó la temática de la brillante
epopeya culta italiana de tema rolandiano, cuyas manifestaciones más decisivas son los
Orlandos de Boiardo y de Ariosto.
A principios del siglo XII un tal Richard le Pélerin compuso en francés un cantar sobre la
primera Cruzada, hoy perdido, pero al que escritores contemporáneos hacen frecuentes
alusiones. Parte de su materia debió de formar cierta Cansó d'Antiocha, escrita en
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provenzal entre 1130 y 1142 por el lemosín Gregori Bechada, que sólo conocemos
fragmentariamente. Hacia 1180 el escritor Graindor de Douai compuso una seguida y
amplia refundición de estos materiales en la Chanson d'Antioche, de cerca de diez mil
versos, que hacía seguir de nuevos episodios, como el de Los cautivos (Les chétifs), y toda
una Chanson de Jérusalem, que daban al tema un buscado carácter cíclico.
Advertimos, en primer lugar, que estos poemas históricos, en oposición a lo que es rnás
normal en los cantares de gesta, van firmados por sus autores, escritores que se acomodan
al estilo de las gestas tradicionales. Estos autores ponen en escena personajes reales, narran
acciones de guerra que sucedieron; pero ello es tratado muy literariamente, largos e
incisivos parlamentos y pormenorizadas descripciones de batallas, y dejando amplio
margen a la imaginación. Es una historia muy novelizada, y, sobre todo, muy dramatizada,
pues de otra suerte no se hubiera captado la atención del público a que iba dirigida.
Se conservan en lengua provenzal dos cantares de gesta históricos de gran interés. El más
antiguo es el Cantar de la Cruzada (Cansó de la Crozada), que narra la llamada guerra de
los albigenses entre la corona francesa y las señorias del mediodía de las Galias. Va
dividido en dos partes: la primera va firmada por un navarro, Guilhem de Tudela, que se
muestra favorable a los cruzados franceses; y la segunda, mucho más extensa, está escrita
por un anónimo que se muestra francamente hostil a los franceses y gran entusiasta de sus
enemigos. Hoy parece inimaginable que una misma obra esté escrita por dos autores de
ideología tan contrapuesta. La primera parte, mesurada y puntual, no alcanza grandes
vuelos, pero está muy bien escrita, y es de lamentar que su autor no realizara el proyecto
que enuncia, que no era otro que el de escribir, en el mismo verso épico, un cantar sobre la
batalla de las Navas de Tolosa. El anónimo autor de la segunda parte del Cantar de la
Cruzada, que está escribiendo sobre acontecimientos de los que muchas veces es testigo y
mientras éstos suceden, tiene grandes dotes de narrador, y a menudo es presa del odio y de
la irritación que le producen las atrocidades cometidas en aquella guerra, sobre todo por las
huestes de Simón de Montfort, y sabe transmitir estos sentimientos a sus versos. La larga
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narración del sitio de Tolosa no tan solo es un documento histórico de sumo valor, sino
también un episodio de grandeza bélica, en la que participan los defensores de la ciudad.
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Ya hemos llamado la atención sobre los dos tipos de manuscritos gracias a los cuales ha
llegado hasta nosotros la epopeya medieval francesa: el utilitario manuscrito de juglar,
como el de Oxford del Cantar de Roldán, y el manuscrito de biblioteca, muchas veces
lujoso y ricamente ornamentado. El primer tipo, destinado al bagaje del juglar, por su
pobre apariencia estaba destinado a perecer, y por esto son tan pocos los manuscritos
juglarescos franceses persistentes, y es un auténtico milagro que se hayan salvado el del
Cantar del Cid y las hojas del Roncesvalles, que son de este carácter. En cambio, el
manuscrito de biblioteca, generalmente confeccionado para que un gran personaje pudiera
leer antiguas leyendas, tenía en su formato, en la calidad de su caligrafía y en la belleza de
su ornamentación la mejor garantía de conservarse, incluso en siglos poco interesados por
la literatura medieval, y así llegar hasta nosotros.
La calidad del manuscrito puede ser una de las razones que explican la desproporción entre
el acervo francés y el español de la epopeya que hoy poseemos; pero también merece un
intento de explicación por qué en Francia se copiaron manuscritos de biblioteca y no en
España. No deja de extrañar que en la brillante corte de Alfonso el Sabio, en la que se
confeccionaron tan bellos y monumentales manuscritos con obras en verso y en prosa del
monarca, no se transcribieran las antiguas gestas castellanas, por las que éste sentía tanta
admiración.
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Con más frecuencia se encuentran en la Primera Crónica General y sus derivaciones claras
referencias a relatos juglarescos sobre la historia legendaria de España, y muy a menudo se
tienen en cuenta como auténticas fuentes de información sobre lo ocurrido en el pasado:
«Et algunos dizen en sus cantares et en sus fablas», «et dizen algunos en sus cantares,
segund cuenta la estoria», «et algunos dizen en sus romances et en sus cantares», «et dizen
en los cantares de las gestas», etc. Alguna vez Alfonso el Sabio halla discrepancias entre lo
que se lee en historiadores profesionales que escriben en latín, como las tan conocidas
crónicas de Rodrigo Ximénez de Rada y de Lucas de Tuy, y lo que narran los cantares de
gesta, y no se abstiene de señalar la discrepancia, otorgando tanta autoridad al cronista
como a la epopeya; y así cuando trata del asesinato del último conde de Castilla duda si
«fue como el arçobispo y don Lucas de Tuy lo cuentan en su latín» o como «dize aquí en el
castellano la estoria del romanz dell infant García».
Este respeto histórico a lo que narran las gestas llevó a la historiografía erudita española,
tanto en castellano como en catalán, a incorporarlas a los libros mediante el procedimiento
de la prosificación. Como es natural, en estas serias obras historiográficas escritas en prosa
no se podían alterar el estilo ni la andadura intercalando relatos en verso; y bastó una
sencilla operación de eliminar rimas y añadir y quitar algunas palabras para borrar la
métrica, y así convertir el texto de un cantar de gesta en capítulos de una crónica.
Algunas veces los autores rehacían con intensidad y libertad los cantares, de suerte que su
estructura original queda como esfuminada; pero en otras, afortunadamente, tal vez por
pereza, reprodujeron los cantares con muy pocas alteraciones. Gracias a esto podemos
salvar medio millar de versos de la perdida gesta sobre los siete infantes de Salas y
conocemos varias versiones del Cantar del Cid, entre ellas la prosificada en la llamada
Crónica de Veinte Reyes, que sigue un texto muy similar al transmitido por el manuscrito
único de la gesta, y otros cantares, la mayoría de ellos no conservados en su forma
versificada genuina.
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Esto lleva a considerar que en España no eran tan necesarios como en Francia los
manuscritos de cantares de gesta que llamamos de biblioteca. La gente culta que sentía
curiosidad por las viejas leyendas podía leerlas cómodamente en las crónicas eruditas en
vulgar, donde aquellas leyendas habían quedado incorporadas o incrustadas, conservando
gran parte de su estilo y de su tono poético. Claro está que el hecho de que los cantares de
gesta españoles sean, en principio, más fieles a la historia que los franceses contribuyó no
poco a que la inserción de aquéllos en obras históricas no supusiera un proceder
disparatado.
Pero en Castilla ocurrió otro fenómeno que no se dio en Francia. La recitación juglaresca
fue allí muy intensa y muy apreciada, y el público que escuchaba cantares de gesta se
aprendió de memoria, tanto en la letra como en la tonada, fragmentos destacados, emotivos
o truculentos de las leyendas que oía. Nunca podremos imaginar bastante lo que suponía,
en la monótona y tediosa vida de un pequeño pueblo medieval, sin distracciones ni
diversiones de ningún género, la llegada de un juglar ambulante. En la plaza mayor dejaba
oír sus gestas ante un público lleno de curiosidad y de interés, y consta que al llegar a los
episodios culminantes los recitaba con especial detención, y que, a demanda de los
oyentes, los repetía, como puede hacer hoy un pianista que accede a la petición de bis del
auditorio. Al marcharse el juglar, en aquel pueblo había quedado algo muy importante: un
fragmento de gesta, que los campesinos se habían aprendido y que repetirían más y más
veces y con deformaciones involuntarias o conscientes. Así de las gestas se desprendieron
fragmentos episódicos, que el pueblo llamó romances, de los que en España se han
recogido miles y miles, con versiones distintas de cada uno, y que constituyen el rico
tesoro del Romancero. Adviértase que no todo el Romancero se originó así. ni que todos
los romances conocidos proceden de gestas.
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escritores de gran cultura y de ingenio, que trascendían a todas las clases sociales, desde el
analfabeto hasta el humanista. Y estos escritores doctos -Guillén de Castro, Lope de Vega,
etc—, inspirados en el Romancero, que les brindaba el estilo, y en la lectura de la Crónica
General, que les proporcionaba el «argumento», dieron nueva vida a las leyendas épicas
castellanas con el teatro de asunto legendario, cuya columna vertebral es precisamente el
verso octosilábico de romance.
El «Roncesvalles» navarro
La Nota Emilianense demuestra que en el tercer cuarto del siglo XI se conocía en el norte
de España una primitiva versión del Cantar de Roldán, y es bien natural que una leyenda
que tenía como su punto culminante el desfiladero de Roncesvalles fuera muy apreciada en
Navarra. A mediados del siglo XII Roldán y Oliveros, los héroes principales de la gesta
francesa, eran muy populares en España, como revelan textos tan distantes como son la
Chronica Adelfonsi Imperatoris y el Ensenhamen de Guerau de Cabrera; y seguían
siéndolo a principios del XIII, como se advierte en una estrofa de la Vida de San Millán de
Gonzalo de Berceo, testimonios quedan a entender que esta materia épica francesa se debia
de divulgar mediante el recitado de los juglares.
A mediados del siglo XIII se compuso en Navarra un cantar de gesta, que sin duda
alcanzó gran extensión (tal vez unos cinco mil versos), conservado en un solo fragmento
de cien versos, y que recibe el nombre de Roncesvalles. El fragmento de RoncesvaIles, que
puede situarse hacia el verso 2944 del Cantarde Roldán del manuscrito de Oxford, contiene
los lamentos de Carlomagno ante los cadáveres del arzobispo Turpín, de Oliveros y de
Roldán y el del duque Aymón ante el de su hijo Reinaldos de Montalbán, y se interrumpe
cuando entran en escena los duques Naymón (de Baviera) y de Bretaña y Bernard de
Mondidier. Su materia procede de textos franceses y provenzales del siglo XII o de
principios del XIII, pero con notas propias y características de la tradición rolandiana en
España, como es el hacer intervenir a Reinaldos de Montalbán en la batalla de
RoncesvaIles, donde muere, ya que el genuino Renaut de Montauban es, como ya
sabemos, un vasallo rebelde a Carlomagno que murió santamente en Colonia.
Nota profundamente española del Roncesvalles es el singular hecho de que los cadáveres
de los guerreros muertos en la gran batalla aparezcan decapitados y que los plantos de
Carlomagno ante sus pares y de Aymón ante su hijo Reinaldos se profieren ante sus
cabezas, que han sido levantadas del suelo y cuidadosamente limpiadas del polvo y de la
sangre. Es un detalle muy realista, desconocido en cualquier otra versión de la leyenda de
Roncesvalles, pero que el adaptador navarro ha tomado del episodio más llamativo de la
leyenda castellana de los infantes de Salas, que veremos a continuación.
Proceden sin duda del Roncesvalles algunos romances viejos de asunto carolingio,
como los titulados Fuga del rey Marsin («Ya comiençan los franceses con los moros
pelear), el de Don Beltrán («Por la matanza va el viejo, por la matanza adelante»). Y el
bellísimo de doña Alda («En Paris está doña Alda, la esposa de don Roldán»). De otras
procedencias son varios romances más que tienen como tema la batalla y los héroes de
Roncesvalles, que contribuyeron a mantener en Castilla el recuerdo popular de la gran
gesta francesa.
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La épica medieval europea
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Relato prosificado en la Primera Crónica General:
Rodrigo Velázquez, señor poderoso del alfoz de Lara, casa con doña Lambra, prima
hermana del conde Garci Fernández de Castilla, y las bodas se celebran en Burgos. A ellas
acuden. entre otros invitados. Gonzalo Gústioz el Bueno, de Salas, con sus siete hijos,
llamados los infantes, y el ayo que los crió, Muño Salido. Gonzalo Gústioz era cuñado de
Rodrigo Velázquez, pues estaba casado con la hermana de éste, doña Sancha. Durante las
fiestas surge una disputa, y el menor de los infantes, Gonzalo González, mata a Álvar
Sánchez, primo de doña Lambra. Rodrigo Velázquez ataca a su sobrino Gonzalo González
y ambos se hieren; pero, gracias a la intervención de Gonzalo Gústioz y del conde de
Castilla Garci Femández, se apaciguan los ánimos y se perdonan unos y otros. Estando de
caza en Barbadillo, doña Lambra, deseosa de vengar la muerte de su primo, hace que un
vasallo suyo injurie a Gonzalo González, a lo que éste y sus hermanos responden matando
al vasallo, a pesar de haberse acogido a la protección de doña Lambra, que lo cubre con su
manto, el cual queda teñido de sangre. Doña Lambra pide a su marido, Rodrigo Velázquez,
que la vengue cumplidamente de esta nueva afrenta. Rodrigo se entrevista con su cuñado
Gonzalo Gústioz y le encarga que vaya a Córdoba a tratar con Almanzor de cierta ayuda
que aquél había prometido para subvenir a los gastos de las recientes bodas. Le entrega una
carta escrita en árabe, en la que Rodrigo Velázquez explica a Almanzor que Gonzalo
Gústioz y sus hijos han afrentado a él y a su mujer: que decapite al primero y que envíe
una expedición guerrera a Almenar, adonde él hará que acudan los siete infantes, y los
moros les podrán dar muerte, con lo cual Almanzor se apoderará fácilmente de la tierra de
los cristianos, pues el conde Garci Fernández se confía mucho en el valor de los siete
hermanos. Gonzalo Gústioz va a Córdoba y presenta la carta a Almanzor, el cual, al darse
cuenta del odio que en ella se transparenta, decide no decapitar al caballero, sino
encarcelarlo, y ordena que le sirva y le cuide una mora «fija dalgo», de la cual se enamora
Gonzalo Gústioz y tiene con ella después un hijo, que se llamará Mudarra González, el
vengador de su padre y de sus siete hermanos. Rodrigo Velázquez, mientras tanto, propone
a sus sobrinos, los infantes de Salas, una expedición de saqueo hasta el campo de Almenar,
la mal aceptan ellos gustosos. Por el camino el ayo Muño Salido observa malos agüeros y
aconseja a los infantes que abandonen la empresa y vuelvan a Salas; pero ellos no le hacen
caso ni aceptan sus consejos. El ayo inicia el regreso; pero luego, pensando en la suerte de
los siete jóvenes y la responsabilidad que tiene sobre ellos, se reincorpara a la expedición.
AI llegar al río Hebras encuentran a Rodrigo Velázquez, quien tiene una disputa con Muño
Salido por la interpretación de los agüeros, que provoca que un caballero del primero
ataque al ayo; pero el infante Gonzalo González se interpone y lo mata. Rodrigo Velázquez
apacigua la situación, a fin de no echar a perder lo que tiene tramado. Todos juntos
cabalgan hasta el campo de Almenar, donde ven aparecer innumerables huestes de moros,
mandadas por Viera y Galve, jefes con los cuales se entrevista Rodrigo Velázquez para
tomar la nueva traición. Se da cuenta de ello Muño Salido y avisa a los infantes, que son
atacados por los moros, y en la lucha mueren el ayo y Femán González, uno de los siete
hermanos. Dudando todavía de la traición, Diego González, uno de los infantes,
parlamenta con su tío y le pide que los socorra del aprieto en que los tienen los moros, y
entonces Rodrigo Velázquez descubre su ruin intención. diciéndole que no los ayudará,
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pues no ha olvidado la afrenta que le hicieron en Burgos cuando mataron a Álvar Sánchez,
la que hicieron a doña Lamba cuando mataron a su vasallo y la que acaban de hacerle al
matarle un caballero en Hebras. Se reanuda la lucha, y trescientos caballeros de Rodrigo
Velázquez, viendo la traición, abandonan a su señor y se ponen a luchar al lado de los
infantes. Cuando éstos estaban ya rendidos de luchar, Viera y Galve los llevan a su tienda,
compadecidos y dispuestos a salvarlos; pero Rodrigo Velázquez les recuerda lo tramado y
los amenaza con hacerlos castigar por Almanzor. La batalla renace de nuevo, y los seis
infantes que quedaban con vida son apresados y decapitados en presencia de su tío. El
menor, Gonzalo González, vende cara su vida, llevándose por delante veinte moros.
Acabada la batalla, Rodrigo Velázquez se vuelve a Vilvestre, y los moros, a Córdoba, con
las cabezas de los siete infantes y la de Muño Salido. Almanzor hace llevar las ocho
cabezas a la cárcel en que está Gonzalo Gústioz y le pregunta si conoce a aquellos
caballeros muertos. Al reconocer las cabezas de sus hijos y de Muño, el prisionero hace un
dolorido lamento sobre cada una de ellas, y después, lleno de ira, toma la espada de un
moro y mata a siete alguaciles en presencia de Almanzor, al que pide que le quite la vida.
Almanzor, compadecido, le otorga la libertad, y la mora que lo ha cuidado lo anima y le
anuncia que pronto dará a luz un hijo. Gonzalo Gústioz le dice que, si es varón, que lo haga
criar bien y luego lo envíe a Salas, a su lado, y le entrega la mitad de una sortija suya, a fin
de reconocerlo. A los pocas días de haber partido Gonzalo Gústioz para Salas nace
Mudarra González. A los diez años Almanzor lo arma caballero, y le concede doscientos
escuderos para servirle. Conocedor de la muerte de sus siete hermanos y de la deshonra de
su padre, Mudarra, con su séquito, parte para Castilla, y en Salas se hace reconocer de
Gonzalo Gústioz gracias a la sortija y le expone su designio de venganza. Van a la corte
del conde Garci Femández, y allá Mudarra desafía a Rodrigo Velázquez, y se establecen
treguas por tres días. Transcurridos éstos, Mudara acecha al traidor y lo mata, junto con
treinta caballeros que iban con él. Más adelante hace quemar a doña Lambra.
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mujer doña Sancha diciéndole: «Vet ese presente que vos enbía Ruy Vásquez, vuestro
hermano». lo que produce el natural dolor de la dama. Intentan pedir justicia al conde
Garci Fernández, y como el traidor se ha apoderado de muchas tierras viven
miserablemente en Salas durante dieciocho años, y Gonzalo Gústios pierde la vista. Nace
Mudarra, que al hacerse mozo revela un extraordinario parecido con su hermano Gonzalo
González, el menor de los infantes, detalle que reaparece varias veces en esta redacción.
Cuando ya es un caballero esforzado y liberal, jugando un día al ajedrez con el rey moro de
Segura surge una disputa y éste lo llama «Fijo de ninguno». Lo mata y. después de una
refriega con sus vasallos, pregunta a su madre quién fue su padre. y aquélla le cuenta la
vendad. Con la aquiesciencia de Almanzor, Mudara se va con su séquito a Castilla.
Destruye Vilvestre, que era de Rodrigo Velázquez, y mata a su mayordomo. y al día
siguiente llega a Salas. Aquella noche doña Sancha sueña que ella y su marido, Gonzalo
Gústioz, están en una alta sierra, y desde Córdoba ven venir volando un azor que se le posa
en las manos y abre las alas y es tan grande que los cubre a ambos; luego va a posarse en el
hombro del traidor Rodrigo Velázquez. y lo aprieta tan fuertemente que le arranca un brazo
del cuerpo y corren ríos de sangre: doña Sancha se arrodilla y la bebe. A poco llega un
emisario de Mudara, el cual se presenta como sobrino del rey Almanzor, lo que preocupa a
Gonzalo Gústioz, porque teme que a su esposa le pese que haya tenido un hijo fuera de
matrimonio, y se propone negarlo. Mudarra entra en una iglesia y ve las cabezas de sus
hermanos; luego se presenta ante Gústioz y doña Sancha y les besa las manos. La dama se
sorprende al notar su gran parecido con su hijo Gonzalo González, y Mudarra afirma que
es hijo del señor de Salas. Este lo niega, asegurando que jamás ha sido infiel a doña
Sancha: pero ésta dice a su marido que si tuviera la vista como antaño, aseguraría que el
recién llegado es su hijo Gonzalo
González, y le incita a confesar la verdad. Se comparan los dos trozos de la sortija que al
juntarse quedan unidos milagrosamente, y al punto Gonzalo Gústioz recobra la vista y
llama a Mudara con el nombre de Gonzalo González. Van a Burgos, y por el camino
incendian Barbadillo y destruyen los bienes de Rodrigo Velázquez Ante Garci Fernández
piden justicia y el conde bautiza a Mudarra, de quien es madrina doña Sancha, que lo
recibe por hijo metiéndolo por una manga de su vestido y sacándolo por otra y desde
entonces se llamará Mudarra González. Garci Fernández lo arma caballero y lo hace
alcaide mayor de toda su tierra como lo había sido hasta aquel momento Rodrigo
Velázquez, y le otorga todos los castillos que gane al traidor. Siguen las conquistas de
Mudarra y su persecución de Rodrigo, que huye de lugar en lugar. Lo encuentra en Val de
Espera y concierta un combate singular, en el cual Mudarra derriba a su enemigo. Al verlo
en tierra, Gonzalo Gústioz le pide que no lo mate y que lo lleve a doña Sancha, para que
ésta vea realizado lo que soñó. En Vilvestre doña Sancha se arrodilla para beber la sangre
de Rodrigo Velázquez; pero Mudarra lo impide y decide que se ajusticie al traidor. Todos
proponen diversas clases de suplicios, pero se acepta la sentencia de doña Sancha: que en
Burgos se alce un tablado similar al que se montó durante las fiestas de las bodas que
originaron todos los daños; que se coloque allí a don Rodrigo atado de pies y manos, y que
caballeros y escuderos disparen sobre él sus lanzas. Se cumple la sentencia y luego llega a
Burgos doña Lambra a pedir merced a su primo el conde Garci Fernández; pero éste la
maldice, y ella huye hasta que muere en la sierra de Nella. Cuantos pasan por allí, en vez
de rezar un padrenuestro por su alma dicen: «¡Mal sieglo haya!»
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La leyenda de los siete infantes de Salas es, en su conjunto, fabulosa, aunque haya sido
recogida en crónicas. Algunos historiadores y genealogistas la aceptaron en los siglos XVI
y XVII, y vieron en Mudarra al progenitor del linaje de los Lara y los Manrique; pero ya en
aquella misma época otros eruditos se opusieron a ello.
Por otra parte, en el siglo XVI se conservaban en un arca de la iglesia mayor de Santa
María de Salas ocho cabezas consideradas como las de los siete infantes y la de su ayo,
dato que ya recoge el viejo cantar cuando en su segunda parte se explica que Mudarra halló
los despojos en la iglesia. Ello supone una tradición local, en Salas, atestiguada por lo
menos desde el siglo XIV. Pero, a pesar de ser fabulosa, esta leyenda refleja una notable
adecuación a la situación de Castilla en los tiempos en que se coloca el relato, y no tan sólo
da fiel información de la geografia de una reducida zona, sino que transmite nombres de
personajes secundarios que realmente existieron. Hay que suponer, pues, un núcleo
histórico muy antiguo que con los años y los siglos fue acrecentando las notas legendarias
y fabulosas. Acontecimientos ocurridos en agosto del año 974 ofrecen clara similitud con
el planteamiento político y militar de la leyenda, que debió de contar con muy antiguas
versiones orales que hoy es dificil detectar y que posiblemente contendrían elementos
germánicos tradicionales. Porque se han querido ver relaciones directas entre la leyenda de
Teodorico de Verona tal como se narra en la saga noruega del siglo XIII la Thidrekssaga, e
incluso en el Cantar de los Nibelungos, y hasta se ha supuesto que la figura de Mudarra fue
conocida por los noruegos e introducida en aquella leyenda.
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jugando una partida de ajedrez tiene una violenta disputa con su adversario, el cual se
encoleriza y le llama bastardo. Galiens averigua entonces, por boca de su madre, que es
hijo de Oliveros, y aquélla le entrega la espada que aquel caballero francés le dio para que
el día de mañana su hijo se le hiciera reconocer. Galiens emprende un largo viaje en
demanda de su padre, al que fisicamente se parece tanto que lo confunde con él su tía Alda:
y finalmente lo encuentra, poco antes de morir, en plena batalla de Roncesvalles.
El tema de los amores de un caballero cristiano, encarcelado en tierras de moros, con una
reina o princesa sarracena, como los de Gonzalo Gústioz y la mora, en la versión más
moderna, hermana de Almanzor, aparece con gran insistencia en cantares de gesta
franceses del ciclo de Guillermo: Guillermo y Orable (Conquista de Orange), Guibert y
Aigaite (Guiberi d'Andrenas), Bertrand y Nubie (Conquista de Córdoba v Sevilla), Girart y
Malatrie (Sitio de Barbastro), Folque y Anfelise (Folque de Candie), etc. Esenciales en este
extenso ciclo de Guillermo son los cantares que versan sobre las hazañas de los hijos de
Aymerí de Narbona. Ahora bien, éstos son siete, como los hijos de Gonzalo Gústioz. Estos
paralelismos carecerían de valor probatorio si no fuera porque desde el año 1168 gobernó
en Narbona la casa castellana de Lara, cuando la vizcondesa Ermengarda asoció al mando
a su sobrino Aimeric de Lara (hijo de Ermesenda, hermana de la vizcondesa, y de don
Manrique de Lara, conde de Molina); y desde entonces en la dinastía vizcondal de Narbona
alternan los nombres de pila Aimeric (el del héroe épico) y Amalric (en castellano
Manrique, tan usual en la casa de Lara). Es muy posible, por tanto, que existiera un
trasvase mutuo de temas legendarios entre Castilla y Narbona gracias al linaje de los Lara.
El Romancero castellano ha conservado restos de lo que fue la antigua gesta de los siete
infantes. Claro ejemplo de que los romances de materia épica tradicional derivan de los
cantares de gesta lo da el del moro Alicante, y es interesante considerar este hecho. Es el
moro que lleva las cabezas de los siete infantes y de su ayo desde el campo de batalla en
que perecieron a Córdoba, para mostrarlas a su padre Gonzalo Gústioz. El cantar de gesta,
tal como deja ver la prosificación incluida en la crónica de 1344, decía así:
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El romance abrevia, condensa e introduce variantes, pero logra mantener gran parte del
texto y el estilo y la expresión de la gesta de que se ha desprendido.
Rodrigo Díaz de Vivar, personaje rigurosamente histórico y sobre cuya vida y hechos
existe una amplia y detallada documentación, fue tan famoso ya en vida por sus hazañas
que, muy poco antes de morir, a fines del año 1098, un monje del monasterio de Ripoll,
para conmemorar la boda de su hija María Rodríguez con el conde Ramón Berenguer III
de Barcelona, compuso una muy culta poesía en versos sáficos latinos, el Carmen
Campidictoris, en que el anónimo poeta empieza afirmando que muchos son los que han
cantado a Paris, a Pirro y Eneas, pero que el se propone cantar a Rodrigo, héroe moderno.
Las proezas de este guerrero castellano, que apenas hacía diez años que había muerto, eran
narradas en un relato en prosa latina, la Gesta o Historia Roderici, escrita en alguna zona
del oriente de la península Ibérica por un hombre culto navarro, aragonés o catalán. Ya
desde finales de su existencia, pues, Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid (en árabe «el
señor»), era considerado un héroe que las personas cultivadas no dudaban en parangonar
con Eneas.
En el año 1099, cuando Rodrigo Díaz de Vivar moría en Valencia, ya existía el texto que
hoy conocemos del Cantar de Roldán, firmado por Turoldus, y hacía por lo menos treinta
años, como atestigua la Nota Emilianense, que la leyenda de Roncesvalles era conocida en
España. El Cid, héroe épico, sin duda alguna oyó de boca dejuglares cantares de gesta muy
parecidos a aquellos que luego narraron sus propias hazañas, y hablaba el romance
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castellano en un punto de evolución muy próximo al del Cantar del Cid que nos es dado
leer.
Hay, pues, en esta obra literaria que modernamente se intitula Cantar del Cid o Cantar de
Mio Cid (hay que rechazar la denominación Poema de Mío Cid, pues «poema» sonaba,
entonces, a obra escrita en latín) algo singular en la epopeya tradicional y rarisimo en la
románica: la gran proximidad entre la existencia del héroe y la aparición de su gesta:
Rodrigo Díaz de Vivar es el más moderno de los héroes épicos de las literaturas neolatinas,
si exceptuamos a Godofredo de Bouillon, celebrado en los cantares de Antioquia y de
Jerusalén por sus reales empresas y transfigurado legendariamente en la del Caballero del
Cisne. El Cantar del Cid nos transmite frases, expresiones y parlamentos de Rodrigo Díaz
en el mismo idioma que hablaba el héroe; y recordemos que Roldán en el cantar a él
dedicado se expresa en anglonormando de fines del siglo XI, totalmente distinto del
dialecto germánico con que se expresaba el héroe, que vivió en el VIII.
De ahí el especialísimo carácter inmediato y real del Cantar del Cid, en el que un momento
de la historia española de fines del siglo xl se transfigura en poesía épica, sin que cedan en
sus principios fundamentales ni la historia ni la poesía, que se combinan y armonízan de un
modo singular y originalísimo. Es el Cantar del Cid una gesta aberrante y especial en el
conjunto de la epopeya románica, pues los acontecimientos que constituyen su trama
narrativa y los personajes que en ella aparecen no tan sólo son próximos e inmediatos, sino
que acaecieron y vivieron en este mundo cuando ya existía y se divulgaba una epopeya
similar a la que generaron. Si existe algún ejemplo claro y terminante de que la poesía
heroica nace al calor de los hechos, éste es el Cantar del Cid, cuyos versos pudieron ser
escuchados por ancianos que en su mocedad conocieron al héroe en persona.
Todo ello revela la gran vitalidad del Cantar del Cid, que, por lo menos hasta el si-
glo XIV, perduró en arreglos y refundiciones en verso, recitado y leído en público por
juglares y aprovechado, prosificándolo, por redactores de obras históricas. Y todo ello
plantea una serie de difíciles problemas, en parte todavía por esclarecer.
El primero de ellos consiste en determinar hasta qué punto el manuscrito versificado del
siglo XIV es fiel a sus originales, o si, como ocurre tan a menudo, añade y reforma
elementos de textos anteriores. Todo induce a suponer que la copia de Per Abbat ya es una
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refundición. Es evidente que conserva formas lingüísticas ya entonces arcaicas, pero desde
el momento que era destinado al recitado o a la lectura juglaresca ante un auditorio sería
muy raro que la manía refundidora y modemizadora de los copistas se hubiera detenido:
resultaría sorprendente que un texto épico del siglo XII fuera reproducido
escrupulosamente en el XIV.
Fechar una obra literaria que vive en refundiciones y en estado variable y movedizo es
tarea difícil y arriesgada, y nos tenemos que contentar con unos resultados muy vagos y
siempre rectiftcables. Durante mucho tiempo se supuso que el texto copiado por Per Abbat
corresponde a una primitiva versión debida a un juglar oriundo de Medinaceli que actuaba
hacia el año 1140, aunque no fuera ésta la más antigua versión de la gesta, que podría tener
como antecedente la labor de un juglar natural de San Esteban de Gormaz, unos treinta
años anterior. Con todo género de salvedades, se podría tener en cuenta la hipótesis que
supone que en 1130, o dos o tres años antes, ya existió un primitivo Cantar del Cid, que
podría haber recogido cantos noticieros sobre las hazañas que realizó el guerrero castellano
en los últimos episodios de su tan movida y batallosa existencia. Este primitivo cantar es
posible que fuera objeto de una refundición entre los años 1140 y 1150; y de otra, tal vez
más intensa, hacia 1160, que puede ser la copiada por el amanuense Per Abbat en 1207 y
que transcribió el manuscrito del siglo XIV. Toda conjetura sobre la intensidad o carácter
de estas diversas refundiciones lleva a un terreno discutible, peligroso y arriesgado. Lo
cierto es que tenemos que contentamos con un texto de principios del siglo XIII, producto
de versiones anteriores que no podemos imaginar con certeza, y que hoy leemos una
refundición de algo más antiguo que nos ofrece uno de los mayores aciertos de la epopeya
medieval, comparable al Cantar de Roldán, y en la que el arte juglaresco ha alcanzado una
fina y sutil madurez sin perder el primitivismo, la naturalidad y el estilo inmediato e
improvisado que debió de revestir la gesta en sus viejas y desconocidas formas anteriores.
La mayor parte de la guerrera biografía de Rodrigo Díaz de Vivar está ausente del Cantar
del Cid, que la da como sabida y muy conocida, así como su juvenil intervención en la
batalla de Graus; su gallarda mocedad como alférez de Castilla; su victoria sobre Jimeno
Garcés, que le valió el dictado de Campidoctor, o «campeador»; su campaña contra
Zaragoza; sus batallas en pro de Sancho de Castilla contra Alfonso de León en Llantada y
Golpejera; su participación en el cerco de Zamora, y su tan destacada intervención en la
jura de Santa Gadea, episodios que no aparecen en nuestro cantar porque, sin duda alguna,
ya existían otras gestas, como cierto Cantar del cerco de Zamora, en las que el Cid
desempeñaba un papel decisivo. Pero no tan sólo se supone que ello ya se conoce, sino que
el Cantar del Cid ni siquiera alude a estos hechos -luego tan repetidos en el Romancero-,
con lo que la nuestra se aparta de lo que es tan corriente en las gestas, tan dadas a enumerar
otras victorias y otras hazañas del protagonista.
El Cantar del Cid33 ha tomado una parte de la biografía de este personaje correspondiente
al final de su vida, o sea acontecimientos ocurridos entre 1081 y 1094, y los ha convertido
33
El guerrero castellano Rodrigo Diaz de Vivar, llamado el Cid, es enviado por el rey
Alfonso a cobrar los tributos que los moros de Andalucia pagaban a Castilla, y mientras
realiza esta misión se le opone el conde castellano Garcia Ordóñez, que se había
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El Cid y los suyos se ven obligados a sustentarse a base de lo único que saber hacer, que es
guerrear. Conquistan Castejón, en la Alcarria. y Alcocer, a orillas del Jalón, y luego
venden a los moros las ganancias conseguido en tales acciones. Se internan más en tierras
moras y hacen tributaria suya una amplia zona entre Teruel y Zaragoza. Para congraciarse
con el rey Alfonso, el Cid envía a Castilla a Álvar Fáñez con presentes para el monarca
mientras él prosigue el avance por las montañas de Morella y otras tierras que se
encontraban bajo la protección del conde de Barcelona. Lucha contra éste, lo hace
prisionero, y tres días después lo deja en libertad.
El Cid conquista una zona costera del Mediterráneo, entre Castellón y Murviedro, y
efectúa expediciones a Denia, hasta que se apodera de la gran ciudad de Valencia. Lo ataca
el rey moro de Sevilla, pero es derrotado, y el Cid dispone que el botin ganado en esta
acción sea llevado por Alvar Fáñez al rey Alfonso, y que le ruegue que permita que doña
Ximena y las dos hijas puedan trasladarse a vivir con él en Valencia, ciudad que ha
cristianizado y de la que ha nombrado obispo a don Jerónimo. El rey accede, y Álvar Fáñez
regresa a Valencia con doña Ximena y las hilas, que son recibidas con gran alegría. El rey
de Marruecos Yúçef ataca nuevamente a Valencia, pero es vencido por el Cid, y el rico
botin ganado en esta batalla es también llevado al rey de Castilla por Alvar Fáñez. La corte
castellana está sorprendida por tan valiosos regalos enviados por el Cid, que suscitan la
envidia del conde García Ordóñez, el que fue encarcelado en Cabra, y la codicia de unos
parientes suyos, llamados los infantes de Carrión, que ven la gran ocasión de enriquecerse
casándose con las hijas del Cid. El rey, creído que proceden de buena fe, y considerando
que estas bodas con jóvenes tan ilustres aumentará el honor del Cid, accede a ellas, y se las
propone a Alvar Fáñez. En vista de ello, el rey Alfonso tiene una entrevista con el Cid a
orillas del Tajo; lo perdona, y se concierta la boda de sus hijas con los infantes de Carrión.
Y el Cid regresa a Valencia con los infantes y allí se celebran las bodas.
Los infantes hacen patente su cobardía en acciones de guerra contra el rey Búcar de
Marruecos, que es vencido y muerto por el Cid. Ha alcanzado éste el momento más
elevado de su gloria; es rico y poderoso, y planea someter el reino de Marruecos. Pero su
gente se burla de la cobardía de los infantes de Carrión, los cuales, deseosos de abandonar
un ambiente que les es hostil y de vengarse de su suegro, obtienen de éste licencia para
trasladarse con sus esposas a Castilla. El Cid los despide llenándolos de riquezas, y bendice
a sus hijas en medio de malos agüeros y tristes presentimientos. Cuando las dos parejas han
entrado en tierras de Castilla, en el robledo de Corpes los infantes azotan vilmente a sus
esposas y las dejan abandonadas. El Cid, al enterarse de ello, envía a Alvar Fáñez a recoger
a sus hijas, y a Muño Gústioz a pedir justicia al rey, pues ya que él concertó las bodas,
sobre él también recae la deshonra. Al saberlo, el rey convoca cortes en Toledo, a las que
acuden los infantes de Camón, confiados en el poder de su bando, encabezado por García
Ordóñez, el gran enemigo del Cid. Éste se presenta en las cortes: expone sus agravios y
exige que los infantes le devuelvan las espadas llamadas Colada y Tizón, que les había
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El Cantar del Cid narra las campañas de Rodrigo Díaz de Vivar más allá de las fronteras de
Castilla, hacia el este de la península, y su mayor empeño se manifiesta en la conquista de
Valencia, que queda como corte del guerrero. Parte de la trama se centra alrededor de las
bodas de las dos hijas, menospreciadas y envilecidas primero por los infantes castellanos,
honradas y encumbradas después cuando son pedidas «por seer reinas de Navarra e de
Aragón». Y adviértase que estas segundas bodas a quien honran es al Cid, pues un juglar
medieval no podía ni imaginar que reyes fueran honrados al emparentar con un caballero
que no lo fuera, aunque se trate de un héroe.
Todo el cantar se inclina hacia el este de España, cosa nada de extrañar si intervino en su
composición un juglar de Medinaceli, punto disputado por Castilla y por Aragón, y al que
otorgó fuero el rey aragonés Alfonso el Batallador. Y ello nada tiene de particular si
recordamos que dos obras literarias latinas en honor del Cid, antes citadas, como son el
Carmen Campidoctoris y las Gesta Roderici, se escribieron en Cataluña, la primera, y en
Navarra, Aragón o Cataluña, la segunda. Existía, pues, en esta zona un viejo culto erudito
de la figura del Cid, que forzosamente supone un culto popular.
regalado, así como la dote que dio a sus hijas, y que se repare la deshonra mediante un
combate de juicio de Dios. La sesión se hace muy violenta con las fanfarronadas de los
infantes, que consideran a las hijas del Cid indignas de su alta categoría, mientras que los
parientes del Cid los recrimininan por su cobardía. Cuando los ánimos están más exaltados
llegan a las cortes mensajeros de los reyes de Navarra y de Aragón, con la petición de las
hijas del Cid como esposas para los hijos de aquellos monarcas, que serán reyes. Alfonso
de Castilla accede, y ordena luego que la batalla judicial se haga en las vegas del Carrión.
Allí los infantes son vencidos en batalla singular y declarados públicamente traidores.
Doña Elvira y doña Sol se casan por segunda vez, y hoy día reyes de España son parientes
del Cid
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Sobre la «historicidad» del Cantar del Cid se mantienen opiniones contradictorias, y se han
querido oponer los conceptos de «poema épico» y «crónica rimada». Al enfocar este
problema hay que tener muy en cuenta que losjuglares que divulgaban el Cantar del Cid no
disponían de la libertad de que disfrutaban los que divulgaban el Cantar de Roldán. Éstos,
los que difundían la versión que hoy conocemos, firmada por Turoldus, trabajaban en el
norte de Francia o en la Inglaterra normanda a fines del siglo XI, o sea distanciados unos
ochocientos quilómetros y unos trescientos años del lugar y de la fecha de la batalla de
Roncesvalles. La lejanía y la antigüedad les permitían describir una España fantástica, con
una geografía en gran parte irreal y ficticia, y unos acontecimientos muchas veces
totalmente opuestos a la verdad histórica. Este alejamiento en el espacio y en el tiempo
hizo posible que el Cantar de Roldán se difundiera profusamente, sin que el auditorio se
escandalizara ante sus dislates; y si se escandalizó el Silense, fue porque era español y
sabia historia. El Cantar del Cid, que se escuchaba en el siglo inmediato al que vivió el
guerrero, tal vez unos treinta o cuarenta años después de su muerte, y que hace transcurrir
la acción por las mismas tierras por donde lo divulgaban los juglares, no podía inventar ni
la historia ni la geografía si pretendía ser escuchado con un mínimo de atención y de
seriedad. Ya sabemos que los sarracenos del Cantar de Roldán, llamados con frecuencia e
impropiamente «paganos», no creen en Dios, adoran una trinidad de raros ídolos, y llevan
nombres pintorescos, grotescos o diabólicos, como Esperverís, Escremiz, Malcud, Malduit,
Falsarón, Torleu, etc., ya que ni los juglares que cantaban la gesta francesa ni el público
que la escuchaba tenían ni la más vaga idea de la sociedad musulmana y jamás habían visto
un moro de carne y hueso. Los moros que figuran en el Cantar del Cid. unos enemigos de
los cristianos, otros «moros amigos», son tal cual eran los que todo español de los siglos XI
y XII estaba acostumbrado a ver e incluso a tratar, y se llaman Yúçef, Fáriz, Galve,
Abengalbón, como cualquier moro de veras. La mayoría de los numerosos personajes,
tanto cristianos como moros, que aparecen en el Cantar del Cid, algunas veces reducidos a
meros comparsas, no tan sólo son rigurosamente históricos, sino que actuaron y se
desenvolvieron tal como narran los versos. No se interfieren en la acción seres fabulosos ni
personas que vivieron en otras épocas, como ocurre en el Roldán al hacer intervenir en
Roncesvalles a Ogíer de Dinamarca, que murió años antes de darse la batalla, o a Ricardo
de Normandía y a Godofredo de Anjou, que vivieron uno y dos siglos más tarde.
Tengamos bien en cuenta que estas incongruencias históricas no dañan al Cantar de Roldán
porque éste vive a mucha distancia de lo que narra y no chocarán a nadie, pero serian
inexplicables e intolerables en el Cantar del Cid.
Pero el Cantar del Cid no es una crónica rimada, como lo son, por ejemplo, las canciones
provenzales sobre la cruzada de los albigenses y sobre las guerras civiles de Navarra. El
inteligente refundidor que ha estructurado el Cantar del Cid que hoy leemos ha escogido un
momento de la biografia de Rodrigo Díaz de Vivar que no podía ni deformar demasiado ni
fantasear exageradamente para convertirlo en una gesta; y ha actuado como «poeta», si es
lícito dar este nombre al que interviene en la creación de una epopeya tradicional, y no
como «historiador», pues busca suscitar emociones en el público e informarlo
«popularmente» de cosas que los doctos podían leer en libros escritos en latín. La epopeya
es la historia popular, y por esto el Cantar del Cid dramatiza la acción contrastando la
miseria del destierro con la opulencia de la conquista de Valencia, la gloria de un Cid
victorioso con la amargura de un noble padre afrentado en la deshonra de sus hijas.
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Lo épico en el cantar
Una especie de intencionalidad artística y ordenadora obliga al Cantar del Cid a amoldar la
realidad histórica a una eficacia artística y expresiva; y así reduce a uno los dos destierros
del protagonista, y a uno también los dos apresamientos del conde de Barcelona; e inventa
el episodio de los judíos y las arcas de arena, procedente de un cuento tradicional ya
recogido en la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso, así como el episodio del león
escapado de la jaula -tan útil para poner de relieve la cobardía de los infantes de Carrión-, y
muy posiblemente el de la afrenta del robledo de Corpes. Que en el Cantar del Cid se
intercalen episodios o lances de pura invención o tomados de elementos folklóricos en
modo alguno mengua el mérito literario de la gesta, que se abstiene cuidadosamente de
aceptar todo lo que pueda rozar lo maravilloso o inverosímil, y esto último separa el cantar
castellano de la mayoría de los franceses, ya que incluso en el de Roldán hay notas de tipo
sobrenatural (como es el sol parado para que Carlomagno pueda derrotar a los sarracenos
antes de que anochezca). Los elementos no históricos que se encuentran en el Cantar del
Cid no dañan la verdad histórica que resplandece en todo él, ni están en contradicción con
la realidad ni el ambiente social, pero contribuyen a darle el peculiar estilo de epopeya.
Lo épico, en el Cantar del Cid, no hay que buscarlo sólo en las descripciones de batallas y
combates, que son varias, con acusado realismo y acertada relación de los movimientos del
lidiar caballeresco, sino también en lo íntimo, familiar, cotidiano, y que a veces puede
perderse en la insignificancia, como la despedida del guerrero de su mujer y sus hijas, su
mirada a la catedral de Burgos, los diálogos con sus compañeros de armas, el detalle fugaz
y normalisimo que ha sido inventado para transmitir una emoción al auditorio, y que no
tendría lugar ni sentido en un libro que tuviera exclusivamente un propósito de
información histórica; y cuando detalles de este tipo aparecen en auténticos historiadores,
como
Muntaner o Froissard, el historiador ha dejado paso al artista.
Mucho se ha discutido también el problema de la unidad del Cantar del Cid, pues ha
habido y hay quienes la niegan y quienes la defienden. En este punto es preciso no dejarse
desorientar por nuestros conceptos de estructura de la obra literaria escrita para ser leída,
que supone un autor que puede corregirse y revisarse y un lector que puede releer, volver
atrás y saltarse lo que le aburra. El Cantar del Cid, como toda gesta tradicional, ha de
mantener siempre tensa la atención de un auditorio y ha de suscitar el interés de aquel que
se incorpora al corro de los oyentes en pleno recitado. En el cantar de gesta genuino no hay
suspenso: el auditor que ha llegado tarde ya sabe, como los demás, quién es el Cid, que
estaba enemistado con el rey de Castilla, que éste lo desterró, que el guerrero conquistó
Valencia y que recobró la gracia de su señor. Lo que el auditor, sin duda, ignora son los
elementos imaginados, como la afrenta de Corpes, episodio que al incrustarse en un relato
de cosas sabidas y conocidas suscita la curiosidad y la intriga. La auténtica unidad
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narrativa del Cantar del Cid no se ve disminuida, sino acrecentada por los dos hilos de la
gran trama que unen los versos: el de la trama fiel a la historia y el de la trama fiel a la
fantasía. El primer hilo de la trama lo constituye el problema del Cid ante el rey: destierro,
victorias del desterrado, ricos presentes al monarca y reconciliación con éste. El segundo lo
constituye el drama de sus hijas: las bodas con los infantes, la afrenta de Corpes y el
castigo de los bellacos. Ambos hilos se enlazan hábilmente, pues del primero deriva el
segundo (el rey Alfonso, para reforzar su afecto al Cid, propone las bodas con los infantes
de Carrión), y el conjunto no tan sólo no queda dañado, sino sabiamente equilibrado.
De todo esto nos podemos dar cuenta leyendo el Cantar del Cid, que no tuvo por finalidad
ser leído, sino ser escuchado, y precisamente en tres sesiones, denominadas «cantares». El
verso 2276 dice: «Las coplas deste cantar aquí's van acabando»; y, efectivamente, termina
el segundo, el de las bodas, y en seguida empieza el tercer cantar, el de Corpes.
Es vano intentar dilucidar si determinados episodios del cantar forman parte de la acción
principal o son meras incidencias, pues en una obra recitada toda incidencia se agranda y
se impone en el momento de su difusión y puede adquirir categoria de tema esencial. La
variedad, que en modo alguno daña la unidad, es necesaria en toda gesta; y así vemos que
en el Cantar del Cid el paisaje y las incidencias dan a la epopeya aspectos muy diversos: la
desolación del destierro, el empuje de los combates, el dramatismo de la afrenta de Corpes,
el aparato jurídico de las cortes de Toledo, cte., que ofrecen eficaces contrastes.
La primera impresión que produce el estilo del Cantar del Cid, si se parangona con los
cantares de gesta franceses, principalmente con el de Roldán, es que nos hallamos frente a
algo mucho más arcaico y primitivo, o ante unos materiales algo informes que parece que
esperan una nueva y definitiva elaboración, impresión que acrecienta la peculiar métrica de
las gestas castellanas, en las que el cómputo de las sílabas del verso es extraordinariamente
vario y libre. Un verso así, que parece que exige una difusión recitada y en modo alguno
cantada, pide unas especiales dotes en los juglares, que deberían suplir la regular cadencia
que produce una métrica uniforme, como se advierte en el Cantar de Roldán, aun con sus
alejandrinos intercalados en los decasílabos, mediante el matizado de la voz. la rapidez en
las escenas que la aconsejan, los cambios de voz en el diálogo y la solemnidad de
entonación para destacar los versos clave. El juglar tenía que ser muy diestro al recitar un
texto en que los parlamentos a veces no son introducidos con el verbo dicendi. y ello
obliga a inflexiones de la voz, para dar sentido a oraciones que van unidas sin partículas
que serían imprescindibles en la prosa y dejan los versos aparentemente sin enlace ni
soldadura.
También en el Cantar del Cid aparece el recurso juglaresco de las series gemelas, mucho
más frecuente en el de Roldán, y que ya hemos considerado. En el cantar castellano este
recurso es también intencionado y eficaz. Por ejemplo: el Cid envía
mensajeros a los reinos cristianos para reunir combatientes que quieran acudir al cerco de
Valencia; y al final de la serie 72 el contenido del pregón se expresa en estilo indirecto:
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Esta transición del estilo indirecto al directo -mejor aún: de la exposición objetiva al
banderín de enganche- poco nos impresiona cuando leemos el Cantar del Cid. Pero
imaginémonos las posibilidades que tiene este cambio de enfoque para un buen juglar, que
abandona su tono normal narrativo para sacudir la atención del auditorio con tres versos de
estilo de «pregonera».
La gran originalidad del Cantar del Cid no queda en modo alguno menoscabada por sus
paralelismos con la épica románica europea y sobre todo con los cantares de gesta
franceses. Seria inconcebible que ocurriera otra cosa, pues la épica francesa se había
divulgado por toda la Europa cristiana y se conocía muy bien en España antes de que
nacieran las primitivas versiones de la gesta castellana. Es a todas luces evidente que uno
de los refundidores últimos del Cantar del Cid, tal vez el que dispuso la versión que
transmite el manuscrito copiado por Per Abaat, era un hombre culto y que conocía bien
cantares franceses. No sabemos si era hombre de Iglesia o seglar, pues en su tiempo los
seglares con letras podían estar tan enterados de cosas de religión y ser tan piadosos como
los clérigos, ni si era un jurista o un burgués, pues todo es posible; pero había escuchado
cantares de gesta, y conservó o acrecentó el formulismo épico románico que debió de
encontrar ya en los primitivos textos que refundia. Sin duda, una vieja tradición épica
castellana, de la que nada sabemos de modo cierto, iniuyójunto con la tradición francesa.
Esta influencia se puede detectar en las enumeraciones encabezadas por la forma verbal
«veríades», equivalente a la francesa «la veissez«; en la famosa oración de doña Ximena,
tan similar al credo épico que aparece en infinidad de cantares franceses, y que se parece
mucho a una que figura en el Fierabrás; en la expresión «llorar de los ojos», calcada de
«plorer des ofs». Es evidente que ciertas similitudes, a veces muy literales, que ofrece el
cantar castellano respecto a los franceses pueden proceder de usos y de modos de guerrear
34
«El que quiera perder cuitas y enriquecerse, que venga con el Cid, que tiene intención de
hacer una expedición y quiere cercar a Valencia para darla a cristianos.»
35
«El que quiera ir conmigo a cercar a Valencia -todos vengan por su voluntad, ninguno
forzado-, sepa que le esperaré tres días en el Canal de Celfa.»
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comunes, como los referentes a los golpes dados en los carbunclos del yelmo y a solicitar
la primera acometida en un combate como privilegio honorífico, detalles que aparecen
tanto en el Roldán como en el Cid. Son comunes a ambas gestas las expresiones «a guisa
de varón» («en guise de baron»), «crebar albores» («crever l'aube»), etc. El verso 864 del
Cantar del Cid, que reza:
es de cuño totalmente francés, pues en el Cantar de Roldán encontramos, y más de una vez,
sus dos hemistiquios:
o los dos unidos en un verso que sólo difiere en una palabra del castellano:
El tan conocido y tantas veces citado verso 20 del Cantar del Cid:
Incluso el absurdo e impropio nombre del caballo del Cid, Babieca, que es un magnífico
corcel que en nada justifica que haya sido bautizado con nombre tan despectivo, es de
presumir que sea una especie de calco del nombre del tan popularizado caballo de
Guillermo de Orange, que se llama Bausan en gran número de cantares franceses, y que en
Castilla se supuso que significaba lo mismo que en castellano «bausán», tonto, necio,
babieca.
El Cantar del Cid es la más impresionante de las gestas castellanas después de la que
narraba la leyenda de los siete infantes de Salas. Pero ésta se halla tan distanciada del
núcleo histórico que pudo generarla, que su estudio presenta problemas muy similares a los
que suelen suscitar todas las epopeyas, por lo general alejadas por siglos de trabajo
legendario de su punto de partida. Rodrigo Díaz de Vivar murió en el año 1099, y apenas
se había iniciado el siglo xtt su figura de heroico guerrero era celebrada por cultos
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escritores en versos sáficos y en prosa latina, y hasta era parangonado con Eneas.
Paralelamente a estas manifestaciones latinas, bien ciertas e incluso conservadas, porque se
escribían, la tradición oral de los reportadores de noticias difundía cantos noticieros sobre
este guerrero, cuyo recuerdo no tenía por qué ser sólo patrimonio de poetas y prosistas en
la lengua sabia. En romance castellano estos presumibles cantos noticieros fueron
evolucionando, acrecentándose de episodios folklóricos y tradicionales, captando el estilo
de la épica francesa, hasta que unos refundidores, sin duda hombres cultos, y uno de los
cuales fue el que ordenó el texto copiado por Per Abbat, le dieron la forma y el contenido
que hoy leemos. Pero esta refundición no fue la última: la Primera crónica general y
algunas de sus derivaciones prosifican cantares del Cid posteriores y algo distintos del que
hoy conocemos gracias a la copia manuscrita, cuya belleza y perfección hacen olvidar las
versiones más tardías.
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en crónicas y romances, se deriva un texto culto, escrito en verso de cuaderna vía hacia el
año 1250, que se denomina Poema de Fernán González, que así refundido ya no es
exactamente una gesta destinada al recitado juglaresco, sino un libro de tipo erudito, o de
«clerecía», que, si bien recoge materia épica, sigue el estilo narrativo del Libro de
Alexandre y de las obras de Berceo y revela conocer gestas francesas.
Es posible que a mediados del siglo XI existiera un relato castellano legendario sobre el
rey don Rodrigo, el último godo, y la pérdida de España, formado a base de viejas
tradiciones sobre hecho histórico tan importante y que tanto impresionó y elementos
fabulosos que coinciden con ciertas leyendas de origen germánico. En casos como éste
tenemos que contentarnos con referencias indirectas, a veces inseguras, y con deducciones
extraídas de relatos muy posteriores y de romances, siempre tan difíciles de fechar.
Se ha supuesto que hubo en Castilla, además, cantares de gesta de breve extensión, que
narraban versiones legendarias de hechos históricos, en los que predominaba el carácter
dramático, o bien que llevaban en si una clara intención política, como los que trataban de
la Condesa traidora (que tal vez influyó en leyendas francesas, como la recogida en el
cantar de Beuves de Hantone); el ya desde antiguo titulado Romanz del infant García,
nacido bajo la impresión directa de hechos acaecidos el año 1029: el de la reina
calumniada o los hijos del rey don Sancho de Navarra, y, entre otros más, cierto Cantar del
cerco de Zamora, en el que, desde el punto de vista castellano, el heroísmo del zamorano
Bellido Dolfos, matador de Sancho II, se convierte en traición (a base de una muy curiosa
adaptación del asesinato de Sigfrido por Hagen), y en el que Rodrigo Díaz de Vivar ya
manifiesta su épica integridad. Es posible que estas leyendas fueran originariamente muy
primitivas y encialmente populares, pero que con el tiempo sufrieran nuevas
reelaboraciones, en las que pesaba el influjo de los cantares de gesta franceses.
El «Cantar de Rodrigo»
Rodrigo Diaz de Vivar, tan fielmente retratado en el Cantar del Cid, alcanzó tal
popularidad que el público exigía saber más de él: qué hazañas realizó siendo mozo, cómo
conquistó un caballo tan bueno como Babieca y el porqué de este tan poco adecuado
nombre, cómo se enamoró de doña Ximena y en qué condiciones se casaron, etc. Como
ocurrió también en la epopeya griega y como hemos visto que así mismo sucedió en la
francesa, sobre todo por lo que se refiere a Carlomagno y a Roldán, era necesario
corresponder a la curiosidad de los que querían saber más sobre el héroe predilecto y
conocer su entrada juvenil en el mundo de las armas, o sea sus «mocedades» (lo que en
francés son las enfances). Ya en el siglo XIII se compuso una leyenda sobre la juventud del
Cid, que se extrae de crónicas y que posiblemente tuvo descendencia en romances, y que
más adelante, en la segunda mitad del siglo XIV, fue aprovechada y ampliada en un texto
afortunadamente conservado, que se conoce con varios títulos: Mocedades de Rodrigo,
Crónica rimada, Rodrigo y el rey Fernando y Cantar de Rodrigo. Fueescrito por un juglar
que era probablemente de tierras de Palencia, por cuyo obispado muestra especial interés, y
tal vez, en la guerra dinástica que entonces asolaba a Castilla, pertenecía al bando de los
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partidarios de Pedro el Cruel. Tras una introducción genealógica, narra los hechos de los
antecesores de Rodrigo y sus primeras hazañas belicosas en una fabulosa guerra entre los
de Vivar y los de Gormaz, que acaba felizmente con los amores del joven héroe y doña
Ximena. Rodrigo pospone la boda hasta haber salido victorioso en cinco batallas campales,
y éstas, todas ellas pura invención, son contra moros y contra condes traidores: y
finalmente se narra una espectacular campaña contra el Papa, el emperador y el rey de
Francia, que lleva las huestes castellanas hasta París. Nos hallamos, pues, en el terreno de
la pura fantasía, especie de ensueño patriotero y pintoresco, y ante la más evidente
desvinculación de los recuerdos históricos y tradicionales. El carácter y la fisonomía del
Cid han sido tergiversados en demanda de una caracterización un poco populachera, pues
el «buen vasallo» del viejo y venerable cantar es ahora un muchacho bravucón, dado a los
desplantes y a la fanfarronería e irrespetuoso con reyes, emperadores y papas. El Cantar de
Rodrigo tiene algunos momentos de interés y de elevación literaria, pero en él abundan los
desaciertos y los versos sin el menor destello poético, y en general los episodios aparecen
mal trabados entre si y mal resueltos. Hay que confesar que la epopeya castellana ha
degenerado en su forma genuina, mientras mantiene chispas de su belleza en un
Romancero cada vez más activa y fecundo. La nueva concepción del Cid que ofrece el
Cantar de Rodrigo mereció una considerable aceptación y se popularizó enormemente, y
hasta trascendió, debidamente depurada, al teatro castellano (Las mocedades del Cid de
Guillén de Castro) y al francés (Le Cid de Comeille).
La épica en Cataluña
En determinados episodios de aliento bélico de las crónicas escritas en catalán por el rey
don Jaime el Conquistador, por Bemat Desclot y por Ramon Muntaner, que se escalonan
entre los años 1244 y 1325, se advierte que el texto ha desfigurado levemente tiradas de
versos, o sea que se han verificado prosificaciones de cantares del mismo modo que en las
crónicas castellanas. Por lo general, no se trata de narraciones legendarias ni fabulosas,
sino de capítulos en que se cuentan las conquistas de Mallorca, de Valencia o de Murcia.
Se evidencian, pues, auténticos cantos noticieros sobre hechos muy recientes y destacados,
sobre los cuales, posiblemente a impulso del rey, se compusieron estas narraciones
poéticas con la finalidad de dar a conocer al pueblo acontecimientos por los que estaba
interesado y que el monarca tenía vivo empeño en que se divulgaran, por evidentes
razones políticas o de gobierno. Según referencias hechas por Ramon Llull y menciones
documentales, existían en Cataluña unos juglares, llamados «recontadors de novelles», o
sea narradores de noticias recientes, que debían de ser los encargados de cantar gestas
como las suscitadas por los hechos históricos más próximos antes aludidos; y otros juglares
cuyo repertorio se ceñía a hechos más remotos y legendarios, que eran llamados
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«recontadores de gestas antiguas», como podían ser leyendas sobre Wifredo el Velloso, la
fundación del monasterio de Santes Creus y la unión de Cataluña con Aragón, la batalla de
Úbeda o de las Navas de Tolosa, etc. De toda esta epopeya catalana, que está seriamente
documentada, no se ha conservado en forma genuina más que el primer verso de una
adaptación aragonesa del poema sobre la conquista de Mallorca.
El Romancero castellano
Los romances
A fines del siglo XIV, cuando en España y en Francia las gestas ya se pueden dar por
desaparecidas en su forma antigua y genuina, se registran las más lejanas muestras de
romances castellanos. La palabra «romance» tiene extraordinaria amplitud (en Francia y en
Italia significa lo que hoy entendemos por «novela», como consideraremos más adelante),
pero en literatura española se concreta a unas composiciones poéticas compuestas por una
sucesión indeterminada de versos de dieciséis sílabas, con cesura tras la octava, que riman
todos ellos en asonante, aunque por lo común se escriben y se editan en grupos de ocho
sílabas, con lo que la rima sólo aparece en los versos pares.
En esta forma son muchos los autores que han escrito poesías, pero ahora sólo nos
ocuparemos de los romances llamados tradicionales, o sea los que se han transmitido
generación tras generación en forma oral, y buen número de los cuales se mantienen en la
memoria del pueblo que habla castellano, y así no tan sólo se han recogido en España, sino
también en América, en el norte de África, en las comunidades judeoespañolas del
próximo Oriente e incluso en Filipinas. A partir del siglo XVI algunos romances se
imprimen en ediciones de una o muy pocas hojas, que son los llamadas «pliegos sueltos»,
y se reúnen en antologías, lo que acrecienta su caudal, y aumentan los textos y las
variaciones con los registrados modernamente gracias a trabajos de tipo folklórico. En este
enorme tesoro de poesía popular destacan los «romances viejos», que datan, por lo común,
del siglo xv o de fines del XIV
Los cantares de gesta, como indicábamos páginas atrás, eran recitados frente a un público,
cortesano o popular, por los juglares, que se acompañaban muy a menudo con cierta tonada
musical. Es un fenómeno constante que el público recuerde lo que escucha en un
espectáculo, mayormente si se trata de textos en verso y sí en ellos interviene el elemento
musical: y aun sin él es un hecho cierto que largos fragmentos del Don Juan Tenorio de
Zorrilla perduran en la memoria de muchos españoles sin que hayan tenido ocasión de leer
el drama y que únicamente lo han presenciado en el teatro. De esta suerte, determinados
fragmentos de cantares de gesta, los de mayor emoción o atractivo, fueron escuchados
atentamente de boca de los juglares, luego repetidos poraquellos que los recordaban.
quienes a su vez los enseñaron a una posteridad que se prolongó en generaciones sucesivas
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a través de los siglos. Hemos tenido ocasión de comprobar cómo determinados versos de
un sangriento episodio del cantar de los siete infantes de Salas se desgajaban del conjunto
de la gesta y se convertían en un romance en cierto modo independiente y de validez
poética propia. Como es natural, ni los primeros auditores retuvieron al pie de la letra lo
que oyeron, ni los que luego fueron repitiendo lo aprendido se amoldaron a una rigurosa
exactitud: se fueron introduciendo gran número de variantes, de tal suerte que, tiempo
después, se cantaba en diversos lugares el mismo romance con notables divergencias,
aunque se mantuvieran sus temas esenciales, lo fundamental de su fraseología y la rima.
Hay que advertir que el proceso, en este aspecto, no fue siempre igual, pues revistió
diversas modalidades. No siempre la vinculación entre gesta y romance es tan directa ni
tan apretada como en el ejemplo que hemos puesto, tomado de la leyenda de los infantes
de Salas, sino que, ya afianzada esta tendencia, hubo muchos casos en que los cantares de
gesta desempeñaron el papel de inspiradores de romances, lo que supone unos
versificadores que con más libertad los componían sobre temas y episodios de gesta, con
cierta libertad creadora.
En el estado actual de las rebuscas, existen romances viejos que son fragmentos bastante
emparentados con los textos de las gestas y que coinciden con cierta regularidad con versos
de cantares de gesta que forzosamente conocemos gracias a prosiftcaciones, lo que
dificulta mucho la investigación. Además del caso ya citado, conocemos dos o tres
romances que proceden o bien del cantar de gesta fragmentario Roncesvalles, o bien de
otro muy parecido.
La epopeya castellana era de métrica irregular en cuanto al cómputo de las sílabas, pero
con el tiempo fue acusando una tendencia hacia el verso de dieciséis sílabas con cesura en
la mitad, lo cual es normal en el romance, que de esta suerte también proclama, desde el
punto de vista más externo de la versificación, su dependencia de las gestas.
Ya sabemos que gracias a los romances nos es dado aproximamos a lo que fueron las
viejas gestas castellanas hoy perdidas. Hay que señalar que, así que fue decayendo La
afición a las epopeyas largas y se introdujo el gusto por las composiciones breves y
episódicas, fueron, sin duda, los mismos juglares los que compusieron romances de
personal creación, inspirados en la temática primitiva. Debido a ello, los asuntos de la
epopeya revisten a veces en el Romancero características nuevas, y no es raro que asuntos
legendarios que no habían sido, a lo que parece, objeto de elaboración en cantares de gesta
adquieran ahora forma poética. Estos romances creados por los juglares son, por lo común,
más prosaicos que los derivados de las gestas, y algunas veces mucho más extensos.
La antigua epopeya castellana sufre, pues, al final de la Edad Media, una transformación
en su vehículo expresivo, pero perdura en sus temas, en su emoción y su sentido, e incluso
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ensancha y multiplica sus asuntos y hasta sus posibilidades artísticas. La figura del Cid
Campeador, central en varios cantares de gesta, de los cuales conservamos dos en forma
poemática, mantiene su primacía y su popularidad en el Romancero, e incluso es posible
trazar una larga y pintoresca biografía del guerrero castellano a base de romances: sus
mocedades, sus amores, su intervención en las discordias dinásticas, su destierro, sus
conquistas, su muerte, son objeto de gran número de romances, algunos de ellos creados a
inspiración de lo que se narraba en las gestas. Otras leyendas, como la de los infantes de
Salas, de Bernardo del Carpio, del conde Fernán González, de don Rodrigo el último godo
y la pérdida de España, etc., tienen su romancero, más o menos extenso y más o menos fiel
a los datos de la epopeya, pero que la hace perdurar a través de los siglos.
La materia épica así transmitida dará, durante los siglos XVI y XVII, una modalidad
peculiarísima del teatro español, que, a su vez, se convertirá en elemento conservador y
divulgador de la vieja epopeya castellana medieval: obras como Las mocedades del Cid de
Guillén de Castro son muy características en este aspecto.
Llegó un momento, a fines del siglo XV, en que la monarquía española se impuso la
definitiva y decisiva liquidación de la llamada Reconquista, detenida desde hacía tiempo, y
en el reino moro de Granada, principalmente en sus zonas y lugares fronterizos, los
caballeros cristianos hallaron ocasión de realizar hazañas contra los moros del tipo de las
que narraban los antiguos cantares de gesta. Las escaramuzas, las expediciones por tierra
enemiga, los asaltos por sorpresa, las conquistas de hermosas villas, los rasgos de valor
temerario, etc., se convirtieron no tan sólo en materia adecuada de la poesía, sino en
materia muy propia de «cantos noticieros», lo equivalente al moderno reportaje
periodístico. Estos romances llevaron a ciudades y aldeas alejadas la noticia de lo que
ocurría en la frontera con el reino de Granada, iban dando puntual relación de los progresos
de los avances de la hueste cristiana y suscitaban la admiración al narrar poéticamente las
hazañas individuales de guerreros que se estaban haciendo famosos. Y así alrededor de la
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Los romances fronterizos, llenos de vida, de juventud, de la alegría que producen las
victorias, y fidelísimo reflejo de una gesta real que se desarrolla ante los ojos del anónimo
poeta, son el digno colofón de la larguísima y variada serie de cantares de gesta, franceses
y castellanos, que durante siglos admiraron y suspendieron a tan diverso auditorio narrando
las proezas de caballeros cristianos contra los moros que dominaban España.
Pero en estos moros había una noble gallardía, un corazón valeroso y sensible, un
sentimentalismo lleno de ternura, y los de condición elevada vivían en un ambiente
refinado y lujoso. El enemigo tradicional, y que lo fue hasta pocos años antes, se adueñó en
el siglo XVI del Romancero castellano, ahora ya artificioso, y en el que colaboraban poetas
de renombre y de culta formación literaria. Los llamados romances moriscos son el fruto
de un entusiasmo sentimental por lo oriental, paralelo al espíritu de la novela morisca
castellana, cultivada, entre otros, por Cervantes, y ya pertenecen a la lírica del
Renacimiento.
Gran delicadeza encierran los romances tradicionales castellanos, de asunto a veces muy
episódico y, sin duda, inventado, pero envueltos en la más sutil y certera poesía. Algunos
de ellos, ya muy conocidos y cantados desde los primeros años del siglo XVI, pero
seguramente de creación anterior, son pequeñas joyas muy valiosas, como los romances de
Rosaflorida, del prisionero, de la amiga muerta, de Fontefrida, los tomados de la materia de
Bretaña (de Tristán, de Lanzarote, etc.), y. el del conde Arnaldos, cuya intrigante
delicadeza se rompe así que se pretende hacerlo seguir de unos versos que transcriban la
canción no dicha:
Fuente: http://www.LibrosTauro.com.ar
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