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El Ministerio Pentecostal y La Ordenación

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EL MINISTERIO PENTECOSTAL Y LA ORDENACIÓN

(DECLARACIÓN OFICIAL ADOPTADA EL 3 DE AGOSTO DE 2009 POR EL PRESBITERIO GENERAL


DEL CONCILIO GENERAL DE LAS ASAMBLEAS DE DIOS.)

Ministerio es la palabra que por lo general se usa para identificar el trabajo del clero cristiano.
En su sentido bíblico, sin embargo, ministerio es un término más completo que
adecuadamente denota el trabajo de toda la iglesia, el cuerpo de Cristo en el mundo.
Ministerio es lo que la iglesia hace en obediencia a los mandatos de su Señor.

            La palabra ministerio comúnmente se usa para traducir varias palabras del Nuevo


Testamento, siendo la más común diakonia1(“servicio, ministerio”) y sus formas derivadas. El
conjunto de palabras diakonia, incluye también el verbo diakoneō (“servir, ministrar”) y el
sustantivo diakonos  (“siervo, ministro, diácono”), aparece alrededor de 100 veces y denota
básicamente el humilde servicio que una persona ofrece a otra. En la época del Nuevo
Testamento por lo general correspondía al siervo que atendía las mesas o cumplía alguna otra
tarea de poca importancia.

Jesús, el modelo de nuestro ministerio

            En el Nuevo Testamento Jesucristo enseña acerca del ministerio y muestra cómo debe
efectuarse, y no es posible comprenderlo ni llevarlo a cabo excluyendo a Cristo. Por
consiguiente, un estudio bíblico del ministerio debe comenzar con la vida y las enseñanzas de
nuestro Señor como se presentan en el Nuevo Testamento.

            El ministerio es encarnativo. En Jesús de Nazaret, Dios vino a vivir entre los hombres. El
Evangelio según Juan afirma: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan
1:14).2 La designación que Mateo hace de Jesús, nacido de una virgen, como “Emanuel… Dios
con nosotros” (Mateo 1:23), enseña lo mismo. El Hijo de Dios asumió completa humanidad
para acercarse a sus criaturas humanas y asegurarles redención por medio de su sacrificio
expiatorio en la Cruz. Como Pablo afirma: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo” (2 Corintios 5:19).

            El ministerio es kerygmático. Tomado del sustantivo  kērygma (“proclamación”), este


término subraya la centralidad de la predicación del evangelio. En ningún lugar es más
evidente que en el sermón de Jesús en Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas (euangelízomai) a los pobres; me ha enviado a
sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar (kērussō) libertad a los cautivos, y vista a los
ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar (kērussō) el año agradable del Señor”
(Lucas 4:18,19).

            El ministerio se realiza en el poder del Espíritu Santo. Notablemente, los Evangelios
describen la venida del Espíritu sobre Jesús al inicio de su ministerio, inmediatamente después
de su bautismo y antes de su actividad pública (Mateo 3:16; Marcos 1:10; Lucas 3:22; Juan
1:32). Pedro describe este acontecimiento como “unción” que dio poder a Jesús para su obra:
“Después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió (chriō) con el Espíritu Santo y con
poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37,38). Unas cuantas veces
Jesús mismo se refirió al poder del Espíritu que obraba en sus milagros (Mateo 12:28; Lucas
4:14,18).
            El ministerio es servicio en humildad. Para contrarrestar el instinto de bien personal de
los discípulos, Jesús señaló la naturaleza de su propio ministerio: “Porque el Hijo del Hombre
no vino para ser servido (diakoneō), sino para servir (diakoneō), y para dar su vida en rescate
por muchos” (Marcos 10:45). Lucas también da a conocer las palabras de Jesús: “Yo estoy
entre vosotros como el que sirve (diakoneō)” (Lucas 22:27). El suceso que mejor ilustra esta
actitud de Jesús es la Última Cena, donde Él escarmentó a sus competitivos seguidores: “Pues
si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies
los unos a los otros” (Juan 13:14).

            El ministerio es apacentamiento. Jesús se describió como un fiel y bondadoso pastor


que conoce a cada una de sus ovejas y las guía a aguas de reposo y delicados pastos (cfr. Juan
10:1-18). Sin abusar ni aprovecharse de la situación, el Buen Pastor interpone su propio cuerpo
entre las ovejas y cualquier peligro. Jesús enfatizó varias veces: “El buen pastor su vida da por
las ovejas” (Juan 10:11,15,17,18). En otros pasajes del Nuevo Testamento, se describe a Jesús
como “el gran pastor de las ovejas” (Hebreos 13:20), “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1
Pedro 2:25), y el “Príncipe de los pastores” (1 Pedro 5:4).

            El ministerio de Jesús culminó en su muerte, la cual voluntariamente padeció como


ofrenda sustitutiva por el pecado de la humanidad (Mateo 26:28; Marcos 10:45). En su vida y
en su muerte se entregó a sí mismo por otros.

La Iglesia como extensión del ministerio de Cristo

            Los Evangelios indican que el propósito de Jesucristo fue extender su ministerio por
medio de la iglesia que Él mismo establecería y edificaría (Mateo 16:18). Una de sus primeras
obras fue llamar y designar apóstoles “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”
(Marcos 3:14), lo cual Él hizo.

            Después de su muerte y resurrección, de manera explícita, Cristo comisionó a los


apóstoles para que continuaran su ministerio. Con la declaración de su autoridad en el cielo y
en la tierra, les encomendó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19,20).

            Siguiendo con este énfasis, Lucas registra la predicción de Jesús de que el
arrepentimiento y perdón de pecados sería predicado en su nombre a todas las naciones. Los
discípulos serían sus testigos, y con ese fin muy pronto recibirían el prometido poder celestial
(Lucas 24:46-49). El Evangelio según Juan describe la comisión de Jesús a los discípulos: “Como
me envió el Padre, así también yo os envío” (20:21). Entonces Jesús sopló sobre ellos y dijo:
“Recibid el Espíritu Santo” (20:22).

            La realidad de un derivado y continuo ministerio llevó a los discípulos a buscar un


reemplazante para Judas. Al echar suertes entre Barsabás y Matías, oraron: “Tú Señor…
muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y
apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar” (Hechos 1:24,25).
Los apóstoles tenían muy presente la prioridad del ministerio de la Palabra y por eso
escogieron siete varones que atendieran los servicios sociales de la iglesia (Hechos 6:4). La
labor central del liderazgo en la iglesia primitiva era la proclamación (kērygma) ungida de la
palabra de Dios a su pueblo.
            La participación en el ministerio no se limitaba a los Doce, ni siquiera al grupo mayor de
apóstoles que incluía a Pablo, Jacobo, y tal vez otros más. Los colaboradores de los apóstoles
eran llamados diakonos o “ministros”, como: Febe (Romanos 16:1); Tíquico (Efesios 6:21);
Épafras (Colosenses 1:7); Timoteo (1 Timoteo 4:6). De otros se dice que participaban
en diakonia (“ministerio” o “servicio”): la familia de Estéfanas (1 Corintios 16:15), Arquipo
(Colosenses 4:17), y Marcos (2 Timoteo 4:11). Se escogía a cualificados ancianos y en oración
se los comisionaba para el ministerio en cada nueva iglesia que fundaban los misioneros
(Hechos 14:23). El ministerio, entonces, no era prerrogativa única de una élite apostólica o
sacerdotal que luego fuera transferido de generación en generación por un rito de sucesión
apostólica. Era un dominante y vibrante don del Espíritu que formaba y vigorizaba líderes
dondequiera que se fundara iglesias.

La función del Espíritu Santo en el ministerio

            La necesidad de investidura espiritual para el ministerio es aparente en Jesús y los


apóstoles. Un requisito en el ministerio de Jesús fue lo que sucedió en su bautismo cuando el
Espíritu vino sobre Él (Marcos 1:9-13). Jesús dio claras instrucciones a los apóstoles de que
permanecieran en Jerusalén hasta que hubieran recibido Espíritu Santo que les había
prometido (Lucas 24:49; Hechos 1:4,5). Sólo después del bautismo en el Espíritu el Día de
Pentecostés se lanzaron al ministerio público. Desde ese momento, cumplieron sus ministerios
con un notable sentido del poder y la sabiduría del Espíritu. El relato de Hechos demuestra que
el bautismo en el Espíritu, seguido por el continuo fortalecimiento del Espíritu, es esencial para
un efectivo ministerio cristiano.

            El entendimiento de Pablo respecto de su propia iniciación en el ministerio es revelador.


“Del cual [el evangelio] yo fui hecho ministro (diakonos) por el don (dōrea) de la gracia (charis)
de Dios que me ha sido dado según la operación (energeia) de su poder (dunamis)” (Efesios
3:7). No hay duda de la comprensión de Pablo de que había sido “llamado” (Romanos 1:1). Él
también tenía excelente preparación teológica (Hechos 22:3); pero al describir su ministerio,
era mucho más natural para él hablar de la obra interior del Espíritu, que de manera
sobrenatural lo dotaba para que fuera ministro del evangelio de Cristo.

Ese mismo sentido de obra soberana y sobrenatural en la preparación de ministros está


presente en la exhortación de Pablo a los ancianos de Éfeso, que se refiere en Hechos: “Mirad
por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (20:28).
Aunque probablemente fue un elemento clave en la ordenación pública de estos ancianos,
Pablo tenía plena conciencia de una anterior y poderosa obra del Espíritu cuya “ordenación”
pública meramente facilitó.

            A través de la historia, la iglesia ha denominado como “llamado al ministerio” la


elección divina al servicio vocacional. En efecto, las Escrituras con frecuencia indican que Dios
llama a individuos a dedicar su vida exclusivamente a su servicio. Abraham (Génesis 12:1),
Moisés (Éxodo 3:6,10), e Isaías (Isaías 6:8,9) son ejemplos del Antiguo Testamento. En el Nuevo
Testamento, Jesús personalmente llamó a los Doce (Marcos 3:13,14), y el Espíritu Santo con un
mensaje profético apartó a Pablo y a Bernabé para la obra misionera (Hechos 13:2).

            Las Escrituras también favorecen el concepto tradicional de la iglesia de un llamado


interior, que describe la consciencia personal del individuo de un llamado de Dios al ministerio,
y un llamado externo que da testimonio a la iglesia de que Dios en realidad ha llamado al
individuo. Pero siempre hay que recordar que quienes han sido llamados al ministerio han sido
primeramente dotados en forma sobrenatural por el Espíritu para que cumplan el llamado.
Como Pablo, llegan a ser ministros “por el don (dōrea) de la gracia (charis) de Dios que me ha
sido dado según la operación (energeia) de su poder (dunamis)” (Efesios 3:7).

Dones espirituales para el ministerio

            Si es cierto que los dones y el poder del Espíritu afectan el ministerio, entonces el
énfasis del Nuevo Testamento en los dones espirituales asume un mayor significado. Pablo,
especialmente, insiste en dar atención a los dones espirituales. A los corintios escribió: “De tal
manera que nada os falta en ningún don (charisma)…” (1 Corintios 1:7). Y a los romanos:
“Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual (charisma … pneumatikon), a fin
de que seáis confirmados” (1:11). Aunque en este último caso Pablo usó juntas ambas palabras
--charisma y pneumatikon--, su término preferido para don espiritual es charisma. Con menos
frecuencia usó el término pneumatikon, que significa también “dones espirituales” (1 Corintios
12:1,28; 14:1).

            Una amplia gama de dones espirituales afecta y acompaña el ministerio multifacético ya
observado en el Nuevo Testamento. El libro de los Hechos de los Apóstoles, con su repetido
énfasis en la poderosa y sabia dirección del Espíritu de la misión cristiana, con muchas señales
y maravillas, parece ser una teología narrativa de los dones espirituales.

            La enseñanza más amplia de las epístolas del Nuevo Testamento señala que un don
especial (o dones) del Espíritu ha sido dado a cada creyente como requisito para uno o más
ministerios especiales: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia (charis) conforme a la
medida del don (dōrea) de Cristo” (Efesios 4:7).

            “De manera que, teniendo diferentes dones (charisma), según la gracia (charis) que nos
es dada” (Romanos 12:6). “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para
provecho” (1 Corintios 12:7). En 1 Pedro 4:10 se hace un énfasis similar: “Cada uno según el
don (charisma) que ha recibido, minístrelo (diakoneō) a los otros, como buenos
administradores de la multiforme gracia (charis) de Dios.” El escritor de Hebreos señala:
“Testificando Dios [de la salvación anunciada primero por nuestro Señor Jesús] juntamente con
ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos (merismos, lit., “distribución,
dones”) del Espíritu Santo según su voluntad” (2:4).

            El Nuevo Testamento incluye varias importantes listas de dones espirituales,


identificadas como tales por las palabras charisma, pneumatikon, doma, o dōrea. Están los
familiares nueve dones del Espíritu en 1 Corintios 12:8-10: palabra de sabiduría, palabra de
ciencia, fe, dones de sanidades, el hacer milagros, profecía, discernimiento de espíritus,
diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas. Varios de estos dones se hallan
también en las listas de Romanos 12:6-8, 1 Corintios 12:28-30, y Efesios 4:11.

            Estos nueve dones fácilmente pueden ser reconocidos como sobrenaturales y
espontáneos, siempre bajo el inmediato control del Espíritu, que para su manifestación usa a
creyentes obedientes y sensibles. Pero en medio de las listas de dones, e igualmente
identificados como charisma, pneumatikos, doma, o dōrea, hay otros importantes dones
espirituales para hacer la obra del Señor. Éstos son: servicio (Romanos 12:7), enseñanza
(Romanos 12:7), exhortación (Romanos 12:8), socorrer a los necesitados (Romanos 12:8),
presidir (Romanos 12:8), mostrar compasión (Romanos 12:8), ayudar (1 Corintios 12:28), y
administrar (1 Corintios 12:28). Aunque estos dones no se reconozcan tan fácilmente como
sobrenaturales, sí tienen su origen y fortaleza en la obra del Espíritu Santo, quien
soberanamente equipa a los creyentes para que con regularidad, con poder, y a conciencia
sean instrumentos en el servicio a la iglesia.

            Aunque los dones que se mencionan probablemente cubren la mayoría de las
necesidades del ministerio de la iglesia, no hay razón de pensar que los escritores del Nuevo
Testamento consideraran que las listas estaban completas. Por ejemplo, no se hace referencia
a dones musicales, aunque el Nuevo Testamento menciona “cánticos espirituales
(pneumatikon)” (Efesios 5:19). El Antiguo Testamento atribuye al Espíritu Santo dones de
artesanía (Éxodo 31:2,3). Es razonable pensar que el Espíritu otorga otros dones a la iglesia
para satisfacer necesidades específicas. Pablo, en realidad, hace un gran esfuerzo para
enfatizar la variedad: “Hay diversidad de dones (charisma)… hay diversidad de ministerios
(diakonia)… hay diversidad de operaciones (energēma)” (1 Corintios 12:4-6).

            En cada caso estos dones se otorgan en el contexto de la iglesia y su fin es el ministerio
al cuerpo de Cristo y a través de él en cumplimiento de la Gran Comisión. Antes de señalar los
“diversos dones” de Romanos 12:6, Pablo enfatiza la interdependencia de la iglesia: “Así
nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”
(Romanos 12:5). Los dones que se mencionan en 1 Corintios 12:28-30 tienen como prefacio
una afirmación parecida: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en
particular” (1 Corintios 12:27). El fundamento de los dones de Efesios 4:11 es: “a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo
de Cristo” (Efesios 4:12).

            El propósito de los dones espirituales se expresa más claramente en 1 Corintios 12:7:
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” Los dones
espirituales tienen como fin edificar a toda la congregación. Su sola justificación es que
cumplan los propósitos de Cristo en su iglesia, una lección que no comprendieron los
inmaduros corintios, que menospreciaron los dones con su exhibicionismo de orgullo.

            Debe enfatizarse también que así como el Espíritu es derramado sobre todos los que
creen en el Señor Jesucristo, sin acepción de raza, edad, o género, también los dones
espirituales, las esenciales herramientas del ministerio, son concedidos a todos. No se debe
ignorar lo que esto implica, especialmente para el ministerio de las damas.

El ministerio es de toda la Iglesia

            Nuestro estudio del ministerio y los dones espirituales indica claramente que el
ministerio es responsabilidad de todo el cuerpo de Cristo, no sólo de una casta especial de
sacerdotes o clérigos. Aun los ministerios de apóstol, profeta, evangelista, y pastor-maestro no
se dan como fin en sí o como recompensas para una élite especial. Han sido dados
expresamente “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonía), para la
edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).

            Cada miembro del cuerpo de Cristo participa en el ministerio de la iglesia; todos han
sido llamados a ministrar de alguna manera. El ser bautizado en Cristo es ser bautizado en el
ministerio de su iglesia. Ningún grupo de líderes puede por si mismo abarcar toda la diversidad
de dones espirituales y proveer toda la sabiduría y la fuerza necesaria para hacer la obra de la
iglesia. El ministerio de toda la congregación es integral para el cumplimiento de la misión de la
iglesia.
            Los dones espirituales para el ministerio se dan también sin consideración de raza o
género. Dondequiera que haya una iglesia, el Espíritu Santo derrama sus dones “repartiendo a
cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Los dones espirituales son
otorgados tan ampliamente como la bendición de la salvación, porque “ya no hay judío ni
griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gálatas 3:28).

            Por consiguiente, no hay fundamento bíblico para excluir a ningún creyente de los
dones del Espíritu Santo. “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda
carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis
siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:17,18, de Joel
2:28,29). Las enseñanzas y los ejemplos históricos del Nuevo Testamento muestran que
hombres y mujeres de diversas etnias recibieron dones espirituales para el ministerio de la
iglesia.

La ordenación como reconocimiento del liderazgo espiritual

            Una poderosa doctrina bíblica del ministerio laico podría a primera vista reducir la
necesidad y restar importancia a un clero ordenado, aquellos que han sido apartados
exclusivamente para dirigir la iglesia. Al contrario, en realidad realza la necesidad, porque los
laicos necesitan ser formados, capacitados, y guiados espiritualmente a gran escala si es que
han de cumplir la misión de la iglesia. Las Escrituras enfatizan que los líderes del ministerio son
dones (doma) de Cristo con el explícito propósito de preparar al pueblo de Dios para sus
ministerios a fin de edificar la iglesia (Efesios 4:7-12).

            En el Nuevo Testamento la elección y preparación de líderes espirituales es un asunto


crucial. Con el nombramiento y la preparación de los primeros apóstoles Jesús proveyó
siervos-líderes que ejercitaron una vital función de liderazgo en la iglesia primitiva. Los Doce
fueron auxiliados por hombres como Esteban (Hechos 6), Felipe (Hechos 8), y Bernabé (Hechos
13), a quienes el Espíritu designó para el liderazgo a fin de llevar adelante la misión de la
iglesia. Estos y otros se hallan entre un amplio grupo de líderes del Nuevo Testamento.

            En cada nueva iglesia Pablo y Bernabé designaron ancianos para el liderazgo (Hechos
14:23). Para ese nombramiento, Lucas usó un verbo (cheirotoneō) que significa “escoger,
nombrar, o elegir con indicación de mano levantada”. Por consiguiente, las congregaciones
muy bien pueden haber participado en la elección, como hicieron al escoger a “los siete” en la
iglesia de Jerusalén (Hechos 6:1-6). Estos nombramientos se hicieron en un contexto de
oración, ayuno y, aparentemente, algún tipo de servicio público de “ordenación”.

            La iniciativa divina en el nombramiento de líderes espirituales es fundamental en la


teología del Nuevo Testamento. Como instrucción a las iglesias que había fundado, Pablo
escribió: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero
maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que
administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:28).

            Primeramente, se debe notar que estos “oficios” (o “ministerios”) son de origen divino.
En segundo lugar, siguen un orden específico: primeramente apóstoles, luego profetas, lo
tercero maestros, después personas dotadas por el Espíritu con una gran variedad de dones
espirituales, tanto de hacer milagros (p. ej., “sanidades” y “lenguas”) como funcionales (p. ej.,
“administración”) En tercer lugar, todos estos ministerios son de naturaleza carismática,
porque son otorgados y vigorizados como dones específicos de Dios por su Espíritu. En cuarto
lugar, los ministerios de los “líderes” y de sus “seguidores” —los pastores y los miembros de la
iglesia— fluyen del charismata, los dones espirituales.

            Pablo escribió de manera similar en su carta a la iglesia en Éfeso. “Y él mismo constituyó
a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”
(Efesios 4:11). Estos ministerios no son otorgados por iniciativa humana sino por la gracia
(charis [4:7]) del resucitado Señor Jesucristo, que “dio dones (doma) a los hombres” (4:8).
Además, los dones de Cristo de líderes para el ministerio son otorgados “a fin de perfeccionar
a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo de Cristo,
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12,13).

La ordenación de líderes para el ministerio

            En las Escrituras la elección de líderes espirituales generalmente se hace de manera


pública, que signifique el origen espiritual del llamado. En el Antiguo Testamento, la unción
con aceite, que otorgaba el poder del Espíritu, acompañaba a la elección de Dios. Jesús
decididamente apartó doce discípulos y los nombró apóstoles (Marcos 3:13-19). El sucesor de
Judas fue escogido en público y con el respaldo de la oración (Hechos 1:15-22). Cuando se
escogió a los siete diáconos, los apóstoles oraron y “les impusieron las manos” (Hechos 6:6).
Igualmente, el Espíritu anunció que había escogido a Pablo y a Bernabé para la obra misionera,
una elección seguida por ayuno, oración, e imposición de manos (Hechos 13:2,3).

            La carta de Pablo a Timoteo, quien representa una más joven generación de ministros,
implica un tipo de ordenación formal. En algún momento no identificado, Pablo y un cuerpo de
ancianos impusieron las manos sobre Timoteo y así lo apartaron para el ministerio. También es
notable la obra del Espíritu en la ordenación de Timoteo: “No descuides el don que hay en ti,
que te fue dado mediante profecía (prophēteia) con la imposición de las manos del
presbiterio” (1 Timoteo 4:14). Además, Pablo continuó como mentor de su joven colega: “Te
aconsejo que avives el fuego del don (charisma) de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos” (2 Timoteo 1:6).

            La práctica de escoger y “ordenar” ancianos cualificados, crucial para el progreso de las
iglesias misioneras, llegó a ser un paso estratégico para el equipo ministerial de Pablo.
Siguiendo el modelo de su primer viaje misionero (Hechos 14:23), Pablo ordenó a Tito,
encargado de corregir las deficiencias da las iglesias en Creta, a que estableciese “ancianos en
cada ciudad” (Tito 1:5). Timoteo, asimismo, tenía como parte de su ministerio la similar
responsabilidad del nombramiento y la supervisión de ancianos (1 Timoteo 5:17-22).

Requisitos esenciales para el liderazgo ministerial

            La elección de líderes para el ministerio no se tomaba a la ligera. Era un asunto de


minuciosa deliberación y de oración.

            Las epístolas pastorales registran requisitos específicos, y más bien básicos, para los
ancianos. Esos requisitos tienen que ver con madurez espiritual y una vida consagrada al
Señor, credibilidad pública, fidelidad en el matrimonio,3 una familia respetable y bien dirigida,
sobriedad y disciplina personal, hospitalidad, aptitud para enseñar (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:6-
9). Los ancianos y los obispos (aquí términos esencialmente sinónimos) tenían que ser líderes
piadosos, ejemplo a los demás. En el contexto contemporáneo, sobresalen dos aspectos de
estos requisitos.

            Primero, los ministros cristianos deben ser respetados por su comunidad: “También es
necesario que tenga buen testimonio (marturia kalē) de los de afuera, para que no caiga en
descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:7). Siguiendo el mismo pensamiento, “es
necesario que el obispo sea irreprensible (anepilēmptos)” (1 Timoteo 3:2), y que un anciano
sea “irreprensible (anenklētos)” (Tito 1:6). Por deducción, los creyentes que antes de
convertirse tenían mala reputación tienen que dar buen ejemplo y establecer credibilidad en la
comunidad, como cristianos maduros y respetables debido a su nuevo carácter y servicio. Con
frecuencia en el Nuevo Testamento se refuerza la preocupación por los de afuera (Colosenses
4:5; 1 Tesalonicenses 4:12; 1 Pedro 2:12,15).

            Segundo, los ministros cristianos no deben ser líderes inmaduros, sin experiencia. Como
dice Pablo: “No un neófito (neophytos), no sea que envaneciéndose caiga en la condenación
del diablo” (1 Timoteo 3:6). En refuerzo de su preocupación por la madurez, Pablo dio a
Timoteo cuatro directivas respecto de los ancianos (1 Timoteo 5:17-22), siendo la última: “No
impongas con ligereza las manos a ninguno, [i.e., al otorgar credenciales]…” (5:22). Escoger a
alguien con apuro y equivocadamente, que más tarde resultara ser infiel, se podría considerar
como “particip[ar] en pecados ajenos” (5:22).

Títulos de los líderes espirituales

            En el Nuevo Testamento se usan varias designaciones clave para los líderes de la iglesia.
Debe observarse que estos títulos parecen ser de naturaleza funcional y carismática. No hay
indicio de rígida jerarquía ni oficio autoritario que se confieran en algún tipo de sucesión
apostólica.

                      Apóstol. La importancia fundamental del apóstol (apostolos) se refleja en Efesios


2:20, donde se afirma que la iglesia está “edificad[a] sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. El Nuevo Testamento no
responde directamente a la pregunta de si el oficio apostólico está vigente hoy. Tampoco hay
instrucciones específicas para la elección de apóstoles y sus requisitos, como hay para los otros
oficios de obispos/ancianos y diáconos.

            Al discutirse una función contemporánea de apóstol se debe observar que los únicos
requisitos bíblicos que se mencionan el Nuevo Testamento son: (1) adiestramiento personal
con Jesús durante todo su ministerio terrenal (Hechos 1:22), y/o (2) aparición personal del
Cristo resucitado y un llamado de Él, como en los casos de Pablo y de Jacobo, hermano del
Señor (1 Corintios 15:3-7, cfr. 1 Corintios 9:1). Además, Pablo señala específicamente, en su
lucha contra falsos apóstoles, que “las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en
toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Corintios 12:12).

            Los apóstoles debían ser testigos personales de la vida y las enseñanzas del Jesús
histórico y especialmente de su muerte y resurrección (Lucas 24:48; Hechos 2:32). Para
cumplir esta importante función, se les dio una promesa especial: “Mas el Consolador, el
Espíritu Santo… os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan
14:26). Por consiguiente, los apóstoles llegaron a ser maestros autorizados de la iglesia
primitiva, que expresaban y salvaguardaban la revelación divina que luego fue escrita en el
canon del Nuevo Testamento. Si se han de nombrar apóstoles en la iglesia de hoy, la
continuidad de ellos con los primeros apóstoles yace en su don especial de liderazgo en
evangelismo y en discipulado del pueblo de Dios. A diferencia de sus ancestros bíblicos, nunca
han visto al Cristo resucitado ni han escrito parte de las Escrituras.

            Profeta. El profeta (prophētēs) también tenía una función importante y fundamental en


la iglesia primitiva (Efesios 2:20). Algunos de los apóstoles, aunque no todos, se nombran entre
los profetas (cf. Saulo en Hechos 13:1). Así también Judas y Silas, que “consolaron y
confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras” (Hechos 15:32), lo cual indica un
ministerio positivo, edificante, y alentador. El escritor del Apocalipsis, tradicionalmente
señalado como el apóstol Juan, se identificó (sólo) como profeta (Apocalipsis 1:3; 22:9, etc.).
Bernabé, Simeón, y Manaén también se hallaban entre los profetas (Hechos 13:1). El don de
profecía (1 Corintios 12:10), sin embargo, estaba ampliamente difundido en la iglesia primitiva,
En Hechos, Agabo (11:28,29; 21:10,11) es un notable profeta, como también las cuatro hijas
doncellas de Felipe (Hechos 21:8,9). Como un don del Espíritu (charisma), la profecía era una
experiencia común de los laicos (1 Corintios 14:1,5,39), y debe continuar, con las debidas
pautas bíblicas (1 Corintios 14:29-33).

            Evangelista. El ministerio del evangelista (euangelistēs, Efesios 4:11), como se menciona


en el Nuevo Testamento, no está bien definido. A Felipe se lo conocía como “el evangelista”
(Hechos 21:8) y Pablo instruyó a Timoteo, un anciano y pastor, a hacer la obra de evangelista
(2 Timoteo 4:5) como uno de sus deberes del ministerio. El término mismo implica la
proclamación del euangelion, las buenas nuevas de la obra salvadora de Dios en Cristo. El
evangelista del Nuevo Testamento probablemente se asemejaba más a un misionero que
predica regularmente entre gente que no conoce a Dios que  a un ministro itinerante que
predica regularmente a los fieles.

            Maestro. El ministerio del maestro (didaskalos) se menciona en tercer lugar en 1


Corintios 12:28, antecedido sólo por apóstoles y profetas, quienes también eran maestros
(Hechos 2:42). La enseñanza es un don espiritual (carisma, Romanos 12:7) otorgado a
ministros y laicos, siendo el Espíritu Santo mismo el maestro divino que unge al pueblo de Dios
para que perciba la verdad (1 Juan 2:20,27). De modo que los maestros eran aquellos
equipados de manera especial con conocimiento y carisma espiritual para instruir a la
congregación en doctrina, ética, y experiencia cristiana. Los ancianos, cuya labor era la
enseñanza y también la predicación, eran considerados en muy alta estima (1 Timoteo 5:17).
En Efesios 4:11, se vincula a pastores y maestros, y muchos eruditos se refieren a ellos como
“pastor-maestro”. No eran sólo proveedores de conceptos; más bien los maestros del Nuevo
Testamento enseñaban cómo alcanzar formación espiritual.

            Pastores, obispos, y ancianos. El término pastor viene del griego poimēn, que significa


apacentar. La función de apacentar (verbo, poimainō) se atribuye muchas veces a ministros
cristianos (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2), que siguen el modelo de Cristo mismo (Juan 10:14;
Hebreos 13:20; 1 Pedro 5:4).

            Dos términos casi intercambiables que se usan para las funciones de liderazgo pastoral
en la iglesia primitiva son obispos (epískopos) y ancianos (presbyteros). Observe que Pablo dijo
a los “ancianos” de Éfeso (Hechos 20:17ss.) que el Espíritu Santo los había puesto por
“obispos” (epískopos) para que “apacentaran” (poimaínō) la iglesia de Dios. Estos dos términos
aparecen como sinónimos también en Tito 1:5-7 donde Pablo se refiere al nombramiento de
“ancianos” y da los requisitos para ser “obispo”. Ancianos, obispos, y pastores, entonces,
parecen ser esencialmente términos equivalentes, porque cada término implica un aspecto
único de la función del líder. En cada caso, sin embargo, los términos se aplican a quienes han
sido apartados como líderes de la iglesia, y no a los laicos.

            Como derivado, obispo (epískopos) enfatiza la función de liderazgo o supervisión.


Comúnmente el verbo se traduce con términos como “velar”, “cuidar de”, “supervisar”.
Anciano (presbyteros) denota mayor edad, por tanto mayor sabiduría y mayor experiencia, y
era un título común para líderes judíos tanto civiles como religiosos. Los ministerios
comprendidos por estos términos pueden muy bien incluir los dones espirituales de “presidir”
(proïstēmi) (Romanos 12:8) y “administrar” (kybernēsis) (1 Corintios 12:28).

            Diáconos. La palabra diácono (diakonos) se usa ampliamente en el Nuevo Testamento


para describir el ministerio de líderes y laicos. Por consiguiente, la función especial del diácono
como se implica en los requisitos de 1 Timoteo 3:8-10 es un tanto difícil de identificar. Para
este ministerio a menudo se usa como ejemplo Hechos 6:1-6, aunque a los siete nunca se los
llamó diáconos y por lo menos dos de ellos pronto asumieron funciones mayores en enseñanza
y predicación. Sin embargo, su deber era “servir (diakoneō, el verbo de diakonos) a las mesas”,
un trabajo de administración práctica en dispensar las dádivas de caridad de la
iglesia. Diakonos se usa también para Febe, conocida por su servicio en la iglesia de Cencrea
(Romanos 16:1). Nuestra aplicación moderna del término, que corresponde a laicos que sirven
con los pastores en iglesias locales, quizá no esté muy alejada de su uso en el Nuevo
Testamento.

            En la aplicación de funciones de liderazgo bíblico a la era moderna, concluimos que los
pastores cumplen las funciones de ancianos y obispos en las congregaciones locales. La
enseñanza y la predicación de la Palabra es el corazón de su ministerio que consiste en edificar
el cuerpo de Cristo y cumplir la Gran Comisión.

            En vista de la amplia supervisión que ejercieron los primeros apóstoles y sus asociados,
parece justificable extender las funciones ministeriales de los ancianos (presbyteros) y los
obispos (epískopos) al ámbito moderno de los Distritos y del Concilio General. Pero tenemos
que reconocer que en la providencia de Dios hay muchas preguntas que no se han respondido
acerca del gobierno de la iglesia primitiva, y no es prudente suponer que cualquier sistema
moderno de gobierno eclesiástico corresponde fielmente al de aquella iglesia. Si fuera
necesario un solo sistema, seguramente la revelación divina hubiera sido más extensa, y
tendríamos muy poca dificultad en comprender los detalles del gobierno de la iglesia conforme
al Nuevo Testamento.

Conclusión

            No se puede reducir el ministerio conforme al Nuevo Testamento a una definición


técnica. Tampoco está reservado solamente para el clero ordenado. Como ya hemos afirmado,
la iglesia se dedica al ministerio cuando obra en obediencia a Cristo; y cada miembro de la
iglesia ha sido dotado por el Espíritu Santo para ministrar de una manera u otra.

            Al mismo tiempo, algunas de las personas que ministran al pueblo de Dios han sido
dotadas por el Espíritu para ser ministros a ministros, por decirlo así. Primeramente son
llamados por nuestro Señor y luego dotados por su Espíritu. Sólo entonces son reconocidos y
apartados, u ordenados, por la iglesia.  Estos hombres y mujeres son siervos-líderes cuya
función es alimentar y equipar a la iglesia para su misión de evangelismo, adoración,
edificación, y compasión.
1 Donde los términos griegos han sido transliterados, para sencillez y coherencia los
sustantivos se indicarán en nominativo singular y los verbos serán en presente indicativo,
primera persona, singular.

2 El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en


América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.

3  No todos los ministros de la iglesia primitiva eran casados, e.g., el apóstol Pablo.

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