El Ministerio Pentecostal y La Ordenación
El Ministerio Pentecostal y La Ordenación
El Ministerio Pentecostal y La Ordenación
Ministerio es la palabra que por lo general se usa para identificar el trabajo del clero cristiano.
En su sentido bíblico, sin embargo, ministerio es un término más completo que
adecuadamente denota el trabajo de toda la iglesia, el cuerpo de Cristo en el mundo.
Ministerio es lo que la iglesia hace en obediencia a los mandatos de su Señor.
En el Nuevo Testamento Jesucristo enseña acerca del ministerio y muestra cómo debe
efectuarse, y no es posible comprenderlo ni llevarlo a cabo excluyendo a Cristo. Por
consiguiente, un estudio bíblico del ministerio debe comenzar con la vida y las enseñanzas de
nuestro Señor como se presentan en el Nuevo Testamento.
El ministerio es encarnativo. En Jesús de Nazaret, Dios vino a vivir entre los hombres. El
Evangelio según Juan afirma: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan
1:14).2 La designación que Mateo hace de Jesús, nacido de una virgen, como “Emanuel… Dios
con nosotros” (Mateo 1:23), enseña lo mismo. El Hijo de Dios asumió completa humanidad
para acercarse a sus criaturas humanas y asegurarles redención por medio de su sacrificio
expiatorio en la Cruz. Como Pablo afirma: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo” (2 Corintios 5:19).
El ministerio se realiza en el poder del Espíritu Santo. Notablemente, los Evangelios
describen la venida del Espíritu sobre Jesús al inicio de su ministerio, inmediatamente después
de su bautismo y antes de su actividad pública (Mateo 3:16; Marcos 1:10; Lucas 3:22; Juan
1:32). Pedro describe este acontecimiento como “unción” que dio poder a Jesús para su obra:
“Después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió (chriō) con el Espíritu Santo y con
poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37,38). Unas cuantas veces
Jesús mismo se refirió al poder del Espíritu que obraba en sus milagros (Mateo 12:28; Lucas
4:14,18).
El ministerio es servicio en humildad. Para contrarrestar el instinto de bien personal de
los discípulos, Jesús señaló la naturaleza de su propio ministerio: “Porque el Hijo del Hombre
no vino para ser servido (diakoneō), sino para servir (diakoneō), y para dar su vida en rescate
por muchos” (Marcos 10:45). Lucas también da a conocer las palabras de Jesús: “Yo estoy
entre vosotros como el que sirve (diakoneō)” (Lucas 22:27). El suceso que mejor ilustra esta
actitud de Jesús es la Última Cena, donde Él escarmentó a sus competitivos seguidores: “Pues
si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies
los unos a los otros” (Juan 13:14).
Los Evangelios indican que el propósito de Jesucristo fue extender su ministerio por
medio de la iglesia que Él mismo establecería y edificaría (Mateo 16:18). Una de sus primeras
obras fue llamar y designar apóstoles “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”
(Marcos 3:14), lo cual Él hizo.
Siguiendo con este énfasis, Lucas registra la predicción de Jesús de que el
arrepentimiento y perdón de pecados sería predicado en su nombre a todas las naciones. Los
discípulos serían sus testigos, y con ese fin muy pronto recibirían el prometido poder celestial
(Lucas 24:46-49). El Evangelio según Juan describe la comisión de Jesús a los discípulos: “Como
me envió el Padre, así también yo os envío” (20:21). Entonces Jesús sopló sobre ellos y dijo:
“Recibid el Espíritu Santo” (20:22).
Si es cierto que los dones y el poder del Espíritu afectan el ministerio, entonces el
énfasis del Nuevo Testamento en los dones espirituales asume un mayor significado. Pablo,
especialmente, insiste en dar atención a los dones espirituales. A los corintios escribió: “De tal
manera que nada os falta en ningún don (charisma)…” (1 Corintios 1:7). Y a los romanos:
“Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual (charisma … pneumatikon), a fin
de que seáis confirmados” (1:11). Aunque en este último caso Pablo usó juntas ambas palabras
--charisma y pneumatikon--, su término preferido para don espiritual es charisma. Con menos
frecuencia usó el término pneumatikon, que significa también “dones espirituales” (1 Corintios
12:1,28; 14:1).
Una amplia gama de dones espirituales afecta y acompaña el ministerio multifacético ya
observado en el Nuevo Testamento. El libro de los Hechos de los Apóstoles, con su repetido
énfasis en la poderosa y sabia dirección del Espíritu de la misión cristiana, con muchas señales
y maravillas, parece ser una teología narrativa de los dones espirituales.
La enseñanza más amplia de las epístolas del Nuevo Testamento señala que un don
especial (o dones) del Espíritu ha sido dado a cada creyente como requisito para uno o más
ministerios especiales: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia (charis) conforme a la
medida del don (dōrea) de Cristo” (Efesios 4:7).
“De manera que, teniendo diferentes dones (charisma), según la gracia (charis) que nos
es dada” (Romanos 12:6). “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para
provecho” (1 Corintios 12:7). En 1 Pedro 4:10 se hace un énfasis similar: “Cada uno según el
don (charisma) que ha recibido, minístrelo (diakoneō) a los otros, como buenos
administradores de la multiforme gracia (charis) de Dios.” El escritor de Hebreos señala:
“Testificando Dios [de la salvación anunciada primero por nuestro Señor Jesús] juntamente con
ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos (merismos, lit., “distribución,
dones”) del Espíritu Santo según su voluntad” (2:4).
Estos nueve dones fácilmente pueden ser reconocidos como sobrenaturales y
espontáneos, siempre bajo el inmediato control del Espíritu, que para su manifestación usa a
creyentes obedientes y sensibles. Pero en medio de las listas de dones, e igualmente
identificados como charisma, pneumatikos, doma, o dōrea, hay otros importantes dones
espirituales para hacer la obra del Señor. Éstos son: servicio (Romanos 12:7), enseñanza
(Romanos 12:7), exhortación (Romanos 12:8), socorrer a los necesitados (Romanos 12:8),
presidir (Romanos 12:8), mostrar compasión (Romanos 12:8), ayudar (1 Corintios 12:28), y
administrar (1 Corintios 12:28). Aunque estos dones no se reconozcan tan fácilmente como
sobrenaturales, sí tienen su origen y fortaleza en la obra del Espíritu Santo, quien
soberanamente equipa a los creyentes para que con regularidad, con poder, y a conciencia
sean instrumentos en el servicio a la iglesia.
Aunque los dones que se mencionan probablemente cubren la mayoría de las
necesidades del ministerio de la iglesia, no hay razón de pensar que los escritores del Nuevo
Testamento consideraran que las listas estaban completas. Por ejemplo, no se hace referencia
a dones musicales, aunque el Nuevo Testamento menciona “cánticos espirituales
(pneumatikon)” (Efesios 5:19). El Antiguo Testamento atribuye al Espíritu Santo dones de
artesanía (Éxodo 31:2,3). Es razonable pensar que el Espíritu otorga otros dones a la iglesia
para satisfacer necesidades específicas. Pablo, en realidad, hace un gran esfuerzo para
enfatizar la variedad: “Hay diversidad de dones (charisma)… hay diversidad de ministerios
(diakonia)… hay diversidad de operaciones (energēma)” (1 Corintios 12:4-6).
En cada caso estos dones se otorgan en el contexto de la iglesia y su fin es el ministerio
al cuerpo de Cristo y a través de él en cumplimiento de la Gran Comisión. Antes de señalar los
“diversos dones” de Romanos 12:6, Pablo enfatiza la interdependencia de la iglesia: “Así
nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”
(Romanos 12:5). Los dones que se mencionan en 1 Corintios 12:28-30 tienen como prefacio
una afirmación parecida: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en
particular” (1 Corintios 12:27). El fundamento de los dones de Efesios 4:11 es: “a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo
de Cristo” (Efesios 4:12).
El propósito de los dones espirituales se expresa más claramente en 1 Corintios 12:7:
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” Los dones
espirituales tienen como fin edificar a toda la congregación. Su sola justificación es que
cumplan los propósitos de Cristo en su iglesia, una lección que no comprendieron los
inmaduros corintios, que menospreciaron los dones con su exhibicionismo de orgullo.
Debe enfatizarse también que así como el Espíritu es derramado sobre todos los que
creen en el Señor Jesucristo, sin acepción de raza, edad, o género, también los dones
espirituales, las esenciales herramientas del ministerio, son concedidos a todos. No se debe
ignorar lo que esto implica, especialmente para el ministerio de las damas.
Nuestro estudio del ministerio y los dones espirituales indica claramente que el
ministerio es responsabilidad de todo el cuerpo de Cristo, no sólo de una casta especial de
sacerdotes o clérigos. Aun los ministerios de apóstol, profeta, evangelista, y pastor-maestro no
se dan como fin en sí o como recompensas para una élite especial. Han sido dados
expresamente “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio (diakonía), para la
edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12).
Cada miembro del cuerpo de Cristo participa en el ministerio de la iglesia; todos han
sido llamados a ministrar de alguna manera. El ser bautizado en Cristo es ser bautizado en el
ministerio de su iglesia. Ningún grupo de líderes puede por si mismo abarcar toda la diversidad
de dones espirituales y proveer toda la sabiduría y la fuerza necesaria para hacer la obra de la
iglesia. El ministerio de toda la congregación es integral para el cumplimiento de la misión de la
iglesia.
Los dones espirituales para el ministerio se dan también sin consideración de raza o
género. Dondequiera que haya una iglesia, el Espíritu Santo derrama sus dones “repartiendo a
cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Los dones espirituales son
otorgados tan ampliamente como la bendición de la salvación, porque “ya no hay judío ni
griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gálatas 3:28).
Por consiguiente, no hay fundamento bíblico para excluir a ningún creyente de los
dones del Espíritu Santo. “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda
carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis
siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hechos 2:17,18, de Joel
2:28,29). Las enseñanzas y los ejemplos históricos del Nuevo Testamento muestran que
hombres y mujeres de diversas etnias recibieron dones espirituales para el ministerio de la
iglesia.
Una poderosa doctrina bíblica del ministerio laico podría a primera vista reducir la
necesidad y restar importancia a un clero ordenado, aquellos que han sido apartados
exclusivamente para dirigir la iglesia. Al contrario, en realidad realza la necesidad, porque los
laicos necesitan ser formados, capacitados, y guiados espiritualmente a gran escala si es que
han de cumplir la misión de la iglesia. Las Escrituras enfatizan que los líderes del ministerio son
dones (doma) de Cristo con el explícito propósito de preparar al pueblo de Dios para sus
ministerios a fin de edificar la iglesia (Efesios 4:7-12).
En cada nueva iglesia Pablo y Bernabé designaron ancianos para el liderazgo (Hechos
14:23). Para ese nombramiento, Lucas usó un verbo (cheirotoneō) que significa “escoger,
nombrar, o elegir con indicación de mano levantada”. Por consiguiente, las congregaciones
muy bien pueden haber participado en la elección, como hicieron al escoger a “los siete” en la
iglesia de Jerusalén (Hechos 6:1-6). Estos nombramientos se hicieron en un contexto de
oración, ayuno y, aparentemente, algún tipo de servicio público de “ordenación”.
Primeramente, se debe notar que estos “oficios” (o “ministerios”) son de origen divino.
En segundo lugar, siguen un orden específico: primeramente apóstoles, luego profetas, lo
tercero maestros, después personas dotadas por el Espíritu con una gran variedad de dones
espirituales, tanto de hacer milagros (p. ej., “sanidades” y “lenguas”) como funcionales (p. ej.,
“administración”) En tercer lugar, todos estos ministerios son de naturaleza carismática,
porque son otorgados y vigorizados como dones específicos de Dios por su Espíritu. En cuarto
lugar, los ministerios de los “líderes” y de sus “seguidores” —los pastores y los miembros de la
iglesia— fluyen del charismata, los dones espirituales.
Pablo escribió de manera similar en su carta a la iglesia en Éfeso. “Y él mismo constituyó
a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”
(Efesios 4:11). Estos ministerios no son otorgados por iniciativa humana sino por la gracia
(charis [4:7]) del resucitado Señor Jesucristo, que “dio dones (doma) a los hombres” (4:8).
Además, los dones de Cristo de líderes para el ministerio son otorgados “a fin de perfeccionar
a los santos para la obra del ministerio (diakonia), para la edificación del cuerpo de Cristo,
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12,13).
La carta de Pablo a Timoteo, quien representa una más joven generación de ministros,
implica un tipo de ordenación formal. En algún momento no identificado, Pablo y un cuerpo de
ancianos impusieron las manos sobre Timoteo y así lo apartaron para el ministerio. También es
notable la obra del Espíritu en la ordenación de Timoteo: “No descuides el don que hay en ti,
que te fue dado mediante profecía (prophēteia) con la imposición de las manos del
presbiterio” (1 Timoteo 4:14). Además, Pablo continuó como mentor de su joven colega: “Te
aconsejo que avives el fuego del don (charisma) de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos” (2 Timoteo 1:6).
La práctica de escoger y “ordenar” ancianos cualificados, crucial para el progreso de las
iglesias misioneras, llegó a ser un paso estratégico para el equipo ministerial de Pablo.
Siguiendo el modelo de su primer viaje misionero (Hechos 14:23), Pablo ordenó a Tito,
encargado de corregir las deficiencias da las iglesias en Creta, a que estableciese “ancianos en
cada ciudad” (Tito 1:5). Timoteo, asimismo, tenía como parte de su ministerio la similar
responsabilidad del nombramiento y la supervisión de ancianos (1 Timoteo 5:17-22).
Las epístolas pastorales registran requisitos específicos, y más bien básicos, para los
ancianos. Esos requisitos tienen que ver con madurez espiritual y una vida consagrada al
Señor, credibilidad pública, fidelidad en el matrimonio,3 una familia respetable y bien dirigida,
sobriedad y disciplina personal, hospitalidad, aptitud para enseñar (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:6-
9). Los ancianos y los obispos (aquí términos esencialmente sinónimos) tenían que ser líderes
piadosos, ejemplo a los demás. En el contexto contemporáneo, sobresalen dos aspectos de
estos requisitos.
Primero, los ministros cristianos deben ser respetados por su comunidad: “También es
necesario que tenga buen testimonio (marturia kalē) de los de afuera, para que no caiga en
descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:7). Siguiendo el mismo pensamiento, “es
necesario que el obispo sea irreprensible (anepilēmptos)” (1 Timoteo 3:2), y que un anciano
sea “irreprensible (anenklētos)” (Tito 1:6). Por deducción, los creyentes que antes de
convertirse tenían mala reputación tienen que dar buen ejemplo y establecer credibilidad en la
comunidad, como cristianos maduros y respetables debido a su nuevo carácter y servicio. Con
frecuencia en el Nuevo Testamento se refuerza la preocupación por los de afuera (Colosenses
4:5; 1 Tesalonicenses 4:12; 1 Pedro 2:12,15).
Segundo, los ministros cristianos no deben ser líderes inmaduros, sin experiencia. Como
dice Pablo: “No un neófito (neophytos), no sea que envaneciéndose caiga en la condenación
del diablo” (1 Timoteo 3:6). En refuerzo de su preocupación por la madurez, Pablo dio a
Timoteo cuatro directivas respecto de los ancianos (1 Timoteo 5:17-22), siendo la última: “No
impongas con ligereza las manos a ninguno, [i.e., al otorgar credenciales]…” (5:22). Escoger a
alguien con apuro y equivocadamente, que más tarde resultara ser infiel, se podría considerar
como “particip[ar] en pecados ajenos” (5:22).
En el Nuevo Testamento se usan varias designaciones clave para los líderes de la iglesia.
Debe observarse que estos títulos parecen ser de naturaleza funcional y carismática. No hay
indicio de rígida jerarquía ni oficio autoritario que se confieran en algún tipo de sucesión
apostólica.
Al discutirse una función contemporánea de apóstol se debe observar que los únicos
requisitos bíblicos que se mencionan el Nuevo Testamento son: (1) adiestramiento personal
con Jesús durante todo su ministerio terrenal (Hechos 1:22), y/o (2) aparición personal del
Cristo resucitado y un llamado de Él, como en los casos de Pablo y de Jacobo, hermano del
Señor (1 Corintios 15:3-7, cfr. 1 Corintios 9:1). Además, Pablo señala específicamente, en su
lucha contra falsos apóstoles, que “las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en
toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Corintios 12:12).
Los apóstoles debían ser testigos personales de la vida y las enseñanzas del Jesús
histórico y especialmente de su muerte y resurrección (Lucas 24:48; Hechos 2:32). Para
cumplir esta importante función, se les dio una promesa especial: “Mas el Consolador, el
Espíritu Santo… os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan
14:26). Por consiguiente, los apóstoles llegaron a ser maestros autorizados de la iglesia
primitiva, que expresaban y salvaguardaban la revelación divina que luego fue escrita en el
canon del Nuevo Testamento. Si se han de nombrar apóstoles en la iglesia de hoy, la
continuidad de ellos con los primeros apóstoles yace en su don especial de liderazgo en
evangelismo y en discipulado del pueblo de Dios. A diferencia de sus ancestros bíblicos, nunca
han visto al Cristo resucitado ni han escrito parte de las Escrituras.
Dos términos casi intercambiables que se usan para las funciones de liderazgo pastoral
en la iglesia primitiva son obispos (epískopos) y ancianos (presbyteros). Observe que Pablo dijo
a los “ancianos” de Éfeso (Hechos 20:17ss.) que el Espíritu Santo los había puesto por
“obispos” (epískopos) para que “apacentaran” (poimaínō) la iglesia de Dios. Estos dos términos
aparecen como sinónimos también en Tito 1:5-7 donde Pablo se refiere al nombramiento de
“ancianos” y da los requisitos para ser “obispo”. Ancianos, obispos, y pastores, entonces,
parecen ser esencialmente términos equivalentes, porque cada término implica un aspecto
único de la función del líder. En cada caso, sin embargo, los términos se aplican a quienes han
sido apartados como líderes de la iglesia, y no a los laicos.
En la aplicación de funciones de liderazgo bíblico a la era moderna, concluimos que los
pastores cumplen las funciones de ancianos y obispos en las congregaciones locales. La
enseñanza y la predicación de la Palabra es el corazón de su ministerio que consiste en edificar
el cuerpo de Cristo y cumplir la Gran Comisión.
En vista de la amplia supervisión que ejercieron los primeros apóstoles y sus asociados,
parece justificable extender las funciones ministeriales de los ancianos (presbyteros) y los
obispos (epískopos) al ámbito moderno de los Distritos y del Concilio General. Pero tenemos
que reconocer que en la providencia de Dios hay muchas preguntas que no se han respondido
acerca del gobierno de la iglesia primitiva, y no es prudente suponer que cualquier sistema
moderno de gobierno eclesiástico corresponde fielmente al de aquella iglesia. Si fuera
necesario un solo sistema, seguramente la revelación divina hubiera sido más extensa, y
tendríamos muy poca dificultad en comprender los detalles del gobierno de la iglesia conforme
al Nuevo Testamento.
Conclusión
Al mismo tiempo, algunas de las personas que ministran al pueblo de Dios han sido
dotadas por el Espíritu para ser ministros a ministros, por decirlo así. Primeramente son
llamados por nuestro Señor y luego dotados por su Espíritu. Sólo entonces son reconocidos y
apartados, u ordenados, por la iglesia. Estos hombres y mujeres son siervos-líderes cuya
función es alimentar y equipar a la iglesia para su misión de evangelismo, adoración,
edificación, y compasión.
1 Donde los términos griegos han sido transliterados, para sencillez y coherencia los
sustantivos se indicarán en nominativo singular y los verbos serán en presente indicativo,
primera persona, singular.
3 No todos los ministros de la iglesia primitiva eran casados, e.g., el apóstol Pablo.