Verdadera Comida y Verdadera Bebida
Verdadera Comida y Verdadera Bebida
Verdadera Comida y Verdadera Bebida
La multitud había seguido a Jesús motivada por los panes y los peces.
Él los reprende con delicadeza por haber sido guiados por un apetito tan
carnal y haber sido impelidos a seguirlo por un motivo tan burdo. Luego
les dice que hay una comida espiritual que es mucho mejor y una bebida
espiritual mucho más rica que esos alimentos que nutren el cuerpo y sa-
tisfacen los gustos animales. Después de lo cual, hablando espiritual-
mente de Sí mismo, dice: “Mi carne es verdadera comida,” comida real
que sustenta al alma; y: “Mi sangre es verdadera bebida,” bebida real, la
mejor, la bebida más verdadera, de naturaleza tal que fortifica al espíritu
para la inmortalidad.
Ustedes podrían preguntar de entrada: ¿Por qué nuestro Señor habla
de Su carne y de Su sangre como elementos separados? Traté de explicar-
les eso hace algún tiempo cuando nos reunimos en torno a esta mesa.
En la Cena del Señor debe haber pan y vino, pero pan separado del vino,
así como nuestro Señor habla de Su carne como algo separado de Su
sangre, y esto debía indicar que Él es sumamente precioso para nosotros
como un Salvador que muere. La sangre separada de la carne indica la
muerte. Es a la muerte de Jesús a la que el creyente vuelve primeramen-
te su mirada, y es al considerar al Cristo que vive y reina, y que fue in-
molado una vez, que recibimos nuestro más rico consuelo. De modo que
cuando nuestro Señor nos dice: “Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida,” no se trata de una multiplicación innecesa-
ria de palabras o de una vana repetición de la misma idea. Con esa ex-
presión se denota a Sí mismo como el Cristo que muere.
Tomando las palabras como están, nuestro primer punto será que:
I. LA CARNE DE CRISTO ES VERDADERA COMIDA: COMIDA ESPI-
RITUAL.
La semejanza es enfática; es “verdadera comida.” Es semejante a la
comida porque la comida—o el alimento—sustenta al cuerpo. El cuerpo no
podría conservar ordinariamente su vigor—a no ser por un milagro—
excepto por el uso de alimentos. Sin pan desfallecemos, languidecemos,
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será cuando la fortaleza de sus almas y su eterna porción les serán reve-
ladas más plenamente.
Además, la comida es un gran supresor del dolor y la enfermedad. Sin
comida, o sin alimento de algún tipo, la constitución interna del hombre
se llena de tormento y angustia. Amargos son los asedios del hambre. Tal
vez ningún dolor, con la excepción de la sed, sea más severo que el ham-
bre cuando el hombre ha estado expuesto por largo tiempo a ella. Sin
duda la carencia es la raíz de multitudes de enfermedades del pobre. Una
dieta generosa es con frecuencia más benéfica para el enfermo que las
mejores prescripciones médicas.
Lo mismo ocurre ciertamente con los creyentes en Cristo. Su carne es
verdadera comida en este sentido. Los dolores de la convicción y los re-
mordimientos de una conciencia culpable son anulados cuando el hom-
bre tiene a Cristo. Si un hombre está espiritualmente enfermo de mun-
danalidad, de dudas, de altivez, de envidia y de cualquier cosa que sea
una enfermedad común del hijo de Dios, bástale tener un abundante fes-
tín de la carne de Jesús, y la enfermedad se disipará. Cristo infunde tal
vigor en el sistema espiritual de Su propio pueblo cuando se alimentan
de Él, que echa fuera enfermedades a semejanza de los hombres fuertes
que las eliminan por la pura fortaleza de su constitución. Bienaventura-
do y feliz es el hombre que come esta carne, pues es verdadera comida en
ese sentido.
Además, nosotros utilizamos constantemente la comida para el desa-
rrollo de la fuerza. Un hombre mal alimentado no puede levantar los pe-
sos que puede levantar otro hombre que goza de una dieta más rica en
su mesa. La escasez de comida conlleva la ausencia de fuerzas. Ahora
bien, Cristo Jesús es el único alimento que puede fortalecer a Su pueblo
para el servicio. Aliméntense de Él y entonces correrán y no se cansarán;
caminarán y no se fatigarán. Él es verdadera comida, porque nos da una
fortaleza ilimitada. Reviste al hombre mortal con el poder de Dios. Hace
que el cristiano más débil de la Iglesia, cuando se alimenta de Cristo, sea
como un gigante para sufrir o para obrar.
No puedo extenderme sobre todos estos puntos, aunque hay suficiente
contenido en cada uno de ellos para predicar un sermón; pero, amado hi-
jo de Dios, busca a Cristo y no te quedes satisfecho mientras no seas
alimentado y nutrido diariamente de Él.
La palabra “verdadera” le da a la frase un aire de fuerte protesta. Te-
nemos que tomar ésto en consideración. ¿Por qué dice que Su carne es
verdadera comida? Es en oposición al alimento meramente animal y corpo-
ral, que es comida, pero no es comida verdadera. La gente piensa que el
pan es nutrimento sólido. Y sí lo es, hablando de cierta manera, pero,
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¡Cuán superior es a todas las bebidas típicas! Existía el agua que ma-
naba de la roca cuando era golpeada; existían las diversas bebidas que
acompañaban a las ofrendas, pero Jesús es la plenitud de la cual estas
cosas no eran sino los tipos.
Cristo dice: “Mi sangre es verdadera bebida,” como si por completo ig-
norara a todas las otras bebidas del alma. Algunos hombres beben hasta
quedar empapados del placer terrenal. Otros beben hasta quedar infla-
dos con su propia justicia. El diablo tiene sus copas, y sabe cómo llenar-
las hasta el borde, y hacerlas relucir y fascinar al ojo. Pero aunque las
almas de los hombres den sorbos de esas pociones hasta llegar a las he-
ces, nunca quedarán satisfechos, y en el mundo venidero su miseria será
mayor si tuvieron alguna satisfacción aquí. Pero, ¡oh!, si tu alma puede ir
a la sangre preciosa de Cristo y descansar allí, y si te puedes regocijar
porque Jesús murió por ti, puedes beber, pero nunca quedarás ebrio;
puedes beber, pero nunca conocerás la saciedad; puedes beber, y ten-
drás una satisfacción que nada puede destruir, que ni el tiempo ni el há-
bito pueden volver insípida a tu paladar, y de la que la eternidad no será
más que una bendita prolongación.
Bebe, alma sedienta, bebe de la fuente de la sangre del Salvador, y
nunca más tendrás sed, sino que clamarás: “tengo suficiente; he encon-
trado en la sangre expiatoria de Jesús todo lo que mi alma necesita.”
Junten estas dos cosas. Pareciera, de acuerdo al texto, que:
III. NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO ES COMIDA Y BEBIDA A LA
VEZ.
Entonces quisiera que notaran la adecuación de Jesucristo para las
necesidades del hombre. El hombre necesita comida y bebida. Jesús es
todo lo que el hombre necesita. Tú necesitas perdón; lo tienes en Cristo.
Necesitas vida, vida eterna: la tienes en Cristo. Necesitas paz, consuelo,
felicidad: todo lo tienes en Cristo. Ninguna llave se ajusta tan bien a una
cerradura como Cristo al pecador. Tú estás vacío, Cristo está lleno. No
puedes tener una necesidad que Él no pueda suplir. Nunca hubo ni ha-
brá un alma que esté más allá del alcance del poder de Jesús. ¡Oh, cuán
apropiado Salvador es para mí! Puedo decir eso, pues si Jesucristo hu-
biera sido enviado a este mundo únicamente por mí, no habría podido
adecuarse mejor a mí de lo que lo hace; y si hubiera sido enviado única-
mente por ti, pobre y trémulo pecador, no habría podido adecuarse a ti
mejor de lo que lo hará. Vaya, cuando pienso en Jesús, Él pareciera ser
todo mío, y estoy seguro de que no puedo permitirme prescindir de una
porción de Él. Lo necesito completamente, y Él llena exactamente mi al-
ma hasta el borde, y tú descubrirás que así es Él para ti. Él será tu ali-
mento y tu bebida, y si lo tienes a Él, dirás—
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pan y esa agua. Si no tienes a Cristo, no pienses que eres rico y que te
has enriquecido, pues en verdad estás desnudo y eres pobre y miserable.
Si no confías en Él, si no lo amas, si no le sirves, tu pobre alma no tiene
ni una sola gota para beber. ¿Qué puede hacer sino morir? Y, ¡oh!, ¿cuál
ha de ser su desventura cuando tu alma pida una gota de agua para re-
frescar su lengua, atormentada en esa llama? Mientras otros están dán-
dose un festín, tú tendrás el crujir de tus hambrientos dientes que se
convertirá en tu porción. Que Dios les conceda que no sea tan cruel para
sus almas como para que se mueran de hambre por ir sin Cristo.
Sí, y si Cristo es comida y bebida, cuánta necesidad hay de una verídi-
ca recepción de Él. Si tienen comida y bebida, no se puede darle ningún
otro uso que no sea comerla y beberla. Lleven comida a un hambriento;
preséntensela con su dedo y pregúntenle: “¿No te sientes mejor?” “No,”
responde. “Mírala, hombre; mírala.” “No, porque me da más hambre.”
“Pero córtala; aquí está el cuchillo.” “¡Oh!,” dice, “¿de qué me sirve eso?
Te burlas de mí; necesito ponerla entre mis dientes; necesito introducirla
en mi sistema, pues de lo contrario no me sirve de nada.”
Oyente, ¿de qué te sirve venir y escuchar, domingo tras domingo, pero
sin decidirte nunca a confiar en Cristo, ni introducirlo en tu alma? Vaya,
ustedes sólo me oyen, por decirlo así, derramar el agua, pero no la be-
ben. La ven brillar mientras les hablo de ella, pero no la reciben. ¿De qué
les sirve eso? ¡Oh!, algunos de ustedes perecerán; perecerán teniendo el
pan a su alcance, y con el límpido arroyo de la vida eterna fluyendo a sus
pies. ¡Oh, por qué esa insensatez! No sucede así con otras cosas. Los
hombres no se contentan con ver el oro; quieren llevarlo a casa y ponerlo
en sus bolsillos. ¿Cómo es que se contentan con oír acerca de Cristo, con
hablar acerca de Cristo, pero nunca piden la fe real, ni la unión vital con
el Señor Jesucristo? Ocúpense de ésto, o la muerte se ocupará de uste-
des.
Además, si Jesucristo es comida y bebida a la vez, amados en el Se-
ñor—les hablo a ustedes ahora—¡cuánta razón hay para dar gracias!
Comenté durante la lectura que si un hombre se sienta a comer y a be-
ber sin dar gracias, es muy descortés y muy semejante a las bestias.
Bien, entonces, alma mía, siempre que vengas a alimentarte de Cristo,
siempre que pienses en Él—y eso debería ser siempre—da gracias siem-
pre. El verdadero espíritu cristiano es de un agradecimiento perpetuo.
Me gusta comentar acerca de un querido amigo que está presente
ahora, quien, cuando comenzaron las nieblas de Noviembre, un domingo
por la mañana me dijo: “yo le digo a toda mi familia que esté más alegre
que nunca ahora que ha llegado el clima sombrío, como para desechar
todas estas cosas que nos rodean, manteniendo una alegría interior.”
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Oren diariamente por los hermanos Allan Roman y Thomas Montgomery,
en la Ciudad de México. Oren porque el Espíritu Santo de nuestro Señor
los fortifique y anime en su esfuerzo por traducir los sermones
del Hermano Spurgeon al español y ponerlos en Internet.
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MEAT INDEED, AND DRINK INDEED
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