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Rudy - Buffet Freud

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Rudy

BUFFET FREUD

(Edición actualizadísima)

Planeta — Singular
Diseño de cubierta Mario Blanco
Diseño de interior Alejandro Ulloa

1999, Rudy

ISBN 950-49-0307-X

Impreso en Argentina

2
Menú

Buffet Freud
Lapsus linguae a la vinagreta
Lacanapés
Locatellis de todo tipo
Saladitos los honorarios
Kleinishes de papa
Complétzales de culpa
Carne de diván
Pecetos buenos
Bifreud de lomo
Petit-fourcios
Psicología de las massitas

3
Índice

Gracias ................................................................................................... 7
Breve historia del movimiento psicoanalítico apócrifo Buffet Freud ... 8
Prólogo del profesor doctor Karl Psíquembaum ................................. 10
Historia del pago en análisis ................................................................ 12
Un típico caso de paranoia y las especulaciones teóricas pertinentes
("caso Erika") ....................................................................................... 22
Algunos apuntes acerca de la técnica .................................................. 30
Edipo y la religión monoteísta ............................................................. 34
(Dos ensayos y ningún acierto) ........................................................... 34
Edipo, hebreo ................................................................................................................... 34
Si Edipo es hebreo ............................................................................................................ 36
El caso Gustavito, también llamado "el pequeño Gustavo" ................ 39
Carapálidas curapálidas ....................................................................... 49
Identidades ........................................................................................... 53
Yo estuve en París ............................................................................... 59
Las crisis en psicoanálisis .................................................................... 65
Homenaje a Melanie Klein .................................................................. 69
Ejercicio psíquico ................................................................................ 73
Carnet del Grupo de los Jueves ........................................................... 77
La formación de un analista................................................................. 80
Del pago en psicoanálisis .................................................................... 83
Comentarios acerca de una mesa redonda de la que recuerdo poco ... 87
Acerca de la existencia o no de cierto género (la mujer) .................... 89
El otro .................................................................................................. 96
Declaración de los derechos del hombre neurótico ........................... 100
Fast-Freud (el caso Guido) ................................................................ 104
Las terapias alternativas..................................................................... 113
Retratos .............................................................................................. 117
Profesor doctor Karl Psíquembaum ............................................................................... 117
Anafreudiana Traumengarten ......................................................................................... 118
Profesor brujo Nube Simbólica ...................................................................................... 119
(Autobiografía no autorizada) ........................................................................................ 119
Jean-Jean Dusignifiquant ............................................................................................... 120
Joe "Freud" Morgan ....................................................................................................... 121
Míster Phillip Twentydollars .......................................................................................... 122
Lic. León Neurotsky ....................................................................................................... 122
Doctor Alain Supositoire ................................................................................................ 124
Licenciados Vanessa Giselle Snob, ................................................................................ 125
4
Monique Delanuc y Jacob Freudenlerner....................................................................... 125
Grupo de los Jueves........................................................................................................ 125
Doctora Hellen Goodmorning ........................................................................................ 126
Epílogo ........................................................................................................................... 126
Reportaje a Karl Psíquembaum ......................................................... 127
El analista del 2050 ............................................................................ 131

5
A mis casi veinte años en el diván.
A mis queridos amigos Estela y Carlos Brück
y Lili y Luis Fau.

6
Gracias

A Carlos Brück, que conoció a Buffet Freud desde que era bebé y lo ayudó a
crecer.
A Héctor Cothros y Jorge Helman, quienes con su afectuosa enseñanza y
supervisión me ayudaron a recorrer los intrincados caminos del aprendizaje del
psicoanálisis.
A Alfredo Caeiro, gracias a quien ahora soy un cuentapropista de lo
inconsciente.
A Pedro Lipcovich, por esas charlas de café en las que, entre otros delirios,
apareció la idea de lo que luego fue Buffet Freud.
A mi mujer, Florencia Verlatsky, que, como siempre, enriqueció el texto con
sus ideas.
A Alfredo Grande, en cuyas clases descubrí que el psicoanálisis tenía mucho
para decirme.
A los psicoanalistas capaces de reírse de sí mismos y de hacer que sus pacientes
también se rían de sí mismos.

7
Breve historia del movimiento
psicoanalítico apócrifo Buffet
Freud
RUDY

En el invierno de 1986 ocurrieron dos nacimientos que tuvieron mucho que ver
conmigo: primero y principal, el de mi hijo Nicolás, a partir de lo cual mi vida no
volvió a ser como antes; y segundo pero sin menospreciar, el nacimiento del Grupo
Buffet Freud, a partir del cual la vida de sus miembros no volvió a ser como antes,
dado que antes no existían.
Típicos productos de la crisis del psicoanálisis,1 los integrantes del Movimiento
Buffet Freud surgieron a partir de psicoanalistas existentes en la realidad, pero no
tanto. Vale decir que Karl Psíquembaum, Anafreudiana Traumengarten o Alain
Supositoire no son la caricatura de ningún analista en particular, sino de muchos, una
especie de Frankensteins del diván, con un matiz de éste, un lapsus de este otro, un
fallido de aquél, la barba de aquélla...
A los miembros fundadores del Movimiento se les fueron sumando otros y, al
ser más de dos, surgieron entre ellos discusiones y polémicas, como no podía dejar de
ocurrir entre analistas que se precien de tales.
En 1988 la gente de la revista Psyché publicó los primeros quince artículos del
Movimiento bajo la forma de libro. Buffet Freud siguió creciendo. Sus integrantes eran
cada vez más, y escribían, se peleaban, y escribían sobre sus peleas. Al poco tiempo
los artículos fueron ya cerca de treinta, incluyendo la extensa "Historia del pago en
psicoanálisis", una profunda investigación de Karl Psíquembaum acerca del pago al
analista, desde la Antigüedad hasta ahora.
En abril de 1992 apareció la edición completa de los treinta primeros artículos
de Buffet Freud, publicada por Ediciones de la Flor. En junio de ese mismo año, el
libro es presentado en el ámbito de la "Primera Feria del Libro Psicoanalítico",
realizada en APDEBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires) y organizada por
la Librería Paidós. En esa oportunidad, los panelistas son Carlos Rodari (periodista),
Santiago Varela (humorista), Jorge Helman (psicoanalista) y Fernando Ulloa
(psicoanalista): paradójicamente, los personajes de Buffet Freud, nacidos para mostrar
algunas particularidades de los analistas, son a su vez mostrados en sus
particularidades por los psicoanalistas, en el ámbito de una de las mayores

1
O tal vez de mi propia crisis como analista, o de la malaria que veía venir y me era
ratificada por colegas y amigos. Sobre esto tengo una anécdota: en una entrevista
radial me pregunta la periodista qué opinaba yo sobre el auge actual del psicoanálisis.
Le respondí que, en realidad, yo podría opinar sobre la actual crisis del psicoanálisis.
Entonces ella insiste: "¿¡Pero cómo, si hay analistas que nunca?!", y yo: "Sí, pero hay
menos pacientes que nunca". ¿Qué hará crecer a la profesión, el número de analistas o
el de pacientes?
8
instituciones de esa disciplina que existen en nuestro medio. Karl Psíquembaum nunca
habría imaginado algo así, Phillip Twentydollars habría apostado y perdido gruesas
sumas de dinero a que esto jamás ocurriría, Anafreudiana Traumengarten se habría
dormido en medio de la presentación, el profesor Nube Simbólica habría explicado
que en las presentaciones de libros en su tribu Psique-Psique hay menos discursos y
más baile, alcohol y sexo; Jean-Jean Dusignifiquant habría criticado todo. Incluso a su
propia crítica.
Una revista especializada en psicoanálisis, Diarios Clínicos, le realizó un
extenso reportaje a Karl Psíquembaum. Leyéndolo, se llega a conocer los más
profundos secretos del alma... de sus pacientes.
La historia siguió, y los personajes de Buffet Freud crecieron. León Neurotsky
viajó a Agorafobia Oriental a conocer al analista oriental Vel-Tang-Chung, Jean-Jean
Dusignifiquant viajó a París, el profesor Nube Simbólica nos cuenta las costumbres de
su tribu Psique-Psique, el profesor Psíquembaum debe cuidar al perro de su sobrino
Ilona, Colita Psíquembaum, el que se mete en las sesiones. Hubo mesas redondas,
retratos literarios de los personajes, surgimiento de instituciones "psi" alternativas
apócrifas, pero acordes a los tiempos en que bajo el dudoso nombre de "terapias
alternativas" se incluyó todo tipo de disciplinas, algunas serias, otras disparatadas. De
todo esto trató el segundo volumen: Carne de diván, publicado por Ediciones de la
Flor en 1993.
Seis años después, con el fin de milenio, la informática, el "acoso", los nuevos
conceptos en salud según los cuales todo lo que antes hacía mal ahora hace bien, y
viceversa, ha llegado tal vez el momento de la edición definitiva. O sea, una selección
de los mejores artículos incluidos en los primeros dos volúmenes, el Buffet y la Carne.
Y de postre, "petit-furcios", o sea, los textos que surgieron con posterioridad a aquellos
dos libros, ya que los integrantes del Movimiento Buffet Freud han proseguido con sus
investigaciones teóricas, técnicas, antropológicas (es decir, todas las disciplinas que un
psicoanalista puede utilizar para distraerse y no angustiarse por la falta de pacientes).
También se habla del futuro del psicoanálisis, en el artículo "El analista del
2050", escrito originalmente para la revista Topía, en la que Nahuel X. Psíquembaum,
tataranieto de Karl, nos habla en presente desde el futuro. Es una pequeña licencia
psicoanalítica y poética que nos permitimos, ya que, si en el divan uno puede
reinventar su pasado, ¿por qué no inventar el futuro, que además todavía no ocurrió?
Mi propia experiencia como analista (retirado), y sobre todo como paciente
(veinte años de trayectoria sobre el diván), me han llevado a tener una mirada si se
quiere crítica, pero sin duda cariñosa hacia esa ciencia que tanto me ha dado, y a la que
tanto le he dado (calculen diecinueve años de honorarios).
Dejamos aquí, por ahora.

9
Prólogo del profesor doctor Karl
Psíquembaum
Hace ya muchos años, en ocasión de editarse los primeros textos del
Movimiento Buffet Freud, y habiendo recaído en mí la responsabilidad de prologar
dichos trabajos, escribí una frase definitoria; decía, y voy a citarme a mí mismo:1 “En
mi larga experiencia como psicoanalista he tenido la oportunidad de leer numerosos
textos: no lo hice".
Años después, en ocasión de publicarse el segundo tomo de los trabajos del
Movimiento, nuevamente fui el encargado de prologarlos, e inicié el texto repitiendo la
frase en cuestión, explicando que seguía vigente.
Ahora que se publica esta edición actualizada, otra vez he sido designado
prologuista, y por lo tanto, repetiré la ya remanida frase: "En mi larga experiencia
como psicoanalista he tenido la oportunidad de leer numerosos textos: no lo hice". Si
bien es cierto que en esta ocasión mi experiencia como psicoanalista es ya mucho más
larga, el lector tiene derecho a exigirle al editor que, de existir una nueva edición de
los trabajos, no sea yo quien escriba el prólogo, sino alguno de mis colegas, que podrá
aportar sus propias frases y enriquecer el texto, o bien citar la mía, que si ya ha servido
adecuadamente tres veces al inicio del libro, bien podrá ser utilizada una cuarta.
Quizás el lector se pregunte por qué insisto en ignorar la lectura de tan
importantes textos como los que existen y, peor aún, por qué lo subrayo, ya que si bien
no creo ser el único psicoanalista que no lee los libros, sí soy el único que confiesa el
hecho. Hay varias respuestas posibles; algunas de ellas se encuentran en los textos, y
por lo tanto las desconozco, al no haberlos leído. Pero hay una que es mi preferida: lo
hago para demostrar que no estoy solo. Quiero decir: como pienso que tampoco este
prólogo será leído por mis colegas, puedo confesar aquí tranquilamente mi ignorancia,
ya que nadie se enterará de la misma y seguiré teniendo el mismo prestigio de siempre,
basado en mi proverbial simpatía, los sánguches que convido en cada simposio, los
almohadoncitos que reparto antes de cada conferencia que dure más de quince
minutos, y mi habilidad para danzar "el vals de los furcios" la noche del cierre de los
congresos2 psicoanalíticos.
Los motivos que llevan a un psicoanalista a comprar un libro son de lo más
diversos, tal vez haya sido él mismo quien lo escribió, y quiere quedar bien con sus
amigos, con sus parientes o con su narcisismo. Sentir que alguien compra un libro que

1
Hay autores que recomiendan no autocitarse; no por una cuestión de soberbia, palabra
que muchos desconocen, sobre todo aplicada a sí mismos, sino de simple
aburrimiento; diríamos que citarse a uno mismo, pudiendo citar a una bella muchacha,
es de tonto. Pero por otra parte, si uno se cita a uno mismo no corre el riesgo de no
reconocerse, no necesita llevar ninguna flor en el ojal ni libro de Freud en la axila, y
además, si uno es puntual, uno también es puntual, con lo cual nadie debe esperar a
nadie.
2
En realidad no soy hábil, pero la mayoría de mis colegas no está en condiciones de
recordarlo luego.
10
uno escribió (aunque quien lo compre sea uno mismo, o la mamá de uno, que viene a
ser lo mismo, simbióticamente hablando) brinda un placer que es sólo superado por el
hecho de ver a otra persona comprando ese mismo libro —los lacanianos hablarían de
"el otro", yo prefiero hablar de "éste", porque "éste" lo escribí yo).
En ocasiones los psicoanalistas compran un libro para regalárselo a un amigo:
en esos casos, si se trata de un amigo muy pero muy querido, se trata de un libro
escrito por ese mismo amigo, y si se trata de alguien más lejano en el afecto, será
entonces un libro de la autoría del comprador del obsequio.
Puede ser que el libro responda a una necesidad técnica: "Necesito un libro
grande porque, si no, se me caen todos los de este estante" o " Déme un libro de 230
páginas, que es el tamaño que me viene bien para equilibrar la pata de mi diván", o
"Déme algún libro lacaniano, ya que tengo 234 libros kleinianos y sólo 233 libros
lacanianos, y quiero dar una imagen de neutralidad".
Tal como en las ediciones anteriores, me veo obligado a formular ciertas
advertencias: quizá no todos los lectores de este libro sean analistas avezados, y puede
ser que tropiecen con algunos textos que no sean fácilmente comprensibles: ésos son
los que hay que leer. Lo que, en cambio, parezca simple y claro, no tiene la menor
importancia: cualquier analista avezado podrá reafirmar mis palabras.
También hay que advertir sobre la posibilidad de encontrarse con artículos
sobre moda, política, economía o cocina: en ese caso, lector, el error es suyo, quiere
decir que usted está leyendo otro libro, no éste.
Finalmente, last but not least, quiero advertir que el tema de "los psicoanalistas
y los libros" es realmente extenso y polémico; hay quien dice que "es más fácil que un
psicoanalista escriba un libro, a que compre uno".3 Quizá deba reconocer que esta
apreciación es falsa. Si usted, psicoanalista, se siente desafiado por mi afirmación, no
se sienta ofendido, y recuerde que el psicoanálisis, al igual que el fútbol, siempre da
revancha. Ya mismo puede demostrar mi equívoco y ayudarme a reconocerlo,
comprando un ejemplar de este mismo volumen, aunque más no sea para mostrarme
quién tiene razón acá.

3
Quien dice esto soy yo, en el prólogo del segundo tomo de Buffet Freud, y me baso
en un refrán similar existente sobre los judíos, publicado en el "Refranero judío" de
Eliahu Toker (Ed. Pardés, 1986).
11
Historia del pago en análisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBUM

Para comprender la conflictiva actual referida al "pago" en análisis, y la


discusión que se genera entre las distintas escuelas para ver quién cobra más, es
importante conocer, así lo creo yo, la historia del pago en análisis, llamándose "pago"
no al pueblo en el que uno ha nacido* sino a la cantidad de dinero que se le entrega al
analista mes a mes, a cambio de... a cambio de...; bueno, no toda entrega de dinero
implica necesariamente cambios.
Hagamos entonces un breve pero muy extenso recorrido por la historia de esta
cuestión: pagar o no pagar, o, mejor aún, ¿cuánto pagar?

Primeras aproximaciones

Hay quienes dicen que el psicoanálisis pago empezó con Freud, que antes los
analistas no cobraban por sus consultas. Otros discuten directamente la existencia de
los "prefreudianos", afirmando que se trataba de alucinaciones de pacientes que
deseaban desesperadamente analizarse pero no tenían con quién. Nosotros preferimos
coincidir con investigadores como Wolfgang Apfelstrudell, quien, en su libro
Patienten uber alles (citado en el artículo "Las crisis del psicoanálisis") nos dice:
"Antes de Freud era muy difícil conseguir analista".1
De todas maneras, los primeros indicios de labor psicoanalítica, y, por cierto,
paga, los encontramos en el antiguo Egipto. Fue allí donde José, esclavo hebreo, le
interpretó los sueños al faraón, y éste le pagó otorgándole la libertad.2 Algunos se
oponen a ver en esta práctica un ejercicio del psicoanálisis, ya que, dicen, José no le
pidió al faraón asociaciones acerca del sueño, sino que se limitó a interpretar el
contenido manifiesto; hasta hay quienes suponen que lo de José fue pura sugestión.
Por esta acción, José es recordado como el creador del psicoanálisis. Sin
embargo, hay quienes otorgan dicha creación al padre de José, Jacob (o Jacques, en
francés) quien habría sido el autor de los primeros escritos del tema. Quienes siguen
esta línea aclaran que los escritos de Jacob eran absolutamente incomprensibles por
haber sido redactados en arameo antiguo, y que fue Alain, yerno de Jacob, quien los
tradujo e hizo inteligibles para la humanidad. Este tema, a pesar de haber pasado
varios milenios, se sigue discutiendo.
Veamos, entonces: hay quienes dicen que el creador del psicoanálisis fue José.
Otros dicen que fue su padre, Jacob. Otros, que fue su cuñado Alain, esposo de Judith,
quien llevó el mensaje de Jacob. Finalmente hay quienes comentan que en esos días
pasaba por Egipto otro profeta hebreo, Sigmund, y que José tomaba clases con él.

*
Clásica expresión de los psicoanalistas del interior de la Argentina.
1
Por otro lado, da prestigio coincidir con un investigador de apellido alemán.
2
Extraña paradoja de la condición humana: ¿cómo puede ser visto esto del analista
esclavo de sus pacientes, que obtiene la libertad a partir de interpretaciones exitosas?
12
Pero si José fue quien introdujo el psicoanálisis en Egipto, y el primero en
percibir honorarios por dicha práctica, será luego Moisés quien desarrolle una
verdadera revolución al provocar el éxodo de todos los analistas,3 a causa de lo bajo
que se abonaban las sesiones, producto de un decreto faraónico dictado en un
momento de gran resistencia.
Sin embargo, el faraón no quería que los analistas abandonasen Egipto, ya que
estaba en transferencia con uno de ellos. Tampoco aceptaba aumentarles los
honorarios. En una de las reuniones de la EPA (Egyptian Psychoanalitic Asociation),
se estableció lo siguiente: "Si los analistas no pueden fijar la suma de honorarios que
perciben, quedan encadenados a los caprichos del faraón y, desde lo simbólico, son
esclavos". Fue Moisés quien decidió el camino de la liberación, estimulando la llegada
de las diez plagas inconscientes, entre las que se encontraban el masoquismo, el
sadismo, la repetición de sueños hasta el hartazgo, las alucinaciones, la fobia, la
anorexia, la bulimia, y hasta la castración del hijo mayor. Angustiado hasta la
depresión más profunda, ansioso, temeroso, el faraón tomó una doble decisión:
expulsó a los analistas de Egipto, y, a la vez, les permitió que se fueran. Ese faraón fue
conocido como "Psicopathón, el ciclotímico". La única condición que exigió a cambio
fue que se le diera el alta.
Los hechos producidos por Moisés marcan una verdadera divisoria de aguas en
la historia del psicoanálisis pago. Durante cuarenta años los analistas vagaron por el
desierto, rumbo a la "teoría topográfica prometida", ya que se sentían, a partir de lo
dicho por Moisés, una "profesión elegida", destinada a regir los destinos inconscientes
de la humanidad. Para impedir que se desarrollasen diferentes líneas teóricas, clínicas
y religiosas, Moisés legó a los analistas las "diez reglas básicas para el ejercicio de la
profesion", conocidas dentro del gremio como "los diez mandamientos". Citamos
algunos: "No interpretarás la transferencia en vano", "No codiciarás a los pacientes de
tu prójimo", "Honrarás a tus padres, más allá de cualquier sentimiento edípico", "No
sugestionarás", "Cobrarás las sesiones a las que el paciente no concurra", "Del uno al
cinco cobrarás, y luego indexarás", etcétera.
El psicoanálisis fue evolucionando con los hebreos, pero no quiero dejar de
señalar algunas de las marcas de su influencia que quedaron registradas en Egipto:
para empezar, las pirámides son un claro rasgo de la preminencia del falo en la
sociedad. Y además, el famoso templo de la diosa Psiquis, muy frecuentemente
visitado por los fieles, que permanecían durante cincuenta minutos, y pagaban también
por las ceremonias a las que no concurrían.
Por el lado de los hebreos, recordemos el episodio de Sansón, quien pierde sus
fuerzas, o sea se deprime, al serle interpretado el corte de pelo como símbolo de la
castración. Luego David, quien logra vencer al gigante Goliat con el solo empleo de
una interpretación precisamente disparada, que causó el efecto de una piedra mortal.
Tomemos luego a Salomón, a quien concurrieron a ver dos mujeres a la misma hora, y
cada una decía que ése era su horario de sesión. Salomón dijo entonces que quien era
la paciente de esa hora tendría que pagarla, provocando el renunciamiento altruista de
ambas mujeres.
Además, tuvieron un especial papel en la difusión de la práctica analítica, ya

3
En los textos bíblicos e históricos se habla del éxodo de los hebreos, lo que tampoco
es una falsedad, ya que en esa época casi todos los analistas eran de ese origen.
13
que fueron invadidos por casi todos los pueblos del mundo, que acudían a Judea en
búsqueda del supuesto saber de los hebreos, los que enseguida les interpretaban la
invasión como un recurso proyectivo para evitar la angustia, que en realidad no
querían invadirlos, y que por qué mejor no se volvían a sus respectivos lugares, no sin
antes abonarles la sesión.

El análisis entre los griegos y los romanos

Si hay un pueblo en el que se puede decir que floreció el psicoanálisis, ése fue
Grecia, o, para ser más exactos, Tebas, donde, para comenzar, cada individuo que
lograba entrar burlando a la Esfinge lo primero que hacía era consultar a un analista
para sacarse la angustia que dicho monstruo le había provocado. (Hay hasta quienes
sospechan que la Esfinge estaba en sociedad con algunos terapeutas, y que entregaba
tarjetas de los mismos en las puertas de la ciudad.) Pero no todo era tan fácil para los
analistas griegos. Primero, porque había mucha competencia con los oráculos,
adivinos y demás sabios en esto del arte de la interpretación de sueños, y segundo, por
todos los mitos que en esta civilización se generaron. Por si esto fuera poco, los
atenienses tenían los mismos problemas económicos que cualquiera, y no era extraño
escuchar a fin de mes: "Licenciado, pagarle me significa un verdadero dracma" siendo
éste y no otro el origen de la denominación de la moneda. (Fue en esta época cuando
Cálculos, joven analista, formuló la ecuación "dinero = heces", ecuación que los
analistas aceptaron en toda ocasión, menos en el pago de sus honorarios.) Tenemos
también el ejemplo de Arquímedes, que en medio de una sesión exclamó "¡Eureka!",
para luego asociar: "Todo cuerpo humano sale mojado del vientre de su madre", en
una excelente reconstrucción del trauma de nacimiento.
Pero estábamos hablando de los mitos griegos, y es aquí donde caben varias
puntualizaciones respecto del pago. Comencemos por Edipo. Debía ser muy difícil
cobrarle la sesión. Es más, dicen sus detractores que Edipo no sólo no le pagaba a su
analista, sino que le exigía derechos de autor. Un día, ofuscado, el analista lo envió al
mismísimo útero materno, a lo que, muy suelto de cuerpo, contestó el muy hijo de
Layo: "¡Ya fui, ¿por qué cree que estoy acá?!".
Pero a Edipo hay que comprenderlo. No a todo el mundo le pasa eso de ir a la
primera entrevista y decir: "Licenciado, estoy angustiado, maté a mi papá y me acosté
con mi mamá", y luego escuchar: "Bueno, cálmese, todo el mundo se culpa con lo
mismo, son fantasías, cuénteme un poco más", etcétera. Y claro, había que poder ser el
analista de Edipo, que además era hermanastro de sus propios hijos, abuelo de sus
sobrinos, cuñado de su yerno, nieto de su suegra y padrastro de sí mismo. ¡Pavada de
historia familiar, tenía!
Parece que el analista supervisaba con el oráculo de Delfos, que estaba de moda
y cobraba carísimo. La cuestión es que a Edipo cada sesión le salía un ojo de la cara.
Sólo pudo ir a dos. Y tuvo que pagar el tratamiento de Yocasta, que entró en una
tremenda depresión cuando descubrió que era suegra de sí misma, y no podía
disimular su edad cuando sus hijos le decían "abuelita". Y no sólo eso, también tuvo
que pagar el tratamiento de Antígona, que tenía un flor de Edipo con Edipo, y los dos
varoncitos, Eteocles y Polinices, que se pasaban todo el día peleándose hasta que

14
reventaron. ¡Qué presupuesto en terapias, Dios mío!4
Pasemos ahora a Narciso. ¿Cuánto se le puede ofrecer a un tipo que se pasa la
sesión mirándose a sí mismo? Es difícil sostener el lugar de analista frente a alguien
mitológicamente condenado a muerte si ve su propia imagen. En este caso, el analista
debió abstenerse absolutamente de actuar como espejo. Es más, debió retirar todos los
que hubiera en el consultorio. ¿Y cómo interpretar la transferencia? "Usted se mira
como si fuese yo, como si yo fuese usted, o como si usted fuese usted mismo y yo
mismo, o algo así." Y el otro, con minúsculas, ni pelota. Tal vez en este tipo de
tratamiento sea indicado hacer notar la presencia del analista cobrando honorarios
elevados. Pero Narciso sacaba los billetes del bolsillo y se los metía en el otro, siempre
con minúsculas. Es decir, como no podía ver al otro (con minúsculas) se los metía en
el otro bolsillo, como manera de ver al otro con minúsculas en él mismo. Finalmente,
cuentan que Narciso estableció transferencia consigo mismo, y abandonó el
tratamiento.
Era difícil ser analista en Grecia. En Esparta, por ejemplo, los hombres debían
interrumpir constantemente sus tratamientos para ir a la guerra, y rara vez los
retomaban después, en el hipotético caso de que volvieran vivos. Pese a ello, hay una
famosa anécdota en la cual un guerrero que obedecía al rey Leónidas abandonó el
campo de batalla en pleno combate de las Termópilas y, tras increíble maratón, llegó,
con el último suspiro, puntualmente a sesión. Luego explicó: "Es que, si no, me la
cobraban igual".
En Atenas la cuestión tampoco funcionaba demasiado fluidamente. La APA
(Asociación Psicoanalítica Ateniense) sólo admitía filósofos en sus sueños,
negándoseles la entrada a los psicólogos con la excusa de que éstos aún no existían. Al
parecer, esto desató un verdadero conflicto, estuvo a punto de arder Troya y, al
parecer, todo ocurrió por culpa de Paris. Luego los griegos ofrendaron un caballo,
siendo ése el origen de algunas fobias dos milenios más tarde (fobias estudiadas por
Freud en el famoso caso Juanito). Pero más allá de los psicólogos y troyanos, en
Grecia se cocían habas, y para un psicólogo entrar a la APA era una verdadera Odisea.
Sócrates, analista de moda, cobraba caras las sesiones en que hablaba, y más
caras aún aquellas en las que permanecía callado. Fue en esa época cuando se discutió
en la APA si se aceptaba o no el ingreso de dramaturgos a la institución. Sófocles
amenazó con volver a escribir la tragedia edípica y cambiar todo si no lo dejaban
entrar. Esquilo, en cambio, volvió a su trabajo con las ovejas, al que debe su nombre.
Era complicadísimo ser psicólogo en la antigua Grecia. A tal punto, que no
quedaron datos de ninguno. La APA se ceñía rigurosamente a la doctrina socrática,
según el siguiente silogismo: "Sócrates es hombre, luego todos los hombres son
mortales, entonces la sesiones se deben cobrar caras".
El que tenía complejo con respecto a su miembro era Pitágoras. Recién luego de
varios años de tratamiento pudo decir: "No me importa tener un pene pequeño, pues
está comprobado que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados
de los catetos". Tales de Mileto también se trataba, dada su impotencia: "No logro que
mi miembro se ponga transversal, está siempre horizontal y paralelo a mi cuerpo, y
como segmento correspondiente lo veo poco proporcional".
Así le iba al psicoanálisis en manos de los filósofos. Por suerte, la cosa cambió.

4
Vale decir: ¡Zeus mío!
15
No hay datos acerca de quién fue el primer analista en Roma, pero se sabe
fehacientemente que los primeros pacientes fueron Rómulo y Remo. Se les indicó una
terapia familiar, que no prosperó porque no consiguieron llevar a la loba. De todas
maneras el tratamiento terminó muy mal. En una discusión acerca de quién se hacía
cargo de los honorarios, Rómulo mató a Remo, y el analista no se atrevió a
interpretárselo ni a cobrarle.
Durante la República hubo un auge del análisis. A los terapeutas se los conocía
como los "idus de febrero", por ser ése el mes en que tomaban vacaciones. Un general,
Melanius, llevo el análisis a Britania, y otro Lacanius, lo difundió por la Galia. En
cuanto a la forma de pago, los romanos desarrollaron un sistema muy práctico y
original. Convenidos los honorarios por sesión, el paciente los abonaba mensualmente.
Antes de que este sistema se estableciese, reinaba el caos. Un paciente podía
pagar cada sesión cuando había luna llena, o cada vez que el oráculo así lo establecía,
o cada muerte de obispo (esto último perjudicaba al analista enormemente ya que aún
no había obispos), etc.
Lo que era anhelado y temido a la vez era ser el analista del César. Cada fin de
mes el emperador concurría a sesión acompañado de un gladiador. Si el César se sentía
en transferencia positiva, elevaba el pulgar y el gladiador abonaba al analista una
gruesa suma de sestercios. Pero si se hallaba en transferencia negativa, o atravesando
una fase especialmente sádica, inclusive por formación reactiva, el César podía
apuntar el pulgar hacia abajo, y el analista iba a tener que interpretarle muy
eficazmente su agresividad a los leones, si no quería terminar sus días atrapado en la
oralidad de éstos. Ser analista del César daba al terapeuta en cuestión fama y gloria,
aunque a menudo efímera.
Cayo Julio, el primero de los Césares, fue conocido por su gran resistencia. En
efecto, abandonó a la primera sesión y saliendo del consultorio, comentó: "Veni, vidi,
vinci" (fui, vi, vencí). Se dio el alta solo y se fue a conquistar las Galias. A Bruto, en
cambio, el análisis no le sirvió para matar simbólicamente a su padre, por lo que tuvo
que hacerlo en la realidad.
Los filósofos no tuvieron en Roma la incidencia institucional que sí tuvieron en
Grecia. Se recuerda sólo un caso, el de Cicerón, quien, ofuscado con su analista tras
doce años de tratamiento, le espetó: "Quosque tándem, Catilina, abutere patientia
nostra?", lo que quiere decir: "Y, Catilina (el nombre del analista), ¿cuándo me das el
alta?".
Existían en Roma varias categorías de analistas, que, por supuesto, percibían
honorarios de distinto tipo. Los analistas jóvenes, recién ingresados a la práctica,
atendían esclavos (propios, ya que los ajenos no se dejaban analizar), luego atendían a
clientes, patricios y senadores. Sin embargo, no era fácil conseguir que les derivaran
un senador, pues los analistas de mayor trayectoria solían derivar a sus esclavos
(aclaración importante: al hablar de sus esclavos, me estoy refiriendo a aquellos
hombres que trabajaban para ellos en relación de esclavitud, lo que no incluye de
ninguna manera a los analistas jóvenes).
Como se ve, desde el analista José, esclavo de su faraónico paciente, hasta los
analistas romanos, que tenían sus propios esclavos, las cosas habían cambiado.

16
La Edad Media

Durante la Edad Media, la práctica del psicoanálisis, como la de tantas otras


disciplinas, se remitió a los templos. Así, había psicoanalistas regulares, también
llamados "ortodoxos", y analistas seculares, algo más mundanos, que rechazaban la
utilización del diván al menos hasta que éste fuera inventado; no como los regulares,
que obligaban a sus pacientes a levitar acostados sobre divanes imaginarios.
Fueron surgiendo diversos templos y devociones, como la "Basílica de Saint-
Jacques de París", cuyos fieles, los "discípulos de Saint-Jacques", se caracterizaban por
decir, al final de cada sesión, la siguiente oración: "En el nombre del Padre, del hijo y
del significante". Para ellos existía una santa trinidad compuesta por lo real, lo
simbólico y lo imaginario. ¿Cómo cobraban las sesiones estos analistas? Sostenían
que, desde el inicio de los tiempos se llevaba a cabo una interminable batalla entre el
GOCE y el ANÁLISIS. Cada paciente era territorio a ser conquistado, y la única manera
de vencer al diabólico Goce era con dinero, pagándole al analista la décima parte de lo
que se producía (no en sesión, claro). Este pago se conocía con el nombre de diezmo, y
se fue dejando de lado cuando el porcentaje fue elevado mucho más allá del diez por
ciento. Según este dogma, cuanto más se pagaba, más cerca se estaba de la Cura Final,
de atravesar el objeto "a" que les permitiera alcanzar el cielo del alta.
En su práctica clínica estos analistas estimulaban el culto a unos íconos
inconscientes a los que denominaban "Santos Imagos", tal vez como continuación del
famoso mito de los "Reyes Imagos", que venían cada 6 de enero trayendo pacientes
para todos (hoy en día, sólo los niños se creen esto; los demás ya saben que los Reyes
Imagos son los supervisores, docentes, analistas, y demás analistas, que derivan
pacientes). En algún momento de la Edad Media surgieron los iconoclastas, que
sostenían la teoría significante pero no deseaban subordinarse al poder central. Hubo
un cisma, y quedaron divididos. Allí fue cuando el Sumo Pontífice Alain I lanzó las
"causas freudianas", conocidas históricamente como Cruzadas, en las cuales los
analistas se lanzaron a convertir infieles a la causa de Saint-Jacques.
Pero no fue la de Saint-Jacques de París la única escuela surgida. Hubo otros
templos, como "Saint-Anne", en el que se enseñaba al paciente a cuidar de sí mismo y
de sus objetos religiosos. Cada uno rezaba por la conservación de su Yo (self). El
problema es que, cuanto más fortalecidos estaban los pacientes, mejor se sentían, y
más se resistían a pagar, ya que veían en el dinero otro de sus objetos a ser
custodiados.
En Gran Bretaña, Melanisbury, hubo una particular experiencia. En el templo
psicoanalítico se enseñaba a los pacientes a reparar objetos, y éstos pagaban con sus
trabajos y gratitud. Esta armonía provocó la envidia de Robin Cooper Hood, quien
encabezó una revolución antipsicoanalítica que les quitaba a los ricos el dinero de los
honorarios y se lo daba a los pobres para que éstos también pudiesen acceder al
tratamiento.
En la Edad Media se instituyó, además, una peculiar forma de pago del
tratamiento. Ocurre que en esta época de feudalismo y vasallaje se estableció el
"derecho consuetudinario", vale decir, se le paga al señor feudal el derecho por utilizar
un servicio, se utilice o no. La misma práctica se incorpora al psicoanálisis, pagándose

17
las sesiones que se utilizan y las que no.5

La Edad Moderna

El Renacimiento de todas las ciencias incluye también al psicoanálisis. El


analista deja de ser visto como un Dios todopoderoso al que había que pagarle
religiosamente, para ser visto como un genio inventor extraordinario al que hay que
pagarle por lo brillante que es. Es ésta la época de Miguel Ángel, Rafael, Leonardo Da
Vinci (autor del genial relato de anticipación "Un recuerdo infantil de Sigmund
Freud"). Los psicoanalistas dejan los templos y se instalan en las cortes. Trabajan para
reyes, príncipes y señores burgueses, reemplazando a consejeros, primeros ministros y
bufones, según el caso. Cobran bien, y el único riesgo que corren es que su paciente
pierda la cabeza, literalmente. Los señores escuchan a sus analistas, y todo se
intelectualiza. Los príncipes se reúnen a discutir de geopolítica, y uno le dice a otro:
—Deseo la mano de vuestra hija, para unificar nuestros reinos.
—En realidad —le responde el otro—, tenéis un vínculo homosexual reprimido
para conmigo, Su Alteza, que se resolvería mediante una transacción entre el deseo y
la defensa casándose con mi hija, que tanto se me parece.
—¿Qué os ocurre, Su Majestad? —replica el primero—. ¿Acaso os habéis
vuelto loco? ¿No sabéis que toda interpretación fuera de contexto es una agresión?
Y así empezaban las guerras, todo por ahorrar unos pesos y no hacer una buena
terapia grupal.
El que se la pasaba cambiando de analista era Enrique VIII de Inglaterra.
Cambió seis veces. Cada vez que lograba separarse o mandaba matar a su mujer, le
agarraba una culpa tal que, identificando al analista con la mujer eliminada, no podía
volver a tratarse con él. Finalmente, se dio el alta y creó su propia escuela, la del
análisis anglicano. Esto trajo problemas para los ingleses, que estaban acostumbrados
a otras teorías, y tuvieron que cambiarlas siguiendo la ley de la época: "La teoría del
rey es la teoría del país".
La filosofía estaba en constante evolución. La Tierra había dejado de ser
considerada el centro del universo narcisista, para ser un planeta más, que gira
alrededor del Sol junto a sus planetas hermanos. El descubrimiento de América abre
un nuevo mercado y los analistas vienen con la espada y los libros de Freud a
interpretarles los sueños a los aborígenes, destruyendo, según la leyenda, una
importante cultura "psi" ya existente. El jefe "Nube Simbólica" de la tribu "Psique-
Psique" da cuenta de esta situación en su texto, incluido en este volumen, "Acerca de
cómo los Curapálidas reprimir a los Catexias". Dice, entre otras cosas: "Algunas
culturas, como los incas en Perú, los castratecas en México y los esquizontes en
Canadá, habían desarrollado importantes mecanismos de defensa. Otras tribus, en
cambio, habían superado esto y ya estaban cerca del alta".6
Los analistas europeos tomaron las riquezas aborígenes a cambio de divancitos

5
El derecho consuetudinario ha sido en general abandonado, salvo por el psicoanálisis.
6
Véase Ello-yo-Popol Vuh: las tres instancias psíquicas, por Psicocatepetl Hurtado
Alostoltecas (ed. Tenochtitlán, París). La escisión del yo, el caso Tupac-Amarú, por
Gonzalo de Latesta Dadavuelta (Ediciones del Virreinato, Indias Occidentales).
18
de colores (el diván era desconocido en América; se usaban, para los análisis, hamacas
paraguayas). Si los aborígenes no aceptaban las interpretaciones por las buenas, los
obligaban. Así se fue estableciendo una dependencia que ya lleva cinco siglos.
Pero volvamos a Europa, continente que siempre quise conocer. Es ésta la
época en que, en Francia, reinan las catorce escuelas absolutistas. La neurosis del rey
era, por ley, la neurosis del pueblo, que sólo podía elaborar sus síntomas si el monarca
los iba elaborando a su vez. Eran tiempos duros para los analistas, más de uno perdió
la cabeza. Además, el pueblo era muy pobre y no podía pagar las sesiones, lo que, por
otro lado, no tenía sentido hacer ya que estaba prohibido curarse si el rey no se curaba.
Así fue naciendo la resistencia, movimiento partidario de la república que sostenía la
igualdad de todos los ciudadanos ante la neurosis, y organizaba atentados para que el
monarca no llegase a sesión, la tuviese que pagar igual y terminase con culpa. Cuentan
que, durante la toma de la Bastilla, varios analistas formaron parte de las tropas
atacantes, al grito de "Oralité, analité, genitalité!"7, exigiendo a los defensores el pago
de las sesiones adeudadas por la Corte.
La Reforma Protestante también afectó el pago de las sesiones analíticas. Ahora
los honorarios no los indicaba Dios, sino que se ajustaban según el costo de la vida.
Esto, lejos de perjudicarlos, favoreció a los analistas, ya que eran épocas de muchas
guerras, y vivir costaba carísimo.

Los prefreudianos

A fines de la Edad Moderna se empezó a difundir por todo el mundo la teoría


de que estaba próximo a ocurrir un acontecimiento que cambiaría, de allí en más, la
historia del psicoanálisis. Muchos tomaban este rumor con escepticismo, otros lo
negaban, otros ironizaban, y un grupo de filósofos comentó: "Que cambie la historia a
nadie le importa, mientras que no cambie la teoría". Pero hubo un conjunto de
hombres que se dedicaron a esparcir la noticia a lo largo y a lo ancho del planeta: "El
Creador del psicoanálisis está próximo a nacer", decían, para luego continuar: "Y
vendrá él, y todo cambiará, y se recostarán el rico y el de clase media, y buscarán
alivio para su angustia, y él se los proporcionará". Estos analistas no cobraban las
sesiones, aceptando lo que el paciente quisiera pagarles, y por tal motivo fueron muy
perseguidos por los ortodoxos de la época. Sin embargo, tan complacientes con el
pago no eran estos "prefreudianos", ya que antes de percibir sus honorarios solían
advertir: "Dad y se os dará, pagad y se os interpretará"; "El que esté libre de
resistencias, que tire la primera asociación"; "Bienaventurados los neuróticos, porque
de ellos será el reino del psicoanálisis"; "Antes pasará una representación de un
camello por el símbolo de una aguja que obtendrá el alta un obsesivo-retentivo". Con
estos manejos recorrían las instituciones psiquiátricas, filosóficas y teológicas, no
obteniendo respuesta en las dos primeras, pero recibiendo la mayor de las atenciones
en las últimas, donde varios de sus miembros decidieron seguir a estos analistas, con el
objeto de matarlos por herejes y sacrílegos. Difícil era la vida para los prefreudianos
del siglo I a. F., también llamado "siglo XIX de la civilización occidental".

7
Esta consigna tiene aún hoy gran popularidad entre los analistas franceses, que la
siguen utilizando cuando tienen que decir algo.
19
Fue ésta una época de grandes avances y de retrocesos mayores aún en
filosofía, psicología y biología. Uno de los métodos en boga era el de la introspección,
o sea la investigación del interior de uno mismo. Este método tenía la ventaja de ser
muy accesible, ya que nadie se proponía a sí mismo honorarios que no pudiese
pagarse. De este punto parte la discusión, ya en el campo psicoanalítico, acerca de lo
beneficioso o no del autoanálisis. Los detractores sostienen, entre otros argumentos,
que, si creemos que el psicoanálisis debe ser caro, es fácil darse cuenta de lo inútil de
esta modalidad. Los defensores, por su parte, sostienen que esto es una falacia, ya que
uno mismo puede aumentarse los honorarios hasta límites increíbles, sabiendo,
además, que se los va a pagar puntualmente o va a ser pasible del autorreproche, que
es la peor forma que se conoce del reproche. También comenzó a difundirse la
reflexología, que impulsaba un nuevo y revolucionario concepto en el pago de
honorarios: una vez por mes el analista hace sonar un timbre, y el paciente, por acto
reflejo, mete la mano en su billetera (la del paciente, claro), y saca los billetes
adecuados para pagar el tratamiento.
La escuela de la Gestalt, por su parte, también hace su aporte a la cuestión del
pago en psicoanálisis. Su consigna fundamental: "El todo es más que la suma de la
partes", es repetida y utilizada por muchos analistas para explicarles a sus pacientes
por qué deben pagar todas las sesiones correspondientes al mes y no sólo aquellas a las
que concurrieron efectivamente. Vemos así cómo una escuela muchas veces
vilipendiada en círculos posfreudianos, hizo un importante aporte.
En filosotía, como sabemos, se había superado la teoría de Descartes, que,
basado en la duda metódica, hacía que el analista se interrogase acerca de la existencia
misma del paciente y lo resolviese con la frase: "Paga, luego existe". Kant propone el
pago como imperativo categórico del tratamiento, a partir del siguiente pensamiento:
"Si todos los terapeutas atendiesen gratuitamente a todos sus pacientes, deberían
buscarse otro trabajo como medio de vida", lo que evidentemente contraría las leyes
sociales, al menos.
Llegamos luego a Hegel y la dialéctica. El analista propone honorarios (tesis),
el paciente explica por qué no puede pagarlos (antítesis) y luego llegan a un acuerdo
(síntesis) igual a la tesis inicial. Es Hegel quien sostiene que "un paciente paga como
asocia", lo que será luego modificado por Marx con su célebre formulación: "un
paciente asocia como paga".
Y hablando de Marx, es menester destacar el aporte que este pensador realiza al
pago del psicoanálisis. Sus detractores dicen que Marx no aportó nada al psicoanálisis,
ya que, al no haberse analizado, jamás pagó honorario alguno. Sin embargo, fue él
quien acuñó la frase "Un fantasma recorre Europa" en relación con la fantasía
inconsciente acerca de un próximo movimiento revolucionario que tanto preocupaba a
los habitantes del Viejo Continente, llevándolos a tomar decisiones desesperadas,
como la de analizarse. O sea que el aporte de Marx fue crucial. Él es también quien
explica cómo, frente a una asociación del paciente, el analista extrae un plus de
sentidos al que llama "plusvalía".
En un trabajo más extenso se podría comprender el especial contexto teórico,
histórico y hermenéutico que rodeaba a los prefreudianos del siglo XIX. Tal vez algún
analista actual vea en estos predecesores de Freud la semilla de la posterior
dogmatización del psicoanálisis. Es posible que alguno pesquise en Jung, Adler, o aun
en Alain Supositoire alguna influencia de "Juan el Hermeneuta", aquel que recorriera

20
Europa interpretando sueños y perdiera su cabeza allá por la Revolución francesa. En
tal caso, recomiendo a estos investigadores una lectura más profunda antes de
decidirse a dar a conocer semejantes disparates.

Freud y después

De Freud para acá, es todo historia conocida. Y si usted ignora esta parte del
relato, lo espero en mi consultorio. Acepto tarjetas de crédito, dólares y valores varios.

21
Un típico caso de paranoia y las
especulaciones teóricas
pertinentes ("caso Erika")
DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN
TEXTO ESTABLECIDO POR: RUDY

Prrróloco

El sekimiento de éste kaso cllínnico me ha llevado a plantearrr algunas dudas,


lo kie me hitzo sentirr muyy ancustiada, al punto tal kie estuve pensando serriamente
la posibilidad de psicoanalizarrrme, tal como me lo sugirrierra varias veces mi colega
y amigo herr prrofesorr Karl Psíquembaum.
Lueco de haberr kónsultado a varrrios kólegas, ninguno me convenció, ya quié,
dada mi condición de experrimentadísima psikanalista, requerrirría un prrófesional
de kran experriencia, adecuados conocimientos y kie no me kobrarra honorrarios.
De modo kie, finalmente, decidí kie la amustia erra contrratrransferrencial, y
se debía a cierta proyección de mi paciente, kie prrovokaba una térrrrible pikazón en
mi pecho cada vez kie comenzaba una sesión de su tratamiento.
Este piekazón de mi pecho bueno, erra, en realidad, la kausa de mi ancustia y
muís dudas. ¿Erra una sómatizacion mía?. ¿Erra una proyección? ¿Errran pulkas?
¿¡Errran piojos!? ¿¡Errra sarrrrrrrna!'?
A falta de analista, kónsulte con un derrrmatólogo, kien me explico kie erra
una problema psíkiko, y me recomendó un analista parra mí y otrro parra mi paciente.
No le hice caso y seguí investigando.
Fynalmente krrreio haber descubierrto serrrios elementos quie sin duda
énriqueceran la teorría psikanalítica, laprráctika y la klínica, porr lo kie decidí
publicar este kaso.
Kónvencida porr mis amñigos, he kóntratado un kórrektor para kie adekue el
texszkto de este caso a la órtocrafiya castellana.

Las entrevistas

Nunca voy a olvidar la primera entrevista con Erika.1 Tampoco voy a recordarla
nunca, porque me provoca escalofríos. Erika llegó sin que yo lo notase, pues estaba
durmiendo la siesta en mi sillón favorito, que, casualmente, es el mismo que utilizo
para atender.
En un momento dado desperté y la vi sentada junto a mí, lo que me hizo lanzar

1
Así decidí llamar a mi paciente para mantener el secreto profesional. En realidad, se
llamaba Dora.
22
un contratransferencial aullido de terror. Esto me hizo pensar que Erika tenía mucho
miedo a su primera entrevista conmigo; que por dentro estaba sumamente asustada,
aunque parecía estar de lo más tranquila.
Me refregué los ojos y bostecé, también contratransferencialmente. Erika
intentaba tapar su terror mostrando aburrimiento.
"Típico caso de paranoia", pensé. "Erika disimula terror con aburrimiento y lo
proyecta en mí."
Me maravillé por mi rapidez diagnóstica y decidí aumentar los honorarios, dada
mi eficacia profesional. Luego recordé que Erika estaba presente y le pregunté su
nombre.
—Dora —me dijo.
"Típico caso de fijación histérica", pensé. Ella dice llamarse Dora como la
famosa paciente de Freud que inspiró el "caso Dora"2, pero para mí que se llama
Eduviges.
Decidí llamarla Erika.
—¿Qué edad tiene, Erika? —le pregunté.
No me respondió.
Su silencio era por demás elocuente. Erika estaba angustiada frente a este
nombre impuesto por mí, tal como la angustiaba cualquier tipo de norma, límite o
regla impuestos por la sociedad, que se le tornaba totalmente persecutoria.
"Típico caso de paranoia", volví a pensar.
Erika permanecía en silencio, tal vez esperaba algo de mí. Yo también
permanecía en silencio, como esperando algo de ella. Al fin y al cabo, ella era mi
paciente y nadie la había obligado a venir.
"Típico caso de primera entrevista", pensé.
Decidí que esta competencia de "quien se queda más tiempo sin hablar, gana"
no tenía sentido3 y opté por hablar yo.
—¿Qué le ocurre? —pregunté.
—¿A quién? —respondió.
Su respuesta era por demás elocuente. Típico caso de paranoia, insistí; la
paciente se escinde de la pregunta cual esquizofréniza, proyecta hacia otros como
paranoica, permanece indiferente cual histérica, y evita responder a la mejor manera de
una fóbica.
"Típico caso complicado", pensé.4 Erika, con su silencio y sus respuestas
esquivas no ayuda a mi labor interpretativa, lo que puede pensarse como una clara
resistencia a nivel transferencial. "Vaya una a saber quién soy yo para el inconsciente
de Erika", pensé. "Vaya una a saber quién soy yo", seguí, presa de una crisis de
identidad en la que Erika me metía, tal vez proyectando transferencialmente su propia
crisis de identidad.
Decidí dar por terminada esa entrevista. Miré mi documento para recordar mi

2
Que, en realidad, no se llamaba así.
3
Algunos analistas ortodoxos sí les otorgan sentido a estos verdaderos "torneos de
resistencia", en los que demuestran tener aun más resistencia que el paciente. Conozco
un caso en el que, luego de tres años de silencio, el analista decidió reclamar sus
honorarios, y el paciente, que era mudo, abandonó el tratamiento. No era sordo.
4
En realidad, lo único claro es que el de Erika es un caso típico.
23
nombre, y me volví a dormir.

Segunda entrevista

A la segunda entrevista Erika no vino.


Me senté a esperarla en el horario convenido y, pese a la somnolencia que me
aquejaba, intenté pensar acerca de lo que había ocurrido en la entrevista anterior5 y
llegué a la conclusión de que algo le pasaba a Erika. Algo le debía estar pasando, por
lo cual no venía, y debía ser algo muy grave; sólo así podía comprenderse su ausencia
en este momento en el que tanto necesitaba mi ayuda. Mi agudo olfato profesional me
hizo oler algo muy raro. Me dirigí hacia la cocina de mi casa y apagué el horno que
había dejado encendido por error, dentro del cual había una torta quemándose.
"Esta torta", pensé, "bien podría ser Erika, quemándose simbólicamente a causa
de que yo la dejé abandonada en el horno, a lo que ella respondía ausentándose. Típico
caso de paranoia".
Esta brillante interpretación fue interrumpida por un bostezo. Otra vez los
aspectos simuladores de Erika intentaban llenar la escena de sueño para evitar la
angustia.
Fue en ese preciso momento cuando me empezó a picar el pecho bueno, lo cual
me llamó poderosamente la atención e hizo que dejara de preocuparme por la ausencia
de Erika. Se me ocurrió que ella trataba de compensarme de su ausencia con la
picazón, proyectándola en mí. Otra típica proyección paranoica —por lo demás,
terriblemente molesta—. Decidí dar por terminada la segunda entrevista.

Tercera entrevista

Llegada la hora de la entrevista de Erika, ella no vino, pero la picazón de mi


pecho se hizo presente. Comencé a preguntarme qué aspecto del inconsciente de Erika
podía estar jugando en este síntoma que se reproducía contratransferencialmente en mi
cuerpo. Llegué a la conclusión de que se trataba de una "imago picarona", pero sólo
como hipótesis.
Le interpreté a Erika que por algún motivo le resultaba muy difícil venir6, como
tal vez le había resultado difícil esperar a que su madre le diera de mamar cuando ella
lo solicitaba con urgencia. La interpretación dio en el blanco, pero Erika no estaba allí.
La única respuesta fue el silencio. Yo opté por tomar este detalle como un dato más, y
como un elemento resistencial a tomar en cuenta. Propuse trabajar dos veces por
semana y, como Erika no respondió, interpreté su silencio como acuerdo.
Recordé las palabras de mi amigo y colega Karl Psíquembaum7: "Es frecuente
que los pacientes ausentes no respondan a nuestras interpretaciones".
Pero Erika fue más allá. Se quedó en silencio durante todo el contrato, lo que
pudo haber tenido graves consecuencias en su tratamiento si yo no lo hubiese tenido en

5
Para evitar pensar en su ausencia. Me ponen muy triste las ausencias.
6
Diría que imposible.
7
No deseo aclarar en qué circunstancias me lo dijo.
24
cuenta.

El tratamiento

Durante las primeras sesiones siguió manifestándose la terrible picazón del


pecho bueno que coincidía con el lapso correspondiente a la sesión de Erika. Ella, por
su parte, no vino nunca.
Es claro que Erika trataba de evitar que yo me angustiara, lo que en realidad era
una manera de evitar, identificada conmigo, su propia angustia frente a su madre
ausente cuando ella, bebé, quería mamar.
Sólo así podía entenderse la constante picazón que me aquejaba y la
permanente ausencia de Erika, que, por lo demás, ni siquiera venía una vez por mes a
pagar mis honorarios. Parecía ignorar mi existencia. Más de una vez, dada la elevada
suma de dinero que me debía, pensé en suspender su tratamiento.
Pero en esos momentos la teoría acudió en mi ayuda y reconocí que eso hubiera
sido un acto psicopático, un acting, sería repetir una escena traumática infantil, el
abandono de una beba, tal como lo había hecho su madre8.
El tratamiento de Erika prosiguió su accidentado curso.

Fragmento de una sesión

Rasc-rasc. Froto mis uñas contra mi pecho. El escozor calma. Le pregunto a


Erika:
—Así que tampoco has venido hoy, ¿eh?
Erika sigue sin responder, sin venir, sin nada. Opto por llamarla por su nombre
de pila, Dora9, y hasta "Dorita", o "querida Dorita", pero no obtengo respuesta.
El silencio ausente me hace sospechar un mutismo esquizofrénico, pero mi
experiencia clínica me dice que debo esperar, que debo respetar el tiempo de esta
paciente, y que algún día volverá. Yo no debo ser una madre castradora, ni una abuela
represora, ni una tía autoritaria, ni siquiera una vecina chismosa.
"Típico caso de paranoia", volví a pensar. Evidentemente, mis pensamientos se
repetían merced a la red transferencial tejida por Erika, y al sueño contratransferencial
que me invadía. Di por concluida la sesión.

Fragmento de otra sesión

La sesión comienza en silencio. Hoy se cumplen 234 sesiones sin que Erika
haya concurrido a una sola. La picazón es muy grande y me tienta rascarme. Estoy

8
Y la mía.
9
Un colega me señaló una posible explicación del caso, mediante una condensación
del nombre "de pila, Dora" con "depiladora", y me dijo que tal vez ése fuera el trabajo
de Erika, y que, al tener que trabajar en su horario de sesión, no pudiese venir. No lo
creo; es muy complicado.
25
segura de que Erika no lo notará si lo hago; claro, no se dará cuenta a nivel consciente,
pero ¿y lo inconsciente? ¡Ah, ésa es la pregunta! Es claro que a nivel inconsciente
Erika percibe que me pica y, peor aún, si me rascara, lo tomaría como un hecho
compensatorio a consecuencia del daño que ella, en su fantasía proyectada, le
infligiera a mi pecho, que en realidad es el pecho de su madre, que en realidad es su
propio pecho, que en realidad es un pecho pero no se sabe de quién es... Perdón,
¿alguien vio un pecho por ahí?
"Típica situación esquizo-paranoide", pensé. Decidí no rascarme, verbalizar la
transferencia en lugar de actuarla.
—¿Te molesto si me rasco? —le pregunté, interpretando su angustia.
Erika se mantuvo en total, hermético silencio. Sin embargo, la interpretación
trajo cierto alivio, ya que, después de verbalizarla, me rasqué durante varios minutos,
con la consecuente disminución de mi picazón.
Erika permanecía indiferente. En realidad, no permanecía.
Di por finalizada esta sesión.

El seguimiento

Seguí investigando el caso y mis asociaciones sobre Erika me ayudaron a


aproximarme a sus fantasías inconscientes.10
—¿De modo que tú ves en mí a una madre que no te alimenta? —deliré.
El silencio de Erika, más que elocuente, fue silencioso. Una vez más mi
interpretación había dado en la tecla, aunque yo no sabía en cuál. Lo importante es que
la picazón cedió.
Era evidente que Erika proyectaba transferencialmente hacia mí la bronca hacia
la madre que no la alimentaba. Era algo así como: "Yo la odio (porque no me da de
mamar) —> Ella me odia —> Yo me rajo".
(Creo innecesario destacar que se trata de un caso típico de paranoia. A esta
altura del relato, los lectores avispados ya se habrán dado cuenta.)
Erika se sentía perseguida por su madre y, transferencialmente, por mí. Para
evitar ser dañada, y, proyectivamente, dañarnos, se ausentaba, tomaba distancia, se
borraba.
Una vez más, había acertado. Me felicité y prometí gratificarme con una
porción de torta de chocolate ni bien finalizara la sesión. Le comuniqué todo esto a
Erika, menos lo de la torta, y ella no me respondió. "El que calla, otorga", pensé.11
Le di el alta a Erika, ya que habíamos resuelto los nudos más complejos de su
personalidad, pero, así como no había venido, tampoco se fue.
Por ese motivo hubo que dedicar algunas sesiones al duelo por la finalización
del tratamiento. Más que algunas sesiones, fueron varios años, ya que Erika
continuaba sin irse. Finalmente, opté por citar a otro paciente en el horario de Erika.
Éste se recostaba en el diván sin notar la ausencia de Erika, y así se fue elaborando el
duelo.

10
Tuve que usar mis asociaciones, porque no disponía ni siquiera de una de Erika.
11
Frase tomada del refranero psicoanalítico. (Cfr. Jean-Delaparole: Les refrans et sa
relation avec l'inconsdence.)
26
Epicrisis

Casos como el de Erika no se presentan a menudo en nuestra práctica.


Ausencias que dicen todo lo que una posible presencia podría ocultar. Relaciones
transferenciales persecutorias e interpretaciones que caen en el vacío total. A veces, los
poetas se adelantan, con sus fantasías, a la ciencia. Vean, si no, esta frase de Pablo
Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Podría adaptarse
perfectamente al caso Erika, aunque aquí diríamos: "Cuando estás ausente, callas".
Erika, la ausente; Erika, la perseguida; Erika, la que en realidad se llamaba Dora, o
Eduviges, o, por qué no, Epicrisis.
Erika buscó una salida histérica a una paranoia, haciéndose llamar Dora.
Cuando mi brillante interpretación de la primera entrevista puso esto al descubierto,
mostró lo que en realidad era, un ser vacío, ausente, abandonado, que proyectaba esta
situación abandonando a los demás.
Es difícil trabajar con estos típicos pacientes paranoicos, porque a menudo
interrumpen el tratamiento.
De todos modos, caben unas últimas reflexiones sobre la problemática de Erika.
Sin duda, la madre la trataba como si ella estuviera ausente, no acudía a sus llamados
pidiendo ser alimentada, le daba lo mismo que Erika estuviera o no. Del padre
podemos decir que Erika no lo mencionó nunca, lo que nos habla de una figura ausente
que, junto a la madre abandónica, lleva a esta joven a una problemática edípica que la
conduce a la paranoia.
Nunca más supe nada de Erika.

Apéndice del doctor Jean-Jean Dusignifiquant

Para comenzar, diré que me parece extraordinario el relato de la doctora


Traumengarten, colega con la que tengo el gusto de compartir cursos, conferencias y
pacientes.
Su transcripción es de un discurso vívido, que transmite totalmente lo por ella
sentido durante el caso, al punto tal que los bostezos que ella dio al comienzo de la
primera entrevista me fueron transmitidos a lo largo de todo el relato, impidiéndome
en algún momento seguirlo atentamente.
La claridad con la que nos muestra lo ocurrido a Eduviges (¿por qué llamada
Erika? Es totalmente arbitrario) es, por momentos, brillante, y en los otros momentos,
tal vez los más extensos, no.
Un primer detalle que quisiera articular es el hincapié que hace la doctora en la
contratransferencia. Más que hincar el pie, lo mete hasta el fondo. Esto la lleva a
considerar válidos un montón de señalamientos e interpretaciones realizados a una
paciente que, en realidad, no estaba allí, no existía como paciente, no asociaba, ni
nada. ¡Ni siquiera daba cuenta de los honorarios!
Por otro lado, es por demás elocuente la omisión de un detalle que cualquier
alumno de primer año de mi escuela hubiera advertido: la metáfora.
¿Qué otra cosa, sino la metáfora, nos permite conocer a Eduviges?

27
Eduviges se fue. Eso quiere decir que "se las picó". Se las picó bien picadas, y
este irse, al no ser verbalizado por la analista, es el motivo de "la picazón" que aqueja a
la doctora en el pecho por ella llamado "bueno". El irse simbólico no verbalizado
vuelve entonces desde lo real del cuerpo de la analista.
Si esto hubiera sido dicho, nada hubiera pasado.
Quiero terminar mi intervención volviendo a señalar la riqueza de este relato, y
agradeciendo a la doctora Traumengarten por llamarme para que le señalara los
errores, humildemente.

Apéndice del doctor Karl Psíquembaum

No creo que sea correcto titular de esta manera este trabajo, pues, para hacer
honor a la verdad, mi apéndice lo he perdido en una operación, cuando contaba con la
tierna edad de diez años. Pero vayamos al trabajo. He leído con particular
detenimiento el texto de la doctora Traumengarten, colega y amiga, y la no menos
brillante acotación del doctor Dusignifiquant, no menos colega ni amigo. ¡Cuán
brillantes me resultan ambas ponencias! ¡Qué orgulloso me siento de que hayan
seguido mis enseñanzas! Sin embargo, hay ciertos detalles que escapan en este "Caso
Ernestina" (¿por qué llamada Eduviges, o Erika?) a la preclara intuición y
profesionalísimo accionar de ambos colegas.
Anafreudiana no se preocupa porque Ernestina se haya ido, y repite de alguna
manera lo que ella misma denuncia en la epicnsis: se hace cargo, en la transferencia,
del rol de madre a la que no le importa si su hija está presente o no.
Jean-Jean denuncia algo semejante a esto, pero remite toda la picazón, síntoma
sin duda peculiar, a una mera metáfora: "Yo me las piqué, ahora a ti te pica", redice el
brillante analista francés. Pero la picazón que aquejaba a Anafreudiana era
insoportable, y nada metafórica. Le picaba en serio, según me comentó.
Pensemos un poco. ¿Qué es la picazón?
La definición nos lleva a separar dos componentes. Por un lado, el “prurito”,
aspecto que simboliza la represión. "Prurito" se usa vulgarmente como sinónimo de
"prejuicio": "No hice tal cosa por prurito", se dice.
Por el otro lado, es una sensación de escozor que invita a rascarse. Es una
sensación relativamente agradable, relativamente molesta, más suave en todo caso que
el dolor. Hay suavidad, placer, dolor y tensión en la picazón, sobre todo si se debe
esperar para poder satisfacerla, como en este caso. Se produce cada vez más placer,
tensión y molestia, hasta que de pronto, con gran placer, cede. Además, "invitación",
término que le otorga una cualidad "compartida" a la picazón. Uno invita, otro rasca.
A esta altura de los hechos y la teoría, no podemos dejar de otorgarle a la
picazón un contexto sexuado. O sea, la sensación de Anafreudiana era claramente
sexual, ubicada en su pecho bueno.
Pero el caso es que los pechos son dos, y si a ella le molestaba uno solo, bien
podríamos sospechar que en realidad no era el pecho a lo que inconscientemente
afectaba esta "picazón" (que a esta altura bien podríamos denominar "calentura").
Si aplicamos la ecuación pecho = pene, asociados además por la silaba “pe” con
la que ambos comienzan, resulta que la doctora Traumengarten sentía claros deseos de
penetrar a su paciente (calentura inconsciente en su pene, del cual ella carece, pero su

28
inconsciente no lo sabe). Anafreudiana estaba entonces enamorada de Ernestina, y le
resultaba, como a cualquier otra enamorada, insoportable la ausencia de su amada.
Así, la espera de Anafreudiana se entiende como la de una amante desesperada
que sufre su soledad.
Debo destacar finalmente la excelente calidad de este relato, que lleva a la
discusión psicoanalítica a su más alto nivel.

29
Algunos apuntes acerca de la
técnica
JACOB FREUDENLERNER

Prólogo

La carrera del psicoanalista es ardua y no siempre se llega a alcanzar la meta


deseada o a alcanzar al paciente que huye sin haber pagado los honorarios. Para
facilitarla, los analistas tenemos ciertos recursos técnicos.1

Encuadre

Es fundamental tomar las medidas del consultorio antes de ir a comprar el


diván, porque puede ocurrir que después no haya sitio para ubicarlo, o lo que es aún
peor, que no entre por la puerta. El retrato de Freud no debe estar demasiado cerca del
de la madre del analista: algún paciente puede confundirse y pensar que son pareja.
Tampoco deben colocarse velas debajo del retrato de Freud, o al menos hay que
sacarlas cuando entran los pacientes, ya que el psicoanálisis se caracteriza por ser una
ciencia laica.
Otros retratos que deben evitarse son el del abuelo del analista enojado o
durmiendo (por más que sea la primera a foto que el analista sacó en su vida y esté
orgulloso de ella), ni la del tío esa vez que lo pescaron con la vecina de al lado, ni la
del analista en su primera polución nocturna, o en pose napoleónica. En todo caso, sí
se podrá colgar el diploma, en caso de que la madre del analista le permita sacarlo del
living de la casa paterna, y si no, siempre queda el recurso de atender en el living de la
casa paterna. Quizás un cuadro de autor (todos lo son), y nada más.

Los diez mandamientos de la técnica

UNO: El que paga siempre es el paciente. En ningún caso será el analista, ni el


supervisor, ni ningún tercero interesado en los derechos de adaptación teatral o
cinematográfica del tratamiento.
DOS: El paciente no sólo paga por las sesiones del tratamiento a las que concurre, sino
también por aquellas a las que no concurre, siempre y cuando las mismas formen parte
de su propio tratamiento, y no del de terceros.
TRES: Si el analista lo cree conveniente (y al inicio de la carrera es obligatorio),

1
Por ejemplo, cerrar el consultorio con llave y hasta que el paciente no nos pague, no
se va. Aunque, claro, esta estrategia podría fallar en un agorafóbico que con gusto se
quedaría a vivir en el consultorio de su analista, así que mejor volver a los recursos
ortodoxos.
30
supervisará su material clínico con otro analista más experimentado. No es
recomendable, en cambio, que los pacientes supervisen a sus analistas con otros
pacientes más experimentados.
CUATRO: El analista atenderá al paciente en la salud y en la enfermedad, en la riqueza
y en la pobreza (en tanto el paciente pueda pagar los honorarios) hasta que el alta los
separe.
CINCO: El analista fijará el domicilio del tratamiento y allí lo acompañará el paciente,
dentro de ciertos límites, como por ejemplo respetar determinado radio (si se va a otro
continente, la cosa se complica y el paciente tiene derecho a solicitar la interrupción
del vínculo por "incompatibilidad domiciliaria") y determinado número de mudanzas.
Si el analista se mudase después de cada sesión, el paciente podría alegar "demencia".
SEIS: Lo que Freud ha unido, no debe la resistencia separarlo.
SIETE: Todo lo que el paciente diga puede ser utilizado en su contra.
OCHO: Por más que le recen a Freud antes de dormir, comer o salir, eso no les asegura
la cura del insomnio, ni la delgadez, ni la erección, llegado el caso.
NUEVE: El analista no debe autodeclararse inefable, ni concurrir a sesión ataviado en
un atuendo papal.
DIEZ: Para un buen tratamiento, es útil que el paciente sepa la dirección del
consultorio.

Los "análisis"

Pero si nos referimos a la técnica, no podemos dejar de mencionar ciertos tipos


de desviaciones, variantes inexplicables —pero que las hay, las hay— de la práctica
psicoanalítica.

ANÁLISIS PROFANO: Es cuando el terapeuta no está habilitado profesionalmente, ya sea


por su título o por sus conocimientos, para ejercer el análisis.
ANÁLISIS PROAFANO: Es cuando lo único que busca el analista es el dinero del
paciente.
ANÁLISIS SILVESTRE: Es cuando se practica el análisis en un ambiente extraño al
mismo. Por ejemplo, en una selva.
ANÁLISIS POSTAL: Es cuando se practica el análisis por correo. Así lo hacía Freud al
inicio de su carrera, con Fliess.
ANÁLISIS DECO: El paciente es un excéntrico filántropo y decide que para decorar su
mansión no alcanza con flores y cuadros, que le vendría bien un psicoanalista que le
haga juego con el diván. Entonces contrata a uno y le paga a tal efecto.
ANÁLISIS DE MERCADO: Esta variante surge a partir del concepto lacaniano de
"demanda de análisis". O sea, el analista debe tener en cuenta la real necesidad de
análisis mostrada por el paciente, y decidir si lo tomará o no en tratamiento. Pero la
demanda de análisis tiene su contraparte, la "oferta de análisis". Aquí es el paciente
quien estudia las posibilidades, líneas, escuelas, y luego opta por la que le conviene
(hay analistas que ofrecen "tres sesiones al precio de dos" o " se curan dos, paga uno",
etc.). Del libre juego de la "oferta" y la "demanda" surgirá el "marketinc", o "análisis
de mercado".
ANÁLISIS CAMPESTRE: Es cuando el analista toma mate y usa bombacha y chiripá, las

31
supervisiones se llevan a cabo en la pulpería, y las sesiones se llevan a cabo mediante
payadas, en tiempo de milonga, como ésta:

PACIENTE:
Dígame usted, licenciado,
qué significa este sueño
porque por más que me empeño
no encuentro el significado:
soñé que yo estaba al lado
de una morocha de aquéllas
que era un miñón cinco estrellas
que acelera el corazón
y apareció otro chabón
que al final... se fue con ella.

ANALISTA:
Ya le interpreto ese sueño
de la morocha traidora
de la que usted se enamora
pero ella... tiene otro dueño.
Sabemos desde milenios
que los sueños de ese tipo
nos remiten al Edipo
que a todo el mundo acompleja
la morocha era su vieja
y su viejo... el otro tipo.

PACIENTE:
Me parece, licenciado,
que esta vez falló la bocha
mi vieja no era morocha
creo que se ha equivocado.
Es cierto que estoy atado
a mi mamá con cordón
la quiero de corazón
y ella siempre fue mi guía
¡la morocha era mí tía
y el tipo era Don Ramóoon!

ANALISTA:
Fíjese entonces, Conrado,
como yo tenía razón.
Hay deseo y represión,
no me había equivocado.
Usted puede haber buscado
mil palabras elocuentes
pero el discurso consciente

32
no va a engañar a este quía:
su mamá es como su tía
si hablamos del inconscieeente...

PACIENTE:
Usted dirá, licenciado,
que anda mal la transferencia
pero por más resistencia
esto ya no es de mi agrado
las sesiones he pagado
puntualmente, hasta en febrero
lo he escuchado con esmero
sin emitir una queja:
¡No se meta con mi vieja,
que eso es algo muy fuleroooo!

ANALISTA:
Usted no entiende, Conrado,
y esto es algo de importancia
yo me refiero a su infancia
hablo de un tiempo pasado
usté era un niño educado
que admiraba a los cowboys
y como diría Freud
reprimía sus deseos
y si le parece feo
dejamos, aquí por hooooy...

Estos versos, que bien podrían haber sido publicados en Martínc Fierro, las
aventuras de un gaucho que deja el tratamiento y huye a analizarse con los indios, nos
muestran sólo algunos aspectos de la técnica campestre. Para más datos,
recomendamos leer "La guitarra como objeto fetiche", "Sobre un tipo especial de
elección de chiripá" y "Pampa terminable e interminable".

Conclusiones

Los últimos párrafos de este mismo artículo ilustran lo que puede ocurrir
cuando se dejan de lado los recursos técnicos: se pueden armar verdaderas payadas
terminables o interminables, como en este caso. O bien, a que se rompa la armonía del
tratamiento, como en este caso. O, finalmente, a que alguien intente resumir los
recursos técnicos del psicoanálisis y falle, como en este caso.

33
Edipo y la religión monoteísta
(Dos ensayos y ningún acierto)
Edipo, hebreo

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

En una mesa redonda en la que he participado recientemente, un colega, el


licenciado León Neurotsky, se permitió inferir jocosamente la posibilidad de que
Edipo fuera hebreo y no griego como se lo registra oficialmente. El licenciado
Neurotsky dejaba entrever "que si Edipo hubiera sido hebreo, su madre se habría
llamado Raquel, y no Yocasta; que ella no hubiera estado satisfecha con la mujer que
su hijo eligió como esposa (ella misma, valga el recuerdo) y que le habría reprochado
amargamente que en todos esos años que Edipo estuvo ausente de Tebas jamás la
hubiese llamado por teléfono ni siquiera una sola vez para saber si ella seguía viva, y
que el hecho de que en esa época no hubiera teléfonos era una mera excusa, ya que un
buen hijo siempre se las arregla para llamar a su madre".
Las palabras del licenciado Neurotsky fueron socarronamente festejadas por los
concurrentes al evento, que no vieron en ese "chiste" la posibilidad que se abría de una
investigación "seria" al respecto. Ya Freud nos comentaba cómo los artistas solían
adelantarse a los científicos en vislumbrar nuevos descubrimientos. No sería raro
entonces que, estudiando este tema, el humor terminara dando al psicoanálisis una
nueva fuente de conocimientos, o viceversa.1
A partir de lo antedicho inicié un profundo estudio al respecto (la historia de
Edipo, no el material que el psicoanálisis le brindó al humor) y, a juzgar por los
resultados obtenidos, mis conclusiones han sido tratadas con consideración por mis
colegas. Las han considerado absurdas.
Organicé una reunión con la excusa de festejar que se había despertado la
doctora Traumengarten y sin que nadie se diera cuenta, en lugar del discurso alusivo al
caso, les leí mi informe sobre Edipo. Nadie se reía durante la lectura del texto, lo que
habla de la seriedad del caso. Sólo la doctora Traumengarten volvió a dormirse.
El éxito del plenario me ha decidido a exponer públicamente una serie de
hipótesis que me indujeron a pensar que Edipo en realidad era judío. Éstas son:

1
Con respecto a la primera posibilidad, el mismo Freud consideró al humor como una
de las expresiones de lo inconsciente y escribió un libro al respecto: El chiste y su
relación con el inconsciente. Hay quienes cuentan que estuvo a punto de escribir otro
artículo denominado "La interpretación de los chistes", texto del que finalmente
desistió al recordar el clásico apotegma psicoanalítico: "No hay nada peor que un
chiste explicado". Con respecto a la segunda posibilidad (o sea, "viceversa"), mucho
me temo que si mis hipótesis no llegan a buen puerto, mis detractores no perderán la
oportunidad de mofarse agudamente de mi persona.
34
1) Hay que comenzar diciendo que Edipo estaba mucho más apegado a su madre que a
su padre, y que fue ella quien decidió salvarlo cuando el padre decidió pedirle a un
sirviente que lo matase, según ciertas hipótesis, o que le hiciese la circuncisión2, según
historiadores cercanos a la teoría que yo mismo sostengo. Esta cercanía afectiva hijo
varón-madre, alimentada más por la progenitora que por el vástago, es uno de los
mitos circulantes acerca de la cultura judía. Para los que duden del apego materno-
infantil que aquí sostengo, sólo basta recordar lo que terminó haciendo Edipo con su
padre, y sobre todo lo que terminó haciendo con su madre.

2) Respecto de Layo, el nombre del padre edípico, no es gran cosa lo que de él


podemos decir. Lo único cierto es que no se veía muy contento en relación con su hijo,
y que frente a la menor travesura del pequeño, solía increparlo: "¡Vos me vas a matar
un día a mí!". También es ésta una frase característica de la cultura judía.

3) La tragedia edípica no está ubicada en alguna típica ciudad griega, digamos Esparta,
Atenas, Alejandría, sino en Tebas. No nos consta que existiera en Grecia ciudad
alguna con ese nombre. Donde sí existió una ciudad llamada así fue en el antiguo
Egipto, sitio del que casualmente huyeron los hebreos. Edipo bien pudo haber sido uno
más de los que huyeron con Moisés (quien, según Freud, no era hebreo sino egipcio)
para evitar que el faraón lo matase. Digamos con Freud que "si Moisés era egipcio,
bien pudo Edipo haber sido hebreo". Porque, por otro lado, si tomamos el significante
"Tebas", podríamos pensar que era simplemente una abreviatura, que el verdadero
nombre de la ciudad era "TEBAS-ASÍ-SIN-COMER-NADA", con lo cual la hipótesis
cierra, ya que es ésta una habitual expresión de las madres judías, lo que prueba la
importancia de la civilización hebrea en esa ciudad, de la que Sófocles mismo nos dice
es originario Edipo.

4) Hablemos ahora de Sófocles, puesto que, si Edipo era hebreo, cabe la posibilidad de
que su autor, Sófocles, también lo haya sido. Hemos de decir que en principio no
suena "Sófocles" como un nombre característico de la cultura judía. Pero bueno, ya
Freud ha especulado con la posibilidad de que "Moisés", nombre judío si los hay,
perteneciera en realidad a la cultura egipcia. Quiero decir entonces que, a priori,
debemos vencer el prejuicio que nos lleva a pensar que a partir de su nombre una
persona debe necesariamente pertenecer a cierta raza o religión. Pero, además, nada
descarta que en realidad Sófocles haya sido sólo un seudónimo que escondía un
nombre judío que comenzara con las mismas letras, pongamos por ejemplo,
"Sofovich". Bien podría ser que el dramaturgo Sófocles se llamara,
insistimos,"Sofovich", pero que se hubiera cambiado el nombre para escapar del
antisemitismo, o simplemente para tener acceso a ciertos estamentos del poder, o para
que fuera más fácil de pronunciar, o más popular.
En esta misma línea, Plauto pudo haber sido Plotkin, y Shakespeare (o Miguel

2
Como bien me lo hiciera notar Santiago Varela, ciertos traductores del griego antiguo
dicen que los términos de ese idioma para los conceptos "matar" y "circuncidar" son
semejantes. Por nuestra parte, desconocemos si en griego antiguo existía la palabra
"circuncidar" ("matar" seguro que existía; si no, pregúnteles a los espartanos),
desconocemos el griego antiguo y ni siquiera conocemos a un traductor.
35
de Cervantes Saavedra, que como murieron el mismo día nadie descarta que en
realidad fueran la misma persona) llamarse Shiker Perel (Perel el bebedor, en ídish), y
haber escrito obras como El mercader de Venecia que algunos perciben como
antisemita, al solo efecto de escapar del Tribunal de la Inquisición, cuyo antisemitismo
está debidamente comprobado. Casos de personas judías que hayan adoptado un
seudónimo autoral o actoral hay muchos en la historia.

5) Otra pequeña pero no por ello menos interesante prueba que nos conduce hacia la
condición judía de Edipo es la vida nómade y errante que llevó, al menos en la primera
etapa de su vida, hasta que se estableció en Tebas como rey y progresó. Expulsado por
su propio padre, fue adoptado y llevado a otra ciudad, de la que huyó cuando un
adivino le profetizó que mataría a su padre (que él creía era el adoptivo). Edipo vagó
por aquí y por allí, sin patria, los Estados Unidos aún no existían, Israel sí pero había
guerra, y él dudó, hasta que finalmente un día volvió a la tierra de sus abuelos (al
menos la de sus padres). Si ésta no es una típica historia de judíos, mucho me
equivoco.

6) La última pero tal vez la más convincente de las pruebas para aquellos que, por
cualquier motivo, no estén lo suficientemente convencidos con los cinco argumentos
ya ofrecidos: cuando Edipo se enteró de su gran tragedia, la que se murió fue la madre,
Yocasta. ¿No es esto prueba fehaciente de la condición judía de Edipo? Recordemos
aquel viejo dicho según el cual una madre italiana le dice a su hijo: "Si no tomás la
sopa, io ti amazzo (te mato)", mientras que una madre judía dice "Si no tomás la sopa,
yo me moiro (me muero)". ¿Cómo actuó Yocasta, como una madre latina? ¡No, lo hizo
como una madre judía, esto es muy claro!

Bien, creo que con estas seis pruebas ha quedado claramente demostrada mi
hipótesis, por lo que me detengo aquí, ya que, en honor a mi propia condición judía, he
de comer algo para así salvaguardar la salud de mi madre.

Si Edipo es hebreo

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE


DOCTOR JEAN-JEAN DUSIGNIFIQUANT
LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER

A partir de las conclusiones del doctor Karl Psíquembaum expresadas en el


ensayo: "Edipo, hebreo", pasaremos a estudiar las posibles implicancias que la
condición judía de Edipo traen hacia la teoría psicoanalítica y la Humanidad en
general, ya que, para comenzar "Si Edipo es hebreo, todos lo somos también, al menos
a nivel edípico", lo que lleva a convertir al antisemitismo en simple masoquismo.
También se puede deducir, si Edipo era hebreo, que el antisemitismo es en
realidad un Edipo muy mal resuelto, digamos una proyección (aunque esto no lo
vamos a decir porque no somos kleinianos), un poner afuera del sujeto al Edipo.
Pero ya en la teoría lacaniana, lo primero que podemos decir es que el hecho de

36
que Edipo fuera hebreo implicará para el psicoanálisis cambios significantes. Para
empezar, el primer significante que cambia es el de "griego" que adjetivaba a Edipo y
ya no lo hace más, siendo reemplazado por "hebreo". Pero además cabe imaginarse
cambios en el argumento mismo de la tragedia.
Por ejemplo, al inicio de esta historia, Layo y Yocasta van a consultar al
oráculo de Delfos acerca de su futuro hijo. Ahora bien, ¿haría esto una pareja judía?
No, de ninguna manera, los judíos jamás creyeron en adivinos, y menos aún en
adivinos goy. Apenas creían en algunos profetas, y hasta ahí nomás. Su natural
escepticismo los habría hecho desconfiar de un oráculo, además de evaluar si valía la
pena el costo de la consulta, que sus buenas dracmas debía costar.
Seguramente, al final de muchas discusiones Layo y Yocasta fueron a consultar
a la madre de Yocasta (con la disconformidad de Layo) o, de común acuerdo, a un
rabino.
Imaginemos entonces a Layo y Yocasta consultando a Reb Itzik Delfovich, el
rabino de Tebas, acerca del hijo que ambos (Yocasta y Layo, no Delfovich) estaban
por tener.
—Mire, Reb Delfovich, venimos a consultarlo por nuestro futuro hijo —éste
fue Layo.
—¿Qué quieren, que le haga el bris (circuncisión)? Van a tener que esperar que
el chico nazca, ver si es varón, ¡y en ese caso esperar una semana!
—Pero no, Reb Delfovich, ¡lo que pasa es que estamos preocupados por el
futuro de nuestro hijo! —explicó Yocasta.
—Ya entiendo, ¡quieren reservarle al muchacho una vacante en la escuela judía
de Tebas! Bueno, van a tener que esperar que existan escuelas judías en Tebas.
—No, mire, nos preocupa su futuro en general, si va a ser feliz o desdichado,
rico o pobre, si se va a casar con una buena muchacha judía o no...
—¿Futuro? ¿Qué futuro? ¿Acaso yo sé lo que me va a pasar en el futuro? ¿A
quién se le ocurre consultar por lo que va a pasar en el futuro? ¿Qué soy yo, un
oráculo, un psicólogo vocacional, un adivino? No, soy un simple rabino, así que
ustedes se van a casa y esperan que nazca su hijo, y ¡ojalá que todo sea con salud!
Pero parece que Layo y Yocasta hincharon, hincharon y tanto hincharon al
rabino, que éste les lanzó una de las típicas maldiciones judías.
—Sol de fis of de ingele greisn grobe! (Que se le hinchen los pies al nene) —y
Layo y Yocasta huyeron despavoridos.
Pero seguían dudosos. Entonces, decidieron consultar al psicólogo de Tebas, el
licenciado Horacio Delfovich, casualmente hijo de Reb Itzik.
—Bien, el caso de ustedes es el de una típica conflictiva familiar disgregante.
Quiero decir, eh, usted, Yocasta, está demasiado preocupada por su hijo que aún no ha
nacido, como si temiera que fuera a pasarle algo, como si Layo no alcanzara como
imagen paterna para protegerlos a usted y a su hijo. De alguna manera, pareciera que
usted busca completarse con el niño que va a nacer, que él actúe como Falo.
—Querrá decir como Layo —corrigió Yocasta.
—Interesante lapsus, muy interesante —comentó Delfovich—. Es usted la que
pretende entonces que sea su hijo, y no su marido, quien complete su pareja; él (Layo)
de alguna manera quedaría desplazado, fuera de todo esto...
Evidentemente, las entrevistas con Delfovich no fueron lo mejor que le podía
pasar a este grupo familiar. Él, obviamente, no era lacaniano, y en lugar de operar a

37
nivel simbólico, digamos, de mostrarles el Edipo que se venía, dramatizó la situación
real.
Layo creía que "realmente" su hijo lo iba a reemplazar en el amor de su mujer
y, como él tampoco se había analizado jamás, asumió la rivalidad que Delfovich le
proponía y decidió también él competir con el pequeño. Luego, cuando la historia le
mostró que jamás podría destronar a Edipo del corazón de Yocasta, Layo se
autoexcluyó, se dedicó a ser viajante de comercio, y fue en uno de esos caminos donde
halló la muerte. Edipo y Yocasta no vivieron felices sino que sufrieron terriblemente,
él se sacó los ojos y ella se suicidó al solo efecto de demostrar que era capaz de sufrir
más que su hijo (bueno, es una historia judía).
Pero además de la propia tragedia (palabra que nos vuelve a remitir al
judaísmo), "si Edipo era hebreo", ¿por qué no pensar que otros personajes trágicos y
no tanto de la dramaturgia y aun de la comedia o la historieta universal también lo
eran?
Por ejemplo, en ninguna historieta se ve a Superman comer jamón. El origen de
este superhéroe es un oscuro planeta llamado Kripton (nombre que bien podría ser
griego o egipcio, tal como el sitio del que sale Edipo). Superman, o Kalel (nombre de
profeta hebreo, tipo Samu-el o Dani-el) es enviado a otro sitio, lejos de su pueblo
(como Moisés, como Edipo), en una nave que bien podría emular la canastita de
Moisés, para salvarse de una muerte segura (como Moisés, como Edipo). Luego,
aparentemente es adoptado por los Kent (Moisés, por la hija del faraón; Edipo, por
Pólibo y Mérope) y una vez alcanzada la mayoría de edad le es develada su identidad
real (repitan conmigo: "como Moisés, como Edipo") y comienza allí su vida como
héroe que se revela ante los designios de la historia (ya saben ustedes como quiénes
más). Hay quien dice que Moisés en realidad era egipcio e hijo clandestino de la hija
del faraón. Tal vez Edipo no haya sido hijo de Layo y Yocasta3, sino de Pólibo y su
esposa Mérope, los padres adoptivos, o bien de una pareja de inmigrantes judíos que
pasaba casualmente por allí.
Superman bien podría haber sido hijo biológico de los Kent y haber adquirido
los poderes merced a la superprotección brindada por su madre, ella sí de origen judío,
lo que instaura la condición judía del niño, ya que se hereda por línea materna. Si
Moisés era egipcio, y Edipo era judío, seguramente Superman también lo era.
¿Y Robin Hood? Robin Hood nunca salía de Sherwood sin su saquito (su
participación en las Cruzadas no quiere decir nada). ¿Y Hamlet? Hamlet era el típico
neurótico obsesivo, siempre preocupado por el tema de la circuncisión, iba por el
mundo preguntando "To bris or not to bris?". ¿Y Tarzán? Tarzán solía saltar de liana
en liana mientras profería su ¡oyoyoyoyoy!, que lo hiciera famoso en toda África. Si
Edipo era hebreo, ¿no lo serían también ellos?
Cabe señalar finalmente que estas cuestiones han sido objeto del interés de
numerosos científicos, importantes estudiosos y algunos antisemitas.

3
Tal como nos señalara oportunamente el licenciado Engel, profesional allegado al
Movimiento Buffet Freud, si nos atenemos a los significantes de sus nombres Yocasta
= yo, casta; y Layo = la yo, o sea "yo femenino", difícilmente Yocasta y Layo hayan
podido tener hijo alguno.
38
El caso Gustavito, también
llamado "el pequeño Gustavo"
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
TEXTO ESTABLECIDO POR: RUDY

Introducción

La técnica creada y desarrollada por el profesor Freud nos ha permitido a los


analistas llegar a los más profundos recovecos inconscientes donde se esconden los
fantasmas que acechan, acosan y rodean al ser humano.
Como el mismo creador1 lo señalara, el psicoanálisis es un camino abierto, y
por ese camino se debe andar para seguir cuestionando, porque, como dijera el poeta2:
"Analista, no hay camino: se hace camino al andar"3. Estos versos nos señalan, de
alguna manera, cuestiones que ya habían sido interrogantes de Freud, quien con toda
claridad expuso que sus seguidores iban a seguir formulando recursos técnicos que, de
alguna manera, enriquecerían la teoría.4
Todo ese párrafo viene al caso para señalar que, en ciertas ocasiones, el analista
se ve obligado a replantear la modalidad del tratamiento, a recrearlo, a buscar e
implementar nuevos recursos que, no por no ser ortodoxos, dejan de ser válidos.5
Es en casos como el que presento a continuación donde, de alguna manera, se
pone a prueba al analista, la técnica, la teoría, etc. Es en estos casos donde se ve la
gama de recursos que un analista inteligente (yo mismo, en esta ocasión) despliega
frente al desconcierto que le producen las peculiaridades a las que se ve enfrentado.
Realmente, a veces ser analista constituye una verdadera aventura.

Primeras aproximaciones

La primera vez que tuve frente a mí al pequeño Gustavo, el encuentro estuvo


marcado, como tantos otros avatares del psicoanálisis, por el azar.
Estaba yo en mi consultorio disfrutando de la extraña casualidad de disponer de
un horario libre, cuando de pronto golpearon a la puerta. Fui a atender un poco
intrigado, preguntándome cuál de mis pacientes habría cometido el acto fallido de
equivocarse de horario en algo tan importante como su análisis. Aposté conmigo

1
Freud, no Dios.
2
No olvidemos que el poeta muchas veces se adelanta al psicoanalista, mal que nos
pese.
3
Antonio Machado y Ballesteros, poeta y psicoanalista español, traductor de
Psíquembaum. (N. del editor español.)
4
Y la técnica, claro.
5
Con excepciones extremas, como la del sádico de Badén Badén, que les pegaba a los
pacientes que no asociaban.
39
mismo que se trataba del "Hombre de los relojes"6 y perdí. No era. Ni tampoco se
trataba de otro paciente. Era una joven que sostenía un niñito en brazos.
Recordé en ese momento toda la tradición fílmica y cuentística acerca de
jóvenes que llevan niñitos en cestas para dejarlos al cuidado de otras personas, y tuve
una sensación pesadillesca. Luego recordé que en todos esos casos la joven
permanecía en el anonimato, al menos hasta la mitad del cuento, y recobré la
tranquilidad. Permití a la joven que entrase.
Se presentó como una vecina de mi edificio y, antes de que yo pudiese pedirle
asociación alguna con la palabra "vecino", me solicitó que cuidara por un rato a su
pequeño Gustavo (ella lo llamó "Gustavito"); ella tenía que salir por un rato a realizar
un trabajo y la niñera había faltado. Como el azar reunía a la falta de la niñera y la falta
de ocupación de mi horario, acepté, no sin antes solicitarle que volviera antes de que
transcurrieran cincuenta minutos, ya que esperaba a un paciente.
La joven se retiró y el pequeño Gustavo y yo quedamos a solas. Los primeros
momentos permaneció en silencio, a lo que respondí quedándome en silencio yo
también.
Comprendí que el recurso era efectivo, ya que, si el pequeño Gustavo no
despertaba, yo no tendría que preocuparme.
Pero, al rato, Gustav irrumpió en llanto.
—¿Qué te ocurre, pequeño Gustav? —le pregunté.
Pero él siguió llorando, sin responder o, en todo caso respondiendo con su
llanto. Pensé que tal vez meciéndolo conmovería su estructura y provocada una
regresión que lo devolviera a la situación narcisista de la que parecía haber salido.
Pero no resultó.
Decidí entonces recostarlo en mi diván para que estuviera más cómodo y, a mi
vez, sentarme en el sillón para poder escucharlo mejor y descifrar eventualmente su
demanda.
"Tal vez se haya hecho caca", hipoteticé. Pero al disolver el nudo de su chiripá
no hubo señales ni huellas mnémicas, olfatorias o escatológicas que confirmaran mi
presunción. Descarté momentáneamente la hipótesis.
¿Qué se había puesto en juego en el pequeño Gustav? ¿Cómo jugaría yo, a nivel
transferencial, ocupando el lugar de su babysitter mientras su madre se hallaba
ausente? ¿Serían los pañales representantes de la represión que frenaban la irrupción
de su contenido interno en el exterior inundando así mi consultorio? ¿Pensaría el
pequeño Gustav que su madre lo había abandonado? ¿Pensaría yo que la madre del
pequeño Gustav había abandonado a su hijo? ¿Pensaría mi propia madre
abandonarme? ¿Qué le ocurría al pequeño? Tal vez era demasiado pequeño como para
pensar cosa alguna. Hasta podría estar realizando la ecuación "pecho = pecho".

6
"El hombre de los relojes", grave caso de neurosis obsesiva que atendí. Mi paciente
controlaba las décimas de segundo que duraba la sesión, llegando a reprocharme
amargamente cuando me demoraba más de medio segundo en atenderlo. Podía decir
cuántas horas había vivido y, aproximadamente, qué había hecho en cada una, lo que
no era tan complicado porque no había podido hacer casi nada, ocupado como estaba
en controlar el tiempo. Este caso será próximamente publicado, por lo que mi relato
del mismo se detiene acá. Espero que el lector haya quedado interesado en la
continuación y lo busque con ahínco o con desesperación en las librerías.
40
—Te estás comportando como un bebé que reclama el pecho mientras su madre
se halla ausente —le interpreté.
El pequeño Gustav lloró más fuerte aún, confirmando lo acertado de mi
interpretación. La reacción del pequeño Gustav tuvo, de alguna manera, un efecto
doble, podríamos decir un doble sentido, como tantas veces ocurre en el devenir
analítico. Por un lado, Gustav lloraba confirmando mi interpretación, pero, a la vez, la
negaba con su propio llanto, ya que, lejos de aliviarse, parecía estar más angustiado
aún. Por lo menos, yo lo estaba. No soporto oír llorar a un bebé.
Para calmar su angustia (y la mía) decidí tomarlo en brazos y acunarlo. Lo
tomé, le dije: "Yo no soy tu madre ni soy mujer, luego, no puedo darte pecho,
Gustavito". Al disolver tan bruscamente la transferencia, Gustavito casi se me cae al
suelo.
En ese momento llegó la madre y se lo llevó, luego de agradecerme por haberlo
cuidado. Habían transcurrido exactamente cincuenta minutos.
Pocos días más tarde, hallándome en mi consultorio, casualmente solo,
buscando material sobre el tema "Analidad y analizabilidad", oí que llamaban a la
puerta. Se trataba nuevamente de la joven madre que traía a Gustavito para que lo
cuidara por un breve lapso. La niñera había vuelto a fallar provocando una fractura que
sólo yo podía reparar.7
Me hice cargo de la situación, dejando para otro momento mis estudios e
investigaciones teóricas. La práctica me llamaba. Le pregunté a la joven qué debería
yo hacer si a Gustavito se le ocurría tener hambre mientras estaba a mi cuidado. Ella
me respondió que esto difícilmente ocurriría, ya que recién acababa de amamantarlo,
pero que, de todas maneras, en el bolsito que me dejaba había una mamadera
preparada. Evidentemente, la mamadera había sido erigida por la madre en objeto
transicional. Ahora había que ver si el pequeño Gustav la aceptaba como tal. La
madre, en todo caso, demostraba no ser abandónica.
El pequeño Gustav seguía dormido, transitando su narcisismo, por lo que llegué
a la conclusión de que cualquier interpretación sería rechazada. Más aun, ni siquiera
sería tomada en cuenta.
"Parece que está cómodo así", proyecté. El que estaba cómodo era yo. Hasta
pensé en seguir con la investigación que estaba realizando previamente a su llegada.
Pero no. La práctica irrumpe en el contexto suspendiendo a la teoría. El pequeño
Gustav se puso a llorar y un extraño aroma comenzó a invadir el ámbito de mi
consultorio. De alguna manera, lo anal se hacía presente. La tensión flotaba en mi
consultorio. Era necesario cambiar los pañales de Gustavito.
"Esta no es tarea fácil para un analista", pensé. Tenía que abandonar mi lugar de
analista en el que tan cómodo me sentía, para pasar al acto, al temido acto. Me vi
comportándome como la madre o el padre del pequeño Gustav, actuando la

7
El tema de las fracturas es, por cierto, motivo de amplia discusión clínica. Hay
quienes aducen que las fracturas no son del terreno psicoanalítico y prefieren
derivarlas a un traumatólogo, pero terminan cayendo en una trampa, en la trampa
lingüística que tiende la misma traumatología. ¿O no toman acaso los psicoanalistas a
los hechos traumáticos como valioso material? Es necesario, pues, discriminar
claramente los campos, para evitarlos extremos de una derivación inadecuada, o de un
psicoanálisis encorsetado.
41
transferencia como en mis peores pesadillas de principiante. Luego, lo real del cuerpo,
más precisamente de los olores provenientes del cuerpo, me reclamó. Era necesario
cambiar los pañales del pequeño Gustav, y rápido.
El cambio de pañales resultaba más complejo de lo que pensaba y decidí
supervisarlo. "Una supervisión de vez en cuando no viene mal, ni siquiera a un analista
avezado como yo", pensé. Pero el caso era: ¿con quién? Sin duda, tendría que ser un
analista con vasta experiencia clínica y, en lo posible, que tuviera hijos pequeños.
Llamé finalmente a mi colega la doctora Anafreudiana Traumengarten, que
había trabajado durante más de dieciocho años en psicoanálisis de niños, y además
había criado a diecisiete sobrinos, por lo que obviamente sabría cómo cambiar pañales.
La doctora se sintió muy complacida ante mi pedido de supervisión, a pesar de
que mi llamada había interrumpido la elaboración de un sueño (propio), dado que se
hallaba durmiendo. Ella me explicó que la técnica psicoanalítica ortodoxa no había
elaborado exhaustivamente el método para cambiar pañales, por lo que no existía
mucha bibliografía al respecto, pero que, de todas maneras, ella misma podía darme
alguna ayuda. Me previno sobre el especial cuidado que hay que tener con el material
que se exterioriza al cambiar pañales, para evitar un posible desborde que podría llevar
a graves ataques histéricos al analista.
Me comentó finalmente que cierta vez tuvo que cambiar cuatro pañales en una
misma sesión y casi se psicotiza. "Evidentemente, la catarsis nos sigue sorprendiendo",
siguió.
Le agradecí su invalorable ayuda y corté.
Estaba como al principio, o peor, pues la urgencia seguía siendo tal. En casos
como éste hay que dejar de lado la ortodoxia, concluí, y llamé a mi mujer, la que, sin
ser psicoanalista, sabe cambiar pañales. Lo hizo rápidamente, el pequeño Gustav se
calmó y volvió a su estado narcisista, durmiéndose plácidamente.
Mi mujer permaneció un rato contemplándolo.
—Qué lindo bebé —dijo.
—His majesty, the baby —le contesté.
—¿A quién se parece más: a la mamá o al papá? —preguntó.
—Desconozco aún su juego de identificaciones —le respondí.
Odio que interfieran en mi tarea, me molesta muchísimo que alguien venga a
interrumpirme, aun si yo mismo lo llamo, como ocurrió en este caso. Son las
contradicciones del deseo y la defensa, qué voy a hacer.
Tomando conciencia de que me molestaba la presencia de mi mujer a pesar de
que yo la había llamado, le pedí que se retirase. Lo hizo. En el camino, se encontró con
la madre del pequeño Gustav, que venía a buscarlo.
—Qué hermoso bebé —le dijo mi mujer.
—Gracias, señora —le respondió la mamá de Gustavito mientras acariciaba al
niño, tratando de reparar su abandono parcial.
—¿Cómo se portó Gustavito? —me preguntó.
Yo no suelo informar a los parientes sobre la conducta o material de mis
pacientes, pero entendí que en ese caso sí cabía la información, considerando la edad
del bebé y que en realidad no era paciente mío. No aún, por lo menos. No había
pronunciado la regla fundamental del psicoanálisis. Así que le hice a la madre un
breve comentario acerca de lo que había ocurrido.
—Veo que con usted se comporta mucho mejor que con la niñera —me

42
confió—. ¿No aceptaría cuidarlo dos veces por semana?
De esta manera establecimos el contrato, fijamos horarios y honorarios.
Gustavito sería mi paciente.

El tratamiento

Primeras elucubraciones teóricas

Me preguntaba cómo encarar el tratamiento del pequeño Gustav. Él no era,


desde luego, mi primer paciente, yo sí era su primer analista, aunque este dato no
tenga, tal vez, tanto peso teórico. Ubicar a un bebé de tan corta edad en una estructura
psicopatológica me parecía complicado; mucho mejor sería ubicarlo en un moisés,
pero yo no lo tenía, y no podía solicitárselo a la madre. Hubiera sido como pedirle a un
paciente adulto que trajera a las sesiones su propio diván.8
Pero, volviendo al pequeño Gustav: ¿habría ya atravesado el estadio del espejo?
¿Sería necesario proteger el diván con alguna cobertura plástica, dado que Gustavito
no controlaba sus esfínteres? ¿Cómo actuaría en su estructura el pasaje de la babysitter
a mí? ¿Cómo se manifestaría la organización oral? ¿Jugaría el chupete un rol
fundamental en la transferencia? ¿Tendría el pequeño Gustav edad suficiente para ser
neurótico?
¿Cómo interpretar sus berrinches, su llanto, sus quejas? ¿Como un rechazo al
pecho bueno? ¿Como un reclamo a la madre que no vuelve a buscarlo y me deja aquí
desesperado cuidando a Gustavito? ¿Como una manifestación de "angustia por sentirse
abandonado"? ¿Como una emergencia esquizoparanoide? ¿Como una manera de
sobrevivir como sujeto barrado frente a lo inexorable de la castración?
Tantas incógnitas me parecieron demasiado para un solo bebé. Podría decir que
todas juntas abarcaban más espacio que lo real del cuerpo del pequeño. De modo que
decidí enfrentarme a lo que viniese, y dejar que el juego de identificaciones del
pequeño Gustav se pusiera en marcha, se desplegara en el tratamiento. Me tranquilicé,
dejé sobre la mesa la mamadera que estaba tomando y me aboqué a esperar al pequeño
Gustav.

Las primeras sesiones

Gustavito comenzó a concurrir puntualmente a su tratamiento traído por su


madre, quien lo depositaba en mis brazos. Ella hacía, de vez en cuando, algún
comentario sobre lo dormido que podía estar el bebé, y me pedía que lo protegiera del
excesivo frío.
Yo asentía con la cabeza, en silencio, y pensaba en lo acertado de ciertos
artículos teóricos que sostenían que "son los padres, de alguna manera, los que
estructuran el deseo de sus hijos; los padres no son, tampoco, los generadores de su

8
Esto, si lo pensamos, no estaría del todo mal. El paciente se sentiría más cómodo en
su propio diván. El principal problema sería el transporte, pero todo analista que se
precie podría contratar algún fletero de su confianza que se transformaría en
"transportador terapéutico". Dejamos abierta la cuestión para un próximo congreso.
43
propio deseo, sino los abuelos; éstos a su vez han sido introducidos en la cultura por
los bisabuelos y éstos por los tatarabuelos; se llega, finalmente, a una descendencia
que se estructura a partir de un deseo primitivo, tal vez el deseo, según la teoría de
Darwin, de algún simio".9
Gustavito no parecía tener hambre, sueño o frío, no al menos como sensación
transmisible. Más bien se acurrucaba dócilmente, o dormía, hasta que luego, sin que
aparentemente mediara absolutamente nada, irrumpía en llanto.
Intenté interpretar su llanto por el lado de la angustia. Jamás pensé que el llanto
de un bebé pudiera angustiarme tanto. "Tal vez debería revisar mi propio análisis", me
dije con certera lucidez. Pero la resistencia se interpuso y terminé revisando los
pañales del pequeño Gustav. No había nada. Es decir, algo había, pero era lo que tenía
que haber. Gustavito no había atravesado ningún tipo de castración. Además, no era
lacaniano. Era muy pequeño para poder seguir alguna línea psicoanalítica.
El pequeño Narciso, quiero decir el pequeño Gustav, provocaba diversos
impulsos en los que lo rodeaban. Y en este caso quien lo rodeaba era yo. Impulsos de
protegerlo, alimentarlo, contemplarlo, alzarlo, gritarle para que se callara, y todos ellos
cubrían, de alguna manera, su propio deseo, impidiéndole que se manifestara,
actuando a la manera de la represión.
Comencé a preguntarme (otra vez) cuál era mi lugar.10 Yo soy psicoanalista,
pero fui contratado como niñera. Ahora bien, ¿acaso no somos los analistas una suerte
de "niñera" de nuestros pacientes? ¿Acaso no los "cuidamos", no "sacamos a pasear
los aspectos infantiles dormidos en lo inconsciente"? ¿No se dice que los pacientes
"crecen" en nuestra compañía? El alivio que puede producir una interpretación, ¿no
puede, de alguna manera, asimilarse al cambio de pañales, al ser descubiertos,
reconocidos y "puestos afuera" elementos internos?
Entonces, ser la niñera del pequeño Gustavo era, de alguna manera, ser su
analista, y ser su analista era ser su niñera. Había que ayudarlo a conectarse con su
deseo, a ponerlo en marcha, a atravesar su fantasma que tal vez, del susto, no lo dejaba
dormir.
Le comuniqué todo esto al pequeño Gustav, pero él siguió durmiendo
profundamente tal como lo venía haciendo desde hacía un rato. Seguramente yo no me
había dado cuenta, metido como estaba en mis propios pensamientos. El narcisismo
(de él, claro) se volvía a hacer presente.
Me preguntaba si este quedarse dormido así, profundamente, tenía que ver con
mi interpretación, si era una regresión relacionada con la puesta en marcha de sus
defensas frente a lo angustiante de mi discurso, o si era, finalmente, mi tono de voz
monocorde.
El análisis del pequeño Gustav continuó así durante varias semanas. Gustavito
en lo suyo, y yo cuidándolo. Aprovechaba sus ratos de tranquilidad para leer,11 por
ejemplo, algunos textos como "Psicoanálisis y maternaje", que me aportaron
elementos teóricos, pero no resolvieron las incógnitas que, de alguna manera, seguían
pesando en el tratamiento. ¿Cómo llegar a lo inconsciente del pequeño Gustav?

9
Por la cual es posible que el objeto del deseo primitivo haya sido una banana.
10
Lo de "comencé" no es cierto. Yo siempre me interrogo acerca del lugar del paciente,
del analista, del lugar donde dejé mi llavero, etc.
11
Esto es muy común entre las babysitters.
44
¿Cómo sacarlo de su narcisismo e inscribirlo en el deseo? Y, lo más grave, ¿qué hacer
si se ponía a llorar desconsoladamente como a veces hacía?
Algunas sesiones más tarde ocurrió un hecho imprevisto, nuevo, sorprendente,
que sólo un analista experimentado podría haber supuesto (y yo, lamentablemente, no
lo hice). Gustavito, el pequeño Gustav, dijo "gu-gu".
Cualquier ser humano con un mínimo grado de sensibilidad se derrite frente a
los primeros balbuceos de un bebé. Pero yo no era cualquier ser humano, era la niñera
y, más aún, era el psicoanalista del pequeño Gustav, por lo cual en primera instancia
interpreté el "gu-gu" como un impactante éxito terapéutico: se había roto el narcisismo
y no había quien lo arreglara. Gracias a mi espera, a mi continencia frente a su
incontinencia, Gustavito rompió la barrera represiva y dijo "gu-gu".
Pero como la completud no existe, aquí tampoco mi éxito había sido
completo.12
Gustavito había intentado comunicarse, decirme que su nombre era Gustav,
pero el bloqueo resistencial que aún perduraba le impidió pronunciar su nombre
completo limitándose a la primera sílaba: "Gu".
—Gu-gu —decía.
—Sí —le respondía yo—, te llamas Gustav, eres el pequeño Gustav, pero aún
no puedes decirlo, y por eso dices "gu-gu". Tal vez pronto puedas vencer las
dificultades y decirme tu nombre.
El pequeño Gustav reafirmó mi señalamiento repitiendo "gu-gu", al tiempo que
emitía un sonoro y oloroso impacto por vía anal.
"Comenzamos a entendernos", pensé mientras reflexionaba acerca del lugar
donde podía haber dejado el desodorante que había comprado a raíz de otro caso.13
“¡La teoría se fusiona con la clínica dando lugar a la técnica!”, exclamé con total
certeza delirante. Lo certero de mi exclamación me hizo dudar de la misma. ¿Y si "gu-
gu" quería decir otra cosa?14
—¡Gu-gu-o! —dijo el pequeño Gustav, reafirmando, de alguna manera, mi
duda. ¿Y esa "o" que antes no estaba y ahora está? ¿Será una especie de Fort-Da?15 En
eso estábamos cuando llegó la madre a buscarlo, por lo que di por finalizada la sesión.

Desarrollo posterior del tratamiento

En las sesiones siguientes intenté verificar, a través del pequeño Gustav, varios
postulados teóricos del psicoanálisis. Lo coloqué frente a un espejo para ver cómo
reaccionaba, pero el pequeño siguió durmiendo sin darle trascendencia alguna al
episodio, negando, renegando, en fin, dejando de lado los postulados teóricos de
Lacan.

12
Menos mal, pues si hubiese sido completo, se habría desvirtuado el concepto de la
inexistencia de la completud.
13
Se trata de "El hombre de los chanchos".
14
Es un método para prevenir la psicosis que he creado: consiste en dudar
sistemáticamente frente a cualquier certidumbre, hasta descartarla; lo llamo "Método
del descarte".
15
"Notá-acatá", según la traducción española de Antonio Machado y Ballesteros.
45
Intenté pesquisar la angustia del octavo mes, pero el pequeño todavía no tenía
ocho meses de edad, por lo que me resultó imposible. Me preocupaba la posibilidad de
que tuviera algún objeto transicional, pero, si eso ocurría, debía de ser fuera de los
límites de mi consultorio. Tampoco se evidenció muestra alguna de pasaje a la
posición depresiva (o sea que el pequeño no era lacaniano, pero tampoco kleiniano).
En cuanto a la posibilidad de un Edipo temprano, sería muy difícil de verificar pues el
pequeño Gustav siempre fue muy apegado a su mamá.
Éste es uno de los casos en que los analistas nos sentimos particularmente
frustrados. Los pacientes no se esfuerzan para confirmarnos la validez de nuestras
teorías, y, eso es muy malo para la práctica. Hay pacientes que insisten en ser distintos
de lo que los textos indican, son pacientes rebeldes, heterodoxos, que no se identifican
con ningún caso de Freud, Klein o Lacan,16 y el analista lo único que puede hacer para
calmar su frustración es aumentarles los honorarios.
El pequeño Gustav seguía en lo suyo. Dormía, lloraba, se hacía pis y caca y
decía "gu-gu", o "gu-guo", o hasta "gu-au", lo que me hizo pensar en un matiz de fobia
a los perros, pero no hubo posteriores datos que lo confirmaran. Algunas veces el
pequeño Gustav parecía interesarse por algo, ya que movía la cabeza en uno y otro
sentido, pero finalmente llegué a la conclusión de que no se trataba de nada en
particular.
Si el pequeño Gustav estaba como buscando algo, pero no se trataba de nada
concreto, era nuevamente mi lugar, como analista que era, el de investigar qué
buscaba. ¿Se trataría de la madre? ¿Del padre que lo separara de una madre
simbiótica? ¿Del objeto transicional? ¿Del objeto a? ¿Del chupete? Tamaña duda
clínica me hizo interrogarme seriamente sobre la analizabilidad del pequeño Gustav,
de los bebés, de los niños, y hasta sobre la mía propia, lo que me llevó a consultar de
urgencia a mi analista, quien afirmó que yo era analizable, y me preguntó si yo
intentaba parecer inanalizable para evitar pagar sus honorarios. Frente a tal respuesta,
decidí seguir escuchando al pequeño Gustav, porque, si yo era analizable, ¿por qué él
no lo iba a ser?
Por lo demás, Gustavito no asociaba nada. Sus "gu-gu", "gu-guo" y " gu-au" no
remitían a ningún sitio. Lo que sí se fue notando a lo largo de las sesiones fue cierta
sensibilidad ante la llegada de su madre, a la que saludaba haciendo pis, caca, llorando
o haciendo "gu-gu".
Estos "gu-gu" con los que Gustavito saludaba a su mamá son clara prueba de su
estadio narcisista. Si consideramos mi hipótesis de que "gu-gu" era una manera,
bloqueada por la resistencia, de decir su propio nombre; entonces, al llamar a la mamá
con su propio nombre (de él), demostraba un estadio simbiótico, indiscriminado,
donde él es "gu-gu" y la mamá también es "gu-gu", siendo ambos, por lo tanto, una
sola persona.
Ahora, claro, si no consideramos mi hipótesis como verdadera, todo esto

16
Hubo, según refiere la bibliografía, el caso de un neurótico obsesivo que se identificó
con "El hombre de las ratas"; "El hombre del hombre de las ratas", así se lo llamó,
sabía de memoria los "Original Records" de Freud, y los repetía. Además, se enojaba
con su analista pues éste no le interpretaba lo mismo que Freud. Se trataba,
obviamente, de un caso de "obsesión por los obsesivos". Aparentemente también hubo
un caso de "fobia a los fóbicos", pero no fue escrito.
46
termina siendo falso. Los caminos por los que nos conduce la elucubración teórica son,
como se ve, variados.
Un colega me señaló, oponiéndose a mi planteo, que si el pequeño Gustav
usaba el "gu-gu" cuando llegaba su madre, era, justamente, para marcar una
diferenciación. "Yo 'gu-gu'; tú no 'gu-gu'; ¿tienes tú cosita de hacer pipí?"17
Otro eminente colega me sugirió que, en realidad, el "gu-gu" era una manera de
llamar mi atención, de pedirme que operara como padre, estructurando la castración.
Opté por no consultar más eminentes colegas.
Reconocí que, frente a una situación tan compleja, todo lo que debía hacer era
permanecer a la expectativa, en atención flotante, esperando alguna disrupción en el
discurso por la que emergiera el deseo inconsciente del pequeño Gustav.
Mal que me pese, el discurso del pequeño era por demás coherente, o no, pero
las incoherencias eran indistinguibles del resto: yo no podía saber cuándo Gustavito,
queriendo decir "gu-gu", decía "gu-guo" cometiendo un fallido, y cuándo, por el
contrario, ese "gu-guo" era exactamente lo que quería decir. El discurso del pequeño
no era fácil de comprender, era apenas algo más fácil de comprender que el mío.
Cuando el pequeño Gustav llevaba ya varios meses de tratamiento, y se
comenzaban a notar los efectos (en mi consultorio), un día la madre concurrió sola en
el horario de la sesión, y me comunicó que Gustavito no vendría más, ya que ella había
cambiado sus horarios y se quedaría a cuidarlo. Me abonó los honorarios, me dio las
gracias, y se fue.
Yo me quedé pensando en lo frecuente de este tipo de episodios. "Cuando
empieza a notarse la mejoría en los niños, los padres los sacan del tratamiento."

Epicrisis

Me he interrogado varias veces18 acerca de las circunstancias de la interrupción


del tratamiento del pequeño Gustav. "La madre eligió la simbiosis, permanecer atada
al pequeño manteniendo el vínculo simbiótico-narcisista-indiscriminado" fue una de
mis primeras hipótesis. Esto me dio, de alguna manera, una idea diagnóstica que me
hizo pensar en la gravedad del caso, aunque, debí reconocerlo, atenuada por la edad
(del pequeño), que aún no había pasado los siete meses y cuyo contacto con la madre
podía ser beneficioso para él, aunque no para mí, ni para mi propio narcisismo, que se
sintió algo herido.
Si la madre de Gustavito elige el encierro frente a la apertura a la cultura, ¿por
qué su anterior pedido de tratamiento? ¿O se trataba sólo de un pedido de cuidado tal
como el que ella había manifestado? Podría ser que no hubiera nada detrás de todo el
transcurso del tratamiento, de mis conclusiones y hasta de mi propia salud mental, por
lo que finalmente descarté esta hipótesis.19
Decidí volver a reflexionar sobre el abandono. Tal vez realmente el cambio en

17
Algo influido por el caso Juanito, tal vez.
18
Esta costumbre de interrogarme a mí mismo en diversas circunstancias, aun en
aquellas en las que hay otras personas, me ha traído cierta fama de psicótico.
19
No sin antes encontrar elementos teórico-clínicos que me permitieran tal descarte.
He decidido no extenderme en exponer esos elementos de trabajo.
47
el horario de trabajo de la madre tuviera un peso mayor que el que yo le otorgaba.
Tengo que destacar, en ese caso, la fragilidad de ciertas demandas de análisis, en
pacientes como éste, en los que, en realidad, no hubo demanda manifiesta. La madre
no la verbalizó, y el pequeño Gustav aún no disponía de un lenguaje verbal lo
suficientemente amplio como para hacerlo por sus propios medios. En situaciones
como ésta se puede discernir lo delicado de ciertos vínculos. El pequeño Gustav, si la
madre no lo trae, no viene. Está totalmente determinado por el Otro o, en este caso, por
la Otra. Él había llegado a través de un agujero, una carencia, la producida por la falta
de la niñera. La falta lo trae, al provocar un síntoma, al romper la completud de la
madre que no puede hacerse cargo. Luego la madre resuelve la situación, rellena la
falla, vuelve al estado de completud, ocluye la angustia, y entonces el tratamiento del
pequeño se transforma en síntoma, en señal de algo que ocurrió. "¿Para qué voy a
llevar a Gustavito al tratamiento si lo puedo cuidar yo?", dice la madre, obviando,
como dije, que el tratamiento del pequeño fue más que un simple "cuidarlo"20. La
madre evita, así, el recuerdo de su propio agujero, de la posibilidad de estar en todas,
de la castración, finalmente. Se apoya en su motivo manifiesto, válido, pero en este
caso sólo como excusa, como medio para tapar el deseo del pequeño Gustav, de ocluir
su "gu-gu" que no llegó a ser “Gustav” (ni ninguna otra palabra), su propio nombre, su
identidad. La resistencia parecía haber ganado la batalla, lo que me produjo una
sensación de enojo y frustración.
Vi un par de veces más al pequeño Gustav, en el pasillo. Ha pasado un largo
tiempo desde su tratamiento. Gustavito gateó, caminó, y ahora habla, corre y juega,
por el pasillo.
Aparentemente da muestras de independencia, aunque a veces es un tanto
insoportable.

20
Muchas madres de adolescentes, y aun de adultos, razonan de igual manera invitando
a sus hijos a permanecer a su lado. "¿Quién te va a interpretar mejor que tu mamá?",
les dicen. Estos casos, sobre todo si las madres tienen éxito, suelen ser más graves que
el de Gustavito; por lo demás, resulta desagradable ver a un adulto siendo amamantado
(aunque sea a mamadera).
48
Carapálidas curapálidas
PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA

Prólogo del profesor doctor Karl Psíquembaum

Mucho se ha hablado del psicoanálisis, sobre todo entre los psicoanalistas. En


general, nadie duda de que fue Freud quien, a bordo de sus tres carabelas "Ello",
"Yo"y "Superyó", descubrió el inconsciente allá por las postrimerías del siglo XIX;
pero teóricos revisionistas opinan que el inconsciente ya existía desde antes. Algunos
aceptan la existencia de "analistasprefreudianos", cuyo mayor defecto fue la falta de
publicidad, o tal vez el no haber estado de acuerdo con la Inquisición sino con la
Libre Asociación, pero esto siempre dentro del territorio europeo. Sin embargo, en
este trabajo el profesor brujo Nube Simbólica da cuenta de la existencia de prácticas
psicoanalíticas entre los miembros de la tribu Psique-Psique, y no sólo entre ellos sino
también con pacientes.

Introducción antropológica

El concepto de psicoanálisis no ser nuevo entre tribus aborígenes. Nosotros


comenzar a practicarlo desde que antropólogos venir a estudiar nuestras tribus. Ellos
ser nuestros primeros pacientes. A decir verdad, antropólogos no querer ser tratados
por nosotros, ellos estar en transferencia negativa. Entonces gran jefe Barbagrande
decirles que si ellos no colocarnos en lugar de supuesto saber, nosotros colocaríamos a
antropólogos en lugar de supuesto comer, vale decir la gran olla que tribu tener para
manifestaciones masivas de oralidad.1
Con esas palabras, Gran Jefe lograr que resistencia de antropólogos disminuir y
ellos aceptar tratarse con nosotros. Nosotros necesitar que antropólogos venir a
analizarse, porque guerreros aborígenes de tribus vecinas no ser buenos pacientes.
Ellos no creer en falo sino en tótem.
Ellos decir que no necesitar tratamiento, que solucionar traumas infantiles
desenterrando hacha de guerra o bien fumando pipa de la paz. Por otra parte, ser
complicado a nivel transferencial tratarse con un analista de tribu vecina al que tal vez
haya que matar en próxima acción de guerra. En cuanto a la posibilidad de analizarse
con alguien de propia tribu, ser más complicado aún, ya que no ser muy pulcro ver a
analista de uno emborracharse y tocar el tam-tam en las noches de supervisión general.
Tal vez ser estos problemas los que llevaron a que la mayoría de los
psicoanalistas sean sqwaws y no guerreros. Las sqwaws no intervienen activamente en
las batallas, ni participan del fogón. Sólo bailan danza de lluvia, danza de cosecha y
danza de alta.

1
En realidad, tribu Psique-Psique no comer carne humana institucionalmente desde
hace milenios, pero aún quedar entre nosotros guerreros que no haber superado fase
oral canibalística.
49
Literatura

Tribu Psique-Psique ser la primera en editar Obras completas de Freud en


señales de humo. Tener ciertos problemas en editar caso llamado "Dora-que-no-
llamarse-Dora", ya que tribu pensar que tratarse de novela por entregas y reclamar más
sexo en guión.
Guerreros editores tratar de explicar que en realidad haber mucho sexo pero
estar reprimido, pero resto de tribu no entender explicación, y casi poner editores en
lugar del supuesto comer o, lo que es peor, crear dos líneas teóricas dentro de misma
tribu, ya que decir que editores tener lectura ingenua de obra de Gran Cacique Freud.
Finalmente, gran jefe Barbagrande explicar que carapálidas no ser como
guerreros Psique-Psique, que padre de Dora-que-no-llamarse-Dora no poder entregar
pequeña Dora-que-no-llamarse-Dora a guerrero K a cambio de sqwaw K así nomás, y
que por ello hombre blanco sufrir mucha angustia, reprimir sentimientos, y para
desahogarse venir y atacar guerreros tribu Psique-Psique. Que guerreros tribu Psique-
Psique deber entender ataques armados de carapálidas como verdaderas sublimaciones
de impulsos sexuales modificados en su objeto y en su fin. Entonces guerrero Diván-
que-asocia interrumpir a jefe Barbagrande y decir que, en próximo ataque de blancos,
tribu Psique-Psique deber proteger firmemente trasero de guerreros contra aviesas
intenciones de hombre blanco. Tribu aplaudir conclusiones de Diván-que-asocia, pero
allí intervenir un renegado y decir que tribu estar en error, que Dora-que-no-llamarse-
Dora estar en realidad enamorada de sqwaw K, y que si tribu Psique-Psique sólo
proteger trasero contra blancos, blancos mandar a guerreros a asociar a tierra de
antepasados con rapidez.
De todas las obras completas de Gran Cacique Freud, tribu Psique-Psique
preferir Tótem y tabú. Nosotros considerar que descripción de horda primitiva ser
exacto calco de vecina tribu Castrateca, y preguntarnos si Freud estar alguna vez entre
guerreros. Algún guerrero de tribu Psique-Psique que querer guerra contra castratecas
decir que él suponer que profesor Freud haber sido puesto en el lugar del supuesto
comer por castratecas, y que lo único que quedar de él ser pipa, que luego denominarse
"pipa de la paz" y ser usada para reuniones de "terapia de tribus", que celebrarse
cuando algún conflicto institucional quebrar normal equilibrio entre guerreros.

Los "topos" y los "búfalos"

Otro momento en que tribu Psique-Psique usar elementos de psicoanálisis ser


cuando querer cazar búfalos y topos. Nosotros tener especialistas que colocar oreja
contra suelo y detectar huellas mnémicas, que luego seguir para cazar. Con los topos
ser complicado, porque Freud explicar que en realidad no tratarse de lugar real sino
virtual el sitio donde ellos esconderse de guerreros. De todas maneras, a guerreros
interesar mucho más la otra teoría, que no ser topología sino bufalogía.
Nosotros tener teoría bastante compleja acerca de por qué búfalos dejar huellas
mnémicas. Poder resumirse a partir de fórmula matemática inventada por guerrero
Lengua-Complicada y contada a resto de tribu justo antes de ser puesto en lugar de

50
supuesto comer, un día que guerrero no poder atrapar los significantes búfalos que
corresponderle.

FÓRMULA DE LENGUA-COMPLICADA

Falo + Falo = Bifalo


Bífalo, por similcadencia = búfalo
Luego: Búfalo tener dos falos ==> No poder ser castrado por guerrero y
escapar, dejando imago.

Entonces otro guerrero preguntar por qué no cazar imago, y Lengua-


Complicada decir que imago también escapar, pero dejar huella mnémica, y que si
tribu seguir atentamente huella mnémica poder capturar primero imago y luego búfalo.
Guerrero Boca-Que-Introyecta preguntar cuánto tardar en capturar imago y
búfalo, ya que tener hambre, y Lengua-Complicada explicar que eso ser resultado de
muchos años de análisis, que ser necesario asociar y atravesar objetos, y que de todas
maneras él no poder asegurarle alta a Boca-Que-Introyecta, ni mucho menos captura
de búfalo, imago u otro objeto.
Allí fue cuando Boca-Que-Introyecta arrojar a Lengua-Complicada a lugar de
supuesto comer, y guerreros ingerir "carne a la francesa", ya que ése ser origen de
Lengua-Complicada, que en realidad llamarse Langue-qu'emmerde.
Al día siguiente tener sesión de terapia de tribu, ya que estar muy culposos por
haber comido Lengua-Complicada (en realidad, todos estar culposos menos Lengua-
Complicada, que no estar culposo, ni nada). Entonces gran jefe Barbagrande mesarse
pelos de barba por un momento, y luego decir a tribu que guerreros haber actuado por
desplazamiento. Es decir, tanto hablar Lengua-Complicada acerca de búfalo, que tribu
identificarlo con él, cazarlo y comerlo.
Por otra parte, acotar jefe, sabor ser parecido. Tribu salir de sesión menos
angustiada, buscar huellas mnémicas de búfalo y capturarlo, aunque no haber podido
capturar ninguna imago, que seguramente también ser sabrosa.
A partir de ese día, cada vez que tribu querer capturar búfalos, sólo necesitar ir
a sesión, y seguir huella mnémica. Y aunque no siempre llegar hasta búfalos, otras
huellas mnémicas conducir hacia objetos no menos apetitosos.

Fantasías sexuales primitivas

Tribu Psique-Psique creer en principio del placer purificado por fuego. Niños
de tribu preguntar siempre a guerreros por qué niñas no tener pequeño-tótem-de-hacer-
pipí. Niños querer saber si niñas haber perdido pequeño-tótem-de-hacer-pipí en
batalla, o si nunca haber tenido.
Así, establecerse relación PEQUEÑO-TÓTEM-DE-HACER-PI-PÍ/NO-PEQUEÑO-
TÓTEM-DE-HACER-PIPÍ, que pequeños guerreros deben elaborar para poder entrar en
período de latencia y dedicar su atención a cazar búfalos o a evitar que búfalo atropelle
a pequeño guerrero y lo deje sin su pequeño-tótem-de-hacer-pipí, ni nada.
En las niñas soler a su vez desarrollarse la Envidia de Tótem, y algunas creer
que si ser buenas y cumplir con los ritos adecuadamente, un tótem les crecerá. Si estas

51
pequeñas sqwaws no elaborar correctamente su envidia de tótem, luego transformarse
en histéricas y dedicarse a "danza de lluvia, danza de cosecha, danza de victoria o
danza de alta", que ser la más difícil de conseguir.
También existir niños que creer que madre de ellos sí tener pequeño-tótem-de-
hacer-pipí, aunque saber que otras mujeres no tener. Estos niños en general terminar
siendo renegados, e irse a vivir con blancos.
Uno de los más cruciales momentos de la vida de niño Psique-Psique, ser
aquello que carapálida Lacan describir como "estadio del espejo". En tribu Psique-
Psique ser muy difícil de elaborar, ya que no haber espejos propios. Cada vez que niño
llegar a estadio semejante, padre de niño deber partir al bosque, cruzar bosque, llegar a
poblado blanco y robar espejo de saloon. No ser fácil identificarse en tribu Psique-
Psique.
Sin embargo, entre batallas, ataques por sorpresa a blancos, ataques por
sorpresa de blancos, pipas de la paz freudiana, represiones, mecanismos de defensa y
de ataque, traumas por flecha y heridas narcisísticas producidas por búfalos o
psicóticos que creerse búfalos, vida de niño Psique-Psique ser entretenida y feliz.
Salvo cuando tener fobia a búfalos.

Conclusiones

Quedar claro ahora que no ser blancos los únicos que tener prácticas
psicoanalíticas. Tribu Psique-Psique conocerlas desde hace tiempo, tribu Castrateca
sufrirlas en carne propia cuando ser prisioneros de Psique-Psique, y ser obligados a ser
pacientes. Tribus Esquizontes también practicarlas hace tiempo. Es cierto que también
existir tribus que no creer en psicoanálisis, que cuando ser atacadas responder con
agresión, sin ningún tipo de elaboración previa, que actuar a partir de un sistema
estímulo-respuesta, valer decir, tribus conductistas como los Reflexitas. Pero haber
tribus que creer en el análisis como ninguna otra, caso de una, al sur, que tomar propio
nombre de abreviatura de Inconsciente, los Incas. Por otro lado, también otros grupos
étnicos practicar psicoanálisis, como ser caso de profesor Vel-Tan-Chung en Oriente o
el doctor Prec-Cecé, en África. Pero, claro, blancos siempre tener certeza de que ellos
poder dar cuenta de todo. Olvidarse de lo que decir carapálida Lacan, que toda certeza
ser delirante.
Nube Simbólica hablar.

52
Identidades
JAMES "JIM" TRAUMENGARTEN1

Primera entrevista

Estaba en mi consultorio. Era de noche. Llovía. Estaba en penumbras. Hubiera


querido leer alguno de mis textos favoritos, pongamos por caso una novela de Phillip
Marlowe, pero varios hechos me lo impidieron. Primero, que hacía poco tiempo había
devuelto la mayoría de mis libros a sus legítimos dueños; segundo, que me resulta
difícil leer en penumbras y si prendía la luz perdía todo el clima; y tercero, alguien
golpeó a mi puerta y me dispuse a ver quién había sido el agresor que se había
aprovechado de la imposibilidad de mi puerta de devolverle el golpe.
¡Pobre mi puerta, cuántas veces habré sido su única compañía en esas noches de
divanes deshabitados!
Mientras pensaba todo esto, mi puerta volvió a ser golpeada. No pude más, me
paré raudo y enarbolando el tercer tomo de las Obras completas (el único que me
quedó sin empeñar), abrí la puerta.
El agresor había sido un hombre de mediana edad y una estatura de unos
cuarenta años, más o menos, a quién increpé duramente:
—¿Por qué golpea a mi puerta?
—Es que no hay timbre.
—¿Y qué? ¿Acaso pensaba golpear al timbre? ¿No puede canalizar sus
pulsiones agresivas con algún objeto que sí se pueda defender?
—No...
—¿No qué, no pensaba golpearlo o no puede canalizar su agresión?
—No pensaba golpearlo... sólo quería tocarlo...
—Ya veo, fetichista, quería usted gozar con mi timbre y ante su ausencia le
echa la culpa a la puerta y la golpea...
—No, en realidad todo eso lo hacía para verlo a usted...
—Ah, ¡voyeurista! pero para que lo sepa, yo no gozo exhibiéndome, y mucho
menos gratis...
—Puedo pagarle...
—Adelante, ¿qué desea? —.El tipo me cayó mejor. Alguien que piensa
pagarme tan malo no podía ser.
—Consultarlo, ¿doctor Traumengarten...?
—Sí, ése es mi nombre ¿Qué más desea saber?
—No, no deseo saber, deseo que me ayude a encontrar a Charlie. ¡Estoy
desesperado!
—¿Y por qué no consultó a un detective?
—Consulté, pero él fue quien me mandó aquí.
—Ya veo... ya veo... —.En realidad, no veía nada. Como ya dije, estaba en

1
James "Jim" Traumengarten es hermano de la doctora Anafreudiana Traumengarten,
y se dedica a explorar los aspectos marginales del Inc.
53
penumbras.
¿Quién sería este Charlie, y por qué estaba mi cliente tan desesperado por
encontrarlo/a? ¿Sería su novia? ¿Sería su hijo? ¿Sería su padre? ¿Sería su pene? ¿Sería
una alucinación? ¿Qué habría hecho que un detective privado rechace el caso, con los
cincuenta jugosos, deliciosos dólares diarios más gastos que ello implicaba?
Mientras yo reflexionaba sobre el caso, el tipo se me tiró encima y me imploró:
—¡Ayúdeme, ayúdeme, tengo que encontrarlo!
Para sacarme las eludas y a mi cliente de encima, le pregunté si tenía una foto
Tenía. Sacó una foto y me la alcanzó. La miré.
—¡Una foto suya no, una de Charlie! —le grité.
—Es que ésta es una foto de Charlie —me dijo.
Era igual que él, pero más joven.
—No entiendo, ¿Charlie es su hermano mellizo más joven? —le pregunté,
como si alguien pudiera tener un hermano mellizo varios años más joven.
—No, él no es mi hermano...
—¿Un hijo suyo logrado por clonación?
—Noooo, no es mi hijo...
—¿Su padre?
—No, Charlie..., Charlie es...
—¿Charlie es?
—Charlie es...
—¿Sí, quién es? —pregunté, ya harto.
—¡Yo! —respondió otra voz, detrás de la puerta. Pude reconocer el vozarrón de
Marco, el encargado, que venía a cobrar las expensas. Pero mi cliente ya estaba
desmayado.

Marco entró agitando unos papeles con aspecto de recibo o de boletas impagas.
Le di otras que ya tenía, para que las tirara todas juntas a la basura, pero no cayó en la
trampa. Soy muy mal psicópata, y él es de los buenos.
—Vea dotor, o me paga o le rompo todo el consultorio.
—Rompa tranquilo, Marco, que acá no queda nada por romper. Mi diván es
imaginario, los sillones están tan rotos que otro corte no les haría nada, y el retrato de
Lacan que puse cuando empeñé el de Freud, también está empeñado.
Marco miró para todos lados, y finalmente agarró el tercer tomo de las Obras
completas y se lo llevó.
—Cuando me pague se lo devuelvo, dotor... Mientras tanto voy a leerles un
cuentito a mis hijos... A ver éste... "Los que fracasan al triunfar"...
Y se fue. Intenté reanimar a mi paciente-cliente, a quien la impresión de alguien
dijera ser Charlie le había provocado tremendo desmayo.
Finalmente recobró el conocimiento, más otros conocimientos que nunca había
tenido
—¿Ése... era Charlie?
—No, era Marco.
—Menos mal...
—¿Cómo "menos mal"? ¿No era que usted quería encontrar a Charlie? ¿No
hubiera sido una suerte que justo Charlie estuviera aquí? —le pregunté, aunque

54
enseguida entendí. Si Charlie hubiera sido Marco, habría sido muy distinto del de la
foto. Hubiera sido como buscar otro Charlie. U otro marco.
—No... —sollozó—. ¡Charlie con otro, no!
—Pero no entiendo, ¿Charlie es...?
—No es lo que usted piensa, doctor! —me dijo, pero yo pensaba diez mil cosas,
había que ver cuál de esas diez mil no era.
—A ver si me lo dice de una vez. ¿Quién es Charlie?
—¡Yo!
—¿Usted es Charlie?
—Bueno, no exactamente yo, digamos mi yo; no, a ver, tal vez se podría decir
que es mi narcisismo, mi ideal del yo, mis identificaciones, si fuéramos lacanianos
diríamos mi moi o mi "je", o bien podríamos decirle mi self... hace tiempo que lo he
perdido, no tengo narcicismo, ni personalidad ni nada, estoy... ¿Entiende por qué me
puse tan mal cuando apareció Marco? ¡Era como si me hubiera robado el "yo"!
—Mire, Marco es capaz de hacer cualquier cosa para que le paguen, pero jamás
llegó a llevarse el narcicismo de nadie, tranquilícese, Charlie.
—¿"Charlie"? ¿Usted me acaba de llamar "Charlie"?
—Sí, ¿no dijo que usted era Charlie?
—Doctor, no me haga bromas... ¡le estoy diciendo que me he perdido, que no
tengo yo, que no tengo narcisismo!
—¿Tiene como para pagar cincuenta dólares dos veces por semana?
—Sí.
—Entonces no está todo perdido —le dije. Y le propuse iniciar tratamiento.

Primeras sesiones

El tratamiento de este caso no fue simple, sin duda. El paciente llegaba, me


preguntaba si había alguna novedad, me pagaba y se iba. Bueno, tampoco era
demasiado complicado, pero yo me preguntaba si quería tener ese tipo de tratamiento
con un paciente. Y me respondía que sí, ya que en poco tiempo más podría recuperar
mi diván, mi retrato de Lacan, mi retrato de Freud (al que había reemplazado con el de
Lacan) y, tal vez, hasta pagar el alquiler del diploma, y comprarme un sandwich.
Pero había algo en este caso que me incomodaba. Era un clavo en mi silla. Con
un martillo lo arreglé, y seguí pensando.
Tampoco tenía demasiado que hacer, así que finalmente me fui a dar una vuelta.
Era de noche. Nublado, frío, con un diez por ciento de probabilidades de mejoría, la
visibilidad ambiental reducida. Decidí entrar en el primer boliche que encontrara.
El boliche en el que entré se llamaba "Narcisismo". Un gorila desaliñado que
estaba en la puerta no me quería dejar entrar, pero cuando me vio de cerca creyó que
se trataba de él mismo (éramos increíblemente parecidos) y me permitió el acceso. Yo
ya sabía que no era fácil la introducción al "Narcisismo", pero lo había logrado.
Se me acercó otro matón.
—Quiero hablar con el jefe —le dije.
—Con él estoy hablando —me contestó.
¿Cómo? ¿Entonces el jefe de este lugar era yo? No entendía nada. Le mostré la
foto de Charlie.

55
—¿Conocés al yo de este tipo?
—Aquí no entra ningún yo... —me contestó—. Éste es un lugar desente (sí, lo
pronunció con "s"), o sea, de deseos.
—Querrás decir "deseante".
—-No se haga el analista conmigo... Si dije "desente" es porque quise decir eso.
—Mirá, amigo, yo estoy buscando al yo de este hombre y...
—Yo no soy tu amigo, la amistad es la sublimación de pulsiones homosexuales,
coartadas en su fin —me respondió—. Y ¡si te vuelvo a ver por acá te mato! ¡Nadie
me trata de homosexual!
Éste era realmente un sujeto peligroso, y no tenía objeto seguir interrogándolo,
así que me fui.
Intenté volver por la puerta de servicio, al costado. Ese lugar me parecía
sospechoso.
Entré. Estaba lleno de chicas, señoras, señores, ancianos y niños. Todos eran
iguales a mí.
Salí nuevamente, porque temí que si me quedaba en ese sitio, sería para
siempre.
En un callejón cercano me pareció ver al yo de mi paciente corriendo. Lo corrí,
pero cuando llegué no había nadie.
Esto me resultó sospechoso. Entonces agarré por la solapa al primer transeúnte
que pasaba y le dije:
—Cantá.
Y el tipo cantó un tango. No me gustó.
"Acá debe estar metida la mafia", pensé, "pero si mi paciente siente que la
mafia secuestró a su yo, la cosa le va a resultar muy cara, digamos varios años de
tratamiento".
Una bella mujer se me cruzó en el camino.
—Cincuenta dólares —me dijo.
—Es lo que cobro yo —le respondí.
—No me vas a comparar —dijo—. Yo tengo piernas mucho más interesantes.
—Sí, pero yo sé mucha técnica.
—Yo tengo lo mío, y también sé mucho —dijo.
Entonces le mostré la foto.
—¿Quién es ése, tu mejor cliente, que llevás la foto? —me preguntó, sin
imaginar cuán cerca de la verdad estaba.
—¿Has visto al yo de este tipo? —le pregunté.
—Ni al yo, ni al pene —me respondió.
Seguí mi camino.
Dos matones se me cruzaron. Uno me agarró de la solapa, el otro me pegó, y
me dijo:
—Te recomendamos no interferir.
—¿En qué?
—En nada.
—Pero...
—No opongas resistencia, o no podrá seguir el tratamiento, ya lo sabés —me
dijeron. Y se fueron.
Decidí ir al bar de Tom a pensar con cierta tranquilidad. Aluciné un taxi, me

56
subí a él, y empecé a caminar rumbo al bar.
Mientras caminaba me puse a pensar en las elucubraciones teórico-técnicas de
un caso como éste.

Dudas teórico-técnicas

Ayudar a un sujeto a encontrar su yo que se ha perdido, es sin duda un trabajo


difícil. Vaya a saber si el yo ha sido secuestrado, asesinado, o simplemente huyó con
otra persona que lo tratara mejor, le prometiera más sexo, o simplemente un superyó
menos exigente y un ello más imaginativo. Nada semejante parece existir en la
casuística de Freud, ni en los archivos de la policía. No es común que un individuo
llame al comando radioeléctrico para denunciar que le robaron el yo. Si se tratara de
un objeto, todavía, pero ¿el yo?
Por otro lado, técnicamente me encontraba con una dificultad. Suelo llamar a
mis pacientes por un nombre en particular. En general, es su propio nombre. Y, si el
caso llegara a ser publicado, cambio el nombre por otro. Pero en este caso, mi paciente
declaró que su nombre había huido junto a su yo, que no tenía más nombre. Por lo
tanto, no podía usar su nombre verdadero. Y tampoco un nombre falso, porque corría
el riesgo de que el nombre que yo eligiera como falso terminara siendo el verdadero
del paciente.
Tal vez un lector avezado me dirá que el nombre del paciente debe ser
"Charlie", ya que así llamó a su yo. Pero ¿y si él usó a su vez un nombre falso?
Decidí que lo mejor para este caso sería un buen interrogatorio.
Me pregunté a quién interrogar. Mientras tanto, había llegado al bar de Tom. Le
pagué al taxista imaginario con billetes tan imaginarios como el taxi, y fui hacia una
mesa.
Me pregunté el por qué de la alucinación del taxi. Me dije que era por la crisis,
la falta de dinero, y me prometí que la próxima vez alucinaría un subte.
Tomé la foto de Charlie, y con ella en el bolsillo me dirigí a la mesa. Pensé en
pedir otra vez mi trago favorito, el "whisky a crédito", pero recordé que Pete, el mozo,
me había alertado que en ese bar el whisky era bueno, pero el crédito no. Finalmente
no pedí nada, le dejé a Pete la habitual propina (no suelo dejarle nada) y cuando vino a
recriminarme, lo tomé de la solapa, y le dije:
—¿Dónde está Charlie?
—Ah, sí, el jueguito ése... Pero ¿no se llamaba Dónde Está Freddy?
¡De modo que era Freddy y no Charlie el nombre de mi paciente! ¡Me había
engañado todo el tiempo! Decidí volver a mi consultorio y atenderlo. ¡Ya vería ése
quién era yo! ¡Y ya vería yo quién era él, o al menos lo intentaría!
O como dijo el esquizofrénico: "¡Ya va a ver ése quiénes soy yo!".

Sesión siguiente

Entra el paciente y lo saludo:


—Hola, Freddy, haz de cuenta de que aquí hay un diván y recuéstate.
—No, eh, mire, soy yo... No sé si me equivoqué de consultorio, de hora o de

57
cuerpo, pero yo no soy Freddy.
—Ah, ¿no? ¿Y entonces, quién eres?
—Charlie.
—¡Lo sabía, siempre lo supe, habías estado todo el tiempo allí! Nunca dejaste a
mi paciente y pretendías engañarme!
—Oh, yo... Es que... no, digo, eh...
—¡Ponte de acuerdo, que eres fóbico, no obsesivo!
—Bueno, sí, es verdad, mi yo soy yo.
—¿¡Por qué lo hiciste!?
—Bueno, es que... me sentía solo, y...
—Ya veo —dije—, ahora vete de aquí y no vuelvas nunca más.
—Pero... ¿y el tratamiento?
—Oh, ya veo... Todo esto era un truco para poder contactarte conmigo e iniciar
tratamiento... Debías esconder tu demanda de análisis detrás de una excusa que
engañara a tu propio yo y sorteara las defensas para...
—No, no es eso, es que no sabía si usted me atendería si yo no le daba un
motivo lo suficientemente angustiante.
—Pero Charlie, hay un motivo de análisis mucho más simple que podías haber
traído y a mí me hubiera conmovido desde un principio.
—¿Cuál?
—Cincuenta dólares la sesión...

58
Yo estuve en París
DOCTOR JEAN-JEAN DUSIGNIFIQUANT

Aquí

Siempre supe que los psicoanalistas venían de París, y como yo quería ser
psicoanalista y había nacido de acuerdo con la naturaleza y no de acuerdo con las
leyendas que les contaban a los niños, decidí ir a París para luego poder volver y ser
psicoanalista.
No fue una decisión fácil, ya que dejaba muchas cosas en el camino: amores
contrariados, amigos, objetos, y un análisis en transferencia positiva que se complicó
cuando mi analista no pudo tolerar que me fuera y lo dejase aquí, y a mí el presupuesto
no me daba como para pagar también su pasaje en clase Psi, los honorarios de las
sesiones en vuelo, la estadía y el regreso, ni mucho menos el pago de las sesiones a las
que faltaba yo durante mi estadía y las que otros pacientes dejaban de tener por la
ausencia de él.
Finalmente, logré que comprendiera, prometí traerle un retrato de Lacan, le
pagué las sesiones que me faltaban para curarme y lo dejé sollozando sobre el sillón.
De mi madre me resultó apenas más fácil despedirme. Primero pensé no decirle
nada, ya que, a pesar de que vivo con ella, igual se queja de que no la veo nunca; así
que mucho no iba a cambiar la cuestión. Pero después pensé que siendo ella
psicoanalista, no podía hacerle eso.
Debía saludarla e intentar conseguir de ella, ya que no la bendición, por lo
menos el alta que mi propio analista se había negado a darme. Total, una vez ella me
dijo que sabía que algún día yo atravesaría la puerta de su consultorio, y que ya desde
pequeño yo había dado muestras de interesarme por el psicoanálisis francés1 y me
contó que, para dormirme, debía cantarme un tema que decía:

Sobre el diván de Avignon


todos hablan, todos hablan.
Sobre el diván de Avignon
todos hablan y yo también.

Hablan así, así los obsesivos,


hablan así... y así y así y así.
Hablan así, así los paranoides,
hablan aquí... creyendo que es allí.

Yo jamás llegué a enterarme de cómo hablaban los fóbicos y las histéricas,


porque me dormía antes.

1
En su texto "Existe algo fuera del consultorio", al que se hace referencia en Buffet
Freud I; Jean-Jean Dusignifiquant nos revela algo de esas inquietudes. Pero no nos
revela dónde está publicado dicho texto, por lo que es imposible leerlo.
59
Pero esto de anunciarle que el momento de partir y cortar mi cordón
transferencial había llegado, no era fácil tampoco. Ella me reprocharía que me había
dado tanto amor, tanto cariño, tanto Edipo y ahora yo le hacía esto. Finalmente, decidí
enfrentar a mi madre de hombre a hombre y decírselo. Ella, en principio, tomó este
enfrentamiento como un insulto a su femineidad y me hizo saber que así como las
mujeres no pueden tener pito, los hombres no pueden ser madres, y por simple lógica
cartesiana, dado que ella era mi madre, no era un hombre, o al menos Sócrates era
mortal.
De modo que cambié mi actitud, y decidí enfrentarla de hombre a mujer fálica;
le dije:
—Madre, entiendo tu falta, pero no he de ser yo quien la llene, dado que me
voy a Francia por un tiempo.
Y ella me respondió:
—¿Qué? —pues estaba con la canilla abierta y el ruido del agua no le permitía
escucharme.
—Que me voy, mamá, que me voy.
—Bueno, pónete un saquito y no vuelvas muy tarde.
Yo me puse el saquito y salí, no sin antes preguntarme a qué se refería
exactamente mi mamá con eso de que no volviese tarde.
Despedirme de mi novia fue más difícil aún, pues no sabía dónde hallarla.
¿Dónde estaría esa mujer capaz de acompañarme en los momentos de tristeza y
festejar conmigo en los momentos de alegría? ¿Dónde estaría esa mujer cuyos deseos
se unían a los míos, para satisfacernos el uno en el otro, o para ser más precisos en la
otra (con "o" minúscula, debo aclarar) y todas esas cosas que las parejas les cuentan a
sus terapeutas? No sé. No sé dónde estará esa mujer, a pesar de que llevo años
buscándola. Y debo aclarar que, al no tener novia, me resultó muy difícil despedirme
de ella.
De todas maneras, envié un saludo genérico al sexo femenino, a la mujer que no
existe según, Lacan y a las que sí existen, y tomé mi ruta al aeropuerto.

Volar

El pabellón internacional estaba lleno de gente. De padres que venían a despedir


a sus hijos, de hijos que venían a despedir a sus padres, de madres que venían a
despedir a sus falos, de objetos de deseo que venían a despedir a los sujetos deseantes,
de paranoicos que venían a ver si alguien había venido a despedirlos, de fóbicos que
no se atrevían a subir al avión pero llegaban hasta el aeropuerto, de obsesivos que
debían tomar el avión la semana siguiente pero ya estaban allí por las dudas, de
histéricas que tenían muchas ganas de viajar pero hacían como que no les importaba,
de esquizoides que estaban en el avión y en la sala de embarque al mismo tiempo, de
pacientes que venían a despedir a sus analistas, de analistas que venían a despedir a sus
pacientes, de analistas que venían a ver si conseguían algún paciente nuevo entre los
pasajeros que arribaban; en fin, toda gente común.
Pasé a la sala Psi a hacer un poco de tiempo y elegí sentarme en un cómodo
sillón, que estaba ubicado junto a un diván. Tomé un libro al azar y comencé a
hojearlo. Se trataba de un interesante trabajo acerca de los temores de los

60
psicoanalistas a viajar en avión y las posibilidades de superarlos mediante una breve
terapia conductista. Estaba por hacer la denuncia por sabotaje, cuando un hombre se
acercó, se acomodó en el diván junto a mi sillón y comenzó a hablarme:
—Sabe, doctor —me dijo—, yo soy un hombre muy conflictuado. Me resulta
difícil emprender proyectos, porque siempre creo que el éxito o el fracaso de todo
dependen pura y exclusivamente de mí. Este viaje, por ejemplo...
No le permití seguir.
—Comprendo cómo se siente —le dije—, porque además yo también formo
parte del pasaje, y no crea que no siento cierta preocupación. Pero lo que tengo claro
es que hay cosas que no dependen de mí. En este caso debemos confiar en el piloto...
No me dejó terminar. Se puso a sollozar, se levantó y se fue. Fue en ese
momento cuando me llamó la atención su vestimenta. Se trataba de un traje azul con
vivos dorados y una gorra al tono, semejante al uniforme de la Fuerza Aérea. Cuando
lo vi entrar por la cabina correspondiente al piloto, comencé a mirar con otros ojos el
aviso ése de la terapia conductista.
Para olvidarme de tan angustiante momento me fui al freeshop (tienda libre de
censura) y me compré unas imagos libidinosas a precio de costo.
Luego subí al avión. Me recosté en mi asiento reclinable, lo recliné, comencé a
contarle mi vida al sujeto supuestamente sentado en el sillón de atrás, y cuando iba por
lo del cordón umbilical, fue el despegue (del avión, no del cordón, debo aclarar).
El viaje fue por demás tranquilo. La única molestia era eso de tener que
levantarse cada cincuenta minutos para ceder mi lugar a otro pasajero que quisiera
contar sus conflictos, asociar libremente y esas cosas que se hacen en los viajes aéreos.
Empecé a desarrollar una transferencia sumamente positiva, lindante con lo erótico,
hacia una azafata rubia que supervisaba todos los casos aquí y allí. De pronto, luego de
ciertos sofocones me pareció escuchar: "Por favor, señoras y señores, ajústense el
cinturón de seguridad que vamos a delirar", pero me explicaron que había sido un
lapsus del piloto, que en realidad quiso decir "aterrizar" y se confundió. La azafata, por
su parte, pidió que disculpáramos al piloto por el lapsus y explicó que los sofocones
que habíamos sentido hacía un rato se debían a que el avión acababa de pasar por una
zona de resistencia.
Finalmente, llegamos a París, la Ciudad-Luz, con su falo, la Tour Eiffel.
Descendimos en el Aeropuerto Charles de Gaulle, tomamos nuestros objetos de deseo
(nunca como entonces una valija es un objeto de deseo), y, por mi parte, me fui a mi
hotel en el Boulevard Saint-Sigmund, pleno Barrio Latino.

Allí

Ahora sólo debía esperar un tiempo y volver a mi ciudad natal para poder ser
considerado un analista. Decidí aprovechar mi estadía en París para estudiar
psicoanálisis, supervisar casos clínicos y comer croissants, en orden creciente.
Me dijeron que París no era el lugar indicado para estudiar psicoanálisis
francés, ya que, como nadie es profeta en su tierra, los mejores profesores franceses
andaban dando clases por el mundo, sobre todo por el sur de América latina. Al
menos, ésa fue la opinión del conserje del hotel, quien, al ver mi cara de turista
frustrado, me dijo que París tenía otros encantos, y que por una pequeña suma podía

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conocer lo mejor de la ciudad.
Lo mejor de la ciudad se llamaba Jeanette y, al menos por unos minutos, me
hizo olvidar mis frustraciones presentes y pasadas, a qué había ido yo a París, quién
era yo, cuál es la fórmula química del agua y otros interrogantes más que sólo un
profundo análisis podrá hacer volver a mi memoria.
Treinta minutos y doscientos francos más tarde, decidí tomar las cosas con
filosofía. Ya que no encontré psicoanalistas, iría a ver a los filósofos. Me dijeron que
Descartes ya no piensa, luego no existe, y que para encontrar algún filósofo en París
debía salir a la calle, preguntarle la hora al primer ciudadano que pasara y anotar
cuidadosamente su respuesta. Eso fue lo que hice. Su respuesta me dejó anonadado.
Por lo tanto, decidí detener al segundo ciudadano que pasara, mostrarle lo que me
había dicho el primero y preguntarle qué quería decir eso, no ya en sentido filosófico
sino en francés, idioma del que sólo sé lo estrictamente necesario para ser
psicoanalista, pero no me alcanza para ser filósofo ni para entender la hora.
Volví al hotel, y viendo el conserje que yo tenía una expresión por demás
confusa, dedujo que había tenido suerte en mi encuentro con los filósofos. De todas
maneras me dijo que muy cerca de allí se encontraba la Sorbona, y que tal vez me
resultara útil hablar con alguno de sus estudiantes o, mejor aún, con alguno de sus
profesores. Me sería muy fácil distinguirlos, me dijo el conserje. Sólo debía acercarme
al puesto de venta de crêpes lindante al edificio, pedir una crêpe y preguntar en voz
alta cuál es el sentido de la vida. Es posible que tuviera suerte y se acercara un alumno
de filosofía a charlar conmigo durante horas sobre el tema o, mejor aún, que se
acercase alguien, se comiera mi crêpe y se fuera, en cuyo caso se trataría de un
profesor, qué duda cabe.
En ese momento escuché a dos lugareños hablar en francés. Deduje que se
trataba de dos psicoanalizados, ya que de cada cuatro palabras que decían una era
"mamá", y decidí seguirlos. Tomaron por el Boulevard Saint-Sigmund rumbo a la Rue
du Diván, cruzaron la Place de la Résistence, pasaron por la puerta del Jardin des
Lapsus et Fallits, estuvieron a punto de tomar el metro (subterráneo) en la Gare du
Falo, pasaron por cuatro calles reales, dos imaginarias y tres simbólicas, y entraron en
el "Café de l’lnconscient", único en todo París donde hay que pagar por lo que uno
consume, pero también lo que no consume.

Café

Me senté en la mesa de al lado, y al rato vino el mozo y me trajo el menú. Le di


un vistazo y pregunté:
—¿Salen rápido los ortodoxos?
—Non monsieur, los ortodoxos tardan años. Le recomiendo un lacanien, que en
menos de quince minutos estará usted en la calle.
—No, temo que me resulte pesado. No estoy hoy como para ir atravesando
objetos. ¿Qué tal una terapia?
—Oh, monsieur, no se la recomiendo. Las terapias son pan para hoy, hambre
para mañana, pero, si el señor insiste...
—Insisto.
—Bien, monsieur. ¿La quiere al diván o cara a cara?

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—Me da lo mismo. La terapia es para ir picando. En realidad, yo recién llego de
Latinoamérica, de la Argentina, y lo que me interesa es un buen análisis francés.
—Pero monsieur, si aquí todos son latinoamericanos... Los franceses están
todos en su país, aquí el psicoanálisis más popular es el lacaniano, al que
denominamos "escuela argentina".
—¿Pero cómo "escuela argentina" si Lacan era francés?
—Oui, oui, eso dicen todos al comienzo, pero no se dan cuenta de que es un
arma de la Resistencia. Luego, cuando el tratamiento va avanzando y están más cerca
de la cura, logran reconocer que, más allá del origen, el nombre de "escuela argentina"
es adecuado. Hay un estadio del tratamiento en que esto ocurre, indefectiblemente.
—¿Cuándo?
—En el momento de pagar. Cuando pacientes y analistas discuten acerca de la
suma, la moneda en que se han de pagar los honorarios, la fecha de cobro, la manera
de aumentar, si hay un descuento por paranoia, si el analista está dispuesto o no a tratar
doce fobias al precio de diez, si los pacientes esquizoides pueden pagar con su otra
personalidad, esa que no aparece nunca, si se aceptan tarjetas de crédito, falos y
pagarés, y todo ese aspecto tan peculiar del tratamiento. Allí es donde se entiende el
porqué del nombre de la escuela y nunca más se discute.
—¿Y por qué no se discute?
—Porque generalmente se acuerda un recargo por discusión y ningún paciente
desea pagarlo.
—Ya entiendo, interviene el deseo —dije—. ¡Oh, ahora sí que quiero algo!
¡Mozo, por favor, un deseo!
—Lo siento, monsieur, va a tener que ser la próxima vez.
—¿Por qué, están por cerrar el bar?
—No, monsieur, pero su sesión ha terminado y debemos dejar aquí por hoy.
Son veinte francos y propina a voluntad.
—Pero... si yo no consumí nada.
—A nivel oral no, monsieur, pero mi escucha sí que la ha tenido, ¿verdad?
Y era cierto. Y todos sabemos lo importante que es la escucha de un analista, y
lo importante que es la escucha de un mozo, en el bar. Más de uno lo ha comprobado.
Pagué mi sesión, le dejé una buena propina, que el mozo interpretó como
transferencia positiva, me levanté y salí. Estaba algo más aliviado. Evidentemente, el
"Café de l'Inconscient" tiene la fama que tiene por algo.
Los dos lugareños a los que había seguido tampoco estaban allí. Hacía frío,
pero era frío francés. Volví a mi hotel. Recostado en la habitación, decidí que debía
analizarme. Pero, claro, no podía hacerlo solo, y debía ser difícil conseguir en París un
analista que no entendiera francés. Estaba en París. Estaba solo. Me sentía un poco
angustiado, y el resto deprimido. Más algo de paranoia y un poco de fobia. Casi casi
era yo un cóctel del "Café de l'Inconscient". Pero yo quería ser analista. Así que me di
una ducha, me di un alta momentánea y, ya relajado, salí a caminar rumbo al Centro
Pompidou, donde, me habían dicho, había una exposición de fallidos art nouveau que
no me podía perder.
Cuando llegué, en la puerta me pidieron la invitación. Dije que me la había
olvidado, y me dejaron pasar, ya que había usado la contraseña correcta para una
exposición de esta clase.
En la planta baja estaban los "olvidos de nombres propios". Los casos de Freud

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"Signorelli", "Aliquis" y otros que el mismísimo Sigmund olvidara consignar en sus
obras completas. Al lado había un bar en el que había que pedir café si querías un té y
viceversa, y al costado un guardarropas donde te daban inevitablemente un número de
ticket equivocado.
Por supuesto que aquí no estaban expuestos los fallidos demodés, del tipo
"histeria" por "historia" o "sexual" por "social"; los franceses se los conocen todos y
están a la última moda, qué duda cabe.
Noté en un salón unos fallidos naïf en los que sus autores firmaban autógrafos
con el lápiz al revés o ensuciándose las manos de tinta, y un guía nos explicó que a la
derecha estaba la sala de inventos maravillosos cuyos inventores olvidaron para qué
servían. Por supuesto, dicha sala estaba a la izquierda.
La sala de paraguas olvidados era una de las más visitadas, ya que muchos
abrigaban la secreta esperanza de encontrar allí el suyo, y obviamente terminaban
dejando olvidado otro más. Por todo el museo se podía ver personas caminando con
expresión de intentar recordar algo: absortos como estaban, solían tropezar unos con
otros y encima desconcentraban a los demás, con lo que todo terminaba siendo una
confusión digna de los happenings de Marta Minujín, digo Menajem, digo Manijum,
uy... ¿cómo era?
Finalmente, salí del museo acompañado de una bella señorita que sólo dos
horas más tarde reconoció que yo no era el caballero con quien ella había ido a la
exposición. Pero el mal ya estaba hecho. Y bien hecho que estaba. De últimas, fue un
lapsus. Un lapsus de dos horas.
En los días que siguieron, fui a ver espectáculos callejeros, como el del analista
persiguiendo al paciente que no pagaba sus sesiones, el de la policía reprimiendo
grupos estudiantiles que pugnaban por salir de lo inconsciente, los mimos que utilizan
el lenguaje corporal, los oradores espontáneos que seducen con su lenguaje oral, y no
faltó quien exhibiera su lenguaje anal y el genital. Toda París es un espectáculo en la
calle.
Poco a poco me fui sintiendo mejor. Ya era un extranjero ignoto, un marginado
más, y como tal encontré mi sitio en la sociedad. París siempre les ofrece un lugar a
los extranjeros ignotos e inadaptados. Lástima que ese lugar quede tan lejos de
Francia.
Pero yo, estuve en París.

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Las crisis en psicoanálisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

El concepto de "crisis" en psicoanálisis ha ido variando con el correr de los


tiempos de sesión y las elucubraciones teóricas pertinentes: no es lo mismo una crisis
al iniciar la sesión, provocada, por ejemplo, por la ausencia del paciente, que una crisis
al final de la sesión, una vez que el paciente ha manifestado explícitamente que no
pagará nuestros honorarios ese día.
Pero vayamos al seguimiento histórico. El propio Freud fue protagonista de
varias crisis. La primera fue en ocasión de su ruptura con la hipnosis, que llevó a cabo
con un chasquido de sus dedos que le hizo olvidar todo lo que había investigado acerca
de ese tema hasta el momento. Luego Freud rompió con la catarsis, en un violento
estallido de cólera que le permitió aliviarse y continuar con sus estudios acerca del
inconsciente. Posteriormente rompió con Jung, cuando éste lo denominó "arquetipo
del autoritarismo", a lo que Freud respondió que hiciera con su madre lo mismo que
Edipo hizo con Yocasta.
Luego Freud se encierra a estudiar y allí elabora el concepto de narcisismo.
Finalmente, según estudios no muy fundamentados, estuvo a punto de romper consigo
mismo (esto se desprende de textos que se le atribuyen apócrifamente, como "Yo, no-
yo, ¿y a mí qué?", "Entre el yo y el superyó me quedo conmigo" y "La escisión del yo
y sus consecuencias legales", donde se plantea un caso de esquizofrenia en la que una
parte del yo escindido reclama la posesión del automóvil. Estas obras pertenecen en
realidad a otros autores que han quedado reprimidos de la realidad psicoanalítica).
Como vemos, en la época de Freud las crisis del psicoanálisis pasaban por la
conceptualización teórica, y no por la escasez de experimentación clínica dignamente
remunerada (léase pacientes), como ahora.
Esta variación del concepto de crisis también puede ser explicada desde
diversas vertientes. Hay quien explica el tema señalando las condiciones en las que
operó Freud, y propone como solución trasladarse a Viena, y, de ser posible, al siglo
XIX. Otros, en cambio, aclaran que lo que pasaba es que en la época de Freud había
muchos menos analistas que ahora. Wolfgang Apfelstrudell, en su libro Pacientes eran
los de antes (Patientes über Alles, en la edición alemana), nos describe esta situación:
"Antes de Freud era muy difícil conseguir psicoanalista. Una persona quería atenderse,
estaba dispuesta a recostarse en el diván, pagar los honorarios, que lo derivaran, en fin,
cualquier sacrificio para analizarse, y nada, no se conseguía ni uno, ni por casualidad.
Por suerte Freud percibió esta verdadera falla social y le puso remedio. A partir de él,
todos los pacientes que quisieran analizarse podrían hacerlo y, si no lo hacían, se
debería a algún tipo de resistencia, sin duda".
A partir de textos como el de Apfelstrudell, recordado entre sus pares y
pacientes porque sus interpretaciones dejaban un dulce sabor en la boca, uno puede
colegir que antes era otra época.
Ahora las crisis en psicoanálisis tienen un común denominador: el lugar del
paciente. Es en este punto en el que se produce el vacío teórico al no poder
conceptualizar el vacío práctico, que tanta angustia produce, y remite a un tercer vacío
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transferencialmente ubicable en el bolsillo del analista, que ha sido abandonado por su
paciente tal como el mismo paciente fuera abandonado por su propio poder
adquisitivo.
En su conocido texto "¿Quisiera alguien recostarse en mi diván?", Pier Paolo
Psicozzi nos comenta el tema con crudo realismo: "El paciente está pasando a ocupar
la fantasía inconsciente, consciente y pudiente del analista. Muchos profesionales han
debido aplicar su herramienta de trabajo a otras disciplinas. Por ejemplo, la sociología:
hay analistas que alquilan su diván a personas desalojadas que no tienen donde dormir.
Otros han ido más lejos aún, y lo alquilan a parejas, por turnos de cincuenta minutos.
Si los locatarios así lo desean, el servicio se transforma en 'especial' agregando el
analista un número vivo en el que les relata fantasías eróticas sumamente excitantes
para ponerlos en clima".
Como puede desprenderse de una lectura entre líneas de este texto, el concepto
de "paciente difícil de encontrar" ha llegado a la teoría. Podríamos aquí recordar un
viejo concepto psicoanalítico, aquel que sugiere que los poetas saben adelantarse a los
conocimientos científicos. Se trata en este caso del chileno Pablo Neruda, quien supo
percibir con especial nitidez lo que ocurre en una relación terapéutica en la que el
constante silencio del paciente presagiaba un pronto abandono del tratamiento. Así
pensó Neruda: "No me gusta cuando callas, porque estás como ausente". Luego el "no"
fue interpretado como una negación del conflicto y quitado del verso, en una
elaboración secundaria del mismo.
Decimos entonces que en la actualidad las crisis pasan por la escasez, por la
falta, como diría un lacaniano, o bien un kleiniano que tampoco tuviese pacientes. Es
entonces función de los psicoanalistas intentar explicar las crisis o dedicarse a otra
cosa; o bien intentar explicar las crisis y dedicarse a otra cosa.
Podemos pasar ahora a ver los distintos caminos que tomaron diversos analistas
frente a la crisis. Quiero decir, a qué otras cosas se dedicaron.
Al analista en crisis con su profesión se le presentan varias alternativas. La
primera es elaborar este conflictivo tema en su propio análisis, lo cual, si no resuelve
su problemática, por lo menos contribuirá a solucionar la de otro profesional, su
analista. Podrían incluso establecerse situaciones en las que cada analista tuviera a
varios "en crisis" como pacientes, según propuso un avezado profesional cuyos
conocimientos matemáticos eran nulos.
Tratemos ahora de conceptualizar cuáles serían las actividades alternativas para
un analista. Podría, por ejemplo, dedicarse al periodismo. Esto implicaría una primera
e importante dificultad, ya que es muy difícil conseguir notas, reportajes y primicias
sin salir del consultorio. Por otro lado, tendría que renunciar a su Weltanshbauung
(cosmovisión), en caso de tener una. Si no, se corre el riesgo de transmitir
informaciones como ésta: "Berazategui, Argentina, urgente: un feroz malviviente
eliminó a balazos a su mujer, pero en realidad quería matar a su madre, por haber
elegido a su padre cuando él era pequeño"; o bien: "La policía reprimió duramente una
manifestación del inconsciente popular, esgrimiendo su falo. Por su parte, el secretario
de la central obrera solicitó un urgente aumento salarial, ya que el hambre no admite
subrogados", terminando el flash informativo con un "Hay más significantes para este
boletín".
Otra profesión cercana, muchas veces intuida por los analistas, es la de poeta.
Muchos analistas proyectaron sus fantasías en ese sentido, pero vivir de la poesía es

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aun más difícil que vivir del psicoanálisis. Así y todo, hubo grupos de analistas que
formaron "talleres de estudio lírico-freudianos", que intentaron ponerles rima a las
obras completas de Freud (en alemán), luego a las de Lacan, y finalmente, al no lograr
un acuerdo, terminaron desarrollando diversas líneas psicoanalíticas.
Famoso fue el grupo "Le Vers Lacanien", traducido como "El verso lacaniano",
que se reunía en sesiones de hasta cincuenta minutos con el fin de asociar
poéticamente. A la primera palabra "coherente", la sesión se interrumpía, pues
consideraban a la coherencia una "resistencia a poetizar". En homenaje a este grupo,
publicaremos un "poema lacaniano" o "lacanema", el cual no fue desarrollado por el
grupo homenajeado —que jamás logró coordinar una sola estrofa, dado que su propia
metodología se lo impedía—, sino por un analista y paciente lacaniano en momentos
en que se parapetaba tras el diván convertido en trinchera ante un ataque de la escuela
alemana.

LACANEMA

Podría asociar los significantes más tristes esta sesión.


Asociar, por ejemplo, con la melancolía
la miel que algún anciano, en su lancha, olía
o la mela que un anco, en una lan colía
pero, tal como dije, asociarlo podría
potencial que remite a un otro remitente
que de afuera recibe, como un Otro presente
lo que un yo de ficción, defección le enviaría.
Podría asociar matemas muy tristes esta noche.
pero no lo voy a hacer. ¡Viva la resistencia!

Con un criterio claramente materialista y con fines de lucro, un supervisor


poético decidió tomar algunas de las frases más logradas de sus alumnos y
transformarlas en "pósters psi". Si bien se trataba de pequeñas estrofas, generalmente
de contenido superficial, y con ilustraciones simples (un retrato del inconsciente, un
diván iluminado por el sol, una lámina del test de Rorschach), eran muy solicitados por
pacientes y analistas, que se los regalaban a sus respectivos analistas y pacientes, con
motivo del fin de año, o para felicitarlos por una brillante interpretación, o para
solicitarles que no abandonaran el tratamiento, o como manera de recordarles el pago
puntual de los honorarios.
Algunos de los afiches, los más famosos quizá, decían frases como: "Amar es
dar lo que no se tiene a quien no lo es", "Un analista que da consejos más que analista
es un terapeuta de apoyo", "Al objeto a ¿por qué no lo atravesamos juntos?", "Hoy
puede ser el comienzo de algo transferencialmente importante", "Dejemos aquí por
este año, lo espero el primer martes del año que viene, en su horario", "Año nuevo,
honorarios nuevos", "Ahora hay que poder elaborar" (tarjeta de condolencias), “Deseo
tu falta” (declaración de amor), "Sos la completud de mi imagen narcisista" (para
simbióticos), "Sublimemos nuestros impulsos sexuales en sus fines y objetos" (a un
amigo) o hasta "Con una imago como la tuya, el deseo circula mucho más
fluidamente" (para iniciar una relación amorosa).
Pero no sólo a la poesía se han dedicado los analistas en crisis. Un grupo de

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profesionales provenientes del kleinianismo, puso un "taller de reparación de objetos".
La propuesta era interesante, el problema es que los clientes no se convencían de que
el problema estaba en ellos, y no en la heladera, lavarropas o televisor que habían
llevado a arreglar.
Es claro, entonces, que el concepto de crisis en psicoanálisis es complejo.
Por eso, es en mi condición de escritor que solicito que la dejemos aquí, por
hoy.

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Homenaje a Melanie Klein
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Melanie Klein fue una célebre psicoanalista inglesa que intentó reparar la teoría
freudiana, ya que sentía por el creador del psicoanálisis envidia y gratitud a la vez. Se
podría decir que Melanie es la fundadora de la escuela inglesa (English School) ya que
antes de su llegada los británicos sólo practicaban el anglicanismo. Sin embargo, por
un lado hubo psicoanalistas anteriores a Klein, como Abraham, por ejemplo y, por otro
lado, la tradicional English School ya existía, aunque debemos decir que en su interior
pasaba cualquier cosa menos psicoanálisis. Después de Melanie Klein muchos
establecimientos de enseñanza dividieron a sus alumnos en dos grupos: los del claustro
bueno y los del claustro malo.
A Melanie no la detenía en absoluto el hecho de ser una mujer insertada en una
sociedad falocéntrica: "Eso del falo va a ser un invento de los lacanianos", solía decir
sin que nadie entendiera nada, para luego agregar: "No tengo nada que objetar a mis
teorías; a lo hecho, pecho bueno".
Para comprender a Melanie Klein debemos también hacernos una idea de la
sociedad en la que vivía, la inglesa. De allí se explica su división topológica entre el
"yo", por un lado, y los "objetos", por el otro, siendo el objeto de mayor peso en su
teoría el paraguas, que no sólo es fálico, sino que también sirve para protegerse en
caso de lluvia, tan común en Londres.
Melanie Klein describe en la evolución temporal dos fases: la primera, esquizo-
paranoide, se puede observar en cualquier día londinense: llueve, al rato sale el sol, se
nubla, vuelve a llover, y así. Ése es el componente esquizo.
El componente paranoide vendría a ser la reacción de cualquier individuo que
se haya propuesto salir a la calle, y deba ponerse las botas, el piloto, la malla, el
pulóver, una remera o camisa fina, la corbata, y, fundamental, el chaleco de fuerza. Un
individuo que estuviera en su sano juicio llegaría a pensar que se trata de un complot
contra su persona. Y tal vez no estaría equivocado.
La segunda fase que describe Melanie Klein es la llamada depresiva. Ésa
podemos observarla cuando el tiempo se estabiliza, y los ingleses se quedan sin tema
de conversación.
Un psicoanalista joven realiza esta crítica: "¡La doctora Klein hablaba de fase
depresiva porque no conoció a los Beatles! Es posible, no lo sabemos, pero lo cierto es
que le debe de haber resultado muy difícil trabajar en Inglaterra, más aún dado que ella
no nació allí. Lo primero que descubrió Melanie Klein cuando decidió fundar la
escuela inglesa es que para ello debía viajar a Inglaterra; si no, todo le iba a resultar
demasiado complicado. Lo segundo que descubrió fue que los analistas ingleses
hablaban en inglés, por lo que aprendió el idioma, ya que no sólo los analistas ingleses
lo hablaban, sino que los pacientes, seguramente identificados con sus terapeutas,
también lo hacían. Luego iría descubriendo otros aspectos de la sintomatología
característica de la región, como el sábado inglés, el budín inglés, la sopa inglesa, los
piratas, y hasta el inglés de los huesos, caso clínico que luego diera lugar, cambiados
los nombres, a una famosa novela del autor argentino Benito Lynch.
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Veamos ahora un fragmento de una típica sesión de psicoanálisis inglés. Dicen
que después de Melanie Klein el psicoanálisis se convirtió en una de las mayores
aficiones de los británicos, sólo superada por el fútbol, el té, el cricket y las críticas al
gobierno, además de las conversaciones sobre el tiempo, claro. Dicen que hasta llegó a
haber tribunas en algunos consultorios, y la gente iba a alentar al terapeuta o al
paciente, según sus preferencias, o sus transferencias. No podemos afirmar que haya
sido Melanie Klein la analista de esta sesión, pero tampoco lo negaremos.
La acción transcurre en el consultorio. Ya está la analista, y llega el paciente P.

A.: Buenas tardes.


P.: Son buenas las tardes, ¿no lo son?
A.: ¿Usted qué piensa?
P.: Creo que debería cerrar el paraguas, ¿no lo cree usted?
A.: Eso lo debe decidir usted.
P.: Si las tardes son buenas como usted lo dijo, yo debería cerrar mi paraguas, pero me
temo que esté fuertemente lloviendo, ¿no lo está?
A.: Y usted usa el paraguas para protegerse, claro.
P.: Lo que ocurre es que suele llover, ¿es que acaso no suele?
A.: Ahora no está lloviendo. Ahora sí. Ahora no. Ahora sí. Bueno, pero de todas
maneras estamos en el consultorio, un lugar protegido. ¿No recuerda usted otros
lugares en los que se haya sentido protegido, en su vida?
P.: ¡Oh, sí, por cierto! Recuerdo los viejos buenos tiempos de Carbuncle's School.
A.: ¿Su colegio secundario?
P.: Oh, no, de ningún modo es así: Carbuncle's School era mi perro.
A.: Pues es un nombre extraño para un perro. Más bien parece el nombre de un
colegio.
P.: Lo que pasa es que yo aprendí mucho de él. Era como un padre para mí. Me enseñó
a defenderme en la vida.
A.: ¿Era un perro con mucha experiencia?
P.: No, mordía. A mí me mordía. Si no hubiera logrado escapar de sus persecuciones
no estaría aquí ahora, ¿o acaso estaría?
A.: Es usted un tanto indeciso.
P: ¿Lo soy?
A.: Sí, lo es. Por lo pronto, no ha cerrado usted el paraguas ni se ha recostado en el
diván.
P: ¿Es que acaso debiera haberlo hecho?
A.: Sí, debería. Y ahora siéntese que tomaremos el five o'clock test.
P.: ¡Cielos, son las five o'clock tea! ¡En efecto, lo son!
A.: ¿Qué asocia usted con esa hora?
P.: ¡El té, el té! Recuerdo a mis padres discutir acaloradamente porque mi madre
quería servir el té con limón, y mi padre reclamaba una nube de leche en su taza.
¡Todas las tardes lo mismo!
A.: Y usted, escuchándolos...
P: Sí, yo escuchándolos escondido, ¿no es así? Ellos creían que tomaban el té a solas,
y yo los escuchaba cómo se iban poniendo, y luego tomaban una y otra taza, ¡una y
otra taza!
A.: Y esto quedó grabado en su mente.

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P: En efecto, quedó grabado, ¿no es así?
A.: Y por eso usted no cierra su paraguas, teme que lo salpique una gota de la nube de
leche de su padre, claro está.
P: Claro está, ¿está claro?
A.: Dejemos aquí por hoy.
P: ¿Cree usted que deba cerrar el paraguas? No parece estar lloviendo, ¿parece?

Cualquier analista actual comprenderá el durísimo esfuerzo que implicaba para


Melanie Klein y sus seguidores la tarea de analizar ingleses. (Tal vez cuando la
escuela japonesa o la vasca nos hagan llegar sus escritos nos encontremos con un
nuevo tipo de desafío. Por ahora es poco lo que sabemos al respecto.)
Si nos detenemos en la sesión transcripta, comprendemos por qué Melanie
Klein no tomó en cuenta la teoría significante: en Inglaterra, un significante remite a
otro significante, pero a otro cualquiera, más determinado por el estado del tiempo que
por la estructura del sujeto. Vemos además la importancia de los objetos. En este caso,
el paraguas no era un falo que diese poder como habría interpretado un lacaniano, sino
un objeto protector, casi materno, dentro del cual él podía crecer seguro. Este
sentimiento es, sin duda, común en Inglaterra, y hasta tal vez sea alentado por los
fabricantes de paraguas. ¿Qué podemos decir del perro, que quedó ubicado en el
esquema libidinal del sujeto como un padre castrador? Con un buen análisis temprano,
digamos casi de nacimiento, el sujeto hubiera encontrado un objeto transicional, por
ejemplo un hueso, con el que calmar a un padre tan agresivamente canino. Pero no fue
así.
Más allá de este caso, otro mérito de Melanie Klein, que debemos señalar, es el
del desarrollo de la identificación proyectiva. Otra vez nos maravillamos ante su
percepción, si recordamos que realizó esa teorización en Inglaterra. Si hubiera
pertenecido a la escuela francesa de Lumière, o a la norteamericana de la Metro
Goldwyn Mayer, todo habría sido muy simple. Pero no, fue en Inglaterra.
Vemos entonces lo dificultoso que ha sido el desarrollo de la escuela inglesa de
Melanie Klein. Evidentemente, lo suyo no fue un juego de niños.

Acotaciones

No puedo agregar nada a las emocionantes palabras del doctor Psíquembaum.


Me gustaría poder acotar algún comentario, señalar algunos de sus aciertos, pero no
estoy en condiciones de hacerlo. Me quedé dormida al comenzar a leer el escrito.

Doctora Anafreudiana Traumengarten

Interesante la postura del doctor Psíquembaum al explayarse sobre la escuela


inglesa, pero olvidó un aspecto, quizás el paradigma del psicoanálisis inglés. Esa frase
que estaba en todos los consultorios, al menos según la leyenda: "Time is money".

Phillip Twentydollars

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La teoría kleiniana me parece absurdamente complicada. ¿Qué quiere decir
"acaso"?

Doctor Alain Supositoire

La teoría kleiniana es uno de los grandes capitales del psicoanálisis. Y ya


conocen los lectores lo que yo opino del capitalismo.

Licenciado León Neurotsky

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Ejercicio psíquico
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Los espartanos tenían ese refrán: "Mens sana in corpore sano", pero no lo
entendían porque estaba en latín, y ellos hablaban griego. En la actualidad sabemos
que quiere decir "mente sana en cuerpo sano". De esta frase muchos analistas
dedujeron que para curar su mente los pacientes tenían que tener sano su cuerpo, y los
mandaron a hacer toda clase de deportes y gimnasias, con lo que finalmente los
pacientes estaban igual de neuróticos pero con mucho menos colesterol.
Quizá sea hora de comprender que con el cuerpo solo no alcanza, y plantear
"ejercicios psíquicos", no sólo para los pacientes, que con analizarse ya les alcanza y
sobra, sino también para los analistas, que con tantas horas de estar en la misma
posición (la del supuesto saber) pueden terminar con el ello a la miseria. Va pues una
lista de mis mejores ejercicios psicoanalíticos.

1) Una señora mide 1,20 m de busto. ¿Cuánto mide su pecho bueno? ¿Y su pecho
malo?

2) Si un kleiniano y un lacaniano corren una carrera, ¿quién llega primero? ¿y adónde?

3) Si un paciente no puede pagar su tratamiento, ¿es eso un psicodrama?

4) Recuerde cuando fue la última vez que dio de alta a un paciente. Calcule el número
de sesiones que ese paciente hubiera tenido hasta el presente de haber continuado su
tratamiento. Multiplíquelo por el costo actualizado de cada sesión. Pregúntese si
realmente el paciente estaba como para ser dado de alta. Pregúntese si usted estaba en
condiciones como para darlo de alta. Llore.

5) Imagine que el psicoanálisis es una religión. ¿Quién sería Dios? ¿Cabría rezar en
nombre de lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico? ¿Los analistas podrían perdonar las
deudas de los pacientes, así como a ellos los perdonarían sus supervisores? ¿Habría
colgantes del Santo Diván?

6) Considere a dos sujetos, A y B. En realidad, A y B son escisiones esquizoides de


una persona llamada AB. Pero A ignora la existencia de B, y vicecersa. A y B se
escinden a su vez en A1 y A2, y en B1 y B2 respectivamente. Pero Al, A2, Bl y B2 se
escinden a su vez en A3, A4, A5, A6, B3, B4, B5 y B6. ¿Qué ocurre si por casualidad
A conoce a B3 a través del espejo y surge entre ellos el amor? ¿Cabe hablar de un
amor esquizofrénico, de relación narcisista, de paranoia, de autoerotismo, o de que hay
que llevar el espejo a arreglar?

7) Si los padres de un joven esquizofrénico decidieran separarse, ¿puede reclamar cada


uno la tenencia de una de las personalidades de su hijo?

8) Escriba usted cien veces la frase "Hoy he tenido una buena sesión". Una vez hecho
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esto, responda: ¿es usted un obsesivo? ¿Hace usted cualquier cosa que le ordenen? y
¿ha tenido usted hoy una buena sesión?

9) Imagínese como su propio paciente (si es usted analista), o como su propio analista
(si es usted paciente). ¿Qué se señalaría? ¿Se sentiría frustrado como analista cada vez
que faltara a una sesión como paciente? ¿Supervisaría su caso con usted mismo?

10) Funde una institución de orientación lacaniana en cuyo nombre figure la palabra
"freudiana" o "freudiano" por lo menos una vez, pero mejor dos: "Asociación
freudiana de estudios freudianos" no estaría mal, pero ya se me ocurrió a mí, así que
piense otra. Proponga que el resto de las instituciones se autodisuelva y se agrupen
todos bajo su mando omnímodo. Declárese inefable. Luego disuelva la institución y
que cada cual se salve como pueda. Analice todo lo acontecido. ¿Fue divertido?

11) Edite una revista para niños en la que haya una lámina con un analista, un
paciente, un diván, un retrato de Freud, un retrato de Lacan, un sillón y una biblioteca
troquelados. Recórtelos. ¿Qué pondría en el diván, qué en el sillón, qué retrato en la
pared del consultorio, qué pared si el consultorio aún no ha sido publicado?

12) Supongamos que de repente aparece una esfinge en el pueblo en el que usted vive.
A los que respondan adecuadamente a la pregunta que les formule ¿la esfinge les
regalaría electrodomésticos?

13) Haga una lista de sus amigos que se analizan y otra de los que no. Después haga
otra lista de los que son analistas y otra de los que no. Después haga una lista de los
que son lacanianos y otra de los que no lo son. Después descubra la inutilidad de las
listas e invite a todos a una gran fiesta de disfraces inconscientes.

14) Decida que usted está bien. Dése el alta. Luego inicie un análisis de cuatro
sesiones semanales y ocho años de duración para entender por qué tomó tal decisión.

15) Salga a la calle. Camine. Descubra algún paranoico en la multitud. Persígalo.

16) Salga a caminar por una calle céntrica. Encuentre a algún señor de pipa y barba o
bien una señorita con un libro de Freud que estén sentados solos a la mesa de un bar.
Siéntese junto a él/ella y propóngale iniciar tratamiento ya mismo sin especificar quién
de los dos será el analista y quién el paciente. Si él/ella llega a llamar al mozo,
propóngale que sea el supervisor. Si llegan a venir unos policías, propóngales una
terapia de grupo. Si advierte que la resistencia le impide trabajar y están por llevarlo
preso, diga que dejó un paciente en el fuego y huya sin pagar el café.

17) Escriba un texto empleando sólo artículos, pronombres y neologismos. Difúndalo


entre sus amigos diciendo que se trata de un manuscrito secreto de Lacan. ¿Cuántos de
ellos le creen? Haga un cuadro estadístico al respecto. Difúndalo entre sus amigos.

18) Vaya a París. Vuelva. ¿Se siente usted más psicoanalista ahora?

74
19) Reúnase con un grupo de colegas para conformar un grupo de estudio. Estudien
durante nueve años cuál va a ser el tema a ser estudiado por el grupo. Lleguen a tantas
posibilidades distintas como miembros tenga el grupo, más una. Disuelvan el grupo
afirmando que les ha sido especialmente instructivo.

20) Inicie un análisis de sangre. ¿Establece transferencia con el enfermero? ¿Considera


a las jeringas un objeto transicional? ¿Puede usted decir "esto no es análisis"?

21) Escriba un texto acerca de algún aspecto que usted crea importante dentro de la
teoría psicoanalítica. No lo firme. Guárdelo en un cajón. Al tiempo léalo como si lo
hubiera escrito otro. Escriba una crítica del texto. Luego guarde la crítica. Léala como
si usted hubiera sido el autor del texto inicial (que lo es). Enójese muchísimo con usted
mismo.

22) Escriba una crítica a los libros de autoayuda a partir del psicoanálisis. Intente
venderlo masivamente. Afirme que el psicoanálisis es para gente selecta.

23) Mientras el paciente habla, realice flexiones con los brazos y reflexiones con la
cabeza. Si teme ser descubierto por el paciente en esa actitud, haga que el brazo, al
flexionar, tome siempre el libro de introdución a la introducción a la introducción a
Lacan y luego déjelo en la repisa, y así sucesivamente. Si el paciente lo llega a ver, no
se sorprenderá en lo absoluto.

24) Siéntese en el piso y extienda sus brazos hasta tocar el objeto a. Si llega a
atravesarlo, dése el alta.

25) Elongue su cuello y su ello hasta llegar a una sensación de deseo reprimido. Luego
párese, separe las piernas, y baje y suba los brazos mientras dice "una-dos-tres-cuatro
teorías sobre la angustia; una-dos-tres-cuatro teorías sobre la angustia...".

26) Este ejercicio es para tres personas: dos analistas y un paciente. El paciente se
coloca en el medio, y los analistas tratan de llevarlo cada uno a su diván. No vale
hablar.

27) Varios estudiantes participan de un grupo de estudio con un docente. En un


momento dado, el docente les pide que se paren y lee en voz alta un texto de Freud. De
repente el docente se detiene, y los jóvenes intentan volver a sentarse, pero hay una
silla de menos. El último en sentarse se retira del grupo. El ejercicio se repite hasta que
el grupo se cierra por problemas económicos.

28) El analista piensa que tal vez haya un paciente esperándolo en la sala de espera del
consultorio. Entonces abre muy lentamente la puerta, pero al comprobar que no hay
nadie la cierra de golpe. Repite este ejercicio durante cincuenta minutos. Es muy
bueno para estimular los bíceps y la ansiedad.

29) Se dibuja en el suelo, con tiza, un esquema de la tópica freudiana, delimitando el


Inc., el prec. y el consciente. Se salta en un solo pie del uno al otro. Luego, a un

75
costado, se realiza un dibujo similar, pero kleiniano, con el yo y los objetos. Al otro
costado, un dibujo de los registros lacanianos: real, imaginario y simbólico. Luego se
realizan, siempre en un solo pie, saltos epistemológicos de un esquema a otro.

30) Para psicoanalistas mujeres. Se organiza un partido de "pelota al incesto": hay que
embocar la pelota en una especie de aro con red, que es defendido por la madre de la
que intenta embocar.

31) Carreras de resistencia. Varios pacientes corren hasta el consultorio de sus


respectivos analistas. El que llega último gana.

32) Intente caminar por el consultorio con el diván levantado cual si fuera una barra de
pesas. Si el peso fuera poco, vuelva a hacerlo, pero con un fóbico acostado en el diván.
Mientras se realiza el ejercicio, se le puede interpretar al paciente que no tiene por qué
temerles a los perros, ya que son mucho más previsibles que los analistas.

33) Haga una pila con todos los libros de Freud, Lacan y Klein, teniendo cuidado de
que no se caiga. Luego súbase arriba de todo, y desde allí sienta que sabe mucho sobre
psicoanálisis.

34) Dóblese hacia adelante y extienda las manos hasta que tomen los pies. Luego
ruede y vaya atravesando habitaciones al grito de "¡Soy la 'O' mayúscula, soy la 'o'
mayúscula!".

35) Flexione las manos. Sin extenderlas, vuelva a flexionarlas. Luego, flexiónelas una
vez más, como para que queden en ocho partes. Luego pregúntese, en medio del dolor,
qué motivaciones inconscientes tendrá uno para lastimarse así.

36) Suba veinticinco pisos por la escalera. Luego bájelos. Ahora intente repetir el
ejercicio pero al revés: primero baje los veinticinco pisos y después súbalos.
Explíquele al psiquiatra que se trataba de un ejercicio, que está en un libro. Vuelva a
intentarlo, pero con el director del manicomio.

37) Flexione los brazos varias veces hasta sentir que se duermen, sueñan y asocian
libremente. Si el ejercicio resulta muy liviano, se pueden agregar varios kilos de culpa
en cada brazo.

38) Flexione y extienda los músculos de los párpados hasta sentir que se ha resuelto el
Edipo.

39) Después de cada sesión, vuelva al trote hasta su casa. Luego, vuelva al trote hasta
el consultorio, toque la puerta, y cuando el analista le abra, dígale: "Perdón, doctor (o
licenciado/a), ¿por casualidad no dejé aquí mi fobia? Luego vuelva al trote hasta su
casa, más rápido aún, cosa que el analista no lo agarre.

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Carnet del Grupo de los Jueves
Antología
SELECCIÓN Y PRÓLOGO: PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Prólogo

El Grupo de los Jueves, también llamado "Testigos de Freud", es un grupo de


pacientes con gran experiencia de diván, que solían reunirse los jueves en una
cervecería con la excusa de tomar cerveza, pero cuyo fin último era actualizar la
teoría, la práctica y la clínica psicoanalíticas a partir de su propia experiencia "del
otro lado del diván". Lo que sigue es una selección de sus mejores apuntes, que deben
ser valorados en su justa medida, ya que provienen de personas a quienes el diván les
ha permitido saber mucho más acerca de la teoría psicoanalítica que de sí mismos.

Yo me trataba simultáneamente con tres analistas recién recibidos. Venía bien;


uno me trataba como fóbico, otro como histérico y el tercero como obsesivo. Hasta
pensé en un cuarto analista recién recibido que me tratase como espejo. El problema
fue que un día me confundí y llamé a uno con el nombre de otro. Se puso mal, se
angustió y me dijo entre lágrimas que yo lo había traicionado, ya que él me pagaba
como paciente exclusivo. Finalmente cambié de trabajo. Es una lástima, ya que como
paciente hubiera progresado.

Cuando un paciente se siente desesperado y cree que el psicoanálisis pondrá fin


a sus angustias, calmará sus instintos y será refugio para su ansiedad, es que el analista
no está actuando como espejo sino como espejismo.

Mi analista estudió profundamente el estadio del espejo, y llegó a la conclusión


de que en la mujer es mucho más prolongado que en el varón. Las etapas del "estadio
del espejo femenino" podrían dividirse en "estadio del vestido", "estadio del
maquillaje","estadio de la cartera y los zapatos", "estadio del me queda mal, me lo
cambio", "estadio del no tengo qué ponerme" y "estadio del ¿en serio te parece que me
queda bien?". Puede ocurrir que la mujer pase luego al "estadio del teléfono" en el que
llama a una amiga y ambas se consuelan mutuamente por lo mal que les queda la ropa.

En el "estadio del teléfono" del analista hay que tomar en cuenta las
interrupciones de sesión por el llamado de un paciente que no es uno, dado que uno
está recostado en el diván (salvo que uno tenga una unidad celular móvil y decida
usarla para llamar al analista desde el propio consultorio de él/ella). Esto hace que el
analista deba dejar nuestro discurso libre por un momento y dedicarse a calmar la
ansiedad de otro paciente, de la pareja de algún paciente, de la pareja del propio
analista, de la madre de la pareja de un paciente o de su propia madre, o del pintor que
explica que la resistencia le impidió venir a terminar de pintar el consultorio, o de
77
todos ellos juntos. Es difícil resolver este estadio. A veces cuando el analista vuelve de
atender se encuentra con la transferencia disuelta.

Una vez me estaba tratando con mi analista número 987, y me di cuenta de que
ya había consultado a este profesional con anterioridad. Me causó una horrible
sensación esto de "tenerlo repetido", por lo que rápidamente se lo cambié a un amigo
por otro analista que no tenía.Y eso que era un analista difícil.

Aún se discute si el psicoanálisis es o no es una cosmovisión. Si nos basamos


en Edipo, nos damos cuenta de que de visión no tiene nada.

En una sesión de mi análisis mi terapeuta me dijo que en realidad yo debería


analizarme. Con algo de ingenua sorpresa le pregunté qué era lo que entonces estaba
yo haciendo allí. Mi analista farfulló unas palabras en un dialecto incaico y
permaneció en silencio durante un lustro. No sé si estoy próximo al alta.

Cuando los analistas dicen algo, en realidad es que quieren decir otra cosa. Pero
cuando callan algo, lo que ocurre es que querían callar otra cosa. Son los vericuetos de
la teoría y de la técnica.

Yo era un tipo sumamente tímido, no me atrevía a acercarme a menos de diez


metros de una mujer que me resultara atractiva, sexualmente hablando. Ahora gracias
al análisis, no soy tímido, soy fóbico.

En un baile conocí a una psicoanalista que se movía rítmicamente todo el


tiempo, para aquí y para allá. ¡Qué bárbara! Después empezó la música y se quedó
quieta.

Un día me di cuenta de que estaba enamorado de mi analista. Se lo dije, y ella


también reconoció amarme más allá de la transferencia. El problema es que no
podíamos dejar el tratamiento porque yo necesitaba el análisis y ella necesitaba el
dinero. Todo se arregló a partir de una pequeña renegación dos veces a la semana
cincuenta minutos, pero al cuarto hijo en común decidió darme el alta. Probablemente
nos divorciemos.

Tardé quince años de terapia en recordar la escena en la que mi madre me dijo


que ya era tiempo de que me mantuviese solo. Considerando que tengo quince años,
creo que mi madre fue algo precoz. Mi analista aún le está reclamando los honorarios
de mis primeros cuatro años de análisis, más un plus por pañales.

No me gustan los hombres depresivos, ni los obsesivos, ni los maníacos, no


tolero a los fóbicos, me dan pena los histéricos, huyo de los esquizoides, jamás me
juntaría con un paranoico. Digamos, para ser concisos, que soy varón heterosexual.

En otra cervecería cercana a ésta se reúnen los psicóticos. No pueden tomar


cerveza por prescripción médica, pero nadie les prohibió alucinarla.Y ellos, lo más
felices de la vida, piden agua con espuma o sin espuma. El mozo es un perverso

78
polimorfo que les da cerveza arruinándoles la alucinación. Aunque alguno ya empezó
a ver soda dentro del balón.

Un compañero de terapia tenía la manía de preguntarle a todo el mundo: "¿Qué


pensás ser cuando seas chico?". Algunos tomaban la pregunta a risa, pero otros lo
pensaban bien y comenzaban a imaginar proyectos para una futura infancia. Había que
elegir bien con qué padres uno generaría una relación de dependencia y todo eso. El
colmo de la angustia llegó cuando tomamos conciencia de que algún día, aunque fuera
lejano, íbamos a nacer.

Me contó mi analista que el otro día dio una conferencia sobre los sueños ante
cuatrocientas personas. A los diez minutos, estaban todos dormidos. ¡Qué éxito!

Un ebanista se jactaba de fabricar los mejores divanes de la ciudad. Y quería


que su hijo fuera psicoanalista, para continuar con el negocio.

Varios pacientes de un mismo psicoanalista discutían acerca de la aparencia


física del mismo. Cada uno lo veía igual a sí mismo. La culpa es del analista, por
funcionar como espejo.

Mucha gente sigue yendo dos y tres veces por semana, gastan un montón de
plata e igual no les alcanza. Pero no van al psicoanalista, sino al shopping. Lo cierto es
que el lema de los analistas y de los shopping es el mismo: "Lo importante no es que
usted venga, sino que vuelva".

Algunos psicoanalistas son pragmáticos. Conozco uno que colocó un cartelito


en su consultorio: "Apague su celular y su resistencia al comenzar la sesión".

El mundo entra en su tercer milenio de vida y en su segundo siglo de


psicoanálisis. ¿Estará cerca de que le den el alta?

79
La formación de un analista
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

La formación es un largo proceso de varias y


complicadas etapas, al final de las cuales, si todo sale
bien, se obtendrá un analista, y si todo sale mal,
también. La diferencia entre uno y otro caso radica
fundamentalmente en el punto de vista del
observador.

La formación de un analista comienza por el deseo de sus padres. Es a partir de


este hecho como se se lleva a cabo el "acto fundacional", la verdadera gestación
embrionaria del profesional. Si no mediara dicho deseo en la realización del acto,
podemos hablar de un "analista no deseado", que luego, de no mediar un profundo
análisis personal, repetirá la experiencia traumática y será rechazado por sus pacientes,
con la consiguiente frustración personal y perjuicio económico.
Pero supongamos que el deseo sí está, y el analista comienza a desarrollar su
formación adecuadamente. Los primeros tiempos son eminentemente prácticos. Tal
vez por aquella cuestión de que es bueno reconocer previamente el terreno en el que se
ha de trabajar, tal vez por cuestiones inconscientes que no están aún resueltas, lo cierto
es que el analista pasa un período introductorio de alrededor de nueve meses instalado
en el útero de su propia madre. De allí egresa con una formación básica que, si bien no
es suficiente como para ejercer, es insoslayable, y casi tan importante como el propio
análisis, la supervisión y los grupos de estudio.
El nacimiento de un analista es un acontecimiento ruidosamente festejado por
sus propios padres, hermanos, familiares y colegas. Entre estos últimos es posible que
alguno se burle de la inexperiencia del recién llegado, seguramente más por celos que
por otra cosa, ya que vislumbra en el colega una futura competencia y un posible
desplazamiento. De todas maneras, éste es el momento en que, luego tras nueve meses
de incertidumbre, se devela el misterio acerca de si el nuevo miembro de la comunidad
sería kleiniano, lacaniano u ortodoxo.
Se podría decir que comienza para el analista una nueva vida, plena de
estímulos externos, que hace que muy pronto olvide lo registrado durante el período
anterior. Para ser más exactos, lo registrado no es olvidado sino reprimido; el material
permanece en lo inconsciente y el individuo tenderá a repetir conductas y relaciones
semejantes, vinculándose a objetos dentro de los cuales pueda permanecer mucho
tiempo como si fuera el útero materno; la Facultad de Psicología, por ejemplo.
El retoño analítico va a vivir con sus padres y, aunque es posible que durante un
tiempo permanezca con ellos en la habitación, lo mejor es que tenga su propio
consultorio lo antes posible. Ni qué hablar de compartirlo con su madre.
Pasan los meses, y el joven realiza sus primeros desplazamientos, interpreta sus
primeras palabras y, si es debidamente supervisado, aprende a controlar. Tal vez
80
incluya entre sus actividades horas de juego, donde se verá cómo acuesta muñecos en
la cuna, los escucha en silencio durante cincuenta minutos, y luego los expulsa del
salón. Otras veces impulsará una pelota con los pies, frente a otros, y, luego del primer
gol a favor, dirá: "Dejamos aquí por hoy".
Los cinco primeros años de la formación del analista presentan dos momentos
claramente diferenciados y que hacen a la constitución profesional: una primera
instancia en la que se sentirá completo, formado, que no necesita aprender nada de
nadie (llamamos a esta instancia "narcisismo"); y una segunda instancia, en que el
analista tendrá bronca al ver que su mamá se acuesta en el diván de su papá y no en el
suyo propio; creerá que esto se debe a que papá sabe mucho más teoría, que papá sabe
interpretar el Edipo y él no. Entonces decidirá estudiar psicoanálisis para ser capaz de
analizar a mamá. Luego este deseo quedará reprimido y desplazado hacia otras
personas. Pero el impulso de estudiar persistirá, distanciado de aquello que le dio
origen, y se iniciará un período denominado "de latencia".
Distinguiremos ahora tres períodos dentro de la formación de un analista:
formación primaria, formación secundaria, y formación reactiva.
La formación primaria dura siete años, de primero a séptimo. Nuestro
protagonista concurre a una escuela de pregrado junto a sus pares, e intenta interpretar
el discurso de una adulta que se defiende detrás de un escritorio y trata de ocultar
aquello que la angustia por medio de distintos mecanismos, todos resistenciales, como
ser el insistir obsesivamente en ciertas reglas numéricas, ordenamientos lingüísticos, y
hasta datos históricos que sólo ayudan a estructurar su neurosis. Rara vez nuestro
analista tiene éxito en la cura, y, en general, al cabo de un año abandonan el
tratamiento y pasan a escuchar a otra adulta, y así durante los siete años. Si
quisiéramos distinguir a nuestro futuro analista entre sus compañeros, existe un muy
simple ejercicio: preguntémosle a cada uno qué desea ser cuando sea grande; uno dirá
"Doctor"; otro, "Ingeniero"; otro, "Astronauta"; otro, "Mecánico, como mi papá"; otro,
"¿A usted qué le parece?". Ése es.
La formación secundaria, por lo general, dura cinco años. El sujeto concurre al
instituto de formación diariamente, acompañado por sus pares, pero en esta ocasión no
se trata de atender a un solo adulto, sino a varios por día, de distinto sexo, edad y
estructura psicopatológica. Cada uno con su propia idea fija. Unos fijados en las
matemáticas, otros en la contabilidad, otros en la química, y así. Por otra parte, en
nuestro sujeto comienzan a darse importantísimos cambios. Termina el período de
latencia y vuelve el deseo de llevar a alguien a su diván, deseo que se va
discriminando con el tiempo.
Termina la formación secundaria, y el joven ingresa en la Facultad de
Psicología, lugar donde se desarrolla la formación reactiva. Durante largos años le
explicarán, en distintos ámbitos, qué cosa no es psicoanálisis, por qué todo lo que
aprendió hasta el momento estaba mal, qué errores prácticamente irremediables
cometió el profesor de la materia anterior, qué medidas de urgencia deben ser tomadas
para intentar corregirlos, dicho sea esto sin la menor expectativa de éxito, claro está, y
cuáles son los riesgos y las temibles consecuencias de no rezar todas las noches: "En el
nombre del Padre" y "No nos dejes caer en la sugestión, amén".
El joven adquiere entonces, en el mejor de los casos, cierta fobia al
psicoanálisis y, a pesar de ello, o por eso mismo, sigue hasta recibirse, como reacción
frente al deseo de analizar a mamá articulado con la realidad que le indica que mejor

81
se busque otro objeto y otra profesión: una que tenga objeto seguir. El joven pasará
entonces varios años de dura lucha, en la que su meta, su objeto deseado, será
conseguir un objeto cilíndrico llamado diploma: denominamos a este período "etapa
fálica". Algunos dicen que en realidad el diploma es una ficción, una simple
representación de otra cosa; otros sostienen que vale por sí mismo; pero esto es ya
terreno de una discusión posterior.
Finalmente, una vez recibido, nuestro protagonista —a quien podemos ya
denominar licenciado— continuará estudiando en grupos de estudio coordinados por
docentes, a los que elegirá de acuerdo con la afinidad teórica, de acuerdo con la
trayectoria o bien de acuerdo con el café que sirvan en las reuniones. Evacuará muchas
de sus dudas, pero hay una que seguirá latente: "A los pacientes ¿los trae la cigüeña de
París?".

Acotaciones

La brillante exposición del profesor Psíquembaum acerca de la formación del


analista plantea varios interrogantes que no podría en este momento responder, salvo
uno de ellos: a los pacientes no los trae la cigüeña de París; me consta porque estuve
en esa ciudad, y los analistas parisinos no permiten, de ninguna manera, que una
cigüeña se lleve alguno de sus posibles pacientes a otra ciudad.

Doctor Alain Supositoire

Concuerdo absolutamente con la postura del doctor Supositoire: los pacientes


no vienen de París, ya que los analistas parisinos los conservan para su propio ejercicio
profesional. Me consta además que algo semejante ocurre en otras ciudades y
poblaciones. Entonces cabe preguntarse: ¿de dónde vienen los pacientes? O tal vez,
una pregunta más intrigante aún: ¿por qué no vienen?

Licenciada Monique Delanuc

Con respecto a las dudas planteadas alrededor de la formación del paciente,


debo decir que existen varias teorías al respecto. Una dice que los pacientes vienen en
un repollo; otra, que se desarrollan como las catáfilas de una cebolla; otra, que el padre
del paciente coloca la semilla de la neurosis en la madre del paciente, ésta la nutre
durante nueve meses de culpa y ansiedad y luego nace un paciente listo para ser
atendido. Las investigaciones más recientes, en cambio, hablan de un proceso de
formación semejante al de los analistas, en el sentido de que intervendría el deseo de
un papá-paciente y una mamá-paciente, que en el mismo acto gestacional ponen la
semilla de lo que será el futuro neurótico. El paciente, al igual que el analista, pasa por
un período primario, y tal vez uno secundario y uno terciario, en los que aprende a
comportarse como neurótico. Esta teoría presenta el inconveniente de que, siguiendo
por sus líneas hipotéticas, un analista podría ser paciente y viceversa, lo que no es muy
aceptado por los colegas (ni pacientes, ni analistas).
Karl Psíquembaum

82
Del pago en psicoanálisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

La discusión acerca del pago en psicoanálisis ha sido, a lo largo de la historia,


extensa, y en gran parte inútil. La mayoría de los profesionales tienen sus propias ideas
al respecto y las aplican según su leal saber, entender e interpretar. Incluso, más de un
simposio sobre el tema terminaba abruptamente cuando alguno de los colegas
intervinientes quería cobrar por su presencia, mientras que otros sugerían, por el
contrario, que debería pagar por hablar, como cualquier paciente haría.
Sin embargo, algunos puntos de acuerdo fueron alcanzados entre los
disertantes, y consideramos oportuno mencionarlos aquí para que de algún modo
quede una marca, aunque sea mínima, de los acuerdos que alguna vez han sido
alcanzados entre analistas que discutían, lo cual pueda servir al menos para sentar
jurisprudencia, y actuar como ejemplo para los analistas del futuro, si éstos se detienen
a leer este texto antes de continuar con su propia discusión.
Comencemos entonces a desarrollar los puntos de acuerdo. El primero, también
conocido como "regla fundamental", se refiere a "quién es el que paga". En esto, todos
fueron taxativos: "El que paga es el paciente". O, en su versión complementaria: "El
que cobra es el analista". Hubo quien prefirió utilizar, en lugar de "paciente", los
términos "analizante", "analizado", "sujeto del supuesto dinero", "sujeto abonante
mensual" (S.A.M.), o "Yo que paga". Pero, más allá de divergencias lingüísticas, el
concepto es coincidente.
El segundo aspecto acordado es que el paciente pagará también por aquellas
sesiones a las que no concurra, siempre que éstas formen parte de su propio
tratamiento. En caso de tratarse de sesiones a las que un paciente no concurre por el
hecho de ser sesiones correspondientes a otro paciente, será este otro el encargado de
abonarlas, y no el primero, cuyas motivaciones, en caso de quejarse en este sentido,
deberán ser tenidas por válidas y no interpretadas.
Tal vez suene algo extraño y forzado este último párrafo. Es posible que más de
uno invoque su innecesariedad, ya que, según este supuesto lector, ningún analista le
cobraría a un paciente las sesiones de otro. Sin embargo, he aquí un ejemplo clínico
que tal vez resulte útil al respecto.

Fragmento de una sesión

—Mire, licenciado, yo vengo los lunes y jueves, o sea que este mes me
corresponden nueve sesiones, y no treinta y una como usted me señaló.
—En realidad, Gómez, usted parece pensar que el tratamiento sólo está presente
cuando usted está aquí, es como si al salir del consultorio creyera que yo me olvido de
usted.
—No, licenciado, yo no creo que usted se olvide de mí.
—Entonces es usted quien se olvida de mí, snifff.
—Pero no, licenciado, yo también me acuerdo de usted; es más, muchas veces
83
me da bronca porque me imagino que está usted atendiendo a otros pacientes.
—¿Ve, Gómez? Usted cree que sólo estuvo en nueve sesiones, pero, contando
las de los otros pacientes por las que usted tuvo bronca, da treinta y una.
—Pero, licenciado, ¿por qué voy a pagar yo las sesiones de los otros pacientes?
—Ay, Gómez, Gómez. Usted lo pone todo en términos de disociación. "Yo-no
yo", como si fuera un niño de dos años. ¿Cuándo piensa crecer, Gómez?
—¿Pagar las sesiones de los otros pacientes sería crecer, licenciado?
—Usted lo ha dicho, Gómez, no he sido yo. Vaya insight el suyo. Al pagar las
sesiones de los otros pacientes, usted deja de comportarse como un niño consentido del
que hay que ocuparse, para pasar a ser un adulto, una suerte de padre capaz de hacerse
cargo de sus hijos.
—Pero si yo no tengo hijos, licenciado.
—Qué barbaridad, Gómez, otra vez la resistencia. Usted puede no tener hijos en
un plano real, pero sí tiene hijos simbólicos. Además, en lo inconsciente usted debe
tener hijos y, si no, ya sería hora de que los tuviera.
—¡Pero, licenciado, me está hablando como si fuese mi mamá!
—Ya lo quisiera usted, Gómez, ya lo quisiera usted.
—Mire, licenciado: lo de los hijos, yo más o menos lo entiendo. Pero, ¿por qué
iban a ser mis hijos sus otros pacientes? ¿No serían en todo caso mis hermanos de
diván?
—Claaaro, y en ese caso yo sería el padre que los debe cobijar a todos, ¿no?
No, Gómez, de ninguna manera pienso hacerme cargo de la responsabilidad que usted
está tratando de endilgarme. Si no quiere ser un buen padre, sea por lo menos un
hermano mayor que cuida de los más pequeños.
—Tal como mi hermano cuidaba de mí.
—Tal como mi hermano cuidaba de mí. Digo: tal como su hermano cuidaba de
usted. Así podrá usted reparar la culpa que siente por no haber podido devolverle a su
hermano el esfuerzo por él realizado. Vamos, Gómez, sólo ochocientos dólares.
—¿Ochocientos? ¡Pero si usted me cobra veinte dólares la sesión, y treinta y
uno por veinte son seiscientos veinte!
—Vamos, Gómez, no sea obsesivo-retentivo. No pierda tanto tiempo haciendo
cuentas. Mire, algunas sesiones corresponden al mes pasado, y tengo que cubrirme,
¿sabe?
—¿Ya mí, quién me cubre?
—¿Quién lo cubre? ¿Quién será la mamita que le pone la frazadita para no
morirse de frío? Siempre lo mismo, Gómez, siempre yo, siempre el hijo único
consentido por sus padres.
—Pero, qué hijo único, qué hijo único, si recién le dije que a mí me cuidaba mi
hermano.
—Sí, y lo cuidaba como si usted fuese su hijo único, ¿no?

Este diálogo podría seguir y seguir, pero para nuestro ejemplo alcanza. El punto
es que entonces cada paciente paga sus sesiones y listo.
Una tercera cuestión, algo más discutida aunque no mucho, es la que dice que
los honorarios aumentan. La polémica se origina no tanto alrededor de esta premisa,
sino alrededor de la manera de implementarla. Sobre todo en cuanto al monto y la
frecuencia de dichos aumentos. Mientras algunos proponen un ajuste acorde al costo

84
de la vida, hay quienes se remiten a la cotización del dólar (esta pauta no es muy buena
para los Estados Unidos, donde 1 dólar = 1 dólar, según la ecuación dólar-dólar). Están
quienes cobran de acuerdo con el número de interpretaciones, al costo de las Obras
completas de Freud, según el contenido manifiesto o latente de un sueño del paciente
(o del analista) transducido a su número correspondiente en el código de la quiniela.
Hay quien opina que se debe cobrar de acuerdo con el deseo del analista, ya que éste
no se debe poner de manifiesto en otros aspectos del tratamiento. Finalmente, la
aplicación sucesiva o simultánea de todas estas pautas tampoco es ajena a la práctica.
Algunos analistas de niños proponen utilizar la ecuación heces-dinero,
aplicando la cual los honorarios aumentarían estruendosamente en verano, a causa de
la diarrea estival.
Desde una óptica más kleiniana, hay quien piensa en el dinero como el objeto
más preciado dentro de los que circundan al yo. Sería un objeto transaccional con el
cual el paciente estaría en estrecho contacto desde su más tierna infancia. Se piensa,
dentro del terreno de la psicopatología, en ciertos cuadros, lindantes con la psicosis,
cuyo origen tendría que ver con que el paciente no haya recibido dinero bueno sino
dinero malo (falso) en sus primeras experiencias.
Así, el paciente sigue sintiéndose abandonado y pendiente de la deuda que el
mundo tendría para con él. Veamos ahora un fragmento de sesión que tal vez pueda
servir de referente.

Fragmento de sesión (otro más)

—Usted siempre se la pasa esperando algo de mí, como si yo fuese su madre


nutricia.
—Pero, licenciado, si yo recién le pagué y estoy esperando el vuelto.
—Ahora usted se siente su mamá acabando de nutrirme y esperando que yo,
que vendría a ser usted niño, haga un provechito como devolución.
—No, no es eso lo que espero.
—Ah, entonces su mamá, o sea usted, piensa que usted, o sea yo, no le va a dar
el vuelto, que me voy a quedar con él, o sea que usted no le va a dar el vuelto a mamá.
—No, mamá, no me quiero quedar con el vuelto, tomá.
—Gracias, señor Rodríguez. ¿La seguimos en la próxima, eh?
—Pero, mamita, digo, licenciado...
—Cállese o va a ver cuando venga papito. Y ahora, acuéstese en el diván, que
está en penitencia.
—Licenciado, ¿puedo hablar?
—Pero usted me pregunta como si yo fuera su madre. Usted sabe que acá puede
hablar.
—Lo que pasa, licenciado, es que estoy confundido con esto del pago y el
vuelto.
—Usted intenta entrar en confusión, porque le da envidia pagarme.
—Envidia y gratitud.
—Tótem y tabú.
—Duelo y melancolía.
—Los instintos y sus destinos.

85
—El chiste y su relación con el inconsciente.
—Bueno, con este juego de repetir obras de psicoanalistas usted se está
comportando como si fuéramos dos niños, hijos de psicoanalistas. La seguimos en la
próxima, corto mano corto fierro.

Otro punto que debe ser tratado es el de la transferencia. En este caso, se trata
concretamente de la transferencia de dinero. Hablamos particularmente del paciente
que actúa como si su analista fuera un proveedor y le paga con un cheque.

Nuevamente, lectores, les solicito el esfuerzo de soportar el fragmento de una


sesión.

—Usted de alguna manera trata de introducirse en mi vida entregándome un


cheque con su firma, que de alguna manera es usted mismo, identificado.
—Pero no, licenciado, ese cheque no lleva mi firma. Me lo acaban de pagar a
mí.
—O sea que propone usted la presencia de un tercero, de alguien que lo ayude,
como para demostrarme que usted no puede hacerse cargo del tratamiento por sus
propios medios, que tiene que haber otro que lo banque.
—Pero licenciado, el dinero es mío, el cheque me lo dieron por un trabajo que
hice.
—Sí, sí, está todo muy claro, los símbolos saltan a la vista. El dinero es suyo,
pero usted no quiere ni tocarlo, ¿no? Es como si fuese caca para usted. Entonces me
entrega un cheque. Pulcro, nuevecito, flamante. Total, después me ensucio yo al
cobrarlo, ¿no? Es como que usted no se hace cargo de su materia fecal, y quiere que yo
me ensucie y la tire por el inodoro.
—Pero no, licenciado, ¿cómo iba a querer yo ensuciarlo? No tire el cheque al
inodoro, que es bueno, tiene fondos.
—Sí, claro, usted lo que quiere es que yo retenga el cheque, es muy claro su
intento anal-retentivo.
—Pero, licenciado, no es para tanto. Si quiere, lo cobro yo mismo. Lo que pasa
es que en este momento no tengo efectivo.
—No "soy" efectivo, no "soy" efectivo. Usted nunca fue efectivo, siempre
repite esa imagen de inútil con que su abuelita lo invistió de niño.
—A mí no me vestía mi abuelita. Mire, si es tanto lío, le pago en dólares y listo.
—¿Vio? ¿Vio que usted podía proponer otra solución? ¡Venga el money,
vamos!

Así es, la transferencia debe ser interpretada siempre, para evitar repeticiones.
Los puntos de acuerdo acerca del pago en psicoanálisis se agotan aquí. Hay
muchos otros aspectos dignos de ser tratados. Si esto ocurre, me sentiré bien pagado.

86
Comentarios acerca de una
mesa redonda de la que
recuerdo poco
DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN

Las mesas redondas de psicoanalistas suelen ser muy interesantes. Las


conclusiones son muy festejadas entre los que permanecen despiertos al fin de las
mismas, que son un grupo muy particular ya que, a grandes rasgos, en las mesas
redondas se pueden ver tres tipos de analistas:

1) los que permanecen despiertos hasta el final,


2) los que permanecen hasta el final, pero no despiertos, y
3) los que están despiertos al final, pero no permanecen.

Yo tengo entrenamiento como analista que me permite escuchar con el


inconsciente, aun estando inconsciente. Suelo estar dormida al inicio de las
conferencias, lo que me permite despertarme faltando poco para que finalicen y
observar las conclusiones sin emitir más que algún que otro bostezo de aprobación, o
bien de desaprobación, o de sueño.
Vale decir que me encuadraría en un cuarto grupo:

4) los que permanecen despiertos al final, pero no al principio de las mesas redondas.

Los analistas nunca han sido especialmente afectos a sentarse a una mesa
redonda. Ellos prefieren los sillones junto a una chimenea encendida, fumando en
pipa, leyendo su libro preferido, mientras, a sus pies, reposa un paciente recostado en
un diván y cuenta los aspectos más traumáticos de su vida inconsciente ¡Díganme si
esa imagen no es digna de un cuadro, digamos de un cuadro más o menos grave de
neurosis!
Pero claro, no estoy yo aquí para comentar una exposición plástica, sino una
mesa redonda, que de plástica no tiene nada, ni siquiera el mantel. Pues bien, digamos
que el principio de la mesa redonda de Buffet Freud sobre la concurrencia o no a
Nueva York me lo perdí por haber llegado tarde, no a la reunión sino a la vigilia.
Como ya les expliqué, pertenezco al grupo 4, o sea que antes de que empezara
la discusión me quedé profundamente dormida. Cuando desperté, el profesor
Psíquembaum estaba hablando de una cierta inauguración en la que al parecer todos
habían estado, y habían vuelto sin traerme siquiera una porción de torta. Supongo que
se trataba de una inauguración de algún consultorio de un psicoanalista, lleno de
cuadros pintados por sus pacientes, o bien de la exposición de algún pintor, llena de
retratos de sus analistas. También, si lo pienso, podría tratarse de una "exposición de
pacientes" por parte de algún analista de la Nouvelle Vague Neurotique.
A mí, las exposiciones de cuadros que más me gustan son las de los
87
expresionistas, pues suele haber tortas que se salen del molde. Las de los surrealistas
mucho no me atraen, con esas tortas que parecen cualquier cosa menos una torta...
pero en cualquier caso las peores son las de los fauvistas, ya que se les suelen quemar
las tortas.
Aún recuerdo la exposición de Van Gogh en la que el pobre Vincent, queriendo
convidar a sus amigos con una autorretorta (torta que él había hecho a su imagen y
semejanza) le erró con el cuchillo y se rebanó su propia oreja. Después dijo que lo
había hecho a propósito, para evitar el bochorno. Yo no estuve ahí, tal vez ni siquiera
había nacido, pero la terrible imagen quedó fijada en mi inconsciente como recuerdo
encubridor de alguna travesura que debo haber hecho con un cuchillo, o con alguna
torta.
De todas maneras, yo quiero hablar de mesas redondas, no de cuadros
cuadrados, que además tienen otro marco, de referencia.
Digamos entonces que desperté cuando todos habían vuelto sin traerme nada,
cosa que les reproché amargamente. Después ellos me reprocharon algo a mí, sobre
todo el doctor Dusignifiquant, que, si nos atenemos a mi clasificación de los
concurrentes a las mesas redondas, entraría en un quinto grupo:

5) los que permanecen despiertos hasta el final de la mesa al solo efecto de poder
criticar a los otros cuatro grupos.

El doctor Dusignifiquant, con sus amargos reproches, me retrotrajo hacia


recuerdos infantiles, que debían ser de su infancia, porque por lo menos de la mía no
eran. Cuando yo era chica no había ningún doctor Dusignifiquant que me reprochase
nada. Muchas veces recuerdo haberle pedido a mi mamá un reproche, aunque sea uno
pequeño, pero ella me decía "No, que si no después no comés y la imago de la abuela
se enoja y me carga de culpa". Y yo la quería mucho a la imago de mi abuelita, así que
hacía cualquier cosa con tal de no enojarla.
Después vino la adolescencia, pero no en la mesa redonda, sino en mi vida. En
la mesa redonda, en cambio, la licenciada Delanuc hizo referencia a las tortas de su
propia infancia, con imágenes tan vívidas que varios de los integrantes segregaban
jugo gástrico, y fue la propia licenciada quien les aclaró que en su infancia las tortas se
acompañaban con jugo, pero cítrico, no gástrico.
Después vino otra aclaración referida a mi infancia y a mi madre que no sólo
me dejaba sin reproches, sino que además solía dejarme sin posio. Bueno, o sin postre,
qué importa el nombre si se trata de una ausencia.
Y la mesa redonda siguió. Tuve que explicarle al doctor Dusignifiquant que yo
hice sufrir a mi mamá cuando ella era una niña y Ello aún no existía. Lo que pasa es
que mi abuela la hacía sufrir en mi nombre, la amenazaba con lo que yo le haría
cuando naciera, cosa de que mi mamá no me quisiera ver ni en imago. Por suerte
después mi mamá creció, se hizo psicoanalista, se dio cuenta de que los Reyes Imagos
son los padres, entonces conoció a mi padre. Fue un amor a primera entrevista, y
vivieron felices y cometieron deslices.
Mi vida y la mesa redonda siguen, pero prefiero dejarlas así por hoy. Espero
haber sido de utilidad para el sexto grupo de analistas en las mesas redondas:
6) los que no van.

88
Acerca de la existencia o no de
cierto género (la mujer)
(de la serie Conversaciones de Buffet Freud)

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Los he reunido hoy aquí para que
discutamos sobre un tema muy caro a los analistas: la existencia o no de las mujeres.

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: Disculpe, profesor Psíquembaum, pero hay algo


que no le oí bien... ¿Qué es lo que les resulta tan caro a los analistas? ¿la existencia o
la insistencia de las mujeres?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Caramba..., su pregunta revela su poca


experiencia, no digamos como analista, pero al menos como hombre casado. Debería
usted saber que las mujeres son muy importantes para los analistas: es más, ¡detrás de
cada gran analista, hay un gran retrato de Freud!

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿Y eso qué tiene que ver con la mujer?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Es que seguro que fue la mujer del analista
la que puso el retrato ahí, porque él pensaba ponerlo en otro lado... ¡y si no fue la
mujer, fue la madre, o la tía, o la mucama, o una paciente, o una vecina que pasaba por
ahí!

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: Y dígame, doctor, ¿cómo considera el


psicoanálisis esta actitud de la mujer?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Algunos estudiosos hablan de un "yo que se


inmiscuye" otros piensan en un "yo que reclama", pero la mayoría prefiere la categoría
de "yo te lo dije", repetida dos veces, para referirse a la identidad femenina.

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: Ahora, lo que no entiendo es que, si existen


tantas categorías para hablar de la mujer, ¿por qué Lacan dice que "la mujer no
existe"?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Bueno, leyendo la voluminosa obra


lacaniana, estudiando la múltiple riqueza conceptual, y evaluando el tiempo y la
tranquilidad que debe haber tenido Lacan para llevar a cabo toda esa obra, a uno se le
genera una duda y una certeza: la duda, es que tal vez Lacan no era casado, y la
certeza, es que si dijo que la mujer no existe, es porque no tenía suegra.

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Bueno, tal vez fue mirando a su propia suegra que
89
Lacan dijo "la mujer no existe".

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Está usted insinuando que para Lacan la
mera visión de su suegra era un hecho traumático?

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN (desperezándose, despertándose, medio


a los bostezos, medio sobresaltada): ¿Qué pasa, quién me llama?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Nadie, doctora Traumengarten, nadie.

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: ¿Cómo que nadie, si usted me acaba de


llamar! ¿No acaba de decir, acaso, "doctora Traumengarten"? ¡Bueno, ése es mi
nombre!... ¡Que sea la última vez que alguien me llama en medio de una mesa
redonda, y usted no me despierta!

PROFESOR DOCTOR PSÍQUEMBAUM: Es que no estábamos hablando de usted,


estábamos hablando de la gran mujer que hay detrás de todo gran analista.

DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Es cierto, yo soy una gran mujer y estuve detrás
de varios grandes analistas, pero ¡ninguno me dio bolilla!

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿Cómo que una gran mujer, cómo que una gran
mujer? ¿No era que detrás de todo gran analista había un gran retrato de Freud?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Sí, y la mujer acomodando el retrato hacia


un lado o hacia el otro, mientras el obsesivo de las cuatro de la tarde espera ansioso en
la sala espera porque ya son las cuatro y dos minutos, y la mujer del analista no
terminó aún de acomodar el retrato de Freud.

DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Pues para que sepa, en mi condición de


psicoanalista y mujer, me parece que lo que usted está diciendo es una típica agresión
machista.

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Le molesta a usted que la mujer acomode
el retrato?

DOCTORA HELLEN GOOODMORNING: ¡No, lo que me molesta es que el retrato sea de


un hombre, de Freud! ¿Por qué no puede ser de Melanie Klein, que es una mujer?

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: ¡O de Lacan!

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: ¿Cómo? ¿Lacan era una mujer?

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: No le permito, Lacan era muy hombre, ¡y tan hombre
era que el sostenía en su teoría que la mujer no existe!

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: No entiendo, si la mujer no existe, como decía

90
Lacan, entonces, ¿quién era la que acomodaba todas las tardes el retrato de Freud
retrasando la entrada a sesión del pobre obsesivo de las cuatro de la tarde? ¿Acaso un
fantasma?

PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: En tribu Psique-Psique nosotros no ser


lacanianos. Al principio nosotros creer en Lacan, e imaginarnos que mujer ser especie
de monstruo legendario con muchas lenguas, escobas para volar, cara que rejuvenecer
sola y esos aparatitos que nosotros denominar "llamada que cuesta" y carapálidas
llamar "teléfono" incrustados en oídos para llamar amigas y contar secretos del alma
de guerreros.
Pero gran jefe Barbagrande un día cambiar de escuela, no ser más lacaniano, y
entonces él reunir a guerreros frente a tótem y explicar que mujer sí existir, que
carapálidas llamar "mujer" a nuestras sqwaws. Nuestras sqwaws ser muy buenas
bailando danza de lluvia, danza de limpieza de platos y danza del alta psicoanalítica.
Además, cuando guerreros de tribus vecinas intentar atacar tribu Psique-Psique,
sqwaws siempre enterarse, porque sqwaws de tribus vecinas no soportar mantener el
secreto de la invasión, y contárselo a nuestras sqwaws. Por otro lado, nuestras sqwaws
ser muy resistentes al ocaso sexual.

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿No será "acoso sexual"?

PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: Eso ser cuando guerreros ser jóvenes, luego venir
"ocaso sexual".

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN (bostezando de nuevo): ¿Llamaban?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No, doctora, estábamos hablando del "ocaso
sexual".

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: Ay... ¿Y por qué no me avisaron? ¡A


mí me gustan tanto los ocasos! Eso de que el sol se va poniendo de a poco, mientras
los pacientes asocian libremente, y yo me despierto de la siesta justo para interpretarles
que están asociando muy fuerte y no me permiten desarrollar la atención flotante...
Entonces ellos hablan más bajito, y mi atención empieza a flotar, flotar, flotar, hasta
que se hunde y (se queda dormida).

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Doctora Traumengarten, ¡estábamos


hablando del ocaso sexual! Bah, mejor no la despierto, para qué, si ni se debe acordar
de eso... ¡Debe haber sido hace tanto tiempo!

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN (sobresaltada): ¡Sí, me acuerdo! ¡Mi


mamá me dijo que tenga cuidado, que no mirara al ocaso sexual de frente porque me
podía quedar ciega!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¡Ése es el eclipse, doctora!

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: ¿Es que eclipse y ocaso, no son lo mismo, acaso?

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PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Me parece que nos estamos desviando del
tema que nos convoca. ¿Por qué no hablamos de la mujer?

LICENCIADA MONIQUE DELANUC (desde la tribuna): Perdón, pero yo no entiendo: si,


como dice Lacan, la mujer no existe, ¿cómo puede convocarnos?

LICENCIADA VANESSA SNOB (también desde la tribuna): ¡Vos no entendés, Monique,


la que no existe es la mujer de Lacan, ellos ya lo aclararon muy clarito!

LICENCIADA MONIQUE DELANUC: Lo que pasa es que yo siempre llego tarde a las
mesas redondas de psicoanálisis porque si no me pierdo el final de la telenovela.

LICENCIADA VANESSA SNOB: ¿Qué novela?

LICENCIADA MONIQUE DELANUC: Una que está a la tarde y se llama "la histeria que te
di". Es la historia de una mujer enamorada del tapado de la mujer de su psicoanalista
que en realidad no es de la mujer del analista sino de otra paciente que lo dejó
abandonado en el consultorio, al tapado y al analista, ya que jamás retomó el
tratamiento. La cuestión es que la mujer del analista cree que él tiene una amante que
usa un tapado, y la paciente cree que la mujer del analista tiene un tapado que él pudo
comprarle con los honorarios que le cobra a ella, y el analista jamás le dio importancia
a ese tapado que está colgado en su perchero, ya que piensa que es la pareja de un
paciente fetichista que lo espera mientras el tipo se atiende.

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN (en sueños): ¡Uy... qué lindo ocaso


sexual!

TODOS: ¡Shhhhhhhhhh!

LICENCIADA MONIQUE DELANUC: ¿Por dónde iba? Ah sí, por la parte en que él le dice
a ella que en realidad el tapado no era el que ella creía que él era, y entonces ella
cariñosamente le cierra la boca con el dedo índice y se retiran de la pantalla.

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: Snifff, yo nunca tuve un caso así... En


las telenovelas que miro nunca pasa nada, o si pasa no me entero, porque a los tres
minutos me quedo dormida.

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM (ignorando lo dicho por la doctora


Traumengarten): Al parecer, a través del relato de la licenciada Delanuc podemos
probar que las mujeres existen, y suelen mirar telenovelas justo a la hora en que
deberían venir a la mesa redonda sobre el psicoanálisis, lo que nos lleva a otra
cuestión... ¿Existen las psicoanalistas mujeres?

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: Ehh, yo creo que soy psicoanalista, y


también creo que soy mujer, que alguien por favor me diga si existo o soy sólo una
alucinación mía.

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DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Quédese tranquila, doctora Traumengarten.

DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN: Sí, ésa soy yo, ¿quién me llama?

DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Yo le digo que se quede tranquila, doctora, lo que


pasa es que ellos son todos una manga de machistas, desde Freud para acá, que no se
dan cuenta de lo importante de "lo femenino" en el psicoanálisis,

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: ¿No será "la femenina"?

PROFESOR DOCTOR PSÍQUEMBAUM (preocupado): ¿Qué está usted queriendo decir?

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Me refiero a las tres instancias que descubrió Freud:
"ella, yo y superyó".

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿No será "ello, yo y superyó"?

DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Bueno, así les puso Freud después, para que su mujer
no sospechara, pero de verdad, al principio, eran "ella, yo y superyó".

DOCTORA HELLEN GOODMORNING: ¡Ahhhh, ven? ¡Por eso la pobre mujer de Freud se
la pasaba limpiando el retrato! No era para espantar al obsesivo de las cuatro, lo que le
preocupaba era la histérica de las cinco menos diez, que siempre entraba llorando al
grito de "¡Nadie me quiere, nadie me quiere!", pero al final salía del consultorio con
una sonrisa...

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¡Pero, por favor! Freud no tenía un retrato
de Freud en el consultorio detrás del diván, tal vez fue el único analista que no tenía
retrato de Freud...

LICENCIADA VANESSA SNOB: ¿Y qué retrato tenía?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Y, no sé, porque era muy difícil tener un
retrato de un psicoanalista en la época de Freud.

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿No había retratos en esa época?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No, lo que no había todavía era analistas,
pero seguramente Freud tendría el retrato de algún rabino, que es lo mismo.

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿Cómo que es lo mismo un rabino que un


analista?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Mirá, en realidad un rabino es una especie


de psicoanalista heterodoxo (aunque algunos son muy ortodoxos) que tiene ubicado el
Talmud en el sitio en el que el resto de los analistas tienen las Obras completas de

93
Freud, y viceversa.

LICENCIADO JACOB FREUNDENLERNER: ¿Y los rabinos atienden problemas de pareja?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Sí, aunque un rabino no te dice: "En


realidad usted no encuentra pareja porque quiere a una chica que se parezca a su
madre", sino "Ninguna chica del mundo va a preparar los varéniques tan ricos como tu
madre" o "¿Es bueno para los judíos que busques a una chica tan parecida a tu propia
madre?".

LICENCIADA VANESSA SNOB: Pero, los analistas, ¿creen en la Biblia?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Y..., más o menos. Por ejemplo, los
psicoanalistas no creen que Freud fundó el psicoanálisis en seis días y el séptimo
descansó, y no les preocupa demasiado nombrar a Freud en vano todas las veces que
haga falta. Tampoco ven como índice de neurosis el comer un poco de jamón, de vez
en cuando.

LICENCIADA MONIQUE DELANUC: ¡Comer jamón no será síntoma neurótico, pero


engorda!

LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: Además..., los rabinos se toman vacaciones en


cualquier momento del año, ¡no en febrero!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Sí, pero hay más parecidos. Los rabinos
creen en los diez mandamientos, y los analistas cobran del uno al diez.

LICENCIADA VANESSA SNOB: ¿Entonces usted cree que los primeros analistas eran
rabinos?

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No sólo eso, sino que estoy convencido de
que Edipo era judío, por eso, cuando se enteró de la tragedia, la que se murió fue la
madre. Además, algunos de los textos de Freud tienen especial vínculo con el
judaismo: "Tótem y Talmud", "El hombre de los arenques marinados", "El diván de
los lamentos", "Shiksopatología de la vida cotidiana", "El caso de la mamá de
Juanito", "El hombre de las ratas y su hijo, el médico"...

DOCTORA HELLEN GOODMORNING: ¡Siempre los mismos machistas, siempre los


mismos machistas! Ahora claro, como los psicoanalistas son rabinos, y no hay rabinos
mujeres, ¡resulta que tampoco debe haber analistas mujeres, según ustedes!

PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: En tribu Psique-Psique haber psicoanalistas, y sin


embargo no ser rabinos, ser guerreros. Es cierto que ser guerreros muy especiales, ya
que no pelear los sábados, y tener costumbre de no comer carne de jabalí si no estar
preparada de manera muy especial. Pero ser guerreros, y muy conocidos: Hijo-de-
Madre-que sufre, Hijo-que-cura, Nube-que-come-arenque, Ponte-un-saquito ser
algunos de ellos.

94
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¡Qué intereresante, que en esa tribu tengan
costumbres tan parecidas a los rabinos sin conocer nada de judaísmo!

PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: ¿¡Cómo que sin conocer nada de judaísmo! ¡Ellos
editar las obras de Freud y Scholem Aleijem en señales de humo!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Bien, volvamos entonces al tema de la


existencia o no de la mujer.

PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: ¡Tribu Psique-Psique no haber editado mujeres en


señales de humo! Sqwaws de tribu Psique-Psique ser muy buenas guerreras: el otro día
partir hacia aldea blanca, y volver cargadas de víveres, ropas y otras riquezas.
Guerreros preguntarles: "¿Haber saqueado aldea?". Y ellas responder: "¡Sííí, es que
todo estar baratísimo, y además poder pagar con tarjeta!". Si ustedes tener dudas
acerca de si mujer existir o no, preguntar a dueños de shoppings, ¡ellos saber!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMMBAUM: Bien, si todos creemos que la mujer


existe, entonces podemos aceptar que el aparato psíquico de la mujer se divide, de
acuerdo a la tópica freudiana, en "ello, yo y superyó".

DOCTORA REBECA GUTEBOBE: ¡De ninguna manera! Mi aparato psíquico de mujer se


divide en Ellos: "Mi marido, mis hijos, mis padres, mis nueras, mis pacientes y mis
nietos".

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Y yo?

DOCTORA REBECA GUTEBOBE: ¡Feh, a quién le importa mi yo! Ellos hacen lo que
tienen que hacer, y mi yo sufre en silencio! Yo siempre les digo a mis pacientes:
ustedes hagan las cosas según sus propios deseos, ¡no se preocupen por mi pobre
deseo que siempre va a estar acá esperándolos en el sillón! Y a mi hija le interpreto: en
realidad vos no querés comer esa hojita de lechuga que te va a poner flaca como una
escoba, ¡sino un buen plato de guefilte Freud!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Y su hija, qué le responde?

DOCTORA REBECA GUTEBOBE: ¡Feeeeeh! Ella arroja objetos sobre mi pobre yo y dice
que así nunca va a poder estar en forma. Y yo le digo: "¡Forma, shnorma, en el
inconsciente se mezcla toda la comida!". ¡Pero ella sigue tirándome objetos!

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Bueno, tal vez Melanie Klein se acerca más
a la identidad femenina, cuando habla de "el yo y los objetos". La evolución pasaría de
un "yo-que-mira" a un "yo-que-pregunta", "yo-que-compara" y, finalmente, un "yo-
que-compra"... Bueno, entonces sigamos hablando de la mujer y el psicoanálisis. Se
podría decir que en estos últimos años ha crecido la oferta y...

TODOS (se paran y salen corriendo): ¿Ofertas? ¿Dónde, dónde?

95
El otro
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Introducción

Mucho se ha hablado en psicoanálisis de la incidencia de otros en el mundo, en


la cultura y en el mismísimo tratamiento. Tal vez queden algunos aspectos teóricos que
resolver al respecto, como ser si esos otros van con mayúscula o minúscula, si es
"otro" en singular u "otros" en plural, si cabe hablar de "un otro", "varios otros", "otros
otros", y hasta de "otro sotros" por una deformación lingüística de ésas que tanto les
gustan a nuestros colegas lacanianos. No se ha resuelto aún si el lugar del otro puede
ser ocupado por uno en tanto y en cuanto le ceda el asiento ni bien el otro se haga
presente, ni muchos otros interrogantes, y muchos interrogantes otros. Pero hay algo
que nadie pone en duda a esta altura de la terapia: "En una relación psicoanalítica que
se precie de tal, el otro siempre es el portero o encargado del edificio en el que vive el
analista". Y esto, no hay escuela que haya podido desmentirlo. Al portero, digo.
Tal vez algún lector sienta ciertas dudas ante la temeridad de la afirmación que
acabo de cometer. Es posible que se trate de un lector que no se analice, o cuyo
analista viva en una casa, o bien, y ésta es sin duda mi opción predilecta, que quien
esté leyendo este artículo y cuestione lo antedicho sea el encargado del edificio en el
que vive algún psicoanalista. Y que haya comprado este libro para entender mejor a su
consorcista predilecto, o a los pacientes del mismo, y piense que leyéndolo se enterará
de insondables secretos de la vida del licenciado ese del 9° "G".
De todas maneras, mi intención no es polémica sino ilustrativa. El lector
juzgará si, a partir de los ejemplos que he de presentar, merece el encargado la
categorización por mí propuesta. Discutiremos y llegaremos a un acuerdo, como suele
ocurrir entre analistas, o bien no nos pondremos de acuerdo, como suele ocurrir entre
analistas.

Caso 1: Cuéntame tu vida

Un paciente se dirige al departamento de su analista. La puerta de calle está


abierta pues el portero eléctrico no funciona. Pero el de carne y hueso sí.
PORTERO: ¿Adónde va?
PACIENTE: Voy al 9° "G", a lo del licenciado Neurotsky.
PORTERO: ¿Y por qué motivo va?
PACIENTE: Angustia.
PORTERO: ¿Está angustiado el licenciado? ¡Qué raro, hoy por la mañana cuando vino
de la verdulería parecía estar lo más bien! ¿No me estará mintiendo usted, no?
PACIENTE: ¿Mentirle? ¿Por qué iba yo a mentirle a usted?
PORTERO: ¡Y qué sé yo! Yo no soy psicoanalista (sic). Por ahí usted me miente porque
en lugar de ir a lo del licenciado Neurotsky quiere ir a lo de la rubia del 8° "G", que
está fuertísima, y dicho sea de paso ¡lo tiene loco al licenciado! Él se la come con los
96
ojos, le sale espuma por la boca, y ella ni bola le da, ¡es una histérica, esa mina;
figúrese que ni a mí me da bolilla! Por ahí es eso lo que lo tiene angustiado al
licenciado, ahora que lo dice...
PACIENTE: No, el que está angustiado soy yo.
PORTERO: Ah, ¿ve que yo tenía razón? A usted tampoco le da bola la rubia, y usted se
angustia, y después me viene a decir a mí que quiere ir a lo del licenciado Neurotsky,
¡vaaamos!, ¿se cree que nací ayer, yo?
PACIENTE: Escúcheme, por favor, acá hay un error...
PORTERO: ¿Sabe que tiene razón, usted? Hace muy mal la rubia en no darle bola al
licenciado. Él es un tipo culto, tiene su pinta, debe hacer buen dinero con la historia
esa de interpretarles los sueños a los giles. Pero, entre nosotros, lo que pasa es que el
tipo es muy mujeriego. Cada tanto se aparece con una mina distinta. ¡Cada bagayo! Se
ve que es un desesperado, el licenciado. Si hay días que está con una, y acá abajo hay
otra esperando. ¡Uy, las que debe hacer en ese diván!
PACIENTE: Mire, es mi hora...
PORTERO: Pare, pare que le termino de contar, ¿ve que usted me engaña y quiere ver a
la rubia? Si de verdad tuviera hora con el licenciado, no estaría tan apurado por entrar.
¡Es más aburrido el tipo ese! Meta leer libros, fumar en pipa y hablar leeento,
pausaaaado, como si cada palabra que dice fuera importante. ¡Yo no sé quién se cree
que es! Pero la rubia igual no le da bola, ¡jajajá!
PACIENTE: Quiero entrar, ya perdí veinte minutos de mi sesión y...
PORTERO: ¡Eh, no se ponga así, no se angustie! Mire, la rubia por ahora está con otro
tipo, y si es por el licenciado, mucho no va a notar que usted no está. Seguro que
aprovecha para leerse otro capítulo de la novela esa de la mina que se llamaba Dora
pero que en realidad no se llamaba Dora, que les tenía miedo a las ratas y que tenía un
pibe que se llamaba Juanito pero le decían pequeño Hans, que tuvo que atravesar un
bosque y se lo comió un hombre lobo.
(El PACIENTE se crispa, cierra los puños.)
PORTERO: Uy, cómo se puso. La verdad es que es apasionante la novela esa. Déjelo al
licenciado que siga leyendo tranquilo, déjelo aquí por hoy y vuelva el próximo martes,
que por ahí la rubia está libre, ¿le parece?
(El PACIENTE se va y da un portazo.)
PORTERO: Eh, espere, que me faltaba contarle una cosa que... Parece que no le interesó
lo de la rubia, ¿no será medio homosexual? Ya sé, se lo voy a preguntar al licenciado
Neurotsky la próxima vez que lo vea.

Caso 2: Psicoanálisis muy profano

La señorita Ramírez está por tomar el ascensor rumbo a la sesión con su


analista, el doctor Supositoire.

PORTERO: ¿Adónde va?


SEÑORITA: ¿Cómo que adonde voy? Voy al 4° "G".
PORTERO: ¿A lo del doctor? Qué raro, porque todos los martes a esta hora suele venir
una mujer.
SEÑORITA: Yo soy una mujer.

97
PORTERO: Sí, ya lo sé, pero yo decía otra, una morocha, con pelo lacio y cara...
SEÑORITA: Yo era morocha y de pelo lacio. Me teñí y me hice la permanente. ¿Qué iba
a decir de mi cara?
PORTERO: ¿Y la estética, también se hizo la estética? Le pregunto porque la veo muy
mejorada, ¿sabe? Porque, entre nosotros, cuando usted empezó a venir, yo me dije...
humm, esta mina está más loca que una cabra, pobre doctor los pacientes que le tocan;
seguro que ésta es psicópata, esquizofrénica o por lo menos melancólica con
tendencias autodestructivas incoercibles.
SEÑORITA: ¿De dónde sacó eso?
PORTERO: De su manera de tocar el timbre. Usted sabe, yo soy muy psicólogo, y tanto
estar acá en este edificio lleno de analistas, neuróticos y algún que otro perverso
polimorfo, uno se va formando, va adquiriendo práctica. Además, tengo un supervisor
de primera.
SEÑORITA: ¿Supervisor?
PORTERO: Sí, Rodríguez, el encargado del edificio verde que está ahí en la esquina, ¿lo
ve? Rodríguez ya es nuestro didacta, todos los encargados de la cuadra supervisamos
con él. Y alguno de los analistas, también, no le voy a mentir, pero hablemos mejor de
usted: la lleva bien el doctor, ¿no?
SEÑORITA: Bueno, sí, el doctor es como un padre para mí...
PORTERO: ¿Usted lo dice en el sentido edípico, o simplemente porque se hace cargo de
sus angustias y frustraciones, a la vez que le pone límites que le permiten y al mismo
tiempo le prohiben desarrollarse como persona? Porque no es lo mismo, ¿vio?
SEÑORITA: Mire, yo preferiría no hablar de esto porque...
PORTERO: Sí, sí, claro, la resistencia, ya lo veo. Usted se comporta conmigo como si
yo fuera su madre que la va a retar por algo que usted imaginó con el doctor
Supositoire, que vendría a ser su padre, es decir como si usted ocupara el lugar que en
realidad me corresponde a mí, por eso le da culpa y se oculta, y actúa ese deseo de
ocultarse haciéndose la permanente y tiñéndose el pelo, que por otra parte no le
quedaba nada mal antes, le daba un aspecto psicótico muy atractivo.
SEÑORITA: ¡Escúcheme!
PORTERO: No hace falta que me lo pida como un niño a su madre. Yo ya la estoy
escuchando.
SEÑORITA: Usted está actuando como si fuera el doctor y...
PORTERO: ¡Lindo truco, el suyo! Yo le dije primero que usted actuaba conmigo como
si yo fuera su madre y el doctor su padre edípico; ahora usted me pone a mí, su madre,
en el lugar del doctor, su padre, con lo que las figuras quedan indiscriminadas, ya no
se sabe quién es mamá y quién es papá, y encima después usted me interpreta esto
poniéndose usted misma en el lugar del doctor y a mí en el lugar suyo, con lo que
quedamos los tres aglutinados en una pelota que...
SEÑORITA: Pare, pare, que a usted nadie lo metió en nada. Yo me atiendo con el
doctor, ¡y listo! (Toma el ascensor.)
PORTERO (desde abajo, le grita enojado): ¡Y yo qué soy, el portero excluido soy!

Caso 3: Consorcio terminable o interminable

El licenciado Freudenlerner, joven analista, abre la puerta de calle del edificio

98
en el que tiene su consultorio, y antes de que tome el ascensor, llega el portero.

PORTERO: Ay, licenciado, tengo una mala noticia para usted.


FREUDENLERNER: ¡No me diga que cortaron la luz!
PORTERO: Si fuera eso nomás. No, lo que le quiero decir es que su paciente de las 16,
vio, ese medio neurótico con ciertos rasgos adictivos, bueno, ése, no va a venir más al
tratamiento.
FREUDENLERNER: ¿Y usted cómo lo sabe? ¿Acaso mi paciente vino y habló con usted?
PORTERO: Pero no, licenciado. ¿Cómo va a hacer eso? ¿Y el secreto profesional? No,
lo que pasó es que hace un par de horas, cuando creía que nadie lo veía, pero yo lo vi,
solicitó una entrevista con el licenciado del 5° "J".
FREUDENLERNER: ¡¿Goldstein?! No puedo creerlo. ¿Cómo me va a hacer una cosa así?
¡Si estudiamos juntos, fuimos al mismo grupo de Lacan, hasta tenemos ciertos
acuerdos teóricos alrededor de la transferencia y las pulsiones! ¡La de noches que
habremos pasado meta pipa y catarsis hasta que nos echaban del bar! ¡Y encima con
ese caso tan atractivo!
PORTERO: Así son las cosas, licenciado, el analista es siempre el último que se entera.
Todo parece estar muy bien, hasta que un día la transferencia se disuelve y el paciente
se va sin dejar huellas mnémicas. Pero recuerde que los lacanianos no lloran.
FREUDENLERNER: Se ve que usted sabe de esto, ¡eh!
PORTERO: Es que acá se ve cada cosa. Mire, conocí pacientes que dejaron a sus
analistas por otros, analistas que dejaron a sus pacientes por otros, pacientes que se
analizan entre ellos, tipos que practican el análisis con sus propias cuñadas, sobrinas o
consuegras. Tipos que se analizan con dos al mismo tiempo. Analistas que no
reconocen a sus pacientes. Tipos que se analizan en el ascensor. Altas o interrupciones
antes de tiempo. Mire, hubo uno que se analizaba con el licenciado del piso 15°, pero
un día que no andaba el ascensor conoció a una licenciada del primer piso, y ahí están,
¡cada vez que se corta la luz el pobre de arriba cree que su paciente falta por causa
justificada y no le cobra la sesión, y el otro aprovecha y se recuesta en el diván de ella!
¡Mire si no habrá casos!
FREUDENLERNER: Me convenció, voy a dedicarme a vender zapatos, como quería mi
papá. (Se va.)
PORTERO (por el portero eléctrico): Hola, ¿Gómez? Sí, mire, voy a tener un
departamentito apto profesional como el que quería para su cuñada, se está por
desocupar, ¿le interesa?

Tal vez estos casos alcancen, tal vez no, pero creemos que como pruebas son
más que fehacientes. Y si no, baje y pregúntele al portero.

99
Declaración de los derechos del
hombre neurótico
LICENCIADO LEÓN NEUROTSKY

En estos tiempos las minorías hacen valer sus derechos. Los gobiernos se deben
preocupar por defender a aquellos sectores que por algún motivo quedan expuestos
ante el resto de la sociedad y requieren derechos especiales para no ser victimizados
por el resto. Estamos hablando, por ejemplo, de los propios gobernantes, que sin duda
son blanco de la crítica general en muchísimo mayor proporción que cualquier
habitante anónimo, y pueden sentirse menoscabados por la mordacidad de dicha
crítica, o bien ser llevados, por la angustia y la desesperación, a cometer hechos
innobles, de los que después se arrepentirán o no.1 Alguna vez expliqué, con mi mayor
vehemencia posible, que es injusto que los gobernantes sean criticados mientras el
resto de la población disfruta de su anonimato impunemente, y propuse que "nadie
pueda ser criticado dos veces hasta que todos no hayan sido criticados al menos una
vez".
Otro de los casos de discriminación es el de las mujeres, que más de una vez
han protestado por su carencia de pene, ya sea propio o ajeno. Hubo grupos feministas
que explicaron que no es que "les falte pene", sino que en lugar de pene, tienen
"vagina". Otros grupos, más ultras, dan la misma explicación, pero en lugar de
"vagina" dicen "cerebro". No vamos a participar aquí de ese tipo de polémica.
Lo que sí cabe destacar es que, con tantas actitudes en favor de las minorías, de
alguna manera quedan perjudicados quienes no pertenecen a ninguno de estos grupos
exclusivos, quienes son, digamos, parte de la mayoría silenciosa.
Estoy hablando del hombre que día a día enfrenta (o elude) los avatares de la
vida cotidiana y no elige como partenaire sexual a un zapato ni se toma a sí mismo por
un marciano. Estoy hablando de la mujer capaz de amar, temer, partir y otros verbos,
regulares o no, que no necesita que diez hombres peleen por ella; con cuatro le
alcanza. Estoy hablando del niño que puede diferenciar entre un dinosaurio y una
computadora, y entre sus padres y esos objetos, y entre su madre y su padre. Estoy
hablando de la gente común: los neuróticos.
¿Qué pasa con los derechos del neurótico, del paciente de diván, que
sufridamente (si es fóbico) concurre a nuestro consultorio una y otra vez (si es
obsesivo), a hablarnos de su pena o de su pene? ¿No son/somos acaso los neuróticos
los que, como dice el viejo chiste, construimos los castillos en el aire donde habitan los
psicóticos y gracias a cuyo alquiler se mantienen los analistas?
Hasta ahora nadie se ha preocupado por esos derechos. ¿Para qué, si los
neuróticos no han hecho manifestaciones, ni rebeliones, ni acudido jamás a la lucha

1
Hay quien dice que, por el contrario, la crítica es una forma de control que evita que
los funcionarios cometan hechos innobles. En todo caso, es un tema polémico que no
nos incumbe aquí.
100
armada para obtener sus reivindicaciones?2 Los neuróticos siguen concurriendo a
sesión, hablando, pagando, mejorando y a veces curándose.
Me podrán decir que, a diferencia de otros grupos sociales (las mujeres jamás
dejarán de ser mujeres, los gobernantes no quieren dejar de ser gobernantes) los
neuróticos no necesitan derechos especiales, porque la idea es justamente que dejen de
ser neuróticos, que se incorporen a alguna de las minorías que sí están protegidas, y de
esta manera se integren a la sociedad, que para eso trabajan los psicoanalistas. Puede
ser. Tengo mis dudas.
Lo que es seguro es que los neuróticos son seres que sufren. Si no, no serían
neuróticos, serían vegetales. Y en mi carácter de hombre de pensamiento progresista y
humanitario, debo despojarme de mi egoísmo y pensar en sus derechos. En realidad no
me despojo del todo de mi egoísmo ya que, he de confesarlo, yo mismo pertenezco a
ese amplio sector social.
Veamos entonces una pequeña lista, incompleta sí, pero necesaria, de derechos
del "hombre neurótico" (Homo divans).

Derecho a la interpretación justa, libre y soberana

A veces uno cuenta un largo sueño, y recibe el silencio por respuesta. En otro
momento uno simplemente estornuda, y el analista se lo interpreta durante una hora.
No es justo. Reclamamos que el analista nos interprete los sueños y nos diga "salud" si
estornudamos. No puede ser que uno se haya tomado el trabajo de crear una larguísima
historia, con argumento —algunos sueños tienen hasta casting—, para no recibir
siquiera, no digamos el aplauso, pero al menos alguna palabra que pueda nos servir de
estímulo para seguir soñando.

Derecho al reclamo

Si uno en el supermercado compra galletitas y después están malas, o a uno no


le gustaron, puede devolverlas o cambiarlas por otras. ¿Y con la interpretación, qué?
Reclamamos que las interpretaciones sean del agrado del paciente, que "siempre tiene
razón", o que las pueda cambiar por otras. De lo contrario el paciente se verá obligado
a aceptar una realidad que no le queda bien, o bien dársela a un familiar, vecino o
amigo a quién la interpretación le calce justo, diciendo: "Tomá, usála vos, está casi sin
estrenar, yo ya la pagué pero no es de mi talle, y mi analista no acepta reclamos".
Quizás el neurótico junte esas interpretaciones en algún cajón del inconsciente a la

2
Es difícil imaginar un ejército irregular, digamos una "guerrilla neurótica", el "Grupo
Obsesivo de Liberación ¿O Mejor Revolucionario? ¿O Mejor Antirrepresivo? ¿O
Mejor Antirregresivo? ¡Ay, No Sé!", cuya sigla sería
G.O.L.O.M.R.O.M.A.O.M.A.A.N.S. Sus miembros estarían planificando cada
operación tan al detalle que jamás se pondrían de acuerdo para realizarlas. El "Ejército
Agorafóbico" jamás podría conquistar un espacio que le significara tener que salir de
su casa para pelear, y las histéricas tampoco son las más indicadas para dar batalla,
porque por lo general prefieren que otros peleen por ellas.
101
espera de que alguna vez le queden bien y pueda usarlas, y algún día se canse, necesite
el lugar para otros recuerdos, lapsus o sueños, y termine regalándolas todas a alguna
institución que las reparta entre los que no tienen quien les interprete nada.

Derecho a la actualización

Las galletitas, para seguir con ese ejemplo, y en general todos los productos que
uno va a consumir tienen fecha de vencimiento. Pueden durar un año, dos, tres, lo que
sea, pero en algún lugar del envase uno ve hasta cuándo puede usarlos. Con el análisis,
en cambio, no ocurre semejante cosa. Y el neurótico tiene derecho, al iniciar su
tratamiento, a que el analista le diga: "este análisis vence en junio del 2006" o "en
agosto del 2109", o cuando sea, para que uno sepa a qué atenerse y no crea que es
eterno, ni el análisis ni uno.
Si este derecho se ejerciera, el efecto sería significativo, ya que un sujeto con
personalidad infantil podría decir: "Ya estoy grande para seguir dependiendo de mi
mamá, además se me están por vencer las interpretaciones sin que me hayan servido;
mejor cambio antes".

Derecho a la eficiencia

Uno va a la primera entrevista, y enseguida el analista se da cuenta de que uno


es un edípico de libro. Sin embargo, nos enteramos de eso recién a los tres o cuatro
años de análisis. Reclamamos que el analista, en la primera entrevista, le diga a su
paciente "usted se quiere acostar con su mamá", de modo que el neurótico, la mamá, y
el papá, sepan a qué atenerse.
Es cierto que los neuróticos tenemos especiales dificultades en aceptar las
verdades (y la eficiencia), si no, no seríamos neuróticos, seríamos computadoras. Ahí
se pone en juego nuevamente la calidad del profesional (en este caso, del neurótico
profesional): el analista deberá explicarle al neurótico que él se quiere acostar con su
mamá, pero no se expresará tan crudamente, sino que le dirá que, en realidad, él quiere
resolver crucigramas. Y el neurótico deberá entender que en realidad él se quiere
acostar con su mamá y no resolver crucigramas. Hay que decirlo: los neuróticos somos
bastante eficientes en entender cualquier cosa menos lo que nos están diciendo.

Derecho a la variedad

Uno escucha "o sea", "a usted qué le parece", "dejamos aquí por hoy", "en
realidad", "es como que", "lo vemos en la próxima" unas cuarenta veces por sesión.
Reclamamos que los analistas tengan un repertorio más variado de latiguillos.
Digamos, que pongan mayor creatividad al servicio de su arte, como para que el
neurótico se vaya satisfecho y sienta deseos de volver, o algún otro deseo. Proponemos
aquí una serie de "latiguillos alternativos":
• ¡Cáspita!
• ¡Recórcholis!
102
• ¡Santo Inconsciente, Batman!
• Cuente más, que me interesa.
• ¡Intríngulis-chíngulis!
• ¡La puta!, ¿eso soñó?
• Primera vez que escucho algo así, se lo juro, chuic-chuic (haciendo la señal de
la Cruz, o de la Estrella de David, o de la Pipa de Sigmund, según la creencia de
cada uno).

Derecho a la buena transferencia

Se sabe que uno identifica al psicoanalista con el padre, la madre, la esposa, el


hermano, el jefe, la suegra y/o diferentes personajes que sin duda son importantes para
la vida del paciente. El analista debe sostener esos roles, no sea cosa de que lo
terminemos identificando con el vendedor de tiempo compartido o de celulares, el
cajero del supermercado o la señora de la limpieza, y los tratemos como a tales, y
entonces el analista nos tenga que prometer que si vamos a sesión participaremos en el
sorteo de un auto (como si fuera el vendedor de los tiempos compartidos), o le
tengamos que preguntar adónde fue a parar ese sueño que no está donde lo dejamos
(como si fuera la señora de la limpieza).

Derecho al mismo idioma

Este derecho puede parecer obvio, lo que reafirma aun más nuestro reclamo,
porque casi nada hay que sea obvio para más de una persona a la vez: nada hay menos
obvio que lo obvio, y a veces uno cree que está hablando en castellano, pero lo está
haciendo en lacanés, kleiningonzo, japoniano, chinificante, alemaníaco, u otro.
Y como el paciente sabe que su analista dice cosas muy importantes, no se
atreve a pedir un intérprete, que de alguna manera desvirtuaría el sentido de la
interpretación (hasta es posible que el sentido de la interpretación haya sido que el
paciente no la entendiese y preguntara, o no).
Para evitar estos malentendidos, reclamamos que los analistas hablen en el
mismo idioma que sus pacientes, sin que sus pacientes se vean obligados a cambiar de
idioma para que esto ocurra. Un buen referente en ese sentido sería, ante cualquier
duda, someter la frase a la primera persona que pase por la calle, siempre que no se
tratase de otro paciente del mismo analista, de un familiar del analista, o de otro
analista (quien seguro diría que no entiende nada, y que venga a su consultorio donde
todo es mucho más claro).

Derecho al alta

El psicoanálisis es interminable, pero, de todas maneras, es deseable que se


termine antes que nuestro dinero. Reclamamos que en algún momento nos digan
"dejemos aquí", y no sea "por hoy".

103
Fast-Freud (el caso Guido)
LICENCIADO ERNESTO PSÍQUEMBAUM1

Prólogo

El psicoanálisis de niños

El psicoanálisis de niños presenta particularidades que a veces complican la


tarea del terapeuta, sobre todo cuando éste no es especialista en niños sino que los
toma en tratamiento para completar su grilla de horarios, o por el contrario, para que
no quede completamente vacía, como en mi caso.
Con los chicos pueden darse situaciones insólitas, como que el paciente se
quede en el consultorio esperando que sus padres lo vengan a buscar, o que falte a
sesión porque le dieron mucha tarea en el escuela, o porque a esa hora dan por
televisión su programa favorito; o que la abuela del paciente intervenga para opinar
que su nieto es un genio y no tendría por qué tratarse, dado que el problema está en su
yerno (o nuera)2, y no en el niño, y lo peor es que esa mujer metida, que nunca se
analizó ni mucho menos supervisó, sin el menor conocimiento científico que la avale,
suele tener razón.
Estas situaciones muy rara vez se dan con los adultos, que faltan a sesión pero
porque tienen mucho trabajo, o porque tienen que ir a buscar a sus hijos a la escuela (o
a lo del analista del niño), o porque a esa hora justo juega la Selección Nacional de
fútbol, motivos mucho más comprensibles (y compartibles) por un psicoanalista.
De todas maneras, como lo digo en el párrafo inicial, los analistas de adultos
nos vemos muchas veces obligados a tomar a los pequeños en tratamiento, lo que tiene
sus pros y sus contras.
Por un lado, los niños tienen un lenguaje propio, intereses y un mundo que
muchas veces los adultos no comprendemos: por ejemplo, no muchos psicoanalistas
occidentales están lo suficientemente capacitados como para discutir de cómics y
superhéroes en japonés.
Los niños no suelen ser los que abonan los honorarios, por lo que cualquier
falta de pago de los mismos deberá ser discutido con los adultos responsables, y el
analista se pierde el placer de interpretarle a su paciente el verdadero motivo
inconsciente de la falta de pago, que suele ser reparador, o al menos le da al analista un
ratito de disfrute cuando luego de decirle al paciente: "En realidad usted no me pagó a
tiempo porque, cuando usted era niño, su madre lo dejaba para el final y primero
atendía las necesidades de sus hermanos, y ahora me hace usted lo mismo", el paciente
pone cara de extrañeza absoluta y se queda en silencio cuarenta minutos, y el analista
puede aprovechar la sesión para mientras tanto repasar otros casos clínicos de
pacientes que sí están al día. Con un niño hacer algo así sería una crueldad;

1
Hijo del afamado profesor doctor Karl Psíquembaum. Le debe su nombre a que
cuando él nació su madre acababa de leer La importancia de llamarse Ernesto.
2
Yerno o nuera de ella, obviamente no del niño.
104
recomendamos no hacerla... muy seguido.
Por otra parte, los niños viven el tiempo de una manera diferente de la de los
adultos. Por ejemplo, para ellos un joven de cuarenta y cinco años es en realidad "un
viejo que podría ser mi abuelo"; todo lo que tiene más de veinte años es del tiempo de
los dinosaurios, y no conciben que antes de su propio nacimiento hubiera vida, ni
psicoanálisis. Para ellos una hora no dura cincuenta minutos, como para cualquier
adulto analizado, sino el tiempo que transcurre entre el comienzo y el final de su
programa de tevé favorito.
Como todavía no aprendieron a reprimir adecuadamente sus deseos, los niños
suelen expresarlos directamente, con lo que les quitan a los analistas importantes
recursos financieros.
Pero no todo es tan malo con los niños, algo de bueno tendrán, ya que la gente
sigue teniéndolos. Uno de los elementos en su favor es que, al ser tan pequeños, tienen
mucho más análisis por delante que cualquier adulto. Uno puede sembrar ahora para
cosechar pacientes dentro de unos años y así asegurarse ciertos haberes para la vejez, o
al menos no dejarles a sus propios hijos un psicoanálisis tan en crisis como el que
recibimos de nuestros padres. Uno puede tomar las carpetas de sus pequeños pacientes
y mostrárselas a sus hijos diciéndoles, con la frente bien alta y una lágrima en la
mejilla: "Algún día, hijo mío, todos estos pacientes serán tuyos".
Entiendo que a partir de este panorama, el profesional podrá ahora adentrarse en
lo profundo del "caso Guido".

Los padres de Guido

Comencé por tener una entrevista con los padres de Guido. Quería conocer el
motivo de consulta. Guido era un niño de unos diez años, padres separados,
dificultades escolares, con antecedentes de agresiones varias a sus condiscípulos,
mascotas y juguetes, muchas horas diarias frente al televisor, peleas (que jamás
llegaron al uso de armas de fuego) con su hermano menor, Matías; en fin, un niño
normal en una época anormal.
No entendía por qué me consultaban sus padres, si ni yo ni ningún otro
psicoanalista podíamos arreglar el mundo. Creo que lo hicieron para quitarse un poco
de culpa por haberse separado, echándosela al ex cónyuge. Como ninguno de los dos
quería hacerse cargo de sus propias culpas, y mucho menos aún de las culpas del otro,
buscaron a un tercero a quien culpar. Una vez que la maestra, la abuela, la mucama y
el televisor fallaron o declinaron el rol, recurrieron a mí.
Yo los recibí en mi consultorio. Vinieron los dos a la misma hora, pero por
separado. Cosa extraña, en general los ex cónyuges suelen venir juntos, se reúnen un
rato antes para empezar a pelearse y continuar la lucha en el consultorio. Ellos no. Les
pregunté el motivo de la consulta.
—Guido —dijo ella.
—¿Guido, qué? —le pregunté.
Me dijo el apellido.
—No, no le pregunté el apellido sino el motivo de consulta.
—Ah, es lo mismo —siguió la madre—. El motivo es el apellido, todo es por
culpa de ése.

105
Cuando dijo "ése" levantó con violencia el brazo izquierdo, y señaló al padre de
Guido, allí presente. Por un momento temí que me señalara a mí, o al retrato de Freud
de mi consultorio.
—¡Ya empezás, ya empezás! —éste fue el padre.
—¡Siempre igual, vos, cuando no sabés con qué responder a mis argumentos
irrebatibles, decís "¡ya empezás, ya empezás!"! ¡En la cama era igual, licenciado!
—Cuente, cuente —dije interesadísimo por escuchar algo un poco más
divertido que lo que había oído hasta el momento.
—Cada vez que yo me negaba a tener relaciones sexuales, él decía: "¡Ya
empezás, ya empezás!".
—Sí, pero vos siempre "te negabas" cuando yo ya estaba "terminando".
—Sí, y vos "terminabas" cuando yo ni estaba "empezando".
—Ya veo —dije, aunque no veía nada. Y eso era tal cual, hasta ahora, no había
visto, ni oído nada de Guido. Sólo habían podido hablar de ellos mismos, y "hablar" es
una forma de decir.
—¿Y Guido?
—Ay, licenciado, ¿cómo se le ocurre? ¡Guido jamás presenciaba nuestras
negaciones sexuales!
—Será "relaciones".
—Ésas tampoco.
—En realidad —dije—, a mí ni se me ocurrió que Guido pudiera presenciar sus
relaciones ni sus negaciones. Pregunté por Guido porque se supone que ustedes
consultaron por él. Quería saber cómo está.
—Ah —dijo la madre—, bien... supongo que bien... mirando la tele, o azotando
a Pepe, Lucas o Minina.
—¿Pepe, Lucas, Minina?
—Pepe es el loro, Lucas el perro, y Minina...
—Obvio, la gata.
—No, licenciado, Minina es la mucama. Nosotros no tenemos gato, porque
tenemos perro y loro, y la situación sería muy agresiva.
La palabra "agresiva" me resultaba extraña en boca de esta pareja. "Ellos" eran
agresivos.
—Bueno —dije por quinta vez—, hablemos de Guido.
—Mire, licenciado —éste fue el padre—, usted sabe cómo son los chicos ahora,
con tanta tele, escuela, deportes y agresiones, no tienen tiempo para otras cosas como
estar con sus padres.
—Pero algo les debe haber llamado la atención, habrá habido alguna alarma,
por algo me consultaron...
—¿Alarma? ¿Vos le dijiste algo?
—¡No, nada, debe haber adivinado, no te olvides que es psicólogo!
—¡Ya empezás, ya empezás!
—Perdón —los interrumpí—, ¿habrá algo que quizá yo debiera saber y a pesar
de ser psicólogo no estoy en condiciones de adivinar?
—Bueno, licenciado —habló el padre—, es que el otro día sonó la alarma
contra robos, y yo salí corriendo del departamento, y me olvidé de llevarme la plata...

106
—¿Podemos hablar de Guido? —pregunté por undécima vez3. Pero era inútil.
Me di cuenta de que si quería hablar de Guido, debería citar a Guido. Arreglamos un
horario para una entrevista. Se fueron. Suspiré aliviado. Me di cuenta de que no les
había preguntado el motivo de la separación. Quizá fue un error. En todo caso, yo no
estaba preparado para volver a escuchar "¡ya empezás, ya empezás!" una vez más.

Guido

A la primera entrevista Guido llegó con cincuenta minutos de retraso. Le


pregunté qué le había pasado. Se encogió de hombros y me miró como diciendo "yo
qué sé". Le dije que ya era tarde, que volviera otro día. Miró hacia las persianas de mi
consultorio y me dijo algo así como:
—Pero todavía no cerraron.
Se fue.
Cerré la puerta. Me pareció oír un terrible golpe, como una patada de karate
contra mi puerta, acompañado de unas palabras cuyo significado en japonés
desconozco, pero en castellano son inequívocamente insultantes hacia la madre del
destinatario.
Abrí la puerta. Estaba algo abollada. Pero debía haber estado así desde antes.
Aunque no lo recuerdo.
A la segunda entrevista Guido llegó con media hora de retraso. Le volví a
preguntar por su tardanza
—Es que estaban dando "Killerdragon" en la tele —me explicó—, y no me lo
iba a perder por venir acá. ¡Son unos dibujos coreanotailandeses que matan! Además,
justo en este capítulo Noxo estaba por revivir a Congestiva, que era la princesa de los
rinofágicos que se tenía que casar con Procul por orden de Cholaka. En realidad
Cholaka era nieto de Procul y Congestiva, en el futuro era un dictador, pero ahora
había vuelto al pasado para asegurarse de que sus abuelos se pudieran casar y entonces
él naciera, porque estaban los Kitos, que luchaban por la libertad, y querían impedirlo
y...
—¿Y a vos te dio miedo de que no se casaran y el nieto no naciera? —pregunté,
tratando de entender algo—. ¿Te daba culpa, pensabas que el nieto, que era un nene
como vos, podía haber hecho algo que separase a sus abuelos, que son como los
padres? ¿O que si vos no mirabas la tele ellos no se iban a casar?
—¡Pero nada que ver, nada que ver! ¡Me quedé a ver si pasaban la noche de
bodas, el sexo explícito y todo eso! Porque en los programas para grandes, sólo hablan
de sexo; si uno quiere ver un poco de sexo, tiene que ver los dibujitos para chicos.
Me di cuenta de que tenía atrasado mi reloj. Unos cuarenta años atrasado. O
este chico estaba demasiado trastornado o yo estaba demasiado acostumbrado al relato
de los adultos, que, en cuanto al sexo son muchos más cuidadosos con su lengua...,
digamos con su lenguaje.
—Me parece que es muy pronto para hablar de sexo —le dije—, recién nos
conocemos.

3
Algunas de las veces que pregunté por Guido no figuran en el texto para no aburrir al
lector.
107
—¡Ja! ¡Ja! ¡Es lo mismo que le dijo Oxoto a Prepux el otro día después de que
ella intentara practicar con él las ciento dieciocho posiciones venusinas y él le
explicara que los arturianos machos no podían tener relaciones sexuales algunos días
por mes porque estaban con la escuadra... con la escuadra de combate, claro!
Yo ya no entendía nada. Pero sabía que era muy importante ponerle límites a
Guido. Y un límite era el horario. Ya era la hora.
—Bueno, Guido, dejemos acá por hoy.
—Está bien. Déme mi hamburguesa, mis papas y mi gaseosa y me voy.
—¿Qué?
—Que me dé mi hamburguesa, mis papas y mi gaseosa y me voy.
—¿Y por qué te voy a dar eso?
—No entiendo.
—¿Qué es lo que no entendés?
—Que usted me pregunte por qué me tiene que dar mi hamburguesa, mis papas
y mi gaseosa. En todos los otros lugares que voy me los dan y listo, nadie me pregunta
nada.
Lo había descolocado. Eso creía yo.
—Yo no te voy a dar nada de eso —insistí.
—¿Qué? ¿Usted no tiene "combos"?
—No
—¡Qué raro! Pero ahora entiendo por qué no vi a otros chicos haciendo cola.
Así nunca va a progresar ¡Le falta marketing y management! O por lo menos
franchising.
Le dio una furibunda e inequívoca patada a mi sillón. Antes de que yo pudiera
decirle que todo lo que hiciera de aquí en más sería usado en su contra, se fue.
Yo me quedé. Empecé a extrañar el "ya empezás, ya empezás" del padre.

Elucubraciones teórico-prácticas

A partir de las entrevistas que tuve con Guido, y en vistas a un futuro


tratamiento, intenté investigar más profundamente con qué inconvenientes teórico-
técnicos me encontraría, y como podía solucionarlos. Me pregunté por ejemplo si
debía sacar un seguro contra incendios para el consultorio, o si con el seguro de vida
que yo tenía para mí me alcanzaría. No es que Guido se hubiera mostrado violento
conmigo, al menos no físicamente. Tampoco es que pensara que el chico era más
fuerte que yo, sólo que él estaba dispuesto a usar sus tendencias agresivas en mi
contra, y a mí me habían educado para defenderme de las sutilezas lingüísticas, pero
no de los golpes concretos. Por otro lado, no podía yo pegarle siendo él un niño y yo
apenas un psicoanalista. Además, cabía la posibilidad de que sus padres lo sacaran del
tratamiento, o que los médicos me sacaran a mí.
Por ahora se había limitado a venir cuando faltaba poco tiempo para finalizar el
horario de la entrevista, y a desvalorizarla en términos ruinosos comparándola con una
hamburguesa que según él sería más valiosa que mi aporte científico, y a patear mi
puerta y mi sillón consentido.
Consulté a mi supervisor y, siguiendo sus indicaciones, coloqué un plástico
sobre el diván, por el ketchup y la mostaza. Mi supervisor me aconsejó que si quería

108
conservarlo como paciente le pusiera límites férreos a Guido, y de ninguna manera le
diera más de cuatro hamburguesas por sesión, porque le podrían hacer mal al
estómago, con la consecuente ausencia a sesión y pérdida de honorarios por mi parte.
Respecto de la violencia física me recomendó tener mucha paciencia, vendas y
apositos protectores. Y un casco.
Yo me pregunté si todo esto valía la pena. Hice números y me di cuenta de que
con los honorarios de una sola sesión podía comprar hamburguesas para todo un mes.
Pero antes de tomar la decisión sentí que necesitaba una nueva supervisión. Con un
carpintero. Y un traumatólogo.
Consulté algunos textos: "Proyecto para disminuir la edad imputable";
"¿Consultorio o reformatorio?"; "Rompe, paga" y otros libros de psicoanálisis infantil.
Finalmente sentí que alguien debía hacer algo por Guido. Y, lamentablemente, parecía
que ese alguien iba a ser yo. Y si no era por Guido, al menos sería por Matías, o por
Pepe, Sultán o Minina, ya que mientras Guido estuviera aquí destrozándome el
consultorio, no estaría en su casa destrozando a sus familiares y/o mascotas.
La madre de Guido me llamó por teléfono y me preguntó qué opinaba yo de la
posibilidad de que Guido aprendiera karate o alguna otra arte marcial, para canalizar
sus agresiones. Lo prohibí tajantemente. Como no estaba seguro de que la madre me
obedeciera, hablé con mi agente de seguros para duplicar la póliza. Lamentablemente
mi agente se había enterado de que estaba atendiendo a un niño, y se negó.
Me pregunté un poco qué le estaba pasando a Guido. Se me ocurrió que parte
del problema era que nadie le daba bolilla. ¿Por qué a la madre se le iba a ocurrir que
un chico ya agresivo estudiara un arte marcial? ¿Por qué mejor no lo mandaba a
aprender tejido? No, mejor no —me contesté—, y no por lo de la identidad sexual,
sino porque no quiero imaginarme a Guido con una aguja de tejer en sus manos. Acá
era yo quien tampoco lo reconocía. Reconocerlo ¿sería ésa la cuestión? ¿Sería eso lo
que buscaba Guido con sus agresiones, que lo conocieran? ¿O que los demás quedaran
irreconocibles?

Nuevas entrevistas

Me preparé mejor para las siguientes entrevistas con Guido. Me compré un


libro interesante para tener algo que hacer si él llegaba tarde así no me angustiaba por
la falta de mi paciente. Puse acolchados en el piso, por si los golpes. Y compré
hamburguesas y papas fritas. Pero aunque yo me preparaba para las sorpresas, Guido
siempre tenía alguna otra bajo la manga.
A la entrevista siguiente, con sólo diez minutos de demora, sonó el timbre.
—Caramba, nos estamos volviendo puntuales —dije, largando el libro que
había comprado y era por demás interesante.
Pero no era Guido. Eran dos hombres con una gran caja.
No los quise dejar pasar, pero entraron igual, y me dijeron:
—Esto se queda acá.
Luego, pusieron la caja sobre una mesita.
Se estaban yendo, cuando siento el ruido de una patada contra la puerta y entra
Guido. Va derecho a la mesita, abre la caja, y adentro había un televisor.
Guido lo enciende y me dice:

109
—Hice un arreglo con mi papá. Yo vengo acá si puedo ver la tele.
Pensé en sacarlo de una patada. Pero dos motivos, uno económico y el otro
también, me contuvieron. No quería perder mi paciente, y así me ahorraba comprarme
yo mismo un televisor para cuando terminara de leer el libro.
—Parece que no te interesa lo que pasa acá —le dije.
—Ahora sí —me dijo encendiendo el aparato—. Y si usted se calla y me deja
escuchar, más todavía.
Decidí poner un límite. Como no se los podía poner a Guido, me lo puse a mí.
Me callé. En la tele, un sujeto azul con casco lleno de tentáculos invadió la pantalla.
Intentó violar a alguien de sexo indeterminado y pelo rosado. Violar es una forma de
decir, porque tal vez era la forma arturiana de tomar el desayuno.
Guido miraba tranquilo. Bueno, tranquilo no, daba puñetazos, pero en el aire.
Yo quería escucharlo. A los treinta minutos lo escuché. Y le traje su hamburguesa. Ahí
reaccionó y dijo algo más. La puse un rato más en la plancha, para que estuviera más
cocida.
Cuando terminó el programa, se fue.
Yo me quedé. Escuché un golpe. Abrí la puerta. Alcancé a ver a un vecino que
se colocaba la mano en el ojo. Nada grave.

A la siguiente entrevista yo estaba mucho mejor entrenado. Llegó Guido, ni me


saludó. Se puso a mirar su programa. Yo me puse a leer mi libro. La hamburguesa me
salió bastante bien. Dije algo así como que tal vez Guido necesitara que alguien lo
acompañase en este largo proceso de crecimiento. Guido no me respondió. Tal vez no
me oyó. Tal vez yo lo había pensado pero no lo había dicho.
A medida que iban pasando las entrevistas, yo sentí que iba avanzando... en la
lectura de mi texto. Con respecto al tratamiento de Guido, las hamburguesas me salían
cada vez mejor. Guido me lo agradecía sin palabras, ni gestos, ni nada.
Un día terminé mi libro, y decidí que se iniciaba una etapa más activa de mi
parte en el tratamiento de Guido. Sin que él se diera cuenta, comencé a espiar su
programa de tevé. No entendía ni siquiera cómo era posible que alguien entendiera
algo. En un momento me pareció que se venía una escena de sexo explícito, porque
Guido sonrió. Pero justo estaba lista la hamburguesa y me fui a buscarla.
Comencé a pensar si lo que Guido necesitaba era que le dieran bolilla, o
simplemente que no lo interrumpiera, que lo dejaran ser "él mismo". El psicoanálisis
habla de una etapa oral y de una etapa anal, y aunque en ningún momento se refiera a
una "etapa televisiva", no por ello hay que descartarla.
Los padres de Guido estaban demasiado ocupados con sus propios narcisismos,
mirándose al espejo. Pues bien, el espejo de Guido era la tevé y en ella se miraba. Se
identificaba con ellos. El padre decía "ya empezás, ya empezás" para reclamarle a la
madre, y él sentía que "ya empieza, ya empieza" al inicio de cada capítulo. Guido
buscaba respuestas para constituir su identidad sexual: la violencia, las hamburguesas,
los marcianos no podían brindárselas, pero era más de lo que le daban sus padres.
Guido intentaba descubrir a través de la tele quién era él, de qué planeta venía, o al
menos quién era Olastridia, que en ese momento intentaba matar, o tal vez besar, a
Pulpusan. Yo no entendía nada. Guido era como el programa de tevé. No se podía
entender nada de lo que le pasaba. Quizá si yo lo escuchaba, lo entendería.
Con el tiempo empecé a entender más profundamente lo que pasaba. Otrix en

110
realidad estaba enamorado de Chotiana, pero ella era un hombre proveniente de
Ramticur, lo que pasa es los ramticurianos tenían un conflicto básico de identidad por
lo que se creían a sí mismos venusinos. La Tierra estaba en peligro. Me puse ansioso.
Me di cuenta de que yo también necesitaba algo. No un trago. Una hamburguesa. Y
quizá pegarle un golpe a mi almohadón.
Los padres de Guido me pagaban puntualmente, cada fin de mes. Incluso me
llegó un sobre con un plus de dinero y una esquela con la palabra "gracias", firmada
por Minina, la mucama, quien se veía aliviada. Me decía que este dinero es una
mínima parte de lo que ahora se ahorraba en tratamientos médicos. Guido estaba
menos violento, y recibía la hamburguesa con un leve gruñido, que viniendo de él
hasta podía sonar agradecido. Ninguno de mis vecinos estaba recibiendo agresiones de
su parte, tal vez porque todos se habían mudado.
Unos tres años después, un día estaba sentado junto a Guido mirando el capítulo
correspondiente. En el momento más interesante, cuando estábamos por descubrir los
secretos sexuales de Protixloso, el plutoniano de goma, de pronto Guido se paró y me
dijo:
—Esto de los dibujos animados orientales ya no me interesa más, licenciado,
ahora me gustan las chicas. Hace rato que no le pego a nadie. Prefiero el sexo.
Además, los que deberían analizarse son mis padres. Y los que escriben estos dibujos
animados. Gracias por todo, licenciado. Ahora les digo a los muchachos que vengan a
llevarse el televisor. La hamburguesa de hoy, por favor, envuélvamela que es para
llevar.
Yo sentí que había hecho muchísimo por Guido. Pero que no lo podía dejar que
se fuera así. Todavía faltaba algo.
—¿Cómo que se llevan el televisor? ¡Me van a dejar sin saber qué pasa entre
Truculentorum y Minayena!
—Bueno, usted sabe, para todo hay límites.
—¡Ya empezás, ya empezás! —le dije.
Guido me miró con una extraña expresión, y se fue.
Como hace mucho tiempo atrás, oí un tremendo golpe contra la puerta. Esta
vez, era yo. Es que durante unos segundos me sentí muy poco importante, a pesar de
llamarme Ernesto.

Epílogo

Guido cambió muchísimo. Creció, le salieron pelitos en diversos lugares del


cuerpo, le siguen gustando las hamburguesas pero ahora él está en condiciones de
procurárselas solo, y sigue mirando televisión. El padre de Guido tiene una sala de
cine de barrio, y es famoso en la zona porque cada vez que está por iniciarse una
proyección apura a la gente al grito de "¡ya empieza, ya empieza!". La madre de Guido
se volvió a separar, esta vez sin haberse casado previamente. El loro Pepe se escapó
con una lorita. Minina pidió aumento, no se lo concedieron, y entonces se fue y puso
una casa de venta de hamburguesas. Se llevó con ella al perro Sultán. Hay sospechas
respecto del destino de un pobre perrito en la hamburguesería.
Matías sigue siendo el hermano menor de Guido; en ese sentido, no ha
cambiado. Poliuterux logró convencer a la princesa Saltarino de que se casara con el

111
rey Kakareta. Ul es ahora emperador de los Artusos. Yo me compré otro televisor. El
psicoanálisis de niños sigue siendo complicado, sobre todo para los que no somos
especialistas en ellos, sino en "ello".

112
Las terapias alternativas
TODOS LOS INTEGRANTES
DEL MOVIMIENTO BUFFET FREUD

Introducción

En mi larga experiencia como psicoanalista he tenido la posibilidad de


experimentar los beneficios de otras psicoterapias: no lo hice. Quiero decir: el poco o
mucho dinero que yo podría haber obtenido fue a través del psicoanálisis o de la
herencia, y es en todo caso discutible la inclusión de la herencia entre las estratégicas
psicoterapéuticas, aunque ya el mismo saber psicoanalítico tiende a aceptarla, cuando
el mismo Freud sostiene, en 1905: "Der Witz un seine Beziehung zum Unbewussten", o
sea, traducido del alemán "el dinero no hace la felicidad, pero calma los nervios".1
Digo entonces que, a pesar de no haber disfrutado yo de los beneficios de estas
terapias, he oído hablar de personas que sí se han visto beneficiadas hasta el punto de
hacer fortunas con dichas terapias alternativas. He de decir que, dada mi condición
profesional, en general se trató de comentarios paralelos realizados en congresos
psicoanalíticos, en los que se incluía algún trabajo sobre estas terapias con el fin de
denostarlas, recordando la lapidaria frase de Freud acerca de esas teorías en 1905,
cuando aún no existían: "Der Wzíz un seine Beziehung zum Unbewussten". Es probable
que en otros tiempos, quizá mejores, las cosas fueran más simples y la gente pudiera
discriminar con claridad entre lo que es psicoterapéutico (el psicoanálisis) y "lo que no
es" (todo lo demás), y no tratara de engañarse a sí misma, ni a otros, creando
situaciones engañosas como la del hombre que le dice a su esposa que se va a terapia y
en realidad va a encontrarse con su amante, interiormente convencido del terapéutico
efecto de esos encuentros. O el terapeuta que convence al paciente de que "todo está en
la energía", que él debe aprender a manipular la energía, y con esa excusa obliga al
paciente a arreglarle los enchufes, los veladores, los cables y los tomacorrientes, y
encima le cobra dinero por "el espacio terapéutico".
Hay quien cree que puede eliminar la angustia comiendo, pero en ese caso lo
único que logrará será tapar la angustia, con grasa. Otros se imaginan que teniendo
autos, o hijos, la cosa se soluciona. Pero es sólo en forma transitoria (sobre todo en el
caso de los autos, que se usan generalmente para transitar).
No debemos, entonces, apelar a soluciones mágicas. Ni los pacientes, ni los
psicoanalistas, a los que debo recordar la inutilidad de decir "abracadabra" o "Der Witz
un seine Beziehung zum Unbewussten" y tocar con la varita mágica a sus pacientes
para que éstos se curen. Tampoco sirve ese sistema para que de golpe aparezca un
paciente en el diván, hasta entonces vacío.
Pero estos conceptos, por simples y obvios que puedan parecer, no lo son tanto.

1
Hay quien sostiene que la frase de Freud traducida al castellano significa: "el chiste y
su relación con lo inconsciente", pero ya sabemos que las traducciones suelen ser
tendenciosas, tal como suele decir el refrán italiano: "piano piano si va lontano" o sea
"traductor, traidor".
113
Hay muchos profesionales convencidos y/o, lo que es peor, capaces de convencer a
algún paciente de las propiedades psicoterapéuticas de la "Horticultura Coordinada por
Profesionales de la Salud" (zapalloterapia o naboterapia, según las distintas líneas), del
poder curativo de las piedras (hasta ahora se suponía que las piedras hacían daño a
quienes las recibían violentamente, no que curaban a nadie), o de la posibilidad de
curarse de la obsesión dicendo "ommm" (un obsesivo quizá cambie otros hábitos de
repetición por el de decir "ommm" a cada rato, pero cabe preguntarse si es menos
obsesivo que antes, en ese caso).
Como estamos viviendo tiempos difíciles y no todo el mundo puede aceder a un
análisis como Freud manda, hay gente que se ve tentada a acudir a estas terapias
sedicentes "alternativas". Por ello el equipo de profesionales que conforma el
Movimiento Buffet Freud se ve obligado a alertar a la comunidad sobre estas dudosas
formas de curación. Hagamos pues un breve racconto de las mismas, que lo guiará, no
digamos que por una vida sin confusión, sino todo lo contrario.

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Las terapias

La gastalt

La terapia gastáltica se basa en un simple lema: "el todo es más que el tope de
la tarjeta de crédito". Su creador, el licenciado Wolfgang Shopping, ha sumado cientos
de acólitos, conocidos como los "gastaldores" o para ser más precisos, las
"gastaldoras", ya que se trata mayoritariamente de mujeres al borde de un ataque. El
axioma básico de Shopping es que "el ser humano está cargado de metales que le son
adversos y lo transforman en un sujeto angustiado, que no sabe qué hacer con lo que
tiene". Él los invita a un ámbito en el que los pacientes se ven estimulados, motivados,
y si se quiere compelidos a despojarse de aquellos metales que le sobraban, para lograr
un nuevo equilibrio basado en valores mucho más bajos. A cambio les entrega a los
pacientes nuevos objetos, que él llama "logros o adquisiciones".
Así, una de sus pacientes puede decir con orgullo: "Ayer fui a ver a Shopping,
me despojé de cien dólares y logré un adorno peruano". Hay quienes van una vez por
semana y quienes lo hacen todos los días, están los que concurren en forma individual
y los que van en grupos o bajo la forma de terapia familiar.
"Si uno es feliz cuando compra, ¿por qué no curarse de esa manera?", se
pregunta Shopping. Los pacientes no se dividen en "neuróticos, psicópatas y
psicóticos" como en el análisis, sino en ABC-1, D y E, o, al decir de los profesionales:
alto, medio y bajo poder adquisitivo. Cuando los de "alto" se gastaron todo lo que
tenían, no son más de "alto", pero tienen el "alta".

El conductismo o "autismo"

Es sabido que el narcisismo puede llegar a englobar objetos que de esa manera
quedan como incorporados al "yo", como parte indeleble del sujeto. El conductismo

114
propone lo contrario: que sea el yo quien se introduzca en el objeto, que pase a formar
parte de él, que se mueva sólo a través de él, perdiéndose como individuo para pasar a
ser parte de una masa, a veces amorfa. "Yo mismo" = auto, dice Wolfgang von
Volksvagen, y aclara: "Der Witz un seine Beziehung zum Unbewussten, o sea "Uno es
feliz cuando puede manejar su propio yo último modelo de cinco velocidades, palanca
al piso y vidrios polarizados y lanzarse hacia el principio del placer a toda velocidad".2
Volkswagen insiste en que "la curación es una ruta larga, pero también puede ser una
avenida transitada, o un embotellamiento".
Los que practican esta terapia suelen subirse a sus objetos, colocarse el
"cinturón umbilical de seguridad", y lanzarse a la sesión, durante la cual dejarán salir
sus agresiones.
Según Volksvagen, su método terapéutico tiene la misma antigüedad que el
psicoanálisis y es practicado en Italia por la escuela Fiatista; en Francia, por el
Citroenismo; en Rusia, por la Volvología, etc.
Es una terapia relativamente cara, pero se han diseñado diferentes modelos de
tratamiento para que puedan acceder personas de diferente poder adquisitivo. Ha
desarrollado su propia jerga, y a los enfermos los suele denominar con el extraño título
de "peatones".

Terapia de vidas pasadas

Los que sostienen esta escuela creen que el ser humano no tiene bastante ya con
los problemas de esta vida, y se ponen a investigar sus "vidas anteriores", para detectar
el origen traumático de los conflictos actuales del individuo. Tienen cierto punto en
común con las ideas freudianas, en el sentido de relacionar el presente con el pasado,
pero en todo caso, en el psicoanálisis el pasado es el del papá de uno, quizás el
abuelito, pero todo queda en familia. En estas terapias, en cambio, uno puede llevarse
la sorpresa de que les tiene miedo a los gatos porque antes de ser Juan Pérez uno fue
un ratón, o que una sufre el calor porque antes de ser Aurora Boludríguez fue una
heladera.
Si uno descubre que en su vida pasada fue un famoso multimillonario, eso no le
da derecho a reclamar todo el dinero que le correspondería por ser "heredero de uno
mismo", ya que los escribanos y las cortes supremas son reacios a aceptar ese sueño
que uno tuvo en el que eyaculaba petróleo como prueba fehaciente de que uno
realmente fue Rockefeller. Y encima, quién le dice, descubre que usted en su vida
pasada fue Nixon, Stalin, Mussolini o Reagan, con lo cual sale más traumatizado de lo
que entró.

Deporterapia

Hay extensas polémicas sobre la importancia terapéutica del deporte. Algunos

2
Quizá los seguidores de esta escuela debieran recordar el texto de Freud en el que se
señala que "más allá del principio del placer está la muerte", aunque seguramente
Freud no se estaba refiriendo al exceso de velocidad al conducir.
115
señalan, por ejemplo, el benéfico efecto psicoterapéutico del footing, que le permite a
las personas renovar su aire, bajar el colesterol, mejorar su vista al ver paisajes verdes
y bellas mujeres (u hombres, o zapatos, según la preferencia visual y sexual de cada
quien), y conocer gente nueva (incluso terapeutas que se hayan atrevido a dejar su
consultorio para caminar un rato) con las consiguientes potencialidades sociales,
financieras y/o sexuales que este nuevo conocimiento pueda tener.
La realidad es que hay que tener cuidado con la prescripción, ya que, por
ejemplo, caminar por una calle llena de excrementos de perro y volver a casa
manchado no es un buen aporte a la autoestima de nadie, y menos aún a la de un
depresivo. Por otro lado, los agorafóbicos (que temen a los espacios abiertos) serán
reticentes a salir a caminar, y es posible que los esquizofrénicos tengan problemas
porque varias de sus personalidades quieran salir a caminar y otras prefieran quedarse.
Seguramente, los obsesivos caminarán contando baldosas, y los psicópatas
conseguirán que alguien camine por ellas.
Otros deportes poco recomendables son el béisbol para agresivos (que le darán
al bate un uso distinto del original) o para ninfómanas (que pueden darle al bate otro
uso, no menos peligroso) ni para obsesivos (que pueden enfurecer a la afición dudando
media hora sobre cuál es el extremo por el que hay que tomar el bate). Recomedarle el
tenis a un fetichista es correr el riesgo de que huya con su zapatilla deportiva izquierda
a Tahití. Los paranoicos no son los más indicados para el boxeo: ¿cómo convencerlos
de que ese sujeto que no hace otra cosa que pegarle con todas sus fuerzas en realidad
no lo odia ni quiere perseguirlo y mucho menos aniquilarlo?

Sexología

No vamos a hacer aquí ninguna crítica respecto del sexo (cada cual lo hace
como le sale, y está muy bien), pero sí nos cabe acotar que el sexo no reemplaza al
psicoanálisis, así como, y aunque parezca obvio hay que aclararlo, el psicoanálisis
tampoco reemplaza al sexo. No obstante, no dejaremos de recomendar fervientemente
la práctica de ambas disciplinas, aunque no simultáneamente, ya que el analista es, al
menos transferencialmente, como la madre, el padre, el hermano, la abuela o la prima
de uno, y no se puede (el último de los ejemplos está en duda).
Quedan entonces advertidos. Pero ante cualquier duda cabe recordar la frase de
Freud: "Der Witz un seine Beziehung zum Unbewussten", entre cuyas múltiples
acepciones seguramente hallará el lector alguna que convenga a sus intereses.

116
Retratos
Intentaremos en este texto retratar a los principales miembros del Movimiento
Buffet Freud, utilizando como técnica plástica la palabra escrita. Estas "pequeñas
biografías diurnas" tratarán de mostrarnos la esencia de este movimiento
psicoanalítico, y descontamos que no lo lograrán. De todas maneras, es una forma de
acercarnos a algunos aspectos poco conocidos de los protagonistas de este grupo.

PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM

Profesor doctor Karl Psíquembaum

Karl Psíquembaum es, qué duda cabe, la figura señera del Movimiento Buffet
Freud, ya que fue él quien en sus ratos de ocio (que en esos tiempos superaban con
creces a sus ratos de trabajo) descubrió la importancia que tienen las instituciones
psicoanalíticas para los profesionales con problemas económicos por falta de trabajo
en la clínica.
Fue Psíquembaum quien persuadió a sus colegas de que se reunieran
periódicamente en un bar, propiedad de su hermano, que generosamente les abría sus
puertas y les ofrecía sus instalaciones con la única condición de que consumieran
copiosamente y abonaran al contado.
Mucho tiempo ha pasado desde entonces y el Movimiento ha crecido y
progresado. Ahora tienen su propio bar y se lo ofrecen generosamente a los nuevos
colegas recién recibidos, en las mismas condiciones que ellos usufructuaron años ha. Y
todo se lo deben a Karl Psíquembaum, salvo los cafés y whiskies impagos, que se los
deben al hermano de Karl Psíquembaum.
Pero hablemos de Karl. Y para ello, qué mejor que recordar la semblanza que
de él hiciera Frida von Strudell: Karl es pequeño, peludo y suave. Tan blanco por fuera
que se diría todo de algodón. A veces me pregunto cómo puede hacer tantas cosas,
tener tantas iniciativas sin dejar por ello de ser un niño.1
Si repasamos algunos aspectos de la vida de Psíquembaum, sin duda los
dejaremos más relucientes. Karl Psíquembaum no fue siempre un psicoanalista; antes
de eso fue un niño. Hay quienes dicen que fue un niño muy paciente, pero no nos
engañemos, no se refieren a su cualidad de esperar tranquilamente la resolución de los
avatares de su vida sino a la cantidad de analistas que tuvo en su mismísima infancia.
Un día, siendo adolescente, de pura casualidad, descubrió un libro de Freud en
el consultorio de su analista y a partir de allí no lo abandonó nunca más, a pesar de los
señalamientos del profesional en el sentido de que deseaba recuperar su libro.

1
Frida von Strudell es tía materna de Karl Psíquembaum, y realizó esta semblanza
cuando el pequeño Karl contaba tres años de edad y varios objetos de su casa rotos.
Esta etapa de la vida de Psíquembaum duró hasta los cinco años, edad a la que
comenzó su primer tratamiento psicoanalítico y dejó de romper objetos de la casa de
sus padres para pasar a hacerlo en el consultorio de su analista.
117
Psíquembaum estudió en varias universidades, bibliotecas, cafés, y en cuanto
sitio lo dejaran sentarse con el libro. Pasó por varias aulas, sin detenerse en ninguna en
especial, dado que estaban llenas de gente. Finalmente logró su cometido: tuvo su
propio consultorio donde poder leer tranquilo sin que absolutamente nadie lo
molestara.
Al cabo de un tiempo Psíquembaum adquirió cierta fama, pero tal vez sea mejor
no hablar de este capítulo poco feliz de la vida de este profesional. Finalmente,
comenzaron a llegar los pacientes, como el "hombre de los chanchos", "Gustavito,
también llamado 'pequeño Gustav'", "el hombre de las mil caras", "el hombre del
raticida"2 y tantos otros.
Pero los pacientes, esto cualquier analista lo sabe, no son eternos. Algunos
tendían a abandonar el tratamiento luego de varias décadas de fructíferas sesiones, los
muy desagradecidos. Esto dejaba a Psíquembaum con un sabor amargo en la boca, ya
que en los horarios en los que no tenía pacientes aprovechaba para tomar té sin azúcar.
En cierta oportunidad reflexionó que esa era la hora de reflexionar sobre el tema
y convocó a varios colegas, quienes protagonizaron una intensísima polémica en la
mismísima puerta de su consultorio y finalmente llegaron a la conclusión de que si el
doctor Psíquembaum los había convocado era como colegas y no como pacientes, y
que no tenía por qué cobrarles la entrevista, y mucho menos por adelantado, y en la
puerta del consultorio.
Finalmente, se aclaró el malentendido pero eso no evitó que los invitados se
fueran con un dejo amargo en la boca, ya que Psíquembaum los convidó con el té al
que hicimos referencia párrafos atrás. Ésa fue la reunión fundante del grupo Buffet
Freud. A posteriori, para evitar los malentendidos y el dejo amargo ya mencionado,
optaron por reunirse en el bar ya mencionado.
Para terminar con el retrato del eminente profesor Psíquembaum, digamos que
en la actualidad es un reconocido profesional y su trayectoria es considerada un
ejemplo. Un ejemplo de elipse, cuando no de hipérbole o de búmerang.
Lic. Jacob Freudenlerner

Anafreudiana Traumengarten

Creemos que lo más indicado para mostrar una imagen de la doctora


Traumengarten es una pequeña compilación de sus más conocidos pensamientos.
Como no hemos podido registrar pensamiento alguno adjudicable a la doctora, hemos
optado por recopilar algunas de sus frases. Aquí están:

2
Ese es un caso muy difícil que tuvo que atender el profesor Psíquembaum; se trataba
de un hombre terriblemente obsesionado con "el hombre de las ratas", al que
aparentemente deseaba ayudar eliminando a los roedores con un líquido de su
invención. Psíquembaum llegó a la conclusión de que "el hombre del raticida" estaba
en realidad enamorado, envidioso, celoso, apasionado, desilusionado, entusiasmado y
un tanto ambivalente con respecto al "hombre de las ratas" y que, en todo caso,
deseaba inconscientemente compartir con él un tomo de las obras de Freud, tomo que
casualmente había roído una ratita, dando origen a la compulsión raticida del hombre.
118
"Las pacientes que se llaman Dora suelen ser histéricas, pero hay que tomar
ciertas precauciones, ya que la histeria tiene recursos para ocultarse a nuestra escucha
profesional, y uno de los más frecuentemente usados es el cambiarse de nombre.”

"Una vez tuve que trabajar cinco años con una paciente claramente histérica,
para que al cabo de ese tiempo aceptara que su verdadero nombre era Dora, o que al
menos sus padres habían deseado llamarla así y que finalmente habían desechado ese
nombre impulsados por la resistencia."

"El trabajo del psicoanalista suele ser especialmente duro y no necesariamente


gratificante. Esto me lo canturreaba mi mamá todas las noches, durante mi infancia.
Jamás olvidaré aquellas tiernas jornadas en las que me contaba una historia de la
colección 'Cuentos para perversos polimorfos' que se había editado para los niños.
Recuerdo que mi mamá retrocedía espantada frente a la posibilidad de que el lobo no
le diera el alta a Caperucita, o que 'la bella paciente del bosque no despertara cuando
su apuesto analista le indicaba que ya había terminado la sesión'."

"La interpretación de los sueños es fundamental en nuestra tarea profesional,


dado que es uno de nuestros contactos con el material inconsciente. Yo suelo proponer
esta técnica a mis pacientes, con relativo éxito: ya he logrado que tres de ellos me
interpreten un sueño."

"La atención flotante es uno de los recursos más importantes de nuestra práctica
clínica, y consiste en no darle a ninguna palabra del discurso de nuestros pacientes más
importancia que al resto. De esta manera los términos circulan uno tras otro,
semejantes, similares, iguales. Eso sí, es probable que con el tiempo, la 'atención
flotante' se transforme en 'atención bostezante', o 'atención durmiente'."

"Uno de los beneficios de la atención flotante es la posibilidad de poder seguir a


un paciente que asocia con agua, sin hundirse en el camino. Tuve una vez un paciente
esquizofrénico que creía ser un pez, y al que debí atender desde un bote en mar
abierto. Yo le pido asociaciones, pero él nada, nada, nada. Al cabo de un tiempo me
retiro, sin haber podido pescarlo en un lapsus, un fallido o un sueño. Un colega me
sugirió que tal vez usé una línea equivocada. De todas maneras creo que para tratar ese
tipo de casos hay que tener agallas. No sé qué habrá sido de mi paciente, pero su
diagnóstico me da mala espina en cuanto a su futuro."
Recopiló: Licenciada Monique Delanuc

Profesor brujo Nube Simbólica


(Autobiografía no autorizada)

Yo ser importante miembro de tribu Psique-Psique. Gracias a mí, guerreros


haber superado fobias y poder tomar armas para luchar contra carapálidas. Porque
analista no ser necesariamente fumador de pipa de la paz, como mostrar clichés de
hombre blanco. Nosotros saber que blancos también tener conflictos armados y que
muchas veces desenterrar falo-de-la-guerra, como ser cuando tribus lacaníes pelear

119
entre sí por dominio de campo freudiano.
Nosotros entender que ellos necesitar campo para cazar pacientes, alumnos y
supervisandos, pero ellos no entender que nosotros necesitar campos para cazar
búfalos. Es como decir gran jefe Barbagrande: "Si, además de pedir asociaciones, gran
cacique Freud hubiera pensado en reducir cabezas, psicoanálisis hubiera sido gran
ciencia".
Yo pertenecer al grupo Buffet Freud en carácter de adherente, porque no
terminar de convencerme métodos de hombre blanco para discutir cuando no ponerse
de acuerdo sobre alguna disquisición teórica: ser muy crueles. Además, ellos burlarse
de tótem que nosotros ubicar en lugar de supuesto saber. Ellos decir que tótem no
escribir seminarios ni tener Obras completas. Eso ser cierto, pero nosotros jamás tener
que organizar grupos de estudio para entender qué es lo que tótem querer decirnos:
jefe Barbagrande comunicarnos pensamiento de tótem y todo estar bien.
Yo tener importante formación psicoanalítica en propia tribu: desde muy
pequeño analizarme con gran profesor brujo Objeto Reparado, quien enseñarme a
discriminar "aquello-que-ser-mi-yo" de "aquello-que-no-ser-mi-yo", enseñanza que
venirme muy bien en caso de guerra, así yo saber a quién poder matar sin causarme
daño a mí mismo. A mis padres no gustarles mucho cómo ir mi análisis y no dejarme
concurrir más a carpa-consultorio de Objeto Reparado. Ésta ser una vieja costumbre
india: "Justo cuando pequeño guerrero empezar a mejorar, padres sacarlo del
tratamiento". Nadie saber por qué ocurrir algo así, pero parece que ser algo tradicional.
Luego yo comenzar educación primaria, pero tener varios problemas escolares.
Cada vez que maestro pedir que apuntar flecha a búfalo, yo apuntar a mapache, o hasta
a maestro mismo. Maestro decidir que yo necesitar psicopedagoga y así explicárselo a
mis padres. Mis padres llevarme a carpa de psicopedagoga para entrevistas
diagnósticas: ella recetarme anteojos y todo estar bien.
El siguiente tratamiento iniciarse en mi adolescencia: en lugar de correr detrás
de otros guerreros y jugar a la guerra psíquica, yo correr detrás de sqwaws intentando
jugar al analista, la histérica y la transferencia erótica. Analista decir que mis impulsos
ser correctos en sus objetos, así como en sus fines, y proponerme que yo conseguir
varias jóvenes sqwaws y jugar juntos.
Luego llegar momento en que jóvenes guerreros salir de tribus y no poder
volver hasta conseguir cazar búfalo. Parecer que yo irme demasiado lejos, y al volver
no tener búfalo sino diploma de licenciado en psicología. Tribu aceptarme, aunque
algunos guerreros mirarme con sorna, y otro decir que diploma de psicólogo no servir
para protegerse de frío como piel de búfalo.
Después yo comenzar a trabajar y gran jefe Barbagrande admitirme entre su
grupo de guerreros-que-supervisan. Yo tener mi propia carpa-consultorio y ya haber
sido tentado por varios colegas como Otro-Con-Mayúsculas y Significante-Que-
Remite para formar institución y luego destruirla, pero no he aceptado. Prefiero seguir
formando parte del Movimiento Buffet Freud, ser más eclécticos.
Nube Simbólica hablar

Jean-Jean Dusignifiquant

Jean-Jean Dusignifiquant es un preclaro ejemplo viviente para los

120
psicoanalistas. Nadie como él para mostrarnos los desaciertos más frecuentes en que
incurrimos los terapeutas en nuestra propia práctica. Jean-Jean ha hecho un verdadero
culto del error profesional y debemos agradecerle la oportunidad que nos brinda de
observarlo como maestro y no repetir sus tristes desatinos.
Pero hay que comprenderlo. Como él mismo lo explica en su ya célebre y
nunca editado texto "¿Existe algo fuera del consultorio?", Jean-Jean ha sufrido una
infancia difícil y es mucho lo que le ha costado romper el cordón transferencial que lo
ataba al consultorio de su madre, analista también ella.
Durante mucho tiempo Jean-Jean ha creído (y lo que es peor las ha sostenido en
congresos) en hipótesis realmente infantiles acerca del origen de los psicoanalistas.
Decía, por ejemplo, que los analistas vienen de París, cuando todos saben que en
realidad los que vienen de París son los supervisores, y no cada nueve meses sino una
sola vez por año, para algún encuentro.
También sostuvo que para poder ser analista no hacía falta ser médico ni
psicólogo ni filósofo, ni siquiera humano, y llegó a hacer una prueba colocando a su
lorita en el sillón de su consultorio y dejándola atender pacientes. Excusez-moi, que
así se llamaba el pajarraco, llegó a atender con éxito a un paciente obsesivo que repetía
su discurso como si fuese un loro, cosa que terminó complicando el tratamiento en la
época en que Excusez-moi entró en celo. Por otra parte, Jean-Jean confesó que la lorita
le robaba parte de los honorarios y los gastaba en lechuga.
La tercera teoría delirante fue pensar que a los pacientes los derivaba la
cigüeña. Todos sabemos que los pacientes vienen porque hubo una función paterna y
una función materna dentro de la cual estuvieron angustiándose por lo menos durante
nueve meses.
Por todo lo expuesto y muchos errores más, es que admiro a Jean-Jean
Dusignifiquant.
Doctor Alain Supositoire

Joe "Freud" Morgan

El doctor Joe "Freud" Morgan hizo sus primeras armas en la clínica


Brokenbones de Massachusetts, donde aprendió a reparar traumas y componer
fracturas a la manera como Freud recomienda aprender psicoanálisis, o sea, a partir de
su propia experiencia como paciente.
A partir de allí, inició una sólida carrera profesional, en la que atendió a ciento
veinticinco pacientes, y a más de la mitad los curó por la vía rápida antes del quinto
round, dejando sus aparatos psíquicos difíciles de reconocer de allí en más.
A pesar de cierto pragmatismo que se infiere de su depurada técnica, no
desdeña la literatura y no ha hesitado en utilizar los tres tomos de las Obras completas
de Freud para arrojárselos a algunos pacientes a los que no pudo alcanzar con la fuerza
interpretativa de sus propios puños analíticos.
A pesar de lo aquí expuesto, el doctor Morgan es un hombre básicamente
generoso y su lema de vida, tanto en lo profesional como en lo personal, es "vengan
nomás que hay para todos".
Licenciado Jacob Freudenlerner

121
Míster Phillip Twentydollars

Todo lo que podamos decir en la descripción de Míster Phillip Twentydollars


va a ser poco. A nosotros nos va a parecer poco y, lo más importante, a él le va a
resultar poco. Formado en la escuela de Chicago (no la psicoanalítica ni la de la mafia,
sino la económica), su infancia fue muy dura, ya que debía enfrentarse diariamente
con pandillas de jóvenes analistas que buscaban en las calles incautos transeúntes a los
que llevaban a sus consultorios y, protegidos por la impunidad profesional, les
vaciaban el inconsciente. Tampoco faltaban aquellos verdaderos traficantes que
regalaban la primera sesión y luego cobraban la segunda, obligando a sus clientes a
tener cada vez más sueños para poder subsistir.
En ese medio creció Phillip. Su resistencia le permitió no analizarse nunca,3 por
lo que se considera un self-made-man.
Hay quienes suponen, sin embargo, que Míster Twentydollars intentó iniciar un
tratamiento, pero los honorarios del analista le eran inaccesibles, y que fue allí cuando
juró vengarse y amasar una tremenda fortuna de la que jamás utilizaría un solo dólar
para pagarse un tratamiento.
El hecho es que la fortuna la hizo y fue admitido en el grupo Buffet Freud en
calidad de mecenas, como dicen los demás integrantes, o bien que él admitió a los
demás bajo su mecenazgo, como suele decir Míster Phillip.
Charles Ghostwriter (contratado por Míster Twentydollars)

Lic. León Neurotsky

Es un caso realmente particular el del licenciado Neurotsky, ya que ha intentado


y continúa intentando lograr un acuerdo entre el psicoanálisis y el marxismo durante
años, sin darse cuenta de que no hay un verdadero acuerdo dentro del psicoanálisis,
para no hablar de lo que ocurre con el marxismo.
De todas maneras, su tarea es ímproba y generacional. No porque represente de
alguna manera los valores de su generación de pertenencia, sino porque durante varias
generaciones todos los Neurotskys han intentado lo mismo, y de alguna manera para él
la unión del psicoanálisis y el marxismo puede ser vista más como una herencia que
como un estudio.
Recordemos aquí a su abuelo, el profesor Ivan-Ilitch Neurotsky, quien ya a
principios del siglo trabajaba en este tema en la ex Unión Soviética, que por aquel
entonces no era ex Unión Soviética, ni siquiera era Unión Soviética, sino que era
Rusia, una Rusia con tendencia a convertirse en ex Rusia, en la que militantes
comunistas se dedicaban con ahínco a construir estatuas del zar al solo efecto de poder
derribarlas, tal era el ímpetu iconoclasta que caracterizaba aquellos tiempos.
Ivan-Ilitch Neurotsky quedó verdaderamente marcado por las experiencias de
Ivan Pavlov, sobre todo, luego de que un día tuviera que reemplazar al perro
condicionado (que había ingresado en la clandestinidad) y segregar jugo gástrico cada

3
La doctora Anafreudiana Traumengarten cree haber sido analista, colega o novia de
Míster Twentydollars, pero esto no ha sido comprobado.
122
vez que sonaba un timbre. Allí fue cuando Neurotsky percibió que la reflexología
podría prometer comida pero se quedaba en el timbre, y que las masas necesitaban
verdaderos alimentos para vivir con dignidad. Entonces siguió al perro e ingresó
también él en la clandestinidad.
Se hizo psicoanalista sin que nadie lo supiera (la gente estaba demasiado
angustiada como para poder analizarse) y comunista para obtener cierta trascendencia,
aunque en esa época había mucha competencia en ese ramo; la URSS estaba llena de
marxistas ortodoxos leninistas, trotskistas, heterodoxos y lacanianos, aunque estos
últimos estaban de incógnito y sólo eran reconocibles cuando hablaban de formar la
IRS (Imaginario, Real, Simbólico) en lugar de la URSS, como el resto.
El marxismo recibió a Neurotsky con la hoz y el martillo abiertos, y poco
tiempo después se daba a conocer su primer trabajo acerca de "Las pulsiones leninistas
y su represión por parte del capitalismo", en el que subraya que "el único inconsciente
que existe es el inconsciente colectivo". Intentó con relativo éxito la "terapia de
célula". El problema fue que, como los miembros de cada grupo no debían verse fuera
del ámbito del tratamiento, les resultaba muy difícil organizar tomas de fábricas,
piquetes de huelga y, sobre todo, la Revolución. Tal vez haya sido en esta época
cuando los miembros del Politburó empezaron a ver el psicoanálisis como una
expresión del capitalismo, sobre todo, cuando cinco miembros de la cúpula faltaron a
un atentado contra el zar porque tenían sesión.
Pero Ivan-Ilitch Neurotsky seguía en lo suyo. Famosa es su respuesta a la
psiquiatría oficial zarista cuando lo interrogaron acerca de sus experiencias
colectivistas. Dijo: "Nyet". Al parecer, el gobierno estaba muy interesado en saber a
qué conclusiones había llegado Neurotsky, qué porcentaje de la población respondía
estadísticamente a esas ideas y, sobre todo, con qué colegas y en qué sitios había
trabajado.
Neurotsky se limitó a dar su nombre y a declinar la invitación oficial de seguir
sus investigaciones en Siberia. Finalmente lo dejaron ir, con la condición de que se
fuera. Y se fue, a Londres, donde se ganó la vida vendiendo "psicovaréniques", una
especie de agnollotis de papa y cebolla frita que calmaba cualquier tipo de angustia,
sobre todo la oral.
La trayectoria de Ivan-Ilitch Neurotsky fue continuada por su hijo Boris, quien
volvió a Rusia cuando ya no era Rusia sino la Unión Soviética, para participar invitado
por el mismísimo Stalin, en un homenaje a la memoria de su padre (el padre de Boris,
no el de Stalin). A decir verdad, fue un acto extraordinariamente emotivo en el que fue
evocada la recientemente fallecida memoria de Ivan-Ilitch (quien seguía vivo pero
había olvidado todo lo que alguna vez supo recordar), y durante su transcurso hubo
seis oradores, tres de los cuales seguían vivos al finalizar el acto.4
Luego Boris salió de la entonces Unión Soviética, llevándose consigo los
ideales socialistas de su padre, los candelabros de plata de su abuelo y los parientes
lejanos de su mujer, que lograron huir disfrazados de Ideales Intemacionalistas.
Pero en la Europa capitalista tampoco le fue muy bien. La guerra había llevado

4
Los otros tres dejaron deslizar vocablos poco convenientes en sus discursos y fueron
defenestrados desde el quinto piso del edificio en que se hallaban. Boris Neurotsky,
quien debía hablar al finalizar la ceremonia, declinó hacerlo aduciendo estar
terriblemente emocionado.
123
a una terrible escasez, y las papas y las cebollas eran requisadas por el Ejército, que las
usaba como proyectiles de corto alcance. Boris se dedicó entonces a lo único que su
condición proletaria le permitía: tener hijos.
Y tuvo varios, gracias a que su mujer tuvo ovarios. Uno de los pequeños,
denominado León, demostró inquietudes sociales desde su más tierna infancia: cada
vez que su madre o su padre le pegaban, él reclamaba que eso era injusto y que
también sus hermanos merecían, por lo menos, una palmada cada uno, y que hasta que
cada uno no hubiera recibido por lo menos un golpe nadie debía recibir dos.
Triste el destino del socialismo: sus hermanos no comprendieron esta actitud
solidaria y tendían a odiarlo, o bien a obligarlo a acumular golpes cual capitalista
avaro y especulador. Nadie más lejos que León de tamaño egoísmo.
Como Boris advirtió que su hijo León tenía pocas posibilidades de
supervivencia (ya estaba acumulando los golpes de todos sus hermanos y de los demás
niños del barrio), decidió comprarle anteojos para que dejaran de pegarle. El pequeño
León aceptó los lentes pero rechazó el aumento, diciendo que hasta que no hubiera
aumento para todos, no los habría para él. Entonces fue cuando Boris decidió enviarlo
a estudiar con un psicólogo.5
Luego todo siguió su curso normal. León inició su tratamiento, aumentó su
número de sesiones, descubrió que la psicología era también su vocación, comenzó a
estudiar, aumentó su número de grupos de estudio, volvió a aumentar su número de
sesiones y de estudio, comenzó a hacer terapia de grupo (que él también llamaba
"terapia de célula", tal vez por un sabio resabio ancestral), se recibió, se unió al
Movimiento Buffet Freud, viajó a Agorafobia oriental invitado por el profesor Vel-
Tan-Chung, volvió, y siguió intentando reunir a psicoanalistas y marxistas. Lo único
diferente es que ahora solicita que la reunión no sea en su consultorio, o al menos que
sean cautos con las pipas y demás proyectiles.
Profesor doctor Karl Psíquembaum

Doctor Alain Supositoire

El doctor Alain Supositoire es un verdadero adalid del movimiento lacaniano


(né freudiano) dentro del psicoanálisis y, por qué no decirlo, también fuera de él. Hizo
de su vida una militancia difundiendo las ideas de Lacan, o al menos las que él le
adjudica a Lacan. Se lo puede ver en parques y plazas de grandes y pequeñas ciudades
predicando sus consignas: "¡A cada cual según sus significantes!" "¡Oralité, analité,
genitalité!" "¡Dejad que los pacientes vengan a mí!".
En general, los transeúntes se sorprenden con las encendidas palabras de Alain
y, aunque muchos terminan siguiendo su camino, no faltan quienes se detienen, lo
escuchan por un momento y luego, emocionados, lo llevan en andas hasta el
neuropsiquiátrico más cercano. Él lucha contra esta verdadera campaña en su contra,
acusa a los que lo llevan de ser kleinianos infiltrados, pero nada consigue.
Las horas en que no está militando (las que está encerrado en las clínicas) Alain
Supositoire estudia. Desde hace varios años intenta una detenida lectura de los escritos

5
Ciertos detractores de León Neurotsky dicen que en realidad su padre lo envió a
estudiar "por" un psicólogo.
124
de Lacan —detenida en la página uno del primer tomo—. Él jura que pronto la
terminará y pasará a la dos. Pero como además debe ganarse la vida, organiza grupos
de estudio de "Introducción a Lacan", grupos de gran rigor científico que, en algunos
casos, ya han llegado a la mitad de esa primera página que el propio doctor está por
terminar; en cambio, aquellos que no llevan más de dos años estudiando, no han
superado aún el primer renglón.
Alain Supositoire tiene también pacientes lacanianos. Está estudiando la
posibilidad de fundar una escuela junto a su colega Jean-Jean Dusignifiquant, pero la
gran similitud de ideas entre ambos colegas tornaría imposible dicha institución.
Licenciado Jacob Freudenlerner

Licenciados Vanessa Giselle Snob,


Monique Delanuc y Jacob Freudenlerner

Son tres profesionales muy jejenes, en vías de formación, que tuvieron la


original ocurrencia de elegir al grupo Buffet Freud como maestro, lo que los llevó a ser
vistos de una forma diferente por sus colegas. Antes eran considerados con
indiferencia total; en cambio ahora, apenas se advierte su presencia, son señalados con
el dedo y reconocidos con una carcajada general.
Tienen los problemas típicos de los jóvenes: falta de dinero, falta de
consultorio, falta de pacientes. Sin pecar de lacanianos, diremos que su problema es la
falta.
También tienen características individuales: el licenciado Freudenlerner es
especialmente estudioso y detallista, mientras que la licenciada Delanuc suele dejarle
esas tareas a la mucama, dedicándose ella a las tareas institucionales, como leer acerca
de los últimos rumores en el ambiente Psi y la concurrencia a congresos, seminarios y
fiestas varias.
La licenciada Snob suele compartir con su amiga las salidas, el consultorio y la
mucama. Tuvo que pagar una fuerte suma para entrar en la primera mesa redonda de
Buffet Freud, pero luego consiguió ser aceptada en el grupo, pagando otra fuerte suma.
Dice que estudia psicoanálisis porque está de moda, y ella siempre está al tanto del
último grito primal.
La licenciada Delanuc también realiza importantes aportes al psicoanálisis, del
1 al 5 de cada mes. El licenciado Freudenlerner, por su parte, puede ser considerado un
estudiante crónico con picos agudos, capaz de leer las Obras completas de Freud en
japonés durante cinco años y recién entonces darse cuenta de que él desconoce
absolutamente dicho idioma.
Profesor doctor Karl Psíquembaum

Grupo de los Jueves

Los "Testigos de Freud", también llamados "Grupo de los Jueves", son un


conjunto de pacientes veteranos (quince años de análisis como mínimo para ser
admitidos) que se reúnen a tomar cerveza, hablar de sus respectivos análisis, analistas,
neurosis, asociaciones, conflictos, en fin, de las cosas de las que suele hablar la gente

125
cuando se reúne en los bares a tomar cerveza.
Pero seríamos injustos con la gente del Grupo de los Jueves si nos detuviéramos
aquí en su descripción. Su larga trayectoria profesional del otro lado del diván (o,
menor dicho, del lado de arriba del mismo, salvo un fóbico que prefería recostarse del
lado de abajo para no ser visto por su analista, a quien él tampoco podía ver) les
permite aportar elementos sin duda enriquecedores: sin ir más lejos, cada uno debe
llevar gastados no menos de treinta mil dólares en tratamiento, lo que no es poca cosa.
La gente del Grupo de los Jueves intercambia datos acerca de adelantos en la
teoría, analistas que estén muy bien, nuevas técnicas para obtener el alta más rápido o
bien para dilatarla, y hasta conflictos, traumas y angustias cambian de dueño en estas
peculiares reuniones.
No han descartado aún la creación de una "Escuela para Pacientes de Pre y de
Posgrado", en la que, a partir de cuatro años de estudio, un individuo saldría con la
formación adecuada para poder analizarse.
Hay quien los critica diciendo que, por deformación profesional, terminan
sabiendo más de psicoanálisis que de sí mismos. A este tipo de disquisiciones ellos
responden con otra pregunta: "¿A usted, qué le parece?".
Licenciado Jacob Freudenlerner

Doctora Hellen Goodmorning

Se autodefine como psicoanalista y mujer. Cualquiera que la viese reconocería


enseguida su condición de psicoanalista. No ha tenido gran participación en el
Movimiento Buffet Freud, ya que su admiración manifiesta hacia la doctora
Anafreudiana Traumengarten ha despertado las sospechas del resto de sus colegas,
doctora Traumengarten incluida. La doctora Goodmorning no recibió con beneplácito
esta situación, ya que, más que sospechas, ella quería levantar sus pechos, bastante
alicaídos por cierto, y que alejan su posibilidad de ser una auténtica representante
kleiniana en el Movimiento, ya que, a tal efecto, debería tener los "dos pechos
buenos".
Licenciada Monique Delanuc

Epílogo

Seguramente tendrá ahora el lector una visión más completa de los integrantes
del Movimiento Buffet Freud. O, por lo menos, una visión más incompleta. En caso de
tener sólo una visión, aconsejamos iniciar tratamiento con urgencia.
Profesor doctor Karl Psíquembaum

126
Reportaje
a Karl Psíquembaum*
La aparición del libro Buffet Freud causó evidentemente una conmoción en el
ambiente psicoanalítico. De allí que distintos medios se interesasen en sus autores e
intentaran localizarlos con el fin de conocerlos, reportearlos o encarcelarlos. En uno de
estos casos se halla la Revista Diarios Clínicos, que entrevistó al profesor
Psíquembaum con la finalidad de profundizar sus conocimientos psicoanalíticos, y
hemos de decir que lo logró: luego de ese reportaje, el profesor sabe mucho más que
antes. He aquí una transcripción más o menos certera de la nota.

DIARIOS CLÍNICOS: Tal como usted escribe en el prólogo de su libro: "He tenido la
oportunidad de leer numerosos textos: nunca lo hice". Creemos, tomando sus
palabras, que tampoco ha podido leer el suyo propio. Continúa usted diciendo que
"siente verdadera admiración por aquellos profesionales que pueden leer un libro
mientras escuchan a un paciente, huelen un perfume, degustan un sandwich y tocan la
guitarra al mismo tiempo", pero dada esa limitación suya que le impide hacer dos
cosas al mismo tiempo, creemos que ni siquiera mientras los escribía leyó sus propios
artículos. Lo conminamos a tener un franco (dado que es domingo) diálogo con
nosotros para constatar esos aspectos.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En mi larga experiencia como psicoanalista
he tenido la oportunidad de responder a numerosos reportajes: nunca lo hice. Tal vez
se deba a una falsa modestia, quizá se deba a que me parece una tontería el jueguito
ese de leer reportajes y contestarlos como si me los hubieran hecho a mí, o
simplemente no respondí a los reportajes porque considero que las agresiones
implícitas que los periodistas me dirigen cuando en un reportaje ni siquiera preguntan
sobre mí, ignorándome por completo, merecen una respuesta acorde.
Pero vayamos a mi libro. Bien, tal como lo señalé en el prólogo, no he tenido la
oportunidad de leerlo, pero eso no es lo importante. Lo importante es que ustedes sí lo
han leído, o al menos han leído el prólogo, o tal vez un párrafo del mismo. Y no sería
extraño que para leerlo lo hayan tenido que comprar. En tal caso, se cerraría la
ecuación libro = dinero, que ningún psicoanalista describió pero todos conocen,
quedando ustedes del lado del libro y yo, casualmente, del lado del dinero.
DIARIOS CLÍNICOS: En su libro usted esboza la posibilidad de que un analista castigue
físicamente a sus pacientes. Conociendo la eficiencia que han demostrado tener a lo
largo de la historia "dos sopapos pegados a tiempo": ¿no comparte usted con noso-
tros que esta metodología podría ofrecer cierto impacto en relación con la neurosis
traumáticas?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: A decir verdad, este tipo de terapéutica
forma parte de la casuística de mi colega el doctor Joe "Freud" Morgan, quien la ha
implementado en numerosas oportunidades, pero no tangencialmente como ustedes

*
Publicado originariamente en Diarios Clínicos, Revista de Psicoanálisis con Niños y
Adolescentes, N° 5, Buenos Aires, octubre de 1992.
127
sugieren sino a los puñetazos limpios. Él los ha utilizado exitosamente para las
neurosis traumáticas y ha causado unas cuantas, la suya propia incluida, dado que una
vez un paciente decidió devolverle transferencialmente golpe por golpe. En cuanto a
mi propio criterio, más que "dos sopapos pegados a tiempo", prefiero "dos sesiones
pagadas a tiempo". Por otra parte, considero contraproducente la violencia física en el
tratamiento, ya que llevaría a las víctimas a formar instituciones tales como "Pacientes
Golpeados" o "Edípicos Anónimos", que no harían quedar muy bien a nuestra
profesión.
DIARIOS CLÍNICOS: Nos resultaría muy interesante su reflexión sobre el problema del
pase. El pase de pacientes, claro está. Siempre se ha sostenido que la transferencia es
la instancia posibilitadora. En este caso, posibilitaría que cada analista contase con
su equipo de pacientes. Bien planteado en el campo de la clínica, con la mirada
puesta en el inconsciente del Otro, desechando esquemas anafreudianos defensivos y
realizando un análisis ofensivo con cuatro o cinco interpretaciones de punta por
sesión. ¿Comparte usted el criterio de que tal vez resulte el único camino para
asegurar un buen fin de análisis que los psicoanalistas italianos denominan scudetto?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Vayamos por partes. Primero está la
cuestión de los pases. Evidentemente esto entraña ciertos riesgos, ya que se corre el
peligro del "pase y no vuelva", por lo cual recomiendo a mis colegas realizar los pases
a préstamo y sin opción. Cuando se realice una transferencia, ambos pases deben
quedar conformes, y el contrato debe ser claro en cuanto a horarios, honorarios,
premios, primas, hermanas, madres y demás aspectos conflictivos de todo tratamiento.
Yendo al segundo aspecto, el de los analistas con equipo propio, en todo caso es
discutible. No voy a negar que hay casos que se resuelven de taquito, pero en los
demás, no es fácil decirle a un paciente que debe ocupar el diván de suplentes durante
los cuarenta y cinco minutos; hay que ver cómo se juega a la ley del insight, se deben
evitar las formaciones reactivas y las vueltas sobre el contrario en las que hay un
ataque masivo, pero cualquier contragolpe con dos asociaciones bien puestas muestra
una estructura endeble. Hay pacientes que exigen tiempo de descuento, mientras que
otros reclaman "la hora" antes del horario de finalización de la sesión. No faltan los
que reprochan "¡¿Qué cobrás?!" cuando usted desea ajustarles sus honorarios, o sea,
estoy hablando de casos en los que el paciente ve en su analista transferencialmente a
un árbitro y resulta muy dificultoso explicarle que usted está allí para escucharlo y no
para juzgarlo. En esos casos hay que tener cuidado de las agresiones físicas, sobre todo
si el paciente es un poco paranoide y siente que usted favorece a la mamá, pareja o jefe
contra los propios intereses de él.
Hay pacientes obsesivos que hacen siempre la misma jugada, hay esquizoides
que juegan para los dos equipos al mismo tiempo, hay histéricos que se la pasan
mirando la platea, a ver si algún empresario extranjero se interesa en contratarlos, y no
faltan los fóbicos que se mantienen a una prudencial distancia de la pelota. Por eso,
más que scudetto, que me suena a "escudo, defensa", prefiero el término "alta", bien
alta, y al ángulo.
DIARIOS CLÍNICOS: En repetidas ocasiones nos señala usted la importancia del
psicoanálisis en términos de modelo de investigación. ¿Considera posible que el
psicoanálisis sea articulador teórico para una epistemología convergente que sintetice
materialismo histórico, física cuántica, teoría de la relatividad, matemática moderna,
teoría de la evolución de las especies, conductismo, física atómica y religiones

128
comparadas?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En principio creo que si alguien logra
sintetizar en su cabeza todas esas ciertas, indudablemente necesitará un psicoanálisis
con urgencia, lo cual habla de la utilidad clínica de nuestra disciplina, ya que no
epistemológica. Pero si ustedes me preguntan si yo considero al psicoanálisis una
cosmovisión, mi respuesta es "no". La única cosmovisión que conozco está al alcance
de todo el mundo y se denomina televisión. Usted puede, con sólo apretar una tecla,
encontrarse con el materialismo histórico (mostrado por dos participantes que
compiten entre sí aportando toda su fuerza de trabajo para obtener una juguera); con la
teoría de la relatividad (la repetición del mismo chiste contado de ochocientas maneras
distintas en media hora demuestra que nada se pierde y todo se transforma); la física
cuántica (desarrollada por cuerpos sólidos que mueven sus átomos magnetizados por
ciertas ondas sonoras que así se lo solicitan, y luego les dicen a esos cuerpos que se
dirijan a otro espacio y adquieran las mismas ondas sonoras en forma de disco
compacto antes de que se agoten). Para las religiones comparadas sólo habrá que
esperar hasta el fin de la transmisión. En cuanto a las matemáticas modernas, bastará
con apagar el aparato y tomar un libro de esa disciplina.
Pero si nos referimos al psicoanálisis como ciencia integradora, debemos decir
que teóricamente puede sintetizar no sólo las disciplinas por ustedes mencionadas sino
también el álgebra, la antropología humana y la animal, la geometría no euclidiana
(siempre que haya resuelto su Edipo), química orgánica, inorgánica y escatalógica,
corte y confección, estructuralismo, lingüística, dactilografía, oratoria y teatro.
El caso es que introduciendo todo eso en el psicoanálisis no quedará en el
consultorio lugar para el paciente. Cuestión de elegir.
DIARIOS CLÍNICOS: En "Un típico caso de paranoia y las especulaciones teóricas
pertinentes (caso Erika)", de la doctora Anafreudiana Traumengarten1, encontramos
la opinión de varios colegas que hacen su aporte al caso. Quisiéramos presentar
nuestra hipótesis de trabajo y conocer su opinión sobre la misma. Coincidimos con
usted en que hay un elemento de represión que es el que le hace obstáculo a la
doctora Traumengarten para dilucidar los motivos respecto de la falta de Dora
(nombre verdadero de Erika, según la doctora). Nosotros, siguiendo las enseñanzas de
nuestro maestro, nos atenemos a la letra: el problema de Dora es su relación con la
Falta (la mayúscula se justifica en el hecho de que la falta de Dora es mayúscula, ya
que nunca concurre al tratamiento). Decimos que Dora adora la Falta, lo que la
convierte en Faltadora. Este adorar la falta es lo que no pudo ser interpretado a
tiempo complicando la transferencia.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Para comenzar, quiero decirles que a su
hipótesis de trabajo le falta. ¿Qué le falta? Por lo menos, le faltan datos, ya que ustedes
no han conocido a Dora ni siquiera una vez (a diferencia de la doctora Traumengarten
que sí la vio una vez) y no saben en realidad si lo que Dora quería era "faltar", o bien
burlarse de la doctora Traumengarten y pasarse su horario de sesión imaginando que la
doctora se estaría haciendo malasangre por ella mientras ella disfrutaba de la vida. Si
éste fuera el caso, la paciente no sería una "faltadora" sino una "sobradora", que es
todo lo contrario, y es una hipótesis que no debería descartarse.
Por otra parte, otra cosa que le falta a su hipótesis es lectura; si no, se habrían

1
Véase más arriba, en este mismo volumen.
129
dado cuenta de que en realidad "Dora" es un nombre que la doctora le pone a su
paciente creyéndola histérica, pero ella había dicho llamarse Erika, valga la rima. Y tal
como lo señala el doctor Dusignifiquant, en su comentario, dice que bien podía
llamarse Eduviges. Y yo mismo digo que el nombre podía ser Ernestina, o, por qué no,
Epicrisis, lo que desecharía su hipótesis.
Pasemos al aspecto de seguir las enseñanzas del maestro y atenerse a la letra:
¿Que letra?, me pregunto, porque no es lo mismo seguir una C que una D, y si no
pregúntenles a los que las confundieron y se equivocaron de baño público. Y sigo:
¿Qué maestro?, me vuelvo a preguntar. "¡Qué sé yo!", me respondo, "debí
preguntárselo a ustedes".
Una vecina me comenta al paso que quien hizo ciertas acotaciones sobre la
lingüística fue Lacan, y luego sigue viendo su teleteatro. Ahora entiendo el origen de
vuestra confusión: de modo que siguieron ustedes a Lacan, que fue él quien los guiaba
con su olfato certero, con su oído alerta, con todos sus reflejos dispuestos a la caza del
lapsus. Pues entonces deben saber que "can" en nuestro idioma es masculino, debe
decirse "el can" y no "la can". De allí en más, toda confusión es posible, toda certeza
es delirante.
DIARIOS CLÍNICOS: En relación con el caso Gustavito, también llamado "pequeño
Gustavo"2, hace usted interesantes elucubraciones relativas a la voz proferida por el
pequeño, "gu-gu". ¿No ha pensado usted en la posibilidad de que el pequeño sea
tartamudo? Apoyamos nuestra idea en que cuando lo vimos a los dieciocho años
seguía, ya adolescente, repitiendo esa voz cada vez que le preguntaban su nombre.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En principio, quiero señalarles que cuando
atendí a Gustavito tenía cinco meses (él, no yo), y a los infantes de esa edad es
dificultoso diagnosticarles un cuadro de tartamudez ya que aún no hablan, ni recitan,
ni mucho menos interpretan. Yo señalé que Gustavito decía "gu-gu" como manera de
comunicarse, y él me mostró lo certero de mis palabras con llantos, ventosidades y
otras expresiones provenientes de su interior.
Pero ahora ustedes dicen verlo a Gustavito a los dieciocho años y que sigue
diciendo "gu-gu". Bien, aquí cabrían varias hipótesis. Una es la de la tartamudez, pero
no es la única. Es posible que Gustavito sea una víctima más de la televisión y "gu-gu"
sea lo más inteligente que pueda decir. También cabe la posibilidad de que Gustavito
tenga una novia a la que apodan "gu-gú" y sea ella a la que estaba llamando el
muchacho cuando lo vieron. O que Gugú sea el perro, el gato, la tortuga, el canario, y,
por qué no, el superyó de Gustavito. O que la persona que ustedes vieron no haya sido
Gustavito. Con esto quiero decirles que sólo entrevistando a Gustavito lograría
resolver el enigma por ustedes planteado. Si llegaran a concertar la entrevista, les pido
que le recuerden que me traiga el osito de peluche que se llevó aquel día de mi
consultorio y nunca más me devolvió. Es para mí un objeto transicional.

2
Véase nota 1.
130
El analista del 2050
NAHUEL X. PSÍQUEMBAUM

En los tiempos anteriores a Freud era


muy difícil conseguir un psicoanalista.
Ahora es muy difícil conseguir un paciente.

Mi tatarabuelo Karl era psicoanalista, y yo soy psicoanalista. En los tiempos de


Karl no existían los tatarabuelos psicoanalistas (a lo sumo el padre), y sí existían los
pacientes. Lo demás está todo más o menos igual. Uno sigue estudiando en la facultad,
hace grupos de estudio sobre la introducción a la introducción a la introducción al
pensamiento lacaniano, supervisa, toma café con los colegas, va a congresos, se casa
con una colega de la misma escuela, se divorcia y se casa con una colega de otra
escuela o institución, tiene hijos, en fin. Lo que no tiene es pacientes.
Hace treinta años que no hay un solo caso clínico en actividad.
Los pacientes comenzaron a disminuir en junio de 1985. Al principio los
psicoanalistas no dieron bolilla, simplemente les aumentaron los honorarios a los que
sí seguían yendo, y listo. Pero luego bajó el número de sesiones. De seis por semana,
que era la modalidad de Freud, se pasó a una cada seis semanas, o una por semestre. El
extremo fue un paciente que sólo tenía sesión los 29 de febrero, una vez cada cuatro
años.
Se tomó la cuestión como algo pasajero: "Ya van a volver", "Tira más un pelo
de la barba de Freud que una yunta de psicofármacos o terapias 'alternativas'
sugestionadoras", "El que se va sin que le den el alta vuelve sin que lo llamen". Pero
no volvían. Algunos analistas compartían los pacientes con su esposa, y hasta con su
suegra en casos de gran hambruna interpretativa. Hubo divorcios entre profesionales
en los que la gran pelea era por la tenencia del paciente (a veces era "paciente único" y
aprovechaba eso para conseguir interpretaciones favorables de ambos analistas
amenazándolos con "irse con el otro").
Hubo momentos de pánico: no faltaron los que, armados con una pipa y una
careta de Freud (o de Lacan), se lanzaban a la calle y al primero que pasaba le
apuntaban con la pipa y le decían: "Esto es una interpretación, contáme todos los
sueños, chistes y síntomas que tengas", a lo que el pobre tipo respondía: "Lo siento, ya
me los pidieron en la otra cuadra". Muchas personas dejaron de frecuentar Palermo y
Belgrano después de que intentaran analizarlas contra su voluntad varias veces.
Tampoco faltaban los apocalípticos que sostenían: "El psicoanálisis dejará de
ser terapia o la transferencia flameará sobre sus ruinas", "El psicoanálisis es el hecho
maldito del país pequeño-burgués", "Cinco psicoanalistas por uno, no va a quedar
ninguno", y otras consignas que no eran sino eso, consignas. Pero la verdad se
reflejaba en cada diván vacío. Muchos analistas, negando la crisis, colocaban sobre los
divanes simpáticas carpetitas, para "tapar el agujero". Hubo quienes le permitían al
gato arañar el tapizado, cosa que antes estaba más prohibida que el mismísimo incesto.
Grupos lacanianos decidieron revisar su metapsicología. La nueva tópica fue:
131
Virtual, Imaginario y Simbólico. "Quizás en algún lugar del ciberespacio, en algún
link de la Web", decían en "informático", idioma que había reemplazado al lacanés en
los grupos de referencia, "quede un paciente". A los kleinianos no les iba mejor: "¿Es
que acaso no reparamos bien a nuestros pacientes?, ¿es que no les ofrecíamos una
alternativa interesante cuando por el mismo precio les curábamos las neurosis y les
dábamos un mes gratis de navegación por Incternet? Esto no tiene objeto".
El 23 de julio de 2020, cuando Carlos X (también conocido como "El caso
Damián") abandonó el tratamiento, se terminaron los pacientes. Nunca más.
Cabe preguntarse de qué viven los psicoanalistas, si no hay un solo paciente.
Una hipótesis es que viven de otras profesiones, que conducen taxis y en lugar de
pacientes tienen pasajeros que cuando les dicen "Lléveme a Pueyrredón y Corrientes"
reciben como respuesta: "¿Otra vez a casa de su mamá? ¿Cuándo va a crecer y elegir
su propia ubicación en el mundo?" y terminan dejándolos en Cabildo y Juramento,
viaje mucho más largo, y más caro.
Otra hipótesis es que viven de su profesión, formando futuros analistas, dando
clases teóricas, introduciendo en Lacan a los que aún no se introdujeron. O reuniendo a
jóvenes colegas alrededor del fuego para contarles historias entrañables de los tiempos
en los que había trabajo clínico, y al final pasarles la gorra en la que cada uno
depositará lo que pueda: un peso, un síntoma...
Los jóvenes psicoanalistas no creen que los pacientes existan. Más bien
suponen que son mitos creados por los abuelos fundadores; entes virtuales que sirven
para explicar ciertos tópicos, utópicos. "Los pacientes sirven para darle sustento a la
teoría" nos explican. Allá por el 2035 el movimiento neo-neo-neo-lacaniano, decretó
que "el paciente no existe, toda cerveza es delirante".
Pero sigue habiendo neuróticos. Tantos como antes, o muchos más, atendiendo
al aumento estadístico de la población mundial. Y no es que consulten otras terapias.
Las así llamadas "Alternativas" murieron cuando se puso de moda el
"Yonopuedismo", que instaba a los pacientes a la apatía total, cosa que los llevaba a
"ver la luz" ya que no había otra cosa más interesante que hacer en la vida. O sea: si
hay neuróticos, y hay psicoanalistas ¿cómo es posible que no haya pacientes? Es ésa la
pregunta del millón.
Habría que investigar qué fue lo que pasó. En su famoso artículo: "Del alta a la
falta hay sólo una letra de distancia", mi tatarabuelo Karl describe una época, muy
lejana (ya se habían extinguido los dinosaurios, pero todavía no eran populares las
computadoras) en que "los pacientes abundan, en muchos casos incluso pagan los
honorarios, y en ocasiones, hasta lo hacen puntualmente".
Si aquellos momentos paradisíacos realmente existieron, ¿por qué los analistas
no reaccionaron a tiempo cuando todo empeoró? ¿Cómo no se dieron cuenta de que así
como la numeración decimal iba siendo lentamente reemplazada por la binaria, algo
parecido ocurría con el número de pacientes, y donde una vez hubo un 8, un 7 o un 15,
había un 0, o con suerte un 1?
Una tesis, la llamada "Au carage" por los franceses y "to the fucking caradge"
por los ingleses, trata de descubrir adonde se fueron los pacientes, sin éxito.
Permítasenos pensar que quizá lo que pasó es que entre tanto congreso, grupo
de estudio, reunión institucional, crítica de la reunión, ruptura institucional, creación
de nuevas instituciones, y así, los psicoanalistas estaban demasiado ocupados
discutiendo entre sí y no percibieron que los pacientes no iban. Más de un analista

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habrá pasado una sesión leyendo un artículo de un odiado rival y mientras pensaba
cómo destruirlo en el próximo número de su revista, decía "ejem", "ujum", "ajá" y
hasta el jugadísimo "¿y usted qué piensa?", sin darse cuenta de que el paciente
tampoco estaba allí, al igual que él.
Otro punto era el económico: muchos pacientes dejaron de pagar meses, o aún
años antes de que finalizara el tratamiento. Otros, en cambio, seguían pagando aunque
hacía mucho tiempo que habían dejado el diván. Se podría decir que hubo pacientes
que pagaron el tratamiento de otros. Y esto confundió a los analistas: se sabe que "si
viene y paga, es paciente" y "si no viene y no paga, no es paciente". Pero los que
"vienen y no pagan" o los que "pagan y no vienen" introducen al psicoanálisis en
territorios sin duda polémicos.
Quedan por formularse algunos interrogantes sobre el futuro de la profesión;
una primera instancia es evaluar el futuro del psicoanálisis sin pacientes, si los
analistas pueden independizarse de la demanda y analizar otras cosas, sean películas,
cuadros, personas que no pidieron análisis, escándalos públicos, eclipses, instituciones
psi. Pero si se cree (y ésta fue la postura de mi abuelo Karl Jr. Jr., que yo sostengo por
la misma tradición por la que soy hincha del mismo club de fútbol que él aunque los
clubes no existen más, ahora son empresas) que sí se necesita que haya pacientes para
que haya análisis, habría que estudiar las formas de promover su existencia.
Podríase, como se ha hecho ya con otros oficios, elevar su "status profesional",
crear la "Facultad de Pacientología" donde se enseñe a ser neurótico "pero de libro", o
sea que el futuro paciente podrá sistematizar los síntomas que quizá ya sufre pero en
forma desordenada. Las clases en principio las darían analistas, pero no nos
extrañemos si los pacientes recibidos y experimentados reclaman para sí la docencia, y
exigen una "ley de incumbencias" que los independice de los analistas, y hasta les
permita ejercer de pacientes de otros profesionales (médicos, odontólogos, veterinarios
los que se crean animales).
Además, está el hecho de que quizá muchos posibles pacientes no vean en esa
profesión una adecuada fuente de ingresos: "Tengo una familia y varios síntomas que
mantener, la formación es cara, hay veces que tengo que tomar taxis para ir a sesión
porque les tengo miedo a los colectivos...". Quizá sea el momento de apelar al
abandonado recurso de la "relatividad de los honorarios" para calmarlos y ofrecerles
que, por un tiempo, perciban dinero por cada sesión (sólo por aquellas a las que
concurran). Es obvio que cada paciente cobrará según su experiencia y calificación, y
también, por qué no, de acuerdo al número de analistas que pretendan analizarlo, ya
que ningún paciente podrá atender a más de cuatro terapeutas por semana. No hay que
escandalizarse con esta idea, sería un progreso con respecto a los orígenes, ¿acaso
José, el primer analista de la Historia según la Biblia, no era esclavo de su paciente, el
faraón?

Esta edición se terminó de imprimir en


Cosmos Offset S R L Coronel García 444, Avellaneda,
en el mes de setiembre de 1999

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