Rudy - Buffet Freud
Rudy - Buffet Freud
Rudy - Buffet Freud
BUFFET FREUD
(Edición actualizadísima)
Planeta — Singular
Diseño de cubierta Mario Blanco
Diseño de interior Alejandro Ulloa
1999, Rudy
ISBN 950-49-0307-X
Impreso en Argentina
2
Menú
Buffet Freud
Lapsus linguae a la vinagreta
Lacanapés
Locatellis de todo tipo
Saladitos los honorarios
Kleinishes de papa
Complétzales de culpa
Carne de diván
Pecetos buenos
Bifreud de lomo
Petit-fourcios
Psicología de las massitas
3
Índice
Gracias ................................................................................................... 7
Breve historia del movimiento psicoanalítico apócrifo Buffet Freud ... 8
Prólogo del profesor doctor Karl Psíquembaum ................................. 10
Historia del pago en análisis ................................................................ 12
Un típico caso de paranoia y las especulaciones teóricas pertinentes
("caso Erika") ....................................................................................... 22
Algunos apuntes acerca de la técnica .................................................. 30
Edipo y la religión monoteísta ............................................................. 34
(Dos ensayos y ningún acierto) ........................................................... 34
Edipo, hebreo ................................................................................................................... 34
Si Edipo es hebreo ............................................................................................................ 36
El caso Gustavito, también llamado "el pequeño Gustavo" ................ 39
Carapálidas curapálidas ....................................................................... 49
Identidades ........................................................................................... 53
Yo estuve en París ............................................................................... 59
Las crisis en psicoanálisis .................................................................... 65
Homenaje a Melanie Klein .................................................................. 69
Ejercicio psíquico ................................................................................ 73
Carnet del Grupo de los Jueves ........................................................... 77
La formación de un analista................................................................. 80
Del pago en psicoanálisis .................................................................... 83
Comentarios acerca de una mesa redonda de la que recuerdo poco ... 87
Acerca de la existencia o no de cierto género (la mujer) .................... 89
El otro .................................................................................................. 96
Declaración de los derechos del hombre neurótico ........................... 100
Fast-Freud (el caso Guido) ................................................................ 104
Las terapias alternativas..................................................................... 113
Retratos .............................................................................................. 117
Profesor doctor Karl Psíquembaum ............................................................................... 117
Anafreudiana Traumengarten ......................................................................................... 118
Profesor brujo Nube Simbólica ...................................................................................... 119
(Autobiografía no autorizada) ........................................................................................ 119
Jean-Jean Dusignifiquant ............................................................................................... 120
Joe "Freud" Morgan ....................................................................................................... 121
Míster Phillip Twentydollars .......................................................................................... 122
Lic. León Neurotsky ....................................................................................................... 122
Doctor Alain Supositoire ................................................................................................ 124
Licenciados Vanessa Giselle Snob, ................................................................................ 125
4
Monique Delanuc y Jacob Freudenlerner....................................................................... 125
Grupo de los Jueves........................................................................................................ 125
Doctora Hellen Goodmorning ........................................................................................ 126
Epílogo ........................................................................................................................... 126
Reportaje a Karl Psíquembaum ......................................................... 127
El analista del 2050 ............................................................................ 131
5
A mis casi veinte años en el diván.
A mis queridos amigos Estela y Carlos Brück
y Lili y Luis Fau.
6
Gracias
A Carlos Brück, que conoció a Buffet Freud desde que era bebé y lo ayudó a
crecer.
A Héctor Cothros y Jorge Helman, quienes con su afectuosa enseñanza y
supervisión me ayudaron a recorrer los intrincados caminos del aprendizaje del
psicoanálisis.
A Alfredo Caeiro, gracias a quien ahora soy un cuentapropista de lo
inconsciente.
A Pedro Lipcovich, por esas charlas de café en las que, entre otros delirios,
apareció la idea de lo que luego fue Buffet Freud.
A mi mujer, Florencia Verlatsky, que, como siempre, enriqueció el texto con
sus ideas.
A Alfredo Grande, en cuyas clases descubrí que el psicoanálisis tenía mucho
para decirme.
A los psicoanalistas capaces de reírse de sí mismos y de hacer que sus pacientes
también se rían de sí mismos.
7
Breve historia del movimiento
psicoanalítico apócrifo Buffet
Freud
RUDY
En el invierno de 1986 ocurrieron dos nacimientos que tuvieron mucho que ver
conmigo: primero y principal, el de mi hijo Nicolás, a partir de lo cual mi vida no
volvió a ser como antes; y segundo pero sin menospreciar, el nacimiento del Grupo
Buffet Freud, a partir del cual la vida de sus miembros no volvió a ser como antes,
dado que antes no existían.
Típicos productos de la crisis del psicoanálisis,1 los integrantes del Movimiento
Buffet Freud surgieron a partir de psicoanalistas existentes en la realidad, pero no
tanto. Vale decir que Karl Psíquembaum, Anafreudiana Traumengarten o Alain
Supositoire no son la caricatura de ningún analista en particular, sino de muchos, una
especie de Frankensteins del diván, con un matiz de éste, un lapsus de este otro, un
fallido de aquél, la barba de aquélla...
A los miembros fundadores del Movimiento se les fueron sumando otros y, al
ser más de dos, surgieron entre ellos discusiones y polémicas, como no podía dejar de
ocurrir entre analistas que se precien de tales.
En 1988 la gente de la revista Psyché publicó los primeros quince artículos del
Movimiento bajo la forma de libro. Buffet Freud siguió creciendo. Sus integrantes eran
cada vez más, y escribían, se peleaban, y escribían sobre sus peleas. Al poco tiempo
los artículos fueron ya cerca de treinta, incluyendo la extensa "Historia del pago en
psicoanálisis", una profunda investigación de Karl Psíquembaum acerca del pago al
analista, desde la Antigüedad hasta ahora.
En abril de 1992 apareció la edición completa de los treinta primeros artículos
de Buffet Freud, publicada por Ediciones de la Flor. En junio de ese mismo año, el
libro es presentado en el ámbito de la "Primera Feria del Libro Psicoanalítico",
realizada en APDEBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires) y organizada por
la Librería Paidós. En esa oportunidad, los panelistas son Carlos Rodari (periodista),
Santiago Varela (humorista), Jorge Helman (psicoanalista) y Fernando Ulloa
(psicoanalista): paradójicamente, los personajes de Buffet Freud, nacidos para mostrar
algunas particularidades de los analistas, son a su vez mostrados en sus
particularidades por los psicoanalistas, en el ámbito de una de las mayores
1
O tal vez de mi propia crisis como analista, o de la malaria que veía venir y me era
ratificada por colegas y amigos. Sobre esto tengo una anécdota: en una entrevista
radial me pregunta la periodista qué opinaba yo sobre el auge actual del psicoanálisis.
Le respondí que, en realidad, yo podría opinar sobre la actual crisis del psicoanálisis.
Entonces ella insiste: "¿¡Pero cómo, si hay analistas que nunca?!", y yo: "Sí, pero hay
menos pacientes que nunca". ¿Qué hará crecer a la profesión, el número de analistas o
el de pacientes?
8
instituciones de esa disciplina que existen en nuestro medio. Karl Psíquembaum nunca
habría imaginado algo así, Phillip Twentydollars habría apostado y perdido gruesas
sumas de dinero a que esto jamás ocurriría, Anafreudiana Traumengarten se habría
dormido en medio de la presentación, el profesor Nube Simbólica habría explicado
que en las presentaciones de libros en su tribu Psique-Psique hay menos discursos y
más baile, alcohol y sexo; Jean-Jean Dusignifiquant habría criticado todo. Incluso a su
propia crítica.
Una revista especializada en psicoanálisis, Diarios Clínicos, le realizó un
extenso reportaje a Karl Psíquembaum. Leyéndolo, se llega a conocer los más
profundos secretos del alma... de sus pacientes.
La historia siguió, y los personajes de Buffet Freud crecieron. León Neurotsky
viajó a Agorafobia Oriental a conocer al analista oriental Vel-Tang-Chung, Jean-Jean
Dusignifiquant viajó a París, el profesor Nube Simbólica nos cuenta las costumbres de
su tribu Psique-Psique, el profesor Psíquembaum debe cuidar al perro de su sobrino
Ilona, Colita Psíquembaum, el que se mete en las sesiones. Hubo mesas redondas,
retratos literarios de los personajes, surgimiento de instituciones "psi" alternativas
apócrifas, pero acordes a los tiempos en que bajo el dudoso nombre de "terapias
alternativas" se incluyó todo tipo de disciplinas, algunas serias, otras disparatadas. De
todo esto trató el segundo volumen: Carne de diván, publicado por Ediciones de la
Flor en 1993.
Seis años después, con el fin de milenio, la informática, el "acoso", los nuevos
conceptos en salud según los cuales todo lo que antes hacía mal ahora hace bien, y
viceversa, ha llegado tal vez el momento de la edición definitiva. O sea, una selección
de los mejores artículos incluidos en los primeros dos volúmenes, el Buffet y la Carne.
Y de postre, "petit-furcios", o sea, los textos que surgieron con posterioridad a aquellos
dos libros, ya que los integrantes del Movimiento Buffet Freud han proseguido con sus
investigaciones teóricas, técnicas, antropológicas (es decir, todas las disciplinas que un
psicoanalista puede utilizar para distraerse y no angustiarse por la falta de pacientes).
También se habla del futuro del psicoanálisis, en el artículo "El analista del
2050", escrito originalmente para la revista Topía, en la que Nahuel X. Psíquembaum,
tataranieto de Karl, nos habla en presente desde el futuro. Es una pequeña licencia
psicoanalítica y poética que nos permitimos, ya que, si en el divan uno puede
reinventar su pasado, ¿por qué no inventar el futuro, que además todavía no ocurrió?
Mi propia experiencia como analista (retirado), y sobre todo como paciente
(veinte años de trayectoria sobre el diván), me han llevado a tener una mirada si se
quiere crítica, pero sin duda cariñosa hacia esa ciencia que tanto me ha dado, y a la que
tanto le he dado (calculen diecinueve años de honorarios).
Dejamos aquí, por ahora.
9
Prólogo del profesor doctor Karl
Psíquembaum
Hace ya muchos años, en ocasión de editarse los primeros textos del
Movimiento Buffet Freud, y habiendo recaído en mí la responsabilidad de prologar
dichos trabajos, escribí una frase definitoria; decía, y voy a citarme a mí mismo:1 “En
mi larga experiencia como psicoanalista he tenido la oportunidad de leer numerosos
textos: no lo hice".
Años después, en ocasión de publicarse el segundo tomo de los trabajos del
Movimiento, nuevamente fui el encargado de prologarlos, e inicié el texto repitiendo la
frase en cuestión, explicando que seguía vigente.
Ahora que se publica esta edición actualizada, otra vez he sido designado
prologuista, y por lo tanto, repetiré la ya remanida frase: "En mi larga experiencia
como psicoanalista he tenido la oportunidad de leer numerosos textos: no lo hice". Si
bien es cierto que en esta ocasión mi experiencia como psicoanalista es ya mucho más
larga, el lector tiene derecho a exigirle al editor que, de existir una nueva edición de
los trabajos, no sea yo quien escriba el prólogo, sino alguno de mis colegas, que podrá
aportar sus propias frases y enriquecer el texto, o bien citar la mía, que si ya ha servido
adecuadamente tres veces al inicio del libro, bien podrá ser utilizada una cuarta.
Quizás el lector se pregunte por qué insisto en ignorar la lectura de tan
importantes textos como los que existen y, peor aún, por qué lo subrayo, ya que si bien
no creo ser el único psicoanalista que no lee los libros, sí soy el único que confiesa el
hecho. Hay varias respuestas posibles; algunas de ellas se encuentran en los textos, y
por lo tanto las desconozco, al no haberlos leído. Pero hay una que es mi preferida: lo
hago para demostrar que no estoy solo. Quiero decir: como pienso que tampoco este
prólogo será leído por mis colegas, puedo confesar aquí tranquilamente mi ignorancia,
ya que nadie se enterará de la misma y seguiré teniendo el mismo prestigio de siempre,
basado en mi proverbial simpatía, los sánguches que convido en cada simposio, los
almohadoncitos que reparto antes de cada conferencia que dure más de quince
minutos, y mi habilidad para danzar "el vals de los furcios" la noche del cierre de los
congresos2 psicoanalíticos.
Los motivos que llevan a un psicoanalista a comprar un libro son de lo más
diversos, tal vez haya sido él mismo quien lo escribió, y quiere quedar bien con sus
amigos, con sus parientes o con su narcisismo. Sentir que alguien compra un libro que
1
Hay autores que recomiendan no autocitarse; no por una cuestión de soberbia, palabra
que muchos desconocen, sobre todo aplicada a sí mismos, sino de simple
aburrimiento; diríamos que citarse a uno mismo, pudiendo citar a una bella muchacha,
es de tonto. Pero por otra parte, si uno se cita a uno mismo no corre el riesgo de no
reconocerse, no necesita llevar ninguna flor en el ojal ni libro de Freud en la axila, y
además, si uno es puntual, uno también es puntual, con lo cual nadie debe esperar a
nadie.
2
En realidad no soy hábil, pero la mayoría de mis colegas no está en condiciones de
recordarlo luego.
10
uno escribió (aunque quien lo compre sea uno mismo, o la mamá de uno, que viene a
ser lo mismo, simbióticamente hablando) brinda un placer que es sólo superado por el
hecho de ver a otra persona comprando ese mismo libro —los lacanianos hablarían de
"el otro", yo prefiero hablar de "éste", porque "éste" lo escribí yo).
En ocasiones los psicoanalistas compran un libro para regalárselo a un amigo:
en esos casos, si se trata de un amigo muy pero muy querido, se trata de un libro
escrito por ese mismo amigo, y si se trata de alguien más lejano en el afecto, será
entonces un libro de la autoría del comprador del obsequio.
Puede ser que el libro responda a una necesidad técnica: "Necesito un libro
grande porque, si no, se me caen todos los de este estante" o " Déme un libro de 230
páginas, que es el tamaño que me viene bien para equilibrar la pata de mi diván", o
"Déme algún libro lacaniano, ya que tengo 234 libros kleinianos y sólo 233 libros
lacanianos, y quiero dar una imagen de neutralidad".
Tal como en las ediciones anteriores, me veo obligado a formular ciertas
advertencias: quizá no todos los lectores de este libro sean analistas avezados, y puede
ser que tropiecen con algunos textos que no sean fácilmente comprensibles: ésos son
los que hay que leer. Lo que, en cambio, parezca simple y claro, no tiene la menor
importancia: cualquier analista avezado podrá reafirmar mis palabras.
También hay que advertir sobre la posibilidad de encontrarse con artículos
sobre moda, política, economía o cocina: en ese caso, lector, el error es suyo, quiere
decir que usted está leyendo otro libro, no éste.
Finalmente, last but not least, quiero advertir que el tema de "los psicoanalistas
y los libros" es realmente extenso y polémico; hay quien dice que "es más fácil que un
psicoanalista escriba un libro, a que compre uno".3 Quizá deba reconocer que esta
apreciación es falsa. Si usted, psicoanalista, se siente desafiado por mi afirmación, no
se sienta ofendido, y recuerde que el psicoanálisis, al igual que el fútbol, siempre da
revancha. Ya mismo puede demostrar mi equívoco y ayudarme a reconocerlo,
comprando un ejemplar de este mismo volumen, aunque más no sea para mostrarme
quién tiene razón acá.
3
Quien dice esto soy yo, en el prólogo del segundo tomo de Buffet Freud, y me baso
en un refrán similar existente sobre los judíos, publicado en el "Refranero judío" de
Eliahu Toker (Ed. Pardés, 1986).
11
Historia del pago en análisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBUM
Primeras aproximaciones
Hay quienes dicen que el psicoanálisis pago empezó con Freud, que antes los
analistas no cobraban por sus consultas. Otros discuten directamente la existencia de
los "prefreudianos", afirmando que se trataba de alucinaciones de pacientes que
deseaban desesperadamente analizarse pero no tenían con quién. Nosotros preferimos
coincidir con investigadores como Wolfgang Apfelstrudell, quien, en su libro
Patienten uber alles (citado en el artículo "Las crisis del psicoanálisis") nos dice:
"Antes de Freud era muy difícil conseguir analista".1
De todas maneras, los primeros indicios de labor psicoanalítica, y, por cierto,
paga, los encontramos en el antiguo Egipto. Fue allí donde José, esclavo hebreo, le
interpretó los sueños al faraón, y éste le pagó otorgándole la libertad.2 Algunos se
oponen a ver en esta práctica un ejercicio del psicoanálisis, ya que, dicen, José no le
pidió al faraón asociaciones acerca del sueño, sino que se limitó a interpretar el
contenido manifiesto; hasta hay quienes suponen que lo de José fue pura sugestión.
Por esta acción, José es recordado como el creador del psicoanálisis. Sin
embargo, hay quienes otorgan dicha creación al padre de José, Jacob (o Jacques, en
francés) quien habría sido el autor de los primeros escritos del tema. Quienes siguen
esta línea aclaran que los escritos de Jacob eran absolutamente incomprensibles por
haber sido redactados en arameo antiguo, y que fue Alain, yerno de Jacob, quien los
tradujo e hizo inteligibles para la humanidad. Este tema, a pesar de haber pasado
varios milenios, se sigue discutiendo.
Veamos, entonces: hay quienes dicen que el creador del psicoanálisis fue José.
Otros dicen que fue su padre, Jacob. Otros, que fue su cuñado Alain, esposo de Judith,
quien llevó el mensaje de Jacob. Finalmente hay quienes comentan que en esos días
pasaba por Egipto otro profeta hebreo, Sigmund, y que José tomaba clases con él.
*
Clásica expresión de los psicoanalistas del interior de la Argentina.
1
Por otro lado, da prestigio coincidir con un investigador de apellido alemán.
2
Extraña paradoja de la condición humana: ¿cómo puede ser visto esto del analista
esclavo de sus pacientes, que obtiene la libertad a partir de interpretaciones exitosas?
12
Pero si José fue quien introdujo el psicoanálisis en Egipto, y el primero en
percibir honorarios por dicha práctica, será luego Moisés quien desarrolle una
verdadera revolución al provocar el éxodo de todos los analistas,3 a causa de lo bajo
que se abonaban las sesiones, producto de un decreto faraónico dictado en un
momento de gran resistencia.
Sin embargo, el faraón no quería que los analistas abandonasen Egipto, ya que
estaba en transferencia con uno de ellos. Tampoco aceptaba aumentarles los
honorarios. En una de las reuniones de la EPA (Egyptian Psychoanalitic Asociation),
se estableció lo siguiente: "Si los analistas no pueden fijar la suma de honorarios que
perciben, quedan encadenados a los caprichos del faraón y, desde lo simbólico, son
esclavos". Fue Moisés quien decidió el camino de la liberación, estimulando la llegada
de las diez plagas inconscientes, entre las que se encontraban el masoquismo, el
sadismo, la repetición de sueños hasta el hartazgo, las alucinaciones, la fobia, la
anorexia, la bulimia, y hasta la castración del hijo mayor. Angustiado hasta la
depresión más profunda, ansioso, temeroso, el faraón tomó una doble decisión:
expulsó a los analistas de Egipto, y, a la vez, les permitió que se fueran. Ese faraón fue
conocido como "Psicopathón, el ciclotímico". La única condición que exigió a cambio
fue que se le diera el alta.
Los hechos producidos por Moisés marcan una verdadera divisoria de aguas en
la historia del psicoanálisis pago. Durante cuarenta años los analistas vagaron por el
desierto, rumbo a la "teoría topográfica prometida", ya que se sentían, a partir de lo
dicho por Moisés, una "profesión elegida", destinada a regir los destinos inconscientes
de la humanidad. Para impedir que se desarrollasen diferentes líneas teóricas, clínicas
y religiosas, Moisés legó a los analistas las "diez reglas básicas para el ejercicio de la
profesion", conocidas dentro del gremio como "los diez mandamientos". Citamos
algunos: "No interpretarás la transferencia en vano", "No codiciarás a los pacientes de
tu prójimo", "Honrarás a tus padres, más allá de cualquier sentimiento edípico", "No
sugestionarás", "Cobrarás las sesiones a las que el paciente no concurra", "Del uno al
cinco cobrarás, y luego indexarás", etcétera.
El psicoanálisis fue evolucionando con los hebreos, pero no quiero dejar de
señalar algunas de las marcas de su influencia que quedaron registradas en Egipto:
para empezar, las pirámides son un claro rasgo de la preminencia del falo en la
sociedad. Y además, el famoso templo de la diosa Psiquis, muy frecuentemente
visitado por los fieles, que permanecían durante cincuenta minutos, y pagaban también
por las ceremonias a las que no concurrían.
Por el lado de los hebreos, recordemos el episodio de Sansón, quien pierde sus
fuerzas, o sea se deprime, al serle interpretado el corte de pelo como símbolo de la
castración. Luego David, quien logra vencer al gigante Goliat con el solo empleo de
una interpretación precisamente disparada, que causó el efecto de una piedra mortal.
Tomemos luego a Salomón, a quien concurrieron a ver dos mujeres a la misma hora, y
cada una decía que ése era su horario de sesión. Salomón dijo entonces que quien era
la paciente de esa hora tendría que pagarla, provocando el renunciamiento altruista de
ambas mujeres.
Además, tuvieron un especial papel en la difusión de la práctica analítica, ya
3
En los textos bíblicos e históricos se habla del éxodo de los hebreos, lo que tampoco
es una falsedad, ya que en esa época casi todos los analistas eran de ese origen.
13
que fueron invadidos por casi todos los pueblos del mundo, que acudían a Judea en
búsqueda del supuesto saber de los hebreos, los que enseguida les interpretaban la
invasión como un recurso proyectivo para evitar la angustia, que en realidad no
querían invadirlos, y que por qué mejor no se volvían a sus respectivos lugares, no sin
antes abonarles la sesión.
Si hay un pueblo en el que se puede decir que floreció el psicoanálisis, ése fue
Grecia, o, para ser más exactos, Tebas, donde, para comenzar, cada individuo que
lograba entrar burlando a la Esfinge lo primero que hacía era consultar a un analista
para sacarse la angustia que dicho monstruo le había provocado. (Hay hasta quienes
sospechan que la Esfinge estaba en sociedad con algunos terapeutas, y que entregaba
tarjetas de los mismos en las puertas de la ciudad.) Pero no todo era tan fácil para los
analistas griegos. Primero, porque había mucha competencia con los oráculos,
adivinos y demás sabios en esto del arte de la interpretación de sueños, y segundo, por
todos los mitos que en esta civilización se generaron. Por si esto fuera poco, los
atenienses tenían los mismos problemas económicos que cualquiera, y no era extraño
escuchar a fin de mes: "Licenciado, pagarle me significa un verdadero dracma" siendo
éste y no otro el origen de la denominación de la moneda. (Fue en esta época cuando
Cálculos, joven analista, formuló la ecuación "dinero = heces", ecuación que los
analistas aceptaron en toda ocasión, menos en el pago de sus honorarios.) Tenemos
también el ejemplo de Arquímedes, que en medio de una sesión exclamó "¡Eureka!",
para luego asociar: "Todo cuerpo humano sale mojado del vientre de su madre", en
una excelente reconstrucción del trauma de nacimiento.
Pero estábamos hablando de los mitos griegos, y es aquí donde caben varias
puntualizaciones respecto del pago. Comencemos por Edipo. Debía ser muy difícil
cobrarle la sesión. Es más, dicen sus detractores que Edipo no sólo no le pagaba a su
analista, sino que le exigía derechos de autor. Un día, ofuscado, el analista lo envió al
mismísimo útero materno, a lo que, muy suelto de cuerpo, contestó el muy hijo de
Layo: "¡Ya fui, ¿por qué cree que estoy acá?!".
Pero a Edipo hay que comprenderlo. No a todo el mundo le pasa eso de ir a la
primera entrevista y decir: "Licenciado, estoy angustiado, maté a mi papá y me acosté
con mi mamá", y luego escuchar: "Bueno, cálmese, todo el mundo se culpa con lo
mismo, son fantasías, cuénteme un poco más", etcétera. Y claro, había que poder ser el
analista de Edipo, que además era hermanastro de sus propios hijos, abuelo de sus
sobrinos, cuñado de su yerno, nieto de su suegra y padrastro de sí mismo. ¡Pavada de
historia familiar, tenía!
Parece que el analista supervisaba con el oráculo de Delfos, que estaba de moda
y cobraba carísimo. La cuestión es que a Edipo cada sesión le salía un ojo de la cara.
Sólo pudo ir a dos. Y tuvo que pagar el tratamiento de Yocasta, que entró en una
tremenda depresión cuando descubrió que era suegra de sí misma, y no podía
disimular su edad cuando sus hijos le decían "abuelita". Y no sólo eso, también tuvo
que pagar el tratamiento de Antígona, que tenía un flor de Edipo con Edipo, y los dos
varoncitos, Eteocles y Polinices, que se pasaban todo el día peleándose hasta que
14
reventaron. ¡Qué presupuesto en terapias, Dios mío!4
Pasemos ahora a Narciso. ¿Cuánto se le puede ofrecer a un tipo que se pasa la
sesión mirándose a sí mismo? Es difícil sostener el lugar de analista frente a alguien
mitológicamente condenado a muerte si ve su propia imagen. En este caso, el analista
debió abstenerse absolutamente de actuar como espejo. Es más, debió retirar todos los
que hubiera en el consultorio. ¿Y cómo interpretar la transferencia? "Usted se mira
como si fuese yo, como si yo fuese usted, o como si usted fuese usted mismo y yo
mismo, o algo así." Y el otro, con minúsculas, ni pelota. Tal vez en este tipo de
tratamiento sea indicado hacer notar la presencia del analista cobrando honorarios
elevados. Pero Narciso sacaba los billetes del bolsillo y se los metía en el otro, siempre
con minúsculas. Es decir, como no podía ver al otro (con minúsculas) se los metía en
el otro bolsillo, como manera de ver al otro con minúsculas en él mismo. Finalmente,
cuentan que Narciso estableció transferencia consigo mismo, y abandonó el
tratamiento.
Era difícil ser analista en Grecia. En Esparta, por ejemplo, los hombres debían
interrumpir constantemente sus tratamientos para ir a la guerra, y rara vez los
retomaban después, en el hipotético caso de que volvieran vivos. Pese a ello, hay una
famosa anécdota en la cual un guerrero que obedecía al rey Leónidas abandonó el
campo de batalla en pleno combate de las Termópilas y, tras increíble maratón, llegó,
con el último suspiro, puntualmente a sesión. Luego explicó: "Es que, si no, me la
cobraban igual".
En Atenas la cuestión tampoco funcionaba demasiado fluidamente. La APA
(Asociación Psicoanalítica Ateniense) sólo admitía filósofos en sus sueños,
negándoseles la entrada a los psicólogos con la excusa de que éstos aún no existían. Al
parecer, esto desató un verdadero conflicto, estuvo a punto de arder Troya y, al
parecer, todo ocurrió por culpa de Paris. Luego los griegos ofrendaron un caballo,
siendo ése el origen de algunas fobias dos milenios más tarde (fobias estudiadas por
Freud en el famoso caso Juanito). Pero más allá de los psicólogos y troyanos, en
Grecia se cocían habas, y para un psicólogo entrar a la APA era una verdadera Odisea.
Sócrates, analista de moda, cobraba caras las sesiones en que hablaba, y más
caras aún aquellas en las que permanecía callado. Fue en esa época cuando se discutió
en la APA si se aceptaba o no el ingreso de dramaturgos a la institución. Sófocles
amenazó con volver a escribir la tragedia edípica y cambiar todo si no lo dejaban
entrar. Esquilo, en cambio, volvió a su trabajo con las ovejas, al que debe su nombre.
Era complicadísimo ser psicólogo en la antigua Grecia. A tal punto, que no
quedaron datos de ninguno. La APA se ceñía rigurosamente a la doctrina socrática,
según el siguiente silogismo: "Sócrates es hombre, luego todos los hombres son
mortales, entonces la sesiones se deben cobrar caras".
El que tenía complejo con respecto a su miembro era Pitágoras. Recién luego de
varios años de tratamiento pudo decir: "No me importa tener un pene pequeño, pues
está comprobado que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados
de los catetos". Tales de Mileto también se trataba, dada su impotencia: "No logro que
mi miembro se ponga transversal, está siempre horizontal y paralelo a mi cuerpo, y
como segmento correspondiente lo veo poco proporcional".
Así le iba al psicoanálisis en manos de los filósofos. Por suerte, la cosa cambió.
4
Vale decir: ¡Zeus mío!
15
No hay datos acerca de quién fue el primer analista en Roma, pero se sabe
fehacientemente que los primeros pacientes fueron Rómulo y Remo. Se les indicó una
terapia familiar, que no prosperó porque no consiguieron llevar a la loba. De todas
maneras el tratamiento terminó muy mal. En una discusión acerca de quién se hacía
cargo de los honorarios, Rómulo mató a Remo, y el analista no se atrevió a
interpretárselo ni a cobrarle.
Durante la República hubo un auge del análisis. A los terapeutas se los conocía
como los "idus de febrero", por ser ése el mes en que tomaban vacaciones. Un general,
Melanius, llevo el análisis a Britania, y otro Lacanius, lo difundió por la Galia. En
cuanto a la forma de pago, los romanos desarrollaron un sistema muy práctico y
original. Convenidos los honorarios por sesión, el paciente los abonaba mensualmente.
Antes de que este sistema se estableciese, reinaba el caos. Un paciente podía
pagar cada sesión cuando había luna llena, o cada vez que el oráculo así lo establecía,
o cada muerte de obispo (esto último perjudicaba al analista enormemente ya que aún
no había obispos), etc.
Lo que era anhelado y temido a la vez era ser el analista del César. Cada fin de
mes el emperador concurría a sesión acompañado de un gladiador. Si el César se sentía
en transferencia positiva, elevaba el pulgar y el gladiador abonaba al analista una
gruesa suma de sestercios. Pero si se hallaba en transferencia negativa, o atravesando
una fase especialmente sádica, inclusive por formación reactiva, el César podía
apuntar el pulgar hacia abajo, y el analista iba a tener que interpretarle muy
eficazmente su agresividad a los leones, si no quería terminar sus días atrapado en la
oralidad de éstos. Ser analista del César daba al terapeuta en cuestión fama y gloria,
aunque a menudo efímera.
Cayo Julio, el primero de los Césares, fue conocido por su gran resistencia. En
efecto, abandonó a la primera sesión y saliendo del consultorio, comentó: "Veni, vidi,
vinci" (fui, vi, vencí). Se dio el alta solo y se fue a conquistar las Galias. A Bruto, en
cambio, el análisis no le sirvió para matar simbólicamente a su padre, por lo que tuvo
que hacerlo en la realidad.
Los filósofos no tuvieron en Roma la incidencia institucional que sí tuvieron en
Grecia. Se recuerda sólo un caso, el de Cicerón, quien, ofuscado con su analista tras
doce años de tratamiento, le espetó: "Quosque tándem, Catilina, abutere patientia
nostra?", lo que quiere decir: "Y, Catilina (el nombre del analista), ¿cuándo me das el
alta?".
Existían en Roma varias categorías de analistas, que, por supuesto, percibían
honorarios de distinto tipo. Los analistas jóvenes, recién ingresados a la práctica,
atendían esclavos (propios, ya que los ajenos no se dejaban analizar), luego atendían a
clientes, patricios y senadores. Sin embargo, no era fácil conseguir que les derivaran
un senador, pues los analistas de mayor trayectoria solían derivar a sus esclavos
(aclaración importante: al hablar de sus esclavos, me estoy refiriendo a aquellos
hombres que trabajaban para ellos en relación de esclavitud, lo que no incluye de
ninguna manera a los analistas jóvenes).
Como se ve, desde el analista José, esclavo de su faraónico paciente, hasta los
analistas romanos, que tenían sus propios esclavos, las cosas habían cambiado.
16
La Edad Media
17
las sesiones que se utilizan y las que no.5
La Edad Moderna
5
El derecho consuetudinario ha sido en general abandonado, salvo por el psicoanálisis.
6
Véase Ello-yo-Popol Vuh: las tres instancias psíquicas, por Psicocatepetl Hurtado
Alostoltecas (ed. Tenochtitlán, París). La escisión del yo, el caso Tupac-Amarú, por
Gonzalo de Latesta Dadavuelta (Ediciones del Virreinato, Indias Occidentales).
18
de colores (el diván era desconocido en América; se usaban, para los análisis, hamacas
paraguayas). Si los aborígenes no aceptaban las interpretaciones por las buenas, los
obligaban. Así se fue estableciendo una dependencia que ya lleva cinco siglos.
Pero volvamos a Europa, continente que siempre quise conocer. Es ésta la
época en que, en Francia, reinan las catorce escuelas absolutistas. La neurosis del rey
era, por ley, la neurosis del pueblo, que sólo podía elaborar sus síntomas si el monarca
los iba elaborando a su vez. Eran tiempos duros para los analistas, más de uno perdió
la cabeza. Además, el pueblo era muy pobre y no podía pagar las sesiones, lo que, por
otro lado, no tenía sentido hacer ya que estaba prohibido curarse si el rey no se curaba.
Así fue naciendo la resistencia, movimiento partidario de la república que sostenía la
igualdad de todos los ciudadanos ante la neurosis, y organizaba atentados para que el
monarca no llegase a sesión, la tuviese que pagar igual y terminase con culpa. Cuentan
que, durante la toma de la Bastilla, varios analistas formaron parte de las tropas
atacantes, al grito de "Oralité, analité, genitalité!"7, exigiendo a los defensores el pago
de las sesiones adeudadas por la Corte.
La Reforma Protestante también afectó el pago de las sesiones analíticas. Ahora
los honorarios no los indicaba Dios, sino que se ajustaban según el costo de la vida.
Esto, lejos de perjudicarlos, favoreció a los analistas, ya que eran épocas de muchas
guerras, y vivir costaba carísimo.
Los prefreudianos
7
Esta consigna tiene aún hoy gran popularidad entre los analistas franceses, que la
siguen utilizando cuando tienen que decir algo.
19
Fue ésta una época de grandes avances y de retrocesos mayores aún en
filosofía, psicología y biología. Uno de los métodos en boga era el de la introspección,
o sea la investigación del interior de uno mismo. Este método tenía la ventaja de ser
muy accesible, ya que nadie se proponía a sí mismo honorarios que no pudiese
pagarse. De este punto parte la discusión, ya en el campo psicoanalítico, acerca de lo
beneficioso o no del autoanálisis. Los detractores sostienen, entre otros argumentos,
que, si creemos que el psicoanálisis debe ser caro, es fácil darse cuenta de lo inútil de
esta modalidad. Los defensores, por su parte, sostienen que esto es una falacia, ya que
uno mismo puede aumentarse los honorarios hasta límites increíbles, sabiendo,
además, que se los va a pagar puntualmente o va a ser pasible del autorreproche, que
es la peor forma que se conoce del reproche. También comenzó a difundirse la
reflexología, que impulsaba un nuevo y revolucionario concepto en el pago de
honorarios: una vez por mes el analista hace sonar un timbre, y el paciente, por acto
reflejo, mete la mano en su billetera (la del paciente, claro), y saca los billetes
adecuados para pagar el tratamiento.
La escuela de la Gestalt, por su parte, también hace su aporte a la cuestión del
pago en psicoanálisis. Su consigna fundamental: "El todo es más que la suma de la
partes", es repetida y utilizada por muchos analistas para explicarles a sus pacientes
por qué deben pagar todas las sesiones correspondientes al mes y no sólo aquellas a las
que concurrieron efectivamente. Vemos así cómo una escuela muchas veces
vilipendiada en círculos posfreudianos, hizo un importante aporte.
En filosotía, como sabemos, se había superado la teoría de Descartes, que,
basado en la duda metódica, hacía que el analista se interrogase acerca de la existencia
misma del paciente y lo resolviese con la frase: "Paga, luego existe". Kant propone el
pago como imperativo categórico del tratamiento, a partir del siguiente pensamiento:
"Si todos los terapeutas atendiesen gratuitamente a todos sus pacientes, deberían
buscarse otro trabajo como medio de vida", lo que evidentemente contraría las leyes
sociales, al menos.
Llegamos luego a Hegel y la dialéctica. El analista propone honorarios (tesis),
el paciente explica por qué no puede pagarlos (antítesis) y luego llegan a un acuerdo
(síntesis) igual a la tesis inicial. Es Hegel quien sostiene que "un paciente paga como
asocia", lo que será luego modificado por Marx con su célebre formulación: "un
paciente asocia como paga".
Y hablando de Marx, es menester destacar el aporte que este pensador realiza al
pago del psicoanálisis. Sus detractores dicen que Marx no aportó nada al psicoanálisis,
ya que, al no haberse analizado, jamás pagó honorario alguno. Sin embargo, fue él
quien acuñó la frase "Un fantasma recorre Europa" en relación con la fantasía
inconsciente acerca de un próximo movimiento revolucionario que tanto preocupaba a
los habitantes del Viejo Continente, llevándolos a tomar decisiones desesperadas,
como la de analizarse. O sea que el aporte de Marx fue crucial. Él es también quien
explica cómo, frente a una asociación del paciente, el analista extrae un plus de
sentidos al que llama "plusvalía".
En un trabajo más extenso se podría comprender el especial contexto teórico,
histórico y hermenéutico que rodeaba a los prefreudianos del siglo XIX. Tal vez algún
analista actual vea en estos predecesores de Freud la semilla de la posterior
dogmatización del psicoanálisis. Es posible que alguno pesquise en Jung, Adler, o aun
en Alain Supositoire alguna influencia de "Juan el Hermeneuta", aquel que recorriera
20
Europa interpretando sueños y perdiera su cabeza allá por la Revolución francesa. En
tal caso, recomiendo a estos investigadores una lectura más profunda antes de
decidirse a dar a conocer semejantes disparates.
Freud y después
De Freud para acá, es todo historia conocida. Y si usted ignora esta parte del
relato, lo espero en mi consultorio. Acepto tarjetas de crédito, dólares y valores varios.
21
Un típico caso de paranoia y las
especulaciones teóricas
pertinentes ("caso Erika")
DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN
TEXTO ESTABLECIDO POR: RUDY
Prrróloco
Las entrevistas
Nunca voy a olvidar la primera entrevista con Erika.1 Tampoco voy a recordarla
nunca, porque me provoca escalofríos. Erika llegó sin que yo lo notase, pues estaba
durmiendo la siesta en mi sillón favorito, que, casualmente, es el mismo que utilizo
para atender.
En un momento dado desperté y la vi sentada junto a mí, lo que me hizo lanzar
1
Así decidí llamar a mi paciente para mantener el secreto profesional. En realidad, se
llamaba Dora.
22
un contratransferencial aullido de terror. Esto me hizo pensar que Erika tenía mucho
miedo a su primera entrevista conmigo; que por dentro estaba sumamente asustada,
aunque parecía estar de lo más tranquila.
Me refregué los ojos y bostecé, también contratransferencialmente. Erika
intentaba tapar su terror mostrando aburrimiento.
"Típico caso de paranoia", pensé. "Erika disimula terror con aburrimiento y lo
proyecta en mí."
Me maravillé por mi rapidez diagnóstica y decidí aumentar los honorarios, dada
mi eficacia profesional. Luego recordé que Erika estaba presente y le pregunté su
nombre.
—Dora —me dijo.
"Típico caso de fijación histérica", pensé. Ella dice llamarse Dora como la
famosa paciente de Freud que inspiró el "caso Dora"2, pero para mí que se llama
Eduviges.
Decidí llamarla Erika.
—¿Qué edad tiene, Erika? —le pregunté.
No me respondió.
Su silencio era por demás elocuente. Erika estaba angustiada frente a este
nombre impuesto por mí, tal como la angustiaba cualquier tipo de norma, límite o
regla impuestos por la sociedad, que se le tornaba totalmente persecutoria.
"Típico caso de paranoia", volví a pensar.
Erika permanecía en silencio, tal vez esperaba algo de mí. Yo también
permanecía en silencio, como esperando algo de ella. Al fin y al cabo, ella era mi
paciente y nadie la había obligado a venir.
"Típico caso de primera entrevista", pensé.
Decidí que esta competencia de "quien se queda más tiempo sin hablar, gana"
no tenía sentido3 y opté por hablar yo.
—¿Qué le ocurre? —pregunté.
—¿A quién? —respondió.
Su respuesta era por demás elocuente. Típico caso de paranoia, insistí; la
paciente se escinde de la pregunta cual esquizofréniza, proyecta hacia otros como
paranoica, permanece indiferente cual histérica, y evita responder a la mejor manera de
una fóbica.
"Típico caso complicado", pensé.4 Erika, con su silencio y sus respuestas
esquivas no ayuda a mi labor interpretativa, lo que puede pensarse como una clara
resistencia a nivel transferencial. "Vaya una a saber quién soy yo para el inconsciente
de Erika", pensé. "Vaya una a saber quién soy yo", seguí, presa de una crisis de
identidad en la que Erika me metía, tal vez proyectando transferencialmente su propia
crisis de identidad.
Decidí dar por terminada esa entrevista. Miré mi documento para recordar mi
2
Que, en realidad, no se llamaba así.
3
Algunos analistas ortodoxos sí les otorgan sentido a estos verdaderos "torneos de
resistencia", en los que demuestran tener aun más resistencia que el paciente. Conozco
un caso en el que, luego de tres años de silencio, el analista decidió reclamar sus
honorarios, y el paciente, que era mudo, abandonó el tratamiento. No era sordo.
4
En realidad, lo único claro es que el de Erika es un caso típico.
23
nombre, y me volví a dormir.
Segunda entrevista
Tercera entrevista
5
Para evitar pensar en su ausencia. Me ponen muy triste las ausencias.
6
Diría que imposible.
7
No deseo aclarar en qué circunstancias me lo dijo.
24
cuenta.
El tratamiento
La sesión comienza en silencio. Hoy se cumplen 234 sesiones sin que Erika
haya concurrido a una sola. La picazón es muy grande y me tienta rascarme. Estoy
8
Y la mía.
9
Un colega me señaló una posible explicación del caso, mediante una condensación
del nombre "de pila, Dora" con "depiladora", y me dijo que tal vez ése fuera el trabajo
de Erika, y que, al tener que trabajar en su horario de sesión, no pudiese venir. No lo
creo; es muy complicado.
25
segura de que Erika no lo notará si lo hago; claro, no se dará cuenta a nivel consciente,
pero ¿y lo inconsciente? ¡Ah, ésa es la pregunta! Es claro que a nivel inconsciente
Erika percibe que me pica y, peor aún, si me rascara, lo tomaría como un hecho
compensatorio a consecuencia del daño que ella, en su fantasía proyectada, le
infligiera a mi pecho, que en realidad es el pecho de su madre, que en realidad es su
propio pecho, que en realidad es un pecho pero no se sabe de quién es... Perdón,
¿alguien vio un pecho por ahí?
"Típica situación esquizo-paranoide", pensé. Decidí no rascarme, verbalizar la
transferencia en lugar de actuarla.
—¿Te molesto si me rasco? —le pregunté, interpretando su angustia.
Erika se mantuvo en total, hermético silencio. Sin embargo, la interpretación
trajo cierto alivio, ya que, después de verbalizarla, me rasqué durante varios minutos,
con la consecuente disminución de mi picazón.
Erika permanecía indiferente. En realidad, no permanecía.
Di por finalizada esta sesión.
El seguimiento
10
Tuve que usar mis asociaciones, porque no disponía ni siquiera de una de Erika.
11
Frase tomada del refranero psicoanalítico. (Cfr. Jean-Delaparole: Les refrans et sa
relation avec l'inconsdence.)
26
Epicrisis
27
Eduviges se fue. Eso quiere decir que "se las picó". Se las picó bien picadas, y
este irse, al no ser verbalizado por la analista, es el motivo de "la picazón" que aqueja a
la doctora en el pecho por ella llamado "bueno". El irse simbólico no verbalizado
vuelve entonces desde lo real del cuerpo de la analista.
Si esto hubiera sido dicho, nada hubiera pasado.
Quiero terminar mi intervención volviendo a señalar la riqueza de este relato, y
agradeciendo a la doctora Traumengarten por llamarme para que le señalara los
errores, humildemente.
No creo que sea correcto titular de esta manera este trabajo, pues, para hacer
honor a la verdad, mi apéndice lo he perdido en una operación, cuando contaba con la
tierna edad de diez años. Pero vayamos al trabajo. He leído con particular
detenimiento el texto de la doctora Traumengarten, colega y amiga, y la no menos
brillante acotación del doctor Dusignifiquant, no menos colega ni amigo. ¡Cuán
brillantes me resultan ambas ponencias! ¡Qué orgulloso me siento de que hayan
seguido mis enseñanzas! Sin embargo, hay ciertos detalles que escapan en este "Caso
Ernestina" (¿por qué llamada Eduviges, o Erika?) a la preclara intuición y
profesionalísimo accionar de ambos colegas.
Anafreudiana no se preocupa porque Ernestina se haya ido, y repite de alguna
manera lo que ella misma denuncia en la epicnsis: se hace cargo, en la transferencia,
del rol de madre a la que no le importa si su hija está presente o no.
Jean-Jean denuncia algo semejante a esto, pero remite toda la picazón, síntoma
sin duda peculiar, a una mera metáfora: "Yo me las piqué, ahora a ti te pica", redice el
brillante analista francés. Pero la picazón que aquejaba a Anafreudiana era
insoportable, y nada metafórica. Le picaba en serio, según me comentó.
Pensemos un poco. ¿Qué es la picazón?
La definición nos lleva a separar dos componentes. Por un lado, el “prurito”,
aspecto que simboliza la represión. "Prurito" se usa vulgarmente como sinónimo de
"prejuicio": "No hice tal cosa por prurito", se dice.
Por el otro lado, es una sensación de escozor que invita a rascarse. Es una
sensación relativamente agradable, relativamente molesta, más suave en todo caso que
el dolor. Hay suavidad, placer, dolor y tensión en la picazón, sobre todo si se debe
esperar para poder satisfacerla, como en este caso. Se produce cada vez más placer,
tensión y molestia, hasta que de pronto, con gran placer, cede. Además, "invitación",
término que le otorga una cualidad "compartida" a la picazón. Uno invita, otro rasca.
A esta altura de los hechos y la teoría, no podemos dejar de otorgarle a la
picazón un contexto sexuado. O sea, la sensación de Anafreudiana era claramente
sexual, ubicada en su pecho bueno.
Pero el caso es que los pechos son dos, y si a ella le molestaba uno solo, bien
podríamos sospechar que en realidad no era el pecho a lo que inconscientemente
afectaba esta "picazón" (que a esta altura bien podríamos denominar "calentura").
Si aplicamos la ecuación pecho = pene, asociados además por la silaba “pe” con
la que ambos comienzan, resulta que la doctora Traumengarten sentía claros deseos de
penetrar a su paciente (calentura inconsciente en su pene, del cual ella carece, pero su
28
inconsciente no lo sabe). Anafreudiana estaba entonces enamorada de Ernestina, y le
resultaba, como a cualquier otra enamorada, insoportable la ausencia de su amada.
Así, la espera de Anafreudiana se entiende como la de una amante desesperada
que sufre su soledad.
Debo destacar finalmente la excelente calidad de este relato, que lleva a la
discusión psicoanalítica a su más alto nivel.
29
Algunos apuntes acerca de la
técnica
JACOB FREUDENLERNER
Prólogo
Encuadre
1
Por ejemplo, cerrar el consultorio con llave y hasta que el paciente no nos pague, no
se va. Aunque, claro, esta estrategia podría fallar en un agorafóbico que con gusto se
quedaría a vivir en el consultorio de su analista, así que mejor volver a los recursos
ortodoxos.
30
supervisará su material clínico con otro analista más experimentado. No es
recomendable, en cambio, que los pacientes supervisen a sus analistas con otros
pacientes más experimentados.
CUATRO: El analista atenderá al paciente en la salud y en la enfermedad, en la riqueza
y en la pobreza (en tanto el paciente pueda pagar los honorarios) hasta que el alta los
separe.
CINCO: El analista fijará el domicilio del tratamiento y allí lo acompañará el paciente,
dentro de ciertos límites, como por ejemplo respetar determinado radio (si se va a otro
continente, la cosa se complica y el paciente tiene derecho a solicitar la interrupción
del vínculo por "incompatibilidad domiciliaria") y determinado número de mudanzas.
Si el analista se mudase después de cada sesión, el paciente podría alegar "demencia".
SEIS: Lo que Freud ha unido, no debe la resistencia separarlo.
SIETE: Todo lo que el paciente diga puede ser utilizado en su contra.
OCHO: Por más que le recen a Freud antes de dormir, comer o salir, eso no les asegura
la cura del insomnio, ni la delgadez, ni la erección, llegado el caso.
NUEVE: El analista no debe autodeclararse inefable, ni concurrir a sesión ataviado en
un atuendo papal.
DIEZ: Para un buen tratamiento, es útil que el paciente sepa la dirección del
consultorio.
Los "análisis"
31
supervisiones se llevan a cabo en la pulpería, y las sesiones se llevan a cabo mediante
payadas, en tiempo de milonga, como ésta:
PACIENTE:
Dígame usted, licenciado,
qué significa este sueño
porque por más que me empeño
no encuentro el significado:
soñé que yo estaba al lado
de una morocha de aquéllas
que era un miñón cinco estrellas
que acelera el corazón
y apareció otro chabón
que al final... se fue con ella.
ANALISTA:
Ya le interpreto ese sueño
de la morocha traidora
de la que usted se enamora
pero ella... tiene otro dueño.
Sabemos desde milenios
que los sueños de ese tipo
nos remiten al Edipo
que a todo el mundo acompleja
la morocha era su vieja
y su viejo... el otro tipo.
PACIENTE:
Me parece, licenciado,
que esta vez falló la bocha
mi vieja no era morocha
creo que se ha equivocado.
Es cierto que estoy atado
a mi mamá con cordón
la quiero de corazón
y ella siempre fue mi guía
¡la morocha era mí tía
y el tipo era Don Ramóoon!
ANALISTA:
Fíjese entonces, Conrado,
como yo tenía razón.
Hay deseo y represión,
no me había equivocado.
Usted puede haber buscado
mil palabras elocuentes
pero el discurso consciente
32
no va a engañar a este quía:
su mamá es como su tía
si hablamos del inconscieeente...
PACIENTE:
Usted dirá, licenciado,
que anda mal la transferencia
pero por más resistencia
esto ya no es de mi agrado
las sesiones he pagado
puntualmente, hasta en febrero
lo he escuchado con esmero
sin emitir una queja:
¡No se meta con mi vieja,
que eso es algo muy fuleroooo!
ANALISTA:
Usted no entiende, Conrado,
y esto es algo de importancia
yo me refiero a su infancia
hablo de un tiempo pasado
usté era un niño educado
que admiraba a los cowboys
y como diría Freud
reprimía sus deseos
y si le parece feo
dejamos, aquí por hooooy...
Estos versos, que bien podrían haber sido publicados en Martínc Fierro, las
aventuras de un gaucho que deja el tratamiento y huye a analizarse con los indios, nos
muestran sólo algunos aspectos de la técnica campestre. Para más datos,
recomendamos leer "La guitarra como objeto fetiche", "Sobre un tipo especial de
elección de chiripá" y "Pampa terminable e interminable".
Conclusiones
Los últimos párrafos de este mismo artículo ilustran lo que puede ocurrir
cuando se dejan de lado los recursos técnicos: se pueden armar verdaderas payadas
terminables o interminables, como en este caso. O bien, a que se rompa la armonía del
tratamiento, como en este caso. O, finalmente, a que alguien intente resumir los
recursos técnicos del psicoanálisis y falle, como en este caso.
33
Edipo y la religión monoteísta
(Dos ensayos y ningún acierto)
Edipo, hebreo
1
Con respecto a la primera posibilidad, el mismo Freud consideró al humor como una
de las expresiones de lo inconsciente y escribió un libro al respecto: El chiste y su
relación con el inconsciente. Hay quienes cuentan que estuvo a punto de escribir otro
artículo denominado "La interpretación de los chistes", texto del que finalmente
desistió al recordar el clásico apotegma psicoanalítico: "No hay nada peor que un
chiste explicado". Con respecto a la segunda posibilidad (o sea, "viceversa"), mucho
me temo que si mis hipótesis no llegan a buen puerto, mis detractores no perderán la
oportunidad de mofarse agudamente de mi persona.
34
1) Hay que comenzar diciendo que Edipo estaba mucho más apegado a su madre que a
su padre, y que fue ella quien decidió salvarlo cuando el padre decidió pedirle a un
sirviente que lo matase, según ciertas hipótesis, o que le hiciese la circuncisión2, según
historiadores cercanos a la teoría que yo mismo sostengo. Esta cercanía afectiva hijo
varón-madre, alimentada más por la progenitora que por el vástago, es uno de los
mitos circulantes acerca de la cultura judía. Para los que duden del apego materno-
infantil que aquí sostengo, sólo basta recordar lo que terminó haciendo Edipo con su
padre, y sobre todo lo que terminó haciendo con su madre.
3) La tragedia edípica no está ubicada en alguna típica ciudad griega, digamos Esparta,
Atenas, Alejandría, sino en Tebas. No nos consta que existiera en Grecia ciudad
alguna con ese nombre. Donde sí existió una ciudad llamada así fue en el antiguo
Egipto, sitio del que casualmente huyeron los hebreos. Edipo bien pudo haber sido uno
más de los que huyeron con Moisés (quien, según Freud, no era hebreo sino egipcio)
para evitar que el faraón lo matase. Digamos con Freud que "si Moisés era egipcio,
bien pudo Edipo haber sido hebreo". Porque, por otro lado, si tomamos el significante
"Tebas", podríamos pensar que era simplemente una abreviatura, que el verdadero
nombre de la ciudad era "TEBAS-ASÍ-SIN-COMER-NADA", con lo cual la hipótesis
cierra, ya que es ésta una habitual expresión de las madres judías, lo que prueba la
importancia de la civilización hebrea en esa ciudad, de la que Sófocles mismo nos dice
es originario Edipo.
4) Hablemos ahora de Sófocles, puesto que, si Edipo era hebreo, cabe la posibilidad de
que su autor, Sófocles, también lo haya sido. Hemos de decir que en principio no
suena "Sófocles" como un nombre característico de la cultura judía. Pero bueno, ya
Freud ha especulado con la posibilidad de que "Moisés", nombre judío si los hay,
perteneciera en realidad a la cultura egipcia. Quiero decir entonces que, a priori,
debemos vencer el prejuicio que nos lleva a pensar que a partir de su nombre una
persona debe necesariamente pertenecer a cierta raza o religión. Pero, además, nada
descarta que en realidad Sófocles haya sido sólo un seudónimo que escondía un
nombre judío que comenzara con las mismas letras, pongamos por ejemplo,
"Sofovich". Bien podría ser que el dramaturgo Sófocles se llamara,
insistimos,"Sofovich", pero que se hubiera cambiado el nombre para escapar del
antisemitismo, o simplemente para tener acceso a ciertos estamentos del poder, o para
que fuera más fácil de pronunciar, o más popular.
En esta misma línea, Plauto pudo haber sido Plotkin, y Shakespeare (o Miguel
2
Como bien me lo hiciera notar Santiago Varela, ciertos traductores del griego antiguo
dicen que los términos de ese idioma para los conceptos "matar" y "circuncidar" son
semejantes. Por nuestra parte, desconocemos si en griego antiguo existía la palabra
"circuncidar" ("matar" seguro que existía; si no, pregúnteles a los espartanos),
desconocemos el griego antiguo y ni siquiera conocemos a un traductor.
35
de Cervantes Saavedra, que como murieron el mismo día nadie descarta que en
realidad fueran la misma persona) llamarse Shiker Perel (Perel el bebedor, en ídish), y
haber escrito obras como El mercader de Venecia que algunos perciben como
antisemita, al solo efecto de escapar del Tribunal de la Inquisición, cuyo antisemitismo
está debidamente comprobado. Casos de personas judías que hayan adoptado un
seudónimo autoral o actoral hay muchos en la historia.
5) Otra pequeña pero no por ello menos interesante prueba que nos conduce hacia la
condición judía de Edipo es la vida nómade y errante que llevó, al menos en la primera
etapa de su vida, hasta que se estableció en Tebas como rey y progresó. Expulsado por
su propio padre, fue adoptado y llevado a otra ciudad, de la que huyó cuando un
adivino le profetizó que mataría a su padre (que él creía era el adoptivo). Edipo vagó
por aquí y por allí, sin patria, los Estados Unidos aún no existían, Israel sí pero había
guerra, y él dudó, hasta que finalmente un día volvió a la tierra de sus abuelos (al
menos la de sus padres). Si ésta no es una típica historia de judíos, mucho me
equivoco.
6) La última pero tal vez la más convincente de las pruebas para aquellos que, por
cualquier motivo, no estén lo suficientemente convencidos con los cinco argumentos
ya ofrecidos: cuando Edipo se enteró de su gran tragedia, la que se murió fue la madre,
Yocasta. ¿No es esto prueba fehaciente de la condición judía de Edipo? Recordemos
aquel viejo dicho según el cual una madre italiana le dice a su hijo: "Si no tomás la
sopa, io ti amazzo (te mato)", mientras que una madre judía dice "Si no tomás la sopa,
yo me moiro (me muero)". ¿Cómo actuó Yocasta, como una madre latina? ¡No, lo hizo
como una madre judía, esto es muy claro!
Bien, creo que con estas seis pruebas ha quedado claramente demostrada mi
hipótesis, por lo que me detengo aquí, ya que, en honor a mi propia condición judía, he
de comer algo para así salvaguardar la salud de mi madre.
Si Edipo es hebreo
36
que Edipo fuera hebreo implicará para el psicoanálisis cambios significantes. Para
empezar, el primer significante que cambia es el de "griego" que adjetivaba a Edipo y
ya no lo hace más, siendo reemplazado por "hebreo". Pero además cabe imaginarse
cambios en el argumento mismo de la tragedia.
Por ejemplo, al inicio de esta historia, Layo y Yocasta van a consultar al
oráculo de Delfos acerca de su futuro hijo. Ahora bien, ¿haría esto una pareja judía?
No, de ninguna manera, los judíos jamás creyeron en adivinos, y menos aún en
adivinos goy. Apenas creían en algunos profetas, y hasta ahí nomás. Su natural
escepticismo los habría hecho desconfiar de un oráculo, además de evaluar si valía la
pena el costo de la consulta, que sus buenas dracmas debía costar.
Seguramente, al final de muchas discusiones Layo y Yocasta fueron a consultar
a la madre de Yocasta (con la disconformidad de Layo) o, de común acuerdo, a un
rabino.
Imaginemos entonces a Layo y Yocasta consultando a Reb Itzik Delfovich, el
rabino de Tebas, acerca del hijo que ambos (Yocasta y Layo, no Delfovich) estaban
por tener.
—Mire, Reb Delfovich, venimos a consultarlo por nuestro futuro hijo —éste
fue Layo.
—¿Qué quieren, que le haga el bris (circuncisión)? Van a tener que esperar que
el chico nazca, ver si es varón, ¡y en ese caso esperar una semana!
—Pero no, Reb Delfovich, ¡lo que pasa es que estamos preocupados por el
futuro de nuestro hijo! —explicó Yocasta.
—Ya entiendo, ¡quieren reservarle al muchacho una vacante en la escuela judía
de Tebas! Bueno, van a tener que esperar que existan escuelas judías en Tebas.
—No, mire, nos preocupa su futuro en general, si va a ser feliz o desdichado,
rico o pobre, si se va a casar con una buena muchacha judía o no...
—¿Futuro? ¿Qué futuro? ¿Acaso yo sé lo que me va a pasar en el futuro? ¿A
quién se le ocurre consultar por lo que va a pasar en el futuro? ¿Qué soy yo, un
oráculo, un psicólogo vocacional, un adivino? No, soy un simple rabino, así que
ustedes se van a casa y esperan que nazca su hijo, y ¡ojalá que todo sea con salud!
Pero parece que Layo y Yocasta hincharon, hincharon y tanto hincharon al
rabino, que éste les lanzó una de las típicas maldiciones judías.
—Sol de fis of de ingele greisn grobe! (Que se le hinchen los pies al nene) —y
Layo y Yocasta huyeron despavoridos.
Pero seguían dudosos. Entonces, decidieron consultar al psicólogo de Tebas, el
licenciado Horacio Delfovich, casualmente hijo de Reb Itzik.
—Bien, el caso de ustedes es el de una típica conflictiva familiar disgregante.
Quiero decir, eh, usted, Yocasta, está demasiado preocupada por su hijo que aún no ha
nacido, como si temiera que fuera a pasarle algo, como si Layo no alcanzara como
imagen paterna para protegerlos a usted y a su hijo. De alguna manera, pareciera que
usted busca completarse con el niño que va a nacer, que él actúe como Falo.
—Querrá decir como Layo —corrigió Yocasta.
—Interesante lapsus, muy interesante —comentó Delfovich—. Es usted la que
pretende entonces que sea su hijo, y no su marido, quien complete su pareja; él (Layo)
de alguna manera quedaría desplazado, fuera de todo esto...
Evidentemente, las entrevistas con Delfovich no fueron lo mejor que le podía
pasar a este grupo familiar. Él, obviamente, no era lacaniano, y en lugar de operar a
37
nivel simbólico, digamos, de mostrarles el Edipo que se venía, dramatizó la situación
real.
Layo creía que "realmente" su hijo lo iba a reemplazar en el amor de su mujer
y, como él tampoco se había analizado jamás, asumió la rivalidad que Delfovich le
proponía y decidió también él competir con el pequeño. Luego, cuando la historia le
mostró que jamás podría destronar a Edipo del corazón de Yocasta, Layo se
autoexcluyó, se dedicó a ser viajante de comercio, y fue en uno de esos caminos donde
halló la muerte. Edipo y Yocasta no vivieron felices sino que sufrieron terriblemente,
él se sacó los ojos y ella se suicidó al solo efecto de demostrar que era capaz de sufrir
más que su hijo (bueno, es una historia judía).
Pero además de la propia tragedia (palabra que nos vuelve a remitir al
judaísmo), "si Edipo era hebreo", ¿por qué no pensar que otros personajes trágicos y
no tanto de la dramaturgia y aun de la comedia o la historieta universal también lo
eran?
Por ejemplo, en ninguna historieta se ve a Superman comer jamón. El origen de
este superhéroe es un oscuro planeta llamado Kripton (nombre que bien podría ser
griego o egipcio, tal como el sitio del que sale Edipo). Superman, o Kalel (nombre de
profeta hebreo, tipo Samu-el o Dani-el) es enviado a otro sitio, lejos de su pueblo
(como Moisés, como Edipo), en una nave que bien podría emular la canastita de
Moisés, para salvarse de una muerte segura (como Moisés, como Edipo). Luego,
aparentemente es adoptado por los Kent (Moisés, por la hija del faraón; Edipo, por
Pólibo y Mérope) y una vez alcanzada la mayoría de edad le es develada su identidad
real (repitan conmigo: "como Moisés, como Edipo") y comienza allí su vida como
héroe que se revela ante los designios de la historia (ya saben ustedes como quiénes
más). Hay quien dice que Moisés en realidad era egipcio e hijo clandestino de la hija
del faraón. Tal vez Edipo no haya sido hijo de Layo y Yocasta3, sino de Pólibo y su
esposa Mérope, los padres adoptivos, o bien de una pareja de inmigrantes judíos que
pasaba casualmente por allí.
Superman bien podría haber sido hijo biológico de los Kent y haber adquirido
los poderes merced a la superprotección brindada por su madre, ella sí de origen judío,
lo que instaura la condición judía del niño, ya que se hereda por línea materna. Si
Moisés era egipcio, y Edipo era judío, seguramente Superman también lo era.
¿Y Robin Hood? Robin Hood nunca salía de Sherwood sin su saquito (su
participación en las Cruzadas no quiere decir nada). ¿Y Hamlet? Hamlet era el típico
neurótico obsesivo, siempre preocupado por el tema de la circuncisión, iba por el
mundo preguntando "To bris or not to bris?". ¿Y Tarzán? Tarzán solía saltar de liana
en liana mientras profería su ¡oyoyoyoyoy!, que lo hiciera famoso en toda África. Si
Edipo era hebreo, ¿no lo serían también ellos?
Cabe señalar finalmente que estas cuestiones han sido objeto del interés de
numerosos científicos, importantes estudiosos y algunos antisemitas.
3
Tal como nos señalara oportunamente el licenciado Engel, profesional allegado al
Movimiento Buffet Freud, si nos atenemos a los significantes de sus nombres Yocasta
= yo, casta; y Layo = la yo, o sea "yo femenino", difícilmente Yocasta y Layo hayan
podido tener hijo alguno.
38
El caso Gustavito, también
llamado "el pequeño Gustavo"
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
TEXTO ESTABLECIDO POR: RUDY
Introducción
Primeras aproximaciones
1
Freud, no Dios.
2
No olvidemos que el poeta muchas veces se adelanta al psicoanalista, mal que nos
pese.
3
Antonio Machado y Ballesteros, poeta y psicoanalista español, traductor de
Psíquembaum. (N. del editor español.)
4
Y la técnica, claro.
5
Con excepciones extremas, como la del sádico de Badén Badén, que les pegaba a los
pacientes que no asociaban.
39
mismo que se trataba del "Hombre de los relojes"6 y perdí. No era. Ni tampoco se
trataba de otro paciente. Era una joven que sostenía un niñito en brazos.
Recordé en ese momento toda la tradición fílmica y cuentística acerca de
jóvenes que llevan niñitos en cestas para dejarlos al cuidado de otras personas, y tuve
una sensación pesadillesca. Luego recordé que en todos esos casos la joven
permanecía en el anonimato, al menos hasta la mitad del cuento, y recobré la
tranquilidad. Permití a la joven que entrase.
Se presentó como una vecina de mi edificio y, antes de que yo pudiese pedirle
asociación alguna con la palabra "vecino", me solicitó que cuidara por un rato a su
pequeño Gustavo (ella lo llamó "Gustavito"); ella tenía que salir por un rato a realizar
un trabajo y la niñera había faltado. Como el azar reunía a la falta de la niñera y la falta
de ocupación de mi horario, acepté, no sin antes solicitarle que volviera antes de que
transcurrieran cincuenta minutos, ya que esperaba a un paciente.
La joven se retiró y el pequeño Gustavo y yo quedamos a solas. Los primeros
momentos permaneció en silencio, a lo que respondí quedándome en silencio yo
también.
Comprendí que el recurso era efectivo, ya que, si el pequeño Gustavo no
despertaba, yo no tendría que preocuparme.
Pero, al rato, Gustav irrumpió en llanto.
—¿Qué te ocurre, pequeño Gustav? —le pregunté.
Pero él siguió llorando, sin responder o, en todo caso respondiendo con su
llanto. Pensé que tal vez meciéndolo conmovería su estructura y provocada una
regresión que lo devolviera a la situación narcisista de la que parecía haber salido.
Pero no resultó.
Decidí entonces recostarlo en mi diván para que estuviera más cómodo y, a mi
vez, sentarme en el sillón para poder escucharlo mejor y descifrar eventualmente su
demanda.
"Tal vez se haya hecho caca", hipoteticé. Pero al disolver el nudo de su chiripá
no hubo señales ni huellas mnémicas, olfatorias o escatológicas que confirmaran mi
presunción. Descarté momentáneamente la hipótesis.
¿Qué se había puesto en juego en el pequeño Gustav? ¿Cómo jugaría yo, a nivel
transferencial, ocupando el lugar de su babysitter mientras su madre se hallaba
ausente? ¿Serían los pañales representantes de la represión que frenaban la irrupción
de su contenido interno en el exterior inundando así mi consultorio? ¿Pensaría el
pequeño Gustav que su madre lo había abandonado? ¿Pensaría yo que la madre del
pequeño Gustav había abandonado a su hijo? ¿Pensaría mi propia madre
abandonarme? ¿Qué le ocurría al pequeño? Tal vez era demasiado pequeño como para
pensar cosa alguna. Hasta podría estar realizando la ecuación "pecho = pecho".
6
"El hombre de los relojes", grave caso de neurosis obsesiva que atendí. Mi paciente
controlaba las décimas de segundo que duraba la sesión, llegando a reprocharme
amargamente cuando me demoraba más de medio segundo en atenderlo. Podía decir
cuántas horas había vivido y, aproximadamente, qué había hecho en cada una, lo que
no era tan complicado porque no había podido hacer casi nada, ocupado como estaba
en controlar el tiempo. Este caso será próximamente publicado, por lo que mi relato
del mismo se detiene acá. Espero que el lector haya quedado interesado en la
continuación y lo busque con ahínco o con desesperación en las librerías.
40
—Te estás comportando como un bebé que reclama el pecho mientras su madre
se halla ausente —le interpreté.
El pequeño Gustav lloró más fuerte aún, confirmando lo acertado de mi
interpretación. La reacción del pequeño Gustav tuvo, de alguna manera, un efecto
doble, podríamos decir un doble sentido, como tantas veces ocurre en el devenir
analítico. Por un lado, Gustav lloraba confirmando mi interpretación, pero, a la vez, la
negaba con su propio llanto, ya que, lejos de aliviarse, parecía estar más angustiado
aún. Por lo menos, yo lo estaba. No soporto oír llorar a un bebé.
Para calmar su angustia (y la mía) decidí tomarlo en brazos y acunarlo. Lo
tomé, le dije: "Yo no soy tu madre ni soy mujer, luego, no puedo darte pecho,
Gustavito". Al disolver tan bruscamente la transferencia, Gustavito casi se me cae al
suelo.
En ese momento llegó la madre y se lo llevó, luego de agradecerme por haberlo
cuidado. Habían transcurrido exactamente cincuenta minutos.
Pocos días más tarde, hallándome en mi consultorio, casualmente solo,
buscando material sobre el tema "Analidad y analizabilidad", oí que llamaban a la
puerta. Se trataba nuevamente de la joven madre que traía a Gustavito para que lo
cuidara por un breve lapso. La niñera había vuelto a fallar provocando una fractura que
sólo yo podía reparar.7
Me hice cargo de la situación, dejando para otro momento mis estudios e
investigaciones teóricas. La práctica me llamaba. Le pregunté a la joven qué debería
yo hacer si a Gustavito se le ocurría tener hambre mientras estaba a mi cuidado. Ella
me respondió que esto difícilmente ocurriría, ya que recién acababa de amamantarlo,
pero que, de todas maneras, en el bolsito que me dejaba había una mamadera
preparada. Evidentemente, la mamadera había sido erigida por la madre en objeto
transicional. Ahora había que ver si el pequeño Gustav la aceptaba como tal. La
madre, en todo caso, demostraba no ser abandónica.
El pequeño Gustav seguía dormido, transitando su narcisismo, por lo que llegué
a la conclusión de que cualquier interpretación sería rechazada. Más aun, ni siquiera
sería tomada en cuenta.
"Parece que está cómodo así", proyecté. El que estaba cómodo era yo. Hasta
pensé en seguir con la investigación que estaba realizando previamente a su llegada.
Pero no. La práctica irrumpe en el contexto suspendiendo a la teoría. El pequeño
Gustav se puso a llorar y un extraño aroma comenzó a invadir el ámbito de mi
consultorio. De alguna manera, lo anal se hacía presente. La tensión flotaba en mi
consultorio. Era necesario cambiar los pañales de Gustavito.
"Esta no es tarea fácil para un analista", pensé. Tenía que abandonar mi lugar de
analista en el que tan cómodo me sentía, para pasar al acto, al temido acto. Me vi
comportándome como la madre o el padre del pequeño Gustav, actuando la
7
El tema de las fracturas es, por cierto, motivo de amplia discusión clínica. Hay
quienes aducen que las fracturas no son del terreno psicoanalítico y prefieren
derivarlas a un traumatólogo, pero terminan cayendo en una trampa, en la trampa
lingüística que tiende la misma traumatología. ¿O no toman acaso los psicoanalistas a
los hechos traumáticos como valioso material? Es necesario, pues, discriminar
claramente los campos, para evitarlos extremos de una derivación inadecuada, o de un
psicoanálisis encorsetado.
41
transferencia como en mis peores pesadillas de principiante. Luego, lo real del cuerpo,
más precisamente de los olores provenientes del cuerpo, me reclamó. Era necesario
cambiar los pañales del pequeño Gustav, y rápido.
El cambio de pañales resultaba más complejo de lo que pensaba y decidí
supervisarlo. "Una supervisión de vez en cuando no viene mal, ni siquiera a un analista
avezado como yo", pensé. Pero el caso era: ¿con quién? Sin duda, tendría que ser un
analista con vasta experiencia clínica y, en lo posible, que tuviera hijos pequeños.
Llamé finalmente a mi colega la doctora Anafreudiana Traumengarten, que
había trabajado durante más de dieciocho años en psicoanálisis de niños, y además
había criado a diecisiete sobrinos, por lo que obviamente sabría cómo cambiar pañales.
La doctora se sintió muy complacida ante mi pedido de supervisión, a pesar de
que mi llamada había interrumpido la elaboración de un sueño (propio), dado que se
hallaba durmiendo. Ella me explicó que la técnica psicoanalítica ortodoxa no había
elaborado exhaustivamente el método para cambiar pañales, por lo que no existía
mucha bibliografía al respecto, pero que, de todas maneras, ella misma podía darme
alguna ayuda. Me previno sobre el especial cuidado que hay que tener con el material
que se exterioriza al cambiar pañales, para evitar un posible desborde que podría llevar
a graves ataques histéricos al analista.
Me comentó finalmente que cierta vez tuvo que cambiar cuatro pañales en una
misma sesión y casi se psicotiza. "Evidentemente, la catarsis nos sigue sorprendiendo",
siguió.
Le agradecí su invalorable ayuda y corté.
Estaba como al principio, o peor, pues la urgencia seguía siendo tal. En casos
como éste hay que dejar de lado la ortodoxia, concluí, y llamé a mi mujer, la que, sin
ser psicoanalista, sabe cambiar pañales. Lo hizo rápidamente, el pequeño Gustav se
calmó y volvió a su estado narcisista, durmiéndose plácidamente.
Mi mujer permaneció un rato contemplándolo.
—Qué lindo bebé —dijo.
—His majesty, the baby —le contesté.
—¿A quién se parece más: a la mamá o al papá? —preguntó.
—Desconozco aún su juego de identificaciones —le respondí.
Odio que interfieran en mi tarea, me molesta muchísimo que alguien venga a
interrumpirme, aun si yo mismo lo llamo, como ocurrió en este caso. Son las
contradicciones del deseo y la defensa, qué voy a hacer.
Tomando conciencia de que me molestaba la presencia de mi mujer a pesar de
que yo la había llamado, le pedí que se retirase. Lo hizo. En el camino, se encontró con
la madre del pequeño Gustav, que venía a buscarlo.
—Qué hermoso bebé —le dijo mi mujer.
—Gracias, señora —le respondió la mamá de Gustavito mientras acariciaba al
niño, tratando de reparar su abandono parcial.
—¿Cómo se portó Gustavito? —me preguntó.
Yo no suelo informar a los parientes sobre la conducta o material de mis
pacientes, pero entendí que en ese caso sí cabía la información, considerando la edad
del bebé y que en realidad no era paciente mío. No aún, por lo menos. No había
pronunciado la regla fundamental del psicoanálisis. Así que le hice a la madre un
breve comentario acerca de lo que había ocurrido.
—Veo que con usted se comporta mucho mejor que con la niñera —me
42
confió—. ¿No aceptaría cuidarlo dos veces por semana?
De esta manera establecimos el contrato, fijamos horarios y honorarios.
Gustavito sería mi paciente.
El tratamiento
8
Esto, si lo pensamos, no estaría del todo mal. El paciente se sentiría más cómodo en
su propio diván. El principal problema sería el transporte, pero todo analista que se
precie podría contratar algún fletero de su confianza que se transformaría en
"transportador terapéutico". Dejamos abierta la cuestión para un próximo congreso.
43
propio deseo, sino los abuelos; éstos a su vez han sido introducidos en la cultura por
los bisabuelos y éstos por los tatarabuelos; se llega, finalmente, a una descendencia
que se estructura a partir de un deseo primitivo, tal vez el deseo, según la teoría de
Darwin, de algún simio".9
Gustavito no parecía tener hambre, sueño o frío, no al menos como sensación
transmisible. Más bien se acurrucaba dócilmente, o dormía, hasta que luego, sin que
aparentemente mediara absolutamente nada, irrumpía en llanto.
Intenté interpretar su llanto por el lado de la angustia. Jamás pensé que el llanto
de un bebé pudiera angustiarme tanto. "Tal vez debería revisar mi propio análisis", me
dije con certera lucidez. Pero la resistencia se interpuso y terminé revisando los
pañales del pequeño Gustav. No había nada. Es decir, algo había, pero era lo que tenía
que haber. Gustavito no había atravesado ningún tipo de castración. Además, no era
lacaniano. Era muy pequeño para poder seguir alguna línea psicoanalítica.
El pequeño Narciso, quiero decir el pequeño Gustav, provocaba diversos
impulsos en los que lo rodeaban. Y en este caso quien lo rodeaba era yo. Impulsos de
protegerlo, alimentarlo, contemplarlo, alzarlo, gritarle para que se callara, y todos ellos
cubrían, de alguna manera, su propio deseo, impidiéndole que se manifestara,
actuando a la manera de la represión.
Comencé a preguntarme (otra vez) cuál era mi lugar.10 Yo soy psicoanalista,
pero fui contratado como niñera. Ahora bien, ¿acaso no somos los analistas una suerte
de "niñera" de nuestros pacientes? ¿Acaso no los "cuidamos", no "sacamos a pasear
los aspectos infantiles dormidos en lo inconsciente"? ¿No se dice que los pacientes
"crecen" en nuestra compañía? El alivio que puede producir una interpretación, ¿no
puede, de alguna manera, asimilarse al cambio de pañales, al ser descubiertos,
reconocidos y "puestos afuera" elementos internos?
Entonces, ser la niñera del pequeño Gustavo era, de alguna manera, ser su
analista, y ser su analista era ser su niñera. Había que ayudarlo a conectarse con su
deseo, a ponerlo en marcha, a atravesar su fantasma que tal vez, del susto, no lo dejaba
dormir.
Le comuniqué todo esto al pequeño Gustav, pero él siguió durmiendo
profundamente tal como lo venía haciendo desde hacía un rato. Seguramente yo no me
había dado cuenta, metido como estaba en mis propios pensamientos. El narcisismo
(de él, claro) se volvía a hacer presente.
Me preguntaba si este quedarse dormido así, profundamente, tenía que ver con
mi interpretación, si era una regresión relacionada con la puesta en marcha de sus
defensas frente a lo angustiante de mi discurso, o si era, finalmente, mi tono de voz
monocorde.
El análisis del pequeño Gustav continuó así durante varias semanas. Gustavito
en lo suyo, y yo cuidándolo. Aprovechaba sus ratos de tranquilidad para leer,11 por
ejemplo, algunos textos como "Psicoanálisis y maternaje", que me aportaron
elementos teóricos, pero no resolvieron las incógnitas que, de alguna manera, seguían
pesando en el tratamiento. ¿Cómo llegar a lo inconsciente del pequeño Gustav?
9
Por la cual es posible que el objeto del deseo primitivo haya sido una banana.
10
Lo de "comencé" no es cierto. Yo siempre me interrogo acerca del lugar del paciente,
del analista, del lugar donde dejé mi llavero, etc.
11
Esto es muy común entre las babysitters.
44
¿Cómo sacarlo de su narcisismo e inscribirlo en el deseo? Y, lo más grave, ¿qué hacer
si se ponía a llorar desconsoladamente como a veces hacía?
Algunas sesiones más tarde ocurrió un hecho imprevisto, nuevo, sorprendente,
que sólo un analista experimentado podría haber supuesto (y yo, lamentablemente, no
lo hice). Gustavito, el pequeño Gustav, dijo "gu-gu".
Cualquier ser humano con un mínimo grado de sensibilidad se derrite frente a
los primeros balbuceos de un bebé. Pero yo no era cualquier ser humano, era la niñera
y, más aún, era el psicoanalista del pequeño Gustav, por lo cual en primera instancia
interpreté el "gu-gu" como un impactante éxito terapéutico: se había roto el narcisismo
y no había quien lo arreglara. Gracias a mi espera, a mi continencia frente a su
incontinencia, Gustavito rompió la barrera represiva y dijo "gu-gu".
Pero como la completud no existe, aquí tampoco mi éxito había sido
completo.12
Gustavito había intentado comunicarse, decirme que su nombre era Gustav,
pero el bloqueo resistencial que aún perduraba le impidió pronunciar su nombre
completo limitándose a la primera sílaba: "Gu".
—Gu-gu —decía.
—Sí —le respondía yo—, te llamas Gustav, eres el pequeño Gustav, pero aún
no puedes decirlo, y por eso dices "gu-gu". Tal vez pronto puedas vencer las
dificultades y decirme tu nombre.
El pequeño Gustav reafirmó mi señalamiento repitiendo "gu-gu", al tiempo que
emitía un sonoro y oloroso impacto por vía anal.
"Comenzamos a entendernos", pensé mientras reflexionaba acerca del lugar
donde podía haber dejado el desodorante que había comprado a raíz de otro caso.13
“¡La teoría se fusiona con la clínica dando lugar a la técnica!”, exclamé con total
certeza delirante. Lo certero de mi exclamación me hizo dudar de la misma. ¿Y si "gu-
gu" quería decir otra cosa?14
—¡Gu-gu-o! —dijo el pequeño Gustav, reafirmando, de alguna manera, mi
duda. ¿Y esa "o" que antes no estaba y ahora está? ¿Será una especie de Fort-Da?15 En
eso estábamos cuando llegó la madre a buscarlo, por lo que di por finalizada la sesión.
En las sesiones siguientes intenté verificar, a través del pequeño Gustav, varios
postulados teóricos del psicoanálisis. Lo coloqué frente a un espejo para ver cómo
reaccionaba, pero el pequeño siguió durmiendo sin darle trascendencia alguna al
episodio, negando, renegando, en fin, dejando de lado los postulados teóricos de
Lacan.
12
Menos mal, pues si hubiese sido completo, se habría desvirtuado el concepto de la
inexistencia de la completud.
13
Se trata de "El hombre de los chanchos".
14
Es un método para prevenir la psicosis que he creado: consiste en dudar
sistemáticamente frente a cualquier certidumbre, hasta descartarla; lo llamo "Método
del descarte".
15
"Notá-acatá", según la traducción española de Antonio Machado y Ballesteros.
45
Intenté pesquisar la angustia del octavo mes, pero el pequeño todavía no tenía
ocho meses de edad, por lo que me resultó imposible. Me preocupaba la posibilidad de
que tuviera algún objeto transicional, pero, si eso ocurría, debía de ser fuera de los
límites de mi consultorio. Tampoco se evidenció muestra alguna de pasaje a la
posición depresiva (o sea que el pequeño no era lacaniano, pero tampoco kleiniano).
En cuanto a la posibilidad de un Edipo temprano, sería muy difícil de verificar pues el
pequeño Gustav siempre fue muy apegado a su mamá.
Éste es uno de los casos en que los analistas nos sentimos particularmente
frustrados. Los pacientes no se esfuerzan para confirmarnos la validez de nuestras
teorías, y, eso es muy malo para la práctica. Hay pacientes que insisten en ser distintos
de lo que los textos indican, son pacientes rebeldes, heterodoxos, que no se identifican
con ningún caso de Freud, Klein o Lacan,16 y el analista lo único que puede hacer para
calmar su frustración es aumentarles los honorarios.
El pequeño Gustav seguía en lo suyo. Dormía, lloraba, se hacía pis y caca y
decía "gu-gu", o "gu-guo", o hasta "gu-au", lo que me hizo pensar en un matiz de fobia
a los perros, pero no hubo posteriores datos que lo confirmaran. Algunas veces el
pequeño Gustav parecía interesarse por algo, ya que movía la cabeza en uno y otro
sentido, pero finalmente llegué a la conclusión de que no se trataba de nada en
particular.
Si el pequeño Gustav estaba como buscando algo, pero no se trataba de nada
concreto, era nuevamente mi lugar, como analista que era, el de investigar qué
buscaba. ¿Se trataría de la madre? ¿Del padre que lo separara de una madre
simbiótica? ¿Del objeto transicional? ¿Del objeto a? ¿Del chupete? Tamaña duda
clínica me hizo interrogarme seriamente sobre la analizabilidad del pequeño Gustav,
de los bebés, de los niños, y hasta sobre la mía propia, lo que me llevó a consultar de
urgencia a mi analista, quien afirmó que yo era analizable, y me preguntó si yo
intentaba parecer inanalizable para evitar pagar sus honorarios. Frente a tal respuesta,
decidí seguir escuchando al pequeño Gustav, porque, si yo era analizable, ¿por qué él
no lo iba a ser?
Por lo demás, Gustavito no asociaba nada. Sus "gu-gu", "gu-guo" y " gu-au" no
remitían a ningún sitio. Lo que sí se fue notando a lo largo de las sesiones fue cierta
sensibilidad ante la llegada de su madre, a la que saludaba haciendo pis, caca, llorando
o haciendo "gu-gu".
Estos "gu-gu" con los que Gustavito saludaba a su mamá son clara prueba de su
estadio narcisista. Si consideramos mi hipótesis de que "gu-gu" era una manera,
bloqueada por la resistencia, de decir su propio nombre; entonces, al llamar a la mamá
con su propio nombre (de él), demostraba un estadio simbiótico, indiscriminado,
donde él es "gu-gu" y la mamá también es "gu-gu", siendo ambos, por lo tanto, una
sola persona.
Ahora, claro, si no consideramos mi hipótesis como verdadera, todo esto
16
Hubo, según refiere la bibliografía, el caso de un neurótico obsesivo que se identificó
con "El hombre de las ratas"; "El hombre del hombre de las ratas", así se lo llamó,
sabía de memoria los "Original Records" de Freud, y los repetía. Además, se enojaba
con su analista pues éste no le interpretaba lo mismo que Freud. Se trataba,
obviamente, de un caso de "obsesión por los obsesivos". Aparentemente también hubo
un caso de "fobia a los fóbicos", pero no fue escrito.
46
termina siendo falso. Los caminos por los que nos conduce la elucubración teórica son,
como se ve, variados.
Un colega me señaló, oponiéndose a mi planteo, que si el pequeño Gustav
usaba el "gu-gu" cuando llegaba su madre, era, justamente, para marcar una
diferenciación. "Yo 'gu-gu'; tú no 'gu-gu'; ¿tienes tú cosita de hacer pipí?"17
Otro eminente colega me sugirió que, en realidad, el "gu-gu" era una manera de
llamar mi atención, de pedirme que operara como padre, estructurando la castración.
Opté por no consultar más eminentes colegas.
Reconocí que, frente a una situación tan compleja, todo lo que debía hacer era
permanecer a la expectativa, en atención flotante, esperando alguna disrupción en el
discurso por la que emergiera el deseo inconsciente del pequeño Gustav.
Mal que me pese, el discurso del pequeño era por demás coherente, o no, pero
las incoherencias eran indistinguibles del resto: yo no podía saber cuándo Gustavito,
queriendo decir "gu-gu", decía "gu-guo" cometiendo un fallido, y cuándo, por el
contrario, ese "gu-guo" era exactamente lo que quería decir. El discurso del pequeño
no era fácil de comprender, era apenas algo más fácil de comprender que el mío.
Cuando el pequeño Gustav llevaba ya varios meses de tratamiento, y se
comenzaban a notar los efectos (en mi consultorio), un día la madre concurrió sola en
el horario de la sesión, y me comunicó que Gustavito no vendría más, ya que ella había
cambiado sus horarios y se quedaría a cuidarlo. Me abonó los honorarios, me dio las
gracias, y se fue.
Yo me quedé pensando en lo frecuente de este tipo de episodios. "Cuando
empieza a notarse la mejoría en los niños, los padres los sacan del tratamiento."
Epicrisis
17
Algo influido por el caso Juanito, tal vez.
18
Esta costumbre de interrogarme a mí mismo en diversas circunstancias, aun en
aquellas en las que hay otras personas, me ha traído cierta fama de psicótico.
19
No sin antes encontrar elementos teórico-clínicos que me permitieran tal descarte.
He decidido no extenderme en exponer esos elementos de trabajo.
47
el horario de trabajo de la madre tuviera un peso mayor que el que yo le otorgaba.
Tengo que destacar, en ese caso, la fragilidad de ciertas demandas de análisis, en
pacientes como éste, en los que, en realidad, no hubo demanda manifiesta. La madre
no la verbalizó, y el pequeño Gustav aún no disponía de un lenguaje verbal lo
suficientemente amplio como para hacerlo por sus propios medios. En situaciones
como ésta se puede discernir lo delicado de ciertos vínculos. El pequeño Gustav, si la
madre no lo trae, no viene. Está totalmente determinado por el Otro o, en este caso, por
la Otra. Él había llegado a través de un agujero, una carencia, la producida por la falta
de la niñera. La falta lo trae, al provocar un síntoma, al romper la completud de la
madre que no puede hacerse cargo. Luego la madre resuelve la situación, rellena la
falla, vuelve al estado de completud, ocluye la angustia, y entonces el tratamiento del
pequeño se transforma en síntoma, en señal de algo que ocurrió. "¿Para qué voy a
llevar a Gustavito al tratamiento si lo puedo cuidar yo?", dice la madre, obviando,
como dije, que el tratamiento del pequeño fue más que un simple "cuidarlo"20. La
madre evita, así, el recuerdo de su propio agujero, de la posibilidad de estar en todas,
de la castración, finalmente. Se apoya en su motivo manifiesto, válido, pero en este
caso sólo como excusa, como medio para tapar el deseo del pequeño Gustav, de ocluir
su "gu-gu" que no llegó a ser “Gustav” (ni ninguna otra palabra), su propio nombre, su
identidad. La resistencia parecía haber ganado la batalla, lo que me produjo una
sensación de enojo y frustración.
Vi un par de veces más al pequeño Gustav, en el pasillo. Ha pasado un largo
tiempo desde su tratamiento. Gustavito gateó, caminó, y ahora habla, corre y juega,
por el pasillo.
Aparentemente da muestras de independencia, aunque a veces es un tanto
insoportable.
20
Muchas madres de adolescentes, y aun de adultos, razonan de igual manera invitando
a sus hijos a permanecer a su lado. "¿Quién te va a interpretar mejor que tu mamá?",
les dicen. Estos casos, sobre todo si las madres tienen éxito, suelen ser más graves que
el de Gustavito; por lo demás, resulta desagradable ver a un adulto siendo amamantado
(aunque sea a mamadera).
48
Carapálidas curapálidas
PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA
Introducción antropológica
1
En realidad, tribu Psique-Psique no comer carne humana institucionalmente desde
hace milenios, pero aún quedar entre nosotros guerreros que no haber superado fase
oral canibalística.
49
Literatura
50
supuesto comer, un día que guerrero no poder atrapar los significantes búfalos que
corresponderle.
FÓRMULA DE LENGUA-COMPLICADA
Tribu Psique-Psique creer en principio del placer purificado por fuego. Niños
de tribu preguntar siempre a guerreros por qué niñas no tener pequeño-tótem-de-hacer-
pipí. Niños querer saber si niñas haber perdido pequeño-tótem-de-hacer-pipí en
batalla, o si nunca haber tenido.
Así, establecerse relación PEQUEÑO-TÓTEM-DE-HACER-PI-PÍ/NO-PEQUEÑO-
TÓTEM-DE-HACER-PIPÍ, que pequeños guerreros deben elaborar para poder entrar en
período de latencia y dedicar su atención a cazar búfalos o a evitar que búfalo atropelle
a pequeño guerrero y lo deje sin su pequeño-tótem-de-hacer-pipí, ni nada.
En las niñas soler a su vez desarrollarse la Envidia de Tótem, y algunas creer
que si ser buenas y cumplir con los ritos adecuadamente, un tótem les crecerá. Si estas
51
pequeñas sqwaws no elaborar correctamente su envidia de tótem, luego transformarse
en histéricas y dedicarse a "danza de lluvia, danza de cosecha, danza de victoria o
danza de alta", que ser la más difícil de conseguir.
También existir niños que creer que madre de ellos sí tener pequeño-tótem-de-
hacer-pipí, aunque saber que otras mujeres no tener. Estos niños en general terminar
siendo renegados, e irse a vivir con blancos.
Uno de los más cruciales momentos de la vida de niño Psique-Psique, ser
aquello que carapálida Lacan describir como "estadio del espejo". En tribu Psique-
Psique ser muy difícil de elaborar, ya que no haber espejos propios. Cada vez que niño
llegar a estadio semejante, padre de niño deber partir al bosque, cruzar bosque, llegar a
poblado blanco y robar espejo de saloon. No ser fácil identificarse en tribu Psique-
Psique.
Sin embargo, entre batallas, ataques por sorpresa a blancos, ataques por
sorpresa de blancos, pipas de la paz freudiana, represiones, mecanismos de defensa y
de ataque, traumas por flecha y heridas narcisísticas producidas por búfalos o
psicóticos que creerse búfalos, vida de niño Psique-Psique ser entretenida y feliz.
Salvo cuando tener fobia a búfalos.
Conclusiones
Quedar claro ahora que no ser blancos los únicos que tener prácticas
psicoanalíticas. Tribu Psique-Psique conocerlas desde hace tiempo, tribu Castrateca
sufrirlas en carne propia cuando ser prisioneros de Psique-Psique, y ser obligados a ser
pacientes. Tribus Esquizontes también practicarlas hace tiempo. Es cierto que también
existir tribus que no creer en psicoanálisis, que cuando ser atacadas responder con
agresión, sin ningún tipo de elaboración previa, que actuar a partir de un sistema
estímulo-respuesta, valer decir, tribus conductistas como los Reflexitas. Pero haber
tribus que creer en el análisis como ninguna otra, caso de una, al sur, que tomar propio
nombre de abreviatura de Inconsciente, los Incas. Por otro lado, también otros grupos
étnicos practicar psicoanálisis, como ser caso de profesor Vel-Tan-Chung en Oriente o
el doctor Prec-Cecé, en África. Pero, claro, blancos siempre tener certeza de que ellos
poder dar cuenta de todo. Olvidarse de lo que decir carapálida Lacan, que toda certeza
ser delirante.
Nube Simbólica hablar.
52
Identidades
JAMES "JIM" TRAUMENGARTEN1
Primera entrevista
1
James "Jim" Traumengarten es hermano de la doctora Anafreudiana Traumengarten,
y se dedica a explorar los aspectos marginales del Inc.
53
penumbras.
¿Quién sería este Charlie, y por qué estaba mi cliente tan desesperado por
encontrarlo/a? ¿Sería su novia? ¿Sería su hijo? ¿Sería su padre? ¿Sería su pene? ¿Sería
una alucinación? ¿Qué habría hecho que un detective privado rechace el caso, con los
cincuenta jugosos, deliciosos dólares diarios más gastos que ello implicaba?
Mientras yo reflexionaba sobre el caso, el tipo se me tiró encima y me imploró:
—¡Ayúdeme, ayúdeme, tengo que encontrarlo!
Para sacarme las eludas y a mi cliente de encima, le pregunté si tenía una foto
Tenía. Sacó una foto y me la alcanzó. La miré.
—¡Una foto suya no, una de Charlie! —le grité.
—Es que ésta es una foto de Charlie —me dijo.
Era igual que él, pero más joven.
—No entiendo, ¿Charlie es su hermano mellizo más joven? —le pregunté,
como si alguien pudiera tener un hermano mellizo varios años más joven.
—No, él no es mi hermano...
—¿Un hijo suyo logrado por clonación?
—Noooo, no es mi hijo...
—¿Su padre?
—No, Charlie..., Charlie es...
—¿Charlie es?
—Charlie es...
—¿Sí, quién es? —pregunté, ya harto.
—¡Yo! —respondió otra voz, detrás de la puerta. Pude reconocer el vozarrón de
Marco, el encargado, que venía a cobrar las expensas. Pero mi cliente ya estaba
desmayado.
Marco entró agitando unos papeles con aspecto de recibo o de boletas impagas.
Le di otras que ya tenía, para que las tirara todas juntas a la basura, pero no cayó en la
trampa. Soy muy mal psicópata, y él es de los buenos.
—Vea dotor, o me paga o le rompo todo el consultorio.
—Rompa tranquilo, Marco, que acá no queda nada por romper. Mi diván es
imaginario, los sillones están tan rotos que otro corte no les haría nada, y el retrato de
Lacan que puse cuando empeñé el de Freud, también está empeñado.
Marco miró para todos lados, y finalmente agarró el tercer tomo de las Obras
completas y se lo llevó.
—Cuando me pague se lo devuelvo, dotor... Mientras tanto voy a leerles un
cuentito a mis hijos... A ver éste... "Los que fracasan al triunfar"...
Y se fue. Intenté reanimar a mi paciente-cliente, a quien la impresión de alguien
dijera ser Charlie le había provocado tremendo desmayo.
Finalmente recobró el conocimiento, más otros conocimientos que nunca había
tenido
—¿Ése... era Charlie?
—No, era Marco.
—Menos mal...
—¿Cómo "menos mal"? ¿No era que usted quería encontrar a Charlie? ¿No
hubiera sido una suerte que justo Charlie estuviera aquí? —le pregunté, aunque
54
enseguida entendí. Si Charlie hubiera sido Marco, habría sido muy distinto del de la
foto. Hubiera sido como buscar otro Charlie. U otro marco.
—No... —sollozó—. ¡Charlie con otro, no!
—Pero no entiendo, ¿Charlie es...?
—No es lo que usted piensa, doctor! —me dijo, pero yo pensaba diez mil cosas,
había que ver cuál de esas diez mil no era.
—A ver si me lo dice de una vez. ¿Quién es Charlie?
—¡Yo!
—¿Usted es Charlie?
—Bueno, no exactamente yo, digamos mi yo; no, a ver, tal vez se podría decir
que es mi narcisismo, mi ideal del yo, mis identificaciones, si fuéramos lacanianos
diríamos mi moi o mi "je", o bien podríamos decirle mi self... hace tiempo que lo he
perdido, no tengo narcicismo, ni personalidad ni nada, estoy... ¿Entiende por qué me
puse tan mal cuando apareció Marco? ¡Era como si me hubiera robado el "yo"!
—Mire, Marco es capaz de hacer cualquier cosa para que le paguen, pero jamás
llegó a llevarse el narcicismo de nadie, tranquilícese, Charlie.
—¿"Charlie"? ¿Usted me acaba de llamar "Charlie"?
—Sí, ¿no dijo que usted era Charlie?
—Doctor, no me haga bromas... ¡le estoy diciendo que me he perdido, que no
tengo yo, que no tengo narcisismo!
—¿Tiene como para pagar cincuenta dólares dos veces por semana?
—Sí.
—Entonces no está todo perdido —le dije. Y le propuse iniciar tratamiento.
Primeras sesiones
55
—¿Conocés al yo de este tipo?
—Aquí no entra ningún yo... —me contestó—. Éste es un lugar desente (sí, lo
pronunció con "s"), o sea, de deseos.
—Querrás decir "deseante".
—-No se haga el analista conmigo... Si dije "desente" es porque quise decir eso.
—Mirá, amigo, yo estoy buscando al yo de este hombre y...
—Yo no soy tu amigo, la amistad es la sublimación de pulsiones homosexuales,
coartadas en su fin —me respondió—. Y ¡si te vuelvo a ver por acá te mato! ¡Nadie
me trata de homosexual!
Éste era realmente un sujeto peligroso, y no tenía objeto seguir interrogándolo,
así que me fui.
Intenté volver por la puerta de servicio, al costado. Ese lugar me parecía
sospechoso.
Entré. Estaba lleno de chicas, señoras, señores, ancianos y niños. Todos eran
iguales a mí.
Salí nuevamente, porque temí que si me quedaba en ese sitio, sería para
siempre.
En un callejón cercano me pareció ver al yo de mi paciente corriendo. Lo corrí,
pero cuando llegué no había nadie.
Esto me resultó sospechoso. Entonces agarré por la solapa al primer transeúnte
que pasaba y le dije:
—Cantá.
Y el tipo cantó un tango. No me gustó.
"Acá debe estar metida la mafia", pensé, "pero si mi paciente siente que la
mafia secuestró a su yo, la cosa le va a resultar muy cara, digamos varios años de
tratamiento".
Una bella mujer se me cruzó en el camino.
—Cincuenta dólares —me dijo.
—Es lo que cobro yo —le respondí.
—No me vas a comparar —dijo—. Yo tengo piernas mucho más interesantes.
—Sí, pero yo sé mucha técnica.
—Yo tengo lo mío, y también sé mucho —dijo.
Entonces le mostré la foto.
—¿Quién es ése, tu mejor cliente, que llevás la foto? —me preguntó, sin
imaginar cuán cerca de la verdad estaba.
—¿Has visto al yo de este tipo? —le pregunté.
—Ni al yo, ni al pene —me respondió.
Seguí mi camino.
Dos matones se me cruzaron. Uno me agarró de la solapa, el otro me pegó, y
me dijo:
—Te recomendamos no interferir.
—¿En qué?
—En nada.
—Pero...
—No opongas resistencia, o no podrá seguir el tratamiento, ya lo sabés —me
dijeron. Y se fueron.
Decidí ir al bar de Tom a pensar con cierta tranquilidad. Aluciné un taxi, me
56
subí a él, y empecé a caminar rumbo al bar.
Mientras caminaba me puse a pensar en las elucubraciones teórico-técnicas de
un caso como éste.
Dudas teórico-técnicas
Sesión siguiente
57
cuerpo, pero yo no soy Freddy.
—Ah, ¿no? ¿Y entonces, quién eres?
—Charlie.
—¡Lo sabía, siempre lo supe, habías estado todo el tiempo allí! Nunca dejaste a
mi paciente y pretendías engañarme!
—Oh, yo... Es que... no, digo, eh...
—¡Ponte de acuerdo, que eres fóbico, no obsesivo!
—Bueno, sí, es verdad, mi yo soy yo.
—¿¡Por qué lo hiciste!?
—Bueno, es que... me sentía solo, y...
—Ya veo —dije—, ahora vete de aquí y no vuelvas nunca más.
—Pero... ¿y el tratamiento?
—Oh, ya veo... Todo esto era un truco para poder contactarte conmigo e iniciar
tratamiento... Debías esconder tu demanda de análisis detrás de una excusa que
engañara a tu propio yo y sorteara las defensas para...
—No, no es eso, es que no sabía si usted me atendería si yo no le daba un
motivo lo suficientemente angustiante.
—Pero Charlie, hay un motivo de análisis mucho más simple que podías haber
traído y a mí me hubiera conmovido desde un principio.
—¿Cuál?
—Cincuenta dólares la sesión...
58
Yo estuve en París
DOCTOR JEAN-JEAN DUSIGNIFIQUANT
Aquí
Siempre supe que los psicoanalistas venían de París, y como yo quería ser
psicoanalista y había nacido de acuerdo con la naturaleza y no de acuerdo con las
leyendas que les contaban a los niños, decidí ir a París para luego poder volver y ser
psicoanalista.
No fue una decisión fácil, ya que dejaba muchas cosas en el camino: amores
contrariados, amigos, objetos, y un análisis en transferencia positiva que se complicó
cuando mi analista no pudo tolerar que me fuera y lo dejase aquí, y a mí el presupuesto
no me daba como para pagar también su pasaje en clase Psi, los honorarios de las
sesiones en vuelo, la estadía y el regreso, ni mucho menos el pago de las sesiones a las
que faltaba yo durante mi estadía y las que otros pacientes dejaban de tener por la
ausencia de él.
Finalmente, logré que comprendiera, prometí traerle un retrato de Lacan, le
pagué las sesiones que me faltaban para curarme y lo dejé sollozando sobre el sillón.
De mi madre me resultó apenas más fácil despedirme. Primero pensé no decirle
nada, ya que, a pesar de que vivo con ella, igual se queja de que no la veo nunca; así
que mucho no iba a cambiar la cuestión. Pero después pensé que siendo ella
psicoanalista, no podía hacerle eso.
Debía saludarla e intentar conseguir de ella, ya que no la bendición, por lo
menos el alta que mi propio analista se había negado a darme. Total, una vez ella me
dijo que sabía que algún día yo atravesaría la puerta de su consultorio, y que ya desde
pequeño yo había dado muestras de interesarme por el psicoanálisis francés1 y me
contó que, para dormirme, debía cantarme un tema que decía:
1
En su texto "Existe algo fuera del consultorio", al que se hace referencia en Buffet
Freud I; Jean-Jean Dusignifiquant nos revela algo de esas inquietudes. Pero no nos
revela dónde está publicado dicho texto, por lo que es imposible leerlo.
59
Pero esto de anunciarle que el momento de partir y cortar mi cordón
transferencial había llegado, no era fácil tampoco. Ella me reprocharía que me había
dado tanto amor, tanto cariño, tanto Edipo y ahora yo le hacía esto. Finalmente, decidí
enfrentar a mi madre de hombre a hombre y decírselo. Ella, en principio, tomó este
enfrentamiento como un insulto a su femineidad y me hizo saber que así como las
mujeres no pueden tener pito, los hombres no pueden ser madres, y por simple lógica
cartesiana, dado que ella era mi madre, no era un hombre, o al menos Sócrates era
mortal.
De modo que cambié mi actitud, y decidí enfrentarla de hombre a mujer fálica;
le dije:
—Madre, entiendo tu falta, pero no he de ser yo quien la llene, dado que me
voy a Francia por un tiempo.
Y ella me respondió:
—¿Qué? —pues estaba con la canilla abierta y el ruido del agua no le permitía
escucharme.
—Que me voy, mamá, que me voy.
—Bueno, pónete un saquito y no vuelvas muy tarde.
Yo me puse el saquito y salí, no sin antes preguntarme a qué se refería
exactamente mi mamá con eso de que no volviese tarde.
Despedirme de mi novia fue más difícil aún, pues no sabía dónde hallarla.
¿Dónde estaría esa mujer capaz de acompañarme en los momentos de tristeza y
festejar conmigo en los momentos de alegría? ¿Dónde estaría esa mujer cuyos deseos
se unían a los míos, para satisfacernos el uno en el otro, o para ser más precisos en la
otra (con "o" minúscula, debo aclarar) y todas esas cosas que las parejas les cuentan a
sus terapeutas? No sé. No sé dónde estará esa mujer, a pesar de que llevo años
buscándola. Y debo aclarar que, al no tener novia, me resultó muy difícil despedirme
de ella.
De todas maneras, envié un saludo genérico al sexo femenino, a la mujer que no
existe según, Lacan y a las que sí existen, y tomé mi ruta al aeropuerto.
Volar
60
psicoanalistas a viajar en avión y las posibilidades de superarlos mediante una breve
terapia conductista. Estaba por hacer la denuncia por sabotaje, cuando un hombre se
acercó, se acomodó en el diván junto a mi sillón y comenzó a hablarme:
—Sabe, doctor —me dijo—, yo soy un hombre muy conflictuado. Me resulta
difícil emprender proyectos, porque siempre creo que el éxito o el fracaso de todo
dependen pura y exclusivamente de mí. Este viaje, por ejemplo...
No le permití seguir.
—Comprendo cómo se siente —le dije—, porque además yo también formo
parte del pasaje, y no crea que no siento cierta preocupación. Pero lo que tengo claro
es que hay cosas que no dependen de mí. En este caso debemos confiar en el piloto...
No me dejó terminar. Se puso a sollozar, se levantó y se fue. Fue en ese
momento cuando me llamó la atención su vestimenta. Se trataba de un traje azul con
vivos dorados y una gorra al tono, semejante al uniforme de la Fuerza Aérea. Cuando
lo vi entrar por la cabina correspondiente al piloto, comencé a mirar con otros ojos el
aviso ése de la terapia conductista.
Para olvidarme de tan angustiante momento me fui al freeshop (tienda libre de
censura) y me compré unas imagos libidinosas a precio de costo.
Luego subí al avión. Me recosté en mi asiento reclinable, lo recliné, comencé a
contarle mi vida al sujeto supuestamente sentado en el sillón de atrás, y cuando iba por
lo del cordón umbilical, fue el despegue (del avión, no del cordón, debo aclarar).
El viaje fue por demás tranquilo. La única molestia era eso de tener que
levantarse cada cincuenta minutos para ceder mi lugar a otro pasajero que quisiera
contar sus conflictos, asociar libremente y esas cosas que se hacen en los viajes aéreos.
Empecé a desarrollar una transferencia sumamente positiva, lindante con lo erótico,
hacia una azafata rubia que supervisaba todos los casos aquí y allí. De pronto, luego de
ciertos sofocones me pareció escuchar: "Por favor, señoras y señores, ajústense el
cinturón de seguridad que vamos a delirar", pero me explicaron que había sido un
lapsus del piloto, que en realidad quiso decir "aterrizar" y se confundió. La azafata, por
su parte, pidió que disculpáramos al piloto por el lapsus y explicó que los sofocones
que habíamos sentido hacía un rato se debían a que el avión acababa de pasar por una
zona de resistencia.
Finalmente, llegamos a París, la Ciudad-Luz, con su falo, la Tour Eiffel.
Descendimos en el Aeropuerto Charles de Gaulle, tomamos nuestros objetos de deseo
(nunca como entonces una valija es un objeto de deseo), y, por mi parte, me fui a mi
hotel en el Boulevard Saint-Sigmund, pleno Barrio Latino.
Allí
Ahora sólo debía esperar un tiempo y volver a mi ciudad natal para poder ser
considerado un analista. Decidí aprovechar mi estadía en París para estudiar
psicoanálisis, supervisar casos clínicos y comer croissants, en orden creciente.
Me dijeron que París no era el lugar indicado para estudiar psicoanálisis
francés, ya que, como nadie es profeta en su tierra, los mejores profesores franceses
andaban dando clases por el mundo, sobre todo por el sur de América latina. Al
menos, ésa fue la opinión del conserje del hotel, quien, al ver mi cara de turista
frustrado, me dijo que París tenía otros encantos, y que por una pequeña suma podía
61
conocer lo mejor de la ciudad.
Lo mejor de la ciudad se llamaba Jeanette y, al menos por unos minutos, me
hizo olvidar mis frustraciones presentes y pasadas, a qué había ido yo a París, quién
era yo, cuál es la fórmula química del agua y otros interrogantes más que sólo un
profundo análisis podrá hacer volver a mi memoria.
Treinta minutos y doscientos francos más tarde, decidí tomar las cosas con
filosofía. Ya que no encontré psicoanalistas, iría a ver a los filósofos. Me dijeron que
Descartes ya no piensa, luego no existe, y que para encontrar algún filósofo en París
debía salir a la calle, preguntarle la hora al primer ciudadano que pasara y anotar
cuidadosamente su respuesta. Eso fue lo que hice. Su respuesta me dejó anonadado.
Por lo tanto, decidí detener al segundo ciudadano que pasara, mostrarle lo que me
había dicho el primero y preguntarle qué quería decir eso, no ya en sentido filosófico
sino en francés, idioma del que sólo sé lo estrictamente necesario para ser
psicoanalista, pero no me alcanza para ser filósofo ni para entender la hora.
Volví al hotel, y viendo el conserje que yo tenía una expresión por demás
confusa, dedujo que había tenido suerte en mi encuentro con los filósofos. De todas
maneras me dijo que muy cerca de allí se encontraba la Sorbona, y que tal vez me
resultara útil hablar con alguno de sus estudiantes o, mejor aún, con alguno de sus
profesores. Me sería muy fácil distinguirlos, me dijo el conserje. Sólo debía acercarme
al puesto de venta de crêpes lindante al edificio, pedir una crêpe y preguntar en voz
alta cuál es el sentido de la vida. Es posible que tuviera suerte y se acercara un alumno
de filosofía a charlar conmigo durante horas sobre el tema o, mejor aún, que se
acercase alguien, se comiera mi crêpe y se fuera, en cuyo caso se trataría de un
profesor, qué duda cabe.
En ese momento escuché a dos lugareños hablar en francés. Deduje que se
trataba de dos psicoanalizados, ya que de cada cuatro palabras que decían una era
"mamá", y decidí seguirlos. Tomaron por el Boulevard Saint-Sigmund rumbo a la Rue
du Diván, cruzaron la Place de la Résistence, pasaron por la puerta del Jardin des
Lapsus et Fallits, estuvieron a punto de tomar el metro (subterráneo) en la Gare du
Falo, pasaron por cuatro calles reales, dos imaginarias y tres simbólicas, y entraron en
el "Café de l’lnconscient", único en todo París donde hay que pagar por lo que uno
consume, pero también lo que no consume.
Café
62
—Me da lo mismo. La terapia es para ir picando. En realidad, yo recién llego de
Latinoamérica, de la Argentina, y lo que me interesa es un buen análisis francés.
—Pero monsieur, si aquí todos son latinoamericanos... Los franceses están
todos en su país, aquí el psicoanálisis más popular es el lacaniano, al que
denominamos "escuela argentina".
—¿Pero cómo "escuela argentina" si Lacan era francés?
—Oui, oui, eso dicen todos al comienzo, pero no se dan cuenta de que es un
arma de la Resistencia. Luego, cuando el tratamiento va avanzando y están más cerca
de la cura, logran reconocer que, más allá del origen, el nombre de "escuela argentina"
es adecuado. Hay un estadio del tratamiento en que esto ocurre, indefectiblemente.
—¿Cuándo?
—En el momento de pagar. Cuando pacientes y analistas discuten acerca de la
suma, la moneda en que se han de pagar los honorarios, la fecha de cobro, la manera
de aumentar, si hay un descuento por paranoia, si el analista está dispuesto o no a tratar
doce fobias al precio de diez, si los pacientes esquizoides pueden pagar con su otra
personalidad, esa que no aparece nunca, si se aceptan tarjetas de crédito, falos y
pagarés, y todo ese aspecto tan peculiar del tratamiento. Allí es donde se entiende el
porqué del nombre de la escuela y nunca más se discute.
—¿Y por qué no se discute?
—Porque generalmente se acuerda un recargo por discusión y ningún paciente
desea pagarlo.
—Ya entiendo, interviene el deseo —dije—. ¡Oh, ahora sí que quiero algo!
¡Mozo, por favor, un deseo!
—Lo siento, monsieur, va a tener que ser la próxima vez.
—¿Por qué, están por cerrar el bar?
—No, monsieur, pero su sesión ha terminado y debemos dejar aquí por hoy.
Son veinte francos y propina a voluntad.
—Pero... si yo no consumí nada.
—A nivel oral no, monsieur, pero mi escucha sí que la ha tenido, ¿verdad?
Y era cierto. Y todos sabemos lo importante que es la escucha de un analista, y
lo importante que es la escucha de un mozo, en el bar. Más de uno lo ha comprobado.
Pagué mi sesión, le dejé una buena propina, que el mozo interpretó como
transferencia positiva, me levanté y salí. Estaba algo más aliviado. Evidentemente, el
"Café de l'Inconscient" tiene la fama que tiene por algo.
Los dos lugareños a los que había seguido tampoco estaban allí. Hacía frío,
pero era frío francés. Volví a mi hotel. Recostado en la habitación, decidí que debía
analizarme. Pero, claro, no podía hacerlo solo, y debía ser difícil conseguir en París un
analista que no entendiera francés. Estaba en París. Estaba solo. Me sentía un poco
angustiado, y el resto deprimido. Más algo de paranoia y un poco de fobia. Casi casi
era yo un cóctel del "Café de l'Inconscient". Pero yo quería ser analista. Así que me di
una ducha, me di un alta momentánea y, ya relajado, salí a caminar rumbo al Centro
Pompidou, donde, me habían dicho, había una exposición de fallidos art nouveau que
no me podía perder.
Cuando llegué, en la puerta me pidieron la invitación. Dije que me la había
olvidado, y me dejaron pasar, ya que había usado la contraseña correcta para una
exposición de esta clase.
En la planta baja estaban los "olvidos de nombres propios". Los casos de Freud
63
"Signorelli", "Aliquis" y otros que el mismísimo Sigmund olvidara consignar en sus
obras completas. Al lado había un bar en el que había que pedir café si querías un té y
viceversa, y al costado un guardarropas donde te daban inevitablemente un número de
ticket equivocado.
Por supuesto que aquí no estaban expuestos los fallidos demodés, del tipo
"histeria" por "historia" o "sexual" por "social"; los franceses se los conocen todos y
están a la última moda, qué duda cabe.
Noté en un salón unos fallidos naïf en los que sus autores firmaban autógrafos
con el lápiz al revés o ensuciándose las manos de tinta, y un guía nos explicó que a la
derecha estaba la sala de inventos maravillosos cuyos inventores olvidaron para qué
servían. Por supuesto, dicha sala estaba a la izquierda.
La sala de paraguas olvidados era una de las más visitadas, ya que muchos
abrigaban la secreta esperanza de encontrar allí el suyo, y obviamente terminaban
dejando olvidado otro más. Por todo el museo se podía ver personas caminando con
expresión de intentar recordar algo: absortos como estaban, solían tropezar unos con
otros y encima desconcentraban a los demás, con lo que todo terminaba siendo una
confusión digna de los happenings de Marta Minujín, digo Menajem, digo Manijum,
uy... ¿cómo era?
Finalmente, salí del museo acompañado de una bella señorita que sólo dos
horas más tarde reconoció que yo no era el caballero con quien ella había ido a la
exposición. Pero el mal ya estaba hecho. Y bien hecho que estaba. De últimas, fue un
lapsus. Un lapsus de dos horas.
En los días que siguieron, fui a ver espectáculos callejeros, como el del analista
persiguiendo al paciente que no pagaba sus sesiones, el de la policía reprimiendo
grupos estudiantiles que pugnaban por salir de lo inconsciente, los mimos que utilizan
el lenguaje corporal, los oradores espontáneos que seducen con su lenguaje oral, y no
faltó quien exhibiera su lenguaje anal y el genital. Toda París es un espectáculo en la
calle.
Poco a poco me fui sintiendo mejor. Ya era un extranjero ignoto, un marginado
más, y como tal encontré mi sitio en la sociedad. París siempre les ofrece un lugar a
los extranjeros ignotos e inadaptados. Lástima que ese lugar quede tan lejos de
Francia.
Pero yo, estuve en París.
64
Las crisis en psicoanálisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
66
aun más difícil que vivir del psicoanálisis. Así y todo, hubo grupos de analistas que
formaron "talleres de estudio lírico-freudianos", que intentaron ponerles rima a las
obras completas de Freud (en alemán), luego a las de Lacan, y finalmente, al no lograr
un acuerdo, terminaron desarrollando diversas líneas psicoanalíticas.
Famoso fue el grupo "Le Vers Lacanien", traducido como "El verso lacaniano",
que se reunía en sesiones de hasta cincuenta minutos con el fin de asociar
poéticamente. A la primera palabra "coherente", la sesión se interrumpía, pues
consideraban a la coherencia una "resistencia a poetizar". En homenaje a este grupo,
publicaremos un "poema lacaniano" o "lacanema", el cual no fue desarrollado por el
grupo homenajeado —que jamás logró coordinar una sola estrofa, dado que su propia
metodología se lo impedía—, sino por un analista y paciente lacaniano en momentos
en que se parapetaba tras el diván convertido en trinchera ante un ataque de la escuela
alemana.
LACANEMA
67
profesionales provenientes del kleinianismo, puso un "taller de reparación de objetos".
La propuesta era interesante, el problema es que los clientes no se convencían de que
el problema estaba en ellos, y no en la heladera, lavarropas o televisor que habían
llevado a arreglar.
Es claro, entonces, que el concepto de crisis en psicoanálisis es complejo.
Por eso, es en mi condición de escritor que solicito que la dejemos aquí, por
hoy.
68
Homenaje a Melanie Klein
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
Melanie Klein fue una célebre psicoanalista inglesa que intentó reparar la teoría
freudiana, ya que sentía por el creador del psicoanálisis envidia y gratitud a la vez. Se
podría decir que Melanie es la fundadora de la escuela inglesa (English School) ya que
antes de su llegada los británicos sólo practicaban el anglicanismo. Sin embargo, por
un lado hubo psicoanalistas anteriores a Klein, como Abraham, por ejemplo y, por otro
lado, la tradicional English School ya existía, aunque debemos decir que en su interior
pasaba cualquier cosa menos psicoanálisis. Después de Melanie Klein muchos
establecimientos de enseñanza dividieron a sus alumnos en dos grupos: los del claustro
bueno y los del claustro malo.
A Melanie no la detenía en absoluto el hecho de ser una mujer insertada en una
sociedad falocéntrica: "Eso del falo va a ser un invento de los lacanianos", solía decir
sin que nadie entendiera nada, para luego agregar: "No tengo nada que objetar a mis
teorías; a lo hecho, pecho bueno".
Para comprender a Melanie Klein debemos también hacernos una idea de la
sociedad en la que vivía, la inglesa. De allí se explica su división topológica entre el
"yo", por un lado, y los "objetos", por el otro, siendo el objeto de mayor peso en su
teoría el paraguas, que no sólo es fálico, sino que también sirve para protegerse en
caso de lluvia, tan común en Londres.
Melanie Klein describe en la evolución temporal dos fases: la primera, esquizo-
paranoide, se puede observar en cualquier día londinense: llueve, al rato sale el sol, se
nubla, vuelve a llover, y así. Ése es el componente esquizo.
El componente paranoide vendría a ser la reacción de cualquier individuo que
se haya propuesto salir a la calle, y deba ponerse las botas, el piloto, la malla, el
pulóver, una remera o camisa fina, la corbata, y, fundamental, el chaleco de fuerza. Un
individuo que estuviera en su sano juicio llegaría a pensar que se trata de un complot
contra su persona. Y tal vez no estaría equivocado.
La segunda fase que describe Melanie Klein es la llamada depresiva. Ésa
podemos observarla cuando el tiempo se estabiliza, y los ingleses se quedan sin tema
de conversación.
Un psicoanalista joven realiza esta crítica: "¡La doctora Klein hablaba de fase
depresiva porque no conoció a los Beatles! Es posible, no lo sabemos, pero lo cierto es
que le debe de haber resultado muy difícil trabajar en Inglaterra, más aún dado que ella
no nació allí. Lo primero que descubrió Melanie Klein cuando decidió fundar la
escuela inglesa es que para ello debía viajar a Inglaterra; si no, todo le iba a resultar
demasiado complicado. Lo segundo que descubrió fue que los analistas ingleses
hablaban en inglés, por lo que aprendió el idioma, ya que no sólo los analistas ingleses
lo hablaban, sino que los pacientes, seguramente identificados con sus terapeutas,
también lo hacían. Luego iría descubriendo otros aspectos de la sintomatología
característica de la región, como el sábado inglés, el budín inglés, la sopa inglesa, los
piratas, y hasta el inglés de los huesos, caso clínico que luego diera lugar, cambiados
los nombres, a una famosa novela del autor argentino Benito Lynch.
69
Veamos ahora un fragmento de una típica sesión de psicoanálisis inglés. Dicen
que después de Melanie Klein el psicoanálisis se convirtió en una de las mayores
aficiones de los británicos, sólo superada por el fútbol, el té, el cricket y las críticas al
gobierno, además de las conversaciones sobre el tiempo, claro. Dicen que hasta llegó a
haber tribunas en algunos consultorios, y la gente iba a alentar al terapeuta o al
paciente, según sus preferencias, o sus transferencias. No podemos afirmar que haya
sido Melanie Klein la analista de esta sesión, pero tampoco lo negaremos.
La acción transcurre en el consultorio. Ya está la analista, y llega el paciente P.
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P: En efecto, quedó grabado, ¿no es así?
A.: Y por eso usted no cierra su paraguas, teme que lo salpique una gota de la nube de
leche de su padre, claro está.
P: Claro está, ¿está claro?
A.: Dejemos aquí por hoy.
P: ¿Cree usted que deba cerrar el paraguas? No parece estar lloviendo, ¿parece?
Acotaciones
Phillip Twentydollars
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La teoría kleiniana me parece absurdamente complicada. ¿Qué quiere decir
"acaso"?
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Ejercicio psíquico
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
Los espartanos tenían ese refrán: "Mens sana in corpore sano", pero no lo
entendían porque estaba en latín, y ellos hablaban griego. En la actualidad sabemos
que quiere decir "mente sana en cuerpo sano". De esta frase muchos analistas
dedujeron que para curar su mente los pacientes tenían que tener sano su cuerpo, y los
mandaron a hacer toda clase de deportes y gimnasias, con lo que finalmente los
pacientes estaban igual de neuróticos pero con mucho menos colesterol.
Quizá sea hora de comprender que con el cuerpo solo no alcanza, y plantear
"ejercicios psíquicos", no sólo para los pacientes, que con analizarse ya les alcanza y
sobra, sino también para los analistas, que con tantas horas de estar en la misma
posición (la del supuesto saber) pueden terminar con el ello a la miseria. Va pues una
lista de mis mejores ejercicios psicoanalíticos.
1) Una señora mide 1,20 m de busto. ¿Cuánto mide su pecho bueno? ¿Y su pecho
malo?
4) Recuerde cuando fue la última vez que dio de alta a un paciente. Calcule el número
de sesiones que ese paciente hubiera tenido hasta el presente de haber continuado su
tratamiento. Multiplíquelo por el costo actualizado de cada sesión. Pregúntese si
realmente el paciente estaba como para ser dado de alta. Pregúntese si usted estaba en
condiciones como para darlo de alta. Llore.
5) Imagine que el psicoanálisis es una religión. ¿Quién sería Dios? ¿Cabría rezar en
nombre de lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico? ¿Los analistas podrían perdonar las
deudas de los pacientes, así como a ellos los perdonarían sus supervisores? ¿Habría
colgantes del Santo Diván?
8) Escriba usted cien veces la frase "Hoy he tenido una buena sesión". Una vez hecho
73
esto, responda: ¿es usted un obsesivo? ¿Hace usted cualquier cosa que le ordenen? y
¿ha tenido usted hoy una buena sesión?
9) Imagínese como su propio paciente (si es usted analista), o como su propio analista
(si es usted paciente). ¿Qué se señalaría? ¿Se sentiría frustrado como analista cada vez
que faltara a una sesión como paciente? ¿Supervisaría su caso con usted mismo?
10) Funde una institución de orientación lacaniana en cuyo nombre figure la palabra
"freudiana" o "freudiano" por lo menos una vez, pero mejor dos: "Asociación
freudiana de estudios freudianos" no estaría mal, pero ya se me ocurrió a mí, así que
piense otra. Proponga que el resto de las instituciones se autodisuelva y se agrupen
todos bajo su mando omnímodo. Declárese inefable. Luego disuelva la institución y
que cada cual se salve como pueda. Analice todo lo acontecido. ¿Fue divertido?
11) Edite una revista para niños en la que haya una lámina con un analista, un
paciente, un diván, un retrato de Freud, un retrato de Lacan, un sillón y una biblioteca
troquelados. Recórtelos. ¿Qué pondría en el diván, qué en el sillón, qué retrato en la
pared del consultorio, qué pared si el consultorio aún no ha sido publicado?
12) Supongamos que de repente aparece una esfinge en el pueblo en el que usted vive.
A los que respondan adecuadamente a la pregunta que les formule ¿la esfinge les
regalaría electrodomésticos?
13) Haga una lista de sus amigos que se analizan y otra de los que no. Después haga
otra lista de los que son analistas y otra de los que no. Después haga una lista de los
que son lacanianos y otra de los que no lo son. Después descubra la inutilidad de las
listas e invite a todos a una gran fiesta de disfraces inconscientes.
14) Decida que usted está bien. Dése el alta. Luego inicie un análisis de cuatro
sesiones semanales y ocho años de duración para entender por qué tomó tal decisión.
16) Salga a caminar por una calle céntrica. Encuentre a algún señor de pipa y barba o
bien una señorita con un libro de Freud que estén sentados solos a la mesa de un bar.
Siéntese junto a él/ella y propóngale iniciar tratamiento ya mismo sin especificar quién
de los dos será el analista y quién el paciente. Si él/ella llega a llamar al mozo,
propóngale que sea el supervisor. Si llegan a venir unos policías, propóngales una
terapia de grupo. Si advierte que la resistencia le impide trabajar y están por llevarlo
preso, diga que dejó un paciente en el fuego y huya sin pagar el café.
18) Vaya a París. Vuelva. ¿Se siente usted más psicoanalista ahora?
74
19) Reúnase con un grupo de colegas para conformar un grupo de estudio. Estudien
durante nueve años cuál va a ser el tema a ser estudiado por el grupo. Lleguen a tantas
posibilidades distintas como miembros tenga el grupo, más una. Disuelvan el grupo
afirmando que les ha sido especialmente instructivo.
21) Escriba un texto acerca de algún aspecto que usted crea importante dentro de la
teoría psicoanalítica. No lo firme. Guárdelo en un cajón. Al tiempo léalo como si lo
hubiera escrito otro. Escriba una crítica del texto. Luego guarde la crítica. Léala como
si usted hubiera sido el autor del texto inicial (que lo es). Enójese muchísimo con usted
mismo.
22) Escriba una crítica a los libros de autoayuda a partir del psicoanálisis. Intente
venderlo masivamente. Afirme que el psicoanálisis es para gente selecta.
23) Mientras el paciente habla, realice flexiones con los brazos y reflexiones con la
cabeza. Si teme ser descubierto por el paciente en esa actitud, haga que el brazo, al
flexionar, tome siempre el libro de introdución a la introducción a la introducción a
Lacan y luego déjelo en la repisa, y así sucesivamente. Si el paciente lo llega a ver, no
se sorprenderá en lo absoluto.
24) Siéntese en el piso y extienda sus brazos hasta tocar el objeto a. Si llega a
atravesarlo, dése el alta.
25) Elongue su cuello y su ello hasta llegar a una sensación de deseo reprimido. Luego
párese, separe las piernas, y baje y suba los brazos mientras dice "una-dos-tres-cuatro
teorías sobre la angustia; una-dos-tres-cuatro teorías sobre la angustia...".
26) Este ejercicio es para tres personas: dos analistas y un paciente. El paciente se
coloca en el medio, y los analistas tratan de llevarlo cada uno a su diván. No vale
hablar.
28) El analista piensa que tal vez haya un paciente esperándolo en la sala de espera del
consultorio. Entonces abre muy lentamente la puerta, pero al comprobar que no hay
nadie la cierra de golpe. Repite este ejercicio durante cincuenta minutos. Es muy
bueno para estimular los bíceps y la ansiedad.
75
costado, se realiza un dibujo similar, pero kleiniano, con el yo y los objetos. Al otro
costado, un dibujo de los registros lacanianos: real, imaginario y simbólico. Luego se
realizan, siempre en un solo pie, saltos epistemológicos de un esquema a otro.
30) Para psicoanalistas mujeres. Se organiza un partido de "pelota al incesto": hay que
embocar la pelota en una especie de aro con red, que es defendido por la madre de la
que intenta embocar.
32) Intente caminar por el consultorio con el diván levantado cual si fuera una barra de
pesas. Si el peso fuera poco, vuelva a hacerlo, pero con un fóbico acostado en el diván.
Mientras se realiza el ejercicio, se le puede interpretar al paciente que no tiene por qué
temerles a los perros, ya que son mucho más previsibles que los analistas.
33) Haga una pila con todos los libros de Freud, Lacan y Klein, teniendo cuidado de
que no se caiga. Luego súbase arriba de todo, y desde allí sienta que sabe mucho sobre
psicoanálisis.
34) Dóblese hacia adelante y extienda las manos hasta que tomen los pies. Luego
ruede y vaya atravesando habitaciones al grito de "¡Soy la 'O' mayúscula, soy la 'o'
mayúscula!".
35) Flexione las manos. Sin extenderlas, vuelva a flexionarlas. Luego, flexiónelas una
vez más, como para que queden en ocho partes. Luego pregúntese, en medio del dolor,
qué motivaciones inconscientes tendrá uno para lastimarse así.
36) Suba veinticinco pisos por la escalera. Luego bájelos. Ahora intente repetir el
ejercicio pero al revés: primero baje los veinticinco pisos y después súbalos.
Explíquele al psiquiatra que se trataba de un ejercicio, que está en un libro. Vuelva a
intentarlo, pero con el director del manicomio.
37) Flexione los brazos varias veces hasta sentir que se duermen, sueñan y asocian
libremente. Si el ejercicio resulta muy liviano, se pueden agregar varios kilos de culpa
en cada brazo.
38) Flexione y extienda los músculos de los párpados hasta sentir que se ha resuelto el
Edipo.
39) Después de cada sesión, vuelva al trote hasta su casa. Luego, vuelva al trote hasta
el consultorio, toque la puerta, y cuando el analista le abra, dígale: "Perdón, doctor (o
licenciado/a), ¿por casualidad no dejé aquí mi fobia? Luego vuelva al trote hasta su
casa, más rápido aún, cosa que el analista no lo agarre.
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Carnet del Grupo de los Jueves
Antología
SELECCIÓN Y PRÓLOGO: PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
Prólogo
En el "estadio del teléfono" del analista hay que tomar en cuenta las
interrupciones de sesión por el llamado de un paciente que no es uno, dado que uno
está recostado en el diván (salvo que uno tenga una unidad celular móvil y decida
usarla para llamar al analista desde el propio consultorio de él/ella). Esto hace que el
analista deba dejar nuestro discurso libre por un momento y dedicarse a calmar la
ansiedad de otro paciente, de la pareja de algún paciente, de la pareja del propio
analista, de la madre de la pareja de un paciente o de su propia madre, o del pintor que
explica que la resistencia le impidió venir a terminar de pintar el consultorio, o de
77
todos ellos juntos. Es difícil resolver este estadio. A veces cuando el analista vuelve de
atender se encuentra con la transferencia disuelta.
Una vez me estaba tratando con mi analista número 987, y me di cuenta de que
ya había consultado a este profesional con anterioridad. Me causó una horrible
sensación esto de "tenerlo repetido", por lo que rápidamente se lo cambié a un amigo
por otro analista que no tenía.Y eso que era un analista difícil.
Cuando los analistas dicen algo, en realidad es que quieren decir otra cosa. Pero
cuando callan algo, lo que ocurre es que querían callar otra cosa. Son los vericuetos de
la teoría y de la técnica.
78
polimorfo que les da cerveza arruinándoles la alucinación. Aunque alguno ya empezó
a ver soda dentro del balón.
Me contó mi analista que el otro día dio una conferencia sobre los sueños ante
cuatrocientas personas. A los diez minutos, estaban todos dormidos. ¡Qué éxito!
Mucha gente sigue yendo dos y tres veces por semana, gastan un montón de
plata e igual no les alcanza. Pero no van al psicoanalista, sino al shopping. Lo cierto es
que el lema de los analistas y de los shopping es el mismo: "Lo importante no es que
usted venga, sino que vuelva".
79
La formación de un analista
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
81
se busque otro objeto y otra profesión: una que tenga objeto seguir. El joven pasará
entonces varios años de dura lucha, en la que su meta, su objeto deseado, será
conseguir un objeto cilíndrico llamado diploma: denominamos a este período "etapa
fálica". Algunos dicen que en realidad el diploma es una ficción, una simple
representación de otra cosa; otros sostienen que vale por sí mismo; pero esto es ya
terreno de una discusión posterior.
Finalmente, una vez recibido, nuestro protagonista —a quien podemos ya
denominar licenciado— continuará estudiando en grupos de estudio coordinados por
docentes, a los que elegirá de acuerdo con la afinidad teórica, de acuerdo con la
trayectoria o bien de acuerdo con el café que sirvan en las reuniones. Evacuará muchas
de sus dudas, pero hay una que seguirá latente: "A los pacientes ¿los trae la cigüeña de
París?".
Acotaciones
82
Del pago en psicoanálisis
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
—Mire, licenciado, yo vengo los lunes y jueves, o sea que este mes me
corresponden nueve sesiones, y no treinta y una como usted me señaló.
—En realidad, Gómez, usted parece pensar que el tratamiento sólo está presente
cuando usted está aquí, es como si al salir del consultorio creyera que yo me olvido de
usted.
—No, licenciado, yo no creo que usted se olvide de mí.
—Entonces es usted quien se olvida de mí, snifff.
—Pero no, licenciado, yo también me acuerdo de usted; es más, muchas veces
83
me da bronca porque me imagino que está usted atendiendo a otros pacientes.
—¿Ve, Gómez? Usted cree que sólo estuvo en nueve sesiones, pero, contando
las de los otros pacientes por las que usted tuvo bronca, da treinta y una.
—Pero, licenciado, ¿por qué voy a pagar yo las sesiones de los otros pacientes?
—Ay, Gómez, Gómez. Usted lo pone todo en términos de disociación. "Yo-no
yo", como si fuera un niño de dos años. ¿Cuándo piensa crecer, Gómez?
—¿Pagar las sesiones de los otros pacientes sería crecer, licenciado?
—Usted lo ha dicho, Gómez, no he sido yo. Vaya insight el suyo. Al pagar las
sesiones de los otros pacientes, usted deja de comportarse como un niño consentido del
que hay que ocuparse, para pasar a ser un adulto, una suerte de padre capaz de hacerse
cargo de sus hijos.
—Pero si yo no tengo hijos, licenciado.
—Qué barbaridad, Gómez, otra vez la resistencia. Usted puede no tener hijos en
un plano real, pero sí tiene hijos simbólicos. Además, en lo inconsciente usted debe
tener hijos y, si no, ya sería hora de que los tuviera.
—¡Pero, licenciado, me está hablando como si fuese mi mamá!
—Ya lo quisiera usted, Gómez, ya lo quisiera usted.
—Mire, licenciado: lo de los hijos, yo más o menos lo entiendo. Pero, ¿por qué
iban a ser mis hijos sus otros pacientes? ¿No serían en todo caso mis hermanos de
diván?
—Claaaro, y en ese caso yo sería el padre que los debe cobijar a todos, ¿no?
No, Gómez, de ninguna manera pienso hacerme cargo de la responsabilidad que usted
está tratando de endilgarme. Si no quiere ser un buen padre, sea por lo menos un
hermano mayor que cuida de los más pequeños.
—Tal como mi hermano cuidaba de mí.
—Tal como mi hermano cuidaba de mí. Digo: tal como su hermano cuidaba de
usted. Así podrá usted reparar la culpa que siente por no haber podido devolverle a su
hermano el esfuerzo por él realizado. Vamos, Gómez, sólo ochocientos dólares.
—¿Ochocientos? ¡Pero si usted me cobra veinte dólares la sesión, y treinta y
uno por veinte son seiscientos veinte!
—Vamos, Gómez, no sea obsesivo-retentivo. No pierda tanto tiempo haciendo
cuentas. Mire, algunas sesiones corresponden al mes pasado, y tengo que cubrirme,
¿sabe?
—¿Ya mí, quién me cubre?
—¿Quién lo cubre? ¿Quién será la mamita que le pone la frazadita para no
morirse de frío? Siempre lo mismo, Gómez, siempre yo, siempre el hijo único
consentido por sus padres.
—Pero, qué hijo único, qué hijo único, si recién le dije que a mí me cuidaba mi
hermano.
—Sí, y lo cuidaba como si usted fuese su hijo único, ¿no?
Este diálogo podría seguir y seguir, pero para nuestro ejemplo alcanza. El punto
es que entonces cada paciente paga sus sesiones y listo.
Una tercera cuestión, algo más discutida aunque no mucho, es la que dice que
los honorarios aumentan. La polémica se origina no tanto alrededor de esta premisa,
sino alrededor de la manera de implementarla. Sobre todo en cuanto al monto y la
frecuencia de dichos aumentos. Mientras algunos proponen un ajuste acorde al costo
84
de la vida, hay quienes se remiten a la cotización del dólar (esta pauta no es muy buena
para los Estados Unidos, donde 1 dólar = 1 dólar, según la ecuación dólar-dólar). Están
quienes cobran de acuerdo con el número de interpretaciones, al costo de las Obras
completas de Freud, según el contenido manifiesto o latente de un sueño del paciente
(o del analista) transducido a su número correspondiente en el código de la quiniela.
Hay quien opina que se debe cobrar de acuerdo con el deseo del analista, ya que éste
no se debe poner de manifiesto en otros aspectos del tratamiento. Finalmente, la
aplicación sucesiva o simultánea de todas estas pautas tampoco es ajena a la práctica.
Algunos analistas de niños proponen utilizar la ecuación heces-dinero,
aplicando la cual los honorarios aumentarían estruendosamente en verano, a causa de
la diarrea estival.
Desde una óptica más kleiniana, hay quien piensa en el dinero como el objeto
más preciado dentro de los que circundan al yo. Sería un objeto transaccional con el
cual el paciente estaría en estrecho contacto desde su más tierna infancia. Se piensa,
dentro del terreno de la psicopatología, en ciertos cuadros, lindantes con la psicosis,
cuyo origen tendría que ver con que el paciente no haya recibido dinero bueno sino
dinero malo (falso) en sus primeras experiencias.
Así, el paciente sigue sintiéndose abandonado y pendiente de la deuda que el
mundo tendría para con él. Veamos ahora un fragmento de sesión que tal vez pueda
servir de referente.
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—El chiste y su relación con el inconsciente.
—Bueno, con este juego de repetir obras de psicoanalistas usted se está
comportando como si fuéramos dos niños, hijos de psicoanalistas. La seguimos en la
próxima, corto mano corto fierro.
Otro punto que debe ser tratado es el de la transferencia. En este caso, se trata
concretamente de la transferencia de dinero. Hablamos particularmente del paciente
que actúa como si su analista fuera un proveedor y le paga con un cheque.
Así es, la transferencia debe ser interpretada siempre, para evitar repeticiones.
Los puntos de acuerdo acerca del pago en psicoanálisis se agotan aquí. Hay
muchos otros aspectos dignos de ser tratados. Si esto ocurre, me sentiré bien pagado.
86
Comentarios acerca de una
mesa redonda de la que
recuerdo poco
DOCTORA ANAFREUDIANA TRAUMENGARTEN
4) los que permanecen despiertos al final, pero no al principio de las mesas redondas.
Los analistas nunca han sido especialmente afectos a sentarse a una mesa
redonda. Ellos prefieren los sillones junto a una chimenea encendida, fumando en
pipa, leyendo su libro preferido, mientras, a sus pies, reposa un paciente recostado en
un diván y cuenta los aspectos más traumáticos de su vida inconsciente ¡Díganme si
esa imagen no es digna de un cuadro, digamos de un cuadro más o menos grave de
neurosis!
Pero claro, no estoy yo aquí para comentar una exposición plástica, sino una
mesa redonda, que de plástica no tiene nada, ni siquiera el mantel. Pues bien, digamos
que el principio de la mesa redonda de Buffet Freud sobre la concurrencia o no a
Nueva York me lo perdí por haber llegado tarde, no a la reunión sino a la vigilia.
Como ya les expliqué, pertenezco al grupo 4, o sea que antes de que empezara
la discusión me quedé profundamente dormida. Cuando desperté, el profesor
Psíquembaum estaba hablando de una cierta inauguración en la que al parecer todos
habían estado, y habían vuelto sin traerme siquiera una porción de torta. Supongo que
se trataba de una inauguración de algún consultorio de un psicoanalista, lleno de
cuadros pintados por sus pacientes, o bien de la exposición de algún pintor, llena de
retratos de sus analistas. También, si lo pienso, podría tratarse de una "exposición de
pacientes" por parte de algún analista de la Nouvelle Vague Neurotique.
A mí, las exposiciones de cuadros que más me gustan son las de los
87
expresionistas, pues suele haber tortas que se salen del molde. Las de los surrealistas
mucho no me atraen, con esas tortas que parecen cualquier cosa menos una torta...
pero en cualquier caso las peores son las de los fauvistas, ya que se les suelen quemar
las tortas.
Aún recuerdo la exposición de Van Gogh en la que el pobre Vincent, queriendo
convidar a sus amigos con una autorretorta (torta que él había hecho a su imagen y
semejanza) le erró con el cuchillo y se rebanó su propia oreja. Después dijo que lo
había hecho a propósito, para evitar el bochorno. Yo no estuve ahí, tal vez ni siquiera
había nacido, pero la terrible imagen quedó fijada en mi inconsciente como recuerdo
encubridor de alguna travesura que debo haber hecho con un cuchillo, o con alguna
torta.
De todas maneras, yo quiero hablar de mesas redondas, no de cuadros
cuadrados, que además tienen otro marco, de referencia.
Digamos entonces que desperté cuando todos habían vuelto sin traerme nada,
cosa que les reproché amargamente. Después ellos me reprocharon algo a mí, sobre
todo el doctor Dusignifiquant, que, si nos atenemos a mi clasificación de los
concurrentes a las mesas redondas, entraría en un quinto grupo:
5) los que permanecen despiertos hasta el final de la mesa al solo efecto de poder
criticar a los otros cuatro grupos.
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Acerca de la existencia o no de
cierto género (la mujer)
(de la serie Conversaciones de Buffet Freud)
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Los he reunido hoy aquí para que
discutamos sobre un tema muy caro a los analistas: la existencia o no de las mujeres.
LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿Y eso qué tiene que ver con la mujer?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Es que seguro que fue la mujer del analista
la que puso el retrato ahí, porque él pensaba ponerlo en otro lado... ¡y si no fue la
mujer, fue la madre, o la tía, o la mucama, o una paciente, o una vecina que pasaba por
ahí!
DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Bueno, tal vez fue mirando a su propia suegra que
89
Lacan dijo "la mujer no existe".
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Está usted insinuando que para Lacan la
mera visión de su suegra era un hecho traumático?
DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Es cierto, yo soy una gran mujer y estuve detrás
de varios grandes analistas, pero ¡ninguno me dio bolilla!
LICENCIADO JACOB FREUDENLERNER: ¿Cómo que una gran mujer, cómo que una gran
mujer? ¿No era que detrás de todo gran analista había un gran retrato de Freud?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¿Le molesta a usted que la mujer acomode
el retrato?
DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: No le permito, Lacan era muy hombre, ¡y tan hombre
era que el sostenía en su teoría que la mujer no existe!
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Lacan, entonces, ¿quién era la que acomodaba todas las tardes el retrato de Freud
retrasando la entrada a sesión del pobre obsesivo de las cuatro de la tarde? ¿Acaso un
fantasma?
PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: Eso ser cuando guerreros ser jóvenes, luego venir
"ocaso sexual".
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No, doctora, estábamos hablando del "ocaso
sexual".
DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: ¿Es que eclipse y ocaso, no son lo mismo, acaso?
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PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Me parece que nos estamos desviando del
tema que nos convoca. ¿Por qué no hablamos de la mujer?
LICENCIADA MONIQUE DELANUC: Lo que pasa es que yo siempre llego tarde a las
mesas redondas de psicoanálisis porque si no me pierdo el final de la telenovela.
LICENCIADA MONIQUE DELANUC: Una que está a la tarde y se llama "la histeria que te
di". Es la historia de una mujer enamorada del tapado de la mujer de su psicoanalista
que en realidad no es de la mujer del analista sino de otra paciente que lo dejó
abandonado en el consultorio, al tapado y al analista, ya que jamás retomó el
tratamiento. La cuestión es que la mujer del analista cree que él tiene una amante que
usa un tapado, y la paciente cree que la mujer del analista tiene un tapado que él pudo
comprarle con los honorarios que le cobra a ella, y el analista jamás le dio importancia
a ese tapado que está colgado en su perchero, ya que piensa que es la pareja de un
paciente fetichista que lo espera mientras el tipo se atiende.
TODOS: ¡Shhhhhhhhhh!
LICENCIADA MONIQUE DELANUC: ¿Por dónde iba? Ah sí, por la parte en que él le dice
a ella que en realidad el tapado no era el que ella creía que él era, y entonces ella
cariñosamente le cierra la boca con el dedo índice y se retiran de la pantalla.
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DOCTORA HELLEN GOODMORNING: Quédese tranquila, doctora Traumengarten.
DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Me refiero a las tres instancias que descubrió Freud:
"ella, yo y superyó".
DOCTOR ALAIN SUPOSITOIRE: Bueno, así les puso Freud después, para que su mujer
no sospechara, pero de verdad, al principio, eran "ella, yo y superyó".
DOCTORA HELLEN GOODMORNING: ¡Ahhhh, ven? ¡Por eso la pobre mujer de Freud se
la pasaba limpiando el retrato! No era para espantar al obsesivo de las cuatro, lo que le
preocupaba era la histérica de las cinco menos diez, que siempre entraba llorando al
grito de "¡Nadie me quiere, nadie me quiere!", pero al final salía del consultorio con
una sonrisa...
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¡Pero, por favor! Freud no tenía un retrato
de Freud en el consultorio detrás del diván, tal vez fue el único analista que no tenía
retrato de Freud...
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Y, no sé, porque era muy difícil tener un
retrato de un psicoanalista en la época de Freud.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No, lo que no había todavía era analistas,
pero seguramente Freud tendría el retrato de algún rabino, que es lo mismo.
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Freud, y viceversa.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Y..., más o menos. Por ejemplo, los
psicoanalistas no creen que Freud fundó el psicoanálisis en seis días y el séptimo
descansó, y no les preocupa demasiado nombrar a Freud en vano todas las veces que
haga falta. Tampoco ven como índice de neurosis el comer un poco de jamón, de vez
en cuando.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Sí, pero hay más parecidos. Los rabinos
creen en los diez mandamientos, y los analistas cobran del uno al diez.
LICENCIADA VANESSA SNOB: ¿Entonces usted cree que los primeros analistas eran
rabinos?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: No sólo eso, sino que estoy convencido de
que Edipo era judío, por eso, cuando se enteró de la tragedia, la que se murió fue la
madre. Además, algunos de los textos de Freud tienen especial vínculo con el
judaismo: "Tótem y Talmud", "El hombre de los arenques marinados", "El diván de
los lamentos", "Shiksopatología de la vida cotidiana", "El caso de la mamá de
Juanito", "El hombre de las ratas y su hijo, el médico"...
94
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: ¡Qué intereresante, que en esa tribu tengan
costumbres tan parecidas a los rabinos sin conocer nada de judaísmo!
PROFESOR BRUJO NUBE SIMBÓLICA: ¿¡Cómo que sin conocer nada de judaísmo! ¡Ellos
editar las obras de Freud y Scholem Aleijem en señales de humo!
DOCTORA REBECA GUTEBOBE: ¡Feh, a quién le importa mi yo! Ellos hacen lo que
tienen que hacer, y mi yo sufre en silencio! Yo siempre les digo a mis pacientes:
ustedes hagan las cosas según sus propios deseos, ¡no se preocupen por mi pobre
deseo que siempre va a estar acá esperándolos en el sillón! Y a mi hija le interpreto: en
realidad vos no querés comer esa hojita de lechuga que te va a poner flaca como una
escoba, ¡sino un buen plato de guefilte Freud!
DOCTORA REBECA GUTEBOBE: ¡Feeeeeh! Ella arroja objetos sobre mi pobre yo y dice
que así nunca va a poder estar en forma. Y yo le digo: "¡Forma, shnorma, en el
inconsciente se mezcla toda la comida!". ¡Pero ella sigue tirándome objetos!
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Bueno, tal vez Melanie Klein se acerca más
a la identidad femenina, cuando habla de "el yo y los objetos". La evolución pasaría de
un "yo-que-mira" a un "yo-que-pregunta", "yo-que-compara" y, finalmente, un "yo-
que-compra"... Bueno, entonces sigamos hablando de la mujer y el psicoanálisis. Se
podría decir que en estos últimos años ha crecido la oferta y...
95
El otro
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM
Introducción
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PORTERO: Sí, ya lo sé, pero yo decía otra, una morocha, con pelo lacio y cara...
SEÑORITA: Yo era morocha y de pelo lacio. Me teñí y me hice la permanente. ¿Qué iba
a decir de mi cara?
PORTERO: ¿Y la estética, también se hizo la estética? Le pregunto porque la veo muy
mejorada, ¿sabe? Porque, entre nosotros, cuando usted empezó a venir, yo me dije...
humm, esta mina está más loca que una cabra, pobre doctor los pacientes que le tocan;
seguro que ésta es psicópata, esquizofrénica o por lo menos melancólica con
tendencias autodestructivas incoercibles.
SEÑORITA: ¿De dónde sacó eso?
PORTERO: De su manera de tocar el timbre. Usted sabe, yo soy muy psicólogo, y tanto
estar acá en este edificio lleno de analistas, neuróticos y algún que otro perverso
polimorfo, uno se va formando, va adquiriendo práctica. Además, tengo un supervisor
de primera.
SEÑORITA: ¿Supervisor?
PORTERO: Sí, Rodríguez, el encargado del edificio verde que está ahí en la esquina, ¿lo
ve? Rodríguez ya es nuestro didacta, todos los encargados de la cuadra supervisamos
con él. Y alguno de los analistas, también, no le voy a mentir, pero hablemos mejor de
usted: la lleva bien el doctor, ¿no?
SEÑORITA: Bueno, sí, el doctor es como un padre para mí...
PORTERO: ¿Usted lo dice en el sentido edípico, o simplemente porque se hace cargo de
sus angustias y frustraciones, a la vez que le pone límites que le permiten y al mismo
tiempo le prohiben desarrollarse como persona? Porque no es lo mismo, ¿vio?
SEÑORITA: Mire, yo preferiría no hablar de esto porque...
PORTERO: Sí, sí, claro, la resistencia, ya lo veo. Usted se comporta conmigo como si
yo fuera su madre que la va a retar por algo que usted imaginó con el doctor
Supositoire, que vendría a ser su padre, es decir como si usted ocupara el lugar que en
realidad me corresponde a mí, por eso le da culpa y se oculta, y actúa ese deseo de
ocultarse haciéndose la permanente y tiñéndose el pelo, que por otra parte no le
quedaba nada mal antes, le daba un aspecto psicótico muy atractivo.
SEÑORITA: ¡Escúcheme!
PORTERO: No hace falta que me lo pida como un niño a su madre. Yo ya la estoy
escuchando.
SEÑORITA: Usted está actuando como si fuera el doctor y...
PORTERO: ¡Lindo truco, el suyo! Yo le dije primero que usted actuaba conmigo como
si yo fuera su madre y el doctor su padre edípico; ahora usted me pone a mí, su madre,
en el lugar del doctor, su padre, con lo que las figuras quedan indiscriminadas, ya no
se sabe quién es mamá y quién es papá, y encima después usted me interpreta esto
poniéndose usted misma en el lugar del doctor y a mí en el lugar suyo, con lo que
quedamos los tres aglutinados en una pelota que...
SEÑORITA: Pare, pare, que a usted nadie lo metió en nada. Yo me atiendo con el
doctor, ¡y listo! (Toma el ascensor.)
PORTERO (desde abajo, le grita enojado): ¡Y yo qué soy, el portero excluido soy!
98
en el que tiene su consultorio, y antes de que tome el ascensor, llega el portero.
Tal vez estos casos alcancen, tal vez no, pero creemos que como pruebas son
más que fehacientes. Y si no, baje y pregúntele al portero.
99
Declaración de los derechos del
hombre neurótico
LICENCIADO LEÓN NEUROTSKY
En estos tiempos las minorías hacen valer sus derechos. Los gobiernos se deben
preocupar por defender a aquellos sectores que por algún motivo quedan expuestos
ante el resto de la sociedad y requieren derechos especiales para no ser victimizados
por el resto. Estamos hablando, por ejemplo, de los propios gobernantes, que sin duda
son blanco de la crítica general en muchísimo mayor proporción que cualquier
habitante anónimo, y pueden sentirse menoscabados por la mordacidad de dicha
crítica, o bien ser llevados, por la angustia y la desesperación, a cometer hechos
innobles, de los que después se arrepentirán o no.1 Alguna vez expliqué, con mi mayor
vehemencia posible, que es injusto que los gobernantes sean criticados mientras el
resto de la población disfruta de su anonimato impunemente, y propuse que "nadie
pueda ser criticado dos veces hasta que todos no hayan sido criticados al menos una
vez".
Otro de los casos de discriminación es el de las mujeres, que más de una vez
han protestado por su carencia de pene, ya sea propio o ajeno. Hubo grupos feministas
que explicaron que no es que "les falte pene", sino que en lugar de pene, tienen
"vagina". Otros grupos, más ultras, dan la misma explicación, pero en lugar de
"vagina" dicen "cerebro". No vamos a participar aquí de ese tipo de polémica.
Lo que sí cabe destacar es que, con tantas actitudes en favor de las minorías, de
alguna manera quedan perjudicados quienes no pertenecen a ninguno de estos grupos
exclusivos, quienes son, digamos, parte de la mayoría silenciosa.
Estoy hablando del hombre que día a día enfrenta (o elude) los avatares de la
vida cotidiana y no elige como partenaire sexual a un zapato ni se toma a sí mismo por
un marciano. Estoy hablando de la mujer capaz de amar, temer, partir y otros verbos,
regulares o no, que no necesita que diez hombres peleen por ella; con cuatro le
alcanza. Estoy hablando del niño que puede diferenciar entre un dinosaurio y una
computadora, y entre sus padres y esos objetos, y entre su madre y su padre. Estoy
hablando de la gente común: los neuróticos.
¿Qué pasa con los derechos del neurótico, del paciente de diván, que
sufridamente (si es fóbico) concurre a nuestro consultorio una y otra vez (si es
obsesivo), a hablarnos de su pena o de su pene? ¿No son/somos acaso los neuróticos
los que, como dice el viejo chiste, construimos los castillos en el aire donde habitan los
psicóticos y gracias a cuyo alquiler se mantienen los analistas?
Hasta ahora nadie se ha preocupado por esos derechos. ¿Para qué, si los
neuróticos no han hecho manifestaciones, ni rebeliones, ni acudido jamás a la lucha
1
Hay quien dice que, por el contrario, la crítica es una forma de control que evita que
los funcionarios cometan hechos innobles. En todo caso, es un tema polémico que no
nos incumbe aquí.
100
armada para obtener sus reivindicaciones?2 Los neuróticos siguen concurriendo a
sesión, hablando, pagando, mejorando y a veces curándose.
Me podrán decir que, a diferencia de otros grupos sociales (las mujeres jamás
dejarán de ser mujeres, los gobernantes no quieren dejar de ser gobernantes) los
neuróticos no necesitan derechos especiales, porque la idea es justamente que dejen de
ser neuróticos, que se incorporen a alguna de las minorías que sí están protegidas, y de
esta manera se integren a la sociedad, que para eso trabajan los psicoanalistas. Puede
ser. Tengo mis dudas.
Lo que es seguro es que los neuróticos son seres que sufren. Si no, no serían
neuróticos, serían vegetales. Y en mi carácter de hombre de pensamiento progresista y
humanitario, debo despojarme de mi egoísmo y pensar en sus derechos. En realidad no
me despojo del todo de mi egoísmo ya que, he de confesarlo, yo mismo pertenezco a
ese amplio sector social.
Veamos entonces una pequeña lista, incompleta sí, pero necesaria, de derechos
del "hombre neurótico" (Homo divans).
A veces uno cuenta un largo sueño, y recibe el silencio por respuesta. En otro
momento uno simplemente estornuda, y el analista se lo interpreta durante una hora.
No es justo. Reclamamos que el analista nos interprete los sueños y nos diga "salud" si
estornudamos. No puede ser que uno se haya tomado el trabajo de crear una larguísima
historia, con argumento —algunos sueños tienen hasta casting—, para no recibir
siquiera, no digamos el aplauso, pero al menos alguna palabra que pueda nos servir de
estímulo para seguir soñando.
Derecho al reclamo
2
Es difícil imaginar un ejército irregular, digamos una "guerrilla neurótica", el "Grupo
Obsesivo de Liberación ¿O Mejor Revolucionario? ¿O Mejor Antirrepresivo? ¿O
Mejor Antirregresivo? ¡Ay, No Sé!", cuya sigla sería
G.O.L.O.M.R.O.M.A.O.M.A.A.N.S. Sus miembros estarían planificando cada
operación tan al detalle que jamás se pondrían de acuerdo para realizarlas. El "Ejército
Agorafóbico" jamás podría conquistar un espacio que le significara tener que salir de
su casa para pelear, y las histéricas tampoco son las más indicadas para dar batalla,
porque por lo general prefieren que otros peleen por ellas.
101
espera de que alguna vez le queden bien y pueda usarlas, y algún día se canse, necesite
el lugar para otros recuerdos, lapsus o sueños, y termine regalándolas todas a alguna
institución que las reparta entre los que no tienen quien les interprete nada.
Derecho a la actualización
Las galletitas, para seguir con ese ejemplo, y en general todos los productos que
uno va a consumir tienen fecha de vencimiento. Pueden durar un año, dos, tres, lo que
sea, pero en algún lugar del envase uno ve hasta cuándo puede usarlos. Con el análisis,
en cambio, no ocurre semejante cosa. Y el neurótico tiene derecho, al iniciar su
tratamiento, a que el analista le diga: "este análisis vence en junio del 2006" o "en
agosto del 2109", o cuando sea, para que uno sepa a qué atenerse y no crea que es
eterno, ni el análisis ni uno.
Si este derecho se ejerciera, el efecto sería significativo, ya que un sujeto con
personalidad infantil podría decir: "Ya estoy grande para seguir dependiendo de mi
mamá, además se me están por vencer las interpretaciones sin que me hayan servido;
mejor cambio antes".
Derecho a la eficiencia
Derecho a la variedad
Uno escucha "o sea", "a usted qué le parece", "dejamos aquí por hoy", "en
realidad", "es como que", "lo vemos en la próxima" unas cuarenta veces por sesión.
Reclamamos que los analistas tengan un repertorio más variado de latiguillos.
Digamos, que pongan mayor creatividad al servicio de su arte, como para que el
neurótico se vaya satisfecho y sienta deseos de volver, o algún otro deseo. Proponemos
aquí una serie de "latiguillos alternativos":
• ¡Cáspita!
• ¡Recórcholis!
102
• ¡Santo Inconsciente, Batman!
• Cuente más, que me interesa.
• ¡Intríngulis-chíngulis!
• ¡La puta!, ¿eso soñó?
• Primera vez que escucho algo así, se lo juro, chuic-chuic (haciendo la señal de
la Cruz, o de la Estrella de David, o de la Pipa de Sigmund, según la creencia de
cada uno).
Este derecho puede parecer obvio, lo que reafirma aun más nuestro reclamo,
porque casi nada hay que sea obvio para más de una persona a la vez: nada hay menos
obvio que lo obvio, y a veces uno cree que está hablando en castellano, pero lo está
haciendo en lacanés, kleiningonzo, japoniano, chinificante, alemaníaco, u otro.
Y como el paciente sabe que su analista dice cosas muy importantes, no se
atreve a pedir un intérprete, que de alguna manera desvirtuaría el sentido de la
interpretación (hasta es posible que el sentido de la interpretación haya sido que el
paciente no la entendiese y preguntara, o no).
Para evitar estos malentendidos, reclamamos que los analistas hablen en el
mismo idioma que sus pacientes, sin que sus pacientes se vean obligados a cambiar de
idioma para que esto ocurra. Un buen referente en ese sentido sería, ante cualquier
duda, someter la frase a la primera persona que pase por la calle, siempre que no se
tratase de otro paciente del mismo analista, de un familiar del analista, o de otro
analista (quien seguro diría que no entiende nada, y que venga a su consultorio donde
todo es mucho más claro).
Derecho al alta
103
Fast-Freud (el caso Guido)
LICENCIADO ERNESTO PSÍQUEMBAUM1
Prólogo
El psicoanálisis de niños
1
Hijo del afamado profesor doctor Karl Psíquembaum. Le debe su nombre a que
cuando él nació su madre acababa de leer La importancia de llamarse Ernesto.
2
Yerno o nuera de ella, obviamente no del niño.
104
recomendamos no hacerla... muy seguido.
Por otra parte, los niños viven el tiempo de una manera diferente de la de los
adultos. Por ejemplo, para ellos un joven de cuarenta y cinco años es en realidad "un
viejo que podría ser mi abuelo"; todo lo que tiene más de veinte años es del tiempo de
los dinosaurios, y no conciben que antes de su propio nacimiento hubiera vida, ni
psicoanálisis. Para ellos una hora no dura cincuenta minutos, como para cualquier
adulto analizado, sino el tiempo que transcurre entre el comienzo y el final de su
programa de tevé favorito.
Como todavía no aprendieron a reprimir adecuadamente sus deseos, los niños
suelen expresarlos directamente, con lo que les quitan a los analistas importantes
recursos financieros.
Pero no todo es tan malo con los niños, algo de bueno tendrán, ya que la gente
sigue teniéndolos. Uno de los elementos en su favor es que, al ser tan pequeños, tienen
mucho más análisis por delante que cualquier adulto. Uno puede sembrar ahora para
cosechar pacientes dentro de unos años y así asegurarse ciertos haberes para la vejez, o
al menos no dejarles a sus propios hijos un psicoanálisis tan en crisis como el que
recibimos de nuestros padres. Uno puede tomar las carpetas de sus pequeños pacientes
y mostrárselas a sus hijos diciéndoles, con la frente bien alta y una lágrima en la
mejilla: "Algún día, hijo mío, todos estos pacientes serán tuyos".
Entiendo que a partir de este panorama, el profesional podrá ahora adentrarse en
lo profundo del "caso Guido".
Comencé por tener una entrevista con los padres de Guido. Quería conocer el
motivo de consulta. Guido era un niño de unos diez años, padres separados,
dificultades escolares, con antecedentes de agresiones varias a sus condiscípulos,
mascotas y juguetes, muchas horas diarias frente al televisor, peleas (que jamás
llegaron al uso de armas de fuego) con su hermano menor, Matías; en fin, un niño
normal en una época anormal.
No entendía por qué me consultaban sus padres, si ni yo ni ningún otro
psicoanalista podíamos arreglar el mundo. Creo que lo hicieron para quitarse un poco
de culpa por haberse separado, echándosela al ex cónyuge. Como ninguno de los dos
quería hacerse cargo de sus propias culpas, y mucho menos aún de las culpas del otro,
buscaron a un tercero a quien culpar. Una vez que la maestra, la abuela, la mucama y
el televisor fallaron o declinaron el rol, recurrieron a mí.
Yo los recibí en mi consultorio. Vinieron los dos a la misma hora, pero por
separado. Cosa extraña, en general los ex cónyuges suelen venir juntos, se reúnen un
rato antes para empezar a pelearse y continuar la lucha en el consultorio. Ellos no. Les
pregunté el motivo de la consulta.
—Guido —dijo ella.
—¿Guido, qué? —le pregunté.
Me dijo el apellido.
—No, no le pregunté el apellido sino el motivo de consulta.
—Ah, es lo mismo —siguió la madre—. El motivo es el apellido, todo es por
culpa de ése.
105
Cuando dijo "ése" levantó con violencia el brazo izquierdo, y señaló al padre de
Guido, allí presente. Por un momento temí que me señalara a mí, o al retrato de Freud
de mi consultorio.
—¡Ya empezás, ya empezás! —éste fue el padre.
—¡Siempre igual, vos, cuando no sabés con qué responder a mis argumentos
irrebatibles, decís "¡ya empezás, ya empezás!"! ¡En la cama era igual, licenciado!
—Cuente, cuente —dije interesadísimo por escuchar algo un poco más
divertido que lo que había oído hasta el momento.
—Cada vez que yo me negaba a tener relaciones sexuales, él decía: "¡Ya
empezás, ya empezás!".
—Sí, pero vos siempre "te negabas" cuando yo ya estaba "terminando".
—Sí, y vos "terminabas" cuando yo ni estaba "empezando".
—Ya veo —dije, aunque no veía nada. Y eso era tal cual, hasta ahora, no había
visto, ni oído nada de Guido. Sólo habían podido hablar de ellos mismos, y "hablar" es
una forma de decir.
—¿Y Guido?
—Ay, licenciado, ¿cómo se le ocurre? ¡Guido jamás presenciaba nuestras
negaciones sexuales!
—Será "relaciones".
—Ésas tampoco.
—En realidad —dije—, a mí ni se me ocurrió que Guido pudiera presenciar sus
relaciones ni sus negaciones. Pregunté por Guido porque se supone que ustedes
consultaron por él. Quería saber cómo está.
—Ah —dijo la madre—, bien... supongo que bien... mirando la tele, o azotando
a Pepe, Lucas o Minina.
—¿Pepe, Lucas, Minina?
—Pepe es el loro, Lucas el perro, y Minina...
—Obvio, la gata.
—No, licenciado, Minina es la mucama. Nosotros no tenemos gato, porque
tenemos perro y loro, y la situación sería muy agresiva.
La palabra "agresiva" me resultaba extraña en boca de esta pareja. "Ellos" eran
agresivos.
—Bueno —dije por quinta vez—, hablemos de Guido.
—Mire, licenciado —éste fue el padre—, usted sabe cómo son los chicos ahora,
con tanta tele, escuela, deportes y agresiones, no tienen tiempo para otras cosas como
estar con sus padres.
—Pero algo les debe haber llamado la atención, habrá habido alguna alarma,
por algo me consultaron...
—¿Alarma? ¿Vos le dijiste algo?
—¡No, nada, debe haber adivinado, no te olvides que es psicólogo!
—¡Ya empezás, ya empezás!
—Perdón —los interrumpí—, ¿habrá algo que quizá yo debiera saber y a pesar
de ser psicólogo no estoy en condiciones de adivinar?
—Bueno, licenciado —habló el padre—, es que el otro día sonó la alarma
contra robos, y yo salí corriendo del departamento, y me olvidé de llevarme la plata...
106
—¿Podemos hablar de Guido? —pregunté por undécima vez3. Pero era inútil.
Me di cuenta de que si quería hablar de Guido, debería citar a Guido. Arreglamos un
horario para una entrevista. Se fueron. Suspiré aliviado. Me di cuenta de que no les
había preguntado el motivo de la separación. Quizá fue un error. En todo caso, yo no
estaba preparado para volver a escuchar "¡ya empezás, ya empezás!" una vez más.
Guido
3
Algunas de las veces que pregunté por Guido no figuran en el texto para no aburrir al
lector.
107
—¡Ja! ¡Ja! ¡Es lo mismo que le dijo Oxoto a Prepux el otro día después de que
ella intentara practicar con él las ciento dieciocho posiciones venusinas y él le
explicara que los arturianos machos no podían tener relaciones sexuales algunos días
por mes porque estaban con la escuadra... con la escuadra de combate, claro!
Yo ya no entendía nada. Pero sabía que era muy importante ponerle límites a
Guido. Y un límite era el horario. Ya era la hora.
—Bueno, Guido, dejemos acá por hoy.
—Está bien. Déme mi hamburguesa, mis papas y mi gaseosa y me voy.
—¿Qué?
—Que me dé mi hamburguesa, mis papas y mi gaseosa y me voy.
—¿Y por qué te voy a dar eso?
—No entiendo.
—¿Qué es lo que no entendés?
—Que usted me pregunte por qué me tiene que dar mi hamburguesa, mis papas
y mi gaseosa. En todos los otros lugares que voy me los dan y listo, nadie me pregunta
nada.
Lo había descolocado. Eso creía yo.
—Yo no te voy a dar nada de eso —insistí.
—¿Qué? ¿Usted no tiene "combos"?
—No
—¡Qué raro! Pero ahora entiendo por qué no vi a otros chicos haciendo cola.
Así nunca va a progresar ¡Le falta marketing y management! O por lo menos
franchising.
Le dio una furibunda e inequívoca patada a mi sillón. Antes de que yo pudiera
decirle que todo lo que hiciera de aquí en más sería usado en su contra, se fue.
Yo me quedé. Empecé a extrañar el "ya empezás, ya empezás" del padre.
Elucubraciones teórico-prácticas
108
conservarlo como paciente le pusiera límites férreos a Guido, y de ninguna manera le
diera más de cuatro hamburguesas por sesión, porque le podrían hacer mal al
estómago, con la consecuente ausencia a sesión y pérdida de honorarios por mi parte.
Respecto de la violencia física me recomendó tener mucha paciencia, vendas y
apositos protectores. Y un casco.
Yo me pregunté si todo esto valía la pena. Hice números y me di cuenta de que
con los honorarios de una sola sesión podía comprar hamburguesas para todo un mes.
Pero antes de tomar la decisión sentí que necesitaba una nueva supervisión. Con un
carpintero. Y un traumatólogo.
Consulté algunos textos: "Proyecto para disminuir la edad imputable";
"¿Consultorio o reformatorio?"; "Rompe, paga" y otros libros de psicoanálisis infantil.
Finalmente sentí que alguien debía hacer algo por Guido. Y, lamentablemente, parecía
que ese alguien iba a ser yo. Y si no era por Guido, al menos sería por Matías, o por
Pepe, Sultán o Minina, ya que mientras Guido estuviera aquí destrozándome el
consultorio, no estaría en su casa destrozando a sus familiares y/o mascotas.
La madre de Guido me llamó por teléfono y me preguntó qué opinaba yo de la
posibilidad de que Guido aprendiera karate o alguna otra arte marcial, para canalizar
sus agresiones. Lo prohibí tajantemente. Como no estaba seguro de que la madre me
obedeciera, hablé con mi agente de seguros para duplicar la póliza. Lamentablemente
mi agente se había enterado de que estaba atendiendo a un niño, y se negó.
Me pregunté un poco qué le estaba pasando a Guido. Se me ocurrió que parte
del problema era que nadie le daba bolilla. ¿Por qué a la madre se le iba a ocurrir que
un chico ya agresivo estudiara un arte marcial? ¿Por qué mejor no lo mandaba a
aprender tejido? No, mejor no —me contesté—, y no por lo de la identidad sexual,
sino porque no quiero imaginarme a Guido con una aguja de tejer en sus manos. Acá
era yo quien tampoco lo reconocía. Reconocerlo ¿sería ésa la cuestión? ¿Sería eso lo
que buscaba Guido con sus agresiones, que lo conocieran? ¿O que los demás quedaran
irreconocibles?
Nuevas entrevistas
109
—Hice un arreglo con mi papá. Yo vengo acá si puedo ver la tele.
Pensé en sacarlo de una patada. Pero dos motivos, uno económico y el otro
también, me contuvieron. No quería perder mi paciente, y así me ahorraba comprarme
yo mismo un televisor para cuando terminara de leer el libro.
—Parece que no te interesa lo que pasa acá —le dije.
—Ahora sí —me dijo encendiendo el aparato—. Y si usted se calla y me deja
escuchar, más todavía.
Decidí poner un límite. Como no se los podía poner a Guido, me lo puse a mí.
Me callé. En la tele, un sujeto azul con casco lleno de tentáculos invadió la pantalla.
Intentó violar a alguien de sexo indeterminado y pelo rosado. Violar es una forma de
decir, porque tal vez era la forma arturiana de tomar el desayuno.
Guido miraba tranquilo. Bueno, tranquilo no, daba puñetazos, pero en el aire.
Yo quería escucharlo. A los treinta minutos lo escuché. Y le traje su hamburguesa. Ahí
reaccionó y dijo algo más. La puse un rato más en la plancha, para que estuviera más
cocida.
Cuando terminó el programa, se fue.
Yo me quedé. Escuché un golpe. Abrí la puerta. Alcancé a ver a un vecino que
se colocaba la mano en el ojo. Nada grave.
110
realidad estaba enamorado de Chotiana, pero ella era un hombre proveniente de
Ramticur, lo que pasa es los ramticurianos tenían un conflicto básico de identidad por
lo que se creían a sí mismos venusinos. La Tierra estaba en peligro. Me puse ansioso.
Me di cuenta de que yo también necesitaba algo. No un trago. Una hamburguesa. Y
quizá pegarle un golpe a mi almohadón.
Los padres de Guido me pagaban puntualmente, cada fin de mes. Incluso me
llegó un sobre con un plus de dinero y una esquela con la palabra "gracias", firmada
por Minina, la mucama, quien se veía aliviada. Me decía que este dinero es una
mínima parte de lo que ahora se ahorraba en tratamientos médicos. Guido estaba
menos violento, y recibía la hamburguesa con un leve gruñido, que viniendo de él
hasta podía sonar agradecido. Ninguno de mis vecinos estaba recibiendo agresiones de
su parte, tal vez porque todos se habían mudado.
Unos tres años después, un día estaba sentado junto a Guido mirando el capítulo
correspondiente. En el momento más interesante, cuando estábamos por descubrir los
secretos sexuales de Protixloso, el plutoniano de goma, de pronto Guido se paró y me
dijo:
—Esto de los dibujos animados orientales ya no me interesa más, licenciado,
ahora me gustan las chicas. Hace rato que no le pego a nadie. Prefiero el sexo.
Además, los que deberían analizarse son mis padres. Y los que escriben estos dibujos
animados. Gracias por todo, licenciado. Ahora les digo a los muchachos que vengan a
llevarse el televisor. La hamburguesa de hoy, por favor, envuélvamela que es para
llevar.
Yo sentí que había hecho muchísimo por Guido. Pero que no lo podía dejar que
se fuera así. Todavía faltaba algo.
—¿Cómo que se llevan el televisor? ¡Me van a dejar sin saber qué pasa entre
Truculentorum y Minayena!
—Bueno, usted sabe, para todo hay límites.
—¡Ya empezás, ya empezás! —le dije.
Guido me miró con una extraña expresión, y se fue.
Como hace mucho tiempo atrás, oí un tremendo golpe contra la puerta. Esta
vez, era yo. Es que durante unos segundos me sentí muy poco importante, a pesar de
llamarme Ernesto.
Epílogo
111
rey Kakareta. Ul es ahora emperador de los Artusos. Yo me compré otro televisor. El
psicoanálisis de niños sigue siendo complicado, sobre todo para los que no somos
especialistas en ellos, sino en "ello".
112
Las terapias alternativas
TODOS LOS INTEGRANTES
DEL MOVIMIENTO BUFFET FREUD
Introducción
1
Hay quien sostiene que la frase de Freud traducida al castellano significa: "el chiste y
su relación con lo inconsciente", pero ya sabemos que las traducciones suelen ser
tendenciosas, tal como suele decir el refrán italiano: "piano piano si va lontano" o sea
"traductor, traidor".
113
Hay muchos profesionales convencidos y/o, lo que es peor, capaces de convencer a
algún paciente de las propiedades psicoterapéuticas de la "Horticultura Coordinada por
Profesionales de la Salud" (zapalloterapia o naboterapia, según las distintas líneas), del
poder curativo de las piedras (hasta ahora se suponía que las piedras hacían daño a
quienes las recibían violentamente, no que curaban a nadie), o de la posibilidad de
curarse de la obsesión dicendo "ommm" (un obsesivo quizá cambie otros hábitos de
repetición por el de decir "ommm" a cada rato, pero cabe preguntarse si es menos
obsesivo que antes, en ese caso).
Como estamos viviendo tiempos difíciles y no todo el mundo puede aceder a un
análisis como Freud manda, hay gente que se ve tentada a acudir a estas terapias
sedicentes "alternativas". Por ello el equipo de profesionales que conforma el
Movimiento Buffet Freud se ve obligado a alertar a la comunidad sobre estas dudosas
formas de curación. Hagamos pues un breve racconto de las mismas, que lo guiará, no
digamos que por una vida sin confusión, sino todo lo contrario.
Las terapias
La gastalt
La terapia gastáltica se basa en un simple lema: "el todo es más que el tope de
la tarjeta de crédito". Su creador, el licenciado Wolfgang Shopping, ha sumado cientos
de acólitos, conocidos como los "gastaldores" o para ser más precisos, las
"gastaldoras", ya que se trata mayoritariamente de mujeres al borde de un ataque. El
axioma básico de Shopping es que "el ser humano está cargado de metales que le son
adversos y lo transforman en un sujeto angustiado, que no sabe qué hacer con lo que
tiene". Él los invita a un ámbito en el que los pacientes se ven estimulados, motivados,
y si se quiere compelidos a despojarse de aquellos metales que le sobraban, para lograr
un nuevo equilibrio basado en valores mucho más bajos. A cambio les entrega a los
pacientes nuevos objetos, que él llama "logros o adquisiciones".
Así, una de sus pacientes puede decir con orgullo: "Ayer fui a ver a Shopping,
me despojé de cien dólares y logré un adorno peruano". Hay quienes van una vez por
semana y quienes lo hacen todos los días, están los que concurren en forma individual
y los que van en grupos o bajo la forma de terapia familiar.
"Si uno es feliz cuando compra, ¿por qué no curarse de esa manera?", se
pregunta Shopping. Los pacientes no se dividen en "neuróticos, psicópatas y
psicóticos" como en el análisis, sino en ABC-1, D y E, o, al decir de los profesionales:
alto, medio y bajo poder adquisitivo. Cuando los de "alto" se gastaron todo lo que
tenían, no son más de "alto", pero tienen el "alta".
El conductismo o "autismo"
Es sabido que el narcisismo puede llegar a englobar objetos que de esa manera
quedan como incorporados al "yo", como parte indeleble del sujeto. El conductismo
114
propone lo contrario: que sea el yo quien se introduzca en el objeto, que pase a formar
parte de él, que se mueva sólo a través de él, perdiéndose como individuo para pasar a
ser parte de una masa, a veces amorfa. "Yo mismo" = auto, dice Wolfgang von
Volksvagen, y aclara: "Der Witz un seine Beziehung zum Unbewussten, o sea "Uno es
feliz cuando puede manejar su propio yo último modelo de cinco velocidades, palanca
al piso y vidrios polarizados y lanzarse hacia el principio del placer a toda velocidad".2
Volkswagen insiste en que "la curación es una ruta larga, pero también puede ser una
avenida transitada, o un embotellamiento".
Los que practican esta terapia suelen subirse a sus objetos, colocarse el
"cinturón umbilical de seguridad", y lanzarse a la sesión, durante la cual dejarán salir
sus agresiones.
Según Volksvagen, su método terapéutico tiene la misma antigüedad que el
psicoanálisis y es practicado en Italia por la escuela Fiatista; en Francia, por el
Citroenismo; en Rusia, por la Volvología, etc.
Es una terapia relativamente cara, pero se han diseñado diferentes modelos de
tratamiento para que puedan acceder personas de diferente poder adquisitivo. Ha
desarrollado su propia jerga, y a los enfermos los suele denominar con el extraño título
de "peatones".
Los que sostienen esta escuela creen que el ser humano no tiene bastante ya con
los problemas de esta vida, y se ponen a investigar sus "vidas anteriores", para detectar
el origen traumático de los conflictos actuales del individuo. Tienen cierto punto en
común con las ideas freudianas, en el sentido de relacionar el presente con el pasado,
pero en todo caso, en el psicoanálisis el pasado es el del papá de uno, quizás el
abuelito, pero todo queda en familia. En estas terapias, en cambio, uno puede llevarse
la sorpresa de que les tiene miedo a los gatos porque antes de ser Juan Pérez uno fue
un ratón, o que una sufre el calor porque antes de ser Aurora Boludríguez fue una
heladera.
Si uno descubre que en su vida pasada fue un famoso multimillonario, eso no le
da derecho a reclamar todo el dinero que le correspondería por ser "heredero de uno
mismo", ya que los escribanos y las cortes supremas son reacios a aceptar ese sueño
que uno tuvo en el que eyaculaba petróleo como prueba fehaciente de que uno
realmente fue Rockefeller. Y encima, quién le dice, descubre que usted en su vida
pasada fue Nixon, Stalin, Mussolini o Reagan, con lo cual sale más traumatizado de lo
que entró.
Deporterapia
2
Quizá los seguidores de esta escuela debieran recordar el texto de Freud en el que se
señala que "más allá del principio del placer está la muerte", aunque seguramente
Freud no se estaba refiriendo al exceso de velocidad al conducir.
115
señalan, por ejemplo, el benéfico efecto psicoterapéutico del footing, que le permite a
las personas renovar su aire, bajar el colesterol, mejorar su vista al ver paisajes verdes
y bellas mujeres (u hombres, o zapatos, según la preferencia visual y sexual de cada
quien), y conocer gente nueva (incluso terapeutas que se hayan atrevido a dejar su
consultorio para caminar un rato) con las consiguientes potencialidades sociales,
financieras y/o sexuales que este nuevo conocimiento pueda tener.
La realidad es que hay que tener cuidado con la prescripción, ya que, por
ejemplo, caminar por una calle llena de excrementos de perro y volver a casa
manchado no es un buen aporte a la autoestima de nadie, y menos aún a la de un
depresivo. Por otro lado, los agorafóbicos (que temen a los espacios abiertos) serán
reticentes a salir a caminar, y es posible que los esquizofrénicos tengan problemas
porque varias de sus personalidades quieran salir a caminar y otras prefieran quedarse.
Seguramente, los obsesivos caminarán contando baldosas, y los psicópatas
conseguirán que alguien camine por ellas.
Otros deportes poco recomendables son el béisbol para agresivos (que le darán
al bate un uso distinto del original) o para ninfómanas (que pueden darle al bate otro
uso, no menos peligroso) ni para obsesivos (que pueden enfurecer a la afición dudando
media hora sobre cuál es el extremo por el que hay que tomar el bate). Recomedarle el
tenis a un fetichista es correr el riesgo de que huya con su zapatilla deportiva izquierda
a Tahití. Los paranoicos no son los más indicados para el boxeo: ¿cómo convencerlos
de que ese sujeto que no hace otra cosa que pegarle con todas sus fuerzas en realidad
no lo odia ni quiere perseguirlo y mucho menos aniquilarlo?
Sexología
No vamos a hacer aquí ninguna crítica respecto del sexo (cada cual lo hace
como le sale, y está muy bien), pero sí nos cabe acotar que el sexo no reemplaza al
psicoanálisis, así como, y aunque parezca obvio hay que aclararlo, el psicoanálisis
tampoco reemplaza al sexo. No obstante, no dejaremos de recomendar fervientemente
la práctica de ambas disciplinas, aunque no simultáneamente, ya que el analista es, al
menos transferencialmente, como la madre, el padre, el hermano, la abuela o la prima
de uno, y no se puede (el último de los ejemplos está en duda).
Quedan entonces advertidos. Pero ante cualquier duda cabe recordar la frase de
Freud: "Der Witz un seine Beziehung zum Unbewussten", entre cuyas múltiples
acepciones seguramente hallará el lector alguna que convenga a sus intereses.
116
Retratos
Intentaremos en este texto retratar a los principales miembros del Movimiento
Buffet Freud, utilizando como técnica plástica la palabra escrita. Estas "pequeñas
biografías diurnas" tratarán de mostrarnos la esencia de este movimiento
psicoanalítico, y descontamos que no lo lograrán. De todas maneras, es una forma de
acercarnos a algunos aspectos poco conocidos de los protagonistas de este grupo.
Karl Psíquembaum es, qué duda cabe, la figura señera del Movimiento Buffet
Freud, ya que fue él quien en sus ratos de ocio (que en esos tiempos superaban con
creces a sus ratos de trabajo) descubrió la importancia que tienen las instituciones
psicoanalíticas para los profesionales con problemas económicos por falta de trabajo
en la clínica.
Fue Psíquembaum quien persuadió a sus colegas de que se reunieran
periódicamente en un bar, propiedad de su hermano, que generosamente les abría sus
puertas y les ofrecía sus instalaciones con la única condición de que consumieran
copiosamente y abonaran al contado.
Mucho tiempo ha pasado desde entonces y el Movimiento ha crecido y
progresado. Ahora tienen su propio bar y se lo ofrecen generosamente a los nuevos
colegas recién recibidos, en las mismas condiciones que ellos usufructuaron años ha. Y
todo se lo deben a Karl Psíquembaum, salvo los cafés y whiskies impagos, que se los
deben al hermano de Karl Psíquembaum.
Pero hablemos de Karl. Y para ello, qué mejor que recordar la semblanza que
de él hiciera Frida von Strudell: Karl es pequeño, peludo y suave. Tan blanco por fuera
que se diría todo de algodón. A veces me pregunto cómo puede hacer tantas cosas,
tener tantas iniciativas sin dejar por ello de ser un niño.1
Si repasamos algunos aspectos de la vida de Psíquembaum, sin duda los
dejaremos más relucientes. Karl Psíquembaum no fue siempre un psicoanalista; antes
de eso fue un niño. Hay quienes dicen que fue un niño muy paciente, pero no nos
engañemos, no se refieren a su cualidad de esperar tranquilamente la resolución de los
avatares de su vida sino a la cantidad de analistas que tuvo en su mismísima infancia.
Un día, siendo adolescente, de pura casualidad, descubrió un libro de Freud en
el consultorio de su analista y a partir de allí no lo abandonó nunca más, a pesar de los
señalamientos del profesional en el sentido de que deseaba recuperar su libro.
1
Frida von Strudell es tía materna de Karl Psíquembaum, y realizó esta semblanza
cuando el pequeño Karl contaba tres años de edad y varios objetos de su casa rotos.
Esta etapa de la vida de Psíquembaum duró hasta los cinco años, edad a la que
comenzó su primer tratamiento psicoanalítico y dejó de romper objetos de la casa de
sus padres para pasar a hacerlo en el consultorio de su analista.
117
Psíquembaum estudió en varias universidades, bibliotecas, cafés, y en cuanto
sitio lo dejaran sentarse con el libro. Pasó por varias aulas, sin detenerse en ninguna en
especial, dado que estaban llenas de gente. Finalmente logró su cometido: tuvo su
propio consultorio donde poder leer tranquilo sin que absolutamente nadie lo
molestara.
Al cabo de un tiempo Psíquembaum adquirió cierta fama, pero tal vez sea mejor
no hablar de este capítulo poco feliz de la vida de este profesional. Finalmente,
comenzaron a llegar los pacientes, como el "hombre de los chanchos", "Gustavito,
también llamado 'pequeño Gustav'", "el hombre de las mil caras", "el hombre del
raticida"2 y tantos otros.
Pero los pacientes, esto cualquier analista lo sabe, no son eternos. Algunos
tendían a abandonar el tratamiento luego de varias décadas de fructíferas sesiones, los
muy desagradecidos. Esto dejaba a Psíquembaum con un sabor amargo en la boca, ya
que en los horarios en los que no tenía pacientes aprovechaba para tomar té sin azúcar.
En cierta oportunidad reflexionó que esa era la hora de reflexionar sobre el tema
y convocó a varios colegas, quienes protagonizaron una intensísima polémica en la
mismísima puerta de su consultorio y finalmente llegaron a la conclusión de que si el
doctor Psíquembaum los había convocado era como colegas y no como pacientes, y
que no tenía por qué cobrarles la entrevista, y mucho menos por adelantado, y en la
puerta del consultorio.
Finalmente, se aclaró el malentendido pero eso no evitó que los invitados se
fueran con un dejo amargo en la boca, ya que Psíquembaum los convidó con el té al
que hicimos referencia párrafos atrás. Ésa fue la reunión fundante del grupo Buffet
Freud. A posteriori, para evitar los malentendidos y el dejo amargo ya mencionado,
optaron por reunirse en el bar ya mencionado.
Para terminar con el retrato del eminente profesor Psíquembaum, digamos que
en la actualidad es un reconocido profesional y su trayectoria es considerada un
ejemplo. Un ejemplo de elipse, cuando no de hipérbole o de búmerang.
Lic. Jacob Freudenlerner
Anafreudiana Traumengarten
2
Ese es un caso muy difícil que tuvo que atender el profesor Psíquembaum; se trataba
de un hombre terriblemente obsesionado con "el hombre de las ratas", al que
aparentemente deseaba ayudar eliminando a los roedores con un líquido de su
invención. Psíquembaum llegó a la conclusión de que "el hombre del raticida" estaba
en realidad enamorado, envidioso, celoso, apasionado, desilusionado, entusiasmado y
un tanto ambivalente con respecto al "hombre de las ratas" y que, en todo caso,
deseaba inconscientemente compartir con él un tomo de las obras de Freud, tomo que
casualmente había roído una ratita, dando origen a la compulsión raticida del hombre.
118
"Las pacientes que se llaman Dora suelen ser histéricas, pero hay que tomar
ciertas precauciones, ya que la histeria tiene recursos para ocultarse a nuestra escucha
profesional, y uno de los más frecuentemente usados es el cambiarse de nombre.”
"Una vez tuve que trabajar cinco años con una paciente claramente histérica,
para que al cabo de ese tiempo aceptara que su verdadero nombre era Dora, o que al
menos sus padres habían deseado llamarla así y que finalmente habían desechado ese
nombre impulsados por la resistencia."
"La atención flotante es uno de los recursos más importantes de nuestra práctica
clínica, y consiste en no darle a ninguna palabra del discurso de nuestros pacientes más
importancia que al resto. De esta manera los términos circulan uno tras otro,
semejantes, similares, iguales. Eso sí, es probable que con el tiempo, la 'atención
flotante' se transforme en 'atención bostezante', o 'atención durmiente'."
119
entre sí por dominio de campo freudiano.
Nosotros entender que ellos necesitar campo para cazar pacientes, alumnos y
supervisandos, pero ellos no entender que nosotros necesitar campos para cazar
búfalos. Es como decir gran jefe Barbagrande: "Si, además de pedir asociaciones, gran
cacique Freud hubiera pensado en reducir cabezas, psicoanálisis hubiera sido gran
ciencia".
Yo pertenecer al grupo Buffet Freud en carácter de adherente, porque no
terminar de convencerme métodos de hombre blanco para discutir cuando no ponerse
de acuerdo sobre alguna disquisición teórica: ser muy crueles. Además, ellos burlarse
de tótem que nosotros ubicar en lugar de supuesto saber. Ellos decir que tótem no
escribir seminarios ni tener Obras completas. Eso ser cierto, pero nosotros jamás tener
que organizar grupos de estudio para entender qué es lo que tótem querer decirnos:
jefe Barbagrande comunicarnos pensamiento de tótem y todo estar bien.
Yo tener importante formación psicoanalítica en propia tribu: desde muy
pequeño analizarme con gran profesor brujo Objeto Reparado, quien enseñarme a
discriminar "aquello-que-ser-mi-yo" de "aquello-que-no-ser-mi-yo", enseñanza que
venirme muy bien en caso de guerra, así yo saber a quién poder matar sin causarme
daño a mí mismo. A mis padres no gustarles mucho cómo ir mi análisis y no dejarme
concurrir más a carpa-consultorio de Objeto Reparado. Ésta ser una vieja costumbre
india: "Justo cuando pequeño guerrero empezar a mejorar, padres sacarlo del
tratamiento". Nadie saber por qué ocurrir algo así, pero parece que ser algo tradicional.
Luego yo comenzar educación primaria, pero tener varios problemas escolares.
Cada vez que maestro pedir que apuntar flecha a búfalo, yo apuntar a mapache, o hasta
a maestro mismo. Maestro decidir que yo necesitar psicopedagoga y así explicárselo a
mis padres. Mis padres llevarme a carpa de psicopedagoga para entrevistas
diagnósticas: ella recetarme anteojos y todo estar bien.
El siguiente tratamiento iniciarse en mi adolescencia: en lugar de correr detrás
de otros guerreros y jugar a la guerra psíquica, yo correr detrás de sqwaws intentando
jugar al analista, la histérica y la transferencia erótica. Analista decir que mis impulsos
ser correctos en sus objetos, así como en sus fines, y proponerme que yo conseguir
varias jóvenes sqwaws y jugar juntos.
Luego llegar momento en que jóvenes guerreros salir de tribus y no poder
volver hasta conseguir cazar búfalo. Parecer que yo irme demasiado lejos, y al volver
no tener búfalo sino diploma de licenciado en psicología. Tribu aceptarme, aunque
algunos guerreros mirarme con sorna, y otro decir que diploma de psicólogo no servir
para protegerse de frío como piel de búfalo.
Después yo comenzar a trabajar y gran jefe Barbagrande admitirme entre su
grupo de guerreros-que-supervisan. Yo tener mi propia carpa-consultorio y ya haber
sido tentado por varios colegas como Otro-Con-Mayúsculas y Significante-Que-
Remite para formar institución y luego destruirla, pero no he aceptado. Prefiero seguir
formando parte del Movimiento Buffet Freud, ser más eclécticos.
Nube Simbólica hablar
Jean-Jean Dusignifiquant
120
psicoanalistas. Nadie como él para mostrarnos los desaciertos más frecuentes en que
incurrimos los terapeutas en nuestra propia práctica. Jean-Jean ha hecho un verdadero
culto del error profesional y debemos agradecerle la oportunidad que nos brinda de
observarlo como maestro y no repetir sus tristes desatinos.
Pero hay que comprenderlo. Como él mismo lo explica en su ya célebre y
nunca editado texto "¿Existe algo fuera del consultorio?", Jean-Jean ha sufrido una
infancia difícil y es mucho lo que le ha costado romper el cordón transferencial que lo
ataba al consultorio de su madre, analista también ella.
Durante mucho tiempo Jean-Jean ha creído (y lo que es peor las ha sostenido en
congresos) en hipótesis realmente infantiles acerca del origen de los psicoanalistas.
Decía, por ejemplo, que los analistas vienen de París, cuando todos saben que en
realidad los que vienen de París son los supervisores, y no cada nueve meses sino una
sola vez por año, para algún encuentro.
También sostuvo que para poder ser analista no hacía falta ser médico ni
psicólogo ni filósofo, ni siquiera humano, y llegó a hacer una prueba colocando a su
lorita en el sillón de su consultorio y dejándola atender pacientes. Excusez-moi, que
así se llamaba el pajarraco, llegó a atender con éxito a un paciente obsesivo que repetía
su discurso como si fuese un loro, cosa que terminó complicando el tratamiento en la
época en que Excusez-moi entró en celo. Por otra parte, Jean-Jean confesó que la lorita
le robaba parte de los honorarios y los gastaba en lechuga.
La tercera teoría delirante fue pensar que a los pacientes los derivaba la
cigüeña. Todos sabemos que los pacientes vienen porque hubo una función paterna y
una función materna dentro de la cual estuvieron angustiándose por lo menos durante
nueve meses.
Por todo lo expuesto y muchos errores más, es que admiro a Jean-Jean
Dusignifiquant.
Doctor Alain Supositoire
121
Míster Phillip Twentydollars
3
La doctora Anafreudiana Traumengarten cree haber sido analista, colega o novia de
Míster Twentydollars, pero esto no ha sido comprobado.
122
vez que sonaba un timbre. Allí fue cuando Neurotsky percibió que la reflexología
podría prometer comida pero se quedaba en el timbre, y que las masas necesitaban
verdaderos alimentos para vivir con dignidad. Entonces siguió al perro e ingresó
también él en la clandestinidad.
Se hizo psicoanalista sin que nadie lo supiera (la gente estaba demasiado
angustiada como para poder analizarse) y comunista para obtener cierta trascendencia,
aunque en esa época había mucha competencia en ese ramo; la URSS estaba llena de
marxistas ortodoxos leninistas, trotskistas, heterodoxos y lacanianos, aunque estos
últimos estaban de incógnito y sólo eran reconocibles cuando hablaban de formar la
IRS (Imaginario, Real, Simbólico) en lugar de la URSS, como el resto.
El marxismo recibió a Neurotsky con la hoz y el martillo abiertos, y poco
tiempo después se daba a conocer su primer trabajo acerca de "Las pulsiones leninistas
y su represión por parte del capitalismo", en el que subraya que "el único inconsciente
que existe es el inconsciente colectivo". Intentó con relativo éxito la "terapia de
célula". El problema fue que, como los miembros de cada grupo no debían verse fuera
del ámbito del tratamiento, les resultaba muy difícil organizar tomas de fábricas,
piquetes de huelga y, sobre todo, la Revolución. Tal vez haya sido en esta época
cuando los miembros del Politburó empezaron a ver el psicoanálisis como una
expresión del capitalismo, sobre todo, cuando cinco miembros de la cúpula faltaron a
un atentado contra el zar porque tenían sesión.
Pero Ivan-Ilitch Neurotsky seguía en lo suyo. Famosa es su respuesta a la
psiquiatría oficial zarista cuando lo interrogaron acerca de sus experiencias
colectivistas. Dijo: "Nyet". Al parecer, el gobierno estaba muy interesado en saber a
qué conclusiones había llegado Neurotsky, qué porcentaje de la población respondía
estadísticamente a esas ideas y, sobre todo, con qué colegas y en qué sitios había
trabajado.
Neurotsky se limitó a dar su nombre y a declinar la invitación oficial de seguir
sus investigaciones en Siberia. Finalmente lo dejaron ir, con la condición de que se
fuera. Y se fue, a Londres, donde se ganó la vida vendiendo "psicovaréniques", una
especie de agnollotis de papa y cebolla frita que calmaba cualquier tipo de angustia,
sobre todo la oral.
La trayectoria de Ivan-Ilitch Neurotsky fue continuada por su hijo Boris, quien
volvió a Rusia cuando ya no era Rusia sino la Unión Soviética, para participar invitado
por el mismísimo Stalin, en un homenaje a la memoria de su padre (el padre de Boris,
no el de Stalin). A decir verdad, fue un acto extraordinariamente emotivo en el que fue
evocada la recientemente fallecida memoria de Ivan-Ilitch (quien seguía vivo pero
había olvidado todo lo que alguna vez supo recordar), y durante su transcurso hubo
seis oradores, tres de los cuales seguían vivos al finalizar el acto.4
Luego Boris salió de la entonces Unión Soviética, llevándose consigo los
ideales socialistas de su padre, los candelabros de plata de su abuelo y los parientes
lejanos de su mujer, que lograron huir disfrazados de Ideales Intemacionalistas.
Pero en la Europa capitalista tampoco le fue muy bien. La guerra había llevado
4
Los otros tres dejaron deslizar vocablos poco convenientes en sus discursos y fueron
defenestrados desde el quinto piso del edificio en que se hallaban. Boris Neurotsky,
quien debía hablar al finalizar la ceremonia, declinó hacerlo aduciendo estar
terriblemente emocionado.
123
a una terrible escasez, y las papas y las cebollas eran requisadas por el Ejército, que las
usaba como proyectiles de corto alcance. Boris se dedicó entonces a lo único que su
condición proletaria le permitía: tener hijos.
Y tuvo varios, gracias a que su mujer tuvo ovarios. Uno de los pequeños,
denominado León, demostró inquietudes sociales desde su más tierna infancia: cada
vez que su madre o su padre le pegaban, él reclamaba que eso era injusto y que
también sus hermanos merecían, por lo menos, una palmada cada uno, y que hasta que
cada uno no hubiera recibido por lo menos un golpe nadie debía recibir dos.
Triste el destino del socialismo: sus hermanos no comprendieron esta actitud
solidaria y tendían a odiarlo, o bien a obligarlo a acumular golpes cual capitalista
avaro y especulador. Nadie más lejos que León de tamaño egoísmo.
Como Boris advirtió que su hijo León tenía pocas posibilidades de
supervivencia (ya estaba acumulando los golpes de todos sus hermanos y de los demás
niños del barrio), decidió comprarle anteojos para que dejaran de pegarle. El pequeño
León aceptó los lentes pero rechazó el aumento, diciendo que hasta que no hubiera
aumento para todos, no los habría para él. Entonces fue cuando Boris decidió enviarlo
a estudiar con un psicólogo.5
Luego todo siguió su curso normal. León inició su tratamiento, aumentó su
número de sesiones, descubrió que la psicología era también su vocación, comenzó a
estudiar, aumentó su número de grupos de estudio, volvió a aumentar su número de
sesiones y de estudio, comenzó a hacer terapia de grupo (que él también llamaba
"terapia de célula", tal vez por un sabio resabio ancestral), se recibió, se unió al
Movimiento Buffet Freud, viajó a Agorafobia oriental invitado por el profesor Vel-
Tan-Chung, volvió, y siguió intentando reunir a psicoanalistas y marxistas. Lo único
diferente es que ahora solicita que la reunión no sea en su consultorio, o al menos que
sean cautos con las pipas y demás proyectiles.
Profesor doctor Karl Psíquembaum
5
Ciertos detractores de León Neurotsky dicen que en realidad su padre lo envió a
estudiar "por" un psicólogo.
124
de Lacan —detenida en la página uno del primer tomo—. Él jura que pronto la
terminará y pasará a la dos. Pero como además debe ganarse la vida, organiza grupos
de estudio de "Introducción a Lacan", grupos de gran rigor científico que, en algunos
casos, ya han llegado a la mitad de esa primera página que el propio doctor está por
terminar; en cambio, aquellos que no llevan más de dos años estudiando, no han
superado aún el primer renglón.
Alain Supositoire tiene también pacientes lacanianos. Está estudiando la
posibilidad de fundar una escuela junto a su colega Jean-Jean Dusignifiquant, pero la
gran similitud de ideas entre ambos colegas tornaría imposible dicha institución.
Licenciado Jacob Freudenlerner
125
cuando se reúne en los bares a tomar cerveza.
Pero seríamos injustos con la gente del Grupo de los Jueves si nos detuviéramos
aquí en su descripción. Su larga trayectoria profesional del otro lado del diván (o,
menor dicho, del lado de arriba del mismo, salvo un fóbico que prefería recostarse del
lado de abajo para no ser visto por su analista, a quien él tampoco podía ver) les
permite aportar elementos sin duda enriquecedores: sin ir más lejos, cada uno debe
llevar gastados no menos de treinta mil dólares en tratamiento, lo que no es poca cosa.
La gente del Grupo de los Jueves intercambia datos acerca de adelantos en la
teoría, analistas que estén muy bien, nuevas técnicas para obtener el alta más rápido o
bien para dilatarla, y hasta conflictos, traumas y angustias cambian de dueño en estas
peculiares reuniones.
No han descartado aún la creación de una "Escuela para Pacientes de Pre y de
Posgrado", en la que, a partir de cuatro años de estudio, un individuo saldría con la
formación adecuada para poder analizarse.
Hay quien los critica diciendo que, por deformación profesional, terminan
sabiendo más de psicoanálisis que de sí mismos. A este tipo de disquisiciones ellos
responden con otra pregunta: "¿A usted, qué le parece?".
Licenciado Jacob Freudenlerner
Epílogo
Seguramente tendrá ahora el lector una visión más completa de los integrantes
del Movimiento Buffet Freud. O, por lo menos, una visión más incompleta. En caso de
tener sólo una visión, aconsejamos iniciar tratamiento con urgencia.
Profesor doctor Karl Psíquembaum
126
Reportaje
a Karl Psíquembaum*
La aparición del libro Buffet Freud causó evidentemente una conmoción en el
ambiente psicoanalítico. De allí que distintos medios se interesasen en sus autores e
intentaran localizarlos con el fin de conocerlos, reportearlos o encarcelarlos. En uno de
estos casos se halla la Revista Diarios Clínicos, que entrevistó al profesor
Psíquembaum con la finalidad de profundizar sus conocimientos psicoanalíticos, y
hemos de decir que lo logró: luego de ese reportaje, el profesor sabe mucho más que
antes. He aquí una transcripción más o menos certera de la nota.
DIARIOS CLÍNICOS: Tal como usted escribe en el prólogo de su libro: "He tenido la
oportunidad de leer numerosos textos: nunca lo hice". Creemos, tomando sus
palabras, que tampoco ha podido leer el suyo propio. Continúa usted diciendo que
"siente verdadera admiración por aquellos profesionales que pueden leer un libro
mientras escuchan a un paciente, huelen un perfume, degustan un sandwich y tocan la
guitarra al mismo tiempo", pero dada esa limitación suya que le impide hacer dos
cosas al mismo tiempo, creemos que ni siquiera mientras los escribía leyó sus propios
artículos. Lo conminamos a tener un franco (dado que es domingo) diálogo con
nosotros para constatar esos aspectos.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En mi larga experiencia como psicoanalista
he tenido la oportunidad de responder a numerosos reportajes: nunca lo hice. Tal vez
se deba a una falsa modestia, quizá se deba a que me parece una tontería el jueguito
ese de leer reportajes y contestarlos como si me los hubieran hecho a mí, o
simplemente no respondí a los reportajes porque considero que las agresiones
implícitas que los periodistas me dirigen cuando en un reportaje ni siquiera preguntan
sobre mí, ignorándome por completo, merecen una respuesta acorde.
Pero vayamos a mi libro. Bien, tal como lo señalé en el prólogo, no he tenido la
oportunidad de leerlo, pero eso no es lo importante. Lo importante es que ustedes sí lo
han leído, o al menos han leído el prólogo, o tal vez un párrafo del mismo. Y no sería
extraño que para leerlo lo hayan tenido que comprar. En tal caso, se cerraría la
ecuación libro = dinero, que ningún psicoanalista describió pero todos conocen,
quedando ustedes del lado del libro y yo, casualmente, del lado del dinero.
DIARIOS CLÍNICOS: En su libro usted esboza la posibilidad de que un analista castigue
físicamente a sus pacientes. Conociendo la eficiencia que han demostrado tener a lo
largo de la historia "dos sopapos pegados a tiempo": ¿no comparte usted con noso-
tros que esta metodología podría ofrecer cierto impacto en relación con la neurosis
traumáticas?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: A decir verdad, este tipo de terapéutica
forma parte de la casuística de mi colega el doctor Joe "Freud" Morgan, quien la ha
implementado en numerosas oportunidades, pero no tangencialmente como ustedes
*
Publicado originariamente en Diarios Clínicos, Revista de Psicoanálisis con Niños y
Adolescentes, N° 5, Buenos Aires, octubre de 1992.
127
sugieren sino a los puñetazos limpios. Él los ha utilizado exitosamente para las
neurosis traumáticas y ha causado unas cuantas, la suya propia incluida, dado que una
vez un paciente decidió devolverle transferencialmente golpe por golpe. En cuanto a
mi propio criterio, más que "dos sopapos pegados a tiempo", prefiero "dos sesiones
pagadas a tiempo". Por otra parte, considero contraproducente la violencia física en el
tratamiento, ya que llevaría a las víctimas a formar instituciones tales como "Pacientes
Golpeados" o "Edípicos Anónimos", que no harían quedar muy bien a nuestra
profesión.
DIARIOS CLÍNICOS: Nos resultaría muy interesante su reflexión sobre el problema del
pase. El pase de pacientes, claro está. Siempre se ha sostenido que la transferencia es
la instancia posibilitadora. En este caso, posibilitaría que cada analista contase con
su equipo de pacientes. Bien planteado en el campo de la clínica, con la mirada
puesta en el inconsciente del Otro, desechando esquemas anafreudianos defensivos y
realizando un análisis ofensivo con cuatro o cinco interpretaciones de punta por
sesión. ¿Comparte usted el criterio de que tal vez resulte el único camino para
asegurar un buen fin de análisis que los psicoanalistas italianos denominan scudetto?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Vayamos por partes. Primero está la
cuestión de los pases. Evidentemente esto entraña ciertos riesgos, ya que se corre el
peligro del "pase y no vuelva", por lo cual recomiendo a mis colegas realizar los pases
a préstamo y sin opción. Cuando se realice una transferencia, ambos pases deben
quedar conformes, y el contrato debe ser claro en cuanto a horarios, honorarios,
premios, primas, hermanas, madres y demás aspectos conflictivos de todo tratamiento.
Yendo al segundo aspecto, el de los analistas con equipo propio, en todo caso es
discutible. No voy a negar que hay casos que se resuelven de taquito, pero en los
demás, no es fácil decirle a un paciente que debe ocupar el diván de suplentes durante
los cuarenta y cinco minutos; hay que ver cómo se juega a la ley del insight, se deben
evitar las formaciones reactivas y las vueltas sobre el contrario en las que hay un
ataque masivo, pero cualquier contragolpe con dos asociaciones bien puestas muestra
una estructura endeble. Hay pacientes que exigen tiempo de descuento, mientras que
otros reclaman "la hora" antes del horario de finalización de la sesión. No faltan los
que reprochan "¡¿Qué cobrás?!" cuando usted desea ajustarles sus honorarios, o sea,
estoy hablando de casos en los que el paciente ve en su analista transferencialmente a
un árbitro y resulta muy dificultoso explicarle que usted está allí para escucharlo y no
para juzgarlo. En esos casos hay que tener cuidado de las agresiones físicas, sobre todo
si el paciente es un poco paranoide y siente que usted favorece a la mamá, pareja o jefe
contra los propios intereses de él.
Hay pacientes obsesivos que hacen siempre la misma jugada, hay esquizoides
que juegan para los dos equipos al mismo tiempo, hay histéricos que se la pasan
mirando la platea, a ver si algún empresario extranjero se interesa en contratarlos, y no
faltan los fóbicos que se mantienen a una prudencial distancia de la pelota. Por eso,
más que scudetto, que me suena a "escudo, defensa", prefiero el término "alta", bien
alta, y al ángulo.
DIARIOS CLÍNICOS: En repetidas ocasiones nos señala usted la importancia del
psicoanálisis en términos de modelo de investigación. ¿Considera posible que el
psicoanálisis sea articulador teórico para una epistemología convergente que sintetice
materialismo histórico, física cuántica, teoría de la relatividad, matemática moderna,
teoría de la evolución de las especies, conductismo, física atómica y religiones
128
comparadas?
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En principio creo que si alguien logra
sintetizar en su cabeza todas esas ciertas, indudablemente necesitará un psicoanálisis
con urgencia, lo cual habla de la utilidad clínica de nuestra disciplina, ya que no
epistemológica. Pero si ustedes me preguntan si yo considero al psicoanálisis una
cosmovisión, mi respuesta es "no". La única cosmovisión que conozco está al alcance
de todo el mundo y se denomina televisión. Usted puede, con sólo apretar una tecla,
encontrarse con el materialismo histórico (mostrado por dos participantes que
compiten entre sí aportando toda su fuerza de trabajo para obtener una juguera); con la
teoría de la relatividad (la repetición del mismo chiste contado de ochocientas maneras
distintas en media hora demuestra que nada se pierde y todo se transforma); la física
cuántica (desarrollada por cuerpos sólidos que mueven sus átomos magnetizados por
ciertas ondas sonoras que así se lo solicitan, y luego les dicen a esos cuerpos que se
dirijan a otro espacio y adquieran las mismas ondas sonoras en forma de disco
compacto antes de que se agoten). Para las religiones comparadas sólo habrá que
esperar hasta el fin de la transmisión. En cuanto a las matemáticas modernas, bastará
con apagar el aparato y tomar un libro de esa disciplina.
Pero si nos referimos al psicoanálisis como ciencia integradora, debemos decir
que teóricamente puede sintetizar no sólo las disciplinas por ustedes mencionadas sino
también el álgebra, la antropología humana y la animal, la geometría no euclidiana
(siempre que haya resuelto su Edipo), química orgánica, inorgánica y escatalógica,
corte y confección, estructuralismo, lingüística, dactilografía, oratoria y teatro.
El caso es que introduciendo todo eso en el psicoanálisis no quedará en el
consultorio lugar para el paciente. Cuestión de elegir.
DIARIOS CLÍNICOS: En "Un típico caso de paranoia y las especulaciones teóricas
pertinentes (caso Erika)", de la doctora Anafreudiana Traumengarten1, encontramos
la opinión de varios colegas que hacen su aporte al caso. Quisiéramos presentar
nuestra hipótesis de trabajo y conocer su opinión sobre la misma. Coincidimos con
usted en que hay un elemento de represión que es el que le hace obstáculo a la
doctora Traumengarten para dilucidar los motivos respecto de la falta de Dora
(nombre verdadero de Erika, según la doctora). Nosotros, siguiendo las enseñanzas de
nuestro maestro, nos atenemos a la letra: el problema de Dora es su relación con la
Falta (la mayúscula se justifica en el hecho de que la falta de Dora es mayúscula, ya
que nunca concurre al tratamiento). Decimos que Dora adora la Falta, lo que la
convierte en Faltadora. Este adorar la falta es lo que no pudo ser interpretado a
tiempo complicando la transferencia.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: Para comenzar, quiero decirles que a su
hipótesis de trabajo le falta. ¿Qué le falta? Por lo menos, le faltan datos, ya que ustedes
no han conocido a Dora ni siquiera una vez (a diferencia de la doctora Traumengarten
que sí la vio una vez) y no saben en realidad si lo que Dora quería era "faltar", o bien
burlarse de la doctora Traumengarten y pasarse su horario de sesión imaginando que la
doctora se estaría haciendo malasangre por ella mientras ella disfrutaba de la vida. Si
éste fuera el caso, la paciente no sería una "faltadora" sino una "sobradora", que es
todo lo contrario, y es una hipótesis que no debería descartarse.
Por otra parte, otra cosa que le falta a su hipótesis es lectura; si no, se habrían
1
Véase más arriba, en este mismo volumen.
129
dado cuenta de que en realidad "Dora" es un nombre que la doctora le pone a su
paciente creyéndola histérica, pero ella había dicho llamarse Erika, valga la rima. Y tal
como lo señala el doctor Dusignifiquant, en su comentario, dice que bien podía
llamarse Eduviges. Y yo mismo digo que el nombre podía ser Ernestina, o, por qué no,
Epicrisis, lo que desecharía su hipótesis.
Pasemos al aspecto de seguir las enseñanzas del maestro y atenerse a la letra:
¿Que letra?, me pregunto, porque no es lo mismo seguir una C que una D, y si no
pregúntenles a los que las confundieron y se equivocaron de baño público. Y sigo:
¿Qué maestro?, me vuelvo a preguntar. "¡Qué sé yo!", me respondo, "debí
preguntárselo a ustedes".
Una vecina me comenta al paso que quien hizo ciertas acotaciones sobre la
lingüística fue Lacan, y luego sigue viendo su teleteatro. Ahora entiendo el origen de
vuestra confusión: de modo que siguieron ustedes a Lacan, que fue él quien los guiaba
con su olfato certero, con su oído alerta, con todos sus reflejos dispuestos a la caza del
lapsus. Pues entonces deben saber que "can" en nuestro idioma es masculino, debe
decirse "el can" y no "la can". De allí en más, toda confusión es posible, toda certeza
es delirante.
DIARIOS CLÍNICOS: En relación con el caso Gustavito, también llamado "pequeño
Gustavo"2, hace usted interesantes elucubraciones relativas a la voz proferida por el
pequeño, "gu-gu". ¿No ha pensado usted en la posibilidad de que el pequeño sea
tartamudo? Apoyamos nuestra idea en que cuando lo vimos a los dieciocho años
seguía, ya adolescente, repitiendo esa voz cada vez que le preguntaban su nombre.
PROFESOR DOCTOR KARL PSÍQUEMBAUM: En principio, quiero señalarles que cuando
atendí a Gustavito tenía cinco meses (él, no yo), y a los infantes de esa edad es
dificultoso diagnosticarles un cuadro de tartamudez ya que aún no hablan, ni recitan,
ni mucho menos interpretan. Yo señalé que Gustavito decía "gu-gu" como manera de
comunicarse, y él me mostró lo certero de mis palabras con llantos, ventosidades y
otras expresiones provenientes de su interior.
Pero ahora ustedes dicen verlo a Gustavito a los dieciocho años y que sigue
diciendo "gu-gu". Bien, aquí cabrían varias hipótesis. Una es la de la tartamudez, pero
no es la única. Es posible que Gustavito sea una víctima más de la televisión y "gu-gu"
sea lo más inteligente que pueda decir. También cabe la posibilidad de que Gustavito
tenga una novia a la que apodan "gu-gú" y sea ella a la que estaba llamando el
muchacho cuando lo vieron. O que Gugú sea el perro, el gato, la tortuga, el canario, y,
por qué no, el superyó de Gustavito. O que la persona que ustedes vieron no haya sido
Gustavito. Con esto quiero decirles que sólo entrevistando a Gustavito lograría
resolver el enigma por ustedes planteado. Si llegaran a concertar la entrevista, les pido
que le recuerden que me traiga el osito de peluche que se llevó aquel día de mi
consultorio y nunca más me devolvió. Es para mí un objeto transicional.
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Véase nota 1.
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El analista del 2050
NAHUEL X. PSÍQUEMBAUM
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habrá pasado una sesión leyendo un artículo de un odiado rival y mientras pensaba
cómo destruirlo en el próximo número de su revista, decía "ejem", "ujum", "ajá" y
hasta el jugadísimo "¿y usted qué piensa?", sin darse cuenta de que el paciente
tampoco estaba allí, al igual que él.
Otro punto era el económico: muchos pacientes dejaron de pagar meses, o aún
años antes de que finalizara el tratamiento. Otros, en cambio, seguían pagando aunque
hacía mucho tiempo que habían dejado el diván. Se podría decir que hubo pacientes
que pagaron el tratamiento de otros. Y esto confundió a los analistas: se sabe que "si
viene y paga, es paciente" y "si no viene y no paga, no es paciente". Pero los que
"vienen y no pagan" o los que "pagan y no vienen" introducen al psicoanálisis en
territorios sin duda polémicos.
Quedan por formularse algunos interrogantes sobre el futuro de la profesión;
una primera instancia es evaluar el futuro del psicoanálisis sin pacientes, si los
analistas pueden independizarse de la demanda y analizar otras cosas, sean películas,
cuadros, personas que no pidieron análisis, escándalos públicos, eclipses, instituciones
psi. Pero si se cree (y ésta fue la postura de mi abuelo Karl Jr. Jr., que yo sostengo por
la misma tradición por la que soy hincha del mismo club de fútbol que él aunque los
clubes no existen más, ahora son empresas) que sí se necesita que haya pacientes para
que haya análisis, habría que estudiar las formas de promover su existencia.
Podríase, como se ha hecho ya con otros oficios, elevar su "status profesional",
crear la "Facultad de Pacientología" donde se enseñe a ser neurótico "pero de libro", o
sea que el futuro paciente podrá sistematizar los síntomas que quizá ya sufre pero en
forma desordenada. Las clases en principio las darían analistas, pero no nos
extrañemos si los pacientes recibidos y experimentados reclaman para sí la docencia, y
exigen una "ley de incumbencias" que los independice de los analistas, y hasta les
permita ejercer de pacientes de otros profesionales (médicos, odontólogos, veterinarios
los que se crean animales).
Además, está el hecho de que quizá muchos posibles pacientes no vean en esa
profesión una adecuada fuente de ingresos: "Tengo una familia y varios síntomas que
mantener, la formación es cara, hay veces que tengo que tomar taxis para ir a sesión
porque les tengo miedo a los colectivos...". Quizá sea el momento de apelar al
abandonado recurso de la "relatividad de los honorarios" para calmarlos y ofrecerles
que, por un tiempo, perciban dinero por cada sesión (sólo por aquellas a las que
concurran). Es obvio que cada paciente cobrará según su experiencia y calificación, y
también, por qué no, de acuerdo al número de analistas que pretendan analizarlo, ya
que ningún paciente podrá atender a más de cuatro terapeutas por semana. No hay que
escandalizarse con esta idea, sería un progreso con respecto a los orígenes, ¿acaso
José, el primer analista de la Historia según la Biblia, no era esclavo de su paciente, el
faraón?
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