3 - Juramento de Sangre - NathanLong
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Juramento de sangre
Warhammer. Ulrika 3
ePub r1.0
Titivillus 09.02.15
Título original: Bloodsworn
Nathan Long, 2012
Traducción: Pinefil (Adeptus Hispanus Transcriptorum)
* * *
Ulrika se peinó con los dedos, su mata de pelo blanco recortado y trato de
quitarse el polvo, y las costas de barro, de sus ropas, mientras esperaba que
alguien contestase al timbre de la puerta del Cáliz de Caronne.
Deseó haber tenido tiempo para cambiarse. Los hombres que había visto salir
por la puerta principal, eran nobles, que habían llegado en lujosos carruajes,
todos ellos vestidos con sus mejores ropajes, a la moda de la corte, y todos ellos
impecablemente limpios y resueltos. Ella, por otra parte, parecía que había estado
durmiendo en pajares y cementerios, que de hecho, era la verdad.
La puerta se abrió al fin, y una mujer voluptuosa de mediana edad, con su
pelo castaño apilado sobre su cabeza, sonrió cuando le vio.
—Bienvenido al Cáliz de Caronne, caballero —pero su sonrisa se desvaneció
en cuando le vio mejor.
—Sólo servimos caballeros, señora —dijo en una recortada acento de
Bretonia—. Y usted no lo es.
—¡No estoy aquí para eso! —dijo Ulrika—. Tengo que hablar con la señora
de la casa. Es urgente.
La mujer comenzó a cerrar la puerta.
—¡En estos momentos, no está en la casa! ¡Adiós!
Ulrika apoyo una de sus manos sobre la puerta y evito que se cerrara, a pesar
de que la mujer empujaba con todas sus fuerzas.
—¡Espere, debe escucharme, soy…!
La mujer miró por encima del hombro.
—¡Hugel! ¡Lemarne!
A través del hueco en la puerta, Ulrika vio a dos enormes matones, salir de
las sombras y dirigirse hacia la puerta.
—¡Señora, por favor! —suplicó—. Soy un pariente, un pariente de sangre,
busco a la que una vez fue llamada condesa Gabriella.
La mujer se detuvo al oír el nombre, y luego miró hacia atrás como si
consultara con alguien. Después de un movimiento con la cabeza, los dos
matones se apartaron a un lado, y abrió la puerta.
—¡Entra, rápido!
Ulrika dio un suspiro de alivio y se deslizó a través de la puerta, para entrar
en un opulento recibidor, donde se quitó la capa.
—¡Gracias! —dijo Ulrika—. Mi caballo está en la calle, ¿podría ocuparse…?
Ulrika no pudo terminar la frase al encontrarse una daga de plata junto a su
vientre, empuñada por una joven belleza de tez pálida, como un vestido gris
modesto, que se había escondido detrás de la puerta. Tenía el pelo negro y los
ojos verdes y no tenía pulso.
—¡No te muevas, hermana!
—¿Qué? ¿Qué es esto? —dijo la indignada Ulrika—. ¿Quién eres?
—Ordenes de la madame —dijo la mujer de cabello castaño—. Que cualquier
«pariente» debe ser puesto bajo llave, hasta que esté libre de hablar con él. Por
favor quítese el cinto.
—Pero, si no tengo intención de hacerle ningún daño —dijo Ulrika—. Ella
me conoce. Soy su…
—Si haces lo que te pedimos —dijo la vampiresa de ojos verdes—. Se te dará
la oportunidad de explicárselo en persona.
Ulrika miró a su alrededor y valoro sus posibilidades. Tal vez fuera capaz de
desarmar a la Lahmiana, pero los dos enormes guardias también tenían armas de
plata. Ulrika suspiró y se desabrochó el cinturón. Supuso, que con el actual clima,
la cautela de Gabriella era comprensible. ¿Cómo podía ella, saber quién
intentaría entrar por su puerta?
—¿Entonces, la condesa está viva? —preguntó Ulrika—. ¿Al menos puede
responderme a esto?
Llamaron a la puerta mientras la mujer de pelo castaño rojizo se llevaba su
estoque y daga. Hizo un gesto de urgencia a la Lahmiana mientras, colocaba las
armas en un guardarropa, y volvía hacia la puerta.
—Por favor, señora, llévesela. Tenemos clientes.
La Lahmiana le indicó a Ulrika una puerta lateral, y sin protestar se
dirigieron hacia ella, con los matones siguiéndolas. La interrupción de los
negocios de Gabriella no sería una buena primera impresión para el regreso de
una hija pródiga.
En la parte superior de una escalera oscura, la Lahmiana se detuvo ante una
puerta y con un movimiento difícil de seguir con una mano, poso su mano en el
pomo, para abrir la puerta que daba a un pasillo iluminado por candelabros, con
el suelo y paredes enmoquetadas. Desde del piso de abajo, Ulrika podía oír el
sordo sonido, de las risas, el amor y el canto, pero aquí todo estaba tranquilo,
como una tumba. La chica guio a Ulrika hacia una puerta en una esquina, y la
mantuvo abierta. Ulrika vaciló en el umbral, porque aunque parecían puerta de
madera, detrás de la madera, había una gruesa plancha de hierro.
—Estoy muy contenta de volver a casa —suspiró Ulrika, y entro en la
habitación, mientras la Lahmiana cerraba la puerta detrás de ella.
La habitación era pequeña, sin ventanas y sin iluminar. Podía sentir el poder
de los hechizos en la puerta y en las paredes. En la habitación había una cama y
una silla, y eso era todo. Sin lámparas, sin velas, sin agua para lavarse. A Ulrika
no le importaba la falta de luz. Ella podía ver lo suficientemente bien sin ella,
pero habría sido agradable poderse lavarse el polvo de la carretera.
Coloco su capa y su sombrero sobre la silla, y luego se recostó en la cama, y se
desabotono su echó la capa y el sombrero en la silla, luego se recostó en la cama y
se desabotonó su jubón, preparándose para una larga espera, pero antes de que
pudiera apoyarse en la almohada, oyó pasos apresurados por el pasillo, y una voz
familiar gritando con ira.
—¿Kislevita? ¿Con el pelo corto? ¡Niña tonta! ¡Has encerrado a la hija de
Madame du Vilmorin! ¡Vamos abre la puerta!
Ulrika saltó de la cama y se acercó a la puerta.
—¡Famke! ¡Estoy aquí!
Tras unos murmullos de disculpas, la puerta se abrió, y Famke estaba allí de
pie, tan delgada y hermosa como siempre, con el cabello rubio del color de la
miel, y en su rostro estaban sus ojos azules ansiosos.
—¡Ulrika! ¡Eres tú!
Las dos se entrelazaron con fuerza, durante la duración de un minuto,
mientras que la Lahmiana de cabello oscuro les observaba. Por fin las dos dieron
un paso atrás, para mirarse la una a la otra, riéndose y sonriendo. Famke estaba
vestida con un túnica de Catai, de un verde profundo, y unas zapatillas a juego, y
Ulrika vio en sus ojos, un cansancio y un espíritu mundano que Ulrika no
recordaba haber visto ante.
Por supuesto, también hubo algunos cambios en Ulrika.
—¡Tu pelo! —exclamó Famke, sorprendida por ello—. ¡Es blanco! ¿Qué te
pasó?
—Yo… no lo sé exactamente. Caí en un río. Aunque no recuerdo mucho —
respondió Ulrika, echándose a reír—. Simplemente se volvió blanco.
Famke se estremeció y le cogió de la mano.
—Hermana, llegue a temer que hubieras muerto, Yo… yo no puedo creerme
que hayas vuelto.
Ulrika bajó la mirada, avergonzado.
—Temí por vosotros también. Durante mi regreso de Kislev he oído hablar
de hermanas muertas y expuestas. Yo no estaba seguro si te encontraría, y la
condesa Gabriella.
—¡Vive! —dijo Famke—. No temas. Aunque tenías razón al preocuparse. Ha
sido terrible por aquí. El strogoi y los asesinatos solo fueron el comienzo.
Famke le miro a los ojos de Ulrika.
—Estamos en guerra con los sylvanos.
Ulrika asintió.
—Lo sé. Luché contra uno de sus agentes en Praag. Yo regrese con intención
de advertíos. Me dijeron que espías sylvanos se dirigían a Nuln, para decapitaros,
y temía por ti, la condesa, y la señora Hermione.
—No han venido a por nosotras —dijo Famke—. O al menos no somos su
objetivo principal.
—¿Entonces, cuál es su objetivo? —preguntó Ulrika.
—Karl Franz —dijo Famke—. El Emperador está a punto de llegar a Nuln, y
los sylvanos tienen intención de asesinarle cuando llegue.
2
Las lahmianas sacan sus garras
* * *
Después de alimentarse y asearse, Ulrika siguió Famke hacia abajo por una
oculta escalera que descendía bajo tierra, a gran profundidad, pero Ulrika le
parecía que no solo habían descendido bajo tierra, sino que también lo había
hecho en el tiempo. La composición de las paredes cambiaron de lo profundo
que estaban descendiendo, desde la madera a ladrillos, a primitivas piedras, en
cada vuelta de las escaleras, Finalmente llegaron a un túnel, donde el golpeteo del
agua, llenaban los oídos de Ulrika y el hedor a moho le lleno la nariz, las paredes
no parecían hacer sido talladas por picos y cincel, sino por garras y dientes.
Rastros débiles de burdos símbolos cubrían las paredes del túnel, y un frío viento
gemía a través de ellos que le indicaba que el túnel se profundizaba aún más bajo
el suelo.
—¿Cómo se habrían enterado las lahmianas, de los planes de los sylvanos? —
preguntó Ulrika a Famke—. ¿Han capturado a un espía? ¿Han interceptado
algunos mensajes?
Famke negó con la cabeza.
—Que yo sepa, no, aunque no me lo dicen todo. Creo que son más bien
conjeturas, muchas pequeñas evidencias, que conducían a una sola conclusión.
Detrás de cada exposición de lahmianas, han visto indicios de sylvanos, y la
condesa Gabriella, cree que están tras la decisión de Karl Franz de dejar Altdorf
para visitar Nuln. Nuestros espías en Sylvania informan de un ejército de
muertos vivientes concentrándose en la frontera con el imperio, y se han avistado
de tropas misteriosas en las proximidades de Nuln, moviéndose solo por la
noche —respondió Famke, mirándola a los ojos—. Algunas hermanas no están
de acuerdo, pero la mayoría creen que estas cosas apuntan a que intentaran
asesinar a Karl Franz en Nuln, seguido de una invasión a gran escala desde
Sylvania durante la confusión que provocaran con su muerte.
Ulrika asintió, y mientras reflexionaba sobre lo que le había dicho Famke,
oyó el clamor sordo de voces discutiendo, por delante de ellos, y después de una
curva en el túnel, llegaron a un par de pesadas puertas de madera, abiertas de par
a par, de daban a una cámara iluminada con antorchas, y al final de la cámara
unas grandes puertas de madera que parecían ocupar toda la pared. Protegidas
por dos vampiresas con túnicas rojas, que escondían sus armaduras negras con
incrustaciones, que empuñaban unas largas espada en sus mamas, que se
colocaron inmediatamente en guardia al ver a Famke y Ulrika.
—¡Identificaos, hermanas! —dijo la que estaba a la izquierda.
Ulrika instintivamente se llevó la mano a su estoque, se dio cuenta de que
todavía estaban en el guardarropa junto a la puerta principal del prostíbulo.
Ulrika gruñó con fastidio. Se sentía desnuda sin sus armas.
Famke hizo una reverencia.
—Hermanas, somos Famke, pupila de Lady Hermione de Nuln, y Ulrika,
pupila de la condesa Gabriella von Nachthafen, y trae noticias para nuestras
señoras.
Las mujeres se hicieron a un lado y le indicaron a Famke y Ulrika, que
entraran. La antecámara más allá de ellos estaba lleno de guardaespaldas y
seguidores, ambos vampiros y humanos, todos sentados en bancos de madera en
actitudes de aburrimiento cautelosas. Los ojos de Ulrika se abrieron para
examinarlos a todos.
Por las vestiduras, podo deducir, que todos eran de diferentes provincias, y
que no solo representaban a las provincias del imperio, también pudo ver a
representantes de Bretonia, Estalia y Tilea, había tanto hombres como mujeres,
algunas vestidas como damas de compañía, algunas llevaban los hábitos de
órdenes de religiosas, y unas pocas botas y vestiduras parecidas a las de Ulrika,
pero todas eran lahmianas.
—¿Cuántas lahmianas se reunido? —murmuró Ulrika, mirando a su
alrededor.
—Más de un centenar —respondió Famke.
Ulrika parpadeó. No se le había pasado por la mente, que pudieran haber
tantos vampiros en todo el mundo. Había pensado que había tantos vampiros en
todo el mundo.
Una mujer alta, vestida de gris inclinó la cabeza ante ellas, cuando se
acercaron a los portones.
—¡Hermanas! —dijo con una voz seca.
—Tenemos noticias para nuestras señoras —dijo Famke—. Noticias sobre
Kislev.
Ulrika sonrió con inquietud que. Realmente, la única noticia de Kislev era
que había regresado. Ya que parecía que las lahmianas ya parecía saberlo todo,
sobre los planes de los sylvanos.
La mujer se inclinó y abrió las puertas.
Una ráfaga de voces discutiendo enojadamente se vertió a través de la puerta,
cuando Famke y Ulrika se deslizaron por la puerta, el ruido de voces aumento a
medida que la puerta se cerraba silenciosamente tras ellas. Decenas de voces
todas hablaban a la vez, que terminaron parecieron los graznidos de cuervos.
Ulrika estremeció como Famke la cogió de la mano y la guio hacia la
izquierda siguiendo la pared la enorme cámara. Los miles de cráneos que le
miraban desde el alto del techo arqueado no dejaron dudas sobre cuál había sido
el propósito original de la cámara, además el ennegrecido altar por la sangre del
centro, y las vastas jaulas de hierro fijadas en las paredes. Este había sido un lugar
donde se realizaban sacrificios a algún dios del Caos o a un demonio. Ulrika
también se fijó en todas las estatuas destrozadas recientemente que abundaban
en las paredes.
—¿La hermandad sabía de estas catacumbas, cuando compro el prostíbulo?
—susurró Ulrika susurró mientras era guiada por Famke.
—Fue la razón por la que la eligieron —respondió Famke—. Aunque el
vendedor no sabía nada sobre lo que había debajo.
Famke miró a su alrededor hacia el altar y a los simboles pintados alrededor
del suelo del altar.
—No somos los primeros en derramar sangre en esta sala, de esto puedo
estar segura.
Ulrika hizo una mueca, al recordar los sangrientos rituales del caos, de los
que había sido testigo en Praag, e intento quitarse esos pensamientos, fuera lo
que fuera antes esta sala, ahora era una sala de reuniones, donde se celebra una
acalorada reunión de las reinas de la noche, y Famke tenía razón, ciertamente
había más de un centenar de lahmianas llenando los bancos de piedra.
Pero aunque el número era sorprendente, fue la variedad de formas, lo que
hizo que la mente de Ulrika se sorprendiera. En su limitada experiencia, siempre
había visto a sus hermanas, como mujeres jóvenes, viejas, serenas y salvajes, pero
todas ellas parecían humanas, por lo menos la mayoría del tiempo. Aquí, sin
embargo, aunque eran muchas las bellezas orgullosas con aires de nobleza, había
algunos que parecía haber dado la espalda a todas las convención de la
vestimenta y de también de la civilización, y otra parecían haber abandonado la
humanidad en su conjunto.
Una mujer del tamaño de un ogro se sentaba en la primera fila,
completamente desnuda, con la cabeza afeitada, y con manchas de sangre
decorando sus abultados pechos y vientre. Una elegante criatura alada, de piel
negra con brazos cruzados, estaba encaramada como un murciélago, en un pilar
roto, detrás de la última fila, observando las discusiones con sus ojos rojos. Un
cadáver marchito con ropas nupciales de la época de Sigmar yacía inmóvil en un
antiguo ataúd en el suelo. Ulrika en un primer momento había pensado que
realmente estaba muerta, pero al ver al desnudo esclavo, arrodillado y
encadenado al lado del ataúd, que se arrodilló, encadenado, al lado de la caja,
temblando mientras sangrientas palabras era talladas en su espalda, por un
estilete flotante mientras que un segundo esclavo las leía en voz alta, y luego
esperaba a que las heridas se curaran, y luego nuevas palabras eran escritas sobre
las anteriores. Una niña de no más de ocho años se sentada en la parte trasera de
un enorme esclavo, sin ojos y sin orejas. Una figura tan extraña que Ulrika no
sabía si estaba vivo, se paseaba por la grada superior. Podría haber sido una
mujer encerrada en su totalidad en una armadura de delicado oro, o como la
misma facilidad, podría haber sido intrincado autómata de oro. Ulrika no pudo
ver carne, entre las juntas, ni los ojos tras los cristales de ojos de crista que
decoraban la parte delantera de su cráneo. La boca era como la de un maniquí de
ventrílocuo, una cosa con bisagras, complementado con colmillos de marfil,
detrás de los labios de color rojo rubí, hechos con rubíes de verdad.
Pero estos individuos extraños no eran los más inusuales entre la multitud
que discutía, incluso sin ellos, la comprensión de Ulrika del espectro de la
sociedad Lahmiana se amplió con cada giro de la cabeza.
Había lahmianas con belicosas corazas, académicas lahmianas, con las
túnicas negras de los nigromantes, lahmianas bestiales que se parecían más a
lobos que a mujeres, veladas lahmianas que se ocultaban en las sombras,
lahmianas con túnicas y tocados de las sacerdotisas de la antigua Nehekhara, y
otras vestidas con pieles, que no habrían desentonado entre merodeadores
kurgan. Y en el medio de todo Ulrika por fin vio las lahmianas de Nuln, la
condesa Gabriella, Lady Hermione y Madame Mathilda.
Gabriella y Hermione estaban vestidos como siempre como respetables
mujeres de la nobleza, con colores azul pastel y burdeos respectivamente,
mientras que Mathilda, como siempre, vestía de negro y parecía como si se
hubiera sido arrastrada de su cama, después de una noche entretenida.
Hermione estaba de pie, sobre el altar manchado de sangre, con los ojos
llameantes y con su cara bonita deformada por la rabia, mientras gritaba para
llamar al orden. Gabriella y Mathilda estaban sentadas uno junto al otro en
primera fila, observando y escuchando en silencio, pero alerta.
Al ver Gabriella, el pecho de Ulrika se tensó por la emoción, y tuvo el
impulso de correr hacia ella. Pero para ello habría tenido que abrirse a codazos
entra las lahmianas para poder llegar a ella, así que dejo que Famke la guiara por
el camino más largo.
—¡No podemos ir más lejos hasta que no erradiquemos a los traidores entre
nosotros! —estaba gritando Hermione.
—¿Y quiénes son los traidores? —preguntó una vieja pálida con el cuello
largo—. ¿No murieron cuatro de nuestras hermanas aquí? ¿Cómo podemos
saber, que no fuiste tú, quien las enviaste a la muerte?
—¡Se tiene que nombrar un consejo! —dijo una bella mujer, con la habitual
piel pálida—. ¡Elegido mediante votación!
—¡La hermandad es una jerarquía! —gritó el esclavo de la Lahmiana en el
ataúd, leyendo lo que escribía el estilete, en la espalda del esclavo—. La más
poderosa debe gobernar.
—¡Votar es para los débiles! —gruñó la mujer ogra—. Y la anciana esta senil.
¡Que se decida por combate!
—¡Muy bien, Yusila! —dijo una mujer vestida de hombres, en la parte
posterior, que la miraba con una mano en su espada, Que tenía un acento
estaliano, y que parecía uno de esos héroes de leyendas, con un orgullo rostro de
nobleza—. Así tendría una oportunidad, y podría poner fin a un ser tan vil como
tú, para siempre.
La mujer ogra se levantó y sacudió los puños como balas de cañón mientras
que sus pechos se sacudían y rebotaban entre sí.
—Cuando quieras, Casilla, voy a doblar tu armadura contigo dentro de ella.
Las compañeras de Casilla, otras cuatro mujeres de aspecto marcial, se
levantaron, y comenzaron a injuriar a la gran mujer, mientras que otras
partidarias de la mujer ogra, y comenzaron a responder a los insultos.
—¡Por los dientes de Ursun! —susurró Ulrika mientras ella y Famke llegaban
al otro lado del círculo, y empezaron a bajar las gradas hacia Gabriella—.
¿Cuánto tiempo llevan discutiendo de este modo?
—Durante tres semanas —dijo Famke—. Cada vez que llega una de ellas,
vuelven a comenzar de nuevo.
Ulrika negó con la cabeza. Eran como las disputas entre Hermione y
Gabriella y el resto de hermanas de Nuln, durante los asesinatos, solo que
multiplicado por diez. Tal vez por eso había tan pocas lahmianas en cada ciudad,
si había demasiadas en un solo lugar, al final terminarían matándose las unas a
los otras.
Casilla y sus compañeras de armas, estaba en el centro ahora, cara a cara, a
más bien con nariz contra el vientre de la vampiresa gigante, mientras una
veintena de voces, les gritaban para que se enzarzaran en un combate o para que
se tranquilizaran, mientras que Hermione trataba de intimidarlas a todos, desde
el altar. Y estile de escritura de la mujer del ataúd, estada tan enfadada, que
estaba apuñalando a su esclavo hasta los huesos.
Cuando parecía que los disturbios, se colapsarían en una total anarquía, un
destello cegador de una luz luna blanca explotó directamente sobre el altar,
sacudiendo toda la sala con un trueno ensordecedor. Hermione sorprendida fue
derribada al suelo, mientras las restantes lahmianas se protegieron los ojos, y se
pudieron en guardia, girando en círculos con las garras, y espadas desenvainadas.
En ese tenso silencio se oyeron unos suaves pasos de pies calzados con
sandalias. Todas las cabezas se volvieron al oír el sonido, y observaron en un
silencioso aturdimiento como de entre las sombras cerca de la puerta principal,
un delgada mujer de piel oscura entraba en la sala, con el porte solemne de un
gato de cazando.
Con el pelo negro con cuentas que marcaba su rostro angular, y de entre sus
hombros colgaba una pesada coleta. Llevaba unas altas sandalias de cordones,
una capa purpura real, engarzada con un broche de oro, colgaba de uno de sus
hombros, llevaba gruesos aros de color ámbar en el cuello y en las muñecas, y
nada más.
Dos imponentes mujeres en cascos y petos de bronce y con largas faldas
brigantinas, la seguían a una distancia respetuosa, tenían los ojos claros y la
poderosa constitución de las guerreras nórdicas, que empuñaban largas lanzas
con hojas relucientes.
Una de las lanceras, se colocó delante de la mujer de piel oscura y apunto con
su arma a las sorprendidas lahmianas.
—Inclinaos ante Lashmiya de Mahrak, gobernante de costa Serpiente y
emisaria de la reina del Pináculo de Plata, la eterna diosa de la noche y la sangre,
Neferata de Nehekhara.
La petulante introducción parecía innecesaria para Ulrika, ya que casi todas
la lahmianas parecían haber reconocido al instante quien era esa mujer, y
mientras se recuperaban de la conmoción todas se inclinaron e hicieron una
reverencia con fervor nervioso.
Lashmiya y sus guardaespaldas se dirigieron al centro de la cámara, sin mirar
a la derecha o a la izquierda, mientras que Hermione, todavía tirada en el altar, se
tambaleaba, e hizo una reverencia.
Luego dio un paso hacia abajo y le indicó a Lashmiya que ocupara su lugar, la
emisaria no mostro ninguna señal de que la había visto. Se acercó al altar
manchado de sangre y se volvió para mirar en silencio la asamblea de mujeres
con los ojos aún entrecerrados, con sus nórdicas guerreras llamándoles la
atención para que no se levantaran aún.
Ahora que la tenía más cerca, Ulrika pudo ver que era de las tierras del sur,
con labios carnosos y amplios y con la nariz plana. Y era tan hermosa y terrible
como un tigre.
—Vuestra reina ha escuchado vuestras súplicas de ayuda en vuestras horas de
necesidad —dijo Lashmiya en un sobresaliente Reikspiel—, y me ha enviado para
ayudaros.
Un murmullo de agradecimiento se levantó de los bancos.
Pero Lashmiya continuo hablando ignorándolas.
—La reina Neferata ha escuchado lo de los sylvanos: que les han desgarrado,
e introducido estacas en sus corazones, que han abierto su lugares secretos y las
han expuestos al traicionero sol.
Hubo más murmullos de asentimiento con sus palabras, pero la emisaria
encrespo sus exuberantes labios.
—También está decepcionada por verse obligada a deciros, que en vez de
uniros, para afrontar el peligro, simplemente perdéis el tiempo, lanzado
acusaciones las unas a las otras.
Las lahmianas silbaron y se quejaron. Algunos de ellos dieron un paso hacia
adelante, enojadas.
—¡Señora! —dijo Hermione, haciendo una reverencia de nuevo—. No nos
estamos lanzando acusaciones infundadas, sabemos que hay traidoras entre
nosotras. ¿Cómo podemos continuar hasta descubrirlas? ¡Todos nuestros
movimientos serán conocidos por el enemigo!
Lashmiya levantó una ceja.
—¿Estas preocupada por las traidoras, o por las rivalidades propias de las
lahmianas? —dijo Lashmiya, mientras señalaba con la cabeza a la puerta—. He
estado escuchando, durante una hora, oculta en las sombras, y he encontrado
que era divertido, ver la frecuencia con que has acusado a traidoras, a todas las
hermanas que opina en contra de tus argumentos.
La sala quedó en silencio mientras las mujeres se dieron cuenta que habían
sido espiados, a continuación, una gran marea de protestas se levantó, cuando
cada una trato de defender sus acciones, y denigrar a las demás.
Ulrika parpadeó. ¿Lashmiya y sus guardias habían estado allí todo el tiempo?
¿Había ella y Famke pasado por delante de ellas, cuando entraron en la
habitación? Que no hubiera percibido su presencia fue una sorpresa para ella.
Pero su vista bruja era un poco más que la de una humana, pero ninguna de las
lahmianas nigromantes en la habitación, no habían detectado el gran poder de
Lashmiya.
El emisario cortó los balbuceos con un gesto.
—Ya he oído suficientes tonterías por hoy, sois todas lahmianas. Sabéis cómo
hacer frente a los espías. Acaso no saben reconocer las mentiras y la traición. ¿O
se les ha olvidado? —Lashmiya suspiró—. Nuestra grandiosa Reina
humildemente reconoce que es por su culpa. En todos estos siglos desde el
último levantamiento de Sylvania, ha dejado que sus hijas crecieran
complacientes. Dejo de practicar sus intrigas haciendo que os enfrentarais las
unas contra las otras, confiando en que las más aptas se levantarían, pero en el
proceso, ha permitido que olvidarais, quien es el verdadero enemigo.
Más negaciones y más murmullos, salieron de las lahmianas por las últimas
palabras de Lashmiya.
—¡Esto va a terminar, ahora! —afirmó Lashmiya—. No voy a permitir que
nuestra pequeña familia, riña hasta el final. Vamos a unirnos y triunfaremos
como lo hicimos hace trescientos años.
Los lahmianas aplaudieron, y algunos gritaron.
—¡Por la Reina! ¡Por Lahmia!
Pero a medida que los aplausos se desvanecieron, la anciana en el cuello alto
dio un paso hacia delante, inclinando la cabeza respetuosamente.
—Gracias por recordarnos nuestro deber, señora, y permitidme en ser la
primera en comprometerse en esta nueva unidad. Pero eso no cambia la verdad
de que existen los traidores, y que todavía deben de ser localizados. —Y la
anciana se encaró con la condesa Gabriella, y gruño—. ¡Sé de ciencia cierta que
hace poco, estabas en Sylvania, y que acogiste como pupila a uno de los vástagos
de Krieger!
Lashmiya levanto una mano y la anciana se puso rígida por el dolor. Unas
gotas de sangre brotaron de los poros de su rostro, y sus ojos derramaron
lágrimas rojas. La cámara se quedó en silencio mientras sus extremidades y el
torso empezaron a torcerse y doblarse, como si estuviera siendo exprimida por
un enorme puño invisible.
—¿No he sido lo suficientemente clara? —preguntó Lashmiya, con tono
calmado, mientras la anciana se estremecía y susurraba en agonía—. Hay
traidores en cada ejército, y espías en todos los consejos, pero su presencia no
debe permitir que nos paralicemos, mientras el enemigo marcha hacia nosotros.
Vamos a descubrirlos a tiempo, pero no vamos a esperar a actuar hasta que los
encontremos. No hay tiempo.
Bajó la mano y la vieja bruja se derrumbó ante el altar, jadeando y
sollozando, y se abrazó a sus rodillas, mientras lágrimas de sangre, recorrían sus
mejillas arrugadas, y caían sobre el suelo de piedra.
—¡Ahora! —dijo Lashmiya, volviéndose hacia el resto como si nada hubiera
sucedido—. Informadme. ¿Qué sabemos de los planes de los sylvanos? ¿Y con
que contamos para enfrentarnos a ellos?
Las hermanas reunidas vacilaron, mirando inquietas a la caída anciana, pero
la condesa Gabriella, hizo una reverencia y fue la primera en hablar.
—Señora Lashmiya —dijo, mirando directamente a la emisaria a los ojos—.
Como sin duda sabrá, Karl Franz ha dejado Altdorf y está viajando a Nuln. La
razón aducida es que está liderando a su ejército a sofocar la «sublevación de
vampiros» aquí. La verdadera razón es que residir en Altdorf en estos momentos
puede ser demasiado peligroso. Una terrible epidemia de viruela, está asolando la
ciudad, golpeando a ricos y pobres por igual, incluso ha enfermado gente dentro
del palacio del Emperador. Los rumores son que la viruela ha sido extendida por
nobles, que se han acostado con seductoras no-muertas, y que el mismísimo Karl
Franz ha sido infectado, cosa que ha provocado disturbios y amenazas de
asesinato.
—Las lahmianas también han sido expuestas —dijo la niña de pelo largo, en
la espalda del esclavo ciego—. Todas mis queridas hermanas de Altdorf, han sido
descubiertas, a pesar de sus perfectos disfraces de esposas, amantes y cortesanas.
Las turbas desfilaron sus cuerpos ennegrecidos por las calles, como si fueran una
prueba de una gran conspiración de vampiros.
—Así es —dijo Gabriella—. Y tengo evidencias sobre…
—… que agentes sylvanos están detrás de ello —terminó Lashmiya.
—Sí, señora —dijo Gabriella—. Creemos que los sylvanos están detrás de
todo, la viruela, las exposiciones, los levantamientos para forzar a Karl Franz
enviar a sus hombres de confianza lejos de él. Todo está pensado para despojar al
Emperador de sus defensas, y puede que incluso hayan tenido que ver en su viaje
hacia Nuln.
—¿Y crees que los sylvanos, intentaran asesinarle aquí en Nuln? —preguntó
Lashmiya—. ¿Y sumir al imperio en otra guerra civil?
—Sí, señora —confirmó Gabriella—. Lo que permite al ejército que se está
reuniendo en la frontera marcar casi sin oposición.
—Los sylvanos tendrán el imperio de esclavos que siempre han querido —
dijo la niña-vampiro—. Y seremos expulsadas y cazadas como fugitivas.
—¿Por qué Nuln?
—Tal vez sea la táctica de la amante —dijo Casilla, pavoneándose con la
mano en la empuñadura de su espada—. Hubiera sido casi imposible atacar a
Karl Franz en Altdorf, entre todas sus defensas. Pero aquí también tendrían la
posibilidad de acusar a la Condesa Emmanuelle de su asesinato, haciendo correr
el rumor, de que pertenece a nuestra hermandad. Reikland se verá obligado a
salir en contra de Wissenland, y una vez que la guerra comience, las otras
provincias se verán obligadas a elegir bando.
Lashmiya asintió.
—¿Y qué habéis hecho para frustrar el asesinato? ¿Además de luchar como
gatas entre vosotras? ¿Sabemos quién lidera a los sylvanos? ¿Conocéis de qué
efectivos cuentan? ¿Dónde se esconden? ¿Cómo planean matar a Karl Franz?
¿Cuándo van a realizar el asesinato?
De nuevo hubo vacilación entre las hermanas, y de nuevo Gabriella habló:
—Sabemos que no están acuartelados en la ciudad, aunque tienen agentes
aquí. Hemos enviado a pupilas y esclavos a los bosques de los alrededores de
Nuln, en busca de ellos. Ninguno ha encontrado ningún rastro. Es probable que
se oculten utilizando brujería.
—¿Y no has podido arrancarle esas información de sus agentes? —preguntó
Lashmiya.
—Muchos han hablado antes de morir —dijo Gabriella—. Pero ellos no
sabían el nombre de su maestro, ni su guarida, y se reunían en lugares diferentes
cada vez, y no vieron su rostro. Ninguno estaba enterado del plan completo, y
nos está costando unir todas las piezas.
—Esto se debe a que la condesa Gabriella, solo nos ha dado sobras —dijo la
anciana que se había enfrentado la ira de Lashmiya antes, que estaba de pie
tambaleándose—. Y si no sabemos el nombre de su líder, es porque ella le está
protegiendo.
Lashmiya se volvió enojada en su dirección, ante la evidente agitación de
todas las hermanas, pero antes de que la emisaria pudiera atacar de nuevo, la
anciana hizo una recatada reverencia.
—Perdóname si incurro en su ira una vez más, señora, pero ¿no era la
hermana Gabriella la agente de nuestra reina en Sylvania? ¿No era su deber velar
y protegernos, de los sylvanos? ¿Cómo no descubrió los planes de los sylvanos
antes de que sucedieran? A menos, por supuesto, que ella sirva al maestro, así
como su pupila.
—¡Basta ya! —gritó enojada Lashmiya, pero los murmullos se convirtieron
en gritos—. ¡Ya es suficiente!
Los murmullos y gritos terminaron repentinamente, cuando todas vieron los
zarcillos de energía alrededor de sus puños cerrados.
—Parece que los sylvanos han aprendido de la sutileza Lahmia —dijo
Lashmiya—. Han utilizado rumores, para enfrentarnos las unas a las otras, y no
me puedo creer que no lo hayas visto. Pero esto tiene que acabar. A partir de
ahora, solo yo tengo el derecho de señalar a alguien como espía y traidor.
Cualquier hermana que acuse a otra, se enfrentara a mi ira. ¿Queda claro?
Murmullo de contrariedad fue la respuesta de las lahmianas, y la anciana le
dio la espalda.
Lashmiya asintió casi imperceptiblemente a sus guardias nórdicos. Las dos
lanceras, dieron un paso hacia adelante como una sola, y ensartaron a la anciana,
en la espalada y cuello. Que apenas tuvo tiempo de gritar, antes de caer al suelo
en un mar de sangre, con su espina dorsal cortada por dos lugares.
—¿Está claro?
—Sí, señora —corearon los lahmianas.
—Es un gran placer oírlo —dijo Lashmiya, luego levantó la barbilla y se
dirigió a todas la congregadas—. Porque si queremos ganar esta guerra, si
queremos sobrevivir como raza, debemos unirnos y trabajar como uno solo. Y
Debemos aprender de los sylvanos, ya que ellos han aprendido de nosotros. Si
ellos pueden aprender de intriga, entonces nosotras tenemos que aprender a
hacer la guerra, debemos recordar, que nosotros también tenemos colmillos.
Debemos recordar que podemos ser fuertes y astutas, valiente, así como
engañosas, rápidas y hacerlo en silencio. Nos han acorralado en una esquina, mis
queridas hijas. ¡Ahora es el momento de sacar nuestras garras!
Las lahmianas vitorearon, y Lashmiya también lo hizo, hasta que volvió a
hablar de nuevo.
—Me reuniré con todos vosotros individualmente, y escuchare vuestras
historias y quejas. Hasta entonces, voy a retirarme, pero sabed que mis ojos y los
ojos de nuestra reina, siempre están con vosotras.
Finalmente les saludó con una mano levantada, luego se bajó del altar y se
dirigió hacia la puerta de nuevo, sus lanceras fueron tras ella.
La cámara entró en una erupción de balbuceo nervioso, al salir de la cámara,
y las lahmianas se levantaron y comenzaron a amontonarse en pequeños grupos.
Ulrika y Famke, que estaba donde les había sorprendido el trueno de
Lashmiya cuando había anunciado su presencia, ahora más relajadas se
dirigieron hacia donde estaban Mathilda, Hermione y Gabriella.
En la primera fila, Hermione estaba susurrando con urgencia en la oreja de
Gabriella, en cuando vio a Ulrika. Gabriella la aparto a un lado, hablándole con
dulzura, pero a medida que ella se volvió hacia la salida, levantó la vista, y miró
directamente a Ulrika.
Ulrika se detuvo, cautelosa, como Gabriella le miró. ¿La condesa me
maldecirá? ¿Me golpeara? ¿Me matarla?
Gabriella subió las escaleras dando las espaldas a Hermione y Mathilda,
extendió los brazos y abrazo a Ulrika.
—¡Bienvenida a casa, hija! —dijo Gabriella—. Me alegro de que todavía vivas.
Ulrika cerró los brazos alrededor de los hombros de Gabriella y devolvió el
abrazo, con el pecho agitado por los sollozos. ¿Cómo pudo alejarse de tal amor
incondicional? ¿Cómo podía haber sido tan egoísta como para lastimar Gabriella
y romper las promesas que le había hecho? Se sentía tan bien, por estar en casa
otra vez…
—¡Tu! —gritó Hermione, después de Gabriella subiera por las escaleras—.
¡He estado esperando tu regreso!
Hermione señaló con el dedo a Ulrika.
—¡Cogedla hermanas, estoy segura de que es una traidora!
3
La recompensa de la prodiga
—Conspiró con uno de sus amantes, para asesinar a las lahmianas de Praag —
dijo Hermione—. Ayudaste a un espía sylvano entrara en su casa, para que les
cortara la cabeza.
En un corto periodo de tiempo, después de la asamblea, Ulrika tuvo toda la
atención de Hermione, Gabriella y Mathilda en las habitaciones de la condesa en
la planta superior del Cáliz de Caronne. Los dos guardias apostados en la entrada
del burdel, flanqueaban la puerta. Famke había sido desterrada a otra habitación.
Ulrika maldijo interiormente ante la acusación de Hermione. No había
pensado que Galiana fuera tan rencorosa, como para mentir sobre lo que paso,
en represalia por negarse a permanecer a su servicio. Por lo que se sorprendió.
¿Al fin al cabo no le había salvado la vida a Galiana al final?
—Señora, yo no sabía que fuera un espía de Sylvania —dijo Ulrika—, y
cuando lo descubrí, yo personalmente le mate.
—Después de que hubiera matado a la boyarina Evgena —dijo Hermione—.
Y después de que sus acciones, las hermanas de Praag fueron expuestas a los
agentes de la zarina, destruyendo sus tapaderas.
—No fui yo quien expuso a la boyarina Evgena —dijo Ulrika, su voz adquirió
un tono defensivo a pesar de su intento de mantener la compostura—. Fueron
los miembros del culto, contra los que luchamos, dejaron sus libros secretos de
alquimia, y nigromancia, para que los agentes de la zarina los encontraran, los
mismos cultistas que habrían destruido Praag, si la hermandad y yo no los
hubiéramos detenido. Supongo Galiana no os dejo nada sobre el culto del Caos,
que tenía intención de destruir Praag.
—Ella mencionó que los llevaste a su casa —dijo Gabriella—. También
mencionó que tu amante sylvano estaba entre ellos.
—¡No era mi amante! —espetó Ulrika, luego dudó, ya que sabía que era una
mentira, no importaba que ella deseara que no lo fuera. Stefan había sido su
amante, a pesar de que lo había sido engañada. Como cuando se disfrazó de
cultista, para poner en contra a sus hermanas, y haciéndole pensar que compartía
su visión del mundo.
—¿Estas segura de ello, querida? —preguntó Mathilda, sonriendo—. ¿Tal vez
haya un poco de verdad en que era tu amante?
Ulrika bajó la cabeza.
—Admito que me engaño, y pido disculpas por ello. Pero al final vengue la
muerte de la boyarina Evgena. Y detuve a la boyarina. Eso tiene que contar para
algo.
—¡Muy poco! —dijo Hermione—. El culto era probable de no tuviera
grandes repercusiones de todos modos, y el sylvano no habría encontrado una
oportunidad de matar a la boyarina Evgena sin tu ayuda. Independientemente de
tus intenciones, hiciste más daño, que bien y no estoy convencida de que tus
intenciones fueran buenas.
—¡Señora! —dijo Ulrika, y luego miró a Gabriella en busca de su apoyo—.
¡Condesa, yo…!
—Y nada de esto justifica lo que hiciste aquí —continuó Hermione,
interrumpiéndola—. Huyendo de su progenitora, después de haberle dado tu
palabra jurada, de que no lo harías. Eso por sí solo sería un motivo para tu
destrucción.
—¡Hermana! —dijo Gabriella, con el semblante serio—. Me inclino ante su
decisión sobre lo que hizo en Praag, pero pediría que se me permitiera elegir su
castigo por lo que me hizo a mí.
—No sólo eres tú la agraviada —espetó Hermione—. Intentó cortejar a mi
querida Famke, para que huyera con ella.
—¡Aww! —suspiró Mathilda—. ¡Qué dulce!
Gabriella suspiró.
—Por favor, hermanas. Me responsabilizo por todo lo que Ulrika ha hecho.
Debería haberla dejado atrás cuando fui convocada a Nuln. Era demasiado joven
para entrar en nuestra sociedad, y en estos momentos todavía lo es.
Ulrika se tensó ante esas palabras, pero se obligó a permanecer en silencio. Si
Gabriella podría disminuir su castigo, por decir que se había comportado como
una niña, que así fuera.
—Sus fracasos y errores son como los que comenten todos los recién creados
—continuó Gabriella—. Sólo que ella los hizo en público, en lugar de la
intimidad de nuestros salones. Si me dejáis continuar con su educación, sé que
crecerá, para convertirse en un gran activo para nuestra hermandad.
Hermione se sentó en su silla, juntando sus manos.
Ulrika se tensó. Podía ver que Hermione estaba buscando algún modo de
negarse ante la proposición de Gabriella.
Por ultimo Hermione sonrió, con sus ojos brillando.
—Tienes razón, hermana. Es tu discípula y es demasiado joven, y no es del
todo responsable de sus acciones. Por lo tanto, en estos turbulentos tiempos, en
que se pone en duda incluso su propia lealtad, no sería prudente permitir que
nos avergonzara aún más. Así que, hasta que esta guerra no se haya terminada, y
puedas darle la formación requerida, creo que lo mejor es que este encerrada
donde no pueda hacer ningún daño.
Ulrika sacudió como si hubiera recibido una bofetada. ¿Encerrada? ¿En
vísperas de una guerra? Seguramente Gabriella intercediera.
Pero aunque la mirada de la condesa era de enojo, estaba atrapada por sus
propias palabras, y finalmente asintió con la cabeza.
—¡Muy bien! —dijo Gabriella—. Por mucho que me duela, voy a mantenerla
fuera de la vista. Encontrare un…
—¡Oh no! —dijo Hermione—. No quiero obligarte a encarcelar a tu propia
pupila. Tu bondadoso carácter sufriría demasiado. Hay celdas debajo de mi casa.
Me asegurare de que tenga todo lo que necesite, tendrá libros, tiempo para
pensar, y regularmente tendrá sangre para alimentarse.
Gabriella el miró, con los ojos en llamas.
—La sangre, ¿verdad? Ya me robaste a uno de mis esclavos de sangre. No vas
hacerme lo mismo con Ulrika, ¡no voy a permitirlo!
—Dejadme ocuparme de ella —interrumpió Mathilda—. Ya que no es
posible que las dos lleguéis a un acuerdo, por supuesto espero cobrarme algo por
las molestias.
Ulrika era incapaz de guardar silencio por más tiempo.
—¡Señoras, por favor! —exclamó—. He viajado por medio mundo para
luchar con vosotras. Cuando escuche que estabais amenazadas, no pensé en otra
cosa que regresar y defendeos. Pero sé que he complicado las cosas, sé que soy un
fracaso en las intrigas. Miradme, he sido criada para la guerra. ¿Y vais a ponerme
bajo llave, juste en el momento en que por fin puedo tener una oportunidad,
para hacer lo que mejor se hacer?
Gabriella frunció el ceño.
—Ulrika, por favor guarda silencio, no estas ayudando con tu estallido. No
voy a dejar que Hermione te mantenga alejada de mí.
—¡Señora! —interrumpió Ulrika—. La emisaria de la reina dijo que era el
momento para que las lahmianas descubrieran sus garras —dijo Ulrika,
golpeándose el pecho con el puño—. ¡Yo soy esas garras! Déjame pelear, y yo os
traeré victorias, y os traerá las cabezas de vuestros enemigos.
Gabriella y Hermione miraron a Ulrika en silencio mientras se miraban la
una a la otra, en espera de sus respectivas respuestas.
—Sí —dijo Hermione por fin—. Pero es demasiado joven. Ella se quedará
conmigo.
—¡No lo hará! —dijo Gabriella—. Es mi responsabilidad. Haré lo que deba
hacerse.
—¿Habéis oído algo de lo que he dicho? —gimió Ulrika.
—Ulrika —dijo Gabriella, en un tono tan frio como el hielo—. Vas a esperar
en una de mis celdas acorazas, y si deseas estar bajo mi servicio, en lugar de
Hermione, espero que te comportes, hasta que te llame. ¿Esta claro?
Ulrika tembló, y tuvo que sujetarse la mandíbula, contra otra réplica. Así, que
la prisión comenzaría, ahora. Ulrika se inclinó rígidamente.
—Si señora, muy claro. Gracias.
—¡Bien! —dijo Gabriella, a continuación, se volvió hacia los guardias en la
puerta.
—Hasselrig, Becker, escoltad a mi hija hasta una de las celda, a continuación,
traedme la llave.
—¡Sí, Ama! —dijeron los dos hombres al unísono.
Ulrika enderezó los hombros, giró sobre sus talones y se dirigió hacia ellos,
con las garras extendidas, perforando las palmas de sus apretadas manos.
Famke estaba esperando en el pasillo, y siguió a los dos hombres que llevaban
a Ulrika por el pasillo.
—Hermana, ¿qué ha pasado? ¿Qué han decidido?
Ulrika frunció los labios.
—Se están peleando sobre quién tendrá el honor de encarcelarme durante
toda la duración de la guerra.
Famke gimió.
—Pero si eres justo el tipo de hermana que necesitamos. Ya eras una
guerrera, cuando estabas con los humanos.
—Pero eso no cuenta para nada, comparado con mis insubordinaciones —
dijo Ulrika.
* * *
Ulrika apretó los dientes cuando se acercó a la celda acorazada. Esto no podía
terminar así. No había corrido todo el camino desde Kislev para sentarse en
alguna bodega de piedra y leer libros, mientras que en el exterior se estaba
desatando una guerra sin ella. Había venido a Nuln para luchar y defender a su
señora. Y no pensaba dejarse encerrar.
Una ola de culpabilidad se apoderó de ella mientras contemplaba lo que tan
desafío significaba. ¿Cómo podía huir otra vez de su señora, unas horas después
de regresar y pedirle perdón? Solo se estaría metiendo en un agujero aún más
profundo. Solo les estaría demostrando a Gabriella y Hermione que era la
vampira recién nacida, que pensaban que era. Pero si no lo hacía ¿Cómo podía
demostrarles lo que podía hacer? ¿Cómo iba a probar que era un activo para la
hermandad? Esta era su oportunidad. Y tenía que cogerla.
Llegaron a la celda, y el guardia a su izquierda se inclinó para colocar la llave
a la cerradura. Sin mirar a su alrededor, Ulrika golpeo con su puño, al guardia de
la derecha, poniendo toda su velocidad y fuerza sobrenatural en su puño.
El guardia cayó como una marioneta sin cuerdas, y Ulrika golpeo al otro
guardia, justo encima de la oreja, antes de que pudiera darse cuenta de lo que
había sucedido.
—¿Qué estás haciendo? —jadeó Famke cuando el segundo guardia se
desplomo.
—Lo siento —dijo Ulrika—. Tengo que demostrarles que están cometiendo
un error.
Ulrika miro a los ojos a Famke.
—¿No estarás pensando en llamar a los guardias?
Famke negó con la cabeza, con sus ojos muy abiertos.
—¿Quieres venir conmigo?
Famke se mordió los labios y sacudió la cabeza de nuevo.
—Lo siento. Tengo demasiado miedo.
Ulrika asintió. No iba a presionarla. Famke era una verdadera Lahmia, criada
para los salones, a pesar de crecer en la calle antes de ser convertida. El mundo
fuera de las normas lahmianas, no era lo suyo.
—Entonces tengo que ir —dijo Ulrika. Besando a Famke en la mejilla y se
volvió hacia la puerta que conducía hacia la escalera, luego se volvió de nuevo a
Famke.
—La puerta de las escaleras —dijo Ulrika—. ¿Puedes abrirla?
Famke vaciló, simpatizaba con Ulrika. Pero una cosa era dejar que se
escapara, y otra era ayudarla. Finalmente, ella asintió con la cabeza.
—Sí, se cómo abrir la puerta —dijo Famke.
Ulrika siguió a Famke hasta la puerta y la observo con ansiedad mientras
murmuraba el hechizo para abrirla, agitando la mano sobre el pomo.
Una criada con una bandeja de servir vino salió de una esquina y vio a los
guardias caído, cuando Famke estaba abriendo la puerta. La criada grito, y corrió
hacia los aposentos de Gabriella, gritando.
—¡Señora, señora, nos atacan!
Famke rodeo a Ulrika con sus brazos y le beso en la mejilla.
—¡Vete hermana, mi corazón está contigo, hermana!
—Voy a volver con los corazones de nuestros enemigos en una caja —dijo
Ulrika—. Tendrán que darme las gracias si termino su guerra, por ellas, ¿no?
Pronto oyeron las órdenes de Gabriella, y el ruido sordo de pasos, que
llegaban desde el pasillo.
Famke empujó Ulrika través de la puerta.
—Espero que sí, hermana —dijo ella—. Pero, vete. ¡Ya!
Ulrika se fue, corriendo por las escaleras, cuando los sonidos de la
persecución se oyeron por detrás, y los gritos comenzaron a oírse a través de las
paredes de cada planta. Al llegar a la parte inferior de las escaleras, que daba a la
sala de entrada. Se encontró con la puerta cerrada con llave, sino que también
estaba protegida mágicamente. Podía sentir el cosquilleo de la magia, en cuando
puso la mano sobre el pomo, y podía oír el movimiento y urgentes susurros
detrás de la puerta.
Ulrika se maldijo a sí misma. Estaba atrapada, y los guardias se acercaban
rápidamente, por las escaleras por encima de ella.
Ulrika miró a su alrededor. Había un espacio oscuro debajo de las escaleras,
atiborrada de sillas apiladas. Se metió en ese espacio oscuro, y retrocedió hacia
las sombras, luego se colocó su manso sobre su cabeza, para ocultar su blanco
cabello, y trato de pensar como una sombra, y trato de mezclarse en la oscuridad.
Los guardias llegaron al pie de la escalera, y trataron de abrir la puerta.
—Cerrada —dijo uno de los guardias.
—¿Cómo ha podido abrirla? —preguntó el otro.
—No le ha abierto —dijo el primero—. No he escuchado como combatía con
los guardias del recibidor.
—Bueno, si no salió por la puerta, ¿dónde está? —dijo un tercero.
Los hombres empezaron a mirar alrededor de la parte inferior de las
escaleras.
Ulrika se quedó absolutamente inmóvil cuando uno de ellos le miró
directamente a los ojos. Incluso arrastro unas sillas y miro tras ellas.
—No está aquí —dijo el guardia—. Tiene que haber cruzado la puerta.
—Pero no puede haberla cruzado —dijo el primer guardia.
—Será mejor que nos aseguremos de todos modos —dijo el segundo guardia
—. Tal vez los guardias de la puerta principal están muertos.
El primer guardia maldijo, y sacó una llave de su cinturón, que brillaba con el
mismo color de la magia del pomo, y abrió la puerta.
Ulrika salió de su escondite cuando los guardias comenzaron a salir por la
puerta, y los aparto violentamente a un lado mientras entraba a la sala de la
puerta principal. La señora de pelo castaño estaba allí, tratando con una multitud
de jóvenes ricamente ataviados en la puerta principal, cuando la Lahmiana
Astrid y los dos gigantescos guardias, se volvieron hacia Ulrika.
—Realmente, señora Reme. —Le decía uno de los jóvenes nobles—. Nos
vamos a desgana. Eso es altamente insatisfactorio.
—Es sólo para su seguridad, mis señores —dijo la mujer—. Un agitador ha…
Reme, fue interrumpida cuando Ulrika, esquivo a Astrid, luego se agachó
para evitar a los dos enormes guardia, y corrió hacia el guardarropa donde
habían colocado sus armas. La pequeña habitación estaba llana de espadas y
dagas colgadas de perchas, pero encontró su cinto fácilmente ya que era el más
viejo de todos.
Ulrika desenvaino su espada y se volvió, blandiéndola frente Astrid, los dos
gigantes y los tres guardias de arriba, que ya habían rodeado el guardarropa, con
las armas desenfundadas. Astrid tenía su daga de plata en el hueco de su palma.
—¿Ese es el agitador? —preguntó un joven señor—. ¿Va a haber una pelea?
—Muy probablemente, mi señor —dijo Madame Reme—. Ahora, si es tan
amables de salir.
Pero los jóvenes comenzaron desenfundar sus armas.
—¡Oh, no! —dijo el que había hablado—. No vamos a abandonar a nuestras
niñas ante el peligro. ¡Vamos, muchachos!
Ulrika sonrió mientras los señoritos empezaron hacinarse detrás de la línea
de guardias, como si estuvieran en una cacería. Esto era perfecto. Los
espectadores eran el arma que necesitaba.
—¡Detén esto, hermana! —susurró Astrid cuando Ulrika la burló de nuevo, y
dio un paso hacia adelante—. ¡No puedes escapar! ¡Entrégate o será peor para ti!
Ulrika sonrió, mostrándole el estoque.
—Vas a dejarme escapar, o será peor para ti, o les mostrares a estos nobles mi
verdadera naturaleza. ¿Quieres que el Cáliz de Caronne sea cerrado por los
cazadores de brujas?
Apareció el miedo en el rostro de Astrid y se volvió para mirar a los hombres
jóvenes, tratando de tomar una decisión.
—¡No te atreverías!
—No tengo nada que perder —dijo Ulrika.
—¡Dejad que se marche! —dijo una nueva voz, y Ulrika miró hacia la
derecha.
La Condesa Gabriella se deslizaba hacia abajo por la escalera dorada del
burdel con un puñado de guardias detrás de ella. Su rostro mostraba una
máscara de condescendencia divertida, pero Ulrika podía ver la furia fría detrás
de sus ojos, que le congelo las entrañas.
—Si el sucio dragón, solo quiere irse, ¿por qué vamos a impedírselo? —dijo
Gabriella, y luego hizo una reverencia a los jóvenes nobles—. Señores, su
caballerosidad les honra, pero no es necesario que manchar sus hojas con esa
basura —dijo Gabriella—. Háganse a un lado y ella se ira sin causar problemas.
Ulrika noto como la brillante mirada de Gabriella le atravesaba como una
espada.
—No habrá ningún problema, señora —logró responder Ulrika.
Los jóvenes señores murmuraron y se quejaron, pero los gigantes y los
guardias de arriba, les apartaron con educación hacia atrás, y le despejaron el
camino a Ulrika hacia la puerta abierta.
Ulrika se dirigió hacia ella, con el estoque listo, y los ojos en movimientos,
lista para cualquier ataque de última hora, que no llego. Gabriella, Astrid y la
señora Reme simplemente la observaron, mientras salía por la puerta.
Gabriella le saludó desde la escalera dorada.
—Ten cuidado, dragón —le dijo dulcemente—. ¡La noche está llena de
peligros!
Ulrika se estremeció. Era claramente una amenaza
—Gracias, madame —dijo, haciendo una reverencia—. Tendré cuidado.
Y con eso, se dio la vuelta y huyó hacia la calle. Y lo hizo guardando las
apariencias, pero alerta, Ulrika no sabía, si Gabriella, solo le había permitido
escapar del burdel, solo para alejarla de su clientela, y mantener las apariencias, y
desatar a los perros una vez en el exterior.
De lo que Ulrika no tenía dudas, lo que necesitaba era llegar a las zonas más
iluminadas y a las multitudes de Händelstrabe. Los lahmianas no sería capaces de
atacarla abiertamente allí, por el temor a exponerse, donde podría perderse en la
confusión. Peor le separaba una calle de casas vacías y oscuras entre donde estaba
y la salvación.
Una forma blanca brilló en la esquina de su ojo. Cuando se volvió,
empuñando su estoque, la silueta ya se había estrellado contra su pecho,
derribándola al suelo. La cabeza de Ulrika impacto contra los adoquines y el
mundo estallo en pedazos.
Una mano blanca la agarro por la pechera, y los adoquines le arañaron la
espalda mientras era arrastrada, hacia las paredes oscuras de un estrecho oscuro
callejón.
Unos ojos enojados con colmillos gruñendo hacia ella.
—Has firmado tu sentencia de muerte, traidora. No habrá ninguna celda,
para ti…
4
Juego peligroso
Durante un tiempo, Ulrika caminó por las calles del Altestadt, en busca de un
lugar seguro, para esconderse durante el día, pero luego recordó que ya sabía de
uno, y volvió sobre sus pasos hacia Shantytown.
Varias veces tuvo que esperar en callejones sombríos, a la espera que pasaran
turbar armadas con antorchas, antes de continuar. La turba original parecía
haberse fragmentado, en cuando su caza resulto ser infructuosa. Ahora pequeños
grupos de fanáticos, serpenteaban por la ciudad, como gusanos ciegos, en busca
de victimas indefensas a las que quemar.
Más de una vez vio a cazadores de brujas, así, contemplando a las turbas y a
sus líderes con ojos fríos, pero sin hacer nada para disuadirles de su
amotinamiento. Una vez que ella vio al capitán Meinhart Schenk, el Némesis de
la condesa Gabriella durante los asesinatos de strogoi, y se encogió, con los pelos
en la parte posterior de su cuello de punta. Schenk conocía su rostro, y se daría
cuenta de que ella, Gabriella, Hermione y Famke no habían sido las damas que
habían pretendido ser, y que tampoco habían sido masacrados por los espíritus
necrófagos como Gabriella había hecho parecer. Por qué iniciaría una caza en su
busca, que solo haría más sombría la situación de las lahmianas en Nuln.
Ulrika se deslizó en la oscuridad e hizo un amplio círculo en torno a él y sus
hombres antes de continuar.
Unas pocas calles después, justo al sur de la esquina de Messingstrasse y Hoff,
encontró la vivienda con la puerta de negro y el blanco de la X, que la marcaba
como una casa de la peste. La puerta principal todavía estaba cerrada, tal como la
había encontrado desde que entrara en la casa, siguiendo los rastros de los
necrófagos del strogoi. Ulrika sonrió ante eso. La plaga hacía años que se había
ido, pero la gente del barrio, todavía la rechazaba por un supersticioso temor, y
eso era precisamente lo que quería.
Dejó la puerta tapiada sin tocar y escaló la pared. La ventana rota en el piso
superior, en la parte trasera sería su medio de acceso, donde nadie la vería entrar
y salir del edificio, donde ningún hombre mortal podía entrar sin que lo supiera.
De hecho podría reforzar las puertas, y a continuación establecer cables trampa
en las escaleras, que hicieran ruido en caso que alguien las activara.
En cuando entro por la ventana, examino la casa de arriba abajo, y estaba tal
como la recordaba, con el último piso manchado con sangre y marcas de garras
donde los necrófagos habían matado a la señora Alfina, la que una vez fuera la
líder de las lahmianas de Nuln, pero el resto estaba inalterado, en todos los pisos,
se encontró con una habitación tras otra de cadáveres de apestados, desecados en
sus camas, con otros cuerpo vestidos de blanco caídos entre ellos, que supuso que
serían las hermanas de Shallyan que habían sido encerrados con los apestados
para consolarlos en sus horas finales.
Ulrika no le importaban los cadáveres. Estaban marchitados y seco, por el
que el olor a muerte era tenue. Limpio una habitación de muertos, y reunió los
magros muebles que pudo encontrar en las otras habitaciones, un par de sillas,
una mesa coja, una pequeña cama con sábanas polvorientas, algunas velas. Las
ventanas ya estaban tapiadas, pero las cubrió con mantas de las camas de los
muertos, para asegurarse que no entrara algún rayo de sol a través de las grietas y
se aseguró de que hubiera agujeros en el techo.
Por fin se quitó las botas y se acostó en la cama, y comenzó a pensar en lo que
le esperaba por delante. Mañana tendría que comenzar su búsqueda de los
sylvanos y de su ejército, aunque no tenía ni idea de por dónde empezar. Las
lahmianas habían buscado durante semanas y no los habían encontrado. ¿Cómo
podría encontrar algo, que un aquelarre de mujeres versadas en la brujería, en el
espionaje, y en la recolección de rumores, no pudieron encontrar?
Las tripas de Ulrika se revolvieron al pensar en ello. Estaba sola en una casa
plagada de telarañas, sin aliados, y sin recursos. Con solo unas pocas monedas, su
estoque a su lado, y su promesa de que le traería a Gabriella y Hermione las
cabezas de los sylvanos en picas, parecía un alarde infantil. Aun así, ella tenía que
intentarlo. ¿Cómo si no podría volver a casa?
* * *
La noche siguiente estaba tan calurosa como la última, pero a pesar del calor,
Ulrika siguió con la túnica de estudiante que había robado, se colocó la sofocante
capucha para ocultar su pelo blanco, y luego se dispuso a espiar a las lahmianas.
Su esperanza era que si quería atrapar a los sylvanos, tendría que espiar también
a las lahmianas, ya que eran ellas, las que tendrían más pistas sobre los sylvanos.
Pero eso resulto más difícil de lo que podía haber imaginado. Incluso encontrar
lahmianas para espiar estaba resultando ser muy difícil.
Ella sabía que había cientos de vampiresas en Nuln, todas se habían reunido
para combatir la amenaza sylvana, pero aunque se deslizó furtivamente por
Handelbezirk y observó durante horas el Cáliz de Caronne, no vio nada
sospechoso, ni carruajes negros, o mujeres con velos entrar y salir del burdel, y si
había esclavos de sangre Lahmianos actuando como espías, no supo verlos,
tampoco observo a nadie que pudiera ser un espía sylvano observando el lugar
como ella, desde los tejados cercanos.
Ulrika no lo entendía. Los lahmianas se estaban preparando para guerra.
Debería haber habido mensajeros que fueran y vinieran entre la mansión de
Hermione y el burdel. Y no debería de haber agentes sylvanos espiando a las
lahmianas. No importa cuánto ambas partes trataran de ocultarlo, debería de
haber evidencias de problemas gestándose bajo la superficie.
¡Bajo la superficie! Gimió Ulrika. ¡Por supuesto!
Con cazadores de brujas por todas partes y con turbas de amotinados
apedreando a todo los que parecieran remotamente parecerse a un muerto
viviente, tanto las lahmianas y los sylvanos, no se arriesgarían en hacer algo en
las calles. Lo harían por debajo de la ciudad, jugando interminables partidas de
ajedrez en la oscuridad.
Ulrika salió de escondite, y se dirigió a la alcantarilla más cercana.
* * *
Una hora más tarde, después de mucho merodear, buscar, arrastrarse y escalar,
Ulrika se encontró muy por debajo de los canales de ladrillo apestosos de las
alcantarillas, agazapada en un húmedo túnel, cavado por garras, y con el rancio y
antiguo hedor de animales, no dudo en recorrer el túnel para examinar las
posibles evidencias y pistas de que hubiera sido utilizado recientemente.
Superpuestas a las antiguas huellas, echas por pies con garras de tamaño
humano, y colas escamosas, había docenas de rastros más recientes. Algunos
eran de pisados de delicadas y puntiagudos zapatos utilizados por las mujeres de
clase alta, algunas eran de pesadas botas de punta cuadrada que usaban los
hombres, algunas eran de pies descalzos, y algunas pisadas eran extrañas e
inhumanas, pero todos los rastros desprendían una almizcle parecido a la canela
seca, que Ulrika conocía bien.
Cuando de repente la luz de una linterna parpadeo en la pared de tierra, a su
derecha, con pasos y voces acercándose. Ulrika retrocedió al túnel lateral que le
había llevado hasta allí, y vio como una patrulla fuertemente armada, pasaba ante
ella, la gran mayoría eran humanos, solo había una Lahmiana entre ellos vestida
con una túnica, todos los humanos llevaban lámparas en postes por encima de
sus cabezas. La lahmiana canturreaba en voz baja, moviendo las manos en
complicados patrones, y aunque tenía los ojos cerrados, volvía la cabeza
lentamente de un lado a otro.
Ulrika se tensó. La Lahmiana estaba usando magia para investigar cámaras y
pasajes que se escondían de sus ojos, seguramente en la búsqueda de espías.
Ulrika se volvió y corrió hasta un túnel lateral, moviéndose tan rápido como
pudo sin hacer ruido. Tomó una ramificación de un largo pasillo, y corrió a
través de él, hasta que llego a un espacio, sembrado de esqueletos muertos hacía
mucho tiempo, algunos eran humanos, pero algunos tenían colas, y con el cráneo
acabado con dientes de rata. Pero el túnel no tenía salida. Solo podía volver sobre
sus pasos, tratando de encontrar otro modo de salir. ¿Tal había conseguido
alejarse lo suficiente? Pero no tenía modo de saber el alcance de la visión mágica
de la Lahmiana. Solo podía esperar y tener esperanza.
Por último, después de permanecer inmóvil en medio de los esqueletos en lo
que le parecía un eón, los pasos se desvaneció en el silencio de nuevo. Ulrika dejó
escapar un suspiro de alivio y se arrastró de vuelta al gran túnel, luego comenzó a
moverse en la dirección en que la patrulla había llegado. Después de sólo unos
pocos minutos, llego a una sala tan poderosa, que incluso su tenue visión bruja
podía verlo, era como una barrera brillante que se extendía a lo ancho del túnel.
Esta barrera solo podía significar que se estaba acercando a las catacumbas bajo
el Cáliz de Caronne. Se acercó lo más cerca que se atrevió, y trato de ver más allá
de ella.
Por delante, el túnel se cruzaba con otros dos, estos construidos con piedra. Y
no tardo de ver una enorme puerta tallada por manos humanas, y flaqueada por
guardianas lahmianas, con lanzas con punta de plata. Eso tenía que ser la entrada
subterránea al Cáliz de Caronne. Después de unos segundos para estudiar la
puerta, un trio de figuras femeninas salió de la puerta y se dirigió al túnel del
oeste, mientras que un humano que llevaba una mochila, salió del túnel sur, y fue
interrogado por las guardianas, antes de entrar.
Ulrika sonrió. Aquí era donde se producía la actividad que había estado
buscando. Y era una actividad frenética, seguramente encontraría a espías
sylvanos acechando entre las sombras, vigilando y tratando de interceptar a los
mensajeros y agentes Lahmianos. Todo lo que tenía que hacer era ser paciente, y
mantener un perfil bajo, y los espías se revelarían, y cuando lo hicieran les
seguiría a su guarida, y descubriría a sus amos. Entonces podría volver con
Gabriella y darle lo que necesitaba para ganar la guerra.
* * *
Sin embargo, fue frustrante, los sylvanos no revelaran su presencia. Aunque
Ulrika buscó en cada centímetro del laberinto de túneles, cavernas y sótanos
olvidados hacía mucho tiempo, que rodeaban las profundidades del burdel, no
encontró pistas o evidencias de que espías sylvanos hubieran estado por allí
recientemente y aunque estuvo acechando en varios puntos a lo largo de las más
transitadas rutas durante dos noches y sus respectivos días, pero no vio a nadie
salvo a las lahmianas y esclavos de sangre.
Por lo que no pudo evitar preguntarse. ¿Estarían los sylvanos ignorando a las
lahmianas? ¿Acaso tenían tal desprecio que no se molestaban en espiar sus
actividades? Ulrika no se lo podía creer. Tenían que estar, lo único que se le
ocurría, era que simplemente era incapaz de sentir su presencia. ¿Estarían
escondidos cerca de ella, sin que lo supiera? Un pensamiento que aún la perturbo
más. ¿Y si los sylvanos, no necesitan espiar las idas y venidas de las lahmianas,
porque tenían una espía en el interior? ¿Y si realmente hubiera una Lahmia
traidora? Si era así, Ulrika tal vez podría seguirla, y ver donde se reunía con su
homólogo de Sylvania, pero ¿quién sería? En sus horas de vigilancia. Había visto
a decenas de lahmianas y esclavos de sangre realizar varios recados, llevando
papeles, libros y paquetes. Podría haber sido cualquiera de ellos. ¿A quién habría
que seguir?
Escogió algunos al azar, y no llego a nada, regresando de nuevo al burdel, al
final cerca de la desesperación, no fue una traidora Lahmiana la que le indico el
camino a los sylvanos, sino su némesis, la señora Hermione.
Ulrika había visto a Hermione y Famke ir y venir en varias ocasiones,
moviendo en una litera, transportada por esclavos de sangre, y en todas las
ocasiones se había revuelto silenciosamente, por el miedo de ser detectada por la
potente visión bruja Hermione. Pero no importara lo lejos que estuviera, siempre
podía oír la estridente voz de Hermione, haciendo eco en los túneles.
Hermione se quejaba por todo, por el hecho de que Ulrika aún no hubiera
sido encontrada, del color de los vestidos de Famke, por el olor y las costumbres
de sus hermanas lahmianas, pero la mayor parte de sus quejas, era sobre el hecho
de que las líderes lahmianas se reunieran bajo el techo de Gabriella, en lugar de
su casa.
—¡La astuta bruja está bajo mi mando! —decía Hermione, una y otra vez
cada vez que se encontraba con ella en los túneles—. Yo no debería ir a su
encuentro, ellas tendrían que ir a mí, acaso no soy la líder de esta ciudad.
Luego, al final de la tarde del segundo día de Ulrika en los túneles, justo
cuando estaba a punto de regresar a la superficie para alimentarse y tratar de
pensar en otro plan, para encontrar a los sylvanos, la voz de Hermione le llegó
una vez más por el túnel, pero esta vez no se quejaba por tener que desplazarse
para reunirse con sus hermanas, o por el fracaso de Famke al practicar con el
Laud, o la huida de Ulrika, pero en lugar estaba quejándose sobre la
incompetencia de sus hermanas y de sus esclavos de sangre.
—¡Cuatrocientos hombres y sus caballos no pueden simplemente
desaparecer! —exclamó Hermione—. Las señora Cherna les vio pasar a través de
Franzen hace dos días en el amparo de la noche, y Gizel no los vio pasar por
Mikalsbad la siguiente noche, y tampoco han informado de que llegaran a las
proximidades de Nuln. Y esto me sugiere, que tienen que estar en los bosques, en
alguna parte entre Franzen y Mikalsbad.
Ulrika no pudo oír la respuesta más tranquila de Famke, pero fuera lo que
fuera lo que le hubiera dicho, no parecía calmar a su señora.
—Y sin embargo esas tontas que enviamos a investigar, dicen que no han
encontrado ningún rastro de ellos —dijo la enojada Hermione—. ¿Están ciegos?
¿A dónde fueron? De todas formas soldados humanos significan que lo que
planeen será durante el día. ¿Y si los planes de Sylvania para asesinar a Karl
Franz se producen durante el día? ¿Que podemos hacer entonces? ¡Tenemos que
encontrar a esos soldados a caballo, y exterminarlos!
La diatriba de Hermione se debilitó mientas la litera, continuaba por el túnel,
pero Ulrika había dejado de escuchar de todos modos, porque de repente sabía
qué hacer.
Lo que hace unos minutos parecía un callejón sin salida, ahora era un camino
abierto para Ulrika.
* * *
Atrapados en sus salones sin ventanas y encerradas en sus intrigas cortesanas
propias de este siglo, las vampiresas se habían olvidado, si es que alguna vez lo
habían conocido, las realidades mundanas de la guerra y la vida militar, pero
Ulrika era la hija de un boyardo Kislev, y se había criado en la silla de montar.
Ella había liderado su propia compañía de Kossars. Había marchado y luchado
junto a ellos en las estepas, y sabía de los preparativos que tenían que realizarse
para las campañas largas.
Tal vez no pudiera saber los signos reveladores que las tropas de no-muertos
dejaban atrás. Tal vez no pudiera saber detectar la presencia de un espía sylvano
invisible, pero sabía que los soldados humanos y caballos podían desaparecer en
un bosque, pero no podía vivir de la improvisación, si los sylvanos escondían
caballería humana en el bosque cerca de Nuln, no podían sostener a tantos
soldados con la magia.
Tendrían que ser alimentada, necesitarían comida para los hombres, y forraje
para los caballos, y tendrían que llegar de alguna parte. Ulrika se dio la vuelta, y
comenzó ansiosamente a volver hacia las cloacas y hacia la superficie. Este era
una pista que podría seguir.
6
Los ojos sin rostro
* * *
Una hora más tarde, con el cielo ya grisáceo y Ulrika estaba agazapado en el
altillo de un estrecho almacén propiedad de Bull Klostermann, rodeada de balas
de heno, almacenadas temporalmente en el desván, hasta la hora de ser cargadas
en las carretas de los compradores.
Lanval el Bretoniano había sido una decepción. Le había oído mencionar
varios turbios negocios, mientras escuchaba furtivamente desde una azotea,
junto a la ventana de su oficina, pero no había mencionado ningún gran pedido
reciente o próximo. Lanval parecía más interesado en la venta de carne de
segunda clase a precios de primera, que tratar con clientes dudosos.
Bull Klostermann, por otra parte, no parecía tener negocios sucios. A pesar
de blasfemar, y gritar como un vulgar pirata, todas sus ventas parecían ir,
destinadas para clientes legítimos, y ella no había escuchado susurros de
trastienda sobre pedidos o envíos «especiales».
Después de estar aburrida viendo a los trabajadores de apilar heno en las
carretas de los clientes, Ulrika decidió que era hora de dirigirse a la casa de la
plaga, antes de que amaneciera, pero cuando se dirigió hacia la azotea, escuchó
Klostermann rechazar un gran pedido.
—¡Lo siento mucho! —dijo Klostermann a un cliente—. Pero en estos
momento no tengo tanto heno en el almacén, pruebe con el gratfer el Halfling,
siempre tiene más heno del que puede vender.
Ulrika hizo una pausa y miró a su alrededor. El comprador había pedido
doscientas balas de heno, y en el altillo superior donde estaba, había más de
doscientos balas de heno, y muchas más. Y ahora que lo pensaba ninguno de los
trabajadores de Klostermann había subido al altillo, desde que estaba allí. ¿Y si
todo este heno estaba reservado para los sylvanos? ¿Habría estado sentada en
medio de lo que había estaba buscando todo el tiempo?
Miró de nuevo a la ranura estrecha de cielo a través de la rejilla de
ventilación. Si dudaba un minuto más, sería demasiado tarde. El sol saldría por
sobre los tejados y sería quemada viva, pero ¿y si los servidores humanos de los
sylvanos, venían a por el heno durante el día? No tendría modo alguno de
seguirles si lo hacían, pero el altillo parecía lo suficiente oscuro para quedarse
escondida entre el heno, sin correr peligro. Al menos podría ver a quien se
enfrentaba, o podría escuchar sus voces. Y sería un buen comienzo.
Ulrika se apartó del respiradero de la azotea con un suspiro, y decidió
arriesgarse y pasar el día en este desván polvoriento, se subió a una de las vigas y
encontró un hueco oculto donde pasar el día. El espionaje era un trabajo
aburrido. Ulrika habría preferido estar luchando, pero como su padre le había
dicho en más de una ocasión, no se puede luchar contra un enemigo hasta no
saber dónde está.
El ruido de pies subiendo los peldaños de la escalera, atrajo la atención de
Ulrika y la despertó de su sueño. La luz que entraba por el respiradero de la
azotea era tan tenue como lo había sido, cuando había retirado a su rincón, pero
ahora los rayos que entraba era del crepúsculo en lugar del suave color rosa del
amanecer. ¡Había estado durmiendo durante todo el día!
Por lo menos el heno en el descansillo superior todavía estaba apilado bajo
ella, pero al parecer, no por mucho tiempo. Había tres trabajadores, subiendo
por las escaleras, con ganchos, cuerdas, y con linternas colgadas en cinturones de
sus hombros, mientras Klostermann los instaba a trabajas con sus habituales
insultos.
—¡Moved vuestros escuálidos traseros de invertido, o no os pagare ni una
miserable moneda! ¡Las carretas no van a cargarse a sí mismas! ¡Si nos pillan las
autoridades, tendréis que vender a vuestras hijas para los sobornos, si es que os
dan algo por esas putas!
Los hombres de almacén correteaban por el descansillo superior, como
aterradas ardillas, y comenzaron a fijas cuerdas en las balas de henos, y después
las engancharon en tornos, para bajarlas a la planta baja.
Ulrika se deslizó en silencio a través de las vigas, para mirar hacia abajo sobre
el borde de la buhardilla. En la planta baja, una hilera de carretas hacían cola a
través de la puerta trasera del almacén, con la primera carreta listar para ser
cargada con las balas de heno, con un tenso conductor que estaba junto a
Klostermann mientras un asistente en una mesa contaba las monedas de una
abultada bolsa.
El conductor era humano, ya que podía sentir su corazón latiendo dentro de
su pecho, pero a pesar de que estar vestido como un carretero, su rostro era duro
y lleno de cicatrices, con musculatura desarrollada, y la postura de un soldado
profesional. Los otros conductores tenían el mismo aspecto. La cuestión era si
eran los soldados que estaba buscando.
—¿Todo correcto? —preguntó Klostermann.
El asistente terminó de contar las monedas y asintió.
—Sí, jefe. Es lo acordado.
Klostermann hizo una seña al conductor.
—Gracias, señor, si quiere acompañarme para inspeccionar la mercancía…
—No hay ninguna necesidad —dijo el hombre, subiendo a su carreta—. Si
nos ha engañado, encontraremos a otro comerciante, y usted encontrara a faltar
su cabeza una noche de estas.
Klostermann palideció y balbuceó alguna respuesta, que Ulrika no pudo
escuchar. Pero por fin había confirmado que eran los que buscaba. El conductor
tenía un grueso acento de Stirland como los siervos de su padre habían tenido.
Sin duda era un sylvano, y solo podían ser los soldados de caballería
desaparecidos. Todo lo que tenía que hacer era seguirlos y encontraría el
campamento de los sylvanos.
Ulrika levantó la vista, con un salto, podría trepar por el respiradero de la
azotea, y saldría al exterior. Todo lo que necesitaba era algo que distrajera la
atención de los trabajadores que estaban en el descansillo, mientras huía. Miro a
su alrededor, y encontró el cadáver marchito de una rata muerta, yaciendo sobre
su viga. Extendió la mano, y la lanzo hacia abajo, apuntando a la cabeza de
Klostermann.
—¿Quién me ha tirado esto? —rugió Klostermann un segundo después—.
¿Quién ha sido el que me ha lanzado una rata muerta a la cabeza? Voy a
desollarle la piel, a quien lo ha hecho.
Los trabajadores dejaron de trabajar y se quedaron mirando a su enojado jefe,
y Ulrika aprovecho en silencio para salir al crepúsculo purpura del exterior, con
los gritos e insultos de Klostermann como ruido de fondo.
* * *
La primera carreta de heno salió por la parte frontal del almacén en dirección sur
hacia Händelstrabe.
Ulrika saltó a la azotea del siguiente almacén y entonces al siguiente, después
de eso, siguió el progreso de la carreta como un halcón siguiendo desde el aire a
un conejo.
Giraron a la derecha en Händelstrabe, y Ulrika salto hacia el otro lado de la
calle, hacia un edificio de techo plano, a través de la ancha calle.
Fue un salto que puso a prueba los límites de sus habilidades, y en pleno salto
tuvo dudas de que pudiera alcanzar el otro lado. Pero finalmente cuando estaba a
punto de poner los pies sobre el borde de tejas del edificio, algo oscuro brillo por
encima de ella, e impacto con fuerzas en su espalda, desviándola de su
trayectoria, y su pecho impactando contra la fachada en su lugar. Jadeando por el
dolor y el shock, Ulrika escarbó débilmente entre las tejas de pizarra, mientras se
deslizaba hacia atrás, y mientras caía, no pudo evitar pensar, ¿qué le había
golpeado? ¿Y de dónde había venido?
Cuando una bota le pisó la muñeca, deteniendo su caída.
—Yo te conozco —dijo una voz profunda encima de ella.
Ulrika levanto la cabeza hacia atrás, y de pie en el borde del techo, donde
debería haber aterrizado había la silueta de un hombre alto, y de complexión
fuerte, pero a pesar de su visión nocturna y sus sentidos no naturales, no pudo
distinguir nada más sobre él. Ya que su silueta estaba recortada por la luz
anaranjada del anochecer. Su rostro estaba extrañamente borroso, y todo lo que
pudo ver eran un par de ojos rojos, brillando como si reflejaran la luz sangrienta
del cielo crepuscular. Ulrika solo podía estar segura de una sola cosa acerca de él.
Su corazón no latía.
—Eres la Lahmiana que todo el mundo está buscando, la que sabe algo sobre
el arte de la guerra —dijo el desconocido en un tono tranquilo—. Esa es una
combinación peligrosa. Demasiado peligrosa me temo.
Y con eso desenvainó una espada larga y la levantó en alto.
7
La oferta
* * *
Morrslieb ya estaba en lo alto, cuando pudo levantarse y caminar, y tal como el
vampiro había predicho, en el momento en que llego a la puerta oeste, las
carretas ya la había atravesado la puerta oeste, y la puerta ya estaba bien cerrada.
Ulrika comenzó a maldecir, disgustada y enferma, deseando venganza sobre
el vampiro sin rostro con cada fibra de su ser.
Ulrika apenas dio un paso a través de la ventana rota del piso superior de la
casa de la plaga, cuando se dio cuenta, que alguien había estado allí, había pisadas
frescas en el polvo, y no eran suyas. Desenfundo su estoque y daga, y se arrastró
por el pasillo, esforzando todos sus sentidos. No pudo sentir ningún corazón
latiendo, pero eso no era ninguna garantía, podrían ser lahmianas, o el vampiro
sombra, al que se acababa de enfrentar. Podría ser cualquier cosa.
Los hilos trampa que Ulrika había extendido a través de la entrada de las
escaleras estaba roto, y dedujo el su visitante no estaba particularmente versada
en el espionaje. O tal vez no le importaba ser sutil.
Ulrika empezó a bajar las escaleras, con las hojas en ristre. Mientras se bajaba
a la planta baja, del edificio que había reclamado para sí mismo, cuando oyó el
débil susurro de tejido procedente de su habitación. Ulrika se quedó inmóvil.
Estaban esperando para emboscarla, y ella sonrió, mostrando los colmillo, bueno
no podía decepcionarlos.
Ella caminó hacia la puerta cerrada de la habitación, sigilosamente, y a
continuación con una patada abrió la puerta, y salto al interior, mirando a
izquierda y derecha.
Una figura se levantó de un salto de la silla al frente de la mesa, y jadeando se
puso una mano en el pecho. Era Famke, vestida con un sobrio vestido, y con una
capa son capucha. La había sorprendido garabateando una nota Ella había estado
garabateando una nota.
—¡Hermana! —respiró Ulrika, con alivio—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Famke se recuperó de su sorpresa y dio un paso hacia ella, con los ojos verdes
suplicantes.
—¡Ulrika! ¡Debes huir! ¡Hermione sabe que te escondes aquí, y ha enviado a
varias hermanas a matarte!
8
El Laberinto
* * *
Pasos de borracho, resonaron en la escalera por encima de ellos, despertando a
Ulrika de ensueño, se llevó la mano al estoque, pensando que no estaba bajando
por casualidad, pero el hombre se tambaleaba como un sonámbulo, y continuó
hasta la planta baja.
Ulrika tomó la mano de Famke.
—Vamos a hablar en nuestra habitación.
Subieron al tercer piso y su supuesta habitación, era un sofocante armario, lo
suficiente grande para dos catres sucios y un orinal. Y antes de que Ulrika,
pudiera cerrar la puerta detrás de ellas y girar la llave de la cerradura, Famke se
puso a hablar de nuevo, tan emocionada como un niño.
—¡Escucha, Ulrika! —dijo Famke—. Lo tengo todo planeado. Esperaremos
un par de noches, para asegurarnos que Casilla ha abandonado la persecución, y
luego iremos a los muelles, y compraremos un par de pasajes, en la primera
barcaza que parta.
Ulrika levantó las manos para detener la marea.
—No puedo, Famke. Lo siento pero no puedo abandonar sin más.
—Pero… pero ¿por qué no? Deberías de odiarlas más que yo.
—¡Yo…! —Ulrika suspiró—. Las odio por su terquedad, sí, por no dejarme
pelear, pero Gabriella es mi señora, y jure protegerla, y que le traería la cabeza del
líder de los sylvanos. No voy a romper esa promesa. Ya he roto demasiadas.
Tengo que probarme a mí misma, y le mostrare que puedo ser leal, sin estar
encadenada.
Famke bajó la cabeza.
Ulrika le apretó el brazo.
—Algún día recorreré el mundo, contigo, Famke. Pero por ahora tengo que
terminar con esto.
Famke junto sus manos.
—Haces que me sienta avergonzada. También he hecho mis promesas. Mi
ama puede estar loca, pero ella es mi creadora. Y no pienso dejar que los sylvanos
la maten.
Famke dejo de hablar enfurecida, luego miro a Ulrika.
—Deja que me quede contigo. Para cazar a tu lado. Yo también tengo algo
que demostrar.
—¿Está seguro? Será difícil —dijo Ulrika, mientras inclinaba la cabeza hacia
la planta baja—. Ya viste lo que le espera en el mundo de los hombres.
Famke asintió.
—Eso no va hacer que cambie de opinión.
Aun así Ulrika vaciló. Eso sólo era una pequeña muestra de lo que es vivir
fuera del refugio de la hermandad. Y Famke no tenía ni idea de donde se estaba
metiendo. Para ella todo sería mucho más fácil, que regresara a la hermandad,
pero al mismo tiempo. ¿No sabía cómo obligarla a volver a una vida, que ella
misma odiaba?
—Muy Bien —dijo al fin Ulrika—. Entonces mañana nos levantaremos, y
comenzaros nuestra guerra.
Ulrika se acostó en uno de los catres.
—Ahora, necesitamos descansar un poco.
Famke se recostó, pero se llevó una mano al pecho.
—Espero que pueda. La sed es fuerte.
Ulrika sonrió débilmente. También era fuerte en ella.
—Considéralo como tu primera lección, de cómo vivir lejos de casa.
* * *
Un gemido agitó a Ulrika que estaba soñando, que estaba siendo perseguida por
una sombra, saltando de tejado en tejado en una persecución sin fin. Ella no
podía decidir en un primer momento si el gemido había sido parte de su sueño, o
si se trataba de uno de placer o de dolor, entonces se dio cuenta que el gemido
venia de su habitación. ¿Sería Famke, que estaba teniendo una pesadilla? Pero el
gemido era demasiado masculino para ser ella. Y los ojos de Ulrika se abrieron,
abandonando la niebla de la inconsciencia rápidamente en una ola de pánico.
¿Había un hombre en su habitación? ¿Alguien estaría atacando a Famke? Ulrika
giró la cabeza y buscó su estoque, y se quedó desconcertada.
De hecho había un hombre en su habitación. Estaba tumbado en el catre de
Famke, con una mirada de felicidad en su rostro pálido y sudoroso, con Famke
inclinada sobre él, chupando con avidez de su cuello.
9
Sangre inocente
—Debemos tener cuidado —dijo Famke cuando ella y Ulrika caminaban por las
calles de Industrielplatz la siguiente noche, en busca de un lugar permanente
donde quedarse. El Faulestadt está todavía bajo el control de la Señora Mathilda.
El incendio de la Cabeza del Lobo, quedo atrás, pero abrió un nuevo lugar
llamado La fundición, y sus lacayos son tan fuertes como siempre. La mitad de las
prostitutas y matones al sur del río están en deuda con ella.
—¡Hmmm! —dijo Ulrika—. ¿Y dónde vive la otra mitad?
—Mayormente en los muelles. Una vieja mafia tileana ha controlado los
muelles durante siglos. Las prostitutas y los ladrones de esa zona no les pagan el
diezmo. Mathilda no quiere una guerra para no agitar las cosas, así que les deja
tranquilos, aunque tienen muchos espías entre ellos, para tenerlos vigilados.
—Naturalmente —dijo Ulrika—. Aun así, parece una apuesta más segura que
esconderse en la guarida de la loba. Vamos a ver lo que encontramos.
* * *
Y después de unas horas merodeando por el barrio en torno a los muelles,
encontraron un lugar, un sótano cavernoso bajo las ruinas del taller de un
cantero incendiado, unas ruinas entre muchas de un barrio ennegrecido, que se
había incendiado hacia unos pocos meses en unos disturbios que se habían
producido, después de que los cazadores de brujas, hubieran prendido fuego a la
cabeza de lobo.
Las viviendas por encima del taller se habían derrumbado en el fuego,
dejando un montículo de maderas carbonizadas y tejas rotas, pero el sótano de
debajo, donde los canteros almacenaban sus obras, hasta que eran vendidas, era
sólido y seguro, y solo accesible a través de un pequeño agujero en el suelo.
Ulrika no encontró huellas recientes, en el sótano, ni signos de ocupantes
ilegales en el interior, por lo que se inclinó ante las súplicas de Famke, y declaró
que sería su nuevo hogar.
Famke se había encantado en el momento en que puso los ojos sobre él, y
Ulrika estaba de acuerdo, en que a pesar del hedor rancio a humo, las vigas
quemas, y las grietas en el techo abovedado, el sótano tenían una cierto aire a
solemne. Columnas de telarañas cubrían las paredes, mientras que las lapidadas y
estatuas aladas destinadas a tumbas, a medio terminar, se levantaban como
sombras por todos lados, con solo un par de rayos de la luz de la luna entraban
por unos diminutos agujeros en el techo, apuñalando la oscuridad para que
pudieran ver la motas de polvo bailando. Si alguien no supiera de los escombros
ennegrecidos de arriba, podría pensar que era alguna especie de cripta de
enterramiento, de un antiguo castillo, o la capilla de un abandonado monasterio.
Ulrika hizo una puerta para ocultar la entrada, con una gruesa losa de piedra
tan pesado, que solo alguien con la fuerza antinatural de un vampiro pudiera
levantarla, entonces ayudada por Famke despejaron de escombros el suelo de la
sótano.
Mientras trabajaban, Famke charlaba alegremente sobre robar alfombras,
mesas y camas, y de cómo llenar el lugar de velas, lámparas y cortinas, pero
Ulrika estaba más interesada en regresar a la caza.
Por muy romántica que la bodega pudiera ser, solo sería su hogar, hasta que
hubieran purgado de sylvanos Nuln, y pudieran regresar con sus señoras. Espera
poder regresar a la hermandad, pronto, y solo había un modo de hacerlo.
—¿Qué saben nuestra señoras, sobre el campamento sylvano? —le preguntó
Ulrika a Famke. Interrumpiendo la disertación de Famke sobre mantelería.
Famke frunció los labios, luego se arregló distraídamente el pelo de su frente.
Que se había quitado el bonito vestido para lavarlo, y ahora estaba vestida con un
jubón.
—Hermione y Gabriella, están seguras que están en Stirwood, al norte de la
ciudad, pero es extenso bosque, y ninguno de sus espías, ha regresado de sus
profundidades.
Ulrika negó con la cabeza.
—¿Por qué no simplemente le susurran algún rumor de estos invasores al
oído de la Condesa Emmanuelle y dejan que el ejército de Nuln encuentre?
—La Emisaria Lashmiya cree que la exposición de cualquier vampiro, incluso
un sylvano, nos pone en peligro a todos, y quiera mantener esta guerra en secreto
—respondió Famke—. Y también cree que los sylvanos contraatacarían
exponiendo a todas las lahmianas de Nuln.
Ulrika suspiró.
—¿Así que nuestras hermanas se limitaran a sentarse sobre sus manos y
esperaran? ¿Y qué otros rumores han descubierto?
—Demasiados —dijo Famke—. Hay rumores de que los cazadores de
vampiros, que están agitando a la turbas, son espías sylvanos, también hay
rumores de que los sylvanos están contratando a jóvenes prostitutas para los
humanos de su campamento. Y la señora Englehild, la Lahmiana que viste
acostada en su ataúd en la cámara del consejo, es nuestra vidente más poderosa, y
ha percibido la presencia de un poderoso sylvano, en la ciudad.
Ulrika asintió.
—Me he enfrentado con un sylvano que era muy fuerte, posiblemente fuera
su líder.
Los ojos de Famke ensancharon.
—¿Te has enfrentado con el líder de los sylvanos y has sobrevivido? —dijo la
sorprendida Famke—. Pero si ya ha matado a varias lahmianas.
Ulrika se encogió de hombros, incómodo.
—Creo que tal vez me permitió vivir, ¿pero a cuantas hermanas lahmianas ha
matado? ¿Y con tantas hermanas, presentes en la ciudad, no han sido capaces de
seguirlo?
—Todas las que lo intentaron han muerto —dijo Famke—. Cuatro hermanas
y algunos pretendientes. Una hermana consiguió escapar, pero estaba
gravemente herida, para seguirle.
Famke se dirigió hacia una viga ennegrecida, y seco con sus manos su recién
lavado vestido.
—La señora Englehild percibió la presencia del sylvano cerca del burdel, y la
señora Ludwina lideró una partida de caza, con nuestras dos mejores guerreras, y
con las dos mejores videntes con más sensibilidad, exceptuando a la señora
Englehild, que por supuesto, no puede salir de su ataúd, para seguirle la pista y
matarlo. —Famke negó con la cabeza—. La señora Ludwina fue la única que
sobrevivió, y por muy poco. Cayeron en una emboscada. Los sylvanos, abatieron
a nuestras hermanas, antes de que pudieran defenderse. La señora Ludwina huyó
por su vida, con una herida de espada en su vientre y otra en el cuello. Estaba casi
muerta cuando regreso para informarnos de lo que había sucedido.
—Una emboscada —dijo Ulrika—. Alguien avisó a los sylvanos.
Famke asintió.
—Eso es lo que la mayoría cree. Fue por eso que estaban todas discutiendo
tan acaloradamente, sobre traidores, cuando te lleve a la cámara del consejo.
Todo el mundo acusa a todas los demás.
Ulrika se mordió el labio durante un largo momento, pensando. La historia le
estaba sonando familiar en su memoria.
—Fue la señora Ludwina —dijo Ulrika al fin—. Ella es la traidora.
Famke parpadeó.
—Pero ¿cómo puedes saberlo? Si ella casi murió en la emboscada. La espada
sylvana que perforo su pecho, casi le partió la columna vertebral.
—¡Casi! —dijo Ulrika—. Pero ella se ha recuperado, ¿no? Y arde con deseos
de venganza. Y es la que más fuerte gritaba, contra los sylvanos, y quiere reunir a
todas las lahmianas contra los sylvanos.
Famke frunció el ceño.
—¿La conoces?
—No, pero sé de la artimaña —dijo Ulrika—. El sylvano con el que luché en
Praag, era un maestro de la misma. Se hirió a sí mismo, para hacerme pensar que
había estado luchando contra nuestros enemigos, mientras que la verdad era que
habida sido el, quien los había guiado hacia nosotros. Mientras fingía estar
enfurecido contra las sylvanos, cuando él era uno de ellos.
—Eso… eso podría ser —dijo Famke—. Pero a veces los que gritan con más
fuerza son los más comprometidos. ¿Cómo lo podemos saber?
Ulrika se colocó su jubón y su cinto.
—Si la señora Ludwina, no hubiera sido la líder de la partida de caza, tal vez
podría a verme creído que ella no era una traidora. Pero dices que ella misma la
organizó, seleccionando a las mejores guerreras y a la mejore videntes, aquellas
más útiles en la guerra con los sylvanos, y totas ellas están muertas. Y ahora
quiere volver a reunir a las mejores para otra salida. ¿No lo ves? Está planeando
sistemáticamente a las lahmianas que son una mayor amenaza para que su amo,
pueda acabar con ellas en emboscadas.
Famke frunció los labios.
—La verdad, la condesa Gabriella y unos pocas más susurran lo mismo, pero
no delante del consejo. La señora Ludwina es la más influyente en el consejo.
Pero ninguna se atreve a hablar en su contra por temor a que sus deslealtades
sean expuestas.
Ulrika sonrió, mostrando sus colmillos.
—Bueno, como las dos ya estamos fuera, no nos importa lo que piense en
consejo, ¿no es así?
Ulrika se volvió para la cuerda que tenían colgando del agujero en el techo.
—Vamos a encontrarla, la seguiremos, y ella nos llevara a nuestro enemigo.
* * *
Cuando Ulrika y Famke dejaron las ruinas que rodeaban su refugio, y se dirigían
en dirección al gran puente, vieron tres figuras caminando hacia ellos en la calle
oscura y se pusieron en guardia.
Casi todas las siluetas eran todas mujeres bien formadas, aunque una de ellas
llevaba ropa de hombre y llevaba un estoque en su cinto. Ulrika puso su mano en
la empuñadura de su estoque, temiendo que fueran lahmianas, que les habían
encontrado por casualidad, pero a medida que se acercaban oyó como latían sus
corazones. Aunque eso no era una garantía, ya que podían ser esclavos de sangre
de Mathilda.
—¡Buenas noches! —dijo una de las mujeres, que llevaba un vestido rojo
revelador, y tenía el pelo de un marrón improbable—. No os había visto por la
zona, antes. ¿Sois nuevas en el juego?
—El juego —dijo Ulrika.
Las mujeres se echaron a reír.
—No te hagas la inocente con nosotras, querida —respondió una rubia—.
Acaso crees que todas estamos de paseo.
—¡Sabéis como vestir! —dijo la mujer vestida de hombre, asintiendo con
aprobación a la ropa de Ulrika—. ¿Sabéis usar esa hoja?
Ulrika gruñó con comprensión. Las mujeres eran prostitutas y su dragón, y
les habían confundido a las dos, como compañeras de oficio. Estaba a punto de
tratar de responder cuando Famke se le adelanto.
—¡Lo sentimos! —dijo Famke—. Estamos muertas, una unidad de piqueros
tileanos, nos ha contratado. Eran veinte o más, y me siento como un alfiletero.
Todas las rameras se rieron e hicieron réplicas lascivas, pero la del cabello
marrón, aún les estaba examinando.
—¿Entonces trabajas en esta zona?
Famke se rio.
—¡Oh, no! En realidad somos nuevas en la ciudad y estamos buscando una
zona donde trabajar, si sabes de una.
La del pelo marrón se cruzó de brazos.
—¿A sí que estáis buscando un lugar donde trabajar? ¿Seguro que no
trabajáis para La fundación?
Famke negó con la cabeza.
—De momento no trabajamos para nadie. Hemos estado mirando por el
norte del rio, pero nos exigían demasiado por trabajar allí, ¿quién es el jefe aquí?
—Pregunta por Turo en el «Oso de la risa» —dijo la rubia, asintiendo con la
cabeza hacia atrás señalando por donde habían venido—. El Valantinas es el que
mando en los muelles, y no les gustan los trabajadores independientes.
—¡Muy bien! —dijo Famke, despidiéndose—. Gracias por la advertencia.
—Lo mejor es que habléis con él, antes de que os encuentre —dijo la del pelo
marrón.
—¿Crees que nos estaban buscando? —preguntó Ulrika, en cuando
estuvieron lo suficientemente lejos—. ¿O esto era tan sencillo como aparente?
—No lo sé. No trabajan para Mathilda. Pero nunca se puede estar segura de
estas cosas —dijo Famke mientras se encogió de hombros.
Ulrika miró hacia atrás y vio que la del pelo aún les estaba mirando. ¿Era por
las sospechas naturales de una puta cuidando su territorio, o algo más siniestro?
—Seremos muy cuidadosos cuando regresemos —dijo ella—. Y si nos las
encontramos de nuevo, buscaremos otro refugio.
Famke puso mala cara.
—Me gusta nuestro refugio.
—A mí también —dijo Ulrika—. Pero me gusta más vivir.
* * *
Ulrika y Famke, no tardaron en encontrar a la señora, la vieron salir de una
puerta oculta en un callejón cercano al Cáliz de Caronne, iba vestida como una
malabarista, acompañada de otras dos lahmianas, una vestida como una
cantante, y las tercera como una bailarían, con un trio de descomunales esclavos
de sangre, vestidos como guardaespaldas y fuertemente armados. Ludwina
llevaba una máscara roja, y un escotado corpiño, que dejaba ver sus amplias
curvas. Sus compañeras artistas estaban igual de ataviadas. Nadie podría recordar
sus rostros.
Ulrika sonrió mientras ella y Famke los seguía a cierta distancia. Sus disfraces
eran buenos para recolectar información. Los artistas, intérpretes y cantantes,
podían ir a cualquier parte de la ciudad, y entrar en casi cualquier
establecimiento, de clases alta y baja, y escuchar todos los chismes y rumores, que
se decían a su alrededor mientras realizaban sus espectáculos. La pregunta era:
¿Estaba espiando para las lahmianas, o tenían otro propósito?
Ulrika y Famke les siguieron en la lejanía, mientras desfilaban a lo largo de
Händelstrabe, luego se arriesgaban desde más cerca, en cuando entraban en
alguna taberna, para entretener a los clientes. Ulrika tuvo que reconocer que eran
unas excelentes animadoras, y tuvo que recordarse a sí misma que no estaba allí,
para verlas lanzar cuchillo y dando volteretas, estaba para ver si estaban
realizando algún tipo de contacto clandestino.
En un lugar llamado el Olmo. Ulrika pilló a Famke sonriendo como una
niña, mientras observaba a Ludwina haciendo malabares con velas encendidas.
—¿Disfrutando del espectáculo? —preguntó Ulrika.
Famke se encogió de hombros, disgustada.
—No es eso. Ya que estoy aquí. Y no hay puertas cerradas a mí alrededor, y
puedo ir a donde me plazca, puedo correr a través de los tejados, y caminar por
las calles —dijo Famke—. No te puedo decir que me está pasando.
Ulrika le cogió de una mano, y se le forma un nudo en la garganta al
contestar.
—Sé cómo te sientes. La primera vez que la condesa me dejó salir a cazar, me
sentí como si estuviera borracha. Sentir el viento en mi cara, las estrellas en el
cielo. La oportunidad de estirar las piernas. Pero… debes de tener cuidado. En
mi primera vez, estaba tan ebria de libertad, que me olvide de ocultarme del sol, y
me fue de muy poco, de morir incinerada.
Los ojos de Famke ensancharon.
—Lo recordare, hermana.
Una hora más tarde en una calle de prósperas tabernas hacia el este de la
Escuela de Artillería, Ulrika y Famke miraban desde los tejados como Ludwina y
sus compañeras salían de una taberna llamada «Wilhelm Tercero».
Estaban dirigiéndose hacia el sur, cuando de repente Ludwina se detuvo, y
miró hacia el norte como si viera algo, luego se volvió y les susurro a sus
compañeras. Y se separaron de inmediato, con un: «Buenas noches». Como si se
estuvieran despidiendo, y Ludwina se dirigió hacia un callejón.
Ulrika dejó que los otros se marchara, y mantuvo sus ojos fijos en Ludwina,
Ulrika y Famke, se deslizaron de techo en techo pero manteniendo la distancia,
pero sin perderla de vista en ningún momento, por miedo de que fuera capaz de
detectar su presencia, ya que no sabían cómo tenía de desarrollados su audición y
vista.
A los pocos minutos, Ludwina hizo una pausa y miró a su alrededor. Ulrika y
Famke se agacharon, y por unos segundos tuvieron miedo de que se hubiera
dado cuenta de que les hubiera detectado, cuando dio un paso hacia una pared, y
se arrodillo junto a ella durante un segundo. Y luego siguió su camino.
Famke comenzó a reanudar su vigilancia, pero Ulrika la detuvo.
—No necesitamos seguirla más —dijo Ulrika asintiendo con la cabeza hacia
el muro—. Ese era el propósito de nuestra vigilancia.
—¿Qué hizo en el muro?
Ulrika se encogió de hombros.
—Habrá dejado una nota, una marca, fuera lo que fuera, se separó de sus
compañeras, por lo que con toda seguridad, es algo que el resto de lahmianas no
aprobarían. Solo tenemos que esperar y lo sabremos.
Se quedaron dónde estaban hasta que vieron Ludwina reunirse con las otras
calle abajo, y las vieron alejarse a toda prisa hacia el oeste, como si estuvieran en
la persecución de alguna presa, por fin Ulrika se levantó, y con Famke bajo de la
azotea, y examino la pared donde se había detenido Ludwina. Examinaron
ladrillo a ladrillo, hasta que Famke encontró lo que estaban buscando.
—¡Aquí! —dijo Famke, extrayendo un ladrillo suelto, y entregándole a Ulrika
un trozo de pergamino que había en el hueco.
Ulrika lo desenrolló. Y vio un texto escrito en lo que parecía tileano o
estaliano. Fuera lo que fuese, Ulrika no podía leerlo, pero algunos de los nombres
estaban sin traducir: Stirwood, Lashmiya y Sommerzeit, que eran los nombres
que pudo entender. Había también uno con una K inicial, que tal vez pudiera
representar al Emperador, Karl Franz. Por lo que le tendió el pergamino a
Famke.
—¿Puedes leerlo?
Famke examino el pergamino, y negó con la cabeza.
—Es tileano antiguo, He aprendido un poco, por insistencia de la señora
Hermione, pero no lo suficiente. —Famke señalo una palabra—. Esto es «Ira» o
quizás «fue» o «va ir». Hmmm, con un poco de tiempo, podría ser capaz de
decirte más.
Ulrika enrolló el pergamino.
—Parece obvio que está informando a los sylvanos, sobre los planes de las
lahmianas, pero los detalles no son tan importantes, el hecho es que hemos
descubierto su traición.
Ulrika se guardó el pergamino en la bolsa de su cinto, cuando un
pensamiento se le paso por la mente, y luego se volvió hacia Famke.
—Quédate por aquí, vigilando la pared, para ver si viene alguien a buscar el
pergamino, entonces cuando se marche le sigues. No te acerque demasiado o le
ataques. Solo quiero saber a dónde van. ¿Está claro?
—Sí, hermana —dijo Famke—. Pero ¿dónde estarás?
Ulrika sonrió.
—Voy a darle a este pergamino a la condesa Gabriella.
Famke se quedó sin aliento.
—¿Vas a regresar con las lahmianas?
—No te preocupes, no me voy a quedar. Me reuniré contigo de nuevo en el
sótano —Ulrika agarró el brazo de Famke—. Y recuerda, ten cuidado cuando
regreses, si ves a las rameras, o a cualquier otra persona sospechosa, no entres en
el sótano, y regresa a la buhardilla sucia en la que nos alojamos. Allí nos
encontraremos.
—Sí, hermana —dijo Famke.
Ulrika le dio unas palmaditas en el brazo, y luego se volvió para irse, pero
regreso hacia atrás y beso a Famke en la mejilla.
—Me alegro de estar contigo —dijo Famke—. Estoy más feliz ahora, desde
que Hermione de dio permiso para matar a mi padre. Lástima que no me
marchara contigo, la primera vez que me lo preguntaste.
Ulrika recordó de nuevo a su viaje a Praag, y se estremeció.
—Me alegro de que no lo hiciera. Casi encuentro la muerte. Pero me alegro
de que lo hayas hecho ahora. Es bueno tener a alguien a tu lado.
Ulrika volvió a besar a Famke, y saltó al tejado más próximo. Con la euforia
llenando su pecho. Las cosas eran muy diferentes con Famke a su lado, aunque
no lo había sabido hasta ahora, desde que dejo a Gabriella, necesitaba a un
compañero para compartir el bien y el mal con ella. Ella había pensado que lo
había encontrado con Stefan, pero él había estado jugando con ella, fingiendo ser
su amiga. Para acercarse a las lahmianas de Praag. No tenía por qué Famke la
traicionara. Habían sido amigas desde el momento en que se conocieron, y
tenían sus propias ideas, sobre su posición en el mundo, y en la sociedad
Lahmiana. Famke era la mejor amiga, de lo que Ulrika podría haber esperado.
11
El sol de la mañana
Aunque parte de Ulrika quería correr directamente hacia la puerta principal del
Cáliz de Caronne, y a continuación, abrirse camino hasta la condesa Gabriella, y
entregarle personalmente la evidencia de la traición de la señora Ludwina, sabía
que no debía hacerlo. En primer lugar, no quería quedarse atrapada, y en
segundo lugar, no sabía cómo reaccionarían las lahmianas que protegieran la
puerta, y si mataba a alguna de sus antiguas hermanas, no jugaría a su favor
cuento ella en última instancia, hiciera su regreso triunfal a la sociedad
Lahmiana.
Sin embargo ni no entregaba la nota personalmente. ¿Cómo podría
asegurarse de que en realidad llegara a la condesa? Si el burdel estaba plagado de
espías, y nunca podría llegar hasta ella para entregársela personalmente. Y si la
entregaba y escribiera solo para «los ojos de la condesa», corría el riesgo que
alguien la abriera, antes de que le llegara a la condesa. Por otro lado, si no
indicaba que era urgente de algún modo, Gabriella podría esperar para abrirlo
¿Cómo podía hacérsela llegar, sin alertar a su personal?
Entonces lo supo, y se apresuró hacia las casas de huéspedes, cercana a la
facultad de abogados. En este momento de la noche, era el único lugar que sabía
seguro de que encontraría, una pluma, papel y sobres. Ella compró todo lo que
necesito, a una recepcionista de noche, de la casa de huéspedes La peluca y el
mazo y luego se sentó en una mesa, y escribió la carta, que fue muy breve y
concisa.
Ama,
Como prueba de mi lealtad, les presento esta traición, entregada a manos
enemigas por la señora Ludwina, de tu propia hermandad.
Tu hija, Ulrika
Ulrika sonrió. Para cualquier persona que no supiera quien era Félix, el
nombre y sobre el asunto, sugeriría, que era una queja o un cumplido sobre el
burdel, pero para la condesa, que había contado con la aguda de Félix y Gotrek
para matar a su hijo de sangre descarriado, Adolphus Krieger, y frustrar sus
planes. Le sugeriría algún nuevo desarrollo en ese frente, y que Gabriella
encontraría totalmente inoportuno en las actuales circunstancias. Y no podría
evitar abrir el sobre tan pronto como Gabriella lo recibiera.
Ulrika doblo el pergamino de la señora Ludwina y lo metió en el sobre junto
a su nota, y luego lo sello, con cera de la vela sobre la mesa, Luego regreso a la
recepcionista de noche, y le entrego un par de monedas.
—Necesito que sea entrega, esta noche —dijo ella—. Si pudiera enviar a
alguno de los estudiantes, pero el estudiante no puede saber de dónde viene, ¿he
sido clara?
La recepcionista miró las monedas en el mostrador. Dos coronas de oro una
fortuna. Y sus ojos se abrieron.
—¡Ha sido clara, señora! —dijo la recepcionista—. Voy a enviar a un
muchacho ahora mismo.
—Excelente —dijo Ulrika—. Voy a estar mirando como da instrucciones al
muchacho. Si no lo hace correctamente, voy a recuperar el sobre y las monedas.
—No tenga miedo, señora.
Ulrika regresó a su mesa y observó a la recepcionista llamar por el timbre y
un somnoliento muchacho salió a trompicones de una habitación al lado de la
recepción.
Con su oído inhumana, pudo oír como la recepciones le indicaba donde
tenía que enviar el sobre, y nada más. El muchacho cogió el sobre y se fue a
realizar su encargo. Un momento después, Ulrika se levantó, se despidió de la
recepcionista, y a continuación, siguió al mensajero.
Después de asegurarse de que el muchacho, llegara al Cáliz de Caronne sin
ningún percance, y entregara el sobre a las manos de la señora Reme. Ulrika
caminó a través de la ciudad hacia la azotea donde había dejado a Famke, con la
esperanza de encontrarla todavía allí. Pero a medida que se movía por los
tejados, Ulrika se acordó de otra azotea, y sus pasos se ralentizado.
El sombrío sylvano le había dicho, que regresara a la azotea donde había
desaparecido, cuando estuviera lista para unirse a su ejército. Había pensado en
volver la noche siguiente, y fingir que estaba deseosa de que la acogiera como su
discípula, pero se encontró con Famke y con las lahmianas atacando la casa de la
peste, y había estado huyendo desde entonces.
Bueno, si el sylvano había oído rumores de su huida, entonces tal vez se
creyera, que estaba lista. Por lo que se decidió y corrió hacia el edificio del lado
oeste de la Emmanuelleplatz y se subió a la azotea. No había nadie, por lo que se
dispuso a esperar. Pasaron los minutos pero no vino nadie, y Ulrika impaciente
se levantó y miro a su alrededor, como no vino aún, se paseó un poco más, a
continuación en la cima del tejado, encontró una nota escrita a dedo con el negro
hollín que recubría las tejas de pizarra.
«No hasta que no hayas cambiado de opinión».
Ulrika maldijo la clarividencia del vampiro y miró a su alrededor, mirando
hacia el cielo, esperando ver una nube de humo negra, sospechosa.
—¿Y cómo sabes que no he cambiado de opinión? —gritó Ulrika.
Pero no hubo ninguna respuesta.
Ulrika bajo a nivel de calle, maldiciendo por haber perdido el tiempo, y se
dirigió hacia donde había dejado a Famke. Pero cuando miró a su alrededor en
una esquina cercana a un hospital de Shallyan, una multitud furiosa bloqueaba la
valle, y reconoció inmediatamente una voz, que exaltaba a la multitud.
—¡Las hermanas de la misericordia ya no sirven a Shallya, mis amigos! —
gritaba la voz—. Han cambiado a la paloma por un murciélago, y sus hierbas
curativas, por la belladona. Han sido corrompidas por demonios con forma
femenina. Y ahora se alimentan de aquellos que una vez sanaron.
El labio de Ulrika se curvó. Era el carismático cazador de vampiros que había
visto en la Reik Platz, y que casi le había dado muerte, en cuanto puso a todos sus
seguidores en su contra. Estaba de pie en los peldaños de la entrada al hospital,
vestido de negro como la última vez, con un cinto lleno de estacas, atravesándole
el pecho, con su enorme martillo sosteniéndolo en alto, y una antorcha en la otra.
—Romped las puertas y arrastradla al exterior —gritaba el cazador de
vampiro—. Ellos deben ser expuestas como los chupasangres que son.
Ulrika se lo quedó mirando a la multitud que le rodeaba, maravillándose por
la estupidez de la humanidad. Con la guerra por venir, las enfermedades y
heridos y muertes, que seguían a la guerra. Las hermanas de shallyas podían ser
las únicas, que podrían mantener la ciudad con vida, y sin embargo, ese estúpido
quería destruirlas.
—¡Quemadlas! —gritó, volviéndose y señalando con su antorcha, a las
puertas del hospital—. ¡Quemadlas en el nombre del Imperio!
Sí, pensó Ulrika, disgustada, en nombre del Imperio, una victoria más para el
enemigo. Bien hecho, amigo, pensó irónicamente Ulrika. Pero cuando ella se dio
la vuelta y comenzó a alejarse de los últimos espectadores en el borde de la
multitud, se detuvo cuando un escalofrió recorrió su espina dorsal, y volvió a
mirar hacia atrás. Había algo en la forma en que el cazador de vampiros, en cómo
había movido la antorcha, algo en la forma en que la había movido y girado, que
le era familiar. ¿Estaría simplemente recordando su anterior encuentro con él?
No. no era eso. Era su postura, la forma en que se movía, ya le había visto antes, y
examino con más detalle al orador, y una daga de hielo envenenado perforo su
corazón. Era el sylvano, el vampiro con el rostro ensombrecido, el enemigo al
que había ido a buscar a la azotea, donde el, la había derrotado. Era el cazador de
vampiro, y había caído en sus manos, como si alguien hubiera contestado a una
oración.
Ulrika se acercó un poco más, sólo para asegurarse. Sí. Era él. Ahora que
sabía que buscar, no habría confusiones. Tenía la misma constitución, la misma
postura, y su voz, aunque elevada a un tono febril, tenía la misma resonancia.
¡Por los dientes de Ursun! En dos saltos podría colocarse a su lado y atacarle
por sorpresa, pero la multitud la desgarraría en el momento en que lo atacara.
Era intocable en estos momentos. Tendría que seguirle hasta el momento en que
se quedara solo. De hecho se lo pensó mejor le seguiría hasta que lo llevara a su
guardia. Cuanto más supiera de él y de sus métodos, antes podría matarle, y más
orgullosa se sentiría Gabriella cuando le llevara su cabeza.
Y con esa determinación, se deslizó de nuevo a los tejados, y observó
asqueada, como él y sus seguidores irrumpieron en el hospital de Shallyan y
arrastraban al exterior a hermanas y pacientes por igual, donde les golpearon y
los apedrearon y a continuación, lucharon contra la guardia de la ciudad, cuando
finalmente decidieron intervenir, pero el hospital ya estaba ardiendo detrás de
ellos.
A pesar de sentirse asqueada, no pudo evitar sentir cierta admiración
horrorizada por los métodos de los sylvanos. Matar a las shallyas había parecido
una estupidez, para un hombre, que vive aterrorizado por la muerte, pero para
un enemigo del imperio, era un plan maestro. Disfrazados como defensores
acérrimos de los valores imperiales, los sylvanos podrían atacar las mismas
instituciones que hacían fuerte al imperio. Con las shallyas diezmadas y temidas
como sanguijuelas, las enfermedades se propagarían. Y con su anterior
improperio, donde había sugerido que la corte de la Condesa Emmanuelle,
podría estar plagada de vampiros, había sido calculada para sembrar la disensión
entre las masas, haciendo que desconfiaran de sus líderes y que se negaran a
defenderlos en caso de ataque. Él era el enemigo interno, el que derrumbaría el
imperio, cuando los invasores atacaran. Era vil pero brillante.
Cuando la guardia de la ciudad, comenzó a controlar y dispersar a la
multitud, con contundencia el sylvano se escabulló con unos cuantos de sus
ayudantes. Y desaparecieron por un callejón, mientras el resto de sus seguidores
caían bajo los garrotes, de las lanzas usadas como palos de los guardias de la
ciudad. El sylvano susurró a sus compañeros y se dispersaron. Ulrika habría
deseado que Famke estuviera con ella, para que pudiera seguir a uno de los
ayudantes del sylvano, pero en estos momentos solo podía seguir al líder, que
estaba resultando más difícil, de lo que le había parecido en su momentos.
A pesar de su velocidad y sus sentidos aumentados, tenía dificultades para
mantenerlo siempre a la vista, y tuvo que jugar a un juego delicado, saltando de
techo en techo, para mantenerlo a la vista, pero no tan cerca para que pudiera
sentir su presencia.
Ulrika había tenía la esperanza de que se iría a su guarida, pero en lugar de
eso se había movido incesantemente durante el resto de la noche, parando de una
taberna a otra, sacando de quicio a los bebedores hablándoles de los vampiros en
la corte de la condesa Emmanuelle, sobre el asesinato de un sargento del ejército
de Nuln, que había aparecido por la mañana, con obvias mordeduras de vampiro
en el cuello, despotricando en una esquina sobre como la guardia de la ciudad,
no podía proteger a las hermanas de Shallya de una turba enloquecida, escribió
con sangre, con sus dedos, sobre la puerta principal de una casa rica. «Los
vampiros viven aquí», y luego, después de que la ciudad se había ido a dormir, y
las calles estaban más tranquilas, se reunió con un puñado de oscuros
conspiradores, todos humanos por los latidos de sus corazones, en el sótano de
un edificio en ruinas en Shantytown.
Ulrika pensó que este último podría ser su guarida, pero cuando la reunión se
disolvió, a la media hora, El sylvano se fue con ellos, Y pensó como ya sabía que
el sylvano era muy inteligente. Por no reunirse con los subordinados humanos
en su verdadera guarida. Incluso los más leales terminarían hablando bajo las
torturas de las lahmianas, o los verdaderos cazadores de brujas.
Después de que recorriera Neuestadt, vagando por cada barrio al sur de la
muralla, se detuvo aquí y allí, para observar varias casas, y comprobar varios
lugares, como si buscara mensajes o paquetes.
Por último, cuando el gris del amanecer comenzó a despuntar por el este, se
dirigió hacia el distrito de Halbinsel, donde atravesó una puerta de una casa
modesta, no lejos de los cuarteles del ejército de Nuln, y Ulrika espero unos
momentos, sin estar segura, de que fuera su destino final, y la casa fuera su
guarida, espero tanto tiempo como se atrevió, pero el cielo comenzó a pasar del
gris al rosado, y el sylvano todavía no había salido, y decidió que había
encontrado su guarida, y se apresuró a través del puente de Faulestadt con una
sonrisa en su rostro. No podía esperar para informar a Famke sobre sus recientes
descubrimientos.
Había encontrado a su némesis, sabía cuál era su disfraz, sabía dónde vivía y
cómo operaba. Con la ayuda de Famke podía seguir a los conspiradores, y
aprender de su red, y más tarde atraparlos y matarlos, para mostrar sus cabezas
ante Gabriella y Hermione, junto con los detalles de la organización.
Ulrika no pudo evitar las carcajadas, ante la idea, de ver el rostro de
Hermione, ante su éxito, valdría la pena por todo lo que había sufrido.
La locura de la ciudad parecía haber comenzado temprano al sur del rio,
mientras Ulrika se arrastraba a través de la calle quemada en su camino hacia la
bodega del taller de cantería, oyó los vítores y abucheos de una enojada multitud
en la distancia. Sin embargo lo aparto de su mente, y se concentró en asegurarse
de que nadie estuviera al acecho, alrededor de los escombros. No vio nada
sospechoso, y no sintió la presencia de latidos de corazones, por lo que pasó a
través de las maderas rotas del taller, y se encontró que la piedra que cubría el
agujero de acceso a la bodega había sido movido a un lado.
El primer pensamiento de Ulrika fue, ¡maldita la chica! ¿Acaso quiere que
nos descubran? ¿Por qué no se cierra detrás de ella? Entonces se dio cuenta de
docenas de pisadas, ente los escombros polvorientos alrededor del agujero, y
cuando miró hacia el agujero, vio varias cuerdas enganchadas a las vigas que
descendían por el agujero, un frio súbito le congelo las entrañas. ¿Qué había
sucedido? ¿Y cuándo? ¿Aún estarían los intrusos en la bodega? ¿Estaría Famke
dentro de la bodega, cuando llegaron?
Ulrika exploro con sus sentidos, la bodega, y no detectó latidos humanos,
pero eso no era ninguna garantía. Si habían sido las lahmianas, aún podrían estar
en el interior, y no oiría nada.
Ulrika se deslizó por el agujero, y aterrizó creando una nube de polvo.
Desenfundó el estoque y la daga, y observo la oscuridad. No había nadie a la
vista, pero había muchos lugares donde esconderse. Comenzó a rodear la
bodega, mirando por todos los rincones. Pero no había nadie, pero en el suelo
encontró charcos de sangre reciente, y signos de lucha.
Su estómago se encogió, como si un puño invisible lo estuviera estrujando.
Alguien había capturado a Famke. Pero ¿quién? ¿Y a dónde se la habían llevado?
El rugido de la multitud distante volvió a filtrarse en sus oídos, llevado por la
brisa, y por encima del ruido, como el grito de un halcón, una voz que conocía.
Ulrika uso una de las cuerdas, para salir de la bodega, tan de prisa como
pudo, y corrió en dirección a la multitud, venían de las casas, al lado del muelle
que bordeaban la franja quemada, el barrio en que se habían encontrado con las
rameras. Ulrika corrió en esa dirección, saltando cercas y escombros, espoleada
por el pánico enloquecido, por los chillidos de Famke. Los gritos de la multitud
eran cada vez más fuertes y claros, y la luz brillante del amanecer era cada vez
más dolorosa.
Por último, cuando giro una esquina, se encontró con la fuente de los gritos,
y se quedó paralizada por el terror. En una pequeña plaza, bordeada en por dos
lados por casas habitadas, y por los otros dos, por ruinas quemadas, una
impresionante multitud de habitantes de los tugurios de Faulestadt se había
reunido alrededor de un viejo y degradado cepo, donde un puñado de cazadores
de brujas, con sus habituales sombreros y largas capas de cuero, exponían a la
desnuda Famke, directamente en la trayectoria del sol naciente.
12
Venganza eterna
* * *
Ulrika temió, al principio, que no las localizaría. Las rameras y dragones eran
como los vampiro, por lo menos en un aspecto, que solo salían de noche. Y, por
supuesto, que habían tenido una larga noche, al contactar con los cazadores de
brujas hasta Famke, y ver como intentaban ejecutarla. Pero al fin los vio, la rubia
y la del pelo marrón, y su dragón, estaban con un grupo de otros residentes de
Faulestadt, tenderos, vendedores ambulantes y mafiosos, y parecía que estaban
relatando sus hazañas a la multitud ansiosa.
—Déjeme aquí —le dijo Ulrika al cochero.
El carruaje se detuvo, parándose a una distancia prudencial de la reunión.
—Ahora dame tus linternas —dijo Ulrika—. Van a ver la luz por mi mano.
—Sí, cazador de brujas —dijo hoscamente el cochero.
Un minuto más tarde, con una mano temblorosa bajó las dos linternas del
carruaje, y Ulrika las cogió, y las colocó en el suelo del carruaje, y luego regresó
su atención a las putas, a la espera. Su dolor regresó mientras iban pasando los
minutos. Su rostro eran una agonía de ampollas, por su exposición al sol, como
su mano derecha y su muñeca, donde el agua bendita le había salpicado,
mientras que el dolor sordo de la herida de pistola en su muslo le dolía horrores.
En su prisa por llevar a Famke a la seguridad, no se había alimentado bien, y
podría morirse de hambre, y por el impecable sol. Pero era lo que se merecía, y
Ulrika dio la bienvenida al dolor como un penitente da la bienvenida al martirio.
Esperaba que eclipsaran la agonía en su corazón.
Finalmente las rameras y el dragón terminaron de contar su historia y
comenzaron a andar por la calle, bostezando y apoyándose la una con la otra,
aparentemente listos para irse a la cama.
—¡Síguelos! —ordenó Ulrika—. Las dos putas y su dragón, pero a distancia
—Sí, Cazador de brujas.
El cochero le siguió tal como le había ordenado Ulrika, los tres estuvieron
andando por la Brukestrasse, durante un buen rato, y giraron por una calle
latera, dos esquinas más tarde, entraron en un callejón estrecho y sombrío.
—¡Deténgase en ese callejón! —ordenó Ulrika, recogiendo las linternas—.
¡Rápido!
El cochero detuvo los caballos y se paró ante la entrada del callejón. Ulrika
salió del carruaje, desenfundando su estoque y colocándose las linternas en su
espalda, mientras corría. Las prostitutas y el dragón estaban a treinta pasos por
delante, pero Ulrika redujo a la mitad la distancia, antes de que pudieran
volverse, y ya estaba entre ellos, antes de que se dieran cuenta de lo que pasaba.
Ulrika dirigió una estocada a la mano al dragón, mientras trataba de
desenfundar su estoque, y le corto el pulgar, inmediatamente le corto los rostros
a las rameras, y en las piernas cuando se volvieron para correr. En cuestión de
segundos estaban todas en el suelo, llorando y maldiciendo por el dolor y el
miedo, sabiendo que podría matarlas a todas en un segundo, pero no quería que
murieran tan fácilmente. A diferencia de ella misma y Famke, que sufrirían los
eternos tormentos de los condenados una vez que su no-vida se terminara, estas
rameras tal vez conocerían el olvido o incluso la felicidad en los pasillos de los
dioses, cuando murieran. Pero sus últimos minutos, serían algo que recordarían
en el conjunto de sus posteriores vidas.
Ulrika se movió entre ellos rápidamente, con rápidas estocadas de su estoque,
para que no pudieran arrastrarse muy lejos, luego los arrastraron hasta formar
una pila, y cogió una de las linternas.
—¡No! —gritó la rubia—. ¡Por favor! Te lo ruego.
—¿Escuchaste los ruegos de Famke? —gritó Ulrika—. ¡Te vi! Te reíste
cuando estaba ardiendo. ¡Te reíste!
Ulrika rompió la linterna vacía en el cráneo del dragón, y la rompió,
rociándolos a todos con vidrios y aceite inflamable. Las rameras gritaron y
trataron de arrastrarse, usando solo sus brazos, pero Ulrika quito la cubierta de la
otra lámpara, y les lanzo su llama. Llamaradas revoletearon a través de ellas,
como mariposas de color naranja, y sus gritos se convirtieron en alaridos.
Banderas de fuego revoloteaban a través de ellos como mariposas naranjas.
Ulrika se echó a reír, y luego rompió la segunda linterna, y vertió su aceite
encima de ellas.
Se retorcieron y agitaron como serpientes, con su piel burbujeando y
silbando, pero no pudieron escapar de las llamas. Ulrika retrocedió unos pasos,
triunfante en su venganza, entonces por alguna razón se tragó un sollozo, y
corrió, mientras las llamas ardían más y más detrás de ella.
En la boca del callejón, el cochero se puso de pie, mirando más allá de ella.
—¡Tenemos que irnos! —le ordenó Ulrika al cochero—. ¡Regresa a tu asiento
rápidamente!
El cochero con el rostro pálido, negó con la cabeza.
—Yo… No creo que usted sea un cazador de brujas —dijo el cochero—.
Incluso dudo de que sea humano.
—Por supuesto que soy un cazador de brujas —se atragantó Ulrika—. ¿Los
cazadores de brujas no queman a la gente? ¿No ves como los he quemado?
El cochero dio otro paso atrás.
—¡Le juro que no diré nada! Pero no quiero participar más en esto. Déjeme
volver con mi amo.
Ulrika saltó hacia delante y le cogió por la pechera de su jubón, luego le dio
un tirón cayendo al suelo del callejón, y le dio un puñetazo en el rostro.
Ulrika no sintió ninguna punzada de remordimiento mientras hundía los
colmillos en su cuello, y se alimentó de él. Era cierto que había sido un simple
espectador, al que arrastró en su huida, pero a pesar de su promesa de no decir
nada, Ulrika sabía que tarde o temprano acabaría hablando, cuando le
interrogaran los auténticos cazadores de brujas. Y finalmente los guiaría hasta la
mansión de Hermione.
Ulrika sabía que no era mejor que el resto. Famke estaba en lo cierto. No
había inocentes.
Un grito desde la calle hizo que levantara la cabeza. Una vendedora
ambulante estaba encogido detrás de su carretilla, señalando en su dirección.
—¡Vampiro! ¡Le está matando! ¡Ayuda!
Más personas se acercaron atraídas por los gritos de la mujer. Ulrika maldijo
y le rompió el cuello del cochero, luego se volvió y echó a correr por el callejón,
saltando por encima de la pira ennegrecida de cuerpos que lo bloqueaban
parcialmente.
* * *
Ulrika se acurrucó en un pequeño hueco, en un techo inclinado de una casa
carcomida, escondiéndose de la turba, que gritaban y recorrían las calles en su
búsqueda, aullando pidiendo su muerte.
Fue horas más tarde, cuando la sangre del cochero, comenzó a reparar su piel
con ampollas, y costillas rotas, pero no había calmado la agonía que incendiaba
su corazón. De hecho, con sus otros dolores retrocediendo, ese era el peor. Matar
a las prostitutas y su dragón le había aliviado eso dolor, pero no había durado
mucho. ¿Cómo podría calmar ese dolor, cuando Famke era un esqueleto
ennegrecido, y culpaba a Ulrika por su destino? Y más cuando Ulrika se culpaba
por ello, el puñado de muertes no había sido suficiente, para aliviarla tal dolor.
Solo habían sido unas cuantas gotas de sangre desvaneciéndose, en un negro
océano de dolor. Tal vez necesitara la muerte de cientos, la muerte de todo Nuln,
o de todo el imperio, para ahogar la agonía de Ulrika. Ulrika mostro los
colmillos, quería tener a todo el mundo, bajo sus colmillos, para drenarlos hasta
secarlos. Ella enseñó los dientes. Ella quería que el mundo, y mientras yacía allí,
de repente supo, como podía vengarse. Sabía dónde tenía que ir.
13
La hoja templada
* * *
—Él conde ya tiene un amante —dijo Rukke mientras él y Ulrika se movían a
través de la densa cobertura del boque—. Y von Messinghof no la va a dejar por
ti.
Ulrika burló.
—¿Crees que es por eso que estoy aquí? —se burló Ulrika—. ¡Estoy aquí para
luchar! ¡He venido a por venganza!
Rukke también se burló en respuesta.
—¿Un Lahmia que lucha? No he visto una todavía.
—Tengo más sangre von Carstein que Lahmiana. Y ya era una guerrera,
cuando era humana.
Rukke resopló.
—¡Ya veremos!
Se habían dirigido al sur del campamento sylvano al mismo tiempo, que el
general Kodrescu y su compañía de caballeros de vampiros y otra de lanceros
humanos se dirigían hacia el norte. El sargento que se había quejado de la mala
calidad del forraje, era uno de ellos. Ulrika había disimulado su envidia, al no ir
con ellos. Kodrescu podría ser un culo pomposo, pero estaba dirigiendo a la
caballería a la batalla, y luchar a caballo, era su primer y más grande placer. Una
vez que hubiera sido probada por von Messinghof, antes podría volver a
combatir a caballo.
Si Rukke iba a ser el que comprobara su iniciación, peor Ulrika no estaba
segura como le iría. Rukke parecía desconfiar de ella. A pesar de que ella se
movía tan rápido como él, e igual de silenciosa, que menospreciado sus
habilidades y parecía no estar de acuerdo con su presencia.
—¿Tal vez estas celoso? Otra cosa ¿tal vea seas el amante de von Messinghof?
—preguntó Ulrika.
Rukke se giró, gruñendo.
—¡Soy su hijo! ¡Von Messinghof es mi padre oscuro!
Ulrika se encogió de hombros.
—Las dos cosas no son excluyentes entre sí.
—No es nada como eso —dijo Rukke, volviéndose a los árboles—. ¡No sabes
nada!
Ulrika siguió, frunciendo el ceño. Si no era eso, sin duda había algo. No podía
imaginarse a un cauteloso von Messinghof dando deliberadamente el beso
oscuro a un poco atractivo joven. Incluso sin las cicatrices, que surcaban el lado
izquierdo de su rostro, y del cuello, no podía haber sido muy agraciado. No
parecía particularmente brillante, y no podía tener mucho potencial como líder,
o simplemente que su padre oscuro, le habría dado un mayor prestigio.
Un rato más tarde, Rukke levantó una mano y se hundió en las sombras, tan
a fondo, que incluso Ulrika con su visión sobrenatural, tenía problemas para
detectarlo. El hijo había heredado una cosa de su padre, por lo menos.
Ulrika se arrastró detrás de él lo mejor que pudo, hasta que se acercó a unos
matorrales. Ulrika escucho latidos de corazón, y su mano se desplazó hacia su
estoque, a continuación un hedor a muerte asfixiante invadió su nariz y Ulrika
desenfundo su arma. Necrófagos, Ulrika reconocería ese hedor en cualquier
lugar.
—¡Por qué te acercas tan sigilosamente, estúpido! —susurró Rukke—. ¿Acaso
te has olvidado en que bando estas?
Por detrás de ellos algo enorme se levantó de entre los matorrales, y se les
quedo mirando.
Rukke se inclinó hacia él.
—¿Dónde? —preguntó Rukke.
El necrófago señaló hacia el oeste, gruñendo, y Rukke se giró sin molestarse
en echarle un segundo vistazo. Ulrika continúo sujetando el estoque, con una
mueca de repulsión en su rostro. Tuvo que utilizar todo su control para no atacar
al necrófago, estas bestias casi la habían matado, y era duro permitir que
vivieran. Los necrófagos casi habían matado al templario Holmann, eran
caníbales inhumanos, que tenían que ser sacrificados nada más verlos. Ulrika se
estremeció cuando la extraña situación se hizo abrumadora. ¿Qué estaba
haciendo? ¿Cómo había llegado a estar al lado de tales horrores? Pero su rabia
respondió por ella. Sus antiguas hermanas podían ocultar sus vilezas detrás de
rostros hermosos, pero no eran mejores. De hecho eran peores. Un necrófago era
demasiado estúpido para traicionar a alguien. Los necrófagos eran demasiado
estúpido para traicionar a nadie. Las lahmianas eran expertas en la traición
Después de unos momentos en el más absoluto silencio, Rukke levantó su
mano de nuevo, a continuación, se fundió en la oscuridad entre dos robles muy
juntos. Ulrika se agachó detrás de él, mirando por encima del hombro a través de
la brecha entre sus troncos. En veinte pasos, tres lahmianas estaban de pie
esperando bajo la lluvia, detrás de una cuarta, una bruja encorvada, vestida con
una túnica gris, con los brazos extendidos, con los dedos de la mano sondeando
como una mujer ciega, como si estuviera moviéndose por una pared, buscando la
puerta, aunque no había nada ante ella, solo aire.
No. Había algo, dedujo Ulrika, con su prácticamente visión bruja, apenas
podía verlo, un brillo débil, apenas distinguible del aguacero, que serpenteaba
por el bosque como una cortina vaporosa colgada entre los árboles.
Las otras tres lahmianas esperaban con una obvia impaciencia, mientras la
bruja murmuró y movió sus manos a través de la cortina. Dos de ellas no las
había visto antes, una par de nervudas guerreras, con pantalones de montar y
túnicas típicas de los nómadas ungol. Una de ellas se había colgado una cadena
con orejas cortados alrededor de su cuellos, y con cuchillos con forma de gancho
en su cinturón. La otra empuñando un sable cruelmente curvado en su mano.
Sin embargo la tercera, Ulrika ya la había visto en la cámara del consejo de
lahmianas, y era imposible de olvidad. La vampiresa-ogro que estaba desnuda,
con manchas de sangre, pintarrajeadas sobre su piel blanca, y que había
argumentado que el liderazgo debía de ser decidido por juicios de combate.
Yusila, recordó que la había llamada.
Ulrika se preocupó. Su fácil iniciación, se había complicado.
14
Hermana contra hermana
* * *
—¿Y su conclusión? —preguntó von Messinghof.
Otilia lanzó una mirada fría a Ulrika. Las dos estaban de pie, chorreando,
ante la presencia de von Messinghof, con Rukke a un lado, y con Blutegel el
mayordomo cerca, cepillando una de las capas de von Messinghof a fondo. El
conde estaba sentado en su escritorio, con un libro cerrado en las manos. Estaba
vestido con una túnica oscura y zapatillas Catai.
—No es una prueba concluyente —dijo Otilia—. No se enfrentó a nadie que
conociera. Si hubiera luchado contra la condesa Gabriella o la señora Hermione.
—¿Cómo lucho contra las cuatro lahmianas? —preguntó von Messinghof.
Otilia parecía renuente a responder, pero habló por fin.
—Ulrika luchó sin vacilaciones, y sin misericordia, y no se dio por vencida, a
pesar de las escasas posibilidades vencer.
—También posee un gran odio —intervino Rukke, sonriendo—. Detectó a la
señora Otila a pesar de estar oculta.
—No estaba tratando de ocultarme, Yo…
Von Messinghof levantó la mano.
—Ulrika ha superado mi prueba con satisfacción. Podéis retiraos, quiero
hablar con ella a solas.
Rukke saludó y se fue, pero Otilia dudó, al parecer sorprendida que le
ordenara salir de la tienda. Otilia apretó la mandíbula, hizo una reverencia y salió
de la tienda.
Von Messinghof sonrió.
—Había esperado algo más de fricción entre las dos. ¿Te sorprendiste al
verla?
—Yo… ¿Yo no debería haberme sorprendido? —preguntó Ulrika, que se
irguió aún más—. Pero si, no esperaba encontrármela.
—Otilia es fiel, astuta y valiente a su modo, y haré de ella mi reina. Pero no es
adecuada para todas la tareas. Tampoco lo son mis otros oficiales.
Von Messinghof hizo con gesto de desdén con la mano, señalando los lienzos
que decoraban las paredes de la tienda.
—La gran mayoría son grandes guerreros y nigromantes, y cada uno, tiene el
orgullo y la inteligencia necesaria para convertirse en grandes líderes, cuando
nuestro Maestro conquiste el imperio. Pero han pasado demasiado tiempo en
castillos oscuros y criptas antiguas, y ya no piensan como los vivos. Ya no pueden
caminar entre ellos, como lo haces tú.
—¡No quiero caminar entre los vivos! —dijo Ulrika—. ¡Les desprecio a todos!
Von Messinghof asintió.
—Si no lo hicieras, me serías inútil, y eso es lo que te hace única. Les odias,
pero todavía eres uno de ellos. Incluso Otilia, que hace poco tiempo que revivió
el beso oscuro, pero al vivir enclaustrad con las lahmianas durante tanto tiempo,
no se siente cómoda en el mundo exterior. No es como tú, que puedes ir a donde
los otros no pueden, y hablar con los seres humanos, sin que salgan corriendo,
pidiendo ayuda a los cazadores de brujas, como lo harían si mis compañeros de
más edad, intentaran hablar con ellos. Al mismo tiempo, no tienes lealtades de
sangre, y no estas sujeta a los constantes celos, que sufren los esclavos de sangre.
—Me alegro de que pienses que soy más útil que un simple perro de batalla
—dijo Ulrika, muy rígido—. ¡Gracias!
El conde se rio entre dientes.
—Al principio pensé que podías haberme sido útil, regresando con las
lahmianas, para que sustituyeras a la espía que expusiste.
Ulrika levanto la mirada.
—¿La señora Ludwina ha sido capturada?
—¡Y ejecutada! —dijo von Messinghof—. Tu carta hizo bien su trabajo.
Afortunadamente, tuve la precaución de no decirle casi nada, por lo que no pudo
decirles gran cosa a las lahmianas, antes de que vertieran plata fundida por su
garganta.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Ulrika.
—Tengo a otro espía —respondió von Messinghof, encogiéndose de
hombros—. Y va a tener que ser suficiente, pero ya no me sirves como espía
entre las lahmianas, ellas te matarían nada más verte, si trataras de regresar. En
cambio puedes ser mi espía en el mundo de los vivos.
Ulrika se puso rígida.
—Señor conde —dijo Ulrika, manteniendo la voz tranquila con dificultad—.
Cuando me uní a tu servicio, me prometiste venganza contra los hombres. Me
ofreciste la oportunidad de luchar. Quiero luchar, matar a humanos, y prender
fuego a sus ciudades, no escondiéndome entre ellos, y córtales sus gargantas uno
por uno.
Von Messinghof la miró durante un largo rato, como si estuviera sopesando
lo que le acababa de decir.
—Tal vez cambiarias de opinión —dijo von Messinghof—. Si te explico, el
alcance de nuestros planes.
—Un sylvano llamado Stefan von Kohln me dijo que planeabais fundar un
imperio —dijo Ulrika—. Pero antes tendríais que conquistar el viejo Mundo.
—El Viejo Mundo es solo el comienzo —dijo el conde—. Mi maestro no se
contentara con gobernar solo los dominios de los hombres, una vez Sylvania
suplante al imperio de Karl Franz, se convertirá en un objetivo de las otras razas.
Por lo tanto, tenemos que destruirlas antes de que nos golpeen, las razas cuya
sangre no es inútil para alimentarnos, tienen que desaparecer, Los elfos, los
Druchii, los enanos, los pieles verdes, y las hordas del Caos. Cuando llegue el
momento, tu espada nunca descansará. No vamos a parar hasta que todo el
mundo sea nuestro.
Ulrika emocionó ante la una visión de batallas que nunca terminarían, pero
algo que había dicho la confundió.
—Tu maestro —dijo Ulrika—. O sea, ¿que no te convertirás en el futuro
Emperador?
Von Messinghof se rio.
—Si tengo suerte, se me concederá una ciudad o una provincia para que la
gobierne, no soy más que un heraldo de alguien superior a mí. Sirvo el más fuerte
y noble de los señores de la noche: Mannfred von Carstein.
Ulrika parpadeó, pensando que se estaba burlando de ella. Sabía de Mannfred
von Carstein. Había oído hablar de su reinado de terror antes de ser convertida, y
leído muchas cosas sobre él, después de su conversión, gracias a los libros de la
biblioteca de Gabriella. Mannfred von Carstein fue el que lidero un ejército de
no-muertos contra el imperio, durante la época de las guerras civiles y casi lo
consiguió. Había llegado a las murallas de Altdorf, y sólo fue derrotado, cuando
todas las provincias del imperio se unieron en una sola nación.
—¡Pero… pero Mannfred está muerto! —dijo Ulrika—. Fue derrotado en
Hel Fenn hace trescientos años. Incluso los historiadores están de acuerdo en que
Mannfred…
—¡Oh, sí! —dijo von Messinghof, sonriendo como un gato satisfecho—.
Mannfred está muerto. No hay duda sobre eso. Pero la muerte es algo reversible,
cuando se es un von Carstein. Él duerme bajo tierra, soñando con su regreso,
mientras que nosotros, sus siervos, nos esforzamos para hacer realidad sus
sueños. Cuando el camino está finalmente preparado, él se levantara de su
tumba, y su ejércitos estará listo, para servirle.
Ulrika se quedó mirándole, sin saber si se estaba burlando de ella. ¡Mannfred
von Carstein se levantaría de su tumba! Por un momento, sus instintos humanos
tomaron el control, y sintió la necesidad de huir y advertir a alguien, para decirle
al imperio que se prepara, enviar mensajes a Kislev para que se preparara de una
invasión, por el sur. El más antiguo de los enemigos de la humanidad, estaba a
punto de levantarse de su tumba, y ahogarlo a todos en un mar de sangre.
Pero entonces, como si de repente hubiera sido una simple ilusión óptica, su
perspectiva cambio, y su sed de sangre tomo el control. Von Messinghof había
dejado de ser un ambicioso, como la mayoría de sylvanos. Ya no era sólo una
manada de demonios que se escondían en un bosque al norte de Nuln. Era lo que
Stefan von Kohln le había dicho, tenían intención de la dominación absoluta de
la humanidad, y ella iba a contribuir a que ocurriera. El mal más antiguo de la
humanidad regresaría, para ahogarlos a todos en un océano de sangre, y Ulrika
estaría a primera línea. Y la humanidad nunca dejaría de pagar. Su venganza
sería gloriosa.
Von Messinghof sonrió.
—¿Lo ves ahora? ¿No? ¿Ves lo que te estoy ofreciéndote?
—Lo veo —dijo Ulrika—. Y es más de lo que podía haber esperado.
—Tengo el placer de saber que lo comprendes —dijo el conde—. Pero hay
mucho que hacer, antes de que el sueño pueda realizarse, y es necesario
esconderse, rajar gargantas, y caminas entre los hombres antes de luchar. ¿Estás
dispuesta? ¿Estás dispuesta a hacer lo que sea necesario para lograr la victoria?
Ulrika hizo una pausa, estaba disgustada. Había sido egoísta, diciéndose que
sólo quería participar en batallas. Había estado actuando como si la guerra de
von Messinghof se hubiera organizado exclusivamente para su beneficio.
Finalmente Ulrika asintió con la cabeza.
—Estoy dispuesta.
—Muy bien —dijo, von Messinghof, en un tono autoritario—. Te informo
que no tolerare ninguna desobediencia. Tampoco voy a discutir mis órdenes
contigo. Si estás conmigo, entonces estarás conmigo al completo, y vas a
seguirme sin dudas. Si no es así, lo mejor es que te marches ahora mismo, o
atente a las consecuencias.
Ulrika levantó la vista y se encontró con los ardientes del conde. Que hizo
que se estremeciera. El frio monstruo que por lo general se escondía debajo de
una armadura de encanto, había salido a la luz, y era aterrador.
—Por lo tanto —continuó von Messinghof—, sí te ordeno que seas una espía,
¿vas a ser una espía? Si te digo que seas soldado o escribano, o conductor de
carretas eso es lo que harás. ¿Lo has entendido?
Ulrika necesito de toda su voluntad para devolver la mirada sin alma, y lo
hizo sin mostrar miedo.
—Soy un soldado de nacimiento —dijo Ulrika—. Y no desobedeceré ninguna
orden, una vez que de mi palabra.
—¿Me das tu palabra?
—Lo hago, mi señor. Estoy a sus órdenes.
Von Messinghof rompió el contacto visual y la máscara cayó de nuevo.
—Excelente. Te prometo que no te arrepentirás. Esta guerra te dará todo lo
que deseamos. Ahora, tenemos que hablar de tu primera misión.
Von Messinghof, miro por encima de su hombro.
—¡Blutegel! Encuentra a la señora Otilia y pídale que regrese. Va a tener un
pequeño papel en esta misión.
El viejo mayordomo salió de las sombras, se inclinó, a continuación, salió de
la tienda.
Ulrika reprimió una protesta. Sólo se había comprometido a obedecer von
Messinghof en todas las cosas, pero…
—¿Otilia y yo trabajaremos juntas?
El conde levantó una ceja.
—Hasta la eternidad —respondió—. Por lo que sería de sabios, que las dos os
olvidarais de antiguas disputas.
Ulrika apretó la mandíbula. No tenía ninguna razón real, para que no le
gustara Otilia. De hecho, su odio mutuo de los lahmianas debería haberlas hecho
amigas, pero no podía evitarlo. Pero tendría que hacerlo. En cualquier unidad,
siempre había alguien con el que estabas desacuerdo, pero los buenos soldados
no les hacían caso, y cumplían con su deber.
Otilia se deslizó a través de la puerta de la tienda y se dirigió a von
Messinghof como si Ulrika no estuviera allí.
—¿Me has mandado llamas, mi señor?
Ulrika apretó los dientes. Ser un buen soldado no iba a ser tal fácil.
Von Messinghof les indico que le observaran el mapa encima de la gran
mesa.
—Para impedir que algún espía nos traiciones, solo he informado a mis
oficiales de sangre, donde planeo asesinar el Emperador —dijo von Messinghof,
mientras señalaba un punto en el mapa, que parecía estas más a menos a un día
al norte de Nuln—. La mansión de von Arschel, donde Karl Franz pasará su
última noche antes de llegar a Nuln al día siguiente. Y tengo la intención de
hacer que sea su última noche en tierra. Pero…
Von Messinghof, levanto la vista hacia las dos, con rostro serio.
—Pero lo que os digo ahora, no se lo he contado ni siquiera a mis oficiales.
Ulrika se estremeció. ¿Realmente confiaba tanto en ella? No parecía
inteligente.
—Es posible —continuó von Messinghof— que fracasemos en nuestro
intento de matar a Karl Franz en la mansión de von Arschel, y que llegue a la
seguridad de Nuln. Por lo tanto tengo que prever esta contingencia.
El conde movió su dedo por la ciudad de Nuln.
—Hay un médico aquí, el médico personal de la Condesa Emmanuelle, el
Doctor Gaebler. Un hombre fuera de toda sospecha. Como sabréis, o tal vez no,
en Altdorf logramos infectar al Emperador con la viruela.
—Las lahmianas tenían sospechas de ello —dijo Ulrika.
—La viruela no le va a matar —continuó von Messinghof—. Queremos que
muera en batalla, y queremos que todo el imperio piense, que ha sido las
lahmianas las que lo han matado. Pero de no ser así, tienen que morir
igualmente, independientemente si conseguimos culpar a las lahmianas o no, y el
Doktor Gaebler será nuestra hoja oculta.
Von Messinghof sonrió.
—Los médicos y Magos del Emperador han sido incapaces de curar la
enfermedad, y como Herr Doktor Gaebler goza de gran fama en el imperio, y
siendo el médico personal de Condesa Emmanuelle, posiblemente se le permita
examinar al Emperador, y cuando la haga, quiero que lo envenene.
Ulrika frunció el ceño.
—¿Pero cómo sabrán que ha sido una Lahmiana la que ha matado a Karl
Franz?
—Oh, lo harán —dijo von Messinghof—. En cuando sepan que Herr Doktor
estaba bajo el influjo de una Lahmiana.
Von Messinghof, se encogió de hombros.
—No es la muerte que he planeado, pero será suficiente, por si el intento de
asesinato en la mansión de von Arschel.
—¿Y cuál es nuestra parte en esto? —preguntó Otilia.
Von Messinghof sonrió.
—Bueno, el buen doctor aún no está bajo el influjo de ninguna Lahmiana,
todavía —respondió y señalo un punto en el mapa, que estaba etiquetado como
Legenfeld, cerca del rio Aver, al este de Nuln—. Gaebler tiene un hijo, Dierck, a
quien ama entrañablemente, un capitán de la guarnición que protege el puente
Legenfeld. Por lo tanto, vamos a secuestrar al hijo, y enviar a su padre una nota
escrita por su mano, así como un dedo cortado.
El conde levantó la vista hacia ellas.
—Pero hay una dificultad. Si informan de la desaparición del hijo, los
guardianes del Emperador, podrían sospechar que alguien está tratando de
influir en Gaebler, y no se permitiría a Herr Doktor tratar al Emperador.
Ulrika frunció el ceño.
—Pero ¿cómo vamos a secuestrar al hijo y no informen sobre su
desaparición?
—Tendremos que simular su muerte —dijo Otilia.
—Muy bien, querida —dijo von Messinghof—, estas aprendiendo. Va a
morir en un duelo, mientras defendía el honor de una dama, y a continuación su
cuerpo será quemado, para que el cuerpo sea irreconocibles.
—¿Voy a ser la duelista? —preguntó Ulrika.
—¿Y la pirómana? —dijo von Messinghof.
Ulrika se detuvo, estremeciéndose al aparecer espontáneamente la imagen de
Famke ardiendo por el sol.
—No me gusta lo del fuego.
El Conde le echo una mirada interrogativa.
—Comprensible, pero pensé que saborearías la oportunidad de quemar a
humanos.
La piel de Ulrika se erizó. Eso cambiaba las cosas. Y sonrió, mostrando sus
dientes.
—Lo disfrutare, Gracias.
—Tu alojamiento estará en el cuartel de los Caballeros sangrientos —dijo
Otilia, mientras conducía a Ulrika a través de la explanada, había una tienda de
campaña negra, escondida detrás de las otras—. Hasta que no puedas permitirse
una tienda de campaña por tu cuenta.
—O tomar por amante que tenga tienda propia —dijo Ulrika.
Otilia respondió con un tono sarcástico.
—Dudo que esa opción esté disponible para ti, pero a la mejor tienes suerte.
Se detuvieron ente la puerta de la tienda de campaña, y Ulrika se volvió para
despedirse de Otilia, cuando una curiosa escena le llamo la atención, a la
izquierda de la tienda. Rukke estaba sentado en un banco, en el exterior de una
pequeña tienda de campaña, alimentándose de una esclava magullada y
ensangrentada, mientras Blutegel estaba situado a una distancia respetuosa, con
las manos dobladas juntas, en señal de súplica.
—Se lo tienes que pedir una vez más —le susurraba el viejo mayordomo—.
Una vez más ha traído a otra, y ya está por encima de ti, pero sé que te escuchara
si se lo pides. Es un buen líder.
Rukke gruñó con los labios ensangrentados.
—¡No se lo voy a pedir! ¡Y tampoco lo harás tú! ¡Yo no voy a pedir! Él Conde
honrará su promesa cuando lo crea oportuno. Tus lloriqueos, solo consiguieran
que se ponga en mi contra.
Blutegel irguió.
—No he dicho nada. No es asunto mío. Pero eres un…
Rukke le miro intensamente, y le hizo callar.
—¡No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer! ¡Nunca más! Solo eres
un sucio esclavo de sangre.
Blutegel hizo una reverencia y se retiró, dirigiéndose de nuevo hacia la tienda
de von Messinghof, con su rostro una máscara de la desdicha.
—¿Qué hay entre Rukke, Blutegel y von Messinghof? —le preguntó Ulrika a
Otilia, sin dejar de mirar a Rukke—. Rukke dice que fue creado por von
Messinghof, pero…
—Rukke es un error de von Messinghof —dijo Otilia—. Un gesto amable que
salió mal. Rukke es el hijo de Blutegel, y el conde le dio el beso oscuro por
lastima, y no por amor.
—¿Lastima? ¿Por Rukke?
—Por Blutegel. —Le susurro Otilia, para que no llegara al alcance del oído de
Rukke—. Blutegel ha sido el leal sirviente del conde durante cincuenta años y
aunque von Messinghof le ha ofrecido varias veces el beso oscuro, Blutegel lo ha
rechazado. Su esposa murió joven, y cree que si se convierte en un vampiro, nuca
se reunirá con ella, en el más allá.
Ulrika frunció una ceja.
—¿Es un hombre piadoso, y sin embargo, sirve a un vampiro?
—Es un adorador de Khaine, al igual que su esposa. Y cree que luchará en la
batalla eterna al lado de su esposa cuanto muera.
Ulrika trató de imaginar el anciano, como un guerrero del dios de la sangre, y
le pareció difícil, pero sabía que las apariencias podían engañar, como bien sabía.
—Rukke, es su hijo, probablemente habría tenido la misma gloriosa vida en
el más allá, cuando muriera —dijo Otilia—, excepto que fue herido de gravedad,
defendiendo las tierras de von Messinghof de nómadas del norte, y mientras se
estaba recuperando comenzó a cambiar. ¿Has visto sus cicatrices de su rostro?
Ulrika asintió.
—Las cicatrices, son de unos tentáculos, que le comenzaron a crecer en el
lado izquierdo de su rostro. Blutegel estaba seguro de a Rukke no se le permitiría
entrar en la sala de Khaine, por culpa de su corrupción. Y sería condenado al
abismo. Por lo tanto, le preguntó a von Messinghof que lo convirtiera.
—¿Para que nunca muriera? —preguntó Ulrika—. ¿Por qué acepto von
Messinghof?
—Como ya he dicho, es una pena. El conde valora la lealtad y el servicio de
Blutegel, y había la posibilidad de que el anciano se suicidara, por lo que extirpó
los tentáculos, y le prometió a Blutegel, que lo trataría como a su propio hijo —
Otilia negó con la cabeza—. Ese fue un gran error.
—¿El conde ha cumplido con su promesa? —preguntó Ulrika.
Otilia resopló.
—Claro que cumplió con su promesa.
Ulrika volvió a mirar a Rukke, que había apartado a su víctima, que ahora
colgaba del banco, con sangre goteando de su abierta boca, mezclada con baba.
—Von Messinghof le educó y le dio todas las oportunidades —dijo Otilia—.
Pero sigue siendo el tumor que era cuando era un hombre. El conde se dio por
vencido, y lo puso al cargo de los necrófagos, prometiendo que lo promocionaría
cuando estuviera listo, pero ya han pasado diez años, y todavía está al mando de
los necrófagos.
—Es un milagro que Blutegel no odie al conde, por ello.
—La culpa es de Rukke, su padre siempre intenta ayudarle, para mejorar su
posición, pero Rukke no le escucha. Dice que von Messinghof es su padre ahora.
Pero su verdadero padre no importa que lo trate como a un imbécil —dijo Otilia
con un tono burlón—. El conde parece tener una afición por perros callejeros.
Ulrika gruñó ante la pulla, y luego lo devolvió.
—Sí, Lo hace, como tú.
—Yo no fui a él, el vino a mí —replico Otilia. Mientras se marchaba.
Ulrika iba a replicar que von Messinghof sólo había ido a por ella, porque
necesitaba a alguien para espiar a los lahmianas, pero luego se calló. Lo mismo
podía decirse de ella. Por lo que dejo que se marchara.
* * *
Ulrika yacía en su cama en la oscuridad en la tienda de los caballeros sangrientos,
cuando salió el sol en el exterior, mirando hacia el negro dosel que la envolvía, se
preguntó si había tomado la decisión correcta.
Había hecho lo correcto al dejar las lahmianas. Por qué entonces aún tenía
dudas. Una pequeña parte de su mente, quería correr había Gabriella, para que la
acogiera de nuevo, pero sabía que ya no podía ser una Lahmiana. Ellas pensaban
que era posible convivir con los humanos, y se alimentaban de ellos como
parásitos. Ulrika no creía que pudiera. Después de lo que le habían hecho a
Famke, ¿cómo podría?
Pero ¿realmente quería ser una sylvana? Le gustaba von Messinghof, parecía
honesto hasta el punto de que hablaba con franqueza acerca de sus metas y sus
razones para acogerla. ¿Pero el resto de ellos? Los que había visto hasta el
momento, solo eran fanfarrones pomposos preocupados más, por su gloria
personal, que en la guerra que estaban luchando. Podría luchar al lado de tales
hombres, y peor aún, Otilia estaba aquí, y ya estaba afilando sus garras. ¿Quería
pasar toda la eternidad intercambiando pullas venenosas con Otilia, mientras
vigilaba su espalda para que no la apuñalara?
Tal vez no tenía por qué ser toda la eternidad. La situación de Ulrika había
cambiado tanto en los últimos dos días, ¿por qué no podía cambiar de nuevo?
Por ahora, la actual situación, serbia a sus propósitos. Lo único que quería Ulrika
era sangre y venganza, y von Messinghof se lo estaba dando.
Mañana iba a encontrar a este Gaebler y le mostraría a los seres humanos,
que tenían razón para temer a su especie. Ellos sangrarían, morirían, y en el
nombre de Famke arderían.
16
Sin afianzar
* * *
Pero después de una hora ya no podía soportarlo más. La necesidad hizo que se
sintiera mareada, y Ulrika se quedó mirando a Ruger y sus hombres,
encontrando difícil mantener sus colmillos retraídos. Finalmente, cuando
descubrió que estaba sangrando porque sus garras le estaban perforando sus
palmas, espoleo su caballo a la parte delantera de la línea.
—¡Ruger! Detente.
El capitán se detuvo, lamiéndose los labios.
—¿Desea que exponga mi cuello, señora?
—¡No, maldita sea! —dijo Ulrika—. ¡Quiero el suyo!
Ulrika señaló a Gaebler bajo su manta.
—Sí, señora.
Ruger obedientemente comenzó a bajar de su caballo, pero Otilia trotó hacia
adelante con su yegua.
—¡No! —gritó Otilia, mientras fulminaba con la mirada a Ulrika—. El conde
lo quiere ileso.
—No dijo nada —le espetó Ulrika.
—Tal vez asumido que tendríamos un poco de sentido común.
Ulrika la miró durante un largo momento, luego miró la manta que cubría a
Gaebler. Ya no podía dejar de temblar, y no podía mantener sus colmillos
retraídos.
—Capitán Ruger —dijo Ulrika al fin—. Desmonte y sígame.
—Sí, señora —dijo Ruger.
Otilia dio Ulrika una sonrisa de suficiencia mientras conducía el capitán a la
oscuridad, bajo los árboles en el borde de la carretera. Ulrika luchó contra el
impulso de cargar contra Otilia y desgarrarle la garganta. ¿Acaso pensaba, que
obedecería sus órdenes? De momento no tenía ninguna otra opción. Pero no
volvería ocurrir.
—Tu cuello, capitán.
—Sí, señora.
Ruger se quitó el yelmo y expuso su cuello por debajo de su coraza, que
revela su poderoso cuello. Había marcas de mordeduras en el cuello, pero ya eran
de hacía tiempo, por lo que parecía no era desangrado a menudo.
Ulrika se acercó a él y le agarró los brazos. Ruger se puso rígido.
No había vergüenza en sus ojos, ni miedo, pero Ulrika podía oler su la
excitación. Las náuseas de Ulrika regresaron. Esto es lo que Friedrich Holmann
le habría pasado si lo sangrase. Duro por fuera, pero débil en el interior. Esto la
enfureció.
Ulrika hundió sus colmillos en el cuello, con rabia, y tuvo que sujetarlo,
cuando el dolor, hizo que le cedieran las rodillas a Ruger. Lo aplasto contra sí,
perdiéndose en la fuerza de su sangre, entre la rabia, dolor, y el odio a sí misma,
todo se amplifico en su mente, y continúo alimentándose con avidez, como un
flagelante echándose sal sobre sus propias heridas.
—¡Basta! —gritó Otilia—. Es un soldado que nos ha servido con lealtad.
Ulrika regresó a sí misma, sin saber cuánto tiempo había estado
alimentándose, y soltó el cuello de Ruger.
Ruger se puso de pie, tambaleándose y se quedó mirando el suelo por uno
segundo, y con las manos detuvo la hemorragia y se alejó de Ulrika unos pasos, y
se volvió hacia Ulrika.
—¡Gracias señora!
Ulrika le fulminó con la mirada, y Ruger se dirigió hacia su caballo. Pero
antes de que llegara, Ulrika le dio la vuelta violentamente, y le dio una bofetada.
—¡No me des las gracias por eso! ¡Acaso eres una oveja! —gritó Ulrika
enojada.
Ulrika se calló, al darse cuenta de que estaba haciendo el ridículo, a
continuación, se volvió y regreso de nuevo a su caballo. Ruger siguió hacia su
caballo, pero más lentamente, zigzagueando como un borracho, y monto en su
caballo con gran cuidado.
—¿Puedes montar? —preguntó Otilia.
—Sí, señora.
Otilia miró a Ulrika, con su sonrisa exasperante de nuevo en sus labios.
—No va a estar con nosotros mucho tiempo, creo.
Ulrika frunció los labios.
—¿Qué quieres decir? Quiero arrancar gargantas, hasta el último humano del
viejo mundo.
—Sin embargo, te perderás en tu búsqueda.
Ulrika le dirigió una mirada penetrante.
—¿Qué quieres decir? Sí, me culpo a mi misma. Pero… —Ulrika dirigió una
fría mirada a los seres humanos—. Pero no de todo.
Otilia se limitó a sonreír y siguió cabalgando.
* * *
Regresaron al campamento de von Messinghof cerca del amanecer, y lo
encontraron tranquilo, pero había tensión en el ambiente. Las tropas humanas
estaban realizando sus rutinas entre susurros, y echando miradas nerviosas hacia
el claro de los vampiros.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Otilia a uno de los lanceros en el puerta.
El lancero tosió, nervioso.
—Será mejor que se explique el conde, señora.
Otilia palideció y cruzo la puerta, y Ulrika le siguió con el capitán Gaebler
colgando sobre su hombro. Dentro de la caverna roja del claro del bosque, la
tensión en el aire, era aún peor. Casi ninguno de los oficiales no-muertos de von
Messinghof, estaba en el exterior, y los pocos que había, estaban murmurando
entre sí, como los humanos del exterior, y echando miradas a la tienda del conde.
Otilia y Ulrika se dirigieron hacia ella, con cierto temor, pero antes de que
llegaran, la cortina se abrió y la figura vestida de blanco de Emmanus salió, y
luego se giró hacia atrás.
—Voy a informar de esto al maestro —dijo con su voz sin vida—. Es
demasiado grande.
—¡Haz lo que debas! —dijo la voz de von Messinghof desde el interior—.
¡Pero serías de más utilidad, si me ayudaras!
—Estoy aquí para observar e informar, señor —dijo Emmanus—. No para
ayudarte, a encontrar a los perros rabiosos, que se han desatado de tus correas.
Emmanus se despidió respetuosamente, luego se volvió y paso al lado de
Ulrika y Otilia sin dirigirles una sola mirada, mientras que en el interior, von
Messinghof irrumpió en un torrente de maldiciones.
Otilia tragó saliva y entró, seguida de Ulrika, doblándose un poco para que el
cuerpo de Gaebler entrara a través de la apertura. Von Messinghof se paseaba al
lado de su mesa de mapas, escupiendo insultos, sin darse cuenta de la presencia
de Otilia y Ulrika.
—¡Maldito eunuco marchitado! —gritó von Messinghof—. ¡Se supone que es
mi asesor!
Von Messinghof, cogió una copa de oro y la arrojó contra su armadura,
salpicándola con sangre.
—¡El maestro no debería de saber nada, sobre este pequeño revés!
Blutegel salió de la parte de atrás, recogió la copa del suelo, y a continuación
comenzó a limpiar la sangre de la armadura.
—Mi señor —murmuró educadamente Brutegel—. La señora Otilia y
boyarina Ulrika han regresado con su objetivo.
Von Messinghof frunció el ceño, como si las palabras estuvieran en un
idioma extranjero, y luego se giró hacia ellas.
—¡Estáis de vuelta! Por los dioses de Khemri, pensé que también os habría
perdido a vosotras también.
Otilia hizo una reverencia, mientras Ulrika colocaba a Gaebler en el suelo.
—¡Perdona, mi atrevimiento, señor conde! —dijo Otilia—. Pero, que ha
sucedido.
Von Messinghof enseñó los dientes.
—¡Kodrescu me ha traicionado! Esto es lo que ha sucedido, y Emmanus va a
contárselo a Mannfred, en lugar de ayudarme. El muy bastardo.
Los ojos de Otilia se abrieron alarmados.
—¿Kodrescu me ha traicionado? ¿Así que al final ha atacado a Karl Franz, en
contra de tus órdenes?
El Conde dejó escapar un suspiro de cansancio.
—Por suerte no ha sido tan escupido. Por lo menos no todavía. De momento
no ha hecho nada en contra de mis órdenes, o por lo que mis espías no me han
informado de ello. Continúa marchando hacia el monasterio de la Rosa negra. Y
está haciendo planes para tomarlo, y regresar a este campamento.
—Entonces, ¿cómo te ha traicionado?
—Debido a Morgenthau, su aliado más cercano, ha dejado el campamento y
se ha llevado a sus tropas con él.
Otilia miró.
—¿Estás seguro?
Von Messinghof asintió.
—Bajo la artimaña de despejar el bosque de bestias, con el fin de mantener a
sus hombres ocupados, se ha marchado al norte y no ha regresado.
—¿No es posible que se haya retrasado, por algún motivo que desconocemos?
—preguntó Ulrika.
El general negó con la cabeza.
—Envié a los murciélagos a buscarlo cuando no regresó una hora antes de la
salida del sol. Y me mostraron, que estaban marchando directamente por la
carretera de Altdorf, y ahora han plantado su campamento a unas pocas millas
de la carretera. Y no parece que hayan sufrido bajas.
Von Messinghof, se quedó en silencio unos minutos y continúo.
—No, tiene intención de unirse con Kodrescu, con una quinta parte de mi
ejército. Y los peor de todo —dijo von Messinghof, mientras miraba hacia la
puerta de la tienda—. Los otros están susurrando. Preguntándose si puedo
mantener al ejército junto. Y si deben seguir mis órdenes.
Von Messinghof se inclinó sobre el mapa, lo examino, y dio un codazo a un
caballero negro de una pulgada, cercano a un caballero blanco que representaba
al monasterio la casa capitulas de los caballeros negros de Moor.
—Al amanecer —dijo von Messinghof—, kodrescu debería estar aquí, a unos
días de los templarios, mientras que Morgenthau estará aquí.
El conde cogió un trozo negro y lo colocó a una pulgada más o menos al
norte del campamento.
—Aquí, a dos días detrás de él. ¿Kodrescu lo esperara? ¿Va a atacar al
monasterio por su cuenta? —se preguntó von Messinghof a sí mismo. Y señaló al
rey blanco, aproximadamente a una semana de Nuln—. ¿Van a atacar a Karl
Franz? En contra de mis órdenes, lo que significaría que están usurpando mi
autoridad. Tengo que saberlo.
Otilia se enderezó.
—Mi señor, Sería un honor descubrir que está tramando Kodrescu.
Pero cuando von Messinghof levantó la cabeza, no la estaba mirando a ella,
sino a Ulrika.
—Tenía la esperanza de que el honor de Kodrescu, hiciera que obedeciera
mis órdenes, pero me parece que no puedo permitirme ese lujo. Ve al encuentro
de Kodescu, y averigua sus intenciones.
Ulrika parpadeó, sorprendida, pero Otilia habló primero.
—¡No puedes enviarla a ella! —explotó Otilia—. ¡Es demasiado joven!
¡Apenas puede controlarse a si misma! ¡Incluso no saber si te es leal!
Von Messinghof levantó una mano.
—Sé que eres una experimenta espía, amada mía, y eres la que mejor conoce
a los jugadores, pero eres la herramienta equivocada para esta misión.
—Pero…
Von Messinghof interrumpió la réplica de Otilia.
—En este caso la seducción será inútil. Kodrescu ha tenido la misma amante
desde hace cuatrocientos años, por lo que tus habilidades serán inútiles. Si
alguien puede ganarse su confianza, será otro soldado, un noble nacido en la silla
de montar, que personifique esas cosas que valora: la valentía y la destreza.
Además, Otilia —dijo von Messinghof, volviéndose hacia el cuerpo atado del
Capitán Gaebler en el suelo—. Te necesito en Nuln. Debes entregar la nota del
chico, y uno de sus dedos a su padre, y seducirlo también.
Otilia todavía parecía enojada, pero asintió con la cabeza.
—Por supuesto, mi señor.
—Y puedes empezar ahora mismo —dijo von Messinghof—. Coge al chico, y
consigue que escriba la carta, luego córtale el dedo. Con tus habilidades estoy
seguro, que te pedirá cortarse el dedo el mismo.
Otilia sonrió ante el cumplido, y luego se acercó a Gaebler, y a pesar de su
pequeño cuerpo, se inclinó y lo recogió en sus brazos como si fuera un niño, y
luego salió de la tienda con él.
—Ahora, ven conmigo —dijo von Messinghof dirigiéndose a Ulrika, cuando
Otilia su hubo ido—. Sólo tenemos hasta el atardecer para prepararse para tu
viaje.
17
Kodrescu
* * *
Ulrika tiró de las correas que sujetaban la silla de montar en su lugar,
asegurándose de que estuvieran bien atadas, y tratando de acostumbrarse al
espantoso hedor que producía la criatura. El sol acababa de ponerse sobre el
campamento y el cielo seguía estando rojo en el oeste. El conde había gastado la
totalidad del día hablando con Ulrika, sobre Kodrescu y sus lugartenientes,
informándole sobre sus fortalezas y debilidades como líderes y guerreros, que ella
pudiera aprovechar para engañarles con sus respuestas, y el mejor modo para
intimidarles, y lo que sería prudente evitar por completo. Había sido tanta
información, que no estaba segura de haberla asimilado por completo, y no se
sentía muy confiada, ante la idea de engañar a Kodrescu y sus hombres.
—Señor conde, me temo, como ya le he dicho en varias ocasiones, que voy a
fracasar, no soy ninguna espía, y que sabrán que he sido enviada como tal. Me
temo que Kodrescu verá a través de mí.
Von Messinghof asintió.
—Entonces tal vez deberíamos aparentar que luchaste para escapar. Rasgare
tu ropa, y te hare algunas heridas. —El conde le lanzó una mirada—. ¿Estás
dispuesta a sangrar por la causa?
Ulrika vaciló.
¿Causarse heridas a sí misma como parte de un engaño? Una vez más, no
parecía una guerrera, y no estaba segura de que funcionaria.
—Estoy dispuesto, pero seguramente Kodrescu sabe tan bien como cualquier
vampiro, que una herida no significa nada para nuestra especie, con
alimentarnos nos curamos.
Von Messinghof le miro a los ojos.
—Hay heridas que no sanan tan rápidamente.
Ulrika parpadeó.
—¿Quieres decir heridas causadas por plata?
—No voy a ordenarte que lo hagas —dijo von Messinghof—. Puedes
rechazarlo si lo deseas.
—Yo… Yo… —dudó Ulrika. Ya había sentido el dolor de la plata antes. Un
simple rasguño, la había paralizado, y posiblemente le estaba pidiendo más que
eso. No tenía otra opción que rechazarlo. Pero se odiaba por sugerirlo. Por otro
lado, ¿por qué no habría de sufrir? Acaso por no proteger a Famke no se lo
merecía. Ulrika se cuadró de hombros, y alzo la barbilla—. ¡Voy hacerlo!
Von Messinghof la agarró por sus hombros.
—Eres muy valiente boyarina. Un soldado más valiente de lo que me
merezco, boyarina. —El conde la miró a los ojos durante un largo rato, con un
triste expresión en su rostro, luego se giró bruscamente—. Acompáñame, tengo
un cuchillo de plata en mi tienda.
* * *
Ulrika se movía por encima del mundo, con el viento en su rostro, y las dos lunas
iluminando como haría con la espuma del mar, sobre el océano de árboles
verdes, pero no podía disfrutar de ello, apenas estaba consciente. El dolor en el
muslo, en los brazos y en el rostro era demasiado intenso. Von Messinghof, al
parecer había admirado su valentía, pero no había tenido piedad con ella. Habían
luchado en el claro de los vampiro, estoque y daga contra la espada y el cuchillo
de plata, para que las heridas fueran más reales, y no se cortó con sus golpes. Le
hizo grandes cortes en las piernas y en el pecho, tenía un gran moretón negro en
donde la había pateado las costillas, pero lo peor eran los cortes realizados por el
pequeño cuchillo de plata. Un gran corte en el rostro a pocos centímetros de su
ojo izquierdo. Un herida que posiblemente nunca de desvanecería, otro corte en
el brazo derecho, y otro por debajo de la cadera. Ningún vampiro estaría
dispuesto a dejase hacer tal castigo, pero von Messinghof se lo había pedido, y no
había podido decir que no.
Ulrika estaba encorvada sobre la ancha espalda de la criatura alada,
temblando por la enfermedad, y el dolor que le causaban las heridas. El conde
había jugado a un juego muy peligroso. Y la artimaña podría volverse en su
contra, y de hecho estaba tentada de traicionarle, por venganza, por su agonía. Si
Kodrescu le ofrecía una posición de combate en lugar de estas escondiéndose
entre las sombras, lo cogería sin pensárselo.
Cabalgaba, sin prestar atención al bosque, que se desplazaba sin cesar por
debajo de ella, y se alegraba que la criatura alada, necesitara de pocas
orientaciones, estaba demasiado enferma para dárselas. Su mayor temor era que
se desmayara por el dolor, y pasara de largo el campamento de Kodrescu. Von
Messinghof le había dicho más o menos dónde buscar, pero la verdad es que no
tenía más idea, de donde podía estar en realidad. Anoche sus murciélagos le
habían mostrado que continuaba en dirección hacia el monasterio de la rosa
negra, pero si había cambiado de dirección durante esta noche, podría estar
buscándoles durante mucho tiempo, antes de encontrarlos. De hecho si no los
podía encontrar antes del amanecer, tendría que buscar algún lugar para
esconderse de los rayos del sol, durante todo el día.
Horas más tarde, vio los destellos plateados de Mannslieb reflejándose en una
amplia curva en el rio Reik en la amplia curva hacia el oeste, y giraba hacia el
norte. Kodrescu tenía que estar marchando bajo el dosel de los bosques, por
algún camino, paralelo al curso del rio. La cuestión era cómo encontrarlo. Desde
sus años de patrulla con su padre, Ulrika sabía que mover grandes contingentes
de caballería a través de un denso bosque era una pesadilla. Si el vampiro, quería
llegar cuando antes al monasterio, tendría que encontrar algún camino por
estrecho que fuera, y encontrar huecos en el dosel de los árboles, en busca de uno
de fuera vagamente hacia el norte. Habría algunos, pero la gran mayoría
cambiarían de dirección, o se desvanecerían en la nada. Sin embargo, Ulrika no
tardó en encontrar un camino prometedor, lleno de baches, que zigzagueaba sin
cesar, pero siempre paralelo al rio.
Kilómetro tras kilómetro Ulrika voló hacia el norte a lo largo del camino, y
no vio nada. Y comenzó a preguntarse, de si no se habría desviado demasiado al
norte, o si había dejado a la fuerza de Kodrescu detrás de ella, posiblemente
podría haber pasado por encima de ella, donde los árboles cubrían
completamente el camino. Pero entonces, por el este la cobertura de árboles
comenzó a aligerarse, y vio movimientos entre los árboles.
Tiro hacia atrás y hacia debajo de las riendas de la criatura, y se acercó para
poder verlo de más cerca, y el movimiento se convirtió en hombres y caballos,
todos se movían a la largo de un estrecho camino, en filas de cuatro, sin su visión
nocturna, no les habría visto en absoluto. Porque habían ennegrecido sus armas
con hollín, y cubierto sus armaduras con capas oscuras y capuchas.
Ulrika instó a la criatura alada a lo largo de su línea hasta que alcanzo a la
cabeza de la columna, a continuación, encontró un claro en el bosque, con
espacio suficiente para poder aterrizar.
A medida que el monstruo se agitaba en el suelo, seis caballeros trotaron en
su dirección, con Kodrescu en primer plano, con su orgulloso rostro al
descubierto, y una tensa sonrisa en sus labios.
El conde Kodrescu se detuvo a unos metros de la criatura, y se quedó
mirando confuso a Ulrika.
—¿Qué es esto?¿Por qué está montando la montura del general? ¿Ha traído
algún mensaje de parte de von Messinghof?
Ulrika se deslizó de la silla y se dejó caer al suelo por el cansancio, que no fue
en absoluto fingida.
—Le he traído a la montura para usted, general. Y me ofrezco a mí misma
también, se lo he robado al deshonroso von Messinghof, y deseo unirme a usted
en su lugar.
Kodrescu la miró durante un largo momento, con sus estrechos ojos fríos,
mientras por detrás de él, el resto de la columna salió de la penumbra de los
árboles. Por fin, miró hacia el cielo, luego se volvió hacia uno de sus caballeros.
—El amanecer se acerca. Acamparemos aquí —ordenó Kodrescu, y con un
gesto despectivo hacia Ulrika—. Arrestad a esta estúpida, acaba de traicionar a
von Messinghof.
Durante un largo tiempo estuvo en la oscuridad. Ulrika estaba en una tienda
de campaña, atada con cuerdas y con un saco de arpillera sobre su cabeza,
mientras escuchaba como el campamento estaba siendo establecido a su
alrededor, y los soldados humanos comenzaban a prepararse su comida. No
había ninguna posibilidad de escape, los siervos de Kodrescu eran muy
conscientes de sus capacidades, y se había asegurado de que no hubiera modo, de
que pudiera llegar a las cuerdas que la ataban con sus garras o dientes. No había
nada que pudiera hacer, solo aguantar la agonía de sus heridas, y reflexionar
sobre su posición. ¿Se habría equivocado von Messinghof sobre Kodrescu? ¿No
era un traidor después de todo? ¿Morgenthau habría desertado por su cuenta, sin
la intención de unirse con su antiguo aliado? ¿Y qué iba a pasar con ella?
¿Kodrescu la mantendría prisionera, hasta entregarla a von Messinghof? ¿La
interrogaría? ¿La mataría?
Por último, mucho después de que el campamento, se hubiera calmado, y la
gran mayoría del contingente, se preparó para descansar durante el día, y el calor
del sol comenzaba a calentar la lona de la tienda. Alguien entró en la tienda de
campaña, y unas manos ásperas la agarraron por debajo de los tobillos y por
debajo de los brazos. Ulrika grito de dolor mientras la trasladaban por el
campamento, exponiéndola a la luz del sol. A pesar de estar cubierta de la cabeza
a los pies por ropa, guantes, y el apestoso saco sobre su cabeza, el sol cayó sobre
ella como un hierro ardiente.
Un momento más tarde entró en una tienda, y la tiraron al suelo
bruscamente. El sol dejo de azotarla, pero fue reemplazado por el dolor de sus
heridas, le dieron la vuelta y le cortaron las cuerdas que sujetaban sus brazos. Y
por último le retiraron el saco de arpillera, y Ulrika se estiró gimiendo, sobre una
alfombra de Catai, que había sido extendida en el suelo del bosque, dentro de la
tienda.
Una pesada bota le dio una patada en la cabeza y Ulrika miró hacia arriba,
haciendo una mueca, en cuando vio a Kodrescu, vestido con elegante ropa de
caza gris, mirando hacia abajo, desde su gran altura, con las manos entrelazadas
detrás de su espalda, mientras que un par de vampiros, un hombre y una mujer,
la observaban detrás de él.
—¿Por qué? —dijo Kodrescu, en un tono frio—. ¿Por qué estás aquí?
Ulrika se preguntó cuál era su mejor respuesta. ¿Tenía que decirle la verdad y
decirle que había venido a espiarle? ¿Mentirle, y decirle que había sido enviada a
ponerle a prueba, y que había pasado la prueba? ¿Tal vez negarse a responder a
ninguna pregunta, y exigir ser devuelta a von Messinghof? Todo dependía de si
Kodrescu todavía era leal a von Messinghof, o si estaba encubriendo su traición.
—Von Messinghof me envió para espiarle, mi señor —dijo Ulrika, mientras
se sentaba y se frotaba las muñecas—. Me dio su montura alada, y me dijo que le
contara la historia sobre que había escapada de él, para unirme a usted, pero
después de lo que me hecho para engañarle, no quiero saber nada más de él, y no
tengo intención de volver.
Kodrescu levantó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te ha hecho von Messinghof?
—¿No puedes verlo? —preguntó Ulrika mientras apartaba su maga derecha,
para mostrarle el corte negro de su antebrazo, y luego se volvió para que pudiera
examinar la herida de su mejilla—. Dijo que iba a hacerme algunas heridas, para
que pareciera que había luchado para huir, pero no me dijo que iba a usar plata,
estoy marcada para toda la eternidad.
Kodrescu intercambió una mirada con los otros vampiros.
—¿Y esto fue suficiente, para destruir tu lealtad a von Messinghof?
Ulrika se burló y se levantó.
—¿Que lealtad? Él me reclutó hace unos pocos días, e hizo promesas que no
cumplió. Soy la hija de un boyardo, un águila del Norte, un lancero alado. Él me
prometió que podría montar y luchar en su ejército. Me gustaría liderar hombres
a la batalla. En cambio, me tiene, merodeando a escondidas, y mintiendo como
una espía, que está muy por debajo de mi honor y de mi dignidad. Está usando
un sable como un estilete.
Ulrika levanto la mirada hacia los ojos de Kodrescu.
—He oído que conoce el valor de una hoja templada, y por eso me pongo a
tus órdenes.
Kodrescu frunció los labios, y luego volvió a mirar a los otros vampiros de
nuevo. Uno de ellos, el caballero con el pelo del color de la sangre que Ulrika
antes había visto a sus anchas en el claro rojo, dio un paso hacia delante,
mirándola a ella. Dedujo que sería Emmerich von Graal, el segundo al mando de
Kodrescu. Von Messinghof había dicho que era un estúpido vanidoso, y un
degenerado, y que Kodrescu lo conservaba a su lado solo por sus habilidades a la
hora de combatir. Él mismo se creía, que era justo y un perfecto caballero, y
escribía poesía sobre la piel de sus víctimas, usando su sangre como tinta.
—¿Por qué von Messinghof sospecharía de que mi señor, Kodrescu le
traicionaría? —preguntó.
—Morgenthau ha desertado —dijo Ulrika—. Realizó con sus hombres una
larga patrulla, y no ha regresado. Von Messinghof estaba seguro de que tenía
intención de unirse con usted.
Kodrescu soltó una maldición.
—¡Maldito estúpido, hijo de perra!
—¡General! —dijo von Graal, en señal de advertencia, pero Kodrescu no le
oyó.
—¡Le dije que espera! —gritó enojado Kodrescu—. ¡No tenía que hacer nada,
hasta que regresara!
Von Graal suspiró teatralmente.
—Bueno, al parecer el gato está fuera de la bolsa.
Kodrescu se volvió hacia él, mirándole, luego hizo una pausa y miró a Ulrika.
—¡Ah! Sí. En efecto —dijo Kodrescu, y se volvió hacia von Graal y la mujer.
—¿Se han creído su historia? ¿Qué tengo que hacer con ella?
—¡Mátala! —dijo el caballero del pelo de fuego—. Sea verdad o mentira, ya
no importa.
La mujer, una vampiresa de cabello azabache fino, bajo una capucha con
antiguos símbolos Nehekharanos, negó con la cabeza.
Ulrika dedujo que sería la señora Celia, la amante de Kodrescu desde hacía
cuatrocientos años, y que era una poderosa nigromante. A pesar de la destreza
marcial de Kodrescu y von Graal, von Messinghof insistió en que era ella la que
era la más poderosa de los tres.
—El conde no sabe que ella se ha cambiado de bando —dijo Celia—.
Podríamos usarla para proporcionar información falsa a von Messinghof.
Ulrika gruñó.
—No he renunciado espiar para el conde, para espiar para ustedes. He venido
a combatir, matadme o dadme un caballo.
Von Graal y Lady Celia la miró con ojos escépticos, pero Kodrescu sonrió,
mostrando sus colmillos.
—Me gusta esta chica —dijo Kodrescu—. Solo quiere combatir en el campo
de batalla, y no en callejones y alcobas. Somos tan pocos lo que entienden el
verdadero honor en estos días.
Kodrescu coloco una mano sobre un hombro de Ulrika, con la fuerza
suficiente para sacudir cada herida.
—¡Tendrás tu caballo!
—¡Pero, señor! —dijo von Graal—. ¿Puedes estar seguro de que no nos está
mintiendo?
—¿Acaso importa? —preguntó Kodrescu—. Si no le permitimos que regrese
de nuevo con von Messinghof, ¿qué daño puede hacernos?
—Puede hacerte, lo mismo que esperas que Morgenthau hiciera —dijo la
señora Celia.
—¡Dejadla! —dijo Kodrescu, sonriendo y acariciando el rubí, del pomo de la
espada que colgaba de su cinturón—. Va a viajar a mi lado. Si me la quiere jugar,
le deseo suerte. Colmillo de lobo y yo no hemos sido derrotados en combate
desde hace siglos.
—Pero no puede estar siempre a tu lado, mi señor —dijo von Graal—. Tiene
que ser vigilada, para que no intente escapar. Tenemos que tomar medidas para
que no ocurra.
—Entonces la dejo bajo tu cuidado, si esa es tu inquietud —dijo Kodrescu—.
Encuéntrale un lugar en tu tienda de campaña. Entrégale sus armas y una
montura. Pero si sufre algún daño, mientras está a tu cuidado. —Kodrescu
dirigió su mirada al rostro enojado del caballero y continúo—: Entonces vas a
responder ante mí. ¿Soy claro?
Von Graal se inclinó, ocultando una expresión de enfado.
—Perfectamente, mi señor. Perfectamente.
Ulrika se inclinó ante Kodrescu, también ocultando su rostro. Sus mentiras
acerca de que odiaba a von Messinghof por las heridas, y por obligarla a espiar
para él, parecían haber funcionado, o por lo menos, Ulrika estaba casi segura, de
que eran mentiras.
—No voy a ser tu guardián —murmuró von Graal, mientras cruzaba a su
tienda de campaña bajo una sombrilla tendida sobre él, por un esclavo humano.
Era un opresivo día nublado, pero seguía siendo una agonía aplastante para
Ulrika, incluso bajo la cobertura densa de los árboles—. No tengo tiempo para
tales necedades. Tampoco voy a tenerte en mi tienda de campaña, posiblemente
aún espíes para tu maestro. Mis soldados te vigilarán. Dormirás con ellos.
Ulrika se escabulló detrás de él, tratando de mantenerse dentro de la sombra
de la sombrilla.
—¿No tienes miedo de que huya y regrese con von Messinghof? —preguntó
Ulrika—. ¿Es que no temes la ira de Kodrescu?
Von Graal volvió a la entrada de su tienda.
—Es mi mayor deseo de que huyas —dijo Van Graal—. No creo que le digas
a von Messinghof nada que ya no haya adivinado, y ya no serás mi
responsabilidad. En cuanto a la ira de Kodrescu, no puede permitirse el lujo de
perder a un caballero de mi calibre. Y si me hace algo, será muy poca cosa, y no
me importa cuánto me amenace.
Hizo un gesto al esclavo que sostenía la sombrilla.
—Llévala a Stahleker. Dile que le encuentre un caballo, y una armadura, pero
que la mantenga encerrada, hasta que la haga llamar. Y deja que se alimente de ti,
parece apta para una tumba.
El esclavo se inclinó, y cuando von Graal desapareció en su tienda, colocó la
sombrilla sobre la cabeza de Ulrika, y la llevo hasta las tiendas de los soldados a
caballo. Estas no eran las carpas blancas y limpias de la caballería imperial, ni las
tiendas de colores de los lanceros Kossar. Estas tiendas estaban sucias,
manchadas y parcheadas, con un centenar de diseños diferentes y las armas y
armaduras yacían esparcidas fuera de ellas, estaban muy usadas, abolladas, y no
había dos piezas iguales.
Ulrika lo miró todo críticamente. No eran soldados de su hogar, Un señor no
permitiría a sus seguidores, que se vieran tan variopintos, no importaba lo pobre
que fuera, por lo menos les habría dado uniformes, para hacer de ellos una
unidad más cohesionada. Estos eran mercenarios, y no de los más reputados.
El esclavo se detuvo delante de la tienda más grande, y golpeo con el puño un
escudo colocado para ese fin, y les llego un gemido amoroso desde el interior, así
como lo que sonaba como el gruñido de un entusiasta cerdo. El esclavo vaciló,
con los ojos abiertos, y luego volvió a golpear tímidamente en el escudo.
No hubo respuesta a excepción de un aumento en el volumen de los gemidos
y la intensidad de los gruñidos. El esclavo tragó saliva y golpeó un poco más
fuerte.
—¿Sargento Stahleker? ¿Está ahí?
El gruñido se detuvo bruscamente, y los gemidos se apagaron. Entonces se
oyó un ruido sordo, y un choque, seguido de una maldición, y un chillido. El
esclavo se encogió de nuevo cuando unos pasos se dirigieron a la puerta de la
tienda.
Una mano peluda aparto la cortina a un lado, y una cara fea sin afeitar, y
choreando sudor, les fulmino con la mirada.
—¿Whaddaya que quieres? Estoy… estoy tratando de conciliar el sueño.
El hombre era un bruto. Un mono de cuello grueso, fornido, con un bigote
canoso, calvo, una nariz como una patata, un mentón lleno de cicatrices y unas
cejas tan pesadas, que era difícil de ver los ojos debajo de ellas. Ulrika lo
reconoció de inmediato. Era el sargento que se quejó de la mala calidad del
forraje, para los caballos, cuando von Messinghof, llego al campamento con ella.
—¡Discúlpame, sargento! —dijo el esclavo, haciendo varias reverencias—.
Pero el maestro von Graal ha solicitado que le des a esta persona una armadura y
un caballo, y que la mantengas bajo arresto hasta que no te diga lo contrario.
Gracias.
Stahleker miro a Ulrika una vez más. Sus ojos eran duros y enojados, pero
Ulrika vio la inteligencia detrás de ellos y extrañamente, no noto el miedo o el
deseo, que había llegado a esperar de los soldados humanos de los sylvanos.
Stahleker levantó una ceja como una grasienta oruga peluda.
—¿No es una sanguijuela?
—De hecho, lo es, sargento.
—¿Entonces por qué no está besándole los pies a von Graal, en su tienda de
campaña de lujo?
—No podría decírtelo, sargento —dijo el esclavo—. Yo sólo te estoy dando
las instrucciones de mi maestro.
Stahleker gruñó.
—¿Y cómo se supone que tengo que encerrarla, cuando podría despedazar a
una docena de mis hombres sin parpadear?
—El maestro no me informó sobre ello —respondió el esclavo.
—No voy a causar ningún problema, sargento —dijo Ulrika—. Estoy aquí
para servir, aunque tus maestros, aún no confían en mí.
Stahleker la miró de nuevo.
—¡Eres una espía!
Ulrika se encogió de hombros, y fríamente, respondió.
—Eso es lo que piensa de mi von Graal.
El sargento continuó mirándola, luego maldijo y miro de nuevo al interior de
la tienda de campaña.
—Espérame uno momentos, Mags, tengo que hacer unas cosas.
El sargento salió de la tienda, vestido sólo con un par de caídos calzones, y se
dirigió hacia la tienda del lado.
—¡Rachman, saca tu culo afuera!
Después de un momento de ahogadas maldiciones, un nervudo larguirucho,
tan feo, como pálido, en comparación con Stahleker, que estaba moreno, salió a
trompicones de la tienda, mirando a su alrededor, parpadeando.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Necesito que le encuentres una tienda de campaña, y le pongas un par de
guardias, para vigilarla —dijo Stahleker, mientras apuñalaba con uno de sus
gruesos dedos a Ulrika—. Y una vez este dentro, coloca estacas a su alrededor,
con las puntas mirando hacia arriba, no es que vayan a servir para nada.
—¿Pero…? —dijo Rachman—. Pero ella es un vampiro.
—No hagas preguntas —ladró Stahleker—. Simplemente hazlo. Ya lo
solucionaré todo después de la diana. Ahora voy a volver a mi tienda.
Ulrika se volvió hacia el esclavo mientras Rachman despertó más hombres y
les ordenaba preparar una tienda para ella. Aunque prefería cazar, no tenía otra
opción.
—Vayamos bajo un árbol, me gustaría alimentarme.
El esclavo temblaba de anticipación.
—Sí, señora.
Ulrika sonrió mientras ella se lo llevó detrás de las tiendas de campaña y
comenzó a beber. Si quería escapar de ella no carecía de oportunidades para
hacerlo. Había suficiente oscuridad bajo los árboles, podría moverse durante el
día y sobrevivir, aunque sería muy doloroso hasta el anochecer, y luego regresar
de nuevo, con von Messinghof. Pero a pesar de que ahora sabía que Kodrescu
pretendía atacar al conde, no sabía cómo, ni cuándo.
Tampoco sabía si quería volver con von Messinghof.
18
Stahleker y Morgenthau
* * *
Ulrika acaricio la cabeza de Yasim, y la yegua corrió por la maleza como un
viento rojo, distanciándose fácilmente del nervudo caballo de Ostermark de
Stahleker. Yasim era esbelta y grácil en sus delicadas pezuñas, y cuando Ulrika
levantó los estribos, se encorvó hacia delante, de modo que su cabeza casi de
apoyó en su cuello, y en estos momentos se sentía como si estuviera montando
sobre el viento. Ulrika sonrió. A pesar de haber montado una criatura alada, ella
no debería de haber encontrado montar a caballo tan emocionante, pero había
algo en la cercanía del suelo, que le añadía una sensación de peligro y emoción.
En el cielo no había obstáculos que esquivar. ¿Dónde estaba el reto? Aquí podría
estrellarse o caerse en cualquier momento, por culpa de una raíz, un árbol caído,
o una rama baja, que podría hacer que se cayera del caballo y se rompiera los
huesos. Era glorioso.
—¡Estas cerca de recibir un disparo! —gritó Stahleker detrás de ella.
Ulrika miró hacia atrás. El sargento tenía una pistola y estaba entrenado en
su uso, para disparar a caballo, pero estaba muy atrás, además estaba tan oscuro
bajo los árboles, que era poco probable que acertada, unos cuantos pasos más,
entraría en una curva en el camino, y estaría fuera de su línea de fuego por
completo. Ulrika sonrió. ¿Y se preguntó si podía acertarle?
Yasim parecía lo suficientemente rápida para correr más rápido que una bala.
Ulrika tiró de las riendas y desaceleró a un ligero trote, para que Stahleker,
pudiera alcanzarla.
—Sólo probaba su galope, sargento —dijo Ulrika mientras palmeaba el cuello
de Yasim—. No tiene por qué preocuparse.
—Mi única preocupación sería darle al caballo —dijo Stahleker—. Eso sería
muy desafortunado y vergonzoso.
Ulrika lo miró, curioso.
—No me tienes miedo. Y tampoco me adoras al igual que muchos de los
otros.
Stahleker se encogió de hombros.
—Ningún hombre en su sano juicio le tendría miedo a algo que podría
arrancarle la cabeza sin esfuerzo, pero hemos estado montando a su lado,
durante mucho tiempo, y se podría decir, que ya me he acostumbrado a ello.
—¿Eres uno de los esclavos de sangre de los sylvanos?
Stahleker escupió.
—No somos los esclavos de nadie. Esto es estrictamente negocios. Cuando
necesitan caballería recurren a nosotros, porque no pueden confiar en sus siervos
de rodillas temblorosas, y nos pagan un bien dinero por ello.
—Así que no tienes ningún reparo en ponerte del lado de aquellos cuyo
expreso deseo es la destrucción del imperio y la subyugación de la humanidad.
—¿Acaso el imperio ha hecho algo por nosotros? —preguntó Stahleker—.
Nosotros un vez fuimos simples criadores de caballos, como lo fueron los padres
de nuestros padres, criábamos a nuestros rebaños en las praderas de Ostermark.
Pero cada vez que el Imperio, marchaba a la guerra hacia el norte, nos robaban
los caballos y saqueaban nuestras tiendas en busca de forraje. Y nunca nos daban
nada a cambio. ¿Y cuándo las hordas llegaban tan al sur? La misma historia,
violaciones, saqueos y masacres y matanzas, y los soldados imperiales
acobardados en el sur. Estamos solos en nuestro deber de mantener la frontera.
Ulrika asintió. Había oído la misma historia en las tierras de su padre.
—Después de vagar sin tener nada que llevarnos a la boca, lo cogimos por la
fuerza, para salir adelante —continuó Stahleker—. Fue entonces cuando el
Imperio se dio cuenta de nuestra existencia, y nos trató como si fuéramos
cuatreros, bandidos y cosas peores. Nos desplazamos hacia el sur, para
convertirnos en granjeros, pero no había tierras que labrar, las plantas no crecían
bien, así que no nos quedó otra opción que convertirnos en lo que somos, en
bandidos y ladrones y fuimos moviéndonos hacia el sur siguiendo el curso del rio
Stir hasta que llegamos a Sylvania cuando los hombres especiales vinieron a
cazarnos.
Stahleker asintió con la cabeza hacia el campamento.
—Fue entonces cuando los condes vampiros nos encontraron. Sus propios
vasallos viven en el más absoluto terror, los esclavos solo pueden pensar como
esclavos. Por lo que necesitan a alguien que no se doblen de rodillas como los
esclavos, y aquí estamos. Ellos nos pagan y nosotros luchamos. Tan simple como
esto.
—¡Bueno! —dijo Ulrika—. Espero que haya algo con que gastar su dinero, en
cuando ganen al Imperio.
—¡Si ganan! —gruñó Stahleker, y luego frunció el ceño—. Esto ha sonado
como si no quisieras que ganaran.
Ulrika se encogió de hombros.
—Estoy aquí por venganza. Quiero tener mi estoque manchado de sangre. El
resto no importa.
Ulrika dio la vuelta a Yasim, y de repente enfadada, clavó las espuelas.
—Te veré cuando regreses al campamento —gritó Ulrika, y se alejó al galope
tan rápido como pudo.
* * *
Morgenthau llegó la noche siguiente, después de haber marchado todo el día,
mientras era llevado dentro de un ataúd por sus seguidores humanos. Su fuerza
era poco más que una partida de guerra, y a la vez era temible. Doscientos
lanceros humanos, treinta tumularios armados y montados y otros tantos
Caballeros sangrientos, y una serie de formas fantasmales a la deriva que se
ocultaban en las sombras debajo los árboles y de ellos emanaba un frío
escalofriante que hizo que los veteranos endurecidos como Stahleker se
acurrucan cerca de sus fuegos.
La reunión no fue muy amigable. Kodrescu salió de su tienda de campaña tan
pronto como los descomunales portadores de Morgenthau, dejaron el pesado
ataúd revestido de hierro en el suelo, retiraron la manta de piel que lo recubría, y
abrieron la tapa.
El vampiro que se levantó, parecía que tenía sangre strogoi, era calvo y
horriblemente deforme y feo, aunque había hecho grandes esfuerzos, para tratar
de disimular esas cosas en su modo de vestirse. Llevaba un traje con relieves
dorados, y una armadura roja, que utilizaba anchas hombreras, y grandes
guanteletes para tratar de ocultar sus hombros encorvados y sus brazos
alargados, mientras que la máscara de metal que protegía su rostro, intentaba
parecerse a un dios noble.
Por desgracia, no podía ser oído claramente con ella puesta, y tenía que
quitársela para hablar, revelando un rostro arrugado, sin nariz, con grandes
colmillos sobresaliendo de su boca como dagas. Lo peor eran sus ojos saltones,
con los orbes enrojecidos en un tono rosado. Von Messinghof lo había llamado
el estratega más hábil entre los traidores, pero también el menos cuerdo.
—¡Estúpido desobediente! —gruñó Kodrescu como el vampiro se inclinó
delante de él—. ¿No te dije que te quedaras y esperaras?
—¡No me atreví, señor! —dijo Morgenthau en un tono como si desgarraran
pergamino—. Ya no podía fingir. No podía contener mis ganas de rajarle la
garganta, si me hubiera quedado se habría dado cuenta.
Los ojos de Kodrescu se encendieron.
—¿Así que tu excusa, para desobedecerme, es que no podías controlarte? Eres
el más débil de todos.
—¡Dame una batalla, y yo te mostraré lo débil que soy! —exclamó
Morgenthau—. Von Messinghof, traza planes y me dice que espere, y tú haces lo
mismo. ¡Vine al Imperio con intención de masacrarlo! ¡No para sentarme en
medio del Stirwood y esperar! ¡Quiero pelear!
Kodrescu se burló.
—¿Y cómo voy a confiar en ti en la batalla cuando, acabas de demostrar que
no puedes obedecer la más simple de las ordenes? —preguntó Kodrescu—.
¿Cómo sé que no huiras del campo de batalla, a las primeras bajas, y dejes uno de
mis flancos indefenso?
—¡Sé sobre el arte de la batalla! —declaró Morgenthau, desafiante—. ¡No
necesito lecciones!
—¡Debería alimentar a Colmillo blanco con tu desobediencia! —dijo
Kodrescu, acariciando su antigua espada—. Pero no voy a matar
caprichosamente a un Señor de la noche. En vez sólo voy a alimentarme de ti.
¡Desnuda tu cuello!
Morgenthau le miró con incredulidad.
—¡Qué! ¿Qué me acabas de ordenar?
—Tu sangre necesita enfriarse —dijo Kodrescu, dando un paso hacia él—. Y
tu lealtad necesita reforzarse. Con esto lograremos las dos cosas.
Morgenthau gruñó y se echó hacia atrás, mientras colocaba su mano sobre la
empuñadura de su espada.
—No eres mi padre. Y no voy a someterme. Si quieres mi sangre tendrás que
ganártela.
Kodrescu dio otro paso. Su mano no se dirigió hacia su espada, pero la
empuñadura enjoyada brillo con avidez.
—Soy tu líder, y por tu culpa he perdido tiempo y el factor sorpresa. Si no
descubres tu cuello para mí, entonces saciaré el hambre de Colmillo de lobo, y
otro liderada a tus soldados. ¡Ahora de pie!
Morgenthau tragó, con los ojos de color rosa mirando a la multitud que le
rodeaba, que simplemente observaba el desarrollo del drama.
—¿Vas a humillarme antes todos? ¿Delante de mis hombres?
—Tú mismo te humillas con tus balidos —dijo Kodrescu.
Morgenthau se congeló, agarrando la empuñadura de su espada, cuando
Kodrescu dio el último paso, y se colocó frente de él. Ulrika dedujo por la forma
en que sus dedos temblaban sobre la empuñadura, que Morgenthau estaba
contemplando atacar, pero algo posiblemente el magnetismo de Kodrescu, o su
reputación como duelista, le hacían vacilar. Después de un momento, soltó la
empuñadura, y agachó la cabeza, luego hizo una seña a sus portadores del
féretro.
Dos de ellos se movieron hacia adelante, y con la velocidad practicaba le
quitaron las hombreras, y mostro el cuello.
—¡Estas humillándome, mi señor! —dijo Morgenthau, volviendo la cabeza—.
No lo olvidare.
Kodrescu disparó a su mano, más rápido de lo que Ulrika pudo, y sacudió a
Morgenthau, luego hundió sus colmillos en su cuello desnudo como un lobo
desgarrando un ciervo. Morgenthau gritó de miedo y forcejeo, pero Kodrescu lo
aplastó en un abrazo de oso, inmovilizándole aún más.
Ulrika se quedó mirando, fascinada y horrorizada. Había experimentado
alimentarse de un vampiro, pero había sido como hacer el amor, un intercambio
mutuo de sangre, fuerza y placer. Esto no lo era. Era como alimentarse del
ganado, Kodrescu se alimentó con toda la calma, como un médico examinando
una herida, y aunque Morgenthau se estremecía, Ulrika pensó que era por la
vergüenza en lugar del placer. O tal vez era otra cosa, era por la dominación pura
y simple, el líder de la manada mostrando su superioridad ante un advenedizo,
delante de los otros lobos.
Ulrika tenía poca simpatía por Morgenthau. A pesar de que entendía su
deseo para la acción, lo que había hecho era de hecho una tontería y merecía un
castigo. Al mismo tiempo, lo que hacía Kodrescu también era una tontería. Un
buen líder no haría parecer débil a un subordinado ante sus hombres. No tenía
nada que ver con fortalecer el ejército de Kodrescu, más bien era un modo de
reforzar su orgullo. Estaba empezando a entender por qué von Messinghof, veía
a todos estos lobos que se estaban pavoneando como débiles. Ella no se había
unido a los sylvanos para ayudar a tejer una red de intrigas. Ella se había unido
para ser una loba, y Kodrescu era un lobo.
Cuando terminó de alimentarse, el general empujo a Morgenthau, que de
nuevo se encontró en su ataúd, medio inconsciente.
—¡Alejadlo de mí! —les dijo Kodrescu a los portadores del féretro—.
¡Marcharemos dentro de una hora!
Las tropas del general comenzaron a levantar el campamento en ese
momento.
Los exploradores se adelantaron, mientras que la fuerza de Morgenthau
había permanecido en una formación de marcha, permitiendo al ejército
combinado, ponerse en marcha antes de un par de horas. La velocidad tuvo un
costo, sin embargo. Aunque los Caballeros no-muertos de Morgenthau
cabalgaban sin quejarse, sus cien lanceros humanos, cansados de haber
marchado durante todo el día, se fueron derrumbando uno a uno a lo largo del
camino.
Kodrescu, con Ulrika a su lado, cabalgó arriba y abajo de la línea,
inspeccionando el orden de la macha, y no pareció importarle. Su caballo pisoteo
un lancero caído bajo sus cascos, y cabalgó sin mirar hacia atrás.
—¿No estás preocupado por la disminución de tus fuerzas? —preguntó
Ulrika.
—La rapidez es más importante —respondió Kodrescu—. Llevamos un día
de retraso. Debo tomar el monasterio y el pueblo que le sirve, y levantar sus
muertos, para a continuación, volver al Stirwood para conducirlos contra von
Messinghof antes de que realice su ataque contra Karl Franz. Morgenthau ya me
ha ralentizado bastante. No voy a permitir que su carne de cañón me retrase aún
más.
Así que ese era su plan.
—Veo que mantendrás tu promesa, aunque no del modo que esperaba von
Messinghof.
Kodrescu sonrió.
—Le traeré a los muertos del pueblo y del monasterio, tal como me pidió, y a
continuación, los arrojare hacia su garganta.
—¿Y no temes que la batalla debilite tu propia fuerza antes de atacar a Karl
Franz?
—Von Messinghof es débil —dijo Kodrescu, levantando su esculpida barbilla
—. Cuando vea las fuerzas que lance contra él, capitulará. Y si no lo hace, lo
aplastaré. Apenas tendrá una oportunidad de devolver el golpe.
Ulrika montó en silencio, mientras Kodrescu ocupaba su lugar a la cabeza de
la columna. Ahora sabía lo que von Messinghof le había pedido que descubriera.
Ahora podía escapar, robar a la criatura alada, de donde estaba enjaulada, e
informar sobre los planes de Kodrescu. Pero, por otro lado, ¿de qué serviría
hacerlo? Von Messinghof podría prepararse para Kodrescu, pero no sabría a qué
fuerzas se enfrentaba. ¿No era mejor esperar hasta después de la batalla del
monasterio e informe del estado de la fuerzas de Kodrescu, una vez hubiera
levantado a los muertos? ¿O era sólo una excusa para no regresar?
19
La araña o el lobo
* * *
—Una victoria total, señor —dijo von Graal mientras cabalgaba al lado de
Kodrescu—. Están todos muertos, incluyendo un poderoso sacerdote guerrero y
un puñado de cazadores de brujas, y podremos añadir cincuenta cadáveres
montados a nuestra horda.
—¡Perfecto! —dijo el general, y luego miró a Ulrika—. ¿Y cómo se comportó
nuestra nueva adquisición?
Von Graal resoplo.
—Moderadamente bien, señor. Fue lo suficientemente valiente, pero se
arriesgó innecesariamente, como habrá podido observar por sus heridas.
Kodrescu la miró.
—¿Es esto verdad?
Ulrika levantó la cabeza con un esfuerzo. Aún necesitaba de toda su fuerza de
voluntad para permanecer en la silla de montar. La sangre que había bebido le
había ayudado a sanar sus heridas, pero todavía se sentía como si alguien le
hubiera insertado un ladrillo caliente en el pecho, y cada movimiento de su
caballo, le provocaba muecas de dolor. Sin embargo, no podía permanecer en
silencio, ni siquiera si eso significaba hacerlo delante de von Graal. No iba a dejar
que la intimidara con sus amenazas.
—¡No! —dijo con voz ronca.
Von Graal le lanzó una mirada asesina, y abrió la boca para replicar, pero
Kodrescu hablo primero.
—¿Qué quieres decir?
—Von Graal no te ha dicho la verdad. Huyó del campo de batalla, envuelto
en el fuego del sacerdote. Fui yo quien abatió al sacerdote guerrero, y…
—¡Mentirosa! —exclamó von Graal—. ¡Yo no huí! ¡Fui yo quien mato al
sacerdote guerrero, a pesar de tu desobediencia y las quemaduras que me
provoco! ¡Estas tratando de conseguir gloria, a costa mía!
Kodrescu levantó una mano.
—¡Termina tu historia, chica!
—No hay mucho más que contar, señor. Maté al sacerdote y luché contra los
cazadores de brujas, y poco después, el capitán von Graal regresó y mató al
último de ellos y la batalla terminó.
—¡Más mentiras! —gritó von Graal—. ¡No hizo nada para ayudarme!
Kodrescu mantuvo sus ojos en Ulrika.
—¿Puedes probar lo que has dicho?
Ulrika von miró Graal. En estos momentos era su palabra contra la suya, y no
tenía dudas de que Kodrescu se inclinaría a favor de favor de von Graal, pero
había testigos. Todo lo que tenía que hacer era llamar a Stahleker para decirle lo
que había pasado. Sin embargo, no podía obligarle a hablar contra von Graal, ya
que sin duda le costaría su Mags y su vida, pero Stahleker no parecía el tipo de
hombre a dejar que lo pisotearan sin luchar, incluso si el otro era un vampiro.
Ulrika apretó los puños alrededor de sus riendas. ¿Dónde estaba el problema?
¿Por qué dudaba? ¿Por qué debería importarle lo que le pasara a Stahleker? Tan
sólo era un hombre, después de todo, y había jurado venganza contra toda la
humanidad. Pero le había encontrado sangre cuando lo necesitaba, y era un buen
oficial. Ulrika negó con la cabeza.
—Sucedió como he dicho, pero no puedo demostrarlo, solo puedo dar mi
palabra.
Von Graal se burló de ella.
—¿Y qué valor tiene tu palabra? Ya has traicionado a von Messinghof, y a las
lahmianas. —Von Graal se volvió hacia Kodrescu—. Mi señor, tengo que vengar
este insulto a mi honor. Quiero desafiar a esta conspiradora a un duelo.
Ulrika sonrió. Allí estaba, tal como había prometido. Von Graal sabía que no
podría contenerse. Lo había sabido desde el principio, era un modo de matarla
sin levantar la ira de Kodrescu.
Kodrescu asintió con gravedad.
—Lo lamento, pero estas en tu derecho. Tendrás tu duelo.
—¡Acepto! —dijo Ulrika—. Aunque espero que mis señores me permitan
recuperarme de mis heridas.
—¡Por supuesto! —dijo Kodrescu.
—¡Señor! —dijo von Graal—. Ella es la responsable de sus heridas, y debería
estar preparada para luchar con ellas.
—¿Y estas preparado para luchar contra ella, sin sus heridas? —dijo
Kodrescu—. Esto es un asunto de honor, capitán. No un asesinato.
Kodrescu hizo un gesto con la mano, y continúo.
—Vas a luchar contra ella después de que tomemos el monasterio. Ahora
trata tus propias heridas y felicidades por tu victoria.
Von Graal se inclinó con rigidez.
—Gracias, señor. Y estoy preparado para luchar contra ella, bajo cualquier
circunstancia.
Y a continuación se alejó, muy erguido sobre su silla de montar.
Ulrika observó cómo se alejaba, y luego se volvió a Kodrescu.
—Señor, he dicho la verdad. Sacrificó nuestra ventaja, para poder enfrentarse
con el sacerdote guerrero.
Kodrescu le miro fríamente.
—No sigas —dijo Kodrescu—. No es honorable, si piensas que es un
incompetente, mátalo y asume el mando de sus hombres.
Ulrika parpadeó.
—¿Sin más?
—El más fuerte debe prevalecer —dijo Kodrescu—. Esa es la ley de la
naturaleza, y también la mía.
—¿Y si alguien trata de matarte para liderar a tus hombres?
Una sonrisa salvaje apareció en el rostro de Kodrescu y él acarició la
empuñadura de Colmillo de lobo.
—¡Que lo intenten!
* * *
Ulrika cabalgó en silencio mientras la columna continuaba hacia el norte, con su
mente confundida. Cuando se había encontrado con Kodrescu, este le había
ofrecido batallas y gloria, y se había sentido tentado por ello, lo que más deseaba
cargar contra el monasterio, quería luchar sin reservas. Pero al mismo tiempo,
cuando más sabía de Kodrescu, más estúpido lo encontraba.
No era un buen general, como tampoco von Graal era un buen capitán. Un
buen general, promocionaba a los mejores hombres, no a los mejores duelistas.
Esto era un juego para él. No le importa realmente si Sylvania ganaba la
guerra que se avecinaba. Solo estaba aquí, para ganar gloria. No era un
conquistador, o un gobernante, solo era un simple salvaje. ¿Pero era mejor que el
frío manipulador de von Messinghof? El conde la había herido con plata. Con la
misma frialdad, con que se hubiera ajustando su collar. Con una tranquilidad,
que todavía hacia que temblara.
Entonces ¿la araña o el lobo? ¿A quién tenía que darle su lealtad? Ambos
podían darle la venganza que ansiaba, ¿pero por cuánto tiempo? ¿Quién de los
dos le permitiría luchar durante más tiempo? Pero la verdadera pregunta era:
¿quién iba a ganar, cuando se enfrentaran entre ellos? ¿Serían las tácticas de von
Messinghof, o lo haría Kodrescu, con la ayuda de la horda de muertos viviente
que resucitaría después de la batalla la señora Celia?
Ulrika se detuvo. Cuando la piel de gallina aumento en sus brazos, porque de
repente sabía la respuesta. El que ganaría, sería el que contara con su ayuda. Si se
quedaba con Kodrescu y no advertía a von Messinghof de sus planes, Kodrescu
ganaría. Si escapaba e informaba a von Messinghof de los planes de Kodrescu,
von Messinghof podría tenderle una trampa y destruirlo. Ulrika siempre había
sido un peón, en los juegos de otros, desde que había muerto, pero ahora tenía el
poder de ser una hacedora de reyes.
Entonces, la pregunta seguía siendo ¿la araña o el lobo?
20
Afilando cuchillos
Después de mucho reflexionar, se dio cuenta que era una decisión difícil. Ulrika
podía ser capaz de ayudar a la derrota Kodrescu ayudando a von Messinghof,
pero tarde o temprano Kodrescu se derrotaría a sí mismo con su vanidad y su
orgullo. Por otro lado von Messinghof, tenía cerebros y era un astuto político,
que podría sobrevivir durante y después de la guerra. Si Ulrika le ponía la corona
en la cabeza, iba a gobernar bien y le daría sus ansiadas batallas para toda la
eternidad.
Bueno. Fue un alivio tenerlo claro en su mente. Pero ¿cuál era el mejor modo
de ayudarlo? Si volaba de regreso a von Messinghof con los planes de Kodrescu,
seguramente el conde sería capaz de montar una emboscada y muy
probablemente derrotar al renegado, pero la batalla podría diezmar a los dos
ejércitos y dejar a los sylvanos demasiado débiles para atacar a Karl Franz.
¿Había algún modo, de que pudiera sabotear a Kodrescu antes de irse?
Por un momento pensó en traicionarlo ante los templarios del Monasterio de
la Rosa negra y dejar que ellos lo destruyen, pero luego lo borró de su mente.
Von Messinghof no le daría las gracias por el sacrificio de tropas que consideraba
suyas. No, la destrucción de los templarios y levantar a sus muertos era la clave
para el plan contra el Emperador. Tenía que suceder, pero cuando pasara,
Kodrescu tendría un enorme ejército de zombis bajo su mando, y que haría que
fuera más difícil de derrotarlo, cuando un pensamiento repentino recorrió como
el hielo su columna vertebral, y se agarró a su silla de montar para no caerse. ¿Y
si ese enorme ejército estuviera bajo su mando?
¡Por los dientes de Ursun! ¡Von Messinghof solo tendría que sentarse y
tomar nota! ¡Y no tendría que volver a quedarse en los cuarteles después de eso!
¿Pero… pero podía hacerlo? ¿Podría matar a un vampiro tan seguro de sus
habilidades que invitaba a sus subordinados a desafiarlo? Sus ojos se posaron en
sus alforjas, donde las pistolas, con sus proyectiles de plata estaban ocultas. Tenía
un modo de hacerlo, pero ¿el resto del ejército le seguiría?
Sus ojos se movían alrededor de la columna, observando a todos los
jugadores. Estaba von Graal, sin duda, tendría que lidiar con él, ya que no se
sometería a su mando. De hecho, si Kodrescu moría, intentaría tomar el mando
para sí mismo. ¿Podría derrotarlo en su duelo, o debería encontrar un modo de
matarlo de antemano? De cualquier modo, tenía que morir.
Morgenthau, por otra parte, parecía fruta madura. Ulrika había visto como
Kodrescu lo humilló. Él probablemente no tendría problemas para traicionar al
general, pero al mismo tiempo, ya había traicionado a von Messinghof. Sería
difícil convencerlo de que el conde le daría la bienvenida con los brazos abiertos.
Tampoco podía confiar en que se cambiara de bando, si se le presentaba la
oportunidad.
¿Y la señora Celia? Era la más poderosa de todos, y la amante de Kodrescu.
No podía esperar ninguna ayuda por su parte. Lo más seguro que tendría que
matarla. Von Messinghof contaba con el ejército de no-muertos que levantaría
para él.
¿Cómo podría convencerla para unirse a Ulrika, después de que ella hubiera
matado a su amante? Parecía imposible. Tal vez podría ser engañada de algún
modo, pero Ulrika no sabía cómo.
Miró a Stahleker. Y con amarga ironía, supo que el ser humano era el único
que pensaba que podía confiar. Había demostrado ser de mente clara, pero
después de la forma que von Graal le había tratado, su lealtad a sus amos
actuales, podía dirigirse hacia el punto de la ruptura. ¿Pero era suficiente? En este
momento sus cuatrocientos hombres formaban el grueso del ejército. Kodrescu,
von Graal y Morgenthau sólo tenían un centenar entre caballeros sangrientos y
tumularios, entre los dos, pero después de tomar el monasterio y la ciudad sería
diferente. Von Messinghof le había dicho Ulrika que la ciudad de Bruchben tenía
aproximadamente tres mil ciudadanos, y había más de trescientos caballeros y
acólitos en el monasterio. Una vez que todos fueran asesinados, y levantados por
la nigromancia de lady Celia, Los soldados de Stahleker serían superados en un
número diez a uno.
Ulrika se mordió el labio. Stahleker era la clave, pero si no podía conseguir
que Morgenthau se pasara a su lado y descubrir un modo de lidiar con von Graal
y la señora Celia, no sería suficiente. ¿Cómo iba a hacerlo? Tendría que pensar en
todo ello, y rápido. La batalla por el Monasterio de la Rosa negra tendría lugar
esta noche. El ejército de Kodrescu había acampado dos horas antes del
amanecer. Bruchben y el monasterio estaban lo suficientemente cerca que
podrían haberlos alcanzado antes del amanecer, pero no les habría dado tiempo,
para la batalla. En su lugar, plantaron sus tiendas fuera del alcance de las
patrullas lejos del monasterio, e iniciaron los preparativos finales.
Kodrescu llamó a sus oficiales en su tienda de campaña y los reunió en torno
a un mapa aproximado del monasterio y de la ciudad. El monasterio estaba
escondido entre unas colinas boscosas con vistas a un valle cultivado, a través del
cual fluía el río Werkenau. Bruchben estaba en el mismo lado del río, a media
milla por el bosque hacia el oeste a través de un estrecho sendero. Un camino
más amplio corrió por el lado más alejado del Werkenau, y había puentes que
cruzan el río, y que conectaban con el monasterio y la ciudad.
Kodrescu señaló al monasterio.
—El monasterio esta fortificado, y sus muros son impenetrables para
nosotros. Si tuviéramos que poner asedio, tardaríamos semanas en abrir una
brecha. Y no tenemos el tiempo para eso.
—Entonces, ¿cómo entramos? —preguntó Morgenthau.
—No lo haremos —dijo Kodrescu, sonriendo—. Ellos vendrán a nosotros.
Kodrescu señalo con el dedo a la ciudad.
—La Guardia Negra ha jurado luchar contra los muertos vivientes donde
quieran que aparezca, y el monasterio tiene lazos fuertes con la ciudad. Muchos
de sus siervos e iniciados vienen de allí. Así que cuando sepan de que está siendo
devastada por un vampiro vil y sus esbirros no tendrán más remedio que acudir
en su ayuda y cuando lo hagan…
Y con un dedo describe un círculo alrededor de la ciudad.
—El resto de nosotros les estaremos esperando.
—Pero no abandonaran todos el monasterio —dijo von Graal—. Y para los
que queden, aún podrán esconderse tras sus muros.
—Es cierto —dijo Kodrescu—. Seguirá siendo imposible para nosotros
entrar. Es por eso que no haremos pasar por ellos, nos disfrazaremos con las
armaduras de los templarios que matemos en Bruchben, los lanceros de
Stahleker viajarán al monasterio y mataran a los sacerdotes que queden. Y luego
acabaran con el resto.
Ulrika frunció el ceño. ¿Y quién sería el resto? ¿Unos funcionarios y mozos
de cuadra? ¿Dónde estaba la gloria en eso?
—Supongo que voy a ser el vampiro vil que amenace la ciudad —suspiró
Morgenthau—, ya que tengo todo el aspecto de ello.
Kodrescu negó con la cabeza.
—Ya te lo dije, capitán. Aún no puedo confiar en ti, para la batalla. —Y
señalo el puente que cruzaba el Werkenau cerca del monasterio—. Vas a
mantener este puente y asegurarte de que los templarios, no traten de cruzar el
rio, y nos ataquen por detrás.
—Pero… pero eso es improbable —farfulló Morgenthau—. Van a utilizar el
sendero forestal, y me quedaré fuera de la acción por completo.
—Hasta un perro aprende a obedecer órdenes simples como sentarse y
quedarse quieto —dijo Kodrescu—. Por lo que no se mereces estar en la batalla.
—¡No soy un perro! —gruñó Morgenthau.
—¡Entonces demuéstralo! —dijo Kodrescu—. Demuéstrame que puedes
seguir las órdenes y te permitiré que seas un lobo de nuevo.
Morgenthau abrió la boca para replicar, pero von Graal habló primero.
—Entonces, ¿quién va a atacar a la ciudad? Seré yo, sin duda.
—¡No! —dijo Kodrescu—. Eres demasiado valioso como para correr el
riesgo.
Kodrescu se dio vuelta hacia Ulrika.
—Va hacerlo la chica, con cuarenta de los lanceros, con algunas compañías
de esqueletos montados de Morgenthau y que el terror alado de von Messinghof
les ayude.
Ulrika parpadeó, insegura de si se debía se sentirse honrado o insultado. Era
agradable a oír que el general confiaba en ella más que en Morgenthau, pero en el
mismo tiempo, había sugerido que era más prescindible que von Graal, tan
prescindibles como los lanceros, que enviaba por delante para ser carne de cañón
dos veces en una noche.
—¿Yo? ¿Está seguro, señor?
—Me dijiste que deseabas vengarte de la humanidad —dijo Kodrescu—. Esta
es tu oportunidad de empezar. La ciudad de Bruchben debe ser borrada de la faz
de la tierra.
Ulrika se emocionó al oír sus palabras, sus temores de ser prescindible, se
desvanecieron. Por fin se le permitía su venganza, y Kodrescu dejaría que fuera la
líder de hombres, que estaba destinada a ser. Casi era suficiente, para hacerle
reconsiderar su idea de traicionarlo.
Poco tiempo después de la reunión, Ulrika se dirigió a la tienda de
Morgenthau y lo encontró caminando de un lado a otro mientras sus
descomunales siervos, pulían su armadura y armas, él la miro con sus ojos
rosados en cuando entro.
—¿Qué deseas?
—¿Aún estás enojado con la decisión de Kodrescu?
Los ojos de color rosa se estrecharon.
—¿Acaso eres una espía de Kodrescu?
—¿Cómo puedes pensar eso? —preguntó Ulrika—. Es posible que te haya
ordenado sentarte y no hacer nada. Pero a mí, me ha convertido en el cebo de
una trampa, y espera que muera en Bruchben.
Ulrika miró hacia la puerta.
—Yo fui la que gano la batalla de von Graal para él, y Kodrescu lo sabe, pero
el cobarde pelirrojo será el que realice la emboscada, mientras que yo seré
pisoteada, en la primera carga, ya que soy prescindible.
—¿Y por qué me lo dices? —preguntó Morgenthau—. ¿Me quieres para que
te el pésame? Por favor, preferiría estar solo.
—Lo que quiero —dijo Ulrika, dando un paso hacia él— es que me respondas
a una pregunta. ¿Estás lamentando tu decisión?
Morgenthau la miró con el ceño fruncido, luego sus ojos se abrieron y
desenfundo una daga.
—¡Acaso eres una espía de von Messinghof!
—¡No! —dijo Ulrika, levantando sus manos—. Llegas a conclusiones
erróneas con facilidad.
Y Ulrika volvió la mejilla para mostrarle el corte que el cuchillo de plata de
von Messinghof, que le había hecho en el rostro. Que todavía estaba negra y sin
cicatrizar.
Morgenthau hizo una mueca ante la visión de la misma.
—Me ha marcado para toda la eternidad. Todo para que Kodrescu me
creyera, y lo he dejado para siempre —resopló Ulrika—. Fuera necesario o no, no
tenía intención de volver, después de esto. Es demasiado.
—¿Y no lo has hecho? ¿Acaso has cambiado de opinión otra vez? —se burló
Morgenthau.
—¿Y no lo harías tú también? —suspiró Ulrika—. Estamos atrapados entre
dos amos imperfectos, un pequeño tirano y un manipulador sonriente, y
tenemos que tomar una decisión.
—Es fácil para mí. Von Messinghof me cortaría la cabeza si volviera.
—¿Incluso si regresaras a la cabeza del ejército de Kodrescu?
Morgenthau se quedó boquiabierto, luego miró nerviosamente hacia la
puerta de la tienda. E hizo un gesto a sus dos hombres.
—Ulsler, Bohn, salid al exterior y aseguraos de que nadie se acerque a la
tienda de campaña.
Los hombres se inclinaron y salieron, y Morgenthau le hizo señas a Ulrika,
para que tomara asiento, y luego se inclinó conde estaba sentado.
—¿Crees que funcionaría? ¿Crees que me perdonaría si regresara con el
mando del ejército de Kodrescu?
Ulrika frunció el ceño, fingiendo estar pensando.
—Creo que tendrías que convencerle, de que desde el principio tenías la
intención de traicionar a Kodrescu, pero que no te atrevías a decírselo a nadie, ni
siquiera a von Messinghof, por temor a sus espías en el campamento. Pero con
tal fuerza bajo tu mano, lo único que podría hacer von Messinghof es darte la
bienvenida.
—Eso es cierto —dijo Morgenthau, con sus ojos de color rosa brillando—.
No puede permitirse el lujo de una batalla. Sería ruinoso para sus planes. No
tendría más remedio que aceptarme, pero…
Morgenthau miró hacia la puerta de nuevo.
—Pero ¿podemos hacerlo? ¿Tenemos la fuerza?
Ulrika escondió una sonrisa. Ya lo tenía. El resto era apenas detalles.
—Tenemos a Stahleker con certeza. Eso solo nos deja a von Graal, la señora
Celia y al mismo Kodrescu.
La frente de Morgenthau se frunció.
—Me gustaría enviar a ese cerdo, pavoneándose al vacío con una estaca en su
corazón por las humillaciones a las que me ha sometido —escupió Morgenthau
—. Pero es el más grande duelista en seis siglos, incluso sin Colmillo de lobo. No
viviría si me enfrentara a él.
—¡Olvídate de él! —dijo ella—. Tengo una idea. ¿Eres mejor de von Graal?
Morgenthau resopló.
—¿Ese pavo real? No es un espadachín. Está más preocupada por las joyas de
su empuñadura que por el filo de su espada. ¿Pero que tienes pensado hacer con
la señora Celia?
—Yo… Yo no lo sé todavía. No podemos matarla. Von Messinghof la
necesita para que levante a los muertos vivientes, pero…
Morgenthau resopló.
—¡Sería una estupidez dejarla con vida! ¡Si ese es tu plan, no quieren tener
nada que ver con eso! ¡Hay que matar a la amante de Kodrescu! Ella nunca se
unirá a ti. Ella te matara, y no habrá nada que puedas hacer para detenerla.
Ulrika apretó los dientes.
—Soy muy consciente de sus poderes. Von Messinghof me informó sobre
ellos. Tenía la esperanza de que juntos, pudiéramos encontrar algún modo…
—¡Juntos para morir! —le espetó Morgenthau—. No me uniré contigo, hasta
que estés de acuerdo en matarla, y me demuestres que puedes hacerlo, no antes.
Me reuniré contigo.
Ulrika le fulminó con la mirada, luego se inclinó y retrocedió hacia la entrada
de la tienda de campaña.
—Gracias, señor. Voy a pensar en lo que queda por hacer y volveré.
Ulrika salió de la tienda de Morgenthau y maldijo. ¿Qué podía hacer en estos
momentos? La trama podría haber terminado antes de empezar. Por supuesto,
podría acceder a las demandas de Morgenthau y demostrar que podría matar a
Celia con un proyectil de plata, pero la visión de llevar una poderosa horda de
muertos vivientes, al campamento de von Messinghof era demasiado poderoso
para negarla. Cualquier cosa que implicara la muerte de Celia sería un fracaso.
Pero ¿cómo iba a convencer a la nigromante, para que traicionara a su
amante desde hacía cuatrocientos años? Ulrika podría hablar lo suficientemente
bien como para influir en un perro azotado como Morgenthau, pero se
necesitaría la lengua, y la astucia de la condesa Gabriella para hacer que Celia se
volviera contra Kodrescu, y la lengua de Ulrika era más un mazo que un bisturí.
Su mente pensó en Galiana, que había sido la compañera de la Lahmia boyarina
Evgena en Praag. Ella había servido a la boyarina, durante casi tanto tiempo,
como Celia hacia servido a Kodrescu, y cuando murió Evgena, se quedó muy
confundida. Ella no sabía liderar, y le había rogado a Ulrika para que se quedase
y la ayudara con sus deberes. La pequeña muñeca había vivido tanto tiempo
como la mascota de Evgena que no sabía hacer otro papel. ¿Podría pasar lo
mismo con Celia? Si había estado sirviendo a Kodrescu durante cuatrocientos
años, era probable que no tuviera ambiciones de gobernar por su cuenta. ¿Qué
haría ella si Kodrescu moría? ¿La venganza la consumiría? ¿Se establecería por su
cuenta? ¿O buscaría otro maestro?
Ulrika pensó que podría adivinarlo, pero una suposición era una cosa
endeble a para construir un plan sobre ello, y desde luego no podía esperar a que
Morgenthau, se uniera a él. ¿Pero cómo podría averiguar qué haría Celia?
Sus pensamientos se arremolinaban en su mente, mientras trataba de pensar
en ello. Finalmente se los quitó de su cabeza, y pensó en irse a dormir, y a ver si
tenía alguna revelación en cuando se despertara. Pero primero era hora de
averiguar si Stahleker la admiraba tanto como él había profesado.
El mercenario se encontraba en su tienda de campaña, sentado en su catre,
tejiendo una trenza de pelo oscuro del cabello de una mujer rolliza con la cara
roja de mediana edad, quien a la vez le estaba vendando una herida en la pierna.
Que miró sospechosamente a Ulrika en cuando entró, pero Stahleker le
murmuró en su oreja y volvió a su trabajo.
—¿Entonces, ya te has recuperado del todo? —preguntó Stahleker.
—Un poco —dijo Ulrika—. Y te estoy muy agradecida que me encontraras
algo de beber.
—Te doy las gracias por acabar con el sacerdote del martillo, habría acabado
con nosotros —dijo Stahleker, mientras observaba el peto de Ulrika, que aún
tenía el agujero que le había hecho el cazador de brujas con su pisto—. Supongo
que has venido por una nueva armadura.
—En cierto modo —dijo Ulrika mientras miraba a su alrededor. No había
muebles en la tienda aparte del catre, así que se sentó con las piernas cruzadas
sobre la tierra desnuda—. Hay alguien al que quiero cambiar, y mi objetivo es
acabar con él, y quiero tu ayuda para eso.
Stahleker frunció el ceño.
—¿No estás hablando de von Graal? ¿Y tampoco de Morgenthau? —
Stahleker terminó de trenzar la trenza en el pelo de la mujer y se frota la barbilla
erizada—. ¿Me estás pidiendo que traicione a mi empleador?
—Te estoy pidiendo que vuelvas a tu empleador original.
—Gus, no es tu problema —dijo la mujer—. No te metas.
—Silencio, Mags —dijo Stahleker—. La chupasangres está en lo cierto, el
viejo Kodrescu nos lleva por el mal camino. Incluso si ganamos contra los
templarios y acabamos con von Messinghof, no duraremos mucho más.
Kodrescu nos arrojará contra Karl Franz von como Graal nos lanzó contra ese
sacerdote, todas las espadas y toda la gloria, el sacerdote lo envuelve en llamas,
antes de que pudiera acercarse a él. No tiene ninguna táctica.
—¿Pero y el dinero? —dijo Mags.
—El dinero no le sirve de nada a los muertos.
—¿Y quién dice que no acabaremos, si regresamos con von Messinghof? —
preguntó Mags—. No tiene motivos para confiar en nosotros, ¿verdad?
Stahleker parecía que iba a hacerla callar de nuevo, pero entonces miro a
Ulrika.
—Ese es un buen punto. Rompimos nuestro contrato. Kodrescu nos engañó,
pero podríamos haber regresado, si hubiéramos querido. ¿Cómo nos puedes
garantizar, que von Messinghof nos acogerá en su ejército, sin represalias?
—Seréis mis soldados, bajo mi mando y protección —dijo Ulrika—. Voy a
responder por ti. Nadie va a tocarte, ni siquiera von Messinghof.
Mags se la quedó mirando con escepticismo, y como también lo hizo
Stahleker.
—¿Te enfrentarías al conde, por gente como nosotros?
Ulrika hizo pausa. Se había comprometido a servir a von Messinghof, y
también había jurado vengarse de la humanidad. Y sin embargo aquí estaba,
diciendo, que intercedería ante Van Messinghof ante un mero humano. Pero
Stahleker no era como los demás seres humanos. No le tenía miedo, ni la odiaba.
No quería quemarla o ser su pretendiente. Parecía que la admiraba por quién era,
no por lo que era. Tenía su lealtad, y se merecía lo mismo por su parte.
Al mismo tiempo, ella no sabía si estaba lista para enfrentarse al conde sin
motivos. Ulrika lo admiraba como Stahleker la admiraba a ella. No porque fuera
un conde sylvano, sino porque era inteligente y un franco comandante. Había
sido honesto con ella desde el principio, incluso sobre el cuchillo de plata, y le
había dado las oportunidades a las que no tenía derecho esperar. ¿Sería capaz de
enfrentarse al conde por Stahleker?
—Sigo siendo leal al conde —dijo al fin—. Y no luchare contra él, pero
tampoco voy a permitir que te lastime a ti o a tus hombres sin razón. Si intenta
castigaros, intentaré hacerle cambiar de opinión, y si no puedo, entonces le
exigiré que cualquier castigo que os aplique, que también se me aplique a mí,
latigazos, el destierro o la muerte.
Stahleker y Mags se miraron.
—¿Incluso la muerte?
—Sí —dijo Ulrika—. Con una condición.
—De que se trata —dijo Mags.
Stahleker le hizo un gesto para que se callara.
—¿De qué condición se trata?
Ulrika puso una mano en su pecho.
—Os convertiréis en mis soldados de verdad, mis tropas personales, leales
solo a mí, sin importar el oro.
Stahleker frunció el ceño, e intercambió una mirada con Mags.
—Yo os pagare, por supuesto —dijo Ulrika rápidamente—. No vais a
empobrecer bajo mi servicio. Pero quiero más lealtad de la que el dinero pueda
comprar.
—Esa lealtad no se puede comprar —dijo Stahleker, sacudiendo la cabeza—.
Es… que hemos sido hombres sin amo desde el tiempo de nuestros abuelos y los
abuelos de estos. No queremos a ningún señor. No confiamos en ningún señor.
Luchamos duro para aquellos que nos emplean, pero les servimos para nuestro
propio placer, y del de nadie más y nos gusta de ir y venir como nos plazca.
Ulrika frunció su ojo.
—¿Me dices que no me quieres servir?
—Te he dicho lo que quiero, voy a seguirte, pero no me casare contigo.
Ulrika sonrió a pesar de sí misma.
—Bueno, no voy a exigirte lealtad personal, entonces. Lo que si voy a exigirte,
es que si tienes una oferta mejor, que me avises antes, para que pueda mejorarla.
—Muy bien —dijo Stahleker, pero se inclinó hacia delante hacia Mags, que la
miraba con ojos duros.
—Yo tengo otra condición —dijo Mags—. O no hay trato.
Stahleker parecía incómodo.
—¡Mags!
—¿Cuál es? —preguntó Ulrika.
—Nunca beberás de su sangre —dijo Mags con lágrimas en sus ojos—. Va a
ser tu sargento, no un esclavo de sangre.
Ulrika se relajó.
—No temas. No quiero esclavos. Los desprecio, quiero que me sigan por que
quieran, no porque los haya esclavizado. Así que acepto tu condición. Solo les
quito la sangre a mis enemigos.
—¿Puedes jurarlo? —preguntó Mags.
—Lo juro, por la memoria de mi padre —dijo Ulrika.
Stahleker palmeó una de las manos de Mags.
—Creo que no puedo pedirte más —dijo Stahleker. E hizo una pausa y miro a
Ulrika—. Oí lo que hiciste.
Ulrika frunció el ceño.
—¿Qué es lo que has oído?
—Rachman estaba cerca, cuando le contaste lo sucedido con von Graal y el
sacerdote martillo. Oyó al general, preguntarte su podías probar tu historia, y
oyó que le respondiste que no podías —dijo Stahleker mientras levantaba la
cabeza, y le miraba directamente a los ojos—. Podrías haberme llamada, para que
hablara y contara la verdad, podrías haberme forzado para que dijera lo que
había visto, y ponerme contra von Graal, pero no lo hiciste.
Stahleker puso su mano en una de las rodillas de Mags y la acarició
suavemente.
—Vas a tener nuestra lealtad, chupasangre. Mientras estemos contigo,
seremos tus tropas personales, y tendrás una advertencia razonable, cuando
queramos dejar de serlo.
El pecho de Ulrika se estremeció, y le tendió una mano.
—Eso es todo lo que puedo esperar, sargento. Gracias.
—¿Ahora, cuando realizaremos nuestro movimiento? —preguntó Stahleker
estrechándole la mano.
—No haremos nada, hasta que hayamos hecho lo que vinimos a hacer —dijo
Ulrika—. Y cuando la hagamos, no quiero que me llames capitán. Ese honor
recaerá temporalmente en otro.
Stahleker frunció el ceño.
—No lo entiendo.
Ulrika sonrió.
—Entonces voy a explicártelo.
21
Bruchben
* * *
Mientras esperaba para avanzar con los lanceros, Ulrika notó que Stahleker tenía
una trenza de pelo jengibre tejido en su pelo oscuro. Ulrika sonrió al verla.
—¿Has intercambiado votos con Mags?
Rachman soltó una carcajada y Stahleker se encogió de hombros,
avergonzado.
—Una vieja costumbre —dijo Stahleker—. En cuando regresemos a nuestro
hogar en Ostermark, no casaremos según las tradiciones.
Ulrika se rio entre dientes.
—Lo que esta entretejido, que no lo separe el hombre.
—Sí —dijo Stahleker, acariciando la trenza con cariño.
—Eso, y que la trenza le estrangulará si mira a otra mujer —dijo Rachman,
sonriendo.
—Eso también —dijo Stahleker, y Ulrika no podía decir si estaba bromeando.
Tras tres horas de esperaba los lanceros se inquietaron y se impacientaron,
pero al fin un murciélago llegó con un mensaje atado a su garra.
Ulrika con un suspiro de alivio, ordenó iniciar la marcha. A diferencia de
Kodrescu y Morgenthau, los lanceros no irían por caminos forestales ocultos.
Ulrika y Stahleker iban por el camino principal, sin ocultarse con antorchas
iluminando, con los tumularios montados en la parte delantera de la columna,
enarbolando un estandarte hecha con piel humana. Con el terror alado volando
por encima de ellos, con su alas oscuras totalmente extendidas.
El pecho de Ulrika se hinchó de emoción mientras iba a la cabeza de la
columna. Todo parecía estar bien. Iba hacia la batalla con el viento agitando su
pelo, y los hombres a su espalda, acompañados con el estruendo de los cascos, los
crujido y los tintineo de cuero, a la luz de la luna e iluminados por la antorchas,
reflejándose en sus cascos y las punta de sus lanzas. Y Ulrika se estremeció ante la
anticipación ansiosa que siempre le llegaba antes de una batalla.
Este era el lugar donde estaba destinado a estar. Esto era lo que quería hacer.
Unos kilómetros más adelante llegaron a la izquierda de una ramificación
que les llevaría directamente a la ciudad y Ulrika estimuló su caballo cuando lo
tomó. Y los caballeros de hueso y los lanceros siguieron su ejemplo. La columna
se desplazó por la antigua calzada de piedra y por el puente de madera que
cruzaba el Werkenau. Dos centinelas, en el otro extremo del puente se subieron a
sus caballos, y huyeron por la calzada al ver a los jinetes que se aproximaban.
Ulrika los dejó ir. Serían sus heraldos.
A medida que la columna se separó del bosque, Ulrika vio el pueblo delante
de ella. Se encontraba a un cuarto de milla de distancia, rodeado de granjas y
tierras de pastoreo. Las sombras de sus tejados de tejas se asomaban, por encima
de una empalizada de madera. Sus agudos ojos vieron a los dos centinelas del
puente, entrar por la puerta principal, y oyó con sus agudos oídos como le
gritaban a los centinelas de la empalizada.
—¡Cerrad las puertas! ¡Nos atacan unos jinetes!
Ulrika metió dos dedos en la boca y silbó, alto y estridente.
Recibió inmediatamente un grito de respuesta, en un tono demasiado alto,
para que los humanos pudieran oírlo, haciendo eco por encima de ella, y las alas
negras aceleraron hacia adelante.
—¡Cargad! —exclamó Ulrika, y espoleó a su caballo al galope.
Detrás de ella, los caballeros de hueso y lanceros aumentaron su ritmo con un
control perfecto, y el suelo tembló bajo sus pezuñas.
En la puerta, los guardias estaban frenéticamente empujando las puertas para
cerrarlas, pero en el último segundo, del cielo surgió una forma negra, con alas
de murciélago, y con el cráneo de león en su cabeza. Que se estrelló contra los
hombres, derribándolas al suelo, e impidiendo que cerraran las puertas. Los
guardias que quedaron en pie, huyeron, o dispararon con sus pistolas o arcos,
inútilmente contra la bestia que se abalanzaba hacia ellos, con sus enormes garras
delanteras.
Lanceros de Stahleker vitorearon y Ulrika dejó escapar un suspiro cuando vio
las puertas abiertas. Hubiera sido una batalla muy diferente si la gente del pueblo
hubiera logrado bloquear las puertas. Tal vez incluso hubieran tenido una
oportunidad de salir de esta, pero ahora estaban condenados.
Ulrika desenfundo su estoque mientras sus tropas se abalanzó sobre la
puertas.
—¡Por Famke! —gritó Ulrika—. ¡Por la venganza!
El fuego de arcabuces salió de la empalizada y un joven con una lanza salto de
la empalizada, con los ojos abiertos por el miedo y corrió hacia el pueblo. Los
tumularios y los lanceros entraron en la ciudad, mientras los guardias restantes
se dispersaban ante ellos.
Bruchben era una ciudad importante, llena de hombres que cortaban pesados
bloques de piedra, de una cantera de piedra caliza cercana y que eran enviadas
por el rio. Las casas estaban hechas con esos bloques, y las calles estaban
pavimentadas. El lugar era lo suficientemente grande como para tener tres casas
de huéspedes, dos bancos y un templo de Sigmar con un chapitel tan alto, como
los árboles del bosque. También tenía una pequeña guarnición imperial, con los
uniformes y bien equipados, que si hubieran sido advertidos del ataque, habrían
podido presentar una defensa decente. Pero con el terror alado atacando a los
tirados de la empalizada, y con los tumularios y lanceros atravesando las puertas,
se dejaron llevar por el terror y el pánico.
Ulrika y los tumularios pisotearon a un puñado de guardias bajo las pezuñas
de sus caballos al pasar velozmente por la calle principal, algunos consiguieron
escapar entrando en pequeños callejones a la izquierda y derecha, y entrando en
las casas.
No paso mucho tiempo cuando las campanas del campanario del templo de
Sigmar comenzaron a periquear con fuerza. Tan como estaba previsto, sería
suficiente para alertar al monasterio.
—¡Dividíos en escuadrones, sargento! —ordenó Ulrika a Stahleker—. Barred
la ciudad, matad a los guardias, y luego comenzad con el resto.
—Sí, Capitán —respondió Stahleker, que inmediatamente, empezó a gritar
órdenes a sus hombres. Rachman hizo lo mismo.
—¡Y no realicéis decapitaciones! —les ordenó Ulrika—. Tienen que estar en
condiciones para poderlos levantar de nuevo.
—Sí, Capitán.
Los lanceros se separaron por las calles laterales hacia abajo en unidades de
ocho, matando a cualquier que se interpusiera en su camino. Ulrika continuó
recta con los tumularios como su séquito, y entro en la plaza central del pueblo,
en cuyo centro se alzaba un enorme roble. Donde un anciano sacerdote de
Sigmar y dos de sus acólitos, guiaban a asustadas mujeres y niños hacia las
puertas de piedra del templo, mientras que los robustos picapedreros formaban
una línea defensiva, armados con mazos, lanzas y espadas.
Ulrika y los jinetes tumularios, cortaron a través de los hombres, como si
fueran paja. Eran más rapados y más fuertes. Las mujeres chillaron y gimieron al
ver a sus hombres morir, y el anciano sacerdote se puso al frente para
defenderlas, empuñando un martillo, que casi ya no podía levantar por su edad.
—¡Perdonadles, demonios! —exclamó el sacerdote—. ¡No son una amenaza!
¡Tomadme a mí a cambio!
Ulrika se detuvo, vaciló mientras miraba más allá de él a las mujeres y niños
acobardados. Con voto de venganza o no, nunca le había gustado abatir a un
enemigo, sin la fuerza de defenderse. No era justo.
—¡Padre Solkow! —se lamentó una voz detrás de ella—. ¡Tía Ethelgard!
¡Salvadme! ¡Llevadme con vosotros!
Ulrika se volvió y vio a una docena de jaulas de castigo que colgaban de las
ramas del roble. Todos estaban vacías, pero la más cercana, había una niña con la
camisa rasgada, tan delgada que sus huesos sobresalían a través de la piel
quemada por el sol.
La muñeca del brazo escuálido que sobresalía de los barrotes estaba
hinchada, y su demacrado rostro estaba cubierto de moretones y cortes. Un
cartel colgaba de la jaula, en la que se podía leer. «Vampiro» y una marca en la
frente con ampollas con forma de V, lo decía todo. La niña había sido marcada
de por vida, sin importar si el tiempo que pudiera estar en la jaula.
—¿Qué te salvemos? —gruñó una mujer que se escondió detrás del sacerdote
—. ¿De los de tu especie?
—¡Arderás en el fuego de Sigmar, puta! —gritó el sacerdote.
La chispa de la pena que se había encendido brevemente en Ulrika parpadeó
y murió. ¿Cómo podía haber pensado en estos salvajes ignorantes como en
inocentes?
La chica en la jaula no era ningún vampiro, y cualquier persona no cegada
por el miedo y la superstición lo habría sabido en un instante. La miserable niña,
obviamente, había pasado en la jaula días, expuesta a la luz del sol, y no había
ardido por el sol.
Ulrika se volvió hacia el sacerdote y la mujer, gruñendo y mostrando sus
colmillos.
—¿Piedad de ustedes? —dijo Ulrika—. Sí, yo os perdono. Os perdonaré del
miedo al que vuestras miserables vidas han estado sometidas. Os perdono del
odio que ha envenenado a vuestros corazones. Perdonaré a vuestros hijos
también, no tendrán que vivir en un mundo lleno de crueldad y estupidez.
Seguirán siendo inocentes al final de su vida.
Ulrika se volvió hacia los tumularios, que esperaban en silencio a sus
órdenes.
—¡Matad hasta el último de ellos!
Los antiguos guerreros cayeron hacia delante, golpeando a las mujeres y a los
niños, y los persiguieron, cuando se dispersaron hacia la izquierda y derecha. El
sacerdote empujo a un lado a la tía de la niña enjaulada, y corrió hacia el interior
del templo, olvidándose de su rebaño. Ulrika espoleó a su caballo tras él.
El sacerdote al traspasar el umbral, grito:
—¡Detente demonio! ¿Es que no temes la ira de Sigmar?
Ulrika burló mientras le perseguía por el pasillo.
—Soy de Kislev. Sigmar no tiene dominio sobre mí.
El sacerdote empuño su pesado martillo, pero perdió el equilibrio y lo dejo
caer sobre el altar. Ulrika el perforo el corazón con su estoque, y lo dejo
desplomarse al suelo.
—¡Parece que a Sigmar no importas!
Ulrika cabalgó a la plaza de nuevo, para encontrarse a las mujeres y los niños
muertos, moribundos o huidos, y con los tumularios buscando nuevas presas.
—¡Desmontad! —les ordeno Ulrika, mientras desmontaba de Yasim—.
Siguiéremos puerta por puerta.
Los tumularios renunciaron a sus caballos muertos, con el tintineo de cotas
de malla, y el ruido hueco de huesos, y siguieron a Ulrika, que se dirigía hacia las
casas ricas que rodeaban la plaza. De las que oía, como atrancaban las puertas, y
cerraban las persianas. Ulrika sonrió. No les serviría de nada. Sus pesadillas
estaban aquí, y eran más fuertes de lo que habían soñado.
Mientras estaba tirando de un grasiento comerciante escondido bajo la cama
del ático, de la tercera casa que registraba, fue cuando Ulrika oyó el trueno
distante de caballería al galope. Tal como estaba previsto los templarios de Morr
habían respondido a la llamada de socorro de las campanas del templo.
—Ya vienen —se dijo a sí misma, mientras le rompía el cuello al comerciante.
A continuación bajo por las escaleras, mientras ordenaba a los tumularios que
salieran al exterior, que estaban ocupados masacrando a los sirvientes, que se
habían refugiado en la cocina. Dejaron su macabro trabajo sin decir ni una sola
palabra, y la siguieron de nuevo a la plaza.
Los escuadrones de lanceros comenzaron a verterse por la plaza desde
callejones laterales. Stahleker y Rachman trotaron hasta ella, saludándola
mientras montaba a Yasim.
—¿Todos muertos? —preguntó.
El rostro de Stahleker crispó.
—¡No del todo! —dijo Stahleker—. Tuvimos poco tiempo para ser
exhaustivos.
Ulrika observo que Stahleker estaba pálido y sombrío.
—¿No son de tu gusto las ordenes, sargento?
—Yo prefiero las batallas —dijo Stahleker.
—Entonces estás de suerte —dijo Ulrika colocándose a su lado—. Los
templarios vienen por la puerta del este. Coloca a tus hombres en las calles
laterales. Yo y los tumularios atraeremos su carga, entonces los flanquearas.
—Sí, Capitán —dijo Stahleker—. ¡Rachman Mueve tu culo!
Los lanceros se reagruparon de nuevo, mientras Ulrika conduciría a pie a los
tumularios hacia una calle, que les conduciría a la puerta oriental.
La puerta estaba abierta de par en par, abierta por los guardias de la ciudad,
en previsión de la llegada de los templarios, y Ulrika no tenía deseos de cerrarlas.
Para que el plan de Kodrescu funcionara la guardia negra de Morr, tenía que
estar atrapada en el interior. Ulrika y los tumularios eran el cebo para atraerlos.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras se preguntaba con qué
frecuencia el gusano era comido por el pez antes de quedarse atrapado por el
anzuelo.
Un cuerno, como el aullido de un perro en duelo, sonó desde la calzada, y los
templarios de Morr entraron al galope a través de la puerta. En una columna de
cuatro de ancho de caballeros oscuros, así como sombríos e intimidantes,
formando una línea perfecta.
Estaban encerrados de pies a cabeza con pesadas placas de metal negro, y con
ranurados cascos que escondían sus rostros, haciendo que parecieran más
autómatas que hombres. Adornos de cuervos, cráneos y rosas negras decoraban
sus escudos y hombreras, y plumas negras se agitaban por encima de sus yelmos.
—¡Mantened la calma! —dijo Ulrika, cuando los tuvo a menos de cien pasos,
entonces se dio cuenta, de que no era necesario. Los tumularios no conocían
ningún miedo. Y no necesitan de consuelos para enfrentarse a la guardia negra.
Ulrika era la única que estaba nerviosa.
A los ochenta pasos de distancia. Ulrika levantó la espada. La primera ley de
la caballería era que quietos no podrían sobrevivir a una carga de caballería.
Tenía que igualar fuerza, con fuerza, y velocidad con velocidad. Pero al mismo
tiempo Ulrika quería que entraran a través de la puerta, todos los templarios que
fueran posibles, antes de iniciar su carga.
Sesenta pasos de distancia, pero los últimos de la columna, aún no habían
traspasado la puerta. Pero no importaba. Ulrika ya no podía esperar. Y dejó caer
su espada.
—¡A la carga!
Los tumularios espolearon a sus esqueléticos caballos guerra al galope y
bajaron sus lanzas. Ulrika cabalgó con ellos, pero se quedó atrás. No tenía ningún
interés en ponerse en riesgo a sí misma aquí. Dejo que los tumularios recibieran
el impacto de la carga, tenía que sobrevivir a la batalla y realizar su plan, para
hacerse con la cabeza de Kodrescu.
Las fachadas de las casas de ambos lados se volvieron borrosas debido a la
velocidad, y el ruido de cascos era ensordecedor en la confinada calle. Unos ojos
salvajes brillaban a través de la visera del líder de la guardia negra. Entonces llego
el impacto, como un tanque de vapor estrellándose contra un muro, los
tumularios y la guardia negra se estrellaron entre sí, las lanzas se doblaron y
astillaron, perforando a través de corazas. Los caballos vivos o muertos
terminaron con los pechos destrozados, y los caballeros tanto vivos como
muertos fueron arrojados de sus sillas de montar, hombreras y cascos fueron
arrojados a la distancia.
El peso de los números y la carne le dio a los templarios la ventaja, y los
tumularios fueron abatidos, rompiéndoles fémures, cráneos y costillares, y lo que
cayeron fueron pisoteados por los caballos de guerra.
Atrapados en la segunda fila, Ulrika fue empujada hacia atrás con el resto,
Yasim casi fue derribada por la carga, pero al menos aún estaban las dos ilesas.
Ulrika golpeó con su estoque a un caballero que se había colocado a su lado
estribo con estribo en la aglomeración, pero incluso con su inhumana fuerza, su
estoque no era lo suficientemente pesado como para perforar su bendita
armadura negro. Aun así, siempre había aberturas.
Al levantar su larga espada, Ulrika introdujo su estoque en la brecha entre su
coraza y sus empujó por la brecha entre su coraza y hombrera, empalándole por
la exila. Con un gruñido, su brazo cayó inútil, y Ulrika lo apuñalo en el ojo, a
continuación tomo la espada larga de su mano, mientras caía de la silla de
montar.
Un caballero a su derecha intento golpearla en la cabeza con una maza,
Ulrika desvió la maza con su estoque, y le corto el brazo con la espada robada.
Volvió a golpearle en el pecho con el estoque, y lo tiro al suelo, y decidió que la
espada era el arma más adecuada para esta ocasión, por lo que envainó su
estoque y miró a su alrededor. Los tumularios montados, estaban retrocediendo
de nuevo casi a la plaza de la ciudad, pero el avance de los templarios casi se
había detenido. A su alrededor los tumularios luchaban contra la guardia negra,
en un caos que le era completamente familiar a Ulrika, pero al mismo tiempo le
era extraño, ya que la batalla se estaba produciendo en silencio. Por lo general,
un cuerpo a cuerpo como éste se llenó de gritos de batalla y maldiciones, insultos
y desafíos, pero los tumularios no podían hacerlo al carecer de lengua, y labios,
pero los templarios de Moor, habían realizado un voto de silencio, que al parecer
no quebraban incluso en la batalla.
Ambos bandos lucharon con la tranquilidad misteriosa de unos escarabajos
negros, que de una batalla.
Entonces el silencio fue roto.
Con un rugido, sus lanceros se vertieron desde las calles laterales y se estrelló
contra los flancos de la columna de templarios, con los escuadrones de Stahleker
por un lado, y los de Rachman en el otro flanco, los ensartaron con sus lanzas sin
que los templarios pudieran hacer nada. Ulrika dejó escapar un suspiro de alivio
cuando los caballeros cayeron y murieron. Los lanceros aullaban y juraban. Esta
era la guerra que conocía, con gritos, sangrienta y salvaje.
Ulrika se abrió paso hacia Stahleker, dejando a los tumularios a su suerte. No
había emoción, ni habilidad ninguna en liderar tropas de no-muertos. No les
podía tener ninguna lealtad ya que simplemente te la habían confiado.
Simplemente continuarían luchando hasta quedar atrapadas en una esquina,
harían lo que se les había ordenado, sin preguntas ni pasión.
Ulrika apuñaló a un guardia Negro a través de la placa posterior de su coraza,
y lo dejo caer sobre el cuello de su caballo, revelándole a Stahleker luchando con
su sable contra un descomunal templario. El mercenario tenía diferentes cortes
en su cuerpo, y sudaba como un cocinero sobre una estufa, pero sonreía como un
loco.
—¿Es mas de tu gusto, sargento? —preguntó Ulrika.
—Sí, Capitán. Mucho más.
Ulrika bloqueó con la suya, la espada del guardia negro, lo que permitió a
Stahleker alcanzar con su sable el visor del yelmo, recibiendo una salpicadura
carmesí sobre su rostro. Ulrika terminó con el caballero, rompiéndole el cuello, y
se dirigieron a buscar nuevos objetivos.
Había demasiados. Aunque la maniobra de flanqueo de Ulrika había sido un
éxito, y la parte frontal de la columna de guardias negros, eran cadáveres
ensangrentados, los guerreros de Morr no habían dejado de verterse a través de
la puerta. Detrás de la vanguardia de caballeros armados, tal vez unos cincuenta,
entro una unidad más joven, hombres con armaduras más ligeras, con los
tabardos de los iniciados. No estaban ocultos bajo pesadas armaduras, ni
llevaban los rostros cubiertos, pero aún eran intimidantes, tan silenciosos como
sus hermanos veteranos, y con el mismo ferviente odio hacia los no-muertos.
La situación se estaba complicando, y cada vez a peor. En todas partes los
templarios y los iniciados estaban conduciendo los lanceros de vuelta por los
callejones estrechos, de los que habían salido, y se las estaban arreglando para
empujarlos hacia los extremos, donde serían rodeados y acabarían con ellos.
¿Dónde estaba Kodrescu? En estos momentos debería estar atacando a la guardia
negra por su retaguardia.
A su lado, Stahleker gruñó como si hubiera sido golpeado, y Ulrika siguió su
mirada a tiempo de ver a Rachman siendo abatido de su silla en medio de un
combate cuerpo a cuerpo en el lado opuestos de la calle.
Stahleker mantuvo su posición, a pesar de que su amigo había desaparecido
de su vista, pero Ulrika podía ver que su corazón estaba al otro lado de la calle.
—Kodrescu va a dejarnos morir, para debilitar a los templarios —gritó
Stahleker.
—¡Pagará por esto! —dijo Ulrika mientras destripaba a un caballero con una
espada plateada—. Si Kodrescu no atacará por la espalda, lo haré yo.
Metió dos dedos en la boca y silbó, demasiado alto para que los seres
humanos pudieran oírla.
—Ayuda a Rachman, y a continuación, mantén la posición —dijo Ulrika—.
Es hora de que el cebo, muerda de nuevo.
22
La misericordia de Morr
El terror alado, que había estado cazando a gente del pueblo, aleteó sobre la torre
del templo de Sigmar y aterrizo al lado de Ulrika. Yasim se apartó, aterrorizada.
Ulrika le dio unas palmaditas en el cuello del caballo, y a continuación, saltó de
su silla de montar sobre el lomo de la bestia fea y agarró las riendas. Kodrescu le
había prohibido expresamente a montar a la bestia, diciendo que no confiaba que
ella no los abandonara. Era Stahleker quien supuestamente tenía que matarla su
lo intentaba. Pero Stahleker le era leal por ahora.
—¡Arriba! —exclamó Ulrika y clavo sus espuelas en su cuello, y el terror
alado se elevó en el aire, batiendo sus pasadas alas. Tuvo la tentación de dejarse
caer en medio de los templarios, pero la batalla se estaba entablando a lo largo de
la calle, y los iniciados estaban obligando a los lanceros a retroceder en cada
intersección. Si solo atacaba en un solo lugar, estaba seguros de se desplazarían a
otro.
El terror alado se volvió en un amplio círculo para ganar altura y velocidad y
realizo un picado a lo largo de la longitud de la calle.
Caballeros e iniciados por igual se estremecieron y se agacharon cuando la
bestia se deslizo por la calle al nivel de la cabeza de la guardia negra, las pesadas
alas abollaron cascos, y sus garras arañaron los hombros y espaldas. Al llegar a la
puerta, tiró de la bestia hacia arriba, y en un elevado arco se preparó para otra
pasada. Vio a su táctica había tenido el efecto que había esperado. A lo largo de la
calle los templarios estaban retrocediendo ante los hombres de Stahleker.
—¡Una vez más! —gritó Ulrika, y realizo un segundo pase. Pero esta vez los
templarios estaban listos, espadas, hachas y mazas intentaron alcanzar a la bestia
en la cabeza. El terror alado se toma los cortes e impactos pesados con el
estoicismo de los muertos, y la piel de su cuerpo y el pesado cuero de sus alas,
recibieron pocos daños, pero a medida que se acercaba el final de la calle, Ulrika
vio a un templario, enarbolar una lanza y apuntar directamente al pecho del
terror.
Ulrika tiró de las riendas, pero era demasiado tarde. La lanza atravesó las
costillas del terror alado, y se sacudió en el aire, aplastando al caballero y a su
caballo al caer al suelo, y luego aro una zanja a través de los templarios y
tumularios a su alrededor.
Ulrika salto de los restos, y de deslizo hasta detenerse en medio del combate
cuerpo a cuerpo, donde del terror alado se dejó caer, forcejeando a su lado. Había
caído antes de lo previsto, pero tal vez hubiera hecho lo suficiente. Los hombres
de Stahleker parecían estar manteniendo la posición, mientras que los iniciados
parecían agitados y asustados, y su caída había acabado con un buen puñado de
guardias negros.
El resto, sin embargo, había comenzado a rodearla, en un círculo imponente
de caballeros negros sin rostro en corceles de color negro azabache, ignorando a
los esqueléticos tumularios, con las armaduras abolladas, y ahora estaba
centrando su toda su atención, en su silencio.
Ulrika se colocó en guardia, y se giró circularmente, empuñando una larga
espada con ambas manos.
—¿Quién es vuestro líder? —gritó Ulrika—. ¡Yo le reto a un combate
singular!
Los caballeros no respondieron, y estrecharon el cerco, tratando de
inmovilizarla entre sus caballas. Ulrika se agachó y esquivó, pero eran
demasiados, y tenía poco espacio para moverse. Una espada mellada le golpeó
contra su hombrera izquierda. Otro le corto en el antebrazo. Con un aullido
Ulrika cogió la muñeca de un caballero que intentaba golpearla, y salto a la grupa
del caballo. El caballero se resistió, pero Ulrika lo agarro por el cuello y lo
arrastro finalmente al suelo, fuera del círculo de caballeros.
—¡Gran maestre! —gritó un caballero cuando Ulrika enganchó con sus
garras en la ranurada visera del hombre caído y le arrancó el yelmo.
Su barba era gris y su cabeza calva llena de arrugas, pero aunque viejo, no
parecía de ningún modo débil. La fuerza de la fe y los años de entrenamiento
ardían en sus ojos mientras miraba al caballero que había hablado.
Ulrika levantó su espada y le mostró sus colmillos.
—Gran maestre, ¿verdad? Todo un honor.
Los gritos de almas en pena y el estruendo de los cascos la interrumpieron,
Ulrika miro hacia arriba. Von Graal y sus caballeros de sangre estaban por fin
entrando por la puerta del este, cargando contra la retaguardia de los templarios
de Morr, y había más estruendo por detrás de ella. Kodrescu y su séquito fueron
surgiendo a través de la plaza por el oeste, mientras el resto de los cuatrocientos
lanceros de Stahleker de desplegaban por las calles laterales, para unirse a sus
hermanos y cercar a los caballeros negros por todos los lados.
Un puño de hierro golpeo a Ulrika en la mandíbula y cayó hacia atrás. El
gran maestre, había tomado ventaja con su distracción. Ulrika se recuperó, y le
atacó, pero el caballero, desvió a un lado su espada y se puso de pie.
Sus templarios empezaron a acudir en su ayuda, pero el gran maestre agitó
airadamente sus manos señalando a los caballeros de Kodrescu y se volvieron a
enfrentarse a ellos, como él se enfrentaba con Ulrika.
—¡Ven, templario! —dijo Ulrika—. ¡Te voy a mostrar portal de Morr!
—¡Apártate a un lado! —dijo la voz de Kodrescu—. ¡Es mío!
Ulrika se apartó de un saltó cuando el general montado en su corcel infernal
se colocó entre ella y el gran maestre y desmontó sin frenar. Kodrescu se acercó
hacia el templario, y le señalo con el Colmillo de lobo. Fue la primera vez que
Ulrika vio a Colmillo de lobo desenvainada, y sintió un escalofrió en su columna
vertebral. Liberada de su vaina, la presencia de animales de la espada era
inconfundible. Aunque no había llamaradas, unos ojos brillantes como los de un
lobo se reflejaron en la hoja de la espada, y Ulrika pudo sentir la antigua hambre
de presas.
—¡Mantén a todos lejos de nosotros! —ordenó Kodrescu—. ¡Quiero luchar
solo!
Ulrika apretó los dientes. La arrogancia de Kodrescu era exasperante. No
podía esperar para matarlo, pero tal vez el templario le haría el trabajo.
—¡Gran maestre! —dijo Kodrescu, señalando con su brillante espada—. Que
este combate sea una prueba de que los señores de la noche son más poderoso
que el llamado dios de los muertos. ¿Crees que va a darte fuerzas? No lo hará.
¿Crees que impedirá que te unas a mis filas? No lo hará. Colmillo de lobo se
beberá tu alma, y tu espíritu viajara conmigo, rechazado por Morr, y…
El gran maestre cargo, con fuerza y en el más absoluto de los silencios.
Kodrescu detuvo el golpe justo a tiempo, y dio un paso atrás, cuando el caballero
barrió hacia sus piernas. La piel de Ulrika se erizó con repentina esperanza.
¿Podría realmente hacerlo? Venganza eterna o no, perdonaría al gran maestre, si
terminaba con ese bocazas de una vez por todas.
Pero no iba a poder ser. Kodrescu se recuperó y se apartó a un lado con
facilidad y sin prisas, mientras el gran maestre con su estocada, dejo expuso su
cuello. Pero Kodrescu barrió hacia abajo, y partió la hoja plateada de la espada
del templario en dos. El gran maestro se apartó a un lado de nuevo, levantando
aún su espada destrozada, e intento alcanzar la maza que colgaba de su cinturón,
pero Kodrescu fue más rápido, y barrió hacia abajo y su hoja entro por la
clavícula, y perforando a través del pecho hasta llegar a su corazón, antes de que
pudiera desenfundar la maza. Colmillo de lobo se enrojeció en la herida, como si
estuviera siendo calentada en una fragua. El gran maestre cayó de rodillas, con la
boca abierta en un grito silencioso de agonía. Ulrika parpadeó cuando vio que no
tenía lengua. Se la habían cortado hacía mucho tiempo.
—¡Has visto que la fuerza es mayor que la fe! —dijo Kodrescu mientras los
ojos del templario al morir lo miraban con miedo, mientras su sangre era
drenada por la espada—. ¡Ahora veras que los muertos son míos y no de Morr!
Bienvenido a mi ejército, Gran maestre. ¡Tú arma pronto estará teñida de
carmesí, por la sangre de tus hermanos!
Kodrescu retorció la espada en la herida, haciendo que el gran maestre se
estremeciera en su último espasmo de dolor, y luego arranco la espada, y se rio
cuando el templario se desplomo en el suelo. La herida del templario no sangro
ni una sola gota, estaba tan seco como una pasa.
Kodrescu apartó del cadáver y miró a su alrededor, y Ulrika hizo lo mismo.
La batalla estaba casi terminada. En una inferioridad numérica de dos a uno, y
presionados por todos lados, los templarios e iniciados restantes estaban
muriendo. Sólo quedaba un último grupo de la guardia negra, que aún ofrecía
resistencia, pero estaban rodeados por von Graal y sus hombres.
Kodrescu se dirigió hacia ellos, apartando un lado a von Graal y a sus
hombres para llegar a primera fila. Colmillo de lobo voló por todos lados,
cortando a través de armaduras, huesos y carne como si fueran de aire, creando
un torbellino de sangre. Von Graal gruñó ante la intrusión, pero recupero el
control de su expresión, en el momento en que Kodrescu mató al último
templario y levanto su espada hacia sus soldados.
Ulrika sonrió. Incluso sin su acicate, los jugadores ya parecían estar jugando
sus piezas.
—¡Buena lucha, hermanos! —gritó el general, sin hacer caso de las miradas
que estaba cosechando—. Ahora terminemos con la ciudad. Marcharemos hacia
el monasterio dentro de una hora.
Ulrika esperó, con la coraza esmaltada en negro de un templario de Morr en
sus manos, con Stahleker arrodillado al lado de Rachman, cruzándole los brazos
al lado del roble frondoso. Rachman estaba acostado con el resto de los muertos
de Ostermark, con su pecho hundido por un hacha de la guardia negra, y con su
rostro destrozado por los cascos los caballos que lo habían pisoteado después de
ser derribado.
—Lo siento, capitán —dijo Stahleker—. Necesito un minuto para…
Stahleker se quedó callado por unos segundos, y lo intento de nuevo.
—Solo tengo que decir unas palabras.
—Tómate tu tiempo, sargento.
Ulrika miró hacia otro lado mientras Stahleker hizo la señal de los cuernos de
Taal y comenzaba a murmurar en voz baja. Los lanceros se habían reunido en un
lado de la plaza de Bruchben, para presentar sus respetos a sus muertos, y
comenzaron a colocarse las armaduras de los templarios de Morr, mientras que
en un lado lejano de la plaza, Kodrescu, von Graal y los otros Caballeros
Sangrientos estaban dándose un festín con sus víctimas, los habitantes de la
ciudad y templarios que habían sobrevivido a la embestida inicial, mientras se
preparaban para su asalto al monasterio.
—¡Cabalga libre, hermano! —dijo Stahleker cuando hubo terminado su
plegaria—. Volveremos a encontrarnos en las estepas de Taal.
Con un suspiro, se levantó y cogió la parte delantera de la coraza negra que le
ofrecía Ulrika, a continuación se la colocó en su pecho y empezó a tirar de las
hebillas. La coraza le era demasiado grande, ya que los templarios eran hombres
enormes, elegidos por su tamaño y fuerza. Los hombres de Ostermark tenían
sangre ungol en sus venas y en consecuencia, eran menos corpulentos que sus
primos del sur.
—¡Sera como si estuviera luchando en el interior de un ataúd! —gruñó
Stahleker mientras trataba de mover los brazos de la voluminosa armadura. Miró
al otro lado de la plaza donde Kodrescu, esperaba a la señora Celia, mientras
Ulrika le abrochaba la hombrera del hombro izquierdo—. Vamos a entrar en la
guardia del león de nuevo, por segunda vez en una noche. ¿Seguro que no
quieres hacer tus movimientos antes de que nos mate, como mato a Rachman?
—Ojalá pudiera, pero no tendríamos a ningún hogar donde regresar, si no
cumplimos con la orden original de von Messinghof. Tenemos que terminar con
el monasterio, y necesitamos a Kodrescu para ellos.
Ulrika comenzó a colocar la hombrera derecha.
—Pero tan pronto como termine, busca mi señal, quiero terminar con estos,
mientras Kodrescu lo esté celebrando.
Stahleker asintió, sombríamente.
—Sí, Capitán. Estaremos listos.
Al otro lado de la plaza, Kodrescu recibía a la señora Celia y a su séquito,
había entrado en Bruchben una vez que fue declarada como seguro, y ahora se
dirigía al centro de la plaza. Ulrika vio a la chica marcada con la «V» mirándola
desde su jaula, mientras se detenía cerca del árbol y era iluminada por Morrslieb,
que colgaba en el horizonte.
Stahleker estremeció y le dio la espalda a Celia, cuando sacó lo que parecía un
antebrazo momificado de los pliegues de su túnico, y comenzó a canturrear
como si lo estuviera haciendo para un niño. Ulrika, sin embargo, no pudo
apartar la mirada.
Mientras Celia seguía cantando, los dedos de la mano momificada se
abrieron lentamente, y comenzaron a flexionarse como si acabara de despertarse,
mientras trozos de piel antigua se desprendían y caían al suelo. Celia acarició la
extremidad y la canción se convirtió en un canto, todavía suave, pero insistente,
como si estuvieran instando a la mano para que hiciera algo. Los dedos se
cerraron de nuevo todos menos uno, que se mantuvo señalando como el de un
juez acusador.
Todavía cantando, Celia levantó la extremidad hacia el cielo y apuntó con él a
la luna del caos, entonces a toda la ciudad, y finalmente hacia el suelo bajo sus
pies, donde comenzó a girar sobre sí misma, con pasos cuidadosos. Dondequiera
que el dedo señalaba la hierba se marchita y ennegrecía, y Ulrika vio que algún
tipo de patrón estaba siendo dibujado en el suelo.
Con la finalización de cada línea, sintió la presión como si de una tormenta
se acercara, y cada vez era más pesada, y la noche se oscureció aún más, como si
una lente oscura estuviera siendo colocada en el cielo. Los movimientos de Celia
se intensificaron, y los brazos comenzaron a temblar, como si quisiera señalar
con el dedo a todo lo que lo rodeaba. Los hombres de Stahleker retrocedieron
hacia atrás, con los ojos muy abiertos, y Ulrika sintió como las náuseas subían
por su garganta, como si fuera un gusano gordo.
A Ulrika nunca le había gustado la sensación cuando se realiza magia cerca
de ella, pero este era el mayor hechizo que jamás había presencia tan cerca y era
el más vil. Celia estaba atrayendo los vientos oscuros, y abriendo puertas más allá
de la realidad. Gritos humanos salieron de la nada, y seres medio visibles
parpadeaban en los alrededores, mientras agitaba el antebrazo.
Todavía incapaz de apartar la mirada, Ulrika vio que las líneas ennegrecidas
en la hierba, estaban formando un símbolo arcano, que reconoció como el
estilizado ojo de Nehekharan, y Celia estaba atrapada en el centro del miso. Por
último, temblando como si fuera una víctima de la parálisis, trazo la línea del iris,
y cuando el circulo chamuscada se completó a su alrededor, algo retumbo como
un trueno, pero que no podía ser escuchado, se hizo eco a través de la ciudad,
que hizo que Ulrika se tambaleara, como si el suelo se hubiera movido bajo sus
pies.
Stahleker y sus hombres también se tambalearon. Algunos de ellos vomitaron
o cayeron de rodillas.
Stahleker apretó la mano contra su coraza y aspiró profundamente, pero
Ulrika después de la sorpresa inicial, se sintió vigorizada. Cualquiera que fuera la
energía oscura que Celia estuviera reuniendo, la estaba alimentando, dándole
fuerza. No era una vitalidad saludable, era más como una furia nerviosa. Quería
gritar y matar y tuvo que obligarse a mantener sus garras y colmillos enfundados.
El olor de las heridas sangrantes la estaba asfixiando con la sed.
En el centro del ojo, Celia levantó el brazo momificado sobre su cabeza y
comenzó un nuevo cántico, más marcial y rítmico que antes, lo que levanto unos
muros traslucido de energía en las negras líneas del símbolo, hasta que formaron
una irregular cúpula de oscuridad a su alrededor, que comenzó a crecer hacia
arriba. Cuando la cúpula fue más alta que el roble, los muros comenzaron a
expandirse hacia el exterior. Atravesando el árbol u otros objetos sólidos como si
no estuvieran allí.
Su caricia sacudió a Ulrika con otra oleada de venenosa vitalidad. Y gruñó de
placer, pero para Stahleker y sus hombres tuvieron el efecto contrario,
haciéndoles temblar y gemir de dolor, pero estos fueron los únicos efectos
secundarios. El verdadero propósito de la cúpula, se fue revelando a medida que
comenzó a pasar por encima de los cadáveres, que Ulrika, los lanceros y las
fuerzas de Kodrescu habían esparcido por la plaza del pueblo.
Al toque de la energía oscura, los cadáveres comenzaron a temblar,
débilmente al principio, como soñadores atrapados en una pesadilla, pero luego
los espasmos se hicieron más pronunciadas. Sus cabezas se giraron y sus
extremidades se agitaron como si estuvieran teniendo convulsiones. Una de las
esposas de los canteros con las entrañas derramándose por su vientre, se levantó
y comenzó a aporrearse a sí misma en el rostro con los puños. Un anciano roído
por la suciedad comenzó a moverse en círculos.
—¡Por Taal y Rhya, no! —gruñó Stahleker.
Ulrika miró hacia abajo y vio que Rachman y el otro de los lanceros muertos
temblaban y se retorcían con el resto y los lanceros vivos retrocedieron con
horror.
Stahleker cerró los puños y se encaró con Celia.
—¡Perra deja a mi…!
Pero Ulrika le interrumpió arrastrándole hacia atrás, sujetándole los brazos.
—¡No! —dijo entre dientes—. Vas a estropear nuestro plan.
Stahleker intentó resistirse.
—¡No! ¡Los condes compraron nuestras vidas, no nuestras muertes! ¡No van
a tenerlos!
—¡Y no lo harán! —acordó Ulrika—. ¡Acaba con ellos antes de que se
levanten! ¡Rápido!
El rostro de Stahleker se contorsionó y empezó a temblar.
—Pero… pero eso es…
—¿Prefieres la alternativa?
Con una maldición Stahleker se apartó de ella y desenvaino su sable, se
acercó a Rachman, y con lágrimas corriendo sus mejillas le corto la cabeza.
Siguiendo su ejemplo, sus hombres hicieron lo mismo con el otro muerto, y
tristemente decapitaron a los demás, a continuación, los tumbaron de nuevo y
enderezaron sus extremidades.
Stahleker se colocó junto a Ulrika mientras observaba como el resto de
muertos se levantaban, rechinando los dientes y chocaban los unos contra los
otros. Su rostro era frío y duro mientras se limpiaba las lágrimas de sus mejillas.
—Estamos listos, capitán —dijo Stahleker mientras miraba a Kodrescu y
Celia.
Los templarios e iniciados muertos, ahora despojado de sus armaduras, se
levantaron sobre piernas mutiladas y rotas, arañando el aire con sus manos. El
anciano sacerdote de Sigmar salió a trompicones del templo y se estrelló contra
las mujeres y los niños que había tratado de proteger. Que se alejaron ciegamente
de él, arrastrando sus tripas y la ropa de cama empapada de sangre. Y mientras la
cúpula nigromantes, espacia su energía para abarcar toda la ciudad, más y más
ciudadanos muertos se arrastraron hacia la plaza, guiados por el canto de Celia.
Carniceros con sus cuchillos, canteros con sus maños y cinceles, guardias con
sus alabardas y espadas, mujeres y niños con cuchillos y palos de cocina, o con
cualquier arma inútil con las que habían intentado defenderse de los hombres de
Stahleker, cuando les mataron.
—¡Todas nuestras victimas están regresando para perseguirnos! —gimió un
lancero, cuando vio a la horda acercarse.
—¡Resiste, muchacho! —dijo Stahleker—. ¡Salvamos a los nuestros por lo
menos!
Por último, después de que el canto de Celia se había prolongado durante lo
que parecieron horas, el torrente de muertos vivientes se redujo a un goteo y el
nigromante bajó los brazos y la cabeza, exhausta. La embrutecedora tensión del
hechizo se disipo, y la noche se hizo más brillante de nuevo.
Stahleker y sus hombres respiraron aliviados. Ulrika se sacudió, desechando
el impulso de la violencia que le había llenado cuando comenzó el hechizo.
Un esclavo corrió hasta Celia y le ofreció el brazo y el cuello. Que Celia tomo
de buena gana, apoyando su peso sobre él, mientras bebía con avidez de su
garganta, pero mientras Celia estaba distraída, los muertos vivientes comenzaron
a ir a la deriva.
Stahleker maldijo y dio un paso atrás como algunos de la multitud de no-
muertos arrastraron los pies hacia él y sus hombres.
—¡En primer lugar ella ha levantado a nuestros muertos, y a continuación
trata de quitarnos la vida!
Celia estaba demasiado concentrada para oírle.
—¡Coged vuestra armadura y retiraos! —ordenó Ulrika—. Voy a hablar con
ella.
—¡Córtale la garganta mientras hablas con ella! —dijo Stahleker.
—¡Ojalá pudiera!
Ulrika se dirigió hacia Celia, cuando vio a algunos de los zombis,
zarandeando la jaula, donde estaba la chica con la «V» marcada en su rostro. La
pobre niña estaba temblando en el interior mirando con ojos aterrorizados al
mar de no-muertos a su alrededor.
Ulrika se detuvo, de repente enferma. No había ninguna esperanza para esa
chica. La única inocente de este asunto, y la que sufriría un destino peor que el
resto. Cuando los zombis derribaran la jaula, se la comieran viva. Y en el peor de
los casos, sola la matarían, permitiendo a la señora Celia levantarla de nuevo,
para convertirla en una de ellos. Incluso si escapaba con vida, había poca
esperanza para ella, con una «V» de vampiro marcada en la frente, y lo que había
visto esta noche marcado en fuego en su mente para siempre, probablemente
sería quemada en una hoguera, o encerrada en un manicomio por los honrados
ciudadanos del imperio, había poca esperanza para ella. Eso no era vida, no tenía
ninguna esperanza en absoluto.
Ulrika se volvió bruscamente, y comenzó a abrirse camino a través de los
zombis.
—¡Alejaos! —gritó Ulrika, mientras golpeaba a los cadáveres con la parte
plana de la espada que había robado a los templarios. Los zombis gimieron y se
apartaron a un lado, pero sólo hasta los bordes de hierba quemada, donde se
quedaron mirando el balanceo de la jaula, como si fuera un medallón de
hipnotizador.
Ulrika detuvo el balanceo de la jaula con una mano, y luego miró a la chica.
Que de nuevo estaba encogida contra los barrotes, mirando temerosa a Ulrika,
como a todos los demás.
—No tengas miedo —dijo Ulrika—. Voy a salvarte de ellos, ahora retrocede
al fondo de la jaula.
La chica se encogió aún más cuando Ulrika levantó la espada, y golpeo con
ella, la cerradura oxidada de la jaula, que cayó hecha pedazos. Ulrika abrió la
puerta y luego le tendió la mano.
La chica se quedó en la parte posterior de la jaula, pero cuando Ulrika le hizo
señas para que saliera, la chica reaccionó, pero estaba demasiado débil para
ponerse de pie, pero pudo levantarse y miró a Ulrika.
Ulrika no podía mirarla a los ojos. Y le hizo un gesto con la mano.
—No te separes de mí, iremos a la puerta del oeste, yo te protegeré.
La muchacha se volvió y miró temerosamente a los zombis de su alrededor, y
luego volvió a mirarla por encima del hombre.
Ulrika asintió.
—¡Vamos!
La niña se volvió y se dirigió a la puerta. Ulrika levanto la espada y la
decapitó antes de que pudiera haber dados dos pasos.
—¡Lo siento, pequeña! —dijo Ulrika—. Esta es la única protección que puede
darte. Espero que encuentres la paz en el reino de Morr.
Ulrika pasó por encima del pequeño cadáver sin cabeza y se dirigió de nuevo
hacia Celia.
23
Sangre y rosas negras
Bajo la sombra de los árboles en el borde del bosque de los alrededores, Ulrika
observaba con Kodrescu, von Graal y la señora Celia como Stahleker y sus
lanceros, vestidos con las armaduras de la guardia negra, trotaban en doble fila
hacia el monasterio de piedra negra, asentado en un lado de una colina a media
milla en un valle lleno de campos de cultivo, cercano al rio Werkenau. El
monasterio estaba amurallado, y se levantaba por la ladera en secciones, con el
tejado de un templo levantándose sobre los muros de la sección interior, con
dormitorios y otros edificios que sobresalían más arriba.
Observo como los lanceros disfrazados se acercaban al monasterio con
dudas. ¿Y si eran descubiertos? ¿Qué pasa si sus mal ajustadas armaduras se
notaban?
Ulrika se volvió hacia Kodrescu.
—¿Y si los monjes les cierran las puertas?¿Tendremos que sitiar al
monasterio, después de todo?
Kodrescu sonrió.
—Los siervos de Morr nunca cierran sus puertas. Es una de las normas de su
culto. Todo el que quiera se le permite entrar en su templo.
Kodrescu hizo un gesto al monasterio.
—Incluso en este caso, las puertas tienen un hueco entre ellas, lo
suficientemente ancho, para que una sola persona pueda pasar. Si los monjes
reconocen a los lanceros como impostores, lo único que podrán hacer es
defender la brecha, y no serán suficientes para ello. Pero no te preocupes no
verán el engaño. Son demasiado arrogantes para pensar que sus hermanos estan
muertos.
Ulrika ocultó una sonrisa de satisfacción. Kodrescu sin duda era un experto
en arrogancia, y tal vez tuviera razón. Al menos lo esperaba. Los lanceros todavía
no se habían recuperado del hechizo de Celia. En estas condiciones necesitarían
de todas la ventajas que pudieran conseguir.
Un rato más tarde, vio a la columna de lanceros, girar hacia el camino a la
puerta del monasterio. Una campana toco, desde el monasterio y Ulrika se tensó,
temerosa de que fuera una señal de alarma, pero los lanceros no hicieron nada, y
no vio ninguna señal de que el monasterio se encontrara en estado de alerta. De
hecho, cuando los lanceros llegaron ante la puerta, los pesados portones se
abrieron, y Ulrika dejo escapar un suspiro de alivio.
—¡Ya te lo dije! —dijo el petulante Kodrescu—. ¡No se han dado cuenta del
engaño!
Kodrescu, hizo un gesto con la mano.
—¡Adelante, a medio galope!
Kodrescu y sus oficiales espolearon sus caballos hacia adelante, y el resto de la
columna lo hizo después de ellos. El pequeño valle se veía tan tranquilo mientras
cabalgaban a través de él. Los campos estaban exuberantes con cultivos en
crecimiento y el monasterio parecía dormitar en la colina, pero desde el interior
de sus paredes Ulrika escuchó los estallidos lejanos de pistolas y los gritos débiles
de los hombres.
—¿No deberíamos ir más rápido? —preguntó Ulrika.
—No podemos entrar hasta que las protecciones fallen —dijo el general—. La
señora Celia nos dirá cuando sea seguro.
Ulrika apretó los dientes. Si la señora Celia era excesivamente prudente los
lanceros de nuevo podrían ser dejados en la estacada. Quería correr por delante,
no sólo porque pensaba en los hombres de Stahleker como sus propios hombres,
sino porque también sus muertes pondrían en peligro sus propios planes. Si los
lanceros morían, su golpe moriría también.
A mitad de camino a través del valle, la fuerza de Morgenthau se separó del
borde sur rio, y trotó hacia ellos a través del puente sobre el río. Morgenthau
saludó a Kodrescu mientras sus tropas se fusionaron en una columna, luego
disimuladamente dio una breve inclinación de cabeza en dirección a Ulrika, Lo
que provoco que Ulrika le maldijera en silencio, el muy estúpido no tendría que
haberla saludado.
Afortunadamente, Kodrescu sólo parecía interesado en burlarse de
Morgenthau y no se dio cuenta.
—¿No pareces estar herido, capitán? —le dijo Kodrescu, sonriendo—. ¿La
lucha en el puente fue feroz?
—La lucha fue inexistente, señor —dijo Morgenthau entre dientes—. Cómo
bien sabe.
—Al menos vas a ver un poco de acción ahora —dijo Kodrescu—. El final ha
comenzado.
—Sí —dijo Morgenthau—. Será un honor barrer las sobras de sus
mercenarios. Será glorioso.
Kodrescu le fulminó con la mirada.
—Ten cuidado, capitán, o te pondré a custodiar el perímetro.
Ulrika le fulminó con la mirada también. Si el estúpido enfurecía a Kodrescu
ahora, el general lo enviaría a vigilar el perímetro tal como había amenazado y
ella tendría que lidiar con Kodrescu, von Graal y Lady Celia, en solitario.
—Las protecciones se ha debilitado —dijo Celia—. No hay nada que nos
impida la entrada.
Kodrescu sonrió y alzó la lanza en alto.
—¡Muerte a los ladrones de los muertos! ¡Al ataque!
Ulrika y los otros espolearon a sus caballos al galope y ganaron toda la
velocidad justo cuando llegaron al pie de la colina. Kodrescu los guio hacia el
monasterio con su pendón rojo ondeando al final de su lanza. La viva imagen de
un señor valiente liderando a sus hombres, al asalto de un maligno castillo negro.
Ulrika se rio ante la ironía, mientras se anticipaba a la lucha que estaba por venir.
En la parte superior de la suave pendiente de la calzada entraron en un
cuidadosamente atendido Jardín de Morr, y Ulrika pudo ver las puertas abiertas
del monasterio ante ella, flanqueadas por una columna blanco y otra negra, y
coronadas con tallas de cráneos y cuervos. Más allá de estas, el patio estaba
teñido de rojo. Tomados por sorpresa, los monjes y los iniciados habían muerto
en el patio, y las losas estaban llenas de cuerpos descuartizados. Ahora, sin
embargo, los supervivientes habían podido organizarse, y los falsos templarios de
Stahleker luchaban hombres con túnicas de iniciados por todo el patio.
Kodrescu bajó la lanza y espoleó a su caballo en un vertiginoso galope. Ulrika
y los otros entraron después de él, pasando al lado de tumbas y monumentos
coronados con rosas negras. Ulrika se preparó para el toque de las protecciones,
colocadas encima del umbral del monasterio, y no le decepcionaron. Un dolor
como un martillazo la meció hacia atrás, y una fuerza como un fuerte viento, casi
la derribó del caballo. Ulrika entro en el patio tambaleándose en la silla de
montar, jadeando de agonía, con su visión nublada. Los otros estaban en una
situación similar. Von Graal se aferró a su silla de montar, y Morgenthau estaba
sangrando por la nariz y la boca. Sólo Kodrescu y señora Celia no parecían
afectados.
—¡Bruja traidora! —gruñó Morgenthau, con sus manos apretándose las
sienes—. ¿No dijiste que las protecciones estaban debilitadas?
—¡Si estuvieran en toda su fuerza, ya estarías muerto! —respondió la
nigromante resoplando.
Ulrika inspeccionó el patio con su nublada visión. Una formación de monjes
con túnicas y corazas, estaban combatiendo contra los falsos templarios, en las
escaleras del templo del monasterio, mientras que a su alrededor falsos iniciados
luchaban contra los verdades iniciados, en una multitud de refriegas confusas.
Cadáveres Negros acorazados están tendidos por todas partes, y Ulrika temió que
Stahleker estuviera entre ellos, pero luego lo vio luchando contra dos iniciados y
un monje armado con un martillo de guerra en el balcón de los que parecía una
biblioteca. Parecida estar herido, había perdido su yelmo negro, las grebas que
protegían su brazo izquierdo estaban aplastadas.
Ni Kodrescu o von Graal parecieron darse cuenta de que el comandante de
sus fuerzas humanas, estaba a sólo unos segundos de la muerte, en su lugar
cargaron por las escaleras del templo, en dirección a los monjes guerreros.
Ulrika gruñó con ira y espoleó a Yasim hacia la biblioteca, a continuación,
saltó de su silla y se agarró a la barandilla de piedra del balcón con incrustaciones
de cráneos. Stahleker cayó justo cuando ella saltó la balaustrada, golpeado por el
monje armado con el martillo en el hombro, Ulrika salto hacia sus oponentes, y
desenvaino su espada, mientras los iniciados levantaban sus armas para acabar
con Stahleker.
—¡Luchad contra mí! —gritó Ulrika, mientras le quitaba la espada a uno de
los iniciados con un barrido—. ¡Yo soy vuestro enemigos jurado, no él!
El segundo iniciada balanceó un hacha en su dirección, pero fue
dolorosamente lento. Pudo agacharse por debajo del hacha y le atravesó las
costillas con facilidad, a continuación le dio una patada el primero, enviándolo
por encima de la balaustrada, hacia el patio de abajo. El monje, sin embargo, era
un veterano, lleno de cicatrices y fuerte con los ojos fríos. Que giró su martillo
con una sola mano, y bloqueo el contraataque de Ulrika, con un brazalete de
hierro que llevaba bajo su voluminosa manga.
Sin embargo, era tan rápido como un ser humano, y cuando se volvió de
nuevo, el brazo con que empuñaba el martillo, no estaba protegido, y Ulrika le
abrió una herida en la muñeca, cortando hasta el hueso. Su agarre vaciló
mientras jadeaba, y en ese instante. Ulrika lo apuñaló en las entrañas, su espada
perforo a través de su coraza, como si fuera de hojalata, y luego lo agarro por el
cuello y lo lanzo al patio, con el iniciado, aterrizando de cabeza.
A sus pies, Stahleker luchaba para levantarse. Ulrika lo ayudó a levantarse.
Estaba blanco como un fantasma y tembloroso como un borracho.
—¿Es grave? —preguntó Ulrika.
—No puedo levantar el brazo —respondió Stahleker, arrastrando las palabras
—. Ese monje bastardo me golpeo con su martillo, pero viviré, gracias a ti.
—¡Olvídalo! ¿Puedes combatir?
Stahleker negó con la cabeza, haciendo una mueca.
—Pero aún puedo lideras a mis hombres.
—¿Puedes disparar una pistola?
Stahleker sonrió con los dientes ensangrentados y levantó su brazo derecho
ileso.
—¡Por supuesto!
Ulrika miró por el balcón. La lucha estaba a punto de terminar. Kodrescu y
von Graal habían derrotado a los monjes en el templo, y sus soldados, vivos y
muertos, estaban empezando de dispersarse por el monasterio, en busca de
supervivientes de la matanza.
—Bien —dijo Ulrika—. Entonces reagrupa a tus hombres, aléjalos de la caza
y consigue que monten y estén listos para pelear en el patio. Con suerte todo
habrá termina antes de que comience, pero… Pero nunca se sabe.
Stahleker saludó y se fue cojeando hasta la puerta que conducía a la
biblioteca.
—¡Estaremos listos, capitán!
Ulrika devolvió el saludo y saltó por encima de la barandilla a caer al patio
como un gato, y volvió a montar a su caballo, y se dirigió hacia el templo.
En la parte superior de la escalera, Kodrescu tenía al abad del monasterio de
rodillas ante él, mientras que von Graal, Morgenthau y la Señora Celia estaba de
pie cerca de ellos. El abad sangraba por una herida en el cuello hecha por
colmillos. Kodrescu se limpió los labios.
—Durante toda tu vida, monje, has sido un ladrón de muertos —se burló
Kodrescu—. Has robado muertos, que legítimamente eran míos. Ahora tendrás
tu castigo. Trabajaras duro, para la eternidad, hasta que tu piel se caiga de tus
huesos.
Ulrika detuvo su caballo en la parte inferior de la escalera y llamó la atención
de Morgenthau. Que levantó las cejas inquisitivamente, y Ulrika asintió, y luego
aplanó su mano, para indicar que esperara. Morgenthau asintió y apretó la
mandíbula inquieto.
Kodrescu levantó el abad de sus pies por el cuello y le miró a los ojos.
—¡Nunca encontraras el reino de Morr, monje, ni tampoco ninguno de tus
hermanos!
El anciano le devolvió la mirada, inquebrantable.
—Me resulta reconfortante, sabiendo que incluso siendo un no-muerto, tu
destino será peor que el mío.
Kodrescu gruñó ante la afrenta, y le arrancó la garganta del abad, y arrojo el
cuerpo escaleras abajo, para encontrarse con el resto.
—¡Levántalo! —dijo, dándose la vuelta—. Y a todos los demás, es el
momento de marchar sobre von Messinghof por fin.
—Sí, señor —dijo Lady Celia.
Ulrika miró a su alrededor mientras la bella nigromante empezó a bajar las
escaleras hacia el centro del patio. Los hombres de Stahleker estaban regresando
a sus caballos, en uno en uno o de dos en dos, pero la mayoría todavía estaban en
otras partes del monasterio. Stahleker aún no había regresado. Si la señora Celia
comenzaba su ritual, sin que hicieran su ataque, podría debilitar a los lanceros, y
no serían aptos para combatir.
—¡General! —dijo Ulrika—. Los hombres no han terminado de cazar a todos
los supervivientes. Si se realiza el hechizo ahora, algunos de los ladrones
escaparan sin castigo.
Kodrescu la miró, luego se volvió hacia la señora Celia.
—Espera hasta estén todos muertos.
—Sí, señor.
Kodrescu empezó a bajar las escaleras, haciendo un gesto a von Graal y
Morgenthau para que le siguieran.
—Nos quedaremos aquí durante el día y quemaremos sus libros y reliquias, y
luego regresaremos hacia el campamento de von Messinghof al atardecer. Ahora
nos reuniremos en la biblioteca, para planificar nuestro regreso.
Ulrika se tensó cuando los tres señores se dirigieron hacia la puerta de la
biblioteca. ¿Que estaría retrasando a Stahleker? Si Kodrescu salía del patio, el
momento se perdería, y tendrían que buscar otro. ¿Pero cuando volvería a
presentarse la ocasión?
Como si fuera una señal, Stahleker salió cojeando de la esquina de un
barracón, a la cabeza de una docena de lanceros. Ulrika se mordió el labio
mientras se apresuraban a por sus caballos y Morgenthau la miró por encima del
hombro.
¿Este era el mejor momento? Stahleker aún no estaba en posición. Pero si
esperaba, todo podría desmoronarse.
No importaba. Era hora de hacerlo o morir en el intento. Ulrika asintió con
la cabeza a Morgenthau y pronunció la palabra.
—¡Ve! —y luego volvió a mirar Stahleker y le dio un guiño.
Morgenthau tragó saliva y desaceleró, dejando Kodrescu y von Graal que
pasaran por delante de él, y luego desenvaino su espada. Ulrika vio como dudó,
pero finalmente arremetió y cortó a través de la armadura del antebrazo de von
Graal.
—¡Traidor! —gritó Morgenthau—. Está atacando a nuestro señor —exclamó
—. ¡Está atacando a nuestro señor! ¡Ayudadme!
Von Graal y Kodrescu se giraron al mismo tiempo.
—¿Qué está pasando? —preguntó von Graal, mientras se agarraba el brazo
herido—. ¿Por qué me golpeaste?
Morgenthau dio un paso atrás, apuntando con su espada a él, pero mirando a
Kodrescu.
—¡Tiene plata, señor! ¡Tenía la intención de apuñalaros por la espalda!
Kodrescu miro a uno y al otro, mientras Colmillo de lobo, brillaba de un rojo
furioso.
—¿Es esto cierto?
—¡Por supuesto que no! —exclamó von Graal—. ¡Es una locura! ¡Ésta
mintiendo!
—¡Tú eres el mentiroso! —gritó Morgenthau, y se abalanzó sobre él,
intentando atravesar su corazón.
Kodrescu vaciló, sin saber a quién atacar, y en ese instante el Sargento
Stahleker grito:
—¡A por von Graal! —exclamó, mientras levantaba su espada—. ¡Proteged a
nuestro general! ¡Quiere matar a Kodrescu y Morgenthau!
Todos a una, sus lanceros respondieron a la llamada y espolearon sus caballos
hacia el general.
—¡A por von Graal! ¡Está atacando a Kodrescu!
Kodrescu se giró hacia von Graal, gruñendo, cuando Morgenthau cayó hacia
atrás.
—¡Estas mintiendo! ¡Es un golpe de estado!
—¡No, señor! ¡Lo juro!
Kodrescu no le escuchó. Desenvaino su espada roja, y atacó a von Graal,
mientras Stahleker y sus lanceros se colocaron alrededor de los combatientes.
En todo el patio, los caballeros de Sangre de Kodrescu se apresuraron a
proteger a su amo, pero los hombres de Stahleker habían formado una pared
sólida en torno al general.
Desafortunadamente, no había muro que protegiera a von Graal de la magia
de la señora Celia. Ulrika vio a la nigromante comenzar un hechizo y espoleó su
caballo hacia ella. El caballo golpeó a la señora Celia en un hombro que cayó al
suelo, deteniendo el hechizo. Ulrika no miró hacia atrás. Era el momento de
jugar su parte.
Ulrika, se movió hacia adelante, mientras gritaba.
—¡Traidor! ¡No vas a matar a nuestro señor!
Los lanceros, que por supuesto, sabían que era un ardid, se apartaron, y
Ulrika entro por el espacio abierto, donde Kodrescu y von Graal luchaban.
Tal como esperaba, von Graal estaba recibiendo la peor de todo. Era un
esgrimista decente, y tan rápido como cualquiera de su clase, pero Kodrescu
estaba completamente en otro nivel. Le había realizado una docena de cortes en
unos pocos segundos, y la espada roja brillaba como el hierro caliente, al
comenzar a sorber su sangre.
Ulrika sacó una pistola de la funda de su silla de montar.
—¡Muerte al traidor!
—¡No! —rugió Kodrescu, agitando su espada—. ¡Su muerte es la mía! ¡No le
disparéis!
—¡Muy bien! —dijo Ulrika, y le disparó a quemarropa Kodrescu en el
espalda.
El general se quedó sin aliento y se tambaleó cuando el proyectil de plata
perforaba a través de su coraza, enterrándose entre sus omoplatos. Su espada se
inclinó y se aferró a su espalda, siseando de dolor. Ulrika estaba sorprendido por
su fortaleza, tendría que estar en el suelo gritando como un bebe. Sin embargo
fue suficiente. Aprovechando la apertura, von Graal enterró profundamente su
espada en el costado de Kodrescu, realizándole una terrible herida.
Incluso entonces el general no cayó, y respondió con un barrido salvaje, y el
yelmo de von Graal se desprendió de su cabeza, dejándole una terrible herida
sobre una de sus orejas.
Von Graal se tambaleó hacia atrás, sacando su espada, del costado de
Kodrescu.
—¡Maldito loco! —dijo con voz áspera como el general cayó de rodillas—.
No soy yo el que trata de asesinarte, pero si has sido tan estúpido para creer que
yo intentaría matarte, tal vez te lo merezcas.
Von Graal levantó la espada sobre su cabeza. Kodrescu trató de levantar
Colmillo de lobo para bloquearlo, pero estaba demasiado débil. Las venas de su
cuello se estaban ennegreciendo bajo su piel, y de su boca salía sangre. Von Graal
barrió hacia abajo como un verdugo y le cortó la cabeza a Kodrescu con un golpe
limpio. Se cayó de sus hombres y rodo por los adoquines.
El caballero pelirrojo la miró con tristeza, luego levantó los ojos fríos hacia
Ulrika que estafa enfundando su pistola.
—¡Bien, traidora! —dijo von Graal—. Parece que he hecho el trabajo sucio
por ti. ¿Qué tengo que hacer para compartir el botín?
—¡Muerte al asesino! —exclamó Morgenthau, saliendo del anillo de lanceros
con la espada en alto.
Von Graal se giró demasiado tarde, y la espada de Morgenthau, le hirió en
uno de sus hombros. El hermoso caballero gruñó y retrocedió, tratando de
mantener a Ulrika y Morgenthau frente a él.
Desafortunadamente, von Graal, no vio a Stahleker sobre su caballo detrás de
él.
—¡Nadie amenaza a mi mujer! —gruñó Stahleker, y con su sable le abrió un
herida en la parte posterior de la cabeza desnuda de von Graal.
Von Graal se tambaleó hacia delante, gritando de dolor. Ulrika golpeó hacia
abajo con su espada, dividiendo en dos el cráneo de von Grall, desde la corona
hasta la barbilla. Von Graal cayo de rodillas, flojo como un espantapájaros,
Luego cayo de bruces sobre los adoquines en un mar de sangre.
Morgenthau dio un suspiro de alivio, pero Ulrika sabía que no había
terminado el trabajo. Los caballeros sangrientos de Kodrescu estaban atacando a
los lanceros de Stahleker desde todos los lados, llamándolos traidores y escoria
humana, mientras que la señora Celia estaba en el suelo donde Yasim la había
tirado al suelo, y dando forma a otro hechizo.
—¡Alto! —gritó Ulrika con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Dejan de
pelear! ¡Solo intentaban proteger a Kodrescu! ¡Escúchame! ¡Tenemos que
unirnos!
—¡Estaban siguiendo tus órdenes, asesina! —exclamó la señora Celia—. ¡Te
he visto disparar!
—¡Yo le disparé a von Graal! ¡Traté de detenerlo!
Celia no la estaba escuchando. Estaba mirando a Ulrika, mientras la energía
negra hervía entre sus manos.
Ulrika maldijo. El plan original había fracasad. Ulrika desenfundo la segunda
pistola, y apunto a la señora Celia.
—¡Muy Bien, te disparé también! ¡Y está también tiene plata! ¿Quieres morir
como tu señor, verdad?
Celia se quedó inmóvil, su oscuridad continúo arremolinándose entre sus
manos, pero no creció. Las otras refriegas se calmaron, cuando todos se
volvieron para ver el resultado de este conflicto.
—¡Considera tu jugado con cuidado, señora! —gritó Ulrika, mientras
pensaba en algo que pudiera detener la mano de Celia—. ¿Qué harás a
continuación? ¿Vas a enarbolar el estandarte de Kodrescu? Tiene un gran poder,
es probable que sea más mortal de lo que no fuiste. ¿Irás contra Karl Franz? ¿O
vas a atacar a von Messinghof?
Señora Celia enseñó los colmillos, pero se quedó mirando, con pensamientos
furiosos detrás de sus ojos. Ulrika se estremeció, estaba en el camino correcto.
—¿Cuál es tu plan de batalla, señora? —continuó Ulrika—. ¿Sabes las fuerzas
von Messinghof? ¿Sabes las de Karl Franz? ¿En qué terreno enfrentarte a ellos?
¿Y qué vas a hacer si pierdes? ¿Dónde vas a esconderte, cuanto en Sylvania sepan
de tu motín?
—¡Basta! —gritó la señora Celia—. ¡Haz tu oferta! ¡Yo no soy líder! Y nunca
pedí serlo. ¿Pero acaso sugieres que ocuparas el lugar de Kodrescu? ¿Con ese
gusano traídos a tu lado? Tampoco dispones de las tropas para derrotar a von
Messinghof. Ya estoy muerta, así que no importa si muero ahora, al menos
tendré mi venganza sobre los asesinos de mí…
—¡Aún no estas muerta! —dijo Ulrika, viendo una salida—. Como bien
adivinaste desde el principio, soy una espía de von Messinghof. Me enviaron a
matar Kodrescu y llevar a los demás de vuelta al redil. Regresa conmigo, y von
Messinghof te dará la bienvenida con los brazos abiertos, te lo puedo prometer.
Von Messinghof te necesita. Como al resto de ustedes. Pero tú eres de vital
importancia para sus planes. No va a desecharte.
A su lado, Morgenthau farfulló.
—Hemos hecho esto para que pueda hacerme con las tropas de Kodrescu,
para volver a von Messinghof. ¿Pero este es mi ejército, no?
Ulrika le disparó en el rostro con la segunda pistola cargada con plata. Su
cabeza explotó en una lluvia de masa cerebral negra, y su cuerpo sin cráneo cayó
al suelo.
—Von Messinghof podría haber recibido de nuevo a un traidor —dijo Ulrika
al cadáver de Morgenthau—. Pero no a un estúpido.
24
Triunfo
* * *
A la noche siguiente Ulrika llevó a su ejército por el camino forestal del
monasterio, hacia las ruinas de Bruchben, luego bordeó la ciudad, cruzo el Ryker
y entró en los bosques al este del rio, y pasó el día en ellos. La noche siguiente
llegaron a la carretera Reik y se dirigieron hacia el sur, moviéndose por la
carretera abiertamente, y sacrificando a todo comerciante, peregrino, soldado,
asaltadores de caminos, y patrullas de guardias, que encontraron, dejando que
fueran levantados por la señora Celia. Ni uno escapo de sus cuchillos.
Ulrika no tenía más remedio que moverse abiertamente. No había tiempo
para moverse furtivamente. Cuando había dejado a von Messinghof, le había
dicho que Karl Franz y su séquito alcanzarían Arschel en doce días. Su vuelo para
encontrar Kodrescu y el viaje al monasterio habían pasado cinco días, Y tenía
que regresar al campamento lo más rápido posible, y espera que matando a todo
el mundo que se encontrara en su camino, no se difundirían la noticias de su
paso a la comitiva del Emperador.
Hacia la mañana en esa segunda noche, Ulrika llevó a su ejército al pueblo de
Werkenau y mató a todos sus habitantes. Los vampiros se alimentaron y los
lanceros lo saquearon, pero no por mucho tiempo. No había tiempo para
indulgencias. Y estuvieron de nuevo en camino, en menos de dos horas, y
realizaron seis millas más, antes de refugiarse de nuevo en el bosque y esperar a
que pasara el día. La noche siguiente, arrasaron la posada fortificada conocida
como las Uvas benditas y estuvieron en camino de nuevo antes de que las
carretas con los suministros se pusieron al día con ellos. Una noche después, tras
más derramamiento de sangre en la carretera, llegaron por fin al bosque de
Stirwood, y una noche más tarde, sólo tres horas después de la puesta del sol,
fueron encontrados por unas de las patrullas más alejadas de von Messinghof.
Ulrika había hecho el viaje con tiempo suficiente para unirse al ataque al
Emperador.
Mientras esperaba la autorización para entrar al campamento. Ulrika
recorrió la columna, reviso a los lanceros y caballeros sangrientos para que
estuvieran presentables. Había hecho una cosa difícil y lo ha hecho bien, había
matado a Kodrescu y su pandilla de traidores, sin dañar a las tropas leales, y
traerlas de vuelta justo a tiempo y quería disfrutar de su triunfo. Quería entrar en
el campamento como un héroe, así que sus tropas tenían que estar perfectas.
Ordenó a los Caballeros sangrientos ponerse sus yelmos, y le ordeno a Stahleker
y sus hombres ponerse los tabardos de los iniciados de Morr, para que quedaran
más uniforme, que con sus propias armaduras casuales.
Por fin llegó la autorización para poder entrar al campamento, y Ulrika tomó
su lugar en la cabeza de la columna, vestida con su jubón negro, calzones y botas
de montar, y con una esmaltada coraza negra, saqueada del cadáver de uno de los
templarios más pequeñas que pudo encontrar. Yasim había sido cepillada hasta
brillar, y parecía una estatua de su misma.
Ulrika cuadró los hombros y levantó la mano. Por esto era por lo que estaba
aquí, esto era la gloria.
Al salir de los árboles y entrar en la sección humana del campamento, levantó
la barbilla. Todo el mundo había llegado para verla. Los seguidores del ejército,
los soldados, y por supuesto, también los oficiales sylvanos, y caballeros
sangrientos, que habían salido de su claro, para ver como marchaba la columna,
y se detenía delante de von Messinghof. El general estaba de pie en el centro del
campamento, mirando a Ulrika con una expresión severa en su rostro.
Emmanus, estaba a su lado, y Rukke está en el otro, mientras de Blutegel
permanecía en silencio detrás de ellos.
—Mi señor —dijo Ulrika, inclinándose sobre su silla de montar—. Te
devuelvo tus soldados.
La ceja del conde levantó.
—Esto no es lo que te pedí que hicieras.
Ulrika se puso rígido. Había esperado una recepción más cálida. Casi se había
olvidado que había incumplido su orden original.
—No, señor.
—¿Dónde está el Kodrescu?
—Ésta muerto, señor, por mi mano.
—¿Y von Graal? ¿Morgenthau?
—También muertos. También por mi mano. Eran traidores, señor.
Rukke atragantó, Emmanus silbó y Blutegel reprimió una sonrisa.
—¡Por los Libros de Nagash! —dijo Emmanus—. ¡Ha matado a más de los
nuestros que las lahmianas!
Von Messinghof les hizo señas para que guardaran silencio y se cruzó de
brazos.
—¿Por lo tanto, en lugar de informarme a mí, que es lo que te pedí, y te
encargaste tu misma de asesinar a tres de mis oficiales más capaces y has tomado
el mando de una quinta parte de mi ejército?
La columna vertebral de Ulrika erizó. Su entrada triunfal no estaba
ocurriendo tal como esperaba.
—Señor, en el momento en que me enteré de sus planes, ya era demasiado
tarde para volver a informar. Y habrían marchado de nuevo a la lucha contra ti,
con todas estas tropas. Tal batalla habría reducido tus números, y no importaba
cual fuera el resultado. Pensé que era mejor evitar la batalla por completo.
La esquina de la boca de von Messinghof curvó.
—¿Y hacerte mi general más poderoso solo es algo casual? Por lo que veo.
—Señor, te lo aseguro Tú…
Von Messinghof levantó una mano.
—No protestes. Aplaudo tu audacia, por lo visto tu lado von Carstein se ha
manifestado. ¿Debo recordarme de proteger mi espalda?
Ulrika abrió la boca para asegurarle su lealtad, pero antes que pudiera hablar
von Messinghof se inclinó ante ella.
—¡Bien hecho, capitán! Y gracias por devolverme mis tropas, me eran
necesarias.
—¡Capitán! —ladró Rukke—. ¿La promueves? ¿Antes que a mí?
Blutegel le puso una mano en el hombro, pero Rukke le restó importancia.
—¡Deberías ejecutarla! —exclamó Emmanus—. ¡El maestro será informado
de esto!
—Estoy seguro de que lo hará —suspiró von Messinghof, y le hizo señas a
Ulrika para que desmontara, a continuación, se dirigió hacia el claro de los
vampiros—. Acompáñame, tenemos mucho de qué hablar.
Los ojos de Ulrika se agrandaron. ¿Capitán? Eso era más de lo que había
esperado. Ulrika desmonto de Yasim, y camino tras von Messinghof, con los
hombres hacia atrás y la barbilla alta.
* * *
—No confíes en Señora Celia —dijo Ulrika. Ulrika estaba de pie frente la mesa
con el mapa del Conde, mientras que von Messinghof y Emmanus estaba al otro
lado y Blutegel estaba en el fondo. A Rukke no se le había pedido a unirse a ellos
—. La señora Celia solo se ha unido a mí porque su única alternativa era la
muerte. No tienen ninguna lealtad por mí o por ti.
—Bueno, ya lo sé —dijo von Messinghof—. Fue la amante de Kodrescu
durante muchos siglos, pero es lo suficientemente lista, para saber qué tengo que
salir victoriosa de esta, para que ella tenga un futuro. La señora Celia no hará
nada hasta que Karl Franz este muerto y el Imperio sea nuestro. Después de
eso…
Von Messinghof sonrió sombríamente.
—Pero de todos modos tendré los ojos bien abiertos.
Von Messinghof atrajo su atención hacia el mapa, y señalo el rey blanco que
todavía estaba en el camino de Nuln.
—Has vuelto justo a tiempo, capitán. Mañana por la noche Karl Franz será el
invitado del Barón Ambosstein, y la noche siguiente estará en la mansión de von
Arschel, según lo previsto.
Ulrika sonrió con emoción.
—¿Así que, por fin, vamos a salir de las sombras, y enarbolaremos el
estandarte de Sylvania? ¿Finalmente el imperio sabrá quiénes somos?
Emmanus resopló con sorna.
—No eres más inteligente que los tontos a los que has matado.
Von Messinghof sonrió.
—Admiro tu valentía, pero hay que ser todavía más sutil que eso. Serán las
lahmianas las que serán culpadas por la muerte de Karl Franz.
—Pero ¿Qué mejor modo para que la humanidad nos tema, que anunciar
que hemos matado al líder más grande del viejo mundo?
—Lo sabrán con el tiempo —dijo el conde—. Pero todavía es demasiado
pronto. Una nación que percibe una amenaza fuera de sus fronteras se une
contra el enemigo común. Una nación que percibe una amenaza desde dentro se
fractura, y sospecha de sus aliados.
Von Messinghof desenrolló un mapa más pequeño que mostraba todo el
imperio, y comenzó a mover su dedo de una provincia a otra.
—El Emperador va a morir en Wissenland, asesinado por las vampiras
lahmianas. Ya he propagado el rumor de que la condesa Emmanuelle es una
lahmiana. Esto debería provocar un enfrentamiento entre Wissenland y
Reikland. Middenland y Talabecland lo verán como una oportunidad para tomar
el poder, mientras sus vecinos del sur luchan entre sí. Previsiblemente se
enfrentarán el uno contra el otro, con el fin de que el otro le robe el premio.
Mientras las cuatro provincias más poderosas estén enfrascadas en una
sangrienta guerra a cuatro bandos, las otras provincias tomaran partido, o se
retiraran al interior de sus provincias a la espera de ver cómo termina esto.
El conde finalmente señalo con su dedo a Sylvania.
—Entonces y sólo entonces el Señor von Carstein iniciara la invasión,
barriendo y aplastando a todo el que se ponga por delante.
—Nuestra conquista estará asegurada —dijo Emmanus.
Ulrika sonrió al pensar en el mundo de los hombres, cayendo en la locura y la
autodestrucción. Era lo que se merecían. Y se imaginó regresando a Nuln, a la
cabeza de un ejército, derribando las murallas y aniquilando a las lahmianas. Allí
se encontraría con Famke, y la sacaría de las habitaciones sin aires de la
hermandad, y le mostraría el nuevo imperio, gobernado desde el mar hasta las
montañas, por la aristocracia de la noche.
* * *
La puerta de la tienda se abrió, despertando Ulrika de su ensueño, y entró Otilia,
con el rostro demacrado y sombrío. Señaló la presencia de Ulrika con una simple
contracción de su mejilla, y luego se volvió a von Messinghof y Emmanus, hizo
una reverencia.
—Mi señor, tengo graves noticias —dijo Otilia, mientras sus ojos se
deslizaban a Ulrika—. Noticias que sólo debe ser compartidas con tus asesores de
mayor confianza.
—Puedes hablar —dijo von Messinghof—. Ulrika tiene toda mi confianza.
—No debería, señor —dijo Otilia—. Ella es las pocas que conocía el secreto.
El general lanzó una mirada a Ulrika, pero luego se volvió a Otilia.
—Habla, si me ha traicionado, no saldrá de esta tienda.
Otilia frunció los labios.
—El Doktor Gaebler está muerto. Aparentemente un accidente, pero veo la
mano de las lahmianas detrás de él.
Emmanus maldijo.
Los ojos de von Messinghof se agrandaron.
—Es una grave noticia.
Ulrika tragó con inquietud.
—Además de ti, mi señor, solo yo y Ulrika sabían del plan —dijo Otilia—.
Los esclavos de sangre que ayudaron en la captura, nunca supieron el nombre de
Gaebler o su significado. Ulrika debe ser la espía.
Ulrika dio un paso atrás.
—¡Señor, yo no he hecho nada!
—¿Puedes probarlo? —preguntó Otilia.
—¡No puedo! —dijo Ulrika—. ¿Puede probar que he sido yo?
Von Messinghof levantó una mano.
—No quiero disputas. El círculo de potenciales espías es más amplio de lo
que piensas.
Otilia lo desdeño, Ulrika esperanzada.
—¡Podría ser cualquier persona de este claro! —dijo el conde—. Podrían
haber escuchado a través de las paredes de la tienda. Podría ser uno de los
esclavos de sangre que alimentan a Gaebler. Y yo le he contado el plan a
Emmanus y Blutegel estaba aquí cuando hablamos de ello. ¿No es así, Blutegel?
—Así es, señor —dijo el ayudante de cámara—. Aunque no he hablado de
ello con nadie, como siempre.
—¿Ni si siquiera a Rukke? —preguntó von Messinghof.
—¡Se lo juro, señor! Nadia ha escuchado nada de mí.
—Y ciertamente no puedes sospechar de mí —gruñó Emmanus.
—¡Señor! —insistió Otilia—. El círculo puede ser más amplio, pero que lo sea
no significa que no se pueda sospechar de Ulrika. Todavía es el más obvia
culpable.
—¡Como lo eres tú! —dijo von Messinghof.
—¡Señor! —protestó Otilia.
Von Messinghof le hizo un gesto con la mano.
—No quiero decir que trabajes para las lahmianas, pero cuando informaste al
Doktor Gaebler, de que teníamos a su hijo, lo sedujiste.
—Espero que mi señor no tenga quejas sobre mi actuación al respecto —dijo
rígidamente Otilia.
—No, en absoluto —dijo von Messinghof—. Pero es posible de que te
hubieran seguido. Es posible que hayas llevado involuntariamente a las
lahmianas al doctor.
—Yo tomé todas las precauciones —insistió Otilia.
—¿Cómo podemos estar seguros sobre lo que saben las lahmianas? —
preguntó Emmanus—. Si hay un espía, no sólo habrá informado a las lahmianas
sobre el Doktor Gaebler, probablemente también les habrá informado sobre
nuestros planes para atacar a Karl Franz en Arschel. Estarán al acecho, puede que
incluso informen al Emperador del inminente ataque. Nuestros planes están
entredicho, hasta que no capturemos al espía y sepamos qué es lo que saben las
lahmianas, y tampoco podemos hacer de nuevos.
—¡Pero tenemos que continuar! —dijo von Messinghof—. No hay tiempo
para una cacería de brujas. No tenemos más que un día. Debo dar nuevas
órdenes, a mis oficiales en los que este seguro que no me traicionaran.
—¡Dejadme solo! —ordenó von Messinghof—. ¡Todos! ¡Incluidos Blutegel y
Emmanus! ¡Tengo de pensar!
25
Ambosstein
Media hora más tarde, más o menos en la mitad de la noche, von Messinghof
salió de su tienda y convocó a sus oficiales.
—Prepara a vuestras tropas —dijo—. Partiéremos esta noche, en una hora.
—¿Esta noche? —dijo Lady Celia—. Pero entendí que no lo haríamos
mañana.
—Los planes han cambiado. Preparaos.
—Sí, Señor —dijo Lassarian—. ¿Pero a dónde nos lleva?
—Hacia el oeste —dijo von Messinghof, y regresó a su tienda, donde
chasqueando los dedos a su mayordomo—. ¡Blutegel! Prepara un murciélago.
Debo enviar un mensaje.
—Sí, señor —murmuró Blutegel, sacudiendo la cabeza mientras le seguía.
Preocupado por si no tendrían tiempo para recogerlo todo.
* * *
Durante toda la noche, el ejército de von Messinghof marchó para el Reik por la
vía más directa, y llegó justo cuando el cielo comenzaba a iluminarse, y los
pájaros comenzaban a cantar en los árboles. Ulrika se sorprendió al ver barcazas
y barcos esperándoles, en aguas poco profundas, y se dio cuenta para que era el
mensaje del murciélago que von Messinghof había enviado. Y se maravilló de
nuevo por la organización y minuciosidad del conde. Kodrescu nunca habría
tenido la previsión de tener botes y embarcaciones, por si tenían que cruzar un
rio. Von Messinghof no dejaba nada al azar. A medida que la columna se separó
y se extendió a lo largo del río, Los oficiales de von Messinghof desmontaron y
empezaron a dar órdenes a sus hombres para hacer establecer el campamento
para pasar el día.
—¡No! ¡Subid a los barcos! —gritaba con rabia el general mientras cabalgaba
entre ellos—. Cruzaremos ahora, antes de descargar. Debemos de estar listos
para la marcha en el crepúsculo de mañana por la noche.
—¡Pero, Señor! —se quejó Rukke—. ¡Pronto estaremos expuestos a la luz del
día!
—¡Sufriremos graves quemaduras! —dijo Emmanus.
—¡Si esperamos un día, arriesgamos nuestra victoria! —Les espetó von
Messinghof—. Cruzad en el primer barco y delegad en vuestros hombres, para
que el restos sus hombres pueda cruzas, antes de buscar un refugio.
Había un montón de quejas sobre esto, pero ellos hicieron lo que se les
ordenó. Ulrika delegó los detalles del cruce de los lanceros a Stahleker, y cruzó al
otro lado con von Messinghof y sus otros oficiales. Sus monturas, irían en el
siguiente barco con los esclavos, que levantarían las tiendas de campaña, y les
harían las camas.
—¿Vas a decirnos ahora a dónde vamos, general? —preguntó Lassarian,
cuando la barcaza llego al otro lado del río.
—¡Al sur! —dijo von Messinghof, y no dijo nada más.
* * *
A la noche siguiente, cuando el ejército se puso en marcha de nuevo, el cielo
estaba negro con nubes bajas, y los truenos retumbaban desde todas las
direcciones, como gigantes insultándose el uno al otro. Von Messinghof los sacó
del bosque y partieron hacia el sur por la carretera del Reik a un ritmo rápido,
empujando a su caballería y dejando a los muertos vivientes de la señora Celia,
muy atrás. Durante horas cabalgaban sobre bajo el cielo ceñudo, en una larga
columna de caballeros sangrientos, esqueletos montados y mercenarios
humanos. Con los destellos blancos de los necrófagos, y las sombras negras de
lobos gigantes, corriendo en el bosque a ambos lados de la carretera, y por
encima y delante de ellos, una falange flotante de espectros, fantasmas, almas en
pena, a la deriva como una amorfa nube.
Lobos y murciélagos se movían por delante de la columna, asesinando a
todos los humanos que encontraban por el camino. Mientras Ulrika cabalgaba al
lado de von Messinghof, Ulrika podía ver los restos macabros de viajeros y sus
caballos, guardias de caminos y peregrinos, que la columna encontraba a su paso.
Dos horas antes de la medianoche, el camino se apartó del río, y menos de
una hora después, von Messinghof levantó la mano y ordenó un alto. La columna
se detuvo en medio de la carretera, y el general ordenó a sus esclavos colocar la
mesa con el mapa, en un claro a un lado de la carretera, y luego reunió a todos
los oficiales a su alrededor.
—Estamos aquí —dijo von Messinghof, en cuando desplegaron el mapa—. Y
por fin puedo deciros, por ahora, que estamos cerca de nuestros enemigos.
Von Messinghof estaba señalando con un dedo un punto en el norte al este
de Arschel.
—Ambosstein. Karl Franz duerme esta noche allí, invitado por el Barón
Ambosstein, antes de viajar a Arschel mañana. Esperaremos a los muertos de
Lady Celia, en cuando lleguen atacaremos, tendremos más o menos cuatro horas
para matar al Emperador, antes de que amanezca y debamos retirarnos.
—¡General! —dijo Lassarian—, Ambosstein no es una casa señorial. Es un
pequeño castillo. Es por eso que elegimos atacar Arschel, que es poco más que
una casa de campo.
—Arschel se ha visto comprometido —dijo von Messinghof—. Las lahmianas
pueden saber de nuestro ataque, y probablemente se encuentren a la espera allí,
listas para tendernos una emboscada.
Lassarian le miró.
—¿Hay un espía?
—No estoy seguro si hay un espía —dijo von Messinghof—. Y las paredes de
piedra no me asustan, tanto como traidores y ataques por el flanco. Tenemos
más que suficientes tropas para Ambosstein. La noche será nuestra, no lo dudéis.
Unas gruesas gotas de lluvia salpicaron en el mapa y von Messinghof lo
enrollo de nuevo, mirando el cielo.
—Pasaran aproximadamente dos horas antes de que los muertos vivientes de
la señora Celia nos alcancen. Mientras tanto vamos a explorar el castillo y
colocaremos a nuestras tropas en posición. Hay un valle tras esa colina a la
derecha, sacad a las tropas de la carretera y organizadlas allí. Lassarian, Rukke y
la boyarina Ulrika irán conmigo para estudiar el castillo.
Otilia le lanzó a Ulrika una mirada asesina, en cuando la vio marcharse con
von Messinghof y los otros bajo la fina lluvia. Ulrika sonrió ante la mirada de
Otilia, pero no pudo evitar preguntarse si realmente estaba siendo honrada, o si
von Messinghof no quería perderla de vista.
* * *
—Al menos podemos estar seguros de que está aquí —dijo Ulrika, mirando a
través de los árboles.
—¡Sí! —dijo von Messinghof, acariciándose la barba perfectamente recortada
distraídamente—. Y ha reunido a más soldados de los que esperaba.
Los dos estaban con Rukke y Lassarian a la sombra de unos escasos árboles,
mirando a través de un amplio altiplano el Castillo de Ambosstein, un pequeño
torreón construido en todo su borde, y en estos momentos semioculto por una
lluvia suave. El edificio principal de la torre de homenaje era una antigua casa
fortifica con una muralla que rodeada un sencillo patio, que era demasiado
pequeño, para la fuerza de hombres que había llegado para pasar la noche. Las
tiendas de campaña de los que no habían cabido dentro de las murallas se
extendían como alas a cada lado del castillo, con fogatas iluminando los
estandartes de más de una docena de señores nobles, así como el estandarte de la
Reiksguard. Ulrika estimo que más de dos mil hombres estaban pernoctando en
el exterior del castillo.
—Acompañadme —dijo von Messinghof, dirigiéndose hacia su caballo—.
Quiero verlo de frente.
Ulrika y los demás lo siguieron, rodearon el castillo, cubriéndose con los
escasos árboles, hasta llegar al valle. El pueblo de Ambosstein se encontraba en el
otro extremo del valle, oscurecido por la lluvia y los árboles intermedios, y el
camino que llevaba hacia el pueblo recorría la base de la colina en zigzag hasta el
castillo. Los giros el camino eran necesarios, ya que la pendiente hasta el castillo
era muy empinada. Ningún ingeniero imperial, le habría sido posible construir
una carretera recta.
—Un enfoque difícil —dijo Lassarian, señalando el camino—. Cualquier
fuerza que intente tomar el castillo desde el frente presentara los flancos a las
defensas del castillo al menos tres veces antes de llegar a la cumbre.
—Además la puerta principal está en un lateral —dijo Ulrika—. Por lo que
los atacantes deber exponerse aún más, a medida que circules en torno al castillo.
—¿Qué es eso que no vamos a atacar de frente? —dijo von Messinghof—. De
hecho, ni siquiera vamos a intentar asaltar el castillo a menos que las cosas vayan
mal, pero que muy mal.
—¿Pero cómo podemos matar al Emperador sin entrar en el castillo? —
preguntó Rukke.
Von Messinghof levantó la vista al bosque en la base de la pendiente.
—El Emperador vendrá a nosotros —dijo von Messinghof. Y dio la vuelta a
su caballo—. Ya he visto suficiente. Volvamos.
* * *
De vuelta en el campamento comenzaron los preparativos para la batalla, von
Messinghof reunió a sus oficiales en su tienda mientras Emmanus observaba en
silencio y Blutegel pulía la armadura de von Messinghof a un lado.
—El castillo está aquí —dijo el conde, que habla sobre el ruido de la lluvia, y
dibujo con un trozo de carbón en un improvisado mapa—. Las tropas del
Emperador aquí y aquí, acampan a cada lado del castillo, a lo largo del borde de
la empinada colina. Piensan que están protegidos contra un ataque desde abajo,
pero si atacamos desde el bosque detrás del castillo, aquí, podemos echarlos por
el borde de la colina.
La frente de Lassarian se fruncido.
—La Reiksguard son soldados duros, señor. Incluso tomados por sorpresa,
van a poner una fuerte resistencia, y morirán hasta el último hombre antes de
poder llegar al Emperador, la salida del sol podría llegar antes de que los
derrotemos.
—Eso espero, es parte de mi estrategia —dijo von Messinghof. Agitando una
mano desdeñosa hacia las posiciones de las tropas imperiales, que había
esbozado—. No me importa si no podemos derrotar a estas tropas, aunque me
complacería si lo hiciéramos, pero no olvidemos nuestro objetivo. Los del castillo
tienen que creer que hemos venido a por el Emperador y que somos imparables.
Para que lleguen a esa conclusión, toda criatura voladora y los espectros a
nuestra disposición atacaran el castillo, mientras atacamos a los soldados del
exterior. Debemos abrumarlos para aterrorizarlos.
El conde señaló a la carretera que zigzagueaba por la colina empinada, y a los
árboles en la base a través de la cual pasada.
—A la vista de tal ataque, la Reiksguard no permitirá que Karl Franz
permanezca en el castillo. Y apresuradamente lo evacuaran del castillo con una
fuerte escolta. —Con dos pesado movimientos marco dos X en los bosques que
rodeaban la carretera—. Y caerán directamente en una emboscada.
—Señor —dijo Otilia, inquieta—, ¿y si no huye?
—Entonces tendremos que tomar el castillo después de todo. De cualquier
modo, Karl Franz morirá esta noche —respondió von Messinghof, y señaló el
mapa otra vez—. Lassarian, estarás al mando de la fuerza principal en el bosque
detrás de la torre del homenaje. Te dejo organizar a tus tropas como creas
necesario. Rukke, Otilia, señora Celia, y la boyarina Ulrika estarán debajo de ti.
Yo lideraré la emboscada en el valle con los caballeros sangrientos y los lobos, y
hare sonar un cuerno cuando Karl Franz está muerto. Después de eso, todos
deberán retirarse.
Von Messinghof se volvió hacia Blutegel.
—Blutegel, envíe un mensaje a los barcos para que se muevan aguas abajo
hasta donde el rio toca con la montaña.
El anciano se inclinó.
—Sí, Señor.
Von Messinghof señaló en el mapa otra vez y miró a su alrededor a los otros.
—Una vez terminada la batalla, retiraos a este lugar. Los barcos estarán allí, y
nos llevaran a través del rio de nuevo. ¿Entendido?
Hubo un murmullo de asentimiento, y von Messinghof los saludó.
—Bueno, preparad a vuestros soldados, y acercaos al castillo sin ser vistos —
dijo el conde, sonriendo y mostrando todos los dientes—. Nuestro destino está
en nuestras manos, amigos. Con la muerte del Emperador, comenzara el fin de la
hegemonía humana, y el inicio del imperio sylvano.
Mientras las diversas compañías se preparaban para marchar, comenzaron
las murmuraciones entre los que habían recibido la orden de atacar el castillo.
Lassarian quejó de la lluvia y no estar en la emboscada. Otilia puso mala cara,
enojada de que von Messinghof no había querido que estuviera a su lado, y
Rukke estaba murmurando acerca de tener que lideras a los necrófagos en lugar
de liderar a tropas más prestigiosas.
—Me trata como a un necrófago, en lugar de su propia sangre —gruñó
Rukke a los subhumanos reunidos a su alrededor.
Blutegel se acercó a él, con una mirada temerosa en su rostro y con dos
murciélagos mensajeros bajo el brazo.
—También eres de mi sangre —le dijo Brutegel—. Regresa sano y a salvo.
Mantente bien atrás, te lo imploro. Ya que estas destinado para cosas mejores.
Rukke se burló de él, y le dio la espalda.
—Tu semilla llevo el caos, en mi interior, pero ya no soy tuyo. Von
Messinghof es ahora mi padre, y le mostraré lo que puede hacer, y no me
importan las tropas que me dé.
Blutegel se le quedó mirando, luego suspiró y soltó a los murciélagos en el
aire. Que se agitaron desgarbados al principio, antes de desaparecer en la noche
lluviosa en diferentes direcciones.
* * *
—Están en su derecho en quejarte, y lo saben —murmuró Stahleker cuando él y
Ulrika tomaron sus posiciones a la cabeza de los cuatrocientos lanceros—. Von
Messinghof nos está enviando a un ataque, sin molestarse en pensar que nos
sucederá. Tenemos en frente a la Reiksguard. Va a ser un matadero.
—¡Sí! —dijo Ulrika, sonriendo para sí misma—. Los dioses me han
complacido.
Stahleker le dio una mirada cautelosa.
—¿No lo entiendo?
Ulrika se sacó a sí misma de su ensueño.
—Te pido disculpas, sargento, pero he estado esperando mucho tiempo esto.
No más matanzas de débiles, no más capa y espada. Esta será una batalla, una
verdadera batalla en la que poder demostrar mi valía.
Stahleker frunció el ceño.
—Hablas como Rukke. ¿Qué tienes que probar?
—Al conde no le importa si ganamos o perdemos, el solo quiere matar al
Emperador. ¿Pero me importa lo que quiere el conde? Esto es por mí. Puede que
no le importa si ganamos, pero a mi si, y voy a ganar. ¡Vamos a ganar! —dijo
Ulrika.
Ulrika estaba de pie sobre los estribos y miró a los lanceros detrás de ella,
todos acurrucados contra la constante lluvia.
—¡Hombres de Ostermark! ¡Bandidos, cuatreros y renegados! ¡El conde nos
ha enviado a morir como la escoria que piensa que sois! ¡Pero no vamos a morir!
¡Vamos a conquistar! ¡Montad conmigo, y les mostraremos a eso petimetres
chupasangres, lo verdaderos soldados que sois! ¿Estáis conmigo? ¿Estás listo para
mostrarles a los caballeros sangrientos y a Reiksguard, quienes son los mejores
jinetes del imperio?
El estrecho valle resonó con su rugido sanguinario, mientras sacudían sus
lanzas sobre sus cabezas.
—¡Ulrika! ¡Ulrika!
Stahleker sonrió con tristeza mientras se sentaba en su silla de montar,
emocionado ante los vítores, y la columna comenzó a moverse hacia adelante.
—Bueno, te seguiremos hasta el infierno, solo espero que los cojamos por
sorpresa —dijo Stahleker.
—Cuenta con ello —dijo Ulrika.
* * *
Después de dos horas en las que Ulrika pensó que se volvería loca por la espera y
con lluvia goteando en la parte de atrás de su cuello, La señora Celia llego con su
horda de no-muertos, y se unió con el resto de tropas de von Messinghof, todos
ocultos alrededor del castillo de Ambosstein y desesperadamente ansiosos por
atacar. El conde estaba en la emboscada con Emmanus y con los caballeros
sangrientos, y los lobos entre los árboles por debajo de la pronunciada pendiente,
mientras que el resto de compañías contemplaron el castillo desde los bordes del
bosque que lo rodeaba, con impaciencia.
Tal como había esperado Ulrika, Lassarian se las había arreglado para que
ella y lanceros de Stahleker estuvieran en frente de las tiendas de la Reiksguard,
plantadas a la izquierda del castillo, mientras sus tumularios, y los caballeros
sangrientos se enfrentarían a los mucho menos letales, señores y caballeros que
se habían unido al séquito de Karl Franz en su camino desde Altdorf, acampados
a la derecha. Lassarian había colocado a Otilia a su lado, para que se sumara al
ataque al castillo, en su flanco derecho, protegido por el capitán Ruger y los
hombres de armas del castillo de von Messinghof.
Los necrófagos hacían sido divididos en dos horas, enviados a los bosques
que flanqueaban los campamentos, con Rukke conduciendo una horda, y un
necrófago líder en la otra. Lassarian había ordenado que los necrófagos y zombis
fueran los primeros en atacar, para que causaran estragos en los campamentos,
para distraer a los imperiales de la fuerza principal. La caballería sería la próxima
en atacar. Con Otilia y Celia y los nigromantes lloviendo muerte y confusión
sobre sus enemigos desde atrás. Por ultimo vendrían los murciélagos, los
espectros y el horror alado, para aterrorizarlos.
Lassarian trotó hasta Señora Celia que apareció en la oscuridad como una
sombra demacrada, con sus zombis moviéndose entre los árboles, pasando a
través de las otras tropas.
—Por supuesto, te has tomado tu tiempo, señora —dijo Lassarian—. Envíalos
hacia los campamentos de una vez.
La Señora Celia se detuvo ante él, pero no parecía escucharle, se quedó
inmóvil, con el rostro oculto en la oscuridad de su voluminosa capucha.
—¡Señora Celia! —dijo Lassarian, alzando la voz—. Sólo tenemos cuatro
horas de la noche. Envía a tus zombis.
Pero la Señora Celia continúo sin responder.
—Ve con Rukke. Es la hora.
—¡Espera! —dijo la Señora Celia. Que se volvió y miró hacia el bosque detrás
de ellos, mientras sus zombis de detenían, y Lassarian la fulmino con la mirada.
—¿Qué pasa? —gritó Lassarian—. ¡No hay tiempo!
—¡Los vientos se mueven detrás de nosotros! —dijo la señora Celia—.
Alguien está a punto de lanzar un potente hechizo.
—¡Son mis nigromantes! —dijo Lassarian—. ¡Están preparando sus
encantamientos! ¡Ahora avanza!
—¡No! —dijo la señora Celia, dando un paso atrás y comenzando a mover
sus manos—. ¡Es más que eso, y lo están intentando ocultar!
Un rayo abrasador de la luz roja salió de las profundidades de los bosques y la
atravesó como una lanza fundida. La señora Celia gritó, y quedo colgando rígida
en el aire, mientras su capa se agitaba, y se rompía en un viento arcano, un
resplandor rojo envolvió su cabeza y las extremidades.
Lassarian apartó su alado corcel infernal a medida que la sangre de la señora
Celia comenzaba a salir a borbotones de sus ojos, nariz y boca, las muñecas se
desprendieron de sus brazos, y comenzaron a retorcerse y sangrar como
serpientes heridas.
—¡Magia! —exclamó Lassarian, mirando hacia los árboles.
Ulrika siguió su mirada, protegiéndose los ojos. El rayo rojo estaba saliendo
de una mancha oscura, que ni siquiera la visión nocturna de Ulrika podía
perforar. De hecho, todo el bosque detrás de ellos estaba cubierto por sombras
antinaturales ¿Qué ya había visto antes?
—¡Hemos caído en una emboscada! —gritó Ulrika.
—¡Sí! —dijo Lassarian con voz áspera—. Pero ¿por quién?
A modo de respuesta, jirones de negrura se separaron de la oscuridad
cambiante y unas figuras se movieron hacia adelante, decenas de ellas, con
ardientes ojos rojos, y dientes amarillos, lobos no-muertos de gran tamaño, y
detrás de ellos, en caballos blancos como la luz de la luna, una doble hilera de
mujeres con armaduras brillantes, empuñando espadas y mazas en alto. Su líder
no llevaba yelmo, y su pelo negro ondeaba en el viento. Ulrika gruño mientras
reconocía a la señora Casilla, la vampiresa Estaliana que la había perseguido a
ella y Famke a través de los tejados.
—¡Las lahmianas! —gritó Ulrika—. ¡Nos han encontrado!
26
El campo de la muerte
* * *
Dos horas más tarde, después de un viaje brutal que casi mata a las heridas
monturas, el maltrecho ejército de von Messinghof llegó a sus barcazas, poco
antes del amanecer. Mientras que los lanceros y otras tropas humanos se
apresuraron a cargar a los caballos, heridos y suministros en las bodegas. Ulrika
siguió a Emmanus y al conde, a su cabina privada sin ventanas, bajo la cubierta
de popa de la barcaza.
Otilia y Lassarian ya estaban allí. Otilia acurrucada en un sofá, con sus ropas
rasgadas y cubiertas de sangre seca, sollozando mientras se alimentaba de un
esclavo. Lassarian estabas sentado en una silla, mirándola con los parpados
medio bajados. Mientras Brutegel estaba de rodillas cerca de ellos, limpiando de
sangre y huellas de sangre el suelo pulido de madera, pero inmediatamente se
pudo de pie y se inclinó ante von Messinghof en cuando entró.
—¡Bienvenido, señor! —dijo—. ¿Usted… usted tiene alguna buena noticia?
Emmanus resopló.
—¡No estoy muerto! —dijo von Messinghof, arrojando su capa y guantes
encima de su cama—. Pero tampoco Karl Franz.
—Lamento oírlo, señor —dijo Blutegel—. Pero ¿puedo preguntar? ¿Esta
Rukke con usted? ¿Vive?
Von Messinghof se encogió de hombros y miró a los demás.
—¡Rukke atacó con lo necrófagos! —dijo Ulrika—. ¡Desde entonces no los he
vuelto a ver!
Los ojos de Blutegel crisparon. E hizo una reverencia.
—Gracias. ¿Mis señores, requirieran a más esclavos de sangre?
Ulrika se negó, pero von Messinghof asintió.
—Trae a Shiller. Necesitare de su fuerza.
Blutegel hizo una reverencia y salió y los cinco vampiros se quedaron solos.
Von Messinghof gimió al sentarse en una silla frente a Lassarian y con señas le
indicó a Ulrika para que se sentara en el banco al otro lado de Otilia. Emmanus
permanecido de pie.
—¡Si vamos a intentarlo otra vez, señor! —dijo Emmanus, mirando a su
alrededor—. Entonces el traidor que nos ha traicionado, debe de ser expuesto.
Emmanus les miro a todos con sus ojos rojos, como si estuviera mirando bajo
su piel.
—Solo nosotros estábamos presente, cuando el conde nos contó su planes.
Por lo tanto, uno de nosotros tiene que ser el traidor, y debe morir.
—¡Fue Ulrika! —gruñó Otilia, levantando la vista del inconsciente esclavo
que se desplomo de su abrazo—. ¿Quién más podría ser? ¡Nunca ha dejado de
trabajar para las lahmianas!
Ulrika resopló.
—No te muestres más idiota de lo que ya eres. Si fuera el traidor, ¿por qué me
atacaba las lahmianas?
—¿De qué otra forma pagan las lahmianas los favores? —dijo Otilia.
Ulrika quiso protestar, pero no podía discutir el punto.
Acabar con los aliados, que ya no eran de utilidad, era una tradición
Lahmiana, y el hecho que intentaran matarla no descartaba la posibilidad de que
hubiera estado espiando para ellos.
—¡Entonces tal vez seas tú! —dijo Lassarian, sin dejar de mirar a Otilia con
ojos fríos—. Ya que con tu huida, causaste más daños que cualquier otra persona.
Tal vez el coraje no te fallo, y huiste del campo de batalla apropósito, para que los
imperiales no atacaran por atrás.
—¡Yo no hui! —exclamó Otilia—. Fue Ruger el que huyo. ¡Yo no os he
traicionado a las lahmianas, yo las desprecio!
—Eso al menos es cierto —dijo Ulrika—. Otilia odia a las lahmianas más que
cualquiera de nosotros. ¿Qué pasa con vos, Lassarian? Acaso no me dijiste que
planeabas escapar con el corcel infernal antes del final. ¿Era ese tu plan desde el
principio? ¿Nos habría dejado a todos nosotros para que muriéramos? ¿Solo
estaba fingiendo cuando luchabas con las lahmianas?
Lassarian la miro a los ojos.
—Ahora, ¿quién es el idiota? ¿Estaría aquí si fuera el traidor?
—¡Por supuesto! —dijo von Messinghof. Interrumpiendo a los supervivientes
—. ¡Para asegurarse de que el trabajo estuviera echo!
Los ojos de Lassarian se agrandaron.
—Señor, yo te aseguro, que…
Pero unos pasos apresurados provenientes de detrás de la puerta, lo
interrumpieron, y el pestillo se abrió. Ulrika y los demás dejaron caer sus manos
hacia sus armas instintivamente, pero cuando la puerta se abrió, entro Brutegel
sollozando, con cuatro hombres siguiéndoles, y llevando algo entre ellos.
—¡Señor! —dijo Brutegel, tambaleándose—. ¡Es mi hijo, ha regresado! ¡Tiene
que ayudarle!
Los cuatro hombres entraron en la gavina, llevando un manta, y la colocaron
sobre una mesa, envuelto en ella estaba Rukke, y Ulrika no estaba seguro si
estaba vivo. Estaba quieto como un muerto, tenía una docena de heridas graves,
y una mano estaba echa una pulpa irreconocible. Tenía todo el pelo rubio
quemado, y la piel de su lado derecho de su rostro estaba carbonizado y
descamándose. Su oreja derecha había desaparecido. Sus dientes y su mandíbula
estaban astillados por un corte que parecía se había hecho con una hacha de
guerra. Otilia se estremeció ante su visión y miro hacia otro lado. Lassarian
frunció los labios. Ulrika se estremeció. Von Messinghof se puso de pie y le miró
con una mirada insondable en sus ojos.
Blutegel se arrodillo ante el conde.
—¡Por favor, señor! ¡Sé que lo podéis sanar!
—¿Para qué? —preguntó von Messinghof—. Necesitara años para
recuperarse, serán años de agonía. Su mano nunca se recuperar, y su boca…
Von Messinghof negó con la cabeza.
—¡Señor! —Suplico Blutegel—. Me prometiste que cuidaríais de él, por toda
la eternidad, que lo trataríais como su fuera vuestro hijo.
—¡Y es lo que hare! —gritó el conde—. ¿Crees que dejaría que un hijo mío,
sufriera el dolor que está sufriendo? ¡Por la sangre de Nagash! ¿Por qué el
estúpido atacó?
Von Messinghof se giró hacia Lassarian.
—¿Diste la señal para que atacar?
—No, señor —dijo Lassarian—. Vimos como iniciaba el ataque por su propia
voluntad, después de que la señora Otilia…
Uno de los hombres que lo habían traído, levanto la cabeza.
—¡Perdonadme señores! ¡Estuve a su lado, y cuando vio la carga de la señora
Otilia, pensó que se había dado la señal para el ataque!
Von Messinghof gruñó y se pasó los dedos por la sangre coagulada que tenía
en su pelo.
—¡Esto es por mi culpa! —dijo von Messinghof—. ¡Todo esto es por mi
error, de colocar a amantes e hijos en posiciones que deberían de haber estado en
manos de hombres capaces! ¡Como he podido ser tan estúpido!
La cabeza de Otilia se giró antes sus palabras, con los ojos brillantes.
—¿Hablas de mí, señor? ¿Te he decepcionado?
El conde se volvió hacia ella.
—¿Puedo acaso pensar de otro modo? ¡Si no fuera por ti, podríamos haber
salvado nuestra misión! Si no hubieras huido, podríamos haber derrotado a las
lahmianas sin los imperiales atacándonos por detrás. Y habríamos tenido una
oportunidad, pero…
—¡No hui, mi señor! ¡Fue Ruger el que huyo!
—¡Y no pudiste impedirlo! ¡O simplemente te dejaste llevar! —gritó von
Messinghof, que levanto una mano señalando a Ulrika—. Mira lo que hizo tu
hermana esta noche. Se quedó luchando, mientras tú huías, y en cuanto por tu
culpa fue atacada por detrás por la Reiksguard, tuvo la presencia de ánimo
suficiente, para sacar sus tropas de la ratonera y guiarlos en mi ayuda. Bajo por
un precipicio y cargo contra los caballeros más letales del imperio.
Enfrentándose al mismísimo Paladín del Emperador. ¡Eso es liderazgo! ¡Eso es lo
que gana batallas! ¡A pesar de tu cobardía, estuvo a tan solo unos metros de
tomar la cabeza del Emperador!
Otilia temblaba de rabia y volvió sus ojos ardientes hacia Ulrika.
—¿Y si todo era una treta? —preguntó Otilia—. ¿Y si fuera ella la que les dijo
a las lahmianas donde estábamos y que planeábamos?
Von Messinghof rio.
—No lo has entendido, ¿verdad? ¿Entonces porqué Ulrika arriesgó su vida
atacando a Karl Franz si era una traidora?
—¿Para llevárselo a Nuln, fuera de tu alcance, tal vez? —dijo Otilia—. ¿Qué
mejor modo para que las lahmianas, para protegerlo que asustarlo, viendo la
muerte cerca?
Von Messinghof abrió la boca para burlarse de ella otra vez, entonces la
cerró, y miro a Ulrika, con sus ojos de repente el interrogatorios. Ulrika se
indignó.
—¡Señor! —dijo—. ¡No puedes tomar sus palabras en serio! ¡Fue Otilia la que
precipito las cosas! ¡Fue ella la que huyó del campo de batalla!
—¡Fue Ruger el que huyó! —respondió Otilia—. El mismo Ruger al que
acabo de sangre. Quizás fuera el traidor y fingió huir para alertar a los imperiales.
Otilia miro a Ulrika.
—Me alimenté de Ruger, durante semanas —continúo Otilia—. Además
Lassarian dice que hablaste con la condesa Gabriella, en medio de la batalla.
Von Messinghof se giro hacia Lassarian.
—¿Es esto cierto?
Lassarian inclinó la cabeza.
—De hecho, señor. Lo vi con mis propios ojos.
Von Messinghof miró a Ulrika, con su mirada clavada en ella. Ulrika se
estremeció, y la cabeza comenzó a darle vueltas. ¿Cómo había sucedido esto?
Hacia un segundo la había estado cantando alabanzas. Ahora pensaba que era
una traidora. Ulrika lanzo una mirada a Otilia. La antigua ama de llaves, podría
haber cambiado de bando, pero seguía siendo una verdadera Lahmiana, más de
lo que Ulrika lo había sido. Sabía cómo torcer las palabras para que bailaran a su
son.
—¿Boyarina? —preguntó el conde, expectante—. ¿Hablaste con la condesa
Gabriella?
—Ella me pidió que volviera con ella —dijo Ulrika—. Le dije que se fuera al
infierno, y corrí para salvarte. No hay más.
—¿Alguien puede verificar esto? ¿Alguien más oyó como hablaban? —
preguntó von Messinghof.
Ulrika hizo memoria, había estado a distancia de los lanceros, luchando entre
los tumularios de Lassarian, y no podían haberle oído hablar.
—¡Nadie! —dijo Ulrika—. ¡Estaba sola!
La mano de von Messinghof cayó inconsciente a la empuñadura de su espada
y frunció los labios.
—Boyarina, no quiero creer que esto de ti, pero…
—¡Mi señor, por favor, pensadlo! —dijo Ulrika, de pie y extendiendo las
manos—. Incluso si lo hubiera querido, cuando habría tenido oportunidad de
advertir a las lahmianas. Ni siquiera supe dónde estábamos, hasta anoche a pocas
horas del ataque. Y una vez lo supe, estuve ocupada preparando a mis hombres, a
la vista de todos ¿Cómo podría haberlo hecho para enviar un mensaje? Habría
tenido que…
Ulrika se calló, cuando le vino un recuerdo. Alguien había enviado un
mensaje, y había aprovechado para enviar dos mensajes.
—Lo mismo se puede decir de todos los que estaban en mi tienda de
campaña —dijo von Messinghof—. Todos estaban a la vista de todos, y sin
embargo alguien envió un mensaje, de lo contrario las lahmianas no habrían
sabido de la emboscada.
—¡Un momento! —dijo Ulrika. Mientras su piel se erizó con emoción, y se
volvió hacia a Blutegel—. Steward, ¿se soltaron a dos murciélagos, mientras
iniciábamos los preparativos para el ataque?
El viejo criado parpadeó.
—Por qué, yo… yo envié un mensaje a las barcazas, para decirles donde
reunirse con nosotros después de la batalla.
—¿Qué es esto? —preguntó von Messinghof—. ¿Por qué estás cuestionando a
Blutegel?
Ulrika mantuvo sus ojos en Blutegel.
—¿Por qué enviaste a dos murciélagos? Acaso se necesitan dos murciélagos
para enviar un mensaje.
El anciano abrió la boca para decir algo, pero la cerró de nuevo.
—¡Yo…!
Nada más dijo, en su lugar comenzó a temblar.
Von Messinghof se acercó a él, mirándole.
—¿Blutegel?
El mayordomo se cubrió la cara con las manos y se hundió de rodillas.
—¡Lo siento, señor! ¡Lo siento!
Los ojos de von Messinghof se abrieron por la sorpresa. Agarro a Blutegel por
su túnica, y lo levanto del suelo con una sola mano, y luego le miro a los ojos.
—¿Por qué?
29
Heraldo de la reina
* * *
Ulrika se despertó, por los gritos. Su camarote, era poco más que un armario, con
una hamaca colgada del techo, compartía un mamparo con el de von Messinghof
y los gritos provenían de allí, y ahora eran sonidos de lucha.
—¡Señor! —gritó Ulrika.
Ulrika se dejó caer de la hamaca, agarro su estoque y se dirigió hacia el
pasillo, vestida con tan solo con pantalones y camisa. Todavía era de día. El sol se
filtraba a través de las grietas en la cubierta superior. Encontró la puerta de von
Messinghof entreabierta, y por la apertura pudo ver unas piernas pataleando.
Ulrika cargo hacia adelante con el estoque en ristre, peor al entrar se detuvo
instantáneamente, para quedarse mirando al conde inclinado sobre un hombre
postrado en el suelo, vestido con una capa de viaje, cuyos talones pateaban el
suelo con espasmos débiles. Los colmillos de von Messinghof estaban en el cuello
del hombre, con sus garras desnudas y ensangrentadas. Y de repente Ulrika se
dio cuenta de que nunca le había visto alimentarse hasta ahora.
—¡Señor! —le preguntó Ulrika—. ¿Va todo bien?
Von Messinghof alzó la vista, con una mueca de disgusto en su rostro, y le
rompió el cuello al hombre del que había estado alimentándose.
—¡No es nada! —dijo el conde, limpiándose los labios—. Sólo he matado al
portador de malas noticias.
—¿Que malas noticias?
Otilia y Lassarian entraron detrás de Ulrika, mientras el conde, cruzaba el
camarote y se dejaba caer sobre una silla.
—¡Señor! —dijo Otilia—. ¿Que ha sucedido?
Von Messinghof les saludo con un breve asentimiento, y les invito a sentarte,
cuando lo hicieron, el conde estuvo durante un largo tiempo, mirando el cadáver
del humano al que acababa de matar, mientras lentamente su sangre se extendía
por las tablas del suelo.
—Karl Franz esta en Nuln —dijo von Messinghof al fin—. No se quedó en
Arschel. No paró para descansar, apenas para comer y beber. Él y su séquito
cabalgaron sin descanso hasta llegar a las puertas de Nuln, una hora antes de la
puesta del sol.
El conde suspiro.
—¡Es el final de todo!
Ulrika, Otilia y Lassarian se miraron entre sí, incómodos.
Otilia se lamió los labios nerviosamente.
—¿No hay otro modo, señor? Ya hemos entrado en Nuln antes.
Von Messinghof la miró, con los ojos en llamas.
—¡No está sólo en Nuln! ¡Está en el palacio de la Condesa Emmanuelle, con
todos sus soldados, hechiceros, y sacerdotes, más su propio séquito! ¡No
dispongo de ningún ejército lo suficientemente fuerte como para romper esas
paredes y derrotar a sus defensores! ¡Como tampoco no hay ningún subterfugio
para atraerlo a un lugar expuesto! Ya sabe de nuestra existencia, ¡y está
preparado!
El conde se rio salvajemente y señalo a Ulrika.
—El Emperador te quiere viva o muerta, ya que piensa que eres la reina de las
lahmianas. Han enviado retratos con tu descripción, a todas las aldeas, posadas, o
guardas de caminos, a lo largo de la carretera de Nuln a Altdorf. No. Es
imposible, Karl Franz bien podría estar en Mannslieb. Es imposible de alcanzar.
Otilia bajó la cabeza, avergonzada, y Ulrika y Lassarian guardaron silencio,
por miedo a hablar. El conde miró de nuevo el cadáver por un largo rato, y luego
volvió a hablar sin levantar la vista.
—Voy a morir por esto. El castigo de los von Carstein para el fracaso es la
muerte. Volveré a Sylvania, presentare mi informe y esperar mi la ejecución.
Vosotros sin embargo, no tienes por qué sufrir mi destino. Lassarian, te aconsejo
que encuentres un nuevo maestro, en Bretonia tal vez, o más al sur. En algún
lugar donde Sylvania no proyecte su sombra. Otilia, Ulrika, podéis hacer lo
mismo si lo deseáis, o probar suerte en las lahmianas. Ellas serán la mejor
protección contra la ira de los sylvanos, por lo menos durante un tiempo. Siento
haberos arrastrado con mi derrota. Yo quería elevaros, convertíos en lo héroes
del nuevo orden. Ahora… ahora será el turno de otra persona, para que marque
el comienzo del imperio sylvano.
Von Messinghof se puso en pie, y se acercó hacia su baúl de viaje, donde
llevaba sus pertenencias.
—Ahora me prepararé para abandonar Nuln, vuestro servicio acaba de
terminar, podéis ir a donde creáis oportuno.
Hubo otro largo silencio, luego Lassarian resopló y se puso de pie y salió de la
cabina. Ulrika estaba a punto de seguirle cuando Otilia se mordió el labio y
volvió a hablar.
—¡Señor, por favor! —suplicó Otilia—. ¡No quiero dejarte. Tú eres mi
maestro. Eres mi…!
—¡Ahora soy tu perdición! —gruñó von Messinghof. Mientras sus garras se
clavaban en la tapa del baúl—. ¡Todo el que este cerca de mí, morirá! ¡Ahora
vete!
Otilia se quedó unos segundos quieta sollozando y se tambaleó hacia la
puerta. Ulrika se levantó y para irse tras ella, pero la imagen de sí misma
llamando a la puerta del burdel de Gabriella y pidiendo que se le permita ser un
lahmiana de nuevo, hizo que se estremeciera, pero cuando llegó a la puerta de
detuvo, sacando esa imagen de su mente, para dejar espacio para una idea que se
estaba encendiendo en su cabeza.
—¡Señor! —dijo Ulrika, volviéndose.
—¡Te he pedido que te marches! —gruñó von Messinghof.
—Señor, ¿qué pasa si supiera de un modo de atraer al Emperador?
—¡No hay una sola posibilidad!
—Podría ser. Lo has dicho antes, y creo que podría funcionar.
El conde la miró, y sus cejas se fruncieron molestas.
—¿Deja de hablar en acertijos? ¿Qué he dicho?
Ulrika coloco una mano sobre su pecho.
—Soy la Reina de las lahmianas, y el Emperador me quiere viva o muerta.
30
El cebo
Von Messinghof miró Ulrika, luego dio un paso hacia ella, con las manos
temblorosas.
—¡Explícate! —dijo von Messinghof.
Ulrika dio un paso involuntario hacia atrás.
—Ayer por la noche, cuando luchamos contra la Reiksguard, oí al Emperador
ordenarle a su paladín, que me quería viva. Como nos hacíamos pasar por
lahmianas, me anuncié a mis misma como el heraldo de la Reina del Pináculo de
plata. Seguramente pensó que sería una buena fuente de información, sobre los
planes de las lahmianas. Si supiéramos, como hacerle saber dónde estoy, tal
vez…
Un resplandor apareció en los ojos de von Messinghof que parecían como un
brillo de esperanza, pero se apagó.
—¡No! —suspiro von Messinghof—. Es una buena idea, pero no va a
funcionar.
—¿Por qué no?
—Debido a que no será el Emperador en persona el que vendrá. Si realmente
solo quiere interrogarte, enviará a la Reiksguard a buscarte, serás llevada al
palacio y te encerrara en la mazmorra más profunda, atada con cadenas de plata,
donde serás sometida a torturas, donde desearas no ser una inmortal. Lo único
que consiguieras es que te cojan.
Ulrika maldijo. Tenía razón, por supuesto. No podía quedar con Karl Frank
para reunirse con ella, y esperar que cayera en la trampa sin ir fuertemente
escoltado. Pero tenía que haber algún modo, de utilizarse como cebo.
—¡Señor, tal vez podría hacer una sugerencia!
Ulrika y von Messinghof se giraron. Otilia había reaparecido por la puerta,
con una expresión incierta en su rostro.
Von Messinghof frunció el ceño.
—¿Qué sugerencia?
Otilia volvió a entrar en la habitación.
—¿Conocéis la historia del conejo que nos suplica que lo lancemos contra las
zarzas? ¿Qué pasaría si Ulrika lo hiciera a la inversa?
—¿Qué quieres decir? —preguntó el conde.
—¿Y si fuera ella, la que pidiera ser encarcelada en palacio? ¿Si pareciera que
tienen ganas de ir?
—¿Quieres decir que parezca que tengo alguna intención oculta para entrar
en palacio? —preguntó Ulrika—. ¿Para qué no me lleven al palacio?
—Exactamente —dijo Otilia—. Se verían obligados a encerrarte en otro lugar,
y si Karl Frank, quisiera interrogarte en persona, tendría que salir del palacio.
—Pero eso no es mejor —dijo von Messinghof—. Podrían encerrarte en
cualquier lugar. No tendríamos ninguna forma de planear nuestro ataque de
antemano.
Otilia sonrió, fría y cruel.
—Si Ulrika se entregara a los cazadores de brujas, sería encarcelada en la
Torre de hierro.
Los ojos de Ulrika se agrandaron. Y le enseñó los colmillos a Otilia.
—¡Señor! —dijo, volviéndose a von Messinghof—. Este no es un plan para
asesinar a Karl Franz. Es un plan para destruirme. Lo que está tratando de hacer
es entregarme a los cazadores de brujas.
—¿Pero podría funcionar? —preguntó a von Messinghof, mirando a Otilia—.
¿Una torre en una isla en el medio del Reik, bien fortificada y solo accesible por
dos puentes?
Otilia se encogió de hombros.
—Querías saber con antemano donde sería encerrada Ulrika. Te he dado una
sugerencia, para el resto, ya no sé. Como me has dicho no soy una estratega.
—Claramente —dijo von Messinghof.
Pero ahora los engranajes giraban en la cabeza de Ulrika.
—¿Qué pasaría si utilizáramos las defensas de la isla en nuestro beneficio?
Podría funcionar —dijo Ulrika.
Ulrika se acercó a la mesa de von Messinghof, cogió una pluma, la mojo con
tinta. Von Messinghof y Otilia se colocaron tras ella, viendo como Ulrika
realizaba dibujaba en un trozo de pergamino, las dos orillas del Reik, dibujo un
circulo para representar la isla, y finalmente dibujo los dos puentes, uno
conectando la isla con la orilla norte, y el otro con el sur.
—La torre también es accesible por vía fluvial, señor —dijo Ulrika, dibujando
un flecha en el centro del Reik, apuntando a la isla. Y a continuación tacho los
dos puentes—. Si se pudieran eliminar los dos puentes de algún modo, sería
difícil, que el Emperador pudiera recibir ayuda, una vez estuviera en el interior
de la torre.
Los ojos de von Messinghof brillaron de nuevo. Y se mordió un labio
distraídamente mientras miraba el sencillo mapa de Ulrika.
—Tenemos las barcazas. Podríamos desembarcar en la isla sin dificultadas, y
podríamos rodearla y aislarla.
—Si pudiéramos eliminar los puentes —dijo Ulrika.
—Sí —dijo von Messinghof. Dándose la vuelta y empezó a caminar por la
cabina, a continuación, les despidió con un gesto—. Buscad a Lassarian y decidle,
que no he terminado con él después de todo. Y despertad a Emmanus. Creo que
por fin tengo un uso para su considerable poder.
Ulrika y Otilia realizaron sendas reverencias, luego se volvieron y salieron del
camarote.
En el pasillo, Otilia agarro el brazo de Ulrika.
—¡Te has ofrecido para una cosa muy valiente! —dijo sonriendo—. ¡Muy
valiente!
Ulrika se estremeció mientras caminaba por el pasillo. Aunque Ulrika había
sido quien lo había sugerido, de repente se sintió como si hubiera caído de algún
modo, en alguna trampa ideada por Otilia.
* * *
Dos noches después, Ulrika se encontró frente un verdadero ejército de
cazadores de brujas y de la Reiksguard, encaramada en una estatua de dos pisos
de altura de la estatua de Magnus el Piadoso en el centro de Nuln, en el
magnífico barrio del Temple, y la misma sensación regresó a ella. ¿Por qué tenía
que haber sugerido semejante locura? ¿Y cómo iba a sobrevivir a esto? Al final, el
aspecto más complicado del plan no era la destrucción de los puentes, usando las
habilidades de Emmanus, sino escoger el lugar y el momento adecuado para que
Ulrika se revelara. Tenía que planificarse de modo que los cazadores de brujas la
capturaran antes de que la Reiksguard, tuviera oportunidad, sin embargo
también tenían que estar seguros de que Karl Franz, fuera informado de su
captura. O todo el plan no tendría sentido, si era encerrada en la Torre de hierro,
y el Emperador no sabía que estaba allí.
Finalmente, después de conseguir información privilegiada sobre el itinerario
de Karl Franz a través de su red de espías, von Messinghof había decidido que el
mejor momento y el lugar para que Ulrika se diera a conocer sería en la tercera
noche del Emperador en Nuln, donde tenía que reunirse con el Archilector de
Sigmar de Nuln, así como el gran maestre de los Templarios de Sigmar, los
cazadores de brujas y representantes de los otros cultos, en un gran conclave en
el enorme templo de Sigmar de Nuln, para discutir sobre la crisis de los vampiros
y tratar de organizar una estrategia coordinada. El cónclave se llevaría a cabo en
el templo en lugar del palacio, para fin de dar al público la oportunidad de ver a
Karl Franz en todo el boato de estado y ser públicamente saludado por el
archilector como el compendio de todas las virtudes y un verdadero aliado de
Nuln.
Ese día al mediodía, acompañado por Ludwig Schwarzhelm y dos compañías
de la Reiksguard, el Emperador había dejado el palacio de la Condesa y se dirigió
a través del distrito de Altestadt, hacia el templo, mientras las multitudes
alienadas a ambos lados de la calle, le vitoreando, y al llegar todos se arrodillaron
y oraron en las escalinatas del gran templo. Después de eso, había sido coronado
con un laurel de oro y se le dio de beber con un cáliz de plata, por el archilector.
A continuación el Emperador se puso de pie, mientras que el archilector leía un
largo discurso de bienvenida. Finalmente, después de saludar a la rugiente
multitud que se había reunido en la base de la escalinata del templo, entro en el
templo y comenzó el verdadero propósito del desplazamiento.
Pasaron cuatro horas desde el atardecer, y Ulrika detectó signos de que el
conclave estaba finalizando. Cuando un caballero de la Reiksguard salió por una
de las puertas de servicio del templo, y se acercó a hablar con el capitán de la
Reiksguard a cargo de las compañías que se habían formado un interrumpido
anillo alrededor del templo, después de que Karl Frank entrara en el templo.
Después de esto, mientras una de las compañías se mantenía en guardia, la otro
formo una columna frente al templo, a menos de treinta pasos de la estatua en la
que se escondía, y los caballos de Karl Franz y Schwarzhelm había sido llevado a
la amplia base de mármol de las escalinatas del templo, donde esperaron al
regreso de sus señores.
En el parpadeo anaranjado de varios cientos de antorchas, la multitud
esperaba impaciente. Por lo que Ulrika sabía, habían estado esperando todo el
día, a pesar del calor de la tarde y el frio de la noche, todo para poder ver
brevemente al Emperador bajar las escalinatas del templo, y marcharse. Los
vendedores de ambulantes de cerveza y pasteles, habían vagado entre la multitud
durante todo el día, mientras que vendedores ambulantes vendieron insignias y
monedas de estaño con la efigie de Karl Franz estampada en ellas, incluso con
banderas de tela y papel con los colores imperiales. En consecuencia, a pesar de la
larga espera, la multitud estaba en un estado de ánimo festivo.
Había, sin embargo, otros que se deslizan a través de la multitud, sembrando
el miedo en lugar de la alegría, y que parecían dejar en su estela el silencio y el
temor, los cazadores de brujas, merodeaban entre los espectadores en patrullas
de seis o siete, con sus amplios sobreros, y sus largos abrigos de cuero mientras
buscaban en la multitud, signos de herejía o revueltas. Las personas
retrocedieron y evitaban sus miradas, y una vez habían pasado por su lado, les
miraban nerviosamente.
Ulrika también los observaba nerviosamente, era a ellos a los que tenía que
rendirse, después de que comenzara la farsa, y no eran conocidos por su gentil
hospitalidad. Esperaba Karl Franz tuviera interés en ella, y que su instancia con
ellos, fuera lo más breve posible.
Como si presintiera sus pensamientos, uno de los cazadores de brujas levantó
la vista hacia la estatua de Magnus el Piadoso y parecía mirarle directamente a
ella. Ulrika inmediatamente identifico a Meinhart Schenk, y se encogió de nuevo
a la sombra que proyectaba el martillo del antiguo héroe, y se quedó
absolutamente inmóvil.
Schenk entrecerró sus miopes ojos y se frotó la barbilla, y luego continuó
caminando con sus hombres. Ulrika dejó escapar un suspiro. Si él la hubiese
visto antes de tiempo, todo se habría perdido.
Con un enorme apogeo, el hueco de las grandes puertas del templo
comenzaron a abrirse, y más Reiksguard salieron al exterior, con las espadas
desenvainadas para asegurar la escalinata. El pecho de Ulrika se comprimió, y un
escalofrío de temor corrió su espalda. Esto era todo, la cortina de la
representación tenía que ser levantada. Era el momento de representar su papel.
Cuando el último de los caballeros tomaron sus posiciones a ambos lados de la
escalinata, Karl Franz salió por las altas puertas, con su guardia de honor
precediéndole, y Ludwig Schwarzhelm ayudándole a bajar los escalones. Era casi
imposible decir si estaba enfermo o débil por la fiebre. Pero aún así se mantenía
cuadro y orgulloso, como debía de ser un Emperador. Los vítores de la multitud
fueron ensordecedores y la Reiksguard tuvo que contenerlos, ya que
inconscientemente se movieron hacia adelante.
El Emperador les saludó con una sonrisa, y luego levantó las manos para
tranquilizarlos, y lo consiguió. El rugido de la multitud se disipo a susurros, y
todo el mundo espero ansiosamente a que hablara.
Pero Ulrika se le adelantó.
—Karl Franz, Príncipe de Reikland y Emperador de las provincias —gritó
Ulrika mientras saltaba sobre la gran cabeza de granito de Magnus, y blandía su
estoque—. ¡Huiste de mí, mi señor! ¡Así que vuelvo a desafiarte de nuevo!
Todos los ojos se volvieron hacia ella, tanto en la multitud, como los
presentes en los escalones, y casi se le traba la lengua, por lo que Ulrika, trago
saliva, se obligó a seguir adelante.
—¡Soy la condesa Gabriella de Lahmia, heraldo de la Reina del pináculo de
plata, y te reto a un combate singular, por la corona que se asienta sobre tu
cabeza y el…!
Un disparo de pistola ahogó su última palabra y el proyectil se estrelló contra
la parte superior de uno de sus brazos, haciendo que retrocediera, y lucho por
mantener el equilibrio sobre la cabeza de Magnus, cuando el dolor la mareo.
Ulrika miro hacia abajo, donde el capitán Schenk la estaba mirando por debajo
de su sombrero, con una pistola humeante en sus manos. Ulrika dio un paso
atrás, saludó al Emperador con su estoque, y saltó hacia abajo sumergiéndose
entre la multitud detrás de la estatua.
Un gran estruendo estremeció el aire cuando aterrizó y se levantó sobre sus
pies, en medio de la multitud, mil voces gritaron de pánico a la vez, pero por
encima de esas voces, se podían oír las voces más altas de hombres, que gritaban
órdenes.
—¡Matadla! —gritó la voz de Schenk, dura y enojada—. ¡Matad a la vampira!
¡En nombres de Sigmar, destruidla!
—¡La quiero viva! —se oyó la voz de Karl Franz, más alta y más clara—.
¡Traédmela viva! ¡Quiero interrogarla!
Entonces, la más fuerte de todas, la de Schwarzhelm, tan dura y profunda
como el exterior de cañón.
—¡Rodeadla! ¡No la dejéis escapar! ¡Es una prisionera del Emperador!
Alrededor Ulrika la multitud gritó y la señaló. Algunos de los más valientes,
con cuchillos y dagas en sus manos. Ulrika se encaró con ellos, dejando al
descubierto sus colmillos y amenazándoles con su estoque, a pesar de que su
brazo herido protesto intensamente. Y la multitud retrocedió aterrorizada, y
gritó aún más fuerte.
Ulrika corrió a través de ellos, deslizándose a izquierda y derecha hacia el
borde sur de la plaza, pero no demasiado rápido. Schenk y sus hombres estaban
detrás de ella, apartando a la multitud a codazos, pero no quería perderlos de
vista. Al mismo tiempo, seis caballero montados de la Reiksguard fueron
abriéndose paso entre la multitud a su derecha, con intención de impedirle el
paso por la calle lateral. Por lo que corrió hacia la Reiksguard, levantando las
manos.
—¡Llevadme al palacio! —gritó Ulrika—. ¡Responderé a las preguntas del
Emperador en el palacio!
Los caballeros se volvieron hacia ella, levantando sus armas y se acercaron
cautelosamente hacia ella, pero a medida que se acercaban, observaron a los
cazadores de brujas como si les tuvieran miedo.
—¡Manteneos lejos de la vampira, es la prisionera del Emperador! —gritó
uno de los caballeros.
—¡Nos tomas por estúpidos! —gritó Schenk detrás de ella—. ¡Eres uno de sus
esbirro y la dejaras escapar!
—¡Dejad que la hagamos prisionera, carniceros! —exclamó el caballero—. ¡El
Emperador la quiere viva!
Ulrika se lanzó contra la multitud que ya llenaba la calle y miró hacia atrás de
nuevo, no queriendo alejarse demasiado. Los cazadores de brujas empujaron
salvajemente a la multitud tras ella, en cambio los caballeros parecían reacios a
aplastar a los honestos ciudadanos con sus caballos con el fin de ir más rápido.
Ulrika dejó escapar un suspiro de alivio. Lo había conseguido, se había asegurado
que Schenk le estuviera siguiendo, siendo consciente que el Emperador la quería
viva, y se lanzó hacia un callejón demasiado estrecho para que los caballeros
montados pudieran seguirla.
—¡Esta huyendo hacia el oeste! —gritó Schenk—. ¡Atrapadla!
Después de varios edificios, y de un puñado de fingidas caídas, Ulrika se
encontró ante el muro de un jardín trasero de una casa rica, enfundo sus armas, y
comenzó a trepar, lentamente como si estuviera herida.
Pesadas botas resonaron por detrás de ella, y el disparo de una pistola astillo
la piedra por encima de su cabeza.
Ulrika se dejó caer con un grito de dolor, y se apoyó de espaldas a la pared,
gruñendo como un lobo atrapado, ya que estaba rodeada de espadas y pistolas,
preparadas para ejecutarla.
—¡No voy a rendirme ante vosotros, torturadores! —gritó Ulrika con voz
áspera—. Llevadme al palacio, a la presencia de Karl Franz. Él sí que es un
hombre de honor.
—¡No iras a ninguna parte! —dijo Schenk—. ¡Vas a morir aquí, por los
hermanos que mataste, por la mentiras que dijiste, y el buen hombre que
corrompiste!
Ulrika se estremeció, y comenzó a temer que la ejecutaran en el acto. No
hacia pensado, que Schenk podría anteponer su venganza personal por encima
de su lealtad al Emperador. Esto no estaba previsto en el plan. Desesperada se
burló, y le hizo una reverencia burlona.
—¿Me estas ofreciendo una muerte rápida, Capitán? Pues acepto —dijo
Ulrika levantando los brazos—. Mis palabras solo fueron para Karl Franz. Pero
creo que hare una excepción contigo.
La frente de Schenk se frunció.
—¿Me estas desafiando? —dijo Schenk, mientras hacia un gesto a sus
hombres—. ¡Cogedla viva!
Un nuevo miedo brotó en su interior mientras se movían a su alrededor.
Había calculado mal llevándolos a un lugar tan privado. Quería que Karl Franz
conociera su captura, pero tenía que ser capturada por los cazadores de brujas,
en lugar de la Reiksguard, todo estaba pasando según lo previsto, pero el error
que había cometido, es que no había testigos, nadie que pudiera ver su arresto. Si
Karl Franz no sabía que había sido capturada por los cazadores de brujas, sería
llevada a la Torre de hierro, y sometidas a torturas, mientras von Messinghof
esperaba en vano, a que el Emperador llegara a la Torre de hierro. Nunca llegaría
y Ulrika nunca sería rescatada.
Con un grito de terror, Ulrika se abalanzo sobre un hueco entre dos
templarios, tratando en serio de escapar. Le cortó el brazo a uno, que se apartó
tambaleándose a un lado, luego golpeó a otro en el rostro, con la guardia de su
daga, rompiéndole el pómulo, pero una pistola disparo detrás de ella, y cayó al
suelo, cuando su pierna izquierda repentinamente fue incapaz de soportar su
peso.
Ulrika se dio la vuelta cuando cayó al suelo, y vio a Schenk sosteniendo otra
pistola humeante, con una sombría sonrisa en su rostro mientras sus hombres
pululaban a su alrededor, golpeándola con porras, y las culatas de sus pistolas,
uno la golpeó entre los ojos, y perdió en conocimiento.
31
La Torre de Hierro
Un punto de dolor apareció en la oscuridad, débil, pero cada vez más intenso.
Otro se le unió, un segundo punto de dolor cerca del primero. Entonces los dos
crecieron en intensidad. Ulrika no podía decir de donde provenían los dolores y
que los causaba. Parecía como si estuviera en una nube amorfa, no sabía dónde
estaba arriba, era como si estuviera flotando en la nada, como llevada por el
viento.
—¿Esta inmovilizada?
—Bien, puedes despertarla.
Un dolor intenso y punzante alcanzo el pecho de Ulrika, que hizo que se
convulsionara, y abrió los ojos, que le revelaron las paredes de piedra y las
siluetas de los hombres. Ulrika abrió la boca y trato de incorporarse, pero no
podía. Algo le inmovilizaba los hombres, las caderas, rodillas, muñecas y los
tobillos, que la rodeaban en círculos que la quemaban con un dolor intenso. ¿Era
una pesadilla?
Se esforzó por mover sus extremidades, tratando de moverlos, mientras
trataba de despejar la cabeza, para dar sentido a lo que sentía o veía, per la agonía
de sus muñecas y tobillos, le imperan pensar con claridad, y no era lo único que
le dolía. Cada centímetro de su cuerpo le dolía y latía, y pudo deslumbrar sobre
su piel blanca, que estaba llena de moretones, y cortes rojos y lívidos. La piel de
sus rodillas había desaparecido por completo, como si hubiera sido arrastra
durante millas, que era muy posible que fuera verdad. Al ver sus heridas, el
recuerdo de su captura regreso, y el resto de la escena comenzó a tomar sentido.
Estaba viviendo su peor pesadilla, estaba en una habitación de techo de piedra,
despojada de su ropa, y atada y estirada en una mesa con correas de cuero, y con
esposas en las muñecas y tobillos, que ardían con el calor de la plata.
Tres hombres estaban en los bordes de su visión, mirándola. Uno era
encorvado y pequeño, vestido con una túnica de monje, el segundo era un
anciano, con el rostro arrugado como una ciruela, vestido con ropas de calle de la
corte, pero con las telas más lujosas, y el tercero era el capitán Meinhart Schenk,
empuñando un garrote.
—¡Bienvenida a la Torre de hierro, demonio! —dijo el anciano en un tono
tan frio y gris, como el barro del rio—. Debo transmitirte desde el primer
momento mi profundo pesar, por nuestro fracaso. Nuestro deber más sagrado es
purificar a los malos, y expulsar a los demonios que acosan sus almas, para que
puedan vivir una vida mejor, o morir en paz. Pero teniendo en cuenta que los
vampiros no tienen alma, nuestras atenciones no te salvaran, y por eso lo siento
de verdad, morirás como has vivido, como una abominación, y vas a sufrir un
tormento eterno en el vacío.
El anciano parecía triste al decirlo, pero entonces en las comisuras de sus
labios, apareció una insípida sonrisa.
—Sabemos, sin embargo, que Sigmar algún día regresara, para destruir a los
poderes de la oscuridad, de una vez por todas, y liberara del vacío a sus
habitantes. En ese día, tu energía torturada se apagara, y el dulce olvido será tuyo.
Tras estas palabras, le dio una palmada en el brazo.
—Estad tranquila, entonces, algún día os llegara la salvación.
—¡Llegara más rápido que la tuya, retorcido hipócrita! —gruñó Ulrika—.
Solo el infierno aguarda a los hombres que disfrutan provocando dolor a los
demás.
La sonrisa desapareció del rostro del anciano y se hacia la pesada puerta de
madera de la cámara.
—Puede comenzar, capitán, tráigame cualquier información que obtenga.
Schenk lo saludó con respeto mientras salía.
—Sí, Gran maestro —dijo y luego asintió al monje—. Atento humano,
apunto cada palabra.
—Sí, Capitán —dijo el monje. Mientras se dirigía a una mesa en un rincón, se
subía a un taburete alto, y luego sumergía una pluma de ganso en un tintero, y se
encorvaba sobre un pergamino. Listo para escribir.
—Estás perdiendo el tiempo, hermano —dijo Ulrika—. Solo voy a hablar con
Karl Franz. El mensaje que tengo que transmitirle es de mi reina, y es un asunto
privado entre jefes de Estado. Tus torturas sólo consiguieran que mi ira se
acentue y empeoren mis represalias cuando consiga liberarme. Libérame ahora y
llévame al palacio, o sufrirás las consecuencias.
El Capitán Schenk resopló y comenzó a rodear la mesa, golpeándole en cada
pierna a su paso.
—Veo que has heredado el don de la palabrería, de tu elocuente señora, pero
no voy a dejarme engañar de nuevo.
Schenk suspiró.
—Hay tantas cosas que quiero preguntarte, que siguen siendo un misterio
para mí, desde que nos cruzamos por primera vez. Pero hay cuestiones más
urgentes. ¿Dónde está tu señora? ¿Quién atacó el Emperador en Ambosstein?
¿Quién está detrás de todo esto? ¿Por dónde debo empezar?
Ulrika se tensó tratando de liberarse, mientras se acariciaba la mandíbula en
una parodia de estar pensando. A pesar de sus valientes palabras, estaba
aterrorizada por lo que iba a venir, y el pánico broto dentro de ella, como una
marea rápida ahogo todo pensamiento racional. Si Karl Franz no sabía que había
sido tomada prisionera, se quedaría aquí atrapada para siempre. Visiones de
pesadilla pasaron en su mente. ¿Qué podría hacerle los torturadores, sin que
muriera? Por lo que ella sabía podía ser torturada hasta la eternidad. Los
cazadores de brujas podrían mantenerla aquí durante generaciones, golpeándola,
quemándola, y rompiéndole huesos, y nunca concederle la muerte. ¡Por los
dioses! ¡Tenía que salir de esta condenada torre!
—Bueno —dijo Schenk por fin—. Empecemos con algo sencillo. ¿Cuál es tu
verdadero nombre?
Ulrika vaciló, por miedo de ser golpeada de nuevo por mentir, pero sabiendo
que también la golpearía, si se negaba a hablar. ¿Debería decirle su verdadero
nombre, entonces? ¿Por qué no? ¿Acaso importaba? Su familia había muerto. Y
Schenk no podría amenazarle con hacer daño a su familia. Pero por instinto hizo
que se callara. Si le contestaba la primera pregunta, le sería mucho más difícil no
contestar a las siguientes, hasta que al final acabaría contándole todo. ¿Además
por qué habría de decirle algo? ¿Qué ganaba con ello? No la dejarían ir, cuando
supieron todo lo que querían saber. Sería torturada, sin importar si colaboraba o
no. ¿Y si ese era el caso? ¿Por qué no frustrarlos tanto como fuera posible?
—Condesa Emmanuelle de Nuln —respondió Ulrika, con una sonrisa en sus
labios.
El rostro de Schenk se puso rojo de ira, y levantó el garrote, para golpearle en
la mano izquierda, pero justo cuando estaba a punto de golpearla, unos pasos y
voces airadas sonaron fuera de la cámara. Schenk se detuvo, con el garrote en el
aire.
—Es nuestra prisionera, señor —dijo la voz del gran maestre, en un tono
tenso—. Su interrogatorio tiene que ser realizado por nosotros.
—Es una prisionera del Emperador. Quiere oponerse a una orden directa del
Emperador —dijo una voz mucho más calmada.
Ulrika dio un suspiro de alivio, ya que era la de Ludwig Schwarzhelm. Dos
figuras entraron en la cámara, el anciano entro primero caminando de espaldas,
y gesticulando mientras hablaba, la segunda era el paladín del Emperador, una
cabeza más alto y el doble de ancho. Era tan grande que su mero presencia
pareció empujar al capitán Schenk hacia detrás de la mesa.
—La mantenemos bajo custodia, solo para la seguridad el Emperador —dijo
el anciano—. Es un demonio oscuro muy peligroso, y no puedo permitir que este
ante la presencia del Emperador.
—¿Tan peligrosa es, que incluso hay que mantener en secreto su detención?
—preguntó el campeón, mirando a Ulrika, con su manos colocados en su caderas
—. ¿Cuándo pensaban informar al Emperador de su captura?
El viejo templario se irguió.
—Señor, hemos tratado con demonios de su naturaleza, durante siglos,
puede confiar en nosotros, para determinar sobre que informar que sabemos de
ellos.
Schwarzhelm le miro fríamente.
—Templarios, nunca es bueno ocultar lo que saben al Emperador.
Ulrika miró más allá de ellos, mientras el gran maestre se echaba hacia atrás,
tratando de ver si había alguien más, entrando por la puerta, pero no había
nadie. Tampoco presintió la presencia de más corazones latiendo acercándose.
¿Schwarzhelm habría venido solo?
—¿Dónde está Karl Franz? —preguntó Ulrika ásperamente.
Todos los ojos se volvieron hacia ella y Schenk le dio una bofetada en el
rostro con todas sus fuerzas.
—¡No hables hasta que se te permiso para ellos, espíritu maligno!
Schwarzhelm le despidió con un gesto, y luego dio un paso hacia ella,
mirando hacia abajo sobre su larga barba negra.
—No voy a dejar que el Emperador esté ante tu presencia, demonio. Sean
cuales sean tus planes, no voy a ser parte de ellos.
—No tengo ningún plan —dijo Ulrika, escupiendo sangre de sus labios
partidos—. Mi intención es desafiarlo, otra vez, espada contra espada.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que ofreces a cambio? ¿Qué vas a darme si pierdes?
—Secretos —respondió Ulrika—. Sé cómo enfermó el Emperador. Y quien
esta tras todo esto, pero solo se lo diré al propio Karl Frank y solo si me vence.
—¡Soy el paladín del Emperador, demonio! —dijo Schwarzhelm—. Cuando
es desafiado, soy yo el que lucho por él. No lo pienso exponer al peligro, ya estas
derrotada, por lo que no puedes luchar. Por lo que tienen que decirme tus
secretos.
El paladín del Emperador le tendió la mano al capitán Schenk.
—Tu garrote.
Las entrañas de Ulrika se estremecieron cuando el cazador de brujas el
entrego el garrote, no había pensado en que las cosas podrían empeorar, ya que
Schwarzhelm fue dos veces más fuerte que Schenk. No se limitaría a lastimarla,
una vez se pusiera a golpearla. Simplemente le rompería los huesos. Le haría
tanto daño, que ninguna cantidad de sangre podría curar.
—¡Paladín! —le espetó Ulrika—. ¡Esto no es honorable! ¡He realizado un
desafío formal, según las normas, y tu respuesta es atacarme, mientras estoy
atada e indefensa!
—Los demonios no tienen honor y no se merecen la cortesía —dijo
Schwarzhelm, mientras lanzaba una mirada dura a los cazadores de brujas, y
volvió sus ojos hacia ella—. Pero puedo darte esto, cuando me digas todo lo que
tengas que decirme, no te dejare con vida, te separe la cabeza del cuello, y te
ahorrare la hospitalidad de nuestros anfitriones.
—¡Herr Schwarzhelm! —exclamó el gran maestre—. No puede hacerle esta
oferta a la prisionera, es demasiado valiosa como para matarla rápidamente.
Ulrika miró a los ojos Schwarzhelm. No estaba mintiendo, cumpliría con su
palabra. Le estaba ofreciendo una salida. Era su mejor oportunidad, teniendo en
cuenta que estaba condenada a un tormento eterno en vez de una muerte rápida,
podría sufrir siglos de tortura antes de su destino inevitable. Una muerte rápida
era lo más preferible. A pesar de la tentación, sin embargo, aún no podía
abandonar el juego. Tenía que hacer que el plan funcionara.
—¡Un oferta generosa, paladín! —dijo ella, mientras levantaba el garrote
apuntando a su espinilla izquierda—. Pero no voy a hablar con nadie, solo con
Karl Franz.
—¡Entonces habla! —dijo una voz desde el pasillo.
Todos se volvieron, y Ulrika los vio sorprendidos y agitados. En su
preocupación por salir de esta, no había sentido su corazón, ni oído sus pasos,
pero Karl Franz, Príncipe de Reikland y Emperador de las provincias, entro a
zancadas en la habitación con cuatro caballeros de la Reiksguard detrás de él, con
los ojos brillantes por la ira, y su piel brillando por la fiebre. La reacción de los
presentes en la habitación fue instantánea y abrupta. Schenk y el gran maestro se
dejaron caer de rodillas, y bajaron las cabezas. El monje se cayó de la silla, y
Schwarzhelm se colocó entre Karl Franz y Ulrika y extendió los brazos.
—¡Mi señor! —dijo—. ¡No deberías estar aquí. Es demasiado peligroso. Por
favor marchaos, y regresara con vos, con lo que sepa!
El Emperador resopló y lo rodeó.
—Ya no soy un niño, Ludwig. No necesito a un lobo atado y drogado, para
que pueda matarlo con una simple reverencia.
El Emperador, miro a Ulrika, con una mirada rápida e inquisitiva. Era un
hombre alto, de regias extremidades, con un rostro amable y más abierto de lo
que hubiera esperado. Pero su bondad no podía ser confundida con debilidad.
Sus ojos mostraban una resolución de acero y una aguda inteligencia ardía en
ellos, como la luz del sol, y solo el brillo de su piel y la delgadez de sus mejillas
traicionaban su enfermedad oculta.
—Prefiero la información de primera mano —continuó—. Y no filtrada a
través de intermediarios, por muy buenas que sean sus intenciones. ¿Cómo
puedo dirigir un imperio si no me dicen exactamente que pasa dentro del?
Ulrika dio un suspiro de alivio hacia adentro mientras el Emperador la
rodeaba. ¡Había venido! ¡Tenía una oportunidad! ¡El plan estaba en su cauce! Y
se esforzó por detectar signos que el último tramo del plan se estuviera
realizando. Pero todavía no detecto nada, pero sabía que vendrían, Y sería libre, y
el Emperador sería asesinado.
Karl Franz se inclinó casualmente sobre la mesa de tortura y le sonrió
amablemente.
—¡Bien! —dijo—. Todo lo que has dicho hasta ahora es una mentira, lo sé.
No eres un heraldo, y no eres una lahmiana. Sé que fuisteis atacados por las
lahmianas, mientras mis hombres escoltaban a Ambosstein. También sé que la
mayoría de los vampiros de esta supuesta revuelta, están desconcertados, por ser
expuestos a sus vecinos. Algo esta pasando, pero no es una guerra, y no estamos
luchando contra el enemigo, que pensamos que es el responsable de todo esto.
Así que —dijo el Emperador, mientras le aparta un mechón ensangrentado de
sangra de su pelo blanco de su frente—, ¿quiénes son mis verdaderos enemigos, y
qué es lo que quieren?
Un estremecimiento profundo recorrió las piedras de la torre, pero era tan
débil y distante que los hombres de la habitación, no lo sintieron. Sin embargo
Ulrika si que lo sintió, incluso el más leve movimiento sacudía su magullado
cuerpo, y sabía lo que era. Fue el comienzo del fin.
Ulrika sonrió a Karl Franz.
—Soy uno de vuestros verdaderos enemigos, Emperador —dijo Ulrika—. ¡Y
queremos tu cabeza!
Ulrika sonrió mientras la expresión cuidadosamente informal del
Emperador, era reemplazada por un desprecio enojado.
—Pensé que tenías información para mí, demonio —dijo el Emperador—.
Pero por la que parece solo tienen amenazas vacías.
Un rumor más pesado sacudió la cámara, y esta vez los hombres lo sintieron
e instintivamente, desenvainaron sus espadas.
—Tengo un secreto que contaros, mi señor —dijo Ulrika, sonriendo—. Que
os voy a revelar ahora mismo, deberíais haber escuchado a vuestro paladín,
habéis entrado en una trampa, que se está cerrando a vuestro alrededor en estos
momentos.
32
Retorciendo el cuchillo
* * *
Los sonidos eran amortiguados por las paredes de piedra, pero con su oído
sobrenatural, se dirigió cojeando hacia los sonidos de combates y muerte. Los
hombres se gritaban órdenes y chillaban de terror, las bestias rugían, las pistolas
tronaban, y el acero entrechocaba contra otro acero, y la torre temblaba. Cuando
estaba cerca de los combates, Ulrika oyó pasos sigilosos y voces de hombres
susurrando. Y un segundo después, detecto los latidos de sus corazones, eran
diez con sus corazones latiendo con fuerza.
Ulrika se detuvo, estaban a la vuelta de la esquina, y vio la luz de la linterna
moviéndose entre las sombras moviéndose en la pared opuesta. Ulrika se
preparó, saltaría sobre ellos, rompería la lámpara y mordería y bebería del
primero que cogiera, mientras el resto se agitaba en la oscuridad. La sangre le
daría la fuerza para luchar contra el resto.
Los pasos se detuvieron, y oyó el ruido de una puerta de hierro siendo
sacudirá de su marco.
—Cerrada —dijo una voz—. ¡Maldita Sea. Volved atrás y ver si uno de los
cadáveres tiene la llave!
Ulrika jadeó de alivio y salió de la esquina.
—¡Sargento! ¡Soy yo!
Detrás de una puerta de barrotes de hierro Stahleker y sus hombres
levantaron la vista, ensangrentados y magullados. Habían estado en lo más duro
de los combates.
—¡Capitán! —exclamó Stahleker—. ¡Aún estas con vida!
—No —dijo Ulrika, llegando a la puerta y cogiéndose a los barrotes—. Pero
aún puedo caminar. Yo…
En ese momento sus piernas cedieron y se cayó de rodillas en suelo. El dolor
de las diversas heridas era demasiado y se acurruco como una araña muerta,
gimiendo y jadeando.
—¡Por los cuernos de Taal! —juró Stahleker, de rodillas en el lado opuesto de
los barrotes—. ¿Qué demonios te han hecho esos quemadores de brujas?
Stahleker, se giró hacia sus hombres.
—¡Encontrar esa maldita llave!
—Hemos registrado todos los cuerpos que hemos encontrado, sargento —
dijo uno de sus hombres—. Pero no hemos encontrado ninguna llave.
Stahleker maldijo y negó con la cabeza. Los barrotes eran de una pulgada de
espesor, y la puerta estaba hecha con pesadas placas de acero. Miró a Ulrika.
—¿Puedes abrirla, capitán?
—Puedo intentarlo —dijo Ulrika.
Pero cuando examinó los barrotes, supo que era imposible. Sus heridas eran
demasiado graves, el dolor era intenso, y la plata de los grilletes la estaba
debilitando. Pero de todos modos lo intentaría con todas sus fuerzas, pero la
herida entre sus costillas de desgarro aún más, y la sangre comenzó a brotar de
las heridas de sus muñecas donde rozaban con las esposas de plata. Y la puerta
no se había movido ni una pulgada.
Dándose por vencida, Ulrika se agacho, mareada.
—No creo que pueda.
Stahleker se subió la manga de su chaqueta de cuero y sacó el brazo a través
de los barrotes. Y la miro a los ojos. Su rostro estaba sombrío.
—Beba —dijo Stahleker.
Ulrika lo miro fijamente, y negó con la cabeza.
—No, sargento. No de ti.
—No hay otra opción.
—No. Era una de las condiciones de Mags. Lo jure.
Stahleker agito el brazo de entre los barrotes.
—No pienso dejarte aquí, capitán.
Ulrika lo fulminó con la mirada.
—Tiene que haber otro modo encuentra a algún cazador de bruja, para que
pueda alimentarme de él.
—¡No hay tiempo!
Un cañón ladró en algún lugar por encima de ellos, y Stahleker miró hacia
arriba, y luego hacia abajo en ella.
—No sé cuándo tiempo resistirá von Messinghof allá arriba. Schwarzhelm
trajo cincuenta hombres cuando llegó, y el Emperador trajo otros cuarenta,
además de un hechicero de batalla. Hay la misma cantidad de cazadores de
brujas, y dispararon una bengala hacia los muelles de la marina. Habrá buques de
guerra muy pronto y más hombres.
Aún así Ulrika no tomó su brazo. Ella no quería que Stahleker se convirtiera
en un esclavo de sangre. No quería que se convirtiera en un adulador. Sabía que
amaba a Mags, y no quería ser la responsable de que se terminara su relación.
—Eres nuestro líder, capitán —dijo Stahleker—. No el conde. No hemos
venido aquí para ayudar a matar a Karl Franz. Vinimos para rescatarte. Ahora
bebe.
Ulrika cerró los ojos, ocultando el dolor que sentía, y maldijo. Creían que
podría resistir a pesas de que lo necesitaba desesperadamente. Con un gruñido,
cogió la muñeca, y la sujeto con su boca, y perforo la piel con sus colmillos y
chupo con avidez.
Sus hombres gritaron, pero Stahleker les despidió con la mano.
—¡No os preocupéis! —dijo Stahleker, haciendo una mueca.
El alivio la inundó mientras su sangre corría por sus venas. Podía sentir como
la fuerza, regresaba a sus marchitos músculos, y los bordes de las heridas
cicatrizaron. Podía sentir el fuego al rojo vivo recorrer sus nervios,
despertándola, llenándola de vigor, preparándola para la batalla.
Stahleker gimió y se apoyó en las barras con la otra mano. A Ulrika no le
importó. Su necesidad era demasiado grande. Tenía que alimentarse, hasta que la
negrura de sus muñecas y tobillos se desvanecieran en cicatrices e color gris,
hasta que los músculos desgarrados entre las costillas y los órganos perforados
debajo de ellos sanaran.
No. No, ella no debía. No debe perderse en su hambre, no con Stahleker. Con
un grito de frustración aparto su boca lejos de la muñeca. Y empujó el brazo a
través de los barrotes.
—¡Basta! —jadeó—. ¡Ya he bebido suficiente!
Stahleker se hundió de nuevo en los brazos de sus hombres, con sus ojos
nublados, y con una sonrisa distante en su rostro. Ulrika lo fulminó con la
mirada, y notó como la sangre prestada recorría su mente.
—¡Saldrás de esto sargento! —gruñó Ulrika—. ¡No lo permitiré!
Ulrika se levantó, y se arrancó las esposas de plata de sus muñecas y tobillos,
como si fueran de papel, luego agarro los barrotes.
—¡Apartaos de la puerta, regresad a la superficie!
Los lanceros se retiraron, arrastrando Stahleker con ellos, y Ulrika tiró de la
puerta de nuevo, justo por encima de la cerradura. Pero no pudo abrirla, pero
esta vez las barras comenzaron a ceder y ha flexionarse. Dentro de ella podía
sentir con la herida del cuchillo parcialmente curada, se desgarraba de nuevo y
sus muñecas ennegrecidas comenzaban a sangrar, pero su corazón latía con
fuerza, y luchaba contra el dolor, y tenía fuerza en las extremidades.
Un hueco apareció entre la cerradura y el marco de la puerta. Ulrika apoyo
un pie sobre el marco, y apretó con tanta fuerza los dientes que crujieron. Con
un chillido torturado, la cerradura cedió, y la puerta se abrió, enviándola al suelo,
cayendo sobre su trasero.
Inmediatamente se puso de pie, cogió la daga de Schenk, y atravesó la puerta,
directamente hacia Stahleker. Ella le dio una bofetada.
—¡Quita esa sonrisa de tu cara! —gruñó Ulrika—. ¡No te conviene!
Stahleker asintió y se frotó la mejilla enrojecimiento.
—Sí, Capitán —dijo, negando con la cabeza, perplejo—. No puedo evitarlo.
—¡Ignóralo, sargento! —gruño Ulrika—. Puedes controlarlo. Eres un hombre
de Ostermark, no un suave perro faldero del sur.
Tras la reprimenda, Ulrika comenzó a recorrer el pasillo hacia las escaleras,
todavía cojeando.
—Vamos, tenemos un Emperador que matar.
Detrás de ella, los hombres de Stahleker lo pusieron en sus pies y la siguieron,
con Stahleker un poco tambaleante, pero aún podía mantenerse de pie.
Ulrika se sintió culpable, pensando que lo había debilitado demasiado, como
para poder luchar. ¿Sería capaz de cuidar de sí mismo? Bueno, no tardaría en
averiguarlo. Él la había salvado. Por lo que ella estaba obligada a salvarle.
La parte inferior de la escalera estaba llena de cazadores de brujas muertos,
abatido por proyectiles de pistolas, y cortes de sable. Busca a Schenk, pero no lo
vio entre ellos. Perfecto. Lo quería matar personalmente.
Cuando comenzó a caminar a través de los cadáveres por las escaleras, una
fría brisa le recordó que estaba desnuda. Hizo una pausa. El frío había dejado de
molestarla desde su muerte, pero ciertamente necesitaba algún tipo de
protección. Ulrika se agacho y arranco un abrigo de grueso cuero de un cadáver
de su misma altura. No había tiempo para despojarlo de todas sus protecciones,
pero el abrigo le serviría un poco. Ulrika se encogió de hombros, y cogió una
pesada espada de hoja larga. Frunció la nariz, todo olía a cazadores de brujas,
pero no podía hacer nada por ello. Ulrika continúo subiendo las escaleras, con su
nuevo abrigo, con los lanceros corriendo tras ella, como una manada de lobos.
En la parte superior de las escaleras había una habitación con una entrada
oscura, con cadenas colgando, antorchas y estatuas que representaban cráneos, y
más cazadores de brujas muertos, tendidos en las losas de piedra del suelo, así
como algunos lanceros muertos. Las puertas que daban al exterior estaban
abiertas, y por el hueco, pudo ver el resplandor naranja del fuego y el estruendo
de la batalla. Choques de acero, y disparos de pistolas, se alternaban con los
rugidos y gritos de hombres que luchaban.
Entonces, a pesar de todo el ruido, Ulrika oyó de repente a von Messinghof,
gritando.
—¡A la barcaza! ¡Corred hacia la barcaza! ¡Daos prisa!
Ulrika apretó el paso. ¿Qué significaba? ¿Estaba el conde retirándose? ¿Había
matado al Emperador? ¿O había dado por perdida la batalla?
A mitad de camino a través de la habitación. Unos pasos apresurados
resonaron en el exterior y un puñado de cazadores de brujas entro corriendo,
jadeando, y a continuación se apoyaron en la pesada puerta y la cerraron tras
ellos.
—¡Rápido! —dijo uno de los cazadores de brujas, agarrándose el pecho—.
¡No deben de entrar!
Ulrika lo reconoció como el gran maestre, y luego vio que a su izquierda
estaba Schenk. El resto eran los hombres de Schenk. Ulrika sonrió y camino
hacia adelante.
—¡Ya están dentro! —dijo Ulrika.
Los cazadores de brujas se giraron, poniéndose en guardia, en cuando vieron
a Ulrika y a los lanceros salir de entre las sombres detrás de ellos, superando a los
cazadores de brujas en dos a uno.
—¡Tu! —jadeó Schenk, dando un paso atrás.
—Sí. Yo y te he traído tu daga.
El gran maestre desenfundo una pistola de su abrigo, y la apunto con ella,
pero uno de los hombres de Stahleker fue más rápido, y el anciano templario
cayó hacia atrás, cuando el disparo retumbó, con un agujero rojo en su pecho.
Schenk no se volvió para ver la muerte de su superior. Y dio dos pasos hacia
adelante, con los ojos fijos en Ulrika, mientras sus hombres trataban de contener
a los lanceros.
—¿He de responder a sus preguntas ahora, capitán? —preguntó Ulrika—. Mi
nombre es Ulrika Magdova Straghov, hija de un boyardo e hija de las tinieblas a
la condesa Gabriella de Nachthafen.
Ulrika le golpeo con su espada, y le corto un brazo, mientras intentaba
esquivarla.
—Tú la conoces como la prima de Lady Hermione von Auerbach, y tenías
razón. Son vampiresas lahmianas.
A su izquierda y derecha, sus lanceros estaban presionando hacia atrás a los
cazadores de brujas. Ulrika atacó de nuevo y le cortó en la mejilla.
—Pero estabas equivocado, al pensar que las lahmianas están detrás de los
actuales problemas. Los problemas los ha creado mi nuevo amo, el conde von
Grigor Messinghof de Sylvania.
Ulrika ya le había cortado un brazo a Schenk, por lo que le acuchillo una
pierna.
—Él es quien planeó la revuelta de vampiros, y el que quiere matar a Karl
Franz, como inicio para que el ejército de Sylvania, invada el imperio, y lo postre
de rodillas y hacer de Mannfred von Carstein su nuevo Emperador.
Los lanceros siendo superiores numéricamente, habían acabado rápidamente
con los cazadores de brujas, y Schenk era el único que seguía en pie. Ulrika le
sonrió, cuando golpeó la mano que le quedaba, arrojando a un lado la espada que
empuñaba.
—Ahora que lo sabes todo —dijo Ulrika, poniendo la punta de su espada en
su cuello—. Si advirtieras al Emperador, serías el héroe del día, pero por
desgracia…
Su mano izquierda apuñaló a Schenk y enterró la daga de Schenk entre las
costillas de su lado derecho. Haciendo que se quedara sin aliento, y se sacudiera
de dolor, para luego chillar como un niño, mientras Ulrika retorcía la hoja de
modo que los bordes afilados quedaran incrustados firmemente entre las
costillas. Schenk finalmente cayó de rodillas ante ella, escupiendo sangre roja por
la herida.
Ulrika suspiró mientras le miraba a los ojos.
—Me gustaría poder hacerte saborear el dolor, como hiciste conmigo, pero
me has enseñado que es imprudente dejar a enemigos vivos detrás de ti, y con
acceso a una daga.
Ulrika levantó la espada prestada, y barrio hacia abajo con toda su fuerza, la
hoja atravesó el peto de Schenk en el hombro, quebrándole la clavícula y
continúo hasta alcanzar su corazón. Un escalofrío de satisfacción se apoderó de
ella cuando sintió que la espada se detenía por la hoja de la daga enterrada en sus
pulmones.
Ulrika se inclinó hacia delante y le susurró al oído.
—Pero si te vas ahora espero que tengas la recompensa que te mereces,
porque tu tormento apenas acaba de empezar, espero que ardas, como quemaste
a Famke, por toda la eternidad.
Ulrika arrancó las dos hojas del cuerpo, y lo dejo caer, entonces, pateó la
puerta y salió a unas amplias escaleras de piedra de la torre con Stahleker y los
lanceros siguiéndola.
La escena que se extendía ante ella era una mezcla confusa de fuego, ruinas y
luchas dispersas. Los dos puentes que habían conectado la Isla de la Torre de
hierro a la orilla norte y la sur del Reik, se habían desmoronado. El grueso muro
que rodeaba la torre, que lo separaba del terraplén adoquinado que lo rodeaba,
hacia sido derribado cerca de la puerta principal, sus bloque de granito, se habían
derramado sobre el patio. ¿Cómo si hubiera sido obra de algún poderoso
hechizo? Y la brechas resultante hacia sido el lugar de intensos combates, por los
cuerpos de caballeros de la Reiksguard, zombis, vampiros y lanceros que yacían a
ambos lados de la brecha.
Sin embargo, la lucha se había trasladado, a través de la brecha. Ulrika pudo
ver a los caballeros de la Reiksguard luchando contra los Caballeros de sangre y
los tumularios, sobre las escarpadas rocas, más allá del terraplén, mientras
murciélagos gigantes y otros horrores aladas sobrevolaban por encima. Los
caballeros imperiales, parecían estar tratando de mantener a las tropas sylvanas
embarcadas en las barcazas de von Messinghof, que habían sido colocadas al lado
de la costa rocosa. Parecía una retirada sin esperanzas. Una de las barcazas estaba
ardiendo por encima de su línea de flotación, y el humo y las llamas llegaban
hasta las nubes de arriba, mientras que otra empezaba a arder en estos
momentos. La tercera barcaza, para sorpresa de Ulrika, estaba a unos cien metros
rio abajo, a la deriva arrastrada por la corriente, y también estaba empezando a
arder. Había hombres en ella, corriendo por la cubierta, pero el humo y la
distancia no podían ver quiénes eran.
—¡Vamos! —ordenó a Stahleker, y luego bajó corriendo las escaleras de la
Torre de hierro, todavía mirando hacia la barcaza a la deriva. ¿Von Messinghof
les habría dejado atrás? ¿Habría sido Lassarian?
Una silueta descomunal se alzaba por encima del humo en la cubierta de la
barcaza, manejando el timón, para dirigirla hacia la orilla. Ulrika gruño cuando
lo reconoció. ¡Era Schwarzhelm! ¡Karl Franz había escapado!
Ahora comprendía la batalla en las rocas. Von Messinghof estaba luchando
para embarcarse en sus barcazas y perseguir al Emperador, mientras que la
Reiksguard estaba tratando de detenerlos. Miró hacia atrás a tiempo para ver
como relámpagos negros caían sobre los caballeros de la Reiksguard,
permitiendo a los tumularios y caballeros sangrientos embarcarse en las barcazas.
Von Messinghof saltó a la cubierta humeante, con Emmanus a su lado,
mientras sus tropas le seguían.
—¡Rápido! —exclamó Ulrika, volviéndose hacia Stahleker y sus hombres—.
¡Van a irse sin nosotros!
Algo enorme cayó del cielo, abriéndose paso entre los lanceros, y derribando
a Ulrika al suelo. Unas pesadas alas pesadas la golpearon, mientras su apestoso
cuerpo la arrastraba sobre los adoquines. Ulrika gimió bajo el peso de una
enorme pata, cuando la cosa se detuvo por fin. Era su antigua montura, el terror
alado de von Messinghof, pero esta vez tenía un nuevo jinete, que gruño hacia
ella, desde su silla de montar en su cuello.
—¡Este es mi noche, puta! —exclamó Otilia, levantando su lanza—. ¡Es mía!
33
Asesinato
Otilia apuñaló hacia abajo con la lanza. Ulrika la apartó a un lado con una mano,
y le traspaso el abrigo, pero no la hirió. Ulrika agarro el mango. Otilia empujó de
nuevo la lanza, pero antes de que pudiera empujar la lanza de nuevo, hubo una
fuerte explosión, y se estremeció en su silla, con una herida de bala en su
hombro.
Stahleker y los lanceros cargaron contra el horror alado, empuñando sus
sables y gritando en nombre de Ulrika. Otilia maldeció y giró el horror alado
para que arremetiera con sus garras y cola. Su lanza golpeó al lancero más
cercano a ella, a Stahleker, que estaba de pie directamente sobre Ulrika,
protegiéndola.
Fue un golpe torpe, llevado por el pánico, y el sargento podría haberlo
bloqueado fácilmente, pero Stahleker se estaba tambaleando sobre sus pies, y
levantó su espada demasiado tarde. La punta de la lanza, atravesó su cuello, y la
sangre comenzó a mamar de la arteria principal, cuando cayó hacia atrás.
—¡Stahleker! —gritó Ulrika, que luchaba por romper el agarre del horror
alado.
Su grito se hizo eco entre sus hombres, quienes cargaron contra Otilia, con la
fuerza de la rabia. El filo de sus sables cortaron la piel de horror alado sin hacerle
grandes daños, pero Otilia gritó de miedo, y apretó las espuelas de sus talones en
los flancos del horror alado, y desplegando sus alas, el horror alado se elevó en el
cielo, derribando a los hombres de Stahleker al suelo. Ulrika se dio la vuelta, y se
arrastró hacia ellos. El rostro del sargento estaba blanco como el de un vampiro.
Ulrika coloco su mano sobre la hemorragia del cuello, pero la herida era
demasiado grande. No le quedaba mucho tiempo.
—¡Necio! —dijo Ulrika—. ¿Por qué no se quedó atrás? Estabas débil.
Él la miró con los ojos vidriosos.
—¡No… no lo hice porque mi deber era protegerte!
Ulrika apretó los puños.
—Esto ha ocurrido, porque dejaste que me alimentara de ti.
Stahleker resopló, y comenzó a ahogarse. Y Ulrika tuvo que levantarle la
cabeza, para que pudiera escupir la sangre. Él la miró de nuevo, y la cogió por
uno de sus brazos.
—Un chupasangres nunca se ganará la lealtad de un hombre de Ostermark
con… con la sucia magia de la sangre —dijo Stahleker, arrastrando las palabras
—. No lo hice como un esclavo de sangre. Lo hice como tu sargento.
Ulrika se atragantó y habría llorado, si los vampiros hubieran podido
derramas lágrimas.
—Sí, sargento. Te creo.
Con una mano buscando a tientas en su pelo, se arrancó la trenza de Mags y
se la ofreció a Ulrika.
—¿Podrías devolvérsela a Mags? Y al mismo tiempo dile que encuentre a un
hombre mejor que yo.
Su mano cayó al suelo, cuando Ulrika cogió la trenza, Stahleker se había ido.
Ulrika cerró su puño alrededor de la trenza, y asintió con la cabeza.
—¡No creo que pueda! —susurró Ulrika.
Stahleker era un ladrón de caballos, renegado, mercenario, dispuesto a
cambiar de bando, si eso significaba más dinero, dispuesto a luchar contra el
imperio en las filas de su mayor enemigo, y sin embargo, en todos sus tratos con
ella, su lealtad no había vacilado firme como un roble, sin importar las amenazas,
misiones imposibles, o la muerte.
Unas pesadas alas aleteaban sobre ella. Y Ulrika miró hacia arriba, Otilia
estaba descendiendo para otra pasada, apuntando directamente hacia ella, con la
lanza levantada.
—¡Atención! —gritó Ulrika.
Ulrika empujó los lanceros fuera del camino de las garras del horror alado.
Mientras en su parte posterior, Otilia aullaba de triunfo. Ulrika se apartó a un
lado, cuando Otilia le lanzó la lanza. Impactando sobre los adoquines de su
izquierda, y el horror alado aterrizo en medio de los lanceros.
Ulrika se agachó y recogió la espada de donde la había dejado caer, y cargó
contra el horror alado y Otila. Otilia se retorció a un lado mientras intentaba
acuchillarla, y la espada de Ulrika acabo rebotando sobre la gruesa piel del horror
alado. La bestia la golpeó con una de sus alas, y la empujó sobre Otilia, aturdida.
Otilia le dio una patada en los dientes y agitó una enjoyada daga hacia ella. Ulrika
la golpeó con la empuñadura de la espada en la espalda, y luego se lanzó hacia su
cuello. No estaba sola. Los lanceros habían recuperado y la rodearon a ella y al
horror alado por todos los lados.
—¡Apartaos, estúpidos! —chilló Otilia mientras se agacha para esquivar la
espada de Ulrika, y espoleo los flancos del horror alado—. ¡No es ella la que os
paga! ¡Aún servís a von Messinghof!
Una vez más las alas de la bestia no-muerta se abrieron, derribando otra vez a
los lanceros al suelo. Ulrika se tambaleó, pero consiguió agarrarse a una de las
piernas de Otilia, y un gran impulso tiró con fuerza de ella hacia arriba y de
repente, se encontró colgando de uno de los estribos de Otilia, con la isla y la
Torre de hierro, bajo ella. Desde allí pudo ver que la barcaza de von Messinghof,
estaba persiguiendo a la barcaza del Emperador a una velocidad antinatural, y en
solo unos minutos abordaría la barcaza del Emperador.
Otilia se rio y pisoteó los dedos de Ulrika.
—¡Vas a terminar en el rio!
Ulrika barrió torpemente hacia arriba con la espada larga, pero Otilia le
volvió el golpe, pisándole los dedos de nuevos, aflojando su agarre. Los dedos de
Ulrika comenzaron a escurrirse, y con un gruñido desesperado dejó caer su
espada, y se agarró al estribo con ambas manos. La espada giró por el aire, y se
hundió en el rio debajo de ella.
Otilia se inclinó, levantando la daga con intención de cortarle los dedos a
Ulrika.
—Has hecho un gran sacrificio, hermana, muriendo así por el conde, para
que tuviera una oportunidad de matar al Emperador. Todos vamos a llorar tu
muerte.
Otilia, apuñaló hacia abajo, perforando con la daga la mano izquierda de
Ulrika. En el mismo instante Ulrika, disparó su mano derecha y la agarró por la
muñeca, y tiró tan fuerte como pudo.
Otilia gritó y casi se cayó de la silla de montar, pero se agarró al pomo y se
aferró con una fuerza desesperada. Ulrika trepó hasta ella como si fuera un gato.
Arañándola en el cuello, y tirando de su pelo, entonces con una de sus rodillas la
golpeó en la espalda y estampo a Otilia contra la espalda del horror alado.
—¡Terminemos con esto! —dijo Ulrika, mientras Otila se volvía hacia ella—.
Dirijamos al horror alado, hacia la barcaza del Emperador, nuestro deber es
ayudar al conde.
Otilia se agachó hacia atrás en la silla, levantando la daga de nuevo.
—La noble Ulrika, siempre pensando en la misión. Sé cuál es tu verdadero
interés. Quieres apartarme del conde, pero esta noche es mi noche. Esta noche
seré la heroína.
Otilia iba a atacarla, pero Ulrika desenfundó la daga de Schenk y Otilia dudó.
Ulrika se puso de rodillas, a caballo entre la columna vertebral del leonado y
agarró una de las correas que sujetaban la silla de montar.
—¡Lo único que te apartara el conde, es tu propia incompetencia! —dijo
Ulrika, envolviendo la correa alrededor de su pierna—. Es mi comandante, no
quiero nada más de él. Solo le sirvo porque me da batallas y me trata con respeto.
Otilia se rio, de un modo estridente y salvaje.
—¡¿Él?! Pobre tonta. Pero si te trata como al peor de todos.
—¿Cómo esto? —preguntó Ulrika. Tocándose las cicatrices negras de su
rostro—. ¿Por qué me corto con plata? Ya le que he perdonado, por esto.
—Porque te atrajo a su lado tan claramente como el queso atrae a un ratón a
una trampa, de la forma más cruel que existe.
—No me engaño para que me uniera a su lado. Fue la vileza de los humanos
—gruño Ulrika—. El conde no tuvo que ver, nada con eso.
—¡Lo tiene todo que ver! ¿Quién crees que les dijo a esas putas, que tu novia
era un vampiro? ¿Quién crees que guio a los cazadores de brujas a tu escondite?
—dijo Otila riéndose—. ¡El conde sabía no que te unirías a él sin un buen
motivo! ¡Sabía que tendrías que odiar a la humanidad con todo tu corazón para
unirte a él!
Ulrika la miró fijamente, aturdida, sin acabar de comprender sus palabras.
¿Von Messinghof había estado detrás de la quema de Famke? ¿Todo había sido
nada más que una artimaña para conseguir que se uniera a el? No podía ser
cierto. Otilia estaba mintiendo, para lastimarla y se alejara del conde.
Otilia se rio y saltó, acuchillando a Ulrika con la daga y las garras. Ulrika paró
el puñal y atrapó la muñeca izquierda de Otilia por instinto, pero estaba
demasiado aturdida para defenderse. ¿Sería cierto? Von Messinghof siempre
había parecido un hombre honorable, astuto sin dura, pero leal con sus
subordinados cuando le eran leales a él. Ahora, sin embargo, comenzó a recordar
cosas, cosas en las que no había dedicado ni un segundo antes. Von Messinghof
había fingido ser un cazador de vampiros, para incitar a los humanos a los
disturbios. Había dado Rukke el beso oscuro para mantener a Blutegel a su lado,
pero nunca había tenido la intención de dejarlo vivir más allá de la muerte de su
padre. Había engañado al strogoi Murnau, a atacar a las lahmianas al hacerle
creer que habían sido ellas, las que lo habían herido.
Ulrika se estremeció. ¡Por los Dioses de sus padres! ¡Era cierto! ¡Ella era
como Murnau! ¡Von Messinghof se la había jugado exactamente como lo había
hecho con Murnau!
Otro recuerdo volvió a ella, de la primera vez que había estado en la espalda
del horror alada. Von Messinghof había sobrevolado las murallas de Nuln, para
demostrar que eran invisibles para los defensores. «Nadie ve lo que no quiero
que vean» le había dicho. ¡Qué tonta había sido al creer que estaba siendo
honesto con ella!
La ira explotó a través de su conmoción. Ulrika la cogió por el cuello, con los
ojos brillando de ira.
—¡Tú quemaste a Famke! —susurró Ulrika, mientras le deslizaba
alarmantemente hacia la grupa del horror alado—. ¡Vas a morir!
Otilia intento frenéticamente detener su caída, dejando caer su daga y se
agarró a las escamas del horror alado.
—¡Estás loca! ¡Las dos moriremos!
La correa alrededor de la pierna de Ulrika se tensó en cuando llego a su límite
y freno su caída. Ulrika sonrió salvajemente a Otilia, mostrando sus colmillos.
—¡No, sólo tú!
Otilia empezó a trepar hacia la silla, pero Ulrika la cogió, y la apuñaló por la
espalda, con la daga del cazador de brujas. Otilia sufrió un espasmo y trató de
apartarse, con los ojos muy abiertos, pero Ulrika hundió el cuchillo de nuevo.
—¡Misericordia! —gimió Otilia, escupiendo sangre a través de su boca—.
¡Por favor, hermana!
—¡Cualquier cosa que no sea quemarte viva, es misericordia para mí, perra!
—gruñó Ulrika, mientras le arrancaba la garganta con sus colmillos. Otilia
intentó gritar, pero el aire en sus pulmones escapó por el agujero, y solo pudo
producir como silbidos. Ulrika hundió su boca en la desigual herida, y se
alimentó de su sangre con la boca llena.
Era la rica sangre de un vampiro, y como un elixir de fuerza, corrió a través
de las venas de Ulrika como una inundación de primavera. La sangre de
Stahleker le había salvado la vida a Ulrika y parcialmente sanado su cortes y
contusiones, pero la sangre de Otilia le estaba dando la fuerza de Otilia, y
agregándola a la suya. Podía sentir la herida punzante en su lateral, cerrarse, y
como las heridas de balas de su hombro y pierna se curaban. Sus músculos
temblaron y se endurecieron con su vitalidad. Su cabeza se despejó y sus sentidos
se agudizaron. ¡Por los Dioses de Nehekhara!, si continuaba bebiendo, ¡sería lo
suficientemente, como para luchar contra un gigante! No. Tenía que parar, si
continuaba se sentiría hinchada y enferma que no podría luchar. Otilia era la
menor de sus venganzas. Su verdadera venganza estaba por venir, y tenía que
estar preparada. Sacó la boca del cuello de Otilia, y la apartó.
La vampiresa la miró con lujuria, semiconsciente y levanto su mano
temblorosa para acariciarle la mejilla.
—¡Señora! —dijo entre dientes—. ¡Te has alimentado con tanta fuerza!
Ulrika hizo una mueca de disgusto, y comenzó a cortarle el cuello con la daga
de Schenk. Era una hoja pesada, hecho para perforar ataúdes, y con su renovada
fuerza detrás de ella, corto hasta alcanzar la columna vertebral de Otilia, y se
detuvo uno segundos. Los ojos de Otilia se hincharon, y la miraron
acusadoramente. Y Ulrika continúo hasta cortarle la columna, y el resto de
cuello. La cabeza de Otilia se desprendió de sus hombres y cayó hacia el rio.
Ulrika suspiró, y lanzó el resto del cuerpo tras ella, luego cogió las riendas, y se
subió de nuevo sobre la silla de montar. Unos segundos después oyó un chapoteo
desde abajo.
—¡Ahí está tu misericordia! —escupió Ulrika, y dirigió al horror alado hacia
el rio.
Donde la acelerada barcaza de von Messinghof había alcanzado a la Karl
Franz, y las dos barcazas estaban trabadas en un abrazo mortal, a la deriva
alejándose de las orillas de Nuln, mientras las llamas las consumían. Unas
siluetas se movían en ambas plataformas, pero los combates más feroces se
estaban realizando en la barcaza del Emperador. Los no-muertos de von
Messinghof habían rodeado a la Reiksguard y les impedían que pudieran correr
en ayuda de Karl Franz y Ludwig Schwarzhelm, que estaban espalda contra
espalda en la popa, rodeados por Lassarian y von Messinghof y un puñado de
caballeros sangrientos. Al quien no pudo localizar fue a Emmanus.
Una docena de botes y balandras habían zarpado de los muelles de la armada,
y estaba persiguiendo a las barcazas, pero no conseguirían alcanzarlas a tiempo.
Karl Franz estaría muerto cuando llegaran para rescatarle.
Ulrika dirigió al horror alado hacia la batalla flotante, con la mandíbula
apretada. Era la responsable de esto. Cuando von Messinghof había estado listo
para admitir su derrota, ella le había sugerido un plan loco, que había puesto el
cuello del Emperador al alcance de su espada. Había puesto el destino del
imperio en peligro, y posiblemente el destino de la humanidad.
Ella había estado encantado de hacerlo, pues había creído que había sido la
humanidad, con su miedo, la ignorancia y el odio, que habían quemado a Famke,
más allá de toda esperanza de recuperaron, y había querido venganza sobre la
humanidad por su crimen.
Por supuesto, la humanidad había sido la que había quemado a Famke, pero
Ulrika ya no podía culparles, no del todo. Von Messinghof los había manipulado,
del mismo modo que la había manipulado a ella, usando su miedo. No importa
quien había lanzado la antorcha sobre la leña, había sido von Messinghof el que
había apilado la leña y encendido la antorcha y era el quien tenía que pagar por
ello, con su vida y sus sueños.
En el gran esquema de las cosas, a Ulrika le preocupaba poco de un modo u
otro si Karl Franz muria. Emperadores y zares iban y venían y el mundo
continuaba. Pero debido que su muerte era el mayor deseo de von Messinghof,
Ulrika lo detendría. Salvaría al Emperador y mataría al conde, y le haría saber
por qué.
Oyó el ruido lejano de los disparos, y un segundo después pesados proyectiles
perforaron el cuerpo y las alas del horror alado. Que se inclinó a un lado, y
comenzó a perder altura. Ulrika maldijo y tiró de las riendas para que se elevara.
Había estado tan concentrada en alcanzar a las barcazas, que se había olvidado de
las naves de guerra.
Una línea de arcabuceros en la cubierta del barco, le estaba apuntando, de
rodillas, mientras otra línea estaba recargando. Un destello de llamas y humo
atajo su atención hacia un pequeño cañón, en la cubierta del barco, y con un
ruido repugnante un proyectil de dos libras atravesó el ala derecha del horror
alado.
—¡Estúpidos! —exclamó Ulrika—. ¡Estoy tratando de salvar a vuestro
Emperador!
El horror se inclinó peligrosamente hacia la derecha y perdió aún más altura.
El agua estaba demasiado cerca, y estaban a varios cientos de metros de las
barcazas.
Ulrika espoleó salvajemente al horror alado, tirando de sus riendas. Logró
que recuperar un poco de altura, y se enderezó, elevándose a la altura de un
mástil de barco, pero el viento penetraba a través de los agujeros de sus alas,
haciéndose más grandes con cada aleteo. Mas disparos se realizaron detrás de
ellos, pero Ulrika hacia estaba fuera de su rango. Su único enemigo en estos
momentos era la gravedad.
Ulrika vio como la barcaza ardía, unos doscientos metros más adelante.
Todavía la tenía por debajo de ella y aún podía ver a Karl Franz y Schwarzhelm
en la popa, luchando por su vida contra los sylvanos, pero estaba perdiendo
altura rápidamente.
—¡Levanta saco de huesos! —gritó Ulrika—. ¡Arriba!
Algunos hombres en la proa gritaron y la señalaron, y levantaron su armas
largas en su dirección, pero la batalla más allá de ellos, continuaba sin prestarle
atención, en un baile loco de vivos y muertos, cortándose a pedazos unos a los
otros en medio de un torbellino de fuego.
Las espuelas de Ulrika golpearon los flancos del horror alado, pero estaba por
debajo del nivel de la cubierta, y sus posibilidades se estaban esfumando.
—¡Arriba! ¡Maldito seas!
Con un último latido poderoso de sus alas rotas, el horror alado se elevó a sí
mismo un par de metros. Los arcabuceros retrocedieron, disparando en su
vientre, y luego con un gemido que era casi un suspiro de alivio, el horror alado
se estrelló contra la cubierta, en medio del cuerpo a cuerpo, derribando a varios
Caballeros de la Reiksguard, Caballeros sangrientos y Tumularios por igual con
sus alas, y aplastándolos debajo de su cuerpo cosido, antes de que finalmente se
detuviera en seco.
Ulrika salto de su espalda, como una bailarina de toros estaliana, y salgo
sobre las cabezas de los caballeros tanto muertos como vivos.
—¡Acabad con ellos, hermanos! —gritó a los Caballeros sangrientos,
mientras aterrizaba tras ellos, y corrió hacia la popa, pasando por encima del
cuerpo de Emmanus, convertido en cenizas, aprentando con lo que quedaban de
sus carbonizadas manos la garganta del cadáver de un hechicero de batalla,
recogió una espada de la Reiksguard mientras esquivaba las llamas y los
escombros.
En su última visión, la lucha en popa estaba dividida en dos. En un lateral
estaban Lassarian y un puñado de Caballeros sangrientos, conteniendo a Ludwig
Schwarzhelm, cercándole dentro de un anillo de acero. Por el lado de estribor,
von Messinghof luchaba contra Karl Franz en solitario, espada contra espada,
con llamas ardiendo a su alrededor. Era casi demasiado fácil.
A pesar de sus siglos en el manejo de la espada, su fuerza inhumana y su
velocidad, el sylvano estaba teniendo problemas de despachar a un humano
mortal, afectado por la enfermedad. Las pocas veces que había logrado deslizarse
más allá de la guardia del Emperador, su espada apenas había arañado la
armadura de Karl Franz. Lo peor de todo, ere que la proximidad de las llamas, o
algún encantamiento de alguna reliquia que llevaba el Emperador, le estaba
desacelerando, von Messinghof ya tenía una profunda herida en el brazo, y otra
en el pecho, como muestra de ello, pero aun así, hacia retroceder al Emperador
hacia atrás, pero necesitaba de todo su fuerza y concentración para hacerlo. Y no
se dio cuenta de que Ulrika se le acercaba desde atrás. Ulrika solo necesitaría de
un solo golpe, para matarlo y salvar al Emperador, pero ¿Pero dónde estaría la
satisfacción en ello? Ulrika quería que el conde supiera que había sido ella, y que
supiera del porqué.
—¡Señor! —dijo Ulrika detrás de él—. ¡Logré escapar!
Von Messinghof apenas lanzó una mirada hacia atrás antes de regresar a la
lucha.
—¡Bien! —jadeó el conde—. ¡Ayuda a Lassarian a matar a ese maldito
monstruo! ¡El Emperador es mío!
—¡Señor! —dijo Ulrika—. Otilia me dijo como entregaste a Famke a los
cazadores de brujas.
El conde vaciló, pero sólo por un breve segundo, entonces renovó su asalto a
Karl Franz, que luchaba en silencio, y con concentración completa.
—Simplemente forcé una lección que necesitabas aprender —dijo von
Messinghof sin mirar atrás—. Que los seres humanos no son de confianza, solo
cuando le gobernemos, estarán a salvo de sí mismos.
Karl Franz deslizó su espada a través de las defensas del conde, mientras
hablaba, cortándole en la muñeca. Von Messinghof gruñó y redobló sus ataques,
llevado por una furia ciega.
Ulrika dio otro paso.
—Señor, los vampiros que se encuentras bajo tu servicio, sin excepciones,
solo buscan su propio placer. Sin embargo los humanos…
Ulrika se atragantó mientras recordaba a Stahleker entregándole su trenza.
—Los seres humanos son valientes y fieles a su palabra y le pediría a todos los
dioses, ser uno de ellos.
Von Messinghof se rio mientras hacía retroceder a Karl Franz espalda.
—¡Pero no lo eres! ¡Eres un vampiro y tus valientes humanos te mataran por
ello! Tu única esperanza de futuro es mi amo, que le dará un mundo donde no te
cacen, o te quemen…
Un gran impacto lo apartó a un lado, y envió a Ulrika tambaleándose hacia
las llamas. La barcaza había impactado lateralmente contra un afloramiento de
rocas, que la empujo hacia la orilla del rio, haciendo que todos los presentes en la
cubierta se tambalearan. Karl Franz se estrelló contra la barandilla, y se golpeó en
el casco, derribándole sobre la cubierta aturdido.
Von Messinghof fue el primero en recuperar el equilibrio y se abalanzó hacia
delante riéndose, para golpear la mano con la que el aturdido Emperador
empuñaba su espada, dejándole indefenso dejándolo indefenso sobre la cubierta.
—¡Ódiame si quieres! —dijo von Messinghof a Ulrika, cuando ella se
recuperó—. Pero yo soy tu salvación. Esta es su salvación. Mátame y los seres
humanos «honorables» acabaran contigo. Vas a experimentar la verdadera
muerte, y tu eterno tormento comenzara.
Ulrika vaciló cuando Karl Franz luchó para ponerse de pie y von Messinghof
le colocó su espada en la garganta del Emperador. Por su mente paso, la imagen
de ella encadenada sobre la mesa de torturas, en la torre del hierro, o las llamas
que habían consumido a Famke, a las otras cien horribles cosas, que los hombres
le había hecho a ella. La humanidad era cruel, no había dudas de ellos, pero el
conde era aún más cruel, lo que le hubieran hecho a ella los humanos, no podía
compararse con lo que von Messinghof les haría a los humanos.
—¡He tomado mi decisión! —dijo Ulrika, mientras barría con su espada
hacia la columna vertebral de von Messinghof.
El Conde se giró, y se apartó a un lado ante de que le alcanzara.
—¡Necia! ¡Nuestro imperio será mejor sin ti! —gruñó el Conde
El contraataque no se hizo esperar, y casi la alcanzó, pero Ulrika era más
rápida. Estaba llena de rabia y con la sangre de Otilia, nunca se había sentido más
fuerte y viva. Ulrika paró el golpe a una pulgada de su esternón, y aparto la
espada del Conde a un lado, y contraatacó, perforando a través de la coraza de
von Messinghof en el pecho, justo donde los músculos se conectaban con su
brazo armado.
El Conde se apartó rugiendo y levantó su espada. Pero para Ulrika se movía
lento y torpe. Bloqueó el ataque, y le dio una patada con su pie descalzo en el
pecho. Empujándolo directamente a las llamas. El conde cayo hacia atrás sobre
un pila de cajas que ardían e inmediatamente empezó a arder, su piel de siglos
ardió como el papel. Aun así, él trató de levantarse, trató de arrastrarse entre las
llamas.
Ulrika gruñó y dio un paso hacia delante, empujándolo hacia atrás, al final
tuvo de adentrarse en las llamas, y le atravesó el pecho con la espada, clavándolo
en la cubierta, mientras las llamas le lamían el pesado abrigo de cuero de los
cazadores de brujas, quemándoles los pies desnudos y las manos.
—¡Por Famke! —gritó Ulrika, luego saltó hacia atrás, sacudiéndose el abrigo
antes de que las llamas se extendieran más, mientras veía como von Messinghof
se retorcía y se marchitaba entre las llamas.
Cuando una fría hoja le tocó la garganta. Ulrika se dio la vuelta. El
Emperador se había recuperado, y tenía su espada en su cuello. Ulrika tragó
saliva, entonces recupero la compostura, y le devolvió la mirada.
—¡Eres mi prisionera, vampira! —dijo el Emperador. Su voz y la mano se
mantenían estables a pesar que podía ver que la enfermedad, el dolor y la
conmoción cerebral lo estaban paralizando—. Vas a someterte a mi voluntad y
continuaremos con la conversación, que interrumpió tu trampa.
Ulrika lanzó una mirada alrededor de la barcaza, sin mover la cabeza. Los
caballeros de la Reiksguard habían acabado con el último de los caballeros
sangrientos de von Messinghof en el centro del barco, y Schwarzhelm habían
matado a todos los caballeros sangrientos, y hacia retroceder a Lassarian, que
trataba desesperadamente de llegar donde ardía su señor. Nadie estaba aún los
suficientemente cerca para detenerla si quería matar al Emperador, y con la
fuerza y la velocidad que había obtenido de la sangre de Otilia, estaba segura de
poder hacerlo fácilmente.
Pero ella no lo deseaba.
Conociendo que von Messinghof y Otilia habían estado detrás de la quema
de Famke, la rabia contra la humanidad que había hervido dentro de Ulrika tanto
tiempo se había enfriado hasta un fuego lento. Ella no les perdonaría por
completo, ya que los de su clase y la de ella eran opuestos inevitables, eran
depredador y la presa a la vez. En cualquier caso, ya no quería vengarse de toda la
humanidad por la vileza de unos pocos. Todo lo que quería era salir de esta con
vida.
Y este pensamiento repentino llenó su mente. No solo salir con vida, si no
también reunirse con Famke. Tenía que decirle que von Messinghof y Otilia
habían estado detrás de su quema, y que la había vengado.
Ulrika volvió sus ojos al Emperador.
—No voy a dejarme encadenar de nuevo.
Karl Franz presiona la hoja con más fuerza contra su cuello.
—Escuché lo que pasó entre usted y el supuesto conde. ¿Sabes quién está
detrás de él? Sabes quienes son todos los jugadores. No puedo dejar que te vayas.
—No me puedes impedírmelo.
Ulrika apartó a un lado su espada, en un golpe relámpago, saltó hacia atrás y
se colocó en guardia. Karl Frank se recuperó y se colocó también en guardia.
Ulrika oyó Schwarzhelm gritar, y sus pesadas botas resonaron sobre la
cubierta.
Ulrika dio el Emperador el saludo de un esgrimista, y luego se volvió hacia la
barandilla, y observó que la barcaza había embarrancado en un banco de arena
de la orilla. Por lo que con un salto estaría en la orilla.
Schwarzhelm cargó hacia ella, con su terrible espada lista, acercándose con
cautela, con los ojos brillando a la luz de las llamas, detrás de él, estaba el cadáver
decapitado de Lassarian, ardiendo entre las llamas.
—Ya es hora de que mueras, demonio —gruñó Schwarzhelm.
—Espera, Ludwig —dijo el Emperador.
El campeón se detuvo, pero no bajó la guardia.
—Sin cadenas, entonces —dijo Karl Franz acercándose para poder mirar
directamente a los ojos de Ulrika—. Habla libremente y serás libre. Escucharé
atentamente todo lo que me digas. He oído donde están tus lealtades. Dime. ¿A
qué se refería cuando hablo del imperio de los vampiros? ¿Quiénes son sus
líderes?
Ulrika le miró, estudiando al Emperador. Ella no le debía nada a los sylvanos.
Al mismo tiempo, había jurado destruir a von Messinghof y todas sus obras,
Acababa de matarle y frustrado su intento de asesinato. Pero la invasión del
ejercito sylvano para la cual había trabajado tan duros, aún podía ser una
realidad, los sylvanos no renunciarían al intentar resucitar a Mannfred von
Carstein, y continuarían planeando su regreso. Si quería destruir todo lo que von
Messinghof había deseado, los planes de resucitar a Mannfred también tendrían
que ser frustrados.
—Olvidaos de la sublevación Lahmiana, Emperador —dijo al fin Ulrika—.
En su lugar observad a Sylvania. Una vieja pesadilla se está gestando allí, lista
para ser despertada para destruir el mundo, bajo su talón de nuevo. No esperes a
que se revele a sí misma.
Ulrika levanto la barbilla.
—Ahora, ¿puedo ir en paz?
El Emperador vaciló, pero Schwarzhelm dio un paso adelante. Ulrika se
estremeció. Incluso con la sangre de Otilia, sabía que caería bajo la espada de
Scharwarzhelm. Había matado a Lassarian y los caballeros sangrientos él solo, y
parecía dispuesto a luchar una hora más.
—¡No se puede permitirse que se marche, mi señor! —dijo el Paladín—. ¡Es
un demonio! Es la que le tendió la trampa en la torre.
—Y sin embargo, me ha salvado de mi asesino, y no me ha atacado, cuando
podía hacerlo.
Schwarzhelm no se movió.
—Mi señor, ella es malo por su propia naturaleza. Eres el Emperador. Debes
de encarnar la moral del…
—Ella dijo que los hombres eran valientes y fieles a su palabra —dijo Karl
Frank—. Para mí, esas son las costumbres del Imperio.
El Emperador asintió con la cabeza, había tomado una decisión.
—Te di mi palabra. Seré fiel a ella. Déjala marcharse.
El paladín fulminó con la mirada a Ulrika a través del humo y las llamas,
pero obedientemente bajo la espada y se hizo a un lado.
—Gracias, Mi señor.
Se dio la vuelta, dirigiendo a Schwarzhelm una mirada fría, y luego saltó por
la barandilla, y aterrizo en la orilla. ¡Ahora, por fin, era la hora de encontrarse
con Famke e informarle sobre la muerte de von Messinghof!
34
Reunión
* * *
Incluso después de que ella hubiera eludido a las lahmianas y llegado a las calles
de Nuln, Ulrika no podía dejar de correr. Había demasiadas cosas que la
perseguían, y de las que no podía escapar. El horror de la agonía interminable de
Famke, su odio hacia ella, el dolor de perder su amistad, la certeza de que le había
dicho era cierto de que el infierno que estaba sufriendo Famke era por su culpa,
todo lo acosaba por las calles como una niebla compuesta por perros del infierno.
Podía culpar a von Messinghof de todo si quisiera, pero había hecho lo que
había hecho, porque no había aceptado el castigo de las lahmianas. Si se hubiera
pasado los días de guerra, oculta bajo vigilancia, o hasta que la condesa Gabriella,
hubiera usado hábilmente la diplomacia para liberarla, y después podría haber
pasado el resto de la eternidad con Famke como amiga. El conde no habría
tenido oportunidad de atraerla a su causa, por lo que no habría expuesto al sol a
Famke. Una vez más había sido su obstinación, su incapacidad de aceptar las
ordenes de sus superiores, cuando la infravaloraban, ese era el verdadero motivo
de toda su angustia y dolor. Su rebelión solo había traído nada más que dolor, y
ya era demasiado tarde para volver, y decir que había aprendido la lección, y que
estaba dispuesta a obedecer.
Aunque Ulrika había derrotado a von Messinghof y rescatado a Karl Franz,
no creía que la hermandad le diera las gracias, a pesar que solo quería era acudir
a la condesa Gabriella y pedirle perdón, no podía. ¿Cómo podía regresar con las
lahmianas con Famke entre ellas? ¿Cómo podría soportar la fría mirada tras su
velo, cada vez que sus caminos se cruzaran? ¿Acaso era una broma cruel? ¿La
tragedia que la había preparado para volver al hogar, era la misma que le hacía
imposible regresar? ¿Pero si no regresaba con las lahmianas, donde podía ir?
¿Qué podía hacer? ¿Sylvania estaba cerrada para ella, y no volvería incluso si se lo
pidieran? ¿Tal vez debería volver a Praag, y reanudar su papel como defensora de
la ciudad? Por un segundo, la idea de la emocionó. Era lo más emocionante que
había hecho, desde su renacimiento. Entonces la emoción desapareció sustituida
por la amarga Bilis. Después de todo lo que había hecho bajo el mando de von
Messinghof, llamarse a sí misma protector de la humanidad era una ironía
demasiado negra para contemplar. Ella había sacrificado todo una ciudad,
hombres, mujeres y niños. Había secuestrado, asesinado, y alimentado de
inocentes. ¡Se había convertido en un monstruo, en el monstruo que había
jurado no convertirse! ¡Por los dientes de Ursun! ¡Von Messinghof no solo la
había engañado, para que traicionase a las lahmianas, uniéndose a los sylvanos,
también había traicionado todos sus ideales! ¡Al exponer al sol, a Famke, la había
convertido en un demonio más temible de lo que Adolphus Krieger, había sido!
La vergüenza era insoportable, no solo por las incontables muertes, que
pesaban sobre ella, también por la facilidad por la que se había dejado engañar, y
por la rapidez que había abandonado sus principios. Von Messinghof solo le
había ofrecido una excusa para ceder ante la bestia que lleva dentro, y ella se
había dejado, se había deleitado con ella.
Las náuseas la abrumaron cuando los recuerdos la inundaron de nuevo. Eso
es lo que era: un animal rabioso impulsivo, peligroso como un animal herido.
Había sido una mujer adulta antes de su muerte. Ahora era una niña, un
monstruo infantil, que llevaba la muerte, a donde quisiera que fuera.
Ulrika se tambaleó de un callejón y se encontró ante el río, lleno de
estibadores y comerciantes, solo faltaban dos horas para el amanecer. El gran
puente que cruzaba el Reik hacia la orilla de Faulestadt, estaba a su izquierda.
Corrió hacia él impulsivamente, pero a medida que se acervaba a la mitad del
puente, con la densa niebla rodeándola por todos lados, hasta que no pudo ver
ninguno de los dos extremos del puente, sus pasos vacilaron, y se inclinó en la
barandilla de piedra, sollozando.
Debajo de ella, el agua fluía en negro brillante y ondulando como un líquido
balsámico, hipnotizándola. Sus sollozos se calmaron. Tal vez esta fuera la
respuesta. Nunca había pensado en ponerse fin a sí misma, pero esto había sido
antes de que descubriera cuan vil podía convertirse. Ahora sabía que era un
monstruo y el mundo estaría mejor sin ella. Debería haber muerto por el hacha
de Gotrek la noche que Adolphus Krieger la convirtió. Delante de ella tenía la
oportunidad de hacer lo que el matador no había hecho. Un salto y la corriente
separaría su alma de su cuerpo. Un salto y el tormento eterno que se merecía
empezaría.
—¡No lo hagas, Ulrika!
Ulrika se volvió, con la mano en la empuñadura de su espada prestada. La
condesa Gabriella salió de la niebla detrás de ella, a diez pasos de distancia,
vestida con una falda modesta y una blusa de cuello alto. Tenía el rostro sereno, y
no hizo ningún movimiento hacia Ulrika, sólo la miraba fríamente, con las
manos cruzadas juntos.
—¿Qué más te da lo que haga? —preguntó Ulrika con amargura.
—Vuelve conmigo, como te ofrecí antes.
—¡No puedo!
La mirada severa de Gabriella se suavizó.
—Ulrika, tus crímenes contra nosotros son muchos, pero palidecen en
comparación con las vilezas de los demás, pero te daremos la bienvenida de
nuevo a nuestra hermandad, por supuestos recibirás un castigo, pero creo que
saldrás de esta.
—¡No sé si debo regresar! —la interrumpió Ulrika—. Si eso fuera todo,
regresaría con mucho gusto. Pero… pero Famke. No puedo.
—¡Entiendo! —dijo Gabriella—. Pero personalmente, creo que ella no se
culpa para nada a sí misma, por lo que ocurrió, y me imagino, que te culpas
demasiado por ello.
—¡No debería haber huido de ti! —exclamó Ulrika.
—¡No debería haberte seguido! —dijo Gabriella.
—¡No debería haberla dejado sola!
—¡Tendría que haber sido más cauta!
Ulrika gruñó.
—¡No puedes contrarrestar todo lo que digo! Todo es por mi culpa, tu lengua
no puede justificar todas mis acciones, pero todo es por mi culpa. No puedo
volver a enfrentarse a ella.
—¡Ulrika!
—¡No es sólo eso! ¡He hecho cosas peores, las cosas que no puedo
perdonarme! ¡Asesiné a un pueblo entero! ¡Soy lo que juré que nunca sería!
Ulrika cerró los ojos y se apoyó contra la barandilla. Todo lo que tengo que
hacer es saltar y todo habrá terminado. No puedo vivir conmigo misma. ¿Cómo
puedo vivir contigo?
Una mano dura se cerró alrededor de su muñeca y tiró de ella. Ulrika abrió
los ojos. La condesa había sido recorrida los diez pasos de distancia. Y ahora
estaba a su lado, agarrándola con fuerza.
—No es una cuestión de cómo. Debes hacerlo. No tienes elección —dijo
Gabriella mirándola a los ojos—. Nuestra Reina es nuestra absoluta gobernante.
Ella decide cómo vivimos y cuando morimos, tomar tu propia vida es un acto de
traición. Si deseas hacer penitencia por sus crímenes, a continuación, haz el bien,
después de tu castigo, tendrás una oportunidad.
Gabriella se encogió de hombros.
—Podrás defender a los pobres, si eso alivia tu dolor.
Ulrika gimió.
—¿Por qué no puedes dejarme en paz? Te he traicionado, huido de ti. ¡Me
echaste fuera! ¡Me desterraste de la hermandad! ¡Te lo ruego!
—Has matado a un gran enemigo de las lahmianas y frustrado sus planes, lo
que te hace un gran activo para la Reina, que no le gustaría perder.
Ulrika la miró, sorprendida.
—¿Cómo sabes que mate al conde? No se lo he contado a nadie.
Gabriella sonrió.
—Y no era necesario que lo hicieras, querida. Todo lo que me han contado,
lleva tu firma. Las lahmianas tienen una deuda de gratitud contigo.
—Entonces las lahmianas no podrían pagar su deuda, dejadme ir —dijo
Ulrika—. Por favor, señora. Dos pasos y nunca te molestare otra vez.
La sonrisa de Gabriella se desvaneció.
—Parece que he sido clara. Ninguna de nosotras se le permite salir de la
hermandad. A ningún vampiro se le permite vivir o morir, fuera de su jerarquía.
Solo nuestra reina puede ajustar cuentas, sobre los inmortales, y no importa de
qué línea de sangre, digan a la que pertenezcan, todo le debemos obediencia, y
ella está en guerra eterna contra cualquiera que niegue su soberanía. Hasta el
momento, ante mi insistencia, está dispuesta a perdonar tu rebelión juvenil, pero
su paciencia tiene un límite. Si no vienes ahora por tu propia voluntad, serás
nuestra enemiga, y yo haré que te juzguen por traición.
—¿Por qué no dejas que salte, y nos ahorramos las molestias de un juicio? —
gruñó Ulrika.
—Los traidores no mueren en el pináculo de Plata, —dijo Gabriella, en un
tono frio—. Más de uno lleva ensartado en un pincho al rojo vivo, desde antes
del nacimiento de Sigmar.
—¿Y desea que vuelva a eso?
—Si vienes voluntariamente voy a hablar en su defensa, y tu asesinato de von
Messinghof inclinara la balanza a tu favor. El castigo será mínimo.
—¡No! —dijo Ulrika cerrando los ojos—. Hace un momento habría querido
regresar, pero no me ofreces ninguna opción. No soy ni siquiera capaz de elegir
mi muerte.
—¿Qué gobernante demandaría menos? —preguntó Gabriella—. ¿Puede un
campesino decir no cuando su señor lo llama a la guerra? ¿Puede negarse un
señor, cuando su rey le exige un sacrificio? Tus objeciones me desconciertan.
Eres una líder por nacimiento, y un soldado por vocación. La obediencia debería
estar en tu sangre.
—¡La obediencia está mi sangre! —dijo Ulrika, apartando su muñeca de las
garras de la condesa, y dando un paso atrás—. ¡Mi sangre! ¡La sangre de mi
padre! ¡La sangre de mi país! ¡A ellos les debo lealtad! ¡A ellos les debo
obediencia! Te debo mucho, condesa, pero no eres de mi sangre. Lahmia no es
mi país. Neferata no es mi reina. Solo soy un objeto que usar para ella. ¿Por qué
entonces debo obedecerla?
—Neferata se convirtió en tu reina, en el momento en que resucitaste de
entre los muertos —dijo Gabriella.
—¡Habla como si hubiera elegí! —exclamó Ulrika—. Krieger me convirtió en
contra de mi voluntad. Tú me acogiste sin mi consentimiento. Nunca he podido
elegir, pero voy a poder elegir en esto. Si usted y su reina quieren que les sirva, a
continuación pedídmelo, y aceptad mi decisión, tanto sea «Si» o «No».
—Ese no es nuestro camino —dijo Gabriella, dando un paso tras ella—. No
importa cómo llegaste a la no muerte, no importan sus lealtades antes de tu
muerte, eres suya, para hacer de ti lo que le plazca.
Ulrika retrocedió. A pesar del tono comedido de sus palabras, los colmillos
de la condesa estaban al descubierto.
—Ahora —continuó Gabriella—, ¿quieres venir voluntariamente, o debo
arrastrarte como a un prisionera?
Ulrika gruñó y desenvainó su espada. Podría haber esquivado a Gabriella, y
saltar al rio, pero estaba demasiado enfadada para pensar en acabar con su vida.
Lo que la condesa le estaba exigiendo no era la lealtad de un señor que le debía a
su rey. Ella quería la lealtad que un señor debía a su rey. Ella quería la sumisión
de una loba le daba a su líder de manada. Quería que Ulrika se postrara y le
ofreciera el cuello.
—¡Hazme prisionera si puedes! —dijo Ulrika y se colocó en guardia.
La condesa pasó junto a la hoja de Ulrika a velocidad cegadora y le dio un
puñetazo en el plexo solar lo más fuerte que pudo. Ulrika se dobló sobre sí
misma, jadeando de dolor y conmoción. Su espada se le deslizo de entre los
dedos. Nunca se había sentido la verdadera fuerza de Gabriella antes, y era
aterradora.
—Pequeña tonta. ¿Qué crees que pasaría?
La condesa cargó a Ulrika sobre su hombro, y se dirigió hacia el extremo del
puente, como si estuviera cargando a un bebe. Al mismo tiempo, la mano
izquierda se movió de una manera hipnótica, mientras murmuraba silabas
extrañas en voz baja.
A través del dolor, Ulrika sintió las hebras del letargo se envolvían a su
alrededor. Sus brazos se volvieron pesados, como sus parpados. Gabriella estaba
perdiendo el tiempo en una brutalidad sin sentido. Quería que se durmiera para
llevarla a una celda.
Ulrika luchó contra el hechizo. Pero su cabeza y torso colgaban de la espalda
de Gabriella, haciéndose cada vez más pesados en cada segundo. Sus brazos
colgaban a la altura de las piernas de Gabriella. Las araño débilmente, luego vio
un modo mejor, y recogió las faldas del vestido de Gabriella, y apretó con todas
las fuerzas que el quedaban. Gabriella, se cayó hacia adelante, cuando sus piernas
se juntaron inesperadamente por la tela y soltó a Ulrika, con una maldición.
Ulrika golpeó el duro pavimento, pero el hechizo se había roto, y salto sobre
Gabriella, sus garras surgieron y se dirigieron hacia su garganta.
Gabriella la agarró por las muñecas, hundiendo sus garras hasta el hueso.
Ulrika gritó y se apartó. Las garras de Gabriella le arañaron profundamente los
brazos y el dorso de sus manos.
Ulrika se tendió en el suelo de espaldas, sangrando y temblando, mientras
Gabriella se rasgaba las faldas con un solo tirón, a continuación avanzo hacia ella
con las piernas desnudas, en una pose de luchador.
—Te he contado, que he sido muchas cosas, durante mis mil años —dijo
Gabriella—. Y una de ellas fue luchadora de foso.
Gabriella se abalanzó sobre ella en silencio, y antes de que pudiera ponerse de
rodillas, no hubo ataques o contraataques, ni movimientos y contra-
movimientos. Solo hubo un salvajismo animal. Ulrika apenas podía seguir las
manos de Gabriella. Eran borrosas como colibríes, golpeaban y perforaban como
dagas, produciendo profundos cortes en su brazos, espalda y piernas. Los
colmillos de la condesa le desgarraron carne de los hombros y el cuello. Sin
embargo, a pesar de todo, su rostro estaba tan tranquilo como cuando le había
estado hablando.
La única ventaja de Ulrika era que era más alta, y podía mantener a la
condesa a distancia con sus rodillas y manos. Al menos era una pequeña ventaja
por lo menos. Ulrika no era más rápida, ni más fuerte. Pero al menos podía
mantener las garras de la Gabriella lejos de su cuello. Por desgracia, no le servía
de nada, para impedir que arañara el resto de su cuerpo. Con un grito ronco,
Ulrika arrojó a Gabriella a un lado, golpeándose el rostro con la barandilla de
piedra del puente. Otra ventaja, que descubrió era su tamaño. Podía usar su peso
a su favor.
Gabriella se levantó sangrando por la boca y la nariz, pero todavía en forma.
Mientras Ulrika se tambaleaba sobre sus pies, resoplando y escupiendo sangre.
Tenía una hemorragia molesta corriéndole por el lado izquierdo de su cuello.
Examino el corte con una de sus manos, y encontró que le faltaba un trozo de
oreja del tamaño de una moneda de oro.
Ulrika cargó, rugiendo de rabia, y atacó a Gabriella con ambas manos.
Todavía conservaba una daga, pero se olvidó de ella. Ulrika se había convertido
en una bestia, incapaz de usar cualquier arma, solo las que la naturaleza le había
dado. Su visión se redujo a un túnel carmesí con el rostro de Gabriella al final de
él, y trató de abrirse camino hasta el final.
Un golpe en la cabeza hizo que volviera en sí, y despertó de su rabia, apoyada
de nuevo en la barandilla de piedra, con la cabeza zumbándole, y Gabriella
volando a ella, con las garras goteando sangre.
Ulrika la cogió en pleno salto y le arrojó a la balaustrada con un ruido sordo,
que sintió a través de las plantas de los pies.
Ulrika impidió que la condesa se levantara, pisándole fuerte con las pesadas
botas que le había robado al cazador de brujas. Gabriella le atrapo un pie, y con
uno de sus piernas le dio una patada en el otro pie. Y Ulrika se golpeó en las
cotillas contra la barandilla, y Gabriella en ese instante la agarro por el cuello,
empujándola hacia la negra agua de brillaba cuarenta metros más abajo.
Ulrika se aferró a los dedos de Gabriella para salvar su vida, ya que los tenía
rodeando su cuello. Si empujaba un poco, mas, encontraría la muerte a la que se
había resignado hacia solo unos momentos antes. Pero esta vez se encontró que
aún deseaba vivir.
Gabriella la miró a los ojos.
—Ulrika, aún no es demasiado tarde, sométete y diré que viniste a mi sin
luchar.
—Prefiero morir antes —dijo Ulrika en un tono áspero, mientras la sangre
burbujeaba entre sus dientes.
Gabriella la sacudió, perdiendo la compostura por fin.
—¡Necia! ¿No puedes ver que estoy tratando de salvarte? ¡Te quiero! ¡No
podría soportar tener que llevarte al pináculo!
Ulrika luchó para obligar a sus palabras salir a través de su constreñida
tráquea.
—¿Vas… vas a dejar que me marche, si digo que no?
Gabriella mostro los colmillos.
—¡Sabes que no puedo!
—¡Entonces te digo que no! —dijo Ulrika.
Con un gruñido de furia, Gabriella golpeó la columna vertebral de Ulrika
contra la barandilla, y hundió sus garras más profundamente en su cuello, y la
empujaba aún más contra el borde.
Ulrika necesito de todo su valor, para dejar de intentar quitarse las garras de
su cuello, pero tenía que correr el riesgo. Soltó los dedos Gabriella y se cogió a la
barandilla. Luego coloco una rodilla entre las piernas de Gabriella, levanto los
pies e inclino la cabeza hacia el agua.
Gabriella chilló y dejo de presionar el cuello de Ulrika, para aferrarse a la
barandilla, mientras sus piernas se balanceaban hacia el borde, y quedo colgando
sobre las olas.
Con un giro desesperado, Ulrika se enderezó, y cogió por el cuello a Gabriella
con una mano, y la aparto de la barandilla. Mientras que con la otra, retiraba las
manos de Gabriella de la barandilla. Las garras de Gabriella formaron surcos
blancos en la piedra, a la que intenta aferrarse con todas sus fuerzas. Pero Ulrika
aparto una y luego la otra, y de repente se encontró sosteniendo todo el peso de
Gabriella por el cuello. Que hizo que casi perdiera el equilibrio, peor consiguió
apoyarse en la barandilla para no caerse.
Gabriella se aferró a su brazo con sus garras como agujas calientes, pero
Ulrika sabía que sólo tenía que dejar su brazo y nada podría evitar que se
hundiera en la aguas de abajo. La pregunta más apremiante era si podría
sostenerla durante mucho rato. Gabriella le había derramado una gran cantidad
de sangre, y los músculos de sus brazos estaban desgarrados y debilitados. El
brazo le temblaba por la tensión.
—¡Ulrika! —susurró Gabriella—. No me sueltes. ¡Te lo ruego!
Ulrika se rio rociándola con sangre.
—¿Me estas suplicando? Entonces te pregunto de nuevo. ¿Me dejaras irme?
Si te perdona. ¿Me dejaras elegir mi destino? Pregunto de nuevo.
—Yo… yo… —dijo Gabriella luchando por agarrarse al brazo de Ulrika, con
los ojos abultados. Al final hizo una mueca y sacudió la cabeza—. ¡No puedo!
Incluso en esta situación, no puedo. Solo sigo las órdenes de mi reina.
Ulrika la miró fijamente, enloquecida y sin embargo llena de admiración. A
pesar de tener la muerte cercana, la condesa se mantuvo leal a su Reina, y a sus
principios, y estaba siguiendo sus leyes, mientras intentaba salvar a Ulrika al
mismo tiempo. Y era una lástima ya que Ulrika no quería ser salvada.
—¡Señora! —dijo Ulrika, sacudiéndola—. Gabriella…
Un sollozo salió de la boca de Ulrika, cuando su brazo cedió, pero la agarro
con el otro, y tiró de Gabriella, hacia la barandilla, cayendo las dos sobre los
adoquines. Donde permanecieron jadeando juntas durante varios segundos, pero
luego Gabriella rodeo una de sus muñecas, son una de sus manos, formando un
puño de hierro.
—Ulrika, los siento, no puedo…
Ulrika alcanzó su espada y se la puso en la garganta de Gabriella, a
continuación, libero su mano atrapada del agarre de la condesa.
—Lo siento también, mi señora. A mí también me gustaría. Pero no puedo ir
contigo. Ahora no, no en estos momentos.
Gabriella parecía que iba a llorar.
—Ulrika, sólo hay un ahora. No vas a tener otra oportunidad.
—Pues jamás, entonces —Ulrika cogió la mano de Gabriella, y la besó con
sus labios ensangrentados. Se puso de pie y levanto la bota, le rompió la rodilla
derecha a Gabriella con una patada salvaje.
Gabriella jadeó de dolor y sorpresa mientras Ulrika se tambaleaba hacia atrás
alejándose de ella.
—Por lo que tendrás una excusa, por no haber detenido —dijo Ulrika.
Por un segundo Ulrika considera saltar por la barandilla, como era su
intención, antes de que Gabriella la interrumpió, pero ese momento se había
marchado. Todavía se sentía culpa por todas las atrocidades que había cometido,
todavía era consciente, de que era un monstruo, pero algo, tal vez la valentía de
Gabriella, su lealtad, la hizo sentir que matarse ahora, sería lo más egoísta que
hiciera en su vida.
Ulrika tenía las promesas que debía cumplir. Le había prometido a Famke,
que encontraría el modo de curarla, también le había prometido a Stahleker que
le devolvería el mechón de pelo a Mags, y las almas de todos los inocentes que
había matado pesaban sobre sus hombros, que había asesinado por los pecados
cometidos por otros. Había cientos de ellas tal vez miles. ¿Podría suicidarse
ahora, o intentar emendar sus asesinatos?
Con un gruñido de determinación, Ulrika se giró torpemente hacia
Faulestadt, usando su espada por un bastón.
—Hay guardias en ambos extremos —dijo Gabriella detrás de ella—.
Lahmianas, no vas a poder sobrevivir.
Ulrika tropezó al detenerse, y miro hacia el norte y el sur a través de la niebla.
Era imposible saber si la condesa estaba mintiendo. Con una maldición, se
volvió, y se volvió de nuevo, pensando en mil cosos que podría hacer, si no
estuviera tan herida para moverse. Podía subir hasta la subestructura del puente
y a hurtadillas dejarse caer al terraplén bajo sus narices. Podía correr y saltar por
encima de sus cabezas antes de que supieran donde estaba.
Cuando el gemido de una cuerda rozando otra, hizo que hiciera una pausa,
luego se apoyó en la barandilla. La forma oscura de un barco navegando por el
rio, se materializo en la niebla. Oyó a los hombres a borde del mismo, y sintió el
latido de sus corazones. Era una nave municipal, un barco de rescate con tornos
y grúas en ambos extremos, seguramente irían a limpiar los restos de las barcazas
de von Messinghof, sin dudas. Bueno, al menos irían más allá de las murallas de
la ciudad, por lo menos. Ulrika se subió a la barandilla mientras se acercaba.
—¡Ulrika, por favor…!
Ulrika miró de nuevo a Gabriella, todavía acostado sobre los adoquines con
la rodilla destrozada.
—Mannfred von Carstein vive, condesa. La guerra era para preparar el
camino para su despertar, la invasión, quizá se haya detenido, pero lo intentaran
de nuevo. Y regresara, tarde o temprano. Dile a tu Reina que este lista, para
cuando regrese.
Finalmente Ulrika salto hacia el mástil de la nave, a solo unos metros ms
abajo del puente, y se aferró al mástil, en silencio. Escuchando a los marineros a
la espera de que alguno diera la alarma. No hubo ninguna.
A medida que el barco salió por el otro lado, se volvió para mirar a la
barandilla, pero Gabriella no apareció por encima de ella. Le dedicó un adiós
silencioso de todos modos, se giró y miró hacia el rio.
Aunque la culpa, el dolor y el pesar por todo lo que había hecho y a los que
había herido, sintió el deseo de poder llorar, pero al mismo tiempo se sintió una
extraña euforia. Tenía todo un mundo por delante de ella, y aunque no sabía que
iba a hacer o a donde iría, estaba contenta por estar sola, y tenía mucho tiempo,
para buscar un hogar después de salir del primero. De aquí en adelante no
tendría más señoras o maestros, no más amigos o némesis. No iba a seguir las
órdenes de los demás, o rebelarse contra ellos. Ulrika quería andar su camino
sola, hasta que descubriera lo que era en realidad, humana monstruo, héroe o
villano.
Los primeros rayos del sol tocaban la parte superior del mástil a sólo unos
centímetros por encima de su cabeza, y se protegió detrás de la vela, y miro hacia
delante de nuevo. Los restos humeantes de von Messinghof de las siniestradas
barcazas, estaban próximas a la vista, en un recodo del rio. A sólo unos cientos de
metros, y debería ser capaz de dejarse caer a la cubierta, saltar a la orilla, y llegar a
los árboles.
Con la perdida de tanta sangre, iba a necesitar alimentarse pronto, pero sabía
a donde ir. Von Messinghof había ordenado a sus seguidores montar el
campamento, rio abajo. Y allí habría sylvanos, y los sylvanos tenían la sangre
fuerte.