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3 - Cazador Gris

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La furia asesina se apoderó de Ragnar.

Golpeó a diestro y siniestro con todas sus


fuerzas y el sonido de su espada sierra al desgarrar la carne de los enemigos le
demostró que con cada impacto causaba heridas. Perdió la noción del tiempo y de su
propia identidad y se convirtió en un vendaval de muerte y destrucción que azotó a
los aterrorizados mutantes con la misma fuerza que una de las tremendas tormentas
de Fenris. En esos instantes, sólo vivía para matar. Unos cuantos proyectiles
rebotaron en su armadura. Les hizo caso omiso. Algunos mutantes desesperados
lograron acertarle con sus armas, pero no le hicieron daño alguno y Ragnar envió sus
almas al encuentro de sus siniestros dioses.
En el futuro de pesadilla del 41 milenio, la galaxia es devastada por la guerra. Lo
único que se interpone entre la humanidad y su extinción son los Marines Espaciales.
Los Lobos Espaciales son los marines más salvajes. Cuando las fuerzas del Caos se
apoderan de uno de los artefactos más sagrados de su capítulo, el Lobo Espacial
Ragnar y sus camaradas deben entablar una batalla desesperada para recuperarlo
antes de que un enemigo terrible y antiguo recupere su libertad.

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William King

Cazador gris
Warhammer 40000. Lobos espaciales 03

ePub r1.2
Titivillus 11.10.2020

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Título original: Grey Hunter
William King, 2002
Traducción: Juan Pascual Martínez Fernández

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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PRÓLOGO

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Ragnar avanzó a la carrera bajo la lluvia de proyectiles enemigos. Un relámpago
iluminó la noche por encima de su cabeza, y coloreó las nubes con una extraña
tonalidad púrpura y eléctrica. Unos instantes después, bramó el trueno, pero ni
siquiera su retumbar, semejante al de la voz de los dioses, fue capaz de ahogar el
rugido del tableteo de las armas de pequeño calibre. Unas gotas de lluvia de color
sangre, manchadas por el hierro oxidado y contaminadas por los productos químicos,
rebotaron suavemente en su armadura. Las luces de los rayos láser rasgaban la noche
e iluminaban el terreno a su alrededor. El estallido de las granadas brillaba aquí y allá,
con el mismo resplandor que los rayos, y con su misma brevedad.
La fortaleza, una enorme estructura de plastocemento cubierta de acero, se alzaba
ominosa ante él. Antaño debía de haber sido el cuartel general de las tropas
imperiales del lugar, o quizá la base planetaria de los Adeptus Arbites. Sin embargo,
en aquel momento tenía otros propietarios. Los estandartes con la odiosa enseña del
Ojo del Caos ondeaban al viento. Alguien se había dedicado a pintar unas runas
inquietantes a lo largo de los muros del edificio, y había creado una inscripción
enorme en el lenguaje de los dioses malvados. ¿Se trataba de una plegaria, o quizás
era una maldición? Tal vez ambas cosas.
La tierra se estremeció mientras Ragnar se arrastraba hasta alcanzar una pared
derruida. Distinguió junto a su mano un reguero de piedra que se había derretido bajo
el tremendo calor provocado por las armas de energía. Olisqueó el aire: apestaba a
explosivos, a productos químicos y a ungüentos técnicos procedentes de las enormes
máquinas de guerra que lo rodeaban. Distinguió el olor que desprendían sus
hermanos de batalla, una mezcla de ceramita endurecida y de cuerpos modificados de
Fenris. Miró hacia atrás y los vio atravesar el terreno a la carrera, unas siluetas
humanas difusas en la oscuridad de la noche, aunque eran mucho más grandes que
cualquier hombre normal y estaban cubiertas por las servoarmaduras con la
inscripción de la marca del lobo de su Capítulo. Distinguió los bólters empuñados por
sus enormes manos. Se movían a través de la lluvia y el barro con una absoluta
tranquilidad, como una oleada imparable que se dirigía hacia la fortaleza enemiga.
Distinguió a sus espaldas, a lo lejos, las siluetas increíblemente gigantescas de los
Titanes. Su silueta era humana, pero de tamaño similar a un pequeño rascacielos, una
impresión que acentuaba el fragor de la batalla, las nubes de polvo, y el propio poder
de destrucción de aquellas enormes máquinas de combate. A su lado, todos los demás
vehículos blindados parecían juguetes.
Se alzaban por encima de ellos, bajo la noche y la tormenta, como si fueran
antiguos dioses de la guerra que hubieran sido despertados por el atronador retumbar
de los tambores. El brillo de sus escudos de energía era ligeramente visible incluso a
través de las nubes de polvo que los rodeaban. Cuando sus armas abrían fuego, el
destello del disparo resplandecía más que los propios relámpagos, iluminando durante
unos segundos el paisaje desolado de su alrededor. Los vehículos más pequeños se
apresuraban a avanzar a sus pies, disparando con todas sus armas y lanzando

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andanada tras andanada contra las murallas de la fortaleza. La tierra a su alrededor
sufría múltiples erupciones cuando caían los proyectiles con los que respondían los
cañones de la posición enemiga.
Ragnar respiró profundamente el aire que vibraba a su alrededor. Sonrió, y al
hacerlo, dejó al descubierto dos enormes colmillos. Olía el terror que emanaba de las
unidades de la Guardia Imperial apostadas a su alrededor, y cierta parte de su ser los
comprendía. Más de una noche, cuando todavía era un niño en su mundo natal de
Fenris, había permanecido despierto y temblando mientras escuchaba el retumbar de
los truenos y contemplaba el fogonazo de los relámpagos. Se decía que era en
aquellas noches cuando los lobos de la guerra salían a cazar y unos seres antiguos y
terribles caminaban sobre la tierra.
La escena en que se encontraba parecía sacada de sus temores infantiles, pero en
realidad, era mil veces peor. Sin embargo, no tenía ningún miedo en aquellos
momentos. Se sentía vivo, con todos sus sentidos aguzados al máximo, y cada uno de
los tendones de su cuerpo modificado y transformado estaba tenso y preparado para
lanzarlo al combate. A su alrededor, la manada constituida por sus hermanos de
batalla y los miembros de su clan dentro del Capítulo esperaba sus órdenes.
Asomó un poco la cabeza por encima de su refugio y escudriñó las enormes
murallas de la fortaleza que se alzaba ante ellos. De momento, todo iba bien. La
pequeña poterna de la que habían hablado los exploradores se encontraba
exactamente delante de él. Las torretas repletas de armas estaban justo encima de la
poterna, pero apuntaban hacia los atacantes más alejados. Sus artilleros estaban
concentrados en los Titanes y en los vehículos blindados pertenecientes a las hordas
de Guardias Imperiales, que se hallaban a la espera. No prestaban atención al terreno
circundante. Los Garras Sangrientas de Mikko ya se encontraban en sus posiciones,
preparados para asaltar las puertas, hacer volar por los aires la cerradura y mantener
abierta la entrada. Ragnar pensó que Mikko era un buen jefe, y que ya estaba listo
para ser promovido al rango de Cazador Gris. Sacudió la cabeza. No era el momento
más adecuado para que aquellos detalles de organización lo distrajeran.
Los herejes defensores no se habían percatado de la presencia de la amenaza más
cercana. Bien. Para Ragnar tan sólo se trataba de cubrir los cincuenta metros de la
zona de tiro y estaría dentro.
De repente, todo el terreno ante él entró en erupción. Toneladas de tierra y
cemento saltaron por los aires. Ragnar se encogió sobre sí mismo durante un
segundo, preguntándose si se habían dado cuenta de su presencia. Su cuerpo se tensó
anticipándose a la ráfaga de explosiones y disparos que esperaba de un momento a
otro, pero no ocurrió nada. Había sido un error de cálculo al disparar, un proyectil
mal apuntado lanzado por la lejana fuerza de apoyo. Ragnar miró a su alrededor para
asegurarse de que ninguno de sus hombres hubiese sido herido por la explosión, pero
no vio señal alguna de ello. Musitó una plegaria de agradecimiento a Russ y al Padre
de Todas las Cosas. Aquello había caído demasiado cerca como para sentirse

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tranquilo. Se trataba del tipo de errores que se producen en cualquier campo de
batalla, muy a menudo, y también con frecuencia fatales.
El hermano Einar, el hermano Anders y el resto de la jauría de Garras Sangrientas
se habían congregado a su alrededor. Sus jóvenes rostros mostraban las habituales
señales de tensión por la espera y por el deseo de iniciar la lucha. Ragnar se preguntó
por un momento sí también él había mostrado alguna vez aquel aspecto de novato
ante sus superiores, y supo que la respuesta era un contundente «sí». Sin embargo,
aquello había sido mucho tiempo atrás.
El hermano Hrolf y sus Colmillos Largos ya se hallaban en posición en el interior
de un cráter y listos para disparar si era necesario proporcionarles fuego de apoyo. El
resto de los Cazadores Grises de la compañía estaban en las cercanías, preparados
para entrar. Ragnar se quedó mirando al hermano Loysus. El Sacerdote Rúnico había
sido asignado a su compañía para esta misión en concreto por orden del Gran Lobo
Logan Grimnar en persona.
Los dedos de Ragnar trazaron en el aire los signos del lenguaje sin palabras de su
Capitulo, preguntándole si estaba preparado. Había demasiado ruido como para
hablar directamente, y estaban demasiado cerca de los sensibles equipos de detección
de la fortaleza para arriesgarse a utilizar los intercomunicadores. Loysus indicó con
un gesto que estaba preparado. Vio alrededor de los dedos del Sacerdote Rúnico una
leve luminiscencia. Ragnar sonrió con ferocidad y dio la señal de inicio. Ya era hora
de entrar.
—¡Abre la puerta! —le gritó a Mikko por el intercomunicador.
—¡Recibido, señor!
La respuesta del joven fue inmediata. La brillante luz de las explosiones de las
cargas de demolición iluminó la noche frente a él. La puerta cedió hacia el interior.
Ragnar dio la señal de avance.
—¡A la carga! —gritó.

Todo parecía tranquilo tras el fragor de la batalla. Después del tremendo resplandor
de la noche cargada de relámpagos y explosiones, el amanecer parecía casi
mortecino. Las aves carroñeras sobrevolaban los cadáveres. Los perros callejeros
habían salido de sus escondites para beber del agua acumulada en los cráteres. Los
sacerdotes deambulaban cumpliendo sus tareas: atender a los heridos, realizar los
últimos ritos a los moribundos y animar con palabras de alivio a los que seguían con
vida. El estandarte imperial ondeaba de nuevo sobre las murallas de la fortaleza.
Algunos equipos de la Guardia Imperial ya habían empezado a borrar las runas del
Caos pintadas en los laterales del edificio.
Ragnar estaba sentado en silencio, inundado por la sensación de melancolía que a
menudo le sobrevenía después de una batalla. Analizó la situación. Las bajas eran
muy escasas, teniendo en cuenta lo ocurrido. Tan sólo diez Garras Sangrientas

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heridos y seis muertos. Dos Colmillos Largos muertos por el fuego enemigo. Cuatro
hombres desaparecidos. Todavía no se sabía si habían muerto o si tan sólo sus balizas
de localización estaban dañadas. Sin duda, aquello se aclararía a medida que
avanzase la mañana.
Ragnar sonrió de repente, intentando encontrar algo que lo sacase de su
malhumor.
—Mikko para Cazador Gris —dijo de repente en voz alta. El viejo hermano Hrolf
le devolvió la sonrisa.
—Sí, ya va siendo hora. También están preparados Lara y Jaimie.
Ragnar asintió.
—Hablemos con la hermandad. Veamos si los aceptan. Si son aceptados, yo
mismo llevaré a cabo los rituales esta tarde.
En realidad, Ragnar no tenía obligación alguna de consultar con nadie antes de
promover a un Garra Sangrienta al rango de Cazador Gris. Ése era uno de sus
privilegios como Señor Lobo, pero sólo un idiota dejaría de escuchar la opinión del
sargento mayor y de los hombres con los que combatiría el recién ascendido.
La iniciación en las filas de los Cazadores Grises era un rito importante para
todos los implicados, no sólo para los que ascendían, sino para toda la compañía.
Señalaba la transición de un joven salvaje que se convertía en un guerrero más sabio,
con más experiencia en el campo de batalla, y sobre todo, con menos probabilidades
de arrastrar a la muerte a todos sus compañeros por su propio deseo de combatir. Los
Garras Sangrientas eran jóvenes ávidos de lucha; los Cazadores Grises habían
atemperado sus ansías de combate gracias a la experiencia adquirida.
Ragnar se dio cuenta de que el sargento lo estaba mirando, como los demás
guerreros que le rodeaban.
—¿Qué pasa? —preguntó, aun a sabiendas de lo que ocurría. Era algo implícito a
su propio mito—. Se dice que nunca fuisteis un Cazador Gris, Señor.
—Bueno, es cierto, más o menos.
—Pensaba que era imposible que algún hombre pudiera convertirse en un Señor
Lobo a menos que hubiera sido iniciado en la hermandad, señor —dijo Zoran, uno de
los reclutas más recientes de la compañía. Lo habían enviado desde Fenris para cubrir
bajas. Tenía el rostro juvenil de un Garra Sangrienta que acabara de ser promovido al
rango de Cazador Gris—. Creía que todo hombre debía pasar los ritos para
convertirse en un Cazador Gris, para unirse a la hermandad.
—Yo no lo hice —le respondió Ragnar.
—¿Cómo es posible. Señor?
—Es muy largo de contar.
—Tenemos todo el día —contestó alguien situado un poco más atrás.
Ragnar se dio cuenta de que todos deseaban escuchar el relato, incluso aquellos
que ya lo habían oído varias veces. Las sagas eran una parte de aquello que los
mantenía unidos como Capítulo, la pieza que los convertía en una hermandad.

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Algunos Garras Sangrientas se habían acercado y tomaban sitio alrededor del fuego.
Ragnar observó detenidamente sus rostros ansiosos y atentos y sonrió con
melancolía.
Rebuscó en su memoria, intentando encontrar las palabras que le permitieran, esta
vez, contar con exactitud todos los hechos terribles que sucedieron.
—Pasó hace mucho tiempo —dijo—. En la época en que Berek Puño de Trueno
era el Señor de esta compañía…

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UNO

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—¿Cuándo saldremos de este maldito lugar? —preguntó Sven en voz alta, con un
gesto de manifiesta frustración que desfiguraba sus feos rasgos habitualmente alegres.
La escarcha se había acumulado en sus cejas, y colgaba en pequeños carámbanos por
sus patillas—. Han pasado casi seis meses desde Xecutor, y estoy tan harto de ver
Fenris como de tu fea cara, Ragnar.
Ragnar no se ofendió por el comentario. Era el modo de hablar de Sven. Además,
comprendía muy bien la rabia de su camarada de los Garras Sangrientas. Puede que
todo aquel entrenamiento sirviese para mejorar sus habilidades, pero no era de ningún
modo un sustituto del combate.
Se preguntó por un momento si todo el proceso que los había convertido a él y a
Sven en Marines Espaciales no habría transformado también sus mentes y sus almas.
Le invadía una inquietud que jamás había sentido. Ansiaba la emoción del combate y
el furor de la batalla de un modo que sospechaba antinatural, incluso para un
miembro de su pueblo guerrero. O quizá se trataba de que, a pesar de su piel curtida y
de los escasos cabellos grises que les comenzaban a salir, tanto Sven como él eran
Garras Sangrientas en lo más profundo de sus corazones, unos guerreros jóvenes
siempre deseosos de librar combates y conseguir la gloria.
Sonrió y sacudió la cabeza mientras escrutaba el terreno a su alrededor. Estaban
completamente rodeados por los Desiertos Helados de Asaheim, una extensión de
leguas y leguas interminables de una helada desolación, interrumpida únicamente por
los picos de las Montañas del Colmillo del Dragón. Era un entorno en el que no
habría podido sobrevivir diez años atrás, cuando tan sólo era un chaval de la tribu de
los Puños de Trueno. Hacía tanto frío que ni siquiera envuelto en las pieles más
gruesas hubiera logrado mantenerse con vida más allá de una hora, y era tanta la
devastación que, si no lo hubiera matado el frío, lo hubiera hecho el hambre. Lo más
probable habría sido que los demonios del hielo le hubieran atrapado antes de que
nada de aquello ocurriera. En aquel momento, el lugar tan sólo era un
entretenimiento, un sitio donde practicar para perfeccionar las habilidades y
capacidades que le habían enseñado en el Capítulo.
Claro que, diez años antes, su cuerpo no contaba con la maravillosa armadura de
los antiguos, capaz de protegerle de lugares mucho más hostiles que aquél. Diez años
atrás, su cuerpo no había sido transformado en una máquina de matar capaz de comer
liquen o la carne inhumana de los demonios del hielo u otros seres parecidos. Diez
años atrás, sus ojos, en vez de filtrar la luz brillante, ya estaban ciegos. Y, por último,
diez años atrás no habría estado de acuerdo con Sven en que aquello era muy
aburrido. Regresar a Fenris después de la campaña de Xecutor había sido un poco
decepcionante. Ya ni siquiera se emocionaba al contemplar las runas de la armadura
que indicaban su adscripción a la compañía de Berek. Bueno, no la misma emoción.
No tanta como cuando le asignaron por primera vez a una unidad de combate de
verdad.

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Por supuesto, por aquella época jamás había salido del planeta, nunca se había
embarcado a bordo de una de aquellas enormes naves espaciales que viajaban de una
estrella a otra, no había luchado contra hombres, demonios y monstruos. En aquel
entonces, creía que sólo los dioses eran capaces de realizar lo que él encontraba tan
aburrido y falto de interés. ¡Cómo cambiaban las cosas! Desde aquel entonces, había
estado en Galt, en Aenus, en el Mundo de Logan, en Purity, en Xecutor, y en tantas
otras pequeñas campañas que ni siquiera se preocupaba por contarlas.
—No tiene ninguna gracia, Ragnar Puño de Trueno, ¿o debería llamarte «Melena
Negra», como hacen todos los cachorritos?
Sven no había conseguido provocarle con su apariencia, así que ahora lo intentaba
de otra forma. En cierto modo, era su punto débil. Ragnar se arrepentía un poco de
haber pedido que le convirtieran en una capa la vieja piel de lobo, lo que había
provocado numerosos chistes a su costa por parte de sus antiguos camaradas. Las
nuevas manadas de Garras Sangrientas, e incluso algunos de los Lobos más viejos,
los Cazadores Grises y los Colmillos Largos, lo consideraban una señal del favor de
Russ. Después de todo, había pasado muchísimo tiempo desde que un hombre había
sido capaz de matar a una de aquellas enormes bestias estando todavía en fase de
entrenamiento y armado tan sólo con una lanza. Era una hazaña considerada casi
imposible.
Ragnar había contado que la bestia era vieja, y que estaba enferma y muerta de
hambre, que sólo la había matado gracias a un golpe de suerte, pero a nadie parecía
importarle aquello. Al contrario. Su modestia, tan poco habitual entre los guerreros
del Capítulo había llamado tanto la atención como la propia hazaña. Quizá debería
haber fanfarroneado sobre ello, como hubiera hecho Sven o cualquier otro. No podía
decir con exactitud por qué le incomodaba tanto la fama. Tal vez no se sentía
merecedor de ella.
—¿Ya estás soñando despierto otra puñetera vez? —le preguntó Sven—. ¿O es
que no puedes responder a una pregunta educada?
—Lo descubrirás cuando me hagas una pregunta educada —le respondió Ragnar
con las aletas de la nariz dilatadas al percibir el levísimo rastro de un hedor inhumano
que le había traído el viento.
Buscó con la mirada a Sven para saber si también él lo había captado. Éste, con
un sentido del olfato un poco menos aguzado, frunció y meneó la nariz, y el largo
mostacho que se había dejado crecer desde la campaña de Xecutor se movió como los
pelos del bigote de una gran bestia de caza.
—¿Lo hueles? —le preguntó a Ragnar. Éste asintió—. Un demonio del hielo, si
no me equivoco. No muy cerca, pero tampoco demasiado lejos.
—Quizá no seas tan malo rastreando como pensaba —le respondió Ragnar.
—No todos podemos tener los infalibles sentidos del bendecido por el maldito
Russ —dijo Sven—. Quizá debería dejarte tranquilo para que lo resolvieras todo tú
solo. De todos modos, los cachorros te concederán todo el mérito de matar a las

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bestias. Aunque lograra matar a toda una maldita tribu sin tu ayuda mientras tú miras
y aplaudes mi excelente técnica con la espada sierra, los cachorros te alabarían a ti.
Ragnar comprobó el estado de sus armas. Encontrar a los demonios del hielo era
el único propósito de aquella pequeña expedición. Las bestias habían atacado los
asentamientos a lo largo de los glaciares de la costa y matado los rebaños de
mastodontes. Ya era hora de que aprendieran una lección.
—Creo que sólo estás celoso de mi bien merecida reputación —le dijo.
—Estaría celoso si fuese merecida —le contestó Sven—. Por desgracia, lo único
que haces es arrebatarme el reconocimiento por mis acciones heroicas.
—Cómo hice en Micah —dijo Ragnar—, cuando te saqué de aquel pozo de
garrapatos, antes de que te masticaran hasta matarte.
—Siempre tienes que mencionar eso, ¿verdad? —le contestó Sven con un tono de
fingida tristeza—. Habría logrado salir de allí en unos segundos si no me hubieses
interrumpido.
—¿Planeabas ahogar al garrapato hasta asfixiarlo atragantándolo con tu propio
cuerpo, verdad?
—Le estaba creando una falsa sensación de seguridad —murmuró Sven mientras
sus ojos recorrían el horizonte.
Ragnar se dio cuenta de que también él se había fijado en las dos impresionantes
siluetas blancas que habían permanecido prácticamente invisibles hasta ese momento.
Sven esgrimió unos cuantos mandobles con su espada sierra desactivada para
prepararse.
—No recuerdo haber visto esos sablazos en el Codex Tacticus.
—Soy un improvisador brillante.
—Eso parece.
—Bueno, ¿qué pasa? Yo no voy recordando en voz alta todas las veces que te he
sacado las castañas del fuego. ¿Te acuerdas aquella vez en Venam, cuando te salvé de
todos aquellos herejes antes de que te cortaran en pedazos con tu propia espada
sierra? Nunca me oyes mencionarlo, ¿verdad?
—No más de una o dos veces al día.
Sven estaba lanzado, y no se iba a detener.
—¿Y qué me dices de aquel pecio espacial cerca de Korelia o Korelius o
comoquiera que se llamase? Ya sabes, cuando te salvé de aquellos tiránidos. Tampoco
lo menciono nunca.
—Acabas de hacerlo.
—¿Y aquella vez…?
—¿Sven?
—¿Si?
—Cállate.
—No me digas que me calle, oh Ragnar el de la melena negra. Sólo porque tengas
el orgullo tan hinchado como un pequeño planetoide no significa que…

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—¡No! ¿No lo oyes?
—¿Oír qué?
—¡Eso!
Se oyó el sonido del hielo al resquebrajarse. Ragnar vio una fisura que empezaba
a abrirse a menos de diez pasos de ellos.
—El glaciar se está partiendo —dijo entre dientes echando a correr al tiempo que
la grieta se acercaba a marchas forzadas.
—No me hubiera dado cuenta solo —dijo Sven, sarcástico.
—Es lo más probable —le respondió Ragnar acelerando el paso para luego saltar
por encima de la fisura, con Sven pegado a él.
Sin embargo, su compañero se lanzó una fracción de segundo demasiado tarde.
Era obvio que no iba a lograr atravesar la grieta que se abría más y más, y que se iba
a caer. Sólo Russ sabía cuánto tardaría en llegar al fondo. Ragnar se asomó y alargó
la mano, agarrándole por la muñeca. Tiró de él y lo propulsó por encima de su cabeza
hasta hacerle aterrizar a su espalda, al otro lado.
—¿Así que te has puesto del lado de los demonios del hielo, eh? —dijo Sven con
la boca llena de hielo.
—No. Sólo quería salvarte la vida, otra vez.
—Eso es lo que tú dices. Lo llevaba muy bien antes de que tu ataque a traición
me tirara al suelo.
—¿Qué te proponías? ¿Ampliar el fondo de la grieta con tu cabezota? Bueno,
probablemente sea el mejor uso que se le puede dar.
Sven se puso en pie de un salto y miró despreocupadamente hacia atrás,
comprobando la distancia que los separaba de los demonios del hielo. Todavía
quedaban varios centenares de pasos entre ellos. Parecía que los demonios estaban a
la espera, para ver si la grieta acababa con ellos.
—La única cabeza de los alrededores capaz de tapar esa grieta es la tuya —le
contestó Sven con un deje burlón.
El suelo bajo sus pies comenzó a retemblar de nuevo cuando el glaciar se
estremeció una vez más.
—Quizá deberíamos salir de este río de hielo antes de que se nos trague a los dos
—dijo Ragnar.
—Bueno, pues parece que el único modo de escapar es pasando a través de ellos
—dijo Sven mientras señalaba con un gesto a los demonios del hielo.
—¿Qué quieres decirme con eso?
—No, sólo lo decía para indicarte el camino, por si te pierdes otra vez —le
respondió Sven al mismo tiempo que se giraba y echaba a correr hacia las criaturas
que se aproximaban.
Ragnar le siguió. La nieve crujió bajo sus botas de ceramita y le salpicó las
grebas, mientras su aliento se condensaba en el aire como si fuera vapor. Los
demonios del hielo rugieron desafiantes. Los dos Garras Sangrientas contestaron con

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sus aullantes gritos de guerra. Ragnar se dio cuenta de lo grandes que eran las
criaturas a medida que los dos grupos se aproximaban. Casi le doblaban la estatura.
Una larga capa de pelo blanco les cubría el cuerpo similar al de los osos, y unos
colmillos enormes asomaban por sus bocas cavernosas. De los tres dedos de cada
pezuña parecida a una mano nacían unas garras largas como dagas. Sus caras eran
una asombrosa mezcla de bestia y hombre. Los ojos, rojos con vetas amarillas,
brillaban con una inteligencia bestial y maligna a la vez, con un odio evidente hacia
todo aquello ajeno a su raza. Eran unos diez. Todos ellos machos, unas piezas que
serian el orgullo de cualquier cazador. Ragnar sabía que lucharían hasta matar a sus
presas o morir. No existía una forma de vida con una ferocidad más insensata en toda
la superficie de Fenris. Bueno, quizás a excepción de Sven.
Ragnar apretó la runa que activaba su espada sierra, que se puso en marcha con
un rugido. Se lanzó de cabeza contra la manada de demonios del hielo, lanzando tajos
a diestro y siniestro. Su primer mandoble cortó una mano a la altura de la muñeca, y
la envió volando por los aires seguida de un chorro de sangre azul que manchó la
nieve.
De un modo breve e incongruente, un largo informe colocado en su cerebro por
las máquinas tutelares, allá en El Colmillo, apareció como un relámpago en su mente.
Recordó que la sangre de los demonios del hielo contenía elementos químicos
diferentes a la de la sangre humana, y que cumplían la función de impedir que se
congelase en el tremendo frío de los desiertos helados. También recordó que era
venenosa, justo en el preciso instante en que la criatura le propinaba un puñetazo con
el muñón y otro chorro de la sustancia azul le dejaba ciego.
Ragnar agradeció aliviado que el segundo párpado translúcido bajara justo a
tiempo para cubrir el ojo. Aun así, sintió un dolor tremendamente intenso cuando la
sustancia corrosiva comenzó a disolver su piel endurecida. Sacudió la cabeza para
quitársela del rostro y un golpe de fuerza increíble le envió de cabeza contra un
montón de nieve. Agarró un puñado para limpiarse el fluido viscoso y corrosivo de
los ojos. El sonido le indicó que no había ninguna de las bestias cerca de él. También
oyó a Sven saltando de un lado a otro y dando tajos con su arma, impidiendo así que
las bestias se le acercaran mientras todavía estaba en el suelo.
—¡Justo lo que yo pensaba! —le gritó—. Me dejas todo el trabajo a mí mientras
tú te tumbas a echar una puñetera siesta en la nieve blandita.
Ragnar retiró el segundo párpado y se enjugó los ojos. El picor había comenzado
a disminuir en cuanto su cuerpo comenzó a contrarrestar el veneno. Vio que Sven se
había abierto camino de forma sangrienta entre los demonios del hielo, golpeando a
diestra y siniestra con el filo de su poderosa espada sierra. Parecía que su camarada
de los Garras Sangrientas estaba a punto de lograr lo que escasos momentos antes
había fanfarroneado: eliminar a toda la manada de demonios del hielo él solo. Sin
embargo, una de las bestias agarró al Lobo Espacial por la espalda y le inmovilizó los

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brazos. Otra aprovechó la ocasión para hacerle soltar su espada con un tremendo
golpe de revés.
Ragnar se abalanzó hacia ellos y hundió la hoja de su espada sierra en la espalda
de la bestia que inmovilizaba a Sven. El demonio del hielo lanzó un agudo aullido de
dolor y dejó caer al Garra Sangrienta mientras intentaba alcanzar la espada clavada en
su espalda. Ragnar la sacó y golpeó de nuevo, alcanzando el cuello de la bestia y
cercenándole la cabeza. Un instante después, escuchó cómo Sven recogía su arma, y
al momento siguiente, ambos ya se habían lanzado a por el resto de aquellos seres.
Los dientes de las espadas sierra atravesaron piel, carne y huesos. Más sangre azul
saltó por los aires, salpicando la nieve por doquier. Las bestias continuaron atacando,
llenas de la furia homicida insensata, característica de su especie, decididas a matar a
los intrusos humanos.
Los Lobos Espaciales combatieron con fiereza su ferocidad, y con armas y mayor
agilidad su fuerza bruta. En pocos segundos, Ragnar había destripado a dos de los
demonios, cortándoles los brazos y desparramando sus intestinos. En el tiempo de
cinco latidos, la mitad de la manada de demonios del hielo yacía muerta. Aun así, las
demás bestias continuaron atacando. Sus garras resbalaban sobre la ceramita
endurecida de la armadura de Ragnar provocando un chirrido agudo y desagradable.
Su fétido aliento le inundaba las ventanas de la nariz. El hedor de su sangre mezclado
con el de sus órganos internos esparcidos por la nieve saturaba su olfato y
prácticamente anulaba los demás olores.
Diez latidos después, todo había acabado. Todos los demonios del hielo yacían en
el suelo, muertos o agonizantes. Uno de los moribundos trató de atacar con una garra
a Ragnar con su último aliento, pero él esquivó con facilidad el ataque y lo rematé
con un tajo de su espada.
—Unos cabrones feroces, ¿eh? —dijo Sven mientras hundía los dientes de la
sierra de su espada en la nieve para limpiarlos.
—Los he visto peores —contestó Ragnar al mismo tiempo que tomaba un poco
de nieve del suelo para limpiarse la sangre de los enemigos de su armadura.
—Bueno, lo que está claro es que ya no matarán más humanos.
—Ahí llevas razón —susurré Ragnar.
Empezaba a notar cómo una extraña melancolía se apoderaba de su cuerpo al
acabar el combate. Después de todo, las criaturas no habían resultado un gran desafío,
y comenzaban a parecerle un poco patéticas allí tumbadas, muertas.
—Bestias inmundas —dijo Sven—. No sirven ni como comida.
—No, supongo que no.
—Alégrate, Ragnar. Parece que el herido de muerte eres tú, no ellas.
Ragnar intentó sonreír, preguntándose el motivo de su repentino cambio de
humor. Aquel tipo de reacciones eran cada vez más escasas a medida que su cuerpo
se adaptaba a los cambios que representaba haberse convertido en un Lobo Espacial,
pero aun así, a veces lo pillaban desprevenido. De repente, en la lejanía, divisó un

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resplandor centelleante cuando algo descendió por debajo de las nubes hacia el
sudeste. Unos instantes después, oyó el retumbar de la aeronave que se aproximaba.
—Parece que tenemos compañía —dijo.
—Ha llegado la ayuda. Tarde, como suele ser jodidamente habitual. Ya he hecho
todo el trabajo. Tú te llevarás el mérito.
Ragnar se agachó y formó una bola de nieve con la mano. Un segundo después, la
estrelló en la cara de Sven. Los reflejos del Garra Sangrienta eran tan veloces que su
camarada casi esquivó el ataque de Ragnar a pesar de su rapidez. Casi.
—Un ataque por la espalda, ¿eh? —le dijo Sven—. Bueno, sólo cabe una
respuesta a eso.
Un momento después, una bola de nieve se estrelló contra la armadura de Ragnar,
seguida de otra instantes más tarde.
Todavía estaban tirándose puñados de nieve cuando los patines de aterrizaje de la
cañonera Thunderhawk se posaron cerca de ellos.
Ragnar se quedó sorprendido al ver al sargento Hakon descender de la escotilla de
la cañonera. Creía que el veterano había regresado a Russvik para encargarse del
entrenamiento de nuevo. El viejo Marine Espacial tenía un aspecto más curtido aún
que cuando Ragnar lo había visto por primera vez, cinco años atrás. Su cara seguía
siendo un conjunto de cicatrices, y sus ojos dos trozos de hielo azul. Sus cabellos y
sus patillas ya eran totalmente grises, y sus caninos eran dos monstruosos colmillos.
Se quedó observando a los dos Garras Sangrientas durante un segundo, y la lucha
cesó.
—Quieren que regreséis a El Colmillo —dijo.
—Nos sentimos halagados de que haya venido hasta aquí a recogernos —le
contestó Sven. A lo largo de los cinco años que habían pasado, ambos habían perdido
parte del impresionante respeto que les provocaba su jefe inmediato—. ¿Es que
nuestro señor Berek Puño de Trueno ha decidido que necesita mucha más gente
escuchando cuando los eskaldos canten sus hazañas?
—Deberías tener cuidado con lo que dices, jovenzuelo —le contestó Hakon—.
Quizá nuestro señor Berek decida arrancarte la lengua. Siempre ha tenido un poco de
mal carácter. O quizá lo haga yo mismo, si no muestras respeto por tus mayores.
La voz de Hakon era tranquila y seca como siempre. El rostro alegre de Sven
perdió parte de su expresión descarada ante el tono de voz del sargento. Ragnar pensó
que quizá Sven todavía no le había perdido suficiente miedo al viejo.
—¿Por qué hemos sido convocados? —le preguntó Ragnar. No era un hecho
habitual que enviaran a un sargento veterano y a una cañonera para recoger a dos
Garras Sangrientas que estaban en una expedición de caza.
—No sois sólo vosotros dos —le respondió Hakon—. Todos y cada uno de los
Lobos Espaciales del planeta han sido llamados para que regresen a El Colmillo.
—¿Todos y cada uno?
El sargento se limitó a asentir.

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—Debe de ocurrir algo importante —musitó Sven.
—Sí, chaval, eso debe de ser. No había ocurrido algo así desde que tú y tus
amigos descubristeis aquella madriguera del Caos bajo la Montaña del Pico del
Demonio, y ésa fue la primera vez desde hacía ya un siglo.
—Me alegra saber que hemos traído algo de distracción a vuestras vidas aburridas
—dijo Sven.
—Entrad. No sois los únicos cachorros a los que tengo que recoger hoy —le
replicó el sargento.
Ragnar siguió a Sven hacia el interior de la nave armada y se colocó el arnés de
seguridad en cuanto se sentó.
—¿A quién llama cachorro? —murmuró Sven—. Yo creo que más bien ya va
siendo hora de que nos nombren Cazadores Grises.

—¿Tienes idea de lo que está pasando? —le preguntó Aenar con un tono de voz
alegre desde el otro lado del compartimiento.
Su cara redonda tenía un aspecto joven y alegre casi insultante. Formaba parte del
grupo de reclutas Garras Sangrientas recién llegados a la compañía del Señor Lobo
Berek. Toda una jauría, la segunda desde que el propio Ragnar había sido aceptado en
el servicio del Señor Berek. Miró a su alrededor y pudo ver a un par de miembros de
su propia jauría: al circunspecto Torvald y al enorme fortachón al que todo el mundo
llamaba simplemente Troll.
Sven se limitó a gruñir, ya que no quería aceptar su falta de conocimiento ante
uno de los cachorros, que era lo que consideraban a los recién llegados. No sería
apropiado. Después de todo, él, Ragnar y Strybjorn eran en cierto modo veteranos,
los más viejos de todos los Garras Sangrientas, y Aenar y los suyos ni siquiera habían
salido todavía del planeta. Aenar lanzó un aullido ululante cuando la Thunderhawk se
estremeció y rugió al abrirse paso a través de una turbulencia.
Ragnar, con todo el peso de la experiencia de cinco años, se preguntó si él mismo
había sido así alguna vez. Se extrañó de que Hakon nunca le hubiera metido un tiro.
Ragnar intercambió una mirada de complicidad con Sven, que parecía a punto de
pegarle un puñetazo al Garra Sangrienta más joven. Ragnar echó un vistazo al resto
de los ocupantes del compartimiento. Sin duda, era una extraña combinación de
guerreros la que había recogido la Thunderhawk en su viaje a través de los desiertos
helados. Además de Hakon, entre los pasajeros se encontraban otros veteranos: varios
Colmillos Largos con las insignias de tres compañías distintas, algunos Cazadores
Grises e incluso un Sacerdote Lobo que andaba a la búsqueda de nuevos aspirantes a
lo largo de las montañas cercanas a los valles glaciares. Parecía que una buena y
abigarrada parte del Capítulo estaba fuera de El Colmillo, con cada individuo
pendiente de sus propios asuntos en las tierras sometidas al invierno del continente
norte.

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Aquello no era nada sorprendente. Lo más probable es que estuvieran haciendo lo
mismo que Sven y él: practicar y poner a punto sus habilidades y capacidades
mediante la caza, el rastreo, la escalada de montañas y en general, practicando
deportes de supervivencia de invierno. Era parte de la rutina habitual de la mayoría de
los Lobos Espaciales cuando se encontraban en Fenris. Aquellos que no debían
cumplir alguna tarea de las establecidas por turnos podían hacer lo que quisieran,
excepto, por supuesto, que surgiera alguna emergencia.
Ragnar se preguntó qué estaría ocurriendo. ¿Qué era tan importante para que
todos aquellos guerreros tuvieran que regresar de forma precipitada a El Colmillo?
¿Habrían regresado los Mil Hijos? ¿Se habría descubierto otro escondrijo lleno de
adoradores del Caos? O quizá se trataba de otro asunto… ¿Un combate más allá de
las estrellas? Ragnar deseó con fervor que se tratara de eso.
Inspiró profundamente y comenzó a murmurar una plegaria purificadora a Russ.
Necesitaba calmar su mente y estar preparado para cualquier cosa, para estar seguro
de que, fuera cual fuese el problema, él estaría listo para enfrentarse a ello. En cierto
modo, no importaba cuál era el asunto que les esperaba en El Colmillo. Lo
descubriría en muy poco tiempo, y estaría preparado para ello. Era parte de su deber
como Marine Espacial y de su juramento como guerrero de Berek Puño de Trueno y
del Gran Lobo Logan Grimnar. Era su deber hacia Russ y hacia el Emperador, y hacia
los espíritus de todos aquellos que habían muerto antes que él.
Sintió que una gran calma lo invadía cuando las palabras antiguas provocaron
respuestas programadas en lo más profundo del sistema nervioso central de su
cuerpo. Se sintió al mismo tiempo en paz y alerta. El latir de sus dos corazones bajó
de ritmo. Su respiración se hizo más profunda y relajada, y su mente se despejó y se
tranquilizó. Pensó que cada vez era más fácil. Cuanto más practicaba aquellos rituales
antiguos, más efectivos se volvían, y con mayor rapidez daban sus resultados.
—Pronto serás tan santurrón como era Lars —le dijo Sven.
Inmediatamente, la imagen de su antiguo camarada, muerto por un monstruoso
señor de la guerra orko en el mundo de Galt, asaltó la mente de Ragnar, y le hizo
perder parte de la serenidad que había comenzado a sentir. Lars había sido un joven
bastante extraño, que quizás hubiera acabado por convertirse en uno de los
Sacerdotes Rúnicos si hubiese vivido más tiempo. Ragnar sabía que tenía muy poco
en común con él. Dudaba mucho que estuviera dispuesto a colgarse del árbol de la
vida para obtener conocimientos místicos. Por lo que él sabía, carecía de cualquier
clase de poder psíquico.
Aenar, en vez de echarse a reír al escuchar aquello, miró con mayor respeto aún a
Ragnar. Había sido uno de los primeros en empezar a llamar a Ragnar «Melena
Negra», por el abrigo que se había hecho con el pellejo de lobo que había matado en
su primera salida a solas por Fenris como parte de sus ritos de iniciación. Ragnar
prefería que no lo mirasen de aquel modo. Le hacían sentir incómodo, con demasiada

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responsabilidad. Sven captó también la mirada de respeto de Aenar y meneó la
cabeza con disgusto.
—Ragnar mató el solo a los diez demonios del hielo —dijo con un marcado tono
irónico—. Me quedé mirando cómo blandía magníficamente la espada.
—¿De veras? —preguntó Aenar boquiabierto.
—No, imbécil. Y una leche. Pasó la mayor parte del combate quitándose las
lágrimas de los ojos. Y tengo que decirte que eran lágrimas de envidia por mi
proverbial manejo de la espada.
El rostro de Aenar reflejó la incredulidad que sentía. Sven volvió a sacudir la
cabeza con expresión de disgusto, se recostó contra el mamparo mientras cerraba los
ojos y poco después ya estaba roncando. Ragnar vio la sombra con forma de cara de
lobo sobre la luna, que resplandecía sobre el fondo negro enjoyado del firmamento.
No importaba cuántas veces la veía: la silueta de El Colmillo siempre asombraba
a Ragnar. La enorme montaña, que atravesaba la límpida atmósfera, era el hogar natal
de su Capítulo. Se decía que era el pico más alto de todo el Imperio, una de sus
mayores maravillas naturales, y Ragnar no veía razón alguna para dudarlo.
Empequeñecía a las montañas más cercanas, del mismo modo que un lobo dejaba
enano a un caniche. En su interior ahuecado se hallaba una de las fortalezas más
poderosas de toda la galaxia, la base central y más importante de uno de los Capítulos
de Marines Espaciales más antiguos e importantes.
Un escalofrío de emoción recorrió el cuerpo de Ragnar al contemplarlo. Antaño
había sido el hogar del dios-hombre, Leman Russ, Primarca del Capítulo, y el
servidor más poderoso del Emperador. Era desde aquí de donde había partido en
dirección a la Tierra para luchar contra las traidoras legiones de la Herejía de Horus.
Era aquí donde había supervisado la transformación de la primera generación de
guerreros de Fenris en los primeros Lobos Espaciales. Había entregado su propia
sangre y su material genético para asegurarse de ello. Éste era el lugar que todos y
cada uno de los miles de guerreros que se habían convertido en Lobos Espaciales a lo
largo de los últimos diez mil años llamaban hogar. Desde que su fundador había
desaparecido, los Lobos habían hecho todo lo posible por mantener su legado.
La Thunderhawk bajó aullando por el Valle de los Lobos hacia su punto de
aterrizaje, pasando por encima de los campos cultivados por los vasallos del Capítulo
y de las minas y las refinerías que mantenían abastecidos a sus guerreros. Ragnar
pudo ver el reflejo de los cohetes de la aeronave en las enormes tuberías que colgaban
como increíbles enredaderas de las laderas de las montañas. Una nube de humo negro
surgía de las gigantescas chimeneas y se enroscaba entre los riscos del lugar. La
cañonera frenó de forma abrupta y redujo su tremenda velocidad hasta detenerse en
tan sólo unos cuantos segundos.
Ragnar, al igual que los demás, se sintió lanzado hacia adelante y retenido por los
arneses de seguridad. Sven abrió un ojo y miró a su alrededor.

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—Veo que nuestros pilotos no han mejorado con la práctica —dijo, y cerró el ojo
de nuevo.
La Thunderhawk aterrizó sobre una plataforma hidráulica que descendió hacia las
profundidades de El Colmillo.
Ragnar salió de la aeronave y comenzó a recorrer el inmenso compartimiento de
aterrizaje. A su alrededor, todos los Lobos Espaciales y los sirvientes estaban
inmóviles por el asombro. Un enorme eco retumbante recorría los pasillos
cavernosos, y las nubes que se habían formado bajo el amplio techo por la llegada de
la Thunderhawk parecieron estremecerse a su paso.
Los servidores, mitad máquina, mitad hombre, se detuvieron cuando unas
pequeñas señales rojas de alarma incrustadas en sus cráneos se encendieron, y se
quedaron mirando a su alrededor desconcertados. El mismo Ragnar se detuvo
preguntándose si lo que estaba escuchando era cierto. Todos y cada uno de los
nervios de su cuerpo respondieron al conocimiento implantado en las profundidades
de su cerebro por las máquinas didácticas. Era el Cuerno del Destino, que únicamente
sonaba en los momentos de mayor crisis para el Imperio y el Capítulo, una señal para
que todos los guerreros se aprestaran para la batalla.
—Excelente —murmuró Sven—. Un poco de diversión después de tanto tiempo.

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DOS

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Ragnar miró a su alrededor en la Gran Sala, absorbiendo el ambiente que existía en el
lugar de encuentro de los miembros del Capítulo. Los Señores Lobo y sus guerreros
ya se habían comenzado a reunir bajo el esplendor bárbaro de la decoración del lugar.
Todos los grandes capitanes que se encontraban en El Colmillo ya habían llegado a la
sala. A juzgar por sus rostros ceñudos, ya habían hablado con Logan Grimnar, y
sabían qué era lo que estaba ocurriendo.
Berek Puño de Trueno ya se encontraba preparado, flanqueado por Morgrim
Lengua de Plata, su eskaldo, y por Mikal Stenmark, su segundo al mando y capitán
de su Guardia del Lobo. Ragnar, Sven y Hakon se colocaron en sus posiciones detrás
del Señor Lobo, junto a casi otros cien guerreros de la compañía de Berek. No se
produjo ninguno de los habituales saludos de bienvenida, ni las palmadas en la
espalda, ni las bromas pesadas ni las fanfarronadas. Ragnar podía oler la tensión, la
ansiedad reprimida y el nerviosismo que flotaba en el ambiente.
Se fijó bien en Berek con la esperanza de adivinar alguna pista sobre qué era lo
que estaba ocurriendo.
Si pensaba descubrir algo, quedó decepcionado. Berek tenía el mismo aspecto de
siempre. Era un individuo enorme, y sus rasgos abiertos y francos no expresaban
nada Riera de lo habitual. Su sonrisa, un gesto mitad satisfecho, mitad amistoso, era
la que asomaba normalmente en sus gruesos labios. Su mano humana jugueteó con
algunos de los enrevesados rizos de su larga melena rubia, antes de pasar a mesarse
su recortada barba.
El antiguo puño artificial que había sustituido a la mano que perdió en combate
contra Khám el Traidor se cerró inconscientemente. Una leve aura de energía crepitó
y chasqueó sobre su superficie. Ése era el origen de su sobrenombre. No es que
estuviera emparentado o perteneciera al antiguo clan de Ragnar, como éste había
supuesto en un principio. Como siempre, el Señor Lobo parecía relajado y muy
pagado de sí mismo, quizás un poco demasiado.
Ragnar dejó a un lado aquellos pensamientos. Si alguno de los presentes tenía
derecho a sentirse orgulloso de sí mismo, ése era Berek. Había salido victorioso de
más de una docena de combates cuerpo a cuerpo con los enemigos más letales del
Imperio. Había dirigido la fuerza expedicionaria que había atacado el planeta Kane y
había arrasado el siniestro templo de Khorne allí erigido. Era uno de los jefes de
batalla más respetados y con mayores éxitos de la historia del Capítulo, y muchos lo
consideraban, él mismo entre ellos, como el posible sucesor del Gran Lobo cuando
llegara el momento.
Ragnar tenía bastantes razones para sentirse agradecido con él, y lo estaba. Lo
que ocurría era que a veces también sentía que Berek tenía un defecto, demasiado
oculto como para que se notara, y que sin embargo él percibía en algunas ocasiones,
como en ciertos momentos presentía la presencia del peligro tan sólo por instinto. Era
cierto que Berek jamás había perdido una batalla, pero Ragnar sospechaba que lo que
se contaba en las sagas que las narraban no incluían tantos muertos como debían.

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Berek llevaba a sus hombres a la gloria, pero a menudo, la conseguían con un coste
muy elevado en sangre de los Lobos Espaciales.
Ragnar sacudió la cabeza, preguntándose si era él quien tenía un defecto. Nadie
más creía que aquello fuera un error. Muchos Garras Sangrientas solicitaban luchar
bajo el mando de Berek, ansiosos por conseguir la gloria que prometía el hecho de
pertenecer a su compañía. La verdad era que el propio Ragnar lo había hecho así. Los
Lobos Espaciales nunca habían tenido miedo de derramar su sangre si con ello se
demostraba su valor, pero…
Ragnar paseó la mirada entre los demás Señores Lobo. Vio a Egil Lobo de Hierro.
Otro guerrero poderoso, mucho mayor que Berek. Unos mechones de pelo plateado
descendían por los lados de su cabeza calva, y su barba estaba dividida en una docena
de trenzas. La curtida piel de su rostro, parecida al cuero, estaba cuarteada por
grandes arrugas. Sus ojos azules observaban la escena con una ferocidad inusual
incluso en un hermano de batalla.
Las apariencias engañaban a menudo. Sus hermanos envejecían a ritmos muy
diferentes, dependiendo de cómo reaccionaran sus cuerpos a las alteraciones
genéticas que los transformaban en Marines Espaciales. Sin embargo, en este caso no
era así: Egil era mayor incluso que Logan Grimnar, aunque parecía tan sano y robusto
como un hombre con la mitad de sus años. Se decía que llevaba más de siete siglos al
servicio del Capítulo.
Gunnar Luna Roja era la prueba de la variabilidad del proceso de envejecimiento.
Si no fuera por el tamaño de sus largos colmillos, cualquiera le hubiera confundido
con un joven Garra Sangrienta. Tenía la piel suave y en sus rasgos no había arrugas,
como si fuera uno de los recién iniciados. Seguía siendo de complexión delgada para
lo que era habitual entre los Marines Espaciales, con un rostro que le hacía parecer
más un frágil aprendiz de eskaldo que el veterano capitán que en realidad era. Nunca
se hubiera adivinado por su aspecto que se trataba del mismo hombre que le había
arrancado el brazo a un señor de la guerra orko y lo había utilizado como maza para
matarlo a golpes cuando los dientes de su espada sierra se quedaron atascados en la
batalla de la Llanura de Grimme. Al igual que ocurría con Berek y con Egil, su
aspecto ceñudo no le indicaba gran cosa a Ragnar sobre lo que estaba ocurriendo.
Antes de que pudiera observar con más atención a los demás Señores Lobo, las
grandes puertas de hierro grabadas con el signo rúnico de Logan Grimnar se abrieron
de par en par y apareció el propio Gran Lobo en persona. Se adentró en la sala
caminando a grandes pasos, flanqueado por su acompañamiento de sacerdotes y
eskaldos. El grupo incluía a dos personas que Ragnar no había visto antes: un hombre
y una mujer altos y delgados que iban vestidos con unas túnicas grises adornadas con
charreteras doradas en los hombros. Tenían las cabezas afeitadas y tatuadas, y
envueltas en su mayor parte con una especie de turbante que mostraba unas runas de
extraño diseño. En cada uno de sus cinturones de hebilla dorada se veía la funda de

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una pistola láser y la vaina de un florete. De sus cuellos colgaban unas cadenas de oro
con un símbolo: un ojo flanqueado por dos lobos alzados sobre sus patas traseras.
—Navegantes —murmuró.
El reconocimiento de lo que eran surgió de las profundidades de las cavernas de
su subconsciente. Por un instante, lo invadió la sorpresa. Sabía que un pequeño clan
de Navegantes de la Casa Belisarius tenía un santuario en el interior de El Colmillo.
Existía una amistad muy antigua entre la Casa y el Capítulo, y era un derecho que les
concedió el mismísimo Leman Russ en los días que todavía no existía el Imperio. La
familia poseía los derechos exclusivos para guiar a las naves espaciales de la flota
estelar de los Lobos Espaciales a través del immaterium. A cambio, podía pedir la
ayuda del Capítulo cuando la necesitase. Ragnar se preguntó por un momento el
motivo para que el Gran Lobo les hubiera pedido asistir a la reunión. Aquello sólo
podía significar una cosa: la flota del Capítulo estaba a punto de ser desplegada, lo
que a su vez significaba que el Capítulo partía hacia algún lugar alejado.
El Gran Lobo dirigió sus pasos hacia un podio elevado en mitad de la sala. Era un
individuo enorme, canoso y de aspecto envejecido, pero que se movía con la energía
y la velocidad de un hombre mucho más joven. Alzó bien alto su inmensa hacha, y
todo el mundo se calló instantáneamente.
—Hermanos —dijo, y su poderosa voz resonó por toda la sala sin aparente
esfuerzo—, el Santuario de Garn ha caído en manos de los herejes. Se han llevado la
Lanza de Russ.
Inmediatamente se escuchó un entrecortado grito general de horror. Ragnar
observó un gesto de incredulidad y furia en los rostros de los Lobos más viejos. En
algún punto de su interior sintió una respuesta visceral a las palabras del Gran Lobo,
y se sorprendió. Sin duda, era otro efecto de las máquinas didácticas. Un latido de
corazón más tarde, el conocimiento inundó su mente.
Garn era el lugar donde se encontraba uno de los santuarios más sagrados de los
Lobos Espaciales. De hecho, el planeta había recibido su nombre en honor de Garn,
uno de los más poderosos entre los Primeros, uno de los Señores Lobo que se había
distinguido sirviendo bajo las órdenes de Russ en persona durante la fundación del
Capítulo. El túmulo de piedra señalaba el lugar donde había muerto en combate
contra Magnus el Rojo, primarca de los Mil Hijos, durante la batalla que había
liberado al planeta del dominio de los Marines Traidores. Había sido un momento
desesperado. Russ había caído al suelo y el malvado enemigo se alzaba victorioso
sobre él. Garn había recogido la lanza de Russ del suelo y se había arrojado a
defender a su primarca.
Gracias a la poderosa arma de Russ había logrado herir al primarca del Caos, un
hecho considerado imposible para un hombre mortal. El furioso Magnus le había
incinerado en un instante mediante su magia maligna, pero la muerte del héroe le
había dado tiempo a Russ para recuperarse y expulsar al Señor de los Mil Hijos.

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El túmulo había sido alzado por Russ en persona con sus propias manos, en honor
al primero y más poderoso de sus seguidores. El primarca utilizó un chorro de fuego
azul para marcar el lugar, y colocó su lanza sagrada sobre el túmulo mientras le pedía
al espíritu de su amigo que le guardara el arma hasta que regresara a por ella. Era un
lugar donde todavía se podía sentir la presencia del primarca, sobre todo en ciertas
noches tormentosas. También había sido un sitio sagrado para los Mil Hijos, y los dos
Capítulos habían librado muchas batallas en aquel planeta. Nunca había permanecido
en manos de los herejes. Se trataba de un insulto para el honor de los Lobos
Espaciales, algo insoportable.
En cuanto a la Lanza de Russ, había sido forjada por el pueblo de Garn para el
dios-hombre por los mejores artesanos de los mundos factoría de aquel sector estelar.
Habían considerado el gesto de Russ al crear el santuario como una ofrenda de
amistad con su pueblo, y habían protegido el lugar desde entonces… con la ayuda de
los Lobos Espaciales, por supuesto.
—El Santuario de Garn ha sido perdido y nosotros vamos a recuperarlo. Ningún
esclavo del Caos lo profanará. Ese lugar sagrado debe ser purificado con sangre y
fuego. La Lanza de Russ debe estar esperando en su sitio para cuando nuestro Señor
regrese y se cumplan las profecías sobre el fin de los tiempos.
Ragnar descubrió que se había unido a los gritos de aprobación que se produjeron
a continuación. En el olor que desprendían sus hermanos sólo se podían detectar ira y
rabia.
—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó a gritos Berek Puño de Trueno.
La voz de Logan Grimnar volvió a resonar por toda la sala.
—¡Esto es lo que ocurrió! Hace cien días, el señor de la Orden del Oso Blanco se
negó a pagar su tributo al gobernador imperial de Garn. Se negó a cumplir el
juramento de lealtad y envió las cabezas de los recaudadores de impuestos en unas
bandejas al palacio. Fue la señal para una revuelta general. Al parecer, el gobernador
imperial era un individuo venal que había ordenado cobrar unos impuestos diez veces
más elevados de los que la Eclesiarquía había exigido, y había utilizado el dinero
restante para vivir rodeado de lujo a la vez que creaba toda una red de espías,
delatores y matones. Todo el pueblo de Garn lo odiaba, y se rebelaron contra él
atizados por un sacerdote apóstata llamado Sergius. La guerra civil azotó el planeta.
Muchas de las hermandades industriales, incluida la Orden del Oso Blanco y la del
Mastodonte de Plata, se declararon a favor del Caos, y ahora mismo están intentando
invocar ayuda del Ojo del Terror. El Caos busca establecer una cabeza de desembarco
en uno de los mayores mundos arsenal de todo el Imperio, y si nadie se le opone, se
apoderará de él y se fortificará. Si eso ocurre, el enemigo controlará una de las rutas
más importantes entre Fenris y el Ojo del Terror, y uno de los lugares más sagrados
en toda la larga saga de nuestra hermandad habrá caído para siempre en las malvadas
garras del Caos. ¿Lo vamos a permitir?

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—¡No! —rugieron como un solo hombre las apiñadas filas de los Lobos
Espaciales.
—¿Vamos a quedarnos quietos y vamos a permitir que la Lanza de Russ sea
empuñada por las manos de los malignos?
—¿Permitiremos que este grito de ayuda y de venganza caiga en saco roto?
—¡No! ¡No! ¡No!
—Las naves de los Lobos atravesarán el firmamento hasta llegar a Garn. Allí nos
uniremos a la flota imperial que se ha alistado para librar al planeta de las cadenas del
Caos y de la mancha de la herejía. Les enseñaremos a los esclavos de la oscuridad las
consecuencias de ensuciar el honor de nuestro Capítulo. ¡Tenéis una hora para
prepararos antes de nuestra partida!
El Gran Lobo se detuvo tan sólo un momento para responder al rugido de
aprobación de sus seguidores antes de salir de la estancia. Tan sólo dos latidos de
corazón más tarde, Ragnar se unió a la multitud y se dirigió a la carrera hacia su celda
para recoger su equipo y sus objetos personales y luego prepararse para el largo viaje
a través de las estrellas.
—Entonces, ¡vamos a una puñetera guerra! —profirió Sven con un gran grito
mientras salían de sus respectivas celdas.
A pesar del tono de queja de su voz, todo su cuerpo desprendía el olor de la
felicidad y de la excitación del momento. Recorrieron a toda prisa los pasillos y los
corredores de El Colmillo con las mochilas donde llevaban sus objetos personales a la
espalda y en dirección al gran hangar donde los transportes que los llevarían a las
naves ya los estaban esperando.
—Los valientes Lobos Espaciales tendrán que salvar de nuevo a los habitantes de
otro mundo de los sicarios del mal.
—Es la tarea que nos ha impuesto el Emperador —le contestó Ragnar imitando el
ominoso tono de voz que utilizaban los Sacerdotes Rúnicos cuando predicaban sus
sermones—. ¡Y no le fallaremos! Podremos masacrar enemigos, saquear botines y
recorrer nuevos mundos. ¿Qué más se puede pedir?
—Quizás un poco de comida —dijo Sven—. No me apetece comer otra vez
raíces, gusanos y hasta corteza de árbol como tuvimos que hacer en Galt.
—La flota se dispone a partir —le respondió Ragnar mientras se metían de un
salto en un túnel de bajada y descendían mil metros en la oscuridad—. Estoy seguro
de que estaremos bien.
—¿Y qué sabes acerca de Garn? Y no me refiero a toda eso que nos enseñaron
esas malditas máquinas didácticas sobre los santuarios y demás. Siempre estás
estudiando los archivos sobre las viejas batallas. ¿Sabes algo o no?
Ragnar se quedó pensando unos instantes. Garn había sido el escenario de más
enfrentamientos con los Mil Hijos que ningún otro mundo de aquel sector planetario.
Se había tomado un interés muy personal en todo lo relativo a aquel tema desde que
había luchado contra Madok, el Marine Espacial del Caos. Había leído todo lo

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posible sobre ello, ya que estaba seguro de que se tendría que enfrentar contra los
heréticos Marines Traidores de nuevo.
Dobló las rodillas para absorber el impacto y salió disparado de nuevo por el
siguiente pasillo, con la mochila colgando por encima del hombro. Sven corría a su
lado, manteniendo con facilidad el paso a pesar de las zancadas más largas que daba
Ragnar.
—Es un mundo industrial —dijo por fin—. Es en parte un mundo forja y en parte
un mundo colmena. Los cielos están repletos de espesas nubes de gases
contaminantes, y la superficie del planeta está cubierta por ciudadelas metálicas.
Cada una de ellas está regida por una orden industrial, que jura servir a su dirigente.
A su vez, cada uno de los dirigentes jura servir al gobernador, y por fin, el gobernador
jura servir al Imperio.
»Los miembros de la orden representan tan sólo una pequeña parte de la
población. Cada una de las órdenes posee sus propias fábricas y fundiciones, además
de los servicios de los clanes que trabajan en esos lugares, prácticamente como
esclavos. Todo hombre, mujer o niño tiene un señor.
—Suena muy parecido al puñetero Fenris.
—En Garn, las distinciones entre las diferentes clases y castas son mucho más
estrictas. Se exige y se espera una obediencia absoluta. La desobediencia se castiga
con la muerte.
—Pues no parece que el sistema esté funcionando demasiado bien ahora mismo.
—Quizá lo está haciendo.
—¿Qué quieres decir?
—Si uno de los señores se convierte en un hereje, todos sus seguidores lo harán
también. Si un señor se rebela, todos los suyos lo harán.
—¿Por qué iban a obedecer a un hereje o a un rebelde?
—El hecho de que el señor haya roto su juramento no significa que ellos hagan lo
mismo hacia él. Además, puede que ni siquiera sepan lo que ocurre.
—Pues tienen que ser realmente imbéciles si no se dan cuenta por sí mismos.
—Espera hasta verlo tú mismo antes de juzgar a nadie.
—Sí, oh gran sabio. Cada día suenas más como un maldito sacerdote.
—Has sido tú el que me ha preguntado sobre Garn.
—Ya estoy arrepentido de haberlo hecho, su santidad.
Llegaron a la amplia zona del hangar. Algunas compañías ya se estaban formando
en filas para entrar en los transportes, uno por cada compañía presente, uno para cada
nave. Todas y cada una de las grandes compañías tenía asignada su propia nave de
combate durante el tiempo que durara la campaña. Cada una transportaría sus propios
víveres, suministros, equipo y servidores, todo lo necesario para mantenerla con
capacidad de combate en el campo de batalla.
Aquellos transportes eran diferentes al que había embarcado cuando acompañó a
los Inquisidores Stemberg y Karah lsaan en la nave estelar Luz de la Verdad. Éstos

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eran más pequeños, más aerodinámicos y estaban mucho más blindados. También
estaban erizados con los cañones de diversas armas, y parecían más una versión
aumentada de las cañoneras Thunderhawk que simples naves espaciales.
Un transporte blindado de personal Rhino entró rugiendo por la rampa de la nave
y desapareció en su interior mientras Ragnar observaba toda la agitación. Le siguió
otro inmediatamente después, y a continuación entraron varias escuadras de
motocicletas. Ragnar paseó la vista a su alrededor y pudo ver a varios siervos con
exoesqueletos de carga que llevaban unas enormes cajas en las palas de su armadura
mecánica. Uno tras otro se metieron en las profundidades de las naves y salieron
después sin su carga.
Cientos de siervos a lo largo y ancho del hangar se afanaban en meter la carga en
los transportes. Algunos de éstos, menos blindados que los otros, sólo servían para
llevar equipo y similares a las naves espaciales. Ragnar se dio cuenta de repente de la
enorme escala de la operación que estaba teniendo lugar a su alrededor, y lo bien
organizada que estaba. La mayor parte del Capítulo estaba dispuesto a partir,
preparado para efectuar el salto entre las estrellas tan sólo unas pocas horas después
de que su comandante supremo hubiese impartido las órdenes pertinentes para ello.
—Espero que consigamos nuestras propias motos para cuando todo esto acabe —
dijo Sven—. Nada me gustaría más.
—Creo que tienes sangre orka en las venas —le contestó Ragnar al recordar a los
poderosos guerreros de piel verde y su afición desmedida por la maquinaria ruidosa y
los vehículos veloces.
—Ya he tenido bastante sangre orka en mí —dijo Sven, y lanzó una gran
carcajada como si hubiera dicho algo gracioso.
El sargento de guardia, que no podía ser otro que Hakon, tal y a como lo había
decidido el Destino, gritó sus nombres mientras e subían por la rampa y los tachó de
una lista.
—No se arríesga a dejar ninguno atrás, ¿eh, sargento? —le preguntó Sven con
descaro.
—Si no pasáramos lista, probablemente alguno de vosotros se quedaría dormido,
no oiría el Cuerno del Destino y perdería la nave. Y no podemos permitirlo, ¿verdad
que no? Ahora sube a bordo y deja de parlotear.
—Sí, señoría —gritó Ragnar.
Esquivó por los pelos la patada que le lanzó Hakon, y él y Sven entraron
sonrientes en las entrañas de la nave. El interior era cálido y estaba oscuro. Olía a
ceramita, a aceite, a armas y a los gases de los tubos de escape de los vehículos. Los
charcos de lubricantes se habían acumulado en los suelos desgastados. Ragnar se
abrió paso hasta unas escaleras con un pasamanos decorado con gárgolas con cabezas
de lobo, y luego atravesó una serie de puertas de compartimientos hasta que llegó a la
estancia donde se encontraban los demás Garras Sangrientas.

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Una rápida ojeada le indicó que todos estaban presentes desde Strybjorn hasta los
nuevos chavales de las jaurías más recientes. Le miraron a él y a Sven con unas
expresiones en los rostros que eran mitad ansiedad, mitad ilusión. Ragnar se dio
cuenta de que algunos de aquellos jóvenes no habían salido del planeta ni siquiera
una sola vez. Retrocedió en el tiempo y los comprendió. Recordó su primer viaje al
espacio en compañía de Sven Strybjorn, Hakon, Nils y Lars. Una enorme tristeza se
apoderó de su corazón cuando pensó en sus camaradas muertos y en los inquisidores,
también desaparecidos, que les habían acompañado, sobre todo cuando se acordó de
Karah Isaan, con quien había tenido una afinidad muy poco habitual entre los Lobos
Espacíales.
—¿Cómo es viajar por el immaterium? —preguntó Aena nervioso e interesado.
—Algo horrible —le respondió Sven—. La nave se estremece y desaparece y lo
único que escuchas es el aullido de los demonios y de los muertos que están justo
fuera de las paredes de la nave. Sientes que el estómago está a punto de saltarte por la
boca y recorrer el pasillo por su cuenta y riesgo. Las tripas se te retuercen y se te
sueltan y…
—Sven está describiendo cómo se siente siempre que se enfrenta a cualquier
peligro —le interrumpió Ragnar—. No te pasará nada.
—Escuchad a Ragnar, el puñetero héroe —siguió diciendo Sven—. Os haré saber
que él no estaría aquí si no le hubiera salvado la piel más de una docena de veces.
Sin embargo, antes de que Ragnar pudiera contestarle, unas runas rojas de aviso
se encendieron a lo largo de las paredes, y escucharon el aullido de una sirena.
Ragnar pudo oír a lo lejos cómo se cerraban las inmensas compuertas estancas.
—Abrochaos los cinturones. Vamos a despegar.
Instantes después, la nave se estremeció y empezó a recorrer el aire en dirección
al distante cielo. Ragnar se preguntó qué era lo que les esperaba más allá de allí,
sintiendo un ominoso presentimiento de desastre.

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TRES

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Ragnar observó la aproximación al Puño de Russ, la nave de Berek, a través del ojo
de buey. Sintió una cierta decepción al primer golpe de vista. Era más pequeña que el
Luz de la Verdad, la primera nave espacial en la que había viajado, aunque tenía
aspecto de estar mucho más blindada y poderosamente armada Las naves de
transporte y las Thunderhawks revoloteaban alrededor de ella, yendo y viniendo. A
juzgar por las piruetas y el brillo de los retrocohetes de aterrizaje, muchos de los
pilotos de las cañoneras sólo estaban probando sus aparatos, efectuando pasadas de
práctica antes de entrar en los hangares de aterrizaje de la nave nodriza.
Ragnar pensó por un momento solicitar llevar a cabo el entrenamiento como
piloto cuando alcanzara el rango de Cazador Gris. Descubrió que la idea le
interesaba, y se lo dijo a Sven.
—¿Significa eso que te quieres librar del maldito combate cuerpo a cuerpo?
Típico de ti.
Ragnar pensó en lo que había dicho Sven mientras observaba cómo una
Thunderhawk se acercaba tanto que pudo distinguir los rasgos de la cara del piloto a
través del cristal blindado.
Se dio cuenta de que debía tratarse de una maniobra deliberada, y que había
igualado la marcha entre ambos aparatos hasta el punto de que sólo existía una
diferencia de unos pocos metros por segundo entre ambas velocidades.
—No. Todavía quiero seguir en primera línea de combate. Es sólo que me apetece
ser capaz de volar con uno de esos aparatos.
Sven le miró como si hubiera dicho una locura.
—Si el Emperador quisiera que voláramos, nos habría dado alas además del
segundo corazón.
—No seas estúpido, Sven. Eso es como decir que si Él quisiera que voláramos
entre las estrellas nos habría hecho poder saltar por la disformidad en vez de tirarnos
pedos.
Sven lanzó una carcajada.
—Ojalá pudieran hacer eso algunos que yo conozco.
El Puño de Russ estaba cada vez más cerca. En su costado se podía ver el símbolo
rúnico de la compañía de Berek, una inmensa mano plateada que tenía agarrado un
rayo.
—¿Crees que nuestro amo y señor podría pintar eso un poco más grande?
El tono de voz de Sven era jocoso, pero mostraba que conocía el defecto de su
comandante.
—No sin tener que construir una nave más grande —le respondió Ragnar.
—Apuesto a que lo haría si pudiese.
—O si pensase que Sigrid Matatrolls iba a hacer lo mismo —añadió Strybjorn.
Ragnar giró la cabeza para mirar al Craneotorvo. Su antiguo enemigo también
debía estar un poco nervioso y excitado, ya que normalmente no participaba en las

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bromas sin mala intención que Ragnar y Sven se gastaban burlándose de su
comandante.
Sintieron una variación en el movimiento cuando la nave giró sobre si misma para
aterrizar. Ragnar vio las enormes antenas circulares rotando en el costado del Puño de
Russ. Encima de ellas, en la gran torre donde estaba situado el puente de mando,
podía verse otro símbolo. No se trataba de la habitual escritura rúnica de Fenris, sino
de las sinuosas letras del alfabeto imperial, que rodeaban a un hombre con alas.
—¿Qué es eso?
—No lo sé —contestó Sven—. Pensé que tú eras el erudito por estos alrededores.
El sargento Hakon los oyó mientras avanzaba por el pasillo de metal.
—Es el símbolo de la Casa Belisarius.
—¿Quiénes son?
—Navis Nobilitae. Navegantes.
Ragnar recordó las dos figuras con raras vestimentas que había visto con Logan
Grimnar en El Colmillo.
—¿Cómo es posible que tengan su puñetero símbolo pintado en nuestras naves
espaciales? —preguntó Sven.
—Porque sin ellos, estas naves no irían a ninguna parte —le respondió Hakon con
voz cortante—. Nos guían a través del immaterium. Sin ellos…
—Sé lo que es un Navegante, sargento. Lo que quiero saber es por qué nuestra
nave lleva su símbolo. ¿No pertenece a nuestro Capítulo?
—Sven, a veces me preguntó si las máquinas didácticas lograron meterte algo en
esa dura cabezota que tienes por mollera. Ragnar, ¿contigo lograron algo mejor?
Ragnar pensó que Hakon no estaba siendo justo Las máquinas didácticas habían
introducido enormes cantidades de información en sus cerebros, pero aquello no
significaba que tuvieran un acceso inmediato a ella. En ciertas ocasiones, intentar
encontrar lo que necesitabas era como estar perdido en una enorme biblioteca a la
búsqueda de un único libro. Además, por supuesto, a veces la información
simplemente había desaparecido, se había olvidado o no había sido transferida de
ningún modo. Al igual que la mayoría de los viejos aparatos de su clase que el
Capítulo poseía, las máquinas didácticas no eran fiables por completo.
Aun así, merecía la pena intentarlo. Ragnar cerró los ojos y entonó los cánticos
mnemónicos que le habían enseñado, concentrándose en la figura alada, en el nombre
de Belisarius y en el concepto de la Navis Nobilitae. Los distintos conceptos fueron
apareciendo procedentes de un lugar lejano, como si fueran recuerdos medio
olvidados que regresaran de repente invocados por un olor o una canción.
—Son nuestros aliados —dijo por fin Ragnar—. Nuestro pacto con ellos data de
la época de Russ, anterior incluso a la fundación del Imperio.
—Muy bien, Ragnar —dijo Hakon.
Sven sonrió con un gesto de fastidio. Era evidente que su manejo del proceso de
recuerdo mnemónico no era tan bueno como el de Ragnar.

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—Han jurado guiar nuestras naves y proporcionar veinticuatro de sus mejores
pilotos para servir al Gran Lobo. A cambio, nosotros hemos jurado acudir en su
ayuda si nos lo piden y proporcionarles refugio en épocas de necesidad. Su jefe
dispone de una escolta personal de Lobos Espaciales, del mismo modo que nuestro
señor dispone de un séquito de Navegantes.
—¿Para qué necesitamos veinticuatro puñeteros Navegantes? —dijo Sven—. El
Capítulo tan sólo dispone de quince naves de gran tamaño. Una para cada compañía y
tres en reserva.
—Tan torpe como siempre, Sven —le contestó Hakon—. Siempre se necesitan
reservas y reemplazos, lo mismo con los Navegantes que con las naves. Con mayor
razón cuando los hombres necesitan descanso y las naves no.
Otras imágenes e ideas invadieron la mente de Ragnar mientras Hakon y Sven
hablaban. Se dio cuenta de que hasta aquel momento, no le había dado importancia a
muchos aspectos de su entorno, sobre todo en cuanto al nivel de apoyo del que
disfrutaba cada Marine Espacial. No necesitaban tan sólo a los siervos y a los
mecánicos, sino también Navegantes y tripulaciones. Se percató de que los tripulantes
eran gentes de Fenris que sin duda habían sido adiestrados en sus tareas por sus
predecesores en las grandes naves. En ese preciso instante fue consciente de que él y
sus hermanos no eran más que la punta de una gran lanza, el borde afilado de una
inconmensurable estructura organizada y pensada para llevarlos al combate en
cualquier lugar del universo.
Vio por el ojo de buey unas luces centelleantes, tan distantes que sólo brillaban un
poco más que las estrellas, aunque en realidad cada una era una enorme nave
espacial. Un segundo después, la enorme esfera luminosa de Fenris ocupó todo su
campo visual, permaneció allí un momento y desapareció cuando el transporte entró
en la vasta caverna metálica que era el hangar del Puño de Russ.
Ragnar no pudo evitar comparar mientras se dirigían a las respectivas celdas que
les habían asignado la sensación que provocaba la nave de los Lobos Espaciales con
la primera experiencia que había tenido en una nave del Imperio, la Luz de la Verdad,
y con la nave de transporte que le había traído finalmente de Aerius hasta Fenris. En
las otras naves, la mayoría de los tripulantes eran reclutas forzosos, alistados contra
su voluntad por un destacamento naval, o convictos, condenados por algún acto
criminal. Casi todos estaban encadenados a la maquinaria que manipulaban, y los
oficiales tenían que castigarles con dureza.
La tripulación del Puño de Russ estaba constituida por hombres libres, que
estaban orgullosos de servir al Capítulo, y que podían ir y venir con total libertad por
la nave. Miraban a Ragnar con respeto pero sin miedo. No esperaban ser latigados
por la menor falta de disciplina, real o imaginaria. Eran parte de la elite entre las
tripulaciones espaciales, y lo sabían. Todos ellos tenían los rasgos característicos de
la gente de Fenris. Eran altos, casi todos de cabellos rubios, con aspecto fiero.
Llevaban puestos monos de trabajo grises con el símbolo del lobo, y estaban armados

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y preparados para combatir si debían defender su nave. Se movían con pasos
decididos, seguros de cuál era su misión.
Además, el Puño de Russ también olía de un modo distinto: a mayor limpieza y
mayor eficiencia, más parecido al aire de Fenris. No existían trazas de dolor o
tormentos. Ragnar se sentía orgulloso de su Capítulo de un modo que no podía
definir. Aquella nave era tan sólo otro de los millares de detalles pequeños pero
importantes que diferenciaban a los suyos de los otros brazos del Imperio, como la
Inquisición. La idea permaneció en su mente mientras se dirigía a la celda que le
habían asignado.
La celda era pequeña, y con paredes de metal. Tenía un ojo del buey para mirar al
espacio y una pequeña terminal que permitía acceder a la base de datos de la nave.
Disponía de colgadores para las armas y estanterías para el resto del equipo. Una de
las esquinas estaba ocupada por un camastro. Dejó caer la bolsa que llevaba en un
baúl atornillado al suelo y colocó todo su equipo antes de acercarse al altar terminal.
Era algo diferente a los que solía utilizar en El Colmillo, pero igualmente
reconocible: un cubo de metal de pequeño tamaño con un círculo de hologemas en su
parte superior que rodeaba un pequeño brasero para el incienso de la máquina. Un
largo tubo umbilical de bronce conectaba la máquina a la cavidad de datos de la
pared. Dos lobos alzados sobre sus patas traseras, atornillados a la parte superior de la
mesa, lo mantenía en su lugar.
Ragnar se sentó con las piernas cruzadas delante del altar. Encendió el pequeño
trozo de incienso de la máquina, pulsó las teclas de marfil y pronunció las palabras de
la invocación. Sus dedos pulsaron la secuencia de invocación para llamar a los
espíritus del conocimiento de la base de datos. El altar respondió con un ligero
estremecimiento, el aire vibró y una brillante esfera de luz apareció encima de las
resplandecientes hologemas.
Los dedos de Ragnar recorrieron de nuevo el teclado. El nimbo ectoplásmico
reaccionó y se arremolinó en su interior hasta que apareció una imagen del Puño de
Russ. Era una copia pequeña pero perfecta de la poderosa nave que había visto desde
el transporte. Como respuesta a otra plegaria, los espíritus de la máquina mostraron
imágenes de las demás naves. Ragnar se quedó sorprendido cuando vio que todas
eran diferentes.
El Gran Lobo de Logan Grimnar era muy parecido al Luz de la Verdad, una nave
de guerra de aspecto poderoso mucho más grande que el Puño de Russ. La nave de
Egil Lobo de Hierro era del mismo tipo, aunque un poco más pequeña. Las demás
variaban de tamaño entre la mitad o la tercera parte de aquellas naves, y mostraban
muchas diferencias, aunque sutiles. En respuesta a sus preguntas, los espíritus le
susurraron datos sobre la flota. La mayor parte de las astronaves eran antiguas. El
Capítulo había capturado muchas de ellas en combates acaecidos hacía ya milenios,
aunque otras se habían convertido en propiedad del Capítulo en épocas más recientes.

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Por ejemplo, el Lobo de Hierro había sido tomado tras una batalla contra una
flota rebelde cuando la propia nave de Egil, el Lobo de Hierro original, quedó
destrozada. El Capítulo reclamó la nave de combate como botín y se negó a
entregársela a la flota imperial, una acción que al parecer había causado más de un
problema en ciertas esferas. Ragnar no podía entenderlo aunque le fuera la vida en
ello. En Fenris, aquel tipo de situaciones eran muy simples: cuando capturabas el
barco de un enemigo, pasaba a ser posesión tuya o del señor del que eras vasallo. No
importaba si el enemigo lo había robado o al lado de quién habías combatido.
Al parecer, ciertos sectores en el seno del Imperio opinaban de otro modo. Ragnar
ya tenía suficiente experiencia en la vida como para saber que los extraños a su tierra
tenían extrañas costumbres, y que no todo el mundo seguía la ley como se seguía en
Fenris, pero no podía evitar sentir lástima por cualquiera que intentase arrebatarle el
botín de guerra a los Lobos Espaciales.
Ragnar se preguntó cómo sería tener el mando de tu propia nave, ser un Señor
Lobo como Berek Puño de Trueno. ¿Cómo sería estar a cargo de tu propia compañía,
ser considerado un héroe por tu propio Capítulo y una leyenda en tu propia época,
sobre todo sólo gracias a ti mismo? Para un Garra Sangrienta como él, aquello era
una situación casi inimaginable. Aparte de ser Gran Lobo, era el puesto más elevado
al que nadie podía aspirar dentro del Capítulo.
Por supuesto, se rumoreaba que a Berek no le bastaba con aquello, y que quería
convertirse en el Gran Lobo más que nada en el mundo. Ragnar pensó si no sería
aquello uno de los motivos por los que era un Señor Lobo con una compañía bajo su
mando. ¿Existiría alguien con la fuerza de ánimo suficiente como para llegar hasta
allí y que se detuviera en ese punto, justo un nivel por debajo del logro definitivo?
No parecía probable que Logan Grimnar muriera en un futuro cercano. Bueno, al
menos no de edad avanzada, pero lo cierto era que tampoco había poquísimos
Grandes Lobos que hubieran muerto en la cama. Siempre existía la posibilidad
cuando el Capítulo marchaba a la guerra de que algunos de los jefes más importantes
murieran en los combates. Si se daba ese caso, quizá Berek vería cumplido su anhelo.
Al ser un simple Garra Sangrienta, Ragnar no estaba al tanto de todos los manejos
y enfrentamientos que existían en los rangos más elevados, pero incluso él había oído
discusiones sobre la ambición de Berek y de su rivalidad con Sigrid Matatrolls, a
quien consideraba el obstáculo principal para llegar al trono del Lobo. Ragnar
también se había enterado de que a veces se producían duelos y peleas entre los
hombres de ambas compañías, un reflejo de la tensión que existía entre sus jefes.
Una sombra cayó sobre el altar. Ragnar levantó la mirada y vio a Sven de pie en
medio del quicio de la puerta.
—Nunca paras, ¿eh? Te vas a quedar ciego si te pasas todo el tiempo mirando en
una holoesfera.
—Al menos sabré algo sobre lo que está ocurriendo.

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—¿Y crees que eso es importante? Lo único que un Lobo Espacial necesita es un
arma en su mano y un enemigo justo delante de él.
Ragnar pensó en lo que acababa de decir Sven, porque sabía que su amigo
hablaba completamente en serio. Sven poseía muchas virtudes, pero la imaginación
no era una de ellas. Ahora que ya se había acostumbrado por completo a los cambios
producidos por su transformación en un Marine Espacial, parecía sentirse
verdaderamente satisfecho con ser uno más de la tropa. Su máxima ambición era tan
sólo convertirse en un Cazador Gris, y su mayor deseo era abrir en canal a los
enemigos del Capítulo.
Ragnar se dio cuenta de repente de la gran diferencia que existía entre ellos dos.
A él le gustaba saber lo que estaba pasando a su alrededor. Quería ser algo más
que una espada en el puño del Gran Lobo. ¿Es que era ambicioso? ¿Era ésa una de las
razones por las que no tenía claras sus opiniones sobre Berek Puño de Trueno? ¿Qué
la ambición del Señor Lobo reflejaba la suya propia? Ragnar no lo sabía. Sólo sentía
que en cierto modo se estaba convirtiendo en una persona distinta a la inmensa
mayoría de los Garras Sangrientas que le rodeaban.
—Puede que sí, pero nunca viene mal saber por qué, y lo que es más importante,
cómo vas a enfrentarte a tus enemigos.
—Maldita sea, Ragnar. Piensas demasiado. Necesitas una cerveza.
—¿Hay cerveza en esta nave?
—Esta nave no sería el Puño de Russ si no hubiera una jarra de cerveza a bordo.
—Esperemos que haya más de una.
—Es cosa del Destino. Mientras tú estabas debilitando tu vista entrando en
comunión con los espíritus del conocimiento, yo he realizado una misión vital de
reconocimiento y he localizado el lugar donde se encuentra la sala de celebraciones y
además he descubierto el escondrijo de al menos un barril de cerveza.
—Entonces, como auténticos Lobos Espaciales, avancemos con valor en busca de
nuestro objetivo.
—Estate preparado, ya que sin duda en el camino encontraremos numerosos
bellacos y bribones que pretenderán impedirlo.
—En ese caso, les demostraremos lo erróneo de su actitud. ¡Muéstrame el
camino!
La sala de celebraciones se hallaba en lo más profundo de la nave. Todas las
mesas estaban ocupadas por Garras Sangrientas. Al parecer, eran los únicos que no
tenían tareas asignadas antes de que la astronave saltara al immaterium. La
tripulación y el resto de sus hermanos estaban ocupados. Ragnar y Sven se sirvieron
un par de jarras de cerveza.
Se sentaron a una mesa al lado de Aenar, Torvald, el enorme Troll y junto a varios
miembros del resto de la jauría de estos últimos.
Ragnar sintió una punzada de envidia. La mayoría de sus camaradas ya habían
muerto. Intentó olvidar aquella amarga idea. Sin duda, aquellos chavales sentirían lo

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mismo en muy poco tiempo. El número de bajas entre los Garras Sangrientas era
terrible. Para cuando lograran ser nombrados Cazadores Grises, lo más probable era
que sólo la mitad de los jóvenes guerreros que estaban sentados frente a él siguieran
vivos.
Sven se sentó enfrente de ellos. Un antiguo cogitador situado encima de sus
cabezas desgranaba la cuenta atrás de minutos y segundos que faltaban hasta que la
nave se pusiera en movimiento. Todavía les quedaban bastantes horas por delante.
—¿Habéis oído algo sobre lo que está ocurriendo? —preguntó Aenar.
Torvald era más delgado. Tenía la cabeza afeitada, y el rostro demacrado, aunque
mostraba un talante alegre.
—Pregúntale a Ragnar —le contestó Sven—. Él es el erudito de cualquier
reunión.
—Eso se debe a que hace falta un cerebro para ser un erudito, y Sven se ve en
dificultades debido a su falta —respondió Ragnar antes de contestar a Aenar.
—Sería típico de mi suerte que acabáramos en algún agujero infernal de alguna
clase. Ya sabéis que maldijeron la hora en que nací.
Torvald siempre se estaba quejando sobre una maldición que le lanzaron cuando
nació. Al parecer, su madre había ofendido a una bruja o a alguien similar. Ragnar no
estaba seguro porque Torvald cambiaba su historia personal un poquito cada vez que
la contaba.
—He oído decir que envían a diez compañías al completo —continuó diciendo
Aenar.
Ragnar se limitó a asentir. El máximo número de compañías jamás desplegado a
la vez en un mismo campo de batalla fue de once. Siempre quedaba una compañía sin
combatir, para que en el caso de que todas las demás fuesen aniquiladas la semilla del
Capítulo pudiese continuar. Un hecho así sólo había pasado tres veces en toda la
historia de los Lobos Espaciales, pero ocurrir, había ocurrido. Lo cierto es que el
hecho de que partieran diez compañías al mismo tiempo era algo realmente muy poco
habitual.
—Garn es un lugar muy importante —dijo Ragnar—. Su santuario es casi tan
sagrado como los que existen en El Colmillo.
Un olor familiar le indicó a Ragnar que llegaba otro viejo compañero de armas.
—Mirad quién se ha decidido por fin a sentarse con nosotros —dijo Sven.
Ragnar giró la cabeza y vio a su antiguo rival y camarada Strybjorn Craneotorvo
acercándose a su mesa. Parecía estar más fuerte y musculoso que nunca, y sus ojos
hundidos en el cráneo los miraron con su habitual expresión cautelosa y calculadora.
—Creí que podría concederos el placer de mi compañía —les dijo Strybjorn sin ni
siquiera sonreír.
—¿Y cuándo vas a empezar? —le contestó Sven—. Te conozco desde hace años
y jamás ha sido un placer.
—Muy divertido —le respondió Strybjorn con el entrecejo fruncido.

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Saludó a Ragnar con un gesto de la cabeza. Había existido cierta tensión entre
ellos desde antes incluso de que se convirtieran en Lobos Espaciales. Strybjorn
formaba parte del grupo de incursores que había aniquilado al clan de Ragnar. Ni
siquiera el hecho de que se hubieran salvado la vida el uno al otro una decena de
veces y se hubieran enfrentado juntos a enemigos letales había eliminado aquellos
resentimientos.
—¿Todos preparados para Garn? —preguntó, y los Garras Sangrientas más
jóvenes respondieron al unísono con un rugido entusiasta y afirmativo. Sven sólo
asintió, y Ragnar se limitó a encogerse de hombros.
—No pareces muy entusiasmado, Ragnar.
—Estoy entusiasmado, pero me gustaría saber más antes de entrar en combate.
—¿Qué hace falta saber? —preguntó Sven.
—Para empezar, con qué tipo de enemigos nos vamos a enfrentar —respondió
Ragnar.
—Cuántos serán —añadió Strybjorn.
—Con qué están equipados…
—Pero todo eso es muy fácil —les interrumpió Sven—. Nuestros enemigos serán
de carne y hueso, como nosotros, sólo que un poco menos resistentes. No quedarán
bastantes para vosotros cuando haya acabado con ellos. Su equipo será como el
nuestro, pero menos destructivo, ya que somos Lobos Espaciales tenemos el
armamento más destructivo de toda la puñetera galaxia. Si tenéis más preguntas,
estaré encantado de responderos.
—Gracias, Sven —le dijo Ragnar con tono irónico—. Me cuesta comprender
cómo es posible que no te hayan nombrado ya Señor Lobo al ver cómo tu confianza
inspira a nuestros hombres.
—A mí desde luego me inspira —dijo Strybjorn a su vez, con gran sarcasmo—.
Hace que me pregunte cómo es posible que alguien tan estúpido pueda convertirse en
un Marine Espacial.
—No sabía que la inteligencia fuera un requisito para ello —le respondió Sven
antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo—. Pensé que sólo hacía falta valor y
fiereza.
—Creo que sería mejor contar con las tres —comentó Ragnar.
—Ya veremos —siguió diciendo Sven—. En cuanto empiecen los disparos, todo
el conocimiento del mundo no supondrá ninguna ventaja. Todo se reducirá al manejo
de la pistola bólter y de la espada sierra.
El sargento Hakon entró en ese momento en la estancia. Los vio y se acercó.
—Es agradable ver que hay gente que no tiene nada más que hacer que sentarse a
beber y a charlar.
—Es una de las grandes ventajas de ser los elegidos del Emperador, sargento —le
dijo Sven.

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—El Emperador os eligió para combatir en su nombre, no para que os quedarais
sentados como granjeros borrachos. Volved a vuestras celdas y revisad vuestras
armas. Luego poneos los arneses y preparaos para el salto al immaterium.
El tono de sus palabras era severo, pero su semblante las desmentía. Sabía de
sobra que el equipo estaba más que revisado y a punto, además de colocado en su
sitio.
—¿Se sabe algo de lo que nos espera cuando lleguemos allí, sargento? —
preguntó Aenar.
—La guerra —fue la respuesta de Hakon—. Y ahora, ¡a vuestras celdas! ¡Vamos!

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CUATRO

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El eco de las sirenas de alarma se desvaneció. Habían salido del immaterium. Ragnar
sacudió la cabeza. En esa ocasión, la desorientación que sufría después de abandonar
el espacio disforme era mayor que nunca. Le escocía todo el cuerpo, y sus sentidos
aullaban sobrecargados. Se sentía como si lo hubieran tumbado en una mesa y
hubieran tirado de sus extremidades. Había oído decir que la sensación después de
salir del salto al immaterium nunca era igual en todos los casos, pero aquélla era la
primera vez que notaba lo cierto que era. Toda la nave había retemblado como una
bestia azotada a lo largo de lo que le habían parecido días. El casco se había
estremecido como si un dios maligno hubiera estado aporreándolo con un martillo
pilón.
Observó que había nuevas melladuras por toda la pared. No tenía ni idea de qué
era lo que podía haberlas causado, y no estaba seguro de querer saberlo. Se sentía
aliviado de que hubieran llegado por fin.
La nave se estremeció de nuevo de forma repentina. Su cuerpo salió despedido
hacia delante, y si no hubiese sido por los arneses que lo mantenían sujeto, sin duda
habría terminado de bruces en el suelo a pesar de sus reflejos de Lobo Espacial. ¿Qué
estaba ocurriendo? Las sirenas de alarma volvieron a sonar con un largo ulular al que
todas las fibras de su ser respondieron. ¡Estaban atacando la nave!
¿Qué era lo que había ocurrido? ¿Habría salido algún monstruo del immaterium
en su persecución? ¿Habían topado con piratas o con una flota del Caos? Mientras su
mente se hacía todas aquellas preguntas, el aire justo por encima del pequeño altar
terminal chispeó hasta que apareció el rostro de la delgada y alta Navegante que
había acompañado a Logan Grimnar.
—Atención, tripulantes. Estamos siendo atacados desde el vector alfa-alfa-doce
por naves enemigas, probablemente traidores. Intentan impedir que entremos en
órbita alrededor de Garn. En nombre del Emperador, ¡no lo permitiremos!
Ragnar intentó mantener la calma a pesar del tremendo latido de sus dos
corazones. Desabrochó los arneses de su camastro Y se aproximó al altar. Era su
primera oportunidad de ver en primera persona una batalla espacial de verdad, y
estaba decidido a no desaprovecharla. Al fin y al cabo, quizá también fuera la última.
Era perfectamente posible que muriera allí mismo en un instante cuando la nave que
lo rodeaba desapareciera en una nube de vapor volatilizada por las inmensas energías
destructivas que cruzaban el espacio.
Ragnar se puso en cuclillas delante del altar y realizó las invocaciones
pertinentes. La holosfera brilló y se convirtió en una representación tridimensional
del espacio que rodeaba al Puño de Russ. Los puntos azules representaban las naves
de la flota de los Lobos Espaciales. Los puntos rojos debían representar las naves
enemigas. Los demás puntos azules que se veían en la lejanía pertenecían sin duda a
naves que eran parte de otra fuera imperial.
Las luces parpadearon y un inquietante sonido reverberante recorrió el aire. Se
trataba de los escudos de la nave que había absorbido un ataque o de un bajón de

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energía causado por la activación del armamento principal. Sus manos recorrieron las
runas del teclado, y sus invocaciones de los espíritus de la información fueron tan
veloces que casi ni se entendieron. De repente, logro que pretendía: una comunión
pura e ininterrumpida entre él la máquina. Ragnar se enganchó al flujo de datos que
pasaba través del sistema nervioso central de la nave. Era el mismo su ministro de
datos que recibían los pilotos, los artilleros y los propios Navegantes. En su caso, sin
embargo, no podía hacer nada por alterar el flujo. Sólo podía quedarse mirando, con
los ojos fijos en la holosfera mientras el Puño de Russ corría para enzarzarse en
combate.
El espacio estaba repleto de naves. Una esfera roja de tamaño monstruoso
representaba a un pecio espacial. El asombro lo embargó. Aquellas malignas
estructuras llegaban a todas partes, atraídas de forma inevitable por la guerra y las
batallas, del mismo modo que la carroña atrae a los buitres. ¿Cómo lograban hacerlo?
¿Los guiaba algún dios demoníaco? Desechó aquella idea y se concentró en lo que
estaba ocurriendo y en sacar información del flujo de datos.
Vio que las naves del Caos estaban constituidas en su mayoría por acorazados y
cruceros. Eran artefactos enormes y con una tremenda potencia de fuego, no
demasiado maniobrables, pero tampoco lo necesitaban: confiaban en el terrible poder
destructivo de su armamento. Su apariencia era muy similar a la de las naves de
combate del Imperio que habían sido antaño, pero habían mutado y cambiado a lo
largo de los milenios, lo mismo que sus tripulantes. Una de las naves del Caos se
había separado de las demás y se dirigía en línea recta hacia el Puño de Russ. Otros
cruceros hacían lo propio en dirección a las demás naves de los Lobos Espaciales. Se
trataba de un desafío para el que sólo existía una respuesta, aunque Ragnar no estaba
seguro de que fuera la más adecuada.
Si él hubiese estado al mando de la flota de Fenris, habría agrupado a sus naves
de combate para concentrar su potencia de fuego sobre un único oponente y de ese
modo enfrentarse al enemigo de forma individual, eliminándolos uno por uno. En vez
de eso, las naves del Imperio respondían a la amenaza como lo harían los guerreros
de Fenris en un desafío individual, emparejándose con los enemigos escogidos y
preparándose para el combate. Era como ver un enfrentamiento entre naves dragón en
el océano de su mundo natal.
Un comandante tenía que combatir con las tropas que disponía y tener en cuenta
el modo más probable en que responderían. En el caso de los Lobos Espaciales, era
predecible con total seguridad de acierto. Cada una de las naves libraría su propio
duelo y sólo entonces, cuando hubiera logrado la victoria, acudiría en ayuda de las
demás. Ragnar meneó la cabeza. El orgullo de un guerrero de Fenris era su mayor
virtud además de su mayor debilidad. Por suerte, sus enemigos parecían pensar y
sentir del mismo modo. Eso, o bien los capitanes de las naves del Caos estaban tan
locos que habían olvidado toda noción de tácticas sensatas.

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Estudió con detenimiento la nave que se acercaba a medida que le llegaba más
información. La imagen se expandió hasta ocupar toda la holoesfera. Era
increíblemente grande, una estructura enorme de metal y ceramita, atornillada y
ensamblada de forma simple y primitiva. Unos larguísimos cables le colgaban de los
costados, lanzando chispas con cada sobrecarga. Ragnar le recordó uno de los peces
carnívoros de Fenris, una barracuda o un destripador. Unas tremendas torretas de
artillería recorrían de un extremo a otro como si se tratase de agujas que surgieran de
su espina dorsal. Algunas de las armas ya estaban disparando a pesar de que estaban
demasiado lejos como para causar verdaderos daños. Los herejes no estaban
dispuestos ahorrar energía en este combate.
El Puño de Russ disponía de mejor armamento a aquella distancia. El cañón nova
era capaz de causar daños muy grave Ragnar estaba seguro de que la estrategia del
piloto imperial consistiría en mantener la mayor distancia posible entre las dos naves
y utilizar su mayor potencia de fuego a larga distancia para machacar al enemigo.
De momento parecía funcionar. Los rayos de energía hacían saltar los sucesivos
escudos de la nave enemiga. En cuanto entraban en contacto, los escudos lanzaban un
destello y brillaban intensamente. Unas veces, un resplandor azul recorría la
superficie del escudo como si se tratase de un apacible estanque, pero en otras, los
enormes chasquidos de energía recorrían los costados de la nave de los herejes y
convertían su blindaje en chatarra fundida al rojo vivo.
Era una visión emocionante, pero insatisfactoria en cierto sentido. Aquello no era
un combate de verdad, Un Lobo Espacial debía estar en el fragor de la lucha
aplastando al enemigo, no mirando a través de una holoesfera el disparo de energías
capaces de destrozar una montaña.
Al parecer, el capitán hereje no pensaba quedarse sentado si contrarrestar las
tácticas del Navegante Imperial. Le dio la vuelta a su nave y la encaró directamente
hacia la de los Lobos Espaciales. Los sensores detectaron repentinamente un enorme
incremento de energía en la parte trasera de la nave enemiga. Las lecturas llegaron a
niveles de alarma rojos. Por un momento pareció que los disparos del Puño de Russ
habían alcanzado reactor o habían causado algún daño crítico. Ragnar estaba seguro
de que la nave enemiga iba a estallar en mil pedazos por una inmensa explosión.
No lo hizo. En lugar de eso, comenzó a avanzar cada vez más rápidamente,
disminuyendo la distancia con una velocidad que el Puño de Russ no podía igualar ni
contrarrestar. La tripulación enemiga estaba sobrecargando los generadores,
arriesgándose enormemente a que los motores estallaran para lograr acercarse a la
nave imperial. Ragnar observó con la boca seca cómo la distancia disminuía. Sin
duda, el crucero del Caos estaría en poco tiempo a la distancia adecuada para destruir
al Puño de Russ con una sola descarga de su terrible armamento.
El piloto del Puño de Russ había previsto aquella maniobra, y la nave imperial
había tomado un rumbo errático para eludir los disparos enemigos, lo que permitió a

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su oponente acercarse con mayor rapidez aún. El crucero del Caos abrió fuego, y el
Puño de Russ se estremeció bajo los múltiples impactos.
Unas luces rojas de advertencia brillaron en las paredes de la celda y otra sirena
comenzó a ulular con insistencia. El acero del compartimiento vibraba bajo los pies
de Ragnar. Escuchó el estampido de las compuertas al cerrarse de golpe y el rugido
huracanado del aire al ser absorbido por el vacío del espacio. También sintió cómo la
temperatura descendía de forma abrupta, lo que indicaba que toda una sección del
casco debía haber quedado reducida a metal fundido.
La holoesfera se desvaneció de repente, y las luces parpadean y se apagaron.
Durante unos instantes, lo único que pudo oírse fue el metal retorciéndose y el
zumbido cada vez más débil que los ventiladores que repartían el aire por toda la
nave. La oscuridad se apoderó de la celda. Ragnar podía oler el pánico que reinaba en
el ambiente. Si el Puño de Russ se quedaba sin energía, se convertiría en un objeto
inmóvil que sería reducido a sus partículas más elementales con la siguiente salva de
los caños del enemigo. No era así como se había imaginado su muerte.
Se puso en pie de un salto y se acercó al pasillo, preparado para salir corriendo.
No estaba seguro de lo que iba a hacer, pero dos de sus instintos se rebelaban ante la
idea de quedarse sentado esperar a lo que deparase el destino. Todas y cada una de las
fibras de su ser le exigían que hiciera algo, cualquier cosa, ante lo inevitable de la
muerte. La bestia que vivía en su interior aullaba en protesta de un final como aquél.
Un latido de corazón más tarde, las luces se encendieron de nuevo, aunque con
menos fuerza y no en todas partes. La holosfera brilló de nuevo y siguió mostrando
información. Ragnar, pudo ver que el Puño de Russ había virado y se dirigía hacia el
crucero del Caos. En la imagen se podía ver que estaba bastante dañado. Los herejes
continuaban disparando, aunque de forma esporádica, sin la tremenda intensidad de la
primera salva de proyectiles, e incluso mientras Ragnar miraba, los disparos cesaron,
como las últimas gotas de lluvia de una repentina tormenta que se estrellan en el
suelo. Aun así, el Puño de Russ se estremeció bajo el impacto segundos después.
¿Qué estaba ocurriendo? Un segundo más tarde, llegó la respuesta: los adoradores
del Caos iban a abordarlos. Iban a intentar apoderarse de la dañada nave imperial
como si de un trofeo se tratase. Ragnar dio gracias a Russ por el salvajismo y la
codicia de los herejes. Le estaban ofreciendo la oportunidad de gozar de la muerte de
un guerrero en vez de sufrir una simple aniquilación de su persona. En ese momento,
un mensaje por los altavoces del sistema de comunicación le hizo sentirse aún más
agradecido. Era la jovial voz de Berek Puño de Trueno, que transmitía confianza y
una salvaje alegría por vivir todavía.
—Que todos los Lobos acudan a tubo de penetración de proa. Vamos a darle una
lección a esa escoria de adoradores del Caos.
Ragnar se detuvo tan sólo un momento para echar un último vistazo a la
holoesfera y vio exactamente lo que esperaba ver: el Puño de Russ se dirigía a toda
velocidad en línea recta hacia el crucero enemigo en una maniobra de embestida.

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La luz de las chispas iluminaba el pasillo mientras los tripulantes intentaban
frenéticamente soldar un conducto de transmisión de energía para cerrarlo. Ragnar
continuó corriendo, y Sven se le unió poco después. El otro Garra Sangrienta llevaba
una espada sierra en una mano y una pistola bólter en la otra. Era evidente que
ansiaba entrar en combate.
—Bueno. Ragnar, ¿estás preparado para darles a esos herejes una buena lección?
—le preguntó con alegría.
Parecía un hombre inmerso en una situación muy agradable, no uno atrapado en
una nave espacial gravemente dañada y que se dirigía hacia una colisión inevitable
con un enemigo mucho mayor.
—Desde luego que lo estoy. ¿Y tú?
—No encontrarán a un profesor más adecuado. Me pregunto si el viejo Berek
tiene un plan o si improvisa sobre la marcha.
Un enorme puño surgió de la abertura de una puerta y se cerró alrededor de la
oreja de Sven. Al puño le siguió el resto del sargento Hakon.
—El Señor Lobo tiene sin duda un plan, como sin duda tiene más cerebro en su
culo que tú en ese agujero vacío que llamas cabeza. He salido con Berek de aprietos
mucho más graves que éste. ¡Seguidme! ¡Nos espera la guerra!
El sargento se puso a la cabeza del pequeño grupo mientras recorrían a la carrera
el pasillo. Por delante de ellos alguien había abierto una compuerta. Justo cuando
llegaron a ella, Strybjorn surgió de un pasillo lateral. También estaba armado y
preparado para el combate. Ragnar intentó imaginarse lo cerca que estaban ya de la
nave enemiga, y descubrió que no tenía ni idea. El Puño de Russ se estremeció de
nuevo, como si fuera un paciente que sufriese una fiebre elevadísima, cuando un
nuevo proyectil impactó en su casco. Ragnar se encontró de repente dando vueltas
por el aire cuando la gravedad artificial dejó de funcionar. Sin embargo, su
entrenamiento se impuso. Giró sobre sí mismo, se separó de las paredes con una
patada y siguió a sus camaradas a través de la compuerta a una velocidad aún mayor.
Tenía la sensación de nadar. Se separaba del suelo, del techo o de las paredes con
un empujón y se lanzaba de cabeza por el pasillo como si estuviera buceando. Se dio
cuenta de que los demás habían enfundado sus armas para tener las manos libres y así
poder controlar su avance o aprovechar cualquier peldaño u otros sitios donde
agarrarse. Vio por el rabillo del ojo que otros miembros de la compañía hacían lo
mismo mientras avanzaban por pasillos paralelos. Al parecer, todos los Lobos
Espaciales de la nave habían respondido a la orden de Berek.
Sven y Hakon habían desaparecido de la vista. El pasillo acababa en una
escalerilla metálica, con los peldaños soldados a la pared. Giró sobre sí mismo de
nuevo para poder colocar las piernas de manera que absorbieran el impacto y luego se
lanzó hacia la escalerilla, se agarró a uno de los peldaños y se impulsó hacia arriba.
Justo por encima descubrió las botas de Sven. Notó que Strybjorn imitaba la
maniobra que había realizado para subir.

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Salió a un compartimiento de artillería diez latidos más tarde. Unos hombres
sudorosos se esforzaban por cargar unos enormes proyectiles en la recámara de unas
armas igualmente enormes. Los equipos de artilleros cumplían las órdenes aulladas
por los oficiales. Cada una de las armas era más grande que un transporte de tropas de
la clase Rhino, pero lo que más impresionaba a Ragnar era saber que aquellos
cañones eran los más pequeños con los que estaba provisto el Puño de Russ. Uno de
los oficiales de artillería tiró de una gran palanca en cuanto recibió la orden y un
extraño halo de energía rodeó las armas cuando dispararon. El olor a ozono inundó el
lugar. El Puño de Russ respondía al ataque. Segundos después pasó al otro lado del
arma y se reunió con el resto de la compañía en el compartimiento de abordaje de
proa.
Vio a Berek justo delante de él, montado sobre el cañón de otra enorme arma, con
Mikal y su Guardia del Lobo, los guerreros más valientes, fieros y condecorados de
toda la compañía. Cada uno era un veterano que había participado en centenares de
combates. Ragnar ambicionaba ser merecedor del honor de convertirse en uno de
ellos, pero sabía que todavía le quedaba mucho camino por delante. Tenías que ser un
Cazador Gris con al menos diez años de servicio muy destacado para que te invitaran
a pertenecer a un grupo tan escogido como aquél. A Ragnar le había quedado muy
claro en numerosas ocasiones que estaban tan por encima de un humilde Garra
Sangrienta como el propio Berek Puño de Hierro en persona.
Por sorprendente que pareciera, el Señor Lobo tenía todo el aspecto de estar
pasándolo bien. Tenía una sonrisa de oreja a oreja que dejaba al descubierto sus
tremendos colmillos y su profunda risa resonaba de un extremo a otro del lugar, lo
que animaba a todos los que la escuchaban y les hacía perder la inquietud que
sentían.
—Saludos, hermanos —dijo con un rugido—. En unos dos minutos y cuatro
segundos, si antes no nos envían al infierno hechos pedazos, entraremos en contacto
con nuestros enemigos. Sin duda se creen que nos van a abordar y que se van a
apoderar de nuestra nave como si fuera un trofeo. Vamos a enseñarles que se
equivocan. Nuestra nave va en línea recta hacia ellos. El espolón de abordaje ya está
en posición. En cuanto entremos en contacto, pasaremos a su nave. El enemigo es un
crucero de la clase Aquerón, y creo que podemos suponer que su organización interna
no ha cambiado mucho desde la Segunda Guerra Gorechild. Nos abriremos paso
hasta el centro de la nave hereje y haremos estallar su núcleo de energía con cargas
térmicas.
Su atrevido plan fue recibido con un rugido de aprobación.
—Cada carga dispone de un detonador con retardo. El tiempo que pase hasta que
estallen lo decidirá el hombre que la coloque. En cuanto estén activadas,
regresaremos al Puño de Russ y nos alejaremos. Somos Lobos Espaciales.
Deberíamos tener tiempo de sobra para dar un pequeño paseo y matar a unos cuantos

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adoradores del Caos mientras volvemos. Si no es así, si se nos acaba el tiempo, os
veré a todos en el infierno.
Ragnar comprendió que, a pesar del tono jovial de las palabras de Berek, su
misión era desesperada. Sería necesario abrirse camino a través de toda una hueste de
guerreros mortíferos hasta el centro de una nave desconocida para ellos. Existían muy
pocas posibilidades de que pudieran salir de la nave en cuanto las cargas estuviesen
colocadas. Sin embargo, era un plan que les permitía tener la oportunidad de alcanzar
la gloria. Desde luego, era mejor que ser aniquilados en átomos por la nave del Caos,
o la vergüenza de caer prisioneros.
—En el improbable caso de que nuestra misión fracase, he ordenado a la
tripulación que prepare la secuencia de autodestrucción del Puño de Russ, así que, de
un modo u otro, nos llevaremos por delante a esos cabrones hasta el infierno, con o
sin nosotros.
«Y así seguro que tampoco existe ninguna retirada posible» pensó Ragnar.
Aquello le recordó lo que ciertos señores de la guerra de Fenris solían hacer:
quemar sus naves en las playas de las tierras hostiles a las que llegaban, con lo que
les decían tanto a sus hombres como a los enemigos que no existiría ni retirada ni otra
salvación que la victoria. Era una opción desesperada, pero aun así, le atraía.
Se dio cuenta de que probablemente por eso estaba gritando de alegría como un
poseso al igual que el resto de los guerreros.

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CINCO

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De repente, el Puño de Russ frenó y se escuchó un atronador crujido metálico. Una
rugiente vibración atravesó el casco de la nave mientras el espolón de proa atravesaba
el casco blindado de la nave enemiga. Ragnar contuvo la respiración
involuntariamente: sabía que aquella maniobra de combate era una de las más
difíciles, incluso entre las especiales. El capitán del Puño de Russ sólo tenía escasos
segundos para igualar las velocidades de las dos naves, ya que de lo contrario, el
impacto las destruiría a ambas. El sonido chirriante continuó.
La punta más extrema de la nave, un largo trozo de neutronium, la sustancia más
dura de todo el universo, atravesó la superficie de duraloy y acero como si fuera un
berbiquí que taladrara madera blanda. A través de ese agujero, los Lobos Espaciales
podrían entrar en la nave hereje. Ya estaban todos preparados. Ragnar distinguió en
primera línea a Berek, con un sensor acoplado a su muñeca. Con él podría localizarse
con precisión el punto exacto de la nave donde se encontraban los generadores de
energía. Cerca de él se encontraban varios miembros de la Guardia del Lobo, quienes
empuñaban sus armas con una mano mientras en la otra sostenían unas enormes
cargas termales. Ragnar vio a Hakon y al resto de los miembros de su propia escuadra
efectuar de forma automática una última comprobación de sus armas, lo mismo que
él.
A su alrededor, el metal crujía y se estremecía mientras los mamparos reforzados
absorbían la tensión causada por el impacto. Pudo oler en las cercanías el hedor de
productos químicos ardiendo. Un cable situado por encima de su cabeza comenzó a
lanzar un chorro de chispas. Tenía la sensación de encontrarse inmerso en un enorme
accidente. Respiró profundamente y recitó varias letanías de la calma, decidido a
echar fuera de su mente la imagen de las dos naves chocando y aplastándose la una
contra la otra, mientras él y sus hermanos eran reducidos a una pulpa sanguinolenta.
Del mismo modo repentino en que había comenzado, el movimiento chirriante
cesó. Ragnar sabía que se trataba de una ilusión causada por la igualación de la
velocidad de las dos naves, pero era un engaño tan perfecto que podría haber sido
real. La punta de neutronium cesó en su movimiento rotatorio. Se produjo un siseo y
apareció un chorro de vapor cuando las dos naves quedaron unidas y las presiones de
ambas se igualaron.
Toda una oleada de nuevos olores asaltó los hiperdesarrollados sentidos de
Ragnar: el agudo hedor del aceite industrial contaminado, los raros aromas
producidos por las extrañas máquinas, y todo ello mezclado con la inquietante
sensación que causaban las formas de vida antinaturales y mutantes que era la señal
distintiva del Caos.
La luz procedente de la nave hereje era más débil y más rojiza que la del Puño de
Russ. Los Lobos de la compañía de Berek ya estaban recorriendo a la carrera el túnel
de abordaje hacia su interior. Ragnar se unió a ellos en cuanto le llegó el turno.
Salieron del túnel y se encontraron en el interior de la nave enemiga. Era como
entrar en un mundo diferente: todo parecía mucho más frío y mucho más oscuro. La

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maquinaria tenía un aspecto mucho más simple, aunque era mucho más grande. Era
evidente que la habían reparado una y otra vez con lo que habían tenido a mano,
desde materiales recuperados de naves destruidas hasta botín saqueado en planetas.
Tenía el aspecto de maquinaria a la que los tecnoadeptos le habían dedicado el
mínimo tiempo posible porque no les importaba demasiado. Y a pesar de ello, se dio
cuenta de que aquí y allá se veían trabajos de artesanía metálica realizados con una
habilidad asombrosa aunque enfermiza. Unas cabezas de demonio labradas les
miraban desde los arcos de las puertas. Unas garras de metal moldeadas allí mismo
rodeaban cada palanca y cada pomo de puerta.
Era una locura… ¿Qué clase de tecnosacerdote pasaría más tiempo creando
adornos que ocupándose de los espíritus de las máquinas?
Las luces de reflejo infernal iluminaban unos pasillos cubiertos de óxido y
repletos de agujeros y melladuras en el metal. En algunos momentos, el hedor del
Caos, dulzón y agrio a la vez, y el de sus mutaciones se hacía más fuerte,
transportado a todas partes por los inmensos conductos de ventilación.
Los Lobos se desplegaron con rapidez. Cada uno de los sargentos tenía activado
su localizador con el de Berek, igual que el propio Ragnar había conectado el suyo al
sargento Hakon. Berek y su Guardia del Lobo ya se habían lanzado a la carrera hacia
lo más profundo de la nave. Lo único que se podía hacer era seguirles.
Llegaron casi inmediatamente a una gran estancia. En el centro de la misma se
veía una enorme arma montada en un soporte autonivelado. A su alrededor se afanaba
un grupo de tripulantes, armados con una heterogénea variedad de armas. Su jefe era
un enorme mutante de piel escamosa cuyos ojos estaban situados al final de unas
antenas que le salían directamente de la frente. En una mano blandía una pesada
espada de hoja ancha y en la otra una pistola de aspecto antiguo. Los tripulantes iban
vestidos con lo que antaño podían haber sido uniformes, pero que ya no eran más que
unos harapos desgarrados. Parecían un ejército de pedigüeños que a su vez se hubiera
equipado con los despojos de un ejército derrotado.
Los Lobos que encabezaban la compañía se colocaron en posición de tiro antes de
que los adoradores del Caos se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo y los
abatieron con una lluvia de proyectiles. La resistencia de los mutantes quedó
demostrada de sobra, ya que fueron necesarios varios impactos directos de los
proyectiles bólter para hacerles caer. Ragnar vio cómo su jefe avanzaba directamente
hacia ellos, a pesar de que uno de sus brazos había sido arrancado de cuajo y una de
las balas le había entrado por la frente y había salido por la nuca, llevándose consigo
la mitad de su cerebro.
—Estos malditos mutantes no necesitan sesos para combatir —murmuró Sven.
—Lo mismo que tú —le contestó Ragnar.
Apuntó su pistola con cuidado y partió el tentáculo del ojo derecho justo en su
base. La criatura cayó con una expresión de incredulidad en lo que le quedaba de
rostro brutal, como si no acabase de entender lo que le había ocurrido.

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Ragnar sintió cómo se agitaba la bestia en su interior, y lanzó un aullido por la
rabia y las ganas de combatir que lo embargaban. Luchó por calmar la oleada de furia
que parecía a punto de apoderarse de él. Le resultó difícil. Para él, lo mismo que para
muchos Lobos Espaciales, el combate tenía un efecto comparable a las drogas
estimulantes más potentes. Se sentía exultante. El flujo constante de estímulos
incrementaba sus emociones. Todos los nuevos olores y sonidos, el rugir de la batalla,
el tronar de las armas… Todo ello aumentaba su frenesí del mismo modo que el olor
de la emoción que sentían sus hermanos.
No existía nada igualable a aquella sensación. Hacía olvidar por completo
cualquier miedo o nerviosismo. Aumentaba la agudeza de sus sentidos hasta un punto
casi insoportable mientras registraba sus alrededores en busca de una nueva amenaza.
No existía nada comparable a aquella sensación de que tu vida se encontraba en tus
propias manos, que vivirías o morirías por la agudeza de tus sentidos, la rapidez de
tus reflejos, la fuerza de tus músculos y tu habilidad con las armas.
Por un instante, una parte de su cerebro se preguntó si aquello sería una de las
debilidades de su Capítulo, un legado de impetuosidad y de ferocidad producto de la
simiente genética de Russ. Tampoco le importaba mucho. Le gustaba disfrutar del
néctar del combate más que de ningún otro licor.
La pistola bólter se estremeció una vez más en su mano. Había abatido a otro
enemigo antes de darse cuenta por completo. Un atisbo de piel gris por el rabillo del
ojo, una noción de movimiento, y con una rapidez superior a la de su conciencia, su
cuerpo había actuado para hacer frente a la amenaza y eliminarla.
Los Lobos Espaciales avanzaron por la nave del Caos como una oleada de acero y
ceramita en dirección a su objetivo. Berek y su Guardia del Lobo marchaban en
cabeza. Ragnar podía a veces ver por un momento a su jefe en acción. Era un
espectáculo tan impresionante como revelador. Berek era un guerrero absolutamente
letal. Nada podía hacerle frente en combate cuerpo a cuerpo, ni a su furia ni al poder
arcano y antiguo de su puño de combate. Atravesaba a los adoradores del Caos como
un barco con proa de acero atravesaría un mar tempestuoso.
De algún modo, sin haberse dado cuenta de cómo había ocurrido, Ragnar y su
escuadra se encontraron de repente en un pasillo diferente al resto de la compañía.
Recordaba de forma confusa una aparición súbita por una puerta lateral, un enorme
enemigo con cuernos de toro que se abalanzaba sobre él y un feroz combate cuerpo a
cuerpo que acabó con su oponente muerto a sus pies. Guardaba la impresión del
hedor de la sangre corrupta del monstruo y la desagradable sensación de su garra
apretándole el cuello mientras intentaba sujetarle para partirle la cabeza con su hacha
de energía. Lo que sí recordaba con total precisión era su propio contraataque, cómo
le había cortado el brazo por la muñeca, y cómo el monstruo parecía bailar mientras
se esforzaba por mantenerse en pie y resistir el impacto de los proyectiles que
explotaban en su pecho.

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Levantó la vista y vio a Sven que le sonreía. Sus rasgos de buldog mostraban la
misma expresión de alegría salvaje que Ragnar sabía que exteriorizaba su propio
rostro. Se le ensanchó la sonrisa y le dijo sin palabras: «Buen combate».
A Ragnar no le quedaba más remedio que estar de acuerdo con él. Que estuvieran
adentrándose en las profundidades de una nave enemiga repleta de adversarios
mortíferos no significaba nada. Que, incluso en el caso de que llegaran hasta su
objetivo, tuvieran pocas posibilidades de escapar antes de que aquellas tremendas
cargas explosivas estallaran significaba aún menos. Sólo existía el momento presente,
el cambiante rugir de la batalla y la letal emoción del combate. Ragnar se sentía
realmente vivo, tambaleándose sobre el propio borde de la existencia.
El sargento Hakon se detuvo un instante para echar un rápido vistazo al
localizador en su muñeca. Frunció los labios e indicó que debían seguir por el pasillo.
Ragnar se puso en cabeza rebosante de emoción, sabiendo de forma instintiva que
Sven y Strybjorn iban pegados a sus talones. Toda la jauría de Garras Sangrientas
avanzó a paso ligero en una sola fila.
El pasillo se hizo más grande, tanto en altura como en anchura. Unas enormes
vigas reforzaban el techo por encima de sus cabezas, desde donde les miraban más
rostros esculpidos de demonios. Unos altares siniestros que semejaban y mostraban
imágenes de criaturas monstruosas albergaban los paneles de control. Unas
escalerillas metálicas conducían a unas balaustradas en el nivel superior. Ragnar
mantenía los ojos bien abiertos, sabedor de que aquel lugar era perfecto para una
emboscada. Se fijó en las puertas metálicas de las paredes. Las bisagras eran
enormes. Estaban hechas de acero reforzado que parecía sacado de la torreta de un
tanque. Unas gruesas tuberías bajaban retorciéndose por las paredes, y unas enormes
manivelas reguladoras surgían de los puntos donde dos o más de ellas se cruzaban.
Al fondo del pasillo resonó el chasquido de armas de pequeño calibre. Parecía
que el combate continuaba sin interrupción. Ragnar se arriesgó a echar una rápida
ojeada hacia atrás para ver si debía tomar el pasillo que llevaba hasta el ruido, pero
Hakon negó con la cabeza. Al parecer, en un lugar tan grande como aquél, el eco
podía ser tan engañoso como en cualquier otro sitio. Ragnar asintió y prosiguió su
camino hacia delante.
Pensó por un momento lo que debía estar ocurriendo a su alrededor. Los hombres
y los mutantes estaban trabados en una lucha a vida o muerte a lo largo de toda
aquella monstruosa nave. A juzgar por lo que había visto desde que entraron, Berek
no había encontrado resistencia seria hasta aquel momento. No era en absoluto
sorprendente, ya que lo último que se esperaban los herejes era que su presa los
abordara.
De repente, otra idea cruzó la mente de Ragnar: la de los adoradores del Caos,
ignorantes de que eran atacados, abordando a su vez el Puño de Russ. Intentó apartar
de su mente lo que ocurriría si los Lobos Espaciales tenían éxito en su misión y

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regresaban a su nave para encontrársela en manos de su enemigo. Aquello era algo
que tendrían que resolver cuando llegase el momento, como diría Sven.
Un poco más adelante vio el destello de los disparos de bólter y escuchó el
inconfundible aullido de los gritos de batalla de sus hermanos. Echó a correr hasta
que llegó a una pasarela de metal que se encontraba por encima de un hangar de
aparcamiento de vehículos. Ragnar descubrió a sus pies hilera tras hilera de grandes
tanques con pinchos que les sobresalían por todos lados y la infame insignia del Caos
pintada en sus costados. La escasa luz procedente de los tubos del techo inundaba la
zona con un tenue resplandor rojizo e iluminaba la feroz batalla que estaba teniendo
lugar a ras de suelo.
Un grupo de Lobos Espaciales se encontraba atrapado detrás de uno de los
enormes tanques y rodeado por todos lados por bandas de mutantes que aullaban. Sus
camaradas estaban aislados, sin ninguna clase de apoyo. Ragnar sonrió. El destino
había querido que apareciese justo detrás y encima del grupo de mutantes más
numeroso, lo que lo colocaba en la posición perfecta para atacarlos por la retaguardia
y aliviar la presión sobre sus hermanos. Ninguna de las criaturas se había dado cuenta
todavía de su llegada. Pulsó el dispensador de granadas de su cinturón y dejó caer
unos cuantos de los letales huevos metálicos en la palma de la mano. Montó la
espoleta de la primera, la arrojó y lanzó las demás en rápida sucesión.
Unas enormes explosiones arrancaron la carne de los mutantes. Los restos de sus
enemigos salpicaron en todas direcciones y la sangre lo manchó todo. Ragnar se
había quedado sin granadas en la mano, así que recurrió a su pistola bólter. El
sargento Hakon y los Garras Sangrientas aparecieron instantes después y comenzaron
a lanzar su propia lluvia de proyectiles.
La confusión reinó entre los herejes. De repente, eran atacados por un número
desconocido de enemigos desde una dirección inesperada. Sin embargo, Ragnar tuvo
que admitir que eran valientes. Algunos de ellos se dieron la vuelta en busca del
punto de origen del ataque. Uno de ellos, un mutante gigantesco, del doble de tamaño
que los demás, comenzó a aullarles órdenes a los demás. Ragnar vio cómo agarraba a
uno de los suyos y le daba un fuerte empujón para que avanzara. El mutante cayó al
suelo de bruces, y aquello dejó al descubierto a su jefe por un momento. Ragnar
aprovechó aquella línea de visión y disparó una ráfaga que acertó al jefe de lleno en
la cara, justo por debajo del borde de su casco. El rostro estalló en pedazos y su
cuerpo se quedó de pie por un segundo, animando con los brazos a sus seguidores,
antes de desplomarse sobre el individuo postrado en el suelo. Éste lanzó un aullido de
terror desesperado que desmoralizó a los demás. Aquello ya fue demasiado para el
resto de los mutantes, que huyeron en todas las direcciones para ponerse a cubierto de
la amenaza que les atacaba por la retaguardia.
Ragnar vio aparecer la oportunidad que había estado esperando. Encendió una
bengala y la sostuvo en la mano. Salió del amparo que le proporcionaba la
balaustrada metálica y abrió una transmisión directa por los comunicadores hacia el

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grupo de Lobos Espaciales atrapados. La bengala chasqueó en su mano y sintió cómo
el guantelete de la armadura comenzaba a calentarse un poco.
—¡Los de ahí abajo! ¡Podéis salir de esa trampa! ¡Moved esos culos gordos hacia
aquí! ¡Mirad la bengala!
Se esforzó por hablar con el tono más autoritario que le fue posible para que,
quienesquiera que fuesen los que estaban atrapados, tuvieran la sensatez de
obedecerle.
Lo hicieron. Tal y como esperaba Ragnar, se dieron rápidamente cuenta de cuál
era el mejor modo de salir de aquella situación. Un instante después, todos a una,
como una jauría, abandonaron su cobijo y se dirigieron hacia donde estaba Ragnar
atravesando a los restos de la desmoralizada banda de mutantes. Ragnar sintió una
punzada de orgullo. Acababa de salvar las vidas de unos cuantos de sus hermanos de
batalla.
Una enorme mano le golpeó el hombro y lo hizo caer detrás del resguardo.
Ragnar gruñó y se dio la vuelta. El sargento Hakon le estaba mirando fijamente.
—Muy bien hecho, Ragnar, pero no tiene sentido que te quedes ahí plantado, con
una bengala en la mano, para que todo el mundo te dispare.
Ragnar reprimió otro gruñido y obligó a su yo bestial a callarse. Se dio cuenta de
que el sargento estaba en lo cierto. Había permitido que la sensación de orgullo le
impidiera ver la crudeza de la situación. Asintió, y Hakon sonrió. Le indicó con un
gesto que lanzara la bengala hacia el pasillo. No quería que Ragnar la arrojara en
cualquier otra dirección y aquello confundiera a los Lobos Espaciales que se
retiraban. Ragnar obedeció. Hakon asintió a su vez.
—Bien. Y ahora, ¿qué te parece si le damos al Señor Lobo y a su gente un poco
de fuego de cobertura?
«¿El Gran Lobo?» pensó Ragnar.
¿Era él quien estaba allí abajo? No hubiera utilizado aquel tono de mando si lo
hubiera sabido. Se encogió de hombros, diciéndose que ya no podía hacer nada, así
que se puso en cuclillas y lanzó otra ráfaga contra las hordas del Caos que se
acercaban.

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Ragnar distinguió que los hombres que subían por las escaleras eran realmente la
Guardia del Lobo. Normalmente los hubiera reconocido por las armaduras de
exterminador con las que se equipaban, pero en aquella misión llevaban puestas las
armaduras habituales de los Marines Espaciales. Sin duda, no habían tenido tiempo
de ponerse la armadura más pesada cuando recibieron la orden de prepararse para el
abordaje. Tampoco es que les hicieran mucha falta: todos ellos eran hombres de gran
tamaño y de aspecto fiero, que sonreían ante la posibilidad de un buen combate.
Ragnar no discernió ninguna clase de olor que indicara ansiedad o nerviosismo, a
pesar de lo cerca que habían estado de morir. Sólo notaba entusiasmo y deseos de
derramar más sangre del Caos.
Ragnar sintió que alguien lo observaba y se dio la vuelta: Berek estaba mirándolo
fijamente. Se dio cuenta de que el Señor Lobo sabía perfectamente quién era el que le
había dado aquellas órdenes con un tono tan insolente. Se obligó a sí mismo a
aguantarle la mirada a Berek, y se fijó sorprendido que el Señor Lobo le sonreía
mientras se le acercaba.
—A eso le llamo yo pensar con rapidez, chaval —le dijo—. Te lo agradezco.
Puede que la compañía hubiese tenido que empezar hoy mismo a construir la pira
funeraria de Berek Puño de Trueno si no hubieses intervenido, y la verdad es que
todavía no estoy preparado para saludar a mis predecesores. No olvidaré esto, Ragnar.
Ragnar se sintió aún más sorprendido de que el gran Señor Lobo se acordase de
su nombre, y sintió una oleada de orgullo ante aquel reconocimiento de su actuación.
Berek se giró hacia Hakon y le habló a voz de grito.
—Me alegra ver que has enseñado a morder a tus cachorros, Hakon. Y ahora,
sigamos con lo nuestro.
Ragnar le echó otro vistazo a los veteranos de la Guardia del Lobo, y le extrañó
ver tan sólo a cinco de ellos, incluidos Morgrim y Mikal Stenmark. ¿Y el resto de
aquellos poderosos guerreros? ¿Estaban muertos? No podía ser. Morgrim captó su
mirada de asombro y le leyó el pensamiento.
—Nuestro grupo quedó dividido por la emboscada —le dijo eskaldo.
Su voz era áspera y carrasposa, y no hablaba demasiado fuerte, lo que contrastaba
enormemente con la claridad y la potencia de su voz cuando cantaba. Ragnar se fijó
en que el pelo se le estaba volviendo gris en los mechones que enmarcaban su rostro,
y que sus ojos tenían un extraño color dorado.
—Los otros se vieron obligados a retroceder por la puerta ante la contundencia
del fuego enemigo. Estoy seguro de que se habrán reunido con el resto de nuestra
fuerza.
Ragnar asintió mientras pensaba en todo ello. No las tenía todas consigo respecto
a la sabiduría de la decisión que había tomado el Señor Lobo: dirigir la vanguardia
del ataque. Nadie dudaba de su valor, pero… Se encogió de hombros. No era la
persona más apropiada para juzgar a personajes como Berek Puño de Trueno. Si el
Señor Lobo había decidido dirigir a sus tropas al estilo tradicional de Fenris, allá él.

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Morgrim le palmeó con fuerza en la hombrera de su armadura.
—No hay tiempo para soñar despierto, chaval. Será mejor que lleguemos al
centro de este cacharro antes de que los herejes se den cuenta de lo que está pasando.
Aceleró el paso mientras decía aquello y siguió al resto de los Lobos hacia las
profundidades de la nave. Ragnar hizo lo propio, sabiendo que ya había escuchado
todas las alabanzas que iba a recibir por su pequeña hazaña.
Salieron a una estancia aún mayor. Cuando miró hacia abajo, Ragnar vio una
enorme horda de guerreros del Caos que se estaba reuniendo. Eran demasiados para
poder vencerlos. Se adentró en las sombras con los demás para que no los vieran.
Estaba atónito por el tamaño de la nave por la que avanzaban y combatían. Había
crecido entre los bárbaros isleños de Fenris, y la palabra «nave» todavía tenía ciertas
connotaciones para él. Venía a representar una nave dragón, uno de aquellos barcos
construidos con los huesos y el pellejo de los monstruosos lagartos marinos que su
gente cazaba. Tenían unos cincuenta pasos de largo, con bancos para veinte remeros
en cada borda. Para cierta parte de su mente, aquello seguía siendo una nave.
Esto era otra cosa muy distinta. Parecía más grande de lo que cualquier estructura
podía y debía ser. Era mayor incluso que los inmensos rascacielos que había visto en
Aerius. En aquel lugar podrían perderse algunas de las islas que existían en el mundo
dominado por los mares que era Fenris. Era un laberinto lo suficientemente grande
como para que cupiera toda la isla en la que había crecido de joven.
Berek, que iba delante de ellos, levantó la mano indicando que se detuvieran.
Ragnar se paró justo a tiempo para no tropezar con Sven.
—¿Qué es lo que están diciendo? —le preguntó Berek a Morgrim.
—Creen que unos diez mil guerreros han abordado su nave para intentar
arrebatársela. Están preparándose para repeler a los atacantes —le respondió, con un
tono de voz evidentemente sarcástico.
La Guardia del Lobo comenzó a reírse en voz baja, y los Garras Sangrientas se
unieron a las risas, más por formar parte del grupo que porque entendieran el chiste.
Ragnar se dio cuenta de que Morgrim debía haberse conectado a la frecuencia de
comunicación de los herejes y que podía entender su lenguaje. Comprendió por
primera vez lo útil que podía llegar a ser aquel conocimiento. Decidió que, si
sobrevivían, le preguntaría a Morgrim cómo lo había aprendido.
—Planean recorrer los pasillos en masa para atraparnos en medio.
—Entonces debemos darnos prisa —dijo Berek—. Tenemos que encontrar el
generador principal de energía antes de que tengamos que combatir de nuevo.
Empezó a dar órdenes por los comunicadores a todos los jefes de escuadra por el
canal seguro de mando. Habló en voz tan baja que ni siquiera los hiperagudizados
sentidos de Ragnar distinguieron lo que decía.
Mikal Stenmark comprobó la unidad sensora de su muñeca.
—Estamos a no más de quinientos metros del generador de energía, Señor Berek.

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—Sí, Mikal, ya lo veo, pero ¿cuánto tardaremos en llegar hasta allí? Esos
quinientos metros son en línea recta. Estos pasillos pueden dar vueltas y vueltas a lo
largo de varias leguas antes de llegar a ese lugar.
—Entonces será mejor que nos pongamos en marcha ya, mi Señor —le respondió
Stenmark, despreocupado.
—Justo lo que yo pensaba, Mikal. Vámonos antes de que esos adoradores del
Caos se den cuenta de que estamos aquí e intenten hacernos probar una sabrosa cena
con proyectiles de bólter calentitos.
A juzgar por los rugidos y los aullidos que se oían procedentes del piso inferior, a
los herejes les encantaría hacer algo así. Ragnar distinguió a una especie de sacerdote
o de oficial cubierto con una capa, que les estaba llevando al frenesí. Alrededor del
individuo se percibía un aura ominosa de poder, algo que Ragnar había acabado
relacionando con la brujería.
Morgrim lo mantuvo informado mientras avanzaban contándole la información
que recibía por el comunicador. Al parecer, la tripulación del Puño de Russ había
logrado repeler a los atacantes del Caos y los confundidos herejes estaban haciendo
todo lo posible por atrapar a los Lobos que habían abordado su nave. Creían que
estaban siendo atacados por un número mucho mayor de guerreros de los que eran en
realidad. Ragnar dedujo, mientras escuchaba lo que le decía el eskaldo, que Berek
había ordenado a la compañía que se dividiese en las escuadras básicas y que
causaran el mayor daño posible realizando ataques por sorpresa y retirándose
rápidamente para evitar quedar trabados en combates y tiroteos que no podrían ganar
a la larga.
Ragnar se enteró de incontables hazañas llenas de heroísmo y valor. La escuadra
de Varig había atrapado a una enorme banda de herejes atacándola desde dos lados
simultáneamente y haciendo volar los extremos del pasillo con cargas de demolición.
Los chicos de Hef habían evitado quedar rodeados por una fuerza del Caos muy
superior en número y se habían retirado por los conductos de ventilación, dejando
atrás minas de proximidad para destruir a los herejes cuando se acercasen a explorar
la posición que habían abandonado.
La escuadra de Ferek casi había entrado en uno de los depósitos de munición,
pero tuvo que retirarse ante la tremenda potencia de fuego de los defensores. Cabía la
posibilidad de que, de haber logrado su objetivo, hubiera estallado todo aquello,
muriendo todos ellos y enviando la nave al otro extremo de la galaxia por la
explosión, así que Ragnar se sintió aliviado de que hubiesen fallado. Pensó el peligro
que entrañaba ser demasiado entusiasta.
Los herejes estaban completa y absolutamente confundidos. Mientras recorrían a
la carrera pasillos prácticamente abandonados, Morgrim comentó con voz jocosa que
uno de los comandantes del Caos afirmaba haberse encontrado con fuerzas superiores
al centenar de enemigos, mientras que Hef informaba que los dos flancos de las

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fuerzas del Caos estaban disparándose entre sí, aturdidos por el humo de las
explosiones.
Sin duda, en situaciones como aquélla, ser una fuerza pequeña y compacta,
además de disciplinada y bien organizada, era toda una ventaja. Ragnar no tenía muy
claro cuánto tiempo más les duraría la suerte, pero en aquel preciso instante, todo iba
mucho mejor de lo que jamás hubiera creído posible.
Echó un vistazo atrás para ver si los demás Garras Sangrientas prestaban
atención. Distinguió a Aenar bajo la titilante luz de las esferas de brillo, que parecía
preocupado y exultante al mismo tiempo. Tenía los ojos muy abiertos y la mandíbula
le colgaba de la boca medio abierta. Fruncía el entrecejo en un gesto de concentración
casi ridícula. Era obvio que se sentía intimidado tanto por encontrarse bajo la
atención directa del legendario Señor Lobo como por combatir en su primera acción
de abordaje. Torvald parecía sorprendentemente tranquilo, dadas las circunstancias, y
miraba a su alrededor con una expresión burlona en el rostro. Si no hubiera sido por
el olor que desprendía, Ragnar no hubiera pensado que estaba tan nervioso como
Aenar. Strybjorn mostraba el mismo aspecto ceñudo de siempre, como si los rasgos
de su cara estuviesen tallados en piedra. Sven le sonrió cuando lo miró. Hakon
parecía tranquilo y relajado.
Ragnar advirtió un tenue resplandor verdoso un poco más adelante. El olor del
aire cambió. Ahora olía a ozono, y estaba tan cargado que se le erizó el vello. Cuando
entraron en la estancia del generador de energía de la nave del Caos, esperaba
encontrar la sala de máquinas de un enorme motor de vapor. No se equivocaba
demasiado.
Unas máquinas de metal de tremendo tamaño se alzaban muy por encima de sus
cabezas y sus extremos desaparecían en la oscuridad del cavernoso techo. Cada una
de ellas tenía una inmensa esfera de acero sostenida por una garra de bronce que
remataba un mástil de cobre. Las esferas giraban sobre sí mismas y producían unos
rayos verdosos que recorrían su superficie. Cada pocos segundos, se oía un sonido
estruendoso y uno de los rayos saltaba desde la esfera y se estrellaba sobre una
gigantesca torre de metal que se encontraba en el centro de la estancia. En la punta de
esa torre giraba la esfera más grande de todas, prácticamente invisible tras la cortina
de rayos que recorrían su superficie. El restallar de los truenos casi ahogaba el sonido
de los grandes motores.
Ragnar vio cómo giraban los engranajes en la máquina más cercana. El más
pequeño de ellos era más grande que su cuerpo, y los más voluminosos tenían el
tamaño de un barco dragón. Estaban cubiertos de óxido y de lubricante derramado.
De vez en cuando, un chorro de vapor hirviente regurgitaba de alguna de las grandes
tuberías con un sonido parecido al de una inmensa tetera. Ragnar se preguntó si los
ingenieros del Caos que habían diseñado aquella extraña maquinaria se acordarían de
para qué servía cada componente. Quizás. Escuchó a Mikal murmurando.

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—¿Cómo debe funcionar? Esto no es un generador de energía. Parece más bien
una fábrica.
—Éste es el generador de energía, amigo mío —le respondió Berek—. A menos
que mi sensor esté averiado.
—No se parece a ningún generador que haya visto jamás.
—Dudo mucho que hayas visto todas las clases de generador de energía que
existen en la galaxia.
—Tenéis razón, Señor Lobo, pero… Es todo tan extraño, tan alienígena.
Ragnar entendía lo que Mikal quería decir. Sentía un curioso cosquilleo en la piel.
Había algo en la antinatural radiación de aquellas máquinas que le ponía la carne de
gallina.
—Toda la maquinaría carece de pantallas protectoras y utilizan combustible
corrupto —dijo Morgrim—. No me extraña que haya tantos mutantes en la
tripulación.
—No será más que un montón de chatarra para cuando hayamos acabado con
ella. Oleg, Korwin, colocad las cargas. Los demás, abrid bien los ojos y la nariz. Este
lugar es muy grande, pero dudo mucho que los adoradores del Caos lo hayan dejado
desprotegido.
Como si respondiera a la afirmación del Señor Lobo, un aullido de rabia llenó la
estancia. Ragnar se giró y vio a un hereje de enorme tamaño que llevaba puesto una
especie de uniforme sucio y que, en vez de mano, tenía una gran pinza de cangrejo al
final de su brazo derecho. El mutante los miró enfurecido y comenzó a dar órdenes a
varias escuadras de sus fornidos seguidores.
—Parece que tendremos que librar otro combate —dijo Sven, y se lanzó a
ponerse a cubierto detrás de la máquina más cercana.
Ragnar lo siguió mientras los proyectiles bólter levantaban surtidores de chispas
del suelo metálico a su espalda.
—Al menos los adoradores del Caos sirven para algo.
—Eso es más de lo que se puede decir de ti —le respondió Ragnar, y sacó un
momento la cabeza para disparar un tiro con su pistola bólter.
La bala rozó la oreja de uno de los herejes lanzado a la carga. Sus camaradas
respondieron al disparo y Ragnar se vio obligado a ponerse de nuevo a cubierto.
—Eso no ha sido muy inteligente, Ragnar —le dijo Sven—. Podías haber perdido
la cabeza. Tampoco es que fuera una pérdida importante, pero…
—¡Vosotros, seguidme! —ordenó el sargento con voz restallante a la vez que
entraba en el pasillo que partía del núcleo central.
—Creo que el sargento ha tenido una idea —dijo Sven mientras Strybjorn, Aenar
y Torvald seguían a Hakon.
—Probablemente quiere rodear este generador y atacar por el flanco a los herejes
—le contestó Ragnar.

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—Ya me imaginaba algo así —protestó Sven, y empezó a correr detrás del resto
de la escuadra.
—No sé, a veces cuesta ver si lo has hecho.
Ante ellos aparecía un largo tramo de escaleras metálicas que subía pegado a uno
de los laterales de la estructura, y que desaparecía tras la curvatura del enorme
aparato. Era una pasarela de mantenimiento, diseñada para permitir el acceso al
núcleo del generador, pero podía utilizarse para otras cosas. Hakon llevó a los Garras
Sangrientas hasta lo más alto de las escaleras, y Ragnar se encontró momentos
después dando la vuelta a la estructura y obteniendo como recompensa una buena
perspectiva del combate que se desarrollaba más abajo. La Guardia del Lobo había
tomado posiciones defensivas detrás de las estructuras más pequeñas y disparaba
contra la horda de herejes y mutantes del Caos que se abalanzaba contra ellos:
Disparaban con una serena precisión, aprovechando cada uno de los proyectiles y
manteniendo un ritmo de fuego que ni siquiera el doble de adoradores del Caos
hubiera podido igualar. Su precisión se veía recompensada por numerosos muertos,
pero no eran suficientes. Por cada uno que caía, aparecía otro para sustituirle, y
estaban acortando rápidamente la distancia que los separaba de los acorralados Lobos
Espaciales.
—¡Granadas! —ordenó Flakon.
Ragnar obedeció de forma instintiva y apretó el botón del dispensador de
granadas de fragmentación de su cinturón. Un pequeño huevo mortífero le cayó en la
palma de la mano. Puso el detonador en tres segundos y lo lanzó contra la masa de
herejes que se acercaba. Un segundo después, el resto de los Garras Sangrientas hizo
lo propio. Numerosos miembros arrancados volaron por los aires y la carne quedó
reducida a picadillo, salpicándolo todo en todas direcciones. El suelo quedó cubierto
por la sangre y la bilis de los mutantes. Pero, por increíble que parecía, varias de las
enormes criaturas continuaron avanzando a pesar de haber perdido los brazos o las
piernas. Ragnar vio a un gigante sin brazos que se lanzaba a por Berek mientras
rugía, más de rabia que de dolor. Otro, que había perdido las dos piernas avanzaba
sobre sus brazos. Incluso había uno que estaba menos herido y seguía adelante
saltando a la pata coja con el muñón de la pierna perdida dejando un reguero de
sangre a su espalda.
Los herejes que quedaban miraron a su alrededor para saber de dónde procedía
aquel ataque hasta que su jefe, el de la garra de cangrejo, comenzó a gritar ordenes y
comenzaron a avanzar de nuevo. Ragnar se preparó para lanzar otra salva de granadas
cuando se percató de que la plataforma metálica donde se encontraban estaba
vibrando. Unos cuantos disparos levantaron varias chispas a sus pies. Levantó la
mirada y vio que otro grupo de herejes había aparecido en una plataforma más
elevada situada en el costado de otro gran aparato que estaba frente a ellos. Estaban
disparando contra la posición de los Garras Sangrientas. Al parecer, el sargento no era
el único que conocía buenas tácticas de combate.

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Ragnar vio que Aenar había caído. Un proyectil de bólter había arrancado un
trozo de la hombrera de su armadura y, de paso, un pedazo de carne. El joven Garra
Sangrienta cayó de manos y rodillas. Ragnar se abalanzó hacia él y lo agarró antes de
que se cayera por el borde de la plataforma. Aenar levantó la vista y sonrió
débilmente. Ragnar miró a su alrededor. Sven y los demás estaban respondiendo al
fuego de los herejes que estaban situados por encima de ellos, pero era una batalla
perdida. Eran demasiados.
Ragnar ayudó a Aenar a ponerse en pie. La sangre de la herida le había salpicado
la armadura, pero la hemorragia había comenzado a disminuir en cuanto el cuerpo
genéticamente alterado de Aenar había comenzado el proceso de curación. Ragnar
disparó con la mano derecha mientras sostenía a su camarada con el brazo izquierdo
y lo arrastraba consigo hasta que ambos estuvieron a cubierto en una esquina y fuera
de la línea de tiro del enemigo.
En aquel instante comprendió que lo que vibraba era la escalerilla metálica: el
peso de muchos pies al subir. Olió el hedor a mutantes en el aire. Por lo visto, no eran
los únicos que habían pensado que aquel lugar era ideal para una emboscada. O eso, o
bien los herejes habían adivinado que lo utilizarían como posición de ataque, por lo
que habían dividido sus fuerzas, uno para fijar a los Garras Sangrientas en aquella
posición mientras que el otro los atacaba por la espalda.
Miró a Aenar y notó que también él había oído al enemigo que se acercaba.
Ragnar dejó en el suelo con toda la suavidad que pudo a su compañero herido y
desenvainó su espada sierra. Iba a necesitar ambas armas si pretendía impedir que sus
compañeros fueran atacados por la espalda. Un rápido vistazo a Aenar lo tranquilizó.
El joven Garra Sangrienta ya había colocado un parche de piel sintética sobre su
herida y estaba sellando el agujero de su armadura con cemento de reparación. Los
otros miembros de su escuadra aparecieron a su espalda en la esquina disparando sin
pausa a sus atacantes. Ragnar se preguntó si se habían dado cuenta de la llegada de la
nueva amenaza o estaban distraídos por los disparos enemigos. No importaba. Todo
indicaba que él tendría que hacer algo al respecto.
Sintió que los herejes casi habían llegado al final de las escaleras y que estaban a
punto de aparecer en la plataforma. Ya no quedaba más remedio que cargar de frente.
Echó a correr y pegó un salto en el aire, a modo de impulso. Se le encogió el
estómago. Debajo de él vio docenas de rostros horriblemente deformados que lo
miraban.

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SIETE

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Ragnar dio una voltereta en el aire y golpeó con las dos piernas el pecho del hereje
que iba en cabeza. Ni siquiera la tremenda musculatura del mutante pudo resistir la
potencia del impacto causado por toda la fuerza acumulada en la carrerilla, el salto de
los músculos y los sistemas hidráulicos de la armadura. Las costillas del enemigo se
partieron con un crujido y un chasquido y éste salió catapultado hacia sus
compañeros, que a su vez cayeron dando tumbos por las escaleras. La fuerza de la
patada prácticamente detuvo a Ragnar, que logró caer con agilidad en los peldaños.
Un rápido vistazo le permitió hacerse cargo de la situación. Los mutantes estaban
desorganizados: uno de ellos había caído encima de los demás y se había estrellado
en el suelo, otro se había salvado de la misma suerte al agarrarse al pasamanos de la
escalera y se había quedado colgando allí de una mano, con las piernas y el otro brazo
agitándose en el aire mientras se intentaba agarrar con la otra mano.
Ragnar bajó la espada sierra cortándole los dedos y enviando al desgraciado al
suelo para que compartiera la suerte de su camarada aplastado. Luego se abalanzó de
nuevo contra los demás mutantes aprovechando que todavía estaban aturdidos.
Le cortó la cabeza a otro jefe mutante con un mandoble de su espada y a otro
hereje lo partió por la mitad. Los demás adoradores del Caos no podían utilizar sus
armas de combate cuerpo a cuerpo ante la oleada de compañeros que les caían
encima. Ragnar atacó una y otra vez aprovechando al máximo su posición más
elevada y el impulso que llevaba. La espada sierra segaba la vida de los herejes como
una guadaña cortaría el trigo. La pistola bólter de su mano izquierda destrozaba uno
tras otro los rostros de los que estaban en segunda línea.
Vio que dos de sus adversarios se esforzaban por abrirse camino entre los demás
para enfrentarse a él. Apuntó contra ellos y la bala esparció los sesos de uno de ellos.
Atacó al oponente que tenía justo delante, pero éste logró parar el golpe a duras penas
con su hacha de energía. Los dientes de la espada sierra de Ragnar chirriaron al
morder el metal del mango del hacha, y las chispas empezaron a saltar del punto
donde se enfrentaba metal contra metal. Ragnar hizo girar la hoja de su arma, que
sobrepasó la defensa del hereje y la enterró en su garganta. Un veloz movimiento de
izquierda a derecha dejó la cabeza colgando de un pingajo de carne y una patada
envió el cuerpo casi decapitado hacia los demás herejes que había detrás.
Aquello ya fue demasiado para los demás mutantes. Sabían que no eran rival para
aquel guerrero feroz, puesto que su número excesivo y los cuerpos de los camaradas
que caían abatidos sólo contribuían a dificultarles las cosas. Ragnar era en aquel
momento una imagen que hubiera hecho temblar al más valiente. Estaba cubierto de
sangre y de vísceras, se movía demasiado rápido para seguirlo con la vista y había
matado a media docena de adoradores del Caos en otros tantos latidos de corazón.
Los supervivientes se dieron la vuelta para huir. Fue entonces cuando realmente
comenzó la matanza. Ragnar se lanzó sobre ellos como un lobo sobre su presa y
atravesó con su espada las desprotegidas espaldas de los herejes, quebrando columnas
vertebrales, partiendo pulmones y pintando con su sangre toda la escalera.

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Los gritos de sus víctimas animaron a los restantes mutantes a correr con mayor
rapidez, dominados por el pánico. Se golpeaban unos a otros en su desesperación por
huir, tropezaban con los cuerpos de los compañeros a los que habían atravesado por
la espalda y quedaban inconscientes al caerse por las escaleras. Ragnar se percató de
que no iba a poder alcanzarlos a tiempo a todos para matarlos, así que enfundó la
espada sierra y recogió la pistola bólter de uno de los cadáveres. Pasó una pierna por
encima de la barandilla y con una pistola en cada mano se dejó caer deslizándose y
disparando a diestro y siniestro con las dos armas.
Tan compacto era el grupo que ninguno de los disparos podía fallar, y cada
proyectil causaba una baja entre los cuerpos apretados entre sí, causando el mayor
daño posible al estallar.
Ragnar logró alcanzar a algunos de los rezagados adoradores del Caos y les
disparó a quemarropa. Saltaron en el aire y cayeron sobre sus hermanos,
estorbándoles aún más. Se dio cuenta de que estaba a punto de llegar al final de las
escaleras. Se preparó y cayó rodando, sin dejar de disparar, y gracias a su rapidez y
sus reflejos sobrehumanos acertó más de la mitad de los disparos. Se detuvo, dejó
caer la pistola del hereje y desenfundó su espada sierra de nuevo, lanzándose al
combate como un dios de la guerra iracundo.
La espada trazó un enorme arco, en el que partió carne y hueso por igual y envió
a los heridos dando vueltas sobre sí mismos hacia sus compañeros. La pistola bólter
remataba a los caídos. Un pisotón con la bota de su armadura partió un cuello. Una
neblina rojiza le oscurecía la visión. Todos sus enemigos parecían moverse a cámara
lenta. Vio que uno de los herejes intentaba frenéticamente apuntarle con su bólter. Se
acuclilló para ponerse fuera de la línea de tiro, se abalanzó hacia él y se lo llevó por
delante, convirtiéndolo en un escudo de carne sobre el que sintió que se estrellaban
los proyectiles de su camarada mutante, haciendo que se estremeciera sobre su propio
hombro. Cuando sus sentidos animales le indicaron que su oponente estaba a su
alcance, arrojó sobre el hereje del bólter el cuerpo de su compañero, que todavía
convulsionaba espasmódicamente.
El pesado cuerpo tumbó de espaldas al mutante. Una mueca de pánico cruzó su
rostro bestial cubierto de pelo. Una patada a la garra envió el bólter volando por los
aires y un sablazo lo partió por la mitad.
La furia del combate se había apoderado de Ragnar. Golpeó a diestra y siniestra
con tremenda fuerza, y el sonido de los dientes de su espada sierra desgarrando la
carne de sus enemigos le reveló que estaba causando heridas con cada impacto de su
arma. Perdió toda noción del tiempo y de la realidad, y se convirtió en un torbellino
de muerte y destrucción que azotó a los aterrorizados mutantes con toda la furia de
una rugiente tormenta invernal de Fenris. En aquellos instantes, sólo vivía para matar
y sólo se esforzaba en conservar la vida porque ello le permitiría seguir matando.
Unos cuantos proyectiles rebotaron en su armadura.

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Hizo caso omiso de ellos. Unos mutantes desesperados lograron acertarle con sus
espadas y hachas antes de que los mandara a saludar a sus siniestros dioses. Ni
siquiera sintió cómo el filo de las mismas rebotaba en su armadura.
Atravesó el grupo de supervivientes tajando y cortando la piel al descubierto y
disparándoles a quemarropa. Sintió que le invadía una exaltación casi divina. Esquivó
una y otra vez los ataques, y respondió a ellos con la velocidad del relámpago. Nada
lo frenaba, nada lo detenía.
De repente, todo quedó inmóvil a su alrededor. Miró a todos lados en busca de
una nueva presa, y vio que tan sólo quedaban unos cuantos heridos. Los que huían
habían logrado quitarse de su vista. Se quedó allí de pie, jadeante, con la sangre
goteando de su armadura y de su espada. Dejó los dientes al descubierto en una fiera
muestra de alegría y un aullido de triunfo surgió de su garganta y resonó por la
estancia.
El resto de la escuadra bajó por las escaleras. Aenar estaba de nuevo en pie,
caminando sin ayuda. Empuñaba una pistola bólter con la mano de su brazo sano y el
brazo derecho le colgaba inerte al costado. Tras él iban Sven, Torvald y Strybjorn,
con el sargento Hakon en retaguardia. Aenar y Torvald lo miraban con algo parecido
al asombro. El sargento parecía satisfecho. Sven le sonrió alegremente.
—Por todos los diablos —le dijo—. Ragnar, podías habernos dejado unos
cuantos.
Ragnar se percató que el ruido del tiroteo había cesado. ¿Significaba aquello que
el Señor Lobo y su escolta habían muerto, o que habían ganado? Hakon se percató de
su preocupación y empezó a dar la vuelta a la enorme estructura de metal de regreso
al punto donde habían visto por última vez al jefe de la compañía. Cuando llegaron al
lugar donde se desarrollaba el grueso del combate, Ragnar vio que el Señor Lobo
había provocado aún más muertes que él. Los cuerpos de los mutantes se hallaban
esparcidos por doquier. Berek Puño de Trueno estaba sentado encima de una pila de
cadáveres investigando la cabeza cortada de uno de los jefes de los mutantes. El
rostro del hereje parecía más demoníaco que humano. Unos cuernos retorcidos
surgían de su frente, sus orejas sin lóbulos acababan en punta y su gran boca estaba
repleta de afilados dientes.
Algunas de las escuadras de Lobos Espaciales habían llegado a tiempo al lugar y
era obvio que habían ayudado a su jefe. Los miembros de la Guardia del Lobo
estaban en lo alto de varias torres colocando las cargas de demolición.
Berek levantó la vista.
—Hakon. Justo a tiempo. Ya casi hemos acabado. Ya va siendo hora de que
regresemos al Puño de Russ.
El Señor Lobo se puso en pie y tiró la cabeza del mutante sin prestarle más
atención. Revisó con la mirada a sus tropas allí reunidas, como si calibrara la
gravedad de sus heridas.

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—Lo habéis hecho muy bien —les dijo—, pero esto ha sido la parte más fácil.
Tardamos veintisiete minutos en abrirnos camino para llegar hasta aquí, pero como
ahora sabemos la ruta que debemos seguir, creo que podemos regresar en la mitad de
ese tiempo.
Miró hacía arriba y vio que todos los Guardias del Lobo habían terminado de
colocar las cargas y estaban bajando de las estructuras.
—Disponemos de quince minutos para volver al Puño de Russ. No os quedéis
trabados en ningún combate. No os dejéis llevar por la emoción de matar a esa
escoria hereje. No os paréis a saquear. Nuestra nave se retirará exactamente en quince
minutos a partir del momento en que yo active los detonadores. Y lo hago… ¡Ahora!
¡Vámonos!
Berek pulsó un botón en el dorso de su mano. Ragnar oyó un pitido fantasmal
recorrer los canales de comunicación. Todo el mundo supo que había llegado el
momento de retirarse. Los Lobos se dieron la vuelta como un solo hombre y se
alejaron a la carrera del generador central de la nave enemiga.
Ragnar le echó un rápido vistazo al cronómetro superpuesto sobre su visión por
los sistemas internos de su armadura. Estaba puesto en cuenta atrás, restando minutos
y segundos hasta que las cargas explotaran y el crucero del Caos volara en mil
pedazos. Quedaban trece minutos y veintiséis segundos.
—¿Qué pasa si los puñeteros mutantes encuentran las cargas que hemos
colocado? ¿No crees que podrían desactivarlas? —dijo jadeante Sven, que corría a su
lado.
—No. Para empezar, primero tienen que enterarse de lo que estábamos haciendo.
Después, tienen que encontrar todas las cargas. Ya que están preservadas de los
detectores de proximidad, tendrán que encontrarlas visualmente porque no aparecerán
en los sensores. Y para terminar, tendrían que desactivarlas todas. Dudo mucho que
puedan hacer todo eso en los trece minutos que quedan más o menos.
—Eso espero, y también espero que no las hagan estallar cuando intenten
desactivarlas. Eso nos dejaría tan fritos como una emboscada en este momento.
—Sven, eres toda una alegría.
—Alguien tiene que mantener vuestra puñetera moral alta.
Ragnar miró a su alrededor. Aenar tenía el rostro un poco pálido y corría dando
tumbos. Quizá su herida era más grave de lo que parecía a primera vista.
—¿Estás bien? —le preguntó. Aenar sonrió débilmente.
—Se pondrá bien —le contestó Hakon—. Mantén los ojos bien abiertos por si
aparecen mutantes. Lo último que queremos es quedar atrapados en este laberinto
metálico cuando el Pulo de Russ parta.
—Pero sargento —le dijo Sven—, somos Lobos Espaciales. ¿No deberíamos
buscar una muerte heroica?
—Hacer que te vuelen por los aires no tiene nada de heroico, chaval. Estúpido, sí,
pero heroico, no. La verdad es que tampoco espero que puedas entender la diferencia.

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Sven sonrió de buen talante. De no ser por el olor que desprendía, Ragnar nunca
habría adivinado que estaba tan nervioso como él. Escucharon ruidos de combate un
poco más adelante.
—¡Emboscada! —dijo Hakon.
—Bien, una pelea —dijo Sven.
Nueve minutos y cuarenta y cinco segundos. Ragnar desperdició un segundo en
investigar los cadáveres. Estaban esparcidos por doquier, mezclados con los cuerpos
de unos cuantos Lobos Espaciales. Los mutantes constituían un grupo muy
variopinto. La mayoría parecía gente normal, salvo que su piel estaba cubierta de
verrugas o que el cabello se le había caído dejando tan sólo mechones sueltos. Unos
cuantos tenían la piel escamosa o completamente cubierta de pelo, y algunos incluso
eran más bestiales, con extremidades parecidas a las de los pájaros en vez de manos o
pies. Unos pocos tenían los rasgos de la cara derretidos como si fuera cera fundida en
vez de carne.
Ragnar vio que dos de los Lobos se estaban dedicando a recoger la simiente
genética de los caídos. Metían unos tubos que sobresalían de sus guantes en el pecho
de los muertos, luego los hacían girar, con lo que se abría el extremo del tubo y un
par de garras arrancaban el pequeño huevo tentaculado que se alojaba en la cavidad
torácica. Observó cómo las pequeñas garras se cerraban sobre la simiente genética,
que era absorbida hasta entrar en un tubo de estasis. Por último, el Marine Espacial
colgaba el tubo de su cinturón. «Otros diez segundos perdidos», pensó. Sería mejor
ponerse en movimiento.
Morgrim Lengua de Plata había roto el silencio de radio. Había logrado
interceptar la frecuencia de comunicación de los herejes y estaba traduciendo las
órdenes que daban los jefes del Caos a lo largo de la cadena de mando.
—La mayoría de los mutantes están recorriendo la nave en nuestra búsqueda. Al
parecer, hay pocos por aquí porque creen que ya hemos pasado por esta zona. No…
Algunos informan de que nos han visto en esta parte. Sí, creo que los jefes están
dando órdenes para que sus tropas retrocedan. Todavía no saben lo que estamos
haciendo, o eso me parece. Los hemos dejado bastante confundidos.
—Por lo que he visto, eso es bastante fácil de lograr —dijo Sven.
—No los subestimes —le contestó Ragnar—. Puede que parezcan estúpidos, pero
son guerreros feroces. Bueno, un poco como tú, la verdad.
—Ja, ja y rejá.
Ocho minutos y quince segundos.
—No vamos a lograrlo —murmuró Aenar—. Dejadme. Iréis más rápido sin mí.
—No vamos a hacer nada de eso —le respondió Hakon.
Sin embargo, Ragnar se dio cuenta de que Aenar estaba en lo cierto. Su marcha
era más lenta de lo que habían previsto. Las patrullas del Caos estaban por todas
partes, y a cada segundo que pasaba parecía que llegaban más. Aunque no supieran lo
que estaba pasando, todavía era posible que los mutantes lograran matarlos con un

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método tan sencillo como ponerse en medio de su camino. En aquel momento, el
atrevido plan de Berek no le parecía tan buena idea.
Ragnar se imaginó las cargas de demolición que explotaban, las enormes bolas de
fuego que atravesaban el casco de la nave incinerando todo lo que encontraban a su
paso. Vio su propia vida que acababa envuelta en fuego, terror y dolor. Abandonó
aquellas ideas y se concentró en el presente. Le llegaba el olor de los mutantes que se
encontraban más adelante. La bestia atrapada en su interior aulló con el deseo de
combatir. Si iba a morir, quería llevarse por delante a todos los enemigos que pudiera.
Se esforzó por reprimir aquellos impulsos. Cargar frontalmente al combate sería
algo muy satisfactorio, pero no los salvaría. Lo mejor sería evitar cualquier
enfrentamiento a menos que fueran tan pocos mutantes que pudiera aniquilarlos sin
detenerse.
—Tomad el pasillo de la derecha —oyó decir a Berek. El hedor a hereje procedía
del pasillo de la izquierda. Al parecer, el señor Lobo pensaba lo mismo que él—. Y
aligerad el paso, que no tenemos todo el día.
Las placas metálicas del suelo resonaron con mayor fuerza cuando empezaron a
correr más deprisa. Quedaban cinco minutos y quince segundos.
—¿Crees que Berek podría desactivar las puñeteras bombas del mismo modo que
las ha activado? —le preguntó Sven con aparente indiferencia.
Ragnar creyó reconocer el pasillo por el que iban por el leve olor de su anterior
paso por aquel lugar procedentes de otro punto.
—¿Por qué? ¿Estás pensando pedirle que interrumpa la cuenta atrás para poder
tomarte un descanso? —le respondió Ragnar mientras olfateaba el aire.
Sí. Estaba seguro de que habían pasado por allí cerca antes. ¿Cuánto faltaría para
llegar hasta el Puño de Russ? Comprobó el localizador que llevaba en la muñeca. La
señal indicaba que estaban a tan sólo quinientos metros, pero con todos aquellos giros
y vueltas, a saber cuánto podrían tardar.
—Quizá lo haga. Puede que necesite de toda mi fuerza para la carrera final si
seguimos a este ritmo.
Escucharon numerosos disparos de bólter procedentes de algún punto en su
retaguardia.
—Tus poderes proféticos son mayores de lo que yo creía —le dijo Ragnar.
Una señal chasqueó en los comunicadores.
—Soy Hef. Me parece que los mutantes están a punto de alcanzarnos y que son
muchos. Calculo que se acercan varios centenares por este pasillo.
Ragnar miró a Sven. Su feo rostro mostró la desesperación que lo atenazaba. La
escuadra de Hef era la retaguardia. Si el enemigo ya había entrado en contacto con
ellos, aquello quería decir que no estaban demasiado lejos. Quizás iban a tener que
darse la vuelta y contenerlos allí. La visión de las enormes llamas recorriendo el
pasillo le vino de nuevo a la mente.
—¿Necesitáis apoyo?

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La voz de Berek sonaba tranquila y repleta de confianza incluso con el frío tono
que conferían los micrófonos de los comunicadores. Sonaba como si estuviera
pidiendo una cerveza.
—No, Señor Berek. Estoy seguro de que podremos retenerlos durante un minuto
más o menos.
Ragnar oyó los disparos que pasaban silbando al lado de Hef incluso a través de
la comunicación electrónica. Escuchó el tabletear de los disparos de respuesta de los
Marines Espaciales. Era una sensación muy extraña, porque escuchaba el sonido
original del arma una fracción de segundo después, como si fuera un eco. Las señales
electrónicas viajaban con mayor rapidez que el sonido.
Instantes después escucharon el retumbar de varias explosiones y el aullido de
muerte de un Lobo Espacial. Parecía que Hef y su escuadra estaban encontrando la
muerte heroica que buscaban. Otra imagen asaltó la mente de Ragnar: la de una horda
irresistible de adoradores del Caos que se abalanzan sobre ellos a la carrera, echando
a un lado a Hef y a sus escasos compañeros como si no estuvieran allí. También
desechó aquella idea, aunque los sonidos del combate disminuían a sus espaldas.
Quedaban tres minutos y treinta segundos.
—Esto no tiene buena pinta —dijo Sven mientras miraba los sinuosos restos de lo
que quedaba del pasillo que se extendía por delante de ellos.
Era evidente que alguien había utilizado armas pesadas en aquel lugar, y parte del
techo se había venido abajo dejando tan sólo un pequeño hueco por el que apenas
cabía una persona. Era imposible saber cuánto tendría de largo antes de
interrumpirse, o si se estrecharía hasta el punto de impedirles el paso. Ragnar se
preguntó si merecía la pena buscar una ruta alternativa. Quizá podrían retroceder y
encontrar otro pasillo. Habían creído que aquél sería el camino más fácil, y desde
luego, era la ruta por la que habían entrado. El olor del rastro era inconfundible.
La decisión tampoco estaba en sus manos. El resto de las escuadras ya habían
desaparecido en el interior del oscuro túnel. Sólo quedaba la escuadra de Varig a sus
espaldas. El lejano sonido del combate se había interrumpido. Ragnar notaba cómo
los mutantes se acercaban de forma inexorable.
—¡Ragnar, entra ya! —le ordenó Hakon a la vez que le ponía la mano en la
hombrera y lo obligaba a agacharse.
Ragnar se resistió instintivamente por un momento, pero se dio cuenta de que su
resistencia estaba poniendo en peligro algo más que su propia vida: estaba poniendo
en peligro también la de sus camaradas. Se dejó caer a cuatro patas y gateó hacia el
interior del túnel de acero.
Quedaban sólo dos minutos. La idea era terriblemente inquietante.

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OCHO

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Ragnar se había lanzado de cabeza al entrar en el estrecho túnel formado por los
restos del pasillo. Se sintió inmediatamente invadido por una sensación de
claustrofobia: las paredes del agujero parecían apretarle por todos lados, sintió el roce
del acero contra las hombreras de su armadura. Pudo sentir gracias al olfato la
tranquilizadora presencia del resto de su jauría, y discernió el rápido movimiento de
los hombres que gateaban por delante de él hacia el final del túnel. Escuchó al
sargento Hakon a su espalda indicando al resto de la fuerza a que entrara. Supuso que
el sargento entraría el último.
Ragnar creyó oír el sonido de nuevos combates muy a lo lejos. Quizás algunos
miembros de la retaguardia todavía estaban vivos y habían logrado sorprender a sus
atacantes. Una enorme explosión, parecida a la de un puñado de granadas explotando
todas a la vez, mezclada con el aullido de muerte de otro Lobo Espacial, le indicó que
estaba en lo cierto. Todo quedó en calma durante unos momentos después de aquello,
pero luego se escucharon los rugidos triunfales del enemigo. La sensación de
oscuridad y de muerte inminente se incrementó.
Ragnar continuó avanzando a gatas. Las paredes se estrecharon a su alrededor,
arañando los bordes de su armadura. Era como si estuviesen apretándole cada vez
más para intentar evitar que se escapase. Sabía que se trataba de un miedo irracional.
Podía oír los sonidos producidos por los hombres que avanzaban por delante, y
algunos de ellos abultaban mucho más que él. Sin embargo, los pequeños demonios
del miedo siguieron susurrando en su mente: las paredes eran inestables, ¿qué
ocurriría si se desplomasen sobre él? Quedaría atrapado, incapaz de seguir
avanzando. Incapaz de moverse en absoluto, y en exactamente dos minutos y treinta y
dos segundos, toda la nave iba a explotar. Una parte de él quería quedarse inmóvil y
acurrucarse muerta de miedo, cubrirse la cabeza con las manos y esperar a que llegara
el inevitable final.
Se enfrentó a aquella sensación utilizando sus propios pensamientos para luchar,
como si fueran una espada y el terror un monstruo. Aunque las paredes se
desmoronaran, él debía continuar avanzando. Aquél era el único modo de salir de allí.
El Emperador no le ayudaría si no se ayudaba a sí mismo. Necesitaba moverse, no
quedarse encogido en un rincón. No era un cobarde. Si no seguía adelante, no sólo se
condenaba a él mismo, sino también a sus hermanos de batalla.
Nunca había sentido nada parecido a aquel temor claustrofóbico atenazante.
Quizá se debía a que el túnel era tan oscuro, húmedo y estrecho. Quizá fuera porque
estaban en una nave extraña. Quizá la causa era la presión que sentía por el continuo
descontar de minutos hacía la muerte. Quizá todo fuera resultado de un defecto de su
mente, algo que no habían descubierto en la Puerta de Morkai o que se había
desarrollado después de su transformación en Lobo Espacial. O quizás era una
combinación de todos los factores anteriores. Sabía que estaba librando un combate
mucho más mortífero que cuando había luchado contra los mutantes.

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Se esforzó en seguir adelante, en poner una mano delante de la otra. Hizo caso
omiso de las palpitaciones cada vez más veloces de su corazón principal y del sudor
que le caía en los ojos.
Quedaba un minuto y diez segundos.
De repente, como una visión divina, divisó una luz un poco más adelante. Oyó el
suave movimiento de sus compañeros que se ponían en pie y estiraban sus miembros
antes de echar a correr. Recorrió los últimos metros prácticamente de un salto, llegó a
la zona iluminada semiagachado y salió disparado hacia la acogedora escotilla del
Puño de Russ.
Quedaban treinta segundos.
Sintió a su alrededor los aromas familiares de la nave transporte de su compañía.
Llegó allí en veinte pasos. Saltó a través de ella y miró hacia atrás para ver que
Sven y Strybjorn estaban llegando sosteniendo al debilitado Aenar. El sargento
Hakon y la escuadra de Varig se acercaban a la carrera. Oyó a Berek dar órdenes por
el comunicador respecto al despegue de la nave. Las grandes puertas ya se estaban
cerrando. Ragnar quiso gritar para que se detuvieran. Le parecía injusto que los otros
se quedaran allí fuera. Sintió el impulso de intentar impedir que se cerrara, pero sabía
que ni siquiera su fuerza sobrehumana aumentada por los sistemas hidráulicos de su
armadura serian suficientes para lograr algo así.
De repente, Sven y los demás pasaron por el umbral. El sargento Hakon fue el
último, entrando de un salto a través de una abertura apenas suficiente como para que
cupiera. Las hojas de la puerta se cerraron con un chasquido un instante después. Se
percató de cuán juiciosa había sido la decisión de Berek al dar las órdenes. El Señor
Lobo había dejado el tiempo justo y ni un segundo más para que el resto de la
escuadra lograra pasar. Ragnar se preguntó qué hubiera pasado si algo hubiera salido
mal. Gracias al Emperador, no había ocurrido nada malo.
Se escuchó un chirrido desgarrador. El Puño de Russ se estremeció y retembló
como si un gigantesco demonio lo tuviera agarrado en su zarpa. El miedo volvió a
aparecer en la mente de Ragnar. ¿Qué ocurriría si quedaban atrapados? ¿Qué pasaría
si el Puño de Russ no lograba separarse? Entonces, no podrían hacer nada excepto
rezar.
Quedaban veinte segundos.
Aplastó la cara contra uno de los ojos de buey y miró hacia fuera. Lo único que
vio durante unos segundos fue una neblina. Las gotas de humedad se congelaron y se
endurecieron sobre la superficie de cristal reforzado, y finalmente desaparecieron.
Pudo ver a la nave enemiga, que ya estaba a un centenar de metros de ellos.
Diez segundos.
¿Estaban ya lo bastante alejados o acabarían espachurrados por la explosión?
¿Qué ocurriría si las cargas fallaban y no estallaban? ¿Qué pasaría si la nave del
Caos no quedaba destruida?

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Comprendió que aquellos pensamientos eran los últimos retazos del terror
producido por la claustrofobia. Sabía que ya nada podía hacer, que si la muerte venía
a reclamar su alma, lo único que le restaba era enfrentarse a ella como un auténtico
hijo de Fenris. Apartó los fantasmas que lo acosaban y se concentró en cómo se
alejaban del adversario. Se fijó en la enorme brecha que el impacto del Puño de Russ
había abierto en el casco de la nave enemiga. Cinco segundos.
A medida que se alejaban más y más, Ragnar se dio cuenta de que, comparado
con el inmenso tamaño del crucero enemigo, el desgarro en el casco provocado por el
impacto no era tan grande. La nave del Caos era tan enorme como un iceberg, una
montaña indestructible de metal blindado. Mientras miraba, vio que las torretas
repletas de armas de tremenda potencia empezaban a girar para apuntar al Puño de
Russ. Estaban a escasos segundos de que los volatilizaran.
El tiempo empezó a transcurrir con mayor lentitud. La tensión era prácticamente
insoportable. Parecía que había una carrera entre las armas de los herejes y la
explosión del generador de energía para determinar quiénes iban a acabar con ellos.
Ragnar resistió la tentación de cerrar los ojos y rezar al Emperador. Pasase lo que
pasase, quería verlo.
Cuatro segundos.
Miró con más atención y vio unas siluetas que salían despedidas hacia el espacio.
Sus ojos saltaban literalmente de las órbitas y sus bocas articulaban unos silenciosos
gritos de furia y rabia, o al menos, eso creyó ver. No cabía duda de que la retirada del
Puño de Russ había dejado un gran agujero en los mamparos del crucero. El interior
estaba sufriendo una descompresión. El aire era absorbido por el vacío del espacio y
cualquier objeto que no estuviese atado era arrastrado por ese aire, lo que incluía a los
mutantes que se encontraban en la zona. Sin duda, las compuertas de los mamparos
que no estaban partidos debían estar cerrándose en aquellos instantes.
Tres segundos.
Una de las torretas más grandes ya parecía apuntar al Puño de Russ. ¿Era su
imaginación o se veía un resplandor infernal en las profundidades del cañón? Sintió
un tirón en todo el cuerpo cuando el Puño de Russ continuó acelerando para alejarse.
Dos segundos.
No se trataba de su imaginación. El demoníaco sistema de disparo del arma
estaba activado y apuntaba directamente hacia ellos. Sabía que la nave de los Lobos
Espaciales sería completamente incapaz de absorber y sobrevivir a un impacto de
semejante arma, a aquella distancia tan corta, y menos en el estado en que se
encontraba. Ragnar lanzó un gruñido de rabia y desafío que dejó al descubierto sus
dientes, algo muy acorde con el espíritu del lobo que llevaba dentro. Reconoció a su
alrededor el olor a furia y rabia, y las leves trazas del miedo controlado de sus
hermanos de batalla.
Un segundo.

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El Puño de Russ se inclinó repentinamente a un lado cuando el piloto tomó un
rumbo de evasión. Un enorme rayo de radiación ardiente cruzó la oscuridad del
espacio. Había fallado por unos cuantos metros de distancia, el grosor de un cabello
en términos de combate espacial. Ragnar forzó la vista para escrutar la oscuridad, a la
espera de la explosión que todo su cuerpo ansiaba impacientemente, pero por lo que
él veía, no estaba ocurriendo nada parecido. ¿Habrían fallado las espoletas y no
habían estallado las cargas de demolición? ¿Habría ocurrido algún error con el
temporizador? ¿Habrían logrado los mutantes a pesar de todo desactivar las cargas?
¿Qué iba a ocurrir en ese caso?
Su nave estaba dañada y justo delante de los cañones de un oponente muy
superior. Sólo era cuestión de segundos que los artilleros enemigos efectuaran las
correcciones necesarias de puntería y que sus devastadores rayos de energía
atravesasen al Puño de Russ y lo redujeran a polvo, junto con sus propias vidas. Todo
indicaba que su esfuerzo y valentía no habían servido para nada. Habrían hecho
mejor quedándose dentro de la nave del Caos y logrando encontrar una muerte
gloriosa. Iban a morir aplastados como chinches y sus muertes no tendrían ningún
valor.
De repente, todo el crucero enemigo pareció expandirse al mismo tiempo. Unas
enormes llamaradas de plasma salieron de todos y cada uno de sus orificios, torretas,
compuertas, escotillas y puntos débiles del casco. La lenta expansión de la nave
continuó sin cesar. Era como ver inflar una vejiga de cerdo hasta que reventara. La
inmensa estructura de metal comenzó a retorcerse y a deformarse poco a poco. El
proceso se aceleró cuando unos grandes trozos del casco salieron despedidos al
espacio y el infierno llameante de su interior quedó a la vista. Ragnar creyó ver
siluetas humanoides que quedaban vaporizadas un instante después, pero quizá se
trataba de su imaginación.
La cadena de explosiones fue cada vez más rápida y mayor hasta que todas ellas
se unieron en erupción final cataclísmica. Toda la nave enemiga desapareció
consumida por una bola de fuego más brillante que el propio sol del sistema. Aquella
escena fue más impresionante aún por el absoluto silencio en la que se produjo.
Ragnar esperó a que el Puño de Russ fuera sacudido por La onda expansiva y que la
lluvia de restos repiqueteara sobre su casco, pero ya estaban demasiado lejos. Se
preparó para escuchar el rugido de la explosión, y en ese momento se dio cuenta de
que era un bobo. Sólo había silencio en el vacío del espacio, incluso ante la muerte de
una nave tan poderosa. También notó que había estado conteniendo la respiración, y
que el silencio en la cámara de abordaje era tan profundo como el silencio del
exterior de la nave, y justo entonces, Berek habló.
—Hemos creado una pira funeraria adecuada para nuestros caídos. ¿Qué opináis
vosotros, hermanos?
El rugido de los Lobos Espaciales fue ensordecedor. Ragnar se unió a los gritos
para dar rienda suelta tanto a la alegría y al alivio que sentía en ese instante como a su

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furia y pena. Se percató de que Sven estaba palmeándole la espalda, y de que al
sargento Hakon lo habían alzado en hombros y que los miembros de su escuadra lo
estaban alzando por los aires.
—¡Joder si lo hicimos! —aulló Sven, y a Ragnar no le quedó más remedio que
palmearle la espalda a su vez para mostrar que estaba de acuerdo.
—¡Silencio! —gritó Berek, y todo el mundo se calló de inmediato.
Todos los ojos se giraron hacia su jefe. Estaba de pie, inmóvil, tapándose con una
mano la oreja. Era obvio que escuchaba una transmisión por el comunicador. Asintió
un par de veces y luego sonrió de oreja a oreja.
—Parece que no somos los únicos que hemos tenido éxito en nuestra misión. Las
fuerzas de una Gran Cruzada Imperial se han unido a nosotros. La escoria adoradora
del Caos ha sido expulsada. La victoria es nuestra.
El rugido de aclamación fue todavía más ensordecedor la segunda vez. Berek fue
alzado a hombros por su Guardia del Lobo y se quedó allí de pie, encima de los
hombros de sus seguidores, con las piernas separadas apoyado sobre las hombreras de
dos de sus guerreros más poderosos. Parecía tan completamente relajado como si
estuviera de pie sobre la cubierta metálica de la nave. Ragnar estaba seguro de que se
trataba de una pose con la que pretendía vender una imagen propia, pero no le
importó. Berek había demostrado ser un buen comandante, con éxito, y tenía derecho
a tener su punto flaco.
El gran guerrero indicó silencio de nuevo con un gesto.
—Debemos alzar nuestras jarras y brindar en memoria de nuestros hermanos
caídos. ¡Hay que celebrarlo con cerveza!
La tercera aclamación fue la más ruidosa de todas.
—¡Esto sí que es vida! —dijo Sven después de vaciar otra jarra de cerveza—. Les
dimos a esos mutantes lo que se merecían, aunque debo admitir que en algunos
momentos tuve mis dudas…
Ragnar miró atentamente a su amigo preguntándose si era él o la cerveza quien
hablaba. Era bebida pura de Fenris, que contenía raíz procaz, una hierba que anulaba
la capacidad habitual de los Marines Espaciales de metabolizar venenos, incluido el
alcohol. Aquella planta les permitía emborracharse. No era propio de Sven admitir
que había tenido dudas, o incluso admitir que había pensado en algo, así que aquello
se parecía bastante a una confesión.
—Para serte sincero, hubo momentos en los que yo pensé lo mismo. ¡Nos
escapamos por un pelo a la salida!
—Bueno, demos gracias a Russ de que el Señor Lobo supiera mejor que nosotros
lo que estaba haciendo.
—Brindo por ello —dijo Ragnar, y cumplió con la acción lo que había dicho—.
Todo fue bastante bien en nuestro primer combate de esta campaña.
—Sí que todo salió bien. ¿Sabes que es mi primer abordaje?
—El mío también, si no se cuenta aquel pecio espacial en Coriolis.

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—Idiota, me refiero en un combate nave contra nave, espada contra espada. Yo
también recuerdo ese pecio. ¿Cómo podría olvidar aquello, o a los genestealers?
Ragnar se fijó en que Aenar los estaba mirando con los ojos desmesuradamente
abiertos. Torvald conservaba el rostro impasible, pero Ragnar sabía por el olor que
desprendía que también estaba impresionado y que escuchaba atentamente cada
palabra que decían.
—¿Luchasteis contra genestealers? —les preguntó Aenar.
—No, sólo entramos, les dimos un gran abrazo y los saludamos con cariño —le
respondió Sven interrumpiéndose tan sólo para echar otro trago de la jarra de cerveza
—. ¡Por supuesto que luchamos contra ellos, majadero! ¿Qué otra cosa podíamos
hacer?
—Quiero decir que si realmente los visteis, que de verdad también abordasteis un
pecio espacial.
—¿No has escuchado todas las fanfarronadas de Sven en El Colmillo? —le
preguntó Ragnar no sin cierta amabilidad. La cerveza le estaba haciendo sentir
empático.
—No recuerdo haberle oído comentar nada de eso.
Ragnar se quedó pensando sobre aquello por un momento. Lo cierto es que
tampoco él le había oído a Sven hablar sobre ello delante de los demás. Quizás no era
algo tan sorprendente. El viaje hasta el pecio espacial, además de toda la búsqueda
del antiguo talismán eldar había afectado profundamente a los supervivientes. No era
un tema sobre el que hablaran con gente que no hubiera estado allí con ellos. Habían
muerto demasiados, y todo había sido muy raro e inquietante. En aquel momento,
bajo la influencia de la cerveza y del ambiente que se producía al compartir la
sensación de supervivencia, parecía más fácil hablar sobre ello.
Dejó que Sven contara lo que había ocurrido y sólo lo corrigió cuando exageró de
forma escandalosa sus hazañas en combate. No creía posible que nadie se tomara en
serio la fanfarronada de Sven de que se había cargado a veinte genestealers en
combate él solito, pero estaba claro que Aenar lo hacía, y que Torvald también lo
escuchaba, aunque sin mover una ceja.
Ragnar bajó la vista a su cerveza. Recordó cómo se había quedado atenazado por
el miedo en aquel combate y Sven lo había salvado. Era una vergüenza que jamás
había comentado con nadie, aunque en aquellos momentos temía que se le escapara
de los labios. Le trajo el recuerdo de cómo casi se había quedado paralizado en el
túnel formado por el derrumbe del pasillo en la última acción de abordaje. Continuó
pensando en ello, rumiando sobre el tema una y otra vez con tanta intensidad que no
se dio cuenta de que Sven había terminado de contarlo hasta que sintió que le
golpeaba con el codo en las costillas.
—¿Estás bien? Veo que tienes la cara un poco verde. No puedes retener la cerveza
en el estómago, ¿eh? Siempre lo he sabido.

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Ragnar miró a su alrededor y vio que Aenar y Torvald habían ido a por más
bebida.
—Sólo estaba recordando aquel combate —le respondió Ragnar en un tono de
voz casi defensivo.
—Y bien bueno que fue.
Ragnar se percató de que Sven no era la persona con quien podría discutir sus
dudas y sus miedos por muy amigo suyo que fuera. Tendría que esperar a otro
momento. Quizá la próxima vez que viera a Ranek, el Sacerdote Lobo. Después de
todo, escuchar aquel tipo de confesiones era parte de las tareas del viejo sacerdote.
Ragnar se sintió solo sentado entre sus amigos, sus camaradas y los miembros de la
jauría, y no era la primera vez. Se preguntó cómo era posible, cómo podía sentirse de
ese modo en mitad de toda aquella camaradería, aquella celebración y aquel jolgorio.
Miró a la mesa principal, donde estaba sentado Berek rodeado de su Guardia del
Lobo, sonriendo y bromeando con un aspecto absolutamente relajado. Ragnar
también se preguntó si el Señor Lobo se habría sentido alguna vez como él. De algún
modo, lo dudaba.
Sus ojos recorrieron la sala un poco más y se encontraron con la desfigurada y
siniestra cara del sargento Hakon. Vio que el viejo guerrero le estaba observando a su
vez con una mirada pensativa. ¿Cuánto tiempo llevaba el sargento mirándolo? A
veces le parecía que Hakon podía leerle el pensamiento. Ragnar deseó que no pudiera
hacerlo en aquel momento, o que no se diera cuenta de la melancolía en la que
estaban sumiéndolo. Miró a otro lado y vio que Aenar y Torvald regresaban con
varias jarras en cada mano.
Cogió una y tomó un largo trago con la esperanza de ahogar su inquietud. Aenar
dejó las demás jarras en la mesa con un golpe.
—Te debo esa cerveza por haberme salvado la vida —le dijo, con la seriedad de
un borracho.
—No me debes nada —le contestó Ragnar—. Era mi deber para con un camarada
Lobo Espacial.
Las palabras le sonaron un poco vacías, pero los demás no parecieron notarlo.
—Para mí es algo —le replicó Aenar—. Te debo mucho más que una cerveza, y
no pienso olvidarlo.
Sven dejó escapar un enorme eructo. Ragnar lo miró y soltó una carcajada.
—Nunca vi a nadie luchar como Ragnar contra los mutantes que nos impedían el
paso —dijo Aenar—. Fue como ver a uno de esos berserkers salido de las sagas.
Ragnar pensó en ello. ¿Era ése el motivo de su malhumor? ¿Era un berserker? No
tenía nada claro que le gustara la idea. Esos guerreros de leyenda siempre acababan
mal debido a su insaciable ansia de lucha. No estaba muy seguro de querer parecerse
a ellos.
—Seguid bebiendo —dijo Sven—. Cuando Ragnar se pone de este humor, es
capaz de convertir la feria de un pueblo en un funeral.

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—Me parece que vamos a ver el puñetero planeta pronto —dijo Sven mientras
miraba el tablero.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ragnar mientras pensaba en su siguiente
movimiento.
La mano de Aenar se cernió por encima de su barco dragón, preparado para
hacerla avanzar y comerse al más adelantado de los siervos de Ragnar. ¿De verdad
iba a caer en una trampa tan obvia? El chaval era mejor jugador de lo que parecía,
aunque no era ni de lejos tan buen jugador como Ragnar o Torvald.
—Llevas diciendo eso mismo todo los días desde hace una semana —prosiguió.
Sven fijó su mirada en el tablero.
—¿No vas a saltar por encima de ese siervo y a comerte las tres piezas que hay
detrás? —le preguntó a Aenar con aire inocente.
—Estamos jugando al ajedrez, no a las damas —le contestó Aenar mientras
alejaba la mano de la nave dragón y fruncía el entrecejo pensativamente.
—Mi clan jamás jugó al ajedrez. Los hombres juegan a las damas.
—Es curioso —le replicó Ragnar—. Creí que era para gente demasiado estúpida
como para entender el ajedrez. Y no has contestado a mi pregunta. ¿Qué te hace
pensar que bajaremos a Garn dentro de poco?
—He estado hablando con la tripulación.
—Todos lo hemos hecho. No parecen saber mucho más que nosotros.
—No te engañes —le contestó Sven con una amplia sonrisa—. Algunos saben
más que otros, lo mismo que nosotros.
—Y algunos de nosotros, como tú, saben menos que otros debido a la falta de un
cerebro que funcione por completo.
Aenar observaba preocupado el intercambio de pullas entre los dos como si
realmente pensase que acabarían peleándose a golpes. Ragnar supuso que se trataba
de una muestra de lo novato que era todavía. En Fenris, si dos guerreros de dos clanes
diferentes hubieran hablado el uno al otro del modo en que estaban haciéndolo
Ragnar y Sven, habría tenido lugar un duelo instantes después. Aenar no parecía
darse cuenta de que aquellas pullas eran un modo de matar el tiempo, como el
ajedrez.
—Quizá deberías concentrarte en el juego —le sugirió Ragnar—. Ya has perdido
un torreón y un siervo.
Ragnar volvió a prestar atención a Sven, que parecía tan complacido como un
gato que se hubiera comido el pájaro del amo.
—Vale. ¿Con quién has estado hablando?
—Con Tremont, el aprendiz del Navegante.
—No es un aprendiz. En primer lugar es un hombre de Fenris, parte de nuestro
personal de flota, y, segundo, no posee un tercer ojo.
—¿Y qué?

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—A veces me preguntó si todo lo que las máquinas didácticas pusieron en tu
cerebro se te ha escurrido por algún agujero, pero luego recuerdo que necesitan un
cerebro sobre el que trabajar.
—Ja, ja y rejá. Si te hubieras molestado en esperar a que terminara, habrías oído
que, sea lo que sea el tipo, sabe lo que está ocurriendo. Siempre está en la cubierta de
mando. Oye lo que los sensores de augurio ven en las máquinas adivinatorias en
cuanto entregan sus informes, y me ha dicho que nos hemos abierto camino a través
de la flota del Caos y que entraremos en la órbita de Garn en cuestión de horas. Por
eso encendieron los grandes motores hace dos horas.
Ragnar se quedó pensando en lo que Sven había dicho. Sonaba posible y además
encajaba con los hechos. Quizá también le parecía posible porque quería creérselo.
Al igual que el resto de la compañía, estaba empezando a hartarse de estar
encerrado en la nave. Los últimos días, tras toda la emoción del combate contra los
mutantes, habían sido un poco un anticlímax.
—He oído algo interesante en el desayuno de esta mañana —dijo Aenar.
Su mano volvió a cernirse sobre el barco dragón. Ragnar no podía creerse que no
hubiera visto una trampa tan evidente.
—¿Vas a saltar por encima del siervo? —preguntó Sven.
—¿Qué es lo que has oído? —le interrumpió Ragnar.
—Me han dicho que el Gran Lobo va a enviar veinticuatro Lobos como vasallos a
la Casa de los Navegantes como pago por sus servicios.
—¿Qué? —dijo Ragnar a punto de echarse a reír.
Aquello era ridículo. Ningún Gran Lobo haría algo semejante. Se produciría una
rebelión si llegaba ni siquiera a sugerirlo. Sven sí se rió.
—Me parecer que Strybjorn o alguno de los otros te ha vuelto a tomar el pelo otra
vez —le contestó Ragnar.
Aenar levantó la mirada del tablero.
—¿Otra vez? —le preguntó.
—Sí, como aquella vez que te dijo que todos los Garras Sangrientas recién
llegados debían pulir la armadura de un Lobo que hubiese sido iniciado al menos un
año antes que ellos.
—¿Quieres decir que no es obligatorio?
Sven lanzó un gruñido de descontento.
—Y Ragnar se atreve a decir que yo soy tonto.
—No. Sé que lo eres. Y tú, ¿dónde has oído toda esa tontería sobre vasallos y
Navegantes?
—Me lo ha dicho el amigo de Sven, Tremont.
—Nunca he dicho que fuese mi amigo.
—¿Qué es lo que te ha dicho exactamente?
—Que cada vez que se elige a un nuevo Gran Lobo, éste debe enviar dos docenas
de Lobos a Belisarius como pago por una deuda muy antigua.

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—Eso no puede ser cierto.
—Pues lo es —confirmó el sargento Hakon mientras atravesaba la estancia a
grandes zancadas—. Al menos, en parte.
—¿Cómo es posible?
—Al igual que todo el mundo, nuestro Capítulo necesita Navegantes para guiar
las naves por el immaterium. Si no contáramos con su ayuda, tendríamos que saltar a
ciegas.
Se calló por un momento para que los presentes asumieran lo que estaba diciendo.
Todos sabían exactamente lo que significaba. Saltar a ciegas en el immaterium
implicaba muy pocas posibilidades de salir indemne. Sólo los Navegantes poseían la
capacidad de guiar a las naves espaciales a través del vacío hasta llevarlas sanas y
salvas al otro lado, e incluso así, a veces cometían errores. Ragnar poseía aquel
conocimiento desde que las máquinas tutelares lo habían implantado en su cerebro,
pero basta aquel momento no se había dado cuenta de que jamás lo había asimilado
por completo y que tampoco había pensado realmente en sus consecuencias.
Simplemente había asumido que los Navegantes juraban servir al Capítulo a través de
las generaciones del mismo modo que las tripulaciones de las naves. Se detuvo a
pensarlo y comprendió su error.
Repasó los hechos que las máquinas didácticas habían puesto a su disposición.
Los Navegantes, como los Marines Espaciales, eran únicos. Sus orígenes se
remontaban a una época anterior al Imperio. Estaban dotados de unos poderes
inusuales: sus habilidades psíquicas, que sólo ellos poseían. El Emperador y los
patriarcas también habían tenido aquellos poderes, pero los patriarcas habían
desaparecido hacía ya mucho tiempo, y el Emperador estaba encerrado en su trono de
soporte vital. A efectos prácticos, los Navegantes controlaban todo el transporte
militar y comercial en el Imperio. De no ser por el hecho de estar divididos en casas
rivales y antagonistas, hubieran dispuesto del poder sobre el espacio dominado por
los humanos.
Aquella idea preocupó profundamente a Ragnar. Estaba muy bien disponer de
Marines Espaciales para el combate, pero no servirían de nada si los Capítulos no
llegaban a los planetas a los que debían proteger ni viajar cuando y a donde ellos
quisieran. Los Navegantes se habían asegurado de que sin ellos el imperio y
posiblemente los Marines Espaciales estarían indefensos.
—¿De verdad el Gran Lobo envía tributos humanos a los navegantes? —preguntó
Ragnar.
—Por supuesto que no —respondió Hakon con desdén—. Esas palabras ridículas
son impropias de un Lobo. Es un hecho antiguo y complicado, que sucedió antes
incluso de la fundación del Imperio. Tenemos una alianza con la Casa Belisarius de
los navegantes, que fue establecida por el propio Russ…
—Una alianza —musitó Sven, y por su tono se adivinaba que él, lo mismo que
Ragnar, encontraba aquella explicación mucho más aceptable y comprensible.

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—Sí. Tenemos un pacto con ellos. Nos procuran el medio para viajar con nuestras
naves entre las estrellas, y nosotros a cambio le proporcionamos al Celestiarca de
Belisarius una escolta de guardaespaldas.
Aquello parecía mucho más justo. Sin duda, por muy valioso que fuera el servicio
de un Navegante, la ayuda de un Marine Espacial debía equilibrar la balanza.
—Los Navegantes juran servir al Gran Lobo como harían con su propio señor.
Los Lobos juran obedecer a lo largo de su servicio al Celestiarca como si del Gran
Lobo se tratase y protegerlo con sus propias vidas de ser necesario.
—Por todos los… Nadie nos ha dicho nada de nada sobre esto —gruñó Sven
enojado.
—Estoy seguro de que cuando Logan Grimnar necesite hablar sobre el futuro del
Capítulo con un Garra Sangrienta, te llamará a ti —le replicó con sequedad Hakon.
—Creo que a lo que Sven se refería era a que las máquinas tutelares no nos han
enseñado nada sobre eso —dijo Ragnar en un intento por sacar del apuro a Sven.
Ragnar intuyó en la expresión de Sven que no había querido decir aquello en
absoluto, pero al menos su amigo tuvo el buen sentido de mantener la boca bien
cerrada. Hakon fijó su mirada en él.
—Las máquinas son antiguas, y nadie, ni siquiera los Sacerdotes de Hierro,
entiende por completo su funcionamiento. Se supone que enseñan todo lo que puede
serle útil a un Lobo Espacial. No te llenan la cabeza con todos los detalles de la
historia de nuestro Capítulo. Ni siquiera el cráneo de Sven está tan vacío como para
que todo eso quepa. Además, a veces se producen huecos en el proceso y la
transferencia de conocimientos es incompleta e imperfecta. Para eso estamos la gente
como yo, para enseñar lo que las máquinas no hicieron.
Ragnar pensó en ello. Las palabras del sargento tenían sentido. Más aún, se
percató de un problema que no había advertido con anterioridad: no sabría si las
máquinas habían fallado al entregarle información vital hasta que fuese demasiado
tarde. No podía saber algo que no estaba en su cerebro. ¿Cómo iba a poder? La
mayor parte de sus conocimientos procedía de las máquinas.
Las aletas de la nariz de Hakon se estremecieron por un momento. Una vez más,
el sargento parecía capaz de leer los pensamientos de Ragnar.
Ragnar se preguntó si podría, en el caso de vivir tanto tiempo como el sargento,
leer los pensamientos y el humor en que estaban sus compañeros de forma tan precisa
como Hakon, y tan sólo por el olfato. Quizás aquella habilidad de Hakon fuera
producto de sus años y de su sabiduría, no de sus sentidos.
—A veces, el conocimiento está ahí, a mano —dijo Hakon—, pero es como un
manuscrito en la estantería de una biblioteca, no como una saga cantada por un
eskaldo. Si no lees el manuscrito, ¿cómo sabrás su contenido? También puede darse
algún problema en la transferencia del conocimiento y éste queda inerte durante
muchos años hasta que es asimilado. El cerebro es un órgano muy peculiar.
—El de Sven lo es, desde luego —dijo Ragnar.

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Deseó haber sido menos chistoso cuando vio la expresión de la cara de Hakon. El
sargento parecía muy comunicativo aquel día, muy alejado de su habitual taciturnidad
y frialdad.
—Olvídate de mi cerebro y deja ya toda esa charla sobre máquinas. ¿Cómo son
seleccionados esos héroes que deben acompañar a los Navegantes?
—Sin duda, lo sabrás cuando necesites saberlo —le contestó Hakon.
—¿Significa eso que no lo sabes?
El sargento se encogió de hombros.
—Además, ¿quién dice que sois unos héroes?
Sven se quedó callado por un momento mientras rumiaba sobre aquello. Ragnar
quería hacer otra pregunta, pero Aenar escogió aquel preciso momento para mover la
pieza de ajedrez y adelantarse al inquirir:
—¿Cuándo aterrizaremos en Garn?
—Ya estamos en órbita alrededor del planeta, como podríais ver si os asomaseis
por el ojo de buey —respondió el sargento—. Supongo que llegaremos a la superficie
del planeta dentro de pocas horas. El Gran Lobo no querrá perder tiempo para
recuperar la Lanza de Russ o para recobrar el santuario de manos de los sirvientes del
Caos. Además, debemos recobrar la simiente genética de nuestros hermanos caídos.
—¿La simiente genética de nuestros hermanos? —tartamudeó Sven.
—Sí. ¿No creerás que dejamos nuestro santuario más sagrado fuera de Fenris sin
ninguna clase de protección?
—Yo hubiera creído que no hay demasiados Lobos —respondió Ragnar con
agudeza—. El Emperador debe tener misiones más importantes para nosotros que
proteger santuarios.
—Ragnar, existe un campamento aquí. Una base de tránsito, una estación de paso.
Garn es una encrucijada importante y parte de una ruta comercial. Disponemos de
instalaciones para reparar nuestras naves y para que nuestras tropas descansen y se
recuperen. El lugar estaba bajo el mando de un antiguo camarada mío, Jurgen
Melenablanca.
Ragnar adivinó por el tono de voz del sargento que no creía que siguiera vivo.
—Si ha muerto, lo vengaremos a sangre y fuego —dijo Sven.
—Sí, eso haremos —respondió el sargento con voz severa pero extraña.
Ragnar miró atentamente a Hakon. Había algo raro en él. Estaba de un talante
sombrío. A Ragnar le recordó los relatos que se contaban sobre aquellos hombres a
los que les había llegado su wyrd y que se dirigían imperturbables a su siniestro e
inevitable destino final. Se estremeció y deseó que no fuese una premonición.
La puerta se abrió y Morgrim Lengua de Plata apareció en el umbral. Habló en
voz baja y con autoridad.
—Ragnar, debes acompañarme. El Señor Lobo quiere hablar contigo.
Ragnar trató de imaginarse qué estaba pasando mientras acompañaba al eskaldo a
través de los pasillos metálicos. El rostro sin expresión de Morgrim no le daba

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ninguna pista. Cuando intentó hablar para preguntarle, el cantor le interrumpió con un
gesto de la mano, sin rudeza, pero como un hombre que tenía otras cosas en la
cabeza. Si hubiese sido un Garra Sangrienta como él, Ragnar hubiese insistido, pero
aquel hombre era uno de los miembros de la Guardia del Lobo, y un chaval como él
no podía interrumpir sus pensamientos a menos que te lo pidiesen.
Esperaba que nada malo fuera a ocurrirle. Quizá la vanidad de Berek no podía
soportar el tono en el que Ragnar le había hablado cuando estaba rodeado en el
crucero del Caos. Quizá lo había llamado para vengarse de él. Ragnar se esforzó por
apartar aquellas ideas. Eran ridículas. No existía honor alguno en que un guerrero tan
famoso como Berek combatiera con un Garra Sangrienta, y los Señores Lobos se
enfrentaban con sus seguidores en rarísimas ocasiones. La idea era verdaderamente
ridícula.
Y a pesar de ello, estaba nervioso. Tampoco era habitual que un Garra Sangrienta
fuera llamado en solitario a la presencia del Señor Lobo, Quizá quería recompensar a
Ragnar. Quizás incluso quería ascenderle por fin al rango de Cazador Gris. El
corazón principal de Ragnar dio un salto en su pecho ante aquella perspectiva. Si se
trataba de eso, por lo que él sabía sería el Garra Sangrienta más joven en muchas
generaciones en ser promovido con tanta rapidez.
Se esforzó inmediatamente por hacer caso omiso de aquella esperanza. Lo que
hacía tan improbable algo semejante era precisamente su juventud. ¿Quién se creía
que era para recibir tanto honor?
Se cruzaron con dos oficiales de la nave. Sus uniformes teman un aspecto
magnífico con las camisas grises y la cabeza de lobo bordada sobre el emblema del
puño y los truenos. Contestaron al saludo de los dos oficiales de forma automática,
con la cabeza en otro lado y siguieron caminando. Ragnar se dio cuenta de que era
una parte de la nave en la que no había estado antes: las estancias asignadas al jefe de
la compañía y a su Guardia del Lobo.
Se le ocurrió una idea terrible: ¿se habrían percatado de su cobardía? Quizá se
habían fijado en su miedo a entrar en el pasillo derrumbado de la nave del Caos y se
lo habían dicho al Señor Lobo. Quizás estaban a punto de castigarle por su debilidad,
o iban a dejarle en evidencia, o… Se dijo a sí mismo que aquella idea era ridícula.
Respiró profundamente y se obligó a tranquilizarse. Fuese lo que fuese lo que quería
Berek de él, lo sabría en muy poco tiempo. Sólo tendría que esperar unos minutos y
se enteraría.
Entraron en una estancia larga y estrecha en la que los guerreros de la Guardia del
Lobo estaban revisando sus armaduras de exterminador. Ragnar deseó que Morgrim
se detuviera un momento para poder mirar con detenimiento aquellos reverenciados
artefactos antiguos. Era la primera vez que estaba tan cerca de uno de ellos. Al igual
que todos los demás Lobos Espaciales jóvenes, Ragnar deseaba llevar aquella
armadura algún día. Sólo los mejores entre los mejores, los más capacitados y en los

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que más se confiaba dentro de la escolta de un Señor Lobo alcanzaban semejante
honor.
En aquel momento, sólo pudo echar un rápido vistazo a una de las armaduras.
Tenía un tamaño mucho mayor que las habituales de los Marines Espaciales. La
movían algunos de los sistemas hidráulicos más potentes y disponía de soportes para
las armas más pesadas.
Ragnar percibió el olor a ceramita antigua y los restos de diez mil años de
ungüentos técnicos. Notó una sensación de poder casi abrumador, y lo invadió un
sentimiento de pura reverencia.
Mientras todo aquello le pasaba, se le ocurrió que le habían dado órdenes al bardo
para que lo trajera por aquel camino. Estaba claro que a Berek le gustaba dar el
espectáculo y que era muy capaz de preparar algo como aquello para provocar la
impresión que deseaba. Ragnar se dijo de nuevo que aquello era ridículo. Berek era
un Señor Lobo. No necesitaba hacer nada para impresionar a un joven Garra
Sangrienta. Ragnar reflexionó sobre ello. Quizá fuera cierto, pero Berek también era
un gran jefe, y se esforzaba al máximo para asegurarse la lealtad y el respeto de sus
tropas. Quizá tan sólo se trataba de una demostración de atención por los detalles.
Ragnar se obligó de nuevo a relajarse. Se volvió a preguntar por qué había sido él
el escogido, y no Sven o cualquiera de los otros. Quizá no era tan único. Quizá Berek
quería verlos a todos ellos, pero por separado. Se sintió aliviado y decepcionado a la
vez por aquella idea. Una parte de él quería llamar la atención, destacar por encima
de sus compañeros de jauría. Otra parte de él se sentía culpable por pensarlo, como si
en cierto modo fuera desleal con sus amigos y camaradas. Bueno, fuese lo que fuese,
no podía hacer nada al respecto. El asunto estaba fuera de sus manos.
Entraron en una estancia mucho más grande. Estaba claro que buena parte de los
gastos habían ido a parar a la decoración de aquel lugar. Los mamparos estaban
cubiertos de paneles de madera, y unas enormes vigas, también de madera, creaban la
ilusión de estar sosteniendo el techo. En una de las esquinas ardía un fuego, bueno, la
imagen holoesférica de uno. En mitad de la estancia se alzaba una gran mesa rodeada
por sillas de auténtica madera tallada. En otra de las esquinas se podía ver un barril de
cerveza preparado para ser abierto. De las paredes colgaban diversos estandartes
harapientos, trofeos de combate obtenidos de cientos de campos de batalla en otros
tantos centenares de planetas. Era el único detalle que impedía creerse que era la
réplica exacta del salón de un jefe rico de una de las islas de Fenris.
Berek Puño de Trueno estaba sentado en un gran trono que se encontraba sobre
un estrado al fondo de la estancia. Estaba flanqueado por Mikal Stenmark y otro
Guardián del Lobo. Tenía la cabeza de aspecto leonino apoyada en su enorme mano
metálica. Levantó la vista cuando Ragnar entró.
—Bienvenido, Ragnar Melenanegra —le dijo—. Ha llegado el momento de que
tú y yo tengamos una pequeña charla.

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—¿Qué deseáis, Señor Berek? —preguntó Ragnar.
—Lo primero que deseo es agradecerte que me salvaras el pellejo en la nave del
Caos. Pensaste con rapidez y claridad y me sacaste de aquel atolladero. Si no fuese
por ti, quizá no estaría aquí sentado tragando cerveza y brindando por la victoria.
—Estoy seguro de que hubierais podido abriros paso de todas maneras, Señor —
le respondió Ragnar.
La sonrisa con la que Berek le respondió le indicó que precisamente eso mismo
era lo que el Señor Lobo pensaba.
—Puede que sí, o puede que no. Gracias a ti no tuve que forzar mi suerte. Estuvo
bien. Es mejor no poner a prueba el destino de uno demasiado a menudo.
Ragnar esperó a ver qué era lo siguiente que quería decir Berek.
—Me parece que debes ser recompensado —dijo el Señor Lobo.
—Cumplir mi deber es recompensa suficiente.
—Veo que el viejo Ranek te ha enseñado bien. Es el tipo de respuesta que me
hubiera esperado de uno de sus pupilos.
Ragnar se quedó callado de nuevo. Tampoco parecía que Berek esperase de él una
respuesta. El Señor Lobo parecía muy capaz de hablar por los dos. Tomó uno de los
brazaletes de oro que adornaban su bíceps. Le indicó a Ragnar que alargara el brazo y
que se lo colocase en el suyo. Ragnar se fijó en que el brazalete se enroscaba sobre sí
mismo como una serpiente. La tensión provocada por el mecanismo de agarradera lo
ciñó con exactitud a la piel. Sonrió. Era el gesto típico de cualquier jefe de tribu de
Fenris que quisiera recompensar a un guerrero fiel. Otro de los nombres que se le
daba a los jarls en la lengua antigua era el de «otorgador de anillos».
—Gracias, Señor Berek. Me siento honrado.
—Al aceptarlo, me honras tanto como yo a ti —le contestó Berek con la respuesta
del ritual. Era obvio que tan sólo estaba siguiendo la tradición oral, pero aun así era
un regalo principesco.
Ragnar no supo qué decir.
—Me siento honrado, señor —se limitó a repetir.
—Por supuesto que te sientes así, y es justo. Y ahora me acompañarás a la nave
del Gran Lobo. Los Señores Lobo nos reunimos allí. Tenemos que planear los
detalles finales de nuestro asalto a Garn. Quiero que nuestra compañía tenga el puesto
de honor.
Ragnar se quedó un poco sorprendido. ¿Por qué había sido elegido para aquel
honor? Se sintió un poco perdido ¿Acaso era alguna clase de prueba? ¿Quería el
Señor Lobo comprobar cómo se comportaba delante de los otros capitanes? Y si así
era, ¿por qué?
—Sin duda, Lord Berek, eso debe decidirlo el Gran Lobo.
Sintió por un momento, tan sólo por un momento, que había dicho lo que no
debía. Era obvio que Berek no era del tipo de hombre que admitía que tenía

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superiores. Su rostro mostró una expresión helada por un instante, pero al siguiente
sonrió y lanzó una carcajada.
—Estoy seguro de que hasta el gran Logan Grimnar podrá ser persuadido de ello,
joven Ragnar.
Ragnar se dio cuenta de que había superado alguna clase de prueba. Le había
hablado utilizando su nombre. Ya no era un chaval desconocido. Le alegró que Berek
le tratase de ese modo, ya que parte de los deberes y derechos de cualquier guerrero
de Fenris consistía en decir lo que pensaba al jefe, y Ragnar deseaba conservar aquel
privilegio sin importarle lo impresionante que fiera su actual jefe y señor. Por suerte,
Berek había respondido como el jefe de clan que le gustaba interpretar. A pesar de sus
recelos iniciales, Ragnar descubrió que el Señor Lobo le caía bien.
Morgrim le sonrió. Al parecer, el eskaldo pensaba que había hecho lo correcto. La
fría mirada de Mikal Stenmark le indicaba algo completamente diferente: te saliste
con la tuya esta vez, chaval, pero no te acostumbres a hacerlo.

El transporte de personal se acercó al Orgullo de Fenris, la enorme nave insignia del


Gran Lobo. Berek estaba de pie delante de los enormes cristales blindados de la
ventana contemplando con ojos ansiosos la vieja nave de combate. Se trataba de un
acorazado de la clase Retribucion de diseño antiguo, y tenía el casco cubierto de las
cicatrices de un centenar de batallas. Empequeñecía al transporte del mismo modo
que un dragón marino dejaría pequeña a una barquichuela. Desde donde estaba
Ragnar parecía que la boca una sola de sus armas sería capaz de tragarse a todo el
transporte. Era obvio que con una nave como aquélla no hubieran tenido ningún
problema para vencer al crucero del Caos en un combate de uno contra uno. Le dijo a
Morgrim Lengua de Plata lo que pensaba y, a pesar de haber hablado en voz tan baja,
el Señor Lobo lo oyó.
—Sí, chaval, es cierto, pero entonces nos habríamos perdido ese glorioso
abordaje.
Los diez hombres de la Guardia del Lobo que le acompañaban lanzaron
carcajadas para mostrar que estaban de acuerdo. Ragnar se volvió para seguir
mirando al Orgullo de Fenris. No estaba completamente de acuerdo. Si no hubieran
abordado el crucero del Caos, no se hubieran perdido tantas vidas de Lobos
Espaciales, y Aenar no hubiese resultado herido.
Aunque la lucha había sido emocionante y la destrucción del crucero del Caos
una hazaña gloriosa, Ragnar no estaba convencido de que mereciera la pena. Era un
hijo de Fenris y disfrutaba de la gloria obtenida por lo que habían logrado y del hecho
de ganarse un lugar en las sagas de los creadores de leyendas, pero al mismo tiempo,
una parte de él se daba cuenta del coste. Sabía que era un pensamiento antinatural en
un Lobo Espacial, pero no podía evitar darle vueltas al asunto.

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Ragnar sintió que alguien lo observaba mientras continuaban acercándose a la
nave insignia. Se dio la vuelta y descubrió que se trataba de la Navegante. Era una
mujer alta, delgada y de una belleza exótica, con un largo cabello plateado y unos
ojos como trozos de hielo azul. Un pañuelo le rodeaba la cabeza para cubrir el
inquietante ojo pineal. Él le sonrió. Ella lo saludó con una leve inclinación de cabeza.
Ragnar se encogió de hombros y apartó la vista.
—¿Por qué viene la Navegante con nosotros? —le preguntó a Morgrim.
—Shayara viene porque así lo quiere Lord Berek —le contestó el eskaldo. En su
voz había un ligero tono de diversión—. Sus opiniones suelen ser útiles a menudo.
—¿De verdad?
—Los Navegantes no piensan del mismo modo que nosotros. Tampoco ven la
realidad del mismo modo. Es sorprendente cuán a menudo ven cosas que nosotros no
podemos. A veces incluso, Shayara tiene el don de la profecía con tanto poder como
cualquiera de nuestros Sacerdotes Rúnicos.
—Ése puede ser un don muy útil —observó Ragnar.
—Y también muy terrible —le respondió Morgrim, y se quedó callado.
La sala del consejo del Orgullo de Fenris era muy parecida a las estancias de
Logan Grimnar en El Colmillo, un poco más pequeñas, un poco menos
ornamentadas, pero aun así era evidente que pertenecían al Gran Lobo del mismo
modo que la estancia de Berek le pertenecía a él.
En cuanto Berek y sus hombres entraron, fueron recibidos con grandes rugidos de
aprobación por parte de los Señores Lobo allí reunidos y sus hombres. Incluso Logan
Grimnar y su séquito de sacerdotes golpearon sus placas pectorales con los puños al
modo en que aplaudían los guerreros de Fenris. Era evidente que todos habían oído lo
ocurrido en la destrucción de la nave del Caos y lo aprobaban con toda su alma.
Bueno, todos menos Sigrid Matatrolls. Aplaudía como los demás, pero tenía el rostro
contraído, con la misma expresión que si se hubiera tragado un limón agrio.
Era la primera oportunidad que Ragnar tenía de fijarse en el gran rival del jefe de
su compañía y la aprovechó. Sigrid era un hombre alto y delgado. Toda la carne
sobrante e innecesaria de su rostro parecía haber sido extraída. Tenía el cabello negro
y lacio, y sus rasgos enjutos concordaban con sus labios delgados y carentes de
sonrisa. Sus grandes ojos de expresión fría brillaban con una inteligencia introvertida.
La impresión general que causaba era la de concentración. Parecía un perro de
carreras sujeto por una correa invisible. Miró por un momento a Ragnar directamente
a los ojos y se produjo un choque por el contacto visual.
Ragnar sintió que era el centro de toda la atención del Señor Lobo rival. Era como
sentir que un foco lo apuntaba con su luz o descubrir de repente que se encontraba en
el punto de mira de un francotirador.
Sigrid inclinó la cabeza hacia un lado y estudió detenidamente a Ragnar como si
se tratase de una nueva e interesante forma de vida insectoide. Sus cejas se fruncieron

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levemente por el desconcierto. Era obvio que estaba intentando adivinar quién era el
recién llegado y cuál era la razón de su presencia allí.
Ragnar se resistió a ser el primero en desviar la mirada. Una sonrisa helada y
desagradable apareció en los labios de Sigrid, quien se giró y le dijo algo al jefe de su
escolta, un hombre con la constitución de un oso, de barba espesa y completamente
calvo. El gigante lanzó una gran carcajada al escuchar lo que le dijo su Señor Lobo.
Ragnar no pudo evitar sentirse el objeto de alguna clase de chiste, pero en aquel sitio,
bajo la atenta mirada del Gran Lobo y de su séquito, no era el momento o el lugar
para hacer nada al respecto.
—Bienvenido, Berek Puño de Trueno —dijo con voz profunda Logan Grimnar—.
Tu presencia nos honra.
—Y siempre nos encanta el espectáculo de tus entradas —dijo Sigrid. Su voz
también era profunda, resonante y sorprendentemente grave. Denotaba tristeza, junto
a una cierta ironía burlona y un leve punto de odio—. Y como siempre, llegas el
último.
Logan Grimnar le lanzó una mirada de advertencia a Sigrid. Era obvio que no le
había gustado que le interrumpiera en su discurso de bienvenida. Ragnar se preguntó
si el odio de Matatrolls era tan intenso como para arriesgarse a provocar la ira del
Señor del Capítulo.
—Ya sabes lo que dicen: el primero en el combate, el último en el consejo —le
respondió Berek con una sonrisa y un tono de voz amistoso.
Ragnar observó con atención otra vez a su jefe de compañía. Había cambiado de
nuevo de actitud, sin duda ante la presencia de tantos señores influyentes. En aquella
ocasión representaba la imagen del típico guerrero fanfarrón de Fenris. Su
inteligencia natural había quedado oculta bajo aquella falsa pose simplona. Si estaba
procurando diferenciarse de la actitud de inteligencia prepotente y despreciativa de
Sigrid, no podía haberlo hecho mejor. Ragnar se percató de que los demás grandes
jefes respondían favorablemente. La mayoría de los Señores Lobo miraron a Berek
con gestos de aprobación y a Sigrid con algo parecido al desdén.
—Bien dicho —dijo Logan Grimnar suavizando la tensión evidente—. Y ahora
que todos estamos aquí, discutamos nuestro desembarco en Garn.
Ragnar sintió un estremecimiento emocionado por todo su cuerpo. El desembarco
se iba a producir en un breve plazo de tiempo. Estaba en medio del meollo. Allí se
tomarían las decisiones que afectarían a las vidas de sus camaradas y a la suya propia,
y él sería el primero en conocerlas. Era una sensación increíble.
—He recibido una petición del comandante imperial al mando de las operaciones
para que nuestro Capítulo encabece el desembarco…
Un rugido de aprobación recibió aquella noticia. Después de todo, lo más
apropiado era que los Marines Espaciales fueran requeridos para ir al frente del
ataque imperial. Para sorpresa de todos, Logan Grimnar alzó la mano ordenando
silencio. El Gran Lobo hizo otro gesto. Había algún adepto técnico por allí, porque de

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repente apareció una esfera resplandeciente del doble del tamaño de un hombre en
mitad del aire, justo delante de ellos. Ragnar reconoció el planeta Garn, con los mares
representados en color azul oscuro, la blancura de las nubes y de las llanuras nevadas
y las zonas multicolores que representaban las ciudades.
—El comandante general Durant nos ha sugerido que ataquemos aquí, en el punto
alfa-cuatro-omega.
El campo de visión descendió hacia la superficie del planeta mientras Logan
Grimnar hablaba. Aumentó hasta convertirse en un mapa topográfico de una enorme
ciudad colmena. Una parte de ella estaba coloreada: el azul representaba las zonas
controladas por las tropas leales al Imperio, y las rojas eran del enemigo. Se veían
más zonas rojas que azules. Un círculo brillante indicaba el punto de desembarco
donde el comandante en jefe quería que desembarcaran los Lobos Espaciales.
—Me he negado con mucho pesar a su petición —dijo el Gran Lobo—. Le he
contestado que nuestro primer deber era recuperar el sagrado Santuario de la Lanza
de Russ de las garras de los adoradores del Caos y encontrar la propia Lanza. Sólo
entonces podremos proceder a limpiar este mundo de la escoria que son los enemigos
de nuestro Emperador.
La asamblea de Señores Lobo rugió de nuevo para mostrar su aprobación. Ragnar
entendía la decisión que había tomado el Gran Lobo. Había logrado a la vez poner al
general imperial en su sitio y establecer sus verdaderas prioridades. Le había hecho
saber a Durant que formaban parte de su ejército, pero que no estaban bajo su mando.
Los Lobos Espaciales, al igual que los demás Marines Espaciales, operaban fuera de
la estructura habitual del ejército del Imperio, y actuarían sólo como mejor le
pareciese al Gran Lobo. Ragnar había aprendido cómo funcionaba el resto del ejército
imperial. Sin duda, el comandante general Durant pensaba en términos de sus propios
planes y prioridades y nada le gustaría más que ver a los Lobos Espaciales actuar
según los objetivos marcados por él. Logan Grimnar le había hecho saber que aquello
no iba a ocurrir.
El Gran Lobo hizo otro gesto y la imagen de la holoesfera cambió de nuevo. Pasó
a mostrar las ruinas de un inmenso edificio en forma de pirámide. La estatua del lobo
rampante que antaño se encontraba en lo más alto de la estructura estaba esparcida
por el suelo rota en tres trozos. Las enormes puertas dobles de metal que se alzaban
en uno de los laterales del edificio habían sido abiertas con explosivos. Los
esqueletos de los guerreros muertos que se veían entre los escombros mostraban su
tamaño: eran casi cinco veces más altos que la estatura de un hombre. Todo el
edificio estaba lleno de agujeros de proyectiles. Miles y miles de agujeros de bala
habían dejado su marca en las paredes. Unos enormes cráteres habían sido tallados en
su superficie a golpe de bombas. Aquí y allí enormes vigas de duraloy surgían de la
estructura como enormes costillas rotas que atravesasen la piel.
Ragnar escuchó los jadeos entrecortados de algunos de los presentes, guerreros
que obviamente habían reconocido el edificio. No hacía falta mucho esfuerzo para

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deducir que se trataba del Santuario del Cráneo de Garn. Por lo que se veía, alguien
se había esforzado a base de bien para asaltarlo. La imagen retrocedió y se amplió
mientras Grimnar continuaba hablando.
Ragnar vio la estructura de las fortificaciones que rodeaban al santuario. La
superficie lisa de la llanura del plastocemento estaba salpicada de torretas,
emplazamientos de cañones y búnkeres que creaban campos de tiro letales. Unas
enormes murallas fortificadas, también repletas de torretas, rodeaban la llanura,
formando una zona mortífera de casi un kilómetro cuadrado de amplitud.
Toda aquella parte estaba repleta de cadáveres y vehículos destrozados. Los restos
ennegrecidos de los tanques abarrotaban el lugar. Los cuerpos de los muertos, con las
manos empuñando todavía sus armas, se hinchaban en los cráteres rebosantes de
agua. Unos enormes trozos de plastocemento habían sido arrancados de la tierra por
la ferocidad del bombardeo artillero. Unas pocas patrullas recorrían todo aquel
maremágnum de restos bélicos recogiendo equipo de los muertos. Unas hogueras
brillaban entre los quemados restos de los búnkeres, y los hombres agotados por los
combates se reunían a su alrededor para calentarse las manos. El aire tenía un aspecto
contaminado y enfermizo. Una capa de nieve descolorida y extraña cubría la
superficie del terreno.
—No podemos conseguir una imagen del sanctasanctórum del edificio —dijo el
Gran Lobo—. El escudo sigue siendo efectivo.
—Supongo que en tan poco tiempo no se han producido modificaciones internas
—apuntó Berek—. Podemos utilizar los planos internos que ya tenemos.
—No podemos suponer nada de nada —le contradijo Sigrid—. Es demasiado
optimista creer que no han cambiado algo.
Logan Grimnar miró a los dos capitanes enfrentados con la misma expresión que
un padre miraría a dos niños que se pelean.
—Estos planos es lo único de lo que disponemos ahora mismo. Ninguna
información obtenida mediante las máquinas adivinatorias orbitales indica cambio
alguno. Cuando tomemos el santuario, actuaremos como si nos encontrásemos en
territorio hostil hasta que los Sacerdotes de Hierro tengan tiempo de efectuar los
rituales de limpieza y purificación.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó una voz procedente de atrás y que Ragnar
no reconoció.
—Del mismo modo que siempre —le respondió Logan Grimnar—. Con un bólter
en una mano y una espada sierra en la otra.
Aquello hizo soltar una carcajada a todo el mundo excepto a Sigrid, aunque al
menos esbozó una sonrisa retorcida.
—Bueno, para ponernos serios os diré que empezaremos con un breve bombardeo
orbital en estos puntos.
El mapa volvió a aparecer en la holoesfera. Unos cráneos rojos aparecieron en
cada una de las esquinas del edificio hasta que todo el santuario quedó rodeado.

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—¿Cómo de breve? —preguntó Sigrid.
—Treinta segundos. Ni uno más. Nosotros aterrizaremos treinta segundos
después. El bombardeo hará estallar cualquier mina o cualquier otra clase de sorpresa
que los tecnoaugures no hayan detectado y además nos proporcionará una zona de
aterrizaje despejada. Quiero cinco compañías en el lugar mediante cápsulas de
desembarco. Habrá unas cuantas Thunderhawks como apoyo aéreo. Tres transportes
llevarán a los blindados en cuanto el perímetro esté asegurado. Lo quiero así en dos
minutos.
—¿Qué pasa con las defensas del santuario? —preguntó Sigrid—. ¿Hay alguna
posibilidad de que se vuelvan en nuestra contra?
—Todas nuestras predicciones indican que la mayoría de las defensas del
perímetro quedaron destruidas en el ataque. La última comunicación que recibimos
antes de que el santuario cayera nos indicaba que el hermano Jurgen había logrado
purgar las bases de datos e iniciar la secuencia de autodestrucción de los sistemas de
armas principales.
—Mi compañía está preparada y dispuesta para entrar en el santuario y comenzar
la purificación de los herejes —dijo Berek.
Ragnar miró a su jefe de compañía, y se percató de la sensación de tensión que
emanaba de él. Quería a toda costa entrar el primero en el santuario, deseaba la gloria
de recuperar el lugar para el Capítulo.
—Hemos llevado a cabo una misión semejante en Xecutor —siguió diciendo.
—Todas las compañías tienen la misma experiencia —dijo Sigrid—. También
ofrezco voluntaria la mía.
Un coro de voces se alzó inmediatamente y dejó bien claro que todos los
presentes deseaban que sus compañías correspondientes tuvieran ese honor. Logan
Grimnar abrió los brazos de par en par para ordenar silencio.
—Berek y Sigrid. Los dos suponéis qué vais a ir en la primera oleada.
Ambos Señores Lobo se quedaron mirando fijamente al Gran Lobo. Por un
momento, pareció que los dos estaban pensando llevarle la contraria. La mirada
acerada de Grimnar les sometió. Sonrió en cuanto estuvo seguro de que ninguno de
los dos iba a decir una estupidez temeraria.
—Afortunadamente para vosotros, ambos estáis en lo cierto. Iréis con Faucerroja,
Ceñosangre y Tormentoso. Antes de que nadie hable, no quiero escuchar desafíos de
las compañías que van en la segunda oleada. No tenemos mucho tiempo y todavía
queda mucho por hacer.
—¿Quién iniciará la limpieza del santuario? —preguntó Bjorn Tormentoso.
—Después de ver su espectacular acción de abordaje en el crucero del Caos, el
honor recaerá en la compañía de Berek.
Ragnar miró a su alrededor y vio la pura imagen del odio en el rostro de Sigrid.
Pensó que aquello no sería nada bueno en el futuro.

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ONCE

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Ragnar apoyó la espalda en el respaldo del asiento y miró al resto de los ocupantes de
la cápsula de desembarco. Al parecer, estaría con los Garras Sangrientas de su
escuadra mientras durase el aterrizaje, y aquello le agradó. Prefería estar a la hora de
combatir en compañía de Sven, Strybjorn y Hakon, a los que conocía bien y junto a
los que había luchado en numerosas ocasiones.
Todos iban sujetos por los arneses de seguridad en el abarrotado interior de la
cápsula. El espacio era tan reducido que estaban apretados los unos contra los otros
en la oscuridad. El olor familiar de sus compañeros de jauría impregnaba el aire
reciclado de un modo tranquilizador. Miró a su alrededor en la penumbra y distinguió
caras nuevas y viejas, y se alegró de poder confiar en todos y cada uno de los
presentes. Sólo sería necesario un mínimo error, que un bólter disparara un proyectil
por accidente, para que el resultado fuera catastrófico.
El sargento Hakon vio su mirada y asintió ceñudo. Ragnar descubrió que el gesto
de asentimiento lo tranquilizaba de un modo extraño. Había seguido a Hakon en
combate y se había visto en más de una situación angustiosa pero siempre habían
salido bien parados. No veía motivo alguno para que en aquella ocasión no ocurriese
lo mismo. Fue a él a quien le tocó sonreír con gesto preocupado. No hasta que algo
saliese mal…
La cápsula de desembarco podía averiarse por cien motivos. Los escudos contra
el calor infernal inducido en la entrada en la atmósfera podrían fallar y todos morirían
achicharrados al entrar en el planeta. Podían ser volatilizados por el fuego defensivo
del enemigo mientras descendían. Los retrocohetes para el aterrizaje podían atascarse
y acabarían aplastados como cucarachas en el suelo al impactar con la superficie del
planeta. Podían…
Se concentró rápidamente en la Letanía de la aceptación mediante el uso de
palabras antiguas que ahogaban aquellos pensamientos que le carcomían el interior de
la mente. Se obligó a controlar la respiración, a regular los latidos de sus dos
corazones, a prepararse para la llegada.
Era posible que el bombardeo orbital no eliminara los campos de minas. Tal vez
aterrizaran en una zona de tiro entre dos búnkeres. Incluso era posible que partieran
demasiado pronto y quedaran volatilizados por los disparos de su propia flota…
—¿Qué te pasa, Ragnar? —le preguntó Sven—. Por tu cara parece que te hayas
olvidado toda la munición en tu celda.
Ragnar miró a su amigo. Sven lo conocía muy bien, lo mismo que Ragnar le
conocía a él. A pesar de su apariencia de indiferencia agresiva, Ragnar notaba por el
olor que desprendía que también sentía cierto temor. Quizá se trataba de una
respuesta natural al hecho de estar confinado en un espacio reducido o…
Ragnar sonrió de repente. Ya sabía por qué tenía la mente tan agitada: por estar
encerrado en la cápsula de desembarco. No le gustaba nada, nada en absoluto.
De nuevo estaba metido en un lugar estrecho, pero en aquel momento se sentía
aún peor. Los sellos de pureza de la cápsula ya estaban echados y ya no existía forma

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de salir de allí hasta que se posaran en la superficie de Garn. La cápsula era su única
protección frente al calor, a la altitud y a los disparos del enemigo. Era una pequeña
isla de seguridad en un mortífero océano de peligros. La palabra clave era «pequeña».
En aquel instante, Ragnar fue más consciente que nunca de lo mal que se encontraba
en espacios reducidos. Se parecía demasiado a estar metido en una tumba. Por lo
menos, ya había descubierto el origen de su miedo más importante y podía resistirse a
él.
—Es tu aliento apestoso, Sven. Has estado comiendo otra vez queso de cabra
agrio, ¿verdad?
Sven sonrió de oreja a oreja.
—Un hombre tiene que comer. Es mejor marchar al combate con el estómago
lleno. Nunca se sabe cuándo vas a comer en condiciones otra vez.
—Estoy seguro de que habrá mucho que comer ahí abajo —dijo Aenar.
Su cara mostraba una expresión mezcla de buen humor y aprensión. Ragnar pensó
que parecía muy joven.
—Bueno, pronto nos enteraremos —dijo Torvald—. Si me matan en el primer
minuto, que nadie olvide pronunciar los ritos por mi alma. Sería típico de mi suerte
morir sin bendición y marchar directo al infierno para encontrarme allí esperándome
a la vieja bruja que me maldijo.
Ragnar miró a su alrededor. Por encima de su cabeza vio el panel de control
decorado con gárgolas, que tan familiar le resultaba por el centenar de desembarcos
de prácticas. Todas las paredes interiores estaban recubiertas con murales que
mostraban escenas sacadas de las leyendas más conocidas relativas al Capítulo.
Distinguió a la espalda de Sven algunos detalles pintados acerca del combate entre
Hengist Torvaldsson y la gran serpiente de la Llamarada del Destino. Sin duda, se
trataba de una obra creada por un Lobo Espacial en sus horas de descanso entre las
prácticas de combate y la celda de meditación.
—Sincronizad los relojes —ordenó el sargento Hakon.
Un leve campanilleo sonó en los oídos de Ragnar cuando los antiguos sistemas
técnicos comprobaron que los cronómetros de su armadura estaban perfectamente
sincronizados con los del sargento y los de sus hermanos de batalla.
—Sí —contestó Ragnar y luego oyó la habitual letanía de respuestas de sus
camaradas—. Alabado sea Russ.
—Un minuto —dijo Hakon.
Inmediatamente, la cuenta atrás del cronómetro quedó superpuesta sobre el
campo visual de Ragnar. Cerró los ojos, pero la cuenta atrás no se desvaneció. Sus
números góticos irían desgranando segundos hasta que la cápsula saliera despedida
del Puño de Russ y comenzara su entrada en la atmósfera de Garn. Revisó los
preparativos para el combate por última vez.
Todo su equipo estaba a punto y dispuesto. Saldría hacia la izquierda en cuanto
llegaran al suelo y ofrecería fuego de cobertura a sus compañeros mientras ellos

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avanzaban. Repasó mentalmente el plan de desembarco que Berek les había trazado.
Estarían un poco más cerca de la puerta del santuario que la Guardia del Lobo, y
debían avanzar inmediatamente hacia ella para asegurar la entrada de la compañía a
su interior.
Comprobó la respuesta de su cuerpo. Los latidos de sus corazones indicaban que
estaba relajado. Su mente estaba despejada y sus ansiedades se encontraban bajo
control. Las glándulas implantadas en su sistema linfático ya estaban produciendo
hormonas que incrementarían su capacidad de curación, además de sustancias que
aumentarían sus reflejos y disminuirían la sensación de dolor. Todos eran cambios
programados y habituales antes de entrar en combate. En el pasado, no había poseído
la experiencia suficiente como para advertirlos. Sólo sabía que se sentía mejor, más
rápido y más fuerte. En aquel momento, ya era capaz de distinguir todas y cada una
de las pequeñas nuevas respuestas de su cuerpo.
Se percató de que Hakon ya había comenzado la Plegaría a Russ, y se fijó en que
se había unido a la oración sin darse realmente cuenta de ello, pronunciando las
palabras sin pensar en ellas.
—Concédenos la fuerza para aplastar a los enemigos del Emperador. Otórganos la
gracia de una muerte honorable si nos llega la hora —murmuró—. Alabado sea el
Emperador.
Mientras el sargento rezaba, se oyó un fuerte chasquido metálico y todos sintieron
cómo se estremecía el habitáculo.
—Cápsula soltada —murmuró Sven—. Allá vamos, Garn.

Al principio sintieron la inmensa presión por la aceleración continua a medida que la


cápsula se dirigía hacia su trayectoria definitiva de aproximación a tierra. Hakon
levantó una mano y pulsó varios mandos del panel de control situado sobre su cabeza.
De repente, una holoesfera apareció en mitad del habitáculo.
Ragnar vio cómo se alejaban de la flota y también vio al resto de las cápsulas de
desembarco salir de los tubos de despegue y bajar hacia el planeta como si fueran
bolas de granizo ardiente. Delante de ellos estaba el gran orbe brillante del planeta.
Unos grandes océanos de nubes surcaban el aire por encima de los continentes.
Cientos de pequeñas runas titilaban bajo la imagen ofreciendo miles de diminutos
retazos de información a aquellos que pudieran entenderla. Parte de su significado se
había perdido desde los tiempos en que aquellos sistemas fueron construidos por
primera vez, pero Ragnar conocía lo suficiente sobre aquellos símbolos como para
escoger aquellos que indicaban la velocidad, la altitud y la temperatura ambiente
exterior. Fuera hacía un frío glacial, la congelación del espacio interplanetario.
Ya estaban en marcha. Tardarían bastantes minutos en llegar al punto de entrada
en la atmósfera y otros tantos en atravesar esa atmósfera. A lo largo de todo ese
tiempo, la flota se habría trasladado hasta el punto de desembarco y si los Navegantes

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no se habían equivocado en sus cálculos, comenzarían la barrera de fuego de apoyo y
se detendrían escasos segundos antes de que el rumbo de las cápsulas de desembarco
coincidiera con la trayectoria de los proyectiles de sus poderosos cañones.
Ragnar se dijo que aquello formaba parte de un método muy antiguo, que la flota
del Capítulo y sus guerreros lo habían realizado ya miles y miles de veces, pero aquél
era su primer desembarco planetario de verdad, y le preocupaba mucho la posibilidad
de que se produjeran errores. Cuando la cápsula de desembarco entró en el ángulo
final de entrada, la sensación de aceleración y de peso que conllevaba desaparecieron,
con lo que Ragnar empezó a flotar, libre de la gravedad, retenido tan sólo por los
arneses de seguridad.
Todo estaba en silencio en el interior de la cápsula de desembarco, un silencio
roto tan sólo por la respiración agitada de los hombres. Ya no existía posibilidad de
dar marcha atrás: habían pasado por el punto sin retorno.
El primer temblor leve del asiento sacó a Ragnar de su ensimismamiento. Toda la
cápsula comenzó a vibrar ligeramente. Su entrenamiento le decía que se trataba del
primer roce de la atmósfera con el exterior de la cápsula, pero por unos instantes, sus
miedos más primitivos surgieron de las profundidades de su mente y le gritaron que
la cápsula estaba fallando y que todos iban a morir.
—El susurro del viento —dijo el sargento Hakon con su tono de voz más
tranquilo y a la vez tranquilizador.
Ragnar sintió la súbita relajación de la tensión a su alrededor y supo que no era el
único Lobo Espacial que se había puesto nervioso. Las siguientes palabras del
sargento fueron menos tranquilizadoras.
—Será mejor que os agarréis bien. La situación puede empeorar.
Ragnar miró a su alrededor para ver cómo se tomaban aquello los demás. El
sargento parecía tranquilo, con la misma cara de piedra que siempre. Sven sonreía
como un loco y sus colmillos lanzaban destellos por la luz emitida por la holoesfera.
Aenar estaba pálido y mostraba su nerviosismo. Torvald mantenía una leve sonrisa
cínica en los labios. Strybjorn aparentaba estar tan tranquilo y ceñudo como el
sargento. Echó un vistazo a la holoesfera y vio que el planeta ya no aparecía como un
disco. Estaban atravesando su atmósfera y los demonios del viento de su parte
superior los zarandeaban de aquí para allá.
La cápsula se estremeció y retembló. Un leve sonido parecido a un crujido erizó
el vello a Ragnar. Sonaba como si toda la estructura de ceramita y duraloy fuese a
derrumbarse sobre sí misma y a aplastarlos a todos. Aunque supiera que aquello era
extremadamente improbable, la idea le continuó inquietando. También descubrió que
no le costaba ningún esfuerzo imaginarse a los láseres defensivos volatilizándolos en
mitad de la atmósfera. Si aquello ocurría, al menos sería un final rápido. La sensación
de estar atrapado en un espacio reducido regresó de nuevo, pero esa vez, redoblada.
Ragnar se esforzó por resistirse al impulso de arrancarse los arneses de seguridad y
arrojarlos por ahí.

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Las llamas ya estaban rugiendo en la superficie exterior de los cascos de las
cápsulas de desembarco. Los escudos anticalor del fondo de cada aparato brillaron al
rojo vivo. A su alrededor, surgían chorros de aire hipercaliente que dejaban un rastro
rectilíneo en la atmósfera. Aquello no era una entrada normal en la atmósfera, como
haría una Thunderhawk o un transporte corriente. Se trataba de una inserción rápida
pensada para llevarlos a tierra cuanto antes y con las menores complicaciones
posibles. Volaban con la mínima potencia, ya aquella altitud era fácil confundirlos
con una lluvia de meteoritos.
Unos cuantos trozos de las cápsulas que los seguían se desprendieron mientras
Ragnar miraba. Toda la cápsula se estremeció como si la hubiera golpeado un
martillo gigantesco, y algo caliente y metálico también se desprendió de su aparato.
Pudo ver la estela que dejaba en el aire mediante la holoesfera. Por un momento dio
la impresión de que se estaban desintegrando, pero él sabía que no se trataba de eso.
Tan sólo era la cubierta exterior de la cápsula, que creaba un señuelo que junto a los
de las demás crearía múltiples imágenes en cualquier sistema sensor que les estuviera
observando. En teoría, aquella proliferación de objetivos haría difícil que los
defensores los pudieran eliminar a medida que se acercasen a tierra. Además, a
aquella altitud reforzaría la impresión de que se trataba de una lluvia de meteoritos
que se deshacían al entrar en contacto con la atmósfera.
Ragnar tenía la esperanza de que funcionase. Por primera vez, en todas las
ocasiones en las que había descendido a tierra en una cápsula de desembarco, su vida
dependía del éxito que tuviese aquella estratagema.
La imagen de la holoesfera comenzó a parpadear de forma preocupante. O existía
algún tipo de problema con el circuito de energía o la transmisión simplemente estaba
siendo obstaculizada por el rastro calorífico que dejaba la cápsula tras de sí. Las
sacudidas de la cápsula aumentaron. Las runas que rodeaban la holoesfera le
indicaron a Ragnar que su velocidad aumentaba a un ritmo alarmante a medida que
descendían atravesando la escasa atmósfera superior de Garn. Un chillido agudo llegó
hasta sus oídos, seguido inmediatamente por pequeños sonidos de impactos, como si
estuviesen cayendo gotas de lluvia en la superficie de la cápsula. Ragnar sabía que no
era lluvia, sólo las turbulencias del aire.
El ruido de lluvia creció al mismo tiempo que las sacudidas. Parecía que los
puños de un centenar de demonios del aire estuviesen golpeando el casco exterior.
Todo el artefacto se estremeció. Ragnar sintió que el aparato viraba y giraba
ligerísimamente mientras caían. Se agarró con fuerza a los reposabrazos del asiento
para sentir un poco de estabilidad. La parpadeante luz de la holoesfera iluminaba las
caras de sus compañeros. Todos los rostros parecían congelados en expresiones de
nerviosismo, desesperación o incluso exaltación.
Sven abrió la boca y dejó escapar un largo aullido lobuno. El eco rebotó en las
estrechas paredes de la cápsula produciendo algo parecido al aullido de un fantasma
enloquecido y ahogando por un momento incluso el aullido del viento y los golpeteos

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producidos por las turbulencias. Aenar se unió al aullido, y en breves instantes, toda
la jauría estaba aullando, excepto el sargento.
Hakon estaba ocupado realizando cuidadosos ajustes en el panel de control
situado sobre su cabeza. Ragnar lo observó. La cápsula de desembarco estaba
atravesando la delgada capa de aire a una velocidad mucho mayor de la que
normalmente lo haría un cuerpo humano. La resistencia que el aire ofrecía era
demasiado escasa a aquella altitud como para frenarlos demasiado.
Las turbulencias empeoraron. La cápsula parecía atrapada en el puño de un
gigante decidido a quitarle la vida a sus ocupantes, sacudiéndola con rabia. Los
Garras Sangrientas habrían acabado chocando de pared en pared y del techo al suelo
si no fuese por los arneses de seguridad. Aun así, Ragnar pudo ver las caras de sus
compañeros temblar como si estuviesen hechas de gelatina. Continuaban aullando,
enloquecidos por el nerviosismo y la perspectiva de un combate inminente.
Ragnar sabía que el gigantesco bombardeo orbital empezaría en breve. Había sido
cuidadosamente sincronizado para que comenzara justo antes de que aterrizaran, para
no poner sobre aviso a los defensores con demasiada antelación. Para cuando los
herejes se dieran cuenta de lo que estaba pasando, los Lobos Espaciales estarían en la
superficie y abalanzándose sobre ellos. Bueno, al menos ésa era la teoría.
Se imaginó la titánica oleada de proyectiles y de disparos láser cayendo desde la
órbita del planeta y arrasando el terreno, aplastando las defensas del enemigo y
abriéndoles camino. Procuró no pensar en un error que diera como resultado la
destrucción de la frágil cápsula en mitad de aquel diluvio de destrucción.
—Un minuto —dijo el sargento Hakon.
Las palabras le llegaron por el comunicador y se oyeron por encima incluso del
rugido de las turbulencias. El aullido cesó de repente. Ragnar sintió la tensión en la
boca del estómago y un nerviosismo que le recorrió todo el cuerpo. Otro vistazo a las
runas le indicó que la cápsula había decelerado de forma tremenda. Las turbulencias
las habría producido una mayor resistencia del aire. La visión en la holoesfera era
clara de nuevo. A su alrededor vio que había volutas rojas, grises y amarillas
manchadas por puntos negros.
«Nubes», pensó. Nubes naturales y de polución. Ya casi habían llegado. El alivio
se entremezcló con la tensión. Aquél era el punto de mayor peligro. Si los defensores
les habían avistado, sería entonces cuando los derribarían. La muerte les llegaría de
improviso, serian borrados de la existencia de forma instantánea y sin poder hacer
nada para impedirlo. Semejante sensación de indefensión no era algo a lo que
estuvieran acostumbrados los Marines Espaciales. Su única protección en aquellos
momentos era la plegaria. Su único escudo, la fe.
Un enorme resplandor amarillo cubrió toda la superficie de la holoesfera. Ragnar
se quedó desorientado por un momento, y luego se dio cuenta de que habían visto el
resplandor final de la barrera de artillería justo antes de que acabase mientras pasaban
a través de la capa inferior de nubes contaminadas. Bajo ellos pudo ver las torres

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increíblemente altas de Garn. Se hizo una idea de la geografía de aquella parte del
mundo de un solo vistazo.
La tierra que se encontraba bajo ellos estaba dividida en centenares de pequeñas
islas separadas por canales de agua o de desechos industriales líquidos. Unas enormes
estructuras de metal y plastocemento (fábricas, generadores de energía, templos
industriales, grupos de habitáculos) cubrían todas y cada una de las islas. Algunas de
las estructuras no eran más que grandes cascarones vacíos, esqueletos de
plastocemento que se encontraban rodeados por los escombros que antaño les habían
cubierto. Otras mostraban unos tremendos agujeros, resultado de los impactos de
artillería o de las explosiones internas.
En un punto cerca de su zona de aterrizaje parecía que la barrera de artillería
había hecho estallar en llamas el cauce del río contaminado. El fuego bailaba de un
modo antinatural a lo largo de toda la superficie de un fluido que guardaba muy poca
semejanza con el agua. Un poco más lejos pudo distinguir los cráteres producidos en
el lugar donde iban a aterrizar. A lo lejos, muy a lo lejos, creyó ver unas enormes
máquinas de guerra en movimiento. Al parecer, las fuerzas leales habían organizado
un ataque de distracción para cubrir su desembarco. No. No se había mencionado
nada semejante durante la planificación del desembarco. Quizá tan sólo se trataba de
algún señor de la guerra oportunista que se aprovechaba de la distracción
proporcionada por la barrera de artillería. Quizá tan sólo se trataba de una
coincidencia.
Unos disparos esporádicos procedentes de los láseres de defensa montados en los
edificios comenzaron a surcar al aire a su alrededor. Ninguno pasó cerca de su
cápsula de desembarco. ¿Habían sido descubiertos o tan sólo se trataba de un sistema
de defensa automático, diseñado para disparar contra todo lo que cruzara por aquel
punto concreto de la atmósfera? Si era así, Ragnar se alegraba de que la barrera de
artillería hubiera cumplido su misión. Normalmente, aquellos sistemas cubrían todo
el espacio aéreo de una ciudad. Aquél sólo parecía funcionar de forma puntual y
esporádica.
Fueran esporádicos o no, pensó mientras le rezaba a Russ, sólo haría falta uno de
esos disparos y aquel mundo se libraría de ellos. Era imposible que el blindaje de una
cápsula de desembarco pudiera soportar el impacto de un láser de defensa.
—Fallo en los suspensores —dijo Hakon por el comunicador—. Preparaos para el
impacto.
Ragnar miró las runas de la holoesfera y de repente se dio cuenta de que no
estaban disminuyendo la velocidad. Los suspensores gravitatorios que debían hacer
decelerar a la cápsula en la última parte de su descenso no se habían activado de
forma automática. En un momento, quedarían aplastados y convertidos en una pulpa
sanguinolenta sobre el suelo. «Aquello no pintaba nada bien», pensó Ragnar.

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DOCE

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Por un momento, el pánico amenazó con apoderarse de Ragnar. Sus peores miedos y
pesadillas amenazaban con hacerse realidad. Estaba atrapado en aquella diminuta
cápsula sin ninguna posibilidad de escapar y a punto de estrellarse en el suelo
después de caer de una enorme altura. Aquel instante pasó y recuperó el autocontrol.
Si tan sólo le quedaban unos instantes de vida, no cedería ante el miedo. Se
enfrentaría a la muerte como un hombre, aunque no fuese la muerte que él hubiese
escogido.
El sargento Hakon no pensaba lo mismo. Alargó la mano y tiró de los
interruptores de emergencia de los paneles situados sobre su cabeza, activando así
manualmente el motor de los suspensores. Nada ocurrió por unos momentos, pero de
repente, Ragnar sintió que una mano gigante lo aplastaba contra el asiento cuando los
suspensores se enfrentaron a la fuerza de gravedad del planeta. El aire se cargó de
olor a ozono, y Ragnar creyó escuchar un aullido agudo cuando el sobrecargado
generador de la anciana máquina cedió. La aceleración retornó. La sensación de caída
hizo que el estómago de Ragnar saltara. La esperanza que había conservado por un
momento desapareció, para regresar cuando los sistemas auxiliares se encendieron.
—¡Agarraos! —gritó Hakon—. Esto se va a poner difícil.
Las runas del altímetro le indicaron que el impacto era inminente. Se colocó en
posición de choque sin dejar de pensar que iban a demasiada velocidad. Unos
segundos más tarde, fue lanzado con una enorme fuerza contra los arneses de
seguridad. Sintió que el sistema de arneses se estiraba pero aguantaba.
Forzó los músculos del cuello para evitar el latigazo cervical posterior. El tirón
causado por el impacto fue tremendo.
Esperó lleno de tensión que una oleada de dolor agónico recorriera su cuerpo en
cualquier momento. No llegó a ocurrir. En vez de ello, la cápsula de desembarco
comenzó a rodar sobre sí misma una y otra vez, hasta que se detuvo con un chirrido
final. Tras unos segundos, los paneles laterales se abrieron con un crujido como si
fuera una flor metálica que desplegara sus pétalos para saludar al sol.
—Dispersaos —ordenó el sargento con su fría voz de mando.
Ragnar golpeó la hebilla de su arnés de seguridad y salió disparado hacia la
puerta mientras desenvainaba y desenfundaba sus armas. Una oleada de vapor le
recibió en cuanto sus pies tocaron el plastocemento: era la nieve evaporada por el
calor del aterrizaje de la cápsula de desembarco. Ragnar pensó que se trataba del
escudo anticalor que se enfriaba, pero un rápido vistazo le indicó que se equivocaba.
Todo un lateral de la cápsula brillaba al rojo vivo. Al parecer, uno de los rayos láser
del enemigo había pasado mucho más cerca de lo que había creído en un principio y
le había acertado a la cápsula con un impacto superficial.
Ragnar pensó mientras observaba la zona en busca de un objetivo que sin duda
aquél era el motivo por el que habían fallado los sistemas automáticos. Sabía lo
extremadamente afortunados que habían sido. Si aquel potentísimo rayo de energía

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les hubiese acertado durante más de un microsegundo, probablemente habrían
quedado vaporizados.
El tableteo de las armas automáticas en la cercanía le indicó que al menos
quedaban unos cuantos enemigos contra los que combatir.
Estaba metido hasta las rodillas en la nieve. Aspiró profundamente el frío aire de
Garn. Era tan frío como el de Fenris en invierno, pero olía a huevos podridos, a
sulfuro y a toda clase de contaminación. Una ligera sensación de náusea le indicó que
su cuerpo ya había iniciado el proceso de adaptación, filtrando y purificando. Pensó
qué extraño era cómo los pequeños detalles atraían la atención después de los
momentos de crisis.
A pesar del peligro pasado, se sentía exultante. El motivo no era tan sólo la
descarga de productos químicos procedentes de sus glándulas modificadas en su
corriente sanguínea. Estaba en tierra. Había sobrevivido a la dura experiencia de
atravesar la estratosfera y la atmósfera y allí estaba, con un enemigo delante de él y
un arma en cada mano. Aunque la situación continuara siendo peligrosa, al menos era
un tipo de peligro sobre el que podía hacer algo. Sentía que, por fin, su destino estaba
en sus propias manos.
Se percató de la situación a su alrededor con otro rápido vistazo. Las otras
cápsulas de desembarco también estaban en tierra ya. Los Lobos Espaciales habían
salido con las armas escupiendo muerte en todas direcciones.
Unos cuantos grupos de pequeño tamaño se formaron para asaltar el Santuario de
la Lanza. A aquella distancia, parecía más una fortaleza que un santuario tomada
recientemente. Los ennegrecidos restos de los sistemas de defensa automáticos
salpicaban sus costados. Ragnar vio a varios herejes uniformados en los balcones
fortificados. Por las ventanas asomaban las bocachas de los rifles láser.
Aquí y allá se distinguían los símbolos del Caos y de la herejía, ensuciando sus
muros sagrados. Ragnar lanzó una maldición gruñendo y se preparó para avanzar.
Por lo que veía, no se habían producido bajas en la compañía de Berek. El único
problema, y era leve, se debía al mal funcionamiento de su propia cápsula: habían
caído fuera de la zona establecida para ellos, y se encontraban mucho más cerca de la
enorme entrada de lo que se suponía debían estar. Lo único que había a su espalda
eran los cráteres y los escombros de la llanura. En aquel instante, se encontraban en
plena zona de fuego, con la única cobertura de su cápsula de desembarco.
Un chorro de proyectiles se estrelló en el plastocemento justo delante de él
levantando pequeños géiseres de nieve y enviando una ráfaga de esquirlas hacia su
armadura. Ragnar alzó la vista y descubrió al tirador, asomado por encima de las
almenas de la inmensa puerta. Levantó su pistola con un movimiento ágil y fluido y
le disparó. El solitario proyectil atravesó el cráneo del soldado enemigo y decoró la
pared a su espalda con sus sesos.
—Buen tiro —le oyó murmurar a Sven—. Ahora sólo necesitamos otros veinte
como ése.

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Una lluvia de proyectiles obligó a Sven a refugiarse detrás de la cápsula, todavía
al rojo vivo. Ragnar saltó para reunirse con él. Vio al sargento y a los demás
atrapados por el fuego enemigo en mitad de terreno abierto. A menos que pudiesen
eliminar a sus atacantes, parecía que le quedaba poco tiempo al resto de la escuadra.
De repente, escucharon un rugir de cohetes y vieron estrellarse varias estelas de
fuego en los emplazamientos enemigos en los muros. Sus armas quedaron silenciadas
por unos instantes mientras las nubes de polvo se alejaban flotando.
—Al parecer, los Colmillos Largos se decidieron por fin a sacar sus lanzacohetes
—dijo Sven con una sonrisa. Miró los restos de las enormes puertas del santuario—.
¿Estás pensando lo mismo que yo?
Ragnar asintió. Salió de la cobertura de la cápsula y echó a correr hacia las
escaleras, con Sven pegado a sus pasos. Unos segundos más tarde, toda la escuadra
los seguía aprovechando la confusión causada entre sus enemigos por las armas
pesadas de los Colmillos Largos.
Llegaron a las escaleras instantes después. De repente, se encontraron rodeados
por otra lluvia de proyectiles y vio la pared de sacos de arena y el nido de
ametralladoras de gran calibre. Actuó de forma instantánea e intuitiva y se arrojó
sobre uno de los inmensos peldaños mientras preparaba una granada. La arrojó hacia
el enemigo y una serie de explosiones le indicó que no era el único que había tenido
aquella idea. Un momento después, ya estaba de nuevo en pie y corriendo hacia el
emplazamiento de la entrada.
Las balas se estrellaron en el suelo siguiendo sus pies. Una rebotó en su hombrera
con tanta fuerza que le hizo girar sobre sí mismo y caer al suelo. Sven pasó corriendo
a su lado disparando de forma repetida su pistola contra los herejes que todavía
estaban vivos. La espada sierra ya zumbaba en su mano. Ragnar vio mientras se
levantaba cómo sus camaradas Garras Sangrientas saltaban por encima del medio
demolido muro de sacos de arena y se lanzaban aullando sobre el sorprendido
enemigo. Era evidente que los defensores no se habían esperado un asalto de
semejante rapidez y ferocidad.
Ragnar pudo verlos bien por primera vez. Eran hombres de aspecto normal,
vestidos con gruesos uniformes de camuflaje de colores grises y blancos para
resguardarse del frío. Unas gafas gruesas y oscurecidas les protegían los ojos, y unas
máscaras de filtro les cubrían la boca, lo que les daba una siniestra apariencia de
insectos. La mayoría iban armados con rifles automáticos de aspecto usado con unas
bayonetas con filo de sierra caladas en el cañón. Muchos de ellos gritaron e
intentaron huir corriendo cuando los Lobos empezaron a matarlos a diestro y
siniestro, pero uno o dos de ellos mantuvieron la calma lo suficiente como para
combatir bien.
Mientras Ragnar observaba la escena, uno de los caídos, que se había hecho el
muerto de forma convincente gracias a la gran cantidad de sangre que le cubría el
uniforme, se puso en pie y apuntó con su bayoneta a la espalda de Sven. Ragnar

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apuntó con tranquilidad y le metió varios proyectiles bólter en el cuerpo. La fuerza de
sus impactos hizo que el hombre se derrumbara como un paquete de comida
aplastado por el puño de un Marine Espacial.
Ragnar se apresuró a unirse a la lucha lanzándose en medio de los cuerpos que
combatían repartiendo mandobles a diestro y siniestro con su aullante espada sierra a
los hombres que lo rodeaban. El nido de ametralladoras quedó libre de enemigos en
pocos segundos y los Garras Sangrientas se dispersaron para atacar a los demás
situados detrás de las fortificaciones provisionales de sacos de arena.
Sven examinó con un gesto de disgusto su espada sierra. Un disparo perdido
había impactado en la fuente de energía y la ristra de dientes ya no giraba. Un humo
negro surgió de la empuñadura y el mecanismo retembló antes de deshacerse allí
mismo en pedazos. Había resultado más dañado de lo que parecía. Sven miró a su
alrededor durante un momento, y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro. Cerca
de él había una ametralladora pesada. Parecía algo milagroso, ya que no se veía que
hubiera sufrido daño alguno por las explosiones de las granadas. Ragnar pensó por un
momento en cuáles eran las probabilidades de que aquello ocurriera, pero dejó a un
lado la idea. En tiempos de guerra, con el tiempo suficiente, la mayoría de los hechos,
por improbables que fuesen, acababan por ocurrir.
Sven levantó con una mano la pesada arma automática y sonrió de nuevo, muy
satisfecho de sí mismo. La había tomado del suelo justo a tiempo, porque el enemigo
se había reagrupado en las profundidades del santuario y, en una oleada, compuesta
de cientos y cientos de soldados, se dirigió presurosa hacia la entrada del lugar. A
pesar de la natural sensación de superioridad que le habían inculcado durante el
entrenamiento, Ragnar se sintió de repente muy superado en número. Quedaban cinco
Lobos Espaciales en los restos del nido de ametralladoras, enfrentados a varios
cientos de enemigos.
—Creo que tocamos a unos cinco por cabeza —comentó Sven.
—Me alegro de ver que tu aritmética sigue siendo tan buena como siempre —dijo
Ragnar mientras pensaba que Sven había tenido una buena idea. Quizá también él
podría encontrar otra arma pesada que funcionase entre los restos.
—Vamos a igualar las proporciones —dijo Sven.
Alzó la ametralladora con una mano y comenzó a disparar contra la horda de
infantería que se acercaba. Los segó como una guadaña, cortando cuerpos en dos,
mientras las balas atravesaban los pechos de los soldados de la primera fila para
estrellarse en las tripas de los que los seguían. Sven lanzó un largo aullido de alegría.
El resplandor de la bocacha de la ametralladora le iluminaba el rostro desde abajo,
dándole un aspecto demoníaco. Permaneció de pie en mitad de una tormenta de balas,
despreciando por completo la muerte que silbaba a su alrededor. Luego hizo algo aún
más increíble: comenzó a avanzar hacia ellos, haciendo caso omiso de los proyectiles
mientras seguía disparando contra sus enemigos, causando una increíble cantidad de
bajas.

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Era como ver a uno de los antiguos héroes de las sagas. Había algo terrorífico en
el modo en que Sven caminaba abatiendo a las oleadas de enemigos de forma
mecánica mientras avanzaba. La visión detuvo por un momento a la enorme masa de
hombres. Por unos segundos, pareció que Sven sería capaz de hacerles huir él solo.
Sin embargo, se oyó un grito a espaldas de los hombres, y los disparos se
reanudaron. Ragnar distinguió a un hombre con un uniforme blanco de invierno que
parecía un comisario imperial y que siguió dando órdenes a sus seguidores, quienes
comenzaron a avanzar de nuevo sin dejar de disparar. La cantidad de plomo que
recorría el aire era demasiada incluso para alguien con la valentía enloquecida de
Sven. Comenzó a retroceder hacia el emplazamiento de armas pesadas sin dejar de
disparar la suya hasta que cayó de espaldas al lado de Ragnar en el nido de
ametralladoras.
Ragnar bajó la vista un momento y se dio cuenta de que su amigo no había salido
indemne. Su armadura estaba resquebrajada en una docena de sitios y de los huecos
salía sangre. Un rasguño ensangrentado cubría una de sus mejillas, y otra bala se
había llevado por delante todo un mechón de su cresta. Sin embargo, sus ojos
continuaban brillando con el ansia de batalla. Alargó la mano para empuñar de nuevo
la ametralladora y apreté el gatillo. El arma tableteó rugiente unos segundos y lanzó
una lluvia de muerte, pero de repente, dejó de disparar.
—¿En el nombre de Russ, qué…?
—Se ha sobrecalentado —le dijo Ragnar—. Los cañones se han fundido. Has
disparado demasiado tiempo seguido.
Sven arrojó el arma en dirección al enemigo.
—¡Maldito cacharro inútil! —gritó.
Escucharon un crujido de huesos y un grito de dolor. Ragnar, supuso que el
lanzamiento de Sven había sido preciso.
—Enhorabuena —le dijo—. Has inventado una nueva forma de combate. En vez
de disparar al enemigo con nuestras armas pesadas, se las tiramos a la cabeza.
—¿No sería mejor que luchases en vez de hablar tanto? —le preguntó Sven con
una dulzura sorprendente. Ya estaba registrando el lugar con la vista en busca de otra
arma.
—Tu dominio de la táctica me sorprende —le contestó Ragnar mientras asomaba
la cabeza por encima del parapeto de sacos de arena y disparaba a la muchedumbre
que se acercaba. En cuanto lo hizo, decenas de ráfagas empezaron a pasar a su
alrededor, obligándole a esconder de nuevo la cabeza. Parecía que alguien del otro
bando había tenido el buen sentido de colocar más armas pesadas para cubrir el
avance de sus tropas. Estaban clavados al lugar hasta que la infantería llegara a sus
posiciones La cosa no tenía buena pinta.
«Bueno», pensó Ragnar, «hay más de un modo de despellejar a un dragón».
Enfundó la pistola y abrió el dispensador de granadas. Era un Lobo Espacial. Era más
que capaz de calcular la posición de sus enemigos por el ruido de sus pisadas y por su

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olor. Lanzó un puñado de granadas por encima de los sacos de arena hacia el
enemigo. Instantes después, una oleada de explosiones y gritos llegó a sus oídos.
—Puede que le hayas dado a uno —le dijo Sven—. Has tenido suerte.
Sven lanzó una granada por encima del hombro. Otra explosión. Otro grito de
agonía.
—Así es como se hace —le dijo a Ragnar.
Éste lo miró.
—La cosa iría mucho mejor si pudiésemos cargarnos su fuego de apoyo.
—¿De verdad? Nunca se me hubiera ocurrido —le respondió Sven en tono
sarcástico.
Lanzó otra granada y otra explosión sacudió el interior del edificio. Ragnar sentía
que sus enemigos estaban muy cerca ya.
—Tendrán que dejar de disparar pronto o le darán a sus propios hombres —dijo
Ragnar.
—Y cuando lo hagan…
—¡Esto! —continuó Ragnar.
En cuanto cesó el fuego de apoyo, se puso de pie de un salto y comenzó a
disparar con su pistola bólter. Los herejes estaban tan cerca que vio su propio reflejo
deformado en sus gafas protectoras: una figura retorcida y gris de pies a cabeza y
cubierta de sangre. El resplandor de la bocacha de su arma era deslumbrante. Los
soldados levantaron sus rifles automáticos casi en el mismo instante en que él
apareció. Era obvio que estaban preparados para el momento en que cesara el fuego
de apoyo, lo mismo que él, pero carecían de sus reflejos sobrehumanos.
Estaba de nuevo a cubierto antes de que a ninguno de ellos le diera tiempo de
apretar el gatillo. Una oleada letal de balas pasó por encima de su cabeza y también
se estrelló contra los sacos de arena a su espalda. Sintió la estructura retemblar bajo
los impactos.
—Eso ha sido muy inteligente —le dijo Sven, de nuevo con un tono de voz
sarcástico, mientras lanzaba otra granada—. Espero que los demás lo estén haciendo
mejor.
La onda expansiva de la granada llegó de tan cerca que fue casi ensordecedora.
—Será mejor que nos preparemos para el combate cuerpo a cuerpo —dijo
Ragnar.
—¿Con qué? ¿Con mis puños?
Ragnar le lanzó su pistola bólter y activó su espada sierra.
—Incluso tú puedes hacer algo con dos pistolas.
—Supongo que algo se me ocurrirá —le respondió Sven con una sonrisa
maliciosa.
—Será mejor que si. Ya están aquí al lado.

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TRECE

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—Entonces, démosles una cálida bienvenida —dijo Sven.
Se puso en pie justo cuanto la sombra de un hombre con una bayoneta asomaba
por encima del parapeto. Comenzó a disparar a diestro y siniestro con una pistola en
cada mano. Las balas apenas tenían tiempo de surcar el aire antes de enterrarse en los
cuerpos y estallar en su interior. Sven dio un paso lateral sin dejar de disparar a
quemarropa con las dos pistolas contra sus enemigos. Ragnar se lo quedó mirando un
instante antes de girarse y saltar por encima de los sacos de arena y aterrizar en medio
de la muchedumbre de soldados de infantería.
Agarró la espada sierra con las dos manos y comenzó a dar tajos a izquierda y
derecha cortando brazos y rompiendo huesos cubriéndose de sangre él mismo y todo
lo que estaba a su alrededor. Un aullante grito de batalla escapó de sus labios en
cuanto se entregó a la furia del combate cuerpo a cuerpo. Toda su agresividad
contenida, todas sus preocupaciones y todos sus miedos sufridos a lo largo del
descenso, todo ello incrementó su rabia. Golpeó con rapidez felina, atravesando la
masa de enemigos como un demonio desencadenado de los infiernos. Fue imparable
durante unos breves momentos, pero después, el peso del número de atacantes le
detuvo. El enemigo lo rodeaba por todas partes, apuñalando con bayonetas,
disparando a quemarropa, demasiado preocupados por conservar sus propias vidas
frente al berserker para pensar en no darle a sus propios compañeros.
Ragnar se agachó y esquivó, pero el suelo estaba tan resbaladizo con tanta sangre
que era difícil mantener el equilibrio, el eludir los ataques del enemigo y golpear con
fuerza a la vez. Lo intentó lo mejor que pudo. Destripó a un hombre y le aplastó la
cara a otro, mientras sentía que le clavaban una bayoneta en la armadura, en el hueco
entre la hombrera y la pieza del brazo. Los dientes salieron volando en todas
direcciones ante la fuerza del puñetazo con guantelete.
Un latigazo de dolor detrás de la rodilla le indicó que otro de sus enemigos había
logrado encontrar un punto débil en su armadura. Un tajo hacia abajo y hacia atrás le
aseguró que el hombre no volvería a hacer nada más. Notó cómo las heridas
comenzaban a cerrarse ya, pero el proceso curativo lo volvía más lento. Dio un
mandoble tras otro, y con cada uno caía un oponente, pero por cada soldado caído
aparecían otros dos para reemplazarlo. Eran demasiados herejes como para que una
sola escuadra de Garras Sangrientas pudiera rechazarlos.
Una bala perdida rozó la sien de Ragnar. Le pareció que alguien le acababa de
golpear con un martillo pilón. Sacudió la cabeza para quitarse la sangre que le caía en
los ojos, y un grupo de hombres aprovechó el momento para agarrarlo en un intento
por inmovilizarle a él y a su letal espada sierra. Levantó a dos de ellos con un rugido
y estrelló sus cabezas la una contra la otra con un chasquido repulsivo. Sintió que un
brazo le rodeaba el cuello y que una mano intentaba apuñalarle en el cuello.
Ragnar se lanzó hacia delante esperando que el impulso hiciera que su atacante
saliera disparado por encima de su cabeza, pero el hombre se agarró con fuerza para

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no soltarse y lo apuñaló de nuevo. Más sangre salpicó la placa pectoral de Ragnar: la
suya propia.
En aquel instante, una verdadera furia asesina se apoderó de él. Ya no luchaba por
conservar la vida, sino por llevarse por delante antes de morir a todos los enemigos
que pudiera. Sacudió la cabeza adelante y atrás y movió los hombros para arrojar de
su espalda a su atacante mientras lanzaba un espadazo que destripó a otro enemigo.
Las entrañas de éste se desparramaron pero Ragnar siguió avanzando de todas
maneras.
Enfurecido, perdió el equilibrio sobre los resbaladizos intestinos y cayó de
espaldas. Escuchó un crujido cuando algo amortiguó su caída, y Ragnar se percató de
que era su atacante armado con la daga. Su brazo colgaba fláccido alrededor del
cuello de Ragnar.
Un tipo enorme apareció por encima de él, y antes de que Ragnar pudiera
reaccionar, le dio un culatazo en la cabeza. El golpe hubiera aplastado el cráneo de un
hombre normal, y ni siquiera los huesos reforzados de Ragnar lo protegieron por
completo. La visión se le llenó de puntitos luminosos, y por un momento lo único que
vio fue la oscuridad. Sintió cómo el hombre alzaba el rifle para darle otro culatazo y
lanzó una estocada a ciegas hacia delante y hacia arriba. Notó cómo acertaba y cómo
atravesaba la carne del hombre para destrozarle las entrañas. El hombre aulló
mientras vaciaba la vejiga y los intestinos a la vez.
Ragnar recuperó la vista y se puso en pie. Aplastó la cara del hombre de un
puñetazo, y éste cayó de espaldas. Ragnar avanzó de nuevo aullando de furia y
tajando a todo enemigo que se encontraba por delante. Aun así, continuaron
abalanzándose sobre él, en una oleada inacabable de adversarios. No podía ver a
ninguno de sus hermanos de batalla, y su olor apenas era perceptible entre el de los
herejes y el de la cordita. Quizá ya habían caído. Quizás era el último miembro con
vida de la escuadra. Si era así, decidió que los herejes traidores de Garn iban a pagar
caro por sus vidas, la suya y la de sus camaradas.
Delante de él distinguió al hombre con uniforme de comisario. Ya no, estaba
blanco y limpio, sino manchado de sangre y ennegrecido por el humo. El rostro del
individuo palideció cuando se percató de que había llamado la atención de Ragnar y
que se dirigía hacia él, pero alzó su espada sierra a modo de desafío y avanzó a su vez
con el paso firme de un guerrero experimentado para enfrentarse al Garra Sangrienta.
Ragnar se dio cuenta en cuanto sus espadas se cruzaron que era un enemigo
capaz. La habilidad del hombre era tremenda. Normalmente, no habría sido un rival
en el plano físico para el Lobo Espacial, pero Ragnar estaba cansado y ensangrentado
por sus anteriores combates, mientras que el garnita estaba descansado y ansiaba la
gloria.
Las chispas saltaron cuando las espadas volvieron a encontrarse chirriando. El
comisario se agachó para esquivar la estocada de Ragnar y logró acertarle con su
contraataque en el antebrazo. La armadura del joven Lobo Espacial comenzó a echar

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humo por la fricción de los dientes de sierra de la espada. Ragnar dio un paso
adelante y agarró el brazo con el que su enemigo empuñaba la espada. Apretó y los
huesos crujieron al romperse. El comisario no gritó aunque su rostro palideció y la
frente se le llenó de gotas de sudor. Ragnar se abalanzó sobre él le pegó un cabezazo
en toda la nariz. Mientras el garnita caía hacia atrás con la nariz rota y chorreando
sangre, pero sin soltar ni un solo quejido a través de sus labios apretados, Ragnar le
metió una patada que le rompió la cadera. El individuo cayó en redondo al suelo y
Ragnar le aplastó la cabeza de un pisotón.
Un par de soldados se quedaron mirando horrorizados a su jefe muerto, pero los
demás se mantuvieron firmes con la moral alta. No importaba lo fuerte y poderoso
que fuera Ragnar o cualquier otro Marine Espacial, eran demasiados enemigos.
Siguieron atacando como un enjambre de hormigas enfurecidas a un escarabajo con
su armadura, intentando matarle a balazos, a bayonetazos, a golpes, y todo ello sin
importarles sus propias vidas o la de sus compañeros. La masa de gente que se movía
de forma inexorable como el mar empujó a Ragnar de vuelta hacia el emplazamiento
defensivo. Se sintió como un nadador atrapado por un maremoto, pero continuó
luchando, con la sangre y el sudor compitiendo por cegarle.
Alguien lo agarró por detrás a la altura de la rodilla herida, y cayó semiagachado.
Algo le golpeó otra vez en el cráneo y su visión quedó empañada de nuevo por
multitud de puntitos brillantes. De repente, se sintió débil, con ganas de vomitar,
apenas capaz de ponerse en pie. Jamás en todo el tiempo que llevaba siendo un
Marine Espacial se había sentido así. Saber que estaba a punto de morir encendió de
nuevo su furia pero estaba inmovilizado por el peso de los cuerpos, debilitado por las
heridas y la pérdida de sangre y no reunió la energía necesaria para saciar su afán de
combate. En vez de eso, se limitó a lanzar mandobles a izquierda y derecha y pegar
puñetazos y patadas. Sabía que era inútil. Sentía los miembros cargados de plomo.
Sus oponentes parecían no haber disminuido en número desde que comenzó el
combate.
Aun así, sonrió y lanzó un aullido de alegría. Aquélla era una muerte propia de un
guerrero, digna, mucho mejor que morir convertido en carne chamuscada en el
interior de una cápsula de desembarco incinerada. Ningún Lobo Espacial podía pedir
más.
Su aullido fue contestado por un grito de guerra.
—¡Por Russ y por Berek! —escuchó a alguien gritar cerca de él.
Se quedó sorprendido al ver que el individuo que tenía justo delante se partía en
dos bajo el sablazo de una espada sierra. Allí estaba el sargento Hakon, como si fuera
un demonio de la matanza. Estaba cubierto de sangre de los pies a la cabeza. Su
armadura parecía enteramente pintada de rojo y su habitual pelo gris tenía el color del
óxido. Agarró a un garnita del pecho y lo lanzó hacia sus camaradas, derribándolos
con la fuerza del impacto y cargando contra ellos un instante después. Atacó a

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izquierda y derecha con su espada sierra, creando un espacio libre para que Ragnar
recuperara el aliento.
Se quedó jadeando unos cuantos segundos viendo cómo el sargento mataba a
todos los soldados que se encontraban a su alcance antes de alzar Ja cabeza y lanzar
un tremendo aullido de triunfo. Mientras lo hacía, una ráfaga de balas trazadoras
partió de algún punto a su izquierda y acertó al sargento en el cráneo. Todo un lado de
la cabeza de Hakon desapareció, dejando al aire trozos de su cerebro. El sargento
cayó hacia delante como un poderoso árbol cortado y se quedó inmóvil.
El asombro paralizó por un instante a Ragnar. Le parecía imposible que el
sargento estuviese muerto. Había estado allí siempre, invencible e indestructible
desde el primer día que Ragnar había llegado a Russvik. Había entrenado y luchado
junto a los Garras Sangrientas hasta conocer todos los rasgos de su cara como los de
la suya propia. Él era parte de la escuadra, su jefe, su guía… y había muerto.
Ragnar se quedó inmóvil mientras otra oleada de infantería de Garn avanzaba
hacia su posición. Una parte de él se había desmoralizado al ver morir a Hakon. Una
parte de él tan sólo quería quedarse allí y dejar que los soldados lo mataran como al
sargento. ¿Para qué luchar? Iba a morir, lo mismo que el jefe de la escuadra.
Rechazó ferozmente aquellas ideas en cuanto aparecieron en su mente. La furia
que había sentido antes regresó, pero esta vez, sintió que la rabia no tenía límites. De
su interior surgieron reservas de energía que él desconocía poseer. La debilidad
desapareció de sus extremidades. Hakon le había proporcionado el respiro que
necesitaba para recuperarse. Había llegado el momento de saldar su deuda con el
viejo.
Se levantó de un salto y se lanzó a la carrera, y las balas que rebotaban en su
armadura sonaron como los martillazos de un herrero en la forja. Algunos de los
garnitas vieron su rostro contraído por el odio y se dieron la vuelta aterrorizados, pero
la mayoría eran hombres valientes. Continuaron disparando y agarraron con fuerza
sus rifles con la bayoneta calada, preparándose para el tremendo impacto que sería la
carga del Lobo Espacial. Ragnar escuchó los gritos de guerra de más Lobos
Espaciales cercanos en el mismo instante que pegaba un salto hacia delante y rezaba
para que ninguna bala le hiriera de muerte antes de poder matar a más enemigos.
De repente, se percató de la presencia de unas poderosas siluetas cerca de él y que
se abalanzaban sobre sus enemigos con sus pistolas relampagueando y sus espadas
sierra chirriando. Docenas de Lobos Espaciales habían logrado llegar hasta sus
enemigos, emergiendo de la humareda causada por los disparos para machacarlos. Se
lanzaron al combate junto a Ragnar, atravesando las líneas de los garnitas como un
rayo atraviesa la madera podrida.
Toda la situación del combate en la zona de la entrada del santuario había
cambiado en un segundo. El éxito inicial de los garnitas se convirtió en una
desbandada. Sin duda, los nativos eran guerreros veteranos, leales a la causa de la
maldad más allá de la locura, pero la visión de una masa de Marines Espaciales que

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atravesaba sus líneas era más que suficiente para que perdieran la moral. La inmensa
mayoría de ellos se dieron media vuelta e intentaron huir, y murieron instantes
después.

—Sí que ganamos —dijo Sven, con un aspecto a la vez contento y enfadado.
Era un comportamiento típico. Todavía miraba a su alrededor, atento a la menor
señal de movimiento y reaccionando al ruido o al cambio de olor más leves. Ya había
pasado una hora desde que Logan Grimnar había declarado libre de enemigos el
santuario, pero él seguía listo para entrar en combate en un instante. Incluso al
metabolismo modificado de los Marines Espacíales le llevaba tiempo calmarse tras el
frenesí del combate. Ragnar se dio cuenta de que existía una reacción posterior. Él se
sentía del mismo modo.
—¿A qué coste? —le preguntó Ragnar.
—Jodido, todavía estás vivo y de una pieza, ¿no?
—¿Y los otros?
—A Aenar le hirieron de nuevo. Torvald está bien. A Strybjorn le dieron un par
de veces, pero estará bien en cuanto los curadores le echen un vistazo.
Ragnar se removió inquieto. Sentía dolor, un dolor mucho peor que cualquier
sensación que hubiera tenido durante el combate. En aquellos momentos, su mente se
había cerrado a cualquier cosa que no lo ayudara a seguir vivo. En aquel instante, era
mucho más difícil hacer caso omiso de lo que su cuerpo sentía. Se había quitado las
grebas de la armadura y había rociado las heridas con piel sintética. La piel ya estaba
comenzando a cerrarse a medida que su cuerpo se curaba. Sintió molestias en el
estómago, hasta que se dio cuenta de que tenía hambre. Sacó un tubo de raciones de
su cinturón y comenzó a absorber su interior chupando. Aquella pasta blanda apenas
sabía a nada y no parecía capaz de ofrecer alimento, pero Ragnar sabía que contenía
todos los nutrientes que necesitaba. Aún más, contenía todos los compuestos
químicos que le ayudarían a curarse. Supo el motivo de su hambre: su cuerpo le
exigía la materia prima con la que poder curarse.
—Buena idea —comentó Sven y comenzó a chupar ruidosamente de otro tubo de
pasta alimenticia—. Sería mejor si la pudiéramos acompañar de una cerveza.
Ragnar miró a su alrededor. Estaban en la parte exterior de un grupo de hospitales
de campaña. Los Sacerdotes Lobo llevaban a cabo sus rituales sobre los Marines
Espaciales heridos en el interior de las tiendas. Unas cuantas docenas de Marines con
heridas leves estaban sentados fuera. Un sacerdote iba uno por uno revisándolos con
los augures médicos. Sus exámenes eran rápidos pero completos, más bien revisiones
para comprobar su buen estado. Aunque era cierto que un Marine Espacial se curaría
solo y de forma natural de prácticamente cualquier herida que no lo dejase
incapacitado, no tenía sentido arriesgarse. No era la primera vez que un hombre

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recibía un golpe en la cabeza y seguía en pie con normalidad durante horas y luego se
desplomaba muerto.
—¿Sabes algo de Hakon? —preguntó Sven.
—Sigue ahí dentro —le respondió Ragnar—. Los sacerdotes no me dejaron
quedarme mientras llevaban a cabo los rituales. Uno de ellos me dijo que lo más
probable es que se reuniese con los espíritus de sus antepasados.
—Mira allí —dijo Sven.
Ragnar siguió la dirección que le indicaba el dedo de Sven y vio a Berek Puño de
Trueno y a Morgrim Lengua de Plata avanzar hacia ellos. El Señor Lobo se detenía
aquí y allá para saludar, bromear y animar a los heridos. Era evidente que cada vez
que lo hacía, el hombre en cuestión se animaba visiblemente. Berek levantó la vista
como si sintiese la mirada de Ragnar y lo saludó con un gesto del brazo y una sonrisa.
Ragnar respondió al saludo y el Señor Lobo se encaminó hacia él.
—No, no os levantéis —le dijo Berek a Ragnar y Sven cuando comenzaron a
hacerlo—. Habéis recibido honrosas heridas en combate. Merecéis descansar.
Ambos se quedaron sentados.
—El sargento Hakon está muy mal —les dijo Berek—. Está en coma. Su espíritu
flota sobre su cuerpo.
—¿Se pondrá bien? —le preguntó Ragnar.
Berek negó con la cabeza.
—No.
—¿Va a morir?
—No lo sabemos. Aunque logre sobrevivir, ha sufrido demasiados daños
cerebrales. No podrá combatir nunca más.
—No es el final que le hubiera gustado —dijo Ragnar.
—Ni a ninguno de nosotros —dijo Berek—, pero este tipo de cosas pasan.
Aunque no he venido a hablar contigo sobre el destino del sargento Hakon.
—Ahora que Hakon no está presente, vuestra jauría necesita un nuevo jefe. La
situación es bastante fluida todavía, y esperamos que los garnitas contraataquen en
cualquier momento. Ragnar, hasta que tenga tiempo de asignar a alguien, tú estarás al
mando de la escuadra. Lo anunciaré después de los rituales de la tarde.
Ragnar sólo pudo quedarse mirando fijamente a Berek. No era el modo habitual
en el que se hacía algo así, pero aquélla había sido la decisión del Señor Lobo.
Ragnar estaba seguro de que existían hombres mucho mejores y más experimentados
para aquella tarea, pero parecía ser que por alguna razón oculta, Berek le había
escogido a él, de momento. Quizás aquél era el motivo por el que le había pedido que
le acompañase al Orgullo de Fenris. Quizá Berek ya había pensado en él para un
puesto de mando. ¿Quién sabía?
—Gracias, mi señor —le respondió Ragnar.
Berek le dio una palmada en la espalda.

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—Estoy seguro de que lo harás bien. Hoy luchaste con valentía, y éste es un lugar
muy auspicioso para ser ascendido por primera vez.
Sven miró con amargura a Ragnar, pero mantuvo bien cenada la boca. Ragnar se
sintió sorprendido por su silencio comedido. Berek se dio la vuelta y se alejó,
gritando saludos y bromas a los hombres. A Ragnar no le sorprendió que conociera
los nombres de todos ellos. Morgrim lo siguió de cerca.
Ragnar miró a Sven. Éste le respondió a la mirada.
—Hoy he luchado tan puñeteramente bien como tú. ¿Por qué no me ha elegido a
mí?
—Quizá quería a alguien con medio cerebro al menos —le contestó Ragnar.
—Entonces podría haber elegido a Hakon —le respondió a su vez Sven, y puso
cara de disgusto.
Hasta él pareció darse cuenta de que el chiste no era divertido en aquellas
circunstancias. Ragnar se lo quedó mirando, sintiendo cómo se abría una brecha entre
él y su amigo. Sven también se lo quedó mirando por unos segundos y después
sonrió.
—Se me ocurren hombres peores a los que seguir —le dijo.
—¿Quiénes? —le preguntó Ragnar.
—Dame una hora o dos y seguro que se me ocurrirá alguien. Bueno, quizás un
día.
—Si te viene alguna idea, dale la bienvenida con amor. Estará en un sitio extraño
para ella.
—Ja, ja y rejá. Veo que convertirte en jefe no ha mejorado tu sentido del humor.

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CATORCE

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Ragnar miraba asombrado el interior del santuario. Ante él se extendía la avenida de
los héroes, flanqueada por los nichos de la pared que mostraban las estatuas de los
famosos jefes de los Lobos Espaciales y por los tapices en los que se veían escenas de
sus victorias más conocidas. Se alegró de que el lugar apenas pareciera profanado por
los herejes. Aquella avenida había permanecido aislada en un campo de estasis
cuando el santuario fue invadido, y a los atacantes les había llevado bastante tiempo
abrirse paso hasta llegar la enorme cripta fortificada. Pero también habían logrado
llevarse lo que habían ido a buscar: ¡la Lanza de Russ había desaparecido! El Gran
Lobo estaba reunido en aquellos instantes con sus capitanes y los sacerdotes
discutiendo cuál sería el siguiente paso. Habían recuperado el santuario pero su tesoro
más preciado había desaparecido. Era un insulto deliberado al honor del Capítulo.
¿Cómo se sentiría el primarca cuando regresara y descubriera que su arma estaba
en manos de sus enemigos? De hecho, ¿podría regresar si la profecía no podía
cumplirse? Ragnar se alegró de que él no tuviera que debatir todas aquellas
cuestiones o encontrarles una respuesta. Tenía un propósito mucho más personal en
aquel momento. Era un peregrinaje y la hora de pensar en su lugar en el Capítulo y en
el mundo.
Avanzó cojeando. Todavía sentía la pierna dolorida por sus heridas, aunque se
estaba curando con rapidez. Era un paseo, un recorrido no tanto en el espacio como
en el tiempo. Cada paso que daba lo llevaba a un pasado más remoto. Al comienzo de
su caminata, cerca de la entrada del edificio, pasó al lado de los héroes más recientes
del Capitulo. Reconoció la figura de Anakron Melena Plateada, que había sido el
predecesor de Logan Grimnar en el puesto de Gran Lobo. Se quedó mirando
maravillado el tapiz que describía la escena de su último combate, su enfrentamiento
contra la hueste eldar que había atacado por sorpresa su puesto de mando en Melkior.
Aún más extraña y asombrosa fue la sensación de reconocer algunas de las figuras
que aparecían en la escena casi legendaria. Allí estaba el propio Grimnar,
ensangrentado pero en pie, luchando contra un asesino eldar vestido de colores
chillones. Estaba hasta el sargento Hakon, con su armadura de Cazador Gris,
combatiendo con un guardián eldar. La muerte de Melena Plateada había tenido lugar
hacía ya casi cuatrocientos años. Era extraño pensar que algunos de los hombres que
habían combatido en aquella batalla estaban aquel mismo día en el santuario. Una
cosa era saber que el proceso que convertía a un hombre corriente en un Marine
Espacial alargaba su media de vida, y otra muy distinta encontrarse ante la evidencia.
Sonrió. Se alegró de haber decidido acercarse a la capilla principal solo y a
aquellas horas de la noche, mientras los demás hermanos de batalla dormían. Sentía
la necesidad de realizar esa pequeña peregrinación, ya que el peso de la
responsabilidad que había caído sobre sus hombros lo agobiaba. Lo tranquilizaba
hallarse en presencia de aquellos objetos antiguos y sentirse parte de la larga
procesión de hombres que habían recorrido aquel mismo camino en el pasado. Tenía
algo en común con las generaciones de guerreros temibles que lo habían precedido.

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Le hacía sentir en cierto modo conectado a algo más grande que él. Necesitaba algo
así para aumentar su confianza en sí mismo. Desde aquel momento, hasta que fallase
o lo reemplazasen, sus decisiones afectarían a la vida de sus camaradas y amigos. Si
se equivocaba, Sven, Aenar o cualquiera de los otros podría morir. Hubo un tiempo
en que no le hubiera importado, de hecho, le hubiera encantado estar en una situación
desde la que organizar la muerte de Strybjorn, pero ya no sentía aquello.
En todo caso, sabía que se sentiría aún peor si su antiguo enemigo moría a causa
de una orden suya, ya que nunca estaría seguro de si había deseado
inconscientemente su muerte y la había provocado. Aquello sería una gran deshonra.
Pasó de largo al lado de más estatuas de Señores Lobo. Intentó reconocer algunos
de los rostros, pero no lo logró. Aquello no era sorprendente, ya que un hombre debía
estar muerto para que inmortalizaran sus rasgos en piedra en aquella parte del
santuario. Se preguntó si debía haber rechazado el honor que Berek le había
propuesto y haberse negado al ascenso, por muy temporal que fuera. Sabía que, a
pesar de sus dudas, no lo hubiera hecho. Aunque una parte de él se encontraba casi
paralizada por su nueva responsabilidad, otra parte disfrutaba del hecho de haber sido
elegido entre tantos grandes guerreros y disfrutar de aquella oportunidad. Era un gran
honor ser destacado de aquel modo por el propio Berek Puño de Trueno en persona.
Sabía que le estaban poniendo a prueba en el campo de batalla, y que si cumplía sus
obligaciones allí, le llegarían mayores recompensas, y que quizás incluso podría
llegar a formar parte de la Guardia del Lobo. ¿Había visto Berek ese potencial en él?
¿No sería algo fabuloso?
Se detuvo por un momento para pensar en ello. En otra época de su vida le había
parecido un gran honor simplemente el hecho de haber sido escogido para ser uno de
los Lobos Espaciales. Pero en aquel instante ya quería más. ¿Toda su vida consistiría
en eso? ¿Siempre que escalara una montaña descubriría una mayor detrás que
también debería escalar? ¿Cuándo acabaría: cuando fuese Señor Lobo, o Gran Lobo
incluso? Sonrió ante la idea, aunque sabía que una parte de su ser la tomaba en serio.
¿Por qué no? Alguien tenía que ser el Gran Lobo, y hasta Logan Grimnar había sido
un joven Garra Sangrienta alguna vez, por mucho que costura imaginarlo en aquel
momento.
Decidió pensarlo durante un rato. Se imaginó a sí mismo en el trono de Logan,
impartiendo órdenes a los Señores Lobo, escuchado con atención por todos los
guerreros de la compañía; al mando de una flota, en igualdad de condiciones con
cualquiera de los grandes señores de los millones de mundos del Imperio del
Hombre. Se imaginó no como era entonces, sino viejo, encanecido y con la piel
arrugada, con rasgos como esculpidos en piedra y una voz que parecía granito al
romperse. Se vio dando órdenes que afectaban al destino de mundos, avanzando
heroicamente en batallas desesperadas libradas en un centenar de planetas,
escribiendo su nombre en los anales de la historia del Capítulo. Se vio inmortalizado
en una estatua, en un tapiz, en una pintura. Aquélla era una idea que le aceleraba el

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corazón, y no sólo el suyo, el de cualquier joven. Sabía que todos y cada uno de los
Lobos Espaciales, incluido Sven, pensaban en aquello a veces.
Avanzó tinos cuantos pasos envuelto en sueños de gloria; pero mientras lo hacía,
otras ideas aparecieron en su mente, ideas menos valientes, menos alegres, más
preocupantes. Se giró y miró la enorme pintura que describía la batalla de Balinor,
uno de los combates más famosos de todo el trigésimo octavo milenio. Bajo ella se
encontraba la estatua del Gran Lobo Fenrik Corazón Fuerte. La estatua sostenía un
viejo casco gastado bajo un brazo y una espada sierra embotada en la otra mano. Era
la misma espada que el pintor había plasmado cubierta de sangre en la pintura.
Ragnar se preguntó dónde estaría Fenrik en aquel momento. Muerto, lo mismo
que todos los demás cuyas estatuas se encontraban a lo largo de la avenida. Habían
hallado la gloria y la grandeza; pero al final la tumba también los había reclamado.
No importaba cuán famosos fueran, aun así, los hombres habían cantado sus himnos
funerarios y habían brindado en su honor con la copa del entierro. Su simiente
genética había regresado al Capítulo, lo mismo que la simiente de los guerreros
comunes que les habían seguido. Sí, eran recordados en canciones y sagas, y en los
anales del Capítulo, pero habían muerto. Sus tronos estaban ocupados por otros
hombres. Al final, ¿para qué habían servido todos sus esfuerzos y desvelos, si habían
obtenido la misma recompensa que los demás?
En cuanto se le ocurrió aquella idea, Ragnar supo que no era cierta. Aquellos
hombres eran recordados. Habían escrito con fuego y sangre sus nombres en la
historia. Habían demostrado merecer ser compañeros de Russ el día de la Batalla
Final. Pero ¿no habían hecho lo mismo los hombres que les habían seguido? No sólo
serian los Grandes Lobos allí recordados los que combatirían el Ultimo Día. Otros,
cuyos nombres habían sido olvidados, que quizá lo merecían aún más, también
estarían allí.
Ragnar miró, a lo largo de la avenida, el casi interminable desfile de estatuas, los
cientos de obras de arte y honores de batalla que se alineaban a sus lados. Pensó que
era extraño, que había llegado allí pensando encontrar gloria, pero no melancolía al
mismo tiempo. Quizás eran inseparables. Estaba contemplando la gloria de los días
de antaño, y al hacerlo, también notaba que aquellos días ya habían pasado. Era una
sensación depresiva y reconfortante a la vez.
Aquellos días eran el pasado. El futuro, una página en blanco en la que no se
había escrito nada todavía. Descubrió que su humor había cambiado por completo.
Los hombres morían. Siempre lo habían hecho, siempre lo harían. Sólo el Emperador
era eterno. Llegaría el día en que Logan Grimnar moriría, y alguien, quizá Berek,
quizá Sigrid, se sentaría en su trono. Y ese alguien moriría a su vez, y un nuevo
hombre se colocaría donde ellos habían estado. ¿Por qué no podría ser Ragnar ese
hombre?
Aun así, había una cierta nota de tristeza en aquel momento que no había existido
cuando los primeros pensamientos de glorías futuras entraron en su mente por

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primera vez. Para lograr alcanzar aquel objetivo distante, antes tendrían que morir
muchos hombres buenos. Hombres a los que él admiraba, o a los que al menos
respetaba. Una cosa era decirse que así era el universo, y otra muy diferente pensar de
verdad lo que aquello realmente significaba.
Intentó rememorar con alegría sus primeras ideas de gloría. Intentó sentirlas como
había sentido aquel primer ascenso; como el primer paso de una larga marcha que le
llevaría hasta el trono del Gran Lobo. Volvió a pensar en ellas, pero descubrió que
eran más siniestras y agridulces, ya que sabía que tener el mando no era tan sólo una
serie inacabable de hazañas heroicas con el ojo de la historia observándole. También
era una gran responsabilidad y algo agotador.
Logan Grimnar parecía viejo. No débil, porque se le veía tan robusto como un
roble, pero aun así, viejo. Había otros hombres en el Capítulo con su misma edad que
parecían más jóvenes. El mando había desgastado a Logan y había tallado algunas de
las arrugas de su cara y, a pesar de su experiencia limitada, Ragnar estaba empezando
a comprender por qué. Ragnar podía, al tomar las decisiones, llevar a la muerte a él y
sus camaradas; pero el Gran Lobo podía llevar al desastre a todo el Capítulo y acabar
con la existencia de algo que había sobrevivido a lo largo de diez milenios. La idea le
hizo temblar. No era bueno, en una noche oscura como aquélla, pensar en algo así,
sobre todo no en aquel lugar. Quizá la pérdida de la Lanza era un mal augurio. Quizás
iban a ocurrir acontecimientos aún peores.
Se detuvo un momento a mitad de la avenida al ver unas sombras que se
aproximaban. Al parecer, no era el único que había escogido una hora tan tardía para
rezar. A medida que las siluetas se acercaban pudo distinguir que se trataba de Sigrid
Matatrolls y su enorme guardaespaldas.
Ragnar no se sorprendió. Sigrid, que tenía fama de ser muy devoto, se dio cuenta
de la presencia de Ragnar más tarde y cuando distinguió las insignias de su compañía,
la expresión de su rostro se endureció. Su olor adquirió un leve tono de hostilidad.
Pasó al lado de Ragnar sin saludarle, como si no notara su presencia. Ragnar se
encogió de hombros. Si un Señor Lobo no le consideraba merecedor de su saludo no
era asunto suyo.
Quizá no era eso. Le parecía perfectamente posible que el hombre sintiera
hostilidad hacia él por pertenecer a la compañía de Berek. Si era así, se trataba de una
locura. Estaban en guerra, y estaban todos en el mismo bando. Las disensiones
internas podían ser fatales.
Ragnar sabía que no estaba siendo realista. Aquel tipo de tensiones eran comunes,
quizás hasta normales, dada la estructura del Capítulo. Todas las compañías
competían entre sí de muchas maneras, lo mismo que hacían sus Señores Lobo. Se
organizaban torneos y concursos entre ellas, y también existían muchas burlas
bienintencionadas. Las jaurías y manadas de las propias compañías desarrollaban a
menudo rivalidades a medida que intentaban demostrar su superioridad sobre las
otras. Y, por supuesto, no eran desconocidas las rivalidades entre individuos. Todos

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los guerreros perseguían la gloria: para ellos mismos, para sus escuadras, para su
compañía, para su Capítulo; probablemente en ese orden, a no ser que fueran
hombres fuera de lo común.
Ragnar recordó un viejo proverbio de su gente de Fenris «Cuando un hombre
quiere la mano de una mujer, tendrá una cena de competidores. Cuando quiere la
gloria, todo el mundo su rival». Ragnar suponía que también la historia era un
acicate, ya que los Lobos Espaciales se esforzaban por superar las hazañas de sus
antecesores. En un lugar como aquél, con las pisadas del oponente de Berek
resonando cada vez más débiles, aquel tipo de ideas se le ocurrían con facilidad.
Ragnar se preguntó por qué Berek y Sigrid se caían tan mal. Parecía que había
algo más que una simple lucha por el cargo de Gran Lobo, al que ambos se
consideraban con derecho. Quizá se trataba de sus personalidades, completamente
opuestas. Se parecían como la noche al día. Había rumores de que mucho tiempo
atrás, ambos habían sido amigos; pero que se habían enfrentado por algún motivo.
Ragnar decidió que investigaría un poco en cuanto tuviera tiempo.
Siguió caminando, pasando al lado de estatuas de las primeras épocas del
Capítulo y de escenas pertenecientes a los dos primeros milenios de su existencia. Se
apresuró, deseoso de ver el santuario interior pero decidido a examinar aquellos
artefactos antiguos más adelante, cuando tuviera más tiempo.
Vio un resplandor azul por delante de él brillando más allá de un enorme arco. El
arco estaba rematado por la cabeza de un lobo, y cada una de las tremendas piedras
tenía grabadas letras M alfabeto rúnico del Capítulo. Las propias piedras desprendían
un aura de edades arquetípicas. Ragnar sabía que se estaba aproximando al
mismísimo corazón de aquel inmenso templo.
Entró en uno de los santuarios más antiguos de su hermandad. Era una vasta
cámara de techo abovedado, con unas estrechas aberturas por donde entraba la luz
formando inmensos haces. El camino hasta el sarcófago de Garn estaba desgastado
por los pies de todos los Lobos Espaciales que se habían acercado a aquel lugar
sagrado a lo largo de los siglos anteriores. El enorme ataúd era también un santuario.
Dominaba la parte norte del lugar. El resto de la cripta era lisa y no tenía adornos,
excepto por el suelo de mosaico, donde se veían las cabezas de cuatro grandes y
temibles lobos con las fauces abiertas en actitud de devorar una gigantesca luna llena.
La llama sagrada tenía una altura diez veces superior a la de un hombre. Brillaba
con una fría luz azul que iluminaba el entorno. Estaba de pie delante de un sarcófago
tallado de una sola pieza en el colmillo de un gigantesco monstruo marino ya
extinguido; la famosa ballena dragón de Garn, de la que se decía murió de un solo
golpe de la Lanza empuñada por Russ.
El magnífico escultor había convertido el colmillo en una asombrosa obra de arte.
Toda su superficie estaba tallada con un increíble nivel de detalle. Ragnar se acercó
para mirar con mayor atención y vio una escena de batalla tras otra, en un conflicto
en el que miles y miles de Lobos Espaciales equipados con la armadura de estilo

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antiguo habitual durante la Gran Cruzada luchaban contra hordas de monstruos,
alienígenas y demonios. Ragnar sabía, por lo que había estudiado, que todos y cada
uno de los guerreros que estaban vivos cuando Russ reconquistó aquel planeta para la
humanidad estaban allí. Todas las armaduras presentaban las insignias individuales de
su propietario. Cada uno de los rostros visibles era diferente, y si se miraba con
atención, aparecían las personalidades y las emociones reflejadas en sus rostros
minúsculos.
Se podía ver a un Señor Lobo con la boca abierta lanzando un aullido de rabia
mientras mataba a los mutantes adoradores del Caos. Un sargento abatía a los
monstruosos tiránidos. El propio Russ, más grande que cualquier mortal, se
enfrentaba a Magnus el Rojo, el malvado primarca ciclópeo de los Mil Hijos. El
intrincado relieve dejaba claro lo poco que había cambiado la situación en los diez
mil años que habían pasado.
Vio Rhinos, los transportes blindados de personal, con el mismo aspecto que
tenían los que se encontraban en el exterior del santuario. También cañoneras
Thunderhawks iguales al aparato en el que había viajado hacía poco. Los productos
de las grandes plantillas de construcción de los antiguos representaban el súmmum de
la perfección mecánica, que nunca había sido superado, y que lo más probable era
que jamás lo fuese.
La tapa del sarcófago era una representación de Garn tal y como había sido en la
vida real. Su imagen yacía como un gigante de marfil encima del ataúd que contenía
sus huesos. Sus manos estaban abiertas a la altura del pecho, en una postura que hacía
obvio que habían estado sosteniendo algo. Ragnar sabía sin que se lo hubieran dicho
que sostenía la Lanza de Russ.
Ragnar sintió la santidad del lugar en aquel punto concreto. Se decía que el propio
Russ había tomado parte en la creación del sarcófago, que lo había imbuido con parte
de su poder otorgando su bendición al maestro escultor Corianis. Una pequeña llama
ardía en el aire por encima del sarcófago, iluminándolo de tal modo que las sombras
proporcionaban a las figuras talladas una apariencia de vida.
Pero desde luego, faltaba algo. Si algo podía hacer sentir su importancia por su
ausencia, eso era la Lanza. Todo el santuario estaba destinado a ser el lugar donde
debía estar, y al desaparecer la sagrada arma, parecía no tener sentido. No, eso no era
cierto Simplemente no estaba completo. Hasta Ragnar, que no había estado allí
jamás, podía darse cuenta de que algo faltaba, y lo Podría haber hecho incluso si no
hubiera sabido de la importancia del lugar.
Ragnar extendió el brazo y tocó el sarcófago. Creyó sentir un ligero
estremecimiento a través de la punta de los dedos del guante. Era increíble pensar que
estaba tocando algo que el propio Russ había tocado, que estaba en presencia de algo
que el primarca había creado. Cerró los ojos y se sintió renovado. La energía fluyó
del sarcófago hacia él. El dolor de sus heridas se mitigó. No tuvo ninguna duda de
que se encontraba en presencia de la santidad.

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Cerró los ojos de nuevo y respiró profundamente el fresco aroma de la capilla. La
llama no proporcionaba calor, tan sólo luz. El cosquilleo en su mano aumentó e
intentó retirarla y no pudo. Sin embargo, no sintió miedo. La sensación de calidez
continuó fluyendo de la tumba. Intentó abrir los ojos, pero parecía que le habían
pegado los párpados.
Unas extrañas luces bailaron en la negrura de su visión. El silencio se hizo más
profundo hasta que le pareció que los latidos de su corazón resonaban como
tambores. El olor a ámbar gris de los inciensos ahogó todos los demás olores. Quizás
estaba sufriendo alguna clase de efecto secundario por sus heridas. Quizá debería
intentar separarse y buscar ayuda. Desechó aquella idea. No se sentía mal. De hecho,
cada vez se sentía mejor, con una sensación de plenitud, de unidad.
El brillo aumentó. La sensación de calidez se hizo más profunda y le invadió por
completo. Sabía que en cierto modo estaba tocando el espíritu de Russ, que todos los
años que habían pasado entre la época del primarca y la suya propia no significaban
nada. En un tiempo sin tiempo y en un espacio sin espacio, un espíritu continuaba
vagando y buscaba a sus seguidores. Sabía que estaba tocando directamente algo
divino, y la sensación le dejó impresionado. Tanto el suelo en el que estaba como la
tumba que tocaba eran sagrados y santos. Sabía que por mucho que viviera, no podría
olvidar aquel momento.
Sus ojos se abrieron. Su mano pudo moverse. Se dio la vuelta para salir del lugar,
completamente renovado. Sabía que encontrarían la Lanza. Tenían que hacerlo.

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QUINCE

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—¿A qué viene ese aspecto tan, puñeteramente feliz, Ragnar? —preguntó Sven.
Tan sólo esperó un momento a que le respondiera antes de volver a apretar el tubo
con la ración de campaña en su boca.
Ragnar estaba apoyado en el parapeto fortificado de las murallas exteriores
mientras miraba a la lejanía. Estaba preocupado y Sven se había dado cuenta, pero no
sabía cómo expresar lo que había sentido en la capilla.
Una suave nevada azul, teñida por los productos químicos, caía en pequeños
copos. Ragnar sacó la lengua y probó uno de ellos. Le picó un poco mientras lo
tragaba. Estudió con atención los alrededores. La parte superior de unos enormes
edificios desaparecía en el vientre de las monstruosas nubes bajas de color negro y
púrpura que formaban el techo de la ciudad. Escuchó a lo lejos el sonido de un
tiroteo.
Ragnar se sentía extrañamente reacio a contestar la pregunta de su camarada.
Había algo personal y sagrado en la experiencia que había tenido en la capilla, y no
quería compartirla con nadie en aquel momento. Quería disponer de tiempo para
pensar sobre lo que le había ocurrido.
Miró a su alrededor. El resto de los Garras Sangrientas estaban tumbados a lo
largo de la muralla con la mirada perdida en el horizonte. Aenar observó el terreno
con unos magnoculares de campo de bronce durante unos segundos antes de
pasárselos a Torvald. Era obvio que estaban buscando alguna pista sobre los
combates que se estaban librando en el exterior. Strybjorn mantenía a mano su arma,
mostrando un aspecto tranquilo pero alerta. El resto de los miembros de la jauría
estaban tirados de cualquier manera, aprovechando para descansar mientras podían.
Era un truco que habían aprendido de los Cazadores Grises: duerme siempre que
puedas.
Detrás de ellos, el espacio que había estado vacío al llegar estaba en esos
momentos repleto de gigantescas naves imperiales que descargaban un alud de
hombres y vehículos. Los Lobos Espaciales habían logrado establecer una cabeza de
puente segura, y el general Trask estaba dispuesto a reforzarla. Decenas de miles de
guardias imperiales, cientos de enormes tanques de batalla y docenas de piezas de
artillería pesada estaban siendo desplegados en la llanura que rodeaba al santuario.
No se acercaban al número de unidades que protegían el espaciopuerto, a veinte
kilómetros de distancia, pero eran las suficientes como para que el santuario fuese
prácticamente inexpugnable.
Ragnar pudo fijarse bien desde donde se encontraba en el estardante del
regimiento de la guardia imperial, el duodécimo de Maravia. Era un águila de dos
cabezas que sostenía un disco solar entre sus garras. Los maravianos estaban situados
a lo largo de los emplazamientos cercanos a las murallas. Eran hombres altos y de
anchos hombros, con uniformes de combate de color azul claro, y empuñaban sus
rifles láser con apariencia de saber manejarlos. Se rumoreaba en el campamento que

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era un regimiento veterano, y se mantenían apartados de los Lobos Espaciales,
mostrando un respeto temeroso.
Uno de ellos, obviamente un recluta, había preguntado a Ragnar si era cierto que
los Lobos Espaciales habían reconquistado el santuario enfrentándose a fuerzas diez
veces superiores. Ragnar le había contestado que sólo les habían superado en una
proporción de cinco a uno; pero aquello había bastado para dejar callado al chaval.
¡Un chaval! Ragnar sonrió. El hombre probablemente tenía más años que él.
Otro vistazo le mostró dónde se encontraban los oficiales de la guardia imperial,
con sus uniformes engalanados, y los comisarios con sus largos abrigos negros.
Inspeccionaban las posiciones en persona Los oficiales charlaban y reían hasta que se
encontraban cerca de los Lobos Los comisarios mostraban un aspecto ceñudo y
taciturno. Uno de ellos se dio cuenta de que Ragnar los estaba observando y le saludó
con una sonrisa forzada, sin despegar los labios. Él respondió con una sonrisa de
oreja a oreja, lo que dejó al descubierto sus colmillos, y el comisario desvió la
mirada. Ragnar no supo si fue porque el hombre se sintió intimidado o porque pensó
que era una especie de mutante que debía ser purificado. Ragnar no se hubiera
extrañado de lo segundo. No todos los servidores del Emperador sentían respeto por
los Marines Espaciales, y a algunos ni siquiera les gustaban.
Tampoco es que le importara en aquellas circunstancias. Ragnar sentía que a la
hora de combatir, los Lobos Espaciales podían llevarse por delante todo aquel
regimiento, sin importar cuánto les superaran en número. Procuró dejar a un lado
aquella idea. Allí todo el mundo estaba en el mismo bando. Más allá de las murallas
se encontraban las hordas de herejes y adoradores de demonios. Ya había enemigos
de sobra como para buscarse otros más cerca.
Sven ya se había hartado de que no le hiciera caso.
—¿Te vas a quedar ahí con la boca abierta esperando a que llegue una cañonera
para que aterrice dentro o me vas a responder a la puñetera pregunta?
—Estaba pensando qué decirte.
—¿Estás enfermo? Normalmente no tardas tanto en responder.
Ragnar miró a su amigo durante un momento, preguntándose si debía decírselo.
Miró intencionadamente a los niaravianos por un instante y Sven asintió. Les dejó
tiempo para que pasaran de largo y se alejaran por el parapeto antes de empezar a
hablar. Intentó explicar con tono intranquilo y dubitativo la experiencia que había
tenido en la capilla del santuario. Sven lanzó un fuerte eructo pero no dijo nada.
Ragnar levantó la vista cuando terminó de hablar y le miró interrogativamente.
—He oído decir que otros han tenido esa misma experiencia. Algunos de los
Señores Lobo, algunos de los Colmillos Largos y uno o dos Cazadores Grises. Nunca
oí que le sucediera a un Garra Sangrienta. Quizá deberías buscar a Ranek o a uno de
los Sacerdotes Rúnicos para hablar de ello. Quizá significa que eres el elegido para
encontrar la Lanza.

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El tono de voz de Sven indicaba que, por una vez, no estaba bromeando. Ragnar
lo pensó durante un rato. Su amigo había dicho en voz alta lo que él mismo había
pensado en los momentos posteriores a abandonar el santuario. Había deseado salir
corriendo para encontrar a Ranek y contarle lo que le había ocurrido. El instinto se lo
había impedido, y en vez de ello se había marchado a dormir.
—Todos los sacerdotes están en el sanctasanctórum con el Gran Lobo y su
séquito realizando los ritos de adivinación para intentar averiguar dónde está la
Lanza. ¿Quién sabe cuándo acabarán?
—Habla con ellos en cuanto puedas —le dijo Sven.
—Eso haré.
—Quizá debería acercarme a echarle un vistazo al viejo montón de huesos —
siguió hablando Sven mientras reprimía un bostezo—. A lo mejor se me aparece Russ
y me asciende a Cazador Gris.
Ragnar meneó la cabeza. Sven parecía incapaz de tomarse nada en serio durante
más de unos cuantos minutos. No. Pensó con más detenimiento. Quizá lo que hacía
era esconder su inteligencia tras un comportamiento simplón.
—¿Crees que encontrarán la Lanza? —preguntó Sven después de un rato.
—Deben hacerlo.
Un pensamiento se abrió paso lentamente desde el cerebro de Sven hasta su
lengua. Parecía avergonzado tan sólo con decirlo.
—¿No sería terrible que fuéramos nosotros, los de nuestra generación, este
Capítulo, es decir… quienes perdiéramos la Lanza?
Así pues, a pesar de las apariencias, algunos temas preocupaban profundamente a
Sven.
—La encontraremos, y cuando lo hagamos, los que se la llevaron pagarán por
ello.
—¿Por qué crees que se la llevaron?
—Porque es antigua y sagrada.
—Para nosotros, para la gente de Garn; pero ¿para los herejes?
Al parecer, a veces las ideas lograban funcionar en la mente de Sven.
—Quizá la utilizarán como emblema. Proclamarán que ellos son los bendecidos
por Russ. Los adoradores del Caos han hecho cosas similares antes. Su dirigente,
Sergius, proclama que el Emperador se ha olvidado de Garn y que sólo el Caos puede
salvar al mundo. Probablemente está rezando al Caos para que le salve, ahora que
sabe que estoy aquí.
Ragnar casi pudo ver cómo la idea regresaba para preocupar a Sven.
—¿No se suponía que la Lanza era mágica? Después de todo, Garn hirió a
Magnus con ella y Russ la utilizó para matar a un montón de monstruos. ¿No podía
protegerse sola? ¿Y por qué el viejo Leman Russ no la dejó en El Colmillo como
hubiera hecho cualquier Lobo Espacial sensato?

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—Sven, no soy Leman Russ y no puedo responder a eso. Quizá la dejó en Garn
por algún motivo concreto. ¿No sería una señal de respeto por Garn?
—Bueno, qué quieres que te diga, los nativos no la han protegido muy bien.
—Lo hicieron durante diez mil años.
—Sí, supongo que si.
Se quedaron callados de nuevo. Ragnar se quedó pensando en lo que había dicho
Sven. ¿Qué estarían haciendo los herejes con la Lanza? Al principio, había creído que
se la habían llevado tan sólo para insultar a los Lobos, pero Sven tenía razón. Si la
Lanza era un arma mística de alguna clase, ¿qué podrían llegar a hacer con ella?
Meneó la cabeza. No era ni un místico ni un erudito. Él no era quién para responder a
aquellas preguntas.
Ragnar se puso a observar de nuevo el paisaje urbano. Los edificios eran
enormes, más grandes incluso de los que había visto en Aerius. También parecían
mucho más viejos, como si hubiesen sido tallados en inmensos bloques de granito y
erosionados a lo largo del paso de los milenios. Sus paredes estaban cubiertas de
hollín y marcadas por la lluvia ácida. Las gárgolas antiguas que colgaban de las
esquinas no eran más que siluetas sin rasgos ni detalles. Nubes negras surgían por
todos lados de las increíblemente altas chimeneas. Aunque la guerra rugía por
doquier, las forjas de Garn continuaban funcionando.
Aquello era parte de los problemas que tenían. Garn era gran centro productor de
armamento, y lo había sido desde los tiempos de Russ. Mientras todas aquellas
fábricas continuaran funcionando, producirían un suministro interminable de
munición que haría que la guerra continuase, o incluso saltase a o planetas. Allí no
había escasez de armas. Y por lo que había visto, tampoco había escasez de hombres.
Su mente regresó al problema que planteaba el tema de la Lanza.
Se rumoreaba que los interrogatorios efectuados a los herejes rebeldes habían
revelado que eran poco más que bandidos, una horda formada por la milicia local que
había sido expulsada de su fortaleza-factoría destruida. El ataque inicial había estado
compuesto por decenas de miles de soldados, bajo el impulso mesiánico del padre
Sergius, quien había desaparecido junto a sus acólitos y a la reliquia sagrada. Lo
único que Ragnar sabía sobre él era que Sergius había sido un sacerdote imperial con
un rango elevado en la jerarquía del templo. También había sido un erudito muy
respetado. Para Ragnar, aquello demostraba que cualquiera que no fuese un Lobo
Espacial podía convertirse en un hereje. Nunca se sabía.
Ragnar pudo ver a través de los magnoculares el signo maléfico del Ojo de Horus
pintado en uno de los muros laterales de aquellas inmensas fortalezas. La simple
visión del símbolo le hizo sentir un odio y una rabia feroces.
Se concentró en los alrededores del edificio y vio los combates. Las llamaradas de
los disparos surgían de las ventanas en forma de troneras y se abatían sobre las
figuras que se acercaban atravesando la llanura de cemento repleta de cráteres. Las
armas pesadas se concentraban en los tanques Predators. Era difícil saber si aquellos

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hombres eran leales o traidores. Los estandartes no lo revelaban, tan sólo mostraban
un oso blanco sobre fondo azul. Por la información que había recibido en la reunión
previa al desembarco, se suponía que se trataba de una facción leal al Imperio, pero
aquello no significaba nada. La situación sobre el terreno era muy fluida.
Otra complicación era que cada fortaleza-factoría era un reino independiente
gobernado por su propia Casa Mercante, quienes en teoría debían obediencia al
gobernador imperial y entregaban impuestos y reclutas para las levas planetarias. En
la práctica, cada Casa Mercante disponía de su propio ejército privado, con sus
propias armas y su propio legado de odios y rencores hacia otras casas rivales. Al
parecer, el asesinato del gobernador y la desaparición del orden a escala planetaria
había dado a todo el mundo la excusa que necesitaba para comenzar a saldar aquellas
deudas. Era una guerra civil a una escala que casi desafiaba toda comprensión. Las
alianzas cambiaban a diario.
Por los informes que habían recibido, parecía que importaba menos si una casa
era leal o rebelde que si estaba dispuesta a ayudarte a aplastar a sus enemigos
ancestrales. La regla común era la traición; la ley, el salvajismo. La luchas hasta el
momento habían quedado restringidas al continente occidental, e incluso allí existían
zonas de normalidad; pero a medida que los combates continuaban, se extendían por
el mapa como una mancha de sangre derramada. En poco tiempo, todo el planeta
ardería envuelto en la lucha si no se tomaban medidas para impedirlo.
—Parece ser que tienen un buen combate montado allí abajo —dijo Sven—.
Ojalá el Gran Lobo nos dejara participar.
—Me acordaré de decírselo la próxima vez que le vea —te contestó Ragnar—.
Estoy seguro de que te dará permiso para salir y encargarte de los gamitas.
—Seguro que no me deja. Tenemos que quedarnos aquí para hacer de niñeras de
los guardias.
Una mirada hacia atrás le permitió ver cómo las enormes tiendas de campaña de
tela metálica se montaban solas, de forma automática. Salas de reuniones, centros
administrativos, templos de campaña en honor al Dios Máquina. Pudo ver
inquisidores, pilotos espaciales y soldados de todos los rangos yendo y viniendo.
Parecía que toda la parafernalia militar del Imperio estaba aterrizando en Garn.
Incluso se rumoreaba que una legión de Titanes llegaría en poco tiempo. Ragnar
esperaba que fuese así. Hacía tiempo que deseaba ver de cerca una de aquellas
increíble y gigantesca máquina con forma de hombre.
Las Thunderhawks recorrían a toda velocidad el cielo antes de atacar unas
posiciones lejanas. La acción que se estaba desarrollando parecía más bien un
inmenso tigre que estuviese sacando las garras y cortando el aire con ellas para
ponerlas a prueba que un ataque directo contra el enemigo. Ya llegaría la hora de que
el tigre imperial rugiera y atacara. De momento, esperaba, observando a su presa.
—Creo que ya hemos visto suficiente nieve para un día —dijo Sven—. Me parece
que me voy a ir a la capilla para ver si Russ quiere hablar conmigo. Supongo que lo

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más probable es que lo haga. Me dirá: «Sven, eres un puñetero héroe. Sal ahí fuera y
demuéstrales de lo que están hechos los Lobos Espaciales».
Ragnar empezó a desear no haberle contado nada a su amigo sobre lo que había
experimentado en aquel lugar tan sagrado. Veía venir un montón de bromas y chanzas
a cuenta de aquello.
—Te diría: «Sven, si tuvieses cerebro, serías peligroso».
—Soy tremendamente peligroso, Ragnar. Lo mismo que tú, lo mismo que todo el
mundo en esta fortaleza. Sólo quiero saber cuándo tendremos ocasión de
demostrárselo al enemigo.
Ragnar miró al interior del sarcófago médico mientras se preguntaba por qué
Hakon le había mandado llamar. El viejo sargento permanecía inmóvil y estirado.
Unos tubos repletos de fluidos verdes salían de las paredes de la antigua máquina
biomágica para meterse en el cuerpo del sargento. Le habían quitado la armadura, lo
que le daba un aspecto extrañamente vulnerable. Su piel era pálida, como la de un
cadáver. Una máscara de metal cubría la mitad de su cabeza, tapando el enorme
agujero de su cráneo. Las cicatrices de la otra mitad de su cara resaltaban aún más.
Sólo sus ojos mostraban vida; y ardían repletos de furia.
El Sacerdote Lobo le hizo un gesto de asentimiento a Ragnar, indicándole que
podía hablar sin problema, y luego se retiró a cumplir sus demás tareas. Ragnar le
oyó unos momentos después recitando los rituales médicos al lado de otro de sus
pacientes.
—¿Cómo está? —preguntó Ragnar.
Los labios de Hakon lograron formar una sonrisa tensa, pero la furia permaneció
en sus ojos.
—He estado mejor.
—Y lo estará otra vez.
Hakon negó de forma casi imperceptible con la cabeza.
—Creo que no, Ragnar. He oído hablar a los curadores: mi cuerpo ha sufrido
demasiados daños como para ser curado. Ciertas partes de mi cerebro se han
volatilizado. Mi espina dorsal también está dañada. Nunca lucharé de nuevo. Ni
siquiera podré caminar.
No notó ningún rastro de autocompasión en el tono de voz de Hakon, sólo la pura
verdad. Ragnar no supo qué decir. De repente, se sintió muy joven e inexperto ante la
magnitud de la desgracia del sargento.
—He oído decir que te han ascendido en el campo de batalla —le dijo Hakon—.
Por eso te he mandado llamar.
—Habría venido de todas maneras.
—No importa. Creo que lo harás bien, Ragnar, sí vives lo suficiente y aprendes a
controlar esa furia que sientes. Es estupendo para un guerrero ser un berserker, pero
no lo es tanto para un jefe. Un jefe debe pensar con claridad en todo momento. Una

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cosa es arrojarse de cabeza a un combate y perder la propia vida, aunque no sea algo
muy inteligente; otra muy distinta es hacer perderla vida de los miembros de tu jauría.
—Lo sé, sargento. Creo que no estoy preparado para esto…
—Nadie lo está jamás, sin importar la edad que tenga. No pienses de ese modo,
ya que puedo ver que algún día serás un gran jefe. Eres un pensador, quizá
demasiado, y el Capítulo necesita hombres que piensen además de combatir.
Ragnar no supo qué decir, así que permaneció callado.
—Te hubiera recomendado para tu ascenso a Cazador Gris en muy poco tiempo.
Tú y tus compañeros de jauría Sven y Strybjorn estáis casi a punto para ello. Parece
ser que Berek Puño de Trueno ya se ha dado cuenta de ello.
—¿Qué quiere decir?
La voz del sargento era baja y carraspeante, y Ragnar se percató que mostraba
cierta tristeza. Se dio cuenta de que Hakon hablaba como un hombre que sabía que
iba a morir en muy poco tiempo.
—Yo tenía algunas dudas, pero no creo que Berek tuviera ninguna. Creo que estás
preparado para ser un Cazador Gris, pero no estoy seguro del todo. Mis dudas se
deben a tu furia: puede ser una debilidad terrible en un hombre. Berek opina de otro
modo, pero lo cierto es que siempre ha carecido de una cierta precaución y prudencia.
Ragnar abrió la boca para decir algo. Pensaba que debía decir algo para defender
al Señor Lobo, pero Hakon le interrumpió.
—No me malinterpretes. El Señor Lobo está ansioso por conseguir la grandeza,
pero tiene otras virtudes que lo compensan con creces. Es un gran dirigente a pesar de
sus defectos, y puedes aprender mucho de él si le observas. También puedes aprender
de sus defectos, si eres tan listo como creo que eres.
—¿Por qué me dice todo esto?
—Porque soy un hombre viejo, Ragnar, y no me queda mucho tiempo en esta
carne. Puedo ver algo en ti, y Ranek también lo vio. No estoy seguro de que sea
bueno, pero sea así o no, creo que dejarás una gran huella en el Capítulo…, si
sobrevives. Estoy intentando lograr que hagas más bien que mal.
—Siempre lo hago lo mejor posible.
—Sí, y puede que ésa sea tu perdición, Ragnar. Eres muy testarudo y tienes unas
ideas muy particulares sobre lo que es lo mejor. Es un defecto que tenemos la
mayoría de los Lobos Espaciales hasta que tenemos un poco de pelo gris y algo más
de sentido común.
Ragnar se preguntó por un momento si las pociones curativas estaban haciendo
que la mente de Hakon delirara. A veces provocaban efectos similares incluso en
constituciones tan fuertes como las de los Marines Espaciales. Bajo la presión de
unas heridas semejantes, hasta la habilidad del cuerpo para metabolizar los venenos y
las drogas tenía comportamientos extraños.
—¿Eso es todo, mi sargento?

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—No. A pesar de lo que acabo de decir, quería que supieras que estoy orgulloso
de todos vosotros. Habéis sido el mejor grupo de aspirantes que jamás he entrenado
en Russvik. Quizás el mejor que haya visto jamás. Procurad mantener ese nivel.
El orgullo llenó el corazón de Ragnar al oír las palabras del viejo sargento. Hakon
siempre había tenido la lengua mordaz, y nunca había dicho una alabanza de nadie.
Al parecer, había estado ocultando lo que pensaba en realidad.
Dos Sacerdotes de Hierro entraron en aquel momento. Algo en su actitud le
indicó a Ragnar que habían venido a llevarse a Hakon. Le indicaron con un gesto que
se marchase. Hakon lo vio y asintió con la cabeza.
—Eso es todo. Vete y que Russ te proteja.
Ragnar asintió a su vez e hizo el signo del lobo. Vio cómo Hakon cerraba los ojos
de dolor cuando intentó hacer lo mismo y su cuerpo no respondió. Ragnar se quedó
quieto un instante; luego dio media vuelta y se marchó. En cuanto salió del búnker
médico supo con certeza que nunca volvería a ver al viejo sargento, y aquella idea le
entristeció profundamente.

—¿Quién puñetas tuvo esta brillante idea? —murmuró Sven mientras pasaba en por
encima del borde del cráter.
—Tú —le replicó Ragnar.
La Thunderhawk les había dejado a varios kilómetros de su objetivo para que se
pudieran acercar por sorpresa. La oscuridad era casi total. El resplandor rojizo de las
chimeneas de las lejanas fortalezas-factoría iluminaba la panza de las nubes, pero en
aquel lugar, en el amplio espacio existente entre los edificios, todo eran sombras.
Ragnar olisqueó el aire en busca del olor de sus enemigos. No descubrió ningún
rastro de ellos. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado y oyó a las ratas gigantes
escurrirse entre las piedras de los edificios.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Dijiste que querías un poco de acción, así que le pedí al Gran Lobo…
—¿De verdad? ¿También le sugeriste esta misión de mierda?
—¡Silencio! —ordenó Ragnar levantando la mano.
—Sí, su majestad —murmuró Sven.
Una mirada penetrante de Ragnar le indicó que hablaba serio.
—Allí hay algo. En el siguiente cráter —dijo por el comunicador—. Dirección
nor-noroeste. Distancia, unos doscientos metros. Parece ser que los augurios estaban
en lo cierto.
Ragnar miró a su pequeña escuadra. Sabía que lo habían estado escuchando todo
por el canal seguro. Les indicó con un gesto que siguieran avanzando. Ya estaba
seguro de que había, oído ruidos. No estaba seguro de qué era, lo que sí sabía era que
no se trataba de ratas. Avanzó con cuidado, atento a las posibles hampas explosivas y
minas que salpicaban aquella fría tierra de nadie. Pensó en cómo era posible que el

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cráter hubiese sido ocupado sin que la vigilancia orbital descubriera a nadie
aproximándose a él. De repente, alguien había aparecido allí.
El subsuelo de las llanuras de plastocemento estaba repleto de viejos túneles de
mantenimiento y sistemas de transporte. La mayoría habían sido sellados, algunos
estaban inundados por desechos tóxicos, pero unos cuantos todavía funcionaban.
Algunos de ellos habían quedado al descubierto por los cráteres abiertos por las
tremendas explosiones. Ragnar recordaba las imágenes de las bocas abiertas de los
túneles y de las masas de vigas retorcidas plasmadas en las holoimpresiones del
terreno. Cualquiera que intentase acercarse por la noche al santuario probablemente
los utilizaría. Supuso que también existía la posibilidad de utilizar la magia. Puede
que los adoradores del Caos hubieran utilizado la hechicería para teletransportarse al
interior del cráter. Pero ¿para qué?
Ragnar dejó a un lado aquellos pensamientos. Para eso estaban él y su escuadra
allí, para averiguarlo. Lo único que tenía que hacer era investigar, regresar e informar.
Si se trataba de un problema que ellos pudieran resolver, lo harían. Si no, lo haría el
Capítulo. Todo fácil y sencillo, lo que era un cambio. Pocas cosas parecían no tener
alguna clase de complicación en Garn. El lugar rebosaba de intrigas, traiciones y
alianzas cambiantes.
Los rituales adivinatorios de los Sacerdotes Rúnicos no habían logrado averiguar
el paradero de la Lanza, hasta aquel momento. El padre Sergius y sus acólitos
parecían haber desaparecido de la superficie del planeta. Lo único que los sacerdotes
habían logrado sacar en claro era que algo terrible y maligno ocurriría si no
recuperaban la Lanza. Tales portentos no eran nada sorprendentes dadas las
circunstancias.
Por supuesto, corrían cientos de rumores; pero ninguno de ellos había demostrado
ser cierto, y algunos de ellos habían sido cebos para tenderles emboscadas. Ragnar
sonrió con ferocidad. Los supuestos emboscadores habían descubierto a su pesar lo
costosos que resultaban aquellos ataques.
Ragnar empuñó el arma preparado y olisqueó de nuevo el aire. El viento había
cambiado de dirección y le traía nuevos olores. Si, allí estaba. Entre los olores a
compuestos químicos distinguió levemente el rastro de unos cuerpos sin lavar y las
trazas de las feromonas del miedo y la rabia. No eran muchos, pero si los suficientes
para llevar a cabo una emboscada.
A Ragnar se le puso la piel de gallina y se le erizaron los pelos de la nuca. En
aquel preciso instante podía encontrarse en el punto de mira del bólter de un enemigo.
En cuestión de un segundo, una bala podía atravesarle la cabeza y enviarle a saludar a
sus antepasados en el infierno. El resto de la jauría sintió su cambio de humor y se
agazaparon, disminuyendo sus siluetas. Ellos captaron los olores unos momentos
después. Lo supo por los leves ruidos que hicieron y por el cambio en sus propios
olores.

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Se preguntó quién estaba por allí. Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra
con menos ruido del que hubiera hecho un gato. ¿Otra patrulla? Aquella tierra de
nadie estaba repleta de ellas al caer la noche. Los augurios orbitales captaban los
rastros caloríficos dejados por muchos grupos de hombres. Todos ellos habían
aprendido a pasar lejos de las defensas del santuario, pero todavía les quedaba toda
aquella llanura desolada sobre la combatir.
A juzgar por las señales de tiroteos que encontraban, también se topaban entre sí.
Quizá tan sólo se trataba de unos cuantos rol refugiados que huían de alguna
fortaleza-factoría derrotada y que buscaban algún refugio entre los restos y los
escombros producidos por la guerra. O quizás era algo distinto.
El borde del cráter se alzaba por delante de ellos. Quienquiera que fuese, todavía
no los había detectado. No era sorprendente, ya que carecían sin duda de la visión
nocturna y de los sentidos aumentados de los Lobos Espaciales. Ragnar se dijo a si
mismo que era mejor no confiarse. Podían tener magnoculares de visión nocturna.
Puede que tuvieran sensores adivinatorios. Puede que fueran mutantes con ojos
adaptados a la noche. Puede que dispusieran de la ayuda de magia maligna. Puede
que sólo estuvieran esperando a que se acercasen para dispararles a quemarropa con
todas las armas que tenían. Recordó las palabras de Ranek: «En la guerra uno no se
puede permitir suposiciones fáciles, ver sólo lo que se quiere ver. Tienes que
enfrentarte al mundo tal y como es en realidad, no como tú crees que debería ser.
Actúa de otro modo, y estarás muerto en muy poco tiempo».
Ahora tenían el borde de otro cráter por delante. Vio que estaba compuesto por
escombros, vigas retorcidas y una gruesa malla metálica que antaño había reforzado
la superficie. Pudo ver el brillo de los huesos pulidos entre las piedras. Los restos
quemados de unos cuantos coches terrestres semejaban los caparazones de unos
monstruosos escarabajos metálicos.
Avanzó con rapidez hasta llegar a la ladera del cráter y comprobó la estabilidad de
los escombros con el pie. Sabía que si movía alguna piedra, si la tierra se deslizaba
bajo sus pies, sería como encender una bengala para señalar su posición. Ascendió
cautelosamente y semiagachado hasta que llegó al borde del cráter.
Hasta aquel momento, ningún problema.
Nada había ocurrido. Nadie había comenzado a disparar. Era poco probable que
se tratase de una emboscada. Aun así, lo más difícil estaba por llegar. Todavía tenía
que pasar por encima del borde sin que lo detectaran, sin que nadie situado en el
interior del cráter descubriese su silueta recortada contra el cielo nocturno. La
oscuridad de la noche le ayudaría.
Se agachó lentamente hasta quedar tumbado y luego, muy lentamente, alzó la
cabeza por encima del borde. Distinguió las siluetas de unos cuantos hombres más
abajo. Unos leves ronquidos le indicaron que la mayoría de ellos estaban dormidos.
No se trataba precisamente de una patrulla despierta, pero el olor a metal le indicó
que estaban armados. Había al menos una docena de hombres. En aquellas

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circunstancias, sería fácil eliminarlos. Un grupo de hombres dormidos con uno o dos
centinelas somnolientos no representaban un desafío para una jauría de Garras
Sangrientas. Todo lo que tenía que hacer era una señal y aquellos hombres irían
directamente del sueño al infierno. Sin embargo…
Había algo en aquellos hombres. Olían a cansancio y a miedo, pero no parecían
manchados por el Caos. Por supuesto, aquello no significaba nada. Había multitud de
herejes que no mostraban señal alguna de su maldad y otros tantos imbéciles
humanos que creían en la causa del Caos. También existía la posibilidad de que
aquellos hombres fueran aliados, pero aquello también representaba un problema, ya
que un hombre moría igual por la bala disparada tanto por un amigo como por un
enemigo. Aquellos hombres del fondo del cráter estaban atemorizados y armados, y
podían perfectamente empezar a disparar si escuchaban a un extraño hablarles desde
la oscuridad.
Ragnar estudió durante unos instantes las opciones de las que disponía. ¿Qué
debería hacer? Podía ordenar a sus hombres que abrieran fuego y eliminar a los
desconocidos. Si hubiera estado seguro de que se trataba de herejes, lo hubiera hecho
sin ningún remordimiento. Las consideraciones sobre el honor no contaban cuando te
enfrentabas a los adoradores de demonios. Se les aplastaba con la misma actitud que
un hombre pisoteaba a una araña venenosa. Pero no estaba completamente seguro, y
por ello no podía ordenar sus muertes.
—Seguid cubriéndome. Voy a acercarme para ver mejor —dijo a través del
comunicador.
Las respuestas afirmativas le fueron llegando de una en una por el receptor
colocado en la oreja. Arrastrándose, se dejó caer por el interior del cráter. Pensó que
aquellos hombres eran tremendamente descuidados al no dejar a nadie de centinela ni
aparatos de vigilancia. Cansados o no, aquello, en tiempos de guerra era inexcusable.
Se acercó silencioso como una sombra al grupo aprovechando cada posible escondite.
Un lobo al acecho no habría sido tan silencioso.
Todos y cada uno de sus nervios estaban tensos al límite. Cada uno de sus
sentidos estaba agudizado al máximo. Notó que había cometido un error elemental
mientras seguía avanzan Ya era jefe de escuadra, así que no debería estar
arriesgándose aquel modo. Debería haber enviado a uno de los suyos, aunque ya era
demasiado tarde para preocuparse por eso.
En vez de ello, alejó aquellos pensamientos de su mente y se concentró en
mantenerse en silencio y vivo. Los hombres despiertos estaban alrededor de algo. Su
olfato le indicó que era un pequeño hornillo calentado por un aceite que no producía
humo. El extraño olor acre le repugnó. Estaban cocinando algún tipo de carne. A
medida que se acercaba notó más detalles. Todos llevaban puestos unos gruesos
uniformes aislantes y se protegían del frío con unos grandes abrigos ribeteados con
piel. Su aliento se condensaba en el frío aire de la noche.

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Desde que el cuerpo de Ragnar se había adaptado al frío, no le había dado mayor
importancia, pero vio que aquellos individuos estaban abrigados como los hombres
de su tribu en invierno. Algunos de ellos llevaban puestos incluso dos abrigos y
llevaban las manos cubiertas por grandes guantes de piel. Todos ellos estaban
equipados con máscaras para protegerse del aire completamente contaminado.
Uno de ellos era un oficial. Llevaba un sombrero de piel alto con orejeras que casi
le cubrían por completo el rostro. Las charreteras de su rango brillaban en una de las
hombreras de su desastrado abrigo. El otro hombro estaba tapado por una capa de piel
gruesa. Ragnar supuso que se trataba de otro signo de rango, ya que lo más útil
hubiera sido que le envolviera todo el cuerpo.
Ragnar estaba ya tan cerca de ellos que casi podía tocar al oficial con sólo alargar
el brazo, y aun así todavía no se habían dado cuenta de su presencia. Pensó que
aquellos hombres merecían morir aunque sólo fuera por descuidados. También era
cierto que pocos poseían los sentidos y los reflejos sobrehumanos de los Marines
Espaciales, y ninguno de ellos había aprendido a cazar las bestias salvajes de Fenris.
—¡Hace mucho frío esta noche! —dijo uno de ellos.
El acento, de tan fuerte y gutural, era casi incomprensible, pero el lenguaje era
reconocible como gótico imperial.
—¡Lo bastante como para helarle las pelotas a un perro de las nieves!
Ragnar se quedó inmóvil, preguntándose si uno de ellos podría verlo. No parecía
probable: la mayoría estaba alrededor del hornillo, mirando su pequeña llama
púrpura. Su visión nocturna no sería nada buena.
—No deberíamos habernos marchado de la Fortaleza del Colmillo de Hierro —
dijo otro.
—No teníamos mucha elección —dijo el oficial.
Su voz era más aguda y su acento más claro que el de los soldados rasos que
habían hablado. Ragnar había estudiado suficiente etnografía del Imperio para saber
que lo más probable era que perteneciese a la clase dominante de aquel planeta. Al
menos, seguro que pertenecía a una clase social más elevada que los otros dos.
—No al menos con los perros de Sergius dominando la situación —siguió
diciendo.
—Disculpe, señor, pero deberíamos habernos quedado a luchar.
—Quedarnos para que nos mataran, quieres decir —le respondió el oficial—.
Como Lord Koruna y el resto del clan.
Su tono de voz indicaba que no estaba dispuesto a discutir, lo mismo que su
mano, que jugueteaba con la solapa de la funda de su pistola. Sin embargo, era
evidente que sus hombres estaban cansados y atemorizados, y muy lejos de su hogar.
La disciplina se resentía rápidamente.
—Algunos de los nuestros todavía resistían. Podríamos habernos quedado con
ellos.

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—Si logramos tener éxito, podríamos traer ayuda. No había modo de poder
resistir a los herejes en cuanto Sergius y sus servidores infernales llegaron.
—¿Cómo sabéis que esas naves que vimos descender no eran más herejes? El
Emperador sabe que ya hemos visto bastantes llegar del Ojo del Terror. Esas
comunicaciones que hemos oído podrían ser un truco. Podría ser una trampa de los
adoradores del Caos para llevarnos a la perdición. No sabemos si los Lobos han
regresado para reconquistar su santuario.
—No lo sabemos con seguridad. Para eso hemos salido: para averiguarlo. Si esas
naves son leales al Emperador, puede que consigamos ayuda para los nuestros.
—Señor, ¿y si no lo son?
—Entonces regresamos al Colmillo de Hierro y morimos junto a los nuestros.
Ragnar ya había oído suficiente. Aquellos hombres no hablaban como herejes, y
dudaba mucho que estuvieran actuando para engañarle. No existía modo alguno de
que le hubieran detectado, y cualquier intento de acercarse al santuario era un
suicidio a aquellas alturas de la guerra. Decidió que había llegado el momento de
intervenir. El oficial se alejó para orinar y Ragnar le siguió en la oscuridad. Esperó a
que el hombre acabara.
El Lobo Espacial se levantó y colocó su pistola bólter en el cuello del individuo
mientras le tapaba la boca firmemente con la otra mano. El hombre intentó soltarse,
pero fue tan inútil como que un ratón forcejease en el interior de la boca de un lobo.
La fuerza del Marine Espacial era demasiado para el oficial. Ragnar lo arrastró hasta
la oscuridad más allá del borde del cráter, y le habló al oído en voz baja y rápida.
—Tengo una pistola bólter apuntando tu nuca. Si aprieto el gatillo, tus ojos
podrán echarle un vistazo a la parte trasera de tu cerebro antes de morir.
Ragnar podía oler el miedo del hombre. Lo controlaba, pero lo sentía. Intentó
darle una patada a una piedra para hacer ruido, pero Ragnar lo levantó en vilo.
—Tus soldados están bajo el punto de mira de mis hombres, y tienen el gatillo
fácil. Si haces cualquier ruido o intentas avisarles, morirán. No intentes hacer ninguna
otra estupidez.
Ragnar sintió que el hombre se relajaba. La tensión le abandonó. También pudo
sentir que el hombre intentaba averiguar qué estaba ocurriendo. Probablemente
pensaba que si la situación era tal y como se la había descrito, ¿por qué estaban él y
sus hombres vivos todavía? Ragnar le concedió unos momentos para que reflexionara
sobre ello. Luego le hizo una pregunta:
—¿Eres leal al Emperador?
El hombre dudó de nuevo. Ragnar no creyó que fuera por ser un hereje: el oficial
intentaba adivinar qué le ocurriría si contestaba afirmativamente. Era obvio que el
soldado sabía que su vida estaba en juego. La respuesta equivocada sería letal sin
duda. Ragnar decidió no proporcionarle ninguna ayuda. La respuesta sería una
interesante indicación de su carácter. Sintió los músculos de su cuello tensarse cuando
intentó asentir. Ragnar le dejó mover la cabeza.

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—Eso está muy bien —dijo Ragnar—, ya que yo también lo soy. Sin embargo, la
situación es muy tensa, y sería algo muy desgraciado que dos grupos leales al
Emperador se enfrentaran debido a un malentendido. Voy a soltarte, pero no hagas
nada estúpido. Si lo haces, será mortal… para ti y para tus hombres. ¿Me has
entendido?
El hombre asintió de nuevo. Lo soltó, y giró en redondo para verle. Ragnar vio,
incluso en la penumbra, el gesto de asombro de su cara y pudo oler su pasmo. Ragnar
le sacaba al menos una cabeza de altura, y era mucho más ancho y musculoso. Su
prisionero se estaba preguntando sin duda cómo era posible que alguien tan grande se
hubiera acercado tanto sin que le oyera. La realidad se abrió paso poco a poco en su
mente, y el asombro dejó paso a la admiración.
—Eres un Marine Espacial —dijo.
—Soy un Lobo Espacial —corrigió Ragnar.
Las rodillas del oficial parecieron aflojarse debido al enorme alivio. Recuperó las
fuerzas justo a tiempo y Ragnar no tuvo que sostenerle.
—Alabado sea el Emperador —murmuró el hombre—. Alabado sea el
Emperador.
—Señor, ¿está bien? —preguntó una voz procedente del fuego.
—Estoy bien —replicó el oficial.
Se oyó un coro de carcajadas de los soldados. Ragnar pensó que era una suerte
que el oficial no tuviera los oídos tan finos como él, ya que así no oyó las burdas
bromas que los soldados comenzaron a gastar a su costa sobre lo mucho que tardaba.
Ragnar pensó que Sven probablemente también estaría disfrutando del sentido del
humor de los soldados.
—Vienes del santuario —murmuró el oficial—. Fueron vuestras naves las que
vimos descender.
Ragnar asintió.
—Alabado sea en verdad el Emperador. Algunos rebeldes asquerosos decían que
eran refuerzos de su bando. Quizás ahora tengamos posibilidades de vencer.
—Dile a tus hombres que vamos a acercarnos. Diles que no disparen. Entonces
hablaremos con tranquilidad.
El oficial obedeció rápidamente, gritándole a sus hombres que iba a regresar con
un aliado y que no dispararan, o lo pagarían muy caro. Ragnar sintió la confusión
entre los soldados. Se preguntaban si aquello no sería alguna especie de trampa.
Ragnar decidió que sería mejor que interviniese. Muchos de los que estaban
durmiendo se habían levantado y habían empuñado sus armas precipitadamente.
—Soy un Marine Espacial y un aliado. Os tenemos rodeados, pero no tenéis por
qué preocuparos. Mientras no disparéis, no pasará nada.
Sintió confusión de nuevo, además de miedo y furia. La situación podía
complicarse con rapidez, así que decidió arriesgarse para mantenerla bajo control.
Empujó al oficial para que caminara por delante y avanzó confiado hacia el grupo de

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hombres. Le apuntaron inmediatamente con los rifles láser, y con los dedos tensos en
los gatillos. Un instante después vio las expresiones de asombro, miedo e incluso
respeto en sus rostros en cuanto reconocieron lo que era. Los largos lazos
establecidos entre Garn y Fenris habían permitido que los nativos del planeta fueran
capaces de identificarle.
—Por el Trono, los Lobos han llegado —dijo uno de ellos en un tono alegre y
aliviado.
—¡Ahora podremos echar a los herejes! —dijo otro.
Le rodearon inmediatamente y empezaron a darle palmadas en la espalda y a
agarrarle la mano. Parecían estar tremendamente aliviados, como hombres que se
hubieran perdido en un desierto y de repente hubieran encontrado un guía. Su actitud
insubordinada desapareció por completo en cuestión de segundos. Ragnar se sintió
casi conmovido por aquella muestra de fe de los garnitas en los Lobos Espaciales.
Pensó que aquellos diez mil años de historia compartida habían servido para algo.
Los miró atentamente y vio por sus rostros que estaban hambrientos y agotados.
Las manos que empuñaban las armas estaban extremadamente delgadas. La mayoría
de ellos mostraban una mirada febril. Era obvio que aquellos soldados habían
soportado grandes penalidades, y que se sentían más que aliviados por su presencia.
—El Emperador ha enviado a sus guerreros para salvarnos —dijo otro de ellos.
Ragnar pensó en ello por un momento. Supuso que, en cierto modo, era cierto.
—Si —respondió—. Así es.
—Y justo a tiempo —dijo un soldado—. Los rebeldes ya eran bastante malos,
pero esos adoradores de demonios son mucho peores.
—¿Adoradores de demonios?
—Si. Sergius y sus hombres. Tienen un templo en la Fortaleza del Colmillo de
Hierro. Nunca podré saber cómo lograron ocultarlo durante tanto tiempo. Están allí
abajo día y noche realizando alguna clase de ritual maligno. Sólo los Dioses de la
Oscuridad saben qué están tramando. Algunos dicen que están abriendo un camino
entre las tormentas de disformidad hasta el Ojo del Terror; otros que están invocando
a una legión de demonios.
—¿Un templo del Caos? —preguntó Ragnar.
Todos los hombres contestaron afirmativamente.
—Entonces, deberá ser purificado —les contestó.

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DIECISÉIS

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Los Garras Sangrientas de Ragnar tomaron posiciones entre los soldados de la milicia
local y establecieron puestos de guardia para poder vigilar todos los accesos al lugar.
Ragnar vio a Torvald y a Aenar hablando con los milicianos para tranquilizarles.
Sven y los demás estaban de centinelas en el borde del cráter.
La mayoría de los garnitas se tumbaron a dormir como si fueran niños en
presencia de unos padres protectores. Posiblemente era el primer descanso en
condiciones que tenían en muchos días. Ragnar se sentó cerca del hornillo
procurando no mirar directamente a las llamas. El oficial se sentó enfrente de él.
Metió una mano en el interior de su abrigo, sacó una cantimplora que desprendía un
fuerte olor a alcohol y ofreció un trago a Ragnar.
Éste lo pensó por un momento. No olió ningún veneno, aparte de las toxinas
habituales que impregnaban el aire y el agua del lugar. Sabía que era posible que
hubiera un narcótico disuelto en el alcohol, pero el olor que desprendía el oficial no
indicaba ninguna traición. Era mucho más importante ganarse la confianza del garnita
y descubrir lo que sabía. Ragnar se dio cuenta de que no lo estaba haciendo tan sólo
por razones puramente militares. Era su primer contacto más o menos amistoso con
un garnita y quería conocer los puntos de vista del individuo sobre lo que estaba
ocurriendo. Tomó la cantimplora de la mano del oficial y bebió un largo trago. El
alcohol le quemó en la garganta y sintió la habitual oleada de calor y una ligera
sensación de náusea cuando su cuerpo lo compensó. El garnita tomó de nuevo la
cantimplora y bebió otro largo trago antes de cerrarla y meterla de nuevo en el abrigo.
—Del mejor —dijo—. Nada de licor hecho con fluido para frenos o restos de
alcohol.
—Está bueno —le contestó Ragnar, más por cortesía que porque estuviera de
acuerdo. Había probado bebidas mucho mejores a lo largo de sus viajes. En honor a
la verdad prefería la cerveza de Fenris.
—Jan Trainor, capitán de la Milicia Industrial del Colmillo de Hierro —dijo a la
vez que se ponía la mano en el corazón a modo de saludo.
—Ragnar de los Lobos Espaciales.
—Me alegro mucho de haberte conocido, Ragnar de los Lobos Espaciales. No
sabes lo mucho que me alegro.
Ragnar pudo oler el miedo incluso a través de los fuertes olores del combustible y
del alcohol. No pensaba que el oficial fuera un cobarde. El comportamiento del
individuo indicaba valentía. El aroma que desprendía indicaba cansancio, y su
aspecto, que había vivido con los nervios al límite durante demasiado tiempo.
—¿Por qué? —le preguntó Ragnar.
Trainor miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba y bajó la
voz.
—Estas últimas semanas no han sido nada fáciles. Hubo momentos en los que
pensé que íbamos a morir todos.

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—Todos vamos a morir —le respondió Ragnar—. No hay nada seguro en la vida
excepto la muerte. Lo que importa es cómo te enfrentas a ella.
Trainor le miró con una sonrisa amarga.
—Eres un Marine Espacial y es de esperar que pienses de ese modo. —El garnita
levantó una mano en un gesto conciliador—. No pretendo ofender. Sólo soy soldado a
medias. Cumplo mi período de servicio militar en la milicia de la fortaleza, y soy
oficial porque nací en uno de los clanes superiores, pero lo cierto es que en realidad
soy un supervisor de las máquinas de forja a quien le han dado un rifle y han enviado
a combatir.
Ragnar pensó en lo que le había dicho. Tenía los conocimientos suficientes como
para entender lo que el individuo quería decir. Se dio cuenta en aquel momento de lo
mucho que había cambiado en aquellos últimos años. El bárbaro inculto que había
crecido en las islas del mundo océano de Fenris no hubiera sido capaz de asimilar
aquellos conceptos, aunque hubiera comprendido el idioma del oficial.
—Parece que habéis librado vuestra parte en los combates —le contestó para
animarle.
—Ha habido para dar y tomar.
—Cuéntamelo.
Ragnar quería preguntarle sobre Sergius pero también quería tener la oportunidad
de juzgar al garnita y al valor de sus palabras, así que se prefirió aproximarse
lentamente a su objetivo.
—Incluso en los mejores momentos existen tensiones entre los clanes superiores
que gobiernan las fortalezas: disputas sobre los derechos comerciales, infracciones en
las cantidades de mineral extraído, discusiones sobre las tasas de paso para las
caravanas de mercaderes, lo habitual.
«Quizá lo habitual para él», pensó Ragnar. Todo aquello le sonaba muy extraño.
Inclinó la cabeza y pensó en ello por un momento. Quizá no era tan extraño. Donde
escaseaban los recursos los hombres siempre se enfrentaban. Eso lo entendía muy
bien: era el mismo caso en Fenris, aunque allí lo que estaba en disputa era la posesión
de las islas y los bancos de pesca. A su modo, Garn no parecía muy diferente en ese
sentido.
—Además, siempre han existido bandidos, mutantes y adoradores del Caos.
Cuando pasé mis dos años obligatorios en la milicia, nos pasamos todo el tiempo
persiguiéndolos. A veces resultaba difícil saber dónde terminaba el bandidaje y dónde
comenzaban los juegos políticos. En ocasiones, los bandidos eran financiados por
otras fortalezas, o por facciones dentro de la propia fortaleza, pero era imposible de
demostrar…
Ragnar se percató de que el oficial hablaba sin parar porque lo necesitaba. Había
mantenido aquello en su interior durante demasiado tiempo, y no había podido
compartirlo con sus hombres. En aquellos instantes, al menos, estaba con alguien a
quien consideraba su igual en cierto modo, y quería sacárselo de dentro. Ragnar

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asintió para animarle a que continuara y le dejó seguir hablando. Estaba aprendiendo
más por el modo en que Trainor hablaba, de su actitud y de su aspecto, que lo que
podría haber aprendido mediante un centenar de augurios de inteligencia, por muy
minuciosos que hubiesen sido.
—De vez en cuando, las compañías, las ligas de fortalezas, combaten para
resolver sus diferencias. Luché en una de ellas. Vi morir a miles de hombres. Pensé
que eso era la guerra. No tenía ni idea. No tenía ni idea…
—Sigue.
—Siempre han existido tensiones entre las fortalezas… Siempre. Incluso se han
producido guerras que han acabado con la intervención del Imperio, algunas veces
por tu Capítulo. Lo sé porque he estudiado este tipo de temas. Fue ese demonio de
Sergius y sus acólitos, metiendo cizaña mientras de cara a la galería predicaban la paz
y la lealtad… Cuando todo esto empezó, pensé que tan sólo se trataba de otra de las
guerras habituales, malas en sí mismas pero comprensibles. Estaba equivocado. No
creo que nada me hubiera podido preparar para la ferocidad que he visto.
Hasta aquel momento, Ragnar no había visto nada realmente feroz que se pudiera
comparar con los combates que había librado hasta la fecha, pero sin duda, aquel
joven juzgaba la situación con unos baremos diferentes.
—Todo comenzó con una disputa entre esos cabrones del Yelmo de Bronce y los
del Escudo de Ámbar. Las dos grandes asociaciones regionales se vieron arrastradas.
La Liga del Oso Blanco se puso del lado de los del Yelmo de Bronce, y los Puños de
Garn lo hicieron por los del Escudo de Ámbar. Llamaron a sus aliados y todos nos
preparamos para la guerra. Fue entonces cuando comenzamos a oír los primeros
rumores.
—¿Rumores?
—Sobre sacrificios humanos, adoración de demonios, canibalismo. Ambos
bandos se acusaban unos a otros. Nadie sabía qué creer. Los incidentes fueron a más
y a peor. Se produjeron matanzas de mercaderes e incursiones contra las comunidades
exteriores. Encontraban a la gente con el corazón arrancado y una expresión de horror
en la cara. El antiguo gobernador, Coriolanus, envió a sus hombres para que
investigaran. Desaparecieron. Anunció que iba a pedir ayuda al exterior, a la
Inquisición, y poco después fue asesinado. Fue entonces cuando empezaron de
verdad los problemas.
—¿Problemas?
—El padre Sergius comenzó a predicar que se acercaba el final, que el Caos
llegaría en poco tiempo. Al principio, sólo dijo que la gente debía poner en paz sus
almas, ya que llegaba el juicio final. Escuché al tipo hablar por los comunicadores
generales y sus sermones eran impresionantes. Había algo en su voz que te obligaba a
creerle, que disipaba todas tus dudas. Su carisma es increíble. Además, su culto
creció con rapidez ante la anarquía. Sus predicadores estaban por todas partes,
atendiendo a los heridos, ayudando a los pobres y a los enfermos. Al principio

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pensamos que eran otra secta dentro del culto imperial. Existen cientos, y siempre
han sido toleradas…
—¿Pero?
—Pero estábamos equivocados. Las palabras de Sergius extendieron más
desesperación de la que te puedes imaginar. Todo el mundo creyó que la batalla final
estaba próxima. Los Lobos llegarían en poco tiempo, con Russ a la cabeza, y serian
los últimos días del Imperio. Russ no ha venido con vosotros, ¿verdad?
Ragnar soltó una carcajada y negó con la cabeza, pero se quedó mirando
fijamente a Trainor. Era obvio que Sergius había hecho mella en el garnita. Debía ser
todo un predicador. Ragnar quería saber más.
—No, el primarca no ha regresado —le respondió.
—Pero los Lobos sí han llegado.
Trainor lo preguntó con una intensidad febril.
—Hemos venido para recuperar nuestro santuario y ayudar a la gente de Garn.
Sergius no necesitaba poseer grandes dotes de adivinación para saber que lo
haríamos.
Trainor se relajó aliviado, aunque lo que había dicho Ragnar era algo de sentido
común. Era una prueba de la naturaleza insidiosa y de la fuerza de las palabras del
heresiarca que al oficial no se le hubiera ocurrido algo tan obvio. Quizás había
utilizado la magia. Quizá toda noción de sentido común había desaparecido en la
atmósfera de histeria colectiva que se había producido en aquella guerra civil impía.
—Los seguidores de Sergius cambiaron de cantinela después. Poco a poco, día a
día, el mensaje fue cambiando. En poco tiempo dijo que era inevitable que el Caos
venciera. Después dijo que era una locura enfrentarse al Caos. Más tarde, que era un
suicidio. Y por último, dijo que lo más sensato era ponerse del lado del vencedor.
»Lo más extraño de todo fue que tantos le creyeran. Su voz tenía poder. Incluso
aunque tu fe en el Emperador fuera fuerte, de algún modo te obligaba a creer en sus
sermones. Había tanta: sinceridad, pasión y fe. Era algo casi mágico.
—Quizás había magia, pero era magia maligna.
—Sí, quizá. Los seguidores de Sergius pasaron de ayudar a los pobres a combatir
a sus enemigos, y parecían invencibles. Se decía que las balas no podían herirles y
que sus capas paraban las espadas y que, cuando eran heridos, se curaban de forma
casi instantánea. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos no lo hubiera creído…
—Cuéntame más —le urgió Ragnar—. Me dijiste que Sergius está acuartelado en
vuestra fortaleza.
—Sí, y lleva ahí muchos días. Se supone que es un gran secreto, pero todo el
mundo lo sabe.
—Eso no es otro rumor.
—No. Le he visto con mis propios ojos.
Ragnar contuvo la respiración. Quizás estaba más cerca de encontrar la Lanza de
lo que esperaba.

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—¿Cuándo? —le preguntó con un tono de voz tranquilo pero ligeramente
incrédulo.
—Lord Koruna agrupó a todas las fuerzas leales para expulsar a los herejes de
Colmillo de Hierro. Casi diez mil hombres, todos leales al Emperador.
»Avanzamos desde las estancias superiores liquidándolos a todos a medida que
las liberábamos. Hubiéramos triunfado sino hubiese sido por Sergius. Les hicimos
retirarse hasta las puertas del templo. Los herejes estaban completamente derrotados
cuando aparecieron Sergius y sus guardaespaldas… y las cosas que trajo con él.
—¿Cosas?
—Demonios, monstruos, mutantes de las profundidades, y a miles. Utilizaron la
hechicería y fueron imparables. Yo mismo disparé contra Sergius, pero alguna clase
de hechizo maligno desvió mi rayo láser, lo mismo que desvió todas las balas que le
dispararon. Mató en persona a Lord Koruna en combate cuerpo a cuerpo, y eso
destruyó nuestra moral, así que dimos media vuelta y huimos. Nadie quería
enfrentarse a un hombre invulnerable en combate cuerpo a cuerpo.
—¿Y después de eso?
—Los herejes nos dieron caza por toda nuestra propia fortaleza. Luchamos, pero
fue inútil. Por cada hereje que matábamos, aparecían dos para sustituirle. Incluso se
reían mientras los matábamos. Un prisionero me escupió a la cara y me dijo que
pronto todos nos arrepentiríamos de haber elegido el bando equivocado, que Sergius
estaba realizando un ritual que traería al Caos a Garn y que convertiría a sus
seguidores en seres inmortales. Fue entonces cuando…
Ragnar olió la vergüenza que sentía Trainor.
—¿Fue entonces cuando le mataste? —le dijo con voz amable.
—Sí, maté a un prisionero, a un hombre desarmado. Fue un acto deshonroso.
—Hiciste lo correcto. Ese hombre era un hereje. La muerte no era más que su
destino inevitable.
—Ojalá pudiera creerlo. Él parecía estar convencido de que alcanzaría la
inmortalidad. Que el Emperador nos proteja, ¿qué pasa si estaba en lo cierto?
—No lo estaba.
Trainor lo miró dubitativo.
—Después de aquello combatimos de túnel en túnel y de habitáculo en habitáculo
hasta que finalmente logramos llegar al viejo sistema viario de tránsito y salimos
aquí. Hemos encontrado algunas patrullas, pero no creo que hayan podido seguirnos.
—¿Podrías llevarnos de vuelta al interior de la fortaleza?
—Sí. Trabajé durante años en los túneles realizando tareas de mantenimiento.
Existen docenas de entradas si las conoces, ya sabes, para el tránsito y para las
reparaciones de las rutas de energías geotermales. Tengo los mapas en mi bolsa. Así
es como logramos salir.
—Bien. Los necesitaremos.

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Trainor no mostró mucha alegría ante la perspectiva de regresar al lugar del que
acababa de escapar. El silencio cayó entre ellos. Ragnar sabía que tenía que llevar a
aquellos hombres hasta el santuario. Los Sacerdotes Rúnicos querrían hablar con él e
investigar su mente para verificar lo que había dicho. Por Russ, si todo aquello era
cierto… De repente, una voz resonó en el intercomunicador.
—Soy Sven, alteza. Me parece que vamos a tener problemas.

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DIECISIETE

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Ragnar se arrojó boca abajo al lado de Sven. Miró por encima del borde del cráter y
vio lo que preocupaba a su hermano de batalla: habían aparecido varios cientos de
soldados. Los acompañaban unos enormes sabuesos, unos tremendos mastines
mutantes de afilados colmillos y largos cuerpos musculosos. Los perros olfateaban en
busca de un rastro y avanzaban en silencio.
—Estamos a favor del viento —dijo Sven—. Huele.
Ragnar ya había olfateado el aire. Sus sentidos eran más agudos que los de Sven.
Tanto los perros como sus dueños desprendían un hedor que iba más allá de la
saturación de contaminación común a todos los objetos del mundo.
Ragnar conocía aquel olor, ya lo había olido en otros sitios y momentos.
—Caos —dijo.
—No se te escapa nada —le dijo Sven—. Me parece que salieron de ese gran
agujero de allí.
—Puede que no estén siguiendo a los nuestros.
—Y puede que yo acabe prefiriendo la leche a la cerveza —dijo Sven.
La expresión de su rostro mostraba exactamente la seriedad con la que se tomaba
aquella posibilidad.
—Estoy seguro de que fue por allí por donde vinieron nuestros amigos de la
milicia —siguió diciendo—. ¿Qué vamos a hacer? Son demasiados incluso para que
yo los derrote.
—Una valoración realista de la situación —respondió Ragnar con sequedad.
—Tampoco hace falta ser tan sarcástico.
—Creo que ha llegado el momento de llamar a una Thunderhawk. Bueno, quizás
a más de una.
Sven asintió. En aquellas circunstancias, a él también le parecía que una rápida
retirada, ya fiera a bordo de una cañonera o a cubierto de sus propias armas, era la
mejor opción. Ragnar se conectó al canal general del comunicador.
—Aquí la escuadra Ragnar llamando a Castra Fenris. Posición alfa-doce-gama-
dos. Pedirnos cobertura de una Thunderhawk. Posición bajo presión de enemigos
aproximándose. Estoy acompañado de gente local con información importante.
Alabado sea el Emperador.
Se produjo un retraso de varios segundos mientras le conectaban con el centro de
mando de la compañía. La gente que estaba al otro lado de la línea sabía que ningún
Lobo Espacia pediría algo así sin necesidad.
—Castra Fenris. Aquí el hermano Gundar. Una Thunderhawk está ya en camino.
Mantened la posición. Activad vuestras balizas. Alabado sea Russ.
—Recibido Ragnar. Corto. —Ragnar cambió de canal y se conectó al de la
escuadra—. Ragnar a los hermanos de batalla. Preparaos para ser recogidos por una
Thunderhawk. Activad vuestras balizas.
Una línea de iconos apareció en su campo de visión y le hizo saber que toda su
escuadra había activado sus balizas. La Thunderhawk podría localizarlos con

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facilidad.
—Sven, tráete a los garnitas aquí arriba con las armas preparadas. Puede que
tengamos que abrirnos paso a tiros, y quiero que todas nuestras armas apunten a esos
mutantes.
Sven no dijo nada. Toda traza de humor había desaparecido. Se puso en marcha
para cumplir sus órdenes. Ragnar enfocó sus magnoculares hacia los enemigos
mientras tanto.
Distinguió con claridad a los cazadores gracias a las antiguas lentes de vigilancia.
Estaban vestidos de un modo similar a Trainor y sus hombres, aunque parecían mejor
alimentados y equipados.
Los jefes llevaban puestas unas máscaras metálicas con adornos moldeadas para
representar rostros humanos, aunque ligeramente distorsionados. En vez de bocas
mostraban unas rejillas que indicaban la presencia de sistemas de filtrado de aire.
Ragnar había visto imágenes de aquellas máscaras: aquellos hombres eran seguidores
de Sergius. Los soldados bajo el mando de los hombres enmascarados no llevaban
protección en el rostro y sus rasgos estaban hinchados, como si sufrieran los primeros
síntomas de una especie de viruela repugnante. Ragnar también había visto ya gente
con aquel aspecto, en adoradores del Caos: aquellos hombres estaban en las primeras
etapas de varias mutaciones. Los sabuesos también mostraban la marca del mutante.
Vio que no se parecían a los perros de su planeta natal, ya que tenían un aspecto
más propio de ratas. Las colas no tenían pelo, y los morros eran similares a los de los
roedores. A lo largo de su pellejo podían verse enormes verrugas que sobresalían
entre el pelo. En algunas zonas peladas de sus costados se distinguían grandes
erupciones cutáneas de aspecto enfermizo. A pesar de todo lo anterior, parecían estar
fuertes y hambrientos.
Era obvio que estaban siguiendo el rastro de Trainor y sus hombres, ya que se
movían en línea recta hacia el cráter en el que se ocultaban Ragnar y sus compañeros.
Fueran mutantes o no, aquellos soldados estaban bien armados, bien equipados, y
eran demasiados para el gusto de Ragnar. Miró hacia atrás en dirección al santuario,
preguntándose cuánto tardaría en llegar la Thunderhawk. Rezó para que no fuera
demasiado tiempo.
El ruido de las botas en las piedras y el olor de los soldados le indicó que Trainor
y sus hombres estaban tomando posiciones cerca de él. Algunos empuñaban sus rifles
láser. Dos de ellos colocaron en posición de tiro una ametralladora pesada. El arma
parecía estar demasiado usada y haber sufrido un escaso mantenimiento. Ragnar
deseé con todas sus fuerzas que tuviera mejor funcionamiento que aspecto. Un arma
semejante podía causar una matanza en un grupo grande que se acercara por terreno
descubierto. Si funcionaba.
Ragnar miró a Trainor.
—Dile a tus hombres que no disparen hasta que los herejes están bien a tiro. Así
mataremos más.

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Trainor asintió y comenzó a dar órdenes. Ragnar ya estaba efectuando cálculos.
No parecía que la Thunderhawk fuese a llegar a tiempo. Si ése era el caso, quería
estar seguro de poder matar el máximo número posible de herejes. Su posición no era
mala. Estaban en terreno alto y poseían un arma pesada. El borde del cráter
proporcionaba un parapeto natural. El verdadero problema era que había muchísimos
enemigos y ellos eran muy pocos. Ragnar sólo tenía su pequeña escuadra, y Trainor
contaba con un par de docenas de hombres como mucho.
Les superaban en número en una proporción de diez a uno más o menos, y sus
enemigos también disponían de armas pesadas. Además, era perfectamente posible
que uno de ellos poseyera alguno de los inquietantes poderes mágicos que el Caos
otorgaba a sus seguidores. Ragnar ya los había visto en acción con anterioridad, y
sabía que sería mejor que se preparase para cualquier cosa.
El viento cambió mientras pensaba todo aquello. Los sabuesos mutantes captaron
su olor y soltaron un extraño sonido chasqueante. Uno de los enmascarados comenzó
a dar órdenes inmediatamente. Los herejes se desplegaron y las unidades resultantes
empezaron a rodear el cráter. Ragnar dejó escapar un largo suspiro. No podía hacer
nada por evitarlo. Sólo disponía de soldados suficientes para mantener una pequeña
sección del perímetro. Lo único que podía hacer era esperar a que llegara la
Thunderhawk… si llegaba.
No. Tenía que hacer algo más. Como mínimo, podía enviar algunos hombres para
que vigilaran los flancos y le avisaran. Un rápido vistazo le indicó que Sven y Aenar
ya estaban haciendo precisamente eso.
—Strybjorn y Torvald. Manteneos ojo avizor y aseguraos de que nadie se nos
cuela por detrás sin que lo sepamos.
—Afirmativo. Alabado sea Russ. Corto —respondieron ambos casi al unísono.
Los herejes avanzaban cuesta arriba con lentitud. Eran precavidos y aprovechaban
toda la cobertura que podían proporcionar los escombros; pero había algo más. Se
movían como hombres que estuvieran algo más que un poco nerviosos. De vez en
cuando, uno o dos de ellos miraba al cielo con temor. Se preguntó si también ellos
esperaban la llegada de la Thunderhawk. ¿Habrían logrado descifrar el encriptado de
sus comunicaciones?
No. Ragnar había observado el mismo tipo de comportamiento en Trainor y sus
hombres cuando se movían. Tras un momento de reflexión se dio cuenta del motivo.
Simplemente estaban nerviosos porque era de noche y estaban en campo abierto
Ragnar supuso que para una gente que se había criado entre los muros de las grandes
fortalezas-factoría y que sólo salía el exterior en vehículos blindados, atravesar una
llanura abierta, aunque fuera una de cemento, debía de ser una experiencia extraña e
inquietante. Y lo extraño provoca a menudo que los hombres se pongan nerviosos. Se
conectó de nuevo al canal general del Capítulo.
—Escuadra Ragnar a Castra Fenris. ¿Puede decirme cuánto tardará en llegar la
Thunderhawk?

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—Castra Fenris a escuadra Ragnar. Tiempo estimado de llegada: dos minutos y
treinta segundos.
Ragnar dejó escapar otro largo suspiro y comprobó el cronómetro sobreimpuesto
en su campo de visión. Era tiempo suficiente; apurado, pero suficiente. Si los herejes
continuaran avanzando con tanta lentitud… Por supuesto, en el mismo instante en
que llegara la Thunderhawk comenzarían los problemas, porque no se imaginaba a
los herejes permitiendo que subieran a bordo sin combatir en absoluto. Se giró hacia
Trainor.
—En cuanto llegue la Thunderhawk, quiero que tú y tus hombres seáis los
primeros en subir a bordo. Nosotros os cubriremos.
El oficial asintió y se alejó para decírselo a sus hombres. Parecieron aliviados,
aunque el olor a tensión que desprendían continuó aumentando. Ragnar pasó de
nuevo al canal de comunicación de la escuadra.
—Hermanos, preparaos para cubrir a la milicia en cuanto llegue la Thunderhawk.
Ellos subirán en primer lugar. Sven, después de ver tu actuación en el santuario,
quiero que tú te encargues de esa ametralladora pesada. En cuanto los milicianos
comiencen a subir, cúbrelos. La cañonera llegará en dos minutos.
—Vaya que sí, alabado sea el puñetero Russ —contestó.
El resto de los compañeros también contestó afirmativamente.
Ragnar escuchó a lo lejos el rugir de unos poderosos motores. Reconoció el
sonido: era la Thunderhawk, que se acercaba a toda velocidad. Miró hacia atrás, pero
no vio nada. Tampoco era sorprendente. Lo más probable es que la cañonera volara
sin luces y a muy baja altitud, casi pegada al terreno, para aprovechar la máxima
cobertura posible.
El ruido de los gritos procedentes de más abajo le indicó que sus enemigos habían
oído el mismo sonido. Los herejes se habían detenido completamente confundidos,
preguntándose qué era aquel ruido. Ragnar intentó ponerse en el lugar del jefe
enemigo. ¿Qué debía estar pensando aquel enmascarado?
Probablemente se estaba preguntando qué era lo que se estaba acercando. Podía
deducir que se trataba de una aeronave, y que lo más probable es que no fuera
amistosa.
Ragnar se preguntó qué haría él en una situación semejante. A menos que el
objetivo fuese muy importante, ordenaría a sus hombres que se pusieran a cubierto y
que esperasen a ver qué sucedía. Aquélla pareció ser la conclusión a la que llegó el
hereje. Gritó algo a sus hombres, que se escondieron en los agujeros que pudieron y
detrás de cualquier escombro de gran tamaño que encontraron. Ragnar vio que
algunos de ellos preparaban sus armas pesadas, un lanzacohetes y varías
ametralladoras pesadas. Uno de aquellos lanzacohetes podía derribar a la cañonera.
También existía una pequeña posibilidad de que las ametralladoras lo lograran, a
pesar del blindaje de la aeronave.

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—Escuadra Ragnar, aquí el Halcón de Asaheim. Os hemos localizado. Esperamos
llegar en un minuto. Honremos a Russ. Ragnar tomó rápidamente una decisión.
—Nos encontramos en un gran cráter. Los traidores disponen de armas pesadas.
Recogednos en el centro del cráter. El objetivo será la baliza cinco. Alabado sea el
Emperador.
—Confirmado. Gloria a los Lobos.
—Que todos menos Aenar apaguen sus balizas. Aenar, sitúate en el centro del
cráter.
Los Garras Sangrientas respondieron en menos de un latido de corazón.
—¡Trainor, lleva a tu compañía al centro del cráter! —le grito Ragnar—. ¡Mis
hermanos os cubrirán!
El oficial mostró su confusión. Sin duda, se estaba preguntando de qué demonios
estaba hablando Ragnar. No tenía sentido decirle que lo de la compañía lo había
gritado para que lo oyera el enemigo.
—¡Vamos! —le volvió a gritar.
Trainor no necesitó que se lo repitieran. Se dirigió hacia el punto al que se
encaminaba Aenar. Sus hombres lo imitaron y casi se dejaron dominar por el pánico.
Su retirada envió rocas rodando por la ladera del cráter.
—¡Sven, empuña esa ametralladora pesada! —dijo Ragnar pero su camarada ya
se dirigía hacia ella.
El rugido de la Thunderhawk a sus espaldas aumentó de volumen. Ya debía estar
casi encima de ellos. Ragnar miró hacia atrás y distinguió una mancha oscura
recortada sobre el horizonte nocturno. Pasó por encima del borde más alejado del
cráter y descubrió su presencia al enemigo en cuanto encendió los cohetes de
aterrizaje.
Una estela llameante marcó la trayectoria del cohete que partió de las posiciones
herejes. Ragnar rezó para que el enemigo no hubiera tenido tiempo de apuntar en
condiciones. No sería el mejor momento para que la cañonera fuera derribada. Corrió
por el borde del cráter y se tiró al lado de Sven.
—¡El lanzacohetes! ¡Cárgatelo! —le gritó mientras le señalaba el arma pesada.
Sven sonrió con malicia y apretó el gatillo. Un chorro de balas trazadoras surcó la
oscuridad al tiempo que una tremenda explosión iluminaba la noche a sus espaldas.
Ragnar se arriesgó a mirar hacia atrás. La Thunderhawk seguía allí. Había descendido
por debajo del borde del cráter mientras el cohete le pasaba por encima. Aun así, la
onda expansiva había desequilibrado a la nave, que cayó al suelo como una piedra
mientras él miraba impotente. Ragnar apretó los dientes de frustración. Distinguió en
el interior de la cabina a los pilotos luchando con los mandos para recuperar el
control. En el último segundo, uno de los retrocohetes laterales se encendió y la
cañonera se enderezó justo antes de aterrizar de un modo aparatoso.
Sven continuaba disparando a su lado mientras gritaba amenazas e insultos a los
adoradores del Caos. Por unos segundos pareció capaz de contener al enemigo él

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solo, pero las ráfagas de proyectiles trazadores comenzaron a surcar el aire a su
alrededor y el resistente plastocemento de los escombros del borde del cráter
comenzó a desintegrarse bajo la tremenda potencia de fuego de sus enemigos. Ragnar
tiró de él justo antes de que unas enormes llamaradas pasaran por encima de su
cabeza.
—Es hora de irse —dijo por el comunicador y con voz lo bastante alta como para
que Sven le oyera—. La Thunderhawk nos está esperando.
Todos le respondieron. Sven le miró y lanzó un gruñido. La locura del combate le
brillaba en los ojos. Tenía la boca entreabierta y la saliva le brillaba en los colmillos.
Ragnar tenía claro que su camarada no se quería marchar, que quería quedarse y
luchar. Ragnar lo comprendía. Una parte de él también sentía lo mismo. No había
mejor experiencia que el fragor del combate. Mientras pensaba en aquello, un extraño
olor que le recordó a la vez a leche agria y ajo llegó a su nariz. Sintió un cosquilleo
en el interior de su cabeza y los pelos de la nuca se le pusieron de punta.
—Brujería —dijo al mismo tiempo que se preguntaba qué maldad estaban a punto
de desencadenar sobre ellos los herejes.
No tuvo que esperar mucho tiempo. El olor maligno se intensificó. Ya olía con
fuerza a carne podrida. La imagen de hordas de centenares de gusanos que devoraban
su carne muerta le invadió la mente con tanta fuerza que supo que sólo podía tratarse
de magia maligna. El brillo de frenesí abandonó los ojos de Sven y se vio sustituido
por una mirada de nerviosismo.
—Hora de irse —y ambos dieron la vuelta y echaron a correr en dirección a la
cañonera.
Ragnar se arriesgó a mirar atrás cuando habían recorrido la mitad del trayecto.
Unos tentáculos de niebla de un extraño color verde, que le recordaban los de alguna
clase de bestia monstruosa, empezaban a recorrer el borde del cráter. Unos momentos
más tarde, unas nubes fosforescentes de color amarillo y verde saltaron por encima
del borde y lo rebasaron formando una nauseabunda neblina asfixiante.
—Podían haber utilizado granadas de humo —murmuró Sven—. Malditos chulos
vacilones.
Ragnar no estaba tan seguro de que fuera una simple muestra de poder. Era
evidente que la niebla cubriría cualquier avance realizado por los herejes, pero
también podía tener otro propósito. No le gustaba en absoluto su aspecto, y mucho
menos le atraía la idea de verse envuelto por ella.
—Bueno, al menos sabemos algo con seguridad —dijo—. Trainor no mentía
cuando nos habló sobre los cultos del Caos.
Sven le miró como si hubiese dicho algo especialmente estúpido. En cuanto las
palabras salieron de su boca, la niebla comenzó a avanzar hacia ellos y de ella surgió
un tentáculo que se extendió con mayor rapidez de la que podía alcanzar un Marine
Espacial lanzado a la carrera. Fue en su búsqueda con una inteligencia antinatural,
como si fuese la extremidad de un monstruoso kraken. Ragnar echó un último vistazo

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para asegurarse en qué dirección se encontraba la Thunderhawk antes de que la niebla
le envolviera.
Fue como tirarse de cabeza a un mar de negrura. Su vista quedó casi inútil
inmediatamente. Distinguió a duras penas la silueta de Sven, que corría a su lado. En
ese momento notó una sensación de ardor en los pulmones y un tremendo picor en los
ojos. La niebla estaba cargada de veneno. La cabeza le dio vueltas mientras su cuerpo
intentaba adaptarse a la presencia de las toxinas. Se puso el casco sin ni siquiera
pensar en ello y selló los sistemas de la armadura. No quería arriesgarse a tener que
correr con mayor lentitud. Cada segundo podía ser vital. Escuchó un chasquido
cuando los conductos del casco se cerraron y los sistemas de sellado de la armadura
se pusieron en marcha.
Sus sentidos perdieron agudeza de forma inmediata. Su sentido del olfato quedó
completamente anulado y su sentido del oído quedó muy mermado. Para un Lobo
Espacial, aquello era como quedar doblemente ciego. Confiaba tanto en sus oídos y
su nariz como en sus ojos. Ya no tenía más capacidad en aquel sentido que Trainor o
cualquiera de sus hombres. Impartió rápidamente unas cuantas órdenes por el
comunicador avisando de la llegada de la niebla e indicando a sus hermanos que
estuviesen preparados. Con suerte, se habrían dado cuenta de lo ocurrido tan
rápidamente como él, pero tampoco quería correr riesgos.
Oyó a su espalda el peculiar ladrido de los enormes sabuesos mutantes y el sonido
de sus pezuñas arañando los cascotes de plastocemento sueltos. Miró hacia atrás
esperando no tropezar y caer, creyó distinguir una ágil silueta lanzada a la carrera
hacia él. Fuese lo que fuese, no parecía tener problemas para seguir su rastro en
aquella neblina. Alzó su pistola, pero una ráfaga de ametralladora pesada partió la
silueta por la mitad. Su aullido de muerte fue contestado por los de diversas bestias
enormes que se movían en los alrededores. El casco no disminuyó su volumen, sino
que más bien sonaron con mayor fuerza. Quizás era un efecto causado por la niebla.
Sven se levantó de la postura semiarrodillada que había tomado y empezó a correr
de nuevo a su lado.
—Cada vez eres mejor con esos trastos —le dijo Ragnar.
—Debe ser por la práctica que estoy consiguiendo. A este paso me nombrarán
Colmillo Largo antes que Cazador Gris.
La Thunderhawk parecía inmensa en la penumbra. Ragnar saltó a través de la
escotilla abierta y miró a su alrededor. La situación no tenía buen aspecto. Muchos de
los milicianos de Trainor habían caído. Unos cuantos de ellos estaban escupiendo
sangre o vomitando una repugnante pasta verde. La mayoría de los Lobos presentes
llevaban puestos los cascos y estaban al lado de la puerta con las armas apuntando
hacia fuera, preparados para disparar contra cualquier amenaza que apareciera en la
penumbra. La Thunderhawk temblaba bajo sus pies, como si fuera una poderosa
bestia dispuesta a saltar hacia los cielos. Ragnar oyó el rugido tableteante de la
ametralladora pesada, audible incluso por encima del tronar de los motores.

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—¡Sven! ¡Entra ahora mismo! —le gritó.
El otro Garra Sangrienta continuó allí disparando contra la penumbra. La niebla
estaba aclarándose cerca de las toberas de los motores, y Ragnar distinguió a las
bestias acercándose.
Mientras Ragnar miraba, algo saltó desde la oscuridad y cerró sus mandíbulas
alrededor del cuello de Sven.

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DIECIOCHO

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Los colmillos de la enorme bestia apenas acababan de cerrarse sobre la guarda del
cuello cuando Sven ya la estaba golpeando con la culata de la ametralladora pesada.
La cabeza del monstruo se abrió de par en par dejando escapar un chorro de sangre,
pero no soltó su presa. Ragnar saltó de la nave espada sierra en mano y le dio un tajo.
El arma abrió en canal el pecho de la bestia y esparció entrañas por todos lados.
—¡Te dije que entraras! —le gritó a Sven.
Sven se incorporó.
—El sabueso tenía otra opinión.
—El sabueso ya no está en condiciones de discutir.
—Cierto —contestó Sven.
Sus ojos se abrieron de par en par, alzó el arma y comenzó a disparar. La
ametralladora escupió unas cuantas balas trazadoras y emitió un desagradable sonido
chirriante. Al parecer, el mecanismo se había encasquillado.
—Maldito trasto inútil —dijo Sven.
Ragnar giró la cabeza y vio lo que Sven estaba mirando. Un grupo de aquellos
sabuesos estaba acercándose a la carrera. Sus esbeltos cuerpos sólo podían
distinguirse como largas y veloces sombras.
Sven entró de un salto por la escotilla abierta, y Ragnar decidió que lo mejor era
seguir su ejemplo rápidamente. Iba a hacerlo cuando la Thunderhawk pegó un salto
hacia arriba justo en ese instante. Ragnar se preguntó qué ocurría. ¿La había
levantado una racha de viento? ¿Habría dañado la explosión del cohete los
mecanismos de dirección más de lo que había creído en un principio? ¿Se trataba de
alguna clase de maniobra evasiva?
Saltó a su vez y se agarró al suelo de la puerta con la mano izquierda. Se mantuvo
allí firme mientras la Thunderhawk seguía elevándose. Sintió un fuerte impacto en su
pantorrilla que casi le hizo caer.
Miró hacia abajo y vio a uno de aquellos sabuesos infernales, agarrado a su
tobillo con los dientes. Unos cuantos más saltaron también, pero no lograron
alcanzarle, La Thunderhawk comenzó a descender de nuevo. Ragnar decidió que
habría que hacer algo al respecto, pero lo primero era lo primero.
Lanzó una patada con su pierna libre y golpeó al sabueso en las costillas. Escuchó
un tremendo crujido, la bestia lo soltó y cayó al suelo. Ragnar se alzó con una sola
mano y se metió en la nave por la compuerta. Sven acabó en ese preciso instante de
trastear con el mecanismo de la ametralladora pesada y se asomó a disparar contra los
sabuesos en el suelo. Ragnar se conectó rápidamente al canal general de
comunicación.
—Halcón de Asaheim, estamos todos a bordo. Es hora de irse. Alabado sea Russ.
—Recibido. El Emperador es bondadoso.
La Thunderhawk aceleró. El incremento de velocidad hizo que Ragnar perdiera el
equilibrio y lo lanzó hacia la puerta abierta cuando la nave efectuó un giro. Sven
seguía allí, bien equilibrado sobre sus dos piernas y sin dejar de disparar. Ragnar echó

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un vistazo a la niebla que se agitaba como un mar tormentoso. Ya llenaba todo el
cráter y giraba de forma antinatural alrededor de su borde, dejando el resto del
espacio abierto libre. Aquélla era una prueba, si necesitaba alguna, de su naturaleza
maligna. A su alrededor pudo ver las imponentes siluetas de las fortalezas.
—¡Sven, aléjate de la puerta! —le ordenó Ragnar.
Su hermano de batalla dio un paso atrás y Ragnar apretó una palmada el mando
que cerraba la puerta. Miró a su alrededor el pequeño cubículo donde se encontraban.
—¿Alguna baja?
Un coro de respuestas negativas surgió de los Garras Sangrientas. La milicia no
había tenido tanta suerte. Más de la mitad de ellos estaba sangrando por varios
orificios, y muchos está vomitando en el suelo. El mismo Ragnar tampoco se sentía
demasiado bien. Tenía el estómago revuelto, y tenía los mareos típicos de un estado
febril. Sven parecía tan mal como él mismo. Estaba pálido y con la frente perlada de
sudor. Fuese la que fuese la composición de aquella niebla, debía ser algo potente
para causar semejante malestar en un Lobo Espacial.
Se acercó a los milicianos. Trainor y unos pocos de sus hombres parecían
encontrarse bien. Ragnar se percató de que las máscaras de filtrado que llevaban
puestas tenían otro aspecto, y obviamente parecían de mejor calidad.
—¿Os habéis encontrado con esa niebla asesina antes? —le preguntó Ragnar.
—Hemos oído hablar de ella —contestó Trainor—. Pensé que los herejes
utilizaban gases venenosos, pero jamás he visto a ningún gas actuar de ese modo.
—Yo tampoco —respondió Ragnar—. Era magia maligna.
—Nada de lo que haga nuestro enemigo me puede sorprender —siguió diciendo
Trainor—. Su maldad no conoce límites. Sergius es un demonio con forma humana.
El casco reverberó ante el sonido de una tremenda explosión y la Thunderhawk
salió despedida hacia un lado. Ragnar pensó que aquello había pasado demasiado
cerca. Se preguntó si el misil procedía de los herejes que habían dejado atrás o lo
habían disparado otros enemigos. Tampoco es que importara mucho: bastaría sólo un
impacto con un arma lo suficientemente poderosa para que estuvieran muertos. De
todas maneras, no podía hacer nada al respecto. Sus vidas estaban en manos de la
tripulación. Al menos podría hacer algo por los pobres diablos que tenía delante de él.
Ragnar rebuscó en su ancho cinturón y sacó el botiquín de campaña. En su
interior había una amplia variedad de antitoxinas, por si acaso a alguno de los Lobos
le fallaba las glándulas procesadoras de venenos. Esperaba que alguna de ellas le
sirviera a los moribundos.
La Thunderhawk bajó de altitud de forma repentina y viró de nuevo. Ragnar salió
disparado hacia otra esquina cuando la nave realizó un giro cerrado. Otra explosión
resonó en la noche. La cañonera pasó por encima de la onda expansiva como si fuese
un hombre que corriese por la orilla de una isla azotada por un terremoto.
—Creíamos que ya habríais aprendido a volar en condiciones a estas alturas —se
quejó Sven cuando se estampó de espaldas contra un mamparo de metal—. Yo podría

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hacerlo mejor. ¡Eh! ¡Los de ahí delante! ¡Si no tenéis más cuidado, subiré en persona
y os enseñará cómo puñetas se hace!
—Ésa es una amenaza que yo me tomaría muy en serio —dijo Strybjorn con
ironía.
—Entonces sí que estaría seguro de que mi maldición estaba actuando —añadió
Torvald.
—No sabía que supieras pilotar una Thunderhawk, Sven —dijo Aenar con
expresión inocente.
Los pilotos no mostraron señal alguna de haberle escuchado, si lo habían hecho.
En vez de ello, la cañonera se inclinó hacia la izquierda y cayó como una piedra.
Ragnar se agarró a una barra y se preguntó si les habían dado o si los motores se
habían parado y caían a plomo hacia el suelo. Se escuchó el sonido de otra explosión.
Ragnar miró por una escotilla. Vio lo bajo que estaban volando, casi pegados a
tierra, pasando a través de los enormes cráteres y esquivando los montones de
escombros y demás obstrucciones. Pensó que sin duda ya habrían dejado atrás a sus
atacantes.
Esperó durante unos largos instantes mientras la Thunderhawk seguía avanzando
a toda velocidad. Vio por delante de ellos el santuario y el vasto campamento armado
que lo rodeaba. La cañonera disminuyó de velocidad y luego se posó con rapidez en
el punto de aterrizaje. Ragnar miró a sus hermanos de batalla.
—Lo logramos —les dijo.
—Ellos no —respondió Sven a la par que señalaba los cadáveres tendidos en
cubierta de algunos de los milicianos.
Ragnar vio mientras salía por la escotilla unos vehículos imperiales que se
acercaban a toda velocidad. Eran un transporte blindado de tropas Rhino con el
símbolo del servicio médico irapenal, un coche que mostraba el sello de la
Inquisición y un land speeder de su propio Capítulo. Ragnar se quitó el casco y
olfateó el aire. Los olores nocturnos del campamento le dieron la bienvenida. Todavía
se olían unos ligeros restos de la niebla venenosa en su armadura, pero era de esperar.
—Parece ser que alguien ha estado escuchando nuestro canal de comunicaciones
—le murmuró Sven.
Trainor estaba supervisando el desembarco de los supervivientes de su grupo.
Ragnar se acercó a él y le agarró por el hombro.
—Mantente cerca de mí por ahora —le murmuró.
El coche inquisitorial llegó en primer lugar. Un hombre alto y enmascarado salió
de él. Le acompañaban varios soldados del regimiento de Maravia. Se dirigió con
paso confiado hacia Ragnar, y sus hombres le siguieron de cerca como perros bien
entrenados. Los médicos saltaron del Rhino y se dirigieron corriendo hacia los
milicianos enfermos para examinarlos.
—Bien hecho, Lobo Espacial —le dijo—. Yo me haré cargo de los prisioneros a
partir de ahora.

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Ragnar pudo oler la sorpresa de Trainor. Aquél no era el recibimiento que había
esperado. Ragnar se quedó mirando al inquisidor. Le disgustó inmediatamente la
arrogancia del individuo y la suposición de que sus órdenes serian obedecidas por
todos.
—Estos hombres no son prisioneros, sino aliados.
—Eso lo tienen que determinar las personas competentes —respondió el
inquisidor.
—¿Te refieres a ti? —le preguntó Sven en un tono que rozaba lo insultante.
—Me refiero a mí. Me refiero a mi orden. Me refiero a los representantes del
Imperio en este planeta. Será mejor que no te interpongas en nuestro camino.
—¿Le escogió el Emperador en persona para hablar en su nombre? —le preguntó
Sven con mordacidad.
Ragnar observó que la mano del inquisidor había salido disparada para luego
detenerse sobre la funda de su pistola. Los soldados situados a su espalda desprendían
olor a miedo.
—¿Quién es usted? —le preguntó Ragnar.
—Soy el inquisidor Gideon.
—Bueno, inquisidor Gideon, yo soy Ragnar de los Lobos Espaciales, y estos
hombres están conmigo. Si desean marcharse con usted, pueden hacerlo. Si no, se
quedarán conmigo hasta que el Gran Lobo me ordene otra cosa.
Gideon se giró hacia Trainor.
—Vendréis conmigo —le dijo.
Trainor se rascó la cabeza con su mano enguantada. Ragnar no pudo evitar darse
cuenta de que sus manos estaban temblando. Era obvio que Trainor temía al
inquisidor. No era sorprendente. La Inquisición no tenía fama de ser gentil o amistosa
con la gente a su cargo. Ningún hombre sensato se entregaría voluntariamente a sus
procesos. Por otro lado, ningún hombre sensato se negaba a obedecer a un inquisidor
a no ser que tuviera una razón muy poderosa… o la protección de un aliado igual de
poderoso.
—De momento me quedaré con Ragnar, señor, lo mismo que mis hombres.
—Estás cometiendo un error —le dijo Gideon.
El tono de voz era claramente amenazador. Ragnar oyó al oficial de la milicia
tragar saliva de forma ruidosa. Adivinó que el inquisidor estaba sonriendo por debajo
de su máscara.
—Obstaculizar la labor de la Inquisición siempre es un error —continuó diciendo
mientras fijaba su fría mirada en Ragnar con intención.
—También es un error amenazar a los Adeptus Astartes —le respondió Ragnar.
Aquel enfrentamiento era una estupidez. Todos estaban en el mismo bando.
Quizá debería haber entregado a Trainor, pero no le hablan gustado los modales
del inquisidor, y además notaba que se trataba de algo más. No estaba exactamente
seguro de qué se trataba, pero lo que no estaba era dispuesto a entregar algo que

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habían conseguido los Lobos Espaciales a un extraño, no hasta que se lo ordenaran
sus superiores. La información que aquellos hombres tenían en la cabeza era sin duda
muy valiosa, y sí Trainor poseía información sobre el paradero de la Lanza de Russ,
sus hermanos de batalla le despellejarían vivo si se lo entregaba.
Los pilotos de la Thunderhawk habían salido de la cabina por las escotillas
superiores y escuchaban con mucho interés la conversación. Aunque ambos eran
Cazadores Grises y en teoría eran superiores jerárquicamente a Ragnar, ninguno de
ellos había querido tomar parte en la conversación, lo que significaba que, o bien
aprobaban lo que estaba haciendo, o bien le estaban dejando, comportarse como un
idiota por razones que sólo ellos conocían.
—El Rhino médico es nuestro —dijo Gideon.
—Tenemos a nuestros propios sanadores —contraatacó Ragnar.
—Esos hombres se están muriendo mientras discutimos —siguió diciendo el
inquisidor.
—Hacen falta dos para tener una puñetera discusión —le interrumpió Sven.
En ese momento, el land speeder aterrizó y Ragnar se quedó sorprendido y
aliviado a la vez, al ver que Berek Puño de Trueno y su eskaldo personal Morgrim se
bajaban del aparato.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Berek con voz estruendosa. Ragnar se
lo contó todo.
—Has hecho muy bien, joven Ragnar —dijo Berek—. Estos hombres son aliados
e invitados de nuestro Capítulo, y contarán lo que saben al Gran Lobo. Si el
inquisidor Gideon desea venir, también será nuestro invitado. Por supuesto, vamos a
requisar el Rhino para atender a los necesitados.
El inquisidor Gideon se quedó mirando fijamente a Berek pero no dijo nada.
Obviamente, no era lo mismo darle órdenes a un joven jefe de unos Garras
Sangrientas que discutir con un Señor Lobo; y además, uno famoso. A continuación
fijó su mirada en Ragnar, y su significado quedó claro: se había ganado un enemigo
aquel día. El joven Lobo pensó que quien salía perdiendo era el inquisidor.
Berek se acercó hasta él y le dio una tremenda palmada en la espalda con su
enorme mano metálica. El impacto casi hizo caer de bruces al Garra Sangrienta.
Berek le habló en la lengua de Fenris, pero en voz tan baja que sólo él pudo
escucharle.
—Bien hecho, chaval. No le entregues nada que pertenezca a los Lobos
Espaciales a estos buitres.
Ragnar no estuvo muy seguro de que a Trainor le gustase la idea de pertenecer a
los Lobos Espaciales, pero no dijo nada.
—¡Vámonos! —dijo Berek en voz de grito.
Le indicó a Ragnar y a sus camaradas que lo acompañasen mientras montaban a
los milicianos heridos y a los sanos en el Rhino. Se dirigieron hacia el santuario, y el
inquisidor Gideon y sus hombres los acompañaron.

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Ragnar vio mientras salía del Rhino unas naves inmensas que descendían
procedentes de la órbita del planeta. Eran aún más enormes que los transportes
normales de tropas, y unos momentos más tarde el motivo fue evidente. El costado de
una de ellas se abrió de par en par y dejó al descubierto la enorme figura humanoide
de un titán Warlord en su interior. Las peligrosas armas de la poderosa máquina de
guerra estaban colocadas en paralelo a su cuerpo, para su transporte.
El titán salió de la nave como un monstruoso insecto que saliera de su capullo. Al
hacerlo, unas inmensas estructuras descendieron del interior de la nave de los
Adeptus Titanicus. Vio grandes grúas y sistemas de reparación montadas en ellas. La
tierra temblaba bajo los enormes pies metálicos cada vez que el titán daba un paso.
Las armas de sus caparazones se alzaron para situarse en posición de disparo. El
inmenso cañón multifusión de su brazo derecho giró sobre sí mismo para estar
preparado. Al verlo, Ragnar comprendió de repente el temor reverente que muchos
sentían hacia los Adeptus Titanicus. El titán podría ser la manifestación viva del
propio Dios Máquina. Quizá lo era.

Trainor y los hombres que todavía eran capaces de caminar fueron llevados del Rhino
hacia la gran tienda de paredes metálicas reservada para los visitantes del santuario.
El inquisidor Gideon los siguió de cerca, como si temiera que su presa le fuera
esquivar. Los demás fueron llevados a los hospitales de campaña por siervos
semimecánicos, traídos por la flota de los Lobos espaciales.
Cuando se acercaron a la entrada del santuario, dos Sacerdotes Rúnicos les
cerraron el paso. Empuñaban unos largos báculos que utilizaron para impedir a
Trainor y sus hombres seguir a avanzando. Ragnar sintió unos momentos después la
presencia de la magia cuando los sacerdotes pusieron en práctica sus extraños
talentos para investigar las mentes de los recién llegados. Aquella precaución era algo
natural: ningún extraño al Capítulo podía acercarse al Gran Lobo sin pasar aquel
examen.
—¡Podéis pasar! —anuncio el Sacerdote Rúnico más viejo antes de centrar su
atención en Gideon y en sus hombres.
El inquisidor se sometió a la misma inspección, aunque con menos ganas y peor
disposición. Berek sonrió con malicia cuando se dio cuenta de ello. Después, todos
entraron apresuradamente en las profundidades del santuario.
Ragnar se percató inmediatamente del gran número de personas que iban y
venían. No todos llevaban la típica armadura de los Lobos Espaciales. Entre la
multitud había comisarios oficiales de la Guardia Imperial y de la flota e incluso unos
cuantos individuos con los recargados uniformes de los Adeptus Titanicus. El
santuario era el centro nervioso de toda la fuerza imperial. Todo el mundo a su
alrededor se movía con paso decidido, y en el aire se percibía aquella excitación y

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nerviosismo que indicaba que se encontraba en una zona de guerra en un planeta
extraño.
Tardaron unos pocos minutos en llegar a la gran zona de recepción, donde los
esperaban Logan Grimnar y su séquito. El Gran Lobo estaba sentado en un inmenso
trono flotante y observaba a la multitud del mismo modo que un jarl observaría a una
masa de solicitantes de favores. Sus sacerdotes le flanqueaban; su Guardia del Lobo
estaba preparada para defenderle. En aquella ocasión, todos estaban equipados con
las enormes armaduras de exterminador, la armadura de combate de tamaño humano
más poderosa del todo el Imperio.
Un pasillo se fue abriendo entre la multitud a medida que Ragnar y los suyos
avanzaban. No importaba el rango de las personas: todos dejaban paso a Trainor y a
su escolta. Llegaron hasta el estrado sobre el que flotaba Logan en un centenar de
pasos.
Ragnar vio quiénes eran los que estaban al lado del Gran Lobo en el estrado. Eran
hombres realmente poderosos. Uno lucía el uniforme de Princeps Maximus de los
Adeptus Titanicus. Era un individuo enorme, con aspecto de ser más de la mitad
máquina. Todo un lado de su cuerpo era metálico. El lado izquierdo de su cara era
una máscara de metal, y de la manga izquierda de su uniforme sobresalía el extremo
de un brazo biónico. La pernera izquierda de su pantalón había sido recortada a la
altura de la rodilla para dejar a la vista una extremidad mecánica que acababa en una
impresionante garra.
—Lothar Corazón de Hierro —murmuró Morgrim—. Y sí, toda una mitad de su
cuerpo está dedicada al Dios Máquina. El tipo no tiene corazón, sólo una bomba
cardíaca biónica.
Ragnar había oído hablar de él. Lothar y sus titanes habían luchado con
anterioridad junto a los Lobos Espaciales en numerosas ocasiones. Aquello no era
sorprendente, ya que el mundo forja de Salonus estaba situado cerca de Garn y su
legión poseía un depósito de suministros en el planeta. El guerrero se había labrado
su reputación en los ardientes desiertos de Tallarn, y se decía que había destruido tres
Gargantes orkos en la batalla que le había costado la mitad de su humanidad.
Por encima del estrado se veía el rostro del general del Imperio Baithus Trask, al
que Ragnar reconoció por haberlo visto en otra ocasión. Estaba supervisando sus
tropas desde su nave insignia en órbita, por lo que no podía estar en persona; pero
hacía sentir su presencia a través de la red de comunicación. Varios comandantes de
campo de rango inferior estaban presentes en carne y hueso. Ninguno de ellos lograba
dar la mitad de la sensación de mando que causaba la imagen de Trask.
Ragnar no se había dado cuenta de la importancia que se le concedía a los
prisioneros. Había esperado que Trainor fiera interrogado por Ranek u otro de los
Sacerdotes Rúnicos. Sin embargo, en aquel momento, todos los ojos estaban fijos en
ellos, desde los máximos cargos hasta los oficiales de menor rango. Varios de los
Señores Lobo también estaban presentes, y Ragnar no dudó ni por un instante que

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aquellos que no estuvieran en persona habrían enviado a algún representante que les
transmitiría la información de forma inmediata.
—Bueno, Berek —dijo Logan Grimnar—, al parecer, tu cachorro lo ha hecho
muy bien. Escuchemos lo que nos tiene que decir el hombre de Garn.

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DIECINUEVE

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Ragnar observó desde la Thunderhawk la enorme acumulación de tropas. Era la
primera vez en toda su vida que veía a un ejército imperial al completo prepararse
para el combate, y aquella visión conmovió su corazón. Las tropas cubrían la mayor
parte de la extensa llanura que se extendía por delante del santuario. Una docena de
titanes Warlord dominaban la escena, destacando por encima de la masa de guerreros
como haría un hombre por encima de un enjambre de insectos. El único pero inmenso
titán de la clase Emperador los dejaba pequeños incluso a ellos. Su larga sombra
parecía capaz de cubrir a la mitad del ejército. La vibración del aire causada por sus
pantallas de vacío era lo bastante brillante como para ser visible. Los titanes
Warhound, con sus siluetas ágiles y de aspecto lobuno, recorrían los extremos de la
fuerza preparándose para marchar contra el enemigo.
La Thunderhawk mantuvo Ja altitud y sobrevoló en círculos el ejército imperial,
lo que permitió a Ragnar observar con detalle lo que estaba ocurriendo a sus pies.
Una escuadrilla de Marauders pasó de largo y desapareció entre las nubes de
contaminación. A pesar de su apariencia desgarbada, tenían un aspecto de extrema
letalidad.
Los cañones de asalto Estremecedor ya estaban machacando las posiciones
enemigas. Lanzaban unos monstruosos proyectiles que explotaban contra los muros
de la lejana fortaleza, que ni siquiera era visible a través de la helada neblina del
amanecer de Garn. Los adivinadores del tiempo de la flota habían augurado que la
niebla desparecería en poco tiempo. Ragnar esperaba que fuera así. El tiempo
atmosférico era un arma de doble filo. Frenaría la velocidad de marcha de la mayoría
de los vehículos terrestres, excepto los tanques más pesados y los titanes, pero a la
vez contribuiría a ocultar su avance. No era el mejor día para intentar tomar la
fortaleza donde se encontraba Sergius, pero era la típica condición meteorológica que
iban a tener en aquella estación del año. Además, las runas habían indicado que se les
acababa el tiempo, que fuera lo que fuese lo que estaba haciendo el hereje, lo
terminaría en breve.
La mayor parte de la infantería estaba embarcada en los Rhinos, preparada para
avanzar hacia la zona de combate. Era posible que la Guardia Imperial careciera de
las habilidades y de la ferocidad sobrehumana de los Lobos Espaciales, pero lo
compensaba de sobra con su enorme número. Allí abajo se encontraban decenas de
miles de hombres preparados para combatir en nombre del Emperador. Otro grupo de
tanques apareció lanzando nieve por los costados mientras Ragnar seguía mirando
Eran del tipo Baneblade, tan grandes que ni siquiera los titanes lograban dejar
pequeña su poderosa presencia. También observó la presencia de Shadow Swords,
preparados para eliminar cualquier vehículo blindado enemigo que apareciera. No se
esperaba ninguno, ya que iban a atacar una fortaleza. Liberarían el hogar natal de
Trainor de las garras del Caos y recuperarían la Lanza de Russ.
Al menos, aquél era el mensaje que las fuerzas imperiales querían enviarle al
enemigo.

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Si el ataque era un éxito y tomaban la fortaleza, bien, pero aquél no era el
objetivo principal del ataque. Las defensas eran poderosas, y los herejes numerosos.
El verdadero propósito era proporcionarles a los Lobos Espaciales la oportunidad de
infiltrarse en la fortaleza; extender el miedo y el terror entre sus enemigos y localizar
y recuperar su reliquia sagrada. El Gran Lobo había decidido lo que se debía hacer
después de escuchar lo que Trainor sabía. El general imperial, al ver la oportunidad
de aplastar la herejía cortando su cabeza, le había apoyado. La sentencia de muerte de
Sergius ya había sido firmada. Lo único que tenían que hacer era capturar al
archihereje.
Ragnar miró a su alrededor en el interior de la Thunderhawk. Su escuadra estaba
embarcada con otras muchas. Miró al sargento Jons, el reemplazo del sargento Hakon
y el nuevo superior inmediato de Ragnar. Era un tipo bajo y rechoncho para ser un
Lobo Espacial, pero sus brazos eran más gruesos que los muslos de Ragnar. Se decía
que era el individuo más fuerte de toda la compañía, y a Ragnar no se le ocurrió
ninguna razón para dudar de ello. Estaba casi completamente calvo y sólo le quedaba
un halo de cabello alrededor del cráneo. Jons lo compensaba con unas patillas
tremendamente largas y un gran mostacho trenzado. Sus mejillas eran muy rojas, y
sus modales eran engañosamente agradables y alegres. Sonrió mostrándole unos
tremendos colmillos.
Ragnar se había sorprendido de que el sargento le consultara ciertas cosas. Al
parecer, todavía lo consideraban algo parecido a un líder entre los Garras Sangrientas.
Era el modo de actuar de los Lobos. Una vez tenías un rango, lo conservabas
hasta que fueras ascendido o hasta que demostraras que no eras digno del cargo. Si un
hombre sabe dirigir, déjale hacerlo.
—Ha llegado el momento —murmuró Sven, que estaba sentado al lado de Ragnar
—. Ha llegado el momento de que me hagan Cazador Gris. Hoy es el día, ahora es el
momento.
—¿Tú crees? —le preguntó Strybjorn. Ni siquiera la perspectiva de un combate
alegraba su aspecto taciturno.
—Sí. Hoy comienza un nuevo Capítulo en la saga de Sven.
—La saga de Sven el Fanfarrón —dijo Ragnar—. Me gusta cómo suena.
—Tienes suerte —murmuró Torvald con voz pesarosa—. Yo no tengo ninguna
posibilidad de que me nombren Cazador Gris. Debe ser de nuevo mi maldición.
—Eso es porque estás lejos de Russvik —le respondió Sven.
—Mira el lado bueno —le dijo Aenar—. Seguro que llegará nuestro día.
—Sí, cuando seamos lo bastante viejos como para ser Colmillos Largos —
contestó Torvald—. Si vivo tanto tiempo… lo que es poco probable.
Troll se le acercó por detrás.
—No te preocupes, hombrecito. Yo te protegerá.
Ragnar cerró los ojos y rezó a Russ. No le gustaba aquello. Faltaba algo. Miró
otra vez a Jons. Era una sensación extraña verle allí sentado. Ragnar medio se

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esperaba encontrarse con la cara llena de cicatrices de Hakon. Procuró olvidarlo. No
volvería a verle. Bueno, ya había combatido con otros sargentos aparte de Hakon.
Recordó a Hengist, que les había dirigido en el ataque contra el templo del Caos que
encontraron bajo las montañas de Fenris. También recordó a Lothar en la campaña de
Xecutor. Sin duda, conocería a otros sargentos en el futuro.
—Tienes un aspecto jodidamente alegre —le dijo Sven mientras le daba un
codazo en las costillas—. ¿Qué pasa? ¿Echas de menos la emoción de estar al
mando?
—Algo así.
Ragnar pensó por unos momentos en aquello. Se preguntó si se encontraba de
aquel humor por ese motivo. ¿De verdad echaba de menos la emoción del mando? Su
reacción inicial fue decirse a sí mismo que no. Una parte de él se alegraba de que otra
persona estuviese a cargo de las vidas de sus compañeros. Lo pensó un poco mejor y
se dio cuenta de que quizá sí lo echaba de menos. Había algo embriagador en lo de
ser jefe, en lo de dar órdenes y que las obedecieran, en lo de ser dueño de tu propio
destino y el de los que estaban cerca de ti.
Ragnar no estaba seguro de que aquélla no fuera la razón por la que Berek le
había nombrado jefe de patrulla. Quizá para que probara la sensación de estar al
mando y ver cómo reaccionaba, cómo se sentía. Quizás había sido una especie de
prueba. Era muy posible. A pesar de su aspecto simplón, Berek era un buen jefe.
Ragnar miró a Trainor, y se alegró de que el joven oficial hubiese sido destinado a
su jauría. Todos los milicianos supervivientes habían sido separados y asignados a las
compañías que iban a asaltar la fortaleza. Su conocimiento del interior de la Fortaleza
del Colmillo de Hierro sería muy valioso.
Trainor no tenía buen aspecto. Parecía haber envejecido diez años en una sola
noche. Ragnar supuso que aquello era producto de las investigaciones de los
Sacerdotes Rúnicos. Los viejos hechiceros habían sondeado a fondo su mente y todas
las de sus hombres. No querían correr el riesgo de que un traidor llevara a las
compañías de Lobos hacia una emboscada.
Ragnar sintió simpatía y comprensión hacia él cuando recordó su propia
experiencia a manos de aquellos terribles ancianos cuando había atravesado la Puerta
de Morkai. Dudaba mucho que enfrentarse al inquisidor Gideon hubiese sido mucho
más fácil.
Trainor debía haber superado las pruebas con creces, o no se encontraría allí. Uno
de sus hombres no había tenido tanta suerte. Ragnar no estaba seguro de querer saber
qué le había ocurrido. Trainor miró directamente a Ragnar con sus ojos llenos de
miedo y sufrimiento. No debía ser fácil para él regresar a su hogar de toda la vida con
una fuerza de invasión, prepararse para combatir contra antiguos vecinos y amigos
que se habían vuelto contra él. La vida de un guerrero no solía ser fácil.
Ragnar pensó en las largas horas que habían pasado en la sala del trono de Logan
Grimnar mientras los diferentes comandantes imperiales habían discutido el plan de

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ataque. Había sido algo muy interesante, y muy inspirador, el hecho de que Trask,
quien poseía el mando supremo de la enorme fuerza desplegada frente al santuario,
hubiera accedido a llevar a cabo los planes del Gran Lobo de atacar la fortaleza en
manos del Caos y recuperar la Lanza de Russ. Parecía ser que la valía de los Lobos
había contrarrestado el número de la enorme fuerza imperial.
Por supuesto, Ragnar se dio cuenta de que las cosas no eran tan simples como
parecían. Puede que Trask fiera el comandante imperial, pero ni los Lobos Espaciales
ni la legión de titanes estaban obligados a obedecerle. Ambas eran fuerzas
orgullosamente independientes y así se lo habían hecho saber. El Princeps Maximus
no reconocía otro superior más que al Gran Maestre de su orden. Logan Grimnar no
reconocía otro superior más que el propio Emperador. Aquello convertía a Lothar
Corazón de Hierro y al Gran Lobo en aliados naturales. A Ragnar le parecía que
Trask había accedido a recuperar la reliquia sagrada para mantener la paz entre los
distintos elementos del ejército imperial, además de mantener concentrada a la fuerza
de invasión.
En cierto modo, era una decisión sensata tanto en el plano político como en el
militar. En cuanto los Lobos Espaciales hubieran recuperado su reliquia, estarían más
dispuestos a seguir los planes del general, y si los Lobos los seguían, lo más probable
era que Lothar también los siguiera. Al parecer, para dirigir los ejércitos imperiales se
debía ser tanto un estratega como un diplomático. Recordó las rivalidades entre los
Señores Lobo, y pensó que aquello también era aplicable al cargo de Gran Lobo. Un
hombre debía ser tan hábil en las negociaciones como en la guerra para dirigir un
Capítulo de Marines Espaciales. Le cansaba pensar en algo así.
Ragnar supuso que Trask también tendría sus problemas. Lo cierto es que algunos
de sus comandantes de campo habían mostrado estar muy deseosos de atacar la
Fortaleza del Colmillo de Hierro. Sin duda, lo que deseaban era la gloria de la
conquista y escribir sus nombres en la historia imperial junto a los de los líderes del
Capítulo. Y era obvio que querían destacar por encima de sus rivales, lo mismo que
Berek y Sigrid. La guerra en las estrellas no era tan simple como en su tierra natal de
Fenris. Allí tan sólo se trataba de que el jarl alinease a sus hombres y ordenara cargar.
O quizás había sido demasiado joven como para percatarse de nada. Quizá todos los
ejércitos de hombres eran como aquél. A veces sentía como si hubiera envejecido
cien años desde que fue elegido.
Vio otras Thunderhawks sobrevolando el ejército. La mayoría de las cañoneras
del Capítulo estaban en el aire aquel día, lo que era de esperar. El plan era muy
atrevido, y requería una extrema movilidad, una del tipo que proporcionaban las
Thunderhawks. En cuanto estuvieran en el interior de la fortaleza seria puramente
tarea de infantería. No habría espacio para los land speeders, las motocicletas de
ataque o los dreadnoughts. Ni siquiera se podrían utilizar las armaduras de
exterminador. Aquella operación requería sigilo, rapidez y una precisión extrema, ya
que se trataba de una serie de ataques por sorpresa en los principales centros de

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comunicación enemigos, sus generadores de energía y los emplazamientos de armas
pesadas. Aquella serie de ataques fulminantes desmoralizaría y aterrorizaría al
enemigo. Tendrían que localizar las entradas al templo del Caos y recuperar la Lanza.
Ragnar no creía que los seguidores de los Dioses del Caos pudieran quedar
aterrorizados. Dudaba que nada pudiera atemorizar a un individuo que ya había
entregado su alma a los poderes del Caos, ni siquiera la ira justiciera de los elegidos
del Emperador. Por suerte, ésos serían la minoría. Los idiotas engañados que habían
escogido creer a Sergius y a sus seguidores no tendrían tanta moral, y constituían el
grueso de las tropas enemigas. Al menos, eso esperaba Ragnar.
Repasó una vez más los holomapas que había memorizado. Todos ellos estaban
almacenados en la matriz de su armadura, pero no siempre se podía acceder a ellos en
el fragor del combate, y a veces las armaduras resultaban dañadas. Era mejor guardar
la información en la cabeza. Ragnar visualizó la fortaleza tal y como se la habían
mostrado por primera vez. Era una estructura enorme, del tipo que solían ser
construidas por la humanidad en los mundos industriales. Se trataba básicamente de
un cubo de un kilómetro de lado. El cubo estaba unido a la tierra por una enmarañada
red de tuberías y cables que semejaban la raíz de una inmensa planta. Eran los
sistemas de energía que extraían el calor del núcleo planetario de Garn, los sistemas
que extraían agua de los depósitos subterráneos y los túneles de tránsito para los
trenes gravitatorios. Los tubos trepaban por los costados de la estructura como si
fuesen hiedras colgadas de los muros de una fortaleza antigua.
Cuatro enormes torres se alzaban en las esquinas del edificio, como cuatro lanzas
que atravesaran las tripas de las nubes. Aquellas torres eran mitad fortificación, mitad
chimeneas, y dejaban escapar grandes nubes contaminantes al cielo. Del centro del
techo surgía una pirámide truncada, tan grande como muchas islas de Fenris. Aquél
era el lugar donde habitaba la nobleza y muchos de los sistemas de control de la
estructura tenían su centro.
Revisó mentalmente los accesos a la fortaleza que habían sido sobreimpuestos
sobre el holomapa. Uno de ellos iba a ser el punto de entrada de su jauría. El ejército
desplegado bajo ellos había comenzado a ponerse en marcha a lo largo de la llanura
helada. A lo lejos, unos grandes surtidores de humo, ceniza y nieve se alzaron donde
caían los proyectiles. El infierno había llegado a aquella zona de Garn.
La Thunderhawk también comenzó a avanzar en formación con el resto de las
cañoneras del Capítulo, manteniendo el paso del resto del ejército. Volaban tan bajo
que se podían ver las cicatrices en los caparazones de los hombros de los titanes. El
enemigo consideraría que los Lobos Espaciales tan sólo formaban parte de la fuerza
de ataque. Ragnar miró hacia abajo y se hizo una idea sobre el tamaño de aquellas
inmensas máquinas. De cerca parecían aún más grandes de lo que se había
imaginado.
—Eso es lo que yo llamo un arma en condiciones —dijo Sven mientras señalaba
el tremendo cañón que el titán empuñaba en su enorme mano metálica.

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Ragnar asintió. En todos los días de su vida, desde que fue elegido para ser un
Lobo Espacial, no había deseado ser otra cosa, pero en aquel momento pensó que si
hubiera tenido que elegir otra vida, habría escogido ser Princeps de un titán. Intentó
imaginar lo que sería tener el control de aquel monstruo de acero y ceramita. Debía
ser la experiencia más cercana a ser un dios que podía tener cualquier hombre.
—No creo que pudieras levantarla —dijo Torvald con voz fúnebre.
—No creo que todo el Capítulo junto pudiera levantarlo.
El sargento Jons oyó la conversación.
—Un Marine desplegado en el sitio apropiado puede causar diez veces el daño de
una de esas armas.
Lo dijo con la absoluta certeza de un hombre que había experimentado lo que
decía. Ragnar supuso que era verdad.
—Vale, pero a nosotros nos cuesta un huevo llegar hasta ese sitio —dijo Sven.
—Y a mí ya me duelen los pies —dijo Torvald.
—También te va a doler la cabeza si no dejas de quejarte —le dijo el sargento.
Torvald sonrió. La Thunderhawk retembló y se estremeció cuando se puso proa al
viento, luego dejó atrás a los titanes.
—¿No pueden volar más lentamente? —preguntó Torvald.
—Sí, pero entonces iría hacia atrás —le respondió Sven.
—Como tu cerebro —dijo Ragnar.
A pesar de las bromas, la tensión en el compartimiento estaba subiendo. Las
palabras parecían restallar y el olor que desprendía la jauría era mitad excitación,
mitad ansiedad. Aenar había cerrado los ojos. Sus labios se movían en una silenciosa
plegaria. Trainor lo había imitado. Strybjorn miraba a lejanía como un hombre que
tuviese la premonición de su muerte.

Jons recorrió la línea de Garras Sangrientas comprobando sus armas y armaduras


para asegurarse de que los Lobos estarían preparados para el combate en cuanto
estuviesen desplegados. Ragnar sintió un leve resentimiento. El sargento Hakon
nunca había hecho algo así, al menos, de un modo tan obvio. Había confiado en ellos
para aquel tipo de cosas. Jons les hacía sentir que ellos eran unos simples Garras
Sangrientas, y que él era un veterano. Ragnar se descubrió deseando que llegara el
día en que se convertiría en un Cazador Gris y estaría por encima de esas situaciones.
De repente, se escuchó el tronar de una explosión. Vieron a la izquierda ascender
una nube de humo. Ragnar miró por la escotilla y vio que uno de los tanques había
sido alcanzado por un impacto. No tenía ni idea de qué arma le había disparado. Unos
cuantos tripulantes salieron del vehículo mientras miraba, y echaron a correr
rápidamente. Unos segundos después, el tanque estalló en mil pedazos, que se
esparcieron como una fuente de trozos de metal.

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—Parece que los herejes se han despertado por fin —dijo Sven—. Empezaba a
preguntarme si todavía estaban dormidos.
Los demás Baneblades empezaron a disparar en respuesta al fuego enemigo,
aunque Ragnar no sabía qué esperaban conseguir. No importaba lo poderosos que
fueran sus cañones: poco daño podían hacerle a los impresionantes muros de la
fortaleza.
—Mira eso —dijo Aenar señalando por la escotilla derecha.
Ragnar se acercó a mirar y vio que uno de los titanes Warlord empezaba a apuntar
su arma. El aire comenzó a resonar con un poderoso zumbido cuando los generadores
del titán llegaron a su máxima potencia. El arma lanzó un rayo de energía hacia el
lejano edificio con un estruendo. El sonido reverberó como el eco de un trueno
cuando el resto de los titanes abrió fuego a su vez. Ragnar deseó encontrarse en la
cabina de la Thunderhawk para poder tener una visión clara de lo que estaba
ocurriendo.
La batalla había comenzado de verdad. El ejército imperial estaba disparando a
discreción, y el enemigo estaba respondiendo en consonancia. Una serie de
explosiones atravesé la línea imperial cuando algún tipo de lanzacohetes fijó como
objetivo los Rhinos que avanzaban. Viendo aquella tormenta de explosiones, parecía
imposible que nada hubiese sido capaz de sobrevivir a aquello, pero cuando el polvo
y la nieve desaparecieron, Ragnar vio que ni uno solo de los Rhinos había sido
destruido, y que todos estaban bastante lejos de los puntos de impacto. Pensó que
aquello eran las casualidades de la guerra.
—Mi abuela podía disparar mucho mejor —dijo Sven—. Y eso que estaba ciega.
—Seria típico de mí que me disparase el único hereje con buena puntería —dijo
Torvald—. Ya sabéis que nunca he tenido suerte.
—Los que te conocen son los que no han tenido suerte —le respondió Strybjorn.
—A mi madre la maldijo una bruja del clan del oso antes de que yo naciera. ¿Os
lo había contado?
—Como unas cien veces —le contestó Strybjorn de nuevo.
—¿Cuál era la maldición? ¿Qué tendría que soportar al malnacido más tristón de
todo Fenris? —preguntó Sven.
—Nunca me lo dijo. Sólo me miraba y meneaba con tristeza la cabeza.
—La entiendo —dijo Sven—. Yo hago lo mismo cuando te miro.
—Quizá la misma bruja maldijo a tu madre, Sven —le dijo Ragnar—. Tiene que
existir alguna razón para que seas tan feo.
Sonó otra explosión. En el caparazón de uno de los titanes apareció un enorme
cráter. Los trozos de ceramita pasaron volando al lado de la Thunderhawk.
—Eso ha estado cerca —dijo Aenar.
—Y más cerca va a estar —gritó Jons—. Vamos a entrar.

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VEINTE

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La Thunderhawk se elevó por encima del hombro del titán y Ragnar distinguió al
Colmillo de Hierro por encima de la nieve y la niebla. Las armas situadas en sus
muros disparaban en todas las direcciones. Los lanzamisiles de la ciudad lanzaban
descargas de muerte que aplastaban la línea de ataque imperial. Era una visión
imponente.
—Están disparando menos de la mitad de las torretas —dijo Ragnar.
—Quizá todavía continúan los combates dentro de la ciudad —le respondió
Trainor.
—A menos que sea una trampa —interrumpió Torvald—. Seria típico de mi
suerte.
La artillería imperial también causaba daños. Muchas de las torretas de la
fortaleza habían sido reducidas a pedazos; sólo salían llamas de sus emplazamientos.
Charcos de metal fundido marcaban los puntos donde algunas de ellas habían sido
literalmente derretidas por la potencia de fuego de los titanes. Las brutales
explosiones habían abierto enormes agujeros en los muros de la fortaleza, dejando al
descubierto las vigas retorcidas. El vapor salía de unas tuberías tan grandes que
cabría un Rhino en su interior.
Los grupos del ejército imperial se lanzaron a la carga. Los Rhinos y los tanques
más ligeros se acercaron a los agujeros abiertos en la base de los muros. Los land
speeders y las motocicletas de ataque avanzaron aún más, levantando surtidores de
nieve y ceniza a su paso. Decenas de miles de rifles automáticos y bólters abrieron
fuego cuando la infantería situada en el interior del edificio se unió al combate.
Ragnar vio las estelas de los proyectiles de los lanzacohetes portátiles cuando
comenzaron a estrellarse entre las líneas imperiales.
La furia de la artillería imperial se incrementó. Los titanes concentraron toda su
potencia de fuego alrededor de los puntos débiles de las defensas de la fortaleza. Los
tanques añadieron sus propios proyectiles al chorro de metal lanzado contra los
herejes. El rugido de las armas aumentó, ahogando el sonido de los motores de la
Thunderhawk. Las nubes de humo y el brillante resplandor de las explosiones
ocultaron la fortaleza. Parecía imposible que nada sobreviviera a aquella tormenta
letal; pero lo hizo.
De la nube surgió otra mortífera lluvia de fuego. Ragnar vio a uno de los titanes
tambalearse y caer al suelo, exactamente igual que un gigantesco soldado herido.
Docenas de Rhinos se convirtieron en ataúdes llameantes para sus ocupantes. Los
Warhounds llegaron a las afueras del villorrio que rodeaba la fortaleza Aplastaron las
débiles estructuras bajo sus enormes patas mientras sus armas lanzaban andanadas
mortíferas de proyectiles y rayos contra sus enemigos.
Cientos de herejes ocultos dentro de las burbujas-viviendas salieron y
comenzaron a disparar con diminutas armas contra las enormes máquinas de guerra.
Intentaron inútilmente detenerlas con granadas y otras armas pensadas para destruir
tanques y vehículos similares. Se enfrentaron a una horda de guardias imperiales que

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desembarcaron de la primera oleada de Rhinos. La lucha se convirtió en un brutal
combate cuerpo a cuerpo, librado con bayonetas, con los cuchillos y con las culatas
de los rifles. Mientras tanto, las torretas de la fortaleza disparaban de forma
indiscriminada contra los combatientes, matando tanto a amigos como a enemigos.
Aun así, el resto del ejército imperial continuó avanzando; atravesando y
aplastando habitáculos y almacenes como un hombre borracho que patea una
colmena de insectos.
La voz tranquila y calmada de Logan Grimnar sonó en los comunicadores.
—Lobos, preparaos para el combate. Alabado sea Russ.
La Thunderhawk bajó en picado, estremeciéndose un poco cuando lanzó una
descarga de cohetes y ráfagas de cañón automático contra las posiciones enemigas.
Ragnar sonrió a Sven mientras se preparaba para desembarcar. La compuerta de la
cañonera ya se había abierto. El frío aire contaminado y unos cuantos copos de nieve
descoloridos entraron en el compartimiento. El suelo ascendió a su encuentro. Un
enjambre de hombres luchaban allí abajo. Ragnar apretó sus armas contra el pecho y
se preparó para entrar en combate.
Instantes después, la Thunderhawk se detuvo un metro por encima del suelo. El
sargento Jons saltó a través de la puerta, seguido por media docena de Garras
Sangrientas. Sven se unió a él, luego Ragnar y después el resto de la jauría. Ragnar
flexionó ligeramente las piernas para absorber el impacto, y miró a su alrededor en
busca de un objetivo. Detectó a un francotirador que se movía a lo largo del techo de
una burbuja-vivienda. Alzó su pistola bólter y disparó contra el individuo. El
enemigo se apartó en el último segundo. Ragnar sabía que sólo tenía que esperar.
Momentos después, apareció el largo cañón de su rifle, al que siguió la cabeza del
tirador. Ragnar no falló.
Echó otra mirada. Docenas de Thunderhawks ya habían aterrizado y estaban
desembarcando compañías enteras. Hasta aquel momento, todo se estaba
desarrollando según el plan establecido. Estaban exactamente donde se suponía que
debían estar; cerca de las portillas que tapaban los túneles de acceso a las tuberías
geotermales que aparecían en los mapas de Trainor. La batalla que se estaba
desarrollando alrededor les proporcionaba toda la cobertura que necesitaban. Los
Marines ya estaban levantando las tapaderas y entrando en la oscuridad que los
esperaba. Ragnar continuó vigilando las inmediaciones mientras esperaba que le
llegara el turno.
Empezó a entender por primera vez lo realmente grande que era la fortaleza-
factoría. Se alzaba como una montaña por encima de ellos, una sombra inmensa que
cubría varios kilómetros. Tenía una presencia fría y monumental que le recordaba a
El Colmillo, allá en Fenris. Unos grandes chorros de restos industriales se
derramaban por sus costados como si fueran lava. Cuando los restos se solidificaron,
formaron otra capa de blindaje en los costados de la fortaleza, excepto en aquellos
lugares en los que los saqueadores que vivían en los habitáculos del exterior habían

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excavado en busca de restos aprovechables. Ragnar miró hacia arriba y vio docenas
de extraños símbolos pintados en los muros y estandartes que ondeaban en las torres.
Desde tan cerca, la fortaleza no parecía en absoluto un cubo. Un millar de
estructuras menores; torretas, puntos de observación, ascensores de carga y tuberías
metálicas surgían de sus costados como una profusión de extrañas flores inertes. Aquí
y allí se podían ver unos enormes agujeros. Las inmensas acumulaciones de restos
endurecidos se alzaban por los muros cual olas congeladas en el instante de romper
contra un acantilado. Parecía una locura atacar una fortaleza semejante, pero ellos no
sólo lo iban a hacer, sino que iban a triunfar.
La mayoría de los Lobos ya habían desaparecido por los agujeros. Ragnar sabía
que había llegado el momento de unirse ellos.
El interior era oscuro, húmedo y tibio. El aire olía a huevos podridos. Ragnar
alargó la mano izquierda y tocó el interior de una inmensa tubería. Estaba tan caliente
que le habría abrasado la mano si hubiera estado desnuda. Sentía el calor incluso a
través de su guantelete de ceramita.
Olió a Trainor, que sudaba por delante de él. El oficial de la milicia se había
quitado su abrigo y su chaqueta y estaba desnudo de cintura para arriba. Las
condiciones allí abajo eran exactamente las contrarias a las de la superficie. Las
largas líneas de Lobos Espaciales desaparecían a lo lejos. Cada uno de los hombres
parecía preparado para el combate. En teoría, los túneles estaban despejados, pero
ningún Marine Espacial se confiaba jamás con algo semejante. Siempre estaban
preparados para luchar.
Siguieron la principal conducción geotermal sólo durante cien pasos. Justo por
delante de ellos algunos de, los milicianos se adelantaron para abrir otra portilla de
acceso. Ésta era mucho más antigua y estaba cubierta de herrumbre. Llevaba al
interior de otro túnel, más oscuro y estrecho que, obviamente, no había sido utilizado
en mucho tiempo.
Ragnar tuvo que agacharse para seguir avanzando, ya que el túnel apenas era lo
bastante alto como para que un nativo de Garn pudiera andar de pie, y el Lobo
Espacial le sacaba una cabeza de alto a cualquiera de ellos. Comenzó a sentir un
nerviosismo y una tensión que reconoció mientras avanzaba. No le gustaba estar en
un espacio cerrado. Respiró profundamente, elevó una plegaria al Emperador, y las
pulsaciones de su corazón disminuyeron de ritmo.
El ambiente en el viejo túnel no era más fresco, y un espeso líquido marrón que
emanaba un olor nocivo llenaba el lugar basta la altura de las rodillas. Unas leves
volutas de humo de aspecto venenoso surgían de él. Sin duda alguna, aquella
sustancia era tóxica.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Ragnar a Trainor.
—¿Quién sabe? —le contestó—. Los antiguos construyeron estos corredores hace
mucho tiempo. Toda una red de ellos se extiende bajo la superficie del planeta. La
mayoría cree que son de reliquias de las viejas operaciones mineras. Lo cierto es que

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algunos de ellos llevan hasta galerías y túneles mineros abandonados. Encontramos
corredores nuevos cada vez que hacemos trabajos de mantenimiento.
—¿Tú te crees eso de las minas?
—Creo que es tan posible como cualquier otra explicación. Las primeras
fortalezas son anteriores al Imperio. Ya existían antes de que Russ pusiera el píe en
este planeta. Se pueden olvidar muchas cosas en diez mil años.
—¿Por qué nadie los vigila?
—Algunos tienen cámaras instaladas, pero nadie puede tener controladas decenas
de miles de leguas de túneles; no cuando se está librando una guerra en la superficie
contra su propia gente. Y la mayoría ya ha olvidado que estos túneles existen. La
milicia los conoce, pero allí arriba ahora mismo todo es confusión. Además, no todos
los túneles están vacíos.
Aquello llamó la atención de Sven.
—¿De verdad? ¿Quién puede ser tan estúpido como para vivir aquí abajo?
—Caníbales, forajidos, proscritos, adoradores del Caos, y no sólo gente. Existen
ratas gigantes, arañas de espalda estrellada, dragones de túnel y toda clase de bestias
mutantes. Algunos dicen que también están malditos por los fantasmas de los
antiguos.
—Un lugar alegre —dijo Sven mientras miraba a su alrededor.
—Sería típico de mí que me comiera un dragón de túnel —dijo Torvald con voz
lúgubre—. Quizás así se cumplirá mi maldición.
—Lo que se cumplirá será la maldición del puño de Sven si no te callas —
murmuró Sven.
—Mirad allí arriba —dijo Trainor.
—¿El qué? —preguntó Ragnar.
El oficial de la milicia estaba señalando un trozo de carne que Ragnar ya había
olido, pero al que no había prestado demasiada atención. Cuando miró más de cerca y
lo iluminó con la linterna situada en el hombro de su armadura, se dio cuenta de que
tenía el tamaño de un puño y que se movía sobre ocho patas.
—Una espalda estrellada —dijo Trainor—. Una sola gota de su veneno puede
matar a un hombre.
Se movió con mucha precaución cuando pasó por debajo de la araña. Sven
levantó la pistola como si fuera a dispararle, pero se contuvo. Ni siquiera él estaba tan
loco como para disparar un proyectil bólter que rebotaría en todas direcciones en
aquel espacio tan cerrado.
—Me pregunto a qué sabrá —murmuró.
—Su carne también es venenosa.
—No puede ser peor que nuestras raciones —le dijo Sven.
—Estoy seguro que sí —dijo Torvald.
De repente, todo el túnel tembló. La vibración provocó que la superficie del
espeso líquido se estremeciera, y la araña cayó en él. Ragnar creyó sentir a la araña

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pasar rozando su pierna. La idea era algo nauseabunda, pero no le atemorizó. Dudaba
mucho que los colmillos fueran capaces de atravesar la armadura de ceramita
endurecida. Era obvio que Trainor tenía la misma preocupación. Su rostro se puso
más pálido que de costumbre y se cubrió de sudor. No era sorprendente. Él no estaba
protegido por una armadura sellada y no poseía la inmunidad de un Marine Espacial a
los venenos.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó con voz temblorosa.
—Una gran explosión en la superficie —dijo Ragnar—. Lo más probable es que
le hayan acertado a un titán, o que haya estallado su generador de energía.
Deseó tener una idea más clara de lo que estaba ocurriendo en la superficie, pero
debían mantener el silencio por radio para no proporcionar a los herejes ningún
indicio de su incursión.
Las fuerzas del Imperio podrían estar ganando o perdiendo. No habría modo de
descubrirlo hasta que salieran de aquellos túneles y pudieran verlo con sus propios
ojos. El plan consistía en que las fuerzas imperiales mantendrían el terreno ganado, si
podían, atravesarían las líneas enemigas, si podían y si no era posible, se retirarían
hasta que recibieran una señal de los Lobos Espaciales.
—Me gustaría salir de aquí de una vez —dijo Trainor nervioso.
Sus ojos no dejaban de vigilar el líquido viscoso que cubría el suelo en busca de
la araña caída. Sven metió la mano en la espesa sopa de restos y rebuscó hasta sacar a
la criatura, todavía viva. Sostuvo al animal en la palma de la mano. Sus largas patas
tantearon su antebrazo, y unas largas antenas surgieron de su cabeza.
—¿Buscabas esto? —le preguntó al miliciano.
Trainor lo miró como si estuviese loco. Sven abrió la boca como si fuera a
comerse a la araña; pero cerró el puño y la aplastó.
—No tienes de qué preocuparte.
—Su sangre también es venenosa.
Sven miró a los restos que cubrían su mano y puso una cara de horror fingido
antes de pasar la mano por la pared para limpiarse.
—Entonces será mejor que no toquemos lo que queda.
Continuaron su avance a lo largo de los oscuros y apestosos túneles.
—Esto sí que es vida —dijo Sven—. Ésta es la verdadera misión de los héroes
elegidos por Russ.
El espeso líquido les llegaba ya al pecho, y por la superficie se veían nadar con
largos movimientos ondulantes grandes seres centípedos de aspecto desagradable.
Trainor les había asegurado que también eran venenosos.
—Mi madre me dijo que estaba maldito —dijo Torvald en la penumbra.
—Desde luego, yo te maldigo —le respondió Sven.
—Míralo por el lado bueno —dijo Aenar—. No debe quedar mucho camino.
Llevamos horas aquí abajo.

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Ragnar se fijó en los Lobos que iban por delante de ellos. Aenar parecía estar en
lo cierto. Los estrechos haces de luz de las linternas comenzaban a salir de los restos
industriales, y cuando se acercó más, vio que los Marines estaban saliendo del
corredor repleto de líquido y se subían a una larga plataforma de piedra.
—Me parece que se ha acabado nuestro baño por hoy —dijo Sven.
Ragnar trepó detrás de los demás. La plataforma seguía a lo lejos y vio unas luces
en su extremo. Apagó automáticamente sus luces, lo mismo que los demás. Alargó la
mano y ayudó a Trainor a subir. Aquella parte no iba a ser fácil para el miliciano. El
hombre no poseía los agudos sentidos y la visión nocturna de los Lobos Espaciales.
Tendrían que guiarle, lo mismo que a los demás hombres.
—Agárrate a mi cinturón —le dijo Ragnar.
La última parte del avance tuvo lugar en un silencio inquietante, teniendo en
cuenta que eran cientos de hombres con armaduras los que caminaban en la
penumbra. Ya no quedaban dudas de que se encontraban en el interior de la fortaleza.
Las paredes que los rodeaban eran espesas y estaban cubiertas por capas de suciedad
y excrecencias de siglos de contaminación y restos industriales. El aire ondulaba con
la sutil vibración característica de las fábricas. A juzgar por el olor y la vibración, a su
alrededor seguía funcionando una enorme maquinaria. También se veían señales de
otras criaturas que compartían espacio con los hombres. Unas ratas de ojos rojos
correteaban por encima de las tuberías de bronce, y algo muy parecido a un mosquito
zumbó cerca de la oreja de Ragnar.
—Por fin, llegamos a la civilización —dijo Sven con sarcasmo.
—Todavía no, pero casi hemos llegado.
En la sección de la fortaleza en la que se encontraban se habían producido
grandes combates. Los túneles y los corredores de la zona eran tan amplios y anchos
como las calles de muchas ciudades. Por todos lados se veían agujeros. Las persianas
yacían retorcidas al lado de las ventanas que habían protegido. Las puertas metálicas
habían sido arrancadas de sus bisagras. Los restos de pequeños puestos de comida
estaban medio derretidos formando pequeños charcos en mitad de las calles. Por
todos lados se veían pilas de cadáveres. Unos cuantos globos de brillo iluminaban la
escena desde los techos. Trainor vio su mirada.
—No queda suficiente personal para llevarlos al reciclaje.
—Reciclaje —dijo Ragnar con cierto disgusto.
Sabía que las costumbres variaban según los planetas, pero aquélla era una a la
que no se acababa de acostumbrar.
—Si, sus cuerpos no han sido llevados de nuevo a producción.
Ragnar se esforzó por no imaginar cómo funcionaba aquello, pero no lo logró. Su
mente se vio asaltada por las imágenes de unos enormes depósitos de cadáveres que
metían en grandes tanques de fluido reciclante para ser desmenuzados y convertidos
en proteínas y demás sustancias nutritivas. En los mundos colmena, todo se

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consideraba materia prima, incluso la carne de los muertos. Debió murmurar lo que
pensaba, porque Strybjorn le respondió.
—De esa materia prima no andarán escasos por aquí.
—Y estoy seguro de que les enviaremos otro cargamento dentro de nada —dijo
Sven mientras dibujaba una sonrisa feroz.
Los Lobos siguieron avanzando por el túnel en dos filas indias a cada lado de la
calle, en formación dispersa por si pisaban alguna mina o les lanzaban una granada.
El olfato le indicó a Ragnar que el lugar estaba vacío. Habían escogido bien su
punto de entrada. Los combates se habían extendido por aquellos túneles inferiores
como un incendio forestal, y lo habían consumido todo antes de apagarse; o quizá se
habían trasladado hasta otro lugar con más combustible.
Ya estaban dentro, pensó Ragnar, dentro de un lugar donde los superaban en
número en una proporción de mil a uno. Tampoco es que importara mucho. No
esperaban su ataque, y aquella desproporción numérica no podría utilizarse contra
ellos de una sola vez. Tan sólo se trataba de abrirse paso hacia sus objetivos,
recuperar lo que era suyo y extirpar el cáncer del templo del Caos del tejido de la
ciudad. Sin sus jefes, sin un mando central, los herejes quedarían divididos en bandas
dispersas e indisciplinadas que serían fácil presa de los Lobos y sus aliados. Bueno, si
todavía quedaban aliados en aquel lugar desierto y sin vida, se dijo a sí mismo.
Por un momento, la escala de la misión que tenían que llevar a cabo le pareció
impresionante. Aquélla era tan sólo una fortaleza entre miles. Muchas más tendrían
que ser pacificadas después. Era una tarea que podría llevarles toda una vida. Su
entrenamiento se impuso. Le llevaría toda una vida a un hombre normal, pero él
poseía una longevidad varias veces superior, así que, ¿qué importaba? Y lo más
probable es que no les llevara tanto tiempo.
Si el templo del Caos era el origen y la inspiración de la rebelión, destruirlo
dejaría sin mando a toda la organización hereje. Ante la victoria imperial, aquellos
que se habían puesto del lado de los herejes cambiarían inmediatamente de bando por
puro oportunismo. Sería un efecto de bola de nieve. Cuantos más rebeldes juraran
lealtad de nuevo, más difícil sería para los demás seguir combatiendo con esperanzas
de victoria. Toda la rebelión era una débil estructura que podía ser derribada de un
buen empujón.
O eso esperaba.

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VEINTIUNO

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Todo estaba en silencio. Ragnar sintió aún más el vacío cuando las grandes
compañías se dispersaron para cumplir sus objetivos. Le resultaba extraño pensar que
a su alrededor, sus hermanos de batalla estaban atravesando los túneles y los sistemas
de ventilación abandonados de la fortaleza, cortando las líneas de energía, haciendo
estallar los depósitos de munición, destruyendo los centros de comunicación,
asesinando a los oficiales y sembrando el terror entre sus enemigos. Deseó estar más
cerca de su objetivo para poder liberar en combate la tensión que acumulaba.
Sabía que debía sentirse orgulloso. La compañía de Berek tenía la misión más
importante: eliminar el principal generador de energía de la muralla occidental.
Aquello dejaría sin energía las grandes torretas y las armas energéticas de esa zona,
obligaría a subir la munición manualmente y forzaría a todo el sector a utilizar las
baterías de emergencia para los sistemas de soporte vital, como, por ejemplo, la
filtración y circulación del aire y el bombeo de agua.
Era una táctica pensada para llenar de temor los corazones de los habitantes de la
fortaleza. Sabían que cuando la energía principal desaparecía, les quedaba un tiempo
muy limitado antes de que se agotaran las baterías de emergencia, y los sistemas de
soporte vital se apagaran. El periodo de tiempo se acortaría a medida que los Lobos
Espaciales destruyesen más sistemas de reserva. Darse cuenta de lo que estaba
pasando sería tan letal para la moral como saber que un enemigo implacable estaba
en el interior de la fortaleza destruyendo sus sistemas esenciales. Y si ocurría lo peor,
simplemente significaría que el enemigo moriría por la falta de oxígeno, agua y las
demás desgracias que afectaban a una ciudad colmena cuando fallaban sus sistemas
vitales. Atacar a una ciudad colmena de aquel modo era como apuñalara un hombre
para que se desangrase. Puede que viviera durante un tiempo, pero finalmente se
tambalearía y moriría. Puede que llevara semanas, pero al final funcionaría, siempre y
cuando los herejes no lograran reparar los daños. Ragnar dudaba mucho que
pudieran. Cuando los Lobos destruían algo, permanecía destruido.
Y mientras los herejes morirían a mansalva, los Lobos seguirían allí, protegidos
por sus armaduras, moviéndose en silencio y avanzando de forma inexorable a través
de la oscuridad, matando, matando, matando.
Algunos aspectos de la situación inquietaban a Ragnar. Cualquier miliciano leal
atrapado en la fortaleza sufriría tanto como los herejes, lo mismo que los ciudadanos.
Intentó decirse a si mismo que los leales al Imperio estarían muertos de todas
maneras si ellos no hubiesen llegado, y que en la guerra se producían aquel tipo de
bajas civiles. Aquello no logró tranquilizar su conciencia.
Miró a su alrededor mientras la compañía recorría a la carrera los vacíos y
silenciosos pasillos, preguntándose qué aspecto habría tenido aquel lugar. Por los
olores residuales que quedaban, pudo adivinar que aquel sitio había estado repleto de
gente. Allí habían vivido y amado, comido y bebido, comprado y vendido decenas de
miles de personas. Ahora eran sólo cadáveres.

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Habían tallado la roca de sus muros para representar a los personajes más
importantes de su historia. Unos nichos con estatuas pintadas a detalle en su interior
ocupaban los espacios entre las tiendas. Ragnar reconoció algunos de ellos: Russ,
Garn, y muchos otros de la historia de los Lobos. Luchaban contra demonios,
mutantes con cabezas de animal y herejes transformados en seres horribles. Por
supuesto, también se veían pinturas de las creencias locales. Por lo que Ragnar sabía,
ni Russ ni ninguno de los de su progenie habían tenido la piel de color azul pálido, en
poco más clara que el tono de sus armaduras, ni tenían los ojos de color rojo con
pupilas que brillaban como joyas; pero así es como los artistas locales habían
escogido representarles. Tampoco habían sido tan anchos de espalda ni tan
musculosos, y dudaba que cualquier hermano poseyera unos colmillos de semejante
tamaño, o que las expresiones de sus rostros fuesen tan bestiales y parecidas a las de
los lobos.
Ragnar no se sintió ofendido. Reconoció aquel estilo de arte en lo que realmente
era, una forma de devoción religiosa. La historia de aquel planeta estaba muy
relacionada con la de los Lobos Espaciales. Aquellas escenas esculpidas mostraban la
eterna lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el Emperador y sus
enemigos; y quienes habían grabado a los Lobos allí representados no pretendían ser
realistas. Eran semidioses enviados por el Emperador para combatir contra sus
enemigos demoníacos, y en cierto modo, debían poseer aquel aspecto feroz.
Ragnar se preguntó si, algún día, cuando todo aquello acabara, algún escultor de
Garn le representaría, igual de reconocible. Sin duda, el modelo para muchas de
aquellas figuras era algún hermano muerto mucho tiempo atrás. ¿Habría algún
Ragnar de piedra que se lanzara al combate contra un demonio pintado, o que
montaría guardia con sus armas preparadas al lado de la puerta de la tienda de algún
maestro armero?
—Es tan feo que casi pareces tú —dijo Sven, como si leyera sus pensamientos.
El cañón de su pistola bólter señalaba a un Marine Espacial de piel azul con un
aspecto especialmente poco agraciado.
—Y el engendro contra el que lucha casi podrías ser tú —le respondió Ragnar
mientras señalaba a un mutante que poseía una cabeza de cabra bastante fea, con
pezuñas a juego—. Lo que pasa es que es demasiado guapo.
—¿Siempre tenéis que pelearos? —les preguntó Aenar—. ¿Por qué no podéis
llevaros bien, como hermanos, en nombre de Russ?
—Hago todo lo que puedo —dijo Ragnar—, pero siempre hace algo que lo
estropea.
Sven le contestó inmediatamente.
—Como siempre, el hermano Ragnar distorsiona la realidad para que se ajuste a
sus propios fines malvados. No tengo la culpa de todo este asunto. Sólo respondo en
defensa propia cuando él me insulta.

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Trainor lanzó una carcajada. Era la primera muestra de alegría que el garnita
mostraba desde que habían entrado en la fortaleza. Todo aquel tiempo había tenido un
aspecto abatido, y la expresión de horror de su rostro aumentaba gradualmente.
Ragnar supuso que ver las condiciones en el interior de su ciudad-estado no habría
tranquilizado al joven oficial.
Ragnar recordó cómo se había sentido después de ver las ruinas de su pueblo
después del ataque de los Craneotorvo y entendió sus sentimientos. Existían pocas
cosas peores en la vida de una persona que observar las ruinas de lo que había sido su
hogar. Algo se estremeció en su corazón cuando se acordó de Ana y de sus amigos,
algo que creía haber olvidado hacía ya tiempo Dejó a un lado rápidamente aquellos
pensamientos. No era ni lugar ni el momento para recuerdos dolorosos. En pocos
momentos se enfrentaría a los responsables de aquellas maldades, y les pagaría con la
misma moneda.
Ragnar vio por delante de él a Berek dialogando con el Sacerdote Rúnico
Skalagrim. Un halo de fuego rodeaba la cabeza calva del anciano y convertía cada
uno de sus pocos pelos en un filamento incandescente. Una aureola similar remataba
la punta de su báculo y las puntas de sus dedos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Trainor.
—El Sacerdote Rúnico está invocando a Russ y al Emperador para escudarnos de
cualquier hechizo adivinatorio utilizado por nuestros enemigos —le respondió
Ragnar.
Se alegró de que el anciano estuviera con ellos. Muchos otros miembros de la
gran compañía de Logan Grimnar habían sido asignados a los diferentes Señores
Lobo. Cada uno de ellos disponía de varios Sacerdotes Lobo, un Sacerdote Rúnico y
un puñado de Sacerdotes de Hierro que controlarían la detonación de los artefactos
explosivos.
Cada uno de los Sacerdotes Rúnicos poseía el conocimiento que habían extraído
directamente de los recuerdos de los hombres de Trainor, y cada uno de ellos podía
entrar en contacto con sus hermanos sacerdotes mediante sus poderes místicos, si era
necesario. Ragnar reconoció la magnitud de los recursos y el conocimiento que
poseía su Capítulo. Dudaba mucho que ninguna otra organización del Imperio, salvo
los otros Capítulos de Marines Espaciales, tuviera acceso a semejantes posibilidades.
Era uno de los elementos que convertían a los Marines Espaciales en unos enemigos
tan mortíferos.
El anciano asintió y le dijo algo a Berek. Fue obvio por la actitud del Señor Lobo
que había recibido la respuesta que esperaba. Miró a Morgrim, quien acarició el
cuerno plateado que llevaba colgado del cuello, como si estuviese deseando
llevárselo a los labios y soplar por él. En vez de eso, Berek dio la señal de avance.
Había llegado el momento de comenzar el ataque.

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Ragnar escudriñó los alrededores. Los herejes muertos yacían por doquier. Los
Sacerdotes de Hierro caminaban alrededor de los restos del enorme generador de
energía, atendiendo a los Lobos heridos y administrando los últimos ritos a aquellos
que no vivirían para ver otro amanecer.
Ragnar miró a su pequeña jauría. Si se tenía en cuenta la ferocidad de los
combates, los suyos habían salido relativamente indemnes. Aenar tenía otra herida en
la cabeza. La ceramita de la armadura de Torvald se había derretido en varios puntos,
y se quejaba en voz alta a todo el que quería escucharle de que sufría una agonía,
excepto cuando un sanador estaba lo bastante cerca como para oírle. Sven tenía un
vendaje que le envolvía la cabeza y le cubría el hueco que había dejado el ojo que
había perdido. Ragnar le oyó decir al sanador que había tenido suerte, ya que había
conservado intacto el nervio óptico, y que se le podría colocar un ojo criado en
incubación. De momento, serviría la lente óptica que tenía debajo del vendaje. El
implante estaría en condiciones de actuar en unas pocas horas, y entonces le quitarían
el vendaje, permitiendo a Sven ver con normalidad de nuevo.
Strybjorn estaba sentado cerca de allí, con aspecto irritado y hosco. No había
sufrido ninguna herida, pero tenía problemas para controlar su furia. Ragnar le
entendía. En ocasiones, en los momentos posteriores a una batalla, también él tenía
dificultades para recuperar la calma, aunque cada vez era menos intenso, con cada
luna que pasaba desde el día que se unió a su bestia interior y su transformación en un
Lobo Espacial.
Todo había salido según lo previsto en el plan. El espíritu del Sacerdote Rúnico
había entrado y había controlado la mente de los guardias que vigilaban la entrada al
generador de energía. Les había ordenado que abrieran las inmensas puertas
blindadas. La compañía había entrado en tromba, arrollando a un enemigo diez veces
superior en número en cuestión de minutos. Unos hombres sorprendidos y
aterrorizados no eran rival para los Marines Espaciales, que sabían exactamente lo
que hacían. Los enemigos habían sido abatidos con una eficiencia brutal. Excepto
unos cuantos oficiales a los que se había mantenido con vida para que Skalagrim les
leyera la mente y absorbiera todos los datos que necesitaba, todos los demás herejes
habían sido ejecutados rápidamente. Ése era el castigo por rebelarse contra el
Imperio.
Además, habían conseguido algo que no esperaban. Uno de los acólitos de
Sergius estaba supervisando el generador, ya que se trataba obviamente de un
objetivo estratégico, justo cuando ellos atacaron. Lo habían pillado por sorpresa, y
Skalagrim lo había dejado inconsciente. Cuando los Sacerdotes Lobo lograran que
recuperara el sentido, el interrogatorio sería implacable.
Ragnar revisó su propio cuerpo. Todas sus extremidades seguían unidas al torso.
Apenas había recibido un arañazo en todo el combate, y se sintió un poco culpable al

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ver el dolor que sufría Sven y la muerte de algunos de sus hermanos de batalla. Aun
así, se habían producido pocas bajas. Sólo dos camaradas habían marchado para
encontrarse con sus ancestros. Unos cuantos más estaban tan malheridos que
tardarían unas cuantas semanas en volver a combatir. El enemigo estaba a punto de
pagar por lo que había hecho.
En esos momentos, las enormes palas de los ventiladores chirriaban mientras se
detenían poco a poco. Las luces habían parpadeado y se habían apagado durante unos
segundos hasta que las baterías de energía de emergencia se habían puesto en
funcionamiento. Toda aquella zona de la fortaleza sería inhabitable en poco tiempo. Y
mucho antes de que eso ocurriera, las enormes baterías de armas que detenían el
avance del ejército imperial quedarían mudas al no tener energía para poder disparar.
La fortaleza había caído, pero sus enemigos todavía no lo sabían.
—¿Y ahora qué? —preguntó Trainor.
Mostraba un aspecto algo decepcionado. No había tomado gran parte en los
combates. No existía modo alguno de que pudiera mantener la velocidad y la
ferocidad de los Lobos Espaciales. Había disparado unas cuantas veces contra sus
enemigos, pero comparado con los Marines Espaciales, su contribución a victoria
había sido ínfima, y eso le escocía.
—Los herejes regresarán en poco tiempo con refuerzos para recuperar este lugar
—siguió diciendo.
Ragnar sonrió. No tenía ninguna duda de que sus enemigos estaban reuniendo
tropas en aquellos momentos para atacarles y recuperar aquel punto estratégico.
—Descubrirán que ya nos hemos ido, y también se encontrarán con unas cuantas
sorpresas desagradables.
Ragnar le señaló a los Sacerdotes de Hierro. Ya habían sembrado las zonas de
entrada con minas y trampas explosivas. Aquéllas eran las sorpresas desagradables
menos importantes. Todo el lugar estallaría en miles de pedazos en cuanto llegaran al
centro de la estancia.
—¿Qué ocurrirá si logran desarticular la trampa principal? —le preguntó Trainor
—. Tomarán este lugar de nuevo, y todo vuestro esfuerzo habrá sido en balde.
Ragnar notó la evidente amargura que escondía la frase «vuestro esfuerzo».
—Será imposible reparar el generador. Confía en mí. Los Sacerdotes de Hierro
saben lo que hacen.
Aquello también era cierto. Unas cuantas cargas explosivas en las piezas clave se
habían encargado de que no funcionara más. Habían dejado el resto de la maquinaria
intacta para que pareciera capaz de funcionar y así atraer a sus enemigos a una
trampa. Berek les indicó que se levantaran. Ragnar miró a sus tropas y luego al
sargento Jons, quien asintió con la cabeza.
—Levántate —le dijo—. Es hora de irnos.
Oyeron el sonido de una serie de explosiones en la lejanía. Un instante después,
las luces parpadearon y el suelo se estremeció como en un terremoto.

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—Me parece que los herejes han encontrado nuestra pequeña sorpresa —dijo
Ragnar.
—Quizás eran ciudadanos inocentes —le respondió Trainor. Ragnar se giró para
mirarle.
—Ningún ciudadano inocente se acercaría a ese generador de energía.
Aun así, se quedó sorprendido de que aquello no se le hubiera ocurrido. Había
estado completamente seguro de que la gente del Señor Lobo había estado haciendo
lo correcto.
Morgrim, situado un poco más adelante, hizo sonar su cuerno plateado. Su eco
recorrió triunfalmente los pasillos y túneles. Ragnar creyó escuchar a lo lejos los
lamentos de unos moribundos.

—Saludos, Ragnar —dijo Berek.


El Señor Lobo estaba sentado con sus guardias, y daba toda la imagen de un
hombre que estaba disfrutando de su cena. Toda la compañía estaba haciendo un
descanso para comer antes de volver al combate. Había pasado toda la tarde
avanzando a través de un aire con un olor cada vez más rancio y estancado. Si
hubiera tenido que hacer caso del apetito con el que estaba comiendo, Ragnar hubiera
creído que el Señor Lobo estaba zampándose una pata de ciervo asada más que
apretar un tubo de pasta alimenticia para tragar su contenido. Todo lo que Berek
hacía, lo hacía con ganas.
—Saludos, Lord Berek.
—¿Qué tal ha ido el día?
—Muy bien. Logramos no tener ninguna baja en el combate de la planta de
energía, y sólo sufrimos heridas leves.
—Excelente. Tienes suerte, Ragnar. He oído decir a algunos hombres que
preferirían seguir a un jefe afortunado que a uno capacitado.
—Sin duda, lo mejor sería tener a uno con ambas cosas.
—Sí, pero esos hombres son escasos —le respondió Berek.
El tono de su voz no dejaba duda alguna de que creía que Ragnar estaba delante
de uno de ésos. Por alguna razón, Ragnar se negó a morder el anzuelo y a dar la
respuesta más obvia. El silencio se alargó, y Berek lanzó una carcajada y habló de
nuevo.
—Lo estás haciendo muy bien, joven Ragnar. Estoy seguro que dentro de poco, tú
y tus compañeros seréis nombrados Cazadores Grises.
Ragnar intentó evitarlo, pero su rostro mostró su alegría. Berek se dio cuenta de
su sonrisa.
—¡Vete y come! ¡Luego prepárate para partir! Nos pondremos en marcha dentro
de diez minutos. Con suerte, cuando el sacerdote apóstata recupere la conciencia
lograremos averiguar algo importante.

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—¿Estás seguro de que el Señor Lobo dijo eso? —le preguntó Sven por quinta vez.
Estaba tan nervioso como un hermano del Lobo que entrara en la edad viril. No
dejaba de tocarse la pieza ocular de metal que brillaba en la cuenca de su ojo
izquierdo. Alrededor del objeto se había formado un reborde de tejido cicatrizado que
parecía mantenerlo metido en la carne. Era algo inquietante.
—Sí. Dijo que algunos de nosotros seríamos nombrados Cazadores Grises cuando
acabara esta campaña.
—¿Dijo quiénes? —preguntó Sven.
Ragnar miró a su alrededor y olisqueó el aire. No le gustaba aquel sitio. No se
trataba sólo de que el aire estuviese estancado y oliera a humedad. También
comenzaba a apestar a desechos humanos debido al fallo de los sistemas de reciclado.
Además, bajo todos aquellos olores se podía notar el sutil y desagradable rastro del
hedor del Caos, y él estaba empezando a sentirlo como algo familiar, y eso le
agobiaba.
Sven no estaba dispuesto a que Ragnar le ignorara.
—¿Dijo quiénes?
—No, pero puedo darte una pista.
—¿Y cuál es?
—Estoy seguro de que escogerá entre aquellos que todavía estén vivos.
—¡Ja, ja y rejá!
Strybjorn apareció en aquel momento.
—He estado hablando con algunos Cazadores Grises —dijo. Era obvio que
Strybjorn tenía noticias de cierta importancia. Bueno, al menos, unos cuantos
rumores.
Ragnar había comenzado a sospechar que en cualquier sitio que se pusieran dos
soldados en una misma campaña, aparecerían tres rumores.
—¿Y? —le preguntó Ragnar.
—Al parecer, alguien ha estado escuchando a Berek hablar con Skalagrim.
—¿Y?
—Ya voy, Ragnar, ya voy.
—Bueno, pues a ver si llegas de una vez —gruñó Sven.
—Se ha producido una gran penetración en la muralla exterior. La Guardia
Imperial ha logrado entrar.
—Ya era hora —dijo Sven—. Después de que nosotros hiciéramos todo el trabajo
duro.
—La historia de mi vida —replicó Torvald con voz lúgubre.
—No tardaremos en someter a los herejes —dijo Aenar con voz alegre.
El resto del grupo miro alternativamente a Torvald ya Aenar.
Había ocasiones en las que Ragnar no podía decidir cuál de los dos era más
irritante, pero en aquel instante vio la sonrisa traviesa en los labios de Torvald y se

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percató de que estaba provocando al Garra Sangrienta más joven.
—También dicen que al parecer hay problemas dos plantas más abajo.
—¿Y? —volvió a preguntar Ragnar.
—Ragnar —le replicó Strybjorn— ¿sabes que lo de nombrarte jefe de escuadra
provisional note ha convertido en alguien agradable?
—Ni a ti en alguien menos tortuoso.
Ragnar se dio cuenta de que estaba siendo un poco injusto. Strybjorn podía ser
muchas cosas, pero desde luego, no era un charlatán. Pocas veces era algo más que
simplemente escueto. Sin embargo, había ocasiones en las que la presencia de su
viejo rival y antiguo enemigo le molestaba y le hacía desear meterse con él.
—Ragnar, deja que termine de una puñetera vez —dijo Sven. Strybjorn asintió y
continuó hablando.
—Al parecer, el grupo de Sigrid tuvo problemas para tomar su objetivo y otras
dos compañías tuvieron que acudir para salvarlos. Berek se rió al escucharlo.
Ragnar no estaba muy seguro de que fuese la reacción apropiada. Por otro lado,
sabía que si Berek hubiese sido el jefe de la compañía más cercana, habría acudido en
su ayuda sin dudarlo, y así lo dijo en voz alta.
—Sí —le contestó Sven—, aunque sólo hubiese sido para poder echárselo en cara
después.
Ragnar miró a Sven. No se había dado cuenta de que su compañero pudiese ser
tan astuto.
—Esperemos que Sigrid piense del mismo modo si nosotros nos metemos en un
apuro y nos tiene que rescatar.
—Somos la compañía de Berek, los cabrones más duros todos. ¿Por qué vamos a
necesitar que nos rescaten? —preguntó Sven.
—Estoy seguro de que es muy posible que pronto encontremos una oportunidad
de verlo —le respondió Ragnar, y al verlo, un escalofrío premonitorio le recorrió la
espalda.
Jons se acercó hasta ellos.
—El hereje ha recobrado el conocimiento —les dijo—. Es hora de ver qué nos
puede contar.
—Quiero verlo —dijo Ragnar.
—Tú y la mitad de la puñetera compañía.
El hereje parecía desnudo sin su máscara. Su cara era pálida y de aspecto fofo.
Sus ojos brillaban con la luz de la locura. No se veía ningún signo de mutación en su
cuerpo, pero apestaba a Caos y a su infame poder. Estaba atado e inmovilizado por el
poder del Sacerdote Rúnico, pero aun así tenía aspecto peligroso. Ragnar se alegró de
que lo hubieran pillado por sorpresa. No estaba seguro de que lo hubieran podido
capturar si no hubiese sido así.
—Habla, hereje, y tu muerte será rápida —le dijo Berek.

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Se alzaba sobre el traidor como un enorme gigante furioso, y a pesar de ello, a
diferencia de la mayoría de los hombres, el adorador del Caos no mostraba temor
alguno.
—Sergius me ha prometido la vida eterna —contestó el sacerdote hereje—. El
Caos me ha prometido la vida eterna, pero tú, todos vosotros moriréis para siempre, y
después de que muráis, vuestras almas serán devoradas por los demonios. El Señor de
la Transformación se encargará de ello.
Ragnar ya había escuchado aquella expresión con anterioridad. Se refería a
Tzeentch, el dios demoníaco de las mutaciones y de la magia. Ragnar había
combatido contra otros hombres que lo adoraban allá en el lejano Fenris, en las
cuevas que se encontraban bajo la montaña a la que se había llamado desde entonces
Pico del Demonio.
—Ya verás lo pronto que te mueres —le dijo Berek.
—Podrás matar mi carne, pero mí alma regresará —replicó el hereje en tono
desafiante—. Sergius se ha encargado de ello. Regresaré. Todos regresarán. Todos
están regresando.
Se produjo un cambio en el hereje mientras hablaba. Su tono de voz se hizo más
profundo y sus ojos comenzaron a brillar. El rostro del Sacerdote Rúnico se puso
tenso, y el halo de energía que rodeaba su cabeza comenzó a relucir con mayor
intensidad. Todos los Lobos que observaban la escena se enderezaron y prepararon
sus armas. La temperatura del ambiente comenzó a descender con rapidez, y el aire
adquirió una cualidad extraña que hizo que los pelos de la nuca de Ragnar se pusieran
de punta. La piel del hereje empezó a envejecer a ojos vista y aparecieron arrugas
donde no había ninguna segundos antes. Su pelo se volvió gris.
—Sois unos estúpidos —dijo con la voz alterada—. Habéis sido atraídos a vuestra
destrucción. El camino ha sido preparado. Los huéspedes han sido ungidos. Magnus
el Rojo recuperará su poder de la Lanza que le hirió, y todos sus hijos regresarán, y
entonces, todos moriréis.
No existía ninguna duda: el hombre estaba poseído por un demonio. Skalagrim ya
había empezado el ritual de exorcismo y estaba cantando los versículos de una
antigua letanía. Ragnar alzó su arma preparado para disparar, lo mismo que todos sus
hermanos de batalla.
—La muerte aguarda en este lugar. La muerte de todos vosotros y la de vuestro
Capítulo.
El hombre alzó su rostro y aulló una carcajada histérica. Un centenar de
proyectiles bólter acribillaron su cuerpo en transformación. Salió disparado hacia
atrás mientras se retorcía bajo los impactos, y se desvaneció. Ni un solo trozo de
carne cayó al suelo, ni se derramó una sola gota de sangre. Tan sólo un vapor espeso
y grasiento se elevó del lugar y dispersándose con rapidez; desapareciendo sin dejar
rastro alguno del hereje que había habido momentos antes.

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Skalagrim se quedó allí de pie, abatido y fatigado. Tenía la boca abierta y sus ojos
miraban al vacío. El esfuerzo de contener al demonio debió ser enorme. O quizá se
trataba de algo más. El anciano habló.
—He tocado su mente. Antes de que fuera arrojado de regreso al espacio
disforme pude ver parte de sus planes. Sé dónde esconden la Lanza de Russ.
Debemos recuperarla ahora mismo, ¡o este mundo estará condenado!

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VEINTIDÓS

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—¿Crees que podría ser una trampa? —preguntó Sven con ironía mientras
atravesaban a la carrera los oscuros túneles en pos de Berek y el resto de la compañía.
Ya estaban cerca del templo del Caos. El paso por el lugar había sido demasiado
fácil. Parecía que el enemigo desplegado por la zona hubiese recibido la orden de
dejarles pasar.
A juzgar por los rastros, todos y cada uno de los herejes del sector habían pasado
por allí en su camino hacia el templo. ¿Qué estaba ocurriendo?
¿Qué clase de inmenso ritual estaba a punto de ser realizado, y qué había querido
decir el demonio cuando había hablado de Magnus el Rojo? Sólo podía referirse al
primarca de los Mil Hijos, los archienemigos de los Lobos Espaciales. Si aquel
Capítulo de Marines Espaciales traidores estaba involucrado en el asunto, algo
terrible estaba a punto de ocurrir.
—Es lo que nos dijo el demonio, ¿no? —le contestó Ragnar.
—Y a pesar de eso, Berek se dirige a toda velocidad hacia allí. ¿No te extraña,
eh? Ni siquiera espera a que llegue el resto del Capítulo.
—¡Si Skalagrim está en lo cierto, no tenemos tiempo! Berek ha lanzado la alarma.
Nuestros hermanos de batalla llegarán en cuanto puedan.
—Sí, justo a tiempo para ver a Berek recuperar heroicamente la Lanza de Russ,
¿o no es eso en lo que está pensando nuestro amado líder?
—Es lo más probable.
—No parece importarte.
—Veo que tú también estás corriendo hacia allí.
—No dejaré que un par de miles de herejes se interpongan entre mi destino de
convertirme en un Cazador Gris y mi persona.
—Un sentimiento admirable.
Todos los pasillos de los alrededores estaban repletos de Lobos de la compañía de
Berek lanzados a la carrera. Ragnar podía sentirlos: el olor de la gran manada era
perceptible incluso a través del aire filtrado de la fortaleza y el hedor tóxico de la
corrupción que lo impregnaba todo. Se preguntó cómo había sido posible que los
habitantes de Garn no lo hubiesen notado. Aquel hedor del Caos era tan evidente que
incluso un olfato normal habría tenido que notarlo. Ragnar desechó aquella idea, No
había comparación entre la capacidad de detección de su olfato y lo que una persona
normal podía oler. Era demasiado fácil olvidar aquellas diferencias, lo que era
alarmante, ya que no había pasado tanto tiempo desde que él mismo no hubiera
podido seguir un rastro husmeando ni ver nada en la oscuridad.
Era extraño lo rápido que uno se acostumbra. Hubo una época en la que sus
sentidos habían estado tan aguzados que las sensaciones habían sido incluso
dolorosas. En aquel momento, tan sólo eran el aspecto que presentaba el mundo para
él. A veces se preguntaba cómo sería su vida si regresara a su antigua percepción
normal. Sospechaba que el mundo le parecería gris y sin matices. No quería algo
semejante. Pensó que no se cambiaría por su otro yo aunque tuviese la oportunidad,

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ni aunque eso significara recuperar a su padre, a Ana y a toda la tribu de los Puños de
Trueno. Aquel pensamiento le hacía sentirse culpable. El tiempo transcurrido había
mitigado el dolor de sus recuerdos y le había permitido adaptarse a su nueva vida.
Pensó que incluso ante la perspectiva de una muerte inminente y de un
enfrentamiento con las fuerzas del Caos, era feliz.
Quizás precisamente esa felicidad se debía a lo que se avecinaba. Intuyó, y no por
primera vez, que los cambios en su persona habían ido más allá de la alteración de
órganos y músculos. Sospechaba que su cerebro también había sido alterado,
cambiado de tal forma que encontrara placer en el peligro y emoción en el campo de
batalla.
Miró a su alrededor y vio la misma expresión grabada en los rostros de los demás
miembros de su escuadra. Ellos también estaban excitados mientras avanzaban en la
oscuridad, semiagachados; listos para entrar en acción cuando pasaban por los
puestos de guardia y los emplazamientos enemigos abandonados. Sospechó que
aquella expresión aparecía en los rostros de todos los hombres del Capítulo, desde
Logan Grimnar hasta el último Lobo recién llegado. Quizás aquella reacción no tenía
nada que ver con el proceso que le había convertido en un Lobo Espacial. Quizá tan
sólo se trataba de la respuesta adecuada a toda una vida dedicada a combatir al
servicio del Emperador. Si ibas a luchar de forma constante, más valía que te gustara.
Su lado más cínico le indicó que no era muy probable que mil hombres
respondieran del mismo modo a la misma situación sin ningún tipo de
condicionamiento. Incluso en su propia tribu había existido gente a la que le
encantaba combatir, pero también había individuos que sólo luchaban cuando era
necesario, y otros a los que no les gustaba a pesar de todas las sagas sobre héroes que
animaban a ello. Muchos de ellos no eran malos combatientes en absoluto. Algunos
habían sido valientes y hábiles con el hacha cuando la ocasión lo requería.
Por supuesto, también era cierto que ellos no se hallaban encuadrados en una
organización dedicada al arte de la guerra. No habían sido escogidos para luchar
contra los enemigos de la humanidad. No habían sabido que el destino de bastantes
mundos, y de mucho más que esos mundos, descansaban sobre sus hombros. Y
tampoco habían sufrido el largo proceso de selección, entrenamiento y
endurecimiento por el que habían pasado él y sus hermanos de batalla. La mayoría de
sus paisanos no hubieran sobrevivido a ello.
Quizás ése era el origen. Quizás el proceso de convertirse en un Lobo Espacial
era parecido a la migración río arriba de los salmones de Fenris. En su planeta, sólo
los más fuertes sobrevivían para alcanzar las lagunas donde podrían reproducirse.
Tal vez el proceso de selección de los Lobos Espaciales eliminaba a todos
aquéllos a los que no les iba una vida de continuos combates.
Era posible que ése fuera el motivo de todas las similitudes. Sólo aquellos que
disfrutaban con la guerra y la emoción del combate podían sobrevivir al largo y letal
proceso. Quizás ésa era una de las razones por la que los campos de entrenamiento

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eran tan crueles e inmisericordes, y por la que el índice de supervivencia era tan bajo.
Quizás era allí donde se originaba la principal diferencia entre Ragnar y los hombres
como Trainor. Tal vez se trataba de que los Lobos Espaciales eran escogidos de entre
los combatientes más feroces por naturaleza. Nadie más podría sobrevivir al
entrenamiento. Merecía la pena pensar en ello Ragnar se preguntó cómo era posible
que el guardia imperial pudiese mantener el ritmo. Los Lobos habrían dejado atrás a
la mayoría de los hombres horas atrás, al ser éstos incapaces de soportar la velocidad
de marcha de los Marines.
El aire era cada vez más denso y contaminado a su alrededor. Ya no se trataba tan
sólo del hedor del Caos. Aunque el templo estaba situado en una zona mantenida por
otros generadores de energía todavía intactos, el aire era desagradable. Al parecer, los
sistemas de filtrado estaban funcionando al límite de su capacidad por toda la
fortaleza, y en muchos casos incluso más allá de los límites de seguridad tolerables.
La destrucción de una parte del sistema había provocado un incremento en el
funcionamiento de los demás, lo que hacía que el aire contaminado atravesase la
fortaleza de un extremo a otro. El edificio no estaba tan herméticamente sellado como
ellos creían, como lo demostraba el paso de los Lobos por los conductos de aire y por
otros túneles de comunicación. Probablemente hubiese sido posible localizar todas las
brechas en la integridad estructural del sistema simplemente con seguir al aire
contaminado.
Trainor y sus hombres, congregados para formar de nuevo su antigua unidad,
comenzaban a mostrar signos de cansancio. Vivir constantemente con las máscaras de
filtrado puestas resultaba agotador incluso a esos hombres, criados en las estrictas
disciplinas de mantenimiento del aire en la fortaleza. Habían tenido que dormir con
las máscaras puestas y tragar las cremosas pastas alimenticias mediante las mismas
pajitas metálicas que utilizaban para beber agua. A pesar de todo, deseaban
enfrentarse en combate a los individuos que habían destruido su hogar.
Ragnar los comprendía perfectamente. Sentía lo mismo respecto a los Mil Hijos,
quienes habían profanado el sagrado suelo de Fenris y robado una de las reliquias
más importantes del Capítulo.
—Ya no falta mucho —les dijo con voz animosa—. Pronto haremos una matanza
entre esos adoradores del Caos.
—Ya era hora —murmuró Sven—. Por cierto, Ragnar. Empiezas a hablar como si
hubieras pasado demasiado tiempo hablando con Berek Puño de Trueno y su eskaldo.
Ante ellos vieron cómo el camino se ensanchaba y daba paso a algo muy parecido
a un templo imperial.
Entraron en un vasto atrio, de un tamaño mayor que muchas islas de Fenris.
Debía de tratarse de un lugar donde antes de la insurrección los monjes podían
meditar y realizar sus grandes rituales. El suelo estaba cubierto de cadáveres y
destrozados restos de máquinas. Mientras Ragnar miraba, un coche aéreo estrellado
lanzó una lluvia de chispas azules y comenzó a consumirse en una pira de llamas

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igualmente azules. Ragnar distinguió cómo los cadáveres en su interior ardían entre
las llamas. Una pistola de energía todavía colgaba de la mano de uno de los
cadáveres. Había sacado el brazo por la ventana abierta para poder disparar mejor a
sus enemigos. Se produjo un intenso resplandor cuando el cargador estalló y su
energía se combinó explosivamente con la del coche destruido.
Berek y su Guardia del Lobo, por delante de ellos, ya se introducían en el interior
de las profundidades del templo.
El lugar era mucho más amplio de lo que parecía, y cuanto más se adentraban en
él, más recargada se volvía la decoración. Unos inmensos puentes adornados con
esculturas de repugnantes gárgolas de fauces abiertas cruzaban los abismos por donde
los desechos industriales fluían como lava a un centenar de metros debajo de ellos.
En los enormes techos abovedados se veían escenas que parodiaban el interior de los
templos normales y se mofaban del dogma imperial. Unas gigantescas estatuas de
hombres encapuchados y enmascarados sobresalían por encima de las nubes de vapor
de los conductos de ventilación. Ragnar no pudo distinguir, ni adivinar siquiera qué
parte de aquella decoración era producto de la arquitectura monumental de los
garnitas y cuál era resultado de las mentes enfebrecidas y retorcidas de los herejes.
El aire apestaba a Caos. Ragnar sabía que un enorme número de herejes había
pasado por ahí. ¿Por qué? ¿Qué podía ser tan importante para llevarlos hasta allí
cuando el ejército imperial estaba invadiendo la fortaleza? ¿Por qué no estaban en la
superficie, combatiendo? ¿Por qué no se enfrentaban a los Lobos Espaciales para que
no siguieran avanzando?
A Ragnar no le iban a gustar las respuestas a aquellas preguntas.
El templo se había convertido en un laberinto. En la mayoría de las paredes se
abrían unos arcos que daban a unos largos pasillos repletos de piezas de arquitectura
decorativa. La masa de herejes había pasado por allí y había atravesado muchas de
aquellas entradas. Se habían separado por alguna razón, pero Ragnar no pudo
adivinar cuál. Sólo con mirar aquellas entradas pudo presentir algo siniestro. Sentía
que algo realmente malo les esperaba allí abajo, que algo desagradable estaba a la
espera de su momento. No era el único que las miraba con sospecha.
—Ragnar, tú y esos Garras Sangrientas comprobad esos vestíbulos —ordenó
Berek—. Aseguraos de que no vamos a tener sorpresas por ese lado.
Ragnar se puso en marcha mientras Berek impartía órdenes a otras jaurías.
—Yo diría que hemos venido al lugar apropiado —dijo Sven cuando entraron en
el vestíbulo.
La mayoría de los Lobos habían seguido avanzando. Los Garras Sangrientas
habían sido enviados a explorar los pasillos laterales y asegurarse de que Berek y su
Guardia del Lobo no sufrieran una emboscada.
Ragnar se dio cuenta inmediatamente de a qué se refería Sven. Unos intrincados e
inquietantes murales cubrían las paredes. Unos mosaicos creados con fragmentos de
cristal multicolor brillaban bajo la luz de los globos de brillo. Tuvo que mirar con

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atención para captar su carácter maligno. No parecían más que escenas religiosas
habituales como las que podrían encontrarse en cualquier templo del Imperio y que
mostraban a individuos realizando los ritos habituales de rezos y adoración.
Pero cuando Ragnar miró con atención, vio que los rostros de la masa de
congregados mostraban expresiones idiotizadas, mezcladas con miradas malignas y
estúpidas a la vez. Se fijó mejor aún y distinguió que los individuos de mirada
inteligente que dirigían los rituales tenían cuernos y pezuñas, y mostraban más signos
del estigma de la mutación. Algunos de los altares estaban adornados con burlonas
caras de demonios que sólo eran visibles cuando se las miraba desde un cierto ángulo.
Parecía ser un comentario sobre la religión del Imperio, una parodia, algo que
sugería que detrás de la fachada de verdad se encontraba la locura del Caos, y que
todas las creencias más veneradas por la humanidad no eran más que un velo tras el
cual acechaban los demonios, un hecho del que los más inteligentes debían ser
capaces de darse cuenta por fuerza. Un genio sutil y retorcido había creado aquella
obra que invitaba al espectador a compartir la mofa y a ser seducido por su punto de
vista.
Ragnar se percató mientras miraba de reojo aquella obra de lo fácil que era para
los enemigos del Imperio dar una imagen falsa del mismo. Después de todo, sus
organizaciones más poderosas funcionaban tras un velo de misterio. Sus rituales más
sagrados se celebraban a espaldas de la mayoría de la ciudadanía, sin que los
creyentes pudieran verlos. A la mayoría de la población no se le decía absolutamente
nada sobre los males de los que les protegían los servidores del Emperador. ¿No era
lo que allí había sucedido una subversión de lo que ya existía?
Una vez los herejes lograban penetrar en la organización de un templo, era fácil
para ellos pervertir todo el sistema de rituales para sus propios fines malignos. Los
cristales fragmentados brillaban de forma hipnótica. Algo en el diseño llamó la
atención de Ragnar y se incrustó en su cerebro. Se detuvo en seco para contemplar el
mural una vez más, y se dio cuenta por el ruido de los pasos a su alrededor que los
demás habían hecho lo mismo. Una idea le cruzó la mente, algo asombroso por sus
implicaciones, casi paralizante por su profundidad.
¿No existía una cierta verdad en lo que el mural sugería? ¿No era la Eclesiarquía
una farsa? ¿No eran todos aquellos misteriosos rituales simplemente algo pensado
para engañar a los ignorantes y someter a los crédulos? ¿No tenían derecho aquellos
valientes que habían visto la verdad a luchar contra una organización corrupta que
decía representar al Emperador, un Emperador al que nadie había visto, y del que se
decía llevaba diez mil años encerrado en su trono dorado? Seguro que el Emperador
ya había muerto. Eso si alguna vez había existido de verdad. ¿No era posible que tan
sólo se tratase de una invención? ¿Creada por aquellos que decían gobernar en su
nombre, una promesa de protección y salvación que no era más que una mentira?
Ragnar meditó sobre aquellas verdades preguntándose cómo era posible que no
las hubiera visto antes. Le habían engañado, como a la oveja que aparecía en el

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mural. Le habían mentido aquellos que habían utilizado su fuerza y su valor en
beneficio propio, en beneficio de aquellos que ni siquiera eran merecedores de
lamerle las botas, y que deberían arrastrarse ante su presencia. Quizá todos aquellos
que creían en esos cuentos infantiles merecían ser gobernados por sus superiores.
Desde luego, aquellos que conocían la verdad merecían gobernar, ya que habían
demostrado su superioridad y capacidad.
El orgullo de su intelecto y del poder de su percepción llenó a Ragnar. Era un jefe
por naturaleza, un hombre destinado a grandes logros, un individuo que podía ver el
entramado oculto de la existencia, que se daba perfecta cuenta del gran esquema de la
realidad en su totalidad. Debería forjar su propio destino. Al fin y al cabo, todo
cambiaba. El viejo régimen corrupto sería derribado, y algo nuevo, puro, brillante y
bueno lo reemplazaría, una verdadera comunidad entre los humanos regida por unos
pocos elegidos, entre los cuales él sería el más importante…
Lo único que tenía que hacer era reconocer la profunda verdad: el Señor de la
Transformación los gobernaba a todos, y a él le daría el mando. Sus reinos serían
inmensos, sus poderes tan grandes como los de un dios. Sólo tenía que arrodillarse
ante Tzeentch y alabarle, y su recompensa sería la eternidad. «Arrodillarme», pensó
Ragnar. El hechizo fue desapareciendo de su mente. ¿Por qué arrodillarse ante ningún
poder? Era Ragnar, el más poderoso de todos los guerreros, el mejor de los jefes. No
se arrodillaría ante nadie.
De repente, Ragnar soltó una carcajada. La locura desapareció con la misma
rapidez con que había llegado. Vio lo que realmente eran aquellas ideas: una trampa
del Caos para utilizar la vanidad que acechaba en el corazón de todos los hombres.
En aquellos cristales existía un hechizo que reforzaba el orgullo de los individuos y
utilizaba su propia fuerza de voluntad en su contra. Alababa a los inteligentes y los
atrapaba. Era algo sutil y demoníaco; pero en su caso había sido demasiado sutil y se
había pasado. Había inflado tanto su orgullo que había acabado por no ceder ante
nadie ni admitir que nadie fuera su superior, y el hechizo se había roto en aquel
momento. Había estallado como una burbuja y Ragnar se había dado cuenta del truco.
Se giró hacia a los demás para explicarles lo que había ocurrido, y compartir su buen
humor, y entonces se percató por las expresiones de sus rostros que ellos se lo estaban
tomando en serio. Unos ojos hostiles lo miraban. Sus armas se alzaron.

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VEINTITRÉS

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—¡Es un hechizo! —gritó Ragnar mientras miraba fijamente al resto de la escuadra
—. ¡El mural tiene una maldición!
Vio una mirada de confusa comprensión en los ojos de Sven, y por el olfato se dio
cuenta de que el resto de sus hermanos también se estaba dando cuenta. No lo tenía
tan claro respecto a Trainor y a sus hombres. Sabía que quedaban escasos segundos
antes de que estallara la violencia.
Actuó por instinto: se lanzó hacia un lado y golpeó el mural con su espada sierra.
La hoja dentada chirrió cuando entró en contacto con el cristal centelleante. Se
escuchó un aullido y luego un lamento, como el de un alma perdida. Todo empezó a
moverse como a cámara lenta. Sintió la resistencia a su ataque que ofrecía el mural
mágico, una poderosa voluntad demoníaca que se enfrentaba a la suya y que se
resistía con una fuerza que era tanto mental como física. La tensión producida era
casi irresistible. Un dolor que llegaba hasta los huesos se apoderó de su cuerpo y le
hizo vibrar al compás del cristal, un dolor que era el eco de la fuerza que Ragnar
estaba aplicando sobre el mural y que incluso la amplificaba.
Reunió toda su fuerza de voluntad y obligó a su brazo a estirarse a pesar del
tremendo dolor, metiendo su espada con la misma fuerza que utilizaría para atravesar
el cuerpo de un enemigo. No ocurrió nada por un instante, pero luego comenzaron a
aparecer grietas en el mural, produciendo el mismo sonido que el de un glaciar al
partirse. Una tremenda onda expansiva salto del mural, esparciendo pequeños trozos
de cristal de colores como si fueran metralla. Rebotaron en su armadura y le
obligaron a protegerse los ojos con el antebrazo. Aun así, algunos trozos le cortaron
las mejillas y le provocaron un dolor agudo y un picor que recordaban a un veneno.
Su mente se vio invadida por imágenes inconexas con cada corte sangriento.
Tuvo instantes de recuerdo y vio escenas de un ritual inenarrable en el cual las
almas eran ofrecidas al Señor de la Transformación, que había dejado un residuo
psíquico concentrado en los cristales que formaban el mural, de los que sacaba su
poder maligno. Vio unas figuras encapuchadas que cantaban alrededor de altares
octogonales. Vio unos guerreros con armaduras de Marine Espacial recargadas de
adornos, que sólo podían pertenecer a un grupo: los Marines del Caos de la orden de
los Mil Hijos. Vio a los demonios bailar y dar brincos en cámaras selladas e impías
alejadas de la luz del sol. Vio los rituales malignos dedicados a consagrar aquel lugar
con poderes malditos. Una vez más percibió un esquema vasto e intrincado, un plan
diseñado por el Príncipe de los Engaños, una mentira contada por el Señor de las
Falsedades. Su mente pareció expandirse bajo aquel impacto, y se percató del mundo
casi a un nivel cósmico.
Sintió el mal en estado puro que impregnaba las piedras que lo rodeaban, que
había infectado y mancillado el lugar a partir de una pequeña capilla secreta, como un
cáncer que hubiera crecido en el interior de la fortaleza. Era un tumor que había
crecido y se había hinchado a lo largo de los siglos hasta extenderse como una
metástasis por todo aquel sector del mundo. Vio las generaciones de herejes que se

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habían esforzado en secreto en el corazón de la sociedad de Garn preparando el día en
que derrocarían el viejo orden. Vio a un individuo, del que supo de algún modo que
era el padre Sergius, llegar allí una década antes, un hombre sin convicciones que
había perdido su fe en el Emperador, un santo que había perdido su santidad. Vio que
la maldad del lugar había entrado en contacto con el sacerdote y lo había
contaminado, animándole con una fe mucho más siniestra e intensa que la anterior.
Vio los seres que el anciano había invocado y detrás de él pudo discernir lo que
esperaba más allá de las puertas del infierno.
Distinguió algo del viejo e impío orden universal, imágenes de lejanos
pandemonios en los que príncipes demoniacos alados, con cabeza de pájaro
gobernaban mundos reconstruidos con el poder de sus voluntades, donde las almas y
las formas mortales eran arcilla con la que trabajar y a las que transformar al capricho
de sus poderosos amos supremos.
Sintió el antiguo mal al que se enfrentaba, percibió el inmenso número de
enemigos de la humanidad y por un momento, su alma se estremeció y desesperó. En
ese momento, desde la lejanía, sintió un poder opuesto, un faro de energía pura y
brillante que relucía a través de una distancia increíble y que se oponía a la voluntad
de aquellos que deseaban destruir a la humanidad. Aquel poder lo inundó y se
introdujo en todas las fibras de su ser.
Se sintió de repente muy pesado e inmensamente viejo. Sus extremidades pesaban
como planetas. Su respiración era un huracán en el interior de la tremenda caverna
que era su pecho. Sus venas y arterias eran ríos que transportaban inundaciones de
sangre a los continentes que eran sus brazos y sus piernas.
Abrió los ojos, y sintió que estaba dejando al descubierto dos estrellas
refulgentes. Vio el rostro de Sven.
—Ragnar, ¿cómo te encuentras? Tienes cara de haber comido algo que no te haya
sentado bien.
Se obligó a sí mismo a sentarse y a observar los alrededores. El mural había
desaparecido. El reluciente cristal se había convertido en un montón de ceniza
multicolor que era arrastrada por las corrientes del sistema de ventilación. El resto de
la escuadra parecía confuso y asombrado. Los garnitas estaban a la vez
conmocionados y avergonzados, como hombres que temiesen haber revelado un
secreto siniestro que habían mantenido oculto en su interior. Ragnar sentía algo
parecido. Había descubierto algunas verdades sobre si mismo en el maligno espejo de
aquel artefacto del Caos, unas verdades sobre su ser que no le hubiera importado
seguir desconociendo.
«El sufrimiento nos hace más fuertes», se dijo a sí mismo. Era un viejo refrán de
Fenris, y que era muy útil en muchas circunstancias.
—Ahora no te nos pongas místico —dijo Sven, y Ragnar se dio cuenta de que
había pensado en voz alta—. No hace falta que empieces a pensar en el sacerdocio
porque hayas roto el juguete de algún puñetero demonio.

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—¿Lo viste? —le preguntó Ragnar, incapaz de no mostrar un leve tono de
asombro.
—Sólo vi cómo rompías la maldita pintura cuando intentó apoderarse de nuestras
almas. Estuviste muy bien.
A pesar del tono jovial de su amigo, Ragnar notó que Sven estaba conmocionado.
También él había sentido la tentación que ofrecía el artefacto. Se preguntó cuán real
sería.
—Demasiado real para mi gusto —le respondió Sven. Ragnar se percató de que
debía controlarse. Todavía estaba pensando en voz alta.
—Lograste una gran hazaña, hermano Ragnar —le dijo Aenar en un tono de
verdadero respeto—. No todos poseen la fuerza necesaria para aplastar las maldades
del Caos.
—Lo poseen todos los Lobos, hermano Aenar —le contestó Ragnar.
Se preguntó qué había ocurrido, qué era aquel faro brillante que había sentido.
También sintió algo de pena por haber tenido que destruir el mural. Era algo maligno,
pero también había sido una especie de ventana al infinito, un objeto que permitía
echar un vistazo a unas maravillas siniestras, incluso en el momento de ser destruido,
y que ya había desaparecido del universo.
—Y eso también ha sido genial —dijo Sven—. A saber cuántas personas han
pagado con sus almas uno de esos malditos vistazos.
Ragnar se juró a sí mismo que iba a dejar de pensar en voz alta desde ese mismo
momento.
La alegre voz de Berek resonó en el comunicador.
—A mí todos los Lobos. ¡Creo que hemos encontrado la Lanza de Russ!
A lo lejos se escuchó de repente el rugir de un combate, lo que le recordó a
Ragnar que todavía quedaba mucho por hacer. Vio que el Señor Lobo había activado
su baliza señalizadora. Había llegado el momento de llegar hasta ella.
—Seguidme —dijo—. Al parecer el Señor Lobo ha encontrado a nuestros
enemigos.
Después de destrozar el mural, el mundo había adquirido un aspecto de irrealidad,
una cualidad surrealista de pesadilla que lo había dejado inseguro. Quizás había sido
la extraña sensación mística de su experiencia, quizás existía otro motivo, pero lo
cierto era que Ragnar podía sentir a su alrededor el flujo de las energías mágicas.
Unos ominosos poderes convergían en algún punto por delante de ellos. Estaba
tan seguro como lo había estado Skalagrim. Adivinó que fuera cual fuera el obsceno
ritual que estaban llevando a cabo los herejes, estaba punto de llegar a su
culminación. Empezó a ver por el rabillo del ojo unas siluetas imprecisas que se
convertían en figuras demoníacas antes de desaparecer de su campo de visión. El
hedor del Caos se hizo más fuerte con cada paso que daba. A su alrededor pudo sentir
la presencia de numerosos enemigos.

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Entraron en otra enorme sala. El techo se encontraba a un centenar de metros por
encima de ellos. Unos peldaños situados al otro extremo llevaban al santuario interno
del templo. Ragnar pudo ver la batalla que se estaba librando. Berek y su compañía
intentaban abrirse paso luchando contra unos oponentes diez veces superiores en
número. La sensación de maldad cósmica era casi asfixiante. Las sombras
demoníacas se habían multiplicado por lo que veía por el rabillo del ojo, y parecían
más tangibles, en cierto modo. Ragnar vio cómo las armas pesadas de los Lobos
Espaciales disparaban desde sus posiciones en las escaleras y el relampagueo de los
poderes de los Sacerdotes Rúnicos cuando los utilizaban para aplastar a sus
enemigos.
—¡Vamos! —dijo con un grito.
Encabezó a su jauría en una carrera fulgurante a través de la estancia. Unos rayos
de luz abrasaron las piedras cuando los disparos de los rifles láser surgieron de las
troneras situadas encima de la entrada al sanctasanctórum. «Francotiradores», pensó
Ragnar mientras corría zigzagueante para dificultar su puntería. Sabía que no podía
hacer mucho más en aquellos instantes. La distancia era demasiado grande para
disparar con la pistola.
—Me alegro de ver que algunos de los herejes están dispuestos a combatir —dijo
Sven—. Pensaba que se habían ido todos de vacaciones.
—Probablemente oyeron decir que venías tú y decidieron no dejarte entrar —le
contestó Ragnar.
Al menos ya sabía la misión de uno de los grupos de herejes en los que la masa de
traidores se había dividido. Eran los guardias del lugar. Pero ¿y los demás?
Logró llegar hasta las escaleras, y descubrió la razón por la que los Marines
todavía estaban allí agazapados. Las escaleras proporcionaban cobertura frente a los
disparos procedentes del templo, y el enorme dintel de la entrada impedía que los
francotiradores pudiesen apuntar sus armas contra ellos.
Oyó a Berek aullar órdenes en la lengua de batalla de Fenris, y vio a los sargentos
apresurarse para llevarlas a cabo. Berek se giró justo cuando Ragnar y los suyos
llegaban a su lado. Les sonrió con ferocidad. A pesar de la locura y de la sensación de
desastre inminente, el Señor Lobo daba la impresión de estar pasándoselo en grande.
—¡Bien! —dijo—. ¡Garras Sangrientas! Justo a tiempo. Estamos a punto de
atacar la puerta y unas cuantas tropas de asalto más es justo lo que necesitamos.
Ragnar asintió. Berek se giró y les ordenó a los Colmillos Largos que dispararan
sin cesar durante un minuto mientras otras dos escuadras de apoyo lanzaban una
combinación de granadas de fragmentación, cegadoras y de humo para desorientar a
sus enemigos. Ragnar sabía que cuando la cortina de humo alcanzara su máxima
densidad, ellos se lanzarían al ataque. Aprovechó el momento para mirar a sus
compañeros, y se dio cuenta de que sería la última vez que vería con vida a algunos
de ellos.

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Aspiró el olor de la enorme jauría, y se fijó en el modo tranquilo y confiado en el
que cada hombre se movía. Sabían de forma instintiva lo que debían hacer y cuál era
su función en el plan general. Ragnar volvió a ver el engaño de la ilusión del mural.
La coordinación era en parte el producto de largos años de entrenamiento, y en parte
el resultado de una conexión subliminal de señales olfativas que mantenían unida a la
jauría.
Los veteranos Colmillos Largos ya estaban colocando sus armas en posición para
lanzar una lluvia de disparos contra sus enemigos en cuanto les dieran la señal. Los
Cazadores Grises estaban avanzando con sus bólters y granadas preparados. Los
Garras Sangrientas corrían para situarse en vanguardia, tumbándose en el suelo para
aprovechar al máximo la cobertura antes de ponerse en pie y lanzarse a la carga.
Skalagrim invocó sus poderes. Los Sacerdotes Lobo estaban preparados para
enfrentarse a sus enemigos y cuidar a los heridos. Trainor y sus hombres se colocaron
en mitad de la masa de Lobos Espaciales, con un aspecto tan fuera de lugar como
unos niños en un campo de batalla.
Quizá se tratase de las secuelas de su encuentro con la magia del Caos, pero
Ragnar se dio cuenta de repente de que había muchos más Garras Sangrientas que
Cazadores Grises, y lo poco probable que era que la mayoría alcanzaran el rango
superior. No es que la mayoría de los Garras Sangrientas estuviesen descontentos con
aquel destino: una vida corta pero gloriosa y una buena muerte era lo que la mayoría
deseaban. También era lo habitual, ya que pocos de los hombres que vivían en Fenris
llegaban a tener pelo gris, por lo que aquello era lo que la mayoría esperaban de la
vida de todas maneras.
Ragnar sonrió. ¿Qué importaba cuando entraras en los salones de Russ? Cada uno
de los hombres allí presentes moriría tarde o temprano. No había nada más seguro
que aquello. Lo que importaba era el modo en que entrabas. Todos los hombres
querían un final de sus vidas que fuese merecedor de una canción y de un relato que
pudieras contarle a los demás espíritus mientras trasegabas cerveza con los héroes de
leyenda en las largas mesas.
Sin embargo, algo en el interior de su mente se removió inquieto. Todavía no
estaba preparado para abandonar aquella vida. Aún quería hacer muchas cosas, quería
ver muchos lugares antes de pasar por el portal gris al inframundo. Dejó a un lado
aquellas ideas. Él no podía escoger ni el lugar ni el momento de su muerte. Si el
destino tenía previsto que muriera aquel mismo día, él no podría hacer nada para
evitarlo, y tampoco tenía modo alguno de protestar. Debía prepararse para el
combate. Le hizo un gesto de asentimiento a Berek, se giró hacia su jauría de Garras
Sangrientas y se dirigió a colocarse en vanguardia, procurando situarse lo más cerca
posible del centro y de la primera línea. Oyó algunas protestas por intentar ponerse en
el lugar de los héroes, pero no estaba dispuesto a comenzar una pelea en un momento
como ése. Esto le pasaba por llegar tarde.

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Sven y los demás se colocaron a su lado justo cuando la andanada de artillería
alcanzaba su máxima intensidad. Se preguntó cómo sería estar en el otro bando
sufriendo aquello, tener que enfrentarse a una lluvia de muerte, de proyectiles de
bólter pesado, de misiles y de láser pesado, sin disponer de una armadura de ceramita
reforzada, sin la confianza de ser un Lobo Espacial.
Por un breve instante, sintió lo que debía ser para los hombres normales combatir
contra los Marines Espaciales. Se enfrentaban a un enemigo sin piedad que avanzaba
de forma implacable a pesar de su inferioridad numérica, un enemigo mucho más
fuerte, mucho más resistente, mucho más rápido y que no mostraba ninguna
debilidad. Pensó que debía ser algo parecido a enfrentarse a dioses, y se preguntó si el
hechizo del orgullo no le estaría nublando el sentido común; pero se dio cuenta de
que no era así. Ésa era una visión realista de la situación.
Los disparos de respuesta parecían haber desaparecido bajío la cortina letal obra
de los Colmillos Largos. Se arriesgó a echar un vistazo y pudo ver una enorme nube
de humo y de explosiones rugientes. Algunas de las gárgolas de aspecto maligno que
adornaban la entrada habían sido reducidas a siluetas informes por la enorme
cantidad de proyectiles bólter que habían impactado en ellas. Algunas se habían
convertido en piedra fundida por los disparos de los cañones láser. Los muertos
yacían por doquier en el polvo. Unos rayos en cadena pasaron por delante de sus ojos
cuando los Sacerdotes Rúnicos invocaron la furia de los cielos. Parecía imposible que
nada pudiera sobrevivir allí, y sin embargo, la sensación de tensión ominosa había
aumentado. Algo siniestro y maligno se hallaba en el interior del sanctasanctórum.
Algo los esperaba allí. Un escalofrío recorrió la espalda de Ragnar.
Un largo grito ululante sonó a su espalda. Era la señal. Había llegado el momento
de lanzarse a la carga.

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VEINTICUATRO

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Ragnar corrió hacia el espeso humo, rodeado por sus camaradas. Las volutas giraban
a su alrededor, dificultando la visión y convirtiendo a sus hermanos de batalla en
siluetas imprecisas. Si no hubiese sido por sus agudos sentidos, sobre todo el del
olfato, se habría sentido solo y aislado; pero gracias a ellos podía oler y oír a sus
camaradas, y sentirse tranquilizado por la presencia de la jauría a su alrededor.
Los Garras Sangrientas se lanzaron hacia sus enemigos en una avalancha de furia
desencadenada. Terribles aullidos y rugidos sonaron por doquier y su eco se extendió
por el lugar. Ragnar se arrojó al suelo en cuanto salió de la nube de humo para
esquivar el disparo de cualquier enemigo que estuviese apuntando. Rodó por el suelo
llevado por el impulso como unos diez pasos antes de ponerse en pie. Quedó
sorprendido de nuevo. Sólo unos centenares de soldados se enfrentaban a ellos; y los
Garras Sangrientas atravesaron sus líneas como una lanza atravesaría un cuerpo. Los
herejes no eran rivales para los Garras Sangrientas ni para los veteranos Lobos
Espaciales que avanzaban tras ellos.
Ragnar arrojó por encima del hombro a un enemigo y abrió en canal a otro. El
impulso de su carga lo llevó más allá de las líneas enemigas hasta llegar a la nave
central del templo. Centenares de rostros extáticos giraron para mirarle, y todos
mostraban también una expresión confundida. Cada una de las caras pertenecía a un
hereje, cubierto por una túnica roja, cuya cabeza había sido afeitada y en cuya frente
había sido marcada la retorcida runa de Tzeentch.
El aire olía densamente a incienso y aceites perfumados. Los herejes mostraban la
mirada propia de los drogados o de los fanáticos que esperan una manifestación de su
dios. Ragnar adivinó que aquéllos eran los «ungidos» de los que había hablado el
hereje poseído.
Miles de adoradores del Caos ocupaban el amplio espacio interior del
sanctasanctórum. Unas enormes figuras enmascaradas los miraban desde nichos en
las paredes. Eran los dioses rebeldes que esperaban impacientes lo que estaba a punto
de ocurrir. Ragnar se dio cuenta de que la sensación de poder que rodeaba al templo
se concentraba en aquel lugar. El aire casi palpitaba con las energías mágicas.
Antes de que por completo se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, la batalla
entró con él en sanctasanctórum. Un soldado equipado con una máscara atacó con su
bayoneta. Ragnar, lo mató con un revés de su espada; luego abatió a sus dos
compañeros. Miró alrededor en busca de sus hermanos de batalla. El suelo de
mosaicos y baldosas quedó cubierto de cadáveres enemigos en pocos instantes, y los
soldados herejes supervivientes retrocedieron ante sus atacantes.
No. Ragnar se percató de que no huían sólo de sus atacantes. No era sólo la
imagen de la llegada de los Lobos Espaciales lo que les aterrorizaba, también era lo
que estaba ocurriendo en el interior del templo. El ritual se estaba llevando a cabo
había conmovido incluso a las almas manchadas por el pecado de aquellos herejes.
Ragnar vio lo que estaba ocurriendo, y no le sorprendió.

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Un halo resplandeciente brillaba en el aire y unos arcos iris multicolores se
reflejaban en las relucientes paredes de mármol. Un enorme altar situado al otro
extremo de la estancia, que no era más que una blasfema parodia de los habituales en
cualquier templo del Imperio, brillaba con un resplandor maligno. A su alrededor se
encontraban cinco hombres. Todos ellos estaban vestidos con gruesas túnicas rojas
con rebordes dorados cubiertas de símbolos parpadeantes de complejidad
alucinógena. Uno de los individuos sostenía en alto el cristalino cráneo pulido de
alguna clase de demonio cornudo. El otro sostenía lo que parecían ser los huesos de
una mano de gran tamaño, los cuales estaban unidos por alambres de plata labrada. El
tercero llevaba un orbe brillante que parecía un ojo. El cuarto sostenía un cáliz de
bronce en las manos. Fue el quinto hombre el que llamó la atención de Ragnar.
Se trataba de un individuo enorme, un anciano con barba, con la cara de un
profeta y los ojos de un príncipe demonio. Sin duda, se trataba de Sergius. En una de
sus grandes manos tatuadas empuñaba una inmensa lanza. Estaba tallada a partir de
un gran trozo de madera de color oscuro y tenía grabadas unas runas de Fenris. Las
runas brillaban con un resplandor rojizo y maligno, obviamente producto del Caos.
La punta de la lanza parecía ser el colmillo de un monstruoso dragón. También
brillaba con una luz antinatural, un fulgor frío que recordaba la luminiscencia del sol
de Fenris, excepto por el hecho de que mostraba el mancillamiento del Caos. Ragnar
supo que estaba viendo la Lanza de Russ, y que el hombre que la empuñaba era el
jefe de la masa de herejes. La necesidad de enfrentarse en combate con el apóstata y
recuperar la reliquia robada le fue casi imposible de resistir. Había algo en la Lanza,
incluso contaminada por el Caos, que le causaba reverencia, algo que ardía
profundamente en sus entrañas; algo que, tal vez, habían implantado junto a la
simiente genética.
Sergius se giró para mirarlos. Era un individuo grande, tan ancho que parecía
obeso, sin serlo, con brazos gruesos como troncos y cuello de toro. Bajo su enorme
túnica se discernía una brillante armadura cubierta por cegadoras runas que revolvían
el estómago: la marca de Tzeentch. De su casco surgían dos cuernos parecidos a los
de un carnero, aunque Ragnar no estaba seguro de que no formaran parte de su
cabeza, en vez de salir de su casco.
Por encima de la cabeza del hereje apareció una grieta, y a través de ella se pudo
ver algo más: un reino de luces cambiantes entre las que Ragnar vio los rostros de los
demonios, con las fauces abiertas y babeantes. Mientras Ragnar todavía miraba
sorprendido, todos aquellos rostros se fundieron en uno, formando una gigantesca
cara sin rasgos, excepto una enorme boca y un tremendo y único ojo. A través de
aquella boca surgieron chorros de materia del Caos que empezaron a recorrer la
estancia arriba y abajo. La misma luz parecía contaminada por la presencia de los
demonios.
Sergius se dio cuenta de que el ritual estaba a punto de ser interrumpido y entonó
un extraño cántico con voz poderosa, unas palabras que no estaban pensadas para ser

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pronunciadas por una garganta humana. Las palabras resonaron en el interior del
cráneo de Ragnar y le recordaron la oleada de imágenes que había visto al romper el
mural. El Lobo Espacial sacudió la cabeza y se esforzó por despejarse del mareo.
De la grieta salieron más y más rayos de luz incandescente. Uno de ellos tocó a
uno de los herejes de cabeza afeitada que estaba arrodillado cerca del altar. El hombre
gritó como si le estuviesen arrancando el alma. Una luz rojiza brilló en sus ojos y de
su boca surgió un vómito de babas multicolores. Su cuerpo comenzó a sufrir
espasmos, como si sufriera algún tipo de feroz ataque epiléptico. Sus músculos se
hincharon como globos y atravesaron la piel como una marea de carne roja y
goteante, de venas palpitantes. El hereje alargó una mano, la metió en un desgarrón
de la piel y se la arrancó, quedando desnudo y despellejado. La sangre empezó a
formar un charco a sus pies. A pesar del dolor, que debía ser espantoso, permaneció
en pie. Lo más horrible fue su risa, un sonido penetrante que recorrió la estancia
como la alegría demente de un dios enloquecido.
Sin embargo, la transformación aún no había terminado. El hereje poseído abrió
la boca y la materia del Caos entró por su garganta. Su cuerpo brilló por un instante, y
sus huesos relucieron hasta ser visibles a través de la carne. Toda su osamenta
adquirió grosor y densidad, y las articulaciones se hicieron más fuertes, como si se
ajustasen para compensar la masa adicional de los músculos. El proceso le pareció
vagamente familiar a Ragnar, y recordó algo que había aprendido. De repente, lo
comprendió: la estructura de los huesos y el incremento de la masa muscular eran
prácticamente idénticas a la transformación de un hombre en un Marine Espacial. El
hereje parecía estar creando una maligna parodia de los enemigos que intentaban
detenerlo.
Más materia multicolor del Caos rodeó a aquel sacrificio humano, formando en
una nueva capa de carne, brillante y escamosa, que recordaba a la vez un insecto y un
reptil. Sus ojos se convirtieron en unos agujeros con unas llamas en su interior que
reflejaban los rayos infernales que le rodeaban. Hizo un gesto con la mano y la sangre
encharcada a sus pies se alzó como una ola, coagulándose alrededor de su cuerpo y
cubriéndolo con una capa negruzca que se convirtió en un caparazón de aspecto muy
similar al que Ragnar llevaba bajo su propia armadura.
Realizó otro gesto complejo y más y más rayos de la materia del Caos se
dirigieron hacia él, aleteando como monstruosos murciélagos cuando envolvieron al
individuo. Brillaban con el resplandor del metal recién salido de la forja y el hombre
gritó de nuevo, como si lo hubieran introducido en el interior de una cuba repleta de
metal fundido. La luz que lo rodeaba era tan intensa que Ragnar no pudo mirar
directamente y apartó la vista; pero en su retina quedó grabada la horrible silueta de
lo que había visto. Vio en lo que se había convertido el hombre en el último momento
antes de desviar la mirada, y lo reconoció. Volvió a mirar pese a que sabía lo que iba
a ver. También sabía que los ardientes ojos de aquel ser lo reconocerían.

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Era un Marine del Caos, con una adornada armadura de diseño antiguo de la que
sobresalían cientos de metálicas cabezas de demonio. Con una mano empuñaba una
espada rúnica que brillaba con un resplandor infernal, mientras que en la otra sostenía
un bólter, también de diseño antiguo. Su casco se adornaba con un par de cuernos.
Tenía el mismo aspecto que Ragnar recordaba de su enfrentamiento en las cavernas,
bajo las montañas más malditas de Fenris.
—¡Madok! —dijo con un grito, que fue un desafío lanzado hacia el guerrero del
Caos que Strybjorn y él habían matado hacía ya muchas lunas.
—Siempre es agradable ver que te reconocen —le respondió la voz suave y
burlona que Ragnar conocía y odiaba.
La brecha en el tejido de la realidad situada por encima de la Lanza brilló con
más fuerza todavía. La cara que se había formado era más reconocible y humana.
Ragnar había visto aquel rostro en las pinturas más antiguas de su Capítulo. Eran los
rasgos de uno de los peores enemigos de la humanidad, un primarca rebelde: Magnus.
Más y más rayos de la materia del Caos, las almas de los guerreros inmortales,
salieron como meteoros e impactaron en el grupo de herejes a izquierda y derecha. El
brillo y el proceso que Ragnar había visto segundos antes se repitió una, dos, diez, un
centenar de veces.
Ragnar sabía que en aquel preciso instante, al menos una compañía, si no todo un
Capítulo, de Marines del Caos estaba tomando forma corpórea a su alrededor.
Los herejes aullaban de dolor por doquier al ser poseídos, con sus cuerpos
retorciéndose y sus almas enviadas al espacio disforme. Fuese lo que fuese lo que
esperaban del ritual, desde luego no era aquello. Sin duda les habían prometido una
apoteosis, o un poder más allá de su imaginación más desbordada. Ragnar supuso que
lo estaban consiguiendo, pero no del modo que habían pensado.
Incluso cuando el Caos mantenía sus promesas, siempre encontraba la manera de
incumplirlas, retorciendo su significado. Los acólitos de cabeza afeitada corrieron
llenos de pánico en todas direcciones, pero las brillantes bolas de fuego de la materia
del Caos los siguieron, consumiéndolos por completo y transformándolos en algo
completamente distinto. Quizá sólo era su imaginación, pero Ragnar creyó reconocer
los rostros de aquellos Marines Traidores muertos mucho tiempo atrás en cada una de
las esferas incandescentes. Los herejes pasaron corriendo a su lado en un intento por
escapar a su destino maldito. Se lanzaron de cabeza hacia los Lobos Espaciales
chillando y gimiendo como ratas.
La grieta en el aire aumentó de tamaño. El jefe de los adoradores del Caos cantó
más alto todavía. A Ragnar le pareció ver otros seres retorciéndose en su interior,
unas siluetas demoníacas que buscaban el modo de entrar en aquel mundo. Su
presentimiento de un desastre se hizo más fuerte, Era como ver la puerta del infierno
abierta ante sus narices. Oyó a Berek dar órdenes a gritos detrás suyo.
—¡Matadlos! ¡Los demonios tendrán menos cuerpos para poseerlos!

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El hereje que se encontraba justo delante de él fue partido por la mitad por una
espada infernal negra pero brillante. Ragnar vio que detrás estaba Madok, dispuesto a
enfrentarse a él.
—Una idea admirablemente brutal e implacable —le dijo—, pero me temo que
estos cuerpos, vivos o muertos, servirán de todos modos. Por supuesto, mis hermanos
no me van a agradecer que haya partido por la mitad a éste, pero no pude contenerme.
Imagina mi alegría al encontrarme de nuevo contigo. No podía esperar para darte la
bienvenida adecuada.
La punta de la espada infernal salió disparada hacia Ragnar. Logró detenerla a
duras penas con su espada sierra. Las chispas saltaron cuando las dos hojas se
encontraron. La espada negra gimió.
—Joven, creo que has mejorado mucho desde nuestro último enfrentamiento.
Excelente. Eso hará que tu muerte sea aún más satisfactoria.
Madok intentó cortarle la cabeza con un poderoso mandoble a dos manos. Ragnar
lo esquivó agachándose y respondió al golpe, arrancando una de las calaveras de
bronce de la armadura del Marine del Caos.
—¡Ya verás cuánto he mejorado, odioso engendro de Magnus!
—¿Odioso engendro de Magnus? —contestó el guerrero del Caos, divertido—.
Te has expresado como un auténtico Lobo Espacial: todo fanfarronería sin
conocimiento y odio sin sentido.
—¡Muere, engendro del Caos! —gritó Ragnar lanzando un golpe que hubiera
partido en dos al Marine Traidor si éste no lo hubiese parado.
Las dos espadas chocaron con un ruido semejante al del martillo que golpea el
yunque. Toda la lucha a su alrededor se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo
cuando los Lobos Espaciales se enfrentaron a los resucitados Marines del Caos.
—Yo no condenaría con tanta rapidez a los engendros del Caos —le contestó
Madok a la vez que respondía a su golpe con una serie de ataques veloces como rayos
que hicieron retroceder a Ragnar hasta que tropezó con Sven—. Cuanto más tiempo
esté abierta la puerta, más probabilidades hay de que tú te conviertas en uno de
nosotros. Por supuesto, no es necesario que te preocupes por eso, ya que estaré
encantado de matarte antes de que sufras lo que tú consideras un destino peor que la
muerte.
La espada negra cortó un gran trozo de la hombrera de la armadura de Ragnar. La
parte cortada cayó, dejando al descubierto el interior de la armadura.
—No me lo agradezcas —siguió diciendo Madok—. Encantado de servirte. Por
supuesto, cuando te mate, tu alma irá derecha al espacio disforme.
—¿Es que nunca se calla el muy jodido? —gritó Sven mientras aparecía de
repente entre la multitud de cuerpos y lanzaba un tajo hacia la cabeza de Madok.
Otro Marine del Caos apareció de repente y atacó a Sven casi al mismo tiempo.
Ragnar se abalanzó de un salto y detuvo el golpe que hubiera matado a su amigo.
Sintió que el brazo se le quedaba dormido. El atacante de Sven era un individuo

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enorme, mucho más grande y fuerte que Madok, aunque también menos hábil con las
armas.
—Estar muerto es una experiencia interesante —añadió Madok como si aquello
fuera una conversación—. Todo el mundo debería probarlo, al menos, una vez.
Su espada atravesó la guardia de Sven e impactó en la muñeca. La hoja brilló aún
más, como si absorbiera energía de algún lugar para partir la ceramita endurecida y
cortar la mano a la altura de la muñeca. Sven retrocedió lanzando un aullido de dolor
y el Marine del Caos le atravesó el pecho con su espada. La sangre manó por la boca
de Sven. Se deslizó hacia delante por la hoja que le estaba matando, en un intento por
alcanzar con su mano sana la garganta de Madok. El Marine del Caos le propinó un
cabezazo y lo envió hacia atrás, con la espada todavía clavada en su pecho.
—Por supuesto, es un poco corrosivo para el alma. No estoy seguro de querer
soportarlo durante miles de años, como les ha ocurrido a la mayoría de mis hermanos
aquí presentes. Algunos llevan atrapados incluso desde la destrucción de Próspero y
la rebelión de Horus. Me temo que pasar todo ese tiempo esperando, además de
luchando contra los demonios les ha enloquecido un poco, por no hablar de sus ansias
de venganza. Por otro lado, pronto tendremos a todos los Marines de los Mil Hijos
que han muerto en la Larga Guerra de regreso a la carne, y créeme si te digo que son
muchos. Los verdaderos Capítulos eran mucho más grandes que las tristes
imitaciones actuales. Muy bien, Boriseon. ¡Casi le pillas ahí!
Ragnar saltó hacia atrás, lejos del arco trazado por la enorme hacha rúnica. El
asombro y la furia por la muerte de Sven llenaron su ser. Sintió que una rabia y un
odio salvajes comenzaban a dominarle, como una mecha que condujera a un gran
barril de explosivos. Sabía que las incesantes burlas del Marine del Caos tenían como
intención provocarle para que se lanzase, pero no quería resistirse. Notó que su
espada sierra comenzaba a estar repleta con el poder de la muerte.
—Es realmente irónico que la Lanza de Russ sea utilizada para resucitar a
aquéllos a los que ayudó a matar. A Magnus le llevó miles de años resolver todos los
detalles y dar las instrucciones a nuestros acólitos. Me enorgullezco de informarte
que yo también cumplí mi parte en la expansión de nuestra obra en este lugar.
Madok se acercó al cuerpo inerte de Sven, colocó una de sus pesadas botas
metálicas en su pecho y sacó la espada de un tirón.
Ragnar vio por encima de su hombro que la grieta había aumentado de tamaño y
que el rostro de un solo ojo ya se veía con nitidez. De su boca rugiente surgían las
almas de sus seguidores. Ragnar supo sin ningún género de dudas que era el
impresionante rostro de Magnus el Rojo, el primarca de los Mil Hijos, una creación
del Emperador; pero retorcida, transformada, y que rivalizaba con cualquier príncipe
demonio en poder y maldad. Su alma se encogió de temor al sentir que la mirada de
aquel cíclope maligno se fijaba en él. De no ser por la furia que sentía, se habría
acobardado.

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—En cuanto nos hayamos ocupado de ti y de tus patéticos hermanos,
conquistaremos este mundo. Será el primero de muchos, y se convertirá en el nuevo
Próspero. Está justo en el centro de las rutas entre el Ojo del Terror y el centro del
Imperio. Supongo que ya lo sabías. Eh, Boriseon, ése ha sido un buen golpe. Dame
un momento y te ayudaré a acabar con él.
La fuerza del ataque del gigantesco guerrero del Caos casi le había tirado al suelo
a pesar de haberlo parado. Ragnar dio un paso atrás y miró fijamente a su enemigo,
sintiendo odio y rabia. Ya había combatido el tiempo suficiente con Boriseon como
para conocer sus puntos débiles. El enorme Marine del Caos era lento. Probablemente
podría destruir un tanque con un golpe de su hacha, pero antes tenía que acertar.
Ragnar se abalanzó sobre él, pasó por debajo del hachazo que le lanzó Boriseon y
hundió la espada sierra en la gorguera de su armadura, cortándole la cabeza con un
movimiento de su muñeca.
—Cuando regreses al infierno —le dijo con un gruñido—, diles que te envía
Ragnar.
No esperó a ver el resultado de su ataque y siguió su carrera hacia Madok. Su
espada bajó en un tremendo arco y echó a un lado la hoja infernal goteante de sangre.
Aprovechó la abertura para golpear a Madok en el casco con el puño, arrojándolo al
suelo.
Sin embargo, no iba a ser tan fácil derrotar al Marine Traidor de los Mil Hijos.
Tras cada uno de sus movimientos se encontraban varios milenios de experiencia en
combates cuerpo a cuerpo. Lanzó una patada a Ragnar mientras caía y le alcanzó
justo detrás de la rodilla, haciéndole caer de espaldas. Antes de que Ragnar pudiera
recuperarse y ponerse en pie, el torbellino de la batalla los arrastró y los separó.
Ragnar se encontró de repente en el centro de un feroz combate en el que los Lobos
Espaciales se abrían camino a espadazos y hachazos a través de la horda todavía en
formación de los Marines Traidores. Los meteoros de la materia del Caos seguían
cayendo por doquier, incluso sobre los cadáveres, consumiéndolos,
reestructurándolos y haciéndoles volver a la vida. A pesar de la furia que sentía,
Ragnar se dio cuenta de que la situación no era buena para los Hijos de Russ.
Instantes después descubrió que estaba combatiendo al lado de Berek, Morgrim y
el anciano Sacerdote Rúnico Skalagrim. El Señor Lobo y sus escoltas vencían a sus
enemigos por su tremenda ferocidad, pero su inferioridad numérica los estaba
retrasando. Además, por cada enemigo que caía, otro tomaba su lugar. En la gran
masa de herejes que gritaban y de cadáveres pisoteados no había escasez de cuerpos a
los que poseer.
—¡Tenemos que cerrar esa puerta! —le dijo gritando Ragnar a Berek.
—En cuanto lleguemos allí —le respondió con un tono de voz confiado Berek.
Skalagrim sonrió sin ganas mientras atacaba con su bastón rúnico y le hundía la
cabeza entre los hombros a un Marine Traidor.

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—El chico tiene razón. Esos locos no saben lo que están haciendo. Si esa puerta a
la disformidad sigue así mucho rato, se librará de cualquier control o atadura y
consumirá al planeta. Este mundo se convertirá en un mundo demoníaco, como los
que existen en el Ojo del Terror.
Ragnar se estremeció. Era un destino mucho peor que el que Madok le había
prometido. Los mundos demoníacos eran lugares donde el infierno invadía el mundo
material, estaban deformados por el Caos y eran gobernados según los caprichos de
los príncipes demonio. Se preguntó si Magnus o los Mil Hijos tenían idea de lo que
estaban haciendo, o si les importaba. Quizás aquello había formado parte del plan
desde el principio. Quizás era de eso lo que Madok quiso decir cuando habló de un
nuevo Próspero, el mundo natal de los Mil Hijos. Quizá lo que Magnus pretendía era
crear una nueva capital en aquel planeta, a imagen y semejanza del original; pero
formado con su voluntad y con la materia prima del Caos. ¿Podría hacerlo?
¿Realmente poseía aquel poder? Quién sabía de lo que era capaz un primarca.
—Tenernos que recuperar la Lanza. Les está proporcionando el poder que
necesitan para el ritual y está anclando la puerta al espacio disforme, y a Magnus a la
puerta —dijo Skalagrim.
—Estoy dispuesto a escuchar sugerencias —dijo Berek.
Su sonrisa empezaba a convertirse en un rictus de furia. De sus armas goteaban
los restos de las docenas de enemigos a los que había destrozado. Parecía un dios de
las batallas que hubiera descendido entre los mortales. Cada paso que daba le
acercaba al altar, pero no lo suficiente, Ragnar alzó su pistola bólter y disparó contra
los herejes, pero el aire alrededor del grupo brillé, y vio una reluciente esfera de luz
que desvié los proyectiles.
—Ya lo he intentado —le dijo Berek a gritos—. Vamos a tener que hacerlo a la
antigua usanza. Bien, chavales, abridnos paso hasta el altar.
—Si lográis que me acerque, puede que logre hacer algo al respecto —dijo
Skalagrim.
—Tranquiliza saberlo —contestó Berek.
Soltó un largo y aterrador aullido y se lanzó a la carga. Si Ragnar había pensado
que Berek había luchado ferozmente con anterioridad, en aquellos momentos quedó
sorprendido. La furia desatada del Señor Lobo fue una visión verdaderamente
impresionante. Empezó a moverse como un borrón para la vista a través de los
guerreros del Caos que seguían apareciendo, aplastándolos con golpes como rayos de
su arma. Luché sin pensar en defenderse, como un auténtico berserker que sólo
viviera para matar. Morgrim y Mikal Stenmark lo flanqueaban y protegían de las
consecuencias de su ataque frontal, desviando los golpes dirigidos a su jefe y
deteniéndolos con sus propios cuerpos si era necesario.
—Quédate a mi lado, chaval —le dijo Skalagrim a Ragnar—. En cuanto estemos
lo bastante cerca necesitaré que alguien me proteja la espalda mientras hago
funcionar mis runas.

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—Como desees —le respondió Ragnar—. Así será.
Siguieron a los miembros de la Guardia del Lobo que se iban abriendo camino a
través de la multitud de Marines del Caos mientras la cara de Magnus seguía flotando
por encima del altar como la cabeza cortada de un dios maligno. En su único ojo se
veía una mirada de triunfo.

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VEINTICINCO

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Los Marines del Caos resucitados atacaban por los cuatro costados. Ragnar luchaba
como un poseso, sin dejar de buscar a Madok con la mirada. Juró que por mucho
tiempo que le llevara, haría pagar al Marine Traidor la muerte de Sven. Si tenía la
oportunidad, incluso le grabaría el dragón de sangre en su espalda.
El altar estaba más cercano y parecía más grande, pero su avance se había visto
frenado. Alguna especie de fuerza parecía estar repeliéndolos, y el número de
Marines del Caos parecía aumentar sin cesar. Por suerte, la mayoría estaban
desorientados por su reciente salida del espacio disforme y eso daba la oportunidad a
los Lobos de la compañía de Berek de matar a sus enemigos cuando todavía se
sentían confundidos. Ragnar sabía que si no hubiese sido por eso, ya habrían perdido
la batalla.
Abatió a un hereje atravesando su nuca con la espada sierra y destrozándole la
cabeza en pequeños pedazos. Un orbe ardiente procedente de la puerta de
disformidad aterrizó en el cadáver. El cuerpo quedó cubierto unos instantes por una
aureola llameante, pero la materia del Caos se retiró un momento después, chirriando
de frustración. Al parecer, los espíritus de los guerreros del Caos no podían controlar
un cuerpo si éste no tenía cerebro.
Madok le había mentido al respecto. Ragnar pensó con rabia que no debía
sorprenderse. Qué raro, un adorador de Tzeentch que mentía. ¿Sobre qué más habría
mentido?
—¡Disparadles a la cabeza! —gritó Ragnar—. Eso los matará y los dejará bien
muertos.
Otro vistazo le mostró algo más. Cuando las esferas brillantes se posaban en los
cadáveres, sólo poseían a los herejes de cráneo afeitado con la marca de Tzeentch en
la frente. Ragnar supuso que sólo podían controlar a los que estaban marcados de
aquel modo. Quizá necesitaban aquel signo para anclarse a la realidad. Ragnar no lo
sabía con seguridad, y no era un experto en magia negra, pero sabía lo que estaba
viendo, así que se lo dijo a los demás.
—¡Lo que les permite ser poseídos es la runa en sus frentes! —le gritó a Berek—.
¡Si las destruís, no pueden transformarse!
Berek asintió para mostrarle que le había comprendido. La orden resonó en todos
los comunicadores, y sus hermanos de batalla actuaron de forma inmediata. Quizá ya
era demasiado tarde para que aquello representara una diferencia. Quizá ya habían
regresado demasiados Marines de los Mil Hijos como para que los acorralados Hijos
de Russ notasen la diferencia. No veía ningún modo de detener el ritual o de impedir
que la presencia demoníaca que flotaba sobre el altar siguiera lanzando materia del
Caos, o cómo expulsar a las almas de sus seguidores muertos hacía ya mucho tiempo.
La desesperación se apoderó de su espíritu. Sintió ganas de abandonar. Tan sólo
su sed de venganza y su deseo de tener una muerte gloriosa le hicieron seguir
combatiendo en aquel instante de desesperación en el que cada fibra de su ser le pedía
que abandonase.

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—Resiste, chaval —le dijo Skalagrim—. Es el poder del demonio. Intenta llenar
tu alma de desesperación. ¡No permitas que lo haga!
Al principio, las palabras del Sacerdote Rúnico no le hicieron efecto, pero unos
instantes después, su significado impactó a Ragnar con la fuerza de un golpe físico.
No iba a ceder ante la voluntad de un demonio, sin importar lo poderoso que fuera.
Lanzó un gruñido y sacó fuerzas del olor de la jauría. Vio la ferocidad con la que
combatía la Guardia del Lobo y la furia semejante a la de un dios con la que Berek se
enfrentaba a sus oponentes. Ellos no se daban por vencidos, y él tampoco lo haría.
Por Russ que demostraría su valor en combate, y si era necesario, moriría con ellos.
Ragnar aulló su grito de batalla y miró alrededor. Cerca de él vio un lanzallamas
pesado que un Colmillo Largo muerto todavía empuñaba en sus manos. Se lanzó
hacia él, lo cogió y apretó el botón de encendido. Una llama química incandescente
apareció en la bocacha. Ragnar apretó el gatillo y la llama aumentó de longitud. Giró
el arma hacia sus enemigos más cercanos, los herejes marcados y los Marines del
Caos resucitados, y se preguntó qué tal les sentaría a los recién llegados del
submundo otra bocanada de sus fuegos infernales.
Las llamas se esparcieron entre sus oponentes, haciendo arder a los adoradores
del Caos y fundiendo las armaduras de los Marines Traidores. Ragnar abrió un hueco
entre la masa de enemigos en pocos segundos. Avanzó girando el arma a izquierda y
derecha desde su cadera, agrandando el pasillo que había creado. Caminó veinte
pasos y se puso a distancia de ataque del altar. Sintió a Skalagrim pegado a su
hombro.
—Es suficiente, chaval. ¡Bien hecho! Debo atacar ahora, mientras los herejes
todavía están distraídos, mientras todo su poder está concentrado en mantener abierta
y controlada la puerta.
Dicho esto, echó a correr hacia el altar y lo golpeó con su báculo. Una llamarada
azul saltó hacia fuera. Una serie de rayos encadenados chisporroteó a lo largo de la
esfera, que se hizo visible cada vez que uno de ellos la tocaba. El aire se llenó de olor
a ozono y a muerte. La luz de la esfera parpadeó por un momento, desapareció y
luego regresó. La sensación de triunfo que Ragnar había comenzado a sentir
desapareció. Pensó que no iban a lograrlo.
El Sacerdote Rúnico golpeó de nuevo mientras soltaba un gruñido de rabia y
frustración. Los relámpagos saltaron de nuevo, y la esfera desapareció otra vez por un
instante. Sin embargo, Ragnar estaba preparado en aquella ocasión. Saltó hacia
delante, aprovechó el momento en que la barrera desaparecía y aterrizó sobre el altar.
El rugido ensordecedor de la batalla enmudeció. El fragor del combate se redujo a
un sonido distante. Estaba en el interior de la barrera, solo y sin ninguna posibilidad
de que lo ayudasen. Delante de él se encontraban cinco servidores de Tzeentch.
Ragnar sonrió. Ahora sabía exactamente lo que iba a hacer.
Sólo Sergius le miró. Los otros estaban demasiado ocupados intentando mantener
abierto el portal místico. Ragnar notó, a aquella distancia tan corta, la tensión que

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sufrían por el esfuerzo. Les temblaban las piernas y sus rodillas parecían a punto de
ceder en cualquier momento. Pudo oler su cansancio y oír su respiración fatigada.
Uno de ellos se giró para mirarle y Ragnar sintió el miedo del hombre. Al desviar la
mirada el individuo, los bordes de la puerta parpadearon y la sensación de presencia
asfixiante del primarca se debilitó un poco.
—No dejéis que os distraiga, idiotas. Mantened la puerta abierta a cualquier coste.
Las legiones de Magnus deben resucitar si queremos obtener nuestra recompensa
eterna.
—Vuestra única recompensa será la muerte —dijo Ragnar mientras se abalanzaba
sobre ellos de un salto.
Atacó al hereje más cercano con tal rapidez, que el hombre no hubiese tenido
posibilidad alguna de esquivar el golpe, si lo hubiese intentado. En vez de eso, logró
de alguna manera, con los reflejos de la desesperación, alzar el cráneo pulido que
sostenía en las manos. La espada de Ragnar golpeó su superficie, pero en vez de
partirlo en dos como él había esperado, la hoja rebotó como si hubiera chocado con
algo tan duro como el granito. Lo peor fue la sensación de náusea y dolor enfermizo,
mezclada con la energía demoníaca, que pasaron a través de la espada hasta su brazo
y que sacudieron todo el cuerpo de Ragnar como un enorme calambrazo.
Notó que algo ocurría justo por encima de él. La sensación de poder inmenso se
intensificó y se convirtió en algo menos controlado. Percibió un rugido distante,
como el de la marea golpeando un acantilado. Era como oír los lamentos de todos los
marineros que se habían ahogado y que gritaban a la vez que el mar rugía. Supo de
algún modo, sin que nadie se lo dijera, que eran las voces de todos aquellos Marines
del Caos muertos hacía ya milenios, que esperaban impacientes su resurrección.
—¡No, estúpidos! —aulló Sergius—. No perdáis la concentración. La puerta no
debe cerrarse hasta que todos los Bendecidos hayan regresado a nosotros.
Ragnar apretó los dientes.
—¿Cómo vais a detenerme?
El sacerdote hereje no contestó. En vez de ello, empezó a realizar gestos
complejos con una mano. Unos rastros luminosos seguían los intrincados
movimientos de sus dedos. Un nuevo y pequeño portal a otro lugar apareció en el
aire, y cuando el hereje señaló, un rayo de puro Caos salió a borbotones, como agua
que surgiese por unos agujeros en el casco de pellejo de dragón de un barco.
Ragnar se tiró de cabeza al suelo y dejó que aquello pasase por encima de su
cabeza. No deseaba arriesgarse a que la sustancia lo tocase lo más mínimo. Estaba
seguro de que atravesaría su armadura como el plomo fundido atravesaría un pedazo
de mantequilla fría. Aquello no debía estar en el mundo mortal. Su mera presencia le
puso la carne de gallina y un escalofrío le recorrió la espalda.
Rodó hacia delante a lo largo del enorme altar y golpeó con su espada sierra justo
detrás de la rodilla de uno de los adoradores del Caos presentes. El individuo soltó el
cáliz y lanzó un grito de dolor mientras caía al suelo.

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El hilo luminoso que lo unía al portal se tensó y se partió. El centelleante vórtice
de materia del Caos perdió parte de su forma en los bordes. Ragnar no estaba muy
seguro de estar haciendo lo más correcto. Si el portal quedaba fuera de control, podría
tragarse todo aquel planeta. Por otro lado, no se le ocurría otra solución. No podía
permitir que aquellos siniestros servidores del Caos continuaran con su ritual, no
mientras sus hermanos de batalla seguían luchando y muriendo en el exterior del
escudo que les separaba.
Se arriesgó a echar un rápido vistazo al campo de batalla para saber cómo estaba
la situación. No iba demasiado bien. Los Marines de los Mil Hijos resucitados
superaban en número a los Lobos Espaciales, y más y más de los Marines Traidores
aparecían a cada momento a pesar de la muerte y la decapitación de innumerables
herejes y cadáveres por parte de los guerreros de Fenris. La batalla hubiera estado
igualada en una proporción de uno contra uno, pero el peso de la superioridad
numérica pronto se haría sentir. Esperar que el resto del Capítulo apareciese para
salvar la situación era tener demasiada esperanza.
Se dio cuenta de que Skalagrim estaba trabado en combate cuerpo a cuerpo con
un Marine de negra armadura y aspecto antiguo. El viejo Sacerdote Rúnico le estaba
gritando algo, pero su significado se perdía en mitad del rugido de los combates que
además estaba apagado por el escudo mágico que le rodeaba. A Ragnar le pareció que
hubiera debido ser capaz de entender lo que los labios del anciano querían decir, pero
no fue así.
Lanzó una patada y acertó de pleno a uno de los herejes en la barbilla, enviándolo
hacia atrás por los aires. El cuerpo del adorador del Caos se estampó contra el muro
invisible que los rodeaba y cayó inconsciente sobre el propio altar. El rugir de la
puerta del Caos se intensificó por encima de sus cabezas. Estaba perdiendo todo
parecido con el rostro del primarca y se estaba convirtiendo en una masa informe de
materia del Caos primordial. Las voces frustradas de las almas que todavía esperaban
aullaron su ira y quizá su miedo. No querían que aquello ocurriera.
Ragnar sintió una oleada de dolor atravesarle todo el cuerpo; levantó los ojos y
vio que otro de los herejes lo había apuñalado por la pieza rota de la hombrera con
una daga negra cubierta de runas. El sufrimiento fue intenso, y una magia venenosa
surgió de la herida. Ragnar utilizó la empuñadura de su espada para aplastarle el
cráneo al adorador del Caos. Se hundió como un huevo bajo un martillo, cubriendo a
Ragnar con fragmentos de hueso y restos grises y sanguinolentos. Tomó una rápida
decisión a sabiendas de que quizá le quedaban escasos segundos de vida. Dos golpes
veloces mataron a dos más de los participantes en el ritual y le dejaron frente a frente
con su líder espiritual. Le lanzó un golpe a la cabeza, pero a su fornido oponente le
dio tiempo a dar un paso atrás, por lo que Ragnar sólo pudo arrancarle el casco y
dejarle con un tajo sangrante en la frente. La herida se cerró ante los propios ojos de
Ragnar. Lo que se decía era cierto: las armas mortales no podían matar a aquel
adorador de demonios.

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El veneno de la daga le hacía actuar con mayor lentitud. Sentía los miembros más
pesados con cada latido del corazón. Fuese lo que fuese, no se trataba de un veneno
común. Incluso su cuerpo alterado genéticamente era incapaz de asimilarlo. Quizá no
se trataba de un veneno, sino de magia. Si era magia, se dijo Ragnar, un espíritu
fuerte podía resistirla. Elevó una plegaria a Russ y se lanzó a la carga por pura fuerza
de voluntad.
El archihereje lo miró fijamente y gruñó. Su boca era un tajo de color rojo. La
mayor parte de sus dientes eran pequeños y blancos, y con aspecto de ser muy
afilados, pero sus dos colmillos eran tan largos como los de un Lobo Espacial.
—¡Insensato! —le dijo—. ¡No sabes lo que has hecho! ¡Nos has condenado a
todos, y a este mundo también!
—Ya estaba condenado de todas maneras si los Mil Hijos lograban regresar.
—Este mundo habría vivido en una gloria eterna. Yo habría vivido una gloria
eterna sentado a la derecha de Magnus. Ahora sólo habrá ruina y destrucción.
—Siempre habrá eso —le contestó Ragnar mientras daba vueltas a su alrededor
en busca de un hueco para atacar.
El jefe de los adoradores del Caos empuñaba la Lanza de Russ en su mano
derecha como si se estuviese preparando para arrojársela a su enemigo. Ragnar sintió
un estremecimiento en su interior. Su armadura no sería capaz de resistir el impacto
de aquella arma legendaria, aunque fuese utilizada por un hereje. El adorador del
Caos tomó una decisión. Echó el brazo hacia atrás para lanzarla. De pronto todo pasó
a ocurrir en cámara lenta. Todo lo vio con una claridad meridiana.
Ragnar distinguió todos y cada uno de los pequeños detalles de los movimientos
de su enemigo: el modo en que apoyaba su peso en la pierna atrasada y luego lo
dejaba caer sobre su pierna adelantada; la forma en que su capa ondeaba en el aire
por encima de su hombro; el tremendo combate cuerpo a cuerpo que se estaba
librando detrás de Sergius y que quedó congelado en su mente por un instante, como
un enorme bajorrelieve enloquecido en el que la compañía de Berek se enfrentaba a
los servidores de negra armadura del Caos.
Sergius arrojó la Lanza. Ragnar pudo sentir la muerte que portaba el arma, su
peso, y supo que si le acertaba, su vida acabaría allí. Se abalanzaba hacia él como un
rayo lanzado por un dios furioso. La vio llegar, y vio que la trayectoria de su
reluciente punta la llevaba directamente a su corazón.
Sin embargo, no se movió, como un hombre que viera acercarse su muerte pero al
que le hubiera llegado su wyrd y no pudiera hacer nada al respecto. Alargó la mano
en el último momento y agarró la Lanza en el aire, justo por detrás de la punta. Sintió
el impulso que llevaba y su peso, mucho mayor de lo que se esperaba. Dejó que ese
peso le hiciera girar, encarándolo de nuevo con el hereje, y con un rápido movimiento
de su brazo la envió para que se enterrara en el pecho del adorador del Caos. Ni
siquiera el cuerpo repleto de magia negra de Sergius pudo resistirse al arma que había

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herido al mismísimo Magnus. Lo atravesó de parte a parte y casi salió por completo
por la espalda.
El muro de energía que les rodeaba se desvaneció en ese mismo instante y el
rugido de los combates los envolvió, apagando el sonido del portal. Los gritos de los
moribundos, los extraños cánticos de los Marines del Caos, los aullidos de los Lobos,
todo ello rivalizaba con el chasquido de las pistolas bólter, el tronar de las granadas y
el chirriar de las espadas sierra sobre las armaduras. Los olores a sangre, a
excrementos, a incienso, a ceramita, a cargas explosivas y a la materia pura del Caos
invadieron su nariz. El aire vibraba con el poder de la puerta del Caos y el estallido
de la munición.
El portal relucía de poder por encima de sus cabezas mientras seguía vomitando
por igual almas de los Marines de los Mil Hijos y materia pura del Caos. Ragnar vio
que estaba comenzando a ensancharse. Una luz resplandeciente alumbró toda la
estancia, reflejándose en las armaduras, en los cristales manchados y en el mármol,
inundándolo todo con un brillo infernal.
Ragnar se quedó mirando, pasmado y lleno de terror. Vio a seres moviéndose en
el interior del portal. Distinguió las siluetas de los demonios que adquirían forma
material y se disolvían instantes después junto a los rostros de los condenados. Todos
ellos parecían formar parte de un gran rostro que le miraba, la faz de un solo ojo de
Magnus el Rojo. En algunos momentos, el rostro parecía perder coherencia y forma,
y entonces la puerta se ensanchaba, pero en otros recuperaba los rasgos definidos y el
portal parecía estabilizarse.
Durante todo el proceso, el remolino de pequeños rostros y seres actuaban en
cierto modo como si fueran los componentes de la cara del primarca, como si en
cierta manera estuviesen contenidos en él. El rostro de Magnus comenzó a mostrar la
tensión que sufría, y Ragnar pensó que estuviese donde estuviese, y fuese lo que
fuese lo que estaba haciendo para realizar su función en aquel ritual, Magnus, al igual
que Ragnar, no quería que la puerta se expandiese del todo. El Lobo Espacial supuso
el motivo: quizá no quería que la puerta se abriera hasta que todos sus Marines
hubieran resucitado, o quizá Ja interrupción del ritual había dejado fuera de control el
portal, incluso para alguien con sus poderes casi divinos.
Fuese cual fuese la razón, era obvio que el primarca se encontraba bajo una
tensión tremenda. El ojo que miraba implacable a Ragnar mostraba una leve
expresión de incertidumbre, de duda. Quizás el primarca se había unido en cierto
modo a la puerta y la inmensa energía que en aquellos momentos había quedado sin
control podía destruirle incluso a él. La idea de ver morir a un ser coetáneo al
Emperador, que había vivido siglos, era impresionante.
Ragnar salió de su ensimismamiento. Aquellas ideas no le llevaban a ningún lado.
No era su especialidad. Era un guerrero, no un sacerdote. Miró a su alrededor en
busca de Skalagrim para ver si el anciano estaba haciendo algo respecto a la puerta,
pero el sacerdote seguía trabado en combate cuerpo a cuerpo. Ragnar estaba punto de

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acudir en su ayuda cuando una explosión de energía mística le pasó por encima y
toda la puerta empezó a brillar y palpitar, a contraerse y expandirse de forma
incontrolable. La marca de energías caóticas parecía estar a punto de mundano todo,
y Ragnar sabía que si eso ocurría, todos estarían condenados.
Seguro que debía haber algo que él pudiera hacer, pero ¿qué? Miró
frenéticamente a su alrededor, rezando para que el Sacerdote Rúnico le ayudara, pero
no fue así. En vez de eso, descubrió que su mirada era atraída de forma irresistible
por la Lanza de Russ. Era el anda, el foco del ritual, el artefacto del que los siniestros
adoradores del Caos habían obtenido la energía necesaria para abrir aquel portal. Sin
duda, era la clave para cerrarlo.
Ragnar nunca estuvo seguro de qué fue lo que le inspiró a hacer lo que hizo. El
instinto le impulsó a abalanzarse sobre el cadáver del líder de los herejes. Le sacó el
arma del cuerpo, la blandió con una mano y la arrojó en un lanzamiento perfecto
directamente hacia el ojo enloquecido del primarca. La Lanza se hundió en la materia
del Caos desapareciendo lentamente de la vista como un palo que se hundiera en el
barro. El aullido de dolor del semidiós resonó por todo el templo, recorriendo la
estancia con tal fuerza que Ragnar tuvo que taparse los oídos. La voz de Magnus
parecía contener todas las voces de la multitud que existía más allá de la puerta
mística, y bajo ella pudo escuchar el eco de todas sus plegarias, de todas sus
amenazas y de todas sus promesas. Era como escuchar la voz de la demencia más
pura, y su propia cordura se estremeció en el abismo del desvarío absoluto por unos
instantes.
De repente, se produjo un silencio sorprendente. Todos los combates cesaron. El
aire alrededor del portal comenzó a brillar y estremecerse, girando hacia dentro como
un remolino. Las bolas incandescentes que eran las almas de los Marines de los Mil
Hijos fueron atraídas hacia aquél vórtice. Ragnar sintió que le absorbía todo el aire de
los pulmones. Los sistemas automáticos de soporte vital de la armadura se pusieron
en marcha de forma inmediata para compensarlo. Una terrible fuerza de atracción
comenzó a tirar de él hacia arriba, hacia la puerta mística que estaba colapsándose
sobre sí misma. Se agarró desesperadamente al borde del altar. Sabía que si se
soltaba, sería absorbido por aquel torbellino del Caos y se uniría a las demás almas
que estaban condenadas allí.
La fuera de atracción se hizo casi irresistible. Vio a varias personas, Marines del
Caos, Lobos Espaciales y herejes por igual, salir volando por los aires y desaparecer
en el interior del agujero. Todo aquel que estuviera cerca era absorbido por la puerta
mientras ésta se desvanecía. Desaparecieron en la boca del infierno sin perturbar
apenas la superficie de rostros demoníacos. El cadáver de Sergius llegó a la puerta y
desapareció en su interior. Ragnar sintió que sus piernas se alzaban en el aire y eran
agarradas por algo, así que comenzó a dar patadas. No miró atrás, sino que mantuvo
la vista fija en el suelo, como si aquello fuese un anclaje tan seguro como su
guantelete agarrado al altar.

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Sintió que sus dedos resbalaban de forma inexorable a medida que la piedra se
resquebrajaba. Sabía que le quedaban escasos instantes de vida. El borde de piedra se
partió y sintió que la terrible fuerza de atracción lo llevaba hacia la abertura de la
puerta. Lanzó un rugido de desafío y de repente notó que alguien le agarraba con
fuerza por la muñeca. Miró hacia abajo y vio a Berek mirándole a su vez. Su enorme
garra metálica le mantenía aferrado al altar.
Un momento después, se escuchó un estallido y la puerta se cerró. Dejó de
sentirse arrastrado y cayó al suelo. Su armadura resonó como una gran campana.
Miró a su alrededor. Todavía quedaban Marines de los Mil Hijos en el lugar. La
batalla comenzó de nuevo, pero ya parecía haber más Lobos Espaciales. Miró a la
entrada del templo y pudo ver que Logan Grimnar y el resto del Capítulo habían
llegado.

—¿Cómo va? —le preguntó Ragnar a un hermano de batalla al que no reconoció. Era
de la compañía de Faucerroja.
—Casi hemos terminado. Unos cuantos Marines Traidores han logrado escapar
hacia los túneles, pero los atraparemos a todos.
El hermano de batalla se dio la vuelta y se alejó con una curiosa expresión de
hostilidad en el rostro.
Ragnar asintió. Estaba tan cansado como nunca se había sentido en la vida. El
descanso de dos horas que había tenido desde que acabara la batalla no había sido
suficiente en absoluto. Los combates librados desde que la puerta se cerrara habían
sido agotadores y mortíferos. Por mucho que lo intentara, no había sido capaz de
encontrar a Madok, lo que le irritaba, ya que la sed de venganza que sentía seguía
siendo muy fuerte, y el odio que sentía por el Marine Traidor era intenso. La herida
seguía doliéndole, y se sentía agotado de un modo antinatural para un Lobo Espacial.
Percibió un olor familiar y se giró para verse cara a cara con Morgrim Lengua de
Plata. El eskaldo mostraba una expresión ceñuda poco habitual en su cara.
—Puño de Trueno quiere verte —le dijo—. Acompáñame al hospital de campaña.
El hospital era pequeño y estaba aislado. Los apotecarios y los sacerdotes
mostraban determinación y terquedad. Parecían haber entrado en un combate
personal con la muerte, y luchaban sin descanso para vencerla. A juzgar por el
número de cuerpos que salían de allí, estaban teniendo menos éxito que los Lobos en
la batalla contra los Mil Hijos.
Uno de ellos, un anciano de rostro severo llamado Wothan, miró a Ragnar cuando
entraron en el recinto. Sus ojos mostraron un asco y asombro que Ragnar había visto
dirigido hacia él a lo largo de su recorrido hasta el hospital.
—¿Es él? —preguntó el sacerdote mientras pasaba un sensor médico por encima
de la zona de la herida de Ragnar.

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El joven Garra Sangrienta se dio cuenta de que el anciano ya sabía la respuesta,
que sólo hablaba por decir algo.
—Parece limpia. Diría que la espada infernal no ha dejado impurezas.
Su voz mostró una cierta decepción.
De todos los miembros del Capítulo con los que se había encontrado, sólo Berek
mostraba una expresión de amistad sin trabas, además del individuo que estaba
tumbado a su lado en una cama. Ragnar tardó un momento en darse cuenta de quién
era. Sintió a la vez alivio y culpabilidad. Alivio porque Sven estaba vivo todavía, y
culpa por no haber visitado a su amigo mucho antes. Berek pareció leerle el
pensamiento y negó con la cabeza.
Sven estaba pálido. Tenía la frente perlada de sudor y sus ojos parecían mirar a la
lejanía, como si estuviese viendo mundos más allá de aquél. El muñón de su mano
estaba vendado. Su aspecto había envejecido veinte años. Su pelo se había vuelto
canoso y su rostro mostraba arrugas. Berek pareció leer de nuevo sus pensamientos.
—Cuesta mucho recuperarse de una herida causada por una espada infernal.
Incluso con la ayuda de los Sacerdotes Rúnicos, está perdiendo vitalidad.
—Vaya, Ragnar —dijo Sven con voz débil—. Debí suponer que aparecerías para
llevarte todo el mérito. Lord Berek acaba de decirme que seguro que nos ascienden a
Cazadores Grises. En cuanto me recupere, haré que me pongan una nueva mano y
voy a buscar a Madok hasta que le encuentre, y después voy a meterle la espada
por…
—Me hago una idea, Sven —le interrumpió Ragnar.
Apenas podía ocultar la alegría que sentía porque su amigo todavía estuviera
vivo. Su voz había sonado gruñona, pero pudo ver por la expresión de la cara de su
amigo que le había comprendido. Berek le indicó con un gesto que se acercara.
—Te habría llamado antes si lo hubiera sabido, pero tenía otros asuntos que
atender.
Por algún motivo, la mención de sus otras tareas hizo que el Señor Lobo pareciera
avergonzado. Era una expresión tan fuera de lugar en su rostro de facciones confiadas
como la culpabilidad en la cara de un león.
—Ragnar, tú y yo tenemos que hablar de ciertos asuntos. No va a ser agradable.
Ven conmigo.
—¿De qué se trata? —le preguntó Ragnar.
Berek continuó mostrando una expresión ceñuda mientras paseaban por los
pasillos en ruinas situados bajo el templo.
—¡Has puesto a nuestros sacerdotes y al propio Gran Lobo en un tremendo
dilema, hermano Ragnar!
—¿Y cómo es eso, Lord Berek? —le preguntó Ragnar intentando igualar a su
señor en formalidad.
—Cerraste el portal y lo más probable es que nos salvaras a todos de ser
arrastrados al infierno, y sí te soy sincero, sólo por eso yo te recompensaría. Si de mí

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dependiera, te habría nombrado Cazador Gris al mismo tiempo que al hermano Sven
y al hermano Strybjorn.
—Pero…
—Sí, Ragnar, existe un pero. Se trata de esto: has destruido una de nuestras
reliquias más sagradas, un acto que los sacerdotes más ancianos consideran bastante
blasfemo.
—No era ésa mi intención, Lord Berek.
—Lo sé, Ragnar, lo sé —Berek le hablaba con un tono de voz casi amable—. Sin
embargo, debes entender que la Lanza de Russ era algo sagrado e inapreciable. Fue
creada por el propio Russ, el Señor de Señores, el Lobo de Lobos. Contenía una parte
de su poder. Se dice que cuando regrese la reclamará y la utilizará para aplastar al
Gran Malvado en la batalla final. Creo que ahora le será bastante difícil.
Ragnar notó una profunda sensación de vergüenza. Había creído ser un héroe, que
había salvado aquel planeta. Pensó que había tomado la decisión correcta, pero en vez
de ello, había cometido un sacrilegio. Sintió un repentino ataque de ira. No, había
tomado la decisión correcta, la única decisión posible en aquellas circunstancias.
Había impedido que el portal del Caos quedase fuera de control. Había impedido que
Garn fuese invadido por la esencia del Caos. Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo
haría. Así se lo dijo a Berek.
—Y estoy de acuerdo contigo —dijo el Señor Lobo—. Yo estaba. Por desgracia,
no todos nuestros hermanos se encontraban allí. Algunos de los sacerdotes no están
seguros de que el portal estuviera fuera de control. Piensan que se hubiera cerrado
sobre sí mismo en cuanto todos los herejes invocadores del ritual hubieran muerto.
¿Quién dice que no es cierto? No soy un experto en ese tipo de temas. ¿Y tú? La
única persona que podría decirlo con certeza es Skalagrim, y está tan gravemente
herido que no se espera que se recupere.
Ragnar meneó la cabeza. Después de todo, quizás había actuado de forma
presuntuosa. Quizá todo se habría resuelto bien sin su intervención.
¿Acabaría mencionado en los anales del Capítulo como el individuo que había
destruido la Lanza de Russ? Sin duda, sería el hermano más vilipendiado de toda la
historia del Capítulo. No era una idea muy agradable.
—Por desgracia, también se han puesto en marcha otras influencias —añadió
Berek.
—¿Qué significa eso?
—Hermano Ragnar, en una organización tan poderosa como la nuestra siempre
existen intrigas, incluso entre los Lobos de Russ. Hay unos cuantos que piensan que
desacreditarte a ti es desacreditarme a mí. Después de todo, mi compañía pasaría de
ser la que salvó este mundo casi sin ayuda a ser la que perdió la reliquia más sagrada
de nuestro Capítulo.
—Quieres decir que Sigrid está detrás de todo esto.

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—Él y sus amigos lo están en parte. De eso estoy seguro. Desean que se te
expulse y que te manden al exilio. Algunos de nuestros hermanos más… devotos…,
quieren que se te grabe el águila de sangre en la espalda.
—Si el Gran Lobo considera justo ese castigo, me enfrentaré a mi destino como
un Lobo Espacial.
—Has hablado como un auténtico Hijo de Russ —le dijo Berek—. Vamos a ver a
Logan Grimnar ahora mismo.

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EPÍLOGO

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—¿Qué pasó después? —dijo Mikko de sopetón interrumpiéndole y olvidando su
rango en su afán por escuchar el final de la historia.
El joven Garra Sangrienta estaba rodeado de una multitud de rostros expectantes,
que mostraban a las claras que querían oír más. Los Garras Sangrientas se habían
acercado al grupo de veteranos a medida que el relato se desarrollaba, sin atreverse a
hacer ningún ruido.
—Quiero decir, yo…
Ragnar sacudió la cabeza y miró a su alrededor como si viese por primera vez a
los hermanos de batalla que le rodeaban Volvió a escuchar los sonidos del
campamento. El día había pasado y sentía la garganta seca. Los recuerdos de los
viejos camaradas muertos hacía mucho tiempo habían regresado como una oleada y
le habían dejado una sensación de tristeza y pérdida. Su deseo de recordar aquellos
tiempos había pasado, lo mismo que el día.
—Ése es un relato para otro día —dijo Ragnar mientras se ponía en pie
alejándose del fuego—. Además, si no hacemos otra cosa que contar lo que ya ha
ocurrido, ¿cómo crearemos los héroes de los que se hablará mañana? Hermano
Mikko, estás ansioso por saber lo que es ser un Cazador Gris, pero no creo que debas
escuchar qué se siente en ese momento de labios de un camarada. Manda formar a tu
escuadra. Debemos ver si la hermandad os acepta a ti y a tus camaradas en su jauría.
Notó la alegría del joven guerrero. Ragnar le envidió por eso, ya que él nunca lo
había experimentado en persona. El Lobo Espacial permaneció en silencio unos
momentos más y luego les indicó a sus hombres que lo siguieran hasta el lugar donde
los sacerdotes los purificarían para el ritual.
Ragnar pensó mientras caminaba en todos los hombres que habían sido
merecedores del rango de Cazador Gris, y que nunca habían llevado a cabo el ritual
porque habían muerto demasiado pronto. Todos ellos habían sido guerreros valientes
que habían caído en campos de batallas ensangrentados de un planeta u otro. Pensó
en él mismo, y se preguntó qué se había perdido por no llevarlo a cabo, y las
increíbles aventuras que se habría perdido si lo hubiera hecho.

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