Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Cuchillo Del Lobo - William King

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 262

La

antigua Casa Navegante Belisarius es aliada de los poderosos Lobos


Espaciales desde hace siglos. A cambio de hacer posibles los viajes a través
del espacio disforme, los Lobos Espaciales proporcionan una guardia de
honor de guerreros de élite a la casa: los Cuchillos del Lobo. Cuando Ragnar
inicia su trabajo en la antigua Terra se ve envuelto de inmediato en una trama
de asesinatos cuyas implicaciones alcanzan al Imperio. Poco acostumbrado
a las complejas maquinaciones políticas, Ragnar debe recurrir a la furia de
los Lobos Espaciales para salvar a la noble dinastía y recuperar su honor.

www.lectulandia.com - Página 2
William King

Cuchillo del lobo


Warhammer 40000. Lobos Espaciales 4

ePub r1.0
epublector 20.06.13

www.lectulandia.com - Página 3
www.lectulandia.com - Página 4
Título original: Wolfblade
William King, 2003
Traducción: Juan Pascual Martínez Fernández

Editor digital: epublector


ePub base r1.0

www.lectulandia.com - Página 5
PRÓLOGO

www.lectulandia.com - Página 6
Todo a su alrededor estaba inmóvil y muerto. Los viejos árboles, con la corteza
grisácea y las hojas muertas por la contaminación mucho tiempo atrás, se cernían
sobre ellos como las sombras de unos fantasmas atormentados. Ragnar sentía los
hombres armados que se movían, rodeándolo, en la oscuridad. No sintió temor
alguno. Eran sus hombres, individuos que habían jurado seguirlo y morir bajo sus
órdenes si era necesario. Se preguntó de dónde habría surgido aquella idea. Ninguno
de los suyos moriría esa noche. Al menos no lo harían si él podía evitarlo.
Bajó la mirada hacia el blando suelo que pisaba. Aunque se movía en silencio, no
había modo alguno de evitar que quedasen señales de su paso. El peso de su
armadura lo hacía imposible. Después de semanas de combate entre los escombros de
las colmenas de Hespérida, casi se encontraba de nuevo en mitad de la naturaleza.
Casi. Aquélla zona debió de ser un parque o una cúpula boscosa antes de que los
adoradores del Caos iniciaran su rebelión. Sin duda, se trataba de un lugar por donde
los ricos habían pasado a menudo para experimentar lo que había sido la superficie
del planeta tiempo atrás. En aquellos momentos, era una zona muerta. La gran cúpula
geodésica estaba destrozada y el aire contaminado del planeta entraba a raudales. Por
todas partes se veían fragmentos del cristal blindado procedentes del derrumbe, y
algunos de ellos eran tan grandes como un ser humano.
El aire nocturno estaba repleto de una curiosa mezcla de hedores: la podredumbre
de los árboles muertos, las esporas de los hongos que crecían con rapidez a
centenares sobre sus troncos, las toxinas de los desechos industriales, el ligero rastro
de los animales que habían pasado por allí no hacía mucho tiempo. Y por todos lados,
siempre, la leve e insidiosa pestilencia que el Caos dejaba cuando permanecía sobre
la superficie de un planeta durante cierto tiempo: el olor a podrido, dulzón, fuerte y
enfermizo.
De repente, Ragnar se dio cuenta de que podía localizar el origen de aquel olor:
algunos de los árboles todavía estaban vivos. Eran los más hinchados, los de color
más gris, los más pálidos, los de aspecto más degenerado. Se percató de que no los
estaba matando ninguna clase de parásito. Estaban cambiando por esos parásitos, o
convirtiéndose en parte de ellos. Era el único modo de que un ser vivo sobreviviera
en un medio ambiente alterado con tanta rapidez.
Sin venir a cuento, pensó en Gabriella y en los Navegantes, y sonrió con
ferocidad. Era la primera vez que se acordaba de todo aquello desde hacía décadas.
Sacudió la cabeza. No era el momento: tenía que concentrarse en la misión que tenía
entre manos. Ocultos en aquella noche contaminada había enemigos que tenían
muchas ganas de verlo muerto, a él y a sus hombres. Y en aquella situación, su única
defensa era el sigilo.
Ragnar no tenía muy claro lo que había ido mal en órbita, pero estaba claro que
algo malo había pasado. Lo último que había oído era una comunicación breve e

www.lectulandia.com - Página 7
incompleta en el canal de radio que anunciaba la llegada de una enorme flota
enemiga. Después, todo había quedado en silencio a excepción del ruido de la
estática. Aquello fue casi una señal que los puso sobre aviso del comienzo de una
ofensiva enemiga. Los adoradores del Caos habían atacado en masa apoyados por el
fuego de armas pesadas y extraños conjuros mágicos. Ragnar había ordenado a sus
hombres que mantuvieran las posiciones durante todo el tiempo que pudieran, pero
supo desde el principio que estaban librando una acción de retaguardia y que, al final,
tendrían que retirarse de esas posiciones.
Había intentado numerosas veces ponerse en contacto con el mando central, pero
algo había interrumpido por completo las comunicaciones. No importaba si se trataba
de un efecto climático adverso o era obra de la hechicería enemiga: no había forma
alguna de que sus superiores supieran lo ocurrido, y no tenían modo de pedir ayuda o
apoyo. De todas maneras, no necesitaba tener acceso al sistema de comunicaciones
para saber que no iba a recibir nada de eso.
Los rugidos de las armas de los titanes del Caos y el sonido de los combates que
le llegaban arrastrados por el viento le decían todo lo que necesitaba saber. El
enemigo estaba realizando una ofensiva a gran escala por todo el frente. Los
exploradores, los Garras Sangrientas, le habían comunicado que dos sectores
adyacentes de aquella misma línea, defendidos por unidades de la Guardia Imperial y
de la Defensa Planetaria, se habían derrumbado, lo que le dejaba a él, a sus hombres y
a la milicia local, convertidos en un saliente incrustado en el avance principal del
enemigo. Y no tardarían en quedar rodeados.
Ante aquel ataque demoledor que se acercaba a ellos, no le había quedado más
remedio que ordenar la retirada, orden que no había sido muy bien acogida. Para los
Lobos Espaciales, la muerte más honorable era en combate, y se resistían por
naturaleza a ceder ante el enemigo.
Ragnar sonrió. Aun lord Lobo no le hacía falta ser popular o que lo quisiesen,
necesitaba que lo obedecieran, y a Ragnar lo obedecían. Desperdiciar las vidas de sus
hombres no formaba parte de su deber, y menos de forma innecesaria. Su deber era
derrotar al enemigo. Sin embargo, si eso no era posible, conservaría sus fuerzas todo
lo que pudiera para regresar otro día y aplastar a su oponente. Habían resistido y
mantenido las posiciones todo el tiempo posible, por lo que sus tropas habían
conseguido encontrar una ruta de retirada a través de las ruinas de las cúpulas
mientras todavía tenían tiempo.
De hecho, habían cumplido una misión para la que hubiera sido necesario un
número diez veces mayor de tropas.
No había sido fácil. Pasaron la mayor parte del tiempo metidos en bunkers
construidos en mitad de los escombros, soportando el tremendo fuego artillero con la
cabeza agachada, y a sabiendas de que en cuanto dejaran de caer bombas, las oleadas

www.lectulandia.com - Página 8
de tropas enemigas se lanzarían a por ellos. Quizá incluso antes, porque a los
siniestros dioses del Caos no les importaban en absoluto las vidas de sus seguidores.
Ragnar y los suyos habían salido de sus refugios para rechazar las primeras tentativas
de ataque y un enorme asalto en masa que había sido repelido a duras penas. Cuando
cayó la noche, Ragnar supo que había llegado el momento de retirarse. Ordenó que se
armaran las trampas explosivas preparadas a lo largo de todas sus posiciones para
acosar y retrasar el avance enemigo, y se quedó observando y vigilando cómo las
primeras escuadras empezaban a desaparecer en la oscuridad de la noche.
Se preguntó cuánto se habría cerrado la trampa a su alrededor. Si los habían
rodeado por completo, sus exploradores no tardarían en encontrar las patrullas y los
piquetes de vigilancia enemigos. Sus hombres tenían órdenes de regresar para
informar sin entrar en combate, pero siempre era posible que los hijos de Fenris
comenzaran un enfrentamiento.
Había hecho todo lo posible por dejar bien claro a los Garras Sangrientas que
aquél no era el momento de luchar. Un solo error podía llevar a la muerte a toda la
compañía. Cuando habló con ellos, todos parecieron darse cuenta de la gravedad de la
situación, pero ¿quién podía saber lo que harían en una situación de avanzada?
Ragnar desechó aquellas ideas. Había hecho todo lo que había podido, y todo
aquel asunto ya estaba fuera de su alcance. Debía concentrarse en aquello sobre lo
que sí podía influir. Olfateó el aire. Percibió el olor de sus camaradas junto a algo que
hizo que se le pusieran los pelos de punta: el tufo a locura y asesinato con el que
estaba tan familiarizado. Algo en lo más profundo de su ser se removió inquieto.
Sintió la necesidad de gruñir y desgarrar. Volvió a preocuparse por los exploradores.
Si el hedor del Caos podía afectarlo de ese modo después de tantos años, ¿qué
ocurriría con aquellos jóvenes…?
Se recordó a sí mismo que ya no tenía sentido preocuparse. Estaban tan bien
entrenados como él mismo había estado. Sabían lo que debían hacer. Tendría que
confiar en ello.
El suelo se estremeció bajo sus pies cuando una nueva oleada de proyectiles de
alto explosivo se estrelló contra sus objetivos. Se quedó inmóvil y procuró ponerse a
cubierto. Aquéllas explosiones se habían producido demasiado cerca. ¿Los habría
descubierto el enemigo y estaría disparando contra ellos? Era difícil imaginarse cómo
lo habrían hecho mediante métodos convencionales, pero los ejércitos del Caos no
estaban limitados al uso de esos métodos convencionales. Disponían de hechiceros,
demonios y de toda clase de encantamientos adivinatorios a su alcance. Ragnar había
visto pruebas suficientes de ello a lo largo de su, carrera militar como para no dudar
de su poder en ningún momento.
Se suponía que sus posiciones estaban ocultas por los hechizos de sus Sacerdotes
Rúnicos, pero los habían lanzado hacía días, y ese tipo de trucos tenían la manía de

www.lectulandia.com - Página 9
desaparecer justo cuando más se los necesitaba. Ragnar murmuró una plegaria a Russ
y se obligó a ponerse en marcha de nuevo. A su alrededor, todos sus hombres
hicieron lo mismo. Con una mentalidad muy similar a la de una manada de lobos, se
habían quedado a la espera de forma instintiva para saber cuál iba a ser su respuesta a
la situación. Al sentirlo avanzar, entraron en acción de nuevo.
Paso a paso, dificultad tras dificultad, avanzaron bajo la sombra de los grandes
árboles mutados, unos fantasmas grises en mitad del paisaje gris, en busca de un
refugio provisional. Ragnar ni siquiera estaba seguro de que todavía tuvieran algún
lugar de refugio. Lo que los exploradores habían transmitido al principio de la
retirada quizá ya no servía de nada. La batalla era una situación fluida: las líneas de
defensa que inicialmente parecían sólidas se habían esfumado como las huellas en la
orilla del mar ante la fuerza del empuje enemigo. Quizá los hombres que habían
quedado a retaguardia habían sido alcanzados y eliminados por la creciente oleada de
aquellos enemigos malignos. No lo sabría hasta que estuviese mucho más cerca.
Maldijo de nuevo la batalla que se estaba librando sobre sus cabezas. Estaban tan
ciegos como sordos al no disponer de acceso a la red de comunicaciones ni a los
sensores orbitales de adivinación. Bueno, al menos esperaba que la batalla continuara
librándose allí arriba. Si la flota imperial había sido derrotada, estaban aislados, y no
eran más que hombres muertos que todavía no lo sabían.
Miró ab cielo y vio las curiosas estrellas a través de un hueco entre las nubes.
Parpadeaban y relucían de forma extraña, ya que su luz se filtraba a través de la
contaminación. Pensó que quizá algunas de aquellas luces fueran naves estelares, e
incluso era posible que estuviesen disparando en ese preciso momento armas de
poder inimaginable contra sus enemigos, protegidos por escudos de energía titánica.
Lo único que él podía hacer era mirar y mantener la esperanza.
También pensó en la rapidez con que podían cambiar las situaciones. Una semana
antes, todo parecía casi acabado. Sus fuerzas habían conquistado y despejado todo el
territorio circundante y se disponían a atacar el corazón del enemigo: la gran
ciudadela donde la rebelión tenía su cuartel general.
La aparición de la flota enemiga y el inesperado y enorme número de fuerzas que
la componían habían dejado en ridículo todos los cuidadosos cálculos anteriores.
Ragnar se dijo que no debía desesperarse. Ya se había encontrado antes en situaciones
mucho peores. Se había visto metido en tales problemas que aquello parecía un paseo
por el campo. Era extraño pensar cómo los vagos recuerdos de peligros ya pasados
siempre eran peores que los miedos engendrados por las situaciones presentes en las
que se encontraba. Había visto morir a suficientes hombres como para saber cuáles
eran las probabilidades. No importaba lo bien entrenado que estuvieras o lo veterano
que fueses: siempre existía la posibilidad de que una bala perdida te encontrara.
Incluso las probabilidades de mil contra uno no parecían tan remotas cuando habías

www.lectulandia.com - Página 10
participado en un millar de combates.
Se preguntó de dónde le venían todas aquellas ideas. Normalmente no se le
deberían ocurrir a un comandante de una fuerza imperial en un momento como aquél.
Él no era así habitualmente, y se sentía peor de lo que debería sentirse un comandante
avezado, porque su olor corporal transmitía su estado de ánimo a los miembros de
grupo, y ellos reaccionaban en consecuencia.
Quizá se encontraba bajo alguna clase de ataque. A lo mejor había alguna
sustancia química en el aire, demasiado sutil para que los detectores de su equipo y su
propio olfato la advirtieran. O… quizá se trataba de una de aquellas hechicerías
demoníacas del enemigo. No todos los hechizos consistían en rayos, bolas de fuego o
invocaciones de los demonios del Caos. Estaba protegido contra los ataques más
evidentes, y sabía cómo resistir un enfrentamiento directo contra una agresión mental,
pero lo que le ocurría podía ser algo más sutil, una especie de ataque por el flanco
contra su fortaleza mental. Comenzó a recitar en voz baja la letanía de protección.
Se sintió mejor de forma casi inmediata, aunque no tuvo muy claro si se debía a la
tranquilidad que transmitían las palabras o al poder de la propia plegaria en sí. El
sargento Urlec se puso a su lado. Había aspereza, una cierta acritud, en su olor
corporal. El sargento se había dedicado a cuestionar en privado bastantes decisiones
de Ragnar. Existía tensión entre ellos, y Ragnar conocía su origen. Se trataba de la
fricción que surgía entre el Lobo Espacial más joven y el mayor sobre el asunto de
quién debía dirigir la manada. Ésa tensión estaba inscrita en la semilla genética de
cada Lobo Espacial desde los días de la Primera Fundación.
Ragnar se había comportado así cuando era joven, y se preguntó si Urlec lo
desafiaría. Le parecía extraño pensar en sí mismo como el elemento de mayor edad
de la situación. Se había convertido en un lord Lobo muy joven, y lo más probable
era que tuviese menos años que Urlec, aunque aquello no tenía ninguna influencia
sobre el modo en que ambos veían la situación.
—Los exploradores informan de la presencia de enemigos delante de nosotros —
dijo Urlec—. ¡Parece que estamos rodeados!
—¿Dijeron eso exactamente, sargento? —preguntó Ragnar.
Ambos hablaban en voz tan baja que tan sólo otro Lobo Espacial podía haberlos
oído, y sólo si se encontrara muy cerca. El olor de Urlec se hizo más acre.
—No, lord Ragnar —admitió a regañadientes—. Sólo han dicho que habían
detectado enemigos.
—Entonces todavía no existe prueba alguna de que estemos rodeados, sargento.
—Ragnar notó que se le erizaba el vello del cuerpo al pronunciar las palabras que
contradecían a su subordinado—. Sólo porque haya enemigos delante no quiere decir
que estemos aislados. Que los exploradores avancen de nuevo e indiquen con
exactitud las posiciones del enemigo. Mientras tanto, comunique a las demás

www.lectulandia.com - Página 11
manadas que frenen su avance. No queremos tropezarnos con un tiroteo en mitad de
la noche.
—Ya está hecho —contestó Urlec con un cierto tono de satisfacción en la voz.
Ragnar tuvo que contener un gruñido. Por supuesto que Urlec ya lo había hecho.
Era un sargento competente. Por eso Ragnar lo había ascendido cuando murió Vitulv.
Sólo era que al lord Lobo le habría gustado que no se mostrase tan pagado de sí
mismo. No necesitaba en esos momentos un enfrentamiento de voluntades con su
sargento mayor. Había asuntos más importantes de los que preocuparse.
Ragnar se obligó a respirar con mayor lentitud. El problema era suyo. La osadía
de Urlec no era más que otro obstáculo que debía superar para mantener con vida la
compañía. Ya se encargaría de él más tarde, pero en aquel preciso momento, Ragnar
tendría que soportar su presencia y su actitud.
—Muy bien —dijo, a sabiendas de que Urlec podía adivinar su estado de ánimo
por el olor que desprendía.
Pensó de nuevo en la posibilidad de estar sufriendo un ataque psíquico. Quizá lo
que sentía era algo más que una simple hostilidad instintiva, quizá se trataba de un
asalto a su mente. Ragnar deseó que el hermano Hrothgar estuviese con ellos para
realizar uno de sus ritos adivinatorios, pero desear aquello era como desear que una
nave los llevara hasta la luna del planeta. A Hrothgar le habían ordenado que acudiera
al puesto de mando central hacía días, y no habían sabido nada de él desde entonces.
Era una pena. Quizá un enviado hubiese sido capaz de enterarse de lo que estaba
ocurriendo allí.
Ragnar caminó con mayor lentitud a medida que él y el sargento comenzaban a
encontrarse con grupos de Lobos Espaciales agazapados. Al menos, se estaban
tomando aquello con mucha seriedad. Sabían que delante de ellos, lo mismo que a su
espalda, se encontraba un desastre en potencia. Los fue dejando atrás, silencioso
como una sombra. Hacía menos ruido que Urlec, a pesar de que él era de mayor
tamaño que el sargento. Quería acercarse todo lo posible a la línea del frente y oír
directamente a los exploradores lo que tuvieran que decir.
Revisó las opciones que tenía. Uno de los pocos aspectos positivos de aquella
situación era que combatían en un terreno familiar. Lo había explorado en persona
varias veces a lo largo de las semanas anteriores y había llegado a conocer bien la
zona. Quería estar preparado para cualquier posibilidad, sin importarle lo remota que
le pareciera en aquel momento la probabilidad de que tuvieran que retirarse. Sabía
que la cúpula estaba repleta de colinas suaves, depresiones y líneas de riscos que
podían proporcionar cobertura para cualquier defensa o ataque. El hecho de que las
colinas fuesen artificiales por completo y que las hubiesen construido y esculpido no
importaba lo más mínimo: parecían tan naturales como cualquiera de su mundo natal
de Fenris. Sabía que delante de él había dos valles serpenteantes, como cañones que

www.lectulandia.com - Página 12
se abrieran paso a través del parque, repletos de arroyos y pequeñas cascadas.
En ese momento estaban avanzando por uno de aquellos valles, aprovechando al
máximo la cobertura que ofrecía. A ambos lados del terreno elevado se encontraban
tropas de exploradores que flanqueaban al destacamento principal para impedir que
los atacaran por sorpresa en una emboscada desde los riscos. Era la línea de retirada
más fácil, pero también la más obvia para un enemigo que conociera el terreno. La
había escogido porque necesitaban retirarse con velocidad además de con sigilo, y
porque confiaba en la capacidad de sus hombres para mantenerse fuera de la vista de
sus enemigos. Esperaba que esa confianza estuviese justificada.
Se preguntó de nuevo por el motivo de todas aquellas dudas constantes. Sabía la
respuesta, y no tenía que ver con que estuviesen siendo atacados por un hechizo
mental: las provocaba lo que estaba ocurriendo. Es muy fácil tener confianza
completa en ti mismo y en tus hombres cuando se está ganando, pero es mucho más
difícil cuando lo tienes todo en contra. No creía que fuese coincidencia que la sutil
actitud desafiante de Urlec comenzase cuando todo empezó a ir mal. Supuso que tan
sólo se trataba de algo natural, pero siguió sin gustarle.
«Acostúmbrate —se increpó—, no siempre se puede estar en el bando ganador».
Bueno, a menos que fuese el Imperio. Entre las tropas circulaba el chiste de que el
Imperio siempre ganaba, aunque tardase un millar de años en hacerlo. Las personas,
los regimientos, los ejércitos desaparecían en las campañas, auténticas picadoras de
carne, pero al final, las fuerzas del Emperador siempre salían triunfantes. No podía
ser de otra manera: eran demasiado numerosas para que ocurriera de otro modo.
Una parte de él sabía que esa idea era algo engreída. En la inmensa escala
cósmica de la vida, el Imperio era relativamente joven, a pesar de sus diez mil años
de historia. Existían razas que ya eran viejas cuando la humanidad comenzó a
levantar la vista hacia las estrellas al salir de las cavernas de su único mundo original.
Ragnar había contemplado los restos de una civilización que antaño había ocupado
tantos mundos como el propio Imperio, y que quizá incluso había sido más poderosa
todavía. CONTEMPLA MI OBRA, OH PODEROSO, Y DESESPERA, rezaba el pedestal de una
estatua derribada que se alzaba en mitad de un mundo desierto. La habían erigido los
humanos durante la Era Siniestra de la Tecnología, pero la idea podía aplicarse a
cualquiera de las razas que se extinguieron antes de la aparición del hombre.
Se obligó a concentrarse de nuevo en la misión que tenía entre manos y avanzó
hasta encontrar la mejor cobertura posible en la vanguardia de su fuerza en retirada.
Esperó hasta que regresaron los exploradores. Urlec se quedó a su lado, a la espera, y
también agazapado. Todavía mantenía su actitud de desafío, pero no dijo nada.
Ragnar se preguntó si su subalterno tenía razón en dudar de él. Dudaba de sí mismo,
y Urlec podría notar aquella debilidad y lanzarse a por él. Así eran y se comportaban
los Lobos Espaciales.

www.lectulandia.com - Página 13
Detectó el olor de los exploradores que regresaban. Ellos detectaron a su vez el
suyo y se dirigieron hacia él con paso firme y seguro a pesar de la oscuridad. Con
rapidez, confianza y llenos del ansia de sangre propia de los Lobos Espaciales.
—¿Qué habéis visto? —les preguntó.
—Señor, el enemigo está cerca. Han avanzado hasta rodearnos con al menos dos
compañías de herejes. También están algunos de los malditos Mil Hijos,
dirigiéndolos. Han desplegado varios hechizos protectores y están realizando alguna
clase de magia maligna. Todo el sitio apesta a ellos.
A Ragnar aquello no le sonó muy bien. No tendrían muchos problemas en
eliminar a la infantería normal del enemigo gracias al factor sorpresa y a la velocidad
de ataque, pero los Mil Hijos eran Marines Espaciales, como sus propios hombres.
No…, eso no era cierto, eran muy diferentes en aspectos muy importantes. Los otros
eran marines que habían traicionado al Imperio al comienzo mismo de su historia, y
que habían jurado lealtad a los siniestros dioses del Caos. Estaban unidos y atados
mediante hechizos sutiles al dios demoníaco llamado Tzeentch, y se dedicaban al
estudio de su magia maligna. Eran enemigos antiguos, feroces, y dedicados a la
maldad más profunda y ladina. Y también eran oponentes letales. Ragnar se había
enfrentado a ellos por lo menos en una docena de ocasiones, y le dio la impresión de
que estaba destinado a cruzarse en su camino durante todos sus días de combate.
Algunos de esos enfrentamientos habían cambiado su vida para siempre.
—¿Algo más? —insistió.
—Hay huecos en sus líneas, pero no sabemos si son conscientes de ello o de si se
trata de una trampa —le indicó uno de los exploradores. Dibujó el boceto de un mapa
sobre el suelo, y Ragnar lo percibió más por el rastro que dejó el dedo en el aire que
por las líneas que trazó en el suelo—. Aquí y aquí hay huecos, donde sus patrullas no
tienen línea de visión. Podría colarme entre ellas y nadie se daría cuenta.
—A menos que tengan alguna especie de hechizo esperando a que pases para
activarse.
—Justo lo que yo había pensado, lord Lobo —comentó el explorador
agazapándose a su lado.
Ragnar pensó en lo que le había dicho. No importaba si se trataba de una trampa.
Estaban atrapados entre la espada y la pared. No podían quedarse donde estaban, pues
la luz del amanecer dejaría en evidencia antes sus enemigos que habían abandonado
sus posiciones. Tampoco podían regresar, ya que esas posiciones no tardarían en ser
arrasadas. Tenían que pasar por aquellos huecos e intentar llegar hasta la seguridad de
sus propias líneas.
—Los esclavos de Horus —preguntó Ragnar—, ¿están mirando hacia nosotros o
hacia los regimientos de la Guardia Imperial que están detrás?
—Por lo que pude ver, señor, estaban concentrados en nosotros.

www.lectulandia.com - Página 14
Aquello no sorprendió a Ragnar. El enemigo no querría dejar a su retaguardia una
fortificación repleta de Lobos Espaciales antes de continuar su avance. Eso supondría
permitirles una oportunidad de romper el cerco o incluso ofrecerles la ocasión de
atacar sus líneas de suministro. Querrían ver muertos a sus enemigos ancestrales, si
tenían la ocasión, antes de continuar con el ataque.
—Señor, había algo raro. No sé nada de estos temas, pero me pareció sentir que
estaban concentrando sus hechizos en nuestra dirección. Al menos, estoy seguro de
que sus luces mágicas chispeaban hacia nosotros.
—Creo que si friésemos el objetivo de esos hechizos ya nos habríamos enterado a
estas alturas —replicó Ragnar. Se sorprendió al ver que tanto el sargento como el
explorador asintieron mostrándose de acuerdo—. Sea cual sea la clase de magia
maligna que están preparando, seguro que está dirigida hacia nuestra antigua
posición.
Ragnar pensó que la habían abandonado justo a tiempo. Murmuró una plegaria de
agradecimiento a Russ por el hecho de que su retaguardia ya hubiese abandonado los
bunkers. Fuese lo que fuese lo que estuviesen planeando los Mil Hijos, seguro que
iba a ser algo desagradable.
Reflexionó en lo sombríos que habían sido sus pensamientos hasta unos
momentos antes, y reconoció el verdadero motivo: se debía al efecto de un hechizo
maligno lanzado en las cercanías, la continua filtración de energías siniestras que se
colaban en el mundo normal y cuerdo gracias a las fuerzas de la magia negra.
Afectaba al temperamento de cualquier ser vivo que estuviera cerca, y a veces lo
hacía de un modo tan sutil que no se percibía hasta que ya era demasiado tarde. Darse
cuenta de aquello animó a Ragnar. Si se sabe contra qué se combate, se puede resistir
mucho mejor.
Se le ocurrió otra idea. Si aquella sensación era tan intensa en aquel lugar, ¿cómo
sería en las fortificaciones abandonadas? Mucho más intensa, sin duda.
—¿Cuántos son los marines traidores? —preguntó.
—He contado una docena, mi señor, pero puede que haya muchos más.
—No serán muchos para toda una compañía de Lobos —replicó Ragnar.
Si los hechiceros enemigos estaban concentrados en su ritual y ni siquiera sabían
que estaban allí, existía la posibilidad de que pudieran machacarlos antes de que los
enemigos ni siquiera se dieran cuenta de que los atacaban.
Ragnar reflexionó de nuevo sobre la rapidez con que cambiaban las situaciones.
Un momento antes se sentía derrotado, y al siguiente ya estaba planeando un ataque
sorpresa. Así era la suerte de la guerra.
—Necesito saber con exactitud dónde se encuentran todos y cada uno de esos
descendientes bastardos de Magnus —ordenó, y sintió que el explorador y Urlec le
prestaban toda su atención—. Los quiero muertos antes del amanecer.

www.lectulandia.com - Página 15
Un aura de aprobación surgió radiante de ambos, aunque del sargento brotó
titubeante.
—Localízalos a todos. Urlec, díselo a todos los hombres. Cuando dé la señal,
quiero que les hagamos recordar a esa escoria amante del Caos la destrucción de
Prospero.
Ambos asintieron y se dispusieron a cumplir las órdenes que habían recibido.
Ragnar evaluó todas sus opciones. Si los Mil Hijos estaban concentrados en sus
malignos rituales, sus hombres dispondrían de ventaja. Lo que necesitaba era destruir
a los hechiceros, y después atravesarla línea enemiga por el punto de menor
resistencia. Si todo salía bien, podrían interrumpir el ritual y llegar a sus propias
líneas. Si salía mal, al menos podrían llevarse por delante unos cuantos enemigos y
enviarlos al infierno.
¿Estaba haciendo lo correcto? Quizá lo mejor sería encontrar uno de aquellos
huecos entre las líneas enemigas y simplemente atravesarlo. Meneó la cabeza. No,
aquél era el modo más osado, el modo de los Lobos Espaciales. Era obvio que el
enemigo no sabía que se encontraban allí. La sorpresa era una ventaja demasiado
grande para desaprovecharla. El tiempo que pasó mientras esperaba que los
exploradores regresaran le pareció interminable. Cada minuto que pasaba acercaba
más el amanecer. Cada latido de corazón aumentaba la posibilidad de que los
descubrieran. Ragnar se obligó a sí mismo a relajarse, a esperar, a no dejarse llevar
por acontecimientos que no podía controlar de ningún modo. Comprobó con cuidado
sus armas. Era un ritual que siempre lo tranquilizaba. Paseó los dedos por el pomo de
su espada, un colmillo de hielo, y eso le hizo recordar a Gabriella, a los Navegantes y
a su larga estancia en la Tierra.
Dejó que su mente vagara un momento por aquellos recuerdos, pero volvió de
inmediato a concentrarse cuando los exploradores regresaron.
—Una docena, lord Lobo, estoy seguro. Por lo que he podido ver, se encuentran
sobre una especie de dibujo arcano, a menos que me equivoque. Hay unas líneas de
fuego mágico que corren entre ellos, y están cantando en una lengua perversa.
Ragnar asintió y habló con rapidez, dando orden a los exploradores de que
informaran a los jefes de escuadra. No tenía sentido utilizar los comunicadores, ni
siquiera estando tan cerca unos de otros. Existía la posibilidad de que los
interceptaran. Las órdenes tendrían que transmitirse en la oscuridad, a la antigua
usanza, de boca en boca, por la vista, por el sonido, por el olor. Olfateó el aire.
Distinguió el cambio en el rastro odorífero de su manada. Estaban pasando las
órdenes, y los hombres se estaban preparando para avanzar. Ragnar logró imaginarse
mentalmente el cuadro de todos ellos acercándose a las treces posiciones del
enemigo. De repente, apareció un resplandor por encima de ellos, no tan brillante
como una bengala, pero bastante intenso de todas maneras. Ragnar lo reconoció: se

www.lectulandia.com - Página 16
trataba de la sobrecarga de los escudos de una nave estelar seguida por la explosión
de su núcleo de energía. Allá en los cielos había desaparecido una astronave repleta
de hombres. Habría dado mucho por saber a qué bando pertenecía. «Es irrelevante —
se dijo a sí mismo—: concentra tu atención en el momento y en el lugar presente».
Los guerreros de su escolta estaban cerca, a su alrededor. Eran los mejores entre
los mejores. Ragnar se había colocado en el centro de la vanguardia del ataque
porque sabía que tendría poca importancia que viviese o muriese. Había hecho todo
lo posible por seguir el plan. Había llegado la hora de combatir o morir.
Atravesaron la oscuridad con rapidez y sigilo, eludiendo los artefactos de alarma
y pasando por encima de los alambres de aviso. La mayoría de los hombres no los
hubieran detectado, pero para Ragnar y sus guerreros, el hedor del Caos que las
impregnaba delataba todas las trampas. De improviso, vio algo a través de un hueco
entre los matorrales: un objeto brillante. Se detuvo y alzó una mano. Sus hombres se
pararon en seco de forma inmediata.
Observó con atención el objeto. Se trataba de un báculo alto y pálido fabricado
con huesos amarillentos unidos mediante fusión por las junturas. En la punta
destacaba un cráneo parecido al de un caballo, sólo que tenía cuernos y un cierto
aspecto humanoide. El cráneo brillaba con luz débil y unas líneas de fuego surgían de
él, en dirección hacia otros lugares donde sin duda se encontraban otros báculos
similares. Sobre los huesos brillaban unas runas de color carmesí. El báculo irradiaba
una tremenda aura de poder, pero lo que más llamó la atención de Ragnar fue lo que
había de pie a su lado.
Vio a un individuo de estatura elevada protegido por una armadura que parecía
una copia antigua, pero con decoración barroca, de la de Ragnar. Cada centímetro de
la armadura estaba cubierto de runas muy parecidas a las del báculo o por diminutas
cabezas metálicas sobresalientes de demonios que gesticulaban y se movían a su
antojo. El guerrero tenía los brazos abiertos de par en par, y el agudo sentido del oído
de Ragnar percibió las palabras de un hechizo antiguo recitadas en la lengua de los
demonios.
Alrededor del individuo se encontraban los adoradores del Caos. Eran individuos
normales, aunque algunos estaban marcados por el estigma de la mutación. Todos
llevaban puestos unos uniformes remendados que indicaban que antaño habían
pertenecido a las levas planetarias. Parecían demacrados y llenos de temor y
exaltación, pero sus armas presentaban un aspecto bien cuidado. Su jefe, que llevaba
las insignias de teniente en el uniforme, parecía desear decirle algo al marine del
Caos, pero sin atreverse a ello. El maligno guerrero empequeñecía a los humanos
normales lo mismo que Ragnar o sus hombres hubieran hecho. La voz del mago
siguió canturreando, pero fue aumentando de volumen de forma paulatina y las
palabras comenzaron a salir con mayor rapidez, como si el ritual estuviese a punto de

www.lectulandia.com - Página 17
alcanzar su clímax. El ambiente estaba cargado con una presencia alienígena y
Ragnar comenzó a notar un sentimiento de temor.
No tenía ni idea de para qué servía aquel ritual, pero supo que había llegado el
momento de detenerlo. Se puso en pie de un salto y disparó contra el hechicero. El
proyectil se estrelló contra la armadura y lo hizo avanzar trastabillando hasta caer de
cabeza contra el suelo. Ragnar creyó hacer detectado un leve resplandor en la
armadura justo antes de apretar el gatillo, pero no dejó que eso lo preocupara.
—¡A la carga! —aulló, señalando con su espada desenvainada.
Los hombres de su guardia se lanzaron a la carrera. Oyó a lo largo de toda la línea
de combate el restallar esporádico de los disparos de bólter cuando otras escuadras
abrieron fuego contra el enemigo.
Ragnar soltó un tremendo aullido de guerra que resonó por el bosque que los
rodeaba y lo multiplicó por cien. Surgió de entre los matorrales y se lanzó sobre su
oponente más cercano, separándole la cabeza del cuerpo de un solo tajo poderoso. Un
instante después, estaba en mitad de los adoradores del Caos, lanzando mandobles y
tajos, y enviando a una alma a saludar a sus siniestros dioses en el infierno con cada
golpe que daba.
Todos sus hombres se dedicaron a hacer lo mismo. Surgieron de la línea de
árboles como rayos, y atravesaron las líneas enemigas y a los propios enemigos como
si no fueran más que niños armados con espadas de madera. El combate inicial no fue
una batalla: fue una matanza. Ragnar vio al teniente ordenando con voz frenética a
sus tropas que mantuvieran las posiciones, y un momento después, le metió un
proyectil en el cerebro, con lo que sus intentos de reorganizar a sus tropas acabaron
para siempre.
—Ah, debería haber sabido que los famosos Lobos Espaciales aparecerían para
estropearlo, todo —exclamó una voz en un tono burlón pero melodioso desde el otro
lado del lugar del combate—. Siempre ha sido vuestro estilo.
Ragnar miró a su alrededor y vio que el guerrero del Caos se había levantado del
suelo y había desenvainado una espada rúnica que relucía con un brillo siniestro. Su
oponente lanzó un mandoble, y Ragnar vio cómo Eric el Rojo, uno de los miembros
de su guardia personal, caía. La espada atravesó su armadura como si no existiera en
absoluto.
Fue una hazaña impresionante, ya que Eric era un guerrero veterano con gran
experiencia en combate. El siguiente mandoble del guerrero del Caos partió por la
mitad la espada sierra de Urlec y después lo derribó con un tremendo golpe de su
puño con guantelete. El sargento cayó al suelo, y el guerrero del Caos quedó de pie
sobre él, preparado para clavarle la espada en un golpe descendente.
—Supongo que en realidad debo agradeceros que hayáis interrumpido un ritual
tan tedioso y por la oportunidad de ofrecerle unas almas medio en condiciones a mi

www.lectulandia.com - Página 18
señor. Desde luego, al menos vuestras almas valen más que las de los flojos
defensores de este planeta miserable, aunque lo cierto es que eso no es una alabanza
demasiado grande.
Ragnar dio media vuelta y echó a correr hacia el guerrero del Caos, y llegó justo a
tiempo para detener la espada asesina con su propia arma.
—Me importa muy poco lo que pienses —le dijo—. Ni siquiera me importa lo
que piensen tus dioses. Sólo quiero verte muerto.
—¡Te expresas con toda la arrogancia propia de un Lobo Espacial! Sin embargo,
no eres rival para el gran hechicero Karamanthos —replicó el guerrero del Caos con
un tono y un gesto melodramáticos similares a los de un actor, y pareció esperar que
su oponente reconociera el nombre. Incluso en el caso de que Ragnar supiese quién
era, no habría dado el gusto al adorador del demonio de mostrárselo.
—Es una pena que no tengas una fuerza a la altura de tu ego exacerbado.
Saltó una lluvia de chispas cuando las hojas de sus espadas chocaron. Las runas
rojas relucieron mientras luchaban sobre el cuerpo tendido del aturdido sargento.
—¿No la tengo? —contestó Karamanthos sin abandonar su tono de voz burlón—.
Quizá eres tú el que no la tiene.
El arma de Ragnar resbaló sobre la espada rúnica con un tremendo chirrido de
metal torturado. Cuando llegó a la guarda de la espada del guerrero del Caos, se
detuvo allí, inmovilizada. Los dos poderosos combatientes se quedaron de pie, frente
a frente, con las fuerzas igualadas de forma momentánea. Ragnar notó el hedor a
ozono y a metal caliente que salía del visor del casco del marine del Caos. No sabía
lo que había allí dentro, pero el Lobo Espacial estaba dispuesto a apostar que, fuese lo
que fuese, ya no era humano ni por asomo. Los músculos comenzaron a dolerle por el
esfuerzo de mantener a su oponente inmovilizado. Quizá aquella criatura surgida de
la brujería no tenía tendones que se agotasen. Quizá no sentía cansancio alguno.
Quizá poseía la fuerza infatigable de un ser demoníaco.
—No, jovencito, no la tienes —continuó diciendo el guerrero del Caos, y se
preparó para atacar con su arma.
Ragnar, jadeando, logró mantenerla inmovilizada. De repente, el hechicero
pareció cambiar de idea y comenzó a canturrear algo; sin duda, un hechizo. Ragnar,
con un tremendo esfuerzo de voluntad, sacó las garras metálicas de las botas, dio un
paso atrás y le propinó una fuerte patada al guerrero del Caos alcanzándolo en la
parte posterior de la rodilla, justo en el hueco que quedaba al descubierto entre las
piezas de la armadura que protegían la pantorrilla y el muslo. Sintió que las cuchillas
se hundían en la zona y vio cómo Karamanthos trastabillaba. Aprovechó la
oportunidad que se le ofrecía y se abalanzó contra su enemigo, esquivando la
acometida a la desesperada de la espada del guerrero del Caos, hasta clavar
profundamente su arma en la garganta de su oponente. El canto se interrumpió por

www.lectulandia.com - Página 19
completo.
Otro surtidor de chispas saltó al aire nocturno desde el punto de impacto, pero
esta vez fue acompañado por el hedor asqueroso a metal fundido, a corrosión ya
podredumbre. También surgió una gran humareda, caliente como el vapor, pero con
un olor mucho más corrupto y hediondo. Parecía que el espíritu del viejo hechicero
huía del cuerpo que lo albergaba. Ragnar le propinó un sablazo. La espada lo
atravesó, y aquello se disipó por un momento. Sin embargo, y tan sólo un segundo
después, comenzó a tomar consistencia y a dirigirse hacia el báculo con el cráneo en
la punta.
Ragnar lanzó un aullido de desafío y golpeó el báculo. El hueso vitrificado,
resultado de un hechizo demoníaco, resistió por un instante el filo de la espada, pero
finalmente se partió. El brillo desapareció, y las líneas de llamas se apagaron como si
nunca hubieran existido. Ragnar oyó gritos en la lejanía procedentes de diversos
puntos que sonaban igual que unas almas perdidas en el tormento. Supuso que
destruir el punto focal de aquel ritual siniestro no había tenido muy buen efecto sobre
los demás hechiceros implicados. No sintió lástima alguna. Aquéllos que tenían tratos
con los poderes siniestros se merecían lo peor.
Aplastó con la bota el cráneo reluciente y lo hizo pedazos. La sensación de una
presencia maligna se desvaneció de forma inmediata. Aulló triunfante y sus hombres
respondieron al grito. Después se lanzó contra la masa ingente de adoradores del
Caos y empezó a destrozarlos con fuerzas renovadas. Los arrojó a un lado y a otro
como si fuera el héroe de alguna saga que hubiera regresado al mundo en un frenesí
desencadenado. Sus hombres lo siguieron a la victoria. Los aullidos de triunfo a lo
largo de la línea de combate le indicaron que los Lobos habían vencido.
Ragnar estaba sentado en el campamento principal de las fuerzas imperiales. Las
murallas habían sufrido bastantes daños, pero vio que llegaban tropas de refresco,
preparadas para repeler a los adoradores del Caos. Se habían restablecido las
comunicaciones. Al parecer, la flota del Caos había sido derrotada, y los refuerzos
que había estado enviando a la superficie del planeta habían dejado de llegar. Los
hombres de Ragnar estaban acampados un poco más abajo de donde se encontraba en
ese momento y charlaban entre ellos en voz baja. Gracias al Emperador, las bajas
habían sido escasas, pero aún no conocían lo ocurrido en la retaguardia, ya que
todavía tenía que informar de los combates.
El lord Lobo sabía que tendría que enviar un equipo de búsqueda para
encontrarlos, pero también sabía que aún no había llegado el momento. La barrera de
fuego de la artillería imperial ya estaba machacando el terreno a su alrededor. No
tardaría mucho en solicitar algunas cañoneras Thunderhawk y comenzar la búsqueda.
O los encontraría vivos o recogería sus semillas genéticas para devolvérselas al
Capítulo. Ése era el estilo de los Lobos Espaciales.

www.lectulandia.com - Página 20
Ragnar estiró las piernas y descansó mientras pudo. No pasaría mucho tiempo
antes de que tuviera que volver a combatir. Percibió el olor de Urlec, que se acercaba.
Levantó la mirada y se preguntó qué querría esta vez el sargento. Urlec le sonrió con
un gesto un poco avergonzado.
—Quería agradeceros que me salvarais la vida, señor.
—No ha sido nada, sargento. Tú habrías hecho lo mismo por mí.
—Lo dudo, lord Lobo. Dudo mucho que hubiera podido vencer al hechicero del
Caos.
—A lo mejor hoy no, Urlec, pero aprenderás.
—Dudo que ni siquiera en el mejor día de combate de mi vida pudiera. Era el jefe
de los adoradores del Caos. Ninguno de los otros presentó el más mínimo problema a
nuestros hombres. Jamás he visto a nadie tan fuerte o tan veloz como vos, mi señor.
¡Y su espada estaba repleta de magia maligna! Ninguna arma normal podría resistirla.
Incluso me sorprende que la vuestra pudiera.
Ragnar paseó la mirada por su hoja.
—A mí no —respondió.
Urlec también se quedó mirando la espada como si la viera por primera vez.
Conocía el arma, por supuesto, pero saber que existía y verla en acción eran dos cosas
muy distintas.
—Es un arma mágica, y ninguna fragua de Fenris puede haberla forjado —dijo
Urlec por fin.
—Estás en lo cierto —contestó Ragnar.
—Entonces, ¿cómo la conseguisteis? —preguntó el sargento.
—Fue un regalo.
—Pues es un regalo propio de un primarca —comentó Urlec.
—Y, sin embargo, no me la regaló ningún primarca.
—¿No? ¿Quién fue entonces el que os la regaló, mi señor? ¿Y por qué os hizo un
regalo semejante?
—Fue una mujer cuya vida salvé, aunque eso tuvo un precio. Es largo de contar
—contestó Ragnar mientras observaba la posición del sol—. Y ahora no es el
momento de hacerlo.
Sin embargo, mientras Urlec se alejaba, no pudo evitar recordarlo todo.

www.lectulandia.com - Página 21
CAPÍTULO 1

www.lectulandia.com - Página 22
—Por Russ, es que no puedo creerme que te estén haciendo esto —dijo Sven. Su
rostro franco, de aspecto brusco y feo, mostraba a las claras la furia que sentía. Se dio
un puñetazo en la palma de la mano todavía humana con su nuevo puño artificial—.
Hay un millón de razones para poner tu cabeza en una pica: tu vanidad, lo feo que
eres, esa estupidez tuya tan primitiva y, sin duda, tu falta de heroísmo y de carisma,
¡pero esto es una imbecilidad!
—Gracias, hermano lobo —contestó Ragnar—. Tu apoyo me conmueve.
Ragnar intentó sonreír. Le alegraba ver a su viejo camarada, y mucho más ver que
se había recuperado por completo de la herida de la espada maligna que había sufrido
en el combate contra los Mil Hijos. Sin embargo, no podía mantener su buen humor
habitual. Aquélla situación era demasiado seria. Estaba metido hasta el cuello en un
gran problema. La asamblea de los lores Lobo lo había dejado muy claro. Que todos
los lores Lobo presentes en Garm asistieran para discutir qué destino le esperaba era
una señal muy evidente y que no dejaba lugar a dudas de lo serio del asunto.
Otra muestra de la gravedad de la situación era que lo hubieran confinado en su
celda mientras sus hermanos de batalla recorrían el planeta para acabar con los
últimos restos de las fuerzas de los herejes que quedaban con vida. Sven era el primer
visitante que había recibido desde hacía días, y ello porque se había escapado durante
un breve período de descanso durante la campaña. No habían desplegado guardias,
pero se había procurado que los visitantes del santuario no pasasen por aquella zona.
—Me refiero a que qué importa que hayas perdido la Lanza de Russ —siguió
diciendo Sven—. Seguro que lo hiciste con la mejor de las intenciones.
—Sven, no es algo sobre lo que se deba bromear.
Ragnar pensó que aquello era quedarse corto. La Lanza de Russ era
probablemente la más sagrada de todas las reliquias de los Lobos Espaciales. Se
trataba de la mítica arma que el fundador del Capítulo había empuñado en combate
en los albores del Imperio. Con ella en la mano, el primarca había matado a
monstruos y demonios y había salvado planetas enteros. Se decía que lo primero que
haría cuando regresase sería recuperar la lanza de aquel mismo santuario, aunque
Ragnar se percató de que iba a tenerlo un poco difícil si se tenía en cuenta todo lo que
había ocurrido.
—Lo que estás diciendo roza la blasfemia —insistió Ragnar.
—Estoy seguro de que si el viejo Leman Russ estuviese oyendo nuestra
conversación, estaría de acuerdo conmigo.
—¿Y cómo podrías saberlo, hermano Sven? —preguntó una voz severa desde la
parte posterior de la estancia—. ¿Es que el espíritu del primarca te consulta en secreto
cuando necesita una opinión realmente estúpida? Si es así, quizá deberías compartir
ese conocimiento con los demás hermanos de batalla. Les encantaría saber que tienen
un oráculo semejante entre ellos.

www.lectulandia.com - Página 23
Tanto Ragnar como Sven se giraron. Se quedaron sorprendidos al ver que Ranek,
el Sacerdote Lobo, había entrado en la gran cámara. Sin duda, el hecho de que
hubiera logrado acercarse a ellos a pesar de los sentidos hiperdesarrollados de ambos,
era una muestra del sigilo del veterano guerrero. Ragnar pensó que debía de haberse
acercado con el viento a favor. Comprobó la dirección en la que circulaba el aire
reciclado. O era eso, o ambos estaban demasiado preocupados para haberse dado
cuenta de que se les acercaba. Decidió que esta explicación era la más probable.
Se fijó en el viejo combatiente. Era enorme, con un aspecto antiguo y
amenazante. Los dientes caninos que le sobresalían del labio superior parecían casi
colmillos de jabalí. El cabello tenía un color gris tan claro que casi parecía blanco.
Sin embargo, los ojos conservaban una mirada dura y penetrante, con el azul helado
de las aguas glaciales de Asaheim. Las cejas era tremendamente espesas, y la barba
caía en una larga cascada sobre el pecho. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que
Ragnar lo viera por primera vez en aquel largo viaje hasta las islas de los Maestros
del Hierro?
La respuesta era sencilla: hacía ya una vida, sin importar cómo la midieras en
años imperiales estándar. En aquellos días, su padre todavía estaba vivo y era el
capitán de su propia nave. Su gente, los Puños de Trueno, eran un clan unido.
Todavía no habían sido asesinados o convertidos en esclavos de los Craneotorvos.
Todo eso fue antes de que él mismo muriera y renaciera, cuando los límites de su
universo eran los cielos grises y tormentosos y los mares de color plomizo de su
planeta natal, Fenris, antes de que supiera lo inmenso, extraño y peligroso que era de
verdad el universo.
Todo eso era antes de que se convirtiera en un Lobo Espacial, uno más en las
legiones de guerreros modificados mediante tratamiento genético que servían al
Imperio de la humanidad en las guerras que abarcaban toda la galaxia, antes de que
combatiera contra hombres, monstruos y servidores y adoradores de los demonios del
Caos. Antes incluso de que supiera qué era un orko de piel verde.
—¿Y bien, Sven? ¿Te importaría explicarme los misterios de esta nueva teología?
Como sacerdote guerrero, me sentiría muy honrado si compartieras tu sabiduría.
Sven parecía confundido y avergonzado. Había pocas cosas al el universo que le
provocaran aquella reacción, pero aquel veterano era una de ellas.
—Estoy seguro de que Sven no pretendía ofender con sus palabras —dijo Ragnar.
—Vaya —exclamó Ranek—, así que tú eres el portavoz escogido por el profeta,
¿no, Ragnar? Sólo a través de ti, ¿es eso? Sin duda, se encuentra muy por encima de
los simples mortales para dignarse hablar con nosotros.
—No quise decir eso —se excusó Ragnar.
—¡Pues entonces haz el favor de tener la boca cerrada! —lo increpó Ranek—. Ya
estás metido en bastantes problemas como para que hables y te metas en más todavía.

www.lectulandia.com - Página 24
¡Sven, sal de aquí!
Sven se dirigió cabizbajo hacia la salida. Ranek le habló de nuevo justo cuando
llegó al umbral, pero con un tono de voz más suave.
—Te honra que hayas venido. Sin embargo, no te hará ningún bien si los lores
Lobo lo descubren.
Sven asintió, como si hubiera comprendido lo que quena decir. Luego se marcho
Ragnar lamento en seguida que se fuera. Se había quedado a solas bajó la penetrante
mirada del sacerdote. El anciano caminó dando vueltas a su alrededor y estudiándolo
con un escrutinio intenso desde cada ángulo, como si no fuera más que un
rompecabezas que se pudiera resolver tan sólo con contemplarlo el tiempo suficiente.
Ragnar no se movió en ningún momento, decidido a no dar ninguna muestra de
nerviosismo bajo aquel examen implacable, incluso a pesar de que aquel Ranek fuera
capaz de oler su inquietud, que era lo más seguro.
—Bien, muchacho —dijo Ranek por fin—. Has causado todo un revuelo, de eso
no hay duda.
—No era mi intención —contestó Ragnar.
—¿Y cuál era tu intención cuando arrojaste la Lanza de Russ al reino del Caos?
—Intentaba impedir la llegada del primarca Magnus a través de la puerta infernal
que habían abierto en el templo que alzaron en este planeta. Intentaba detener la
resurrección de los Mil Hijos y la destrucción de nuestro Capítulo. Creo que lo logré.
—Sí, y sé que es lo que crees. La cuestión es saber si todo eso es cierto. Magnus
es un hechicero muy poderoso, quizá el más poderoso que jamás haya vivido. A lo
mejor te metió esa idea en la mente. Puede que también te haya metido otras.
—¿Por eso los Sacerdotes Rúnicos me han mantenido apartado de los demás
miembros del Capítulo hasta hoy, y recitaron sus hechizos sobre mí día y noche?
—Sí. Por ésa, y por otras razones.
—¿Cuáles?
—Ya las sabrás a su debido tiempo, si es que debes saberlas y sí los lores Lobo
deciden dejarte vivir.
—¿Dejarme vivir?
Ragnar estaba asombrado. Sabía que la situación era seria, pero no creía que
tanto. Se había imaginado que quizá lo encarcelarían, que lo mandarían al exilio, o
que incluso lo enviarían a las regiones inferiores de Fenris o a algún asteroide aislado.
No se le había pasado por la imaginación que lo ejecutarían.
—Sí. Un Lobo Espacial caído en desgracia sería algo demasiado terrible para
dejarlo suelto por el Imperio, muchacho, y no podríamos permitir que uno que ha
sido mancillado por el Caos siga viviendo. Es una amenaza demasiado grande.
Ragnar lo comprendió. Los Capítulos eran grupos de combate pequeños, pero su
fuerza procedía de su capacidad para luchar como una unidad. Todos y cada uno de

www.lectulandia.com - Página 25
sus hombres confiaba por completo en el camarada que tenía al lado. Era impensable
tener un traidor entre las filas del Capítulo. Sabía que no era ningún traidor. Sin
embargo…
Por supuesto. Eso era lo que pensaría si estuviese bajo la influencia de alguna
clase de hechizo. Incluso podría llegar a creerse que era un guerrero completamente
leal hasta que Magnus escogiera el momento adecuado, y entonces…
Sabía que algo semejante era posible. Los individuos con poderes psíquicos eran
capaces de leer la mente, de alterar los recuerdos y de cambiar las ideas y las
emociones de cualquier persona. A él lo habían entrenado para que pudiera resistir
ataques semejantes, pero Magnus era un primarca de los Caídos, un ser casi tan
poderoso como el Dios-Emperador. Además, Magnus, de entre todos los primarcas,
era el que había profundizado más en el estudio de la hechicería, de modo que, si
había alguien capaz de hacer algo semejante, era el Ragnar consideró con
detenimiento durante unos instantes la idea de que hubiera sido corrompido sin que él
se hubiera percatado. ¿Qué iba a hacer? ¿Podría vivir consigo mismo si resultaba ser
una amenaza latente para sus amigos y camaradas, para el Capítulo que se había
convertido en su hogar?
—Pero no creéis que yo haya sido corrompido, ¿verdad? —murmuró Ragnar, y se
sintió orgulloso de que su voz no hubiera sonado temerosa. Ranek se encogió de
hombros.
—Por si te sirve de algo, muchacho, no lo creo. Te conozco bastante, y me parece
que ni siquiera Magnus el Rojo podría meterte un hechizo en esa mollera tan dura que
tienes. Pero pronto lo sabremos con seguridad. Los Sacerdotes Rúnicos te han hecho
tantas pruebas y tan rigurosas como las que pasó Logan Grimnar antes de que pudiera
sentarse en el Trono del Lobo. Las sondas de investigación que han utilizado son más
sutiles y trabajan a mayor profundidad que las que conoces de la Puerta de Morkai.
Los Sacerdotes Rúnicos nos contarán lo que han encontrado antes de que se produzca
la convocatoria para tu juicio. Sólo ellos saben lo que piensan, y antes hablaron el
Gran Lobo y los demás lores Lobo. Así ha sido siempre, y así seguirá siendo.
Ragnar no se quedó demasiado tranquilo con aquellas palabras. Toda su vida y el
destino de su alma pendían de un hilo. Ranek se quedó mirándolo. Ragnar le devolvió
la mirada.
—¿Por qué habéis venido?
—He venido para darte consejo y para hablar en tu defensa. Después de todo, fui
yo quien te eligió para que te unieras a los Lobos Espaciales.
—¿Os asignaron la tarea?
—Yo la pedí.
Ragnar se sintió conmovido por la fe del anciano en él.
—¿Cuándo tomará una decisión definitiva la convocatoria del juicio?

www.lectulandia.com - Página 26
Se oyó el tañido de una campana a lo lejos que llegó a través de los pasillos del
templo.
—Quizá ya la han tomado. Vamos, muchacho, acerquémonos y oigamos lo que
tienen que decirnos.
Ranek lo llevó hasta la sala donde los lores Lobo lo esperaban para comunicarle
el veredicto. Unas grandes cabezas de lobo talladas en el techo lo miraban desde la
altura. Todos los señores del Capítulo estaban sentados en un semicírculo sobre un
estrado. En el centro se encontraba Logan Grimnar, el Gran Lobo en persona, sentado
con firmeza sobre su trono flotante. Parecía tan viejo como las propias raíces de las
montañas, y tan duro como el blindaje de una nave de combate imperial. Su rostro se
mostraba impasible mientras miraba fijamente a Ragnar. Los demás lo miraron
también con rostros inexpresivos.
Había tres Sacerdotes Rúnicos con túnicas y máscaras de pie delante del estrado.
También ellos fijaron sus miradas en él cuando Ragnar entró. El joven Lobo Espacial
enderezó la espalda todo lo que pudo y les devolvió la mirada. No quería parecer
acobardado. Fuese el que fuese el veredicto, y fuese el que fuese el destino que lo
aguardaba, se enfrentaría a ello como un Lobo Espacial. Creyó notar una cierta
aprobación por parte de Ranek, pero no estaba muy seguro.
Caminó hasta situarse justo delante del trono del Gran Lobo y alzó la mirada con
gesto desafiante. Logan Grimnar le devolvió la mirada sin dejar traslucir ninguna
expresión y después habló con su profunda voz.
—Sacerdotes Rúnicos de Russ, habéis examinado a éste, nuestro hermano Lobo,
en busca de la mancha del Caos. ¿A qué conclusión habéis llegado?
Ragnar no pudo evitar girarse hacia ellos. El instante pareció alargarse una
eternidad mientras el Sacerdote Rúnico lo miraba a su vez. Un momento después, el
individuo golpeó tres veces el suelo de piedra con el báculo que empuñaba.
—Hemos examinado a este joven hasta las profundidades más ocultas de su alma
y hemos llegado a la conclusión…
Ragnar se inclinó hacia ellos. Estaba conteniendo la respiración.
—… de que no está mancillado por los Poderes de la Oscuridad y que es leal a su
Capítulo. La decisión que tomó, la tomó con honestidad y pensando tan sólo en el
bien de sus hermanos de batalla.
Ragnar volvió a respirar. No era un traidor y un hereje. Nada manchaba su alma.
Vio que algunos de los lores Lobo asentían. Otros negaron con la cabeza y mostraron
su disgusto. Berek Puño de Trueno, el comandante de su compañía, le guiñó un ojo
con cierta exageración. Logan Grimnar sonrió con gesto grave. Ragnar sintió el alivio
del viejo Sacerdote Lobo, que seguía a su lado. Sigrid Matatrolls se puso en pie.
—Sin embargo, como todos sabéis, existe otro asunto. —Tenía una voz con un
tono sorprendentemente bajo y penetrante—. No importa lo puras que fueran las

www.lectulandia.com - Página 27
motivaciones de este joven: ¡hemos perdido la Lanza de Russ por su culpa! A menos
que la recuperemos y la devolvamos a su santuario, Russ no podrá empuñarla en los
últimos días. Al perderla, hemos traicionado la confianza sagrada que habían puesto
en nosotros y puesto en peligro el hecho de llamarnos verdaderos hijos de Russ.
Ragnar ha traicionado esa confianza sagrada.
Ragnar pensó en lo que había dicho el lord Lobo. Sabía que no todo era lo que
parecía. Berek ya se lo había explicado más de una vez. La política para los lores
Lobo era casi tan importante como sus creencias religiosas. Dudaba mucho que
existiera entre ellos uno que no deseara sentarse en el lugar de Logan Grimnar, en el
Trono del Lobo. La única diferencia era en qué momento.
Aquello era algo más que un simple ataque contra su persona, por mucho que se
lo pudiera merecer. Ragnar era capaz incluso de oler la ambición y el ansia de Sigrid
y de aquellos que lo apoyaban. Otros se conformaban con observar, a la espera de ver
cómo se desarrollaba la pugna por el liderazgo. Y otros, como Berek, apoyaban al
Gran Lobo por motivos propios. En el caso de Berek, el motivo estaba muy claro. El
acusado era uno de sus hombres. Las acciones negativas de Ragnar lo afectaban y
disminuían su prestigio, y Berek no era el tipo de persona dispuesta a aceptar aquello
sin presentar batalla.
El comandante de Ragnar se puso en pie, con el aspecto de un jefe heroico en
todos los detalles de su físico. La iluminación le tiñó de dorado el cabello y la barba.
Habló y se movió con confianza y tranquilidad plenas.
—Ragnar llevó a cabo una acción heroica. Atacó él solo aun primarca en un
intento osado de salvar a sus hermanos de batalla. ¿Quién puede criticarlo por
semejante heroicidad?
Ragnar vio de nuevo algunos gestos de asentimiento e incluso oyó algunos
murmullos de aprobación. Lo del heroísmo era algo que les gustaba a los Lobos
Espaciales. Eran guerreros orgullosos, que respetaban la valentía. Ragnar observó que
Egil Lobo de Hierro asentía con expresión ceñuda. Sin embargo, tampoco pudo evitar
darse cuenta de que la mayoría de los que aprobaban su acción pertenecían al bando
de Berek. Al igual que Sigrid, Puño de Trueno procuraba colocarse como sucesor
natural de Logan Grimnar.
Sigrid sonrió con gesto helado. Comparado con Berek, era de tez pálida. De
rostro delgado y enjuto, los ojos tenían una mirada fría, y las guías de su bigote caían
con aspecto tristón a ambos lados de su boca. Sin embargo, Ragnar sabía que tenía un
carácter de acero; nadie se convertía en un lord Lobo sin tenerlo. También poseía una
inteligencia fría y calculadora que pocos de sus camaradas tenían. Hablaba con un
tono de voz burlón, como hacía siempre si no estaba rugiendo órdenes en el campo de
batalla.
—Ragnar es valiente, de eso no cabe ninguna duda. Reconozco su heroísmo. Lo

www.lectulandia.com - Página 28
que pongo en duda es su inteligencia. También pongo en duda la capacidad de
nuestro Capítulo para demostrar que somos dignos herederos de nuestros
predecesores. Y me importan poco los motivos de Ragnar: es culpa suya. Es posible
que exista un modo de que el joven expíe lo que ha hecho, pero se le debe castigar de
alguna manera.
Ranek irguió la cabeza y se adelantó para ponerse delante del consejo de lores
Lobo. Fijó su mirada en Sigrid y habló lentamente y con claridad.
—Una profecía es una profecía. Se cumplirá a su debido tiempo y a su manera, o
no será una verdadera profecía. Russ regresará. Russ recuperará su lanza. Russ
dirigirá al Capítulo en la batalla final contra el Maligno. De eso no puede caber
ninguna duda.
Sigrid no estaba dispuesto a dejarse amedrentar. Al contrario; su sonrisa también
se volvió burlona.
—Entonces, hermano Ranek, ¿estás sugiriendo que en cierto modo fue voluntad
de Russ que este atrevido jovenzuelo lanzara su arma sagrada al vacío?
—Lo que estoy sugiriendo es que si la profecía es una profecía verdadera, eso no
importa. La lanza regresará a su debido tiempo a nosotros.
—Ya veo por qué eres un gran sacerdote, Ranek. Ojalá tuviera la fuerza de tu fe.
Unas cuantas risotadas, procedentes de los seguidores de Sigrid, retumbaron en la
estancia. Sin embargo, la mayoría de los lores Lobo parecieron asombrados. La burla
por parte de Sigrid de un sacerdote no les sentó nada bien.
—Quizá deberías tenerla —le replicó Ranek.
Un gesto en el rostro del lord Lobo mostró a las claras que se había dado cuenta
de su error. Cuando habló de nuevo, el tono de su voz fue más conciliador.
—Ranek, proteges al chico porque tú lo elegiste, y tu lealtad es muy loable. Sin
embargo, sigo diciendo que debería ser castigado por su acción.
Sigrid se calló un momento y dejó que las implicaciones de lo que había dicho
flotaran en el ambiente. Quería que todos los presentes vieran la relación entre Ranek,
Ragnar y Berek. El fallo de uno repercutía en los tres.
—Y no creo que sea conveniente —continuó diciendo—, que un sacerdote de
Russ vaya diciendo que todo va a salir bien y que la lanza ya encontrará un modo de
volver por su cuenta. Estoy de acuerdo en que sería algo maravilloso, incluso algo
milagroso, si lo hiciera. Pero ¿qué vamos a hacer si la lanza no regresa por voluntad
propia? ¿Qué vamos a hacer cuando lleguen los últimos Días? Todas las señales y
portentos indican que casi están a punto de llegar. ¿Qué haremos en ese caso?
»Y lo cierto es que preguntarnos si la lanza regresará o no es esquivar el asunto
que nos concierne. ¿De verdad queremos entre nosotros a un guerrero capaz de
arrojarla a un lado con tanta facilidad? No nos conviene alguien tan descuidado.
¿Quién sabe a lo que nos conducirá su siguiente osadía?

www.lectulandia.com - Página 29
Logan Grimnar y los demás pensaron en ello. Ragnar no pudo evitar sentir que
Sigrid tenía razón hasta cierto punto. No pensó en lo que hacía: había actuado sin
tener en cuenta las posibles consecuencias. Había aceptado perder la Lanza Sagrada.
Estaba a punto de acercarse más al estrado para decirlo todo en voz alta cuando vio
que un mensajero entraba en la estancia y se acercaba al Gran Lobo para decirle algo
al oído.
Sigrid se quedó callado y todas las miradas convergieron sobre Grimnar, llenas de
expectación. Ésas expectativas no se vieron defraudadas. Grimnar entrecerró los ojos
con un gesto de dolor antes de hablar.
—He recibido una noticia muy grave, hermanos. Adrian Belisarius ha muerto, lo
mismo que nuestro viejo camarada, Skander.
Varios aullidos de pena y dolor resonaron por toda la estancia procedentes de las
gargantas de algunos de los lores Lobo de más edad.
—Pero es todavía peor —continuó diciendo Grimnar—. Ambos fueron
asesinados en el suelo sagrado de la propia Terra. Es un acontecimiento muy grave.
Propongo que aplacemos el asunto actual para pensar en nuestra respuesta a este
suceso.
Todos estuvieron de acuerdo, excepto Sigrid. Ranek llevó a Ragnar de vuelta a su
celda, quien se preguntó qué demonios estaba ocurriendo exactamente.

www.lectulandia.com - Página 30
CAPÍTULO 2

www.lectulandia.com - Página 31
Todo el santuario estaba envuelto en un velo de silencio. Los estandartes de duelo de
la gran sala ondeaban a media asta. Ragnar se preguntó por qué había sido convocado
a la cámara del Gran Lobo en mitad de la guardia nocturna. Aquello no pintaba bien.
Se sintió más inquieto todavía cuando Berek y Sigrid salieron juntos de la sala del
trono.
Ninguno de los dos parecía contento. Sigrid se lo quedó mirando cuando pasaron
a su lado. Berek parecía melancólico. Ninguno de los dos le habló.
Unos momentos después, Lars Lenguafilada, el heraldo de rostro pétreo de
Grimnar, le hizo señas de que se acercara. Entró en una larga sala repleta de
estandartes y trofeos capturados en antiguas batallas bajo la atenta mirada de la
escolta personal del Gran Lobo. Al otro extremo de la estancia se encontraba el señor
de todos los Lobos Espaciales sentado de nuevo sobre su tono flotante, con un rollo
de pergamino en la mano.
Alzó la mirada cuando el joven Lobo Espacial entró en la sala, y le hizo un gesto
para que se pusiera delante del trono.
Ragnar se arrodilló un momento antes de ponerse en pie de nuevo, como haría un
guerrero ante su señor. Grimnar lo observó con atención, con cierto gesto amable,
medio divertido, medio enfadado. Por fin, sonrió.
—Bueno, Ragnar Blackmane, nos has metido en un buen problema, ¿verdad? —
Le hizo un gesto con el pergamino—. Puedes hablar con libertad.
Era obvio que Grimnar esperaba alguna clase de respuesta, así que Ragnar habló.
—¿Y qué clase de problema es ése, Gran Lobo?
Grimnar soltó una carcajada.
—Pensé que ya te lo habían explicado con una claridad más que suficiente en el
cónclave de hoy, cachorro.
Ragnar no se sintió ofendido por aquel apelativo, como le habría ocurrido si lo
hubiera dicho cualquier otro hombre. Grimnar tenía cientos de años, y comparado
con él, Ragnar era poco más que un muchacho.
—Lo haría de nuevo, Gran Lobo, si estuviese en las mismas circunstancias.
—Me alegro de oírte decir eso. Bajo esas mismas circunstancias, puede que yo
hubiera hecho lo mismo que tú. Por otro lado, puede que no lo hubiera hecho.
Sentirse capacitado para utilizar el arma personal del propio Russ podría considerarse
como algo bastante presuntuoso y arrogante. Algunos creen que se te debería castigar
por hacerlo, aunque otros creen que es una señal de que estás destinado a grandes
hazañas.
—¿Y vos qué creéis, Gran Lobo?
—Creo que eres un joven con un gran potencial, Ragnar. Aparte de eso, no lo sé.
No deseo que se desperdicie ese potencial, pero lo cierto es que eres un elemento de
disensión entre los Lobos, y precisamente en este momento no puedo permitirme

www.lectulandia.com - Página 32
ninguna clase de disensión. Temo que si yo no tomo ninguna medida contra ti, otros
lo harán en mi lugar.
Ragnar sabía a qué se refería. Los asesinatos a sangre fría eran muy escasos entre
los Lobos Espaciales, pero podían ocurrir otro tipo de cosas. Una bala perdida podía
alcanzarle en mitad del fragor del combate. Sus camaradas podían acudir con lentitud
si se encontraba en una situación peligrosa y letal. Nunca se hablaba de esos temas,
aunque ocurriesen. Y si alguien pensaba que era un blasfemo o un traidor, podía
ocurrirle a él.
—¿Qué pensáis hacer conmigo, Gran Lobo?
—Quiero ponerte a salvo en algún sitio donde puedas servir para algo.
—¿El exilio, Gran Lobo?
—Podrías llamarlo así si quieres. Dime, Ragnar, ¿has oído hablar de los Cuchillos
del Lobo?
Ragnar rebuscó entre los recuerdos que le habían sido implantados por las
máquinas de entrenamiento cuando tan sólo era un aspirante.
—Son Lobos Espaciales enviados a la sagrada Terra para cumplir nuestra parte
del trato con la Casa Belisarius. Les proporcionamos guardaespaldas a cambio de los
servicios que nos prestan.
—Todo lo que has dicho es cierto, Ragnar, pero los Cuchillos del Lobo son
mucho más. Entrenan a las tropas del Celestiarca de la Casa Belisarius y las dirigen
en combate. Actúan como su fuerte mano derecha cuando es necesario. Matan a sus
enemigos en combate abierto y con discreción si hace falta.
Ragnar se dio cuenta de lo que le quería decir.
—¿Deseáis que vaya a la sagrada Terra, Gran Lobo?
—Es necesario. Adrian Belisarius, el Celestiarca, y gran amigo de nuestro
Capítulo, ha muerto. Uno de nuestros hermanos de batalla murió con él: Skander
Hachasangrienta, un viejo camarada mío de cuando todavía estaba en la manada de
Garras Sangrientas.
Ragnar vio la tristeza en los ojos del viejo guerrero. Ya quedaban pocos de
aquella generación en el Capítulo, y Grimnar y el tal Skander debían de ser de los
últimos. No había camaradas más cercanos y apreciados en todo el Capítulo que
aquellos que habían pasado juntos por los ritos de iniciación y el entrenamiento, y
que habían formado parte de la misma unidad inicial. Casi eran hermanos en el
sentido literal de la palabra.
—Sí, Ragnar, quiero que vayas a la Tierra. Y quiero que mantengas bien abiertos
los ojos y los oídos. Uno de los Lobos ha muerto en suelo sagrado, y quiero saber qué
es lo que ocurrió. ¡Lo que ocurrió de verdad! Ya tengo informes. Quiero saber sin son
ciertos.
—¿Buscáis venganza, Gran Lobo?

www.lectulandia.com - Página 33
Era una pregunta algo presuntuosa, pero Ragnar se sintió obligado a hacerla.
Grimnar negó lentamente con la cabeza.
—Ragnar, sí es en interés del Capítulo, me tomaré esa venganza. Si no, me
gustaría saber qué ocurrió.
Ragnar pensó con cuidado en las palabras del Gran Lobo. Era obvio que no podía
enviar a todo el Capítulo a vengarse y provocar un derramamiento de sangre inmenso
en el sagrado suelo de Terra. Tampoco podía ordenar el asesinato de una persona
poderosa sin que hubiera consecuencias.
También sabía que, dijera lo que dijera el viejo guerrero, Logan Grimnar tenía
una memoria excelente, y que encontraría el modo, si fuese necesario, de hacer pagar
con sangre la muerte de su antiguo camarada. Así se hacían las cosas en Fenris.
—Lo haré lo mejor posible —dijo Ragnar por fin.
—Que así sea, Ragnar, y que nadie sepa que andas en eso.
—¿Cómo le comunicaré lo que descubra?
—Existen modos, Ragnar, canales de comunicación entre Fenris y Belisarius.
Además, Adrian Belisarius fue asesinado. Su hija está aquí en Garm, con nosotros,
pero debe regresar para prestar juramento de lealtad a su sucesor. Te ocuparás de que
nada le ocurra durante el viaje a la Tierra.
—¿Creéis que podría pasar algo, Gran Lobo?
—Si alguien ha logrado asesinar al jefe de la Casa Belisarius cuando está rodeado
de guardias, debe de tratarse de alguien muy poderoso y capaz de cualquier cosa.
—Sí, Gran Lobo.
—Puedes retirarte, Ragnar.
Ragnar se arrodilló otra vez antes de marcharse y dejar al viejo guerrero ocupado
en el estudio de los pergaminos.

—No es justo, demonios —exclamó Sven—. Pierdes la Lanza de Russ y te envían a


Terra. ¿Cómo te habrían recompensado si la hubieras destruido? ¿Te habrían
nombrado Gran Lobo?
—No es algo sobre lo que se pueda bromear, Sven —le advirtió Ragnar.
—¿Quién está bromeando? —Sven recorrió con un gesto del brazo su celda de
meditación, con una esterilla para dormir, un soporte vertical para la armadura y una
estantería para las armas por toda decoración—. ¡A mí me toca esto, y a ti las delicias
del corazón del Imperio!
—Sven, la Tierra es un planeta sagrado.
—La Tierra es tan sagrada como las visiones de un adicto a la hierba de cuerno.
Es la capital del Imperio. Todos los nobles viven allí, y no creo que ellos pasen todo
el tiempo meditando y ayunando.
—A lo mejor te sorprendes.

www.lectulandia.com - Página 34
—¡Sí, me sorprendería mucho que lo hicieran! Es que no puedo creerme que te
envíen a ti. Lo que se necesita es un hombre con tacto, diplomacia y visión de futuro,
un hombre con el sentido común suficiente como para no perder la Lanza de Russ.
¡Un hombre como yo! ¿Crees que Grimnar me dejaría ir contigo si se lo pidiese?
—Creo que si lo hicieras, te encerraría directamente. ¡Lo único que nos hacía
falta es un gorila descerebrado suelto por las calles de la sagrada Tierra!
—Entonces, ¿por qué te envían a ti?
—Porque les conviene —contestó Ragnar con seriedad—. Bueno, sólo he venido
a decirte adiós. Al parecer, la nave parte dentro de seis horas estándar, y todavía tengo
que prepararme.
Permanecieron en silencio unos interminables segundos. Ragnar y Sven se habían
convertido en grandes amigos desde que comenzaron juntos como aspirantes a
Marines Espaciales. Se habían salvado la vida mutuamente en más de una ocasión.
Sin embargo, Sven ya se había convertido en un Cazador Gris, y Ragnar era algo
diferente, destinado a servir durante quién sabía cuánto tiempo en el limbo como un
Cuchillo del Lobo, incluso quizá durante el resto de su vida.
Se había abierto un gran hueco entre ellos, y no era tanto por la distancia que los
iba a separar. Ambos lo sabían, a pesar de las bromas y de las chanzas. Sven
marcharía al combate y a la batalla con el resto del Capítulo, mientras que Ragnar se
quedaría estancado en un puesto que no consistiría en nada más que en proteger a los
aristócratas malcriados de las casas navegantes. Tendría que abandonar cualquier
sueño que hubiera tenido de forjarse un destino glorioso, de inscribir su nombre en
los anales del Capítulo. Lo más seguro era que acabara siendo recordado como el
hombre que perdió la Lanza de Russ. Sería el tema de todas las bromas y las
maldiciones de cada nueva generación de aspirantes.
Pensó por un momento en pedirle a Grimnar permiso para quedarse, pero sabía
que no podía hacerlo. Su destino estaba marcado. Su deber era ir a la Tierra. En cierto
modo, era un castigo por sus actos, un modo de purgar su pecado. Sin embargo,
también sabía sin duda alguna que volvería a hacer lo mismo.
Sven extendió la mano y se sujetaron por las muñecas.
—Vigila tu retaguardia —le dijo—. Vas a tener muchos problemas si yo no estoy
allí para sacarte de tus meteduras de pata.
—La mayoría de esos problemas los causas tú con esos intentos tan torpes de
ayudarme —le replicó Ragnar medio en broma.
—Para cuando regreses, ya habré logrado que me nombren lord Lobo —proclamó
Sven—. Ya estarán cantando sagas en mi alabanza.
—¿Para qué necesitas que te alaben en las sagas cuando lo haces tú solo de mil
maravillas?
—¡Anda, lárgate ya! Tienes que embarcarte en una nave.

www.lectulandia.com - Página 35
Ragnar se sorprendió cuando dio media vuelta y descubrió que tenía un nudo en
la garganta, pero no miró atrás.

Ragnar se presentó en la cámara de Ranek. Sus escasas pertenencias personales ya


estaban a bordo de la nave. Sólo llevaba encima las armas y el equipo habitual de
combate que un Lobo Espacial llevaba a la batalla.
—Así que un Cuchillo del Lobo —comentó el viejo sacerdote—. Lo cierto es que
estás a punto de comenzar un sendero bastante interesante.
—¿A qué os referís? —preguntó Ragnar.
El anciano lanzó una fuerte carcajada.
—La Tierra —dijo—. La sagrada Terra. El planeta bendito. La sede del
Emperador. El centro del Imperio. El mayor pozo de alimañas de toda la galaxia.
—No puede ser un sitio tan malo —comentó Ragnar.
—¿Ah, no? ¿Y tú qué sabes de todo eso, chico?
—No mucho, pero…
—La Tierra es nuestro centro neurálgico, donde se encuentra el gobierno, los
templos de mayor porte, el hogar de las casas comerciales más acaudaladas y
poderosas. Y las más corruptas.
—¿Qué queréis decir?
—Quiero decir que donde hay dinero y hay gobierno, hay corrupción. Y no hay
lugar donde haya más dinero y más gobierno que en la vieja Tierra. Será mejor que
tengas cuidado por allí, chico.
—No seré más que un simple guardaespaldas —dijo Ragnar a modo de excusa.
—¿De verdad piensas eso? No seas tan ingenuo. Todo el mundo te verá como un
representante de nuestro Capítulo, y eso es algo bastante acertado. Nos juzgarán por
tus acciones, serán capaces de sacar unas conclusiones inesperadas para ti de todo lo
que hagas. Serás un símbolo vivo de quiénes somos y lo que somos, y será mejor que
no lo olvides nunca.
—Intentaré no hacerlo.
—Intentarlo no será suficiente. Recuerda todo lo que te he dicho y obedéceme,
porque si no, iré en persona a la Tierra y te arrancaré las tripas.
—Entendido, sacerdote.
El anciano habló con algo más de suavidad.
—No hace falta que te ofendas, chico. Tú sólo recuerda lo que te he dicho y
procura hacerlo lo mejor posible. Será más que suficiente.
—¿Cuál será mi misión?
—Serás un soldado de la Celestiarca. La obedecerás como si fuera tu propio lord
Lobo. Combatirás bajo su mando, y morirás por ella si es necesario. ¿Qué otra cosa
esperabas?

www.lectulandia.com - Página 36
—¿Qué ocurrirá si se me ordena combatir contra el Imperio, o contra mis
hermanos de batalla? Ya que la Tierra es tan corrupta…
Ragnar se dio cuenta de que su voz sonaba resentida, y que había preguntado
aquello para que le contestaran de forma negativa, pero la respuesta de Ranek lo
sorprendió.
—¿Qué es lo que harías sí tu lord Lobo te ordenara cometer una herejía?
—Lo depondría.
—¿Y si resultase ser un traidor, un servidor del Caos?
—Lo mataría.
—Tener un guardaespaldas puede ser un arma de doble filo, ¿verdad, joven
Ragnar?
Ragnar se quedó pensando en lo que le acababan de decir. Si había entendido de
forma correcta al sacerdote, le habían dado permiso para asesinar a la Celestiarca de
la Casa Belisarius si demostraba alguna deslealtad hacia el Imperio. Ranek pareció
leerle el pensamiento.
—Nuestro pacto con la Casa Belisarius es anterior a la propia fundación del
Imperio. A algunos miembros del Administratum les disgusta, pero no les queda más
remedio que aceptarlo. Saben que mantenemos en el camino de la honestidad a la
casa navegante. Ragnar, los Celestiarcas de la Casa Belisarius siempre han sido
hombres y mujeres cabales. Nos son leales, a nosotros y al Imperio, y nuestro
Capítulo siempre ha constituido una de las razones más poderosas para ello. No
importa lo que veas u oigas en la Tierra. Recuerda lo que acabo de decirte antes de
juzgar nada.
—El Gran Lobo ha dicho que Adrian Belisarius fue asesinado, lo mismo que
nuestro hermano Skander. ¿Quién haría algo así? ¿Unos herejes?
Ranek soltó una carcajada.
—Los informes que nos han pasado hablan de los adoradores de cierta secta, pero
hay mucha gente que estaría dispuesta a hacer algo así. Puede que hayan sido esos
supuestos fanáticos. Puede haber sido una casa rival, o una facción dentro del
Administratum que favorece a esos rivales. Puede incluso que haya sido un pariente
ambicioso del propio Celestiarca.
—¿Qué?
—Ragnar, no todo el mundo sigue nuestro código. Como ya te he dicho, la Tierra
es el foco de mayor concentración de poder y riqueza de nuestro universo. Todo eso
logra de algún modo distorsionar la moralidad. Te lo repito: ten cuidado.
A Ragnar no le quedó muy claro sí el sacerdote se refería a que vigilase con
atención a los demás o que tuviera cuidado con su propia moral. Quizá se refería a
ambas cosas. Al parecer, tendría que enfrentarse a otros peligros que no tenían nada
que ver con los del campo de batalla.

www.lectulandia.com - Página 37
—Aparte de los asesinos, ¿qué otros peligros puedo encontrarme?
—Puede que te ordenen dirigir en combate a las tropas de la casa o que lleves a
cabo acciones clandestinas en apoyo de los deseos de la Celestiarca. Tus camaradas
del destacamento del Cuchillo del Lobo te informarán cuando llegues. Presta atención
a lo que te digan. Algunos de ellos llevan en la Tierra más años de los que tú tienes, y
conocen todas las trampas y peligros.
Ragnar sintió que se le venía el mundo encima. Por lo que parecía, iba a
permanecer en el exilio durante mucho tiempo. Ranek pareció que volvía a leerle los
pensamientos.
—Los Lobos Espaciales pueden vivir durante siglos, Ragnar. En el gran esquema
del Capítulo, unas cuantas décadas no son gran cosa.
—Preferiría quedarme aquí, con la compañía de Berek, que haciendo de niñera de
los Navegantes.
—Lo que tú prefieras no tiene importancia, Ragnar. Y procura no expresar en voz
alta esas opiniones sobre los deberes que se te imponen. Esperamos que tu
comportamiento y actuaciones sean ejemplares. Jamás olvides que de todas las
personas que vas a conocer, la mayoría son muy poderosas, y nos van a juzgar por
cómo te comportes, y puede que algunos de ellos utilicen contra nosotros los fallos
que cometas. Tenemos muchos enemigos entre los distintos departamentos y
facciones del Administratum, lo mismo que muchos aliados. El juego de la política en
el Imperio es una red muy amplia y muy compleja.
Ragnar no acabó de comprender lo que le estaba diciendo el viejo guerrero. El
entrenamiento que había recibido había sido en tácticas de batalla y en combate, no
sobre política. Al parecer, su misión iba a ser más complicada de lo que había
esperado.
—El Gran Lobo me indicó que existen modos de ponerse en contacto con Fenris
si es necesario, y que me los dirían antes de irme.
Ranek sonrió con gesto avieso.
—¿Eso ha hecho? Me pregunto por qué lo haría… No, no me contestes. Si es
necesario, ponte en contacto con el hermano Valkoth, que también es un Cuchillo del
Lobo. Él sabrá qué hacer; pero sé precavido. Por cierto, Ragnar, una última cosa.
—¿Sí?
—Muchos grandes jefes de los Lobos Espaciales han formado parte también de
los Cuchillos del Lobo. No nos viene mal tener guerreros que sepan cómo funciona el
Imperio y que dispongan de contactos personales entre su jerarquía. Sácale partido al
tiempo que estés en la Tierra. ¡Recuerda que Logan Grimnar no hace nada porque sí!
Ragnar sintió que se le levantaba el ánimo. Quizá lo estaban preparando para el
liderazgo de un modo indirecto. O quizá ésa era la estrategia de Ranek para levantarle
la moral. Fuese lo que fuese, funcionaba.

www.lectulandia.com - Página 38
—Mantén bien vigilada a Gabriella mientras te encuentres de camino hacia Terra.
Es la hija de Adrian Belisarius, y puede que sea también el objetivo de un intento de
asesinato.
Ragnar se quedó mirando al rostro gastado, casi cincelado, del sacerdote.
—¿Crees que alguno de los nuestros intentaría matarla?
—No vas a viajar en una de nuestras naves, Ragnar. No podemos prescindir de
ninguna de ellas. Irás a la Tierra en el transporte que nos trajo la noticia. El Heraldo
de Belisarius no será un sitio seguro. Mantente cerca de la chica y asegúrate de que
no le pase nada malo. Puedes marcharte.
Ragnar se encaminó hacia la puerta de la estancia.
—Ragnar…
—¿Sí?
—Asegúrate de que no te pasa nada malo a ti tampoco. Adiós.
—Adiós.
Ragnar sintió otro nudo en la garganta. Le caía bien Ranek, y confiaba en él. De
repente, se dio cuenta de que quizá no volvería a ver de nuevo al anciano. La edad o
un combate podrían acabar con cualquiera de ellos dos. Se dijo a sí mismo que ésa
era la vida de un Lobo Espacial.
También se dio cuenta de lo solo que estaba mientras caminaba por los pasillos
vacíos. No tendría a nadie, y estaría lejos de sus hermanos de batalla, a una distancia
incalculable durante un período indeterminado de tiempo, y sería así por primera vez
desde que se había unido al Capítulo. Sintió una punzada de soledad, casi de dolor.
Un instante después, sintió que el corazón se le alegraba. Se percató de que
también sería libre, de un modo en que no lo había sido desde hacía años. Partía hacia
una gran aventura, hacia el planeta más santo y más letal de todo el Imperio. Vería los
grandes palacios y templos de Terra y a sus deslumbrantes ciudadanos. Y por lo que
parecía, también tendría peligros e intrigas con los que entretenerse.
Alargó poco a poco el paso y percibió de repente que marchaba al trote, que se
convirtió en una carrera hacia los hangares de carga donde lo esperaba la nave de
recogida.

www.lectulandia.com - Página 39
CAPÍTULO 3

www.lectulandia.com - Página 40
Rapar caminaba por el Heraldo de Belisarius al lado de Gabriella Belisarius. Los
marineros y los sirvientes la saludaban de un modo formal y respetuoso. Muchos de
ellos se encogían ligeramente al ver la enorme masa del Lobo Espacial que asomaba
por encima de su hombro. Ragnar distinguió por el olor a los que su presencia
incomodaba y a los que atemorizaba directamente.
—Vuestra tripulación parece temerosa de mi presencia.
Gabriella se giró y le sonrió. Era una mujer de aspecto severo: de estatura
elevada, delgada, con una mata muy larga de cabello negro y un rostro que parecía
estar compuesto exclusivamente por ángulos. Era bella de una forma inhumana, y el
uniforme negro resaltaba esa belleza.
Ya se encontraba en la nave, que era su territorio natural en cierto modo, así que
se había quitado el pañuelo con el que se cubría la frente y había dejado al
descubierto su tercer ojo, el pineal.
—Son la tripulación de una nave mercante. No están acostumbrados a tener uno
de los famosos Lobos Espaciales a bordo. Creo que te darás cuenta de que la gente de
Terra es un poco más cosmopolita.
Era obvio que no estaba nerviosa por su presencia como el resto de la tripulación,
claro que, ¿por qué debería estarlo? Había pasado una década entre los hombres del
Colmillo. Ragnar deseó ser capaz de discernir con mayor claridad las emociones de la
joven. Los Navegantes desprendían un olor diferente al de los demás humanos. Había
algo alienígena en ese olor. Alienígena y casi indescifrable.
Ragnar sabía que llevaban reproduciéndose y preparándose desde hacía mucho
tiempo para guiar a las naves estelares por el vacío espacial. Lo llevaban haciendo
desde antes de la fundación del Imperio. En algún momento de la historia de la
humanidad, su línea genética y la de las humanos normales se habían diferenciado y
separado. Ragnar sabía que ya no eran humanos comunes, pero el Imperio los
toleraba porque eran absolutamente vitales para los viajes interestelares. Sin los
Navegantes, los viajes entre los diferentes planetas tardarían años o hasta décadas en
llevarse a cabo, eso sí se lograban hacer. El viaje a través del espacio disforme era
muy peligroso incluso con un Navegante al mando; sin uno de ellos, era letal.
Ragnar pensó en todo aquello mientras estudiaba a la mujer que tenía delante. Sus
habilidades habían proporcionado a las casas navegantes beneficios y riquezas
inconmensurables. La Casa Belisarius había fletado una nave para llevar la noticia de
la muerte del padre de Gabriella a los Lobos Espaciales. Era cierto que también había
transportado unas cuantas mercancías y la petición de que se enviara un nuevo
miembro para el destacamento de los Cuchillos del Lobo, pero aun así, el hecho en sí
era impactante. El coste de cada nave era exorbitante. La Casa Belisarius disponía de
su propia flota, y de hecho, era mucho mayor que la que poseían los Lobos
Espaciales. Ragnar lo sabía por la historia que le habían enseñado. Les prestaban

www.lectulandia.com - Página 41
naves a los Lobos Espaciales cuando a éstos les hacían falta pero con unos tratos muy
ventajosos. Era uno de los aspectos de la antigua alianza entre las dos partes.
—¿Qué estás pensando? —le preguntó Gabriella mientras se dirigían al puente de
mando. Ella se iba a encargar en persona de guiar la nave durante el viaje hacia la
Tierra. El Navegante que la había llevado hasta Fenris, un primo suyo, se quedaría en
el planeta como su sustituto.
—Pensaba en la alianza entre nuestras casas.
—Ha sido uno de los pilares del poderío de mi familia —comentó ella.
—¿Cómo es eso?
—Nos ayuda a mantener a raya a nuestros rivales. Pocos se atreverían a atacarnos
de forma abierta por temor a la respuesta de los Lobos Espaciales.
—De todas maneras, pocos se atreverían a un ataque directo en la Tierra. Es
terreno sagrado. No se permite el derramamiento de sangre allí.
Gabriella se rio.
—La sangre se derrama en la Tierra lo mismo que en cualquier otro sitio. Lo
único que ocurre es que se hace de un modo más discreto. Además, tenemos
propiedades en otros lugares aparte de la Tierra.
Ragnar pensó por un momento en todo aquello.
—Los Lobos ya han acudido en vuestra ayuda en tiempos pasados.
—Sí, lo han hecho, y lo harían de nuevo si fuese necesario. Quién sabe, hasta
puede que luchasen en Terra si hiciese falta. Es de todos conocido que los Lobos
Espaciales son un Capítulo salvaje e incontrolable, con sus propias leyes.
—Todos los Capítulos de los Marines Espaciales las tienen. Sus privilegios y
prerrogativas son anteriores a la propia fundación del Imperio.
—Sí, pero tus hermanos tienen fama de ser más feroces que los demás Capítulos.
—Eso no nos ha impedido en ningún momento combatir bien o ser leales al
Emperador.
—No lo he dicho como una crítica. De hecho, desde el punto de vista de la Casa
Belisarius es una alabanza. Puede que nuestros enemigos hubiesen acabado con
nosotros hace ya milenios si no hubieran pensado que los Lobos Espaciales nos
vengarían.
—Creía que la de Belisarius era una de las casas navegantes más poderosas.
—Lo es hoy día, y lo ha sido durante muchos períodos de la historia. Sin
embargo, todo esto pasa por ciclos. Todas las casas sufren reveses. Ésa es la
naturaleza del comercio y de la competitividad. En la historia de nuestra casa se
encuentran muchos fracasos por los que hemos quedado eclipsados por otras casas.
Dirigir una casa es como dirigir una nave: a veces, lo único que hace falta para que se
estrelle es una simple decisión equivocada o desafortunada.
—Eso no le ha ocurrido todavía a la Casa Belisarius. Hemos sido aliados desde

www.lectulandia.com - Página 42
hace más de diez mil años.
—Y esperemos que sea por otros diez mil años más, pero tengo el presentimiento
de que la situación está empeorando para nosotros.
Ragnar quiso contradecirla, pero vio la tristeza que reflejaba su rostro. Se dio
cuenta de que se trataba de una mujer que había perdido a su padre, un padre que
había sido el jefe de su casa navegante, el Celestiarca, el Navegante de Navegantes.
Se cruzaron con unos cuantos marineros más por los pasillos. Ragnar se colocaba
de un modo casi automático en una posición que le permitiera interponerse si se
convertían en una amenaza. Los humanos presentían aquella actitud y procuraban
alejarse al pasar cerca de ellos.
—No hace falta aterrorizar a la tripulación —le comentó Gabriella.
—Estoy aquí para ser vuestro guardaespaldas. Me dieron esa orden.
Ella se lo quedó mirando.
—Me parece muy bien, pero no hace falta fruncir el entrecejo cada vez que
cumplas con tu deber.
—No me he dado cuenta de que frunciera el entrecejo.
—Los de Fenris parece que nunca os dais cuenta de eso. Sois tan feroces.
Siempre lleváis escrito en la cara lo que pensáis, y casi todo lo que pensáis está
relacionado con la violencia.
—Puede que os alegréis de eso antes de que se acabe el viaje.
—Quizá. De todas maneras, me alegro de que estés aquí.
—¿Por qué?
—Porque si existe alguna amenaza contra mi vida, estoy segura de que te
enfrentarás a cualquier clase de peligro.
—¿Creéis en serio que existe la posibilidad de un intento de asesinato?
—Sí. Corren malos tiempos. Acaban de asesinar a mi padre. Cualquiera que
pudiese llegar hasta él para matarlo puede llegar hasta mí también.
—Parece que os lo tomáis con bastante calma.
—Suele ocurrir. Suele ocurrir incluso dentro de las propias casas navegantes. Se
conocen casos de parientes que han exterminado a todos aquellos que consideran
rivales.
—¿Creéis que os atacarían para eliminar un posible candidato al trono?
—Ragnar, estás pensando como un nativo de Fenris. No soy candidata a ningún
trono. Bueno, no de momento. El cargo de Celestiarca no pasa de padres a hijos.
Nuestros gobernantes son escogidos por el Consejo de Ancianos de entre una lista
muy corta de candidatos.
—¿Quiénes son? ¿Los más ancianos y sabios de la tribu?
—Algo así.
La puerta se abrió deslizándose hacia un lado y entraron en el puente de mando.

www.lectulandia.com - Página 43
Los tecnoadeptos estaban inclinados sobre los altares de control, conectados a los
antiguos artefactos mediante cables que estaban unidos a su vez a unas clavijas
occipitales en sus cráneos. El olor a ozono y a incienso técnico impregnaba el
ambiente del lugar. Varios oficiales con los uniformes de la Casa Belisarius se
pusieron en posición de firmes cuando Gabriella entró en la estancia.
—¡Navegante en el puente! —exclamó alguien, y todos los demás inclinaron la
cabeza con ademán reverente.
—Descanso —dijo Gabriella—. Que la fortuna nos sonría a todos y nos traiga
prosperidad a raudales.
—Que la fortuna nos sonría a todos —respondió la tripulación.
Gabriella se dirigió al centro del puente de mando y comenzó a comunicarse con
los mandos principales. Hablaron en la jerga técnica de su oficio, de la que Ragnar no
entendió nada en absoluto, por lo que aprovechó la oportunidad para estudiar con
atención el espacio que lo rodeaba.
El puente de mando era enorme y de forma circular. Ocupaba el interior de una
cúpula en la parte superior del inmenso casco del Heraldo de Belisarius. Vio varios
ventanales grandes de cristal blindado. Por el lado de estribor era visible la gran
esfera blanca y azul que era Garm. Unos diminutos puntos negros que viajaban a gran
velocidad le indicaron la presencia de otros transportes suborbitales que realizaban
sus misiones habituales.
Alrededor del pozo holográfico central había distribuidos varios altares técnicos.
Un asiento muy parecido a un trono enorme ocupaba un estrado que sobresalía sobre
el pozo. Ragnar lo reconoció de inmediato: se trataba de la silla de mando del
Navegante.
Varios oficiales presentaron diversos informes para que Gabriella los aprobara.
Escuchó con atención y asintió antes de indicarle con un gesto a Ragnar que se
acercara.
—En el momento en que abandonemos la órbita del planeta, nos encontraremos a
tan sólo doce horas de nuestro punto de inserción. El capitán se encargará de dirigir la
nave hasta entonces. Voy a comer algo y a descansar un poco.
—Muy bien —contestó Ragnar—. Os acompañaré.
Ella lo miró con expresión divertida.
—He pedido que te den el camarote adyacente al mío. Ya han dejado allí todo tu
equipo.
—Muy bien.

Ragnar pensó que, sin duda, a los Navegantes de la Casa Belisarius les iba muy bien
y se cuidaban mejor. Él estaba acostumbrado a las celdas desprovistas de decoración
en alguna de las naves militares. Aquélla estancia parecía más bien algo salido del

www.lectulandia.com - Página 44
sueño provocado por una sobredosis de hookah en un adorador de Slaanesh.
La enorme cama estaba atornillada al suelo. El colchón era blando. Las sillas
estaban talladas de una sola pieza en trozos de diente de marfil de leviatán, las mesas
y los demás muebles los habían fabricado con maderas preciosas. El aire estaba
cargado con incienso levemente narcótico. Una de las paredes estaba ocupada casi
por completo por un inmenso espejo. Los mandos que había justo debajo indicaban
que también se utilizaba como televisor. Ya había echado a los sirvientes que se
agolpaban a su alrededor prestos a cumplir el menor de sus deseos. Les había dicho
que lo único que quería era comer algo.
Una campana anunció que la comida había llegado. Ragnar dio permiso para
entrar, y una hilera de sirvientes vestidos con librea cruzó el umbral con bandejas de
plata en las manos. En cada una de ellas había una serie de platos y jarras de
porcelana, y gracias a sus sentidos agudizados supo que llevaban una variedad de
manjares muy especiados. Los sirvientes se afanaron por toda la estancia preparando
la mesa, extendiendo el mantel, colocando los cubiertos y preparando los artefactos
caloríficos que impedían que la comida se enfriase.
Un hombre mayor de cabello blanco, que mostraba en el rostro una expresión de
arrogancia increíble, destapó cada plato con un gesto demasiado petulante.
—Anguilas del fango en escabeche —dijo con orgullo de uno de los platos.
Ragnar se limitó a asentir—. Pierna de pájaro dragón asada con salsa de baya
venenosa. Creo que esta delicia le agradará sobremanera, señor —comentó con una
sonrisa en un intento por congraciarse con él.
—Vaya —contestó Ragnar.
—Callos de cabra naga en brandy fuerte.
Ragnar pensó que parecía que alguien muy mareado hubiese vaciado sus tripas en
el plato. No hizo caso del resto de las explicaciones ni del individuo hasta que éste
intentó colocarse a su espalda. El joven Lobo Espacial se dio media vuelta sin
pensárselo, preparado para atacar.
El rostro del sirviente se quedó blanco.
—Su servilleta, señor —dijo mostrando un trozo de lienzo blanco casi del tamaño
de una sábana pequeña.
Ragnar se quedó mirándolo fijamente.
—No intentes ponerte a mi espalda otra vez —le dijo.
—Pero señor, entonces, ¿cómo lo prepararé para la comida?
—No me hace falta ayuda para sentarme a comer a la mesa —bufó Ragnar. El
sirviente pareció ofendido.
—Pero señor, la etiqueta de la corte de Belisarius exige que…
—La etiqueta en los salones de Fenris exige que se deje tranquilo al comensal
cuando éste lo pida. El incumplimiento de la etiqueta se soluciona con duelos.

www.lectulandia.com - Página 45
—¿Duelos, señor?
—Los insultos personales exigen una reparación en combate —explicó Ragnar.
—No pretendía insultar, señor. Todos debemos ser flexibles cuando se encuentran
dos culturas tan distintas.
Ragnar sonrió, lo que dejó por completo al descubierto sus colmillos.
—Sin duda, es lo que debemos hacer. Y ahora, por favor, estaría muy agradecido
si me dejaran a solas con mi comida y mi meditación posterior. Si no…
—Por supuesto, señor, por supuesto…
El anciano sirviente dio un par de palmadas y salió junto a los demás camareros a
toda prisa. Ragnar se quedó a solas en la estancia. Revisó la comida de nuevo y se dio
cuenta de que debía de haber costado una pequeña fortuna llevarla hasta allí desde
una distancia tan grande. La selección de vinos, quesos y licores procedía
directamente de Terra. Si se tenía en cuenta lo que cobraban los Navegantes por el
transporte, casi parecía un pecado.
De todas maneras se sentó a comer. Los sabores eran interesantes, pero hubiera
preferido una simple carne de caribú o de foca de Fenris. Quizá podría pedir que le
trajesen aquello. En ese preciso instante, oyó un leve grito de pánico pidiendo ayuda
en el camarote de al lado.
Empuñó su bólter sin pararse a pensarlo y abrió de par en par la pesada compuerta
estanca. Por suerte, no estaba corrido el cerrojo, o hubiera tenido un serio problema.
Vio a Gabriella al otro extremo de la estancia, y algo brillante y metálico que se
escurría veloz por la cama en dirección a la Navegante.
La situación era peligrosa. En una estancia como aquélla, con las paredes
blindadas, lo más probable era que los proyectiles de bólter rebotasen por todos lados.
La armadura protegería a Ragnar, pero era muy posible que hirieran a la mujer a la
que se suponía que debía proteger. Concentró la atención en el artefacto que la
acechaba.
Para un humano normal se estaría moviendo a una velocidad vertiginosa, pero
Ragnar era un Lobo Espacial, y sus sentidos y reflejos eran sobrehumanos. Para él,
que se encontraba en estado de combate, se movía a cámara lenta. El olor del
artefacto delataba lo que era: un conjunto de metal, aceite y tornas venenosas. Se
trataba de una araña robótica creada mediante las artes malignas de alguna clase de
raza alienígena degenerada. Dos largos colmillos parecidos a agujas hipodérmicas
sobresalían en su parte frontal. A lo largo de su espalda se veía el reflejo de las lentes
de una cámara.
Era obvio que se trataba de un artefacto diseñado para el asesinato, y lo más
probable era que lo controlara alguien que se encontraba cerca.
Ragnar se abalanzó de un salto sobre la cama y lo aplastó con la empuñadura de
su arma. Estaba corriendo un riesgo. Si el artefacto contenía alguna clase de artilugio

www.lectulandia.com - Página 46
explosivo, era posible que lo hiciera estallar. Sin embargo, contaba con que os
creadores fueran más sutiles: no se equipaba a un artefacto como aquél con unos
colmillos semejantes si lo que pretendías era hacerlo estallar. La araña se abrió,
partiéndose por la mitad, y una lluvia de chispas azules saltó por doquier. El aire
quedó impregnado de un fuerte olor a ozono.
Ragnar recogió el artilugio con una mano protegida por la armadura y lo aplastó
por completo.
Miró a su alrededor para comprobar si existía alguna otra amenaza, pero no vio
nada más. Le indicó con un gesto a Gabriella que lo siguiera hasta su propio
camarote, donde arrojó la araña mecánica en una jarra de agua, con la esperanza de
cortocircuitarla del todo.
—¿Estáis bien? —le preguntó—. ¿Ésa cosa os picó?
La Navegante parecía tranquila, pero tenía el rostro blanco y las pupilas dilatadas.
El ojo pineal de su frente estaba abierto, pero era mucho más pequeño y menos
inquietante de lo que Ragnar se esperaba.
—Si lo hubiera hecho, ya estaría muerta. Esto es una araña exterminadora
jokaero, un artefacto asesino que contiene sartas, uno de los venenos más letales de
toda la galaxia.
Ragnar soltó una maldición. Se había esperado muchas cosas, pero desde luego
no el uso de aquella tecnología alienígena mortífera. Eso le hizo pensar en algo más.
—Parecéis muy informada de todos estos artefactos —comentó Ragnar.
—Todos los niños de las casas navegantes conocen estos artilugios. Son aparatos
utilizados con mucha frecuencia, lo bastante pequeños para entrar por los conductos
de ventilación y lo bastante sigilosos para infiltrarse en una mansión. Tuve suerte. Me
había acercado a lavarme la cara cuando lo oí dejarse caer sobre la cama. Me quedé
inmóvil y pedí ayuda inmediatamente. Las cámaras de sus ojos hubieran detectado
cualquier movimiento que hiciera. El operador no me llegó a ver, porque si no, estaría
muerta.
Ragnar mantuvo la compostura, pero parte de su mente estaba anonadada. ¿Eran
esos aparatos asesinos utilizados con mucha frecuencia? Aquélla vil tecnología
alienígena estaba prohibida a lo largo y a lo ancho del Imperio. Supuso que era
natural que las casas navegantes tuvieran acceso a artefactos semejantes, pero de
todas maneras…
—Quienquiera que haya preparado y dirigido esa cosa debe encontrarse todavía a
bordo de la nave.
—Sí.
—Lo encontraremos.
—Quizá.
—No parecéis confiar en ello.

www.lectulandia.com - Página 47
—¿Cómo podemos saber quién ha sido en una nave tan grande como ésta?
—Mientras el culpable sea humano, tengo un modo de descubrirlo —insistió
Ragnar.
Sabía que el olor a culpabilidad impregnaría a uno de los tripulantes y que su
olfato lo detectaría. Se le ocurrió algo más.
—El ataque fue bien planificado: vos estabais en vuestro camarote, y se suponía
que yo estaría comiendo —dijo Ragnar.
—Sí.
—¿Quién sabe todo eso?
—El contramaestre de la nave, el mayordomo y muchos otros sirvientes. De
hecho, una multitud de personas.
—A partir de ahora, compartiremos el camarote.
Ella lo pensó por unos instantes.
—Como quieras.
—Y ahora, llamemos a todo el personal de seguridad y procuremos solucionar
esto.

Ragnar soltó otra maldición. Habían encontrado un cadáver en un pequeño almacén


cerca del camarote de la Navegante. Los mandos de la araña estaban a su lado. El
hombre se había suicidado envenenándose con el contenido de un diente falso. Por lo
que parecía, estaba preparado por si el asesinato fallaba. Ragnar se sorprendió. Una
acción así indicaba un grado de fanatismo y de preparación que no se esperaba.
—A mí no me sorprende —respondió Gabriella cuando se lo comentó—. Éste
tipo de cosas ya han pasado antes.
—Ése hombre debía de ser un fanático —dijo Ragnar, y, para su sorpresa, ella se
echó a reír—. ¿Qué es tan divertido?
—Que un Marine Espacial acuse a alguien de ser un fanático. —De repente, se
puso seria—. Sin embargo, puede que tengas razón.
—Ése hombre debía de serlo para quitarse la vida de ese modo.
—A lo mejor odiaba a mi familia. A lo mejor pertenecía a una de las sectas que
odian a los Navegantes. O a lo mejor no tenía ningún motivo en absoluto.
—¿A qué os referís?
—Quizá estaba condicionado mediante la hipnosis o le habían lavado el cerebro
para que cometiera ese acto. Existen muchos modos de hacerlo.
—Deberíamos revisar el cuerpo en busca de marcas. A veces, los adoradores
tienen tatuajes o estigmas del Caos en sus cuerpos.
—Dudo mucho que encontremos nada —contestó Gabriella—, pero adelante.
Debo irme para guiar la nave. Estamos a menos de una hora del punto de inserción en
el espacio disforme.

www.lectulandia.com - Página 48
—Os acompañaré al puente de mando. —Ragnar desnudó el cuerpo mientras
hablaba.
—Dudo mucho que nadie se atreva a atacarme mientras nos encontramos en el
interior del espacio disforme. Cualquiera sabe tan bien como yo que si eso ocurre, la
nave se perdería y todo el mundo acabaría muerto.
La mujer tenía razón. No había tatuajes ni estigmas de ninguna clase.
—Sí, claro, pero si el asesino se encuentra bajo alguna clase de dominación
psíquica, ¿creéis que eso le importaría algo?
—Es cierto. Sin embargo, en cuanto entremos en el espacio disforme estaré
sellada en el interior del trono de soporte vital, sola en el puente de mando. Ése lugar
es tan seguro como una fortaleza. Tiene que serlo por fuerza.
—¿Por qué?
—Debe ser capaz de protegerme de cualquier ente con el que nos encontremos en
el espacio disforme. No puedo explicar nada más.
—No hace falta.
Ragnar indicó con un gesto a los miembros del personal de seguridad que se
llevaran el cuerpo y lo eliminaran. Unos cuantos obedecieron, pero los demás se
quedaron cerca. Parecían avergonzados y humillados por el hecho de que la
Navegante hubiese estado a punto de ser asesinada mientras estaba bajo su
protección. Ragnar los entendía perfectamente.
—¿Lo tendría muy difícil un enemigo para infiltrar un agente en una de estas
naves? —le preguntó mientras se dirigían al puente de mando.
—Todo nuestro personal pasa por escrutinios muy pormenorizados, y mucho más
exigentes en los casos de los miembros de una nave de nuestra casa, como es ésta.
Sin embargo, ningún sistema es seguro al cien por cien. Me imagino que un enemigo
decidido por completo a infiltrar a alguien a bordo encontraría el modo de hacerlo, o
podría corromper a alguien que ya había sido supervisado.
—Es una idea preocupante —comentó Ragnar.
Estaba sorprendido por la tranquilidad con que la Navegante se estaba tomando
todo aquel asunto. Parecía tratarlo como si fuera una parte cotidiana de su vida.
—Incluso es posible que alguien de mi propia casa quiera verme muerta —añadió
—. Le sería mucho más fácil lograr algo como esto a una persona de nuestro entorno
que a alguien ajeno a nosotros.
Ragnar pensó que alguien ya lo había logrado al asesinar al jefe de la Casa
Belisarius, y que lo más probable era que él hubiese estado mucho más protegido de
lo que Gabriella jamás estaría. Se dio cuenta mientras entraba en el puente de mando
de que la tarea que le habían encomendado estaba resultando ser mucho más
interesante de lo que había esperado, y ni siquiera habían llegado todavía a Terra.

www.lectulandia.com - Página 49
CAPÍTULO 4

www.lectulandia.com - Página 50
Ragnar miró hacia abajo, hacia el extraño orbe que había a sus pies. Aquél hemisferio
centelleaba con un resplandor plateado bajo la luz diurna. Distinguió grandes
manchas rojizas en la superficie, como mares de óxido. Las líneas costeras de los
antiguos continentes habían desaparecido. Lo único que quedaba que sugería su
forma eran las formaciones urbanas donde la densidad de los edificios aumentaba al
concentrarse sobre lo que antaño fueron las orillas de los mares. El planeta lucía una
armadura metálica que cubría toda su superficie. En cierto modo, le pareció lo más
apropiado.
Ragnar sonrió: era un sentimiento sorprendente. La imagen le era familiar. Se
trataba del mundo natal de la humanidad. Lo había visto tantas veces en otras tantas
representaciones que le resultaba extraño saber que el planeta estaba realmente
debajo de él en aquellos momentos. Relucía como una joya centelleante colocada
sobre el terciopelo negro del firmamento. Ragnar sintió que su nerviosismo
aumentaba.
Aquél era el lugar desde donde la humanidad había partido por primera vez en
pos de las estrellas, donde había nacido el Emperador de la Humanidad y desde
donde había comenzado su gran cruzada. Donde Horus había asediado el Palacio
Imperial y donde se había decidido el destino de la galaxia. Era el núcleo del mayor
imperio que jamás había existido, la sede de un gobierno de poder incalculable.
En algún punto allí abajo, los Señores del Administratum decidían el destino de
billones de vidas. En algún punto allí abajo, el Emperador yacía medio vivo, medio
muerto, en su trono dorado. Los primarcas habían caminado en mitad de aquellos
jardines y rascacielos de plastiacero. Russ había dirigido en combate a los
antepasados del Capítulo de Ragnar en aquel mismo suelo. Eso era la Tierra, vieja y
cargada con la historia de miles y miles de años. Ragnar se reuniría muy pronto con
los millones de personas que habían realizado su peregrinaje hacia su superficie. Muy
pronto formaría parte de la vida diaria de aquel lugar.
Pensó en la aproximación que había realizado la nave. Había perdido la cuenta de
las fortalezas y flotas estelares junto a las que habían pasado desde que salieron del
punto de salto situado más allá del sol. Habían navegado cerca de las lunas blindadas
de Júpiter y de Marte, el mundo forja. Habían comprobado su identidad cientos de
veces, y habían subido a bordo en dos ocasiones. Fue un proceso muy largo y
agotador, pero nada que no esperaran.
El mundo que se encontraba debajo de ellos estaba mejor protegido que cualquier
otro planeta de la historia de la humanidad. No se produciría una segunda Batalla de
la Tierra si los poderosos Señores del Imperio podían impedirlo. En esos mismos
momentos, el cielo estaba repleto de satélites fortaleza equipados con armas de tal
potencia de fuego que podían destruir flotas de combate enteras. Todo el espacio
sublunar estaba repleto de astronaves de guerra. Ragnar se sintió insignificante por

www.lectulandia.com - Página 51
una vez en su vida.
Gabriella se puso a su lado. Llevaba el uniforme de gala de su casa navegante:
una camisa negra con el emblema del ojo y del lobo de la Casa Belisarius engastado
en cada uno de los botones de la ropa; las charreteras del uniforme mostraban la
insignia de su rango: Maestre Navegante; en la chaqueta con entorchados lucían otras
medallas y emblemas que sin duda indicaban su linaje y su estatus. Algunas de ellas
también contenían sensores muy poderosos. Por último, llevaba la espada de gala y
una pistola colgando del cinto.
A pesar de la armadura pulida y de las armas, que siempre tenía a punto y a las
que dedicaba horas de mantenimiento, Ragnar no pudo evitar sentirse casi desastrado
a su lado.
—Ha llegado el momento —dijo ella—. El transporte orbital se ha enganchado al
Heraldo de Belisarius. Nos han concedido permiso para descender a la superficie de
la Tierra.
Ragnar casi se sintió nervioso mientras caminaba a su lado en dirección a la
compuerta estanca. Ésta se abrió hacia un lado y aparecieron dos hileras de tropas de
la Casa Belisarius con unos uniformes sólo un poco menos recargados que el de
Gabriella. Sus armas tenían aspecto de estar preparadas para el servicio, y los
soldados se movían con una precisión que no hubiera desmerecido a una unidad de
élite de la Guardia Imperial. Su comandante se acercó hasta Gabriella y la saludó de
un modo muy formal. Ragnar se sorprendió cuando también lo saludó a él.
—Lady Gabriella, bienvenida —dijo—. La Celestiarca en funciones eligió a mis
hombres para que actuaran como guardia de honor. Me gustaría decir que, en
realidad, el honor es mío.
Ragnar procuró no sonreír. El oficial era un joven con un bigote ralo y escaso que
le crecía como una escuálida oruga peluda sobre el labio superior. Llevaba el cabello
largo y los rasgos de su rostro eran angulosos, con unos labios delgados. Era
exactamente el tipo de soldado que no eran los Lobos Espaciales.
—¿Su nombre, por favor?
—Soy el teniente Kyle, señora, a su servicio, ahora y siempre.
—Muy bien, teniente, le agradecería mucho que nos escoltara los veinte pasos
que separan la compuerta de la nave de transporte. Estoy ansiosa por poner de nuevo
el pie en mi planeta natal.
—Inmediatamente, mi señora.
Las dos hileras de soldados entrechocaron los tacones y giraron para formar un
pasillo por el que pasaron Gabriella y Ragnar, para después cruzar el corredor de la
compuerta estanca. El Lobo Espacial estaba a punto de sentarse y ponerse los arneses
de seguridad de uno de los asientos cuando Gabriella le indicó con un gesto que la
siguiera. Cruzaron una segunda compuerta y llegaron a una estancia mucho más

www.lectulandia.com - Página 52
lujosa en la que el emblema de la Casa Belisarius decoraba todas las paredes. Los
sillones de aceleración parecían enormes sofás de cuero acolchado, mucho más
cómodos que los de estilo militar a los que estaba acostumbrado Ragnar. La
compuerta se cerró con un siseo a sus espaldas. Ragnar se aseguró de que estaba
sellada antes de ponerse los arneses de sujeción.
—Todo eso ha sido muy formal —comentó Ragnar al cabo de un momento.
—Puedo asegurarte que ha sido mucho más formal que la mayoría de los
recibimientos. Sin embargo, mi padre ha muerto, y todo el mundo debe ver cómo mi
tía se esfuerza todo lo posible por protegerme. En realidad, la ceremonia era un
mensaje que indicaba que la protección es el asunto más serio hoy día.
—Creo que la araña jokaero demuestra que está en lo cierto.
—Sin duda. ¿Qué opinas de las tropas de la Casa Belisarius?
—Iban muy bien vestidos.
—¿No tienes buena opinión sobre ellos como guerreros? Puedes hablar con total
franqueza.
—Creo que no durarían ni veinte segundos si tuvieran que enfrentarse a una
compañía de orkos. Parece que han pasado más tiempo practicando los desfiles que
las tácticas de combate. Bueno, sólo es mi opinión, por supuesto. No los he visto
combatir.
—No son más que guardias de seguridad. Más adelante conocerás a los
verdaderos soldados. Quizá ellos te impresionarán un poco más.
—No parecéis muy convencida.
—Ragnar, creo que todo el tiempo que he pasado en El Colmillo me ha cambiado.
Antes estaba impresionada por hombres como ellos. Eso fue antes de que conviviera
con los Lobos Espaciales. Por cierto, nos encontraremos con algunos de tus hermanos
al llegar.
—Estoy deseándolo —contestó Ragnar.
Vio a través de la portilla del mamparo que la nave de transporte se había
separado del Heraldo de Belisarius y ya estaba descendiendo hacia la reluciente
superficie del planeta que tenían bajo ellos.
No fue hasta que atravesaron la capa de nubes cuando vio que se dirigían hacia lo
que parecía una enorme isla separada del resto del mundo mediante barreras y torres
de al menos un kilómetro de altura. Se trataba de una fortaleza dentro de una
fortaleza: el famoso enclave aislado al que se conocía como el Distrito de los
Navegantes.
Ragnar salió a la luz de un nuevo día en un nuevo mundo. Entrecerró un poco los
ojos debido a la fuerte luz del sol. El aire tenía un leve toque acre a productos
químicos, procedente en parte de los tubos de escape de los motores de la nave, pero
sobre todo porque formaba parte de esa misma atmósfera. El plasticemento relucía

www.lectulandia.com - Página 53
con un débil centelleo. Bajó por la rampa de salida por delante de Gabriella. Miró a
su alrededor para asegurarse de que todo estaba despejado antes de indicarle con una
señal que ella podía bajar a su vez. La guardia de honor ya había comenzado a
desplegarse delante de ellos.
Ragnar se percató de la presencia en la cercanía de numerosos vehículos
blindados de pequeño tamaño. Una figura con armadura, con la cabeza y los hombros
sobresaliendo por encima de la gente local, estaba apoyada en un hombro contra uno
de ellos. Algo en su postura sugería a la vez un cierto desdén divertido y una
completa vigilancia de todo lo que ocurría a su alrededor. En cuanto vio a Ragnar, se
irguió y se dirigió hacia él con paso decidido. Ragnar no se sintió sorprendido en
absoluto al darse cuenta de que se trataba de un Lobo Espacial, aunque muchos
detalles de su aspecto diferían e indicaban que no se trataba de un hermano de batalla
común y corriente.
Ragnar distinguió, cuando estuvo más cerca, que llevaba el pelo corto, aunque no
a cepillo, y se había recortado el bigote hasta dejarlo convertido en una tira estrecha,
con el mismo estilo que el joven teniente de la guardia de honor que los había
recibido en la nave. Emanaba de él un leve aroma a perfume, y había enganchado a
su armadura muchos amuletos de aspecto extraño y piezas de joyería.
Sonrió con amabilidad a Ragnar mientras se acercaba, pero éste no dudó en
ningún momento que, a pesar de la expresión afable del individuo, el desconocido
también lo estaba estudiando con atención.
—Saludos, hijo de Fenris —le dijo el desconocido en la lengua nativa del planeta
natal de Ragnar—. Bienvenido a la sagrada Terra.
Los soldados ya estaban acompañando a Gabriella hasta el vehículo blindado de
mayor tamaño del grupo que se encontraba esperando. Ragnar estaba a punto de
seguirlos cuando el desconocido le habló de nuevo.
—Ragnar, tu deber como escolta ha acabado. Debes acompañarme al palacio
Belisarius.
Era obvio que el individuo era un Lobo Espacial, pero Ragnar se sentía reticente a
separarse de Gabriella. Después de haberla escoltado durante todo aquel viaje tan
largo, deseaba acompañarla en aquel breve trayecto hasta su hogar.
—Ya está a salvo —insistió el desconocido—. Bueno, al menos, todo lo a salvo
que puede estar alguien como ella en la superficie de este planeta —dijo mientras
señalaba con un gesto al cielo. Unos cuantos vehículos gravitatorios flotaban por
encima de ellos. Sin duda, formaban parte del dispositivo de seguridad.
—Su padre no consiguió estar a salvo —respondió Ragnar. En el rostro del otro
Lobo Espacial apareció un gesto de dolor—. ¿Verdad que no?
—¿Crees que tu presencia hubiese representado alguna diferencia, hermano?
—Quizá.

www.lectulandia.com - Página 54
El desconocido sonrió.
—Me gusta pensar que la mía también lo hubiera supuesto, pero el deber me
reclamó en otro lugar en ese día fatal. Se produjo un breve silencio.
—Soy Torin el Viajero —dijo al cabo de un momento.
—Ragnar Blackmane.
—No debemos hablar de estos asuntos en público. Hay muchas cámaras desde
donde se pueden leer los labios.
—¿También hablan la lengua de Fenris?
—Ragnar, te sorprenderías de la variedad de capacidades y habilidades que se
pueden encontrar en la vieja Terra. Llevo viviendo aquí desde hace casi doce años
estándar y todavía me sigue sorprendiendo.
Gabriella había desaparecido en el interior del vehículo blindado, y Ragnar
caminó junto a Torin mientras se acercaban a una versión de menor tamaño y de
líneas más depuradas de un buggy orko. Aunque el conjunto era mucho más ahusado,
tenía el mismo aspecto robusto.
Torin entró de un salto en la cabina de mando abierta del vehículo y Ragnar hizo
lo mismo para colocarse a su lado. El conductor apretó un pequeño botón y quedaron
cubiertos en menos de un segundo por una cúpula de cristal teñido. Un momento
después, el cuerpo de Ragnar quedó aplastado contra el respaldo del asiento debido a
la aceleración del vehículo, que se puso a seguir al de Gabriella. Ragnar tardó unos
momentos en darse cuenta de que lo estaban siguiendo con la distancia suficiente
como para estar fuera del radio de alcance de una explosión por un ataque con
cohetes pero lo bastante cerca como para responder si se producía ese ataque. A pesar
de su comportamiento amable, Torin parecía ser muy competente como guerrero. De
hecho, Ragnar comenzó a sospechar que era mucho más que competente. Percibió de
forma instintiva lo letal que podía llegar a ser aquel individuo. Ésa letalidad era
mucho más efectiva por el modo en que la ocultaba parcialmente con sus modales.
—Esto está mucho mejor —comentó Torin—. La cúpula nos protegerá de
cualquier intento de fisgar por parte ajena y el vehículo dispone de su propia
protección adivinatoria. Podemos hablar con un poco más de libertad.
—¿Recibes en persona a todas las naves que llegan? —preguntó Ragnar a gritos
para que lo oyera por encima del rugido del motor.
—Sólo las que llegan con un nuevo Cuchillo del Lobo.
—Pues deben de ser unas cuantas.
—Eres el primero en cinco años. ¿Has tenido algún problema durante el viaje?
Ragnar le contó lo ocurrido con la araña jokaero. Torin no pareció sorprenderse
en absoluto; se limitó a inclinar la cabeza hacia un lado sin dejar de prestar atención
al tráfico.
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó Ragnar tras un momento.

www.lectulandia.com - Página 55
—Podría ser cualquiera, desde un rival celoso de la propia Casa Belisarius a
alguien externo a la familia que quiere desestabilizar al próximo Celestiarca elegido.
Dado que Adrian Belisarius fue asesinado, me inclino más bien por la segunda
posibilidad, pero ¿quién puede saberlo?
Ragnar percibió por su olor y su actitud que no quería decir nada más en aquellas
circunstancias.
—¿Cómo es la vida aquí?
Ragnar había comenzado a fijarse con atención en los enormes edificios que los
rodeaban. Estaban mucho más recargados de decoración de lo que él jamás había
visto en Fenris, bueno, ni en ningún otro lugar. Unos grandes pináculos se alzaban
implacables hacia el cielo. Todos y cada uno de los centímetros de sus fachadas
antiguas parecía tener tallados unos motivos intrincados y laboriosos. Cientos de
estatuas se alineaban en las arcadas laterales. Las gárgolas de piedra y los santos con
alas de ángel montaban guardia en los tejados. Por todos lados se veía una vegetación
abundante, aunque no tenía la cualidad de crecimiento salvaje e incontrolado de las
selvas que Ragnar había conocido. Parecía controlada y cultivada, diseñada para
prestar un elemento más a la belleza planeada por doquier.
—Es tal como lo ves —contestó Torin mientras rodeaba una enorme fuente con
apenas un toque en la palanca de mando. El agua surgía de la boca de un dragón, y
una luz de color rojo dirigida a propósito le daba el aspecto de ser fuego líquido—.
Bello en la superficie, pero podrido por debajo. Jamás, jamás, ni por un segundo,
dudes que te encuentras en el mundo más peligroso de toda la galaxia.
—Pues no parece peligroso. De hecho, tiene un aspecto bastante tranquilo
comparado con algunos de los planetas en los que he estado.
—Ragnar, el peligro no siempre aparece en forma de un orko con un bólter. Éste
planeta es donde se ha reunido la élite del Imperio. Estamos hablando del grupo de
bellacos embusteros más ambicioso, implacable y con menos escrúpulos de un millón
de planetas. Éste es el lugar al que acuden a realizar esas ambiciones, y aquí en Terra
pueden, y no permitirán que nada se interponga en su camino. Ni tú, ni yo, ni sus
propios parientes si es necesario.
—Había creído que en un planeta como éste, la lealtad sería lo más valorado.
—Nadie es leal aquí, Ragnar. No confíes en nadie más que en tus hermanos de
batalla.
—¿Ni siquiera en la Celestiarca?
—Sobre todo en ella.
—¿Por qué?
—No somos más que otra herramienta para ella, una herramienta que puede
utilizar cuando la astucia, la diplomacia y el dinero fallan. No siente ninguna clase de
lealtad hacia nosotros como individuos. Puesto que somos el punto de conexión con

www.lectulandia.com - Página 56
los Lobos Espaciales, somos un aliado importante, pero somos desechables, Ragnar.
—¿Eso crees?
—Lo sé. No me malinterpretes. Lo que he dicho no significa que ella entregaría
nuestras vidas a la ligera, o que le gustaría vernos morir, pero si las circunstancias lo
requirieran, nos sacrificaría.
—¡Eso no me parece bien!
—Es exactamente como debe ser.
—¿En qué sentido?
—El que ocupe el cargo de Celestiarca no responde ante nosotros, responde ante
la Casa Belisarius y sus Ancianos. Su deber es guardar y proteger los intereses de su
casa, lo mismo que el de Logan Grimnar es hacerlo con los de los Lobos Espaciales.
—Pero, sin duda, el primer deber de Logan Grimnar es ser leal al Emperador.
Torin soltó una carcajada, para sorpresa de Ragnar.
—Ah, qué bien me siento al hablar contigo, muchacho. Yo era como tú antes,
recién llegado de Fenris y de El Colmillo. Hay momentos en los que creo que llevo
demasiado tiempo en Terra. Por supuesto: el primer deber de Grimnar es su lealtad
hacia el Emperador, lo mismo que lo es el del Celestiarca, lo mismo que el de todos
los habitantes de la Tierra y del Imperio. Sin embargo, te sorprendería ver cuánta
gente utiliza esa lealtad de un modo que beneficia sus propios intereses.
Ragnar comenzaba a sentirse un poco incómodo con la actitud de Torin. No era
muy diferente a la que habían mostrado algunos de los lores Lobo. No tenía ninguna
duda de que tanto Sigrid como Berek, por ejemplo, actuaban del modo que creían era
el mejor para los intereses del Capítulo, y que acabarían con toda seguridad
ascendiendo al Trono del Lobo.
—Eres un individuo muy cínico, hermano Torin.
—Quizá, hermano Ragnar —le contestó Torin con una sonrisa—. O a lo mejor es
que soy un tipo realista. Mantén la mente y una actitud abiertas hasta que hayas visto
más.
—Siempre intento hacerlo.
Se quedaron de nuevo en silencio durante unos cuantos minutos. Ragnar se quedó
observando cómo iban pasando los espléndidos edificios. Parecía que generaciones
enteras de artesanos habían pasado sus vidas trabajando en la decoración de las
pequeñas secciones de aquellas paredes. Incluso para alguien como Ragnar, no
demasiado entendido en aquellos asuntos, era evidente que los frescos y las esculturas
eran piezas maestras.
—¿Cuánto tardaremos en llegar al palacio Belisarius? —preguntó Ragnar.
—Dentro de poco. De hecho, ya estamos dentro de las posesiones de la familia
Belisarius. Poseen todo el terreno de este sector, desde el puerto espacial hasta los
edificios residenciales pasando por los talleres. Es una muestra de su riqueza.

www.lectulandia.com - Página 57
—¿En qué sentido?
—El terreno es el más caro de todo el Imperio. Por el precio de un metro
cuadrado de este lugar te puedes comprar un palacio en un mundo colmena, o en la
mayoría de los mundos del Imperio, ya puestos.
—El sagrado suelo de Terra —murmuró Ragnar.
—El sagrado y muy caro suelo de Terra, hermano Ragnar. Se han perdido miles
de vidas en luchas por un terreno del tamaño de una granja pequeña en cualquiera de
las islas de Fenris.
—Creía que los enfrentamientos armados estaban prohibidos en Terra.
Torin sonrió con una mueca.
—Ragnar, examina este vehículo. ¿Qué es lo que ves?
—Un vehículo veloz y maniobrable de diseño más o menos corriente.
—De diseño militar más o menos corriente. Está blindado contra cualquier
proyectil menos poderoso que un cohete perforante. Contiene todas las contramedidas
protectoras de las que disponen los Adeptus Mecanicus. Dispone de una baliza para
pedir socorro. Si Terra fuese un lugar pacífico, ¿crees que haría falta todo esto?
Ragnar se quedó pensativo unos momentos.
—Has empezado a ponerme al día, ¿no?
—Buen chico, hermano Ragnar. Sabía que eras listo.
—No soy un chico, hermano Torin —replicó Ragnar con un tono de voz agresivo.
Torin sonrió de nuevo.
—No. Ya veo que no lo eres, aunque no luzcas los colores de un Cazador Gris.
No lo olvidaré de ahora en adelante. ¿Cómo ha ocurrido? Ya no eres un Garra
Sangrienta, pero tampoco eres un Cazador Gris…
Ragnar estaba seguro de que su compañero ya sabía las respuestas a aquellas
preguntas y lo estaba provocando y poniendo a prueba.
—Ya debes de saberlo —contestó de malhumor.
—Supongamos por un momento que lo sé —dijo Torin mientras hacía girar el
vehículo hasta que entraron en una amplia avenida que llevaba hasta un gigantesco
edificio que se alzaba delante de ellos. Cruzaron un puente que sorteaba un profundo
abismo que rodeaba el edificio. Ragnar miró hacia abajo y se percató de que todo
aquello era un poco engañoso. El edificio parecía hundirse en las profundidades que
se abrían bajo ellos. Vio luces brillando en miles de ventanas y más puentes cargados
de tráfico.
—En los informes que recibimos no aparece todo lo que sucede, créeme.
Digamos que quiero oír tu versión de lo ocurrido.
—Te lo contaré cuando esté preparado y me apetezca.
—Es justo, hermano. Tenemos tiempo de sobra. Nos vamos a ver bastante a lo
largo de las próximas décadas.

www.lectulandia.com - Página 58
Aquéllas palabras sonaron tan definitivas como una sentencia de cárcel. Ragnar
se dio cuenta de que su destino estaba, sin duda alguna, sellado. Le gustara o no,
estaba atrapado en la Tierra con aquel individuo y menos de dos docenas de
compatriotas. Darse cuenta de un modo definitivo de aquello lo golpeó con la misma
fuerza con la que se cerró la gran puerta blindada de plastiacero detrás del buggy en
cuanto acabó de entrar.

www.lectulandia.com - Página 59
CAPÍTULO 5

www.lectulandia.com - Página 60
—Ragnar, ya estamos en el palacio. Sé discreto. Escoge con cuidado tus palabras a
no ser que estés completamente seguro de que no te van a oír —dijo Torin.
El buggy se detuvo en el patio que se abría al otro lado de la puerta blindada.
Ragnar vio que los guardias de honor ya habían bajado del gran vehículo blindado y
estaban escoltando a Gabriella a través de la puerta de arco del otro lado.
Torin apretó un botón y los controles se apagaron a la vez que se abría la cúpula
de la cabina de mando. Ambos marines espaciales se apresuraron a salir. Ragnar
estudió con atención los alrededores. Se encontraban en mitad de un atrio inmenso.
Muy por encima de sus cabezas había un techo de vidrio blindado que permitía la
entrada de luz natural. Vio desde donde estaba incontables balcones que daban al
interior del edificio. En cada pared había un gran ascensor de paredes translúcidas.
Aunque Ragnar sabía que aquel lugar no era ni de lejos tan grande como El Colmillo,
sentía como si lo fuera, y era algo desorientador para un recién llegado.
Sin embargo, mientras que El Colmillo parecía un lugar de reunión para los
hermanos de batalla, aquel sitio parecía más bien un bazar. Seres humanos
procedentes de todos los puntos de la galaxia abarrotaban el lugar. Vio a catachanos
vestidos con sedas verdes y a boreanos de tez pálida vestidos con túnicas de piel de
ballena. Vio a los individuos de metálicas armaduras nativos de los mundos forja del
Rimero Taleano. Un individuo increíblemente obeso estaba reclinado sobre un
palanquín levitatorio mientras un par de hermosas muchachas desnudas le abanicaban
el cráneo afeitado y unos sirvientes sudorosos lo transportaban en mitad del gentío.
Los criados, con el recargado uniforme de la Casa Belisarius, pasaban por doquier
cumpliendo sus encargos. Muchos tenían ojos biónicos y extremidades artificiales.
Algunos de ellos iban armados.
El edificio en sí era el resultado de un gran proyecto artístico. Las paredes estaban
cubiertas de frescos. Las gárgolas sostenían globos de luz en sus garras. Las estatuas
de los santos, montadas sobre pedestales que quedaban por encima de la multitud,
irradiaban luz desde los halos que les rodeaban la cabeza. Ragnar echó un vistazo
más atento y descubrió que algunas de las estatuas tenían objetivos de cámaras en los
ojos.
Percibió que en aquel sitio tenían lugar gran cantidad de negocios. Unos huecos
en las paredes llevaban a diversas salas donde se oía el sonido del regateo y de los
tratos que se cerraban. Se intercambiaban bienes por otros bienes y se llegaba a
acuerdos sobre el uso de naves, flotas y navegantes.
Miles de olores a hombres, bestias, especias, sedas y pellejos de animales
llenaban el aire. El hedor a aceite para motores se entremezclaba con los ungüentos
técnicos y el incienso alucinógeno. Para alguien con los sentidos tan agudizados
como Ragnar era algo muy abrumador hasta que comenzó a catalogar los estímulos
sensoriales que lo rodeaban y se adaptó a la situación. Siguió a Torin caminando

www.lectulandia.com - Página 61
sobre el suelo de mosaico y llegaron a un ascensor después de atravesar uno de los
pórticos. Unos segundos después, y sin haber experimentado la más mínima
sensación de movimiento, se encontraban a cientos de plantas bajo el suelo, rodeados
por paredes blindadas de plasticemento reforzado.
Torin lo guió por los pasillos repentinamente silenciosos. El olor a Lobos
Espaciales era mucho más intenso en aquel lugar. Era obvio que se trataba de una
zona mucho más frecuentada por sus hermanos de batalla. Una puerta se abrió por
delante de ellos cuando se acercaron, franqueándoles la entrada a otra estancia. Las
paredes de ésta estaban cubiertas con paneles de madera. En el suelo había varias
pieles de los grandes lobos de Fenris colocadas como alfombras. Los huecos de las
paredes estaban repletos de libros y de pergaminos. Algo que parecía un fuego de
leña real, pero que no era más que una hábil representación holográfica, caldeaba el
lugar. Ragnar vio todo aquello de una sola mirada antes de posar los ojos en el
hombre que estaba sentado detrás de la mesa de escritorio que dominaba la estancia.
A su manera, era tan impresionante como Berek Puño de Trueno o cualquiera de
los otros lores Lobo. Era delgado para ser un Lobo Espacial, con una apariencia casi
cadavérica. Tenía el rostro alargado y con una expresión triste, como si lamentara
algo de manera profunda. Bajo sus ojos se veían bolsas oscuras y tenía el rostro
surcado de profundas arrugas. Llevaba largo el cabello de color gris. Se había
recortado la barba, que todavía mostraba mechones negros. Los ojos eran de un color
azul intenso, fríos y calculadores. Parecieron tomarle la medida en tan sólo un
momento y archivaron la conclusión a la que llegaron en lo más hondo de su helada
mente. Cuando habló, su voz resonó de forma más profunda y resonante de lo que
Ragnar había esperado.
—Bienvenido a Terra, Ragnar Blackmane, y bienvenido a nuestro pequeño grupo
de hermanos. Soy Valkoth, y estoy al mando del destacamento del Cuchillo del Lobo
—Ragnar no sintió ninguna necesidad de responderle—. Le he pedido a Torin que te
informe de todo lo necesario. Él te llevará hasta tus aposentos y se asegurará de que
te instalas en las condiciones adecuadas. Si tienes alguna pregunta, no dudes en
hacérsela. La Celestiarca está ocupada ahora mismo, pero en cuanto tenga tiempo, te
llevaremos a su presencia para que le hagas tu juramento de lealtad. Hasta entonces,
deberás actuar como si ya hubieras pronunciado el juramento. Compórtate como si la
reputación de los Lobos Espaciales dependiera de ti…, porque así será.
—Sí, señor —contestó Ragnar.
—Creo que se ha producido un intento de asesinato contra Gabriella Belisarius.
Cuéntame qué es lo que pasó.
Ragnar así lo hizo, y el viejo lo escuchó con atención, sin interrumpirlo ni una
sola vez. Habló cuando Ragnar terminó de contar lo sucedido.
—Ten cuidado. Habrá más intentos de asesinato contra Gabriella y contra todos

www.lectulandia.com - Página 62
los que se encuentran a nuestro cargo.
Ragnar asintió, y Valkoth concentró su atención de nuevo en el libro abierto que
tenía delante. Comenzó a tomar anotaciones con una pluma. Estaba claro que debían
retirarse.
Salieron, y Torin guió de nuevo a Ragnar por el corredor hasta adentrarse más
todavía en el laberinto de pasillos. Había menos sirvientes y criados y ninguna señal
de Lobos Espaciales, aparte de Torin y él mismo.
—Ése era el viejo —dijo Torin—. Es algo parecido a un erudito, pero que eso no
te engañe. No hay guerrero que se le compare con una espada sierra en la mano, y es
tan astuto como el mismo Logan Grimnar.
Ragnar no compartía el prejuicio habitual de los fenrisianos contra los eruditos.
Era obvio para él que lo que Torin le decía era cierto.
—¿Y dónde están todos los demás?
—A lo mejor esperabas un festín de bienvenida.
—No. Sólo pensé que habría más de los nuestros por aquí.
—En realidad, ahora mismo hay más Lobos Espaciales en el palacio de lo que
recuerdo haya habido jamás. Supongo que se debe a la toma de posesión del cargo de
la Celestiarca, pero es bastante inusual. Normalmente estamos desperdigados aquí y
allá por todo el Imperio.
—¿Por qué?
—Por las diversas misiones. Algunos entrenan a las tropas de la Casa Belisarius.
Otros realizan misiones secretas. Algunos actúan como guardaespaldas de
Navegantes que participan en situaciones especialmente peligrosas.
—La gente me dice continuamente que entrenamos a las tropas de la Casa
Belisarius, pero, según tengo entendido, los Navegantes no tienen tropas.
—Sí y no. No disponen de tropas oficiales, pero tienen guardias de seguridad que
realizan las mismas funciones. Además, tienen contratadas compañías mercenarias
con acuerdos permanentes que llevan sirviéndoles desde hace tanto tiempo que ya
forman parte de la casa, en realidad. Son soldados de los Belisarius en todos los
aspectos menos en el legal.
Ragnar se sintió asqueado.
—¿Qué sentido tiene tener leyes si la gente encuentra el modo de no cumplirlas?
¡Civilización! ¡Ja!
—Empiezas a sonar como Haegr. Seguro que os llevaréis bien.
Ragnar no estaba demasiado seguro de ser tan justo como sonaba. En aquellos
momentos, se encontraba perdido y echaba mano del código de conducta de su
mundo natal. Torin se dio cuenta de su estado de ánimo.
—¡No te preocupes, no es tan malo!
En ese preciso instante, una figura gigantesca apareció en la entrada de un pasillo.

www.lectulandia.com - Página 63
Tenía una jarra de cerveza del doble del tamaño habitual encajada en la punta de un
pie y una enorme pata de jamón casi limpia en una mano. Era con diferencia el
individuo más grande que Ragnar hubiese visto jamás, gigantesco incluso entre los
Lobos Espaciales, y al único entre ellos al que se le hubiera podido llamar gordo. Sus
pequeños ojos estaban hundidos y casi escondidos detrás de unas enormes mejillas
sonrosadas. Parecía que le habían modificado la armadura para contener su tremenda
barriga, lo que resultaba un triunfo para la capacidad del armero.
—¿He oído que alguien pronunciaba mi nombre en vano? —aulló con una voz
que a Ragnar le recordó un alce furioso—. ¿Fuiste tú, hombrecito?
Torin le sonrió al gigante.
—Veo que estás intentando inventar una nueva moda en calzado.
El enorme desconocido bajó la vista y parpadeó.
—Dejé la jarra al lado de la cama cuando me eché a tomar una siesta. Supongo
que debo de habérmela llevado por delante cuando me puse en pie de un salto como
un valiente para entrar en acción y desafiar a aquel que se hubiese burlado de mi buen
nombre.
Ragnar se percató de que el individuo apestaba a cerveza. Tenía la barba cubierta
de manchas de comida.
—Ya sabes que soy incapaz de hacer nada semejante, Haegr —le contestó Torin
—. Tan sólo le comentaba a nuestro último recluta que tú y él tenéis algo en común.
Haegr parpadeó con lentitud, como si se diera cuenta por primera vez de la
presencia de Ragnar.
—Un recién llegado del bendito planeta Fenris, donde los vientos helados limpian
la escarpada tierra de toda polución y corrupción. Me temo que has venido al sitio
equivocado, muchacho. Éste apestoso agujero de iniquidad es un anatema para los de
nuestra clase, para las viriles virtudes de los Lobos Espaciales…
—Haegr es tan puro como el mundo que lo vio nacer —comentó Torin.
—¿Te burlas de mí, hombrecito?
—No me atrevería. Simplemente admiraba tu nueva condecoración.
—No tengo ninguna condecoración nueva.
—¿Cómo que no? ¿No es ésa la orden de la mancha de salsa, concedida para
marcar la armadura de los individuos que siempre tienen buen apetito?
Haegr bajó una mano, se limpió la mancha de la armadura y luego se chupó el
dedo.
—Si no te conociera bien, pensaría que te estás mofando de mí, Torin. Menos mal
que sé que ningún hombre se atrevería.
—Viejo amigo, tu lógica es tan impecable como siempre, pero ahora tengo que
acompañar a Ragnar a sus aposentos y explicarle sus tareas.
—Asegúrate de que sepa que va a estar rodeado de cobardes afeminados sin la

www.lectulandia.com - Página 64
menor virtud masculina. Éste mundo no es Fenris, chico. Que no se te olvide.
—No creo que pueda llegar a hacerlo —contestó Ragnar—. Todo el mundo me
dice lo mismo de un modo u otro.
—Pues entonces, te veré más tarde, y podremos hincharnos de cerveza al heroico
estilo de los hijos de Fenris. Yo debo marcharme para quitarme esta jarra del pie.
Se dio la vuelta y se dirigió dando grandes pisotones de regreso a su habitación.
—Ése es Haegr —comentó Torin—. No es el más listo de los reclutas que los
Buscadores de Valientes han escogido para formar parte de nuestras filas, pero es
quizá el más valiente, sobre todo cuando hay que enfrentarse a grandes cantidades de
comida y bebida.
—¡Te he oído! —aulló una voz lejana desde detrás de una puerta.
—¡Era una alabanza de tus heroicas capacidades! —gritó Torin mientras
apresuraba el paso de repente.
—No quisiera tener que darte otra paliza —bramó Haegr a su vez abriendo la
puerta y asomando la cabeza. Las enormes guías de su bigote le recordaron a Ragnar
el morro de una morsa.
—Todavía estoy esperando a que lo hagas por primera vez —dijo Torin.
—¿Qué has dicho?
—Anda y quitare la jarra del pie —exclamó Torin antes de que él y Ragnar
doblaran una esquina.
—¿Sería capaz de pegarte una paliza? —le preguntó Ragnar, y Torin alzó una
ceja.
—Ya le gustaría. Haegr es muy fuerte, pero su masa corporal lo hace ser muy
lento. Aún no he perdido un combate cuerpo a cuerpo sin armas con él.
Torin mostraba una tranquila confianza en su forma de hablar que contrastaba de
un modo tremendo con las fanfarronadas de Haegr. Ragnar no vio razón alguna para
dudar de sus palabras.
—¿Cómo ha engordado así? Pensé que nuestros cuerpos estaban diseñados para
quemar la comida de un modo eficiente. No recuerdo haber visto jamás a un Lobo
Espacial con sobrepeso.
—Hay más músculo que grasa en ese cuerpo, como descubrirás si le echas un
pulso en alguna ocasión. Por lo que se refiere a su gordura, algo salió ligeramente mal
cuando Haegr ascendió a Marine Espacial. No fue evidente hasta que pasó mucho
tiempo. Los sacerdotes simplemente pensaron que tenía un apetito tremendo. Sólo
después de que hubiera acumulado muchos kilos de más se dieron cuenta de que tenía
alguna clase de defecto, no lo bastante grave como para convertirlo en un wulfen o
que lo exiliaran a los páramos helados, pero un defecto que lo convirtió en lo que es.
Descubrirás que la mayoría de los miembros del Cuchillo del Lobo no encajan de un
modo u otro en El Colmillo. Así es como la mayoría de nosotros acabamos aquí.

www.lectulandia.com - Página 65
—¿Qué te trajo a ti?
—Lo pedí.
—¿Querías ver la sagrada Tierra?
—Algo así. Ya hemos llegado a tus aposentos. No es mucho, pero será tu nuevo
hogar.
Ragnar miró a través de la entrada y vio que, una vez más, Torin estaba
bromeando. La primera estancia era enorme y estaba muy bien acondicionada. Aquél
lugar hacía parecer una celda espartana su camarote a bordo del Heraldo de
Belisarius. Se fijó en que su equipo ya estaba allí y lo habían colocado sobre una
inmensa mesa de roble para que lo revisara.
—No es lo que esperaba —comentó.
—Forma parte del trabajo. A los de la Casa Belisarius les gusta mantenernos
contentos. No quieren que nadie compre nuestra lealtad, así que nos dan lo mejor de
lo mejor.
—¿Creen que la lealtad de un Lobo Espacial se puede comprar? Entonces, no nos
conocen muy bien —comentó Ragnar. No le gustó nada la mancha de deshonor que
eso implicaba en la reputación del Capítulo.
—Ragnar, quizá nos conocen mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. O
a lo mejor es que proyectan su forma de pensar y de comportarse en nosotros. Ponte
cómodo. Dentro de nada te llamaremos para indicarte tus tareas.
Torin dio media vuelta y se marchó antes de que a Ragnar le diera tiempo a
contestar nada. La puerta se cerró a su paso.
Dio una vuelta por la serie de estancias e intentó adaptarse a aquel lujo al que no
estaba acostumbrado. Los muebles eran de primera calidad. Había varios sillones,
sofás y mesas de escritorio, además de una cama flotante donde era posible quedarse
en el aire por encima del colchón mediante un campo de suspensión. La cámara de
aseo incluía una bañera de mármol hundida en el suelo.
Había una ventana holográfica que cambiaba de paisaje cuando se pasaba una
mano por encima de una runa. Ragnar echó un vistazo a varios paisajes de Fenris, a
un mundo desierto donde aparecían unas ruinas inmensas, el espacio abierto a los
mercaderes por donde había entrado al edificio y una gigantesca estructura que bien
podía ser el Palacio Imperial, con una fila interminable de peregrinos que esperaban.
El aire estaba cargado de aromas relajantes, y sonaba una emocionante música
marcial a bajo volumen.
Ragnar se dedicó a buscar aparatos espías ocultos. Sacó varias cámaras de la
yesería del techo y descubrió mediante el olfato unos cuantos audífonos debajo de las
camas. Encontró otra cámara en el detector de venenos que estaba sobre una mesa.
No le gustaba que lo vigilasen y quería asegurarse de que quienquiera que hubiera
puesto aquellos artilugios captara el mensaje.

www.lectulandia.com - Página 66
Se tumbó en la cama después de revisar todo el lugar y se quedó mirando el techo
preguntándose qué iba a hacer. Aquél sitio no era en absoluto lo que se había
esperado. Apestaba a sospecha y a intriga cortesana, y todos a los que había conocido
le habían hecho alguna advertencia al respecto.
Al parecer, tenía que suponer que todo el mundo era traicionero, del mismo modo
que todo el mundo pensaría eso de él. Decidió que aquélla no era forma de vivir, pero
se dio cuenta de que no le quedaba otra opción. Era evidente que el asesinato era
moneda corriente en aquel lugar. La gente cometía asesinatos más o menos discretos
para obtener beneficios y, según se veía, todo estaba en venta y podía comprarse.
Se preguntó por qué ocurría todo aquello. A su alrededor, por doquier, se
encontraban las mayores riquezas que uno podía imaginarse. Todos los lores del
Imperio y todas las casas navegantes compartían esa enorme riqueza. ¿Para qué
necesitaban más? Quizá no luchaban para conseguir más riquezas, quizá era por el
poder. Había visto lo que el ansia de poder cambiaba incluso a los austeros guerreros
de Fenris.
¿Y qué decir de sus nuevos camaradas? ¿Eran de fiar? Torin parecía tener muchos
secretos, y su actitud burlona no se parecía a la de los Lobos Espaciales que Ragnar
había conocido. Parecía haberse convertido más bien en un miembro de la Casa
Belisarius por su modo de vestir, su forma de hablar y su manera de pensar. Haegr
parecía un individuo sin complicaciones, pero Torin había hablado de una especie de
defecto que quizá era lo que lo había condenado a aquel exilio. Era posible que ese
defecto fuese más grave que lo que se veía a simple vista.
Ragnar se obligó a sí mismo a relajarse. No estaba en condiciones de juzgar a sus
compañeros. Tan sólo se encontraba intranquilo por haberse visto separado de la
rutina de la vida diaria con sus hermanos de batalla y estar empantanado en una
situación tan confusa y traicionera como la de aquel lugar. Se sentía como un pez
fuera del agua. Lo habían entrenado para hacer frente a la dura realidad del campo de
batalla, donde los objetivos de la misión y los enemigos estaban definidos con toda
claridad. No lo habían preparado para las intrigas palaciegas. Quizá ése era el motivo
por el que lo habían enviado a la Tierra. Quizá aquello era algo que debía conocer y
dominar. Sabía que, pasase lo que pasase en aquel sitio, se le presentaba como una
oportunidad.
Estaba en condiciones de estudiar a fondo el lado siniestro del sistema político
imperial. Iba a hacer todo lo posible por aprender todo lo que pudiese de su situación
y dominarla. Ragnar estaba solo, lo ignoraba casi todo y era vulnerable, pero era
cuestión suya no permanecer en aquel estado durante mucho tiempo. Iba a tomar las
riendas de su destino con sus propias manos. Aprendería todo lo que fuese necesario
y se impondría a las circunstancias que lo rodeaban. Aquélla era una prueba que no
pensaba fallar.

www.lectulandia.com - Página 67
Llegar a esa decisión hizo que Ragnar se sintiera mejor. Se dio cuenta de que
desde que había perdido la Lanza de Russ y se había enterado de que tendría que
enfrentarse a un juicio en el Consejo de los Lobos había ido a la deriva, inseguro y
sin saber muy bien qué hacer. Eso se había acabado. Fuesen cuales fuesen los
desafíos que le esperaban, los arrostraría como un verdadero hijo de Russ.
Alguien llamó a la puerta. La abrió y vio que se trataba de Torin y de Haegr, que
lo estaban esperando.
—La Celestiarca desea tener el placer de disponer de una audiencia con el
Cuchillo del Lobo recién llegado —dijo Torin con voz algo burlona.
—Nos envió para que nos aseguráramos de que no te perdieras —añadió Haegr
lamiéndose los labios.
—En realidad —aclaró Torin—, me envió a mí para que no os perdierais ninguno
de los dos.
—Sabes que conozco los pasillos de palacio mejor que cualquier cachorro recién
llegado.
Ragnar les sonrió.
—Disculpadme. Haegr, no te había reconocido sin ese cubo en el pie.
—¿Te estás burlando de mí, chico?
—¿Haría yo algo semejante?
—Será mejor que no lo hagas —contestó Haegr.
—Creo que vas a encajar muy bien aquí —comentó Torin antes de guiarlos por el
laberinto de pasillos que llevaban hacia el lejano ascensor.

www.lectulandia.com - Página 68
CAPÍTULO 6

www.lectulandia.com - Página 69
Salieron de otro ascensor en un lugar diferente del palacio. A Ragnar la cabeza le
daba vueltas por todo lo nuevo que veía, oía u olía, además de por la inmensidad del
lugar. Sin embargo, el proceso de adaptarse a su nuevo entorno ya había comenzado.
Mientras caminaban, dejaban un rastro oloroso que podría seguir para volver sobre
sus propios pasos. Cuanto más camino recorrieran, más señales dejarían. Ya en aquel
momento podría volver a sus aposentos con los ojos cerrados.
La gente de aquella zona iba vestida con trajes de aspecto más vistoso. Había más
Navegantes y más signos ostentosos de riqueza. Unos tapices holográficos de hilo
dorado colgaban de las paredes cubriéndolas por completo. La perspectiva de las
escenas cambiaba a medida que se pasaba a su lado de un modo que engañaba por
completo al ojo del observador. Se veían escenas de firmas de tratados, de naves
recortadas contra un fondo estelar, además de paisajes de un centenar de planetas
alienígenas. En cada uno de esos paisajes ondeaba el estandarte de los Belisarius. En
cada nave se veía el sello del poder de la casa navegante. En cada mesa de
negociación, uno de los protagonistas más importantes era un Navegante con el
uniforme belisariano.
La más impactante de todas era la imagen de un miembro de la Casa Belisarius
caminando al lado de tres figuras con las cabezas envueltas en un halo. Una de ellas
tenía alas como las de un ángel, otra mostraba los largos colmillos de un Lobo
Espacial y la tercera emanaba un aura resplandeciente. Ragnar la miró con interés. A
menos que se equivocase, aquello representaba a uno de los antecesores de la
Celestiarca en funciones caminando al lado del Emperador, de Leman Russ y de
Sanguinius, el primarca de los Angeles Sangrientos.
Ragnar sintió una leve punzada de angustia al ver la lanza que Russ llevaba en
una mano. Flexionó los dedos. Su mano también había empuñado aquella arma
sagrada durante unos breves momentos. Al ver la precisión del dibujo, Ragnar no
dudó que el artista había visto el arma en persona. La pintura era un recordatorio no
demasiado sutil del antiguo linaje y las poderosas relaciones de la Casa Belisarius.
Le llevó algo de tiempo estudiar a la gente que lo rodeaba. Los humanos los
miraban con una mezcla de miedo y respeto cuando pasaban a su lado. Su
nerviosismo era evidente en sus olores. Los Navegantes, como siempre, eran mucho
más difíciles de captar. Había algo en ellos que era tan inhumano y tan alienígena
como un orko. Torin y Haegr no mostraron señal alguna de sentirse incómodos por
ello, pero Ragnar supuso que habían tenido muchos años para acabar
acostumbrándose.
Delante de ellos se abría una enorme arcada. Las columnas de apoyo tenían forma
de dos naves estelares rodeadas por ángeles con el tercer ojo de los Navegantes en la
frente, una imagen que algunos considerarían demasiado cercana a la blasfemia. En el
centro del arco se veía el símbolo de Belisarius: un ojo flanqueado por dos lobos

www.lectulandia.com - Página 70
alzados sobre sus patas traseras. Los guardias de la entrada los saludaron con presteza
y les permitieron pasar directamente a la sala de presentaciones.
El lugar era otra prueba de riqueza y poder. La cúpula del techo era una
representación hecha con joyas del cielo nocturno que se reflejaba en el mármol
negro del suelo. La Celestiarca en funciones se encontraba sentada en un trono de
plata pura que reposaba sobre un estrado gravitatorio que flotaba en el centro de la
estancia. Se trataba de una mujer de estatura elevada, con una belleza atemporal,
vestida con una túnica negra ceñida a la altura del estómago por un cinto de plata. La
hebilla del cinto mostraba el sello del ojo flanqueado por dos lobos, lo mismo que la
diadema que llevaba en la frente. Había un hueco en la diadema que coincidía con el
ojo pineal de la Navegante, visible a través del agujero.
Había dos hombres a los lados del trono. Uno era alto pero estaba encorvado por
la edad, con una melena de cabello plateado a juego con la barba. Llevaba unos
ropajes muy parecidos a los de la Celestiarca, pero con un reborde de piel blanca en
el cuello. El otro era más bajo, de mirada más intensa, con el cabello negro salpicado
de mechones grises y una perilla muy bien recortada. Llevaba puesto el uniforme de
gala de la casa, que incluía un penacho. Parecía capaz de manejar muy bien la espada
y la pistola bólter que llevaba al cinto. Los tres tenían un cierto aire de familia entre sí
y con Gabriella. Eran de estatura elevadas y delgados, con unas manos y unos rostros
de huesos finos. Tenían las mejillas un poco hundidas y los ojos grandes. Los
Navegantes alzaron la mirada cuando entraron los tres Lobos Espaciales.
—Saludos, Torin de Fenris —dijo la mujer. Su voz era más grave de lo que
Ragnar había esperado—. Veo que has traído contigo a nuestro recluta más reciente.
—Así es, lady Juliana. Permitidme presentaros a Ragnar Blackmane, de Fenris y
de los Lobos.
—Nos sentimos felices de conocerte, Ragnar Blackmane. Adelántate para que te
podamos reconocer.
Ragnar así lo hizo. Avanzó con toda la confianza que pudo reunir, decidido a no
dejarse intimidar por la riqueza que mostraba aquel entorno o por el antiquísimo
linaje de la Celestiarca. Se dio cuenta de que todo el ostentoso despliegue en el
trayecto hasta la sala de presentaciones estaba planeado para impresionar e intimidar
a los visitantes. No estaba dispuesto a que eso lo amedrentara. Juzgaría a la
Celestiarca por sus propios méritos, lo mismo que ella tendría que juzgarlo a él. Así
había sido entre los guerreros de Fenris y sus caudillos desde tiempos inmemoriales.
Se quedó de pie delante del estrado y levantó los ojos para mirar directamente a la
Celestiarca. Si ella se sintió ofendida por el gesto, no dio muestras de ello, lo mismo
que el Navegante de mayor edad. El individuo uniformado soltó un bufido pero no
dijo nada por la fanfarronería de Ragnar. A Ragnar le pareció notar una cierta
sensación de diversión procedente de Torin y de aprobación por parte de Haegr.

www.lectulandia.com - Página 71
—Veo que eres un verdadero hijo de Fenris —dijo lady juliana, no sin cierta
amabilidad—. Sube al estrado.
Ragnar obedeció, y se percató de que el campo de suspensión no se estremeció lo
más mínimo cuando su gran cuerpo con armadura dejó caer su peso sobre él. Puede
que la plataforma pareciera flotar como una balsa sobre una corriente, pero daba
sensación de solidez en cuanto se subía a ella.
—¿Has venido a jurarnos lealtad, Ragnar?
—Sí. Tenéis mi palabra como guerrero y como Lobo Espacial de que os
obedeceré y protegeré igual que cumpliría las órdenes del mismo Gran Lobo.
—No puedo pedir más —contestó la Celestiarca—. Sé bienvenido a la Casa
Belisarius, Ragnar Blackmane.
—Gracias, señora.
Un leve gesto con la barbilla le indicó a Ragnar que la audiencia había terminado,
así que hizo una reverencia y bajó del estrado para reunirse con Torin y Haegr.
—Podéis marcharos —dijo lady Juliana.
Los tres Lobos Espaciales saludaron y se retiraron por la puerta de arco.
—Creo que le gustas —comentó Torin.
—¿Cómo puedes saberlo?
—No se ha extendido con las formalidades.
—¿Quiénes eran los otros dos?
—El viejo se llama Alarik, y es el chambelán, además del jefe de seguridad. El
figurón es Skorpeus. Es un primo de la Celestiarca y se cree que es su consejero.
—¿A quién le importa todo eso? —exclamó Haegr—. Salgamos de aquí y
dediquémonos a beber tremendas cantidades de cerveza, tal como corresponde a los
héroes de Fenris.
—Una idea excelente —contestó Torin—. Ven, Ragnar, déjanos que te enseñemos
una de las delicias de Terra: las tabernas del distrito de los mercaderes.
Ragnar estaba a punto de decir que se encontraba cansado y que deseaba
recuperarse del largo viaje cuando vio las miradas inquisitivas de sus dos camaradas.
Torin parecía estar juzgándolo, y la actitud de Haegr indicaba a las claras que ningún
verdadero hijo de Fenris dejaría escapar una ocasión como aquélla. El joven Lobo
Espacial se lo pensó dos veces y llegó a la conclusión de que tampoco sería mala
idea. Estaba deseoso de ver más de su nuevo planeta, y en cuanto comenzara a tener
tareas que cumplir, lo más probable sería que ya no tuviera ocasión alguna de hacerlo.
Se le ocurrió que lo mismo podía pasarle a los otros dos. A lo mejor les habían
ordenado que le enseñaran los alrededores y tendrían que cumplir otras misiones si
Ragnar decidía marcharse a sus aposentos. Si ése era el caso…
—Venga —contestó.
En ese preciso instante, el Navegante llamado Skorpeus salió de la cámara de

www.lectulandia.com - Página 72
presentación. Una gran figura con la cara marcada por cicatrices le salió al encuentro.
Los dos charlaron durante unos momentos y luego se dirigieron hacia los tres Lobos
Espaciales.
—Bienvenido a Terra, Ragnar Blackmane —dijo el Navegante. Sus modales eran
suaves y relajados, quizá demasiado, pensó Ragnar—. Te deseo mejor suerte que tu
predecesor.
—Skander murió cumpliendo su deber. Ningún Lobo Espacial puede pedir una
muerte mejor.
—Quizá habría sido mejor para todos nosotros que hubiese cumplido del todo su
deber, que, después de todo, era proteger y mantener con vida a Adrian Belisarius.
Sin duda, habría sido mucho mejor para mi primo.
Haegr soltó un gruñido y escupió. Fue Torin el que habló.
—Estoy seguro de que en su lugar hubierais encontrado un modo de salvar
vuestras dos vidas, noble Skorpeus. Sin duda, las estrellas os hubieran advertido de
que deberíais estar lejos…, lo que quizá explicaría por qué no os encontrabais en ese
lugar cuando se produjo el ataque.
—Sin duda, las estrellas me sonríen, aunque, por supuesto, me apena que mi
primo desoyera mis advertencias.
Ragnar se giró para observar al compañero de gran tamaño del Navegante. Estaba
escuchando atentamente la conversación, pero sin mostrar ninguna clase de emoción.
La actitud que mostraba le recordó a Ragnar los miembros de las unidades de élite de
la Guardia Imperial.
—¿No es cierto que las estrellas también predijeron que seríais Celestiarca? —le
preguntó Torin con voz suave. Skorpeus lo miró con una sonrisa condescendiente.
—Crees que el hecho de que los Ancianos eligieran a mi prima Juliana invalida
esa predicción, ¿verdad, Cuchillo del Lobo?
—Eso le parecería a un bárbaro sin cultura como yo.
La sonrisa de Skorpeus se ensanchó más todavía. Parecía un jugador que tiene
una carta ganadora y está a punto de enseñarla.
—Las estrellas no predijeron cuándo llegaría a ser Celestiarca, tan sólo que lo
sería. Es algo que deberías tener en cuenta. Algún día seré vuestro señor.
—Creo que no acabáis de comprender la naturaleza de la relación entre Fenris y
la Casa Belisarius —contestó Torin.
Ragnar notó una leve traza de furia en su olor. Aunque lo ocultaba bastante bien,
era evidente que al Lobo Espacial le disgustaba Skorpeus profundamente.
—Quizá cuando llegue al trono tenga que redefinirla —replicó a su vez el
Navegante antes de alejarse con el aire prepotente del individuo que sabe que tiene la
última palabra.
—¿De qué iba todo esto? —preguntó Ragnar cuando Skorpeus se alejó lo

www.lectulandia.com - Página 73
bastante para no poder oírlos.
—Ése maravilloso ejemplar de orgullo y egocentrismo entre los Navegantes cree
que las estrellas predijeron que alcanzaría el trono —aclaró Torin mientras se
alejaban en la otra dirección—. Por si no te diste cuenta, está convencido de que
debería ser, y que será, Celestiarca. Su lacayo, ese mono llamado Beltharys, está de
acuerdo con él.
—¿Crees que Skorpeus haría algo para agilizar ese plan del destino?
Torin negó con la cabeza.
—Lo haría si pudiera, pero no tiene posibilidades de influir en la elección que
efectúan los Ancianos.
—¿Quiénes son?
—No preguntes —dijo Haegr—. Mejor bebe cerveza.
—Siento curiosidad —insistió Ragnar.
—Son una gente muy misteriosa —contestó Haegr—. Y lo cierto es que es mejor
que no quieras saberlo.
—Por una vez, mi enorme amigo está en lo cierto —añadió Torin.
—¿En qué sentido son misteriosos? —volvió a insistir el joven Lobo Espacial.
—La mayoría de la gente no los ha visto nunca. De hecho, para la mayoría de la
gente de este palacio son tan invisibles como el sentido común de Haegr.
—Espero no tener que darte una nueva paliza, Torin.
—Todos saben que el sentido común es una cualidad, Haegr, y por tanto,
perceptible aunque invisible.
—Entonces no pasa nada.
—Lo que quieres decir es que nadie ve a la gente que elige al gobernante de la
Casa Belisarius.
—Hay mensajeros que se internan en las criptas que se encuentran en los pisos
inferiores, pero son ciegos. También los Navegantes bajan allí a veces. Creo que
Valkoth ha estado alguna vez. Skander también estuvo.
—¿Aquí abajo? ¿Criptas?
—Ragnar, este palacio es un laberinto. Además, está fortificado y aislado del
resto del mundo subterráneo mediante un muro de diez metros de ancho de
plasticemento reforzado, lo mismo que las paredes de cada pasillo, y también está
plagado de sensores, trampas y detectores. Los Ancianos viven en las llamadas
criptas.
—¿Temen que los asesinen? —preguntó Ragnar.
—Eres muy listo, joven Blackmane —soltó Haegr con humor sarcástico.
—Y quizá teman algo más —añadió Torin.
—¿A qué te refieres?
—Éste no es el sitio ni el momento para hablar de ello.

www.lectulandia.com - Página 74
—¿Es uno de esos secretos por los que los Navegantes se sienten culpables?
—No te burles, Ragnar. Puede que así sea.
—¿Vamos a hablar o a beber? —exigió saber Haegr.
—Mi querido amigo Haegr, sin duda te habrás dado cuenta de que nuestros pasos
nos llevan en línea recta a los hangares de los aleteadores —dijo Torin—. Y sin duda
también, tu poderoso cerebro habrá deducido que uno de esos vehículos nos podrá
llevar hasta el distrito de las tabernas. Muchos de nosotros podemos hacer dos cosas
al mismo tiempo, como por ejemplo, caminar y hablar a la vez.
—¿Estás sugiriendo que yo soy incapaz de hacer eso?
—Ya has demostrado tu capacidad en ese sentido en muchas ocasiones. Incluso
ahora mismo, mientras hablamos, estás realizando ambas acciones al mismo tiempo.
¿Por qué iba a sugerir lo contrario?
—Tienes una actitud algo burlona, Torin, y no me gusta. Puede que sea necesario
propinarte una paliza.
—Amigo mío, será mejor que reserves tus fuerzas para beber.
—Tendré en cuenta ese consejo.
Torin los llevó hasta un enorme hangar situado en la parte alta del palacio. Desde
su amplio interior se divisaba una vista panorámica del paisaje nocturno de la ciudad.
Unas cuantas estructuras gigantescas brillaban a lo lejos, y cada pequeña ventana era
como una baliza. Las luces en movimiento formaban corrientes a lo largo del cielo.
Unos trenes inmensos serpenteaban esquivando los edificios y las interminables
mareas de decenas de miles de personas. El sabor a contaminación impregnaba el
aire. Ragnar se sintió muy lejos de la naturaleza fría y salvaje de Fenris.
Torin se acercó a un pequeño aleteador para cuatro personas. Lucía la insignia de
la Casa Belisarius. Era un vehículo alargado como un insecto esbelto, pintado de
negro y plata. Subieron a bordo y Torin se puso a los mandos y los manejó con la
misma pericia que el piloto de una Thunderhawk. Inició con presteza las
invocaciones previas al vuelo y los motores se pusieron en marcha con un zumbido.
Instantes después, el vehículo surcó con rapidez el cielo nocturno.
Ragnar se sintió desorientado por un momento cuando miró hacia abajo, hacia la
pared de metal y plasticemento que se perdía en la oscuridad bajo sus pies. Estaban a
unos mil metros de altura y seguían ascendiendo. Torin estaba atento a todo lo que les
rodeaba ya los indicadores de la holoesfera. El palacio Belisarius se alejó poco a poco
a su espalda. Ragnar vio desde aquel punto suspendido en el aire que se trataba de un
enorme y vasto edificio en forma de rombo plateado con el emblema de la casa
grabado en uno de sus costados. En aquellos momentos ya sabía que el rascacielos no
era más que la punta del iceberg: en realidad, los verdaderos dominios de la casa se
extendían muy por debajo de la superficie hasta llegar a aquellas misteriosas criptas.
Se preguntó qué era lo que ocurría allí abajo. ¿Por qué los Navegantes eran tan

www.lectulandia.com - Página 75
reservados en ciertos aspectos? ¿Qué estaban ocultando?
Otro vistazo a su alrededor le hizo percatarse de que todos los aleteadores seguían
unas rutas sobre el cielo tan definidas como las carreteras que sobrevolaban. Había
grandes espacios abiertos ocupados tan sólo por edificios solitarios que todos
evitaban. Preguntó el motivo.
—Son las sedes centrales de las demás casas navegantes. Nadie violaría su
espacio aéreo sin ser invitado y sin su permiso. Hacerlo de otro modo supone una
invitación a que te derriben.
Ragnar lo comprendió. Unos cordones de seguridad como aquéllos eran el mejor
modo de prevenir un ataque terrestre y le permitiría a cualquier artillero del edificio
disponer de una línea de disparo clara contra sus objetivos, algo que no sería posible
si los vehículos abarrotaban el cielo por encima de él. Era lo que había sospechado,
pero le alegró comprobar que estaba en lo cierto.
—Pensé que la Inquisición y los Arbites mantenían una seguridad y un control
férreos sobre la Tierra.
—Lo hacen, pero no en todos lados. Ahora mismo estamos en el distrito de los
Navegantes. Toda la isla es una zona libre. A las familias las dejan tranquilas y
mantienen su propia seguridad. La Inquisición no puede entrar aquí a menos que la
inviten o que se produzca una violación flagrante de las leyes. Hay muy poca estima
entre la Inquisición y las familias de las casas navegantes.
—Ajá —comentó Haegr—. Los cabrones de capas negras odian a los demonios
de tres ojos. Ninguno de ellos merece más interés que un pedo, excepto dos o tres
tipos de la Casa Belisarius, por supuesto.
—¿No te gusta estar aquí? —le preguntó Ragnar.
—Éste sitio me asquea. Ojalá estuviera de regreso en los campos helados de
Fenris con una manada de alces delante de mí una lanza en la mano.
—Es curioso —dijo Torin—. Aquélla vez que salvaste al viejo Adrian de esos
fanáticos te ofreció concederte lo que le pidieras. Te habría enviado de regreso a
Fenris si se lo hubieras pedido, y en vez de eso le pediste un pastel de carne.
—Era un pastel de carne muy grande —contestó Haegr. Sonaba casi avergonzado.
—Sí que lo era —replicó Torin—. Mataron un toro y lo envolvieron en hojaldre
grueso. Haegr se lo comió todo él solito.
—Fue mi recompensa. No vi que tú te interpusieras en ninguna ráfaga de balas.
—Por cierto, ¿es verdad que aplastaste a varios sirvientes y los mataste cuando te
abalanzaste sobre la mesa? —le preguntó Torin.
—Por supuesto que no. Nadie se hubiera atrevido a interponerse entre mi persona
y un festín semejante.
A Ragnar le divirtió oírlos. Sus pullas le recordaban los insultos amistosos que a
menudo había intercambiado con Sven. Sin embargo, seguía sintiéndose fuera de

www.lectulandia.com - Página 76
lugar en aquel sitio. Se dio cuenta de que el aleteador había comenzado a descender
hacia un grupo de edificios muy apiñados. El cielo por encima de ellos estaba
iluminado con fuerza.
—Dijiste que la Inquisición no venía por aquí.
—Haría falta como mínimo una guerra abierta entre las casas navegantes para que
tuvieran motivo suficiente —contestó Torin—. Los Navegantes gastan lo bastante en
sobornos como para comprar un planeta pequeño. Eso les asegura bastante
privacidad.
—¿Me estás diciendo que la Inquisición acepta sobornos?
—No es nada tan clamoroso o tan evidente como eso. Ragnar, tienes que entender
cómo funciona el Imperio. Todos los Altos Señores de Terra pasan el tiempo
intrigando unos contra otros, esforzándose por conseguir más poder, posición y
prestigio. Para eso hace falta dinero. Los Navegantes tienen mucho dinero. Los Altos
Señores y muchos burócratas de gran importancia se aseguran de que nadie moleste a
los aliados que les proporcionan dinero.
—Sería mejor que alguien bombardeara todo el planeta con bombas víricas —dijo
Haegr—. Bueno, excepto el palacio del Emperador.
Torin se giró para mirarlo.
—Y el de la Casa Belisarius, por supuesto —añadió Haegr como una ocurrencia
tardía.
—Sólo a ti se te ocurriría bombardear con virus la sagrada Terra —dijo Torin.
—Mejoraría el lugar —contestó Haegr.
—No lo digas demasiado alto, no vaya a ser que alguien te oiga.
—¿Y qué harías si lo hago?
—Asistiría a tu funeral después de que los zelotes te incinerasen.
—Que vengan. No los temo ni a ellos ni a la Inquisición.
—¿Zelotes? —preguntó Ragnar.
—Fanáticos religiosos. Abundan en Terra, como es de esperar. No todo es
corrupción y lujo. No todo el mundo puede permitírselos. Existen billones de
personas que viven en este sagrado suelo y que no tienen más consuelo que la fe. Un
cierto porcentaje de ellos se consuelan matando a cualquiera que no se ajuste a su
idea de virtud.
—Ésa es una de las razones por las que los Navegantes prefieren estar aislados en
mitad de este mar de desechos —añadió Haegr—. Los zelotes los odian y los llaman
mutantes.
—¿Matarían a los Navegantes? —exclamó Ragnar sorprendido.
—¿Quién crees que mató a Adrian Belisarius? —inquirió Torin.

www.lectulandia.com - Página 77
CAPÍTULO 7

www.lectulandia.com - Página 78
Cientos de personas abarrotaban la taberna. Marineros, soldados, mercaderes y sus
guardaespaldas procedentes de miles de mundos se habían congregado allí. La
música sonaba a todo volumen. Mujeres semidesnudas bailaban sobre las mesas
mientras otras servían comida y bebidas a los clientes. El interior había sido
construido de tal modo que simulara una taberna de madera de algún mundo
fronterizo, pero su intuición le decía a Ragnar que no era más que una ilusión. Las
vigas, de hecho, no eran de madera, sino plasticemento pintado. Las paredes eran
paneles superpuestos sobre la piedra. El fuego, aunque parezca extraño, sí que era
real y rugía con estrépito.
Sobre la pared habían colgado muchas cabezas de animales. Ragnar reconoció un
lobo y un alce. Era extraño que algunas de las variedades de estas criaturas se
pudieran encontrar en miles de mundos. Ragnar supuso que habían sido transportadas
allí durante la emigración original de la Tierra. Ésta idea le hizo volver a caer en la
cuenta de que aquí era donde todo había empezado. Estaba en el mundo del
Emperador: de allí procedía la humanidad. Era un pensamiento estremecedor, aunque
dudaba que pasara por las mentes de los parroquianos que lo rodeaban.
Fue una prueba del cosmopolitismo de aquella multitud el hecho de que nadie les
prestara la más mínima atención cuando Torin y Haegr se dirigieron a una mesa. No
era algo a lo que Ragnar estuviera acostumbrado. En cualquier mundo fuera de Fenris
era previsible que un Lobo Espacial fuera recibido con temor respetuoso y una cierta
reverencia. Por supuesto, echando un vistazo a la gente, era totalmente posible que
los parroquianos estuvieran demasiado borrachos para haber notado tres gigantes con
armadura moviéndose entre ellos.
Haegr ya había pedido a gritos comida y bebida. El camarero lo saludó como si
fuera un hermano a quien no veía hacía mucho.
—¿Lo de siempre? —preguntó.
—¡Lo de siempre! —gritó Haegr.
Poco después apareció un inmenso tanque enfrente de Ragnar.
—¡Salud! —gritó Haegr, y alzó su jarra.
—Bienvenido a Terra, Ragnar —dijo Torin.
—Me alegro de estar aquí —contestó Ragnar, dándose cuenta para su sorpresa de
que era verdad. La cerveza estaba fría y bajaba bien.
—No es tan buena como la de Fenris, pero servirá —dijo Haegr. Ya había
terminado un pichel y estaba comenzando un segundo. Hacía falta mucha cerveza
para vencer la capacidad de metabolización de veneno de un Marine Espacial, y
Haegr estaba acompañándola con una copa de whisky. Un instante más tarde
aparecieron en la mesa frente a él lo que parecían dos ovejas asadas enteras.
—¿Nos vamos a comer todo esto? —preguntó Ragnar.
—Esto es mío —dijo Haegr—. ¡Ahí viene lo vuestro! —su gesto indicaba que

www.lectulandia.com - Página 79
otro animal muerto y asado estaba a punto de llegar a la mesa.
—Esto es un mero aperitivo para Haegr —le explicó Torin al ver la expresión de
Ragnar—. No es broma. Ponte a ello o se comerá la tuya antes de que puedas hincarle
el diente.
Un ruido parecido al de una sierra eléctrica atravesando una res les llegó desde el
otro lado de la mesa. Ragnar no podía creer todo lo que había desaparecido ya de la
carne de una de las ovejas de Haegr. Dos barras de pan untadas con mantequilla
habían caído con ella. Arrancó una pierna de la suya y le dio un mordisco. Tenía buen
sabor. Los jugos corrían sobre su lengua y se deslizaban por la garganta. Los hizo
bajar con más cerveza, un poco de whisky y algo de pan.
Alzó la vista y le sorprendió que Torin estuviera utilizando un cuchillo y un
tenedor a la manera local y que estuviera cortando la comida cuidadosamente en
pequeñas porciones del tamaño de un bocado antes de masticarlo. Una copa
translúcida del tamaño de un caldero llena de vino era su única concesión a la manera
fenrisiana de celebrar un banquete.
Sonrió a Ragnar.
—Vino narcótico sensorial. Contiene unos poderosos hongos alucinógenos. Pegan
bastante fuerte. Tengo ganas de ponerme a prueba con ellos.
Haegr soltó un eructo como un trueno.
—Torin no es más que un decadente. Maldigo la influencia de todos esos
amanerados terrícolas. Sólo mis constantes palizas le otorgan un parecido a la
verdadera dureza fenrisiana.
—Vigila tu brazo, Ragnar —dijo Torin—. Haegr casi lo agarra por error. Varios
hombres han necesitado prótesis después de cenar con él.
—Un rumor insidioso propagado por mis enemigos —dijo Haegr, rasgando la
segunda oveja con los dientes—. No soy ningún orko.
—En ocasiones es difícil saberlo —dijo Torin—. ¿Tu madre conocía bien a tu
padre? Estoy seguro de que a veces se te nota un ligero matiz verde en la piel.
—El único tono verde que hay aquí es el de tu piel y viene de tu envidia por mis
viriles hazañas.
—En realidad, si recuerdo bien, estabas un poco verde cuando acabamos nuestra
última ronda de bebidas. Te quejabas de que no deberías haber tomado aquel curry de
caimán, aunque sospecho que fueron los dos barriles de vino ígneo los que te
sentaron mal.
—¿Cómo te pudiste dar cuenta? —preguntó Haegr con satisfacción—. Tú estabas
inconsciente en ese momento. Lo que me recuerda… que todavía no me has pagado
aquella apuesta.
Ragnar echó un vistazo alrededor de la habitación. La bebida le había calentado el
estómago y la comida le había sentado bien, pero había algo que le hacía sentirse

www.lectulandia.com - Página 80
intranquilo. Sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Notaba que les estaban
observando unos ojos hostiles, así que intentó identificar la fuente. Muchos les
estaban observando ahora, pero también podía ser porque estaban apostando sobre
cuánto podía comer Haegr. Oyó cómo se hacían apuestas en las otras mesas al
escuchar con suficiente atención.
Otras conversaciones sobre política se mezclaban con el habitual murmullo de la
taberna. Algunos de los desconocidos estaban hablando sobre la muerte de Adrian
Belisarius, y la conversación se estaba animando bastante. Parecía que el anterior
Celestiarca no era el único Navegante de alto rango que había muerto recientemente.
Parecía evidente que se habían producido otros intentos. Una y otra vez Ragnar
escuchaba la palabra «Hermandad». Estaba a punto de acercarse y preguntar por ello,
pero una mirada de aviso de Torin le indicó que no sería una idea muy buena.
—Parece que la muerte de Adrian Belisarius es la comidilla de todos —dijo
Ragnar. Torin se encogió de hombros.
—Los hombres hablarán de lo que hablan los hombres.
Ragnar reflexionó sobre lo que acababa de oír.
—¿De verdad murió en un accidente de aleteador? —Se podría decir así.
Haegr gruñó unas palabras incomprensibles entre la enorme cantidad de comida
que tenía en la boca.
A pesar del amistoso bullicio, Ragnar comenzó a sentirse más y más incómodo.
Un par de personas lo miraban con intenciones hostiles. Cuando hizo memoria,
recordó que varios de los amigos de esos hombres habían salido apresuradamente de
la taberna.
—Parece que no somos muy populares aquí.
—Los Lobos Espaciales nunca lo son en Terra —aseguró Torin.
—¿Por qué?
—¡Pregunta a los de aquí, no a mí! Lo normal sería que estuvieran agradecidos
después de todo lo que hemos hecho por ellos.
Ragnar dio un sorbo a su cerveza y se quedó pensando sobre ello. Podía
sencillamente ir donde ellos y retar a los desconocidos. Los hombres, cuando le
echaban un vistazo, se levantaban y escapaban hacia la puerta. Tal vez se había
equivocado, pensó Ragnar. Tal vez tuvieran simple curiosidad o no les gustaran los de
otros mundos. Por otro lado, podían ser zelotes, aunque no habían mostrado ningún
afán de quedarse por allí cuando él dio la impresión de querer ir a hablar con ellos.
Más y más comida se amontonaba encima de la mesa, pero Haegr y Torin
parecían estar disputando un torneo de bebida como preparación. Copas de whisky y
enormes jarras de cerveza llenaban la mesa, aunque ambos competidores parecían
capaces de consumirlas con muy pocos problemas.
Ragnar redujo su ritmo de bebida a unos pocos sorbos. La atmósfera de incipiente

www.lectulandia.com - Página 81
peligro no había cambiado; más bien había aumentado. Una mirada le dijo que Torin,
aunque aparentemente bebiera con el mismo entusiasmo que Haegr, estaba también
estudiando de forma encubierta los alrededores. Era muy sutil en ello, y si Ragnar no
hubiera estado haciendo lo mismo, no se habría dado cuenta. Cuando sus miradas se
encontraron, Torin le guiñó un ojo a escondidas. Ragnar se sintió reconfortado. Si iba
a haber problemas, él no sería el único preparado para afrontarlos.
Una montaña de comida apareció frente a Haegr. Se relamió e hizo un gesto a la
camarera para que siguiera trayendo más. Barras de pan, medias reses y pescados del
tamaño de pequeños tiburones continuaban desapareciendo junto con una pequeña
montaña de mantequilla y queso. Más hombres habían entrado. Algunos de ellos
traían con ellos un extraño mal olor de odio y amenaza. Era tan penetrante como un
cuchillo y tan amargo como el alma de un avaro que ha perdido una moneda de oro.
El pelo de la nuca de Ragnar se erizó todavía más, pero aparte de Torin él era el único
en aquel sitio que no producía el extraño olor o que mostraba signo alguno de
intranquilidad.
Todas las miradas se concentraban en Haegr. Exclamaciones de incredulidad y
gritos de espanto llenaban la sala mientras continuaba la orgía de pitanza. Haegr
masticaba huesos enteros, los trituraba con sus dientes y se los tragaba. Torin se había
incorporado para dar una palmada a Haegr en el hombro y felicitarlo, pero Ragnar
pudo ver cómo se inclinaba hacia adelante y susurraba algo al oído de su compañero.
Las mejillas de Haegr estaban rojas y el sudor salpicaba su frente. Aunque parecía
centrar toda su atención en la orgía de comida, asintió con la cabeza de forma
imperceptible y tomó un gran trago de cerveza. Torin no volvió a sentarse, sino que
echó un vistazo alrededor para buscar la fuente del inminente peligro.
Un hombre tropezó con Ragnar. Su cara mostraba una expresión de enfado, como
si se sintiera contrariado por el empujón. La ira era real, pero no así la causa. Ragnar
sabía por su mal olor que ya había estado al borde de la furia frenética antes de que se
encontraran. Las pupilas del hombre eran del tamaño de un agujero de alfiler y un
fino hilillo de baba le caía desde la boca. Al acercarse, Ragnar percibió el insano olor
químico de su sudor. Una vena palpitaba en la frente del hombre. Sus labios echados
hacia atrás dibujaban un gruñido y dejaban ver unos dientes amarillentos.
—Fuera de mi camino —dijo arrastrando las palabras. La mayoría habría
asumido que su dificultad para hablar venía causada por el alcohol, pero Ragnar sabía
la verdadera razón. Éste era uno de los múltiples efectos secundarios de la furia, un
brebaje alquímico diseñado para empujar a los hombres a arrebatos frenéticos en la
batalla. Siglos atrás había sido prohibido por el ejército imperial, ya que hacía que las
tropas fueran poco fiables e incrementaba su susceptibilidad a la influencia del Caos.
Aun así, había sido utilizado por los herejes en varias de las rebeliones planetarias
que Ragnar había colaborado en sofocar. Estaba pasmado de descubrir que también se

www.lectulandia.com - Página 82
utilizara aquí en la Tierra.
No se sentía intimidado. Un hombre en garras de la furia podía ser errático,
increíblemente fuerte y casi inmune al dolor, pero eso no lo convertía en una amenaza
para un Lobo Espacial. Obviamente, el hombre no veía las cosas de la misma forma.
Se puso algo en la mano antes de hablar de nuevo.
—He dicho que fuera de mi camino, cerdo extranjero. No hagas que te lo vuelva a
decir.
Ragnar percibió cómo se acercaban más hombres. Todos ellos tenían el mismo
sudor contaminado. Ragnar sonrió, mostrando los dientes. El hombre ya había ido
demasiado lejos para ceder después de eso; él sería el único responsable de las
consecuencias. El desconocido intentó pegarle.
El golpe llegó más rápido de lo que lo habría hecho tratándose de un hombre
normal, pero Ragnar lo bloqueó con facilidad. Atrapó la muñeca del agresor con una
mano. Sintió un picor en el brazo cuando un arco eléctrico azul saltó de la banda
metálica de los dedos del hombre al brazo de Ragnar.
Su contrincante portaba guanteletes eléctricos, diseñados para aumentar el poder
de un puñetazo con una descarga eléctrica. Si se ajustaban al máximo, la explosión de
energía podía aturdir o incluso matar a un hombre con un corazón débil. Ragnar
sonrió y golpeó con el dorso de la mano al atacante como quien no quiere la cosa.
Varios dientes volaron alrededor y algunos huesos se quebraron cuando lanzó a su
adversario al otro lado de la habitación. Aterrizó sobre una mesa, pero
inmediatamente forcejeó para ponerse en pie. Su resistencia se veía obviamente
potenciada por las drogas en su organismo.
Una de las personas de la mesa se molestó por tener de repente a un extraño
tirado sobre su comida y mostró su descontento rompiendo una botella de vino sobre
la cabeza del atacante. Eso fue un error: el poseso se giró y, tambaleándose, lo agarró
por la garganta. Vino tinto y sangre se mezclaban en su cara. Sonaron gritos, aullidos
y advertencias mientras se extendía el caos y todo el mundo se incorporaba a la pelea.
Ragnar vio cómo se acercaban más atacantes. Era un grupo con pinta de rufianes.
Muchos tenían manos u ojos biónicos, y algunas de sus prótesis habían sido
mejoradas con dagas retráctiles que emergían como uñas de las yemas de los dedos.
Algunos lucían guanteletes eléctricos y otros llevaban porras reforzadas, y todos ellos
se abalanzaron sobre Ragnar con una resuelta furia que hacía evidentes las drogas
presentes en sus organismos. Ragnar agarró al primero por la garganta, lo elevó y lo
tiró sobre sus amigos, derribando a tres de ellos.
Otro avanzó a la carrera, con las garras extendidas para atravesarle los ojos.
Ragnar lo agarró por la prótesis del brazo, lo giró para hacer palanca y tiró. Arrancó
el miembro mecánico con toda limpieza en medio de una lluvia de chispas y lo utilizó
como cachiporra para derribar a su atacante. Luego le dio una patada en la cabeza.

www.lectulandia.com - Página 83
Una lluvia de golpes caía en este momento sobre él. Los guanteletes eléctricos
producían chispazos al chocar con su armadura. Las chispas centelleaban y el olor a
ozono impregnaba el aire cuando entraban en contacto con la ceramita. La armadura
de Ragnar estaba diseñada para soportar un castigo mucho mayor que éste, así que
decidió ignorarlo y concentrarse en atacar con dureza a sus adversarios.
Comenzó a lanzar golpes alrededor con sus puños. Cada golpe tumbaba a un
hombre, pero un número sorprendentemente alto de ellos se levantaba y acto seguido
volvía al ataque. Parecía obvio que aquellos individuos habían sido enviados
expresamente para comenzar esa pelea y no iban a ahorrar ningún esfuerzo en ello.
Las drogas los dejaban sin capacidad para dudar. Lo habrían matado de haber podido.
De hecho, los golpes que recibió habrían matado diez veces a un hombre normal.
Afortunadamente, Ragnar era un Marine Espacial. Su armadura era casi parte de su
cuerpo, y su estructura ósea y musculatura habían sido modificadas para poder
absorber gran cantidad de daños. Aun así, había recibido unos pocos golpes y cortes.
Podía sentir el picor en la piel allí donde su sangre ultracoagulante se había
endurecido con rapidez.
Echó un vistazo a su alrededor para comprobar qué había sido de sus compañeros.
Torin estaba balanceándose colgado de uno de los candelabros gravitatorios. Plantó la
bota en la cara de uno de los asaltantes antes de soltarse y aterrizar sobre un grupo de
ellos. Todos sus movimientos eran rápidos y certeros, y sus golpes, decisivos. Una
cosa era cierta, y era que tenía menos de que preocuparse que Ragnar. Se movía tan
rápidamente que sería difícil incluso para un hombre con un arma apuntar bien, y ésa
era claramente su intención.
Entonces ocurrió. Hasta ese momento Haegr había hecho, caso omiso de la pelea
que tenía lugar a su alrededor mientras se concentraba en darse un atracón. Uno de
los posesos aterrizó sobre la mesa, lanzando la comida por todas partes y salpicando
de vino, whisky y cerveza todo el lugar. Haegr se quedó mirándolo como si no
pudiera entender qué había pasado. Una expresión de confusión atravesó su rostro
cuando intentó llegar a la comida que ya no estaba en su lugar. Entonces entrecerró
los ojos redondos y brillantes y soltó un enorme bramido.
Un barrido con su brazo retiró al poseso de la mesa. Haegr se puso en pie, como
un mamut levantándose de una poza de barro. Tenía la misma masa y potencia, pero
de repente resultaba incluso más grande y amenazador. Agarró con sus manos la
mesa metálica. Los tornillos que la sujetaban al suelo saltaron por los aires cuando
tiró de ella hasta levantarla y la lanzó contra la masa de fanáticos drogados que iban
hacia él. Los derribó y los dejó desparramados bajo su peso. Haegr se acercó a ellos y
agarró a dos, uno en cada mano, y los utilizó como garrotes para apalear a sus
compañeros hasta dejarlos sin sentido. Pasó entre ellos como un hipopótamo fuera de
control, imparable como un rinoceronte a la carga. En cuestión de segundos había

www.lectulandia.com - Página 84
dejado tras de sí un rastro de enemigos lisiados y maltrechos. Todo aquel que
intentara ponerse en píe era aplastado, sus manos y piernas hechas añicos junto con
los miembros biónicos y los huesos.
Ragnar volvió a meterse en la refriega, lanzando golpes a sus oponentes y
poniendo especial cuidado en seleccionar a aquellos que olieran a drogas de combate.
Se encontró cara a cara con Torin. Estaba machacando las cabezas de una pareja de
posesos, una contra la otra, hasta que ni siquiera la droga pudo mantenerlos
despiertos.
—Mejor que agarres a Haegr y lo saques de aquí —gritó.
—¿Por qué?
—Puede que avergüence al Celestiarca si le damos una paliza a alguno de los
arbites que vienen a investigar esto.
—Está bien —dijo Ragnar, mirando a Haegr. Había agarrado media res del
espetón y estaba aporreando con ella a todos los que tenía alrededor. De vez en
cuando hacía una pausa para arrancar un poco de carne de sus flancos y la roía—.
Pero puede que sacarlo de aquí sea más difícil hacerlo que decirlo.
Torin asintió con la cabeza.
—Está disfrutando, pero esto es por su propio bien. Tú agárralo por un brazo, yo
lo tomaré del otro.
Ragnar asintió con la cabeza y fueron a toda prisa hacia Haegr. Ragnar lo agarró
del brazo izquierdo, Torin del derecho, y juntos comenzaron a arrastrarlo hacia la
puerta.
Distraído como estaba con la media res, era como llevar a remolque un toro.
Fueron necesarios varios intentos. De vez en cuando se veían interrumpidos por los
golpes de Haegr a los posesos supervivientes. Al final lo sacaron al exterior, al fresco
de la noche, y comenzaron a calmarlo.
—Dejadme —dijo Haegr—. ¡No he acabado con todos!
—Más vale que nos vayamos. Ésas sirenas que se oyen son las de los arbites.
—¿Y qué? Podemos eliminarlos a todos. Sabes que podemos.
—Ya, pero puede que cause algunos problemas a lady Juliana si dejamos las
calles del barrio de los mercaderes llenos de muertos o jueces moribundos.
Haegr no estaba convencido del todo. Ragnar podía ver las luces de muchos
aleteadores acercándose. También acudían vehículos terrestres.
—No son nuestros enemigos —dijo—. Sólo están cumpliendo con su labor lo
mejor que saben. Además, tendremos que volver aquí de todas formas. Tenemos que
resolver un misterio.
—¿Y cuál es ese misterio? —preguntó Haegr.
—Por qué nos atacaron esos hombres y quién los envió. Los arbites no nos
ayudarán a hacer eso si mandamos a alguno de ellos a los tanques de curación.

www.lectulandia.com - Página 85
—Muy bien. Veo que Torin y tú ya habéis tomado una decisión. Iré con vosotros
y os protegeré.
Algo que se movía sobre un tejado vecino captó la atención de Ragnar. Alzó la
vista y vio una figura en sombras que se retiraba. No podía estar seguro de que no
fuera una ilusión causada por la luz.

www.lectulandia.com - Página 86
CAPÍTULO 8

www.lectulandia.com - Página 87
El sonido de una campana distante arrancó a Ragnar de sus sueños sobre Fenris. Se
despertó al instante y se levantó de la cama. Como llamados por su movimiento,
aparecieron los sirvientes con cuencos de estofado de alce y gachas de avena con
pescado, comida tradicional fenrisiana, o lo más cercano a ella que iba a tomar en
Terra. Estaba algo más que un poco sorprendido por su forma de entrar sin haber sido
llamados.
—¿Quién os envió? —preguntó a quien aparentaba más edad, un hombre delgado
y aguileño de rasgos fríos y tranquilos y pelo fino y plateado. Vestía el uniforme de
Belisarius más como un soldado que como un esclavo.
—Nadie, señor. Supusimos que querría desayunar tan pronto como se levantara.
¿Hemos cometido un error?
—No. —El sirviente esperó educadamente para saber si tenía algo más que decir.
Ragnar se quedó en silencio. Parecía que los sirvientes fueran invisibles en este lugar,
yendo y viniendo de motu proprio con sus quehaceres, alterando sus rutinas sólo si
así se les pedía. También parecían tener acceso a la mayoría de los sitios. Entonces se
dio cuenta de que los sirvientes estaban todavía esperando—. Continuad —les dijo, y
volvieron a sus tareas al instante.
Ragnar recordaba los sucesos de la noche anterior. Después de haber arrastrado a
Haegr al aleteador, Torin los había llevado a los tejados más cercanos. Si alguien
estuvo allí, desapareció en los breves instantes que habían tardado en llegar. Podía ser
eso o que estuviera lo bastante camuflado como para confundir la aguda vista
nocturna de los Lobos Espaciales. Ragnar sabía que eso no era imposible, pero
tendría que estar utilizando ropa militar de combate. Eso tampoco era imposible,
concluyó al fin.
—Maese Ragnar, tengo un mensaje para vos, de maese Valkoth.
—¿Sí? —dijo Ragnar.
—Cuando hayáis terminado vuestro desayuno, debéis presentaros ante él para que
os asigne vuestras funciones. No es urgente, pero él le estará agradecido si podéis
estar allí antes de la novena campanada. Eso es dentro de cuarenta y cinco minutos y
veintidós segundos, señor.
—Gracias —dijo Ragnar, agarrando su comida—. Sobra tiempo entonces.
—Sí, señor.

Mientras avanzaba a grandes zancadas por la parte más abarrotada del palacio,
Ragnar volvió a reflexionar sobre los sucesos de la noche anterior. Estaba convencido
de que no había sido una simple pelea de taberna. No, salvo que allí los hombres
salieran a beber con unas dosis de furia en los bolsillos y el deseo de violencia. Se
imaginaba que esas condiciones no eran del todo imposibles. Por lo que él tenía
entendido, el barrio de mercaderes tenía reputación de ser un sitio salvaje, al menos

www.lectulandia.com - Página 88
para la situación habitual de Terra. Muchas personas iban allí a soltar adrenalina. Tal
vez ésa fuera una manera de hacerlo.
Y tal vez a Haegr le iban a crecer alas e iba a aprender a volar, pensó Ragnar. Se
sorprendió de comprobar que Torin estaba su lado, caminando al mismo paso. Debía
de haber venido de un pasillo lateral a favor de viento.
—Buenas —dijo—. Deseando recibir las órdenes de hoy, ¿no?
—No tengo ni idea de cuáles son.
—Ya lo averiguarás en seguida. ¿Qué te pareció la pequeña aventura de anoche?
—Fue interesante, aunque todavía me pregunto por qué decidieron atacarnos
aquellos hombres.
—No hay duda de que el informe de los arbites estará ya en la mesa de Valkoth.
Él nos dirá si se ha descubierto algo interesante, aunque dudo que así sea.
—¿Por qué? ¿Quiénes crees que eran esos hombres?
—Pueden haber sido varios: unos jóvenes zelotes matones a quienes no les gustan
los extranjeros; unos agentes de otra casa que querían ponernos a prueba y
avergonzar a los miembros de la Casa Belisarius, o unos jóvenes de clase bien que
buscaban animación en una noche aburrida.
—¿Son lo bastante estúpidos como para atacar a tres Lobos Espaciales?
—Te sorprendería saber lo que un hombre puede hacer sí está lo suficientemente
borracho o ha tomado mucha furia.
—Me sorprendería que decidiera atacarnos a nosotros tres.
—Para ser franco, a mí también. Parecía más planeado que todo eso, ¿verdad?
—Sí.
Pasaron al lado de una chica del placer dorado que iba vestida sólo con ropas
diáfanas. Andaba a grandes zancadas, como si no estuviera semidesnuda. Un ligero y
atractivo olor a feromona flotó en el aire tras ella.
—¿Tú qué crees? —preguntó Ragnar, mientras los ojos de Torin seguían a la
chica.
—Que es muy atractiva.
—Me refiero a los que nos atacaron.
—Agentes de alguna dase, aunque no estoy seguro de quién. Ni tampoco por qué.
Nunca se puede estar seguro de estas cosas en Terra. De todas formas, las cosas se
están volviendo un poco tensas en este momento.
—¿En qué sentido?
—Políticamente. Se están produciendo un montón de maniobras entre las casas.
—Yo pensaba que siempre las había.
—Ahora más de lo normal.
—¿Por qué?
—El viejo Sarius, el representante de los Navegantes ante los Altos Señores de

www.lectulandia.com - Página 89
Terra, está muriéndose.
—¿Por qué debería eso afectar a los demás?
—Todo el mundo quiere tener algo que decir en la elección del sucesor.
—¿Tan poderoso es ese cargo?
Torin se echó a reír y sonrió a un par de chicas de servicio que pasaron portando
cuencos de alguna clase de líquido perfumado.
—Todo lo contrario. El representante de los Navegantes entre los Altos Señores
siempre ha sido poco más que una figura decorativa.
—¿Entonces por qué se preocupa la gente por la sucesión?
—Porque en teoría la voz del Navegante tiene poder. Todos los Altos Señores lo
tienen. Sarius no tiene poder porque procede de una casa relativamente menor con
muy poco apoyo de las más poderosas. Ninguna de las grandes casas permitiría que
alguno de sus rivales alcanzara ese puesto. Al menos ninguno de ellas lo ha
conseguido en los últimos dos mil años. Eso marcaría su preeminencia sobre las
casas. Los demás han tendido a tomarla contra cualquiera que pareciera que podría
conseguirlo. Un hombre débil de una casa débil puede ser influenciado por
cualquiera. Y se puede contar con que no hará nada que pueda perturbar el equilibrio
de poder.
—Todo eso me parece un poco de tontos. Los líderes deben ser fuertes, no
débiles.
—Ragnar, has hablado como un verdadero guerrero fenrisiano, amigo mío.
Ningún Navegante quiere un líder fuerte en las casas, salvo que sean ellos mismos,
por supuesto.
—¿Y esta vez es diferente?
—Tal vez. Siempre es un momento difícil. Todas las casas grandes temen que las
demás puedan intentarlo y que les ganen por la mano. Se vigilan entre sí como
halcones. Hay un toma y daca continuo y un gran tráfico de influencias.
—Increíble —dijo Ragnar. No quería parecer demasiado interesado. Todo eso
parecía estar de alguna manera fuera de las responsabilidades de un Lobo Espacial.
Torin se reía entre dientes.
—Me recuerdas a mí mismo cuando era un recién llegado aquí —dijo—. Estudia
estas cosas, Ragnar, apréndelas. Son importantes. Pueden determinar contra quién
lucharemos el día de mañana o el año que viene…, y cómo. Nunca viene mal
entender la situación política.
—Un Lobo Espacial lucha donde se le manda.
—Un día, Ragnar, puede que seas tú quien mande.
Habían llegado a la cámara de Valkoth. El viejo marine ya estaba sentado en el
trono de su escritorio. Era como si nunca lo hubiera abandonado. Un montón de
papeles se repartían sobre la mesa. Ragnar se preguntaba si aparecerían Torin y él en

www.lectulandia.com - Página 90
alguno de ellos.
—Buenos días, hermanos —dijo Valkoth, según entraban. Sus maneras eran más
melancólicas de lo normal—. Tenéis un día muy atareado por delante, y bastante
interesante. Vais a ver un sitio que pocos miembros del Cuchillo del Lobo han visto,
al menos sin encabezar una fuerza de ataque.
—¿Cuál es ese sitio? —preguntó Ragnar. Torin sonrió.
—El palacio Feracci. Tenéis que escoltar a lady Gabriella en una visita a su tía.
Quiero que intentéis y que consigáis que vuelva a casa en una pieza. Id a sus
habitaciones y poneos a su disposición.
Sus palabras y maneras habían sido bastante informales, pero era evidente que
debían retirarse.
Si Ragnar había llegado a creer que sus habitaciones eran opulentas, ahora se
sentía como un pordiosero. La habitación más pequeña de la suite de Gabriella era
más grande que todo el espacio del que disponía para vivir. El lugar estaba lleno de
muebles antiguos. Estanterías repletas de tomos polvorientos cubrían las paredes. Un
enorme escritorio dominaba la cámara.
Mirando a través de las grandes arcadas, Ragnar se dio cuenta de que incluso el
balcón era más grande que su cámara. Todo tenía el monograma con el emblema de
la casa.
Muchachas de servicio iban y venían libremente. Ragnar esperaba. Torin
estudiaba las pinturas de la pared. Eran escenas de paisajes extranjeros.
—Celebasio —dijo.
—¿Qué? —dijo Ragnar.
—El pintor. Bastante famoso. Él hizo los murales de los salones de la audiencia
norte. Los miembros de la Casa Belisarius fueron sus últimos y más ricos mecenas.
Cada una de estas pinturas cuesta el rescate de un potentado.
Ragnar pensaba que eran bonitas, pero no funcionales.
—En Fenris las utilizaríamos para encender el fuego.
—No estás en Fenris ahora, Ragnar, y deja de intentar aparentar que eres Haegr.
Necesitarías engordar cien kilos y tener el mostacho de una foca antes de que
pudieras lograrlo.
Ragnar se echó a reír a pesar de que no era su intención.
—¿Quiénes son los Feracci?
—Una de las otras grandes casas navegantes, tal vez la mayor. Son los rivales
más peligrosos de la Casa Belisarius.
—Pensaba que Gabriella iba a visitar a su tía.
—Es lo que tienen los Navegantes, amigo, que están todos emparentados: sólo se
casan con otros Navegantes. Lo hacen para preservar las líneas de sangre que les
otorgan sus poderes. Sin embargo, no se pueden casar con Navegantes de su propia

www.lectulandia.com - Página 91
casa, por razones que ya te puedes imaginar…, aunque he oído que ya ha ocurrido
alguna vez.
—¿Así que se casan con sus enemigos?
—Se casan con quienes les mandan. Todos los matrimonios son concertados para
mantener fuertes las líneas de sangre. Hay grandes libros de genealogía que detallan
los puntos fuertes y débiles de cada línea de sangre. Los Navegantes procrean de la
misma forma que la gente cría perros o caballos.
Ragnar reflexionó sobre eso. El ya conocía estas cosas, por supuesto, o al menos
las máquinas didácticas habían dejado los conocimientos en su cabeza. Pero tener los
conocimientos enterrados en los más profundos recovecos de la mente no era lo
mismo que saber de ello de primera mano. Hasta entonces había sido sólo un poco de
sabiduría, interesante pero aparentemente inútil. Ahora que estaba familiarizado con
las personas involucradas, todo parecía un poco inhumano. Torin advirtió su
expresión.
—Ésa es su manera de actuar —dijo—. Y las casas navegantes son anteriores
incluso a los Capítulos de los Marines Espaciales, así que debe de funcionar. —Hizo
un gesto con el brazo, señalando los suntuosos aposentos—. Se podría decir que les
ha ido bastante bien.
—A veces me pregunto por qué quieren más, cuando tienen toda esta riqueza —
dijo Ragnar.
—Pregunta a Haegr. El puede comerse cien dulces y seguir queriendo más. Horus
era el hombre más poderoso del Imperio después del Emperador. Algo le hizo
rebelarse.
—El maligno —dijo Ragnar, escandalizado por el ejemplo que había utilizado
Torin.
—La ambición —dijo Torin—. En un primer momento, por lo menos.
—No creo que a los Sacerdotes Rúnicos les guste oírte hablar así —dijo Ragnar.
—En eso estoy de acuerdo contigo, amigo, pero si te quedas en este planeta el
tiempo suficiente, entenderás por qué pienso de esta forma.
Ragnar pensó en Berek y Sigrid y en los otros lores Lobo, con su sed de gloria, y
en sus corazones ansiosos por sentarse en el Trono del Lobo. No era necesario ir a
Terra para encontrar la ambición.
—Algunas personas, cuanto más tienen, más quieren. Y los gobernantes de las
casas navegantes se encuentran entre las más ricas y poderosas del Imperio. Algunas
incluso reclaman que son ellas las más poderosas.
Ragnar ya había oído esa opinión antes. Sin los Navegantes, el comercio se vería
reducido a un mero goteo y las flotas imperiales tan sólo harían viajes cortos entre
estrellas cercanas. Los Capítulos de los Marines Espaciales estarían en una situación
similar. Grandes extensiones del Imperio quedarían fuera de contacto y volverían a la

www.lectulandia.com - Página 92
barbarie o serían conquistadas por potencias extranjeras. Las casas navegantes tenían
un monopolio efectivo sobre los viajes interestelares de larga distancia. Si alguien
pudiera unir todas las casas en una sola, controlaría el Imperio. Así de grande sería su
poder político.
Tal vez ésa fuera la razón por la que el Emperador había alentado la creación de
tantas casas rivales, pensó Ragnar. Tal vez él había previsto las consecuencias de
tener un gremio unido de Navegantes. O tal vez estaba dejando volar demasiado lejos
su imaginación. Decidió esperar hasta que tuviera una mejor comprensión de los
hechos antes de obtener conclusiones.
—¿Cómo son los miembros de la Casa Feracci? —preguntó.
—Despiadados, enérgicos, manipuladores, más que la mayoría de los Navegantes.
Su señor, Cezare, es considerado por muchos como el hombre más ambicioso del
Imperio, y el más cruel y despiadado.
—Tiene muchos competidores para esos tres títulos, o eso parece.
—El hecho de que le preceda su reputación ya debería decirte algo.
—No puede ser tan malo como todo eso.
—Así que haciendo de abogado del diablo para sonsacarme más información,
¿eh? Muy inteligente, amigo.
Ragnar se sintió un poco avergonzado por ser tan transparente. Torin continuó
hablando de todos modos.
—Es un diablo listo, ya lo creo, y un gran mecenas de las artes…, como los
grandes señores. Supongo que tienen que hacer algo con el dinero, pero por debajo de
esa fachada, es un conspirador y un manipulador, y además es inteligente. Los planes
evidentes esconden los maliciosos, estratagemas dentro de estratagemas que a su vez
contienen estratagemas.
—Suena como si casi le admiraras.
—Tengo cierto respeto por él.
—Y le has estudiado, se nota.
—Ragnar, amigo, él es el enemigo. No importa lo que diga, no importa lo que
oigas, no importa lo que cualquiera te diga, nunca pierdas de vista ese hecho. A los
miembros de la Casa Feracci les encantaría ver destruidos, o al menos humillados, a
los de la Casa Belisarius. Hay una enemistad desde hace muchos años entre las dos
casas. La Casa Belisarius es un gran obstáculo en el camino de Cezare y él tiene el
hábito de eliminar los obstáculos.
—Y, sin embargo, lady Gabriella está a punto de hacerle una visita.
—Rivales, socios, familiares, así es como se hacen las cosas aquí.
Independientemente de todo eso, los negocios deben seguir adelante. Sólo porque
estés planeando cortarle el cuello a alguien, eso no quiere decir que no os podáis
beneficiar con un buen trato mientras tanto.

www.lectulandia.com - Página 93
—Suena muy complicado.
—Sigue así, Ragnar. Actúas muy bien como un simple fenrisiano. No vas a tener
ningún problema aquí.
—¿Y tú qué papel estás haciendo, Torin?
—Tal vez yo tenga más de simple fenrisiano de lo que parece. —A Ragnar eso le
pareció muy difícil de creer.
En ese momento lady Gabriella emergió de su cámara. Estaba vestida con el
uniforme de gala de Navegante una vez más, con el distintivo de su casa sobre la
chaqueta y la hebilla del cinturón. Una espada en la vaina y una pistola en la funda
colgaban de su cinturón.
—¿Nos vamos? —dijo ella. Tenía una ligera expresión agria en la cara. Ragnar se
preguntaba si les habría estado escuchando. Empezaba a sospechar que todas las
habitaciones de estos palacios tenían dispositivos de escucha escondidos.
—Apenas decorado, y con sensibilidad, ¿verdad? —murmuró Torin mientras
mantenía el aleteador en espera sobre la torre Feracci. Gabriella se echó a reír
ruidosamente. Ragnar contuvo una sonrisa. Parecía que habían dorado la aguja de un
kilómetro de altura de la torre Feracci. Las estatuas y gárgolas ocupaban miles de
nichos en las paredes, flanqueando las ventanas arcadas con vidrieras. Por
comparación habría convertido un templo imperial del período alto decadente en un
edificio de buen gusto. Y, sin embargo, no se podía negar que era impresionante. Era
mucho más alto que el palacio Belisarius y era fácilmente la mayor estructura visible
hasta el horizonte más remoto.
La aguda vista de Ragnar descubrió los emplazamientos de armas escondidos en
el trabajo de dorado. No tenía duda alguna de que las paredes eran gruesas y que
estaban blindadas. Incluso antes de que aterrizaran, fueron interceptados y escoltados
por dos cañoneras fuertemente blindadas que mostraban el distintivo del león dorado
rampante de los Feracci. El león inscrito dentro de un ojo ondeaba en las miles de
banderas que adornaban el edificio.
Hombres armados los esperaban en la zona de aterrizaje del tejado. Iban
acompañados por un joven Navegante alto y delgado. Era atractivo en su delgadez,
con el cabello negro como ala de cuervo cayendo sobre sus hombros.
Torin emergió por un lado de la nave; Ragnar, por él otro. Sólo cuando ambos
echaron un vistazo alrededor para comprobar que no hubiera amenaza evidente
alguna, hicieron una señal para que Gabriella saliera.
—Saludos, prima Gabriella —dijo el hombre joven, haciendo una reverencia. Le
sonrió cálidamente al incorporarse. Trataba a los dos Lobos Espaciales como si no
estuvieran allí. Ragnar no estaba acostumbrado a que se hiciera caso omiso de él. El
hecho de que fuera capaz de hacerlo decía mucho de la capacidad de autocontrol del
joven. No muchos mortales eran capaces de ello.

www.lectulandia.com - Página 94
—Saludos, primo Misha. —Gabriella devolvió la reverencia con otra tan cortés
como la de él. Sonrió. Ragnar se quedo sorprendido al observar que ambos parecían
realmente sentir un aprecio recíproco. Podía ser eso o que ambos eran muy buenos
fingiendo. Como eran Navegantes, sus olores eran demasiado extraños para que
pudiera percibir la verdad.
—Mi padre te quedará agradecido si pudieras acompañarlo en su cámara —dijo
Misha—. No te privará de mucho tiempo. Sabe que estas deseando visitar a tu tía.
—Será un honor —respondió ella.
—Esto no estaba en el programa —dijo Torin en voz tan baja que sólo un Lobo
Espacial podía oírlo—. Veamos qué ocurre.
Momentos después un ascensor los transportó a las entrañas de la torre Feracci. El
cierre de las puertas fue como el aldabonazo de una trampa.

www.lectulandia.com - Página 95
CAPÍTULO 9

www.lectulandia.com - Página 96
Ragnar estaba sorprendido por el entorno donde Cezare Feracci los había recibido. Se
trataba de un jardín, un gran invernadero situado sobre una de las alas inferiores que
sobresalían del lateral de la torre. El aire era cálido y húmedo y olía a toda clase de
exóticas flores de otros mundos. Fueron conducidos a lo largo de una docena de
caminos que se retorcían en dirección al mismísimo centro del lugar. Todo era parte
de un patrón, se dijo a sí mismo, junto con el aparentemente interminable equipo de
seguridad y vigilancia por el que habían pasado en su camino hacia allí.
Un hombre de estatura elevada los estaba esperando en medio de un bosquecillo
de preciosas plantas similares a las orquídeas. Se parecía a Misha, aunque tirando a
grueso. Tenía un poco de papada y las mejillas ligeramente hinchadas. La túnica
suelta que llevaba escondía una pequeña barriga, pero a pesar de ello Cezare se
conservaba bastante bien. Era evidente que debajo de la grasa había unos músculos
duros. Su sonrisa era agradable, pero la mirada era agresiva. La cara era muy pálida y
contrastaba con unas cejas y una barba incipiente muy oscuras. Un anillo de puro
platino recubría el ojo pineal.
El parecido familiar entre Misha y él era claro, más obvio incluso que el que
tenían Gabriella y lady Juliana. Cuando entraron los Lobos, Cezare los estudió con
interés y sin miedo. Era mera curiosidad. El olor que desprendía el hombre era
extrañamente plano, pero de una textura diferente al del resto de los Navegantes. En
todo caso, era incluso más difícil de leer que el de los otros. Ragnar sintió lo mismo
que si estuviera en presencia de un ser extraño que vistiera la carne de un cuasi
humano. Pudo notar que Torin sentía lo mismo cuando percibió el olor de su
compañero Cuchillo del Lobo. Había otros olores presentes que estaban parcialmente
camuflados por el de las plantas. Pertenecían a hombres…, guardias y observadores a
corta distancia.
Cezare sonrió. Había cierta calidez y encanto en su sonrisa. Los dientes eran muy
blancos y cuadrados.
—Bienvenida, prima. ¿Te gusta mi jardín?
—Es muy bonito. Debe de llevar una cantidad considerable de tiempo mantenerlo
así.
—Todas las grandes y complejas empresas lo llevan —dijo Cezare—. Cuidar un
jardín es como llevar una casa. Debes saber qué plantas debes estimular y qué malas
hierbas debes podar.
Ragnar casi comenzó a despreciar a ese hombre, con su discurso de jardinería,
pero se dio cuenta en ese momento de que estaba dando de comer a las plantas. Había
sacado de una bolsa un pequeño roedor que no dejaba de moverse y lo estaba
empujando, todavía vivo y retorciéndose, hacia la campana de la orquídea. Instantes
después el forcejeo del animal cesó y sus ojos adoptaron una mirada vidriosa y
extática. Ragnar captó el aroma de un perfume narcótico. Sintió un ligero hormigueo

www.lectulandia.com - Página 97
en la piel mientras su sistema lo analizaba y lo neutralizaba. La planta ya se había
tragado la rata, como una serpiente dando cuenta de su presa.
Cezare sonrió abiertamente al ver la expresión de Ragnar.
—Ésta planta es todo un premio, una orquídea atrapadora roja, del mundo de
Mako. Algunas pueden llegar a crecer lo bastante como para tragar a un hombre.
—Lo sé —dijo Torin—. He luchado allí.
Ragnar cayó en la cuenta de que su maldad seguía un método. Miles de sutiles
perfumes inundaban el ambiente, y muchos de ellos eran narcóticos. Ésa simple
abundancia causaba confusión, salvo que uno se concentrara. Se sentía como un
hombre intentando oír una conversación en una habitación donde estuviera sonando
música a gran volumen. ¿Sería consciente Cezare de los extraordinarios sentidos de
los Lobos Espaciales? Casi seguro que sí. ¿Temía que pudieran descifrar sus
emociones también, o existía algún otro sutil propósito para celebrar la reunión en
este lugar?
Cezare dio una palmada y varios sirvientes se materializaron desde el bosque de
plantas. Ragnar sospechaba que debía de haber unos tubos gravitatorios repartidos
por el bosque…, de ahí que su entrada fuera tan rápida y suave. El sonido del agua
cubriría fácilmente el apenas perceptible desplazamiento del aire. Los hombres tenían
la apariencia de sirvientes, pero Ragnar estaba seguro de que llevaban armas.
Se sintió un poco vulnerable. Estaban solos en el palacio de uno de los mayores
enemigos de Belisarius, un hombre que tenía miles de hombres armados dispuestos
para actuar en cualquier momento. Se preguntaba qué pasaría si desaparecieran. En
seguida descartó ese pensamiento. Simplemente estaba desconcertado, confundido
por el inesperado ambiente y por el olor.
Ragnar cayó en la cuenta de que todo había sido diseñado para hacer que se
sintiera de esa forma. Sin hacer una amenaza abierta, Cezare había conseguido que se
sintiera incómodo y descentrado. Torin estaba en lo cierto. El hombre era sutil y
peligroso. Aun así, incluso en esas circunstancias, Ragnar estaba seguro de que
podría romperle el cuello antes de que un humano normal pudiera reaccionar. Cezare
seguramente sabía eso y parecía completamente tranquilo, aunque los guardaespaldas
de Gabriella estaban mucho más cerca que los suyos.
Bien. Era valiente, y estaba seguro de sí mismo. Los sirvientes sacaron una mesa
gravitatoria y dos sillas flotantes. Rápidamente aparecieron comida y bebida sobre el
mantel, junto con una cubertería de platino. Ragnar pudo sentir un fuerte aroma a
especies en la comida, aunque probablemente eso significaba que los Navegantes lo
consideraban una exquisitez.
Ragnar se movió alrededor del espacio abierto para cubrir un ángulo, mientras
que Torin se acercó para cubrir el otro. La espesa vegetación tapaba casi todas las
vías de acercamiento. Un centenar de hombres podrían estar escondidos allí.

www.lectulandia.com - Página 98
De pronto, y de forma tan sutil que hizo dudar a Ragnar, sintió el toque suave
como el de una pluma de un extraño roce de energía contra su mente. Un psíquico,
pensó. Inmediatamente se puso en guardia, alzándose en su sitio las defensas
automáticas de su subconsciente. Comenzó a recitar letanías protectoras en voz baja.
Sabía que estaría a salvo… El ataque no era muy osado o potente. Durante un
instante reflexionó sobre qué debía hacer. ¿Debía buscar al psíquico? ¿Debía acusar a
Cezare Feracci de emplear brujería contra él? Un detenido análisis le dijo que la
respuesta era no. No tenía ninguna prueba, solo sus sospechas Cezare lo negaría sin
problema alguno y haría quedar como un tonto a Ragnar. Se mordió la lengua.
—Querías hablar conmigo, lord Feracci —dijo Gabriella, sonriendo amablemente
—. Siento curiosidad por saber por qué el señor de esta casa desea hablar conmigo.
—Por dos cosas —dijo—. A mi hijo Misha le gustas. Le has gustado desde el
primer baile al que ambos asististeis. Soy un padre muy indulgente. Me gustaría saber
qué sientes por él.
Ragnar prácticamente sintió cómo Torin se ponía rígido. No se esperaba eso.
Gabriella también parecía aturdida y un poco desconcertada. No cabía duda de que
ésa había sido la intención de Cezare. Tal vez había dirigido hacia él la sutil sonda
psíquica por una razón similar.
—Le tengo en estima. ¿Estamos hablando aquí de un compromiso de
matrimonio?
—Digamos que me gustaría averiguar lo que tú tu familia pensáis de él como
posible pareja.
—Esto deberías planteárselo a mi familia.
—Cierto. Debemos abrir canales de consulta sobre este asunto.
Ragnar inmediatamente vio que dichos canales podrían ser utilizados para otras
cosas. Mientras se negociaba la boda, ambas casas podrían negociar otras cosas.
Ciertamente sutil.
—Comunicaré tu… sugerencia a mi familia.
Cezare se echó a reír con ganas, recordando a Ragnar el ronroneo de un tigre.
Alargó un brazo hacia la comida y se puso a comer con placer.
—¡Come! ¡Come! —dijo.
—Has mencionado otro asunto —dijo Gabriella, pinchando con el tenedor unos
pequeños peces plateados que estaban nadando en la sopa.
—Es cierto. Un asunto muy importante —dijo Cezare cordialmente—. Alguien
está asesinando a Navegantes. Exactamente como asesinaron a tu difunto padre. Se
han producido varios atentados contra mí. Dos de mis hijos han desaparecido.
También se han producido bajas en otras casas.
—Sería de interés para nuestras casas averiguar de quién se trata —dijo Gabriella,
claramente escogiendo sus palabras con mucho cuidado.

www.lectulandia.com - Página 99
—Creo que ya lo sé —dijo Cezare—. ¿Qué sabes de la Hermandad?
—Se trata de una sociedad secreta de zelotes, muy popular entre las clases
inferiores. Predican en las antiguas madrigueras situadas por debajo de Terra. Nos
llaman mutantes. Odian a los Navegantes, pero no más que a otros cultos.
—Yo creo que son los peones de nuestros enemigos. Sus fanáticos asesinaron a tu
padre. Dos de ellos casi consiguen matarme cuando visité hace dos días el santuario
de San Solsticio. Su inteligencia es asombrosa. Pocos tenían conocimiento de la visita
y todos ellos eran de confianza. Confieso que al principio pensé que Alarik estaría
detrás de ello, pero, teniendo en cuenta la suerte de tu padre, ya no estoy muy
convencido de ello.
Ragnar estudió la conversación. ¿Por qué estaba Cezare confesando una debilidad
a un representante de sus peores enemigos? Esto era más complicado de lo que
parecía. Claramente Gabriella pensaba lo mismo. ¿Por qué había mencionado al
chambelán Belisarius y luego lo había descartado? Una acusación así podría haber
constituido una declaración de guerra entre los Capítulos de los Marines Espaciales.
«Ten cuidado —se dijo Ragnar—. No estás tratando aquí con Marines Espaciales
sino con algo infinitamente más taimado».
—Puedo asegurarte que Alarik no tiene nada que ver con esto —dijo Gabriella.
Ragnar se dio cuenta de que era todo lo que podía decir.
—Te creo —dijo Cezare con una sonrisa inquebrantable, aunque su tono estaba
lleno de sentidos contradictorios.
—¿Qué quieres que hagamos respecto a todo esto?
—Podríamos unir recursos, influencias e información. Estoy dispuesto a
proporcionarte informes de nuestros servicios secretos. Haré que te los entreguen en
tu aleteador antes de que te vayas.
—Eso es muy generoso por tu parte.
—No. Es en mi propio interés. Éstos son tiempos muy problemáticos. Nuestros
enemigos se multiplican. Las casas navegantes debemos permanecer juntas o seremos
devoradas por separado.
—Me has dado muchas cosas en que pensar. Te garantizo que comunicaré tus
palabras cuando vuelva con la Celestiarca.
—No pido nada más. Ahora, si me perdonas, debo irme. Los movimientos del
comercio no esperan a nadie. Te deseo prosperidad y libertad —dijo, levantándose.
Gabriella se levantó también—. Por favor, acaba tu comida —dijo, alargando la
palma de la mano.
—Todo es delicioso, pero ya no tengo hambre. Además, mi tía me está esperando.
—Tu lealtad a tu familia es muy loable. El mayordomo te llevará a ella. Ten la
plena seguridad de que está recibiendo los mejores cuidados disponibles en Terra. Es
lo menos que puedo hacer por la primera esposa de mi difunto hermano.

www.lectulandia.com - Página 100


Cezare se inclinó con una reverencia ante Gabriella y también inclinó
amablemente la cabeza hacia los dos Lobos Espaciales a modo de despedida antes de
irse dando grandes zancadas. En pocos segundos estaba fuera de la vista entre las
plantas. Estuvieron a solas tan sólo un instante. Ragnar captó la mirada de aviso de
Torin, pero él ya era consciente de que éste no era un lugar para discutir nada.
—Confío que haya tenido una agradable comida, señora —dijo Torin.
—Deliciosa —contestó ella. Era obvio que estaban intercambiando frases en un
código del que Ragnar no era partícipe todavía. Tal vez Torin estaba sencillamente
haciéndole saber que no estaban solos, ya que un instante después emergió un
hombre inmaculadamente vestido con un largo y suelto abrigo rojo y negro. Llevaba
el pelo muy corto y su ágil forma de andar sugería que era un soldado, no un
sirviente. Hizo una reverencia antes de hablar.
—Mi señor me ha pedido que les acompañe a la cámara de su tía, señora. ¿Sería
tan amable de seguirme?
Gabriella asintió con la cabeza y el hombre se giró. Cuanto más lo estudiaba
Ragnar, más se convencía de que no era un simple sirviente. Sus movimientos y olor
sugerían una elevada capacidad, así como muchos implantes subdérmicos. Una atenta
mirada reveló que las manos del hombre eran biónicas, recubiertas de piel sintética.
Uno de sus ojos parecía mecánico también, aunque de una apariencia tan natural que
la mayoría de las personas no lo hubieran distinguido.
Le recordaba a los hombres que los atacaron la noche anterior en la taberna. Se
preguntó si habría alguna conexión. Su mente se remontaba a la sonda psíquica. Las
cosas que estaban ocurriendo en aquel lugar eran mucho más complicadas de lo que
parecían.
Lady Elanor estaba tumbada en un enorme diván gravitatorio que flotaba sobre el
suelo de mármol. A través de la ventana Ragnar tuvo una vista de los cientos de torres
más pequeñas del barrio de mercaderes que se extendían a un nivel inferior. Había
enormes concentraciones de personas engalanadas en interminables oleadas a lo largo
de las carreteras. Ragnar nunca había visto tanta gente, ni siquiera en un mundo
colmena, pero era el distrito de los Navegantes de Terra, y un significativo porcentaje
del comercio de todo el Imperio probablemente pasaba por allí.
Lady Elanor parecía enferma. Tenía una mano escayolada. Su piel estaba pálida e
ictérica y el blanco de los ojos era del color de los limones. Sus rasgos eran angulosos
y demacrados, mostrando todos los rasgos de la línea genética de la Casa Belisarius.
Gabriella colocó el pequeño obsequio que había traído sobre la mesa junto a la cama
y tomó la mano libre de su tía.
—Me alegro de verte, niña —dijo la tía, ofreciéndole la mejilla—. Has crecido.
—Yo también me alegro de veros, lady Elanor. Aunque me duele veros tan débil.
—Ya se me pasará. Es el viejo mal —dijo—. Lo han sufrido tantos de nuestro

www.lectulandia.com - Página 101


clan.
Gabriella palideció un poco. Ragnar escuchó cómo se quedó sin respiración
durante un segundo antes de que pudiera controlar la reacción.
—¿Cuánto tiempo tenéis?
—Meses, tal vez semanas.
—¿Se han llevado a cabo todos los preparativos?
—Cezare es un hombre muy eficiente. Me garantiza que me devolverán al palacio
Belisarius y a las criptas tan pronto como sea necesario.
Ragnar se preguntaba si la mujer estaría muriéndose. ¿Serían las criptas algún
tipo de necrópolis? Tal vez por eso los Navegantes fueran tan reservados sobre ellas.
Ragnar había visto muchos extraños ritos y rituales relacionados con la muerte y era
bien consciente de la estrecha seguridad que rodeaba la protección de los cadáveres.
Lady Elanor realmente parecía bastante enferma. Su piel era tan fina que parecía
translúcida. Se podía percibir un olor dulzón y enfermizo procedente de la cama,
como la corrupción del corazón de una planta por lo demás sana.
—Es igual, me alegro de tu visita. Cuéntame todos los detalles de tus viajes y
noticias de Belisarius. Tengo entendido que has estado en Fenris. —Echó una
divertida mirada a Ragnar y a Torin. Tenía un poco de humor pícaro. Ragnar se
encontró que la frágil y anciana mujer se estaba ganando su simpatía—. Viviendo
entre los Lobos.
—Sí, así ha sido.
Las dos mujeres intercambiaron durante las siguientes horas lo que parecían
chismorreos sin importancia, aunque, según Ragnar iba escuchando, logró discernir
significados ocultos debajo de la superficie, como peces en una charca dejada por la
marea. Se preguntaba si alguna vez entendería a aquellos Navegantes a los que había
sido enviado para servir.
Dos horas después, un hombre con el uniforme blanco y rojo de médico entró en
la cámara.
—Me temo que ésa es toda la charla que puedo permitir para un día. El paciente
debe conservar sus fuerzas.
Gabriella asintió. Lady Elanor sujetó su mano con fuerza una vez más. Ragnar
pudo ver que era delgada y que se podían ver todas las venas.
—Vuelve a verme —dijo. Había un ligero tono de ruego en su voz.
—Por supuesto, tía —dijo Gabriella, cogiendo la mano de la mujer entre las suyas
—. Pero ahora es mejor que me vaya.

Misha Feracci los estaba esperando fuera de las habitaciones. Una sonrisa iluminaba
su atractiva cara.
—Pensé que te gustaría que te acompañara hasta la nave —dijo.

www.lectulandia.com - Página 102


—Me encantaría —dijo Gabriella.
Ragnar observó a Torin mientras revisaba el aleteador antes de que pudieran
ascender. Un hombre uniformado se presentó ante ellos con una pequeña carpeta
antes de que salieran. Gabriella la colocó cuidadosamente en el compartimento
interno mientras Torin hablaba por el canal de comunicación. Ragnar sabía que estaba
dejando un registro en caso de que algo les ocurriera.
Misha permaneció de pie debajo de ellos y los despidió con la mano. La sonrisa
no había abandonado su cara durante todo el camino de vuelta a la nave. Ambos
habían caminado juntos charlando animadamente.
A Ragnar no le gustaba eso. Le hacía sentirse incómodo y sentía una aversión
instintiva por la Casa Feracci aunque le impresionara. Su torre era incluso más
imponente que el palacio Belisarius, y había empleado tanta energía como pudo en
memorizar el camino que recorrieron. Era improbable que le pidieran que se
aventurara otra vez en los mismos sitios, pero nunca se sabía.
En cualquier caso, había observado un dispositivo de seguridad increíblemente
denso. Había cámaras de televisión y ojos flotantes gravitatorios montados por todas
partes, en mucha mayor cantidad que en el territorio de la Casa Belisarius. ¿Sería tal
vez que la Casa Belisarius los mantenía mejor escondidos? De cualquier manera,
decía muchas cosas sobre la naturaleza de la casa y sus gobernantes.
Torin comenzó a hablar en cuanto la cúpula de burbuja del aleteador se deslizó
hasta cerrarse.
—Bueno, seguimos vivos.
—No es una sorpresa —dijo Gabriella—. Cezare Feracci no nos habría hecho
nada en su territorio. Podría provocar quejas del Consejo de Navegantes o atraer una
inoportuna atención por parte de los Inquisidores.
—Todavía no estamos en casa —dijo Ragnar. Torin había llevado al aleteador a
una pronunciada subida y le hizo describir un arco a través de las nubes en dirección
al palacio Belisarius.
—¿Qué pensáis del sitio? —les preguntó Gabriella.
—La seguridad era muy estricta y claramente visible —dijo.
—No te engañes —dijo Torin—. Estaba preparada para te fuera advertida. Hay
capas de sensores más sutiles detrás todo ello.
—¿Cómo lo has sabido?
—Ésa es una especie de área de especialización para mí —dijo Torin—. La he
estudiado en profundidad desde que llegué a Terra.
—Tengo entendido que mi padre no reparó en gastos para lograr que tuvieras una
buena educación.
—Estáis en lo cierto, señora.
—¿Creíste lo que dijo sobre los intentos de asesinato? —preguntó Ragnar.

www.lectulandia.com - Página 103


—Es bastante posible. Los zelotes religiosos no hacen distinciones entre las casas
navegantes. Nos quieren a todos muertos o al menos fuera de la tierra sagrada de
Terra. «No permitirás la vida de los mutantes», dicen ellos.
—¿Crees que la oferta de alianza de Cezare era seria?
—No era una oferta de alianza, Ragnar. Ni mucho menos. Él sólo nos ofrecía
compartir información. Ya veremos qué es lo que contiene esa carpeta. Puede que no
valga para nada. Aunque contenga información útil puede que sea sencillamente una
manera de ganarse nuestra confianza o de distraernos de las maquinaciones de
Cezare.
Entresijos y conspiraciones, pensó Ragnar.
—Nadie se cree aquí lo que se dice, ¿verdad?
—Probablemente sería una buena idea que aprendieras a hacer lo mismo, Ragnar
—dijo Gabriella.
—Ya ha comenzado, señora. No dejéis que os engañen sus maneras de bárbaro.
Ahí hay una mente en funcionamiento. Prácticamente puedo ver la maquinaria
funcionando. —Ragnar no sabía si sentirse complacido o insultado por las palabras
de Torin, y sospechaba que ésa era precisamente la intención de su compañero
Cuchillo del Lobo—. Unos pocos años en Terra y Ragnar será un conspirador tan
refinado como el viejo Cezare.
Eso obviamente era una broma, pensó Ragnar.
—Si vive tanto —añadió Torin.
Gabriella echó un vistazo a Ragnar y sonrió.
—¿Qué piensas de Misha? —preguntó ella.
—No me gusta.
—¿Por qué?
—Me recuerda demasiado a su padre.
—Parece bastante agradable.
—¿Lo bastante agradable como para el matrimonio?
—Nunca me casaré con él salvo que así se me ordene.
—¿Por qué?
—Yo tampoco confío en él. Y la sangre de la Casa Feracci tiene un lado extraño y
salvaje. Produce muchas extrañas peculiaridades…, entre ellas son bastante comunes
la locura y la crueldad. Son personas brillantes pero con defectos, pero claro, supongo
que lo mismo se puede decir de todas las líneas genéticas.
—Vuestra tía se casó con uno de ellos.
—Lucio, el hermano de Cezare, era uno de los miembros buenos de la Casa
Feracci.
—¿Qué le ocurrió?
—Murió de forma misteriosa antes de que Cezare llegara al trono. Una pena, ya

www.lectulandia.com - Página 104


que él hubiera sido un candidato mejor.
—¿De qué forma misteriosa?
—Una rara enfermedad, o eso se dijo.
—¿Como la de vuestra tía?
—No, eso es algo diferente.
Había algo en su tono que le dijo a Ragnar que éste no era un buen tema en el que
profundizar.
—Algunos dicen que Cezare estuvo detrás de la enfermedad de Lucio —dijo ella.
—Y aun así se convirtió en Señor de la casa —dijo Ragnar incrédulamente.
—Los miembros de la Casa Feracci son extraños —dijo ella melancólicamente—.
Se dice que los Ancianos de la casa alientan la competición por el puesto de Señor
entre los miembros del clan. Seleccionan a los más despiadados y peligrosos. Si
realmente Cezare estaba detrás de la muerte de Lucio, fue algo que le benefició.
—Eso parece un desperdicio —dijo Ragnar—. Matar a un Navegante. Cualquiera
pensaría que una casa que hiciera eso se quedaría rápidamente sin miembros.
—Sólo unos pocos están en la carrera para llegar a ser Señores de la Casa Feracci,
y lo saben desde una temprana edad. Sería algo inútil y un desperdicio matar a
alguien que no fuera un rival. Los Ancianos no te recompensarían por algo así.
Ragnar se quedó pensativo. Parecía que cada casa era tan diferente de las demás
como lo eran los habitantes de los distantes mundos. Eso era comprensible. Durante
milenios, la cultura y los métodos de supervivencia de cada casa habrían
evolucionado. Era una galaxia muy grande. Había sitio para muchas alternativas y
visiones contrapuestas. Tal vez, se decía, ésta era la mejor manera. Si aparecía una
debilidad en las estrategias de una línea genealógica, las demás seguirían
sobreviviendo. Se imaginaba que cualquier casa que hubiera conseguido mantener su
poder y prestigio desde antes del nacimiento del Imperio debería haber evolucionado
mediante estrategias muy eficaces.

Cezare se echó hacia atrás sobre el estrado y miró detenidamente al mortífero hombre
que tenía delante. No le importaba admitir que Xenothan lo ponía nervioso, más
incluso que los preciados guardaespaldas de la pequeña Gabriella. El alto y espigado
hombre, aparentemente inofensivo, era bastante capaz de matar a cualquiera de
aquella habitación, incluso a Wanda, su psíquica particular, y salir vivo de la torre. Se
encontró cuestionándose, y no por primera vez, la prudencia del rumbo que había
tomado. Sonrió y se encogió de hombros. Toda gran empresa que se emprendía
engendraba riesgos, y nunca se había ganado un gran premio sin arriesgar algo. Su
propia carrera le había demostrado esto una y otra vez. Los Ancianos lo habían
escogido por su propensión a la crueldad y a la astucia, y por el hecho de que hubiera
eliminado a todos los demás candidatos, incluyendo a su propio y querido hermano.

www.lectulandia.com - Página 105


No los decepcionaría.
—Bien, ¿qué piensas? —preguntó. Su voz era clara, tranquila y firme. No
mostraba ningún rastro de nerviosismo.
—El mayor de los dos es un hombre muy peligroso. Si se le da tiempo, el más
joven puede llegar a ser algún día un formidable enemigo también. Ambos eran
conscientes de lo que ocurría en la taberna.
—Nos ocuparemos de que no se le dé tiempo. ¿Los tienes memorizados?
—Su físico, sus voces, sus olores…
—¿Puedes matarlos?
—Si lo deseáis. ¿Cuándo?
—El momento llegará pronto —dijo.
Xenothan sonrió. No implicaba ninguna amenaza, pero era estremecedor. Cezare
se dijo que era sólo porque sabía lo que era este hombre, si “hombre” era un término
que se pudiera utilizar para un ser tan modificado como él.
—¿Ya se ha decidido, entonces?
—Sí. Dile a tu señor que actuaremos pronto y que eliminaremos a nuestros
enemigos comunes de una vez por todas.
Un atisbo de amenaza se incorporó a las maneras de Xenothan.
—No tengo señor alguno. Sólo patrones.
—Entonces te quedaría muy agradecido si pudieras informar a tu patrón. Pronto
nos moveremos.
Echó un vistazo a Wanda. Pronto tendría que mandar un mensaje a sus
compañeros de madriguera del mundo inferior.

www.lectulandia.com - Página 106


CAPÍTULO 10

www.lectulandia.com - Página 107


—¿Qué opinas? —le preguntó Valkoth—. ¿Qué impresión te dio? ¡Sé sincero!
Ragnar se quedó mirando la zona de entrenamiento. Los guardias de la Casa
Belisarius estaban corriendo por la pista de asalto bajo la atenta mirada de Valkoth.
Todos los soldados eran nativos de Terra. Muchos se habían dejado el cabello largo y
los grandes mostachos al estilo de los habitantes de Fenris.
Lo intentaban con todas sus fuerzas, pero Ragnar sabía que hasta el candidato
más joven al puesto de Lobo Espacial podría matar con facilidad a tres de ellos.
También era cierto que Fenris era un planeta mucho más hostil que Terra. La gente
aprendía a sobrevivir desde una edad muy temprana ante los terribles fenómenos
atmosféricos, los tremendos monstruos e incluso ante otros humanos, más peligrosos
todavía. Los que no aprendían con la rapidez suficiente, morían.
Se concentró para recordarlo todo. Apenas hacía veinte minutos que el aleteador
había aterrizado en el techo del edificio.
Los tres habían sido registrados con minuciosidad por un equipo de los guardias
de seguridad para asegurarse de que no les habían colocado aparatos de vigilancia de
largo alcance. Gabriella le entregó los documentos a los servidores para que los
examinaran y los hicieran pasar por una adivinación completa antes de entregárselos
en persona a la Celestiarca. Torin le había ordenado a Ragnar que se presentara ante
Valkoth para informarle y se había marchado a cumplir alguna clase de tarea
misteriosa.
—Cezare es un individuo peligroso.
Valkoth lo miró con atención, y Ragnar supo inmediatamente que lo estaba
valorando y juzgando.
—¿En qué sentido?
—Es astuto y un intrigante nato. Escogió el lugar y el tema de la entrevista para
desconcertarnos. Oculta muy bien sus emociones. Me es difícil captar el estado de
ánimo de los Navegantes, pero él parece incluso menos humano de lo normal entre
ellos.
—No creo que haya mucha gente que se muestre en desacuerdo contigo, al menos
en privado. La gente que habla mal o en contra de lord Feracci en público suelen
tener vidas muy cortas y desagradables.
—Eso no me sorprende en absoluto.
—Ragnar, los Feracci no están en sus cabales en el sentido que nosotros lo
definimos. No se puede juzgar a la mayoría de los Navegantes con nuestros mismos
términos, y mucho menos a gente como ellos. Hay una vena de locura en esa familia.
—¿Por qué razón no acaban con ellos como con los perros rabiosos?
—Porque esa misma vena de locura es la que los convierte en unos Navegantes
soberbios y excepcionales. Las naves de los Feracci son capaces de llegar más lejos y
con mayor rapidez que casi todas las demás casas navegantes gracias a la pericia de

www.lectulandia.com - Página 108


sus miembros. Sólo las Casas Belisarius, Helmsburg y True disponen de unos
Navegantes tan buenos como los de ellos. El Imperio los necesita. Necesita a todas
las casas navegantes. Tolera todo esto mientras se produzca de puertas para adentro.
Los guardias del campo de entrenamiento se habían enfrascado en una serie de
escaramuzas prácticas. Los habían dividido en dos bandos y estaban armados con
rifles que disparaban proyectiles rellenos de una sustancia capaz de teñir, y que
además era astringente. La sustancia les provocaría bastante dolor, pero no les
causaría ninguna clase de daño permanente. Maniobraban alrededor de unos
obstáculos colocados de forma aleatoria hacia unos objetivos situados a cada extremo
del campo de entrenamiento.
—¿Algo más?
—Estoy seguro de que nos observaron con escáneres de penetración profunda
desde el mismo momento que entramos en el edificio. Nos sometieron a toda clase de
vigilancia: desde sirvientes que nos siguieron hasta cámaras de televisión montadas
en suspensores. También estoy seguro de que el camino que nos hicieron seguir lo
eligieron para que pasáramos por arcos sensores. Además, creo que había alguna
clase de psíquico por allí.
—Se rumorea que Cezare tiene una bruja a su servicio. Una muy poderosa. Quizá
disponga de varios individuos semejantes.
—Sometida, por supuesto.
—Ni siquiera él estaría tan loco como para mantener a un hereje en potencia
dentro de su propia casa. ¿Algo más?
—Ése hombre pretende hacernos daño a todos.
—Por supuesto que lo pretende. Las dos casas son enemigos hereditarios, pero
también son las cabezas visibles de las dos facciones rivales más poderosas y de
mayor tamaño de entre los Navegantes.
—Entonces, ¿no creéis que su ofrecimiento de ayuda mutua fuese en serio?
—Quizá, pero sólo si a largo plazo tiene más ventajas para él que para nosotros.
Deberíamos preguntarnos qué es lo que espera él ganar con todo esto.
—Lo único que sé es que algo quiere —dijo Ragnar—, y sospecho que ha
planeado algo muy desagradable para nosotros dentro de poco.
—¿Qué te hace pensar eso?
—El instinto.
—Ragnar, harías muy bien en confiar en ese instinto. Estoy seguro de que Cezare
nos está tendiendo una trampa. Sólo tenemos que asegurarnos de que no metemos la
cabeza en el nudo corredizo.
—¿Qué hay de esos posibles esponsales?
—Puede que sea un ofrecimiento serio y en firme. Gabriella es una Navegante
extraordinaria, y por eso los Lobos Espaciales la tenemos a nuestra disposición. Si

www.lectulandia.com - Página 109


sus hijos heredan esas capacidades, también serán unos Navegantes excelentes. Ésos
descendientes son el mayor recurso de cualquier casa navegante.
—Entonces, ¿Cezare quiere a Gabriella en su casa?
—O a su hijo dentro de la Casa Belisarius. Eso dependerá de cómo se redacte y
cómo se firme el contrato matrimonial.
—¿No es algo peligroso? Sería como tener a un espía metido en la casa.
—Quizá sí. Los hijos y las hijas adoptados se convierten en miembros de su
nueva casa. Se supone que deben ser leales a su nueva familia, y se los vigila muy de
cerca.
—A mí me suena a que todo eso es una locura.
—Es su forma de vida. Algunos los consideran rehenes. Depende de las
relaciones entre los padres y los hijos.
—Por lo poco que he visto a Cezare, no creo que dudara en sacrificar a su propio
hijo.
—Cezare podría llegar a sorprenderte, pero yo creo lo mismo. De todas maneras,
¿no crees que lady Juliana debería saber todo esto?
—Lo único que sé es que pensar en todo esto me da dolor de cabeza.
—Bueno, pues entonces tengo algo que te gustará más.
—¿Qué?
—Tenemos una pista sobre los zelotes que mataron a Adrian Belisarius.
—¿Cómo?
—Nos la ha dado lady Elanor.
—¿Cuándo?
—Pasó el mensaje mientras estabais hablando con ella.
Ragnar pensó en aquello. No había visto nada que cambiara de manos, pero sabía
que existían otros métodos. Parches dérmicos, microesporas. Lo más probable era
que las dos mujeres hubiesen hablado a la vez que utilizaban un complejo código de
comunicación, tal como había pensado al verlas. También reflexionó sobre la
posibilidad de que existiera una sutil conexión psíquica entre los Navegantes que
fueran parientes cercanos.
—¿Cómo lo hicieron?
—Tienen sus propias maneras de hacerlo, y prefieren no compartirlas con
nosotros. Pero eso no importa, lo cierto es que intercambiaron esa información.
—¡Bajo las mismísimas narices de Cezare! Parece demasiado casual.
—Sí, bastante —concedió Valkoth—. Sin embargo, corrobora la información que
Alarik ha obtenido de otras fuentes.
—¿Cómo ha podido lady Elanor conseguir esa información? ¿Por qué iba a
arriesgarse a comunicárnosla? Yo me tomaría todo esto con cierta precaución. Podría
ser una pista falsa.

www.lectulandia.com - Página 110


—Sin duda. El hecho de que haya actuado así indica que está bastante
desesperada. Al parecer, piensa que la propia supervivencia de la Casa Belisarius está
en juego.
—¿No podía haber esperado dos semanas?
—Me alegra ver que utilizas el cerebro más que Haegr. Sin embargo, aun en ese
caso, el hecho en sí nos indica algo.
Ragnar se sintió intrigado.
—¿Como qué?
—Como que si la información es falsa, podremos revisarla con mayor
profundidad cuando lady Elanor regrese a las criptas dentro de dos semanas. Como el
hecho de que ella piensa que no disponemos de dos semanas.
Ragnar pensó en todo ello durante unos momentos antes de hablar de nuevo.
—Es una fecha límite. Nos dice que todo esto es parte de un plan mucho mayor.
Cezare espera que todo se lleve a cabo en las próximas dos semanas.
—Torin tiene razón. Tienes cerebro. Piensa también que es posible que la
información sea veraz y útil.
—Un cebo para atrapar a un dragón marino.
—Exacto. Es posible que los Feracci estén intentando atraernos a un asunto
mucho más grave con un poco de información útil.
—¿De verdad Cezare permitirá que lady Elanor regrese a las criptas de la Casa
Belisarius cuando llegue el momento?
—Sí.
Había una tremenda certidumbre en su voz.
—Parecéis muy seguro de eso.
—Ragnar, existen ciertos asuntos que son sagrados para los Navegantes, y unos
límites que ni siquiera Cezare se atrevería a cruzar. El regreso de un personaje como
Elanor es uno de esos asuntos.
—¿Por qué?
—Cuando debas saberlo, te lo diré.
Ragnar se quedó asombrado. Valkoth parecía ponerse del lado de los belisarianos
en vez de apoyar a sus propios hermanos de batalla. ¿Cuál era el secreto? ¿Qué era
tan importante en el asunto de que una anciana enferma regresara con su familia para
que la enterraran? Parecía bastante obvio que Valkoth no iba a compartir lo que sabía
con él, así que decidió cambiar de tema.
—¿Qué información es la que nos ha pasado?
—Hay un comerciante, Pantheus, que suministra dinero a las diferentes
hermandades de zelotes. Existe una relación entre la Casa Feracci y él.
—¿Cuál es?
—Dinero. Poder. Influencia. Ya llevamos vigilándolo hace cierto tiempo.

www.lectulandia.com - Página 111


Creemos que él es el contacto entre los Feracci y ciertas hermandades de zelotes.
—Si llevamos vigilándolo hace tiempo, seguro que Feracci sabe que lo hemos
descubierto. No pierde nada sí nos lo entrega.
—Veo que sigues pensando, Ragnar. Pantheus desapareció hace relativamente
poco. De hecho, se ocultó muy poco antes del asesinato de Adrían Belisarius.
Creemos saber dónde se encuentra. Elanor nos dio la última pieza del rompecabezas.
—O un cebo excelente para una trampa.
—Cuando te emperras con algo no lo sueltas, ¿verdad, Ragnar? Es una
característica admirable en un Lobo Espacial.
—¿Dónde se encuentra ese comerciante?
—El cree que se encuentra en un lugar seguro, en una mansión situada en el
cinturón de asteroides. Vamos a demostrarle que no se trata de un lugar seguro.
Partirás esta noche.
Ragnar se limitó a asentir. Fuese o no una trampa, aquello le gustaba más. Se
sintió nervioso de repente. La perspectiva de un buen combate resultaba atrayente. Al
menos, estaba claro quién era el enemigo y cuál era la misión.

La sala de reuniones era pequeña, lo que no era muy sorprendente si se tenía en


cuenta que estaba en el interior de una esbelta nave de comunicaciones de tamaño
reducido de la Casa Belisarius. Los presentes eran Valkoth, Torin, Haegr y Ragnar,
además de un grupo de guardias. Alarik, el jefe del servicio de inteligencia de la casa
y su chambelán, también se encontraba allí. En aquel momento estaba de pie en el
centro, delante de la pantalla holográfica, vestido del mismo modo que Ragnar lo
había visto por primera vez en la sala del trono de la Celestiarca.
—Pantheus es un individuo rico, y subvenciona diversas hermandades religiosas
en la Tierra. Hemos logrado acceder a ciertos informes de la Inquisición que sugieren
que algunas de esas hermandades son un terreno de reclutamiento para nuestros
enemigos. Todas ellas disponen de acceso a una red clandestina de fondos privados
que utilizan para adquirir armas y equipo para sus misiones. Algunas también se
dedican a la extorsión.
»Pantheus también tiene muchos contactos con la Casa Feracci. Empezó
trabajando para ellos en el sistema Gellan, hace cincuenta años, antes de establecerse
por su cuenta. Creemos que el dinero inicial de sus inversiones procedía de los
Feracci. Tenemos un dato interesante: trabajó directamente para Cezare cuando éste
era el más alto representante de su casa en ese sector.
—¿Existe una conexión directa entre Cezare Feracci y las hermandades? —
preguntó Valkoth.
—Es casi seguro que dispone de varios agentes infiltrados en ellas. La mayoría de
las casas los tienen.

www.lectulandia.com - Página 112


Ragnar pensó que aquello implicaba que la Casa Belisarius también los tenía.
Poder, dinero, religión y política. Era una combinación muy extraña.
—En cualquier caso, Pantheus no es un tipo agradable. También se dedica a
traficar con unas cuantas sustancias ilegales: narcóticos, drogas de combate, además
de con armas. Todo individuo tiene derecho a ganarse la vida, pero este hombre ha
ido demasiado lejos. Vamos a hacerle a Pantheus una visita y le vamos a administrar
el castigo adecuado. Yo me encargaré en persona de interrogarlo.
A Ragnar le pareció que existía una verdadera animosidad por parte del
chambelán contra el mercader. De hecho, le pareció que estaba deseando tener la
ocasión de interrogarlo.
—Atacaremos la mansión del cinturón de asteroides. Mataremos a los guardias y
nos apoderaremos de él y de sus archivos. Cuando nos vayamos, destruiremos el
asteroide y cualquier prueba de nuestra visita. Debemos encargarnos del núcleo de
datos principal del sistema de seguridad antes de irnos. Los interferidores impedirán
que realice ninguna dase de transmisión, de modo que, a menos que Pantheus
disponga de un astrópata, nadie sabrá lo que ocurrió.
—¿Está seguro de que se encuentra en el asteroide? —le preguntó Valkoth.
—Lady Elanor ha confirmado nuestras sospechas. Colocamos un monitor de
vigilancia oculto en el asteroide hace ya cierto tiempo. Su nave llegó allí un día
después del asesinato de Adrian Belisarius. Es lógico suponer que el propio Pantheus
iba a bordo. Lady Elanor nos ha indicado que debemos capturarlo y descubrir lo que
sabe con rapidez sí queremos que nos sea de utilidad.
—¿Guardias? —preguntó Torin.
—Tiene desplegado un destacamento de seguridad procedente de los matones de
las hermandades. Son tipos duros y están bien armados. Algunos disponen de
implantes biónicos. Todos disponen de armas de diseño militar y de un suministro
regular de drogas prohibidas. Todos son fanáticos. Es posible que estén
condicionados mediante hipnosis, pero lo dudo. Me parece que lo son de verdad.
—¿Cuántos guardias? —preguntó Ragnar.
—Ciento cinco.
—Ésa es mucha seguridad.
—Éste puesto es para ellos una recompensa por su lealtad. Hay disponibles para
ellos muchos placeres en ese asteroide. No todos los hombres estarán de servicio,
pero son capaces de entrar en combate en cualquier momento.
—¿Sistemas defensivos?
—El asteroide dispone de las defensas habituales contra piratas. Las
neutralizaremos antes de que lo asaltéis. Ésta nave posee capacidad para hacerlo.
Ragnar no preguntó cómo estaban tan seguros de ello. En circunstancias
normales, en un combate librado entre una nave y un asteroide fortificado sólo podía

www.lectulandia.com - Página 113


haber un vencedor. Era mucho más fácil montar una gran potencia de fuego en una
roca agujereada en mitad del espacio que en la mayoría de las naves de aquel tamaño.
Sin embargo, todos parecían sentirse muy seguros sobre ese tema. Supuso que las
fuentes de los Belisarius debían de ser de fiar, o que aquella nave estaba mucho mejor
artillada de lo que aparentaba.
—¿Qué pasa con la gravedad? —preguntó Torin. Aquél era un tema importante.
—No hay gravedad artificial. La produce la propia rotación del asteroide.
Ragnar pensó en aquello. Significaba que cuanto más se adentraran hacia el
núcleo del asteroide, menor fuerza centrífuga habría. Eso podía crear fluctuaciones
repentinas en el peso aparente. Detalles como aquél eran importantes en un combate
de gravedad cero.
—¿Qué pasará con los supervivientes? —se le ocurrió de repente.
—No habrá ninguno. Cuando os marchéis, parecerá que se ha producido una
desgraciada y catastrófica colisión con un meteorito. Ésas cosas pueden pasar.
Los demás Lobos Espaciales sonrieron. Ragnar calculó los riesgos y las
probabilidades. Sólo eran cuatro, pero mientras explicaban el plan pensó que era más
que posible que funcionase. Partirían de la nave protegida y se acercarían al objetivo
mediante las mochilas de salto. En cuanto se posaran en la superficie, utilizarían las
cargas térmicas para volar una sección grande de la pared y lograr entrar en los
túneles. No tenía sentido intentar ser sutiles. Cualquier brecha en una de las
compuertas de vacío se notaría de forma inmediata, y podían convenirse con facilidad
en una trampa mortífera si te encontrabas atrapado en una de ellas.
La descompresión explosiva provocaría la entrada automática en funcionamiento
de los sistemas de seguridad de la mansión. En aquellas circunstancias, se produciría
una tremenda confusión en el interior mientras el sistema intentaba descubrir dónde
se había producido el fallo. Los enemigos perderían tiempo poniéndose los trajes de
vacío y realizando los procedimientos habituales frente a una descompresión. Las
mamparas se cerrarían, por lo que los guardias quedarían divididos y aislados en las
secciones cerradas y sería más fácil acabar con ellos. Los Lobos Espaciales
avanzarían hacia el interior del asteroide en busca del núcleo de la central de datos y
matarían a todo aquel que se pusiera en su camino. Se apoderarían de una terminal
del registro de archivos, harían una copia y se marcharían.
Era un plan muy simple, lo que en sí era algo bueno. Sin embargo, Ragnar sabía
por propia experiencia que no importaba lo sencillo que fuese un plan, ninguno salía
exactamente tal como se había planeado, ni siquiera cuando lo llevaban a cabo los
Lobos Espaciales.

Ragnar agarró con fuerza los mandos de la mochila de salto y pulsó el acelerador. Un
chorro de gas lo alejó de la nave. Inició una larga y lenta trayectoria hacia el distante

www.lectulandia.com - Página 114


asteroide. No se oía ni sentía nada aparte del leve temblor de la mochila.
El chorro de gas no alertaría ningún detector de calor, y no estaba utilizando
ninguna otra clase de energía para desplazarse, por lo que tampoco lo descubrirían los
sensores adivinatorios. Llevaban encima muy poco metal para evitar que los
detectores magnéticos hicieran saltar la alarma. Además, un humano era un objeto
demasiado pequeño para que lo advirtiera un detector de proximidad diseñado para
alertar sobre la presencia de naves y grandes asteroides.
Existía la remota posibilidad de que si alguien miraba con atención descubriera
cómo tapaban con sus cuerpos la luz de las estrellas, pero se encontraban en un
cinturón de asteroides, por lo que algo así debía de ser muy habitual con tantas rocas
y restos espaciales flotando en la zona. Las posibilidades de que unos objetos de su
tamaño fuesen detectados eran infinitesimales, pero existían. Ésa posibilidad era más
que suficiente para que Ragnar sintiera unos leves estremecimientos de miedo
controlado. Una cosa era morir en combate, en mitad de una lucha cuerpo a cuerpo, y
otra muy distinta ser borrado de la existencia por un láser de defensa en mitad del frío
vacío espacial.
Llevaba bien colocado el casco, y los recicladores trabajaban a la perfección. Si
llegaba a ser necesario, podía sobrevivir varias semanas. Al igual que sus hermanos
de batalla, era prácticamente una nave de combate en miniatura. Tampoco era que
aquello representara una gran diferencia si algo salía mal. No había forma alguna de
regresar a la civilización si no lograban volver a la nave. Si algo salía realmente mal,
acabarían conviniéndose en otro trozo de basura espacial que daría vueltas sin cesar
alrededor del sol.
Se preguntó cuántos habría esparcidos ya por el espacio. Pensó en todas las
batallas que se habían librado en el sistema solar desde mucho antes del Imperio y de
la Herejía de Horus, y llegó a la conclusión de que sin duda serían bastantes.
El asteroide aumentó de tamaño en su campo de visión. Distinguió unas cuantas
luces que parpadeaban en uno de sus costados, y con mayor claridad, la enorme
cúpula geodésica de cristal de los jardines que proporcionaban a la mansión parte del
oxígeno y de la atmósfera. Al otro extremo del asteroide se veía un auténtico bosque
de antenas que lo conectaban con la red de comunicaciones. En pocos minutos
estarían interferidas y destruidas por la nave mensajera de la Casa Belisarius. Intentó
imaginarse si habría alguien allí abajo mirándolo, sin saber el poco tiempo de vida
que le quedaba.
Se dio cuenta de lo increíble que era cómo los viejos conceptos permanecían en la
cabeza. Allí, en mitad del vacío espacial, abajo era un concepto sin sentido. La
gravedad del asteroide no era lo suficientemente poderosa para atraerlo. Un hombre
podía saltar al espacio desde su superficie de lo baja que era su velocidad de escape.
Cualquier dirección podía ser perfectamente arriba o abajo. Sin embargo, su cerebro

www.lectulandia.com - Página 115


insistía en imponerle esos conceptos. El asteroide estaba abajo. La nave estaba arriba.
Se dijo que aquellas nociones preconcebidas podían ser peligrosas, ya que en el
combate espacial debía pensarse en tres dimensiones. Limitarse a conceptos como
arriba y abajo podía ser fatal.
El asteroide siguió aumentando de tamaño. Primero tuvo las dimensiones de una
manzana, después de un peñasco y después de una casa. Era tan grande como los
icebergs del Mar de los Dragones en invierno. Bajo su superficie discurrían varios
túneles. Tenía los planos que los espías de la Casa Belisarius le habían pasado
integrados en los sistemas de memoria de su traje de combate.
Se preguntó lo fiables que serían, y supuso que debían de serlo bastante para que
los Navegantes se arriesgasen tanto con una misión como aquélla, pero nunca se
podía estar seguro de algo así. Lo único que hacía falta era que los informadores
hubieran pasado por alto una sección o una posición defensiva oculta para que el
desenlace del ataque fuese terrible. De todas maneras, ésos eran los riesgos que
siempre se corrían. Ragnar confiaba en ser capaz de afrontar cualquier problema que
se le presentara. Después de todo, era uno de los Elegidos de Russ. «Cuidado —se
dijo así mismo—. El exceso de confianza ha matado a más hombres que los
proyectiles de bólter». Aquél era un entorno mortífero, y cualquier error podía ser el
último.
Miró por encima del hombro y vio a sus camaradas bajando con él. De algún
modo, todos y cada uno de ellos tenían el aspecto que él había esperado que tuvieran.
Torin tenía los brazos cruzados sobre el pecho agarrando las cargas de demolición y
un bólter pesado colgando de una cincha sobre el estómago. Su postura indicaba una
actitud de confianza relajada.
Haegr tenía un aspecto extraño con su armadura y su casco personalizados. Su
gruesa silueta no se asemejaba en nada a la de un Lobo Espacial normal. Llevaba
enganchado al pectoral de la armadura un enorme martillo. Valkoth parecía ceñudo y
amenazante incluso en una situación de caída libre. Tenía la espalda enderezada y
recta, y los mandos bien firmes en sus manos.
Ragnar se giró de nuevo hacia el asteroide. Sabía que tendría que calcular a la
perfección la maniobra de aterrizaje. Necesitaría un chorro de gas de unos cinco
segundos para frenar su velocidad antes de impactar contra su superficie. Con un
aterrizaje demasiado brusco podía acabar herido, con una brecha en la armadura o
incluso muerto. No sería un modo muy glorioso de acabar sus días. Ragnar no quería
que lo inscribieran en los anales del Capítulo como el hombre que perdió la Lanza de
Russ y luego se mató estampándose contra una roca.
El detector de proximidad conectado a su armadura emitió una señal de aviso.
Ragnar pulsó un botón, le dio la vuelta a las turbinas de la mochila de salto y abrió el
gas. Se dio cuenta con su visión periférica de que sus camaradas hacían lo mismo. Un

www.lectulandia.com - Página 116


momento después se preparó para aterrizar y sus botas arañaron la superficie. Habían
llegado.
La parte fácil de la misión había concluido.

www.lectulandia.com - Página 117


CAPÍTULO 11

www.lectulandia.com - Página 118


El asteroide rotaba bajo sus pies. El movimiento amenazó con tirar a Ragnar al suelo.
Levantó las piernas y la superficie rocosa le pasó con suavidad bajo el cuerpo.
Procuró avanzar con la mochila de salto mediante pequeños impulsos lentos y
controlados. Los demás hicieron lo mismo. Parecían peces que nadaran por el fondo
del mar.
Llegaron en pocos segundos al lugar desde donde tenían planeado entrar: una
gran ventana situada por encima de un puente de observación. Vista desde el interior
tendría más bien el aspecto de un suelo de cristal. La rotación del asteroide impulsaría
a los habitantes del lugar hacia las paredes exteriores, como una gravedad simulada.
Torin colocó la carga térmica en posición. Se alejaron de la zona del radio de la
explosión y se pusieron a cubierto en las grietas de la rocosa superficie del asteroide.
Instantes después, un fuerte resplandor iluminó las sombras del pequeño cañón
pétreo. Ragnar alzó la mirada y vio un rastro centelleante de cristales rotos que surgía
del lugar. El aire se cristalizaba ante sus ojos mientras se adentraba en el espacio. Un
puñado de plantas, cuadros y pequeños muebles siguió al chorro de aire.
Entraron en el lugar. Ragnar aumentó la potencia del impulsor de la mochila de
salto para compensar el chorro de aire que se escapaba al espacio. Podían haber
esperado que la descompresión se completara, pero el tiempo era algo precioso en
aquellos momentos. Los rastros dejados por unos cohetes y unas explosiones
tremendas le indicaron que la nave de la Casa Belisarius había comenzado su propio
ataque y estaba eliminando las antenas de comunicación y las defensas exteriores.
Ragnar se sintió desorientado cuando entró por el agujero abierto por la
explosión. De repente, arriba estaba abajo y abajo estaba arriba. Había pasado de
estar en el exterior a estar en el interior de aquel mundo hueco, y las dos direcciones
habían intercambiado sus lugares. Dio una voltereta en el aire y aterrizó sobre los pies
al mismo tiempo que pulsaba con una mano el botón que lo liberaría de los arneses de
la mochila de salto y con la otra empuñaba la pistola bólter. Antes de que la mochilla
llegara al suelo ya tenía empuñada la espada sierra en la otra mano y corría por el
pasillo.
Vio a varios individuos caídos y sangrando a chorros por la nariz, los oídos y la
boca. Se retorcían por el dolor agónico que la descompresión provocaba al
destrozarles los pulmones y los tímpanos. Blandió la espada sierra a un lado y a otro
para acabar con esa agonía sin desperdiciar proyectiles con sus enemigos. La
temperatura bajaba con rapidez. Unas cuantas runas de aviso parpadearon en las
paredes para advertir del peligro a cualquier superviviente que en aquel momento se
encontrara en la zona.
A Ragnar no le gustaba aquella situación. El casco le reducía la agudeza de los
sentidos. Tenía que confiar por completo en sus ojos. El sentido del oído y el de
olfato, las principales fuentes de información para un Lobo Espacial, eran casi

www.lectulandia.com - Página 119


inútiles cuando llevaban el casco puesto. Lo único que podía distinguir con claridad
era el sonido de su propia respiración y el olor reciclado de su propio cuerpo. Miró a
su alrededor y vio que sus compañeros se desplegaban con las armas preparadas.
Torin dejó colgando el bólter pesado del hombro y se puso a buscar varias
herramientas en su cinturón de combate. Haegr llevaba en las manos el enorme
martillo.
Estaban relativamente a salvo en esos instantes. Ninguno de sus oponentes había
tenido tiempo de colocarse un traje de vacío. Sin duda alguna se sentían confusos y
no sabían qué les había atacado. Torin se acercó a una de las compuertas estancas del
interior de la mansión. Ésa era la parte más arriesgada. Si querían atrapar con vida a
Pantheus tenían que entrar en la zona con atmósfera respirable del interior de la
mansión, y eso implicaba el uso de un compartimento estanco. Con suerte, la
confusión reinante los ayudaría, pero de todas maneras, la situación era peligrosa.
Torin se puso de rodillas al lado de la puerta. Llevaba un juego de herramientas
en la mano y en breves segundos había desmontado la cubierta exterior del sistema de
cierre. Cuando se producía una descompresión, todas las puertas se cerraban de forma
automática, pero se podían abrir de modo manual. Pocos segundos después, surgió
otro chorro de aire que se congeló al abrirse la puerta. Entraron inmediatamente y
volvieron a cerrar la puerta para que el aire se normalizara de nuevo. La situación era
realmente peligrosa.
Si alguien se encontraba vigilando el sistema de cierres presurizados en ese
preciso instante, descubriría su posición exacta. Sin embargo, con un poco de suerte,
cualquiera que se encontrara en los altares de mando en aquella situación tendría la
cabeza en otro sitio. Era posible que pensaran que uno de los cierres de presurización
había sufrido alguna clase de filo, pero incluso en ese caso, aquello atraería su
atención. El fallo de una compuerta estanca en un entorno sellado siempre era motivo
de inquietud.
Al menos ya podían comenzar a oír de nuevo mientras el aire llenaba siseante el
compartimento estanco. Había muy poco espacio para los cuatro enormes Marines
Espaciales y sus abultadas armas en aquel sitio tan cerrado. Una vez más, le quedó
claro de un modo muy gráfico por qué los compartimentos estancos tenían tan mala
reputación como trampas mortíferas en los abordajes a naves. Lo único que hacía
falta era una granada bien colocada y los cuatro se irían juntos a los Salones de
Hierro de Russ para quedarse esperando la última Batalla.
Ragnar se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración con la mirada
concentrada en la puerta interior. Tenía el arma preparada. Si alguien estaba
esperando a que se abriera para atacar, estaba seguro de que podría disparar antes de
que el otro lo hiciera. Sus reflejos eran mucho, mucho más rápidos que los de un
humano normal, excepto si el oponente había consumido drogas de combate. Aquélla

www.lectulandia.com - Página 120


idea lo intranquilizó.
La estancia ya estaba llena de aire. Las luces indicadoras de color verde
mostraron que la presión se había igualado. Torin abrió la puerta que daba al interior.
Ya estaban dentro. Allí también había aire, y los sonidos les llegaban con bastante
claridad. Ragnar distinguió el quejido de una sirena de alarma. Delante de ellos se
abría un pasillo y el hueco de un ascensor que llevaba hacia arriba. Los ascensores
eran otra trampa letal que debía evitarse. Ragnar abrió el cierre de su casco y olisqueó
el aire. Era respirable y puro. Sabía que el casco no se habría abierto si no hubiese
sido así.
Una oleada de olores lo asaltó: esencias purificadoras, olores corporales, él
siempre presente hedor de los desechos humanos no reciclados en un entorno cerrado.
Los recibió como viejos amigos, aspirando grandes bocanadas mientras se orientaba.
Se sintió inmediatamente más confiado y seguro, capaz de dominar ese entorno. Se
colgó el casco del cinturón. Sus camaradas ya lo habían hecho.
—No os acerquéis al ascensor. Debe de haber una rampa de mantenimiento al
otro lado de la esquina —dijo Valkoth. Su rostro alargado y ceñudo parecía más
preocupado y pensativo de lo habitual. Sin embargo, empuñaba el bólter con
decisión, y no se notaba señal alguna de nerviosismo en su actitud o en su olor
corporal.
Pasaron de largo delante del ascensor, con Ragnar en vanguardia, Torin en la
retaguardia, y sus compañeros entre ellos dos. Ragnar sintió cómo la adrenalina le
corría por la sangre, proporcionándole una curiosa sensación de euforia. Era posible
que muriera allí, pero se sentía lleno de vida, aun a sabiendas de que cada minuto
podía ser el último. Una ráfaga de olores antes de doblar la esquina le advirtió de la
presencia de humanos.
Se trataba de un grupo de individuos confundidos que se dirigían a la carrera
hacia sus puestos de emergencia. Uno de ellos gritó por un intercomunicador
exigiendo saber qué había ocurrido. Todos llevaban pistolas. Ragnar no esperó a que
lo vieran. Disparó contra el jefe y vio que la cabeza del individuo estallaba como si la
hubieran golpeado con un martillo pilón. Un segundo después, Haegr dio un paso
adelante y redujo el resto del cuerpo a una pulpa sanguinolenta de trozos de carne
roja.
—¿Qué está pasando? ¡Informen! —gritó una voz por el intercomunicador. Torin
se acercó y respondió a gritos.
—¡Perforación de compartimentos, descompresión! ¡Qué demonios va a ser! —
exclamó para después romper el aparato de un puñetazo.
Subieron la rampa a la carrera y entraron en una sala amplia con colgaduras
lujosas cubriendo las paredes. La iluminación era escasa y alejada del centro. Un gran
número de imágenes religiosas decoraban las paredes, con iconos que representaban

www.lectulandia.com - Página 121


el Trono Dorado y al Emperador matando mutantes. Cualquiera podría haber
confundido aquel lugar con el monasterio de una orden religiosa especialmente
sibarita. Quizá era eso precisamente. Ragnar no se sintió impresionado por aquella
aparente muestra de devoción. Había visto demasiadas veces a los seguidores del mal
utilizar la cobertura de la santidad.
Se dio cuenta de que se sentía algo ligero a medida que avanzaban. El aire se
llenó de más y más olores que se entrecruzaban y se desvanecían debido a que los
aparatos de ventilación entremezclaban los rastros que flotaban en el aire. Pensó que
sin duda había muchos individuos en aquella mansión. Uno de ellos apareció en el
umbral de la puerta que se encontraba al otro lado de la estancia.
—¿Quién demonios sois? —preguntó. Ragnar le pegó un tiro.
Avanzaron hacia la siguiente rampa. Aparecieron más hombres detrás del primero
y una andanada de disparos de los Lobos Espaciales los abatió a todos. Ragnar oyó el
repiqueteo de unos pasos que se alejaban presurosos. Era evidente que alguien
intentaba escapar. No podían permitir que hiciese sonar la alarma.
Ragnar se lanzó a la carrera, pasó de una voltereta el umbral de la puerta y se
quedó en cuclillas con la esperanza de mantenerse por debajo de la línea de tiro de
cualquier posible enemigo. Vio a un hombre vestido de color marrón al otro extremo
del pasillo. Estaba gritando algo por un intercomunicador. Ragnar apuntó y disparó.
El individuo se desplomó con un tremendo agujero abierto en el pecho. Otro disparo
destrozó el intercomunicador. Era demasiado tarde. El sonido intermitente de la
alarma se convirtió en un gemido aullante. Ragnar supuso que se trataba de una alerta
de seguridad.
—Por lo que parece, nos han descubierto —dijo Haegr a su espalda.
—¿De veras? —respondió Torin—. Jamás lo hubiera adivinado.
—Me alegro —insistió Haegr—. Nunca me ha gustado matar a gente que no
podía defenderse.
—Matarás a todo aquel que haga falta para cumplir la misión —lo cortó Valkoth
—. ¡Que no se te olvide!
Haegr se limitó a dejar escapar un gruñido. Siguieron avanzando. Ragnar sintió
cómo sus enemigos se agrupaban a su alrededor. Los Lobos Espaciales aceleraron el
paso. Cuanto antes se alejaran del sitio donde los habían detectado, más difícil le
sería al enemigo utilizar su superioridad numérica y su conocimiento de las
instalaciones.
A medida que se acercaban al núcleo del asteroide los objetos de devoción
aumentaban de nivel de riqueza y ostentación. Las vitrinas de cristal de las paredes
contenían reliquias bajo las que se veían placas de oro. Pasaron con rapidez junto a
huesos de los dedos de diversos santos, profetas y eruditos, las máscaras mortuorias
de algunos héroes imperiales y un bólter que había pertenecido al comisario Richter.

www.lectulandia.com - Página 122


Todas las reliquias tenían algo en común: pertenecían a personajes famosos que
habían odiado a los mutantes con todas sus fuerzas.
Eso no era algo que Ragnar desaprobase en condiciones normales. Toda su
educación y entrenamiento le habían inculcado la idea de que los mutantes eran los
peores enemigos de la humanidad. Pensó que era extraño que estuviera luchando para
defender a aquellos que muchos consideraban unos mutantes. Echó a un lado aquellas
ideas. Estaba acercándose de forma peligrosa al pecado del relativismo.
Una oleada de olores le indicó que alguien había abierto una puerta al otro lado
del pasillo. Se giró en redondo justo a tiempo para ver a un grupo de hombres
armados y protegidos con armaduras. Algunos llevaban puestas armaduras corporales
completas, mientras que otros sólo llevaban chalecos antibala, aunque todos estaban
armados con rifles láser. Antes de que ninguno de ellos tuviera tiempo ni siquiera de
apuntar, Ragnar ya había comenzado a disparar. Sus hermanos de batalla se unieron a
él. Varios hombres más cayeron abatidos. Los rayos láser agujerearon la pared detrás
de Ragnar y chamuscaron su armadura. Se agachó y se movió en zigzag para procurar
convertirse en un objetivo difícil. En un espacio tan reducido como aquél, el enemigo
no podía fallar si disponía de la suficiente potencia de fuego.
Un pequeño objeto del tamaño de un huevo lanzado desde atrás pasó volando por
encima de Ragnar, rebotó en el suelo del pasillo y siguió rodando hasta llegar a la
estancia donde se encontraban atrincherados los sectarios. Un instante después, una
explosión los azotó a todos. Los gritos y el penetrante olor a sangre le indicaron a
Ragnar que la granada había acabado con todos ellos. Siguieron avanzando.
El chasquido de la estática en el receptor del oído de Ragnar le indicó que su nave
había logrado interceptar las comunicaciones del interior del asteroide. Oyó una
docena de voces que discutían.
—¡Hay docenas de enemigos!
—Mamparos exteriores perforados en tres puntos.
—Enemigo avistado en el cuadrante cuatro.
—He descubierto algunos cuerpos, y todos muestran señales de mutilación.
—Te juro que he visto Marines Espaciales.
—¿Qué?
—¿Qué es lo que pasa?
—Lobos Espaciales.
—Los belisarianos. Tiene que ser cosa de los belisarianos.
—¡Que el Emperador os proteja!
Ragnar bajó el volumen del receptor para que no le hiciera perder la
concentración. Por lo que parecía, los defensores estaban confundidos por completo y
corrían desorientados de un lado a otro. No era algo sorprendente. Un rápido vistazo
a las runas de su cronómetro le indicó que apenas habían pasado unos pocos minutos

www.lectulandia.com - Página 123


desde el comienzo del ataque. En ese preciso instante, la mayoría de los
supervivientes todavía estarían ocupados poniéndose los trajes protectores de vacío e
intentando reparar las grietas en las paredes exteriores de la mansión.
Pensó que hasta ese momento todo iba saliendo bien, pero se preguntó cuándo
comenzaría a estropearse la situación.
Descubrieron que la puerta que daba a las estancias privadas de Pantheus estaba
cerrada y sellada. Era obvio que había decidido encerrarse hasta que se supiera con
seguridad cuál era el origen de la situación de emergencia.
Ragnar se quedó mirando el portal. Era una puerta pesada, protegida contra las
explosiones y con una especie de cierre de seguridad de aspecto complejo. Haría falta
un equipo de corte potente para atravesarla. No disponían de ese equipo. Volvió a
conectarse a los canales de comunicación. Las voces que oyó lo advirtieron de que el
enemigo se estaba reagrupando y registrando toda la mansión en busca de los
asaltantes. Era evidente que no se habían dado cuenta de que les habían interceptado
las comunicaciones, por lo que podían vigilar sus movimientos.
Valkoth miró a Torin.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó.
—Es un diseño bastante antiguo. Funciona mediante un código digital o un
escáner ocular.
—No te he preguntado qué era. Te he preguntado cuánto tardarás en abrirla.
—Treinta segundos —contestó Torin.
Se arrodilló de nuevo, sacó sus herramientas y comenzó a hurgar en el interior del
sistema de cierre. Ragnar se preguntó dónde habría aprendido aquellas habilidades.
Sin duda, no se las habían enseñado durante su entrenamiento como Lobo Espacial.
—Ragnar, deja de mirar embobado a Torin y cubre el pasillo. Haegr, tú ocúpate
de la otra dirección. Quizá podrías guardar el martillo y utilizar una arma de
proyectiles, para variar.
—Eso no es muy deportivo —replicó Haegr, pero se colocó el martillo a la
espalda y sacó un par de pistolas bólter. Ragnar se concernió en su sección de pasillo,
con la pistola bólter preparada por si aparecía algún enemigo. Un tremendo eructo le
indicó que Haegr estaba aburrido.
Se conectó otra vez con los canales de comunicación del asteroide. El enemigo se
acercaba. Algunos de ellos se habían equipado con armas pesadas. Por lo que parecía,
el combate iba a ser mucho más difícil a partir de aquel momento. El verdadero
problema sería sacar a Pantheus con vida en mitad de un tiroteo. Para eso sí que iban
a necesitar toda su habilidad.
Oyó un susurro en el aire y supo que Torin había logrado abrir la cerradura.
—Has tardado cuarenta y cinco segundos —lo recriminó Valkoth.
—El mecanismo tenía conectada una trampa explosiva que ya estaba activada. He

www.lectulandia.com - Página 124


preferido tardar un poco más a que la cerradura se fundiera y yo perdiera la mano.
—Le sería difícil atusarse el bigote si perdiera una mano —dijo Haegr—. Eso
sería una tragedia.
Torin ya había entrado en la estancia y la estaba cubriendo con el bólter. Los
muebles eran dignos de un príncipe Navegante. Un enorme espejo cubría una de las
paredes.
—Debe de ser tan vanidoso como tú, Torin —comentó Haegr.
—Pero no tan atractivo —replicó Torin mientras miraba de forma apreciativa su
reflejo.
—Menos bromas y más atención —los interrumpió Valkoth—. ¿Dónde está ese
cabrón?
Se adentró más en la estancia. Unos segundos después, se acercó a un inmenso
armario ropero, lo abrió, echó a un lado un buen puñado de ropajes con ribetes de piel
cara, y a continuación sacó de un tirón a un individuo tremendamente gordo. Ragnar
reconoció a Pantheus por los informes de inteligencia. Flotaba levemente debido a la
baja gravedad del centro del asteroide. Sin duda, aquél era el motivo por el que había
elegido ese lugar para vivir.
—No es tan atractivo como yo, pero es casi tan gordo como tú —bromeó Torin.
—Pero carece de mi áspera nobleza fenrisiana —contestó Haegr.
—Haegr, cubre la puerta —le ordenó Valkoth.
—Buena elección. Torin pasaría demasiado tiempo mirándose en el espejo.
Valkoth inmovilizó a Pantheus contra la pared y le colocó el cañón del bólter
contra la nariz, que quedó completamente cubierta por el arma.
—¿Dónde guardas los archivos?
El miedo del hombre era palpable, pero se controló bien.
—Esto es una afrenta. Presentaré una queja en…
—Estás a un latido de corazón de que te mate —lo interrumpió Valkoth, y sonrió
con frialdad, lo que dejó al descubierto sus colmillos. No había nada remotamente
parecido a un gesto humano en su rostro. Era como si Pantheus estuviese mirando a
la cara de uno de aquellos legendarios y odiosos ogros. El olor corporal de Valkoth le
indicó a Ragnar que no pensaba en absoluto matar a Pantheus, pero el mercader no
tenía modo alguno de saberlo.
Bajó una mano hacia el pecho. La mano libre de Valkoth se la inmovilizó por la
muñeca en un rápido gesto. Al mercader se le descompuso la cara con una mueca de
dolor.
—Guardo mis archivos en un medallón con un cristal de memoria. No voy a sacar
ninguna arma.
—Sería lo último que harías en tu vida —lo amenazó Valkoth.
—¿Crees que no lo sé?

www.lectulandia.com - Página 125


Pantheus sacó una gema centelleante colgada en una cadena de platino. Ragnar
sintió que la tensión de los cuerpos de sus camaradas bajaba una pizca. Estaban
preparados por si acaso el mercader sacaba algún artefacto protector. Lo cierto es que
no había nada amenazante en él.
Valkoth le quitó la gema y la estudió con cuidado. Colocó la joya en un escáner
que llevaba en el cinturón de combate. Las runas que aparecieron mostraron que era
un artilugio seguro y que contenía datos.
—El resto —insistió Valkoth.
Pantheus señaló con un gesto de la cabeza una de las paredes. En ella había
colgado un retrato suyo, mucho más joven y delgado. Tenía un aspecto tan diferente
que podía haberse tratado de otra persona.
—Ábrela. Sin trucos, o te mato.
El olor a miedo se intensificó. Se trataba de una persona que evidentemente creía
a los Lobos Espaciales capaces de cometer cualquier acto.
Pantheus se acercó al retrato y pasó la mano por encima de una serie de runas.
Murmuró una invocación de apertura y el cuadro se deslizó hacia un lado. En su
interior relució un pequeño tesoro. Allí no sólo había cristales de memoria, sino joyas
de todas clases. El mercader guardaba allí una pequeña fortuna por sí se producía
alguna emergencia. Si se tenía en cuenta el modo en que Torin las metía en una funda
de almohada, en poco tiempo pasarían a engrosar las arcas de la familia Belisarius.
Valkoth pasó el escáner por encima de la funda. El aparato pitó unas cuantas
veces y las runas indicaron que había unos cuantos cristales de datos. Al parecer, ya
habían conseguido lo que habían ido a buscar. Lo único que les quedaba por hacer era
lograr llegar a una cápsula de salvamento y reunirse con la nave de la Casa
Belisarius. Fácil, pensó Ragnar con cierto sarcasmo. Sabía cuál era la realidad. Todo
había salido demasiado bien. Estaba seguro de que todo se torcería en muy poco
tiempo.
El retumbar de las pistolas de Haegr le confirmó que estaba en lo cierto. Los
problemas ya habían dado con ellos.

www.lectulandia.com - Página 126


CAPÍTULO 12

www.lectulandia.com - Página 127


—Lleváoslo todo, todo —gimió Pantheus—. Dejad que me vaya.
Valkoth sonrió con ferocidad. Las largas guías de su bigote y los largos colmillos
hicieron que pareciera un gruñido animal.
—Tú vienes con nosotros.
—¿Qué? ¿Adónde?
El comerciante parecía estar a punto de echarse a llorar. No parecía en absoluto
un conspirador peligroso. Quizá estaba aterrorizado. No era muy habitual que cuatro
Lobos Espaciales entrasen en tu casa, en un asteroide fortificado, y te sacaran de la
cama a rastras. Era algo que pondría nerviosa a la mayoría de la gente.
—Vienes con nosotros. Es lo único que necesitas saber.
—Pero ¿y mi colección? No puedo dejar aquí a mis preciados iconos.
—Ellos te dejarán a ti dentro de nada.
—¿Qué quieres decir con eso?
Valkoth alzó el bólter y le apuntó de nuevo a la cara.
—Se acabó la cháchara. Te vienes con nosotros. Ragnar, tú vigila su espalda.
Valkoth se giró y se dirigió con Torin hacia la puerta. Ragnar colocó el cañón de
la pistola bólter contra la espina dorsal de Pantheus.
—En marcha —dijo—, o te abro un agujero en el estómago lo bastante grande
como para que puedas meter la cabeza.
Pantheus comenzó a andar.
Haegr había avanzado por el pasillo. Ragnar se dio cuenta por el ruido de las
pistolas bólter. Los disparos láser habían acribillado las paredes. La superficie estaba
derretida y en algunos puntos formaba regueros hasta el suelo. La pintura había
desaparecido dejando al descubierto la roca viva de debajo. Torin y Valkoth salieron
de la estancia. El primero se dio la vuelta para cubrir la retaguardia, mientras que
Valkoth saltó hacia adelante aprovechando la baja gravedad y añadió la potencia de
fuego de su bólter a las pistolas de Haegr. No quedaba mucho con vida en el pasillo.
Una leve humareda subía con lentitud hacia el techo procedente de una pila de
cadáveres. Haegr y Valkoth pasaron por encima de ellos.
Ragnar empujó a Pantheus con el cañón de su bólter. El mercader avanzó sin
esfuerzo, bien adaptado a la baja gravedad. No parecía tener muchas dificultades de
momento para mantener el paso de los Lobos Espaciales. Ya se vería lo que pasaba
cuando comenzara a sentir el incremento del peso de su cuerpo en los pisos
inferiores.
Los mensajes de la red interna de comunicación le informaron a Ragnar de que
los habitantes del asteroide se habían percatado por fin de lo que pasaba. Sabían que
alguien había asaltado las estancias privadas de Pantheus y se lo habían llevado
prisionero. No les sería muy difícil adivinar lo que ocurriría a continuación, aunque
por lo que parecía, todavía no se lo habían imaginado. Si él hubiera estado al mando,

www.lectulandia.com - Página 128


ya habría ordenado que se vigilasen todas las compuertas exteriores y las cápsulas de
salvamento.
Quizá estaba siendo un poco injusto con los mandos enemigos. Tenían otras cosas
en las que pensar, y lo cierto era que los hombres normales no tenían la capacidad de
pensar y responder a las situaciones imprevistas con la rapidez de los Marines
Espaciales. Las paredes exteriores de la mansión estaban perforadas, y a menos que
las repararan y aislaran el complejo, estaban muertos. Dudaba que tuvieran las
reservas de aire necesarias para reemplazar las que habían perdido. Además, estaba la
nave de la Casa Belisarius, un enemigo formidable que había destruido sus aparatos
de comunicación a larga distancia y sus emplazamientos defensivos. Al parecer, el
elemento sorpresa había tenido un éxito impresionante. El cronómetro le indicó que
habían transcurrido menos de diez minutos desde el inicio del ataque.
Sin embargo, a medida que avanzaban, aumentaba la resistencia. Todo el mundo
sabía ya que había enemigos en el asteroide. Estaban atentos y armados, y la mayoría
se habían puesto las armaduras espaciales ligeras. Sin embargo, era tal la velocidad
del avance de los Marines Espaciales que eliminaban con rapidez a cualquiera que se
les enfrentara. Siempre efectuaban el primer disparo, y a menudo solía ser el último.
La respiración de Pantheus comenzó a ser irregular y jadeante, y parecía estar a
punto de desplomarse. Ragnar supuso que estaba sintiendo el peso de cada kilo
adicional, aunque la gravedad seguía siendo muy inferior a la terrestre. Se preguntó
qué era lo que haría aquel individuo cuando tuviera que bajar a Terra. Seguro que
tenía que utilizar suspensores para aligerar su peso.
Delante de ellos apareció la cápsula de salvamento que habían elegido para
escapar. Un grupo de hombres con uniforme marrón apareció por el otro extremo en
el instante en que entraron en el pasillo. Haegr abrió fuego y los abatió. Ragnar metió
a empujones a Pantheus en la cápsula.
—¡Ragnar, entra con él! —ordenó Valkoth.
A pesar de la necesidad que sentía de quedarse allí para combatir, Ragnar
obedeció. No podían permitirse el riesgo de que Pantheus activase la cápsula sin estar
ellos dentro. Sin la baliza de localización que llevaban los Lobos Espaciales, la nave
de la Casa Belisarius destruiría la cápsula. No estaban dispuestos a permitir la más
mínima posibilidad de que alguien escapara para contar lo que había ocurrido. Ragnar
entró inmediatamente detrás del mercader con el arma preparada.
Los demás continuaron disparando desde el exterior de la cápsula. Ragnar sabía el
motivo. Al igual que los ascensores, las cápsulas de salvamento podían convertirse en
trampas mortíferas si los atacaban en el peor momento. Si alguien les lanzaba una
granada mientras la puerta estaba abierta, la explosión sería fatal en un espacio tan
reducido. Los disparos láser cruzaban el aíre alrededor de los Lobos. Algunos daban
en el blanco. Las armaduras de ceramita se astillaron y derritieron en algunos puntos.

www.lectulandia.com - Página 129


Uno por uno, sus camaradas fueron entrando en la cápsula, hasta que sólo quedó
Haegr.
—¡Entra ahora mismo! —le ordenó Valkoth cuando pareció que quería quedarse
allí todo el día disparando contra sus enemigos. Haegr lanzó un gruñido. Tenía los
pelos de la barba erizados y los ojos porcinos entrecerrados. Por un momento les
pareció que iba a desobedecer. Valkoth gruñó a su vez y no hubo duda en el tono de
mando y de amenaza. Fue muy parecido al de un lobo jefe de una manada que
amenazase a un animal joven y sin experiencia que se hubiese atrevido a retarlo.
Haegr, algo abatido y avergonzado, disparó un par de veces más antes de entrar en la
cápsula.
—Ponte los cinturones —ordenó Valkoth al comerciante. Los demás ya estaban
ajustándose los arneses de seguridad y colocándose de nuevo los cascos.
Torin apretó la runa de lanzamiento rápido y la cápsula de salvamento salió
disparada al espacio después de liberarse de los enganches de amarre y recorrer a
toda velocidad el tubo de salida. Los Lobos Espaciales rompieron por fin el silencio
de comunicaciones al activarse sus balizas de localización. La aceleración los aplastó
contra los asientos acolchados. La capa de grasa del cuerpo de Pantheus se onduló
como si fueran olas. El efecto fue especialmente visible en su doble papada.
—Bueno, lo logramos —exclamó Torin.
—Espera un poco. Eso será si los de la nave no nos hacen volar en pedazos —le
replicó Haegr.
Ragnar miró por una de las portillas y vio cómo el asteroide se alejaba
velozmente. Unos instantes después, una tremenda serie de explosiones sacudió su
superficie en cuanto la nave comenzó a machacarlo para reducirlo a escombros.
—No va a parecer el impacto de un asteroide —comentó Torin.
—No creo que vaya a venir nadie a comprobarlo durante un tiempo. Además, en
cuanto acaben con las cargas devastadoras, no quedará mucho que se pueda
encontrar.
Pantheus tragó saliva. Estaba muy pálido. A Ragnar no le sorprendió. El
comerciante estaba viendo cómo reducían a polvo estelar una mansión que valía
billones de ducados, y estaba en manos de unos individuos que no dudarían en
absoluto si tenían que hacerle daño. Sin duda, el mercader había conocido tiempos
mejores.
Pasó casi una hora antes de que la nave los recogiera, y esperar era algo que
nunca le había gustado a Ragnar. Como siempre, existía la posibilidad de que algo
saliera mal. Una roca perdida o un disparo desviado podían alcanzarlos. Los sistemas
de soporte vital de la cápsula podían fallar y Pantheus moriría. Eran cosas que ya
habían sucedido antes. Se alegró cuando la gran silueta de la nave apareció en el
portillo de observación y los introdujo por la rampa de acceso delantera, como una

www.lectulandia.com - Página 130


ballena que devorase un cardumen de krill.
Alarik los esperaba en el hangar de aterrizaje. Los marineros de la nave tenían
cubierta la cápsula con rifles láser, ante la posibilidad de que hubieran cometido un
error y se hubiesen equivocado de cápsula. Valkoth fue el primero en salir, con el
bólter apuntando al techo. En aquellas circunstancias, cuando los hombres armados
estaban nerviosos, lo mejor era no permitir que nadie malinterpretara sus intenciones.
—Veo que lo atrapasteis —dijo Alarik.
—¿Acaso lo dudabais? —replicó Haegr.
—A veces no todo sale como uno quiere —contestó Alarik—. No importa lo
buenas que sean las tropas o lo bueno que sea el plan.
—Bueno, pues nada salió mal —insistió Haegr. Sonaba casi malhumorado—.
Nada sale mal cuando el poderoso Haegr interviene.
—Haegr lucha como dos hombres —dijo Torin—. Aunque en realidad le resulta
fácil, porque abulta por cuatro.
—Veo que llevo demasiado tiempo sin darte tu paliza acostumbrada, Torin —
respondió Haegr—. Todos los presentes saben que tengo el valor de cinco hombres.
—Y la vanidad de diez.
—Veo que estás decidido a negar la verdad y a decir la última palabra. Tienes
suerte de que no sea tan vulgar como tú.
Los hombres de Alarik se llevaron custodiado a Pantheus. Tenía un aspecto
derrotado y hundido, como una vejiga hinchada a la que se le hubiera escapado el
aire. Ragnar se fijó en que estaba cojeando. Era evidente que no estaba acostumbrado
a soportar el peso normal de su cuerpo y que sabía lo que le esperaba en la sala de
interrogatorios.
—Yo no sentiría mucha pena por él, compañero —le dijo Torin—. Pantheus ha
sido el responsable de la muerte de muchas buenas personas.
—Tengo hambre —los interrumpió Haegr de repente—. Matar siempre me abre
el apetito.
—Dormir también suele abrírtelo —comentó Torin.
—Anda, id a comer algo. Descansad un poco también —les sugirió Valkoth
mientras se daba la vuelta para marcharse, pero antes dijo algo más—. Buen trabajo.

Ragnar se sentía intranquilo después de toda la violencia del ataque contra el


asteroide. Revivía los diversos momentos del combate con especial intensidad, y todo
lo demás parecía insípido y aburrido en comparación. Había oído decir que a los
Lobos Espaciales se los creaba para que respondieran de ese modo. Diversas partes
de sus cerebros habían sido alteradas para que reaccionaran así, y que siempre
desearan entrar en combate. Ragnar no estaba seguro de que ése fuera su caso. A lo
mejor no se trataba más que de una consecuencia del despertar de la bestia en su

www.lectulandia.com - Página 131


interior. Quizá aquellos recuerdos tan vívidos fueran simplemente el resultado de
unos sentidos agudizados que se esforzaban por mantenerlo con vida.
Recorrió la nave como un lobo que anda a la busca del rastro de un ciervo. No
quería dormir. No le apetecían ni el vino ni la cerveza. No tenía hambre. Estaba
intranquilo, y en parte se debía a los olores poco familiares que lo rodeaban.
Habitualmente, cuando regresaba de un combate hallaban el olor familiar de sus
hermanos de batalla. Si se encontraban a bordo de una nave, el aire estaba repleto de
olores de Fenris y de aquellos que servían en la flota del Capítulo.
Sin embargo, estaba en otro sitio. El incienso de los recicladores, los iconos de las
paredes de plastiacero, los uniformes de la gente con la que se cruzaba, nada de
aquello era a lo que estaba acostumbrado. Lo único que le recordaba a su hogar era el
leve rastro de sus camaradas del Cuchillo del Lobo. Pero hasta esos olores eran
diferentes. Llevaban matices que indicaban el efecto de los muchos años que llevaban
viviendo en Terra, consumiendo comidas diferentes, rodeados por cosas diferentes.
Estaba muy lejos de su hogar. «Vete acostumbrando», se dijo. Su deber era servir
al Emperador y al Capítulo sin importar adónde lo enviaran. Estaba seguro de que si
vivía lo suficiente, vería sitios mucho más extraños y menos hospitalarios que aquél.
Una cosa era poseer el conocimiento de la existencia de la compleja vida política
del Imperio y otra era vivir inmerso en ella, aprender cómo funcionaba de primera
mano. Era la misma diferencia abismal entre leer lo ocurrido en una batalla y
enfrentarse cara a cara a un enemigo.
Sus pasos lo habían llevado a una parte de la nave que deseaba evitar. Se percató
de inmediato que había un olor reconocible en al aire. Sangre, sudor, dolor, todo
mezclado con un leve toque de ozono. Se acercó, y su sentido del oído, más agudo
que el de una persona normal, detectó lo que sólo podían ser gritos de lo que
pretendía ser la puerta de una estancia insonorizada. Al doblar la esquina, dos
hombres con el uniforme de la Casa Belisarius alzaron sus armas. Sus movimientos le
parecieron ridículamente lentos a Ragnar. Él habría podido desenfundar su arma antes
de que a ellos les hubiera dado tiempo siquiera a apuntar, o podría haber saltado entre
los dos y haberles roto el cuello a ambos.
Lo reconocieron y las bajaron de nuevo. No pudo evitar darse cuenta de que
ambos estaban pálidos y que sus frentes estaban cubiertas por una leve capa de sudor.
Estaba claro que sabían lo que estaba ocurriendo al otro lado de la puerta sellada.
Ragnar también lo sabía. Estaban interrogando a Pantheus. Meneó la cabeza con un
gesto de asco cuando pasó al lado de la puerta. Aquello era algo que no le gustaba
nada.
Una cosa era matar al enemigo en un combate limpio y otra torturarlo para
conseguir información. Meneó de nuevo la cabeza al pensar en sus propios
escrúpulos. Sabía que la tortura era uno de los instrumentos del gobierno imperial. La

www.lectulandia.com - Página 132


Inquisición la usaba. Los gobernadores planetarios la utilizaban cuando necesitaban
obtener información. Conocía todos los argumentos a favor de su uso. Era mejor que
una docena de herejes padecieran una agonía a que un solo inocente sufriera. ¿Es que
acaso los herejes no se merecían cualquiera de los castigos que se les infligían?
Pensó que quizá era así. Comprendía la lógica del asunto, pero ésa era otra
situación en la que el conocimiento y la realidad eran dos asuntos diferentes, y sabía
que no importaba cuánto tiempo viviese: jamás aprobaría algo así.
La idea de que quizá Pantheus no era un hereje sino un devoto creyente en el
Emperador lo reconcomía. Lo que estaba ocurriendo allí no tenía nada que ver con la
protección del Imperio o de la humanidad. Se trataba de un grupo que buscaba
obtener ventajas políticas sobre otro. No era más que otra escaramuza dentro de la
lucha interminable entre facciones poderosas e inmensamente ricas del Imperio que
buscaban tener la superioridad sobre las demás.
La bestia en su interior se agitó. Comprendía la crueldad, lo siniestro y la
necesidad de triunfar frente a los rivales. Le susurró que su vida quizá dependería de
los conocimientos que le sacaran, además de que estaban en juego su honor y la
seguridad de la Casa Belisarius, a la que su Capítulo había jurado defender. Y puede
que no supiera nada, dijo otra voz. Quizá el hombre que gemía detrás de aquella mole
de metal no supiera nada. Sólo el tiempo lo diría.
Siguió recorriendo el pasillo deseando poder dejar atrás aquellas ideas, pero a
sabiendas de que no lo lograría.

—¿Qué te pasa, Ragnar? —le preguntó Valkoth cuando entró en la cámara donde los
demás estaban meditando—. Tienes pinta de que alguien se te haya meado en la
cerveza.
—Eso sería una mejora para algunas de la cervezas de Terra —dijo Haegr con un
tono de voz que indicaba que sabía de lo que hablaba.
—Pasé por delante del sitio donde están interrogando a Pantheus.
—¿Y?
Valkoth parecía interesado de verdad, y su olor lo confirmaba. Los demás también
le prestaron atención.
—Por lo que se oye, parece que le están grabando el águila de sangre en la
espalda.
—Dudo mucho que los Navegantes hicieran algo tan poco sofisticado —dijo
Torin—. Utilizan máquinas: tubos de inducción neural, electrodos. Me imagino que
drogas también.
A Ragnar le gustó muy poco que Torin pareciera tan familiarizado con todo
aquello.
—Los métodos antiguos son los mejores —dijo Haegr—. Aunque lo cierto es que

www.lectulandia.com - Página 133


dudo mucho que ninguno de esos flojuchos terrestres tuviera estómago suficiente
para realizar el águila. Puede que se mancharan sus bonitos uniformes.
—A lo mejor deberías pasarte por allí para demostrarles cómo se hace —le
replicó Valkoth con cierta aspereza.
—No se lo sugieras —exclamó Torin—. Haegr se olvidaría de lo que tenía que
hacer en realidad y sólo querría saber dónde guardan la comida.
A Ragnar no le pareció divertido todo aquello. Era obvio que no compartían su
repugnancia o sus reticencias respecto a lo que se estaba haciendo. Lo supo por su
actitud, por sus voces, por sus olores. ¿Era posible que él fuese el único que veía que
todo aquello estaba mal? Si era así, ¿no sería posible que fuese él quien estuviese
equivocado, que estuviese fuera de lugar en el mundo y con sus camaradas? ¿Sería
una muestra de debilidad por su parte?
Meneó la cabeza una vez más y se quedó mirando por la portilla. Ya se podía ver
de nuevo la masa envuelta en acero de Terra. No le gustó estar de vuelta.

www.lectulandia.com - Página 134


CAPÍTULO 13

www.lectulandia.com - Página 135


Ragnar estaba tumbado en su aposento del palacio mirando al techo. Se fijó en la
elaborada decoración de escayola: volutas recargadas de hojas y monedas que
formaban lo que parecía ser el cielo estrellado sobre Fenris. Hubiera preferido las
estrellas verdaderas, pero nadie parecía dispuesto a consultarle nada.
La gravedad tiraba de él de la forma habitual, y el aire estaba cargado con el olor
característico de la vieja Tierra. Pensó en ello. Aquél aire lo habían respirado billones
y billones de veces. Estaba manchado con el polvo del paso de siglos. El peso de los
edificios que lo rodeaban le parecía increíble y opresivo. Se dio cuenta de que aquel
palacio era más antiguo incluso que El Colmillo. Sin embargo, El Colmillo era un
milagro solitario, una enorme base oculta en el interior de una montaña gigantesca
que era una de las maravillas de la galaxia. Aquél palacio estaba rodeado de edificios
tan viejos como él y construidos sobre capas de edificios todavía más antiguos. Había
oído decir que todavía se podían encontrar todas las viejas civilizaciones de la Tierra,
aunque enterradas bajo varias capas, y que si se excavaba a la profundidad suficiente
se encontrarían los restos de lugares tan legendarios como Atalantys y Nova Yoruk.
Le parecía muy posible.
Le invadía una extraña languidez. Lo ocurrido el día anterior le podría haber
pasado a cualquier otro en una vida anterior. La gruesa alfombra, el mobiliario de
madera recia, las antiguas obras de arte, todo ello contribuía a hacer que su recuerdo
del combate fuese casi onírico. Ése tipo de cosas no pueden pasar aquí, le susurraban.
Todo es demasiado antiguo, demasiado civilizado, demasiado cómodo.
Se obligó a incorporarse. Sabía que todo aquello no era más que un engaño.
Muchas, muchas veces, las calles y los páramos de Terra habían quedado anegados en
sangre. Estaba seguro que dentro de los propios muros de aquel palacio se habían
producido enfrentamientos armados. Sin duda, habría muerto gente, incluidos
numerosos asesinatos.
Alguien llamó a la puerta. El olor le dejó claro quién era antes incluso de darle
permiso para entrar.
—Saludos, Ragnar de Fenris.
—Saludos, Gabriella de Belisarius. ¿Qué te trae por aquí?
Ella se quedó callada un momento.
—Quería ver qué te parecía lo que habías encontrado.
Ragnar acabó de incorporarse y se acercó a la mesa cargada de comida. Eran
alimentos sencillos, al estilo de Fenris.
—Extraño —respondió con sinceridad—. No era lo que yo esperaba.
—¿Qué esperabas?
—Santidad. Virtud. La presencia radiante del Emperador.
—Encontrarás todo eso en Terra, aunque no en las casas navegantes. Nuestra
religión es el comercio. Para nosotros, el oro tiene su propia santidad.

www.lectulandia.com - Página 136


Ragnar supo que tendría que haberse escandalizado por oírla decir aquello, pero
no lo hizo. Reflejaba muy bien lo que él mismo pensaba de ellos.
—Lo dices como si no lo aprobaras.
Le tocó a ella sonreír.
—Me temo que he pasado demasiado tiempo con los feroces guerreros de Fenris.
Tardaré un poco en acostumbrarme, de nuevo a la vida aquí.
—Será mejor que no tardes demasiado —contestó Ragnar—. Eso puede ser letal.
—Sí. Es lo más duro. Durante el tiempo que he pasado con los Lobos Espaciales
he visto bastantes combates y me he enfrentado a unos cuantos peligros, y sin
embargo, jamás me sentí amenazada por los que me rodeaban. No tenía por qué
callarme mis ideas o tener cuidado con lo que decía. Sabía quiénes eran mis
enemigos. No me sonreían, ni me ofrecían vino, ni fingían estar interesados en lo que
yo decía. Me disparaban con sus armas desde el otro lado del espacio. Echo de menos
esa simplicidad, y me temo que la echaré mucho más de menos en los próximos días.
Ragnar la estudió con detenimiento, preguntándose si debía creerse aquello.
Pensó en ello desde todos los ángulos, como siempre hacía. Se dio cuenta de que se
trataba de una muestra de cómo había cambiado en los pocos días que llevaba en
Terra. Si creía lo que ella le había dicho, podía llegar a comprenderla y a sentir cierta
simpatía. El también se sentía fuera de lugar en aquellas traicioneras aguas de la
política de las casas navegantes. Sin embargo, debía pensar en otros aspectos de la
conversación. Si ella no había hablado por hablar, y él dudaba que lo hubiera hecho,
pues los Navegantes rara vez hacían algo sin un motivo, entonces sin duda había
hablado a su vez con algunos de los que ella pensaba que eran sus enemigos. Era
posible que le estuviera contando aquello porque temía por su vida.
—¿Por qué me estás contando todo esto?
—Porque eres una cara familiar anterior a mi vuelta. Eres un recuerdo de esa
época más sencilla.
Ragnar pensó que era posible. Tenía una cierta lógica emocional, aunque él no era
lo que se podía llamar precisamente un amigo íntimo. Había salvado su vida, por lo
que quizá se sentía segura con él. Además, tenía todo el derecho a sentirse
amenazada: acababan de asesinar a su padre y su clan estaba rodeado de enemigos
poderosos.
—¿Alguien te ha amenazado?
—No de forma específica.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que me siento intranquila, y que a veces veo significados ocultos
en las cosas más sencillas.
—Eso sí que lo entiendo —contestó Ragnar.
—A lo mejor, pero dudo que puedas entender lo complicada que ha llegado a ser

www.lectulandia.com - Página 137


mi vida.
—Explícamelo.
—La vida es muy simple para ti, ¿verdad?
—¿Lo es?
—Veo que no has perdido el tiempo que llevas aquí.
—No me has explicado la situación en la que te encuentras. ¿Es que no quieres
hacerlo?
Se quedó callada por unos momentos antes de hablar de nuevo.
—Existen facciones dentro de la Casa Belisarius, lo mismo que ocurre en otras
casas navegantes. Ya sabes lo que se dice: cuando dos Navegantes se encuentran
aparecen tres conspiraciones. Desde que me marché no he participado en ninguna
clase de lucha política. Ahora que he regresado, varios bandos se han puesto en
contacto conmigo para saber si los apoyaría.
—¿Eso es malo?
—No, es lo que esperaba. Sin embargo, eso incluye las sugerencias y las
amenazas veladas habituales.
—¿De quién?
—De diversas personas, incluido Skorpeus.
—¿Te las has tomado en serio?
—¿Después de lo que le ocurrió a mi padre y lo que ocurrió en la nave que nos
trajo? Me lo tomo todo en serio. Ahora mismo estamos en una situación fluctuante.
Toda la familia está al borde del abismo. Hay algunos que intentarán aprovecharse y
que no tienen ninguna clase de escrúpulo.
Ragnar pensó que quizá la situación era realmente tal como ella la había descrito.
Quizá simplemente se lo contaba porque él se encontraba fuera de la estructura de
poder de la familia, de modo que no suponía una amenaza para ella. Quizá. Sin
embargo, a lo mejor tenía otro motivo. ¿Estaba intentando reclutarlo para su propio
bando? Ya la había salvado una vez. Podría resultarle conveniente tenerlo cerca para
que lo hiciera otra vez. Ragnar pensó en ello y no vio nada malo.
Estaba allí para proteger a los miembros de la familia Belisarius, incluso a unos
de otros. De todas maneras, quería estar seguro de que entendía bien lo que estaba
ocurriendo.
—¿Quieres que me convierta en tu guardaespaldas?
—No. Además, no es una decisión que tú puedas tomar. Debes cumplir las tareas
que te ha encargado lady Belisarius.
—Es cierto, pero nada me impide tenerlos ojos y los oídos bien abiertos. Ya
deberías saber lo agudos que son.
—¿Harías eso?
Había esperanza y gratitud en su voz, y unos cuantos días antes, eso lo hubiera

www.lectulandia.com - Página 138


emocionado. Se emocionó de todos modos, pero también se sintió suspicaz. Le
pareció que lo estaban atrayendo y atando con más fuerza en una red de obligaciones.
Sabía que algún día llegaría el momento en que sus lealtades personales y sus deberes
podrían entrar en conflicto si seguía permitiéndolo. Los colmillos quedaron al
descubierto al dejar escapar un gruñido. Ya se enfrentaría a ello cuando llegase el
momento.
—Voy a tener una reunión con mi primo Skorpeus dentro de una hora. Me
encantaría que me acompañases.
—Dudo mucho que tu primo hable con libertad si yo estoy presente.
—A lo mejor eso es lo que quiero.
Ragnar se encogió de hombros.
—Será un placer acompañarte.

La vista desde la parte superior del palacio Belisarius era impresionante. Ragnar
podía ver hasta el horizonte a través de la neblina de la contaminación. Ésa misma
contaminación apagaba y refractaba la luz del sol creando un arco iris que cubría todo
el cielo. Tenía ante él todos los viejos rascacielos y los enormes templos y palacios
del distrito de los Navegantes. Gabriella le señaló las diversas residencias de las
familias rivales y sus pistas espaciales privadas.
Parecía más alegre y se estaba más a gusto con ella. Ya no tenía preocupaciones.
Tenía un aspecto casi juguetón, aunque probablemente era una palabra poco
apropiada para el autocontrol de una Navegante como ella. Ragnar sentía detrás de la
máscara de alegría ese tenso autocontrol.
Los sirvientes iban y venían a su alrededor. Ella no parecía prestarles más
atención que la que prestaba a los muebles, pero Ragnar sí lo hacía. Tenía que
hacerlo. Toda persona que se acercaba a distancia de ataque era una amenaza
potencial y tenía que tratarla como tal. Ya se había producido un intento de asesinato
contra Gabriella, y su padre había muerto a pesar de estar rodeado de sus guardias. Se
preguntó cuán fácil sería introducir otro asesino en el palacio. Supuso que no sería
demasiado difícil con los contactos apropiados.
Aquello era tan agotador como las noches de patrulla: tenía que estar
constantemente en guardia al mismo tiempo que mantenía una conversación. Sabía
que tenía que prestar atención. Los Navegantes no malgastaban las palabras. De
hecho, creían que lo mejor era que una frase tuviese el mayor número posible de
significados, y la mayoría de ellos ambiguos. Se preguntó si aquella característica
formaría parte de su mutación. ¿Funcionarían sus mentes de un modo tan retorcido
desde su nacimiento o por haberse criado en aquel tipo de sociedad? Decidió que
quizá se debía un poco a ambas cosas.
Un sirviente se acercó demasiado y Ragnar lo miró fijamente. El hombre dio un

www.lectulandia.com - Página 139


paso atrás, atemorizado. Ragnar olió su miedo y el pánico que le inspiraba. Le
pareció que era un poco irritante y hasta vejatorio. Allí estaba él, al lado de una
mutante reconocida, y era él, uno de los elegidos del Emperador, la persona de quien
la gente normal tenía miedo. No tenía mucho sentido.
—¿Qué estás pensando? —le preguntó la Navegante.
—¿Por qué toda esta gente me tiene tanto miedo? Algunos de ellos incluso me
odian, y ni siquiera me conocen.
—Eres un Marine Espacial —le contestó ella, como si eso lo explicase todo.
—¿Y qué?
—La gente de Terra tiene malos recuerdos de los Marines Espaciales.
—¿Malos recuerdos? Los Capítulos han defendido a la humanidad desde hace
diez mil años. Deberían estarnos agradecidos.
Ragnar se quedó sorprendido por la brusquedad de su respuesta. Aquello le había
tocado alguna fibra sensible.
—El Señor de la Guerra destrozó este planeta. Redujo zonas con la población
equivalente a la de un mundo colmena a poco más que metal fundido. Los suyos
inmolaron millones de personas a los dioses siniestros.
—Horus no era un Marine Espacial —replicó Ragnar inmediatamente, pero se
arrepintió de decirlo en cuanto las palabras salieron de su boca.
—No. Era un primarca. Sus seguidores eran Marines Espaciales. Eso está
demasiado cerca de ser un insulto.
—También resulta que es la verdad. Por mucho que le hubiera gustado negarlo.
Ragnar no pudo.
—Seguro que la gente de Terra sabe que los Lobos Espaciales no formaron parte
de esa rebelión. Vinimos aquí para derrotarla.
—Sí, y tus antecesores tampoco eran muy amables. Mataron a mucha gente.
—A muchos herejes.
—Puede que sea verdad, pero la gente de aquí los recuerda como vecinos, como
amigos, incluso como parientes. Os recuerdan a vosotros como gente ajena al planeta
que trajeron fuego y muerte a Terra.
Ragnar se quedó callado. Nada de su entrenamiento o adoctrinamiento lo había
preparado para aquello. Siempre había pensado en los miembros de su Capítulo como
en unos héroes. Suponía que los que los conocían los respetaban, incluso otros los
admiraban. No esperaba que los odiaran, y aquella mujer le decía que los habitantes
del planeta más sagrado del Imperio los temían y los odiaban.
—El fuego y la muerte son los escuderos de la guerra.
—Y tú piensas que eso es bueno, pero la gente que no se dedica a la guerra no lo
cree así.
—Son débiles.

www.lectulandia.com - Página 140


—Estoy segura de que con ese tipo de desprecio te ganaras muchos amigos por
aquí.
Ragnar se dio cuenta de que no iba a ganar aquella discusión, sobre todo porque
sospechaba que lo que Gabriella estaba diciendo era la pura verdad. ¿Cambiaba algo
aquello? Ragnar supuso que no. Los Lobos Espaciales cumplirían con su deber sin
importarles si la gente a la que protegían los amaba o los odiaba. En realidad, lo que
ellos sintieran era irrelevante.
La Navegante sonrió como si fuera capaz de leerle el pensamiento.
—Ya entiendes el motivo por el que mi gente y la tuya son aliados por naturaleza
—le dijo—. Somos grupos poderosos a los que los Señores del Imperio no tienen
razón alguna para amar.
Quizá era cierto, pero ése no era el motivo por el que eran aliados.
—Los Lobos estamos unidos a la Casa Belisarius por la palabra dada por Russ.
Por eso somos aliados.
—¿Y crees que Russ no vio las razones por las que una alianza así nos sería
necesaria a todos? El también era un primarca, y tenía visión de futuro.
Ragnar no estaba muy seguro de que aquello fuera correcto del todo. La mayoría
de los relatos retrataban a Russ como un guerrero valiente, un poco temerario e
incapaz de prestar atención a las necesidades políticas cuando se trataba de un asunto
de honor. Aun así, había sido un primarca, de modo que, ¿quién podía decir qué clase
de visiones había albergado una mente como la suya? Aquélla idea le hizo recordar
de nuevo la Lanza de Russ, que había perdido de un modo tan inconsciente. ¿Era
posible que Russ hubiera previsto aquello, o así lo pensaba Ragnar porque quería
creerlo?
Un leve aroma a perfume y las trazas de las feromonas presentes en los genes de
los Navegantes advirtieron a Ragnar que alguien se acercaba. Giró la cabeza y vio
que se trataba de Skorpeus y de su inseparable matón. Si el posible heredero del trono
de la Casa Belisarius se sorprendió de verlo allí, no dio muestra alguna de ello.
Sonrió con suavidad y se inclinó, primero ante su prima, y después ante Ragnar.
Ragnar respondió al saludo.
—Querida prima, es un placer verte de nuevo. ¿Paseamos un poco?
Skorpeus le ofreció el brazo, y ambos se pusieron a caminar por el tejado del
edificio. Ragnar y Beltharys los siguieron. Estaban lo bastante lejos como para que no
se oyera nada, pero lo bastante cerca como para que Ragnar percibiera todo lo que
estaban diciendo.
—He oído rumores de matrimonio, querida Gabriella —dijo Skorpeus.
—¿De quién?
—¡Vaya! ¡Del tuyo! No es necesario que seas tímida. Se habla de ello por todo el
palacio. Todos conocemos el motivo de tu visita a ese viejo monstruo de Cezare.

www.lectulandia.com - Página 141


—Visité a los Feracci para ver a mi tía. Está enferma.
—Por supuesto —contestó Skorpeus con una leve risita sarcástica—. Sin
embargo, se habló de otros temas. Siempre se hace.
—Se habló de otros temas, cierto, pero dime, ¿por qué te interesa éste en
concreto?
—Un Feracci casado con una Belisarius, un reforzamiento de los lazos entre
nuestras dos casas en el preciso instante que el viejo Gorki se muere. ¿Crees que se
trata de una simple coincidencia?
—Se han llevado a cabo muchos matrimonios entre nuestras dos casas con
anterioridad. Doscientos doce, para ser exactos.
—Veo que has estado consultando los Libros de Sangre, querida prima, para saber
el número con tanta exactitud.
—Es obvio que tengo cierto interés.
—Es obvio. ¿No crees que es… interesante que el viejo Cezare te haya ofrecido a
su hijo como un premio para nuestra casa al mismo tiempo que se está esforzando por
todos los medios en convencer a las casas menores para que nombren a ese mismo
hijo representante nuestro en el Alto Consejo del Administratum?
Gabriella se paró en seco. Se giró y miró cara a cara a su primo por primera vez.
Puso una mano sobre la suya. Él pareció encogerse ante el contacto por alguna razón.
—No sabía nada de eso.
—No lo sabe casi nadie, pero te aseguro que es cierto. Lady Juliana lo sabe tan
bien como yo.
—¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba escrito en las estrellas?
—Tengo otras fuentes de información aparte de mis cartas. Has estado demasiado
tiempo lejos de nosotros si no recuerdas eso.
—Las demás casas no lo consentirán. Ver a un Feracci en el Trono de los
Navegantes rompería el equilibrio tradicional y proporcionaría demasiado poder a
Cezare.
—Eso no importa. Es evidente que Cezare lo cree posible, o ni siquiera lo
intentaría. Es demasiado astuto como para intentarlo y fallar.
—Pero es que no es posible. Cada vez que una de las grandes casas lo ha
intentado se ha enfrentado a la oposición feroz de todas las demás. Por eso siempre se
escoge a gente como el viejo Gorki. Es un don nadie de una casa menor, que no
podría hacer nada aunque lo intentase.
Skorpeus lanzó una breve risotada cruel.
—Me temo que es un poco inhumano hablar así de alguien que se está muriendo,
por muy ciertas que sean tus palabras.
—Inhumano o no, los dos sabemos que es la verdad. Si Cezare Feracci pretende
cambiar eso, intenta cambiar una tradición que ha mantenido la paz entre las casas

www.lectulandia.com - Página 142


desde hace dos mil años.
—¿Y crees que eso preocupa a nuestro querido pariente por matrimonio? No seas
tan ingenua, mi querida prima. Es el individuo más ambicioso y despiadado de esta
galaxia, y tiene amigos en las esferas más altas. Estoy seguro de que Cezare intenta
colocar a uno de sus descendientes en el trono y convertirse en el primus inter pares.
—Nadie ha reclamado ese título desde Jormela el Loco.
—Que nadie lo haya hecho no significa que muchos no hayan pensado en ello.
—Quizá hasta tú mismo.
—¿Cómo podría desear algo así? Ni siquiera ocupo el trono de mí propia casa.
—No, pero tampoco lo posee Misha Feracci de la suya.
—Me alegra ver que te tomas tan en serio lo que te he contado.
—¿De verdad crees que es posible?
—Mira a tu alrededor. Cezare está gastando dinero a raudales. Los jefes de tres de
las casas más importantes han muerto, algo muy conveniente. Ahora las dirigen
personas con poca experiencia en el cargo. Para colmo, nos propone una alianza
matrimonial entre tú y su joven hijo, también inexperto e influenciable. Un trato
semejante podría considerarse una oferta para compartir el poder.
—Pero tú no crees que sea eso.
—Cezare no compartirá el poder con nadie. Deberías tenerlo tan claro como yo.
—¿Me estás sugiriendo en serio que tuvo algo que ver con el asesinato de tres
jefes de las casas navegantes, incluida la muerte de mi padre?
—Yo sólo digo que es una coincidencia muy extraña que murieran al mismo
tiempo que lord Feracci planea el mayor golpe de poder desde hace dos mil años.
—Seguro que sabe que no podrá salirse con la suya.
—Querida, no haces más que repetirte. Cezare ya se está saliendo con la suya.
—Pero seguro que sabe que habrá represalias.
—¿De verdad las habrá? Si sus principales jefes rivales están muertos y su propio
hijo está sentado en el Trono del Navegante, habrá demostrado ser el mayor poder
surgido entre los Navegantes desde la época de Tareno. Las casas menores harán cola
para rendirle homenaje. Los Señores del Administratum lo cortejarán. Las grandes
casas harán todo lo posible por no ofenderlo.
—No es posible.
—Querida prima, las grandes casas han engordado, se han confiado y no dudan
de sus éxitos. Es en estos momentos cuando los depredadores salen de la espesura y
atacan. Cezare Feracci es un depredador.
—¿Por qué me estás contando todo esto?
—Porque me parece que debemos acomodarnos a la situación futura de ese nuevo
orden o debemos atacar antes de que Cezare se convierta en alguien demasiado
poderoso para derribarlo.

www.lectulandia.com - Página 143


—Ésta conversación deberías haberla tenido con lady Juliana.
—La he tenido, pero necesita tiempo para pensar en el asunto. —El tono de
desprecio era suave pero evidente.
—¿Y por qué me lo cuentas a mí, entonces?
—Tú eres la que se va a casar con un miembro de la familia Feracci.
Skorpeus no tuvo que decir el resto. Hasta Ragnar fue capaz de seguir el hilo de
las implicaciones. Era posible que Gabriella se casara con alguien de la familia
Feracci, y su padre había sido asesinado por Cezare silo que decía aquel sutil
manipulador era cierto. ¿Le estaba sugiriendo que pensase en la posibilidad del
asesinato del jefe de la familia Feracci?
—Creo que pensaré en lo que me has contado, primo —dijo Gabriella antes de
separar el brazo e inclinarse de un modo muy formal, con la mano sobre el corazón.
—No tardes mucho en contestarme —respondió Skorpeus inclinándose a su vez
ante ella y después ante Ragnar para rápidamente retirarse. A Ragnar le pareció que el
Navegante le lanzaba una mirada de complicidad antes de marcharse.

www.lectulandia.com - Página 144


CAPÍTULO 14

www.lectulandia.com - Página 145


Torin pasó el augur buscador de artefactos de escucha por la estancia una vez más
antes de relajarse y sonreír. Ragnar se alegró de haber ido directamente a su
encuentro después de presenciar la conversación que habían mantenido Skorpeus y
Gabriella. Torin le parecía el hombre más adecuado al que pedirle consejo en aquellas
circunstancias.
—Ah, Ragnar, hijito —dijo—. Llevas aquí menos de una semana y ya estás
metido hasta el cuello en conspiraciones. Así se hace.
Ragnar notó el tono burlón de su voz y sintió cómo se le erizaban los pelos de la
nuca. La sonrisa de Torin se ensanchó por un momento, como si éste supiera lo que
Ragnar sentía, pero desapareció de repente.
—Un tipo sutil ese Skorpeus —comentó de pasada. Sin embargo, había desdén en
su voz. Ragnar no estuvo seguro de si se debía a la sutileza que le imputaba al
Navegante o a que Torin pensaba en realidad que Skorpeus no era lo suficientemente
sutil.
Miró a su alrededor, a la estancia de su hermano de batalla. Era todo lo contrario
que la suya. Tenía una cama suspendida de cuatro pilares y pinturas antiguas de
paisajes y lugares remotos. Una de ellas mostraba a un guerrero manco montado a
caballo que daba órdenes mientras cabalgaba en una postura arrogante sobre la nieve.
Sin duda, había sido un guerrero formidable en su época.
—¿Está en lo cierto? —le preguntó Ragnar.
—Es casi seguro. Se lleva hablando desde hace meses de ello entre los
Navegantes. Son muy buenos detectando y eliminando aparatos de escucha, pero a
veces se olvidan de lo agudos que son nuestros oídos.
—¿Qué efecto tendría en nosotros que Cezare colocara a su vástago en ese trono?
—Con lo de «nosotros», ¿te refieres a los Lobos Espaciales?
—¿A qué otra cosa me puedo referir?
—Ragnar, has jurado fidelidad a la Casa Belisarius.
—Nuestros intereses en este asunto son los mismos.
—Eres más sutil de lo que pareces, joven lobo —repuso Torin.
Se sirvió un vaso de vino narcótico y tomó un sorbo con delicadeza. La copa de
cristal y la jarra ornamentada parecían fuera de lugar en aquella mano protegida por
el guantelete de la armadura, pero su expresión no hubiera desentonado en el rostro
de un Navegante.
—¿Crees que piensa utilizar a Gabriella para asesinar a Cezare?
—¿Crees que ella podría hacerlo?
—Quizá, aunque perdería la vida. Todo el mundo es vulnerable si te acercas lo
suficiente.
—Lord Feracci está increíblemente bien protegido.
—Entonces, me estás diciendo que no es posible.

www.lectulandia.com - Página 146


—Ella no lo lograría, pero alguien de los presentes sí.
—¿Te refieres a Beltharys o a mí?
—Ragnar, estás fingiendo ser un patán. ¿Para qué se pondría Skorpeus a discutir
este asunto si pensara utilizar a Beltharys?
—No sabría si yo estaba oyendo todo lo que decían.
—Los tipos como Skorpeus no se olvidan de detalles como ése, hijito.
—¿Y por qué no me lo ha pedido directamente a mí?
—Porque no podría negar que lo ha hecho. Sin embargo, si a cierto Lobo Espacial
joven y temperamental se le metiera en la cabeza cometer el asesinato que le
conviene a Skorpeus, éste podría decir con toda sinceridad, incluso sometido a las
máquinas de la verdad, que jamás había hablado de eso contigo.
—Parece una distinción muy sutil.
—Tienes que empezar a pensar como un Navegante.
—¿Cómo iba a saber que yo la acompañaría?
—A lo mejor lo organizaron todo entre los dos.
—Ya me has oído.
—¿Estás diciéndome que los dos están conchabados?
—Tan sólo te sugiero que es posible. Un joven Lobo Espacial, ingenuo, valiente y
gallardo, que teme una posible amenaza contra una mujer cuya vida ya salvó una vez,
actúa para evitar que sufra un hipotético ataque. Todo el asunto posee cierta vena
romántica.
—Me parece muy poco probable.
—Ragnar, cuando lleves tanto tiempo en Terra como yo, te darás cuenta de que
nada te parecerá demasiado retorcido en lo que se refiere a los planes de los
Navegantes como para que no le prestes atención. Si Skorpeus quiere ver muerto a
Cezare, y existe la más mínima posibilidad de que tú lo hagas, ¿por qué no iba a
aprovechar esa oportunidad? No tiene nada que perder, y todo que ganar.
Ragnar percibió la lógica de todo el asunto. La cuestión era otra: ¿creía de verdad
Skorpeus que Ragnar sería tan estúpido de caer en esa trampa? Supuso que también
eso era posible.
—Me parece que lo que estás diciendo es que los Navegantes piensan que son
más listos de lo que en realidad son, y que a nosotros nos consideran muy poco
inteligentes.
—A nosotros nos consideran bárbaros, Ragnar. Bárbaros útiles, pero bárbaros al
fin y al cabo. Sin embargo, no debes subestimarlos. Los Navegantes son, en su
mayoría, tan listos como ellos se creen ser. Si no hubiera sido así, no habrían
sobrevivido. Nacen y los preparan para las conspiraciones lo mismo que nosotros
nacemos y nos preparan para la guerra.
—Es una idea interesante.

www.lectulandia.com - Página 147


Ragnar se dio cuenta de que aquello también era verdad. Los planetas salvajes y
peligrosos como Fenris creaban guerreros feroces. Los mundos más antiguos darían
lugar a algo distinto. Le vino otra idea a la cabeza: si los Navegantes continuaban
viendo sólo lo que querían ver cuando se fijaban en él, lo más probable era que
continuaran subestimándole. Muy pocos enemigos harían algo así en el campo de
batalla, pero se encontraba en un terreno completamente distinto, y tenía que
aprovechar todas las ventajas de las que dispusiera.
—Tienes pinta de estar maquinando algo, chico.
—¿Tan transparente soy?
—Sólo para un hermano de batalla.
—Pensaba que me vendría bien que siguieran considerándome un simple bárbaro.
—Sin duda. Además, hay algo que jamás deberías olvidar.
—¿Qué?
—Que eres un bárbaro.
—Lo mismo que tú.
—Jamás lo he negado. —Ragnar lo dudó, pero no estaba dispuesto a decirlo en
voz alta—. Venimos del mismo sitio, Ragnar. Pasamos y superamos las mismas
pruebas. Servimos al mismo Capítulo. No he olvidado todo eso.
A Ragnar le sonó como si Torin estuviese intentando convencerse a sí mismo.
Quizá llevaba demasiado tiempo en Terra y su cultura le había influido. Le parecía
poco probable, pero nunca se sabía. A pesar de toda su inteligencia y confianza en sí
mismo, Torin no parecía encontrarse a gusto por completo en ninguno de los dos
mundos.
—¿De verdad crees que Gabriella y Skorpeus pueden es planeando algo juntos?
—le preguntó. Una sonrisa apareció de nuevo en el rostro de Torin, como si alguien
hubiera apretado un botón de encendido, pero llevaba un leve matiz malicioso.
—A lo mejor. O a lo mejor quiere librarse de una rival.
Ragnar lo miró a los ojos y sintió que los pelos de la nuca le erizaban de nuevo.
—¿Matarla?
—Matarla.
—Entonces, ¿por qué iba a reclutarla para sus planes?
—Pues por planes dentro de planes, Ragnar. Quizá quiera convencerla de verdad
para que intente matar a Cezare. Quizá quiere que baje la guardia. Si no funciona una
cosa, a lo mejor la otra sí. Además, los Navegantes creen en la conveniencia de
mantener cerca a los amigos, pero de tener más cerca todavía a los enemigos.
—Hace unos momentos me estabas diciendo que a lo mejor estaban conspirando
juntos, y ahora me sugieres que puede que él quiera matarla.
—Una idea no excluye a la otra. Y tampoco te dije que estuvieran aliados, tan
sólo comenté la posibilidad de que así fuera.

www.lectulandia.com - Página 148


—¿Y qué me sugieres que haga?
—¿Todo esto es asunto tuyo, hermano?
Su mirada se hizo de repente muy penetrante y escrutadora, y Ragnar sintió que
Torin había centrado toda su atención en la respuesta. Vio a lo que se refería el Lobo
Espacial más veterano que él. Le debía lealtad a su Capítulo y a la Celestiarca. No
podía permitirse desviar su atención de eso. Sopesó con cuidado sus sentimientos y
sus ideas. Había salvado la vida de Gabriella, y ella le gustaba. No estaba dispuesto a
quedarse quieto y a permitir que la mataran, si es que se encontraba en peligro.
—Lo considero ya asunto mío —dijo al cabo de un momento. Torin asintió como
si no hubiese esperado menos.
—Bien dicho, pero lo único que puedes hacer es tener los ojos y los oídos bien
abiertos. No te involucres demasiado en nada de esto. Trata este asunto como hacen
los Navegantes: considéralo un juego.
Ragnar sabía que él no sería capaz de hacer algo semejante. Se quedó sorprendido
de que un Lobo Espacial se lo sugiriera.
—Es un juego en el que se arriesgan vidas y muertes.
—Es probable —contestó Torin—, pero así es como se hace aquí, y nadie
admitiría hacerlo de otra manera. Y voy a darte un último consejo…
—¿Cuál es?
—Recuerda que aquí, en Terra, no se ve nunca la situación al completo.
Ragnar todavía estaba pensando una respuesta para aquel comentario cuando por
el comunicador les llegó la orden de reunirse con Valkoth.
—Tenemos otra misión —les dijo Valkoth. Su rostro parecía más ceñudo de lo
habitual, con las arrugas más pronunciadas.
—¿Pantheus ha hablado? —le preguntó Ragnar.
—Todos acaban hablando —contestó.
—¿Qué es lo que ha contado? —La voz de Torin sonó con un tono lento y
cansino, casi como la de un Navegante.
—Mucho. Dice que los Feracci le pasan dinero a la Hermandad.
—¿Qué? —exclamó Ragnar—. Pero eso no tiene sentido. Los de esa secta
estarían encantados de clavar la cabeza de Cezare en una pica si pudieran.
—Eso no los hace menos útiles para él si están matando a todos sus enemigos —
replicó Torin. Lo había dicho en voz muy baja, pero fue perfectamente audible para
todos—. ¿Qué más ha dicho? ¿Tenemos alguna prueba?
—Nada que la Celestiarca pudiera llevar al Tribunal de las Casas. Cezare tan sólo
tendría que declarar que Pantheus confesaría cualquier cosa al estar sometido a
tortura, y estaría en lo cierto.
Ragnar pensó en los inquisidores que había conocido.
—Un inquisidor sería capaz de descubrir la verdad, al menos uno que tuviera

www.lectulandia.com - Página 149


poderes psíquicos.
—Cierto, pero los Navegantes jamás permitirían que un inquisidor husmease en
sus asuntos. No hay mucho aprecio entre ellos. Cualquier interferencia le daría
demasiado poder a la Inquisición sobre ellos, y sus agentes todavía creen percibir el
olor a herejía en los Navegantes incluso después de diez mil años.
Ragnar detectó algo extraño en el olor de Valkoth, como si estuviese ocultando
algo.
—No nos has hecho llamar sólo para que sepamos que ese tipo largó algo sobre
Cezare —dijo Haegr.
Fue una puntualización muy inteligente para venir de él, pero estropeó el buen
efecto causado un momento después, al arrancar media pata de ternera de un solo
bocado. Pocos segundos más tarde ya estaba partiendo el hueso con los colmillos.
—Tienes razón —dijo Valkoth—. Os he hecho llamar porque la Celestiarca nos
necesita.
—Bien —dijo Torin—. Me vendrá bien un poco de acción.
—Pensé que la conseguías recortándote el bigotito —bromeó Haegr con un
pedazo de ternera todavía en la boca—. Bueno, y mirándote en el espejo.
—Por Russ, Valkoth, una ballena parlanchina se ha colado en tus estancias
mientras te escuchábamos —contestó Torin.
—Lo más probable es que incluso una ballena parlanchina lograra colarse aquí
dada vuestra capacidad de estar alerta —replicó Haegr—. Me sorprende que seas
capaz de oler algo más por encima del aroma de tus perfumes.
—Ya basta —dijo Valkoth. Lo dijo con voz tranquila, pero la orden era evidente.
Torin cerró la boca de forma casi involuntaria y lo que iba a contestarle a Haegr se
quedó en el aire para siempre—. Tenemos trabajo por hacer.
—¿Qué nos ordenas? —le preguntó Ragnar para romper el repentino silencio.
—Pantheus nos ha proporcionado la localización exacta de otro nido de víboras.
Iréis allí y lo limpiaréis de herejes.
—¿Dónde está? —preguntó Torin.
—La ciudad subterránea —respondió Valkoth—. En las profundidades de la
ciudad subterránea.
Ya el tono de voz con que lo dijo hizo que sonara como algo ominoso.
—¿Lo habéis comprobado a fondo? —Quiso saber Torin—. Podría ser una
trampa.
Los labios de Valkoth se curvaron en lo que se podía tomar por una sonrisa.
—Torin, ya no soy un Garra Sangrienta. Nuestros agentes ya han explorado la
zona. La Hermandad lleva semanas concentrando fuerzas allí. De todas maneras, al
final íbamos a tener que hacer algo. Ya están demasiado cerca. Disponen de un
almacén de municiones y de un campamento base aquí mismo, bajo el distrito de los

www.lectulandia.com - Página 150


Navegantes.
—Esto no me gusta. Todo esto va demasiado rápido —se quejó Torin—. Estamos
reaccionando de forma constante y no tomamos la iniciativa. Da la impresión de que
estamos siguiendo el plan que alguien ha creado exactamente para nosotros, y creo
que todos sabemos a quién me refiero. Esto no es más que una gran maniobra de
distracción mientras las casas pugnan por el Trono del Navegante.
Valkoth asintió de un modo casi imperceptible. Ragnar notó por su olor que
estaba de acuerdo con Torin, pero que no podía hacer otra cosa.
—Sí, pero la amenaza persiste.
—Los dos estáis siendo demasiado astutos —los interrumpió Haegr—. Eso no le
viene bien a dos verdaderos hijos de Fenris. ¿Cómo puede ser esto parte de una
enorme conspiración? ¿Cómo podía Cezare saber que el viejo Gorki iba camino del
otro mundo?
Hasta Ragnar podía contestar a aquella pregunta.
—A lo mejor también tiene algo que ver con eso.
—Existen muchos venenos que causan los mismos síntomas de una enfermedad,
y si alguien es capaz de encontrar un modo de administrarlos, ése es Cezare.
—Pero es un riesgo tremendo —apuntó Ragnar.
—Nadie ha dicho que Cezare carezca de osadía —replicó Torin.
—Tengas razón o no, Torin, seguimos teniendo una misión por cumplir —insistió
Valkoth—. Manos a la obra.

El pasillo estaba a oscuras y era lóbrego. Las paredes desconchadas tenían el aspecto
de llevar allí desde que se construyeron las primeras ciudades en Terra. El aire estaba
repleto de los olores a hongos, a podredumbre, a agua contaminada y a óxido. Unas
enormes ratas huían delante de ellos en la oscuridad.
—He estado en sitios más animados —comentó Ragnar—. Los peregrinos no ven
esta parte de Terra.
—Yo podría haber vivido alegremente sin conocerlo —respondió Torin,
limpiándose con un gesto de fastidio una mancha de mugre que le había caído sobre
la hombrera. Se había atado limpiando de forma meticulosa desde que había
comenzado a gotear agua desde el techo. Detrás de ellos avanzaba toda una compañía
de guardias de la Casa Belisarius. Eran las mejores tropas de las que disponía la casa
en ese momento. Ellos encabezarían el ataque. Valkoth se había quedado en el
edificio principal para proteger a la Celestiarca. Torin estaba al mando de la misión.
—Esto no es lo que yo me esperaba —insistió Ragnar en voz baja. El agua
contaminada ya les llegaba a las rodillas. Se preguntó si alguien de allí abajo la
bebería. Lo más probable era que, al carecer del sistema digestivo de un Marine
Espacial, el que lo hiciera acabara envenenado o que sufriera una mutación en

www.lectulandia.com - Página 151


cuestión de semanas—. Esto parece más bien un mundo colmena. Un mundo
colmena medio deshabitado de un sector que ha sufrido un declive industrial hace un
centenar de años.
Torin siguió avanzando con el bólter empuñado de forma relajada, pero preparado
para cualquier situación. Se había encargado de ir en vanguardia desde que habían
entrado por la compuerta del túnel de comunicación que llevaba hasta las
profundidades de la Tierra.
—Ragnar, esto no se parece a ningún mundo colmena que hayas visitado en la
vida. Tenemos centenares de capas de edificios por encima de la cabeza. Cada una de
ellas representa un siglo o más de historia. En esta parte de Terra se construyó mucho,
y sobre eso se construyó más, y sobre eso más todavía. Algunas partes se
aprovecharon para construir los edificios de la siguiente capa, y lo que quedó fue
aplastado lentamente por esos edificios nuevos. Estamos caminando por la historia.
Algunas de las paredes que nos rodean fueron levantadas antes de que el Emperador
se sentara en su trono dorado. Muchos de estos pasillos continúan igual que cuando
Russ caminó por la Tierra, hace ya diez mil años.
—Suenas como uno de esos guías que enseñan los viejos templos a los peregrinos
—se burló Haegr antes de soltar un tremendo eructo—. Ya sabes, esos que siempre
están alabando las maravillas de la vieja Terra e intentan venderte mechones del
cabello del Emperador.
—Si a ti intentaran venderte una salchicha hecha con la carne de Horus, la
comprarías, y lo más probable es que también te la comieras —replicó Torin.
—Silencio —dijo Haegr a la vez que levantaba una mano.
Ragnar esperaba otra broma, pero la expresión en el rostro de Haegr le indicó que
se trataba de algo distinto. Se esforzó por percibir lo que el enorme marine estaba
oyendo.
A Ragnar le pareció distinguir unos ruidos más adelante. Voces. Se estaban
acercando a una área habitada de aquella zona, por lo demás vacía e inquietante. Se
alegró de ello. No le gustaba la idea de que tenía decenas de miles de toneladas de
plasticemento sobre su cabeza. Deberían cumplir cuanto antes la tarea encargada y
salir de allí. Tenían que eliminar aquel nido de sectarios y capturar si podían a sus
jefes para interrogarlos. Sobre todo, tenían que infligirles un castigo ejemplar, un
castigo que les hiciera pensárselo dos veces antes de atacar a los Navegantes.
Ragnar no estaba de acuerdo con aquel tipo de pensamiento. Los sectarios
actuaban por puro odio. Matar a unos cuantos de ellos tan sólo les daría más motivos
para seguir odiando y les proporcionaría mayor motivo para sentirse justificados. De
todas maneras, no era asunto suyo poner en cuestión la estrategia de la Celestiarca.
Su trabajo era procurar que se llevara a cabo.
Una vez más, estarían en inferioridad numérica. Aquello no le preocupaba mucho

www.lectulandia.com - Página 152


a Ragnar. La proporción, ya fuera de uno contra diez o de uno contra cien, no
importaba. Los Marines Espaciales estaban mucho mejor armados y disponían de
unas armaduras mucho mejores, además de que poseían reflejos más rápidos y
músculos más fuertes. Por eso los enviaban a pesar de ser una fuerza tan pequeña.
Torin indicó por señales a las tropas de la Casa Belisarius que permanecieran en
posición y ordenó a los otros dos miembros del Cuchillo del Lobo que avanzaran con
él para explorar la zona del objetivo.
Las aletas de la nariz de Ragnar vibraron cuando percibió otro rastro. Sin duda,
había gente delante de ellos. Su aguda vista captó algo irregular en la superficie del
agua justo delante de Torin. Su hermano de batalla también lo había visto y pasó por
encima. Había algo oculto bajo la superficie.
—Un alambre trampa, Haegr. Lo digo por si acaso estabas demasiado distraído
pensando en comida para verlo.
—Puesto que hasta tú has podido verlo, no hay motivo para que el siempre
vigilante Haegr no lo viera —contestó el aludido.
—Ningún motivo aparte de no tener un cerebro con el que darse cuenta de las
cosas —murmuró Torin, pero en voz tan baja que sólo los oídos de un Lobo Espacial
podrían percibirlo. Su precaución había aumentado de forma considerable al estar tan
cerca de su objetivo.
Pasaron por encima y desarmaron con lentitud pero también con seguridad los
alambres trampa. Otros humanos no hubieran sido capaces de detectarlos en la
oscuridad, pero los Lobos Espaciales no eran como los demás seres humanos. Un
poco más adelante ya eran visibles algunas luces. Olía a metano reciclado, lo que no
era sorprendente. Una zona como aquélla no podía estar conectada a los grandes
hornos eléctricos que proporcionaban energía a la superficie.
Ragnar pensó que eso les vendría bien. La visión de los humanos normales les
sería mucho menos útil en la escasa luz del lugar que el olfato y el oído a los Lobos
Espaciales. Sintió cómo le aumentaba la tensión en la boca del estómago al
prepararse para el combate. Sabía que la gente contra la que se iba a enfrentar en
breve eran personas desesperadas y encallecidas. Por lo que Valkoth les había dicho,
habían huido de la superficie del mundo y perdido los antiguos privilegios de trabajo
y casta para acabar allí. Sabía que estarían equipados con las mejores armas que
pudieran robar de los bien provistos polvorines de Terra.
Salieron a un espacio amplio y abierto. El agua caía, procedente del túnel de
acceso, en una pequeña cascada que daba a una gran charca contaminada. Unas
cuantas lámparas parpadeaban en la oscuridad. Ragnar captó todos los detalles de la
escena con un largo vistazo preocupado. Las viejas cavernas medio derrumbadas
estaban repletas de gente. Distinguió las bocas de una docena de túneles repartidos
aquí y allá por todo el lugar. En esas entradas habían construido colgadizos con trozos

www.lectulandia.com - Página 153


de acero recuperados y con cartones. Las cabañas y los chamizos levantados con
materiales de toda clase se apelotonaban a lo largo de las paredes y por todo el suelo
de la caverna principal. Cientos de hombres armados caminaban por doquier. Todos
vestían túnicas con capucha y la banda roja y negra de la Hermandad alrededor de un
brazo.
Un hombre enmascarado, que estaba en lo alto de un altar improvisado a base de
tuberías y planchas de metal soldadas entre sí, aullaba un sermón lleno de odio para
una muchedumbre de oyentes ávidos. Hablaba de los malvados mutantes que
pululaban y acechaban en la superficie y que mancillaban el sagrado suelo de Terra.
También mencionó a la prostituta que era el comercio, que corrompía los valores
morales que tanto habían defendido sus ancestros, y de la malignidad que los
Navegantes ocultaban bajo su disfraz de lealtad y los ropajes de la honestidad.
Era un discurso apasionado y vehemente. Ragnar vio que alimentaba las llamas
del odio en cada uno de los que le escuchaba. Era evidente que el individuo estaba
diciéndole a su audiencia lo que ésta quería oír, Estaba jugando con sus miedos y con
el resentimiento que albergaban contra el lujo y la riqueza que los Navegantes
disfrutaban. Era fácil darse cuenta de que era una chispa que había encontrado
madera seca. Aquéllos individuos eran exiliados que llevaban una vida de ratas en las
paredes del mundo. No tenían nada que perder. Sus vidas tenían poco sentido, incluso
para ellos.
—Desde luego, esto es un nido de ratas —murmuró Torin—. Cualquiera diría que
se están preparando para una guerra.
—A lo mejor es lo que están haciendo —contestó Ragnar. Ya había visto
suficientes rebeliones y alzamientos armados en otros mundos, y sabía que era así
como comenzaban. Los herejes y los fanáticos necesitaban disponer de un núcleo de
hombres armados alrededor del cual organizar la insurgencia. Necesitaban las armas
para entregárselas a los bobos a los que habían engañado para que lucharan por ellos,
y entrenar a esos mismos patéticos majaderos. Había visto variantes de aquel
campamento en una docena de mundos. Era la semilla de la herejía y de la anarquía,
y su deber era asegurarse de que jamás floreciese.
El pequeño grupo que tenían ante los ojos no parecía demasiado poderoso
comparado con las fuerzas armadas que protegían Terra, pero habría más catervas
como la de aquel campamento. Incluso si no existían más, ese tipo de grupos a
menudo eran igual que las pequeñas piedras que comenzaban las avalanchas en las
montañas. Un mundo con una densidad de población tan elevada siempre incluía
hordas de gente pobre, hambrienta y furiosa. A veces, no era necesario hacer mucho
para que esa furia se transformara en ira rabiosa y luego se canalizara y concentrara
en una guerra. Ragnar ya había visto cómo sucedía en muchas ocasiones.
Sin embargo, al mismo tiempo que reflexionaba sobre aquello, le sorprendió la

www.lectulandia.com - Página 154


increíble osadía de los herejes. Se encontraban en Terra, el planeta natal de la
humanidad, el centro del Imperio, el suelo más sagrado de toda la galaxia, y aquellos
individuos pretendían profanarla.
¿Por qué no? La mayoría de ellos estaban convencidos que no hacían otra cosa
que eliminar a los impíos de ese sagrado suelo. Ya había oído esa retórica incontables
veces antes. Ragnar podría resumir sin mucha dificultad el discurso de aquel
predicador fanático sin tener la necesidad de oír lo que decía exactamente. Lo
alarmante era que todas aquellas ideas estaban muy cerca de todo lo que le habían
enseñado a él mismo. Pensó que, sin duda, ésa era una de las debilidades del dogma
imperial: las mismas palabras podían reforzar la moral de una comunidad o podían
ser utilizadas para destruirla. Los ropajes de la religión eran capaces de ocultar tanto
al ciudadano devoto y leal como al revolucionario fanático.
No era el momento de andarse con pensamientos filosóficos. Era el momento de
entrar en combate. Miró a Haegr y a Torin, Sabía que ellos estaban pensando lo
mismo que él: había llegado el momento de llamar al resto de la tropa.
En el preciso instante en que pensó aquello, el predicador se llevó una mano al
oído y alzó la vista. Ragnar se dijo que era imposible que los hubiera visto. Sin
embargo, de alguna manera, había logrado detectarlos. Hizo un gesto con la mano
derecha y señaló con un dedo acusador las sombras donde estaban escondidos los
Lobos Espaciales.
El dedo de Torin apretó el gatillo del bólter pesado y el predicador quedó partido
en dos por una ráfaga de proyectiles. A sus asombrados seguidores les costó un
segundo o dos darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—Vamos a tener que hacerlo a las malas —dijo Torin—. Parece que tienen la
munición ahí. ¡Granadas!
—Bien, me gusta esta proporción de enemigos por cabeza —comentó Haegr. Un
momento después, y con una agilidad sorprendente, saltó por encima de la pasarela
improvisada y aterrizó sobre el tejado ondulado de una choza. Ragnar miró a Torin,
quien se encogió de hombros, así que siguió el ejemplo de su camarada. Sin duda, el
grandullón necesitaría que alguien le cubriera la espalda en aquel ataque enloquecido.
Unos instantes después estaban rodeados por la muchedumbre de fanáticos. El
bólter de Ragnar se estremeció en la mano en cuanto mató al primer enemigo, al que
siguió un segundo. Su espada sierra atravesó piel, músculos y huesos, salpicando a
todos los que los rodeaban con chorros de sangre. El monstruoso martillo de Haegr
provocaba más daños todavía al machacar la carne de todo aquel que se atrevía a
interponerse en su camino. Su corpachón atravesaba el gentío como un mastodonte
furioso. Ragnar hacía todo lo posible por mantenerse pegado a su espalda.
Los fanáticos no se habían percatado del escaso número de enemigos que los
estaban atacando. Muchos se desmoralizaron y salieron huyendo. Otros empuñaron

www.lectulandia.com - Página 155


sus armas y comenzaron a disparar contra la oscuridad. El resplandor de los cañones
y de los rayos láser iluminó y reverberó en las zonas con menos luz, lo que aumentó
la confusión. Antes de que se dieran cuenta, varios grupos se enzarzaron en combate
entre ellos pensando cada uno que el otro era el enemigo. Muchos de ellos ya habían
desaparecido en la oscuridad de las salidas de la caverna.
Ragnar siguió avanzando y cubriendo a Haegr, y luego Torin lo cubrió a él a su
vez mientras se acercaban a su objetivo. Se detuvo un momento y se quedó apoyado,
descansando medio oculto bajo la sombra de una de las chozas, cuando oyó una voz
tonante que impartía órdenes.
—¡Manteneos firmes! Sólo son tres. Preparaos para el combate. Los justos
vencerán.
Ragnar se quedó pasmado. ¿Cómo era posible que aquel recién llegado supiera
con exactitud cuántos eran? Sólo había una manera. Alguien los había traicionado.

www.lectulandia.com - Página 156


CAPÍTULO 15

www.lectulandia.com - Página 157


—Por los huesos de Russ —maldijo Ragnar.
Miró a su alrededor y vio que llegaban enemigos por todos lados. Estaban bien
armados y era evidente que también preparados. Sin duda, habían estado esperando
fuera de la ruta de aproximación de los Lobos Espaciales. En su urgencia por avanzar
con rapidez y por sorpresa, los marines no habían efectuado un reconocimiento
completo, y lo iban a pagar.
—Sabían que sólo éramos tres —dijo Haegr.
El agudo oído de Ragnar le permitió distinguir la voz de Haegr a pesar del
estampido de las armas pesadas. En ese momento, el enemigo estaba concentrando
sus disparos contrala balconada donde Torin estaba apostado. Ragnar echó un vistazo
y se dio cuenta de que su camarada ya se había puesto a cubierto.
—Sabían que íbamos a atacarlos. Eso significa que alguien les ha avisado…, y
hace poco.
Ragnar vio que Haegr asentía mientras comprobaba las armas de las que disponía
el enemigo. Aquéllos lanzallamas y bólters pesados eran capaces de penetrar incluso
la armadura de un Marine Espacial. El combate no iba a ser fácil. Les quedaba un
consuelo: en mitad de aquel combate tan confuso, a sus oponentes les sería difícil
localizarlos.
—Están allí, entre las chozas del agua burbujeante —aulló la misma voz de
mando.
—Tiene buena vista —dijo Haegr.
—O tiene algún otro modo de saber que estamos aquí —contestó Ragnar.
—¡La sagrada luz del Emperador aplastará a los defensores de los mutantes! —A
medida que la voz subía de tono, una descarga de luz blanca apareció por encima de
ellos—. ¡Escúchame! Yo, tu profeta, el Profeta de la Luz, te invoco, bendito Señor,
para aplastar a éstos, los servidores de la Oscuridad.
—¡Cuidado! —gritó Ragnar al mismo tiempo que se tiraba de cabeza al suelo.
Haegr reaccionó y se apartó justo a tiempo. Un instante después, su débil
cobertura estalló convertida en una lluvia de fragmentos de metralla. La explosión no
se pareció a nada que Ragnar hubiera visto antes, pero no se extrañó: ya tenía una
idea bastante aproximada de lo que la había causado. Un rápido vistazo confirmó sus
sospechas: un halo de luz blanca y radiante rodeaba una de las siluetas enemigas.
Habría deslumbrado a Ragnar si el segundo párpado protector no hubiera bajado para
cubrirle los ojos.
—¡Un psíquico! —gritó, a la vez que disparaba sin dejar de rodar por el suelo. El
proyectil acertó de lleno en la figura, pero fue repelido por el aura que rodeaba al
sectario y rebotó por el lugar. Ragnar pensó que las cosas iban de mal en peor.
—Ved cómo la luz de la brillante aura del Emperador acaba con sus enemigos —
gritó de nuevo el psíquico.

www.lectulandia.com - Página 158


Ragnar reconoció uno de los subtonos de la voz: se trataba de un mandato
compulsivo. No le hizo falta preguntarse por qué aquellos fanáticos ayudaban a un
tipo de persona que habían jurado aborrecer. Ragnar ya había visto y oído un centenar
de explicaciones al respecto. Sin duda, el psíquico habría proclamado que sus poderes
procedían directamente del Emperador, y que en realidad se trataban de una prueba
de su santidad ante sus crédulos seguidores. Un aura de compulsión ayudaría a
mantener esa credulidad ante unas voluntades débiles. Sin embargo, saber cómo
funcionaba todo aquello no iba a ayudar a Ragnar a sobrevivir. Tenían que encontrar
un modo de salir de aquella situación, y con rapidez.
Unos arcos de luz incandescente atravesaron la frágil estructura que los Lobos
Espaciales habían escogido para ponerse a cubierto. Unos tentáculos de ectoplasma
blanco con reflejos dorados los buscaron como si fueran las extremidades de una
bestia gigantesca. Sólo era cuestión de tiempo que los encontraran.
Cientos de proyectiles bólter, balas y rayos láser cruzaban el aire por encima de
sus cabezas mientras los tentáculos se movían como grandes serpientes oleaginosas
de blancura radiante a través de los restos de las chozas. Ragnar se agazapo un poco
más todavía, a sabiendas de que sus enemigos creían que estaban inmovilizados en
aquella posición. Miró a Haegr quien asintió para mostrar que lo entendía. Sólo
podían hacer una cosa: atacar.
Ragnar se tumbó boca abajo y comenzó a arrastrarse hacia el psíquico. Unos
cuantos tentáculos fantasmales pasaron por encima de su cabeza buscándolo. Pasaron
muy ceca, como si aparentemente supieran que estaba por allí.
Apretó un botón del dispensador de su cinturón y recogió la granada, que cayó en
la palma cubierta por el guantelete de la armadura. Un leve toque activó el detonador
antes que la lanzara contra el psíquico. Un instante después, la explosión alcanzó a su
oponente.
Ni siquiera sus poderes lograron protegerlo del todo. Salió, despedido por los
aires, y el brillo que lo rodeaba parpadeó durante unos momentos. Los tentáculos
ectoplásmicos se convirtieron por unos instantes en unos jirones de niebla Haegr
actuó con el instinto que les permitía coordinarse sin ni siquiera hablar entre ellos, y
se lanzó a la carga.
El enorme martillo de energía golpeó al psíquico antes de que su escudo
reluciente pudiera recuperar del todo su potencia. El individuo soltó un gemido de
dolor, pero logró recuperar el control de nuevo. Ragnar olió sangre. El resplandor
recobró su fuerza, aunque su brillo era distinto y unas extrañas vetas de color rojizo
recorrían su superficie. Los tentáculos volvieron a recorrer el aire y continuaron su
búsqueda, pero sólo de Haegr. Parecía que su creador ya no fuera capaz de
concentrarse en dos objetivos al mismo tiempo. Así pues, habían conseguido herirlo.
Un segundo después, aquellas extremidades demoníacas hallaron su objetivo y

www.lectulandia.com - Página 159


rodearon al gigantesco guerrero del Cuchillo del Lobo. Se oyó un extraño ruido
gorgoteante cuando la ceramita del caparazón de la armadura comenzó a burbujear y
a derretirse. Haegr soltó un gruñido y se esforzó por liberarse, pero ni siquiera su
enorme fuerza fue suficiente para enfrentarse a los poderes del psíquico. Su enemigo
lo alejó de forma inexorable mientras Haegr rugía de impotencia. Ragnar se preguntó
cómo podría ayudarlo, pero se dio cuenta de que acabaría también atrapado como un
pez en un anzuelo. Sin embargo, si el psíquico moría, sus tentáculos ectoplásmicos ya
no serían un problema.
Ragnar se acercó para estudiar con mayor detenimiento a su objetivo. Estaba muy
claro que el individuo estaba gravemente herido. Era casi seguro que otra granada
acabaría con él, así que le lanzó una, que cayó a su lado justo antes de estallar. Sin
embargo, sus efectos fueron mucho menores de lo que Ragnar esperaba. La explosión
provocó que el escudo de luz perdiera parte del brillo por un momento, pero parecía
que había logrado adaptarse de algún modo para proteger a su creador de aquella
forma de ataque. El psíquico ni siquiera se inmutó ante la explosión.
La idea no había servido para mucho. Aquél hereje era poderoso.
—Tengo que encontrar otra forma —se dijo a sí mismo en voz baja, y continuó
arrastrándose hasta que se puso en cuclillas y se lanzó, un momento después,
directamente contra el psíquico.
El hereje tenía guardaespaldas, pero permanecían alejados de él mientras utilizaba
sus poderes impíos. Todos estaban disparando contra la balconada donde Torin se
había ocultado. Ragnar sospechaba que lo más probable era que su camarada se
hubiera marchado ya de allí.
Ragnar le dio las gracias a Russ por la distracción, ya que le permitía tener una
aproximación despejada a su objetivo a la vez que estaba fuera de la línea de tiro.
Llevaba la espada sierra en una mano y la pistola bólter en la otra. Abrió fuego
mientras avanzaba, disparando proyectil tras proyectil contra el falso profeta de la
Hermandad. El escudo centelleante los repelió todos menos uno. Impactaron en la
zona en que el brillo era menos intenso, y donde las venas de luz roja eran más
gruesas.
Uno de los proyectiles traspasó el brillante escudo y oyó un grito apagado. Por lo
que parecía, el Profeta de la Luz no estaba acostumbrado al dolor. Ragnar tenía
intención de acostumbrarlo en muy poco tiempo. Alineó la punta de la espada sierra
hacia la mancha más oscura del escudo y empujó con fuerza. Por un momento pensó
que lo traspasaría directamente, pero encontró resistencia y el brillo se incrementó de
nuevo. A Ragnar no le importó: se limitó a apuntar el bólter hacia la zona aproximada
del escudo de luz donde debía de encontrarse la cabeza del psíquico. Incluso en el
caso de que el escudo repeliera los proyectiles, tenía la esperanza de que fuera como
dar un golpe fuerte y seco en un casco. Quizá el impacto desorientaría y aturdiría a su

www.lectulandia.com - Página 160


enemigo.
Su esfuerzo se vio recompensado de nuevo con un gemido de dolor. Los
tentáculos que pasaban por encima de su cabeza para mantener atrapado a Haegr
comenzaron a palpitar y a flexionarse. Ragnar sintió su acercamiento incluso de
espaldas. Saltó hacia un lado y un tentáculo de ectoplasma pasó justo por el sitio
donde él había estado un momento antes Probó suerte y le lanzó un tajo a aquello.
Las cuchillas de la hoja atravesaron el tentáculo y lo cortaron, pero unos instantes
después ya se había reconstruido. Ragnar dejó de intentarlos y volvió a atacar a su
objetivo inicial. Propinó un golpe tras otro a su enemigo.
Aunque sus reflejos eran los de una persona normal, los guardaespaldas del falso
profeta reaccionaron por fin. Algunos de ellos comenzaron a disparar contra él.
Ragnar se encogió un poco. Hasta los impactos más superficiales le parecían enormes
martillazos contra la armadura. Había tenido la esperanza de que los adoradores de la
secta no disparasen por temor a herir a su profeta, pero se dio cuenta de que aquellos
fanáticos creían que el hereje estaba protegido por el brillo. Saltó a un lado e
interpuso el cuerpo del profeta entre él y su cohorte de luchadores, y vio
recompensada su idea cuando una docena de proyectiles se estrellaron contra la
pantalla reluciente.
—¡Cesad el fuego y desistid, hermanos! —dijo el profeta con voz atronadora—.
El poder de la luz del Emperador es lo único que necesito para acabar con este
degenerado defensor de los mutantes. Encargaos de matar a sus camaradas. Yo me
encargaré en persona de éste.
Ragnar adivinó por el tono de voz del hombre que estaba deseoso de hacerle
pagar por todo el daño que le había infligido. En ese preciso instante, los seguidores
del profeta pasaron corriendo a su lado para acercarse a Haegr y rematarlo. El enorme
Lobo Espacial estaba tirado en el suelo y los tentáculos se alejaban de su cuerpo.
¿Estaba aquel psíquico tan seguro de sí mismo como para hacer eso?
El brillo alrededor del individuo parpadeó, disminuyó y por último aumentó de
nuevo. Los tentáculos se abalanzaron sobre Ragnar a una velocidad increíble. Ésta
vez, ni siquiera los reflejos sobrehumanos de Ragnar le permitieron esquivarlos. La
armadura siseó en los sitios donde le tocaron, pero peor que eso fue el dolor agónico
que sintió en los puntos de contacto. El dolor no lo ocasionaba el calor, sino más bien
ese contacto. Se quedó sorprendido de que Haegr hubiese sido capaz de soportarlo sin
soltar ni un solo gemido. Ragnar decidió que él haría lo mismo.
Cerró con fuerza la boca y le rezó a Russ. Sintió una presencia sobrenatural y
lejana. Quizá tan sólo se trataba de una invención de su imaginación azotada por el
dolor, pero sintió que ese mismo dolor disminuía. Además, el resplandor que rodeaba
al profeta se ha reducido y una mancha de color rojo brillante había aparecido sobre
la zona aproximada dónde debía de encontrarse su corazón.

www.lectulandia.com - Página 161


Tenía libre la mano que sujetaba la espada sierra, así que lanzó un tajo horizontal.
El ángulo de ataque era forzado y no pudo ejercer toda su fuerza, pero la hoja del
arma atravesó limpiamente la mancha. Sintió cómo cortaba la carne y chirriaba al
encontrarse con el hueso. Un gruñido de triunfo le surgió de los labios cuando el
brillo desapareció y dejó a la vista a un individuo vestido con una túnica blanca
empapada en sangre. Un golpe de revés con la espada separó de los hombros del
profeta la cabeza cubierta por una capucha y la envió dando tumbos hasta la boca
abierta de una alcantarilla cercana. Otro tajo partió el resto del cuerpo en dos.
Un instante después ya se encontraba en mitad de los guardaespaldas atacándolos
por la retaguardia en un esfuerzo por ayudar a Haegr. La espada fue de un lado a otro
con velocidad centelleante, matando e hiriendo con cada golpe. No pudo fallar ni un
solo disparo de bólter ante aquella masa apiñada de enemigos. Se abrió un camino
sangriento paso a paso para llegar hasta su compañero. Haegr tenía mal aspecto. Su
armadura estaba fundida y agrietada en una docena de sitios, con la ceramita partida y
derretida por el poder del ataque psíquico del profeta. Y lo que era todavía peor:
parecía cansado y aturdido por el dolor que había soportado. A pesar de ello, se puso
en pie y comenzó a propinar golpes con el martillo. Su rapidez y su fuerza se habían
visto muy reducidas, pero al menos estaba luchando.
Ragnar siguió abriéndose paso hacia él blandiendo la espada sierra, arrancando la
carne de los huesos de sus enemigos y cortando tendones y venas. Sintió que una
bienvenida oleada de furia asesina comenzaba a apoderarse de él. Una feroz alegría y
una tremenda ansia de derramar sangre recorrieron sus venas. Se esforzó por
contenerlas. No era el momento de dejarse llevar por una emoción semejante.
Necesitaba mantener despejada la mente para salir de aquella situación desesperada.
Fue difícil, pero se enfrentó a su bestia interior hasta que la tuvo bajo control.
Se arriesgó a echar otro vistazo hacia donde creía que podía encontrarse Torin.
No vio señal alguna de él. Esperaba que su hermano de batalla no estuviese tirado
detrás de la balconada, tumbado sobre un charco de su propia sangre.
Dio una tremenda patada lateral y le partió todas las costillas a uno de sus
enemigos como si fueran ramitas de árbol. El hereje lanzó un chorro de sangre al
mismo tiempo que salía despedido contra sus camaradas, donde comenzó a ahogarse
a causa de la hemorragia. Un feroz golpe con la culata de la pistola bólter convirtió
los sesos de un sectario que estaba agarrado a sus piernas en una masa gelatinosa.
Bajó el arma, apuntó, disparó a quemarropa contra la cara de otro y decoró la zona
que los rodeaba con un amasijo de sangre y restos de hueso y cerebro. Acabó
luchando espalda contra espalda con el vacilante Haegr y defendiéndolo de la masa
que se les echaba encima.
Los herejes parecían haber perdido toda disciplina, lo que fue una ventaja para los
Lobos Espaciales. Si los adoradores no se hubiesen desorganizado convirtiéndose en

www.lectulandia.com - Página 162


una masa aullante y se hubiesen mantenido a distancia sin dejar de disparar, habrían
acabado con Ragnar y Haegr gracias a su superior potencia de fuego. Sin embargo, su
desesperado intento por ayudar a su profeta los había condenado. Estaban trabados en
combate cuerpo a cuerpo con dos individuos físicamente superiores y sus bajas
comenzaban a ser enormes. A pesar de todo, Ragnar sabía que tan sólo era cuestión
de tiempo que su superioridad numérica se impusiera o que alguien se diera cuenta de
lo que estaba ocurriendo y ordenara que se retiraran para comenzar a dispararles.
Mientras tanto, antes de que les diera tiempo a tener esa oportunidad, debía pensar en
un plan que les permitiera salir a Haegr ya él de aquella trampa.
Un individuo fornido se estampó contra su pecho. Había atravesado la
muchedumbre de fanáticos y se había lanzado directamente contra Ragnar. Era
enorme, casi tan grande como Ragnar, y era obvio que estaba acostumbrado a vencer
a sus oponentes gracias a su tremendo peso, pero había sido un error intentar lo
mismo con un Marine Espacial.
Ragnar absorbió el impacto con una ligera flexión de las piernas, y los giróscopos
internos de la armadura compensaron la fuerza del golpe. El oponente intentó agarrar
la laringe de Ragnar, pero no logró encontrarla, por lo que le cogió el cuello con las
dos manos e intentó partirle el cuello. Ragnar pensó que era un idiota por intentarlo.
Le pegó la pistola bólter al estómago y apretó el gatillo. Las vértebras reforzadas de
su cuello resistían mucha más presión de la que podía ejercer un humano normal.
Ragnar se dio cuenta de que aquel hombre no había tenido manera alguna de saberlo,
lo mismo que no sabía que los pulmones modificados de un Marine Espacial podían
mantenerlo con vida durante mucho más tiempo que una persona normal, incluso
aunque hubiera dejado de recibir aire.
De repente, tuvo una inspiración, y Ragnar supo cómo podrían escapar. Era algo
obvio.
—¡Haegr! —gritó a su compañero—. ¡Ve hacia el agua!
El gigantesco Cuchillo del Lobo asintió, algo aturdido, entendiendo al parecer la
idea de Ragnar. Comenzó a abrirse camino de forma inmediata con el martillo hacia
el olor del arroyo contaminado. Ragnar le protegió la espalda sin dejar de atacar a
derecha y a izquierda, moviéndose sin cesar para que nadie lograra apuntarle con
claridad. Haegr tardó escasos segundos en llegar a la orilla. Se detuvo, miró a su
espalda y derribó de un golpazo al individuo que estaba más cerca de Ragnar. Luego
cayó de espaldas al agua como si le hubieran disparado. Las olas le cubrieron la
cabeza y lo hicieron desaparecer de la vista. Ragnar pensó que todo iba bien de
momento.
Se giró hacia la orilla. Una andanada de rayos láser cruzó la oscuridad. Cientos de
balas trazadoras pasaron por delante de sus ojos. Era evidente que al otro lado, por
encima de él, había gente dispuesta a matarlo a distancia. Ya no parecía importarles si

www.lectulandia.com - Página 163


les daban o no a sus camaradas, porque los disparos que acribillaban la zona estaban
acabando con la mayoría de los hombres que rodeaban a Ragnar. Los rayos láser le
chamuscaron la armadura, y un proyectil de bólter pesado impactó contra la placa
pectoral. Ragnar sintió el fuerte crujido. Había llegado el momento de irse.
En ese preciso instante, otros dos herejes se abalanzaron sobre él sin hacer caso
de la lluvia mortífera que caía a su alrededor. Agarraron a Ragnar e intentaron
inmovilizarlo mientras no dejaban de lanzar maldiciones y amenazar de muerte al
individuo que había matado a su profeta. Lo único que tenían en la cabeza era su
deseo de venganza.
A Ragnar no le importó. Continuó internándose en el agua con ellos encima,
llevado por el impulso inicial. Aspiró de firma instintiva una gran bocanada de aire.
Un momento después, el agua lo envolvió y el horrible líquido aceitoso se cerró sobre
su cabeza. Mantuvo empuñadas las armas mientras bajaba hacia el fondo. El peso de
la armadura lo arrastraba hacia abajo a la vez que la fuerza de la corriente lo
impulsaba, alejándolo del lugar. La piel le escocía por los contaminantes y los
productos venenosos. La columna de burbujas le guió la vista hacia arriba, hacia
donde los dos hombres que lo habían agarrado se esforzaban por llegar a la
superficie.
La membrana que le protegía el ojo de los productos químicos irritantes le
permitía ver con bastante claridad en la penumbra de aquella agua sucia. A menos
que hubiesen utilizado filtros bucales, los tipos que lo habían soltado habían
disminuido su esperanza de vida al beber esa agua contaminada. Ragnar dudaba
mucho que a unos fanáticos como aquéllos, dispuestos a dar la vida por la causa, les
preocupara algo así.
Miró a su alrededor buscando a Haegr. No vio señal alguna de su camarada, pero
eso no le inquietó. A menos que su armadura estuviese extremadamente dañada, la
baliza localizadora integrada le permitiría encontrarlo si era necesario. Por lo que
parecía, habían logrado escapar de la emboscada.
En el preciso instante en que se le ocurría aquello se produjo una tremenda
sacudida, y una onda de fuerza y violencia increíbles lo empujó por el agua. Tardó un
momento en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo: los fanáticos estaban arrojando
granadas al agua. A menos que hiciese algo en seguida, lo matarían.

www.lectulandia.com - Página 164


CAPÍTULO 16

www.lectulandia.com - Página 165


Una vez más, enormes sacudidas agitaron el agua. Las estelas indicaban dónde iban a
caer más proyectiles. Todos habían sido dirigidos hacia los puntos de donde él había
desaparecido. Nadie había pensado en disparar hacia donde él podría dirigirse. Pero
eso iba a cambiar rápidamente. Las sacudidas causaban a Ragnar una buena dosis de
dolor, ya que los cambios de presión restallaban en sus sensibles tímpanos. Eso
afectaba mucho más a los Lobos Espaciales que a las personas normales.
Volvió a colocar a tientas la espada y la pistola bólter en sus fundas. Eran armas
de Marines Espaciales: una inmersión continuada no les causaría ningún daño. Tenía
que apretar los dientes, seguir nadando y alejarse tanto como pudiera de las
explosiones.
Las cargas estaban comenzando a caer más cerca. Ragnar consideró la posibilidad
de acercarse a la orilla, pero se dio cuenta de que eso sólo le haría más visible y
vulnerable. Era necesario seguir e intentar encontrar un camino seguro.
Continuó nadando, alegrándose de haber aprendido en las turbulentas aguas de
Fenris cuando era un niño. Aun así, la situación era difícil, como intentar evitar un
remolino en medio de una tormenta y rodeado de monstruos gigantes rugiendo e
intentando matarte.
Otro temblor resonó en el agua que lo rodeaba y Ragnar salió despedido dando
volteretas. Acabó completamente desorientado, sin estar seguro de dónde estaba el
fondo y dónde la superficie. Sentía la cabeza como si estuviese a punto de partirse en
dos. Por alguna razón, el agua tiraba de él más fuerte. Los dedos invisibles de la
corriente eran como los de las doncellas hechiceras de la leyenda fenrisiana, de quien
se decía que acechaban a los marineros cuando estaban a punto de ahogarse. Ragnar
dio unas patadas dejándose llevar por la corriente, dejando que el flujo lo llevara
hacia el otro extremo de la cámara. Según se alejaba, el impacto de los terremotos
disminuía.
Toda el agua a su alrededor hervía y borboteaba. Otra carga explotó y se sintió de
repente arrojado hacia adelante y fuera del agua. Todo atronaba a su alrededor, pero
él sentía el aire fresco en el cuerpo, que sacudía sin parar.
Ahora comprendía lo que había ocurrido. El río subterráneo lo había llevado hasta
el otro extremo de la cámara. Ahora estaba deslizándose por algún tipo de sumidero
de desagüe y cayendo hacia unas incalculables profundidades. Mientras el agua lo
golpeaba, Ragnar pugnaba por enderezar su cuerpo y situarse en la dirección de la
corriente.
Terrores vagos inundaron su mente. No tenía ni idea de la altura de la que iba a
caer ni qué le esperaba en el fondo. Tal vez hubiera rocas puntiagudas o pilas de
trozos de metal esperando para empalarlo. Tal vez hubiera pantanos cenagosos donde
se hundiría para siempre.
El horror y la duda amenazaron con superarlo. Los segundos le parecieron horas.

www.lectulandia.com - Página 166


No era su situación lo que le asustaba, sino la completa imposibilidad de saber qué
iba a ocurrir. Casi deseaba haber salido del agua y haber vendido cara su vida en la
matanza que habría ocurrido después. Ésa habría sido una muerte digna. Ahora tal
vez cayera lejos de donde sus camaradas pudieran encontrarlo y recuperar su simiente
genética. Era posible que nunca se pudieran encontrar sus restos.
En aquellos breves momentos, Ragnar estuvo más cerca de la desesperación que
nunca en toda su vida. La bestia que llevaba dentro rugía de rabia y miedo. La parte
irracional de su mente farfullaba y sacudía la jaula de la cordura. Pero, de repente, la
larga caída terminó y su cuerpo golpeó contra unas negras aguas. La fuerza de la
caída lo empujó aún más abajo.
Ragnar nadó con poderosas brazadas hasta alejarse de la corriente y tomó la
dirección que le dijo su armadura para encontrar la superficie. Era posible que sus
sensores hubieran sido dañados y que estuviesen funcionando incorrectamente, pero
era la única guía que tenía. Momentos después, su cabeza llegó a la superficie. Vio un
rayo de luz atravesando el aire hacia él y sintió que algo chapoteaba a su lado. La voz
dolorida de Haegr lo llamó.
—Veo que tú también lo conseguiste, Ragnar.
Sintió un enorme alivio. Seguía vivo y había encontrado a su camarada. O, más
exactamente, su camarada lo había encontrado. Habían escapado de la trampa mortal
de allí arriba y estaban vivos.
—Sí, Haegr, soy yo.
—Veo que Torin consiguió evitar el baño una vez más.
—Esperemos que lograra salvar el pellejo.
—No te preocupes por él. Van a ser necesarios más que unos pocos cientos de
herejes enfadados y su hechicero particular para acabar con él. Si quisieran atraerlo a
una trampa, tendrían que montar un pasillo lleno de espejos.
—Éste no es buen momento para hablar de algo así —dijo Ragnar, nadando hacia
él—. Necesitamos encontrar un modo de salir de aquí por nuestra cuenta.
—Eso no debería ser muy difícil. Sencillamente sigue hacia arriba y llegaremos
allí.
Ragnar no se molestó en preguntarle por qué no había sugerido activar sus balizas
localizadoras. Cualquier enemigo que supiera que estaban en camino sería capaz de
localizad por medio de ellas. Era sólo cuestión de sintonizar la frecuencia correcta del
canal de comunicaciones y saber los códigos cifrados. Unas pocas horas antes él
hubiera dicho que eso imposible. Ahora ya no estaba tan seguro.
—Creo que fuimos traicionados —dijo. A juzgar por los ecos que los rodeaban,
estaban dentro de una gran cueva o túnel. Las paredes no podían estar muy lejos. La
única cuestión era si allí el terreno sería seco. Sólo había una forma de averiguarlo.
—Tal vez —dijo Haegr—. El autoproclamado profeta era un psíquico. Puede que

www.lectulandia.com - Página 167


él predijera nuestra llegada.
Ragnar se quedó pensativo. Era posible, pero no quería abandonar su propia
teoría. Había demasiadas cosas que apuntaban a la presencia de un traidor en las filas
de la Casa Belisarius.
—Puede.
—No lo crees, ¿verdad?
«Debe de estar escrito por todo mi olor», pensó Ragnar. Comenzó a nadar hacia la
orilla, con la cabeza por encima del agua para poder hablar. No temía la posibilidad
de haber sido seguido hasta allí. Los miembros de la Hermandad tendrían que ser
suicidas para lanzarse por la catarata.
—Es posible.
—¿Pero?
—Está el asesinato de Adrian Belisarius y el intento de matar a Gabriella.
Demasiados para ser alguien de dentro.
—Siempre hay personas dentro entre las casas navegantes, Ragnar. Ya no estás en
Fenris. Todas las casas están llenas de espías. Todos ellos están comprometidos.
—Pero antes pensabas que habías sido traicionado.
—Fue mi primer pensamiento hasta que vi a ese maldito hechicero en acción.
Algo había de cierto en lo que Haegr estaba diciendo. Un psíquico podía predecir
su llegada y, tal vez, decir cuántos eran. Proezas como ésas no estaban fuera del
alcance de los Sacerdotes Rúnicos de su Capítulo. Lo increíble era que otros
psíquicos no fueran también capaces. No sabía cuál era la idea que menos le gustaba:
que hubiera traidores en su seno o que sus enemigos hubieran reclutado a poderosos
psíquicos para luchar a su lado.
—Un psíquico incontrolado, aquí, en la sagrada tierra de Terra —dijo Ragnar.
—¿Quién dice que sea un psíquico incontrolado, Ragnar? Hay muchas facciones
que puede que estén manejando las cuerdas de la Hermandad. Algunos de ellos
emplean psíquicos.
Ragnar sólo podía pensar en dos en ese momento. Le parecía absurdo que los
astrópatas quisieran librarse de todos los Navegantes excepto de uno.
—¿Estás sugiriendo que la Inquisición puede estar detrás de esto?
—No. No es su forma de actuar. Pero, Ragnar, tú te olvidas de que muchos de los
Altos Señores de Terra y de las organizaciones a quienes representan también tienen
acceso a psíquicos.
La orilla estaba ahora enfrente de ellos. Ragnar oyó cómo el agua lamía las rocas.
Un momento después, el haz de la luz montada en el hombro distinguía una
escarpada pared. Sintió una perturbación en las profundidades justo debajo de él
¿Había algo viviendo allí? ¿Algún tipo de criatura mutante de las profundidades que
se asomaba a la superficie? ¿Estaban observándolo unos ojos hambrientos desde las

www.lectulandia.com - Página 168


frías profundidades?
Nadó hasta el borde del agua analizó la pared de plasticemento que tenía frente a
él. Se elevaba unos tres metros y tenía un saliente sobre ella. Soltó un gancho del
cinturón y lo lanzó hacia arriba. Se enganchó a la primera, y dio varios tirones para
probar que se había agarrado bien. Poco después ya había trepado y descansaba en el
reborde, con Haegr tumbado detrás de él. Se dejó caer sobre la orilla como una morsa
varada en la playa justo en el momento adecuado. Algo grande y luminoso surgió de
las profundidades, aunque no llegó a alcanzar la superficie. Sintió que su presa había
escapado y lentamente se perdió en las oscuras y profundas aguas.
Ragnar escuchaba cuidadosamente. Todo lo que podía oír alrededor era el sonido
del agua cayendo. No sólo de la cercana catarata, sino también de mucho más lejos.
Parecía que otras fuentes alimentaban el inmenso estanque, o lo que fuera. No podía
ver el otro extremo del lago, pues eso era lo que estaba comenzando a pensar que era.
Echó un vistazo a Haegr cuando el marine se dejó caer a su lado. Le habían dado
una buena paliza. Su armadura estaba rajada por varios sitios y se veía
completamente rota alrededor de la zona del hombro izquierdo y el antebrazo. Tenía
la cara terriblemente quemada, así como la barba y el bigote, que aparecían
chamuscados en uno de los lados del rostro. No era nada que unos competentes
sanadores no pudieran arreglar, pero estaban muy lejos de cualquier tipo de ayuda
médica. Puede que tuviera también heridas internas: parecía moverse despacio y
prefería utilizar el lado derecho. Las cosas no tenían buena pinta. Siempre que un
Lobo Espacial hacía eso, era señal de un enorme dolor.
—¿Crees que uno de los Altos Señores pueda estar detrás de todo esto? ¿Hasta
qué punto?
—No me preguntes, Ragnar, sólo soy un humilde Lobo Espacial. Torin podría
decírtelo sin ninguna duda.
—No hay nada de humilde en ti, y estoy seguro de que tienes algunas ideas.
Haegr sonrió con socarronería.
—¿Quién puede hablar de los motivos de cada uno en la intrincada trama de la
política imperial? Un señor puede estar intentando ganarse el favor de la Inquisición,
o subirse al carro de una rebelión contra el poder supremo. Ya se ha intentado antes,
incluso aquí en Terra, y ha tenido éxito.
Ragnar estaba en pie, y casi llegó a ofrecerle ayuda a su hermano de batalla para
que se pusiera en pie, pero una mirada de aviso le dijo que no sería muy buena idea.
Un Lobo Espacial tendría que estar agonizando para aceptar una ayuda de ese tipo.
Registró cada uno de los detalles de los húmedos y malsanos alrededores y se
preguntó cuál sería la antigüedad de este sitio. Tan antiguo que incluso las gárgolas se
habían desmoronado y las llamadas «luces perennes» de los antiguos se habían
desvanecido.

www.lectulandia.com - Página 169


El aire olía a humedad y moho. Las corrientes que se percibían indicaban la
acción de un reciclador en algún sitio lejano. Si se concentraba, podía oír el distante
ruido de la maquinaria silenciada por el sonido del agua cayendo.
Avanzaron a grandes zancadas en dirección a las corrientes de aire. A unos
cientos de pasos encontraron un inmenso arco. Un canal corría por debajo de él,
flanqueado por un camino a cada lado. Cientos de tuberías metálicas corroídas
revestían las paredes. El agua caía de ellas y había descolorido la piedra y el ladrillo.
Un gigantesco mosaico que ilustraba lo que podría haber sido el primarca Sanguinius,
o uno de los ángeles de la antigua religión, decoraba la pared situada por encima del
arco. La figura estaba en pie de forma que sus piernas quedaban a cada lado de la
entrada. Ragnar podía distinguir una gran sala, pero según iba recorriendo el mosaico
con la luz del hombro iban haciéndose visibles más cosas. ¿Sanguinius portaba un
gran cuerno? Ragnar pensaba que no. ¿O una espada en llamas con la que castigaba a
los demonios? Había muchas cosas aquí en las que se había equivocado el artista,
pensaba Ragnar, mientras seguía al renqueante Haegr a lo largo de la orilla del canal.
—A veces deseo estar de vuelta en Fenris. La vida parecía mucho más simple allí.
—Tal vez, pero si volvieras dudo que siguieras pensando de la misma forma.
—¿Qué quieres decir?
—Terra cambia a las personas, Ragnar. Una vez que te acostumbras a ver intrigas
detrás de las acciones de todo el mundo es muy difícil parar. Te llevarías unos ojos
distintos a Fenris cuando volvieras.
Había un extraño tono en su voz y un brillo raro en sus ojos. Se decía que la
proximidad de la muerte atraía la habilidad de predecir las cosas en algunas personas.
—Muy seguro estás de eso.
—Tengo un buen ojo para la gente, Ragnar. Lo sé. Tienes esa mirada. Has sido
marcado para conseguir grandes cosas. Ése es tu destino.
Ragnar reflexionó sobre las palabras de Haegr.
—He sido marcado para grandes catástrofes. Yo perdí la Lanza de Russ.
—No, Ragnar. Tú utilizaste la Lanza de Russ. Tú atacaste a un primarca con ella.
Te respondió. ¿Acaso crees que cualquier hombre podría lanzar un arma así? ¿Incluso
un poderoso héroe como yo?
Ragnar no se consideraba un bendecido, sino más bien un maldito. Pero había
algo similar a la envidia en la voz de Haegr. Ragnar se preguntaba si había alguna
verdad en sus palabras. No podía pensar en una respuesta. En lugar de ello, le vino
otro pensamiento. Debería intentar ponerse en contacto con sus compañeros. Conectó
el canal de comunicación, pero sólo captó estática, algo que era inusual. Haegr le
lanzó una sonrisa de complicidad.
—El repetidor de la zona no debe funcionar en este nivel.
—¿Necesitan repetidores aquí? —Ragnar estaba asombrado. Él nunca se había

www.lectulandia.com - Página 170


encontrado algo así hasta entonces.
—Sí. Algunos de los niveles fueron construidos con protecciones o materiales
que de alguna forma oponen resistencia a la red de comunicación. Es necesario estar
junto a un repetidor para utilizar la red, y éste debe de estar estropeado.
—¡Estropeado! Eso es incompetencia criminal.
—Pero ocurre. Tal vez por accidente, tal vez a propósito. Tendremos que
encontrar otro nivel o una estación repetidora.
—Vamos entonces, necesitamos volver a la superficie y ver si podemos hacer
salir a unos cuantos conspiradores.
Delante de ellos había luces. Ragnar avanzó con cautela y le hizo un gesto a
Haegr para que se quedase donde estaba. Estaba preocupado por su compañero:
parecía lento. Sus heridas eran graves, pues, normalmente, un marine ya habría
comenzado a autocurarse. Su sistema debía de estar sobrecargado intentando
mantenerle con vida. A juzgar por su palidez podría incluso fallar. A pesar de esto,
Haegr consiguió refunfuñar sobre la falta de comida.
Durante toda la larga y pesada caminata desde el estanque había estado
inusualmente callado, moviéndose despacio, como si estuviera reservando fuerzas. La
única vez que se había animado fue cuando unas grandes ratas se habían escabullido
de las luces. Había hecho incluso un intento a medio gas de agarrar alguna.
Delante de ellos se extendía una gran cámara vacía. Parecía haber sido en su día
una plaza abierta rodeada por altos edificios. Todavía había suficientes paredes,
ventanas y puertas para dar la ilusión de un aíre de realidad. Si este lugar había estado
una vez abierto al cielo, ahora estaba cubierto de plasticemento. No cabía duda de
que ahí era donde comenzaba el siguiente nivel.
Ragnar vio a muchas personas. Algunas vivían en lo que parecían grandes barriles
metálicos volcados. Otros estaban en burbujas translúcidas que parecían estar
pegadas a la parte superior de los muros. Algunos escalaban a las ventanas más altas
por medio de larguísimas escaleras metálicas. Unos pocos parecían haberse metido a
través de unos agujeros en el lateral en una inmensa tubería de metal y la habían
convertido en su hogar.
En el centro de la plaza había un pequeño edificio. Sobre el tejado destacaba una
figura con armadura que representaba al Emperador antes de que fuera enterrado en
el Trono Dorado. Era un símbolo arcaico temprano del culto imperial. Tal vez fuera
una señal de alguna rama de los Adeptus Ministorum que él no conocía. Tal vez
datara en realidad del tiempo en que el Emperador recorría las calles de este mundo.
Ragnar se preguntaba si sería mejor evitar esta comunidad. Después de todo,
podría estar aliada con la Hermandad. Pero si no era así, tal vez pudieran encontrar un
sanador. Haegr estaba en muy mal estado. Cualquier tipo de ayuda médica, sin
importar lo primitiva que fuera, era imprescindible en ese momento. Ragnar decidió

www.lectulandia.com - Página 171


arriesgarse.
Muchas figuras vestidas con túnicas y capuchas se movían por los caminos
subterráneos. Utilizaban gas metano reciclado de las alcantarillas para iluminar toda
la zona. Ragnar podía oler el gas y el proceso de reciclado; ninguno de ellos era un
regalo para su sensible nariz.
Había puertas a los lados de las paredes del túnel; algunas de ellas bloqueadas por
piezas de metal ondulado, otras, colgadas mediante cortinas. El olor a carne asada se
mezclaba con el de los quemadores de metano sobre los que se cocinaba.
La gente que estaba delante de ellos se movía lentamente. De vez en cuando se
podía ver una demacrada y esmirriada mano o cara. Quienesquiera que fueran esas
personas, no vivían en la opulencia. La mayoría de ellos tampoco estaban armados.
Esto le dio confianza a Ragnar. Éste lugar no tenía la apariencia ni el olor de un
campamento de la Hermandad.
Avanzó entre la oscuridad, seguro de que nadie lo detectaría hasta que estuviera
realmente cerca, salvo que él quisiera. Podía ver delante de él cómo se desplazaba un
pequeño y flaco hombre. Se movía con un encorvado contoneo, como si sus piernas
estuvieran arqueadas, y se ayudaba con un largo bastón tallado en hueso. Ragnar le
dio un toque en el hombro y se sorprendió al ver que el hombre daba un brinco en el
aire y pegaba un alarido. Habría salido volando si Ragnar no lo hubiera aguantado.
—Paz, extranjero —dijo—. No te deseo ningún mal salvo que tú intentes hacerme
daño.
El pequeño hombre se dio la vuelta y miró a Ragnar. La luz se reflejaba en sus
gafas redondas, convirtiendo sus ojos por un instante en círculos de fuego.
—En nombre del Emperador, dudo que sea posible para alguien como yo, señor.
Su voz era aguda y temblorosa; sus maneras, tímidas e indecisas. Sonaba mis
como un erudito o un oficinista que como un miembro de la Hermandad.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Ragnar.
—Soy Linus Serpico III, auxiliar administrativo de tercera clase en la fábrica de
engranajes número seis, como mi padre y el padre de mi padre.
Hizo una pausa de un momento y analizó sus palabras.
—Al menos lo era. Hasta que explotó la fábrica de engranajes.
—¿Explotó?
—Un desafortunado accidente industrial, señor. No desacredita a la dirección de
forma alguna. Aunque he oído que se dice que no habría ocurrido nunca si no se
hubieran gastado todo el presupuesto de seguridad en una estatuilla chapada en oro de
san Teresio para la jubilación del primer capataz.
Ragnar ladeó la cabeza, desconcertado tanto por la velocidad del confuso discurso
del hombre como por sus palabras.
Linus malinterpretó el silencio de Ragnar.

www.lectulandia.com - Página 172


—No quiere decir que preste ninguna credibilidad a unos rumores tan insidiosos
como ésos, señor. Siempre se puede encontrar a personas que verán lo peor en
cualquier cosa. Sólo porque el primer capataz, su mujer y el segundo capataz se
fueran a su propia galería privada en el subnivel cinco, no quiere decir que estuvieran
apropiándose de fondos de manera ilegal y para su propio uso.
—Si tú lo dices —dijo Ragnar. El pequeño hombre emitió un largo suspiro.
—No digo eso, desafortunadamente. Como auxiliar administrativo de tercera
clase era fatalidad mía tener que escribir y borrar los grandes libros de contabilidad,
y, si se me permite, sospecho, aunque no acuso formalmente a nadie, que hubo
algunas irregularidades.
—¿De verdad? —dijo Ragnar.
—De verdad. Y en su momento, cuando la evidencia estuviera adecuadamente
corroborada, habría estado en la posición de ponerlo en conocimiento del auditor
general de engranajes. Habría sido mi deber hacerlo, señor, y era un deber del que no
me hubiera desviado. Desafortunadamente, toda la fábrica se vio reducida a
escombros por el infortunado y mencionado estallido. Si no hubiera estado fuera en
una misión para el superintendente Faktus, señor, muy probablemente yo también
estaría ahora en lo más alto.
—Ciertamente. ¿Vives aquí?
—Sí, señor. Al menos temporalmente, aunque no me enorgullezca de ser una
persona de mejor clase, señor, que la mayoría de los que va a encontrar aquí. No soy
un indigente, pero, lamentablemente, hay pocas oportunidades para un escriba de
tercer nivel en los tiempos que corren.
—Siempre podrías considerar otros trabajos —dijo Ragnar, en tono de disculpa.
—¡Otro trabajo, señor! ¡Imposible sólo pensarlo! Mis antecesores se revolverían
en sus tumbas si aceptara un puesto de menor categoría. Soy un escriba de tercer
nivel, como mi padre y el padre de mi padre.
Ragnar estaba un poco asombrado por la feroz intensidad del discurso del
hombre. Sonaba casi como si se hubiera sentido insultado por las palabras del Lobo
Espacial.
Aunque estaba fascinado por su encuentro con un terrícola, tenía sus planes y
necesitaba seguir adelante para llevarlos a cabo.
—Tengo que conseguir un sanador, sea como sea.
—Si me lo permite, señor, es usted la representación viva de la salud, aunque sus
colmillos podrían necesitar algún arreglo por la pinta que tienen.
Ragnar emitió un largo gruñido que hizo encogerse al pequeño hombre.
—No soy yo quien necesita ayuda. Mi compañero está herido.
Linus pareció advertir a Ragnar por primera vez. Asimiló su tamaño, sus armas,
su armadura dentada y su apariencia amenazadora. Entonces se encogió de hombros.

www.lectulandia.com - Página 173


—¿Por qué no lo dijo inmediatamente, señor? Estoy seguro de que el hermano
Malburius podrá ayudarles. Vayamos a buscarle.
—Primero debo traer a mi camarada.
—Por supuesto, señor, por supuesto.
Accedió con tanta rapidez que despertó las sospechas de Ragnar. ¿Estaría
preparándoles una trampa el pequeño hombre? Con Haegr y él mismo a menos del
uno por ciento de su capacidad, las cosas se podían poner muy mal si ése fuera el
caso.
Lentamente, sosteniendo en parte a Haegr, llegaron al templo situado en el centro
de la plaza. Cuando quisieron llegar a la puerta, Haegr casi se había desvanecido.

www.lectulandia.com - Página 174


CAPÍTULO 17

www.lectulandia.com - Página 175


El hermano Malburius era un hombre alto y enjuto, con una perilla gris bien cuidada.
Su pelo también era gris y tenía la cara arrugada. Era un poco cargado de espaldas.
Vestía las ropas de los Adeptus Ministorum con un orgullo desganado. Parecía
cansado y nada feliz de ver a dos maltrechos Marines Espaciales ocupando todo el
interior de su ministerio.
—Lobos Espaciales, ¿verdad? —dijo—. Adscritos a la Casa Belisarius, sin duda.
—¿Cómo sabe eso? —preguntó Ragnar.
Sus sospechas se confirmaban. Echó un vistazo alrededor del túnel convertido en
templo. No observó nada amenazador, sólo algunos bancos recuperados, unos
gastados santos imperiales que parecían haber sido rescatados de un vertedero, y un
inmenso altar con una águila imperial grabada en relieve. El templo tenía el mismo
aspecto ruinoso que sus artefactos, pero al menos estaba limpio.
El hermano Malburius miró de cerca a Haegr y les hizo señas para que lo
siguieran hacia el interior del templo. Detrás del altar había una antecámara llena de
equipo médico de aspecto descuidado. Olía a sangre, dolor e incienso antiséptico.
Mientras él andaba, el sacerdote hablaba.
—No ha sido muy difícil. Un vistazo a vuestra armadura me indica vuestro
Capítulo, hermano Ragnar. Los Cuchillos del Lobo son los únicos Marines Espaciales
de Terra. Vuestra gente no ha sido muy popular por aquí desde la Herejía.
—¿De verdad? —dijo Haegr, sonriendo—. Nunca lo hubiese adivinado a juzgar
por la recepción que hemos tenido.
Malburius se atornilló un magnóptico en un ojo y se inclinó para examinar las
heridas del Marine Espacial. Ajustó unos botones en el altar de control e invocó al
Dios Máquina. Dos esferas de luz parpadearon hasta encenderse en cada extremo de
la mesa. Malburius sujetó unos sensores dérmicos de adivinación y encendió dos
barritas de incienso médico.
Ragnar no estaba seguro del bien que le iba a hacer todo eso, teniendo en cuenta
la armadura que cubría a Haegr y los cambios que se habían hecho en su psique
cuando se convirtió en Marine Espacial, pero no dijo nada.
En cuanto se estableció la conexión, los sensores comenzaron a oscilar a lo loco.
Malburius dio un golpe a la maquinaria con el puño y pronunció una invocación a los
espíritus técnicos que no logró ningún resultado. Metió un sensor térmico en la boca
de Haegr. Linus Serpico observaba con los ojos muy abiertos y sin decir palabra.
—No te lo comas —dijo Ragnar. Haegr hizo una mueca. El hecho de que no
hablara le indicaba a Ragnar que la situación no parecía muy prometedora. Tras unos
breves instantes, Malburius retiró el sensor y movió la cabeza de lado a lado.
—No tiene buena pinta —dijo—. Tengo que asumir que hay daños internos. Es
necesario quitar el caparazón y echar un vistazo dentro.
—¿Está seguro de que está capacitado para esto? —preguntó Haegr con una

www.lectulandia.com - Página 176


sonrisa inmutable. El hermano Malburius se quedó mirándolo.
—Si tengo que decir la verdad, no. En el seminario recibí una formación médica
básica. Puedo llevar a cabo trabajo básico de campo de batalla y todo lo necesario
para curar a mi rebaño. Nunca me enseñaron a lidiar con alguien como vosotros. A
juzgar por las lecturas de mis viejos instrumentos, cuento con encontrar todo tipo de
alteraciones de la bioforma humana básica. ¿No va a ser así?
Había un tono de desaprobación en su voz. Ragnar no estaba acostumbrado a eso
y se sintió ofendido. Haegr asintió con la cabeza. Malburius tenía un aura de
competencia que imponía respeto.
—Espero que tu hermano de batalla aquí… —indicó con un gesto a Ragnar—,
pueda muy probablemente completar cualquier cirugía de forma tan competente
como yo.
—No es eso lo que yo quería oír —dijo Haegr. Miró a Ragnar como esperando
confirmación. Ragnar conocía los aspectos básicos de la medicina de campo, pero no
era un cirujano con práctica—. Aunque probablemente tenga más experiencia que yo
—confirmó.
—He tenido un montón de práctica aquí abajo. Siempre hay accidentes y peleas y
no hay nadie más para remendar a la gente.
Haegr tenía la mirada de alguien que se estaba debilitando rápidamente. Escondía
el dolor al sacerdote pero Ragnar podía sentirlo. También sentía que Malburius estaba
nervioso y que estaba intentando retrasar la operación tanto como pudiera. Ragnar
llegó a una rápida decisión.
—Haga lo que necesite hacer. Yo le ayudaré en todo lo que pueda.
Malburius asintió con la cabeza y se acercó al armario más cercano. Le habló
directamente a Haegr.
—Tengo analgésicos, somnabulíum y útiles quirúrgicos. Puedo dejarle
inconsciente y…
—No será necesario —protestó Haegr—. Comience de una vez. Un héroe tan
poderoso como yo no se arredra ante un poco de dolor.
—Ah, la famosa dureza de los Marines Espaciales —exclamó Malburius. Luego
miró a Linus—. Amigo Serpico tráeme agua hervida y purificada, mucha agua. —
Entonces se dirigió a Ragnar—. Tal vez pierda mucha sangre. Dudo que vuestro tipo
de sangre sea muy común entre la gente de aquí. Tal vez necesite una transfusión.
Ragnar sabía de qué estaba hablando. Muchos tipos de sangre eran incompatibles.
Afortunadamente, todos los Lobos Espaciales compartían el mismo tipo. Era parte del
proceso que los convertía en Lobos.
—Puede utilizar la mía —dijo. Malburius asintió con la cabeza y se dirigió a un
extraño artilugio de tubos translúcidos y bombas de fuelle. Lo desplazó hasta la larga
mesa.

www.lectulandia.com - Página 177


—No me llaman mucho para este tipo de cosas. Normalmente se trata de
apendicectomías, partos o amputaciones después de caídas de tejados. Vosotros
habéis estado en el campo de batalla. —No era una pregunta, aunque la hizo sonar
como si lo fuera.
—Hemos luchado con parte de la Hermandad de la Luz y su profeta. —Ragnar
quería que eso quedara claro. Si Malburius tenía cualquier clase de simpatía por los
herejes, quería saberlo antes de que el hombre estuviera encima de Haegr con un
bisturí láser en la mano. Malburius sólo asintió con la cabeza.
—Me preguntaba cuánto tardaría alguien en tomar medidas contra ellos —dijo el
médico—. Han estado aumentando sus efectivos en la zona desde hace tiempo. Ya
era hora de que alguien hiciera algo.
El hombre era astuto y buscaba información. Ragnar no podía ver nada positivo
en contradecirle o en estar de acuerdo con él, así que se quedó callado.
Malburius dio un golpe en la mesa y miró a Haegr.
—Tenemos que quitar el peto —dijo.
Haegr murmuró una maldición y se mordió los labios mientras lo hacían. Sus
grandes colmillos debieron haberlo hecho doloroso. Ragnar podía ver que la capa de
filamento negro estaba muy dañada. Había enormes agujeros a través de los que se
podía ver la carne rosada, el hueso blanco y los relucientes órganos internos.
Linus entró portando un caldero de agua humeante, y Malburius se lavó las
manos y las roció con un producto químico diseñado para matar las esporas de las
enfermedades. Provenía de un estuche militar estándar marcado con el águila
imperial. Conectó a Ragnar y Haegr a la máquina de transfusión de sangre de forma
rápida y competente.
—No hay red eléctrica por aquí cerca, hermano Ragnar —dijo—, así que debes
hacer funcionar la máquina. Si es necesario, debes hacer funcionar la bomba con el
pie. Si el dolor se hace intenso, dilo y el amigo Linus tomará el relevo.
Linus no parecía nada contento de estar allí.
—Soy un escriba de tercera clase, no un auxiliar médico —dijo.
—Aun así —dijo Malburius—, vas a ayudar. La vida de este hombre puede que
dependa de ello. Y créeme, el Imperio valora mucho más su vida que la tuya. ¿No es
así, Lobo Espacial?
Ragnar gruñó. Linus tragó saliva profundamente de una forma que no inspiraba
confianza, pero asintió con la cabeza. Malburius se arrodilló y ofreció una oración al
Emperador, y luego tomó el bisturí láser. Ragnar se inclinó hacia adelante observando
de cerca, listo para cualquier contingencia y preparado para afrontar cualquier
amenaza. Si Malburius intentaba una traición, moriría por ello. Ni siquiera aquel
laberinto de estrechas tuberías iba a detener a Ragnar.
Malburius no emitía señal alguna de que fuera consciente de lo cerca que estaba

www.lectulandia.com - Página 178


de una muerte violenta. Desatornilló el magnóptico y se puso las gafas de seguridad
de grueso cristal ahumado. Ragnar podía ver que contenían algún tipo de sistema
óptico de aumento. Levantó el bisturí láser y tocó la runa de activación. Un rayo de
pura e intensa luz se activó. Era más o menos del largo de una mano.
Malburius torció el mango del bisturí y el rayo se acortó. Se inclinó hacia
adelante y comenzó lenta y cuidadosamente a cortar el caparazón. Luego hizo una
incisión en la carne para dejar al descubierto los órganos internos que estaban debajo.
Haegr dio un respingo. El olor a carne chamuscada inundó el ambiente.
Malburius se movía con mucho cuidado. Era obvio que el sacerdote estaba
acostumbrado a tratar con humanos normales, y había mucho en el esqueleto de la
anatomía de un Marine Espacial que, aparentemente, le confundía. Los huesos eran
más gruesos y estaban reforzados para ser tan fuertes como el acero. Las costillas
eran mucho más anchas y planas que las de un mortal, diseñadas para proporcionar
una capa adicional de blindaje sobre los órganos vitales internos. La mayoría de éstos
estaban en sitios diferentes, entremezclados con injertos que no existían en el cuerpo
de un humano.
—¿Está seguro de que sabe lo que hace, sacerdote? —preguntó Haegr, apretando
los dientes. El sudor le cubría la frente—. Le tengo mucho cariño a mi abdomen. Me
ha llevado mucho tiempo llevarlo a las cotas de perfección que ostenta ahora. No me
gustaría que redujera mi contorno tan masculino.
—Tal vez te gustaría hacerlo tú mismo —dijo el hermano Malburius. Movió la
cabeza y chasqueó la lengua—. Esto es lo que pasa por dejar que el paciente se
mantenga consciente —añadió.
—Tal vez podría echarme un sermón, sacerdote. Normalmente me duermen
bastante rápido.
—Y también la blasfemia —dijo Malburius—. No sería de extrañar que al
Emperador le conviniera retirarte sus favores.
Mientras hablaba, el misionero se inclinaba hacia adelante y echaba a un lado el
riñón oolítico. Ragnar podía ver que estaba inflamado. La sangre brotaba de varios
sitios. Las heridas no tenían buena pinta. Se lo señaló a Malburius.
Con rapidez el sacerdote movió el bisturí láser hacia las perforaciones y con la
habilidad que dicta la práctica las cauterizó. Haegr apretaba los dientes. Se estaba
quedando más pálido, pero no dio ni un solo grito. Malburius lo miró, pero el Lobo le
hizo un gesto para que continuara.
El sudor chorreaba de la frente de Haegr. Ragnar lo estudió de cerca,
preguntándose si su amigo lograría permanecer consciente.
Haegr se sumió en un completo silencio, como si se estuviera concentrando en
preservar todas sus fuerzas para un esfuerzo sobrehumano que pudiera necesitar. Su
respiración sonaba extraña hasta que Ragnar se dio cuenta de que era la suave flexión

www.lectulandia.com - Página 179


de los propios pulmones. Malburius se acercó a ellos y les fijó unos cables de
succión. La sangre pasaba al tubo de plasmita translúcida según salía. Ragnar sintió
un ligero picor cuando su sangre empezó a ser succionada. Haegr estaba perdiendo
rápidamente la preciosa sustancia roja. Aun así no ofreció señal alguna de queja.
La ligera arcada que tuvo indicaba que Linus Serpico estaba encontrando difícil
conservar la confianza. Obviamente no estaba acostumbrado a afrontar situaciones
como ésta.
El hermano Malburius respiró profundamente y se inclinó hacia adelante. Era
evidente que había encontrado algo mal. Alargó una mano y llevó por el aire un poco
de incienso antiséptico a la zona. Haegr emitió un quejido ahogado. Malburius volvió
a inclinarse y comenzó a dibujar cuidados movimientos expertos con el bisturí.
—Arteria sellada —murmuró—. Veamos qué más podemos encontrar.
Con los dedos, continuó explorando la herida con cuidado. Ragnar se mantuvo en
silencio hasta que el sacerdote pareció satisfecho.
—Eso es todo lo que puedo hacer —dijo, y comenzó a cerrar, cauterizando
cuidadosamente las heridas y sellándolo con piel sintética—. Yo recomendaría a la
mayoría de las personas que se quedaran los próximos días en cama, pero vosotros
sois Marines Espaciales. He oído muchas cosas vuestros milagrosos poderes
curativos. Ahora empiezo a creerlo. Buena parte de los daños internos se estaban
curándose solos incluso cuando estaba operando. Sólo las grandes perforaciones
necesitaban un arreglo, aunque lo necesitaban desesperadamente, y un testimonio a la
grandeza y a la bondad del Emperador.
—Si usted lo dice —dijo Haegr abriendo los ojos y eructando—. Yo más bien
creo que es un testimonio de mis heroicos poderes de recuperación.
Ragnar meneó la cabeza. Incluso estando débil, Haegr era incorregible.
—Es hora de empezar a cerrarte —dijo Malburius. Sólo entonces se permitió
parecer nervioso. Ragnar vio cómo tragaba saliva. Se puso manos a la tarea de forma
rápida y precisa.
—¿Qué sabe de la Hermandad? —le preguntó a Malburius mientras el hombre
trabajaba.
—Se autodenominan «los justos», y sí que están llenos de un justo odio.
—¿Está de acuerdo con ellos?
—Ellos prefieren interpretar las palabras del Emperador de una forma tal que se
ajuste a sus prejuicios.
—¿No permitirán la vida de los mutantes? —preguntó Ragnar.
—Sí, pero extienden sus redes con demasiada facilidad.
—¿Qué quiere decir?
—Odian a aquellos a quienes el Emperador ofrece refugio, a aquellos a quienes él
ha ofrecido el manto de su protección.

www.lectulandia.com - Página 180


—¿Los Navegantes?
—Sí, los Navegantes.
—¿Cree que están equivocados?
—Si el propio Emperador decide proteger a los Navegantes, ¿quiénes son ellos
para contradecirle? Me parece a mí que combinan los pecados de la ira y el orgullo.
Son arrogantes.
—Sin embargo, no parece que les falten seguidores.
—La gente lega en la materia es siempre fácil de inducir al error. Por eso mis
hermanos y yo debemos continuar el gran trabajo aquí, sobre la sagrada tierra de
Terra. Incluso en este lugar, a pesar de todos mis esfuerzos, hay simpatizantes.
La voz del hombre respiraba una obvia sinceridad cuando hablaba de la
naturaleza sagrada del mundo natal de la humanidad. Inspiraba respeto, aunque
Ragnar no estuviera de acuerdo con él. Mientras escuchaba, Ragnar miraba
constantemente a las puertas, al igual que el sacerdote mientras suturaba y reparaba la
carne de su colega. Daría una calurosa bienvenida a cualquier simpatizante de la
Hermandad de la Luz si se le ocurría importunarlos.
—Le agradecemos su ayuda, hermano —dijo Ragnar. Miró a Haegr. El
grandullón había recuperado algo de color—. Ahora tenemos que llegar a la
superficie.
—Eso no será fácil —dijo Malburius—. Son muchos días de marcha hasta el gran
conducto de acceso y una larga ascensión desde allí. Yo lo sé bien. He realizado el
viaje de bajada.
—Es algo que tenemos que hacer —dijo Ragnar—. Tenemos trabajo que hacer
allí arriba.
—Os lo enseñaría yo mismo, pero mis deberes me reclaman. Linus os lo
mostrará, estoy seguro.
—No soy un guía —replicó Linus—. Mi familia nunca rebajaría a una función
como ésa.
—Me parece a mí que ya no tienes el empleo de escriba —contestó el sacerdote
—. Y me parece a mí que estos hombres trabajan para el Emperador. Debes
ayudarlos.
Ragnar añadió algo más.
—Estoy seguro que la Casa Belisarius podrá encontrar trabajo para un escriba de
tercera clase de confianza, si quisieras ayudarnos —dijo.
—No estoy seguro —replicó Linus—. Mi puesto era sólo para la fábrica imperial
de engranajes número seis. No sé si se puede transferir a los niveles superiores.
—Tal vez merezca la pena averiguarlo —dijo Ragnar—. No tienes nada que
perder y todo que ganar.
Linus parecía indeciso. Ragnar iba a pedir al hermano Malburius un guía menos

www.lectulandia.com - Página 181


timorato cuando habló el hombre pequeño como un pájaro.
—Muy bien, lo haré —parecía estar dirigiéndose tanto a sus orgullosos
antecesores como a los Lobos—. Haré todo lo que tenga que hacer para recuperar mi
acostumbrada condición en la vida.
—Y puede que la mejores —insistió Haegr, levantándose de la mesa. Había
comenzado a aplicar ceramita de reparación a su peto, remendando de forma
temporal los agujeros hasta que pudieran encontrar a alguien que pudiera reparar la
armadura. Linus parecía un poco asustado.
—Puede que incluso eso —asintió en un tono que sugería que se sentía
horrorizado por su propio atrevimiento.
—Descansad aquí durante unas horas —ofreció el hermano Malburius—. Os
proporcionaré provisiones para el viaje.
—No tenemos ninguna necesidad de provisiones —dijo Ragnar.
—No, pero el hermano Linus sí.
—Como yo —protestó Haegr—. Después de todo, Ragnar, han pasado horas
desde que comí algo y necesito recuperar mi poderosa fuerza.
—Por favor, esperad aquí —dijo el sacerdote. Parecía asombrado de que Haegr
pudiera hablar de comida tan poco tiempo después de la cirugía—. Cuantas menos
personas os vean, menos cosas se dirán. Sin duda ya se habrá corrido la voz de la
llegada de unos extranjeros por todo el lugar. —Salió dando grandes zancadas.
Ragnar lo observaba mientras se alejaba, sin poder decidir qué hacer. Las dudas
se agolpaban en su mente. ¿Y si el sacerdote se hubiera confabulado con los
hermanos? ¿Y si hubiera ido a avisarlos? Rechazó esos pensamientos de inmediato.
Malburius no parecía ese tipo de hombre. Su olor lo marcaba como alguien en quien
confiar. No había mostrado ningún signo de duplicidad. Incluso aunque fuera a
traicionarlos, no importaba. Ragnar se sentía seguro de que podría afrontar cualquier
amenaza. Se sentó para esperar pacientemente, manteniendo un ojo sobre sus
compañeros.
Haegr se quejaba del hambre que tenía y se jactaba del número de miembros de la
Hermandad que había matado en combate cuerpo a cuerpo. Linus Serpico lo miraba
cada vez más preocupado mientras el inmenso marine deambulaba de un lado a otro.
Era obvio que le estaban entrando dudas sobre el viaje en compañía de los lobos. Para
distraer al pequeño hombre, Ragnar le hizo una pregunta.
—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar al conducto?
—Dos turnos de sueño como mucho —dijo Linus—. Si andamos deprisa y
evitamos a los que acechan en la oscuridad.
—¿Los que acechan en la oscuridad?
—Los hay de muchos tipos. Grandes arañas. Ratas gigantes. Hombres caníbales
que no respetan la ley del Emperador.

www.lectulandia.com - Página 182


—¿Quién lo habría pensado en la sagrada Terra? —dijo Haegr con socarronería.
—Ahora estamos muy por debajo de la sagrada Terra y lejos de aquellos que
hacen respetar la ley del Emperador.
—Nosotros la hacemos respetar —dijo Ragnar—. Y te protegeremos.
—Pero ¿cómo voy a volver? —preguntó Linus.
—Creí que venías a la superficie con nosotros para buscar empleo en la Casa
Belisarius.
Linus parecía no estar muy seguro una vez más. Parecía tener grandes recelos.
«Cómo puede ser que mi destino se encuentre entrelazado con un ratón como
éste», pensaba Ragnar, pero desechó la pregunta. Linus Serpico no era un hijo de
Fenris, él no había sido criado para la batalla y la guerra. Parecía como si una simple
y corta marcha desde este destartalado lugar fuera una gran aventura.
De repente, Ragnar se dio cuenta de que para Linus lo sería. En su esquema de
cosas, éste era un viaje increíble. Una vez lo había sido para Ragnar también. Hubo
un tiempo, no hace mucho, en el que él no había salido nunca de los Puños de
Trueno. Entonces, el mero concepto de un viaje interestelar hubiera sido
incomprensible. Sonrió para sí, y, por extraño que parezca, eso pareció tranquilizar al
pequeño hombre.
—Por supuesto, iré con vosotros —dijo—. Por supuesto, me protegeréis.
Sonaba como si necesitase que lo tranquilizaran, de modo que Ragnar asintió con
la cabeza. Tal vez tuviera razón para estar preocupado, a pesar de la distancia
relativamente corta. No cabía duda de que este vasto mundo subterráneo estaría
plagado de peligros. Tal vez Ragnar se equivocara estando demasiado confiado.
Después de todo, la Hermandad de la Luz los estaba buscando. Y quizá habría otros
muchos. Se encogió de hombros. Todo lo que podía hacer era prepararse para lo peor
y, como Marine Espacial que era, él siempre lo estaba.

www.lectulandia.com - Página 183


CAPITULO 18

www.lectulandia.com - Página 184


El hermano Malburius volvió con comida. Su chupada cara barbuda tenía una
expresión pensativa. Ragnar podía adivinar por su olor que estaba intranquilo. Podía
sentir que Haegr respondía también a ello. En el breve tiempo que el sacerdote había
estado fuera ya había comenzado a recuperarse. Malburius inspeccionó a Haegr.
—Impresionante —murmuró—, ya está en pie.
—No se puede esperar menos de un gran héroe de Fenris —dijo Haegr—. ¿Tiene
algo para comer?
—¿Qué ocurre, hermano Malburius? —preguntó Ragnar—. Parece un poco
nervioso.
—Algunos de los hombres han desaparecido. Puede que no sea nada. Puede que
se hayan ido a cazar arañas.
—Pero también puede que no…
—Los que han desaparecido, Burke, Smits, Tobin y los otros, son los que más
atendían las doctrinas de la Hermandad.
—¿Cree que es posible que hayan ido a ponerse en contacto con los zelotes?
—Digamos que no descarto esa posibilidad.
—¿Estará seguro si se queda aquí?
—No le hará ningún bien a la reputación de piadosa de la Hermandad si
comienzan a matar sacerdotes, ¿verdad? —Su voz era firme, pero Ragnar podía
percibir que no estaba tan seguro como parecía. Aun así, estaba decidido a quedarse
con las personas a su cuidado. Malburius era ciertamente un hombre valiente—. ¡Es
mejor que os vayáis! El camino hasta la superficie es largo.
—¿Está seguro de que no desea venir con nosotros?
—Mi trabajo está aquí. Mi gente está aquí. Debo continuar impartiendo la palabra
del Emperador entre ellos.
—Entonces, que el Emperador le proteja —dijo Ragnar.
—Y a ti también, Lobo Espacial.
—¿Qué pasa con la comida? —reclamó Haegr—. Un hombre puede morir de
hambre en este sitio.
—No estoy muy seguro de que debas comer —dijo Malburius en broma.
—Así que sigue la tortura —dijo Haegr.
El sacerdote sacó barras de pan y un montón de misteriosa carne que olía a rata
gigante. A Haegr no le importó y lo comió con deleite.
—Deberías reservar algo para el viaje —dijo Malburius—. Esto es todo lo que he
podido encontrar.
Ragnar asintió con la cabeza y comenzó a revisar las armas. Nunca estaba de más
saber que estaban en perfectas condiciones antes de entrar en un territorio
potencialmente hostil. Haegr continuaba comiendo mientras Linus Serpico lo
observaba atónito. Al menos, a Haegr le dolían menos las heridas.

www.lectulandia.com - Página 185


—¿Qué crees que le puede haber pasado a Torin? —preguntó Ragnar.
—Probablemente ha encontrado un espejo en algún sitio y está ocupado
admirándose —dijo Haegr—. La vanidad de ese hombre es incontenible.
Ragnar podía ver por su olor que Haegr estaba más preocupado por su amigo de
lo que dejaba traslucir.
—No como la tuya —dijo.
—Mi orgullo por mis gestas viriles está completamente justificado —replicó
Haegr, antes de emitir un atronador eructo. Hizo una pausa durante un instante para
una secuela, pero cuando nada ocurrió continuó comiendo.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Ragnar.
Los estrechos corredores estaban vacíos y muy tranquilos. Ragnar podía oír
movimientos furtivos a su alrededor. Sabía que aquellas personas estaban intentando
observarlos sin ser vistas. No había nada amenazador en los ruidos o en los olores. La
gente simplemente estaba nerviosa por la presencia de los desconocidos, y Ragnar
entendía por qué. Eran pobres, estaban mal alimentados y desarmados, dos inmensos
Lobos Espaciales debían de intimidar mucho. Haegr y él debían de ser para ellos
como los demonios legendarios de la Herejía de Horus. Era un extraño pensamiento
que lo irritaba en lo más profundo.
—Mira cómo se esconden las ratas en sus agujeros —se mofaba Haegr con su
habitual falta de sensibilidad—. ¡No os preocupéis, no os haremos daño!
«Tus modales no van a ser nada útiles para mejorar la impresión que tienen de
nosotros», pensó Ragnar.
Haegr sintió su desaprobación y se tranquilizó. Se limitó a divagar sobre lo que
haría si se encontraba con alguien de la Hermandad de la Luz. Mostraba una
considerable imaginación en sus descripciones de mutilaciones. Linus Serpico
comenzó a parecer intranquilo. Y cuanto más empeoraba su apariencia, más
vociferaba Haegr. El Lobo Espacial estaba disfrutando de la incomodidad del
pequeño hombre.
A pesar de sus palabras, Ragnar seguía preocupado. Sólo habían pasado unas
pocas horas desde la cirugía y el gigantón no estaba en plenas condiciones para la
lucha. Se movía lentamente, aunque sus grandes zancadas le permitían seguir a Linus
Serpico.
Ragnar contempló los alrededores. Estaban muy abajo y el aire olía a humedad y
a cerrado. En algún lugar lejos de allí los antiguos sistemas debían de estar
funcionando para mantenerlo en marcha, aunque todo tenía un olor a rancio.
Todo lo que había alrededor eran antiguos edificios enterrados y fragmentos de
murales pintarrajeados que hablaban de un tiempo en el que estas calles puede que
estuvieran expuestas al viento y al sol. A juzgar por su profundidad, eso debía de
haber sido cuando Terra tenía mares de aguas abiertas y no de fangos tóxicos.

www.lectulandia.com - Página 186


Algunos mostraban una especie de velero que no habría estado fuera de sitio en las
aguas de Fenris. Costaba imaginar que esto hubiera ocurrido alguna vez. Ragnar se
preguntó cuántos pies habrían hollado aquellas piedras antes que él, marcando esos
suaves surcos en la misma superficie. Demasiados para contarlos. El peso de la
historia lo agobiaba tanto como el peso del terreno que tenían encima de sus cabezas.
Se sentía atrapado y claustrofóbico, y no por primera vez en su vida.
Observó que su intranquilidad se había transmitido a Haegr, ya que éste había
alzado la cabeza y estaba echando un vistazo alrededor. Cuando dejaban atrás la
poblada madriguera, Ragnar se dio cuenta de que el sitio se había vuelto a animar. La
gente parecía tímida y temerosa, de tal forma que incluso Linus Serpico parecía más
osado. Ragnar se preguntaba si estaban escondiendo algo, un estigma de mutación,
pero no pudo captar nada en los rastros de olor que emitían, y estaba seguro de que
Malburius nunca lo hubiera tolerado, a pesar de su aceptación de los Navegantes.
Eliminó todos los pensamientos de su cabeza sobre la gente que estaban dejando
atrás. Era mejor concentrarse en lo que le rodeaba y en su destino.
Los corredores se estaban haciendo cada vez más estrechos y opresivos. En
algunos lugares eran simples túneles, excavados y soportados por trozos de vigas
rotas y plastiacero reciclado. Eran restos de techos caídos hacía tiempo. El hecho de
que hubiera tan pocos era un testimonio de la maestría de los antiguos constructores.
El sentido común indicaba que ningún arquitecto de Terra habría construido nada que
no pudiera sustentar la nueva estructura. La pregunta real era por qué lo habían
hecho. ¿Por qué todos estos niveles acumulad durante siglos? ¿Qué los había
empujado a construir sobre que debían haber sido casas, palacios y almacenes
perfectamente válidos? Soltó una maldición. La curiosidad era su tormento particular,
como el hambre de Haegr. Se lo preguntó a Linus Serpico.
El pequeño hombre se quedó mirándolo como un gorrión miraría a un halcón.
—No lo sé —respondió—. Pero lo más probable es que fuera la presión de la
población o de la economía. Las crónicas cuentan cómo las estructuras inferiores
estaban todavía ocupadas incluso cuando se estaban construyendo las nuevas.
—¿Presión económica? —preguntó Ragnar. Entendía la presión de la población.
Había visto los mundos del Imperio donde se agolpaban miles de millones en
inmensas ciudades colmena, pero le era más difícil llegar a entender el concepto de
presión económica.
—El terreno es muy valioso aquí —dijo Linus, no sin cierto orgullo—. El más
caro de la galaxia. Cada metro cuadrado está escriturado y transferido a alguien: una
casa navegante, un gran noble de los Adeptus, una orden religiosa. La venta es rara.
Los alquileres son altos. Cuando no se puede construir hacia los lados, se construye
hacia arriba. Constantemente se están añadiendo nuevos niveles.
Ragnar entendía de economía lo bastante como para decirle una cosa.

www.lectulandia.com - Página 187


—Seguramente eso debería reducir el valor de la tierra de debajo.
—¡Eso pensaría cualquiera! Pero no, simplemente cobran más por el nuevo
espacio de arriba. Con el tiempo, después de milenios, se acaba con sitos como éste.
Los listados de alquileres deben de ser fascinantes. Algunos de ellos datan de hace
más de diez milenios.
Ragnar supuso que habían abandonado la zona de las madrigueras y que la gente
que vivía allí eran ocupantes ilegales que no pagaban nada. Linus lo corrigió en
seguida.
—No, pagamos renta. No mucho para lo que se estala hoy en día, pero pagamos
de acuerdo con los plazos acordados. Los cobradores siguen viniendo y anotando
nuestros pagos en el libro de registros. Un trabajo interesante para un escriba, llegas a
ver un poco de mundo.
—No es que sea la parte más atractiva —dijo Haegr—, a juzgar por este sitio.
—Supongo que no —dijo Linus—. Pero, claro, usted ha vivido en la superficie.
Sonó como si estuviera hablando de algún planeta distante y lujoso, no aquel que
estaba directamente encima de sus cabezas. Otra profunda impresión se grabó en la
memoria de Ragnar: había un número incontable de generaciones que vivían y
morían aquí sin ver el cielo o el sol. Comenzó a sentir lo dichoso que era por haber
nacido en Fenris, a pesar de los peligros.
—Pronto verás la superficie —dijo Ragnar.
—Cierto —dijo Linus. Sonaba esperanzado y asombrado de su propia temeridad.
Avanzaron entre la penumbra. Las luces de las hombreras de los Lobos
parpadeaban automáticamente cuando entraban en zonas de oscuridad. Ragnar no se
molestó en suprimirlas desconectando los controles automáticos. Quería algo de luz
para ver, y estaba seguro de que sus ojos se beneficiaban más de las luces que los de
un hombre normal. Además, si alguien se acercaba por aquellos tortuosos corredores,
él se daría cuenta con tiempo para apagar las lámparas si fuera necesario.
En algunos sitios los techos eran tan bajos que Ragnar tuvo que agacharse y
Haegr casi arrastrarse para poder pasar. Linus no tenía esos problemas. Ragnar se
preguntaba si su pequeño tamaño se trataba de algún tipo de adaptación al medio más
que producto de una pobre dieta.
Sonrió. Hubo un tiempo en el que no se habría preocupado de cosas como éstas,
pero el extraño conocimiento que las maquinas didácticas de Fenris habían
introducido en su cerebro escogía los momentos más raros para salir a la superficie.
Había algunos leves olores a animales a su alrededor, y comenzó a ver pequeños
agujeros en las paredes; lugares de donde emergían grandes ratas salvajes que se
parecían más a comadrejas que a ratas, con un brillo maligno en sus ojos. Miraron a
los tres compañeros como si quisieran saber si eran comestibles. Linus retrocedió,
pero las criaturas reconocieron la amenaza que representaban los Lobos y no

www.lectulandia.com - Página 188


atacaron. Probablemente advirtieron el hambre de Haegr. Era más factible que el gran
hombre se las comiera que ellas pudieran hincarle el diente a él. Probablemente la
ceramita tampoco olía de una forma especialmente apetitosa. Sin embargo, un rico
bocado de Linus Serpico sería totalmente diferente.
Las personas normales como Linus vivían en un mundo distinto, donde incluso
estos roedores podían constituir una amenaza. A su apocada manera, el escriba estaba
mostrando más valor haciendo ese viaje que cualquiera de los dos Lobos Espaciales.
Linus estaba arriesgando su vida. No eran sólo las ratas, sino las enfermedades que
pudieran portar, los venenos de las aguas contaminadas, cosas a las que él no era
inmune. Cuando hicieron que los acompañara, pusieron sus necesidades por delante
de su vida. Ragnar se preguntó si Linus se daba cuenta de esto y lo grande que era en
realidad su valor.
«Todo es relativo», pensó Ragnar. Se dio cuenta de que se estaba acercando
peligrosamente a la herejía. El Imperio se había construido sobre valores absolutos: la
absoluta verdad de la palabra revelada del Emperador, el mal absoluto del Caos y de
la mutación al que deben oponerse los defensores del orden. Todo eso formaba la
base de la fe imperial.
No era necesario que comenzase a pensar en términos de relatividad; ese camino
conducía a la debilidad y a lo peor. La verdad era que todo hombre, mujer y niño
tenía un lugar en el orden del universo. Era decisión de Ragnar interponerse entre la
humanidad y sus enemigos. El lugar de Linus era poner por escrito los hechos y las
cifras. Sólo se les habían concedido los dones de fortaleza y coraje proporcionados a
sus responsabilidades. No era necesario mirar más allá.
El gran edificio del Imperio había durado diez mil años y duraría otros diez mil
más siempre que los hombres se adhirieran a sus firmes creencias. El Emperador y
los primarcas habían decidido todo lo que merecía la pena decidir en el inicio de su
historia. Así eran las cosas. No era necesario comenzar a atribuir más valor a Linus
del que tuviera, o de menospreciar a Haegr o a él mismo por ello. Haegr y él eran más
valiosos para el Imperio que Linus y un centenar como él.
Y, sin embargo, parte de él pensaba de esa forma. Tenía el defecto de tener que
batallar con las ideas. No todas las herejías eran evidentes: las más peligrosas eran las
más sutiles. El orgullo era el mayor de los pecados, el que había llevado por mal
camino al Señor de la Guerra. El orgullo en la mente era el peor de todos, y Ragnar
sufría precisamente de eso. Necesitaba charlar sobre ello con un Sacerdote Lobo
cuando viera uno. Y se daba cuenta de que habría penitencia.
Haegr poseía una simple aceptación de todo lo que ocurría a su alrededor y una
sencilla fe en la justicia de las viejas formas, pero Ragnar estaba siendo hipócrita. Él
no era como Haegr y no le gustaría serlo.
«Otra vez el orgullo —pensó—. No hay escape».

www.lectulandia.com - Página 189


Sus sentimientos eran, en parte, una reacción a estar en sagrada Terra. Él esperaba
algo especial, un fulgor de santidad, el toque de lo divino, como había experimentado
en el santuario de Russ en Garm. En lugar de eso, había encontrado política,
corrupción y pasillos que se desmoronaban. Lo embargaba una profunda sensación de
decepción.
—Creo que ahora debemos ir hacia la izquierda —dijo Linus. Habían llegado a
una bifurcación. Un camino llevaba hacia arriba y a la izquierda; el otro, hacia abajo
y a la derecha. Desde ambos venía un aire mohoso, húmedo y malsano y flotaba un
olor a óxido y a viejas máquinas.
—¿Eso crees? —dijo Haegr—. Eso es tranquilizador.
—Ha pasado mucho tiempo desde que hice este camino, lo recorrí en el sentido
contrario.
—Eres un guía excelente —dijo Haegr. Sonaba malhumorado. Ragnar lo achacó
al dolor.
—Estoy seguro de que tienes razón —dijo Ragnar, subiendo a grandes zancadas
por la desmoronada escalera, para asombro de Haegr.
Se hacía evidente que había bastante gente a su alrededor. Aquéllos ruinosos
corredores estaban tan llenos de gente como el queso podrido lo está de gusanos.
Estaban apretujados en los rincones y ranuras, intentando tímidamente evitar ser
vistos por los marines, pero ignorantes del poco éxito que tenían. Había mujeres,
niños y ancianos. Se sentaban junto a trampas, que inspeccionaban buscando ratas y
grandes insectos para comérselos; bombeaban aguas sucias de depósitos de agua y se
movían silenciosamente como sombras y fantasmas. Eran los pobres desposeídos de
aquel antiguo planeta.
De vez en cuando, Ragnar olía a alcohol. Siempre iba acompañado por el sonido
de risas ahogadas y conversaciones en voz baja. Aquí abajo había tabernas del tipo
más básico, donde los fabricantes de cerveza fermentaban las bebidas a partir de
residuos azucarados y los mezclaban con agua contaminada. Todo aquí recordaba el
mundo más brillante de la superficie. Éstas personas puede que fueran también
fantasmas en los tiempos antiguos, pensaba, por toda la vida que había en ellos. El
viaje había adquirido una extraña cualidad. Era como un viaje a través de otra vida, o
de una primitiva civilización en la que las sombras de los ausentes se alimentaban del
polvo y celebraban extrañas parodias de las tareas que habían realizado en vida.
Avanzaron a través de la penumbra espectral y Ragnar se sintió lleno de un
creciente sentimiento de intranquilidad. Deseaba tener más hermanos con él. Se
preguntaba dónde se encontraría Torin. Las sombras no daban ninguna respuesta.

www.lectulandia.com - Página 190


CAPÍTULO 19

www.lectulandia.com - Página 191


Los pasillos se ensancharon y comenzaron a parecerse más bien a avenidas. Unas
viejas estatuas, deslustradas y polvorientas, desconchadas por el paso del tiempo, se
alineaban a lo largo de lo que antaño había sido una calle. La inquietud de Ragnar
aumentó, y notó por el olfato que Haegr, a pesar de su comportamiento desenfadado,
también estaba cada vez más tenso. El enorme Lobo Espacial había comenzado a
cojear de la pierna derecha de nuevo. Ni siquiera los afamados poderes curativos de
un Marine Espacial podían convertirlo en inmune a las consecuencias de las heridas.
Ragnar alzó la cabeza y olisqueó el aire. Algo le hacía sentirse desconfiado.
Avanzó con cuidado y examinó una estatua. La figura llevaba una túnica como las
de los miembros del Administratum, y sin duda representaba a un héroe olvidado de
una guerra pasada. Tenía un libro en la mano izquierda y un bólter en la derecha, al
extremo del brazo extendido. Ragnar se preguntó quién sería. ¿Fueron los ciudadanos
quienes erigieron la estatua en su honor, o lo hizo él para convertirla en un
monumento a su vanidad? Todo aquel lugar parecía un almacén de monumentos a
luchas olvidadas y a personas no recordadas.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Linus Serpico con el mismo tono de voz que
utilizaría una persona a la que un médico le acabara de comunicar que tenía una
enfermedad incurable.
—No lo sé —contestó Ragnar—, pero algo anda mal.
—Es mi estómago —contestó Haegr—. Cree que me han rebanado el gaznate.
—Puede que lo hagan si no te callas.
—No estoy seguro de que me guste el tono de tu voz, jovencito. Creo que voy a
tener que darte una buena paliza.
Haegr no había dejado de observar con atención los alrededores. Ragnar pensó
que, después de todo, quizá tenía un cerebro ágil y despierto debajo de aquella
apariencia de bruto sin inteligencia.
—¿Qué es lo que pasa? —repitió Linus.
Su voz mostraba una desesperación aún mayor. Ragnar se fijó en que había
sacado una pequeña navaja. Le sería tan útil contra la armadura de un Lobo Espacial
como la espada de juguete de un niño. Sin embargo, a lo mejor podría herir a algunos
de los enemigos si se acercaba lo bastante. Ragnar no se imaginó al pequeño escriba
esgrimiendo y utilizando aquello. No le había gustado ni la visión ni el olor de la
sangre.
—Metal de armas —dijo Haegr. Su sentido del olfato era increíblemente agudo.
Debía de ser muy útil para descubrir comida—. ¿Qué hacemos?
A Ragnar le sorprendió que le preguntara. Se encogió de hombros y esperó.
Necesitaba tener más información antes de poder tomar una decisión. Percibía gente a
lo lejos, pero sus movimientos tenían cierta cualidad de furtivos. Parecía que
estuviesen intentando avanzar con rapidez pero a la vez con cautela. Era el sonido de

www.lectulandia.com - Página 192


los soldados que estaban de patrulla de reconocimiento en territorio enemigo.
Ragnar olisqueó el aire otra vez. Captó algo débil y alejado.
—Deben de ser unos veinte o treinta —comentó Haegr. Ragnar se quedó
sorprendido de nuevo. Fuese lo que fuese lo que le pasaba al cerebro de Haegr, no
tenía nada que ver con un fallo en los sentidos. Pocos Lobos Espaciales tenían unos
sentidos tan agudos como los de Ragnar, y Haegr era como mínimo superior a él.
Oyó a Serpico tragar saliva. El olor a miedo permanecía pegado al hombrecillo—.
¿Nos quedamos o peleamos? —preguntó Haegr.
Ragnar se quedó pensando un momento. No ganaban nada con quedarse allí
quietos, esperando. Podrían resultar heridos, o incluso perder a Linus, con lo que
estarían como al principio. Ni siquiera tuvo en cuenta la posibilidad de que los
matasen.
—Ni una cosa ni otra —contestó Ragnar—. Nos vamos.
—¿Qué nos vamos? —exclamó Haegr. Su voz sonó ofendida.
—No hay tiempo para discutir —insistió Ragnar—. Vámonos.
No esperó a ver si Haegr le obedecía. Había descubierto que lo mejor cuando se
daba una orden era comportarse como si la fueran a obedecer sin demora. Echó a
correr procurando mantenerse por delante de sus perseguidores. Tenía la esperanza de
que pudieran llegar a su objetivo antes de que los alcanzaran. A Linus no hizo falta
que lo animara a ello. Unos segundos después oyó una maldición, un gruñido y el
sonido de unas fuertes pisadas cuando Haegr procuró alcanzarlos.
Ragnar vio pasar las estatuas como una mancha borrosa y se preguntó si estaba
haciendo lo correcto. Esperaba que en cualquier momento le alcanzara un rayo láser
en la espalda. También medio esperaba que Haegr se diera la vuelta para enfrentarse a
sus atacantes. Si eso ocurría, no sería nada bueno. No le quedaría más opción que
hacer lo mismo. Un Lobo Espacial jamás abandonaba a un hermano de batalla.
—Saben adónde nos dirigimos —dijo Linus. Estaba jadeando, pero había logrado
mantener el ritmo de carrera de los Marines Espaciales.
—¿Qué?
—Saben que nos dirigimos al conducto de acceso.
—¿Cómo lo saben? —le preguntó Haegr, que jadeaba tanto como Linus.
—¿Adónde íbamos a dirigirnos si no? Es el camino más corto a la superficie
desde esta zona.
Ragnar consideró todas las posibilidades. Si él fuera el jefe enemigo, habría
colocado una fuerza combate por delante para cortarles el paso. No tenía sentido
suponer que el enemigo haría otra cosa. En ese caso, las tropas que se acercaban por
la espalda no eran simplemente perseguidores, sino que actuaban como batidores en
una cacería llevando a la presa hasta la trampa mortífera.
—Tiene razón —dijo Ragnar—. ¿Hay otro modo de subir?

www.lectulandia.com - Página 193


—Ninguno que sea de acceso tan fácil.
—Yo digo que nos abramos paso combatiendo —opinó Haegr. Estaba jadeando
con fuerza—. Es mejor que andar corriendo como lo estamos haciendo.
Ragnar miró por encima del hombro para comprobar si alguien los estaba
siguiendo de cerca. No detectó a nadie. Los habían dejado atrás momentáneamente.
Se metió a través de una abertura en la pared y se encontró en una estancia
abandonada. Los otros lo siguieron. Ambos lo miraban como si estuviera loco.
—Primero echamos a correr y ahora nos escondemos —dijo Haegr—. Decídete
de una vez.
Ragnar meneó la cabeza y sonrió débilmente. No tenía sentido seguir corriendo
hacia adelante a lo loco. Estaban comportándose de un modo idiota y haciendo
precisamente lo que sus enemigos querían.
—Dijiste que había otros modos de salir, aunque no eran tan accesibles —
apremió Ragnar a Linus Serpico.
—Hay un sitio por el que bajan los comerciantes. Sólo he estado allí una vez para
recibir un cargamento de suministros.
—¿Puedes llevarnos hasta allí?
—Quizá.
Ragnar supuso que la ruta principal de escape ya estaría tomada por sus
enemigos. ¿Estaba dispuesto a arriesgarse a que Linus encontrara otra? ¿O deberían
seguir adelante con el plan inicial? Existían demasiadas variables y no poseía
información suficiente. Presumió que lo mejor que podían hacer era prepararles una
emboscada a sus atacantes, que se acercaban a la carrera.
—¿Crees que podrás con ellos? —preguntó Ragnar a Haegr.
—¿Estás de broma? Un par de docenas de terrícolas contra el poderoso Haegr. No
sé, a lo mejor debería atarme una mano a la espalda.
—No creo que sea necesario.
Ragnar oyó a sus perseguidores acercarse. Avanzaban con rapidez, confiados en
que su presa estaba huyendo de ellos a toda prisa. Era una suposición muy peligrosa.
—Nos quedamos —dijo Ragnar.
—Claro que nos quedamos —le replicó Haegr. Estaba furioso con la simple idea
de que Ragnar hubiera pensado hacer otra cosa.
—Quiero un prisionero.
—¿Para qué?
—Información. Tenemos que usar la inteligencia.
—Habla por ti —se mofó Haegr, y después añadió algo más—. Eso suena como
algo que Torin siempre dice de mí.
Ragnar sabía que el grandullón se estaría preguntando dónde andaría su hermano
de batalla.

www.lectulandia.com - Página 194


—Los esperamos aquí, los dejamos pasar y yo capturaré un prisionero. Tú
protegerás a Linus.
—¿Por qué te encargas tú de capturar al prisionero?
—Porque soy el más sigiloso.
—Es cierto. Mi silueta de héroe no es la más adecuada para tender emboscadas —
dijo Haegr.
—Y puede que a lo mejor te oyeran jadear desde kilómetros de distancia.
—No jadeo —contestó Haegr—. Lo que ocurre es que aspiro más aire que
vosotros, pulgas. Mi poderosa complexión necesita más oxígeno.
—Tus fanfarronadas desde luego —replicó Ragnar—. Ahora cállate y déjalos
pasar.
Haegr se quedó callado. Sus fuertes jadeos cesaron poco después.
No tuvieron que esperar mucho. El eco de decenas de pies a la carrera resonó por
el pasillo. Tanto Ragnar como Haegr esperaron con las armas preparadas por si los
descubrían y tenían que combatir. A Ragnar no le hubiera importado. La bestia en su
interior ansiaba el derramamiento de sangre. Casi se sintió decepcionado cuando los
perseguidores pasaron de largo.
—¿A cuánto estamos del conducto de acceso al que íbamos?
—Quizá a unos veinte minutos —contestó Linus.
—No tardarán mucho en darse cuenta de que los hemos despistado y entonces
volverán sobre sus pasos —comentó Haegr mostrando cierto grado de pensamiento.
Ragnar asintió. Debía ser rápido y seguro. Le indicó por señas a Haegr que lo
esperase en silencio y se acercó a la entrada. Concentró sus sentidos pero no detectó a
nadie cerca. Se agachó al salir y avanzó con rapidez pero en silencio en dirección al
rastro dejado por sus perseguidores.
No tuvo que recorrer mucho trecho antes de alcanzarlos. Eran el mismo tipo de
soldados contra los que habían luchado en el enfrentamiento con el Profeta de la Luz.
Estaban armados con rifles láser y llevaban las bayonetas caladas. Ragnar no vio
ninguna señal de que en el grupo fuera alguien con poderes psíquicos, algo por lo que
se sintió profundamente agradecido. Se quedó en la penumbra, ya que su vista era
mucho mejor que la de aquellos individuos, lo mismo que el resto de sus sentidos. Lo
único que necesitaba era tener un poco de suerte.
La tuvo casi inmediatamente, pero fue mala suerte. Uno de los hombres miró por
encima del hombro, como si le hubiera advertido alguna clase de sexto sentido. A
Ragnar apenas le dio tiempo a meterse en el quicio de una entrada estrecha. Contuvo
la respiración y contó en silencio hasta diez, pero no detectó ninguna señal de que lo
hubiesen descubierto. Se arriesgó a echar un rápido vistazo y vio que el hombre
estaba de pie, esperando algo. El olor característico y un leve resplandor en la mano
del individuo le indicaron que había encendido alguna clase de cigarrillo narcótico.

www.lectulandia.com - Página 195


¿Eran así de confiados, o en realidad era que aquel individuo sufría una adicción? Si
era así, iba a arrepentirse. Ragnar se acercó en silencio, con el bólter en la mano. Oyó
con claridad cómo se alejaban los compañeros mientras él se acercaba al rezagado, y
al hacerlo distinguió el olor a sudor y al humo acre del narcótico. El hombre jadeaba
con fuerza. Era evidente que estaba cansado y que quería descansar un poco. No
parecía estar en tan buena forma como sus camaradas zelotes, quizá debido
precisamente a la droga que fumaba.
Ragnar se colocó justo a su espalda, le puso la mano libre en la boca y le clavó el
cañón del bólter en la espina dorsal. El hombre comenzó a toser y a retorcerse, y
Ragnar se dio cuenta de que el cigarrillo se le había quedado dentro de la boca. Sin
duda, le estaba quemando la lengua, pero no podía hacer nada por evitarlo.
Alzó al hombre sin apenas esfuerzo alguno, con la boca todavía tapada, y se dio
media vuelta para regresar al escondite.
Cuando llegaron, el rostro del individuo había tomado un interesante color
violáceo y había dejado de intentar sacar su arma del cinto.
—¿Qué es lo que tenemos aquí? —dijo Haegr cuando entraron—. ¿Un juguete
nuevo?
Ragnar soltó al hombre, y éste abrió la boca dispuesto a gritar, pero Haegr le soltó
un bofetón que lo hizo caer de rodillas. Para el Lobo Espacial apenas había sido un
leve toque de atención.
—No me gustan los zelotes —dijo—. Creo que a éste voy a arrancarle los brazos.
Sonó muy convincente al decirlo. Hasta Ragnar se preguntó si lo decía en serio. A
lo mejor era así. Haegr se acercó al hombre y lo levantó de un tirón, como si no fuera
más que una marioneta. Lo mantuvo agarrado de la armadura con los puños. El zelote
intentó gritar, pero de su boca no salió nada. Su rostro, enmarcado por un cabello
negro y largo, se puso más pálido todavía.
—¿Cómo te llamas?
—Vuélvete arrastrando al mundo infernal de dónde has venido, basura extranjera
—le escupió el hereje.
Haegr le inmovilizó las dos muñecas con una sola mano y lo abofeteó con
despreocupación con la otra.
—Habla o te arrancaré las criadillas y me las comeré —le espetó. Irradiaba una
cierta malicia tranquila y sin prisas al decirlo.
—Antoninus.
Habló en un tono de voz desafiante, pero con inflexión quebradiza. El sectario
tenía mucho miedo, pero se esforzaba por ocultarlo.
—¿Cuántos nos esperan en el conducto de acceso? —le preguntó Ragnar.
—Vete al infierno, protector de mutantes —replicó el zelote.
Su voz era áspera y ronca. Tragarse aquel cigarrillo debió de dolerle. Se oyó un

www.lectulandia.com - Página 196


curioso crujido cuando Haegr apretó la mano, y el hombre lanzó un chillido de dolor.
Parecía que los huesos de las muñecas del hereje estaban a punto de partirse.
—¿Cuántos? —insistió Ragnar.
—Veinte —contestó. Su olor indicaba que estaba mintiendo.
—Soy capaz de oler las mentiras —dijo Haegr, como un gigante malvado salido
de las viejas leyendas. El crujido continuó y el hereje gimió.
—Cincuenta.
Era obvio que había llegado al límite de su resistencia al dolor. Ragnar se alegró
de ello. No disfrutaba con la tortura, sin importarle lo mucho que proclamara el
Imperio que cierta gente se la merecía.
—¿Con armas pesadas? —preguntó.
—Sí. Cubren las principales rutas de llegada. Bólters pesados.
Ragnar se quedó mirando al sectario. Eso era armamento militar. No supo por qué
le inquietaba que aquellos zelotes tuvieran acceso a ese tipo de armas en Terra, pero
lo cierto era que sí. Se quedó reflexionando unos momentos hasta que se dio cuenta
del motivo. A menos que dispusieran de sus propias fábricas de armamento, tenían
que conseguirlas en algún lado, y lo más probable era que fuese de algún
suministrador externo al planeta. Marte era el mundo forja más cercano, pero no se
imaginaba a los Adeptus Mecanicus envueltos en una red de contrabando de armas
dentro del Sistema Sagrado, aunque lo cierto era que cosas más raras habían pasado.
Lo más seguro era que las armas procedieran de algún otro lugar más alejado. Se
preguntó qué llegarían a encontrar si registraran algunos de los almacenes ligados a
los Navegantes. Dudaba mucho que jamás le concedieran permiso para hacerlo, pero
quizá acabaría intentándolo por su cuenta.
Todas aquellas ideas pasaron como un rayo por su mente, y concentró de nuevo
toda su atención en el zelote. Necesitaba saber más.
—¿Quién es vuestro jefe?
—Edrik. Responde directamente a Pantheus.
—¡El mercader! —exclamó Haegr. Al parecer, aquel traidor tenía un puesto
elevado en la jerarquía traidora. Quizá aquélla no había sido una pista tan mala
después de todo.
—¿Has oído hablar de él?
—¿Y quién no? Es tan rico como Mithras y dos veces más devoto. Siempre
entrega dinero para las buenas causas.
—¿Y una de esas causas es vuestra Hermandad?
A Ragnar le pareció que habían dado con algo importante…, si lograba llegar
hasta el fondo de la cuestión.
—Me parece que entrega algo más que dinero —comentó Haegr.
—¿Estás seguro de que eso es verdad? —exigió saber Ragnar. El hereje asintió.

www.lectulandia.com - Página 197


Sin duda, estaba convencido de que erad así. El Lobo Espacial lo supo por su olor—.
¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Edrik estuvo en su mansión. También estuvo en el palacio que tiene en el
cinturón.
—¿En el cinturón de asteroides?
—Es tan gordo que prefiere vivir con gravedad baja —contestó el prisionero.
Había un cierto tono de desprecio en el comentario que también apareció en su
mirada—. Le gusta que todo el mundo piense que es muy piadoso, pero tiene muchos
vicios secretos.
—No como tú —le soltó Ragnar señalando sus cigarrillos narcóticos.
Si el hereje entendió la insinuación de Ragnar, no dio muestras de ello. La
autoconfianza del fanático estaba regresando, y aumentaría más cuanto más tiempo lo
dejaran vivir.
—Me gusta ese tipo —dijo Haegr, sin dejar entrever que ya habían capturado a
Pantheus—. Sin duda, más de lo que me gustas tú.
La autoconfianza de Antoninus se vio sacudida por otro apretón en las muñecas.
Aquello iba más allá del simple dolor físico. La fuerza de Haegr era tan feroz y tan
insuperable que aumentó su sensación de desvalimiento y eliminó esa confianza en sí
mismo. Haegr le estrelló con suavidad la cabeza contra la pared un par de veces, tan
sólo para asegurarse de que se daba cuenta de la situación.
—¿Cuál es tu relación con la Casa Feracci?
Ragnar lo preguntó por si acaso lograba con aquello obtener alguna clase de
información interesante. En el rostro del prisionero volvió a aparecer el gesto de
desprecio, pero la expresión de su cara se endureció y se multiplicó por cien.
—No tengo ninguna clase de relación con esos cabrones mutantes —replicó—.
Cuanto antes se limpie el sagrado suelo de Terra de esos malditos seres adoradores
del Caos, mejor…, y eso os incluye a vosotros —añadió al cabo de un momento—.
Tan sólo la sangre pura de la humanidad debería pisar el suelo sagrado. —Sus
palabras estaban impregnadas de fervor y certidumbre.
—Entonces, ¿por qué obedeces las órdenes de un mutante? —le preguntó.
El hombre lo miró como si Ragnar se hubiera vuelto loco. Si le hubiera hablado
en fenrisiano el individuo no lo habría mirado con mayor extrañeza.
—Tu profeta era un psíquico. Lo matamos.
—El profeta estaba bendecido por la Luz y había recibido poderes que el mismo
Emperador le había otorgado para que continuara su obra. ¡Se alzará de entre los
muertos! O vendrá otro para dirigirnos.
—Si hay más como él, aparecerá la Inquisición y pasará por aquí para registrar
toda esta zona como si fuera un tugurio infecto.
—La Inquisición bendijo su misión.

www.lectulandia.com - Página 198


Ragnar dudaba mucho de que hubiera sido así, pero el hombre parecía
absolutamente convencido. Se preguntó por un momento si la Inquisición odiaría
tanto a los Navegantes como para apoyar aquellos asesinatos y actos de terrorismo.
Meneó la cabeza. Su error era pensar en términos de organización. Las
organizaciones tenían reglas, líneas de trabajo, principios. No pensaban o sentían.
Sólo la gente hacía eso. Lo único que hacía falta era una persona situada en un puesto
elevado en la jerarquía de la Inquisición. No sería la propia Inquisición. Dejó a un
lado aquella idea para pensar en ella más adelante. Era evidente que estaban cruzando
aguas peligrosas y turbias en aquel asunto.
—Estamos tardando demasiado —dijo Haegr—. Sus camaradas regresarán dentro
de nada. Quién sabe, a lo mejor ya le echan de menos Yo digo que lo matemos y que
acabemos de una vez.
Ragnar negó con la cabeza. Era posible que aquel hereje tuviese más información
útil. Quería llevarlo a la Casa Belisarius para que le hurgaran en la mente. Sin duda,
lo harían mucho mejor que él o que Haegr. Antoninus levantó la cabeza y escupió a
Haegr.
—Hacedme lo que queráis. No le temo a la muerte.
Haegr se echó a reír.
—Mira, lo he pensado mejor. Dejémoslo vivir para que pueda portar el águila de
sangre en su espalda. Bueno, a lo mejor ni lo hago. Puede que sólo le parta las
costillas y le saque los pulmones con las manos.
Antoninus miró los guanteletes de la armadura de Haegr. Ambos sabían que no
era una amenaza sin fundamento. El enorme Marine Espacial era muy capaz de hacer
exactamente lo que había dicho. En ese preciso instante, Haegr levantó la cabeza y
pareció esforzarse por oír algo.
—Creo que sus camaradas ya están regresando.
Ragnar se quedó de nuevo sorprendido por la agudeza de sus sentidos. Él sólo
logró distinguir unos leves sonidos después de que Haegr le hubiera advertido.
—Debemos irnos —ordenó.

www.lectulandia.com - Página 199


CAPÍTULO 20

www.lectulandia.com - Página 200


Haegr vio cómo Antoninus sonreía con un gesto triunfal.
—No vivirás lo bastante para saludar a tus amigos, pero podrás decirles hola en el
infierno.
—¡No le tengo miedo a la muerte! —exclamó el zelote.
—Es la segunda vez que lo dices —le espetó Haegr—. A la tercera va la vencida.
Sólo quiero recordarte que no todas las muertes son agradables.
Antoninus se quedó pensativo. Ragnar le colocó el cañón de la pistola contra la
cabeza.
—Puedes escoger ahora mismo. Te vienes con nosotros o decoro esta pared con
tus sesos.
Una cosa era no temer a la muerte cuando se está rodeado de los camaradas y otra
muy distinta era mirando cara a cara a tus enemigos. Una cosa era desafiar al
enemigo y decirle que no le tienes miedo y otra tomar las decisiones que te llevan a la
vida o a la muerte. Cuando llegaba uno de esos momentos de crisis, la mayoría de la
gente encontraba razones para seguir viviendo. Lo que se le ofrecía no era una muerte
heroica en combate o un martirio glorioso entre llamas. Aquello no era más que una
ejecución anónima. No servía para nada, y Ragnar había notado la fragilidad de la
valentía de Antoninus.
El hereje tragó saliva. Ragnar casi pudo ver las ideas que se cruzaban en su
mente. Si seguía vivo podría llegar a ayudar a sus camaradas a acabar con los Lobos
Espaciales. Si seguía vivo podría fumarse otro cigarrillo narcótico y ver a su familia,
si es que tenía alguna. De repente, toda la aparente bravura del hereje desapareció y
se esfumó como el vino de una bota agujereada. Su autoconfianza volvió a
desinflarse de forma visible. El brillo del fanatismo continuó en sus ojos, pero tenía
un aspecto más furtivo.
Casi tenía una expresión de culpabilidad en el rostro, mezcIada con un odio
intenso cuando alzó la vista para mirar a Ragnar. El hereje no era un individuo que
fuese a agradecerle que hubiera revelado la naturaleza frágil de su supuesta valentía o
que hubiera sido testigo de ello. Ragnar sintió una momentánea comprensión por él,
aunque no fuesen más que enemigos irreconciliables. Al mismo tiempo sintió una
cierta vergüenza, que era la contraposición al odio hacia sí mismo de Antoninus.
Aquello no encajaba con su imagen de héroe entre los Lobos Espaciales. Se esforzó
por sonreír mostrando los colmillos. Viviría con ello.
—¿No deberíamos amordazarlo? —preguntó Linus.
—Podría arrancarle la lengua si quieres —se ofreció Haegr con voz amable.
—Amordázalo y átale las manos —dijo Ragnar a Linus—. Utiliza su camisa. —
Se giró hacia Antoninus—. Haz cualquier movimiento brusco o intenta revelar
nuestra posición y te entregaré a Haegr.
Tuvo claro por el olor del hereje que no intentaría nada semejante durante un rato.

www.lectulandia.com - Página 201


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Haegr.
Ragnar pensó en las diferentes opciones que tenían. Sus enemigos no podían
quedarse esperando para siempre en el conducto de acceso. ¿O si podían? Maldijo la
falta de puestos repetidores para los canales de comunicación y del obstáculo que
suponían las diferentes capas de edificios. De repente, se le ocurrió una idea.
—Debéis de tener un modo de comunicaros con la superficie —le dijo a
Antoninus.
—Por supuesto —contestó, mirando a Ragnar como si fuera un idiota—. Existen
estaciones flexor de transmisión de emergencia durante todo el camino de subida que
se conectan a las redes de la superficie.
—¿Donde se encuentra el punto de acceso más cercano?
—La estación Anaconda Ésta a un turno de sueño de aquí, un nivel más arriba.
—¿Está protegida?
—Por supuesto. Es nuestro santuario principal.
—Supongo que vas a decirme que no se nos debe ni ocurrir asaltarla —dijo Haegr
con el mismo tono de voz petulante de un niño que sabe que sus padres le van a negar
un capricho. Linus carraspeó para aclararse la garganta.
—Había un flexor en la fábrica imperial número seis —dijo—. Antes de que la
destruyesen.
—No tenemos tiempo de quitar todos los escombros.
—Había un nódulo de emergencia a quinientos metros de allí. También está
conectado directamente con la red principal.
—¿A cuánto está de aquí?
—En el siguiente nivel.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
—No me preguntasteis.
Ragnar contuvo su irritación. Linus tenía razón. Haegr no fue tan comprensivo.
—¿Hay algo más que se te haya olvidado mencionar? ¿Por casualidad no habrá
por ahí una salida de emergencia o un ascensor que nos lleve directamente a la
superficie, o un vehículo aéreo o una división de la Guardia Imperial destinada a este
lugar?
—Por supuesto que no.
El tono de la respuesta de Linus mostró lo absurda que consideraba aquellas
sugerencias. Al parecer, no había sido capaz de captar la ironía.
—Entonces, ¿el flexor sigue funcionando?
—Debería. Ha estado funcionando a lo largo de estos diez mil años. No veo
motivo alguno para que haya dejado de hacerlo justamente ahora.
—Si logramos conectarnos podremos comunicarnos con la superficie y conseguir
apoyo.

www.lectulandia.com - Página 202


—Pues entonces, en marcha —dijo Haegr.
Ragnar asintió y los llevó de regreso a la calle.
—Tú diriges, Linus.
El hombrecillo miró con nerviosismo hacia la parte de la calle donde esperaba ver
aparecer a los zelotes. Carecía de los sentidos agudos de los Lobos Espaciales, por lo
que creía que estaban mucho más cerca de lo que en realidad estaban. Luego miró a
Antoninus, obviamente temeroso de que revelara su posición. Sin embargo, no tenía
que haberse preocupado. El zelote continuaba amordazado y Haegr le había puesto
una manaza sobre la boca por si acaso. Se alejaron en la dirección que Linus les
indicó.

—¿Qué es lo que harán tus amigos ahora? —preguntó Ragnar a Antoninus después
de quitarle la mordaza. Por un momento pareció que el hereje no estaba dispuesto a
contestar, pero Haegr gruñó.
—Ya que no os han encontrado todavía, se dividirán por grupos y registrarán la
zona. Lo más probable es que pidan apoyo y refuerzos al templo. No os dejarán
escapar con vida. —Antoninus no logró evitar que se le notara en la voz la
satisfacción que sentía.
Ragnar estudió el terreno que los rodeaba. Cuanto más se alejaban de la zona
habitada por todos aquellos desposeídos, más derruidas parecían las chozas y más
bajos eran sus techos. Unos cuantos animales inmundos los acechaban. Sin embargo,
según Linus, se estaban acercando a su antiguo lugar de trabajo.
Era difícil imaginar que los humanos vivían y trabajaban en aquellos agujeros
para ratas, pero él escriba insistía en que allí se habían establecido cientos de
personas. La mayoría se habían mudado de sus habitáculos parecidos a celdas cuando
se quedaron sin trabajo, aunque unos cuantos todavía seguían entre los escombros,
llevando una existencia miserable. Linus decía que no conocían nada más que eso.
Habían pasado toda su vida en la zona y no concebían la idea de trasladarse de lugar.
Ragnar reconsideró lo que pensaba del hombrecillo. Le había creído acomodaticio
e incapaz de arriesgarse, pero se dio cuenta de que en realidad, si se terna en cuenta el
tipo de vida que Linus había llevado, había sido mucho más emprendedor y
arriesgado que la mayoría de la gente de aquella zona Al menos, se había marchado
de aquel lugar y estaba pensando en alejarse todavía más Ragnar pensó de nuevo en
el pecado de la relatividad Antoninus miraba alrededor con desdén. Por lo que a él se
refería, la gente que vivía en un lugar como aquél estaba demasiado baja en la escala
social como para que le preocupase. Era algo obvio.
Se dio cuenta de que habían ascendido al menos un nivel en el recorrido de
aquella zona. La escalera era muy larga y estaba oxidada en numerosos sitios. Unas
enormes telarañas bloqueaban el paso, y, según Linus, debían de haberlas tejido muy

www.lectulandia.com - Página 203


poco tiempo antes, porque la ruta todavía era utilizada en ocasiones por los viajeros y
los comerciantes. La idea de que unas criaturas tan grandes acechasen por los
alrededores no tranquilizó precisamente a Ragnar, aunque sabía en lo más profundo
de su corazón que no las temía.
Ragnar se percató al girar otra esquina que Haegr estaba sonriendo. Un momento
después se dio cuenta del motivo: había un olor familiar en el aire. No acabó de
creérselo, ya que era el rastro de un Lobo Espacial.
—Creo que Torin nos está buscando —dijo Haegr—. Pronto le daremos una
sorpresa.
—Tu apetito sí que me sorprende una y otra vez —dijo una suave voz burlona
desde la oscuridad. El sorprendido fue Ragnar. El olor del rastro revelaba que había
transcurrido bastante tiempo desde que Torin había pasado por allí, lo que indicaba
que su camarada había estado dando vueltas para pillarlos con el viento a favor.
Ragnar se preguntó si había sido completamente deliberado. Dudaba mucho que su
camarada del Cuchillo del Lobo se lo dijera alguna vez—. Sabía que acabaríais
pasando por aquí más tarde o más temprano.
Estaban al mismo nivel del mundo subterráneo, lo que significaba que sus
comunicadores debían funcionar a distancias relativamente cortas.
—¿Por qué no has intentado ponerte en contacto con nosotros? —le preguntó
Ragnar.
—Por la misma razón por la que tenéis apagadas vuestra balizas localizadoras:
por seguridad. Si alguien ha traicionado la misión, ¿quién sabe si nuestros enemigos
poseen las frecuencias de nuestros canales de comunicación o los de la Casa
Belisarius? Los repetidores se pueden pinchar, y los canales de frecuencia corta se
pueden interceptar con los aparatos adivinatorios adecuados. —Ragnar sabía que su
camarada estaba en lo cierto—. Me alegro de ver que seguís vivos —continua
diciendo Torin—. Pensé que a Haegr se le había acabado de comer bueyes enteros
después de ver las heridas que había sufrido.
—¡Ja! Hace falta mucho más que unos cuantos simples arañazos para afectar al
poderoso cuerpo de Haegr. ¿Qué le ha pasado a tu escolta de belisarianos?
—Los emboscaron. Me abrí paso con media docena de ellos y les ordené que
regresaran a la superficie mientras yo os buscaba. Sabía que te haría falta ayuda ya
que tendrías que cuidar de Haegr.
—El poderoso Haegr no necesita ayuda alguna de un cachorro.
De repente, todos se pusieron a hablar a la vez.
—¿Quiénes son vuestros amigos?
—¿Cómo nos encontraste?
—Tranquilos, sólo tuve que seguir el rastro de los almacenes de comida vacíos
que iba dejando Haegr.

www.lectulandia.com - Página 204


—Linus es nuestro amigo. Antoninus es un prisionero. Tiene información que nos
puede ser útil.
—No he tenido tiempo para vaciar almacenes. Ojalá hubiera tenido la
oportunidad.
—¿Adónde ibais?
—Hay una estación repetidora de emergencia en la fábrica de engranajes. Vamos
a ponernos en contacto con la superficie por el canal de emergencia.
—Bien pensado. Seguro que Haegr no tuvo nada que ver con la idea.
—Una paliza, Torin. Estás a punto de recibirla…
Ragnar se alegró de haber encontrado a su compañero o de que él los hubiera
encontrado. Torin había estado buscándolos por todos lados y acechando patrullas de
zelotes para conseguir información sobre su paradero. Por supuesto, no había podido
seguirlas a todas, pero se había enterado de unas cuantas cosas.
Los zelotes eran mucho más numerosos en aquella zona de lo que nadie se había
imaginado, pero en aquellos momentos estaban dando vueltas sin sentido al haber
perdido a su profeta. Al parecer, el psíquico era su jefe, al menos en aquella zona. Por
lo que sabía, exigía dinero y comida a los habitantes del lugar a cambio de
protección.
Según Torin, se trataba de un negocio tan viejo como la vida misma en Terra.
—Lo que me ha sorprendido es enterarme de lo poderosa que es la Hermandad
aquí abajo. Creo que tienen alguna clase de organización militar que ha ido
creciendo. Me parece que ya podemos esperar una rebelión y combates abiertos en la
superficie dentro de nada.
Aquello no sorprendió lo más mínimo a Ragnar. Seguía una pauta que ya había
visto antes muchas veces.
—Me temo que hará falta algo más que el poderío de la Casa Belisarius para
enfrentarse a esto —pronosticó Torin—. Los fanáticos son numerosos y están bien
armados. Puede que necesitemos forjar nuevas alianzas para vencer esta rebelión, y lo
necesitaremos pronto.
—Pues entonces ha venido bien que lo hayamos descubierto —dijo Ragnar.
Seguían a Linus mientras hablaban, obligando a avanzar al zelote a punta de
pistola. Torin y Haegr intercambiaban bromas y pullas. La presencia de su antiguo
camarada había obrado un milagro en la recuperación de Haegr. El techo bajó y el
olor a polvo y a ladrillo roto se hizo más fuerte. Se encontraron con más ratas y
arañas gigantes. Linus asintió para indicar que ya estaban cerca.
Unos momentos más tarde doblaron una esquina y se encontraron cara a cara con
un panel de plastiacero que cubría un trozo de pared. Toda la superficie del panel
estaba cubierta de runas de advertencia y de indicaciones en el idioma local.
—Ya hemos llegado —dijo Linus—. Aunque lo cierto es que no sé cómo vamos a

www.lectulandia.com - Página 205


abrirlo sin la llave apropiada.
Haegr arrancó el panel con una sola mano.
—¡Eso va contra la ley! —exclamó Linus.
—Estoy seguro de que los arbites aparecerán en cualquier momento para
arrestarme —le replicó Haegr.
Torin revisó con atención el viejo aparato repleto de cal de cobre y de paneles de
ceramita. Pulsó unas cuantas runas: estaba efectuando leves ajustes a los controles
para afinarlo respecto a las letanías básicas de ingeniería. Efectuó también unos
cuantos protocolos de comprobación en el canal de conexión, y unos instantes
después comenzó a enviar impulsos de comunicación a la superficie. Al parecer, le
llegó una respuesta, pero había sellado el circuito de manera que ni Ragnar ni Haegr
pudieran oír lo que le decían.
—Llegará un equipo de recogida dentro de pocas horas —les dijo Torin con
expresión satisfecha—, y nos sacarán de aquí.
—Ya era hora —comentó Haegr—. Deberíamos haber salido de aquí hace un día.
—Más vale tarde que nunca —contestó Torin. Luego, se dirigió a Antoninus—.
Bueno, ¿qué te parece si nos dices unos cuantos de tus secretos?
Ragnar echó un vistazo al cronómetro. El equipo de recogida llegaba tarde. Ya
habían pasado tres horas y no habían recibido ninguna señal. Miró a Torin, quien se
encogió de hombros.
—Quizá se han encontrado con algún problema inesperado —explicó—. Ya
llegarán. Valkoth en persona está al mando.
—Eso me tranquiliza —dijo Haegr—. Si hubieran enviado a uno de esos payasos
belisarianos con sus uniformes tan bonitos a lo mejor se habría perdido.
—No todo el mundo posee tu sentido de orientación infalible. Aunque me
acuerdo de que hasta tú te has equivocado de vez en cuando. ¿Recuerdas aquel
incidente con los orkos en Hera V?
—Ya sabía yo que sacarías eso —exclamó Haegr—. Un hombre puede acertar mil
veces, como es el caso del poderoso Haegr, pero como cometa un pequeño error…
—Llevarnos de cabeza al campamento del caudillo orko en vez de al Palacio
Imperial no es un pequeño error —lo cortó Torin.
—No te oí abrir la boca para decir que me estaba equivocando —replicó Haegr.
—Estaba inconsciente en aquel momento, justo después de que me dieras por
accidente con ese peligroso martillo tuyo.
—Siempre sacas eso también. Un pequeño accidente…
—Es difícil olvidar algo así cuando ha sido tu cráneo el afectado.
Ragnar creyó al principio que el gigante no hacía caso a Torin, pero un instante
después se dio cuenta de que Haegr estaba intentando oír algo. Lo mismo hizo Torin,
ya que la siguiente pulla no pasó de sus labios.

www.lectulandia.com - Página 206


—Ése no es Valkoth —dijo Haegr.
Unos momentos después, Ragnar se percató de lo que estaba hablando al oír unos
pasos furtivos acercándose a ellos y distinguir un leve pero claro rastro a seres
humanos. El olor estaba compuesto por una mezcla de carne, incienso, humo de
cigarrillo narcótico y una docena más de aromas. No era el olor de Valkoth ni de
ninguno de los soldados de la Casa Belisarius.
—Nos han encontrado otra vez —dijo Haegr, aunque no sonó muy decepcionado
por ello—. Me parece una coincidencia demasiado rara.
Ragnar se preguntó si los habían traicionado de nuevo.
—Quizá han rastreado la señal que enviamos —dijo.
—Quizá —contestó Torin.
Antoninus comenzó a sonreír de nuevo. A Ragnar le entraron ganas de borrarle de
un golpe aquella sonrisa. Era evidente que a Torin le apetecía lo mismo.
—Podemos tenderles una trampa. Dejamos inconsciente a este tipo y le llenamos
el cuerpo de explosivos. Con un poco de suerte se convertirían todos al mismo tiempo
en mártires de la santa causa.
La sonrisa de Antoninus desapareció como por ensalmo. Linus pareció
escandalizado.
—No haríais algo así, ¿verdad que no?
Torin se encogió de hombros. Fue Haegr quien contestó.
—Casi no merece la pena. Yo propongo que salgamos y matemos directamente.
—Ya veo que vuelves a demostrar tu genio táctico —dijo Torin—. Al menos,
vamos a intentar averiguar cuántos son cuántos pasillos tienen cubiertos.
—¿Y echar a perder toda la diversión?
—Tienes razón. ¿En qué estaría pensando? ¡Ah, sí! Ahora me acuerdo: en mi
deber, que es regresar y proteger a la Casa Belisarius descubriendo al traidor que nos
ha tendido trampa.
—Bueno, visto de esa manera…
Ragnar percibió que se había encendido un glifo en su área de visión. Sonó un
leve campanilleo en el microrreceptor que llevaba en el oído y oyó la voz de Valkoth
un momento tarde.
—Estamos en el mismo nivel que vosotros y captamos la señal de vuestras
balizas. Éstos pasillos son un laberinto, así que puede que tardemos un poco en llegar
hasta donde estáis.
—Me parece que el enemigo ha conseguido encontrarnos antes —contestó Torin
—. Para llegar, sólo tenéis que prestar atención a los sonidos de la matanza.
—Hemos tropezado con algunos miembros de la Hermandad. Por eso no hemos
llegado antes —les comunicó Valkoth—. Aguantad hasta que alcancemos vuestra
posición Alabado sea Russ.

www.lectulandia.com - Página 207


Torin soltó una carcajada después de que se cortase la comunicación.
—Es agradable enterarse de que el viejo tiene confianza en nosotros. Me gusta el
modo tan tranquilo en que nos dice que debemos aguantar hasta que llegue aquí.
—Conoce la valentía del poderoso Haegr —dijo el gigante—. Sabe que os
mantendré con vida hasta que llegue bueno, con un poco de ayuda de Ragnar, por
supuesto.
—Bueno, y yo supongo que siempre me queda el recurso de utilizar tu corpachón
hinchado como escudo. Seguro que es mejor que una barrera de sacos de arena.
—Me temo que voy a tener que darte otra paliza, Torin.
—Más tarde —dijo Ragnar al percatarse de la aparición de unas cuantas siluetas
envueltas en sombras a lo lejos.
Antoninus siguió la dirección de su mirada, pero era obvio que no lograba ver
nada de aquello. Tenía aspecto de estar pensando en echar a correr, pero Haegr lo
derribó con un pequeño golpe con el puño.
—Sería una pena que lograra escaparse después de haber conseguido traerlo hasta
aquí. —Levantó el cuerpo tirado en el suelo y lo lanzó por el umbral de la puerta con
una sola mano—. Si acaso ya volveremos a por él más tarde. Será mejor que te
reúnas con él, hombrecito. Puede que las cosas se pongan complicadas aquí afuera.
Tú asegúrate de que no se larga.
Ragnar pensó que lo último fue un poco cruel. Linus tenía el aspecto, y olía,
como si estuviese a punto de desmayarse.
—Será mejor que nos pongamos manos a la obra —dijo Torin.
Linus se apresuró a ponerse a cubierto y dejó a los tres Lobos Espaciales
preparados para enfrentarse a los enemigos que se les acercaban. Parecía que eran
bastantes, y se aproximaban por todos los pasillos con acceso al lugar. No cabía duda
alguna de que había más avanzando por detrás de la primera oleada. Ragnar alzó la
pistola y disparó unos tiros contra la muchedumbre a lo lejos. Los proyectiles no
podían fallar ante tantos cuerpos apelotonados. Se oyó un grito.
—Como pescar peces en un barril —comentó Haegr, apoyado en el mango de su
martillo. La presión de la barra de metal hizo que sus ya de por sí orondas mejillas
resaltaran más todavía—. Podría haberle acertado a ese tipo desde aquí con mi
martillo.
Ragnar se giró y lo miró con cara de asombro.
—Acaso lo dudas ¿Dudas del poderoso Haegr?
Arrojó el martillo sin esfuerzo aparente por el pasillo. Llegó bastante lejos, y
Ragnar oyó el crujido de los huesos al partirse y notó un fuerte olor a sangre.
—Supongo que ahora tendré que ir a recogerlo.
Se alejó antes de que a Ragnar le diera tiempo a decir nada, así que miró a Torin.
—Haegr va por su cuenta —dijo Torin—. Pero no te preocupes. De algún modo,

www.lectulandia.com - Página 208


siempre logra sobrevivir.
Ragnar oyó el estampido de las granadas al estallar y vio la gruesa silueta de
Haegr recortada por los destellos de las explosiones. Sus carcajadas resonaron por
todo el pasillo. Era obvio que las granadas las estaba lanzando él, y por las risas
también parecía que era él quien se lo estaba pasando bien.
—A lo mejor deberíamos ir a echarle una mano —dijo Ragnar.
—No, se enfadaría porque le estropearíamos la diversión. Además, alguien tiene
que quedarse aquí para asegurarse de que nadie lo ataca por la espalda.
Los dos Lobos Espaciales se habían colocado de forma instintiva de manera que
cubrieran pasillos separados. Más zelotes comenzaron a llegar por otros caminos,
mientras muchos más se desplegaban a su retaguardia.
Ragnar se agazapó en el umbral de una puerta para presentar un blanco menor y
disparó de nuevo. La respuesta esa vez fue una lluvia de proyectiles de bólter y de
rayos láser. Dudaba mucho que ninguno de sus atacantes pudiera verlo. Estaban
disparando al azar, pero eso no importaría si uno de sus disparos acertaba en un punto
débil de su armadura.
¿Cuánto tiempo tardaría en llegar Valkoth?

www.lectulandia.com - Página 209


CAPITULO 21

www.lectulandia.com - Página 210


Los herejes siguieron avanzando por el pasillo y acercándose a través de las estancias
adyacentes. Los feroces aullidos de Haegr le indicaron a Ragnar que el enorme
Marine Espacial había trabado combate cuerpo a cuerpo con el enemigo, y el crujido
de los cráneos al hundirse y los chasquidos de los demás huesos al partirse le
indicaron que había recuperado su martillo Los proyectiles bólter y las balas de las
armas automáticas repiqueteaban contra el plasticemento alrededor de Ragnar,
mientras que los rayos láser lo hacían burbujear y oler como asfalto quemado. Pensó
por un momento meterse en el interior de la estancia, pero era un lugar sin salida: una
trampa letal silo acorralaban allí dentro o si el enemigo tenía granadas o cualquier
clase de arma pesada. Era evidente que antes podría acabar con muchos de ellos, pero
quedarse acorralado generalmente significaba un desastre.
—¡Odio tener que decirlo, Torin, pero quizá Haegr ha tenido la idea correcta! —
exclamó Ragnar.
—¡Yo también empiezo a pensar lo mismo! —gritó Torin a su vez para hacerse
oír por encima del fragor del combate—. ¡Cúbreme!
—Haré lo que pueda —contestó Ragnar, agachándose de nuevo y disparando
primero a un lado y después a otro.
En cuanto lo hizo, Torin echó a correr para cruzar la calle y meterse en otra
abertura, sin hacer caso de la lluvia de proyectiles que lo siguió pegada a los talones.
Un segundo después de haber cruzado la abertura surgió una mano que envió una
granada por el pasillo hacia sus atacantes. Los gritos de dolor le confirmaron a
Ragnar que la explosión había alcanzado a varios de ellos.
Le tocaba a Ragnar. Salió semiagachado al pasillo y corrió hacia los atacantes. El
humo que se arremolinaba en el lugar lo ocultaba a los ojos del enemigo, y la
densidad de su fuego parecía haber disminuido.
Ragnar confiaba en que podría hacer algo más que simplemente contener a sus
atacantes. En cuanto estuviera en medio de ellos no podrían dispararle por temor a
herir a sus propios camaradas. Lo único de lo que tendría que preocuparse sería de
mantener a salvo su propio pellejo con armadura. Le abochornaba que Haegr hubiera
tenido la idea correcta, aunque lo cierto era que el gigantón era un experto en la lucha
de túneles, así que tampoco era una sorpresa.
Ragnar oyó a sus enemigos murmurando delante de él. Un hombre gemía y
maldecía azotado por el dolor mientras sus compañeros le chistaban para que se
callase. Una voz de mando daba órdenes. Ragnar lanzó una granada en aquella
dirección y se dejaron de oír órdenes, aunque nuevos gemidos y aullidos de dolor se
unieron a los primeros.
Desenvainó la espada sierra en cuanto salió de la humareda y se encontró cara a
cara de nuevo con los miembros encapuchados de la Hermandad. No esperó a que se
dieran cuenta del peligro que se les echaba encima. Se colocó de un salto entre ellos y

www.lectulandia.com - Página 211


comenzó a golpear a izquierda y derecha. Matando según avanzaba. No mostró
piedad alguna, ni siquiera con los heridos y los pisoteó al pasar por encima,
aplastando manos, cabezas y costillas con sus pesadas botas. Había visto demasiadas
veces a hombres heridos incorporarse para disparar de nuevo, y no estaba dispuesto a
correr ese riesgo.
La furia increíble de su ataque repentino aterrorizó a los zelotes. No sabían que se
enfrentaban a un solo hombre. Lo único que sabían era que un demonio furioso había
surgido del humo de la batalla y los estaba matando a todos. Ragnar pasó a través de
ellos coipo un torbellino mortífero. Nadie fue capaz de enfrentarse a él sobrevivir. La
espada sierra partía los cañones de los rifles láser que los herejes alzaban de forma
apresurada para protegerse. Las chispas saltaban por todos lados, y el gemido del
metal cortado se entremezclaba con los aullidos de los moribundos.
Su furia no amainó ni siquiera cuando sus enemigos comenzaron a huir. Se lanzó
a perseguirlos, a pesar de que lo superaban en número en una proporción de decenas
contra uno, literalmente. Ragnar se dio cuenta que sólo había combatido contra la
vanguardia cuando sus presas tropezaron de frente con los camaradas que los seguían.
Sin embargo, eso no le hizo aminorar su ataque. No dejó de golpear a diestro y
siniestro mientras los herejes tropezaban entre sí y caían al suelo uno sobre otro.
Disparó el bólter a quemarropa y lanzó el ululante aullido de guerra de su Capítulo,
que reverberó por todo el pasillo.
Partió huesos sin cesar, y la sangre, la carne y los demás restos quedaron
atrapados entre los dientes de la espada sierra. La fricción de su rápido movimiento
calentó todo aquello hasta el punto que empezó a soltar un hedor nauseabundo.
Siguió dando tajos, cortando miembros y abriendo cráneos como haría un isleño al
partir un coco con un machete. Oyó de nuevo a alguien gritando instrucciones y
ordenando a los herejes que permaneciesen firmes en el nombre de la Luz. Dijo que
ellos vencerían al final. Ragnar se dirigió hacia aquella voz. Sabía que sí lograba
matar al jefe, lograría crear más pánico y desorganización.
Uno o dos de los herejes intentaron enfrentarse a él al oír las órdenes. Uno de
ellos llegó a ponerse el rifle automático al hombro para dispararle a quemarropa. El
Lobo Espacial saltó a un lado y la ráfaga de proyectiles pasó muy cerca. Alzó la
pistola bólter y mató a su atacante de un único disparo, silenciándolo para siempre.
Alguien le tiró de una de las piernas y sintió que algo se le clavaba en la parte
posterior del muslo. Ragnar bajó la mira y vio a un herido que le había metido un
cuchillo de combate por una juntura de la parte posterior de la guarda de la rodillera.
El instinto le indicó a Ragnar que no era ni grave ni capaz de reducir su avance, pero
fue un aviso para que tuviera más cuidado. Le soltó una patada al individuo y le dio
de lleno en la cara, haciendo que la cabeza girare bruscamente hacia atrás. Oyó el
crujido de las vértebras al partirse. Le pareció que estaba perdiendo la iniciativa.

www.lectulandia.com - Página 212


Más y más disparos le impactaban contra la armadura, y sentía la fuerza de los
proyectiles como martillazos. Algo rozó la frente de Ragnar, provocándole una
hemorragia y enviando oleadas de dolor por toda la cabeza, seguida de un momento
de negrura. Le pareció que se había confiado demasiado. Había demasiados
oponentes para poder vencerlos aunque fuera un Lobo Espacial. Retrocedió, y
mientras lo hacía, los herejes se reagruparon y desenvainaron sus armar dispuestos a
cortarlo en pedazos. Ragnar saltó hacia atrás y apretó varias veces el gatillo de la
pistola bólter. En los cuerpos agolpados aparecieron varios agujeros que los
atravesaron por completo Lanzó un aullido y su esfuerzo se vio recompensado por el
eco de un grito de guerra familiar que resonó en las cercanías.
Captó el olor familiar a cuerpo fenrisiano y a ceramita endurecida por encima del
hedor a sangre y a vísceras desparramadas. El grupo de rescate de Valkoth debía de
estar cerca. Sólo necesitaba resistir un poco más.
Dejó escapar un rugido de desafío. No iba a resistir, iba matar y matar, y mandaría
al infierno a todos los enemigos que pudiera, como un verdadero guerrero de Fenris.
La bestia que albergaba en su interior estaba repleta de un ansia asesina, y la parte
más cuerda de su mente lo aprovechó al máximo. Sabía que si atravesaba la
muchedumbre de enemigos podría llegar hasta Valkoth.
Atacó de nuevo, guiado en parte por un instinto salvaje y en parte por un frío
cálculo de probabilidades. Reunió las fuerzas que le quedaban y se lanzó adelante,
golpeando a un lado y a otro con la espada sierra, cortando cabezas y brazos con cada
mandoble, dejando que los enemigos resbalaran y cayeran sobre sus propios
intestinos vaciados.
La furia de aquel nuevo ataque tomó por sorpresa durante unos momentos a los
herejes, Ragnar se abrió paso hacia los belisarianos que se aproximaban. Pero los
fanáticos no tardaron en recuperarse de la sorpresa inicial. Fuesen cuales fuesen sus
defectos, la falta de valentía no se encontraba entre ellos. Algunos de los heridos se le
agarraron a las piernas en un intento por detenerlo. Otros le apuntaron con sus armas.
Una oleada de sectarios se abalanzó sobre él para tirarlo al suelo e inmovilizarlo de
brazos y piernas. Fue un error: ni dos hombres juntos eran lo bastante fuertes para
hacerlo. Los arrojó por los aires de uno en uno para que se aplastaran contra las
paredes o contra sus camaradas zelotes. A otros les abrió la cabeza con la culata de la
pistola bólter. Intentar inmovilizarle el brazo de la espada era como intentar agarrar
las fauces de un tigre.
Sin embargo, siguieron atacándolo, y sus compañeros siguieron disparando. No
les importaba que sus balas acertaran más en los cuerpos de sus camaradas que en la
armadura de Ragnar. Todos estaban poseídos por la locura del combate y el caos de la
batalla. Se dio cuenta de que ninguno de ellos tenía una idea tan clara de lo que
estaba ocurriendo como él. El resplandor de las armas y el humo de los disparos los

www.lectulandia.com - Página 213


confundían, lo mismo que el estruendo de los estampidos. Lo único que veían era una
enorme figura envuelta en sombras que se movía entre ellos con una velocidad
sobrenatural. Incluso cuando no caían presas del pánico sentían un deseo natural de
ponerse a disparar, de hacer algo, cualquier cosa, ante aquella amenaza.
Ragnar le dio una patada en la cabeza a un fanático que estaba tendido en el suelo
boca abajo y que le estaba disparando con una pistola. El golpe le dio de lleno en la
cara con una fuerza tremenda y envió dientes y trozos de hueso por los aires. Un
momento después atravesó el gentío y llegó hasta Valkoth, que estaba a la cabeza de
un grupo de belisarianos con uniformes negros que se dirigían hacia él. Sabía lo que
vendría a continuación, por lo que dio media vuelta y se puso de cara hacia los
zelotes. Valkoth y sus hombres se pusieron a su lado en un instante, y el combate
volvió a ser un cuerpo a cuerpo mortífero.
—Por Russ, Ragnar, ya podías habernos dejado unos cuantos para nosotros —dijo
Valkoth.
Su actitud taciturna parecía incrementarse en mitad del combate. Movió la cabeza
un poco y un rayo láser pasó siseando a su lado. Alzó con facilidad el bólter y le
disparó a su atacante. Sólo hizo un disparo, pero fue más que suficiente. Valkoth
mostraba una precisión en su modo de combatir que era muy extraña en un Lobo
Espacial, y, sin embargo, seguía siendo letal.
—Creo que quedan unos cuantos —le contestó Ragnar a la vez que se agachaba
para esquivar una bayoneta. Luego partió el cañón del rifle y al hombre que lo
empuñaba por la mitad con su golpe de respuesta.
—Me alegro de oírlo —replicó Valkoth mientras enviaba a otro hereje al infierno
de un único disparo. Después le abrió la frente con el cañón del arma a otro zelote
que se había lanzado a la carga contra él. El hombre todavía no había acabado de
llegar al suelo cuando Valkoth ya le había pegado un tiro antes de seguir avanzando.
Se dirigieron hacia el pasillo donde se encontraba Torin, quien estaba resistiendo
el ataque de los zelotes desde detrás de una barrera de cadáveres.
Ragnar se preguntó por un momento si su camarada realmente había sido capaz
de matar a todos aquellos hombres solo y después obligado a retroceder a los demás,
pero luego pensó en todos los que había matado él y se dio cuenta de que era más que
posible.
—La situación está bajo control aquí. Creo que deberíais ir a ver qué tal anda
Haegr —les dijo Torin—. Lo más probable es que haya metido el pie en algún cubo.
Valkoth comenzó a dar órdenes a los belisarianos antes de que Torin acabase de
hablar. Los guardias se dirigieron hacia las posiciones de los atacantes de Torin.
—Vamos juntos —le gritó Valkoth, y se encaminó hacia donde estaba Haegr. A
unos cien metros se encontraron con los primeros cuerpos machacados y oyeron los
ruidos cada vez más lejanos del combate. Un poco más adelante oyeron gritar a

www.lectulandia.com - Página 214


Haegr.
—¡Volved y luchad como hombres!
—Sin duda se cree que si les chilla lo bastante fuerte le obedecerán —comentó
Torin con sarcasmo.
—No veo ninguna señal de un cubo —dijo Valkoth.
—Tan sólo es cuestión de tiempo —insistió Torin—. Lo sabes tan bien como yo.
Bueno, será mejor que nos reunamos con él antes de que se caiga por el hueco de un
ascensor mientras intenta persuadir a esos zelotes para que regresen y así los pueda
matar.
Atravesaron varios lugares donde vieron muestras de una terrible matanza. Los
cuerpos retorcidos y destrozados yacían por todas partes, con las cabezas aplastadas o
convertidas en gelatina pulposa. Las costillas rotas sobresalían de las cajas torácicas
desgarradas. Ragnar había visto cuerpos arrollados por Land Raiders que no habían
quedado ni mucho menos tan machacados.
—Me sorprende que no se parara a tomar un bocado —dijo Torin, pero al ver los
gestos de disgusto de sus dos camaradas lo explicó—. Bueno, es que no habrá
comido nada más que una pequeña orca asesina en las últimas horas.
Vieron a Haegr poco después. Estaba cubierto por restos humanos. Tenía la
armadura y la cabeza del martillo decorada con sangre, trozos de cerebro y otras
sustancias menos reconocibles. Miró a su alrededor y los vio.
—No os habéis perdido gran cosa. Apenas merecía la pena matar a estos gusanos.
—La misión ha tardado un poco más de la cuenta en llevarse a cabo —dijo
Valkoth con cierta acritud.
—Es lo que pasa a veces —le contestó Haegr con descaro y sin amilanarse—.
Ningún plan sobrevive intacto al contacto con el enemigo, y eso es algo que sueles
decir a veces.
—Son las palabras de un antiguo filósofo, no son mías.
—Bueno, pues son las primeras palabras sensatas que he oído jamás de la boca de
un filósofo.
—Eso es algo inaudito —los interrumpió Torin con sorna—. Aquí estamos, en las
ruinas bajo la superficie de Terra hablando de filosofía con Haegr. ¿Qué será lo
próximo?
—No estamos hablando de filosofía —le espetó Haegr. Por el tono iracundo de su
voz parecía que Torin lo había acusado de intentar seducir a una oveja.
—Eh, no interrumpáis vuestro debate intelectual por mí —insistió Torin con
malicia.
Haegr se quedó callado en un silencio enfurruñado. Cruzó los grandes brazos
sobre el pecho y soltó un fuerte bufido. Valkoth miró a Torin.
—Debemos irnos —le dijo—. Después de todo, os he rescatado, y tenéis vuestros

www.lectulandia.com - Página 215


deberes que cumplir en la superficie.
—¡Que nos has rescatado! —exclamaron Torin y Haegr mismo tiempo.
—La situación estaba bajo control —añadió Torin.
—El poderoso Haegr se hubiera abierto paso combatiendo hasta la superficie,
llevando consigo si fuese necesario a sus camaradas de constitución frágil —replicó a
su vez Haegr.
Ragnar se dio cuenta de que las largas guías del bigote de Valkoth estaban
retorcidas de un modo extraño alrededor de comisura de la boca. Se preguntó si se
estaría burlando de ellos. ¿Es que Valkoth tenía un extraño sentido del humor?
—Será mejor que recoja a nuestro prisionero y a nuestro guía —dijo Ragnar.
—¿Un guía? —soltó Valkoth con un tono de voz incrédulo.
—Nos ha ayudado —explicó Ragnar con cierta inocencia—. Además, creo que se
le debería recompensar de forma apropiada.

Ragnar miró alrededor en su estancia, contento de estar de nuevo en la superficie,


muy consciente de las comodidades del lugar y de su seguridad. Se tumbó en la cama
y se quedo mirando al techo recargado de decoración. No, se había equivocado. No
existía la seguridad en la Tierra. Era una quimera. Había traidores por todos lados,
incluso en aquel lugar, y en poco tiempo habría que sacarlos a la luz. No había ningún
lugar del Imperio que fuese verdaderamente seguro, no como los antiguos habían
entendido antaño aquella palabra. Aquél era un lugar de intriga y peligro, de fanáticos
poseídos por un odio religioso ardiente y una furia justiciera.
Sonrió. Había oído hablar de los Lobos Espaciales en esos mismos términos, y
sabía que algunos de los Capítulos de Marines Espaciales se enorgullecían del celo y
de la devoción fanática con que cumplían sus deberes. Pensó si existiría tanta
diferencia entre la Inquisición y la Hermandad. Existían muchas similitudes entre
ambas organizaciones. Ambas estaban dedicadas a la defensa de la humanidad frente
a los mutantes, y ambas estaban compuestas por fanáticos entregados a su misión.
¿Por qué hablar sólo de la Inquisición? Su propio Capítulo era tan culpable de
aquellos cargos como la Hermandad. Pero claro, su Capítulo hacía lo correcto.
Ragnar casi se echó a reír. Por supuesto, eso era precisamente lo que le habían
enseñado, y eso era lo que creía, y en ese sentido, no era diferente a Antoninus.
Se quedó en la cama durante mucho tiempo enfrentándose al pecado de la
relatividad.

www.lectulandia.com - Página 216


CAPÍTULO 22

www.lectulandia.com - Página 217


Dos días más tarde, Ragnar paseaba por los salones del palacio Belisarius. Ya era de
noche, pero los negocios seguían su marcha en el interior del edificio. Sobre el dintel
de una de las puertas habían colocado la leyenda: EL COMERCIO NUNCA. DUERME, y los
hombres que estaban sentados en los apartados regateando y escribiendo a mano los
contratos mientras hablaban en gótico bastardo lo demostraban a las claras. No tenía
ni idea de los acuerdos comerciales a los que estaban llegando. Podía ser cualquier
cosa, desde la próxima producción industrial de Necromunda al envío de un millón
de costillares de grox procedentes de las estepas de la Llanura del Trueno.
Sospechaba que tampoco les importaba a los individuos que se cobijaban bajo la
sombra de los Navegantes. Sus asuntos eran cosa suya. Comerciaban con aquello a lo
que le podían sacar un beneficio. Los Navegantes se llevaban un porcentaje por
transportarlo, y posiblemente también por financiarlo. Llevaba el tiempo suficiente en
aquel lugar para saber que las casas navegantes, sufragaban buena parte del comercio,
aunque se suponía que tenían que estar por encima de esos asuntos. Eran tapaderas
sobre tapaderas sobre tapaderas.
Los intermediarios tenían intermediarios. No era así como se suponía que debía
ser, pero Ragnar reflexionó con amargura que aquello se podía aplicar a muchos
aspectos de la vida en Terra.
Vio que Linus Serpico estaba sentado al lado de uno de los apartados escribiendo
con frenesí en un pergamino. Tenía un aspecto a la vez cansado y feliz, como si su
único propósito en la vida fuese anotarlo todo.
La negociación se acabó mientras Ragnar se acercaba a ellos, y ambos
comerciantes, ataviados con ricos ropajes, se pusieron en pie y se estrecharon las
manos antes de aplicar sus sellos al documento que Linus había preparado. El escriba
contuvo un bostezo, se inclinó ante los dos y se acercó a Ragnar.
El Lobo Espacial le sonrió, y Linus respondió a la sonrisa con otra. La Casa
Belisarius le había proporcionado un empleo y parecía que eso era lo único que
necesitaba. Sin embargo, un gesto de preocupación apareció en su rostro. Su olor
personal también cambió levemente.
—Discúlpeme, maese Ragnar, pero he oído unos rumores muy inquietantes.
Ragnar se lo quedó mirando y esperó a que siguiera hablando. No se sorprendió
en absoluto. Linus era muy espabilado y tenía buen oído, y contaba con la ventaja de
que muy poca gente consideraba que mereciese la pena prestarle atención. Ragnar
sospechaba que por eso se enteraba de todo.
—¿Rumores? —dijo para animarlo a seguir.
—Se dice que se han producido revueltas contra las casas navegantes, y que las
multitudes se están preparando para expulsarlas del planeta. No pretendo ofender,
sólo me limito a repetir lo que he oído.
—No me ofendo, Linus —dijo Ragnar—, pero ¿dónde has oído todo eso?

www.lectulandia.com - Página 218


—Los comerciantes hablan sobre ello. Dicen que es malo para el negocio y que la
Inquisición debería hacer algo al respecto.
Ragnar pensó que sin duda eso le vendría bien a la Inquisición para sus
propósitos. A sus jerarcas les encantaría tener la oportunidad de disponer de un
puesto fijo en el distrito de los Navegantes, y lo único que les hacía falta era un buen
motivo. Si las tropas de las casas navegantes no lograban sofocar aquellas protestas y
revueltas, la Inquisición lo conseguiría sin ninguna clase de duda y sin importarle
utilizar todos los medios que fueran necesarios. Los disturbios en el sagrado suelo de
Terra se podían permitir hasta un cierto límite. Era algo preocupante. Ragnar ya se
había visto involucrado en la supresión de algunas algaradas menores. Lo habían
llamado con el resto de la guardia para mantener la paz en las calles. La sola visión
del Lobo Espacial había hecho que muchos de los alborotadores salieran corriendo
para salvar la vida, lo que sin duda había sido la intención de Valkoth.
De todas maneras, el recuerdo de aquello lo intranquilizaba. No había visto tanto
odio sin sentido y tanto miedo desde hacía mucho tiempo. Además, había algo en
esas turbas que no le gustaba en absoluto. Su comportamiento le recordaba a una
manada de Lobos Espaciales, pero sin una inteligencia que las guiara o la capacidad
de pensar por su cuenta si era necesario. La gente empuñaba armas improvisadas y se
dedicaba a quemar ya saquear las tiendas de aquellos que creían que tenían negocios
con los Navegantes. Lo cierto era que Ragnar sospechaba que se trataba más de una
excusa para saquear que otra cosa. No se habían acercado ni de lejos a los palacios, y
dudaba mucho que los tenderos tuvieran más tratos con los Navegantes que cualquier
otro grupo del distrito.
—Son tiempos difíciles —dijo Linus.
—Sin duda —contestó Ragnar.
El hombrecillo alzó la mirada hacia él y se lamió los labios en un gesto de
nerviosismo.
—¿Es cierto que el trono está vacante? —le preguntó.
«Por el Emperador, si es que viajan rápido las noticias» pensó Ragnar. La
Celestiarca en persona se había enterado de la muerte del viejo Gorki tan sólo una
hora antes y ya se había convertido en la comidilla del bazar. No entendió por qué se
sorprendía. Se podían perder o ganar fortunas con una información como aquélla. Sin
duda, en ese preciso instante ya habría facciones de poder maniobrando para colocar
a su representante en el trono antes de que le hubiera dado tiempo al cadáver de
enfriarse. El estatus social y el poder de casas navegantes enteras se decidiría en poco
tiempo. La gente probaría suerte y luego apoyaría al ganador.
—Por lo que yo sé, la información es correcta —contestó Ragnar.
Linus asintió, como si aquello confirmase lo que él ya sabía.
—Habrá problemas —se limitó a decir.

www.lectulandia.com - Página 219


Ragnar no le preguntó por qué decía eso. Cuando los mastodontes luchan, la
hierba acaba aplastada. La capacidad de advertir los cambios políticos era una
característica de supervivencia en aquel mundo.
Linus se puso a su lado y comenzaron a recorrer los pasillos. Su olor indicaba que
estaba cansado, hambriento, así que sin duda regresaba a su celda. Ragnar se sintió
extrañamente agradecido de su compañía. Supuso que se debía a que se sentía
intranquilo. Había algo que no iba bien. Quizá se trataba de su encuentro con la turba
enfurecida del día anterior, pero lo dudaba mucho. Tales cosas no le habían hecho
sentirse intranquilo o nervioso en el pasado. Se sentía como le ocurría a menudo
cuando caminaba por los picos helados de Fenris. Las primeras señales de una
avalancha no eran muy evidentes, eran pequeños detalles sin importancia: una leve
vibración bajo los pies, el crujido del hielo al partirse a lo lejos, un ruido extraño que
llevaba el viento. Le parecía oír todo aquello en esos momentos.
Las revueltas, el surgimiento de la Hermandad, las intrigas en la Casa
Belisarius… Todo aquello eran pequeñas señales, pero indicaban la presencia de una
amenaza mucho mayor. Estaba seguro de que estaban ocurriendo hechos que no eran
nada buenos ni para la Casa Belisarius ni para sus hermanos de batalla. Caminaban
por un sendero peligroso en época de deshielo. Nada del ajetreo comercial que lo
rodeaba le hacía sentirse de modo diferente.
Dejaron los salones del comercio a sus espaldas y pasaron entre los guardias que
vigilaban la entrada a las estancias privadas. Ragnar devolvió el saludo de los
guerreros de la casa llevándose la mano al pecho. Linus se giró para dirigirse hacia
los ascensores que lo llevarían hasta las estancias abarrotadas de los sirvientes. Lo
tocó en el hombro.
—Ven a verme cuando te enteres de algo sospechoso, sea lo que sea.
—Eso haré, maese Ragnar —le aseguró el escriba antes de entrar en el pasillo.
Ragnar prestó atención de nuevo a los alrededores. Se dio cuenta de que estaba
comprobando los lugares con cobertura y los posibles puntos para una emboscada.
Estaba tratando a aquellos pasillos tranquilos de suelo de moqueta como si fueran un
campo de batalla en el que estuviera a punto de entrar en combate. Que pensara de
ese modo era una muestra de lo preocupado que estaba.
Aparentemente, no parecían existir motivos para estar preocupado. Todo parecía
estar bien. Los guardias estaban alerta La gente que iba y venía no mostraba indicio
alguno de estar a punto de cometer una traición. Supuso que tan sólo eran
imaginaciones suyas. Estaba nervioso. Su estancia en Terra lo había provocado. Allí
había traidores, y no los habían descubierto. Pensó con cierto enfado que quizá eso
tenía que ver algo con su estado de ánimo.
Se dirigió a su estancia. Necesitaba descansar. No hacía falta preocuparse todavía,
o eso se dijo al menos. No era en absoluto necesario.

www.lectulandia.com - Página 220


—Atacaréis esta noche —dijo Cesare mientras se acariciaba el labio superior con uno
de sus gruesos dedos.
Xenothan miró al jefe de la Casa Feracci con gesto cauteloso. En lo más profundo
de su corazón lo despreciaba. A pesar de todo el orgullo que sentía por su linaje y su
poder, no era más que un mutante. Era una abominación que una criatura como
aquélla infectara el sagrado suelo de Terra. Le pareció una ironía entre divertida y
amarga aquel pensamiento. Si aquel hombre era un mutante, ¿qué es lo que era él? La
respuesta le llegó de forma inmediata: era mejor. Además, a pesar de todos los
implantes y toda la cirugía, al menos seguía siendo humano.
—Sin duda, lord Feracci. Atacaremos esta noche. No debéis temer nada. Después
de esta noche tendréis muchos menos enemigos.
Cezare sonrió de un modo que irritaba a Xenothan. Nada le hubiera gustado más
que tomar alguna de las toxinas más interesantes de su arsenal e inyectársela.
Mientras moría, podría contarle los detalles de la angustiosa agonía que iba a sufrir a
continuación. Xenothan no era un hombre cruel por naturaleza, pero Cezare era un
perro rabioso, y se le debía tratar de ese modo, como a un perro rabioso.
—¿Los miembros de la Hermandad están ya en su posición? —preguntó Cezare.
—Sus tropas están preparadas.
—¿Tus agentes?
—Ya saben lo que está a punto de ocurrir. Saben que esta noche es la noche. La
muerte de Gorki ha sido la señal. El camino al interior del palacio Belisarius estará
despejado.
—Asegúrate de no fallar —le dijo Feracci mientras se inclinaba para oler una de
las orquídeas que había en el interior del jarrón levitatorio que flotaba delante de él.
Xenothan pensó que la arrogancia de aquel individuo era increíble. No importaba,
ya se encargaría de él dentro de poco. En cuanto hubiera acabado con la Casa
Belisarius, su superior quería que aquel payaso acabara hundido también. Xenothan
se puso a pensar en la sustancia que utilizaría contra él. Algo lento, algo que le
permitiera asegurarse de que su orgullo sufriera tanto como su cuerpo.
El borac le haría vomitar, así que degustaría de nuevo todas aquellas comidas
deliciosas que le agradaba tomar, aunque claro, estarían mezcladas con los ácidos
gástricos. Era una venganza infantil, se dijo Xenothan, y no era lo suficientemente
sutil ni por asomo. Sería como utilizar avierel, que provocaba en las víctimas que
vomitaran las entrañas mientras morían aullando por la agonía. ¿Quizá algo que le
hiciera retorcerse y suplicar? El escorse suprimía el funcionamiento de ciertos centros
neurálgicos en el cerebro, los que permitían tomar decisiones, por lo que reducía a
sus víctimas a idiotas babeantes.
No, ésa era una droga para los esclavos del placer. Meneó levemente la cabeza.

www.lectulandia.com - Página 221


Era un bonito dilema.
—¿Estás seguro de que los Cuchillos del Lobo no te causarán ningún problema?
A Xenothan le pareció que casi era de risa el modo en que Cezare miró a su
alrededor de un modo furtivo mientras lo decía, como si los malditos fenrisianos
fuesen capaces de oírlo. Estuvo a punto de decirle que tenían unos sentidos muy
agudos, pero no tanto, pero no lo hizo. Mantuvo un gesto de atención exclusiva
cuidadosamente ensayado.
—En absoluto, milord. Si me encuentro alguno en el camino, morirá.
—Los que suelen morir son aquellos que se cruzan en su camino —replicó
Cezare, pero el modo en que sonreía demostraba que no lo decía completamente en
broma.
—Con el debido respeto, milord, ninguno de ésos tiene mis talentos y
capacidades.
—Tus capacidades —repitió Cezare en un tono de burla suave—. Ya va siendo
hora de que me demuestres esas capacidades tan alabadas.
Xenothan dejó que las palabras de aquel individuo le resbalaran sin afectarlo. No
le convenía dejarse provocar, aunque tomó nota mentalmente en la lista de aquellos
que le habían ofendido y de los que debía vengarse. La lista de los vivos en ese
archivo era muy corta, pero la lista de muertos era en cambio muy larga. Pronto, muy
pronto, Cezare pasaría de una lista a otra. Pero no aquel día. Ése día tenía otros
asuntos que resolver.
—Creo que encontraréis los resultados de la operación satisfactorios, milord —
fue lo único que se permitió decir.
—Será mejor que sea así —insistió Cezare—. Sobre todo, después de todo el
dinero que he metido en los bolsillos de tu jefe.
—Es mejor que discutáis, vuestros acuerdos financieros con él —le replico
Xenothan con voz tranquila.
«Hazlo si te atreves», pensó. Ni siquiera Cezare Feracci querría enfrentarse a un
Alto Señor del Administratum sin una razón mucho más poderosa que ésa. Era mejor
recordarle que había algunas cosas que ni siquiera el jefe de una de las casas
navegantes más influyentes debía dejar de temer. Vio que Cezare se quedaba
pensando en ello. Sabía que el jefe de Xenothan lo aplastaría con la misma facilidad
con que iba a aplastar él a los belisarianos.
Lo bueno de los Navegantes era que siempre había alguna casa que quería acabar
con sus enemigos como fuera. No era difícil encontrar aliados entre las distintas
facciones, incluso contra los de su misma sangre. Era algo que Cezare sabía
perfectamente. Sin embargo, no iba a permitir que Xenothan se marchara sin haber
logrado hacerle perder la compostura.
—¿Cómo vas a solucionar el problema de la presencia de los Cuchillos del Lobo?

www.lectulandia.com - Página 222


Por lo que parece, son extremadamente hábiles a la hora de esquivar las armas más
mortíferas.
—Son hombres, como cualquier otro, un poco más fuertes, un poco más ágiles,
un poco más feroces, pero creedme, existen cosas en este universo que hacen que
incluso los Marines Espaciales parezcan débiles.
—Y una de esas cosas eres tú, ¿verdad? —Cezare no intentó ocultar el tono
burlón de su voz.
—Sí, yo soy una de esas cosas —replicó Xenothan con una convicción absoluta
—. Y poseo armas contra las que no pueden hacer nada.
—¿Y cuáles son? —preguntó Cezare.
Su cara no mostraba ninguna expresión, pero era evidente que estaba interesado.
Unas armas capaces de vencer a los Lobos Espaciales valdrían una fortuna en el
mercado libre, y Cezare, a pesar de todas sus pretensiones de ser un aristócrata y un
coleccionista de arte, no era más que un mercader. Mutante y mercader, pensó
Xenothan con desprecio. Sin duda, no era una combinación demasiado agradable.
—Existen ciertos secretos que es mejor no conocer —le respondió Xenothan con
total sinceridad—. Son secretos por los que han muerto los hombres que los
conocían.
Cezare asintió, captando la indirecta, pero Xenothan vio que el Navegante
continuaba dándole vueltas al asunto en la cabeza. Sin duda, era un individuo que no
descansaría hasta averiguar de qué estaba hablando Xenothan. Tampoco era que
importara. Acabaría con él antes de que llevara a cabo cualquier plan en el que
estuviera pensando.
Jamás se enteraría de lo que muy pocos en el Administratum sabían, que en
ciertos departamentos ocultos y casi olvidados de la Inquisición existían pequeños
grupos de eruditos y alquimistas que habían estado trabajando en el problema de los
Adeptas Astartes desde la época de la Herejía. Era un problema tener sueltos a unos
guerreros poderosos, incontrolables y casi invulnerables en el interior del Imperio,
sobre todo porque no se encontraban bajo el mando directo de ninguna persona. Ésos
inquisidores ocultos habían trabajado durante milenios buscando métodos para
controlar o incluso matar a los Marines Espaciales, y su investigación había dado
unos extraños frutos.
Xenothan sonrió al pensar en el vial con la potente toxina que llevaba consigo.
Actuaba directamente sobre la glándula que los Marines Espaciales utilizaban para
neutralizar los venenos, y lo hacía sobrecargándola de forma temporal,
confundiéndola. En definitiva, convertía la glándula en un arma contra el propio
cuerpo que la albergaba. Cuando el veneno entraba en el sistema sanguíneo del
Marine Espacial, lo dejaba paralizado durante un período de unos cuantos segundos,
y aunque no era tiempo suficiente como para que un hombre normal pudiera

www.lectulandia.com - Página 223


aprovecharlo, para alguien como Xenothan, un latido era más tiempo del que
necesitaba.
Por supuesto, el veneno era muy escaso, ya que se producía con los primeros
brotes florecidos de la orquídea de pantano mercuriana, y era algo
extraordinariamente secreto. Los enemigos del Imperio jamás debían poner sus
manos sobre ella, ni los Astartes enterarse de la existencia de esos programas de
investigación secretos. Sin embargo, existían, y Xenothan poseía una muestra y la
utilizaría en breve. Tuvo que admitir que estaba deseando hacerlo. Había pasado
mucho tiempo desde la última vez que mató a un Marine Espacial. Ésta noche
mataría a muchos.
—Pareces un gato que acaba de comerse al canario —dijo Cezare.
Xenothan sonrió, aunque en su interior estaba sorprendido por su lapsus.
—Estaba pensando en vuestra cercana victoria. Ésta noche, de un solo golpe,
todos vuestros enemigos desaparecerán y los belisarianos serán marionetas a vuestro
antojo.
—¿Por qué me cuesta creer que la perspectiva de mi victoria te alegra tanto?
—Porque es nuestra victoria. Ésta noche vuestros enemigos morirán. Ésta noche
los mataré. Mañana seréis primus inter pares, el primero entre iguales, y ambos
sabemos que eso significa ser el señor de todos los Navegantes.
—Muy bien. Procura que nada salga mal.
—Nada saldrá mal por mi parte. Procurad que vuestro peón cumpla su parte del
trato, porque si no lo hace, mucha gente tendrá que lamentarlo.
«Y ni serás uno de ellos, mi ambicioso amigo», pensó Xenothan. Fue gratificante
no tener que expresar en voz alta la amenaza para que Cezare la captara.

Ragnar no podía dormir. El sueño no llegaba. Algo no iba bien. Lo sentía en el aire.
La bestia en su interior gruñía, y él entendió su inquietud, aunque no el motivo. Se
levantó de la cama y se puso a caminar por los pasillos. Pasó por las estancias de
Haegr, pero el gigantón no estaba allí. Ésa noche estaba de guardia.
Se dirigió a la biblioteca. Quería encontrar un libro, algo que lo entretuviera. Se
sorprendió al encontrar a Gabriella en el pasillo. Estaba vestida con su uniforme de
gala, y le sonrió.
—Es muy tarde para estar levantado —le dijo—. ¿O es cierto lo que se cuenta de
que los Lobos Espaciales nunca duermen? —Le sonrió para mostrarle que estaba
bromeando.
—Podría decir lo mismo de vos.
—He estado reunida con la Celestiarca. Todos hemos sido convocados a un
cónclave. Ahora que Gorki ha muerto habrá muchas negociaciones. Las casas quieren
encontrar ventajas en las negociaciones para ver quién ocupa el trono.

www.lectulandia.com - Página 224


—¿Creéis que Misha Feracci lo logrará?
—No, si lady Juliana puede impedirlo.
—¿El cónclave ha acabado?
—La Celestiarca ha bajado a las criptas para efectuar consultas con los Ancianos.
Una vez más, las misteriosas criptas, pensó Ragnar. ¿Qué habría allí abajo?
Gabriella se puso a caminar a su lado.
—¿Adónde ibas?
—Pensaba visitar la afamada biblioteca de Belisarius.
—¿Has decidido convertirte en un erudito?
—Sólo espero encontrar un relato lo suficientemente aburrido como para que
acabe dándome sueño.
—¿Qué pasa? Pareces pensativo.
—No me había dado cuenta de que fuera tan fácil ver mi estado de ánimo.
—No lo sería si no hubiera pasado diez años al servicio de los Lobos Espaciales.
Ahora puedo distinguir entre un ceño pensativo y uno furioso.
—No sé qué pasa. Hay algo en el aire esta noche que no me gusta.
—Valkoth ha dicho casi lo mismo. Ordenó que doblaran las patrullas antes de
escoltar en persona a la Celestiarca hasta las criptas.
—¿Eso ha hecho?
Aquello no tranquilizó a Ragnar precisamente. Si no era el único Lobo Espacial
que se sentía de ese modo, quizá ocurría algo más que una simple sensación de
intranquilidad. Yalkoth era un veterano. Su instinto para el peligro estaría más que
agudizado.
—Sí. Tiene a Torin y a Haegr supervisando a los guardias. Murmuró algo sobre
que ojalá tuviera a más Cuchillos del Lobo aquí, pero que hacían falta en otros
lugares.
Ragnar asintió. Acababa de descubrir algo. Ésa noche había menos Lobos
Espaciales de lo habitual en el palacio Belisarius. Si alguien conocía sus planes y
disposiciones, podría elegir una noche como aquélla para atacar.
Sin embargo, era una suposición bastante arriesgada. Ésos detalles los conocían
muy pocas personas ajenas al círculo interno del clan Belisarius.
De todas maneras, ¿qué podía llegar a salir mal en aquel recinto fortificado que
era el palacio?

Skorpeus se dirigió hacia la entrada inferior. Allí había menos guardias. Lo saludaron
al pasar y él les devolvió la formalidad a todos, aunque a los que conocía los saludó
con un movimiento de cabeza. Hasta ese momento todo iba según el plan. Dio una
vuelta y se detuvo para hablar con los dos que estaban en la consola de seguridad.
—¿Todo va bien? —les preguntó. Ambos asintieron después de saludar.

www.lectulandia.com - Página 225


—Sí, señor. Lord Valkoth ha ordenado un tercer ejercicio de alerta esta noche.
Skorpeus lanzó una maldición para sus adentros. Sin duda, los Lobos Espaciales
eran precavidos. Esperaba que no hubieran captado nada en su olor. No, era
imposible, no podían analizar su olor, y la prueba era que todavía estaba libre. Si
hubieran notado algo sospechoso, lo más mínimo, en ese momento ya estaría en el
interior de una celda de interrogatorio.
«Cálmate —se dijo—. No habrá una celda semejante para ti». No, de un modo u
otro no la habría. La cápsula de veneno que llevaba encima se encargaría de eso. Pero
no había que pensar en cosas semejantes. ¿No habían predicho las estrellas que se
convertiría en el señor de la Casa Belisarius? Así sería, aunque para ello hiciera falta
la ayuda de Cezare Feracci. Ya habría tiempo de demostrarle a Feracci que él no sería
una simple marioneta en sus manos. Lo único que tenía que hacer en ese momento
era permitir la entrada del asesino contratado por Cezare.
Tomó nota mentalmente de que debía enterarse de cómo había sido posible que
Cezare hubiera logrado corromper a uno de los combatientes más letales del Imperio.
Ése conocimiento sería sin duda una herramienta valiosa.
—Todo sigue despejado, señor.
—Muy bien —dijo Skorpeus mientras se colocaba detrás de los hombres que
manejaban la consola y observaba con atención la holoesfera.
Era cierto. La situación en la zona estaba asegurada por completo, a excepción de
un detalle. Miró a derecha y a izquierda y no vio a nadie. Sacó el arma de su funda y
se la colocó en los riñones a uno de los guardias. Apretó el gatillo y el hombre cayó al
suelo escupiendo sangre entre toses.
—¿Qué le ha pasado? —le preguntó al otro guardia. El hombre lo miró
confundido—. ¿Es que está enfermo?
—No lo sé, señor…
El resto de la explicación no llegó porque Skorpeus le disparó al estómago. El
traidor lo empujó a un lado y se sentó delante de la holoesfera. Pasó la mano por
encima de las runas de control principales y comenzó a recitar las invocaciones
crípticas que abrirían las puertas de seguridad.
Sabía que como mucho dispondría de unos pocos minutos. Los tecnoadeptos
supondrían que se trataba de un error del sistema y enviarían a alguien para
investigarlo. Bueno, a menos que esos malditos Cuchillos del Lobo presintieran algo.
Ya era demasiado tarde para pensar en nada de eso. Las luces verdes pasaron a ser
rojas cuando las puertas de seguridad se prepararon para abrirse. Había unas cuantas
similares, y su localización exacta tan sólo la sabían unos pocos. Estaban pensadas
para ser utilizadas en la evacuación del palacio si ocurría algo desastroso. Ésta noche
las utilizaría por otro motivo.
Se levantó de la mesa de control y se acercó a las puertas. Las dos hojas se

www.lectulandia.com - Página 226


deslizaron cada una a un lado y dejaron a la vista una multitud de figuras
enmascaradas y vestidas de negro. A la cabeza se encontraba un hombre al que
reconoció: Xenothan.
—¿Qué es todo esto? —le preguntó al asesino—. ¿Necesitas toda esta ayuda para
matar a una mujer?
—Ha habido un pequeño cambio de planes —contesto Xenothan. Sólo entonces
se fijó Skorpeus en que la pistola que el asesino empuñaba le estaba apuntando a él.
Fue lo último que vio.

www.lectulandia.com - Página 227


CAPÍTULO 23

www.lectulandia.com - Página 228


Xenothan miró a lo largo del pasillo. Todo estaba despejado, tal como esperaba. Los
hombres de la Hermandad ya se estaban desplegando en dirección a sus objetivos.
Algunos se quitaron los monos de trabajo que llevaban puestos y se quedaron con los
uniformes de servidores de la Casa Belisarius que llevaban debajo. Otros se
encaminaron hacia las profundidades con el equipo militar al completo. Unas cuantas
escuadras entraron con agilidad felina en los conductos de ventilación. Dos hombres
se sentaron a los mandos de la consola de control y se conectaron al sistema de
seguridad.
Xenothan pensó que era sorprendente el gran daño que podía causar un equipo
bien motivado en un entorno cerrado como aquél. La propia autosuficiencia de los
sistemas de aire y agua que convertían al palacio en toda una fortaleza podían acabar
siendo un punto débil en cuanto se penetraban sus defensas. Un poco de aire o de
agua contaminada sería suficiente.
«No te confíes», se dijo. Existían medidas de protección para los posibles
accidentes y muchos, muchos niveles de seguridad. Nunca era bueno confiarse en
demasía. De todas maneras, llevaban planeando aquella operación desde hacía
décadas, así que estaba bastante seguro de que se habían tenido en cuenta todas las
posibilidades de fallo. Sonrió, y sus músculos faciales se flexionaron configurando la
piel en una nueva forma. Su rostro era casi idéntico al de Skorpeus, y además tenía en
su poder el uniforme y los talismanes de seguridad del Navegante muerto. No había
habido derramamiento de sangre. El dardo venenoso se había encargado de todo.
Dudaba mucho que nadie que no fuera otro Navegante se diera cuenta de que el
ojo pineal que llevaba implantado en la frente era una hábil falsificación, y si algún
Navegante de la Casa Belisarius se acercaba tanto, moriría. Quedaban los cuatro
Cuchillos del Lobo, se dijo Xenothan con cierto regocijo. Ellos se darían cuenta del
engaño de forma inmediata. Su olor lo delataría, si no lo hacía otra cosa antes. De
todos modos, se les podía aplicar lo mismo que le pasaría a cualquier Navegante: si
se acercaban demasiado, eran hombres muertos.
—En marcha —dijo. Los fanáticos avanzaron con una rapidez satisfactoria.

El sargento Hope se quedó mirando a los nuevos sirvientes que avanzaban por el
pasillo. Uno de ellos era una muchacha muy atractiva. Pensó en buscarla para charlar
con ella cuando acabara su turno de servicio. En ese momento distinguió algo por el
rabillo del ojo. Se giró con rapidez y vio a un hombre al que no reconoció pero que
llevaba el uniforme de la Casa Belisarius. El individuo se movía como si tuviera
prisa. Una escuadra le seguía de cerca.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hope.
—Un fallo de seguridad —dijo el oficial—. Venga conmigo.
—No podemos abandonar el puesto, señor. —Procuró que no sonara como si

www.lectulandia.com - Página 229


quisiera evitar el trabajo duro. Intentó parecer un hombre que quiere cumplir con su
deber—. Tenemos que vigilar el núcleo central.
—Ya sé que hay un montón de libros maravillosos en biblioteca —insistió el
oficial—, pero las órdenes vienen directamente de Valkoth.
Había algo en el tono de voz del individuo que no le gustó a Hope.
—Por favor, señor, enséñeme la autorización.
—Por supuesto —dijo el oficial alargando la mano. Había algo metálico
reluciendo en ella. Fue lo último que vio Hope antes de que su cerebro acabara
decorando la pared.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ragnar.
—No he oído nada —dijo Gabriella—. Claro que yo no tengo los agudos sentidos
de un Lobo Espacial.
Había un leve tono de ironía en el comentario y una expresión de burla en la cara
de Gabriella. Ambos desaparecieron cuando se fijó en el rostro de Ragnar.
—Espera aquí —le dijo él antes de empezar a recorrer el pasillo sin que sus pies
apenas hicieran ruido sobre las viejas losas.
—No —replicó la mujer—. Estaré más segura a tu lado.
Ragnar no tenía tiempo de ponerse a discutir. Siguió avanzando con rapidez.
Había un olor extraño en el aire, a muerte y a algo más. Eran rastros de desconocidos.
Dio la vuelta a una esquina y vio que los guardias que debían estar en aquel puesto
habían desaparecido. Olfateó el aire en busca de rastros y se dirigió a una puerta que
daba a un almacén. Allí estaban los cadáveres, en medio de grandes charcos de
sangre. La tibieza del rastro le indicó a Ragnar que los asesinos habían pasado por allí
hacía muy poco.
Se conectó al canal principal de comunicación.
—Hay intrusos en el palacio —dijo—. Ya hemos perdido dos guardias, quizá
más. —Añadió las coordenadas de su posición dentro del palacio—. Informen a
Valkoth y a todos los demás.
—Ya me han informado —respondió la profunda voz melancólica de Valkoth—.
He enviado refuerzos a esa posición.
—Los intrusos han pasado por aquí hace muy poco. Voy a investigar la zona.
—Ten mucho cuidado, Ragnar. No sabemos a qué nos enfrentamos.
—Sí, señor.
La mente de Ragnar funcionaba a toda velocidad. Podía tratarse de algo muy
grave. No tenía ni idea de cómo habían logrado entrar aquellos intrusos. Había algo
que era evidente: estaban asesinando a su gente. Los belisarianos no habían
desenfundado sus armas, lo que implicaba que los habían tomado absolutamente por
sorpresa. ¿Sería un ataque a gran escala? ¿Quién podía estar implicado? ¿La
Hermandad, o alguien completamente distinto? Estaba convencido de que era

www.lectulandia.com - Página 230


imposible que los fanáticos entraran en aquella fortaleza. A menos que alguien los
estuviera ayudando desde dentro…
—Quédate aquí —ordenó a Gabriella—. Las tropas de la casa llegarán en
seguida. Estarás a salvo.
—Ragnar, esos muertos de ahí eran tropas de la casa —replicó ella señalando a
los cadáveres—. ¿Estaban a salvo? Era una observación bastante justa.
—Pégate a mí y ponte a cubierto si empieza un combate. No puedo garantizar tu
seguridad.
—Me arriesgaré.
—Eso es precisamente lo que vas a hacer.
Ragnar se movió en silencio y con rapidez en dirección al origen del rastro. Se
estaban acercando de forma peligrosa a la entrada a las criptas.
El olor del rastro se hizo más fuerte. Era un grupo de al menos doce hombres, y
Ragnar estaba seguro de que no eran del palacio.
Desenvainó la espada sierra y empuñó la pistola bólter Sintió cómo se expandía
su capacidad de captar el entorno, como siempre le ocurría antes de entrar en
combate. Llegaron a una de las inmensas puertas selladas. Ya no estaba sellada.
Alguien había anulado los controles y había entrado en la cripta.
—No es posible —murmuró Gabriella—. Sólo las ramas superiores de la familia
tienen acceso a estos códigos, y también los Cuchillos del Lobo de mayor rango.
—Pues me temo que sí es posible —contestó Ragnar olfateando el aire—.
Alguien dispone de acceso a los tesoros de la Casa Belisarius.
Fue en ese momento cuando percibió otro olor. Tenía la extraña demencia del
Caos. Aquello se estaba poniendo cada vez más raro. ¿Era así como habían logrado
entrar los intrusos? ¿Habían utilizado la hechicería del Caos para entrar en las criptas
y luego desplegarse por todo el palacio? No era eso lo que le indicaba el olor de los
rastros.
—Esto es peor de lo que pensaba —dijo—. Éste sitio apesta con el hedor a
mutación. Por lo que parece, el Caos ha corrompido hasta el propio suelo sagrado de
Terra.
Gabriella lo miró de un modo muy raro.
—Quizá lo que hueles no es el Caos —le dijo.
Ragnar no tenía tiempo para contestar a aquello. Se oyó el sonido de un arma de
fuego al disparar, y el eco del estampido les llegó por el pasillo seguido de un salvaje
alarido inhumano. Las luces parpadearon y se apagaron al mismo tiempo que
resonaba el grito. Todo quedó totalmente a oscuras. Ragnar se encogió de hombros.
Eso no le supondría ninguna desventaja. Podía seguir avanzando utilizando el olfato,
el tacto e incluso el instinto si le hacía falta. Sin embargo, la joven no se encontraría a
salvo. O eso creía. Se sorprendió al notar que ella se había colocado en vanguardia.

www.lectulandia.com - Página 231


—No pasa nada —dijo Gabriella—. Soy una Navegante. Mi ojo pineal es capaz
de ver a través de una oscuridad mucho peor que ésta.
A Ragnar le llegó con más fuerza el olor a metal procedente de la mujer. Sintió
que ella también había desenfundado sus armas. Las luces se encendieron con un
parpadeo un momento después, aunque con mucha menos intensidad. Se percató
también de que el aire estaba quieto, no como antes. Los sistemas de ventilación del
palacio estaban apagados.
Los ojos de Ragnar se adaptaron a la nueva situación y vio que Gabriella estaba
situada bastante por delante de él, con una pistola láser pequeña en una mano y el
sable de gala en la otra. Se apresuró a ponerse delante de ella. La hija de Adrian
Belisarius no sufriría daño alguno si él podía impedirlo.
Alargó la zancada hacia el origen de los disparos y llegó a una gran estancia. En
el suelo se encontraba tirado algo hinchado, blanquecino y de gran tamaño. Las
piernas parecían más bien aletas, y los brazos, tentáculos. Sin embargo, su rostro era
bastante humano y tenía tres ojos, uno de ellos en mitad de la frente, y que se parecía
sospechosamente al de un Navegante. Ragnar se preguntó si aquella criatura habría
logrado entrar allí en mitad del combate. Era muy poco probable, pero entonces, ¿qué
hacían los Navegantes con una criatura como aquélla en palacio? ¿Se trataba de un
prisionero, de alguien con quien habían realizado experimentos? Fuese lo que fuese,
ya no importaba. La criatura estaba muerta. Alguien le había llenado el cuerpo de
balas. Les había dado tiempo incluso a escribir en la pared: «Muere, escoria
mutante», con su propia sangre. Era una demostración de odio.
Gabriella entró en la estancia y dejó escapar un grito ahogado. Ragnar pensó al
principio que era de horror al ver el monstruo, pero un momento después se dio
cuenta de que estaba sollozando.
A Ragnar se le ocurrió una sospecha terrible que Gabriella confirmó un instante
después.
—¡Están matando a los Ancianos!
—¿Qué?
—¡Ya me has oído! ¡Están matando a los Ancianos!
—¿Esto era un Navegante? —dijo Ragnar espantado.
—Todos son Navegantes, muy viejos, muy sabios.
—Son mutantes.
—¡Lo mismo que todos nosotros!
—Pero tú pareces…
—Yo parezco más humana. No hay diferencia. Si vives el tiempo suficiente y te
expones lo bastante a los efectos de la disformidad, esto es lo que te ocurre. Es el
precio que tenemos que pagar para que la humanidad pueda viajar entre las estrellas.
Ragnar meneó la cabeza mientras intentaba comprenderlo. La lógica en las

www.lectulandia.com - Página 232


palabras de Gabriella era inexorable, y recordó lo que Ranek le había dicho en Fenris
sobre las cosas que llegaría a aprender en Terra. Todo tenía sentido en ese momento.
El anciano debía de saber aquello, sin duda, e intentó prepararlo para aquel momento,
aunque a su manera. Sin embargo, nada podía haberlo preparado para lo que estaba
viendo.
—El Emperador… —comenzó a decir.
—El Emperador lo sabía, Ragnar. El Emperador lo sabía y nos concedió permiso
para hacerlo de todas maneras.
—Pero no se lo dijo a nadie, no lo contó jamás.
—Quizá lo habría hecho si Horus no lo hubiera herido mortalmente y lo hubiera
condenado a pasar toda la eternidad en el Trono Dorado. Era un gran hombre,
Ragnar, y sabía la verdad. Y mientras estamos aquí debatiendo el asunto, otros
miembros de mi familia están muriendo. ¡Lo oirás si prestas atención!
Ragnar se quedó allí, inmóvil. Se sentía muy angustiado e inseguro de sí mismo.
Le estaban pidiendo que defendiera a mutantes, a mutantes de verdad. La Hermandad
estaba en lo cierto. ¿Era honroso defender a aquellos mutantes?
—¿Vas a cumplir tu juramento de lealtad o no? —le preguntó Gabriella—. ¿Vas a
unirte a esos fanáticos insensatos o vas a unirte a nosotros?
Y de eso se trataba precisamente. No era sobre los Navegantes, era sobre él. Era
su elección. Podía defender a los Navegantes o no hacerlo. Dependía de él. ¿Cuál era
la diferencia entre el cadáver que tenía a los pies y Gabriella? Sólo el tiempo.
—¿Tú también…?
—Si vivo lo suficiente —respondió ella—, sí, tendré este aspecto. Quizá no
exactamente el mismo, pero sí muy parecido. Pero de todas maneras, habré cumplido
con mi deber hacia el Emperador. ¿Lo harás tú?
—Mujer, no eres quién para cuestionar mi lealtad al Emperador.
Se puso en marcha. Ya había tomado una decisión. Había jurado servir a la
Celestiarca e iba a proteger a su gente. Cumpliría con su deber, y ya pensaría en lo
otro más tarde. El universo era mucho más complejo de lo que le habían hecho creer.
Les llegó el sonido de la carne al ser cortada con una sierra mecánica seguido de
un aullido de dolor y de fuertes risotadas.
—Es difícil moverse sin piernas, ¿verdad, mutante? —dijo un individuo vestido
por completo de negro mientras blandía la sierra mecánica por encima del cuerpo
extrañamente alterado de alguien que había sido sin duda una mujer.
—Sí, sí que lo es —dijo Ragnar, y le metió un proyectil en cada rodilla.
Fue algo cruel e innecesario, pero alguien tendría que sufrir la furia que sentía.
Los compañeros del hombre se giraron hacia él. Eran veloces y estaban cargados de
drogas de combate, por lo que le apuntaron con sus armas a una velocidad
impresionante. A Ragnar no le importó. Se echó a un lado y se puso a cubierto en la

www.lectulandia.com - Página 233


jamba de una puerta antes de comenzar a disparar. Cada uno de los disparos se vio
recompensado con un grito de dolor. Una lluvia de proyectiles respondió a su ataque
y arrancó grandes trozos de la pared situada a su espalda. Enfundó la pistola y sacó
una granada cegadora. La lanzó, y un instante después de que estallara se asomó de
nuevo y abrió fuego otra vez. No desaprovechó ni uno solo de los disparos. Le metió
una bala en la cabeza a cada uno de sus aturdidos enemigos y se acercó a la
Navegante que habían estado torturando.
Era delgada hasta ser esquelética, y con una estatura antinatural. Su rostro era
delgado como el de un eldar, y su piel era escamosa como la de una serpiente. Le
habían abierto el abdomen y tenía las entrañas desparramadas por el suelo. Ni
siquiera los cuidados médicos más avanzados podrían asegurarle la supervivencia, y a
juzgar por su mirada, ella lo sabía. Una mueca de terrible agonía recorrió los rasgos
de su cara.
—Mátame —le pidió.
Ragnar se giró hacia Gabriella, quien asintió. El Lobo Espacial le disparó una
bala a la cabeza, a través del ojo pineal. Deseó no haber tenido aquella pequeña
sensación de satisfacción al hacerlo. Esperaba que Gabriella no se lo notara en la
cara. Ragnar todavía tenía muchos prejuicios.
Le llegaron los estampidos de los disparos desde todos lados. Por lo que parecía,
no era el único grupo que se había internado en las criptas de la zona prohibida.
Había más.
Gabriella tenía un aspecto furioso.
—Detrás de esto está la mano de otros Navegantes —dijo furibunda.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ragnar, preparado para adentrarse en la
oscuridad de nuevo.
—Tan sólo otra casa navegante conocería la existencia de estas criptas ocultas y
su significado.
—¿Los Feracci? —aventuró Ragnar.
—Son los candidatos más probables, ¿no te parece? —Si es así, lo pagarán.
—No, si aniquilan a mi casa. No quedará nadie para vengarnos.
Ragnar siguió avanzando.
—La Inquisición lo hará.
—No. Puede que utilicen este ataque como excusa para enfrentarse a otros
Navegantes, pero Cezare sabe sin duda que podría ocurrir y estará preparado para
ello, si no, no lo hubiera hecho.
—Pues entonces, serán los Lobos Espaciales quienes reclamen el pago en sangre
de la ofensa.
—¿Lo harán?
—Por supuesto que lo harán —replicó Ragnar, quien deseó estar seguro de lo que

www.lectulandia.com - Página 234


decía Una cosa era el honor, y otra muy distinta la política dentro del Imperio. Se le
ocurrió algo.
—Si Cezare ha organizado todo esto, también es el responsable de la muerte de tu
padre y de Skander.
—No podrás encontrar pruebas para demostrarlo.
Ragnar le enseñó los colmillos con una sonrisa lobuna.
—¿Quién te ha dicho que me hacen falta pruebas?

Xenothan avanzó por los pasillos esforzándose por tener el mismo aspecto
aterrorizado que la multitud que lo rodeaba. Se había producido un terrible caos en el
mismo corazón de la Casa Belisarius. Los planes que habían tardado tanto en crearse
estaban funcionando a la perfección. Los fanáticos andaban sueltos por las preciosas
criptas de los Navegantes. Los equipos de asalto estaban contaminando el suministro
de agua y de aire. Las fuentes de energía principales habían quedado inutilizadas.
Pudo escuchar el pánico por el microrreceptor que llevaba en el oído. La noticia
de que los intrusos habían atacado las criptas ya había llegado a los altos mandos
belisarianos, quienes suponían que los Ancianos eran el objetivo principal de la
incursión y habían enviado tropas para defenderlos. Había llegado el momento de que
Xenothan atacase. La distracción era la clave, ya que tenía que mantenerse dos pasos
por delante de sus enemigos. Eso era más valioso que la fuerza, la potencia de fuego
o la riqueza, y él era un maestro en ese aspecto. Atravesó el corazón del palacio
Belisarius en dirección a su objetivo. Antes de que acabara la noche, una de las casas
navegantes más poderosas y antiguas del Imperio quedaría en ruinas, y el señor de
Xenothan estaría un paso más cerca de su objetivo final.

—¿Cómo estás? —preguntó Ragnar a Gabriella. Estaba pálida y con el rostro


contraído por el horror.
—He estado peor —contestó ella.
Estaba soportándolo bastante bien si se tenía en cuenta el número de parientes
suyos que había visto asesinados por los pasillos, pero Ragnar se percató de que
estaba comenzando a cansarse, y que el miedo comenzaba a afectarla más de lo que
podía soportar. No podía culparla. Aquél estilo de combate era más que suficiente
para destrozar los nervios del guerrero más veterano y templado.
Siguieron al acecho por las sombrías criptas. Los superaban enormemente en
número, de modo que su única oportunidad era atacar desde las sombras y retirarse.
Si querían salvar a los Ancianos no tenía sentido sufrir una muerte heroica. La
rapidez, la ferocidad en el ataque y la velocidad de retirada eran mejores para cumplir
su misión.

www.lectulandia.com - Página 235


Atacaron a pequeños grupos de fanáticos una y otra vez. Ragnar les disparaba e
intentaba apartarlos de su víctima. Si eso fallaba, como ocurría a menudo, regresaba y
los acribillaba a todos. Los intrusos, invadidos por una tremenda sed de sangre, se
dedicaban a torturar de forma brutal a los Ancianos en vez de seguir cumpliendo su
misión. Ragnar sospechó que esa misma ansia de sangre era lo que estaba impidiendo
que mataran a todos los Navegantes. Si los guerreros de la Hermandad hubiesen
avanzado velozmente y hubiesen matado con rapidez, habrían logrado cumplir por
completo su objetivo.
O quizá no. Ragnar se encontró aquí y allá con unas enormes puertas de
contención. Algunas las habían echado abajo con cargas térmicas, pero muchas
habían resistido. Ragnar sabía que era muy posible que al otro lado de las mismas se
encontrasen algunos Ancianos. Sólo le quedaba esa esperanza. Al menos, el tiempo
estaba de su lado. Más y más tropas de la Casa Belisarius llegaban a la zona, y no
tardarían en superar en número a los atacantes.
Los fanáticos debían de saber que eso acabaría ocurriendo, pero a pesar de ello,
habían atacado de todas maneras. Había algo casi admirable en el modo en que
estaban dispuestos a perder la vida por la causa en la que creían.
Casi le recordó a sí mismo. Estaban dispuestos a entregar sus vidas por matar a
gente que no podía defenderse: mutantes incapacitados que no podían empuñar
armas, y mucho menos utilizarlas.
Ragnar se enteró por los canales de comunicación de que los atacantes habían
utilizado otras armas. Habían vertido veneno en el suministro de agua y en los
conductos de aire. Ya estaban reemplazando los filtros y había pocas bajas, pero era
algo obvio, incluso para Ragnar, que los intrusos habían atacado increíblemente bien
preparados. Poseían detalles pormenorizados de sus objetivos y de sus puntos débiles.
Todo señalaba la presencia de un traidor dentro de la casa. Era el único modo de que
alguien hubiera conseguido tal cantidad de datos y de información.
Su mente continuó trabajando en el problema mientras avanzaba en pos del olor
de más fanáticos. La figura de un traidor también explicaría cómo habían logrado
entrar en el palacio. Estaba completamente seguro de que una investigación posterior
descubriría que alguien había abierto una compuerta de seguridad, además de unos
guardias sobornados o asesinados. Era el único modo de que pudiera entrar una
incursión semejante.
Asomó la cabeza por la esquina que daba al siguiente pasillo y vio a otro grupo de
hombres vestidos de negro. Uno de ellos le estaba cortando los tentáculos a un
Anciano con una sierra mecánica mientras uno de sus camaradas estaba tirado en el
suelo cerca de él gimiendo y sangrando profusamente. Por lo que parecía, se habían
encontrado con un mutante decidido a defenderse. Estaba apuntando contra la parte
posterior de la cabeza del fanático cuando se le ocurrió otra idea.

www.lectulandia.com - Página 236


¿Y si los Ancianos no eran el objetivo principal de los atacantes? Estaba sacando
conclusiones de lo que veía, y, en términos militares, ése era un método peligroso e
incorrecto. Lo más probable era que el enemigo pudiera atacar a cualquier persona de
la Casa Belisarius con la información de que disponía.
¿Por qué centrarse en los Ancianos? Tenían un gran poder político, pero, por lo
que él sabía, la mayoría estaban retirados del servicio activo o se dedicaban a
investigaciones de carácter extraño.
Apretó el gatillo y la cabeza de su objetivo estalló en fina neblina rojiza. El
cerebro se estampó contrala cara el intruso que tenía delante. Ragnar se abalanzó
contra ellos blandió la espada sierra contra otro fanático, decapitándolo de un solo
golpe.
Gabriella también cargó contra sus enemigos. Ragnar se apartó todo lo que pudo
de ella. No quería herirla por error en mitad del salvajismo del combate cuerpo a
cuerpo.
Le propinó una tremenda patada a uno de los fanáticos y lo lanzó por los aires
contra el camarada que tenía detrás se abalanzó sobre ellos como un tigre contra una
cabra atada mientras todavía rodaban por el suelo en un revoltijo de miembros. Le
partió el cuello a uno con un golpe lateral de puño El peso de la pistola bólter que
empuñaba añadió fuerza al impacto. Al otro lo decapitó con la espada sierra. La
cabeza rodó por el suelo, donde se quedó parpadeando con una expresión confundida
que fue sustituida al cabo de un ni momento por otra de absoluta desesperación.
Ragnar siguió pensando mientras combatía de forma automática. ¿A qué se debía
aquel ataque? ¿Por qué en ese preciso momento? Quizá el motivo era el cambio de
guardia y la presencia de un traidor en las defensas, pero a él le parecía que debía de
ser algo más complicado que eso. ¿Qué era lo que había cambiado en sentido
general? ¿Por qué el enemigo había decidido probar suerte esa noche, y no alguna
otra?
Ragnar se echó al suelo cuando un fanático le disparó con una pistola láser. Rodó
sobre sí mismo y le disparó mientras el individuo todavía intentaba bajar el arma y
apuntarle de nuevo para luego ponerse de pie de un ágil salto Fue en ese instante
cuando cayó en la cuenta: la votación para elegir al nuevo representante de las casas
navegantes era al día siguiente. Aquél ataque podía dejar desorganizados a los
miembros de la Casa Belisarius en el momento más crítico. O, pensó con mayor
aprensión, podía colocar en el poder a un traidor si mataban a la Celestiarca. Con toda
la casa hundida en el caos y la mayoría de los Ancianos muertos, habría que buscar
otro modo de elegir a su nuevo gobernante. Eso llevaría tiempo.
Sin embargo, pensó mientras le clavaba la espada sierra en el pecho a otro
fanático, eso sólo podía ocurrir si la Celestiarca moría. Ragnar se estremeció. Estaba
seguro de que había adivinado cuáles eran los planes del enemigo.

www.lectulandia.com - Página 237


CAPÍTULO 24

www.lectulandia.com - Página 238


Xenothan continuó avanzando por el palacio siguiendo los datos que recibía de la
base de datos principal del canal de comunicaciones. Había memorizado, por si
acaso, los planos que le había proporcionado el traidor, pero hasta ese momento no
había tenido que utilizarlos. Conocía la zona por las muchas veces que se había
infiltrado disfrazado, pero eran lugares públicos y los sectores con menos medidas de
seguridad. Se encontraba ya en el núcleo del palacio. Los rasgos alterados de la cara
ocultaban su emoción. Era la emoción de la caza. Ésa noche estaba al acecho de una
presa peligrosa que le: proporcionaría el mayor premio de todos. Ésa noche alteraría
la historia del Imperio durante generaciones. Era una misión merecedora de su
talento.
Una joven sirviente se acercó a él con expresión atemorizada.
—¿Qué ocurre, señor? —le preguntó. Debido a la tensión del momento había
olvidado el protocolo habitual y le había hablado sin que él le dirigiera la palabra—.
¿A qué se debe la alerta?
—Nos atacan —respondió Xenothan con el tono adecuado de pánico en la voz.
Sabía que cuanta más confusión y alarma provocara, mejor.
—Todos los guardias se están dirigiendo hacia las criptas. Eso está prohibido.
«Sí que lo está», pensó Xenothan, y le hemos planteado un serio dilema a la Casa
Belisarius. ¿Qué les dirían a los hombres sobre los que viven allí abajo? ¿Qué harían
con ellos? Quizá los enviaran a algún mundo infernal lejano y los sustituyeran por
otros. La respuesta más obvia al dilema era la muerte de todos, .pero no tenía muy
claro que la Celestiarca poseyera la fortaleza de carácter para hacerlo. Sí,
probablemente. Los Navegantes eran capaces de cualquier cosa cuando su
supervivencia estaba en juego.
Bueno, lo cierto era que en muy poco tiempo iba a darles otros motivos para
preocuparse. Xenothan se dirigió hacia la sala del trono. Su objetivo estaba por fin al
alcance de su mano.

Ragnar habló con rapidez por el canal de comunicación.


—¿La Celestiarca está a salvo? —preguntó.
—La protegen Torin y una compañía de guardias en la sala del trono. No nos dio
tiempo a llevarla a las criptas cuando la alarma sonó.
—Trasladarla —dijo Ragnar.
—¿Cómo? —exclamó Valkoth.
Ragnar le explicó rápidamente las sospechas que tenía. Necesitaban asegurarse de
que no estuviera donde todo el mundo se esperaba. Si había un traidor y se producía
otro ataque, era lógico suponer que los asesinos sabrían precisamente dónde atacar.
Ragnar incluso pensó en la posibilidad de sugerir que la trasladaran a una nave y la
llevaran a la órbita de espera del planeta, pero lo más probable era que los atacantes

www.lectulandia.com - Página 239


ya hubieran previsto esa opción y que estuvieran preparados para anularla. Las tropas
comenzaron a pasar en masa a su alrededor de camino a las criptas.
—Ragnar tiene razón —dijo Torin—. No podemos arriesgarnos.
Valkoth habló de nuevo.
—No hay ninguna señal de un ataque aquí arriba.
—Eso no significa que no se esté preparando uno.
—Sí, tienes razón. Torin, explícale a la Celestiarca que tiene que marcharse de
ahí. Dile que le sugiero con todo el respeto que baje a las criptas.
Bien, pensó Ragnar. No era el primer sitio que se le ocurriría a su enemigo, y
además ya estaba repleto de tropas belisananas. Por supuesto, la situación allí abajo
todavía tenía que estabilizarse, pero lo más probable era que así sucediera anta de que
la Celestiarca bajara.
—Ragnar, toma la quinta compañía y asegura la zona defendible más cercana a la
entrada del conducto número nueve. Comunícamelo inmediatamente cuando lo hayas
hecho —le ordenó Valkoth.
—Inmediatamente —repitió Ragnar—. Ven conmigo —le dijo a Gabriella—.
Tenemos órdenes.

La experiencia le indicó a Xenothan que algo iba mal. No había tanta seguridad en la
zona como debería haber. Le habían dado el alto bastantes veces, pero su apariencia,
junto a los pases y a los ritos que el traidor le había proporcionado, le permitieron
pasar sin ningún problema. Casi. Aquéllos que dudaron un poco vivieron tan sólo
unos cuantos segundos más. En aquel lugar deberían estar pidiéndole el santo y seña
de forma casi constante, pero no había demasiados guardias.
¿Era posible que el enemigo hubiera adivinado que se acercaba y hubiera
cambiado de estrategia? ¿Lo habrían traicionado a él? Pensó por un momento en
cancelar la operación, pero sólo fue un momento. Su señor no aceptaría otra cosa que
no fuese un éxito completo. De todas maneras, no había nada que sugiriese que había
fracasado. Decidió seguir adelante. Sin embargo, antes tenía que encontrar un lugar
para conectarse al canal de comunicación principal para que los fanáticos supieran
que se había producido un cambio de planes. Necesitaba saber si habían trasladado a
la Celestiarca, y si era así, debían retrasar su marcha, o incluso detenerla si era
posible.
Sonrió. Aquéllos pequeños contratiempos eran parte de la caza. Harían que su
triunfo fuese más placentero cuando los superara.

Ragnar acabó de supervisar la limpieza final de enemigos del hangar de


almacenamiento. Aparecieron más fanáticos de los que se esperaba, y habían

www.lectulandia.com - Página 240


combatido con una eficacia mortífera sorprendente. Su destacamento había sufrido
bastantes bajas antes de vencer por completo a sus oponentes. Ordenó que se
fortificase la zona. Había desplegado a algunos de sus hombres para que vigilasen las
rutas de entrada a su posición, pero mantuvo al grueso de su fuerza en reserva. Sabía
que los podían atacar desde cualquier lado.
Gabriella lo observaba todo con atención. Tenía el rostro cubierto de suciedad y
lleno de arañazos y sangre. Había sufrido algunas heridas leves en los combates y un
médico le estaba colocando con rapidez piel sintética para cubrirlas. La piel natural
ya la estaba absorbiendo.
—Jamás pensé que tendría que luchar aquí —dijo.
—No existen lugares que estén completamente a salvo —le contestó Ragnar—.
Tienes que estar preparada para luchar en cualquier sitio.
—Lo has expresado como un verdadero Lobo Espacial —replicó ella—, pero
dime, ¿qué te parecería luchar en el lugar donde has nacido y crecido?
—Lo he hecho —contestó Ragnar de forma inmediata mientras recordaba lo
sucedido hacía ya tanto tiempo—. Vi morir a mi padre y a toda mi familia
esclavizada.
—Vaya, eso no me tranquiliza, Ragnar.
—No pensé que fuera a hacerlo —contestó al mismo tiempo que se daba cuenta
de lo que había dicho. Ella sonrió.
—Eso me pasa por preguntar.
—No, no es así. Estamos en tu hogar. Tienes derecho a estar furiosa. Además,
todavía tienes que seguir luchando si quieres conservarlo.
—Son palabras de un fenrisiano.
—Éstas palabras son ciertas las diga quien las diga. En este universo hay muy
pocas cosas que podamos hacer aparte de luchar por nuestro hogar si queremos
conservarlo. Hay muchos enemigos que querrían arrebatárnoslo.
—Eso es más cierto todavía si eres un Navegante.
—Es cierto para todo el mundo, incluidos los Marines Espaciales.

Xenothan continuó cruzando el palacio al acecho de su presa. Tal como estaba la


situación aquella noche era posible que no tuviera la oportunidad de atacar a su
objetivo, pero no estaba dispuesto a aceptar la derrota. Podía quedarse en el interior
del edificio, ocultarse en algún lugar recóndito y esperar que llegara el momento
oportuno. No, no serviría de nada. Después de lo ocurrido aquella noche quedaría al
descubierto la identidad del traidor y la seguridad se redoblaría. Era esa noche o
nunca. La única decisión que le quedaba por tomar era si continuaba con la misión o
si abandonaba el palacio.
Sonrió. Nunca había existido la posibilidad de que abortara el plan. Era el

www.lectulandia.com - Página 241


momento culminante de su carrera, algo de lo que hablarían en su organización
durante siglos si lo lograba. No, se dijo a sí mismo, cuando lo lograra.
Impartió unas cuantas órdenes más por el canal de comunicación. Sus seguidores
se estaban acercando a lo que creían era la escolta de la Celestiarca. Realizó unos
cálculos rápidos. Podrían lograr una superioridad numérica temporal en ese punto,
dos pisos más abajo. Los belisarianos estaban desplazándose por las rampas, lo que
era algo muy sensato. No querían quedar atrapados en un ascensor o en un
montacargas. Existían demasiadas posibilidades de que algo saliera mal.
Ordenó que los interceptaran, aunque sabía que tan sólo era cuestión de tiempo
que los belisarianos se dieran cuenta de que tanto él como sus seguidores estaban
enviando transmisiones codificadas utilizando la propia red de comunicaciones del
palacio. Disponía de tiempo más que suficiente para hacer lo que debía hacer. Tenía
todo el tiempo del mundo.

Torin se mantuvo pegado todo el tiempo a la mujer con la cara tapada por una
capucha, preparado para interponerse entre ella y cualquier peligro que apareciese
Olfateó el aire y estudió los rastros contradictorios. Distinguió el leve rastro de los
intrusos en el aire reciclado junto a las trazas de las toxinas que se habían soltado en
cantidades minúsculas. Se preguntó cuántas bajas habría. ¿Cuánta gente habría
muerto antes de que se hubiera logrado anular aquella forma de ataque?
Se reprendió. Lo que debía hacer era mantenerse atento a cumplir su tarea. Ya se
enteraría de todo lo malo que había ocurrido.
Todavía seguía asombrado por la audacia del ataque. Ya conocían por fin el
motivo del agrupamiento de las fuerzas de la Hermandad bajo la superficie del
distrito. Casi todos los fanáticos de Terra debían de encontrarse en aquel lugar.
¿Quién habría pensado que se atreverían a atacar a los Navegantes dentro de su
propia plaza fuerte? Aquello demostraba una osadía en la planificación y una
competencia en la ejecución que era casi admirable. Sin embargo, al día siguiente lo
pagarían con creces. Los belisarianos no repararían en gastos para descubrir quién
estaba detrás de todo aquello para vengarse.
Sin duda, los atacantes ya habrían previsto aquello y lo habrían tenido en cuenta
en sus planes. Habrían sido unos idiotas si no lo hubieran hecho así, y aquello no era
obra de idiotas. Fue una idea un poco escalofriante, en la que pensó con cuidado
mientras dirigía a la escolta de élite de la Celestiarca por las estancias del palacio.
Quizá el enemigo no esperaba que sobreviviese nadie capaz de estar en condiciones
de vengarse. Les demostraría que estaban equivocados.
Cuidado, se dijo Torin, la noche todavía no había acabado. ¿Quién sabía qué otras
sorpresas desagradables les tenían guardadas? A lo mejor se trataba de otro traidor.
Torin estaba seguro de que existía uno, al menos. Nadie podía haber penetrado en el

www.lectulandia.com - Página 242


palacio sin la ayuda de alguien situado en los escalafones superiores. Simplemente,
no podía haber ocurrido de otro modo. La cuestión era: ¿quién? Los Navegantes
tenían muchos defectos, pero la lealtad hacia su clan estaba casi imbuida en sus
genes. Tenía que ser eso. ¿Cómo lo habrían logrado?
Si conseguían sobrevivir, la lista de sospechosos sería enormemente reducida.
Muy pocas personas estaban en una posición que les permitiese hacer lo que se había
hecho, así que uno de ellos tenía que ser el traidor. Estaba seguro de que no había
sido él, ni Valkoth ni Haegr. No podía haber sido Ragnar. No conocía tanto a aquel
joven, pero acababa de llegar de Fenris y no parecía una persona corruptible, aunque
se llevaba muy bien con aquella chica, Gabriella, pero ella había pasado diez años
conviviendo con los Lobos Espaciales, por lo que era imposible que se hubiera
convertido en una traidora en tan poco tiempo. Tenía que ser alguien de la jerarquía
superior de la casa. A Torin ya se le había ocurrido quién podía ser.
En ese preciso momento captó un olor extraño en el aire. Un grupo de enemigos
se dirigía hacia ellos, y era un grupo numeroso.
—Preparaos para defender a la Celestiarca —dijo a los suyos al mismo tiempo
que sus adversarios doblaban la esquina y abrían fuego.
Torin soltó un aullido de guerra, a sabiendas de que amedrentaría a sus enemigos
e infundiría valor a sus propios hombres. Un instante después se lanzó de cabeza
hacia el torbellino del combate cuerpo a cuerpo.
Era feliz. Había pocas cosas que le gustaran más que la sensación que tenía
cuando su espada sierra cortaba el cuerpo de sus enemigos.
Xenothan oyó el aullido de lobo y el sonido de los hombres de la Hermandad al
trabarse en combate. Pensó que ése era el momento que había estado esperando.
Asomó la cabeza por una esquina y vio las estancias repletas de soldados y fanáticos
envueltos en la vorágine del combate cuerpo a cuerpo. La lucha se extendía bajo las
estatuas y los tapices mientras la escolta de la Celestiarca caía en la emboscada.
Desde la balconada que había escogido como posición ventajosa, vio al Lobo
Espacial matar a todo fanático que se le ponía al alcance. Xenothan se permitió tener
un cierto aprecio profesional por la mortífera capacidad de combate de su adversario
antes de centrar toda su atención en su objetivo. La Celestiarca estaba protegida por
una muralla formada por sus guardias de élite, que se negaban a retroceder a pesar del
feroz ataque que estaban sufriendo. La presencia de su dirigente y del Cuchillo del
Lobo parecía proporcionarles un valor tremendo.
Si todo transcurriera con normalidad, la situación acabaría mal para los fanáticos
de la Hermandad. Tan sólo era cuestión de tiempo que llegaran los refuerzos de las
tropas de la casa navegante y que cayeran bajo la superioridad numérica enemiga. Por
suerte, pensó Xenothan, eso no tenía por qué preocuparlo. Casi había cumplido su
misión. Se detuvo un instante para saborear el momento, alzó la pistola bólter

www.lectulandia.com - Página 243


personalizada y efectuó un único disparo, casi sin apuntar. El proyectil se dirigió en
línea recta a la cabeza de la Celestiarca y la hizo explotar. Sólo Xenothan y alguien
que estuviera cerca de ella se habría dado cuenta de que le había metido la bala justo
por el tercer ojo.
El Cuchillo del Lobo lanzó un aullido de furia y su respuesta casi pilló a
Xenothan por sorpresa. El Marine Espacial apuntó con la pistola y disparó, también
casi sin apuntar. Fue pura casualidad que su proyectil diera de lleno en la pistola del
asesino y la hiciera caer, rota, por encima de la balaustrada.
Xenothan no quiso arriesgarse y se echó hacia atrás con un sentimiento de triunfo
indecible, estropeado únicamente por una ligera sensación de que algo iba mal.
Estaba bajando por las escaleras y casi iniciando el proceso de huida cuando cayó
en la cuenta de lo que era. La imagen de la Celestiarca desplomándose hacia atrás se
había grabado a fuego en su cerebro y ya formaba parte de su galería de grandes
triunfos. Era uno de esos momentos que saborearía mientras viviera. Detuvo la
imagen en su mente.
Al recordarla de nuevo por completo se percató de que había cometido un error.
La mujer era una Navegante, pero era demasiado baja y ancha para que fuese la
Celestiarca. A cierta distancia era casi idéntica, y pocas personas podrían haber
notado la diferencia, pero Xenothan era una de ellas. Lo habían hecho quedar como
un tonto. Los Cuchillos del Lobo habían utilizado un señuelo para distraer a los
intrusos mientras llevaban discretamente a la verdadera Celestiarca a un lugar seguro.
Era un truco muy sencillo, pero en mitad del caos de la invasión había demostrado ser
muy efectivo.
Xenothan se preguntó qué iba a hacer. Se le acababa el tiempo.

Ragnar observó con atención la llegada de Haegr. Con él iba una mujer vestida con el
uniforme de paseo de un Navegante normal. Ragnar la reconoció de forma inmediata:
era la Celestiarca. Valkoth había tomado una decisión muy arriesgada pero que había
salido bien. Haegr había conseguido protegerla durante todo el trayecto hasta las
criptas e incluso había logrado encontrar algo de comer por el camino. Tenía la barba
y los labios manchados de salsa y de grasa. Ragnar detectó el olor a venado asado.
—Apenas ha sido un combate de verdad, tan sólo unos cuantos hombres vestidos
de negro para decorar mi martillo con sus cerebros.
—Por lo que yo estoy profundamente agradecida —dijo la Celestiarca.
—Sin duda, señora —respondió Ragnar mientras la llevaba hasta la cámara de
seguridad.
Sólo había un modo de entrar y de salir de aquel lugar, pero era lo mejor que
había logrado encontrar en tan poco tiempo. Aquél sitio podía convertirse en una
trampa letal si los atacaban con una superioridad numérica insuperable, pero al menos

www.lectulandia.com - Página 244


estaba seguro de que nadie entraría o saldría por otro lado. Cualquiera que quisiese
matar a la Celestiarca tendría que pasar por encima de los cadáveres de Haegr, el
suyo propio y los de una compañía de guardias de la Casa Belisarius que estaban bajo
su mando. Además, llegarían más tropas en cuanto hubieran acabado de despejar de
intrusos las criptas. Por lo que parecía, la situación era estable de momento El
tintineo del microrreceptor que Ragnar llevaba en el oído le hizo temerse algo de
repente.
—Ragnar, tenemos un problema —dijo Torin. El tono de su voz sonaba urgente.
—¿Un problema?
—El señuelo ha muerto. La pillaron. ¿La Celestiarca está a salvo?
—Haegr está aquí, conmigo, lo mismo que decenas de guardias. Tenemos a la
Celestiarca en una de las criptas. No sé cómo van a lograr pasar sin que los veamos.
La señal se interrumpió de repente y sonaron varias ráfagas de disparos a lo lejos.
Un momento después volvió a sonar la voz de Torin al otro lado del canal de
comunicación.
—Ragnar, soy Torin Nos acaban de atacar y han matado al señuelo.
—Lo sé, acabas de decírmelo.
—¿Qué? ¡Pero si he estado muy ocupado matando a nuestros invitados!
—¿No me has llamado hace treinta segundos?
—Hace treinta segundos estaba sacando mi espada sierra de las tripas de alguien.
—Entonces, ¿quién me ha llamado?
—No lo sé, pero no era yo. Tengo que avisarte de algo: hay un asesino suelto en
el palacio.
—Hay muchos de ellos, pero me parece que estamos ganándoles.
—No, me refiero a un asesino imperial de verdad. Ha matado al señuelo que
Valkoth envió con la escolta personal de la Celestiarca. Cuando le disparé se apartó
con tanta rapidez que casi no pude verlo. Estoy siguiendo su rastro, pero me temo que
se dirige hacia ti.
—¿Un asesino imperial? No es posible. ¿Es que nos ataca el Administratum?
—No lo sé, Ragnar, pero estoy seguro de que tenemos a uno en el palacio. Ten
mucho cuidado. Son agentes con muchos recursos y casi imparables cuando tienen un
objetivo al que matar. Intentará encontrar el modo de llegar a ella. Aguanta mientras
lo encuentro. ¡Alabado sea Russ!
La cabeza le daba vueltas. Al parecer, el enemigo no sólo tenía acceso a los
códigos de seguridad de la red de comunicaciones de la Casa Belisarius, sino que
además sabía cómo imitar la voz de Torin.
¿Cómo era posible? Ragnar se acordó de su visita al palacio Feracci y todas las
máquinas que habían estado presentes junto a los sirvientes en la reunión. Sin duda,
podían haberla captado allí.

www.lectulandia.com - Página 245


Se preparó. Por lo que parecía, la batalla todavía no había acabado. Una de las
criaturas más letales de toda la galaxia se dirigía hacia él.

www.lectulandia.com - Página 246


CAPÍTULO 25

www.lectulandia.com - Página 247


Xenothan dio unas cuantas órdenes de forma apresurada a los últimos guerreros
supervivientes de la Hermandad. Tenía la esperanza de que abandonaran el baño de
sangre que estaban cometiendo en las criptas y que convergieran sobre su gran
enemiga, la Celestiarca. Ya se habrían dado cuenta de que estaban condenados, y con
un poco de suerte estarían más que dispuestos a entregar sus vidas al precio más alto
para los odiados mutantes. Matar a la Celestiarca sería más que suficiente.
Dejó de utilizar el canal de comunicaciones. Suponía que a esas alturas también
habrían descubierto ese truco y no estaba dispuesto a correr el riesgo de que lo
localizaran antes de que completara su misión. Los Cuchillos del Lobo ya habían
demostrado que no eran tontos. Estarían haciendo todo lo posible por localizarlo. Se
dijo a sí mismo que debía mantenerse en movimiento.
Comprobó la serie de armas especiales que llevaba consigo mientras recorría a
toda prisa los pasillos. Todavía le quedaban unas cuantas sorpresas guardadas en la
manga. Conservaba las cuchillas envenenadas, los lanzadores de dardos y las
granadas de gas venenoso. Había cambiado de nuevo de aspecto y llevaba el
uniforme robado al cadáver de uno de los guardias de la casa. La cara también le
había cambiado por completo. Era ancha y lisa. Los sacos de pigmentación
subdérmicos habían cambiado el tono de su piel del blanco lechoso de los Navegantes
a un marrón oscuro. No podría engañar a un Lobo Espacial debido a su olor, pero
engañaría a cualquier otra persona que lo estuviera buscando con su aspecto anterior.
No estaba seguro de si el Lobo Espacial lo había visto lo suficiente como para
comunicar su aspecto a los demás, pero seguía sin querer arriesgarse.
Un guardia le ordenó que se detuviera. Xenothan no tenía tiempo que perder. La
clave era la rapidez, no el disfraz. Se concentró, y su cuerpo alterado quirúrgicamente
respondió de forma inmediata. El tiempo frenó su avance cuando sus reflejos
aumentados de forma química se aceleraron. El guardia pareció moverse a cámara
lenta y apenas le dio tiempo a alzar el arma antes de que Xenothan se le echara
encima. Alargó el brazo y le metió los dedos en los ojos, hundiéndolos
profundamente en las cuencas antes de que se partieran por el impacto de sus uñas,
afiladas como navajas de afeitar.
El guardia comenzó a desplomarse, pero Xenothan tuvo tiempo todavía de
golpearlo en la garganta y aplastarle la tráquea.
Un segundo después ya no estaba allí. Cruzó el pasillo a toda velocidad en
dirección a su presa. Estaba decidido a que no lo esquivara una segunda vez.

—Esto ya me gusta más —gruñó Haegr chasqueando la lengua de satisfacción


mientras contemplaba los cuerpos destrozados que yacían por doquier en el campo de
batalla. Ragnar se levantó desde detrás de la barricada improvisada para echar un
rápido vistazo a la situación que tenían delante. Toda la parte delantera a la entrada de

www.lectulandia.com - Página 248


la cripta estaba cubierta de cadáveres. El olor a madera exótica ardiendo le llenaba la
nariz. Había muertos por todas partes.
—Estoy seguro de que tendrás mucha más diversión dentro de poco —le dijo
Ragnar—. Oigo que se acercan más fanáticos.
—Así es, joven Ragnar. Debo admitir que para ser unos humanos debiluchos
saben cómo morir. Han luchado como si estuviesen poseídos.
—Seguro que se lo toman como un gran cumplido.
—Deberían hacerlo cuando sale de los labios del poderoso Haegr.
La situación había empeorado a lo largo de los minutos anteriores. Los fanáticos
se habían reagrupado y habían atacado su posición en masa una y otra vez. La
mayoría de los guardias estaban heridos y ninguno de los refuerzos prometidos había
llegado todavía. Estaban acorralados. El único consuelo era que los enemigos todavía
no habían conseguido entrar en la estancia donde se encontraban Gabriella y la
Celestiarca. Hasta ese momento, habían logrado rechazar todos los intentos de sus
oponentes.
Haegr tenía razón. El enemigo combatía bien. Ragnar estaba sorprendido por la
excelente coordinación que mostraban los fanáticos. Dudaba mucho que fuese una
simple coincidencia que hubieran comenzado a atacar de repente su posición en tan
gran número. Una inteligencia maligna y astuta los guiaba. ¿Hasta qué lugar en lo
alto llegaba la traición dentro de la Casa Belisarius? Sin duda, otros estarían
pensando lo mismo. Ésa idea podía desmoralizar y paralizar a su bando mientras el
enemigo los atacaba.
—Jamás pensé que iba a tener un combate tan bueno en este sitio precisamente —
dijo Haegr—. Por lo que parece, estas criptas sirven para algo, después de todo.
Ragnar se preguntó si conocía la existencia de los mutantes, y si era así, si le
importaba lo más mínimo.
—Alguien se ha esforzado mucho para que esto salga bien —comentó Haegr con
una astucia poco común en él. Aquello le confirmó a Ragnar que estaba en lo cierto.
Tenía que ocurrir esa misma noche porque el Concilio de los Navegantes tendría
lugar al día siguiente. Si la Celestiarca moría, la Casa Belisarius quedaría
completamente desorganizada y sus aliados confundidos.
Con la casa desconcertada y tantos Ancianos muertos, tardarían semanas, si no
meses, en elegir a otra persona que ocupara el cargo de Celestiarca. Si Cezare había
planeado todo aquello, podría aprovechar el momento para prometer a los
Navegantes un liderazgo firme ante aquella nueva amenaza siniestra y así colocar a
su hijo como uno de los Altos Señores de Terra. Sería una victoria como ninguna otra
conseguida en los dos mil años pasados por cualquiera de las demás casas navegantes
y su poder sería insuperable. Ragnar se dio cuenta de que aquella conclusión
implicaba poseer una gran imaginación, ya que no tenía absolutamente ninguna clase

www.lectulandia.com - Página 249


de prueba, pero encajaba a la perfección con todos los hechos. El único problema que
planteaba esa teoría era que la casa que había organizado aquel ataque no tenía por
qué ser la Feracci; podía ser cualquiera de las más poderosas y ambiciosas. No habría
forma alguna de confirmarla hasta la elección al trono que se efectuaría al día
siguiente.
—Pues vamos a tener que procurar que no le salga bien.
—Bien dicho, joven Ragnar. Muy bien dicho.
Haegr sonrió y dejó al descubierto sus enormes colmillos, y Ragnar se dio cuenta
de repente del motivo por el que Torin lo respetaba tanto. Puede que Haegr fuera
brusco, algo brutal y un impedimento para cualquier acto diplomático, pero el gigante
era el tipo de persona que querrías a tu lado en un momento difícil. No mostraba
ninguna clase de duda, ni de miedo, ni tampoco tenía necesidad de que lo
tranquilizaran. Era por completo lo que aparentaba ser: insensible al miedo. Lo más
probable era que estuviese un poco loco, pero era un guerrero excelente.
—El único modo en que lograrán llegar hasta la Celestiarca será pasando por
encima de mi cadáver —dijo Ragnar.
—Y tendrán que pasar por encima del mío para llegar hasta el tuyo —contestó
Haegr—. No puedo permitir que un cachorro se lleve la gloria que en justicia me
pertenece a mí.
Ragnar soltó una carcajada y luego miró a su alrededor, a la matanza, a los
cuerpos muertos y hediondos, a los cadáveres sin miembros, a los desconchados en la
pared provocados por los disparos. Aspiró la pestilencia de los resultados del combate
cuerpo a cuerpo en las estancias del palacio. El hedor de las tripas abiertas y de la
carne chamuscada por los rayos láser, de la sangre derramada y de los excrementos
expuestos al aire.
No vio ninguna muestra de gloria en aquel lugar. Todas aquellas teorías que se le
habían ocurrido estaban muy bien, pero tendría que dejarlas hasta el día siguiente. Era
imperativo que mantuvieran con vida a la Celestiarca, ya que si lo lograban, la
traición no tendría éxito y los belisarianos podrían seguir luchando. Quizá incluso
conseguirían descubrir a los responsables de aquello y vengarse sin piedad.
Le sorprendió la desesperación que sentía. Jamás habría sospechado que la
situación podía empeorar de un modo tan drástico en tan poco tiempo. Hasta esa
noche había creído que el poder de la Casa Belisarius era casi invencible. Los
Navegantes le habían parecido tremendamente ricos y poderosos, pero ni siquiera su
alianza con los Lobos Espaciales les había evitado estar a punto de desaparecer antes
del amanecer. Se dio cuenta de que dentro de la vasta maquinaria de la organización
del Imperio, la Casa Belisarius no era más que otro pequeño engranaje, lo mismo que
su Capítulo. No era una idea muy agradable.
—Bueno, pues parece que tenemos más visitantes —gruñó Haegr—. Supongo

www.lectulandia.com - Página 250


que será mejor que nos preparemos para darles la bienvenida.
Xenothan bajo las escaleras de un salto y oyó el rugido de la batalla por delante
de donde ellos estaban. Había sido una noche muy larga, pero ya casi había acabado.
Un último esfuerzo y vería cumplida su misión. Comprobó el estado de sus armas una
última vez y echó a correr hacia su objetivo. Oyó el aullido de los Lobos Espaciales.
Ragnar se enfrentó cuerpo a cuerpo con el primero de los atacantes y lo envió
volando de espaldas con un golpe de la guarda de la espada sierra. Era increíble pero
se había quedado sin munición en la pistola bólter, y el combate era tan cerrado que
no tenía sentido intentar apoderarse de cualquiera de las armas que había por el suelo.
En vez de eso empuñó la espada de un oficial de la guardia que estaba muerto y la
blandió con la mano izquierda mientras empuñaba la espada sierra con la derecha.
Se habían visto obligados a salir de detrás de la barricada y a entrar en combate
en la estancia delantera contigua. Ragnar atravesaba las filas enemigas matando a sus
oponentes con tremendos tajos, mientras que Haegr se abría paso como un toro
enloquecido en un bazar abarrotado de gente A su alrededor, los herejes caían uno
tras otro, pero sólo eran los Marines Espaciales los que mantenían a raya a la oleada
enemiga. La mayoría de los guardias ya habían caído, y los zelotes seguían atacando
de forma incesante y fanática.
Era posible que se tratase de las drogas de combate que habían ingerido, pero
Ragnar sospechaba que hubieran sido igual de arrojados sin ellas. Simplemente no
habrían tenido tanta fuerza, resistencia y ferocidad. A Haegr no le importaba. Se reía
mientras los mataba. Aplastaba cráneos con el martillo como si fueran cáscaras de
huevo y partía las costillas como si no fuesen más que ramitas secas. Tenía la barba y
la placa pectoral de la armadura cubierta de restos sanguinolentos, y esa misma
sangre le caía por el rostro dándole un aspecto demoníaco.
Se movía con una agilidad tan tremenda para alguien de su tamaño que sus
oponentes no lograban apuntarle con sus armas, y muy pocos conseguían alcanzarlo
en el combate cuerpo a cuerpo. De repente, salido de la nada, apareció un dardo que
impactó en la frente del gigante y se quedó allí clavado. Por un momento pareció que
no pasaba nada, pero un instante después Haegr abrió los ojos de par en par con una
mirada de horror y se desplomó en el suelo como el tronco de un gran roble.
Si Ragnar no hubiese sabido que era imposible, habría pensado que su camarada
había caído víctima de alguna clase de veneno. Advirtió algo por su visión periférica
y se lanzó de cabeza aplastando a los enemigos que tenía delante. Un dardo pasó
silbando al lado de su oído y falló por poco.
Un grito justo a su espalda le hizo saber que alguien no había tenido tanta suerte
como él. Echó una breve mirada a la izquierda y vio a un fanático retorciéndose en el
suelo en medio de una agonía insoportable. La cara se le estaba poniendo azul con
una rapidez tremenda y los músculos se movían bajo la piel como serpientes

www.lectulandia.com - Página 251


torturadas.
Ragnar siguió moviéndose y unos cuantos dardos más rebotaron contra la
armadura. Captó un leve olor, un sutil aroma que indicaba el pequeño rastro
provocado por una combinación repugnante de toxinas. Miró a su alrededor
frenéticamente. Todavía no había visto al individuo que le estaba disparando. Ningún
ser humano hubiese sido capaz de evadir sus sentidos. Supuso que el asesino había
llegado por fin.
Xenothan maldijo en voz baja. No había esperado que el joven respondiera con
tanta rapidez. Seguir sus acciones evasivas le había costado muchos de aquellos
dardos envenenados y todavía no había conseguido impactarle de lleno. Lo único que
había conseguido era acabar con media docena de sus propios seguidores.
¿Y ahora qué?, se preguntó. No podía perder más tiempo. Si quería matar a la
Celestiarca tendría que pasar por encima de la barricada y entrar en la cripta en ese
momento. Se dirigió hacia la puerta.
Ragnar vio por el rabillo del ojo a un individuo delgado y alto vestido de negro
que se movía con una rapidez increíble. Saltó la barricada y se dirigió a la entrada de
la cripta interior.
El desconocido se movía con demasiada rapidez para ser un humano normal.
Había algo casi de insecto en su velocidad huidiza. Ragnar supuso que se trataba del
asesino, y en pocos segundos, si no lo detenía, entraría en la estancia donde se
encontraba la Celestiarca. Ragnar no creía que los guardias tuvieran muchas
oportunidades de mantenerlo alejado de su presa. Había llegado el momento de
cumplir con su deber.
Saltó por encima de la barricada abalanzándose contra la espalda de su oponente
sin hacer caso de los golpes que los fanáticos le propinaron por todos lados. Confiaba
en que la resistencia de su armadura lo mantendría a salvo de cualquier herida.
Blandió la espada sierra con la esperanza de cortarle la espina dorsal al asesino. Casi
lo logró, pero en el último momento el asesino consiguió inclinarse hacia adelante
como si no tuviera huesos y esquivó el mandoble. Incluso llegó a retorcerse sobre sí
mismo en el aire, rodó hacia adelante y apoyó una pierna contra el pecho de Ragnar,
añadiendo su fuerza al impulso que ya llevaba el Marine Espacial y enviándolo de
cabeza hacia la cámara interior.
Ragnar soltó la espada sierra por temor a cortarse con su propia arma al caer.
Intentó controlar la caída para ponerse de pie. La espada sierra se deslizó por las losas
de mármol y acabó junto a una pared lejana. Ragnar se puso en pie de un salto, pero
el asesino ya estaba preparado para atacar. Le propinó una patada en la barbilla con
una fuerza tan brutal que hubiera partido el cuello a cualquier otro que no fuese un
Marine Espacial. Ragnar cayó de nuevo de espaldas y el asesino pasó por encima de
él de un salto. Jamás se había encontrado a alguien que fuera tan superior en

www.lectulandia.com - Página 252


velocidad y reflejos y, aparentemente, también en fuerza. Había muchos enemigos
que eran más fuertes que Ragnar, pero ninguno tan veloz. Aquél desconocido era una
combinación letal de ambas características.
El asesino hizo caso omiso de Ragnar y siguió avanzando hacia su objetivo. Los
guardias estaban confusos por la sorprendente velocidad a la que se estaban
desarrollando los acontecimientos, y no abrieron fuego por miedo a alcanzar a
Ragnar.
—¡Disparad! —rugió el Lobo Espacial mientras alargaba un brazo para agarrar al
asesino del tobillo. Logró hacerlo por poco y el desconocido se giró de nuevo
intentando zafarse. La primera salva de proyectiles cruzó silbando el aire a su
alrededor. Bastantes se estrellaron contra la armadura de Ragnar, pero él mantuvo
agarrado al asesino.
Xenothan soltó otra maldición. ¿Qué hacía falta para matar a aquel joven? Hasta
ese momento había sufrido heridas suficientes como para matar a una docena de
hombres y aun así, seguía luchando, y lo que era todavía peor, había logrado anular
todos sus esfuerzos para llegar hasta la Celestiarca. El asesino se dio cuenta de que
había cometido un error eliminando a Haegr en primer lugar. La ferocidad del gigante
era legendaria, y Xenothan creyó que supondría la mayor amenaza. Ya no estaba tan
seguro.
«Otro error», pensó, y no tenía mucho tiempo para corregirlo.
De alguna manera, con una velocidad sobrehumana, el asesino no sólo consiguió
evitar que le acertasen sino que además respondió a los disparos con el arma que
empuñaba en la mano izquierda. Nuevos dardos cruzaron el aire y Ragnar temió que
la Celestiarca estuviera a punto de morir. Habría ocurrido así de no ser por varios
miembros de su escolta personal, que intervinieron colocándose en la trayectoria de
los proyectiles y conviniéndose así en un escudo humano.
Ragnar oyó al asesino maldecir en una lengua desconocida antes de que se
inclinara y lo golpeara con la mano. El ataque iba dirigido contra los ojos de Ragnar.
El joven Lobo Espacial tuvo el tiempo justo de girar la cabeza para que las afiladas
uñas simplemente le arañaran la frente. Dio un mandoble con la espada que había
conservado en la mano izquierda, pero el asesino paró el golpe con el antebrazo.
Ragnar esperaba que la carne cediera y se abriera en canal, pero en vez de eso, la
espada rebotó como si hubiera golpeado metal sólido. La camisa de su oponente no
era más que tela, así que supuso que llevaba alguna clase de armadura subdermal.
El asesino dio un pisotón a Ragnar con el pie que tenía libre en la muñeca que lo
aprisionaba. La potencia fue irresistible y el Lobo Espacial tuvo que soltarlo. Un
instante después, el individuo estaba en al aire, como si la gravedad no lo afectase.
Dio un salto hacia atrás doblándose sobre sí mismo y continuó disparando sus
letales dardos contra los cuerpos de los hombres que protegían a la gobernante de la

www.lectulandia.com - Página 253


Casa Belisarius. Ragnar deseó que no encontrara ningún hueco en aquella muralla de
carne. Supuso que los hombres ya estarían muertos a causa del veneno. Arrojó con
todas sus fuerzas la espada hacia el estómago del atacante con la esperanza de que no
estuviese tan bien protegido como sus brazos. El asesino giró en el aire, le dio un
manotazo y desvió la espada, que se dirigió en línea recta hacia un guardia, al que
atravesó la garganta. Si había sido algo deliberado, y Ragnar creía que lo era, había
sido un logro increíble de coordinación.
Ragnar rodó sobre sí mismo y empuñó el rifle láser de uno de los guardias
muertos. Apuntó al asesino y apretó el gatillo.
Ya no disponía de ningún punto de apoyo y debía seguir el arco de caída causado
por la gravedad, por lo que el asesino fue, por una vez, un objetivo fácil. Ni siquiera
sus reflejos fueron suficientes para esquivar el rayo de luz, y Ragnar le acertó. El
láser quemó la tela y achicharró la piel, dejándola negra. De algún modo, el asesino
consiguió mantener el brazo entre el rayo y su cuerpo durante la caída, y en cuanto
llegó al suelo, se abalanzo contra Ragnar a pesar del chisporroteo de la carne y de la
grasa al quemarse.
Ragnar vio demasiado tarde el cuchillo en la mano sana del asesino. Percibió el
leve olor a un veneno letal, como el que había utilizado para eliminar a Haegr.
Levantó el brazo en un movimiento desesperado para desviar el golpe, pero el asesino
logró zafarse con un revés de muñeca y lo dirigió a su ojo. Ragnar giró la cabeza y el
cuchillo le cortó la mejilla por debajo del párpado.
Un dolor agónico se apoderó del cuerpo de Ragnar de forma instantánea. Todos
sus sentidos se confundieron entre sí. Los sonidos se convirtieron en colores, la luz se
convirtió en sonido, el tacto adquirió gusto, y todo ello de un modo que jamás podría
describir. Para alguien que confiaba tanto en sus sentidos, era una experiencia capaz
de volverlo loco. El dolor le recorrió el cuerpo en oleadas de amarillo y de rojo
intenso. Sus jadeos salieron en nubes de color verde y gris. Sintió el sabor ácido del
veneno en sus venas. Todo se convirtió en una locura rugiente para sus sentidos
sobrecargados.
Desesperado, preguntándose si estaba haciendo de verdad lo que él creía que
estaba haciendo, se lanzó hacia adelante mordiendo y arañando. Sintió que cerraba la
boca sobre algo. Mordió con fuerza y agarró un cuerpo rodeándolo con los dos
brazos. Siguió esforzándose por aplastarlo y desgarrarlo con los dientes mucho
después de que las oleadas de locura roja se apoderaran de él.

www.lectulandia.com - Página 254


CAPÍTULO 26

www.lectulandia.com - Página 255


Se despertó de repente y descubrió que tenía el rostro de Gabriella delante de su cara.
Por encima de ella se veía el techo de su propia estancia. Respiró profundamente,
pero descubrió que algo iba mal con su sentido del olfato. No lo había tenido tan
apagado desde que se convirtió en un Lobo Espacial.
—Supongo que debo de estar vivo —dijo—. O has encontrado por casualidad el
camino del descenso a los infiernos.
—Sí —contestó ella—. Estás vivo.
—¿Y la Celestiarca?
—Ella también se encuentra en buenas condiciones, si se tiene en cuenta todo lo
que ha ocurrido. Se está preparando para asistir al gran concilio. Parece que habrá
que discutir muchos temas aparte de la elección del nuevo trono.
—¿Qué ha pasado?
—Creo que a eso te puedo contestar yo —dijo una voz familiar cerca de ellos.
Ragnar también captó un leve olor.
—¿Torin?
—Sí, hijo. Aquí estoy. Llegué precisamente cuando estabas matando a mordiscos
al asesino.
—¿Y Haegr?
—Es demasiado estúpido para morir. Ahora mismo está trabado en combate
personal con todos los pasteles de la cocina.
—Ése es exactamente el tipo de comentario injurioso contra el honor del
poderoso Haegr que se podía esperar de un envidioso como tú, Torin —dijo Haegr. Él
y los pasteles que había traído de la cocina entraron en el ángulo de visión de Ragnar
—. Y algo por lo que te daré una paliza más tarde.
—¿El veneno no te mató?
—No hay veneno lo bastante fuerte para que pueda matarme —respondió Haegr
—. Aunque he de admitir que me frenó un poco. También parece haberme afectado la
nariz, de momento.
—Se recuperó antes que tú porque no sufrió las heridas que te infligió el asesino.
—Estaba en la cámara antes que tú —barbotó Haegr, enfurecido.
—Por un paso.
—Entre los dos demostramos ser demasiado para ese asesino a pesar de sus trucos
venenosos.
—No hagas caso de este gordinflón mentiroso, Ragnar. Ya estaba casi muerto por
las heridas que le habías causado.
—Estaba muy muerto después de que el poderoso Haegr lo acribillara.
—Jamás había luchado contra alguien tan poderoso —dijo Ragnar—. Era más
rápido que yo, y más fuerte. Nunca lo hubiera esperado de nadie, excepto de los
esclavos de la oscuridad.

www.lectulandia.com - Página 256


—Sin duda, él habría dicho lo mismo de ti.
—¿Qué pasó?
—Cuando entré, lo tenías inmovilizado por completo y le estabas arrancando la
carne con los dientes. Acabamos con él en tu lugar y nos llevamos a la Celestiarca a
un sitio seguro.
—¿Quién era el traidor?
—Skorpeus. O eso creemos. Encontramos su cadáver cerca de la compuerta de
seguridad por la que entraron los fanáticos.
—¿Por qué traicionó a su propio clan?
—¿Por qué lo hace todo el mundo? Porque quería poder y prestigio y estaba
convencido de que lo habían pasado por alto. Sin duda, Feracci le prometió que sería
el nuevo Celestiarca, y lo hubiera hecho. Skorpeus probablemente pensó que era
mejor ser un títere que un servidor.
Había algo que no cuadraba en la explicación de Torin, pero Ragnar no logró
captarlo del todo. Todavía.
—¿Podemos probar que los Feracci están detrás de este ataque?
—No sabemos si lo están. Sería nuestra palabra contra la suya. Cezare
simplemente diría que estamos mintiendo, que es un plan para desacreditarlo. Incluso
aquellos que no le creyeran lo admirarían por haber sido capaz de corromper a un
miembro de la Casa Belisarius. Eso aumentaría su prestigio.
—Así que se va a librar. Toda esa gente ha muerto en vano.
—Yo no diría eso, Ragnar —le aclaró Torin—. No logrará tener bajo su control a
un Alto Señor de Terra porque lady Juliana impedirá que su hijo Misha salga elegido,
y ése era su sueño. Lleva planeando este día desde hace décadas, eso es obvio, y ha
fracasado por tu culpa. Buscará venganza por ello.
—Que venga —respondió Ragnar.
—Te has expresado como un verdadero hijo de Fenris —dijo Haegr con un cariño
casi paternal.
—Ragnar, vas a tener una carrera muy corta o muy gloriosa, y lo más probable es
que sean ambas cosas a la vez —comentó Torin—. En el poco tiempo que llevas en
Terra has logrado enemistarte con uno de los hombres más poderosos del Imperio.
Tiemblo al pensar lo que puedes hacer para mejorar eso.
—¿Qué hay del asesino imperial? ¿Qué va a pasar con eso?
—¿Qué asesino imperial? Si efectúas las investigaciones adecuadas, descubrirás
que se trata de alguna clase de renegado.
—Eso no es lo que me dijiste hace unas pocas horas…
—No, pero es lo que dirá el Administratum si somos lo bastante estúpidos como
para llevarles este asunto.
—No es justo.

www.lectulandia.com - Página 257


—La vida no es justa, Ragnar. Acostúmbrate. Aunque, si te sirve de consuelo,
creo que esta noche hemos estropeado los planes de alguien superior incluso a
Cezare. También esto traerá repercusiones.
—Me gustaría algo más que simples repercusiones.
—No te preocupes, Ragnar —le dijo Haegr—. Estoy seguro de que encontrarás
otra cosa a la que hincarle el diente.
—Si se suponía que eso era un chiste, no ha tenido ninguna gracia —le espetó
Torin.
Haegr empezó a reírse a carcajadas y Ragnar se vio obligado a unirse a ellas.
Valkoth apareció en la puerta.
—Todavía vagueando, ¿no? —dijo con voz gruñona—. Venga, levántate de la
cama y prepárate para el servicio. Te reclaman en el salón de audiencias.
Ragnar se encaminó hacia allí. Ya se sentía casi bien del todo. Sus sentidos
también estaban prácticamente recuperados. El lugar era tal como lo recordaba. Los
demás Cuchillos del Lobo lo flanqueaban. Todos tenían el aspecto satisfecho de saber
algo que él no sabía.
La Celestiarca lo miró con seriedad desde su trono. Parecía mayor, y en sus ojos
había un dolor y una furia que no habían estado allí en su primer encuentro. Extendió
los brazos con un gesto regio.
—Estamos aquí sólo gracias a ti, Ragnar, y nuestra casa habría sido borrada de la
existencia si no hubiésemos contado con tu valor.
—Sólo cumplí con mi juramento de lealtad —contestó Ragnar.
—De todas maneras, la Casa Belisarius te debe una muestra de gratitud, y estoy
preparada para demostrarla.
Ragnar no dijo nada. Hacerlo hubiera sido presuntuoso.
—Perdiste tu espada mientras luchabas para defendernos, y somos nosotros
quienes debemos sustituir tu pérdida. —La Celestiarca hizo un gesto con la mano y
dos guardias avanzaron sosteniendo una enorme arma cubierta de runas grabadas. Era
muy antigua y muy bella, y sin duda había sido forjada mucho tiempo atrás—.
Tómala, es tuya.
Ragnar alargó un brazo y empuñó el arma. Encajaba a la perfección en su mano,
como si la hubieran hecho para él, y su equilibrio era perfecto. De las runas irradiaba
un aura de extraña frialdad.
—Os doy las gracias —respondió Ragnar. Fue lo único que pudo decir.
—Ésta espada la ciñó uno de los primeros Cuchillos del Lobo ya en tiempos del
Emperador. Perteneció a Skander antes de que muriera. Demuestra ser merecedor de
ella.
—Haré todo lo que pueda.
—Y ahora, tenemos asuntos que tratar. Debemos ir al concilio y procurar que se

www.lectulandia.com - Página 258


elija de modo correcto a un nuevo Navegante para nuestro trono. Caballeros, si
tuvieran la amabilidad de acompañarme, será mejor que nos vayamos
inmediatamente.
Los cuatro flanquearon a la gobernante de la Casa Belisarius y se encaminaron
hacia una reunión donde se decidiría el destino de los Navegantes durante
generaciones.

www.lectulandia.com - Página 259


EPILOGO

www.lectulandia.com - Página 260


El extraño olor sacó a Ragnar de su ensimismamiento. Alzó la vista. Ya era de noche
otra vez y los sonidos de los lejanos enfrentamientos llenaban la oscuridad. A Ragnar
le pareció que la lucha se acercaba. Los guerreros alrededor de él se preparaban para
el combate. Algunos avanzaban presurosos hacia las posiciones de vanguardia. Urlec
y el resto de Lobos Espaciales que estaban cerca de él comprobaban las armas.
Parecían preparados para volver a combatir en el mismo instante que hiciera falta.
Frunció la nariz. Había en el aire un leve olor que le puso de punta los pelos de la
nuca.
Miró a la espada, reacio a abandonar los recuerdos de aquellos hechos que
ocurrieron hacía tanto tiempo, y de los camaradas y enemigos. Algunos ya habían
muerto. Otros habían caído en desgracia. Algunos habían encontrado un final más
extraño todavía. Pensó en el curioso giro del destino que lo había llevado a conocer la
verdad sobre el asesino contra el que combatió aquella noche tan lejana. El relato de
lo ocurrido jamás entraría en los anales del Capítulo. Se encogió de hombros y sonrió
mientras se ponía en pie. Pensó que era bueno recordar el pasado, saber de dónde
venía y el largo camino que había recorrido, pero en ese momento era necesario vivir
en el presente. El olor que había captado indicaba la presencia de enemigos. Los
hombres, al ver que se levantaba, se pusieron en pie a su vez y prepararon las armas.
Les indicó por gestos que estuvieran atentos. Ellos respondieron de forma, inmediata,
poniéndose a cubierto, metiéndose en los pozos de tirador y vigilando la oscuridad.
La tierra se estremeció cuando un proyectil estalló cerca de allí. El impacto
levantó una enorme columna de polvo y lanzó al suelo a bastantes hombres. Los
destellos de los disparos del fuego de contrabatería iluminaron el cielo. Ragnar
olfateó el aire de nuevo. Sentía la presencia de la hechicería. Unas extrañas energías
flotaban en derredor. Por lo que parecía, los seguidores del Caos todavía no habían
acabado de luchar.
Se concentró en descubrir el origen de su inquietud. Ya se había dado cuenta de
su existencia, por lo que era más fácil localizarlo. Distinguió en los árboles de un
bosque cercano las enormes siluetas de unos Marines Espaciales que no pertenecían a
su Capítulo y que no eran leales al Emperador. Ragnar estaba seguro de que habían
utilizado la magia para ocultar su acercamiento. Por lo visto, estaban deseosos de
devolverles el ataque sorpresa anterior. Ragnar lo comprendió. Lo de aquella mañana
no había sido más que una pequeña escaramuza en la guerra inacabable entre el
Imperio y el Caos, entre los Lobos Espaciales y los Mil Hijos. Así era el universo:
incontables facciones enfrentadas en combates interminables. Habló en voz baja por
el canal de comunicación y ordenó a sus hombres que estuvieran preparados. Si
actuaban con rapidez podrían darle la vuelta a aquel ataque sorpresa.
—¡Fuego! —gritó, y los últimos vestigios de aquellos recuerdos desaparecieron
arrastrados por los violentos combates.

www.lectulandia.com - Página 261


Tenía una guerra por ganar.
Siempre había una guerra por ganar.

www.lectulandia.com - Página 262

También podría gustarte