Cuchillo Del Lobo - William King
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William King
ePub r1.0
epublector 20.06.13
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Título original: Wolfblade
William King, 2003
Traducción: Juan Pascual Martínez Fernández
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PRÓLOGO
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Todo a su alrededor estaba inmóvil y muerto. Los viejos árboles, con la corteza
grisácea y las hojas muertas por la contaminación mucho tiempo atrás, se cernían
sobre ellos como las sombras de unos fantasmas atormentados. Ragnar sentía los
hombres armados que se movían, rodeándolo, en la oscuridad. No sintió temor
alguno. Eran sus hombres, individuos que habían jurado seguirlo y morir bajo sus
órdenes si era necesario. Se preguntó de dónde habría surgido aquella idea. Ninguno
de los suyos moriría esa noche. Al menos no lo harían si él podía evitarlo.
Bajó la mirada hacia el blando suelo que pisaba. Aunque se movía en silencio, no
había modo alguno de evitar que quedasen señales de su paso. El peso de su
armadura lo hacía imposible. Después de semanas de combate entre los escombros de
las colmenas de Hespérida, casi se encontraba de nuevo en mitad de la naturaleza.
Casi. Aquélla zona debió de ser un parque o una cúpula boscosa antes de que los
adoradores del Caos iniciaran su rebelión. Sin duda, se trataba de un lugar por donde
los ricos habían pasado a menudo para experimentar lo que había sido la superficie
del planeta tiempo atrás. En aquellos momentos, era una zona muerta. La gran cúpula
geodésica estaba destrozada y el aire contaminado del planeta entraba a raudales. Por
todas partes se veían fragmentos del cristal blindado procedentes del derrumbe, y
algunos de ellos eran tan grandes como un ser humano.
El aire nocturno estaba repleto de una curiosa mezcla de hedores: la podredumbre
de los árboles muertos, las esporas de los hongos que crecían con rapidez a
centenares sobre sus troncos, las toxinas de los desechos industriales, el ligero rastro
de los animales que habían pasado por allí no hacía mucho tiempo. Y por todos lados,
siempre, la leve e insidiosa pestilencia que el Caos dejaba cuando permanecía sobre
la superficie de un planeta durante cierto tiempo: el olor a podrido, dulzón, fuerte y
enfermizo.
De repente, Ragnar se dio cuenta de que podía localizar el origen de aquel olor:
algunos de los árboles todavía estaban vivos. Eran los más hinchados, los de color
más gris, los más pálidos, los de aspecto más degenerado. Se percató de que no los
estaba matando ninguna clase de parásito. Estaban cambiando por esos parásitos, o
convirtiéndose en parte de ellos. Era el único modo de que un ser vivo sobreviviera
en un medio ambiente alterado con tanta rapidez.
Sin venir a cuento, pensó en Gabriella y en los Navegantes, y sonrió con
ferocidad. Era la primera vez que se acordaba de todo aquello desde hacía décadas.
Sacudió la cabeza. No era el momento: tenía que concentrarse en la misión que tenía
entre manos. Ocultos en aquella noche contaminada había enemigos que tenían
muchas ganas de verlo muerto, a él y a sus hombres. Y en aquella situación, su única
defensa era el sigilo.
Ragnar no tenía muy claro lo que había ido mal en órbita, pero estaba claro que
algo malo había pasado. Lo último que había oído era una comunicación breve e
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incompleta en el canal de radio que anunciaba la llegada de una enorme flota
enemiga. Después, todo había quedado en silencio a excepción del ruido de la
estática. Aquello fue casi una señal que los puso sobre aviso del comienzo de una
ofensiva enemiga. Los adoradores del Caos habían atacado en masa apoyados por el
fuego de armas pesadas y extraños conjuros mágicos. Ragnar había ordenado a sus
hombres que mantuvieran las posiciones durante todo el tiempo que pudieran, pero
supo desde el principio que estaban librando una acción de retaguardia y que, al final,
tendrían que retirarse de esas posiciones.
Había intentado numerosas veces ponerse en contacto con el mando central, pero
algo había interrumpido por completo las comunicaciones. No importaba si se trataba
de un efecto climático adverso o era obra de la hechicería enemiga: no había forma
alguna de que sus superiores supieran lo ocurrido, y no tenían modo de pedir ayuda o
apoyo. De todas maneras, no necesitaba tener acceso al sistema de comunicaciones
para saber que no iba a recibir nada de eso.
Los rugidos de las armas de los titanes del Caos y el sonido de los combates que
le llegaban arrastrados por el viento le decían todo lo que necesitaba saber. El
enemigo estaba realizando una ofensiva a gran escala por todo el frente. Los
exploradores, los Garras Sangrientas, le habían comunicado que dos sectores
adyacentes de aquella misma línea, defendidos por unidades de la Guardia Imperial y
de la Defensa Planetaria, se habían derrumbado, lo que le dejaba a él, a sus hombres y
a la milicia local, convertidos en un saliente incrustado en el avance principal del
enemigo. Y no tardarían en quedar rodeados.
Ante aquel ataque demoledor que se acercaba a ellos, no le había quedado más
remedio que ordenar la retirada, orden que no había sido muy bien acogida. Para los
Lobos Espaciales, la muerte más honorable era en combate, y se resistían por
naturaleza a ceder ante el enemigo.
Ragnar sonrió. Aun lord Lobo no le hacía falta ser popular o que lo quisiesen,
necesitaba que lo obedecieran, y a Ragnar lo obedecían. Desperdiciar las vidas de sus
hombres no formaba parte de su deber, y menos de forma innecesaria. Su deber era
derrotar al enemigo. Sin embargo, si eso no era posible, conservaría sus fuerzas todo
lo que pudiera para regresar otro día y aplastar a su oponente. Habían resistido y
mantenido las posiciones todo el tiempo posible, por lo que sus tropas habían
conseguido encontrar una ruta de retirada a través de las ruinas de las cúpulas
mientras todavía tenían tiempo.
De hecho, habían cumplido una misión para la que hubiera sido necesario un
número diez veces mayor de tropas.
No había sido fácil. Pasaron la mayor parte del tiempo metidos en bunkers
construidos en mitad de los escombros, soportando el tremendo fuego artillero con la
cabeza agachada, y a sabiendas de que en cuanto dejaran de caer bombas, las oleadas
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de tropas enemigas se lanzarían a por ellos. Quizá incluso antes, porque a los
siniestros dioses del Caos no les importaban en absoluto las vidas de sus seguidores.
Ragnar y los suyos habían salido de sus refugios para rechazar las primeras tentativas
de ataque y un enorme asalto en masa que había sido repelido a duras penas. Cuando
cayó la noche, Ragnar supo que había llegado el momento de retirarse. Ordenó que se
armaran las trampas explosivas preparadas a lo largo de todas sus posiciones para
acosar y retrasar el avance enemigo, y se quedó observando y vigilando cómo las
primeras escuadras empezaban a desaparecer en la oscuridad de la noche.
Se preguntó cuánto se habría cerrado la trampa a su alrededor. Si los habían
rodeado por completo, sus exploradores no tardarían en encontrar las patrullas y los
piquetes de vigilancia enemigos. Sus hombres tenían órdenes de regresar para
informar sin entrar en combate, pero siempre era posible que los hijos de Fenris
comenzaran un enfrentamiento.
Había hecho todo lo posible por dejar bien claro a los Garras Sangrientas que
aquél no era el momento de luchar. Un solo error podía llevar a la muerte a toda la
compañía. Cuando habló con ellos, todos parecieron darse cuenta de la gravedad de la
situación, pero ¿quién podía saber lo que harían en una situación de avanzada?
Ragnar desechó aquellas ideas. Había hecho todo lo que había podido, y todo
aquel asunto ya estaba fuera de su alcance. Debía concentrarse en aquello sobre lo
que sí podía influir. Olfateó el aire. Percibió el olor de sus camaradas junto a algo que
hizo que se le pusieran los pelos de punta: el tufo a locura y asesinato con el que
estaba tan familiarizado. Algo en lo más profundo de su ser se removió inquieto.
Sintió la necesidad de gruñir y desgarrar. Volvió a preocuparse por los exploradores.
Si el hedor del Caos podía afectarlo de ese modo después de tantos años, ¿qué
ocurriría con aquellos jóvenes…?
Se recordó a sí mismo que ya no tenía sentido preocuparse. Estaban tan bien
entrenados como él mismo había estado. Sabían lo que debían hacer. Tendría que
confiar en ello.
El suelo se estremeció bajo sus pies cuando una nueva oleada de proyectiles de
alto explosivo se estrelló contra sus objetivos. Se quedó inmóvil y procuró ponerse a
cubierto. Aquéllas explosiones se habían producido demasiado cerca. ¿Los habría
descubierto el enemigo y estaría disparando contra ellos? Era difícil imaginarse cómo
lo habrían hecho mediante métodos convencionales, pero los ejércitos del Caos no
estaban limitados al uso de esos métodos convencionales. Disponían de hechiceros,
demonios y de toda clase de encantamientos adivinatorios a su alcance. Ragnar había
visto pruebas suficientes de ello a lo largo de su, carrera militar como para no dudar
de su poder en ningún momento.
Se suponía que sus posiciones estaban ocultas por los hechizos de sus Sacerdotes
Rúnicos, pero los habían lanzado hacía días, y ese tipo de trucos tenían la manía de
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desaparecer justo cuando más se los necesitaba. Ragnar murmuró una plegaria a Russ
y se obligó a ponerse en marcha de nuevo. A su alrededor, todos sus hombres
hicieron lo mismo. Con una mentalidad muy similar a la de una manada de lobos, se
habían quedado a la espera de forma instintiva para saber cuál iba a ser su respuesta a
la situación. Al sentirlo avanzar, entraron en acción de nuevo.
Paso a paso, dificultad tras dificultad, avanzaron bajo la sombra de los grandes
árboles mutados, unos fantasmas grises en mitad del paisaje gris, en busca de un
refugio provisional. Ragnar ni siquiera estaba seguro de que todavía tuvieran algún
lugar de refugio. Lo que los exploradores habían transmitido al principio de la
retirada quizá ya no servía de nada. La batalla era una situación fluida: las líneas de
defensa que inicialmente parecían sólidas se habían esfumado como las huellas en la
orilla del mar ante la fuerza del empuje enemigo. Quizá los hombres que habían
quedado a retaguardia habían sido alcanzados y eliminados por la creciente oleada de
aquellos enemigos malignos. No lo sabría hasta que estuviese mucho más cerca.
Maldijo de nuevo la batalla que se estaba librando sobre sus cabezas. Estaban tan
ciegos como sordos al no disponer de acceso a la red de comunicaciones ni a los
sensores orbitales de adivinación. Bueno, al menos esperaba que la batalla continuara
librándose allí arriba. Si la flota imperial había sido derrotada, estaban aislados, y no
eran más que hombres muertos que todavía no lo sabían.
Miró ab cielo y vio las curiosas estrellas a través de un hueco entre las nubes.
Parpadeaban y relucían de forma extraña, ya que su luz se filtraba a través de la
contaminación. Pensó que quizá algunas de aquellas luces fueran naves estelares, e
incluso era posible que estuviesen disparando en ese preciso momento armas de
poder inimaginable contra sus enemigos, protegidos por escudos de energía titánica.
Lo único que él podía hacer era mirar y mantener la esperanza.
También pensó en la rapidez con que podían cambiar las situaciones. Una semana
antes, todo parecía casi acabado. Sus fuerzas habían conquistado y despejado todo el
territorio circundante y se disponían a atacar el corazón del enemigo: la gran
ciudadela donde la rebelión tenía su cuartel general.
La aparición de la flota enemiga y el inesperado y enorme número de fuerzas que
la componían habían dejado en ridículo todos los cuidadosos cálculos anteriores.
Ragnar se dijo que no debía desesperarse. Ya se había encontrado antes en situaciones
mucho peores. Se había visto metido en tales problemas que aquello parecía un paseo
por el campo. Era extraño pensar cómo los vagos recuerdos de peligros ya pasados
siempre eran peores que los miedos engendrados por las situaciones presentes en las
que se encontraba. Había visto morir a suficientes hombres como para saber cuáles
eran las probabilidades. No importaba lo bien entrenado que estuvieras o lo veterano
que fueses: siempre existía la posibilidad de que una bala perdida te encontrara.
Incluso las probabilidades de mil contra uno no parecían tan remotas cuando habías
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participado en un millar de combates.
Se preguntó de dónde le venían todas aquellas ideas. Normalmente no se le
deberían ocurrir a un comandante de una fuerza imperial en un momento como aquél.
Él no era así habitualmente, y se sentía peor de lo que debería sentirse un comandante
avezado, porque su olor corporal transmitía su estado de ánimo a los miembros de
grupo, y ellos reaccionaban en consecuencia.
Quizá se encontraba bajo alguna clase de ataque. A lo mejor había alguna
sustancia química en el aire, demasiado sutil para que los detectores de su equipo y su
propio olfato la advirtieran. O… quizá se trataba de una de aquellas hechicerías
demoníacas del enemigo. No todos los hechizos consistían en rayos, bolas de fuego o
invocaciones de los demonios del Caos. Estaba protegido contra los ataques más
evidentes, y sabía cómo resistir un enfrentamiento directo contra una agresión mental,
pero lo que le ocurría podía ser algo más sutil, una especie de ataque por el flanco
contra su fortaleza mental. Comenzó a recitar en voz baja la letanía de protección.
Se sintió mejor de forma casi inmediata, aunque no tuvo muy claro si se debía a la
tranquilidad que transmitían las palabras o al poder de la propia plegaria en sí. El
sargento Urlec se puso a su lado. Había aspereza, una cierta acritud, en su olor
corporal. El sargento se había dedicado a cuestionar en privado bastantes decisiones
de Ragnar. Existía tensión entre ellos, y Ragnar conocía su origen. Se trataba de la
fricción que surgía entre el Lobo Espacial más joven y el mayor sobre el asunto de
quién debía dirigir la manada. Ésa tensión estaba inscrita en la semilla genética de
cada Lobo Espacial desde los días de la Primera Fundación.
Ragnar se había comportado así cuando era joven, y se preguntó si Urlec lo
desafiaría. Le parecía extraño pensar en sí mismo como el elemento de mayor edad
de la situación. Se había convertido en un lord Lobo muy joven, y lo más probable
era que tuviese menos años que Urlec, aunque aquello no tenía ninguna influencia
sobre el modo en que ambos veían la situación.
—Los exploradores informan de la presencia de enemigos delante de nosotros —
dijo Urlec—. ¡Parece que estamos rodeados!
—¿Dijeron eso exactamente, sargento? —preguntó Ragnar.
Ambos hablaban en voz tan baja que tan sólo otro Lobo Espacial podía haberlos
oído, y sólo si se encontrara muy cerca. El olor de Urlec se hizo más acre.
—No, lord Ragnar —admitió a regañadientes—. Sólo han dicho que habían
detectado enemigos.
—Entonces todavía no existe prueba alguna de que estemos rodeados, sargento.
—Ragnar notó que se le erizaba el vello del cuerpo al pronunciar las palabras que
contradecían a su subordinado—. Sólo porque haya enemigos delante no quiere decir
que estemos aislados. Que los exploradores avancen de nuevo e indiquen con
exactitud las posiciones del enemigo. Mientras tanto, comunique a las demás
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manadas que frenen su avance. No queremos tropezarnos con un tiroteo en mitad de
la noche.
—Ya está hecho —contestó Urlec con un cierto tono de satisfacción en la voz.
Ragnar tuvo que contener un gruñido. Por supuesto que Urlec ya lo había hecho.
Era un sargento competente. Por eso Ragnar lo había ascendido cuando murió Vitulv.
Sólo era que al lord Lobo le habría gustado que no se mostrase tan pagado de sí
mismo. No necesitaba en esos momentos un enfrentamiento de voluntades con su
sargento mayor. Había asuntos más importantes de los que preocuparse.
Ragnar se obligó a respirar con mayor lentitud. El problema era suyo. La osadía
de Urlec no era más que otro obstáculo que debía superar para mantener con vida la
compañía. Ya se encargaría de él más tarde, pero en aquel preciso momento, Ragnar
tendría que soportar su presencia y su actitud.
—Muy bien —dijo, a sabiendas de que Urlec podía adivinar su estado de ánimo
por el olor que desprendía.
Pensó de nuevo en la posibilidad de estar sufriendo un ataque psíquico. Quizá lo
que sentía era algo más que una simple hostilidad instintiva, quizá se trataba de un
asalto a su mente. Ragnar deseó que el hermano Hrothgar estuviese con ellos para
realizar uno de sus ritos adivinatorios, pero desear aquello era como desear que una
nave los llevara hasta la luna del planeta. A Hrothgar le habían ordenado que acudiera
al puesto de mando central hacía días, y no habían sabido nada de él desde entonces.
Era una pena. Quizá un enviado hubiese sido capaz de enterarse de lo que estaba
ocurriendo allí.
Ragnar caminó con mayor lentitud a medida que él y el sargento comenzaban a
encontrarse con grupos de Lobos Espaciales agazapados. Al menos, se estaban
tomando aquello con mucha seriedad. Sabían que delante de ellos, lo mismo que a su
espalda, se encontraba un desastre en potencia. Los fue dejando atrás, silencioso
como una sombra. Hacía menos ruido que Urlec, a pesar de que él era de mayor
tamaño que el sargento. Quería acercarse todo lo posible a la línea del frente y oír
directamente a los exploradores lo que tuvieran que decir.
Revisó las opciones que tenía. Uno de los pocos aspectos positivos de aquella
situación era que combatían en un terreno familiar. Lo había explorado en persona
varias veces a lo largo de las semanas anteriores y había llegado a conocer bien la
zona. Quería estar preparado para cualquier posibilidad, sin importarle lo remota que
le pareciera en aquel momento la probabilidad de que tuvieran que retirarse. Sabía
que la cúpula estaba repleta de colinas suaves, depresiones y líneas de riscos que
podían proporcionar cobertura para cualquier defensa o ataque. El hecho de que las
colinas fuesen artificiales por completo y que las hubiesen construido y esculpido no
importaba lo más mínimo: parecían tan naturales como cualquiera de su mundo natal
de Fenris. Sabía que delante de él había dos valles serpenteantes, como cañones que
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se abrieran paso a través del parque, repletos de arroyos y pequeñas cascadas.
En ese momento estaban avanzando por uno de aquellos valles, aprovechando al
máximo la cobertura que ofrecía. A ambos lados del terreno elevado se encontraban
tropas de exploradores que flanqueaban al destacamento principal para impedir que
los atacaran por sorpresa en una emboscada desde los riscos. Era la línea de retirada
más fácil, pero también la más obvia para un enemigo que conociera el terreno. La
había escogido porque necesitaban retirarse con velocidad además de con sigilo, y
porque confiaba en la capacidad de sus hombres para mantenerse fuera de la vista de
sus enemigos. Esperaba que esa confianza estuviese justificada.
Se preguntó de nuevo por el motivo de todas aquellas dudas constantes. Sabía la
respuesta, y no tenía que ver con que estuviesen siendo atacados por un hechizo
mental: las provocaba lo que estaba ocurriendo. Es muy fácil tener confianza
completa en ti mismo y en tus hombres cuando se está ganando, pero es mucho más
difícil cuando lo tienes todo en contra. No creía que fuese coincidencia que la sutil
actitud desafiante de Urlec comenzase cuando todo empezó a ir mal. Supuso que tan
sólo se trataba de algo natural, pero siguió sin gustarle.
«Acostúmbrate —se increpó—, no siempre se puede estar en el bando ganador».
Bueno, a menos que fuese el Imperio. Entre las tropas circulaba el chiste de que el
Imperio siempre ganaba, aunque tardase un millar de años en hacerlo. Las personas,
los regimientos, los ejércitos desaparecían en las campañas, auténticas picadoras de
carne, pero al final, las fuerzas del Emperador siempre salían triunfantes. No podía
ser de otra manera: eran demasiado numerosas para que ocurriera de otro modo.
Una parte de él sabía que esa idea era algo engreída. En la inmensa escala
cósmica de la vida, el Imperio era relativamente joven, a pesar de sus diez mil años
de historia. Existían razas que ya eran viejas cuando la humanidad comenzó a
levantar la vista hacia las estrellas al salir de las cavernas de su único mundo original.
Ragnar había contemplado los restos de una civilización que antaño había ocupado
tantos mundos como el propio Imperio, y que quizá incluso había sido más poderosa
todavía. CONTEMPLA MI OBRA, OH PODEROSO, Y DESESPERA, rezaba el pedestal de una
estatua derribada que se alzaba en mitad de un mundo desierto. La habían erigido los
humanos durante la Era Siniestra de la Tecnología, pero la idea podía aplicarse a
cualquiera de las razas que se extinguieron antes de la aparición del hombre.
Se obligó a concentrarse de nuevo en la misión que tenía entre manos y avanzó
hasta encontrar la mejor cobertura posible en la vanguardia de su fuerza en retirada.
Esperó hasta que regresaron los exploradores. Urlec se quedó a su lado, a la espera, y
también agazapado. Todavía mantenía su actitud de desafío, pero no dijo nada.
Ragnar se preguntó si su subalterno tenía razón en dudar de él. Dudaba de sí mismo,
y Urlec podría notar aquella debilidad y lanzarse a por él. Así eran y se comportaban
los Lobos Espaciales.
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Detectó el olor de los exploradores que regresaban. Ellos detectaron a su vez el
suyo y se dirigieron hacia él con paso firme y seguro a pesar de la oscuridad. Con
rapidez, confianza y llenos del ansia de sangre propia de los Lobos Espaciales.
—¿Qué habéis visto? —les preguntó.
—Señor, el enemigo está cerca. Han avanzado hasta rodearnos con al menos dos
compañías de herejes. También están algunos de los malditos Mil Hijos,
dirigiéndolos. Han desplegado varios hechizos protectores y están realizando alguna
clase de magia maligna. Todo el sitio apesta a ellos.
A Ragnar aquello no le sonó muy bien. No tendrían muchos problemas en
eliminar a la infantería normal del enemigo gracias al factor sorpresa y a la velocidad
de ataque, pero los Mil Hijos eran Marines Espaciales, como sus propios hombres.
No…, eso no era cierto, eran muy diferentes en aspectos muy importantes. Los otros
eran marines que habían traicionado al Imperio al comienzo mismo de su historia, y
que habían jurado lealtad a los siniestros dioses del Caos. Estaban unidos y atados
mediante hechizos sutiles al dios demoníaco llamado Tzeentch, y se dedicaban al
estudio de su magia maligna. Eran enemigos antiguos, feroces, y dedicados a la
maldad más profunda y ladina. Y también eran oponentes letales. Ragnar se había
enfrentado a ellos por lo menos en una docena de ocasiones, y le dio la impresión de
que estaba destinado a cruzarse en su camino durante todos sus días de combate.
Algunos de esos enfrentamientos habían cambiado su vida para siempre.
—¿Algo más? —insistió.
—Hay huecos en sus líneas, pero no sabemos si son conscientes de ello o de si se
trata de una trampa —le indicó uno de los exploradores. Dibujó el boceto de un mapa
sobre el suelo, y Ragnar lo percibió más por el rastro que dejó el dedo en el aire que
por las líneas que trazó en el suelo—. Aquí y aquí hay huecos, donde sus patrullas no
tienen línea de visión. Podría colarme entre ellas y nadie se daría cuenta.
—A menos que tengan alguna especie de hechizo esperando a que pases para
activarse.
—Justo lo que yo había pensado, lord Lobo —comentó el explorador
agazapándose a su lado.
Ragnar pensó en lo que le había dicho. No importaba si se trataba de una trampa.
Estaban atrapados entre la espada y la pared. No podían quedarse donde estaban, pues
la luz del amanecer dejaría en evidencia antes sus enemigos que habían abandonado
sus posiciones. Tampoco podían regresar, ya que esas posiciones no tardarían en ser
arrasadas. Tenían que pasar por aquellos huecos e intentar llegar hasta la seguridad de
sus propias líneas.
—Los esclavos de Horus —preguntó Ragnar—, ¿están mirando hacia nosotros o
hacia los regimientos de la Guardia Imperial que están detrás?
—Por lo que pude ver, señor, estaban concentrados en nosotros.
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Aquello no sorprendió a Ragnar. El enemigo no querría dejar a su retaguardia una
fortificación repleta de Lobos Espaciales antes de continuar su avance. Eso supondría
permitirles una oportunidad de romper el cerco o incluso ofrecerles la ocasión de
atacar sus líneas de suministro. Querrían ver muertos a sus enemigos ancestrales, si
tenían la ocasión, antes de continuar con el ataque.
—Señor, había algo raro. No sé nada de estos temas, pero me pareció sentir que
estaban concentrando sus hechizos en nuestra dirección. Al menos, estoy seguro de
que sus luces mágicas chispeaban hacia nosotros.
—Creo que si friésemos el objetivo de esos hechizos ya nos habríamos enterado a
estas alturas —replicó Ragnar. Se sorprendió al ver que tanto el sargento como el
explorador asintieron mostrándose de acuerdo—. Sea cual sea la clase de magia
maligna que están preparando, seguro que está dirigida hacia nuestra antigua
posición.
Ragnar pensó que la habían abandonado justo a tiempo. Murmuró una plegaria de
agradecimiento a Russ por el hecho de que su retaguardia ya hubiese abandonado los
bunkers. Fuese lo que fuese lo que estuviesen planeando los Mil Hijos, seguro que
iba a ser algo desagradable.
Reflexionó en lo sombríos que habían sido sus pensamientos hasta unos
momentos antes, y reconoció el verdadero motivo: se debía al efecto de un hechizo
maligno lanzado en las cercanías, la continua filtración de energías siniestras que se
colaban en el mundo normal y cuerdo gracias a las fuerzas de la magia negra.
Afectaba al temperamento de cualquier ser vivo que estuviera cerca, y a veces lo
hacía de un modo tan sutil que no se percibía hasta que ya era demasiado tarde. Darse
cuenta de aquello animó a Ragnar. Si se sabe contra qué se combate, se puede resistir
mucho mejor.
Se le ocurrió otra idea. Si aquella sensación era tan intensa en aquel lugar, ¿cómo
sería en las fortificaciones abandonadas? Mucho más intensa, sin duda.
—¿Cuántos son los marines traidores? —preguntó.
—He contado una docena, mi señor, pero puede que haya muchos más.
—No serán muchos para toda una compañía de Lobos —replicó Ragnar.
Si los hechiceros enemigos estaban concentrados en su ritual y ni siquiera sabían
que estaban allí, existía la posibilidad de que pudieran machacarlos antes de que los
enemigos ni siquiera se dieran cuenta de que los atacaban.
Ragnar reflexionó de nuevo sobre la rapidez con que cambiaban las situaciones.
Un momento antes se sentía derrotado, y al siguiente ya estaba planeando un ataque
sorpresa. Así era la suerte de la guerra.
—Necesito saber con exactitud dónde se encuentran todos y cada uno de esos
descendientes bastardos de Magnus —ordenó, y sintió que el explorador y Urlec le
prestaban toda su atención—. Los quiero muertos antes del amanecer.
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Un aura de aprobación surgió radiante de ambos, aunque del sargento brotó
titubeante.
—Localízalos a todos. Urlec, díselo a todos los hombres. Cuando dé la señal,
quiero que les hagamos recordar a esa escoria amante del Caos la destrucción de
Prospero.
Ambos asintieron y se dispusieron a cumplir las órdenes que habían recibido.
Ragnar evaluó todas sus opciones. Si los Mil Hijos estaban concentrados en sus
malignos rituales, sus hombres dispondrían de ventaja. Lo que necesitaba era destruir
a los hechiceros, y después atravesarla línea enemiga por el punto de menor
resistencia. Si todo salía bien, podrían interrumpir el ritual y llegar a sus propias
líneas. Si salía mal, al menos podrían llevarse por delante unos cuantos enemigos y
enviarlos al infierno.
¿Estaba haciendo lo correcto? Quizá lo mejor sería encontrar uno de aquellos
huecos entre las líneas enemigas y simplemente atravesarlo. Meneó la cabeza. No,
aquél era el modo más osado, el modo de los Lobos Espaciales. Era obvio que el
enemigo no sabía que se encontraban allí. La sorpresa era una ventaja demasiado
grande para desaprovecharla. El tiempo que pasó mientras esperaba que los
exploradores regresaran le pareció interminable. Cada minuto que pasaba acercaba
más el amanecer. Cada latido de corazón aumentaba la posibilidad de que los
descubrieran. Ragnar se obligó a sí mismo a relajarse, a esperar, a no dejarse llevar
por acontecimientos que no podía controlar de ningún modo. Comprobó con cuidado
sus armas. Era un ritual que siempre lo tranquilizaba. Paseó los dedos por el pomo de
su espada, un colmillo de hielo, y eso le hizo recordar a Gabriella, a los Navegantes y
a su larga estancia en la Tierra.
Dejó que su mente vagara un momento por aquellos recuerdos, pero volvió de
inmediato a concentrarse cuando los exploradores regresaron.
—Una docena, lord Lobo, estoy seguro. Por lo que he podido ver, se encuentran
sobre una especie de dibujo arcano, a menos que me equivoque. Hay unas líneas de
fuego mágico que corren entre ellos, y están cantando en una lengua perversa.
Ragnar asintió y habló con rapidez, dando orden a los exploradores de que
informaran a los jefes de escuadra. No tenía sentido utilizar los comunicadores, ni
siquiera estando tan cerca unos de otros. Existía la posibilidad de que los
interceptaran. Las órdenes tendrían que transmitirse en la oscuridad, a la antigua
usanza, de boca en boca, por la vista, por el sonido, por el olor. Olfateó el aire.
Distinguió el cambio en el rastro odorífero de su manada. Estaban pasando las
órdenes, y los hombres se estaban preparando para avanzar. Ragnar logró imaginarse
mentalmente el cuadro de todos ellos acercándose a las treces posiciones del
enemigo. De repente, apareció un resplandor por encima de ellos, no tan brillante
como una bengala, pero bastante intenso de todas maneras. Ragnar lo reconoció: se
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trataba de la sobrecarga de los escudos de una nave estelar seguida por la explosión
de su núcleo de energía. Allá en los cielos había desaparecido una astronave repleta
de hombres. Habría dado mucho por saber a qué bando pertenecía. «Es irrelevante —
se dijo a sí mismo—: concentra tu atención en el momento y en el lugar presente».
Los guerreros de su escolta estaban cerca, a su alrededor. Eran los mejores entre
los mejores. Ragnar se había colocado en el centro de la vanguardia del ataque
porque sabía que tendría poca importancia que viviese o muriese. Había hecho todo
lo posible por seguir el plan. Había llegado la hora de combatir o morir.
Atravesaron la oscuridad con rapidez y sigilo, eludiendo los artefactos de alarma
y pasando por encima de los alambres de aviso. La mayoría de los hombres no los
hubieran detectado, pero para Ragnar y sus guerreros, el hedor del Caos que las
impregnaba delataba todas las trampas. De improviso, vio algo a través de un hueco
entre los matorrales: un objeto brillante. Se detuvo y alzó una mano. Sus hombres se
pararon en seco de forma inmediata.
Observó con atención el objeto. Se trataba de un báculo alto y pálido fabricado
con huesos amarillentos unidos mediante fusión por las junturas. En la punta
destacaba un cráneo parecido al de un caballo, sólo que tenía cuernos y un cierto
aspecto humanoide. El cráneo brillaba con luz débil y unas líneas de fuego surgían de
él, en dirección hacia otros lugares donde sin duda se encontraban otros báculos
similares. Sobre los huesos brillaban unas runas de color carmesí. El báculo irradiaba
una tremenda aura de poder, pero lo que más llamó la atención de Ragnar fue lo que
había de pie a su lado.
Vio a un individuo de estatura elevada protegido por una armadura que parecía
una copia antigua, pero con decoración barroca, de la de Ragnar. Cada centímetro de
la armadura estaba cubierto de runas muy parecidas a las del báculo o por diminutas
cabezas metálicas sobresalientes de demonios que gesticulaban y se movían a su
antojo. El guerrero tenía los brazos abiertos de par en par, y el agudo sentido del oído
de Ragnar percibió las palabras de un hechizo antiguo recitadas en la lengua de los
demonios.
Alrededor del individuo se encontraban los adoradores del Caos. Eran individuos
normales, aunque algunos estaban marcados por el estigma de la mutación. Todos
llevaban puestos unos uniformes remendados que indicaban que antaño habían
pertenecido a las levas planetarias. Parecían demacrados y llenos de temor y
exaltación, pero sus armas presentaban un aspecto bien cuidado. Su jefe, que llevaba
las insignias de teniente en el uniforme, parecía desear decirle algo al marine del
Caos, pero sin atreverse a ello. El maligno guerrero empequeñecía a los humanos
normales lo mismo que Ragnar o sus hombres hubieran hecho. La voz del mago
siguió canturreando, pero fue aumentando de volumen de forma paulatina y las
palabras comenzaron a salir con mayor rapidez, como si el ritual estuviese a punto de
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alcanzar su clímax. El ambiente estaba cargado con una presencia alienígena y
Ragnar comenzó a notar un sentimiento de temor.
No tenía ni idea de para qué servía aquel ritual, pero supo que había llegado el
momento de detenerlo. Se puso en pie de un salto y disparó contra el hechicero. El
proyectil se estrelló contra la armadura y lo hizo avanzar trastabillando hasta caer de
cabeza contra el suelo. Ragnar creyó hacer detectado un leve resplandor en la
armadura justo antes de apretar el gatillo, pero no dejó que eso lo preocupara.
—¡A la carga! —aulló, señalando con su espada desenvainada.
Los hombres de su guardia se lanzaron a la carrera. Oyó a lo largo de toda la línea
de combate el restallar esporádico de los disparos de bólter cuando otras escuadras
abrieron fuego contra el enemigo.
Ragnar soltó un tremendo aullido de guerra que resonó por el bosque que los
rodeaba y lo multiplicó por cien. Surgió de entre los matorrales y se lanzó sobre su
oponente más cercano, separándole la cabeza del cuerpo de un solo tajo poderoso. Un
instante después, estaba en mitad de los adoradores del Caos, lanzando mandobles y
tajos, y enviando a una alma a saludar a sus siniestros dioses en el infierno con cada
golpe que daba.
Todos sus hombres se dedicaron a hacer lo mismo. Surgieron de la línea de
árboles como rayos, y atravesaron las líneas enemigas y a los propios enemigos como
si no fueran más que niños armados con espadas de madera. El combate inicial no fue
una batalla: fue una matanza. Ragnar vio al teniente ordenando con voz frenética a
sus tropas que mantuvieran las posiciones, y un momento después, le metió un
proyectil en el cerebro, con lo que sus intentos de reorganizar a sus tropas acabaron
para siempre.
—Ah, debería haber sabido que los famosos Lobos Espaciales aparecerían para
estropearlo, todo —exclamó una voz en un tono burlón pero melodioso desde el otro
lado del lugar del combate—. Siempre ha sido vuestro estilo.
Ragnar miró a su alrededor y vio que el guerrero del Caos se había levantado del
suelo y había desenvainado una espada rúnica que relucía con un brillo siniestro. Su
oponente lanzó un mandoble, y Ragnar vio cómo Eric el Rojo, uno de los miembros
de su guardia personal, caía. La espada atravesó su armadura como si no existiera en
absoluto.
Fue una hazaña impresionante, ya que Eric era un guerrero veterano con gran
experiencia en combate. El siguiente mandoble del guerrero del Caos partió por la
mitad la espada sierra de Urlec y después lo derribó con un tremendo golpe de su
puño con guantelete. El sargento cayó al suelo, y el guerrero del Caos quedó de pie
sobre él, preparado para clavarle la espada en un golpe descendente.
—Supongo que en realidad debo agradeceros que hayáis interrumpido un ritual
tan tedioso y por la oportunidad de ofrecerle unas almas medio en condiciones a mi
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señor. Desde luego, al menos vuestras almas valen más que las de los flojos
defensores de este planeta miserable, aunque lo cierto es que eso no es una alabanza
demasiado grande.
Ragnar dio media vuelta y echó a correr hacia el guerrero del Caos, y llegó justo a
tiempo para detener la espada asesina con su propia arma.
—Me importa muy poco lo que pienses —le dijo—. Ni siquiera me importa lo
que piensen tus dioses. Sólo quiero verte muerto.
—¡Te expresas con toda la arrogancia propia de un Lobo Espacial! Sin embargo,
no eres rival para el gran hechicero Karamanthos —replicó el guerrero del Caos con
un tono y un gesto melodramáticos similares a los de un actor, y pareció esperar que
su oponente reconociera el nombre. Incluso en el caso de que Ragnar supiese quién
era, no habría dado el gusto al adorador del demonio de mostrárselo.
—Es una pena que no tengas una fuerza a la altura de tu ego exacerbado.
Saltó una lluvia de chispas cuando las hojas de sus espadas chocaron. Las runas
rojas relucieron mientras luchaban sobre el cuerpo tendido del aturdido sargento.
—¿No la tengo? —contestó Karamanthos sin abandonar su tono de voz burlón—.
Quizá eres tú el que no la tiene.
El arma de Ragnar resbaló sobre la espada rúnica con un tremendo chirrido de
metal torturado. Cuando llegó a la guarda de la espada del guerrero del Caos, se
detuvo allí, inmovilizada. Los dos poderosos combatientes se quedaron de pie, frente
a frente, con las fuerzas igualadas de forma momentánea. Ragnar notó el hedor a
ozono y a metal caliente que salía del visor del casco del marine del Caos. No sabía
lo que había allí dentro, pero el Lobo Espacial estaba dispuesto a apostar que, fuese lo
que fuese, ya no era humano ni por asomo. Los músculos comenzaron a dolerle por el
esfuerzo de mantener a su oponente inmovilizado. Quizá aquella criatura surgida de
la brujería no tenía tendones que se agotasen. Quizá no sentía cansancio alguno.
Quizá poseía la fuerza infatigable de un ser demoníaco.
—No, jovencito, no la tienes —continuó diciendo el guerrero del Caos, y se
preparó para atacar con su arma.
Ragnar, jadeando, logró mantenerla inmovilizada. De repente, el hechicero
pareció cambiar de idea y comenzó a canturrear algo; sin duda, un hechizo. Ragnar,
con un tremendo esfuerzo de voluntad, sacó las garras metálicas de las botas, dio un
paso atrás y le propinó una fuerte patada al guerrero del Caos alcanzándolo en la
parte posterior de la rodilla, justo en el hueco que quedaba al descubierto entre las
piezas de la armadura que protegían la pantorrilla y el muslo. Sintió que las cuchillas
se hundían en la zona y vio cómo Karamanthos trastabillaba. Aprovechó la
oportunidad que se le ofrecía y se abalanzó contra su enemigo, esquivando la
acometida a la desesperada de la espada del guerrero del Caos, hasta clavar
profundamente su arma en la garganta de su oponente. El canto se interrumpió por
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completo.
Otro surtidor de chispas saltó al aire nocturno desde el punto de impacto, pero
esta vez fue acompañado por el hedor asqueroso a metal fundido, a corrosión ya
podredumbre. También surgió una gran humareda, caliente como el vapor, pero con
un olor mucho más corrupto y hediondo. Parecía que el espíritu del viejo hechicero
huía del cuerpo que lo albergaba. Ragnar le propinó un sablazo. La espada lo
atravesó, y aquello se disipó por un momento. Sin embargo, y tan sólo un segundo
después, comenzó a tomar consistencia y a dirigirse hacia el báculo con el cráneo en
la punta.
Ragnar lanzó un aullido de desafío y golpeó el báculo. El hueso vitrificado,
resultado de un hechizo demoníaco, resistió por un instante el filo de la espada, pero
finalmente se partió. El brillo desapareció, y las líneas de llamas se apagaron como si
nunca hubieran existido. Ragnar oyó gritos en la lejanía procedentes de diversos
puntos que sonaban igual que unas almas perdidas en el tormento. Supuso que
destruir el punto focal de aquel ritual siniestro no había tenido muy buen efecto sobre
los demás hechiceros implicados. No sintió lástima alguna. Aquéllos que tenían tratos
con los poderes siniestros se merecían lo peor.
Aplastó con la bota el cráneo reluciente y lo hizo pedazos. La sensación de una
presencia maligna se desvaneció de forma inmediata. Aulló triunfante y sus hombres
respondieron al grito. Después se lanzó contra la masa ingente de adoradores del
Caos y empezó a destrozarlos con fuerzas renovadas. Los arrojó a un lado y a otro
como si fuera el héroe de alguna saga que hubiera regresado al mundo en un frenesí
desencadenado. Sus hombres lo siguieron a la victoria. Los aullidos de triunfo a lo
largo de la línea de combate le indicaron que los Lobos habían vencido.
Ragnar estaba sentado en el campamento principal de las fuerzas imperiales. Las
murallas habían sufrido bastantes daños, pero vio que llegaban tropas de refresco,
preparadas para repeler a los adoradores del Caos. Se habían restablecido las
comunicaciones. Al parecer, la flota del Caos había sido derrotada, y los refuerzos
que había estado enviando a la superficie del planeta habían dejado de llegar. Los
hombres de Ragnar estaban acampados un poco más abajo de donde se encontraba en
ese momento y charlaban entre ellos en voz baja. Gracias al Emperador, las bajas
habían sido escasas, pero aún no conocían lo ocurrido en la retaguardia, ya que
todavía tenía que informar de los combates.
El lord Lobo sabía que tendría que enviar un equipo de búsqueda para
encontrarlos, pero también sabía que aún no había llegado el momento. La barrera de
fuego de la artillería imperial ya estaba machacando el terreno a su alrededor. No
tardaría mucho en solicitar algunas cañoneras Thunderhawk y comenzar la búsqueda.
O los encontraría vivos o recogería sus semillas genéticas para devolvérselas al
Capítulo. Ése era el estilo de los Lobos Espaciales.
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Ragnar estiró las piernas y descansó mientras pudo. No pasaría mucho tiempo
antes de que tuviera que volver a combatir. Percibió el olor de Urlec, que se acercaba.
Levantó la mirada y se preguntó qué querría esta vez el sargento. Urlec le sonrió con
un gesto un poco avergonzado.
—Quería agradeceros que me salvarais la vida, señor.
—No ha sido nada, sargento. Tú habrías hecho lo mismo por mí.
—Lo dudo, lord Lobo. Dudo mucho que hubiera podido vencer al hechicero del
Caos.
—A lo mejor hoy no, Urlec, pero aprenderás.
—Dudo que ni siquiera en el mejor día de combate de mi vida pudiera. Era el jefe
de los adoradores del Caos. Ninguno de los otros presentó el más mínimo problema a
nuestros hombres. Jamás he visto a nadie tan fuerte o tan veloz como vos, mi señor.
¡Y su espada estaba repleta de magia maligna! Ninguna arma normal podría resistirla.
Incluso me sorprende que la vuestra pudiera.
Ragnar paseó la mirada por su hoja.
—A mí no —respondió.
Urlec también se quedó mirando la espada como si la viera por primera vez.
Conocía el arma, por supuesto, pero saber que existía y verla en acción eran dos cosas
muy distintas.
—Es un arma mágica, y ninguna fragua de Fenris puede haberla forjado —dijo
Urlec por fin.
—Estás en lo cierto —contestó Ragnar.
—Entonces, ¿cómo la conseguisteis? —preguntó el sargento.
—Fue un regalo.
—Pues es un regalo propio de un primarca —comentó Urlec.
—Y, sin embargo, no me la regaló ningún primarca.
—¿No? ¿Quién fue entonces el que os la regaló, mi señor? ¿Y por qué os hizo un
regalo semejante?
—Fue una mujer cuya vida salvé, aunque eso tuvo un precio. Es largo de contar
—contestó Ragnar mientras observaba la posición del sol—. Y ahora no es el
momento de hacerlo.
Sin embargo, mientras Urlec se alejaba, no pudo evitar recordarlo todo.
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CAPÍTULO 1
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—Por Russ, es que no puedo creerme que te estén haciendo esto —dijo Sven. Su
rostro franco, de aspecto brusco y feo, mostraba a las claras la furia que sentía. Se dio
un puñetazo en la palma de la mano todavía humana con su nuevo puño artificial—.
Hay un millón de razones para poner tu cabeza en una pica: tu vanidad, lo feo que
eres, esa estupidez tuya tan primitiva y, sin duda, tu falta de heroísmo y de carisma,
¡pero esto es una imbecilidad!
—Gracias, hermano lobo —contestó Ragnar—. Tu apoyo me conmueve.
Ragnar intentó sonreír. Le alegraba ver a su viejo camarada, y mucho más ver que
se había recuperado por completo de la herida de la espada maligna que había sufrido
en el combate contra los Mil Hijos. Sin embargo, no podía mantener su buen humor
habitual. Aquélla situación era demasiado seria. Estaba metido hasta el cuello en un
gran problema. La asamblea de los lores Lobo lo había dejado muy claro. Que todos
los lores Lobo presentes en Garm asistieran para discutir qué destino le esperaba era
una señal muy evidente y que no dejaba lugar a dudas de lo serio del asunto.
Otra muestra de la gravedad de la situación era que lo hubieran confinado en su
celda mientras sus hermanos de batalla recorrían el planeta para acabar con los
últimos restos de las fuerzas de los herejes que quedaban con vida. Sven era el primer
visitante que había recibido desde hacía días, y ello porque se había escapado durante
un breve período de descanso durante la campaña. No habían desplegado guardias,
pero se había procurado que los visitantes del santuario no pasasen por aquella zona.
—Me refiero a que qué importa que hayas perdido la Lanza de Russ —siguió
diciendo Sven—. Seguro que lo hiciste con la mejor de las intenciones.
—Sven, no es algo sobre lo que se deba bromear.
Ragnar pensó que aquello era quedarse corto. La Lanza de Russ era
probablemente la más sagrada de todas las reliquias de los Lobos Espaciales. Se
trataba de la mítica arma que el fundador del Capítulo había empuñado en combate
en los albores del Imperio. Con ella en la mano, el primarca había matado a
monstruos y demonios y había salvado planetas enteros. Se decía que lo primero que
haría cuando regresase sería recuperar la lanza de aquel mismo santuario, aunque
Ragnar se percató de que iba a tenerlo un poco difícil si se tenía en cuenta todo lo que
había ocurrido.
—Lo que estás diciendo roza la blasfemia —insistió Ragnar.
—Estoy seguro de que si el viejo Leman Russ estuviese oyendo nuestra
conversación, estaría de acuerdo conmigo.
—¿Y cómo podrías saberlo, hermano Sven? —preguntó una voz severa desde la
parte posterior de la estancia—. ¿Es que el espíritu del primarca te consulta en secreto
cuando necesita una opinión realmente estúpida? Si es así, quizá deberías compartir
ese conocimiento con los demás hermanos de batalla. Les encantaría saber que tienen
un oráculo semejante entre ellos.
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Tanto Ragnar como Sven se giraron. Se quedaron sorprendidos al ver que Ranek,
el Sacerdote Lobo, había entrado en la gran cámara. Sin duda, el hecho de que
hubiera logrado acercarse a ellos a pesar de los sentidos hiperdesarrollados de ambos,
era una muestra del sigilo del veterano guerrero. Ragnar pensó que debía de haberse
acercado con el viento a favor. Comprobó la dirección en la que circulaba el aire
reciclado. O era eso, o ambos estaban demasiado preocupados para haberse dado
cuenta de que se les acercaba. Decidió que esta explicación era la más probable.
Se fijó en el viejo combatiente. Era enorme, con un aspecto antiguo y
amenazante. Los dientes caninos que le sobresalían del labio superior parecían casi
colmillos de jabalí. El cabello tenía un color gris tan claro que casi parecía blanco.
Sin embargo, los ojos conservaban una mirada dura y penetrante, con el azul helado
de las aguas glaciales de Asaheim. Las cejas era tremendamente espesas, y la barba
caía en una larga cascada sobre el pecho. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que
Ragnar lo viera por primera vez en aquel largo viaje hasta las islas de los Maestros
del Hierro?
La respuesta era sencilla: hacía ya una vida, sin importar cómo la midieras en
años imperiales estándar. En aquellos días, su padre todavía estaba vivo y era el
capitán de su propia nave. Su gente, los Puños de Trueno, eran un clan unido.
Todavía no habían sido asesinados o convertidos en esclavos de los Craneotorvos.
Todo eso fue antes de que él mismo muriera y renaciera, cuando los límites de su
universo eran los cielos grises y tormentosos y los mares de color plomizo de su
planeta natal, Fenris, antes de que supiera lo inmenso, extraño y peligroso que era de
verdad el universo.
Todo eso era antes de que se convirtiera en un Lobo Espacial, uno más en las
legiones de guerreros modificados mediante tratamiento genético que servían al
Imperio de la humanidad en las guerras que abarcaban toda la galaxia, antes de que
combatiera contra hombres, monstruos y servidores y adoradores de los demonios del
Caos. Antes incluso de que supiera qué era un orko de piel verde.
—¿Y bien, Sven? ¿Te importaría explicarme los misterios de esta nueva teología?
Como sacerdote guerrero, me sentiría muy honrado si compartieras tu sabiduría.
Sven parecía confundido y avergonzado. Había pocas cosas al el universo que le
provocaran aquella reacción, pero aquel veterano era una de ellas.
—Estoy seguro de que Sven no pretendía ofender con sus palabras —dijo Ragnar.
—Vaya —exclamó Ranek—, así que tú eres el portavoz escogido por el profeta,
¿no, Ragnar? Sólo a través de ti, ¿es eso? Sin duda, se encuentra muy por encima de
los simples mortales para dignarse hablar con nosotros.
—No quise decir eso —se excusó Ragnar.
—¡Pues entonces haz el favor de tener la boca cerrada! —lo increpó Ranek—. Ya
estás metido en bastantes problemas como para que hables y te metas en más todavía.
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¡Sven, sal de aquí!
Sven se dirigió cabizbajo hacia la salida. Ranek le habló de nuevo justo cuando
llegó al umbral, pero con un tono de voz más suave.
—Te honra que hayas venido. Sin embargo, no te hará ningún bien si los lores
Lobo lo descubren.
Sven asintió, como si hubiera comprendido lo que quena decir. Luego se marcho
Ragnar lamento en seguida que se fuera. Se había quedado a solas bajó la penetrante
mirada del sacerdote. El anciano caminó dando vueltas a su alrededor y estudiándolo
con un escrutinio intenso desde cada ángulo, como si no fuera más que un
rompecabezas que se pudiera resolver tan sólo con contemplarlo el tiempo suficiente.
Ragnar no se movió en ningún momento, decidido a no dar ninguna muestra de
nerviosismo bajo aquel examen implacable, incluso a pesar de que aquel Ranek fuera
capaz de oler su inquietud, que era lo más seguro.
—Bien, muchacho —dijo Ranek por fin—. Has causado todo un revuelo, de eso
no hay duda.
—No era mi intención —contestó Ragnar.
—¿Y cuál era tu intención cuando arrojaste la Lanza de Russ al reino del Caos?
—Intentaba impedir la llegada del primarca Magnus a través de la puerta infernal
que habían abierto en el templo que alzaron en este planeta. Intentaba detener la
resurrección de los Mil Hijos y la destrucción de nuestro Capítulo. Creo que lo logré.
—Sí, y sé que es lo que crees. La cuestión es saber si todo eso es cierto. Magnus
es un hechicero muy poderoso, quizá el más poderoso que jamás haya vivido. A lo
mejor te metió esa idea en la mente. Puede que también te haya metido otras.
—¿Por eso los Sacerdotes Rúnicos me han mantenido apartado de los demás
miembros del Capítulo hasta hoy, y recitaron sus hechizos sobre mí día y noche?
—Sí. Por ésa, y por otras razones.
—¿Cuáles?
—Ya las sabrás a su debido tiempo, si es que debes saberlas y sí los lores Lobo
deciden dejarte vivir.
—¿Dejarme vivir?
Ragnar estaba asombrado. Sabía que la situación era seria, pero no creía que
tanto. Se había imaginado que quizá lo encarcelarían, que lo mandarían al exilio, o
que incluso lo enviarían a las regiones inferiores de Fenris o a algún asteroide aislado.
No se le había pasado por la imaginación que lo ejecutarían.
—Sí. Un Lobo Espacial caído en desgracia sería algo demasiado terrible para
dejarlo suelto por el Imperio, muchacho, y no podríamos permitir que uno que ha
sido mancillado por el Caos siga viviendo. Es una amenaza demasiado grande.
Ragnar lo comprendió. Los Capítulos eran grupos de combate pequeños, pero su
fuerza procedía de su capacidad para luchar como una unidad. Todos y cada uno de
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sus hombres confiaba por completo en el camarada que tenía al lado. Era impensable
tener un traidor entre las filas del Capítulo. Sabía que no era ningún traidor. Sin
embargo…
Por supuesto. Eso era lo que pensaría si estuviese bajo la influencia de alguna
clase de hechizo. Incluso podría llegar a creerse que era un guerrero completamente
leal hasta que Magnus escogiera el momento adecuado, y entonces…
Sabía que algo semejante era posible. Los individuos con poderes psíquicos eran
capaces de leer la mente, de alterar los recuerdos y de cambiar las ideas y las
emociones de cualquier persona. A él lo habían entrenado para que pudiera resistir
ataques semejantes, pero Magnus era un primarca de los Caídos, un ser casi tan
poderoso como el Dios-Emperador. Además, Magnus, de entre todos los primarcas,
era el que había profundizado más en el estudio de la hechicería, de modo que, si
había alguien capaz de hacer algo semejante, era el Ragnar consideró con
detenimiento durante unos instantes la idea de que hubiera sido corrompido sin que él
se hubiera percatado. ¿Qué iba a hacer? ¿Podría vivir consigo mismo si resultaba ser
una amenaza latente para sus amigos y camaradas, para el Capítulo que se había
convertido en su hogar?
—Pero no creéis que yo haya sido corrompido, ¿verdad? —murmuró Ragnar, y se
sintió orgulloso de que su voz no hubiera sonado temerosa. Ranek se encogió de
hombros.
—Por si te sirve de algo, muchacho, no lo creo. Te conozco bastante, y me parece
que ni siquiera Magnus el Rojo podría meterte un hechizo en esa mollera tan dura que
tienes. Pero pronto lo sabremos con seguridad. Los Sacerdotes Rúnicos te han hecho
tantas pruebas y tan rigurosas como las que pasó Logan Grimnar antes de que pudiera
sentarse en el Trono del Lobo. Las sondas de investigación que han utilizado son más
sutiles y trabajan a mayor profundidad que las que conoces de la Puerta de Morkai.
Los Sacerdotes Rúnicos nos contarán lo que han encontrado antes de que se produzca
la convocatoria para tu juicio. Sólo ellos saben lo que piensan, y antes hablaron el
Gran Lobo y los demás lores Lobo. Así ha sido siempre, y así seguirá siendo.
Ragnar no se quedó demasiado tranquilo con aquellas palabras. Toda su vida y el
destino de su alma pendían de un hilo. Ranek se quedó mirándolo. Ragnar le devolvió
la mirada.
—¿Por qué habéis venido?
—He venido para darte consejo y para hablar en tu defensa. Después de todo, fui
yo quien te eligió para que te unieras a los Lobos Espaciales.
—¿Os asignaron la tarea?
—Yo la pedí.
Ragnar se sintió conmovido por la fe del anciano en él.
—¿Cuándo tomará una decisión definitiva la convocatoria del juicio?
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Se oyó el tañido de una campana a lo lejos que llegó a través de los pasillos del
templo.
—Quizá ya la han tomado. Vamos, muchacho, acerquémonos y oigamos lo que
tienen que decirnos.
Ranek lo llevó hasta la sala donde los lores Lobo lo esperaban para comunicarle
el veredicto. Unas grandes cabezas de lobo talladas en el techo lo miraban desde la
altura. Todos los señores del Capítulo estaban sentados en un semicírculo sobre un
estrado. En el centro se encontraba Logan Grimnar, el Gran Lobo en persona, sentado
con firmeza sobre su trono flotante. Parecía tan viejo como las propias raíces de las
montañas, y tan duro como el blindaje de una nave de combate imperial. Su rostro se
mostraba impasible mientras miraba fijamente a Ragnar. Los demás lo miraron
también con rostros inexpresivos.
Había tres Sacerdotes Rúnicos con túnicas y máscaras de pie delante del estrado.
También ellos fijaron sus miradas en él cuando Ragnar entró. El joven Lobo Espacial
enderezó la espalda todo lo que pudo y les devolvió la mirada. No quería parecer
acobardado. Fuese el que fuese el veredicto, y fuese el que fuese el destino que lo
aguardaba, se enfrentaría a ello como un Lobo Espacial. Creyó notar una cierta
aprobación por parte de Ranek, pero no estaba muy seguro.
Caminó hasta situarse justo delante del trono del Gran Lobo y alzó la mirada con
gesto desafiante. Logan Grimnar le devolvió la mirada sin dejar traslucir ninguna
expresión y después habló con su profunda voz.
—Sacerdotes Rúnicos de Russ, habéis examinado a éste, nuestro hermano Lobo,
en busca de la mancha del Caos. ¿A qué conclusión habéis llegado?
Ragnar no pudo evitar girarse hacia ellos. El instante pareció alargarse una
eternidad mientras el Sacerdote Rúnico lo miraba a su vez. Un momento después, el
individuo golpeó tres veces el suelo de piedra con el báculo que empuñaba.
—Hemos examinado a este joven hasta las profundidades más ocultas de su alma
y hemos llegado a la conclusión…
Ragnar se inclinó hacia ellos. Estaba conteniendo la respiración.
—… de que no está mancillado por los Poderes de la Oscuridad y que es leal a su
Capítulo. La decisión que tomó, la tomó con honestidad y pensando tan sólo en el
bien de sus hermanos de batalla.
Ragnar volvió a respirar. No era un traidor y un hereje. Nada manchaba su alma.
Vio que algunos de los lores Lobo asentían. Otros negaron con la cabeza y mostraron
su disgusto. Berek Puño de Trueno, el comandante de su compañía, le guiñó un ojo
con cierta exageración. Logan Grimnar sonrió con gesto grave. Ragnar sintió el alivio
del viejo Sacerdote Lobo, que seguía a su lado. Sigrid Matatrolls se puso en pie.
—Sin embargo, como todos sabéis, existe otro asunto. —Tenía una voz con un
tono sorprendentemente bajo y penetrante—. No importa lo puras que fueran las
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motivaciones de este joven: ¡hemos perdido la Lanza de Russ por su culpa! A menos
que la recuperemos y la devolvamos a su santuario, Russ no podrá empuñarla en los
últimos días. Al perderla, hemos traicionado la confianza sagrada que habían puesto
en nosotros y puesto en peligro el hecho de llamarnos verdaderos hijos de Russ.
Ragnar ha traicionado esa confianza sagrada.
Ragnar pensó en lo que había dicho el lord Lobo. Sabía que no todo era lo que
parecía. Berek ya se lo había explicado más de una vez. La política para los lores
Lobo era casi tan importante como sus creencias religiosas. Dudaba mucho que
existiera entre ellos uno que no deseara sentarse en el lugar de Logan Grimnar, en el
Trono del Lobo. La única diferencia era en qué momento.
Aquello era algo más que un simple ataque contra su persona, por mucho que se
lo pudiera merecer. Ragnar era capaz incluso de oler la ambición y el ansia de Sigrid
y de aquellos que lo apoyaban. Otros se conformaban con observar, a la espera de ver
cómo se desarrollaba la pugna por el liderazgo. Y otros, como Berek, apoyaban al
Gran Lobo por motivos propios. En el caso de Berek, el motivo estaba muy claro. El
acusado era uno de sus hombres. Las acciones negativas de Ragnar lo afectaban y
disminuían su prestigio, y Berek no era el tipo de persona dispuesta a aceptar aquello
sin presentar batalla.
El comandante de Ragnar se puso en pie, con el aspecto de un jefe heroico en
todos los detalles de su físico. La iluminación le tiñó de dorado el cabello y la barba.
Habló y se movió con confianza y tranquilidad plenas.
—Ragnar llevó a cabo una acción heroica. Atacó él solo aun primarca en un
intento osado de salvar a sus hermanos de batalla. ¿Quién puede criticarlo por
semejante heroicidad?
Ragnar vio de nuevo algunos gestos de asentimiento e incluso oyó algunos
murmullos de aprobación. Lo del heroísmo era algo que les gustaba a los Lobos
Espaciales. Eran guerreros orgullosos, que respetaban la valentía. Ragnar observó que
Egil Lobo de Hierro asentía con expresión ceñuda. Sin embargo, tampoco pudo evitar
darse cuenta de que la mayoría de los que aprobaban su acción pertenecían al bando
de Berek. Al igual que Sigrid, Puño de Trueno procuraba colocarse como sucesor
natural de Logan Grimnar.
Sigrid sonrió con gesto helado. Comparado con Berek, era de tez pálida. De
rostro delgado y enjuto, los ojos tenían una mirada fría, y las guías de su bigote caían
con aspecto tristón a ambos lados de su boca. Sin embargo, Ragnar sabía que tenía un
carácter de acero; nadie se convertía en un lord Lobo sin tenerlo. También poseía una
inteligencia fría y calculadora que pocos de sus camaradas tenían. Hablaba con un
tono de voz burlón, como hacía siempre si no estaba rugiendo órdenes en el campo de
batalla.
—Ragnar es valiente, de eso no cabe ninguna duda. Reconozco su heroísmo. Lo
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que pongo en duda es su inteligencia. También pongo en duda la capacidad de
nuestro Capítulo para demostrar que somos dignos herederos de nuestros
predecesores. Y me importan poco los motivos de Ragnar: es culpa suya. Es posible
que exista un modo de que el joven expíe lo que ha hecho, pero se le debe castigar de
alguna manera.
Ranek irguió la cabeza y se adelantó para ponerse delante del consejo de lores
Lobo. Fijó su mirada en Sigrid y habló lentamente y con claridad.
—Una profecía es una profecía. Se cumplirá a su debido tiempo y a su manera, o
no será una verdadera profecía. Russ regresará. Russ recuperará su lanza. Russ
dirigirá al Capítulo en la batalla final contra el Maligno. De eso no puede caber
ninguna duda.
Sigrid no estaba dispuesto a dejarse amedrentar. Al contrario; su sonrisa también
se volvió burlona.
—Entonces, hermano Ranek, ¿estás sugiriendo que en cierto modo fue voluntad
de Russ que este atrevido jovenzuelo lanzara su arma sagrada al vacío?
—Lo que estoy sugiriendo es que si la profecía es una profecía verdadera, eso no
importa. La lanza regresará a su debido tiempo a nosotros.
—Ya veo por qué eres un gran sacerdote, Ranek. Ojalá tuviera la fuerza de tu fe.
Unas cuantas risotadas, procedentes de los seguidores de Sigrid, retumbaron en la
estancia. Sin embargo, la mayoría de los lores Lobo parecieron asombrados. La burla
por parte de Sigrid de un sacerdote no les sentó nada bien.
—Quizá deberías tenerla —le replicó Ranek.
Un gesto en el rostro del lord Lobo mostró a las claras que se había dado cuenta
de su error. Cuando habló de nuevo, el tono de su voz fue más conciliador.
—Ranek, proteges al chico porque tú lo elegiste, y tu lealtad es muy loable. Sin
embargo, sigo diciendo que debería ser castigado por su acción.
Sigrid se calló un momento y dejó que las implicaciones de lo que había dicho
flotaran en el ambiente. Quería que todos los presentes vieran la relación entre Ranek,
Ragnar y Berek. El fallo de uno repercutía en los tres.
—Y no creo que sea conveniente —continuó diciendo—, que un sacerdote de
Russ vaya diciendo que todo va a salir bien y que la lanza ya encontrará un modo de
volver por su cuenta. Estoy de acuerdo en que sería algo maravilloso, incluso algo
milagroso, si lo hiciera. Pero ¿qué vamos a hacer si la lanza no regresa por voluntad
propia? ¿Qué vamos a hacer cuando lleguen los últimos Días? Todas las señales y
portentos indican que casi están a punto de llegar. ¿Qué haremos en ese caso?
»Y lo cierto es que preguntarnos si la lanza regresará o no es esquivar el asunto
que nos concierne. ¿De verdad queremos entre nosotros a un guerrero capaz de
arrojarla a un lado con tanta facilidad? No nos conviene alguien tan descuidado.
¿Quién sabe a lo que nos conducirá su siguiente osadía?
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Logan Grimnar y los demás pensaron en ello. Ragnar no pudo evitar sentir que
Sigrid tenía razón hasta cierto punto. No pensó en lo que hacía: había actuado sin
tener en cuenta las posibles consecuencias. Había aceptado perder la Lanza Sagrada.
Estaba a punto de acercarse más al estrado para decirlo todo en voz alta cuando vio
que un mensajero entraba en la estancia y se acercaba al Gran Lobo para decirle algo
al oído.
Sigrid se quedó callado y todas las miradas convergieron sobre Grimnar, llenas de
expectación. Ésas expectativas no se vieron defraudadas. Grimnar entrecerró los ojos
con un gesto de dolor antes de hablar.
—He recibido una noticia muy grave, hermanos. Adrian Belisarius ha muerto, lo
mismo que nuestro viejo camarada, Skander.
Varios aullidos de pena y dolor resonaron por toda la estancia procedentes de las
gargantas de algunos de los lores Lobo de más edad.
—Pero es todavía peor —continuó diciendo Grimnar—. Ambos fueron
asesinados en el suelo sagrado de la propia Terra. Es un acontecimiento muy grave.
Propongo que aplacemos el asunto actual para pensar en nuestra respuesta a este
suceso.
Todos estuvieron de acuerdo, excepto Sigrid. Ranek llevó a Ragnar de vuelta a su
celda, quien se preguntó qué demonios estaba ocurriendo exactamente.
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CAPÍTULO 2
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Todo el santuario estaba envuelto en un velo de silencio. Los estandartes de duelo de
la gran sala ondeaban a media asta. Ragnar se preguntó por qué había sido convocado
a la cámara del Gran Lobo en mitad de la guardia nocturna. Aquello no pintaba bien.
Se sintió más inquieto todavía cuando Berek y Sigrid salieron juntos de la sala del
trono.
Ninguno de los dos parecía contento. Sigrid se lo quedó mirando cuando pasaron
a su lado. Berek parecía melancólico. Ninguno de los dos le habló.
Unos momentos después, Lars Lenguafilada, el heraldo de rostro pétreo de
Grimnar, le hizo señas de que se acercara. Entró en una larga sala repleta de
estandartes y trofeos capturados en antiguas batallas bajo la atenta mirada de la
escolta personal del Gran Lobo. Al otro extremo de la estancia se encontraba el señor
de todos los Lobos Espaciales sentado de nuevo sobre su tono flotante, con un rollo
de pergamino en la mano.
Alzó la mirada cuando el joven Lobo Espacial entró en la sala, y le hizo un gesto
para que se pusiera delante del trono.
Ragnar se arrodilló un momento antes de ponerse en pie de nuevo, como haría un
guerrero ante su señor. Grimnar lo observó con atención, con cierto gesto amable,
medio divertido, medio enfadado. Por fin, sonrió.
—Bueno, Ragnar Blackmane, nos has metido en un buen problema, ¿verdad? —
Le hizo un gesto con el pergamino—. Puedes hablar con libertad.
Era obvio que Grimnar esperaba alguna clase de respuesta, así que Ragnar habló.
—¿Y qué clase de problema es ése, Gran Lobo?
Grimnar soltó una carcajada.
—Pensé que ya te lo habían explicado con una claridad más que suficiente en el
cónclave de hoy, cachorro.
Ragnar no se sintió ofendido por aquel apelativo, como le habría ocurrido si lo
hubiera dicho cualquier otro hombre. Grimnar tenía cientos de años, y comparado
con él, Ragnar era poco más que un muchacho.
—Lo haría de nuevo, Gran Lobo, si estuviese en las mismas circunstancias.
—Me alegro de oírte decir eso. Bajo esas mismas circunstancias, puede que yo
hubiera hecho lo mismo que tú. Por otro lado, puede que no lo hubiera hecho.
Sentirse capacitado para utilizar el arma personal del propio Russ podría considerarse
como algo bastante presuntuoso y arrogante. Algunos creen que se te debería castigar
por hacerlo, aunque otros creen que es una señal de que estás destinado a grandes
hazañas.
—¿Y vos qué creéis, Gran Lobo?
—Creo que eres un joven con un gran potencial, Ragnar. Aparte de eso, no lo sé.
No deseo que se desperdicie ese potencial, pero lo cierto es que eres un elemento de
disensión entre los Lobos, y precisamente en este momento no puedo permitirme
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ninguna clase de disensión. Temo que si yo no tomo ninguna medida contra ti, otros
lo harán en mi lugar.
Ragnar sabía a qué se refería. Los asesinatos a sangre fría eran muy escasos entre
los Lobos Espaciales, pero podían ocurrir otro tipo de cosas. Una bala perdida podía
alcanzarle en mitad del fragor del combate. Sus camaradas podían acudir con lentitud
si se encontraba en una situación peligrosa y letal. Nunca se hablaba de esos temas,
aunque ocurriesen. Y si alguien pensaba que era un blasfemo o un traidor, podía
ocurrirle a él.
—¿Qué pensáis hacer conmigo, Gran Lobo?
—Quiero ponerte a salvo en algún sitio donde puedas servir para algo.
—¿El exilio, Gran Lobo?
—Podrías llamarlo así si quieres. Dime, Ragnar, ¿has oído hablar de los Cuchillos
del Lobo?
Ragnar rebuscó entre los recuerdos que le habían sido implantados por las
máquinas de entrenamiento cuando tan sólo era un aspirante.
—Son Lobos Espaciales enviados a la sagrada Terra para cumplir nuestra parte
del trato con la Casa Belisarius. Les proporcionamos guardaespaldas a cambio de los
servicios que nos prestan.
—Todo lo que has dicho es cierto, Ragnar, pero los Cuchillos del Lobo son
mucho más. Entrenan a las tropas del Celestiarca de la Casa Belisarius y las dirigen
en combate. Actúan como su fuerte mano derecha cuando es necesario. Matan a sus
enemigos en combate abierto y con discreción si hace falta.
Ragnar se dio cuenta de lo que le quería decir.
—¿Deseáis que vaya a la sagrada Terra, Gran Lobo?
—Es necesario. Adrian Belisarius, el Celestiarca, y gran amigo de nuestro
Capítulo, ha muerto. Uno de nuestros hermanos de batalla murió con él: Skander
Hachasangrienta, un viejo camarada mío de cuando todavía estaba en la manada de
Garras Sangrientas.
Ragnar vio la tristeza en los ojos del viejo guerrero. Ya quedaban pocos de
aquella generación en el Capítulo, y Grimnar y el tal Skander debían de ser de los
últimos. No había camaradas más cercanos y apreciados en todo el Capítulo que
aquellos que habían pasado juntos por los ritos de iniciación y el entrenamiento, y
que habían formado parte de la misma unidad inicial. Casi eran hermanos en el
sentido literal de la palabra.
—Sí, Ragnar, quiero que vayas a la Tierra. Y quiero que mantengas bien abiertos
los ojos y los oídos. Uno de los Lobos ha muerto en suelo sagrado, y quiero saber qué
es lo que ocurrió. ¡Lo que ocurrió de verdad! Ya tengo informes. Quiero saber sin son
ciertos.
—¿Buscáis venganza, Gran Lobo?
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Era una pregunta algo presuntuosa, pero Ragnar se sintió obligado a hacerla.
Grimnar negó lentamente con la cabeza.
—Ragnar, sí es en interés del Capítulo, me tomaré esa venganza. Si no, me
gustaría saber qué ocurrió.
Ragnar pensó con cuidado en las palabras del Gran Lobo. Era obvio que no podía
enviar a todo el Capítulo a vengarse y provocar un derramamiento de sangre inmenso
en el sagrado suelo de Terra. Tampoco podía ordenar el asesinato de una persona
poderosa sin que hubiera consecuencias.
También sabía que, dijera lo que dijera el viejo guerrero, Logan Grimnar tenía
una memoria excelente, y que encontraría el modo, si fuese necesario, de hacer pagar
con sangre la muerte de su antiguo camarada. Así se hacían las cosas en Fenris.
—Lo haré lo mejor posible —dijo Ragnar por fin.
—Que así sea, Ragnar, y que nadie sepa que andas en eso.
—¿Cómo le comunicaré lo que descubra?
—Existen modos, Ragnar, canales de comunicación entre Fenris y Belisarius.
Además, Adrian Belisarius fue asesinado. Su hija está aquí en Garm, con nosotros,
pero debe regresar para prestar juramento de lealtad a su sucesor. Te ocuparás de que
nada le ocurra durante el viaje a la Tierra.
—¿Creéis que podría pasar algo, Gran Lobo?
—Si alguien ha logrado asesinar al jefe de la Casa Belisarius cuando está rodeado
de guardias, debe de tratarse de alguien muy poderoso y capaz de cualquier cosa.
—Sí, Gran Lobo.
—Puedes retirarte, Ragnar.
Ragnar se arrodilló otra vez antes de marcharse y dejar al viejo guerrero ocupado
en el estudio de los pergaminos.
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—¡Sí, me sorprendería mucho que lo hicieran! Es que no puedo creerme que te
envíen a ti. Lo que se necesita es un hombre con tacto, diplomacia y visión de futuro,
un hombre con el sentido común suficiente como para no perder la Lanza de Russ.
¡Un hombre como yo! ¿Crees que Grimnar me dejaría ir contigo si se lo pidiese?
—Creo que si lo hicieras, te encerraría directamente. ¡Lo único que nos hacía
falta es un gorila descerebrado suelto por las calles de la sagrada Tierra!
—Entonces, ¿por qué te envían a ti?
—Porque les conviene —contestó Ragnar con seriedad—. Bueno, sólo he venido
a decirte adiós. Al parecer, la nave parte dentro de seis horas estándar, y todavía tengo
que prepararme.
Permanecieron en silencio unos interminables segundos. Ragnar y Sven se habían
convertido en grandes amigos desde que comenzaron juntos como aspirantes a
Marines Espaciales. Se habían salvado la vida mutuamente en más de una ocasión.
Sin embargo, Sven ya se había convertido en un Cazador Gris, y Ragnar era algo
diferente, destinado a servir durante quién sabía cuánto tiempo en el limbo como un
Cuchillo del Lobo, incluso quizá durante el resto de su vida.
Se había abierto un gran hueco entre ellos, y no era tanto por la distancia que los
iba a separar. Ambos lo sabían, a pesar de las bromas y de las chanzas. Sven
marcharía al combate y a la batalla con el resto del Capítulo, mientras que Ragnar se
quedaría estancado en un puesto que no consistiría en nada más que en proteger a los
aristócratas malcriados de las casas navegantes. Tendría que abandonar cualquier
sueño que hubiera tenido de forjarse un destino glorioso, de inscribir su nombre en
los anales del Capítulo. Lo más seguro era que acabara siendo recordado como el
hombre que perdió la Lanza de Russ. Sería el tema de todas las bromas y las
maldiciones de cada nueva generación de aspirantes.
Pensó por un momento en pedirle a Grimnar permiso para quedarse, pero sabía
que no podía hacerlo. Su destino estaba marcado. Su deber era ir a la Tierra. En cierto
modo, era un castigo por sus actos, un modo de purgar su pecado. Sin embargo,
también sabía sin duda alguna que volvería a hacer lo mismo.
Sven extendió la mano y se sujetaron por las muñecas.
—Vigila tu retaguardia —le dijo—. Vas a tener muchos problemas si yo no estoy
allí para sacarte de tus meteduras de pata.
—La mayoría de esos problemas los causas tú con esos intentos tan torpes de
ayudarme —le replicó Ragnar medio en broma.
—Para cuando regreses, ya habré logrado que me nombren lord Lobo —proclamó
Sven—. Ya estarán cantando sagas en mi alabanza.
—¿Para qué necesitas que te alaben en las sagas cuando lo haces tú solo de mil
maravillas?
—¡Anda, lárgate ya! Tienes que embarcarte en una nave.
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Ragnar se sorprendió cuando dio media vuelta y descubrió que tenía un nudo en
la garganta, pero no miró atrás.
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—¿Qué ocurrirá si se me ordena combatir contra el Imperio, o contra mis
hermanos de batalla? Ya que la Tierra es tan corrupta…
Ragnar se dio cuenta de que su voz sonaba resentida, y que había preguntado
aquello para que le contestaran de forma negativa, pero la respuesta de Ranek lo
sorprendió.
—¿Qué es lo que harías sí tu lord Lobo te ordenara cometer una herejía?
—Lo depondría.
—¿Y si resultase ser un traidor, un servidor del Caos?
—Lo mataría.
—Tener un guardaespaldas puede ser un arma de doble filo, ¿verdad, joven
Ragnar?
Ragnar se quedó pensando en lo que le acababan de decir. Si había entendido de
forma correcta al sacerdote, le habían dado permiso para asesinar a la Celestiarca de
la Casa Belisarius si demostraba alguna deslealtad hacia el Imperio. Ranek pareció
leerle el pensamiento.
—Nuestro pacto con la Casa Belisarius es anterior a la propia fundación del
Imperio. A algunos miembros del Administratum les disgusta, pero no les queda más
remedio que aceptarlo. Saben que mantenemos en el camino de la honestidad a la
casa navegante. Ragnar, los Celestiarcas de la Casa Belisarius siempre han sido
hombres y mujeres cabales. Nos son leales, a nosotros y al Imperio, y nuestro
Capítulo siempre ha constituido una de las razones más poderosas para ello. No
importa lo que veas u oigas en la Tierra. Recuerda lo que acabo de decirte antes de
juzgar nada.
—El Gran Lobo ha dicho que Adrian Belisarius fue asesinado, lo mismo que
nuestro hermano Skander. ¿Quién haría algo así? ¿Unos herejes?
Ranek soltó una carcajada.
—Los informes que nos han pasado hablan de los adoradores de cierta secta, pero
hay mucha gente que estaría dispuesta a hacer algo así. Puede que hayan sido esos
supuestos fanáticos. Puede haber sido una casa rival, o una facción dentro del
Administratum que favorece a esos rivales. Puede incluso que haya sido un pariente
ambicioso del propio Celestiarca.
—¿Qué?
—Ragnar, no todo el mundo sigue nuestro código. Como ya te he dicho, la Tierra
es el foco de mayor concentración de poder y riqueza de nuestro universo. Todo eso
logra de algún modo distorsionar la moralidad. Te lo repito: ten cuidado.
A Ragnar no le quedó muy claro sí el sacerdote se refería a que vigilase con
atención a los demás o que tuviera cuidado con su propia moral. Quizá se refería a
ambas cosas. Al parecer, tendría que enfrentarse a otros peligros que no tenían nada
que ver con los del campo de batalla.
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—Aparte de los asesinos, ¿qué otros peligros puedo encontrarme?
—Puede que te ordenen dirigir en combate a las tropas de la casa o que lleves a
cabo acciones clandestinas en apoyo de los deseos de la Celestiarca. Tus camaradas
del destacamento del Cuchillo del Lobo te informarán cuando llegues. Presta atención
a lo que te digan. Algunos de ellos llevan en la Tierra más años de los que tú tienes, y
conocen todas las trampas y peligros.
Ragnar sintió que se le venía el mundo encima. Por lo que parecía, iba a
permanecer en el exilio durante mucho tiempo. Ranek pareció que volvía a leerle los
pensamientos.
—Los Lobos Espaciales pueden vivir durante siglos, Ragnar. En el gran esquema
del Capítulo, unas cuantas décadas no son gran cosa.
—Preferiría quedarme aquí, con la compañía de Berek, que haciendo de niñera de
los Navegantes.
—Lo que tú prefieras no tiene importancia, Ragnar. Y procura no expresar en voz
alta esas opiniones sobre los deberes que se te imponen. Esperamos que tu
comportamiento y actuaciones sean ejemplares. Jamás olvides que de todas las
personas que vas a conocer, la mayoría son muy poderosas, y nos van a juzgar por
cómo te comportes, y puede que algunos de ellos utilicen contra nosotros los fallos
que cometas. Tenemos muchos enemigos entre los distintos departamentos y
facciones del Administratum, lo mismo que muchos aliados. El juego de la política en
el Imperio es una red muy amplia y muy compleja.
Ragnar no acabó de comprender lo que le estaba diciendo el viejo guerrero. El
entrenamiento que había recibido había sido en tácticas de batalla y en combate, no
sobre política. Al parecer, su misión iba a ser más complicada de lo que había
esperado.
—El Gran Lobo me indicó que existen modos de ponerse en contacto con Fenris
si es necesario, y que me los dirían antes de irme.
Ranek sonrió con gesto avieso.
—¿Eso ha hecho? Me pregunto por qué lo haría… No, no me contestes. Si es
necesario, ponte en contacto con el hermano Valkoth, que también es un Cuchillo del
Lobo. Él sabrá qué hacer; pero sé precavido. Por cierto, Ragnar, una última cosa.
—¿Sí?
—Muchos grandes jefes de los Lobos Espaciales han formado parte también de
los Cuchillos del Lobo. No nos viene mal tener guerreros que sepan cómo funciona el
Imperio y que dispongan de contactos personales entre su jerarquía. Sácale partido al
tiempo que estés en la Tierra. ¡Recuerda que Logan Grimnar no hace nada porque sí!
Ragnar sintió que se le levantaba el ánimo. Quizá lo estaban preparando para el
liderazgo de un modo indirecto. O quizá ésa era la estrategia de Ranek para levantarle
la moral. Fuese lo que fuese, funcionaba.
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—Mantén bien vigilada a Gabriella mientras te encuentres de camino hacia Terra.
Es la hija de Adrian Belisarius, y puede que sea también el objetivo de un intento de
asesinato.
Ragnar se quedó mirando al rostro gastado, casi cincelado, del sacerdote.
—¿Crees que alguno de los nuestros intentaría matarla?
—No vas a viajar en una de nuestras naves, Ragnar. No podemos prescindir de
ninguna de ellas. Irás a la Tierra en el transporte que nos trajo la noticia. El Heraldo
de Belisarius no será un sitio seguro. Mantente cerca de la chica y asegúrate de que
no le pase nada malo. Puedes marcharte.
Ragnar se encaminó hacia la puerta de la estancia.
—Ragnar…
—¿Sí?
—Asegúrate de que no te pasa nada malo a ti tampoco. Adiós.
—Adiós.
Ragnar sintió otro nudo en la garganta. Le caía bien Ranek, y confiaba en él. De
repente, se dio cuenta de que quizá no volvería a ver de nuevo al anciano. La edad o
un combate podrían acabar con cualquiera de ellos dos. Se dijo a sí mismo que ésa
era la vida de un Lobo Espacial.
También se dio cuenta de lo solo que estaba mientras caminaba por los pasillos
vacíos. No tendría a nadie, y estaría lejos de sus hermanos de batalla, a una distancia
incalculable durante un período indeterminado de tiempo, y sería así por primera vez
desde que se había unido al Capítulo. Sintió una punzada de soledad, casi de dolor.
Un instante después, sintió que el corazón se le alegraba. Se percató de que
también sería libre, de un modo en que no lo había sido desde hacía años. Partía hacia
una gran aventura, hacia el planeta más santo y más letal de todo el Imperio. Vería los
grandes palacios y templos de Terra y a sus deslumbrantes ciudadanos. Y por lo que
parecía, también tendría peligros e intrigas con los que entretenerse.
Alargó poco a poco el paso y percibió de repente que marchaba al trote, que se
convirtió en una carrera hacia los hangares de carga donde lo esperaba la nave de
recogida.
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CAPÍTULO 3
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Rapar caminaba por el Heraldo de Belisarius al lado de Gabriella Belisarius. Los
marineros y los sirvientes la saludaban de un modo formal y respetuoso. Muchos de
ellos se encogían ligeramente al ver la enorme masa del Lobo Espacial que asomaba
por encima de su hombro. Ragnar distinguió por el olor a los que su presencia
incomodaba y a los que atemorizaba directamente.
—Vuestra tripulación parece temerosa de mi presencia.
Gabriella se giró y le sonrió. Era una mujer de aspecto severo: de estatura
elevada, delgada, con una mata muy larga de cabello negro y un rostro que parecía
estar compuesto exclusivamente por ángulos. Era bella de una forma inhumana, y el
uniforme negro resaltaba esa belleza.
Ya se encontraba en la nave, que era su territorio natural en cierto modo, así que
se había quitado el pañuelo con el que se cubría la frente y había dejado al
descubierto su tercer ojo, el pineal.
—Son la tripulación de una nave mercante. No están acostumbrados a tener uno
de los famosos Lobos Espaciales a bordo. Creo que te darás cuenta de que la gente de
Terra es un poco más cosmopolita.
Era obvio que no estaba nerviosa por su presencia como el resto de la tripulación,
claro que, ¿por qué debería estarlo? Había pasado una década entre los hombres del
Colmillo. Ragnar deseó ser capaz de discernir con mayor claridad las emociones de la
joven. Los Navegantes desprendían un olor diferente al de los demás humanos. Había
algo alienígena en ese olor. Alienígena y casi indescifrable.
Ragnar sabía que llevaban reproduciéndose y preparándose desde hacía mucho
tiempo para guiar a las naves estelares por el vacío espacial. Lo llevaban haciendo
desde antes de la fundación del Imperio. En algún momento de la historia de la
humanidad, su línea genética y la de las humanos normales se habían diferenciado y
separado. Ragnar sabía que ya no eran humanos comunes, pero el Imperio los
toleraba porque eran absolutamente vitales para los viajes interestelares. Sin los
Navegantes, los viajes entre los diferentes planetas tardarían años o hasta décadas en
llevarse a cabo, eso sí se lograban hacer. El viaje a través del espacio disforme era
muy peligroso incluso con un Navegante al mando; sin uno de ellos, era letal.
Ragnar pensó en todo aquello mientras estudiaba a la mujer que tenía delante. Sus
habilidades habían proporcionado a las casas navegantes beneficios y riquezas
inconmensurables. La Casa Belisarius había fletado una nave para llevar la noticia de
la muerte del padre de Gabriella a los Lobos Espaciales. Era cierto que también había
transportado unas cuantas mercancías y la petición de que se enviara un nuevo
miembro para el destacamento de los Cuchillos del Lobo, pero aun así, el hecho en sí
era impactante. El coste de cada nave era exorbitante. La Casa Belisarius disponía de
su propia flota, y de hecho, era mucho mayor que la que poseían los Lobos
Espaciales. Ragnar lo sabía por la historia que le habían enseñado. Les prestaban
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naves a los Lobos Espaciales cuando a éstos les hacían falta pero con unos tratos muy
ventajosos. Era uno de los aspectos de la antigua alianza entre las dos partes.
—¿Qué estás pensando? —le preguntó Gabriella mientras se dirigían al puente de
mando. Ella se iba a encargar en persona de guiar la nave durante el viaje hacia la
Tierra. El Navegante que la había llevado hasta Fenris, un primo suyo, se quedaría en
el planeta como su sustituto.
—Pensaba en la alianza entre nuestras casas.
—Ha sido uno de los pilares del poderío de mi familia —comentó ella.
—¿Cómo es eso?
—Nos ayuda a mantener a raya a nuestros rivales. Pocos se atreverían a atacarnos
de forma abierta por temor a la respuesta de los Lobos Espaciales.
—De todas maneras, pocos se atreverían a un ataque directo en la Tierra. Es
terreno sagrado. No se permite el derramamiento de sangre allí.
Gabriella se rio.
—La sangre se derrama en la Tierra lo mismo que en cualquier otro sitio. Lo
único que ocurre es que se hace de un modo más discreto. Además, tenemos
propiedades en otros lugares aparte de la Tierra.
Ragnar pensó por un momento en todo aquello.
—Los Lobos ya han acudido en vuestra ayuda en tiempos pasados.
—Sí, lo han hecho, y lo harían de nuevo si fuese necesario. Quién sabe, hasta
puede que luchasen en Terra si hiciese falta. Es de todos conocido que los Lobos
Espaciales son un Capítulo salvaje e incontrolable, con sus propias leyes.
—Todos los Capítulos de los Marines Espaciales las tienen. Sus privilegios y
prerrogativas son anteriores a la propia fundación del Imperio.
—Sí, pero tus hermanos tienen fama de ser más feroces que los demás Capítulos.
—Eso no nos ha impedido en ningún momento combatir bien o ser leales al
Emperador.
—No lo he dicho como una crítica. De hecho, desde el punto de vista de la Casa
Belisarius es una alabanza. Puede que nuestros enemigos hubiesen acabado con
nosotros hace ya milenios si no hubieran pensado que los Lobos Espaciales nos
vengarían.
—Creía que la de Belisarius era una de las casas navegantes más poderosas.
—Lo es hoy día, y lo ha sido durante muchos períodos de la historia. Sin
embargo, todo esto pasa por ciclos. Todas las casas sufren reveses. Ésa es la
naturaleza del comercio y de la competitividad. En la historia de nuestra casa se
encuentran muchos fracasos por los que hemos quedado eclipsados por otras casas.
Dirigir una casa es como dirigir una nave: a veces, lo único que hace falta para que se
estrelle es una simple decisión equivocada o desafortunada.
—Eso no le ha ocurrido todavía a la Casa Belisarius. Hemos sido aliados desde
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hace más de diez mil años.
—Y esperemos que sea por otros diez mil años más, pero tengo el presentimiento
de que la situación está empeorando para nosotros.
Ragnar quiso contradecirla, pero vio la tristeza que reflejaba su rostro. Se dio
cuenta de que se trataba de una mujer que había perdido a su padre, un padre que
había sido el jefe de su casa navegante, el Celestiarca, el Navegante de Navegantes.
Se cruzaron con unos cuantos marineros más por los pasillos. Ragnar se colocaba
de un modo casi automático en una posición que le permitiera interponerse si se
convertían en una amenaza. Los humanos presentían aquella actitud y procuraban
alejarse al pasar cerca de ellos.
—No hace falta aterrorizar a la tripulación —le comentó Gabriella.
—Estoy aquí para ser vuestro guardaespaldas. Me dieron esa orden.
Ella se lo quedó mirando.
—Me parece muy bien, pero no hace falta fruncir el entrecejo cada vez que
cumplas con tu deber.
—No me he dado cuenta de que frunciera el entrecejo.
—Los de Fenris parece que nunca os dais cuenta de eso. Sois tan feroces.
Siempre lleváis escrito en la cara lo que pensáis, y casi todo lo que pensáis está
relacionado con la violencia.
—Puede que os alegréis de eso antes de que se acabe el viaje.
—Quizá. De todas maneras, me alegro de que estés aquí.
—¿Por qué?
—Porque si existe alguna amenaza contra mi vida, estoy segura de que te
enfrentarás a cualquier clase de peligro.
—¿Creéis en serio que existe la posibilidad de un intento de asesinato?
—Sí. Corren malos tiempos. Acaban de asesinar a mi padre. Cualquiera que
pudiese llegar hasta él para matarlo puede llegar hasta mí también.
—Parece que os lo tomáis con bastante calma.
—Suele ocurrir. Suele ocurrir incluso dentro de las propias casas navegantes. Se
conocen casos de parientes que han exterminado a todos aquellos que consideran
rivales.
—¿Creéis que os atacarían para eliminar un posible candidato al trono?
—Ragnar, estás pensando como un nativo de Fenris. No soy candidata a ningún
trono. Bueno, no de momento. El cargo de Celestiarca no pasa de padres a hijos.
Nuestros gobernantes son escogidos por el Consejo de Ancianos de entre una lista
muy corta de candidatos.
—¿Quiénes son? ¿Los más ancianos y sabios de la tribu?
—Algo así.
La puerta se abrió deslizándose hacia un lado y entraron en el puente de mando.
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Los tecnoadeptos estaban inclinados sobre los altares de control, conectados a los
antiguos artefactos mediante cables que estaban unidos a su vez a unas clavijas
occipitales en sus cráneos. El olor a ozono y a incienso técnico impregnaba el
ambiente del lugar. Varios oficiales con los uniformes de la Casa Belisarius se
pusieron en posición de firmes cuando Gabriella entró en la estancia.
—¡Navegante en el puente! —exclamó alguien, y todos los demás inclinaron la
cabeza con ademán reverente.
—Descanso —dijo Gabriella—. Que la fortuna nos sonría a todos y nos traiga
prosperidad a raudales.
—Que la fortuna nos sonría a todos —respondió la tripulación.
Gabriella se dirigió al centro del puente de mando y comenzó a comunicarse con
los mandos principales. Hablaron en la jerga técnica de su oficio, de la que Ragnar no
entendió nada en absoluto, por lo que aprovechó la oportunidad para estudiar con
atención el espacio que lo rodeaba.
El puente de mando era enorme y de forma circular. Ocupaba el interior de una
cúpula en la parte superior del inmenso casco del Heraldo de Belisarius. Vio varios
ventanales grandes de cristal blindado. Por el lado de estribor era visible la gran
esfera blanca y azul que era Garm. Unos diminutos puntos negros que viajaban a gran
velocidad le indicaron la presencia de otros transportes suborbitales que realizaban
sus misiones habituales.
Alrededor del pozo holográfico central había distribuidos varios altares técnicos.
Un asiento muy parecido a un trono enorme ocupaba un estrado que sobresalía sobre
el pozo. Ragnar lo reconoció de inmediato: se trataba de la silla de mando del
Navegante.
Varios oficiales presentaron diversos informes para que Gabriella los aprobara.
Escuchó con atención y asintió antes de indicarle con un gesto a Ragnar que se
acercara.
—En el momento en que abandonemos la órbita del planeta, nos encontraremos a
tan sólo doce horas de nuestro punto de inserción. El capitán se encargará de dirigir la
nave hasta entonces. Voy a comer algo y a descansar un poco.
—Muy bien —contestó Ragnar—. Os acompañaré.
Ella lo miró con expresión divertida.
—He pedido que te den el camarote adyacente al mío. Ya han dejado allí todo tu
equipo.
—Muy bien.
Ragnar pensó que, sin duda, a los Navegantes de la Casa Belisarius les iba muy bien
y se cuidaban mejor. Él estaba acostumbrado a las celdas desprovistas de decoración
en alguna de las naves militares. Aquélla estancia parecía más bien algo salido del
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sueño provocado por una sobredosis de hookah en un adorador de Slaanesh.
La enorme cama estaba atornillada al suelo. El colchón era blando. Las sillas
estaban talladas de una sola pieza en trozos de diente de marfil de leviatán, las mesas
y los demás muebles los habían fabricado con maderas preciosas. El aire estaba
cargado con incienso levemente narcótico. Una de las paredes estaba ocupada casi
por completo por un inmenso espejo. Los mandos que había justo debajo indicaban
que también se utilizaba como televisor. Ya había echado a los sirvientes que se
agolpaban a su alrededor prestos a cumplir el menor de sus deseos. Les había dicho
que lo único que quería era comer algo.
Una campana anunció que la comida había llegado. Ragnar dio permiso para
entrar, y una hilera de sirvientes vestidos con librea cruzó el umbral con bandejas de
plata en las manos. En cada una de ellas había una serie de platos y jarras de
porcelana, y gracias a sus sentidos agudizados supo que llevaban una variedad de
manjares muy especiados. Los sirvientes se afanaron por toda la estancia preparando
la mesa, extendiendo el mantel, colocando los cubiertos y preparando los artefactos
caloríficos que impedían que la comida se enfriase.
Un hombre mayor de cabello blanco, que mostraba en el rostro una expresión de
arrogancia increíble, destapó cada plato con un gesto demasiado petulante.
—Anguilas del fango en escabeche —dijo con orgullo de uno de los platos.
Ragnar se limitó a asentir—. Pierna de pájaro dragón asada con salsa de baya
venenosa. Creo que esta delicia le agradará sobremanera, señor —comentó con una
sonrisa en un intento por congraciarse con él.
—Vaya —contestó Ragnar.
—Callos de cabra naga en brandy fuerte.
Ragnar pensó que parecía que alguien muy mareado hubiese vaciado sus tripas en
el plato. No hizo caso del resto de las explicaciones ni del individuo hasta que éste
intentó colocarse a su espalda. El joven Lobo Espacial se dio media vuelta sin
pensárselo, preparado para atacar.
El rostro del sirviente se quedó blanco.
—Su servilleta, señor —dijo mostrando un trozo de lienzo blanco casi del tamaño
de una sábana pequeña.
Ragnar se quedó mirándolo fijamente.
—No intentes ponerte a mi espalda otra vez —le dijo.
—Pero señor, entonces, ¿cómo lo prepararé para la comida?
—No me hace falta ayuda para sentarme a comer a la mesa —bufó Ragnar. El
sirviente pareció ofendido.
—Pero señor, la etiqueta de la corte de Belisarius exige que…
—La etiqueta en los salones de Fenris exige que se deje tranquilo al comensal
cuando éste lo pida. El incumplimiento de la etiqueta se soluciona con duelos.
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—¿Duelos, señor?
—Los insultos personales exigen una reparación en combate —explicó Ragnar.
—No pretendía insultar, señor. Todos debemos ser flexibles cuando se encuentran
dos culturas tan distintas.
Ragnar sonrió, lo que dejó por completo al descubierto sus colmillos.
—Sin duda, es lo que debemos hacer. Y ahora, por favor, estaría muy agradecido
si me dejaran a solas con mi comida y mi meditación posterior. Si no…
—Por supuesto, señor, por supuesto…
El anciano sirviente dio un par de palmadas y salió junto a los demás camareros a
toda prisa. Ragnar se quedó a solas en la estancia. Revisó la comida de nuevo y se dio
cuenta de que debía de haber costado una pequeña fortuna llevarla hasta allí desde
una distancia tan grande. La selección de vinos, quesos y licores procedía
directamente de Terra. Si se tenía en cuenta lo que cobraban los Navegantes por el
transporte, casi parecía un pecado.
De todas maneras se sentó a comer. Los sabores eran interesantes, pero hubiera
preferido una simple carne de caribú o de foca de Fenris. Quizá podría pedir que le
trajesen aquello. En ese preciso instante, oyó un leve grito de pánico pidiendo ayuda
en el camarote de al lado.
Empuñó su bólter sin pararse a pensarlo y abrió de par en par la pesada compuerta
estanca. Por suerte, no estaba corrido el cerrojo, o hubiera tenido un serio problema.
Vio a Gabriella al otro extremo de la estancia, y algo brillante y metálico que se
escurría veloz por la cama en dirección a la Navegante.
La situación era peligrosa. En una estancia como aquélla, con las paredes
blindadas, lo más probable era que los proyectiles de bólter rebotasen por todos lados.
La armadura protegería a Ragnar, pero era muy posible que hirieran a la mujer a la
que se suponía que debía proteger. Concentró la atención en el artefacto que la
acechaba.
Para un humano normal se estaría moviendo a una velocidad vertiginosa, pero
Ragnar era un Lobo Espacial, y sus sentidos y reflejos eran sobrehumanos. Para él,
que se encontraba en estado de combate, se movía a cámara lenta. El olor del
artefacto delataba lo que era: un conjunto de metal, aceite y tornas venenosas. Se
trataba de una araña robótica creada mediante las artes malignas de alguna clase de
raza alienígena degenerada. Dos largos colmillos parecidos a agujas hipodérmicas
sobresalían en su parte frontal. A lo largo de su espalda se veía el reflejo de las lentes
de una cámara.
Era obvio que se trataba de un artefacto diseñado para el asesinato, y lo más
probable era que lo controlara alguien que se encontraba cerca.
Ragnar se abalanzó de un salto sobre la cama y lo aplastó con la empuñadura de
su arma. Estaba corriendo un riesgo. Si el artefacto contenía alguna clase de artilugio
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explosivo, era posible que lo hiciera estallar. Sin embargo, contaba con que os
creadores fueran más sutiles: no se equipaba a un artefacto como aquél con unos
colmillos semejantes si lo que pretendías era hacerlo estallar. La araña se abrió,
partiéndose por la mitad, y una lluvia de chispas azules saltó por doquier. El aire
quedó impregnado de un fuerte olor a ozono.
Ragnar recogió el artilugio con una mano protegida por la armadura y lo aplastó
por completo.
Miró a su alrededor para comprobar si existía alguna otra amenaza, pero no vio
nada más. Le indicó con un gesto a Gabriella que lo siguiera hasta su propio
camarote, donde arrojó la araña mecánica en una jarra de agua, con la esperanza de
cortocircuitarla del todo.
—¿Estáis bien? —le preguntó—. ¿Ésa cosa os picó?
La Navegante parecía tranquila, pero tenía el rostro blanco y las pupilas dilatadas.
El ojo pineal de su frente estaba abierto, pero era mucho más pequeño y menos
inquietante de lo que Ragnar se esperaba.
—Si lo hubiera hecho, ya estaría muerta. Esto es una araña exterminadora
jokaero, un artefacto asesino que contiene sartas, uno de los venenos más letales de
toda la galaxia.
Ragnar soltó una maldición. Se había esperado muchas cosas, pero desde luego
no el uso de aquella tecnología alienígena mortífera. Eso le hizo pensar en algo más.
—Parecéis muy informada de todos estos artefactos —comentó Ragnar.
—Todos los niños de las casas navegantes conocen estos artilugios. Son aparatos
utilizados con mucha frecuencia, lo bastante pequeños para entrar por los conductos
de ventilación y lo bastante sigilosos para infiltrarse en una mansión. Tuve suerte. Me
había acercado a lavarme la cara cuando lo oí dejarse caer sobre la cama. Me quedé
inmóvil y pedí ayuda inmediatamente. Las cámaras de sus ojos hubieran detectado
cualquier movimiento que hiciera. El operador no me llegó a ver, porque si no, estaría
muerta.
Ragnar mantuvo la compostura, pero parte de su mente estaba anonadada. ¿Eran
esos aparatos asesinos utilizados con mucha frecuencia? Aquélla vil tecnología
alienígena estaba prohibida a lo largo y a lo ancho del Imperio. Supuso que era
natural que las casas navegantes tuvieran acceso a artefactos semejantes, pero de
todas maneras…
—Quienquiera que haya preparado y dirigido esa cosa debe encontrarse todavía a
bordo de la nave.
—Sí.
—Lo encontraremos.
—Quizá.
—No parecéis confiar en ello.
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—¿Cómo podemos saber quién ha sido en una nave tan grande como ésta?
—Mientras el culpable sea humano, tengo un modo de descubrirlo —insistió
Ragnar.
Sabía que el olor a culpabilidad impregnaría a uno de los tripulantes y que su
olfato lo detectaría. Se le ocurrió algo más.
—El ataque fue bien planificado: vos estabais en vuestro camarote, y se suponía
que yo estaría comiendo —dijo Ragnar.
—Sí.
—¿Quién sabe todo eso?
—El contramaestre de la nave, el mayordomo y muchos otros sirvientes. De
hecho, una multitud de personas.
—A partir de ahora, compartiremos el camarote.
Ella lo pensó por unos instantes.
—Como quieras.
—Y ahora, llamemos a todo el personal de seguridad y procuremos solucionar
esto.
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—Os acompañaré al puente de mando. —Ragnar desnudó el cuerpo mientras
hablaba.
—Dudo mucho que nadie se atreva a atacarme mientras nos encontramos en el
interior del espacio disforme. Cualquiera sabe tan bien como yo que si eso ocurre, la
nave se perdería y todo el mundo acabaría muerto.
La mujer tenía razón. No había tatuajes ni estigmas de ninguna clase.
—Sí, claro, pero si el asesino se encuentra bajo alguna clase de dominación
psíquica, ¿creéis que eso le importaría algo?
—Es cierto. Sin embargo, en cuanto entremos en el espacio disforme estaré
sellada en el interior del trono de soporte vital, sola en el puente de mando. Ése lugar
es tan seguro como una fortaleza. Tiene que serlo por fuerza.
—¿Por qué?
—Debe ser capaz de protegerme de cualquier ente con el que nos encontremos en
el espacio disforme. No puedo explicar nada más.
—No hace falta.
Ragnar indicó con un gesto a los miembros del personal de seguridad que se
llevaran el cuerpo y lo eliminaran. Unos cuantos obedecieron, pero los demás se
quedaron cerca. Parecían avergonzados y humillados por el hecho de que la
Navegante hubiese estado a punto de ser asesinada mientras estaba bajo su
protección. Ragnar los entendía perfectamente.
—¿Lo tendría muy difícil un enemigo para infiltrar un agente en una de estas
naves? —le preguntó mientras se dirigían al puente de mando.
—Todo nuestro personal pasa por escrutinios muy pormenorizados, y mucho más
exigentes en los casos de los miembros de una nave de nuestra casa, como es ésta.
Sin embargo, ningún sistema es seguro al cien por cien. Me imagino que un enemigo
decidido por completo a infiltrar a alguien a bordo encontraría el modo de hacerlo, o
podría corromper a alguien que ya había sido supervisado.
—Es una idea preocupante —comentó Ragnar.
Estaba sorprendido por la tranquilidad con que la Navegante se estaba tomando
todo aquel asunto. Parecía tratarlo como si fuera una parte cotidiana de su vida.
—Incluso es posible que alguien de mi propia casa quiera verme muerta —añadió
—. Le sería mucho más fácil lograr algo como esto a una persona de nuestro entorno
que a alguien ajeno a nosotros.
Ragnar pensó que alguien ya lo había logrado al asesinar al jefe de la Casa
Belisarius, y que lo más probable era que él hubiese estado mucho más protegido de
lo que Gabriella jamás estaría. Se dio cuenta mientras entraba en el puente de mando
de que la tarea que le habían encomendado estaba resultando ser mucho más
interesante de lo que había esperado, y ni siquiera habían llegado todavía a Terra.
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CAPÍTULO 4
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Ragnar miró hacia abajo, hacia el extraño orbe que había a sus pies. Aquél hemisferio
centelleaba con un resplandor plateado bajo la luz diurna. Distinguió grandes
manchas rojizas en la superficie, como mares de óxido. Las líneas costeras de los
antiguos continentes habían desaparecido. Lo único que quedaba que sugería su
forma eran las formaciones urbanas donde la densidad de los edificios aumentaba al
concentrarse sobre lo que antaño fueron las orillas de los mares. El planeta lucía una
armadura metálica que cubría toda su superficie. En cierto modo, le pareció lo más
apropiado.
Ragnar sonrió: era un sentimiento sorprendente. La imagen le era familiar. Se
trataba del mundo natal de la humanidad. Lo había visto tantas veces en otras tantas
representaciones que le resultaba extraño saber que el planeta estaba realmente
debajo de él en aquellos momentos. Relucía como una joya centelleante colocada
sobre el terciopelo negro del firmamento. Ragnar sintió que su nerviosismo
aumentaba.
Aquél era el lugar desde donde la humanidad había partido por primera vez en
pos de las estrellas, donde había nacido el Emperador de la Humanidad y desde
donde había comenzado su gran cruzada. Donde Horus había asediado el Palacio
Imperial y donde se había decidido el destino de la galaxia. Era el núcleo del mayor
imperio que jamás había existido, la sede de un gobierno de poder incalculable.
En algún punto allí abajo, los Señores del Administratum decidían el destino de
billones de vidas. En algún punto allí abajo, el Emperador yacía medio vivo, medio
muerto, en su trono dorado. Los primarcas habían caminado en mitad de aquellos
jardines y rascacielos de plastiacero. Russ había dirigido en combate a los
antepasados del Capítulo de Ragnar en aquel mismo suelo. Eso era la Tierra, vieja y
cargada con la historia de miles y miles de años. Ragnar se reuniría muy pronto con
los millones de personas que habían realizado su peregrinaje hacia su superficie. Muy
pronto formaría parte de la vida diaria de aquel lugar.
Pensó en la aproximación que había realizado la nave. Había perdido la cuenta de
las fortalezas y flotas estelares junto a las que habían pasado desde que salieron del
punto de salto situado más allá del sol. Habían navegado cerca de las lunas blindadas
de Júpiter y de Marte, el mundo forja. Habían comprobado su identidad cientos de
veces, y habían subido a bordo en dos ocasiones. Fue un proceso muy largo y
agotador, pero nada que no esperaran.
El mundo que se encontraba debajo de ellos estaba mejor protegido que cualquier
otro planeta de la historia de la humanidad. No se produciría una segunda Batalla de
la Tierra si los poderosos Señores del Imperio podían impedirlo. En esos mismos
momentos, el cielo estaba repleto de satélites fortaleza equipados con armas de tal
potencia de fuego que podían destruir flotas de combate enteras. Todo el espacio
sublunar estaba repleto de astronaves de guerra. Ragnar se sintió insignificante por
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una vez en su vida.
Gabriella se puso a su lado. Llevaba el uniforme de gala de su casa navegante:
una camisa negra con el emblema del ojo y del lobo de la Casa Belisarius engastado
en cada uno de los botones de la ropa; las charreteras del uniforme mostraban la
insignia de su rango: Maestre Navegante; en la chaqueta con entorchados lucían otras
medallas y emblemas que sin duda indicaban su linaje y su estatus. Algunas de ellas
también contenían sensores muy poderosos. Por último, llevaba la espada de gala y
una pistola colgando del cinto.
A pesar de la armadura pulida y de las armas, que siempre tenía a punto y a las
que dedicaba horas de mantenimiento, Ragnar no pudo evitar sentirse casi desastrado
a su lado.
—Ha llegado el momento —dijo ella—. El transporte orbital se ha enganchado al
Heraldo de Belisarius. Nos han concedido permiso para descender a la superficie de
la Tierra.
Ragnar casi se sintió nervioso mientras caminaba a su lado en dirección a la
compuerta estanca. Ésta se abrió hacia un lado y aparecieron dos hileras de tropas de
la Casa Belisarius con unos uniformes sólo un poco menos recargados que el de
Gabriella. Sus armas tenían aspecto de estar preparadas para el servicio, y los
soldados se movían con una precisión que no hubiera desmerecido a una unidad de
élite de la Guardia Imperial. Su comandante se acercó hasta Gabriella y la saludó de
un modo muy formal. Ragnar se sorprendió cuando también lo saludó a él.
—Lady Gabriella, bienvenida —dijo—. La Celestiarca en funciones eligió a mis
hombres para que actuaran como guardia de honor. Me gustaría decir que, en
realidad, el honor es mío.
Ragnar procuró no sonreír. El oficial era un joven con un bigote ralo y escaso que
le crecía como una escuálida oruga peluda sobre el labio superior. Llevaba el cabello
largo y los rasgos de su rostro eran angulosos, con unos labios delgados. Era
exactamente el tipo de soldado que no eran los Lobos Espaciales.
—¿Su nombre, por favor?
—Soy el teniente Kyle, señora, a su servicio, ahora y siempre.
—Muy bien, teniente, le agradecería mucho que nos escoltara los veinte pasos
que separan la compuerta de la nave de transporte. Estoy ansiosa por poner de nuevo
el pie en mi planeta natal.
—Inmediatamente, mi señora.
Las dos hileras de soldados entrechocaron los tacones y giraron para formar un
pasillo por el que pasaron Gabriella y Ragnar, para después cruzar el corredor de la
compuerta estanca. El Lobo Espacial estaba a punto de sentarse y ponerse los arneses
de seguridad de uno de los asientos cuando Gabriella le indicó con un gesto que la
siguiera. Cruzaron una segunda compuerta y llegaron a una estancia mucho más
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lujosa en la que el emblema de la Casa Belisarius decoraba todas las paredes. Los
sillones de aceleración parecían enormes sofás de cuero acolchado, mucho más
cómodos que los de estilo militar a los que estaba acostumbrado Ragnar. La
compuerta se cerró con un siseo a sus espaldas. Ragnar se aseguró de que estaba
sellada antes de ponerse los arneses de sujeción.
—Todo eso ha sido muy formal —comentó Ragnar al cabo de un momento.
—Puedo asegurarte que ha sido mucho más formal que la mayoría de los
recibimientos. Sin embargo, mi padre ha muerto, y todo el mundo debe ver cómo mi
tía se esfuerza todo lo posible por protegerme. En realidad, la ceremonia era un
mensaje que indicaba que la protección es el asunto más serio hoy día.
—Creo que la araña jokaero demuestra que está en lo cierto.
—Sin duda. ¿Qué opinas de las tropas de la Casa Belisarius?
—Iban muy bien vestidos.
—¿No tienes buena opinión sobre ellos como guerreros? Puedes hablar con total
franqueza.
—Creo que no durarían ni veinte segundos si tuvieran que enfrentarse a una
compañía de orkos. Parece que han pasado más tiempo practicando los desfiles que
las tácticas de combate. Bueno, sólo es mi opinión, por supuesto. No los he visto
combatir.
—No son más que guardias de seguridad. Más adelante conocerás a los
verdaderos soldados. Quizá ellos te impresionarán un poco más.
—No parecéis muy convencida.
—Ragnar, creo que todo el tiempo que he pasado en El Colmillo me ha cambiado.
Antes estaba impresionada por hombres como ellos. Eso fue antes de que conviviera
con los Lobos Espaciales. Por cierto, nos encontraremos con algunos de tus hermanos
al llegar.
—Estoy deseándolo —contestó Ragnar.
Vio a través de la portilla del mamparo que la nave de transporte se había
separado del Heraldo de Belisarius y ya estaba descendiendo hacia la reluciente
superficie del planeta que tenían bajo ellos.
No fue hasta que atravesaron la capa de nubes cuando vio que se dirigían hacia lo
que parecía una enorme isla separada del resto del mundo mediante barreras y torres
de al menos un kilómetro de altura. Se trataba de una fortaleza dentro de una
fortaleza: el famoso enclave aislado al que se conocía como el Distrito de los
Navegantes.
Ragnar salió a la luz de un nuevo día en un nuevo mundo. Entrecerró un poco los
ojos debido a la fuerte luz del sol. El aire tenía un leve toque acre a productos
químicos, procedente en parte de los tubos de escape de los motores de la nave, pero
sobre todo porque formaba parte de esa misma atmósfera. El plasticemento relucía
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con un débil centelleo. Bajó por la rampa de salida por delante de Gabriella. Miró a
su alrededor para asegurarse de que todo estaba despejado antes de indicarle con una
señal que ella podía bajar a su vez. La guardia de honor ya había comenzado a
desplegarse delante de ellos.
Ragnar se percató de la presencia en la cercanía de numerosos vehículos
blindados de pequeño tamaño. Una figura con armadura, con la cabeza y los hombros
sobresaliendo por encima de la gente local, estaba apoyada en un hombro contra uno
de ellos. Algo en su postura sugería a la vez un cierto desdén divertido y una
completa vigilancia de todo lo que ocurría a su alrededor. En cuanto vio a Ragnar, se
irguió y se dirigió hacia él con paso decidido. Ragnar no se sintió sorprendido en
absoluto al darse cuenta de que se trataba de un Lobo Espacial, aunque muchos
detalles de su aspecto diferían e indicaban que no se trataba de un hermano de batalla
común y corriente.
Ragnar distinguió, cuando estuvo más cerca, que llevaba el pelo corto, aunque no
a cepillo, y se había recortado el bigote hasta dejarlo convertido en una tira estrecha,
con el mismo estilo que el joven teniente de la guardia de honor que los había
recibido en la nave. Emanaba de él un leve aroma a perfume, y había enganchado a
su armadura muchos amuletos de aspecto extraño y piezas de joyería.
Sonrió con amabilidad a Ragnar mientras se acercaba, pero éste no dudó en
ningún momento que, a pesar de la expresión afable del individuo, el desconocido
también lo estaba estudiando con atención.
—Saludos, hijo de Fenris —le dijo el desconocido en la lengua nativa del planeta
natal de Ragnar—. Bienvenido a la sagrada Terra.
Los soldados ya estaban acompañando a Gabriella hasta el vehículo blindado de
mayor tamaño del grupo que se encontraba esperando. Ragnar estaba a punto de
seguirlos cuando el desconocido le habló de nuevo.
—Ragnar, tu deber como escolta ha acabado. Debes acompañarme al palacio
Belisarius.
Era obvio que el individuo era un Lobo Espacial, pero Ragnar se sentía reticente a
separarse de Gabriella. Después de haberla escoltado durante todo aquel viaje tan
largo, deseaba acompañarla en aquel breve trayecto hasta su hogar.
—Ya está a salvo —insistió el desconocido—. Bueno, al menos, todo lo a salvo
que puede estar alguien como ella en la superficie de este planeta —dijo mientras
señalaba con un gesto al cielo. Unos cuantos vehículos gravitatorios flotaban por
encima de ellos. Sin duda, formaban parte del dispositivo de seguridad.
—Su padre no consiguió estar a salvo —respondió Ragnar. En el rostro del otro
Lobo Espacial apareció un gesto de dolor—. ¿Verdad que no?
—¿Crees que tu presencia hubiese representado alguna diferencia, hermano?
—Quizá.
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El desconocido sonrió.
—Me gusta pensar que la mía también lo hubiera supuesto, pero el deber me
reclamó en otro lugar en ese día fatal. Se produjo un breve silencio.
—Soy Torin el Viajero —dijo al cabo de un momento.
—Ragnar Blackmane.
—No debemos hablar de estos asuntos en público. Hay muchas cámaras desde
donde se pueden leer los labios.
—¿También hablan la lengua de Fenris?
—Ragnar, te sorprenderías de la variedad de capacidades y habilidades que se
pueden encontrar en la vieja Terra. Llevo viviendo aquí desde hace casi doce años
estándar y todavía me sigue sorprendiendo.
Gabriella había desaparecido en el interior del vehículo blindado, y Ragnar
caminó junto a Torin mientras se acercaban a una versión de menor tamaño y de
líneas más depuradas de un buggy orko. Aunque el conjunto era mucho más ahusado,
tenía el mismo aspecto robusto.
Torin entró de un salto en la cabina de mando abierta del vehículo y Ragnar hizo
lo mismo para colocarse a su lado. El conductor apretó un pequeño botón y quedaron
cubiertos en menos de un segundo por una cúpula de cristal teñido. Un momento
después, el cuerpo de Ragnar quedó aplastado contra el respaldo del asiento debido a
la aceleración del vehículo, que se puso a seguir al de Gabriella. Ragnar tardó unos
momentos en darse cuenta de que lo estaban siguiendo con la distancia suficiente
como para estar fuera del radio de alcance de una explosión por un ataque con
cohetes pero lo bastante cerca como para responder si se producía ese ataque. A pesar
de su comportamiento amable, Torin parecía ser muy competente como guerrero. De
hecho, Ragnar comenzó a sospechar que era mucho más que competente. Percibió de
forma instintiva lo letal que podía llegar a ser aquel individuo. Ésa letalidad era
mucho más efectiva por el modo en que la ocultaba parcialmente con sus modales.
—Esto está mucho mejor —comentó Torin—. La cúpula nos protegerá de
cualquier intento de fisgar por parte ajena y el vehículo dispone de su propia
protección adivinatoria. Podemos hablar con un poco más de libertad.
—¿Recibes en persona a todas las naves que llegan? —preguntó Ragnar a gritos
para que lo oyera por encima del rugido del motor.
—Sólo las que llegan con un nuevo Cuchillo del Lobo.
—Pues deben de ser unas cuantas.
—Eres el primero en cinco años. ¿Has tenido algún problema durante el viaje?
Ragnar le contó lo ocurrido con la araña jokaero. Torin no pareció sorprenderse
en absoluto; se limitó a inclinar la cabeza hacia un lado sin dejar de prestar atención
al tráfico.
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó Ragnar tras un momento.
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—Podría ser cualquiera, desde un rival celoso de la propia Casa Belisarius a
alguien externo a la familia que quiere desestabilizar al próximo Celestiarca elegido.
Dado que Adrian Belisarius fue asesinado, me inclino más bien por la segunda
posibilidad, pero ¿quién puede saberlo?
Ragnar percibió por su olor y su actitud que no quería decir nada más en aquellas
circunstancias.
—¿Cómo es la vida aquí?
Ragnar había comenzado a fijarse con atención en los enormes edificios que los
rodeaban. Estaban mucho más recargados de decoración de lo que él jamás había
visto en Fenris, bueno, ni en ningún otro lugar. Unos grandes pináculos se alzaban
implacables hacia el cielo. Todos y cada uno de los centímetros de sus fachadas
antiguas parecía tener tallados unos motivos intrincados y laboriosos. Cientos de
estatuas se alineaban en las arcadas laterales. Las gárgolas de piedra y los santos con
alas de ángel montaban guardia en los tejados. Por todos lados se veía una vegetación
abundante, aunque no tenía la cualidad de crecimiento salvaje e incontrolado de las
selvas que Ragnar había conocido. Parecía controlada y cultivada, diseñada para
prestar un elemento más a la belleza planeada por doquier.
—Es tal como lo ves —contestó Torin mientras rodeaba una enorme fuente con
apenas un toque en la palanca de mando. El agua surgía de la boca de un dragón, y
una luz de color rojo dirigida a propósito le daba el aspecto de ser fuego líquido—.
Bello en la superficie, pero podrido por debajo. Jamás, jamás, ni por un segundo,
dudes que te encuentras en el mundo más peligroso de toda la galaxia.
—Pues no parece peligroso. De hecho, tiene un aspecto bastante tranquilo
comparado con algunos de los planetas en los que he estado.
—Ragnar, el peligro no siempre aparece en forma de un orko con un bólter. Éste
planeta es donde se ha reunido la élite del Imperio. Estamos hablando del grupo de
bellacos embusteros más ambicioso, implacable y con menos escrúpulos de un millón
de planetas. Éste es el lugar al que acuden a realizar esas ambiciones, y aquí en Terra
pueden, y no permitirán que nada se interponga en su camino. Ni tú, ni yo, ni sus
propios parientes si es necesario.
—Había creído que en un planeta como éste, la lealtad sería lo más valorado.
—Nadie es leal aquí, Ragnar. No confíes en nadie más que en tus hermanos de
batalla.
—¿Ni siquiera en la Celestiarca?
—Sobre todo en ella.
—¿Por qué?
—No somos más que otra herramienta para ella, una herramienta que puede
utilizar cuando la astucia, la diplomacia y el dinero fallan. No siente ninguna clase de
lealtad hacia nosotros como individuos. Puesto que somos el punto de conexión con
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los Lobos Espaciales, somos un aliado importante, pero somos desechables, Ragnar.
—¿Eso crees?
—Lo sé. No me malinterpretes. Lo que he dicho no significa que ella entregaría
nuestras vidas a la ligera, o que le gustaría vernos morir, pero si las circunstancias lo
requirieran, nos sacrificaría.
—¡Eso no me parece bien!
—Es exactamente como debe ser.
—¿En qué sentido?
—El que ocupe el cargo de Celestiarca no responde ante nosotros, responde ante
la Casa Belisarius y sus Ancianos. Su deber es guardar y proteger los intereses de su
casa, lo mismo que el de Logan Grimnar es hacerlo con los de los Lobos Espaciales.
—Pero, sin duda, el primer deber de Logan Grimnar es ser leal al Emperador.
Torin soltó una carcajada, para sorpresa de Ragnar.
—Ah, qué bien me siento al hablar contigo, muchacho. Yo era como tú antes,
recién llegado de Fenris y de El Colmillo. Hay momentos en los que creo que llevo
demasiado tiempo en Terra. Por supuesto: el primer deber de Grimnar es su lealtad
hacia el Emperador, lo mismo que lo es el del Celestiarca, lo mismo que el de todos
los habitantes de la Tierra y del Imperio. Sin embargo, te sorprendería ver cuánta
gente utiliza esa lealtad de un modo que beneficia sus propios intereses.
Ragnar comenzaba a sentirse un poco incómodo con la actitud de Torin. No era
muy diferente a la que habían mostrado algunos de los lores Lobo. No tenía ninguna
duda de que tanto Sigrid como Berek, por ejemplo, actuaban del modo que creían era
el mejor para los intereses del Capítulo, y que acabarían con toda seguridad
ascendiendo al Trono del Lobo.
—Eres un individuo muy cínico, hermano Torin.
—Quizá, hermano Ragnar —le contestó Torin con una sonrisa—. O a lo mejor es
que soy un tipo realista. Mantén la mente y una actitud abiertas hasta que hayas visto
más.
—Siempre intento hacerlo.
Se quedaron de nuevo en silencio durante unos cuantos minutos. Ragnar se quedó
observando cómo iban pasando los espléndidos edificios. Parecía que generaciones
enteras de artesanos habían pasado sus vidas trabajando en la decoración de las
pequeñas secciones de aquellas paredes. Incluso para alguien como Ragnar, no
demasiado entendido en aquellos asuntos, era evidente que los frescos y las esculturas
eran piezas maestras.
—¿Cuánto tardaremos en llegar al palacio Belisarius? —preguntó Ragnar.
—Dentro de poco. De hecho, ya estamos dentro de las posesiones de la familia
Belisarius. Poseen todo el terreno de este sector, desde el puerto espacial hasta los
edificios residenciales pasando por los talleres. Es una muestra de su riqueza.
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—¿En qué sentido?
—El terreno es el más caro de todo el Imperio. Por el precio de un metro
cuadrado de este lugar te puedes comprar un palacio en un mundo colmena, o en la
mayoría de los mundos del Imperio, ya puestos.
—El sagrado suelo de Terra —murmuró Ragnar.
—El sagrado y muy caro suelo de Terra, hermano Ragnar. Se han perdido miles
de vidas en luchas por un terreno del tamaño de una granja pequeña en cualquiera de
las islas de Fenris.
—Creía que los enfrentamientos armados estaban prohibidos en Terra.
Torin sonrió con una mueca.
—Ragnar, examina este vehículo. ¿Qué es lo que ves?
—Un vehículo veloz y maniobrable de diseño más o menos corriente.
—De diseño militar más o menos corriente. Está blindado contra cualquier
proyectil menos poderoso que un cohete perforante. Contiene todas las contramedidas
protectoras de las que disponen los Adeptus Mecanicus. Dispone de una baliza para
pedir socorro. Si Terra fuese un lugar pacífico, ¿crees que haría falta todo esto?
Ragnar se quedó pensativo unos momentos.
—Has empezado a ponerme al día, ¿no?
—Buen chico, hermano Ragnar. Sabía que eras listo.
—No soy un chico, hermano Torin —replicó Ragnar con un tono de voz agresivo.
Torin sonrió de nuevo.
—No. Ya veo que no lo eres, aunque no luzcas los colores de un Cazador Gris.
No lo olvidaré de ahora en adelante. ¿Cómo ha ocurrido? Ya no eres un Garra
Sangrienta, pero tampoco eres un Cazador Gris…
Ragnar estaba seguro de que su compañero ya sabía las respuestas a aquellas
preguntas y lo estaba provocando y poniendo a prueba.
—Ya debes de saberlo —contestó de malhumor.
—Supongamos por un momento que lo sé —dijo Torin mientras hacía girar el
vehículo hasta que entraron en una amplia avenida que llevaba hasta un gigantesco
edificio que se alzaba delante de ellos. Cruzaron un puente que sorteaba un profundo
abismo que rodeaba el edificio. Ragnar miró hacia abajo y se percató de que todo
aquello era un poco engañoso. El edificio parecía hundirse en las profundidades que
se abrían bajo ellos. Vio luces brillando en miles de ventanas y más puentes cargados
de tráfico.
—En los informes que recibimos no aparece todo lo que sucede, créeme.
Digamos que quiero oír tu versión de lo ocurrido.
—Te lo contaré cuando esté preparado y me apetezca.
—Es justo, hermano. Tenemos tiempo de sobra. Nos vamos a ver bastante a lo
largo de las próximas décadas.
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Aquéllas palabras sonaron tan definitivas como una sentencia de cárcel. Ragnar
se dio cuenta de que su destino estaba, sin duda alguna, sellado. Le gustara o no,
estaba atrapado en la Tierra con aquel individuo y menos de dos docenas de
compatriotas. Darse cuenta de un modo definitivo de aquello lo golpeó con la misma
fuerza con la que se cerró la gran puerta blindada de plastiacero detrás del buggy en
cuanto acabó de entrar.
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CAPÍTULO 5
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—Ragnar, ya estamos en el palacio. Sé discreto. Escoge con cuidado tus palabras a
no ser que estés completamente seguro de que no te van a oír —dijo Torin.
El buggy se detuvo en el patio que se abría al otro lado de la puerta blindada.
Ragnar vio que los guardias de honor ya habían bajado del gran vehículo blindado y
estaban escoltando a Gabriella a través de la puerta de arco del otro lado.
Torin apretó un botón y los controles se apagaron a la vez que se abría la cúpula
de la cabina de mando. Ambos marines espaciales se apresuraron a salir. Ragnar
estudió con atención los alrededores. Se encontraban en mitad de un atrio inmenso.
Muy por encima de sus cabezas había un techo de vidrio blindado que permitía la
entrada de luz natural. Vio desde donde estaba incontables balcones que daban al
interior del edificio. En cada pared había un gran ascensor de paredes translúcidas.
Aunque Ragnar sabía que aquel lugar no era ni de lejos tan grande como El Colmillo,
sentía como si lo fuera, y era algo desorientador para un recién llegado.
Sin embargo, mientras que El Colmillo parecía un lugar de reunión para los
hermanos de batalla, aquel sitio parecía más bien un bazar. Seres humanos
procedentes de todos los puntos de la galaxia abarrotaban el lugar. Vio a catachanos
vestidos con sedas verdes y a boreanos de tez pálida vestidos con túnicas de piel de
ballena. Vio a los individuos de metálicas armaduras nativos de los mundos forja del
Rimero Taleano. Un individuo increíblemente obeso estaba reclinado sobre un
palanquín levitatorio mientras un par de hermosas muchachas desnudas le abanicaban
el cráneo afeitado y unos sirvientes sudorosos lo transportaban en mitad del gentío.
Los criados, con el recargado uniforme de la Casa Belisarius, pasaban por doquier
cumpliendo sus encargos. Muchos tenían ojos biónicos y extremidades artificiales.
Algunos de ellos iban armados.
El edificio en sí era el resultado de un gran proyecto artístico. Las paredes estaban
cubiertas de frescos. Las gárgolas sostenían globos de luz en sus garras. Las estatuas
de los santos, montadas sobre pedestales que quedaban por encima de la multitud,
irradiaban luz desde los halos que les rodeaban la cabeza. Ragnar echó un vistazo
más atento y descubrió que algunas de las estatuas tenían objetivos de cámaras en los
ojos.
Percibió que en aquel sitio tenían lugar gran cantidad de negocios. Unos huecos
en las paredes llevaban a diversas salas donde se oía el sonido del regateo y de los
tratos que se cerraban. Se intercambiaban bienes por otros bienes y se llegaba a
acuerdos sobre el uso de naves, flotas y navegantes.
Miles de olores a hombres, bestias, especias, sedas y pellejos de animales
llenaban el aire. El hedor a aceite para motores se entremezclaba con los ungüentos
técnicos y el incienso alucinógeno. Para alguien con los sentidos tan agudizados
como Ragnar era algo muy abrumador hasta que comenzó a catalogar los estímulos
sensoriales que lo rodeaban y se adaptó a la situación. Siguió a Torin caminando
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sobre el suelo de mosaico y llegaron a un ascensor después de atravesar uno de los
pórticos. Unos segundos después, y sin haber experimentado la más mínima
sensación de movimiento, se encontraban a cientos de plantas bajo el suelo, rodeados
por paredes blindadas de plasticemento reforzado.
Torin lo guió por los pasillos repentinamente silenciosos. El olor a Lobos
Espaciales era mucho más intenso en aquel lugar. Era obvio que se trataba de una
zona mucho más frecuentada por sus hermanos de batalla. Una puerta se abrió por
delante de ellos cuando se acercaron, franqueándoles la entrada a otra estancia. Las
paredes de ésta estaban cubiertas con paneles de madera. En el suelo había varias
pieles de los grandes lobos de Fenris colocadas como alfombras. Los huecos de las
paredes estaban repletos de libros y de pergaminos. Algo que parecía un fuego de
leña real, pero que no era más que una hábil representación holográfica, caldeaba el
lugar. Ragnar vio todo aquello de una sola mirada antes de posar los ojos en el
hombre que estaba sentado detrás de la mesa de escritorio que dominaba la estancia.
A su manera, era tan impresionante como Berek Puño de Trueno o cualquiera de
los otros lores Lobo. Era delgado para ser un Lobo Espacial, con una apariencia casi
cadavérica. Tenía el rostro alargado y con una expresión triste, como si lamentara
algo de manera profunda. Bajo sus ojos se veían bolsas oscuras y tenía el rostro
surcado de profundas arrugas. Llevaba largo el cabello de color gris. Se había
recortado la barba, que todavía mostraba mechones negros. Los ojos eran de un color
azul intenso, fríos y calculadores. Parecieron tomarle la medida en tan sólo un
momento y archivaron la conclusión a la que llegaron en lo más hondo de su helada
mente. Cuando habló, su voz resonó de forma más profunda y resonante de lo que
Ragnar había esperado.
—Bienvenido a Terra, Ragnar Blackmane, y bienvenido a nuestro pequeño grupo
de hermanos. Soy Valkoth, y estoy al mando del destacamento del Cuchillo del Lobo
—Ragnar no sintió ninguna necesidad de responderle—. Le he pedido a Torin que te
informe de todo lo necesario. Él te llevará hasta tus aposentos y se asegurará de que
te instalas en las condiciones adecuadas. Si tienes alguna pregunta, no dudes en
hacérsela. La Celestiarca está ocupada ahora mismo, pero en cuanto tenga tiempo, te
llevaremos a su presencia para que le hagas tu juramento de lealtad. Hasta entonces,
deberás actuar como si ya hubieras pronunciado el juramento. Compórtate como si la
reputación de los Lobos Espaciales dependiera de ti…, porque así será.
—Sí, señor —contestó Ragnar.
—Creo que se ha producido un intento de asesinato contra Gabriella Belisarius.
Cuéntame qué es lo que pasó.
Ragnar así lo hizo, y el viejo lo escuchó con atención, sin interrumpirlo ni una
sola vez. Habló cuando Ragnar terminó de contar lo sucedido.
—Ten cuidado. Habrá más intentos de asesinato contra Gabriella y contra todos
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los que se encuentran a nuestro cargo.
Ragnar asintió, y Valkoth concentró su atención de nuevo en el libro abierto que
tenía delante. Comenzó a tomar anotaciones con una pluma. Estaba claro que debían
retirarse.
Salieron, y Torin guió de nuevo a Ragnar por el corredor hasta adentrarse más
todavía en el laberinto de pasillos. Había menos sirvientes y criados y ninguna señal
de Lobos Espaciales, aparte de Torin y él mismo.
—Ése era el viejo —dijo Torin—. Es algo parecido a un erudito, pero que eso no
te engañe. No hay guerrero que se le compare con una espada sierra en la mano, y es
tan astuto como el mismo Logan Grimnar.
Ragnar no compartía el prejuicio habitual de los fenrisianos contra los eruditos.
Era obvio para él que lo que Torin le decía era cierto.
—¿Y dónde están todos los demás?
—A lo mejor esperabas un festín de bienvenida.
—No. Sólo pensé que habría más de los nuestros por aquí.
—En realidad, ahora mismo hay más Lobos Espaciales en el palacio de lo que
recuerdo haya habido jamás. Supongo que se debe a la toma de posesión del cargo de
la Celestiarca, pero es bastante inusual. Normalmente estamos desperdigados aquí y
allá por todo el Imperio.
—¿Por qué?
—Por las diversas misiones. Algunos entrenan a las tropas de la Casa Belisarius.
Otros realizan misiones secretas. Algunos actúan como guardaespaldas de
Navegantes que participan en situaciones especialmente peligrosas.
—La gente me dice continuamente que entrenamos a las tropas de la Casa
Belisarius, pero, según tengo entendido, los Navegantes no tienen tropas.
—Sí y no. No disponen de tropas oficiales, pero tienen guardias de seguridad que
realizan las mismas funciones. Además, tienen contratadas compañías mercenarias
con acuerdos permanentes que llevan sirviéndoles desde hace tanto tiempo que ya
forman parte de la casa, en realidad. Son soldados de los Belisarius en todos los
aspectos menos en el legal.
Ragnar se sintió asqueado.
—¿Qué sentido tiene tener leyes si la gente encuentra el modo de no cumplirlas?
¡Civilización! ¡Ja!
—Empiezas a sonar como Haegr. Seguro que os llevaréis bien.
Ragnar no estaba demasiado seguro de ser tan justo como sonaba. En aquellos
momentos, se encontraba perdido y echaba mano del código de conducta de su
mundo natal. Torin se dio cuenta de su estado de ánimo.
—¡No te preocupes, no es tan malo!
En ese preciso instante, una figura gigantesca apareció en la entrada de un pasillo.
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Tenía una jarra de cerveza del doble del tamaño habitual encajada en la punta de un
pie y una enorme pata de jamón casi limpia en una mano. Era con diferencia el
individuo más grande que Ragnar hubiese visto jamás, gigantesco incluso entre los
Lobos Espaciales, y al único entre ellos al que se le hubiera podido llamar gordo. Sus
pequeños ojos estaban hundidos y casi escondidos detrás de unas enormes mejillas
sonrosadas. Parecía que le habían modificado la armadura para contener su tremenda
barriga, lo que resultaba un triunfo para la capacidad del armero.
—¿He oído que alguien pronunciaba mi nombre en vano? —aulló con una voz
que a Ragnar le recordó un alce furioso—. ¿Fuiste tú, hombrecito?
Torin le sonrió al gigante.
—Veo que estás intentando inventar una nueva moda en calzado.
El enorme desconocido bajó la vista y parpadeó.
—Dejé la jarra al lado de la cama cuando me eché a tomar una siesta. Supongo
que debo de habérmela llevado por delante cuando me puse en pie de un salto como
un valiente para entrar en acción y desafiar a aquel que se hubiese burlado de mi buen
nombre.
Ragnar se percató de que el individuo apestaba a cerveza. Tenía la barba cubierta
de manchas de comida.
—Ya sabes que soy incapaz de hacer nada semejante, Haegr —le contestó Torin
—. Tan sólo le comentaba a nuestro último recluta que tú y él tenéis algo en común.
Haegr parpadeó con lentitud, como si se diera cuenta por primera vez de la
presencia de Ragnar.
—Un recién llegado del bendito planeta Fenris, donde los vientos helados limpian
la escarpada tierra de toda polución y corrupción. Me temo que has venido al sitio
equivocado, muchacho. Éste apestoso agujero de iniquidad es un anatema para los de
nuestra clase, para las viriles virtudes de los Lobos Espaciales…
—Haegr es tan puro como el mundo que lo vio nacer —comentó Torin.
—¿Te burlas de mí, hombrecito?
—No me atrevería. Simplemente admiraba tu nueva condecoración.
—No tengo ninguna condecoración nueva.
—¿Cómo que no? ¿No es ésa la orden de la mancha de salsa, concedida para
marcar la armadura de los individuos que siempre tienen buen apetito?
Haegr bajó una mano, se limpió la mancha de la armadura y luego se chupó el
dedo.
—Si no te conociera bien, pensaría que te estás mofando de mí, Torin. Menos mal
que sé que ningún hombre se atrevería.
—Viejo amigo, tu lógica es tan impecable como siempre, pero ahora tengo que
acompañar a Ragnar a sus aposentos y explicarle sus tareas.
—Asegúrate de que sepa que va a estar rodeado de cobardes afeminados sin la
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menor virtud masculina. Éste mundo no es Fenris, chico. Que no se te olvide.
—No creo que pueda llegar a hacerlo —contestó Ragnar—. Todo el mundo me
dice lo mismo de un modo u otro.
—Pues entonces, te veré más tarde, y podremos hincharnos de cerveza al heroico
estilo de los hijos de Fenris. Yo debo marcharme para quitarme esta jarra del pie.
Se dio la vuelta y se dirigió dando grandes pisotones de regreso a su habitación.
—Ése es Haegr —comentó Torin—. No es el más listo de los reclutas que los
Buscadores de Valientes han escogido para formar parte de nuestras filas, pero es
quizá el más valiente, sobre todo cuando hay que enfrentarse a grandes cantidades de
comida y bebida.
—¡Te he oído! —aulló una voz lejana desde detrás de una puerta.
—¡Era una alabanza de tus heroicas capacidades! —gritó Torin mientras
apresuraba el paso de repente.
—No quisiera tener que darte otra paliza —bramó Haegr a su vez abriendo la
puerta y asomando la cabeza. Las enormes guías de su bigote le recordaron a Ragnar
el morro de una morsa.
—Todavía estoy esperando a que lo hagas por primera vez —dijo Torin.
—¿Qué has dicho?
—Anda y quitare la jarra del pie —exclamó Torin antes de que él y Ragnar
doblaran una esquina.
—¿Sería capaz de pegarte una paliza? —le preguntó Ragnar, y Torin alzó una
ceja.
—Ya le gustaría. Haegr es muy fuerte, pero su masa corporal lo hace ser muy
lento. Aún no he perdido un combate cuerpo a cuerpo sin armas con él.
Torin mostraba una tranquila confianza en su forma de hablar que contrastaba de
un modo tremendo con las fanfarronadas de Haegr. Ragnar no vio razón alguna para
dudar de sus palabras.
—¿Cómo ha engordado así? Pensé que nuestros cuerpos estaban diseñados para
quemar la comida de un modo eficiente. No recuerdo haber visto jamás a un Lobo
Espacial con sobrepeso.
—Hay más músculo que grasa en ese cuerpo, como descubrirás si le echas un
pulso en alguna ocasión. Por lo que se refiere a su gordura, algo salió ligeramente mal
cuando Haegr ascendió a Marine Espacial. No fue evidente hasta que pasó mucho
tiempo. Los sacerdotes simplemente pensaron que tenía un apetito tremendo. Sólo
después de que hubiera acumulado muchos kilos de más se dieron cuenta de que tenía
alguna clase de defecto, no lo bastante grave como para convertirlo en un wulfen o
que lo exiliaran a los páramos helados, pero un defecto que lo convirtió en lo que es.
Descubrirás que la mayoría de los miembros del Cuchillo del Lobo no encajan de un
modo u otro en El Colmillo. Así es como la mayoría de nosotros acabamos aquí.
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—¿Qué te trajo a ti?
—Lo pedí.
—¿Querías ver la sagrada Tierra?
—Algo así. Ya hemos llegado a tus aposentos. No es mucho, pero será tu nuevo
hogar.
Ragnar miró a través de la entrada y vio que, una vez más, Torin estaba
bromeando. La primera estancia era enorme y estaba muy bien acondicionada. Aquél
lugar hacía parecer una celda espartana su camarote a bordo del Heraldo de
Belisarius. Se fijó en que su equipo ya estaba allí y lo habían colocado sobre una
inmensa mesa de roble para que lo revisara.
—No es lo que esperaba —comentó.
—Forma parte del trabajo. A los de la Casa Belisarius les gusta mantenernos
contentos. No quieren que nadie compre nuestra lealtad, así que nos dan lo mejor de
lo mejor.
—¿Creen que la lealtad de un Lobo Espacial se puede comprar? Entonces, no nos
conocen muy bien —comentó Ragnar. No le gustó nada la mancha de deshonor que
eso implicaba en la reputación del Capítulo.
—Ragnar, quizá nos conocen mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. O
a lo mejor es que proyectan su forma de pensar y de comportarse en nosotros. Ponte
cómodo. Dentro de nada te llamaremos para indicarte tus tareas.
Torin dio media vuelta y se marchó antes de que a Ragnar le diera tiempo a
contestar nada. La puerta se cerró a su paso.
Dio una vuelta por la serie de estancias e intentó adaptarse a aquel lujo al que no
estaba acostumbrado. Los muebles eran de primera calidad. Había varios sillones,
sofás y mesas de escritorio, además de una cama flotante donde era posible quedarse
en el aire por encima del colchón mediante un campo de suspensión. La cámara de
aseo incluía una bañera de mármol hundida en el suelo.
Había una ventana holográfica que cambiaba de paisaje cuando se pasaba una
mano por encima de una runa. Ragnar echó un vistazo a varios paisajes de Fenris, a
un mundo desierto donde aparecían unas ruinas inmensas, el espacio abierto a los
mercaderes por donde había entrado al edificio y una gigantesca estructura que bien
podía ser el Palacio Imperial, con una fila interminable de peregrinos que esperaban.
El aire estaba cargado de aromas relajantes, y sonaba una emocionante música
marcial a bajo volumen.
Ragnar se dedicó a buscar aparatos espías ocultos. Sacó varias cámaras de la
yesería del techo y descubrió mediante el olfato unos cuantos audífonos debajo de las
camas. Encontró otra cámara en el detector de venenos que estaba sobre una mesa.
No le gustaba que lo vigilasen y quería asegurarse de que quienquiera que hubiera
puesto aquellos artilugios captara el mensaje.
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Se tumbó en la cama después de revisar todo el lugar y se quedó mirando el techo
preguntándose qué iba a hacer. Aquél sitio no era en absoluto lo que se había
esperado. Apestaba a sospecha y a intriga cortesana, y todos a los que había conocido
le habían hecho alguna advertencia al respecto.
Al parecer, tenía que suponer que todo el mundo era traicionero, del mismo modo
que todo el mundo pensaría eso de él. Decidió que aquélla no era forma de vivir, pero
se dio cuenta de que no le quedaba otra opción. Era evidente que el asesinato era
moneda corriente en aquel lugar. La gente cometía asesinatos más o menos discretos
para obtener beneficios y, según se veía, todo estaba en venta y podía comprarse.
Se preguntó por qué ocurría todo aquello. A su alrededor, por doquier, se
encontraban las mayores riquezas que uno podía imaginarse. Todos los lores del
Imperio y todas las casas navegantes compartían esa enorme riqueza. ¿Para qué
necesitaban más? Quizá no luchaban para conseguir más riquezas, quizá era por el
poder. Había visto lo que el ansia de poder cambiaba incluso a los austeros guerreros
de Fenris.
¿Y qué decir de sus nuevos camaradas? ¿Eran de fiar? Torin parecía tener muchos
secretos, y su actitud burlona no se parecía a la de los Lobos Espaciales que Ragnar
había conocido. Parecía haberse convertido más bien en un miembro de la Casa
Belisarius por su modo de vestir, su forma de hablar y su manera de pensar. Haegr
parecía un individuo sin complicaciones, pero Torin había hablado de una especie de
defecto que quizá era lo que lo había condenado a aquel exilio. Era posible que ese
defecto fuese más grave que lo que se veía a simple vista.
Ragnar se obligó a sí mismo a relajarse. No estaba en condiciones de juzgar a sus
compañeros. Tan sólo se encontraba intranquilo por haberse visto separado de la
rutina de la vida diaria con sus hermanos de batalla y estar empantanado en una
situación tan confusa y traicionera como la de aquel lugar. Se sentía como un pez
fuera del agua. Lo habían entrenado para hacer frente a la dura realidad del campo de
batalla, donde los objetivos de la misión y los enemigos estaban definidos con toda
claridad. No lo habían preparado para las intrigas palaciegas. Quizá ése era el motivo
por el que lo habían enviado a la Tierra. Quizá aquello era algo que debía conocer y
dominar. Sabía que, pasase lo que pasase en aquel sitio, se le presentaba como una
oportunidad.
Estaba en condiciones de estudiar a fondo el lado siniestro del sistema político
imperial. Iba a hacer todo lo posible por aprender todo lo que pudiese de su situación
y dominarla. Ragnar estaba solo, lo ignoraba casi todo y era vulnerable, pero era
cuestión suya no permanecer en aquel estado durante mucho tiempo. Iba a tomar las
riendas de su destino con sus propias manos. Aprendería todo lo que fuese necesario
y se impondría a las circunstancias que lo rodeaban. Aquélla era una prueba que no
pensaba fallar.
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Llegar a esa decisión hizo que Ragnar se sintiera mejor. Se dio cuenta de que
desde que había perdido la Lanza de Russ y se había enterado de que tendría que
enfrentarse a un juicio en el Consejo de los Lobos había ido a la deriva, inseguro y
sin saber muy bien qué hacer. Eso se había acabado. Fuesen cuales fuesen los
desafíos que le esperaban, los arrostraría como un verdadero hijo de Russ.
Alguien llamó a la puerta. La abrió y vio que se trataba de Torin y de Haegr, que
lo estaban esperando.
—La Celestiarca desea tener el placer de disponer de una audiencia con el
Cuchillo del Lobo recién llegado —dijo Torin con voz algo burlona.
—Nos envió para que nos aseguráramos de que no te perdieras —añadió Haegr
lamiéndose los labios.
—En realidad —aclaró Torin—, me envió a mí para que no os perdierais ninguno
de los dos.
—Sabes que conozco los pasillos de palacio mejor que cualquier cachorro recién
llegado.
Ragnar les sonrió.
—Disculpadme. Haegr, no te había reconocido sin ese cubo en el pie.
—¿Te estás burlando de mí, chico?
—¿Haría yo algo semejante?
—Será mejor que no lo hagas —contestó Haegr.
—Creo que vas a encajar muy bien aquí —comentó Torin antes de guiarlos por el
laberinto de pasillos que llevaban hacia el lejano ascensor.
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CAPÍTULO 6
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Salieron de otro ascensor en un lugar diferente del palacio. A Ragnar la cabeza le
daba vueltas por todo lo nuevo que veía, oía u olía, además de por la inmensidad del
lugar. Sin embargo, el proceso de adaptarse a su nuevo entorno ya había comenzado.
Mientras caminaban, dejaban un rastro oloroso que podría seguir para volver sobre
sus propios pasos. Cuanto más camino recorrieran, más señales dejarían. Ya en aquel
momento podría volver a sus aposentos con los ojos cerrados.
La gente de aquella zona iba vestida con trajes de aspecto más vistoso. Había más
Navegantes y más signos ostentosos de riqueza. Unos tapices holográficos de hilo
dorado colgaban de las paredes cubriéndolas por completo. La perspectiva de las
escenas cambiaba a medida que se pasaba a su lado de un modo que engañaba por
completo al ojo del observador. Se veían escenas de firmas de tratados, de naves
recortadas contra un fondo estelar, además de paisajes de un centenar de planetas
alienígenas. En cada uno de esos paisajes ondeaba el estandarte de los Belisarius. En
cada nave se veía el sello del poder de la casa navegante. En cada mesa de
negociación, uno de los protagonistas más importantes era un Navegante con el
uniforme belisariano.
La más impactante de todas era la imagen de un miembro de la Casa Belisarius
caminando al lado de tres figuras con las cabezas envueltas en un halo. Una de ellas
tenía alas como las de un ángel, otra mostraba los largos colmillos de un Lobo
Espacial y la tercera emanaba un aura resplandeciente. Ragnar la miró con interés. A
menos que se equivocase, aquello representaba a uno de los antecesores de la
Celestiarca en funciones caminando al lado del Emperador, de Leman Russ y de
Sanguinius, el primarca de los Angeles Sangrientos.
Ragnar sintió una leve punzada de angustia al ver la lanza que Russ llevaba en
una mano. Flexionó los dedos. Su mano también había empuñado aquella arma
sagrada durante unos breves momentos. Al ver la precisión del dibujo, Ragnar no
dudó que el artista había visto el arma en persona. La pintura era un recordatorio no
demasiado sutil del antiguo linaje y las poderosas relaciones de la Casa Belisarius.
Le llevó algo de tiempo estudiar a la gente que lo rodeaba. Los humanos los
miraban con una mezcla de miedo y respeto cuando pasaban a su lado. Su
nerviosismo era evidente en sus olores. Los Navegantes, como siempre, eran mucho
más difíciles de captar. Había algo en ellos que era tan inhumano y tan alienígena
como un orko. Torin y Haegr no mostraron señal alguna de sentirse incómodos por
ello, pero Ragnar supuso que habían tenido muchos años para acabar
acostumbrándose.
Delante de ellos se abría una enorme arcada. Las columnas de apoyo tenían forma
de dos naves estelares rodeadas por ángeles con el tercer ojo de los Navegantes en la
frente, una imagen que algunos considerarían demasiado cercana a la blasfemia. En el
centro del arco se veía el símbolo de Belisarius: un ojo flanqueado por dos lobos
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alzados sobre sus patas traseras. Los guardias de la entrada los saludaron con presteza
y les permitieron pasar directamente a la sala de presentaciones.
El lugar era otra prueba de riqueza y poder. La cúpula del techo era una
representación hecha con joyas del cielo nocturno que se reflejaba en el mármol
negro del suelo. La Celestiarca en funciones se encontraba sentada en un trono de
plata pura que reposaba sobre un estrado gravitatorio que flotaba en el centro de la
estancia. Se trataba de una mujer de estatura elevada, con una belleza atemporal,
vestida con una túnica negra ceñida a la altura del estómago por un cinto de plata. La
hebilla del cinto mostraba el sello del ojo flanqueado por dos lobos, lo mismo que la
diadema que llevaba en la frente. Había un hueco en la diadema que coincidía con el
ojo pineal de la Navegante, visible a través del agujero.
Había dos hombres a los lados del trono. Uno era alto pero estaba encorvado por
la edad, con una melena de cabello plateado a juego con la barba. Llevaba unos
ropajes muy parecidos a los de la Celestiarca, pero con un reborde de piel blanca en
el cuello. El otro era más bajo, de mirada más intensa, con el cabello negro salpicado
de mechones grises y una perilla muy bien recortada. Llevaba puesto el uniforme de
gala de la casa, que incluía un penacho. Parecía capaz de manejar muy bien la espada
y la pistola bólter que llevaba al cinto. Los tres tenían un cierto aire de familia entre sí
y con Gabriella. Eran de estatura elevadas y delgados, con unas manos y unos rostros
de huesos finos. Tenían las mejillas un poco hundidas y los ojos grandes. Los
Navegantes alzaron la mirada cuando entraron los tres Lobos Espaciales.
—Saludos, Torin de Fenris —dijo la mujer. Su voz era más grave de lo que
Ragnar había esperado—. Veo que has traído contigo a nuestro recluta más reciente.
—Así es, lady Juliana. Permitidme presentaros a Ragnar Blackmane, de Fenris y
de los Lobos.
—Nos sentimos felices de conocerte, Ragnar Blackmane. Adelántate para que te
podamos reconocer.
Ragnar así lo hizo. Avanzó con toda la confianza que pudo reunir, decidido a no
dejarse intimidar por la riqueza que mostraba aquel entorno o por el antiquísimo
linaje de la Celestiarca. Se dio cuenta de que todo el ostentoso despliegue en el
trayecto hasta la sala de presentaciones estaba planeado para impresionar e intimidar
a los visitantes. No estaba dispuesto a que eso lo amedrentara. Juzgaría a la
Celestiarca por sus propios méritos, lo mismo que ella tendría que juzgarlo a él. Así
había sido entre los guerreros de Fenris y sus caudillos desde tiempos inmemoriales.
Se quedó de pie delante del estrado y levantó los ojos para mirar directamente a la
Celestiarca. Si ella se sintió ofendida por el gesto, no dio muestras de ello, lo mismo
que el Navegante de mayor edad. El individuo uniformado soltó un bufido pero no
dijo nada por la fanfarronería de Ragnar. A Ragnar le pareció notar una cierta
sensación de diversión procedente de Torin y de aprobación por parte de Haegr.
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—Veo que eres un verdadero hijo de Fenris —dijo lady juliana, no sin cierta
amabilidad—. Sube al estrado.
Ragnar obedeció, y se percató de que el campo de suspensión no se estremeció lo
más mínimo cuando su gran cuerpo con armadura dejó caer su peso sobre él. Puede
que la plataforma pareciera flotar como una balsa sobre una corriente, pero daba
sensación de solidez en cuanto se subía a ella.
—¿Has venido a jurarnos lealtad, Ragnar?
—Sí. Tenéis mi palabra como guerrero y como Lobo Espacial de que os
obedeceré y protegeré igual que cumpliría las órdenes del mismo Gran Lobo.
—No puedo pedir más —contestó la Celestiarca—. Sé bienvenido a la Casa
Belisarius, Ragnar Blackmane.
—Gracias, señora.
Un leve gesto con la barbilla le indicó a Ragnar que la audiencia había terminado,
así que hizo una reverencia y bajó del estrado para reunirse con Torin y Haegr.
—Podéis marcharos —dijo lady Juliana.
Los tres Lobos Espaciales saludaron y se retiraron por la puerta de arco.
—Creo que le gustas —comentó Torin.
—¿Cómo puedes saberlo?
—No se ha extendido con las formalidades.
—¿Quiénes eran los otros dos?
—El viejo se llama Alarik, y es el chambelán, además del jefe de seguridad. El
figurón es Skorpeus. Es un primo de la Celestiarca y se cree que es su consejero.
—¿A quién le importa todo eso? —exclamó Haegr—. Salgamos de aquí y
dediquémonos a beber tremendas cantidades de cerveza, tal como corresponde a los
héroes de Fenris.
—Una idea excelente —contestó Torin—. Ven, Ragnar, déjanos que te enseñemos
una de las delicias de Terra: las tabernas del distrito de los mercaderes.
Ragnar estaba a punto de decir que se encontraba cansado y que deseaba
recuperarse del largo viaje cuando vio las miradas inquisitivas de sus dos camaradas.
Torin parecía estar juzgándolo, y la actitud de Haegr indicaba a las claras que ningún
verdadero hijo de Fenris dejaría escapar una ocasión como aquélla. El joven Lobo
Espacial se lo pensó dos veces y llegó a la conclusión de que tampoco sería mala
idea. Estaba deseoso de ver más de su nuevo planeta, y en cuanto comenzara a tener
tareas que cumplir, lo más probable sería que ya no tuviera ocasión alguna de hacerlo.
Se le ocurrió que lo mismo podía pasarle a los otros dos. A lo mejor les habían
ordenado que le enseñaran los alrededores y tendrían que cumplir otras misiones si
Ragnar decidía marcharse a sus aposentos. Si ése era el caso…
—Venga —contestó.
En ese preciso instante, el Navegante llamado Skorpeus salió de la cámara de
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presentación. Una gran figura con la cara marcada por cicatrices le salió al encuentro.
Los dos charlaron durante unos momentos y luego se dirigieron hacia los tres Lobos
Espaciales.
—Bienvenido a Terra, Ragnar Blackmane —dijo el Navegante. Sus modales eran
suaves y relajados, quizá demasiado, pensó Ragnar—. Te deseo mejor suerte que tu
predecesor.
—Skander murió cumpliendo su deber. Ningún Lobo Espacial puede pedir una
muerte mejor.
—Quizá habría sido mejor para todos nosotros que hubiese cumplido del todo su
deber, que, después de todo, era proteger y mantener con vida a Adrian Belisarius.
Sin duda, habría sido mucho mejor para mi primo.
Haegr soltó un gruñido y escupió. Fue Torin el que habló.
—Estoy seguro de que en su lugar hubierais encontrado un modo de salvar
vuestras dos vidas, noble Skorpeus. Sin duda, las estrellas os hubieran advertido de
que deberíais estar lejos…, lo que quizá explicaría por qué no os encontrabais en ese
lugar cuando se produjo el ataque.
—Sin duda, las estrellas me sonríen, aunque, por supuesto, me apena que mi
primo desoyera mis advertencias.
Ragnar se giró para observar al compañero de gran tamaño del Navegante. Estaba
escuchando atentamente la conversación, pero sin mostrar ninguna clase de emoción.
La actitud que mostraba le recordó a Ragnar los miembros de las unidades de élite de
la Guardia Imperial.
—¿No es cierto que las estrellas también predijeron que seríais Celestiarca? —le
preguntó Torin con voz suave. Skorpeus lo miró con una sonrisa condescendiente.
—Crees que el hecho de que los Ancianos eligieran a mi prima Juliana invalida
esa predicción, ¿verdad, Cuchillo del Lobo?
—Eso le parecería a un bárbaro sin cultura como yo.
La sonrisa de Skorpeus se ensanchó más todavía. Parecía un jugador que tiene
una carta ganadora y está a punto de enseñarla.
—Las estrellas no predijeron cuándo llegaría a ser Celestiarca, tan sólo que lo
sería. Es algo que deberías tener en cuenta. Algún día seré vuestro señor.
—Creo que no acabáis de comprender la naturaleza de la relación entre Fenris y
la Casa Belisarius —contestó Torin.
Ragnar notó una leve traza de furia en su olor. Aunque lo ocultaba bastante bien,
era evidente que al Lobo Espacial le disgustaba Skorpeus profundamente.
—Quizá cuando llegue al trono tenga que redefinirla —replicó a su vez el
Navegante antes de alejarse con el aire prepotente del individuo que sabe que tiene la
última palabra.
—¿De qué iba todo esto? —preguntó Ragnar cuando Skorpeus se alejó lo
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bastante para no poder oírlos.
—Ése maravilloso ejemplar de orgullo y egocentrismo entre los Navegantes cree
que las estrellas predijeron que alcanzaría el trono —aclaró Torin mientras se
alejaban en la otra dirección—. Por si no te diste cuenta, está convencido de que
debería ser, y que será, Celestiarca. Su lacayo, ese mono llamado Beltharys, está de
acuerdo con él.
—¿Crees que Skorpeus haría algo para agilizar ese plan del destino?
Torin negó con la cabeza.
—Lo haría si pudiera, pero no tiene posibilidades de influir en la elección que
efectúan los Ancianos.
—¿Quiénes son?
—No preguntes —dijo Haegr—. Mejor bebe cerveza.
—Siento curiosidad —insistió Ragnar.
—Son una gente muy misteriosa —contestó Haegr—. Y lo cierto es que es mejor
que no quieras saberlo.
—Por una vez, mi enorme amigo está en lo cierto —añadió Torin.
—¿En qué sentido son misteriosos? —volvió a insistir el joven Lobo Espacial.
—La mayoría de la gente no los ha visto nunca. De hecho, para la mayoría de la
gente de este palacio son tan invisibles como el sentido común de Haegr.
—Espero no tener que darte una nueva paliza, Torin.
—Todos saben que el sentido común es una cualidad, Haegr, y por tanto,
perceptible aunque invisible.
—Entonces no pasa nada.
—Lo que quieres decir es que nadie ve a la gente que elige al gobernante de la
Casa Belisarius.
—Hay mensajeros que se internan en las criptas que se encuentran en los pisos
inferiores, pero son ciegos. También los Navegantes bajan allí a veces. Creo que
Valkoth ha estado alguna vez. Skander también estuvo.
—¿Aquí abajo? ¿Criptas?
—Ragnar, este palacio es un laberinto. Además, está fortificado y aislado del
resto del mundo subterráneo mediante un muro de diez metros de ancho de
plasticemento reforzado, lo mismo que las paredes de cada pasillo, y también está
plagado de sensores, trampas y detectores. Los Ancianos viven en las llamadas
criptas.
—¿Temen que los asesinen? —preguntó Ragnar.
—Eres muy listo, joven Blackmane —soltó Haegr con humor sarcástico.
—Y quizá teman algo más —añadió Torin.
—¿A qué te refieres?
—Éste no es el sitio ni el momento para hablar de ello.
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—¿Es uno de esos secretos por los que los Navegantes se sienten culpables?
—No te burles, Ragnar. Puede que así sea.
—¿Vamos a hablar o a beber? —exigió saber Haegr.
—Mi querido amigo Haegr, sin duda te habrás dado cuenta de que nuestros pasos
nos llevan en línea recta a los hangares de los aleteadores —dijo Torin—. Y sin duda
también, tu poderoso cerebro habrá deducido que uno de esos vehículos nos podrá
llevar hasta el distrito de las tabernas. Muchos de nosotros podemos hacer dos cosas
al mismo tiempo, como por ejemplo, caminar y hablar a la vez.
—¿Estás sugiriendo que yo soy incapaz de hacer eso?
—Ya has demostrado tu capacidad en ese sentido en muchas ocasiones. Incluso
ahora mismo, mientras hablamos, estás realizando ambas acciones al mismo tiempo.
¿Por qué iba a sugerir lo contrario?
—Tienes una actitud algo burlona, Torin, y no me gusta. Puede que sea necesario
propinarte una paliza.
—Amigo mío, será mejor que reserves tus fuerzas para beber.
—Tendré en cuenta ese consejo.
Torin los llevó hasta un enorme hangar situado en la parte alta del palacio. Desde
su amplio interior se divisaba una vista panorámica del paisaje nocturno de la ciudad.
Unas cuantas estructuras gigantescas brillaban a lo lejos, y cada pequeña ventana era
como una baliza. Las luces en movimiento formaban corrientes a lo largo del cielo.
Unos trenes inmensos serpenteaban esquivando los edificios y las interminables
mareas de decenas de miles de personas. El sabor a contaminación impregnaba el
aire. Ragnar se sintió muy lejos de la naturaleza fría y salvaje de Fenris.
Torin se acercó a un pequeño aleteador para cuatro personas. Lucía la insignia de
la Casa Belisarius. Era un vehículo alargado como un insecto esbelto, pintado de
negro y plata. Subieron a bordo y Torin se puso a los mandos y los manejó con la
misma pericia que el piloto de una Thunderhawk. Inició con presteza las
invocaciones previas al vuelo y los motores se pusieron en marcha con un zumbido.
Instantes después, el vehículo surcó con rapidez el cielo nocturno.
Ragnar se sintió desorientado por un momento cuando miró hacia abajo, hacia la
pared de metal y plasticemento que se perdía en la oscuridad bajo sus pies. Estaban a
unos mil metros de altura y seguían ascendiendo. Torin estaba atento a todo lo que les
rodeaba ya los indicadores de la holoesfera. El palacio Belisarius se alejó poco a poco
a su espalda. Ragnar vio desde aquel punto suspendido en el aire que se trataba de un
enorme y vasto edificio en forma de rombo plateado con el emblema de la casa
grabado en uno de sus costados. En aquellos momentos ya sabía que el rascacielos no
era más que la punta del iceberg: en realidad, los verdaderos dominios de la casa se
extendían muy por debajo de la superficie hasta llegar a aquellas misteriosas criptas.
Se preguntó qué era lo que ocurría allí abajo. ¿Por qué los Navegantes eran tan
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reservados en ciertos aspectos? ¿Qué estaban ocultando?
Otro vistazo a su alrededor le hizo percatarse de que todos los aleteadores seguían
unas rutas sobre el cielo tan definidas como las carreteras que sobrevolaban. Había
grandes espacios abiertos ocupados tan sólo por edificios solitarios que todos
evitaban. Preguntó el motivo.
—Son las sedes centrales de las demás casas navegantes. Nadie violaría su
espacio aéreo sin ser invitado y sin su permiso. Hacerlo de otro modo supone una
invitación a que te derriben.
Ragnar lo comprendió. Unos cordones de seguridad como aquéllos eran el mejor
modo de prevenir un ataque terrestre y le permitiría a cualquier artillero del edificio
disponer de una línea de disparo clara contra sus objetivos, algo que no sería posible
si los vehículos abarrotaban el cielo por encima de él. Era lo que había sospechado,
pero le alegró comprobar que estaba en lo cierto.
—Pensé que la Inquisición y los Arbites mantenían una seguridad y un control
férreos sobre la Tierra.
—Lo hacen, pero no en todos lados. Ahora mismo estamos en el distrito de los
Navegantes. Toda la isla es una zona libre. A las familias las dejan tranquilas y
mantienen su propia seguridad. La Inquisición no puede entrar aquí a menos que la
inviten o que se produzca una violación flagrante de las leyes. Hay muy poca estima
entre la Inquisición y las familias de las casas navegantes.
—Ajá —comentó Haegr—. Los cabrones de capas negras odian a los demonios
de tres ojos. Ninguno de ellos merece más interés que un pedo, excepto dos o tres
tipos de la Casa Belisarius, por supuesto.
—¿No te gusta estar aquí? —le preguntó Ragnar.
—Éste sitio me asquea. Ojalá estuviera de regreso en los campos helados de
Fenris con una manada de alces delante de mí una lanza en la mano.
—Es curioso —dijo Torin—. Aquélla vez que salvaste al viejo Adrian de esos
fanáticos te ofreció concederte lo que le pidieras. Te habría enviado de regreso a
Fenris si se lo hubieras pedido, y en vez de eso le pediste un pastel de carne.
—Era un pastel de carne muy grande —contestó Haegr. Sonaba casi avergonzado.
—Sí que lo era —replicó Torin—. Mataron un toro y lo envolvieron en hojaldre
grueso. Haegr se lo comió todo él solito.
—Fue mi recompensa. No vi que tú te interpusieras en ninguna ráfaga de balas.
—Por cierto, ¿es verdad que aplastaste a varios sirvientes y los mataste cuando te
abalanzaste sobre la mesa? —le preguntó Torin.
—Por supuesto que no. Nadie se hubiera atrevido a interponerse entre mi persona
y un festín semejante.
A Ragnar le divirtió oírlos. Sus pullas le recordaban los insultos amistosos que a
menudo había intercambiado con Sven. Sin embargo, seguía sintiéndose fuera de
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lugar en aquel sitio. Se dio cuenta de que el aleteador había comenzado a descender
hacia un grupo de edificios muy apiñados. El cielo por encima de ellos estaba
iluminado con fuerza.
—Dijiste que la Inquisición no venía por aquí.
—Haría falta como mínimo una guerra abierta entre las casas navegantes para que
tuvieran motivo suficiente —contestó Torin—. Los Navegantes gastan lo bastante en
sobornos como para comprar un planeta pequeño. Eso les asegura bastante
privacidad.
—¿Me estás diciendo que la Inquisición acepta sobornos?
—No es nada tan clamoroso o tan evidente como eso. Ragnar, tienes que entender
cómo funciona el Imperio. Todos los Altos Señores de Terra pasan el tiempo
intrigando unos contra otros, esforzándose por conseguir más poder, posición y
prestigio. Para eso hace falta dinero. Los Navegantes tienen mucho dinero. Los Altos
Señores y muchos burócratas de gran importancia se aseguran de que nadie moleste a
los aliados que les proporcionan dinero.
—Sería mejor que alguien bombardeara todo el planeta con bombas víricas —dijo
Haegr—. Bueno, excepto el palacio del Emperador.
Torin se giró para mirarlo.
—Y el de la Casa Belisarius, por supuesto —añadió Haegr como una ocurrencia
tardía.
—Sólo a ti se te ocurriría bombardear con virus la sagrada Terra —dijo Torin.
—Mejoraría el lugar —contestó Haegr.
—No lo digas demasiado alto, no vaya a ser que alguien te oiga.
—¿Y qué harías si lo hago?
—Asistiría a tu funeral después de que los zelotes te incinerasen.
—Que vengan. No los temo ni a ellos ni a la Inquisición.
—¿Zelotes? —preguntó Ragnar.
—Fanáticos religiosos. Abundan en Terra, como es de esperar. No todo es
corrupción y lujo. No todo el mundo puede permitírselos. Existen billones de
personas que viven en este sagrado suelo y que no tienen más consuelo que la fe. Un
cierto porcentaje de ellos se consuelan matando a cualquiera que no se ajuste a su
idea de virtud.
—Ésa es una de las razones por las que los Navegantes prefieren estar aislados en
mitad de este mar de desechos —añadió Haegr—. Los zelotes los odian y los llaman
mutantes.
—¿Matarían a los Navegantes? —exclamó Ragnar sorprendido.
—¿Quién crees que mató a Adrian Belisarius? —inquirió Torin.
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CAPÍTULO 7
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Cientos de personas abarrotaban la taberna. Marineros, soldados, mercaderes y sus
guardaespaldas procedentes de miles de mundos se habían congregado allí. La
música sonaba a todo volumen. Mujeres semidesnudas bailaban sobre las mesas
mientras otras servían comida y bebidas a los clientes. El interior había sido
construido de tal modo que simulara una taberna de madera de algún mundo
fronterizo, pero su intuición le decía a Ragnar que no era más que una ilusión. Las
vigas, de hecho, no eran de madera, sino plasticemento pintado. Las paredes eran
paneles superpuestos sobre la piedra. El fuego, aunque parezca extraño, sí que era
real y rugía con estrépito.
Sobre la pared habían colgado muchas cabezas de animales. Ragnar reconoció un
lobo y un alce. Era extraño que algunas de las variedades de estas criaturas se
pudieran encontrar en miles de mundos. Ragnar supuso que habían sido transportadas
allí durante la emigración original de la Tierra. Ésta idea le hizo volver a caer en la
cuenta de que aquí era donde todo había empezado. Estaba en el mundo del
Emperador: de allí procedía la humanidad. Era un pensamiento estremecedor, aunque
dudaba que pasara por las mentes de los parroquianos que lo rodeaban.
Fue una prueba del cosmopolitismo de aquella multitud el hecho de que nadie les
prestara la más mínima atención cuando Torin y Haegr se dirigieron a una mesa. No
era algo a lo que Ragnar estuviera acostumbrado. En cualquier mundo fuera de Fenris
era previsible que un Lobo Espacial fuera recibido con temor respetuoso y una cierta
reverencia. Por supuesto, echando un vistazo a la gente, era totalmente posible que
los parroquianos estuvieran demasiado borrachos para haber notado tres gigantes con
armadura moviéndose entre ellos.
Haegr ya había pedido a gritos comida y bebida. El camarero lo saludó como si
fuera un hermano a quien no veía hacía mucho.
—¿Lo de siempre? —preguntó.
—¡Lo de siempre! —gritó Haegr.
Poco después apareció un inmenso tanque enfrente de Ragnar.
—¡Salud! —gritó Haegr, y alzó su jarra.
—Bienvenido a Terra, Ragnar —dijo Torin.
—Me alegro de estar aquí —contestó Ragnar, dándose cuenta para su sorpresa de
que era verdad. La cerveza estaba fría y bajaba bien.
—No es tan buena como la de Fenris, pero servirá —dijo Haegr. Ya había
terminado un pichel y estaba comenzando un segundo. Hacía falta mucha cerveza
para vencer la capacidad de metabolización de veneno de un Marine Espacial, y
Haegr estaba acompañándola con una copa de whisky. Un instante más tarde
aparecieron en la mesa frente a él lo que parecían dos ovejas asadas enteras.
—¿Nos vamos a comer todo esto? —preguntó Ragnar.
—Esto es mío —dijo Haegr—. ¡Ahí viene lo vuestro! —su gesto indicaba que
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otro animal muerto y asado estaba a punto de llegar a la mesa.
—Esto es un mero aperitivo para Haegr —le explicó Torin al ver la expresión de
Ragnar—. No es broma. Ponte a ello o se comerá la tuya antes de que puedas hincarle
el diente.
Un ruido parecido al de una sierra eléctrica atravesando una res les llegó desde el
otro lado de la mesa. Ragnar no podía creer todo lo que había desaparecido ya de la
carne de una de las ovejas de Haegr. Dos barras de pan untadas con mantequilla
habían caído con ella. Arrancó una pierna de la suya y le dio un mordisco. Tenía buen
sabor. Los jugos corrían sobre su lengua y se deslizaban por la garganta. Los hizo
bajar con más cerveza, un poco de whisky y algo de pan.
Alzó la vista y le sorprendió que Torin estuviera utilizando un cuchillo y un
tenedor a la manera local y que estuviera cortando la comida cuidadosamente en
pequeñas porciones del tamaño de un bocado antes de masticarlo. Una copa
translúcida del tamaño de un caldero llena de vino era su única concesión a la manera
fenrisiana de celebrar un banquete.
Sonrió a Ragnar.
—Vino narcótico sensorial. Contiene unos poderosos hongos alucinógenos. Pegan
bastante fuerte. Tengo ganas de ponerme a prueba con ellos.
Haegr soltó un eructo como un trueno.
—Torin no es más que un decadente. Maldigo la influencia de todos esos
amanerados terrícolas. Sólo mis constantes palizas le otorgan un parecido a la
verdadera dureza fenrisiana.
—Vigila tu brazo, Ragnar —dijo Torin—. Haegr casi lo agarra por error. Varios
hombres han necesitado prótesis después de cenar con él.
—Un rumor insidioso propagado por mis enemigos —dijo Haegr, rasgando la
segunda oveja con los dientes—. No soy ningún orko.
—En ocasiones es difícil saberlo —dijo Torin—. ¿Tu madre conocía bien a tu
padre? Estoy seguro de que a veces se te nota un ligero matiz verde en la piel.
—El único tono verde que hay aquí es el de tu piel y viene de tu envidia por mis
viriles hazañas.
—En realidad, si recuerdo bien, estabas un poco verde cuando acabamos nuestra
última ronda de bebidas. Te quejabas de que no deberías haber tomado aquel curry de
caimán, aunque sospecho que fueron los dos barriles de vino ígneo los que te
sentaron mal.
—¿Cómo te pudiste dar cuenta? —preguntó Haegr con satisfacción—. Tú estabas
inconsciente en ese momento. Lo que me recuerda… que todavía no me has pagado
aquella apuesta.
Ragnar echó un vistazo alrededor de la habitación. La bebida le había calentado el
estómago y la comida le había sentado bien, pero había algo que le hacía sentirse
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intranquilo. Sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Notaba que les estaban
observando unos ojos hostiles, así que intentó identificar la fuente. Muchos les
estaban observando ahora, pero también podía ser porque estaban apostando sobre
cuánto podía comer Haegr. Oyó cómo se hacían apuestas en las otras mesas al
escuchar con suficiente atención.
Otras conversaciones sobre política se mezclaban con el habitual murmullo de la
taberna. Algunos de los desconocidos estaban hablando sobre la muerte de Adrian
Belisarius, y la conversación se estaba animando bastante. Parecía que el anterior
Celestiarca no era el único Navegante de alto rango que había muerto recientemente.
Parecía evidente que se habían producido otros intentos. Una y otra vez Ragnar
escuchaba la palabra «Hermandad». Estaba a punto de acercarse y preguntar por ello,
pero una mirada de aviso de Torin le indicó que no sería una idea muy buena.
—Parece que la muerte de Adrian Belisarius es la comidilla de todos —dijo
Ragnar. Torin se encogió de hombros.
—Los hombres hablarán de lo que hablan los hombres.
Ragnar reflexionó sobre lo que acababa de oír.
—¿De verdad murió en un accidente de aleteador? —Se podría decir así.
Haegr gruñó unas palabras incomprensibles entre la enorme cantidad de comida
que tenía en la boca.
A pesar del amistoso bullicio, Ragnar comenzó a sentirse más y más incómodo.
Un par de personas lo miraban con intenciones hostiles. Cuando hizo memoria,
recordó que varios de los amigos de esos hombres habían salido apresuradamente de
la taberna.
—Parece que no somos muy populares aquí.
—Los Lobos Espaciales nunca lo son en Terra —aseguró Torin.
—¿Por qué?
—¡Pregunta a los de aquí, no a mí! Lo normal sería que estuvieran agradecidos
después de todo lo que hemos hecho por ellos.
Ragnar dio un sorbo a su cerveza y se quedó pensando sobre ello. Podía
sencillamente ir donde ellos y retar a los desconocidos. Los hombres, cuando le
echaban un vistazo, se levantaban y escapaban hacia la puerta. Tal vez se había
equivocado, pensó Ragnar. Tal vez tuvieran simple curiosidad o no les gustaran los de
otros mundos. Por otro lado, podían ser zelotes, aunque no habían mostrado ningún
afán de quedarse por allí cuando él dio la impresión de querer ir a hablar con ellos.
Más y más comida se amontonaba encima de la mesa, pero Haegr y Torin
parecían estar disputando un torneo de bebida como preparación. Copas de whisky y
enormes jarras de cerveza llenaban la mesa, aunque ambos competidores parecían
capaces de consumirlas con muy pocos problemas.
Ragnar redujo su ritmo de bebida a unos pocos sorbos. La atmósfera de incipiente
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peligro no había cambiado; más bien había aumentado. Una mirada le dijo que Torin,
aunque aparentemente bebiera con el mismo entusiasmo que Haegr, estaba también
estudiando de forma encubierta los alrededores. Era muy sutil en ello, y si Ragnar no
hubiera estado haciendo lo mismo, no se habría dado cuenta. Cuando sus miradas se
encontraron, Torin le guiñó un ojo a escondidas. Ragnar se sintió reconfortado. Si iba
a haber problemas, él no sería el único preparado para afrontarlos.
Una montaña de comida apareció frente a Haegr. Se relamió e hizo un gesto a la
camarera para que siguiera trayendo más. Barras de pan, medias reses y pescados del
tamaño de pequeños tiburones continuaban desapareciendo junto con una pequeña
montaña de mantequilla y queso. Más hombres habían entrado. Algunos de ellos
traían con ellos un extraño mal olor de odio y amenaza. Era tan penetrante como un
cuchillo y tan amargo como el alma de un avaro que ha perdido una moneda de oro.
El pelo de la nuca de Ragnar se erizó todavía más, pero aparte de Torin él era el único
en aquel sitio que no producía el extraño olor o que mostraba signo alguno de
intranquilidad.
Todas las miradas se concentraban en Haegr. Exclamaciones de incredulidad y
gritos de espanto llenaban la sala mientras continuaba la orgía de pitanza. Haegr
masticaba huesos enteros, los trituraba con sus dientes y se los tragaba. Torin se había
incorporado para dar una palmada a Haegr en el hombro y felicitarlo, pero Ragnar
pudo ver cómo se inclinaba hacia adelante y susurraba algo al oído de su compañero.
Las mejillas de Haegr estaban rojas y el sudor salpicaba su frente. Aunque parecía
centrar toda su atención en la orgía de comida, asintió con la cabeza de forma
imperceptible y tomó un gran trago de cerveza. Torin no volvió a sentarse, sino que
echó un vistazo alrededor para buscar la fuente del inminente peligro.
Un hombre tropezó con Ragnar. Su cara mostraba una expresión de enfado, como
si se sintiera contrariado por el empujón. La ira era real, pero no así la causa. Ragnar
sabía por su mal olor que ya había estado al borde de la furia frenética antes de que se
encontraran. Las pupilas del hombre eran del tamaño de un agujero de alfiler y un
fino hilillo de baba le caía desde la boca. Al acercarse, Ragnar percibió el insano olor
químico de su sudor. Una vena palpitaba en la frente del hombre. Sus labios echados
hacia atrás dibujaban un gruñido y dejaban ver unos dientes amarillentos.
—Fuera de mi camino —dijo arrastrando las palabras. La mayoría habría
asumido que su dificultad para hablar venía causada por el alcohol, pero Ragnar sabía
la verdadera razón. Éste era uno de los múltiples efectos secundarios de la furia, un
brebaje alquímico diseñado para empujar a los hombres a arrebatos frenéticos en la
batalla. Siglos atrás había sido prohibido por el ejército imperial, ya que hacía que las
tropas fueran poco fiables e incrementaba su susceptibilidad a la influencia del Caos.
Aun así, había sido utilizado por los herejes en varias de las rebeliones planetarias
que Ragnar había colaborado en sofocar. Estaba pasmado de descubrir que también se
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utilizara aquí en la Tierra.
No se sentía intimidado. Un hombre en garras de la furia podía ser errático,
increíblemente fuerte y casi inmune al dolor, pero eso no lo convertía en una amenaza
para un Lobo Espacial. Obviamente, el hombre no veía las cosas de la misma forma.
Se puso algo en la mano antes de hablar de nuevo.
—He dicho que fuera de mi camino, cerdo extranjero. No hagas que te lo vuelva a
decir.
Ragnar percibió cómo se acercaban más hombres. Todos ellos tenían el mismo
sudor contaminado. Ragnar sonrió, mostrando los dientes. El hombre ya había ido
demasiado lejos para ceder después de eso; él sería el único responsable de las
consecuencias. El desconocido intentó pegarle.
El golpe llegó más rápido de lo que lo habría hecho tratándose de un hombre
normal, pero Ragnar lo bloqueó con facilidad. Atrapó la muñeca del agresor con una
mano. Sintió un picor en el brazo cuando un arco eléctrico azul saltó de la banda
metálica de los dedos del hombre al brazo de Ragnar.
Su contrincante portaba guanteletes eléctricos, diseñados para aumentar el poder
de un puñetazo con una descarga eléctrica. Si se ajustaban al máximo, la explosión de
energía podía aturdir o incluso matar a un hombre con un corazón débil. Ragnar
sonrió y golpeó con el dorso de la mano al atacante como quien no quiere la cosa.
Varios dientes volaron alrededor y algunos huesos se quebraron cuando lanzó a su
adversario al otro lado de la habitación. Aterrizó sobre una mesa, pero
inmediatamente forcejeó para ponerse en pie. Su resistencia se veía obviamente
potenciada por las drogas en su organismo.
Una de las personas de la mesa se molestó por tener de repente a un extraño
tirado sobre su comida y mostró su descontento rompiendo una botella de vino sobre
la cabeza del atacante. Eso fue un error: el poseso se giró y, tambaleándose, lo agarró
por la garganta. Vino tinto y sangre se mezclaban en su cara. Sonaron gritos, aullidos
y advertencias mientras se extendía el caos y todo el mundo se incorporaba a la pelea.
Ragnar vio cómo se acercaban más atacantes. Era un grupo con pinta de rufianes.
Muchos tenían manos u ojos biónicos, y algunas de sus prótesis habían sido
mejoradas con dagas retráctiles que emergían como uñas de las yemas de los dedos.
Algunos lucían guanteletes eléctricos y otros llevaban porras reforzadas, y todos ellos
se abalanzaron sobre Ragnar con una resuelta furia que hacía evidentes las drogas
presentes en sus organismos. Ragnar agarró al primero por la garganta, lo elevó y lo
tiró sobre sus amigos, derribando a tres de ellos.
Otro avanzó a la carrera, con las garras extendidas para atravesarle los ojos.
Ragnar lo agarró por la prótesis del brazo, lo giró para hacer palanca y tiró. Arrancó
el miembro mecánico con toda limpieza en medio de una lluvia de chispas y lo utilizó
como cachiporra para derribar a su atacante. Luego le dio una patada en la cabeza.
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Una lluvia de golpes caía en este momento sobre él. Los guanteletes eléctricos
producían chispazos al chocar con su armadura. Las chispas centelleaban y el olor a
ozono impregnaba el aire cuando entraban en contacto con la ceramita. La armadura
de Ragnar estaba diseñada para soportar un castigo mucho mayor que éste, así que
decidió ignorarlo y concentrarse en atacar con dureza a sus adversarios.
Comenzó a lanzar golpes alrededor con sus puños. Cada golpe tumbaba a un
hombre, pero un número sorprendentemente alto de ellos se levantaba y acto seguido
volvía al ataque. Parecía obvio que aquellos individuos habían sido enviados
expresamente para comenzar esa pelea y no iban a ahorrar ningún esfuerzo en ello.
Las drogas los dejaban sin capacidad para dudar. Lo habrían matado de haber podido.
De hecho, los golpes que recibió habrían matado diez veces a un hombre normal.
Afortunadamente, Ragnar era un Marine Espacial. Su armadura era casi parte de su
cuerpo, y su estructura ósea y musculatura habían sido modificadas para poder
absorber gran cantidad de daños. Aun así, había recibido unos pocos golpes y cortes.
Podía sentir el picor en la piel allí donde su sangre ultracoagulante se había
endurecido con rapidez.
Echó un vistazo a su alrededor para comprobar qué había sido de sus compañeros.
Torin estaba balanceándose colgado de uno de los candelabros gravitatorios. Plantó la
bota en la cara de uno de los asaltantes antes de soltarse y aterrizar sobre un grupo de
ellos. Todos sus movimientos eran rápidos y certeros, y sus golpes, decisivos. Una
cosa era cierta, y era que tenía menos de que preocuparse que Ragnar. Se movía tan
rápidamente que sería difícil incluso para un hombre con un arma apuntar bien, y ésa
era claramente su intención.
Entonces ocurrió. Hasta ese momento Haegr había hecho, caso omiso de la pelea
que tenía lugar a su alrededor mientras se concentraba en darse un atracón. Uno de
los posesos aterrizó sobre la mesa, lanzando la comida por todas partes y salpicando
de vino, whisky y cerveza todo el lugar. Haegr se quedó mirándolo como si no
pudiera entender qué había pasado. Una expresión de confusión atravesó su rostro
cuando intentó llegar a la comida que ya no estaba en su lugar. Entonces entrecerró
los ojos redondos y brillantes y soltó un enorme bramido.
Un barrido con su brazo retiró al poseso de la mesa. Haegr se puso en pie, como
un mamut levantándose de una poza de barro. Tenía la misma masa y potencia, pero
de repente resultaba incluso más grande y amenazador. Agarró con sus manos la
mesa metálica. Los tornillos que la sujetaban al suelo saltaron por los aires cuando
tiró de ella hasta levantarla y la lanzó contra la masa de fanáticos drogados que iban
hacia él. Los derribó y los dejó desparramados bajo su peso. Haegr se acercó a ellos y
agarró a dos, uno en cada mano, y los utilizó como garrotes para apalear a sus
compañeros hasta dejarlos sin sentido. Pasó entre ellos como un hipopótamo fuera de
control, imparable como un rinoceronte a la carga. En cuestión de segundos había
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dejado tras de sí un rastro de enemigos lisiados y maltrechos. Todo aquel que
intentara ponerse en píe era aplastado, sus manos y piernas hechas añicos junto con
los miembros biónicos y los huesos.
Ragnar volvió a meterse en la refriega, lanzando golpes a sus oponentes y
poniendo especial cuidado en seleccionar a aquellos que olieran a drogas de combate.
Se encontró cara a cara con Torin. Estaba machacando las cabezas de una pareja de
posesos, una contra la otra, hasta que ni siquiera la droga pudo mantenerlos
despiertos.
—Mejor que agarres a Haegr y lo saques de aquí —gritó.
—¿Por qué?
—Puede que avergüence al Celestiarca si le damos una paliza a alguno de los
arbites que vienen a investigar esto.
—Está bien —dijo Ragnar, mirando a Haegr. Había agarrado media res del
espetón y estaba aporreando con ella a todos los que tenía alrededor. De vez en
cuando hacía una pausa para arrancar un poco de carne de sus flancos y la roía—.
Pero puede que sacarlo de aquí sea más difícil hacerlo que decirlo.
Torin asintió con la cabeza.
—Está disfrutando, pero esto es por su propio bien. Tú agárralo por un brazo, yo
lo tomaré del otro.
Ragnar asintió con la cabeza y fueron a toda prisa hacia Haegr. Ragnar lo agarró
del brazo izquierdo, Torin del derecho, y juntos comenzaron a arrastrarlo hacia la
puerta.
Distraído como estaba con la media res, era como llevar a remolque un toro.
Fueron necesarios varios intentos. De vez en cuando se veían interrumpidos por los
golpes de Haegr a los posesos supervivientes. Al final lo sacaron al exterior, al fresco
de la noche, y comenzaron a calmarlo.
—Dejadme —dijo Haegr—. ¡No he acabado con todos!
—Más vale que nos vayamos. Ésas sirenas que se oyen son las de los arbites.
—¿Y qué? Podemos eliminarlos a todos. Sabes que podemos.
—Ya, pero puede que cause algunos problemas a lady Juliana si dejamos las
calles del barrio de los mercaderes llenos de muertos o jueces moribundos.
Haegr no estaba convencido del todo. Ragnar podía ver las luces de muchos
aleteadores acercándose. También acudían vehículos terrestres.
—No son nuestros enemigos —dijo—. Sólo están cumpliendo con su labor lo
mejor que saben. Además, tendremos que volver aquí de todas formas. Tenemos que
resolver un misterio.
—¿Y cuál es ese misterio? —preguntó Haegr.
—Por qué nos atacaron esos hombres y quién los envió. Los arbites no nos
ayudarán a hacer eso si mandamos a alguno de ellos a los tanques de curación.
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—Muy bien. Veo que Torin y tú ya habéis tomado una decisión. Iré con vosotros
y os protegeré.
Algo que se movía sobre un tejado vecino captó la atención de Ragnar. Alzó la
vista y vio una figura en sombras que se retiraba. No podía estar seguro de que no
fuera una ilusión causada por la luz.
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CAPÍTULO 8
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El sonido de una campana distante arrancó a Ragnar de sus sueños sobre Fenris. Se
despertó al instante y se levantó de la cama. Como llamados por su movimiento,
aparecieron los sirvientes con cuencos de estofado de alce y gachas de avena con
pescado, comida tradicional fenrisiana, o lo más cercano a ella que iba a tomar en
Terra. Estaba algo más que un poco sorprendido por su forma de entrar sin haber sido
llamados.
—¿Quién os envió? —preguntó a quien aparentaba más edad, un hombre delgado
y aguileño de rasgos fríos y tranquilos y pelo fino y plateado. Vestía el uniforme de
Belisarius más como un soldado que como un esclavo.
—Nadie, señor. Supusimos que querría desayunar tan pronto como se levantara.
¿Hemos cometido un error?
—No. —El sirviente esperó educadamente para saber si tenía algo más que decir.
Ragnar se quedó en silencio. Parecía que los sirvientes fueran invisibles en este lugar,
yendo y viniendo de motu proprio con sus quehaceres, alterando sus rutinas sólo si
así se les pedía. También parecían tener acceso a la mayoría de los sitios. Entonces se
dio cuenta de que los sirvientes estaban todavía esperando—. Continuad —les dijo, y
volvieron a sus tareas al instante.
Ragnar recordaba los sucesos de la noche anterior. Después de haber arrastrado a
Haegr al aleteador, Torin los había llevado a los tejados más cercanos. Si alguien
estuvo allí, desapareció en los breves instantes que habían tardado en llegar. Podía ser
eso o que estuviera lo bastante camuflado como para confundir la aguda vista
nocturna de los Lobos Espaciales. Ragnar sabía que eso no era imposible, pero
tendría que estar utilizando ropa militar de combate. Eso tampoco era imposible,
concluyó al fin.
—Maese Ragnar, tengo un mensaje para vos, de maese Valkoth.
—¿Sí? —dijo Ragnar.
—Cuando hayáis terminado vuestro desayuno, debéis presentaros ante él para que
os asigne vuestras funciones. No es urgente, pero él le estará agradecido si podéis
estar allí antes de la novena campanada. Eso es dentro de cuarenta y cinco minutos y
veintidós segundos, señor.
—Gracias —dijo Ragnar, agarrando su comida—. Sobra tiempo entonces.
—Sí, señor.
Mientras avanzaba a grandes zancadas por la parte más abarrotada del palacio,
Ragnar volvió a reflexionar sobre los sucesos de la noche anterior. Estaba convencido
de que no había sido una simple pelea de taberna. No, salvo que allí los hombres
salieran a beber con unas dosis de furia en los bolsillos y el deseo de violencia. Se
imaginaba que esas condiciones no eran del todo imposibles. Por lo que él tenía
entendido, el barrio de mercaderes tenía reputación de ser un sitio salvaje, al menos
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para la situación habitual de Terra. Muchas personas iban allí a soltar adrenalina. Tal
vez ésa fuera una manera de hacerlo.
Y tal vez a Haegr le iban a crecer alas e iba a aprender a volar, pensó Ragnar. Se
sorprendió de comprobar que Torin estaba su lado, caminando al mismo paso. Debía
de haber venido de un pasillo lateral a favor de viento.
—Buenas —dijo—. Deseando recibir las órdenes de hoy, ¿no?
—No tengo ni idea de cuáles son.
—Ya lo averiguarás en seguida. ¿Qué te pareció la pequeña aventura de anoche?
—Fue interesante, aunque todavía me pregunto por qué decidieron atacarnos
aquellos hombres.
—No hay duda de que el informe de los arbites estará ya en la mesa de Valkoth.
Él nos dirá si se ha descubierto algo interesante, aunque dudo que así sea.
—¿Por qué? ¿Quiénes crees que eran esos hombres?
—Pueden haber sido varios: unos jóvenes zelotes matones a quienes no les gustan
los extranjeros; unos agentes de otra casa que querían ponernos a prueba y
avergonzar a los miembros de la Casa Belisarius, o unos jóvenes de clase bien que
buscaban animación en una noche aburrida.
—¿Son lo bastante estúpidos como para atacar a tres Lobos Espaciales?
—Te sorprendería saber lo que un hombre puede hacer sí está lo suficientemente
borracho o ha tomado mucha furia.
—Me sorprendería que decidiera atacarnos a nosotros tres.
—Para ser franco, a mí también. Parecía más planeado que todo eso, ¿verdad?
—Sí.
Pasaron al lado de una chica del placer dorado que iba vestida sólo con ropas
diáfanas. Andaba a grandes zancadas, como si no estuviera semidesnuda. Un ligero y
atractivo olor a feromona flotó en el aire tras ella.
—¿Tú qué crees? —preguntó Ragnar, mientras los ojos de Torin seguían a la
chica.
—Que es muy atractiva.
—Me refiero a los que nos atacaron.
—Agentes de alguna dase, aunque no estoy seguro de quién. Ni tampoco por qué.
Nunca se puede estar seguro de estas cosas en Terra. De todas formas, las cosas se
están volviendo un poco tensas en este momento.
—¿En qué sentido?
—Políticamente. Se están produciendo un montón de maniobras entre las casas.
—Yo pensaba que siempre las había.
—Ahora más de lo normal.
—¿Por qué?
—El viejo Sarius, el representante de los Navegantes ante los Altos Señores de
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Terra, está muriéndose.
—¿Por qué debería eso afectar a los demás?
—Todo el mundo quiere tener algo que decir en la elección del sucesor.
—¿Tan poderoso es ese cargo?
Torin se echó a reír y sonrió a un par de chicas de servicio que pasaron portando
cuencos de alguna clase de líquido perfumado.
—Todo lo contrario. El representante de los Navegantes entre los Altos Señores
siempre ha sido poco más que una figura decorativa.
—¿Entonces por qué se preocupa la gente por la sucesión?
—Porque en teoría la voz del Navegante tiene poder. Todos los Altos Señores lo
tienen. Sarius no tiene poder porque procede de una casa relativamente menor con
muy poco apoyo de las más poderosas. Ninguna de las grandes casas permitiría que
alguno de sus rivales alcanzara ese puesto. Al menos ninguno de ellas lo ha
conseguido en los últimos dos mil años. Eso marcaría su preeminencia sobre las
casas. Los demás han tendido a tomarla contra cualquiera que pareciera que podría
conseguirlo. Un hombre débil de una casa débil puede ser influenciado por
cualquiera. Y se puede contar con que no hará nada que pueda perturbar el equilibrio
de poder.
—Todo eso me parece un poco de tontos. Los líderes deben ser fuertes, no
débiles.
—Ragnar, has hablado como un verdadero guerrero fenrisiano, amigo mío.
Ningún Navegante quiere un líder fuerte en las casas, salvo que sean ellos mismos,
por supuesto.
—¿Y esta vez es diferente?
—Tal vez. Siempre es un momento difícil. Todas las casas grandes temen que las
demás puedan intentarlo y que les ganen por la mano. Se vigilan entre sí como
halcones. Hay un toma y daca continuo y un gran tráfico de influencias.
—Increíble —dijo Ragnar. No quería parecer demasiado interesado. Todo eso
parecía estar de alguna manera fuera de las responsabilidades de un Lobo Espacial.
Torin se reía entre dientes.
—Me recuerdas a mí mismo cuando era un recién llegado aquí —dijo—. Estudia
estas cosas, Ragnar, apréndelas. Son importantes. Pueden determinar contra quién
lucharemos el día de mañana o el año que viene…, y cómo. Nunca viene mal
entender la situación política.
—Un Lobo Espacial lucha donde se le manda.
—Un día, Ragnar, puede que seas tú quien mande.
Habían llegado a la cámara de Valkoth. El viejo marine ya estaba sentado en el
trono de su escritorio. Era como si nunca lo hubiera abandonado. Un montón de
papeles se repartían sobre la mesa. Ragnar se preguntaba si aparecerían Torin y él en
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alguno de ellos.
—Buenos días, hermanos —dijo Valkoth, según entraban. Sus maneras eran más
melancólicas de lo normal—. Tenéis un día muy atareado por delante, y bastante
interesante. Vais a ver un sitio que pocos miembros del Cuchillo del Lobo han visto,
al menos sin encabezar una fuerza de ataque.
—¿Cuál es ese sitio? —preguntó Ragnar. Torin sonrió.
—El palacio Feracci. Tenéis que escoltar a lady Gabriella en una visita a su tía.
Quiero que intentéis y que consigáis que vuelva a casa en una pieza. Id a sus
habitaciones y poneos a su disposición.
Sus palabras y maneras habían sido bastante informales, pero era evidente que
debían retirarse.
Si Ragnar había llegado a creer que sus habitaciones eran opulentas, ahora se
sentía como un pordiosero. La habitación más pequeña de la suite de Gabriella era
más grande que todo el espacio del que disponía para vivir. El lugar estaba lleno de
muebles antiguos. Estanterías repletas de tomos polvorientos cubrían las paredes. Un
enorme escritorio dominaba la cámara.
Mirando a través de las grandes arcadas, Ragnar se dio cuenta de que incluso el
balcón era más grande que su cámara. Todo tenía el monograma con el emblema de
la casa.
Muchachas de servicio iban y venían libremente. Ragnar esperaba. Torin
estudiaba las pinturas de la pared. Eran escenas de paisajes extranjeros.
—Celebasio —dijo.
—¿Qué? —dijo Ragnar.
—El pintor. Bastante famoso. Él hizo los murales de los salones de la audiencia
norte. Los miembros de la Casa Belisarius fueron sus últimos y más ricos mecenas.
Cada una de estas pinturas cuesta el rescate de un potentado.
Ragnar pensaba que eran bonitas, pero no funcionales.
—En Fenris las utilizaríamos para encender el fuego.
—No estás en Fenris ahora, Ragnar, y deja de intentar aparentar que eres Haegr.
Necesitarías engordar cien kilos y tener el mostacho de una foca antes de que
pudieras lograrlo.
Ragnar se echó a reír a pesar de que no era su intención.
—¿Quiénes son los Feracci?
—Una de las otras grandes casas navegantes, tal vez la mayor. Son los rivales
más peligrosos de la Casa Belisarius.
—Pensaba que Gabriella iba a visitar a su tía.
—Es lo que tienen los Navegantes, amigo, que están todos emparentados: sólo se
casan con otros Navegantes. Lo hacen para preservar las líneas de sangre que les
otorgan sus poderes. Sin embargo, no se pueden casar con Navegantes de su propia
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casa, por razones que ya te puedes imaginar…, aunque he oído que ya ha ocurrido
alguna vez.
—¿Así que se casan con sus enemigos?
—Se casan con quienes les mandan. Todos los matrimonios son concertados para
mantener fuertes las líneas de sangre. Hay grandes libros de genealogía que detallan
los puntos fuertes y débiles de cada línea de sangre. Los Navegantes procrean de la
misma forma que la gente cría perros o caballos.
Ragnar reflexionó sobre eso. El ya conocía estas cosas, por supuesto, o al menos
las máquinas didácticas habían dejado los conocimientos en su cabeza. Pero tener los
conocimientos enterrados en los más profundos recovecos de la mente no era lo
mismo que saber de ello de primera mano. Hasta entonces había sido sólo un poco de
sabiduría, interesante pero aparentemente inútil. Ahora que estaba familiarizado con
las personas involucradas, todo parecía un poco inhumano. Torin advirtió su
expresión.
—Ésa es su manera de actuar —dijo—. Y las casas navegantes son anteriores
incluso a los Capítulos de los Marines Espaciales, así que debe de funcionar. —Hizo
un gesto con el brazo, señalando los suntuosos aposentos—. Se podría decir que les
ha ido bastante bien.
—A veces me pregunto por qué quieren más, cuando tienen toda esta riqueza —
dijo Ragnar.
—Pregunta a Haegr. El puede comerse cien dulces y seguir queriendo más. Horus
era el hombre más poderoso del Imperio después del Emperador. Algo le hizo
rebelarse.
—El maligno —dijo Ragnar, escandalizado por el ejemplo que había utilizado
Torin.
—La ambición —dijo Torin—. En un primer momento, por lo menos.
—No creo que a los Sacerdotes Rúnicos les guste oírte hablar así —dijo Ragnar.
—En eso estoy de acuerdo contigo, amigo, pero si te quedas en este planeta el
tiempo suficiente, entenderás por qué pienso de esta forma.
Ragnar pensó en Berek y Sigrid y en los otros lores Lobo, con su sed de gloria, y
en sus corazones ansiosos por sentarse en el Trono del Lobo. No era necesario ir a
Terra para encontrar la ambición.
—Algunas personas, cuanto más tienen, más quieren. Y los gobernantes de las
casas navegantes se encuentran entre las más ricas y poderosas del Imperio. Algunas
incluso reclaman que son ellas las más poderosas.
Ragnar ya había oído esa opinión antes. Sin los Navegantes, el comercio se vería
reducido a un mero goteo y las flotas imperiales tan sólo harían viajes cortos entre
estrellas cercanas. Los Capítulos de los Marines Espaciales estarían en una situación
similar. Grandes extensiones del Imperio quedarían fuera de contacto y volverían a la
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barbarie o serían conquistadas por potencias extranjeras. Las casas navegantes tenían
un monopolio efectivo sobre los viajes interestelares de larga distancia. Si alguien
pudiera unir todas las casas en una sola, controlaría el Imperio. Así de grande sería su
poder político.
Tal vez ésa fuera la razón por la que el Emperador había alentado la creación de
tantas casas rivales, pensó Ragnar. Tal vez él había previsto las consecuencias de
tener un gremio unido de Navegantes. O tal vez estaba dejando volar demasiado lejos
su imaginación. Decidió esperar hasta que tuviera una mejor comprensión de los
hechos antes de obtener conclusiones.
—¿Cómo son los miembros de la Casa Feracci? —preguntó.
—Despiadados, enérgicos, manipuladores, más que la mayoría de los Navegantes.
Su señor, Cezare, es considerado por muchos como el hombre más ambicioso del
Imperio, y el más cruel y despiadado.
—Tiene muchos competidores para esos tres títulos, o eso parece.
—El hecho de que le preceda su reputación ya debería decirte algo.
—No puede ser tan malo como todo eso.
—Así que haciendo de abogado del diablo para sonsacarme más información,
¿eh? Muy inteligente, amigo.
Ragnar se sintió un poco avergonzado por ser tan transparente. Torin continuó
hablando de todos modos.
—Es un diablo listo, ya lo creo, y un gran mecenas de las artes…, como los
grandes señores. Supongo que tienen que hacer algo con el dinero, pero por debajo de
esa fachada, es un conspirador y un manipulador, y además es inteligente. Los planes
evidentes esconden los maliciosos, estratagemas dentro de estratagemas que a su vez
contienen estratagemas.
—Suena como si casi le admiraras.
—Tengo cierto respeto por él.
—Y le has estudiado, se nota.
—Ragnar, amigo, él es el enemigo. No importa lo que diga, no importa lo que
oigas, no importa lo que cualquiera te diga, nunca pierdas de vista ese hecho. A los
miembros de la Casa Feracci les encantaría ver destruidos, o al menos humillados, a
los de la Casa Belisarius. Hay una enemistad desde hace muchos años entre las dos
casas. La Casa Belisarius es un gran obstáculo en el camino de Cezare y él tiene el
hábito de eliminar los obstáculos.
—Y, sin embargo, lady Gabriella está a punto de hacerle una visita.
—Rivales, socios, familiares, así es como se hacen las cosas aquí.
Independientemente de todo eso, los negocios deben seguir adelante. Sólo porque
estés planeando cortarle el cuello a alguien, eso no quiere decir que no os podáis
beneficiar con un buen trato mientras tanto.
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—Suena muy complicado.
—Sigue así, Ragnar. Actúas muy bien como un simple fenrisiano. No vas a tener
ningún problema aquí.
—¿Y tú qué papel estás haciendo, Torin?
—Tal vez yo tenga más de simple fenrisiano de lo que parece. —A Ragnar eso le
pareció muy difícil de creer.
En ese momento lady Gabriella emergió de su cámara. Estaba vestida con el
uniforme de gala de Navegante una vez más, con el distintivo de su casa sobre la
chaqueta y la hebilla del cinturón. Una espada en la vaina y una pistola en la funda
colgaban de su cinturón.
—¿Nos vamos? —dijo ella. Tenía una ligera expresión agria en la cara. Ragnar se
preguntaba si les habría estado escuchando. Empezaba a sospechar que todas las
habitaciones de estos palacios tenían dispositivos de escucha escondidos.
—Apenas decorado, y con sensibilidad, ¿verdad? —murmuró Torin mientras
mantenía el aleteador en espera sobre la torre Feracci. Gabriella se echó a reír
ruidosamente. Ragnar contuvo una sonrisa. Parecía que habían dorado la aguja de un
kilómetro de altura de la torre Feracci. Las estatuas y gárgolas ocupaban miles de
nichos en las paredes, flanqueando las ventanas arcadas con vidrieras. Por
comparación habría convertido un templo imperial del período alto decadente en un
edificio de buen gusto. Y, sin embargo, no se podía negar que era impresionante. Era
mucho más alto que el palacio Belisarius y era fácilmente la mayor estructura visible
hasta el horizonte más remoto.
La aguda vista de Ragnar descubrió los emplazamientos de armas escondidos en
el trabajo de dorado. No tenía duda alguna de que las paredes eran gruesas y que
estaban blindadas. Incluso antes de que aterrizaran, fueron interceptados y escoltados
por dos cañoneras fuertemente blindadas que mostraban el distintivo del león dorado
rampante de los Feracci. El león inscrito dentro de un ojo ondeaba en las miles de
banderas que adornaban el edificio.
Hombres armados los esperaban en la zona de aterrizaje del tejado. Iban
acompañados por un joven Navegante alto y delgado. Era atractivo en su delgadez,
con el cabello negro como ala de cuervo cayendo sobre sus hombros.
Torin emergió por un lado de la nave; Ragnar, por él otro. Sólo cuando ambos
echaron un vistazo alrededor para comprobar que no hubiera amenaza evidente
alguna, hicieron una señal para que Gabriella saliera.
—Saludos, prima Gabriella —dijo el hombre joven, haciendo una reverencia. Le
sonrió cálidamente al incorporarse. Trataba a los dos Lobos Espaciales como si no
estuvieran allí. Ragnar no estaba acostumbrado a que se hiciera caso omiso de él. El
hecho de que fuera capaz de hacerlo decía mucho de la capacidad de autocontrol del
joven. No muchos mortales eran capaces de ello.
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—Saludos, primo Misha. —Gabriella devolvió la reverencia con otra tan cortés
como la de él. Sonrió. Ragnar se quedo sorprendido al observar que ambos parecían
realmente sentir un aprecio recíproco. Podía ser eso o que ambos eran muy buenos
fingiendo. Como eran Navegantes, sus olores eran demasiado extraños para que
pudiera percibir la verdad.
—Mi padre te quedará agradecido si pudieras acompañarlo en su cámara —dijo
Misha—. No te privará de mucho tiempo. Sabe que estas deseando visitar a tu tía.
—Será un honor —respondió ella.
—Esto no estaba en el programa —dijo Torin en voz tan baja que sólo un Lobo
Espacial podía oírlo—. Veamos qué ocurre.
Momentos después un ascensor los transportó a las entrañas de la torre Feracci. El
cierre de las puertas fue como el aldabonazo de una trampa.
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CAPÍTULO 9
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Ragnar estaba sorprendido por el entorno donde Cezare Feracci los había recibido. Se
trataba de un jardín, un gran invernadero situado sobre una de las alas inferiores que
sobresalían del lateral de la torre. El aire era cálido y húmedo y olía a toda clase de
exóticas flores de otros mundos. Fueron conducidos a lo largo de una docena de
caminos que se retorcían en dirección al mismísimo centro del lugar. Todo era parte
de un patrón, se dijo a sí mismo, junto con el aparentemente interminable equipo de
seguridad y vigilancia por el que habían pasado en su camino hacia allí.
Un hombre de estatura elevada los estaba esperando en medio de un bosquecillo
de preciosas plantas similares a las orquídeas. Se parecía a Misha, aunque tirando a
grueso. Tenía un poco de papada y las mejillas ligeramente hinchadas. La túnica
suelta que llevaba escondía una pequeña barriga, pero a pesar de ello Cezare se
conservaba bastante bien. Era evidente que debajo de la grasa había unos músculos
duros. Su sonrisa era agradable, pero la mirada era agresiva. La cara era muy pálida y
contrastaba con unas cejas y una barba incipiente muy oscuras. Un anillo de puro
platino recubría el ojo pineal.
El parecido familiar entre Misha y él era claro, más obvio incluso que el que
tenían Gabriella y lady Juliana. Cuando entraron los Lobos, Cezare los estudió con
interés y sin miedo. Era mera curiosidad. El olor que desprendía el hombre era
extrañamente plano, pero de una textura diferente al del resto de los Navegantes. En
todo caso, era incluso más difícil de leer que el de los otros. Ragnar sintió lo mismo
que si estuviera en presencia de un ser extraño que vistiera la carne de un cuasi
humano. Pudo notar que Torin sentía lo mismo cuando percibió el olor de su
compañero Cuchillo del Lobo. Había otros olores presentes que estaban parcialmente
camuflados por el de las plantas. Pertenecían a hombres…, guardias y observadores a
corta distancia.
Cezare sonrió. Había cierta calidez y encanto en su sonrisa. Los dientes eran muy
blancos y cuadrados.
—Bienvenida, prima. ¿Te gusta mi jardín?
—Es muy bonito. Debe de llevar una cantidad considerable de tiempo mantenerlo
así.
—Todas las grandes y complejas empresas lo llevan —dijo Cezare—. Cuidar un
jardín es como llevar una casa. Debes saber qué plantas debes estimular y qué malas
hierbas debes podar.
Ragnar casi comenzó a despreciar a ese hombre, con su discurso de jardinería,
pero se dio cuenta en ese momento de que estaba dando de comer a las plantas. Había
sacado de una bolsa un pequeño roedor que no dejaba de moverse y lo estaba
empujando, todavía vivo y retorciéndose, hacia la campana de la orquídea. Instantes
después el forcejeo del animal cesó y sus ojos adoptaron una mirada vidriosa y
extática. Ragnar captó el aroma de un perfume narcótico. Sintió un ligero hormigueo
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en la piel mientras su sistema lo analizaba y lo neutralizaba. La planta ya se había
tragado la rata, como una serpiente dando cuenta de su presa.
Cezare sonrió abiertamente al ver la expresión de Ragnar.
—Ésta planta es todo un premio, una orquídea atrapadora roja, del mundo de
Mako. Algunas pueden llegar a crecer lo bastante como para tragar a un hombre.
—Lo sé —dijo Torin—. He luchado allí.
Ragnar cayó en la cuenta de que su maldad seguía un método. Miles de sutiles
perfumes inundaban el ambiente, y muchos de ellos eran narcóticos. Ésa simple
abundancia causaba confusión, salvo que uno se concentrara. Se sentía como un
hombre intentando oír una conversación en una habitación donde estuviera sonando
música a gran volumen. ¿Sería consciente Cezare de los extraordinarios sentidos de
los Lobos Espaciales? Casi seguro que sí. ¿Temía que pudieran descifrar sus
emociones también, o existía algún otro sutil propósito para celebrar la reunión en
este lugar?
Cezare dio una palmada y varios sirvientes se materializaron desde el bosque de
plantas. Ragnar sospechaba que debía de haber unos tubos gravitatorios repartidos
por el bosque…, de ahí que su entrada fuera tan rápida y suave. El sonido del agua
cubriría fácilmente el apenas perceptible desplazamiento del aire. Los hombres tenían
la apariencia de sirvientes, pero Ragnar estaba seguro de que llevaban armas.
Se sintió un poco vulnerable. Estaban solos en el palacio de uno de los mayores
enemigos de Belisarius, un hombre que tenía miles de hombres armados dispuestos
para actuar en cualquier momento. Se preguntaba qué pasaría si desaparecieran. En
seguida descartó ese pensamiento. Simplemente estaba desconcertado, confundido
por el inesperado ambiente y por el olor.
Ragnar cayó en la cuenta de que todo había sido diseñado para hacer que se
sintiera de esa forma. Sin hacer una amenaza abierta, Cezare había conseguido que se
sintiera incómodo y descentrado. Torin estaba en lo cierto. El hombre era sutil y
peligroso. Aun así, incluso en esas circunstancias, Ragnar estaba seguro de que
podría romperle el cuello antes de que un humano normal pudiera reaccionar. Cezare
seguramente sabía eso y parecía completamente tranquilo, aunque los guardaespaldas
de Gabriella estaban mucho más cerca que los suyos.
Bien. Era valiente, y estaba seguro de sí mismo. Los sirvientes sacaron una mesa
gravitatoria y dos sillas flotantes. Rápidamente aparecieron comida y bebida sobre el
mantel, junto con una cubertería de platino. Ragnar pudo sentir un fuerte aroma a
especies en la comida, aunque probablemente eso significaba que los Navegantes lo
consideraban una exquisitez.
Ragnar se movió alrededor del espacio abierto para cubrir un ángulo, mientras
que Torin se acercó para cubrir el otro. La espesa vegetación tapaba casi todas las
vías de acercamiento. Un centenar de hombres podrían estar escondidos allí.
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De pronto, y de forma tan sutil que hizo dudar a Ragnar, sintió el toque suave
como el de una pluma de un extraño roce de energía contra su mente. Un psíquico,
pensó. Inmediatamente se puso en guardia, alzándose en su sitio las defensas
automáticas de su subconsciente. Comenzó a recitar letanías protectoras en voz baja.
Sabía que estaría a salvo… El ataque no era muy osado o potente. Durante un
instante reflexionó sobre qué debía hacer. ¿Debía buscar al psíquico? ¿Debía acusar a
Cezare Feracci de emplear brujería contra él? Un detenido análisis le dijo que la
respuesta era no. No tenía ninguna prueba, solo sus sospechas Cezare lo negaría sin
problema alguno y haría quedar como un tonto a Ragnar. Se mordió la lengua.
—Querías hablar conmigo, lord Feracci —dijo Gabriella, sonriendo amablemente
—. Siento curiosidad por saber por qué el señor de esta casa desea hablar conmigo.
—Por dos cosas —dijo—. A mi hijo Misha le gustas. Le has gustado desde el
primer baile al que ambos asististeis. Soy un padre muy indulgente. Me gustaría saber
qué sientes por él.
Ragnar prácticamente sintió cómo Torin se ponía rígido. No se esperaba eso.
Gabriella también parecía aturdida y un poco desconcertada. No cabía duda de que
ésa había sido la intención de Cezare. Tal vez había dirigido hacia él la sutil sonda
psíquica por una razón similar.
—Le tengo en estima. ¿Estamos hablando aquí de un compromiso de
matrimonio?
—Digamos que me gustaría averiguar lo que tú tu familia pensáis de él como
posible pareja.
—Esto deberías planteárselo a mi familia.
—Cierto. Debemos abrir canales de consulta sobre este asunto.
Ragnar inmediatamente vio que dichos canales podrían ser utilizados para otras
cosas. Mientras se negociaba la boda, ambas casas podrían negociar otras cosas.
Ciertamente sutil.
—Comunicaré tu… sugerencia a mi familia.
Cezare se echó a reír con ganas, recordando a Ragnar el ronroneo de un tigre.
Alargó un brazo hacia la comida y se puso a comer con placer.
—¡Come! ¡Come! —dijo.
—Has mencionado otro asunto —dijo Gabriella, pinchando con el tenedor unos
pequeños peces plateados que estaban nadando en la sopa.
—Es cierto. Un asunto muy importante —dijo Cezare cordialmente—. Alguien
está asesinando a Navegantes. Exactamente como asesinaron a tu difunto padre. Se
han producido varios atentados contra mí. Dos de mis hijos han desaparecido.
También se han producido bajas en otras casas.
—Sería de interés para nuestras casas averiguar de quién se trata —dijo Gabriella,
claramente escogiendo sus palabras con mucho cuidado.
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—Creo que ya lo sé —dijo Cezare—. ¿Qué sabes de la Hermandad?
—Se trata de una sociedad secreta de zelotes, muy popular entre las clases
inferiores. Predican en las antiguas madrigueras situadas por debajo de Terra. Nos
llaman mutantes. Odian a los Navegantes, pero no más que a otros cultos.
—Yo creo que son los peones de nuestros enemigos. Sus fanáticos asesinaron a tu
padre. Dos de ellos casi consiguen matarme cuando visité hace dos días el santuario
de San Solsticio. Su inteligencia es asombrosa. Pocos tenían conocimiento de la visita
y todos ellos eran de confianza. Confieso que al principio pensé que Alarik estaría
detrás de ello, pero, teniendo en cuenta la suerte de tu padre, ya no estoy muy
convencido de ello.
Ragnar estudió la conversación. ¿Por qué estaba Cezare confesando una debilidad
a un representante de sus peores enemigos? Esto era más complicado de lo que
parecía. Claramente Gabriella pensaba lo mismo. ¿Por qué había mencionado al
chambelán Belisarius y luego lo había descartado? Una acusación así podría haber
constituido una declaración de guerra entre los Capítulos de los Marines Espaciales.
«Ten cuidado —se dijo Ragnar—. No estás tratando aquí con Marines Espaciales
sino con algo infinitamente más taimado».
—Puedo asegurarte que Alarik no tiene nada que ver con esto —dijo Gabriella.
Ragnar se dio cuenta de que era todo lo que podía decir.
—Te creo —dijo Cezare con una sonrisa inquebrantable, aunque su tono estaba
lleno de sentidos contradictorios.
—¿Qué quieres que hagamos respecto a todo esto?
—Podríamos unir recursos, influencias e información. Estoy dispuesto a
proporcionarte informes de nuestros servicios secretos. Haré que te los entreguen en
tu aleteador antes de que te vayas.
—Eso es muy generoso por tu parte.
—No. Es en mi propio interés. Éstos son tiempos muy problemáticos. Nuestros
enemigos se multiplican. Las casas navegantes debemos permanecer juntas o seremos
devoradas por separado.
—Me has dado muchas cosas en que pensar. Te garantizo que comunicaré tus
palabras cuando vuelva con la Celestiarca.
—No pido nada más. Ahora, si me perdonas, debo irme. Los movimientos del
comercio no esperan a nadie. Te deseo prosperidad y libertad —dijo, levantándose.
Gabriella se levantó también—. Por favor, acaba tu comida —dijo, alargando la
palma de la mano.
—Todo es delicioso, pero ya no tengo hambre. Además, mi tía me está esperando.
—Tu lealtad a tu familia es muy loable. El mayordomo te llevará a ella. Ten la
plena seguridad de que está recibiendo los mejores cuidados disponibles en Terra. Es
lo menos que puedo hacer por la primera esposa de mi difunto hermano.
Misha Feracci los estaba esperando fuera de las habitaciones. Una sonrisa iluminaba
su atractiva cara.
—Pensé que te gustaría que te acompañara hasta la nave —dijo.
Cezare se echó hacia atrás sobre el estrado y miró detenidamente al mortífero hombre
que tenía delante. No le importaba admitir que Xenothan lo ponía nervioso, más
incluso que los preciados guardaespaldas de la pequeña Gabriella. El alto y espigado
hombre, aparentemente inofensivo, era bastante capaz de matar a cualquiera de
aquella habitación, incluso a Wanda, su psíquica particular, y salir vivo de la torre. Se
encontró cuestionándose, y no por primera vez, la prudencia del rumbo que había
tomado. Sonrió y se encogió de hombros. Toda gran empresa que se emprendía
engendraba riesgos, y nunca se había ganado un gran premio sin arriesgar algo. Su
propia carrera le había demostrado esto una y otra vez. Los Ancianos lo habían
escogido por su propensión a la crueldad y a la astucia, y por el hecho de que hubiera
eliminado a todos los demás candidatos, incluyendo a su propio y querido hermano.
Ragnar agarró con fuerza los mandos de la mochila de salto y pulsó el acelerador. Un
chorro de gas lo alejó de la nave. Inició una larga y lenta trayectoria hacia el distante
—¿Qué te pasa, Ragnar? —le preguntó Valkoth cuando entró en la cámara donde los
demás estaban meditando—. Tienes pinta de que alguien se te haya meado en la
cerveza.
—Eso sería una mejora para algunas de la cervezas de Terra —dijo Haegr con un
tono de voz que indicaba que sabía de lo que hablaba.
—Pasé por delante del sitio donde están interrogando a Pantheus.
—¿Y?
Valkoth parecía interesado de verdad, y su olor lo confirmaba. Los demás también
le prestaron atención.
—Por lo que se oye, parece que le están grabando el águila de sangre en la
espalda.
—Dudo mucho que los Navegantes hicieran algo tan poco sofisticado —dijo
Torin—. Utilizan máquinas: tubos de inducción neural, electrodos. Me imagino que
drogas también.
A Ragnar le gustó muy poco que Torin pareciera tan familiarizado con todo
aquello.
—Los métodos antiguos son los mejores —dijo Haegr—. Aunque lo cierto es que
La vista desde la parte superior del palacio Belisarius era impresionante. Ragnar
podía ver hasta el horizonte a través de la neblina de la contaminación. Ésa misma
contaminación apagaba y refractaba la luz del sol creando un arco iris que cubría todo
el cielo. Tenía ante él todos los viejos rascacielos y los enormes templos y palacios
del distrito de los Navegantes. Gabriella le señaló las diversas residencias de las
familias rivales y sus pistas espaciales privadas.
Parecía más alegre y se estaba más a gusto con ella. Ya no tenía preocupaciones.
Tenía un aspecto casi juguetón, aunque probablemente era una palabra poco
apropiada para el autocontrol de una Navegante como ella. Ragnar sentía detrás de la
máscara de alegría ese tenso autocontrol.
Los sirvientes iban y venían a su alrededor. Ella no parecía prestarles más
atención que la que prestaba a los muebles, pero Ragnar sí lo hacía. Tenía que
hacerlo. Toda persona que se acercaba a distancia de ataque era una amenaza
potencial y tenía que tratarla como tal. Ya se había producido un intento de asesinato
contra Gabriella, y su padre había muerto a pesar de estar rodeado de sus guardias. Se
preguntó cuán fácil sería introducir otro asesino en el palacio. Supuso que no sería
demasiado difícil con los contactos apropiados.
Aquello era tan agotador como las noches de patrulla: tenía que estar
constantemente en guardia al mismo tiempo que mantenía una conversación. Sabía
que tenía que prestar atención. Los Navegantes no malgastaban las palabras. De
hecho, creían que lo mejor era que una frase tuviese el mayor número posible de
significados, y la mayoría de ellos ambiguos. Se preguntó si aquella característica
formaría parte de su mutación. ¿Funcionarían sus mentes de un modo tan retorcido
desde su nacimiento o por haberse criado en aquel tipo de sociedad? Decidió que
quizá se debía un poco a ambas cosas.
Un sirviente se acercó demasiado y Ragnar lo miró fijamente. El hombre dio un
El pasillo estaba a oscuras y era lóbrego. Las paredes desconchadas tenían el aspecto
de llevar allí desde que se construyeron las primeras ciudades en Terra. El aire estaba
repleto de los olores a hongos, a podredumbre, a agua contaminada y a óxido. Unas
enormes ratas huían delante de ellos en la oscuridad.
—He estado en sitios más animados —comentó Ragnar—. Los peregrinos no ven
esta parte de Terra.
—Yo podría haber vivido alegremente sin conocerlo —respondió Torin,
limpiándose con un gesto de fastidio una mancha de mugre que le había caído sobre
la hombrera. Se había atado limpiando de forma meticulosa desde que había
comenzado a gotear agua desde el techo. Detrás de ellos avanzaba toda una compañía
de guardias de la Casa Belisarius. Eran las mejores tropas de las que disponía la casa
en ese momento. Ellos encabezarían el ataque. Valkoth se había quedado en el
edificio principal para proteger a la Celestiarca. Torin estaba al mando de la misión.
—Esto no es lo que yo me esperaba —insistió Ragnar en voz baja. El agua
contaminada ya les llegaba a las rodillas. Se preguntó si alguien de allí abajo la
bebería. Lo más probable era que, al carecer del sistema digestivo de un Marine
Espacial, el que lo hiciera acabara envenenado o que sufriera una mutación en
—¿Qué es lo que harán tus amigos ahora? —preguntó Ragnar a Antoninus después
de quitarle la mordaza. Por un momento pareció que el hereje no estaba dispuesto a
contestar, pero Haegr gruñó.
—Ya que no os han encontrado todavía, se dividirán por grupos y registrarán la
zona. Lo más probable es que pidan apoyo y refuerzos al templo. No os dejarán
escapar con vida. —Antoninus no logró evitar que se le notara en la voz la
satisfacción que sentía.
Ragnar estudió el terreno que los rodeaba. Cuanto más se alejaban de la zona
habitada por todos aquellos desposeídos, más derruidas parecían las chozas y más
bajos eran sus techos. Unos cuantos animales inmundos los acechaban. Sin embargo,
según Linus, se estaban acercando a su antiguo lugar de trabajo.
Era difícil imaginar que los humanos vivían y trabajaban en aquellos agujeros
para ratas, pero él escriba insistía en que allí se habían establecido cientos de
personas. La mayoría se habían mudado de sus habitáculos parecidos a celdas cuando
se quedaron sin trabajo, aunque unos cuantos todavía seguían entre los escombros,
llevando una existencia miserable. Linus decía que no conocían nada más que eso.
Habían pasado toda su vida en la zona y no concebían la idea de trasladarse de lugar.
Ragnar reconsideró lo que pensaba del hombrecillo. Le había creído acomodaticio
e incapaz de arriesgarse, pero se dio cuenta de que en realidad, si se terna en cuenta el
tipo de vida que Linus había llevado, había sido mucho más emprendedor y
arriesgado que la mayoría de la gente de aquella zona Al menos, se había marchado
de aquel lugar y estaba pensando en alejarse todavía más Ragnar pensó de nuevo en
el pecado de la relatividad Antoninus miraba alrededor con desdén. Por lo que a él se
refería, la gente que vivía en un lugar como aquél estaba demasiado baja en la escala
social como para que le preocupase. Era algo obvio.
Se dio cuenta de que habían ascendido al menos un nivel en el recorrido de
aquella zona. La escalera era muy larga y estaba oxidada en numerosos sitios. Unas
enormes telarañas bloqueaban el paso, y, según Linus, debían de haberlas tejido muy
Ragnar no podía dormir. El sueño no llegaba. Algo no iba bien. Lo sentía en el aire.
La bestia en su interior gruñía, y él entendió su inquietud, aunque no el motivo. Se
levantó de la cama y se puso a caminar por los pasillos. Pasó por las estancias de
Haegr, pero el gigantón no estaba allí. Ésa noche estaba de guardia.
Se dirigió a la biblioteca. Quería encontrar un libro, algo que lo entretuviera. Se
sorprendió al encontrar a Gabriella en el pasillo. Estaba vestida con su uniforme de
gala, y le sonrió.
—Es muy tarde para estar levantado —le dijo—. ¿O es cierto lo que se cuenta de
que los Lobos Espaciales nunca duermen? —Le sonrió para mostrarle que estaba
bromeando.
—Podría decir lo mismo de vos.
—He estado reunida con la Celestiarca. Todos hemos sido convocados a un
cónclave. Ahora que Gorki ha muerto habrá muchas negociaciones. Las casas quieren
encontrar ventajas en las negociaciones para ver quién ocupa el trono.
Skorpeus se dirigió hacia la entrada inferior. Allí había menos guardias. Lo saludaron
al pasar y él les devolvió la formalidad a todos, aunque a los que conocía los saludó
con un movimiento de cabeza. Hasta ese momento todo iba según el plan. Dio una
vuelta y se detuvo para hablar con los dos que estaban en la consola de seguridad.
—¿Todo va bien? —les preguntó. Ambos asintieron después de saludar.
El sargento Hope se quedó mirando a los nuevos sirvientes que avanzaban por el
pasillo. Uno de ellos era una muchacha muy atractiva. Pensó en buscarla para charlar
con ella cuando acabara su turno de servicio. En ese momento distinguió algo por el
rabillo del ojo. Se giró con rapidez y vio a un hombre al que no reconoció pero que
llevaba el uniforme de la Casa Belisarius. El individuo se movía como si tuviera
prisa. Una escuadra le seguía de cerca.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hope.
—Un fallo de seguridad —dijo el oficial—. Venga conmigo.
—No podemos abandonar el puesto, señor. —Procuró que no sonara como si
Xenothan avanzó por los pasillos esforzándose por tener el mismo aspecto
aterrorizado que la multitud que lo rodeaba. Se había producido un terrible caos en el
mismo corazón de la Casa Belisarius. Los planes que habían tardado tanto en crearse
estaban funcionando a la perfección. Los fanáticos andaban sueltos por las preciosas
criptas de los Navegantes. Los equipos de asalto estaban contaminando el suministro
de agua y de aire. Las fuentes de energía principales habían quedado inutilizadas.
Pudo escuchar el pánico por el microrreceptor que llevaba en el oído. La noticia
de que los intrusos habían atacado las criptas ya había llegado a los altos mandos
belisarianos, quienes suponían que los Ancianos eran el objetivo principal de la
incursión y habían enviado tropas para defenderlos. Había llegado el momento de que
Xenothan atacase. La distracción era la clave, ya que tenía que mantenerse dos pasos
por delante de sus enemigos. Eso era más valioso que la fuerza, la potencia de fuego
o la riqueza, y él era un maestro en ese aspecto. Atravesó el corazón del palacio
Belisarius en dirección a su objetivo. Antes de que acabara la noche, una de las casas
navegantes más poderosas y antiguas del Imperio quedaría en ruinas, y el señor de
Xenothan estaría un paso más cerca de su objetivo final.
La experiencia le indicó a Xenothan que algo iba mal. No había tanta seguridad en la
zona como debería haber. Le habían dado el alto bastantes veces, pero su apariencia,
junto a los pases y a los ritos que el traidor le había proporcionado, le permitieron
pasar sin ningún problema. Casi. Aquéllos que dudaron un poco vivieron tan sólo
unos cuantos segundos más. En aquel lugar deberían estar pidiéndole el santo y seña
de forma casi constante, pero no había demasiados guardias.
¿Era posible que el enemigo hubiera adivinado que se acercaba y hubiera
cambiado de estrategia? ¿Lo habrían traicionado a él? Pensó por un momento en
cancelar la operación, pero sólo fue un momento. Su señor no aceptaría otra cosa que
no fuese un éxito completo. De todas maneras, no había nada que sugiriese que había
fracasado. Decidió seguir adelante. Sin embargo, antes tenía que encontrar un lugar
para conectarse al canal de comunicación principal para que los fanáticos supieran
que se había producido un cambio de planes. Necesitaba saber si habían trasladado a
la Celestiarca, y si era así, debían retrasar su marcha, o incluso detenerla si era
posible.
Sonrió. Aquéllos pequeños contratiempos eran parte de la caza. Harían que su
triunfo fuese más placentero cuando los superara.
Torin se mantuvo pegado todo el tiempo a la mujer con la cara tapada por una
capucha, preparado para interponerse entre ella y cualquier peligro que apareciese
Olfateó el aire y estudió los rastros contradictorios. Distinguió el leve rastro de los
intrusos en el aire reciclado junto a las trazas de las toxinas que se habían soltado en
cantidades minúsculas. Se preguntó cuántas bajas habría. ¿Cuánta gente habría
muerto antes de que se hubiera logrado anular aquella forma de ataque?
Se reprendió. Lo que debía hacer era mantenerse atento a cumplir su tarea. Ya se
enteraría de todo lo malo que había ocurrido.
Todavía seguía asombrado por la audacia del ataque. Ya conocían por fin el
motivo del agrupamiento de las fuerzas de la Hermandad bajo la superficie del
distrito. Casi todos los fanáticos de Terra debían de encontrarse en aquel lugar.
¿Quién habría pensado que se atreverían a atacar a los Navegantes dentro de su
propia plaza fuerte? Aquello demostraba una osadía en la planificación y una
competencia en la ejecución que era casi admirable. Sin embargo, al día siguiente lo
pagarían con creces. Los belisarianos no repararían en gastos para descubrir quién
estaba detrás de todo aquello para vengarse.
Sin duda, los atacantes ya habrían previsto aquello y lo habrían tenido en cuenta
en sus planes. Habrían sido unos idiotas si no lo hubieran hecho así, y aquello no era
obra de idiotas. Fue una idea un poco escalofriante, en la que pensó con cuidado
mientras dirigía a la escolta de élite de la Celestiarca por las estancias del palacio.
Quizá el enemigo no esperaba que sobreviviese nadie capaz de estar en condiciones
de vengarse. Les demostraría que estaban equivocados.
Cuidado, se dijo Torin, la noche todavía no había acabado. ¿Quién sabía qué otras
sorpresas desagradables les tenían guardadas? A lo mejor se trataba de otro traidor.
Torin estaba seguro de que existía uno, al menos. Nadie podía haber penetrado en el
Ragnar observó con atención la llegada de Haegr. Con él iba una mujer vestida con el
uniforme de paseo de un Navegante normal. Ragnar la reconoció de forma inmediata:
era la Celestiarca. Valkoth había tomado una decisión muy arriesgada pero que había
salido bien. Haegr había conseguido protegerla durante todo el trayecto hasta las
criptas e incluso había logrado encontrar algo de comer por el camino. Tenía la barba
y los labios manchados de salsa y de grasa. Ragnar detectó el olor a venado asado.
—Apenas ha sido un combate de verdad, tan sólo unos cuantos hombres vestidos
de negro para decorar mi martillo con sus cerebros.
—Por lo que yo estoy profundamente agradecida —dijo la Celestiarca.
—Sin duda, señora —respondió Ragnar mientras la llevaba hasta la cámara de
seguridad.
Sólo había un modo de entrar y de salir de aquel lugar, pero era lo mejor que
había logrado encontrar en tan poco tiempo. Aquél sitio podía convertirse en una
trampa letal si los atacaban con una superioridad numérica insuperable, pero al menos