La Sangre de Aenarion - William King
La Sangre de Aenarion - William King
La Sangre de Aenarion - William King
www.lectulandia.com - Página 2
William King
La sangre de Aenarion
Warhammer. Tyrion y Teclis 1
ePub r1.0
epublector 27.03.14
www.lectulandia.com - Página 3
www.lectulandia.com - Página 4
Título original: Blood of Aenarion
William King, 2011
Traducción: Diana Falcón Zas, 2012
www.lectulandia.com - Página 5
Para mi hermano Eddie King, 1960-2010.
Te vamos a echar de menos, tío grande.
www.lectulandia.com - Página 6
Ésta es una época oscura, una época sangrienta, una época de demonios y
de brujería. Es una época de batallas y muerte, y del fin del mundo. En
medio de todo el fuego, las llamas y la furia, también es una época de
poderosos héroes, de osadas hazañas y grandiosa valentía.
Son tiempos aciagos. A todo lo largo y ancho del Viejo Mundo, desde las
tierras del Imperio humano y los caballerescos palacios de Bretonia hasta
Kislev, rodeada de hielo y situada en el extremo septentrional, resuena el
estruendo de la guerra. En las gigantescas Montañas del Fin del Mundo,
las tribus de orcos se reúnen para llevar a cabo un nuevo ataque. Bandidos
y renegados asuelan las salvajes tierras meridionales de los Reinos
Fronterizos. Corren rumores de que los hombres rata, los skavens, emergen
de cloacas y pantanos por todo el territorio. Y, procedente de los salvajes
territorios del norte, persiste la siempre presente amenaza del Caos, de
demonios y hombres bestia corrompidos por los inmundos poderes de los
Dioses Oscuros.
Los altos elfos, una raza antigua y orgullosa, parten de Ulthuan, una isla
mítica de ondulantes llanuras, escarpadas montañas y ciudades
resplandecientes. Gobernada por el noble Rey Fénix, Finubar, y la Reina
Eterna, Alarielle, Ulthuan es una tierra rebosante de magia, famosa por
sus magos y poseedora de una historia terrible. Grandes marinos,
artesanos y guerreros, los altos elfos protegen su patria ancestral de
enemigos cercanos y lejanos. Especialmente de sus malvados parientes, los
elfos oscuros con quienes están enzarzados en una terrible guerra desde
hace siglos.
www.lectulandia.com - Página 7
PRÓLOGO
www.lectulandia.com - Página 8
ejército del Caos que se extendía al pie del acantilado era tan sólo uno de muchos.
Había otros ejércitos, igual de numerosos y mucho mayores, repartidos por todo
Ulthuan y, por lo que sabía, por el resto del mundo. No podría vencerlos a todos con
las fuerzas de las que disponía.
Dio media vuelta y regresó al interior de su pabellón. Resultaba fútil contemplar el
tamaño de las fuerzas enemigas.
Desenvainó la Espada de Khaine. Refulgía con un negro infernal que proyectaba
sombras voraces que amortecían la luz de las lámparas que colgaban en el interior de
la gran tienda de seda. A lo largo de la hoja forjada en un metal desconocido ardían
runas rojas. La espada le susurraba obscenidades en un millar de voces, y todas ellas,
ya fueran autoritarias, suplicantes o seductoras, exigían la muerte. Era el arma más
poderosa jamás forjada, y aun así no era suficiente. Pesaba en sus manos con toda la
carga del fracaso. Por todo el bien que le había hecho, más le habría valido continuar
usando a Colmillo Solar, el arma que había hecho Caledor para él cuando todavía
eran amigos.
La espada estaba matándolo poco a poco, drenándole la vida gota a gota. Cada
hora que pasaba lo envejecía lo que un día entero a otro elfo. Sólo la vitalidad
sobrenatural que había adquirido al atravesar la Llama de Asuryan le había permitido
sobrevivir durante tanto tiempo, pero ni siquiera eso duraría siempre.
Si la espada no era alimentada con vidas, lo devoraba a él. Era parte del pacto
maléfico que había hecho cuando aún pensaba que era posible salvar el mundo,
cuando todavía se tenía por un héroe.
Morathi se movió en sueños y sacó fuera un brazo, que apartó la colcha de seda y
dejó a la vista un pecho perfecto; un mechón de su larga melena negra rizada quedó
atrapado entre sus labios al contonearse, sumida en algún sueño erótico. Las pociones
aún surtían efecto en ella; aún podía conciliar el sueño, por inquieto que éste fuese.
Hacía mucho que las drogas habían dejado de servirle, aunque las tomara en dosis
que habrían matado a cualquier otro.
El vino no sabía a nada. La comida tampoco tenía sabor. Vivía en un mundo de
sombras móviles mucho menos vívido que el que había conocido cuando era mortal.
Había renunciado a mucho para salvar a su pueblo: a sus ideales, a su familia, a su
alma.
«Mátala. Mátalos a todos.»
Las voces antiguas y maléficas de la espada susurraban constantemente dentro de
su cabeza. En el silencio de la noche aún podía no hacerles caso. Había habido
ocasiones, cuando se apoderaba de él una demente sed de sangre, en las que no podía
desoírlas, y había cometido actos que lo hacían arder de vergüenza y desear que el
vino todavía le hiciera efecto para hallar olvido en él.
Si hubiera quedado tiempo suficiente, habría llegado un día en que ya no habría
www.lectulandia.com - Página 9
podido resistirse a las insistentes peticiones de Matadioses, y nada habría estado a
salvo cerca de él. Si el demonio no acababa con el mundo, lo haría Aenarion.
Rió suavemente. Rey Fénix, lo llamaban entonces. Había atravesado las llamas
sagradas y, al salir por el otro extremo, en lugar de quemarse, se había vuelto más
fuerte, más rápido y más vivo de lo que podría estarlo cualquier mortal. Se había
ofrecido él mismo en sacrificio para salvar a su pueblo cuando los dioses habían
rechazado a todos los demás, y éstos habían aceptado la carne y el sufrimiento de
Aenarion como ofrenda y lo habían enviado de vuelta, transformado, para que llevara
a cabo la obra de los dioses.
Había muerto y renacido el día en que había atravesado la Llama de Asuryan, y
había atisbado cosas que habían destruido su cordura. Había visto el vasto mecanismo
dañado del universo ordenado, y lo que había por debajo y más allá de éste.
Había contemplado el Caos que borbotaba alrededor de todas las cosas durante
toda la eternidad. Había observado la sonrisa en la cara del dios demonio que
esperaba para devorar las almas de su pueblo. Había visto que los parientes del dios
demonio usaban los mundos como juguetes y las poblaciones como esclavos. Había
vislumbrado los grandes agujeros que tenía el tejido de la realidad, a través de los
cuales entraban el poder y los servidores del dios demonio para conquistar el mundo
de los elfos.
Había sido testigo de eternidades de horror y había sido creado otra vez, con una
nueva forma, renacido para luchar. Entonces había intentado con todo su nuevo
poder salvar a su pueblo de la ola de inmundicia demoníaca que inundaba el mundo.
Al principio pensó que podía vencer. Los dioses lo habían dotado de un poder
superior al de cualquier mortal. Él lo había usado para liderar a los elfos en una
victoria tras otra, pero cada triunfo les había costado vidas irreemplazables, y por cada
enemigo que caía, acudían dos más a ocupar su lugar.
Entonces no se había dado cuenta de que todo aquello era un chiste cósmico de
humor negro. Él sólo estaba ralentizando la destrucción de su pueblo, haciéndola más
dolorosa al prolongar la agonía.
Había tomado a la Reina Eterna por esposa, y ella le había dado dos hijos
perfectos, una promesa de un mañana mejor, o al menos de que aún habría un
mañana. Por aquel entonces él así lo había creído, pero su familia le había sido
arrebatada y asesinada por los demonios. Al final, no había sido capaz de proteger a
su propia familia, y esa pérdida le había arrancado el corazón.
Fue entonces cuando buscó la Isla Marchita y a la Matadioses. Se trataba de un
arma que nunca debería haber sido extraída del altar de Khaine, pero él se la había
llevado. Si los dioses le habían dado fuerzas, la espada lo había vuelto casi invencible.
Allí por donde él pisaba, los demonios morían. Allí donde él comandaba, la victoria
era inevitable. Pero no podía estar en todas partes, y las fuerzas que se le oponían se
www.lectulandia.com - Página 10
fortalecían cada día, mientras que el número de sus seguidores iba mermando cada
vez más.
La maldad de la espada se le había metido dentro y le había cambiado,
volviéndolo más colérico y menos cuerdo a medida que la situación se le iba poniendo
cada vez más en contra. Sus más íntimos amigos lo habían rehuido y el pueblo que
había jurado salvar se había alejado, dejando sólo endurecidos restos amargados, elfos
tan coléricos y mortíferos como él mismo, una legión de guerreros casi tan dementes
y retorcidos como los enemigos con quienes se enfrentaban. También a ellos les había
cambiado la funesta influencia de la espada. Él le había enseñado demasiado bien a su
gente cómo hacer la guerra.
Un estado de terrible desesperación se había apoderado de él, y en ese oscuro
período de su vida había encontrado a Morathi. Miró su hermoso cuerpo dormido,
detestándola y deseándola a la vez. Lo que tenía con ella no podía llamarlo amor.
Dudaba de que fuera ya capaz de sentir afecto y ternura, aunque fuese por una mujer
menos retorcida que la esposa que tenía en ese momento. Aquélla era una loca pasión
enfermiza. En las caricias de Morathi había hallado un cierto alivio a sus problemas, y
en la salvaje manera de hacer el amor con ella había hallado distracción de sus
preocupaciones.
Ella le había preparado pociones que, durante cierto tiempo, le habían permitido
dormir y casi le habían devuelto la calma. También le había dado un hijo, Malekith, y
le había enseñado que todavía tenía una chispa de sentimiento en su interior. Una vez
más, él había encontrado algo por lo que luchar y volver a la refriega, si no con
esperanza, al menos con determinación. Pero en ese momento, pasado mucho
tiempo, por fin se daba cuenta de que todo había acabado, de que sus enemigos
vencerían y de que su gente estaba sentenciada a muerte y a una eterna condenación.
* * *
Lo puso sobre aviso un resplandor que apareció en el aire. Largas sombras de
contorno bien definido se alejaron de él. Se volvió, con la espada preparada para
atacar, y contuvo su mano apenas en el último segundo.
—Aenarion, ¿puedes oírme? —preguntó una voz de espeluznante suavidad que
parecía llevada por una brisa funesta desde los desolados márgenes del mundo.
Caledor estaba allí de pie, o al menos lo estaba su imagen, un brillante fantasma
traslúcido, proyectado desde muchas leguas de distancia por el poder de la magia del
mago. Aenarion estudió a su antiguo amigo. El mago más poderoso del mundo
parecía medio muerto. Su cuerpo estaba consumido, tenía las mejillas hundidas y su
www.lectulandia.com - Página 11
cara parecía una calavera. Caledor había usado su poder para disciplinar sus facciones
con el fin de que mostraran una expresión de impasibilidad, pero en sus ojos
destellaba el terror. Era algo que no se le escapaba nunca a ningún elfo.
—Aenarion, ¿estás ahí?
La imagen osciló, y Aenarion supo que lo único que tenía que hacer era esperar y
la imagen se desvanecería conforme despareciera el hechizo. No quería hablar con
quien le había vuelto la espalda, con quien se había alejado de la destrucción hacia la
que pensaba que Aenarion estaba conduciendo a su pueblo.
Se tragó las palabras coléricas y reprimió la furia que ardía en su pecho. En los
momentos de mayor lucidez sabía que Caledor había hecho lo correcto al sacar a una
parte del pueblo de la sombra de la espada y de la perdición que Aenarion llevaba en
su interior.
—Estoy aquí, Caledor —dijo Aenarion—. ¿Qué quieres de mí?
—Necesito tu ayuda. Nos asedian por mar y tierra.
La risa de Aenarion fue amarga.
—¡Ahora necesitas mi ayuda! Me diste la espalda, pero no tienes escrúpulos en
pedirme ayuda cuando la necesitas.
Caledor sacudió la cabeza con lentitud, y Aenarion vio que lo devoraba el
agotamiento. El mago estaba al límite de sus fuerzas. Sus últimas reservas de energía
se agotaban. Sólo la voluntad lo mantenía en pie.
—Yo nunca te di la espalda a ti, amigo mío, sino sólo al objeto maldito que cargas
y a la senda en la que pusiste los pies.
—Viene a ser lo mismo. Yo vi el camino que salvaría a nuestro pueblo. Tú, con tu
arrogancia, te negaste a seguirlo.
—Hay algunos caminos que es mejor no recorrer, aunque sean la única vía para
escapar de la muerte. Tu senda nos haría peores que aquello a lo que nos
enfrentamos. Sería tan sólo un tipo de derrota diferente. Al final, nuestros enemigos
ganarían en cualesquiera de los dos casos.
Muy en el fondo, Aenarion estaba de acuerdo, pero era demasiado orgulloso
como para admitir su locura, así que, en vez de eso, descargó su amargura y su ira.
—Maldito, me llamaste. Maldito hasta el fin de los tiempos, y que mi semilla sería
por siempre maldita. ¿Y te atreves a pedirme ayuda?
—Yo no te maldije, Aenarion. Tú te maldijiste a ti mismo cuando te apropiaste de
esa espada. Tal vez ya te habían maldito antes de eso. Yo sé que siempre fuiste el
elegido del destino y eso, en sí mismo, es una especie de maldición.
—Ahora que necesitas mi ayuda intentas manipular tus palabras y darles un
significado meloso.
La ira cruzó el rostro de Caledor. Sus labios se fruncieron en una mueca
desdeñosa.
www.lectulandia.com - Página 12
—El mundo se acaba y aun así pones por delante tu orgullo. Para ti es más
importante que la vida, la vida de tu propio pueblo. No me ayudarás a causa de las
duras verdades que una vez te dije. Eres como un niño, Aenarion.
Aenarion rió.
—No he dicho que no vaya a ayudarte. ¿Qué quieres?
—Sólo hay una manera de salvar a nuestro mundo. Ambos lo sabemos.
—Entonces tienes intención de poner en práctica tu plan, entonar tu hechizo e
intentar desterrar la magia del mundo.
—No es eso lo que busco, y tú lo sabes.
—Morathi dice que ése será el efecto de lo que haces.
—Dudo que tu esposa sepa más de magia que yo.
—¿Y ahora, a quién le pierde el orgullo, Caledor?
—Las puertas de los Ancestrales están abiertas. Los vientos de la magia las
atraviesan como un huracán. Éstos transportan la energía que hace mutar a los
humanos y que permite que los demonios puedan morar aquí. Sin esa energía, deben
abandonar nuestro mundo para no morir. Es la verdad. Hemos construido una
poderosa red de hechizos para canalizar esa energía, para drenarla, para usarla para
nuestros propósitos. Lo único que necesitamos hacer ahora es activarla.
—Hemos hablado de esto un centenar de veces. Demasiadas cosas podrían salir
mal.
—Estamos muriendo, Aenarion. Dentro de poco no quedará ninguno de nosotros
para oponerse al Caos. Lo hemos intentado a tu manera. No ha funcionado. Las
fuerzas del Caos son más fuertes ahora que el día en que atravesaste la Llama.
—Eso no es culpa mía, hechicero.
—No, pero es cierto.
—¿Así que solicitas mi permiso para poner a prueba tu plan?
—No.
—¿No?
—Ya hemos empezado.
—¿Te atreves a hacerlo cuando yo lo había prohibido?
—Eres nuestro líder, Aenarion. Nosotros no somos tus esclavos. Ha llegado la
hora de echar los dados por última vez.
—Soy yo quien decidirá cuándo se hará eso.
—Es demasiado tarde para intentar cualquier otra cosa, Rey Fénix. Si no se hace
ahora, no se hará jamás. Las fuerzas a las que nos enfrentamos serán demasiado
poderosas. Tal vez lo sean ya.
—Si has decidido desafiar mi voluntad, ¿por qué te molestas en contármelo?
—Porque los demonios perciben nuestro propósito e intentan detenernos, y no
tenemos fuerza para impedírselo.
www.lectulandia.com - Página 13
—Así que queréis que yo y los míos os protejamos, a pesar de vuestro desafío.
—Somos todos un mismo pueblo. Ésta será la última batalla de los elfos. Si no
deseas estar presente, será porque tú lo decidas.
—Habrá otras contiendas.
—No. Ésta será la última. Si nuestro hechizo sale mal, las fallas que recorren el
subsuelo de Ulthuan se abrirán y el continente se hundirá y ahogará a nuestros
enemigos. Tal vez el mundo entero acabará.
—Y a pesar de eso, quieres hacerlo.
—No hay alternativa, Aenarion. Una vez me dijiste que el mío era el consejo de la
desesperación y que encontrarías otra manera de ganar esta guerra. ¿Lo has hecho?
Tuvo ganas de hacerle tragar al mago sus palabras, pero era demasiado orgulloso y
honrado para eso. Negó con la cabeza.
—¿Vendrás a la Isla de los Muertos? Te necesitamos.
—Lo consideraré.
—No lo pienses durante demasiado tiempo, Rey Fénix.
Caledor unió las manos, hizo una reverencia y desapareció. Morathi abrió los ojos
de repente y gritó.
* * *
Aenarion se volvió a mirar a su esposa, que lo contemplaba como si mirase a un
fantasma.
—No estás muerto, gracias a todos los dioses —dijo.
—Parece que no —replicó él.
—No bromees con ese tipo de cosas, Aenarion. Ya sabes que veo el futuro, y esta
noche he tenido una visión en sueños. Se avecina una batalla. Si participas en ella,
morirás.
—¿Y?
—Si te marchas de mi lado, morirás.
Él la miró fijamente, deseando preguntarle cómo lo sabía, pero sin atreverse a
hacerlo porque temía la respuesta y lo que tendría que hacer si ella se la daba.
Morathi había estudiado durante mucho tiempo las costumbres de los enemigos
y, según él sospechaba, se había acercado en exceso a ellos. Había momentos en los
que no estaba seguro de a quién guardaba lealtad su esposa. Sólo sabía que lo miraba,
igual que él a ella, con una mezcla de lujuria, respeto, odio e ira. Constituía una
potente pócima embriagadora que había alimentado muchos días memorables, y
noches aún más memorables.
www.lectulandia.com - Página 14
—Todo el mundo muere —le dijo él.
—Yo no moriré —replicó ella con seguridad—. Y tu hijo, Malekith, tampoco. Y si
me escuchas, tampoco tú morirás. Si te marchas hoy, renunciarás a la inmortalidad.
Quédate conmigo y vive eternamente. —Extendió una mano en un gesto de súplica.
Por un momento, pareció que iba a implorar de verdad. Ella nunca haría eso. Y sin
embargo…
—Eso no es posible —se apresuró a decir él, para romper la magia del momento.
—Eres el Rey Fénix. Para ti es posible cualquier cosa.
—Con independencia de qué más sea, soy un guerrero, y la de hoy podría ser la
última batalla que los elfos vayan a librar jamás.
—Vas a ir a ayudar a ese estúpido de Caledor con su plan demente —dijo ella
enfadada. La furia no la afeaba, sino que la hacía más hermosa y peligrosa.
Él la miró fijamente, impávido. Ella nunca le había dado miedo, y él sospechaba
que eso la intrigaba. Probablemente era el único a quien nunca había intimidado la
cólera de su esposa.
—Es la única manera de que podamos ganar esta guerra. Ahora lo sé —respondió
él con calma, porque sabía que eso la irritaría aún más.
—Y yo te digo que si vas, morirás.
Él se encogió de hombros y empezó a ponerse la armadura. Mientras cerraba los
broches, pronunció las palabras que activaban su poder latente. Titánicos campos de
magia protectora rielaron para rodearlo. Potentes hechizos aumentaron su ya enorme
fuerza. Conformaban una barrera que lo separaba de ella, pero con la que en ese
momento quería contar.
Ella avanzó hacia él con los brazos extendidos en gesto de súplica.
—Por favor, quédate conmigo. No quiero perderte para toda la eternidad.
Como siempre, él quedó atónito por la hermosura de su esposa. Dudaba que
jamás hubiese existido una mujer tan adorable como Morathi. Al mismo tiempo, su
belleza le dejaba indiferente. No ejercía ningún poder sobre él. Nunca lo había
ejercido. Y sabía que, de algún modo, ése era el secreto del poder que ejercía sobre
ella. Otros elfos podrían volverse locos de vehemente deseo y lujuria por ella. Pero él
no. En su interior había una frialdad que ella no podía tocar, aunque nada podía
impedir que lo intentara.
Él se puso los guanteletes y extendió un brazo para tocarle la mejilla con su mano
acorazada. No pudo sentir la suavidad de la piel de Morathi, pero eso no era nada
raro. No sentía ni placer ni dolor, como le sucedía a la mayoría de los mortales
después de atravesar la Llama.
—Volveré —dijo.
Ella sacudió la cabeza con un gesto de absoluta irrevocabilidad.
—No. No volverás. Eres un estúpido, Aenarion, pero te amo.
www.lectulandia.com - Página 15
Las palabras quedaron flotando en el aire. Era la primera vez que las pronunciaba.
Ella se quedó allí de pie, esperando a que él dijera algo, con una súplica evidente
en los ojos. Él sabía lo mucho que le había costado decir semejantes palabras. No oír
ninguna respuesta tenía que resultarle humillante a una persona tan orgullosa como
ella.
No había nada que él pudiera o quisiera decir. Había amado a una sola mujer en
toda su vida y estaba muerta, junto con los hijos que le había dado. Nada podía
cambiarlo. Nada lo cambiaría jamás.
Morathi era simplemente perversa, y lo había atraído hacia su perversidad. Hasta
en ese último instante intentaba evitar que fuera a enfrentarse con sus adversarios. Y
fue entonces cuando tuvo la certeza de que ella se contaba entre sus propios enemigos
y los de su pueblo, y que siempre sería así.
«Mátala», susurró la espada.
Les haría un favor a los elfos si acabara con su esposa. Se quedó mirándola
durante unos segundos, seguro de que ella sabía qué estaba pensando, e igualmente
seguro de que en ese momento a ella no le importaba de verdad lo que él hiciera.
Se le acercó más, como si lo desafiara a descargar el golpe. Él extendió un brazo, la
atrajo hacia sí con brusquedad y presionó con fuerza sus labios contra los de ella,
poniendo toda su lujuria, furia y odio en un largo beso brutal. Ella respondió del
mismo modo, contoneándose contra su cuerpo encerrado en metal hasta que él la
apartó de un empujón y vio que su cuerpo desnudo sangraba por una docena de sitios
al haberse herido la piel contra las aristas de la armadura.
Él le dedicó una sonrisa salvaje, giró sobre sus talones y abandonó el pabellón sin
pronunciar una sola palabra. Le pareció oírla llorar al marcharse. Se dijo que no le
importaba.
* * *
Indraugnir se erguía ante él como una montaña viviente. La superficie de las alas del
dragón tapaba el cielo. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo sobre la titánica columna
de su cuello. Aenarion miró sus extraños ojos destellantes y vio en ellos la misma
ferocidad y la misma ira que le invadían a él. El dragón percibió su estado anímico
alterado y respondió con un bramido. Los otros dragones secundaron ese grito de
guerra, hasta que las montañas a su alrededor resonaron como si hubiera rugido un
trueno.
Sonaron cuernos para llamar a los elfos a la guerra. Los jinetes de dragones
corrieron a saludar a la aurora, empuñando sus largas lanzas, ajustándose sus
www.lectulandia.com - Página 16
resplandecientes armaduras, haciendo rielar el aire con los encantamientos de sus
pertrechos. Los mozos sujetaron sillas de montar y arneses al cuello de los dragones.
El aire olía a azufre, a cuero y al mortífero aliento gaseoso de las grandiosas bestias.
Todos los ojos estaban ya puestos sobre el Rey Fénix. El ejército al completo lo
contemplaba. Todos eran adustos elfos marcados por cicatrices, con ojos de mirada
dura y un gesto cruel en la boca. Todos ellos habían sufrido en aquella larga guerra.
Todos ellos estaban consumidos por un demente odio contra los enemigos que
Aenarion entendía demasiado bien. Todos sabían que los habían llamado para
realizar un esfuerzo tremendo. Más allá de ellos formaban numerosas filas de
soldados de tierra que serían inútiles en la batalla que se avecinaba. No podrían llegar
a la Isla de los Muertos con la rapidez necesaria para participar en ella. Esperaban que
hablara. La magia de la armadura del dragón transmitió su voz de tono tranquilo y
mesurado hasta las unidades más alejadas del ejército allí reunido.
—Me habéis seguido hasta un lugar lejano. Algunos de vosotros tendréis que
seguirme un poco más. Tenemos que viajar muy lejos y con rapidez, y sólo los que
montáis dragones seréis lo bastante veloces como para seguirme. El resto de vosotros
debéis quedaros aquí y proteger a mi reina.
En los rostros de los soldados de infantería y caballería vio luchar el enojo contra
el orgullo. Sabían que ya había perdido una esposa y no permitirían que perdiese otra.
Aquellas tropas lo habían seguido a través de un infierno y, a su manera fría y cruel, lo
querían.
—Aquellos de vosotros que os quedéis tendréis que proteger este lugar y resistir.
A partir de hoy podríais ser los últimos elfos del mundo. Será necesario que sigáis a
mi reina y a mi hijo, y que reconstruyáis el reino pase lo que pase.
En la voz del Rey Fénix oyeron, al igual que lo oyó Aenarion, la certeza que él
tenía de su propia muerte. Implícitamente, les había dado instrucciones para la
sucesión. Aquellos veteranos se asegurarían de que fueran ejecutadas. Volvió la
atención hacia los jinetes de dragones, la élite de la élite, los más grandiosos guerreros
de los elfos. Hizo una pausa momentánea y dejó que su mirada paseara por todos
ellos, mirando a cada soldado a los ojos.
Mientras hacía esto, Indraugnir volvió a rugir, y los otros dragones recogieron el
grito a coro hasta que retumbó en la montaña.
—Hoy libraremos nuestra última batalla. Hoy, para bien o para mal, esta guerra
acabará —gritó, y su voz se hizo oír incluso por encima del bramido de los dragones
—. Hoy partiremos de este lugar hacia la victoria o hacia la muerte. Ceñíos vuestra
armadura. Preparad las lanzas. ¡Adelante!
Aenarion saltó sobre la silla de montar y tiró de las riendas. Indraugnir se lanzó
hacia el cielo y sus enormes alas correosas batieron el aire con un restallar como el
que arranca un viento tormentoso de las velas de un barco transoceánico.
www.lectulandia.com - Página 17
El rugido del viento sonaba con fuerza en sus oídos conforme ganaban altitud, y
los numerosos guerreros elfos montados en dragones fueron ocupando su sitio en la
formación, hasta que una gigantesca punta de flecha ocupó el cielo a las espaldas de
Aenarion. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, lo colmó un loco júbilo. Puede
que aquél fuese el último amanecer que viera, pero en ese mundo aún había
maravillas que podían conmoverle el corazón y acelerar sus latidos.
—¡A la Isla de los Muertos! —gritó, y el viento se llevó sus palabras, de modo que
sólo Indraugnir pudo oírlo.
No necesitaba saber la dirección en la que debían volar. A lo lejos, un resplandor
sobrenatural inundaba el cielo y rivalizaba con la aurora. Sus sentidos élficos le
dijeron que allí se reunía una gran confluencia de energías mágicas. Caledor había
encendido un faro que captara la atención de cualquier cosa que tuviera la más
mínima sensibilidad para la magia, y por ahí andaban cosas capaces de percibir el más
leve hechizo desde una distancia de mil leguas.
El viaje llevó a los dragones por encima de montañas y bosques, llanuras y mares.
Aenarion tuvo tiempo para contemplar una última vez la salvaje belleza del territorio
que había jurado proteger. Aun estropeado por las monstruosas hordas del Caos, era
adorable. A medida que las leguas y las horas corrían a gran velocidad, el territorio a
sus pies se animaba con monstruos, mutantes y demonios, todos corriendo hacia el
lugar donde se estaba conjurando el hechizo más poderoso hecho jamás.
Al acercarse a la Isla de los Muertos, el horror y la maravilla inundaron su mente
por igual. Millares de toscos barcos cubrían el mar, transportando legiones de
monstruos hacia las costas de la isla.
Cientos de miles de seres retorcidos llenaban las playas que veía a sus pies,
algunos del tamaño de elfos, otros del tamaño de dragones, y otros de todos los
tamaños y formas imaginables. Aquí y allá, algunos seres alzaban hacia el cielo manos
o garras, o un báculo, y un fútil rayo de energía mágica salía disparado hacia el cielo
para intentar herir a un dragón, pero sin conseguirlo. A esa distancia y altura, no
había nada que los enemigos pudieran hacer para atacarlos. Las criaturas del Caos
capaces de volar que se atrevían a elevarse y desafiarlos, eran abatidas por el poder del
aliento de dragón o por el de la magia élfica.
Ante sí veía ya el gran templo de tejado abierto donde Caledor había decidido
llevar a cabo su magia ritual. El aire suspendido sobre el templo rielaba de poder. El
cielo ya estaba cambiando de color y las nubes se volvían amarillas, doradas, rojas y
color zafiro al girar en el aire como un grandioso remolino. Destellaban rayos
multicolores. Los vientos arreciaron hasta el punto de ralentizar la velocidad de vuelo
incluso de un dragón tan poderoso como Indraugnir.
Aenarion dio orden de bajar en picado para perder un poco de altura. Vio los
contornos de hechiceros aprendices en pie, en formación geométrica en torno al
www.lectulandia.com - Página 18
centro del templo, salmodiando palabras de poder, alimentando con su fuerza a los
archimagos que estaban de pie en el extremo de cada columna, añadiendo todos una
pizca al fondo de energía general.
En el centro se hallaban Caledor y su círculo de los más grandes entre los magos
elfos. Cada uno estaba iluminado por un aura de pasmoso poder. De sus manos
extendidas manaban ondulantes franjas de energía que alimentaban el encantamiento
aún más complejo que se formaba en medio de ellos. La fuerza de la magia en el
centro de esa red era ya tan tremenda que nada que estuviera desprotegido podría
sobrevivir allí durante mucho tiempo. Sintió que el hechizo estaba a punto de
descontrolarse. Allí abajo estaba dándose forma a algo lo bastante poderoso como
para hacer trizas el mundo. Nunca se había intentado nada parecido, y Aenarion
dudaba de que nada parecido volviera a intentarse jamás.
Los demonios se sentían atraídos hacia allí como los tiburones hacia la sangre. Los
más listos tenían que saber que lo que se estaba haciendo en aquel lugar no redundaba
en su beneficio. Los menos listos sólo querían llegar hasta aquel grandioso tesoro de
poder.
Una horda aparentemente infinita de adoradores del Caos rodeaba el lugar,
blandiendo los estandartes de los cuatro grandes Poderes Oscuros a los que rendían
culto: Khorne, Slaanesh, Tzeentch y Nurgle.
Cada ejército estaba comandado por un gran demonio que había prestado
juramento a uno de esos poderes, y todos eran representantes elegidos de los dioses
demonio. Su inmenso poder escapaba a la comprensión de los mortales. Habían
llevado sus ejércitos a incontables victorias en un sinfín de lugares. Que estuvieran
todos allí reunidos indicaba que los líderes demoníacos entendían casi tan bien como
él lo importante que era aquel preciso lugar, que lo que ocurriría allí ese día decidiría
la suerte que iba a correr el mundo.
Abarcó con una mirada el campo de batalla y comprendió de modo instintivo la
relación de fuerzas existente. Los elfos estaban condenados a la derrota. Sus enemigos
eran demasiado numerosos y poderosos. Nada podría impedir que las fuerzas del
Caos triunfaran ese día. Lo máximo que podrían lograr sería entretenerlos el tiempo
suficiente para que Caledor acabara de conjurar el hechizo.
«Que así sea, entonces —pensó Aenarion—. Si el único camino hacia la victoria
pasa por la muerte, lo seguiremos.»
«Mata», susurró la espada.
Aenarion levantó el arma, y la primera escuadrilla de dragones se separó y
descendió hacia las hordas del Caos que avanzaban. Pasaron en vuelo rasante por
encima de las extensas multitudes, y el aliento de fuego purificó la tierra contaminada.
Los adoradores del Caos estaban tan apiñados que no tenían manera de evitar las
llamas que les llovían del cielo. Morían por millares, como una columna de hormigas
www.lectulandia.com - Página 19
soldado que marchara hacia un charco de aceite encendido.
Descendieron una oleada tras otra de dragones. Murió una legión tras otra de
adoradores del Caos. El hedor a carne quemada ascendió hasta tal altura que llegó
incluso a las fosas nasales de Aenarion, que volaba en círculos muy por encima del
campo de batalla.
Los vientos arreciaron aún más. Las columnas de fuego de encima del templo se
hicieron más brillantes. A lo lejos, la tierra entró en erupción cuando de ella brotaron
columnas de magia en respuesta a los hechizos de Caledor y sus colegas magos. Hasta
donde alcanzaba la vista, haces de luz mágica arremolinada hendían el cielo para
iluminar el territorio que se oscurecía y revelar las enormes multitudes de monstruos
del Caos que corrían hacia el campo de batalla. Lo mismo sucedía por todo Ulthuan al
cobrar vida el vórtice de Caledor.
Las nubes ocultaban ya todo el cielo. Por debajo de Aenarion todo estaba tan
oscuro como si fuera de noche, salvo donde la iluminación infernal de las
resplandecientes columnas iluminaba el entorno, o un poderoso rayo multicolor
hendía el cielo. Ya se veía con total claridad la formación geométrica en que se
encontraban dispuestos los magos elfos, una gran runa hecha de carne y luz, visible
desde el cielo por el que volaba Aenarion. Al verla, el terror y el asombro inundaron
su corazón.
Aquélla era una maravilla que merecía la pena ver, aunque fuese a costa de la vida
del mundo.
A lo lejos, el mar hervía de barcos y enormes monstruos. Todos sentían que la
hora de la batalla final estaba cerca. Las hordas ascendían salmodiando y gritando por
las escaleras del santuario. La Isla de los Muertos no estaba destinada a ser una
fortaleza, sino un lugar sagrado. Las improvisadas defensas de los elfos fueron hechas
añicos por los adoradores de demonios enloquecidos.
Brujos del Caos que viajaban sobre resplandecientes discos de luz volaban por el
cielo y aullaban encantamientos con los que intentaban abrir una brecha en las
murallas mágicas que protegían el santuario. Una a una, las barreras iban cayendo
porque no quedaban suficientes magos elfos para mantenerlas. Había demasiados
dedicados a la creación del vórtice.
Aenarion vio, al sobrevolarlos, gigantescos estandartes que se agitaban en lo alto
de enormes torres móviles. Cada una lucía la marca de uno de los grandes demonios
que eran generales y paladines de las fuerzas de asedio. Aun en la sombra del
gigantesco hechizo que estaba tejiendo Caledor, Aenarion sintió el poder de aquellas
mortíferas criaturas. Eran los más poderosos de su especie, endurecidos por milenios
de guerra constante en los infiernos de los que procedían. Normalmente habrían sido
los enemigos más acérrimos, pero ese día, en aquel lugar, parecían haber establecido
una tregua con el fin de aplastar la única amenaza que quedaba para su dominio de
www.lectulandia.com - Página 20
aquel mundo.
Los dragones se lanzaban en picado y mataban como grandiosas aves de presa.
Colinas de cadáveres humeantes se alzaban por el camino hacia el templo, pero todo
eso no servía de nada. Por muchos enemigos que mataran, más eran los que llegaban,
precipitándose hacia una muerte inevitable como si corrieran a los brazos de un
amante. Entonces, el fuego de dragón comenzó a mermar cuando las fantásticas
bestias empezaron a agotar sus recursos. Bandadas de demonios alados rodearon a los
dragones por separado y los derribaron del cielo a golpes.
No pudieron impedir que la grandiosa horda alcanzara las defensas externas del
templo y se trabara en batalla con las débiles líneas de soldados elfos que aguardaban
allí.
Una terrible ola de dolor y terror manó, ondulante, de dentro del templo. Por un
momento, el descomunal hechizo del centro tembló y amenazó con derrumbarse.
Aenarion bajó en picado para perder un poco de altura y vio que uno de los
archimagos había caído junto con todos los aprendices que habían estado conectados
con él. El poder del hechizo lo había consumido hasta matarlo. La totalidad del
poderoso edificio que estaba creando Caledor amenazaba con derrumbarse como un
palacio sacudido por un terremoto.
De alguna manera, el mago situado en el centro de todo aquello logró evitar el
desastre y continuar. La estructura del hechizo se estabilizó y el ritual prosiguió.
Aenarion no sabía muy bien cuánto tiempo iba a resistir.
¿Cuántos de los archimagos podían morir antes de que llegara el momento en que
Caledor sería incapaz de dominar las fuerzas que había puesto en libertad y de que la
destrucción cayese sobre todos ellos? Para bien o para mal, pensó Aenarion, todo
habría acabado dentro de poco.
Cuatro personajes gigantescos avanzaron hacia el templo, cada uno rodeado de
una guardia personal de fuertes adoradores. Los grandes demonios que comandaban
la horda del Caos competían para ver quién sería el primero en llegar hasta Caledor y
poner fin a la amenaza que él entrañaba. Los mayores enemigos de todos querían
intervenir en la ejecución.
Por delante de ellos, la primera oleada que había llegado a los muros del templo
parecía estar a punto de atravesar las defensas e interrumpir el ritual. Si no se los
detenía, iban a lograrlo.
Hizo que Indraugnir se lanzara en picado en medio de la refriega. Aterrizaron
sobre una gigantesca máquina de asedio que se movía por sus propios medios, y
dentro de la cual estaban prisioneras las esencias vitales de una docena de demonios.
El dragón aferró el ariete con las zarpas y ascendió aleteando para levantarlo y hacer
caer hacia atrás la máquina, que aplastó a un centenar de enemigos bajo su peso.
Quedó allí tendida, rota, como un escarabajo boca arriba. Indraugnir se lanzó contra
www.lectulandia.com - Página 21
la masa de cuerpos, partiendo enemigos por la mitad con sus garras, calcinándolos
con su ardiente aliento y cortando monstruos del Caos en dos con las fauces, mientras
se retorcían.
Un grupo de soldados elfos intentó abrirse paso hacia el Rey Fénix trabado en
batalla, pero murieron antes de alcanzarlo, abrumados por el ingente número de
enemigos. Aenarion bajó de un salto del lomo de Indraugnir, como un nadador que
se zambullera en un mar de carne monstruosa. Su espada se movía a una velocidad
mayor de la que podían seguir los ojos de los mortales, atravesando los cuerpos de los
enemigos como si estuvieran hechos de astillas de madera. Un hombre bestia saltó
hacia él, chasqueando los dientes; él lo atrapó al vuelo con una sola mano y lo lanzó
volando por los aires con un simple gesto seco del brazo. Recorrió cien metros
girando como una rueda, hasta estrellarse contra los muros del templo.
Aenarion atravesaba a sus oponentes y mataba todo lo que se le ponía al alcance.
Su espada despedía pulsos de luz negra que recorrían el campo de batalla, y las runas
rojas brillaban cada vez con más fuerza a medida que el arma absorbía vidas. Los
enemigos morían por centenares, y luego por millares. Nada podía oponerse a él, y al
ver desatada su cólera, los enemigos dieron media vuelta para huir.
* * *
Por un momento, Aenarion pensó que había cambiado el curso de la batalla, pero
entonces rieló el aire ante él, y en el tejido de la realidad apareció un agujero. Por él
emergió un terrible personaje, dos veces más alto que cualquier hombre bestia, con
unas monstruosas alas restallando sobre su lomo. Una enorme cabeza de buitre bajó
la mirada con unos ojos que contenían más que sabiduría élfica. La aparición de ese
gran demonio, ese poderoso Señor del Cambio, puso fin a la desbandada.
—Durante mucho tiempo he querido conocerte, Rey Fénix. Ahora está cerca la
hora de tu muerte. —La voz del demonio era aguda y chillona, y el mero hecho de
oírla habría quebrantado el valor de cualquier guerrero menos temerario que
Aenarion.
—Dime cómo te llamas, demonio —pidió Aenarion—, para que pueda hacerlo
grabar en el monumento de mi victoria, con el fin de que todos sepan a quién he
vencido.
El demonio rió. En su alegría había una locura que habría hecho añicos la cordura
de la mayoría de los mortales.
—Soy Kairos Tejedor de Destinos y le enviaré tu alma a Tzeentch con el fin de que
pueda jugar con ella para entretenerse.
www.lectulandia.com - Página 22
Tendió hacia él sus manos de dedos rematados por garras, y voraces serpentinas
multicolores salieron disparadas hacia Aenarion. Cualquier cosa que toaban, viva o
inanimada, mutaba y cambiaba. Los hombres bestia involucionaban hasta ser
protoplasma, y la piedra endurecida corría como agua. Aenarion alzó la espada ante sí
y las cintas de luz se separaron para pasar por ambos lados de él. Comenzó a avanzar
como un nadador contra una fuerte marea.
El Señor del Cambio bramó de cólera y furia e invocó otro hechizo, pero para
cuando lo hubo completado, Aenarion ya estaba sobre él, y la espada negra le penetró
en la carne. Allá donde golpeaba la hoja, cortaba grandes trozos y el ectoplasma
manaba con fuerza en una nube sofocante. El demonio gritaba, incapaz de creer que
algo pudiera causar tantísimo dolor. Sus poderosas manos provistas de garras se
tendieron para apresar a Aenarion.
«¡Qué banquete! —susurraron las voces dentro de la cabeza del rey elfo—. Más.»
Saltaron chispas allá donde las uñas del demonio se clavaron en el peto de
Aenarion. El Señor del Cambio era un ser de espantosa energía mágica, y ni siquiera
los potentes hechizos tejidos en la armadura del elfo podían resistirle del todo. Las
garras se clavaron en su carne e hicieron brotar sangre mientras buscaban el corazón
del Rey Fénix.
Aenarion reprimió un grito de dolor y, sabedor de que sólo tenía una oportunidad
de sobrevivir, descargó un golpe con la espada negra, que se clavó en la cabeza del
demonio e hirió su brillante cerebro que parecía hecho de gemas. Estalló en mil
pedazos. La fuerza de la explosión lanzó por los aires a Aenarion, que acabó por
aterrizar, desmadejado, sobre la escalera del templo, y sintió que se le rompían
algunas costillas con el impacto.
A su espalda, el Vórtice arreció, y un rugido agudo le inundó los oídos. El aire olía
a ozono. Un millar de voces gritaron al unísono al sorprenderlas la muerte. Cayó otro
archimago. ¿Quién sería?, se preguntó Aenarion. ¿Rhianos Cervato Plateado? ¿Dorian
Brillo de Estrella? Sin duda se trataba de alguien a quien él había conocido, y a quien
en ese momento no tenía tiempo para llorar.
Miró a su alrededor con aturdimiento y vio que otro personaje gigantesco estaba
matando a los últimos guardianes de la puerta tras la cual Caledor y sus magos
seguían esforzándose por mantener el hechizo. Los encantamientos protectores no
podían detenerlo. Los guardianes ni siquiera lo intentaban. Se lanzaban
voluntariamente hacia las zarpas del demonio y recibían a la muerte como si fuera
una nueva amante. Había algo obsceno en la manera en que iban al encuentro de su
fin.
A Aenarion se le cayó el alma a los pies. Conocía a aquella criatura de cuatro
brazos. Había necesitado de toda su fuerza para matarla una vez, y allí estaba de
vuelta. Era N’Kari, el Conservador de Secretos, uno de los más mortíferos de todos los
www.lectulandia.com - Página 23
servidores de los Dioses del Caos, el comandante de las fuerzas de Slaanesh, Dios del
Placer.
—Ya veo que voy a tener que volver a matarte —gritó Aenarion para llamar la
atención del demonio—. ¿O escaparás a tu justa muerte mediante algún nuevo truco
como el que parece que hiciste en las ruinas de Ellyrion?
N’Kari rió con su risa de mujer hermosa, y el viento llevó su penetrante aroma
erótico hasta Aenarion. Los mortales normales se habrían sentido desconcertados,
pero Aenarion estaba endurecido contra cualquier tentación que pudiera contener.
—Mortal arrogante, te dejé vivir una vez para poder experimentar la sensación de
la derrota. Ahora estoy atiborrado con diez mil almas y soy invencible. ¡Debes sentirte
honrado! Tu alma conocerá el sufrimiento y el éxtasis bajo el látigo del Oscuro
Príncipe del Placer, cuando la envíe a su encuentro.
N’Kari saltó, y su enorme pinza de cangrejo se cerró donde Aenarion había estado
de pie un momento antes. Fue una finta, y atrapó a Aenarion con la otra mano. De
sus garras manó veneno afrodisíaco. El asfixiante aliento perfumado del demonio
inundó las fosas nasales de Aenarion. Por un momento se sintió mareado, y sus
piernas amenazaron con fallar.
—Éste es el momento del placer definitivo —dijo el Conservador de Secretos—.
Caerás de rodillas y me adorarás antes de morir, Rey Fénix.
Aenarion atacó con la espada y abrió un tajo en el pecho de la criatura. Tal era el
poder del demonio que su carne intentó cerrarse otra vez detrás de la hoja mientras
pasaba, pero nada podía resistir el poder fatal de aquella arma y, pasado un momento,
la carne de N’Kari comenzó a humear y quemarse.
—No os temo ni a ti ni a esa espada que empuñas —exclamó N’Kari, pero había
una tensión extraña en su voz.
—Yo te enseñaré a hacerlo antes de que el día de hoy envejezca mucho más —
respondió Aenarion.
La furia se apoderó de los ojos del demonio ante esa pulla. La gigantesca pinza
barrió el aire y aferró el pecho de Aenarion, para luego cerrarse. Aenarion sintió que
la debilitada armadura se abollaba y sus costillas se rompían.
—No volverás a derrotarme, mortal.
Aenarion metió una mano dentro de la cavidad que había abierto la espada negra.
Arrancó el aún palpitante corazón del demonio y lo alzó ante él.
—No —bramó N’Kari.
Aenarion cerró el puño y aplastó el corazón. El demonio sufrió un espasmo como
si aún tuviese dentro del pecho el órgano que era reducido a pulpa. Sobre el puño
recubierto de malla de Aenarion cayó sangre venenosa que corroyó la armadura y
amenazó con inutilizarle la mano. Aenarion le echó al demonio su propia sangre en
los ojos para cegarlo y luego levantó otra vez la espada y la clavó en el pecho
www.lectulandia.com - Página 24
destrozado de N’Kari.
Manó ectoplasma cuando el demonio intentó escapar al poder asesino de la
espada. Diminutos fragmentos de su cuerpo volaron por los aires hacia el Vórtice y
desaparecieron. Al ocurrir esto, algunos de los hechiceros que salmodiaban gimieron
de éxtasis, y murieron.
Aenarion se tambaleó. Su mano izquierda estaba ya quemada e inutilizada. Su
pecho era como un ardiente caldero de dolor, el cual se mezclaba con un raro placer
causado por los efectos de la sangre del demonio.
«Más. Más. Más.» Las voces de dentro de su cabeza se habían vuelto locas de
demente pasión. La espada estaba alimentándose con esencias más fuertes que
cualquiera que hubiese conocido en mucho tiempo, y disfrutaba del banquete.
Una monstruosa silueta que reía tontamente se detuvo a su lado. El hedor a
excrementos y carne putrefacta se impuso a cualquier otro aroma. Al alzar la mirada,
vio la enorme figura de un Gran Inmundicia, los más poderosos de los servidores del
señor de la plaga, Nurgle. Era, con mucho, el más grande de los príncipes demonio. Se
alzaba ante él como una montaña de inmundicia viviente y su enorme abdomen
blando ondulaba al ritmo de su risa tonta.
—Dos de mis pares han caído ante ti, Rey Fénix, cosa que yo no habría creído
posible. —La voz del demonio era grave, sonora y humorística. El tono era de
conversación. La crueldad de la mirada desmentía la afabilidad de sus modales—. Sin
embargo, yo, el Muy Amable Throttle Gargajeador, haré humildemente todo lo que
pueda por alzarme con la victoria.
La Gran Inmundicia le vomitó encima una masa de gusanos y bilis. Las criaturas
comenzaron a entrar por las junturas de la armadura para enterrarse en la carne de
Aenarion y a metérsele en los ojos y la boca a través de la visera abierta del yelmo.
Intentó mantener la boca cerrada, pero entonces se le metieron reptando por las fosas
nasales y los oídos. Encontraban grietas en la armadura y reptaban a través de su
carne.
Cada gusano tenía un diminuto rostro que era una copia perfecta de la cara del
gigantesco demonio que lo había vomitado. Todos ellos soltaban risitas dementes que
eran un agudo eco de la risilla del demonio. Lo mordían y masticaban, y cada
mordisco se infectaba. Aenarion sintió que incluso los fuegos del Fénix se extinguían
dentro de él mientras se le drenaba su fuerza vital.
Una ola de fuego pasó por encima de él, más caliente que el corazón de un volcán,
más brillante que el sol. Los diminutos demonios se vaporizaron bajo la andanada
incandescente. Aenarion, que había atravesado la Llama de Asuryan, se mantenía en
pie. A través del fuego vio que Indraugnir atacaba con llamas al gran demonio de
Nurgle y luego hacía pedazos su carne pútrida con las poderosas garras.
Aenarion alentó a su compañero mientras destrozaba al gran demonio y lo
www.lectulandia.com - Página 25
reducía a un charco de inmundicia maloliente. Indraugnir levantó la cabeza al cielo y
lanzó un largo bramido triunfal.
Una explosión de carne y sangre de dragón salpicó el rostro de Aenarion. En un
costado de la bestia apareció un enorme tajo profundo del que emergió un hacha
ardiente. Indraugnir cayó hacia atrás, con un agujero descomunal en el flanco. El
grito triunfal murió en su garganta.
A Aenarion se le cayó el alma al suelo. Ante él había un Devorador de Almas, un
gran demonio de Khorne, tal vez la criatura más mortífera de toda la creación, a
excepción del mismísimo Dios de la Sangre. Era un ser gigantesco con alas poderosas
y una monstruosa cabeza animal. Sus ojos ardían como meteoros. Llevaba una
armadura rúnica de bronce y hierro negro. Irradiaba un aura de poder mucho mayor
que la que poseía cualquier otra criatura viva a la que Aenarion se hubiese enfrentado
jamás.
El Devorador de Almas volvió a golpear con la fuerza de un millar de rayos, y
entonces Indraugnir bramó y quedó inmóvil. Sólo su cola se sacudió una última vez,
por reflejo, y la vida pareció abandonarlo por completo. La percepción de Aenarion se
estrechó hasta contener sólo su propia persona y el demonio. Era como si fuesen los
dos últimos seres vivos que se movieran entre las ruinas de un mundo muerto.
«Mátalo. Mátalo», decían las voces, a coro, dentro de su cabeza. Parecían más
enloquecidas que nunca, puesto que le aconsejaban que usara su menguante fuerza
contra aquel oponente casi invencible.
Cojeando dolorosamente, Aenarion se obligó a hacer frente al último y más
poderoso de sus enemigos.
El demonio echó atrás la cabeza y rió al verlo. Aenarion comprendió ese júbilo. Su
cuerpo estaba quebrantado, su armadura hecha trizas, su carne quemada por la llama
purificadora del dragón. Por su torrente sanguíneo circulaban veneno y esporas de
enfermedad. Ambos corrían una carrera contra la hemorragia para ver quién lo
mataría primero. Y eso, siempre y cuando el último gran demonio no les hiciera el
trabajo.
Avanzó hacia él dando traspiés, sujetando la espada con ambas manos en posición
de ataque. El demonio saltó hacia él en una nube de fuego y azufre. Lo atacó con el
hacha, y Aenarion curvó el cuerpo para esquivar el golpe. Sin embargo, le acertó en el
brazo ya herido, rompió la armadura, redujo a trizas los huesos e hizo que el Rey
Fénix saliera volando, atravesara la puerta del templo y aterrizara en medio de los
últimos hechiceros supervivientes que aún salmodiaban el hechizo.
Aenarion miró a su alrededor, aterrado. Quedaban muy pocos magos. Habían
entregado sus vidas para crear el Vórtice. En el centro de la sala, cerca del gigantesco
torbellino de energía mágica desatada, quedaban sólo unos pocos archimagos, con
Caledor de pie sobre la runa central, intentando desesperadamente acabar el hechizo
www.lectulandia.com - Página 26
aunque el esfuerzo lo matara.
El gran demonio rugió de triunfo.
—He vencido —dijo, con una voz que era como el bramido de un millar de
trompetas de latón—. Sólo quedo yo, y pronto este mundo será mío para hacer con él
lo que me plazca. Me quedaré con este poder que tan convenientemente habéis
reunido y lo usaré para cambiar la faz de esta creación.
Aenarion obligó a su destrozado cuerpo a moverse y se interpuso con paso
tambaleante entre el Devorador de Almas y sus presas. El demonio se quedó
mirándolo con ojos ardientes.
—No puedes sobrevivir a esto, Rey Fénix.
—No necesito sobrevivir —replicó Aenarion en voz baja—. Sólo necesito matarte
a ti.
—Eso no es posible, mortal. Yo soy Hargrim Hacha Temible, y soy invencible.
Nunca he conocido una derrota. —El Devorador de Almas saltó como un tigre sobre
un ciervo. Su velocidad era casi excesiva para que pudieran seguirla los ojos normales.
Su poder era prácticamente irresistible.
Aenarion recurrió a sus últimas fuerzas cuidadosamente conservadas. Descargó
un poderoso golpe. La espada aulló de triunfo al atravesar la armadura mágica,
hender la carne sobrenatural, hacer pedazos hueso y costillas, y cortar al demonio
desde la cabeza hasta la entrepierna. Éste cayó al suelo dividido casi completamente
en dos y Aenarion quedó de pie ante el cuerpo, que se evaporó con rapidez.
—Siempre hay una primera vez para todo —sentenció Aenarion.
* * *
El Rey Fénix se volvió a mirar a los hechiceros. Estaba casi al límite de sus fuerzas, y
recordó la profecía de Morathi. Una vez más, las predicciones de su esposa habían
resultado ser correctas. No tardaría en morir.
Ya sólo quedaba Caledor en pie, con el cuerpo incandescente de poder.
Resonaban los truenos. Los rayos saltaban de pico en pico. Las grandes torres de
luz brillaban más que el sol. La carne de Caledor se marchitó y se ennegreció, hasta
quedar únicamente algo parecido a un cadáver momificado que no dejaba de
salmodiar. Luego, incluso ese cuerpo disecado se hizo pedazos, y se convirtió en
cenizas que arrastró el viento aullante. Sólo quedó la luminiscencia del espíritu del
mago, allí de pie, impresa en la retina de Aenarion como la imagen del sol vista través
de los párpados cerrados.
Aenarion se apoyó en la espada, incapaz de mover su cuerpo quebrantado. El
www.lectulandia.com - Página 27
dolor parecía quemarle todas las terminaciones nerviosas. Su respiración entrecortada
salió como un ronquido entre los labios partidos. Algo gorgoteaba en lo más
profundo de su pecho, como si tuviera los pulmones llenos de sangre. Su cuerpo,
aunque poderoso, había sufrido más daños de los que era capaz de soportar. Había
sido aplastado, envenenado, atacado con fuego y magia. Había vencido a cuatro de los
más poderosos demonios que jamás plagaran la creación. Su ejército estaba casi
completamente muerto. Sus amigos habían muerto. Y, a pesar de todo, el hechizo aún
no se había completado.
Habían tirado los dados y habían perdido. La última partida de los elfos había
concluido y lo único que quedaba era pagar el precio del fracaso. Echó la cabeza atrás
y rió.
Lo habían intentado, y no quedaría ninguno de ellos para presenciar el fracaso.
Consideró la posibilidad de tirarse dentro del Vórtice que aún estaba a medio formar
y ofrecerse como sacrificio, igual que había hecho en una ocasión anterior, ante la
Llama de Asuryan, pero sabía que en esta ocasión nos serviría para nada. No quedaba
nada que hacer, salvo regresar a la refriega y matar todo lo que pudiera hasta que
fuese arrastrado hacia la muerte.
«Sí —susurraron las voces—. ¡Ve! Mata hasta que el propio mundo se acabe.»
Se produjo un momento de espantoso silencio. El Vórtice giraba y danzaba ante
él, a punto de caer como un trompo que se hubiera quedado sin energía. Aenarion lo
observaba, fascinado y horrorizado, cuando comenzó a derrumbarse. Entonces la
imagen evanescente de Caledor se estabilizó. El fantasma se volvió hacia el Vórtice y
continuó con el hechizo. Una serie de figuras titilantes aparecieron en torno a él como
conjuradas por su voluntad. Aenarion las reconoció como los fantasmas de los
archimagos muertos. De algún modo, algo de ellos aún sobrevivía en aquel lugar.
Incluso muertos, algo los retenía allí.
Los espíritus de los otros archimagos se unieron al ritual, entrando uno a uno en
el Vórtice y desapareciendo. Aenarion los observaba mientras su mirada se iba
apagando con rapidez. Vio cómo quedaban congelados, atrapados en el espantoso
centro del hechizo, mientras continuaban el ritual. Algo en su interior le contó lo que
estaba sucediendo: los fantasmas se entregaban para siempre a la tarea de perpetuar el
hechizo que habían conjurado.
«¡No! —chillaron las voces en su mente. Sintió que el coro de odio demente
aumentaba dentro de su cabeza, amenazando con dominar su voluntad—.
¡Destrúyelo! ¡Destrúyelos a todos! ¡Destruye el mundo!»
La salmodia era seductora. Tenía ganas de obedecerla. ¿Por qué tenía que vivir
nadie cuando él estaba muriendo? ¿Qué le importaba que el mundo continuara o no,
si él no viviría para gobernarlo?
Avanzó lentamente hacia el centro del Vórtice. El fantasma de Caledor se irguió
www.lectulandia.com - Página 28
ante él y le hizo un gesto para que se detuviera. El archimago negó con la cabeza y
señaló la espada. Ésta aulló en poder de Aenarion, instándole a atacar a Caledor y a
saltar luego dentro del Vórtice, para asestar tajos a diestra y siniestra. Si la obedecía, lo
destruiría todo, aniquilaría al mundo, al poner en libertad toda la magia contenida
cuyo control les había costado tanto tiempo y esfuerzo a los magos.
Se sentía tentado. Podía acabar con todo, matar a todos, y la espada podría
vanagloriarse de la aniquilación de todo un planeta. Una parte de él quería hacerlo,
acabar con toda la vida en el planeta, dado que su propia vida estaba tocando a su fin.
Si iba a morir, ¿por qué no arrastrarlo todo consigo?
Se quedó allí de pie, contemplando el fantasma del elfo que antaño había sido su
amigo. El espíritu de Caledor percibió la lucha interior del Rey Fénix, pero no había
nada que él pudiese hacer para ayudarlo ni para detenerlo. La decisión la tomaría
Aenarion, o la tomaría la espada.
Ese pensamiento hizo que Aenarion reaccionara, por fin. Era dueño de sí mismo.
Siempre había seguido su propio camino. No se había doblegado ante su pueblo, ni
ante el Caos, ni ante los dioses de los elfos. Al final, no se doblegaría ante la espada.
Ésta aulló de frustración, como si percibiera la decisión de él, y luchó contra esa
decisión.
Caledor sonrió y lo saludó con una mano, para luego dar media vuelta y entrar en
el lugar en el que permanecería atrapado por toda la eternidad.
Con lentitud, Aenarion les volvió la espalda a Caledor y al Vórtice, y se alejó. La
espada luchó contra él a cada paso.
* * *
En el exterior, todo era aullante locura. Del cielo caían rayos. El tiempo fluía de una
manera extraña en la zona de influencia del Vórtice. Los demonios estaban
desapareciendo, convirtiéndose de nuevo en el material del Caos que los había
formado. Sus adoradores envejecían ante los ojos del Rey Fénix, al pasar los años en
segundos, y la carne se podría y caía de los cadáveres incluso mientras éstos se
desplomaban en el suelo. Por todas partes se formaban montones de huesos.
Aenarion se puso de pie y observó. Incluso los elfos atrapados dentro del alcance
del Vórtice recién nacido estaban envejeciendo. Les hizo un gesto a los supervivientes
para que huyeran, y le obedecieron.
Aenarion sabía que estaba muriendo a causa de las heridas y del veneno que ardía
dentro de sus venas. Sabía que tenía que marcharse, devolver la espada al lugar del
que la había sacado. No se arriesgaría a que cayera en manos de nadie más. No
www.lectulandia.com - Página 29
cuando estaba tan cerca del Vórtice. No cuando cabía la posibilidad de que un
demonio o una criatura maligna la encontraran. Ahora sabía por qué los dioses no
querían que nadie la blandiera.
Contempló el cadáver de Indraugnir.
—Es una pena que no puedas ayudarme ahora, viejo amigo —dijo.
Uno de los enormes ojos se abrió, y el dragón intentó bramar. En lugar de su
habitual rugido orgulloso, la voz fue un mero siseo, pero se levantó trabajosamente
sobre las patas debilitadas y se quedó allí de pie, oscilando, mientras la sangre le salía a
borbotones por la herida.
—Una última lucha, entonces —dijo Aenarion, y el dragón asintió con la cabeza
como si quisiera manifestar su acuerdo—. Llevaremos la espada de vuelta a la Isla
Marchita, y la clavaremos tan profundamente en el altar que nadie será capaz jamás
de sacarla otra vez.
Aenarion subió con esfuerzo a la silla de montar en el lomo del dragón agonizante
y se sujetó con las correas. Recorrió por última vez con la mirada aquel lugar donde
reinaba la destrucción. En torno a él fluía una magia extraña. Los vagos contornos de
los fantasmas eran visibles en las ruinas del templo, enfrascados en algún grandioso
patrón místico, llevando a cabo los ritos de algún descomunal ritual incomprensible.
Tiró de las riendas y el dragón saltó hacia el cielo, encumbrándose a través de las
nubes, ascendiendo en dirección al sol.
Los vientos de la magia aullaron bajo las alas de Indraugnir mientras él y su
agonizante jinete volaban para convertirse en leyenda.
* * *
N’Kari, el Conservador de Secretos, miró al exterior desde el interior del Vórtice
recién nacido y observó la partida de Aenarion.
Tenía suerte de estar vivo, y lo sabía. El arma que cargaba el Rey Fénix tenía una
potencia que superaba a la imaginación de los demonios.
Nunca, a lo largo de todos sus eones de existencia, había experimentado N’Kari
nada parecido a aquello. Había quedado reducido a la más diminuta fracción de
identidad, a algo poco más grande que un gusano o un humano, apenas consciente de
su propia existencia. Sólo había logrado escapar de Aenarion arrojándose dentro de
las rugientes energías mágicas reunidas por los archimagos elfos y escondiéndose allí.
Apenas era una sombra de lo que había sido. La espada lo había debilitado
enormemente, de una manera que todavía no acababa de entender.
Aun así, lo único que tenía que hacer era escapar de allí y su poder volvería a
www.lectulandia.com - Página 30
aumentar como siempre lo había hecho.
Intentó trasladarse a otra parte mediante la fuerza de voluntad, tratar de
zambullirse en el gran Reino del Caos para bañarse en sus energías en eterna
renovación. No sucedió nada. No podía escapar.
La furia y algo más que no acababa de identificar inundaron su mente. Tal vez era
miedo. Estaba atrapado dentro del gigantesco hechizo que habían hecho los elfos. Le
impedía marcharse de ese mundo al suyo propio.
Incluso en ese momento, un vago sentido de supervivencia le advirtió que se
quedara quieto, que no hiciera nada, que reuniera fuerzas. En torno a él había seres de
terrible poder, los fantasmas de los archimagos que habían entregado su vida para
urdir aquel hechizo. Y todavía estaban conjurándolo.
Su encuentro con Aenarion lo había dejado tan débil que no tendría ninguna
posibilidad si uno de esos terribles fantasmas volvía su atención hacia él y el pequeño
defecto que su presencia creaba en la vasta matriz de hechizos. Podrían aplastarlo y
acabar con su existencia con el más leve esfuerzo de voluntad.
A N’Kari le resultaba doloroso y humillante admitir ante sí mismo el apuro en el
que se encontraba, pero hacía mucho tiempo que no había disfrutado de esas
sensaciones, así que decidió sacar el máximo partido de ellas.
Necesitaba un plan, una manera de escapar de aquella enorme trampa que era el
hechizo, sin que se dieran cuenta los fantasmas. Era necesario que esperara y
conservara su poder, tenía que dejar que su fuerza aumentara hasta que volviera a ser
él mismo.
No dudaba de que eso fuera posible, de que pudiera salir de ese lugar. Era un
demonio. El tiempo tenía poco significado para él, incluso el flujo de tiempo tan
extrañamente alterado del interior del Vórtice. Siempre y cuando fuera cuidadoso y
no llamara la atención, sobreviviría y encontraría la manera de salir de allí.
Entonces disfrutaría de otra sensación: la venganza contra Aenarion y todos los de
su linaje.
www.lectulandia.com - Página 31
UNO
Hay quienes expresan asombro ante el hecho de que a Aenarion jamás se le dijera que
Morelion y Yvraine, los hijos que había tenido con la Reina Eterna, habían sobrevivido.
Podría haber cambiado la totalidad del curso de la historia de los elfos en caso de
haberlo sabido. Tal vez nunca habría visitado la Isla Marchita ni sacado de allí la Espada
de Khaine. Puede que nunca hubiera conocido a Morathi. Tal vez nunca habría nacido
Malekith.
Es inútil realizar este tipo de especulaciones. Lo que sucedió, sucedió. La espada fue
extraída. Los elfos de Nagarythe siguieron a Aenarion bajo la sombra de ésta y hacia su
propia condenación. Y el mundo se salvó.
Tal vez debido a que a Aenarion nunca le dijeron que sus hijos estaban vivos.
Muchos eruditos piensan que, una vez que la espada fue extraída, Corazón de Roble y
los príncipes de su confianza obraron sabiamente al ocultarle a Aenarion la información
de que sus hijos habían sobrevivido. Señalan lo que les sucedió a los elfos que siguieron
al Rey Fénix, y lo que le sucedió a Malekith, quien acabaría por ser conocido como el
Rey Brujo. Al mantener a los niños apartados de su padre, los mantuvieron a salvo de la
maligna influencia de la espada.
Y así, de Yvraine, los elfos de Ulthuan aún tienen una Reina Eterna, inmaculada en su
pureza, por lo cual todos debemos dar las gracias.
Es posible que quienes le ocultaran el secreto a Aenarion tuvieran otras razones. Los
eruditos apuntan a que, dadas las ambiciones que Morathi tenía para su propio hijo,
Malekith, es improbable que los niños hubiesen sobrevivido durante mucho tiempo en
Nagarythe, donde fácilmente hubieran estado al alcance de ella. La segunda esposa de
Aenarion se había hecho famosa por sus conocimientos sobre venenos, pociones y
hechicería maléfica. ¿Quién sabe durante cuanto tiempo habrían vivido Morelion y
Yvraine, si ella hubiese conocido su existencia?
Cualesquiera que fuesen las razones, Corazón de Roble y sus príncipes aseguraron
mediante sus actos la supervivencia del linaje de Aenarion en dos ramas principales;
una nos ha dado Reinas Eternas sucesivas basta la presente generación. La otra ha
bendecido y maldecido a Ulthuan con muchos herederos de la brillante y contaminada
www.lectulandia.com - Página 32
sangre de Aenarion. En parte, ellos, al igual que su gran ancestro, les han dado a los
elfos tantas causas para maldecirlos como para estarles agradecidos.
Príncipe Iltharis,
Una Historia del linaje de Aenarion
Tyrion se sentó en el borde del muro de la casa de campo de su padre, con las piernas
colgando, y disfrutó de la sensación de peligro. A su espalda había una caída de seis
metros y la que tenía delante era aún mayor, porque el terreno descendía en
pendiente desde lo alto de la colina. Si se caía de allí, podría romperse una pierna o un
brazo contra el suelo de abajo sembrado de rocas.
El sol de finales del invierno ardía con fuerza en el cielo azul despejado. Hacía frío
a aquella altura de las montañas de Cothique. Su respiración se condensaba, y sentía
el helor a través de la fina tela de su harapienta túnica y de la remendada capa de lana.
A lo lejos, vio un destacamento de soldados montados que cabalgaban cuesta arriba
hacia la casa en la cima de la colina.
Era raro ver a desconocidos en aquella zona de Ulthuan. Muy poca gente iba a
visitarlos. La mayoría eran cazadores de paso que acudían a entregar parte de las
presas como pago por cazar en las tierras de su padre. Un par eran aldeanos que iban
a consultar al padre de Tyrion sobre enfermedades que habían surgido en su familia,
o sobre algún asunto menor de magia o erudición.
Las cosas habían sido diferentes cuando su madre vivía, o al menos eso afirmaba
Thornberry. La casa había estado más concurrida en aquel entonces, cuando sus
padres se habían quedado en ella un par de veranos, huyendo del calor de las tierras
bajas. Hechiceros y eruditos de todo Ulthuan habían acudido a visitarla, además de
los parientes ricos de su madre. La gente sentía afecto por su madre y estaba dispuesta
a viajar incluso hasta aquel lugar remoto para verla.
Tyrion no estaba en situación de saberlo. Ella había muerto durante el difícil parto
de él y su hermano, y nunca había conocido el mundo con ella formando parte. Había
una cosa de la que estaba seguro: salvo su padre, ninguno de los que vivían en la zona
podía permitirse tener un caballo, y mucho menos un caballo de guerra.
Los ojos de Tyrion eran agudos como los de un águila, y pudo ver que los
desconocidos montaban corceles aún más grandes que el de su padre, adornados con
gualdrapas que sólo había visto en ilustraciones de libros. La mayoría de los jinetes
llevaba lanza. No lograba imaginar qué otra cosa podían ser aquellas largas astas con
pendones que ondeaban al viento.
www.lectulandia.com - Página 33
La verdad era que él no quería que fueran ninguna otra cosa. Quería que fueran
caballeros, sofisticados guerreros como los que aparecían en los libros antiguos de su
padre que él y su hermano leían siempre. Se preguntó si estarían relacionados, de
alguna manera, con su propio cumpleaños, que sería al día siguiente, aunque su padre
parecía haberlo olvidado una vez más. De alguna manera, sintió que sí lo estaban.
Parecía lo correcto.
Se levantó de un salto, recuperó el equilibrio encima del muro y luego caminó por
él hasta el tejado de los establos, con los brazos extendidos a los lados para no perder
el equilibrio. Entró a través de un gran agujero que había en la cubierta de pizarra y se
dejó caer sobre la viga de soporte. El olor a polvo y a rancio del viejo edificio le
inundó las fosas nasales, junto con el cálido aroma animal del caballo de su padre.
Corrió por la viga, recogió la cuerda que había dejado anudada en torno al borde, y
saltó.
Aquella siempre era la mejor parte, la larga oscilación hasta el suelo, la vertiginosa
sensación de velocidad al descender y soltarse para caer rodando en las balas de heno.
Siempre le hacía sonreír.
Salió corriendo del establo, pasando ante la sobresaltada Thornberry. La arrugada
anciana elfa lo observó con una expresión que era casi de azoramiento en la cara,
como si, de algún modo, la energía del joven Tyrion la desconcertara y trastornara.
—Vienen desconocidos —chilló Tyrion—. Voy a decírselo a mi padre.
—Más bajo, joven Tyrion —dijo Thornberry—. Tu hermano está enfermo otra
vez. Lo vas a despertar.
—Mi hermano ya está despierto.
Thornberry alzó una ceja. No preguntó cómo Tyrion podía saber eso. De todos
modos, Tyrion no habría podido responder a la pregunta. Él no tenía ni idea de cómo
era posible que cuando estaba cerca de su hermano, pudiera, a veces, saber si dormía
o estaba despierto, si era feliz o estaba triste, o si sufría un gran dolor. A decir verdad,
a él siempre le parecía extraño que los demás no pudiera hacer lo mismo. Tal vez era
algo que tenía que ver con el hecho de que fueran gemelos.
—Ahora sí que lo está… con todo ese ruido que estás haciendo —dijo Thornberry
con un tono de voz malhumorado. La anciana intentaba mostrar una expresión
severa, pero su mirada, como siempre, era dulce. De todas maneras, ella logró hacerlo
sentir culpable, como siempre.
Tyrion subió corriendo la escalera y entró en los aposentos de su padre.
* * *
www.lectulandia.com - Página 34
El padre levantó una mano para imponerle silencio. Se encontraba de pie ante su
banco de trabajo, examinando algo a través del visor del magnascopio.
—Silencio, Tyrion. Estaré contigo en un momento.
Tyrion se quedó allí de pie, reventando de deseo de darle la noticia, pero sabía que
a su padre no se le podía meter prisa cuando estaba concentrado en sus estudios. Para
entretenerse, recorrió la sala con la mirada, abarcando la enorme biblioteca de libros y
pergaminos de su padre, que tanto adoraba Teclis, los grandes frascos llenos de
cabezas de monstruo en conserva, y también de extrañas sustancias químicas y
plantas raras procedentes de las selvas de Lustria y de las selvas tropicales de la lejana
Catai. Su mirada se vio atraída, como siempre, sin importar con cuanto empeño
intentara evitarlo, hacia la gigantesca y aterrorizadora armadura que se erguía en su
armazón de alambre en un rincón. Parecía un monstruoso golem que esperase ser
reanimado. Su padre afirmaba que aquella armadura había sido forjada en los hornos
mágicos del Yunque de Vaul para su legendario ancestro Aenarion, pero que estaba
rota y muerta, y necesitaba que la magia la devolviera a la vida, le otorgara poder y
lograra que volviera a ser adecuada para que la llevara un héroe. Tyrion no estaba del
todo seguro de la veracidad de eso, pero esperaba que fuese cierto.
Estaba descolorida por el área del pecho y los brazos, donde su padre había
reparado con sus propias manos los antiguos desperfectos del metal. En esas zonas, la
armadura no presentaba la pátina del tiempo que tenía en todo el resto.
Lograr que la armadura volviera a estar entera era el trabajo de toda una vida del
padre de Tyrion. Le había dedicado toda una vida de erudición desde el mismo
momento en que la había heredado de su padre, quien a su vez la había heredado de
su padre, y éste del suyo, y así sucesivamente desde el albor de los tiempos. La
tradición familiar decía que la armadura le había sido regalada a su ancestro
Arnarion, otro descendiente de Aenarion perteneciente al linaje de la Reina Eterna,
por el mismísimo Rey Fénix Tethlis, como recompensa por haber salvado la vida de
su hijo. Era la reliquia más valiosa de la familia.
Hasta donde Tyrion sabía, su padre era el primero de su linaje que intentaba
reconstruir la armadura. Hasta el momento, sus esfuerzos habían sido infructuosos.
Siempre faltaba alguna cosa más, un trozo más de un raro mental, una fabulosa tuna
más que debía ser redescubierta y regrabada, un hechizo más que debía volver a
conjurarse. Tyrion había oído muchas veces a su padre afirmar que esa vez sí que lo
lograría, pero siempre se había llevado una decepción. Le había costado su nada
insignificante fortuna y la energía de su vida, y aún no estaba acabada.
Tyrion estudió a su padre en ese momento y se dio cuenta de lo frágil que era.
Tenía el cabello fino como hilo de plata y tan blanco como la nieve del pico del Monte
Cima de las Estrellas. Una red de arrugas le nacía en los ojos y le cubría la mayor parte
del rostro. Las purpúreas venas apenas resaltaban en sus manos. Tyrion miró la piel
www.lectulandia.com - Página 35
suave de sus propias manos y vio la diferencia de inmediato. Una vida de fracasos
había envejecido a su padre de un modo prematuro. El príncipe Arathion tenía sólo
unos pocos siglos de edad.
—Dime qué has venido a contarme, hijo mío —dijo su padre. La voz era calmada,
dulce y remota, pero no carecía de un cierto humor burlón—. ¿Qué te ha traído a mi
taller y te ha hecho entrar sin siquiera llamar a la puerta?
—Unos jinetes vienen hacia aquí —dijo Tyrion—. Guerreros montados a lomos
de caballos de guerra.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó su padre.
Tyrion asintió con la cabeza.
—¿Cómo? —Su padre creía que las observaciones debían ser comprobadas y
justificadas. Formaba parte de su método de erudición. «No sólo conocimientos
teóricos de libro», era su lema.
—Los caballos eran demasiado grandes para ser monturas normales y los jinetes
llevaban lanzas con pendones.
—¿Pendones de quién?
—No lo sé, padre. Estaban muy lejos.
—¿No habría resultado más útil, hijo mío, esperar hasta poder ver los pendones?
Entonces habrías podido decirme más cosas sobre quiénes eran los desconocidos y
cuáles podrían ser sus intenciones.
Como siempre, Tyrion no pudo evitar sentir que, hasta cierto punto, era una
decepción para su amable y erudito padre. Hablaba en voz demasiado alta, era
demasiado bullicioso, demasiado activo. No era brillante como Teclis.
Su padre le sonrió.
—La próxima vez, Tyrion. La próxima vez lo harás mejor.
—Sí, padre.
—Y, por suerte, aquí en el estudio tengo un catalejo que nos permitirá averiguar la
información que se te ha escapado, a pesar del hecho de que estos viejos ojos no son
tan agudos como los tuyos. Corre, ve a contárselo a tu hermano. Sé que te mueres por
darle la noticia.
* * *
Teclis yacía en una gran cama con dosel, cubierto por pilas de mantas raídas y llenas
de remiendos. La habitación estaba tan a oscuras que resultaba imposible ver lo
apolillado que estaba el dosel y lo viejos y desvencijados que estaban los muebles.
Teclis tosía ruidosamente. Por el sonido parecía que se le había soltado un hueso
www.lectulandia.com - Página 36
en su interior y andaba repiqueteándole por dentro del pecho. Se retorció entre la
maraña de mantas y levantó hacia su hermano sus febriles ojos brillantes. Tyrion se
preguntó si Teclis iba a morir realmente aquella vez, si esa enfermedad sería la que
finalmente se lo llevaría. Su hermano estaba ya muy débil, muy consumido, muy
dolorido y desesperado.
Y, egoístamente, Tyrion se preguntó qué le sucedería a él entonces. Sentía los ecos
del dolor y la debilidad de su hermano. ¿Qué sucedería cuando Teclis emprendiera el
oscuro viaje? ¿Moriría también él?
—¿Qué te trae por aquí, hermano? Aún es de día en el exterior. Todavía no es
hora de leer.
Tyrion dirigió una mirada de culpabilidad al ejemplar de Cuentos de la Era
Caledoriana, de Maderion, que descansaba sobre la mesa deteriorada y llena de
muescas que había junto a la cama. Se acercó la ventana. Las cortinas estaban
apolilladas y olían a moho. Por las rendijas que había en los postigos silbaba el aire
frío al entrar, a pesar de los trozos de arpillera que él les había metido dentro. En la
vieja casa de campo no había ningún sitio en el que Teclis pudiera escapar del frío que
parecía drenar su vitalidad.
—Tenemos visita —anunció Tyrion.
El interés asomó a los ojos de Teclis y, por un momento, pareció un poco menos
lánguido.
—¿De quién? —El tono era un eco seco del de su padre, como lo era la pregunta
en sí.
Tyrion se maravillaba por el parecido. A pesar de toda su debilidad, Teclis era un
hijo muy digno de su padre, aspecto que Tyrion no lo sentía de si mismo.
—No lo sé —tuvo que admitir—. No he esperado para comprobar su estandarte
heráldico. Simplemente he salido corriendo a dar la noticia. —No pudo evitar que el
resentimiento aflorara su voz, a pesar de que sabía que su hermano no lo merecía.
—Nuestro padre ha estado sometiéndote otra vez a un interrogatorio, según veo
—dijo Teclis, y sufrió otro largo y horrible paroxismo de tos. En su caso, reír era un
error, a veces.
—Me hace sentir tonto —confesó Tyrion—. Tú también me haces sentir tonto.
—No eres tonto, hermano. Simplemente no eres como él. Tu mente corre por
canales diferentes. Te interesan otras cosas. —Teclis intentaba ser amable, pero no
podía evitar que en su voz aflorara una cierta satisfacción. El gemelo de Tyrion era
eternamente consciente de su inferioridad física, y su sentido de la superioridad
espiritual lo ayudaba a compensarla. Por lo general, no era algo que molestara a
Tyrion, pero ese día se sentía inquieto e inseguro. No se requería mucho para hacerle
perder el equilibrio—. Las batallas, las armas y ese tipo de cosas son lo que te interesa.
El tono de voz de su hermano le dio a entender con certeza lo insignificantes que
www.lectulandia.com - Página 37
él consideraba esas cosas en el gran esquema del mundo.
—Uno de los jinetes, al menos, es un guerrero. Llevaba una lanza y su armadura
brillaba mucho al sol.
Al principio, Tyrion pensó que estaba inventándose este último detalle, pero en el
momento de decirlo se dio cuenta de que era la verdad. Había observado más cosas de
las que pensaba. Era una lástima que su padre no lo hubiese interrogado acerca de ese
detalle.
—¿Y los demás jinetes? —preguntó Teclis—. ¿Cuántos eran?
—Diez con lanzas. Uno de ellos sin.
—¿Quién será?
—No lo sé, un escudero tal vez, o un sirviente.
—¿O un mago?
—¿Por qué iba a venir aquí un mago?
—Nuestro padre es hechicero y erudito. Tal vez ha venido a consultarle algo y los
guerreros sean su guardia personal.
Tyrion vio que Teclis estaba tergiversando los acontecimientos para que se
adaptaran a sus propias visiones y fantasías. Quería que uno de esos jinetes fuera un
erudito y que los otros, los guerreros, se encontrarán en una posición inferior. Eso le
escoció. Pensaba que debería decir algo, pero no se le ocurría qué, y Teclis rió.
—Somos auténticos ratones de campo, ¿verdad? Nos sentamos en nuestras
habitaciones a hablar de desconocidos que podrían o no venir a visitarnos. Leemos
sobre las grandes batallas de la Era Caledoriana, pero unos jinetes que buscan cobijo
para pasar la noche son una fuente de gran conmoción para nosotros.
Tyrion rió, contento porque no iba a tener que discutir con su hermano.
—Supongo que podría ir a preguntarles qué quieren —dijo.
—¿Y robarnos un delicioso misterio y la expectación de su solución? —preguntó
Teclis—. Eso no tardará en llegar.
Cuando todavía estaba pronunciando estas palabras, sonó la gran campana de las
grandes puertas del recinto. Había algo ominoso en aquel sonido, y Tyrion no pudo
evitar la sensación de que anunciaba algún cambio muy grande, de que, por alguna
razón todavía desconocida, sus vidas ya no volverían a ser las mismas a partir de ese
día.
* * *
La gran campana volvió a sonar mientras Tyrion bajaba corriendo al patio. Llegó a la
puerta de entrada al mismo tiempo que Thornberry. Se quedaron uno frente al otro
www.lectulandia.com - Página 38
por un momento, ambos esperando a ver qué haría el contrario.
—¿Quién viene? —gritó Tyrion.
—Korhien Espadón de Hierro y la dama Malene, de la casa de Mar Esmeralda, y
su séquito. Tenemos un asunto que tratar con el príncipe Arathion.
—¿Y qué asunto es ése? —preguntó Tyrion. Estaba abrumado por el carisma de
esos nombres. Su padre había hablado de Korhien. La casa de Mar Esmeralda era la
familia de su madre, príncipes mercaderes de la gran ciudad-estado de Lothern,
donde los gemelos habían vivido de pequeños. ¿Qué podrían buscar allí?
—Eso es algo que tenemos que hablar con el príncipe Arathion, no con su
portero. —El tono del elfo era de impaciencia. En él había algo definitivamente
marcial. Tenía la claridad de un gran cuerno de bronce hecho para ser oído por
encima del fragor del campo de batalla.
—Yo no soy su portero, soy su hijo —replicó Tyrion, para demostrar que no se
sentía intimidado, a pesar de que lo estaba un poco.
—Tyrion, abre la puerta —dijo una voz amable detrás de él. Tyrion se volvió, y le
sorprendió ver a su padre, que también llevaba puesta su mejor capa y una gargantilla
de oro intrincadamente labrado que tenía engarzadas brillantes gemas místicas—. No
estaría bien hacer esperar a nuestros huéspedes. Es una grosería.
Tyrion hizo un gesto de indiferencia y apoyó un hombro contra la barra, que
levantó con facilidad porque era muy fuerte para su edad. Retrocedió cuando las
puertas se abrieron, y al alzar los ojos, se encontró mirando a unos desconocidos
montados. Uno de ellos era el varón elfo más alto que Tyrion había visto jamás, tan
alto y ancho como él, y cargaba un hacha grandiosa a la espalda, y al costado llevaba
envainada una espada. Con una mano sujetaba, en efecto, una larga lanza. Se cubría
los hombros con una capa hecha con la piel de un león blanco. Tyrion estaba
emocionado. Nunca antes había conocido a un miembro de la legendaria guardia
personal del Rey Fénix. ¿Qué podría haber ido a buscar allí alguien como él?
Junto al León Blanco había una elfa vestida con una túnica de viaje hermosamente
tejida y con capucha. Su expresión era altiva, y la mirada de sus ojos color ámbar,
directa y penetrante. Llevaba una serie de brillantes amuletos que la distinguían como
hechicera. Por debajo de la capucha de su capa escapaba un mechón de cabello negro
como el ala de un cuervo.
Detrás de ellos había un grupo de jinetes, montados en caballos adornados con
gualdrapas. Todos llevaban el mismo tabardo y lucían el mismo emblema en los
pendones de las lanzas: un barco blanco sobre fondo verde. Tras ellos avanzaba
trabajosamente una fila de monturas de repuesto y mulas de carga. Parecía ser una
expedición bastante impresionante.
Antes de que Tyrion pudiera decir nada, el León Blanco ya había plantado su
lanza en la tierra de la entrada, desmontado, atravesado el patio a grandes zancadas y
www.lectulandia.com - Página 39
levantado a su padre del suelo con un gigantesco brazo. Para gran sorpresa de Tyrion,
su padre no puso objeciones a aquello, sino que rió alegremente. Era la primera vez en
su vida que Tyrion veía algo similar.
Miró a la mujer para ver si ella estaba tan asombrada como él y vio que su
expresión era de amargura y desaprobación mientras recorría el patio con la mirada
como si inspeccionara una pocilga. Su caballo era más pequeño que las monturas de
los guerreros, pero estaba mejor ataviado. Lo sorprendió observándola y frunció el
ceño. Pero él le devolvió la mirada y se la sostuvo hasta que ella apartó los ojos.
—Korhien, viejo mastín de guerra, me alegro mucho de verte —dijo su padre.
—Y yo de verte a ti, Arathion —respondió el guerrero, palmeando la espalda de su
padre con tal fuerza que Tyrion temió que pudiera lesionarlo.
Su padre hizo una mueca de dolor ante aquel impacto, pero no protestó. De
repente, a Tyrion se le ocurrió que Korhien y su padre eran amigos. Se trataba de un
concepto nuevo. En todos sus años de infancia, Tyrion no recordaba que su padre
hubiese demostrado afecto por nadie ni por nada, ni siquiera por sus hijos.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? Creo que desde que te retiraste aquí, después de
que Alysia… —dijo Korhien, y por el modo en que cambió su expresión se hizo
evidente que ya sabía que había cometido un error mientras hablaba. Cerró la boca.
Una ola de tristeza recorrió el rostro de su padre, que apartó los ojos para mirar a
lo lejos.
—Dama Malene —dijo su padre al cabo—. Bienvenida a mi casa.
—Así que es aquí donde murió mi hermana —dijo la mujer—. No es un lugar
muy… agradable.
Otra ligera conmoción recorrió el pecho de Tyrion. Aquella mujer era su tía.
Entonces la estudió con más detenimiento que antes, preguntándose hasta qué punto
se parecería a su madre. Al observarla con más atención, vio que algunos de sus
rasgos se parecían a los de Teclis e incluso a los que solía ver en el espejo. Ella lo
observaba con la misma atención. En aquella mirada había hostilidad, y algo más que
no lograba identificar, curiosidad, tal vez.
Ella alargó una mano y lo volvió a mirar. A Tyrion se le ocurrió que era una dama
que no estaba habituada a montar y desmontar sin ayuda. Sintió la tentación de ir a
ayudarla, pero algo en su interior se reveló en contra y, al cabo de un instante, se dio
cuenta del porqué.
Serían los sirvientes quienes ayudaran a aquella dama, y él, sin duda, no era su
sirviente. La elfa advirtió que la comprensión afloraba a los ojos del joven y sonrió
con frialdad, para luego desmontar con gracilidad y avanzar hasta él. Camino en
círculo alrededor de Tyrion, inspeccionándolo igual que un ama de casa montañesa
inspeccionaría a un ternero que estuviera pensando comprar. A Tyrion no le gustó lo
que hacía.
www.lectulandia.com - Página 40
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él.
—Tyrion —dijo su padre con tono de desaprobación.
El guerrero rió. La reacción de la elfa lo sorprendió.
—Sí, mucho —respondió—. Aunque los modales pueden mejorarse.
Korhien se rió también. Tyrion sintió que se ruborizaba. Cerró los puños con aire
desafiante, pues no estaba habituado a que nadie más que su padre y Teclis se rieran
de él. Entonces vio el lado gracioso de la situación y también se rió.
—Te pareces a ella cuando ríes —dijo Malene con una voz triste que aTyrion le
recordó la que a veces percibía en su padre—. Alysia siempre fue una mujer alegre.
Alysia había sido el hombre de la madre de Tyrion, y por el tono de voz de Malene
era evidente que echaba de menos a su hermana. A Tyrion se le ocurrió que si
muriese Teclis, aquella orgullosa y fría mujer podría parecerse a la persona en la que
él se convertiría, y entonces descubrió que sentía una cierta compasión por ella.
—¿Vamos a quedarnos aquí fuera de pie durante todo el día? —preguntó Korhien
—. ¿O vas a invitarnos a entrar para servirnos algunos de esos excelentes vinos añejos
que guardas en esa bodega tuya de la que siempre alardeas?
—Por supuesto, por supuesto —dijo su padre en seguida—. Entrad, entrad.
Era la primera vez que Tyrion oía hablar de los excelentes vinos añejos que se
guardaban en la bodega. No cabía duda de que aquél estaba resultando ser un día
interesante. Los jinetes continuaban montados, impasibles, como si esperaran para
cargar. Había una especie de amenaza en su inmovilidad.
—Quizá a vuestros soldados les apetezca unirse a nosotros —añadió su padre—.
Parece un grupo muy numeroso para una visita social.
A Tyrion no se le escapó la rápida mirada de advertencia que pasó a toda
velocidad entre su padre y Korhien.
—Los caminos vuelven a ser peligrosos —respondió Korhien.
Tyrion tuvo la sensación de que le habría gustado decir algo más, pero se lo
impedía la presencia de los demás.
¿Qué estaba sucediendo allí?
www.lectulandia.com - Página 41
DOS
La sala de estar era húmeda y fría, y olía a moho, y Tyrion se dio cuenta de que la
dama Malene no estaba precisamente impresionada. Por primera vez se sintió
avergonzado de su padre y de su hogar.
Al mirar el vestido de aquella dama, tejido con sedas y telas mágicas cuyo nombre
él ni siquiera conocía, se dio cuenta, por primera vez, de los desarrapados que iban él
y su padre. En ese momento reparó en que durante mucho tiempo no había podido
comparar a su familia con nadie más que los aldeanos de la zona, simples montañeses.
Era obvio que Korhien y Malene pertenecían a un orden social muy diferente, una
clase a la que sentía que él y su padre eran ajenos. Tal vez su padre había pertenecido
a esa clase social en otros tiempos, pero, aunque hubiera sido así, ya no era el caso.
La dama Malene olisqueó el aire y miró los sillones de madera estropeados y con
muescas. No estaban ni forrados ni acolchados, y el joven supuso que ésa era otra de
las cosas a las que ella no estaba acostumbrada. Korhien rió.
—He estado en campamentos militares que eran más acogedores que esto,
Arathion. No hay muchas posibilidades de que vayas a ablandarte viviendo aquí.
—Sentaos. Encenderé el fuego ahora mismo —dijo su padre, y de inmediato se
puso manos a la obra. Salió de la sala y volvió con algunos troncos de la preciosa
reserva de invierno. Los echó de cualquier manera dentro del hogar y los encendió
con una palabra mágica.
Todos los troncos estallaron simultáneamente en azules llamas místicas al sonar
su voz. Saltaron chispas, y el sonido de pequeñas detonaciones inundó el aire al
encenderse la savia que aún contenían. Tyrion miró a su padre con asombro. Era la
mayor magia, y la más obvia, que le había visto hacer en años. Quería salir corriendo
a contárselo a Teclis, pero lo dejó paralizado la curiosidad, el deseo de ver qué otra
cosa extraordinaria podría suceder a continuación.
Thornberry entró con tres copas y una botella de vino hecha de arcilla, sobre una
www.lectulandia.com - Página 42
bandeja de bronce de aspecto muy antiguo. Parecía sentirse incómoda, pero intentaba
disimularlo manteniendo el rostro tan inexpresivo como una piedra. Dejó el vino
sobre una mesa baja y se retiró de la sala con tanta rapidez como pudo.
Su padre hizo un gesto para que los invitados se sentaran.
—Pronto nos servirán comida.
Tyrion también se asombró de esto. Su padre habría dado instrucciones para que
prepararan la comida, lo cual era un milagro en sí mismo. A menudo olvidaba comer
durante varios días seguidos, y cuando Thornberry no estaba en la casa, Tyrion tenía
que cocinar para él y para Teclis.
Korhien y Malene se sentaron mientras su padre escanciaba el vino. Tyrion se
acercó al fuego y se situó de espaldas a él para deleitarse con el inusitado calor.
—¿A qué debemos el honor de esta visita? —preguntó su padre, al fin.
—Ha llegado la hora —respondió Korhien—. Los gemelos ya casi tienen la edad
de ser presentados en la corte del Rey Fénix.
—Es su derecho —dijo la dama Malene—. Y su deber. Son del linaje de Aenarion.
—Sí, lo son —convino el padre en un tono extrañamente cortante, más combativo
de lo que Tyrion lo había visto jamás. Su padre nunca era agresivo con nadie—. Me
pregunto por qué la casa de Mar Esmeralda ha escogido a su más bella hija y al más
grande de sus aliados en la corte para venir a recogerlos.
Tyrion experimentó otra conmoción. Recogerlos. ¿Qué quería decir su padre? Por
la expresión de Malene percibió que tampoco ella esperaba esa reacción. Daba la
impresión de ser una mujer a quien la gente no hablaba nunca en ese tono. Korhien
también miraba al padre de Tyrion de manera extraña, pero no sin admiración.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Malene al cabo.
—Quiero decir que durante los últimos quince años, más o menos, la casa de Mar
Esmeralda ha manifestado bastante poco interés por mis hijos. Y, sin embargo, aquí
estáis hoy, con una compañía de guerreros acorazados, recordándome mi deber
paterno de presentarlos ante el trono del Rey Fénix. Siento curiosidad de saber por
qué.
—Deben presentarse —dijo Korhien—. Conoces la ley tan bien como yo,
Arathion. Pertenecen al linaje de Aenarion.
—Y si van a ser presentados en la corte, yo debo asegurarme de que no deshonren
a la familia —añadió Malene.
Su padre dejó escapar una risa suave.
—Ya suponía yo que tenía que ser eso.
—¿Por qué tenemos que ser presentados en la corte, padre? —intervino Tyrion,
incapaz de contener la curiosidad.
Su padre lo miró como si por primera vez reparará en que estaba allí.
—Déjanos solos, Tyrion. Tu tía y yo tenemos que hablar. Más tarde te contaré lo
www.lectulandia.com - Página 43
que sea necesario contarte.
El tono de su padre era severo y lo que decía, injusto, pero en sus ojos había una
expresión de dolor tan grande cuando habló que Tyrion no tuvo valor para discutir
con él o hacerle preguntas. Se encaminó hacia la puerta y la cerró tras él al salir,
reprimiendo el impulso de dar un portazo, aunque la tentación era muy grande.
* * *
—Piensa —dijo Teclis. Su voz era aún más ronca de lo normal. Su tos había
empeorado, pero en sus ojos había ahora un interés febril. Estaba sentado en la cama,
erguido, con una manta echada sobre los hombros—. Intenta recordar, ¿qué más
dijeron?
Tyrion negó con la cabeza.
—Ya te lo he contado todo.
Se ajustó más la capa en torno al cuerpo. Después de haber estado en el cálido
salón de abajo, la habitación de Teclis parecía más fría que nunca. Tal vez debería
llevar a Teclis abajo y dejar que se sentara junto al fuego durante un rato. Pero sabía
que era mejor no sugerirlo siquiera. Su hermano nunca accedería. No le gustaba que
su debilidad se pusiera en evidencia ante desconocidos.
—¿Estás seguro de que ella dijo que teníamos que ser presentados en la corte del
Rey Fénix?
—Sí.
—Supongo que tiene sentido. A fin de cuentas, somos herederos de la Maldición.
Tyrion rió.
—¿La Maldición? ¿La Maldición de Aenarion? ¡Un poco de seriedad!
—El archimago Caledor afirmó que todos los del linaje de Aenarion pueden
heredar su maldición y ser tocados por Khaine, dios del asesinato.
—Seguro que eso sólo afecta a los que son como Malekith, nacido después de que
Aenarion cogiera la Matadioses y quedara contaminado por su poder.
—Uno pensaría que así es, ¿verdad? Pero las palabras de Caledor no fueron ésas.
Y si lo piensas bien, eso no tiene mucho sentido. Malekith se quedó estéril desde que
atravesó la Llama. Nunca ha tenido hijos.
—¿Por qué? Yo no creo que tú estés maldito por Khaine, ni tampoco que lo esté
yo, por cierto.
Teclis hizo un gesto hacia su cuerpo consumido y alzó una ceja.
—Yo creo que es posible.
—Yo no creo que estés maldito.
www.lectulandia.com - Página 44
—¿Cuántos elfos enferman alguna vez, Tyrion? ¿Cuántos son tan débiles como
yo?
Tyrion intentó reír para quitarle importancia al asunto.
—Me cuesta un poco pensar que eso te acredite como amenaza para el Reino.
—Carece de importancia lo que nosotros pensemos, Tyrion. Lo que importa es lo
que piensen el Rey Fénix y su corte.
—¿Van a presentarnos allí con el fin de que puedan examinarnos para ver si
estamos contaminados por Khaine?
—Así lo creo.
—Eso no parece justo.
—Puede que tengan razón.
—¡No puedes decirlo en serio, hermano!
—Aenarion era único. Hizo cosas que ningún elfo hizo antes que él, y que muy
pocos han intentado después. Atravesó la Llama de Asuryan sin ayuda ni protección.
Extrajo la Matadioses del Altar de Khaine. Tenía algo diferente, algo que le permitió
blandir el poder de los dioses, y que a ellos les permitió actuar a través de él. ¿Quién
puede decir que esa diferencia no se haya transmitido a través de su sangre?
Ciertamente, Caledor Domadragones pensaba que sí, y era el mago más grandioso
que ha conocido este mundo.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Tyrion. Ya conocía la respuesta, pero, como
siempre, la amplitud de los conocimientos de su hermano lo dejó atónito.
—Porque mientras tú andas vagando por ahí fuera, yo no tengo nada mejor que
hacer que leer, cuando tengo energía para hacerlo.
—Sí, pero lo que lees lo recuerdas siempre. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. A mí
las cosas me entran por un oído y me salen por el otro.
—A menos que tengan que ver con guerreros o héroes —puntualizó Teclis—.
Pero bueno, ¿no te parece inusitado que la dama Malene y el señor Korhien nos
hayan visitado de esta manera?
—¿Qué quieres decir?
Teclis le dirigió una mirada de advertencia.
Una corriente de aire que sintió en la espalda le indicó que alguien acababa de
abrir la puerta de la habitación de Teclis. Al volverse, Tyrion vio a la dama Malene de
pie en la entrada. No parecía incómoda por haber entrado sin llamar. Los miró a los
ojos y luego entró en la habitación sin esperar a que la invitaran.
—Tú debes de ser Teclis —dijo—. El tullido.
—Y tú debes de ser Malene, la grosera —replicó Teclis.
Ella rió.
—Bien dicho, muchacho.
—Puedes dirigirte a mí como príncipe. Es mi título.
www.lectulandia.com - Página 45
—Eso aún está por ver. Sabré cómo debo llamarte una vez que te hayas
presentado ante el trono del Rey Fénix.
—¿Por qué no empiezas a practicar ahora? —dijo Teclis—. Podríamos fingir que
somos todos elfos nobles bien educados que se han reunido.
Malene lo miró durante un largo momento, obviamente reparando en la
diferencia entre sus modales altaneros y su cuerpo consumido, y viéndose forzada a
reconsiderar la situación.
—En efecto, príncipe Teclis, ¿por qué no hacerlo? —dijo al fin.
—Muy bien, dama Malene —replicó él, haciendo hincapié en dama—. Y, además,
acordemos que yo no entraré en tu habitación sin llamar si tú no entras en la mía.
Tyrion pensó que su hermano podría estar forzando demasiado las cosas, pero
Malene rió y asintió con la cabeza. Por algún motivo, parecía complacida con la
actitud despreocupada de Teclis.
—Me alegro de haberos conocido, y de momento me despediré de vosotros,
príncipe Tyrion, príncipe Teclis.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Teclis hizo un gesto para que Tyrion se
inclinara hacia él.
—Ella ha venido a matarnos —susurró.
—¿A matarnos? —preguntó Tyrion.
—O a que nos mate el formidable Korhien.
—No. —Tyrion estaba bastante seguro de que ése no era el motivo.
—Puedes apostar a que sí. Si ella piensa que podríamos estar contaminados por
Khaine, sufriremos un accidente en el camino a Lothern. ¿Por qué, si no, iban a venir?
—Te estás poniendo demasiado dramático —dijo Tyrion. Simplemente no quería
creer lo que Teclis estaba diciendo—. ¿Por qué iban a querer hacer eso?
—Tal vez porque la casa de Mar Esmeralda tiene la ambición de sentar a un
candidato propio en el Trono Fénix y no quieren pasar por el bochorno de que se les
relacione con dos príncipes contaminados.
—Todavía no somos príncipes —dijo Tyrion—. Ya has oído lo que ha dicho la
dama Malene.
Teclis rió con amargura hasta que le dio un ataque de tos que hizo que los ojos le
empezaran a llorar.
—Ahora debo dormir Que tengas buenas noches, hermano.
—Que Isha te sonría, Teclis —respondió Tyrion, que detestó la ironía de las
palabras en el momento mismo de ofrecerle a su hermano la despedida tradicional. Su
hermano era, muy decididamente, uno de los elfos a los que la diosa no había
sonreído—. Que vivas mil años.
www.lectulandia.com - Página 46
* * *
Trastornado por las sospechas de Teclis, Tyrion se movió de puntillas por la casa.
Llegó a lo alto de la escalera. Desde ese sitio elevado vio a su padre y a Korhien
sentados junto al fuego, separados por un tablero de ajedrez. Al mirar al corpulento
guerrero, a Tyrion le resultó imposible imaginarlo involucrado en un asesinato
furtivo, y en cualquier otra cosa que fuese deshonrosa. Tyrion tenía la certeza de que
ése no sería el estilo de Korhien. Si hubiera que matar a alguien, lo haría cara a cara,
arma contra arma.
Korhien se inclinó hacia delante y movió un Grifo de plata. Su padre se acarició el
mentón y consideró la respuesta. Tyrion bajó la escalera de puntillas, disfrutando de
la inusitada tibieza de la sala de estar, y se acercó en silencio al tablero para no
interferir en la concentración de los jugadores. Con una sola mirada se hizo cargo de
las posiciones estratégicas.
Su padre jugaba con las piezas doradas, con su habitual cautela y movimientos
razonados. Ya estaba a la defensiva, a pesar de haber contado con la ventaja de sacar el
primero. Korhien, que jugaba con las plateadas, tenía una formación de Arqueros
reunidos en el flanco derecho y estaba montando, contra la Reina Eterna de su padre,
un potente ataque con el Dragón de su Reina Eterna apoyado por sus jinetes de
Grifos, a la vez que con un Señor del Conocimiento atacaba desde el otro extremo de
la larga diagonal. La mano del padre de Tyrion quedó suspendida sobre el Grifo de su
Rey, un movimiento que sería un error.
—Tu portero desaprueba esa estrategia —dijo Korhien con una risa atronadora
cuando reparó en la expresión de Tyrion.
—En ese caso, será mejor que preste atención —dijo Arathion—. Tyrion es el
mejor jugador de esta casa.
Korhien alzó una ceja.
—¿Es eso cierto? ¿Mejor que ese brillante aunque enfermizo hermano al que aún
tengo que conocer?
—Mejor que tú —dijo Tyrion, molesto por la forma en que las palabras de
Korhien parecían menospreciar a Teclis.
—¿Estás desafiándome, portero? —preguntó Korhien.
—Podría derrotarte desde la posición de mi padre.
—Ah, no, eres un gallito. Yo diría que tengo a tu padre más que derrotado.
—Puede que lo parezca, pero hay algunas debilidades manifiestas en tu táctica.
—Yo no las veo —dijo Korhien.
—Tyrion, si quieres… —Su padre se levantó del asiento y le hizo a Tyrion un
gesto para que se sentara—. Si vas a hacer unas afirmaciones tan estrafalarias, deberías
www.lectulandia.com - Página 47
tener la posibilidad de proporcionarnos pruebas. —Su padre, sin embargo, estaba
sonriendo.
Tyrion supuso que no estaba disfrutando con el hecho de ser vencido, ni siquiera
por un contrincante que era amigo suyo. A pocos elfos les gustaba que los derrotaran
en algo.
Tyrion se sentó y desplazó dos casillas hacia delante a un Arquero que estaba
situado en el flanco de su Rey Fénix.
—¿Qué? —dijo Korhien, obviamente divertido. Agarró su Grifo y lo hizo saltar
por encima del Arquero de Tyrion hasta una posición desde la que amenazaba a un
Señor del Conocimiento.
Tyrion contempló el tablero. Como siempre, jugaba con rapidez, por instinto, y
daba la impresión de sentir los puntos fuertes y débiles de las piezas, así como la
compleja red de fuerzas tejida por la ubicación de cada una y su interacción.
Movió otro Arquero hacia delante con el fin de despejar una casilla para hacer
entrar en juego a su propio Señor del Conocimiento y a su Rey Fénix, y construir una
posición de flanqueo propia. El intercambio de piezas que había planificado Korhien
tuvo lugar, y al final del mismo había ganado un Arquero, pero contemplaba el
tablero con expresión pensativa. Era evidente que tenía la sensación de que estaba
cambiando el equilibrio de poderes. Era un jugador lo bastante bueno como para
entender lo que estaba haciendo Tyrion, pero aún no sabía del todo cuál era el plan
del joven príncipe.
Mantuvo su propio ataque, pero Tyrion lo paró con una astuta combinación del
Señor del Conocimiento y los Arqueros, que usó para bloquear la larga diagonal que
constituía la principal línea de ataque de Korhien. Unos pocos movimientos después,
Tyrion inició su propio ataque. Al final de éste, Korhien tumbaba su Reina Eterna de
costado para indicar que había abandonado. Rió con voz sonora, aparentemente
encantado.
—¿Eres siempre tan bueno, portero?
—Sí que lo es —intervino su padre, con un orgullo que sorprendió a Tyrion—.
Mejor, de hecho, puesto que él no habría cometido los errores que he cometido yo al
principio.
—Tengo que ver si esto no ha sido pura casualidad —dijo Korhien. Escondió un
Arquero de oro y un Arquero de plata en cada mano, se las llevó a la espalda y pidió a
Tyrion que escogiera una de las dos. Tyrion escogió la pieza plateada y el juego
comenzó. Ganó esa partida en cuarenta y dos movimientos, y una tercera, que
comenzó con oro, en treinta. Vio que Korhien estaba impresionado.
—Tu padre es un excelente jugador de ajedrez y a mí se me considera uno de los
mejores de la corte, y a pesar de eso, nos has superado a los dos sin demasiadas
dificultades. No eres en absoluto lo que yo había esperado, portero.
www.lectulandia.com - Página 48
—¿Y qué habías esperado?
—No a ti —replicó Korhien, que claramente no quería decir nada más.
—¿Otra partida? —sugirió Tyrion.
—No, ya tengo suficientes derrotas por un día. —Pero lo dijo con una sonrisa. No
había amargura ninguna en aquel Korhien.
A Tyrion le cayó bien.
* * *
Tyrion se encogió de hombros y, muy satisfecho, salió de la casa. Le sorprendió que
en el exterior aún quedara algo de luz diurna. Era la primera vez que recordaba que
hubiese un fuego encendido en el hogar antes de que cayera la noche, por mucho frío
que hiciese en las montañas. Se envolvió más fuerte la capa alrededor del cuerpo y
pensó en las partidas de ajedrez que había jugado contra el guerrero maduro. Korhien
era mejor jugador que su padre y que Teclis, cosa que él no había esperado en
absoluto.
Se sentía exaltado por su pequeña victoria y lleno de inquieta energía, así que salió
por la pequeña poterna de la puerta principal de entrada y comenzó a correr hacia
abajo, primero con lentitud, sólo para calentar, y luego más y más rápido, saltando
por encima de las rocas y brincando por la traicionera senda, con descuidada
indiferencia hacia su vida y sus extremidades.
Ya había oscurecido para cuando regresó, y aún no estaba cansado, ni siquiera
jadeaba. La enorme luna mayor flotaba en el cielo. La luna más pequeña era una
menuda chispa verde que se veía en un cuadrante distinto. Parecía un buen augurio.
Le sorprendió todavía más encontrar a Teclis calentándose ante el fuego de la sala de
estar, hablando con Korhien. El tablero de ajedrez estaba entre ellos. Tyrion captó la
situación de las piezas con una sola mirada.
Korhien estaba ganando. Teclis se dio cuenta de que él había reparado en eso y le
dedicó una mueca amarga. No le gustaba que lo vencieran, razón por la cual Tyrion
no solía tener muchas oportunidades de jugar con su hermano.
Teclis alzó una mirada de expresión sardónica cuando entró Tyrion.
—¿Dónde está nuestro padre? —preguntó Tyrion.
—Está encerrado con la dama Malene —replicó Teclis—. Al parecer, tienen
muchas cosas de las que hablar.
Había una nota de advertencia en su voz. Teclis sospechaba que estaba sucediendo
algo, y quería que Tyrion lo supiera.
—He oído decir que has estado ganando otra vez al ajedrez, hermano —dijo
www.lectulandia.com - Página 49
Teclis, cambiando de tema. Él, al menos, no dio la impresión de estar ni remotamente
sorprendido al decirlo—. No parece ser algo que yo sea capaz de hacer contra el señor
Korhien. ¿Cómo lo haces? Ganar, quiero decir.
Tyrion estudió el tablero.
—Puedes ganar desde la posición en que te encuentras.
—Te suplico que me expliques cómo.
Tyrion miró a Korhien.
—¿Puedo?
El guerrero rió.
—No tengo muy claro si esto va a gustarme, pero adelante.
—Acostúmbrate a ser derrotado por mi hermano. No le gusta perder dijo Teclis.
—Ésa es una característica útil en un guerrero —replicó Korhien.
Tyrion procedió a demostrar cómo Teclis podía ganar.
—¿Cómo lo haces? —volvió a preguntar Teclis.
—¿Cómo no puedes hacerlo tú? A mí me parece muy obvio.
—Y eso era la verdad. Era verdad que Tyrion no podía entender cómo era posible
que su hermano, más inteligente que él, pudiera no ver lo que para él estaba tan claro.
—¿En qué sentido? —preguntó Korhien. En el tono había una brusquedad que
Tyrion no podía entender del todo. Dedicó a la respuesta más reflexión de la que
normalmente habría dedicado.
—Ciertas casillas son más importantes que otras, durante la mayor parte del
tiempo. Ciertas combinaciones de movimientos se complementan. En todas las
posiciones existen siempre puntos débiles y puntos fuertes. Hay que jugar para
reducir al mínimo los puntos débiles y maximizar los fuertes.
—Ésos son principios generales sensatos —dijo Korhien—, pero en realidad no
explican nada.
Tyrion se sintió frustrado. Entendió cómo debía de sentirse Teclis cuando
intentaba explicarle a él los principios del funcionamiento de la magia.
—Es como si yo pudiera ver el resultado de todos los movimientos combinados.
Veo cómo se entrelazan potencialmente todas las piezas. Es como cuando miro los
mapas de los campos de batalla de los libros antiguos…
—¿Qué? —preguntó Korhien, aún con más brusquedad que su hermano.
—En todos los campos de batalla hay ciertas líneas de ataque obvio. Lugares
donde deben situarse las tropas. Lugares donde no deberían estar. Elevaciones con
una línea de tiro despejada para los arqueros sobre el resto del campo de batalla.
Zonas llanas donde la caballería puede avanzar con rapidez. Bosques y pantanos que
pueden proteger los flancos. Puedes ver esas cosas cuando observas los planos.
—Tú puedes verlas —dijo Teclis, reprimiendo un bostezo.
—El linaje de Aenarion —murmuró Korhien.
www.lectulandia.com - Página 50
Entonces le tocó a Tyrion el turno de mirarlo fijamente.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Dicen que Aenarion podía hacer lo mismo. Ver modelos de combate sobre un
campo de batalla.
—Cualquiera puede hacerlo si se toma la molestia de pensar en esas cosas —dijo
Tyrion.
Teclis volvió a reír.
—No sucede a menudo que yo oiga a mi hermano alabar las virtudes que tiene
pensar —dijo a modo de explicación—. Deberías estar aplaudiendo.
—Cualquiera puede mirar un mapa y decir algo. La clave es decir lo correcto —
dijo Korhien.
Tyrion se encogió de hombros. Se acercó despacio a una de las librerías y escogió
un ejemplar de Las campañas de Caledor el Conquistador. Lo abrió por una página
que se veía muy manoseada y a continuación se dirigió hacia donde estaba sentado el
guerrero.
—Mira —dijo—. Aquí tienes un ejemplo de lo que quiero decir. Aquí están las
disposiciones de Caledor contra el general druchii Izodar. Observa el modo en que ha
situado la maquinaria bélica con el fin de cubrir los accesos a la colina Drakon. Fíjate
también en cómo la fuerza principal de su caballería está situada fuera de la vista,
aquí, detrás de esta cadena de colinas, pero con fácil acceso al desfiladero que les
permitirá salir al campo de batalla en cuanto reciban la señal de su señor.
—Sí, pero todo mundo sabe eso. Fue una buena trampa, una de las victorias más
grandiosas de Caledor.
—Sí —dijo Tyrion—. Pero cometió errores.
—Vaya, vaya, no careces de confianza en ti mismo, ¿verdad, portero? El
Conquistador fue el general más grande de su época. En su historial se cuentan más o
menos victorias ininterrumpidas. Y tú miras el mapa de uno de sus más grandiosos
triunfos y afirmas que se equivocó.
—No, no lo digo. Venció. Nadie puede discutir eso. Sólo he dicho que cometió
errores.
—Es una distinción importante —admitió Korhien—. Así pues, por lo que más
quieras, explícame los errores que cometió, portero.
—Mira dónde situó el grueso de su caballería. A plena vista, cerca del enemigo. Y
cuando empezó la batalla, se trabaron demasiado pronto en combate con el flanco
derecho de los druchii. Eso podría haber estropeado la trampa con total facilidad.
Korhien sonrió.
—Tu análisis es impecable, pero has olvidado tomar en consideración una cosa.
A Tyrion no le ofendió oír que se descartaba su teoría con tanta indiferencia.
Percibió que se hallaba ante la oportunidad de aprender algo sobre un tema que lo
www.lectulandia.com - Página 51
intrigaba, de alguien que poseía una cierta experiencia en el asunto.
—¿Qué he pasado por alto? —preguntó.
—Dudo de que Caledor quisiera situar allí la caballería, y dudo que diera la orden
para esa carga prematura.
—¿Por qué se produjo, entonces?
—Porque el príncipe Moradrim y el príncipe Lelik eran rivales, y ambos querían
alzarse con la gloria de quebrantar al enemigo. Ambos insistieron en estar donde
estaban. Entonces uno cargó y el otro, que no pudo soportar la posibilidad de que su
rival se llevara toda la gloria, lo siguió.
—¿Por qué Caledor permitió eso? Era el Rey Fénix, estaba al mando. ¿Por qué
iban a desobedecerle?
La potente carcajada de Korhien fue como una ráfaga de viento que recorriera la
sala de estar.
—Cuando hayas pasado algún tiempo en las proximidades de nuestra gloriosa
aristocracia, no tendrás necesidad de preguntar eso, portero.
—Dale satisfacción a mi curiosidad y respóndeme ahora.
—Porque nuestros príncipes son una ley en sí mismos y sus guerreros juran servir
a esos príncipes, no directamente al Rey Fénix. Siguen a sus comandantes desde su
tierra natal, no a un rey remoto.
—No es eso lo que dicen nuestras leyes —intervino Teclis.
—No me cabe duda de que has leído bastante, príncipe Teclis, como para saber
que aquello que la ley dice que debe hacerse no siempre es lo mismo que lo que en
realidad se hace. En el fragor de la batalla, cuando las espadas tintinean contra las
espadas y el grito de guerra resuena por encima del campo, los guerreros se dejan
guiar por sus lealtades e instintos habituales, no por la ley. Y, a menudo, los príncipes
ansían la gloria más que el bien común. No es insólito que piensen que saben más que
el general al mando. Y a veces, eso es incluso cierto, ya que el guerrero que está en el
campo de batalla a menudo ve cosas que son invisibles para el general que se halla
situado en lo alto de la colina.
Tyrion asintió con la cabeza. Veía la sensatez de lo que estaba diciendo Korhien.
Era algo que él mismo había sospechado cuando leía las descripciones de aquellas
antiguas batallas. Resultaba agradable que se lo confirmara alguien que sabía de qué
estaba hablando.
—¿Por qué nuestros historiadores no mencionan eso? —preguntó Teclis.
—Porque los historiadores moran en las cortes de los príncipes, y sus plumas y
pergaminos los pagan las tesorerías de esos príncipes. ¿No has leído alguna vez una
crónica en la que el historiador culpa a un gobernante de una derrota y alaba a otro
por haber arrebatado prácticamente la victoria de las fauces de la derrota? ¿Y luego,
en otro pergamino, no te has encontrado con que otro historiador dice exactamente
www.lectulandia.com - Página 52
lo contrario? Cuando era joven, me sucedía con tanta frecuencia que me daba dolor
de cabeza.
—He pasado por esa experiencia —respondió Tyrion.
—A mi hermano le duele a menudo la cabeza cuando intenta leer —intervino
Teclis.
—Yo me refería a que había leído dos puntos de vista contrarios —dijo Tyrion.
Aquél era un asunto serio y no estaba de humor para las ligerezas de Teclis.
—Te sugiero que cuando te vuelva a suceder, compruebes dónde estaban viviendo
los historiadores en el momento de escribir los textos, o quiénes eran sus mecenas. Te
apuesto un brazal de bronce contra una gargantilla de oro a que tienen alguna
relación con la corte del príncipe al que alaban y a que existe alguna enemistad entre
ellos y el gobernante al que desacreditan.
—Eres un elfo muy pesimista, señor Korhien —comentó Teclis. Parecía admirarlo
más que condenarlo. Él mismo era un elfo muy pesimista.
—Hay historiadores honrados —dijo Tyrion.
—SÍ —asintió Korhien—. Y también los hay que creen que son honrados, y los
hay que no están en la nómina de ningún príncipe porque los financia la Torre Blanca
o viven en la corte de la Reina Eterna, y también los hay que tienen patrimonio
personal. Pero resulta extraño con qué frecuencia elogian la sabiduría de la Reina
Eterna aquellos que viven en Avelorn, y lo a menudo que se explayan sobre las
excelencias de los Señores del Conocimiento los que viven en Hoeth, salvo los que
tienen una enemistad personal con ellos, por supuesto. Y los historiadores a quienes
su fortuna les permite ser independientes tienden a encontrar virtudes anteriormente
insospechadas entre sus ancestros y parientes.
—Veo que estas corrompiendo a mis hijos con tu escepticismo, Korhien, y
minando su sencilla fe en la erudición. —El padre de los gemelos había entrado en la
sala sin que se dieran cuenta, mientras los hermanos escuchaban al León Blanco.
—Sólo estoy señalando que todos los eruditos aportan su sesgo personal a sus
obras. Es inevitable, forma parte de la naturaleza élfica. Lo sabes mejor que yo, amigo
mío.
—Y a mi propia costa —dijo el padre, con cierta acritud.
—¿Cómo va la gran obra, por cierto? —preguntó Korhien.
—Tan lenta como siempre, pero hago progresos.
—¿Puedo verla?
—Puedes. —El padre hizo un gesto para indicarle a Korhien que lo siguiera.
Tyrion ayudó a levantarse a Teclis, que se apoyó en el hombro de su hermano
para dirigirse hacia las dependencias de su padre. La respiración de Teclis era más
trabajosa que la de Tyrion después de haber corrido durante horas. Korhien,
diplomático, pretendió no reparar en los movimientos de anguila con que caminaba,
www.lectulandia.com - Página 53
en el modo en que su cuerpo se torcía primero hacia un lado y luego hacia el otro al
avanzar.
—¿Dónde está la dama Malene? —preguntó Korhien.
—Se ha retirado un momento a su habitación. Tiene que escribir muchas cartas.
—¿Habéis acabado con el asunto que ella tenía que tratar contigo?
—Le he dicho que lo consideraré —respondió el padre. En las palabras había una
corriente subterránea de tensión que Tyrion captó pero no entendió.
—Te sugiero que lo hagas —dijo Korhien. Una vez más, se percibió aquel tono de
advertencia en su voz.
www.lectulandia.com - Página 54
TRES
—Ya veo que has hecho progresos —dijo Korhien. Caminó alrededor de la armadura,
inspeccionándola pero sin tocarla. De alguna manera, aquel traje de metal lo hacía
parecer más pequeño mientras que, al mismo tiempo, daba la impresión de haber sido
hecha para alguien más o menos de su tamaño.
—No tanto como me gustaría —dijo Arathion, mirando la armadura como si
fuera un enemigo personal con quien estuviera a punto de librar un duelo.
Tyrion nunca lo había visto mirarla así antes. Tal vez la presencia de Korhien le
recordaba algo.
Como siempre, Teclis la contemplaba con reverencia. Su visión mágica era mucho
mejor que la de Tyrion, y a menudo había ayudado a su padre a reconstruir el trazado
de las runas sobre la armadura y los flujos de magia que estaban destinadas a
contener. Incluso afirmaba haber visto, a veces, los más leves vislumbres de poder
dentro de ella, algo que al principio había intrigado a su padre, pero que nunca había
visto con sus propios ojos.
Al mirarlos ahora a los tres, Tyrion se sintió excluido, como un ciego que
escuchara a tres artistas hablando de pintura, o como un sordo que leyera sobre la
composición musical.
Korhien volvió a mirar la armadura.
—¿Cuándo crees que acabarás de trabajar en ella?
—¡Quién sabe! —respondió el padre—. He renunciado a intentar predecirlo. En
este trabajo ha habido demasiados amaneceres falsos y promesas rotas.
—Es una lástima. Tiene buen aspecto, e inspiraría el miedo en el corazón de los
enemigos de Ulthuan, tanto si Aenarion la llevó puesta como si no.
El padre fulminó a su amigo con la mirada.
—Aenarion la llevó puesta, estoy seguro.
Korhien asintió con la cabeza para apaciguarlo, consciente de que había tocado
www.lectulandia.com - Página 55
una fibra sensible con sus quedas reflexiones, aunque no fuera su intención hacerlo.
—Los hechizos conjurados en torno a esta armadura son antiguos de verdad —
intervino Teclis.
Korhien le lanzó una mirada divertida.
—Estoy seguro de que el Consejo de Señores del Conocimiento estará de acuerdo
contigo, príncipe Teclis.
—Deberían estarlo si no son necios —replicó Teclis.
Korhien rió sin disimulo.
—Un hijo critica los planes de batalla del más grande de nuestros generales y el
otro está dispuesto a desprestigiar a los más sabios de nuestros hechiceros si no están
de acuerdo con la valoración que él hace de un artefacto. Tus hijos no tienen
problemas de autoestima, Arathion.
No había malicia alguna en el tono y, sin embargo, contenía una advertencia que
Tyrion no sabía muy bien cómo interpretar.
—Se les ha criado para que digan lo que piensan —respondió el padre.
—Los has hecho a tu imagen y semejanza, entonces, que era lo único que cabía
esperar, supongo. No estoy seguro de que eso les vaya a resultar muy útil en Lothern.
Tyrion contuvo la respiración. Su padre aún no había dicho nada acerca de que
fuera a enviarlos al gran puerto marítimo. ¿Habría ya accedido a que se marcharan?
Tyrion supuso que no tenía mucha elección en aquel asunto. Si las leyes exigían que
fueran presentados porque pertenecieron al linaje de Aenarion, serían presentados.
—¿Cuándo? —preguntó Tyrion.
El padre le lanzó otra mirada venenosa a Korhien y luego miró a Tyrion.
—Muy pronto —dijo el padre—. Si decido permitirlo. Todavía quedan detalles
por resolver.
Tyrion miró a Teclis y sonrió. Percibía que su hermano estaba tan emocionado
como él por la perspectiva de volver a ver una de las más grandiosas ciudades de los
altos elfos, un lugar en el que no habían estado desde que ambos eran pequeños.
Allí habría bibliotecas que consultar, y contemplarían maravillas. Verían las
Puertas del Mar, y el Faro, y las cortes del rey y de los grandes nobles. Habría
soldados, barcos y torneos. Estarían los palacios de la familia de su madre, y su propia
vieja casa. Aquella vasta perspectiva deslumbrante danzaba ante sus ojos. Korhien
percibió la emoción de ambos y rió con ellos, que no de ellos.
—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —dijo el padre— antes de que
os marchéis, si es que os marcháis.
Parecía entristecido por las palabras incluso mientras las decía.
—Antes de que nos marchemos, querrás decir, los tres —dijo Tyrion—. ¿O es que
no vas a venir con nosotros?
—Yo ya he sido presentado en la corte —respondió su padre—. No siento
www.lectulandia.com - Página 56
ninguna necesidad de volver a ver al Rey Fénix y sus cortesanos. Y tengo trabajo que
hacer aquí. Volveréis muy pronto.
No los miró mientras decía esto, pero en su voz se manifestó una ligera nota de
emoción. Se volvió hacia la armadura y se puso a realizar pequeños ajustes en las
placas de la parte superior del brazo izquierdo.
—Si me disculpáis, tengo que ponerme con esto otra vez.
—Por supuesto —asintió Korhien en voz baja—. Vamos, muchachos, dejemos a
vuestro padre tranquilo.
Teclis se levantó de la silla con dolor y se acercó cojeando a su padre,
contorsionando el cuerpo al caminar. Posó una mano sobre el hombro de su padre y
le susurró algo al oído. Tyrion deseó reunir el valor para hacer lo mismo, pero tenía la
sensación de que su padre no aceptaría algo así por parte de él. Así pues, esperó a
Teclis y luego lo ayudó a recorrer el pasillo hasta su dormitorio.
* * *
Tyrion yacía en la cama, contemplando el techo, cansado y emocionado. Percibía la
presencia de extraños en la casa, a su alrededor. Algunos aún estaban despiertos,
conversando en voz baja como si no quisieran molestar a los demás. A Tyrion, que
conocía todos los ruidos nocturnos de aquella vivienda tan silenciosa, lo inquietó
aquel sonido. Había leído sobre maestros navegantes que sabían que sucedía algo en
sus naves a causa de un débil crujido que no les resultaba familiar. De repente,
comprendió cómo era posible eso.
Se obligó a relajarse. Su respiración se hizo más profunda y lenta, y cerró los ojos.
Se dio cuenta de que un peso gigantesco lo presionaba contra la cama. Sintió como si
le obligaran a expulsar todo el aire de los pulmones. Tuvo que esforzarse para que el
aire entrara en ellos. Intentó sentarse, pero su cuerpo estaba débil y se negaba a
obedecerle. Estaba ardiendo como si padeciera una fiebre espantosa y le dolía todo el
cuerpo, como había oído decir que les sucedía a los humanos víctimas de las plagas.
Abrió los ojos, pero la habitación le resultó desconocida. Sobre la mesa había una
campanilla para pedir ayuda, y un frasco de cordial que su padre había preparado
para ayudarlo a superar la enfermedad.
Tendió una mano hacia el frasco, pero tenía los brazos consumidos y
entumecidos. Se negaban a obedecerle con la alacridad habitual. Obligó a sus
pulmones a inspirar más aire, pero le costó mucho esfuerzo. Abrió la boca para pedir
ayuda, pero no logró que las palabras salieran de ella. Sabía que se estaba muriendo y
que no había nada que pudiera hacer para impedirlo.
www.lectulandia.com - Página 57
De repente abrió los ojos y se encontró con que estaba de vuelta en su habitación,
dentro de su propio cuerpo. Había sido un sueño, pero no un sueño cualquiera. Se
levantó de la cama y atravesó corriendo la casa hasta donde Teclis yacía, ardiendo de
fiebre, luchando por respirar, mientras tendía una mano con desesperación hacia la
medicina. Tyrion se acercó a la cama, sirvió un poco de cordial y ayudó a su hermano
a beber.
Teclis tragó la medicina como un hombre que se ahogara, con una extraña
expresión de repulsión en la cara que Tyrion entendía.
¿Cómo tenía que ser la experiencia de tener que obligarse a tragar cuando uno se
sentía como si estuviera ahogándose?
—Gracias —dijo Teclis al cabo. Su respiración se había regularizado un poco. El
ronquido que salía de su pecho había desaparecido. Ya no le brillaban los ojos por el
pánico.
—¿Quieres que llame a nuestro padre? —preguntó Tyrion.
—No es necesario. Ya estoy bien. Creo que voy a dormir.
Tyrion asintió con la cabeza. Su hermano parecía terriblemente frágil y
consumido a la luz de los rayos lunares que entraban por las grietas de los postigos.
—Me quedaré aquí sentado un rato —dijo.
Teclis asintió con la cabeza y cerró los ojos. Tyrion lo observó en silencio y se
preguntó si su gemelo estaría soñando con que era él. Esperaba que sí. Sería la única
forma de gozar de una buena salud que Teclis probablemente jamás tendría.
* * *
Tyrion deambuló en silencio por la casa, incapaz de volver a conciliar el sueño ahora
que estaba despierto. Los ruidos de la noche parecían decididos a mantenerlo en vela.
De la planta inferior le llegaban las voces de su padre y Korhien que hablaban de los
viejos tiempos, sentados junto al fuego agonizante. La dama Malene estaba encerrada
con llave en su habitación. Teclis se había sumido finalmente en un sueño inquieto.
Tyrion se vio arrastrado de un modo inevitable hacia el taller de su padre, lleno de
la curiosidad que le invadía a veces, y un poco perdido en ensoñaciones de aventura y
gloria, y de lo que tal vez estaba por llegar. Visiones de severos caballeros, delicadas
princesas y reyes poderosos inundaban su mente, junto con grandiosos barcos,
dragones enormes y orgullosos caballos de guerra. Se vio a sí mismo en palacios y en
campos de batalla. Imaginó justas y luchas a espada, además de toda clase de
aventuras protagonizadas por él como héroe. A veces, Teclis estaba junto a él, como el
orgulloso mago de los libros de cuentos.
www.lectulandia.com - Página 58
Por la cristalina ventana se colaba la luz de la luna, que iluminó la enorme
armadura que constituía la obra de toda una vida de su padre. Tyrion pensó, no por
primera vez, lo extraño que le resultaba que aquella habitación tuviera ventanas de
preciosos cristales cuando la de Teclis carecía de ellos. Cuando era más joven, ese tipo
de pensamientos no solían turbarlo. El mundo era como era, y él no había pedido ni
había esperado que le dieran explicaciones. Ahora se encontraba con que cuestionaba
cada vez más las cosas.
A la luz de la luna, la armadura parecía un guerrero viviente, alto, ágil y mortífero.
Se le acercó como lo haría con un gran felino al que quisiera cazar, avanzando con
pasos silenciosos hasta encontrarse ante ella. Alzó la mirada hacia el enorme yelmo
para medirse con la titánica figura del elfo que una vez la había llevado puesta, y se
sintió insignificante, como si todos sus sueños de gloria fueran las diminutas e
insignificantes tonterías de un insecto.
En ese momento, Tyrion no tuvo ningún problema para creer las teorías de su
padre. Parecía perfectamente posible que, en el pasado, Aenarion hubiera llevado
aquella armadura dañada. Incluso sin la magia que le daría vida, la armadura tenía
poder. Su simple presencia hablaba de una época anterior más primitiva, cuando
dioses mortales caminaban por la Tierra y guerreaban contra enemigos como ya no
existían en el mundo moderno.
El trabajo del metal era hermoso, pero carecía de la sofisticación y belleza de las
armaduras élficas muy posteriores. Había sido forjada por maestros en una época de
guerra. Los elfos que la habían confeccionado tenían en mente otras cosas que no
eran la creación de un objeto de belleza. Habían hecho un arma para el único ser que
se interponían entre su mundo y la más absoluta destrucción.
—¿Cómo eras? —se preguntó a sí mismo, tratando de visualizar a Aenarion,
tratando de imaginar cómo tenía que haber sido caminar por el mundo en aquella
antigua época de sangre y oscuridad. Le resultaba imposible formarse la imagen de un
ser de carne y hueso metido dentro de aquella armadura. Era más fácil imaginar una
criatura de metal viviente como la que algunos afirmaban que era ahora el Rey Brujo.
Sin embargo, Aenarion había vivido, respirado y engendrado hijos, de uno de los
cuales descendía Tyrion. Existía un vínculo de sangre, y de carne y hueso, entre él y el
que antaño había llevado puesta esa armadura.
Extendió un brazo y la tocó, como si con eso pudiera atravesar las eras y tocar a su
lejano ancestro. El metal estaba frío, y en él no había vida, ninguna sensación de
presencia aparte de la que poseía la propia armadura.
Se sintió vagamente decepcionado. No percibió ningún eco del representante
divino que había salvado a su pueblo. Y se sintió vagamente aliviado por no haber
perturbado a ningún fantasma antiguo, por no haber percibido ningún poder
ancestral. Tal vez era verdad, como afirmaban entonces algunos eruditos, que la gran
www.lectulandia.com - Página 59
magia había desaparecido del mundo y que los altos elfos no eran sino pálidas
sombras de lo que una vez habían sido.
Se quedó allí de pie durante un largo rato, disfrutando del frío y de la extraña
sensación de estar unido a glorias y terrores antiguos que no podían tocar su
existencia. Resultaba emocionante imaginar la época de Aenarion, pero también se
alegraba porque no tendría que enfrentarse a los horrores a los que el primer Rey
Fénix había tenido que hacer frente. Estaba a salvo entre las paredes de la casa de su
padre, y nada podía tocarlo.
En alguna parte, fuera, en medio de la noche, algo gritó: un gato de cacería que
habría encontrado una presa, o quizá uno de los monstruos que a veces descendían de
los Annulii. Un curioso efecto de la luz lunar hizo que pareciese que una burlona
sonrisa torcía la cara del yelmo de la armadura y, por un momento, Tyrion pensó en
fantasmas y en destinos mortales.
Luego negó con la cabeza y descartó sus miedos. Se marchó con pasos sigilosos
hasta su propio dormitorio.
* * *
N’Kari soñaba. Revivía los antiguos días de gloria, cuando era el comandante de la
horda del Caos que tan a punto había estado de conquistar Ulthuan. Se veía a sí
mismo repantigado en un trono hecho con los cuerpos fundidos de mujeres elfas aún
vivas, mientras daba órdenes para sacrificar a un millar de niños elfos. Se veía a sí
mismo asaltando ciudades antiguas de madera tallada y prendiéndoles fuego. Revivió
la sensación de inhalar el aroma de los bosques en llamas como si fuera incienso,
mientras devoraba las almas de los moribundos. Vio otra vez su batalla con Aenarion
en las calcinadas ruinas de aquella ciudad antigua y volvió a encontrarse ante aquella
terrible espada. Algo que había en aquella imagen lo llevó de vuelta, estremeciéndose,
al presente.
En torno a él, el tejido del Vórtice fluía de una manera que habría sido
incomprensible para cualquiera que no fuera un demonio, un mago o un fantasma.
Era como estar atrapado en un infinito laberinto de luz.
Era necesario que escapara. Tenía que salir de allí.
Se obligó a pensar, a concentrarse en sus planes. En aquel lugar le resultaba
demasiado fácil perder la noción del tiempo, perderse en sus sueños excesivamente
vívidos. Poco a poco, había vuelto a convertirse en sí mismo. Durante los largos
milenios transcurridos había reunido poder. Había encontrado agujeros en el tejido
del Vórtice. Sabía dónde estaba deteriorándose. Sabía por dónde podría salir cuando
www.lectulandia.com - Página 60
llegara el momento.
El momento ya casi había llegado. Las estrellas estaban en las posiciones correctas.
El poder estaba a su alcance. Dentro de poco escaparía de aquel lugar estéril, aburrido,
poblado de fantasmas, y escribiría su hombre con sangre en las páginas de la historia.
Se vengaría en todo el linaje de Aenarion.
www.lectulandia.com - Página 61
CUATRO
www.lectulandia.com - Página 62
suficiente como para estarte agradecido, ¿no es así? —Teclis no pudo evitar que se
manifestara su amargura. Se sentía como si alguien le hubiera enseñado un tesoro que
había deseado durante toda la vida para luego arrebatárselo.
La dama Malene negó con la cabeza.
—No. Te enseñaré todo lo que pueda en el tiempo que tengas para aprenderlo,
una vez que los Videntes te hayan declarado apto para recibir la enseñanza.
—¿Así que debo esperar su permiso? —No pudo evitar que la acritud aflorara a su
voz. Otra barrera que se alzaba entre él y su más profundo deseo—. Eso no es justo.
Ansiaba con todas sus fuerzas ser mago. Sabía que nunca podría ser como Tyrion,
veloz, fuerte y seguro, pero sentía que estaba en su naturaleza ser mago como su
padre. Podía ver perfectamente los vientos de la magia cuando soplaban y sentía el
influjo del poder siempre que su padre utilizaba el más pequeño de los hechizos.
—Existen ciertas sociedades y cultos secretos que creen que alguien del linaje de
Aenarion sacará la Espada de Khaine y provocará el fin del mundo —dijo ella como si
estuviera comunicándole un gran secreto.
—No seré yo. Quiero ser mago. ¿Qué utilidad podría tener para mí una espada?
Ella sonrió al oír eso y su rostro se volvió adorable por un momento, pero luego
recobró la seriedad.
—El Arte puede ser un arma terrible, y un mago influido por la Maldición de
Aenarion puede ser un terrible enemigo.
Teclis ladeó la cabeza.
—¿Así que ya los ha habido?
—Por supuesto.
—¿Cómo es que nunca he leído sobre ellos?
La sonrisa de la dama Malene expresó su diversión ante la arrogancia de él.
—¿Así que en dieciséis años te has familiarizado con todo lo que se ha escrito en
siete milenios de historia asur? Eres todo un erudito.
Teclis sintió que se sonrojaba, y empezó a toser otra vez. El espasmo le causó
dolor en todo el cuerpo. Se dio cuenta de lo necio y arrogante que debía de parecerle a
la dama Malene cuando en realidad sólo se sentía frustrado.
—No me he familiarizado con todo lo escrito, pero quiero hacerlo. ¿Dónde puedo
encontrar esos libros?
Ella extendió un brazo y le agitó el cabello lacio. Fue un gesto afectuoso que
sorprendió y conmovió a Teclis, además de hacerlo sentir azorado. No estaba
habituado a ese tipo de cosas. Apartó la mirada.
—No los encontrarás aquí, ni en ninguna biblioteca fuera de la Torre de Hoeth.
Pertenecen al tipo de saber que los Señores del Conocimiento se reservan para sí
mismos.
—¿Tú has estado en Hoeth?
www.lectulandia.com - Página 63
Ella asintió con la cabeza.
—¿Has visto la biblioteca?
—He visto las partes de ella que se me permitió ver.
—¿Que se te permitió?
—La biblioteca es un lugar vasto y extraño, como la propia torre. Hay zonas que
algunas personas nunca ven y, sin embargo, otras pueden visitar cada día. En
ocasiones, un mago encuentra una sala llena de libros sólo una vez en su vida, y nunca
más es capaz de hallar el camino de vuelta. La biblioteca es parte de la torre, y la torre
tiene una especie de mente propia.
—Parece maravilloso y terrible al mismo tiempo —dijo Teclis.
—No creo que los magos que construyeron la torre comprendieran del todo lo
que estaban creando. Me parece que los hechizos que hicieron tuvieron consecuencias
imprevistas. Es algo que a menudo sucede con la magia. —Esto pareció decirlo con
una cierta tristeza, como si ella tuviera una experiencia personal directa del fenómeno
—. Se invirtió un millar de años en la construcción, un milenio de trabajo de los más
grandes magos del pueblo de los elfos. Redes de poder geomántico, tejidas dentro de
redes de poder geomántico, hechizos monstruosamente poderosos hechos sobre otros
hechizos monstruosamente poderosos, construido todo en un lugar que ya era
sagrado para el Dios de la Sabiduría, además de ser una fuente de asombroso poder.
Es la obra más grandiosa de los elfos, y pienso que es muy probable que continúe en
pie después de que nosotros hayamos desaparecido. A veces creo que resistirá la
destrucción del mundo, y que ésa fue la intención cuando se construyó.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que la torre es una cámara acorazada, además de un repositorio de
conocimiento. Cuando los elfos hayamos desaparecido, continuará estando allí,
conservando nuestro conocimiento, todo lo que somos, todo lo que hemos sido, todo
lo que seremos. Nunca antes se ha construido un edificio así, y nunca más se
construirá. Bel-Korhadris, su arquitecto, era el principal geomántico desde Caledor
Domadragones, y dudo de que en la actualidad viva nadie que sea capaz de
comprender su diseño o su intención.
Las palabras de la dama Malene encendieron una gran hoguera en el corazón de
Teclis. Se apoderó de él un deseo de contemplar ese edificio, de caminar por su
biblioteca y ahondar en sus secretos en la medida de lo posible. Nunca había oído
hablar de ningún sitio tan atractivo como aquél. Se preguntó si podrían aceptarlo allí,
aunque fuese en la más humilde condición, como barrendero, como escriba o como
guardián. Pensó que haría cualquier cosa para poder contemplar aquel edificio y
formar parte de él.
—Mi padre nunca habló de la torre como lo haces tú —dijo.
Nunca había oído a nadie hablar de ningún edificio con una pasión semejante.
www.lectulandia.com - Página 64
Malene lo hacía con el mismo tono que empleaba su padre cuando hablaba de la
armadura de dragón de Aenarion, o que empleaba Tyrion cuando hablaba de la
guerra.
—Todos los elfos que la ven la perciben de un modo ligeramente diferente. Todos
los elfos que la visitan tienen una experiencia ligeramente diferente. No sé muy bien si
la experiencia de tu padre fue tan agradable como la mía. O podría ser que no le guste
hablar de ella como me gusta a mí. Algunas personas son así de reservadas. En
general, yo no hablo mucho del tiempo que pasé allí. Resulta curioso que me sienta
impulsada a hablar de algo semejante contigo, príncipe Teclis. Me pregunto por qué
será.
Teclis no pudo responderle porque lo ignoraba. Tenía la sensación de que en la
dama Malene había encontrado un espíritu afín. Tal vez ella sentía lo mismo.
—¿Por qué me has preguntado qué sé del Arte?
—Porque en tu interior hay un poder muy grande. Yo puedo sentirlo, tu padre lo
ha sentido, cualquier mago que tenga la Vista puede sentirlo. Si vives y no resultas
maldito, algún día podrías llegar a convertirte en un hechicero muy importante.
—¿Llegaré a ver la Torre de Hoeth?
—Con total certeza.
—Eso me hará muy feliz —dijo Teclis, y una vez más sufrió un largo ataque de
tos, hasta que sintió que era casi incapaz de respirar.
—Pobre niño —dijo la dama Malene—. No hay muchas cosas que te hayan
proporcionado felicidad, ¿no es cierto?
—No quiero tu compasión —respondió Teclis al cabo—. Sólo tu conocimiento.
—Podría ser capaz de darte más que eso.
—¿De verdad?
—Podría ayudarte con la enfermedad que te aqueja. —Teclis la miró con
incredulidad.
—Eso sería un regalo inapreciable —dijo.
—Bueno, después de todo, es tu cumpleaños.
—Sí que lo es —contestó él, sorprendido. No había esperado vivir hasta los
dieciséis años de edad.
—No te prometo nada —dijo ella—. Veré lo que puedo hacer.
Se marchó de la habitación. Por primera vez en mucho tiempo, Teclis tuvo ganas
de llorar. Era extraño. Había pensado que ya no le quedaban lágrimas dentro.
* * *
www.lectulandia.com - Página 65
—Tengo un regalo de cumpleaños para ti, portero —dijo Korhien.
Tyrion miró al gigantesco guerrero, sin saber muy bien si se estaba burlando de él.
Recorrió el patio con la mirada, pero todos los soldados que habían llegado con la
dama Malene estaban ocupados en sus asuntos. Si se trataba de una broma, nadie
sería testigo de que él era el blanco de la burla.
Korhien abrió el cinturón de la espada que le rodeaba la cintura, dobló con sumo
cuidado la correa de cuero y le entregó el conjunto a Tyrion.
—¿Qué quieres que haga con esto? —preguntó Tyrion.
—Es tuyo —replicó Korhien—. Desenvaina la espada.
A Tyrion le dio un brinco el corazón al obedecer al León Blanco. Sacó la larga
espada de la vaina. Era una auténtica arma élfica, larga, recta y afilada, que destelló a
la luz del sol de la montaña. Tenía runas grabadas en el metal. Una piedra del sol de
color azul que tenía grabado un dragón brillaba en el pomo. La empuñó con facilidad,
a pesar de ser más pesada de lo que había supuesto que sería un arma como aquélla.
—No puedo aceptarla —dijo Tyrion, aunque sentía el vivo deseo de quedársela.
Era demasiado orgulloso como para aceptar un objeto tan bello y costoso de manos
de un desconocido. Se trataba de una caridad que él no necesitaba. Puede que fuera
pobre, pero su linaje era uno de los más antiguos. El padre se había tomado su tiempo
para instilar ese conocimiento en él.
Volvió a envainar el arma y se la devolvió a Korhien, con la empuñadura por
delante y la vaina sobre el antebrazo izquierdo. En el momento mismo de pronunciar
esas palabras, Tyrion sintió que eran incorrectas. Sabía que, de alguna manera, estaba
insultando a Korhien, pero, al mismo tiempo, no quería estar en deuda con ningún
elfo por algo tan importante como su primera espada.
Korhien pareció entenderlo.
—Quédatela durante una temporada, y si no la quieres, devuélvemela en Lothern.
Ahora vas a necesitarla, porque no sé de qué otra manera voy a poder darte una clase.
Ése será mi regalo de cumpleaños para ti, si el orgullo no te permite aceptar la espada
más que en préstamo.
Tyrion le sonrió. Aquél era un compromiso que su orgullo estaba dispuesto a
aceptar, y que su padre también aceptaría. Y realmente si que quería la espada.
Encajaba a la perfección con la imagen que tenía de sí mismo y con sus más íntimos
sueños de gloria.
—Muy bien. Te agradezco que me la dejes en préstamo.
—No me des las gracias tan de prisa, portero. Tengo la intención de darte en la
clase el mismo trato que me diste tú en la partida de ajedrez —añadió Korhien—. Tu
padre me ha dicho que nunca has recibido clases de lucha con espada.
Tyrion se encogió de hombros. No quería decirle que no había espadas en la casa.
Parecía vergonzoso admitir que su padre las había vendido porque necesitaba el
www.lectulandia.com - Página 66
dinero para proseguir con sus investigaciones.
—Sé bastante bien cómo usar un arco y una lanza —dijo.
—Estoy seguro de que sí —replicó Korhien con seriedad—. Pero la espada será el
arma que tendrás que usar en Lothern si llegas a tener algún motivo para usar un
arma allí.
Tyrion no tenía necesidad de preguntar por qué. Los duelos entre los nobles asur
no se libraban con lanza ni con arco, no a menos que la situación fuera muy inusitada.
—Bien, ¿y cuándo comenzamos? —preguntó Tyrion.
—No habrá mejor momento que éste.
Tyrion se encogió de hombros y desenfundó la espada, para luego adoptar la
postura que siempre había imaginado que adoptaría al blandirla. Korhien se quedó
mirándolo con desconcierto.
—Pensaba que me habías dicho que nunca te habían enseñado a usar la espada.
—Mi padre nunca me enseñó. Las espadas no eran su arma cuando sirvió en el
ejército. Dice que es más fácil que se corte él con una de ellas en lugar de herir al
enemigo.
Korhien caminó alrededor de él, observando su postura.
—Y se queda corto. Tu padre era el peor espadachín que jamás he visto. Si van a
enseñarte incorrectamente, es mejor que no recibas ningún entrenamiento. Dicho
esto, ¿quién ha estado enseñándote?
—Nadie —afirmó Tyrion.
—¿Por qué has escogido esa postura, esa manera de empuñar?
—Sólo porque me han parecido las correctas.
—Y puedo asegurarte que lo son, perfectas para luchar con esa arma
empuñándola con una sola mano, y sin escudo. —El corpulento guerrero lo miró con
expresión pensativa—. Un momento, por favor.
Se marchó y regresó con su enorme hacha.
—Por lo general no permitiría que nadie llevara esta arma, pero muéstrame cómo
la empuñarías.
Tyrion se encogió de hombros y aceptó el arma, sujetándola con ambas manos y
atravesada ante su cuerpo, con los pies separados, el izquierdo más adelantado que el
derecho.
—Como si hubieras pasado años entrenándote con ella —murmuró Korhien.
Parecía perplejo.
—Dices que sabes disparar con arco. ¡Enséñamelo!
—Pensaba que ibas a enseñarme cómo usar una espada —dijo Tyrion.
—Todavía queda tiempo suficiente para tu primera lección —respondió Korhien
—. Por el momento, hazme ese favor.
Tyrion fue a buscar el arco, lo armó, se sujetó la aljaba y apuntó a un blanco que
www.lectulandia.com - Página 67
había colocado sobre el muro occidental de la casa de campo. Respirando con
regularidad, disparó tres flechas, una detrás de la otra, acertándolas con facilidad en el
círculo central que había trazado. No eran disparos difíciles, y sin embargo Korhien
pareció impresionado. En torno a ellos había comenzado a reunirse una pequeña
multitud de guerreros que habían empezado a hablar en voz baja entre sí.
—Técnica con arco… perfecta —sentenció Korhien, como si tuviera una lista
dentro de la cabeza y estuviera corroborando cosas—. Ahora la lanza. —Le pasó a
Tyrion una de las que había en el soporte—. Lánzala contra el blanco.
Tyrion sonrió y se volvió, a la vez que arrojaba la lanza como parte del mismo
movimiento que había iniciado al coger el arma. En ese momento estaba alardeando,
y lo sabía. La lanza acertó dentro del círculo central de la diana y se clavó allí, entre las
flechas. Korhien entrecerró los ojos.
—Creo que ya he visto suficiente —dijo.
—¿Suficiente para qué?
El guerrero meditó la respuesta durante un largo momento, como indeciso
respecto a lo que debería decir.
—Suficiente como para que yo vea que no serás tan difícil de enseñar como tu
padre.
—Me alegra saberlo. ¿Empezamos?
—¿Tan ansioso estás por aprender cómo matar? —preguntó Korhien.
Era una pregunta seria, y Tyrion sintió que de su respuesta dependían más cosas
de lo que parecía a primera vista. Decidió, como hacía invariablemente, que la
honradez sería la mejor política.
—Yo ya sé cómo matar —replicó—. Estoy ansioso por aprender a utilizar una
espada.
—¿A quién has matado?
—He matado ciervos —dijo Tyrion, un poco incómodo.
—Matar a un elfo, o incluso a un humano, no es lo mismo —dijo Korhien.
—¿En qué sentido? —preguntó Tyrion, con genuina curiosidad. No dudó ni por
un momento de que Korhien poseía conocimiento personal en esa materia.
—Para empezar, son seres inteligentes que saben luchar. Intentarán matarte a su
vez.
—He matado leones de montaña y monstruos de los que bajan de los Annulii.
—¿Monstruos?
—Criaturas mutantes con la forma de varios animales mezclados, o al menos eso
me aseguraron los demás cazadores.
—Me dejas atónito, portero. Acudí aquí esperando encontrar unos príncipes
protegidos y eruditos, como lo fue tu padre una vez, y no a alguien que hablara con
tanta indiferencia de matar.
www.lectulandia.com - Página 68
—¿Es algo malo? —preguntó Tyrion, muy consciente de que su padre pensaba de
él que era tosco, violento y rebelde, y que a menudo lo avergonzaba su
comportamiento.
—No en el mundo en que vivimos —replicó Korhien.
Tyrion se sintió aliviado. Ya había descubierto que le importaba la buena opinión
de Korhien, y pensaba que el corpulento guerrero era capaz de enseñarle cosas que
tenían importancia para él, no sólo para su padre y para Teclis. Hacía ya tiempo que
había aventajado a los cazadores de la localidad en la destreza con el arco y la lanza.
—Dijiste que me enseñarías a usar la espada.
—Y soy un elfo de palabra —replicó Korhien—. Pensaba que iba a tener que
empezar por decirle al hijo de tu padre qué extremo de la espada era cuál, y qué partes
se utilizaban para hacer qué, pero sospecho que en tu caso podría constituir una
redundancia. Así que pasemos a las espadas de práctica.
—Espadas de madera —dijo Tyrion, decepcionado.
—Todo el mundo tiene que empezar por algo, incluido tú, portero. ¿Tienes
algunas por aquí?
—En los establos, en el estante.
—Típico… de tu padre, quiero decir… eso de guardarlas ahí.
Tyrion rió ante la obvia verdad de lo que decía Korhien, y fue a buscarlas. Las
espadas de madera se parecían mucho más a cachiporras que a espadas reales. Tenían
empuñaduras de cruz, pero donde habría estado la hoja de una espada real, había
palos cilíndricos.
Korhien la sopesó con mano crítica.
—Servirán —sentenció—. Para empezar, en todo caso.
Le dio una Tyrion y luego saludó; sin darse cuenta, Tyrion lo imitó. Entonces le
tocó el turno de reír a Korhien.
—¿He hecho algo mal? —preguntó Tyrion, con el rostro ruborizado.
—No, portero, no has hecho nada mal.
—¿Por qué te ríes, entonces?
—Porque todo lo que haces que esté relacionado con la lucha lo haces muy pero
que muy bien.
Adoptó una posición de en guardia, y Tyrion la imitó.
—Intenta golpearme —dijo Korhien.
Sin necesidad de que lo repitiera, Tyrion saltó hacia delante. Korhien paró los
golpes, pero no respondió. Tyrion continuó atacando, entrando a fondo y ejecutando
barridos. Al principio no lo intentaba con demasiado ahínco, pues no quería
arriesgarse a herir a Korhien por error, como había hecho con Teclis y con algunos
cazadores locales cuando había tratado de usar las espadas de madera por su cuenta.
No tardó en advertir que Korhien no tenía ninguna dificultad para repeler sus ataques
www.lectulandia.com - Página 69
y entonces aceleró, a la vez que golpeaba con mayor fuerza y precisión.
—Estoy seguro de que puedes hacerlo mejor que esto, portero —le provocó
Korhien.
—En efecto —murmuró Tyrion, pero no se dejó provocar.
Continuó el ataque buscando puntos débiles en la defensa de Korhien, áreas
donde su guardia se levantara con demasiada lentitud, donde sus respuestas fueran un
poquitín lentas. Para su sorpresa, no encontró ninguno. Continuó atacando y
Korhien continuó parando los golpes, y luego, de repente, la espada le fue arrebatada
de las manos. Cuando repasó mentalmente la acción, vio qué truco había empleado
Korhien, y le sorprendió no haberlo pensado él mismo.
—Eso ha sido bochornoso —dijo Tyrion.
—¿En qué sentido? —preguntó Korhien.
—En el sentido de que me has desarmado con demasiada facilidad después de que
yo no lograra asestarte un sólo golpe.
—Créeme si te digo, portero, que no lo haces tan mal. Hay elfos que con un siglo
de práctica lo hacen peor de lo que tú lo has hecho en tu primera clase.
—Mi padre, para empezar —dijo Tyrion, con actitud.
—No. Elfos que matarían a tu padre en el primer combate de espada.
A Tyrion lo hizo sentir incómodo oír hablar de que alguien pudiera matar a su
padre, y eso debió de evidenciarse en su rostro.
—Es algo que tienes que saber, portero. Cualquier persona con la que luches será
el padre o la madre de alguien, el hijo, la hija, el hermano o la hermana de alguien.
Eso es lo que hace que resulte difícil. Por eso algunos elfos, como tu padre, para
mérito suyo, nunca aprenden realmente.
—¿Por qué dices que para mérito suyo? —preguntó Tyrion.
—Porque la pérdida de la vida de cualquier elfo es algo que debe lamentarse.
—¿Incluso la vida de los elfos oscuros?
Korhien asintió con la cabeza, aunque no lograra pronunciar las palabras.
—No quedan demasiados elfos en el mundo, portero. La pérdida de cualquiera de
nosotros es una gran pérdida para nuestro pueblo.
—Es una pena que los súbditos de Malekith no piensen del mismo modo.
—¿Quién puede decir que no piensan así? —replicó Korhien—. A fin de cuentas,
estamos todos emparentados, aun después de tantos siglos de Cisma.
—Tal vez alguien debería contarles eso —dijo Tyrion.
—Tal vez tengas razón —respondió Korhien—. O es posible que ellos ya lo sepan.
—Eso no les ha impedido atacarnos.
—Ni a nosotros atacarlos a ellos, portero. Vale la pena recordar que hacen falta
dos bandos para hacer la guerra.
—Tu manera de hablar no se parece mucho a la que yo esperaba en un guerrero
www.lectulandia.com - Página 70
—dijo Tyrion.
Korhien rió.
—Lamento decepcionarte.
—No quería decir eso.
—¿Qué querías decir?
—Que hablas menos de gloria y más de razones.
—He oído a demasiada gente hablando de gloria, portero, y por lo general se
referían a la suya propia. Normalmente, cuando oyes a un elfo hablar de la gloria y del
derramamiento de sangre, alude a su gloria y a tu sangre.
—Ya has vuelto a hacer lo mismo.
—Te cuento esto, portero, porque sospecho que acabarás siendo como yo. —En
ese momento, la voz de Korhien se hizo más suave y triste—. Sospecho que acabarás
derramando una gran cantidad de tu propia sangre y de la sangre de otros por causas
que no serán las tuyas, en lugares donde preferirías no estar.
—¿Por qué? —le interrumpió Tyrion, que sentía una genuina curiosidad y estaba
bastante emocionado. Él no pensaba que volverse como Korhien pudiese ser algo tan
terrible.
—Porque ya eres muy bueno con las armas, y te harás mucho mejor en su manejo,
a menos que yo esté muy equivocado. Y nuestros gobernantes tienen necesidad de
guerreros, habida cuenta de que nuestro mundo es como es.
Una vez más, Tyrion tuvo la sospecha de que se le escapaba algo. La idea de que
hubiese un lugar donde un elfo como él pudiese ser necesario no le resultaba tan
entristecedora como parecía serlo para Korhien. Le parecía prometedora. Significaba
que aún cabía la posibilidad de que hubiera algo que él pudiese hacer con su vida, y
que habría gente que no se sintiera decepcionada de él.
—¿De verdad piensas que yo podría ser un León Blanco como tú? —preguntó
Tyrion. Se dio cuenta de que se había ascendido a sí mismo en su imaginación, y se
sintió como si estuviera pasándose de la raya.
—Serás cualquier cosa que desees ser, portero. Llevas esa capacidad dentro de ti.
Sospecho que tu destino es ser algo más que yo. Después de todo, perteneces al linaje
de Aenarion.
—¿En realidad es por eso por lo que estás aquí?
Korhien meditó la respuesta con mucho cuidado, y pareció llegar a una decisión.
—Sí —dijo. Rodeó los hombros de Tyrion con un brazo y lo apartó a un lado,
fuera del alcance auditivo de los otros soldados.
El acto pareció algo casual e irreflexivo, pero Tyrion sabía que no lo era.
—Mi hermano piensa que nos matarás si resultamos estar malditos. —Tyrion
tuvo la sensación de que en ese momento sí que se había pasado de la raya, en
particular por lo que sospechaba Teclis.
www.lectulandia.com - Página 71
Los ojos de Korhien se abrieron más. Tyrion dedujo que jamás había esperado oír
eso.
—Podría tener razón perfectamente. O también podrías encontrarte aislado
dentro de una torre o una mazmorra.
—¿Nos matarías? —preguntó Tyrion, sintiendo que la espada le pesaba en la
mano, sin saber muy bien qué haría en caso de recibir la respuesta incorrecta. Sabía
que si Korhien quería, podía matarlo con total facilidad a pesar de que eran los dos
del mismo tamaño y tenían la misma fuerza.
Korhien guardó silencio durante un largo momento.
—No —dijo al fin.
Tyrion se dio cuenta, con incomodidad, de que Korhien se había tomado la
pregunta en serio y estaba dándole una respuesta veraz.
—Yo no os mataría. Pero sí encontrarían a otros que lo intentarían.
—¿Por qué dices eso?
—Porque estoy seguro de que no resultarías fácil de matar, portero.
—Podrían tener razón en matarnos si estamos malditos de verdad, como lo estaba
Malekith.
—Podrían tenerla, si lo estuvierais. Yo no creo que lo estéis. —Korhien volvió a
sonreír, esta vez con un humor genuino—. Ésta es una conversación muy morbosa, y
estoy seguro de que tu tía se sentiría muy turbada si supiera que la hemos mantenido.
—No lo sabrá por mí —dijo Tyrion.
—Ni por mí —le aseguró Korhien.
Tuvo la sensación de que eran compañeros en una conspiración, y en ese
momento Tyrion supo que había encontrado a otra persona en el mundo en la cual
podía confiar.
—Deberíamos volver a las lecciones. Nos queda un largo camino por recorrer
para que llegues a ser un maestro espadachín —dijo Korhien. En ningún momento
pareció dudar de que Tyrion llegara a serlo. Ni tampoco Tyrion en ese momento.
Tyrion recogió la espada de madera con la repentina seriedad de un muchacho
que acaba de encontrar su vocación.
www.lectulandia.com - Página 72
CINCO
www.lectulandia.com - Página 73
—Y tú sí que sabes, por supuesto —dijo Teclis con todo el sarcasmo de que fue
capaz.
—De hecho, sí. Más que tu padre, por lo menos, y mucho más que tú. No he visto
en vuestra biblioteca ningún tratado sobre la ciencia de las hierbas, ni sobre alquimia
avanzada.
—En eso tendré que aceptar tu palabra.
—Yo te aconsejaría que lo hicieras si deseas recuperar tu salud.
Teclis hizo una mueca. No le gustaba que le dijeran que tenía que hacer algo. Se
ponía en contra por naturaleza.
—¿Qué problema hay, príncipe Teclis? ¿Acaso tienes miedo de que vaya a
envenenarte?
Teclis se quedó mirándola.
—¿Debería tenerlo?
—¿Qué quieres decir exactamente con eso?
—¿Qué estás haciendo aquí, exactamente, con tus soldados y tu amante
excesivamente musculoso?
La dama Malene ladeó la cabeza y se quedó mirándolo. Él la miró a los ojos, y
durante un largo rato, ninguno apartó la vista. Una lenta sonrisa, casi de
entendimiento, apareció en la cara de ella.
—¿Estás celoso?
Teclis se sintió irritado porque, hasta el momento en que ella se lo preguntó, no se
había dado cuenta de que sí lo estaba. Sabía lo absurdo que eso debía de parecerle a
ella y, por encima de todo, a él le disgustaba parecer absurdo.
—Responde a mi pregunta, por favor. —El tono fue más implorante de lo que a él
le habría gustado. Por lo general, sabía controlar mejor sus emociones.
—He venido a llevaros a Lothern.
—¿Por qué?
—Para que podáis ser presentados en la corte del Rey Fénix y luego, muy
probablemente, ante los Sacerdotes de Asuryan.
—¿Por qué?
—Para que se os pueda juzgar y determinar que estáis limpios de la Maldición de
Aenarion.
—¿Qué sucedería si no me juzgaran así?
—¿Te preocupa que pueda descubrirse que estás maldito? —Se sentó en la cama,
junto a él, aún con el frasco de medicina en las manos.
—¿No lo estarías tú en mi lugar?
—Sospecho que sí lo estaría, príncipe Teclis, aunque no soy la más indicada para
saberlo. Yo no soy descendiente de Aenarion.
—A veces, desearía no serlo yo tampoco. A veces pienso que estoy maldito, que
www.lectulandia.com - Página 74
tengo que estarlo, para haber resultado ser como soy.
—Si esa enfermedad es tu única manifestación de la maldición, no tienes nada que
temer.
—Temo a esta enfermedad —admitió él.
—Me refiero a temer de nosotros, del Consejo de Magos, de los magos personales
del Rey Fénix, de los sacerdotes.
—¿Qué sucederá si veis motivo para preocuparos, algún eco de la condenación de
Aenarion que haya perdurado a lo largo de todos esos siglos? ¿Qué sucederá
entonces?
—No lo sé con seguridad.
—Especula, por favor.
—Eres un joven muy extraño, príncipe Teclis.
—Yo no puedo saberlo. No tengo mucho con lo que compararme. Sólo mi
hermano, Tyrion, y las comparaciones con él son odiosas.
—¿Por qué? ¿Por qué tú careces de su salud, su encanto, su belleza?
Todo eso estaba demasiado cerca de la verdad para su gusto.
—Por favor, no te reprimas para no herir mis sentimientos —dijo Teclis.
Malene rió.
—Tú tienes tu propio encanto, tienes ingenio y, más aún, tienes un enorme
potencial para el Arte. También eres mucho más inteligente.
—No cometas el error de subestimar a mi hermano.
—No lo subestimo. El hecho de que tú seas brillante no significa que él sea tonto.
—Me parece que llegarás a descubrir que es muy brillante a su manera.
—¿Y qué manera es esa?
—Enséñale cualquier cosa que tenga que ver con la guerra y la entenderá de
inmediato, de manera instintiva. Juega con él a cualquier juego, cualquiera, y te
derrotará.
—Korhien dice que está… más dotado que cualquier joven guerrero que él haya
conocido nunca. Sospecho que tú resultarás ser igual pero en el terreno de la magia.
No estoy segura de que eso sea algo tan bueno.
—¿Por qué?
—Porque aquellos que son excepcionales son los más temidos. Aenarion era
excepcional. Malekith también lo era. Ha habido otros. El príncipe Saralion, el
Portador de Plagas, la Demonóloga Erasophania. Son los que llevan a la perdición.
—Hay otros del linaje de Aenarion que también fueron excepcionales e hicieron
un gran bien —dijo Teclis, que se dio cuenta de lo desesperado de su tono de voz—.
La sanadora Xenophea, el señor Abrasis de Cothique, que encontró una manera de
estabilizar los Monolitos rotos. Podría mencionar a una docena más.
—En ese caso, esperemos que seas uno de ellos.
www.lectulandia.com - Página 75
Ella volvió a sonreír, y a Teclis se le ocurrió que la dama Malene, con
independencia de cualquier otra cosa que pudiese ser, no era su enemiga. No quería
hacerle ningún daño sólo por ser él quien era, ni por ser ella quien era.
Eso no significaba que no fuera a volverse contra él si resultaba estar maldito, por
supuesto.
—¿Crees que podría serlo?
—Sí. Y ahora, ¿te tomarás esta medicina? ¿O debo tirarla?
—Tú no me envenenarías, ¿verdad?
—Si tuviera intención de hacerlo, ¿te lo diría?
—Me inclino ante la lógica de tu argumento.
Teclis bebió la medicina e hizo una mueca.
—Tiene un sabor asqueroso —dijo.
—La próxima vez le añadiré un poco de menta.
—Dudo que eso vaya a mejorarle el sabor.
—No, pero te proporcionará algo de lo que quejarte de verdad.
—¿Cuánto tiempo pasará antes de que empiece a sentir los efectos?
—Dale una hora para que comience a actuar y después un par de horas para que
te haga efecto. Por entonces ya deberías estar muerto.
Teclis le dirigió una mirada siniestra.
—No eres el único que tiene sentido del humor negro, príncipe Teclis —dijo ella.
Teclis rió. Ya empezaba sentirse mejor.
* * *
La sala de estar estaba en silencio y el fuego aún continuaba encendido. Tyrion estaba
asombrado. Había ardido durante todo el tiempo que los visitantes habían estado allí.
Una extravagancia semejante era inaudita según su experiencia. Su padre se mantenía
tan lejos del fuego como le era posible, en un rincón de la habitación, como si se
sintiera demasiado culpable como para disfrutar del calor. Tyrion se notaba
placenteramente cansado. Le dolían los músculos. Se había pasado todo el día
entrenando con las espadas de madera, primero con Korhien y luego con los
guerreros del séquito de la dama Malene. Le había encantado. Tenía la sensación de
que por fin estaba logrando hacer lo que quería.
Teclis se encontraba sentado cerca del fuego, envuelto en una manta. Hacía
bastante tiempo que no estaba tan despierto como lo parecía en ese momento. Era
como si hubiera superado la crisis de su última enfermedad y hubiera revivido. La
medicina que la dama Malene le había preparado parecía haber surtido efecto.
www.lectulandia.com - Página 76
Tyrion estaba contento. Se acercó a su hermano, con las manos extendidas hacia
el calor. Las brasas de color naranja ardían en medio de las cenizas, y por encima de
ellas danzaban pequeñas llamas azules. Aquí y allá adquirían un alquímico matiz
verde cuando se prendía fuego algo extraño que había en su interior, tal vez magia
atrapada.
—Vais a ir a Lothern con vuestra tía —anunció el padre.
—¿Los dos? —preguntó Tyrion.
—Los dos.
—¿Por qué? —inquirió Teclis. Él siempre quería conocer el porqué.
—Porque debéis presentaros ante el Rey Fénix. Es un honor que los miembros de
nuestro linaje tienen que soportar desde hace mucho tiempo.
—¿Tú también tuviste que hacerlo? —preguntó Teclis.
—Ya lo creo de sí.
—¿Qué sucederá? —preguntó Tyrion.
—Veréis a su Exaltada Alteza, y él será muy gentil con vosotros y os dirá lo mucho
que Ulthuan les debe a los miembros de nuestro linaje. Luego, muy probablemente, se
os apartará y seréis llevados a que os examine un conciliábulo de hechiceros,
sacerdotes y videntes para determinar si vuestras vidas han sido desviadas por la
Maldición. Para esto seréis enviados al Santuario de Asuryan.
—¿A ti te hicieron eso? —preguntó Tyrion.
—Sí. Se lo hacen a todos los descendientes del Gran Aenarion. Existen toda clase
de profecías relacionadas con los de nuestro linaje, algunas buenas y otras malas. En
algunos casos, los videntes que están presentes tienen visiones relativas a quienes se
hallan ante ellos y hablan según la compulsión de la profecía que los posee.
A Tyrion no le gustó mucho oír eso. En todo aquel asunto se imaginaba algo
vagamente vergonzoso y siniestro, y no le gustaba la idea de que lo singularizaran de
esa manera por ser quien era y por descender de quien descendía. Teclis, por otro
lado, estaba fascinado. Tenía algo de información sobre el proceso gracias a sus
lecturas, por supuesto, pero su padre nunca les había hablado del asunto.
—¿Hacen hechizos? —preguntó.
—Hechizos de adivinación de todo tipo —dijo su padre—. Desde el más sencillo
al más complejo. Por entonces no los reconocí, pero más tarde llegué a saber qué
eran.
—¿Se hizo alguna profecía acerca de ti? —preguntó Tyrion.
—Dijeron que el destino me había marcado para la grandeza —respondió el padre
con amargura. Abarcó con un gesto la desnuda sala de estar de la fría y ruinosa
mansión. La expresión de su rostro era irónica—. Dijeron que mis hijos me causarían
un gran dolor.
Tyrion se quedó consternado. Teclis adoptó la expresión ausente que siempre
www.lectulandia.com - Página 77
había pensado que enmascaraba sus sentimientos. El padre rió.
—Y lo hicisteis. Vuestra madre murió la noche en que nacisteis vosotros, y ése fue
el dolor más grande de mi vida. Pero nunca me habéis causado ningún otro dolor,
ninguno de los dos, sólo noches insomnes. Ambos habéis sido buenos muchachos
hasta donde habéis podido serlo.
No era una rotunda declaración de orgullo o cariño, precisamente. El padre no
podía mirarlos mientras hablaba. En lugar de hacerlo, contemplaba fijamente al
retrato de la madre que había encima de la chimenea.
—No lo lamento —dijo en voz muy baja y casi de disculpas, y Tyrion tardó un
largo rato en darse cuenta de que le estaba hablando a ella en referencia al nacimiento
de los gemelos. Se le ocurrió la curiosa idea de que el príncipe Arathion habría podido
evitar una gran cantidad de dolor si sencillamente no los hubiera engendrado. Era un
hechicero. Conocía maneras de impedir la concepción si quería.
O tal vez el destino habría intervenido para asegurarse de que nacieran de todos
modos. A fin de cuentas, ¿qué sentido tenía una profecía si no iba a convertirse en
realidad?
Tal vez lo único que había sucedido era que el padre desconocía la forma que iba a
adoptar el sufrimiento que ellos le causarían. Se preguntó si el príncipe Arathion
habría tomado la misma decisión en caso de saber que el precio sería la vida de su
esposa. Se preguntó cómo sería vivir con esa idea, y sólo al final se le ocurrió que sus
padres los habían concebido de todos modos, aun a sabiendas de que hacerlo tendría
terribles consecuencias.
¡Qué poco sabía de aquel elfo callado y cándido con quien había compartido una
casa durante toda su vida!
El padre sacudió la cabeza, miró a Teclis y a Tyrion, y volvió a apartar la mirada.
—Los dos vais a marcharos, y poco hay que yo pueda daros, salvo mi bendición.
Desearía que hubiese algo más.
—Nos has dado suficiente —dijo Tyrion.
—Yo pienso que no, hijo mío. Y eso no podéis saberlo, porque nunca habéis visto
Lothern como es en realidad, sino sólo a través de los ojos de un niño muy pequeño.
Es un lugar maravilloso, pero también puede ser terrible para alguien como vosotros.
Es un lugar de celos y malicia, así como de maravillas y grandeza. La dama Malene me
ha prometido que cuidará de vosotros, pero no sé hasta qué punto será capaz de
hacerlo.
—¿Qué nos sucederá si deciden que estamos malditos? —preguntó Teclis.
Siempre había sido mejor que Tyrion en leerle el pensamiento a su padre.
—No estáis malditos —dijo el padre.
—¿Qué sucederá si determinan que sí lo estamos?
El padre sonrió, sin alegría.
www.lectulandia.com - Página 78
—Por supuesto, existe la posibilidad de que puedan determinar que lo estáis,
aunque no lo estáis en realidad. La política puede ser un asunto repugnante entre los
elfos. Me alegro de que entendáis eso.
—Todavía no has respondido a mi pregunta —dijo Teclis con tono bondadoso.
—No conozco la respuesta, hijo mío. Me gustaría creer lo mejor.
—Pero…
—Pero temo que pueda hacerse algo terrible.
—No estamos malditos —dijo Tyrion. Él también lo pensaba y, además, no le
gustaba el cariz que estaba tomando la conversación. Aquélla podría ser la última
noche que pasaran con su padre en mucho tiempo y preferiría que fuese un recuerdo
más feliz.
—Por supuesto que no lo estáis, y estoy seguro de que ambos me haréis sentir
muy orgulloso.
—Haremos todo lo posible —dijo Tyrion.
—Superaremos sus pruebas —le aseguró Teclis.
—Una vez que lo hayas hecho, Teclis, la dama Malene comenzará tu instrucción
en el arte de la magia. Lo haría yo mismo, pero tengo que continuar con la gran obra.
Tyrion miró a su cándido padre y se preguntó hasta qué punto era cándido.
Ciertamente, había escogido la mejor manera de hacer que Teclis abandonara el
interrogatorio. El rostro de su gemelo relucía de placer. Hacía mucho tiempo que
estaba deseoso de empezar sus estudios en el Arte, y ahora daba la impresión de que
iban a comenzar.
—Y por lo que a ti concierne, Tyrion, Korhien Espadón de Hierro se ha ofrecido a
ocuparse de que aprendas las artes del guerrero. Dice que tienes un gran don para
ello, y pocos elfos saben de estos asuntos más que él. Presta atención a lo que te diga.
He oído decir que muy probablemente sea el más grandioso de los guerreros de
Ulthuan. No soy ningún experto en estas cosas, pero lo he oído de labios de aquellos
que tienen la obligación de saberlo.
El corazón de Tyrion dio un brinco. No podía pensar en nada que pudiera
gustarle más que aprender el arte de la guerra bajo la tutela de Korhien. El príncipe
Arathion sonrió al ver la felicidad escrita en el rostro de sus hijos.
—Os echaré de menos a ambos —dijo—. Teneros a ambos aquí ha sido la luz de
mi vida.
Los gemelos estaban demasiado emocionados como para reparar en la tristeza de
la voz de su padre, aunque Tyrion iba a recordarla muy bien en los años venideros.
—Nosotros también te echaremos de menos —respondió con toda la sinceridad
de un joven de dieciséis años que sólo ve ante sí emoción y buena fortuna.
—Os deseo a ambos buenas noches —dijo el padre, y regresó su taller.
La luz continúo ardiendo allí hasta muy entrada la noche.
www.lectulandia.com - Página 79
* * *
—Lothern —dijo Teclis, como si no pudiera creer del todo aquella palabra—. No es
Hoeth, pero es un comienzo. Tiene una de las mejores bibliotecas de toda Eataine.
Además, Inglorion Tejedor de Estrellas y Khaladris tienen mansiones allí.
—La Guardia del Mar está allí —dijo Tyrion—. Tal vez pueda encontrar plaza en
uno de sus regimientos. ¿Quién sabe? Algún día incluso podría convertirme en uno
de los Leones Blancos si se presenta la oportunidad de alcanzar la gloria.
Teclis estaba más feliz de lo que Tyrion recordaba haberlo visto nunca.
—Como mínimo, voy a tener la oportunidad de ver un poco de mundo antes de…
No acabó la frase. No tenía necesidad de hacerlo. Tyrion sabía que estaba
pensando en la enfermedad que padecía y en la posibilidad de morir. Era algo que
siempre se proyectaba sobre su hermano como una sombra, incluso cuando estaba del
mejor humor posible.
—Tal vez podremos subir a un barco —dijo Tyrion, jugando con las fantasías de
su hermano—, y viajar hasta el Viejo Mundo y los Reinos de los Hombres.
—Catai y las Torres del Amanecer —dijo Teclis, nombrando un lugar que ambos
sabían que él nunca iba a ver.
Teclis rió. Se sentía feliz, y eso era contagioso. Tyrion recordaba la última vez en
que había oído a su hermano reír con sinceridad. La risa se interrumpió de modo tan
brusco como había comenzado.
—La verdad es que seré feliz con el mero hecho de volver a ver Lothern —dijo—.
Sólo ver… ha habido momentos en los que parecía un deseo que jamás podría
cumplirse.
—¿Qué crees que será de nosotros? —preguntó Tyrion, poniéndose serio de
repente como su hermano. Se sentía como si las vidas de ambos acabaran de llegar a
una vasta encrucijada sombría. Era como ser un viajero perdido en las montañas, de
noche, que repente se da cuenta de que se halla de pie al borde de un precipicio cuya
profundidad ignora. Dentro de poco estarían abandonando el único hogar que habían
conocido para viajar a una tierra de desconocidos.
—No lo sé —dijo Teclis—. Pero lo afrontaremos juntos.
En ese momento se dio cuenta de que su hermano no estaba tan confiado como
parecía, que a la vez que hacía esa afirmación, estaba buscando consuelo.
—Sí, así será —replicó Tyrion, sonriente. Con la confianza propia de la juventud,
no podía imaginar nada capaz de separarlos—. Tú serás un gran hechicero.
—Y tú serás un gran guerrero. —Teclis hablaba con tanta seguridad como si lo
estuviera viendo con sus propios ojos.
Tyrion esperaba que viviera lo suficiente para verlo de verdad.
www.lectulandia.com - Página 80
* * *
N’Kari sentía que ya casi había llegado la hora. Los antiquísimos hechizos se estaban
debilitando. Los terribles fantasmas estaban cansados. Sucedía algo. En algún lugar
remoto, en los bordes mismos de aquella gran red de magia, algo empezaba a
deshacerse. El mundo estaba cambiando una vez más. En los siglos recientes, el flujo
de poder oscuro se había reforzado cada vez más. Estaba sucediendo algo ahí fuera, en
los mundos situados allende los mundos, algo que estaba atrayendo a las fuerzas del
Caos otra vez hacia aquella pelota de fango que era el planeta.
Tal vez las antiguas puertas aletargadas del extremo norte estaban despertando.
Tal vez no era más que un capricho de los Poderes regresar a aquel lugar a divertirse
durante un tiempo. A N’Kari no le importaba a qué se debía. Lo que contaba para él
eran los resultados.
Olfateo con una nariz que no era una nariz e inspiró magia contaminada con la
que se llenó unos pulmones que no eran pulmones. Había esperado en el centro de
aquella red de poder durante miles de años, manteniéndose inmóvil, sin llamar la
atención, acumulando pequeñas cantidades de magia siempre que podía, cuando
sabía que haciéndolo no se pondría en evidencia.
Se había familiarizado con las extrañas líneas de los hechizos, y con los senderos
aún más extraños dejados por una raza antigua que había por debajo de ellos.
Resultaba obvio que los maestros hechiceros de entre los elfos sabían de la presencia
de los senderos antiguos que subyacían bajo el tejido del tiempo y el espacio, hechos
por los amos originales del mundo. Habían incorporado elementos de ellos en su gran
diseño. Eso constituía tanto un punto fuerte como una debilidad.
El punto fuerte radicaba en que podían alimentarse de los pozos de energía de los
Ancestrales, utilizar sus antiguas rejillas para reforzar su propia magia.
La debilidad residía en el hecho de que los Senderos de los Ancestrales estaban
corrompidos y se deshacían con lentitud, permitiendo que se deslizaran en su interior
elementos de los Reinos del Caos, los Reinos de los Demonios en los que había sido
engendrado N’Kari.
N’Kari se había alimentado de esa energía corrupta y recuperado una pequeña
fracción de su forma original. En cierto sentido, les había hecho a los elfos un favor
que nunca había tenido intención de hacerles. Les había ayudado a mantener la
construcción al consumir una gran cantidad de la energía mágica caótica que se
filtraba a su interior. Había contribuido a reducir la corrupción del hechizo antiguo,
aunque estaba seguro de que los fantasmales hechiceros no verían las cosas del mismo
modo.
Había proyectado su conciencia a diversos puntos situados a lo largo de los
www.lectulandia.com - Página 81
intersticios del Vórtice, donde se erguían los Monolitos élficos. Había cartografiado
todo el enorme sistema. Lo conocía igual de bien, o tal vez mejor, que cualquiera de
los hechiceros elfos. Sabía dónde era fuerte, y dónde se mantenían bien los hechizos
protectores. Sabía dónde era débil, y dónde se estaban desmoronando las antiguas
defensas.
En ese momento desplazó una parte de su mente al área que había seleccionado.
Era un monolito que dominaba un valle escondido desde la cumbre de una montaña.
Estaba a una gran distancia de cualquier lugar habitado de Ulthuan, y nadie había
acudido allí en muchos siglos para llevar a cabo los ritos que lo fortalecerían.
El monolito en sí estaba desmoronándose. En los canales de las runas talladas
habían crecido líquenes, a pesar de los hechizos que deberían haber impedido que
crecieran haciéndolos arder. La propia piedra estaba erosionada por el viento y los
otros elementos, y eso era importante, porque la forma de la piedra estaba tan
integrada en los hechizos como las energías mágicas que fluían a su alrededor, o como
la runas cinceladas en ella. Cada uno de los aspectos había formado parte de su
diseño, cada elemento contribuía en algo a la misión que tenía.
Ahora era como un clavo oxidado del que colgara un pesado cuadro. Se doblaba
con lentitud, desplazándose de su posición original, y no resistiría durante mucho
más tiempo. Lo único que se necesitaría sería que algo le diera un ligero golpecito,
aplicara un poquitín de presión adicional, y esa parte del hechizo se derrumbaría. Las
barreras que contenían las vastas energías del Vórtice quedarían perforadas. Podrían
entrar cosas en él, y lo más importante desde el punto de vista de N’Kari, podrían salir
cosas de él.
Sabía que iba a tener que ser cuidadoso. Los fantasmas seguían vigilando su obra y
la reparaban allá donde podían. Advertirían el derrumbamiento de cualquier pequeña
parte del hechizo, y si llegaban a pensar que detrás del fenómeno había alguna entidad
pensante, en particular una entidad atrapada dentro de su reino, la destruirían.
El gran demonio sabía que tendría una sola oportunidad para hacer lo que
necesitaba hacer. Si fallaba, en el mejor de los casos significaría pasar muchos más
siglos reuniendo energía para intentar escapar otra vez. En el peor de los casos,
significaría la más completa y absoluta aniquilación. N’Kari sabía que si se destruían
los modelos energéticos que conformaban su conciencia dentro del Vórtice, él sería
destruido para siempre. Aún no tenía forma física alguna que pudiera anclarlo, y su
conexión con el Reino del Caos todavía continuaba bloqueada por las intrincadas
protecciones del Vórtice.
Iba a tener una sola oportunidad. Sería mejor que lo hiciera bien. Desplazó el foco
de su conciencia hasta la máxima distancia que pudo, algún punto situado en el
océano profundo de la zona que antaño había formado parte de Ulthuan, pero que
ahora se hallaba hundida debajo de las olas.
www.lectulandia.com - Página 82
Percibió que en las alturas se estaba gestando una tormenta. Analizó los enormes
remolinos de aire, las descomunales rachas de viento, humedad y energía que
esperaban ser liberadas, y estiró los brazos con tanta sutileza como pudo desde el
interior del Vórtice para alimentarse de las energías oscuras, creando corrientes y
sistemas que la impulsaran en una determinada dirección.
La tormenta comenzó a desplazarse tierra adentro, adquiriendo más energía por
el camino, impulsada desde el interior por elementos de magia oscura que la
conducían hacia la lejana cumbre de la montaña.
Pronto, pensó N’Kari. Pronto.
www.lectulandia.com - Página 83
SEIS
Ulthuan Oriental.
Décimo año de reinado de Finubar
Tyrion podía oler el mar. El aire sabía diferente; más salado, más limpio. El viento era
más fresco y húmedo. En lo alto volaban gaviotas. El simple hecho de oír el sonido
circundante y ver aquellas blancas aves lo hizo sonreír. Nunca se había sentido tan
feliz.
Iba montado en un caballo. Descendía a lomos de la montura desde las montañas
y, al cabo de unas horas, subiría a bordo de un barco con destino a la más grandiosa
ciudad del pueblo elfo. En cierto sentido, se sentía como si su vida hubiera
comenzado por fin.
En cuanto se le ocurrió ese pensamiento, se sintió culpable por su padre y por su
hermano. Retrocedió cabalgando a lo largo de la pequeña columna hasta donde Teclis
yacía sobre un largo cojín situado en la parte posterior de una carreta. La lona tensada
que cubría la carreta estaba echada hacia atrás, y el gemelo de Tyrion miraba al cielo.
Le habían alquilado el vehículo a uno de los aldeanos que vivía cerca de la mansión de
su padre y que lo usaba para transportar sus productos del campo hasta el mercado de
la ciudad. El elfo acudiría a la población al cabo de unos días para recoger la carreta.
—¿No te parece maravilloso esto? —dijo Tyrion, incapaz de contener su
entusiasmo.
—Si se puede considerar maravilloso que te zarandeen los huesos de un lado a
otro sobre este instrumento de tortura hecho de madera, entonces supongo que si lo
es —respondió Teclis. Sin embargo, sonreía y tenía mejor aspecto del que había
tenido en meses.
A Tyrion le había preocupado que la dureza del viaje pudiera acabar con su
hermano, pero parecía que las pociones que había preparado la dama Malene ya
www.lectulandia.com - Página 84
habían mejorado su estado de salud. Más aún, la perspectiva de viajar y aprender
magia parecía haber aligerado su apesadumbrado espíritu y haber hecho que la vida le
resultara más soportable. Tyrion sospechaba que aquello le había dado a Teclis una
razón para vivir. Por eso, al menos, se sentía agradecido con la dama Malene.
Miró hacia delante. La hechicera cabalgaba junto a Korhien Espadón de Hierro.
Ambos iban intercambiando sonrisas secretas, pero en ellas no había nada siniestro.
Tenían aspecto de ser los amantes que Tyrion sospechaban que eran. Resultaba difícil
imaginar lo que el generoso guerrero de buen corazón y la maga de rostro inexpresivo
veían en el otro, pero resultaba obvio que algo veían.
Tyrion se preguntó cómo le irían las cosas a su padre. No estaba preocupado por
el bienestar de su progenitor. El príncipe Arathion era perfectamente capaz de cuidar
de sí mismo sin ayuda alguna de sus hijos, y el trabajo evitaría que se sintiera solo.
Sólo le resultaba extraño pensar en él deambulando por la mansión vacía, con la única
compañía de Thornberry.
Eso hizo que Tyrion se sintiera intranquilo. A veces bajaban monstruos de las
montañas. Tal vez alguno podía colarse por encima del muro. Se dijo a si mismo que
no debía ser necio. Su padre era mago. Estaba capacitado para ocuparse de cualquier
monstruo que pudiera abrirse camino hasta la casa.
Teclis se había incorporado sobre un codo y miraba a lo lejos por encima de un
costado de la carreta.
—Me parece que veo el mar —comentó.
Tyrion miró en la dirección en que señalaba con el dedo. Acababan de coronar la
cima de una colina y a sus pies había, en efecto, una ancha placa de trémulo azul que
comenzaba allí donde acababa la tierra verde.
El territorio comenzaba a cambiar a su alrededor. Parecía mucho más densamente
cultivado, y habían pasado ante campos labrados por granjeros independientes y ante
muchos invernaderos donde se cultivaban frutos encantados en entornos controlados
mágicamente.
Era el lugar más rico y fértil que Tyrion había visto jamás, aunque hubiese sido el
primero en admitir que había conocido muy pocos lugares como aquéllos. Aquí y allá,
en los terrenos más altos, se erigían mansiones de una escala tal que la casa de campo
de su padre habría podido caber con facilidad en un ala. En efecto, el hogar de los
gemelos parecía poco mejor que algunas de las cabañas de los granjeros
independientes por las que habían pasado. Tyrion estaba acostumbrado a que su
padre fuera el terrateniente más rico de la zona en la que se había criado. Una vez más
se dio cuenta de que, comparado con los elfos de incluso aquella pequeña ciudad, su
padre era muy pobre. Resultaba extraño darse cuenta de lo pequeña que había sido su
vida y de lo grande que era el mundo. Además de emocionante.
En muchos de los edificios había farolillos de papel verde colgados en el exterior
www.lectulandia.com - Página 85
de las ventanas o en los pórticos. La gente se empezaba a preparar para el Banquete de
la Liberación, el gran festival que celebraba el regreso de la primavera y la salvación de
los hijos de Aenarion contra las fuerzas del Caos por parte del hombre árbol Corazón
de Roble. Por las calles se veían pequeñas tallas del hombre árbol, una afable criatura
que parecía un cruce entre un elfo y un gigantesco roble. Todos los elfos tenían
motivos para estarle agradecidos. Sin su intervención, no existiría la Reina Eterna.
Todos los líderes espirituales de los elfos que habían existido desde aquella época
descendían de la hija de Aenarion, Yvraine. Tyrion tenía razones más personales para
estarle agradecido, ya que descendía del hijo de Aenarion, Morelion.
Retrocedió para ponerse al lado del yacente Teclis. Su hermano hizo una mueca.
Estaba cansado, y se le notaba en la cara el esfuerzo que representaba para él el largo
día de viaje.
—Llegaremos a la ciudad dentro de poco, y a continuación subiremos al barco.
—Lo estoy deseando —dijo Teclis—. No logro imaginar que pueda haber algo
peor que esto.
* * *
Unas pocas barcas de pesca flotaban, ancladas en el puerto, junto a una nave que las
empequeñecía como una ballena rodeada de delfines. Era un clíper élfico, en parte
nave comercial, en parte buque de guerra, largo y esbelto, con tres mástiles. Tenía una
enorme cabeza de águila tallada en la proa. Había una balista gigantesca en la cubierta
de popa, y otra cerca de la proa. Los marineros pululaban entre los aparejos y se
movían por la cubierta con decisión. Habían colocado una serie de tablones que iban
desde la crujía hasta el muelle con el fin de formar una pasarela lo suficientemente
ancha como para permitir que subieran por ella los caballos.
El ave mensajera que había enviado la dama Malene tenía que haber llegado a
destino, porque los estaban esperando. La capitana del barco aguardaba en los
muelles para recibirlos. Para gran sorpresa de Tyrion, se dirigió a la dama Malene, no
a Korhien; parecía pensar que la hechicera era más importante que el León Blanco.
Las banderas que ondeaban en el extremo de los palos lucían la misma divisa que
llevaban los miembros de la guardia personal en los tabardos. La casa de Mar
Esmeralda era la propietaria de ese barco, y la dama era la representante de más alto
rango de esa casa que se encontraba presente.
—¿Estamos ya preparados para partir, capitana Joyelle? —preguntó Malene.
Ladeó la cabeza y olió el aire—. Huele a tormenta que se acerca, y hay magia en sus
vientos.
www.lectulandia.com - Página 86
La capitana del barco asintió con la cabeza. Era aún más alta que la dama Malene
y, en todo caso, parecía más severa que ella. Tyrion estaba empezando a preguntarse
si todas las mujeres de Lothern serían tan adustas cuando reparó en que algunas de las
marineras lo miraban fijamente. Eran más jóvenes y mucho más bonitas. Como tenía
por costumbre, les sonrió. Algunas lo miraron a los ojos con descaro. Otras apartaron
la mirada, vergonzosas. Al parecer, las marineras no eran tan diferentes de las
cazadoras de las colinas con las que él había tratado.
—El Águila de Lothern está preparado para navegar, la dama Malene. Podremos
aprovechar la marea si el capitán Korhien y sus hombres pueden subir los caballos a
bordo con la suficiente rapidez.
Los caballos parecían inquietos. Resultaba obvio que ya habían estado a bordo de
un barco antes y que no les había gustado mucho la experiencia, pero eran corceles
élficos y obedecieron a sus jinetes. Uno a uno, se dejaron guiar por las pasarelas y
permitieron que los bajaran a la bodega mediante un pequeño torno. Al parecer, lo
habían preparado todo para ellos, ya que los comederos estaban llenos de forraje, y el
acto de comer pareció tranquilizar a las bestias.
Tyrion reparó en que también la capitana lo miraba fijamente mientras él ayudaba
a Teclis a subir por la rampa. Al principio pensó que había metido la pata al no
solicitar permiso para subir a bordo. Nadie más lo había hecho, pero era de suponer
que ya conocían a la capitana del barco. Luego se le ocurrió la idea de que le
inquietaba ver a Teclis. La enfermedad de su hermano a menudo tenía ese efecto en
otros elfos, ya que no estaban habituados a ver personas enfermas. Cuando le
devolvió la mirada, la capitana ya había dejado de contemplarlo con ojos fijos y le
decía algo en voz baja a la dama Malene.
La hechicera asintió con la cabeza para mostrar su acuerdo y luego se les acercó.
—La capitana ha mandado asignaros camarotes.
—¿Qué más estaba diciendo?
—Nada de gran importancia —replicó la dama Malene en un tono un tanto
indiferente.
Tyrion recordó las sospechas de Teclis con respecto a ella. Pensó en el viaje que
tenían por delante. ¿Cuántas personas se darían cuenta de algo o dirían algo si ellos
caían por la borda mientras navegaban con rumbo sur hacia Lothern? Se dijo que no
debía ser tan suspicaz. Con casi total seguridad existía una explicación inocente para
la actitud de la maga.
De todos modos, decidió que iba a mantener los ojos abiertos y la puerta barrada.
A pesar de sus temores, no pudo evitar que su corazón se emocionara cuando, un par
de horas después, el barco levó anclas y salió del puerto. El sol estaba ocultándose
detrás de las montañas, y no pudo evitar pensar en su padre una vez más.
Se preguntó si alguna de aquellas diminutas lucecillas de la falda de la montaña
www.lectulandia.com - Página 87
pertenecería a su hogar y cuánto tiempo pasaría antes de que volviera a verlo.
* * *
—Esto es acogedor —comentó Teclis, recorriendo el camarote con mirada pensativa.
Era diminuto, como todos los camarotes de barco. Había el espacio justo para un
par de literas y un par de baúles de marinero. Las pertenencias de los gemelos, juntas,
no alcanzaban a llenar uno solo de ellos. Había un pequeño ojo de buey que dejaba
que se filtrara un poco la luz de la luna.
—Dos oficiales subalternos han renunciado a él para que tengamos un sitio donde
dormir, o al menos eso me ha dicho Korhien —explicó Tyrion—. Parece que somos
invitados de honor.
Los legítimos propietarios duermen en cubierta.
—Pues yo no sé si no preferiría dormir también allí —dijo Teclis. Por el tono de
su voz no parecía estar demasiado bien.
—¿Estás bien? —preguntó Tyrion, mirándolo con mayor atención. Su hermano
volvía a tener aspecto enfermo. Presentaba un feo color verdoso.
—No me he sentido bien desde que subimos a bordo de este maldito barco. Hay
algo en la forma en que se balancea que me hace sentir muy incómodo.
—Es mal de mar —dijo Tyrion—. He oído decir que algunas personas lo padecen.
—Y yo soy una de esas personas, y tú no. ¡Qué sorpresa! ¡Normalmente yo soy
una persona tan sana y tú eres tan débil!
—Si no te gusta estar aquí, puedo pedir que nos permitan dormir en cubierta. Esto
está más protegido en caso de que venga mal tiempo.
—Que Isha nos bendiga… no me hables del mal tiempo. Esto ya es bastante malo.
—Sólo será por unos días, si tenemos buenos vientos, y no hay ninguna razón
para que no sea así. Al parecer, soplan hacia el sur en esta época del año.
—Te estás convirtiendo en todo un marinero, hermano.
—He estado escuchando a los marineros. Tengo intención de aprender todo lo
que pueda en este viaje. Nunca se sabe qué puede ser útil.
—Mi plan consiste en tumbarme boca arriba aquí dentro con la esperanza de que
mi estómago se tranquilice y la habitación deje de dar vueltas.
—Me parece que esto se llama camarote.
—¡Pueden llamarlo como les parezca siempre que deje de moverse!
Tyrion subió de un salto a la litera superior. El techo parecía estar muy cerca, por
encima de su cabeza. Le resultaba extraño el mero hecho de estar allí tendido
mientras el barco se balanceaba con suavidad arriba y abajo al avanzar. Salvo por las
www.lectulandia.com - Página 88
ocasiones en que acampaba con los cazadores, nunca antes había pasado la noche
fuera de la mansión de su padre. Era la primera vez que dormía en una cama de
verdad que no fuera la suya propia. El pensamiento más extraño de todos era que,
aunque estuviera allí tendido, se alejaba cada vez más de su hogar y se acercaba cada
vez más a Lothern, una ciudad que él y su hermano no habían visto desde que eran
muy pequeños.
Se le ocurrió que eso era lo que hacía que los barcos fueran una manera tan rápida
de viajar. En realidad, un barco no avanzaba a mayor velocidad que un caballo, pero
podía continuar navegando durante la noche, en caso necesario, siempre que hubiese
alguien de guardia. Los barcos nunca se cansaban y continuaban avanzando sin parar
hasta que llegaban a su destino.
Estaba pensando en que había una lección que aprender de eso, en alguna parte,
cuando se quedó dormido.
* * *
A Tyrion lo despertaron los rayos del sol al entrar por el ojo de buey del camarote, y el
sonido de Teclis vomitando sonoramente dentro de un cubo que tenía al lado de la
litera. El olor era abrumador dentro de aquel reducido espacio.
Bajó de la litera superior, con cuidado de no pisar el cubo, esperó a que Teclis
acabara, y luego echó el contenido del recipiente al exterior a través del ojo de buey.
Tardó bastante en desatornillar las asas que lo sujetaban en su sitio y decidió dejarlo
abierto para que se fuera el hedor.
—Estaba pensando que tal vez debería probar a volar la próxima vez —dijo Teclis
—. Probablemente se me caerá la cabeza. Cada medio de transporte que he probado
hasta ahora ha sido peor que el anterior.
—Ya te acostumbrarás a éste. Puede que tardes unos cuantos días, pero tu cuerpo
lo superará.
—¡Eso espero!
—¿Quieres salir a dar una vuelta por la cubierta y ver si a lo mejor podemos
encontrar algo que desayunar?
—Caminar por la cubierta, sí. ¿Desayunar? ¿Qué demonio te ha poseído para qué
me sugieras una tortura semejante?
—Bueno, es que tengo hambre.
—Y sin duda, como siempre, comerás por los dos.
—Lo intentaré, si es que puedo encontrar comida.
Ayudó a Teclis a subir a cubierta. Muchos de los tripulantes ya estaban levantados
www.lectulandia.com - Página 89
y en movimiento. Trabajaban intensamente fregando y arenando la tablazón, y
enrollando cabos. Trepaban por las jarcias para realizar ajustes en las velas de acuerdo
con las órdenes de los oficiales del barco. Había uno en la cofa y otro haciendo
guardia junto al enorme mascarón de proa. Al parecer, los mares que rodeaban un
barco requerían mucha vigilancia.
Cuando emergieron de la escalera, Tyrion se dio cuenta de que volvían a mirarlos
fijamente. Y no era sólo Teclis quien atraía las miradas, sino también él. Aquello lo
hizo sentir incómodo, aunque se aseguró de sonreírles a todos cuando sus ojos se
encontraban. Estaba habituado a que le miraran las mujeres, pero los hombres
también le dirigían miradas raras.
Recorrió el entorno con la mirada en busca de Korhien o Malene, pero ninguno
de los dos estaba la vista. En cubierta había uno o dos soldados que afilaban sus armas
mientras charlaban con indiferencia, haciendo todo lo posible por no parecer
completamente ociosos en medio de aquella febril actividad.
—¿Dónde podemos conseguir algo de comer? —preguntó Tyrion.
Uno de los soldados señaló con un pulgar en dirección a una pequeña sala que
había detrás de él. En el interior, Tyrion vio un fuego y un caldero que burbujeaba
encima.
—Debería haber sabido que vosotros estaríais cerca del lugar donde está la comida
—comentó Tyrion.
—Hablas como un veterano —dijo el elfo—. Aún conseguiremos hacer un
soldado de ti.
—Eso espero —le aseguró él.
Tyrion entró en la cocina del barco.
—¿Podríais darnos algo de comer? —preguntó—. Por favor.
El cocinero sonrió y le lanzó un par de cuencos y un paquete de galletas marineras
envueltas en una gran hoja de planta. Tyrion presentó los cuencos y el cocinero los
llenó con un guiso de pescado muy especiado que sirvió con un cucharón. Tyrion
regresó a cubierta, donde le dio un cuenco a Teclis y se quedó con el otro.
A Tyrion le sorprendió descubrir que el guiso era bueno, y que la galleta era
nutritiva y lo saciaba.
—Hay algún tipo de encantamiento en ella —comentó Teclis—. Como sucede con
el pan del camino.
—Supongo que es necesario mantener a la tripulación en forma —dijo Tyrion—.
¿Quieres la tuya?
—No me apetece comer.
—Tómate la sopa, al menos. No me gustaría que murieras de inanición antes de
que lleguemos a Lothern.
—Sería una bendición —replicó Teclis.
www.lectulandia.com - Página 90
—Eso no lo digas ni en broma.
Una de las muchachas de la tripulación los estaba mirando atentamente. Tyrion le
sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y luego apartó los ojos con timidez. Era, sin lugar a
dudas, la muchacha más bonita del barco.
—Veo que vas a volver a romper corazones —dijo Teclis.
Tyrion había compartido con su hermano algunos detalles de las experiencias que
había tenido con las chicas cazadoras.
—Ésa no es nunca mi intención —replicó Tyrion.
—La línea que separa la intención de las consecuencias es tan ancha como la que
media entre el cielo y el infierno —dijo Teclis.
—¿A quién estás citando, ahora?
—A nadie. Acabo de inventármelo.
—¿Estas planteándote seguir la carrera de filósofo, entonces?
—Sería útil tener una segunda carrera a la que recurrir, por si fallo en la de mago.
—Dudo que pueda suceder eso.
—Nunca se sabe. Hasta ahora, mi vida no ha destacado por sus éxitos.
Los gemelos se quedaron de pie en la cubierta durante largo rato, observando la
vida del barco a su alrededor. A Tyrion le resultaba todo infinitamente fascinante.
Teclis parecía encontrarlo simplemente fatigoso.
www.lectulandia.com - Página 91
SIETE
Tyrion se hallaba de pie en la proa del gran barco, mirando por encima de la cabeza
de ave de presa del mascarón. Un cardumen de peces voladores rompió la superficie a
poca distancia. Verlos destellar, plateados a la luz del sol, antes de desaparecer otra
vez bajo las olas, lo hizo sonreír.
El viento hinchaba las velas y el barco casi parecía pasar rozando el mar. Las
banderas verdes con la insignia de la casa de Mar Esmeralda se agitaban al viento.
Los marineros saltaban de un mástil a otro y trepaban por las jarcias en respuesta
a las órdenes dadas por la capitana. A Tyrion, todo aquello le resultaba
incomprensible y muy emocionante. Hasta ese momento le había encantado cada
instante de la experiencia. Le gustaba el tacto de la madera dura de la cubierta bajo las
plantas de los pies descalzos. Le gustaba el olor a salitre del mar.
Riendo, dio un brinco, atrapó un cable y se izó por él para subirse sobre una
verga. Al empezar a hacerlo, a los oficiales del barco les había preocupado que pudiera
caerse y partirse la crisma, pero se había evidenciado con rapidez que en la arboladura
del barco se desenvolvía con más soltura que la mayoría de los marineros y que era
mucho más ágil que cualquiera de ellos.
Ninguno de los marineros tenía nada que objetar siempre y cuando no los
estorbara. Trepó hasta llegar a la cofa, situada en lo alto del segundo mástil. Los elfos
que andaban por la cubierta parecían diminutos desde allí arriba. Se sentía mucho
más desprotegido que estando en la cumbre de una colina de la misma altura. Para
empezar, las colinas no se mecían con el movimiento de un barco.
El viento le tiraba de la camisa de hilo. Las gaviotas se posaban en las jarcias, justo
fuera de su alcance. Saltó sobre la cruceta y corrió por ella hasta llegar al sitio en que
estaban las gaviotas. Al verlo acercarse, las aves echaron a volar y comenzaron a
describir círculos por encima del barco, graznándole burlonamente. Le habría
gustado poder volar para seguirlas.
www.lectulandia.com - Página 92
Se hizo sombra con una mano en los ojos para mirar a lo lejos. Por debajo del
agua transparente se movían formas enormes, tal vez ballenas, tal vez alguno de los
legendarios monstruos que se decía que merodeaban por aquella zona del mar. Hasta
entonces, ninguno de ellos le había prestado la más mínima atención al barco, por lo
cual estaba agradecido.
A algunas leguas de distancia le pareció ver islas. A veces. A veces estaban allí. A
veces no. Un suave rielar recubría las olas hasta donde le alcanzaba la vista. Parecía
una calina producto del calor, pero no lo era. A sus ojos parecía estar teñida por la
magia, aunque no podía dilucidar nada más.
Muy por debajo de él, Teclis lo saludó con una mano. Tyrion saltó al vacio, atrapó
una cuerda que colgaba y se deslizó por ella hacia abajo a una velocidad vertiginosa,
riendo en voz muy alta hasta que sus pies tocaron la cubierta. Saltó hacia delante, con
exuberancia, dio una voltereta y cayó de pie junto a su hermano.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Teclis, echado en una tumbona de mimbre,
con aspecto de estar aún más mareado de lo habitual. A pesar de todas las pociones
que la buena de la dama Malene le había preparado, el viaje no le sentaba bien. Aún
continuaba sufriendo de un mal de mar peor que el que podía aquejar cualquier
enano.
—No lo sé —replicó Tyrion—. Pero sea lo que sea, creo que voy a tener problemas
para encontrarla. Hay algún encantamiento en estas aguas, más poderoso que el
hechizo que cubre las Annulii.
Teclis se rió de él.
—Perspicaz como siempre, hermano. Has estado contemplando los efectos de
uno de los hechizos más potentes y trascendentes que jamás se han hecho. Bel-Hathor
y sus magos urdieron aquí magia para ocultar Ulthuan a los ojos de los humanos.
Créeme si te digo que cualquier confusión que sientas se vería multiplicada por mil si
fueras uno de ellos. Cuando los humanos entran en el entramado del hechizo, un
laberinto de encantamientos hace que se pierdan y se pongan a dar vueltas hasta que,
al fin, si no se mueren de hambre o encallan, vuelven a encontrarse en mar abierto.
—Te creo.
—Me alegro. Es lo que debes hacer. —Hizo una mueca, y por un momento
pareció que iba a ponerse a vomitar otra vez. De algún modo, logró controlar el
impulso—. Por todos los dioses, odio esto…
* * *
—¿Estás disfrutando del viaje?
www.lectulandia.com - Página 93
Hacia ya dos días que estaban en el mar y Tyrion se sentía cada vez más
preocupado por la salud de su gemelo. El mareo que sentía no se había mitigado
durante los largos días de navegación. El hedor a vómito rancio flotaba
constantemente dentro del camarote. Pasaban mucho tiempo en cubierta, donde se
encontraban en ese momento.
—Digamos que no veo la hora de empezar los estudios de magia para poder
aprender algún hechizo contra el mal de mar —respondió Teclis.
—Me deja atónito tu elevada ambición. Es agradable saber que tengo un hermano
que aspira a tan altas metas en la vida. Siete mil años de magia élfica que aprender, y
la meta más grande que te impulsa a dominar esa ciencia y su terrible conocimiento
es tu deseo de evitar el mal de mar.
—Si hubieras estado enfermo durante tanto tiempo como yo, entenderías por qué
pienso de esa manera. Las pociones de la dama Malene sólo me han ayudado a
superar la última de mis enfermedades.
Tyrion se sintió culpable de inmediato por haber bromeado de esa manera. Nunca
había sufrido un solo momento de enfermedad en toda su vida. El mal de mar no lo
había afectado en lo más mínimo, ni él había esperado que lo hiciera.
Para Teclis, las cosas eran diferentes. Tal vez siempre lo serían. Tyrion había
pasado la mayor parte del viaje aprendiendo el arte de navegar de marineros que le
miraban como si fuera un joven dios, cuando no le dirigían miradas supersticiosas.
Teclis se había pasado los días durmiendo sobre cubierta, intentando no vomitar,
mientras todos los que pasaban lo miraban con aire de superioridad, salvo unos pocos
de entre los jinetes de Korhien que también sufrían el mismo mal.
—Tú siempre habías querido navegar en un barco —dijo al cabo.
—Y sigo queriéndolo —respondió Teclis—. Pero sólo cuando ya haya logrado la
inmunidad contra este indigno mal. En los escasos y breves instantes en los que no he
estado vomitando por la borda lo que había comido he disfrutado inmensamente del
viaje.
—¿Crees que veremos piratas?
—Justo estaba empezando a sentirme mejor. ¿Por qué has tenido que decir eso?
—Porque he oído decir que éstas son aguas peligrosas, plagadas de invasores
nórdicos y piratas humanos, así como de corsarios de los elfos oscuros, a pesar de
todos los hechizos que supuestamente deberían mantenerlos alejados. Podríamos
encontrarnos con alguno que se hubiera perdido.
—Puede que a ti esto te parezca una aventura, Tyrion, pero ¿qué se supone que
debería hacer yo si nos atacan los piratas, vomitarles encima?
—Ésa podría resultar una estrategia defensiva muy eficaz.
—A veces me haces dudar que entiendas de asuntos militares tan bien como
pretendes.
www.lectulandia.com - Página 94
—No te preocupes. Si nos atacan, yo te protegeré.
—¿Y quién va a protegerte a ti?
—Creo que puedo protegerme a mí mismo, hermano. Nunca lo dudes.
—Mira ahí.
Tyrion siguió con la mirada el dedo de su hermano. Korhien y la dama Malene,
cogidos de la mano, atravesaban la cubierta en dirección a ellos. Al parecer, Tyrion no
era el único que disfrutaba de aquel viaje marítimo.
—Os saludo, príncipes —dijo Korhien, con un tono más afable de lo habitual.
—Buenas tardes tengáis los dos —dijo Teclis.
—Si que es una buena tarde —convino la dama Malene—. Siempre he pensado
que hay que reconocer las bondades del fresco aire marino. —Miró a Korhien como si
compartiera con él una broma privada.
El León Blanco sonrió.
—Resulta tonificante —dijo.
—A mí me lo parece —dijo Tyrion, mientras se preguntaba por qué los dos
parecían querer reírse de él.
Acababan de pasar un largo rato en el camarote que tenían bajo cubierta. No
habían estado disfrutando mucho del fresco aire marino. De repente, se dio cuenta de
qué habían estado haciendo, y apartó la mirada.
—Este barco es maravilloso —comentó Teclis—. Muy veloz.
—Es uno de los muchos que posee la casa de Mar Esmeralda —informó la dama
Malene.
—¿Cuántos tiene? —preguntó Teclis, al que siempre le gustaba precisar las cosas
con exactitud.
—Unos treinta. Navegan para comerciar y explorar. A veces los usamos para
atacar la costa de Naggaroth.
—Treinta barcos, ¿son muchos? —preguntó Tyrion.
—Lo son —replicó Korhien—. Una significativa contribución a nuestras flotas en
tiempos de guerra. En Lothern hay muy pocas casas que puedan igualar ese número, y
sólo la casa de Finubar lo supera.
—Bueno, él es el Rey Fénix —dijo Teclis.
—Ahora mismo estábamos hablando de piratas —comentó Tyrion—. ¿Pensáis
que veremos alguno?
—Mi hermano está ansioso por ponerse a prueba en la lucha contra ellos —dijo
Teclis con tono sardónico.
—No hay ninguna necesidad de preocuparse, mi joven amigo —dijo Korhien—.
Si nos atacan, la dama Malene nos protegerá.
—¿De verdad? —preguntó Tyrion.
—Claro que sí, como muchos magos de Lothern, ella comenzó su carrera de
www.lectulandia.com - Página 95
hechicera a bordo de un barco.
—¿En serio? —preguntó Teclis. Como siempre, la mención de cualquier aspecto
de la magia captaba su atención de inmediato. La dama Malene asintió con la cabeza.
—La mayoría de los magos de Lothern pasan la vida a bordo de barcos.
—¿Por qué? —quiso saber Teclis.
—Invocan a los vientos, protegen las naves de los monstruos, hacen estallar los
barcos enemigos con hechizos cuando surge la necesidad e impiden que los
hechiceros enemigos les hagan lo mismo a nuestras embarcaciones.
A Tyrion le pareció que aquél era el uso de la hechicería más emocionante del que
jamás había oído hablar. Casi hizo que deseara estudiar magia él mismo, a pesar de
carecer de cualquier tipo de don para el Arte.
—¿Puedes invocar a los vientos? —preguntó Tyrion.
—Sí.
—¿Por qué no lo haces ahora?
—Porque no hay ninguna necesidad —replicó Malene—. Tenemos un buen
viento que nos empuja a la máxima velocidad a la que podemos navegar de forma
natural, y no veo la necesidad de cansarme para hacer que vayamos más de prisa. Si
aparecieran piratas, necesitaría mis fuerzas para enfrentarme a ellos.
Tyrion lo entendió de inmediato.
—Por supuesto —dijo.
—¿Por supuesto qué? —preguntó Teclis.
—Es mejor recurrir a los vientos en ese supuesto que para viajar. Al llevar a bordo
una maga capaz de hacer eso, podremos navegar contra el viento, o incrementar
nuestra velocidad de maniobra.
Korhien sonrió como lo haría un profesor orgulloso de su mejor alumno.
—Ya te dije que captaba las cosas con rapidez —le dijo a la dama Malene.
—Muéstrale a mi hermano las posibilidades militares de cualquier cosa y él las
captará al instante —dijo Teclis—. Por desgracia, no es tan rápido para captar nada
más.
—Es rápido en todo lo que va a necesitar ser rápido —respondió Korhien—. No
hay por qué pedirle nada más.
—Yo no me precipitaría tanto en hacer semejantes afirmaciones si fuera tú —
replicó la dama Malene—. ¡Quién sabe lo que el destino del príncipe Tyrion exigirá de
él!
Tyrion rió.
—Dudo que vaya a ser nada demasiado eminente.
Los otros lo miraron como si no opinaran lo mismo. Él reparó en que la joven
marinera bonita había permanecido cerca de ellos, escuchando todo lo que decían.
Ésta apartó la mirada cuando reparó en que él la estaba observando. Tyrion se
www.lectulandia.com - Página 96
preguntó si de verdad sería tan tímida como parecía, o si sólo lo fingía para llamar su
atención.
Decidió que iba a averiguarlo antes de que el día avanzara mucho más.
* * *
—¿Cómo se llama eso? —preguntó Tyrion, señalando la vela grande que tenían por
encima.
La marinera sonrió. Se encontraban solos en lo alto del mástil central del barco, en
perfecto equilibrio como era propio de los elfos. Se mecían suavemente con los
movimientos del barco, pero ambos estaban perfectamente cómodos, como si se
hallaran en tierra firme, no a una altura de dieciocho metros desde la cual, si por
accidente caían sobre la cubierta, quedarían destrozados.
—Ésta es la gavia alta —dijo ella.
—¿Y tú cómo te llamas?
—Karaya.
—Yo soy Tyrion.
—Tú eres el príncipe Tyrion —puntualizó ella—. Eres el sobrino de la dama
Malene. Nos han hecho recorrer toda esta distancia para venir a buscarte. Tienes que
ser una figura de cierta importancia.
—¿De verdad?
—Un Águila comercial no suele ser despachada a un pequeño puerto pesquero de
Cothique por asuntos sin importancia. Deberíamos estar viajando en dirección al
Viejo Mundo o a Catai. En lugar de eso, nos encontramos cerca de las costas de
Ulthuan, transportando un cargamento de guerreros y caballos.
—No me había dado cuenta de que yo fuera tan valioso —dijo Tyrion.
La muchacha le sonrió.
—La casa de Mar Esmeralda sí lo cree.
—Tienes una bonita sonrisa —dijo él.
—Y tú tienes unos extraños y preciosos ojos —replicó Karaya.
La intensidad de la mirada de ella le resultó un poco turbadora. Eso le recordó una
pregunta que ya hacía rato que quería formularle.
—¿Por qué toda la tripulación me mira de una manera tan extraña? —preguntó.
La muchacha pareció sobresaltarse. Resultaba evidente que no era lo que había
esperado que él dijese. El encanto del momento se rompió.
—¿De verdad que no lo sabes?
Tyrion negó con la cabeza.
www.lectulandia.com - Página 97
—Detesto asestarle un golpe a tu vanidad, pero no es sólo porque se sientan
abrumados por tu absoluta belleza física.
—Eso sí que me resulta difícil de creer —replicó Tyrion.
Karaya sonrió.
—Es porque te pareces a una estatua.
—¿Te refieres a mi cincelada belleza?
—No. Me refiero a que te pareces a la estatua de Aenarion que hay en el puerto de
Lothern. Por eso toda la tripulación pasa tanto tiempo mirándote.
—¡No!
—Sí. El parecido es extraordinario.
—Quieres decir, aparte del hecho de que la estatua mide dieciocho metros de
altura, y yo no.
—Ya tendrás oportunidad de juzgarlo tú mismo. Llegaremos a Lothern en pocos
días, si los vientos son favorables.
Tyrion reparó en que se estaban reuniendo nubes oscuras a lo lejos. Se preguntó si
se acercaba una tormenta.
Desde abajo, un oficial vociferó una orden y Karaya obedeció de inmediato.
—Tal vez podamos continuar esta conversación más tarde —dijo Tyrion.
—Tal vez —replicó la muchacha marinera—. Hay otras cosas de las que también
me gustaría hablar.
* * *
N’Kari sintió cómo nacía su tormenta. Tenía ganas de aullar de alegría. La primera
parte de su plan ya estaba en marcha. El tiempo atmosférico se conformaba de
acuerdo con su voluntad. Ahora tenía que asegurarse de que los demás elementos
estuvieran donde debían.
Con cuidado e infinita paciencia, exudó diminutos fragmentos de sí mismo
dentro de los Monolitos élficos. Todavía no era lo bastante fuerte como para
recuperar la libertad física, pero podía enviarles un mensaje a todos los elfos que
tuvieran la más leve sensibilidad para ese tipo de cosas y fundir sus sueños con los
suyos propios. Prepararía el mundo para su llegada, se aseguraría de que los primeros
reclutas estuvieran preparados para formar su ejército.
Los magos de toda la faz del mundo percibirían algo, puesto que su don los haría
sensibles a la magia de N’Kari. Eso no sería tan malo. Algunos de ellos constituirían
excelentes reclutas.
Invocó el nombre de Slaanesh, y desde los Monolitos envió esquirlas de sueños
www.lectulandia.com - Página 98
finas como vilanos que se adentraron en la noche. Llevadas por los vientos de la
magia, flotaron sobre Ulthuan y tocaron los sueños de aquéllos hacia los que se vieron
atraídas.
En el sur de Cothique, un grupo de miembros de un culto del Caos que
celebraban una orgía fueron tocados por la magia. Cuando yacían desnudos, agotados
por la actividad sexual ritual, sintieron que les invadía la mente un extraño deseo de
acudir a un determinado lugar en un determinado momento y prepararse para el
advenimiento de un nuevo profeta que estaba a punto de entrar en su mundo.
En las Tierras de las Sombras, un grupo de elfos oscuros infiltrados supieron que
si se encaminaban al este, encontrarían algo de gran utilidad para su señor. A ellos les
pareció que la propia Morathi, desnuda, se les había aparecido en sueños para darles
las instrucciones y prometerles la suprema recompensa de su propia persona si
obedecían.
En Saphery, un archimago que hacía tiempo que se interesaba por los asuntos del
Oscuro Príncipe del Placer soñó que averiguaría un gran secreto si se aventuraba a
acudir al lugar en que se encontraba el monolito occidental del reino.
En Lothern, el mayor asesino profesional del mundo soñó con rebelarse contra su
señor y con una vida de lujos entre los enemigos que le habían enseñado a odiar.
Despertó junto a la dormida esposa de un amigo y se tapó los ojos robados gracias a la
magia con una mano que esa misma magia había recubierto con la piel de elfos
desollados.
Por todo Ulthuan, los sueños de los hechiceros y aquéllos con una sensibilidad
especial se vieron perturbados, y en sus mentes entraron visiones que contenían la
promesa y la amenaza del poder del más grandioso seguidor de Slaanesh.
* * *
Teclis subió hasta la cubierta, presa del dolor, con movimientos que hacían que uno
de sus hombros subiera y el otro descendiera a cada paso. Estaba oscuro. El cielo
nocturno se hallaba cuajado de estrellas y la luz de la luna le iluminaba el rostro. El
sonido de las olas que chapoteaban contra los costados del casco del barco le resultaba
extrañamente relajante. El viento fresco le acariciaba la piel. Por la noche se sentía
más fuerte, sufría menos del mal de mar. Se sentía más capaz de cojear de un lado a
otro, menos cohibido por su enfermedad porque la mayor parte de la tripulación
estaba durmiendo, salvo la guardia nocturna y el oficial al mando.
Había tenido sueños oscuros, inquietantes, poblados por imágenes de muros que
se cerraban sobre él, y de demonios de cuatro brazos que cazaban a elfos inocentes a
www.lectulandia.com - Página 99
los que desollaban vivos mientras ellos gritaban de lo que podría haber sido dolor o
éxtasis, o una combinación de ambas cosas. En cualquier caso, la imagen era lo
bastante perturbadora como para hacer que quisiera salir del pequeño camarote y
subir a la cubierta a respirar aire fresco.
Oyó un chapoteo y un golpe sordo, y vio que algo plateado se retorcía sobre la
cubierta enfrente de él. Al principio se sobresaltó y se asustó un poco, pero luego vio
que se trataba de un pez volador. Había saltado fuera del agua y sufría espasmos sobre
la cubierta, como si se ahogara con el aire. Experimentó una punzada de compasión.
Sabía qué debía de estar sintiendo. Recogió el pez sin hacer caso de la sensación de
viscosidad, se acercó cojeando a la barandilla y lo dejó caer por la borda de vuelta al
océano.
Contempló las negras aguas y vio la luna reflejada en ellas. Vio su propio reflejo
como una sombra, un contorno roto sobre las olas. Esto hizo que pareciera aún más
contrahecho de lo habitual.
Oyó que alguien se movía detrás de él y, al volverse, vio a la muchacha que
siempre estaba siguiendo a Tyrion por todas partes. Le sonrió. Ella lo miró de un
modo extraño durante un instante y él pensó que iba a hablar, pero en vez de eso la
joven se marchó, evitando mirarlo a los ojos, y se adentró en la noche.
Él también se dio la vuelta para que no se le notara que se sentía herido. Obligó a
sus rasgos a adoptar una expresión de fría compostura y se dijo que de todos modos
no le importaba. Entre los elfos, era duro ser feo y tullido. No les gustaba contemplar
cosas que fueran menos hermosas y menos perfectas que ellos mismos. En la mansión
de su padre, donde sólo vivían su propia familia y Thornberry, había estado protegido
de todo esto, pero ahora empezaba a darse cuenta de lo aislada que iba a ser su vida
con los que supuestamente eran su propia gente. Por un momento, se preguntó si ése
era el motivo por el que su padre se había retirado a aquel remoto lugar.
Tyrion iba a tenerlo más fácil a partir de ese momento. Era guapo incluso entre
los elfos, y de carácter afable, despreocupado y encantador. Su disposición risueña
siempre le haría ganar amigos y admiradores.
«¿Qué va a ser de nosotros? —le preguntó a la Diosa Luna—. ¿Qué va a ser de
mí?». No hubo respuesta. Las olas continuaban pasando. El mar estaba vacío, un vasto
espejo oscuro del cielo.
Pasó un largo rato antes de que se durmiera y, una vez más, sus sueños fueron
oscuros.
El viento arreció, agitando el cabello de Tyrion con sus dedos invisibles y haciendo
crujir las velas al agitarlas. El mar estaba más picado que antes, y una espuma blanca
coronaba las olas que se hacían cada vez más grandes. El barco ascendía y descendía
cada vez más al atravesarlas. Procedentes del este, unas nubes purpúreas corrían por
el cielo, cubriendo el sol e impulsando el barco a una velocidad sorprendente.
Tyrion observaba con interés. Los marineros reaccionaban con perfecta disciplina,
atando cosas, asegurándose de que todo estuviera en su sitio. En la bodega, uno de los
caballos relinchó de miedo al percibir algo en el aire. El resto de los corceles se
pusieron nerviosos. Tyrion oía cómo se movían con intranquilidad.
Uno a uno, los soldados bajaron a la bodega para susurrarles suavemente a sus
animales con el fin de calmarlos.
Poco a poco, Tyrion se dio cuenta de que tenía que haber realmente algo por lo
que sentirse inquieto. El viento soplaba cada vez con más fuerza. Las gaviotas que
había posadas en los mástiles empezaron a levantar el vuelo. El Águila de Lothern viró
ligeramente para cambiar de rumbo y dirigirse hacia la costa. Tyrion no era marinero,
pero se preguntó si aquella maniobra sería prudente. La tormenta podría estrellarlos
contra las rocas, hacerlos encallar, destrozar el barco.
—¿Qué sucede? —le preguntó a Korhien.
El León Blanco se encontraba de pie cerca de él, en la proa del barco, observando
las veloces nubes. Se volvió a mirar a Tyrion y se desperezó de manera ostentosa,
como un elfo que no tuviese la más mínima preocupación en el mundo. Parecía estar
pensando en simular un bostezo.
—Se avecina una gran tormenta. La capitana está buscando un refugio seguro,
aunque dudo que vaya a encontrarlo en esta zona de la costa.
—¿Es prudente hacer eso? ¿No podríamos encallar?
—Sé tanto como tú. Sólo te repito lo que me ha dicho Malene. Creo que es debido
* * *
—Me parece que será mejor que cierre la ventana —dijo Tyrion.
Las enormes olas se estrellaban ya contra los costados del barco y el suelo estaba
encharcado de agua. Era muy consciente del sonoro roce del mar contra el casco.
—Creo que descubrirás que los marineros lo llaman «ojo de buey» —puntualizó
Teclis—. Pueden volverse muy desdeñosos si lo llamas «ventana». —Imitaba el tono
con el que antes Tyrion le había explicado la labor de los marineros con
extraordinaria precisión. Era un don que tenía.
—Ventanas, ojos de buey, grandes cosas redondas con cristales también
redondos… como quiera que las llamen, será mejor que la cierre. —Tyrion se puso a
forcejear con las asas. El agua las había vuelto resbaladizas y el mayor movimiento del
barco estaba dificultando la colocación del ojo de buey en su sitio. Al fin lo consiguió.
Al volverse, vio que Karaya estaba de pie en la puerta.
—Acaban de mandarme aquí abajo para que me asegure de que el ojo de buey
estuviera cerrado —dijo—. Me alegro de que te hayas ocupado del asunto.
Tyrion asintió con la cabeza, y ella se marchó corriendo escalera arriba. Teclis
estaba tumbado en la litera, con el rostro crispado, y Tyrion se dio cuenta de que
estaba haciendo todo lo posible por no gemir.
—Escúpelo —dijo—. Sé que quieres hacerlo.
* * *
La lluvia azotaba la cubierta, gotas enormes que golpeaban la madera y rebotaban con
un parpadeo que a Tyrion le hacía pensar en rayos en miniatura. La blanca espuma
del mar saltaba por encima de la proa del Águila de Lothern y volvía aún más
resbaladiza la cubierta.
Dejó a Teclis cerca de la cubierta de popa y fue en busca de cuerdas. Los
marineros parecían tensos y dispuestos para la acción, como soldados que se
prepararan antes de una batalla. Con la diferencia de que, en ese momento, los
enemigos eran el mar y la tormenta. Los oficiales vociferaban instrucciones de última
hora. En las bodegas, los caballos relinchaban de pánico, y Tyrion comprendió,
entonces, lo cruel que tenía que ser para ellos esa prueba. ¡Qué antinatural era que
unos seres criados para correr por llanuras interminables estuvieran encerrados
dentro de una bamboleante caja de madera a la que azotaban por todas partes las olas
del mar!
El barco subía y bajaba al remontar las largas olas. Él se tambaleaba para tratar de
mantener el equilibrio mientras avanzaba. Le sorprendió ver a la dama Malene salir a
cubierta y pedir permiso para reunirse con la capitana en la cubierta de popa. Se
sorprendió aún más cuando la oficial les hizo un gesto a él y a Teclis para que fueran a
reunirse con ellas. Malene asintió con la cabeza para reforzar el mensaje y los gemelos
se acercaron. El viento había arreciado ya hasta tal punto que se oía un rugido sordo.
Las olas se estrellaban contra el barco. Las cubiertas crujían. Las velas retronaban y
* * *
A pesar del embravecido mar, a pesar de la cubierta bamboleante, a pesar de los
destellos de los rayos y de los rugidos de los truenos, sólo una cosa retenía la atención
de Teclis: la dama Malene. Ella había empezado a hacer magia casi al mismo tiempo
que había comenzado la tormenta, urdiendo los hechizos de una manera tan sutil que
la mayoría de los elfos no habrían llegado a detectarla, pero que era obvia para Teclis,
que poseía aquella peculiar sensibilidad para los flujos de energía.
La observaba fascinado. Nunca antes había visto a nadie hacer magia de esa
manera. Su padre era hechicero, sin duda, pero su arte era la lenta y sutil reunión de
runas y flujos de poder cuyo fin era fabricar y moldear cosas. Sólo en muy raras
ocasiones había visto a su padre hacer algo que no estuviese relacionado con la
* * *
La tormenta llegó desde el este. A su paso derribó árboles, arrancó tejados y agitó los
mares de los alrededores de Ulthuan hasta levantar olas enormes. Unos vientos
descomunales empujaron ante sí brutales nubarrones negros de tormenta. Cayeron
salvajes lluvias que parecían intentar ahogar al mundo.
La tormenta rugió entre las montañas de Ulthuan, pasando por encima de una
piedra tallada tan antigua que se estaba desmenuzando. La runas que había en la
superficie de la piedra, a pesar de las protecciones mágicas, habían sido casi borradas
por la erosión de los elementos a lo largo de los milenios.
Un rayo, como arrojado por la mano de un dios malvado, descendió y golpeó el
añejo monolito élfico. Saltaron chispas, y el olor a ozono y a algo más inundó el aire.
Rugió el trueno y se extinguió, y por un momento reinó un silencio inquietante.
Luego pareció que el gruñido del trueno obtenía una respuesta procedente de las
profundidades de la Tierra.
La cumbre de la montaña se estremeció. La piedra antigua osciló y se fue al suelo.
Al caer, se deshicieron hechizos antiguos, y de la cumbre de la montaña salieron
disparadas cosas, cosas con alas que levantaron el vuelo hacia la noche tormentosa,
riendo con socarronería.
Un momento después surgió una pinza enorme, luego un brazo seguido por una
bestial cabeza deforme y, finalmente, un monstruoso cuerpo andrógino. Con dos
brazos adicionales, el ser se impulsó para levantarse del suelo.
N’Kari miró hacia abajo desde la cumbre de la montaña durante largo rato.
Respiró aire como no lo había hecho en seis mil años. Recorrió con la mirada las
laderas de la gran montaña iluminada por el infernal destello de los rayos. En lo alto,
seres alados planeaban y reían en los vientos tormentosos. Alzó un puño cerrado en
un gesto de triunfo y desafío.
Al escapar del interior del Vórtice, lo abrumó el conocimiento absoluto de qué y
quién era y había sido. Dentro del Vórtice había sido un pálido ser fantasmal, con la
mente embotada y recuerdos difusos, pasiones imprecisas y deseos débiles y
apagados. Una vez recobrada la forma física, sus emociones eran más fuertes, como si
necesitaran glándulas, corazones, sangre, huesos y órganos para tener plena potencia.
Lothern,
año décimo del reinado de Finubar
Al principio fue un día como cualquier otro. Siguieron el litoral de Ulthuan, que se
volvía cada vez más escarpado. La brisa era fuerte, el clima más cálido que aquél al
que Tyrion estaba habituado. Había ido sintiendo cada vez más calor a medida que
descendían hacia el sur.
En las montañas de Cothique aún era invierno, pero allí, en el sur, parecía que
había llegado la primavera. Tyrion se encontraba sentado sobre la más alta de las
crucetas del barco, observando como el sol se alzaba en el horizonte y el día se hacía
aún más caluroso. El mar y el cielo eran casi del mismo tono de azul. En la distancia
veía cada vez más barcos que convergían desde todos los puntos del horizonte, todos
ellos en dirección a una misma meta.
Había poderosos buques de guerra élficos, así como clíperes de carga, mayores,
más lentos, pero aun así elegantes. Había embarcaciones de aspecto desgarbado que
supuso que tenían que pertenecer a los humanos. Había desde pequeñas barcas de
pesca a grandes galeones, además de naves marítimas de todos los tamaños
intermedios. Se sintió como si el Águila de Lothern se convirtiera en parte de una gran
multitud de peregrinos que se dirigieran hacia el mismo lugar sagrado. Había
mantenido los ojos abiertos por si veía piratas, pero aquello le interesó en igual
medida. Jamás habría imaginado que había tantos barcos en el mundo. Sólo las naves
que podía ver y contar llevaban, probablemente, tanta gente entre todas como la
población de una ciudad de Cothique.
No pasó mucho tiempo antes de que avistara lo que estaba esperando. En el
horizonte, elevándose como los mástiles de un barco que apareciera a la vista, captó
primero la visión de una enorme torre, y luego de otra. Eran altas y esbeltas,
* * *
Al alzar la vista hacia la estatua del primer Rey Fénix, Teclis no pudo más que sentir
asombro. Era una obra de arte pasmosa. Había captado totalmente la grandiosidad de
Aenarion, así como su nobleza y su trágica soledad. El gigantesco guerrero de piedra
se apoyaba en una gran espada en torno a la cual parecían ondular llamas. Miraba a lo
lejos, la línea de su visión pasaba por encima de las cabezas de quienes lo observaban
como si se perdiera en la distancia y viera cosas más lejanas y elevadas que las que
pudiera percibir cualquier mortal.
—¿Piensas que de verdad tenía ese aspecto? —preguntó Tyrion, que parecía sentir
una curiosidad genuina.
—Dicen que la estatua fue hecha a partir de dibujos y pinturas rescatadas después
de su caída. Quienes lo conocieron aseguran que se ajusta a la realidad. Incluso
Morathi hizo hincapié en su parecido con el modelo natural, o al menos eso afirma el
historiador Aergeon.
—Yo no veo el supuesto parecido —dijo Tyrion. Parecía resentido de verdad.
Teclis tardó un momento en darse cuenta de qué estaba hablando su hermano.
Miró la estatua, luego a Tyrion, y volvió a mirar la estatua.
—Sí que te pareces a él —dijo Teclis al cabo—. Te pareces muchísimo.
—Yo no lo veo. —Tyrion negó vigorosamente con la cabeza.
—En ese caso, eres el único.
—Su mentón no se parece en nada al mío y sus orejas tienen una forma diferente.
Teclis rió.
—Ésas son mínimas diferencias.
—No lo son para mí. Esta tan claro como el agua.
—Tú tienes el gran privilegio de mirarte al espejo durante horas cada día, siendo
tan vanidoso como eres, por supuesto, así que puedes detectar pequeñas diferencias
* * *
Siguieron la calle que salía de los muelles y se unieron al tráfico del anochecer que
entraba en la gran ciudad. Cabalgaban junto a carretas llenas de balas de seda, de
pescado sobre hielo, y de montones de fruta. Pasaron ante vendedores ambulantes
que ofrecían de todo, desde tentempiés hasta pequeñas joyas.
Los miembros de la escolta bromeaban con los comerciantes que pasaban y les
compraban piezas de fruta para comer. Una lozana muchacha le ofreció un
melocotón a Tyrion, cosa que hizo que los guerreros silbaran con aire de complicidad.
Al atravesar las grandes puertas de la casa, entraron en un mundo distinto. Por todas
partes colgaban farolillos de papel verde que iluminaban un patio de armas donde
había un estanque del tamaño de un pequeño lago. Dentro del estanque había fuentes
talladas en forma de delfines, dragones marinos y otras legendarias criaturas marinas.
Alrededor del patio, la mansión se alzaba hasta una altura de cinco pisos.
Criados ataviados con la librea de la casa iban de un lado a otro, dedicados a sus
asuntos. Elfos vestidos con costosas ropas se paseaban discutiendo de tonelajes, tipos
de interés y precios de mercado. Aunque la hora ya comenzaba a ser avanzada,
trataban los temas comerciales con la intensidad de granjeros que regatearan por el
precio de las ovejas en el mercado matinal.
Tyrion no tenía ni idea de lo que querían decir. Por lo que él sabía, aquellos elfos
de aspecto serio podían estar discutiendo sobre hechizos mágicos. Algunos le
prestaban atención a él, en particular las mujeres. Se quedaban mirándolo muy
abiertamente. Él sonreía y recibía sonrisas en respuesta. Los varones elfos, al reparar
en eso, a veces lo fulminaban con la mirada y otras le dedicaban sonrisas de
complicidad.
—Veo que vas a ser popular —dijo la dama Malene, que se le acercó a lomos de su
caballo.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó él, aunque ya sabía la respuesta.
—Creo que muy pronto lo descubrirás por ti mismo —replicó ella—. Por el
momento, déjame disfrutar de tu inocencia campesina. Estoy segura de que las damas
de por aquí también lo harán.
Era consciente de que las muchachas elfas de Cothique lo consideraban apuesto,
aunque allí tenía muy poco con lo que compararse: su padre, Teclis y los incultos
aldeanos. Pero carecía de la sofisticación y el refinamiento de aquellos elfos criados en
la ciudad. No iba ni remotamente tan bien vestido ni tan acicalado como ellos. En
* * *
www.lectulandia.com - Página 125
—Bienvenidos a mi casa —dijo el señor Mar Esmeralda.
«No parece muy cordial», pensó Tyrion. Daba la impresión de estar
inspeccionando un par de cargamentos muy dudosos en los que estaba considerando
invertir.
—Gracias por recibirnos aquí —dijo Tyrion con toda la cortesía de que fue capaz.
Teclis murmuró algo inaudible.
El señor Mar Esmeralda estaba sentado ante un enorme escritorio sobre el que se
amontonaban grandes pilas de documentos en espera de que los inspeccionara y
firmara. Su estudio se encontraba en el piso superior de la casa. Desde la ventana tenía
una magnífica vista del puerto, y en el balcón había un telescopio de bronce sobre un
trípode metálico. Tyrion supuso que, como propietario, se interesaba por los barcos
que entraban en el puerto.
El señor Mar Esmeralda era alto y delgado, y el elfo más viejo que Tyrion
recordaba haber visto jamás. En las ancianas manos que jugaban con una pequeña
balanza de platillos se dejaban ver unas venas azules. Su pelo era del color del hilo de
plata, sus ojos fríos y grises como el mar del norte antes de una tormenta.
Tyrion tardó un momento en aceptar el hecho de que aquél era su abuelo. En la
forma de comportarse del elfo no se apreciaba ningún indicio real de relación familiar
con ellos. Había distanciamiento, una insinuación de hostilidad, tal vez una
sugerencia de desprecio o desagrado.
El señor Mar Esmeralda se levantó de su silla de madera dura, rodeó el escritorio y
se detuvo ante ellos. Caminaba con la espalda muy recta y el mismo aire de autoridad
que Tyrion había percibido en la capitana Joyelle. En los modales del señor Mar
Esmeralda había algo que recordaba al mar. Era muy alto, incluso más que Tyrion.
Por primera vez en mucho tiempo, Tyrion experimentó la sensación de ser mirado
con superioridad. Unos ojos fríos lo midieron, calcularon su valor y lo pusieron sobre
los platillos de la balanza en el fondo de la mente de su abuelo.
—Sí que te pareces a él —sentenció, y Tyrion no tuvo la más remota duda de
quién era aquél al que se refería—. También te pareces un poco a mi pobre hija. Me
complace ver que te has convertido en un elfo tan apuesto.
Avanzó hasta Teclis y se detuvo ante él.
—Me gustaría poder decir lo mismo de ti.
—¿Por qué no lo intentas, por cortesía? —dijo Teclis, con venenosa dulzura.
El señor Mar Esmeralda pareció quedar atónito. Tyrion se dio cuenta de que no
estaba habituado a que se burlaran de él. Su sonrisa fue fría, y no carente de humor.
Como muchas personas antes que él, se veía obligado a revisar la opinión que se había
formado del enfermizo joven elfo que tenía delante. Los dos se quedaron mirándose a
los ojos, y el aire prácticamente crepitó entre ellos. Allí había dos elfos de edades muy
diferentes y con voluntades enormemente fuertes.
* * *
—¿Cuál es su deseo, señora? —preguntó el jefe del culto. Era un elfo alto, majestuoso,
de considerable dignidad. Había salido de dentro del grupo de unos veinte elfos
desnudos que se habían reunido en el soto del placer.
N’Kari había adoptado la forma de una hermosa muchacha elfa que tenía cascos
en lugar de pies, y sobre cuya cabeza crecían pequeños cuernos retorcidos. Su aspecto
y su aura sensual provocaban en los seguidores del Señor del Placer la lujuria y el
deseo de obedecerla.
Y todos aquellos eran, ciertamente, elfos que seguían el Camino de Todos los
Placeres. Ella había percibido su corrupción desde lejos, había olido su decadencia
como si fuera el aroma de una fértil y corrupta orquídea que floreciera por la noche.
Los había sorprendido, y llenado de asombro y terror, al materializarse en los ritos
orgiásticos con que celebraban su devoción a Slaanesh.
Allí estaban algunos de los que habían sido convocados por el hechizo onírico
original de N’Kari y que se habían adentrado en las montañas con la intención de
responder a la llamada. N’Kari olía su hechizo en ellos como los últimos restos
persistentes de un perfume antiguo. Su rito ya le había proporcionado un bocado de
alimento, y antes de que acabara la noche le proporcionarían muchísimo más.
N’Kari estudió con atención al jefe, a la luz de las lunas.
—Pido vuestra obediencia —dijo.
Percibió la confusión de aquellos elfos. Habían estado practicando un juego
peligroso, llevando a cabo ritos de placer para su propia gratificación, pensando que
no había que pagar ningún precio, que no acudiría nada a su invocación. Pero habían
descubierto que se equivocaban, y estaban a la vez exaltados y aterrorizados por lo
que habían hecho.
* * *
La mujer se quedó mirando Tyrion y luego caminó a su alrededor, estudiándolo con
un intenso interés que excedía lo meramente profesional. A continuación se acercó a
Teclis, que estaba sentado, y le hizo un gesto para que se levantara. Asintió dos veces
para sí, tomó algunas notas en una tablilla de cera con un estilete y sacó un cordón de
seda con nudos atados a intervalos regulares. Lo utilizó para medir la talla de pecho
de Tyrion, su cintura y la longitud de sus piernas. Asintió con gesto de aprobación y
se acercó a Teclis para repetir el proceso, aunque pareció menos complacida con el
resultado. Una vez tomadas las medidas, salió de la habitación.
A continuación entró un varón elfo, colocó un trozo de pergamino debajo de cada
pie de Tyrion y delineó su perfil con carboncillo. También le midió el contorno del
muslo y del tobillo, tras lo cual repitió el proceso con Teclis y se marchó.
A continuación llegó un joyero, que utilizó pequeñas argollas de cobre para
medirles los dedos, torques de cobre para medirles el cuello y brazaletes de cobre para
medirles las muñecas. También él tomó notas en una tablilla de cera y se marchó.
Apareció una muchacha, los hizo sentar y empezó a cortarles el pelo con una larga
navaja y unas tijeras. Cuando hubo acabado, Tyrion se estudió en el espejo. Ya no
llevaba el pelo largo y descuidado, sino que estaba desenredado, tenía volumen y
gozaba de mucho mejor aspecto que antes.
A Teclis le cortaron muy corto su oscuro cabello, en un estilo que dejaba a la vista
sus delicadas orejas puntiagudas y resaltaba su rostro demacrado y cetrino. Estaba
casi guapo, o lo habría estado con un poco más de peso. La luna se colaba por la
ventana y su luz le daba un aire esquelético, siniestro. Por un momento, la luz le dio
en los ojos, que parecieron arder con un fuego interior. Apenas por un instante, su
hermano le pareció un desconocido. Tyrion se dijo que era por lo extraño del corte de
pelo, la ropa y el lugar, pero no acabó de creérselo.
Teclis estaba diferente. El viaje, la ciudad, los encuentros con desconocidos, la
promesa de aprender magia… todo eso lo había ido cambiando cada vez más. A
Tyrion le resultaba fácil imaginar que, algún día, la suma total de todos estos
* * *
Asomada a la ventana, la dama Fayelle pensó que era una noche preciosa. La luna
brillaba. Las estrellas destellaban. Incapaz de estarse quieta, comenzó a pasearse por la
habitación. Estaba emocionada. Pronto se casaría. Dentro de poco abandonaría para
siempre la casa de su padre. Le entristecía la perspectiva de dejar a su anciano
progenitor solo en aquel viejo palacio lúgubre.
Le había pedido que fuera a vivir con ella y su nuevo esposo en Lothern, pero él se
había negado, argumentando que era demasiado viejo y que tenía unas costumbres
demasiado arraigadas como para mudarse. Lo cierto era que le encantaba aquel viejo
palacio. Ella lo entendía. Había pasado en él la mayor parte de su larga vida, había
criado a sus hijos y había enterrado a su esposa en aquellas tierras. Y era lo único que
le quedaba, eso y el orgullo de su antiguo linaje.
A veces ella pensaba que era demasiado orgulloso. Opinaba que ella iba a casarse
* * *
A la mañana siguiente, al despertar, Tyrion se encontró con un montón de prendas
nuevas sobre la mesa de su habitación. Bajo la mesa había una completa colección de
calzado nuevo. Dentro de una caja de madera de sándalo encontró un collar, una
gargantilla y un par de anillos con una piedra del sol engarzada. Se vistió con todos
los atavíos, incluida una muy lujosa capa ribeteada con paño de oro, y estudió su
imagen en el espejo. Era la viva imagen del príncipe asur, pensó, pero no se parecía a
sí mismo.
Mientras se estudiaba, entró un sirviente sin llamar a la puerta.
—Korhien Espadón de Hierro solicita su presencia en el patio, príncipe Tyrion. Al
parecer, le gustaría darle una clase de esgrima.
—Por favor, dígale a Korhien que bajaré de inmediato.
Comenzó a cambiarse las prendas de ropa nuevas por las viejas que había usado
durante el viaje porque no quería que algo tan hermoso se estropeara durante una
práctica de esgrima. El criado lo observó durante unos momentos, sin comprender, y
luego recogió una camisa y un par de calzones y dijo:
—Te agradezco que te reúnas con nosotros —dijo Korhien Espadón de Hierro. El
corpulento elfo se había quitado la túnica y parecía haber terminado hacía poco un
combate de esgrima con espadas de madera.
En las proximidades había un grupo de elfos de aspecto más joven que sujetaban
sus armas en posición de en guardia.
Korhien le lanzó una espada de madera para prácticas. Tyrion la atrapó con
facilidad por la empuñadura mientras giraba en el aire.
—Te agradecería que tuvieras la amabilidad de demostrar tu técnica dentro del
círculo de práctica.
Tyrion vio que se había trazado un círculo con tiza en el centro del patio. Entró en
él con la espada preparada. Korhien tosió. Los otros estudiantes rieron. Tyrion miró a
Korhien.
—No careces de ánimo, muchacho —dijo Korhien—. No estoy tan seguro acerca
de tu prudencia, pero tu valentía es impresionante.
Señaló una repisa que contenía un traje protector acolchado igual al que llevaban
los demás. Tyrion sonrió al darse cuenta de su error, fue hasta la repisa y se enfundó
el traje protector. No era necesario que le enseñaran cómo hacerlo. Era como si
hubiera nacido sabiendo cómo se ataban las correas del modo correcto. Cuando hubo
acabado, volvió al círculo.
—¡Atharis! —dijo Korhien—. Tú te enfrentarás al príncipe Tyrion.
—Como quiera, señor —dijo un elfo apuesto, de pelo rubio, que avanzó y entró en
el círculo de práctica. No era tan alto como Tyrion, pero estaba bien musculado, y era
ágil. La nariz se le había roto, aunque no se le había soldado mal, y su boca tenía un
gesto cruel. Parecía que se tomaba todo aquello muy en serio.
—Intentaré no hacerte daño —dijo en voz muy baja. El tono de su voz indicaba
que tenía intención de hacer exactamente lo contrario de lo que decía.
* * *
Al despertar, Teclis se encontró con que Malene estaba sentada en su cama. Parecía
un poco preocupada.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Teclis. Lo último que recordaba era ver a Tyrion
marcharse hacia su clase de esgrima. Se había acercado a la mesa y se había inclinado
para recoger algo. Entonces se había mareado…
Se le cayó el alma los pies. Al parecer, la enfermedad volvía a hacer acto de
presencia.
—Has estado enfermo —dijo ella. Parecía triste—. Creo que últimamente has
estado extralimitándote. No te has recuperado tanto como parecía. Parece que no soy
tan buen alquimista como pensaba.
—Sí que lo eres. Nunca en la vida me había sentido mejor que en los últimos días
—dijo Teclis.
—A pesar de todo, debes tener cuidado de no esforzarte demasiado. Aún estás
lejos de tener buena salud.
—Creo que soy el más indicado para entenderlo —replicó Teclis, haciendo un
gesto hacia su cuerpo tumbado.
Malene sonrió. Alguien llamó a la puerta con los nudillos, un extraño redoble de
golpecitos diferente de cualquier manera de llamar que Teclis hubiera oído antes.
Malene pareció reconocerlo.
Hizo una mueca.
—Adelante —dijo.
Entró un elfo alto y ágil. Tenía el pelo oscuro y unos penetrantes ojos grises. Su
Al llegar a casa, el príncipe Iltharis se dirigió hacia sus aposentos, situados en el ala
antigua del palacio de Monte de Plata, en la planta baja. El edificio era sumamente
antiguo, y esa parte no parecía haber sido sometida a muchas reformas en los últimos
siglos.
Dos tapices de más de dos mil años de antigüedad colgaban de la pared,
conservados por la magia entretejida en ellos. Los pasillos estaban flanqueados por
bustos con la cara de elfos muertos milenios antes, pero que aún eran recordados y
venerados por sus descendientes.
Iltharis miró a su alrededor, sonriendo con afecto, y luego cerró la puerta con
llave. Echó las cortinas para impedir que entrara la luz y luego se retiró hacia las
habitaciones situadas más al interior, cerrando las puertas con llave a su paso.
Una vez llegó a la habitación situada más al fondo de sus aposentos, abrió con una
llave un armario de cristal y sacó un narguile y algunas varillas de incienso. De dentro
de una bolsita extrajo un narcótico de bastante dudosa reputación, además de muy
costoso, y lo metió dentro del narguile antes de encenderlo, de modo que el aroma
fuera ligeramente perceptible en todas las habitaciones y le proporcionara una
explicación plausible para cualquiera que se preguntara por qué había echado llave a
tantas puertas.
Hizo girar la llave dentro de la última cerradura, que era muy sólida, al igual que
la puerta en la que estaba encajada. Se había colocado en tiempos más revueltos con el
fin de proteger a los ocupantes de los asesinos profesionales. Para derribar esa puerta
se necesitarían un grupo de elfos fuertes, y mucho tiempo.
Una vez completados los preparativos, apartó los drapeados de la pared y, con la
facilidad de la larga práctica, presionó una placa que había en la pared. Una sección
del muro rotó y dejó a la vista un pasadizo secreto que había al otro lado.
Originalmente se había construido como una vía de escape para los ocupantes de la
El príncipe Sardriane alzó la mirada y vio una cara hermosa y tranquilizadora. Era la
de una adorable mujer elfa, su madre. Se sintió sorprendido, pero no pudo recordar
muy bien por qué. Se sentía como si estuviera despertando de un profundo sueño
letárgico y aún no hubiese despertado del todo. Intentó sentarse, pero no lo consiguió.
Trató de mover los brazos, pero no pudo. Algo parecía sujetarle las manos y las
piernas, y cuando intentó levantar la cabeza, algo le hirió la garganta.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Calla —le dijo su madre—. No hay nada de lo que preocuparse.
¿Por qué estaba desnudo? ¿Por qué lo acariciaba ella de un modo tan lascivo?
La voz de ella tenía algo raro. Era como la voz de su madre, o más bien como sería
la voz de ella si estuviera sufriendo un gran dolor mientras hablaba. Parecía haber
algo extraño en su cabeza. De los lados de la frente le crecían dos pequeños cuernos
retorcidos. También su boca parecía un poco deformada, al igual que su cara.
Sardriane olisqueó el aire. Había un espantoso hedor a carne quemada, mezclado
con el de madera carbonizada. Volvió la cabeza hacia un lado, hasta donde se lo
permitió lo que fuera que lo retenía, y vio que estaba en su casa, o en lo que quedaba
de ella.
Se había hundido el tejado y las paredes parecían consumidas por el fuego. Unas
pocas de las tallas más intrincadas, de las que su padre había estado tan orgulloso, aún
se encontraban intactas, aunque negras de hollín por algunas partes, y color ceniza
por otras. Había algo más en el aire, un extraño perfume nauseabundo que era a la vez
empalagoso y atractivo. Olía a almizcle y podredumbre, e insinuaba otras cosas en las
que él no quería pensar.
—Ya recuerdo —dijo de repente. Recordó la caída de Tor Annan, el modo en que
la aullante horda demoníaca había corrido a toda velocidad hacia las murallas,
algunos adoradores que caían con flechas élficas clavadas, los demonios que no
* * *
Aquella noche, N’Kari había adoptado la forma de un poderoso guerrero humano
musculoso que tenía cabeza de toro y la mitad inferior del cuerpo de un caballo, lo
cual le permitía moverse con rapidez. Le gustaba la sensación de ser un cuadrúpedo.
Siempre le había parecido algo emocionante.
Ahora le resultaba mucho más fácil retener la forma durante más tiempo. Estaba
acostumbrándose a esa realidad y a sus restricciones. Estaba aprendiendo a utilizar los
flujos de su magia casi a voluntad.
* * *
Takalen, la guardabosques, olisqueó el aire. Había algo raro en él, un hedor a carne
putrefacta que no debería estar presente. El señor propietario de aquella mansión era
anciano, pero el lugar no debería haber presentado un aspecto tan desierto y aquel
ominoso olor no debería de haber estado flotando en el aire. Una sensación
premonitoria pasó por la mente de Takalen, y se estremeció. Su compañera gritó en lo
alto, y ella supo que la gran águila también estaba inquieta. Planeaba muy arriba y su
visión era mucho mejor que la de Takalen, así que tal vez ya había visto la causa del
olor.
Takalen avanzó cautelosa hacia la puerta de la vieja mansión. No le gustaba el
Tyrion se puso la ropa vieja, salió al balcón y bajó la mirada hacia la calle. Era tarde,
pero por allí aún deambulaba gente. Vio que las mansiones y grandes casas que
flanqueaban la calle estaban todas bien iluminadas, pero que extensas áreas de la
ciudad estaban por completo a oscuras. Los edificios se erguían como gigantes a la luz
de la luna. Hasta donde podía ver, no había nadie dentro.
Sintió que la emoción aumentaba en su interior. Iba a hacerlo de verdad. Iba a
escabullirse fuera de la casa, a adentrarse en la noche para explorar la ciudad. Se sentía
como si estuviera planeando fugarse de una prisión. No podía decirse que estuviese
realmente prisionero en el palacio de Mar Esmeralda. Estaba seguro de que lo
dejarían salir si lo pedía. Era sólo que lo rodearían de guardias y de acompañantes de
otro tipo, y eso no era lo que él quería. Él quería ir a su aire, observar las cosas a su
propio ritmo, explorar. Recordaba algunas cosas de la ciudad donde había nacido.
Quería ver hasta qué punto la realidad coincidía con sus recuerdos infantiles.
Pensó en despertar a Teclis y decirle lo que iba a hacer, pero apartó el
pensamiento a un lado. Lo más probable habría sido que su hermano quisiera
acompañarlo, y eso haría que la logística de la expedición se complicara mucho más.
Ya se lo contaría al día siguiente, cuando regresara. Esa noche sólo haría un
reconocimiento. Habría otras noches, e incluso días.
Además, esa noche la quería para sí mismo. Quería hacer aquello él solo.
Salió del balcón. Aunque abundaba la hiedra trepadora en la pared de abajo,
dudaba que pudiera soportar su peso. Utilizó en su lugar las separaciones que
quedaban entre los bloques de piedra del muro para apoyar los pies y sujetarse con las
manos, y así fue descendiendo, para luego dejarse caer al suelo cuando se encontró a
tres metros de él. En cuanto llegó abajo se levantó, se sacudió y se alejó paseando,
silbando con total tranquilidad, caminando con paso seguro, como si lo que estaba
haciendo fuese lo más normal del mundo.
* * *
—¿Dónde has estado? —preguntó Teclis. Estaba sentado, con un libro abierto sobre
las rodillas, a la luz de la luna, que era lo bastante brillante como para que alguien con
visión élfica pudiera leer.
—He ido a ver nuestra antigua casa.
—Siempre odié ese lugar.
—No está tan mal. A mí siempre me gustó.
—¿La has visto a ella? —No había necesidad de preguntar a qué se refería.
—Sí. Esta igual que siempre.
—Me habría sorprendido mucho si tuviera un aspecto diferente —dijo Teclis, al
tiempo que se levantaba de la silla y se encaminaba hacia la puerta cojeando, dolorido
—. Hace mucho tiempo que murió.
Tyrion tuvo ganas de decirle a su hermano que no hacía tanto tiempo para los
estándares élficos, pero guardó silencio y lo vio marchar.
Urian entró con paso confiado en la sala de audiencias. Miró a su alrededor. Muchos
de los consejeros del Rey Fénix ya estaban presentes. La dama Malene se encontraba
allí, junto con media docena de otros poderosos hechiceros a los que reconoció. Una
mujer adorable, pensó Urian, pero muy severa. Ella lo sorprendió mirándola y le
dedicó una sonrisa avinagrada. Él se la devolvió como si no se diera cuenta del
desprecio.
«Sólo con pasar cinco minutos en mi harén, mujer, aprenderías a sonreír como es
debido», pensó.
A Urian le encantaban esas reuniones del Consejo a medianoche. Le recordaban
los tiempos pasados en su tierra natal. Había perdido la cuenta del número de
ocasiones en que había estado conspirando hasta muy entrada la noche con sus
cómplices allí en Naggaroth.
Por supuesto que aquello no era exactamente lo mismo. Lo más probable era que
nadie resultara asesinado a causa de los acontecimientos de esa noche. Ni siquiera
habría un significativo cambio de poder en el reino de Ulthuan, a menos que las cosas
salieran muy mal.
No, era el ambiente lo que le encantaba, la idea de formar parte de un
conciliábulo, de reunirse en secreto bajo el manto de la oscuridad y tomar decisiones
que pudieran afectar a todo el reino. En ese tipo de reuniones circulaba una energía
de la que él se alimentaba, que hacía latir más de prisa su corazón y complacía su
élfico amor por las intrigas. Se sentía como si realmente fuera alguien, diferente del
rebaño común.
Y en eso, pensó con amargura, era igual que cualquier otro elfo que hubiese
existido jamás.
Con cada minuto que pasaba llegaban más hechiceros y eruditos. Todos ellos
tenían la expresión preocupada de las personas poderosas convocadas en plena noche
* * *
—Parece que mis súbditos rebeldes se han dejado ganar un poco por el pánico, Urian
—dijo Malekith. Su mirada ardía con frialdad desde el gran espejo situado debajo del
palacio de Monte de Plata. En su voz había una cierta satisfacción gélida. Había
escuchado con atención el informe de Urian sin interrumpirlo ni una sola vez, algo
inusitado en él.
—En efecto, señor, así es. Al parecer, Ulthuan está siendo atacada por una legión
de grandes demonios. Han regresado de la época de las leyendas y están decididos a
destruir la totalidad de la isla y enviarnos a todos al fondo del mar.
—Percibo que no estás de acuerdo con eso, Urian.
—Como siempre, señor, estás en lo cierto.
—Tu ingenua fe en mí resulta conmovedora, Urian —dijo Malekith, con un rastro
de su cáustico humor—. ¿Cómo ha reaccionado la corte del Falso Rey?
—Están reuniendo sus ejércitos y flotas. Han puesto a los hechiceros a trabajar en
adivinaciones. Eruditos como mi humilde persona revisan con atención los textos
antiguos. Tratan de averiguar el propósito del demonio.
—¿Crees que lo lograrán?
—Todavía no, señor, pero es sólo una cuestión de tiempo que lo consigan. Aquí,
en Ulthuan, no carecen de hechiceros competentes.
Malekith asintió con la cabeza.
—Parece que están preparándose para un banquete —le dijo Tyrion a Liselle.
El sol de la mañana entraba en el patio de armas e iluminaba la hirviente actividad
que los rodeaba.
Su prima iba vestida con otro costoso traje de seda verde de Catai y observaba
cómo los criados colgaban más farolillos de los árboles que había en el patio de armas.
Encima de las entradas colocaban ramitas y coronas de roble. En el patio montaban
mesas con caballetes. Estatuas del hombre árbol talladas en madera hacían guardia en
todas las entradas.
—Pronto se celebrará el Banquete de la Liberación. Mi abuelo va a organizar un
baile para celebrar la ocasión, y el hecho de que tú y tu hermano estéis entre nosotros.
—Hay que reconocer que estáis haciéndolo con estilo —contestó—. Eso equivale a
emitir un comunicado, supongo.
—Sí y sí —replicó Liselle, sonriendo.
El banquete conmemoraba el regreso de los hijos de Aenarion, Morelion e
Yvraine, del corazón del Bosque. Todos los habían creído muertos, incluso su propio
padre, cuando, de hecho, habían estado bajo la protección del hombre árbol Corazón
de Roble. Él los había salvado de las fuerzas del Caos y los había ocultado en las
profundidades del bosque, preservando así la vida de la futura Reina Eterna y de su
hermano. Tyrion era descendiente de Morelion, como lo eran todos los demás hijos
supervivientes del linaje de Aenarion, salvo Malekith, el Rey Brujo de Naggaroth. Se
dio cuenta de que la casa de Mar Esmeralda estaba recordándoles a todos su vínculo
con el linaje de Aenarion al ofrecer de manera ostentosa aquel banquete. Era una
jugada muy arriesgada si resultaba que a él y a Teclis los declaraban malditos.
—Da la impresión de que va a ser una fiesta muy grande —dijo Tyrion—.
¿Cuándo se celebrará exactamente?
—Dentro de menos de una semana, en la noche del Regocijo. —Ésa era la noche
* * *
Tyrion nunca había visto un lugar tan abarrotado, sucio, maloliente y maravilloso
como el Barrio de los Extranjeros. Se alegró de haberse puesto la ropa vieja y haberse
escapado, una vez más, del palacio de Mar Esmeralda.
Estaba libre, y sólo por esa noche se sintió como el de antes. No se debía sólo a
que llevara puesta la ropa vieja, sino también a que no lo acorralaban los
interminables rituales y formalidades de la vida en el palacio.
Ya empezaba a aburrirse. La práctica con las armas era divertida, pero las
interminables lecciones de protocolo no lo eran. Había disfrutado con las clases de
baile y el flirteo con sus guapas parientas, pero no le había hecho gracia que le dijeran
cómo debía comportarse. Le hacía sentir que, de algún modo, estaba en libertad
condicional, que no era del todo un huésped, sino más bien un prisionero.
Los sirvientes observaban cada uno de sus movimientos. Los guardias personales
lo seguían a todas partes, supuestamente para protegerlo. Esa noche había bajado
desde el balcón de sus aposentos a la calle y se había escabullido hacia un lugar donde
a nadie se le ocurriría siquiera buscarlo. Sabía que se estaba comportando de un modo
infantil, que debería haber hecho caso del consejo de Liselle y haber usado la puerta
delantera, pero estaba haciendo lo que le gustaba.
Ése era el tipo de aventura con el que había soñado desde niño.
Por primera vez en su vida, Tyrion veía a seres de una raza diferente, a montones
de ellos. Se movían bulliciosamente por el Barrio de los Extranjeros como si fueran los
propietarios del lugar y le prestaban menos atención que él a ellos. Supuso que debían
de estar habituados a ver elfos. Sin embargo, él no estaba acostumbrado en lo más
mínimo a ver humanos.
Eran más pequeños que él, más bajos que casi todos los elfos, y sin embargo más
pesados, hinchados de grasa y músculo. Parecían torpes y desgarbados, y sus voces se
parecían más a los chillidos y bramidos de las bestias de la selva. Había muchas clases
diferentes de ellos: hombres altos y pálidos, vestidos con pompa, procedentes de
Marienburgo y el Imperio; árabes de piel oscura y rasgos aguileños armados con
cimitarras, procedentes de los territorios del sur; nativos de Catai ataviados con
túnicas de seda.
Entendía por qué algunos elfos fingían despreciarlos. En ellos había una
tosquedad, una brutal franqueza de habla y gesto combinada con una suciedad y un
* * *
—Y entonces, con toda facilidad, me condujo fuera del mercado, hacia las puertas. Se
despedía de una manera tan natural y con unos modales tan relajados que parecía lo
más normal del mundo que yo las atravesara y entrara en la ciudad de Lothern
propiamente dicha.
Teclis rió, pero en su delicado rostro había algo más aparte de diversión, una
* * *
N’Kari se sentía fuerte. Por primera vez desde que escapara del maldito Vórtice
comenzaba a sentirse restablecido del todo. Se había alimentado bien con sangre,
almas, dolor y éxtasis. Se había bañado en la sangre del linaje de Aenarion y devorado
los corazones y los globos oculares de sus miembros, y por último había usado los
cadáveres para su placer.
Sus seguidores habían aumentado hasta convertirse en todo un ejército. Sus
adoradores habían llegado desde todo Ulthuan para unirse a ellos al correr la voz de
lo que estaban haciendo; una compañía de elfos oscuros renegados había acudido a
Las esferas flotantes de luz entretejida por hechizos iluminaban el gran salón del
palacio de Mar Esmeralda. Una orquesta formada por los mejores músicos tocaba
sobre una tarima elevada que se había colocado en un extremo de la estancia.
Enormes ventiladores giraban en los altos techos, movidos por una magia invisible.
Cientos de elfos de aspecto noble, y ataviados con hermosos ropajes abarrotaban el
salón. Permanecían de pie flanqueando la estancia, a la sombra de nichos que
albergaban enormes estatuas, o en torno a las mesas sobre las que se había servido un
bufet de las más refinadas Viandas élficas. Charlaban en rincones oscuros, o bebían
vino en copas de cristal tallado, o bailaban en el centro de la pista, ejecutando los
pasos de las muy intrincadas cuadrillas rituales que exigía aquel tipo de reunión
social.
Teclis nunca había visto nada parecido. Era el primer baile de su vida en uno de
los palacios de Lothern y le resultaba, cuanto menos, impresionante.
Tyrion permanecía en el balcón, observándolo todo y sonriendo con facilidad y
amabilidad a todo el que pasaba. Parecía perfectamente cómodo con las hermosas
ropas que vestía. Su encanto y belleza naturales compensaban cualquier carencia de
cortesía formal en sus modales. Teclis le envidiaba todas esas cosas. Sus propias ropas
parecían demasiado holgadas para su alto cuerpo enjuto, y por muy a menudo que los
criados le ajustaran el corte y la caída, no parecían capaces de lograr que pareciese
nada más que un espantapájaros desgarbado.
Cuando estaban en su hogar, Teclis había sido el favorito de su padre y Tyrion
había estado en segundo plano. Resultaba obvio que allí sus papeles estarían siempre
invertidos. Tyrion era el que se había convertido en el centro de atención y Teclis
sabía, más allá de cualquier atisbo de duda, que así sería a partir de ese momento.
Sintió que le tocaban un codo. Allí estaba la dama Malene, enfundada en un
centelleante vestido azul confeccionado con una tela tejida por la maga en el que
* * *
Tyrion se llevó a Liselle fuera de la pista de baile. Notaba la calidez del brazo desnudo
de ella bajo los dedos y sintió que entre ellos saltaba una chispa erótica. Ella le sonrió,
y luego miró en dirección a la dama Malene y Teclis.
—Tu hermano nos observa con mucha atención —dijo.
—Está observándote a ti con mucha atención —aclaró Tyrion—. Está cautivado
por tu belleza. ¿Cómo podría no estarlo un elfo?
—Es muy raro.
—¿En qué sentido?
—Esa manera que tiene de mirar tan fijamente… Es muy serio, frío y calculador.
Te hace sentir como si estuviera midiéndote y te encontrara deficiencias.
—Nunca me ha parecido que fuera así.
—Se cree más inteligente que nosotros.
—Porque es más inteligente que nosotros. Te doy mi palabra.
—Tú siempre sales en su defensa, ¿verdad?
—Es mi hermano.
—¿Y eso supone razón suficiente para que te pongas de su parte? ¿Contra
cualquiera?
—Si yo no me pongo de su parte, ¿quién lo hará?
—Mi madre. Veo que a ella le cae bien.
—En ese caso, ella me cae bien a mí —replicó Tyrion, con la esperanza de que
* * *
—¿Que dijo qué? —Teclis parecía enojado.
Tyrion sonrió como si su hermano acabara de gastar una broma. Miró a su
alrededor. La dama Malene estaba sumida en una conversación sobre navegación con
Iltharis y Korhien. Nadie les prestaba la más mínima atención.
—Baja la voz, hermano —dijo Tyrion—. No permitas que te alteren. Sospecho que
es lo que desean. A la gente de por aquí parece que le causa placer ese tipo de cosas.
En este juego parece ser la manera de ganar puntos.
—Están hablando de nuestros padres, Tyrion. Están insinuando que eran
miembros del Culto de la Lujuria, un culto prohibido asociado con la adoración de
dioses demonio. Con el Señor del Placer, Ese A Quien No se Nombra. —Teclis había
bajado la voz. Aquél no era un tema del que nadie quisiese que le oyeran hablar. Era
algo que se mencionaba sólo en susurros, de lo que se hablaba de modo indirecto, que
nunca se abordaba directamente.
—No puedo imaginarme a nuestro padre implicado en nada parecido —dijo
Tyrion volvió a meterse en el nido de víboras. Sonrió con amabilidad a todo aquel que
le miraba, sin dar muestra alguna de que estuviera azorado o nervioso a causa de los
chismorreos que circulaban sobre sus padres, sobre su hermano o sobre su persona.
No había razón para estarlo. Él no tenía desavenencias con ninguno de los presentes,
a no ser que ellos decidieran inventarlas. En ese caso, no se abstendría de defenderse.
La dama Melissa lo miró y volvió a sonreír. Larien lo miraba fijamente con
grosería. Parecía un intento deliberado de intimidación. Tyrion se encogió de
hombros y se acercó.
—Confío en que haber corrido junto a tu tullido hermano y tu gélida tía te haya
tranquilizado —dijo Larien. Tenía la cara un poco roja, aunque Tyrion no pudo
determinar si era a causa del vino, del enojo o de alguna otra cosa.
—¿Tranquilizado de qué?
—De tu dudoso origen.
Por un momento, se hizo el silencio. Ése no era el tipo de cosas que se decían en
los círculos corteses de los elfos. Incluso quienes estaban cerca habían callado, en
espera de oír la respuesta de Tyrion.
—No hay nada dudoso en mi origen —dijo Tyrion con calma.
—Perdón, tal vez debería haber dicho de tus dudosos padres —insistió Larien.
Definitivamente estaba borracho, decidió Tyrion. La copa que tenía en una mano
estaba vacía, y él recordaba haber visto que se la llenaban más de una vez.
—Cállate —dijo la dama Melissa—. Éste no es el momento ni el lugar para decir
algo semejante. Eres un huésped de la casa de Mar Esmeralda.
Le dirigió a Tyrion una mirada de disculpa, pero a él no se le escapó el destello de
los ojos de la muchacha y el ligero tensarse de sus labios. Ella estaba disfrutando con
aquello.
—Sí, cállate, Larien —dijo una de las amigas de ella—. Debería darte vergüenza.
* * *
—Eso ha sido muy estúpido, portero —dijo Korhien, que se había llevado a Tyrion a
una habitación contigua. Al otro lado de la puerta, en el salón, reinaba un tremendo
alboroto.
—Escucha eso —dijo Tyrion—. Al parecer, los retos a duelo no son tan corrientes
en las fiestas de Lothern como me ha hecho creer la experiencia de esta velada.
—Esto no es algo para tomárselo a broma. Ese elfo tiene intención de matarte y es
muy capaz de hacerlo. Cuando está sobrio, es una de las mejores espadas de la ciudad.
La seriedad de Korhien se le contagió a Tyrion.
—Ojalá me hubieras dicho eso antes de que le pegara.
—¡Adelante! Ábrete camino hacia la sepultura antes de tiempo con bromitas,
portero.
—Yo no empecé. —Era el tipo de cosa que podría decir un niño, y Tyrion se dio
cuenta de eso en cuanto hubo pronunciado las palabras.
—Estoy seguro de que no. —La expresión de Korhien era amarga—. Debería
haberlo visto venir.
—¿Quién podría esperar que alguien fuera tan zafio como para empezar una pelea
* * *
Tyrion oyó que alguien llamaba a la puerta. Descalzo, se encaminó descuidadamente
a abrirla. Oía que había alguien al otro lado. No estaba demasiado preocupado, pero
descorrió el cerrojo con cuidado y abrió. Le sorprendió encontrar a Liselle, que iba
vestida con una bata que dejaba claro que no había más ropa debajo.
—¿Qué quieres? —le preguntó.
—Estoy segura de que ya lo sabes —replicó ella.
—En ese caso, supongo que será mejor que entres —dijo él.
Abrió del todo y le hizo un gesto para que pasara.
Ella entró y recorrió la habitación con la mirada.
—Mi dormitorio está justo al fondo del pasillo —dijo ella.
Él alargó una mano y le sacó un mechón de pelo de detrás de una oreja. Se inclinó
hacia ella como había hecho antes, para susurrarle al oído.
—Es una gran suerte.
Ella se inclinó y lo besó en los labios. Fue un beso largo, y comenzó de modo
* * *
N’Kari rugía al correr por las calles de Tor Yvresse, matando sin parar. Ya era fuerte.
Había devorado muchas almas y se había alimentado de muchos placeres, propios y
ajenos. Se sentía casi tan poderoso como el día en que se había enfrentado con
Aenarion hacía milenios.
Su ejército era ya un ejército digno de ese nombre, no un simple destacamento de
invasores ni un grupo de adoradores mal organizados. Constituía un contingente lo
bastante fuerte como para tomar una ciudad antigua amurallada como aquélla.
Se habían unido a ellos centenares de guerreros parcialmente transformados.
Había encontrado más humanos, marineros náufragos del Viejo Mundo. Grupos de
hombres bestia que habían logrado sobrevivir en las altas montañas y conservado sus
viejas costumbres se habían visto atraídos hacia él. Elfos decadentes habían
respondido a la llamada de su magia. Las almas ofrecidas en sacrificio habían
multiplicado los demonios sometidos a su voluntad. En ese momento, todos ellos
causaban estragos en las calles de la ciudad, mutilando, matando, violando,
torturando, saqueando.
El terror y el placer, el odio y el miedo palpitaban en el aire que rodeaba a N’Kari.
Para él era como un banquete, y se lo bebía todo.
Una compañía de soldados elfos formó en la plaza que tenía ante si y avanzó en
disciplinada falange para repeler a una compañía de sus hombres bestia. Los brutos se
lanzaban contra la firme formación con una necia ferocidad que podría haber
funcionado si se hubieran enfrentado con hombres tribales tan primitivos como ellos
mismos, pero que no tenía ninguna esperanza de éxito contra aquellos enemigos.
Por un breve instante, N’Kari consideró la posibilidad de socorrer a sus
seguidores, de usar su propio poder para quebrantar los cuerpos y los espíritus de los
enemigos, pero sintió que la oposición a su presencia estaba aumentando, y aún le
quedaba una tarea que llevar a cabo allí. Por ahí, en alguna parte, se ocultaba un
grupo de hechiceros que estaban usando su poder para reforzar antiguas protecciones
contra la raza de N’Kari que habían sido construidas en tiempos antiguos. Eran
hechizos que podían hacerle daño. Ya estaban haciéndolo sentir incómodo, y tenían
potencial para desterrarlo de aquel lugar si no andaba con cuidado. No iba a correr el
El señor Mar Esmeralda apartó la mirada del telescopio. Era evidente que había
estado estudiando los barcos del puerto. Le hizo un gesto a Tyrion para que se
reuniera con él en el balcón. Tyrion se acercó en seguida; sentía curiosidad por
conocer por qué motivo había sido convocado ante aquella augusta presencia aquella
hermosa mañana.
—Hemos tardado mil años en poner a Finubar en el trono —dijo el señor Mar
Esmeralda.
Esas palabras pillaron a Tyrion por sorpresa. Esperaba que le echaran un sermón
por los acontecimientos de la noche anterior, por retar a duelo a otros elfos en una
fiesta de la familia.
—¿Mil años? —dijo Tyrion, sólo por ver adónde quería ir a parar. Estaba
exagerando. Finubar no era tan viejo.
Se hizo evidente que el anciano elfo percibió la corriente de sus pensamientos.
—Es el primer Rey Fénix de la historia originario de Lothern. No tienes ni idea de
lo difícil que fue hacerlo subir al trono. El trabajo comenzó mucho antes de que
Finubar naciera.
Tyrion se preguntó por qué su abuelo estaría contándole eso. Tal vez el anciano
elfo se sentía solo y lo único que quería era a alguien con quien hablar, con quien
repasar sus triunfos, pero lo dudaba. No le parecía que el señor Mar Esmeralda fuese
alguien que hiciera nada sin un propósito definido.
—¿Por qué fue difícil? —preguntó, porque tuvo la sensación de que se esperaba
que lo hiciese.
—Los príncipes de los Reinos Antiguos ponían objeciones, por supuesto. Han
tenido el monopolio del trono desde antes de los tiempos de Caledor el Conquistador.
Aenarion fue el único en cuya elección no pudieron tener voz ni voto. —Miró con
algo parecido a la admiración la enorme estatua del primer Rey Fénix que presidía el
* * *
—¿Te sientes orgulloso de haber provocado esa pelea?
Tyrion miró a su hermano, y luego se dejó caer desmañadamente en una silla del
salón que compartían. Tyrion veía que su gemelo estaba preocupado y que era eso lo
que subyacía en el crispado sarcasmo de Teclis.
—No —replicó Tyrion—. No me siento orgulloso. Habría evitado la pelea si
hubiese podido. Debería haberla evitado. Ahora me doy cuenta de eso. Pero carezco
de tu rápido ingenio.
—Eso no es cierto —dijo Teclis—. Eres bastante agudo cuando quieres. Pienso
que tal vez deseabas esa pelea. Pienso que deseabas la gloria de ser un duelista famoso.
Pienso que estás comenzando antes de tiempo una carrera de violencia.
Tyrion rió, en particular porque su hermano tenía razón. En ese momento se daba
cuenta de que así era. Si que quería esa pelea. Estaba deseando que llegara el
momento.
—Podría ser una carrera muy corta —dijo Teclis—. Larien es, según dicen todos,
algo así como un experto con la espada. Ha matado casi a tantos elfos como el
príncipe Iltharis.
—Has estado investigando, ¿verdad?
—Me lo ha contado la dama Malene.
—Da la impresión de que me he convertido en un tema de conversación tan
frecuente como esos ataques demoníacos.
—No dejes que eso se te suba a la cabeza. Aunque es muy probable que lo haga.
Dentro de esa vasta caverna vacía no hay nada que pueda impedirlo.
—Me conmueve tu preocupación —dijo Tyrion, mientras reprimía un bostezo.
—No permitas que la prima Liselle te mantenga despierto durante demasiado
tiempo. Vas a necesitar descansar si quieres sobrevivir a este asunto.
—Sobreviviré, hermano, no lo dudes ni por un momento. —A Tyrion le daba la
impresión de que él era el único que pensaba de esa manera.
* * *
Era extraña la sensación de levantarse en el que podría ser su último día de vida.
Tyrion se vistió con cuidado, inspeccionándose en el espejo. No estaba pálido. No
sudaba. Tenía el pulso firme. Su corazón no estaba acelerado ni lo oía latir en los
oídos. La única emoción que sentía era entusiasmo. Meditó su reacción, observándose
a si mismo como lo haría un desconocido. Decididamente, no tenía miedo. Dudaba
que sus actos pudieran deshonrar a su familia ni a su famoso ancestro, con
independencia de lo que sucediera. Eso, al menos, era algo bueno.
Sabía que podía morir, tal vez incluso fuera probable que sucediera, pero no sufría
ninguno de los síntomas del miedo o los nervios de los que había oído hablar o sobre
los que había leído. Sólo sentía curiosidad ante su propia reacción, o la falta de ella.
Si era sincero consigo mismo, la verdad era que esperaba con ilusión llegar al
Círculo de las Espadas. Sería su primera prueba real como guerrero. Tenía la
sensación de estar logrando por fin algo que siempre había querido hacer. Su
curiosidad quería que conociera la sensación de cómo sería librar un combate a vida o
muerte, y que supiera si lucharía bien.
Tal vez su excesiva calma era una reacción ante la situación. Quizá su mente
intentaba enfrentarse al peligro minimizándolo. Había leído que sucedían ese tipo de
cosas. No pensaba que fuera su caso. Algo le decía que siempre se sentiría así en la
mañana anterior a una batalla. Si era una anomalía, pues él era anormal. Pertenecía al
linaje de Aenarion, descendiente del primer guerrero elfo auténtico.
Cuando bajó a desayunar, pudo ver que los demás no se lo estaban tomando tan
bien como él. Teclis estaba pálido y tenía aspecto de asustado, con los ojos hinchados.
Tyrion se dio cuenta de que su hermano no había pegado ojo. La dama Malene no
parecía sentirse mejor. Su expresión parecía estar cargada de aprensiones. Liselle tenía
un aspecto pálido y triste.
Tyrion les sonrió al sentarse a la mesa. Se sirvió agua y una rebanada de pan con
* * *
Tyrion apenas si se fijó en lo que tenía a su alrededor mientras regresaban a caballo a
Lothern. No dejaba de repasar mentalmente el combate, volvía a visualizar cada
movimiento, a revivir cada golpe, y rememoraba con esmero los pequeños detalles.
Estaba emocionado, no trastornado. Nunca se había sentido mejor ni más vivo.
Larien había intentado matarlo, por razones que Tyrion aún no tenía muy claras.
Hasta donde sabía, él nunca había hecho nada para perjudicar a Larien, no le había
dado al elfo ninguna razón para buscar pelea con él. Larien estaba muerto por
voluntad propia. Tyrion sólo había sido el medio de ejecución que había elegido su
rival.
Tenía la certeza de que Larien no habría visto las cosas de igual modo que él.
Estaba muy seguro de que Larien había esperado alejarse a lomos de su caballo,
mientras Tyrion yacía, frío, en el suelo. Imaginaba que nadie pensaba nunca que sería
el mismo que buscaba este tipo de pelea el que muriera, pero alguien tenía que morir
inevitablemente, y Tyrion se alegraba de no haber sido él.
Se sentía más que contento; se sentía complacido y orgulloso. Había demostrado
su destreza contra uno de los duelistas más famosos de Lothern. Había derrotado a
Larien en buena lid y sabía que, en algunos sentidos, iba a heredar la reputación del
elfo. A partir de ese momento iba a ser famoso. Sería a él a quien estudiaría la gente
cuando caminara por la calle, y sería él el objeto de susurros en tabernas y salones.
Miró a su alrededor y vio cómo lo observaban sus compañeros. Korhien parecía
atribulado. Iltharis parecía complacido. El resto de los acompañantes lo miraban con
admiración y envidia. Podía notar que algunos deseaban ser él, y la sensación era
embriagadora. Todos se bañaban en el reflejo esplendoroso de su victoria.
Tyrion recorrió el camino y el entorno con los ojos. Antes no había reparado de
verdad en ellos. Había estado demasiado perdido en sus propios pensamientos. Ahora
lo veía todo con una claridad casi perfecta. Percibía lo verde que era la hierba, lo
brillante que era el sol, y la caricia del viento en la piel. Supo que la comida le sabría
mejor y que besar a una muchacha sería mucho más placentero.
Korhien se adelantó para cabalgar junto a él.
—¿Cómo te sientes?
—Nunca me he sentido mejor.
—Te lo estás tomando muy bien. He visto a algunos guerreros ponerse a vomitar
después de matar por primera vez, algunos después de haber matado muchas veces.
Urian bebió otro trago del excelente vino que el Rey Fénix les servía a sus consejeros.
Contenía un sutil narcótico, algo que agudizaba el ingenio y reducía la fatiga. Por
supuesto, no era ni remotamente tan potente como lo habría sido el caldo equivalente
en Naggaroth, pero tampoco podía decirse que eso fuera malo. Si aquellos elfos
hubiesen estado bebiendo el vino de su tierra natal, lo más probable era que a esas
alturas ya se hubiesen echado los unos al cuello de los otros. Volvió a dejar la copa
sobre la elegante y refinada mesa y escuchó el debate igual de refinado.
A esas alturas del proceso, ya no se trataba tanto de decidir qué había que hacer ni
cuál era realmente el problema. Era más bien una cuestión de quién iba a lograr ser el
que tomara las decisiones, quién iba a dejar en ridículo a sus rivales, o a hacer que
parecieran débiles o carentes de conocimientos, quién iba a llevarse el mérito si había
algún merito que llevarse, y entre quiénes se distribuiría la culpa en el caso de que
algo saliera mal.
No importaba el lugar de origen de los elfos que participaban en aquellas
reuniones, si eran de Naggaroth o de Ulthuan, porque siempre eran todas iguales. Por
supuesto, en Ulthuan, los riesgos no eran tan altos como en Naggaroth. En la corte del
Rey Fénix, lo peor que podía pasarle a alguien que acabara en el bando perdedor del
debate era que podría perder credibilidad o algún fraccional incremento en su
prestigio. En Naggaroth, cuando la balanza se inclinaba a favor de Malekith, siempre
existía la estimulante posibilidad de que la muerte aguardara al perdedor. El Rey
Brujo no toleraba el fracaso, y no era un amante de los malos consejos.
Al escuchar a algunos de aquellos charlatanes, Urian pensó que podrían
beneficiarse del azote de la férrea disciplina de Malekith. Sin duda, evitaría que
divagaran y siguieran divagando interminablemente. Lo que podía decirse acerca de
los hechiceros de Ulthuan sin temor a equivocarse era que les encantaba el sonido de
su propia voz.
* * *
—Tu hipótesis es interesante, Urian —dijo Malekith. Incluso a través de todas las
largas leguas que mediaban entre los dos espejos de comunicación, Urian podía
percibir el enojo que afloraba a la voz de su señor—. Y coincide con una información
que mi madre ha creído oportuno transmitirme.
—¿Ha tenido una de sus visiones, señor? —De repente, Urian se alegró de haber
decidido transmitirle la información a Malekith. Si no lo hubiera hecho y el Rey Brujo
hubiese sospechado siquiera que él se había comportado de ese modo, el resultado
habría sido inevitablemente fatal.
—Exacto, Urian. O así quiere hacérmelo creer. También es cierto que mi madre
tiene sus propias fuentes de información dentro del Culto de la Lujuria, en Ulthuan,
algunas de las cuales se me ocultan incluso a mí.
Era típico de Malekith hablar de esa manera, pensó Urian. Insinuaba que sabía
una gran cantidad de cosas, aun cuando admitía no saberlo todo. Conociendo a su
señor, no ignoraba que lo más probable era que también se tratara de un resumen
bastante exacto. Malekith era impreciso sólo cuando quería.
—¿Qué quieres que haga, señor? —preguntó Urian. Aquel era el meollo de la
cuestión.
Malekith guardó silencio durante largo rato. Urian casi podía percibir la fuerza de
sus pensamientos, la titánica inmensidad meditabunda de sus cálculos. Estaba
considerando el asunto desde todos los ángulos, sopesando con precisión ventajas y
desventajas.
—Pienso que sería útil que expusieras tu teoría en la próxima reunión del
Consejo. Redundará en tu prestigio. Y si por casualidad nuestros descarriados
* * *
Urian recorrió la sala con la mirada. La expresión de su rostro era grave, pero por
dentro estaba disfrutando con la conmoción que había causado. También
experimentaba un engreimiento secreto. A fin de cuentas, era él quien había
adivinado las intenciones del demonio, en vez de aquellos inteligentes hechiceros,
orgullosos eruditos, e incluso en lugar del mismísimo Rey Brujo.
—Yo no me lo creo, príncipe Iltharis —dijo Eltharik.
Urian le sonrió.
—Tal vez sea porque no se te ha ocurrido a ti.
El hechicero quedó boquiabierto. Era obvio que no estaba habituado a que le
hablaran así, salvo, tal vez, otros archimagos.
—Encaja con los hechos que conocemos —dijo la dama Malene—. Y hasta el
momento, es la única teoría que lo ha logrado.
—Eso no significa que sea correcta —intervino Belthania.
—Pero si lo es —dijo Finubar—, todos los descendientes vivos de Aenarion están
en peligro.
—Tal vez sea ésa la razón por la que Eltharik pone objeciones a mi teoría —dijo
Urian, manteniendo un tono racional en su voz—. Quizá vea una manera de acabar
con el problema de la Maldición, de una vez y para siempre.
Se trataba de una posibilidad que con casi total seguridad se les había pasado por
la cabeza a la mayoría de los elfos presentes en la sala, aunque ninguno se hubiese
atrevido a mencionarla. Pensó que era mejor ponerla al descubierto, y si al hacerlo
podía difamar al altanero archimago, mucho mejor.
—Ésa no ha sido, para nada, mi intención. Sólo pienso que no deberíamos aceptar
una hipótesis no demostrada sin tener pruebas.
—¿Cómo pretendes que se demuestre? —preguntó la dama Malene—. ¿Debemos
esperar hasta que hayan muerto todos los descendientes de Aenarion y hayan sido
—Habéis sido convocados a palacio —dijo la dama Malene—. Os espera una escolta.
—Para asegurarse de que no huimos —dijo Teclis.
—No te atrevas a bromear con eso —dijo Malene—. Os sugiero que tratéis esta
entrevista con la máxima seriedad y con suma circunspección. Vuestras vidas podrían
depender de ella.
—Seguro que nuestras vidas dependen de si Finubar cree que estamos bajo la
influencia de la Maldición de Aenarion —matizó Teclis—. Dudo que nuestro
comportamiento tenga nada que ver con eso.
Tyrion se asombró ante el comportamiento obtuso de su gemelo. ¿No se daba
cuenta de que Malene estaba preocupada por ellos e intentaba decir algo, lo que fuera,
que le permitiera creer que ellos tenían un cierto control sobre su destino? Aunque
eso carecía de importancia. En eso, Teclis era realista.
—Id corriendo a poneros vuestra ropa de corte. No hagáis nada que pueda
avergonzarnos —advirtió Malene.
Teclis sonrió.
—Así que eso es lo que de verdad te preocupa.
Tyrion se preguntó cómo era posible que alguien tan inteligente pudiese ser
también tan estúpido.
—Sí —dijo la dama Malene—. Es lo único que me preocupa.
El tono de su voz desmentía sus palabras, y en ese momento incluso Teclis se dio
cuenta.
—No haré nada que pueda avergonzarte, señora —dijo con una cortesía que
compensó su anterior falta de tacto.
Tyrion sonrió. Su hermano aún era capaz de sorprenderlo.
* * *
Se encontró cara a cara con un elfo alto, de aspecto poderoso, cara estrecha y mirada
penetrante. Iba vestido con lo que al principio parecía un ropón sencillo de seda de
Catai, pero que, al estudiarlo, resultaba estar tejido en una trama de sutil complejidad.
El elfo sonrió de manera cordial. Sus modales eran francos y relajados, pero había
algo diferente en él. En cierto modo, parecía distanciado de los elfos que lo rodeaban,
mucho más remoto. Y daba la impresión de ser más grande, aunque no en el sentido
físico. Era como si en cierto sentido fuese más real.
Tyrion se quedó allí de pie, atrapado en una red de complejas emociones y
reacciones. Estaba cara a cara con el Rey Fénix, en presencia de alguien que era más
que un mero elfo, que no era del todo mortal.
Algo lo miraba desde los ojos de Finubar. No era algo hostil, no le deseaba ningún
mal, estaba incluso preocupado por su bienestar de un modo muy distante, pero no
era como él. Se trataba de una entidad que pertenecía a una especie totalmente
distinta.
Finubar sonrió y el embrujo se rompió. Lo que fuera que había estado mirando a
Tyrion había desaparecido, veloz como la oscilante danza de una llama. Entonces se
* * *
Teclis estudió a Finubar con un interés casi tan grande como el del Rey Fénix al
estudiarlo a él. Puede que no volviera a tener una oportunidad de hacerlo, así que era
mejor sacar el máximo provecho de la ocasión.
Vio a un elfo alto y atlético, con un aire que le recordaba a todos los comerciantes
o capitanes de Lothern que había conocido hasta el momento. Finubar tenía ese aire
de mando que había visto en todos ellos, y ese aire de enérgica informalidad. Su
atuendo era mucho más rico, por supuesto. Su ropa era lujosa y formal, sutilmente
sobria, pero la más refinada de aquellas tierras. Estaba en armonía con el salón.
Finubar iba armado, aunque Teclis no. En la habitación había otros Leones
Blancos, situados a una discreta distancia, justo fuera del alcance auditivo de una
conversación murmurada, pero lo bastante cerca como para saltar al rescate de
Finubar en el improbable caso de que Teclis intentara asesinarlo. No estaban
dispuestos a correr ningún riesgo. Entendía por qué. Se habían producido numerosos
atentados contra las vidas de los Reyes Fénix en el curso de la historia asur, todos ellos
atribuidos a Malekith y el Culto de la Lujuria. Teclis se sentía inclinado a preguntarse
si ésa no sería una ficción convincente que encubría otras conspiraciones.
Pero no era tan sólo el aspecto físico de Finubar lo que interesaba a Teclis. Era el
hecho de que hubiera sido tocado por el Poder. Teclis podía percibirlo. Estaba bien
disimulado, profundamente escondido, de hecho, pero allí estaba. Todo el cuerpo de
Finubar estaba saturado de una energía mágica muy peculiar. Teclis no dudó ni por
un instante que si entraba en las cámaras de la Llama Sagrada del Santuario de
Asuryan, percibiría el mismo poder dentro de ellas.
No estaba del todo seguro de qué había hecho la magia de la Llama por Finubar.
Era, por supuesto, una medida de la bendición del dios, pero parecía improbable que
hubiera podido imprimirse tanta energía en él con ese solo objetivo. Se advirtió a sí
mismo de que debía ser cuidadoso y no hacer suposiciones.
¿Quién conocía la intención de los dioses al hacer algo?
—Estás muy callado, príncipe Teclis —dijo Finubar.
Su voz era cordial y sus modales francos, y aun así Teclis percibió algo extraño en
eso. Era como si Finubar estuviera representando el papel de algún otro que intentara
hacer sentir cómodo a alguien, sin tener ninguna verdadera conexión con ese alguien.
—Lo siento, Elegido —dijo Teclis.
—Confío en que no vas a decirme que te has sentido abrumado por mi presencia
* * *
Tyrion se encontraba de pie sobre el bauprés del barco, observando cómo los veloces
delfines se deslizaban por el agua junto a ellos. Mantenían la misma velocidad que la
nave, dando saltos muy altos y cayendo al agua, retozones como niños que jugaran.
La costa del Mar Interior era visible a lo lejos, una tierra de aspecto suave en aquella
luz, que ascendía hacia las montañas lejanas.
—Deja de pavonearte —dijo Teclis con un tono algo malhumorado. Tal vez se
sentía más afectado por la partida de lo que quería dar a entender. Al darse cuenta de
la dureza de su tono, hizo una broma—: Yo podría hacer eso si quisiera.
Tyrion le hizo una elaborada reverencia de corte, aún en equilibrio sobre el
bauprés, sin hacer caso del vaivén del barco.
—Si no estuvieras tan mareado, por supuesto —dijo. También él se sentía raro.
Echaba de menos el ajetreo del palacio de Mar Esmeralda, la sensación de estar en el
centro del mundo. Incluso echaba un poco de menos a Liselle.
Era como si se encontrara a solas con su hermano, entre desconocidos. Había
habido una época en la que eso no le habría importado, pero el tiempo pasado en
Lothern lo había cambiado. Por supuesto, ambos tenían otras cosas en la cabeza: la
prueba inminente, el hecho de que los persiguiera un demonio.
* * *
El Templo de Asuryan se alzaba por encima de ellos. Las piedras que lo formaban
eran muy antiguas y desgastadas por los elementos, y estaban recubiertas por un
musgo de color ocre. Resultaba difícil determinar la verdadera escala de la
construcción. Parecía formar parte de los acantilados, una montaña que había sido
parcialmente esculpida por los constructores de tiempos remotos. Era como si los
* * *
N’Kari se encontraba de pie entre los escombros de otra población destruida,
* * *
—No hay ninguna necesidad de ponerse nervioso —dijo Teclis—. No van a encontrar
nada malo en ti.
—No estoy nervioso —replicó Tyrion. En realidad, su hermano parecía más
nervioso que él. Tyrion había aceptado el hecho de que iba a ser sometido a la prueba.
Cualesquiera que fuesen los resultados, los aceptaría.
Un acólito entró en la celda y mediante un gesto le indicó a Tyrion que lo siguiera.
Le hizo una reverencia al sacerdote y estrechó el brazo de Teclis al estilo de los
camaradas.
—¡Buena suerte! —dijo Teclis. Parecía muy joven y vulnerable, y Tyrion se dio
cuenta de que estaba asustado.
—Lo mismo digo —replicó él.
El sacerdote lo condujo hacia las profundidades del templo. Llegaron a una arcada
vigilada por guerreros de la Guardia Fénix, quienes hicieron un gesto para indicar que
el acólito no debía dar un paso más. Tyrion asintió con la cabeza y atravesó la arcada.
Otro sacerdote lo condujo a una sala donde se guardaban los ropones. Se llevaron sus
prendas de vestir. El sacerdote señaló hacia una piscina que era evidente que
alimentaba un burbujeante manantial caliente.
—Purifícate —dijo.
Tyrion se metió en el agua. Estaba caliente casi hasta el punto de resultar
desagradable y tenía un ligero hedor sulfuroso. Se aseó y salió de la piscina.
El sacerdote lo esperaba con un sencillo ropón con cinturón de tela que sostenía
sobre los brazos extendidos. Tyrion lo aceptó y se lo puso. Olía ligeramente a
incienso. Reparó en que había sido remendada una pequeña esquina de un puño.
El sacerdote lo condujo más al interior del templo. Poco a poco, los pasadizos que
descendían en pendiente dieron paso a los muros de una caverna. Se encontraba muy
por debajo de la superficie. El camino estaba alumbrado por antorchas. Pasó ante
* * *
El viejo ropón remendado tenía un tacto áspero e incómodo sobre la piel de Teclis. El
aire era húmedo y bochornoso. Flotaba un hedor a azufre, sin duda procedente de los
manantiales volcánicos que se encontraban en las profundidades de aquel lugar. Los
relieves de las paredes eran ominosos, turbadoras escenas de la vida de Aenarion,
batallas, guerras y derramamientos de sangre.
Teclis se sentía como un prisionero al que obligaran a caminar por el pasillo de la
muerte hacia su propia ejecución. No le gustaba aquel lugar. No le gustaba la razón
por la que estaba allí. No le gustaba estar a tanta profundidad por debajo de la
superficie.
Se sentía como si tuviera que obligar al aire a entrar en sus débiles pulmones. Le
costaba respirar. Las paredes se le caían encima. El peso de la vieja tierra era enorme.
A la luz de las dos lunas, a través de una cortina de lluvia torrencial, N’Kari
contempló el Santuario de Asuryan y se regodeó. El portal rieló al cerrarse detrás de
él, cuando el último de sus seguidores atravesó la resplandeciente superficie. Los
contornos del enorme zigurat, borrosos a causa de la niebla, eran visibles a través de
la oscuridad.
N’Kari estudió las murallas con unos ojos que veían más que la luz. Inspeccionó
los grandiosos patrones mágicos que se arremolinaban en torno al santuario. Allí
había potentes hechizos urdidos por grandes magos en los tiempos de la alta magia,
pero eran viejos. Había zonas en las cuales la interminable entropía del Tiempo los
había desgastado. Había lugares en los que habían desaparecido los focos físicos, y los
hechizos se habían desgastado hasta ser tan débiles que resultaban vulnerables.
Al mirarlos, veía las tramas mágicas superpuestas a su visión del mundo. Veía las
almas de su propio ejército, adoradores de color púrpura y de un enfermizo verde,
demonios de Khorne de brillante rojo sangre, demonios de Slaanesh de color lila y
verde lima. Veía las almas de color dorado solar de los defensores elfos.
El ejército que tenía sumaba ya millares, con montones de demonios. Tendrían
dificultades al pisar el suelo sagrado del interior del santuario. Su propia pureza haría
que les resultara difícil mantener la forma en el mundo material. De todos modos, a él
no le importaba eso. Servirían a su propósito de todas maneras. Él sabía que podía
mantener su propia forma incluso allí abajo. Aún estaba imbuido de la energía que
había robado del Vórtice.
Hizo un gesto con su gran zarpa. Sus seguidores respondieron. Palillos de hueso
golpearon tambores hechos con piel de elfo. Flautas talladas del fémur de doncellas
todavía vivas plañían terribles melodías. Trompetas de latón tocaban notas
disonantes. El tiempo tormentoso no molestaba a sus fuerzas, sino que, por el
contrario, se deleitaban con él.
* * *
Se desplegaron estandartes con la runa de Slaanesh y el símbolo de N’Kari. Debajo de
ellos brincaban delirantes adoradores. Elfos enloquecidos por la lujuria se detenían
para robar un beso de diablesas que danzaban lascivamente. Las gárgolas alzaban el
vuelo a través de los brutales vientos. Berserkers mutantes corrían hacia las murallas
con cuerdas y garfios, así como con escaleras de mano hechas con huesos
mágicamente fusionados.
Las flechas oscurecían el cielo en respuesta, descendiendo como una lluvia de
muerte sobre la horda que avanzaba. Los mortíferos hechizos que llevaban en la punta
les permitían perforar la carne mágica de los demonios casi con la misma facilidad
con que atravesaban la armadura de los adoradores del Caos y la piel de los mutantes.
* * *
Los elfos estaban resultando ser problemáticos. Una tormenta de flechas había
descendido sobre los soldados de N’Kari, junto con una lluvia de hechizos. Sus
guerreros habían sido repelidos una y otra vez. Los grandes demonios de su séquito,
reacios a ser los primeros por si había una trampa, se mantenían apartados del ataque,
y los demonios menores no eran lo bastante poderosos como para pasar por encima
de las murallas sin ayuda. Era hora de adoptar otra táctica. Hizo retroceder al ejército
y ordenó el cese del ataque para darles a los enemigos una hora para descansar, para
dormir un poco, para soñar…
Inspiró profundamente y exhaló hasta vaciarse los pulmones, formando una nube
de perfume narcótico que casi dejó sin sentido a Elrion y los demás adoradores que lo
contemplaban con brillantes ojos enloquecidos. Extendió una de sus zarpas y trazó
runas en la tierra. Le indicó a una adoradora que debía inclinar la cabeza, y se la cortó
de un golpe limpio. Volvió a inhalar cuando el enorme chorro de sangre salió
propulsado al aire. Todo el líquido rojo se absorbió en el interior de su pecho, junto
con el ligero sabor del alma contaminada de la donante.
N’Kari conjuró su hechizo con rapidez, cambiando la sangre en su interior,
añadiéndole un poco de su esencia eterna, extrayendo fantasmas corruptos de los
inframundos del Caos. Añadió visiones de pecado de sus extensos recuerdos, y sueños
lujuriosos extraídos a lo largo de los siglos de las almas que había devorado.
Volvió a inspirar por la nariz, absorbiendo los vientos de la magia para añadir
poder al caldo brujo que exhaló por la boca. Un ejército de fantasmas emergió con su
aliento, doncellas y muchachos elfos hermosos, traslúcidos, que danzaban de manera
seductora.
Sus adoradores extendieron las manos e intentaron abrazarlos, pero N’Kari los
ahuyentó. Aquello no era para ellos. Los espectros estaban a medio formar, eran
maleables, reaccionaban a los sueños y caprichos. No quería que les dieran forma los
impulsos dementes de sus adoradores. Estaban destinados a otros seres. Tentarían a
los guardianes de la muralla.
El cielo estaba oscurecido por nubarrones de tormenta. La lluvia era torrencial. Los
mismísimos cielos parecían enfurecidos. Los rayos hendían la noche.
Desde lo alto del templo, un Tyrion empapado contemplaba a la horda que se
lanzaba como una avalancha hacia ellos, iluminada por la repentina luz dura de los
rayos. Aquello no pintaba bien. La fuerza atacante era mucho más numerosa de lo que
nadie había imaginado jamás que sería, y había llegado mucho antes de lo que nadie
había esperado.
Tyrion no tenía miedo. Era sensatamente consciente de que existía una notable
posibilidad de que pudiera estar muerto antes de que acabara el día, pero eso no le
asustaba. Estaba fascinado. A sus pies había criaturas salidas de las leyendas,
demonios como no se habían visto desde la época de Aenarion.
Si lo que se contaba era cierto, la horda de atacantes que vociferaban y se lanzaban
contra las murallas estaba comandada por N’Kari, un ser que había comandado el
ataque contra Ulthuan en los albores del mundo y que se había enfrentado dos veces
con el propio Aenarion. Le pareció distinguir una figura monstruosa con cuatro
brazos que podría ser el Conservador de Secretos ordenando a los soldados que
avanzaran.
Había visto con sus propios ojos cómo un Señor del Cambio disparaba rayos de
energía caótica multicolor hacia los arqueros en lo alto de las murallas. Cómo su
magia atravesaba los encantamientos protectores y luego la carne de los defensores.
Sus triunfantes alaridos de velocirraptor resonaban por todo el campo de batalla, y su
sonido dejaba petrificados de miedo a los de voluntad más débil.
Le habría gustado que Teclis estuviera allí para ver aquello. Estaba seguro de que
su hermano se sentiría como mínimo tan fascinado como él por el espectáculo.
Tyrion no necesitaba el don de su hermano para saber que allí estaba actuando una
magia poderosa, tanto a favor de los elfos como de los demonios. Las armas de los
* * *
Teclis se llevó a su gemelo a un lado. Ninguno de los soldados les prestaba la más
mínima atención. Tenían sus propias preocupaciones.
—Los guardias no van a poder detener a N’Kari —dijo.
Tyrion asintió con la cabeza. Ya había hecho su propia valoración de la situación,
y sin duda sería correcta, como sucedía con todos los asuntos militares.
—No hay nada que podamos hacer al respecto —dijo Tyrion—. Los consejeros del
Rey Fénix cometieron un error de cálculo. Aquí no estamos a salvo. Los refuerzos no
llegarán a tiempo. Tal vez no lo estaríamos en ninguna parte. ¿Quién iba a pensar que
nuestro enemigo iba a hacerse tan fuerte en tan poco tiempo?
—Los soldados no pueden detener al demonio, pero tal vez yo sí pueda.
Los ojos de Tyrion se abrieron con expresión de sorpresa ante las palabras de
Teclis. Ladeó la cabeza. Al menos no estaba manifestando una incredulidad absoluta
* * *
Dentro de las frías profundidades del santuario todo parecía estar en calma. Ningún
grito había atravesado hasta el momento las paredes de roca. Ningún paso
contaminado se había oído resonar en el interior. Tyrion sabía que era sólo cuestión
de tiempo. Sentía la espada pesada e inútil en la mano. Ansiaba estar fuera, en la
lucha, ayudando a repeler a los atacantes. La inactividad no le sentaba bien. Era un
luchador.
* * *
N’Kari entró en el santuario. Detrás de él, la puerta estaba rota y yacían cadáveres por
todas partes. Se encontraba solo. Los otros demonios no avanzarían más, y los
mortales estaban distraídos con el saqueo y la rapiña. El aire crepitaba con energía
hostil. La luz de Asuryan era potente allí, pero no lo suficiente como para mantenerlo
apartado de su objetivo, no al estar tan saturado como estaba de energía robada del
Vórtice. Disfrutaba del hecho de poder usar el pleno poder de su forma de batalla.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había dado rienda suelta a su
pasión por el combate. Lo único que lamentaba era que, incluso con el apoyo de su
dios, aquellos elfos apenas eran dignos de morir bajo sus zarpas.
Levantó su enorme espada con una sola mano y descargó un golpe con el que
cortó por la mitad a dos Guardias Fénix. Con la pinza decapitó el primer cuerpo
cortado por la mitad sólo para divertirse con la expresión de su cara. El cerebro
continuó vivo y pensando durante unos segundos, aún después de haber sido
separado del cuerpo.
Ante él había una escalera que descendía hacia las profundidades del templo.
Percibió la presencia de las presas allí abajo, donde el poder de Asuryan latía con más
fuerza. Allí, la presencia del dios antiguo estaba por todas partes. La Llama ardía con
intensidad, como si intentara ocultar en las sombras que creaba su luz a aquellos que
N’Kari buscaba.
Si le daban tiempo, incluso cabía la posibilidad de que se manifestara el propio
Asuryan para ocuparse de los intrusos. Ése sería un espectáculo digno de ver. Aunque
improbable. Eran necesarios largos rituales mágicos para captar la atención del dios.
* * *
El contacto fue repentino y violento. Teclis percibió algo muy antiguo, intemporal y
terriblemente poderoso. Inspeccionó a Teclis como éste podría inspeccionar un
insecto. Aquella mente no era mortal. No guardaba ninguna semejanza con la
conciencia élfica. Funcionaba a un nivel totalmente distinto, uno que Teclis sabía que
no tenía ni la más remota posibilidad de comprender.
Sintió que la presencia estaba esperando algo, pero no tenía ni idea de qué
esperaba. Se concentró mentalmente en pedir ayuda, poder, auxilio contra el enemigo
mutuo. Respondió algo vasto y lento, pero no estaba seguro de que respondiera como
él quería que lo hiciera. Era demasiado ajeno e inmenso.
Entonces percibió algo más, una noción de reconocimiento que podría haber sido
una imagen, una runa, un nombre. Aenarion. Fuera lo que fuera, sabía que Teclis
estaba relacionado con el Rey Fénix. Tenía que ser por su sangre. O quizá lo
recordaba de cuando había pasado la prueba. Ahora tenía que hacer que el ser
entendiera que necesitaba su ayuda, así como el tipo de ayuda que precisaba.
Visualizó los demonios. Visualizó el santuario. Visualizó lo que estaba sucediendo
a su alrededor. No sucedió nada. Tal vez el ser que los elfos conocían como Asuryan
actuaba en una escala temporal tan enorme que tardaría horas en responder. Todos
los rituales relacionados con la comunicación con él requerían tiempo y eran
oficiados por elfos que eran sus sacerdotes, por lo que cabía suponer que ya habían
establecido algún tipo de vínculo con la entidad. Teclis nunca lo había hecho. Quizá
* * *
Los alaridos de los moribundos y los espantosos rugidos de su asesino eran ya
audibles incluso a través de las gruesas paredes del santuario. Resonaban por los
pasadizos como notas dentro del tubo de una trompeta. Tyrion esperaba, relajando
los músculos, respirando en profundidad y dejando que la tensión saliera de su
cuerpo. Miró hacia la sombra del gran altar.
Teclis tenía el semblante pálido, y Tyrion sentía el miedo y el dolor de su gemelo.
El eco distante de esas sensaciones le revolvía el estómago y le contraía los músculos.
Teclis tenía la frente fruncida en intensa concentración y los ojos fijos en la distancia,
como si mirara cosas remotas que los demás no podían ver. Había dejado de agitarse
y parecía haber recuperado un cierto control sobre sí mismo.
Imágenes de lo que podría estar sucediendo en el exterior se colaron en la mente
de Tyrion. Visualizó elfos desgarrados en pedazos por demonios voraces, y las hordas
del Caos arrasando el santuario más sagrado de los elfos.
Se dio cuenta de que no tenía miedo. Estaba airado. Lo encolerizaba la
profanación de aquel lugar santo, y la amenaza para la vida de su hermano, y los
extraños giros del destino que lo habían llevado a morir en aquel lugar.
«La ira y el miedo son las dos caras de una misma moneda —se dijo—. Las dos
pueden hacer que te maten.» Se obligó a respirar profundamente, a mantener la
calma. Aquél no era un momento en el que pudiera permitirse cometer ningún error
causado por las emociones. Vio que uno de los soldados heridos lo contemplaba con
algo parecido a la admiración.
—Me asombra que puedas permanecer tan sereno, príncipe Tyrion —dijo. El
esfuerzo que tenía que hacer para mantener firme la voz se evidenciaba en el modo de
hablar. Cuando pronunció el nombre de Tyrion, la voz estuvo a punto de quebrársele.
* * *
La gran puerta de madera del sanctasanctórum se hizo añicos. En la entrada apareció
una forma de cuatro brazos que blandía un espadón enorme con una extremidad
extrañamente delicada. Una pinza descomunal chasqueaba al final de otra. Con los
dos brazos restantes tejía potentes hechizos. Los últimos veinte miembros de la
Guardia Fénix se encararon con él.
Tyrion se preguntó si quedaría alguien de la orden después de aquella batalla. Se
decía que a cada uno de los Guardias Fénix se le concedía el conocimiento de su
«Voy a morir.»
Esa revelación se estrelló contra el cerebro de Tyrion con absoluta certeza
mientras observaba cómo N’Kari partía a uno de los Guardias Fénix en dos con la
pinza. No había manera de que pudiera sobrevivir a aquello. Simplemente, él no era
rival para el demonio, por debilitado que estuviera éste a causa de la mágica radiación
de la Llama de Asuryan.
«Voy a morir.»
N’Kari llamó haciendo un gesto con la mano, y algunos de los soldados heridos se
humillaron ante él. El demonio saltó hacia delante y caminó por la espalda de sus
nuevos adoradores, desgarrándoles la carne y destrozándoles los huesos con cada
paso de sus pies rematados en garras.
Tyrion no tenía miedo. No estaba airado. Simplemente estaba conmocionado por
la futilidad de cualquier acto que pudiera llevar a cabo. Sabía que, en parte, eso era
una reacción a los vapores narcóticos que emitía el demonio y, en parte, era su propia
mente que reaccionaba a la desesperanzada situación.
«Voy a morir.»
Los restantes Guardias Fénix se lanzaron al encuentro del demonio. La espada de
éste segó sus vidas como si fueran trigo. Rió con una burla que destrozaba el alma. La
sangre y los sesos lo salpicaron todo, incluida la cara de Tyrion. Con calma, se los
limpió para poder ver.
Todo aquello era sólo información. Su muerte era una de las reglas de aquel juego.
Aun aceptando que eso fuera verdad, podría ganar. La meta era distraer al demonio
hasta que Teclis completara su hechizo. Ya sólo se trataba de una cuestión de táctica.
«Voy a morir.»
El demonio hizo otro gesto. Un rayo policromo saltó de su zarpa extendida.
Golpeó a uno de los defensores y le consumió la carne mientras éste gemía de lo que
* * *
Teclis sintió el estremecimiento eléctrico del contacto con la presencia del dios. El
* * *
La voz era la misma, pensó N’Kari. Se detuvo por un momento, con algo que era casi
conmoción. La cara era la misma. Habría podido pertenecer al propio Aenarion,
aunque a un Aenarion más joven, menos severo, menos maltratado por el paso del
tiempo. El olor era el mismo, carne de su carne. El espíritu era casi el mismo. No
brillaba con tanta fuerza. No ardía con la Llama de Asuryan. No estaba corrompido
por la Espada de Khaine. No estaba amortecido por la sombra de aquella espada que
todo lo devoraba.
Y lo más pasmoso era que no tenía miedo. Aún no había aprendido el significado
del miedo como lo había hecho Aenarion, a quien se le había notado incluso cuando
mantenía más controlados sus miedos.
Aquél era un auténtico bocado brillante y tierno que ofrecerle a Slaanesh. El
espíritu brillaba con fuerza, pero no era el único miembro del linaje de Aenarion que
detectaba N’Kari. Había otro cerca. Era igual. Ése ya le serviría. Le proporcionaría a
N’Kari el grandioso placer de enseñarle a aquel estúpido mortal el significado de la
palabra terror antes de matarlo.
Lo torturaría como un gato tortura a un ratón.
Avanzó de un salto, con la intención de caer justo delante de él. El elfo era rápido
de verdad. N’Kari no había tenido intención de hacerle nada más que un arañazo,
pero el elfo ya se había marchado. Un pinchacito que sintió en el costado izquierdo,
cerca del lugar en que un elfo tendría el corazón, le indicó que el oponente incluso
había tenido la temeridad de devolverle el ataque.
N’Kari sonrió. Aquello podría resultar ser aún más divertido de lo que había
* * *
Tyrion se apartó a toda velocidad. N’Kari era rápido, más que cualquier ser con el que
Tyrion se hubiese enfrentado jamás, y percibió que el demonio ni siquiera se
esforzaba. Estaba envalentonado. Sabía que iba a vencer y que tenía tiempo.
De cerca, la criatura resultaba pavorosa. Era mucho más grande que él. Tenía la
piel acorazada. La gigantesca pinza parecía demasiado pesada incluso para su brazo
de poderosa musculatura, pero resultaba no serlo. El olor del demonio era raro,
almizcleño y especiado, y extrañamente turbador. Un sudor o alguna otra secreción
aromática le hacía brillar la armadura.
Eso no podía ser. La carne suda. Las armaduras no lo hacen.
Apartó a un lado el pensamiento por considerarlo una distracción, y dirigió un
tajo hacia el lugar en que se unían piel y armadura, un punto que habría sido
vulnerable en cualquier ser viviente. Se agachó para evitar un barrido de pinza de una
velocidad cegadora y contraatacó con la espada. Le hizo un corte al demonio en el
lugar al que había dirigido el golpe, pero la carne se cerró detrás de la hoja casi en el
momento en que era hendida.
* * *
Teclis se quemaba. Estaba seguro de que su carne estaba carbonizándose y
convirtiéndose en ceniza, pero cuando se la miró, la tenía intacta. Su mano
relumbraba con una extraña luz blanca. El aura radiaba del interior de su cuerpo. Su
visión había cambiado. Lo veía todo envuelto en auras de trémulo resplandor.
Tyrion resplandecía dorado y brillante como el sol, intrépido e impertérrito,
luchando serena y metódicamente contra un oponente al que no podía tener
esperanza de vencer, sólo para darle una oportunidad a Teclis.
N’Kari relumbraba en un lascivo tono púrpura y verde enfermizo, e irradiaba
colores que no podían describirse con palabras de ningún idioma mortal. El aura del
demonio era extraña. En cierto sentido se parecía a una visión móvil del gran pozo de
poder del interior del santuario. De algún modo, su forma se extendía fuera de ese
mundo, pero a la vez estaba conectada a él. Era como si la criatura llamada N’Kari no
* * *
N’Kari decidió que aquella batallita ya había durado bastante. Había disfrutado
jugando con su enemigo, pero ya era hora de comenzar con el verdadero objetivo de
la experiencia. Allí tenía un alma poderosa que ofrecer a Slaanesh, una que le habría
proporcionado gran placer corromperla en las sendas del dolor y el placer, haciendo
que lo amara y adorara antes de ofrecerle el vociferante espíritu a su dios demonio
patrón.
Era una lástima que no tuviera tiempo para eso. La presencia del maldito Asuryan
hacía que cada vez le resultara más difícil mantener su forma en aquella realidad, y de
algún modo esa presencia estaba aumentando.
Allí había presente otro descendiente de Aenarion y él tendría que matarlo antes
de que el dolor se hiciera demasiado intenso como para soportarlo. «De estas
pequeñas pruebas está hecha la vida», pensó, y se echó a reír.
Se lanzó hacia delante con todas sus fuerzas y atrapó al elfo en el preciso momento
en que intentaba alejarse de un salto. Un momento más tarde, la pinza de N’Kari
estaba a ambos lados del cuello del elfo. El guerrero alzó hacia él una mirada
desafiante que resultaba graciosa, y luego le escupió a N’Kari en un ojo.
* * *
El poder de Asuryan relumbraba a través de Teclis. Restallaba cual rayo, quemaba
como fuego volcánico. Golpeó a N’Kari como un maremoto. El bramido de angustia
del demonio fue ensordecedor. Su caparazón se rajó y ennegreció, de él manó pus de
un color púrpura verdoso y se consumió.
N’Kari volvió sus ojos como gemas hacia Teclis y le hizo un gesto lascivo para
atraerlo, usando algún tipo de hechizo de compulsión y seducción. Inundado como
estaba del poder de Asuryan, el encantamiento apenas lo tocó.
Dos llamaradas de poder gemelas emergieron de sus manos. El demonio aulló y
ardió, pero continuó vivo. Avanzó hacia Teclis, empujando contra el fuego como un
hombre que se esfuerza por remontar un río de fuerte corriente. La grandiosa pinza
chasqueaba de un modo amenazador. Era evidente que intentaba hacer mediante la
fuerza física lo que su magia había sido incapaz de lograr: acabar con la vida de Teclis
y cerrar la fuente de destructivo poder divino dirigido contra él.
Teclis se concentró tanto como pudo en consumirlo con el fuego, pero sabía que
era demasiado lento y que no tenía tiempo para lograr su meta.
La muerte se acercaba más, paso a paso.
* * *
* * *
N’Kari sintió que la hoja se clavaba en la brecha de su armadura. Le dolió, pero no
tanto como le había dolido la Llama mágica. Concentró su poderosa voluntad en
continuar avanzando. El mago constituía la principal amenaza. Ya se había dado
cuenta de eso. Se había dejado engañar para que pensara en sólo uno de los
descendientes de Aenarion, mientras el otro hallaba una manera de destruirlo.
Aquel mago era otro de los malditos descendientes del Rey Fénix. Sólo un
miembro de ese linaje podía canalizar tanta cantidad de la energía del dios y
continuar ileso. Ningún otro mortal habría podido soportar semejante contacto
divino durante tanto tiempo.
Tal vez aquél tampoco sobreviviría a la experiencia. Los mortales eran muy
frágiles. N’Kari no podía arriesgarse a esperar. No habría tiempo para matar a aquél
con elegancia. Asuryan usaba al mago como recipiente para su cólera, indignado
como estaba por la profanación de su santuario por parte de N’Kari. Al dios no le
importaría si el mortal vivía o moría, sino sólo que se cumpliera su venganza.
Cinco pasos más, se dijo, y acabaría con el hechicero. Luego se deleitaría matando
al guerrero para compensar.
* * *
La espada de Tyrion relumbró como si acabara de salir de la forja. Por un momento,
Teclis temió que la carga de energía resultara excesiva para el arma, que el metal
pudiera fundirse, que el arma quedara reducida a la inutilidad, pero era una buena
espada, forjada por los elfos de la antigüedad, y resistió.
Ya estaba hecho.
La espada de Tyrion relumbró como un arma de leyenda, como la Colmillo Solar
de Aenarion que mencionaban las leyendas. No sabía cómo había sucedido aquello, y
no le importaba.
La clavó entre los omóplatos del demonio. Quemó la carne de N’Kari al
atravesarla, carbonizándola. Un hedor repugnantemente dulce de corrupción e
incienso narcótico inundó el aire. Tyrion volvió a clavar la hoja con todas sus fuerzas,
dirigiéndola hacia el lugar que ocuparía el corazón en un elfo.
No tenía ni idea de si se podía matar un demonio, aunque fuera con un arma
como aquélla, pero iba a descubrirlo.
* * *
Un dolor atroz ardió entre los omóplatos de N’Kari. Había pensado que el dolor no
podía empeorar más, pero se equivocaba. El mago había hecho algo nuevo y terrible.
Aunque el poder de su acometida iba disminuyendo, le había transferido al
guerrero una parte de la potencia del dios. N’Kari ya podía matar al mago, pero si lo
hacía, todo el poder del mago fluiría al interior de la espada, y ésta ya tenía más que
* * *
El demonio no se volvió. Tyrion sabía por qué. Iba a matar a su hermano. Estaba
decidido a matar a uno de los miembros del linaje de Aenarion, y ésa era la opción
que tenía más probabilidades de éxito.
Saltó por encima del demonio, usando la parte del caparazón rajado que cubría el
hombro a modo de trampolín, y giró en el aire para caer delante del demonio, entre
éste y Teclis. Con la mano libre apartó a su hermano de un empujón, a la vez que se
volvía para golpear.
Se sentía veloz, más que nunca en su vida. La espada parecía moverse por
voluntad propia en su mano. Adelantó la resplandeciente arma y golpeó al demonio
con la potencia de un rayo. Lo golpeó una y otra vez. El demonio retrocedió con paso
tambaleante, aullando y maldiciendo, mientras el poder de la espada le cortaba
grandes trozos de carne y la llama purificadora le cauterizaba las heridas.
Los gemelos expulsaron a N’Kari de la cámara de la Llama Sagrada y lo hicieron
retroceder por los largos pasadizos hasta que salieron a una cornisa situada en un lado
del zigurat, la cual miraba hacia el mar. Tyrion la reconoció como el lugar al que
había ido a parar después de superar la prueba de los sacerdotes de Asuryan. Parecía
apropiado. Se sentía como si hubiera superado otra prueba.
El demonio parecía estar desvaneciéndose a la luz del sol, ya que le manaba niebla
de la piel carbonizada. Tal vez intentaba escapar.
Tyrion continuaba avanzando y golpeándolo sin parar. Teclis disparaba más rayos
mágicos que se estrellaban contra el demonio. N’Kari retrocedía con paso
tambaleante, en dirección al gran balcón que miraba al mar.
Tyrion siguió golpeándole una y otra vez. N’Kari se volvió para intentar
mantenerlo a distancia, con la pinza en alto, bramándole de un modo desafiante.
Parecía haber renunciado a toda idea de escapar. Iba a presentar la última resistencia,
* * *
—No se ha acabado, ¿sabes? —dijo Teclis.
Ambos se encontraban de pie en lo más alto del templo. Las nubes se habían
marchado con el viento y el cielo era de un brillante azul claro. Por debajo de ellos, los
elfos habían empezado a retirar los escombros de la batalla. Con la desaparición de
N’Kari se había perdido la voluntad que había mantenido sujetos al mundo a los
demás demonios, los cuales se habían desvanecido, al ser ya incapaces de soportar el
aire sagrado del santuario. Al no contar con sus protectores demoníacos, el resto de
los adoradores no habían podido oponer resistencia a los elfos, que habían ganado la
batalla.
—¿Piensas que el demonio regresará? —preguntó Tyrion.
—El propio Aenarion no pudo matarlo. No creo que nosotros lo hayamos hecho.
Volverá a ser invocado para regresar al mundo antes de que pasen demasiados años,
conseguirá un cuerpo nuevo y regresará para concluir su venganza.
Tyrion asintió con la cabeza.
—Desde luego, parece ser muy persistente.
Teclis rió.
—Estás de un humor notablemente bueno para ser un elfo al que acaban de
decirle que va a tener que pasar el resto de su vida siendo el objeto del deseo de
venganza de un Conservador de Secretos.
—Me siento bastante feliz sólo con poder contemplar esta puesta de sol. No
esperaba poder verla.
Tyrion rió por el puro placer de estar vivo. Teclis se apoyó en la barandilla rota y
se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que N’Kari regresara.