Unidad 3
Unidad 3
Unidad 3
Resumen de “los componentes estéticos de la práctica social. Notas para el estudio del
arte prehispánico” de Lelio Delgado
Los cambios producidos en parte a partir del cuestionamiento de las vanguardias han
hecho estallar las categorías teóricas de la estética racional, las cuales, desde el
Renacimiento, ya había señalado y ordenado el sistema de las “bellas artes”. Este sistema
se impuso a nuestras culturas con el colonialismo y la dominación económica que permitió
la ampliación, por extensión de conceptos estéticos occidentales para valorar las
producciones materiales de las culturas aborígenes.
Los objetos antiguos, catalogados como “artísticos”, se convirtieron pronto en “obras del
espíritu”, separadas de la vida social. De este modo, debían trascender los cambios
históricos y la diversidad cultural para ser gozados en cualquier época y por cualquier clase
social, ya que eran producto del genio creador.
Los historiadores del arte prehispánico suponían que éste poseía una esencia invariable.
LA universalidad del arte, nunca confirmada en la realidad, permitió una aplicación
mecánica del concepto “arte” a objetos que fueron productos de situaciones históricas y
culturales esencialmente distintas, desconociéndose las condiciones de producción,
distribución, intercambio y consumo de tales objetos.
En un marco de exotismo, el “arte prehispánico” presentó una colección de objetos que,
como “fetiches”, se igualaron de manera un tanto incómoda a las obras de arte.
Las definiciones occidentales de arte han afirmado la universalización de este fenómeno,
atribuyéndole valores fijos, eterno y absolutos. Preferimos ene l presente trabajo, entender
los componentes estéticos de la práctica social de las comunidades aborígenes al margen
de las nociones tradicionales del arte occidental, pues se trata de fenómenos distintos,
aunque posean elementos formales en común.
Los fenómenos estéticos de las sociedades aborígenes, se dieron profundamente
imbricados con todos los aspectos de la práctica social, sea ésta mágico-religiosa, política,
económica, etc. Esto los diferentica del arte, que, como sistema de producir objetos,
sonidos, etc., se fundamente en la autonomía de la obra y del artista del conjunto social.
Este sistema es launa forma peculiar, pero no excluyen de estructural la actividad estética.
A partir de lo anterior nos separamos de los estudios tradicionales del arte prehispánico,
los cuales homologan de manera precaria, los fenómenos estéticos de las sociedades
antiguas al arte occidental.
Al transformar cientos objetos en obras de arte, los historiadores del arte prehispánico no
toman en cuenta como lo estético se ha combinado o preparado en cada período de la
historia o lo mágico, lo religioso, lo económico, lo político, lo erótico, etc. Lo cual guarda
estrechas relaciones con la organización de satisfacción de necesidades, propias de cada
modo de producción.
El arte en Occidente, hasta el surgimiento de las vanguardias, se guiaba principalmente
por normas, que atendían a nociones de belleza, las cuales reconocían como artístico solo
aquello que se encontraba dentro de sus parámetros.
Umberto Eco ha observado que la expresión “muerte del arte” indica un acontecimiento
histórico, que representanta un cambio sustancial en la evolución del concepto de arte. Esto
significo la modificación del arte clásico, a partir del advenimiento de concepciones más
modernas ligadas a nociones de autonomía, genialidad individual, sentimiento, fantasía,
invención de reglas inéditas, etc. La noción filosófica “muerte del arte” asumida como
principio metodológico, invalida las definiciones generales de arte, como afirma Eco.
La idea de muerte no como “fin”, sino en su significado dialéctico de disolución-
resolución expresa la esencia del fenómeno estético llamado arte. La muerte del arte debe
ser interpretada no como un fin histórico, sino como muerte dialéctica. Estas nociones
tienden a superar la idea según la cual los fenómenos estéticos se producen Almargen de
las transformaciones históricas de las sociedades.
Toda definición en el campo estético debe ser histórica. Al someter el fenómeno “arte”, o
cualquier otro fenómeno estético a una definición única e inmóvil, corremos el peligro de
catalogar como artísticos a objetos que en su momento desempeñaron otras funciones
sociales.
¿Qué es el arte? García Canclini ha señalo el carácter etnocéntrico de esta pregunta:
“una teoría del arte compatible con la práctica actual y con lo que hoy sabemos sobre esta
práctica en el pasado y en otras culturas, debe abolir esta formulación ahistórica y
metafísica sobre el ser del arte, y partir de un planteamiento del problema que haga posible
definiciones y categorías sociohistóricas.
La interrogante debe ser ¿qué hace a un objeto obra de arte y qué permite diferenciarlo de
los demás objetos? sabemos bien que los criterios de valoración estética, es decir, iqueñas
cualidades que caracterizan un objeto, a acontecimiento o acto como estético, dependen de
los contextos sociohistóricos.
Debemos ver con escepticismo la permanencia absoluta de cualquier valor estético, pues
lo estético no constituye una esencia de ciertos objetos ni corresponde a una disposición
estable de lo que se llamó la “naturaleza humana”.
En tanto que los fenómenos estéticos varían procesalmente, debemos estudiarlos en su
concreción, pero asumiendo el cuadro histórico-social en que ellos se ubican y tratando de
observar, en cada fenómeno, la orientación que éste adquiere en el proceso de
transformación y cambio social, para distinguir en el fenómeno transformado los elementos
de nexo o contradicción con respecto al contexto en el cual está cambiando. Esto nos
permitiría entender las razones y dinámica de los cambios que dan origen a nuevos
fenómenos estéticos, cualitativamente distintos a los originarios-
Una de las dificultades del arte prehispánico, ha sido el pivotear permanentemente
alrededor de lo fenoménico, sin entender nunca que lo externo opera por conducto de lo
interno, manifestándose esto último en los fenómenos estéticos de maneras muy diversas.
Diferenciar un campo problemático en el estudio de los componentes estéticos de la
práctica social en las culturas aborígenes distando al del arte occidental, constituye una
apertura teórica; sobre todo si se entiende que los componentes estéticos de la partida
social, como veremos, hunden sus raíces originarias en el trabajo humano.
La apreciación del “arte prehispánico” se conformó a partir del ideal estético occidental,
único reconocido como válido. Dentro de esta perspectiva etnocéntrica, el arte prehispánico
trato de encontrar similitudes formales que le permitieran alcanzar los niveles “superiores”
propuestos por la civilización occidental, de acuerdo a cuyos principios valorativos se le
juzgaba. Otro error relacionado con lo anterior, fue el desarrollo de analogías entre las
realizaciones materiales de distintas sociedades antiguas americanas, como si se trataran
de un todo homogéneo, sin comprender nunca que muchos de los objetivos catalogados,
fotografiados o escritos formalmente correspondían a culturas de distintos niveles de
desarrollo histórico-social.
No hay nada que permita concluir que el arte actual sea superior a los fenómenos
estéticos de algún otro período histórico. Los teóricos del arte occidental coinciden en
señalar que el arte no evoluciona. No olvidemos el carácter ahistórico del concepto clásico
de arte. El “progreso artístico” parece consistir tan sólo en la profundización y ampliación de
los medios de expresión y no en un perfeccionamiento cualitativo.
La dinámica interna de los componentes estéticos de la práctica social propicia el cambio
formal.
Teniendo en cuenta que los componentes estéticos de la práctica de las sociedades
anticúas son distintos a cómo se concibe el arte occidental, se nos hace difícil pensar que,
en las sociedades anteriores a la llegada de las formas renacentistas (capitalistas) de
concebir el arte, los fenómenos estéticos se hubieras transformado en arte, por un proceso
de evolución interna, sin el advenimiento de una nueva formación económico social.
quien se ocupe de las prácticas estéticas de las sociedades aborígenes debe tener presente
que la llamada “autonomía del arte” es el producto de un determinado desarrollo histórico.
Existen formas diversas de estructurar la actividad estética, como apreciamos en las
sociedades antiguas americanas, las cuales desarrollaron lenguajes formales que no
concebían a la práctica estética autónoma de otras actividades sociales. Por lo tanto,
suponer que la autonomía relativa del arte occidental es un fenómeno universal, es decir,
que puede aplicarse a toda práctica estética, significa además de una actitud etnocéntrica,
colocar la autonomía fuera del proceso histórico.
Al concebir los restos material prehispánicos de manera autónoma respecto a los procesos
socio-históricos, los historiadores del arte prehispánico derivaron autonomía al objeto obre
ad arte y al ejecutor artista.
Creemos que, al estar los fenómenos estéticos interconectados con todos los aspectos de
la vida social, el a “artista prehispánico” no creó leyes formales de manera individual, como
suele suceder en el arte occidental, sino que estas le eran impuestas desde fuera. Es decir,
el llamado “artista prehispánico” es un ejecutor, un trabajador que además de utilizar su
sensibilidad formal, actúa a partir de la tradición en la cual están implicadas causas
económicas además de los móviles de carácter ideológico, sean estos políticos, mágico-
religiosos u otros-
La autonomía (relativa) del artista es el resultado de un proceso íntimamente ligado al
desarrollo del arte occidental, cuya colimación es el llamado arte por el arte.
La autonomía del objeto forma parte del mismo proceso de autonomía del artista. Pero
como vemos, la autonomía del objeto- obra de arte- está vinculada también con el
fenómeno del coleccionismo, el cual adquiere importancia histórica a partir del renacimiento,
cuando ciertas clases sociales se interesan por adquirir obras de arte como símbolos de
prestigio social y consolidación económica del patrimonio. Es en ese momento cuando
comienza a trastocarse el valor de uso del objeto” digno de ser coleccionable”, en valor de
cambio; a lo cual se une la aparición de un mercado artístico de marchantes, museos,
galerías de arte.
La historia del arte prehispánico”, ha surgido muy próxima al coleccionismo arqueológico.
Esto ha afirmado, en cierta medida, preferencias ideológicas que defienden de manera
activa el objeto único aislado de su contexto social. El coleccionismo ha impreso
planteamientos, visón del mundo, valores, preferencias y elecciones al arte prehispánico.
Esto ha incidido en la interpretación de los fenómenos estéticos contribuyendo así a iguales
a todos los productores al rango de artista y a todos los productos al rango de obra de arte.
No podemos reducir el fenómeno estético las formas del objeto. El arte prehispánico debe
replantear sus perspectivas teóricas, si es que las tiene, con vías a superar el formalismo
objetual y dotarse de las necesarias bases socio-históricas.
Como sabemos, los fenómenos estéticos antiguos no siempre se desarrollaron en función
de la ejecución de objetos. Ellos también implican danzas, fiestas, mitos, ritos, un sinnúmero
de acciones que no tenían un significado independiente del uso y la función (real o
imaginaria= a la que estaban destinadas.
Hay que tener presente, a la hora de asignar autonomía a las prácticas estéticas, que no
hay acción u objeto que sea puramente económico, tecnológico, artístico o estético, pues
todo producto humano, además de reflejar la sensibilidad, refleja también las necesidades
de subsistencia de su productor.
Por otra parte, no es suficiente, a la hora de analizar los fenómenos estéticos de las
sociedades antiguas, a partir de “sentir una emoción que solo podamos calificar como
estética”, pues, son causas de carácter histórico social, las que fijaron en cada cultura los
criterios de valor que se asignaban a los objetos producidos. Además, son los hombres
históricamente determinados quienes adjudican significado prácticos, mágicos, estéticos,
simbólicos, políticos económicos o eróticos a los objetos. Ya no es posible seguir
idealizando las prácticas estéticas de nuestras sociedades antiguas, sacralizando algunos a
objetos arqueológicos por el goce, la inspiración u otras virtudes que nada deben al
contexto histórico-social. Mucho menos asignar autonomía a prácticas que, como hemos
visto, están condicionadas también por causas sociohistóricas concretas.
Rodolfo Kusch, en “La cultura como entidad”, cuestiona los paradigmas modernos con
los que se define el arte y, por ende, el artista, la obra y el público. Anuncia que la
estética no tiene por objeto la belleza (como se pensó en la Modernidad) sino un
movimiento, una acción de creación de sentido. Prefiere pensar en una estética
operatoria: un proceso dinámico en que se plantean las condiciones de producción, de
circulación y de reconocimiento. El sentido y el valor del arte se dan en ese movimiento
social, no en la figura de un creador genial. Como recuerda Kusch, el sentido de una obra
no se agota con el autor sino con el pueblo que la absorbe.
Y el artista, entonces, ¿quién es? Es un ser que se entona con lo que el pueblo estaba
esperando: un gestor cultural que sirve como vehículo, como medio entre un significado
existencial que nadie ha puesto en obra (en palabra, en imagen) y la comunidad. Un
autor es catalizador, mediador, la plasmación de un sentido requerido. Interpreta y pone
en discurso (textos, imágenes, relatos artísticos y políticos) lo que nos pasa.
Lo que está discutiendo Kusch es el modo en que hemos entendido el arte desde el
paradigma moderno occidental-europeo. Se legitimaba al arte a partir de un discurso
sobre su espiritualización pero que, como afirma José Jiménez, iba de la mano de una
mayor. Entonces, en términos materiales, tenemos un arte inserto con comodidad en el
sistema capitalista, con una obra que circula como cualquier otra mercancía.
En la educación artística que dominó en América Latina, sobre todo la de las artes
plásticas, fue muy fuerte este paradigma.
El imaginario social sobre el artista, tiene que ver con las imágenes e ideas que vienen
desde la tradición y específicamente: la socialización. En estos procesos, durante
muchas décadas de historia en Latinoamérica, se ha impuesto un modelo dogmático de
arte.
Pero más allá de la colonización pedagógica, la situacionalidad cultural llega como
conclusión desde la más mínima reflexión. Un horizonte simbólico condiciona las
categorías artísticas “universales”.
Todos estos factores indican que la trama artista - obra - público no puede plantearse en
abstracto. Vivimos en una época determinada, con las modalidades institucionalizadas
de cada región y cultura, que legitiman al artista, al valor de la obra y a los distintos
reconocimientos que formula el público. El análisis es complejo, mucho más en la
contemporaneidad.
Pensar el arte desde una mirada situada nos lleva a mirar lo cercano, el aquí y ahora.
Existe una visión cerrada del estudio del arte y condicionada por la jerarquización
histórica de los saberes.
La organización de los saberes en Occidente está vinculada a la distribución del
trabajo y al sistema capitalista. Curiosamente, en la actualidad, hay una supervivencia de
esta jerarquización de los saberes, con otros nombres, por ejemplo, ciencias “duras” y
ciencias “blandas”, ciencias exactas y ciencias humanas, saberes teóricos y saberes
prácticos.
Por eso es importante tener un conocimiento histórico de qué lugar ha tenido el arte y
cuál es el estado actual del arte en el mundo, en Argentina y en Latinoamérica.
De esta actitud nos habla finalmente Kusch: pensar los problemas con un pensar
filosófico, con un pensar de la totalidad, que se va a diferenciar del pensar de cálculo, las
ciencias naturales.
Pero si hay un punto para pensar la situacionalidad del arte, éste es sin duda el
devenir histórico. Las transformaciones institucionales del arte, si bien empiezan desde la
Grecia Clásica, van dejando sus marcas en el presente y muestran un recorrido siempre
atado a contingencias
Del pensamiento griego clásico surge la distinción entre techne y mousiké, que
significan técnica y música respectivamente, y conllevan una división entre lo manual de
lo mental, aunque para los griegos los objetos de uso y los objetos bellos sean diferentes:
son lo mismo.
La producción artística en el mundo griego se concentra en la realización de objetos
de uso de la vida cotidiana, en dónde el valor fundamental es que el objeto esté bien
hecho. Para los griegos el hacer está íntimamente relacionado con el saber.
Es curioso que esa definición de arte sea aplicable a muchísimas actividades del siglo
XXI. Un diseñador, un ingeniero, todas las disciplinas proyectuales pueden compartirla.
Por ello no es casual que la idea de ser artista como hacer algo bien hecho sea tan
lábil, se pueda trasladar a tantos campos. Es una definición de arte en el sentido amplio,
donde lo fuerte es la vinculación entre “el saber” y “el hacer”, o sea, el oficio está muy
vinculado al conocimiento.
En el imaginario colectivo de hoy encontramos discursos que no asocian al arte con el
saber hacer, con el conocimiento. El arte es producto de la genialidad, del don, de la
imaginación; pero no está tan ligado a un proceso netamente intelectual, porque la
Modernidad dejó instalada una idea, que aún resiste, de que el conocimiento intelectual,
teórico, abstracto es patrimonio de los saberes llamados “científicos”. Para el arte queda
lo subjetivo, lo expresivo, lo emotivo.
En el mundo griego esto no pasa. El arte está relacionado con la técnica, hay un
conocimiento puesto en juego, no está en primer plano la subjetividad.
Pasa algo distinto con la música. Las técnicas, eran lo que hoy llamamos artes
visuales y la arquitectura. Pero había otro tipo de actividades humanas, como la música,
la danza, la poesía, que no eran techne sino mousiké. En ellas se concebía que el sujeto
entre en estado de éxtasis, en trance, en posesión de las musas.
Más de veinte siglos después, al principio del Renacimiento, vemos una variación: la
razón “comanda” la inspiración, incluso se justifica al arte a partir de los conocimientos
científicos que debe ejercer.
Y cuatro siglos después, el Romanticismo instaurará la primacía de la inspiración sobre la razón en
todas las artes. Y entonces, en sintonía con el proyecto moderno, el arte se queda con la inspiración
y la ciencia se queda con el saber.
Retornando al mundo griego, notemos que allí la artesanía y el arte estaban unidos en
torno a la actividad manual: socialmente la inspiración está por otro lado. El artista no
tiene reconocimiento social; como el arte no estaba institucionalizado y era una actividad
que se pagaba por horas de trabajo (como se paga al obrero), el artista no tiene
renombre ni distinción.
¿Qué sucede a partir del Medioevo? Es la época de los tratados, de las sumas
teológicas y las producciones arquitectónicas y visuales en general están en función del
mensaje de una institución hegemónica, la iglesia.
La separación entre lo manual y lo intelectual se profundiza. Las artes mecánicas
están atravesadas por lo manual. Mientras que en las artes liberales (en este caso está la
música), el cuerpo aparece más desligado.
La división es tan fuerte que el Medioevo llega a hablar de artes mayores y artes menores,
lo que remite a una construcción antropológica: lo que está más cerca del alma, el
espíritu y la razón es más importante y tiene mayor jerarquía; lo que está más vinculado
al cuerpo, a la pasión, a las pulsiones, está en un grado inferior.
La modernidad empieza en el siglo XV y va hasta el siglo XIX. Hay una primera etapa
que es la del Renacimiento que llega hasta la Revolución Francesa y las Ilustraciones en
el siglo
XVIII. Y otra etapa, con el lugar del arte ya consolidada, que va desde el siglo XVIII
hasta la crisis de principios de siglo XX. Durante la Modernidad aparecen diferentes
enunciados que hablan de cómo se va a legitimar la institucionalización del arte: la
relación del arte con lo espiritual, con la belleza, con la creación, con la burguesía y con
la ciencia.
La palabra Renacimiento tiene que ver con dejar atrás el Medioevo y volver a la
Antigüedad, pero a una parte específica de la Antigüedad: el pensamiento de dos
grandes maestros de la filosofía, Platón y Aristóteles. La influencia de Platón, en
particular, es muy fuerte en la concepción artística del Renacimiento, por eso se habla
del “espiritualismo neoplatónico” y se interpreta a Platón para justificar que el artista está
relacionado con lo espiritual.
José Jiménez nos recuerda en “La dimensión estética y el arte” que recién en el siglo
XV se comenzó a asociar al arte con la belleza, esta ligazón no existía en el mundo
antiguo y en el mundo medieval. La belleza, comprendida como eje de la dimensión
estética, abarca hechos no artísticos, como una puesta de sol, un cuerpo o un objeto. En
la Europa del Renacimiento, la dimensión estética va a ser institucionalizada como arte, a
tal punto que ya en el siglo XIX se integra definitivamente la expresión Bellas Artes, que
marca arte como una esfera de producción de belleza.
Otra palabra clave que surge con fuerza en este período histórico es “creación”.
¿Qué pasaba en la Europa de los siglos XV y XVI?, ¿qué tipos de saberes están en
auge? Sin duda, el conocimiento científico comienza a desplegarse, en principio como un
modo de comprender la naturaleza, que todavía se ve como producto de Dios. No es que
en el mundo griego no existían las ciencias, sino que ahora aparece un método, la
observación y la experiencia con la naturaleza, que permite el desarrollo de las ciencias
naturales.
Es un primer eslabón de la modernidad para ir rompiendo con la concepción
tradicional medieval de un mundo realizado en torno a lo divino. La razón humana como
modo de descubrir los secretos de la naturaleza y el sueño de matematizar el mundo,
convertirlo en
Conclusión
Introducción
Este trabajo pretende identificar alguno de los obstaculos que se interponen en el
proceso de comprensión de ciertas prácticas culturales producidas en America Latina.
El concepto de “popular”, por ejemplo, es insorteable. Es teóricamente incierto e
ideológicamente turbio. Por otra parte, es evidente que la oscuridad del término en
cuestión no es gratuita: expresa bien esa mescolanza propia de nuestro momento
cuando distintas historias y tiempos diversos se entremezclan y superponen en esa
realidad escurridiza y compleja. tan difícilmente asible por una sola palabra. Por eso
usamos el vocablo “popular” tratando de abarcar la mayor extensión que ocupa su curso
errante: nos basamos en la posición asimétrica de ciertos sectores con relación a otros y
tenemos en cuenta los factores plurales que intervienen en las situaciones de
subordinación entendidas en su sentido más amplio. En este sentido incluimos lo étnico
poscolonial dentro de esta categoría, desde el momento en que las comunidades
indígenas pasan a constituir el término subalterno de las relaciones establecidas con la
conquista, ingresan en la condición que acá consideramos como definitoria de lo popular.
El uso del concepto “arte” presenta desafíos similares. Si decidimos promoverlo para
referirnos a ciertos fenómenos estéticos de la cultura popular, lo hacemos más para
esquivar manipulaciones ideológicas que por confiar demasiado en su fidelidad teórica.
El término “mito” es también esencialmente vago. Tanto incluye a los mitos de origen
como a los actuales mitos profanos; igualmente se refiere a la misteriosa tarea de
imaginar el sentido, y a la falsa conciencia ideológica; tanto designa a un mecanismo
tramposo que encubre la historia como al deseo ineludible de lo incondicionado. Por eso,
el contexto ene l que se usa es a menudo el único responsable de cada acepción
concreta.
Por otra parte, “arte popular” es un término epistemológicamente híbrido: el vocablo “arte
proviene de la jurisdicción de la estética, mientras que el “popular” es oriundo de los
dominios de las ciencias sociales. Tanto la doble ciudadanía de sus componentes como
el carácter apátrida que acá adquiriendo el término son causantes de malentendidos y
desencuentros que no pueden resolverse por la falta de un territorio propio donde
converjan esos vocablos nómadas y se sometan a los mismos códigos. Si no todas, por
lo menos muchas de las incongruencias metodológicas de este trabajo se originan en
esa falta.
Cuando hablamos de “arte” nos basamos fundamentalmente en las manifestaciones
visuales, sin que ese recorte implique el desconocimiento del valor estético y la
importancia de otras expresiones de la cultura popular.
Capítulo 1: la cuestión de lo artístico
Lo artístico y lo artesanal
La primera dificultad se basa en el supuesto ya señalado de que las creaciones
populares, comprometidas con ritos y funciones cotidianas, no alcanzan ese grado
superior auto contemplativo y cerrado en sí y permanecen atrapadas por su propia
materialidad, su técnica y sus funciones. En la cultura indígena, aún en la mestiza, es
impensable aislar la función estética de la compleja trama de significados sociales en la
que aparece confundida. La básica unidad de aquella cultura había integrado sus
diferentes elementos soldando tan apretadamente funciones rituales, estéticas,
religiones, políticas y aún lúdicas que pretender arrancar aquello que hoy llamamos lo
“estético2 de esa imbricada matriz simbólica constituiría una segmentación arbitraria y
una operación a la larga poco eficiente. Las lenguas indígenas no cuentan con un
término que designe lo que la cultura occidental entiende por arte, ante esta compilación
cabría la posibilidad de dejar de englobar bajo el concepto de arte a actividades que no
encuadran en su básica definición.
La cuestión se complica porque, por otra parte, en la mayoría de los países
latinoamericanos las producciones creativas de los sectores populares se encarnan en
las artesanías; el pueblo no tiene más canales expresivos que las artesanías y las
festividades socio religiosas.
Pero llamar artesanías a esas expresiones sería referirse sólo al espacio manual de su
producción y anclar en la mera materialidad del soporte, desconociendo los aspectos
creativos y simbólicos y cayendo en la trampa de una actitud discriminatoria que segrega
las manifestaciones populares erradicándolas del reino de las formas privilegiadas.
En toda la estética occidental tiene a sacralizar el terreno del arte como realidad superior
del espíritu, ajena a los valores de la productividad de la artesanía, y a mitificar al artista
como figura genial e intocable. Utilizar el término artesanía para designar genéricamente
a las manifestaciones expresivas populares supone aceptar la división entre el gran arte,
que recibe una consideración especial, y la artesanía, como arte menor que se lleva la
peor parte y siempre está marcada por la situación inferior de pariente pobre. Esta
división, según queda señalado, esconde siempre un más o menos solapado intento de
sobredimensionar los valores creativos de la cultura dominante desestimando las
expresiones populares. Por eso preferimos usar el vocablo arte popular para referirnos al
conjunto de formas estéticas que producen ciertas comunidades subalternas para
expresar y recrear sus mundos.
Si el lenguaje está tan marcado por la cultura dominante que carece de conceptos
adecuados para nombrar lo producido fuera de ésta, entonces son queda más remedio
que forzar sus propios conceptos o correr el riesgo de confinar lo estético popular al reino
de lo inefable
Lo artístico y su autonomía
Para comenzar, habría que discutir las distorsiones que sufren las posibilidades que
presentan algunos de los propios conceptos referidos a características que el arte de
Occidente reconoce como suyas y que actúan como obstáculos para el reconocimiento
de las formas artísticas diferentes. La categoría de especificidad de lo artístico, por
ejemplo, es tironeada desde lugares diferentes, ve deformados sus perfiles y cambiadas
sus notas.
Europa, después de la revolución industrial, cuando el artista apartado de la producción
adquiere independencia y genialidad y su obra se convierte en objeto único y
autosuficiente. Es claro que apenas logra aislar la forma, el arte se enfrenta con el alto
costo que demanda su autonomía: el aislamiento del hecho artístico tanto de las fuerzas
diversas que condicionan su producción como del gran público al que siempre intenta
llegar, mirándolo, lleno de cultas, desde arriba y hacia atrás.
El arte moderno se encuentra aislado de la vida y de la sociedad a la que aspira
expresar. El concepto de autonomía condicionada intenta, salvar la especificidad de lo
artístico cuidando de no caer ni en reduccionismo esteticistas que lo aíslen de sus
determinaciones sociohistóricas ni en determinismos socio logistas que lo conviertan en
mero reflejo de lo social
Ese concepto de autonomía condicionada puede, incluso, ser útil para evitar de nuevo la
tentación de absolutizar un momento del arte occidental y hacer de sus notas
prescripciones.
En las sociedades occidentales contemporáneas lo estético puede ser aislado mejor de
los distinta factores que actúan sobre su producción, porque prácticamente desde el
Renacimiento sus articulaciones están preparadas para poder ser desprendidas del
cuerpo social que expresan; lo estético constituye un nivel concebido para ser
desarmado; es un dispositivo epistemológicamente desmontable. Ya vimos que en la
cultura popular es mucho más difícil aprehender lo propiamente estético, pero eso no
debe conducirnos a renunciar a la posibilidad de analizar -de seccionar conceptualmente-
el aspecto estético que, aun confundido con los demás contenidos y funciones culturales,
mimetizado en el cuerpo social, se encuentra, indudablemente, presente. Aunque
operativamente pueda conseguirse identificar un nivel estético, será imposible
desprender limpiamente ese nivel del trasfondo de sus condiciones sociales; el miso
estará inevitablemente contaminado con otros fines, arrastrará los residuos de otras
funciones. Estos fines y funciones impregnarán lo idealmente estético, escureciéndolo, y
los bordes confusos de aquel recorte nunca coincidirán con los precisos límites de una
idea previa de lo artístico.
El relativismo cultural proveniente de la antropología contemporánea ha ayudado a
considerar el valor específico de las expresiones culturales contemplándolas no según
una idea única e inmutable de lo que debe ser lo artístico, sino teniendo en cuenta las
situaciones históricas concretas que genera los diferentes sistemas de expresión.
LA perspectiva según la cual una cultura enfoca ciertos hechos determina la
consideración de los mismos como artísticos o no. Un ejemplo del carácter convencional
y arbitrario de los códigos que permiten definir loa artística está bien dado por
Mukarovsky. Según queda expresado, este autor define lo artístico como el terreno en el
cual la función estética tiene la supremacía sobre las otras funciones. Pero el análisis de
este predominio no se hace teniendo en cuenta características del objeto inherentes al
mismo sino la posición que éste ocupa ene l marco de las relaciones sociales.
El filósofo checo analiza y fenómeno de objetos de la cultura popular que originalmente
no eran artísticos, pero que se vuelven cañudo debilitadas o extinguidas, muchas de sus
funcione s primeras (utilitarias, ritualistas, etc.) retroceden y se destaca la función
estética, que antes era secundaria, apareciendo nítida ante el observador. Es decir que
en el objeto nada cambió; lo que produce su artisticidad es una lectura diferente del
mismo según convenciones extrañas a su producción.
Lo artístico no es una cualidad intrínseca del objeto, sino que depende de las diferentes
selecciones que hace el hombre a partir de determinadas situaciones socioculturales. El
arte actual reivindica como una de sus máximas conquistas la posibilidad de producir
discrecionalmente lo artístico de situaciones nuevas y de aspirar a la abolición de la
frontera arte-vida.
Una de las salidas que se le presenta hoy al cuestionado término arte está dada,
precisamente por la posibilidad que el mismo tiene de rebasar los límites de su reducido
ámbito y enriquecerse con las múltiples formas imaginarias a través de las cuales el
hombre recrea la realidad.
Otra dificultad que sale al paso cuando se usa el coceo de arte popular deriva de la
ambigüedad de sus contornos; aunque lo artístico popular tuviera un terreno propio, éste
sería confuso y poco apto para las delimitaciones precisas que necesita la estética. Si no
existen objetos en sí mismos artísticos, entonces es evidentemente que los códigos
según los cales un observador occidental valora, por ejemplo, una vasija indígena es
diferentes a las del alfarero que la produjo. E inmediatamente salta la cuestión de los
límites del arte popular: ¿Cuáles objetos, cuales, hechos, pueden ser comprendidos
dentro de la categoría artística y cuáles no?; ¿Por qué tal vasija es arte y tal flecha, ¿no?
El problema es bastante difícil y deja transparentar nítidamente el punto de vista de la
cultura dominante del observador. Es arte una vasija porque su diseño o sus patrones
decorativos pueden ser objeto de percepción estética autónoma; no es arte una flecha
porque su instrumentalidad excluye la posibilidad de dicha percepción. O bien, es arte
esa vasija porque se distingue en su unicidad y originalidad de cualquier otra, mientras
que no es arte esta flecha porque, al no ser una pieza singular, irreductible, se confunde
con cualquier otra y no demuestra la creatividad de su autor.
Para que determinadas expresiones populares puedan quedar comprendidas dentro del
concepto de arte se hacen algunas concesiones: cierta vista gorda a la ambigüedad de la
autonomía formal, cierta tolerante disculpa a la hora de examinar la originalidad de la
obra; pero, en última instancia, la pureza de las formas o el genio individual deben
aparecer por algún lado.
Es decir que se reconoce la existencia del arte popular bajo la condición de que tenga las
cualidades básicas el arte culto. En realidad, lo que ocurre es que, la audiencia de
conceptos para comprender realidades propias. Si arrancamos un concepto de un
sistema, aquél tendrá inevitablemente la configuración que le hacía engranar en este
sistema. Según queda señalado, la teoría del arte popular se encuentra a medio camino
fundamentalmente entre la estética, por un lado, y la antropología, la sociología y la
política por el otro; presta conceptos diversos sin poder integrarlos en una parcela
disciplinaria propia capaz d articular metodologías necesariamente plurales. El problema
no tiene aún respuestas claras (se define como arte lo que aparece como tal según a las
convenciones de una cultura ajena). Pero sin pretender llegar a ningún resultado
concluyente, podríamos adelantar algo ene esta discusión si al reubicamos en el contexto
de otras situaciones de la cultura contemporánea y la enriquecemos tomando prestados
algunos métodos y conclusiones de otras disciplinas referentes a esos conceptos de
desinterés y unicidad utilizados comúnmente como requisitos de lo artístico.
Lo único y lo múltiple
La unicidad es otro atributo histórico del arte culto exigido como pasaporte para ingresar
al reino de loa artístico en general. En realidad, el culto a lo singular y exclusivo es una
consecuencia de la fetichización del objeto tradicional y no hace a sus verdaderas
potencialidades artísticas; corresponde a un momento histórico ligado a la conversión del
producto artístico en mercancía a su consiguiente autonomización.
Ya vimos que el concepto moderno de artes estrecho e insuficiente precisamente porque
se basa en un creacionismo: se identifica con un producto histórico determinado y deja
de lado objeto que, por haber sido creados en otras condiciones, tienen cualidades y
posibilidades diferentes. La singularidad nunca ha sido una pretensión del arte popular,
ajeno tanto a la ideología humanista de la autonomía creadora como a los sueños
románticos del genio original.
Por otra parte, la vigorosa presencia de lo colectivo en las producciones del arte popular
impide que sus objetos sean susceptibles de una valoración basada principalmente en la
singularidad de la creación individual. LA incidencia que tienen los potros estilito de cada
comunidad es muy fuerte en la cultura popular y originariamente al menos, la libertad
individual no tiene el mismo sentido para un artista popular que para uno culto; los
códigos de base son, en el caso del primero, más fijos y enraizados en lo social: el
creador popular debe siempre remitirse a la experiencia colectiva para producir porque
ésta tiene una presencia tan vigoriza que él no puede ignorarla y parte siempre de su
horizonte semántico y sus premisas formales.
Por eso no consideramos válido que, en a la cultura popular, se utilice como criterio de
valoración estética la unicidad del objeto, en sí no constituye condición de calidad
artística.
Para hablar del arte popular se hace necesario partir no sólo de una licencia lingüística ni
de una concesiva ampliación del concepto arte, sino de un análisis de cuáles son las
notas básicas que le reconoce la propia teoría estética más allá de las barreras que
levanta la cultura dominante para preservar la hegemonía de su terreno.
Pero cuando el título de arte aparece como un privilegio auto otorgado por la cultura
dominante y se convierte en un obstáculo para el derecho al reconocimiento de las otras
particularidades culturas, entonces tanto por razones políticas) reivindicaron de tal
derecho), como por exigencias teóricas (necesidad de desmitificar historias) se justifica la
discusión de los alcances reales del término arte.
La cultura popular esta cruzada (y sostenida en gran parte) por fuertes nervaduras
formales que tienen una misión estética. Está compuesta por imágenes, figuras
sensibles, estructuradas según criterio determinados de manejo de color y de equilibrio,
de composición y de movimiento. Por su pues que etas formas están conducidas en la
trama de lo social y es difícil aislarlas sin deshilachar el tejido apretado y contrariar su
destino, pero ellas, enredadas y escondidas, actúan como fuerzas ocultas que destacan
la estructura de lo real y lo vuelven significante. Es decir que ambos momentos, el
estético, que juega con las formas, y el artístico, que reconstruye la realidad desde ese
juego, están presenten en el enrevesado patrimonio simbólico de las culturas populares.
En las culturas occidentales modernas se manifiestan de manera diferente; el arte que
surge en ellas incuba siempre un conflicto entre uno y otro momento que cada situación
histórica va solucionando de acuerdo con sus contingencias y sus posibilidades
concretas. Ni mera forma ni puro contenido, oscila inevitablemente entre ambos polos
buscando colmar la carencia que deja abierta su realidad escindida.
Ella arte indígena esquiva el figurativismo porque su objeto se refiere a situaciones
conectadas con experiencias socio religiosas en sí mismas irrepresentables; por eso es
fundamentalmente abstracto: al desentenderse de las exigencias de la denotación
inmediata, se mueve mucho más por connotaciones y sugerencias que por referencias
directas.
Lo que se quiere destacar acá, a partir de una situación tomada meramente como
ejemplo, es la particularidad de cada afirma histórica de arte; no hay procesos artísticos
peores o mejores como no hay lenguajes superiores ni inferiores; todo sistema simbólico
debe ser considerado de acuerdo con los requerimientos a que responde.
Por eso el arte popular como cualquier forma de arte, es el resultado de una determinada
manipulación de formas sensibles que, al replantear lo real, promueve una comprensión
más intensa del mismo y revela accesos secretos y flancos ocultos suyos que lo hacen
más asequible, más manejable.
Y por eso debe refutare el mito que pretende que determinados rasgos históricos se
vuelva verdades eternas. Y en la medida en que dejemos de entender los caracteres
coyunturales de la creación moderna como arquetipos metafísicos y cómemelos
normativos universales, estaremos no sólo reconociendo el legítimo terreno de las
expresiones particulares uno abriendo una salida al propio concepto moderno occidental
de arte.
Resumen de “La puesta en escena internacional del arte latinoamericano: montaje y
representación” de Nelly Richard
Las imágenes del arte latinoamericano que consagra la escena internacional son las
imágenes presentada en exposiciones de museos que les asignan su marco establecido
de promoción artística y de validación cultural.
Sabemos que el museo, dentro de la secuencia modernista, ha servido de catalizador
para la articulación de la tradición, la herencia, el canon y que ha contribuido a la
construcción de la legitimidad cultural armando repertorios simbólicos -las colecciones-,
que archivan y validan referencias históricas con base en las cuales la comunidad se
autodefine. El paradigma simbólico-cultural del museo ha contribuido a definir la identidad
de la civilización occidental trazando límites externos e internos que descansan en tanto
en las exclusiones y marginaciones como en las codificaciones positivas. La definición
del patrimonio museográfico pone en juego criterios de selección y organización de los
bienes culturales basados en trazados de valores que delimitan los contornos de la
identidad simbólica. Son esas fronteras las que dé(s)marcan el contenido de esa
identidad, fijando los límites de propiedad que nos separan a “nosotros” de los otros.
El renovado gusto de la posmodernidad hacia “lo otro” (lo diferente, lo marginal, lo
periférico) ha llevado al muso a tener que ampliar y diversificar el trazado de sus
fronteras, incorporando imágenes y representaciones que habían sido hasta ahora
censuradas o descartadas por la hegemonía del patrón monocultural de la tradición
occidental-dominante. Ha habido un lento pero importante progreso en la década pasada
en el señalamiento de pasados ocultos o permisos, en el reclamo por tradiciones
subrepresentadas o a falsamente representadas que acceden hoy a nuevas zonas de
visibilidad gracias a ese rediseño de las fronteras del museo influido por el debate de hoy
sobre el multiculturalismo.
No podemos olvidarnos que ese “progreso” es primero, muy frágil y segundo, muy
dudoso, porque rodeado de los malentendidos, ambigüedades y contradicciones que teje
a sus alrededores la engañosa retorica postmodernista de lo “otro”
Quiero explicitar algunos de estos malentendidos, ambigüedades y contradicciones que
figuran en torno a la problemática del arte latinoamericano mediatizado por la escena
internacional.
El poder de la representación