Paul Mattick - Espontaneidad y Organización
Paul Mattick - Espontaneidad y Organización
Paul Mattick - Espontaneidad y Organización
Espontaneidad y Organización
- Integración capitalista y ruptura obrera -
Paul Mattick
(1949)
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Índice :
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La presente traducción se ha realizado a partir del texto original en inglés, publicado digitalmente por Collective
Action Notes (http://www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/2379) y procedente de la antologia de Paul Mattick titulada
«Comunismo Antibolchevique» y publicada en 1977. El mismo texto había sido publicado en una antología anterior, en
francés, de 1972, titulada «Integración capitalista y ruptura obrera» (París, E.D.I), de la que hemos sacado el subtítulo
para esta edición digital.
Esta nueva traducción de Espontaneidad y Organización sirve para corregir las diversas imperfecciones y erratas
que se habían cometido en la versión anterior, que tiene ahora casi cinco años y que fue realizada por la misma
persona que ahora elabora la nueva.
Algunos de los defectos más graves de esa primera versión intentaron subsanarse previo a su publicación en internet
-en fechas relativamente recientes- por el Grupo de Comunistas de Conselhos de Galiza. La raiz de estos defectos
estaba tanto en la poca capacidad linguística del traductor en aquel momento, como en la falta de medios, ambos
factores reforzados, a su vez, por un conocimiento aún entonces escaso del pensamiento del autor. Esperamos, por lo
tanto, que la nueva traducción sirva para proporcionar una comprensión más clara y una lectura más suelta.
También han sido modificados los subtítulos editoriales anteriores, puestos entre corchetes, que dividían el texto por
partes.
Pero, antes de iniciar la lectura, es necesario hacer dos aclaraciones relativas a la traducción.
Primera. El término inglés «control» tiene una significación mucho más universal que el «control» latino (ocurre lo
mismo que con los derivados de «rule» -ruling, ruled-, que puede traducirse tanto por gobernar como por dominar). El
uso particularmente intensivo en el texto del concepto «control» por parte de Mattick tiene mucho que ver con su
finalidad teórica de establecer una correlación dialéctica entre la extensión de los métodos de control de los procesos
económicos por un lado, y la intensificación y amplificación de la dominación de clase a nivel del conjunto de la
sociedad por el otro. Este uso excede al uso habitual en español, que tiende a enfatizar la diferenciación entre
dominación, mando y control, lo que lleva a despojar, especialmente en el vocabulario político, al término «control» de
esa integralidad significante. Por esa razón, hemos preferido, allí donde consideramos que no alteraría el hilo
argumental y espositivo del escrito, traducirlo algunas veces por dominación o mando.
Segunda. El término inglés «hopelessness» (desesperación, desesperanza) es usado por Mattick para hablar de
organizaciones "carentes de esperanza". Esta expresión tiene, etimológicamente, un doble sentido: el sentido de que
estas organizaciones o acciones carecen de futuro porque se encuadran en el status quo, y el sentido de que las
mismas carecen de la motivación revolucionaria sujetiva necesaria -y de la capacidad subjetiva para extenderla-.
R.F.
12.11.2005
Detrás de estas actitudes, había la convicción de que el desarrollo económico del capitalismo forzaría a sus
masas proletarias a actividades anticapitalistas. Aunque Lenin contaba con los movimientos espontáneos,
simultáneamente los temía. Justificaba la necesidad de las interferencias conscientes en las revoluciones
surgidas espontáneamente citando el atraso de las masas, y veía en la espontaneidad un importante
elemento destructivo, pero no constructivo. En la visión de Lenin, cuanto más poderoso fuese el
movimiento espontáneo, mayor sería la necesidad de complementarlo y dirigirlo con la actividad organizada
y planificada del partido. Los trabajadores tenían que ser protegidos de sí mismos, por decirlo así, o
podrían derrotar su propia causa por ignorancia, y, dispersando sus fuerzas, abrir el camino a la
contrarrevolución.
Rosa Luxemburg pensaba de modo diferente, porque veía la contrarrevolución no sólo acechando en los
poderes y organizaciones tradicionales, sino capaz de desarrollarse dentro del propio movimiento
revolucionario. Esperaba que los movimientos espontáneos delimitasen la influencia de aquellas
organizaciones que aspiraban a centralizar el poder en sus propias manos. Aunque tanto Luxemburg como
Lenin vieron la acumulación de capital como un proceso que engendraba crisis, Luxemburg concebía la
crisis como más catastrófica de lo que lo hizo Lenin. Cuanto más devastadora fuese la crisis, más
abarcadoras serían las esperadas acciones espontáneas, menor la necesidad de dirección consciente y
control centralista, y mayor la oportunidad para el proletariado de aprender a pensar y actuar de maneras
apropiadas a sus propias necesidades. Las organizaciones, desde el punto de vista de Luxemburg, debían
meramente ayudar a liberar las fuerzas creativas inherentes a las acciones de masas, e integrarse ellas
mismas en los intentos proletarios independientes de organizar una nueva sociedad. Esta aproximación a
la cuestión no presuponía una conciencia revolucionaria clara, comprehensiva, sino una clase obrera
altamente desarrollada, capaz de descubrir por sus propios esfuerzos las maneras y los medios para
utilizar el aparato productivo y sus propias capacidades para una sociedad socialista.
Había todavía otra aproximación a la cuestión de la organización y la espontaneidad. Georges Sorel y los
sindicalistas no sólo estaban convencidos de que el proletariado podría emanciparse sin la guía de la
intelligentsia, sino de que tiene que emanciparse de los elementos de clase media que controlan las
organizaciones políticas. En la visión de Sorel, un gobierno de socialistas no alteraría en ningún sentido la
posición social de los trabajadores. Para ser libres, los obreros mismos tendrían que recurrir a acciones y
armas exclusivamente propias. El capitalismo, pensaba, ya había organizado al conjunto del proletariado
en sus industrias. Todo lo que quedaba por hacer era suprimir el Estado y la propiedad. Para lograr esto, el
proletariado no estaba tan necesitado de la llamada visión científica de las tendencias sociales necesarias,
como de una clase de convicción intuitiva de que la revolución y el socialismo eran los resultados
inevitables de sus propias luchas continuas. La huelga se veía como el aprendizaje revolucionario de los
trabajadores. El número creciente de huelgas, su extensión y su duración cada vez mayor apuntaban a una
posible huelga general, es decir, a la revolución social inminente. Cada huelga particular era un facsímil
reducido de la huelga general y una preparación para este levantamiento final. La creciente voluntad
revolucionaria no podría medirse por los éxitos de los partidos políticos, sino por la frecuencia de las
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huelgas y el entusiasmo desplegado en ellas. La organización era la preparación de la acción directa y ésta
última, a su vez, formaba el carácter de la organización. Las huelgas producidas espontáneamente eran las
formas organizativas de la revuelta y eran, también, parte de la organización social del futuro, en la que los
productores mismos controlarían su producción. La revolución proseguiría de acción en acción, en una
combinación continua de los aspectos espontáneo y organizativo de la lucha proletaria por la
emancipación.
Al enfatizar la espontaneidad, las organizaciones obreras admitían su propia debilidad. Dado que no sabían
cómo cambiar la sociedad, se complacían en la esperanza de que el futuro resolviese el problema. Esta
esperanza, es cierto, estaba basada en el reconocimiento de algunas tendencias efectivas, tales como el
desarrollo ulterior de la tecnología, la continuación de los procesos de concentración y centralización que
acompañaban al desarrollo capitalista, el incremento de las fricciones sociales, etc.. Era, sin embargo, una
mera esperanza, que compensaba la falta de poder organizativo y la incapacidad para actuar eficazmente.
La espontaneidad tenía que prestar "realidad" a sus tareas manifiestamente desesperadas, que excusar
una inactividad forzada y justificar su coherencia.
Las organizaciones fuertes, por otro lado, se inclinaban a desconsiderar la espontaneidad. Su optimismo
estaba basado en sus propios éxitos, no en la probabilidad de movimientos espontáneos que viniesen en
su ayuda en alguna fecha posterior. Defendían que la fuerza organizada debe ser derrotada por la fuerza
organizada, o sostenían el punto de vista de que la escuela de actividad práctica cotidiana desarrollada por
el partido y el sindicato conduciría a más y más trabajadores a reconocer la necesidad ineludible de
cambiar las relaciones sociales. En el crecimiento firme de sus propias organizaciones, veían el desarrollo
de la conciencia de clase proletaria y, a veces, soñaban con que estas organizaciones comprendiesen la
totalidad de la clase obrera.
No obstante, todas las organizaciones se ajustaban a la estructura social general. No tenían ninguna
"independencia" absoluta. De un modo u otro, todas son determinadas por la sociedad y ayudan, a su vez,
a determinar la sociedad. En el capitalismo, ninguna organización puede ser coherentemente
anticapitalista. La "coherencia" se refiere meramente a una actividad ideológica limitada y es el privilegio de
sectas e individuos. Para obtener importancia social, las organizaciones deben ser oportunistas con el
propósito de afectar a los procesos sociales y de servir a sus propios fines simultáneamente.
De forma manifiesta, el oportunismo y el "realismo" son la misma cosa. El primero no puede ser derrotado
por una ideología radical que se oponga a la totalidad de las relaciones sociales existentes. No es posible
agrupar lentamente las fuerzas revolucionarias en organizaciones poderosas, listas para actuar en los
momentos favorables. Todos los intentos a este respecto han fallado. Sólo aquellas organizaciones que no
perturbaban las relaciones sociales básicas prevalecientes crecieron en alguna importancia. Si empezaban
con una ideología revolucionaria, su crecimiento implicaba una subsiguiente discrepancia entre su ideología
y sus funciones. Opuestas al capitalismo, pero también organizadas dentro de él, no podían evitar apoyar a
sus oponentes. Aquellas organizaciones que no eran destruidas por adversarios competitivos, sucumbían
finalmente a las fuerzas del capitalismo en virtud de su propia actividad exitosa.
En materia de organización éste es, entonces, el dilema del radical: para hacer algo de importancia social,
las acciones deben ser organizadas. Las acciones organizadas, sin embargo, se convierten en canales
capitalistas. Parece que, para hacer algo ahora, sólo se puede hacer lo equivocado, y que, para evitar dar
pasos en falso, no se debería dar ninguno en absoluto. La mente política del radical está destinada a ser
miserable; es consciente de su utopismo y no experimenta nada más que fracasos. En mera autodefensa,
el radical enfatiza siempre la espontaneidad, a menos que sea un místico, sosteniendo en secreto el
pensamiento de que está diciendo un sin sentido. Pero su propia persistencia parece demostrar que nunca
deja de ver algún sentido en el sin sentido.
Tomar refugio en la idea de la espontaneidad es indicativo de una incapacidad, real o imaginaria, para
formar organizaciones eficaces, y de una negativa de combatir a las organizaciones existentes de una
manera "realista". Para combatirlas con éxito sería necesaria la formación de contra-organizaciones, que,
por sí mismas, anularían la razón de su existencia. La "espontaneidad" es, de este modo, una aproximación
negativa al problema del cambio social y sólo en un sentido puramente ideológico puede considerarse
también positiva, en tanto implica un divorcio mental de aquellas actividades que favorecen la sociedad
prevaleciente. Agudiza la capacidad crítica y lleva a la desvinculación de las actividades inútiles y de las
organizaciones desesperadas. Busca indicativos de desintegración social y limitaciones en la dominación
de clase. Produce una distinción más clara entre la apariencia y la realidad y es, en resumen, el distintivo
de la actitud revolucionaria. Dado que está claro que ciertas fuerzas, relaciones y organizaciones sociales
tienden a desaparecer y otras tienden a adquirir poder, aquéllos interesados en el futuro, en las nuevas
fuerzas en construcción, enfatizarán la espontaneidad; aquéllos más íntimamente conectados con las viejas
enfatizarán la necesidad de la organización.
Incluso un estudio superficial de la actividad organizada revela que todas las organizaciones importantes,
no importa cual sea su ideología, apoyan el status quo, o, en el mejor de los casos, fomentan un desarrollo
limitado dentro de las condiciones generales, características de una sociedad particular en un período
histórico particular. El término status quo es útil para clarificar el concepto de reposo dentro del concepto de
cambio. Debe considerarse como lo es cualquier teoría o herramienta práctica, y tiene sus usos
completamente aparte de todas sus implicaciones filosóficas. Está claro, por supuesto, que las condiciones
precapitalistas, aunque transformadas, están incorporadas a las condiciones capitalistas y que, igualmente,
las condiciones postcapitalistas, de una forma u otra, están apareciendo dentro de las condiciones
capitalistas. Pero esto se refiere al desarrollo general y, aunque el desarrollo específico no puede
realmente divorciarse del general, es separado continuamente por las actividades prácticas de los
hombres.
El status quo, tal y como aquí se aplica al capitalismo, significa un período de la historia social en el que los
trabajadores, dentro de las condiciones de una interdependencia social compleja, están divorciados de los
medios de producción y están, en consecuencia, bajo el control de una clase dominante. Los detalles
particulares del control político están basados en los del control económico. Mientras tanto la relación
capital-trabajo determina la vida social, encontraremos a la sociedad básicamente "inalterada", no importa
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cuánto pueda parecer que ha cambiado en otros aspectos. El capitalismo del laissez faire, el capitalismo de
monopolios o el capitalismo de Estado, son fases de desarrollo dentro del status quo. Sin negar las
diferencias entre estas fases, nosotros debemos enfatizar su identidad básica y, oponiéndonos a lo que
tienen en común, oponernos no sólo a una u otra fase, sino a todas simultáneamente.
El desarrollo o el mero cambio dentro del status quo pueden ser "buenos" o "malos", desde el punto de
vista de los dominados condicionado por el tiempo. Un ejemplo de lo primero sería la lucha exitosa de los
trabajadores por mejores condiciones de vida y mayor libertad política; de lo segundo, la pérdida de ambas
con el ascenso del fascismo -aparte por completo de la cuestión de si lo primero es una causa parcial de lo
segundo-. La participación en las organizaciones que fomentan el desarrollo dentro del status quo es, a
menudo, una necesidad ineludible. No es, por consiguiente, de ningún provecho oponerse a tales
organizaciones con un programa máximo solamente realizable fuera del status quo. Sin embargo, antes de
entrar o permanecer en las organizaciones "realistas", es necesario averiguar en que dirección pueden
proseguir los cambios dentro del status quo y cómo pueden afectar a la población trabajadora.
Desde hace mucho tiempo, los sindicatos y los partidos políticos obreros han dejado de actuar de acuerdo
con sus originales intenciones radicales. Los "problemas cotidianos" transformaron esos movimientos y
llevaron a una situación en que no hay "verdaderas" organizaciones obreras, a pesar de las numerosas
organizaciones todavía en circulación. Incluso el ala socialista del movimiento, concibe las reformas no
como una transición al socialismo, sino como un medio para un capitalismo mejor, más agradable, a pesar
del hecho de que su literatura continúe empleando a menudo términos socialistas. La lucha por mejores
condiciones de vida dentro de la economía de mercado, a causa de que era una lucha por el precio de la
fuerza de trabajo, transformó el movimiento obrero en un movimiento capitalista de trabajadores. Cuanto
mayor era la presión proletaria, mayor se hacía la necesidad capitalista de incrementar la productividad del
trabajo mediante procedimientos tecnológicos y organizativos, y mediante la extensión nacional e
internacional de las actividades comerciales. Como la competición en general, la lucha proletaria también
sirvió como instrumento para incrementar el ritmo de la acumulación de capital, para impulsar a la sociedad
de un nivel de producción a otro. No sólo los dirigentes obreros, sino las bases también, perdieron sus
tempranas aspiraciones revolucionarias según la productividad creciente del trabajo aceleraba la expansión
del capital y permitía beneficios más altos y mejores salarios. Aunque los salarios disminuyeron en relación
a la producción, aumentaron en términos absolutos y elevaron los niveles de vida de las grandes masas de
trabajadores industriales en los países capitalistas principales. Mediante el comercio exterior y la
explotación colonial, aumentaron los beneficios y se aceleró aún más la formación de capital. Esto ayudó a
estabilizar las condiciones de la denominada aristocracia obrera ascendente. Periódicamente, el proceso
era interrumpido por las crisis y las depresiones, que actuaban, aunque ciegamente, como factores de
coordinación en el proceso de reorganización capitalista. A la larga, sin embargo, el apoyo redoblado a la
expansión del capital tanto por parte de la clase obrera como por la competición capitalista, condujo a una
completa fusión de intereses entre las organizaciones obreras y los gestores del capital.
Había, por supuesto, organizaciones que luchaban contra la integración del movimiento obrero en la
estructura capitalista. Interpretaban las reformas como un paso hacia la revolución e intentaban
comprometerse en actividades capitalistas y, al mismo tiempo, mantener una meta revolucionaria. Veían la
fusión de capital y trabajo como un asunto temporal, a ser sufrido o utilizado mientras durase. Su
indiferencia en materia de colaboración les prevenía de conseguir importancia organizativa; y esto, a su
vez, les llevaba a enfatizar la espontaneidad. Los socialistas de izquierda y los sindicalistas revolucionarios
pertenecen a esta categoría.
Algunos países tienen niveles de vida más elevados que otros. Los altos salarios de algunos grupos de
trabajadores implican bajos salarios para otros. Las tendencias a la igualación que operan en el capitalismo
competitivo a respecto de la productividad, las tasas de ganancia y los niveles salariales, tienden a eliminar
los intereses especiales y los privilegios particulares. Y así como los capitalistas intentan escapar a este
proceso de nivelación a través de la monopolización, del mismo modo los grupos obreros organizados
intentan asegurar sus posiciones especiales, en detrimento de las necesidades de clase del proletariado
como un todo. Estos intereses especiales están constreñidos a convertirse en intereses "nacionales".
Defendiendo sus organizaciones políticas y económicas, para retener los privilegios socioeconómicos
asegurados mediante ellas, los trabajadores defienden no sólo una fase particular del desarrollo capitalista
que garantiza su posición especial, sino también las políticas imperialistas de sus naciones.
Para mantener el status quo, las relaciones sociales básicas son organizadas y reorganizadas más
"eficientemente". La reorganización actual de la estructura social de clases tiene un carácter totalitario. La
ideología, también, se vuelve totalitaria, tanto como condición previa como como resultado de esta
reorganización. Las organizaciones no totalitarias se vuelven totalitarias en un intento por preservarse a sí
mismas. En las naciones totalitarias, las llamadas organizaciones obreras actúan exclusivamente en
nombre de las clases dominantes. También lo hacen así en los países "democráticos", aunque de una
manera menos evidente y con una ideología parcialmente distinta. En apariencia, no hay ninguna manera
de reemplazar estas organizaciones por otras nuevas de un carácter revolucionario -una situación
desesperada para aquéllos que quieren organizar la nueva sociedad dentro de la cáscara de la vieja, y para
aquéllos que todavía se inclinan a las "mejoras" dentro del status quo, dado que todas las reformas
requerirían ahora medios totalitarios-. La democracia burguesa dentro de las condiciones del laissez faire -
es decir, la situación social en la que podrían formarse y desarrollarse organizaciones obreras de tipo
tradicional- ya no existe o está camino de desaparecer. Toda la discusión alrededor de la cuestión de la
organización y la espontaneidad, que agitaba al viejo movimiento obrero, ha perdido su significado ahora.
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Ambos tipos de organizaciones, las dependientes de la espontaneidad y las que intentan dominarla, están
desapareciendo. La propaganda por nuevas organizaciones no vale más de lo que la esperanza de que
surgirán espontáneamente. Como los creyentes en la espontaneidad, los defensores de la organización
también son ahora "utópicos", en vista de la realidad totalitaria emergente.
Para algunos, no obstante, la existencia de la Rusia bolchevique parece contradecir tanto la afirmación de
que el viejo movimiento obrero ha desaparecido, como el contencioso acerca de que la discusión sobre
organización y espontaneidad se ha vuelto un sin sentido, debido a las condiciones sociales alteradas.
Después de todo, aquellos que enfatizaban la organización tenían su camino en Rusia y continúan
ejerciendo su poder en nombre del socialismo. Pueden considerar su éxito como una verificación de su
teoría, y así pueden hacerlo también aquellas organizaciones reformistas que se han convertido en partidos
de gobierno como, por ejemplo, el Partido Laborista Británico. Pueden considerar su posición presente no
como una transformación hacia el capitalismo totalitario, sino como un paso hacia la socialización de la
sociedad.
El gobierno laborista y sus organizaciones de apoyo demuestran, sin embargo, meramente que el viejo
movimiento obrero ha sido llevado a su final por su éxito organizativo. Es bastante evidente que la única
preocupación de los laboristas es mantener el status quo. Están, claro, comprometidos todavía en la
reorganización de la estructura política y gubernamental, pero la defensa del capitalismo se ha convertido
en la defensa de su propia existencia. Y defender el capitalismo, significa continuar y acelerar la
concentración y centralización del poder económico y político, camuflada como "nacionalización" de las
industrias clave. Implica cambios sociales, que tanto incrementan como afianzan los poderes de
manipulación y control del capital y el gobierno, y que integran al movimiento obrero en una red en
desarrollo de organizaciones totalitarias, que no sirve más que a las clases dominantes.
Si organizaciones como las que dominan el movimiento obrero británico ganan influencia política y no la
usan para fines revolucionarios, no es porque su "ideología democrática" les prohíba alcanzar el poder real
-en tanto distinto del gubernamental- por otros medios que el consenso mayoritario. Sus propias
organizaciones, "democráticas" sólo en la terminología, están determinadas por una burocracia, y se
asemejan íntimamente a la estructura democrática capitalista, que presupone la dominación absoluta de los
propietarios y gestores del capital. Tampoco temen la fuerza que les queda a sus adversarios capitalistas;
su conservadurismo proviene directamente de sus propios intereses organizativos, que están vinculados a
la fase pretotalitaria del desarrollo capitalista.
La pugna por entrar en el "libre" mercado mundial, así como la lucha por dejar fuera a todos los recién
llegados, obstaculizó el desarrollo capitalista general, al precio de una desproporcionalidad creciente de la
economía como un todo. La discrepancia entre las fuerzas sociales de producción totales liberadas así, y la
organización de la producción y el comercio mundiales, determinada nacionalmente, se volvió más amplia
cuanto más se acometía el progreso capitalista. Incapaces de detener el crecimiento de las fuerzas
productivas debido a la situación competitiva, las reorganizaciones de la economía mundial de acuerdo con
la distribución cambiante del poder económico, procedían por la vía de las crisis y las guerras. Esto llevó, a
su vez, a un renovado énfasis en el nacionalismo, aunque todos los problemas políticos y económicos
están determinados por la naturaleza capitalista de la economía mundial. El nacionalismo es meramente el
instrumento para la competición a gran escala; es el "internacionalismo" de la sociedad capitalista.
El internacionalismo proletario estaba basado en una aceptación del ficticio principio burgués del "libre
comercio". Concebía el desarrollo internacional como una mera extensión cuantitativa del familiar desarrollo
nacional. Así como la empresa capitalista atravesaba los límites nacionales, así el movimiento obrero
adquirió una base internacional sin cambiar su forma o sus actividades. El único cambio cualitativo que
podía esperarse, siguiendo a los cambios cuantitativos, era la revolución proletaria, y esto debido a la idea
de la polarización de la sociedad, que quiere decir que un número siempre menor de dominadores se
enfrentan a una masa siempre creciente de dominados. Lógicamente, este proceso podría conducir, o bien
a una absurdidez, o bien a la expropiación social de los expropiadores individuales.
Si se consideraba que la lucha sobre el precio de la fuerza de trabajo resultaría en el crecimiento firme de
la conciencia de clase proletaria, y en la creación de una base objetiva para el socialismo, el conjunto del
proceso de concentración capitalista también era bienvenido, como un paso necesario del desarrollo en
dirección a la nueva sociedad. Se sostenía que las empresas a gran escala, la cartelización, la
trustificación, el control financiero, las interferencias estatales, el nacionalismo y aun el imperialismo, eran
los postes indicadores de la "maduración" de la sociedad capitalista hacia la revolución social. Aún cuando
esto animaba a los reformistas a ver, el control del gobierno conquistado legalmente, como un requisito
suficiente para el cambio social, también hizo posible para los revolucionarios esperar que, incluso bajo
condiciones menos "maduras", el socialismo podría ser instituido a través de la toma de los poderes
gubernamentales. Las disputas entre los socialistas y los bolcheviques eran sobre problemas tácticos, y no
afectaban a su acuerdo básico en que la "última fase" del capitalismo podría transformarse en socialismo
mediante acciones gubernamentales. Si los socialistas parecían esperar que el "progreso" siguiese su
curso y les entregase el gobierno, los bolcheviques estaban empeñados en realizar el progreso, y realizarlo
más rápido.
La derrota rusa en la I Guerra Mundial, y la necesidad ampliamente apoyada de "modernizar" Rusia para
asegurar su independencia nacional, llevaron al derrumbamiento del zarismo y a una revolución que llevó al
poder a los "elementos progresivos". Pronto, el ala más agresiva del movimiento socialista concentró el
poder en sus propias manos. Para acelerar el proceso de socialización, los bolcheviques obligaron a la
población a actuar en acuerdo estricto con su programa político. Desde su punto de vista, no importaba si
sus decisiones eran todavía de un carácter capitalista, mientras tanto estuviesen alineados con el
desarrollo capitalista general hacia el capitalismo de Estado, y mientras tanto incrementasen la producción
y mantuviesen el gobierno bolchevique -que era visto como una garantía de que, al final, a pesar de todas
las incoherencias, compromisos y concesiones a los principios y poderes capitalistas, un estado de
socialismo podría ser decretado desde arriba-. La cuestión era mantener revolucionario al gobierno, esto
es, en manos bolcheviques, y preservar su carácter revolucionario a través del adoctrinamiento rígido de
sus miembros en una ideología básicamente inmutable. Fomentando un fanatismo capaz de oponerse a
todas las desviaciones, los bolcheviques intentaron que la máquina organizativa se mantuviese más
poderosa que todos sus enemigos. La dictadura gubernamental, apoyada por un partido dirigido
dictatorialmente y por un sistema jerárquico de privilegios, se consideró como el primer paso, ineludible, en
la realización del socialismo.
Más allá del crecimiento de la organización monopolista, de las interferencias del Estado en la economía y
de los requerimientos organizativos del imperialismo moderno, una tendencia hacia el control totalitario
operaba en todos los países, particularmente en aquéllos que sufrían de condiciones de crisis más o menos
"permanentes". Si bien la crisis capitalista, como su economía, es internacional, no azota a todos los países
con igual dureza ni de maneras idénticas. Hay países "más ricos" y países "más pobres", a respecto de los
recursos materiales, humanos y capitalistas. Las crisis y las guerras llevan a un nuevo reparto de las
posiciones de poder, y a nuevas tendencias en el desarrollo económico y político. Pueden ser expresiones
de relocalizaciones del poder ya efectuadas, o de instrumentos para llevarlas a cabo. En cualquier caso, el
mundo capitalista se encuentra decisivamente cambiado y organizado de forma distinta. Las nuevas
innovaciones organizativas se generalizan, aunque no necesariamente de igual manera, por medio de las
luchas competitivas. En algunos países, las nuevas formas de dominación social, introducidas por una
concentración del capital elevada, pueden tener un carácter predominantemente económico; en otros,
asumirán una apariencia política. En realidad, puede haber un control centralista más avanzado en los
primeros que en los últimos. Pero, si éste es el caso, ello sólo obliga a las naciones menos determinadas
de un modo centralista a aumentar sus capacidades de dominación política. Un régimen fascista es el
resultado de las luchas sociales que acompañan a las dificultades internas, y de la necesidad de
compensar, por medio de la organización, debilidades no compartidas por las naciones más fuertes en un
sentido capitalista. El régimen político autoritario es un sustituto para la carencia de un sistema de toma de
decisiones centralista "libremente" desarrollado.
Considerado desde este punto de vista, el desarrollo capitalista entero ha estado moviéndose hacia el
totalitarismo. La tendencia se volvió evidente a principios del presente siglo. Los medios para su realización
son las crisis, las guerras y las revoluciones. No se restringe a clases especiales, ni a naciones
particulares, sino que implica a la población mundial. Desde esta perspectiva, también puede decirse que
un capitalismo "plenamente desarrollado" sería un capitalismo mundial, controlado de modo centralista a la
manera totalitaria. Si fuese realizable, correspondería a la meta socialista y bolchevique del gobierno
mundial, planificando la totalidad de la vida social. Correspondería también al limitado "internacionalismo"
de capitalistas, fascistas, socialistas y bolcheviques, que tienen en mente organizaciones parciales tales
como la Pan-europa, el paneslavismo, el Bloque Latino, las Internacionales numeradas, la Commonwealh
[Comunidad de Naciones], la Doctrina Monroe, la Carta Atlántica, Naciones Unidas y demás, como pasos
necesarios hacia el gobierno mundial.
A la luz de hoy en día, el capitalismo del siglo diecinueve parece haber sido un capitalismo
"subdesarrollado", no plenamente emancipado de su pasado feudal. El capitalismo, desafiando no la
explotación, sino sólo la posición monopolista de una forma particular de explotación, podía
verdaderamente desplegarse dentro del cascarón de la vieja sociedad. Sus acciones revolucionarias
meramente apuntaban al control gubernamental, para penetrar las fronteras restrictivas del feudalismo y
para asegurar las libertades capitalistas. Los capitalistas estaban completamente ocupados y satisfechos
con su extensión del comercio mundial, su creación del proletariado y la industria y su acumulación de
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capital. La "libertad económica" era su preocupación principal y, mientras tanto el Estado apoyara su
posición social explotadora, la composición y la separación del Estado no eran de su interés.
La independencia relativa del Estado no era, sin embargo, una característica principal del capitalismo, sino
meramente una expresión del crecimiento capitalista dentro de condiciones capitalistas incompletas. El
desarrollo ulterior del capitalismo implicó la capitalización del Estado. Lo que el Estado perdió en
"independencia", lo ganó en poder; lo que los capitalistas perdieron en favor del Estado, lo ganaron en
dominación social aumentada. Con el tiempo, los intereses del Estado y los del capital se volvieron
idénticos, lo que indicaba que el modo capitalista de producción y su práctica competitiva eran, ahora,
generalmente aceptados. El capitalismo de amplitud estatal, organizado nacionalmente, hizo evidente, una
vez más, que había subyugado toda oposición: que el conjunto de la sociedad, incluyendo el movimiento
obrero -y no ya meramente los empresarios capitalistas-, se había vuelto capitalista. El que la capitalización
del movimiento obrero era un hecho cumplido, se manifestaba en su interés creciente en el Estado como el
instrumento de emancipación. Ser "revolucionario" significaba escapar de la estrecha "conciencia
sindicalista" del período del capitalismo de Manchester, luchar por el control del Estado y aumentar la
importancia de éste último, extendiendo sus poderes a áreas siempre mayores de la actividad social. La
fusión del Estado y el capital era, simultáneamente, la fusión de ambos con el movimiento obrero
organizado.
En el bolchevismo ruso tenemos el primer sistema en el que la fusión del capital, el trabajo y el Estado se
cumplió a través de la maniobra política del ala radical del viejo movimiento obrero. En la visión de Lenin, la
burguesía misma ya no era capaz de revolucionar la sociedad. El tiempo de una revolución capitalista en el
sentido tradicional había pasado. Para escapar del status colonial, la fase imperialista del capitalismo
forzaba a las naciones atrasadas a adoptar, como su punto de partida de desarrollo, lo que, bajo las
condiciones del laissez faire, había sido considerado el posible final de los procesos competitivos. Las
naciones atrasadas podrían liberarse, no mediante los medios tradicionales del desarrollo capitalista, sino
mediante luchas políticas según el modelo bolchevique. Desafiando no al sistema capitalista de
explotación, sino sólo su restricción a grupos particulares de empresarios y financieros, el partido
bolchevique usurpó el control de los medios de producción a través del control del Estado. No había
necesidad de someterse al esquema histórico de hacer dinero y amasar capital para alcanzar las
posiciones sociales dominantes. La explotación no dependía de las condiciones del laissez faire, sino del
control de los medios de producción. Esto sería aun más rentable y seguro, con un sistema de control
unificado y centralizado, de lo que había sido en el pasado, bajo el control indirecto del mercado y con las
intervenciones esporádicas del Estado.
Si en Rusia la iniciativa totalitaria venía del movimiento obrero radical, esto se debía a su estrecha
proximidad a Europa occidental, donde procesos similares estaban en marcha -aunque eran gestionados
de manera reformista, no revolucionaria-. En Japón, la iniciativa fue tomada por el Estado y el proceso tomó
un carácter distinto, con las viejas clases dominantes siendo convertidas en las ejecutoras de las políticas
estatales. En Europa occidental, la capitalización del viejo movimiento obrero y su influencia sobre el
Estado había alcanzado tal punto, particularmente durante los años de guerra, que este movimiento fue
vaciado de iniciativa en relación al cambio social. No podía superar el estancamiento social (causado, en
parte, por su propia existencia, y acentuado por los resultados depresivos de la guerra), sin transformarse
primero radicalmente. Sin embargo, los intentos de bolchevización fracasaron. Al contrario que la rusa, la
burguesía occidental poseía una mayor flexibilidad dentro de las instituciones democráticas "progresivas", y
operaba sobre una base social más amplia y más integrada. Fue en Alemania, el país más fuerte -en el
sentido capitalista- de todas las naciones que habían sido derrotadas en la I Guerra Mundial, y desdeñadas
de la distribución de su botín, donde el fascismo se desarrolló en último lugar. Pero el bolchevismo había
señalado el camino al poder a través de la actividad de partido. El control totalitario por medio del partido -la
posibilidad del capitalismo de partido- se demostró en Rusia. Nuevos partidos políticos, en parte burgueses,
en parte proletarios, operando con ideologías nacionalistas-imperialistas y con programas capitalistas de
Estado más o menos coherentes, cobraron existencia para enfrentarse a las viejas organizaciones como
nuevas fuerzas "revolucionarias". Con una base de masas propia, alimentada por la crisis insoluble; con un
menor respeto por la legalidad y los procedimientos tradicionales, y con el apoyo de todos los elementos
que estaban demandando una solución imperialista a las condiciones de crisis, fueron capaces, primero en
Italia, más tarde en Alemania, de derrotar a las viejas organizaciones. Incluso en América, la nación
capitalista más fuerte, se realizaron intentos, durante la Gran Depresión, para afianzar la autoridad
incrementada del Estado, recientemente conseguida mediante la creación de un apoyo de masas para las
políticas de colaboración de clases dirigidas por el gobierno.
Bajo estas condiciones, un reavivamiento del movimiento obrero tal y como ha sido conocido en el pasado,
y como todavía existe en forma castrada en algunos países, está claramente descartado. Todos los
movimientos exitosos, bajo cualquier nombre, intentarán adherirse a los principios autoritarios. Tanto si la
dominación social es ejercida en la forma de alianzas monopolistas-estatistas, del fascismo o del
capitalismo de partido, el grado de poder puesto en manos de los controladores significa el fin del laissez
faire y la extensión del capitalismo totalitario. Por supuesto, es improbable que el capitalismo alcance
alguna vez una forma totalitaria absoluta; nunca había sido un sistema de laissez faire en el pleno sentido
del término. Todo lo que estas "etiquetas" designaban eran las prácticas predominantes en organización
que estaban de acuerdo con la práctica dominante, dentro de una variedad de prácticas y diferenciaciones
sociales. Está claro, sin embargo, que, los nuevos poderes del Estado, el capitalismo altamente
concentrado, la tecnología moderna, el control de la economía mundial, el período de guerras imperialistas
y así sucesivamente, hacen necesaria, para el mantenimiento del status quo capitalista, una organización
social sin oposición, una dominación centralista comprehensiva de las actividades socialmente efectivas de
los hombres.
Si el fin del viejo movimiento obrero dejo sin significado la cuestión de la organización y la espontaneidad,
tal como fue vista por ese movimiento y tratada en sus controversias, la cuestión puede todavía tener
significación en un sentido más amplio -un sentido completamente aparte de los problemas específicos de
las organizaciones de la clase obrera del pasado-. Como las explosiones revolucionarias, las crisis y las
guerras tienen también que considerarse como acontecimientos espontáneos. No obstante, existe más
información, y se ha acumulado una experiencia mayor, a respecto de las crisis y las guerras que a
respecto de la revolución.
No hay posibilidad alguna, dentro del status quo, de organizar las actividades sociales según los intereses
de la sociedad como un todo. Las nuevas organizaciones son sólo expresiones de posiciones de clase que
se desplazan y que dejan intacta la relación de clase básica. Las viejas minorías dominantes son
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Paul Mattick - Espontaneidad y Organización Página 15 de 17
reemplazadas por nuevas minorías dominantes, la clase proletaria es fragmentada en diversos grupos por
status, desaparecen capas de la clase media, otras alcanzan mayor influencia. Dado que toda actividad
práctica, concreta, si es absolutamente social lo sólo es sólo en efecto y no por designio -lo es por
"accidente", por así decirlo-, no existe fuerza en la sociedad cuyo propio crecimiento continuo ponga límites
a la "anarquía" social y desarrolle una conciencia más completa de las necesidades y oportunidades
sociales, que podría conducir a la autodeterminación social y a una sociedad verdaderamente social. En
cierto modo, entonces, es el número y la variedad de organizaciones en el capitalismo lo que impide la
organización de la sociedad. Esto significa que no sólo las actividades descoordinadas y contradictorias
tienen que acabar en crisis esperadas o inesperadas, sino también que las actividades de toda la gente,
tanto organizadas como desorganizadas, son más o menos "responsables" de las explosiones espontáneas
en la forma de crisis o guerra.
No hay ninguna manera, sin embargo, de desandar el proceso que llevó a la crisis o a la guerra en todos
sus detalles importantes, y de explicar de este modo, a posteriori, cuáles actividades particulares, con sus
disposiciones respectivas dentro de los procesos de desarrollo, determinaron la catástrofe. Es más fácil, y
para los propósitos capitalistas suficiente, seleccionar arbitrariamente un punto de partida, como el de que
la guerra llevó a la crisis, y la crisis a guerrear; o, menos sofisticadamente, apuntar a las idiosincrasias de
Hitler, o al hambre de inmortalidad de Roosevelt. Las guerras aparecen tanto como explosiones
espontáneas como como empresas organizadas. La culpa de su estallido yace ante la puerta de las
naciones, los gobiernos, los grupos de presión, los monopolios, los cárteles y los trusts particulares. Con
todo, echar toda la culpa de las crisis y las guerras a organizaciones específicas y políticas particulares,
significa pasar por alto el problema real aquí involucrado, e indica una incapacidad para encontrarlo
eficazmente. Apuntar a los elementos organizativos implicados, sin enfatizar sus limitaciones dentro de la
"anárquica" escena social total, promueve la ilusión de que posiblemente "otras organizaciones" y "otras
políticas" podrían haber impedido tales catástrofes sociales, incluso dentro del status quo. El status quo, sin
embargo, es sólo otro término para las crisis y las guerras.
Había, es verdad, cierta clase de "orden" observable en el capitalismo, y una tendencia de desarrollo
definida basada en este "orden". Éste era proporcionado por la creciente productividad del trabajo. La
productividad incrementada, empezando en una o más esferas de la producción, llevaba a una
modificación general del nivel productivo de la sociedad y a alteraciones consecuentes en todas las
relaciones socioeconómicas. Los cambios se reflejaban como relaciones políticas alteradas y conducían a
una relación modificada, más o menos contradictoria, entre la estructura de clases y las fuerzas productivas
de la sociedad.
¿Qué son las fuerzas de producción? Obviamente, el trabajo, la tecnología, y la organización; menos
obviamente, las fricciones de clase y, por consiguiente, las ideologías. En otras palabras, las fuerzas
productivas son acciones humanas, no algo separado que determina las acciones humanas. Por lo tanto,
no se tiene que seguir, necesariamente, una línea de desarrollo previa. Pueden frenarse situaciones
sociales, o pueden crearse condiciones que destruyan lo que ha sido previamente construido. Pero, si la
"meta social" fuese la extensión y la continuación de una tendencia de desarrollo previa, la historia podría
ser, de hecho, la historia del "progreso social", a través del despliegue de sus capacidades de producción.
Que el capitalismo viniese a la existencia presuponía un cierto crecimiento de las fuerzas productivas
sociales, un incremento del plustrabajo y de la capacidad para sostener a una creciente clase no
productora. Hablar en términos de "fuerzas productivas crecientes", como lo determinante del desarrollo
social total, era particularmente adecuado bajo el fetichismo mercantil del capitalismo de laissez faire, pues
bajo su individualismo económico parecía como si las "fuerzas productivas" se desarrollasen
independientemente de los deseos y necesidades capitalistas. La insaciabilidad respecto de la
acumulación, desarrollada rápidamente con las fuerzas productivas y con el perfeccionamiento de las
mismas, permitió la reorganización consciente de la estructura socioeconómica y, a su vez, las
reorganizaciones funcionaron como nuevos incentivos para una elevación ulterior de la productividad
social. Se decía que el capitalismo, históricamente hablando, se había justificado debido a su "ciego" pero
progresivo desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, entre las que el moderno proletariado
industrial era considerado la mayor.
Si bien puede parecer que, una plena liberación de las capacidades productivas de la sociedad, haría
posible la formación y el mantenimiento de una sociedad sin clases, está absolutamente claro que las
clases directamente privilegiadas no abandonarán su dominación actual simplemente por la probabilidad de
una futura sociedad socialista. En tal situación, los propietarios y controladores de la producción no pueden
actuar, en cualquier caso, como una "clase"; una "revolución con consentimiento" es un sin sentido. La
acumulación por la acumulación continúa, y lleva a una concentración superior de capital y poder, o sea, a
la destrucción de capital, las crisis, las depresiones y las guerras. Pues el capitalismo desarrolla y retarda,
simultáneamente, las fuerzas productivas, y ensancha la brecha entre la producción efectiva y la
producción potencial. La contradicción entre la estructura de clases y las fuerzas productivas excluye tanto
la "congelación" del nivel prevaleciente de la producción, como su expansión hacia una abundancia real.
No es por otra razón que por la fuerza de la costumbre, por lo que parece probable que el futuro inmediato,
como el pasado inmediato, se vaya a caracterizar por el crecimiento ulterior de las fuerzas productivas.
Esto implica la agudización de la competición, a pesar de todos los intentos de control parcial o completo
de la producción. Aunque unidades capitalistas más grandes hayan absorbido numerosas pequeñas
empresas y asegurado condiciones monopolistas temporales para el conjunto de las industrias y
combinaciones de industrias, este proceso simplemente ha intensificado la competición internacional y la
lucha entre las restantes empresas no monopolistas. En el capitalismo de Estado la competición toma una
forma diferente, pero que es la más inclusiva, debido a la atomización completa de la masa de la población
mediante la máquina estatal terrorista y, en la burocracia misma, debido a la estructura jerárquica de su
organización.
La atomización de la sociedad requiere una organización omniabarcante del Estado. Los socialistas y los
bolcheviques consideraron que la sociedad capitalista estaba organizada de modo ineficaz, a respecto de
la producción y el intercambio, y en otros aspectos extraeconómicos. El énfasis en la organización era el
énfasis en el control social. El socialismo tenía que ser, ante todo, la organización racional del conjunto de
la sociedad. Y una sociedad eficientemente organizada excluye, por supuesto, actividades imprevistas
capaces de acabar en acontecimientos espontáneos. El elemento espontáneo en la sociedad tenía que
desaparecer con la planificación de la producción y la distribución de los bienes determinada de modo
centralista. No sólo los bolcheviques, sino también los fascistas, hablaban de la espontaneidad; sólo
mientras tanto su poder no era absoluto. Cuando todas las capas sociales existentes se sometieron a su
autoridad, ellos se convirtieron en los organizadores más minuciosos de la sociedad. Y fue precisamente
esta actividad organizadora la que designaron con el término socialismo.
Sin embargo, la contradicción entre la estructura de clases y las fuerzas productivas permanece y, con ella,
la inevitabilidad de la crisis y de la guerra. Aunque las masas inactivas no puedan ya resistir el totalitarismo
en su forma organizada tradicional, y aunque no hayan desarrollado nuevas armas y formas de acción
adecuadas a las nuevas tareas, las contradicciones de la estructura social de clases siguen sin resolverse.
El sistema terrorista autoritario, mientras proporciona seguridad temporal, también refleja la inseguridad
cada vez mayor del capitalismo totalitario. La defensa del status quo viola el status quo, dejando libres
nuevas actividades incontroladas, o incontrolables. Los controles más poderosos sobre los hombres son
realmente débiles cuando los comparamos con las tremendas contradicciones que desgarran hoy el
mundo. Aunque todas las contradicciones se opongan ahora a una organización, la sociedad capitalista
nunca estuvo tan malamente organizada como ahora, cuando está completamente organizada.
Si bien no hay ninguna garantía de que el socialismo deba, necesariamente, desplegarse en el curso del
desarrollo social ulterior, tampoco hay ninguna razón para asumir que el mundo llegará a su fin en el
barbarismo totalitario. La organización del status quo no puede impedir esta desintegración. Como no hay
totalitarismo absoluto, quedan aperturas para el ataque dentro de su estructura. La verdadera importancia
social de estas debilidades notables es todavía oscura. Algunos puntos de desintegración, aunque
teóricamente concebibles, son todavía inobservables, y pueden sólo describirse en términos muy
generales. Justamente como la teoría moderna de la lucha de clases requirió para su formulación no sólo el
desarrollo capitalista, sino también las luchas proletarias efectivas dentro del sistema capitalista, así mismo
es probable que sea necesario observar, primero, intentos efectivos de revuelta bajo el totalitarismo, para
ser capaces de formular planes específicos de acción, señalar las formas eficaces de resistencia, y
encontrar y explotar las debilidades del sistema totalitario.
La resistencia será, de este modo, ejercida de múltiples formas, algunas sin sentido, algunas
contraproducentes, y otras eficaces. Mientras algunas formas de acción actuales pueden descartarse, otras
formas pueden ser revividas debido a ciertas similaridades exteriores de la estructura totalitaria con
anteriores régimenes totalitarios. Si la política sindical no implica ya la acción "en el lugar de la producción",
sino manipulaciones entre cuerpos gubernamentales, las nuevas modalidades eficaces de sabotaje y lucha
pueden encontrarse en la industria y en la producción en general. Si bien los partidos políticos expresan la
tendencia hacia el totalitarismo, todavía es concebible una diversidad de formas organizativas para agrupar
a las fuerzas anticapitalistas para acciones concertadas. Si tales acciones van a adaptarse a la realidad
totalitaria como intentos de superar esa realidad, el énfasis debe ponerse en la autodeterminación, el
acuerdo, la libertad y la solidaridad.
La búsqueda de caminos y medios para acabar con el capitalismo totalitario, para llevar la
autodeterminación a los hasta ahora impotentes, para acabar con las luchas competitivas, la explotación y
las guerras, desarrollar una racionalidad que no ponga a los individuos contra la sociedad, sino que
reconozca su entidad real en la producción y distribución sociales, y permita un progreso humano sin
luchas sociales, proseguirá de la manera empírica y científica dictada por la seriedad. No obstante, parece
claro que, durante algún tiempo aún por venir, los resultados de todos los tipos de resistencia y lucha serán
descritos como acontecimientos espontáneos, aunque no sean más que acciones planeadas o
inactividades aceptadas de los hombres. La espontaneidad es una manera de expresarse que atestigua
nuestra incapacidad para tratar el fenómeno social del capitalismo de una manera científica, empírica. Los
cambios sociales se presentan como las explosiones culminantes de períodos de formación de capital,
desorganización, fricciones competitivas y agravios sociales acumulados durante mucho, que, finalmente,
encuentran su expresión organizativa. Su espontaneidad demuestra, meramente, la insocialidad de la
organización social del capitalismo. El contraste entre organización y espontaneidad existirá mientras tanto
existan una sociedad de clases e intentos de ponerle fin.
Paul Mattick