Diaspora - Greg Egan
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Greg Egan
Diáspora
ePUB v1.2
betatron 04.02.2012
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Título: Diáspora
© 1997, Greg Egan
Título original: Diaspora
Traducción de Pedro Jorge Romero
Editorial: AJEC
ISBN: 9788496013520
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Agradecimientos
Parte de esta novela adapta mi cuento corto «Wang's Carpets» que se publicó
originalmente en la antología New Legends, seleccionada por Greg Bear.
Gracias a Caroline Oakley, Anthony Cheetham, Peter Robinson, Annabelle Ager,
Kate Messenger, David Pringle, Lee Montgomerie, Gardner Dozois, Sheila Williams,
Greg Bear, Mike Aranautov, Dan Piponi, Philipp Keller, Sylvie Denis, Francis Valéry,
Henri Dhellemmes, Gérard Klein y Bernard Sigaud.
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Primera Parte
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Yatima examinó las estrellas con desplazamiento Doppler que rodeaban la polis,
siguiendo por el cielo las ondas congeladas y concéntricas de color, desde la
expansión a la convergencia. ¿Qué explicarían de sí mismos una vez que alcanzasen a
su presa? Ellos tenían una cantidad infinita de preguntas a plantear, pero el flujo de
información no podía ser totalmente en un solo sentido. Cuando los Transmutadores
exigiesen saber «¿Por qué nos habéis seguido? ¿Por qué habéis llegado tan lejos?»,
¿por dónde deberían empezar?
Yatima había leído historias anteriores al Introdus, contadas a un único nivel,
limitadas por las ficciones de que los individuos eran tan indivisibles como los quarks
y las civilizaciones planetarias poco más que universos autocontenidos. Ni su propia
historia ni la de la Diáspora encajaría entre esas líneas imaginarías. El mundo real
rebosaba de estructuras más grandes, estructuras más pequeñas, estructuras más
simples y estructuras más complejas que la pequeña porción que contenía a las
criaturas conscientes y sus sociedades, y hacía falta una profunda miopía de escala y
similitudes para creer que se podía pasar por alto todo lo que estuviese más allá de
esa delgada capa. No era una simple cuestión de decidir enterrarte en un mundo
cerrado de panoramas sintéticos; los carnosos jamás habían sido inmunes a esa
miopía, ni tampoco los ciudadanos más adelantados a su tiempo. Sin duda en algún
momento de su historia los Transmutadores también la habían padecido.
Claro está, los Transmutadores ya serían conscientes de la muy inmensa y muy
mortal maquinaría celestial que había impulsado la Diáspora hasta Swift y más allá.
Su pregunta sería «¿Por qué habéis venido hasta tan lejos? ¿Por qué habéis dejado
atrás a vuestra gente?».
Yatima no podía hablar por sus compañeros de viaje, pero para il la respuesta se
encontraba en el extremo opuesto de la escala, en el reino de lo muy simple y lo muy
pequeño.
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1. Orfanogénesis
POLIS KONISHI, TIERRA
23 387 025 000 000 TEC
15 de mayo 2975, 11:03:17,154 TU
El conceptorio era software no consciente, tan antiguo como la propia polis Konishi.
Su función principal era permitir tener descendencia a los ciudadanos de la polis: un
hijo de un antecesor, o dos antecesores, o veinte... formado en parte a su propia
imagen, en parte según sus deseos y en parte por azar. Sin embargo, esporádicamente,
más o menos cada teratau, el conceptorio creaba un ciudadano sin padres.
Todo ciudadano nacido en Konishi crecía a partir de una semilla mental, una
cadena de códigos de instrucciones similar a un genoma digital. Nueve siglos antes se
habían traducido las primeras semillas mentales a partir del ADN, cuando los
fundadores de la polis inventaron el lenguaje de programación Modelador para
recrear en software los procesos esenciales de la neuroembriología. Pero ese proceso
de traducción era necesariamente imperfecto, obviando los detalles bioquímicos en
favor de equivalencias funcionales más generales, y no se podía preservar intacta toda
la diversidad del genoma carnoso. Empezando a partir de un acervo genético en
reducción, que los viejos mapas basados en el ADN convirtieron en obsoleto, era
crucial para el conceptorio comprobar las consecuencias de nuevas variaciones en la
semilla mental. Rechazar todo cambio sería arriesgarse al estancamiento; abrazarlo a
la ligera sería poner en peligro la cordura de todo descendiente.
La semilla mental Konishi estaba dividida en mil millones de campos: segmentos
cortos, de seis bits de largo, conteniendo una instrucción de código simple cada uno.
Secuencias de unas pocas docenas de instrucciones formaban modeladores: los
subprogramas básicos empleados durante la psicogénesis. Lo habitual era que fuese
difícil predecir por adelantado el efecto de mutaciones nuevas en quince millones de
modeladores en interacción; en la mayoría de los casos, el único método fiable
hubiera sido realizar todas las computaciones que la semilla alterada habría
ejecutado... lo que no era muy diferente de seguir adelante y hacer crecer la semilla,
creando la mente, sin predecir nada.
El conocimiento acumulado del conceptorio sobre esa tarea adoptaba la forma de
una colección de mapas anotados de la semilla mental Konishi. Los mapas de alto
nivel eran estructuras complejas y multidimensionales, que dejaban pequeña a la
semilla en sí por varios órdenes de magnitud. Pero había un mapa simple que los
ciudadanos de Konishi habían empleado durante siglos para estimar el progreso del
conceptorio; mostraba los mil millones de campos como líneas de latitud, y las
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sesenta y cuatro instrucciones como meridianos. Una semilla concreta se podía
considerar como un camino que zigzagueaba por el mapa de arriba abajo, escogiendo
una instrucción por cada campo que se encontrase en su camino.
Donde se sabía que un único código produciría psicogénesis con éxito, todas las
rutas del mapa convergían sobre una isla solitaria o un estrecho, ocre frente a un
océano azul. Los campos de infraestructura construían la arquitectura mental básica
que todos los ciudadanos tenían en común, dando forma al diseño general de la mente
y a los detalles concretos de los subsistemas vitales.
En los demás lugares, el mapa indicaba una amplitud de posibilidades: una masa
terrestre grande o un archipiélago disperso. Los campos de característica ofrecían
una selección de códigos, cada uno con un efecto conocido en la estructura mental
detallada, con variaciones que iban desde los extremos opuestos del temperamento
innato o estético hasta pequeñas diferencias en arquitectura neuronal menos
importantes que las líneas en la palma de la mano de un carnoso. Se mostraban como
tonos de verde tan exageradamente contrastados que resultaban tan indistinguibles
como las características en sí.
Los campos restantes —donde todavía no se había experimentado ningún cambio
en la semilla y no era posible realizar una predicción— se clasificaban como
indeterminados. Aquí, el solitario código probado, la masa terrestre conocida, se
mostraba como gris sobre blanco: un pico montañoso que sobresalía de una masa
nubosa que ocultaba todo lo que había al este o al oeste. Desde lejos no se podían
distinguir más detalles; lo que hubiese bajo las nubes sólo se podría descubrir de
primera mano.
Cuando el conceptorio creaba un huérfano, fijaba todos los campos característicos
de mutabilidad inocua a códigos válidos escogidos al azar, ya que no había padres a
los que imitar o complacer. A continuación escogía mil campos indeterminados, y los
trataba más o menos de la misma forma: lanzando un millar de dados cuánticos para
escoger un camino aleatorio a través de térra incógnita. Todo huérfano era un
explorador, enviado a viajar por territorio desconocido.
Y todo huérfano era en sí mismo territorio desconocido.
El conceptorio colocó la nueva semilla huérfana en medido de la memoria del
útero, una única cadena de información suspendida en un vacío de ceros. La semilla
en sí misma no significaba nada; por sí sola, bien podría haber sido el último mensaje
Morse, volando por el vacío dejando atrás una estrella distante. Pero el útero era una
máquina virtual diseñada para ejecutar las instrucciones de la semilla y una docena
más de capas de software que llegaban hasta la misma polis, una rejilla de
parpadeantes interruptores moleculares. Una secuencia de bits, una cadena de datos
pasivos, no podía hacer nada, no podía cambiar nada... pero en el útero, el significado
de la semilla se correspondía a la perfección con todas las reglas inmutables de todos
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los niveles que tenía por debajo, Como una tarjeta perforada introducida en un telar
de Jacquard, dejaba de ser en un mensaje abstracto y se convertía en parte de la
máquina.
Cuando el útero leyó la semilla, el primer modelador hizo que el espacio a su
alrededor se llenase con un patrón simple de datos: un único tren numérico de ondas
congelado, esculpido en el vacío como mil millones de dunas perfectas. Eso
distinguía cada punto de sus vecinos inmediatos, ya fuese subiendo o bajando... pero
todas las crestas eran todavía idénticas a las demás, cada valle igual a todos los
demás. La memoria del útero estaba configurada como un espacio de tres
dimensiones, y los números almacenados en cada punto implicaban una cuarta. Así
que esas dunas eran tetradimensionales.
Se añadió una segunda onda —modificada con respecto a la primera, modulada
por una elevación lenta y constante— convirtiendo cada cresta en una serie de
montículos ascendentes. Luego una tercera, y una cuarta, cada onda sucesiva
enriqueciendo el patrón, complicando y fracturando sus simetrías: definiendo
direcciones, construyendo gradientes, estableciendo una jerarquía de escalas.
La cuadragésima onda recorrió una topografía abstracta que no se parecía en nada
a la regularidad cristalina de sus orígenes, con crestas y surcos tan complejos como
los rizos de una huella digital. No todo punto debía ser único... pero se había creado
suficiente estructura como para servir de anclaje a todo lo que debía suceder a
continuación. Así que la semilla dio instrucciones a un centenar de copias de si
misma para que se dispersasen por el paisaje recién calibrado.
En la segunda iteración, el útero leyó todas las semillas replicadas... y al principio
las instrucciones de cada una eran iguales en todas partes. Luego, una instrucción
exigió que el punto de lectura de cada semilla saltase hacia delante por la cadena de
bits hasta el siguiente campo adyacente a cierto patrón de datos del entorno: una
secuencia de crestas con cierta forma, característica pero no única. Como cada
semilla estaba implantada en un terreno diferente, cada versión local de ese punto de
referencia estaba situada de forma diferente, y el útero se puso a leer instrucciones de
una zona diferente de cada semilla. Las semillas seguían siendo idénticas, pero ahora
cada una podía liberar un conjunto diferente de modeladores en el espacio que la
rodeaba, preparando los cimientos de una región diferente y especializada del
psicoblasto, la mente embriónica.
La técnica era muy antigua: cualquier célula embrionaria de una flor seguía un
patrón autodistribuido de marcadores químicos para diferenciar sépalos de pétalos,
estambres o carpelos; una pupa de insecto se cubría a sí misma con un gradiente
proteínico que disparaba a dosis diferentes las distintas cascadas de actividad genética
necesarias para dar forma al abdomen, el tórax y la cabeza. La versión digital de
Konishi conservaba sólo la esencia de proceso: dividía el espacio marcándolo de
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forma diferente, para luego permitir que las marcas locales modificasen el despliegue
de toda las demás instrucciones, activando y desactivando subprogramas
especializados... subprogramas que a su vez repetían todo el ciclo a una escala
todavía menor, transformando gradualmente las primeras estructuras toscas en
milagros de detallada precisión.
A la octava iteración, la memoria del útero contenía cien billones de copias de la
semilla mental; no harían falta más. La mayoría seguían añadiendo detalles al paisaje
que las rodeaba... pero alguna habían dejado los modeladores por completo y habían
empezado a ejecutar Actuadores: bucles breves de instrucciones que introducían
pulsos en la red primitiva que había crecido entre las semillas. Las vías de esas redes
eran simplemente las crestas más altas que los modeladores habían construido, y los
pulsos eran flechas diminutas, uno o dos escalones por encima. Los modeladores
actuaban en cuatro dimensiones, así que las redes en sí eran tridimensionales. El útero
dotaba de vida a esas convenciones, haciendo que los pulsos corriesen por las vías
como un quintillón de coches moviéndose entre el billón de empalmes de un
monorraíl de diez mil niveles.
Algunos actuadores enviaban flujos de bits metronómicos; otros producían
balbuceos seudoaleatorios. Los pulsos fluían por entre los laberintos de construcción
donde las redes seguían formándose... donde casi todas las vías seguían conectadas al
resto, porque todavía no se había tomado ninguna decisión de poda. Despertados por
el tráfico, se activaban nuevos modeladores y se ponían a desmantelar el exceso de
empalmes, conservando sólo aquellos a los que llegaban simultáneamente un número
suficiente de pulsos... escogiendo, de entre las incontables alternativas, caminos que
operarían en sincronía. En la red de construcción también había callejones sin
salida... pero si se recorrían muchas veces, otros modeladores se daban cuenta y
construían extensiones. No tenía importancia que esos flujos iniciales de datos
careciesen de sentido; cualquier señal era suficiente para ayudar a que surgiera la
maquinaria básica del pensamiento.
En muchas polis, los ciudadanos no eran el resultado de un crecimiento; se les
montaba directamente a partir de subsistemas genéricos. Pero el método Konishi
ofrecía una cierta robustez casi biológica, una cierta integración. Los sistemas que
crecían juntos, interaccionando a medida que se iban formando, resolvían por sí
mismos la mayoría de los posible desajustes, sin que fuera preciso un constructor de
mentes externo para ajustar los componentes terminados y garantizar que no hubiese
conflictos.
Pero entre todos esos compromisos y plasticidad orgánica, los campos de
infraestructura todavía podían reclamar territorio para algunos subsistemas estándar,
idénticos de un ciudadano a otro. Dos de ellos eran canales para datos entrantes: uno
para gestalt y otro para lineal, las dos modalidades primarias de todos los ciudadanos
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Konishi, descendientes lejanos de la vista y el oído. Llegada la ducentésima iteración
del huérfano, los canales estaban totalmente formados, pero las estructuras internas a
las que alimentaban con datos, las redes para clasificar y conferir sentido, seguían sin
desarrollarse, todavía sin entrenar.
La polis Konishi en sí estaba enterrada a doscientos metros bajo la tundra
siberiana, pero por medio de enlaces de fibra y satélite, los canales de entrada podían
obtener datos de cualquier foro de la Coalición de Polis, de sondas que orbitaban
todos los planetas y lunas del sistema solar, de zánganos que vagaban por los bosques
y océanos de la Tierra, de diez millones de tipos de panoramas y sensorios abstractos.
El primer problema de la percepción era aprender a escoger entre toda esa
superabundancia.
En el psicoblasto del huérfano, el navegador a medio formar conectado con los
controles de los canales de entrada se puso a emitir flujos de peticiones de
información. Las primeros miles de peticiones no tuvieron más resultado que un flujo
monótono de códigos de error; eran incorrectos o se referían a fuentes de datos
inexistentes. Pero todo psicoblasto tenía la tendencia innata a dar con la biblioteca de
la polis (de no ser así, el proceso habría llevado milenios) y el navegador lo siguió
intentando hasta dar con una dirección válida y los datos fluyeron por los canales:
una imagen gestalt de un león, acompañado de la palabra lineal para ese animal.
Instantáneamente, el navegador abandonó el ensayo y error y se lanzó a un
espasmo de repeticiones, invocando una y otra vez la misma imagen congelada del
león. Así siguió hasta que incluso el más tosco de los discriminadores embrionarios
de cambio dejaron al fin de disparase, y el navegador regresó a la experimentación.
Gradualmente, se llegó a un compromiso aceptable entre las dos formas de proto-
curíosidad del huérfano: el impulso de buscar la novedad y el impulso de buscar un
patrón recurrente. Repasó la biblioteca, aprendiendo a obtener flujos de información
conectada —imágenes, secuencias de movimiento grabado, y luego cadenas más
abstractas de referencias cruzadas— sin comprender nada, pero enlazados de tal
forma que reforzaban su propio comportamiento cuando daba con el equilibrio
adecuado entre coherencia y cambio.
Imágenes y sonidos, símbolos y ecuaciones, fluyeron por las redes de
clasificación del huérfano, dejando atrás no los detalles precisos —no la figura
ataviada con un traje espacial, de pie sobre la roca gris y blanca frente al fondo de un
cielo completamente negro; no la figura tranquila y desnuda desintegrándose bajo el
enjambre gris de las nanomáquinas— sino un sustrato de regularidades simples, las
asociaciones más comunes. Las redes descubrieron el círculo/esfera: en imágenes del
sol y los planetas, en iris y pupilas, en fruta caída, en un millar de obras de arte
diferentes, en artefactos y diagramas matemáticos. Descubrieron la palabra lineal
para «persona» y la enlazaron tentativamente con las regularidades que definía el
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icono gestalt para «ciudadano» y con las características que descubrieron comunes
entre muchas imágenes de carnosos y robots gleisner.
Llegada la quingentésima iteración, las categorías a partir de los datos de la
biblioteca habían producida una hornada de diminutos subsistemas en las redes de
clasificación de entradas: diez mil trampas de palabras y trampas de imágenes, todas
preparadas y listas para saltar; diez mil monomaniacos detectores de patrones que
miraban el flujo de información, constantemente alertas para descubrir su blanco
concreto.
Las trampas se fueron conectando unas con las otras, al principio empleando la
conexión simplemente para compartir sus evaluaciones, para cambiar las decisiones
de las demás. Si se activaba la trampa de la imagen de un león, entonces las trampas
para su nombre lineal, para el tipo de sonidos que se habían oído en otros leones, las
características comunes de sus comportamientos (lamer a los cachorros, perseguir
antílopes) se volvían especialmente sensibles. En ocasiones los datos de entrada
disparaban simultáneamente todo un grupo de trampas interconectadas, reforzando
sus conexiones mutuas, pero en ocasiones había tiempo para que trampas asociadas y
demasiado dispuestas se disparasen prematuramente. Se reconoce la forma del león...
y aunque todavía no se ha detectado la palabra «león», la trampa palabra «león» se
dispara tentativamente... y también las trampas para lamer cachorros y perseguir
antílopes.
El huérfano había empezado a anticipar el futuro, a tener expectativas.
Llegada la milésima iteración, las conexiones entre trampas se habían
transformado en una red compleja por derecho propio, y en esa red habían aparecido
estructuras nuevas —símbolos— que podían activarse entre sí tan fácilmente como
por medio de los datos de los canales de entrada. La trampa imagen león en sí misma
no había sido más que un patrón que enfrentado al mundo servía para declarar un
acierto o un fallo, un veredicto sin mayores consecuencias. El símbolo león podía
codificar una red ilimitada de consecuencias... y esa red se podía activar en cualquier
momento, hubiese o no un león a la vista.
El simple reconocimiento iba cediendo frente a los primeros atisbos de
significado.
Los campos de infraestructura habían construido los canales de salida estándar del
huérfano para lineal y gestalt, pero por el momento su navegador equivalente,
necesario para dirigir los datos de salida a algún destino específico en Konishi o más
allá, seguía inactivo. Para la dosmilésima iteración, los símbolos habían empezado a
competir por el acceso a los canales de salida de todas formas. Empleaban los
patrones de sus trampas para imitar el sonido y la imagen que cada una había
aprendido a reconocer... y no importaba si emitían las palabras lineales «león»,
«cachorro» o «antílope» al vacío, porque por dentro los canales de entrada y salida
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estaban conectados.
El huérfano empezó a oírse pensar.
No todo el pandemonio; no podía dar voz —o incluso gestalt— simultáneamente
a todo. De entre la miríada de asociaciones que evocaba toda escena de la biblioteca,
en un momento dado sólo algunos símbolos podían obtener el control de las nacientes
redes de producción del lenguaje. Y aunque los pájaros volaban en el cielo, la hierba
se agitaba y una nube de polvo e insectos se elevaba al paso de los animales —y
muchas más cosas— los símbolos que ganaron antes de que la escena desapareciese
fueron:
«León persiguiendo a antílope.»
Sorprendido, el navegador cortó el flujo de datos externos. Las palabras lineales
se repitieron de canal en canal, claras frente al silencio; las imágenes gestalt
invocaron una y otra vez la esencia de la persecución, una reconstrucción idealizada,
libre de todos los detalles olvidados.
Luego el recuerdo se fundió en negro y el navegador recurrió de nuevo a la
biblioteca.
En sí, los pensamientos del huérfano nunca se redujeron a una única progresión
ordenada; en vez de ello, los símbolos se activaban en cascadas cada vez más ricas y
complejas... pero la retroalimentación positiva perfilaba el foco, y la mente resonaba
con sus propias ideas más fuerte. El huérfano había aprendido a escoger uno o dos
hilos de entre el incesante debate de miles de hilos de los símbolos. Había aprendido
a narrar su propia experiencia.
El huérfano tenía ya casi medio megatau de edad. Poseía un vocabulario de diez
mil palabras, una memoria a corto plazo, expectativas que alcanzaban varios taus en
el futuro y un flujo simple de consciencia. Pero todavía no tenía ni idea de que en el
mundo hubiese algo como sí mismo.
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Si se descubría que un psicoblasto estaba dañado, en principio no había nada que
impidiese al conceptorio intervenir en el útero y reparar todas las estructuras
malformadas, pero las consecuencias podían ser tan impredecibles como las
consecuencias de hacer crecer la semilla en primer lugar. La "cirugía" localizada en
ocasiones introducía incompatibilidades con el resto del psicoblasto, mientras que
alteraciones lo suficientemente extensas y completas para garantizar el éxito podían
llevar a la derrota, eliminando a todos los efectos el psicoblasto original y
reemplazándolo con un conjunto de piezas reunidas clonadas a partir de otras que se
sabían sanas.
Pero no hacer nada también tenía sus riesgos. Una vez que el psicoblasto era
consciente de si mismo, se le concedía ciudadanía, y la intervención sin
consentimiento se volvía imposible. No era una simple cuestión de costumbre o ley;
el principio era parte del nivel más fundamental de la polis. Un ciudadano que se
hundiese en la locura podía pasar terataus en un estado de confusión y dolor, con una
mente demasiado dañada para autorizar la ayuda, o incluso escoger la extinción, Tal
era el precio de la autonomía: el derecho inalienable a la locura y el sufrimiento,
inseparable del derecho a la soledad y la paz.
Así que los ciudadanos de Konishi habían programado el conceptorio para errar
por exceso de cautela. Siguió observando de cerca al huérfano, preparado para
interrumpir la psicogénesis a la mínima señal de alteración.
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de Marte; el tenue penacho en infrarrojo de un pequeño cometa desintegrándose en la
atmósfera de Urano... un suceso que se había producido varias décadas antes, pero
que había persistido en la memoria discriminadora del satélite. Incluso dieron con una
fuente en tiempo real de un zángano que atravesaba la sabana del este de África hacia
un grupo de leones, pero al contrario que las fluidas imágenes de la biblioteca, esa
visión parecía intratablemente congelada y tras unos pocos taus siguieron avanzando.
Cuando el huérfano dio con la dirección de un foro de Konishi, vio una plaza
pavimentada con rombos lisos de unos colores minerales azules y grises, dispuestos
en un patrón denso con regularidades pero que no llegaba a repetirse. Una fuente
salpicaba un líquido plateado hacia un cielo lleno de nubes y de un color naranja
oscuro; cuando cada chorro se dividía, a medio camino del arco, en gotas espejadas,
los glóbulos relucientes se convertían en pequeños cerdos alados que volaban
alrededor de la fuente, entretejiendo su vuelo unos con otros y gruñendo alegremente
antes de volver a sumergirse en la fuente. Un claustro de piedra envolvía la plaza. El
lado interno del camino presentaba una serie de arcos anchos y columnas
exquisitamente decorados. Algunos de los arcos daban giros poco habituales, de
Escher o Klein, torciéndose en dimensiones extra e invisibles.
El huérfano había visto estructuras similares en la biblioteca, y conocía las
palabras lineales para la mayoría de ellas; el panorama en sí era tan poco llamativo
que el huérfano no dijo nada sobre él. Y el huérfano había visto miles de escenas de
ciudadanos moviéndose y hablando, pero era más que consciente de que aquí había
algo diferente, aunque no acababa de entender lo que era. En general, las imágenes
gestalt en sí mismas le recordaban a iconos que había visto antes, o a los carnosos
estilizados que había visto en el arte representativo: mucho más diversos y mucho
más volubles de lo que podría ser ningún carnoso real. Su forma no estaba limitada
por la fisiología o la física, sino sólo por las convenciones del gestalt... la necesidad
de proclamar, bajo todas las inflexiones y sutilezas, un significado primario: Soy un
ciudadano.
El huérfano se dirigió al foro:
—Gentes.
Las conversaciones lineales entre ciudadanos eran públicas, pero estaban
atenuadas —degradadas en proporción a la distancia en el panorama— y el huérfano
sólo oía un murmullo inmutable.
Probó de nuevo.
—¡Gentes!
El icono del ciudadano más cercano —una forma deslumbrante como una estatua
de vidrio coloreado, de como dos deltas de alto— se volvió para mirar al huérfano.
Una estructura innata en el navegador de entrada rotó el ángulo de visión del
huérfano directamente hacia el icono. El navegador de salida, impulsado a seguirle,
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hizo que el icono del huérfano —ahora una parodia tosca e inconsciente del
ciudadano— se girase de la misma forma.
El ciudadano relucía en azul y oro. Su rostro translúcido sonrió y dijo:
—Hola, huérfano.
¡Al fin una respuesta! El detector de retroalimentación del navegador de salida
desconectó sus gritos de aburrimiento, reduciendo la inquietud que había impulsado
la búsqueda. Llenó la mente con señales para reprimir cualquier sistema que pudiese
intervenir y apartarle de su descubrimiento.
El huérfano repitió:
—Hola, huérfano.
El ciudadano volvió a sonreír.
—Sí, hola —y luego se volvió hacia sus amigos.
—¡Gentes! ¡Hola!
No pasó nada.
—¡Ciudadanos! ¡Gentes!
El grupo hizo caso omiso del huérfano. El detector de retroalimentación redujo su
grado de satisfacción, lo que hizo que los navegadores volviesen a mostrarse
inquietos. No tanto como para abandonar el foro, pero sí lo suficiente para moverse
por él.
El huérfano voló de un lado a otro, gritando:
—¡Gentes! ¡Hola!
Se movía sin impulso o inercia, gravedad o fricción, simplemente ajustando los
bits menos significativos de la petición de datos del navegador de entrada, que el
panorama interpretaba como la posición y el ángulo del punto de vista del huérfano.
Bits similares en el navegador de entrada determinaban dónde y cómo se ajustaban el
habla y el icono del huérfano con respecto al panorama.
Los navegadores aprendieron a moverse lo suficientemente cerca de los
ciudadanos como para que se le oyese con facilidad.
Algunos respondieron «Hola, huérfano» antes de apartarse. El huérfano repitió
sus iconos: simplificados o complejos, rococó o espartanos, falsamente biológicos,
falsamente artísticos, formas recreadas con hélices de humo luminoso, o repletas de
vivaces serpientes siseando, decoradas con cegadores relieves fractales o recubiertas
de un negro uniforme... pero siempre el mismo bípedo, la misma forma de simio, tan
constante bajo el tumulto de variaciones como la letra A en los manuscritos
iluminados de un centenar de monjes dementes.
Gradualmente, las redes de clasificación de entrada del huérfano comenzaron a
comprender la diferencia entre los ciudadanos del foro y todos los iconos que había
visto en la biblioteca. Además de una imagen, aquí cada icono exudaba una etiqueta
gestalt no visual —una característica similar al olor propio de un carnoso, aunque
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más localizada y con muchas más posibilidades. El huérfano no podía comprender
esa nueva forma de datos, pero ahora su infotropo —una estructura de desarrollo
tardío que había crecido como segundo nivel sobre los detectores más simples de
novedad y patrones— empezó a responder al déficit de comprensión. Se aferró al
leve indicio de regularidad —aquí el icono de todos los ciudadanos viene
acompañado de una etiqueta única e inmutable— y manifestó su insatisfacción.
Antes el huérfano no se había molestado en imitar la etiqueta, pero ahora, exhortado
por el infotropo, se acercó a un grupo de tres ciudadanos y se puso a imitar a uno de
ellos, etiqueta y todo. La recompensa fue inmediata.
El ciudadano exclamó con furia:
—¡No hagas eso, idiota!
—¡Hola!
—Nadie te creerá si afirmas ser yo... y yo menos. ¿Comprendes? ¡Ahora vete! —
El ciudadano poseía una piel metálica de peltre. Il hizo parpadear su etiqueta para
añadir énfasis; el huérfano le imitó. —¡No! —ahora el ciudadano emitió una segunda
etiqueta, junto a la original—. ¿Ves? Te desafío... y no puedes responder. ¿A qué
molestarse en mentir?
—¡Hola!
—¡Vete!
El huérfano estaba jubiloso; aquí había obtenido más atención de la que había
recibido nunca.
—¡Hola, ciudadano!
La cara de peltre se hundió, casi fundiéndose con el cansancio exagerado.
—¿No sabes quién eres? ¿No conoces tu propia firma?
Otro ciudadano dijo con tranquilidad:
—Debe ser el nuevo huérfano... todavía en el útero. Tu más reciente
conciudadano, Inoshiro. Deberías darle la bienvenida.
Ese ciudadano estaba cubierto de un pelaje corto y dorado. El huérfano dijo:
—León.
Intentó imitar el nuevo ciudadano... y de pronto los tres reían. El tercer ciudadano
dijo:
—Ahora quiere ser tú, Gabriel.
El primer ciudadano, de piel de peltre, dijo:
—Si no sabe su nombre, deberíamos llamarle «idiota».
—No seas cruel. Podría mostrarte recuerdos, pequeño hermanado parcial. —El
icono del tercer ciudadano era una silueta negra sin más rasgos.
—Ahora quiere ser Blanca.
El huérfano se puso a imitar a cada ciudadano por turnos. Los tres respondiendo
cantando extraños sonidos lineales que no significaban nada:
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—¡Inoshiro! ¡Gabriel! ¡Blanca! ¡Inoshiro! ¡Gabriel! ¡Blanca! —justo cuando el
huérfano enviaba las imágenes y las etiquetas gestalt.
Los reconocedores de patrones a corto plazo se fijaron en la conexión y el
huérfano se unió al canto lineal... y lo siguió durante un rato, después de que los otros
hubiesen guardado silencio. Pero después de algunas repeticiones el patrón perdió
interés. El ciudadano de piel de peltre se llevó la mano al pecho y dijo:
—Yo soy Inoshiro.
El ciudadano de pelaje dorado se llevó la mano al pecho y declaró:
—Yo soy Gabriel.
El ciudadano de silueta negra dotó a la mano de un delgado reborde blanco para
evitar que despareciese al moverla delante del tronco y dijo:
—Yo soy Blanca.
El huérfano imitó una vez a cada ciudadano, hablando la palabra lineal que
habían empleado, imitando el movimiento de la mano. Para los tres se habían
formado símbolos, enlazando sus iconos con sus etiquetas y las palabras lineales... a
pesar de que las etiquetas y las palabras lineales seguían sin estar conectadas a nada
más.
El ciudadano cuyo icono les había hecho cantar «Inoshiro» dijo: —Por ahora
bien. ¿Pero cómo obtiene un nombre propio? El que tenía la etiqueta enlazada con
«Blanca» dijo: —Los huérfanos escogen su propio nombre.
El huérfano repitió:
—Los huérfanos escogen su propio nombre.
El ciudadano enlazado con «Gabriel» señaló al enlazado con «Inoshiro» y dijo:
—¿II es...?
El ciudadano enlazado con «Blanca» dijo:
—Inoshiro.
A continuación el ciudadano enlazado con «Inoshiro» señaló a il y dijo:
—¿II es...?
En esta ocasión, el ciudadano enlazado con «Blanca» respondió:
—Blanca.
El huérfano se unió al juego, señalando a donde señalaban los demás, guiado por
sistemas innatos que le ayudaban a comprender la geometría del panorama y a
completar con facilidad el patrón cuando los demás no lo hacían.
Luego, el ciudadano de pelaje dorado señaló al huérfano y dijo:
—¿II es...?
El navegador de entrada giró el ángulo de visión del huérfano, intentando ver a
qué señalaba el ciudadano. Al no encontrar nada tras el huérfano, fue retrocediendo,
acercándose al ciudadano de pelaje dorado... desligándose momentáneamente del
navegador de salida.
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De pronto, el huérfano vio el icono que il mismo proyectaba —una amalgama
tosca de los iconos de los tres ciudadanos, todo pelaje negro y metal amarillo— no
sólo como la habitual tenue imagen mental de los canales cruzados, sino como un
vivido objeto en el panorama junto a los otros tres.
A eso apuntaba el ciudadano de pelaje dorado enlazado con «Gabriel».
El infotropo se volvió loco. No podía completar la regularidad incompleta... no
podía responder a la pregunta del juego con respecto a ese extraño cuarto ciudadano...
pero era preciso llenar el hueco en el patrón.
El huérfano observó al cuarto ciudadano cambiar de forma y color, allí en el
panorama... cambios que seguían con exactitud sus propios movimientos aleatorios:
en ocasiones imitando a uno de los otros tres ciudadanos, en ocasiones simplemente
jugando con las posibilidades del gestalt. Eso hipnotizó durante un tiempo a los
detectores de regularidad, pero sólo logró que el infotropo se mostrase más inquieto.
El infotropo combinó y recombinó todos los factores disponibles, y se estableció
un fin a corto plazo: hacer que el icono «Inoshiro» de piel de peltre cambiase, de la
misma forma que cambiaba el icono del cuarto ciudadano. Lo que provocó una tenue
activación anticipatoria de los símbolos relevantes, una imagen mental del suceso
deseado. Pero a pesar de que la imagen de un icono de ciudadano meneándose y
pulsando tomó fácilmente el control del canal de salida gestalt, el que cambió no fue
el icono «Inoshiro»... sino el icono del cuarto ciudadano, como antes.
Por decisión propia, el navegador de entrada se desplazó a la misma posición que
el navegador de salida y el cuarto ciudadano desapareció de pronto. El infotropo
separó de nuevo los navegadores; el cuarto ciudadano reapareció.
El ciudadano «Inoshiro» dijo:
—¿Qué hace?
El ciudadano —Blanca» respondió:
—Tú mira y sé paciente. A lo mejor aprendes algo.
Se estaba formando un nuevo símbolo, una representación del extraño cuarto
ciudadano... el único cuyo icono parecía limitado por una atracción mutua con el
punto de vista del huérfano en el panorama, y el único cuyos actos el huérfano podía
anticipar y controlar con facilidad. Por tanto, ¿eran los cuatro ciudadanos el mismo
tipo de cosa... como todos los leones, todos los antílopes, todos los círculos... o no?
Las conexiones entre los símbolos seguían siendo preliminares.
El ciudadano «Inoshiro» dijo:
—¡Me aburro! ¡Que otro lo cuide! —Bailó alrededor del grupo... turnándose para
imitar los iconos de «Blanca» y «Gabriel» y luego volviendo a la forma original—.
¿Cómo me llamo? ¡No lo sé! ¿Cuál es mi firma? ¡No tengo! ¡Soy huérfano! ¡Soy
huérfano! ¡Ni siquiera sé qué aspecto tengo!
Cuando el huérfano percibió al ciudadano «Inoshiro» adoptando los iconos de los
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otros dos, casi abandonó por confusión el intento de clasificación. Ahora el
ciudadano «Inoshiro» se estaba comportando más bien como el cuarto ciudadano...
aunque sus acciones seguían sin coincidir con las intenciones del huérfano.
El símbolo del huérfano para el cuarto ciudadano registraba la apariencia y la
localización del ciudadano en el panorama, pero empezaba a destilar la esencia de las
propias imágenes mentales y metas a corto plazo, creando un resumen de todos los
aspectos del estado mental del huérfano que parecían tener alguna conexión con el
comportamiento del cuarto ciudadano. Pero pocos símbolos poseían límites
claramente definidos; la mayoría eran tan permeables y promiscuos como bacterias
intercambiando plásmidos. El símbolo para el ciudadano «Inoshiro» copió algunas de
las estructuras de estados mentales del símbolo para el cuarto ciudadano y se puso a
probarlas para sí mismo.
Al principio, la capacidad de representar «imágenes mentales» y «metas» muy
resumidas no servía de mucho... porque seguía enlazada con el estado mental del
huérfano. La maquinaria clonada al azar del símbolo «Inoshiro» insistía en predecir
que el ciudadano «Inoshiro» se comportaría según los planes del huérfano... cosa que
no sucedía en ningún momento. Enfrentado a ese fracaso repetido, los enlaces pronto
murieron... y el tosco y diminuto modelo de una mente que quedó en el interior del
símbolo «Inoshiro» tuvo libertad de encontrar el estado mental «Inoshiro» que mejor
se ajustase al comportamiento real del ciudadano.
El símbolo probó conexiones diferentes, teorías diferentes, buscando la que
tuviese más sentido... y el huérfano comprendió de pronto que el ciudadano
«Inoshiro» había estado imitando al cuarto ciudadano.
El infotropo se centró en esa revelación... e intentó lograr que el cuarto ciudadano
imitase a su vez al ciudadano «Inoshiro».
El cuarto ciudadano proclamó:
—¡Soy un huérfano! ¡Soy un huérfano! ¡Ni siquiera sé qué aspecto tengo!
El ciudadano «Gabriel» señaló al cuarto ciudadano y dijo:
—¡II es un huérfano!
El ciudadano «Inoshiro» estuvo de acuerdo con recelo:
—II es un huérfano. Pero ¿por qué tiene que ser tan lento?
Inspirado —impulsado por el infotropo— el huérfano intento jugar de nuevo al
juego de «¿II es...?», en esta ocasión empleado la respuesta «un huérfano» para el
cuarto ciudadano. Los otros confirmaron la elección y pronto las palabras quedaron
enlazadas con el símbolo del cuarto ciudadano.
Cuando los tres amigos del huérfano abandonaron el panorama, el cuarto ciudadano
se quedó. Pero el cuarto ciudadano había agotado su capacidad de ofrecer sorpresas
interesantes, por lo que tras incordiar sin éxito a los demás ciudadanos, el huérfano
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regresó a la biblioteca.
El navegador de entrada había aprendido el esquema de indexación más simple
empleado por la biblioteca, y cuando el infotropo buscó formas de atar los cabos
sueltos de los patrones medio formados en el panorama, logró dirigir al navegador de
entrada a posiciones en la biblioteca que se referían a las misteriosas palabras lineales
de los cuatro ciudadanos: Inoshiro, Gabriel, Blanca y Huérfano. Para cada una de
esas palabras había indexados flujos de datos, aunque ninguno parecía conectarse con
los ciudadanos en sí. El huérfano vio tantas imágenes de carnosos, a menudo con
alias, asociados con la palabra «Gabriel» que construyó todo un símbolo nuevo a
partir de las regularidades encontradas, pero el nuevo símbolo apenas se superponía
al del ciudadano de pelaje dorado.
El huérfano se servía a menudo de las búsquedas impulsadas por el infotropo;
viejas direcciones de la biblioteca, grabadas en su memoria, llamaban al navegador
de entrada. En una ocasión, viendo la escena de un sucio niño carnoso sosteniendo un
cuenco vacío de madera, el huérfano se aburrió y se dirigió a un territorio más
familiar. A medio camino, dio con la escena de un carnoso adulto agachándose junto
a un cachorro de león y levantándolo en brazos.
Tras ellos había una leona en el suelo, inmóvil y ensangrentada. El carnoso
acarició la cabeza del cachorro.
—Pobre Yatima.
Alguna característica de la escena hipnotizó al huérfano. Le susurró a la
biblioteca:
—Yatima. Yatima. —Jamás había oído esa palabra, pero el sonido resonaba con
significado.
El cachorro de león maulló. Ei carnoso le canturreó.
—Mi pobrecito huérfano.
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esbelto, con una piel muy negra y ojos marrones, vestido con una túnica púrpura.
En una ocasión, cuando el ciudadano enlazado con «Inoshiro» dijo con pena
fingida:
—Pobrecito huérfano, sigue sin tener nombre.
El huérfano recordó la escena y respondió.
—Pobrecito Yatima.
El ciudadano de pelaje dorado dijo:
—Creo que ya lo tiene.
A partir de entonces, llamaron «Yatima» al cuarto ciudadano. Lo repitieron tantas
veces, dándole tanta importancia, que el huérfano pronto lo enlazó al símbolo con
tanta fuerza como «Huérfano».
El huérfano observó cómo el ciudadano enlazado con «Inoshiro» cantaba
triunfante al cuarto ciudadano:
—¡Yatima! ¡Yatima! ¡Ja, ja, ja! ¡Tengo cinco padres, y cinco hermanos parciales,
y siempre seré mayor que tú!
El huérfano hizo que el cuarto ciudadano respondiese:
—¡Inoshiro! ¡Inoshiro! ¡Ja, ja, ja!
Pero no se le ocurrió qué decir a continuación.
Blanca dijo:
—Los gleisners están ajustando un asteroide... ahora mismo, en tiempo real.
¿Quieres venir a ver? Inoshiro está allí, Gabriel está allí. ¡No tienes más que
seguirme!
El icono de Blanca emitió una etiqueta extraña y nueva, y desapareció de pronto.
El foro estaba casi vacío; cerca de la fuente había algunos de los habituales, que el
huérfano ya sabía que no responderían, y estaba el cuarto ciudadano, como siempre.
Blanca reapareció.
—¿Qué pasa? ¿No sabes seguirme o no quieres venir?
Las redes de análisis lingüístico del huérfano habían iniciado el ajuste preciso de
la gramática universal que contenían, aprendiendo rápidamente las convenciones del
lineal. Las palabras se estaban convirtiendo en algo más que activadores aislados de
símbolos, cada una con un sentido fijo e inmutable; las sutilezas del orden, el
contexto y la inflexión empezaban a modular las cascadas de interpretación de los
símbolos. Se trata de una petición para conocer los deseos del cuarto ciudadano.
—¡Juega conmigo! —el huérfano había aprendido a referirse al cuarto ciudadano
como «yo» o «mí» en lugar de «Yatima», pero se trataba simplemente de una
cuestión gramatical, no de consciencia.
—Quiero ver el ajuste, Yatima.
—¡No! ¡Juega conmigo! —el huérfano se agitó alrededor de il, proyectando
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fragmentos de recuerdos recientes: Blanca creando objetos compartidos en el
panorama... haciendo girar bloques con números y bolas de colores llamativo... y
enseñando al huérfano a interaccionar con ellos.
—¡Vale, vale! Un juego nuevo. Espero que aprendas rápido.
Blanca emitió otra etiqueta extra —con el mismo sabor general de ante, pero sin
ser idéntica— para luego volver a desaparecer... sólo para reaparecer de inmediato,
algunos cientos de deltas más allá, dentro del mismo panorama.
Blanca volvió a saltar. Y otra vez más. En casa ocasión emitiendo una etiqueta del
mismo tipo, con ligeras variaciones, antes de desaparecer. Justo cuando el huérfano
empezaba a considerarlo un juego aburrido, Blanca empezó a permanecer fuera del
panorama durante una fracción de tau antes de reaparecer... y el huérfano pasó el
tiempo intentando adivinar dónde volvería a materializarse, con la esperanza de llegar
primero al lugar elegido.
Pero no parecía haber ningún patrón; la sombra sólida de Blanca saltaba
aleatoriamente por el foro, desde el claustro hasta la fuente, y las suposiciones del
huérfano eran todas erróneas. Era frustrante... pero en el pasado los juegos de Blanca
a menudo habían poseído un orden sutil, así que el infotropo persistió, combinando y
recombinando los detectores de patrones existentes para formar nuevas coaliciones,
buscando un modo de dar sentido al problema.
¡Las etiquetas! Cuando el infotropo comparó el recuerdo de los datos gestalt en
bruto de las etiquetas que Blanca enviaba con la dirección calculada por las redes de
geometría innata cuando el huérfano volvía a verla más tarde, partes de las dos
secuencias se ajustaban perfectamente casi en su totalidad. Una y otra vez. El
infotropo combinó las dos fuentes de información — reconociéndolas como dos
formas de saber lo mismo— y el huérfano se puso a saltar por el panorama sin
esperar a ver dónde reaparecería Blanca.
La primera vez, sus iconos se superpusieron, y el huérfano tuvo que retroceder
antes de ver que Blanca estaba realmente allí, confirmando el éxito que el infotropo
había reclamando tan descaradamente. La segunda vez, el huérfano instintivamente
compensó, modificando ligeramente la dirección de la etiqueta para evitar chocar,
como había aprendido a hacer cuando perseguía a Blanca guiándose por la vista. La
tercera vez, el huérfano llegó antes que il.
—¡Yo gano!
—¡Muy bien hecho, Yatima! ¡Me seguiste!
—¡Te seguí!
—¿Vamos ahora a ver el ajuste? ¿Con Inoshiro y Gabriel?
—¡Gabriel!
—Me lo voy a tomar como un sí.
Blanca saltó y el huérfano la siguió... y la plaza enclaustrada se transformó en mil
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millones de estrellas.
El huérfano examinó el panorama nuevo y extraño. Entre ellos las estrellas
brillaban en casi todas las frecuencias, desde ondas de radio de un kilómetro hasta las
altas energías de los rayos gamma. El «espacio de color» del gestalt se podía extender
casi indefinidamente, y el huérfano se había topado por casualidad en la biblioteca
con varias imágenes astronómicas que empleaban una paleta similar, pero la mayoría
de las escenas terrestres y la mayoría de los panoramas no pasaban del infrarrojo y el
ultravioleta. En comparación, incluso las vistas de superficies planetarias obtenidas
por los satélites parecían grises y apagadas; los planetas eran demasiado fríos para
relucir así por todo el espectro, En el descontrol de color había indicaciones de un
orden sutil —series de líneas de emisión y absorción, contornos suaves de radiación
térmica— pero el infotropo, deslumhrado, se rindió ante la sobrecarga y se limitó a
dejar que los datos fluyesen; el análisis tendría que esperar a tener mil claves más.
Las estrellas no poseían rasgos geométricos —puntuales, distantes, con direcciones
de panorama imposibles de calcular— pero el huérfano tuvo una pasajera imagen
mental de moverse hacia ellas, e imaginó, durante un instante, la posibilidad de verlas
de cerca.
El huérfano vio a un grupo cercano de ciudadanos, y una vez que apartó su
atención del fondo de estrellas fue percibiendo docenas de grupos pequeños dispersos
por el panorama. Algunos de sus iconos reflejaban la radiación ambiente, pero en su
mayoría eran simplemente visibles por decreto, sin fingir en ningún momento estar
interaccionado con la luz estelar.
Inoshiro dijo:
—¿Por qué has tenido que traerlo?
El huérfano se volvió hacia il y entrevio una estrella mucho más brillante que el
resto, mucho más pequeña que la visión familiar del cielo de la Tierra, pero sin filtrar
por la cubierta de gases y polvo.
—¿El Sol?
Gabriel dijo:
—Sí, ése es el Sol. —El ciudadano de pelaje dorado flotaba junto a Blanca, quien
era tan claramente visible como siempre, más oscura incluso que el frío y mínimo
fondo de radiación entre las estrellas.
Inoshiro se quejó:
—¿Por qué has traído a Yatima? ¡Es demasiado joven! ¡No va a entender nada!
Blanca dijo:
—Pasa de il, Yatima.
¡Yatima! ¡Yatima! El huérfano sabía con precisión dónde estaba Yatima y qué
aspecto tenía, sin necesidad de separar los navegadores y comprobarlo. El icono del
cuarto ciudadano se había estabilizado como el alto carnoso de túnica púrpura que
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había adoptado a la cría de león, el de la biblioteca.
Inoshiro se dirigió al huérfano.
—No te preocupes, Yatima, intentaré explicártelo. Si los gleisners no ajustan este
asteroide, entonces, dentro de trescientos mil años, diez mil terataus, cabría la
posibilidad de que chocase contra la Tierra. Y cuanto antes lo ajusten, menos energía
hará falta, Pero no podían hacerlo antes, porque las ecuaciones son caóticas, asi que
hasta ahora no han podido tener un modelo lo suficientemente preciso de la
aproximación.
El huérfano no comprendió nada.
—Blanca quería que viese el ajuste! ¡Pero yo quería jugar a un juego nuevo!
Inoshiro rió.
—¿Qué hizo? ¿Te secuestró?
—Seguí a il, y saltamos y saltamos... ¡y li seguí! —el huérfano dio algunos saltos
cortos alrededor de los tres, intentando ilustrar lo que decía, aunque la verdad es que
no transmitía la sensación de saltar de un panorama a otro.
Inoshiro dijo:
—Calla. Aquí viene.
El huérfano siguió su mirada hasta un trozo irregular de roca situado en la
distancia —iluminado por el Sol, una mitad completamente en sombras—
moviéndose rápida y constantemente hacia el grupo informal de ciudadanos. El
software del panorama decoró la imagen del asteroide con etiquetas gestalt repletas
de información sobre su composición química, su masa, su giro y sus parámetros
orbitales; el huérfano reconoció algunos de esos sabores de la biblioteca, pero todavía
no comprendía realmente qué significaban.
—¡Un fallo del láser y los carnosos morirían entre dolores! —los ojos de peltre de
Inoshiro relucían.
Blanca dijo con seriedad:
—Y sólo trescientos mil años para intentarlo de nuevo.
Inoshiro se giró hacia el huérfano y le dijo tranquilizadoramente.
—Pero nosotros estaremos bien. Incluso si destrozase Konishi en la Tierra,
tenemos copias de seguridad por todo el Sistema Solar.
Ahora el asteroide estaba tan cerca que el huérfano podía calcular su dirección de
panorama y su tamaño. Seguía estando cien veces más alejado que el ciudadano más
lejano, pero se acercaba con rapidez. Los espectadores estaban dispuestos formando
una concha aproximadamente esférica, como diez veces mayor que el asteroide en
si... y el huérfano comprendió de inmediato que si el asteroide mantenía su
trayectoria, pasaría directamente por el centro de la esfera imaginaria.
Todos observaban atentamente el pedrusco. El huérfano se preguntó qué juego
seria éste; se había formado un simbolo genérico que incluía a todos los extraños
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presentes en el panorama, así como a los tres amigos del huérfano, y dicho simbolo
había heredado la propiedad del cuarto ciudadano de mantener creencias sobre
objetos que había demostrado ser útil para predecir su comportamiento. ¿Era posible
que la gente estuviese esperando a ver si la rocadaba de pronto un salto aleatorio,
como había saltado Blanca? El huérfano creía que se equivocaban; la roca no era un
ciudadano, no jugaría con ellos.
El huérfano quería que todos supiesen lo de la trayectoria simple de la roca. Una
vez más comprobó la extrapolación, pero no había cambiado nada; la dirección y la
velocidad eran tan constantes como siempre. El huérfano carecía de las palabras para
explicárselo a la multitud... pero quizá pudiesen aprender observando al cuarto
ciudadano, de la misma forma que el cuarto ciudadano aprendía mirando a Blanca.
El huérfano saltó por el panorama, situándose directamente en el camino del
asteroide. Un cuarto del cielo se volvió marcado y gris, una colina irregular en el lado
al sol que proyectaba una banda de sombra absoluta sobre la cara que se aproximaba.
Durante un instante el huérfano quedó demasiado sorprendido para moverse —
hipnotizado por la escala y la velocidad y la grandeza pesada y sin propósito del
objeto— para luego igualar velocidades con la roca y guiarla hacia la multitud.
La gente se puso a gritar de emoción, con palabras inmunes al vacío ficticio pero
que el panorama degradaba con la distancia, creciendo hasta ser un rugido vibrante.
El huérfano se apartó del asteroide y vio que los ciudadanos más cercanos le
llamaban y gesticulaban.
El símbolo del cuarto ciudadano, conectado directamente a la mente del huérfano,
ya había concluido que el cuarto ciudadano recorría el camino del asteroide para
cambiar lo que pensaban los otros ciudadanos. Así que el modelo del cuarto
ciudadano que tenía el huérfano había adquirido la propiedad de tener creencias
sobre las creencias de otros ciudadanos... y los símbolos para Inoshiro, Blanca,
Gabriel y la multitud en si se apoderaron de tal innovación y la probaron por sí
mismos.
Cuando el huérfano se precipitó en la esfera, pudo oír a la gente riendo y
vitoreando. Todos miraban al cuarto ciudadano, aunque el huérfano al fin empezaba a
sospechar que nadie había necesitado que le mostrase la trayectoria. Al mirar atrás
para comprobar que la roca seguía su camino, un punto en la colina se puso a relucir
intensamente en el infrarrojo... y luego estalló con luz un millar de veces más
brillante que la roca iluminada por el sol que la rodeaba, y con un espectro térmico
más caliente que el propio Sol.
El huérfano se quedó congelado, dejando que el asteroide se acercase. Una pluma
de vapor incandescente surgía del un cráter en la colina; la imagen era rica en nuevas
etiquetas gestalt, todas ellas incomprensibles, pero el infotropo grabó una promesa en
la mente del huérfano: Aprenderé a entenderlas.
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El huérfano seguia comprobando las direcciones en el panorama de los puntos de
referencia que había estado siguiendo, y encontró un cambio microscópico en la
dirección del asteroide. ¿El destello de luz —y el pequeño cambio de curso— era lo
que todos habían estado esperando? El cuarto ciudadano se había equivocado con
respecto a lo que sabían, sobre lo que pensaban, sobre lo querían... ¿y ahora ellos lo
sabían también? Las implicaciones rebotaron entre los símbolos, modelos de mentes
reflejando modelos de mente, mientras la red buscaba sentido y estabilidad.
Antes de que el asteroide pudiese coincidir con el icono del cuarto ciudadano, el
huérfano saltó de regreso con sus amigos.
Inoshiro estaba furioso:
—¿Por qué lo hiciste? ¡Lo estropeaste! ¡Vaya un bebé!
Blanca preguntó con amabilidad:
—¿Qué viste, Yatima?
—La roca saltó un poco. Pero yo quería que la gente pensase... que no podría.
—¡Idiota! ¡Siempre estás pavoneándote!
Gabriel dijo:
—¿Yatima? ¿Por qué cree Inoshiro que volaste con el asteroide?
El huérfano vaciló:
—No sé lo que piensa Inoshiro.
Los símbolos para el cuarto ciudadano adoptaron una configuración que ya
habían probado un millar de veces antes: el cuarto ciudadano, Yatima, apartado del
resto, destacado como único... en esta ocasión, como el único cuyos pensamientos el
huérfano podía conocer con seguridad. Y mientas la red simbólica buscaba formas
mejores de expresar ese hecho, conexiones complejas se reforzaron y enlaces
redundantes fueron desapareciendo.
No había diferencia entre el modelo de las creencias de Yatima sobre los otros
ciudadanos, enterrado dentro del símbolo para Yatima... y los modelos de los otros
ciudadanos, dentro de sus respectivos símbolos. La red al fin se dio cuenta y se puso
a desechar pasos intermedios innecesarios. El modelo de las creencias de Yatima se
convirtió en todo el ancho modelo del conocimiento simbólico del huérfano.
Y el modelo de las creencias de Yatima sobre la mente de Yatima se convirtió en
el modelo total de la mente de Yaúma no un duplicado diminuto, o un resumen tosco,
sino un manojo afinado de conexiones que regresaba sobre si mismo.
El flujo de consciencia del huérfano recorrió esas nuevas conexiones,
momentáneamente inestables por la retroalimentación: pienso que Yatima piensa que
yo pienso que Yatima piensa...
A continuación la red simbólica identificó las últimas redundancias, cortó algunos
enlaces internos y la regresión infinita colapsó en una única resonancia, simple y
estable:
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Estoy pensando...
Estoy pensando que sé lo que estoy pensando.
Yatima dijo:
—Sé lo que estoy pensando.
Inoshiro respondió despreocupadamente:
—¿Qué te hace creer que le importa a alguien?
Por cinco mil vigésimo tercera vez, el conceptorio comprobó la arquitectura de la
mente del huérfano con respecto a la definición que tenía la polis de la
autoeonsciencia.
Ahora se satisfacían todos los criterios.
El conceptorio recurrió a una parte de si mismo que controlaba el útero y lo paró,
parando al huérfano. Modificó ligeramente la maquinaria del útero, permitiéndole la
ejecución independiente, permitiéndole ser reprogramado desde el interior. A
continuación construyó una firma para el nuevo ciudadano — dos números únicos de
un megadígito, uno privado y el otro público— y los empotró en el cifrador del
huérfano, una pequeña estructura que había permanecido dormida, esperando esas
claves. Envió una copia de la firma pública a la polis, para ser catalogada, para ser
censada.
Finalmente, el conceptorio pasó la máquina virtual que había sido el útero a
manos del sistema operativo de la polis, cediendo todo poder sobre el contenido.
Liberándola, como una cesta enviada por un río. Ahora era el exoyó del nuevo
ciudadano, una concha, un caparazón no consciente. El ciudadano tenía libertad para
reprogramarlo a voluntad, pero la polis no permitiría que otro software lo tocase. La
cesta era insumergible, excepto desde el interior.
Inoshiro dijo:
—¡Para! ¿Ahora quién finges ser?
Yatima no precisó separar los navegadores; il sabía que su icono no había
cambiado de apariencia, pero ahora emitía una etiqueta gestalt. Era del tipo que había
visto emitir a los otros ciudadanos la primera vez que había visitado el panorama del
cerdo volador.
Blanca envió a Yatima un tipo diferente de etiqueta; contenía un número aleatorio
codificado por medio de la mitad pública de la firma de Yatima. Antes de que Yatima
pudiese preguntarse por el significado de la etiqueta, su cifrador respondió
automáticamente al desafío: decodificando el mensaje de Blanca, volviéndolo a cifrar
con la firma pública de Blanca y devolviendo un tercer tipo de etiqueta. Declaración
de identidad. Desafío. Respuesta.
Blanca dijo:
—Bienvenido a Konishi, ciudadano Yatima. —Il se volvió hacia Inoshiro, quien
repitió el desafío de Blanca para luego murmurar por lo bajo y taciturnamente—.
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Bienvenido, Yatima.
Gabriel dijo:
—Y bienvenido a la Coalición de Polis.
Yatima miró a los tres, desconcertado... sin prestar atención a las palabras
ceremoniales, intentando comprender qué había cambiado en su interior. Veía a sus
amigos, y a las estrellas, y a la multitud, y sentía su propio icono... pero a pesar de
que esas ideas y percepciones ordinarias fluían sin problemas, un nuevo tipo de
pregunta parecía girar a través del espacio negro que había detrás. ¿Quién piensa
esto? ¿Quién ve estas estrellas, a estos ciudadanos? ¿Quién se interroga sobre sus
pensamientos y sobre lo que ve?
Y la respuesta le llegó no en palabras, sino como el murmullo de respuesta de un
símbolo entre miles que se alzó para reclamar a todos los demás. No para reflejar
todos los pensamientos, para unirlos. Para mantenerlos unidos, como una piel.
¿Quién piensa esto?
Yo.
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2. Minería de verdad
POLIS KONISHI, TIERRA
23 387 281 042 016 TEC
18 de mayo 2975, 10:10:39.170 TU
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al panorama del toroide.
Llegaron de pie en el anillo exterior —el «ecuador» del toroide— mirando al
«sur». Con Los rayos de luz limitados a la superficie, el panorama parecía no tener
límites, aunque Yatima veia claramente la parte posterior de su icono y el de Radiya,
a una breve revolución por delante, y por el espacio entre illos podía entrever a un
Radiya al doble de distancia. El claro del bosque no estaba por ninguna parte; por
encima sólo había oscuridad.
Mirando directamente al sur la perspectiva era casi por completo lineal, con los
meridianos rojos que rodeaban al toroide ofreciendo la impresión de converger hacia
un punto de fuga distante. Pero al este y oeste las líneas azules de latitud —que de
cerca parecían casi rectas y paralelas— parecían divergir muy rápidamente al
acercarse a una distancia critica. Los rayos de luz que circunnavegaban el anillo
exterior del toroide convergían, como si los enfocase una lente de aumento, en un
punto situado directamente en el lugar opuesto de donde habían partido... por tanto, la
imagen enormemente distendida de un punto diminuto del ecuador, situado
exactamente a mitad de camino alrededor del toroide, ocupaba todo el campo de
visión y hacía a un lado la imagen de todo lo situado al norte o al sur de su posición.
Más allá del punto medio las líneas azules volvían a unirse y presentaban durante un
tiempo algo similar a la perspectiva normal, antes de dar la vuelta completa y repetir
el efecto. Pero en esta ocasión la vista estaba bloqueada por una ancha banda de
violeta con un delgado borde blanco en la parte superior, ocupando todo el horizonte:
el propio icono de Yatima, distorsionado por la curvatura. Si Yatima miraba en
sentido opuesto a Radiya también era visible una lista verde y marrón, oscureciendo
parcialmente la violeta y negra.
—La geometria de esta inmersión no es euclídea, evidentemente. —Yatima
esbozó unos triángulos en la superficie a sus pies—. La suma de los ángulos de un
triángulo depende de dónde lo ponemos: más de 180 grados aquí, cerca del anillo
externo, pero menos de 180 cerca del anillo interno. En medio, más o menos se
mantiene en equilibrio.
Radiya asintió.
—Vale. Entonces, ¿cómo lo mantienes en equilibro en todas partes... sin
modificar la topología?
Yatima lanzó un flujo de etiquetas al objeto panorama y la vista inició su
transformación. Los iconos distorsionados en el horizonte a este y oeste fueron
encogiéndose, y las líneas azules de latitud se fueron enderezando. Al sur, la región
estrecha de perspectiva lineal se expandía rápidamente.
—Si pliegas un cilindro para formar un toroide, las lineas paralelas del eje del
cilindro se convierten en círculos de diferentes tamaños; ése es el verdadero origen de
la curvatura. Y si intentas hacer que esos circuios tengan todos el mismo tamaño, no
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habría forma de mantenerlos separados; ese proceso aplasta el cilindro. Pero eso sólo
es cierto en tres dimensiones.
Ahora las líneas de la cuadrícula eran todas rectas, con perspectiva perfectamente
lineal en todas partes. Tenían la impresión de estar de pie en un plano ilimitado, con
sólo las imágenes repetidas de sus iconos para demostrar que no era asi. Los
triángulos también se habían enderezado; Yatima realizó dos copias idénticas de uno
de ellos, luego maniobró con los tres para formar un abanico que demostraba que los
ángulos sumaban 180 grados.
—Topológicamente, nada ha cambiado; no he realizado ni cortes ni uniones en la
superficie. La única diferencia es...
Il saltó de vuelta al claro del bosque. El toroide parecía haberse transformado en
una corta banda cilindrica; los círculos azules y grandes de latitud tenían ahora el
mismo tamaño...pero los círculos rojos y pequeños, los meridianos, parecían haberse
aplastado hasta convertirse en líneas rectas.
——Roté cada meridiano 90 grados en una cuarta dimensión espacial. Parecen
planos simplemente porque los estamos viendo de lado. —Yatima había ensayado el
truco con análogos de menos dimensiones: cogiendo la banda entre un par de circuios
concéntricos y retorciéndola 90 grados fuera del plano, apoyándola sobre el borde; la
dimensión extra dejaba espacio para que toda la banda tuviese un radio uniforme.
Con un toroide era básicamente lo mismo; todos los circuios de latitud podían tener el
mismo radio, siempre que se les asignase diferentes «alturas» en una cuarta
dimensión para poder seguir distinguiéndolos.
Yatima recoloreó el toroide con tonos de verde que variaban uniformemente para
revelar la cuarta coordenada oculta. Las superficies externas e internas del «cilindro»
sólo igualaban sus colores en los anillos superiores e inferiores, donde se encontraban
en la cuarta dimensión; en los demás lugares, tonos diferentes a cada lado
demostraban que seguían separados.
Radiya dijo:
—Muy ingenioso. Bien, ¿puedes hacer lo mismo con la esfera?
Yatima mostró una mueca de frustración.
—¡Lo he intentado! Intuitivamente, parece imposible... pero antes de dar con el
truco adecuado, habría dicho lo mismo en el caso del toroide. —Creó una esfera
mientras hablaba para luego deformarla formando un cubo. Pero no servía de nada...
se limitaba simplemente a concentrar toda la curvatura en las singularidades de las
esquinas, no la eliminaba.
—Vale. Aquí tienes una pista. —Radiya convirtió el cubo de nuevo en esfera y
sobre ella pintó tres grandes círculos negros: un ecuador y dos meridianos completos
separados por 90 grados.
—¿En qué he dividido la superficie?
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—En triángulos. Ocho triángulos; cuatro en el hemisferio norte, cuatro en el sur.
—E independientemente de lo que le hagas a la superficie, doblarla, estirarla,
retorcerla en mil dimensiones diferentes... siempre podrás dividirla de la misma
forma, ¿no? ¿Ocho triángulos, dibujados entre seis puntos?
Yatima experimentó, deformando la esfera en una sucesión de formas diferente.
—Creo que tienes razón. ¿Pero de qué nos sirve?
Radiya permaneció en silencio. Yatima hizo que el objeto se volviese
transparente, para poder ver simultáneamente todos los triángulos. Formaban una
especie de red basta, una red de seis puntos, una bolsa de cuerdas. Enderezó las doce
líneas, lo que ciertamente aplastó los triángulos... pero transformó la esfera en un
diamante octaédrico, lo que resultaba tan desastroso como un cubo. Cada cara del
diamante era perfectamente euclídea, pero las seis puntas eran depósitos
infinitamente concentrados de curvatura.
Probó a alisar y aplastar los seis puntos. Fue fácil... pero hizo que los ocho
triángulos se volviesen tan doblados y no— euclídeos como en la esfera original.
Parecía «evidente» que los puntos y los triángulos no podían ser planos
simultáneamente... pero Yatima seguía sin dar con la razón para que esas dos metas
fuesen irreconciliables. Midió los ángulos allí donde se encontraban cuatro
triángulos, alrededor de lo que antes había sido una punta del diamante: 90, 90, 90,
90. Lo que tenía todo el sentido: para ser planos, y unirse sin dejar huecos, debían
sumar 360 grados. Volvió al diamante sin embotar y midió los mismos ángulos: 60,
60, 60, 60. Un total de 240, demasiado pequeño para ser plano; todo lo que fuese
menor de un círculo completo obligaba a la superficie a formar la punta de un cono...
¡Eso era! ¡Ése era el núcleo de la contradicción! Todo vértice necesitaba a su
alrededor ángulos con un total de 360 grados para poder ser plano... mientras que
todo triángulo euclídeo plano sólo daba 180 grados. La mitad. Por tanto, si hubiese el
doble de triángulos que de vértices, todo encajaría a la perfección... pero con seis
vértices y sólo ocho triángulos no había planitud suficiente.
Yatima sonrió triunfante, y contó la serie de razonamientos. Radiya dijo con
tranquilidad:
—Bien. Acabas de descubrir el teorema de Gauss-Bonnet, que relaciona el
número de Euler con la curvatura total.
—¿En serio? —Yatima se sintió lleno de orgullo; Euler y Gauss eran mineros
legendarios... carnosos muertos tiempo atrás, pero con habilidades rara vez igualadas.
—No del todo. —Radiya sonrió un poco—. Deberías buscar su expresión
concreta. Creo que ya puedes abordar un tratamiento formal de los espacios de
Riemann. Pero si empieza a parecerte demasiado abstracto, no vaciles en volver un
poco atrás y jugar con algunos ejemplos más.
—Vale. —No hizo falta que se le dijera a Yatima que la lección había concluido.
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Alzó la mano en gesto de agradecimiento para luego retirar su icono y su punto de
vista.
Durante un momento Yatima quedó sin panorama, con los canales de entrada
aislados, a solas con sus pensamientos. Sabía bien que todavía no comprendía por
completo la curvatura —había docenas de otras formas de considerarla— pero al
menos había comprendido un fragmento más de la imagen global.
A continuación saltó a las Minas de Verdad.
Llegó a un espacio cavernoso con paredes de piedra oscura, agregados de
minerales ígneos rocosos, arcillas marrones, venas de rojo óxido, En el suelo de la
caverna había incrustado un objeto extraño y luminoso: docenas de chispas flotantes
de luz, encerradas en un conjunto elaborado de membranas etéreas. Las membranas
formaban familias concéntricas y anidadas, capas de cebolla dalinianas... cada serie
culminando en una burbuja alrededor de una única chispa u ocasionalmente un grupo
de dos o tres. A medida que las chispas se desplazaban, las membranas fluían para
acomodarlas, de tal forma que ninguna chispa escapaba a su nivel de encierro.
En cierto sentido, las Minas de Verdad no eran más que otro panorama índice. De
forma similar eran accesibles cientos de miles de selecciones especializadas de los
contenidos de la biblioteca... y Yatima había subido por el árbol evolutivo, había
saltado por la tabla periódica, había recorrido las líneas temporales, como si fuesen
avenidas, de las historias de carnosos, gleisners y ciudadanos. Medio megatau antes,
il había nadado por la célula eucariota; todas las proteínas, todos los nucleótidos,
todos los carbohidratos que atravesaban el citoplasma emitían etiquetas gestalt que
referenciaban todo lo que la biblioteca tenía que decir sobre la molécula en cuestión.
Pero en las Minas de Verdad, las etiquetas no eran simples referencias; incluían
las expresiones completas de las definiciones, axiomas o teoremas concretos
representados por el objeto. Las Minas eran autocontenidas; todos los resultados
matemáticos demostrados por los carnosos y sus descendientes se mostraban al
completo. Las exégesis de la biblioteca eran útiles... pero las verdades en sí estaban
todas allí.
El objeto luminoso enterrado en el suelo de la caverna emitía la definición de un
espacio topológico: un conjunto de puntos (las chipas), agrupados en «subconjuntos
abiertos» (el contenido de una o más de las membranas) que especificaban cómo se
conectaban los puntos entre sí... sin tener que recurrir a ideas de «distancia» o
«dimensión». Como una especie de conjunto primario sin ninguna estructura, era lo
más básico que se podía ser: el antecesor común de virtualmente todas las entidades
dignas de recibir el nombre de «espacio», por exóticas que fuesen. Un único túnel
llevaba al interior de la caverna, ofreciendo un enlace a los conceptos previos
necesarios, y media docena de túneles permitían salir, inclinándose ligeramente hacia
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«abajo» en la roca, siguiendo distintas implicaciones de la definición. Supongamos
que T es un espacio topológico... entonces ¿qué se deduce? Dichas rutas estaban
pavimentadas con pequeñas gemas, cada una emitiendo un resultado intermedio de
camino a un teorema.
Todos los túneles de las Minas se habían construido según los pasos de una
prueba hermética; todo teorema, por muy profundamente enterrado que estuviese,
podía retrotraerse a todas sus suposiciones. Y para establecer con precisión lo que se
entendía por «demostración», todos los campos de la matemática empleaban sus
propias colecciones de sistemas formales: conjuntos de axiomas, definiciones y reglas
de deducción, junto con el vocabulario especializado necesario para expresar con
precisión teoremas y conjeturas.
La primera vez que se vio con Radiya en las Minas, Yatima le había preguntado
por qué algún programa no consciente no podía tomar todos los sistemas formales
empleados por los mineros y deducir automáticamente todos los teoremas...
ahorrando mucho trabajo para los ciudadanos.
Radiya respondió:
—Dos es primo. Tres es primo. Cinco es primo. Siete es primo. Once es primo.
Trece es primo. Diecisiete es...
—¡Alto!
—Si no me aburriese, podría seguir así hasta el Big Crunch y no descubriría nada
nuevo.
—Pero podríamos ejecutar a la vez algunos miles de millones de programas, cada
uno explorando en direcciones diferentes. No importaría si algunos no descubriesen
jamás nada interesante.
—¿Qué «direcciones diferentes» escogerías tú?
—No lo sé. ¿Todas?
—Algunos miles de millones de topos ciegos no te permitirían hacerlo.
Supongamos que tienes un único axioma, que se acepta como tal, y diez pasos
lógicos válidos que pueden emplearse para generar nuevas proposiciones. Después de
un paso, tienes diez verdades a explorar. —Radiya se lo había demostrado
construyendo una pequeña mina en miniatura, que se iba dividiendo, en el espacio
frente a Yatima—. Después de diez pasos, tienes diez mil millones, diez a la décima
potencia. —El abanico de túneles en la mina de juguete ya era una mancha sin
detalles... pero Radiya la llenó con diez mil millones de topos luminosos, haciendo
que el frente de mina reluciese con intensidad—. Después de veinte pasos, tendrías
diez a la veinte. Demasiados para explorar a la vez, por un factor de diez mil
millones. ¿Cómo vas a escoger el correcto? ¿O compartirás los topos entre todos esos
senderos... ralentizándolos hasta el punto de que sean inútiles? —Los topos
dispersaron su luz proporcionalmente... y el resplandor de actividad se volvió
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demasiado débil como para ser visible—. El crecimiento exponencial es una
maldición en todas sus manifestaciones. ¿Sabes que casi acabó con los carnosos? Si
estuviésemos totalmente locos, podríamos intentar convertir todo el planeta, o toda la
galaxia, en una máquina capaz de producir la fuerza bruta computacional necesaria...
pero incluso entonces dudo que llegásemos al Último Teorema de Fermat antes del
final del universo.
Yatima había insistido.
—Podríamos hacer que los programas fuesen más complejos. Capaces de mayor
discriminación. Que generalicen a partir de ejemplos, de conjeturas... que busquen
pruebas.
Radiya había admitido la posibilidad.
—Quizá podría hacerse. Algunos carnosos intentaron esa aproximación antes del
Introdus... y si tienes una vida corta, eres lento y te distraes con facilidad, casi tiene
sentido dejar que un software no consciente encuentre las vetas con las que tú jamás
darás antes de morir. Pero, ¿para nosotros? ¿Por qué deberíamos sacrificar la
oportunidad de disfrutar?
Ahora que había disfrutado directamente de la Minería de Verdad, Yatima estaba
totalmente de acuerdo. En ningún panorama o archivo de biblioteca, en ninguna
entrada de satélite o imagen de zángano, había nada más hermoso que la matemática.
Envió al panorama una etiqueta interrogativa e iluminó el camino al teorema de
Gauss-Bonnet con un resplandor azul sólo para su punto de vista. Flotó lentamente
hacia abajo por uno de los túneles, leyendo todas las etiquetas del sendero enjoyado.
Aprender era un proceso extraño. Podría haber hecho que su exoyó enviase toda
la información en bruto directamente a su mente, en un instante... podría haber
envuelto una copia completa de las Minas de Verdad, como una ameba tragándose un
planeta... pero asi los hechos serían apenas más accesibles de lo que eran ahora, y no
habría logrado incrementar su entendimiento. La única forma de comprender un
concepto matemático era verlo en multitud de contextos diferentes, considerar
docenas de ejemplos concretos y dar con al menos dos o tres metáforas para impulsar
las elucubraciones intuitivas. Curvatura significa que los ángulos de un triángulo
podrían no sumar 180 grados. Curvatura significa que tienes que estirar o contraer
un plano de forma no uniforme para hacerle envolver una superficie. Curvatura,
significa que no hay espacio para lineas paralelas... o que hay espacio para mucho
más de lo que llegaron a soñar los euclideos. Comprender una idea significaba
entremezclarla tan totalmente con todos los otros símbolos de tu mente que acababa
modificando la forma en que pensabas sobre todo.
Aún así, la biblioteca estaba repleta de los métodos que antiguos mineros habían
empleado para dar forma a los teoremas, y Yatima podría haber tomado esos detalles
junto con los datos en bruto, que le hubiesen concedido el entendimiento archivado
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de miles de ciudadanos Konishi que habían recorrido antes esa misma ruta. El injerto
mental adecuado le habría permitido ponerse al día sin esfuerzo con los mineros
vivos que penetraban en la veta a mayor profundidad siguiendo su propia dirección...
con el coste de que il fuese, hablando matemáticamente, poco más que un clon a
trozos de illos, capaz sólo de seguir sus sombras.
Si quería llegar a ser minero por derecho... realizando y comprobando sus propias
conjeturas en la mina, como Gauss y Euler, Riemann y Levi-Civita, de Rahm y
Carian, Radiya y Blanca... entonces Yatima no disponía de ningún atajo, ninguna
alternativa a explorar las Minas de primera mano. No podía tener ninguna esperanza
de encontrar una dirección novedosa, una ruta que nadie hubiese escogido antes, sin
una aproximación nueva a los viejos resultados. Sólo cuando hubiese construido su
propio mapa de las minas —arrugado y manchado idiosincrásicamente, adornado y
anotado de forma distinta a los demás— podría empezar a estimar dónde yacía
enterrada la próxima veta de verdades sin descubrir.
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—Tres caras nuevas, menos cuatro aristas nuevas, más un vértice más. Cambio
neto: cero.
—Carne de mina. Zombi lógico. —Inoshiro abrió la boca y escupió algunas
etiquetas aleatorias de cálculo preposicional.
Yatima rió.
—Si no tienes nada mejor que hacer que insultarme... —II empezó a emitir la
etiqueta de retirada inmediata del acceso.
—Ven a ver la nueva pieza de Hashim.
—Quizá más tarde. —Hashim era uno de los amigos artistas de Inoshiro vía
Ashton-Laval. A Yatima la mayor parte de sus obras le resultaban desconcertantes,
aunque no estaba seguro de si era por diferencias de arquitectura mental entre polis o
simplemente por su propio gusto personal. Eso sí, Inoshiro insistía en que todo era
«sublime».
—Es en tiempo real, efímero. Ahora o nunca.
—No es cierto: podrías grabármelo o yo podría enviar un representante.
Inoshiro deformó su cara peltre para formar un fruncimiento exagerado.
—No seas filisteo. Una vez que el artista decide los parámetros, éstos son
sacrosantos...
—Los parámetros de Hashim son simplemente incomprensibles. Mira, sé que no
me va a gustar. Vete tú.
Inoshiro vaciló, contrayendo lentamente sus rasgos para recuperar la normalidad.
—Podrías apreciar el arte de Hashim si quisieses. Si ejecutases el punto de vista
adecuado.
Yatima li miró.
—¿Así lo haces tú?
—Sí. —Inoshiro estiró la mano y de la palma surgió una flor, una orquídea verde
y violeta que emitió una dirección en la biblioteca Ashton-Laval—, No te lo conté
antes porque podrías habérselo contado a Blanca... y asi se habrían enterado mis
padres. Y ya sabes cómo son.
Yatima se encogió de hombros.
—Eres ciudadano, no es asunto suyo.
Inoshiro puso la vista en blanco y le dedicó su mejor imagen de un mártir. Yatima
dudaba de que llegase a comprender a las familias: no había nada que los parientes de
Inoshiro pudiesen hacer como castigo por emplear el punto de vista, y menos aún
impedírselo. Todos los mensajes de condena podían filtrarse; podía abandonar
instantáneamente todas las reuniones familiares que se convirtiesen en sesiones de
asalto. Pero los padres de Blanca —tres de los cuales eran padres de Inoshiro—
habían fastidiado a Blanca para que rompiese con Gabriel (aunque fuese
temporalmente); aparentemente, la idea de la exogamia era imposible de soportar.
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Ahora que volvían a estar juntos, Blanca (por alguna razón) debía evitar a Inoshiro y
al resto de la familia... y presumiblemente Inoshiro ya no temía que su hermanada
parcial se fuese de la lengua.
Yatima se sintió un poco dolido.
—Jamás se lo habría contado a Blanca si me lo hubiese pedido.
—Sí, sí. ¿Crees que no lo recuerdo? Prácticamente te adoptó.
—¡Sólo cuando estaba en el útero! —Yatima seguía sintiendo aprecio por Blanca,
pero ya no se veían muy a menudo.
Inoshiro suspiró.
—Vale: siento no habértelo contado antes. ¿Vendrás?
Yatima volvió a olisquear la flor, con cautela. La dirección Ashton-Laval olía
claramente a lugar extraño... pero era simplemente la falta de familiaridad. Hizo que
su exoyó tomase una copia del punto de vista y lo analizase con cuidado.
Yatima sabía que Radiya, y la mayoría de los mineros, empleaban puntos de vista
para concentrarse en el trabajo, gigatau tras gigatau. Cualquier ciudadano con una
mente más o menos modelada según una mente carnosa era vulnerable a la deriva:la
degeneración a lo largo del tiempo de los valores y las metas más apreciadas. La
flexibilidad era una parte esencial del legado carnoso, pero después de una docena de
equivalentes computacionales a una vida anterior al Introdus, incluso la personalidad
más robusta corría el peligro de acabar convertida en una confusión entrópica. Pero
ninguno de los fundadores de polis había elegido incluir mecanismos estabilizadores
predeterminados en los diseños base, no fuese a ser que toda la especie se anquilosase
en tribus de monomaniacos autoperpetuados, parasitados por un puñado de memes.
Se consideró más seguro que cada ciudadano tuviese la libertad de elegir de entre un
amplio espectro de puntos de vista: software que se podía ejecutar dentro de tu exoyó
y reforzar las cualidades que más apreciaba, sólo si en cierto momento consideraba
que era necesario. Las posibilidades para la experimentación transcultural a corto
plazo eran casi incidentales.
Cada punto de vista ofrecía un paquete ligeramente diferente de valores y
estéticas, en muchas ocasiones ensamblados a partir de ancestrales «razones para ser
feliz» que en cierto grado seguían ocupando las mentes de la mayoría de los
ciudadanos: Regularidades y periodicidades... ritmos como días y estaciones.
Armonía y complejidades, en sonidos e imágenes, y en ideas. Novedad. Recuerdos y
esperanzas. Rumores, compañía, empatia, compasión. Soledad y silencio. Había todo
un continuo que iba desde las preferencias estéticas triviales, pasaba por asociaciones
emocionales y alcanzaba las piedras angulares de la moral y la identidad.
Yatima hizo que el análisis desarrollado por el exoyó apareciese en el panorama
delante de il como un par de mapas de antes y después de las estructuras neuronales
más afectadas. Los mapas eran como redes, con esferas en cada cruce para
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representar símbolos; cambios proporcionados en el tamaño de los símbolos
mostraban cómo los modificaría el punto de vista.
—¿»La muerte» se multiplica por diez? Paso.
—Sólo porque habitualmente está muy poco desarrollada.
Yatima le dedicó una mirada envenenada, luego hizo que los mapas pasasen a
privado y se dedicó a examinarlos con un aire de intensa concentración.
—Decídete; empezará pronto.
—¿Te refieres a transformar mi mente en la de Hashim?
—Hashim no usa un punto de vista.
—Por tanto, ¿es todo talento artístico en bruto? ¿No dicen todos lo mismo?
—Sólo... decídete.
El veredicto de su exoyó sobre el potencial de parasitismo fue bastante optimista,
aunque tampoco podía excluirlo. Si lo ejecutaba durante algunos kilotaus no debería
tener problemas para parar.
Yatima hizo que en su palma creciese una flor igual.
—¿Por qué siempre me convences para asistir a estas locuras?
El rostro de Inoshiro formó el signo puro gestalt de benefactor despreciado.
—Si yo no te salvo de las Minas, ¿quién lo hará?
Yatima ejecutó el punto de vista. De inmediato, ciertas características del
panorama le llamaron la atención: una delgada línea de nubes en el cielo azul, un
grupo de árboles lejanos, el viento soplando por entre la hierba. Era como pasar de un
mapa gestalt en color a otro, y ver cómo algunos objetos destacaban porque habían
cambiado más que el resto. Después de un momento, el efecto desapareció, pero
Yatima se sentía claramente modificado; el equilibrio se había desplazado en la
guerra continua entre los símbolos de su mente, y el zumbido normal de la
consciencia tenía un tono diferente.
—¿Estás bien? —Inoshiro parecía sinceramente preocupado y Yatima sintió un
poco habitual y espontáneo estallido de afecto por il. Inoshiro siempre quería
mostrarle lo que había encontrado en sus paseos interminables por las posibilidades
de la Coalición... porque realmente quería que Yatima supiese cuáles eran las
opciones.
—Sigo siendo yo. Creo.
—Una pena. —Inoshiro envió la dirección y saltaron simultáneamente a la obra
de Hashim.
Sus iconos desaparecieron; eran observadores puros. Yatima se encontró mirando
aun grupo teñido de rojo de partes orgánicas que palpitaban, una confusión traslúcida
de fluidos y tejidos. Las secciones se dividían, se disolvían y se reorganizaban.
Parecía un embrión carnoso... aunque no era exactamente una representación realista.
La técnica de visualización cambiaba continuamente, mostrando estructuras
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diferentes: Yatima entrevio miembros y órganos delicados atrapados en láminas de
luz transmitida; una silueta oscura de huesos en un destello de rayos X; la red de
delicadas ramas de un sistema nervioso apareciendo a la vista como una sombra con
filigranas, reduciéndose de mielina a lipidos y a una dispersión de neurotransmisores
en vesículas enfrentada a la emisión de radiofrecuencia de un sistema de imagen por
resonancia magnética.
Ahora había dos cuerpos, ¿Gemelos? Pero uno era más grande... a veces mucho
más grande. Los dos cambiaban de posición, retorciéndose uno alrededor del otro,
creciendo o reduciéndose en saltos estroboscópicos mientras la longitud de onda de la
imagen recorría el espectro.
Uno de los niños carnoso se iba convirtiendo en una criatura de cristal, los nervios
y vasos sanguíneos vitrificándose para convertirse en fibras ópticas. Una imagen de
luz blanca, súbita y sorprendente, mostró a unos hermanos siameses vivos, cortados
de forma imposible para mostrar músculos rosados y grises funcionando junto a
actuadores piezoeléctricos y aleaciones con memoria, entremezclando anatomía
carnosa y gleisner. La escena giró y se transformó en un solitario niño robot en un
útero carnoso; giró una vez más para mostrar el mapa luminoso de una mente de
ciudadano encajada en el mismo cerebro de mujer; se alejó para situarla, en posición
fetal, en un capullo de cables ópticos y electrónicos. Luego un enjambre de
nanomáquinas atravesó su piel y todo se dispersó en forma de nube de polvo gris.
Dos niños carnosos caminaban uno al lado del otro, de la mano. O padre e hijo,
gleisner y carnoso, ciudadano y gleisner... Yatima renunció a saberlo y dejó que las
impresiones recorriesen su ser. Las dos figuras caminaban tranquilamente por la calle
principal de una ciudad, mientras a su alrededor se alzaban y se derrumbaban las
torres, las selvas y los desiertos llegaban y se retiraban.
La obra de arte, liberada, hizo que el punto de vista de Yatima girase alrededor de
las dos figuras. Las vio intercambiar miradas, tocarse, besarse... y también golpearse,
con torpeza, porque tenían los brazos derechos fusionados por las muñecas.
Reconciliarse y fundirse en uno. La pequeña poniéndose a la mayor sobre los
hombros... luego la altura del pasajero descendió fluyendo sobre el portador como la
arena de un reloj de arena.
Eran padre e hijo, hermanos, amigos, amantes, especies, y Yatima sintió la
exaltación de su relación. La pieza de Hashim era la destilación de la idea de amistad,
dentro de todas las fronteras y atravesando todas las fronteras. Y dependiese o no del
punto de vista, Yatima se alegraba de haberla visto, atesorando una parte en su
interior antes de que cada imagen se disolviese en un destello entrópico dentro del
flujo refrigerante de Ashton Laval.
El panorama fue alejando el punto de vista de Yatima de las dos figuras. Durante
algunos taus se dejó llevar, pero toda la ciudad se había convertido en un desierto
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plano lleno de fisuras, así que exceptuando las figuras ya lejanas, no había nada que
ver. Regresó de un salto... sólo para descubrir que debía modificar continuamente sus
coordenadas para permanecer en su sitio. Era una experiencia extraña: Yatima no
poseía sentido del tacto, equilibrio o propiocepción —el diseño Konishi renegaba de
tales espejismos de corporeidad— pero los intentos del panorama por mantener la
lejanía, y la necesidad de moverse en contra, se parecían tanto a una resistencia física
que bien podría creer que. se había encarnado.
Las figuras delante de Yatima envejecieron de pronto; las mejillas hundiéndose,
los ojos cubriéndose. Yatima se movió alrededor para intentar ver la cara del otro... y
el panorama le hizo retroceder al desierto, en esta ocasión en dirección opuesta,
Luchó por regresar hacia... madre e hija, luego robot en declive y uno nuevo y
reluciente... y aunque los dos permanecieron juntos, cogidos de la mano, Yatima
podía sentir las fuerzas que intentaban apartarlos.
Vio manos de carne agarrando piel y hueso, metal agarrando carne, cerámica
agarrando metal. Todas ellas cambiando lentamente. Yatima miró a los ojos de las
figuras; mientras todo lo demás fluía y cambiaba, seguían mirándose.
El panorama se partió en dos, el suelo se abrió, el cielo se dividió. Las figuras
quedaron separadas. Yatima se vio súbitamente arrojado lejos de ellas, de vuelta al
desierto.., con una fuerza a la que ahora no podía resistirse. Las vio en la distancia,
otra vez: gemelos, de especie indeterminada, intentando alcanzarse desesperadamente
a través del espacio vacío que se abría entre ellos. Con los brazos extendidos, las
yemas casi tocándose.
A continuación las mitades del mundo se alejaron precipitadamente. Alguien gritó
con furia y pena.
El panorama quedó en negro antes de que Yatima comprendiese que el grito había
sido suyo.
Hacía mucho tiempo que se había abandonado el foro con la fuente del cerdo volador,
pero Yatima había plantado una copia de archivo en su panorama hogar, la plaza
enclaustrada en medio de una vasta extensión de desierto reseco. Vacío, daba
simultáneamente la impresión de ser demasiado grande y demasiado pequeño. A unos
cientos de delta de allí, había enterrada en el suelo una copia (no a escala) del
asteroide que había visto ser desviado. En cierto momento Yatima se había imaginado
una vasta sucesión de recuerdos similares extendiéndose por la sabana, un mapa
sobre el que podría volar cuando quisiese repasar los momentos importantes de su
vida... pero luego la idea había empezado a antojársele infantil. Si las cosas que había
presenciado habían cambiado su ser, lo habían cambiado; no era preciso recrearlas
como monumentos. Había conservado el foro porque sinceramente le gustaba
visitarlo... y el asteroide por el simple placer perverso de resistirse a deshacerse de él.
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Yatima se quedó un rato junto a la fuente, observando cómo el líquido argénteo se
burlaba sin esfuerzo de la física que medio obedecía. Luego recreó el diamante
octaédrico, y al lado la red de seis puntos de su lección con Radiya. Siempre había
tenido claro que la física no significaba nada en las polis, como era el caso con la
mayoría de los ciudadanos; Gabriel no estaba de acuerdo, claro está, pero eso no era
más que la doctrina Carter-Zimmerman. La fuente podía ignorar las leyes de la
dinámica de fluido con la misma facilidad con la que podía obedecerlas. Todo lo que
hacía era simplemente arbitrario; incluso la parábola gravitatoria perfecta al
comienzo de cada chorro, antes de que se formasen los cerditos, no era más que una
elección estética... y la propia estética no era más que la influencia primitiva del
pasado carnoso.
Pero la red diamantina era diferente. Yatima jugó con el objeto, deformándolo
hasta el extremo, estirándolo y retorciéndolo hasta dejarlo irreconocible. Era
infinitamente maleable... y sin embargo, algunas pequeñas limitaciones a los cambios
que podía realizar hacían que, en cierto sentido, fuese inmodificable. Por mucho que
distorsionase su forma, por muchas dimensiones extra que invocase, su red nunca
quedaba plana. Podía reemplazarlo por algo completamente diferente —como la red
alrededor de un toroide— y luego aplanar esa nueva red... pero eso habría tenido tan
poco sentido como crear un objeto inconsciente con la forma de Inoshiro, arrastrarlo
a las Minas de Verdad y luego declarar que había conseguido convencer a su amigo
real para que fuese con il.
Los ciudadanos de las polis, decidió Yatima, eran criaturas matemáticas; la
matemática ocupaba el centro de todo lo que eran, y todo lo que podrían llegar a ser.
Por maleables que fuesen sus mentes, en cierto sentido obedecían las mismas
limitaciones profundas que la red diamantina.., dejando de lado el suicidio y la
reinvención de novo, dejando de lado la posibilidad de destruirse y construir a alguien
nuevo. Lo que implicaba que debían poseer su propia firma matemática inmutable...
como el número de Euler, sólo que varios órdenes de magnitud más complejo,
Enterrado en la convulsión de los detalles de toda mente debía haber algo inalterado
por el tiempo, inalterado por el peso cambiante de recuerdos y experiencias, no
modificado por los cambios del yo.
La obra de arte de Hashim había resultado elegante y conmovedora... e incluso
sin el punto de vista en ejecución, las potentes emociones que había evocado
persistían... pero Yatima no vacilaba en su elección de vocación. El arte tenía su
lugar, alterando los restos de los instintos e impulsos que los carnosos, en su
inocencia, habían tomado como verdades inmutable... pero sólo en las Minas podía
esperar descubrir las invariantes reales de la identidad y la consciencia.
Sólo en las Minas podía empezar a comprender quién era il en realidad.
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3. Enlazadores
ATLANTA, TIERRA
23 387 545 324 947 TEC
21 mayo 2975, 11:35:22.101 TU
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inclinado hacia delante, los brazos flácidos. La piel de polímero estaba casi
completamente escondida, cubierta de liqúenes mojados por el rocío y un a capa
gruesa de tierra atrapada. El zángano del tamaño de un mosquito que habían
empleado para trasladarse a los procesadores gleisner —que había sido el que había
dado originalmente con los cuerpos en desuso— seguía unido a la parte posterior del
robot, reparando la pequeña incisión que había realizado para lograr acceso a la red
troncal de fibras.
—¿Inoshiro? —La palabra lineal regresó a Yatima a través del software interfaz,
modificada con todas las extrañas resonancias del chasis gleisner, apagada en
curiosas frecuencias por el caos y la humedad de la jungla. Ningún eco de panorama
había sido jamás tan... poco diseñado. Tan inocente—. ¿Estás ahí dentro?
El zángano zumbó y se alejó de la herida sellada. El gleisner se volvió parar mirar
a Yatima, soltando arena húmeda y fragmentos de hojas podridas. Varias hormigas
rojas, muy grandes, de pronto expuestas, ejecutaron confusas figuras de ocho sobre el
hombro del gleisner, pero lograron quedarse.
—Sí, aquí estoy, no te asustes —Yatima comenzó a recibir, vía una enlace de
infrarrojos, la firma ya conocida; instintivamente la comprobó y la confirmó. Inoshiro
flexionó experimentalmente sus actuadores faciales, perdiendo desechos y suciedad.
Yatima jugueteó con su propia expresión; el software interfaz le enviaba un flujo de
etiquetas indicándole que intentaba ejecutar deformaciones imposibles.
—Si quieres ponerte en pie, te limpiaré un poco. —Inoshiro se puso
delicadamente en pie; Yatima deseó que su punto de vista se elevase y el interfaz hizo
que el cuerpo robótico obedeciese.
Dejó que Inoshiro rascase su cuerpo, prestando escasa atención al flujo detallado
de etiquetas que recibía, describiendo los cambios de presión sobre su piel de
polímero. Había hecho que el interfaz le comunicase la postura de los gleisners,
según indicaba el hardware, en forma de los símbolos internos para sus iconos... y
hacer que a su vez los robots obedeciesen a los cambios en los iconos (siempre que
no fuese físicamente imposible y no les hiciese caer al suelo)... pero habían decidido
no emprender el rediseño profundo parar lograr un bucle sensorial integrado al estilo
carnoso junto con sus instintos motores. Incluso Inoshiro se había echado atrás ante la
idea de que sus clones gleisner obtuviesen unos sentidos y habilidades tan vividos,
sólo para perderlos al volver a Konishi, donde serían tan inútiles como los talentos de
Yatima para esculpir objetos en esta jungla desobediente. Tener versiones sucesivas
de sí mismos tan distintas se hubiese parecido demasiado a morir.
Intercambiaron los papeles, con Yatima haciendo lo posible por limpiar a
Inoshiro. Comprendía todos los principios físicos relevantes, y podía hacer que los
brazos gleisner hiciesen casi todo lo que quería obligando a su icono a realizar los
movimientos correctos... pero incluso contando con el interfaz para vetar cualquier
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acción que pudiese alterar el equilibrio delicado del movimiento bípedo, era
claramente evidente que el compromiso que habían escogido les dejaba
asombrosamente torpes. Yatima recordó escenas de la biblioteca que mostraban a los
carnosos dedicándose a tareas simples: reparar máquinas, preparar comida, trenzarse
el pelo unos a otros. Los gleisner eran todavía más hábiles, cuando disponían del
software adecuado. Los ciudadanos Konishi conservaban la antigua circuitería
neuronal para el control delicado de las manos de sus iconos —conectados con los
centros del lenguaje, para propósitos gestuales— pero habían descartado por
superfluo todo el sistema evolucionado para la manipulación de objetos físicos. Los
objetos del panorama hacían lo que se les decía, e incluso los juguetes matemáticos
de Yatima obedecían limitaciones especiales que sólo se parecían lejanamente a las
reglas del mundo externo.
—¿Ahora qué?
Inoshiro se quedó inmóvil un momento, sonriendo diabólicamente. Su cuerpo
robótico no era muy diferente a su habitual icono de piel de peltre; el polímero bajo
las manchas y los restos de biota era de un gris metálico, y la estructura facial
gleisner era lo suficientemente flexible para lograr una caricatura reconocible de la
expresión real. Yatima todavía se percibía enviando el mismo ágil icono carnoso de
siempre con su túnica púrpura; casi se alegraba de no poder separar sus navegadores
y observar claramente su propia apariencia física sin gracia.
Inoshiro cantó.
—Treinta y dos kilotaus. Treinta y tres kilotaus. Treinta y cuatro kilotaus.
—Calla. —Sus exoyós en Konishi tenían instrucciones de explicar a cualquier
que quisiera comunicarse con illos exactamente qué habían hecho... nadie se quedaría
pensando que simplemente se habían vuelto catatónicos... pero Yatima todavía sentía
una duda dolorosa. ¿Qué pensarían Blanca y Gabriel? ¿Y Radiya, y los padres de
Inoshiro?
—No irás a echarte atrás, ¿verdad? —Inoshiro miraba con suspicacia.
—¡No! —Yatima rió, con exasperación; a pesar de los recelos, estaba decidido
que completarían la locura. Inoshiro le había dicho que era su última oportunidad de
hacer algo «remotamente emocionante» antes de que empezase a usar un punto de
vista de minero y «perdiese el interés por todo lo demás»... pero simplemente no era
cierto; el punto de vista era más un soporte que una camisa de fuerza, sosteniendo la
estructura interna, no limitándola y restringiéndola. Y eso le había repetido una y otra
vez antes de comprender que Inoshiro poseía demasiada terquedad para abandonar
sus planes, incluso cuando quedó claro que ninguno de sus atrevidos y radicales
amigos de Ashton-Laval estaba dispuesto a ir con il. Yatima había sentido la secreta
tentación de abandonar por completo el tiempo Konishi y encontrarse con los
extraños carnosos, aunque se hubiese contentado igualmente con dejarlo en el terreno
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de las fantasías posibles. Al final, todo se había reducido a una pregunta: si Inoshiro
seguía adelante y lo hacía solo, ¿se convertirían en extraños? Yatima había
descubierto, para su sorpresa, que no era un riesgo que quisiese correr.
Propuso con vacilación:
—Pero puede que no queramos quedarnos las veinticuatro horas —ochenta y seis
megataus—. ¿Y si está todo vacío y no hay nada que ver?
—Es un enclave carnoso. No estará vacío.
—El último contacto conocido se produjo hace siglos. Podrían haber muerto, o
haberse mudado... algo así.
Según un tratado que tenía ya ochocientos años, a los zánganos y satélites no se
les permitía invadir la intimidad de los carnosos; las pocas docenas de enclaves
urbanos dispersos, donde sus propias leyes le permitian retirar por completo la vida
salvaje y construir asentamientos concentrados, se suponía que debían ser tratados
como inviolables. Poseían su propia red de comunicación global, pero ninguna
conexión la enlazaba con la Coalición; abusos por ambas partes, que se remontaban
al Introdus, habían obligado a la separación. Inoshiro había insistido en que limitarse
a controlar los cuerpos gleisner vía satélite desde Konishi habría sido el equivalente
moral de enviar un zángano — y evidentemente, los satélites, programados para
obedecer el tratado, no lo habrían permitido— pero era muy diferente habitar dos
robots autónomos que salían de la jungla para hacer una visita.
Yatima dio un vistazo a la espesa maleza y se resistió al impuso fútil de adelantar
su punto de vista unos cientos de metros, o elevarlo por encima del alto bosque para
obtener una visión mejor del terreno que había por delante. Cincuenta kilotaus.
Cincuenta y uno. Cincuenta y dos. No era de extrañar que la mayoría de los carnosos,
en cuanto tuvieron la oportunidad, se hubiesen refugiado en estampida en las polis: si
la enfermedad y el envejecimiento no eran razones suficientes, también estaban la
gravedad, la fricción y la inercia. El mundo físico era una vasta y enmarañada carrera
de obstáculos, de restricciones arbitrarias y sin sentido.
—Será mejor que nos pongamos en marcha.
—Después de ti, Livingstone.
—Te equivocas de continente, Inoshiro.
—¿Gerónimo? ¿Huckleberry? ¿Dorothy?
—Olvídame.
Partieron hacia el norte, el zángano zumbando tras ellos: su enlace con la polis,
ofreciéndoles la posibilidad de una huida rápida si algo salía mal. Les siguió durante
el primer kilómetro y medio, hasta el mismo límite del enclave. Nada señalaba la
frontera —a cada lado sólo se veía la misma jungla densa— pero el zángano se negó
a cruzar la línea imaginaria. Incluso si hubiesen construido su propio emisor para
ocupar su lugar, no les habría servido de nada; la huella de los satélites estaba
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diseñada con precisión para excluir esta región. Podrían haber improvisado una
estación base para reemitir desde el exterior... pero ahora era demasiado tarde.
Inoshiro dijo:
—Vamos, ¿qué es lo peor que podría pasarnos?
Yatima respondió sin vacilar.
—Arenas movedizas. Si los dos caemos en arenas movedizas, ni siquiera
podremos comunicarnos uno con el otro. Nos limitaríamos a flotar bajo la superficie
hasta que se nos agotase la energía. —Comprobó el almacén de energía del gleisner,
un fragmento de anticobalto suspendido magnéticamente—. Dentro de seis mil treinta
y siete años.
—O cinco mil novecientos veinte. —Rayos de luz habían empezado a penetrar en
la selva; una bandada de pájaros rosas y grises emitía ruidos ásperos desde las ramas
de allá arriba.
—Pero nuestros exoyós reiniciarán nuestras versiones de Konishi dentro de dos
días... así que bien podríamos suicidarnos en cuanto tengamos claro que no vamos a
regresar antes de ese momento.
Inoshiro miró a il con curiosidad.
—¿Lo harías? Yo ya me siento diferente de la versión Konishi. Me gustaría seguir
viviendo. Y quizá dentro de un par de siglos pasaría alguien que nos sacara.
Yatima se lo pensó.
—Me gustaría seguir viviendo... pero no solo. No sin nadie con quien hablar.
Inoshiro permaneció en silencio durante un raro, luego levantó la mano derecha.
Tenían la piel de polímero recubierta por completo de emisores de IR, pero la mayor
densidad se encontraba en las palmas. Yatima recibió una etiqueta gestalt, una
petición de datos. Inoshiro pedía una instantánea de su mente. El hardware gleisner
era varias veces redundante y tenía espacio de sobra para dos.
En Konishi, habría sido impensable confiar una versión personal a otro
ciudadano. Yatima colocó su palma contra la de Inoshiro e intercambiaron
instantáneas.
Entraron en el enclave Atlanta. Inoshiro dijo:
—¿Actualizaciones cada hora?
—De acuerdo.
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fuese apropiado, como sucedía con el instinto carnoso original.
La jungla estaba visiblemente poblada por pequeñas aves y serpientes, pero si
había otros animales se ocultaban o huían al oírles. Comparado con caminar por un
panorama índice de un ecosistema comparable, era una experiencia bastante
diferente... y empezaba a desaparecer la gracia de interaetuar con vegetación real y
lodo real.
Yatima oyó que algo se deslizaba por el suelo justo delante de il; sin darse cuenta
había golpeado un trozo de metal corroído. Siguió andando, pero Inoshiro se detuvo a
examinarlo para luego dar un grito de alarma.
—¿Qué?
—¡Replicador!
Yatima volvió atrás y se ángulo para ver mejor; el interfaz hizo que su cuerpo se
agachase.
—No es más que un recipiente vacío. —Estaba casi completamente aplastado,
pero en algunos puntos todavía quedaba pintura, los colores difuminados hasta ser
grises casi indistinguibles. Yatima pudo discernir una banda estrecha y
aproximadamente longitudinal de ancho variable, algo más pálida que el fondo; le
parecía que era la representación bidimensional de una cinta retorcida. También veía
parte de un círculo... aunque si se trataba de una advertencia de peligro biológico, no
se parecía mucho a lo que recordaba de su navegación superficial por el tema.
Inoshiro habló con voz apagada y horrorizada.
—Con anterioridad al Introdus, esto era pandemia. Distorsionó la economía de
países enteros. Se conectaba a todo: sexualidad, tribalismo, media docena de formas
artísticas y subculturas.... parasitó a los carnosos hasta tal punto que tenías que se un
eremita de montaña para escapar.
Yatima contempló dubitativamente el objeto patético, pero ahora no tenían acceso
a la biblioteca, y tenía conocimientos muy vagos de esos asuntos.
—Incluso si dentro quedasen restos, tengo la seguridad de que a estas alturas ya
son inmunes. Y a nosotros no nos puede afectar...
Inoshiro interrumpió con impaciencia.
—No estamos hablando de virus nucleótidos. Las moléculas en si no eran más
que un surtido aleatorio de basura... en su mayoría ácido fosfórico; eran virulentas
por los memes que las envolvían. —Se inclinó y colocó las manos sobre el
contenedor gastado—. Quien sabe con qué fragmento pequeño puede activarse otra
vez. No voy a arriesgarme. —Era posible haccr que los emisores infrarrojos del
gleisner operasen a alta potencia; humo y vapor de la vegetación chamuscada se
elevaron por entre los dedos de Inoshiro.
Una voz a su espalda... un chorro de fonemas sin sentido, pero el interfaz ofreció
una traducción a lineal:
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—No me lo digáis: estáis encendiendo un fuego para llamar la atención. No
queríais llegar sin avisar.
Se volvieron tan rápido como les permitieron los cuerpos. El carnoso se
encontraba a una docena de metros de distancia, vestido con una túnica de color
verde oscuro con bordados de oro. No emitía etiquetas de firma... claro está, pero
Yatima tuvo que esforzarse conscientemente para rechazar la conclusión instintiva de
que no se trataba de una persona real. Il tenía pelo y ojos negros, piel cobriza y una
espesa barba negra... que en un carnoso era indicación casi segura de pertenecer al
sexo masculino: il era un él. No había modificaciones evidentes a simple vista: nada
de alas, agallas, ni cubierta Fotosintética. Yatima se resistió a sacar conclusiones
apresuradas; ninguno de esos detalles demostraba que fuese un estático.
El carnoso dijo:
—Creo que no voy ya ofreceros la mano. —Las palmas de Inoshiro todavía
resplandecían con un rojo apagado—, Y no podemos intercambiar firmas. Me faltan
protocolos. Pero eso está bien. Los rituales corrompen, —Avanzó unos pasos; la
maleza se aplastó deferentemente para facilitar su avance—, Me llamo Orlando
Venetti. Bienvenidos a Atlanta.
Se presentaron. El interfaz —cargado de antemano con las bases lingüisticas más
probables y suficiente flexibilidad para tener en cuenta la deriva— había identificado
la lengua del carnoso como Romano Moderno. Insertó el lenguaje en sus mentes,
deslizando los nuevos sonidos de palabras entre todos sus símbolos junto a las
versiones lineales, y conectando estructuras gramaticales alternativas en sus redes de
análisis y generación del habla, Yatima se sintió claramente forzado por el proceso...
pero sus símbolos seguían interrelacionados entre sí de la misma forma que antes.
Seguía siendo il mismo.
—¿Polis Konishi? ¿Dónde está exactamente?
Yatima empezó a responder:
—Ciento...
Inoshiro cortó las palabras con una ráfaga de etiquetas de advertencia.
Orlando no se inmutó.
—No era más que curiosidad; no pedía coordenadas para realizar un ataque con
misiles. Pero ¿qué importa de dónde hayáis venido cuando estáis aquí de carne y
hueso? O en fosfato de indio y galio. Asumo que esos cuerpos estaban vacíos cuando
los encontrasteis.
Inoshiro demostró su escándalo:
—¡Por supuesto que sí!
—Bien. La idea de gleisners reales corriendo por la Tierra es demasiado horrible.
Ya deberían haber salido de la fábrica con «Nacido para el vacío» escrito en el pecho.
Yatima preguntó:
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—¿Naciste en Atlanta?
Orlando asintió.
—Hace ciento sesenta y tres años. Atlanta quedó vacía allá por el siglo
veintisiete... aquí antes había una comunidad de estáticos, pero la enfermedad acabó
con ellos y ningún otro estático quería arriesgarse a la infección. Los nuevos
fundadores llegaron desde Turin, mis abuelos entre ellos, —Frunció un poco el ceño
—. ¿Queréis ver la ciudad? ¿O nos quedamos aquí todo el dia?
Con Orlando como guía, los obstáculos desaparecieron. En cuanto las plantas
sentían su presencia, respondían con rapidez: las hojas se retiraban, las espinas se
apartaban como pedúnculos de caracol, los arbustos extensos se contraían formando
un núcleo más compacto y ramas enteras de pronto quedaban fláccidas. Yatima
sospechaba que Orlando alargaba deliberadamente el efecto para darles tiempo a
pasar, y que sin duda podría haber dejado muy atrás a cualquiera que le persiguiese...
o al menos, a alguien que no compartiese las mismas claves moleculares.
Yatima preguntó, medio en broma:
—¿Hay arenas movedizas por aquí?
—No si me seguís de cerca.
La selva terminó sin aviso; es más, el borde era todavía más tupido que el interior,
lo que ayudaba a ocultar la transición. Salieron a una vasta y luminosa planicie
abierta, en su mayoría ocupada por campos de cultivo y fotovoltaicos. La ciudad se
encontraba en la distancia: una ancha aglomeración de edificios bajos, de vivos
colores, con largas paredes curvas geométricamente precisas y tejados que se
entrecruzaban superponiéndose caprichosamente.
Orlando dijo:
—Ahora somos doce mil noventa y tres. Pero todavía estamos ajustando los
cultivos, y nuestros simbiontes digestivos; dentro de unos diez años seremos capaces
de mantener a cuatro mil más con los mismos recursos.
Yatima decidió que no sería muy cortés preguntar por la tasa de mortalidad. En
algunos aspectos, lo tenían mucho más difícil que la Coalición para evitar el
estancamiento genético y cultural mientras rechazaban la locura del crecimiento
exponencial. Sólo los verdaderos estáticos, y algunos de los exuberantes más
conservadores, mantenían los genes ancestrales para la muerte programada... y
preguntar por la cifra de muertes accidentales podría haberse considerado descortés.
De pronto Orlando se echó a reír.
—¿Diez años? ¿Eso como cuánto lo percibiríais? ¿Un siglo?
Yatima respondió.
—Unos ocho milenios.
—Mierda.
Inoshiro añadió con rapidez.
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—Pero en realidad la conversión es imposible. Puede que ejecutemos algunas
cosas simples ochocientas veces más rápido, pero cambiamos mucho más despacio.
—¿Los imperios no se alzan y se desmoronan en un año? ¿Nuevas especies no
evolucionan en un siglo?
Yatima le tranquilizó.
—Los imperios son imposibles. Y la evolución exige vastas cantidades de
mutación y muerte. Nosotros preferimos realizar pequeños cambios, en algunas
ocasiones, y ver que tal salen.
—Nosotros también, —Orlando agitó la cabeza—. Aun así. Después de ocho mil
años, tengo la sensación de que no vamos a estar controlando las cosas de la misma
forma.
Avanzaron hacia la ciudad, siguiendo un camino ancho que parecía estar
fabricado con una arcilla roja y marrón, pero que probablemente estuviese repleta de
organismos diseñados para evitar que se convirtiese en un montón de polvo o lodo.
Los pies gleisner describían la superficie como blanda pero resistente y no dejaban
marcas visibles. En el campo los pájaros estaban muy ocupados, comiendo hierbas e
insectos... Yatima no podía más que suponer que si se alimentaban de la plantación, la
próxima cosecha no iba a ser muy abundante.
Orlando se detuvo para recoger del camino una pequeña rama con hojas, que
debía haber llegado de la jungla, y se puso a agitarla de un lado a otro por delante.
—¿Cómo se recibe a los grandes dignatarios en las polis? ¿Estáis acostumbrados
a que sesenta mil esclavos no conscientes lancen pétalos de rosa a vuestros pies?
Yatima rió, pero Inoshiro sintió una ofensa tremenda.
—¡No somos dignatarios! ¡Somos delincuentes!
Al acercarse, Yatima pudo ver a gente caminando por las anchas avenidas entre
los edificios multicolores... o ganduleando en grupos, dando casi la impresión de
ciudadanos reunidos en algún foro, aunque su apariencia era mucho menos diversa.
Algunos poseían la piel oscura de su icono, y había otras variaciones igualmente
menores, pero todo esos exuberantes podrían haber pasado por estáticos. Yatima se
preguntó qué cambios estarían explorando; Orlando había mencionado los simbiontes
digestivos, pero apenas contaban... ni siquiera exigía cambiar el propio ADN.
Orlando dijo:
—Cuando detectamos vuestra llegada, fue difícil decidir a quién enviar. No
recibimos muchas noticias de las polis... no teníamos ni idea de cómo seríais. —Se
volvió para mirarles—. Me entendéis, ¿verdad? No me limito a imaginar que nos
estamos comunicando, ¿verdad?
—No, a menos que nosotros también lo estemos imaginando. —Yatima sintió
confusión—. Pero ¿a qué te refieres con a quién enviar? ¿Alguno de vosotros habla
lenguas de la Coalición?
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—No. —Habían llegado a los límites de la ciudad; la gente se giraba para
mirarles, sin ocultar su curiosidad—. Pronto lo explicaré. O lo hará una amiga mía.
Las avenidas estaban tapizadas por una hierba gruesa y corta. Yatima no veía
vehículos ni animales de carga... sólo carnosos, en su mayoría descalzos. Entre los
edifico había parterres, estanques y riachuelos, estatuas inmóviles y móviles, relojes
solares y telescopios. Todo era espacioso y luminoso, todo estaba abierto al cielo.
Había parques, del tamaño suficiente para volar una cometa y jugar a la pelota, y
gente sentada hablando a la sombra de árboles pequeños. La piel de los gleisners
enviaba etiquetas describiendo el calorcito de la luz del sol y la textura de la hierba;
Yatima empezaba casi a lamentar no haberse modificado lo suficiente para absorber
instintivamente esa información.
Inoshiro preguntó.
—¿Qué le pasó a la Atlanta anterior al Introdus? ¿Los rascacielos? ¿Las fábricas?
¿Los edificios de apartamentos?
—Algunos siguen en pie. Enterrados en la jungla, más al norte. Más tarde
podemos ir, si os apetece.
Yatima intervino con rapidez antes de que Inoshiro tuviese oportunidad de
responder.
—Gracias, pero no tenemos tiempo.
Orlando hizo gestos a docenas de personas, saludó a algunos por su nombre y a
algunos les presentó a Yatima e Inoshiro. Yatima intentó dar la mano a los que se la
ofrecían, lo que resultó ser un problema dinámico extraordinariamente complejo.
Nadie parecía mostrarse hostil a su presencia... pero a Yatima sus ademanes gestalt le
resultaban confusos, y nadie dijo más que algunas frases amables antes de seguir con
lo suyo.
—Éste es mi hogar.
El edificio era de un azul pálido, con fachada en forma de S, y tenía un segundo
piso más pequeño y elíptico.
—¿Qué es... algún tipo de piedra? —Yatima acarició la pared y prestó atención a
las etiquetas; la superficie era uniforme hasta la escala inferior al milímetro, pero era
tan suave y fría como la corteza que habían tocado en la jungla.
—No, está viva. Apenas. Cuando crecía echaba ramas y hojas por todas partes,
pero ahora metaboliza lo justo para repararse y un poco para el aire acondicionado
activo.
Una cortina que cubría la entrada se dividió para dejar entrar a Orlando y le
siguieron. Había cojines y sillas, imágenes estáticas en las paredes y por todas partes
chorros de luz solar llenos de polvo.
—Sentaos. —Le miraron—. ¿No? Vale. ¿Esperáis un segundo? —Subió una
escalera.
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Inoshiro dijo reverente.
—Estamos aquí de verdad. Lo logramos. —Examinó la estancia soleada—. Y así
es como viven. No está tan mal.
—Excepto por la escala temporal.
Se encogió de hombros.
—En las polis, ¿a dónde vamos con tanta prisa? Nos aceleramos todo lo posible...
y luego nos esforzamos para que esa aceleración no nos cambie.
Yatima manifestó disgusto.
—¿Qué tiene de malo? La longevidad no tiene demasiado sentido si lo único que
haces con tu tiempo es transformarte en algo diferente. O degenerar hacia la nada
absoluta.
Orlando regresó, acompañado por una mujer carnosa.
—Os presento a Liana Zabini. Inoshiro y Yatima, de la polis Konishi. —Liana
tenía pelo castaño y ojos verdes. Se dieron la mano; Yatima empezaba a cogerle el
tranquillo para hacerlo sin ofrecer excesiva resistencia o dejar que el brazo colgase
flácido—. Liana es nuestra mejor neuroembrióloga. Sin ella, los enlazadores no
tendrían ninguna oportunidad.
Inoshiro dijo:
—¿Quiénes son los enlazadores?
Liana echó una mirada a Orlando. Éste dijo:
—Será mejor empezar por el principio.
Orlando les convenció para sentarse; Yatima había comprendido al fin que
resultaba más cómodo para los carnosos.
Liana dijo:
—Nos hacemos llamar enlazadores. Cuando los fundadores llegaron desde Turín,
hace trescientos años, lo hicieron con un plan muy específico. ¿Sabéis que desde el
Introdus se han producido miles de cambios genéticos artificiales en las poblaciones
carnosas? —Hizo un gesto hacia una imagen grande que tenía detrás y el retrato se
desvaneció para ser reemplazo por un complejo diagrama en árboi invertido—.
Distintos exuberantes han realizado modificaciones en todo tipo de características.
Algunas han sido adaptaciones simples y pragmáticas para ajustarse a dietas o
entornos diferentes: digestivas, metabólicas, respiratorias, musculares o del esqueleto.
—Se destacaron imágenes de distintos puntos del árbol: exuberantes anfibios, alados
y fotosintéticos, primeros planos de dientes modificados, diagramas de cadenas
metabólicas alteradas. Orlando se puso en pie y se dedicó a cerrar las cortinas; el
contraste de la imagen mejoró—. En ocasiones, los cambios para el entorno también
exigian modificaciones neuronales para añadir los instintos apropiados; por ejemplo,
nadie puede prosperar en el océano sin poseer los reflejos adecuados.
Un carnoso anfibio de piel resbaladiza se elevó lentamente de entre aguas
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esmeralda, emitiendo un pequeño chorro de burbujas de las agallas tras sus orejas;
una vista en sección y coloreada mostró las concentraciones de gases disueltos en sus
tejidos y flujo sanguíneo, y una gráfica insertada mostró los márgenes seguros de las
emersiones por fases.
—Pero algunos cambios neurológicos han superado con mucho el nivel de
nuevos instintos. —El árbol se podó considerablemente... pero todavía quedaban unas
treinta o cuarenta ramas—. Hay especies de exuberantes que han modificado aspectos
del lenguaje, la percepción o la cognición.
Inoshiro dijo:
—¿Cómo los monos soñadores?
Liana asintió.
—En un extremo. Sus antepasados redujeron los centros del lenguaje al nivel de
los grandes simios. Todavía poseen una considerable inteligencia general, superior a
la de cualquier otro primate, pero su cultura material se ha reducido
dramáticamente... y ya no pueden modificarse a si mismos, aunque quisiesen. Dudo
incluso que comprendan aún sus propios orígenes.
«Pero los monos soñadores son una excepción... una renuncia deliberada a las
posibilidades. La mayoría de los exuberantes han probado con cambios más
constructivos: desarrollando formas nuevas de relacionar el mundo físico con el
contenido de sus mentes y añadiendo estructuras neuronales específicas para
ocuparse de las nuevas categorías. Hay exuberantes que pueden manipular los
conceptos abstractos más complejos de la genética, la meteorología, la bioquímica o
la ecología tan intuitivamente como cualquier estático puede pensar en una piedra,
una planta o un animal con el «sentido común» para esas cosas que surge tras
millones de años de evolución. Y hay otros que simplemente se han limitado a
modificar estructuras neuronales ancestrales para descubrir cómo esas modificaciones
afectan a su forma de pensar... han partido en busca de nuevas posibilidad sin aspirar
a una meta concreta.
Yatima sintió una inquietante resonancia con su propia situación... aunque con
todas las pruebas disponibles hasta ahora no parecía que sus propias mutaciones le
hubiesen enviado a il por aguas desconocidas. Como decía Inoshiro: «Contigo, al
final han dado con los campos adecuados para la carne de cañón voluntariosa de las
minas. Durante los próximos diez gigataus lo padres pedirán esos sumisos ajustes
Yatima».
Liana extendió los brazos manifestando su frustración.
—El único problema de esa exploración es... que algunas especies de exuberantes
han cambiado tanto que ya no se comunican con nadie más. Grupos diferentes han
salido corriendo en direcciones diferentes, probando tipos nuevos de mentes... y
ahora apenas pueden entenderse, incluso usando software intermediario. No es sólo
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cuestión de lenguaje... o al menos, no una simple cuestión de lenguaje como pasaba
con los estáticos cuando todos tenían básicamente el mismo cerebro. Una vez que
comunidades diferentes se ponen a dividir el mundo en categorías diferentes, y a
preocuparse de cosas completamente diferentes, resulta imposible tener una cultura
global en el sentido anterior al Introdus, Nos estamos fragmentando. Nos estamos
perdiendo. —Rió, como si quisiese desinflar su propia seriedad, pero Yatima entendió
que le apasionaba el problema—. Todos hemos decidido quedarnos en la Tierra,
hemos decidido seguir siendo orgánicos... pero aun asi nos estamos separando...
¡probablemente a mayor velocidad que cualquiera de vosotros en las polis!
Orlando, de pie tras la silla de Liana, le asió el hombro con la mano y apretó con
dulzura. Ella levantó la mano y asió la suya. A Yatima le resultó hipnótico, pero
intentó no mirar muy fijamente. Dijo:
—Bien, ¿cómo encajan los enlazadores?
Orlando dijo:
—Intentamos rellenar los huecos.
Liana hizo un gesto hacia el diagrama del árbol y un segundo conjunto de ramas
comenzó a crecer detrás y entre el primero. El nuevo árbol estaba más finamente
diferenciado, con más ramas, espaciadas más estrechamente.
—Tomando como punto de partida las estructuras neuronales ancestrales, en cada
generación hemos introducido pequeños cambios. Pero en lugar de modificar a todos
en la misma dirección, nuestros hijos no son sólo diferentes a sus padres, sino cada
vez son más diferentes entre sí. Cada generación es más diversa que la anterior.
Inoshiro dijo:
—Pero... ¿no es precisamente eso lo que lamentáis? ¿La gente alejándose?
—No exactamente. En lugar de tener poblaciones completas saltando en masa a
extremos opuestos de alguna característica neuronal, produciendo dos grupos
diferentes sin ningún tipo de relación, nosotros siempre nos dispersamos
uniformemente por todo el espectro. De esa forma, nadie se queda aislado, nadie
queda alienado, porque el «círculo», el grupo de personas con el que te puedes
comunicar con facilidad, de una persona concreta siempre se superpone con el de
otra, alguien fuera del primer círculo... alguien cuyo circulo también se superpone
con el de otra... hasta que de una forma u otra todos estamos cubiertos.
"Es fácil encontrar dos personas que apenas puedan entenderse, porque son tan
diferentes como exuberantes de dos líneas radicalmente divergentes, pero aquí
siempre habrá una cadena de parientes vivos que puedan hacer de puente sobre ese
espacio. Con algunos intermediarios, ahora mismo cuatro como mucho, cualquier
enlazador se puede comunicar con cualquier otro.
Orlando añadió:
—Y en cuanto tengamos entre nosotros a personas que puedan interaccionar con
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comunidades exuberantes dispersas...
—Entonces todos los carnosos del planeta estarán conectados, de la misma forma.
Inoshiro preguntó con ansia:
—Entonces, ¿podríais establecer una cadena de personas que nos permitiese
hablar con alguien en el límite mismo del proceso? ¿Alguien que se dirija hacia los
grupos más remotos de exuberantes?
Orlando y Liana intercambiaron miradas, luego Orlando dijo:
—Podría ser factible si esperáis unos días. Hace falta algo de diplomacia; no es
un truco de salón que podamos invocar en cualquier momento.
—Regresamos mañana por la mañana. —Yatima no se atrevió a mirara Inoshiro;
no faltarían excusas para extender la estancia, pero habían acordado que fuesen
veinticuatro horas.
Después de un momento de incómodo silencio, Inoshiro dijo con tranquilidad:
—Así es. Quizá la próxima vez.
Orlando les enseñó la genefundición donde trabajaba, montando secuencias de
ADN y comprobando sus efectos. Aparte de su meta principal, los enlazadores
también trabajaban en varias mejoras no neuronales que se referían a la resistencia a
las enfermedades y la mejora de los mecanismos de reparación de tejidos, que se
podían experimentar con relativa facilidad en un conjunto de órganos mamíferos
vegetativos y sin cerebro que Orlando llamada chistosamente «árboles de despojos».
—¿De verdad que no podéis olerlos? No sabéis la suerte que tenéis.
Los enlazadores, le explicó, se habían personalizado hasta tal punto que cualquier
individuo podía reescribir partes de su propio genoma inyectándose nuevas
secuencias en la sangre, encajadas entre los primers adecuados para las enzimas de
sustitución, envueltas en una cápsula de lipidos con proteínas superficiales ajustadas
al tipo concreto de célula. Si se dirigía a los precursores de los gametos, la
modificación se convertía en hereditaria. Las mujeres enlazadores ya no generaban
todos sus óvulos mientras eran fetos, como pasaba con los estáticos, sino que hacían
crecer cada uno a medida que eran necesarios, y la producción de semen y óvulos —
así como la preparación del útero para la implantación del óvulo fecundado— sólo se
producía si se consumían las hormonas adecuadas, que se podían obtener de unas
plantas modificadas al efecto. Sólo dos tercios de los enlazadores tenían un solo sexo;
los demás eran hermafroditas o partenogenéticos asexuales, como ciertas especies de
exuberantes.
Después de la visita a las instalaciones, Orlando proclamó que era hora de
almorzar, y se sentaron en un patio mirándole mientras comía. Los otros trabajadores
de la fundición se reunieron a su alrededor; unos pocos les hablaron directamente,
mientras que el resto empleó intermediarios para traducir. A menudo las preguntas
acababan sonando muy raras, incluso después de un largo intercambio entre traductor
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e inquisidor — ¿Cómo sabéis qué partes del mundo sois vosotros, en las polis? ¿En
Konishi hay ciudadanos que coman música? ¿No tener cuerpo es como caer
continuamente pero sin moverse?— y a juzgar por las risas provocadas por sus
respuestas, estaba claro que el proceso inverso era igual de imperfecto. Se produjo
cierto grado de comunicación genuina... pero dependía mucho del proceso de prueba
y error y de grandes dosis de paciencia.
Orlando había prometido enseñarles fábricas y silos, galerías y archivos... pero
otras personas se fueron pasando para hablar con ellos —o simplemente mirarles— y
a medida que avanzaba la tarde el plan original fue convirtiéndose en una fantasía.
Quizá habrían podido acelerar el paso, recordarle a sus anfitriones lo precioso que era
su tiempo, pero después de unas horas empezó a resultarles absurdo el haber
imaginado que podrían haber logrado algo más en un único día. Aqui no se podía
apresurar nada; una visita a toda mecha les habría parecido un acto violento. A
medida que los megataus se evaporaban, Yatima intentó no pensar en lo que podría
estar avanzando de encontrarse en las Minas de Verdad. No era una carrera contra
nadie... y a su regreso las Minas seguirían en su sitio.
Finalmente, el patio tras la fundición quedó tan atestado de gente que Orlando
llevó a todos a un restaurante al aire libre. Al anochecer, cuando Liana se les unió, las
preguntas empezaban a escasear y la mayor parte de la multitud se había dividido en
grupos más pequeños que hablaban entre ellos de los visitantes.
Así que los cuatro se sentaron y hablaron bajo las estrellas... que se mostraban
muy apagadas y filtradas por la estrecha ventana espectral de la atmósfera.
—Claro está, las hemos visto desde el espacio —se jactó Inoshiro—. En las polis
las sondas orbitales no son más que otra dirección.
Orlando dijo:
—Continuamente quiero insistir: «¡Ah, pero no las habéis visto con vuestros
propios ojos!». Excepto que... sí lo habéis hecho. Exactamente de la misma forma
que veis todo lo demás.
Liana se le apoyó en el hombro y le chinchó.
—Que es exactamente la forma en que todos vemos algo. El hecho de que
nuestras mentes se ejecuten a unos pocos centímetros de nuestras cámaras no implica
que nuestra experiencia sea mágicamente superior.
Orlando lo aceptó.
—No. Pero esto sí.
Se besaron. Yatima se preguntó si Blanca y Gabriel lo hacían... si Blanca se
habría modificado para que fuese posible y le resultase agradable. No era de extrañar
que los padres de Blanca estuviesen en desacuerdo. Que Gabriel tuviese sexo no era
tan importante, como problema abstracto de definición personal... pero casi todos los
habitantes de Carter-Zimmerman fingían tener un cuerpo tangible. En Konishi, la
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idea en sí de la solidez, de atávicas fantasías de corporalidad, se consideraba Una
actividad a la par con la obstrucción y la coerción. Una vez que tu icono podía
bloquear el camino de otro en un panorama público, se violaba su autonomía.
Conectar los placeres del amor con ideas de fuerza y fricción era simplemente
bárbaro.
Liana preguntó.
—¿Qué hacen los gleisners? ¿Lo sabéis? Lo último que sabemos es que montaban
algo en el cinturón de asteroides... pero eso fue hace casi cien años. ¿Alguno ha
abandonado el Sistema Solar?
Inoshiro dijo:
—En persona no. Han enviado sondas a algunas estrellas cercanas, pero todavía
no han enviado nada consciente... y cuando lo hagan, será ellos-con-su-cuerpo-
completo, todo el camino —rió—. Están obsesionados con el afán de no convertirse
en ciudadanos de polis. Creen que si, por ahorrar un poco de masa, se atreven a
quitarse la cabeza de los hombros iniciarán el camino que les llevará a abandonar por
completo la realidad.
Orlando dijo desdeñoso:
—Dales otros mil años y estarán meándose por toda la Vía Láctea, marcando el
territorio como perros.
Yatima protestó:
—¡Eso no es justo! Es posible que sus prioridades resulten extrañas... pero siguen
siendo civilizados. Más o menos.
Liana dijo:
—Mejor que los gleisners estén ahí fuera y no los carnosos. ¿Te imaginas a los
estáticos en el espacio? A estas alturas probablemente habrían terraformado Marte.
Los gleisners apenas han tocado el planeta; en general se han limitado a observarlo
desde el espacio. No son vándalos. No son colonos.
Orlando no quedó convencido.
—Si sólo quieres reunir algunos datos astrofísicos, no hay ninguna necesidad de
abandonar el Sistema Solar. He visto planes: sembrar planetas enteros con fábricas
autorreplicantes, llenar la galaxia de máquinas Von Neumann...
Liana agitó la cabeza.
—Si alguien lo propuso seriamente, fue antes del Introdus... antes de que
existiesen los gleisners. Todo lo que se dice hoy de ellos es simple propaganda:
sacado de Protocolos de los sabios de la máquina. Nosotros somos los que estamos
más cerca de los viejos instintos. Si alguien la caga y crece exponencialmente,
probablemente seamos nosotros.
Algunos otros enlazadores se unieron a la discusión y el debate se alargó durante
horas. Un agrónomo argumentó, por medio de un intérprete: Si el viaje espacial no
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era una simple fantasía de culturas inmaduras, entonces ¿dónde estaban los
extraterrestres? De vez en cuando Yatima echaba un vistazo al cielo gris e imaginaba
una nave espacial gleisner descendiendo y llevándoles a las estrellas. Quizá cuando
reactivaron los cuerpos gleisner se había emitido una señal de rescate... Era una idea
absurda, pero era extraño considerar que no resultaba del todo imposible. Ni siquiera
en el panorama astronómico más deslumbrante, en el que podías pretender saltar años
luz y ver la superficie de Sirio según la imagen compuesta resultante de las
simulaciones y los datos de telescopios... ni siquiera allí te podían secuestrar
astronautas locos.
Justo después de medianoche, Orlando le preguntó a Liana:
—Bien, ¿quién se va a levantar a las cuatro de la mañana para escoltar a nuestros
invitados hasta el límite?
—Tú.
—Entonces será mejor que duerma un poco.
Inoshiro quedó asombrado.
—¿Todavía tenéis que hacerlo? ¿No lo habéis eliminado?
Liana casi se atraganta.
—¡Sería como «eliminar» el hígado! El sueño es parte integral de la fisiología de
los mamíferos; si intentas eliminarlo acabas con un psicótico, un cretino sin sistema
inmune.
Orlando añadió gruñón.
—Además, es muy agradable. No sabéis lo que os perdéis. —Volvió a besar a
Liana y se fue.
La multitud del restaurante había ido reduciéndose poco a poco —y la mayoría de
los enlazadores que quedaban se habían quedado dormidos en sus sillas— pero Liana
se quedó con ellos en el silencio creciente.
—Me alegra que hayáis venido —dijo—. Ahora tenemos una conexión con
Konishi... y a través de vosotros, con toda la Coalición. Incluso si no podéis volver...
hablad de nosotros. No dejéis que desaparezcamos por completo de vuestras mentes.
Inoshiro dijo sinceramente:
—¡Volveremos! Y traeremos a nuestros amigos. Una vez que comprendan que no
sois salvajes, todos querrán visitaros.
Liana rió ternura.
—¿Sí? ¿Y el Introdus se deshará y los muertos se levantarán de sus tumbas? Me
gustaría verlo. —Se inclinó sobre la mesa y acarició la mejilla de Inoshiro—. Eres un
niño extraño. Voy a echarte de menos.
Yatima esperó la respuesta ofendida de Inoshiro: ¡No soy un niño! Pero en su
lugar, se llevó la mano a la cara, donde ella la había tocado, y no dijo nada.
Orlando les escoltó hasta el límite. Les despidió y habló de volver a verles, pero
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Yatima sospechaba que él tampoco creia que fuesen a regresar. Cuando se perdió en
la selva, Yatima cruzó el límite e invocó al zángano, que se posó en la parte posterior
de su cuello y penetró para entrar en contacto con su procesador. El cuello del
gleisner, el procesador del gleisner.
Inoshiro dijo:
—Vete tú. Yo me quedo.
Yatima gimió.
—No hablas en serio.
Inoshiro miró a Yatima, triste pero decidido.
—Nací en el lugar equivocado. Pertenezco aquí.
—¡Oh, hablas en serio! ¡Si quieres emigrar, siempre te queda Ashton-Laval! Y si
quieres huir de tus padres, ¡puedes hacerlo en cualquier parte!
Inoshiro se sentó en la maleza, hundiéndose hasta la cintura y extendió los brazos
hacia el follaje.
—He empezado a sentir. Ya no son sólo etiquetas... no es sólo una superposición
abstracta. —Juntó las manos sobre el pecho y luego se lo golpeó—. Me pasa a mí, le
pasa a mi piel. Debo haber formado algún mapa de datos... y ahora mis símbolos
personales lo han absorbido, lo han incorporado. —Rió con tristeza—. Quizá sea una
debilidad familiar. Mi medio fraterno está con un amante corpóreo, y ahora aqui estoy
yo, con la puta sensación de tacto.—Miró a Yatima, con los ojos muy abiertos, el
gestalt para el horror—. Ahora no puedo regresar. Sería como... arrancarme la piel.
Yatima dijo con rotundidad:
—Sabes que no es cierto. ¿Qué crees que va a pasarte? ¿Dolor? Tan pronto como
las etiquetas dejen de llegar la ilusión se disolverá. —Intentaba tranquilizar, pero
luchaba por comprender cómo debía ser: ¿una especie de intrusión del mundo en el
icono de Inoshiro? Ya resultaba bastante confuso cuando el interfaz ajustaba su
propio icono según la postura real de su cuerpo gleisner... pero era más bien como
seguir las convenciones de un juego; no se producía ninguna sensación profunda de
violación.
Inoshiro dijo:
—Me dejarán vivir con ellos. No necesito comida, no necesito nada que les
resulte valioso. Les seré útil. Me dejarán quedarme.
Yatima volvió a atravesar el límite; el zángano se soltó y retrocedió, zumbando
con furia. Se arrodilló junto a Inoshiro y dijo en voz baja:
—Di la verdad: a la semana te habrás vuelto loco. ¿Un huida; como ésta; por
siempre? Y una vez que pase la novedad te tratarán como a un monstruo.
—¡Liana no!
—¿Sí? ¿Quién crees que es? ¿Tu amante? ¿U otra madre?
Inoshiro se tapó la cara con las manos.
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—Vuelve reptando a Konishi, ¿quieres? Piérdete en las Minas.
Yatima se quedó allí mismo. Los pájaros chillaron, el cielo se iluminó. Expiraron
las veinticuatro horas. Todavía les quedaba un día antes de que los viejos yos de
Konishi se despertaran en su lugar... pero ahora con cada minuto que pasaba se
incrementaba la sensación de que la vida de la polis seguía y les dejaba atrás.
Yatima consideró arrastrar a Inoshiro para que cruzase la línea y luego dar
instrucciones al zángano para que le sacase de su cuerpo. Los zánganos no eran tan
inteligentes como para comprender lo que hacían; no se daría cuenta de que violaba
la autonomía de Inoshiro.
Y resultaba una idea de lo más inquietante, pero quedaba otra posibilidad. Yatima
todavía poseía la última instantánea actualizada de la mente de Inoshiro, transmitida
en el restaurante durante las primeras horas de la mañana. Inoshiro no la habría
enviado después de decidir quedarse... y si Yatima despertaba la instantánea dentro de
la polis, lo que le pasase al clon gleisner no tendría importancia.
Yatima borró la instantánea. Esta situación no era como las arenas movedizas.
Esto no era nada que hubiesen podido prever.
Se arrodilló y esperó. Las etiquetas de las rodillas que informaban de la textura
del suelo se tornaron en un flujo irritante y monótono, y la forma extraña y fija
forzada sobre su propio icono se volvió todavía más molesta... quizá porque tanto el
flujo como la forma reflejaban tan bien su frustración. ¿Así fue como empezó para
Inoshiro? Si il se quedaba más tiempo, ¿empezaría a identificarse con su propio mapa
de su propio cuerpo gleisner?
Después de casi una hora, Inoshiro se puso en pie y salió del enclave. Yatima fue
detrás, con un aliviado mareo.
El zángano aterrizó en el cuello de Inoshiro; alzó la mano como si fuese a
apartarlo, pero se detuvo. Preguntó con tranquilidad:
—¿Crees que volveremos algún día?
Yatima reflexionó, profunda y largamente. Sin el atractivo irrepetible que les
había traído aquí, ¿este lugar, y estos amigos, volvería a compensar ochocientas veces
más tiempo que todo lo demás?
—Lo dudo.
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Segunda Parte
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Cuando Paolo despertó y se le unió en su panorama, Yatima dijo:
—Intento decidir qué responderles. Cuando pregunten por qué hemos venido tras
ellos.
Paolo rió triste.
—Cuéntales lo de Lacerta.
—Saben lo de Lacerta.
—Como chispa en el mapa. No conocen su efecto. No sabrán lo que significaba.
—No. —Yatima miró a Weyl, en el centro del desplazamiento al azul. No quería
contrariar a Paolo con preguntas sobre Atlanta, pero tampoco quería dejarle al
margen—. Conoces a Karpal, ¿no?
—Sí. —Paolo aceptó el tiempo presente con una sonrisita.
—¿Y no estaba en la Luna, participando en TERAGO...?
Paolo respondió con frialdad:
—Hizo todo lo posible. No fue culpa suya que todo el planeta se desentendiera.
—Estoy de acuerdo. No le culpo de nada. —Yatima extendió los brazos, en gesto
de conciliación—. Simplemente me pregunta si alguna vez habló de lo sucedido. Si
alguna vez te contó su versión.
Paolo asintió a regañadientes.
—Me habló de ello. En una ocasión.
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4. Corazón de lagarto
OBSERVATORIO BULLIALDUS, LUNA
24 046 104 526 757 TEC
2 de abril 2996, 16:42:03.911 TU
Durante todo un mes, Karpal yació tendido de espaldas sobre el regolito lunar,
contemplando la quietud cristalina del universo y desafiándolo a mostrarle algo
nuevo. Ya lo había hecho antes en cinco ocasiones, pero no había cambiado nada al
alcance de su visión directa. Los planetas seguían sus órbitas predecibles, y en
ocasiones se veía un asteroide brillante o un cometa, pero eran como naves espaciales
de paso: obstáculos cercanos que no formaban parte de la vista total. Una vez que
habías visto Júpiter de cerca, en persona, empezabas a considerarlo más una fuente de
contaminación lumínica y ruido electromagnético que un objeto digno de interés
astronómico serio. Karpal quería que una supernova apareciese imprevisiblemente en
la oscuridad, un apocalipsis distante que hiciese gemir los detectores de neutrinos...
no una conjunción plácida del mecanismo del Sistema Solar, tan interesante y
emocionante como un transbordador de suministros llegando a su hora.
Cuando volvió a verse la Tierra nueva, un disco rojizo y apagado junto al sol
reluciente, Karpal se puso en pie y agitó los brazos con cautela, comprobando si el
estrés térmico había debilitado alguno de sus actuadores. Si había pasado, a su
nanoware no le llevaría mucho tiempo reparar las microfracturas, pero aun así era
preciso comprobar cada articulación en busca de problemas y pedir la reparación.
Estaba bien. Caminó lentamente de regreso al cobertizo de instrumentos en el
borde del cráter Bullialdus; la estructura estaba abierta al vacío, pero protegía algo el
equipo de los extremos de temperatura, las radiación y los micrometeoritos.
Alzándose detrás estaba la pared del cráter, de setenta kilómetros de ancho; Karpal
apenas podía distinguir la estación láser en lo alto de la pared, justo encima del
cobertizo. Los rayos en si eran invisibles desde cualquier punto, ya que no había nada
que pudiese dispersar la luz, pero Karpal no podía imaginarse Bullialdus desde arriba
sin superponer una L azul, un ángulo recto enlazando tres puntos del borde.
Bullialdus era un detector de ondas gravitatorias, parte de un observatorio del
ancho del sistema solar conocido como TERAGO. Un rayo láser se dividía, siguiendo
recorridos perpendiculares para luego recombinarse; cuando el espacio del cráter se
estiraba o comprimía aunque sólo fuese una parte entre diez elevado a la
vigesimocuarta potencia, las crestas y valles de los dos flujos de luz se desalineaban,
provocando fluctuaciones en su intensidad combinada que indicaban cambios sutiles
en la geometría. Un único detector, por si solo, no podía señalar con precisión la
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fuente de las distorsiones medidas, de la misma forma que un termómetro tendido en
el regolito no podía determinar la posición exacta del sol, pero combinando los
momentos precisos de las mediciones de Bullialdus con los datos de otros diecinueve
puntos TERAGO, era posible reconstruir el paso del frente de ondas por el Sistema
Solar, revelando su dirección con suficiente precisión, habituaimente, para
identificarlo con un objeto conocido del cielo, o al menos dentro de un buen margen
de error.
Karpal entró en el cobertizo, su hogar durante los últimos nueve años. En su
ausencia no había cambiado nada, y poco había cambiado desde su llegada; los
conjuntos de ordenadores ópticos y procesadores de señal que cubrían las paredes se
presentaban tan relucientemente prístinos como siempre, y las piezas de repuesto para
emergencias y las macroherramicntas de reparación apenas se habían movido de
donde las había colocado inicialmente. No estaba completamente solo en la Luna —
en el polo norte había una docena de gleisners dedicados a la paleoselenologia— pero
todavía estaba por recibir visitas.
Casi todos los otros gleisners estaban en el cinturón de asteroides, ya fuese
trabajando en la fota interestelar, ofreciendo servicios de apoyo o en general jugando
a seguidores de campo. Podría haber estado allí —los datos TERAGO eran accesibles
desde cualquier lugar, y estar físicamente presente en un punto ofrecía pocas ventajas
al supervisar las reparaciones de los veinte— pero la soledad de este lugar le tentaba,
asi como la posibilidad de trabajar sin distracciones, dedicándose durante semanas a
un único problema, o un mes, o un año. Sus planes originales no incluían tenderse en
el regolito mirando al cielo durante un mes, pero siempre había supuesto que se
volvería un poco loco, y parecía una excentricidad bastante tolerable. Al principio
tenía miedo de perderse un suceso importante: una supernova, o un agujero negro del
núcleo galáctico tragándose un cúmulo globular o dos. Por supuesto, se registraba
hasta el último dato, pero incluso a las ondas gravitatorias les había costado milenios
llegar, persistía la emoción de la inmediatez al seguir los acontecimientos en tiempo
real; para Karpal, ahora era una sección del espaciotiempo de diez mil millones de
años de profundidad, convergiendo a la velocidad de la luz sobre sus instrumentos y
sentidos.
Más tarde, el riesgo de encontrarse lejos de su puesto se convirtió en parte del
atractivo. Parte del desafío.
Karpal comprobó la pantalla principal y rió por lo bajo en forma de infrarrojos en
un pulso codificado; el débil calor le llegó reflejado de las paredes del cobertizo. No
se había perdido nada. En la lista de fuentes conocidas, Lac G-1 estaba resaltada
indicando que mostraba una anomalía... pero siempre mostraba anomalías; ya ni
siquiera era noticia.
Al igual que registraba cualquier catástrofe súbita, TERAGO seguía
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constantemente algunos centenares de fuentes periódicas. Era preciso un suceso de
violencia inusual para producir una ráfaga de radiación gravitatoria lo
suficientemente intensa como para ser registrada al otro extremo del universo, pero
incluso el movimiento orbital rutinario producía un flujo débil pero Fiable de ondas
gravitatorias. Si los objetos implicados eran tan pesados como estrellas, orbitándose
mutuamente a gran velocidad, y no estaban lejos, TERAGO podía seguir sus
movimientos como un hidrófono percibiendo el giro de una hélice.
Lacerta G-1 era una pareja de estrellas de neutrones, a un centenar de años luz de
distancia. Aunque las estrellas de neutrones eran demasiado pequeñas para percibirlas
directamente —como mucho tenían unos veinte kilómetros de ancho-contenían en
sus pequeños cuerpos campos magnéticos y gravitatorios como los de estrellas de
tamaño completo, y el efecto sobre la materia circundante podia llegar a ser
espectacular. La mayoría se descubrían como pulsares, con sus campos magnéticos
giratorios creando un rayo rotatorio de ondas de radio que arrastraban partículas
cargadas en círculo a velocidades cercanas a la de la luz, o como fuentes de rayos X,
absorbiendo materia de una nube de gas o una estrella compañera normal y
calentándola a millones de grados por medio de ondas de choque de compresión a
medida que descendía por su empinado pozo gravitatorio. Pero Lac G-1 tenía miles
de millones de años; cualquier reserva local de gas o polvo que pudiera haberse usado
para generar rayos X había desaparecido hacia tiempo, y cualquier emisión de radio
era ahora demasiado débil para ser detectada o surgía en una dirección que no
resultaba favorable. Por tanto, el sistema se mostraba tranquilo en todo el especto
electromagnético y sólo la radiación gravitatoria de la órbita lentamente degenerada
de las estrellas revelaba su existencia.
Esa tranquilidad no duraría eternamente. G-1a y G-1b estaban separadas por sólo
medio millón de kilómetros, y durante los próximos siete millones de años las ondas
gravitatorias se llevarían todo el momento angular que las mantenía separadas.
Cuando al final chocasen, toda su energía cinética se convertiría en un estallido
intenso de neutrinos, matizados con algunos rayos gamma, antes de combinarse para
formar un agujero negro. En la distancia, los neutrinos sería relativamente inocuos y
el «matiz» provocaría efectos mucho mayores; incluso a un centenar de años luz sería
estar demasiado cerca para la vida orgánica. Independientemente de si para cuando
sucediese hubieran o no carnosos por aquí, a Karpal le gustaba pensar que alguien
emprendería un impresionante desafio de ingeniería para proteger la biosfera de la
Tierra, colocando un escudo lo suficientemente grande y opaco en el camino del
estallido de rayos gamma. Un buen uso para Júpiter. Pero no seria fácil; Lac G-1
estaba demasiado por encima de la eclíptica como para quedar apantallada
simplemente desplazando cualquiera de los planetas a un punto conveniente.
El destino de Lac G-1 parecía inevitable, y la señal que llegaba a TERAGO
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efectivamente confirmaba la degradación gradual de la órbita, pero quedaba un
pequeño rompecabezas: desde las primeras observaciones, G-1a y G-1b habían
orbítado intermitentemente un poco más rápido de lo que debieran. Las discrepancias
nunca habían superado la parte por mil —las ondas acelerándose, de vez en cuando,
un nanosegundo extra durante un par de días— pero cuando la mayoría de los
púlsares tenían cuervas de degradación orbital que se ajustaban perfectamente dentro
de los límites de la medición, ni siquiera la anomalías de un nanosegundos se podían
atribuir a errores experimentales o al ruido.
Karpal había imaginado que el misterio sería el primero en caer ante su soledad y
dedicación, pero la explicación plausible le eludía, año tras año. Cualquier tercer
cuerpo lo suficientemente masivo, que alterase ocasionalmente la órbita, habría
añadido su propia firma inconfundible a la radiación gravitatoria. Pequeñas nubes de
gas entrando en el sistema, ofreciendo a las estrellas de neutrones algo que convertir
en chorros que consumiesen energía, habrían hecho que Lac G-1 emitiera en los
rayos X. Sus modelos eran cada vez más fantasiosos y atrevidos, pero todos fallaban
ya fuese por falta de pruebas o por simple falta de plausibilidad. No era posible que la
energía y el momento estuviesen desapareciendo en el vacío, pero a estas alturas
estaba casi dispuesto a intentar cuadrar las cuentas a cien años luz de distancia.
Casi. Con un suspiro de mártir, Karpal tocó el nombre destacado en la pantalla y
apareció una gráfica de las ondas de Lacerta durante el último mes.
A simple vista quedaba claro que había un problema con TERAGO. Los cientos
de ondas de la pantalla deberían haber sido idénticas, con picos exactamente de la
misma altura, con la señal regresando periódicamente al mismo máximo en el mismo
punto de la órbita. En su lugar, durante la segunda mitad del mes se producía un
incremento en la altura de los picos... lo que significaba que la calibración de
TERAGO había empezado a fallar. Karpal refunfuñó, y pasó a otra fuente periódica,
un pulsar binario en Aquila. Aquí había picos fuentes y débiles alternándose, ya que
la órbita era muy elíptica, pero cada conjunto de picos permanecía perfectamente
nivelado. Comprobó los datos de otras cinco fuentes. En ninguna de ellas había
señales de problemas con la calibración.
Desconcertado, Karpal volvió a los datos de Lac G-1. Examinó el resumen sobre
la gráfica y vaciló con incredulidad. En su ausencia, decía el resumen, el periodo de
las ondas había perdido casi tres minutos. Era ridículo. Después de veintiocho días,
Lac G-1 debería haber perdido 14,498 microsegundos de su órbita de una hora, más o
menos algunos nanosegundos inexplicados. Debía haber un error en el software de
análisis; debía haberse estropeado, cosas de la radiación, los rayos cósmicos habían
trastocado algunos bits aleatorios sin que fuesen detectados y reparados.
Cambió a una gráfica que mostraba el periodo de las ondas, en lugar de las ondas
en sí. Empezaba como debía, casi plana en 3.627 segundos, luego, como a los doce
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días, empezaba a bajar de la horizontal, primero lentamente pero luego cada vez más
rápido. El último punto de la curva se situaba en 3.456 segundos. Las estrellas de
neutrones sólo podían pasar a órbitas más pequeñas y rápidas perdiendo parte de la
energía que las mantenía separadas... y para que fuesen tres minutos más veloces en
lugar de catorce microsegundos, deberían haber perdido tanta energía en un mes
como en el último millón de años.
—Imposible.
Karpal buscó noticias de otros observatorios, pero no se había detectado actividad
en Lacerta: ni rayos X, ni UV, ni neutrinos, nada. Se suponía que Lac G-1 había
perdido el equivalente energético de la Luna aniquilando a su doble de antimateria;
incluso a cien años luz de distancia era imposible que nadie se hubiese dado cuenta.
Ciertamente la energía faltante no había pasado a radiación gravitatoria; el
incremento de potencia aparente era de sólo un diecisiete por ciento.
Y el periodo se ha reducido en un cinco por ciento. Karpal realizó unos cálculos
de cabeza para luego hacer que el software de análisis confirmase los detalles. El
incremento de intensidad de las ondas gravitatorias era exactamente el que requería el
decremento del periodo. Órbitas más cercanas y rápidas producían radiación
gravitatoria más fuerte, y los datos imposibles se ajustaban a la fórmula, en todos sus
puntos. Karpal no podía imaginar un error de software o un fallo de calibración que
pudiese alterar los datos —sólo de una fuente— mientras preservaba mágicamente la
relación entre potencia y frecuencia de las ondas.
La señal debía ser real.
Lo que implicaba que la pérdida de energía era real.
¿Qué estaba pasando ahí fuera? ¿O qué había pasado un siglo antes? Karpal
repasó la columna de cifras que mostraban la separación entre las estrellas de
neutrones por lo que se deducía de su periodo orbital. Se habían estado aproximando
sin pausa cuarenta y ocho milímetros al día desde que se iniciaron las observaciones.
Pero en las veinticuatros horas anteriores la distancia entre ellas se había reducido en
casi 7.000 kilómetros.
Karpal sufrió un momento de puro pánico vertiginoso, pero rápidamente se echó a
reír. Era imposible que una tasa de descenso tan espectacularmente alarmante pudiera
mantenerse durante mucho tiempo. Dejando de lado la radiación gravitatoria, sólo
había dos formas de sacar energía de un masivo y cósmico volante de inercia como
éste: pérdidas de fricción por gas o polvo, produciendo temperaturas verdaderamente
astronómicas —lo que no podía ser, por la ausencia de UV y rayos X—, o la
transferencia de energía gravitatoria a otro sistema: algún tipo de intruso invisible,
como un pequeño agujero negro de paso. Pero cualquier cosa capaz de absorber algo
más que una fracción del momento angular de G-1 ya se habría manifestado en
TERAGO, y cualquier cosa menos sustancial habría salido disparada, como un
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guijarro rebotando sobre una muela de afilar, o expulsada por la fuerza centrifuga.
Karpal hizo que el software analizase los últimos datos de los seis detectores más
cercanos de TERAGO, en lugar de esperar una hora a que llegasen los de todos.
Seguía sin haber ninguna prueba de algún intruso —sólo la señal clásica de un
sistema de dos cuerpos— pero la pérdida de energía no parecía detenerse o alcanzar
un límite.
Seguía creciendo.
¿Cómo? De pronto Karpal recordó una vieja idea que había considerado
brevemente como explicación de las pequeñas anomalías. Los neutrones individuales
eran siempre neutrales al color; contenían un quark rojo, uno verde y uno azul muy
unidos. Pero sí ambos núcleos se habían «fundido» para formar agregados de quarks
sin confinar, capaces de moverse aleatoriamente, era posible que no en todas partes la
media de los colores fuese neutral. La teoría de Kozuch permitía que se rompiese la
simetría perfecta entre rojo, verde y azul; se trataba de un suceso extremadamente
inestable, pero era posible que las interacciones entre estrellas de neutrones pudiesen
estabilizarlo. Los quarks de cierto color se podían volver «localmente más pesados»
en un núcleo, haciendo que se hundiesen ligeramente hasta que la atracción de los
otros quarks les hiciera elevarse; en el otro núcleo, los quarks del mismo color serían
más ligeros, y ascenderían. También intervendrían las fuerzas de marea y
rotacionales.
La separación de color seria minúscula, pero los efectos serían dramáticos: los
dos núcleos orbitales y polarizados generarían potentes chorros de mesones, que irían
frenando el movimiento orbital de las estrellas de neutrones... una especie de análogo
nuclear a la radiación gravitatoria, pero mediado por la fuerza nuclear fuerte y por
tanto mucho más energético. Los mesones se desintegrarían casi de inmediato para
formar otras partículas, pero esta radiación secundaria no estaría muy bien enfocada,
y como la vista desde el Sistema Solar se encontraba en alto sobre el plano de Lac G-
1 los rayos no se verían de frente. Sin duda se volverían espectacularmente visibles
una vez que los mesones diesen contra el medio interestelar, pero después de sólo
dieciséis días todavía viajaban a través de la región de relativo alto vacío que las
estrellas de neutrones habían creado durante los últimos miles de millones de años.
Todo el sistema sería como una titánica girándula a la inversa, con los fuegos
artificiales apuntando hacia atrás, opuestos a su propio giro. Pero a medida que
pediesen el momento angular que mantenía separadas las estrellas de neutrones, la
gravedad las uniría más y girarían con mayor rapidez. Las anomalías de nanosegundo
del pasado debían haber implicado pequeños grupos de quarks móviles formándose
brevemente, para luego constituir otra vez neutrones separados, pero una vez que los
núcleos se fundiesen por completo el proceso seria imparable: cuanto más se uniesen
las estrellas de neutrones, mayor sería la polarización, más intensos los chorros, más
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rápida la espiral hacia dentro.
Karpal sabía que los cálculos necesarios para comprobar sus ideas serian
espantosos. Tratar con las interacciones entre la fuerza nuclear fuerte y la gravedad
podía parar en seco el ordenador más potente, y cualquier modelo de software lo
suficientemente preciso como para ser de fiar se ejecutaría mucho más despacio que
en tiempo real, lo que lo haría inútil para predecir. La única forma de anticiparse al
destino de Lac G-1 era comprobar a dónde se dirigían los propios datos.
Hizo que el software de análisis ajustase una curva suave a través del momento
angular en declive de las estrellas de neutrones y que la extrapolase al futuro. La
caída se hizo más rápida, al principio lentamente, para acabar con un descenso
calamitoso. Karpal sintió que le recorría un horror frío: si éste era el destino final de
todas las estrellas de neutrones binarias, ayudaba a comprender un enigma antiguo.
Pero no era una buena noticia.
Durante siglos, los astrónomos habían estado observando potentes ráfagas de
rayos gamma provenientes de galaxias distantes. Si esas ráfagas eran el resultado de
estrellas de neutrones en colisión, como se sospechaba, entonces justo antes de la
colisión —cuando las estrellas de neutrones se encontraran en sus órbitas más
cercanas y rápidas— las ondas gravitatorias producidas deberían haber sido lo
suficientemente intensas para que TERAGO las detectase desde miles de millones de
años luz. Nunca se habían detectado esas ondas.
Pero ahora parecía que los chorros de mesones de Lac G-1 lograrían detener en
seco el movimiento orbital de las estrellas de neutrones mientras todavía se
encontraban a decenas de miles de kilómetros de distancia. Los fuegos artificiales,
habiendo triunfado al fin, se apagarían, y el final no sería después de todo una espiral
frenética, sino un hundimiento tranquilo y grácil... que sólo generaría una fracción
más de radiación gravitatoria.
Luego, los dos pesados núcleos estelares se unirían directamente, como si nunca
hubiese habido fuerza centrífuga manteniéndolos separados. Cada uno caería
directamente sobre el otro... y el calor del impacto se percibiría a mil años luz de
distancia.
Karpal rechazó con furia esa idea. Por ahora no tenía más que una anomalía de
tres minutos en el periodo orbital y muchas elucubraciones. ¿De qué valía su
valoración tras nueve años de soledad y demasiados rayos cósmicos? Debía ponerse
en contacto con colegas en el cinturón de asteroides, mostrarles los datos y repasar
tranquilamente las posibilidades.
Pero ¿y si tenía razón? ¿Cuánto tiempo les quedaba a los carnosos hasta que
Lacerta se encendiese con rayos gamma, seis mil veces más brillante que el sol?
Karpal comprobó y volvió a comprobar sus cálculos, ajustó curvas a variables
diferentes, probó con todos los métodos conocidos de extrapolación.
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La respuesta fue siempre la misma.
Cuatro días.
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5. Estallido
POLIS KONISHI, TIERRA
24 046 380 271 801 TEC
5 abril 2996, 21:17:48,955 TU
Yatima flotaba en el cielo sobre su panorama hogar, examinando la red colosal que se
extendía sobre el terreno oculto hasta los límites de su visión. La estructura tenía diez
mil deltas de ancho y siete mil de alto; rodeándola había una única curva completa,
que se parecía un poco a una de las montañas rusas que había visto en Carter-
Zimmerman... a la que se había subido con Blanca y Gabriel, sólo para disfrutar de la
emoción visual. Aquí la «vía» no estaba apoyada en nada, igual que la de C-Z, pero
se abría paso a través de lo que parecía una profusión de andamios.
Yatima descendió para examinaría más de cerca. La red, el «andamiaje», era fruto
de su mente, basada en una serie de instantáneas que había tomado unos megataus
antes. El espacio alrededor relucía suavemente en una multitud de colores, dotado de
un campo matemático abstracto, una regla para tomar un vector en cualquier punto y
calcular un número a partir de él, generado por los miles de millones de pulsos que
recorrían los caminos de la red. La curva que envolvia la red rodeaba todos los
caminos, y sumando los números que el campo producía a partir de las tangentes de
la curva en toda su longitud, Yatima tenía la esperanza de medir propiedades más
sutiles pero robustas sobre la forma en que la información fluía por la estructura.
Era un pequeño paso más hacia la meta de encontrar una invariante de la
consciencia: una medida objetiva de exactamente qué permanecía constante entre
estados mentales sucesivos, lo que permitía que una mente siempre en mutación se
percibiese como una entidad única y cohesionada. La idea en si era muy antigua y
evidente: los recuerdos a corto plazo debían tener sentido, acumulándose
apaciblemente a partir de percepciones e ideas, para luego desaparecer o pasar al
almacén a largo plazo. Pero formalizar ese criterio era difícil. Una secuencia aleatoria
de estados mentales no produciría sensación de nada, pero tampoco un patrón muy
ordenado y fuertemente correlacionado. La información debía fluir justo de la forma
correcta, con cada entrada perceptiva y cada retroalimentación interna grabándose
sutilmente en el estado anterior de la red.
Cuando Inoshiro llamó, Yatima sin vacilación le permitió pasar; había
transcurrido demasiado tiempo desde su último encuentro. Pero le dejó perplejo el
icono que apareció en el aire a su lado: la superficie peltre de Inoshiro estaba
arrugada y marcada, descolorida por la corrosión y en algunos puntos incluso
cayéndose; de no haber sido por su firma, il apenas habría sido reconocible para
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Yatima. La afectación le resultó cómica, pero no dijo nada; Inoshiro habitualmente
percibía con la adecuada ironía las modas que seguía, pero en ocasiones resultaba ir
dolorosamente en serio. Durante un gigatau, Yatima se había convertido en persona
non grata después de burlarse de la práctica, una breve moda en toda la Coalición, de
cargar con un retrato enmarcado del icono propio «envejeciendo» aceleradamente.
Inoshiro le dijo:
—¿Qué sabes de las estrellas de neutrones?
—No mucho, ¿Por qué?
—¿Estallidos de rayos gamma?
—Menos aún. ——Bajo toda la corrosión, Inoshiro parecía hablar en serio, asi
que Yatima intentó recordar los detalles de su breve flirteo con la astrofísica—. Sé
que se han detectado rayos gamma emitidos desde millones de galaxias normales...
destellos ocasionales, en raras ocasiones dos veces desde el mismo lugar. Las
estadísticas son más o menos de uno por galaxia por cada cien mil años... así que si
no fueran lo suficientemente intensos para verse desde algunos miles de millones de
años luz, probablemente no sabríamos de ellos. Creo que todavía no se ha encontrado
un mecanismo concluyente, pero podría mirar en la biblioteca...
—No tiene sentido; todo está obsoleto. Fuera está pasando algo.
Yatima prestó atención a las noticias de los gleisner, sin creerlo del todo, mirando
más allá de Inoshiro, al cielo vacío del panorama, Océanos de quarks, chorros
invisibles de mesones, estrellas de neutrones en caída... Todo sonaba terriblemente
antiguo y arcano, como un teorema elegante y excesivamente específico al final de un
callejón sin salida.
Inoshiro dijo con amargura:
—A los gleisner les hizo falta una eternidad para convencerse de que el efecto era
real. Nos quedan menos de veinticuatro horas para el impacto. Un grupo de Carter-
Zimmerman intenta entrar en la red de comunicación carnosa, pero el cable está
protegido por nanoware, se está defendiendo demasiado bien. También trabajan para
modificar la huella del satélite y enviar zánganos directamente a los enclaves, pero
hasta ahora...
Yatima le interrumpió.
—No lo entiendo. ¿Cómo podrían correr peligro los carnosos? Puede que no estén
tan protegidos como nosotros, ¡pero disponen de toda una atmósfera sobre sus
cabezas! ¿Qué porción de los rayos gamma llegará al suelo?
—Casi ninguna. Pero casi toda llegará hasta la estratosfera inferior. —Los
especialistas atmosféricos de C-Z habían creado modelos detallados de los efectos;
Inoshiro le ofreció una dirección y Yatima repasó el archivo por encima.
De inmediato quedaría destruida la capa de ozono de la mitad del planeta. El
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nitrógeno y el oxígeno de la estratosfera, ionizados por los rayos gamma, se
combinarían para formar doscientas mil millones de toneladas de óxidos de
nitrógeno, treinta mil veces la cantidad actual, El sudario de NOx no sólo reduciría en
varios grados la temperatura superficial; dejaría abierta la ventana ultravioleta
durante un siglo, catalizando la destrucción del ozono tan pronto como se volviese a
formar. Con el tiempo, las moléculas de óxido de nitrógeno pasarían a la atmósfera
inferior, donde algunas se dividirían en sus constituyentes inocuos. El resto —
algunos miles de millones de toneladas— caería en forma de lluvia ácida.
Inoshiro continuó con seriedad:
—Esas predicciones dan por supuesto cierta energía total para el estallido de
rayos gammas, pero podría ser una suposición tan errónea como todo lo demás que la
gente creía saber sobre Lacerta G-1. En el mejor de los casos, los carnosos tendrán
que rediseñar todo su suministro alimenticio. En el peor, la biosfera quedaría dañada
hasta el punto de no poder mantenerlos con vida.
—Eso es horrible. —Pero Yatima sintió que se refugiaba en una especie de
resignación cansada. Era casi seguro que algunos carnosos morirían... pero siempre
morían carnosos. Habían tenido siglos para unirse a las polis de haber querido dejar
atrás la precaria hospitalidad del mundo físico. Echó un vistazo a su glorioso
experimento; Inoshiro no le había dado todavía la oportunidad de mencionarlo.
—Debemos alertarles. Debemos volver.
—¿Volver? —Yatima miró a il, confundido.
—Tú y yo. Debemos regresar a Atlanta.
Apareció una imagen tentativa: dos carnosos, uno de ellos sentado. ¿Hombre y
mujer? Yatima tenía la sensación de haberlos visto hacía tiempo en alguna obra de
Inoshiro. ¿Debemos regresar a Atlanta? ¿Era una frase de la misma obra? Después de
un tiempo, los eslóganes de Inoshiro acababan sonando todos iguales: «Todos
debemos cuidar de nuestros jardines», «Debemos regresar a Atlanta»...
Conscientemente, Yatima invocó una recuperación total del contexto del
fragmento. Al envejecer, había optado por la memoria en capas —en lugar de la
degradación o el borrado— para evitar que sus ideas quedasen anegadas por un
exceso paralizante de recuerdos, ¡Habían usado como transporte dos gleisners
abandonados! Sólo ellos dos, cuando Yatima apenas tenía medio gigatau de edad.
Habían estado fuera durante unos ochenta megataus... que a esa edad debió ser como
una eternidad, aunque resultó que ni siquiera los padres de Inoshiro se habían
mostrado incomodados por esa aventura juvenil. La selva. La ciudad rodeada de
campos. Habían temido tas arenas movedizas... pero habían encontrado a un guía.
Durante un momento, Yatima sintió demasiada vergüenza para hablar. Luego dijo
sin sentir nada:
—Los había enterrado. A Orlando, Liana... a todos los enlazadores. Los había
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enterrado a todos.
Con el paso del tiempo, había permitido que toda esa experiencia se hundiese de
una capa a otra para dejar espacio a preocupaciones más actuales... hasta que llegó el
momento en que no podía penetrar en sus pensamientos por pura casualidad,
interaccionar con otros recuerdos, modificar sus actitudes o estado de ánimo. Hasta
que los carnosos no volvieron a ser sino carnoso: anónimos y remotos, exóticos y
prescindibles. El apocalipsis podría haber llegado y pasado e il no habría hecho nada.
Inoshiro dijo:
—No queda mucho tiempo. ¿Estás conmigo o no?
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5b
ATLANTA, TIERRA
24 046 380 407 629 TEC
5 de abril 2996, 21:20:04.783 TU
Los gleisners seguían exactamente donde los habían dejado veintiún años antes. Una
vez despiertos, los dos hicieron que el zángano les pasase un conjunto e instrucciones
para el nanoware de mantenimiento de los robots. Yatima observó nerviosamente
cómo el fango programable que fluía por delgados tubos por todo el cuerpo iniciaba
la reconstrucción de la punta del dedo índice derecho para crear algo alarmantemente
similar a un arma de proyectiles.
Ésta era la parte fácil. Una vez que el sistema de inoculación estuvo completo, la
pequeña subpoblación de ensambladores del nanoware de mantenimiento recibió
instrucciones para iniciar la fabricación de nanoware Introdus. A Yatima le había
preocupado que los ensambladores de los gleisners, que jamás habían sido diseñados
para un trabajo tan exigente, pudiesen no ser capaces de ofrecer la tolerancia
necesaria, pero el procedimiento de comprobación del sistema Introdus ofreció un
informe favorable: menos de un átomo en diez a la veinte estaba incorrectamente
enlazado.
Trabajando con materia prima en el gleisner, los ensambladores lograron construir
trescientas noventa y seis dosis; si hacían falta más, era probable que los enlazadores
pudiesen suministrar la materia prima necesaria. Por todo el planeta había portales
bien equipados por donde cualquier carnoso que lo desease podía entrar en la
Coalición, pero siempre se había considerado poco sensible políticamente situarlos
demasiado cerca de los enclaves. El más cercano a Atlanta estaba situado a mil
kilómetros.
Inoshiro empleó el nanoware de su gleisner para construir un par de zánganos de
retransmisión que los mantuviese en contacto con Konishi; hasta ahora nadie había
logrado convencer a los satélites para modificar sus huellas e incluir a los enclaves.
Yatima observó cómo las relucientes máquinas con aspecto de insecto se formaban en
quistes traslúcidos en el antebrazo de Inoshiro, para luego volar y desaparecer en la
cubierta arbórea. Había basado el diseño en zánganos existentes, pero estas versiones
pirata estaban totalmente desprovistas de instrucciones previas y obligaciones de
tratados, y sin reparos engañarían a los satélites para aceptar una señal reenviada
desde el interior de la región prohibida.
Cruzaron el límite. Para comprobar el enlace con la Coalición, Yatima miró un
panorama C-Z basado en información de TERAGO. Dos esferas oscuras orladas por
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luz estelar bajo el de la distorsión gravitacional se movían a través de un tubo en
espiral apenas esbozado, el preciso registro anterior de las órbitas transformándose en
la incertidumbre de la extrapolación; se habían omitido por completo los hipotéticos
chorros de mesones. Las estrellas de neutrones emitían etiquetas gestalt con sus
parámetros orbitales actuales, mientras que puntos de la espiral, situados a intervalos
regulares, ofrecían versiones pasadas y futuras.
Hasta ahora la órbita se había reducido «sólo» en un veinte por ciento —100.000
kilómetros— pero el proceso era extremadamente no lineal y la misma distancia se
recorrería en aproximadamente diecisiete horas, luego cinco, luego una, luego menos
de tres minutos. Eran predicciones sujetas a error y el momento concreto del estallido
presentaba una incertidumbre de al menos una hora, pero la franja de escenarios con
mayor probabilidad situaba a Lacerta sobre el horizonte de Atlanta. En todo un
hemisferio, desde el Amazonas al Yangtsé, la capa de ozono desaparecería en un
instante. En Atlanta, sucedería bajo el tórrido sol de la tarde.
El sistema de navegación de los gleisner todavía conservaba el camino por el que
Orlando les había escoltado para salir del enclave. Recorrieron la maleza todo lo
rápidamente que pudieron, con la esperanza de disparar alarmas y llamar la atención
Yatima oyó las ramas moverse, a la izquierda. Gritó con esperanza:
—¿Orlando? —Se detuvieron y prestaron atención, pero no hubo respuesta.
Inoshiro dijo:
—Probablemente no fuese más que un animal.
—Espera. Veo a alguien.
—¿Dónde?
Yatima señaló a una pequeña mano marrón que sostenía una rama, como a unos
veinte metros... intentaba soltarla lentamente en lugar de dejar que se le escapase de
golpe.
—Creo que es un niño.
Inoshiro habló alto pero tranquilamente, empleando Romano Moderno.
—¡Somos amigos! ¡Traemos noticias!
Yatima ajustó la curva de exposición del sistema visual del gleisner,
optimizándola para las sombras tras la rama. Un único ojo oscuro les miraba a través
de un espacio entre las hojas. Después de unos segundos, el rostro oculto se movió
cautelosamente, escogiendo otro punto desde el que mirar; Yatima reconstruyó la
mancha para formar una franja de piel uniendo dos ojos de lémur.
Pasó la imagen parcial a la biblioteca para luego informar a Inoshiro.
—Es un mono soñador.
—Dispárale.
—¿Qué?
—¡Dispárale con el Introdus! —Inoshiro permanecía inmóvil y en silencio,
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hablando urgentemente por IR—. ¡No podemos dejar que muera!
Aislados por el marco de hojas, los ojos del mono soñador parecían extrañamente
desprovistos de expresión.
—Pero no podemos obligar...
—¿Qué quieres hacer? ¿Le vas a dar una clase sobre la física de las estrellas de
neutrones? ¡Ni siquiera los enlazadores se pueden comunicar con los monos
soñadores! Nadie va a explicarle las opciones... ¡ahora no, ni nunca!
Yatima no dio el brazo a torcer.
—No tenemos derecho a hacerlo a la fuerza. Dentro no tendría amigos, ni
familia...
Inoshiro emitió un sonido de desagrado e incredulidad.
—¡Podemos clonarle algunos amigos! ¡Le damos un panorama como éste y
apenas notará la diferencia!
—No hemos venido a secuestrar gente. Imagínate cómo te sentirías si unos
extraterrestres entrasen en las polis y te arrancasen de todo cuanto conoces...
Inoshiro estuvo a punto de gritar por la frustración.
—¡No, imagina tú cómo se sentirá este carnoso cuando su piel se queme hasta el
punto de que los fluidos que hay debajo empiecen a escapar!
Yatima empezó a sentir dudas. Podía imaginarse al niño mono soñador, allí de pie
temeroso, esperando a que los extraños pasasen... y aunque apenas podía comprender
la idea del dolor físico, el concepto de integridad corporal resonaba en su ser. La
biosfera era un mundo desordenado, repleto de toxinas y patógenos potenciales,
gobernado por nada excepto las colisiones aleatorias de las moléculas. Una piel rota
sería como un exoyó que funcionase horriblemente mal, que dejase entrar los datos al
azar, corrompiendo y sobrescribiendo al ciudadano desde el interior.
Dijo con esperanza:
—Quizá su familia encuentre una cueva en la que refugiarse una vez que perciban
los efectos de los ultravioletas. No es imposible; la cubierta arbórea los protegerá
durante un tiempo. Pueden vivir de hongos...
—Yo lo haré. —Inoshiro agarró el brazo derecho de Yatima y apuntó al niño—.
Déjame el control del sistema de inoculación y lo haré yo mismo.
Yatima intentó liberarse. Inoshiro se resistió. La lucha confundió a sus dos copias
distintas del interfaz, que era demasiado estúpido para darse cuenta de que luchaba
contra sí mismo; los dos pedieron el equilibrio. Al caer en la maleza, Yatima estuvo a
punto de sentirlo: el descenso, el impacto inevitable. Indefensión. Pudo oír al niño
escapando.
Ninguno de los dos se movió. Después de un rato, Yatima dijo:
—Los enlazadores encontrarán la forma de protegerlos. Crearán alguna
protección para su piel. Pueden difundir los genes con un virus...
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—¿Y lo harán todo en un día? ¿Antes o después de descubrir cómo alimentar a
quince mil personas con cultivos destrozados, la tierra congelada y una lluvia que
está a punto de volverse ácida?
Yatima no pudo responder. Inoshiro se puso en pie para luego ayudar a il.
Anduvieron en silencio.
A medio camino del límite de la jungla se encontraron con tres enlazadores, dos
mujeres y un hombre. Eran adultos, pero jóvenes y cautelosos. La comunicación
resultó ser difícil.
Inoshiro repitió pacientemente:
—Somos Yatima e Inoshiro. Vinimos aquí una vez, hace veintiún años. Somos
amigos.
El hombre dijo:
—Todos vuestros amigos robóticos están en la Luna: aquí ya no hay ninguno.
Dejadnos en paz. —Los enlazadores se mantuvieron apartados varios metros;
retrocedieron alarmados cuando Yatima se les acercó con la mano extendida.
Inoshiro se quejó por IR:
—Incluso si son demasiado jóvenes para acordarse... nuestra última visita debería
ser legendaria.
—Aparentemente no lo es.
Inoshiro persistió:
—¡No somos gleisners! Venimos de la polis Konishi; simplemente usamos estas
máquinas. Somos amigos de Orlando Venetti y Liana Zabini. —Los enlazadores no
dieron muestras de reconocer los nombres; Yatima se preguntó con sobriedad si era
posible que hubiesen muerto—. Tenemos noticias importantes.
Una de las mujeres preguntó con furia:
—¿Qué noticias? ¡Hablad o iros!
Inoshiro negó con la cabeza en gesto de firmeza.
—Sólo podemos hablar con Orlando o Liana. —Yatima estaba de acuerdo con esa
postura; una información medio comprendida podía causar un daño impredecible.
Inoshiro preguntó por IR:
—¿Qué crees que harán si nos limitamos a avanzar hacia la ciudad?
—Nos detendrán.
—¿Cómo?
—Deben tener armas. Es demasiado arriesgado; los dos hemos agotado gran parte
de nuestro nanoware de mantenimiento... y en cualquier caso, jamás confiarán en
nosotros si entramos sin permiso.
Yatima intentó hablar con los enlazadores.
—Somos amigos, pero no logramos comunicarnos. ¿Podéis encontrar un
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traductor?
La segunda mujer habló casi en tono de disculpa.
—No tenemos traductores para robots.
—Lo sabemos. Pero debéis tener traductores para estáticos. Consideradnos
estáticos.
Los enlazadores intercambiaron miradas de perplejidad, luego hicieron corrillo,
susurrando.
La segunda mujer dijo:
—Traeré a alguien. Esperad.
Se fue. Los otros dos se quedaron haciendo guardia, negándose a hablar. Yatima e
Inoshiro se sentaron en el suelo, mirándose uno al otro en lugar de mirar a los
carnosos, con la esperanza de tranquilizarlos.
Era ya finales de la tarde para cuando llegó la traductora. Se les acercó y les dio la
mano, pero les trató con franca sospecha.
—Soy Francesca Canetti. Afirmáis ser Yatima e Inoshiro, pero cualquier podría
ocupar esas máquinas. ¿Podéis decirme lo que visteis aquí? ¿Lo que hicisteis?
Inoshiro repitió los detalles de la visita. Yatima sospechaba que la helada
recepción era debida en parte a los «asaltos» bienintencionados de Carter-
Zimmerman a la red de comunicación carnosa, y volvió a sentir vergüenza. Il e
Inoshiro habían tenido veintiún años para reestablecer un diálogo entre las redes;
incluso considerando el problema de los diferentes tiempos subjetivos, a estas alturas
podrían haber resultado en cierta confianza. Pero no habían hecho nada.
Francesca dijo:
—Bien, ¿qué noticias traéis?
Inoshiro le preguntó:
—¿Sabes qué es una estrella de neutrones?
—Claro qué sí. —Francesca rió, claramente ofendida—. Es una pregunta irónica
viniendo de un par de lotófagos. —Inoshiro se mantuvo en silencio y tras un
momento Francesca respondió con un tono de resentimiento controlado—. Es el resto
de una supernova. El núcleo denso que queda cuando una estrella es demasiado
masiva para dejar una enana blanca, pero no tanto como para formar un agujero
negro, ¿Debo seguir o es suficiente para garantizaros que no estáis tratando con un
montón de primitivos agrícolas que han retrocedido hasta una cosmología anterior a
Copérnico?
Inoshiro y Yatima hablaron por IR y se decidieron a arriesgarse. Francesca
parecía comprenderles tan bien como Orlando y Liana: insistir tercamente en sus
viejos amigos provocaba demasiada hostilidad y malgastaba demasiado tiempo.
Inoshiro explicó muy claramente la situación —y Yatima se resistió a intervenir
con matizaciones y detalles técnicos— pero estaba claro que Francesca se mostraba
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cada vez más suspicaz. Era muy, muy larga la cadena de inferencias que iba desde las
ondas débiles detectadas por TERAGO a una visión de la Tierra congelada y cocida
por los rayos ultravioletas. Con un asteroide o cometa, los carnosos podrían haber
usado sus propios telescopios ópticos para sacar sus propias conclusiones, pero no
disponían de detectores de ondas gravitatorias. Todo debía aceptarse ciegamente, de
tercera mano.
Finalmente, Francesca se rindió:
—No lo comprendo lo suficientemente bien como para hacer las preguntas
adecuadas. ¿Vendréis a la ciudad y hablaréis ante una convocación?
Inoshiro respondió:
—Por supuesto.
Yatima preguntó:
—¿Te refieres a que hablaremos con representantes de todos los enlazadores, a
través de traductores?
—No. Una convocación significa todos los carnosos con los que podamos hablar.
No me refiero sólo a Atlanta. Hablo del mundo.
Mientras atravesaban la jungla, Francesca les explicó que conocía bien a Liana y
a Orlando, pero que Liana estaba muy enferma, así que nadie la había molestado con
la noticia del regreso de emisarios de Konishi.
Cuando Atlanta apareció a la vista, rodeada por sus vastos campos verdes y
dorados, fue como si la escala del problema al que pronto se enfrentarían los
enlazadores se manifestase en toda su amplitud en forma de hectáreas de terreno,
megalitros de agua, toneladas de grano. En principio, no había ninguna razón para
que la vida orgánica adecuadamente modificada no pudiese prosperar en el nuevo
entorno creado por Lacerta. Los cultivos podrían emplear pigmentos robustos que
usasen los fotones ultravioletas, sus raíces segregar glicoles para fundir la dura
tundra, su bioquímica adaptada a agua y suelo ácidos y nitrogenados. Otras especies
esenciales para la estabilidad química a medio plazo de la biosfera podrían recibir
modificaciones protectoras, y los propios carnosos podrían desarrollar un nuevo
integumento para protegerles de la muerte celular y el daño genético incluso bajo la
luz directa del sol.
Pero en la práctica, esa transición sería una carrera contra el reloj, limitada a cada
paso por las realidades de la masa y la distancia, la entropía y la inercia. Era muy
simple: al mundo físico no se le podía ordenar cambiar; se le podía manipular,
pacientemente, paso a paso... no era como un panorama sino más bien como una
demostración matemática.
Mientras se acercaban, las nubes oscuras y bajas cubrían la ciudad. En la avenida
principal la gente se detuvo para contemplar la llegada de los robots con su escolta,
pero las multitudes parecían extrañamente letárgicas bajo la luz sin sombra. Yatima
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veía que tenían las ropas húmedas, con los rostros relucientes por el sudor. La piel del
gleisner le indicó la temperatura ambiente y la humedad: cuarenta y cinco grados
centígrados y noventa y tres por ciento. Buscó en la biblioteca; habitualmente no se
consideraban agradables, y podrían tener consecuencias metabólicas y de
comportamiento, dependiendo de la adaptación concreta de cada exuberante.
Algunas personas les saludaron y una mujer llegó hasta el extremo de
preguntarles por qué habían regresado. Yatima vaciló y Francesca intervino.
—Los emisarios pronto hablarán a una convocación. Entonces todos lo sabrán.
Los llevaron hasta un enorme edificio bajo y cilindrico cerca del centro de la
ciudad, y los guiaron por un pasillo hasta una habitación dominada por una enorme
mesa de madera. Francesca los dejó con los tres guardias —era imposible
considerarlos otra cosa— diciendo que volvería en una o dos horas. Yatima estuvo a
punto de protestar, pero entonces recordó que Orlando había dicho que llevaría dias
reunir a todos los enlazadores. Organizar una convocación planetaria en una hora —
para hablar sobre las afirmaciones de dos supuestos, pero posiblemente fraudulentos,
ciudadanos de Konishi al respecto de una amenaza para la vida en la Tierra— seria
un importante logro diplomático.
Se sentaron a un lado de una larga mesa. Los guardias siguieron de pie y el
silencio se volvió tenso. Habían escuchado toda la conversación sobre Lacerta, pero
Yatima no tenía claro qué habían entendido.
Después de un rato, el hombre preguntó nervioso:
—Dijisteis algo de radiación desde el espacio. ¿Es el comienzo de una guerra?
Inoshiro fue firme:
—No. Es un proceso natural. Probablemente ya pasase antes en la Tierra, hace
cientos de millones de años. Quizá muchas veces. —Yatima se contuvo para no
añadir: Sólo que nunca tan cerca, con tal intensidad.
—Pero ias estrellas se están acercando más rápido de lo que deberían. ¿Cómo
sabéis que no las están usando como arma?
—Están acercándose más rápido de lo que creían los astrónomos. Así que los
astrónomos se equivocaban, se confundieron con la física. Eso es todo.
El hombre no parecía estar convencido. Yatima intentó imaginarse a una especie
extraterrestre con la moralidad retrasada necesaria para la guerra y con capacidad
tecnológica para manipular estrellas de neutrones. Era una idea profundamente
inquietante, pero tan probable como el virus de la gripe inventando la bomba atómica.
Los tres enlazadores hablaron juntos en voz baja, pero el hombre se siguió
mostrando muy agitado. Yatima dijo para tranquilizarle:
—Pase lo que pase, siempre seréis bien recibidos en Konishi. Vengáis de donde
vengáis.
El hombre rió, como si lo dudase.
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Yatima alzó la mano derecha, mostrando el índice.
—No, es cierto. Hemos traído algo de nanoware Introdus...
Inoshiro le envió etiquetas de advertencia incluso antes de que la expresión del
hombre cambiase. Se echó hacia delante y agarró la mano de Yatima por la muñeca,
para luego golpearla contra la mesa. Gritó:
—¡Traed un soplete! ¡Algo para cortar! —Uno de las guardias salió de la
habitación; el otro se acercó con cautela.
Inoshiro habló con tranquilidad:
—Jamás lo usaríamos sin permiso. Queríamos estar preparados para ofrecer la
migración si las cosas se ponían mal. El hombre alzó el puño libre.
—¡Mantente lejos! —Le caía sudor de la cara; Yatima no se resistía en absoluto,
pero la piel del gleisner informaba de que el hombre apretaba con fuerza, como si se
estuviese peleando con un oponente monstruoso.
Le habló a Yatima, sin apartar la vista de Inoshiro.
—¿Qué va a pasar realmente? ¡Dímelo! ¿Los gleisners detonarán sus bombas
espaciales para que nosotros entremos pacíficamente en vuestras máquinas?
—Los gleisners no tienen bombas. Y os respetan más a vosotros de lo que nos
respetan a nosotros; lo último que querrían es obligar a los carnosos a entrar en las
polis. —Ya antes se habían enfrentando a extraños malentendidos, pero nada que
alcanzase este nivel de paranoia.
La mujer volvió, cargando con una máquina pequeña con una barra metálica en
forma de semicírculo saliendo de un extremo. Tocó un control y apareció un arco de
plasma azul, uniendo las puntas de la barra. Yatima dio instrucciones al nanoware
para que fuera retirándose por los conductos del sistema de reparación, para volver al
torso. El hombre apretó todavía con más fuerza, la mujer se aproximó y se puso a
cortar el miembro por encima del codo.
Yatima no malgastó la energía del nanoware haciendo preguntas sobre su estado;
se limitó a esperar a que pasase la extraña experiencia. El interfaz no sabía cómo
interpretar los informes de daños del hardware gleisner... y se negó a acceder al
símbolo de Yatima y ejecutar una cirugía similar. Cuando el arco de plasma llegó al
otro lado y el hombre retiró el brazo robótico cortado, la parte correspondiente del
icono de Yatima se quedó mentalmente colgando del muñón... una especie de
presencia fantasmal, sólo medio liberada del bucle de retroalimentación de la
corporeidad.
Cuando se atrevió a comprobarlo, quince dosis del nanoware Introdus habían
logrado salvarse. El resto se había perdido o había quedado dañado sin posibilidad de
reparación.
Yatima miró al hombre a los ojos y dijo con furia:
—Vinimos en paz; jamás habríamos violado vuestra autonomía. Pero ahora
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habéis limitado las posibilidades de elección de los demás.
Sin decir una palabra, el hombre colocó la sierra de plasma en el borde de la mesa
y se dedicó a pasar el brazo gleisner por el arco, reduciendo la delicada maquinaría a
escoria y humo.
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—Mi nombre es Francesca Canetti, de Atlanta. Creo que os presento a Yatima e
Inoshiro de la polis Konishi. Afirman traer noticias muy graves y si son ciertas nos
conciernen a todos. Os pido que les escuchéis con atención y les interroguéis en
profundidad.
Se hizo a un lado. Inoshiro murmuró por IR:
——Muy cortés por su parte inspirar esa confianza en nosotros.
Inoshiro repitió lo que le había contado a Francesca sobre Lacerta G-1 en la selva,
deteniéndose para los traductores y aclarando algunos términos en respuesta a sus
peticiones. El grupo interior de tres traductores fue el primero en hablar, para que
luego los otros nueve ofrecieran sus versiones; incluso con la acústica ajustada para
que algunos de ellos hablasen simultáneamente, fue dolorosamente lento. Yatima
comprendía que automatizar el proceso iría contra toda la cultura carnosa, pero aun
así deberían tener medios de comunicación más eficientes en caso de emergencia. O
quizá los tenían, pero sólo para un conjunto predeterminado de desastres naturales.
Mientras Inoshiro se ponía a describir los efectos previstos sobre la Tierra, Yatima
intentó evaluar el estado del público. El gestalt carnoso, limitado por la anatomía, era
mucho más apagado que las versiones de la polis, pero le pareció apreciar un número
creciente de caras que manifestaban consternación. No era un cambio dramático
recorriendo el salón, pero decidió que era mejor interpretarlo con optimismo:
cualquier reacción era mejor que el pánico.
Francesca moderó las respuestas. La primera fue del representante de un enclave
de estáticos; habló en un dialecto del inglés, así que el interfaz pasó el lenguaje a la
mente de Yatima.
—No tenéis vergüenza. No esperamos honor de simulacros de sombras de los
cobardes que se fueron, ¿pero jamás renunciaréis a intentar eliminar de la faz de la
Tierra los últimos restos de vitalidad? —El estático rió sin humor—. ¿Realmente
creíais que podríais asustarnos con ese cuento risible de «quarks» y «rayos gamma»
lloviendo del cielo y que luego entraríamos mansamente en vuestro paraíso virtual?
Los humanos somos criaturas caídas; jamás nos arrastraremos sobre los vientres para
entrar en vuestro falso Jardin del Edén. Os los diré ahora: siempre habrá carne,
siempre habrá pecado, siempre habrán sueños y locura, guerra y hambre, tortura y
esclavitud.
Incluso con el injerto lingüístico, Yatima comprendió muy poco de la parrafada, y
la traducción a Romano Moderno le resultó igualmente opaca, Recurrió a la
biblioteca para obtener aclaraciones; la mitad del discurso parecía consistir en
referencias a una familia virulenta de replicadores teísticos palestinos.
Consternado, le susurró a Francesca:
—Pensaba que la religión había desparecido hacía tiempo, incluso entre los
estáticos.
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—Dios ha muerto, pero las tonterías persisten. —Yatima no tuvo ánimos para
preguntar si la tortura y la esclavitud persistían, pero Francesca aparentemente le
leyó la cara y añadió—: Incluyendo una retórica muy confusa con respecto al libre
albedrío. La mayoría de los estáticos no son violentos, pero consideran que la
posibilidad de atrocidades es esencial para la virtud... lo que los filósofos llamaban la
«la falacia de la Naranja mecánica». Por tanto, a sus ojos, la autonomía hace que las
polis resulten una especie de infierno amoral, disfrazado de Edén.
Inoshiro se esforzó por responder, en inglés.
—No pedimos que entréis en las polis si no lo deseáis. Y no mentimos para
asustaros; sólo queremos que estéis preparados.
El estático sonrió serenamente.
—Siempre estamos preparados. Éste es nuestro mundo, no el vuestro;
comprendemos sus peligros.
Inoshiro se puso a hablar de refugios, agua fresca y opciones viables para
disponer de comida. El estático interrumpió, riendo con fuerza.
—El insulto final ha sido escoger el milenio. Una superstición para niños
confundidos.
Inoshiro quedó perplejo.
—¡Pero todavía falta un gigatau!
—Lo suficientemente cerca como para que el desprecio sea evidente. —El
estático se inclinó con burla y su imagen desapareció.
Yatima miró a la pantalla en blanco, no queriendo aceptar lo que daba a entender.
Le preguntó a Francesca:
—¿El resto de su enclave habrá oído lo que ha dicho Inoshiro?
—Algunos, casi con toda seguridad.
—¿Y podrán decidir seguir escuchando?
—Por supuesto. Nadie censura la red.
Por tanto, había esperanza. Los estáticos no estaban perdidos del todo, al
contrario que los monos soñadores.
La siguiente respuesta vino de una mujer exuberante que no mostraba ninguna
modificación, hablando en una lengua que la biblioteca desconocía. Cuando llegó la
traducción, resultó que solicitaba detalles del proceso que se suponía robaba el
momento angular a las estrellas de neutrones.
Inoshiro había insertado en su mente amplios conocimientos de la Teoría de
Kozuch, y no tuvo problemas para responder; Yatima, habiendo querido mantener su
frescura para las Minas, comprendía algo menos. Pero sabía que los cálculos
informáticos que relacionaban las ecuaciones de Kozuch con la dinámica de las
estrellas de neutrones eran intratablemente difíciles, y que había sido sobre todo un
proceso de eliminación el que había dejado a la polarización como la teoría más
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plausible.
La exuberante prestó atención con calma; Yatima no sabía si se trataba de simple
cortesía o una señal de que alguien finalmente les tomaba en serio. Una vez que
terminaron los traductores más externos, la exuberante realizó un comentario.
—Con unas fuerzas de marea tan reducidas, haría falta muchas veces la edad del
universo para que el estado de polarización acelerada atravesase la barrera de energía
y dominase el estado de confinamiento. La polarización no puede ser la causa. —
Yatima sintió asombro. ¿Era una afirmación confiada pero equivocada, o un fallo de
traducción, o la exuberante poseía una razón matemática sólida para decirlo?—. Sin
embargo, aceptamos que las observaciones no dejan lugar a duda. Las estrellas de
neutrones chocarán, el destello de rayos gamma se producirá. Organizaremos los
preparativos.
Yatima deseó que la mujer pudiese decir más, pero con doce traductores
implicados, una discusión prolongada hubiese llevado días Y finalmente habían
logrado una pequeña victoria, así que la saboreó; la autopsia de la física de las
estrellas de neutrones podía esperar.
Mientras Francesca escogía al siguiente interlocutor, varias personas del público
se pusieron en pie y salieron. Yatima decidió considerarlo una buena señal: incluso si
no se habían convencido por completo, podían iniciar medidas protectoras que
salvarían cientos o miles de vidas.
Con extensos injertos mentales y la biblioteca a su disposición, Inoshiro
respondió con facilidad a las preguntas técnicas. Cuando el exuberante anfibio
preguntó por los daños que los ultravioleta producirían en el plancton y los cambios
de pH en las aguas superficiales de los océanos, pudo citar un modelo de Carter-
Zimmerman. Cuando un enlazador del público preguntó sobre la fiabilidad de
TERAGO, Inoshiro explicó que el cruce de alguna otra fuente no podía ser la causa
de las ondas aceleradas de las estrellas de neutrones. Desde las sutilezas de la
fotoquímica en la estratosfera hasta la posibilidad de que el inminente agujero negro
de Lacerta se formase a la velocidad suficiente como para tragarse los rayos gamma y
salvar la Tierra, Inoshiro respondió a casi toda las objeciones que hubiesen podido
hacer que la necesidad de actuar fuese menos perentoria.
Yatima sentía una admiración incómoda. Pragmáticamente Inoshiro se había
convertido en exactamente lo que exigía la crisis, insertándose todos esos
conocimientos de segunda mano sin considerar los efectos sobre su personalidad.
Probablemente después decidiría eliminar la mayor parte; a Yatima le sonaba a
desmembramiento, pero Inoshiro parecía considerar la idea menos traumática que la
operación de abandonar sus cuerpos gleisner.
Los representantes de la mayoría de los enclaves fueron despidiéndose; algunos
claramente convencidos, otros claramente no, algunos sin ofrecer ninguna señal que
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Yatima pudiese descifrar. Y más enlazadores abandonaron el salón, pero otros
ocuparon su lugar, y algunos residentes de Atlanta plantearon preguntas desde sus
casas.
Los tres guardias se habían sentado entre el público y habían permitido que el
debate se desarrollase, pero ahora la mujer que había cortado el brazo de Yatima
perdió al fin la paciencia y se puso en pie de un salto.
—¡Trajeron nanoware Introdus a la ciudad! ¡Tuvimos que cortar el arma de su
cuerpo o a estas alturas ya la habrían usado! —Señaló a Yatima—. ¿Lo niegas?
Los enlazadores respondieron a la acusación como Yatima había esperado que
recibiesen la noticia del estallido: con una protesta audible, movimientos corporales
agitados y algunas personas poniéndose en pie para gritar insultos al estrado.
Yatima ocupó el lugar de Inoshiro en el foco acústico.
—Es cierto que traje el nanoware, pero sólo lo hubiese usado si se me solicitaba.
El portal más cercano está a mil kilómetros de distancia; sólo deseábamos ofrecer la
posibilidad de emigrar sin tener que realizar ese largo viaje.
No hubo respuesta coherente, simplemente más gritos. Yatima miró a los cientos
de carnosos furiosos e hizo lo posible por comprender su hostilidad; no todos podían
ser tan paranoicos como los guardias. Lacerta en sí era un golpe demoledor, en el
mejorde los casos una promesa de décadas de penalidades... pero quizá hablar de la
«posibilidad de emigrar» fuese peor. Lacerta sólo podía hacerles ir a las polis si los
aplastaba contra el suelo; quizá la idea de seguir el Introdus no resultaba tanto una
bien recibida vía de escape, una forma de engañar a la muerte, sino más bien una
forma humillante de hacer que los carnosos presenciasen su propia aniquilación.
Yatima alzó la voz para garantizar que los traductores pudiesen oír.
—Nos equivocamos al traer el nanoware... pero somos extranjeros, y actuamos
por ignorancia, no malicia. Respetamos vuestro coraje y tenacidad, admiramos
vuestras habilidades... y sólo pedimos permanecer a vuestro lado y ayudaros a luchar
para seguir viviendo como habéis escogido vivir: en la carne.
Lo cual pareció dividir al público; algunos respondieron con gritos de desprecio,
algunos con calma renovada e incluso entusiasmo. Yatima sentía como si jugase a un
juego que apenas comprendía, con un riesgo que apenas se atrevía a considerar.
Ninguno de lo dos había estado preparado para la tarea. En Konishi, el acto más
estúpido apenas dañaría el orgullo de otro ciudadano; aquí y ahora, algunas palabras
mal escogidas podían costar miles de vidas.
Un enlazador dijo unas palabras que se tradujeron como: —¿Juras no tener más
nanoware Introdus... y que no fabricarás más?
La pregunta provocó el silencio en la sala. Los enlazadores, en su diversidad,
tenían a alguien que sabía cómo funcionaba un cuerpo gleisner. Los guardias miraron
a Yatima con furia, como si les hubiese engañado simplemente por no confesar la
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existencia de esas posibilidades.
—No tengo más y no fabricaré más. —Extendió los brazos, como si les mostrase
el fantasma inocente que surgía del muñón, incapaz de tocar su mundo.
La convocación se prolongó hasta la noche. La gente venía y se iba, algunas
personas se iban en grupos para coordinar los preparativos, algunos regresaban con
más preguntas. De madrugada, los tres guardias conminaron a la reunión a expulsar a
Yatima e Inoshiro inmediatamente de Atlanta; se fueron al perder la votación.
Al amanecer, la mayoría de los enlazadores y representantes de muchos enclaves
parecían haberse convencido, al menos hasta el punto en el que aceptaban que el
equilibrio de probabilidades hacia que valiese la pena arriesgarse a malgastar recursos
en precauciones innecesarias. A las siete en punto, Francesca le dijo al segundo turno
de traductores que fuese a descansar; el salón no estaba del todo vacío, pero las pocas
personas que quedaban se encontraban absortas en sus propias discusiones urgentes y
las pantallas se habían apagado.
Uno de los enlazadores había propuesto encontrar la forma de conseguir tener los
datos de TERAGO en la red de comunicación de los carnosos. Francesca los llevó al
centro de comunicaciones de Atlanta —una estancia enorme en el mismo edificio— y
trabajaron con el ingeniero de guardia para establecer un enlace con la Coalición por
medio de los zánganos. La parte más complicada parecía ser traducir las etiquetas
gestalt a un equivalente audiovisual adecuado, pero resultó que en la biblioteca había
una herramienta de varios cientos de años de antigüedad que se ocupaba exactamente
de eso.
Cuando todo estuvo en marcha, el ingeniero mostró una gráfica de las ondas
gravitatorias de Lacerta y una imagen anotada de la órbita de las estrellas de
neutrones en dos grandes pantallas situadas sobre la consola: versiones reducidas de
los complejos panoramas polis ejecutándose como imágenes planas y enmarcadas.
Comparadas con la linea base histórica, las ondas habían duplicado su frecuencia y su
potencia se habían multiplicado por diez. G-1a y G-1b se encontraban todavía a unos
300.000 kilómetros de distancia, pero la tendencia seguía implicando una caída súbita
y total a eso de las 20:00 TU —dos de la tarde de la hora local— y ahora cualquier
carnoso del planeta con unos mínimos recursos informáticos podía tomar los datos en
bruto y confirmarlo. Claro está, podría ser que los datos fuesen falsos, pero aun asi
Yatima sospechaba que serían más convincentes que su palabra, o la de Inoshiro, por
sí sola.
—Voy a tener que descansar unas horas, —Francesca ahora miraba fijo y hablaba
monótonamente; estaba claro que su escepticismo sobre el estallido había
desaparecido hacía tiempo, pero no había manifestado ninguna emoción, y había
hecho que la convocación se desarrollase hasta el final. Yatima deseaba poder
confortarla, pero su único regalo posible era ponzoñoso, innombrable—. No sé qué
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queréis hacer ahora.
Tampoco Yatima lo sabía, pero Inoshiro dijo:
—¿Puedes llevarnos a casa de Liana y Orlando?
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debes pensar en esa posibilidad ahora.
Orlando no miró a Inoshiro ni respondió. Después de un momentó, Yatima se dio
cuenta de que las lágrimas le corrían por la barba, apenas visibles por la capa de
sudor. Orlando se cogió la cabeza entre las manos y dijo:
—Lo superaremos.
Inoshiro se puso en pie.
—Creo que deberías preguntarle a Liana.
Orlando levantó lentamente la cabeza; parecía más sorprendido que furioso.
—¡Duerme!
—¿No te parece que esto es bastante importante como para despertarla? ¿No te
parece que tiene derecho a escoger?
—Está enferma y duerme, y no voy a hacerla pasar por esto. ¿Vale? ¿Lo
comprendes? —Orlando examinó el rostro de Inoshiro; éste le miró con vacilación.
Yatima de pronto se sintió más desconcertado que en cualquier momento después de
que se hubiesen despertado en la jungla.
Orlando dijo:
—Y ella ni siquiera se ha enterado de una mierda. —En la última palabra su voz
cambió radicalmente. Crispó los puños y dijo con furia—: ¿Qué queréis? ¿Por qué
hacéis esto?
Miró los rasgos inexpresivos y grises de Inoshiro, y de pronto se echó a reir. Se
quedó sentado haciendo muecas y riendo con furia, limpiándose los ojos con el dorso
de la mano, intentando recuperar la compostura. Inoshiro no dijo nada.
Orlando se levantó de la silla.
—Vale. Subid. Le preguntaremos a Liana, le dejaremos elegir. —Fue a las
escaleras—. ¿Vienes?
Inoshiro le siguió. Yatima se quedó donde estaba.
Pudo distinguir tres voces, pero no las palabras. No se oían gritos, pero si había
varios silencios largos. Después de quince minutos, Inoshiro bajó las escaleras y salió
directamente a la calle.
Yatima esperó a que volviese Orlando.
Il le dijo:
—Lo siento.
Orlando levantó las manos, las dejó caer, rechazándolo todo. Parecía más firme,
más decidido que antes.
—Debo ir en busca de Inoshiro.
—Si. —Orlando avanzó de pronto y Yatima se echó atrás, esperando violencia.
¿Cuándo había aprendido a sentir ese miedo? Pero Orlando se limitó a tocarle el
hombro y decir—: Deséanos suerte.
Yatima asintió y retrocedió.
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—Os la deseo.
Yatima entrevio a Inoshiro cerca del límite de la ciudad.
—¡Más despacio!
Inoshiro se volvió para mirar a Yatima, pero siguió avanzando.
—Hemos cumplido lo que vinimos a hacer. Me voy a casa.
Podría haber vuelto a Konishi desde cualquier lugar; no era necesario abandonar
el enclave. Yatima deseó que su punto de vista avanzase más rápido y el interfaz
cambió el paso del cuerpo a un modo diferente. Alcanzó a Inoshiro en el camino
entre campos.
—¿Qué temes? ¿Quedarte varado? —Cuando la ráfaga llegase, parte de la
atmósfera superior se convertiría en plasma, así que los satélites de comunicación
tendrían problemas durante un tiempo—. Tendremos preaviso de TERAGO con
tiempo suficiente para enviar instantáneas. —¿Y luego? Los enlazadores más hostiles
podrían llegar al extremo de matar a los mensajeros, una vez que la realidad posterior
a Lacerta quedase clara, pero si llegaba a darse el caso, siempre podían borrar sus
illos locales antes de que las cosas se pusiesen muy desagradables.
Inoshiro frunció el ceño.
—No tengo miedo. Pero hemos transmitido la advertencia. Hemos hablado con
todos los dispuestos a escucharnos. Quedarse más tiempo es puro voyeurismo.
Yatima lo consideró seriamente.
—No es cierto. Somos demasiado torpes para ayudar como obreros, pero después
de la ráfaga seremos los únicos con inmunidad garantizada a los rayos ultravioletas.
Vale, se pueden cubrir, protegerse los ojos, nada es imposible si lo hacen con cuidado.
Pero dos robots construidos para la luz solar sin filtrar podrían ser útiles.
Inoshiro no respondió. Sombras de bordes difusos se pusieron a correr por los
campos, proyectadas por filamentos negros de nubes que pasaban bajas. Yatima miró
a la ciudad; las nubes se iban acumulando en estructuras como si fuesen puños
oscuros. La lluvia podría venir bien; enfriar el lugar, obligar a la gente a quedarse
dentro, atenuar los primeros haces ultravioletas. Siempre que no los ocultase tanto
que los enlazadores se volvieran complacientes.
—Creía que Liana entendería. —Inoshiro rió con amargura—. Quizá lo hizo.
—¿Comprender qué?
Inoshiro agitó la cabeza. Resultaba extraño volver a verle en ese cuerpo robótico,
que se parecía más a la imagen mental duradera que de il tenía Yatima que su icono
real en Konishi.
—Quédate y ayuda, Inoshiro. Por favor. Eres el único que se acordó de los
enlazadores. Tú eres el que me avergonzaste para que viniese.
Inoshiro miró oblicuamente a Yatima.
—¿Sabes por qué te di el nanoware Introdus? Podríamos haber intercambiado las
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tareas, tú podrías haberte ocupado de fabricar los zánganos.
Yatima se encogió de hombros.
—¿Por qué?
—Porque a estas alturas lo hubiese usado todo. Le hubiese disparado a todos los
enlazadores que hubiese podido. Los hubiese reunido a todos y me los hubiese
llevado, quisieran o no.
Inoshiro siguió caminando sobre el llano camino de tierra. Yatima se quedó
inmóvil y le observó durante un rato, para luego volver a la ciudad.
Yatima vagó por las calles y parques de Atlanta, ofreciendo información cuando se
atrevía, aproximándose a cualquiera que no estuviese trabajando a menos que
aparentase ser abiertamente hostil. Incluso sin contar con traductores oficiales, il
descubrió que podía comunicarse con pequeños grupos de personas, con todos
colaborando para compensar los huecos.
Un incomprensible «¿Cuáles son los límites de la pureza?» se convirtió en «¿Se
puede confiar en el cielo?», con el hablante mirando a las nubes... que se convirtió en
«Si hoy llueve, ¿nos quemará?"
—No. La acidez tardará meses en aumentar; a los óxidos de nitrógeno les llevará
mucho tiempo difundirse desde la estratosfera.
Las respuestas traducidas en ocasiones daban la impresión de haber recorrido una
cinta de Moebius y haber salido invertidas, pero Yatima se aferró a la esperanza de
que no todo el sentido se evaporaba por el camino, de que «arriba» no se convertía en
«abajo».
A mediodía, la ciudad parecía abandonada. O sitiada, con todos ocultándose.
Luego vio a varias personas trabajando en un enlace entre dos edificios, e incluso
bajo los cuarenta grados de temperatura vestían ropas de mangas largas, guantes y
máscaras de soldar. Yatima sintió ánimos por esas preocupaciones, pero il casi podia
sentir el peso aplastante y claustrofóbico de sus protecciones. Estaba claro que los
enlazadores conservaban una aceptación evolutiva de las limitaciones del cuerpo,
pero daba la impresión de que la mitad del placer de ser carne provenía de luchar
contra los límites de la biología y el resto de minimizar el resto de limitaciones.
Quizá el más loco de los estáticos masoquistas se deleitaría en todos los obstáculos e
incomodidades que Lacerta les impondría, emocionándose con «el mundo real de
dolor y éxtasis» mientras los ultravioletas lo despellejaban, pero para la mayoría de
los carnosos no haría más que reducir el tipo de libertad que hacía que valiese la pena
escoger la carne.
En el parque había un asiento colgando de cuerdas atadas a un bastidor; Yatima
recordaba, hacía una eternidad, haber visto gente sentada, balanceándose de adelante
hacia atrás. Logró sentarse sin caer, agarrándose con fuerza a una cuerda empleando
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la mano que le quedaba. Pero cuando intentó que le interfaz pusiese el péndulo en
movimiento, no pasó nada. El software no sabía cómo hacerlo.
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Ya no. Ahora el que la luz del sol atravesase las nubes era una mentira. Todo
instinto que proclamaba que el futuro no podía ser peor que el peor pasado estaba
obsoleto. Y hacía tiempo que Yalima había comprendido que, fuera de las polis, el
universo era caprichoso e injusto. Pero eso nunca antes le había importado. Nunca le
había afectado.
No confiaba ser capaz de detener el columpio con seguridad, así que optó por la
inmovilidad y permitir que el movimiento muriese por si mismo, haciendo caso
omiso de las quejas del niño. Luego il lo llevó gritando hasta el edificio más cercano,
donde alguien parecía saber a quién pertenecía y se lo llevó con furia.
Las nubes tormentosas se habían cerrado de nuevo. Yatima volvió al parque y se
quedó inmóvil, observando el cielo, esperando conocer los nuevos límites de la
oscuridad.
Las estrellas de neutrones ejecutaron su última órbita completa en menos de cinco
minutos, a 100.000 kilómetros de distancia y cayendo en una espiral cada vez mayor.
Yatima sabía que presenciaba los últimos momentos de un proceso que había llevado
cinco mil millones de años, pero que a escala cósmica eran tan común y poco
importante como la muerte de una efímera. Cinco veces al día los observatorios de
rayos gamma recibían las firmas de acontecimientos similares en otras galaxias.
Aun así, la gran edad de Lac G-1 indicaba que las dos supernovas que habían
dejado las estrellas de neutrones eran anteriores al Sistema Solar. Las supernovas
enviaban ondas de choque recorriendo las nubes circundantes de gas y polvo,
provocando la formación de estrellas. Asi que no era inconcebible que G-1a o G-1b
hubiese creado el Sol, la Tierra y los planetas. Yatima deseó que se le hubiese
ocurrido cuando Inoshiro hablaba con los estáticos; haber bautizado las estrellas de
neutrones como «Brahma» y «Shiva» podría haber ofrecido las resonancias míticas
adecuadas para poder penetrar el estupor mítico de los estáticos. Esa metáfora vacua
podría haber salvado algunas vidas. Aparte de eso, ya fuese Lacerta la dadora de vida
que estaba a punto de mostrar la mano que retira, o si se preparaba para descargar
rayos gamma sobre los hijos accidentales de otra estrella muerta, de un modo u otro,
las heridas serían igualmente dolorosas, y carecerían igualmente de sentido.
La señal de Bullialdus subió, alcanzó diez mil veces el nivel anterior y luego se
precipitó. En el panorama orbital, los dos brazos de la espiral interna se retorcieron
para producir un alineamiento radial perfecto, y los conos estrechos de incertidumbre
proyectados desde cada brazo de la órbita se contrajeron y fusionaron formando un
único túnel translúcido. Cada estrella de neutrones era un blanco microscópico para la
otra, asi que no era inconcebible una sucesión de pasos cercanos ofreciendo cinco o
diez minutos adicionales de alivio, pero el veredicto final era que todo movimiento
lateral había desaparecido dentro de los límites mensurables. Las estrellas de
neutrones se unirían a la primera.
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Dentro de veintiún segundos.
Yatima oyó una voz aullando de angustia. Apartó la vista del panorama y recorrió
el parque de juegos con la vista robótica, abrigando la convicción durante un
momento de que el niño carnoso había escapado de sus padres y había vuelto, de que
los grupos de búsqueda habían salido tras él bajo el cielo amenazador. Pero la voz
eran lejana y apagada, y no había nadie a la vista.
Diez segundos.
Cinco.
Que todos los modelos se equivoquen: que el horizonte de sucesos se trague el
estallido. Que los gleisners mientan, que hayan falseado los datos: que los carnosos
más paranoicos tengan razón.
Un resplandor, como una aurora, llenó el cielo, una compleja cortina reluciente de
descargas rosadas y azules. Durante un momento Yatima se preguntó si las nubes
habrían desaparecido, pero a medida que sus ojos se desaturaban y ajustaban su
respuesta puedo ver que la luz las atravesaba. Las nubes formaban una tenue cubierta
mugrienta, como manchurrones de suciedad en una ventana, mientras que patrones
etéreos dibujados en blanco y verde luminosos bailaban tras ellas, delicados penachos
y filigranas de gas ionizado siguiendo los flujos de corrientes de miles de millones de
amperios.
El cielo se oscureció y luego se puso a parpadear, destellando como a un
kilohercio, Yatima instintivamente recurrió a la biblioteca de la polis, pero la
conexión se había cortado; la estratosfera ionizada era opaca a las ondas de radio, ¿A
qué se debe la oscilación? ¿Había una capa de neutrones en el exterior del agujero
negro, resonando como una campana mientras se deslizaban hacia el olvido,
modificando de un lado a otro por efecto Doppler los últimos rayos gamma?
El parpadeo persistió durante demasiado tiempo como para que el estallido en sí
fuese la causa. Si no eran los restos de Lac G-1 los que vibraban, ¿qué lo hacia? Los
rayos gamma habían depositado toda su energía muy por encima del suelo,
rompiendo moléculas de nitrógeno y oxígeno para formar un plasma supercaliente, y
los electrones e iones positivos del plasma tenían miles de millones de terajulios de
los que deshacerse antes de poder recombinarse. La mayor parte de esa energía
pasaría a cambios químicos, y estaba claro que una parte llegaba al suelo en forma de
luz, pero las potentes corrientes que recorrían el plasma también generarían ondas de
radio de baja frecuencia, que rebotarían entre la Tierra y la estratosfera ahora
ionizada. Ésa era la fuente del parpadeo. Yatima recordó un análisis de C— Z que
indicaba que bajo ciertas condiciones esas ondas podrían provocar muchos daños,
aunque cualquier efecto estaría muy localizado y sería insignificante comparado con
los problemas de los ultravioleta y el enfriamiento global.
A medida que la luz auroral tras las nubes se desvanecía, una chispa
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blancoazulada recorrió el cielo, Yatima apenas la había registrado cuando una
segunda descarga saltó entre la Tierra y las nubes. El trueno fue demasiado intenso
para oírse; como mecanismo de autodefensa los sensores acústicos del gleisner se
desactivaron.
De pronto el cielo se oscureció, como si el Sol oculto sufriese un eclipse; el
plasma debía haberse enfriado lo suficiente para empezar a formar óxidos de
nitrógeno. Yatima comprobó las etiquetas de su piel; la temperatura había descendido
desde los cuarenta y uno a los treinta y nueve, y seguía bajando. Otro rayo, cerca, y
con el resplandor il vio una capa de nubes oscuras que el viento movía sobre su
cabeza.
En la hierba aparecieron ondulaciones, al principio simplemente aplastando las
hojas, pero luego Yatima vio que entre ellas surgía el polvo. El aire llegaba en ráfaga
potentes, y cuando aumentó la presión también aumentó la temperatura. Yatima alzó
la mano al viento caliente e intentó sentirlo fluyendo entre los dedos, intentó entender
cómo sería que te tocase esta extraña tormenta.
Un rayo golpeó un edificio al otro extremo del parque; explotó, haciendo llover
carbones encendidos. Yatima vaciló, para luego moverse rápidamente hacia la cáscara
reventada. Cerca ardían varias zonas de hierba. No podía ver a nadie moviéndose
dentro, pero entre los destellos de los rayos era como una noche sin estrellas, y
mientras los carbones y los fuegos de la hierba saltaban, hubo un momento en que
todo pareció cubierto de una oscuridad total. Yatima amplió la visión gleisner hasta el
infrarrojo; entre los restos había zonas de radiación termal corporal, pero las formas
resultaban ambiguas.
En algún lugar la gente gritaba frenéticamente, pero no parecía provenir del
edificio. El viento enmascaraba y distorsionaba los sonidos, confundiendo todas las
indicaciones de distancia y dirección, y con las calles desiertas la sensación era la de
encontrarse en un panorama con los sonidos de voces incorpóreas.
Al aproximarse al edifico, agitado por el viento, Yatima vio que estaba vacío; las
regiones de temperatura corporal no eran más que madera chamuscada. Luego volvió
a perder el oído y el interfaz perdió el equilibrio. Cayó al suelo de cara con una
imagen persistente en las retinas: su sombra extendida sobre la hierba, negra y
destacada sobre un mar de luz azul. Cuando logro ponerse en pie y se giró, había más
edificios chamuscados y humeantes, paredes rotas, techos caídos. Regresó corriendo
al parque.
Había gente saliendo a trompicones de las ruinas, herida y sangrando. Otros
rebuscaban frenéticamente entre los restos. Yatima vio a un hombre medio enterrado
en escombros, con los ojos abiertos pero inexpresivos, un trozo largo de madera
negra tendido sobre su cuerpo de muslo a hombro. Se inclinó y agarró un extremo de
la viga y logró levantarla y apartarla.
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Al agacharse junto al hombre, alguien se puso a golpearle la parte posterior de la
cabeza y los hombros. Se volvió para ver qué pasaba y el carnoso se puso a gritar
incoherentemente y a golpearle la cara. Todavía a gachas, se apartó torpemente del
hombre herido, mientras otra persona intentaba apartar a su asaltante. Yatima se puso
en pie y retrocedió. El carnoso le gritó:
—¡Buitres! ¡Dejadnos en paz!
En medio de la confusión y la decepción, Yatima huyó.
A medida que la tormenta iba ganando en intensidad, las apresuradas
modificaciones de los enlazadores iban desmoronándose; por las calles volaban las
lonas revueltas y los techos de algunos pasos entre edificios se habían desprendido
para caer al suelo. Yatima miró al cielo y cambió a ultravioleta. Sólo pudo distinguir
el disco del Sol, penetrando fácilmente el NOx estratosférico en esas longitudes de
onda, pero todavía oculto por la espesa capa de nubes.
Inoshiro había tenido razón, no había nada que pudiesen hacer; los enlazadores
enterrarían a sus muertos, atenderían a los heridos y repararían la ciudad dañada.
Incluso en un mundo donde la oscuridad al mediodía podía cegarles, ellos
encontrarían la forma de sobrevivir. Il no tenía nada que ofrecerles.
El enlace con Konishi seguía caído, pero no estaba dispuesto a esperar más.
Yatima permaneció inmóvil en medio de la calle, escuchando los gritos de dolor y
pena, preparándose para la extinción. Olvidar todo esto no sería más que un dulce
alivio; su yo de Konishi tendría libertad para recordar a los enlazadores en momento
más felices.
A continuación el cielo rugió y los rayos descendieron como la lluvia.
La calle se convirtió en una secuencia de deslumbrantes imágenes en staccato,
bañadas de azul y blanco, con sombras que cambiaban impulsivamente con cada
nuevo arco desigual de luz. Los edificios fueron explotando uno tras otro, una
cascada interminable de súbitos destellos color naranja y trozos del tamaño de puños
de madera ardiente. Apareció gente, agachándose y gritando, a la que el miedo había
obligado a abandonar sus refugios vulnerables. Yatima observó, impotente pero
hipnotizado. El plasma moribundo de la estratosfera había encontrado la forma de
alcanzar la Tierra, sus pulsos de frecuencias de radio bombeaban grandes cantidades
de iones a la atmósfera inferior, provocando una enorme diferencia de potencial entre
las nubes tormentosas y el suelo. Pero ahora el voltaje había atravesado el umbral de
ruptura del aire lleno de polvo de abajo y todo el sistema sufría un cortocircuito
rápido y violento. Y resulta que Atlanta estaba en medio. Daño local, insignificante a
escala global
Yatima se movió lentamente a través del resplandor actínico, medio esperando
que un rayo le golpease y recibiera así la bendición de la amnesia, pero ahora incapaz
por decisión propia de abandonar a los enlazadores. Expulsada de sus hogares, la
Blanca flotaba a través del mundo más reciente que había hecho crecer a partir de un
novedoso grupo de simetría y un puñado de fórmulas recursivas. Por encima de il
flotaban gigantescas pirámides invertidas, de las que surgían luminosos crecimientos
similares a candelabros rococó. A su alrededor se agitaban y crecían vaporosos
cristales planos, para luego chocar y fusionarse formando objetos nuevos y extraños,
actos aleatorios de origami ejecutados con láminas de diamantes y esmeraldas. Bajo
il, un terreno vasto de montañas y cañones se erosionaba a gran velocidad, esculpido
por una ventisca de leyes de difusión para dejar relucientes mesetas esmeralda y
azules, salientes imposibles, altas esculturas estratificadas recorridas por vetas de
minerales que la química desconocía.
En Konishi, probablemente lo hubiese llamado «matemáticas». En C-Z, era
preciso llamarlo «arte», porque cualquier otra denominación daria a entender un
universo virtual en competencia con el real. Blanca había sentido consternación al ver
que otras polis se hundían en la complacencia tras el impacto inicial del cameval,
pero il seguía sintiendo escozor por la ortodoxia de C-Z que decretaba que la
exploración de cualquier sistema de reglas que no arrojase luz sobre la física de la
realidad era equivalente al pernicioso solipsismo. La belleza del mundo físico no
tenía ninguna relación con su potencial para causar daño —eso no era más que otro
disfraz para el dogma de estáticos muertos— y sí con la simplicidad y la consistencia
de sus leyes. Blanca sentía escepticismo cuando le decían que los físicos e ingenieros
de C-Z trabajaban únicamente para proteger a la Coalición de la siguiente sorpresa
cósmica peligrosa. Era la elegancia de la teoría de Kozuch y la grandeza de la Fragua
lo que les mantenía trabajando; si alguno de los principios fundamentales o de diseño
hubiese sido un poco más feo, lo habrían dejado hacía tiempo.
Gabriel apareció a su lado. Su pelaje quedó instantáneamente cubierto de
diminutos cristales. Blanca alargó la mano y le rozó el hombro con afecto; il
respondió colocando una mano contra la oscuridad del pecho de Blanca, induciendo
un suave calor por todo el espacio invadido. Con diferencia, los lugares más sensibles
eran aquellos en los que el icono de Blanca parecía perder su límite tangible; se les
podía tocar en tres dimensiones.
—Hemos obtenido una neutralización en un anillo. —Gabriel parecía encantado,
pero nada en su voz o gestalt traslucía que todo el grupo de la Fragua llevaba
Blanca invirtió medio gigatau en explorar su nuevo mundo imaginario, ajustando los
Blanca se sentía obligada a visitar el Casco al menos una vez al año. Todos en Carter-
Zimmerman sabían que il había escogido experimentar algo de tiempo subjetivo
durante el viaje a Fomalhaut —a pesar de la decisión de Gabriel de permanecer
congelado durante la duración del viaje— y en realidad sólo había una razón
aceptable para hacerlo.
—¡Blanca! ¡Has despertado! —Enif ya había visto a Blanca y había saltado hacia
il a cuatro patas, atravesando la cerámica marcada por los micrometeoritos, tan
seguro en sus movimientos como siempre. Alnath y Merak vinieron detrás, a una
velocidad ligeramente más prudente. La mayoría de los Osvald empleaban software
de corporeidad para simular hipotéticos carnosos adaptados al vacío, incluyendo
pelajes aislantes y herméticos, comunicación infrarroja, palmas y suelas de
adhesividad variable y reparación simulada de daño por radiación también simulado.
El diseño era perfectamente funcional, pero considerando que cada clon especial de la
polis Carter-Zimmerman era apenas más grande que uno de esos Cachorrillos
Estelares, tener uno de pasajero era imposible. El Casco no era más que una ficción
plausible, un panorama sintético que fusionaba el cielo real con una nave espacial
imaginaria de varios cientos de metros de largo; miles de veces más pesada que la
polis, sólo podría haber sido realidad si hubiesen pospuesto la Diáspora durante
algunos milenios para fabricar todo el antihidrógeno que habría hecho falta para
impulsarla.
Enif casi chocó con Blanca, pero se apartó justo a tiempo, sujetándose apenas.
Siempre estaba demostrando sus habilidades especificas para el Casco, pero Blanca
se preguntó qué habrían hecho los demás si Enif se hubiese equivocado con la
adhesión y hubiese salido despedido al espacio. ¿Habrían violado la física tan
cuidadosamente simulada para recuperarle mágicamente? ¿O habrían montado una
misión de rescate?
—¡Has despertado! ¡Justo un año después!
—Asi es. He decidido convertirme en vuestro equinoccio vernal, para que sigáis
en contacto con los ritmos del mundo natal. —Blanca no podía evitarlo; desde que
había descubierto que el punto de vista de los Osvald les hacía tragarse cualquier
astrojerga como si fuese algo asombrosamente profundo, había ido exagerando cada
vez más en busca del último vestigio de ironía que hubiese podido sobrevivir a su
Esperando a ser clonado por milésima vez y luego dispersado por diez millones de
años luz cúbicos, Paolo Venetti se relajó en su bañera ceremonial preferida: una
bañera hexagonal escalonada situada en un patio de mármol negro salpicado de oro,
Paolo vestía la anatomía tradicional completa; al principio un ropaje incómodo, pero
las corrientes cálidas que fluían por su espalda y hombros le provocaron lentamente
un agradable sopor. Podría haber alcanzado ese mismo estado, por decreto, en un
instante, pero la ocasión parecía exigir el ritual completo de verisimilitud, la cortante
fioritura de la imitación de la causa y efecto físicos.
El cielo sobre el patio era cálido y azul, sin nubes y sin sol, isotrópico. A medida
que se aproximaba el momento de la Diáspora, un pequeño lagarto gris se movía por
el patio, escarbando con las garras. Se detuvo al otro extremo de la bañera y Paolo se
maravilló del pulso delicado de su respiración y miró como el lagarto le miraba, hasta
que volvió a moverse, perdiéndose entre los viñedos circundantes. El panorama
estaba repleto de insectos, roedores y pequeños reptiles... de apariencia decorativa,
pero satisfaciendo también una estética más abstracta: suavizando la cruda simetría
radial del observador solitario; anclar la simulación percibiéndola desde muchos
puntos de vista. Cables de seguridad ontológicos. Pero nadie les había preguntado a
los lagartos si querían ser clonados. Les acompañarían en el viaje quisiesen o no.
Paolo esperó con tranquilidad, preparado para todos y cada uno de la media
docena de destinos posibles.
Una campanilla invisible sonó suavemente, tres veces. Paolo rió, encantado.
Un toque habría indicado que seguía en la Tierra: todo un anticlimax... pero había
ventajas que lo hubiesen compensado. Todos los que le importaban vivían en Carter-
Zimmerman, pero no todos habían decidido participar en igual grado en la Diáspora;
su yo en la Tierra no habría perdido a nadie. Ayudar a garantizar el lanzamiento de
mil naves también habría sido satisfactorio. Y seguir siendo un miembro de la
Coalición, conectado en tiempo real con la cultura global, también habría sido un
atractivo.
Dos toques habrían indicado que este clon de Carter-Zimmerman había llegado a
un sistema planetario carente de vida. Paolo habría ejecutado un sofisticado modelo
predictivo de su yo —pero no consciente— antes de decidir despertar en esas
condiciones. Explorar un puñado de mundos alienígenas, por estériles que fuesen, le
había parecido una experiencia probablemente enriquecedora, con la ventaja clara de
que algo asi no estaría limitado por las complicadas precauciones necesarias en el
caso de vida alienígena. La población de C-Z se habría reducido en más de la mitad,
y muchos de sus mejores amigos no estarían allí, pero estaba seguro de que habría
hecho amistades nuevas.
Cuatro toques habrían indicado el descubrimiento de alienígenas inteligentes.
Cinco, una civilización tecnológica. Seis, con viajes por el espacio.
Pero tres indicaban que las sondas de exploración habían encontrado señales
claras de vida. Razón de sobra para alegrarse. Hasta el instante de la clonación previa
al lanzamiento —un instante subjetivo antes de que sonase la campanilla— los
gleisners no habían enviado a la Tierra ninguna noticia de vida alienigena por simple
que fuese. No había garantías de que algún miembro de la Diáspora C-Z fuese a
encontrarla.
Paolo hizo que la biblioteca de la polis le informase; ésta pronto recableó la
memoria declarativa de su cerebro tradicional simulado, incluyendo toda la
información que probablemente fuese a necesitar para satisfacer su curiosidad. Este
clon de C-Z había llegado a Vega, la segunda más cercana de entre las mil estrellas de
destino, a veintisiete años luz de la Tierra. Era la primera nave en llegar a su destino;
la nave que se dirigía a Fomalhaut había chocado con escombros y había sido
aniquilada. A Paolo le resultó difícil llorar por los noventa y dos ciudadanos que iban
Paolo contempló las toscas imágenes de neutrinos de las alfombras moviéndose con
temblores de staccato por su panorama hogar dodecaédrico. Sobre él flotaban
veinticuatro oblongos irregulares, hijos de un oblongo desigual de mayor tamaño que
se acababa de fisionar. Los modelos daban a entender que la simple fuerza de las
corrientes oceánicas podía explicar todo el proceso, que se iniciaba sin más cuando el
progenitor alcanzaba un tamaño crítico. La división puramente mecánica de una
colonia —si era eso— podría tener bien poco que ver con el ciclo vital de los
organismos constituyentes. Era frustrante. Paolo estaba acostumbrado a un torrente
de datos sobre todo lo que le resultara interesante; era intolerable que el gran
descubrimiento de la Diáspora siguiese siendo nada más que una serie de toscas
imágenes monocromas.
Miró el diagrama de los detectores de neutrinos de la sondas de exploración, pero
no vio ninguna opción de mejora evidente. Los núcleos de los detectores se excitaban
a un estado superior de energía inestable, luego se mantenían ahí por medio de láseres
de rayos gamma bien ajustados que eliminaban estados propios de baja energía más
rápido de lo que podían ir apareciendo y provocar una transición. Cambios en el flujo
de neutrinos de una parte en diez elevado a la decimoquinta potencia podían
modificar los niveles de energía lo suficiente como para alterar el acto de equilibrio.
Pero las alfombras proyectaban una sombra tan tenue que incluso esa visión casi
El Corazón siempre estaba atestado, pero era más grande de lo que Paolo lo hubiese
visto nunca, a pesar de que Hermann se había contraído hasta recuperar su tamaño
original para no montar ninguna escena. La enorme cámara muscular se arqueaba
sobre ellos, latiendo húmedamente al ritmo de la música, mientras ellos buscaban el
lugar perfecto para empaparse de la atmósfera.
Encontraron un buen sitio y fabricaron algo de mobiliario: una mesa y dos sillas
—Hermann prefería quedarse de pie— y el suelo se expandió para hacer sitio. Paolo
Karpal parecía apenas capaz de ordenar sus ideas lo suficiente para poder hablar.
Paolo le habría ofrecido un injerto menor de tranquilidad y concentración —destilado
a partir de sus más intensos momentos de concentración— pero estaba seguro de que
Karpal jamás lo aceptaría. Dijo:
—¿Por qué no empiezas por donde quieras? Te haré callar si no tiene sentido.
Karpal miró al dodecaedro blanco con expresión de incredulidad.
—¿Vives aquí?
—A veces.
—¿Pero es tu panorama hogar? ¿No hay árboles? ¿Ni cielo? ¿Ni muebles?
Paolo no repitió ninguno de los chistes sobre robots ingenuos que hacía Hermann.
—Los añado cuando quiero. Ya sabes, como... la música. Mira, no dejes que mis
gustos decorativos te distraigan...
Karpal formó una silla y se dejó caer encima.
Dijo:
Paolo y Elena estaban juntos al borde del Satélite Pinatubo, viendo cómo una de las
sondas exploratorias apuntaba su máser a un punto distante del espacio, A Paolo le
pareció apreciar una ligera dispersión de microondas cuando el rayo atravesó el halo
rico en hierro de Vega. ¿La mente de Elena difractada por todo el cosmos? Mejor no
pensarlo.
Dijo:
—Cuando te encuentres con las otras versiones de mí que no han experimentado
Orlando Venetti despertó por decimosegunda vez en nueve siglos, con la cabeza
despejada y llena de ilusión, esperando por completo encontrar que C-Z Voltaire
había llegado a su destino. El despertar anterior lo habían provocado los boletines de
otros clones de la polis, pero en esta ocasión se había ido a dormir sabiendo que no
habría ninguna otra llegada antes que la suya. Le tocaba a Voltaire ser noticia...
aunque sólo fuese para añadir otro conjunto más de mundos estériles al catálogo de
anticlímax posteriores a Orfeo.
Se giró y miró la hora en el despertador, símbolos relucientes que flotaban
incorpóreos en la oscuridad del camarote. Eran diecisiete años antes de la llegada.
Alguien en otra C-Z debía haber realizado un descubrimiento tardío, tan importante
como para que su exoyó le despertase. Orlando se sintió estafado; hacía años luz y
muchas décadas que se le había agotado el entusiasmo por las revelaciones de otras
polis.
Se quedó tendido un rato, maldiciendo. Luego empezó a recuperar recuerdos de
un sueño. Liana y Paolo discutían con él en la casa de Atlanta, ambos intentando
convencerle de que Paolo era hijo de ella. Liana incluso le había mostrado imágenes
de su nacimiento. Cuando Orlando había intentado explicar la psicogénesis, Paolo se
había reido y había dicho:
—¡Intenta hacer esto en un tubo de ensayo!
Orlando había comprendido que no tenía elección: tendría que hablarles de
Lacerta. Y a pesar de que había imaginado que Paolo escaparía sano y salvo, ahora
veía que era imposible. Paolo también era de carne. Bajo las ruinas los robots
encontrarían tres cadáveres ennegrecidos.
Orlando cerró los ojos y esperó a que pasase el dolor. Le había dicho a Paolo que
durante el trayecto estaría congelado, totalmente inerte; no le había contado a nadie
que realmente había escogido soñar. Una omisión inteligente, considerando
Fomalhaut, Ese clon soñador habría divergido formalmente para convertirse en un
individuo diferente; el ruido aleatorio en el software de corporeidad lo garantizaba
aunque no tuviesen entradas sensoriales diferentes. Pero Orlando no lo consideraba
una muerte; ni siquiera el suicidio que su yo despierto en la Tierra lo era.
Siempre había tenido la intención de fundirse al final de la Diáspora con todos los
clones que estuviesen dispuestos, y si vino o dos se perdían por el camino, bien, no
Yatima había dispuesto encontrarse con Orlando en un panorama de Base Liliput, una
cúpula de veinte metros repleta de instrumentos científicos, que estaba situada en una
meseta ecuatorial, lejos de las tierras bajas templadas donde se formaban los oasis. La
bóveda y todo lo que contenía era el resultado de la actividad de nanomáquinas
convencionales, pero la materia prima habría sido imposible de conseguir sin
tecnología mucho más sofisticada. Un antiguo Cachorrillo Estelar llamado Enif, que
había cambiado de punto de vista al llegar a 51 Pegaso y se había dedicado, como un
siglo antes de la llegada de C-Z a Voltaire, con entusiasmo a la física nuclear, había
logrado construir las primeras femtomáquinas. Empleando los neutrones débilmente
enlazados de núcleos halo, de una forma similar a las nubes electrónicas de un átomo
normal, había logrado construir «moléculas» cinco órdenes de magnitud más
pequeñas que las que tenían enlaces electrónicos, y luego había logrado
femtomáquinas capaces de extraer e introducir neutrones en núcleos individuales,
reteniendo los incrementos necesarios de energía de enlace como deformaciones de
sus propias estructuras. En Swift el invento había resultado ser extremadamente
valioso; no sólo eran los isótopos normales, ligeros, de los cinco elementos
transmutados esenciales para ciertos experimentos, sino que muchos otros elementos,
en cualquiera de sus formas, eran poco abundantes en la superficie.
Habían tenido que esperar dos días a que un compartimento quedase libre. Yatima
había entrado en el panorama justo cuando el aparato anterior, diseñado para buscar
rastros de oxígeno 16 en antiguos depósitos minerales, se disolvía de nuevo en los
contenedores de elementos constituyentes. A escala de un centímetro por delta, el
compartimento de un metro cuadrado parecía tener tamaño de sobra para cualquier
experimento concebible, pero la verdad es que apenas serviría. Yatima había
encontrado en la biblioteca planos para un analizador neutrónico de cambio de fase,
diseñado por nada menos que Michael Sinclair, un antiguo alumno de Renata
Kozuch. Cuando las extensiones propuestas por Blanca a la Teoría de Kozuch habían
llegado a la Tierra, la mayor parte de los físicos simplemente habían rechazado el
nuevo modelo considerándolo una tontería metafísica, pero Sinclair lo había
analizado con cuidado, con la esperanza de diseñar una prueba experimental que lo
avalase con algo más que su éxito al explicar, a posteriori, la longitud de los agujeros
de gusano transitables de la Fragua.
Blanca flotaba en un océano tranquilo formado por distintas capas de fluidos color
pastel, cada una de un cuarto de delta de profundidad, separadas por láminas de un
coloide opaco y azul. La única luz parecía provenir de una bioluminiscencia difusa y
omnidireccional. Mientras Yatima nadaba hacia ella atravesando el panorama, se
preguntó si debería preguntar cortésmente por la extraña física de este mundo antes
de presionar para que le explicase la críptica invitación que le había enviado.
—Hola, Huérfano. —Mientras el punto de vista de Yatima pasaba de una capa a
otra, las intersecciones de las láminas de coloide con la ausencia negra y sólida de
Blanca asemejaba un diagrama para un método de representar los puntos críticos de
una superficie como una secuencia de curvas. Una elipse aproximada a través de los
hombros daba dos óvalos a cada lado del plano de abajo; cada uno de ellos se dividía
en cinco óvalos más pequeños, que desaparecían justo antes de que la elipse del
tronco se dividiese. Incapaz de ver al completo el icono de Blanca, a Yatima le
resultaba casi imposible leer su gestalt—. Ha pasado mucho tiempo.
—Más para ti que para mí. ¿Cómo estás? —Este clon se había distanciado de
Gabriel poco después de la llegada, y por lo que Yatima sabía, desde su última visita
nadie más había hablado con il.
Orlando recorría la cabaña, pasando de los mensajes de Paolo y Yatima. Hacía nueve
kilotaus que el séptimo clon había tomado el control del robot y casi de inmediato
había conseguido convencer al Ermitaño real para que saliese de la cueva. Desde
entonces habían estado agitándose y gesticulando.
Cuando el robot finalmente dejó al Ermitaño para hablar con el sexto clon,
Orlando podía ver a todos los demás observando con atención; incluso el primer clon
parecía fascinado, como si obtuviese placer estético de los movimientos de los
bastones en cinco dimensiones a pesar de desconocer por completo su significado.
Orlando esperó, con un nudo en las entrañas, a medida que el mensaje recorría la
cadena hasta él. ¿Qué sería de esos mensajeros —más hijos que clones— una vez que
hubiesen cumplido con su propósito? Los enlazadores jamás había estado aislados;
todos habían estado conectados a un subconjunto amplio y solapante de la comunidad
total. Lo que había hecho había sido una perversión demencia! de esa práctica.
—Hay buenas y malas noticias —dijo su clon de cuatro piernas detrás de la pared,
su rostro se iba modificando ligeramente a medida que su cabeza se movía en
dimensiones invisibles. Orlando se acercó al vidrio.
—¿Son inteligentes? Los Ermitaños...
—Sí. Elena tenía razón. Alteraron el ecosistema. Más de lo que suponíamos. No
sólo son inmunes a los cambios climáticos y las variaciones de población; son
inmunes a la mutación, a las nuevas especies... a todo menos a que Poincaré se
convierta en supernova. Todo lo demás todavía tiene libertad para evolucionar a su
alrededor, pero ellos ocupan un punto fijo en el sistema mientras éste cambia.
Orlando se sentía estupefacto; tal equilibrio dinámico a largo plazo superaba a
cualquier cosa que los exuberantes de la Tierra hubiesen considerado hacer. Era al
menos tan impresionante como hacer nudos en los neutrones.
—¿Son los... Transmutadores? ¿Reducidos a esto?
El rostro sombra de su clon rieló con regocijo.
—¡No! Son nativos de Poincaré. Nunca se fueron, nunca han viajado. Pero no te
disgustes. Han sufrido su era de barbarismo y han tenido desastres que rivalizan con
Lacerta. Ahora éste es su santuario. Su Atlanta invulnerable. ¿Cómo puedes
negárselo?
Orlando no tenía respuesta.
El clon dijo:
Había otro artefacto que flotaba libremente cerca de la singularidad, fabricado con el
mineral marcador que habían visto originalmente en Poincaré.
Estaba frío y era inerte, y estaba repleto de los mismos defectos microscópicos
que el primero. Era imposible saber si los datos eran idénticos; sólo podían comparar
pequeñas muestras. El software localizó algunas secuencias iguales, cadenas de bits
que se repetían con relativa frecuencia en ambos cristales. El protocolo de
almacenamiento seguía siendo opaco, pero probablemente fuese el mismo.
Yatima dijo:
—Podemos regresar en cualquier momento.
Automatizaron el proceso e hicieron que sus exoyós les acelerasen, les congelasen y
les clonasen cuando fuera necesario. Se concedieron sentidos en ocho dimensiones y
se sentaron en los soportes de un 8-panorama del Satélite Pinatubo, contemplando
pares de esbeltos artefactos perpendiculares de tres y cinco dimensiones rotar
apareciendo y desapareciendo a la vista. Era como deslizarse por una escalera en
espiral que fuese de una macroesfera a otra, de dimensión en dimensión.
Al llegar al nivel nonagésimo tercero, se perdió el contacto entre la polis y la
singularidad del décimo segundo.
En el nivel ducentésimo séptimo, la vigésimo sexta singularidad se deslizó diez
mil años.
Yatima sintió pánico: