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Juan El Castorcito

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Juan, el castorcito

Había una vez un hermoso bosque lleno de grandes árboles, flores y un

riachuelo que proporcionaba agua a todos los animalitos que vivían en ese alegre

lugar.

Juan era un pequeño castorcito a quien su papá castor le enseñaba con mucha técnica

el oficio de la familia: fabricar diques.

Un día papá castor le dijo:

-Juan, ya es tiempo que hagas tu propio dique. Irás a la parte baja del río y

trabajarás allí por las mañanas, y por las tardes tendrás tiempo para jugar con tus

amigos.

El pequeño castorcito se fue muy contento, ya que su padre le había confiado

una gran responsabilidad. Tan pronto llegó, empezó su obra recolectando pequeñas

ramas de árboles, pero al poco rato se distrajo. Se sumergió en el agua, vio a los

peces nadar de un lugar a otro y eso le dio una idea. Rápidamente fue a buscar a sus

amigos.

-¡Hola, Rabito! ¡Qué linda mañana! ¿Vamos a jugar?

-¡Sí juguemos!, -le contestó el conejito-, pero tan pronto termine de ayudar a mi

papá en la siembra de zanahorias.

Luego, fue donde su amiga la ardillita.

-¡Qué buen día, Linda! ¿Quieres jugar conmigo?

-¡Me encantaría, Juan! -le contestó la ardilla-, pero en esta época caen muchas

bellotas y debo ayudar a mamá a recogerlas. Por la tarde jugaremos.

Juan fue a buscar a sus otros amigos, pero todos estaban ocupados. Entonces

regresó al riachuelo y se puso a jugar con los peces. Se divertía tanto que se olvidó

por completo de la labor encomendada. De pronto se acordó y rápidamente comenzó

a colocar rama tras rama muy a la ligera, sin tener en cuenta lo que había aprendido

de su padre. Hasta que escuchó una voz que lo llamaba:


-Juan, ven pronto es tiempo de almorzar. Debes estar agotado, disfruta tu almuerzo y

luego ve a buscar a tus amigos.

Le pareció genial jugar, jugar y jugar. Esto se repitió todos los días. El

castorcito no estaba cumpliendo con su responsabilidad.

Un día comenzó a llover con mayor intensidad.

Esto preocupó a los animales del bosque.

Poco a poco el cauce del río creció, por lo que aumentaba el peligro en los

hogares y sembríos de ellos. Los animales rogaban para que los diques de papá

castor y Juan lograran desviar las aguas.

Juan se sentía muy nervioso, pues sabía que su dique no estaba bien hecho.

Sentía culpabilidad al imaginar las consecuencias de su irresponsabilidad.

El dique de papá castor no resistió. El agua pasó por encima, por abajo, por

todos lados. Entonces las esperanzas estaban en el dique de Juan. Este, al ver la

avalancha, estalló en llanto.

-Papá, amigos, perdónenme, mi dique no está bien hecho, ya que en lugar de

hacerlo me puse a jugar, sin pensar en lo importante que era para todos el que yo

haga mi trabajo correctamente. Perdónenme, buuu, buuu...

El tiempo transcurría y el dique de Juan resistía firmemente la fuerza del río y lo

desviaba hacia otro lado. Por fin dejó de llover, y el nivel del agua descendió.

El castorcito, sorprendido, no encontraba ninguna explicación. En eso se le

acercaron todos los animales, y su papá le dijo:

-Sabíamos que optaste por jugar y no fuiste responsable. Así que, mientras tú

dormías, tus amigos y yo arreglábamos lo que habías hecho mal.

-Quisimos darte una lección -dijo Linda.

-Evadir nuestra responsabilidad puede afectar a todos -continuó papá castor.

-¡Gracias, papá! ¡Gracias, amigos!-dijo Juan-. De ahora en adelante cumpliré

con todas las responsabilidades que me encarguen.


José Luis Solís Díaz (Perú)

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