El Espacio Rural en América Latina
El Espacio Rural en América Latina
El Espacio Rural en América Latina
Durante la primera mitad del siglo XX el espacio rural de América Latina funcionó como un espacio dual,
fragmentado entre latifundistas y pequeños productores: áreas integradas a los mercados internacionales y
espacios campesinos con una densa población en actividades de subsistencia o con una tenue inserción en
los mercados regionales. Los productos generados en las áreas insertadas en los mercados internacionales
eran trigo, azúcar, algodón y carne; en los espacios de subsistencia se podía encontrar una combinación de
los antiguos cultivos de estas tierras (papa, maíz) combinados a veces con el uso de una ganadería que
provenían de la importación de especies europeas. La tecnología utilizada era muy tradicional, basada más en
el uso intensivo de la mano de obra y la tracción a sangre; los productos se obtenían a partir de cadenas
simples, de pocos eslabones. El rol del Estado aparecía la mayor parte de las veces como pasivo, solamente
visible en la lenta ampliación de la red de infraestructura que permitía conectar las áreas de producción con
los mercados de consumo, y en su estructura política tenían gran peso los terratenientes.
A partir de la primera mitad del siglo XX (años ‘30), la situación fue cambiando por varios motivos: en casi
todos los países de la región se produjo un fuerte proceso de urbanización, lo que redujo relativamente la
incidencia de la mano de obra rural, y el crecimiento de la población urbana, alejada de los medios de
producción de alimentos, amplió en términos generales los mercados de consumo interno (la producción
agrícola tuvo que crecer para cubrir esa demanda), muchas áreas campesinas comenzaron a cambiar hacia
una producción mercantil [paralelamente creció otra forma de migración, la de tipo temporario para la
cosecha], cambió la forma de mano de obra agraria desde la de tipo familiar a la asalariada, propia de la
producción mercantil capitalista. Este proceso fue denominado ‘modernización de la producción”. El Estado
fue teniendo una injerencia cada vez mayor en la producción rural, ej: la creación de oficinas de desarrollo
tecnológico-agrícola que generaba todo tipo de elementos novedosos, desde semillas hasta maquinaria, lo
que se denominó como “Revolución Verde”; la formación de precios, a través de establecer un sistema de
regulación; la extensión de créditos para financiar la producción y el acceso a la tecnología [dirigidos
implícitamente a reforzar los sectores capitalizados, explotando luego las reformas agrarias]. En este período
creció la búsqueda de tierras nuevas, sobre todo en la Amazonía, hacia donde tanto Brasil como Bolivia, Perú
y Colombia iniciaron planes estatales de expansión a los que se unieron también iniciativas privadas.
La aparición de los efectos de la ‘revolución verde’, con sus paquetes tecnológicos de alto rendimiento (y alta
necesidad de financiación) generó una fragmentación entre aquellos que accedían a sus beneficios y los que
no podían hacerlo. La producción agraria se fue integrando a cadenas cada vez más complejas, con la
aparición de la industria en varios eslabones, y generó una modificación en la vieja estructura: ahora se
basaba en ‘sector moderno’ vs ‘sector tradicional’. La modernización del campo sentó las bases para un
cambio posterior en los últimos años del siglo XX.
Esta “nueva agricultura” está caracterizada por:
- Tendencia a la concentración y centralización de los procesos (y tierra) en pocas manos.
- Fuerte relación de la producción agropecuaria con los centros financieros internacionales por los
conglomerados de inversión, tecnología y maquinaria.
- Una homogeneización de las prácticas agrícolas, a través de la aceptación de las ‘tecnologías’.
- Una subordinación a la producción industrial, que se introduce en todos los eslabones de la cadena
productiva, y a los mercados internacionales (soja).
- Productos nuevos dirigidos a nichos de mercado especifico.
- Pérdida de importancia de los sistemas regionales: la producción tiende a una homogenización donde las
variedades locales y técnicas son eliminadas.
- El gradual retiro del Estado por las presiones y necesidades de los mercados.
- La presión por la producción para la exportación en detrimento de la producción de alimentos para el
mercado interno (y se ven obligados a importar productos que antes producían).
- Una nueva relación urbano-rural, y una sobreexplotación del medio.
- Nuevo dualismo: incluidos y excluidos. El campo modernizado, al no necesitar de tanta mano de obra y
expandirse sobre territorios nuevo, deja sin futuro a una considerable parte de la población rural.
El proceso de apertura de la economía que se detallaba ha dado como resultado también la aparición
internacional de nuevos productos para los mercados externos [la gran diversidad ambiental de la región
permitió que se adaptaran sin problemas, pero causando un impacto negativo sobre el ecosistema]. Estos
nuevos productos ocuparon áreas agrícolas que antes se dedicaban a otros productos, y potenciaron los
procesos de ampliación de la frontera agraria. Los ‘productos diferenciados’ tuvieron una implantación
localizada, aprovechando ciertas características ambientales, mediante ‘agricultura de contrato’: empresario
realiza un contrato de producción con un pequeño o mediano productor, a quien le proporciona la tecnología
e insumos y luego se hace con toda la producción. Otra base es la renovación mediante la introducción de
variedades y tecnologías como la vid en Argentina y Uruguay, y las manzanas y peras en el norte patagónico
y centro de Chile [la vid argentina de baja calidad de la producción tradicional cambió hacia variedades
nuevas y tecnologías modernas].
1
La Soja:
Comenzó a producirse en América Latina en el sur de Brasil, donde la combinación soja-trigo desplazó a los
productos tradicionales. A partir de los años ’70 la producción comenzó a incrementarse y Brasil, Paraguay y
Bolivia lo hicieron sobre la deforestación masiva del Mato Groso. En la Argentina la primera gran expansión
se hizo mediante reemplazo, sobre una estructura agraria ya existente (trigo maíz, girasol), las ventajas
ambientales de la llanura pampeana dieron una altísima productividad; los sojeros buscaron también
expandirse sobre las tierras baratas del norte, si bien menos productivas y ubicadas en zonas de mayor
riesgo climático. Con la expansión sojera aparecieron también dos nuevos factores productivos: la
biotecnología y las nuevas técnicas de labranza [la genética, buscó con la soja reforzar su capacidad de
resistencia al herbicida glifosato, la llamada “soja RR” por roundup, la marca comercial del glifosato].
También en la región pampeana comenzó a introducirse nuevas variedades de cereales y oleaginosas, los
‘cultivos de segunda’ y se difundió el doble cultivo soja-trigo, provocando una parcial sustitución del maíz y
del sorgo. A partir de entonces la nueva agricultura argentina se basa en la soja, llegando a mediados de
1990 las semillas transgénicas, el uso de un herbicida eficaz y barato (glifosato), y la soja de segunda (la
soja, cultivo de verano, se siembra después de un cultivo de invierno como el trigo, obteniendo dos cosechas
en el año en lugar de una como era lo habitual). En 1996 la superficie sembrada de soja aumentó más del
doble, mientras los otros cultivos se mantuvieron estables, y la expansión se realizó a expensas de áreas
identificadas como mixtas (granos y ganadería) o bien netamente ganaderas. La soja y sus derivados son
escasamente consumidos en el país, exportándose casi en su totalidad.
Desde los últimos años del siglo pasado dicha expansión tuvo lugar en Entre Ríos y en el norte del país,
desplazando a otros cultivos y producciones regionales: arroz, algodón, caña azúcar, producción ganadera.
El proceso de cambio se caracterizó por la introducción de nuevas tecnologías, técnicas de manejo e insumo
industrial [la combinación de estas innovaciones permitió la eliminación de las tareas de laboreo previas al
cultivo, disminuyendo los costos de producción], así como también la concentración de tierras y producción
en pocas manos, generando impactos ambientales y cambios en la organización territorial. La expansión se
pudo hacer por la fuerte y sostenida demanda del producto en el mercado internacional: país emergente
como China principal comprador, mercado para los biocombustibles.
La Forestación:
Dos casos importantes: Chile y Uruguay.
En Chile el proceso fue más temprano y se centró en los bosques nativos, (en el sur y centro del país), de los
que se obtenía buena madera para carpintería, tomados para la apertura de nuevos mercados que buscaban
la producción masiva de ‘pasta celulósica’ y ‘paneles de madera’, para lo que se necesitaba madera de pino o
eucaliptos; se produjo un avance sobre antiguas tierras forestales u ocupadas por agriculturas ya retrasadas
como el trigo.
En Uruguay se había generado una discusión sobre el destino de los las hectáreas de pasturas naturales
(centro y norte del país) que se dedicaban a la producción ganadera extensiva, una solución fue generar
leyes de promoción que permitieran con subvenciones el cambio hacia la plantación de especies de rápido
crecimiento. El relativo bajo valor de las tierras ganaderas produjo un cambio hacia el nuevo uso, y se
plantaron miles de hectáreas de eucalipto; más adelante, y pensando en obtener un producto de mayor valor
agregado, el gobierno promovió la instalación de plantas de producción de pasta celulósica, dándose el
conflicto ej: la planta instalada sobre el río Uruguay por los impactos ambientales.
La Coca:
En los piedemontes andinos tropicales de Bolivia y Perú desde tiempos ancestrales se cultivó la coca, un
arbusto perenne endémico, de denso follaje y cuyas hojas secas producen un efecto energizante. A finales
del siglo XIX se descubrió en Europa que las propiedades narcóticas de la coca podían potenciarse si se
procesaban las hojas en forma de pasta y luego en forma refinada como polvo; a partir de los ’60, su
consumo se expandió por casi todos los sectores sociales (antes solo entre los sectores aristocráticos), y el
crecimiento actuó como un gatillo para la construcción de una de las cadenas agroindustriales más complejas
e importantes del mundo, teniendo en cuenta que se trata de un consumo ilegal. La expansión de la
producción cocalera se hizo primero en las áreas donde éstas siempre se habían cultivado, y su crecimiento
fue relativamente escaso en superficie por ser un cultivo altamente productivo: se cosecha hasta seis veces
al año y se mantiene hasta por 25 años, que insume relativamente porca tecnología, pero mucha mano de
obra. La producción estuvo manejada por los famosos carteles del narcotráfico, que financiaban la producción
de los campesinos; los carteles optaron por la atomización territorial.
Como una de las contradicciones más notables de nuestro continente, el cultivo que ha logrado realmente
mejorar las condiciones de vida de los campesinos, es ilegal.
2
El campesinado y las reformas agrarias.
Al organizarse un sistema de producción comercial agrícola en el campo se ha dejado de lado a una buena
parte de los habitantes rurales, el pequeño productor tradicional que basaba su producción para el uso
familiar, en pequeña escala y destinado al consumo propio o eventualmente el mercado (truque). Una de las
vías que muchos países adoptaron entre las décadas del 50 al 70 para modificar las relaciones de producción
latifundio-minifundio fueron las reformas agrarias.
El primer ejemplo histórico fue la que se desprendió de la Revolución Mexicana de 1917, y a partir de 1950
se fueron produciendo en casi todos los países de América Latina, en distintas circunstancias, y países como
Argentina, Uruguay o Paraguay no las iniciaron. Todas las reformas compartieron ciertos objetivos:
redistribución de la tierra y los ingresos, aumento de la producción, desarrollo tecnológico, disminución de la
emergencia rural, y tuvieron un impacto considerable en la estructura agraria: de mayor alcance en Cuba y
Bolivia donde el 80% de las tierras cultivadas, y el 50% en el caso de México, Chile y Perú.
En la década de 1960 el gobierno de Estados Unidos, mediante la creación de la “Alianza para el Progreso”,
comenzó a impulsar injerencia, con el explicito objetivo de neutralizar procesos políticos como el que se
habían dado en Cuba. Parecía que estas reformas iban a modificar la situación agraria latinoamericana, sin
embargo, cambios políticos, sociales y económicos se comenzaron a desarrollar en la década del ’70. La
gradual declinación de la reforma tiene varias causas, algunas propias de su desarrollo y otras que tienen que
ver con el cambio de contexto:
De las más importantes de las causas internas es la incapacidad de lograr los objetivos propuestos; la
intención de aumentar la productividad y la producción muchas veces sólo generó éxitos esporádicos, y
en el mediano plazo ambas empezaron a descender cuando los programas de mejoramiento técnico que
deberían haber acompañado las reformas no se llevaron a cabo. Perú.
- Otros programas se mostraron lentos y caóticos, y sobre todo poco eficaces, transformando a los
campesinos en minifundistas sin darles el apoyo necesario para enfrentar el cambio. Bolivia.
- Las reformas agrarias tampoco frenaban la emigración masiva, que no era sólo un problema de factores
de expulsión sino un complejo de factores de atracción, ampliación masiva de los medios de
comunicación y cambios de valores sociales.
- En muchos de los países hubo un cambio político hacia posiciones neoconservadoras que presentaron
procesos de contrarreforma, como en Chile, donde se vendió gran parte de la tierra antes reformada.
- El proceso de urbanización hizo cambiar las prioridades de los gobiernos hacia otros sectores sociales;
los procesos fueron liderados técnica y políticamente por el gobierno.
La señal definitiva de la declinación de las reformas agrarias fue en 1992 con la modificación en México de la
ley del ‘ejido’ creada en 1917, lo que permitió que las antiguas tierras comunales fueran apropiadas y
vendidas. El ejido no permitía la posesión ni el fraccionamiento, y había quedado obsoleta ante la presión
demográfica que empujaba la ampliación hacia nuevas tierras; tal vez por eso la modificación se efectuó sin
ningún tipo de conflicto. Los ejidos se transformaron en grandes fuentes de emigración hacia EE.UU.
El ejido, terreno colectivo que la comunidad campesina recibe del gobierno para que, sin venderlo ni
arrendarlo, lo distribuya entre los miembros de la comunidad y lo usufructúen
Aparte de Cuba, el único país donde hoy en día se mantiene en pie la idea de reforma agraria es Brasil, país
cuya estructura agraria era una de las más dispares; en la década de 1980 más del 40% de la superficie
agrícola no era cultivada y estaba en manos de grandes latifundios, en contraste 6 millones de familias no
tenían tierras para cultivar, y para fines de la década se dio una ocupación espontánea. Sin embargo, los
logros del MST empalidecen ante el crecimiento de la gran empresa, que incluso avanza hacia el Amazonas.
Contaminación ambiental: casos de envenenamiento por agroquímicos, de contaminación de acuíferos, ríos y
lagos, de aceleración de desertificación, de extinción de especies por la desaparición de su hábitat. Los dos
más importantes podrían ser la deforestación y la introducción de transgénicos.
Actualmente en la Argentina se da un conflicto por la ampliación de la producción sojera en el noroeste, sobre
tierras ocupadas por campesinos y comunidades aborígenes (invisibilizados por una larga política de
ocultamiento) y que son apropiadas y desmontadas para ponerlas en producción para el mercado de granos.
Ciudad y campo continuarán su proceso de interrelación, con una previsible perdida de autonomía del sector
agrario en manos del sector industrial y financiero; mayor especialización.
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Intentos de corrección de las estructuras heredadas:
Reforma agraria, revolución verde y movimiento colonizador
El enorme crecimiento demográfico provocó agudas tensiones, tanto en los medios rurales como en los
urbanos; allí donde la presión sobre la tierra era mayor, en función de una elevada densidad agraria, las
tensiones se despertaron más pronto (México). Pero las reformas agrarias, si no fracasaron, tampoco fueron
solución para los campesinos, la emigración del campo a la ciudad se extendió con fuerza inducido también
por la industrialización entre 1940 y 1970, aumentando las oportunidades de empleo en los medios urbanos.
Casos como Colombia, Ecuador, Venezuela y Brasil se ha orientado más a la colonización que a la reforma,
en los que se facilita un proceso de ‘junker’ paso directo del dominio feudal al capitalismo. Países como
Argentina, Uruguay y Paraguay, apenas han cambiado la situación.
La revolución verde ha adquirido mayor importancia entre los empresarios agrarios, quienes han llevado a
cabo un extenso programa de modernización, aunque ha generado un grave desempleo. De ahí que el
proceso haya acentuado más el dualismo de las estructuras latifundios-minifundios. La modernización agraria
o revolución verde ha dado sustanciales beneficios económicos por las nuevas condiciones de producción
(mecanización, uso de VAR, fertilizantes, pesticidas y riego), aunque requirió de grandes inversiones de
dinero para adquirirlos.
Grandes extensiones de terreno sin cultivar; en Latinoamérica no se labra más que un 8,8% de la superficie
total. Lo que ha movido a numerosos gobiernos (Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, y especialmente
Brasil) a lanzar programas de colonización agraria. “Pacto Amazónico” desarrollo integrado de la cuenca. Este
movimiento colonizador continúa su marcha imparable consumiendo inmensas superficies de bosque.
Espacios Rurales.
La importancia de la actividad agraria, además de contribuir con un elevado porcentaje a las exportaciones,
representa una fuente de ahorro interno, aunque éste no sea reinvertido en el medio rural sino en el urbano
para financiar actividades más seguras y lucrativas. No obstante, la agricultura latinoamericana es incapaz de
hacer frente a las necesidades alimentarias de sus habitantes, y, paradójicamente, bastantes países se han
visto obligados a importar cereales básicos como maíz y trigo. Estamos, entonces, ante una grave
disfuncionalidad de la actividad agraria, a pesar de la extensión e importancia de la modernización.
Causas: amén del crecimiento demográfico, es que tanto los gobiernos como el sector privado han
concentrado sus inversiones en la construcción, industrialización, servicios públicos, especulación urbana,
marginando al medio rural e incluso invirtiendo en el urbano plusvalías conseguidos de aquél; por otro lado los
gobiernos han desincentivado la inversión en producciones agrarias destinadas al consumo nacional, dando
paso a la inversión especulativa: centradas en cultivos industriales y de exportación.
La identidad latinoamericana
Comprende el conjunto social y territorial más evolucionado del Tercer Mundo; algunos países,
especialmente los del cono Sur, están muy próximos al desarrollo. Las sociedades latinoamericanas se
caracterizan ante todo por una debilidad estructural de sus aparatos políticos y órganos de gobierno, lo que
dificulta la apertura al exterior y retrae las inversiones extranjeras. En la segunda mitad de los años ’90
parecen evolucionar favorablemente los pueblos marcados por la colonización ibérica. La colonización ha
proporcionado sus rasgos de homogeneidad, una cultura que desplaza y sustituye a las culturas
precolombinas, aniquilando una gran parte de los indígenas, trasladando a otros y arrinconando a grupos
residuales en áreas de difícil ocupación, pero concentrando a los emigrantes europeos en las regiones más
apropiadas para la explotación y el control de los nuevos territorios. La estructura socioeconómica presenta:
disparidad en la propiedad agraria, sociedades desequilibradas económica, social y territorialmente. El mundo
latinoamericano continúa manteniendo los desequilibrios demográficos, económicos, sociales y territoriales
propios del subdesarrollo, con un desigual grado de ocupación y aprovechamiento del espacio.
En el siglo XX la explosión demográfica y los desequilibrios económicos, sociales y políticos se adueñaron de
la región. Ante la convulsión en la etapa desarrollista de los años ’50 y ’60, diversos gobernantes defendían la
necesidad de la inversión de ‘dólares para el desarrollo’; los dólares corrieron a menudo generosamente pero
el desarrollo no se consiguió y se llegó a una situación de no poder hacer frente a su deuda exterior. La crisis
financiera, grave en los ’80, parecía que iba a ser superada a mediados de los ’90, a merced de las nuevas
medidas de liberalización económica exigidas por el FMI [1995 en México, el ‘efecto tequila’]. Estas crisis son
la manifestación de otras más generales que afectan a las sociedades latinoamericanas: el dinamismo
demográfico y la contrastada distribución espacial acompañada de una polarización social o falta de clases
medias (30% de la población vive debajo del umbral de la pobreza; el 10% de la población más rica acapara el
40% de la riqueza). Conjuntamente, sorprende el hecho de que sobre un territorio tan vasto se produzca
fuerte presión humana en numerosas regiones debido a la desequilibrada distribución espacial; al mismo
tiempo un contingente elevado de la población campesina busca su destino en las áreas urbanas engrosando
las filas.
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La explotación agraria refleja un marcado sesgo capitalista, empresarial, pero que convive con una
explotación minifundista, con asalariados mal pagados y con un gran potencial agrario inadecuadamente
aprovechado: sólo se cultivan 7,9% de hectáreas, 32% se dedica a pastos permanentes y un 48% a superficie
forestal y de monte. A pesar de que la extensión de tierras cultivadas tiende a aumentar, se conserva todavía
una estructura disfuncional de la propiedad agraria que impide una evolución más acelerada y racional. Las
reformas agrarias han sido incapaces de eliminar la polarización de las explotaciones en los dos extremos
contrapuestos, y la actuación del Estado, acompañada a veces por la iniciativa privada, tendieron a consolidar
explotaciones familiares medias.
Se está produciendo una disminución de la población agraria activa, decayendo de un 26% a un 17%. El
crecimiento urbano se ha hecho explosivo, una buena parte de la población agraria vive en los centros
urbanos y aprox la mitad de los jóvenes rurales emigran a la ciudad o a las grandes metrópolis, pasando de
un 46% a un 71,5% (explosión demográfica desde los años ‘40). Es este crecimiento tan brutal, unido a la
escasez de medios económicos y a su deficiente gestión, el que provoca el caos urbanístico y que entre un
20% y un 40% de población viva frecuentemente en barrios pobres. Las viviendas construidas por sus propios
moradores (infraviviendas), se han extendido por todas las ciudades de Latinoamérica. La destacable
industrialización y expansión económica en general se ha concentrado en las grandes metrópolis, como
resultado de las inversiones de firmas multinacionales, sin embargo, no ha sido suficiente para dar empleo y
reducir las crecientes tensiones sociales, sobre todo en los años ‘80 en los que comenzó una recesión con un
deterioro constante de la actividad económica, saldando en los años ‘90 con los drásticos ajustes,
liberalización económica, y anclaje de algunas monedas al dólar, con una elevada y acelerada deuda exterior
(monto que responde a la incapacidad del aparato productivo e institucional de los países latinoamericanos de
generar los recursos suficientes para amortizarla, unida a la voracidad de los acreedores con las tasas de
intereses).
Las exportaciones latinoamericanas, compuestas en los años ‘90 por productos agrarios (materias primas) e
hidrocarburos (minerales) esencialmente, están cediendo ante el empuje de las manufacturas industriales.
Bases económicas dependientes y afianzamiento de los desequilibrios sociales
Durante la etapa del período colonial (desde el siglo XV hasta el primer tercio del XIX) y tras las
independencias, las diversas naciones surgidas se integraron en un mercado mundial al que exportaban sus
materias primas agrarias y minerales, hecho que aumenta progresivamente en volumen hasta la crisis del 29,
estancamiento superado en las décadas expansionistas posteriores a la 2° G.M.
Los colonizadores plasmaron una ocupación exclusiva en los territorios que disponían de metales preciosos o
de alguna riqueza agraria con la que poder comerciar y obtener prestigio social. Los ritmos de ocupación de
las Indias portuguesas y españolas fueron diferentes. En la América hispana, pronto aparecieron los metales
preciosos y la inmigración fue más rápida y cuantiosa; en Brasil hasta 1696 (Minas Gerais) no se descubrió el
oro, por lo que no ocuparon más que unos reducidos sectores litorales, además de la franja nororiental
dedicada a la producción de azúcar, y los focos de explotación del palo-brasil. Una vez pasada la fiebre del
oro y agotados los minerales, el sureste brasileño se consagró como la región económicamente más dinámica
del país, merced de la explotación de un nuevo producto agrario, el café.
Al comienzo del siglo XVIII la distribución de la población en Latinoamérica reflejaba fielmente el interés que
los distintos territorios ofrecían a los colonizadores. Las regiones templadas de Argentina, Uruguay y sur de
Brasil no se pusieron en explotación hasta bien entrado el siglo XIX, precedentemente no ofrecía ningún
interés a los colonizadores. Con el desarrollo de los transportes y de los sistemas de refrigeración desde
mediados de dicha centuria, se invirtieron cuantiosos capitales en el establecimiento y explotación de las
grandes estancias ganaderas destinadas a la producción de cuero y carne para el mercado internacional
[Argentina llegó a multiplicar su población por cuatro y Uruguay por siete; todo Latinoamérica sólo duplico.
1850-1900]. Así mismo, en esta fase se pusieron en explotación nuevas regiones con riquezas mineras muy
distintas a las tradicionales, como el estaño en Brasil, el nitrato y cobre en Chile, el plomo y cinc en México y
Perú, que, gestionados por capitales extranjeros conocieron su máximo desarrollo durante el siglo XX, en
función de las demandas y necesidades de los países industriales más avanzados [en el Caribe y Cuba,
principalmente EE.UU invierte en grandes propiedades modernas para compañías azucareras y fruteras]. Se
incorpora el petróleo, que adquiere un auge creciente a partir del siglo XX, sobre todo en Venezuela (Shell,
con capital angloholandés) y en la cuenca del Orinoco (Standard Oil, capital norteamericano).
En síntesis, podemos señalar que Latinoamérica a principios del siglo XX constituía el principal abastecedor
mundial de productos primarios, un nítido carácter neocolonial: Brasil aportaba la mitad del café consumido y
la casi totalidad del caucho, Argentina un tercio de la carne, Chile la totalidad del nitrato. El papel otorgado a
Latinoamérica en la división internacional del trabajo fue abastecer de materias primas o agropecuarias, y
para ello solo se pusieron en explotación los territorios que ofrecían mejores condiciones. Este proceso duró
hasta la crisis de 1929; a partir de ese momento, y sobre todo con posterioridad a la 2° G.M, se inició una
etapa expansiva que modificó las bases del desarrollo económico.
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Bases económicas dependientes del exterior.
La explotación de los recursos naturales exigió la creación de infraestructura y servicios. La América
Española, durante los primeros 150 años se organizó en función de la exportación de metales preciosos; la
explotación del oro constituyó el principal objetivo de los conquistadores, que construyeron los primeros
centros urbanos para el control territorial e importantes puertos (la fase del oro fue efímera, cediendo paso en
seguida a la explotación argentífera). La necesidad de productos alimenticios motivó la puesta en cultivo, y la
valoración agrícola de las tierras adquirió un auge creciente al declinar la producción argentífera del Potosí a
partir de la segunda mitad del siglo XVII, para progresar durante el resto de la etapa colonial y la
independiente, al contrario de lo que había sucedido en la América Portuguesa, donde la inicial organización
del espacio se hizo en función de los aprovechamientos agrarios, principalmente la caña de azúcar, hasta q
comenzó la fase metalífera a principios del siglo XVIII, que cedió su hegemonía, pasada la centuria, a la
explotación cafetalera. Las diversas coyunturas económicas dieron lugar al nacimiento de núcleos orientados
a satisfacer las necesidades de los grupos dominantes, creándose ciudades con sedes de organismo
administrativo, altos funcionarios, milicias, terratenientes y comerciantes enriquecidos, ciudades interiores o
costeras e importantes mercados y ferias. Estos centros urbanos fueron unidos a los puertos, ya en la
segunda mitad del siglo XIX, por medio de transporte rápido, el ferrocarril; las compañías extranjeras, sobre
todo inglesas, invirtieron enormes sumas en la construcción. Las infraestructuras se prolongaron, ampliándose
o densificándose, durante los tres primeros decenios del siglo XX. Los capitales extranjeros controlaron,
asimismo, determinados servicios urbanos, como el abastecimiento de agua y gas, la instalación del telégrafo
y el teléfono o la producción de electricidad para las ciudades, controlaron el ahorro a través de una red de
establecimientos bancarios, de modo que entre cinco grandes bancos, de capital inglés principalmente,
controlaban un porcentaje elevado del ahorro latinoamericano; posteriormente, adquirieron mayor
representación los bancos norteamericanos, cuyos capitales ya se habían invertido en América Central y
Cuba en el sector del azúcar y frutas. Infraestructuras y servicios fueron creadas para para los grupos de
producción de exportaciones (agrarias y mineras), con escaso y dependiente desarrollo industrial, siendo la
base de las desigualdades económicas y sociales arrastradas hasta la actualidad.
El territorio brasileño fue dividido en 12 capitanías costeras con poderes soberanos, repartiendo así grandes
dominios; nace así una clase de grandes terratenientes, cuyo foco inicial estuvo en el nordeste, que luego se
extendió a todo el país. En la América española se produjo el mismo proceso: las necesidades alimentarias y
de animales de carga indujeron a los gobernadores a conceder grandes lotes de tierra (por éxito de conquista)
para estimular la producción agraria; más tarde el propio Estado vendió las tierras en grandes lotes para
obtener recursos fiscales. El latifundio, denominado hacienda, tuvo un mayor auge en el siglo XVII y continuó
y se afirmó desde la Independencia extendiéndose la gran explotación ganadera (la estancia) o mixta.